El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
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El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Luego de recuperar a su acompañante, quien se había esfumado entre la multitud en busca de su amiga, el zorro se encargó de guiarla lejos de la gente, a la sombra de unos árboles que se ubicaban a unos cien metros de distancia de las grandes fogatas del Ohdá. Allí las voces del vulgo llegaban tenues y se mezclaban con el amable susurro de la brisa. Además, como si la Diosa Freya le estuviese proveyendo todas las facilidades para su conquista, yacía en el suelo, a modo de asiento, un grueso tronco lo suficientemente espacioso para ambos, mas no tanto como para que tomasen mucha distancia entre ellos.
Instó a la joven rubia a tomar asiento para luego imitarla, y durante un momento su mirada se perdió en la pintoresca imagen de la multitud que admiraba, como en un profundo ensueño, el resplandor de las hogueras. Sonrió, inhaló hasta colmar sus pulmones y ladeó sus ojos hacia la muchacha al tiempo en que exhalaba, luego de un rato de silencio, la continuación de la charla.
-¿Así que tu amiga está de acuerdo con que estés con un completo extraño? -Alzó las cejas y le dedicó una mirada jocosa- Uno tremendamente guapo y carismático, pero extraño al fin y al cabo.
Volvió a echar un vistazo hacia el gentío ante la terriblemente molesta idea de que la muchacha no estaba sola. ¿Cuánto tardaría esa amiga suya en llevársela de su lado? ¿Eso significaba que sus planes de raptarla, casarse y ser felices para siempre acababan de ser echados por tierra? Gruñó y estuvo a punto de esbozar una mueca de enfado cuando, nuevamente, un suspiro lo devolvió a sus cabales. Debía comportarse bien, verse decente, ¡no podía permitirse espantarla! Cruzó las piernas, entrelazó los dedos sobre el regazo y se viró levemente hacia la jovencita, volviendo a dedicarle toda su atención tras adoptar la posición y la mueca que él creía propias de un hombre respetable. -¿Qué hacen una dragona y una...? Elfa, ¿verdad? ¿Qué hacen tan lejos de sus territorios, si no es entrometido de mi parte preguntar? -Así, conteniendo los fuertes impulsos de... de ser él mismo, esperó afablemente oír la adorable voz de su acompañante.
Instó a la joven rubia a tomar asiento para luego imitarla, y durante un momento su mirada se perdió en la pintoresca imagen de la multitud que admiraba, como en un profundo ensueño, el resplandor de las hogueras. Sonrió, inhaló hasta colmar sus pulmones y ladeó sus ojos hacia la muchacha al tiempo en que exhalaba, luego de un rato de silencio, la continuación de la charla.
-¿Así que tu amiga está de acuerdo con que estés con un completo extraño? -Alzó las cejas y le dedicó una mirada jocosa- Uno tremendamente guapo y carismático, pero extraño al fin y al cabo.
Volvió a echar un vistazo hacia el gentío ante la terriblemente molesta idea de que la muchacha no estaba sola. ¿Cuánto tardaría esa amiga suya en llevársela de su lado? ¿Eso significaba que sus planes de raptarla, casarse y ser felices para siempre acababan de ser echados por tierra? Gruñó y estuvo a punto de esbozar una mueca de enfado cuando, nuevamente, un suspiro lo devolvió a sus cabales. Debía comportarse bien, verse decente, ¡no podía permitirse espantarla! Cruzó las piernas, entrelazó los dedos sobre el regazo y se viró levemente hacia la jovencita, volviendo a dedicarle toda su atención tras adoptar la posición y la mueca que él creía propias de un hombre respetable. -¿Qué hacen una dragona y una...? Elfa, ¿verdad? ¿Qué hacen tan lejos de sus territorios, si no es entrometido de mi parte preguntar? -Así, conteniendo los fuertes impulsos de... de ser él mismo, esperó afablemente oír la adorable voz de su acompañante.
Última edición por Zatch el Lun Jun 05 2017, 20:10, editado 1 vez
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Quizás no fue así, pero Ingela quiso pensar que el zorro la había esperado. Ni bien ella volvió a su lado, él la llevó a los árboles que había señalado antes, alejados lo suficiente del bullicio de la fiesta como para que el ruido no les impidiera conversar, pero bastante cerca como para poder seguir contemplando las figuras, sentir el calor del fuego y ver cómo continuaba la noche.
Al fondo de la plaza, se veía una tarima donde se iban juntando músicos. Ingela esperaba que pronto comenzara el baile; ya tenía a quién arrastrar a las rondas y así aprovechar para estar más cerca aún del hombre peludo. Algo en su hocico bigotudo le gustaba mucho. ¡Era tan extraño! Y adorable. ¡Tan bizarro! Y curioso. ¡Tan inusual! Y llamativo. ¡Tan prohibido! Y apetecible...
Sí, a la joven dragona le estaba gustando aquel hombre con forma de zorro, tanto, que hasta se le olvidaba que por ahí, solita, estaba su elfa. -¡Oh! Pero no tiene por qué molestarse ni nada de que esté conversando contigo. Yo me se cuidar sola- le dijo con un tono y mueca de autosuficiencia -Soy una dragona, ¿quién se atrevería a enfrentarme?- dijo mirándolo con falsa soberbia y soltando una fingida risa altanera que terminó por convertirse en una sonrisa bastante más sincera y tierna.
-Además- continuó recobrando su alegre postura -Si me ve hablando con un chico guapo y simpático como tú, debería alegrarse, ¿no crees?- le dijo. Para el ojo entrenado, debajo de toda la inocencia y ternura del rostro de la joven, se veía un destello de picardía que poco salía a la luz, primero porque ella no lo manejaba a su antojo, y segundo, porque cuando sentía malicia, o bueno, ese tipo de malicia, lo ocultaba por pudor. -Ella me quiere, quiere que lo pase bien- pensó mientras intentaba controlar que no se le subieran los colores al rostro. No pudo contener la necesidad de echarle un vistazo, para ver dónde estaba.
Al verla y comprobar que estaba bien, miró al zorro, quien era un poco más alto que ella. Reparó en sus orejas y en como estas apuntaban hacia ella. -Bueno, yo estoy viajando y... pues he terminado con una elfa de compañera de viajes. Estoy conociendo Aerandir lo más que puedo antes de... antes de decidir qué quiero hacer con mi vida- le contó con total honestidad. -¿Y tú? ¿Vives aquí en Lunargenta o también estás viajando?- le preguntó con curiosidad. Era momento de sacarle toda la información posible. Le interesaba tener ubicado al zorro.
Al fondo de la plaza, se veía una tarima donde se iban juntando músicos. Ingela esperaba que pronto comenzara el baile; ya tenía a quién arrastrar a las rondas y así aprovechar para estar más cerca aún del hombre peludo. Algo en su hocico bigotudo le gustaba mucho. ¡Era tan extraño! Y adorable. ¡Tan bizarro! Y curioso. ¡Tan inusual! Y llamativo. ¡Tan prohibido! Y apetecible...
Sí, a la joven dragona le estaba gustando aquel hombre con forma de zorro, tanto, que hasta se le olvidaba que por ahí, solita, estaba su elfa. -¡Oh! Pero no tiene por qué molestarse ni nada de que esté conversando contigo. Yo me se cuidar sola- le dijo con un tono y mueca de autosuficiencia -Soy una dragona, ¿quién se atrevería a enfrentarme?- dijo mirándolo con falsa soberbia y soltando una fingida risa altanera que terminó por convertirse en una sonrisa bastante más sincera y tierna.
-Además- continuó recobrando su alegre postura -Si me ve hablando con un chico guapo y simpático como tú, debería alegrarse, ¿no crees?- le dijo. Para el ojo entrenado, debajo de toda la inocencia y ternura del rostro de la joven, se veía un destello de picardía que poco salía a la luz, primero porque ella no lo manejaba a su antojo, y segundo, porque cuando sentía malicia, o bueno, ese tipo de malicia, lo ocultaba por pudor. -Ella me quiere, quiere que lo pase bien- pensó mientras intentaba controlar que no se le subieran los colores al rostro. No pudo contener la necesidad de echarle un vistazo, para ver dónde estaba.
Al verla y comprobar que estaba bien, miró al zorro, quien era un poco más alto que ella. Reparó en sus orejas y en como estas apuntaban hacia ella. -Bueno, yo estoy viajando y... pues he terminado con una elfa de compañera de viajes. Estoy conociendo Aerandir lo más que puedo antes de... antes de decidir qué quiero hacer con mi vida- le contó con total honestidad. -¿Y tú? ¿Vives aquí en Lunargenta o también estás viajando?- le preguntó con curiosidad. Era momento de sacarle toda la información posible. Le interesaba tener ubicado al zorro.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
El peludo muchacho esbozó una sonrisa sincera ante las valientes palabras de su interlocutora, exhibiendo sus aguzados colmillos en el proceso. Usualmente solía mostrar su potente dentadura a posta, siempre buscando intimidar a sus presas con aquella blanca y prolija fila de armas letales. No obstante, estando ante esa muchacha que se proclamaba muy valerosa, pero seguía siendo una simple jovencita, pronto apretó los labios para esconder los dientes en una sonrisa más moderada, temiendo causar en ella una impresión peligrosa. -Oh, nadie sería tan tonto como para enfrentarse a una dragona taaan intimidante. ¡En especial tras escuchar esa risa maquiavélica! -Acompañó, entonces, las dulces carcajadas ajenas con una risa ronca y se inclinó un tanto más hacia ella.
Mientras la escuchaba se permitió admirarla en silencio. Se perdía en las profundidades de esos ojos azules y analizaba cada mueca, cada rizo dorado que caía sobre sus hombros, cada esbozo de sonrisa y el apenas perceptible hoyuelo que se formaba en su mejilla izquierda. ¡La diosa Freya sí que se había lucido! Además, le encantaba percibir que la jovencita también parecía estar pasando un buen rato a su lado. Un momento... ¿Acababa de llamarle “guapo”? Le fue imposible evitar que sus ojos escapasen hacia otra parte para disimular su creciente bochorno. Nadie, jamás, le había dicho que era guapo. 'Zorro rastrero', 'bestia malnacida' o 'animal hijo de puta' eran sus apodos más comunes. Se apretó los dedos entrelazados con fuerza para mentener la compostura y agradeció tener la faz cubierta de una gruesa capa de pelo que ocultaba su incipiente sonrojo. Zatch podía ser un zángano detestable y odioso, pero aún tenía sentimientos y, aunque siempre estaba echándose flores a sí mismo, cuando se trataba de recibir halagos sinceros por parte de otras personas no podía manejar su emoción, dada su profunda falta de cariño. De pronto, sentimientos encontrados le hicieron un nudo en la garganta. A él, que tanto disfrutaba mantenerse en completo control de la situación, se le hacía incómodo y extraño perder los estribos ante los encantos de aquella dragona. Pero, de alguna manera, era una incomodidad placentera.
-Oh, déjame traducirlo: así que viajas para vivir todas las experiencias que puedas antes de volver con tu familia a hacer... cosas obligatorias de dragones, ¿me equivoco? -Se aventuró a adivinar, no sin cierta melancolía en el tono de voz. ¿Cómo podía acabar de conocerla y ya sentir recelo ante la idea de que se fuera al norte? Quiso decir algo más, pero pronto se vio en la necesidad de meditar su propia respuesta a la pregunta formulada por ella.
-Pues yo... soy de aquí y de allá. Me he mantenido en movimiento desde que era un niño, no me gusta estar mucho tiempo en el mismo sitio. -“...porque esos malditos humanos memorizan mi cara con demasiada facilidad”, pensó, ofuscado, pero aprovechó la oportunidad de retorcer un poco esa verdad hacia un contexto un tanto más bohemio- No tengo nada que me ate a ningún lugar. -Añadió, echándole una mirada y cierta mueca sugerente, mezcla entre insinuación y broma- Pero, bueno, podríamos decir que Lunargenta es mi “base”. Esta ciudad tiene algo que siempre me hace volver. -“Y ese algo vendrían a ser las aglomeraciones de idiotas con billeteras gordas”, pensó al tiempo en que se encogía de hombros.
Al otro lado, sobre la tarima, los músicos ya se estaban acomodando y sonaban los disonantes y caóticos acordes de afinación. Una de las orejas del zorro se sacudió antes de que todo su rostro se virase hacia aquel lado y entonces, apenas dirigiendo una mirada ladina a su acompañante, cuestionó: -¿Sabes tocar algún instrumento, señorita Ingela?
Mientras la escuchaba se permitió admirarla en silencio. Se perdía en las profundidades de esos ojos azules y analizaba cada mueca, cada rizo dorado que caía sobre sus hombros, cada esbozo de sonrisa y el apenas perceptible hoyuelo que se formaba en su mejilla izquierda. ¡La diosa Freya sí que se había lucido! Además, le encantaba percibir que la jovencita también parecía estar pasando un buen rato a su lado. Un momento... ¿Acababa de llamarle “guapo”? Le fue imposible evitar que sus ojos escapasen hacia otra parte para disimular su creciente bochorno. Nadie, jamás, le había dicho que era guapo. 'Zorro rastrero', 'bestia malnacida' o 'animal hijo de puta' eran sus apodos más comunes. Se apretó los dedos entrelazados con fuerza para mentener la compostura y agradeció tener la faz cubierta de una gruesa capa de pelo que ocultaba su incipiente sonrojo. Zatch podía ser un zángano detestable y odioso, pero aún tenía sentimientos y, aunque siempre estaba echándose flores a sí mismo, cuando se trataba de recibir halagos sinceros por parte de otras personas no podía manejar su emoción, dada su profunda falta de cariño. De pronto, sentimientos encontrados le hicieron un nudo en la garganta. A él, que tanto disfrutaba mantenerse en completo control de la situación, se le hacía incómodo y extraño perder los estribos ante los encantos de aquella dragona. Pero, de alguna manera, era una incomodidad placentera.
-Oh, déjame traducirlo: así que viajas para vivir todas las experiencias que puedas antes de volver con tu familia a hacer... cosas obligatorias de dragones, ¿me equivoco? -Se aventuró a adivinar, no sin cierta melancolía en el tono de voz. ¿Cómo podía acabar de conocerla y ya sentir recelo ante la idea de que se fuera al norte? Quiso decir algo más, pero pronto se vio en la necesidad de meditar su propia respuesta a la pregunta formulada por ella.
-Pues yo... soy de aquí y de allá. Me he mantenido en movimiento desde que era un niño, no me gusta estar mucho tiempo en el mismo sitio. -“...porque esos malditos humanos memorizan mi cara con demasiada facilidad”, pensó, ofuscado, pero aprovechó la oportunidad de retorcer un poco esa verdad hacia un contexto un tanto más bohemio- No tengo nada que me ate a ningún lugar. -Añadió, echándole una mirada y cierta mueca sugerente, mezcla entre insinuación y broma- Pero, bueno, podríamos decir que Lunargenta es mi “base”. Esta ciudad tiene algo que siempre me hace volver. -“Y ese algo vendrían a ser las aglomeraciones de idiotas con billeteras gordas”, pensó al tiempo en que se encogía de hombros.
Al otro lado, sobre la tarima, los músicos ya se estaban acomodando y sonaban los disonantes y caóticos acordes de afinación. Una de las orejas del zorro se sacudió antes de que todo su rostro se virase hacia aquel lado y entonces, apenas dirigiendo una mirada ladina a su acompañante, cuestionó: -¿Sabes tocar algún instrumento, señorita Ingela?
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Ingela se sentía embelesada por el chico zorro. Ya conocía aquella sensación de olvidar todo lo demás y concentrarse solamente en aquel que tiene en frente; fijarse en cada gesto, en su mirada, sus expresiones, entonaciones, incluso en las pausas y silencios, y sentir cómo el corazón saltaba cada vez que los ojos ajenos se cruzaban con los propios. Lo que no conocía era cómo manejar sus propias acciones cuando se sentía así. Su torpeza aumentaba a niveles insospechados, desconocidos y muy terroríficos para ella. ¡Pero era tan agradable sentirse así!
Y al parecer él también estada así, nervioso y ansioso. ¿O sería incómodo? -¡Qué buenos colmillos tienes!- exclamó la joven dragona al verlo sonreír. -Son como los de un dragón muy joven: muy filosos y puntiagudos- dijo. -¿Has visto dragones pequeños? Hay niños más rápidos para lograr sus transformaciones y sus colmillos son muy, muy agudos, como alfileres. Debes tener una mordida fantástica- le dijo asintiendo con la cabeza.
Al escucharlo, la joven dragona ladeó la cabeza -Bueno... pensándolo bien... sí soy terrorífica... cuando me transformo, no me veo como un animal bonito, como tú- le dijo pensando en el aspecto de los dragones transformados -Un enorme lagarto alado, todo cubierto de escamas, con grandes y filosas garras y un hocico lleno de colmillos no es algo que te alegre ver- dijo con un dejo de tristeza. Nunca se había detenido a pensar en lo que los demás piensan a verla. Ella es así, una chica que es también un monstruo de pesadilla.
-¡Vaya! Con que eres un viajero- dijo ella sonriendo -Lunargenta me gusta, es una ciudad maravillosa, hay de todo. Es la segunda vez que vengo, pero no sé si podría vivir aquí- le dijo encogiéndose de hombros -Eso que la hace tan entretenida, me parece que es lo mismo que la haría un lugar muy agotador para vivir-. Y sí, como capital que era, Lunargenta era una ciudad vertiginosa donde todo ocurría muy rápido y para Ingela, la vida tenía pausas.
-Sí, tengo una fecha de regreso a mi casa. Todavía me quedan varios meses, así que no pienso en ello. En mi familia son muy tradicionales...- le fue extraño, pero no pudo decir "somos". A esas alturas, ella no se imaginaba enlistándose a los Caballeros Dragón o tomando los hábitos en el monasterio, se imaginaba su vida recorriendo Aerandir, tal como lo hacía ahora. -Debes tener una vida muy entretenida- dijo mirándolo.
Se quedó en silencio unos instantes. En verdad era un ser hermoso aquel Zatch. -¿Sabes?- dijo, interrumpiendo el instante de contemplación -Encuentro fascinantes a los hombres bestia. Tienen lo mejor de los humanos mezclado con lo mejor de los animales- le dijo, tomando una de las manos del joven zorro. -Yo en cambio solo puedo ser una cosa a la vez y cuando soy dragón, me da miedo olvidar que soy humana- le dijo, confesando algo que siempre se había guardado para si. Se decía que si se quedaban por mucho tiempo en la forma de dragón, las personas olvidaban que eran humanas; olvidaban cómo caminar, hablar, sentir...
La chica hizo una media sonrisa -No no sé tocar ningún instrumento pero sé bailar. ¿Y tú?- respondió.
Y al parecer él también estada así, nervioso y ansioso. ¿O sería incómodo? -¡Qué buenos colmillos tienes!- exclamó la joven dragona al verlo sonreír. -Son como los de un dragón muy joven: muy filosos y puntiagudos- dijo. -¿Has visto dragones pequeños? Hay niños más rápidos para lograr sus transformaciones y sus colmillos son muy, muy agudos, como alfileres. Debes tener una mordida fantástica- le dijo asintiendo con la cabeza.
Al escucharlo, la joven dragona ladeó la cabeza -Bueno... pensándolo bien... sí soy terrorífica... cuando me transformo, no me veo como un animal bonito, como tú- le dijo pensando en el aspecto de los dragones transformados -Un enorme lagarto alado, todo cubierto de escamas, con grandes y filosas garras y un hocico lleno de colmillos no es algo que te alegre ver- dijo con un dejo de tristeza. Nunca se había detenido a pensar en lo que los demás piensan a verla. Ella es así, una chica que es también un monstruo de pesadilla.
-¡Vaya! Con que eres un viajero- dijo ella sonriendo -Lunargenta me gusta, es una ciudad maravillosa, hay de todo. Es la segunda vez que vengo, pero no sé si podría vivir aquí- le dijo encogiéndose de hombros -Eso que la hace tan entretenida, me parece que es lo mismo que la haría un lugar muy agotador para vivir-. Y sí, como capital que era, Lunargenta era una ciudad vertiginosa donde todo ocurría muy rápido y para Ingela, la vida tenía pausas.
-Sí, tengo una fecha de regreso a mi casa. Todavía me quedan varios meses, así que no pienso en ello. En mi familia son muy tradicionales...- le fue extraño, pero no pudo decir "somos". A esas alturas, ella no se imaginaba enlistándose a los Caballeros Dragón o tomando los hábitos en el monasterio, se imaginaba su vida recorriendo Aerandir, tal como lo hacía ahora. -Debes tener una vida muy entretenida- dijo mirándolo.
Se quedó en silencio unos instantes. En verdad era un ser hermoso aquel Zatch. -¿Sabes?- dijo, interrumpiendo el instante de contemplación -Encuentro fascinantes a los hombres bestia. Tienen lo mejor de los humanos mezclado con lo mejor de los animales- le dijo, tomando una de las manos del joven zorro. -Yo en cambio solo puedo ser una cosa a la vez y cuando soy dragón, me da miedo olvidar que soy humana- le dijo, confesando algo que siempre se había guardado para si. Se decía que si se quedaban por mucho tiempo en la forma de dragón, las personas olvidaban que eran humanas; olvidaban cómo caminar, hablar, sentir...
La chica hizo una media sonrisa -No no sé tocar ningún instrumento pero sé bailar. ¿Y tú?- respondió.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Era increíble la manera que tenía aquella muchacha de hacerle sentir cómodo y a gusto consigo mismo, cosa que nadie jamás había logrado desde aquellos lejanos tiempos en que su propia familia lo hacía sentir como un monstruo indeseable. Con el simple comentario respecto a su dentadura el zorro volvió a sonreír con soltura, ya sin preocuparse por si sus aguzados colmillos asustarían a su acompañante. Negó enérgicamente con la cabeza cuando se le preguntó si alguna vez había visto un dragón joven, pero se abstuvo de abrir la boca para evitar dejar en evidencia su ignorancia. Ella era la primer dragona que conocía y no se parecía en nada a los que había imaginado a raíz de los cuentos y canciones que podían oírse en los poblados de humanos alcornoques, ¡no podía pensar en aquella dulce chica escupiendo fuego sobre una persona para cenársela!
El joven se limitó a escuchar en respetuoso silencio, debiendo morderse la lengua en reiteradas ocasiones para no cometer el error de interrumpir el soliloquio ajeno. Al final, realmente no valía la pena sobreponer su voz ronca y campechana sobre el cantarín tono de su elocuente acompañante, a quien tanto estaba disfrutando escuchar. Respondía con asentimientos, negaciones y uno que otro gruñido a modo de afirmación, sonriendo por momentos, como cuando alagaba su figura bestial, negando cuando desmerecía la suya de reptil, y esbozando una mueca de desánimo al escuchar que el regreso a Dundarak tarde o temprano terminaría sucediendo.
Reaccionó más activamente cuando su mano fue tomada y pudo sentir cómo las mejillas se le acaloraban de nuevo. No logró evitar pasear su mirada un par de veces desde el agarre hacia el rostro ajeno, y viceversa, como si no pudiese creer lo que estaba sucediendo ¿De verdad aquella dulce chica estaba tratándole con tanta confianza? ¿Podía ser posible que alguien fuese amable sin ningún truco de por medio? Apretó ligeramente la pequeña mano ajena y unió al apretón la que le quedaba libre, reclinándose un tanto más hacia ella para hablarle con tono y gesto agradables, genuinamente cálidos y tremendamente inusuales tratándose de Zatch.
-Aunque debo concordar con que las bestias somos los más guapos, inteligentes y carismáticos... -rió suavemente al tiempo en que se encogía de hombros- ¡no deberías menospreciar quién eres! Puedes surcar los cielos, tus escamas seguramente brillan bajo el sol como las piedras más preciosas... y eres capaz de masticar a quién quieras, cuando quieras, ¡y al mismo tiempo asarlo! ¿Sabes lo bien que me vendrían a mí unas mandíbulas grandes como las de un dragón? -dio un par de palmaditas a la pequeña mano femenina antes de soltarla y, respirando profundo, meditó sus siguientes palabras. Se le hacía extrañísimo hablar sin tapujos, con sinceridad y careciendo de segundas intenciones. Ya no recordaba cuándo había tenido su última conversación amigable y desinteresada, y menos aún podía recordar con quién había sido.- No importa en qué forma estés, en tu consciencia sigues siendo... tú. Además, querida -en ese instante se puso de pie y le tendió el antebrazo para que se lo tomase, y así guiarla hacia la explanada donde los músicos ya habían dado comienzo a la función- cualquier persona que se descuide por mucho tiempo es vulnerable a perderse a sí misma. Y tú no te ves como una de esas personas... -“Probablemente tú no eres como yo”, pensó, agachando las orejas hacia atrás.
La música tenía un ritmo alegre y vivaz, y por lo menos una veintena de personas se había aglomerado frente al pequeño escenario para bailar al compás de las canciones folclóricas de Verisar. La mayoría se trataba de parejas, y Zatch aprovechó el ambiente para acercarse un tanto más a la jovencita en medio del baile. Sus pasos eran ágiles y con cada pequeño salto, todos los adornos del largo cabello del joven tintineaban y brillaban reflectando la luz de las llamas ya amainadas de las hogueras. Le contó, prácticamente debiendo hablarle al oído, que él tampoco tocaba ningún instrumento, pero tenía la mejor voz para cantar las canciones del Este... según un grupo de lobos borrachos le habían dicho una vez. Se esforzó por enfocar la conversación hacia temas triviales, amenos y no muy comprometedores, siempre evitando hábilmente dar cualquier información que pudiese delatar su mala vida. Hizo un gran esfuerzo, también, por mantenerse lo más cordial posible, ¡aquella jovencita no parecía ser una de esas a las que podía tocarle el trasero a los cinco minutos de conocerla y salir impune!
El ambiente, la música, el milagro de Freya, todo era absolutamente perfecto y el pequeño corazón del zorro apenas podía resistir tanta alegría. Rebosante de entusiasmo, estaba contándole a la jovencita de la vez en que había estado en el norte, en el poblado abandonado antaño habitado por los antiguos dragones (evitando, por supuesto, todo lo relacionado con sus motivos de estar allí) cuando un silbido y un haz pasaron justo junto a su oído. La flecha que acababa de cortarle superficialmente la oreja se clavó en el árbol que tenía detrás y las personas que estaban bailando alrededor se dispersaron entre alaridos. Como en un efecto dominó todos quedaron en silencio; incluso los músicos dejaron de tocar. Zatch observó con los ojos abiertos de par en par, tironeando con brusquedad a la dragona para resguardarla tras de sí, al trío de arqueros que le apuntaban a menos de diez metros de distancia. El de la izquierda, un chico flacucho, moreno y alto, sostenía un cartel amarillento y añejo frente a él, exhibiéndolo con osadía al desafortunado público.
El cartel tenía pintado el inconfundible rostro zorruno y, bajo éste, rezaba la tan conocida frase: “Se busca, vivo o muerto” acompañada por una cifra de Aeros con más ceros de los que ninguno de aquellos campesinos sabía contar.
-¡Es él! ¡Atrápenlo!
Para cuando se quiso dar cuenta, sus patas ya lo habían llevado hacia las callejuelas lindantes a la plaza y no pararían hasta perder al desgraciado trío de entrometidos. Sólo que ésta vez no podía ir tan rápido como acostumbraba, puesto que en la huida había olvidado un pequeño detalle que le agregaba un peso extra...:
Soltarle la mano a Ingela.
El joven se limitó a escuchar en respetuoso silencio, debiendo morderse la lengua en reiteradas ocasiones para no cometer el error de interrumpir el soliloquio ajeno. Al final, realmente no valía la pena sobreponer su voz ronca y campechana sobre el cantarín tono de su elocuente acompañante, a quien tanto estaba disfrutando escuchar. Respondía con asentimientos, negaciones y uno que otro gruñido a modo de afirmación, sonriendo por momentos, como cuando alagaba su figura bestial, negando cuando desmerecía la suya de reptil, y esbozando una mueca de desánimo al escuchar que el regreso a Dundarak tarde o temprano terminaría sucediendo.
Reaccionó más activamente cuando su mano fue tomada y pudo sentir cómo las mejillas se le acaloraban de nuevo. No logró evitar pasear su mirada un par de veces desde el agarre hacia el rostro ajeno, y viceversa, como si no pudiese creer lo que estaba sucediendo ¿De verdad aquella dulce chica estaba tratándole con tanta confianza? ¿Podía ser posible que alguien fuese amable sin ningún truco de por medio? Apretó ligeramente la pequeña mano ajena y unió al apretón la que le quedaba libre, reclinándose un tanto más hacia ella para hablarle con tono y gesto agradables, genuinamente cálidos y tremendamente inusuales tratándose de Zatch.
-Aunque debo concordar con que las bestias somos los más guapos, inteligentes y carismáticos... -rió suavemente al tiempo en que se encogía de hombros- ¡no deberías menospreciar quién eres! Puedes surcar los cielos, tus escamas seguramente brillan bajo el sol como las piedras más preciosas... y eres capaz de masticar a quién quieras, cuando quieras, ¡y al mismo tiempo asarlo! ¿Sabes lo bien que me vendrían a mí unas mandíbulas grandes como las de un dragón? -dio un par de palmaditas a la pequeña mano femenina antes de soltarla y, respirando profundo, meditó sus siguientes palabras. Se le hacía extrañísimo hablar sin tapujos, con sinceridad y careciendo de segundas intenciones. Ya no recordaba cuándo había tenido su última conversación amigable y desinteresada, y menos aún podía recordar con quién había sido.- No importa en qué forma estés, en tu consciencia sigues siendo... tú. Además, querida -en ese instante se puso de pie y le tendió el antebrazo para que se lo tomase, y así guiarla hacia la explanada donde los músicos ya habían dado comienzo a la función- cualquier persona que se descuide por mucho tiempo es vulnerable a perderse a sí misma. Y tú no te ves como una de esas personas... -“Probablemente tú no eres como yo”, pensó, agachando las orejas hacia atrás.
La música tenía un ritmo alegre y vivaz, y por lo menos una veintena de personas se había aglomerado frente al pequeño escenario para bailar al compás de las canciones folclóricas de Verisar. La mayoría se trataba de parejas, y Zatch aprovechó el ambiente para acercarse un tanto más a la jovencita en medio del baile. Sus pasos eran ágiles y con cada pequeño salto, todos los adornos del largo cabello del joven tintineaban y brillaban reflectando la luz de las llamas ya amainadas de las hogueras. Le contó, prácticamente debiendo hablarle al oído, que él tampoco tocaba ningún instrumento, pero tenía la mejor voz para cantar las canciones del Este... según un grupo de lobos borrachos le habían dicho una vez. Se esforzó por enfocar la conversación hacia temas triviales, amenos y no muy comprometedores, siempre evitando hábilmente dar cualquier información que pudiese delatar su mala vida. Hizo un gran esfuerzo, también, por mantenerse lo más cordial posible, ¡aquella jovencita no parecía ser una de esas a las que podía tocarle el trasero a los cinco minutos de conocerla y salir impune!
El ambiente, la música, el milagro de Freya, todo era absolutamente perfecto y el pequeño corazón del zorro apenas podía resistir tanta alegría. Rebosante de entusiasmo, estaba contándole a la jovencita de la vez en que había estado en el norte, en el poblado abandonado antaño habitado por los antiguos dragones (evitando, por supuesto, todo lo relacionado con sus motivos de estar allí) cuando un silbido y un haz pasaron justo junto a su oído. La flecha que acababa de cortarle superficialmente la oreja se clavó en el árbol que tenía detrás y las personas que estaban bailando alrededor se dispersaron entre alaridos. Como en un efecto dominó todos quedaron en silencio; incluso los músicos dejaron de tocar. Zatch observó con los ojos abiertos de par en par, tironeando con brusquedad a la dragona para resguardarla tras de sí, al trío de arqueros que le apuntaban a menos de diez metros de distancia. El de la izquierda, un chico flacucho, moreno y alto, sostenía un cartel amarillento y añejo frente a él, exhibiéndolo con osadía al desafortunado público.
El cartel tenía pintado el inconfundible rostro zorruno y, bajo éste, rezaba la tan conocida frase: “Se busca, vivo o muerto” acompañada por una cifra de Aeros con más ceros de los que ninguno de aquellos campesinos sabía contar.
-¡Es él! ¡Atrápenlo!
Para cuando se quiso dar cuenta, sus patas ya lo habían llevado hacia las callejuelas lindantes a la plaza y no pararían hasta perder al desgraciado trío de entrometidos. Sólo que ésta vez no podía ir tan rápido como acostumbraba, puesto que en la huida había olvidado un pequeño detalle que le agregaba un peso extra...:
Soltarle la mano a Ingela.
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
- Los músicos tocan para Freya:
La música era alegre, las personas reían e Ingela bailaba junto al muchacho, conversando entre sonrisas. Él la tomaba por la cintura y la elevaba con seguridad cuando había que saltar, tenía pies ágiles y nunca perdía el ritmo. Además le hablaba muy cerquita, al oído, para que le pudiera escuchar por encima de la música. Podía apreciar sus lindos ojitos amarillos... ¿Qué más podía pedir? La joven dragona se sentía feliz, mucho muy feliz, lo más feliz que había estado en todo el viaje, incluso más que cuando había descubierto aquella rica panadería en Lunargenta con los bollos rellenos de salsa rosada.
Zatch le contaba de su viaje al norte, al Poblado Abandonado. A ella le sorprendió que el muchacho hubiese llegado allí y quería saber los motivos de su travesía hasta esos parajes. Ella conocía el Poblado, pero, a decir verdad, siempre que llegaba, un escalofrío le subía y bajaba por la espalda, pero no de frío. El lugar la ponía nerviosa. Algo muy malo debió ocurrir allí y ella lo sentía. Pensaba en eso cuando sintió el silbido de un objeto volar con gran rapidez, cortando el aire. -¿Una flecha?- dijo sorprendida, con el ceño fruncido, mirando al árbol donde la flecha había caído.
Con aquello, la música dejó de sonar y todos se quedaron quietos y en silencio, por eso, retumbó en la plaza el grito de un hombre -¡Es él! ¡Atrápenlo!- exclamó. Cuando Ingela se giró, se encontró con que el hombre señalaba a Zatch, quien la había empujado detrás de él, en un movimiento instintivo de protección. Ella miró por encima del hombro del zorro, viendo el cartel que sostenía uno de los tipos que miraban a Zatch con furia.
Tras un instante tenso, en que los hombres midieron al zorro y él a ellos, los hombres se lanzaron en pos de él. Las personas allí comenzaron a gritar y a correr. Los músicos agarraron sus instrumentos y salieron corriendo, así como Zatch, quien salió disparado, huyendo de los tres tipos, llevando a Ingela consigo.
La chica corría lo más rápido que podía, el muchacho era muy veloz y a ella le costaba seguirle el paso, pero no lo soltaría. Miraba hacia atrás de hito en hito -¡Más rápido! ¡Se acercan!- exclamó ella, quien en un intento de entorpecer la carrera de los tipos, tumbó unos barriles que se cruzaron en su camino. Agarró valor y aceleró aún más. Nunca había corrido tan rápido.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Pronto dejaron atrás la plaza y la muchedumbre sumida en la sorpresa y el caos. Tras ellos, se oían las directivas del trío de cazarrecompensas gritándose órdenes los unos a los otros. Los muchachos, aparentemente humanos, parecían diestros en su labor: corrían velozmente y lanzaban flechas aún estando en movimiento con buena puntería, pero no lo suficientemente afinada como para alcanzar a alguno de los dos prófugos.Por suerte, como todo buen ladrón y escapista, Zatch tenía un mapa de las callejuelas de Lunargenta grabado a fuego en su cerebro. Se jactaba de conocer cada callejón, cada atajo y cada recoveco; de no ser así ya habría caído preso hacía mucho tiempo. Los chicos, aunque eran rápidos, no parecían aún tan hábiles como para seguirle la pista al zorro, y su situación empeoró cuando la ingeniosa dragona les interrumpió el camino con barriles que se vieron obligados sortear entre maldiciones, perdiendo tiempo en el proceso.
Zatch giró una y otra vez en cada esquina que encontraba. Izquierda, derecha, derecha, hacia adelante y de nuevo a la izquierda. Siguiendo un ritmo endiablado llegaron a los barrios de clase media-baja de la ciudad, más descuidados, apestosos y de casitas achaparradas, con la ventaja de tener muchos caminos internos entre ellas; un barrio comparable a un hormiguero perfecto para perderle la pista a alguien. Cuando ya no oyó los pasos detrás de ellos, se internó en uno de esos senderos con pasos ágiles pero más calmos, hasta guiar a su acompañante a un hueco que se formaba por pilas de cajas con frutas podridas, unos cuantos barriles y varios tablones amontonados contra la pared. Allí, debiendo agacharse ligeramente para no golpearse la cabeza y apretujarse contra las cajas con el fin de dejar espacio a su acompañante, decidió que se guarecerían hasta que pasase el peligro.
Su respiración estaba desbocada debido a la carrera y tuvo que tomarse unos cuantos segundos para recuperar el aliento. Cuando lo hubo hecho, fue incapaz de alzar la mirada para constatar el estado de su acompañante. ¿Cómo podía mirarla a los ojos luego de tan vergonzoso espectáculo? Carraspeó, se irguió hasta que sus orejas chocaron contra las tablas y, todavía mirando al suelo, ceñudo, masculló:
-¿Estás bien? Lamento haberte arrastrado así. Debería haberte soltado. -Aparte de ser una persona decente, lo más difícil en todo el mundo para Zatch era disculparse... y expresar con transparencia sus sentimientos. Arrugó aún más el entrecejo y exhaló una risa ronca al tiempo en que se encogía de hombros para agregar, como quitándole peso al asunto:
-Buen movimiento el de los barriles, por cierto. Diría que no es la primera vez que te persiguen, ¿me equivoco?
Suspiró profusamente antes de, por fin, alzar la mirada para buscar la impropia. En su mueca la perturbación era obvia; ¿qué debía decirle? ¿la verdad? ¡se suponía que debía mostrarse como una persona decente, merecedora del amor ciego de una chica tan rebosante de dulzura! No, no podía serle sincero, ¡eso sería terrible!... aunque, viéndolo bien, el entorno de por sí ya era un completo desastre: apestoso, sucio, peligroso, nada más indeseable para una cita romántica y alejado del escenario perfecto en la plaza, bailando al son de los juglares y al calor de las hogueras.
-Te juro que es la primera vez que me pasa. -Mintió, con la voz trémula y la cola casi entre las patas. ¡Esa excusa era simplemente penosa, no importaba en qué contexto se usase!- ¡Debe ser un error! No sé por qué podrían estar buscán...
-¡Sh, cállense, creo que escuché algo!
La voz de uno de los perseguidores provocó que Zatch cerrara tan fuerte el hocico que su lengua quedó dolorosamente atrapada entre los filosos dientes. Sus ojos se abrieron aún más de ser posible y apretó, carente de delicadeza, a la muchachita contra la pared, cubriéndola con su peludo cuerpo. Clavó la mirada en algún punto del lado izquierdo, intentando ver a través de las rendijas que quedaban entre tablón y tablón.
-Maldita rata escurridiza, ¡tiene que estar por aquí!
-Quédate cerca, Elías, ¡y prepara tu arco, por el amor de Odín!
-¡Pfft! Como si ese perro muerto de hambre pudiese ponerme un dedo encima. -Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, y el tal Elías parecía ser quien encabezaba la búsqueda con inmaduro coraje.
-¿Por qué demonios crees que su recompensa es tan alta? ¡No sólo es un ratero de cuarta, estúpido, también es un asesino, un mercenario, un...!
-Tsk, cállate, Breno, eres un miedica... ¡Vamos, apúrense!
El trío de cazarrecompensas pasó justo al lado del escondite y Zatch, que estaba al borde del colapso nervioso, se apartó de la dragona apenas hubo pasado el peligro. Su mirada expresó el más profundo desasosiego y entonces, ya resignado a que el universo estaba devolviéndole con un porrazo en la cara exactamente lo que se merecía por ser quien era, susurró:
-Pues bien, ya se han ido. Eres libre de marcharte.
¿De qué serviría intentar salvar su reputación si ya todo estaba dicho?
Zatch giró una y otra vez en cada esquina que encontraba. Izquierda, derecha, derecha, hacia adelante y de nuevo a la izquierda. Siguiendo un ritmo endiablado llegaron a los barrios de clase media-baja de la ciudad, más descuidados, apestosos y de casitas achaparradas, con la ventaja de tener muchos caminos internos entre ellas; un barrio comparable a un hormiguero perfecto para perderle la pista a alguien. Cuando ya no oyó los pasos detrás de ellos, se internó en uno de esos senderos con pasos ágiles pero más calmos, hasta guiar a su acompañante a un hueco que se formaba por pilas de cajas con frutas podridas, unos cuantos barriles y varios tablones amontonados contra la pared. Allí, debiendo agacharse ligeramente para no golpearse la cabeza y apretujarse contra las cajas con el fin de dejar espacio a su acompañante, decidió que se guarecerían hasta que pasase el peligro.
Su respiración estaba desbocada debido a la carrera y tuvo que tomarse unos cuantos segundos para recuperar el aliento. Cuando lo hubo hecho, fue incapaz de alzar la mirada para constatar el estado de su acompañante. ¿Cómo podía mirarla a los ojos luego de tan vergonzoso espectáculo? Carraspeó, se irguió hasta que sus orejas chocaron contra las tablas y, todavía mirando al suelo, ceñudo, masculló:
-¿Estás bien? Lamento haberte arrastrado así. Debería haberte soltado. -Aparte de ser una persona decente, lo más difícil en todo el mundo para Zatch era disculparse... y expresar con transparencia sus sentimientos. Arrugó aún más el entrecejo y exhaló una risa ronca al tiempo en que se encogía de hombros para agregar, como quitándole peso al asunto:
-Buen movimiento el de los barriles, por cierto. Diría que no es la primera vez que te persiguen, ¿me equivoco?
Suspiró profusamente antes de, por fin, alzar la mirada para buscar la impropia. En su mueca la perturbación era obvia; ¿qué debía decirle? ¿la verdad? ¡se suponía que debía mostrarse como una persona decente, merecedora del amor ciego de una chica tan rebosante de dulzura! No, no podía serle sincero, ¡eso sería terrible!... aunque, viéndolo bien, el entorno de por sí ya era un completo desastre: apestoso, sucio, peligroso, nada más indeseable para una cita romántica y alejado del escenario perfecto en la plaza, bailando al son de los juglares y al calor de las hogueras.
-Te juro que es la primera vez que me pasa. -Mintió, con la voz trémula y la cola casi entre las patas. ¡Esa excusa era simplemente penosa, no importaba en qué contexto se usase!- ¡Debe ser un error! No sé por qué podrían estar buscán...
-¡Sh, cállense, creo que escuché algo!
La voz de uno de los perseguidores provocó que Zatch cerrara tan fuerte el hocico que su lengua quedó dolorosamente atrapada entre los filosos dientes. Sus ojos se abrieron aún más de ser posible y apretó, carente de delicadeza, a la muchachita contra la pared, cubriéndola con su peludo cuerpo. Clavó la mirada en algún punto del lado izquierdo, intentando ver a través de las rendijas que quedaban entre tablón y tablón.
-Maldita rata escurridiza, ¡tiene que estar por aquí!
-Quédate cerca, Elías, ¡y prepara tu arco, por el amor de Odín!
-¡Pfft! Como si ese perro muerto de hambre pudiese ponerme un dedo encima. -Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, y el tal Elías parecía ser quien encabezaba la búsqueda con inmaduro coraje.
-¿Por qué demonios crees que su recompensa es tan alta? ¡No sólo es un ratero de cuarta, estúpido, también es un asesino, un mercenario, un...!
-Tsk, cállate, Breno, eres un miedica... ¡Vamos, apúrense!
El trío de cazarrecompensas pasó justo al lado del escondite y Zatch, que estaba al borde del colapso nervioso, se apartó de la dragona apenas hubo pasado el peligro. Su mirada expresó el más profundo desasosiego y entonces, ya resignado a que el universo estaba devolviéndole con un porrazo en la cara exactamente lo que se merecía por ser quien era, susurró:
-Pues bien, ya se han ido. Eres libre de marcharte.
¿De qué serviría intentar salvar su reputación si ya todo estaba dicho?
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Ella no tenía idea de hacia dónde la llevaba el zorro. A medida que corrían, ella notaba como las grandes y bien mantenidas casas que había al rededor de la plaza quedaban atrás y las viviendas se hacían más pequeñas, sucias y apiñadas. Desaparecieron los jardines y árboles en las veredas y un penetrante aroma a orines se respiraba en el ambiente. Pasó de estar en un lugar mágico a uno del terror y lo peor, era que si el zorro la soltaba y seguía corriendo sin ella, definitivamente no sabría cómo volver a su posada.
Finalmente, el zorro encontró un escondite para ambos, uno estrecho y apestoso, húmedo y que hacía imaginar a Ingela todos los bichos que se le podrían subir por las piernas, así que sufría en silencio, llorando hacia adentro; no podía hacer ruido o los descubrirían... esos que perseguían al chico. Pero, ¿por qué lo perseguían? De repente, muchas preguntas comenzaron a florecer en la mente de la joven dragona.
¿Estás bien? Lamento haberte arrastrado así. Debería haberte soltado.- dijo de repente el chico en un susurro -Buen movimiento el de los barriles, por cierto. Diría que no es la primera vez que te persiguen, ¿me equivoco?- continuó hablando. Se notaba nervioso. Estaba bastante oscuro y ella estaba pegada a la fría pared, cubierta por el cuerpo de Zatch, así que no le podía ver bien la cara.
-Te juro que es la primera vez que me pasa- dijo -¡Debe ser un error! No sé por qué podrían estar buscán...- de repente, las voces de sus perseguidores hicieron que el zorro quedara en un silencio sepulcral.
-¡Sh, cállense, creo que escuché algo!- se escuchó.
-Maldita rata escurridiza, ¡tiene que estar por aquí!- dijo otro.
-Quédate cerca, Elías, ¡y prepara tu arco, por el amor de Odín!- replicó el primero.
-¡Pfft! Como si ese perro muerto de hambre pudiese ponerme un dedo encima.- se mofó el segundo.
-¿Por qué demonios crees que su recompensa es tan alta? ¡No sólo es un ratero de cuarta, estúpido, también es un asesino, un mercenario, un...!- dijo el primero, dejando a Ingela helada. ¿Por qué hablaba así de Zatch? No parecía ser la persona que ellos describían.
-Tsk, cállate, Breno, eres un miedica... ¡Vamos, apúrense!- dijo el segundo, quien parecía liderar el grupo, y se marcharon, al no encontrarlos.
Por fin el peligro había pasado y el zorro se hizo a un lado -Pues bien, ya se han ido. Eres libre de marcharte.- le dijo, y como ya podía verle el rostro, encontró una expresión de vergüenza y derrota. El chico miraba hacia el suelo, con sus orejitas gachas. Al parecer, el chico era más que un encantador hombre bestia, peludo y adorable.
Ingela resopló y salió del escondite, empujando algunas cajas. Caminó hacia la salida del callejón y se detuvo, giró medio cuerpo y estiró una mano hacia Zatch. -Y bueno, no esperarás que llegue sola a la plaza. ¡No tengo idea de dónde estoy!- dijo sonriendo -Vamos, pasemos a tomar algo y a comer, tanta carrera me ha dejado hambrienta. Así me cuentas quién eres tú realmente- dijo haciendo énfasis en la última palabra. Hizo un gesto con la cabeza y movió los dedos de la mano, indicándole que la tomara.
Finalmente, el zorro encontró un escondite para ambos, uno estrecho y apestoso, húmedo y que hacía imaginar a Ingela todos los bichos que se le podrían subir por las piernas, así que sufría en silencio, llorando hacia adentro; no podía hacer ruido o los descubrirían... esos que perseguían al chico. Pero, ¿por qué lo perseguían? De repente, muchas preguntas comenzaron a florecer en la mente de la joven dragona.
¿Estás bien? Lamento haberte arrastrado así. Debería haberte soltado.- dijo de repente el chico en un susurro -Buen movimiento el de los barriles, por cierto. Diría que no es la primera vez que te persiguen, ¿me equivoco?- continuó hablando. Se notaba nervioso. Estaba bastante oscuro y ella estaba pegada a la fría pared, cubierta por el cuerpo de Zatch, así que no le podía ver bien la cara.
-Te juro que es la primera vez que me pasa- dijo -¡Debe ser un error! No sé por qué podrían estar buscán...- de repente, las voces de sus perseguidores hicieron que el zorro quedara en un silencio sepulcral.
-¡Sh, cállense, creo que escuché algo!- se escuchó.
-Maldita rata escurridiza, ¡tiene que estar por aquí!- dijo otro.
-Quédate cerca, Elías, ¡y prepara tu arco, por el amor de Odín!- replicó el primero.
-¡Pfft! Como si ese perro muerto de hambre pudiese ponerme un dedo encima.- se mofó el segundo.
-¿Por qué demonios crees que su recompensa es tan alta? ¡No sólo es un ratero de cuarta, estúpido, también es un asesino, un mercenario, un...!- dijo el primero, dejando a Ingela helada. ¿Por qué hablaba así de Zatch? No parecía ser la persona que ellos describían.
-Tsk, cállate, Breno, eres un miedica... ¡Vamos, apúrense!- dijo el segundo, quien parecía liderar el grupo, y se marcharon, al no encontrarlos.
Por fin el peligro había pasado y el zorro se hizo a un lado -Pues bien, ya se han ido. Eres libre de marcharte.- le dijo, y como ya podía verle el rostro, encontró una expresión de vergüenza y derrota. El chico miraba hacia el suelo, con sus orejitas gachas. Al parecer, el chico era más que un encantador hombre bestia, peludo y adorable.
Ingela resopló y salió del escondite, empujando algunas cajas. Caminó hacia la salida del callejón y se detuvo, giró medio cuerpo y estiró una mano hacia Zatch. -Y bueno, no esperarás que llegue sola a la plaza. ¡No tengo idea de dónde estoy!- dijo sonriendo -Vamos, pasemos a tomar algo y a comer, tanta carrera me ha dejado hambrienta. Así me cuentas quién eres tú realmente- dijo haciendo énfasis en la última palabra. Hizo un gesto con la cabeza y movió los dedos de la mano, indicándole que la tomara.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
El mundo acababa de rompérsele en mil pedazos. Ese escenario feliz y dichoso que había creado en su mente durante las últimas horas en las que la rubiecita había aparecido en su vida, de repente desaparecía como una nube de humo. No pudo entender cómo podía extrañar tan profundamente algo que hasta el día anterior no se le pasaba por la cabeza que pudiese tener. La ley de la causa y efecto parecía por fin haberle dado su tan anhelada lección. Tenía sentido, pues siendo tan pernicioso como era, ya resultaba extraño que siempre se saliese con la suya; tarde o temprano le saldría el tiro por la culata.
Observó con ojos melancólicos y gesto lánguido cómo la joven se abría paso para salir del escondite, alejándose de sus brazos en pos de huir lo más lejos posible. Dos sentimientos lo dividían: las ganas de rastrear al trío de imbéciles para destriparlos lenta y dolorosamente en venganza, o abrazarse a las piernas de Ingela rogándole que no se fuese. Su cuerpo optó por la tercera opción: quedarse allí, estático, sin saber cómo reaccionar.
Fue entonces cuando la rubia cabellera ondeó al viento al tiempo en que su dueña se giraba para encararlo con aquellos grandes ojos color cielo y la sonrisa que animaría hasta al más muerto de los muertos. Al principio no pudo más que pestañear, siendo presa del asombro y la certeza de “esto es una alucinación o esta chica no está bien de la cabeza”. Y es que no podía estar muy cuerda si decidía pedirle compañía a quien acababa de ser expuesto como pérfido ladrón, asesino y prófugo. ¿Sería una suicida? ¿Una masoquista? ¿O simplemente una chiquilla que no tenía idea de lo que hacía?
Sus piernas reaccionaron antes que su cerebro. Cuando quiso darse cuenta ya estaba caminando hacia ella y tomándole la mano suavemente, con la mirada perdida en ambos orbes celestes. ¿Qué estaba haciendo? ¡Eso no podía terminar sino en desgracia! Las comisuras de sus labios temblaron en una incipiente sonrisa. No le importaba, mientras pudiese tener cinco minutos más junto a aquel regalo de la diosa Freya.
Comenzó a caminar, guiándola esta vez con una velocidad más adecuada al paseo. Siempre atento, por supuesto, a cualquier indicio que delatase la cercanía de sus perseguidores, recorrió el camino de regreso con perfecta precisión, como si siguiese un mapa trazado claramente en su cerebro. El paisaje se revirtió, regresando a los barrios de clase media-alta donde las voces, el barullo y la fiesta resurgían con potencia. Aunque nunca le soltó la mano, no habló ni la miró durante un buen rato, en parte concentrándose en echar miradas paranoicas a cuanta persona lo observase más de la cuenta y, por otro lado, apabullado ante la actitud tan calmada de su acompañante. ¿Qué debía decirle? ¿Sería prudente soltar toda la verdad? No, no, no, claro que no. Quizás sólo una pizca, o una verdad a medias. Sí, eso sería mejor. No podía plasmar toda su vida en una sola confesión, dado que eso la alejaría definitivamente. Además tardaría demasiado tiempo en relatar una fechoría tras otra.
Se detuvo frente a una pequeña taberna que apenas tenía unas pocas mesas ocupadas y, lo más importante, la gente estaba metida en sus propios asuntos: algunos jugaban a las cartas, otros simplemente se concentraban en sus jarras de hidromiel, ya totalmente borrachos. Zatch decidió que sería un buen lugar para guarecerse y, por fin, echó una mirada cargada de incertidumbre a su compañera, como preguntándole si le parecía bien entrar. Luego abrió la puerta y se adentró tras ella, dirigiéndose a la mesita más alejada de todas, donde nadie podría verlos desde fuera del local. Apartó la silla ajena con caballerosidad forzada y acto seguido tomó asiento. Apoyó los codos en la mesa y clavó la mirada en algún nudo de la madera, con las orejas gachas y la espalda curvada en obvia tensión. Su cola, que sobresalía a un costado del respaldo, se mecía de un lado a otro delatando el nerviosismo que lo corroía por dentro.
Se mantuvo extático, mudo, completamente atolondrado. No hablaría hasta que ella rompiera el silencio. ¿Por dónde empezar?...
Observó con ojos melancólicos y gesto lánguido cómo la joven se abría paso para salir del escondite, alejándose de sus brazos en pos de huir lo más lejos posible. Dos sentimientos lo dividían: las ganas de rastrear al trío de imbéciles para destriparlos lenta y dolorosamente en venganza, o abrazarse a las piernas de Ingela rogándole que no se fuese. Su cuerpo optó por la tercera opción: quedarse allí, estático, sin saber cómo reaccionar.
Fue entonces cuando la rubia cabellera ondeó al viento al tiempo en que su dueña se giraba para encararlo con aquellos grandes ojos color cielo y la sonrisa que animaría hasta al más muerto de los muertos. Al principio no pudo más que pestañear, siendo presa del asombro y la certeza de “esto es una alucinación o esta chica no está bien de la cabeza”. Y es que no podía estar muy cuerda si decidía pedirle compañía a quien acababa de ser expuesto como pérfido ladrón, asesino y prófugo. ¿Sería una suicida? ¿Una masoquista? ¿O simplemente una chiquilla que no tenía idea de lo que hacía?
Sus piernas reaccionaron antes que su cerebro. Cuando quiso darse cuenta ya estaba caminando hacia ella y tomándole la mano suavemente, con la mirada perdida en ambos orbes celestes. ¿Qué estaba haciendo? ¡Eso no podía terminar sino en desgracia! Las comisuras de sus labios temblaron en una incipiente sonrisa. No le importaba, mientras pudiese tener cinco minutos más junto a aquel regalo de la diosa Freya.
Comenzó a caminar, guiándola esta vez con una velocidad más adecuada al paseo. Siempre atento, por supuesto, a cualquier indicio que delatase la cercanía de sus perseguidores, recorrió el camino de regreso con perfecta precisión, como si siguiese un mapa trazado claramente en su cerebro. El paisaje se revirtió, regresando a los barrios de clase media-alta donde las voces, el barullo y la fiesta resurgían con potencia. Aunque nunca le soltó la mano, no habló ni la miró durante un buen rato, en parte concentrándose en echar miradas paranoicas a cuanta persona lo observase más de la cuenta y, por otro lado, apabullado ante la actitud tan calmada de su acompañante. ¿Qué debía decirle? ¿Sería prudente soltar toda la verdad? No, no, no, claro que no. Quizás sólo una pizca, o una verdad a medias. Sí, eso sería mejor. No podía plasmar toda su vida en una sola confesión, dado que eso la alejaría definitivamente. Además tardaría demasiado tiempo en relatar una fechoría tras otra.
Se detuvo frente a una pequeña taberna que apenas tenía unas pocas mesas ocupadas y, lo más importante, la gente estaba metida en sus propios asuntos: algunos jugaban a las cartas, otros simplemente se concentraban en sus jarras de hidromiel, ya totalmente borrachos. Zatch decidió que sería un buen lugar para guarecerse y, por fin, echó una mirada cargada de incertidumbre a su compañera, como preguntándole si le parecía bien entrar. Luego abrió la puerta y se adentró tras ella, dirigiéndose a la mesita más alejada de todas, donde nadie podría verlos desde fuera del local. Apartó la silla ajena con caballerosidad forzada y acto seguido tomó asiento. Apoyó los codos en la mesa y clavó la mirada en algún nudo de la madera, con las orejas gachas y la espalda curvada en obvia tensión. Su cola, que sobresalía a un costado del respaldo, se mecía de un lado a otro delatando el nerviosismo que lo corroía por dentro.
Se mantuvo extático, mudo, completamente atolondrado. No hablaría hasta que ella rompiera el silencio. ¿Por dónde empezar?...
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
El chico entendió el mensaje y salió del escondite para tomar su mano y llevarla de vuelta al centro. Qué alegría sentía Ingela al reconocer las calles y saber con certeza que dado el caso, podría volver a su hostal junto a su querida fahliil.
Durante el camino, ninguno de los dos dijo una sola palabra. Ella lo miraba de hito en hito pero él miraba hacia el suelo y nunca se encontró con su mirada. El cambio en él había sido del cielo a la tierra después de haber tenido que huir de los tres persecutores y de la revelación acerca de Zatch. El no había negado nada, como tampoco lo había reconocido, así que tenía que darle la oportunidad de explicarse. Al fin y al cabo, ella entendía que si dos personas se gustaban y querían conocerse debían contar quienes eran, y ellos no habían tenido mucho tiempo para hablar.
Finalmente se detuvieron y entraron en un local que estaba relativamente tranquilo. La música de la plaza llegaba sin ensordecer y permitía conversar. Además, cada quien allí estaba en lo suyo y no miraban la mesa de al lado. Tampoco había mujeres ofreciendo sus servicios y eso agradaba a Ingela pues nadie más que el mesero les interrumpiría.
Rápidamente se sentaron y Zatch continuaba sin mirarla. El mesero se acercó y ella le pidió 2 jarras de hidromiel por ahora. -Y bueno...- dijo ella para romper el hielo. -Esta ha sido una noche bastante especial- dijo sonriendo -¿Es la primera vez que celebras Ohdá en Lunargenta?- preguntó, buscando algún tema de conversación con el cuál iniciar. -Es la primera vez que lo celebro aquí- dijo buscando la mirada de él.
Durante el camino, ninguno de los dos dijo una sola palabra. Ella lo miraba de hito en hito pero él miraba hacia el suelo y nunca se encontró con su mirada. El cambio en él había sido del cielo a la tierra después de haber tenido que huir de los tres persecutores y de la revelación acerca de Zatch. El no había negado nada, como tampoco lo había reconocido, así que tenía que darle la oportunidad de explicarse. Al fin y al cabo, ella entendía que si dos personas se gustaban y querían conocerse debían contar quienes eran, y ellos no habían tenido mucho tiempo para hablar.
Finalmente se detuvieron y entraron en un local que estaba relativamente tranquilo. La música de la plaza llegaba sin ensordecer y permitía conversar. Además, cada quien allí estaba en lo suyo y no miraban la mesa de al lado. Tampoco había mujeres ofreciendo sus servicios y eso agradaba a Ingela pues nadie más que el mesero les interrumpiría.
Rápidamente se sentaron y Zatch continuaba sin mirarla. El mesero se acercó y ella le pidió 2 jarras de hidromiel por ahora. -Y bueno...- dijo ella para romper el hielo. -Esta ha sido una noche bastante especial- dijo sonriendo -¿Es la primera vez que celebras Ohdá en Lunargenta?- preguntó, buscando algún tema de conversación con el cuál iniciar. -Es la primera vez que lo celebro aquí- dijo buscando la mirada de él.
- OOC:
- Perdón por haberme demorado tanto!!! Lo siento mucho!! Pero acá estoy!! Un besito!!
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
El zorro asintió con la cabeza para dar su aprobación a las jarras de hidromiel, evitando también mirar al mozo. Era como si, de pronto, se sintiese avergonzado con todo el mundo... y la sensación no le gustaba en lo más mínimo. ¿Cómo podía, de la nada, darle vergüenza ser quien era? Se regañó mentalmente; no podía permitir que la influencia de una jovencita que acababa de conocer, a quien quería caerle bien siendo quien no era, lo amedrentase de aquel modo. Si alguien le quería debía ser a él, al bastardo, al desgraciado, al miserable. No al Zatch mojigato y estúpido que estaba usando como protección.
Reflexionó durante todo el rato que permanecieron en silencio y estaba buscando las palabras adecuadas para comenzar su exposición cuando Ingela, con todo su tacto y amabilidad, decidió ser más delicada y traer otro tema a colación, uno menos conflictivo y más ameno.
Los ojos ámbar se encontraron con aquellas orbes color cielo por primera vez en un buen rato. Negó con la cabeza tanto para responder a la muchacha como para espantar su incomodidad.
-No, no es la primera vez. Vengo casi todos los años. -Se encogió de hombros e, intentando recuperar la confianza inicial, añadió: -Pero nunca lo había disfrutado tanto como hoy.
Se reacomodó ligeramente en la silla y paseó la mirada por el entorno para constatar que nadie estuviese pendiente de su conversación. Parecían ser gratamente ignorados, por lo cual, tras carraspear y tomarse otro momento de elegir las palabras adecuadas, inhaló profundamente para tomar valor y dejar de lado los temas fútiles con el fin de ir a lo que creía que la joven esperaba llegar tras largos rodeos y sutilezas.
-Escucha, Ingela -comenzó, reclinándose hacia adelante y apoyando los antebrazos sobre la mesa. Aunque ya no se molestaba en caballerosidades como adornar cada frase con palabras señoriales, seguía hablando con una amabilidad genuina, de esa que muy rara vez se escuchaba de su boca- Lo que pasó hace un momento no es inusual para mí. Aquellos... -contuvo los adjetivos como “estúpidos”, “malnacidos” o “hijos de...” para no espantar más aún a la muchacha- ...aquellos chicos son sólo unos de los tantos inútiles que buscan una recompensa a costa de mi cabeza. ¡Y eso que creía haber arrancado todos los carteles! -Se pasó la mano desde el hocico hasta la frente, terminando por peinarse el cabello hacia atrás sin mucho éxito- No soy una buena persona ni me preocupa llegar a serlo, ¿sabes? Hago lo que tengo que hacer. -Sus palabras lo delataban sin contemplación; su mirada, no obstante, buscaba aprobación o comprensión en los ojos impropios- Es la mejor forma de vivir que aprendí... y me gusta. Así que sí, lo que escuchaste es verdad. -tamborileó los dedos sobre la madera y, esbozando una sonrisa entre pícara y autocompasiva, agregó: -Ah, y espero que no se te ocurra a ti también darme caza, te digo yo que no vale la pena. Al menos espera a que la recompensa sea un poco más alta, ja, ja... ja.
Su corazón pareció calmarse, como si se hubiese sacado un gran peso de encima a pesar de que aquello probablemente terminaría empujándolo nuevamente hacia la soledad. Suspiró y apartó los brazos cuando el mesero dejó las jarras de hidromiel sobre la mesa, siguiéndole con la mirada hasta que se alejara. Quizás la muchacha se quedaría a su lado sólo el tiempo que le tomase acabar la bebida, o tal vez se iría en ese mismo instante. -“No me importa” -pensó o, más bien, se intentó convencer de ello- “No es como si necesitase a alguien para ser feliz”.
Reflexionó durante todo el rato que permanecieron en silencio y estaba buscando las palabras adecuadas para comenzar su exposición cuando Ingela, con todo su tacto y amabilidad, decidió ser más delicada y traer otro tema a colación, uno menos conflictivo y más ameno.
Los ojos ámbar se encontraron con aquellas orbes color cielo por primera vez en un buen rato. Negó con la cabeza tanto para responder a la muchacha como para espantar su incomodidad.
-No, no es la primera vez. Vengo casi todos los años. -Se encogió de hombros e, intentando recuperar la confianza inicial, añadió: -Pero nunca lo había disfrutado tanto como hoy.
Se reacomodó ligeramente en la silla y paseó la mirada por el entorno para constatar que nadie estuviese pendiente de su conversación. Parecían ser gratamente ignorados, por lo cual, tras carraspear y tomarse otro momento de elegir las palabras adecuadas, inhaló profundamente para tomar valor y dejar de lado los temas fútiles con el fin de ir a lo que creía que la joven esperaba llegar tras largos rodeos y sutilezas.
-Escucha, Ingela -comenzó, reclinándose hacia adelante y apoyando los antebrazos sobre la mesa. Aunque ya no se molestaba en caballerosidades como adornar cada frase con palabras señoriales, seguía hablando con una amabilidad genuina, de esa que muy rara vez se escuchaba de su boca- Lo que pasó hace un momento no es inusual para mí. Aquellos... -contuvo los adjetivos como “estúpidos”, “malnacidos” o “hijos de...” para no espantar más aún a la muchacha- ...aquellos chicos son sólo unos de los tantos inútiles que buscan una recompensa a costa de mi cabeza. ¡Y eso que creía haber arrancado todos los carteles! -Se pasó la mano desde el hocico hasta la frente, terminando por peinarse el cabello hacia atrás sin mucho éxito- No soy una buena persona ni me preocupa llegar a serlo, ¿sabes? Hago lo que tengo que hacer. -Sus palabras lo delataban sin contemplación; su mirada, no obstante, buscaba aprobación o comprensión en los ojos impropios- Es la mejor forma de vivir que aprendí... y me gusta. Así que sí, lo que escuchaste es verdad. -tamborileó los dedos sobre la madera y, esbozando una sonrisa entre pícara y autocompasiva, agregó: -Ah, y espero que no se te ocurra a ti también darme caza, te digo yo que no vale la pena. Al menos espera a que la recompensa sea un poco más alta, ja, ja... ja.
Su corazón pareció calmarse, como si se hubiese sacado un gran peso de encima a pesar de que aquello probablemente terminaría empujándolo nuevamente hacia la soledad. Suspiró y apartó los brazos cuando el mesero dejó las jarras de hidromiel sobre la mesa, siguiéndole con la mirada hasta que se alejara. Quizás la muchacha se quedaría a su lado sólo el tiempo que le tomase acabar la bebida, o tal vez se iría en ese mismo instante. -“No me importa” -pensó o, más bien, se intentó convencer de ello- “No es como si necesitase a alguien para ser feliz”.
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
La mirada de Ztach delataba la enorme soledad de su corazón. Y no era para menos, si su vida era una constante carrera, huyendo, escapando, ocultándose... y era obvio que le era difícil eso último, siendo un enorme hombre con forma de zorro. No habían muchos como él... ¿existiría una tribu de hombres zorro? Allí podría refugiarse, de existir.
Además, ¿qué cosas habrá vivido él para terminar con ese estilo de vida? ¿Dónde estaban sus padres? Es más, ¿tendría padres? ¿Familia? ¿Alguien a quien le importase su suerte? No parecía. Parecía que quienes más se preocupaban de él eran los cazarecompenzas que lo buscaban.
Ella lo escuchó, cada palabra de su explicación, prestando especial atención a sus gestos, sus ojos, sus adorables orejas que lo delataban, al igual que su cola que no se movía. Sintió muchas cosas. Sorpresa, ya que aquella confesión tan sincera jamás se la esperó. Miedo, pues estaba junto a un delincuente, quizás uno peligroso y sin escrúpulos. Tristeza, pues no era la persona que ella le gustaría que fuese. Y rabia. Rabia de haberse fijado en un chico tan complicado. Era una muchacha soñadora que fantaseaba con establecerse, tener una familia, un compañero de viajes, un ser con quien sentirse segura y tranquila. Aquello con un hombre con el estilo de vida de Zatch sería imposible.
Él era adorable, le atraía mucho, le gustaban sus vivaces ojos color miel y tenía que controlar sus ganas de tocarlo y sentir al hombre debajo de todo ese pelaje lustroso, entre otros impulsos impíos e impropios en ella. ¿Qué hacer? Si la veían con él pensarían que era una ladrona también, podría meterse en problemas, pero...
Él seguía al lado de ella. No la había estafado, ni robado, ni mentido. Le decía quién era y delatarse no era una buena estrategia para un ladrón si es que acaso quería hacerle daño. Ahora estaba confundida y dudaba de qué sería lo más adecuado de hacer. Afortunadamente llegaron las jarras y eso rompió el silencio que había entre ellos. Agradeció con una sonrisa al mesero quien dejó una jarra frente a ella y otra frente a él.
Hasta ese momento había tenido las manos debajo de los muslos para mantenerlas calientes; conforme avanzaba la noche, la temperatura bajaba. Sacó las manos y estiró los brazos sobre la mesa. Parecía que iba a tomar la jarra pero estos siguieron avanzando hasta que sus manos tomaron las de él. Lo miraba a la cara y en su rostro se veía el pesar que sentía.
-Gracias por decirme quién eres en verdad- le dijo con sinceridad. -Eres un hombre único, definitivamente- dijo sonriendo tratando de sonar graciosa, aunque sus ojos se vieran tristes. -Y bueno, nadie es perfecto...- continuó, aunque no sabía qué más decir. Tampoco sabía qué hacer. Si bien una pequeña vocesilla le decía que se levantara, pagara su jarra y se despidiera, otra, más fuerte, le decía que se quedara allí, como para ver qué más pasaba, qué más le decía.
Y luego estaba la tercera voz. Una que susurraba una preguntita muy sencilla y simple. Ingela la acallaba, era una voz débil que podía ser silenciada con facilidad. Pero lo que tenía de débil, tenía de persistente y allí seguía, inquietando a la joven dragona; ¿y si le das un beso?
Además, ¿qué cosas habrá vivido él para terminar con ese estilo de vida? ¿Dónde estaban sus padres? Es más, ¿tendría padres? ¿Familia? ¿Alguien a quien le importase su suerte? No parecía. Parecía que quienes más se preocupaban de él eran los cazarecompenzas que lo buscaban.
Ella lo escuchó, cada palabra de su explicación, prestando especial atención a sus gestos, sus ojos, sus adorables orejas que lo delataban, al igual que su cola que no se movía. Sintió muchas cosas. Sorpresa, ya que aquella confesión tan sincera jamás se la esperó. Miedo, pues estaba junto a un delincuente, quizás uno peligroso y sin escrúpulos. Tristeza, pues no era la persona que ella le gustaría que fuese. Y rabia. Rabia de haberse fijado en un chico tan complicado. Era una muchacha soñadora que fantaseaba con establecerse, tener una familia, un compañero de viajes, un ser con quien sentirse segura y tranquila. Aquello con un hombre con el estilo de vida de Zatch sería imposible.
Él era adorable, le atraía mucho, le gustaban sus vivaces ojos color miel y tenía que controlar sus ganas de tocarlo y sentir al hombre debajo de todo ese pelaje lustroso, entre otros impulsos impíos e impropios en ella. ¿Qué hacer? Si la veían con él pensarían que era una ladrona también, podría meterse en problemas, pero...
Él seguía al lado de ella. No la había estafado, ni robado, ni mentido. Le decía quién era y delatarse no era una buena estrategia para un ladrón si es que acaso quería hacerle daño. Ahora estaba confundida y dudaba de qué sería lo más adecuado de hacer. Afortunadamente llegaron las jarras y eso rompió el silencio que había entre ellos. Agradeció con una sonrisa al mesero quien dejó una jarra frente a ella y otra frente a él.
Hasta ese momento había tenido las manos debajo de los muslos para mantenerlas calientes; conforme avanzaba la noche, la temperatura bajaba. Sacó las manos y estiró los brazos sobre la mesa. Parecía que iba a tomar la jarra pero estos siguieron avanzando hasta que sus manos tomaron las de él. Lo miraba a la cara y en su rostro se veía el pesar que sentía.
-Gracias por decirme quién eres en verdad- le dijo con sinceridad. -Eres un hombre único, definitivamente- dijo sonriendo tratando de sonar graciosa, aunque sus ojos se vieran tristes. -Y bueno, nadie es perfecto...- continuó, aunque no sabía qué más decir. Tampoco sabía qué hacer. Si bien una pequeña vocesilla le decía que se levantara, pagara su jarra y se despidiera, otra, más fuerte, le decía que se quedara allí, como para ver qué más pasaba, qué más le decía.
Y luego estaba la tercera voz. Una que susurraba una preguntita muy sencilla y simple. Ingela la acallaba, era una voz débil que podía ser silenciada con facilidad. Pero lo que tenía de débil, tenía de persistente y allí seguía, inquietando a la joven dragona; ¿y si le das un beso?
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
...Y entonces le tomó las manos.
Fue como si una corriente eléctrica le cosquillease desde los dedos hasta paralizarle el corazón en un rayo fulminante. Pudo sentir cómo se le erizaban los pelos y comenzaban a sudarle las palmas. Claro, Zatch nunca había querido a nadie más que a sí mismo, y no entendía de qué se trataba todo lo que estaba sucediéndole. Sí que se había visto atraído por innumerables jovencitas, pero jamás alguien le había devuelto la mirada como lo hacía aquella pequeña dragona rubia, exaltando cada tramo de su ser. ¿Ella ya habría estado enamorada de alguien alguna vez? Sintió celos de sólo imaginárselo. ¿Cómo esa desconocida podía acelerar el ritmo de sus pulsaciones y perturbarle los pensamientos con una simple mirada cristalina? Volvió a tragar saliva al sentir la garganta seca, pero ni siquiera se acordó de que tenía una jarra de hidromiel frente a su hocico, dado que demasiado embobado estaba ante la situación.
Él la observaba con deseo, confusión, angustia y miedo. En los ojos de ella se podía traslucir la pena y un atisbo de desencanto. Bajo esa mirada que parecía juzgarle en silencio y a la par intentar justificar su comportamiento como buscando la excusa para no salir corriendo, Zatch se sintió susceptible y desnudo por primera vez en mucho tiempo... y era la sensación más desagradable que había sentido nunca. Pero tenía un toque agridulce, algo que le hacía sentirse extasiado, algo que lo impulsó a apretar con ligereza las pequeñas manos e inclinarse hacia adelante para murmurar, esbozando una sonrisa que luchaba por borrar las compasivas palabras impropias:
-Oh, te lo ruego, no me tengas pena. -Le guiñó un ojo y acarició con los pulgares las manos ajenas, tan pequeñas y suaves en comparación a sus rústicas patas- Y tampoco agradezcas. ¿Hasta cuándo iba a engañarte? Al final no habría mérito en encantarte con mentiras, ¿verdad? -Rió sereno y suelto, con esa confianza que pende de un hilo, que esconde tras de sí una enorme montaña de inseguridad- Soy tan único como lo puede ser una dragona que viene a Lunargenta a rezarle a dioses humanos. Bueno, no, lo que a mí me hace único causa miradas de pena, mientras a ti te convierte en un milagro de Freya. Pero discrepo en una cosa... -Se alejó, dado que no encontró el valor suficiente para decir tan de cerca las palabras que le temblaban en los labios y, quebrándose, sin poder ganar la guerra de miradas, bajó los ojos hasta escrutar algún nudo en la madera de la mesa y así, tímido, inusualmente tímido, agregar por fin: -Tú sí que debes ser perfecta.
Respiró profundo. Aunque las suaves manos ajenas descansaban entre las propias como si le perteneciesen desde siempre, encajando a la perfección, la verdad era que no conocía en lo más mínimo la mente de la bonita Ingela. Y no saber cómo “manejar a su presa” engatusándola con las palabras correctas, le ponía realmente nervioso. Resultaba difícil dejar de lado los malos hábitos aún en situaciones libres de mala intención.
-Y si dices que no lo eres, me encantaría descubrir por qué.
Fue como si una corriente eléctrica le cosquillease desde los dedos hasta paralizarle el corazón en un rayo fulminante. Pudo sentir cómo se le erizaban los pelos y comenzaban a sudarle las palmas. Claro, Zatch nunca había querido a nadie más que a sí mismo, y no entendía de qué se trataba todo lo que estaba sucediéndole. Sí que se había visto atraído por innumerables jovencitas, pero jamás alguien le había devuelto la mirada como lo hacía aquella pequeña dragona rubia, exaltando cada tramo de su ser. ¿Ella ya habría estado enamorada de alguien alguna vez? Sintió celos de sólo imaginárselo. ¿Cómo esa desconocida podía acelerar el ritmo de sus pulsaciones y perturbarle los pensamientos con una simple mirada cristalina? Volvió a tragar saliva al sentir la garganta seca, pero ni siquiera se acordó de que tenía una jarra de hidromiel frente a su hocico, dado que demasiado embobado estaba ante la situación.
Él la observaba con deseo, confusión, angustia y miedo. En los ojos de ella se podía traslucir la pena y un atisbo de desencanto. Bajo esa mirada que parecía juzgarle en silencio y a la par intentar justificar su comportamiento como buscando la excusa para no salir corriendo, Zatch se sintió susceptible y desnudo por primera vez en mucho tiempo... y era la sensación más desagradable que había sentido nunca. Pero tenía un toque agridulce, algo que le hacía sentirse extasiado, algo que lo impulsó a apretar con ligereza las pequeñas manos e inclinarse hacia adelante para murmurar, esbozando una sonrisa que luchaba por borrar las compasivas palabras impropias:
-Oh, te lo ruego, no me tengas pena. -Le guiñó un ojo y acarició con los pulgares las manos ajenas, tan pequeñas y suaves en comparación a sus rústicas patas- Y tampoco agradezcas. ¿Hasta cuándo iba a engañarte? Al final no habría mérito en encantarte con mentiras, ¿verdad? -Rió sereno y suelto, con esa confianza que pende de un hilo, que esconde tras de sí una enorme montaña de inseguridad- Soy tan único como lo puede ser una dragona que viene a Lunargenta a rezarle a dioses humanos. Bueno, no, lo que a mí me hace único causa miradas de pena, mientras a ti te convierte en un milagro de Freya. Pero discrepo en una cosa... -Se alejó, dado que no encontró el valor suficiente para decir tan de cerca las palabras que le temblaban en los labios y, quebrándose, sin poder ganar la guerra de miradas, bajó los ojos hasta escrutar algún nudo en la madera de la mesa y así, tímido, inusualmente tímido, agregar por fin: -Tú sí que debes ser perfecta.
Respiró profundo. Aunque las suaves manos ajenas descansaban entre las propias como si le perteneciesen desde siempre, encajando a la perfección, la verdad era que no conocía en lo más mínimo la mente de la bonita Ingela. Y no saber cómo “manejar a su presa” engatusándola con las palabras correctas, le ponía realmente nervioso. Resultaba difícil dejar de lado los malos hábitos aún en situaciones libres de mala intención.
-Y si dices que no lo eres, me encantaría descubrir por qué.
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
La sensación en las yemas de sus dedos era de suavidad. El pelaje de Zatch que alcanzaba a sentir era suave y sedoso. Ella inconscientemente había comenzado a acariciar la palma de la mano de él con la punta de sus dedos. Ambos estaban notablemente entristecidos. Una verdad dura siempre golpea fuerte, aunque era mejor eso que el dulce engaño de la falsa perfección. -Sí te agradezco. Pudiste haberme engatusado y aprovechado de mi sin siquiera darme cuenta. En cambio, has tenido el valor de decirme la verdad. Eso lo aprecio mucho. Y... no siento pena por ti.- le dijo suavemente -Siento pena porque no sé cómo haremos para seguirnos viendo- soltó.
Ella tragó en seco mientras las palabras se formulaban en su mente, una tras otra, fluían desenmarañando el enredo que tenía en la cabeza. ¿Cómo decirle al hombre zorro que ella quería seguir viéndolo más adelante? ¿Cómo decirle que ella tendría que dejar Lunargenta en unos días y que ahora no quería hacerlo? ¿Cómo decirle que realmente no le importaba su pasado si podía estar cerca de él en el futuro? ¿No se estaría apresurando mucho la joven dragona con este chico que recién conocía?
Pero era una jovencita y estaba encandilada con el lustroso pelaje del zorro, con sus ojos brillantes, y sonrisa pícara y encantadora. Ella quería soñar, sentir, tocar y descubrir, y de entre todos los hombres que había conocido, éste en particular le despertaba todo eso. Estaba dispuesta a dejar de lado toda precaución. ¿Para qué tenerla a fin de cuentas?
Entrelazó sus dedos con los de él -Intento ser lo que me enseñaron, honorable y orgullosa de mis ancestros. Bondadosa y amable. A siempre ayudar a quien lo necesite sin mirar en menos a nadie ni juzgar- comenzó a decir -Trato de hacer las cosas bien, de acuerdo a lo que mis padres y familia me inculcaron... pero también he hecho cosas a otros que han sido dañinas...- decía con la cabeza ladeada y mirando un punto en la mesa.
Levantó la mirada hasta que sus ojos se fijaron en los de él, con el ceño fruncido y seguridad dijo -Soy capaz de hacer cualquier cosa, así vaya en contra de las enseñanzas de mis padres, con tal de salvarme y a los que quiero- aquellas palabras sonaron duras, muy disonantes con el dulce carácter de la chica. Pero era verdad, ella daría su vida por alguien si fuese necesario.
Torció la boca y resopló, era suficiente. Basta ya de caras tristes y pesadumbre. Eso no cambiaría el pasado del chico. Pero el futuro no estaba escrito ni tendría por qué ser igual al pasado -Cambiemos el tema, ¿quieres? Lo hecho, hecho está- dijo encogiendo levemente los hombros. -Dime, ¿qué te gusta hacer?- pregunto adquiriendo una expresión más jovial, recobrando la sonrisa y la mirada brillante, llena de esperanzas
Ella tragó en seco mientras las palabras se formulaban en su mente, una tras otra, fluían desenmarañando el enredo que tenía en la cabeza. ¿Cómo decirle al hombre zorro que ella quería seguir viéndolo más adelante? ¿Cómo decirle que ella tendría que dejar Lunargenta en unos días y que ahora no quería hacerlo? ¿Cómo decirle que realmente no le importaba su pasado si podía estar cerca de él en el futuro? ¿No se estaría apresurando mucho la joven dragona con este chico que recién conocía?
Pero era una jovencita y estaba encandilada con el lustroso pelaje del zorro, con sus ojos brillantes, y sonrisa pícara y encantadora. Ella quería soñar, sentir, tocar y descubrir, y de entre todos los hombres que había conocido, éste en particular le despertaba todo eso. Estaba dispuesta a dejar de lado toda precaución. ¿Para qué tenerla a fin de cuentas?
Entrelazó sus dedos con los de él -Intento ser lo que me enseñaron, honorable y orgullosa de mis ancestros. Bondadosa y amable. A siempre ayudar a quien lo necesite sin mirar en menos a nadie ni juzgar- comenzó a decir -Trato de hacer las cosas bien, de acuerdo a lo que mis padres y familia me inculcaron... pero también he hecho cosas a otros que han sido dañinas...- decía con la cabeza ladeada y mirando un punto en la mesa.
Levantó la mirada hasta que sus ojos se fijaron en los de él, con el ceño fruncido y seguridad dijo -Soy capaz de hacer cualquier cosa, así vaya en contra de las enseñanzas de mis padres, con tal de salvarme y a los que quiero- aquellas palabras sonaron duras, muy disonantes con el dulce carácter de la chica. Pero era verdad, ella daría su vida por alguien si fuese necesario.
Torció la boca y resopló, era suficiente. Basta ya de caras tristes y pesadumbre. Eso no cambiaría el pasado del chico. Pero el futuro no estaba escrito ni tendría por qué ser igual al pasado -Cambiemos el tema, ¿quieres? Lo hecho, hecho está- dijo encogiendo levemente los hombros. -Dime, ¿qué te gusta hacer?- pregunto adquiriendo una expresión más jovial, recobrando la sonrisa y la mirada brillante, llena de esperanzas
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Saber que ella deseaba volver a verle era un tremendo alivio que ayudaba a relajar sus tensiones. Después de descubrir con qué clase de hombre estaba en realidad, ¿no estaba preparada para salir corriendo? Definitivamente aquella muchacha era una persona muy, muy especial. Tonta, dirían algunos. Demasiado arriesgada, dirían otros... Encantadora, diría Zatch entre suspiros cargados de anhelo. Él no había ni comenzado a plantearse en qué clase de contexto podría, en la vida real, entablar una relación con Ingela. Un zorro libre, solitario y pendenciero con una dragona de buena cuna comprometida con sus obligaciones familiares. ¿Existía acaso alguna manera de que esa dupla llegase a buen puerto? Si la había, quería descubrirlo... Y si no, pues seguramente valdría la pena el intento.
Escuchó la suerte de confesión sin poder evitar pasear la mirada entre los ojos y labios ajenos, atento a cada palabra y mueca, a toda variación en la voz, al hoyuelo que se marcaba en una de las blancas mejillas apresurándole el corazón. Ella se describía a sí misma como la mismísima contraposición de lo que él representaba. Decía tener principios y la azulina mirada derrochaba benevolencia a borbotones. Eran un truhán y una altruista sentados juntos. Contuvo una sonrisa que habría sido burlona al oírle decir que su moral era flexible a la hora de defender su propia vida o la de sus seres queridos; le resultaba tierno que ella dijese aquello como quien intenta aclarar que no es tan perfectamente buena, tan pura, tan impecable como podría. Quiso decirle que hasta la liebre más mansa mordería la mano de su atacante y en esto no existe deshonra alguna, pero se limitó a asentir para simplemente darle la razón. A él no le importaba en lo más mínimo saber las circunstancias en que la muchacha había dañado a otros, pues no tenía ni intenciones ni ganas de ponerse a juzgarla. ¿Acaso alguien en este mundo está libre de pecados? Al contrario de incordiarle, aquello avivó su interés.
Él habría seguido hablando al respecto, pero el cambio de tema llegó tan abruptamente que a Zatch se le dibujó una sonrisa de sorpresa en el rostro. Le gustaba mucho ese carácter volátil que no permitía que ninguna conversación se tornase aburrida.
-Pues... me encanta tomar hidromiel en compañía de damas encantadoras. -Exhibió su dentadura en una mueca socarrona antes de, con todo el pesar del mundo, soltarle una de las manos para hacer valer sus palabras bebiendo un buen trago del dulce líquido. Tuvo que hacer acopio de toda su buena educación para no soltar ningún ruido o eructo en el proceso y, tras dejar la jarra en su lugar, volvió rápidamente a entrelazar sus dedos con los ajenos, ¡no se le fuera a escapar!- Y leer, me gusta leer. ¡Seré un...! -Al darse cuenta que había subido demasiado el tono de voz alzó las cejas, se encogió de hombros y retomó la frase, esta vez en susurros cómplices que justificaban el acercarse más a la jovencita- ...Seré un delincuente, pero no un analfabeto. Algún día tendré una biblioteca enorme con libros de toda clase. -Hinchó el pecho con orgullo ante la idea; el cómo la compraría ya era otro asunto. ¿Qué más le gustaba? Caviló durante un instante. -Cazar, viajar, estar en movimiento. ¡Y divertirme! -Su cola se movía con suavidad de un lado a otro para remarcar el buen ánimo que le avivaba la mirada. Los ojos ámbar se clavaron en aquellos color cielo con interés y, volviendo a reclinarse hacia adelante, dijo: -Déjame adivinar. A ti también te gusta viajar, si no, no estarías aquí. Y, uhm... te gusta surcar el cielo sintiendo el viento en tus escamas. -Rió y se impresionó ante la magnífica imagen de Ingela como dragona que cruzaba por su mente- ¿Qué más? E, igual de importante, ¿qué no te gusta?
Estaba pasando un momento extraordinario. Ya ni siquiera se acordaba de mirar obsesivamente hacia la puerta para constatar que no entrasen sus persecutores, ni echar ojeadas recelosas a los de las mesas lindantes para persuadirles a meterse en sus propios asuntos. No estaba acostumbrado a estar tan distendido, tan tranquilo, tan... feliz. Quizás, después de todo, no era tan malo darle un poquito de su confianza a alguien más.
Escuchó la suerte de confesión sin poder evitar pasear la mirada entre los ojos y labios ajenos, atento a cada palabra y mueca, a toda variación en la voz, al hoyuelo que se marcaba en una de las blancas mejillas apresurándole el corazón. Ella se describía a sí misma como la mismísima contraposición de lo que él representaba. Decía tener principios y la azulina mirada derrochaba benevolencia a borbotones. Eran un truhán y una altruista sentados juntos. Contuvo una sonrisa que habría sido burlona al oírle decir que su moral era flexible a la hora de defender su propia vida o la de sus seres queridos; le resultaba tierno que ella dijese aquello como quien intenta aclarar que no es tan perfectamente buena, tan pura, tan impecable como podría. Quiso decirle que hasta la liebre más mansa mordería la mano de su atacante y en esto no existe deshonra alguna, pero se limitó a asentir para simplemente darle la razón. A él no le importaba en lo más mínimo saber las circunstancias en que la muchacha había dañado a otros, pues no tenía ni intenciones ni ganas de ponerse a juzgarla. ¿Acaso alguien en este mundo está libre de pecados? Al contrario de incordiarle, aquello avivó su interés.
Él habría seguido hablando al respecto, pero el cambio de tema llegó tan abruptamente que a Zatch se le dibujó una sonrisa de sorpresa en el rostro. Le gustaba mucho ese carácter volátil que no permitía que ninguna conversación se tornase aburrida.
-Pues... me encanta tomar hidromiel en compañía de damas encantadoras. -Exhibió su dentadura en una mueca socarrona antes de, con todo el pesar del mundo, soltarle una de las manos para hacer valer sus palabras bebiendo un buen trago del dulce líquido. Tuvo que hacer acopio de toda su buena educación para no soltar ningún ruido o eructo en el proceso y, tras dejar la jarra en su lugar, volvió rápidamente a entrelazar sus dedos con los ajenos, ¡no se le fuera a escapar!- Y leer, me gusta leer. ¡Seré un...! -Al darse cuenta que había subido demasiado el tono de voz alzó las cejas, se encogió de hombros y retomó la frase, esta vez en susurros cómplices que justificaban el acercarse más a la jovencita- ...Seré un delincuente, pero no un analfabeto. Algún día tendré una biblioteca enorme con libros de toda clase. -Hinchó el pecho con orgullo ante la idea; el cómo la compraría ya era otro asunto. ¿Qué más le gustaba? Caviló durante un instante. -Cazar, viajar, estar en movimiento. ¡Y divertirme! -Su cola se movía con suavidad de un lado a otro para remarcar el buen ánimo que le avivaba la mirada. Los ojos ámbar se clavaron en aquellos color cielo con interés y, volviendo a reclinarse hacia adelante, dijo: -Déjame adivinar. A ti también te gusta viajar, si no, no estarías aquí. Y, uhm... te gusta surcar el cielo sintiendo el viento en tus escamas. -Rió y se impresionó ante la magnífica imagen de Ingela como dragona que cruzaba por su mente- ¿Qué más? E, igual de importante, ¿qué no te gusta?
Estaba pasando un momento extraordinario. Ya ni siquiera se acordaba de mirar obsesivamente hacia la puerta para constatar que no entrasen sus persecutores, ni echar ojeadas recelosas a los de las mesas lindantes para persuadirles a meterse en sus propios asuntos. No estaba acostumbrado a estar tan distendido, tan tranquilo, tan... feliz. Quizás, después de todo, no era tan malo darle un poquito de su confianza a alguien más.
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Ingela lo escuchó sonriente. Le gustó verle animado y alegre. Las sonrisas le quedaban bonitas al chico zorro. Además, sus manos se sentían tan bien entre las de él, que se fundió en una sonrisa bobalicona. Pero la sed apremiaba y tuvo que soltar una mano para poder tomar la jarra y beber de la suave hidromiel que se resbalaba melosa por su garganta, recuperando así su sonrisa normal.
-¡Vaya! Con que eres un ratón de biblioteca- dijo sorprendida. La verdad, no se lo hubiese esperado. -Pues conozco la mejor biblioteca de todo Aerandir, es la biblioteca de los brujos de Beltrexus. Es inmensa, puedes perderte allí días enteros...- le dijo -Verás, a mi me gusta leer también- le dijo en voz bajita, inclinándose sobre la mesa, acercándose a él.
-Debes ser un buen lector, o que soy muy predecible... porque sí, no hay nada más maravilloso que volar y sentir el viento en la cara- le dijo antes de tomar otro trago de su bebida. -Aunque últimamente no he tenido mucha oportunidad de hacerlo...- se lamentó. -Y viajar... es más bien un gusto que voy adquiriendo con el pasar de los días. Al salir de casa estaba muy asustada- le confesó en un susurro. -Pero conocer lugares, comidas y personas es muy bonito- le dijo.
Ante la pregunta de qué no le gustaba, no supo qué responder, así que le dio un largo trago para pensar -No me gusta matar, ni pelear- se dijo mientras el líquido dulce pasaba por su paladar -No me gusta el vino agrio- dijo una vez terminó de beber -Ni el pan duro, ni la carne insípida- dijo riendo.
-Vaya, no sé. Hasta el momento no he hecho nada que no me guste. Creo que siempre hacemos lo que nos da placer, ¿no crees?- le dijo ladeando un poco la cabeza -Sería muy loca si hiciera cosas que no me gustan- continuó -Por ejemplo, sería tonta si ahora decidiera irme, cuando me gusta estar a tu lado y conversar contigo- dijo con un poco de coquetería en su gesto.
-Y a ti, ¿qué no te gusta?- le preguntó con curiosidad.
-¡Vaya! Con que eres un ratón de biblioteca- dijo sorprendida. La verdad, no se lo hubiese esperado. -Pues conozco la mejor biblioteca de todo Aerandir, es la biblioteca de los brujos de Beltrexus. Es inmensa, puedes perderte allí días enteros...- le dijo -Verás, a mi me gusta leer también- le dijo en voz bajita, inclinándose sobre la mesa, acercándose a él.
-Debes ser un buen lector, o que soy muy predecible... porque sí, no hay nada más maravilloso que volar y sentir el viento en la cara- le dijo antes de tomar otro trago de su bebida. -Aunque últimamente no he tenido mucha oportunidad de hacerlo...- se lamentó. -Y viajar... es más bien un gusto que voy adquiriendo con el pasar de los días. Al salir de casa estaba muy asustada- le confesó en un susurro. -Pero conocer lugares, comidas y personas es muy bonito- le dijo.
Ante la pregunta de qué no le gustaba, no supo qué responder, así que le dio un largo trago para pensar -No me gusta matar, ni pelear- se dijo mientras el líquido dulce pasaba por su paladar -No me gusta el vino agrio- dijo una vez terminó de beber -Ni el pan duro, ni la carne insípida- dijo riendo.
-Vaya, no sé. Hasta el momento no he hecho nada que no me guste. Creo que siempre hacemos lo que nos da placer, ¿no crees?- le dijo ladeando un poco la cabeza -Sería muy loca si hiciera cosas que no me gustan- continuó -Por ejemplo, sería tonta si ahora decidiera irme, cuando me gusta estar a tu lado y conversar contigo- dijo con un poco de coquetería en su gesto.
-Y a ti, ¿qué no te gusta?- le preguntó con curiosidad.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Ambos aprovechaban cualquier excusa para acercarse un poco más al otro, de modo que hocico y nariz estaban ya tan cerca que se mezclaban las respiraciones creando un ambiente bastante íntimo. Desde afuera debían verse como los típicos tórtolos romanticones a los que es imposible sacar de su mundo de fantasía, esos que Zatch solía mirar con disgusto y reprobación (pero qué buenas presas de sus fechorías eran al estar así de distraídos). Ahora él era quien jamás se daría cuenta de que alguien lo estaba mirando con recelo, estando tan embobado como estaba, y tan perdido en los ojos y labios impropios.
Escuchó como siempre con sumo interés. Aunque jamás le importaban en lo más mínimo las experiencias de vida de otras personas, todo lo que Ingela tuviera para decir le parecía cautivador. ¿Así que también había estado en la isla de los brujos? ¿¡también le gustaba leer!? Miró hacia el techo por un instante, agradeciendo fervorosamente a Freya por el tremendísimo regalo que le había mandado.
-No creo que seas predecible, no, para nada. -negó suavemente con la cabeza, echando las orejas hacia adelante- Simplemente pienso que a cualquiera le gustaría poder volar. Eres muy afortunada, ¡algún día podrías llevarme volando a la biblioteca! -rió por su ocurrencia y por lo bien que sonaba la idea; al menos así no tendría que colarse en barcos de carga o robar upeleros cada vez que tuviera que recorrer largas distancias- Oh, verás que ese gusto adquirido no se pierde nunca. Cuando regreses a tu casa no podrás estarte quieta mucho tiempo.
Aunque había comenzado la frase con buen ánimo, el final sonó más apagado. Recordar que la joven debía partir a las Tierras del Norte tarde o temprano agriaba su humor. Se esforzó por no perderse más de lo necesario en sus pensamientos pesimistas y volvió a poner atención a lo que le decían. Aquellos “no me gustan” le hicieron sonreír, pero a la par pensó que eran nimiedades. Vino agrio, pan duro y carne insípida. Básicamente su dieta principal. Se encogió de hombros, no le sorprendía viniendo de una joven tan bonita y delicada cuya procedencia, no le cabía duda, debía ser de buena cuna. ¿Qué demonios estaba pensando? Empezó a ponerse nervioso al pensar que ni siquiera tenía una casa decente dónde llevarla, sólo su guarida húmeda, sin ventanas, con un colchón de paja y una triste mesa... con pan duro y vino agrio. No se dio cuenta que comenzaba a apretarle las manos un poco más fuerte debido a su nerviosismo.
Pero entonces ella dijo algo que le hizo estallar el corazón y las preocupaciones se desvanecieron por un segundo. -¿Te gusta estar...? -Repitió, con un hilo de voz y una sonrisa estúpida. Y luego llegó una pregunta que lo dejó cavilando, pues no esperaba que se la devolviesen. Volvió a soltarle una mano para empinar la jarra de hidromiel y aprovechó el instante para pensar, tal como ella había hecho.
No le gustaban los ricachones engreídos. Tampoco su familia, ni la ciudad donde había nacido. No le gustaban los cazarrecompensas, las mascotas ni los sabelotodo. Odiaba profundamente a la Guardia de Lunargenta y las palizas que pegaban en las prisiones. No le gustaba que la vida a veces fuera una mierda injusta. Arrugó el hocico; quizás la lista de cosas que le disgustaban era más larga que la otra.
Tras dejar en su lugar la jarra, respiró profundo e intentó elegir los puntos más inofensivos.
-No me gustan las verduras ni los carteles de “se busca”. Odio a los idiotas que creen que las bestias somos unos palurdos. -Se encogió de hombros y jugueteó suavemente con los dedos ajenos entre los suyos- Tampoco la arena, ¡se me queda en todo el pelo! Y detesto que haga mucho calor.
Rió. De sólo escucharse tenía ganas de pegarse un puñetazo en todo el hocico, pero en cierta forma esa faceta inofensiva le caía... bien. Aunque estar frente a aquella muchacha era igual de estresante que perpetrar un robo en alguna mansión de los ricachones.
-No me gusta saber que pronto te irás al Norte. -Dijo de pronto, alzando la mirada con consternación- ¿Te volveré a ver alguna vez? ¿Es... realmente necesario que te vayas?
Escuchó como siempre con sumo interés. Aunque jamás le importaban en lo más mínimo las experiencias de vida de otras personas, todo lo que Ingela tuviera para decir le parecía cautivador. ¿Así que también había estado en la isla de los brujos? ¿¡también le gustaba leer!? Miró hacia el techo por un instante, agradeciendo fervorosamente a Freya por el tremendísimo regalo que le había mandado.
-No creo que seas predecible, no, para nada. -negó suavemente con la cabeza, echando las orejas hacia adelante- Simplemente pienso que a cualquiera le gustaría poder volar. Eres muy afortunada, ¡algún día podrías llevarme volando a la biblioteca! -rió por su ocurrencia y por lo bien que sonaba la idea; al menos así no tendría que colarse en barcos de carga o robar upeleros cada vez que tuviera que recorrer largas distancias- Oh, verás que ese gusto adquirido no se pierde nunca. Cuando regreses a tu casa no podrás estarte quieta mucho tiempo.
Aunque había comenzado la frase con buen ánimo, el final sonó más apagado. Recordar que la joven debía partir a las Tierras del Norte tarde o temprano agriaba su humor. Se esforzó por no perderse más de lo necesario en sus pensamientos pesimistas y volvió a poner atención a lo que le decían. Aquellos “no me gustan” le hicieron sonreír, pero a la par pensó que eran nimiedades. Vino agrio, pan duro y carne insípida. Básicamente su dieta principal. Se encogió de hombros, no le sorprendía viniendo de una joven tan bonita y delicada cuya procedencia, no le cabía duda, debía ser de buena cuna. ¿Qué demonios estaba pensando? Empezó a ponerse nervioso al pensar que ni siquiera tenía una casa decente dónde llevarla, sólo su guarida húmeda, sin ventanas, con un colchón de paja y una triste mesa... con pan duro y vino agrio. No se dio cuenta que comenzaba a apretarle las manos un poco más fuerte debido a su nerviosismo.
Pero entonces ella dijo algo que le hizo estallar el corazón y las preocupaciones se desvanecieron por un segundo. -¿Te gusta estar...? -Repitió, con un hilo de voz y una sonrisa estúpida. Y luego llegó una pregunta que lo dejó cavilando, pues no esperaba que se la devolviesen. Volvió a soltarle una mano para empinar la jarra de hidromiel y aprovechó el instante para pensar, tal como ella había hecho.
No le gustaban los ricachones engreídos. Tampoco su familia, ni la ciudad donde había nacido. No le gustaban los cazarrecompensas, las mascotas ni los sabelotodo. Odiaba profundamente a la Guardia de Lunargenta y las palizas que pegaban en las prisiones. No le gustaba que la vida a veces fuera una mierda injusta. Arrugó el hocico; quizás la lista de cosas que le disgustaban era más larga que la otra.
Tras dejar en su lugar la jarra, respiró profundo e intentó elegir los puntos más inofensivos.
-No me gustan las verduras ni los carteles de “se busca”. Odio a los idiotas que creen que las bestias somos unos palurdos. -Se encogió de hombros y jugueteó suavemente con los dedos ajenos entre los suyos- Tampoco la arena, ¡se me queda en todo el pelo! Y detesto que haga mucho calor.
Rió. De sólo escucharse tenía ganas de pegarse un puñetazo en todo el hocico, pero en cierta forma esa faceta inofensiva le caía... bien. Aunque estar frente a aquella muchacha era igual de estresante que perpetrar un robo en alguna mansión de los ricachones.
-No me gusta saber que pronto te irás al Norte. -Dijo de pronto, alzando la mirada con consternación- ¿Te volveré a ver alguna vez? ¿Es... realmente necesario que te vayas?
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Estaban tan cerca el uno del otro, que ella percibía el aroma dulzón de la hidromiel en el aliento del zorro. Ambos estaban prácticamente sobre la mesa. ¿Por qué no se sentó al lado de él? Uno frente al otro era una larga distancia que recorrer y con obstáculos. ¿Sería muy obvia si se ganaba a su lado?
A veces no escuchaba por completo lo que él decía, se perdía en sus ojitos pícaros y alegres o en el movimiento de sus orejas. Pensaba en cómo sería dormir junto a él. Eso sería muy útil en Dundarak, poder arroparse con su cola y brazos. La joven suspiraba de hito en hito. -A mi tampoco me gusta el calor- murmuró cuando él mencionó que eso no le gustaba.
Y era cierto. Ella como nortina que era no soportaba el calor. No era que no le gustara, era que no se acostumbraba. Toda su vida vivió en la nieve, incluso en la primavera y verano el frío obligaba a encender fogatas por las noches. Su cuerpo resistía bien el viento helado pero ante el calor sucumbía. Así que lo entendía bien, de hecho, lo entendía a la perfección. -Detesto tener la ropa pegajosa por el sudor...- comentó, pero fue más un pensamiento en voz alta que un comentario.
-Pero las verduras son ricas... ¡salteadas con mantequilla! Y una salchicha ahumada- dijo -Vaya que me da hambre de solo pensarlo- dijo y se echó a reír.
Al recordar el comentario de su suerte por tener alas, sonrió de buena gana -No me puedo quejar. Quizás te lleve de paseo... ya veremos- dijo guiñándole el ojo y sonriendo. En realidad las cargas muy pesadas la agotaban muy rápido. Con el peso y tamaño de Zatch, no podría recorrer muchos kilómetros antes de necesitar un buen reposo. Pero no le diría eso. Parecía que él la imaginaba como una magnífica dragona, fuerte y poderosa, y ella no lo iba a desmentir en ese momento.
La conversación seguía y ella cada vez más deseaba quitar esa estúpida mesa de en medio. Deseaba que los de la mesa de al lado no rieran tan fuerte. Deseaba estar sola con él. Se sentía embriagada, pero no era por la hidromiel, aún no bebía tanto como para llegar a ese estado. -No creo que deje de viajar, de hecho, me gustaría tener un compañero de viaje... más estable y permanente...- dijo recordando que seguramente la elfa estaba de los pelos ya que ella se había ido así sin más. -He descubierto que cuando se viaja acompañado, todo se hace más ameno. ¿No te parece?- dijo y esbozó una sonrisa amplia.
-De hecho, ¿no te gustaría ir al Norte? Allí tu pelaje sería la envidia de todos- le dijo sonriendo -No es que yo vaya ahora a tomar camino de retorno, ¿sabes? Estoy ayudando a una amiga, a la elfa que viste en la plaza, ¿la recuerdas? No estoy muy segura de lo que haremos luego, ni de cuánto tiempo me quede en Lunargenta- le confesó. -Además, yo también quiero seguir viéndote- dijo y calló un instante. Sonrió y le dijo con suavidad -¿Acaso no te has dado cuenta que derretiste la coraza de hielo de una mujer del norte?- dijo con sus labios casi rozando los de él.
A veces no escuchaba por completo lo que él decía, se perdía en sus ojitos pícaros y alegres o en el movimiento de sus orejas. Pensaba en cómo sería dormir junto a él. Eso sería muy útil en Dundarak, poder arroparse con su cola y brazos. La joven suspiraba de hito en hito. -A mi tampoco me gusta el calor- murmuró cuando él mencionó que eso no le gustaba.
Y era cierto. Ella como nortina que era no soportaba el calor. No era que no le gustara, era que no se acostumbraba. Toda su vida vivió en la nieve, incluso en la primavera y verano el frío obligaba a encender fogatas por las noches. Su cuerpo resistía bien el viento helado pero ante el calor sucumbía. Así que lo entendía bien, de hecho, lo entendía a la perfección. -Detesto tener la ropa pegajosa por el sudor...- comentó, pero fue más un pensamiento en voz alta que un comentario.
-Pero las verduras son ricas... ¡salteadas con mantequilla! Y una salchicha ahumada- dijo -Vaya que me da hambre de solo pensarlo- dijo y se echó a reír.
Al recordar el comentario de su suerte por tener alas, sonrió de buena gana -No me puedo quejar. Quizás te lleve de paseo... ya veremos- dijo guiñándole el ojo y sonriendo. En realidad las cargas muy pesadas la agotaban muy rápido. Con el peso y tamaño de Zatch, no podría recorrer muchos kilómetros antes de necesitar un buen reposo. Pero no le diría eso. Parecía que él la imaginaba como una magnífica dragona, fuerte y poderosa, y ella no lo iba a desmentir en ese momento.
La conversación seguía y ella cada vez más deseaba quitar esa estúpida mesa de en medio. Deseaba que los de la mesa de al lado no rieran tan fuerte. Deseaba estar sola con él. Se sentía embriagada, pero no era por la hidromiel, aún no bebía tanto como para llegar a ese estado. -No creo que deje de viajar, de hecho, me gustaría tener un compañero de viaje... más estable y permanente...- dijo recordando que seguramente la elfa estaba de los pelos ya que ella se había ido así sin más. -He descubierto que cuando se viaja acompañado, todo se hace más ameno. ¿No te parece?- dijo y esbozó una sonrisa amplia.
-De hecho, ¿no te gustaría ir al Norte? Allí tu pelaje sería la envidia de todos- le dijo sonriendo -No es que yo vaya ahora a tomar camino de retorno, ¿sabes? Estoy ayudando a una amiga, a la elfa que viste en la plaza, ¿la recuerdas? No estoy muy segura de lo que haremos luego, ni de cuánto tiempo me quede en Lunargenta- le confesó. -Además, yo también quiero seguir viéndote- dijo y calló un instante. Sonrió y le dijo con suavidad -¿Acaso no te has dado cuenta que derretiste la coraza de hielo de una mujer del norte?- dijo con sus labios casi rozando los de él.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
No podía dejar de pensar en cuán encantadora era la muchacha que tenía enfrente. Todo era tan perfecto, que le resultaba difícil no preocuparse ante lo bien que iban las cosas. Y es que, aunque Zatch vivía echándose flores y convenciéndose de ser el mejor de todos, a la hora de la verdad los nervios le podían y se preguntaba cómo aquel milagro de la diosa podía estar fijándose en él. ¡Las manos le sudaban más que la vez en que tuvo a un tipo encima con un martillo a punto de romperle los huesos!
Mientras la joven dragona se preocupaba por el obstáculo que los separaban, él no podía evitar que su mente volase hacia las mil maneras en que aquello podía acabar en desastre, por lo cual aún ni siquiera había reparado en todas las señales que le estaba dando la muchacha para que diese el primer paso. ¡Como si pudiese pensar en un beso cuando ya estaba preocupándose por cómo costearía la boda! Para cuando le volvió a prestar atención, ella estaba diciendo algo sobre viajar acompañada, y él apenas le respondió asintiendo con la cabeza. Entonces el discurso tocó el tema del norte... más bien, una invitación para ir hacia allá. Los ojos ámbar se abrieron con sorpresa y tuvo que llevarse la jarra a los labios para disimular su reacción.
-¿Al Norte? Sí, claro, me encantaría, por supuesto, cuando quieras, ¿por qué no? -Tuvo que pasarse el antebrazo por la mandíbula para secar el hilo de hidromiel que se le había derramado. ¿Viajar con ella? ¿Era realmente una buena idea? Comportarse como un ser “humano” decente durante todo el tiempo que la tuviese al lado sonaba como un verdadero reto, pero por nada del mundo pensaba decir que no.
Cuando dejó la jarra y volvió la mirada con gesto intranquilo, se encontró a la muchacha más cerca que antes, con una sonrisa serena en los labios, diciéndole algo que casi le provoca un infarto. ¿Cómo estaba tan tranquila? Su corazón inexperto latía a mil pulsaciones por segundo y casi podía sentir las miradas de los demás clavándosele en la nuca. Fue entonces cuando su vocecita interior, esa que solía regañarlo y advertirle cuando estaba haciendo una estupidez, le gritó que actuase ¡ya mismo! No podía perder la oportunidad. Inhaló, frunció el ceño, llevó la palma de la mano derecha hasta rozar la mejilla impropia y se adelantó un poco más, cerrando los ojos y rozando por fin los suaves labios femeninos con los propios. No estaba muy seguro de cómo posicionarse para que su gran nariz no topara con la ajena y no la hiciese estornudar con sus bigotes, pero al instante toda preocupación se alejó para dar paso a la sensación más jubilosa que había sentido nunca. De no haber estado cubierto de pelo se le habría visto el rostro totalmente ruborizado.
Tras él, su cola se meneaba de un lado a otro y la gente los miraba raro, algunos incluso algo escandalizados. Bueno, debía ser bastante extraño ver a un zorro gigante besando a una hermosa y delicada adolescente.
Mientras la joven dragona se preocupaba por el obstáculo que los separaban, él no podía evitar que su mente volase hacia las mil maneras en que aquello podía acabar en desastre, por lo cual aún ni siquiera había reparado en todas las señales que le estaba dando la muchacha para que diese el primer paso. ¡Como si pudiese pensar en un beso cuando ya estaba preocupándose por cómo costearía la boda! Para cuando le volvió a prestar atención, ella estaba diciendo algo sobre viajar acompañada, y él apenas le respondió asintiendo con la cabeza. Entonces el discurso tocó el tema del norte... más bien, una invitación para ir hacia allá. Los ojos ámbar se abrieron con sorpresa y tuvo que llevarse la jarra a los labios para disimular su reacción.
-¿Al Norte? Sí, claro, me encantaría, por supuesto, cuando quieras, ¿por qué no? -Tuvo que pasarse el antebrazo por la mandíbula para secar el hilo de hidromiel que se le había derramado. ¿Viajar con ella? ¿Era realmente una buena idea? Comportarse como un ser “humano” decente durante todo el tiempo que la tuviese al lado sonaba como un verdadero reto, pero por nada del mundo pensaba decir que no.
Cuando dejó la jarra y volvió la mirada con gesto intranquilo, se encontró a la muchacha más cerca que antes, con una sonrisa serena en los labios, diciéndole algo que casi le provoca un infarto. ¿Cómo estaba tan tranquila? Su corazón inexperto latía a mil pulsaciones por segundo y casi podía sentir las miradas de los demás clavándosele en la nuca. Fue entonces cuando su vocecita interior, esa que solía regañarlo y advertirle cuando estaba haciendo una estupidez, le gritó que actuase ¡ya mismo! No podía perder la oportunidad. Inhaló, frunció el ceño, llevó la palma de la mano derecha hasta rozar la mejilla impropia y se adelantó un poco más, cerrando los ojos y rozando por fin los suaves labios femeninos con los propios. No estaba muy seguro de cómo posicionarse para que su gran nariz no topara con la ajena y no la hiciese estornudar con sus bigotes, pero al instante toda preocupación se alejó para dar paso a la sensación más jubilosa que había sentido nunca. De no haber estado cubierto de pelo se le habría visto el rostro totalmente ruborizado.
Tras él, su cola se meneaba de un lado a otro y la gente los miraba raro, algunos incluso algo escandalizados. Bueno, debía ser bastante extraño ver a un zorro gigante besando a una hermosa y delicada adolescente.
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
El camarero era un muchacho a quien los años para casarse se le venían encima. Quería encontrar una esposa pronto y le costaba mucho, era tímido y torpe. ¡Pero era un humano! Y ahí, frente a él, una bestia asquerosa, estúpida y hedionda estaba besando a una preciosa jovencita de rosadas mejillas, labios color cereza y unos preciosos ojos azules. Un puto zorro sostenía las delicadas manos de la chica y ella se entregaba a ese beso extasiada, prolongándolo a tal punto que sintió que iba a vomitar. Odió al zorro por tener tal suerte, pero a ella más, por haberlo elegido a él, a una bestia, un ser inferior, asqueroso y sucio.
Pero Ingela, ella estaba en el paraíso. Por primera vez en su vida se sintió volar sin tener alas. Ella no conocía la sensación del beso, eran los primeros labios que sentía sobre los suyos y sus bigotes le hacían cosquillas. Pero hasta eso le gustaba. Le gustaba la suavidad de sus labios, su tibieza, su sabor dulce... no había nada más, solo él y ese beso. No sentía los ojos fijos en ella de las personas que los rodeaban, sus miradas de asco y desaprobación. Mucho menos notaba el odio con el que el camarero la miraba, ni que apretaba las muelas, conteniendo apenas la rabia.
En su cabeza destellaban luces de colores, flamas que ondeaban y estallaban brillantes. Su cuerpo hormigueaba y su piel se erizaba. Ella sentía que iba a estallar de emoción.
¿Y el camarero? Él también iba a estallar pero de ira. Y pronto.
Pero Ingela, ella estaba en el paraíso. Por primera vez en su vida se sintió volar sin tener alas. Ella no conocía la sensación del beso, eran los primeros labios que sentía sobre los suyos y sus bigotes le hacían cosquillas. Pero hasta eso le gustaba. Le gustaba la suavidad de sus labios, su tibieza, su sabor dulce... no había nada más, solo él y ese beso. No sentía los ojos fijos en ella de las personas que los rodeaban, sus miradas de asco y desaprobación. Mucho menos notaba el odio con el que el camarero la miraba, ni que apretaba las muelas, conteniendo apenas la rabia.
En su cabeza destellaban luces de colores, flamas que ondeaban y estallaban brillantes. Su cuerpo hormigueaba y su piel se erizaba. Ella sentía que iba a estallar de emoción.
¿Y el camarero? Él también iba a estallar pero de ira. Y pronto.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
De pronto se sentía bien. Se sentía bien con el mundo, ese mundo que le había dado la espalda en tantas ocasiones, que tan injusto, duro y cruel le parecía. Era como si aquello fuese todo lo que su alma herida necesitaba, y al fin se podía percatar de esa necesidad. ¿Iba a dejar de ser quien era? No, pero tener un bálsamo de cariño en su vida de porquería no estaba nada mal.
No le fue difícil coger el truco, bueno, al menos sentía que lo estaba haciendo bastante bien. Sus labios finos recorrían los impropios, tan cálidos y carnosos, y lo que había empezado como un beso tímido no tardó en verse animado por la pasión que le encendía el pecho. La mano que estaba en la mejilla se deslizó hasta la nuca, acariciando las tersas hebras doradas, y con la otra mimaba los finos dedos entrelazados. ¡Qué dulzura! ¡Qué paraíso! ¿Así que por fin los dioses le ofrecían algo más que pura miseria? Alargó el momento tanto como pudo, pero debió separarse para llenar sus pulmones. Cuando lo hizo abrió los ojos y buscó con desespero la cristalina mirada de su acompañante y, al verla, abrió la boca para decirle algo, tartamudeando con mueca bobalicona y mirada embelesada. No obstante, alguien habló más fuerte.
-¡Me temo que van a tener que retirarse!
El camarero los observaba con rabia, apretando los puños a escasos metros de la mesa. Zatch pegó un respingo, apretó la mano de Ingela y observó al hombre sin encontrar, de momento, la reacción adecuada. No entendía qué estaba pasando; lo habían echado de sitios por múltiples razones, pero siempre con fundamento. Jamás solamente por... por estar ahí.
-¿Cómo dices? -Su tono sonó afectado, mas intentó permanecer sentado y tranquilo. ¿Que diría Ingela si lo veía reaccionar violentamente?- Que se vayan, ¡ahora! Ese tipo de... exhibicionismo no está permitido aquí. -El zorro pestañeó, miró a la dragona y pronto volvió a observar al tipejo, atónito- Oye, idiota, no es como si fuésemos a desnu...- ¡Fuera! -Algunas personas de alrededor comenzaron a abuchearlos, y Zatch empezó a enfadarse. Soltó a la muchacha y se puso de pie empujando hacia atrás la silla con tanta brusquedad que la hizo caer. El mesero dio un paso hacia atrás cuando la bestia llevó la mano a la daga que pendía de su cinturón- Estamos pasando un buen rato sin molestar a nadie, amigo -masticó cada palabra con cuidado, mas sus ojos brillaban con una clara advertencia- Te sugiero que lo pienses dos veces antes de que te... -¡Con razón me sonaba tu cara, perro desgraciado! -Una tercera voz se unió a la discordia; el hombre regordete y calvo que estaba tras el mostrador. ¿El dueño, quizás? La cuestión era que sostenía firmemente el cartel con el rostro zorruno retratado. ¡Cómo odiaba esos malditos letreros!- Voy a llamar a la guardia si no te vas en este instante, pedazo de mierda. Señorita, obviamente usted no sabe con quién está sentada. -Dijo el dueño, al tiempo que el mesero se acercaba y tomaba del brazo a Ingela para apartarla del zorro. Zatch tuvo que esquivar una jarra que voló a un lado de su cabeza, lanzada por uno de los espectadores que, aunque jamás había oído de su existencia, acababa de ver el cartel. Varios otros siguieron el ejemplo y comenzaron a lanzarle cosas.
“¡Ladrón! ¡Asesino! ¡Enciérrenlo! ¡Lacra! ¡Mátenlo! ¡Bestia!” Se hizo un coro. Fuera de sí, el zorro desenvainó el arma y se lanzó hacia el mesero, gritándole que le quitara las sucias manos de encima a su chica.
Quizás la situación acababa de descontrolarse un poco más de la cuenta.
No le fue difícil coger el truco, bueno, al menos sentía que lo estaba haciendo bastante bien. Sus labios finos recorrían los impropios, tan cálidos y carnosos, y lo que había empezado como un beso tímido no tardó en verse animado por la pasión que le encendía el pecho. La mano que estaba en la mejilla se deslizó hasta la nuca, acariciando las tersas hebras doradas, y con la otra mimaba los finos dedos entrelazados. ¡Qué dulzura! ¡Qué paraíso! ¿Así que por fin los dioses le ofrecían algo más que pura miseria? Alargó el momento tanto como pudo, pero debió separarse para llenar sus pulmones. Cuando lo hizo abrió los ojos y buscó con desespero la cristalina mirada de su acompañante y, al verla, abrió la boca para decirle algo, tartamudeando con mueca bobalicona y mirada embelesada. No obstante, alguien habló más fuerte.
-¡Me temo que van a tener que retirarse!
El camarero los observaba con rabia, apretando los puños a escasos metros de la mesa. Zatch pegó un respingo, apretó la mano de Ingela y observó al hombre sin encontrar, de momento, la reacción adecuada. No entendía qué estaba pasando; lo habían echado de sitios por múltiples razones, pero siempre con fundamento. Jamás solamente por... por estar ahí.
-¿Cómo dices? -Su tono sonó afectado, mas intentó permanecer sentado y tranquilo. ¿Que diría Ingela si lo veía reaccionar violentamente?- Que se vayan, ¡ahora! Ese tipo de... exhibicionismo no está permitido aquí. -El zorro pestañeó, miró a la dragona y pronto volvió a observar al tipejo, atónito- Oye, idiota, no es como si fuésemos a desnu...- ¡Fuera! -Algunas personas de alrededor comenzaron a abuchearlos, y Zatch empezó a enfadarse. Soltó a la muchacha y se puso de pie empujando hacia atrás la silla con tanta brusquedad que la hizo caer. El mesero dio un paso hacia atrás cuando la bestia llevó la mano a la daga que pendía de su cinturón- Estamos pasando un buen rato sin molestar a nadie, amigo -masticó cada palabra con cuidado, mas sus ojos brillaban con una clara advertencia- Te sugiero que lo pienses dos veces antes de que te... -¡Con razón me sonaba tu cara, perro desgraciado! -Una tercera voz se unió a la discordia; el hombre regordete y calvo que estaba tras el mostrador. ¿El dueño, quizás? La cuestión era que sostenía firmemente el cartel con el rostro zorruno retratado. ¡Cómo odiaba esos malditos letreros!- Voy a llamar a la guardia si no te vas en este instante, pedazo de mierda. Señorita, obviamente usted no sabe con quién está sentada. -Dijo el dueño, al tiempo que el mesero se acercaba y tomaba del brazo a Ingela para apartarla del zorro. Zatch tuvo que esquivar una jarra que voló a un lado de su cabeza, lanzada por uno de los espectadores que, aunque jamás había oído de su existencia, acababa de ver el cartel. Varios otros siguieron el ejemplo y comenzaron a lanzarle cosas.
“¡Ladrón! ¡Asesino! ¡Enciérrenlo! ¡Lacra! ¡Mátenlo! ¡Bestia!” Se hizo un coro. Fuera de sí, el zorro desenvainó el arma y se lanzó hacia el mesero, gritándole que le quitara las sucias manos de encima a su chica.
Quizás la situación acababa de descontrolarse un poco más de la cuenta.
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
¡Estaba besando a un chico! A un chico encantador, temerario, divertido, peludo, zorruno, alto, fuerte, de ojos vivarachos y con una cola que daban ganas de peinarla. Ingela no cabía en sí de la emoción. Se sentía tan bien, tan cálido, sus labios tan suaves y la forma delicada en que la besaba. Algo en ella quería saltar sobre la mesa a sus brazos y fundirse en ese dulce beso que la extasiaba y llevaba más allá de las nubes. Sentía que subía tanto que tocaría las estrellas -cosa que ella siempre intentaba cuando daba sus paseos con Oma Elle.
Cuando terminó el beso, sbrió sus ojos y se encontró con los de él. Sonrió, sintiéndose liviana y feliz de ver en el rostro del chico el reflejo de ella misma; esa sonrisa del que se halla extasiado y embelesado. Ella se sentía hechizada por esa ensoñación pelirroja, llena de pelo y pasión. En ningún momento pensó que besarlo y sentirse así de bien con él estaría mal o sería mal visto. ¿Por qué lo pensaría? El era un hombre, bestia, sí, pero ella también, solo que no era tan evidente como era el caso de Zatch. Él era solo un muchacho; sentía, hablaba, caminaba, pensaba, leía, reía, corría, tomaba de la mano y le entregaba largas miradas que la derretían. El que tuviera pelo cubriéndole el cuerpo, una cola larga y frondosa, orejas que movía a su antojo y una boca alargada con bigotes solo lo hacían más adorable a los ojos de la joven dragona.
Para ella él era un ser semejante, nada diferente y mucho menos inferior. Por eso no entendía por qué el camarero lo increpaba así, ni por qué tiraba de ella alejándolos, mucho menos el por qué lo echaba. Lo que sí entendía, era que el camarero le apretaba con fuerza el brazo y tiraba de ella con violencia. -¡Basta! ¡Me lastimas! ¡Suéltame!- exclamaba ella tironeando su brazo para que la soltara y resistiéndose a ser arrastrada por él.
Cuando la jarra pasó rozando la cabeza de Zatch, fue el colmo -¿Qué hacen? ¡Déjenlo en paz!- gritó ella, mirando atónita como la gente en la taberna se levantaba de sus sillas y rodeaban a Zatch, gritándole improperios horribles que apretaron el corazón de Ingela de tristeza -¡Cállense!- les gritaba una y otra vez -¡Cállense! ¡Cállense!- gritaba con angustia y sí, un poco de miedo.
Ingela forcejeaba con el camarero, quien cada vez la apretaba con más fuerza -¡Deja de luchar! ¿Qué no ves que te estoy salvando? Este perro sucio seguro te está engatusando- le dijo a Ingela mirándola con una sonrisa y dándose ínfulas de héroe. Ella lo miró atónita y enojada -¿A quién llamas perro sucio? ¿Eh, desgraciado? ¡Ese es mi chico!- le gritó enojada y empujándolo, logrando así que la soltara. Al escuchar aquello, el camarero enrojeció de ira -¿Tu Chico?- dijo con asco. Aquello fue la gota que rebalsó el vaso. ¡Ella lo defendía! ¡Ella lo quería! ¡A una bestia! ¡Un ser que no era un hombre como él! -Maldita. ¿Cómo vas a preferir eso antes que a un hombre? ¡Un hombre como yo!- exclamó dando un paso hacia ella, ciego de ira, apretando los puños.
Ingela instintivamente se puso en guardia. No llevaba armas pero le bastaban sus puños, ese desgraciado ya le había colmado la paciencia. Pero el camarero no alcanzó a dar otro paso cuando Zatch saltó sobre él. Empuñaba una daga y se veía descontrolado. -¡Zatch! ¡No!- gritó Ingela corriendo hasta ellos, agarrándolo por la cintura y tirando de él -¡Vayámonos! ¡Vayámonos de aquí!- le suplicaba -¡Déjalo!- rogaba, abrazándose a él por la espalda.
Cuando terminó el beso, sbrió sus ojos y se encontró con los de él. Sonrió, sintiéndose liviana y feliz de ver en el rostro del chico el reflejo de ella misma; esa sonrisa del que se halla extasiado y embelesado. Ella se sentía hechizada por esa ensoñación pelirroja, llena de pelo y pasión. En ningún momento pensó que besarlo y sentirse así de bien con él estaría mal o sería mal visto. ¿Por qué lo pensaría? El era un hombre, bestia, sí, pero ella también, solo que no era tan evidente como era el caso de Zatch. Él era solo un muchacho; sentía, hablaba, caminaba, pensaba, leía, reía, corría, tomaba de la mano y le entregaba largas miradas que la derretían. El que tuviera pelo cubriéndole el cuerpo, una cola larga y frondosa, orejas que movía a su antojo y una boca alargada con bigotes solo lo hacían más adorable a los ojos de la joven dragona.
Para ella él era un ser semejante, nada diferente y mucho menos inferior. Por eso no entendía por qué el camarero lo increpaba así, ni por qué tiraba de ella alejándolos, mucho menos el por qué lo echaba. Lo que sí entendía, era que el camarero le apretaba con fuerza el brazo y tiraba de ella con violencia. -¡Basta! ¡Me lastimas! ¡Suéltame!- exclamaba ella tironeando su brazo para que la soltara y resistiéndose a ser arrastrada por él.
Cuando la jarra pasó rozando la cabeza de Zatch, fue el colmo -¿Qué hacen? ¡Déjenlo en paz!- gritó ella, mirando atónita como la gente en la taberna se levantaba de sus sillas y rodeaban a Zatch, gritándole improperios horribles que apretaron el corazón de Ingela de tristeza -¡Cállense!- les gritaba una y otra vez -¡Cállense! ¡Cállense!- gritaba con angustia y sí, un poco de miedo.
Ingela forcejeaba con el camarero, quien cada vez la apretaba con más fuerza -¡Deja de luchar! ¿Qué no ves que te estoy salvando? Este perro sucio seguro te está engatusando- le dijo a Ingela mirándola con una sonrisa y dándose ínfulas de héroe. Ella lo miró atónita y enojada -¿A quién llamas perro sucio? ¿Eh, desgraciado? ¡Ese es mi chico!- le gritó enojada y empujándolo, logrando así que la soltara. Al escuchar aquello, el camarero enrojeció de ira -¿Tu Chico?- dijo con asco. Aquello fue la gota que rebalsó el vaso. ¡Ella lo defendía! ¡Ella lo quería! ¡A una bestia! ¡Un ser que no era un hombre como él! -Maldita. ¿Cómo vas a preferir eso antes que a un hombre? ¡Un hombre como yo!- exclamó dando un paso hacia ella, ciego de ira, apretando los puños.
Ingela instintivamente se puso en guardia. No llevaba armas pero le bastaban sus puños, ese desgraciado ya le había colmado la paciencia. Pero el camarero no alcanzó a dar otro paso cuando Zatch saltó sobre él. Empuñaba una daga y se veía descontrolado. -¡Zatch! ¡No!- gritó Ingela corriendo hasta ellos, agarrándolo por la cintura y tirando de él -¡Vayámonos! ¡Vayámonos de aquí!- le suplicaba -¡Déjalo!- rogaba, abrazándose a él por la espalda.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Los ojos del zorro ya no brillaban con ternura, pasión ni inocente y amorosa entrega. Ahora el brillo que afloraba desde el fondo de su alma era de pura, seca y desmedida rabia. Un gruñido constante y gutural resonaba desde su garganta; ahora que se había puesto de pie y amenazaba con la daga firmemente empuñada y los labios retraídos de manera que se viesen con claridad sus afiladas fauces, la gente ya no parecía tan envalentonada y poco a poco comenzaba a recular, dibujando un círculo de imbéciles alrededor de la pareja y el camarero. Ni siquiera el dueño del lugar, que aún sostenía el cartel en la mano, se atrevía a acercarse más de lo prudente.
Estaba a medio envión hacia el humano infeliz cuando el tirón de la dragona impidió que le clavase la daga entre las costillas. El camarero exhaló un grito mezcla de alivio y terror, retrocediendo hasta chocar con una de las mesas.
-¡Eres un asesino! ¡Desgraciado, quisiste apuñalarme! ¡Y tú, tú eres una estúpida! ¿¡Cómo puedes preferirlo a él!?
Zatch lanzó una mirada a la dragona que le instaba a soltarlo y tomar distancia, una de esas miradas que rezan “no te metas”. Midiéndose para no lastimarla, deshizo el agarre que lo asía de la cintura y la empujó suavemente hacia atrás, al tiempo en que guardaba el arma en su vaina y alzaba ambas manos en gesto pacífico. Una vez libre, y ligeramente sosegado por aquellos ojos azules, se volvió al camarero y exclamó:
-¿Tanto te acompleja que un animal parlante sea mejor que tú? Creo que alguien tiene cierto complejo de inferioridad. ¿Tan pequeña la tienes, ah? Deberías hacértelo ver, amigo. Si quieres lo solucionamos ahora mismo.
La renovada calma del zorro pareció desesperar aún más al tipejo, quien no dejaba de mirarlo de hito en hito con ojos desorbitados. Cuando Zatch creyó que al fin dejaría de molestar, el sujeto manoteó un cuchillo que había en la mesa con la que acababa de topar y se le abalanzó encima con furia ciega. Él, que estaba más que acostumbrado a tratar con verdaderos asesinos a sangre fría, tuvo tiempo de hacerse a un costado, detener la mano ajena con el antebrazo, torcerle la muñeca y arrebatarle el cuchillo. Bastó un empujón, aprovechando el envión con que ya venía, para ponerlo de rodillas en el suelo y posicionarse atrás, apoyándole el frío filo del cuchillo en el cuello. Una exclamación general resonó entre las paredes del pequeño establecimiento, y Zatch dijo al oído del, ahora, aterrorizado y humillado hombre:
-No voy a rebanarte la tráquea por respeto a mí chica aquí presente. Pero cuidado, amigo. Si te vuelvo a ver, voy a hacer que te comas tus intestinos además de tu orgullo. ¿Me explico?
Apretó más el agarre y el tipo asintió con la cabeza, tembloroso. Lo soltó empujándole hacia adelante y lanzó el cuchillo varios metros a la izquierda. Cuando se puso de pie tomó a Ingela de la mano y con gesto serio y cansado se dirigió a la salida; los espectadores, amedrentados, abrieron el paso sin mayores contratiempos.
Sin embargo, antes de salir, se detuvo junto al dueño y le arrancó el cartel de la mano. -El aviso vale para ti también, pedazo de mierda. -Amenazó en voz baja, saliendo por fin del local.
Una vez afuera respiró profundo y soltó la mano de la muchacha. Estaba aturdido, secretamente iracundo por no haber podido descuartizar al imbécil y culpable, dado que ni siquiera podía estar en calma con la joven más de una maldita hora sin que alguien los interrumpiese. Y siempre por culpa de su mala reputación.
-Lo siento. -Masculló, mirando hacia un costado con las orejas gachas- Dos pleitos en una sola noche... Entiendo si estás agotada. ¿Quieres que te acompañe hasta tu hospedaje? -El ámbar buscó al color cielo con un deje de temor. ¿Y si ya la había cansado? ¿Y si aquello bastaba para echarla atrás? Había estado demasiado iracundo para notar con cuánta fiereza la jovencita acababa de defenderlo y debía admitir, aunque intentase guardárselo en lo más hondo de la consciencia, que le molestaba haber sido instado a dejar en paz al mesero. Quizás, al fin y al cabo, ella sí que era demasiado buena para él.
Estaba a medio envión hacia el humano infeliz cuando el tirón de la dragona impidió que le clavase la daga entre las costillas. El camarero exhaló un grito mezcla de alivio y terror, retrocediendo hasta chocar con una de las mesas.
-¡Eres un asesino! ¡Desgraciado, quisiste apuñalarme! ¡Y tú, tú eres una estúpida! ¿¡Cómo puedes preferirlo a él!?
Zatch lanzó una mirada a la dragona que le instaba a soltarlo y tomar distancia, una de esas miradas que rezan “no te metas”. Midiéndose para no lastimarla, deshizo el agarre que lo asía de la cintura y la empujó suavemente hacia atrás, al tiempo en que guardaba el arma en su vaina y alzaba ambas manos en gesto pacífico. Una vez libre, y ligeramente sosegado por aquellos ojos azules, se volvió al camarero y exclamó:
-¿Tanto te acompleja que un animal parlante sea mejor que tú? Creo que alguien tiene cierto complejo de inferioridad. ¿Tan pequeña la tienes, ah? Deberías hacértelo ver, amigo. Si quieres lo solucionamos ahora mismo.
La renovada calma del zorro pareció desesperar aún más al tipejo, quien no dejaba de mirarlo de hito en hito con ojos desorbitados. Cuando Zatch creyó que al fin dejaría de molestar, el sujeto manoteó un cuchillo que había en la mesa con la que acababa de topar y se le abalanzó encima con furia ciega. Él, que estaba más que acostumbrado a tratar con verdaderos asesinos a sangre fría, tuvo tiempo de hacerse a un costado, detener la mano ajena con el antebrazo, torcerle la muñeca y arrebatarle el cuchillo. Bastó un empujón, aprovechando el envión con que ya venía, para ponerlo de rodillas en el suelo y posicionarse atrás, apoyándole el frío filo del cuchillo en el cuello. Una exclamación general resonó entre las paredes del pequeño establecimiento, y Zatch dijo al oído del, ahora, aterrorizado y humillado hombre:
-No voy a rebanarte la tráquea por respeto a mí chica aquí presente. Pero cuidado, amigo. Si te vuelvo a ver, voy a hacer que te comas tus intestinos además de tu orgullo. ¿Me explico?
Apretó más el agarre y el tipo asintió con la cabeza, tembloroso. Lo soltó empujándole hacia adelante y lanzó el cuchillo varios metros a la izquierda. Cuando se puso de pie tomó a Ingela de la mano y con gesto serio y cansado se dirigió a la salida; los espectadores, amedrentados, abrieron el paso sin mayores contratiempos.
Sin embargo, antes de salir, se detuvo junto al dueño y le arrancó el cartel de la mano. -El aviso vale para ti también, pedazo de mierda. -Amenazó en voz baja, saliendo por fin del local.
Una vez afuera respiró profundo y soltó la mano de la muchacha. Estaba aturdido, secretamente iracundo por no haber podido descuartizar al imbécil y culpable, dado que ni siquiera podía estar en calma con la joven más de una maldita hora sin que alguien los interrumpiese. Y siempre por culpa de su mala reputación.
-Lo siento. -Masculló, mirando hacia un costado con las orejas gachas- Dos pleitos en una sola noche... Entiendo si estás agotada. ¿Quieres que te acompañe hasta tu hospedaje? -El ámbar buscó al color cielo con un deje de temor. ¿Y si ya la había cansado? ¿Y si aquello bastaba para echarla atrás? Había estado demasiado iracundo para notar con cuánta fiereza la jovencita acababa de defenderlo y debía admitir, aunque intentase guardárselo en lo más hondo de la consciencia, que le molestaba haber sido instado a dejar en paz al mesero. Quizás, al fin y al cabo, ella sí que era demasiado buena para él.
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Zatch era un tipo peligroso. Las palabras que escuchó salir de su adorable boca le helaron el corazón. Aquello le sorprendió, pero lo que le asustó, fue la actitud del chico zorro. Veía en sus ojos la ira y en su actuar la impulsividad. Ni bien logró que Zatch soltara al muchacho, este va y lo arruina todo intentando atacarlo por la espalda, pero su torpe intento quedó solo en eso. La soltura y facilidad con que se movía Zatch, sin siquiera pensar, le demostraban a Ingela que seguramente se veía en esas situaciones a menudo.
Finalmente, todo terminó y salieron del local. Caminaron hasta la esquina, él la llevaba de la mano. Más bien la arrastraba y apretaba su muñeca, pero esto a ella no le molestó, estaba más preocupada por él. Podía notar lo enojado que el zorro estaba, no había que ser muy sensibles para notarlo. Pronto la soltó y le pidió disculpas. Ella estaba desconcertada. No sabía qué hacer.
Lo miró un instante con tristeza. Chasqueó la lengua y se acercó a él hasta quedar en frente y con suma delicadeza, tomó su rostro entre sus manos, buscando mirar a sus ojos. Quería volver a ver ese brillo sagaz pero no estaba. En su lugar había enojo, rabia, frustración y un dejo de tristeza. Ella jamás podría entender lo que Zatch estaba sintiendo. -Son unos malditos desgraciados, todos ellos- dijo en voz baja, acariciando con sus pulgares las mejillas de él. Tras decirle aquello, le dedicó una sonrisa sin dejar de buscar la mirada del zorro.
-Quizás tú estás más agotado que yo, está bien, vamos a descansar- le dijo y se empinó, estirándose para posar sus labios sobre los de él y darle un suave y corto beso, lleno de ternura. No, el Zatch que apareció hace unos minutos era un ser que a Ingela no le gustaba, pero ella sentía que aquel era el Zatch que la fuerza de los golpes de la vida había forjado con dolor y sufrimiento, el Zatch que no podía bajar la guardia porque si lo hacía, lo mataban.
Ella había visto un hombre completamente diferente, uno dulce, tierno y torpe que le robaba risas y suspiros. Le enojaba que la vida de un ser tan maravilloso le haya obligado a ser así. -Aunque yo quisiera conocer tu historia, si quisieras compartirla conmigo, que me la contaras en un lugar lejos de la gente estúpida de los bares y tabernas. ¿Conoces algún lugar así? Bonito, tranquilo y lejos de tanta porquería que parece abundar en esta ciudad- le dijo ladeando la cabeza y con una media sonrisa.
-Pero claro, es tu decisión- le dijo soltando lentamente su rostro.
Finalmente, todo terminó y salieron del local. Caminaron hasta la esquina, él la llevaba de la mano. Más bien la arrastraba y apretaba su muñeca, pero esto a ella no le molestó, estaba más preocupada por él. Podía notar lo enojado que el zorro estaba, no había que ser muy sensibles para notarlo. Pronto la soltó y le pidió disculpas. Ella estaba desconcertada. No sabía qué hacer.
Lo miró un instante con tristeza. Chasqueó la lengua y se acercó a él hasta quedar en frente y con suma delicadeza, tomó su rostro entre sus manos, buscando mirar a sus ojos. Quería volver a ver ese brillo sagaz pero no estaba. En su lugar había enojo, rabia, frustración y un dejo de tristeza. Ella jamás podría entender lo que Zatch estaba sintiendo. -Son unos malditos desgraciados, todos ellos- dijo en voz baja, acariciando con sus pulgares las mejillas de él. Tras decirle aquello, le dedicó una sonrisa sin dejar de buscar la mirada del zorro.
-Quizás tú estás más agotado que yo, está bien, vamos a descansar- le dijo y se empinó, estirándose para posar sus labios sobre los de él y darle un suave y corto beso, lleno de ternura. No, el Zatch que apareció hace unos minutos era un ser que a Ingela no le gustaba, pero ella sentía que aquel era el Zatch que la fuerza de los golpes de la vida había forjado con dolor y sufrimiento, el Zatch que no podía bajar la guardia porque si lo hacía, lo mataban.
Ella había visto un hombre completamente diferente, uno dulce, tierno y torpe que le robaba risas y suspiros. Le enojaba que la vida de un ser tan maravilloso le haya obligado a ser así. -Aunque yo quisiera conocer tu historia, si quisieras compartirla conmigo, que me la contaras en un lugar lejos de la gente estúpida de los bares y tabernas. ¿Conoces algún lugar así? Bonito, tranquilo y lejos de tanta porquería que parece abundar en esta ciudad- le dijo ladeando la cabeza y con una media sonrisa.
-Pero claro, es tu decisión- le dijo soltando lentamente su rostro.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Las cálidas manos tomándole el rostro, con aquellos pequeños dedos hundiéndose en su pelaje, le instaron a devolver la mirada con una mueca cansada que pronto mutaría a simple embobamiento. Por más iracundo que se encontrase, la muchacha era un bálsamo que devolvía el temple a sus pensamientos. ¿Cómo es que ella no había sentido ganas de descuartizar a los estúpidos humanos del bar? Así como ella estaba lejos de comprender los pensamientos del zorro, él era incapaz de empatizar con la calma, nobleza y paciencia de la joven dragona. Después de todo, esos sentimientos eran un lujo que alguien que se encontraba constantemente en situaciones de amenaza no podía darse, a riesgo de encontrarse con la muerte por ser demasiado “débil”.
El suave beso amanzó sus pensamientos y toda su atención volvió a centrarse en la adorable rubia. Aunque en un principio estuvo de acuerdo en ir a descansar, cosa que llevó a Zatch a suspirar y agachar la cabeza, pronto pareció arrepentirse. Le pedía que le contase su historia, y el muchacho no pudo más que carraspear y observarla con intensidad. Aunque ella ya tenía bastante idea de con quién estaba tratando, aún existían muchos oscuros detalles que el zorro prefería omitir. Se prometió tener cuidado con lo que develaba y asintió luego de pensar por un momento en el sitio ideal para tener ese tipo de conversaciones.
-Está bien, creo que conozco un buen lugar. -Murmuró mientras la tomaba de la mano, ahora mucho más suavemente, para emprender el breve paseo.
No tardaron mucho tiempo en llegar a un parque situado en medio de la zona residencial de clase media-alta. Era un pulmón de árboles y bonitos arreglos florales que ocupaba un par de manzanas en medio de las estrechas callejuelas, con bancos de piedra situados a lo largo de los caminitos que se perdían entre los arbustos. A esas horas no había nadie más y la potente luz de la luna bañaba la estancia con sus rayos plateados, permitiéndoles ver con suficiente claridad.
Esperó a que la jovencita eligiese un asiento y tomó lugar junto a ella, rehusando soltarle la mano. Tras inhalar profundamente el aire del lugar, más liviano y puro que el que respiraban en el centro de la ciudad, buscó su mirada antes de comenzar a hablar.
-Bueno, yo te contaré algo de mí... -Acarició una mano ajena con el pulgar, habiendo ya recobrado el tono tranquilo de antaño- ...Pero entonces tú me dirás algo sobre ti. ¿Qué te parece?
Tras dedicarle una sonrisa calma, sus ojos recorrieron el entorno hasta perderse en algún punto entre los árboles. -¿Mi historia? -Masculló. Era un tema que le desagradaba profundamente tocar, pero hizo un esfuerzo por contarla lo más breve y suavemente posible- Bueno... Nací en Roilkat. La familia de mi madre, que es humana, vive... o vivía ahí. Al que debería llamar “mi padre” nunca lo conocí. -Se rascó la barbilla, fingiendo indiferencia pese a que sus recuerdos le creaban un nudo en la garganta- Mi madre, uhm... decidió deshacerse de mí cuando tenía nueve años. Y, uh, bueno, desde entonces tuve que aprender a sobrevivir por mi cuenta, ¿sabes? Y descubrí que la mejor manera para ello, es... pues es hacer lo que hago. Y... ¡Ya te dije demasiado! Ahora es tu turno.
El suave beso amanzó sus pensamientos y toda su atención volvió a centrarse en la adorable rubia. Aunque en un principio estuvo de acuerdo en ir a descansar, cosa que llevó a Zatch a suspirar y agachar la cabeza, pronto pareció arrepentirse. Le pedía que le contase su historia, y el muchacho no pudo más que carraspear y observarla con intensidad. Aunque ella ya tenía bastante idea de con quién estaba tratando, aún existían muchos oscuros detalles que el zorro prefería omitir. Se prometió tener cuidado con lo que develaba y asintió luego de pensar por un momento en el sitio ideal para tener ese tipo de conversaciones.
-Está bien, creo que conozco un buen lugar. -Murmuró mientras la tomaba de la mano, ahora mucho más suavemente, para emprender el breve paseo.
No tardaron mucho tiempo en llegar a un parque situado en medio de la zona residencial de clase media-alta. Era un pulmón de árboles y bonitos arreglos florales que ocupaba un par de manzanas en medio de las estrechas callejuelas, con bancos de piedra situados a lo largo de los caminitos que se perdían entre los arbustos. A esas horas no había nadie más y la potente luz de la luna bañaba la estancia con sus rayos plateados, permitiéndoles ver con suficiente claridad.
Esperó a que la jovencita eligiese un asiento y tomó lugar junto a ella, rehusando soltarle la mano. Tras inhalar profundamente el aire del lugar, más liviano y puro que el que respiraban en el centro de la ciudad, buscó su mirada antes de comenzar a hablar.
-Bueno, yo te contaré algo de mí... -Acarició una mano ajena con el pulgar, habiendo ya recobrado el tono tranquilo de antaño- ...Pero entonces tú me dirás algo sobre ti. ¿Qué te parece?
Tras dedicarle una sonrisa calma, sus ojos recorrieron el entorno hasta perderse en algún punto entre los árboles. -¿Mi historia? -Masculló. Era un tema que le desagradaba profundamente tocar, pero hizo un esfuerzo por contarla lo más breve y suavemente posible- Bueno... Nací en Roilkat. La familia de mi madre, que es humana, vive... o vivía ahí. Al que debería llamar “mi padre” nunca lo conocí. -Se rascó la barbilla, fingiendo indiferencia pese a que sus recuerdos le creaban un nudo en la garganta- Mi madre, uhm... decidió deshacerse de mí cuando tenía nueve años. Y, uh, bueno, desde entonces tuve que aprender a sobrevivir por mi cuenta, ¿sabes? Y descubrí que la mejor manera para ello, es... pues es hacer lo que hago. Y... ¡Ya te dije demasiado! Ahora es tu turno.
Zatch
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