Desde las nubes [Mega Evento - Nórgedos]
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Desde las nubes [Mega Evento - Nórgedos]
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Si ambos hermanos se paraban a pensar ninguno de los dos podría responder a las preguntas que se hacían, las dos mismas preguntas que se hacían la mayoría de los guardias de la ciudad: ¿Cuándo empezó todo esto y por qué fue? En el espacio de tiempo que empezaba desde el almuerzo de hacía tres días y la última vez que el cocinero de la guarnición subía a la muralla con nuevas ollas de aceite hirviendo para lanzarlas sobre los enemigos que subían por sus improvisadas escaleras, no había nada. Si les preguntaban a alguno de los dos que cuándo habían llegado o por qué les querían matar, ellos respondería que no lo sabían. Simplemente habían llegado y estaba arrasando con todo cuando podían.
El cocinero era un tipo grande y gordo, tanto que parecía que no podía ni caminar correctamente. Cada vez que subía a lo alto de la muralla quedaba agotado y se paraba a hablar con los gemelos con tal de descansar unos mitos. Los hermanos eran los únicos que le brindaban conversación, el resto estaba demasiado concentrado en sus combates como para poder parar cinco minutos a hablar con él.
-Gordo, tenemos hambre- dijo Dom el primero de los gemelos Perro - Gordo, tráenos pan y aceite, pero no el caliente- siguió Tom el segundo gemelo perro- el caliente para los malos el frío para nosotros- siguió Dom con el chiste de su hermano.
-¡Id vosotros mismo a por la comida!- Gruñó el gordo cocinero- A mi me dejadme descansar.-
-Flechas- Dijo Tom. - Fuego- Gruñó Dom - Y más flechas.- ambos gemelos se miraron a la vez y dijeron la última frase al unísono. - Si te quedas morirás Gordo.-
Como si fueran pequeños profetas, una flecha cayó sobre la pierna del gordo cocinero. Risas e insultos brotaron a la vez de los dos gemelos mientras el cocinero se iba muriendo muy lentamente. Se lo tenía merecido por cobarde y agonías. ¿Tanto le costaba hacer su trabajo y dejar de quejarse como un idiota? La mala noticia es que sin el gordo ya nadie le iba a traer el aceite hirviendo para tirarlo sobre las cabezas de los escaladores enemigos.
Los hombres perro se miraron entre ellos con cierto temor mientras los enemigos llegaban a la cima de la muralla con sus armas en las manos.
-¡Eso te pasa por reírte del Gordo!- Dijeron a la vez con tal de maldecirse el uno al otro.
El cocinero era un tipo grande y gordo, tanto que parecía que no podía ni caminar correctamente. Cada vez que subía a lo alto de la muralla quedaba agotado y se paraba a hablar con los gemelos con tal de descansar unos mitos. Los hermanos eran los únicos que le brindaban conversación, el resto estaba demasiado concentrado en sus combates como para poder parar cinco minutos a hablar con él.
-Gordo, tenemos hambre- dijo Dom el primero de los gemelos Perro - Gordo, tráenos pan y aceite, pero no el caliente- siguió Tom el segundo gemelo perro- el caliente para los malos el frío para nosotros- siguió Dom con el chiste de su hermano.
-¡Id vosotros mismo a por la comida!- Gruñó el gordo cocinero- A mi me dejadme descansar.-
-Flechas- Dijo Tom. - Fuego- Gruñó Dom - Y más flechas.- ambos gemelos se miraron a la vez y dijeron la última frase al unísono. - Si te quedas morirás Gordo.-
Como si fueran pequeños profetas, una flecha cayó sobre la pierna del gordo cocinero. Risas e insultos brotaron a la vez de los dos gemelos mientras el cocinero se iba muriendo muy lentamente. Se lo tenía merecido por cobarde y agonías. ¿Tanto le costaba hacer su trabajo y dejar de quejarse como un idiota? La mala noticia es que sin el gordo ya nadie le iba a traer el aceite hirviendo para tirarlo sobre las cabezas de los escaladores enemigos.
Los hombres perro se miraron entre ellos con cierto temor mientras los enemigos llegaban a la cima de la muralla con sus armas en las manos.
-¡Eso te pasa por reírte del Gordo!- Dijeron a la vez con tal de maldecirse el uno al otro.
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Objetivos:
* Debéis narra cómo habéis llegado a pertenecer a la guarnición encargada de defender la muralla desde lo más alto.
* Estáis en el principal objetivo de vuestros enemigos. Si la muralla cae todo cae. Como dijeron los gemelos: “flechas, fuego y más flechas”. Proteged la muralla pero, ante todas las cosas, protegeos a vosotros mismos que no os pase como al gordo cocinero. Deberéis sobrevivir a al menos dos peligros.
* Los gemelos perros ya se dieron cuenta de ello: sin el cocinero se acabó el aceite hirviendo para lanzar a los enemigos. Es aquí donde los conocimientos de alquimia pueden ser verdaderamente útiles. Idead alguna forma rápida y sencilla con la que poder lanzar a los enemigos que suben por sus improvisadas escaleras de asedio.
* En este hilo contáis con la ayuda de los gemelos Tom y Dom. Usadlos a vuestra voluntad.
* Buena suerte Níniel Thenidiel y Vincent Calhoun
* Debéis narra cómo habéis llegado a pertenecer a la guarnición encargada de defender la muralla desde lo más alto.
* Estáis en el principal objetivo de vuestros enemigos. Si la muralla cae todo cae. Como dijeron los gemelos: “flechas, fuego y más flechas”. Proteged la muralla pero, ante todas las cosas, protegeos a vosotros mismos que no os pase como al gordo cocinero. Deberéis sobrevivir a al menos dos peligros.
* Los gemelos perros ya se dieron cuenta de ello: sin el cocinero se acabó el aceite hirviendo para lanzar a los enemigos. Es aquí donde los conocimientos de alquimia pueden ser verdaderamente útiles. Idead alguna forma rápida y sencilla con la que poder lanzar a los enemigos que suben por sus improvisadas escaleras de asedio.
* En este hilo contáis con la ayuda de los gemelos Tom y Dom. Usadlos a vuestra voluntad.
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Re: Desde las nubes [Mega Evento - Nórgedos]
Ya habían pasado varios días desde que su amiga Caroline lo mandara a una muerte segura a manos de unos salvajes del desierto. ¿Y todo por qué? ¿Por una ciudad que nunca había visto en su vida? ¿Simplemente por el hecho de que se suponía que era un soldado de fortuna con un extraño sentimiento altruista dada su profesión? Ahg, en fin. De un modo u otro parecía que en los últimos tiempos las mujeres siempre le metían en algún tipo de problema. Caroline, su hermana, y como no, su madre que era la mayor especialista en meterlo en follones. Después de su propia persona claro, pues él nunca había necesitado a nadie para encontrarse con los problemas. Eso bien lo sabían desde sus mentores de la academia, como cualquier persona que lo conociera un poco.
Igualmente exageraba. La ciudad tendría posibilidades de resistir el ataque. Un gran número de personas se habían sumado a la llamada de la guardia de Lunargenta. De Lord Treki. Pensar en el oficial le recordaba el momento que había tenido con él en la oficina de reclutamiento. Y eso solo le hacía conectar con el hecho de que su hermana era una de las cientos de personas que formaban parte de aquel ejército improvisado de refuerzo. Desde que supiera por medio de Treki, de que su hermana iría a Roilkat, había intentado contactar con ella en vano. Solo provocando en él la sensación de que su hermana cada vez se parecía más a su madre.
- Estas mujeres nunca me cuentan nada-, comentó el brujo malhumorado y resignado.
- ¿Qué mujeres? - preguntó una voz a su espalda.
Vincent pesaba que estaba solo en el cuartelillo de la guardia. Era un pequeño lugar de descanso para los vigilantes de una de las puertas de acceso a la ciudad. El mismo que se había convertido en un sitio para albergar el descanso de muchas más personas para el que había sido construido originalmente. Casi donde pusiera la mirada había un camastro con el espacio justo para andar en medio de tantas camas.
- Philip-, dijo mirando por encima de su hombro. - Nada, nada. Solo son tonterías. Pensaba que estaba solo y estaba pensando en voz alta.
- ¿Qué ocurre? ¿Problemas de amores? - siguió preguntando el brujo, aunque con una sonrisa en los labios esta vez.
Vincent rió ante la broma del que esa noche sería un defensor más de la ciudad.
Philip Donovan era un chico humilde de un pueblo de las islas. Un joven alegre y algo callado que no hacía mucho que había terminado sus estudios en la academia de Beltrexus, y que como la mayoría de los de su raza que habían ido allí, intentaba demostrar su valía en combate. Ese credo tan brujo. Esa costumbre tan arraigada en los habitantes de las islas que provocaba que difícilmente no hubiera algún brujo en toda batalla.
Al menos Philip no era alguien pagado de sí mismo y que solo pensaba que se podía mejorar mediante la guerra. El muchacho solo quería ayudar aportando los conocimientos aprendidos en la academia. Hasta cierto punto le recordaba a él cuando tenía unos años menos. Aunque su guerra no fue Roilkat, sino llegar al Poblado Abandonado y encontrar a sus padres.
- No, no son mal de amores. Son males familiares-, contestó. - Por cierto, ayúdame a ajustarme la coraza.
- Los exploradores han avistado a los Nórgedos. Parece que no mentían cuando decían que iban a atacar. Ya esta mañana ha habido problemas con ellos-, dijo el joven apretando las correas más difíciles de alcanzar para él.
- Sí, ya me enterado. Por eso andaba preparándome. Pero me extraña verte aquí. Se suponía que te habían asignado otra muralla-, respondió esta vez.
Nada más llegar le había tocado presentarse ante un oficial llamado Tom Peterson. El capitán se encargaría de organizar las defensas de las murallas. Lo cierto es que lo había hecho bastante bien para lo que tenía a su mando según su opinión personal. No obstante en ese cuartel improvisado lleno de camas, la mayoría de los hombres eran brujos mezclados con los soldados más veteranos. Luego estos deberían presentarse ante sus diferentes oficiales de campo, en sus respectivas defensas asignadas. Seguramente sería mejor haber colocado a los hombres cerca de cada una de los muros que debían defender, y así era en el mayoría de los casos. Pero los brujos eran distintos al resto. No todos los humanos soportaban dormir con ellos siendo supersticiosos muchos de ellos con respecto a ellos. Muchos temían la magia. Por eso habían sido todos colocados con humanos veteranos, que bien poco le importaban las supersticiones y valoraban la magia en el combate, y otros humanos de ciudad que eran menos dados a ese tipo de pensamientos.
- Y así es, pero debo recoger algunos de mis productos alquímicos. Les tengo preparadas algunas sorpresas a esos salvajes-, comentó el chico, terminando de ayudarle con las correas, y yendo a su cama para coger una bolsa.
- Ya veo. Me gustaría poder verlo-, sonrió cogiendo un yelmo de cuero que estaba a su lado sobre la cama.
Ambos hombre salieron fuera, donde una noche estrellada los esperaba.
- Philip. ¿Cuídate quieres? - dijo nada más salir, a lo que el muchacho rió.
- Vale papá. Me portaré bien y volveré pronto de mi salida-, contestó con sorna el tensai de aire. Ahora fue el turno de Vincent para reír.
- Oh por favor. No soy tan viejo-, comentó con una sonrisa colocándose el yelmo que le había prestado al guardia. - Suerte-, dijo finalmente, asintiendo con la cabeza.
El chico le respondió con el mismo movimiento de la cabeza y se marchó. El rubio esperó un rato viendo la silueta del joven partir. En cuando la figura del hombre desapareció delante de sus ojos subió por la escalera de piedra más cercana a una de las torres que llevaba hasta la parte superior de las murallas.
- Vincent. Llegas tarde-, comentó el sargento de su guarnición con su típica seriedad.
- Por favor, Ed. La fiesta no empieza hasta que llega el más guapo galán-. El brujo miró al frente y vio cientos de luces acercándose. - Además, creo que llego justo a tiempo.
El sargento meneó la cabeza, pero no dijo nada al brujo. Ya sabía que había vivido varios enfrentamientos y alguna batalla, como se había encargado el propio Vincent de id contando los días anteriores como si de un abuelo narrando historietas se tratara. ¿Quién sabía? A lo mejor sí que estaba tan viejo como para ser el padre de Philip.
El brujo echó una ojeada en derredor y pudo ver a varios de sus compañeros en la muralla. Destacando de todos ellos los gemelos perro y el cocinero. Vinc maldijo entre diente. ¿Por qué ellos tenían que conformarse con un cocinero y no podían tener un alquimista de verdad? La respuesta era sencilla. No había suficientes para todos. Como deseaba saber algo de alquimia en esos instantes.
Miró atrás y vio algunos de los regimientos de arqueros en posición abajo, y los hombres que debían guiar sus disparos en lo alto de la torre por la que había subido. También observó algunos escorpiones y onagros sobre la muralla, así como tropa de infantería, abajo, delante de los arqueros. Actuarían para repeler a los invasores si derribaban la puerta, o subirían y apoyarían a su guarnición si los Nórgedos los superaban con sus escalas. En definitiva. Reforzarían la zona de la muralla más castigada y donde se produjera el golpe más duro de sus enemigos.
Las horas pasaron, haciéndose eterna la espera para el combate. Siempre era una agonía, pese a lo horroroso que era la guerra. Era angustioso saber que ibas a tener que luchar en cualquier momento, y posiblemente morir. Y más sencillo sencillamente dedicarte a sobrevivir sin pensar en ello en mitad del fragor de la batalla.
Las flechas guías de ambos ejércitos comenzaron a hacer sus disparos. Con cada disparo calculando la distancia y el viento. Poco a poco. Ambos bandos sabiendo que pasaría cuando la flecha contraria cayera sobre ellos. Eso no tardó en pasar, por fortuna el guía de los defensores fue más rápido, y Vinc con un gesto de su mano creó una chispa que lanzó sobre los surcos delante de los arqueros incendiando el aceite. Lo siguiente se podía resumir con un cielo encendido en llamas cayendo sobre hombres gritando de agonía.
Los Nórgedos no tardaron en conseguir lo mismo que los defensores. Y el brujo se escondió detrás de su parapeto improvisado para ahorrar energías. Podía desviar las flechas, pero necesitaba hacerlo más tarde. Todavía no era el momento. Sintió los impactos contra la madera, y otros tantos gritos de agonía ahora en su bando.
Vincent se movió rápido, apagando los fuegos cercanos en las defensas de refuerzo que habían sido improvisadas durante esos días. Daban un poco más de protección adicional para los defensores sobre la muralla ante las flechas, pero eran de madera y tendrían que extinguir los fuegos si querían seguir usándolas, pues no tardarían en arder si no lo hacían.
El combate siguió sin cambios un rato, hasta que al final los Nórgedos se dieron cuenta que perdían más que ganaban con esa táctica. Ellos estaban más expuestos que los defensores. Un cuerno resonó en la lejanía.
- Muchachos. Comienza lo bueno-, gritó el sargento y escupió al suelo.
Si recibir golpes, cortes y posiblemente la muerte, era algo bueno. Pues sí, comenzaba lo bueno. Nadie era tan estúpido como para no entender la ironía del soldado de la guardia, así que pronto se pudo sentir la tensión como un manto sobre sus cabezas. A su alrededor, como si fuera algo palpable.
Las flechas siguieron silbado por encima del aire, cada vez más rápido y a menudo. Llegando por fin el momento donde todo brujo era apreciado por los veteranos en una batalla. Vincent reunió todo su poder posible para un ataque. Llenando todos los huecos de los dedos de sus manos con bolas explosivas, gracias a una fogata de fuego creada para surtirle de todo el fuego que necesitara. A mayor fuego, menos energía necesitaba para crear sus poderes. Y esta era bastante grande, creada con varios maderos colocados de forma inclinada y dando el aspecto a la hoguera de una pirámide del tamaño de un hombre. De todas maneras, no era momento para distraerse con los artilugios y estratagemas de un brujo de fuego para la guerra, y barrió con sus proyectiles la gran cantidad de efectivos enemigos que se aproximaban. Las ocho bolas salieron disparadas al frente, cayendo sobre distintos puntos de la masa de hombres que saltaron por los aires allá donde cayeron sus proyectiles.
Los escorpiones y onagros también se sumaron a la batalla, lanzando muerte en forma de astas de madera y rocas ardientes sobre el enemigo. Pero aún así el avance de los salvajes continuó. Eran muchos. Tenía una gran superioridad que se apreciaba a simple vista.
- ¿Qué habéis hecho para cabrear a tanta gente? - bromeó a su sargento, para rebajar un poco de tensión.
Iban a necesitar a ese cocinero después de todo. Pasados varios minutos, más flechas, rocas, y proyectiles explosivos, los Nórgedos habían alcanzado la muralla con sus escalas. Los hombres subían o lo intentaban, mientras el cocinero hacía de las suyas provocando más gritos de dolor sobre el enemigo.
Vincent hacía lo propio, tirando escaladas con su fuerza, alternando golpes de viento de cuando en cuando para no desgastarse demasiado mágicamente. Así como lanzando más proyectiles de fuego sobre los invasores cuando se reponía lo suficiente para ello. Ya habían pasado varias horas desde que viera por primera vez las antorchas enemigas en la distancia, y más horas pasarían cuando consiguieran vencer. Si es que ganaban.
El rubio se defendió de un ataque enemigo, manteniendo la fuerza de este espada contra espada. Con un paso hacia atrás y otro lateral consiguió desequilibrarlo y que cayera hacia adelante, donde uno de sus compañeros acabaría con él. Por su parte se centró en la escalera por la que había subido y la lanzó hacia atrás de una patada.
Después sintió un agarre en su coraza de cuero, e inició el movimiento para acabar con quien lo hacía, pensando que se trataba del tipo que había dejado caer hacía un instante.
- ¿Pero qué cojones? ¿Te parece buena idea agarrarme así en mitad del fragor de la batalla? - contestó cabreado por el susto innecesario, poniendo sus ojos sobre la muralla que sus enemigos intentaban asaltar. - Podría haberte matado.
- El gordo ha muerto-, dijo Dom
- Y sin él se acabó el aceite-, siguió Tom
- ¿Qué decís? ¿Qué gordo? - comentó sin pensarlo demasiado, concentrado y lanzando un golpe de aire para tirar otra escala de la muralla
- ¡El cocinero! -, gritaron los dos al unísono.
- El sargento está ocupado-, comentó Tom
- No sabíamos que hacer y hemos venido a buscarte-, siguió Dom.
Maldición. El cocinero había muerto. Ahora sí que estaban jodidos.
- A mí ¿Por qué yo? ¿No os parece que yo también estoy ocupado? - dijo justo antes de tirar a un Nórgedo al vacío, después de forcejear con él.
- Haz más aceite caliente-, dijeron al unísono.
- O crea alguna sustancia para poder lanzarla-, comentó Tom.
- Eso, eso. Crea algo con alquimia-, siguió Dom
- Yo no puedo ir a calentar aceite ahora, y no soy alquimista-, dijo hastiado, suponiendo que esos dos no podían ser tan estúpidos como para pensar que sabía hacerlo solo por el hecho de ser brujo. Si supiera no hubieran necesitado al cocinero y su aceite.
- Joder, que tipo de brujo eres tú-, gruñó Dom
- Deberías saber hacer algo. ¿No fuiste a la escuela? - gruñó también Tom.
Pues sí que eran tan tontos como para pensarlo.
- No todos los brujos somos alquimistas. Yo soy maestro de runas. Soy arcanos-, refunfuñó, aunque una idea se abrió a través de su mente. - Id a la enfermería. Puede que allí haya algún alquimista. Y daos prisa.
- Gran idea-, volvieron a decir a la vez. Y comenzaron a ir hacia allí.
- Un momento-, comenzó a decir Tom.
- ¿Dónde está la enfermería? - terminó por preguntar Dom
Vincent los miró con una ceja enarcada. Como si estos últimos días no hubieran recibido suficientes lecciones de la disposición de las defensas y edificios importantes. Así como de los lugares donde replegarse de perder la muralla. El rubio suspiró con resignación.
- Dos calles hacia el centro. Al lado de un pozo de una pequeña plaza. En la esquina de una calle está un edificio con fachada corta y dos paredes laterales por dos de las calles que llevan a la plaza. Tiene forma de un triángulo pero sin punta y es una posada que ahora es el hospital de campaña. Se llama “Suspiros del desierto”. No tiene pérdida-, les explicó.
Aunque con aquellos dos nunca se sabía. Tenían pinta de que se podían perder en una calle recta. Al menos con esas indicaciones los perros finalmente se marcharon en busca del alquimista. Escuchó el silbido de una flecha al volverse, sintiendo el dolor en su cara cuando esta pasó rozando su cara. Un líquido caliente comenzó a bajar por su mejilla.
Iba a ser una noche larga. O mejor dicho, una noche corta como esos no volvieran pronto con un alquimista.
Igualmente exageraba. La ciudad tendría posibilidades de resistir el ataque. Un gran número de personas se habían sumado a la llamada de la guardia de Lunargenta. De Lord Treki. Pensar en el oficial le recordaba el momento que había tenido con él en la oficina de reclutamiento. Y eso solo le hacía conectar con el hecho de que su hermana era una de las cientos de personas que formaban parte de aquel ejército improvisado de refuerzo. Desde que supiera por medio de Treki, de que su hermana iría a Roilkat, había intentado contactar con ella en vano. Solo provocando en él la sensación de que su hermana cada vez se parecía más a su madre.
- Estas mujeres nunca me cuentan nada-, comentó el brujo malhumorado y resignado.
- ¿Qué mujeres? - preguntó una voz a su espalda.
Vincent pesaba que estaba solo en el cuartelillo de la guardia. Era un pequeño lugar de descanso para los vigilantes de una de las puertas de acceso a la ciudad. El mismo que se había convertido en un sitio para albergar el descanso de muchas más personas para el que había sido construido originalmente. Casi donde pusiera la mirada había un camastro con el espacio justo para andar en medio de tantas camas.
- Philip-, dijo mirando por encima de su hombro. - Nada, nada. Solo son tonterías. Pensaba que estaba solo y estaba pensando en voz alta.
- ¿Qué ocurre? ¿Problemas de amores? - siguió preguntando el brujo, aunque con una sonrisa en los labios esta vez.
Vincent rió ante la broma del que esa noche sería un defensor más de la ciudad.
Philip Donovan era un chico humilde de un pueblo de las islas. Un joven alegre y algo callado que no hacía mucho que había terminado sus estudios en la academia de Beltrexus, y que como la mayoría de los de su raza que habían ido allí, intentaba demostrar su valía en combate. Ese credo tan brujo. Esa costumbre tan arraigada en los habitantes de las islas que provocaba que difícilmente no hubiera algún brujo en toda batalla.
Al menos Philip no era alguien pagado de sí mismo y que solo pensaba que se podía mejorar mediante la guerra. El muchacho solo quería ayudar aportando los conocimientos aprendidos en la academia. Hasta cierto punto le recordaba a él cuando tenía unos años menos. Aunque su guerra no fue Roilkat, sino llegar al Poblado Abandonado y encontrar a sus padres.
- No, no son mal de amores. Son males familiares-, contestó. - Por cierto, ayúdame a ajustarme la coraza.
- Los exploradores han avistado a los Nórgedos. Parece que no mentían cuando decían que iban a atacar. Ya esta mañana ha habido problemas con ellos-, dijo el joven apretando las correas más difíciles de alcanzar para él.
- Sí, ya me enterado. Por eso andaba preparándome. Pero me extraña verte aquí. Se suponía que te habían asignado otra muralla-, respondió esta vez.
Nada más llegar le había tocado presentarse ante un oficial llamado Tom Peterson. El capitán se encargaría de organizar las defensas de las murallas. Lo cierto es que lo había hecho bastante bien para lo que tenía a su mando según su opinión personal. No obstante en ese cuartel improvisado lleno de camas, la mayoría de los hombres eran brujos mezclados con los soldados más veteranos. Luego estos deberían presentarse ante sus diferentes oficiales de campo, en sus respectivas defensas asignadas. Seguramente sería mejor haber colocado a los hombres cerca de cada una de los muros que debían defender, y así era en el mayoría de los casos. Pero los brujos eran distintos al resto. No todos los humanos soportaban dormir con ellos siendo supersticiosos muchos de ellos con respecto a ellos. Muchos temían la magia. Por eso habían sido todos colocados con humanos veteranos, que bien poco le importaban las supersticiones y valoraban la magia en el combate, y otros humanos de ciudad que eran menos dados a ese tipo de pensamientos.
- Y así es, pero debo recoger algunos de mis productos alquímicos. Les tengo preparadas algunas sorpresas a esos salvajes-, comentó el chico, terminando de ayudarle con las correas, y yendo a su cama para coger una bolsa.
- Ya veo. Me gustaría poder verlo-, sonrió cogiendo un yelmo de cuero que estaba a su lado sobre la cama.
Ambos hombre salieron fuera, donde una noche estrellada los esperaba.
- Philip. ¿Cuídate quieres? - dijo nada más salir, a lo que el muchacho rió.
- Vale papá. Me portaré bien y volveré pronto de mi salida-, contestó con sorna el tensai de aire. Ahora fue el turno de Vincent para reír.
- Oh por favor. No soy tan viejo-, comentó con una sonrisa colocándose el yelmo que le había prestado al guardia. - Suerte-, dijo finalmente, asintiendo con la cabeza.
El chico le respondió con el mismo movimiento de la cabeza y se marchó. El rubio esperó un rato viendo la silueta del joven partir. En cuando la figura del hombre desapareció delante de sus ojos subió por la escalera de piedra más cercana a una de las torres que llevaba hasta la parte superior de las murallas.
- Vincent. Llegas tarde-, comentó el sargento de su guarnición con su típica seriedad.
- Por favor, Ed. La fiesta no empieza hasta que llega el más guapo galán-. El brujo miró al frente y vio cientos de luces acercándose. - Además, creo que llego justo a tiempo.
El sargento meneó la cabeza, pero no dijo nada al brujo. Ya sabía que había vivido varios enfrentamientos y alguna batalla, como se había encargado el propio Vincent de id contando los días anteriores como si de un abuelo narrando historietas se tratara. ¿Quién sabía? A lo mejor sí que estaba tan viejo como para ser el padre de Philip.
El brujo echó una ojeada en derredor y pudo ver a varios de sus compañeros en la muralla. Destacando de todos ellos los gemelos perro y el cocinero. Vinc maldijo entre diente. ¿Por qué ellos tenían que conformarse con un cocinero y no podían tener un alquimista de verdad? La respuesta era sencilla. No había suficientes para todos. Como deseaba saber algo de alquimia en esos instantes.
Miró atrás y vio algunos de los regimientos de arqueros en posición abajo, y los hombres que debían guiar sus disparos en lo alto de la torre por la que había subido. También observó algunos escorpiones y onagros sobre la muralla, así como tropa de infantería, abajo, delante de los arqueros. Actuarían para repeler a los invasores si derribaban la puerta, o subirían y apoyarían a su guarnición si los Nórgedos los superaban con sus escalas. En definitiva. Reforzarían la zona de la muralla más castigada y donde se produjera el golpe más duro de sus enemigos.
Las horas pasaron, haciéndose eterna la espera para el combate. Siempre era una agonía, pese a lo horroroso que era la guerra. Era angustioso saber que ibas a tener que luchar en cualquier momento, y posiblemente morir. Y más sencillo sencillamente dedicarte a sobrevivir sin pensar en ello en mitad del fragor de la batalla.
Las flechas guías de ambos ejércitos comenzaron a hacer sus disparos. Con cada disparo calculando la distancia y el viento. Poco a poco. Ambos bandos sabiendo que pasaría cuando la flecha contraria cayera sobre ellos. Eso no tardó en pasar, por fortuna el guía de los defensores fue más rápido, y Vinc con un gesto de su mano creó una chispa que lanzó sobre los surcos delante de los arqueros incendiando el aceite. Lo siguiente se podía resumir con un cielo encendido en llamas cayendo sobre hombres gritando de agonía.
Los Nórgedos no tardaron en conseguir lo mismo que los defensores. Y el brujo se escondió detrás de su parapeto improvisado para ahorrar energías. Podía desviar las flechas, pero necesitaba hacerlo más tarde. Todavía no era el momento. Sintió los impactos contra la madera, y otros tantos gritos de agonía ahora en su bando.
Vincent se movió rápido, apagando los fuegos cercanos en las defensas de refuerzo que habían sido improvisadas durante esos días. Daban un poco más de protección adicional para los defensores sobre la muralla ante las flechas, pero eran de madera y tendrían que extinguir los fuegos si querían seguir usándolas, pues no tardarían en arder si no lo hacían.
El combate siguió sin cambios un rato, hasta que al final los Nórgedos se dieron cuenta que perdían más que ganaban con esa táctica. Ellos estaban más expuestos que los defensores. Un cuerno resonó en la lejanía.
- Muchachos. Comienza lo bueno-, gritó el sargento y escupió al suelo.
Si recibir golpes, cortes y posiblemente la muerte, era algo bueno. Pues sí, comenzaba lo bueno. Nadie era tan estúpido como para no entender la ironía del soldado de la guardia, así que pronto se pudo sentir la tensión como un manto sobre sus cabezas. A su alrededor, como si fuera algo palpable.
Las flechas siguieron silbado por encima del aire, cada vez más rápido y a menudo. Llegando por fin el momento donde todo brujo era apreciado por los veteranos en una batalla. Vincent reunió todo su poder posible para un ataque. Llenando todos los huecos de los dedos de sus manos con bolas explosivas, gracias a una fogata de fuego creada para surtirle de todo el fuego que necesitara. A mayor fuego, menos energía necesitaba para crear sus poderes. Y esta era bastante grande, creada con varios maderos colocados de forma inclinada y dando el aspecto a la hoguera de una pirámide del tamaño de un hombre. De todas maneras, no era momento para distraerse con los artilugios y estratagemas de un brujo de fuego para la guerra, y barrió con sus proyectiles la gran cantidad de efectivos enemigos que se aproximaban. Las ocho bolas salieron disparadas al frente, cayendo sobre distintos puntos de la masa de hombres que saltaron por los aires allá donde cayeron sus proyectiles.
Los escorpiones y onagros también se sumaron a la batalla, lanzando muerte en forma de astas de madera y rocas ardientes sobre el enemigo. Pero aún así el avance de los salvajes continuó. Eran muchos. Tenía una gran superioridad que se apreciaba a simple vista.
- ¿Qué habéis hecho para cabrear a tanta gente? - bromeó a su sargento, para rebajar un poco de tensión.
Iban a necesitar a ese cocinero después de todo. Pasados varios minutos, más flechas, rocas, y proyectiles explosivos, los Nórgedos habían alcanzado la muralla con sus escalas. Los hombres subían o lo intentaban, mientras el cocinero hacía de las suyas provocando más gritos de dolor sobre el enemigo.
Vincent hacía lo propio, tirando escaladas con su fuerza, alternando golpes de viento de cuando en cuando para no desgastarse demasiado mágicamente. Así como lanzando más proyectiles de fuego sobre los invasores cuando se reponía lo suficiente para ello. Ya habían pasado varias horas desde que viera por primera vez las antorchas enemigas en la distancia, y más horas pasarían cuando consiguieran vencer. Si es que ganaban.
El rubio se defendió de un ataque enemigo, manteniendo la fuerza de este espada contra espada. Con un paso hacia atrás y otro lateral consiguió desequilibrarlo y que cayera hacia adelante, donde uno de sus compañeros acabaría con él. Por su parte se centró en la escalera por la que había subido y la lanzó hacia atrás de una patada.
Después sintió un agarre en su coraza de cuero, e inició el movimiento para acabar con quien lo hacía, pensando que se trataba del tipo que había dejado caer hacía un instante.
- ¿Pero qué cojones? ¿Te parece buena idea agarrarme así en mitad del fragor de la batalla? - contestó cabreado por el susto innecesario, poniendo sus ojos sobre la muralla que sus enemigos intentaban asaltar. - Podría haberte matado.
- El gordo ha muerto-, dijo Dom
- Y sin él se acabó el aceite-, siguió Tom
- ¿Qué decís? ¿Qué gordo? - comentó sin pensarlo demasiado, concentrado y lanzando un golpe de aire para tirar otra escala de la muralla
- ¡El cocinero! -, gritaron los dos al unísono.
- El sargento está ocupado-, comentó Tom
- No sabíamos que hacer y hemos venido a buscarte-, siguió Dom.
Maldición. El cocinero había muerto. Ahora sí que estaban jodidos.
- A mí ¿Por qué yo? ¿No os parece que yo también estoy ocupado? - dijo justo antes de tirar a un Nórgedo al vacío, después de forcejear con él.
- Haz más aceite caliente-, dijeron al unísono.
- O crea alguna sustancia para poder lanzarla-, comentó Tom.
- Eso, eso. Crea algo con alquimia-, siguió Dom
- Yo no puedo ir a calentar aceite ahora, y no soy alquimista-, dijo hastiado, suponiendo que esos dos no podían ser tan estúpidos como para pensar que sabía hacerlo solo por el hecho de ser brujo. Si supiera no hubieran necesitado al cocinero y su aceite.
- Joder, que tipo de brujo eres tú-, gruñó Dom
- Deberías saber hacer algo. ¿No fuiste a la escuela? - gruñó también Tom.
Pues sí que eran tan tontos como para pensarlo.
- No todos los brujos somos alquimistas. Yo soy maestro de runas. Soy arcanos-, refunfuñó, aunque una idea se abrió a través de su mente. - Id a la enfermería. Puede que allí haya algún alquimista. Y daos prisa.
- Gran idea-, volvieron a decir a la vez. Y comenzaron a ir hacia allí.
- Un momento-, comenzó a decir Tom.
- ¿Dónde está la enfermería? - terminó por preguntar Dom
Vincent los miró con una ceja enarcada. Como si estos últimos días no hubieran recibido suficientes lecciones de la disposición de las defensas y edificios importantes. Así como de los lugares donde replegarse de perder la muralla. El rubio suspiró con resignación.
- Dos calles hacia el centro. Al lado de un pozo de una pequeña plaza. En la esquina de una calle está un edificio con fachada corta y dos paredes laterales por dos de las calles que llevan a la plaza. Tiene forma de un triángulo pero sin punta y es una posada que ahora es el hospital de campaña. Se llama “Suspiros del desierto”. No tiene pérdida-, les explicó.
Aunque con aquellos dos nunca se sabía. Tenían pinta de que se podían perder en una calle recta. Al menos con esas indicaciones los perros finalmente se marcharon en busca del alquimista. Escuchó el silbido de una flecha al volverse, sintiendo el dolor en su cara cuando esta pasó rozando su cara. Un líquido caliente comenzó a bajar por su mejilla.
Iba a ser una noche larga. O mejor dicho, una noche corta como esos no volvieran pronto con un alquimista.
Vincent Calhoun
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Re: Desde las nubes [Mega Evento - Nórgedos]
-Vamos muchachos que no tenemos todo el dia. Descargad esas cajas.- Animaba Ronald Hardfield, suboficial del ejército distinguible por el penacho de su yelmo y color de su capa, a sus soldados a los pies de uno de los carros de transporte que comenzaban a colapsar una de las plazas de la ciudad y a bloquear el paso a las que llegaban detrás e incluso a parte de las tropas de refuerzo que comenzaban a distribuirse por Roilkat llegadas desde Lunargenta, retrasando con ello todo el despliegue y poniendo cada vez de peor humor a los superiores del sargento y con ello, gracias a la cadena de mando, a él. -¿Pero qué hacéis?. No os paréis ahí que taponáis la calle, colocaos por aquí. No, no, esperad. Las provisiones no van aquí, van al centro. Eso eso es, las lanzas allí. Vamos, vamos, ¿somos soldados de su majestad o un atajo de ancianos decrépitos?, más rápido.- Continuó voceando mientras se preparaba para subir a otro de los carros cubiertos que se acercaba hasta su posición para comprobar su carga, permitiéndose un leve momento de descanso antes y limpiando el sudor de su frente con un pañuelo.
-¿Qué me traes?. Espero que sean los escudos de lágrima para la tropa de lanceros, debería de haber llegado ayer y no aparecen por ninguna parte.- Se quejó el hombre en voz alta aunque de forma claramente retórica, y es que por mucho que preguntara aquel carretero seguramente no tendría ni la menor idea de sobre qué le estaba hablando salvo que los dioses le dieran un instante de lucidez y recordara el manifiesto de carga de todo aquel convoy de tropas y suministros. Simplemente lo había hecho por decir algo y aliviar algo de tensión.
-No es un qué sí no a quiénes. Son parte de los reclutas de Lunargenta jefe.- Fue la respuesta del carretero, la cual logró que el suboficial enarcara una ceja con extrañeza antes de volver a colocarse el yelmo y comenzar a caminar hasta la parte trasera de aquel carromato. -Espere jefe no puede...-
-¿Y qué les pasa?. ¿No tienen piernas?. ¿Debemos ir muy sobrados de transportes para llevar a los soldados en ellos y no marchando?. A ver, abajo señoritas, se acabó el paseo.- Dijo a la vez que retiraba las telas que cerraban la parte trasera del transporte de golpe y con fuerza, dedicando una mirada de perdonavidas hacia su interior que rápidamente cambió cuando descubrió quiénes componían el pasaje a una cara de sorpresa, con los ojos abiertos como platos. -Oh...Vaya. Lo lamento- fue cuanto pudo decir cerrando de nuevo la tela más rápido aún que al abrirla y girándose comenzando a ponerse rojo hasta las orejas y no precisamente por el caluroso clima de Roilkat. -¿Por qué no me dijiste que eran señoritas de verdad?.- Se quejó al carretero, quizá intentando echarle la culpa de lo ocurrido a otro y estar quedar así más tranquilo consigo mismo.
-Intenté decirle que no abriese...Son sanadoras, alquimistas y demás. Algunas están...Acomodándose al clima de aquí antes de salir y ...- Respondió el otro también comprendiendo por el rubor del soldado que había visto algo que no debería, al menos no sin el permiso de las señoritas que había llevado hasta allí. -¿Ha visto sus...?- Preguntó entonces con cierto interés.
-!No he visto nada!. Mis disculpas por mi rudeza señoritas.- Habló hacia la tela.- En cuanto terminen haré que las acompañen al puesto médico y allí les asignaran sus cometidos.- Explicó de forma mucho más amable que antes mientras que la tela se movía de nuevo lentamente y, con cuidado de no revelar nada del interior del carro, salía una joven elfa peliblanca vestida con una ligera túnica blanca y negra con detalles dorados. Un tipo de ropa que en Lunargenta muchos humanos considerarían demasiado reveladora pero que parecía ser muy cómoda para el calor de Roilkat y del agrado de aquel suboficial.
-Muy amable, ¿Sargento?.- Aventuró la joven elfa hablando con voz cantarina interpretando el tipo de equipo e insignias de aquel hombre para conocer su rango en base de lo que sabía por experiencia propia pues no era la primera vez que se hallaba enrolada en el ejército de los humanos a pesar de no ser de su misma raza. -Llevamos en el carro también parte de los materiales e ingredientes para nuestro trabajo. El resto iba en los carros que nos seguían- Informó la joven aunque quizá el hombre ya se hubiera dado cuenta durante su corta mirada al interior.
-Entiendo. Me...Me ocuparé de que se lleve todo hasta allí. De nuevo disculpas por mi...Intromisión, no sabía que...-
-Por mi parte no hay nada que disculpar. Ya les dije que esperaran a estar instaladas para cambiarse de ropa pero no paraban de quejarse por el calor. Yo siempre visto así así que...Es tan culpa suya como vuestra en todo caso.- Respondió la joven peliblanca quitándole hierro al asunto y con sinceridad. Cambiarse en el carromato rodeadas de soldados...Gran idea.
-Gracias. ¿Sois la líder del grupo?.-
-¿La líder?, No, que va. Pero era la única vestida.-
Las demás no tardaron mucho en estar presentables, aunque a algunas el rubor y la vergüenza por haber sido pilladas mientras se cambiaban de ropa les duraría un buen rato más. Llegadas a ese punto se dirigieron juntas hasta aquel hospital de campaña desde el cual parecía que se se coordinarían los esfuerzos de las personas con sus mismas capacidades. Se trataba de una posada bastante grande y sólida reconvertida en centro médico a toda prisa, seguramente por ser un edificio fuerte y amplio y por su posición estratégica dentro de la ciudad, defendible y cerca de las murallas aunque no lo suficiente como para estar en primera línea, además de ser una plaza donde convergían varias calles de aspecto importante. El lugar era un foco de frenética actividad en el cual decenas de personas se afanaban por descargar los materiales e ingredientes que iban llegando mientras que otros tantos hombres armados lo hacían tratando de levantar barricadas para convertir la ubicación en una especie de plaza fuerte. Estaba bien ser precavidos, quien no se prepara bien para la batalla se prepara para perder...Pero ver aquello hizo que la peliblanca no pudiera evitar preguntarse si los defensores realmente creían que aquellos Norgredos podrían ser capaces de atravesar las murallas de la ciudad.
En cualquier caso, una vez dentro y a pesar de que a causa de los preparativos a la carrera aquello parecía más un hormiguero recién pisado por un niño, pronto cada una de ellas fue asignada a una división obedeciendo a una lista detallada creada por los mandos atendiendo a las habilidades que cada una había acreditado durante el reclutamiento. Un par de ellas permanecerían allí mismo como sanadoras y comenzarían a ayudar con los preparativos, otras irían a la parte trasera a colaborar con la atención de los heridos y enfermos, aunque en ese punto por lo visto solo había algunas insolaciones por el duro trabajo bajo un sol de justicia y un par de lesiones menores a causa de pequeños accidentes. En cuanto a Níniel, los oficiales debieron de considerar que sus habilidades como alquimista eran más necesarias que sus dotes como sanadora y su destino fue el sótano de aquella posada, lugar reconvertido en laboratorio de alquimia y donde ya había otros alquimistas trabajando a destajo en todo tipo de fórmulas.
Una vez abajo, tan pronto como la elfa descendió los últimos escalones fue recibida por la persona al mando. Un hombre casi calvo salvo por unos escasos mechones de pelo cano extremadamente largos teniendo en cuenta el resto de su carencia de cabello y que parecía un hombrecillo de lo más inquieto y nervioso, de hecho a la elfa le recordó a un ratoncito.
-Bien, bien...Por fin nos envían a alguien más. No damos a basto, mucho que hacer y pocas manos hábiles para lograrlo.- Comentó mirando hacia uno de sus compañeros con aquel último comentario, haciendo que el aludido le hiciera un gesto bastante grosero con la mano antes de seguir a lo suyo con aparente diligencia. -Porque vienes a ayudarnos ¿no?. No pareces una de los soldados del capitán Fornost...¿No lo eres no?. Si lo eres te diré lo mismo que a los anteriores...Estará listo cuando esté listo.-
-Efectivamente vengo a ayudar, soy alquimista. Y no, no conozco a ningún capitán Fornost y parece que he tenido suerte. No se debe meter prisa a un alquimista cuando trabaja.- Respondió la peliblanca comenzando a echar un vistazo a su alrededor y revisando el equipo con el que contaban, así como por encima tratar de averiguar en qué trabajaban algunos de aquellos compañeros alquimistas.
-Así es, nos llevaremos bien. Entonces te pediré que te pongas a trabajar ya mismo si te ves con fuerzas. Debe de haber sido un viaje largo...¿Cuál es tu especialidad?.- Preguntó frotándose las manos de modo que cada vez parecía más un roedor.
-Sanación y refuerzo, pero he estudiado muchas cosas diferentes como somníferos, anestesias, productos inflamables, incluso cambio de género y edad. Aunque es una larga historia y fue por accidente.- Añadió eso último para evitar la curiosidad de aquel hombre que pareció mostrarse muy interesado por aquello.
-Excelente, el capitán me presiona para que les ayudemos con las defensas en las murallas. Creo que eres adecuada para trabajar en ello. Puedes ocupar aquel equipo de allí. Cualquier cosa que necesites...Ahora mismo está todo un poco manga por hombro pero dímelo y lo encontraré. Quiero que trabajes en algo que le diga a esos nórgedos "Si venís esto es lo que os espera malnacidos hijos de perra, corred".- Frunció los labios como arrepintiéndose de haber dicho palabras tan malsonantes. -Ya me entiendes.-
-Sí, lo entiendo. Está bien, me pondré en ello de inmediato, mi viaje ha sido bastante cómodo con respecto al de muchos otros, estoy lista para empezar.-
Níniel pasó los días siguientes trabajando en diferentes proyectos destinados a reforzar las defensas de aquella ciudad. Su primera opción por supuesto fue trabajar en productos inflamables y volátiles que pudiesen ser arrojados por los defensores, ya fuera a mano o mediante el uso de las catapultas y balistas que jalonaban los muros de piedra. Esa clase de armas sin duda cumplirían a la perfección las directrices del jefe del laboratorio aunque a la peliblanca le preocupaba más que se convirtieran en armas de doble filo, por lo que la mayor parte del tiempo su mente estuvo ocupada en mejorar su transporte y almacenamiento así como mejorando la estabilidad de sus fórmulas. Debía asegurarse en la medida de lo posible de que estallaran cuando ellos quisieran y no por algún golpe fortuito.
La solución llegó de manos de un producto a base de resinas extraídas de insectos, extracto de polen de flor roja y núcleo de foliota escamosa tratado con una disolución de hongo Warrell. Dicho preparado usado sobre la madera de los barriles que contendrían los materiales volátiles aumentaba considerablemente su resistencia a los golpes y al fuego normal, aunque al mismo tiempo los hacía vulnerables a la magia. Por suerte contaban con bastantes brujos entre los defensores, motivo de haber seguido aquel desarrollo.
Cuando la peliblanca no estaba en el laboratorio comía con los demás en el salón principal de aquella posada-hospital y dormía por turnos en algunas de las habitaciones de las plantas superiores que no habían sido acondicionadas para pacientes o como almacenes, aunque rara vez era la misma, tener habitación propia sonaba a auténtico lujo en aquellos momentos, uno que no podían permitirse.
Fueron días de trabajo frenético pero a la vez bastante buenos para la joven alquimista. Normalmente siempre había trabajado sola en su laboratorio, como mucho bajo la atenta mirada de su madre o de Otrore, pero nunca formando parte de un equipo de alquimistas que trabajaran y colaboraran juntos con metas similares. Simplemente compartiendo métodos y consejos Níniel aprendió bastantes cosas al igual que enseño otras tantas. Y aunque parecía que todos en aquel sótano tenían personalidades peculiares, e incluso hubo algunas tiranteces, se formó una buena camaradería de la que surgieron grandes resultados. Resultados que no tardarían en ser puestos a prueba.
La pesadilla comenzó al anochecer, anunciada por las campanas de alerta que comenzaron a sonar por toda la ciudad, tan de repente que a muchos de los miembros de aquel hospital improvisado les pilló cenando, durmiendo o realizando sus tareas con absoluta normalidad y teniendo que dejar de hacerlo de forma abrupta, con sueños a medio soñar, inventarios a medio hacer, experimentos sin finalizar y comidas que tendrían que esperar. El lugar, que había logrado cierta normalidad con el paso del tiempo se convirtió nuevamente en un lugar caótico en el que mientras algunos se preparaban para atender a los posibles heridos otros se afanaban en vestirse y acudir rápidamente a su puesto.
-Níniel, no es una falsa alarma, todos se están preparando, tenemos a esos Nórgedos a las puertas de la ciudad o eso dicen los soldados. Tenemos que llevar los materiales alquímicos a las murallas de inmediato.-Dijo el jefe del laboratorio, Sander Cohen, dirigiéndose a la elfa que salía de su habitación tras prepararse con sus cosas incluida su armadura ligera, a la vez que trataba de coordinar las acciones del resto de su equipo claramente nervioso. Y es que siempre habían contado con disponer de tiempo de sobra para transportar sus obras desde allí, donde estaban a salvo, hasta las murallas ante las primeras señales del anunciado ataque, pero parecía que aquellos Nórgedos no iban a ser tan condescendientes como todos esperaban y tocaba correr. -Ve a las murallas, rápido.-
-Está bien voy para allá.- Fue la respuesta de la elfa comenzando a correr apresuradamente hacia el lugar de almacenaje de los productos donde varias decenas de soldados y otros alquimistas se afanaban por cargar los últimos barriles y materiales en los carros.
Era una tarea que le correspondía, igual que supervisar su uso una vez en las murallas. De hecho técnicamente formaba parte junto con otros de una de las unidades de defensa de los muros como alquimista, salvo que como resultaba evidente no podía fabricar nada subida allí arriba por lo que ni siquiera había llegado a pisar aquella formidable línea defensiva, aunque le habían informado de los detalles que necesitaba para desempeñar su labor.
-¿Falta mucho?. Seguro que ya no están echando en falta- Preguntó la joven nada más llegar hasta los demás y ver que parecía que ya casi estaba todo listo, incluso algunos de los carros comenzaban ya a salir hasta el punto de la muralla donde los productos iban a ser usados.
-Ya estamos, me gustaría decir que tenemos suficiente pero...Bueno, hemos hecho todo lo que hemos podido.- Se quejó uno de los alquimistas mientras subía a su carro y se ponía en marcha. Despidiéndose con la mano y una falsa sonrisa en la boca. -Ten cuidado y procura que no te maten- Voceó ya a punto de perderse por una de las calles.
Níniel no pudo evitar una mueca de preocupación mientras subía a su propio carro a punto de partir hacia su puesto. ¿Cuántos de sus compañeros volverían vivos?. Más aún, ¿volvería alguno de ellos?. La mayoría eran estudiosos no luchadores, y aunque deberían permanecer protegidos por otros soldados más capaces en el combate en una batalla nunca se sabía. Solo podía rezar a los dioses del bosque por ellos, y por todos los defensores y habitantes de la ciudad así como por sí misma.
-Todo listo para salir alquimista.- Informó uno de los soldados que la acompañarían hasta las murallas tanto a ella como al conductor que ante un asentimiento de la peliblanca instó a los caballos a ponerse en marcha. Haciéndolo en un silencio solo roto por el sonido de las ruedas del carro sobre las piedras de la plaza, el de las armaduras de los soldados con su trote tras el carro y el tañido de fondo de las campanas. Al menos hasta que se acercaron a los muros y el sonido de la batalla eclipsó todo lo demás.
-!Eh!. Los del carro.- Les dijo un hombre-perro en cuanto llegaron ante la entrada de la torre que les llevaría hasta lo alto de la muralla, donde los defensores ya estaban luchando por sus vidas. -Necesitamos llegar al hospital de campaña- Continuó diciendo mientras la peliblanca bajaba de un salto y echaba un vistazo alrededor para hacerse una idea de la situación. Viendo como varios calderos de aceite al fuego se encontraban sin supervisión y sin nadie que los usara.
-Mi hermano te a hecho una pregunta elfa. Es importante. El gordo ha muerto y no tenemos aceite ni alquimistas. Necesitamos fuego.- Dijo un segundo hombre-perro con una gran parecido con el primero y que parecía claramente nervioso, incluso perdido.
-Y flechas- Dijo el otro.
-No parecéis heridos...Nosotros venimos de allí, soy alquimista. Traemos los productos para usarlos en la defensa. Fuego...- Añadió por si aquel par no comprendían lo que les estaba diciendo. Parecía que aquellos dos habían sido enviados para buscarles a ellos precisamente, aunque por lo visto alguien había enviado a los únicos tontos que no parecían saber hacia dónde debían dirigirse para cumplir con su cometido. -Con las flechas no puedo ayudaros. ¿Y qué pasa con estos calderos?. No deberían estar siendo usados?.-
-El gordo murió, el se ocupaba del aceite- Dijeron ambos hermanos a la vez con cara de estar cansados de repetir lo mismo una y otra vez, algo realmente absurdo.
-Ajá, lo lamento...Y no podéis coger vosotros mismos los calderos porque...-Preguntó la elfa con el tono que usaría para hablar con unos niños pequeños, de hecho parecía que aquel par eran más cortos que un niño lactante.
-Porque...Oye, pues es buena idea.- Dijo uno de ellos como si la elfa hubiese descubierto algo formidable.
-Ya...Poneros a ello y ayudadnos a llevar el contenido de este carro a la muralla. Necesitaré un brujo para usarlo en las catapultas. ¿Hay alguno?.- Continuó preguntando mientras que los soldados que la acompañaban se ponían manos a la obra.
-Sí, está Vincent...Salvo que le hayan matado como al gordo.-
-No, el gordo era un blanco muy grande, Vincent sabe lo que se hace, seguro que sigue vivo.-
-¿Vincent?. ¿Un brujo rubio, atractivo y que lanza bolas de fuego explosivas?- Preguntó la joven elfa sin dar crédito a que aquellos dos pudiesen referirse a ese Vincent, “Su Vincent”. Aunque por alguna extraña razón y a pesar de que seguramente habría muchos brujos con ese nombre ya sabía que se trataba de él.
-Pues sí, ¿Lo conoces?- preguntaron ambos de nuevo al unisono. Una costumbre que a Níniel estaba empezando a ponerle los pelos de punta.
-Desde luego que sí. Vamos, moveros muchachos, subid el aceite hirviendo, que algunos soldados os ayuden, y poned más al fuego una vez usado. El resto llevad todo esto arriba pero escalonadamente. Que no se acumule arriba.- Instó a todos dando unas órdenes que por rango aquellos hombres y mujeres no tendrían porque obedecer pero que comenzaron a cumplir a rajatabla. Al fin y al cabo parecía ser la única por allí que al menos tenía las cosas claras.
Mientras los demás hacían lo que les había dicho Níniel subió a toda velocidad hasta la muralla. Le hubiese gustado poder decir que para echar un vistazo a la situación y pensar en el mejor modo de usar sus sustancias alquímicas pero lo cierto era que lo hizo buscando a Vincent. Estaba preocupada por él. No tardó en encontrarlo arrojando una escala enemiga de nuevo al suelo y cerca de las llamas que los arqueros usaban para prender fuego a sus flechas antes de dispararlas contra los Nórgedos. Gracias a los dioses estaba bien.
-Vincent. Vincent.- Le llamó tratando de hacerse oír por encima del ruido del combate al mismo tiempo que trataba de mantenerse a salvo de las flechas de los adversarios y del lugar donde el combate era a espada. -Traemos material de alquimia para lanzárselo a los atacantes. Necesitamos usar las catapultas para lanzar los barriles contra ellos y tu magia de fuego para hacerlos estallar.- Comenzó a explicarle evitando dar cualquier tipo de explicación más sobre su presencia allí o sobre si era peligroso estarlo. No había tiempo para eso. En ese momento llegaron los dos primeros soldados con uno de los barriles llenos de líquidos inflamables. -Cuando golpeen el suelo le arrojas tu fuego y esté se extenderá por una amplia zona causando fuertes deflagraciones. Eso pueden hacerlo los arqueros también. También puedes dispararle a los barriles en el aire, eso causara que llueva fuego sobre ellos. También he recuperado el aceite hirviendo...Ya sé que estáis ocupados pero...En serio...Supongo que necesitabais un toque femenino aquí arriba.- Bromeó mientras señalaba a los soldados la catapulta cercana para que comenzaran a cargar en ella el primer barril.
Por desgracia las cosas no iban a ser tan fáciles a la hora de desatar el infierno sobre sus enemigos. Una de las escalas de los Nórgedos había llegado justo a ese punto de la muralla y los defensores no estaban siendo capaces de evitar que llegaran hasta allí arriba. Dirigidos por un hombre de más de dos metros, armado con dos grandes cimitarras y con el rostro tapado por una máscara de metal que mostraba una feroz sonrisa aquel grupo de asaltantes estaba logrando hacerse con el control de la zona y permitiendo que más de los suyos ascendieran casi sin problemas hasta allí. Debían expulsarlos o estarían en serios problemas, además de que era necesario para usar la catapulta.
En ese momento aquel gigante enemigo miró en su dirección y pareció fijarse en el barril. En sus ojos llevaba grabado un odio irrefrenable y con una gutural orden y un gesto de su poderoso brazo instó a los suyos a atacar en dirección a la elfa, el brujo y el primero de los barriles. Barril que bien podría ser el último si no giraban las tornas de inmediato.-Necesitamos esa catapulta.- Fue cuanto dijo a los demás mientras comenzaba a canalizar maná y bendecía a Vincent y a sí misma con un aumento de sus capacidades y a los soldados que transportaban el barril con una armadura mágica sobre las que ya portaban.
-¿Qué me traes?. Espero que sean los escudos de lágrima para la tropa de lanceros, debería de haber llegado ayer y no aparecen por ninguna parte.- Se quejó el hombre en voz alta aunque de forma claramente retórica, y es que por mucho que preguntara aquel carretero seguramente no tendría ni la menor idea de sobre qué le estaba hablando salvo que los dioses le dieran un instante de lucidez y recordara el manifiesto de carga de todo aquel convoy de tropas y suministros. Simplemente lo había hecho por decir algo y aliviar algo de tensión.
-No es un qué sí no a quiénes. Son parte de los reclutas de Lunargenta jefe.- Fue la respuesta del carretero, la cual logró que el suboficial enarcara una ceja con extrañeza antes de volver a colocarse el yelmo y comenzar a caminar hasta la parte trasera de aquel carromato. -Espere jefe no puede...-
-¿Y qué les pasa?. ¿No tienen piernas?. ¿Debemos ir muy sobrados de transportes para llevar a los soldados en ellos y no marchando?. A ver, abajo señoritas, se acabó el paseo.- Dijo a la vez que retiraba las telas que cerraban la parte trasera del transporte de golpe y con fuerza, dedicando una mirada de perdonavidas hacia su interior que rápidamente cambió cuando descubrió quiénes componían el pasaje a una cara de sorpresa, con los ojos abiertos como platos. -Oh...Vaya. Lo lamento- fue cuanto pudo decir cerrando de nuevo la tela más rápido aún que al abrirla y girándose comenzando a ponerse rojo hasta las orejas y no precisamente por el caluroso clima de Roilkat. -¿Por qué no me dijiste que eran señoritas de verdad?.- Se quejó al carretero, quizá intentando echarle la culpa de lo ocurrido a otro y estar quedar así más tranquilo consigo mismo.
-Intenté decirle que no abriese...Son sanadoras, alquimistas y demás. Algunas están...Acomodándose al clima de aquí antes de salir y ...- Respondió el otro también comprendiendo por el rubor del soldado que había visto algo que no debería, al menos no sin el permiso de las señoritas que había llevado hasta allí. -¿Ha visto sus...?- Preguntó entonces con cierto interés.
-!No he visto nada!. Mis disculpas por mi rudeza señoritas.- Habló hacia la tela.- En cuanto terminen haré que las acompañen al puesto médico y allí les asignaran sus cometidos.- Explicó de forma mucho más amable que antes mientras que la tela se movía de nuevo lentamente y, con cuidado de no revelar nada del interior del carro, salía una joven elfa peliblanca vestida con una ligera túnica blanca y negra con detalles dorados. Un tipo de ropa que en Lunargenta muchos humanos considerarían demasiado reveladora pero que parecía ser muy cómoda para el calor de Roilkat y del agrado de aquel suboficial.
-Muy amable, ¿Sargento?.- Aventuró la joven elfa hablando con voz cantarina interpretando el tipo de equipo e insignias de aquel hombre para conocer su rango en base de lo que sabía por experiencia propia pues no era la primera vez que se hallaba enrolada en el ejército de los humanos a pesar de no ser de su misma raza. -Llevamos en el carro también parte de los materiales e ingredientes para nuestro trabajo. El resto iba en los carros que nos seguían- Informó la joven aunque quizá el hombre ya se hubiera dado cuenta durante su corta mirada al interior.
-Entiendo. Me...Me ocuparé de que se lleve todo hasta allí. De nuevo disculpas por mi...Intromisión, no sabía que...-
-Por mi parte no hay nada que disculpar. Ya les dije que esperaran a estar instaladas para cambiarse de ropa pero no paraban de quejarse por el calor. Yo siempre visto así así que...Es tan culpa suya como vuestra en todo caso.- Respondió la joven peliblanca quitándole hierro al asunto y con sinceridad. Cambiarse en el carromato rodeadas de soldados...Gran idea.
-Gracias. ¿Sois la líder del grupo?.-
-¿La líder?, No, que va. Pero era la única vestida.-
Las demás no tardaron mucho en estar presentables, aunque a algunas el rubor y la vergüenza por haber sido pilladas mientras se cambiaban de ropa les duraría un buen rato más. Llegadas a ese punto se dirigieron juntas hasta aquel hospital de campaña desde el cual parecía que se se coordinarían los esfuerzos de las personas con sus mismas capacidades. Se trataba de una posada bastante grande y sólida reconvertida en centro médico a toda prisa, seguramente por ser un edificio fuerte y amplio y por su posición estratégica dentro de la ciudad, defendible y cerca de las murallas aunque no lo suficiente como para estar en primera línea, además de ser una plaza donde convergían varias calles de aspecto importante. El lugar era un foco de frenética actividad en el cual decenas de personas se afanaban por descargar los materiales e ingredientes que iban llegando mientras que otros tantos hombres armados lo hacían tratando de levantar barricadas para convertir la ubicación en una especie de plaza fuerte. Estaba bien ser precavidos, quien no se prepara bien para la batalla se prepara para perder...Pero ver aquello hizo que la peliblanca no pudiera evitar preguntarse si los defensores realmente creían que aquellos Norgredos podrían ser capaces de atravesar las murallas de la ciudad.
En cualquier caso, una vez dentro y a pesar de que a causa de los preparativos a la carrera aquello parecía más un hormiguero recién pisado por un niño, pronto cada una de ellas fue asignada a una división obedeciendo a una lista detallada creada por los mandos atendiendo a las habilidades que cada una había acreditado durante el reclutamiento. Un par de ellas permanecerían allí mismo como sanadoras y comenzarían a ayudar con los preparativos, otras irían a la parte trasera a colaborar con la atención de los heridos y enfermos, aunque en ese punto por lo visto solo había algunas insolaciones por el duro trabajo bajo un sol de justicia y un par de lesiones menores a causa de pequeños accidentes. En cuanto a Níniel, los oficiales debieron de considerar que sus habilidades como alquimista eran más necesarias que sus dotes como sanadora y su destino fue el sótano de aquella posada, lugar reconvertido en laboratorio de alquimia y donde ya había otros alquimistas trabajando a destajo en todo tipo de fórmulas.
Una vez abajo, tan pronto como la elfa descendió los últimos escalones fue recibida por la persona al mando. Un hombre casi calvo salvo por unos escasos mechones de pelo cano extremadamente largos teniendo en cuenta el resto de su carencia de cabello y que parecía un hombrecillo de lo más inquieto y nervioso, de hecho a la elfa le recordó a un ratoncito.
-Bien, bien...Por fin nos envían a alguien más. No damos a basto, mucho que hacer y pocas manos hábiles para lograrlo.- Comentó mirando hacia uno de sus compañeros con aquel último comentario, haciendo que el aludido le hiciera un gesto bastante grosero con la mano antes de seguir a lo suyo con aparente diligencia. -Porque vienes a ayudarnos ¿no?. No pareces una de los soldados del capitán Fornost...¿No lo eres no?. Si lo eres te diré lo mismo que a los anteriores...Estará listo cuando esté listo.-
-Efectivamente vengo a ayudar, soy alquimista. Y no, no conozco a ningún capitán Fornost y parece que he tenido suerte. No se debe meter prisa a un alquimista cuando trabaja.- Respondió la peliblanca comenzando a echar un vistazo a su alrededor y revisando el equipo con el que contaban, así como por encima tratar de averiguar en qué trabajaban algunos de aquellos compañeros alquimistas.
-Así es, nos llevaremos bien. Entonces te pediré que te pongas a trabajar ya mismo si te ves con fuerzas. Debe de haber sido un viaje largo...¿Cuál es tu especialidad?.- Preguntó frotándose las manos de modo que cada vez parecía más un roedor.
-Sanación y refuerzo, pero he estudiado muchas cosas diferentes como somníferos, anestesias, productos inflamables, incluso cambio de género y edad. Aunque es una larga historia y fue por accidente.- Añadió eso último para evitar la curiosidad de aquel hombre que pareció mostrarse muy interesado por aquello.
-Excelente, el capitán me presiona para que les ayudemos con las defensas en las murallas. Creo que eres adecuada para trabajar en ello. Puedes ocupar aquel equipo de allí. Cualquier cosa que necesites...Ahora mismo está todo un poco manga por hombro pero dímelo y lo encontraré. Quiero que trabajes en algo que le diga a esos nórgedos "Si venís esto es lo que os espera malnacidos hijos de perra, corred".- Frunció los labios como arrepintiéndose de haber dicho palabras tan malsonantes. -Ya me entiendes.-
-Sí, lo entiendo. Está bien, me pondré en ello de inmediato, mi viaje ha sido bastante cómodo con respecto al de muchos otros, estoy lista para empezar.-
Níniel pasó los días siguientes trabajando en diferentes proyectos destinados a reforzar las defensas de aquella ciudad. Su primera opción por supuesto fue trabajar en productos inflamables y volátiles que pudiesen ser arrojados por los defensores, ya fuera a mano o mediante el uso de las catapultas y balistas que jalonaban los muros de piedra. Esa clase de armas sin duda cumplirían a la perfección las directrices del jefe del laboratorio aunque a la peliblanca le preocupaba más que se convirtieran en armas de doble filo, por lo que la mayor parte del tiempo su mente estuvo ocupada en mejorar su transporte y almacenamiento así como mejorando la estabilidad de sus fórmulas. Debía asegurarse en la medida de lo posible de que estallaran cuando ellos quisieran y no por algún golpe fortuito.
La solución llegó de manos de un producto a base de resinas extraídas de insectos, extracto de polen de flor roja y núcleo de foliota escamosa tratado con una disolución de hongo Warrell. Dicho preparado usado sobre la madera de los barriles que contendrían los materiales volátiles aumentaba considerablemente su resistencia a los golpes y al fuego normal, aunque al mismo tiempo los hacía vulnerables a la magia. Por suerte contaban con bastantes brujos entre los defensores, motivo de haber seguido aquel desarrollo.
Cuando la peliblanca no estaba en el laboratorio comía con los demás en el salón principal de aquella posada-hospital y dormía por turnos en algunas de las habitaciones de las plantas superiores que no habían sido acondicionadas para pacientes o como almacenes, aunque rara vez era la misma, tener habitación propia sonaba a auténtico lujo en aquellos momentos, uno que no podían permitirse.
Fueron días de trabajo frenético pero a la vez bastante buenos para la joven alquimista. Normalmente siempre había trabajado sola en su laboratorio, como mucho bajo la atenta mirada de su madre o de Otrore, pero nunca formando parte de un equipo de alquimistas que trabajaran y colaboraran juntos con metas similares. Simplemente compartiendo métodos y consejos Níniel aprendió bastantes cosas al igual que enseño otras tantas. Y aunque parecía que todos en aquel sótano tenían personalidades peculiares, e incluso hubo algunas tiranteces, se formó una buena camaradería de la que surgieron grandes resultados. Resultados que no tardarían en ser puestos a prueba.
La pesadilla comenzó al anochecer, anunciada por las campanas de alerta que comenzaron a sonar por toda la ciudad, tan de repente que a muchos de los miembros de aquel hospital improvisado les pilló cenando, durmiendo o realizando sus tareas con absoluta normalidad y teniendo que dejar de hacerlo de forma abrupta, con sueños a medio soñar, inventarios a medio hacer, experimentos sin finalizar y comidas que tendrían que esperar. El lugar, que había logrado cierta normalidad con el paso del tiempo se convirtió nuevamente en un lugar caótico en el que mientras algunos se preparaban para atender a los posibles heridos otros se afanaban en vestirse y acudir rápidamente a su puesto.
-Níniel, no es una falsa alarma, todos se están preparando, tenemos a esos Nórgedos a las puertas de la ciudad o eso dicen los soldados. Tenemos que llevar los materiales alquímicos a las murallas de inmediato.-Dijo el jefe del laboratorio, Sander Cohen, dirigiéndose a la elfa que salía de su habitación tras prepararse con sus cosas incluida su armadura ligera, a la vez que trataba de coordinar las acciones del resto de su equipo claramente nervioso. Y es que siempre habían contado con disponer de tiempo de sobra para transportar sus obras desde allí, donde estaban a salvo, hasta las murallas ante las primeras señales del anunciado ataque, pero parecía que aquellos Nórgedos no iban a ser tan condescendientes como todos esperaban y tocaba correr. -Ve a las murallas, rápido.-
-Está bien voy para allá.- Fue la respuesta de la elfa comenzando a correr apresuradamente hacia el lugar de almacenaje de los productos donde varias decenas de soldados y otros alquimistas se afanaban por cargar los últimos barriles y materiales en los carros.
Era una tarea que le correspondía, igual que supervisar su uso una vez en las murallas. De hecho técnicamente formaba parte junto con otros de una de las unidades de defensa de los muros como alquimista, salvo que como resultaba evidente no podía fabricar nada subida allí arriba por lo que ni siquiera había llegado a pisar aquella formidable línea defensiva, aunque le habían informado de los detalles que necesitaba para desempeñar su labor.
-¿Falta mucho?. Seguro que ya no están echando en falta- Preguntó la joven nada más llegar hasta los demás y ver que parecía que ya casi estaba todo listo, incluso algunos de los carros comenzaban ya a salir hasta el punto de la muralla donde los productos iban a ser usados.
-Ya estamos, me gustaría decir que tenemos suficiente pero...Bueno, hemos hecho todo lo que hemos podido.- Se quejó uno de los alquimistas mientras subía a su carro y se ponía en marcha. Despidiéndose con la mano y una falsa sonrisa en la boca. -Ten cuidado y procura que no te maten- Voceó ya a punto de perderse por una de las calles.
Níniel no pudo evitar una mueca de preocupación mientras subía a su propio carro a punto de partir hacia su puesto. ¿Cuántos de sus compañeros volverían vivos?. Más aún, ¿volvería alguno de ellos?. La mayoría eran estudiosos no luchadores, y aunque deberían permanecer protegidos por otros soldados más capaces en el combate en una batalla nunca se sabía. Solo podía rezar a los dioses del bosque por ellos, y por todos los defensores y habitantes de la ciudad así como por sí misma.
-Todo listo para salir alquimista.- Informó uno de los soldados que la acompañarían hasta las murallas tanto a ella como al conductor que ante un asentimiento de la peliblanca instó a los caballos a ponerse en marcha. Haciéndolo en un silencio solo roto por el sonido de las ruedas del carro sobre las piedras de la plaza, el de las armaduras de los soldados con su trote tras el carro y el tañido de fondo de las campanas. Al menos hasta que se acercaron a los muros y el sonido de la batalla eclipsó todo lo demás.
-!Eh!. Los del carro.- Les dijo un hombre-perro en cuanto llegaron ante la entrada de la torre que les llevaría hasta lo alto de la muralla, donde los defensores ya estaban luchando por sus vidas. -Necesitamos llegar al hospital de campaña- Continuó diciendo mientras la peliblanca bajaba de un salto y echaba un vistazo alrededor para hacerse una idea de la situación. Viendo como varios calderos de aceite al fuego se encontraban sin supervisión y sin nadie que los usara.
-Mi hermano te a hecho una pregunta elfa. Es importante. El gordo ha muerto y no tenemos aceite ni alquimistas. Necesitamos fuego.- Dijo un segundo hombre-perro con una gran parecido con el primero y que parecía claramente nervioso, incluso perdido.
-Y flechas- Dijo el otro.
-No parecéis heridos...Nosotros venimos de allí, soy alquimista. Traemos los productos para usarlos en la defensa. Fuego...- Añadió por si aquel par no comprendían lo que les estaba diciendo. Parecía que aquellos dos habían sido enviados para buscarles a ellos precisamente, aunque por lo visto alguien había enviado a los únicos tontos que no parecían saber hacia dónde debían dirigirse para cumplir con su cometido. -Con las flechas no puedo ayudaros. ¿Y qué pasa con estos calderos?. No deberían estar siendo usados?.-
-El gordo murió, el se ocupaba del aceite- Dijeron ambos hermanos a la vez con cara de estar cansados de repetir lo mismo una y otra vez, algo realmente absurdo.
-Ajá, lo lamento...Y no podéis coger vosotros mismos los calderos porque...-Preguntó la elfa con el tono que usaría para hablar con unos niños pequeños, de hecho parecía que aquel par eran más cortos que un niño lactante.
-Porque...Oye, pues es buena idea.- Dijo uno de ellos como si la elfa hubiese descubierto algo formidable.
-Ya...Poneros a ello y ayudadnos a llevar el contenido de este carro a la muralla. Necesitaré un brujo para usarlo en las catapultas. ¿Hay alguno?.- Continuó preguntando mientras que los soldados que la acompañaban se ponían manos a la obra.
-Sí, está Vincent...Salvo que le hayan matado como al gordo.-
-No, el gordo era un blanco muy grande, Vincent sabe lo que se hace, seguro que sigue vivo.-
-¿Vincent?. ¿Un brujo rubio, atractivo y que lanza bolas de fuego explosivas?- Preguntó la joven elfa sin dar crédito a que aquellos dos pudiesen referirse a ese Vincent, “Su Vincent”. Aunque por alguna extraña razón y a pesar de que seguramente habría muchos brujos con ese nombre ya sabía que se trataba de él.
-Pues sí, ¿Lo conoces?- preguntaron ambos de nuevo al unisono. Una costumbre que a Níniel estaba empezando a ponerle los pelos de punta.
-Desde luego que sí. Vamos, moveros muchachos, subid el aceite hirviendo, que algunos soldados os ayuden, y poned más al fuego una vez usado. El resto llevad todo esto arriba pero escalonadamente. Que no se acumule arriba.- Instó a todos dando unas órdenes que por rango aquellos hombres y mujeres no tendrían porque obedecer pero que comenzaron a cumplir a rajatabla. Al fin y al cabo parecía ser la única por allí que al menos tenía las cosas claras.
Mientras los demás hacían lo que les había dicho Níniel subió a toda velocidad hasta la muralla. Le hubiese gustado poder decir que para echar un vistazo a la situación y pensar en el mejor modo de usar sus sustancias alquímicas pero lo cierto era que lo hizo buscando a Vincent. Estaba preocupada por él. No tardó en encontrarlo arrojando una escala enemiga de nuevo al suelo y cerca de las llamas que los arqueros usaban para prender fuego a sus flechas antes de dispararlas contra los Nórgedos. Gracias a los dioses estaba bien.
-Vincent. Vincent.- Le llamó tratando de hacerse oír por encima del ruido del combate al mismo tiempo que trataba de mantenerse a salvo de las flechas de los adversarios y del lugar donde el combate era a espada. -Traemos material de alquimia para lanzárselo a los atacantes. Necesitamos usar las catapultas para lanzar los barriles contra ellos y tu magia de fuego para hacerlos estallar.- Comenzó a explicarle evitando dar cualquier tipo de explicación más sobre su presencia allí o sobre si era peligroso estarlo. No había tiempo para eso. En ese momento llegaron los dos primeros soldados con uno de los barriles llenos de líquidos inflamables. -Cuando golpeen el suelo le arrojas tu fuego y esté se extenderá por una amplia zona causando fuertes deflagraciones. Eso pueden hacerlo los arqueros también. También puedes dispararle a los barriles en el aire, eso causara que llueva fuego sobre ellos. También he recuperado el aceite hirviendo...Ya sé que estáis ocupados pero...En serio...Supongo que necesitabais un toque femenino aquí arriba.- Bromeó mientras señalaba a los soldados la catapulta cercana para que comenzaran a cargar en ella el primer barril.
Por desgracia las cosas no iban a ser tan fáciles a la hora de desatar el infierno sobre sus enemigos. Una de las escalas de los Nórgedos había llegado justo a ese punto de la muralla y los defensores no estaban siendo capaces de evitar que llegaran hasta allí arriba. Dirigidos por un hombre de más de dos metros, armado con dos grandes cimitarras y con el rostro tapado por una máscara de metal que mostraba una feroz sonrisa aquel grupo de asaltantes estaba logrando hacerse con el control de la zona y permitiendo que más de los suyos ascendieran casi sin problemas hasta allí. Debían expulsarlos o estarían en serios problemas, además de que era necesario para usar la catapulta.
En ese momento aquel gigante enemigo miró en su dirección y pareció fijarse en el barril. En sus ojos llevaba grabado un odio irrefrenable y con una gutural orden y un gesto de su poderoso brazo instó a los suyos a atacar en dirección a la elfa, el brujo y el primero de los barriles. Barril que bien podría ser el último si no giraban las tornas de inmediato.-Necesitamos esa catapulta.- Fue cuanto dijo a los demás mientras comenzaba a canalizar maná y bendecía a Vincent y a sí misma con un aumento de sus capacidades y a los soldados que transportaban el barril con una armadura mágica sobre las que ya portaban.
Subrayado uso de la profesión alquimia.
Usadas las habilidades de Níniel, Abrazo de isil e intelecto arcano.
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Níniel Thenidiel
Aerandiano de honor
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Re: Desde las nubes [Mega Evento - Nórgedos]
Esperaba que los perros tuvieran éxito al encontrar al alquimista, o la guarnición a la que había sido asignada lo pasarían muy mal al defender la muralla. Parecía que los Nórgedos habían acumulado un inmenso odio dentro de su ser a lo largo de generaciones. Y que todo ese odio acumulado durante tanto tiempo, les llevara a desear con todas sus fuerzas hacer desaparecer del mapa una de las ciudades gobernadas por los hombres que los habían castigado. A ellos directamente, o a sus padres, abuelos, etc. Toda una ciudad fantasma en alguna parte recóndita del desierto. Creada con todos aquellos castigados a morir en las arenas, hombres y mujeres, que en vez de eso encontraron un nuevo hogar donde asentarse. Un lugar que ahora estallaba con toda su furia acumulada, con toda la fuerza de la venganza.
Las escalas parecían que se multiplicaban una tras otra como si no hubiera un límite para ellas. Y a los defensores cada vez les costaba más devolverlas al suelo con los Nórgedos que se estuvieran aventurando a subir por ellas. Tal era la cantidad de tropas enemigas que al brujo le costaba encontrar un momento de respiro entre pelea y pelea para descansar. Para reponer fuerzas, pero también para pensar con claridad. Fue en uno de esos instantes cuando se percató de la insensatez que había cometido. Si esos perros estaban tan libres como para venirle a preguntar por la alquimia, igualmente lo hubieran estado para ir a calentar aceite como lo había estado haciendo el cocinero.
- Ahg. Maldita sea-, refunfuñó bastante molesto por su propia idiotez.
El sonido del golpe de otra escala contra la muralla llamó su atención. Y no tuvo más remedio que dejar su “descanso” para otro momento más propicio. Si una de esas escalas tenía éxito, entonces sí que no iba a poder tomarse un respiro. En ese momento la batalla en el muro se recrudecería, y los invasores tendrían una cuña con la que poder extenderse por lo alto de la muralla. Un simple despiste y todo el entramado defensivo podría venirse abajo.
Un Nórgedo asomó la cabeza solo el tiempo suficiente para recibir un golpe de espada mortal del brujo que lo lanzó al vacío. Los bandidos usaban por lo general escalas normales, pero también usaban unas que se enganchaban al muro con unas piezas de metal lanzadas por la infantería en la base del muro, y por medio de unas cuerdas como si fueran poleas las elevaban. Manejaban una táctica arriesgada de subirse a la escala mientras otros los impulsaban contra el muro, y por eso llegaban tan pronto a lo alto de la muralla si sus compañeros conseguían el objetivo de colocarla.
En cuanto mató al Nórgedo que iba en cabeza, Vincent cortó las cuerdas que sostenían los soportes de la escala y la lanzó hacia atrás con todos los inquilinos que iban en ella buscando acceder a lo alto del muro que defendía la guarnición del brujo.
- Esta vez no chavales. Más suerte para la próxima-, comentó sarcástico viendo caer la escala. - Si es que sobrevivís a eso-, dijo justo antes de escuchar una voz.
La había odio levemente, entre todo el ruido de la batalla, casi como si solo hubiera resonado en su mente. Y por unos momentos incluso pensó que realmente solo la había escuchado dentro de su cabeza. Fruto del deseo de verla y de recibir toda la ayuda que ella podría ofrecerle un momento así. No solo por sus poderes, que los ayudarían tanto a él como a la guarnición a sobrevivir a aquella batalla, sino porque sola su mera presencia lo reconfortaba. Le daba sabiduría en los momentos complicados, estabilidad en las situaciones caóticas, paz en mitad de la guerra.
- ¿Níniel? - dijo en un susurro casi inaudible dando unos pasos dubitativos hacia la elfa. - ¡Nín! - corrió hasta acercarse a la peliblanca. - Níniel, ¿qué demonios haces aquí?
Lo preguntó más por el hecho de que la sacerdotisa estuviera en Roilkat que porque estuviera en esa muralla. No necesitó una palabra de ella para saber que había venido como el resto de voluntarios de Lunargenta para la defensa de la ciudad. Como él mismo había hecho. Aunque no podía negar que era una gran casualidad que la elfa acabara en el mismo lugar defensivo que él. La ciudad era grande y que ambos tuvieran que proteger la misma muralla era fruto de un gran azar. O deseo de los dioses.
- Me preocupa que estés en esta ciudad-. La situación no pintaba muy bien. - Pero me alegra que estés a mi lado-, sonrió. Había pocas elfas más poderosas que Nín. Sus poderes les vendrían bien para seguir resistiendo. - Bien, llevaremos esos barriles a la catapulta más cercana-, contestó a la elfa, aunque haciéndose oír por el resto de soldados cercanos. No era momento para distenderse en palabras.
- ¡Ya habéis oído chicos! - gritó Eddard, que se había acercado también al ver a todos esos soldados que subían materiales. - ¡No perdamos más tiempo!
- Sí que necesitábamos ese toque femenino-, comentó con picardía posando su mirada en los ojos de la elfa.
Le hubiera gustado decir algo más, pero no podía ser. Como había pensado anteriormente no era lugar ni momento para charla, y además el sonido de los soportes de otra escala resonaron contra la muralla muy cerca de su posición.
- Muchachos. Otro esfuerzo más. ¡Por Roilkat! - gritó el sargento lanzándose al ataque.
- ¡Por Roilkat! - gritaron los hombres siguiendo a su superior al enfrentamiento.
Nada más ver al mastodonte que tenían delante sabía que les iba a suponer un problema considerable, más cuando clavó una de sus cimitarras en el pecho de uno de los defensores como si fuera un muñeco de paja. Por fortuna Níniel había llegado en el momento adecuado, pues ya podía sentir en su interior el aliento que le daba la magia de la sacerdotisa.
Se había sentido extraño la primera vez que había sentido el poder de la elfa sobre su cuerpo. Extraño pero fuerte y ligero. Con la mente preclara. Y con el pasar del tiempo se había ido acostumbrando cada vez más a los poderes de la sacerdotisa de los bosques. ¿Y quién no se acostumbraría a sentirse más fuerte en combate? Era magia peculiar la de los elfos, y esto no hacía más que incrementar su deseo por aprender más de la cultura de los habitantes de Sandorai.
Pronto, prácticamente un palmo de terreno sobre la muralla se convirtió en un campo de batalla. Hombres de ambos bandos morían bajo el acero de los rivales. Unos intentando que los Nórgedos no se convirtieran en mayoría cerca de la escala provocando un debacle en las defensas, los segundos intentando abrir brecha.
El gran soldado enemigo llamaba la atención del brujo, pero no podía lanzar uno de sus poderes con aliados tan cercanos, y en realidad otro asunto era más preocupante. La escala. No pudiendo hacer nada contra la bestia armada con dos cimitarras, el rubio corrió hacia la escala, cortando con rapidez las sogas que sostenían los soportes contra el entramando de madera. La distracción y sacrificio de sus compañeros fue vital para que pudiera hacerlo, y por ello no debía perder más tiempo o seguirían subiendo más enemigos a lo alto de la muralla. Con un golpe de viento lanzó la escala hacia atrás, haciendo que al menos los Nórgedos que habían conseguido acceder a lo alto del muro quedaran aislados.
Vincent se preparó para luchar contra el resto de invasores, y de refilón vio como el filo de una espada venía hacia él, esquivándola de milagro. Rodó por el suelo, pero antes de que pudiera hacer nada más sintió una gran mano aprisionando su cuello. El rubio pudo mirar a los ojos del soldado que lo asfixiaba, mientras este lo levantaba varios palmos del suelo como si no pesara absolutamente nada. Era el grandullón.
Se preparó un conjuro simple de fuego para quemarle el rostro, más antes de que pudiera llevarlo a cabo una espada golpeó en el codo del brazo, protegido por placas, que lo sostenía, liberándolo. Era el sargento Ed, que inmediatamente después, fue golpeado con la empuñadura de la cimitarra que agarraba el bruto, cayendo desplomado por la contundencia del golpe en la cabeza. Luego el Nórgedo agarró el arma con las dos manos preparándose para rematar al sargento.
El brujo aprovechó y lanzó su conjuro preparado sobre la cara del rival, no era gran cosa pero lo tenía ya pensado y era lo más rápido que tenía. Como había supuesto, el ataque solo sirvió para enfurecer a su rival y llamar su atención. Vinc esquivó un primer ataque de este, pero luego no pudo evitar que le diera una patada en el pecho lazándolo hacia atrás.
El rubio cayó contra algo sólido, y sintió dolor por todas partes por el impacto. Le dolía la espalda con la que había aterrizado, y el pecho donde había recibido el golpe. Pero lo más preocupante era la falta de aire, que le obligó a estirarse mientras estaba tirado para ayudarse a recuperar el aliento. El brujo, boca arriba, observó hacia atrás mientras se recuperaba. Y cuando volvió a mirar al frente, pudo ver como el Nórgedo se preparaba para rematarlo como antes lo había intentado con Eddard. Aunque en esta ocasión cogió la segunda cimitarra que tenía enganchada en la espalda. Vinc tanteó el suelo preocupado, y observó que su espada había quedado tirada algo lejos. La había perdido por la fuerza de la patada del mastodonte, y por unos instantes pensó en recuperarla con telekinesis para protegerse del ataque que ya iniciaba su enemigo. ¿De qué serviría? De nada. No podría cogerla tan rápido y tampoco podría frenar con ella la fuerza de su rival.
El tiempo parecía ir lento, como en cámara lenta. Como una burla del destino ante su inevitable muerte. No obstante una idea descabellada se abrió paso de su mente cuando recordó algo. El brujo volvió a mirar hacia atrás, y vio a un metro de distancia su objetivo. Estiró ambos brazos hacia atrás y tiró de la palanca con sus poderes telekinéticos.
Un chasquido resonó. Una gran saeta salió dispara tras el sonido ensartándose en el pecho del bruto, que ya tenía una de sus cimitarras por encima de su cabeza saboreando su pronta victoria. La fuerza del proyectil levantó por el aire incluso al gran soldado, e hizo que se estrellara en lo alto del muro de lumbares para abajo, siguiendo su curso el astil atravesándolo.
Vincent se quedó mirando sin hacer nada. Sorprendido. Ese tipo tenía un boquete tan ancho como un brazo en el pecho y aún así se movía. El Nórgedo se incorporó de su posición sobre la muralla, y el brujo cogió su espada con telekinesis preparándose para lo peor. Sin embargo, en cuando la bestia dio un paso cayó de bruces por la inercia. Solo había permanecido vivo unos instantes más fruto de la adrenalina, para luego terminar de morir. El rubio suspiró
Allí se quedó un momento, observando su alrededor. La lucha del resto de defensores contra los Nórgedos que aún permanecían en pie sobre la muralla. Como rechazaban más escalas, e incluso pudo apreciar como algunos lanzaban aceite nuevamente. Por fin se había puesto de nuevo en funcionamiento gracias a Níniel. También se fijó como unos soldados se llevaban a rastras el cuerpo del sargento. No creía que estuviera muerto. O puede que sí. El golpe del grandullón había sido muy contundente. Lo que estaba claro era que por ahora no podría contribuir más en la defensa de Roilkat.
No se quedó más tiempo allí, recuperándose. La muralla no tenía más tiempo y él no podía perderlo. Se incorporó observando como un nuevo rival se encaminaba hacia a él, pero antes de que pudiera hacerle frente, una flecha le atravesó el cuello matándolo en el acto.
- ¿Qué haces? - dijo Dom, arco en mano
- No es momento para dormir-, siguió Tom
- La elfa te necesita-, dijeron al unísono.
- Vamos a lanzar ese producto suyo-, comentó Tom
- Nos dijo que te avisáramos-, puntualizó Dom, señalando hacia la catapulta.
- Está bien. Haremos lo que dijo. Id allí y lanzad el barril. Yo me encargaré del resto-, contestó.
- Así se habla-, respondieron a la vez, corriendo hacia la catapulta.
Vincent se puso delante de la catapulta, casi al borde de la muralla, donde podía divisar el ejército enemigo delanta. Después preparó varios proyectiles entre los dedos de su mano con ayuda del fuego de otra de las piras. Los proyectiles mismos que había usado en ocasiones anteriores para destrozar a las numerosas fuerzas invasoras. Estaba más cansado que al principio, y no obstante le costó casi el mismo esfuerzo hacerlas ahora que la primera vez que las había realizado. La magia de Níniel aumentaba su potencia y no necesitaba acumular mucha magia para hacer unas bolas de fuego igual de dañinas que las anteriores.
El brujo miró hacia los hombres-bestia que estaba a los mandos de la catapulta y les hizo una señal afirmativa con la cabeza.
- ¡Ahora! - gritó, y observó como el barril salía volando por encima de su cabeza.
Lo observó avanzar por el aire unos metros, y antes de que se alejara demasiado lanzó con su telequinesis una des bolas contra el barril. Este estalló en mil pedazo iluminando la noche unos instantes, provocando una lluvia de fuego sobre los Norgévos.
- ¡No paréis! ¡Seguid lanzando más! - gritó esta vez.
La situación había mejorado levemente. La ayuda de Níniel había sido inestimable para ello, pues de otro modo seguramente hubieran perdido la muralla. O por lo menos hubieran sufrido mucho más para mantenerla. De todas formas aún quedaba mucho por delante. Los Nógerdos no se rendirían tan fácilmente. Era pronto para cantar victoria, pero una cosa tenía clara. Pondría todo su empeño y aliento en mantener a salvo la ciudad. Por las gentes inocentes que no querían guerras, los niños que tenían toda la vida por delante, y por las dos mujeres que quería y que permanecían en esa ciudad. Su hermana y su amada elfa.
No pudo evitar un pensamiento mientras esperaba que los perros cargaran de nuevo la catapulta. ¿Dónde estaría Elen? Luchando como él. De eso estaba seguro. Solo esperaba que estuviera bien.
Las escalas parecían que se multiplicaban una tras otra como si no hubiera un límite para ellas. Y a los defensores cada vez les costaba más devolverlas al suelo con los Nórgedos que se estuvieran aventurando a subir por ellas. Tal era la cantidad de tropas enemigas que al brujo le costaba encontrar un momento de respiro entre pelea y pelea para descansar. Para reponer fuerzas, pero también para pensar con claridad. Fue en uno de esos instantes cuando se percató de la insensatez que había cometido. Si esos perros estaban tan libres como para venirle a preguntar por la alquimia, igualmente lo hubieran estado para ir a calentar aceite como lo había estado haciendo el cocinero.
- Ahg. Maldita sea-, refunfuñó bastante molesto por su propia idiotez.
El sonido del golpe de otra escala contra la muralla llamó su atención. Y no tuvo más remedio que dejar su “descanso” para otro momento más propicio. Si una de esas escalas tenía éxito, entonces sí que no iba a poder tomarse un respiro. En ese momento la batalla en el muro se recrudecería, y los invasores tendrían una cuña con la que poder extenderse por lo alto de la muralla. Un simple despiste y todo el entramado defensivo podría venirse abajo.
Un Nórgedo asomó la cabeza solo el tiempo suficiente para recibir un golpe de espada mortal del brujo que lo lanzó al vacío. Los bandidos usaban por lo general escalas normales, pero también usaban unas que se enganchaban al muro con unas piezas de metal lanzadas por la infantería en la base del muro, y por medio de unas cuerdas como si fueran poleas las elevaban. Manejaban una táctica arriesgada de subirse a la escala mientras otros los impulsaban contra el muro, y por eso llegaban tan pronto a lo alto de la muralla si sus compañeros conseguían el objetivo de colocarla.
En cuanto mató al Nórgedo que iba en cabeza, Vincent cortó las cuerdas que sostenían los soportes de la escala y la lanzó hacia atrás con todos los inquilinos que iban en ella buscando acceder a lo alto del muro que defendía la guarnición del brujo.
- Esta vez no chavales. Más suerte para la próxima-, comentó sarcástico viendo caer la escala. - Si es que sobrevivís a eso-, dijo justo antes de escuchar una voz.
La había odio levemente, entre todo el ruido de la batalla, casi como si solo hubiera resonado en su mente. Y por unos momentos incluso pensó que realmente solo la había escuchado dentro de su cabeza. Fruto del deseo de verla y de recibir toda la ayuda que ella podría ofrecerle un momento así. No solo por sus poderes, que los ayudarían tanto a él como a la guarnición a sobrevivir a aquella batalla, sino porque sola su mera presencia lo reconfortaba. Le daba sabiduría en los momentos complicados, estabilidad en las situaciones caóticas, paz en mitad de la guerra.
- ¿Níniel? - dijo en un susurro casi inaudible dando unos pasos dubitativos hacia la elfa. - ¡Nín! - corrió hasta acercarse a la peliblanca. - Níniel, ¿qué demonios haces aquí?
Lo preguntó más por el hecho de que la sacerdotisa estuviera en Roilkat que porque estuviera en esa muralla. No necesitó una palabra de ella para saber que había venido como el resto de voluntarios de Lunargenta para la defensa de la ciudad. Como él mismo había hecho. Aunque no podía negar que era una gran casualidad que la elfa acabara en el mismo lugar defensivo que él. La ciudad era grande y que ambos tuvieran que proteger la misma muralla era fruto de un gran azar. O deseo de los dioses.
- Me preocupa que estés en esta ciudad-. La situación no pintaba muy bien. - Pero me alegra que estés a mi lado-, sonrió. Había pocas elfas más poderosas que Nín. Sus poderes les vendrían bien para seguir resistiendo. - Bien, llevaremos esos barriles a la catapulta más cercana-, contestó a la elfa, aunque haciéndose oír por el resto de soldados cercanos. No era momento para distenderse en palabras.
- ¡Ya habéis oído chicos! - gritó Eddard, que se había acercado también al ver a todos esos soldados que subían materiales. - ¡No perdamos más tiempo!
- Sí que necesitábamos ese toque femenino-, comentó con picardía posando su mirada en los ojos de la elfa.
Le hubiera gustado decir algo más, pero no podía ser. Como había pensado anteriormente no era lugar ni momento para charla, y además el sonido de los soportes de otra escala resonaron contra la muralla muy cerca de su posición.
- Muchachos. Otro esfuerzo más. ¡Por Roilkat! - gritó el sargento lanzándose al ataque.
- ¡Por Roilkat! - gritaron los hombres siguiendo a su superior al enfrentamiento.
Nada más ver al mastodonte que tenían delante sabía que les iba a suponer un problema considerable, más cuando clavó una de sus cimitarras en el pecho de uno de los defensores como si fuera un muñeco de paja. Por fortuna Níniel había llegado en el momento adecuado, pues ya podía sentir en su interior el aliento que le daba la magia de la sacerdotisa.
Se había sentido extraño la primera vez que había sentido el poder de la elfa sobre su cuerpo. Extraño pero fuerte y ligero. Con la mente preclara. Y con el pasar del tiempo se había ido acostumbrando cada vez más a los poderes de la sacerdotisa de los bosques. ¿Y quién no se acostumbraría a sentirse más fuerte en combate? Era magia peculiar la de los elfos, y esto no hacía más que incrementar su deseo por aprender más de la cultura de los habitantes de Sandorai.
Pronto, prácticamente un palmo de terreno sobre la muralla se convirtió en un campo de batalla. Hombres de ambos bandos morían bajo el acero de los rivales. Unos intentando que los Nórgedos no se convirtieran en mayoría cerca de la escala provocando un debacle en las defensas, los segundos intentando abrir brecha.
El gran soldado enemigo llamaba la atención del brujo, pero no podía lanzar uno de sus poderes con aliados tan cercanos, y en realidad otro asunto era más preocupante. La escala. No pudiendo hacer nada contra la bestia armada con dos cimitarras, el rubio corrió hacia la escala, cortando con rapidez las sogas que sostenían los soportes contra el entramando de madera. La distracción y sacrificio de sus compañeros fue vital para que pudiera hacerlo, y por ello no debía perder más tiempo o seguirían subiendo más enemigos a lo alto de la muralla. Con un golpe de viento lanzó la escala hacia atrás, haciendo que al menos los Nórgedos que habían conseguido acceder a lo alto del muro quedaran aislados.
Vincent se preparó para luchar contra el resto de invasores, y de refilón vio como el filo de una espada venía hacia él, esquivándola de milagro. Rodó por el suelo, pero antes de que pudiera hacer nada más sintió una gran mano aprisionando su cuello. El rubio pudo mirar a los ojos del soldado que lo asfixiaba, mientras este lo levantaba varios palmos del suelo como si no pesara absolutamente nada. Era el grandullón.
Se preparó un conjuro simple de fuego para quemarle el rostro, más antes de que pudiera llevarlo a cabo una espada golpeó en el codo del brazo, protegido por placas, que lo sostenía, liberándolo. Era el sargento Ed, que inmediatamente después, fue golpeado con la empuñadura de la cimitarra que agarraba el bruto, cayendo desplomado por la contundencia del golpe en la cabeza. Luego el Nórgedo agarró el arma con las dos manos preparándose para rematar al sargento.
El brujo aprovechó y lanzó su conjuro preparado sobre la cara del rival, no era gran cosa pero lo tenía ya pensado y era lo más rápido que tenía. Como había supuesto, el ataque solo sirvió para enfurecer a su rival y llamar su atención. Vinc esquivó un primer ataque de este, pero luego no pudo evitar que le diera una patada en el pecho lazándolo hacia atrás.
El rubio cayó contra algo sólido, y sintió dolor por todas partes por el impacto. Le dolía la espalda con la que había aterrizado, y el pecho donde había recibido el golpe. Pero lo más preocupante era la falta de aire, que le obligó a estirarse mientras estaba tirado para ayudarse a recuperar el aliento. El brujo, boca arriba, observó hacia atrás mientras se recuperaba. Y cuando volvió a mirar al frente, pudo ver como el Nórgedo se preparaba para rematarlo como antes lo había intentado con Eddard. Aunque en esta ocasión cogió la segunda cimitarra que tenía enganchada en la espalda. Vinc tanteó el suelo preocupado, y observó que su espada había quedado tirada algo lejos. La había perdido por la fuerza de la patada del mastodonte, y por unos instantes pensó en recuperarla con telekinesis para protegerse del ataque que ya iniciaba su enemigo. ¿De qué serviría? De nada. No podría cogerla tan rápido y tampoco podría frenar con ella la fuerza de su rival.
El tiempo parecía ir lento, como en cámara lenta. Como una burla del destino ante su inevitable muerte. No obstante una idea descabellada se abrió paso de su mente cuando recordó algo. El brujo volvió a mirar hacia atrás, y vio a un metro de distancia su objetivo. Estiró ambos brazos hacia atrás y tiró de la palanca con sus poderes telekinéticos.
Un chasquido resonó. Una gran saeta salió dispara tras el sonido ensartándose en el pecho del bruto, que ya tenía una de sus cimitarras por encima de su cabeza saboreando su pronta victoria. La fuerza del proyectil levantó por el aire incluso al gran soldado, e hizo que se estrellara en lo alto del muro de lumbares para abajo, siguiendo su curso el astil atravesándolo.
Vincent se quedó mirando sin hacer nada. Sorprendido. Ese tipo tenía un boquete tan ancho como un brazo en el pecho y aún así se movía. El Nórgedo se incorporó de su posición sobre la muralla, y el brujo cogió su espada con telekinesis preparándose para lo peor. Sin embargo, en cuando la bestia dio un paso cayó de bruces por la inercia. Solo había permanecido vivo unos instantes más fruto de la adrenalina, para luego terminar de morir. El rubio suspiró
Allí se quedó un momento, observando su alrededor. La lucha del resto de defensores contra los Nórgedos que aún permanecían en pie sobre la muralla. Como rechazaban más escalas, e incluso pudo apreciar como algunos lanzaban aceite nuevamente. Por fin se había puesto de nuevo en funcionamiento gracias a Níniel. También se fijó como unos soldados se llevaban a rastras el cuerpo del sargento. No creía que estuviera muerto. O puede que sí. El golpe del grandullón había sido muy contundente. Lo que estaba claro era que por ahora no podría contribuir más en la defensa de Roilkat.
No se quedó más tiempo allí, recuperándose. La muralla no tenía más tiempo y él no podía perderlo. Se incorporó observando como un nuevo rival se encaminaba hacia a él, pero antes de que pudiera hacerle frente, una flecha le atravesó el cuello matándolo en el acto.
- ¿Qué haces? - dijo Dom, arco en mano
- No es momento para dormir-, siguió Tom
- La elfa te necesita-, dijeron al unísono.
- Vamos a lanzar ese producto suyo-, comentó Tom
- Nos dijo que te avisáramos-, puntualizó Dom, señalando hacia la catapulta.
- Está bien. Haremos lo que dijo. Id allí y lanzad el barril. Yo me encargaré del resto-, contestó.
- Así se habla-, respondieron a la vez, corriendo hacia la catapulta.
Vincent se puso delante de la catapulta, casi al borde de la muralla, donde podía divisar el ejército enemigo delanta. Después preparó varios proyectiles entre los dedos de su mano con ayuda del fuego de otra de las piras. Los proyectiles mismos que había usado en ocasiones anteriores para destrozar a las numerosas fuerzas invasoras. Estaba más cansado que al principio, y no obstante le costó casi el mismo esfuerzo hacerlas ahora que la primera vez que las había realizado. La magia de Níniel aumentaba su potencia y no necesitaba acumular mucha magia para hacer unas bolas de fuego igual de dañinas que las anteriores.
El brujo miró hacia los hombres-bestia que estaba a los mandos de la catapulta y les hizo una señal afirmativa con la cabeza.
- ¡Ahora! - gritó, y observó como el barril salía volando por encima de su cabeza.
Lo observó avanzar por el aire unos metros, y antes de que se alejara demasiado lanzó con su telequinesis una des bolas contra el barril. Este estalló en mil pedazo iluminando la noche unos instantes, provocando una lluvia de fuego sobre los Norgévos.
- ¡No paréis! ¡Seguid lanzando más! - gritó esta vez.
La situación había mejorado levemente. La ayuda de Níniel había sido inestimable para ello, pues de otro modo seguramente hubieran perdido la muralla. O por lo menos hubieran sufrido mucho más para mantenerla. De todas formas aún quedaba mucho por delante. Los Nógerdos no se rendirían tan fácilmente. Era pronto para cantar victoria, pero una cosa tenía clara. Pondría todo su empeño y aliento en mantener a salvo la ciudad. Por las gentes inocentes que no querían guerras, los niños que tenían toda la vida por delante, y por las dos mujeres que quería y que permanecían en esa ciudad. Su hermana y su amada elfa.
No pudo evitar un pensamiento mientras esperaba que los perros cargaran de nuevo la catapulta. ¿Dónde estaría Elen? Luchando como él. De eso estaba seguro. Solo esperaba que estuviera bien.
Vincent Calhoun
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Re: Desde las nubes [Mega Evento - Nórgedos]
A pesar de que los defensores aún superaban en número a aquel reducido grupo de nórgedos que había logrado escalar las altas murallas el tiempo no corría a su favor. Con cada minuto que pasaba la proporción de guerreros de ambos bandos se igualaba y no debían olvidar que aquella zona no dejaba de ser solo una pequeña parte de toda la línea que debían mantener intacta y que los asaltantantes en el suelo no se mantendrían a la expectativa de aquella refriega si no que continuarían tratando de colocar más de aquellas escalas sobre los muros, de lograr lo mismo que aquel gigantón enmascarado había conseguido. No iba a bastar con expulsar a los enemigos, debían de hacerlo rápido o fracasarían, y con aquella intención el humano que parecía al mando de aquellos hombres y mujeres realizó una poderosa llamada a la carga que interceptó los movimientos de los asaltantes entablando una feroz lucha cuerpo a cuerpo que ya en el primer choque entre ambas fuerzas se cobró varias vidas, aunque no la de Vincent.
Los nórgedos luchaban con la fuerza de las ansias de sangre y con el tesón que les proporcionaba saber que debían mantener la posición para sus aliados incluso a costa de sus vidas. Los defensores por su parte con el ímpetu de su mejor posición y número así como el de saber que tras aquellos muros estaban sus hogares y familias. Era una lucha no solo entre aceros si no entre voluntades, y por el momento, al menos Níniel, no veía un claro vencedor.
-Proteged los barriles, no subáis más hasta que podamos usarlos.- Instó la peliblanca a los miembros de aquel grupo de refresco que la estaba ayudando a escoltar y descargar el contenido de aquel carro mientras miraba alrededor para hacerse una idea del estado de la línea defensiva. Los soldados comenzaron entonces a dejarlos en el suelo y a formar un pequeño círculo defensivo en torno al par de contenedores que ya habían llevado hasta allí, colocándose ella misma tras aquellos valientes guerreros, preparada para apoyarles con su magia allí donde fuera necesario.
No tardaron en llegar hasta ellos un par de aquellos enemigos que habían logrado librarse de los defensores que les impedían el paso. A diferencia del enmascarado no parecían especialmente peligrosos pero aún así se lanzaron contra ellos sin temor alguno y trataron de romper su formación cargando con sus escudos por delante aunque sin éxito. Fueron rápidamente repelidos y encontraron la muerte en el filo de una espada pero aquello no había hecho más que empezar.
Apenas habían despachado a aquel par de sujetos cuando dos nuevas escalas de madera golpearon los muros cercanos a su posición causando que los arqueros que custodiaban el lugar, así como soldados cercanos, comenzaran a acumularse en esos puntos para repeler aquel nuevo asalto. Rápidamente lograron cortar las cuerdas de una de ellas y empujarla con ayuda de sus lanzas, causando que cayera hacia atrás entre los gritos de los nórgedos que se encontraban ascendiendo por ella, pero varios proyectiles alcanzaron a los defensores del segundo punto, debilitando una posición ya falta de efectivos por la necesidad de detener al gigantón y a los suyos que continuaban enfrentándose a Vincent, permitiendo que varios asaltantes lograran llegar hasta arriba y comenzaran a superar a los hombres que luchaban por Roilkat. Aquellas murallas se asemejaban cada vez más el casco de un barco con vías de agua. Mientras los defensores trataban de cerrar una se abrían dos más en otra parte. Por el momento aguantaban pero ¿Cuánto más podrían hacerlo?.
-Necesitamos ese aceite hirviendo ya.- Exigió la peliblanca para que alguien metiera prisa a aquel par de hombres-perro y al resto de encargados de aquella tarea. -Que algunos se queden con los barriles, el resto ayudad a repeler las escalas o no tendremos muralla desde la que disparar.-Instó a continuación mientras imbuía las espada de dos de sus compañeros que abandonaron la formación junto con otros para combatir a los recién llegados. Los hombres con el filo dorado lograron matar a varios de los asaltantes fácilmente gracias a la magia que recorría sus armas y eso animó a los defensores cercanos a redoblar sus esfuerzos. También ayudó ver a otros dos soldados de brillante armadura dorada lanzarse al fragor del combate y que las armas de sus enemigos parecieran chocar con luz pura sobre el metal de sus propias armaduras protegiéndolos del daño. Bien supieran los hombres de Roilkat sobre la magia élfica o bien creyeran que los dioses de turno estaban de su parte aquello ayudaría a aquella castigada parte de las murallas.
Por su parte Níniel, que carecía de la destreza marcial de un soldado o mercenario como aquellos guerreros aunque desde luego no era una doncella indefensa, encontró el modo de ser útil aplicando sus habilidades sanadoras a distancia allí donde fuera necesario. Centraba sus esfuerzos en cerrar las heridas de los defensores incluso mientras estos seguían luchando, combatiendo el dolor y la debilidad que pudiese causar la pérdida de sangre y logrando con ello que soldados que de otro modo perderían eficacia e incluso tendrían que dejar de luchar pudiesen seguir haciéndolo, y gracias a sus aptitudes mágicas aumentadas pudo hacerlo de forma mucho más continua y rápida aunque seleccionando con cuidado el objetivo de sus atenciones cada vez para evitar desgastarse en exceso.
Para cuando los primeros calderos de aceite hirviendo desde la defunción de aquel "gordo" que habían mencionado los hombres-perro llegaron, los defensores habían logrado rechazar a las tropas enemigas de vuelta a la escala, claro que no sería la última. Pronto el líquido ardiente comenzó de nuevo a caer sobre los atacantes que llegaban incluso a arrojarse desde lo alto de las escalas hasta el suelo en un intento por evitar ser abrasados y de escapar de aquel suplicio sin duda causando estragos en la moral de los siguientes nórgedos que tuvieran que ascender por ellas. No solo por el temor a ser escaldados como sus predecesores sí no también porque cada vez les costaría más usar las resbaladizas escalas para trepar a los muros.
-Parece que no se acaban nunca.- Se quejó uno de los soldados mientras se tomaba un respiro aprovechando que la situación estaba algo más controlada tras la primera descarga de aceite y los defensores podían reorganizarse un poco más e incluso relevarse para turnarse y descansar. -No importa a cuantos matemos o cuantas veces tiremos sus escalas abajo, siempre vuelven a colocarlas y a intentarlo.- Compartió con la joven elfa, que también se había dado cuenta de ello mientras miraba en dirección a su brujo preferido sin poder verlo entre los aliados y enemigos que aún combatían a apenas unas decenas de metros de donde ella se había visto obligada a luchar. No podía si no confiar en él y rogar a los dioses por su bienestar y éxito, Parecía que con su labor la peliblanca se había ganado la confianza de aquellos soldados y que, en concreto, aquel esperaba que fuese a ella a quien se le ocurriera algo que pudiese ayudarles a revertir aquella situación.
-Cuando podamos disparar los barriles causaremos estragos en sus filas. Por ahora tenemos que aguantar...Salvo que no necesitemos dispararlos.- Comento casi más para sí misma que para su interlocutor que ya había dejado de mirarla y había vuelto a centrarse en las murallas y el mar de antorchas que se extendía bajo ellas. Un mar de enemigos que esperaba su turno para arrasar aquella ciudad. -Coged los barriles que ya tenemos aquí, aprovechad ahora para verter su líquido en las ollas vacias de aceite y encontrad algo de la harina que tuviera ese cocinero "gordo" por aquí. Vamos a ocuparnos de esas escalas.- Indicó la alquimista haciendo que aquel soldado reuniera a algunos hombres más y se apresurara a cumplir con aquellas instrucciones, no tardando en presentar las ollas de aceite ahora llenas de inflamable preparado alquímico y sacos de harina ante ella.
-¿Vamos a matarlos con harina?- Expresó aquel soldado seguramente pensando que la elfa que tan capaz había parecido hasta ese momento se había vuelto loca.
Aquel líquido era muy poco denso, había sido preparado para crear una lluvia de fuego sobre los enemigos, así como grandes charcos de líquido en el suelo. Si Níniel quería usarlo de manera efectiva sobre las escalas necesitaba que fuera más espeso, pegajoso. Hacer algo así en los laboratorios bajo el hospital de campaña hubiese sido algo muy sencillo, allí tenía materiales e ingredientes de sobra pero allí en la muralla solo podía contar con lo que había llevado en el carro, lo que llevaba encima y lo que pudiera improvisar. Mezcló una parte de harina con cada olla repleta de producto inflamable y lo movió hasta que las propiedades espesantes de la harina crearon una extraña mezcla grumosa a la que añadió pequeñas cantidades polvo de Ëi-Fial que llevaba encima. Una vez estuvo listo, lo cual fue bastante rápido, instó a los soldados a comenzar a verter aquella sustancia sobre los atacantes y sus escalas como si se tratara del aceite mientras que ella preparaba más, teniendo que insistir ante su justificada incredulidad.
Cuando aquel pringue que se deslizaba lentamente por sus escalas y se quedaba pegado a ellos y a la madera sobre la que trepaban cayó sobre los asaltantes y comprobaron que no habían salido escaldados estos continuaron subiendo sin percatarse de que aquello era mucho más peligroso que el aceite hirviendo, incluso se permitieron risas y gritos de ánimo al pensar que solo se trataba de un truco para engañarlos y que los defensores debían de haberse quedado sin aceite. Solo cuando un par de arqueros dispararon sus flechas ardientes sobre ellos se percataron de lo equivocados que estaban.
El fuego comenzó a extenderse por la escala y sobre ellos desde el extremo más alto hasta la base misma. Pronto los nórgedos comenzaron a arder como antorchas y a arrojarse al vacío agonizando mientras se quemaban vivos y su escala eran consumida por las llamas. No tardó en resultar tan severamente dañada que terminó por partirse y caer sobre los asaltantes causando que estos trataran de dispersarse para evitar quemarse también a la par que los defensores alzaban sus voces en gritos de júbilo ante el inesperado éxito de aquella salsa inflamable que les había preparado la elfa. El maestro Otrore estaría orgulloso de su más aventajada alumna, Níniel acababa de inventar la "bechamel" inflamable.
Justo en ese momento la catapulta que Vincent y los demás habían podido retomar tras acabar de vencer a aquel gigantón enmascarado disparó su primera carga hacia el cielo nocturno siendo alcanzada en pleno vuelo por uno de los proyectiles ígneos del brujo. Como resultado la noche se iluminó por un intenso fogonazo de fuego tras el cual centenares de lágrimas rojas comenzaron a caer sobre los nórgedos, sobre sus escalas y sobre su material de asedio. Y no fue solo eso. Desde otros puntos de la muralla parecía que el resto de los alquimistas, o al menos algunos de ellos habían logrado también sus objetivos y comenzaban a hacer llover muerte sobre sus enemigos y a combatir contra la noche con su fuego.
Aquello no significaba que hubiesen vencido, de hecho quedaba mucho por luchar, pero por un momento Roilkat gritó al unísono contra la oscuridad. Un grito formado por los centenares de defensores de sus muros y calles. Un grito de esperanza por la victoria que encogería el corazón de cualquiera que pudiese oírlo. Ni siquiera Níniel, que solía ser bastante comedida con aquellas cosas pudo evitar unirse al grito de guerra de los defensores, y aunque como sacerdotisa no debía alegrarse del mal ajeno si que se sintió orgullosa cuando otro de los barriles disparado desde la catapulta donde se encontraba Vincent estalló en el suelo haciendo saltar por los aires a un buen número de enemigos.
-Vamos muchachos, aún quedan muchos enemigos. Ya descansaremos cuando cuando no quede ni uno.-
Los nórgedos luchaban con la fuerza de las ansias de sangre y con el tesón que les proporcionaba saber que debían mantener la posición para sus aliados incluso a costa de sus vidas. Los defensores por su parte con el ímpetu de su mejor posición y número así como el de saber que tras aquellos muros estaban sus hogares y familias. Era una lucha no solo entre aceros si no entre voluntades, y por el momento, al menos Níniel, no veía un claro vencedor.
-Proteged los barriles, no subáis más hasta que podamos usarlos.- Instó la peliblanca a los miembros de aquel grupo de refresco que la estaba ayudando a escoltar y descargar el contenido de aquel carro mientras miraba alrededor para hacerse una idea del estado de la línea defensiva. Los soldados comenzaron entonces a dejarlos en el suelo y a formar un pequeño círculo defensivo en torno al par de contenedores que ya habían llevado hasta allí, colocándose ella misma tras aquellos valientes guerreros, preparada para apoyarles con su magia allí donde fuera necesario.
No tardaron en llegar hasta ellos un par de aquellos enemigos que habían logrado librarse de los defensores que les impedían el paso. A diferencia del enmascarado no parecían especialmente peligrosos pero aún así se lanzaron contra ellos sin temor alguno y trataron de romper su formación cargando con sus escudos por delante aunque sin éxito. Fueron rápidamente repelidos y encontraron la muerte en el filo de una espada pero aquello no había hecho más que empezar.
Apenas habían despachado a aquel par de sujetos cuando dos nuevas escalas de madera golpearon los muros cercanos a su posición causando que los arqueros que custodiaban el lugar, así como soldados cercanos, comenzaran a acumularse en esos puntos para repeler aquel nuevo asalto. Rápidamente lograron cortar las cuerdas de una de ellas y empujarla con ayuda de sus lanzas, causando que cayera hacia atrás entre los gritos de los nórgedos que se encontraban ascendiendo por ella, pero varios proyectiles alcanzaron a los defensores del segundo punto, debilitando una posición ya falta de efectivos por la necesidad de detener al gigantón y a los suyos que continuaban enfrentándose a Vincent, permitiendo que varios asaltantes lograran llegar hasta arriba y comenzaran a superar a los hombres que luchaban por Roilkat. Aquellas murallas se asemejaban cada vez más el casco de un barco con vías de agua. Mientras los defensores trataban de cerrar una se abrían dos más en otra parte. Por el momento aguantaban pero ¿Cuánto más podrían hacerlo?.
-Necesitamos ese aceite hirviendo ya.- Exigió la peliblanca para que alguien metiera prisa a aquel par de hombres-perro y al resto de encargados de aquella tarea. -Que algunos se queden con los barriles, el resto ayudad a repeler las escalas o no tendremos muralla desde la que disparar.-Instó a continuación mientras imbuía las espada de dos de sus compañeros que abandonaron la formación junto con otros para combatir a los recién llegados. Los hombres con el filo dorado lograron matar a varios de los asaltantes fácilmente gracias a la magia que recorría sus armas y eso animó a los defensores cercanos a redoblar sus esfuerzos. También ayudó ver a otros dos soldados de brillante armadura dorada lanzarse al fragor del combate y que las armas de sus enemigos parecieran chocar con luz pura sobre el metal de sus propias armaduras protegiéndolos del daño. Bien supieran los hombres de Roilkat sobre la magia élfica o bien creyeran que los dioses de turno estaban de su parte aquello ayudaría a aquella castigada parte de las murallas.
Por su parte Níniel, que carecía de la destreza marcial de un soldado o mercenario como aquellos guerreros aunque desde luego no era una doncella indefensa, encontró el modo de ser útil aplicando sus habilidades sanadoras a distancia allí donde fuera necesario. Centraba sus esfuerzos en cerrar las heridas de los defensores incluso mientras estos seguían luchando, combatiendo el dolor y la debilidad que pudiese causar la pérdida de sangre y logrando con ello que soldados que de otro modo perderían eficacia e incluso tendrían que dejar de luchar pudiesen seguir haciéndolo, y gracias a sus aptitudes mágicas aumentadas pudo hacerlo de forma mucho más continua y rápida aunque seleccionando con cuidado el objetivo de sus atenciones cada vez para evitar desgastarse en exceso.
Para cuando los primeros calderos de aceite hirviendo desde la defunción de aquel "gordo" que habían mencionado los hombres-perro llegaron, los defensores habían logrado rechazar a las tropas enemigas de vuelta a la escala, claro que no sería la última. Pronto el líquido ardiente comenzó de nuevo a caer sobre los atacantes que llegaban incluso a arrojarse desde lo alto de las escalas hasta el suelo en un intento por evitar ser abrasados y de escapar de aquel suplicio sin duda causando estragos en la moral de los siguientes nórgedos que tuvieran que ascender por ellas. No solo por el temor a ser escaldados como sus predecesores sí no también porque cada vez les costaría más usar las resbaladizas escalas para trepar a los muros.
-Parece que no se acaban nunca.- Se quejó uno de los soldados mientras se tomaba un respiro aprovechando que la situación estaba algo más controlada tras la primera descarga de aceite y los defensores podían reorganizarse un poco más e incluso relevarse para turnarse y descansar. -No importa a cuantos matemos o cuantas veces tiremos sus escalas abajo, siempre vuelven a colocarlas y a intentarlo.- Compartió con la joven elfa, que también se había dado cuenta de ello mientras miraba en dirección a su brujo preferido sin poder verlo entre los aliados y enemigos que aún combatían a apenas unas decenas de metros de donde ella se había visto obligada a luchar. No podía si no confiar en él y rogar a los dioses por su bienestar y éxito, Parecía que con su labor la peliblanca se había ganado la confianza de aquellos soldados y que, en concreto, aquel esperaba que fuese a ella a quien se le ocurriera algo que pudiese ayudarles a revertir aquella situación.
-Cuando podamos disparar los barriles causaremos estragos en sus filas. Por ahora tenemos que aguantar...Salvo que no necesitemos dispararlos.- Comento casi más para sí misma que para su interlocutor que ya había dejado de mirarla y había vuelto a centrarse en las murallas y el mar de antorchas que se extendía bajo ellas. Un mar de enemigos que esperaba su turno para arrasar aquella ciudad. -Coged los barriles que ya tenemos aquí, aprovechad ahora para verter su líquido en las ollas vacias de aceite y encontrad algo de la harina que tuviera ese cocinero "gordo" por aquí. Vamos a ocuparnos de esas escalas.- Indicó la alquimista haciendo que aquel soldado reuniera a algunos hombres más y se apresurara a cumplir con aquellas instrucciones, no tardando en presentar las ollas de aceite ahora llenas de inflamable preparado alquímico y sacos de harina ante ella.
-¿Vamos a matarlos con harina?- Expresó aquel soldado seguramente pensando que la elfa que tan capaz había parecido hasta ese momento se había vuelto loca.
Aquel líquido era muy poco denso, había sido preparado para crear una lluvia de fuego sobre los enemigos, así como grandes charcos de líquido en el suelo. Si Níniel quería usarlo de manera efectiva sobre las escalas necesitaba que fuera más espeso, pegajoso. Hacer algo así en los laboratorios bajo el hospital de campaña hubiese sido algo muy sencillo, allí tenía materiales e ingredientes de sobra pero allí en la muralla solo podía contar con lo que había llevado en el carro, lo que llevaba encima y lo que pudiera improvisar. Mezcló una parte de harina con cada olla repleta de producto inflamable y lo movió hasta que las propiedades espesantes de la harina crearon una extraña mezcla grumosa a la que añadió pequeñas cantidades polvo de Ëi-Fial que llevaba encima. Una vez estuvo listo, lo cual fue bastante rápido, instó a los soldados a comenzar a verter aquella sustancia sobre los atacantes y sus escalas como si se tratara del aceite mientras que ella preparaba más, teniendo que insistir ante su justificada incredulidad.
Cuando aquel pringue que se deslizaba lentamente por sus escalas y se quedaba pegado a ellos y a la madera sobre la que trepaban cayó sobre los asaltantes y comprobaron que no habían salido escaldados estos continuaron subiendo sin percatarse de que aquello era mucho más peligroso que el aceite hirviendo, incluso se permitieron risas y gritos de ánimo al pensar que solo se trataba de un truco para engañarlos y que los defensores debían de haberse quedado sin aceite. Solo cuando un par de arqueros dispararon sus flechas ardientes sobre ellos se percataron de lo equivocados que estaban.
El fuego comenzó a extenderse por la escala y sobre ellos desde el extremo más alto hasta la base misma. Pronto los nórgedos comenzaron a arder como antorchas y a arrojarse al vacío agonizando mientras se quemaban vivos y su escala eran consumida por las llamas. No tardó en resultar tan severamente dañada que terminó por partirse y caer sobre los asaltantes causando que estos trataran de dispersarse para evitar quemarse también a la par que los defensores alzaban sus voces en gritos de júbilo ante el inesperado éxito de aquella salsa inflamable que les había preparado la elfa. El maestro Otrore estaría orgulloso de su más aventajada alumna, Níniel acababa de inventar la "bechamel" inflamable.
Justo en ese momento la catapulta que Vincent y los demás habían podido retomar tras acabar de vencer a aquel gigantón enmascarado disparó su primera carga hacia el cielo nocturno siendo alcanzada en pleno vuelo por uno de los proyectiles ígneos del brujo. Como resultado la noche se iluminó por un intenso fogonazo de fuego tras el cual centenares de lágrimas rojas comenzaron a caer sobre los nórgedos, sobre sus escalas y sobre su material de asedio. Y no fue solo eso. Desde otros puntos de la muralla parecía que el resto de los alquimistas, o al menos algunos de ellos habían logrado también sus objetivos y comenzaban a hacer llover muerte sobre sus enemigos y a combatir contra la noche con su fuego.
Aquello no significaba que hubiesen vencido, de hecho quedaba mucho por luchar, pero por un momento Roilkat gritó al unísono contra la oscuridad. Un grito formado por los centenares de defensores de sus muros y calles. Un grito de esperanza por la victoria que encogería el corazón de cualquiera que pudiese oírlo. Ni siquiera Níniel, que solía ser bastante comedida con aquellas cosas pudo evitar unirse al grito de guerra de los defensores, y aunque como sacerdotisa no debía alegrarse del mal ajeno si que se sintió orgullosa cuando otro de los barriles disparado desde la catapulta donde se encontraba Vincent estalló en el suelo haciendo saltar por los aires a un buen número de enemigos.
-Vamos muchachos, aún quedan muchos enemigos. Ya descansaremos cuando cuando no quede ni uno.-
Subrayado uso de alquimia.
Níniel Thenidiel
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Re: Desde las nubes [Mega Evento - Nórgedos]
La elfa tenía razón, los enemigos eran muchos y cada vez iban más hacia ellos; todavía no podían parar a descansar. Pero, por esta vez, las tornas se habían cambiado. Las flechas, el fuego y las más flechas (como dijeron los gemelos caninos) estaban ahora de la parte de los soldados de la muralla. Eso hizo que los soldados se relajasen. Estaban mucho más tranquilos que antes.
-¡Fuego!- gritó Tom a la vez que veía como otros de los barriles caía sobre las líneas enemigas -¡Y más fuego!- continuó Dom con gran alegría –¡No paréis seguid, seguid lanzado más!- ambos hermanos repitieron al unísono las palabras del brujo.
* Vincent Calhoun:
-2 ptos de experiencia en función de la consecución de los objetivos que se os han planteado.
-2 ptos de experiencia por la originalidad con la que resolváis las trabas que se os han planteado.
-1 pto de experiencia por vuestra compenetración y trabajo en equipo.
Total: 5 Puntos de Experiencia
* Níniel Thenidiel:
-2 ptos de experiencia en función de la consecución de los objetivos que se os han planteado.
-2 ptos de experiencia por la originalidad con la que resolváis las trabas que se os han planteado.
-1 pto de experiencia por vuestra compenetración y trabajo en equipo.
Total: 5 Puntos de Experiencia
3 puntos de profesión por el uso de alquimia.
* Ambos: Hay usuarios que cuando se unen hacen sus mejores trabajos. Sean temas de amor, combate o una simple amistad, estas parejas son capaces de dar vida al foro. Ya salió en el Evento de los Oscars: Vosotros sois la mejor pareja y éste tema es una prueba de ello. Felicidades a ambos. En un futuro se os llamará para recibir una medalla de honor. Los puntos ya han sido sumados directamente a vuestros perfiles.
-¡Fuego!- gritó Tom a la vez que veía como otros de los barriles caía sobre las líneas enemigas -¡Y más fuego!- continuó Dom con gran alegría –¡No paréis seguid, seguid lanzado más!- ambos hermanos repitieron al unísono las palabras del brujo.
FIN
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* Vincent Calhoun:
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-2 ptos de experiencia por la originalidad con la que resolváis las trabas que se os han planteado.
-1 pto de experiencia por vuestra compenetración y trabajo en equipo.
Total: 5 Puntos de Experiencia
* Níniel Thenidiel:
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-2 ptos de experiencia por la originalidad con la que resolváis las trabas que se os han planteado.
-1 pto de experiencia por vuestra compenetración y trabajo en equipo.
Total: 5 Puntos de Experiencia
3 puntos de profesión por el uso de alquimia.
* Ambos: Hay usuarios que cuando se unen hacen sus mejores trabajos. Sean temas de amor, combate o una simple amistad, estas parejas son capaces de dar vida al foro. Ya salió en el Evento de los Oscars: Vosotros sois la mejor pareja y éste tema es una prueba de ello. Felicidades a ambos. En un futuro se os llamará para recibir una medalla de honor. Los puntos ya han sido sumados directamente a vuestros perfiles.
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