Cría cuervos y... [+18] [Desafío]
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Cría cuervos y... [+18] [Desafío]
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Afueras de Beltrexus
Duna es una niña muy especial, distinta al resto de jóvenes de Beltrexus. Es capaz de crear grandes mundos donde ella pueda ser feliz, donde los malos no son bienvenidos. Sí, muchas veces su mundo ha sido asolado por gente indeseable y en más de una ocasión tuvo que recurrir a quitarles la vida. Todo por invadir su lugar feliz.
No está loca. Y cualquiera que lo crea debe morir, pues no sabe apreciar a la joven y la hará daño. Y no, ya nadie más dañará a Duna, no lo va a permitir. La gente se aparta de ella, y mejor, no quiere soportar a los que no son capaces de ver lo que ella sí puede ver. Tiene un don, un poder más allá del que tienen el resto de brujos y sólo los cuervos la entienden. Ellos, los mensajeros de Odín, con esa capa de plumas negras, son iguales a ella: incomprendidos. La gente tiene miedo de ellos o los miran con desconfianza, igual que a Duna. Por eso los ama, y sabe que el padre de los dioses, también la ama a ella.
Su amor por esos pájaros es tal que vive con ellos, ayuda a los polluelos, a los que están heridos y los alimenta de la gente malvada, pues cuando cometen algún mal ya no sirven para estar en sociedad. ¡Y pueden servir de alimento para sus amigos! Y, a veces, también para ella.
Incluso, su nivel de adoración es tal que, en ocasiones, les ha ofrecido como sacrificio a personas que ella intuía que iban a hacer algún mal. Dicen que más vale prevenir que curar, y ella sólo quiere un mundo feliz, donde la gente sea buena. Por eso debe quitarse de en medio a los que no lo sean.
¡Hora de comer!
Sentada delante de una bandada de estos pájaros negros estaba Duna, sonriendo feliz al ver a sus amigos. Frente a sus piernas tenía una gran bandeja de plata que chorreaba sangre por los lados y con vísceras que son picoteadas por los cuervos.
-¿Tenéis hambre, pequeños mensajeros? Os traeré más. Hay mucha más carne para vosotros. Toda la que queráis. -La pequeña acariciaba a uno de ellos, que se posaba sobre su hombro. -Sois los purgadores de las almas malignas. ¡Claro que podéis comer todo lo que queráis!
La pequeña Duna se levantaba con cuidado para no dañar a sus amigos y agarró el gran tenedor que tenía a sus pies y que gotea sangre.
Entre el batir de las alas de los cuervos y sus graznidos también se podía escuchar otro ruido: gritos de dolor. Venían de entre los árboles y rogaban ayuda.
Pero Duna parecía no escucharlos, ella siempre es feliz estando junto a los cuervos.
-Con calma, con calma. Ahora traigo más.
_________________________________________
Bienvenido/a encantador/a de cuervos: No sé cómo has llegado hasta Beltrexus, pero me encantaría saberlo. Aunque ese no es tu objetivo en este primer turno. Tu misión será describir tu encuentro con la pequeña Duna ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] te muestro cómo es) y convencerla para que te deje acompañarla a por más comida para sus amigos. Ten cuidado con sus cuervos, pero sobre todo, con ella.
Fehu
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Re: Cría cuervos y... [+18] [Desafío]
Un día más, como cualquier otro, el viejo Ventos (antes conocido como Gerrit Nephgerd) abría las puertas del Cuerno Blanco en el puerto de Belltrexus. Todavía no había amanecido. Quedaban todavía un par de horas para que el sol comenzara a salir de su escondite al otro lado del mundo. Esas dos horas eran más que suficiente para que le diera tiempo a limpiar el polvo que durante la noche se hubiera podido colar sin permiso en la taberna. Pasó la húmeda bayeta por todas las mesas, sillas, estanterías y el mismísimo corazón del Cuervo Blanco: La barra donde se servían una media de cincuenta jarras de cervezas al día. Si lo pensaba bien, cincuenta cervezas al día eran pocas. Otras tabernas, fácilmente, consiguen doblar o triplicar sus ventas solamente poniendo a una chica de alegre vistas encima del escenario. Fidelizar clientes, con esas palabras se escudaban de las críticas que el viejo Ventos les hacía cuando les insultaba (con clase) llamándoles libertinos. Daba igual lo que dijeran los demás, el viejo no renunciaría a sus principios por tal de conseguir una panda de adúlteros como clientes. Quienes querían disfrutar de una charla agradable con un sabio anciano mientras se tomaba un desayune completo por menos de diez aeros, tenía las puertas del Cuervo Blanco abiertas de par en par para él. En cambio, si lo que querían eran babosear delante de una joven de gentiles posaderas, con la mano en el pecho, Ventos les mandaba a otro bar de la zona.
El Cuervo Blanco fue su sueño. Un oasis de paz y sabiduría que contrarrestaba, en gran medida, con la vida bárbaro que había tenido en su época de juventud. ¡Qué ignorante era su nieto al no darse cuenta del placer de ser joven! Él era otro Gerrit Nephgerd, igual que su abuelo. El viejo lo comparaba (se comparaba a sí mismo de joven) como a un hierro candente que pedía a gritos ser golpeado con el fin de tener la forma y la consistencia que una espada debe tener. Si Ventos era la espada ya montada, su nieto era un masa maltrecha de hierro fundido.
El viejo no se estaba quieto, intentaba enderezar a su hijo con las artes que conocía. Engaños, acertijos, mensajes ocultos… lo que fuera con tal de que el joven Gerrit usase su cabeza de una vez por todas. ¿Lo conseguía? La respuesta era un gran: NO. Un amigo pirata cercano a Ventos que residía en Lunargenta le dijo que había visto a su nieto matar a un hombre a golpes de martillo. Ventos arqueó la ceja como si le estuviera preguntando: “¿Solo uno?”.
-En realidad fueron cinco- dijo el pirata.
Eso era más propio de los Gerrit’s, una vez comenzaban a matar, no había nada que les impidiese seguir haciéndolo. Eran como perros sarnosos que se alimentaban de su propia obsesión con la muerte y el sufrimiento ajeno. Que se lo preguntasen a Ventos si no era así. Él sentía esa misma obsesión día tras día. Cada vez que abría las puertas del Cuervo Blanco y cada vez que limpiaba la barra. Era como si siempre estuviera con hambre y nunca se pudiera saciar. Muy parecido a los adúlteros adeptos a los barres vecinos al Cuervo Blanco, solo que, en su caso, estaban hambrientos de la visión de bellas mujeres y no del placer que a uno le daba sentirse poderoso.
¡Bendito placer y bendito poder!
Una vez terminada de limpiar la taberna, Ventos bajó al sótano de la taberna para sacar la basura. Allí, entre los muchos toneles de cerveza y vino, patas de jamón en salmuera y diferentes latas de conserva, colgaba boca abajo lo que quedaba del hombre que fue el día anterior. ¿Quién era? No lo sabía. Ventos se lo encontró en un estado de embriaguez lamentable mientras acosaba a una mujer de buen oficio. El tipejo había tenido la osadía de clavarle un puñal en el brazo de la chica para que estuviera quieta y no molestase mientras se embutía en sus pechos. Al verlo, los delirios de lo que quedaba de Gerrit Nephgerd en Ventos despertaron e hicieron su deber con el desafortunado hombre de mal vivir.
Offrol: Punto de vista del abuelo de mi personaje que, curiosamente, se llama como él.
Hago una pequeña mención al Capitán Werner.
Tengo permiso de Master Fehu, me dio libertad de creación.
La boca me sabía a cenizas y no porque hubiera metido la lengua en el horno, cosa que tenía muchas ganas de hacer. El sabor venía desde mi cabeza. Sabía perfectamente, aunque desconocía el motivo, que me lo estaba imaginando. Al despertar, antes de vestirme, fuí a la cocina de Keira y me tome un gran vaso de fuerte coñac. Dolor de garganta y quemazón en el cuello, esas eran buenas señales, significaba que el coñac era del bueno. De ese cuyo sabor perduraba horas. Me serví otro vaso hasta el tope y me lo tomé de un solo trago. Tuve que toser repetidas veces para quitarme la sensación a quemazón que me dejó. Era coñac del bueno, del fuerte. Entonces, ¿por qué no podía quitar el sabor a ceniza de mi boca?
-He oído ruidos.- me preguntó Keira desde la cama.
-Soy yo, no te preocupes.- contesté desde la cocina.- Me apetecía tomarme vaso de coñac al despertar, solo eso-.
Ella estaba desnuda, igual que yo. Nunca nos importó que el otro nos viera desnudo. Pronto, se convirtió en algo natural. Si podía opinar, aquello se convirtió en algo demasiado natural y demasiado cotidiano. No sabía si Keira sentiría lo mismo hacia mí de lo que yo sentía hacia ella. Y, para ser sinceros, tampoco sabía, realmente, que era lo que yo sentía. Una cosa tenía clara, el sabor a ceniza en mi boca era más presente cuando la veía sentada, de piernas cruzadas, mirándome con los pechos blancos aire.
Llené por tercera vez el vaso con coñac y se lo entregué a Keira. Igual que no nos importaba vernos desnudos, tampoco nos importaba beber del mismo vaso.
Las frases tales como: “aquí tienes” y “gracias” nos parecían tan insípidas que ninguno de los dos dijo nada. ¿Qué más podríamos decir después de haber pasado toda una noche gritando? Nada, no había nada que pudiéramos decir y que no sonase terriblemente forzado.
-Me marcho, no sé cuándo volveré- fue lo único que dije mientras me ponía los pantalones.
“Adiós”, otra palabra prohibida. La forma que teníamos de despedirnos es que yo me acercaba a darle un beso en la mejilla (sabía a ceniza) y ella se mantenía firme y orgullosa como siempre lo hacía.
Salí de casa cabizbajo. Desde lejos, podría parecer que estaba inmerso en unos profundos pensamientos de tristeza. Nada más lejos de la realidad. En lo único que pensaba era en el sabor a ceniza y, para nada me estaba triste. Simplemente, caminaba cabizbajo porque tenía la sensación de que mi cabeza pesaba. La notaba como una bola enorme que no dejaba de crecer. En cierto punto, era como tener resaca pero sin la parte de la jaqueca. ¿El sabor a ceniza también era parte de esa misma resaca? No estaba completamente seguro, pero podía jurar que así lo era.
Estaba sufriendo una resaca que no venía por el sexo que tuve ayer con Keira ni por los dos vasos de coñac que me había servido durante la mañana. La razón de la resaca era otra muy distinta, una que había conocido en aquellos días en los que mi vida se resumía una palabra: Violencia. Genial, justo recobré mi peor (mejor) faceta cuando las cosas se estaban volviendo aburridas y cotidianas.
Cogí a Suuri de mi cintura y le di un beso como, minutos antes se lo había dado a Keira. A ella se lo di en son de despedida y a mi martillo como gesto de saludo.
¡Bendito placer y bendito poder!
Iba a golpear con mi martillo al primer hombre que viese, me daba igual quien fuera, solo quería quitarme el sabor a ceniza de mi boca. Mi cabeza estaba erguida de nuevo. Dejé de mirar las manchas rojas del pavimento para mirar a los desafortunados transeúntes que tenía más cerca. Venga, que alguien me diera una alegría y se desvíe rumbo a uno de esos angostos callejones en los que nunca había ningún testigo que pudiera ver absolutamente nada.
Al principio no vi nada que me llamase mi atención más que un cadáver (lástima, ya hay alguien que ha hecho mi trabajo) tirado en unos cubos de basura. Pensé desquitarme con él. No podía llevar más de ocho horas muerto. Todavía se podía notar las marcas de sus venas por toda su piel. De su boca chorreaba un pequeño hilillo de sangre, nada en comparación a toda la sangre que guardaba el cadáver en su interior. Quien fuera el asesino de ese hombre no había sido un simple aficionado. Hizo bien su trabajo, lo reconocía. Lo hizo tan bien que comencé a envidarlo. Di una patada a uno de los contenedores de basura en los que estaba el cadáver tan solo para desahogar la rabia que me producía la envidia. El sabor a ceniza siguió en su lugar.
Vi un detalle que me llamó especialmente la atención: Un rastro de sangre, nada más ni nada menos. Si el que mataba a un ladrón tenía cien años de perdón, ¿qué tenía quien mataba a un tipo que había hecho tal obra de arte con un cadáver? Esperaba que una buena bolsa de aeros acompañada de algún tesoro el cual fardar en mi vejez.
Otro beso a Suuri para prepararla para el combate y avancé siguiendo el rastro de sangre.
¡Sorpresa, sorpresa! El tan esperado asesino que esperaba no era un hombre fornido que me pudiera garantizar ciertas horas (o minutos, teniendo en cuenta lo fuerte que era el sabor a ceniza) de diversión, sino una pequeña niña de pelo castaño que jugaba con unos cuervos que revoloteaban a su alrededor. La chica llevaba una bandeja de plata llena de trozos de sangre y vísceras. Los cuervos se estaban picoteando entre ellos por ver quién era el valiente que conseguía el trozo más grande de carne.
-Las niñas no deberían jugar con los muertos.- le dije sin ocultar un aire socarrón en mi voz, era divertirlo verla. El sabor a ceniza había desaparecido de mi boca en cuanto vi a la pequeña manchada de sangre y riendo mientras veía a los cuervos comer. -¿Es qué tus padres no te han enseñado que es de mala educación? A veces, se levantan como si nada y empiezan a morder a las niñas que les roba trozos de su cuerpo-.
Nunca destaqué por ser el más observador de la clase, pero tampoco había que ser un genio para darse cuenta que la niña se estaba quedando sin comida. Mala noticia, un animal hambriento era capaz de hacer cualquier cosa. Esos cuervos no eran muy diferentes a mí, nadie mejor que yo comprendería que una vez probado el sabor de la sangre, uno estaba obligo a repetir plato si no quería ser condenado por un odioso sabor a ceniza por toda su vida.
--¿De veras?- contestó la chica tras un largo silencio a la vez que daba un paso hacia atrás.
-Jurado. Si quieres te puedo acompañar a conseguir más comida.- un cuervo graznó de felicidad porque iba a conseguir más comida o por proteger a la chica de lo que le fuera a hacer- Se me da especialmente bien tratar con los cadáveres y te puedo conseguir unos cuántos con solo un beso de Suuri.- dejé de sonreír al darme cuenta que la niña no sabría quién era Suuri. Levanté mi martillo y continúe- Saluda a Suuri, a ella le has caído bien-.
Ayudar a una niña a conseguir más comida para sus cuervos a cambio a que se me quitase el sabor a ceniza de la boca. Luego, las malas lenguas, me llamarían villano.
Offrol: El cadáver que señalé con Gerrit es el que mató el abuelo. ¿No te importa verdad?
Espero que te guste Master Fehu, lo he hecho con todo mi amor.
El Cuervo Blanco fue su sueño. Un oasis de paz y sabiduría que contrarrestaba, en gran medida, con la vida bárbaro que había tenido en su época de juventud. ¡Qué ignorante era su nieto al no darse cuenta del placer de ser joven! Él era otro Gerrit Nephgerd, igual que su abuelo. El viejo lo comparaba (se comparaba a sí mismo de joven) como a un hierro candente que pedía a gritos ser golpeado con el fin de tener la forma y la consistencia que una espada debe tener. Si Ventos era la espada ya montada, su nieto era un masa maltrecha de hierro fundido.
El viejo no se estaba quieto, intentaba enderezar a su hijo con las artes que conocía. Engaños, acertijos, mensajes ocultos… lo que fuera con tal de que el joven Gerrit usase su cabeza de una vez por todas. ¿Lo conseguía? La respuesta era un gran: NO. Un amigo pirata cercano a Ventos que residía en Lunargenta le dijo que había visto a su nieto matar a un hombre a golpes de martillo. Ventos arqueó la ceja como si le estuviera preguntando: “¿Solo uno?”.
-En realidad fueron cinco- dijo el pirata.
Eso era más propio de los Gerrit’s, una vez comenzaban a matar, no había nada que les impidiese seguir haciéndolo. Eran como perros sarnosos que se alimentaban de su propia obsesión con la muerte y el sufrimiento ajeno. Que se lo preguntasen a Ventos si no era así. Él sentía esa misma obsesión día tras día. Cada vez que abría las puertas del Cuervo Blanco y cada vez que limpiaba la barra. Era como si siempre estuviera con hambre y nunca se pudiera saciar. Muy parecido a los adúlteros adeptos a los barres vecinos al Cuervo Blanco, solo que, en su caso, estaban hambrientos de la visión de bellas mujeres y no del placer que a uno le daba sentirse poderoso.
¡Bendito placer y bendito poder!
Una vez terminada de limpiar la taberna, Ventos bajó al sótano de la taberna para sacar la basura. Allí, entre los muchos toneles de cerveza y vino, patas de jamón en salmuera y diferentes latas de conserva, colgaba boca abajo lo que quedaba del hombre que fue el día anterior. ¿Quién era? No lo sabía. Ventos se lo encontró en un estado de embriaguez lamentable mientras acosaba a una mujer de buen oficio. El tipejo había tenido la osadía de clavarle un puñal en el brazo de la chica para que estuviera quieta y no molestase mientras se embutía en sus pechos. Al verlo, los delirios de lo que quedaba de Gerrit Nephgerd en Ventos despertaron e hicieron su deber con el desafortunado hombre de mal vivir.
Offrol: Punto de vista del abuelo de mi personaje que, curiosamente, se llama como él.
Hago una pequeña mención al Capitán Werner.
Tengo permiso de Master Fehu, me dio libertad de creación.
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La boca me sabía a cenizas y no porque hubiera metido la lengua en el horno, cosa que tenía muchas ganas de hacer. El sabor venía desde mi cabeza. Sabía perfectamente, aunque desconocía el motivo, que me lo estaba imaginando. Al despertar, antes de vestirme, fuí a la cocina de Keira y me tome un gran vaso de fuerte coñac. Dolor de garganta y quemazón en el cuello, esas eran buenas señales, significaba que el coñac era del bueno. De ese cuyo sabor perduraba horas. Me serví otro vaso hasta el tope y me lo tomé de un solo trago. Tuve que toser repetidas veces para quitarme la sensación a quemazón que me dejó. Era coñac del bueno, del fuerte. Entonces, ¿por qué no podía quitar el sabor a ceniza de mi boca?
-He oído ruidos.- me preguntó Keira desde la cama.
-Soy yo, no te preocupes.- contesté desde la cocina.- Me apetecía tomarme vaso de coñac al despertar, solo eso-.
Ella estaba desnuda, igual que yo. Nunca nos importó que el otro nos viera desnudo. Pronto, se convirtió en algo natural. Si podía opinar, aquello se convirtió en algo demasiado natural y demasiado cotidiano. No sabía si Keira sentiría lo mismo hacia mí de lo que yo sentía hacia ella. Y, para ser sinceros, tampoco sabía, realmente, que era lo que yo sentía. Una cosa tenía clara, el sabor a ceniza en mi boca era más presente cuando la veía sentada, de piernas cruzadas, mirándome con los pechos blancos aire.
Llené por tercera vez el vaso con coñac y se lo entregué a Keira. Igual que no nos importaba vernos desnudos, tampoco nos importaba beber del mismo vaso.
Las frases tales como: “aquí tienes” y “gracias” nos parecían tan insípidas que ninguno de los dos dijo nada. ¿Qué más podríamos decir después de haber pasado toda una noche gritando? Nada, no había nada que pudiéramos decir y que no sonase terriblemente forzado.
-Me marcho, no sé cuándo volveré- fue lo único que dije mientras me ponía los pantalones.
“Adiós”, otra palabra prohibida. La forma que teníamos de despedirnos es que yo me acercaba a darle un beso en la mejilla (sabía a ceniza) y ella se mantenía firme y orgullosa como siempre lo hacía.
Salí de casa cabizbajo. Desde lejos, podría parecer que estaba inmerso en unos profundos pensamientos de tristeza. Nada más lejos de la realidad. En lo único que pensaba era en el sabor a ceniza y, para nada me estaba triste. Simplemente, caminaba cabizbajo porque tenía la sensación de que mi cabeza pesaba. La notaba como una bola enorme que no dejaba de crecer. En cierto punto, era como tener resaca pero sin la parte de la jaqueca. ¿El sabor a ceniza también era parte de esa misma resaca? No estaba completamente seguro, pero podía jurar que así lo era.
Estaba sufriendo una resaca que no venía por el sexo que tuve ayer con Keira ni por los dos vasos de coñac que me había servido durante la mañana. La razón de la resaca era otra muy distinta, una que había conocido en aquellos días en los que mi vida se resumía una palabra: Violencia. Genial, justo recobré mi peor (mejor) faceta cuando las cosas se estaban volviendo aburridas y cotidianas.
Cogí a Suuri de mi cintura y le di un beso como, minutos antes se lo había dado a Keira. A ella se lo di en son de despedida y a mi martillo como gesto de saludo.
¡Bendito placer y bendito poder!
Iba a golpear con mi martillo al primer hombre que viese, me daba igual quien fuera, solo quería quitarme el sabor a ceniza de mi boca. Mi cabeza estaba erguida de nuevo. Dejé de mirar las manchas rojas del pavimento para mirar a los desafortunados transeúntes que tenía más cerca. Venga, que alguien me diera una alegría y se desvíe rumbo a uno de esos angostos callejones en los que nunca había ningún testigo que pudiera ver absolutamente nada.
Al principio no vi nada que me llamase mi atención más que un cadáver (lástima, ya hay alguien que ha hecho mi trabajo) tirado en unos cubos de basura. Pensé desquitarme con él. No podía llevar más de ocho horas muerto. Todavía se podía notar las marcas de sus venas por toda su piel. De su boca chorreaba un pequeño hilillo de sangre, nada en comparación a toda la sangre que guardaba el cadáver en su interior. Quien fuera el asesino de ese hombre no había sido un simple aficionado. Hizo bien su trabajo, lo reconocía. Lo hizo tan bien que comencé a envidarlo. Di una patada a uno de los contenedores de basura en los que estaba el cadáver tan solo para desahogar la rabia que me producía la envidia. El sabor a ceniza siguió en su lugar.
Vi un detalle que me llamó especialmente la atención: Un rastro de sangre, nada más ni nada menos. Si el que mataba a un ladrón tenía cien años de perdón, ¿qué tenía quien mataba a un tipo que había hecho tal obra de arte con un cadáver? Esperaba que una buena bolsa de aeros acompañada de algún tesoro el cual fardar en mi vejez.
Otro beso a Suuri para prepararla para el combate y avancé siguiendo el rastro de sangre.
¡Sorpresa, sorpresa! El tan esperado asesino que esperaba no era un hombre fornido que me pudiera garantizar ciertas horas (o minutos, teniendo en cuenta lo fuerte que era el sabor a ceniza) de diversión, sino una pequeña niña de pelo castaño que jugaba con unos cuervos que revoloteaban a su alrededor. La chica llevaba una bandeja de plata llena de trozos de sangre y vísceras. Los cuervos se estaban picoteando entre ellos por ver quién era el valiente que conseguía el trozo más grande de carne.
-Las niñas no deberían jugar con los muertos.- le dije sin ocultar un aire socarrón en mi voz, era divertirlo verla. El sabor a ceniza había desaparecido de mi boca en cuanto vi a la pequeña manchada de sangre y riendo mientras veía a los cuervos comer. -¿Es qué tus padres no te han enseñado que es de mala educación? A veces, se levantan como si nada y empiezan a morder a las niñas que les roba trozos de su cuerpo-.
Nunca destaqué por ser el más observador de la clase, pero tampoco había que ser un genio para darse cuenta que la niña se estaba quedando sin comida. Mala noticia, un animal hambriento era capaz de hacer cualquier cosa. Esos cuervos no eran muy diferentes a mí, nadie mejor que yo comprendería que una vez probado el sabor de la sangre, uno estaba obligo a repetir plato si no quería ser condenado por un odioso sabor a ceniza por toda su vida.
--¿De veras?- contestó la chica tras un largo silencio a la vez que daba un paso hacia atrás.
-Jurado. Si quieres te puedo acompañar a conseguir más comida.- un cuervo graznó de felicidad porque iba a conseguir más comida o por proteger a la chica de lo que le fuera a hacer- Se me da especialmente bien tratar con los cadáveres y te puedo conseguir unos cuántos con solo un beso de Suuri.- dejé de sonreír al darme cuenta que la niña no sabría quién era Suuri. Levanté mi martillo y continúe- Saluda a Suuri, a ella le has caído bien-.
Ayudar a una niña a conseguir más comida para sus cuervos a cambio a que se me quitase el sabor a ceniza de la boca. Luego, las malas lenguas, me llamarían villano.
Offrol: El cadáver que señalé con Gerrit es el que mató el abuelo. ¿No te importa verdad?
Espero que te guste Master Fehu, lo he hecho con todo mi amor.
Gerrit Nephgerd
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Re: Cría cuervos y... [+18] [Desafío]
La ilusión se dibujó en los ojos castaños de Duna cuando ese hombre del martillo le dijo que podía conseguirle más cadáveres. ¡A sus cuervos no les faltaría comida! Bueno, ella se encargaba de que jamás les faltase pero era perfecto tener de sobra. Ese muchacho la entendía. -Bien, vamos.
Tomó de la mano a Gerrit y se dejó guiar por él, no sin antes saludar a Suuri con una sonrisa y agitando su mano libre. Uno de los cuervos decidió acompañar a su amiga, posándose en su hombro, mientras el resto de la bandada seguí picoteando los restos de vísceras que quedaban en la bandeja, embadurnando sus picos de rojo escarlata. -Y no juego con los muertos. Ellos no van a venir a morderme. -Duna parecía incómoda con ese tema que había sacado el grandullón rubio. ¡No quería que la mordieran! Eso nunca lo había oído y se había enfurruñado al pensar que iban a levantarse a por ella. Pero confiaba en sus amigos para que la salvasen. -Siguen vivos. Los cuervos son mensajeros de Odín, no puedo darles cadáveres. Eso está mal.
Parecía convencida de que matar no estaba bien, pero no por el hecho de arrebatar una vida, sino porque los mensajeros de los dioses no podían cometer necrofagia. Su alimento debía tener todos sus nutrientes para que pudieran transportar los mensajes. No merecían carroña.
Mientras caminaba seguía pensando en lo que había dicho de sus padres. ¿Ellos tenían que haberla enseñado a no jugar con los muertos? Pues tarde, ya no estaban. No habían podido aguantar su juego. Y su hermana…
-Es bueno encontrar a alguien que me ayude a alimentar a mis cuervos. ¡Necesitamos a alguien grande! Mi hermana ya no tiene brazos, ni piernas, las tripas se le salen y sólo le quedan los ojos. Es la parte más deliciosa pero… Han venido más cuervos y no podré alimentarlos a todos. -Parecía realmente triste ante esa idea de que sus amigos de plumas negras se quedasen sin comida. -Necesito a una persona grande para que puedan comer todos.
Y los brujos no eran especialmente grandes. Necesitaba cortar a bastantes para que todos sus amigos pudieran alimentarse. ¡Encima nacían polluelos! Ellos también necesitaban de sus cuidados. Unos pasos más y se le ocurrió la mejor de sus ideas. Miró hacia arriba, a Gerrit, con cierta sonrisa ladina. -Tu eres grande, y a Suuri la puedes agarrar con una mano. Tus músculos servirían para mis amigos y Odín te estaría agradecido, ¿no crees? ¡Puedes ayudarme! Si haces eso por nosotros te regalaré a mi hermana. Aún estará viva unas cuantas horas más. ¡Y te la doy con ojos! Es lo más preciado. Los tuyos son bonitos, podrás conservarlos si así lo deseas, seré buena.
¿¡Cómo no había caído en eso!? ¡Pero qué gran idea! ¿Para qué tenían que irse a la ciudad si tenía a la persona idónea a su lado? Además él entendía a los cuervos, quería colaborar en su alimentación, así que seguro que aceptaba. -Tal vez necesite una pierna, pero sólo voy partiendo rodajas, es que si lo parto todo sin hacer taquitos se pueden atragantar. -Lo contaba com si fuese lo más normal del mundo.
Sin duda, Duna cuidaba muy bien a sus cuervos.
Y el compañero alado de la niña, que reposaba en su hombro, se posó en el de Gerrit y empezó a picotearle la mejilla. -Le has gustado. Puedes ser el elegido.
Duna sonrió y empezó a crear unos anillos de fuego alrededor de las piernas y pies de Gerrit. Si conseguía quemarlo no escaparía. -Sólo dolerá un poquito.
_________________________________________
Gerrit: Tus intenciones con los cuervos son buenas, pero has cometido tu misión al revés y Duna ha preferido tu cuerpo al de su hermana o cualquier otro ciudadano de Beltrexus. Tu objetivo en este último turno será conseguir que no te utilice de alimento para los cuervos. Puedes intentar huir, negociar con ella o luchar. Sé que te gusta matar, pero la pequeña Duna no puede agrandar tu lista de víctimas. Después de todo, es sólo una niña. ¿Podrás salvarte sin acabar con la vida de esta adorable pequeñaja?
Fehu
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Re: Cría cuervos y... [+18] [Desafío]
No hay que ser un genio, yo nunca lo fui, para darse cuenta que la pequeña niña no estaba bien de a cabeza. Y, si lo estaba, disimulaba muy bien. ¿Qué era eso de que su hermana ya no tenía brazos ni piernas y que las tripas se le salían por el vientre? Los niños jugaban a pegarse con espadas como si fueran guerreros y, de vez en cuando, uno podía fingir haber muerto en una batalla ficticia mientras el otro imaginaba los detalles más grotescos de la escena del juego. Más de una vez, paseando por las calles de la ciudad, vi a una pareja de niños fingiendo luchar para luego fingir haber muerto. No era algo novedoso que los niños jugasen con la muerte, al fin y al cabo, ellos jamás la habían visto de verdad. Sin embargo, pese al esfuerzo que hacía por tal de razonar lo que decía la niña, notaba algo en ella que me estremecía. Me daba mala espina. No sabía si era por la libertad con la que hablaba de la sangre y las vísceras de su hermana o por haberla visto llevar restos de cadáveres, los cuales no me extrañaría que fueran los de su familia, a los cuervos.
La mala crispación aumentó cuando la pequeña dijo que me daría a su hermana, lo que quedaba de ella, con ojos incluidos. Lo razoné pensando en que la niña me podría haber visto atractivo y quería presentarme a su hermana mayor. ¿Qué otra cosa podría ser? Pensaba que todo lo que decía formaba parte de ese juego; al menos, intentaba pensar en ello y no en que la pequeña fuera una visceral asesina y que había sacado las tripas del vientre de su hermana para dárselo a los cuervos.
Miré de reojo al pájaro que acompañaba a la niña, desconfiaba tanto de él como desconfiaba de la niña.
-No entiendo qué es lo que quieres decir con todo eso-.
Me paré a una distancia prudencial de la pequeña. Una cosa era ayudarla a conseguir cadáveres matando a unos pocos desafortunados que nos pudieran servir y, otra cosa muy distante, era formar parte de esos cadáveres. Hasta que no me dijera, sin jueguecitos absurdos, qué era lo que estaba queriendo decir, no iba a seguirla más.
-¿Es que no me escuchas?- su sonrisa era tan desagradable como imaginarme la forma que estaría su hermana- Ya te lo he dicho: Eres el Elegido. ¿No querías ayudarme a dar de comer a los cuervos?-
En ese mismo momento, el cuervo se posó en mi hombro y me picoteó la mejilla como si estuviera comiendo granos de maíz invisibles. Molesto y desagradable, muy acorde con todo lo que tenía que ver con la niña.
Las sorpresas vinieron cuando la pequeña bruja rodeó mis piernas con anillo de fuego con la intención de atraparme. Craso error, pequeña. No sabía que cuando más me intentaban atrapar, más violento me volvía. Ese fue el primero de sus fallos, el segundo, es que se olvidó de rodear mis brazos con el mismo fuego.
-Solo te dolerá un poquito-
-Ojala pueda decir lo mismo de ti, pequeña- sonríe ante el desafío que me proponía.
La niña puede controlar el fuego tanto como le guste, lo mío eran los rayos y los truenos. Odín era un buen Dios, el Señor del Valhalla, pero mi preferido siempre fue Thor. Empuñé a Suuri de la misma manera que Thor empuñaba en los grabados a Mjolnir, lo rodeé de una masa de electricidad. Adiós pajarito molesto. El cuervo que tenía picándome la mejilla no pudo soportar el electrizante beso de Suuri.
-¿Qué has hecho?- la niña parecía ofendida- No te había hecho nada. ¡Le gustabas!- apretó más los anillos que rodeaban mis piernas y dio un paso hacia delante.
Sin decir nada, para no estropear la escena que habíamos montado, levanté mis piernas por encima de los anillos de fuego y corrí para coger a la niña con una mano mientras con la otra seguía sujetando a Suuri.
-Deberás pagar por romperme mis pantalones favoritos- levante a la niña hasta la altura de mis ojos.
-No te voy a pagar nada. ¡Eres un mentiroso! Habías dicho que me ayudarías a dar de comer a los cuervos- apartó la vista hacia una nube negra que, desde el cielo, volaba hacia nosotros- y me vas a ayudar-.
Apunté a Suuri hacia la bandada de pájaros y lance un rayo. Electrocuté a unos cuántos cuervos; pero seguían siendo demasiados y pronto vendrían más. Estaba seguro. Por alguna extraña razón creía que la niña era capaz de llamar a los cuervos.
El mejor sitio para escapar de los cuervos que encontré fue la casa que tenía más cerca. Rompí el cerrojo de la puerta con un martillazo y la abrí de una patada. Una vez dentro, puse una silla en la puerta para asegurarme de que los cuervos no entrasen por la puerta. Desde las habitaciones de los pisos superiores se oían ruidos secos, cracks, como si algo muy pequeño, un cuervo por ejemplo, estuviera intentando romper un cristal a base de chocarse contra él.
Si la niña era capaz de llamar a los cuervos, también sería capaz de hacer que se fueran. Eso era lo que pensaba, lo que creía pensar. Empujé a la niña contra la pared más cercana y la levanté todo lo que pude. Muy cerca de su cabeza, golpeé la pared con Suuri como si fueran los picotazos de cuervo (como si estuviera comiendo granos de maíz invisibles). Los pelos del cabello de la niña se erizaron por la electricidad. A cada golpe de martillo, acercaba más su cabeza hacia los golpes que daba. Cualquiera en su posición estaría gimoteando de miedo. La niña, sin embargo, reía con los brazos en alto.
-No podrás hacerme daño. Odín me protege. Me quiere porque doy de comer a sus pájaros. Eres tonto si crees que puedes matarme-.
-Y a mí me quiere porque soy su hijo-.
Al ver que las sutiles amenazas no funcionaban con la niña, la lancé contra la otra pared que tenía enfrente. Cambio de estrategia: Si no podía con la tortura, lo debía de intentar con la vergüenza.
-Es una lástima que no me reconocieras. Soy Thor, Dios del Trueno. - Otro rayo más, esta vez, lo dirigí hacia un jarrón que explotó en el acto. - Mi padre estará muy contento al ver lo que me has intentado hacer. ¡Debes de estar avergonzada, arrepiéntete!-
-Eres un mentiroso, tú no eres Thor-.
Las manos de la pequeña se rodearon de fuego. Los cristales de los pisos superiores terminaron por romperse y los cuervos comenzaron a entrar en la casa.
La electricidad ya no se centraba solo en rodear a Suuri, sino a todo mi cuerpo. Sentía la quemazón en mis piernas por los anillos de fuego de la pequeña. Los rayos me hacían cosquillas en esos lugares.
Levante el martillo y rugí con todas mis fuerzas:
-¡Sí lo soy!-
Los cuervos más osados de los que habían entrado acabaron por electrocutarse, los demás, se quedaron detrás de la niña por miedo. El fuego en las manos de la pequeña desapareció. Vi algo nuevo en sus ojos. ¿Admiración o miedo? Las dos cosas seguramente.
-Mi padre me envió para que te diera las gracias en su nombre y tú has intentado matarme- no levanté la voz, estaba tranquilo. Hablaba como tenía que hablar un Dios.
-¡Demuéstralo! Demuestra que eres Thor-.
-Las pruebas las señalaste tú. Un cuerpo más grande y fuerte que los de cualquier brujo, puede coger a Suuri (o Mjolnir como se llama realmente) y tengo los ojos de un Dios. ¿No dijiste que los ojos eran la parte más deliciosa? ¡Mira los míos!-
La niña cayó de rodillas y los cuervos dejaron de volar para posarse en los diferentes muebles de la casa. ¿Se lo creyó? Esperaba que así lo fuera.
Offrol: Soy obediente y no he matado a Duna :3
La mala crispación aumentó cuando la pequeña dijo que me daría a su hermana, lo que quedaba de ella, con ojos incluidos. Lo razoné pensando en que la niña me podría haber visto atractivo y quería presentarme a su hermana mayor. ¿Qué otra cosa podría ser? Pensaba que todo lo que decía formaba parte de ese juego; al menos, intentaba pensar en ello y no en que la pequeña fuera una visceral asesina y que había sacado las tripas del vientre de su hermana para dárselo a los cuervos.
Miré de reojo al pájaro que acompañaba a la niña, desconfiaba tanto de él como desconfiaba de la niña.
-No entiendo qué es lo que quieres decir con todo eso-.
Me paré a una distancia prudencial de la pequeña. Una cosa era ayudarla a conseguir cadáveres matando a unos pocos desafortunados que nos pudieran servir y, otra cosa muy distante, era formar parte de esos cadáveres. Hasta que no me dijera, sin jueguecitos absurdos, qué era lo que estaba queriendo decir, no iba a seguirla más.
-¿Es que no me escuchas?- su sonrisa era tan desagradable como imaginarme la forma que estaría su hermana- Ya te lo he dicho: Eres el Elegido. ¿No querías ayudarme a dar de comer a los cuervos?-
En ese mismo momento, el cuervo se posó en mi hombro y me picoteó la mejilla como si estuviera comiendo granos de maíz invisibles. Molesto y desagradable, muy acorde con todo lo que tenía que ver con la niña.
Las sorpresas vinieron cuando la pequeña bruja rodeó mis piernas con anillo de fuego con la intención de atraparme. Craso error, pequeña. No sabía que cuando más me intentaban atrapar, más violento me volvía. Ese fue el primero de sus fallos, el segundo, es que se olvidó de rodear mis brazos con el mismo fuego.
-Solo te dolerá un poquito-
-Ojala pueda decir lo mismo de ti, pequeña- sonríe ante el desafío que me proponía.
La niña puede controlar el fuego tanto como le guste, lo mío eran los rayos y los truenos. Odín era un buen Dios, el Señor del Valhalla, pero mi preferido siempre fue Thor. Empuñé a Suuri de la misma manera que Thor empuñaba en los grabados a Mjolnir, lo rodeé de una masa de electricidad. Adiós pajarito molesto. El cuervo que tenía picándome la mejilla no pudo soportar el electrizante beso de Suuri.
-¿Qué has hecho?- la niña parecía ofendida- No te había hecho nada. ¡Le gustabas!- apretó más los anillos que rodeaban mis piernas y dio un paso hacia delante.
Sin decir nada, para no estropear la escena que habíamos montado, levanté mis piernas por encima de los anillos de fuego y corrí para coger a la niña con una mano mientras con la otra seguía sujetando a Suuri.
-Deberás pagar por romperme mis pantalones favoritos- levante a la niña hasta la altura de mis ojos.
-No te voy a pagar nada. ¡Eres un mentiroso! Habías dicho que me ayudarías a dar de comer a los cuervos- apartó la vista hacia una nube negra que, desde el cielo, volaba hacia nosotros- y me vas a ayudar-.
Apunté a Suuri hacia la bandada de pájaros y lance un rayo. Electrocuté a unos cuántos cuervos; pero seguían siendo demasiados y pronto vendrían más. Estaba seguro. Por alguna extraña razón creía que la niña era capaz de llamar a los cuervos.
El mejor sitio para escapar de los cuervos que encontré fue la casa que tenía más cerca. Rompí el cerrojo de la puerta con un martillazo y la abrí de una patada. Una vez dentro, puse una silla en la puerta para asegurarme de que los cuervos no entrasen por la puerta. Desde las habitaciones de los pisos superiores se oían ruidos secos, cracks, como si algo muy pequeño, un cuervo por ejemplo, estuviera intentando romper un cristal a base de chocarse contra él.
Si la niña era capaz de llamar a los cuervos, también sería capaz de hacer que se fueran. Eso era lo que pensaba, lo que creía pensar. Empujé a la niña contra la pared más cercana y la levanté todo lo que pude. Muy cerca de su cabeza, golpeé la pared con Suuri como si fueran los picotazos de cuervo (como si estuviera comiendo granos de maíz invisibles). Los pelos del cabello de la niña se erizaron por la electricidad. A cada golpe de martillo, acercaba más su cabeza hacia los golpes que daba. Cualquiera en su posición estaría gimoteando de miedo. La niña, sin embargo, reía con los brazos en alto.
-No podrás hacerme daño. Odín me protege. Me quiere porque doy de comer a sus pájaros. Eres tonto si crees que puedes matarme-.
-Y a mí me quiere porque soy su hijo-.
Al ver que las sutiles amenazas no funcionaban con la niña, la lancé contra la otra pared que tenía enfrente. Cambio de estrategia: Si no podía con la tortura, lo debía de intentar con la vergüenza.
-Es una lástima que no me reconocieras. Soy Thor, Dios del Trueno. - Otro rayo más, esta vez, lo dirigí hacia un jarrón que explotó en el acto. - Mi padre estará muy contento al ver lo que me has intentado hacer. ¡Debes de estar avergonzada, arrepiéntete!-
-Eres un mentiroso, tú no eres Thor-.
Las manos de la pequeña se rodearon de fuego. Los cristales de los pisos superiores terminaron por romperse y los cuervos comenzaron a entrar en la casa.
La electricidad ya no se centraba solo en rodear a Suuri, sino a todo mi cuerpo. Sentía la quemazón en mis piernas por los anillos de fuego de la pequeña. Los rayos me hacían cosquillas en esos lugares.
Levante el martillo y rugí con todas mis fuerzas:
-¡Sí lo soy!-
Los cuervos más osados de los que habían entrado acabaron por electrocutarse, los demás, se quedaron detrás de la niña por miedo. El fuego en las manos de la pequeña desapareció. Vi algo nuevo en sus ojos. ¿Admiración o miedo? Las dos cosas seguramente.
-Mi padre me envió para que te diera las gracias en su nombre y tú has intentado matarme- no levanté la voz, estaba tranquilo. Hablaba como tenía que hablar un Dios.
-¡Demuéstralo! Demuestra que eres Thor-.
-Las pruebas las señalaste tú. Un cuerpo más grande y fuerte que los de cualquier brujo, puede coger a Suuri (o Mjolnir como se llama realmente) y tengo los ojos de un Dios. ¿No dijiste que los ojos eran la parte más deliciosa? ¡Mira los míos!-
La niña cayó de rodillas y los cuervos dejaron de volar para posarse en los diferentes muebles de la casa. ¿Se lo creyó? Esperaba que así lo fuera.
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Offrol: Soy obediente y no he matado a Duna :3
Gerrit Nephgerd
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Re: Cría cuervos y... [+18] [Desafío]
¿Estaba delante del dios Thor, hijo de Odín? Primeramente, a Duna le fascinó encontrarse de frente con un ser divino. La verdad es que su inocente mente podía creer al hombre: controlaba los rayos y truenos, tenía un martillo y no contaba con el aspecto habitual de un brujo. Ella misma era enclenque como casi todos los de su raza. Aunque sí había unos pocos que contaban con un físico más propio de un guerrero real.
El supuesto Thor había hecho caso omiso a la grandísima ofrenda que Duna le había hecho e, incluso, había declinado ayudar a alimentar a sus cuervos. Eso había dejado dudas en la mente de la pequeña. ¿Por qué Thor no iba a querer ayudar a los cuervos de su padre? Además, era un Dios, si se sacrificaba por los mensajeros, Odín lo recompensaría con la vida. Y… ¡Que no podía morir! Pero ayudaría a los pájaros. Y no quería. ¡Era un egoísta!
Duna se vio varias veces amenazada por el supuesto Dios. Realmente admiraba a Thor, pero ese tipo, aunque se pareciera, no era.
-¡NO LO ERES! ¡MENTIROSO! -Exclamó la joven bruja. -¡MENTIROSO! ¡MENTIROSO!
El fuego empezó rodeando sus manos para luego convertirse en un aura que ocupaba todo su pequeño cuerpo. Se sentía muy ofendida de que ese chico no la hubiese querido ayudar. ¡Era como todos! Nadie la ayudaba a cuidar a sus cuervos, ninguna persona era buena para ese trabajo y no apreciaba la compañía de los mensajeros de Odín.
Los cuervos empezaron a graznar cada vez más alto, haciendo el sonido insoportable para el brujo. Duna no paraba de repetir lo mentiroso que era el falso Thor, gritando. Diversas bocanadas de fuego impactaron contra los muebles y paredes de la casa aunque, sorprendentemente, nunca golpeaban a ninguno de los pájaros, que seguían graznando de forma desesperada. Por desgracia para Gerrit, una de ellas sí consiguió alcanzar su brazo derecho.
El verdadero Dios del trueno nunca dañaría a los cuervos y este tipejo había matado a varios. Uno de los cuervos revoloteó lo más cerca posible de Duna y, cuando esta le miró, el fuego que la rodeaba se apagó. Varios aprovecharon para posarse en ella, que al final acabó sentada rodeada de sus amigos.
-Ha querido engañarme. -El enfado había pasado a tristeza y se quedó allí acariciando los negros plumajes de los que estaban a su alcance. A los pocos minutos, un pájaro graznó de forma diferente a como lo habían hecho antes y empezaron a irse. Duna hizo lo mismo, sin mirar siquiera al brujo. Tenía bocas que alimentar y sus maravillosos cuervos no merecían la carne de ese mentiroso que había matado a varios de sus amigos.
Gerrit: Elegiste la opción de luchar contra ella, a pesar de que tenías otras dos más. ¡No esperaba menos! Aunque tampoco has conseguido convencerla de que eres Thor, por mucho que te parezcas. Sólo has conseguido enfadarla más y te ha atacado.
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Maldición: Marca del Ala Negra
El supuesto Thor había hecho caso omiso a la grandísima ofrenda que Duna le había hecho e, incluso, había declinado ayudar a alimentar a sus cuervos. Eso había dejado dudas en la mente de la pequeña. ¿Por qué Thor no iba a querer ayudar a los cuervos de su padre? Además, era un Dios, si se sacrificaba por los mensajeros, Odín lo recompensaría con la vida. Y… ¡Que no podía morir! Pero ayudaría a los pájaros. Y no quería. ¡Era un egoísta!
Duna se vio varias veces amenazada por el supuesto Dios. Realmente admiraba a Thor, pero ese tipo, aunque se pareciera, no era.
-¡NO LO ERES! ¡MENTIROSO! -Exclamó la joven bruja. -¡MENTIROSO! ¡MENTIROSO!
El fuego empezó rodeando sus manos para luego convertirse en un aura que ocupaba todo su pequeño cuerpo. Se sentía muy ofendida de que ese chico no la hubiese querido ayudar. ¡Era como todos! Nadie la ayudaba a cuidar a sus cuervos, ninguna persona era buena para ese trabajo y no apreciaba la compañía de los mensajeros de Odín.
Los cuervos empezaron a graznar cada vez más alto, haciendo el sonido insoportable para el brujo. Duna no paraba de repetir lo mentiroso que era el falso Thor, gritando. Diversas bocanadas de fuego impactaron contra los muebles y paredes de la casa aunque, sorprendentemente, nunca golpeaban a ninguno de los pájaros, que seguían graznando de forma desesperada. Por desgracia para Gerrit, una de ellas sí consiguió alcanzar su brazo derecho.
El verdadero Dios del trueno nunca dañaría a los cuervos y este tipejo había matado a varios. Uno de los cuervos revoloteó lo más cerca posible de Duna y, cuando esta le miró, el fuego que la rodeaba se apagó. Varios aprovecharon para posarse en ella, que al final acabó sentada rodeada de sus amigos.
-Ha querido engañarme. -El enfado había pasado a tristeza y se quedó allí acariciando los negros plumajes de los que estaban a su alcance. A los pocos minutos, un pájaro graznó de forma diferente a como lo habían hecho antes y empezaron a irse. Duna hizo lo mismo, sin mirar siquiera al brujo. Tenía bocas que alimentar y sus maravillosos cuervos no merecían la carne de ese mentiroso que había matado a varios de sus amigos.
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Gerrit: Elegiste la opción de luchar contra ella, a pesar de que tenías otras dos más. ¡No esperaba menos! Aunque tampoco has conseguido convencerla de que eres Thor, por mucho que te parezcas. Sólo has conseguido enfadarla más y te ha atacado.
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Maldición: Marca del Ala Negra
- Descripción:
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Justo en la parte de tu antebrazo donde ha impactado la llamarada aparecerá una marca con la silueta de un cuervo, a causa de la quemadura. Esta se activará cuando tus pensamientos se centren en hacer daño a alguien, haciendo que sientas en tu propia piel como si los cuervos te picoteasen entero. Cuanto más intensas sean tus ganas, más intenso el dolor.
Esta marca desaparecerá en un futuro mastereado.
Fehu
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