[CERRADO] En línea recta hacia el norte [Zatch/Ingela]

Fëanor esperaba en la puerta impaciente. Estaba ansioso de viajar hacia Dundarak e Ingela se estaba tomando todo el tiempo del mundo en salir. Thunderbolt también estaba impaciente, cuando le dijeron que viajarían a la capital de los dragones, sus ojos casi se salen de las cuentcas y su pequeño corazón de lagartijita dio un salto. Iría al norte, donde estaban los dragones, ¡donde pertenecía! Pero Ingela no salía.

El pequeño elfo miró a Thunderbolt -Seguro está dejando un recado para el chico este, el zorro- le dijo, rascandole la barbilla al pequeño dragón -Ella cree que él la va a estar buscando- dijo riendo. Fëanor no conocía a Zatch, pero no le gustaba nada nadita que SU Ingela estuviera enamorada de él. Ella debía darse más tiempo, esperar por un hombre de verdad, no un bicho con cola. -¡INGELA!- gritó impaciente, llamándola el niño desde la puerta. Él había estado listo hacía horas para marchar.

Ingela se despidió con un abrazo del posadero y de su esposa, desde la primera vez que llegó a Lunargenta se había hospedado con ellos y si volvía, lo haría de nuevo. Pero todo era tan incierto ahora...

En el clan de Fëanor, el clan de Telanadas, había encontrado a su prima Bethelen quien le contó todo lo que había pasado en Dundarak. Le dijo de la pirámide que apareció un día y que luego se abrió, del caos, de la enfermedad, de los cientos y cientos de muertos y de que la ciudad estaba prácticamente desierta. Ingela entendió al instante que tenía que regresar. Pensó en dejar a Fëanor con el Maestro Gelion, pero el niño no quiso. Insistió en viajar con ella. -Allí necesitan todas las manos sanadoras que puedan- le dijo y eso a la joven dragona le derritió el corazón. Ese niño no podía ser más bondadoso porque no era más grande.

Tras asegurarse que al Maestro Gelion estaría bien, regresaron a Lunargenta. Para el niño esa parada era innecesaria, pero Ingela quería ir y buscar a Zatch. Sabía que ese bribón no era fácil de encontrar, que vivía escabulléndose, pero tenía que intentarlo. Irse al norte sin siquiera dejarle un recado en alguna parte, era condenarse a no verlo nunca más. Pero el dueño de la posada era de confianza, y aunque al principio tuvieron un buen impasse, el señor se había vuelto cómplice de los enamorados.

-Por favor, por favor, no olvide, si él viene por aquí, dígale que volví al norte, que voy hacia Dundarak- le dijo sin poder evitar que una lagrimita le corriera por la mejilla. -No se preocupe, señorita Ingela, si el chico zorro asoma las narices por aquí, le diré que ha tomado un barco al norte- le dijo. Un último abrazo y se marchó corriendo, Fëanor vociferaba desde la puerta, en una pataleta de dimensiones monumentales. -Ya, ya... vamos al puerto... ¡Qué vergüenzas me haces pasar!- le dijo despeinándolo.

Lunargenta seguía siendo una ciudad bulliciosa y llena de gente de todo tipo y raza a pesar de los estragos de la enfermedad. Un poco más caótica y desordenada desde que un vampiro se había autoproclamado Rey. Por eso Ingela no se percató de los dos hombres que la seguían. De hecho, no notó que la venían siguiendo desde Telanadas.

Cuando los ojos ambarinos del zorro vieron la ciudad que tenía frente a él, no pudo creer que esa fuese la misma Lunargenta que había dejado un par de meses atrás o, mejor dicho, lo habían obligado a dejar. Aunque su población seguía siendo mayor a la de las otras grandes ciudades de la península, era imposible disimular el deterioro de las calles, la menor oferta en el mercado y la pestilencia a muerte y putrefacción que el viento arrastraba hasta su nariz.

Lo primero que supo al llegar fue que los vampiros habían tomado el castillo aprovechándose del caos traído por la peste. El zorro caminaba con la cabeza gacha y la capucha calada hasta el hocico, observando con desconfianza a cada ser que osase pasarle cerca. Más temía a los enfermos que a los vampiros, sabiendo que estos últimos no solían interesarse por cuellos peludos y pulguientos como el suyo. Ambos grupos eran difíciles de avistar; rara vez se veía a un infectado por la calle, pues rápidamente eran agarrados y llevados, quizás, a un lugar de cuarentena, destinados a morir solos y agonizantes. A Zatch no le importaba la suerte de esa gente; la que le preocupaba hasta quitarle el sueño era la de Ingela. ¿Qué habría sido de ella? ¿Dónde había estado durante el estallido de la plaga? ¿Acaso estaría...? El zorro negó bruscamente con la cabeza. Lo más sensato sería esperar lo peor; la suerte no era compasiva con las personas de su clase. Sin embargo, prefería ir a lo pragmático y encaminarse al lugar donde, si todavía se encontraba en Lunargenta, se encontraría la dragona. Ver para creer.

Le costaba caminar. El morral pesaba cargado con todas sus pertenencias y llevaba la lira, que aún no sabía tocar, colgada al hombro; había ido inmediatamente a buscar sus cosas en sus distintos escondrijos, dispuesto a marcharse de la ciudad de inmediato si no encontraba allí a la dragona. Sentía un punzante dolor en las plantas de las patas, cansadas ya de tanto trajinar. Nunca había estado tan demacrado, ni siquiera tras aquel incidente en el puerto casi un año atrás que lo había dejado con una mano y varias costillas rotas. Bajo su pelaje antaño brillante y sedoso, ahora mugriento y con zonas donde varios mechones habían sido arrancados, tenía el cuerpo repleto de hematomas, raspones y cortaduras. Su estadía en prisión había sido probablemente el hecho más espantoso de toda su vida, y eso tomando en cuenta que su existencia, de por sí, solía estar colmada de desgracias -causadas, en su mayoría, por su tendencia a meterse donde no debía, claro-.

Tan cansado estaba que le costó encontrar la posada donde sabía que Ingela solía hospedarse. Cuando llegó, el corazón le golpeaba el pecho con frenesí.
-Cálmate. Pregunta antes de sacar conclusiones, ¡pregunta! -Pensó, respiró hondo y se adentró en el lugar.
El posadero se veía igual que aquella última vez en que habían tenido la... pequeña afrenta. Parecía ajeno a todos los fatídicos acontecimientos que asolaban la ciudad. Cuando vio a Zatch, el hombre levantó las cejas y lo observó de arriba a abajo.
-¡Vaya! ¿Acaso te ha pasado una estampida de crasgwars por encima?
El zorro se lo quedó mirando en completo silencio durante largos segundos. No estaba de ánimos para explicar nada, y mucho menos para ser juzgado por un viejo como ese.
-Ingela. -Gruñó con parquedad- ¿Está aquí?
El hombre suspiró y se rascó la nuca, esbozando una sonrisa cuyo significado la bestia no comprendió.
-¡Respóndeme! -Exhigió con un grito, aunque ni siquiera había dado suficiente tiempo de margen para dejarlo contestar.
-¡No! No, no está aquí. Te dejó dicho que tomará un barco hacia el norte, ¡vaya humor tienes! -Ante la mirada anonadada del zorro, continuó: -¡Se acaba de ir, ve a buscarla, corre!
El posadero no obtuvo respuesta pues pronto se quedó solo y sonriente, con un gesto paternal adornándole las facciones. Suspiró, negó con la cabeza y procedió a seguir con sus quehaceres.

Zatch desapareció tras la puerta como un suspiro,Y lloró, lloró en soledad y en secreto, bien escondido tras la pared de la posada, lloró de felicidad al saber que Ingela estaba viva. Pronto se secó las lágrimas, se limpió la nariz con el peludo antebrazo e inhaló profundamente. Acababa de llegar de un largo viaje y no tendría ni siquiera una noche de descanso antes de emprender otro. No podía permitir que la dragona le sacase mucha ventaja, quería pisarle los talones para asegurarse de que no ocurriese nada que pudiera volver a separarlos por más tiempo.

Raudo, con una sonrisa en los labios por primera vez en semanas y con los ojos aún brillantes, recorrió las callejuelas con premura. Ya no le dolían las patas, ya no tenía hambre ni sueño. Sólo quería ver el rostro de quien le había dado fuerzas para soportar todas sus desdichas.

Ingela acordaba el precio con el capitán. Un hombre alto, de espalda ancha, la piel ajada por la brisa marina y asoleada por el sol. Su abuelo fue marino, y su padre, y sus hermanos, incluso sus hermanas se casaron con marinos. El no conocía otro hogar que no fuera el mar. Su temple y mirada segura le inspiró confianza a la joven dragona, quien solo regateó el precio de los pasajes por ser un tema de protocolo.

Contaba los aeros, concentrada, mientras Fëanor y Thurnderbolt miraban por primera y última vez el puerto de Lunargenta. Vaya caos. Olía a pescado, estaba todo húmedo, la madera mohosa, el piso resbaladizo. Los barcos eran escasos y la pesca poca. Según habían escuchado, los barcos se habían ido, llenos de burgueses, nobles, aristócratas y toda aquella persona sana que pudiese pagar un pasaje, a las Islas Illidenses donde la enfermedad aún no llegaba. Incluso el Rey reconocido de Lunargenta se había ido allí. ¿Qué clase de Rey deja a su pueblo a merced de la muerte? Uno pésimo, eso sí.

Fëanor suspiraba y resoplaba ansioso, en cuestión de minutos estaría sobre un barco para viajar hacia el norte. Estaba entusiasmado a pesar de que las noticias acerca de la gran ciudad de los dragones eran desoladoras. Además, no conocía el frío ni la nieve. Un elfo del sur solo conoce el templado clima del bosque de Sandorai, tan generoso y abundante. El chico no tenía idea que iría al lugar más deprimente y desesperanzador de Aerandir.

A lo lejos, una persona corría. Saltaba cajas, esquivaba gente, nada detenía su carrera. Iba directo hacia ellos. -Ingela, ¿ya terminaste? Subamos ya...- comenzó a decirle el niño, tirando de la manga de la blusa de la rubia dragona, sintiendo un mal presentimiento. -Que sí, pero... ayy... perdí la cuenta... Espera Fëanor, el barco no nos va a dejar... de nuevo... 5... 5 con 25...- le respondió ella sin dejar de mirar sus monedas. Además de los pasajes, había tenido la idea de llevar comida, supuso que haría falta en el norte. Y como iba camino a casa, el dinero que llevaba no lo necesitaría más.

Fëanor siguió tirando de la manga de Ingela hasta que ella tuvo que dejar de contar y mirarlo -¿Qué quieres?- le dijo ya con fastidio. Lo pilló mirando hacia otro lado, así que levantó los ojos para ver qué era lo que tenía tan inquieto al niño. Vio una figura encapuchada corriendo hacia ella. -Esa capa... esas patas... ese forma de correr tan... salvaje...- murmuró la joven dragona. Abrió los ojos e inhaló con fuerza. Le entregó los aeros al capitán y lo dejó con el niño para salir corriendo hacia el encapuchado.

El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho y las lagrimas se le agolpaban en los ojos -¡ZATCH!- gritó cuando pudo tragarse el nudo que se le armó en la garganta -¡ZATCH!- volvió a gritar lanzándose a los brazos de él llorando de emoción.

¡Era él, era él! Su aroma inconfundible, su cuerpo peludo, sus orejitas, todo, entero, completo, un zorruno, EL zorruno que tanto amaba. -Estás vivo, estás vivo...- dijo sin soltarlo.

Corrió, vaya que corrió, nunca había corrido tan rápido en toda su vida, ¡ni siquiera cuando escapaba de los aldeanos indignados y dispuestos a azotarlo por haberles robado! Se tropezó en incontables ocasiones, evadió cajas, marineros, viajantes, se resbaló con el moho de los tablones y aún así continuó. Barco por barco, daba rápidos vistazos para descubrir si en alguna cubierta o quizás en alguno de los tablones dispuestos para ingresar a los navíos podía encontrar la cabellera rubia o los ojos color cielo que tenía grabados a fuego en la memoria.

Comenzaba a desilusionarse; las embarcaciones más grandes no mostraban rastros de la dragona. Le faltaba tan solo una cuando sus ánimos comenzaban a decaer, pero hinchó sus pulmones de aire y, agitado, continuó la carrera hacia esta.

Y allí estaba. Con su sonrisa, con sus mejillas sonrosadas, con su pequeño cuerpo, gracias al cielo sin pústulas -ni plumas- sobre la piel. Zatch sintió en ese instante que podía morirse tranquilo, pero al oír su nombre de los labios ajenos un subidón de energía le dio las últimas fuerzas que necesitaba para recorrer a toda velocidad el último trecho que los separaba y, por fin, abalanzarse sobre ella con los brazos abiertos.

La abrazó tan fuerte que le hizo crujir los huesos; la cuerdas de la lira gimieron por el golpazo, incluso pudo notar que varias de las joyas que traía dentro del morral se le clavaron en la piel durante el apretujón. Pero no le importó. En ese instante nada, nada, ¡nada! importaba más que la dragona que tenía entre sus brazos. La levantó y la hizo girar en el aire, hundió el hocico entre sus cabellos dorados e inhaló su dulce aroma y le dejó besos en la nuca, en el cuello, en cualquier sitio donde cayesen sus labios. Cuando se percató de que volvía a tener lágrimas humedeciéndole el pelaje de las mejillas, la abrazó con más fuerza y escondió el rostro en su hombro, entre esas hebras del color del sol. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para que no se oyese ni el más leve gimoteo salir de su garganta. Y vaya que fue difícil.

-Estoy vivo. Y tú... estás bien. -Afirmó con desmesurado alivio cuando estuvo seguro de que la voz no iba a temblarle; no quería mostrarse tan sentimental frente a ella, y mucho menos siendo juzgado por las miradas de todas las otras personas que frecuentaban el puerto- Estás bien... -Repitió, casi sin poder creérselo. Entonces se separó con levedad, pero todavía sin soltarla del todo, solo lo suficiente para poder verle la cara- ¡Dioses, estás bien! -Cerró los ojos y miró hacia otro lado, tragando saliva para espantar el nudo que le apretaba la garganta. Mierda, ¿acaso podía ser más debilucho? ¡Estúpidas lágrimas!- El posadero... me dijo... que te ibas... -Rezongó sin aliento- Gracias a los... dioses que... te encontré... -Volvió a pegarse a ella. Durante todas esas semanas, se había culpado por no haberla abrazado lo suficiente. Ahora, aunque nunca lo admitiría, no quería por nada del mundo separarse de ella.

Por otro lado, podía sentir cómo más de un par de ojos se le clavaban en la espalda. El zorro, irritado y territorial, apretó más a la dragona contra su cuerpo y echó una mirada asesina alrededor.
-¿¡Y ustedes qué mierda ven!? ¡Circulen, idiotas! -Gritó a los curiosos que se detenían a observar la escena, incluido el muchachito rubio cuya presencia Zatch no había asociado con Ingela.

Estaba más flaquito y un poco más salvaje de lo que recordaba la joven dragona. Su pelaje menos lustroso, sus orejas más gachas, su mirada apagada. Algo no estaba bien en su amor. Le tomó la cara entre las manos y lo miró sin ocultar su preocupación -Estás vivo, pero no estás bien- le dijo mientras lo revisaba e ignorando la actitud agresiva que el chico bestia había tenido hacia Fëanor y el capitán.

Thunderbolt voló de la cabeza del niño elfo hacia el hombro de Ingela, escondiéndose entre su cabello para olfatear a Zatch. Ella por su parte le echaba un pequeño vistazo médico, revisando sus encías, el color de la parte interior de las orejas, si su nariz tenía temperatura y cuán lubricado tenía el lagrimal. No encontró que algo estuviera realmente mal, un poco desteñido, sí, y sucio, mucho.

-Zatch, ven conmigo al norte- le dijo, para la terrible sorpresa de Fëanor y pánico de Thunderbolt, quien chilló al escucharla invitar al chico zorro. -Conmigo estarás bien, nada te pasará... no quiero dejarte solo aquí, es peligroso, allá... tal vez estén las cosas muy mal, pero estaremos juntos y eso es más que suficiente- decía la joven dragona con los ojos brillantes -Vamos... por favor...- le dijo en tono suplicante.

Ante esto, Fëanor, quien por muy niño que fuese, era muy sensato, dio un paso adelante y tiró de la manga de la blusa de Ingela -¿Estás segura?- le preguntó, sin mirar al zorro -Recuerda que vamos al epicentro mismo de la epidemia- ahora sí, miró al zorro con sus enormes ojos -Soy Fëanor y también viajo con Ingelita, ella es mi tutora ahora- dijo, presentándose. -¡Es cierto! Zatch, este chico está a mi cargo ahora, igual que este amiguito que está en mi hombro, es Thunderbolt- explicó a Zatch -Fëanor, Thunderbolt, este es mi amado Zatch, les he hablado mucho de él- les dijo, con su, a veces desesperante, buen humor de siempre.

Fëanor siguió mirando a Zatch. ¿De eso estaba enamorada Ingela? Él siempre se imaginó que Ingela era de la clase de chicas que se enamora del más fuerte y valiente soldado. Este chico era un hombre bestia que se notaba lo había pasado mal en la vida. La suerte que tienen algunos...

-Bueno, yo ya voy a subir al barco- le dijo a Ingela e hizo un gesto a Zatch -Nos vemos arriba- dijo y se dio media vuelta. -...o no...- dijo para si mismo.

Ingela volvió a mirar a Zatch y le tomó las manos -¿Qué dices? ¿Vienes conmigo?- le preguntó, mirándolo con sus grandes orbes azules.

“Estás vivo, pero no estás bien.”

Ninguna frase habría podido ser más concisa y certera para resumir la existencia del zorro. Los ojos color ámbar evitaron a los del tinte del cielo y no hizo más que encogerse de hombros para restar importancia al asunto. No iba a negarlo, pero tampoco veía necesario entrar en detalles. ¿Para qué? Estaba vivo y no, no estaba bien, pero sabía que pronto lo estaría. Al fin y al cabo, los tiempos malos ya habían llegado a su fin... O al menos eso parecía.

Zatch bajó la mirada y se dejó revisar con reticente mansedumbre. No le gustaba ser analizado, no le gustaba sentirse juzgado bajo el ojo crítico de la dragona y no le gustaba tener que explicar el por qué de su deplorable estado. Pero, si debía soportar todo aquello para poder sentir las manos de Ingela sobre su rostro, aceptaba soportar esa molestia en favor del bien mayor. No tenía ningún hueso roto aunque sospechaba, por las frecuentes punzadas de dolor, que al menos dos de sus costillas estaban fisuradas. Además le dolía cada maldito músculo del cuerpo y se sentía débil, pues sus comidas en prisión no habían sido precisamente muy nutritivas.

Ella, al contrario, seguía viéndose tan hermosa como el primer día, con el arrebol en las tersas mejillas, el largo cabello lustroso de limpio y aquel brillo jovial en los ojos aunque, eso sí, su mirada había cambiado un poco, se veía más... madura. ¿Qué cosas le habrían ocurrido durante el tiempo de separación? Apretó los labios y decidió callarse todo; todavía no era el momento de ponerse al día... y menos ahora que le estaba proponiendo embarcarse a un largo, muy largo viaje con ella.

-¿Al norte? -Masculló, separándose por fin del abrazo. ¿De qué se sorprendía? Debió haber esperado semejante propuesta desde el momento en que fue a buscarla al puerto. El zorro caviló durante un instante, momento en que el mismo niño a quien le había gritado se acercó. Antes de saber que el mocoso estaba con la dragona, Zatch levantó los labios para mostrarle, en un primitivo gesto amenazador, la larga hilera de colmillos con que le arrancaría un brazo si seguía tocando a la joven rubia. Cuando llegaron las presentaciones, cerró la boca y entrecerró los párpados mientras lo oía hablar, y luego le mantuvo los ojos encima en un breve duelo de miradas. ¡Maldito crío engreído! Su nombre se sumaría a la -cada vez más larga- lista de personas a las que no molía a golpes  sólo por consideración a Ingela.

El mocoso se marchó y Zatch volvió la mirada a la dragona mientras correspondía su apretón de manos. Tragó saliva, la observó con fijeza durante un momento de reflexión y terminó por decir:
-No creo que sea una buena decisión ir al norte en este momento, Ingela. -negó con la cabeza- ¡Podrías enfermarte! -“Y también podría enfermarme yo”, pensó con temor- Deberíamos ir a los bosques. Allí hay menos riesgos y estaremos a salvo hasta que todo pase. -Le acarició las manos con ambos pulgares, encorvándose ligeramente para quedar bien a su altura, para dar énfasis a su discurso- Piénsalo, ir al norte es un suicidio. ¿Cuál es el apuro?

El no quería irse y algo le decía que ella no quería quedarse. Pero, más que nada, ninguno quería separarse del otro. Suspiró y la miró con ojos suplicantes.

-Aquí también podemos estar juntos. -Insistió.

´Zatch se había encorvado un poco para que sus rostros quedaran a la misma altura, quedando muy, muy cerca. Ingela no pudo resistir la tentación y, suavemente, posó sus labios sobre los de él para darle un beso; largo, pausado, apasionado, un beso que le salió del alma. Se estiró para poner sus brazos al rededor del cuello de él y pegarse, cuan larga era, al cuerpo de Zatch. Desde las rodillas hasta su pecho, sintió el cálido cuerpo del chico bestia y eso le erizó la piel a la joven dragona.

Fue un beso que le entibió el alma y la reconfortó hasta su más pequeña fibra. Lo extendió todo lo que pudo, hasta que perdió el aliento por completo y tuvo que detenerse para no ahogarse. Y ni siquiera, al separas sus labios, se alejó un milímetro del cuerpo de él. Le tomó la cara y lo miró a sus ojos ambarinos, acariciando sus mejillas con los pulgares -Tengo que ir al norte- dijo en voz muy baja, casi en un susurro -Mi familia está allí y sé que me necesitan- continuó diciendo -Pero yo te necesito a mi lado... por favor Zatch... da igual dónde estemos... aquí o allí es igual de peligroso- dijo, mirándolo suplicante. -Mi corazón me exige estar allá tanto como me pide estar a tu lado, pero si tengo que elegir...- se detuvo para tomar aire y cerrar los ojos, conteniendo las lágrimas.

Con un nudo en la garganta y la voz trémula y en un hilo, dijo -Si tengo que elegir, me iría aunque no vengas conmigo- le dijo con las lágrimas agolpándose en sus ojos y cayendo una tras otra por sus mejillas. -No me hagas elegir, Zatch, te lo ruego, ven conmigo- siguió -Nada tienes aquí que te ate, a nadie tienes aquí que te espere y yo... yo en cambio... yo... necesito que estés a mi lado...- finalizó. Quedó en silencio, esperando por su respuesta.

En su mente, rezaba a los antiguos dragones, a Freya, que los había unido, e incluso a los dioses de Helyare para que Zatch aceptara. Si estaba embarcándose a uno de los lugares más peligrosos de Aerandir en ese momento, era porque sentía que tenía que ir a cuidar y proteger a su familia, sus seres queridos, el núcleo mismo de su vida. Al partir, era un núcleo pequeño; sus padres, hermanos, su abuela que tanto amaba, sus gatos. Ahora, ese núcleo incluía una elfa gruñona y deprimente, un elfo altanero, un niño con una magnífica habilidad para curar, un dragón miniatura, un hada parlanchina y Zatch, su primer amor. Ella quería tenerlos a todos cerca, bien pegaditos a ella para poder cuidarlos, abrigarlos bajo sus alas y ahuyentar todos los males de Aerandir.

-Por favor Zatch...- le dijo secándose las lágrimas -Mira que dormiremos en el mismo camarote si vienes- finalizó sonriendo.

Todos los argumentos de Zatch para evitar viajar al norte desaparecieron de su mente cuando Ingela, tomándolo por sorpresa, comenzó aquel beso que lo dejaría un buen rato sin aliento. Él, aunque deseaba fervientemente tenerla entre sus brazos todo el tiempo que fuera posible, no se había planteado efectuar aquel tipo de contacto. Estaban frente a demasiada gente, había mucho que discutir y, para qué negarlo, no estaba acostumbrado a dar muestras de cariño muy seguido. Esta vez, sin embargo, se abandonó a los labios ajenos y decidió ignorar al resto del mundo durante todo el tiempo que durara el beso.

¡Cuánto la había extrañado! Ni un solo día pasó durante la separación sin que el zorro pensara en la dragona, recordando esa mirada celeste y esas refrescantes risas que tanto contrastaban con todo lo demás que lo rodeaba. Ni una mísera carta le habían permitido mandarle desde prisión para avisarle cuál era su paradero y se odió por haber acabado allí por culpa de su avaricia y de su mala vida. Cuántas veces pensó con horror que ella, cansada de esperar a alguien que no fue capaz de dar ni una señal de vida durante meses, había decidido olvidarlo y seguir adelante sin él. Por eso, apenas al recobrar la libertad, había salido corriendo en su búsqueda. Y ahora estaba allí, sin aliento, cansado y desmejorado, pero con ella entre sus brazos, sintiendo su respiración en el hocico y el latir de su corazón contra el pecho.

Ella retomó el habla y él escuchó, acongojado y conmovido por esa mirada empañada por las lágrimas. Cuando la joven presentó su elección, él bajo tanto las orejas como los ojos y exhaló un largo suspiro de tedio. El orgullo se le retorció de dolor y sintió enojo al saberse menos importante que la familia ajena. Era una decisión lógica, pero él, al considerar su propia familia como algo irrelevante y hasta odioso, no se sentía capaz de entenderlo del todo. No, más bien no quería entenderlo. Deseaba ser todo en el mundo de la dragona, el único ser por el cual se preocupase. Pero Ingela no era así, y él se veía obligado a aceptar esa generosidad, ese amor y esa gentileza que la joven derrochaba por doquier.

El zorro le limpió las lágrimas con los pulgares e, impotente, no pudo hacer más que besarle la frente como todo consuelo. El capitán los observaba desde cubierta con gesto impaciente, mirada que Zatch podía sentir clavada en la nuca. Volvió a suspirar y, vencido por esos ojos suplicantes, murmuró:

-Está bien... Pero si las cosas allá están muy jodidas, nos vamos a algún lugar de las montañas lejos de la enfermedad. -Aseveró, separándose de ella y acomodándose un rubio mechón de pelo tras la oreja- Y más vale que lo del camarote sea cierto. -Masculló mientras le tomaba una mano para caminar con ella hacia el barco.

Cuando subieron, Zatch miró al puerto con cierta congoja. Estaba nervioso, pero no pensaba demostrarlo. ¿Soportaría el frío de norte? ¿Tendría que conocer a la familia de su novia? ¿Cómo le robaría a criaturas que podían arrancarle la cabeza de un mordisco? Tragó saliva y se encogió de hombros. Aún con todas esas dudas, no podía rechazar la oferta. Una fuerza invisible e irrefrenable lo unía a la dragona y, ahora que por fin la tenía de vuelta, no pensaba separarse de ella.

Luego observó la cubierta y sus ojos recayeron sobre el pequeño elfo rubio. Lo miró con una ceja arqueada y, sin que Ingela viera, le mostró la lengua en gesto burlón.

Por fin Ingelita subía al barco. Fëanor y Thunderbolt se emocionaron. Pero tras de ella apareció el chico zorro -¿¡Viene con nosotros!?- exclamó Fëanor sin poderse contener. El horror, la desdicha, la incomodidad, el estorbo. Todo eso representaba para el niño la presencia del zorro. ¿Pero qué pasaba por la cabeza de la rubia? ¿Estaba loca? Llevaba a un tipo que poco conocía, de malas mañas según había contado, todo andrajoso y a mal traer. Y odioso. -...me sacó la lengua...- masculló Fëanor, para luego imitarlo y sacarle la lengua al chico bestia. Refunfuñando, el niño se fue a su camarote, tenía que hacer ciertos arreglitos.

El barco zarpó y comenzó así el "viaje del amor" para la joven dragona. Tomó la mano de Zatch y fue con él hasta la baranda de la proa, ignorando a todo el mundo, los marinos, los demás pasajeros, a su pupilo y a su dragoncito, ella se concentraba solamente en Zatch. -Parece como si una estampida de cragswars te pasó encima... ¿qué has hecho todos estos meses?- le preguntó mientras le acariciaba el rostro. -A mí me han pasado tantas cosas... mira, tengo un tatuaje nuevo- le dijo, entreabriendo su blusa con disimulo para mostrarle la marca de panakos que llevaba en el pecho -Pero es un secreto, ¿vale? Nadie debe saber que tengo esta marca- susurró la joven dragona.

Volvió a abrazarlo para besarle, en su idilio juvenil, el mundo se reducía a ellos dos en ese momento. Reía por tenerlo a su lado, dichosa de sentir esos pelitos hacerle cosquillas en la piel. Era totalmente ajena a los hombres que observaban desde lejos a la parejita de adolescentes enamorados.

Obediente y con una socarrona sonrisa adornándole el rostro, el zorro siguió a la dragona hasta la baranda, contento de tener toda su atención para él solo aunque esto, muy obviamente, causase una gran consternación en el joven elfo de los ojos dispares. Allí volvió a oír su voz de cantarín acento y exhaló un suspiro involuntario al ser cuestionado de nuevo. ¿Por qué quería saber con tanto ahínco el motivo de su esperpéntico estado? ¿No podía sólo limitarse a abrazarlo, besarlo y aceptarlo como era? Entornó los ojos hacia las aguas del mar y buscó, durante un instante, las palabras apropiadas para resumir sus andanzas sin despertar demasiada preocupación en su compañera. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada, ella continuó hablando.

Zatch se quitó la lira del hombro y la apoyó en el suelo para ponerse más cómodo. Luego, con las cejas en alto, observó el tatuaje y soltó un silbido de admiración. -¡Vaya! Espero que esto no sea por mi mala influencia. -Bromeó, intentando ver más allá del tatuaje, sin ningún disimulo, qué otro “par de cosas interesantes” se ocultaba bajo la blusa- ¿De dónde lo sacaste? No, no diré nada... Confía en mi, soy un hombre de palabra. -Alardeó sonriendo de lado, aunque esa era probablemente la mentira más grande que había dicho en toda su vida. Al menos, pensó, intentaba serlo cuando de Ingela se trataba.

Volvió entonces a ser su turno de hablar, aunque sus palabras eran cortadas por besos, interrumpidas por caricias, y apenas susurradas al oído de la joven.
-Yo he tenido algunos... altercados. Nada importante. -Le acarició la espalda con la mano derecha (pata, mejor dicho) y la besó en el cuello con apenas la punta del hocico- Estaba haciendo un trabajo. -Carraspeó; la mano izquierda fue a parar a la cintura ajena- Cuando uno de mis compañeros decidió traicionarme y... me agarraron. -¿Estaba siendo lo suficientemente ambiguo? Por las dudas, apretó el cuerpo de la joven contra el propio e interrumpió el discurso para darle un beso lento y largo, de esos que, con suerte, le nublarían el juicio- Así que terminé, umh, encerrado, digamos. Pero ya estoy aquí. ¡Todo bien, todos felices! -Sonrió quitándole hierro al asunto, aunque de solo recordar todo lo que le había pasado por culpa de aquel desgraciado brujo traidor le hervía la sangre y le chirriaban los dientes.

Bien guardada en el morral, cargaba aún con la pequeña fortuna que, a pesar de todo, había ganado durante aquel “trabajo”. Lamentaba aún no haber tenido la oportunidad de gastarla, dado que así podría quitarse la preocupación de llevar encima una suma tan cuantiosa. Si naturalmente desconfiaba hasta de su sombra, ahora que debía velar por su tesoro estaba más paranoico que de costumbre. Por ello, mientras abrazaba a Ingela y miraba por sobre su hombro, pudo notar a los individuos que los observaban con tanta fijeza. Probablemente, pensó, los miraban así por tratarse de una hermosa jovencita rubia abrazando a un zorro truhán y andrajoso, como la gente solía hacer cada vez que estaban juntos. Pero... ¿y si, en realidad, estaban allí para robarle su dinero?

Apretó más el abrazo sin darse cuenta y susurró al oído ajeno con tensión contenida en el tono:
-Mira hacia atrás muy disimuladamente... ¿Has visto si esos tipos llegaron al mismo tiempo que yo?

Ay, qué delicia el sentir el viento fresco, la calidez del sol, el suave vaivén del barco y a su amado abrazándola y besándola.


-¿Me quieres decir que estuviste preso?- le preguntó, asombrada y enojada, intentando separarse de él para verle a los ojos -¿Qué hiciste, Zatch, para que te metieran preso? ¡No me extraña que estés desnutrido y en los huesos después de todos estos meses! Por los siete, Zatch, ¿te das cuenta de todo el tiempo que desperdiciaste encerrado? ¿Valió la pena alejarnos tanto tiempo?- le dijo con el ceño fruncido.


Pero poco le duró el enojo, con un par de besos y caricias el zorro mitigó un poco los reproches y volvieron los juegos, las cosquillas y las miradas dulces. Un beso profundo erizó todos los bellos del cuerpo de la joven dragona, sintiendo un delicioso escalofrío que le recorrió desde la nuca hasta el coxis.


Ingela volvió a ponerse seria y, abrazando a Zatch, miró con disimulo hacia donde él le indicaba -No... no los vi llegar pero... nos están viendo de una manera extraña, y no porque les desagrade vernos juntos, esta mirada es distinta- dijo y, para seguir disimulando, puso sus labios sobre los de él -¿Qué crees que quieran?- dijo antes de dejarle otro beso más.

Ante la reprimenda de la dragona Zatch apenas se encogió de hombros, negándose con ese simple gesto a responder la retahíla de preguntas. Por suerte la rubia se distraía fácilmente con sus cariñosas atenciones. Pero, en su mente, el zorro contestaba de todas maneras.

“¿Te das cuenta de todo el tiempo que desperdiciaste encerrado?” “Sí”. Y, aunque le molestaba desactualizarse y desaparecer del mundo por períodos largos, no era la primera vez que le ocurría. Era un pillo, sí, pero también conocía las consecuencias de sus actos. Vivir la vida como se le antojase y sin agachar cabeza ante nadie, a cambio de algunas palizas o ciertos lapsos de encierro, era la existencia que él había elegido... y no se arrepentía de nada. Estaba en su naturaleza y, aunque sufría y se maldecía una y mil veces cuando pasaba por esos dolorosos momentos, luego volvía a las andanzas sin miedo ni culpa.

“Valió la pena alejarnos tanto tiempo?” “Sí”, pensó con un deje de remordimientos mientras palpaba con una mano el leve bulto que hacían los diamantes por debajo de la gastada tela de su morral. Vaya que la había valido.

Pero el zorro sabía que esas no eran respuestas que pudiera darle a su compañera. Era consciente de que decir tales cosas en voz alta le romperían el corazón. Ingela, tan pura, amable y generosa, no entendería su forma de ver la vida... así como él no entendía bien la suya.

Por suerte o por desgracia, ahora existía un asunto más importante que reclamaba su atención. Todas las miradas pasaban desapercibidas para el cánido excepto las de los hombres que los observaban desde un lado del mástil principal del navío.
-No lo sé... -Respondió, labios con labios, notando cómo sus bigotes cosquilleaban en las mejillas ajenas. Aunque adoraba estar así, su instinto de supervivencia era más fuerte que su libido y, con calma fingida, terminó por separarse suavemente del cuerpecito femenino- ...Así que hay que preguntarles, ¿no? -Sugirió con seriedad y luego añadió, olvidando que estaba hablándole a una chica que perfectamente podía asar a sus oponentes con una sola exhalación: -Iré yo. Tú quédate aquí, por si las moscas.

Se irguió, sacó pecho y caminó hacia ambos individuos como si no le doliese el alma con cada paso que daba. Los hombres, al notar que habían sido descubiertos, intercambiaron miradas y apretaron las mandíbulas, tensando a su vez los músculos de los brazos. Zatch pudo notar el gesto defensivo pero, al contrario, respondió esbozando una sonrisa amena y pusilánime.
-¡Buen día, caballeros! Bonito día hace, ¿no? -Inquirió, con la voz más aguda y amable que sabía interpretar. El hombre de la derecha, un sujeto de piel color ébano y bastante alto, más aún que el zorro, apenas se dignó a asentir con parquedad. El otro, un rubio con cola de caballo y la piel curtida por el sol, no se movió ni un centímetro y mantuvo los ojos encima del zorro.

-He notado -continuó pese a la falta de respuesta- que desde hace un rato están observándonos a mi novia y a mi. Vamos, no sean tímidos, sé exactamente lo que están pensando. -Ante dicha declaración, la tensión se mascó en el ambiente. El moreno llevó disimuladamente una mano hacia atrás, palpando algo que llevaba en el cinturón, cosa que el zorro no pudo ver- ...Nunca han visto a un hombre bestia y quieren preguntarme un montón de cosas, ¿a que sí? Humanos, ¡siempre tan curiosos! -Finalizó, para sorpresa de los sujetos.

-Eh... Sí... Exactamente eso era. -Dijo el rubio con renovada tranquilidad, dando una palmada en la espalda a su compañero antes de adelantarse un paso. Zatch arqueó una ceja, definitivamente esos tipos necesitaban clases de actuación. Se notaba a leguas que eran unos delincuentes. Aún así, seguro de sí mismo, el zorro no se movió. No le amedrentaban los ladronzuelos- Verás, es que nunca me he acercado a un zorro que hable... -dio otro paso adelante, quedando cara a cara- ...y aún menos a uno con la fama que tienes tú.

Zatch borró su sonrisa; los tipejos no se habían guardado sus intenciones ni por un maldito minuto. El rubio estiró la mano con los dedos en garra para tomarlo del cuello, pero el zorro lo esquivó pasando todo su peso a un costado con la pericia de quien ya está acostumbrado a ese tipo de enfrentamientos. -Qué aburrido, ¡principiantes! -Escupió con desprecio...

...Pero lo que no esperaba fue que, aprovechando el acercamiento del otro, el moreno también se había acercado y, con el mango machete que tenía en el cinturón, ahora en mano, propinó un fuerte golpe en la sien del zorro quien, agotado y fuera de estado físico, cayó al suelo con un doloroso “plof”.

-¡Agarra las piedras! -Ordenó el de la piel oscura antes de dirigir su mirada obsidiana a Ingela- Mientras, yo le enseñaré a esta a tener buen gusto con los hombres.
-¡Oye, yo también quiero!
-¡Bah! Pues nos turnamos, ¡je je je!

Ingela miró a Zatch marchar hacia los hombres. Comenzó a hablar. Todo parecía ir bien hasta que Zatch hizo un movimiento extraño. Eso puso en alerta a la dragona quien comenzó a caminar, lentamente, hacia ellos. Acto seguido, uno de los hombres, el más alto, le dio un golpe en la cabeza que hizo caer al piso, como un saco de papas, al zorro.

La chica abrió los ojos de par en par, impresionada. En seguida apareció la furia. Ningún desgraciado golpeaba a SU novio. El hombre rubio se tiró sobre Zacth, buscando algo en su bolso. El otro, alto y oscuro como la noche, envainó su machete mientras se acercaba a ella, mirándola con esos ojos y expresión que había visto antes en los hombres que desean poseer a la fuerza a las mujeres. -Maldito canalla- masculló la rubia dragona.

Cuando estuvieron muy cerca, el hombre estiró las manos para atraparla, pero ella, previendo aquella intención, esquivó su agarre y le lanzó un puñetazo que le dio de lleno en el estómago. -¡Maldito bastardo!- gritó, lanzando más y más puñetazos al vientre del hombre.

En el camarote. Thunderbolt se puso inquieto y comenzó a revolotear. Su cuerpo comenzó a brillar; emitía luz y eso el niño no lo había visto antes. -¡Kwiik! ¡Kwiik!- chillaba, volando al rededor de la cabeza del pequeño elfo y luego hacia la puerta. Entendió que debían salir y que algo estaba mal. Como un rayo, el pequeño dragón salió volando hacia la cubierta. Al salir, Fëanor se encontró con que Ingela estaba peleando con un enorme mastodonte y Zatch estaba en el piso noqueado mientras otro tipo sacaba unas enormes piedras brillantes de su bolso.

Thunderbolt voló derecho hacia el mastodonte y comenzó a lanzarle pequeñas bolas de fuego en la cara. Ahora, además de tratar de detener los fuertes golpes que recibía de la, sorprendente y extraordinariamente, fuerte chica, manoteaba para intentar espantar al bicho que le atacaba.  

Fëanor, animado por la valentía del pequeño dragón guardián, corrió hacia Zatch. Sí, hacia Zatch. Esa cosa peluda le daba felicidad a su Ingelita, no dejaría que lo lastimaran. Enfocó energía en sus manos, la cuál se fue acumulando hasta sobrepasar el límite corporal, creando una bola de luz. Cuando sintió que era bastante poderosa, apuntó al tipo rubio y la disparó. Al golpearle en el pecho, el rufián cayó de espaldas, soltando todas las piedras preciosas, las cuales rápidamente recogió el niño y escondió en su propio bolso. Preparó más bolas de energía y se la lanzó, una tras otra, haciéndole huir. Al igual que el mastodonte, quien no tuvo otra que tirarse al agua tras de su colega.

Thunderbolt se posó orgulloso sobre la cabeza de Ingela, quien miró feliz la cobarde huida de esos remedos de ladrón. Fue hasta donde Fëanor, quien revisaba a Zatch -Debemos llevarlo al camarote para que pueda ayudarlo- dijo, levantando uno de los párpados del inconsciente zorro, notando que por el momento, él estaba en el mundo de fantasía.

Tomando en brazos sin dificultad, la poderosa Ingela siguió al pequeño elfo, quien le indicó dónde dormirían. A la joven dragona le extrañó ver que era un camarote con dos camas tipo tarima. La chica miró con extrañeza al niño, quien le indicaba dónde dejar al zorro.

Fëanor se sentó al lado de Zatch y comenzó a rezar en el idioma de los elfos. Ya Ingela lo reconocía de tanto que escuchó a Helyare hablarlo con Aranarth cuando no quería que ella se enterara de lo que decía. Luego de un rato, el chico se detuvo. -Listo, ahora hay que esperar a que despierte. He curado todas sus heridas, no solo la de ahora. Estaba bastante magullado- dijo él. Y era cierto, con esa plegaria, hasta pelo le creció al pobre hombre bestia.

Luego miró a Ingela -Ehmmm... tenía que decirte algo, pero estabas muy ocupada con éste- comenzó a decir -Hablé con el capitán, y a cambio de cambiar los dos camarotes por uno solo, me devolvió 50 aeros. ¡Así que dormiremos todos juntos!- exclamó sonriendo.

Durante toda la pelea, Zatch estuvo sumido en un bello mundo de tinieblas, silencio y calma. La inconsciencia traía con ella un gran número de ventajas como, por ejemplo, no ser consciente del dolor de su cuerpo, de ningún problema que aconteciera fuera ni de las preocupaciones mundanas que le carcomían la cabeza día y noche. ¿Qué comería hoy? ¿Alguien lo estaba siguiendo? ¿Se cruzaría en su camino algún enemigo para saldar cuentas mientras menos lo esperaba?

Casi deseaba estar así, cobijado por esa oscuridad, que regresar al mundo real para ver cómo la pequeña (pero inesperadamente fuerte) rubia renegaba con esos hombres que lo habían derribado de un solo golpe. ¡Menos mal que no podía ver nada! De solo imaginar que la dragona pudiera terminar lastimada por él, una horrible sensación de culpa le tensaba todos los músculos del cuerpo. Con todo el daño que hacía al mundo, Zatch temía inmensamente que los dioses o el destino le dieran una lección dañando a lo único que apreciaba más que el dinero y los vicios: Ingela.

Ajeno a la resolución del embrollo, lo próximo que supo fue que estaba tendido en un camastro e, increíblemente, se sentía mejor que antes de ser golpeado. ¿Cómo podía ser eso posible? Mínimamente tenía que estar padeciendo la migraña del siglo. Apretó los párpados, aún sin abrirlos, y se llevó una pata a la cabeza para palpar el sitio donde debía estar el chichón. Grande fue su sorpresa, así como de grandes abrió los ojos, cuando no solo no dio con ningún bulto, sino que mover el brazo no le hizo doler los músculos ni punzar las costillas.

-¿Qué... qué demonios? -Balbuceó mientras abría por fin los ojos. Y entonces, cuando lo primero que vio fue esa mirada de colores dispares y ese pedante rostro infantil con orejas en punta, lo entendió todo.

-Tú, crío, ¿me has curado? -Inquirió, mirando al mocoso con las orejas echadas hacia atrás en evidente desconfianza- ...¿Qué te traes? ¡No te lo he pedido, así que no te debo nada! -Se anticipó, volteando a ver a Ingela con el ceño fruncido. Zatch no sabía agradecer las cosas... porque, a decir verdad, no creía que pudieran existir favores sin trucos ni caras devoluciones de fondo- ¿Y los tipejos esos? ¿Qué pasó? -Se rascó la cabeza, todavía no podía creer que nada le doliese. Incluso... ¿acaso tenía el pelo más suave?- ¿Por qué hay otro catre? Dijiste que dormiríamos juntos. -Finalizó al fin la retahíla ininterrumpida de preguntas. Arrugó el puente del hocico, molesto. Era evidente dónde estaban sus prioridades.

Ingela estaba sentada a los patas pies de Zatch, esperando que despertara. No aguantaba las ganas de echársele encima para abrazarlo y darle las gracias por las hermosas piedras que le había regalado. O bueno, fue lo que ella asumió cuando Fëanor le pasó una bolsa llena de grandes y preciosas piedras; rubíes, diamantes, zafiros, incluso, había un par de azulinas hipatitas. El niño dijo que eran de Zatch, y, ¿qué iba a hacer él con semejantes objetos? ¡Regalárselos a ella! ¡Por supuesto! Ya imaginaba las piedras talladas, engarzadas en exquisitos collares. ¡Qué dote! El corazón de Ingelita, ilusionado por el amor que sentía hacia el chico bestia, rebotaba de emoción.

Con ello podrían sentar las bases de una vida juntos, en Dundarak. ¡Es que ya lo podía ver! Ella, con su consultorio médico, ayudada por Fëanor, él por su parte, podría atender en la botica y vender las pócimas y medicina. Así tendrían una hermosa familia, con 4 pequeños truhanes que heredaran el lustroso pelaje de su padre. Lo podía ver, es que ya sentía que estaba allí, cocinando una rica cena para su hermosa familia; su marido de esponjosa cola y sus amados drazorritos.

Cuando por fin comenzó a moverse, ya Ingela no cabía en si de la emoción. Comenzó balbuceando cosas ininteligibles, hasta que formuló bien varias preguntas, una detrás de otra. -Tú, crío, ¿me has curado? ...¿Qué te traes? ¡No te lo he pedido, así que no te debo nada!- fue lo primero que dijo, y los ojos de Fëanor rodaron a blanco, se dio media vuelta y fue a su catre, ignorando por completo al zorruno que seguía preguntando cosas.

¿Y los tipejos esos? ¿Qué pasó?  -inquirió confundido -¿Por qué hay otro catre? Dijiste que dormiríamos juntos.- fue la última pregunta que pudo formular, pues Ingela, tal como venía queriendo hacer hace rato, se le echó encima, abrazándolo fuerte.

-Fëanor te ha curado, él es un elfo sanador, no le debes nada, vamos, lo hace porque somos todos amigos- dijo ella, animada. Luego sonrió con una mueca -Estemmm... lo de dormir juntos... sí... dormiremos todos juntos... tú, yo... Fëanor... Thunderbolt... ¡Todos juntos!- soltó emocionada.

Todos quedaron en silencio, un incómodo y pesado silencio. Ingelita tosió, carraspeó, lanzó miradas al niño... -Ejem, ¿Fën? ¿Podrías ver si ya es hora de cenar?- preguntó la rubia dragona, quien quería un minuto a solas con su novio. Por fin, y no sin una mirada acusadora y sus dosis de rechiste, Fëanor fue a cubierta a "ver si ya estaba la cena". No estaba, no iba a estar, ¡no era hora de cenar!

Una vez solos, la dragona se abalanzó sobre el chico zorro, cubriéndolo de besos -¡Gracias! ¡Graaaaciiias!- repetía -¡Están hermosas las piedras! Gracias por el regalo, mi amor- dijo melosa.

Cuando la dragona se le echó encima, el zorro emitió un ligero quejido de dolor aunque, segundos después, se dio cuenta de que lo había hecho por acto reflejo. ¡Todavía no podía creer que ya no le doliera nada! Aunque pronto, en vez del cuerpo, le dolería el alma apenas al oír la declaración de la rubia.

-¿¡Todos juntos!? -Rezongó, echando un vistazo iracundo al pequeño orejón y a la lagartija, cuya presencia, por cierto, apenas acababa de notar. Se le ocurrió preguntar qué diferencia existía entre ese pequeño ser alado e Ingela pero, en vista de que tenían asuntos más importantes que discutir, decidió dejar eso para después- ¡Me engañaste! -Se quejó con exagerado dramatismo, como si él fuera el hombre más honesto del planeta. Ante sus lamentos y acusaciones en voz baja, todo el cuarto quedó en silencio y, por suerte, la joven decidió despachar al mocoso.

Recibió entonces el nuevo abrazo, gustoso pero secretamente resentido, cuando Ingela comenzó a... ¿agradecerle algo?- ¡Están hermosas las piedras! Gracias por el regalo, mi amor. -¿Las pie...?

Los ojos del zorro se abrieron de par en par y, sin cuidado ni delicadeza, se removió debajo de la dragona para llevar una mano al morral, buscando con desesperación la bolsita de piedras preciosas. Tanteó un montón de fruslerías, aeros, pequeños cachivaches, el cuerno que le había arrancado a aquel calypse... Pero el botín principal ya no estaba. De no haber estado cubierto de pelo, se hubiese podido ver cómo la piel se le ponía lívida de espanto.

-¿¡Dónde están!? -Se incorporó sobre el catre sin poder disimular la desesperación. No obstante, pronto notó que su nerviosismo era demasiado notable. ¿¡De dónde había sacado Ingela que eran un regalo!? Respiró profundo, tomó una mano de la dragona con ambas propias, y la miró a los ojos esbozando una sonrisa repleta de ansiedad contenida- No se suponía que... lo... supieras tan pronto. -Improvisó- Eran para comprar... ¡una casa! ¡para nosotros dos! -Tenía el presentimiento de que estaba metiéndose en un berenjenal pero, desgraciadamente, eso era lo mejor que se le ocurría. Así, de paso, mataba dos pájaros de un tiro: le hacía un regalo (involuntariamente) a la joven y creaba una buena excusa para blanquear el dinero robado sin que se diese cuenta- ¡Quería que fuera una sorpresa!

Respiró profundo. El corazón le palpitaba endemoniadamente rápido. ¿Se habría salvado del interrogatorio? Carraspeó y miró alrededor, intentando dar con la bolsita.
-¿Te importaría si la guardo yo? Me haría sentir más tranquilo. -Le tembló la comisura de la boca. ¡Quería de vuelta sus malditas piedras ya mismo! Además, pensó, ese botín era un imán de ladronzuelos. Prefería no dejar semejante responsabilidad sobre los hombros de la inocente dragona... y, para qué mentir, era asquerosamente posesivo con sus pertenencias.

Ingela arrugó la nariz cuando Zatch la acusó de mentirle. Lo miró con los ojos entrecerrados y apretó los labios -Yo no soy una mentirosa- dijo. Ella no lo engañó, desde el principio había acordado un camarote para ella sola, incluso antes de saber que él vendría al norte. Le disgustó que él pensara así de ella, fue algo que, aunque dejó pasar, quedó grabado en su cerebro.

Luego vino la emoción -¡Una casa!- exclamó emocionadísima. ¡Él también quería sentar cabeza! ¡Hacer una vida juntos! ¡Los drazorritos ocurrirían! -¡Yo lo sabía!- dijo, acostándose junto a Zatch, apoyando su cabeza sobre su pecho. Respiró hondo y soltó un suspiro -Tengo muchas ganas de llegar a Dundarak y que conozcas a mi familia... no sé cómo esté ahora con esto de la enfermedad y la tal "pirámide" que aterrizó allí, pero nos recuperaremos, volveremos a ser una ciudad esplendorosa y te va a gustar- continuó hablando -Además, tu pelaje te ayudará mucho para soportar el frío, no pasarás calor nunca más- dijo, mientras sus dedos acariciaban el suave pelaje del pecho del chico bestia.

Comenzó a besarlo, aprovechando la íntima cercanía, apretándose a él, dejándose llevar por esa fiebre juvenil del deseo y la pasión. Solamente se detuvo un momento para tomar aire, momento que él aprovechó para hacer una petición que hizo reír a la jóven dragona -¿Te importaría si la guardo yo? Me haría sentir más tranquilo.- dijo, refiriéndose a la bolsita con las piedras.

Ingela rió de buena gana ante aquel chiste -Ay, qué divertido eres...- dijo -Creo que mejor las guardo yo, hace un rato te han dado un golpe que te dejó frito en el piso. De no ser por Fëanor, ese pequeño tesoro sería historia- continuó, mientras sobaba la pierna ajena con la propia -Conmigo están ciertamente más seguras, mi pequeña bolita de pelos- finalizó, diciendo eso último con voz de bebé, para poder continuar con esa deliciosa y placentera sesión de besos.

Afuera, el día terminaba. El sol se ponía al oeste, iluminando un lejano borde costero que lucía pacífico, como si los males del mundo no existieran. Así sintió Fëanor mientras, apoyado en la baranda de babor. El viendo suave le hacía sentir bien.

Pero no se sentía tan bien como Ingela en ese momento, ella y Zatch eran un nudo de brazos y piernas mientras los besos aumentaban de intensidad. La dragona tuvo que detenerse un momento para tomar aire, pues se sentía ahogar. Pasado el sofoco, sonrió y retomó los besos y caricias, pero duró poco, porque volvió a sentirse ahogada, esta vez, no era simplemente que había perdido el aliento, en realidad, no podía respirar.

Frente a los ojos de Zatch, las fosas nasales de Ingela se cerraron por completo, fundiéndose con el resto de la nariz y su cara, así que luchaba por respirar por la boca. Lo que ni ella ni el zorro veían en ese momento, eran las branquias que aparecieron en el cuello de la chica, ni las membranas que se formaron entre sus dedos. El terror se apoderó de la joven dragona, quien por más que luchaba, no conseguía que el aire entrara en sus pulmones.

Maldición de Máster Wyn:

¿Qué demonios veía Zatch en esa joven? ¿Cómo una bestia que robaba y asesinaba a sangre fría podía soportar estar con la clase de mujer que rebozaba ternura por todas partes? El zorro era perfectamente consciente de cuánta angustia, vergüenza y enojo le hacían sentir algunas frases de la dragona. Cosas como imponer que la casa (¡esa que en un principio no planeaba comprar!) se ubicaría en el norte, o que tendría que vérselas con la familia apenas al llegar, o que sería ella quien guardara su pequeña fortuna. Hasta ser llamado “mi pequeña bolita de pelos” lo hizo sentir imbécil. Zatch no estaba acostumbrado a recibir cariño y, mucho menos, a ser flexible en sus relaciones. Y a la dragona parecía hacérsele tan fácil...

No podía dejar de preguntarse de donde le salía toda la tolerancia que ahora le impedía arrearle un puñetazo a quien lo subyugaba con tanta facilidad. ¿Cuándo se había vuelto tan débil? ¿Qué era esa extraña fuerza que lo obligaba a soportar -y hasta disfrutar- esas actitudes? ¿Era amor... o algo más? ¿Serían esos besos que lo estaban volviendo loco y le obligaban a olvidar las piedras? Rodeó con los brazos a la muchacha y se dedicó a devolver con creces cada muestra de afecto. Eran muy distintos, demasiado, y cada vez que estaban juntos el zorro recordaba que, probablemente, esa relación estaba destinada al desastre. Pero, cuando estaban así, eso no le importaba en absoluto. Sólo importaba el presente. La apretó contra su cuerpo, recorrió aquellas curvas de adolescente con caricias toscas y la besó hasta que ambos se quedaron sin aire en los pulmones... Hecho que, en este caso, Ingela parecía estar tomándose muy literalmente.

-¿Qué ocurre? -Primero la miró con sorpresa y luego, al ver que sólo obtenía boqueos como toda respuesta, se incorporó sobre el catre con ella encima. La tomó de los brazos y la sentó a su lado, inclinándose sobre ella para verla mejor. Notó entonces la transformación que estaba sufriendo su rostro. ¡Claro que no podía respirar, si no tenía por dónde! -¡Ingela! ¿¡Qué demonios!? -Tomó distancia, se frotó los ojos y volvió a mirar, con la boca entreabierta en gesto de estupefacción. Pensaba que quizás tenía secuelas del golpe en la cabeza y eso le hacía imaginar cosas. ¡Pero no! Al tomarle las manos para tranquilizarla, notó algo extraño entre los femeninos dedos, algo como... ¿membranas? -¡Ugh! -Ingela realmente estaba cambiando de forma... otra vez. ¿Primero un pavo y ahora un pescado? ¿¡No podían tener un solo encuentro en paz!?- ¡Dime que esto no es cosa del desgraciado de Bragi! -Gruñó y la soltó para asomarse a toda prisa a la puerta del camarote- ¡¡ELFO!! ¡¡VEN AQUÍ!!

Odiaba recurrir al mocoso, pero no creía que la dragona estuviera en condiciones de responder a sus preguntas. Tal vez el enano orejón supiera algo al respecto. La miró con nerviosismo y volvió a asomarse afuera, golpeando la pared de madera con la palma de la pata al tiempo que vociferaba:
-¡¡RÁPIDO!!

Thunderbolt se hacía bolita, acurrucado en la cabeza de Fëanor, la brisa marina le daba frío y allí, en la coronilla del muchacho, estaba muy a gusto. El pelo se le movía, arremolinado por el viento. Era un momento perfecto. Tenía la mente en blanco, meditaba, sentía la energía fluir en su cuerpo, casi la podía ver como un halo de luz que se movía lentamente por sus extremidades y torso, llenándolo de fuerza y vitalidad, haciéndolo vibrar en sintonia con la naturaleza. Porque todos somos uno, conectados por esa energía que sale de la tierra, recorre los cuerpos y luego regresa al núcleo de donde salió, solamente para volver a hacer el recorrido, por siempre, por toda la eternidad. Pero el ruido de las olas que rompían en la proa fueron acallados por unos gritos. Unos horribles y desafinados gritos de zorro.

Un elfo de larga cabellera negra, blanco como porcelana, de ojos azules rasgados y largas orejas llenas de aros corrió, de la manera menos varonil posible, hacia donde Zatch -¿Me llamabas, primor?- dijo, con una voz sumamente delicada. No entendía por qué, si ni se conocían, pero ante el llamado de semejante macho, lo mejor era ir sin dudarlo.

Detrás de él, a toda carrera, llegó Fëanor. Empujó al elfo amanerado a un lado y entró a toda prisa al camarote. Ingela estaba pálida, los labios azules y los ojos completamente desorbitados. Se sacudía en la cama, mientras sus dedos trataban de rasgar su cuello, buscando desesperada que algo de aire entrara a su cuerpo, dando hondos boqueos que no tenían resultado alguno. -No... !Pero si lo habíamos curado!- exclamó Féanor llevándose las manos a la cabeza.

-¡Rápido! ¡Hay que tirarla al mar!- exclamó el niño tomando a Ingela de un brazo. Thunderbolt revoloteaba por encima de la cabeza de Ingela, aleteaba con fuerza para tirarle aire en la cara mientras la llevaban a la borda.

Bien, lo aceptaba, quizás utilizar una palabra tan abarcativa como “Elfo” para llamar a una persona en particular había sido un error. Pero no se había molestado en memorizar el nombre del crío y temía que, si lo llamaba al grito de “Mocoso”, éste se negara a venir.

Zatch observó al orejón pelinegro con el gesto más asqueado que pudo: arrugó el puente del hocico, echó las orejas hacia atrás, entrecerró los ojos y sacó un poco la lengua para susurrar un nada disimulado “¡iugh!”. Cuando el pequeño rubio llegó y apartó al otro del camino, el zorro se dio la media vuelta sin molestarse en socorrer al pelinegro, que había terminado en el suelo por semejante empujón. Obviamente, la dragona era muchísimo más importante que ese amanerado.

-¿¡Tirarla al mar!? ¿Curar qué? ¿¡De qué rayos estás hablando!? -Mientras preguntaba a los gritos, decidió que lo mejor sería ponerse en acción antes de esperar respuestas. Corrió hacia el camastro y tomó a la joven entre brazos, alzándola no sin cierto esfuerzo (¿cómo una chica podía ser tan fuerte y pesar tanto?) para llevarla a la carrera hasta la cubierta del barco.

Cada intento de respirar por parte de la muchacha desesperaba más y más al zorro, quien no sabía qué hacer para ayudarla. Al llegar a la barandilla del barco y ser golpeado por el gélido viento marino, se preguntó si esa sería la solución acertada. ¿El mocoso estaría diciendo la verdad? ¿Tirarla al mar era todo lo que podían hacer? No lo sabía y no confiaba en él, pero parecía cercano a la dragona y no se le ocurría ninguna mejor idea. No había tiempo para dudar. Apretó a la chica entre sus brazos, miró hacia abajo, y tragó saliva.

-¡Más te vale que esto funcione, crío! -Le amenazó y, tras tomar una gran bocanada de aire... Saltó sobre la barandilla con la dragona bien agarrada.

¡SPLASH! El agua estaba increíblemente helada y tuvo que luchar contra el entumecimiento de sus músculos para poder bracear hacia la superficie con sólo una mano, sosteniendo todavía con la otra a su querida rubia. No se había quitado la capa ni el morral, y ambos, cargados de agua, pesaban un montón. Cuando consiguió emerger, respiró profundo y soltó a Ingela, sin estar seguro de si sacarla fuera del agua era o no lo correcto.

-¿¡Estás bien!? ¿¡Respiras!? -Inquirió, buscándola con la mirada y esforzándose por mantenerse a flote al mismo tiempo. En ese instante, mil inquietudes colmaron su mente. ¿Y si el barco los abandonaba? Estaban demasiado lejos de la orilla como para nadar sin morir de frío. ¿Habría tiburones en esas aguas? ¿Era real el mítico “Kraken”? ¿Les daría neumonía? ¿Y si todo eso había sido un terrible error?

Lo último que recordaba era que Zatch la había tomado en brazos, luego de eso, se desvaneció por la falta de aire. Pero el frío del agua la despertó de golpe, abriendo la boca y dejando que el agua corriera por sus branquias, sintió alivio, podía respirar de nuevo. Zatch la apretaba fuerte mientras luchaba por mantenerse a flote. Suavemente, se soltó y lo sostuvo, sin sacar la cabeza del agua ya que si lo hacía, no podría respirar.

Desde la baranda del barco, Fëanor y varios curiosos más estaban asomados mientras se escuchaba en el fondo un sonoro "¡Hombre al agua!" y el capitán lanzaba una pieza en forma de aro, fuertemente amarrada a una cuerda, que voló hasta caer junto al zorro. Ingela lo empujó hacia ella para que lo pudieran subir de nuevo al barco. Tomó "aire" y sacó la cabeza para darle un corto beso a su adorado zorro.

Bajo el agua, los pies de Ingela se alargaron, cambiando su forma hasta lucir como unas aletas y la piel de sus piernas se cubrió de transparentes escamas tornasol. Se sumergía para respirar y sacaba la cabeza para poder hablarle -No te preocupes, todo estará bien- dijo y se sumergió -Ayuda a Fëanor, por favor- dijo rápidamente al sacar la cabeza de nuevo -Él ya curó esto antes- dijo. Abrazó a Zatch y lo besó hasta que se sintió ahogada, pero no deseaba soltarlo. Por los dioses, ¡cuánto quería a ese zorro!

-¡Subidlo!- gritaba el capitán, mientras sus hombres corrían a sujetar la cuerda amarrada al aro flotador y tirar, Fëanor había traído una manta para abrigar al zorro. El que se hubiese tirado con Ingela al mar lo convenció de lo mucho que el chico quería a la dragona y eso lo sorprendió gratamente, aunque seguía pensando que el tipo era un bribón que se aprovechaba de la situación.

El capitán tomó un segundo aro para lanzarlo a Ingela, pero Fëanor lo detuvo -Capitán... no será necesario- dijo, agarrando el brazo del hombre -Ella se quedará esta noche en el mar, nos seguirá nadando, así que no será necesario detener el barco- le dijo, ante la mirada confundida del capitán -Mañana, apenas despunte el sol, sí que necesitaré ayuda para subirla de vuelta- finalizó, contando aquello como si fuera lo más normal del mundo.

Finalmente, el sol terminó de ocultarse en el horizonte. Los faroles de cubierta se encendieron y la cena se sirvió para la tripulación y los pasajeros.

Mierda, mierda, mierda. Nunca había estado en contacto con agua TAN fría. Si de por sí detestaba el agua (cosa que quedaba en evidencia apenas se lo olía desde lejos) luego de tantas malas experiencias con embarcaciones, ya no se acercaría ni siquiera a un charco sin ser víctima de una gran ansiedad. Y ahora, encima, no estaba solo; Ingela se convertía en la mayor de sus preocupaciones, lo cual últimamente estaba sucediendo demasiado seguido para su gusto.

Buscó con la mirada a la dragona, alarmado al sentir que se había escapado de su agarre, y se sobresaltó al verla emerger repentinamente entre las aguas por tan cortos periodos de tiempo. ¿De verdad no podía respirar? ¿Qué rayos sucedía? Hacía nada había sido un pavo y ahora era... algo parecido a un pescado. ¿En qué clase de líos se metía cada vez que se separaba de su lado? Estaba tan pasmado que apenas respondió al beso; más entusiasmo puso en intentar aferrarse bien al salvavidas que acababa de caer justo a su lado.

Con cara de circunstancias y cierta reticencia, se dejó elevar nuevamente hacia el barco. Los ojos ambarinos del zorro se mantuvieron en todo momento sobre la oscura porción de agua donde se suponía que estaba Ingela. Incluso cuando se desprendió de su chorreante capa para aceptar de mala gana la manta proporcionada por el niño elfo, o cuando todos se dispusieron a ir a cenar, Zatch se quedó allí, reclinado sobre la barandilla y mirando hacia abajo, disimulando el tiritar de sus dientes debido al viento frío que golpeaba su húmedo pelaje. Cada vez que intuía la cabellera rubia asomarse fugazmente entre el oleaje suspiraba con alivio. No obstante, era incapaz de dejar de lado la preocupación; y a él, que había vivido toda su vida preocupándose únicamente por su propia supervivencia, se le hacía increíblemente difícil lidiar con ello.

-“Ayuda a Fëanor, él ya curó esto antes” -Parafraseó entre dientes con notable amargura- ¡Pues parece que no lo curó muy bien que digamos! -Se quejó en voz un poco más alta. ¿Cómo se suponía que ayudara al mocoso? Al final, recaía otra vez sobre él la responsabilidad de ponerle solución al asunto. Sólo esperaba no tener que lidiar con el desgraciado de Bragi otra vez.

Fëanor observaba a Zatch desde el umbral de la puerta que salía a cubierta, sosteniendo un cuenco con sopa caliente. El zorro llevaba allí un buen rato mirando al agua, seguramente vigilaba que Ingela nadara cerca. Al parecer sí que se querían. Había juzgado mal al chico zorro y eso hacía sentir mal al pequeño elfo. Y bueno, no tenían que ser los mejores amigos para llevarse bien, siempre y cuando no hiciera daño a su amiga, él lo iba a aceptar.

Resignado, se acercó al zorro -Hola Zatch- saludó -Te traigo algo de comida, está buena y caliente, para que pases un poco el frío- le dijo, ofreciéndole el cuenco y una cuchara. El potaje era de legumbres con algunas verduras y papa. Para ser comida de barco, estaba sabroso y contundente. -Te hará bien- insistió.

-¿Quieres entrar al calor? Sigues con el pelo mojado, si te quedas acá afuera vas a enfermar y, si te pasa algo malo, Ingela me va a chamuscar- dijo, riendo. Ante el silencio del chico zorro, apretó los labios, era bastante incómodo estar ahí con él sin conversar nada, mirando fijamente al agua. Se veía negro hacia abajo, hondo y tenebroso. De vez en cuando se veía la figura de Ingela, pero se volvía a perder entre la espesa oscuridad del mar.

-Ingela se está transformando en sirena- soltó por fin el chico. -Todo pasó cuando nos conocimos... bueno, fue más complicado que eso- continuó -Yo estaba en las islas Illidenses, en un lugar que llaman la Cala de la Luna con... mi tutora... y... luego las sirenas...- dijo, apagando su voz a medida que recordaba, hasta que quedó en silencio, con la mirada perdida el agua. Era un recuerdo doloroso que Fëanor evitaba a toda costa, pero le debía la explicación al zorro.

Cuando volvió a reaccionar, resumió la historia en una frase -Ingela me salvó, se enfrentó a las sirenas y ellas le hicieron eso. Encontramos un encantamiento que pensamos que la había curado, pero al parecer no fue algo definitivo y ahora... no sé qué hacer- confesó a Zatch sin mirarlo a la cara. Sentía mucha vergüenza por no tener una solución a la situación de la dragona.

Una de las orejas del zorro se sacudió al oír la voz del mocoso, a quien no se dignó a mirar durante los primeros segundos del diálogo. A Zatch no precisamente le gustaba estar solo, pero podía decir que estaba acostumbrado a ello y que prefería la soledad antes que verse obligado a mantener conversaciones forzadas. El niño, además, le había suscitado enojo desde un principio con sus miraditas altivas y su estirado porte élfico. Sí, lo había ayudado, pero hacía falta mucho más que un solo gesto amable para ganarse la confianza del zorro.

Al final, como su acompañante no se iba ni aunque lo ignorase, terminó dedicándole una mirada desdeñosa con el rabillo del ojo, primero a él y luego al cuenco de comida. ¡Puaj! Ni un maldito pedacito de carne flotaba en ese caldo de verduras. Pero, flaco y hambriento como estaba, tampoco iba a ponerse exigente. Con un gesto tosco le arrebató el plato se lo llevó a la boca, empinándolo para engullir su contenido de un solo tirón. Al terminar, lo devolvió bruscamente a las manos del jovencito mientras se limpiaba el hocico con el antebrazo libre. El gruñido que soltó fue lo más parecido a un “gracias” que pensaba dedicarle; claro que dificilmente el crío podría interpretar ese ruido como un agradecimiento.

Luego de eso, cuando el joven volvió a tomar la palabra, Zatch se limitó a escuchar con la mirada clavada en las turbias y heladas aguas. Su gesto fue mutando del enojo a la indignación a medida que oía la historia. ¿Las Islas Illidenses? ¿Cómo demonios la dragona había llegado hasta allá? ¿Y por qué se había metido a ayudar a ese mocoso? No le cupo duda; la mayoría de las desgracias de su querida rubia sucedían a causa de que era demasiado buena. Y, así como ella deseaba influenciar de buena manera al zorro, él pensaba firmemente que debía enseñarle a ser más egoísta, más apática, más como él, para que dejara de meterse en tantos problemas.

-¿No sabes qué hacer? -Las palabras salieron ácidas y roncas de su garganta, por lo menos un minuto luego de que el de los ojos dispares hubo terminado la frase- Pft... No sé de qué me sorprendo. -Gruñó- Ella está así por salvarte el culo. Le debes una muy grande... ¿y aún así estuviste de acuerdo en acompañarla al norte? ¿A seguir metiéndose en más líos? ¿Acaso eres imbécil? Tsk, elfos, no tienen ni un jodido ápice de instinto de supervivencia.

Rara vez Zatch se mostraba genuinamente enojado. Esta, evidentemente, era una de esas veces. Observó al niño de arriba a abajo, sus ojos ambarinos brillaron con deseos de agarrarlo del pescuezo y tirarlo por la borda para que tuviera una probadita de cuán fría estaba el agua. No obstante, sabía que con eso no estarían más cerca de la solución. Se cruzó de brazos y suspiró, sorbiendo por la nariz la congestión que le estaba causando el viento helado contra su pelaje húmedo.

-Si un encantamiento ha frenado la maldición por un tiempo... entonces simplemente hay que encontrar uno que sea más fuerte, ¿no? -Oteó el mar una vez más; comenzaba a hacerlo de manera obsesiva, constatando frecuentemente que la silueta de la dragona-sirena siguiese allí- Insisto, ¿por qué mierda estamos yendo al norte? Deberíamos regresar al sur y buscar un brujo capaz de ayudarnos. -Dio un paso adelante, observando al jovencito desde arriba, con las orejas bien erguidas y gesto amenazador- A no ser, claro, que tú tengas una mejor idea, mocoso.

¿Puede existir un ser más desagradable que el zorro? Cualquier sentimiento amigable se le fue del cuerpo al pequeño elfo al ver la actitud de Zatch. Definitivamente, este bestial había hechizado a la dragona, no cabía duda. Ahora además de buscar una cura para la situación sirénide de Ingela, buscaría la forma de romper ese hechizo maléfico que le había echado el zorro. Fëanor lo miró con desagrado cuando hizo el comentario respecto a los elfos -Pues Ingela me lo ha pedido. Por si no lo recuerdas, soy un elfo sanador, así que le soy más útil que tú en el norte- reviró el niño con una mirada desafiante.

Escuchar al zorro hablar se había convertido en una tortura, Fëanor volteaba los ojos tanto, que en un momento se le iban a quedar volteados para siempre -Es que tú no entiendes... nada, eh, ¡nada!- le dijo -Ingela regresa al norte para ayudar a su familia y a su gente, ¿tú no querrías ayudar a las personas que quieres si sabes que se encuentran en problemas?- preguntó -Que sea una decisión inteligente o no, es otro tema...- dijo, mostrando en la voz que una parte de él estaba de acuerdo con el zorro -Pero de que es lo correcto y honorable de hacer, lo es, no cabe duda- dijo, reafirmando su compromiso para con la dragona.

Bajo el agua el mundo era muy diferente. Los ruidos eran apagados y lejanos, la impresión de que todo fluía a otra velocidad, una más lenta, le daba a la dragona una sensación de calma y tranquilidad que nunca antes había sentido. Se mantenía pegada al barco, nadando junto a él. De vez en cuando se giraba para mirar hacia arriba, hacia el cielo, pero no veía nada con claridad, era como ver a través de un vidrio empañado. Prefería mirar hacia el fondo, donde los peces y animales marinos brillaban, creando constelaciones propias. A veces se sumergía para verlos más de cerca, pero ellos huían de ella. Estuvo un rato tratando de acercarse, se convirtió en un juego de atrapar pescaditos. Ni uno logró atrapar.

Fëanor negó con la cabeza -No tiene sentido volver al sur ni buscar un brujo que haga un hechizo más fuerte, no va a servir- respondió finalmente el niño -Tengo la teoría que lo que sufre Inge es algo más parecido a una enfermedad, que las sirenas la infectaron, no es una maldición- continuó -Lo que tenemos que hacer es buscar la cura- dijo.

Thunderbolt bostezó, acostado como estaba en la cabeza del chico -Ya es tarde, zorro, voy a dormir- dijo -Tú deberías hacer lo mismo, calentar el cuerpo y descansar, aún queda mucho viaje por delante- apuntó el niño y se marchó, sin darle tiempo al chico bestia de responder.