Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
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Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
-Ah, mierda...- gruñí. Estaba tumbado boca abajo. Acababa de despertarme. ¿Que hora era? Demasiado temprano... pero algo no iba bien. Me sentía débil. Muy débil. Intenté levantarme.
Pero no pude. Mis brazos cedieron bajo mi peso. No lo entendía. Era como si pesase demasiado. Como si llevase una carga muy superior a mi. Lo intenté de nuevo. Mis brazos temblaron de nuevo, intentando estirarse. Una vez más, caí sobre la manta.
Estaba mareado. Dolorido. Y preocupado. Lo intenté una vez más, pese a que mi cuerpo me pedía que no me esforzase. Acabe dandome la vuelta. Era un comienzo: en lugar de estar mirando el suelo de mi tienda, miraba el "techo". Genial. ¿Que hacía? ¿Pedir ayuda? No. No estaba tan desesperado. Igual solo necesitaba dormir un poco más. Cerré los ojos, deseando que eso fuese solo un mal sueño.
Pasaron las horas. Volví a despertarme. Esta vez, habia amanecido, a juzgar por la luz que se filtraba a través de la tienda. Intenté reclinarme, pero de nuevo, fallé. Mis músculos dejaron de soportarme a mitad de camino, y caí sobre la manta una vez más.
Aquello empezaba a ser frustrante. Me agité, pateando la manta que tenia sobre mi. Era más pesada de lo que debía ser. Gruñí. No me quedaba otra opción.
-¡IRIRGO!- ladré.
-¿Qué tripa se te ha...? Oh, por el amor de dios. Tápate o algo.- se quejó, cubriendose los ojos.
-No. Puedo.- vocalicé, irritado.
-¿No puedes dormir con *algo* de ropa como la gente nor-- Espera. ¿Como que no puedes?- preguntó, adquiriendo un tono preocupado.
-No puedo.- repetí entre dientes. -Mi cuerpo. No responde. No puedo levantarme. Ahora, ¿quieres alcanzarme mis pantalones de una vez?-
-Mierda...- murmuró, acercándose a mis pertenencias y arrojándome el par que solía usar. -Esto va a peor. Vas a tener que decírselo al resto.-
-Uuuuugh. Lo sé.- suspiré. No había llegado a levantarme, y ya estaba cansado. Lentamente, conseguí vestirme. -Ya puedes darte la vuelta. Ayúdame a levantarme.- pedí, extendiendo la mano. -Err... mejor cúbrete con algo primero. Una manta, tal vez. Vamos a tener que quemar las mias, de todos modos...- dije. El veterano salió de la tienda, y volvió cubierto de manera algo ridícula. -Pareces... uff... pareces un Nórgedo.- bromeé mientras me levantaba. Tenia suerte de que el dragón tuviese tanta fuerza.
Me apoyé sobre sus hombros, descansando la mayor parte de mi peso. Mis piernas temblaban a cada paso, pero podia moverlas. Lentamente, salimos de la tienda y nos acercamos al centro del campamento, donde el resto del grupo estaba desayunando y charlando en silencio.
Sobra decir que atraje sus miradas. Al principio, extrañadas. Luego, de preocupación.
-¿Que... que le ocurre?-
-Ah, mierda. No me digas que...-
No dije nada. Durante unos segundos, cerré los ojos, cansado. Respiré hondo. No quería. Pero tenía que decirlo.
-Es la plaga. Estoy infectado.- suspiré. Lentamente, Irirgo me ayudó a sentarme sobre la hierba, cerca de la hoguera. Solo había silencio, interrumpido por el silbido del viento y el chasquear del fuego. Cerré los ojos de nuevo. No quería verlos.
-¿Cómo...? ¿Cuando te has infectado?- preguntó el brujo, frunciendo el ceño.
-Un mes.- murmuré. -En Dundarak.-
-¿¡Qué!?- las voces de Syl y Koth sonaron al unísono. -¿Llevas infectado todo este tiempo?- -¿Y no nos habias dicho nada hasta ahora?- Koth sonaba extrañado. Sorprendido. Syl... enfadado. Acusatorio. Tragué saliva.
-Si. Tal vez me hayáis notado... distinto. Intentaba evitar contacto. Eso, y el dolor de cabeza. No creo que os haya contagiado a ninguno. No he mostrado síntomas hasta hace poco. No me había dado cuenta.- dije. Miré al felino a los ojos, suplicante.
-Esto... esto no tiene sentido.- murmuró Dann, agitando la cabeza. Miró a la nada, pensativo. -No lo entiendo. A la mayoría de la gente... la ha matado en poco. Tres días. Cuatro, tal vez. No tiene sentido que hayas aguantado un mes. Tiene que haber sido antes.-
-No lo ha sido. Créeme. Sé exactamente cuando me infectaron.- murmuré.
-...no lo entiendo.- repitió. -¿Qué síntomas...?-
-Mareos. Fatiga. Dolor de cabeza. Nauseas. Y, ahora... no lo sé. No puedo moverme por mi cuenta. Estoy... débil.- dije.
-Debilidad muscular. Similar a algunos brujos, si se sobreextienden. Creo que puedo aliviarlo, un poco. Prepararé algo. Intenta calentarte. Muévete lo que puedas.- ordenó, levantándose y metiendose en su tienda. Dann no era un curandero de ninguna clase, pero era el único que había estudiado lo suficiente como para poder ayudar.
Abrí y cerré las manos, repetidas veces. Era dificil. Incluso dolía. Pero poco a poco, sentía como se soltaban... ligeramente. Koth se levantó, alejandose unos metros y llevandose las manos a la cabeza, murmurando algo para si mismo. Syl no se movió.
-Syl...- llamé. No respondió. En su lugar, se levantó y se alejó a un ritmo que no podía seguir, desapareciendo entre los árboles. -¿...aún quieres soportarme?- le pregunté al dragón. Asintió. -Ayúdame a moverme.-
Di un corto paseo alrededor del campamento, apoyado en el hombro de Irirgo, . Ambos sabíamos que llegaría a eso. Y ni siquiera era lo peor de la enfermedad. Respiré, lentamente. Había tantas cosas mal en mi interior. Era estúpido. De todas las cosas a las que me había enfrentado, ¿iba a ser una enfermedad lo que me venciese?
-Eh... gracias, Irirgo. Estás haciendo mucho más de lo que podía esperar.- dije.
-Que no se te suba. Haría lo mismo por cualquiera del grupo...- sonrió.
-Lo sé.- asentí. Incluso en esa situación, el dragón se mantendría fuerte. Tenia suerte de haber encontrado a alguien así. No era algo que me mereciese. Él también se merecía algo mejor. Su familia. No un grupo de bandidos. Pero el azar había conspirado para que estuviese allí, ayudando a un desgraciado moribundo a caminar. -...la verdad es que aún no he comido. ¿Crees que puedes...?-
-De acuerdo. Vamos.- respondió, acercándome al centro una vez más.
Pero no pude. Mis brazos cedieron bajo mi peso. No lo entendía. Era como si pesase demasiado. Como si llevase una carga muy superior a mi. Lo intenté de nuevo. Mis brazos temblaron de nuevo, intentando estirarse. Una vez más, caí sobre la manta.
Estaba mareado. Dolorido. Y preocupado. Lo intenté una vez más, pese a que mi cuerpo me pedía que no me esforzase. Acabe dandome la vuelta. Era un comienzo: en lugar de estar mirando el suelo de mi tienda, miraba el "techo". Genial. ¿Que hacía? ¿Pedir ayuda? No. No estaba tan desesperado. Igual solo necesitaba dormir un poco más. Cerré los ojos, deseando que eso fuese solo un mal sueño.
Pasaron las horas. Volví a despertarme. Esta vez, habia amanecido, a juzgar por la luz que se filtraba a través de la tienda. Intenté reclinarme, pero de nuevo, fallé. Mis músculos dejaron de soportarme a mitad de camino, y caí sobre la manta una vez más.
Aquello empezaba a ser frustrante. Me agité, pateando la manta que tenia sobre mi. Era más pesada de lo que debía ser. Gruñí. No me quedaba otra opción.
-¡IRIRGO!- ladré.
-¿Qué tripa se te ha...? Oh, por el amor de dios. Tápate o algo.- se quejó, cubriendose los ojos.
-No. Puedo.- vocalicé, irritado.
-¿No puedes dormir con *algo* de ropa como la gente nor-- Espera. ¿Como que no puedes?- preguntó, adquiriendo un tono preocupado.
-No puedo.- repetí entre dientes. -Mi cuerpo. No responde. No puedo levantarme. Ahora, ¿quieres alcanzarme mis pantalones de una vez?-
-Mierda...- murmuró, acercándose a mis pertenencias y arrojándome el par que solía usar. -Esto va a peor. Vas a tener que decírselo al resto.-
-Uuuuugh. Lo sé.- suspiré. No había llegado a levantarme, y ya estaba cansado. Lentamente, conseguí vestirme. -Ya puedes darte la vuelta. Ayúdame a levantarme.- pedí, extendiendo la mano. -Err... mejor cúbrete con algo primero. Una manta, tal vez. Vamos a tener que quemar las mias, de todos modos...- dije. El veterano salió de la tienda, y volvió cubierto de manera algo ridícula. -Pareces... uff... pareces un Nórgedo.- bromeé mientras me levantaba. Tenia suerte de que el dragón tuviese tanta fuerza.
Me apoyé sobre sus hombros, descansando la mayor parte de mi peso. Mis piernas temblaban a cada paso, pero podia moverlas. Lentamente, salimos de la tienda y nos acercamos al centro del campamento, donde el resto del grupo estaba desayunando y charlando en silencio.
Sobra decir que atraje sus miradas. Al principio, extrañadas. Luego, de preocupación.
-¿Que... que le ocurre?-
-Ah, mierda. No me digas que...-
No dije nada. Durante unos segundos, cerré los ojos, cansado. Respiré hondo. No quería. Pero tenía que decirlo.
-Es la plaga. Estoy infectado.- suspiré. Lentamente, Irirgo me ayudó a sentarme sobre la hierba, cerca de la hoguera. Solo había silencio, interrumpido por el silbido del viento y el chasquear del fuego. Cerré los ojos de nuevo. No quería verlos.
-¿Cómo...? ¿Cuando te has infectado?- preguntó el brujo, frunciendo el ceño.
-Un mes.- murmuré. -En Dundarak.-
-¿¡Qué!?- las voces de Syl y Koth sonaron al unísono. -¿Llevas infectado todo este tiempo?- -¿Y no nos habias dicho nada hasta ahora?- Koth sonaba extrañado. Sorprendido. Syl... enfadado. Acusatorio. Tragué saliva.
-Si. Tal vez me hayáis notado... distinto. Intentaba evitar contacto. Eso, y el dolor de cabeza. No creo que os haya contagiado a ninguno. No he mostrado síntomas hasta hace poco. No me había dado cuenta.- dije. Miré al felino a los ojos, suplicante.
-Esto... esto no tiene sentido.- murmuró Dann, agitando la cabeza. Miró a la nada, pensativo. -No lo entiendo. A la mayoría de la gente... la ha matado en poco. Tres días. Cuatro, tal vez. No tiene sentido que hayas aguantado un mes. Tiene que haber sido antes.-
-No lo ha sido. Créeme. Sé exactamente cuando me infectaron.- murmuré.
-...no lo entiendo.- repitió. -¿Qué síntomas...?-
-Mareos. Fatiga. Dolor de cabeza. Nauseas. Y, ahora... no lo sé. No puedo moverme por mi cuenta. Estoy... débil.- dije.
-Debilidad muscular. Similar a algunos brujos, si se sobreextienden. Creo que puedo aliviarlo, un poco. Prepararé algo. Intenta calentarte. Muévete lo que puedas.- ordenó, levantándose y metiendose en su tienda. Dann no era un curandero de ninguna clase, pero era el único que había estudiado lo suficiente como para poder ayudar.
Abrí y cerré las manos, repetidas veces. Era dificil. Incluso dolía. Pero poco a poco, sentía como se soltaban... ligeramente. Koth se levantó, alejandose unos metros y llevandose las manos a la cabeza, murmurando algo para si mismo. Syl no se movió.
-Syl...- llamé. No respondió. En su lugar, se levantó y se alejó a un ritmo que no podía seguir, desapareciendo entre los árboles. -¿...aún quieres soportarme?- le pregunté al dragón. Asintió. -Ayúdame a moverme.-
Di un corto paseo alrededor del campamento, apoyado en el hombro de Irirgo, . Ambos sabíamos que llegaría a eso. Y ni siquiera era lo peor de la enfermedad. Respiré, lentamente. Había tantas cosas mal en mi interior. Era estúpido. De todas las cosas a las que me había enfrentado, ¿iba a ser una enfermedad lo que me venciese?
-Eh... gracias, Irirgo. Estás haciendo mucho más de lo que podía esperar.- dije.
-Que no se te suba. Haría lo mismo por cualquiera del grupo...- sonrió.
-Lo sé.- asentí. Incluso en esa situación, el dragón se mantendría fuerte. Tenia suerte de haber encontrado a alguien así. No era algo que me mereciese. Él también se merecía algo mejor. Su familia. No un grupo de bandidos. Pero el azar había conspirado para que estuviese allí, ayudando a un desgraciado moribundo a caminar. -...la verdad es que aún no he comido. ¿Crees que puedes...?-
-De acuerdo. Vamos.- respondió, acercándome al centro una vez más.
Última edición por Asher el Miér Dic 20 2017, 01:26, editado 1 vez
Asher Daregan
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Re: Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
Comí, lentamente. No tardé en perder el apetito: aunque era un estofado bastante aceptable, las nauseas y el cansancio me detuvieron a la mitad de mi desayuno. Irirgo había estado atento todo el tiempo, asegurandose de que tuviese todo lo que necesitase. Respiré hondo y me tumbé de nuevo.
-¿No deberías ir a tu tienda...?- dijo, frunciendo el ceño. Le dediqué una larga mirada.
-No. Es asfixiante. No es que sea cómodo, pero ahora mismo... prefiero estar aquí.- Quería sentir el aire y la hierba. El frescor. Escuchar los leves sonidos del bosque. En ese lugar, había paz. Incluso si el ardor en mi interior no desaparecía, era más fácil de ignorarlo allí. -Gracias. Has sido un gran amigo, Irirgo. No. Un hermano.-
-...no hables como si estuvieses en tu lecho de muerte.- respondió. Vi su sonrisa flaquear por un instante. Aquello no era lo que pensaba. Daba igual. Se merecía un respiro.
-Sabes que lo estoy...- musité, cerrando los ojos. -¿No sería mejor... acabar con esto? En vez de prolongarlo y correr el riesgo de infectarte...-
-Cállate.- gruñó. -Que no se te ocurra volver a hablar así. ¿Eres idiota? ¿Es que vas a rendirte sin más? Así no es como has sobrevivido.- El dragón me taladró con la mirada. Una mirada seria. Severa. Muy distinta a la que solía usar. Pero yo también hablaba en serio.
-...no es lo mismo.- repliqué, frunciendo el ceño. -Sabemos perfectamente que no hay cura. La gente no sobrevive. No hay manera.-
-No sabemos nada. Según "sabíamos", la enfermedad debería haberte matado en tres días. Y has durado un mes. No te niegues esa posibilidad. Puedes vivir. No, vas a vivir.- declaró.
-No quiero vivir.- gemí.
-¿...qué?-
-Ya me has oído. No tiene sentido. No hay nada que hacer. No quiero pasar mis últimos días luchando. Estoy cansado. He matado demasiado. Combatido durante toda mi vida contra todo. Pero no hay fin, salvo este.- Tal vez hubiese perdido toda esperanza. Era lo más fácil.
-¿Y que vas a hacer? ¿Tumbarte a un lado del bosque y esperar a morir?
-Si no hay otra manera, si.-
Se hizo un largo silencio. Eran palabras mayores. Ni siquiera estaba seguro de ellas. Pero me daba igual. No quería causarle más sufrimiento a nadie. Al menos así podría irme en paz. Estaba decidido a no infectar a ninguno de mis compañeros. De mi familia.
Pero toda mi determinación se fue al garete en cuanto Irirgo pronunció sus siguientes palabras.
-¿...y la promesa que le hiciste a Syl?-
Abrí los ojos. Mierda. ¿Como sabía eso? ¿Se lo habría dicho el gato...? Daba igual. Era cierto. Había hecho una promesa. Y aunque había sido dirigida a Syl, podía habersela hecho a cualquiera. "No moriré". Me maldije a mi mismo por esas palabras, pero mis pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Dann.
-¡Ya está! ¡Lo tengo! Vaya. Ha habido suerte.- dijo, saliendo de la tienda con un recipiente de madera. -Creía que no me quedaba hierbabuena.- el brujo se dirigió hacia mi y vertió un líquido marrón sobre un cuenco vacío. Olisqueé el contenido.
-Ugh. Odio la menta.- me quejé con una mueca.
-Habría sido mucho peor sin ella. Vomitarias. Y luego tendria que aplicarte una pasta maloliente en los brazos y piernas.- replicó. Suspiré, y contemplé el líquido, agitándolo ligeramente en el tazón. -Venga. De un trago.-
Aguanté la respiración y bebí. Mi lengua comenzó a arder. Mi estomago se revolvía y me castigaba. Trago tras trago. Estaba seguro de que moriría allí mismo. Tal vez Dann hubiese sido piadoso y me hubiese dado veneno. No, el veneno al menos habría sido dulce. Aquello era simplemente un castigo cruel. Milagrosamente, llegué a un punto en el cual no quedaba más.
Arrojé el cuenco sobre la hierba y me sacudí, intentando evitar las arcadas. Los ojos me lloraban.
-...jamás había visto a nadie ser tan dramático para tomarse su medicina.-
-¡Cierra el pico y dame agua!- gruñí, tosiendo. No. No había agua suficiente en el mundo como para hacer que ese sabor abandonase mi lengua. Sin embargo, Irirgo me alcanzó mi cantimplora, y bebí unos largos tragos. -¿Por qué has intentado envenenarme? ¿No estoy lo suficientemente mal?-
Dann rió ligeramente. Otra prueba de su malicia.
-Deberias poder moverte por tu cuenta en un par de horas. Mejor acuéstate, y pasará más rápido.- aseguró. Cualquier rastro de su sorpresa inicial se había desvanecido. Ahora, su rostro estaba neutral. Aquello siempre me había extrañado. No era como si ocultase sus emociones. Era como si nada le moviese. Firme como una piedra.
-De acuerdo... gracias, Dann. Irirgo, ¿puedes moverme a la sombra?-
El dragón gruñó una afirmación y me ayudó a levantarme. Me apoyé en él hasta acabar bajo un árbol, y me tumbé de nuevo. Cerré los ojos, esperando dormir. Esperar era lo único que podía hacer.
-¿No deberías ir a tu tienda...?- dijo, frunciendo el ceño. Le dediqué una larga mirada.
-No. Es asfixiante. No es que sea cómodo, pero ahora mismo... prefiero estar aquí.- Quería sentir el aire y la hierba. El frescor. Escuchar los leves sonidos del bosque. En ese lugar, había paz. Incluso si el ardor en mi interior no desaparecía, era más fácil de ignorarlo allí. -Gracias. Has sido un gran amigo, Irirgo. No. Un hermano.-
-...no hables como si estuvieses en tu lecho de muerte.- respondió. Vi su sonrisa flaquear por un instante. Aquello no era lo que pensaba. Daba igual. Se merecía un respiro.
-Sabes que lo estoy...- musité, cerrando los ojos. -¿No sería mejor... acabar con esto? En vez de prolongarlo y correr el riesgo de infectarte...-
-Cállate.- gruñó. -Que no se te ocurra volver a hablar así. ¿Eres idiota? ¿Es que vas a rendirte sin más? Así no es como has sobrevivido.- El dragón me taladró con la mirada. Una mirada seria. Severa. Muy distinta a la que solía usar. Pero yo también hablaba en serio.
-...no es lo mismo.- repliqué, frunciendo el ceño. -Sabemos perfectamente que no hay cura. La gente no sobrevive. No hay manera.-
-No sabemos nada. Según "sabíamos", la enfermedad debería haberte matado en tres días. Y has durado un mes. No te niegues esa posibilidad. Puedes vivir. No, vas a vivir.- declaró.
-No quiero vivir.- gemí.
-¿...qué?-
-Ya me has oído. No tiene sentido. No hay nada que hacer. No quiero pasar mis últimos días luchando. Estoy cansado. He matado demasiado. Combatido durante toda mi vida contra todo. Pero no hay fin, salvo este.- Tal vez hubiese perdido toda esperanza. Era lo más fácil.
-¿Y que vas a hacer? ¿Tumbarte a un lado del bosque y esperar a morir?
-Si no hay otra manera, si.-
Se hizo un largo silencio. Eran palabras mayores. Ni siquiera estaba seguro de ellas. Pero me daba igual. No quería causarle más sufrimiento a nadie. Al menos así podría irme en paz. Estaba decidido a no infectar a ninguno de mis compañeros. De mi familia.
Pero toda mi determinación se fue al garete en cuanto Irirgo pronunció sus siguientes palabras.
-¿...y la promesa que le hiciste a Syl?-
Abrí los ojos. Mierda. ¿Como sabía eso? ¿Se lo habría dicho el gato...? Daba igual. Era cierto. Había hecho una promesa. Y aunque había sido dirigida a Syl, podía habersela hecho a cualquiera. "No moriré". Me maldije a mi mismo por esas palabras, pero mis pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Dann.
-¡Ya está! ¡Lo tengo! Vaya. Ha habido suerte.- dijo, saliendo de la tienda con un recipiente de madera. -Creía que no me quedaba hierbabuena.- el brujo se dirigió hacia mi y vertió un líquido marrón sobre un cuenco vacío. Olisqueé el contenido.
-Ugh. Odio la menta.- me quejé con una mueca.
-Habría sido mucho peor sin ella. Vomitarias. Y luego tendria que aplicarte una pasta maloliente en los brazos y piernas.- replicó. Suspiré, y contemplé el líquido, agitándolo ligeramente en el tazón. -Venga. De un trago.-
Aguanté la respiración y bebí. Mi lengua comenzó a arder. Mi estomago se revolvía y me castigaba. Trago tras trago. Estaba seguro de que moriría allí mismo. Tal vez Dann hubiese sido piadoso y me hubiese dado veneno. No, el veneno al menos habría sido dulce. Aquello era simplemente un castigo cruel. Milagrosamente, llegué a un punto en el cual no quedaba más.
Arrojé el cuenco sobre la hierba y me sacudí, intentando evitar las arcadas. Los ojos me lloraban.
-...jamás había visto a nadie ser tan dramático para tomarse su medicina.-
-¡Cierra el pico y dame agua!- gruñí, tosiendo. No. No había agua suficiente en el mundo como para hacer que ese sabor abandonase mi lengua. Sin embargo, Irirgo me alcanzó mi cantimplora, y bebí unos largos tragos. -¿Por qué has intentado envenenarme? ¿No estoy lo suficientemente mal?-
Dann rió ligeramente. Otra prueba de su malicia.
-Deberias poder moverte por tu cuenta en un par de horas. Mejor acuéstate, y pasará más rápido.- aseguró. Cualquier rastro de su sorpresa inicial se había desvanecido. Ahora, su rostro estaba neutral. Aquello siempre me había extrañado. No era como si ocultase sus emociones. Era como si nada le moviese. Firme como una piedra.
-De acuerdo... gracias, Dann. Irirgo, ¿puedes moverme a la sombra?-
El dragón gruñó una afirmación y me ayudó a levantarme. Me apoyé en él hasta acabar bajo un árbol, y me tumbé de nuevo. Cerré los ojos, esperando dormir. Esperar era lo único que podía hacer.
Asher Daregan
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Re: Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
Syl trepó por el árbol con una agilidad envidiable, saltando de rama en rama con completa naturalidad. Era casi instintivo. La fuerza del salto, el agarre, el tiempo de espera... todo era pensado y procesado en un instante. Aquel era su dominio, después de todo. El lugar donde se sentía más cómodo, donde podía verlo todo, y al mismo tiempo, permanecer oculto. Nadie le molestaría allí.
Una vez se sentó en una de las ramas más gruesas, empezó a relajarse. Sus sentimientos empezaron a mostrarse, sobrecargandole. No lo comprendía. ¿Por qué? ¿Por qué él, de todas las personas? ¿No podía haber sido cualquier otro? ¿Que había hecho? La noticia... no podía. Era demasiado. Aquella felicidad que había tenido por primera vez estaba por marchitarse y morir, por culpa de algo invisible y mortal. Algo que no podía haber visto venir.
Tenía que haberle advertido. No debía dejarle ir al norte. Si lo hubiese dicho, tal vez las cosas fuesen distintas. Tal vez no fuese así. ¿Por qué no le había dicho nada hasta entonces? ¿Cuanto tiempo le quedaba...?
Syl abrazó sus piernas. ¿Por qué era el destino tan cruel? Los Guías le habían traicionado, a pesar de su devoción. Aquello era algo fuera de manos mortales, por lo que solo los espíritus podian ayudarlo. Y aun así... ¿era demasiado tarde? Era tan injusto.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, y el gato tembló en un sollozo. No podía con ello. Lo que había construido se estaba desmoronando.
Kothán miró alrededor. Nadie a la vista. El hombre zorro suspiró, aún sin saber que hacer. Aquello... era un problema. Maldita sea. Sabía que tenía que haberse largado antes. Desaparecer en cuanto llegasen a Lunargenta, y no volver a ver al grupo nunca. Fácil y limpio. Pero todo acababa de complicarse mucho más.
¿Que ocurría si Asher moría?
Tal vez era egoista pensar en ello, pero era una realidad muy posible. ¿Que pasaba con el grupo? Él era el integrante menos cercano al resto. Seguramente, se desharían de él. Quizas fuese mejor desaparecer. Pero, ¿que ocurriría con el resto? Probablemente se podrían cuidar solos. Dann no era muy espabilado, pero sabía magia y sus cosas. E Irirgo era un buen tipo. Demasiado bondadoso, a veces. Pero había un buen equilibrio entre el resto. Sin embargo, él sobraba.
No importaba demasiado. Estaba acostumbrado a ello. Solo era un vagabundo, después de todo. Vivir por su cuenta era lo mejor, tanto para él como para el resto. El pensar que podía encontrar un lugar para él era absurdo. Menudo ingenuo estaba hecho. Tenía ganas de patearse. Tal vez en Lunargenta tuviese más suerte que en Dundarak, aunque había oido que trataban aún peor a los de su clase...
Pero era un nuevo comienzo. Había ansiado uno.
Una vez decidido que hacer, se le presentaba una decisión. ¿Se largaba en ese momento, o esperaba a que Asher...?
El sonido de ramas rompiendose hizo que su oreja se agitase. Arriba. En el momento en el que se volvió, lo vio. Una figura saltó del árbol, y aterrizó delante de él. El gato.
-Así que vas a huir, ¿eh?- preguntó con tono acusatorio. Sus ojos eran como dagas. El zorro retrocedió. ¿A que demonios venia eso?
-...no sé de que estás hablando.- dijo, arqueando una ceja. Era prácticamente la primera frase que le había dedicado. No lo entendía. Solo sabía que su presencia le molestaba al felino.
-Te he visto. Cada vez que nos hemos acercado a cualquier cosa que pareciese remotamente infectada. Has retrocedido. Te has alejado. Huido.- declaró. -Le tienes miedo a la plaga.-
Koth bajó las orejas, algo molesto. ¿Como demonios se había fijado en aquello? Daba igual. No significaba nada. Pero tardó demasiado en responder.
-Ja. Lo sabía.- murmuró el felino con una risa amarga. -Tenias que haber sobrevivido de alguna forma en las calles de una ciudad como esa. Robar no es suficiente si no se tiene cuidado.-
El hombre zorro cambió su peso de lado, algo incómodo.
-¿Y qué? Eso da igual. El que no quiera enfermar no...-
-Claro que no. Pero no es solo eso, ¿verdad?- interrumpió, mirándole de lado. -Es algo más fuerte que eso. Un instinto de supervivencia. Nos has usado todo lo que has podido, y ahora que hay peligro, vas a largarte.- declaró, casi escupiendo cada palabra. -No me sorprende. Sabía que eras así desde el principio. Pues bien. Vete.-
Koth frunció el ceño, algo irritado. Por una parte, le molestaba que le hubiese observado tanto. Pero sobre todo, esas insinuaciones no tenian lugar.
Incluso si tenian parte de verdad.
-¿Quien te crees que eres? No eres tú el que me ha invitado, ni eres el que toma decisiones.- saltó. -El que haga y a donde vaya es asunto mío. Pero después de haber estado un mes con vosotros imaginaria que te habrías acostumbrado a mi presencia. ¿Acaso te he hecho yo algo para que me trates así? ¿Como si fuese un despojo? ¿Que te hace mejor a ti, eh?- gruñó, dando un paso hacia adelante.
-Yo he estado más tiempo que tú, zorro. Yo arriesgo mi vida por mi familia. ¿Tú? Te escondes y huyes. Te da igual si morimos o no. Te da igual si él muere o no.- bufó.
Kothán quiso decir algo. Pero, por una vez, las palabras no le salian. "No. Es mentira." Pero no tenia pruebas. No había ningún argumento a su favor, ni nada que fuese a convencer al gato.
-Tu no me conoces.- dijo finalmente.
-Exacto. No te conozco.- resopló, dándose la vuelta. -Y nunca lo haré.-
Y, con eso, el hombre zorro se quedó sólo en el bosque.
Una vez se sentó en una de las ramas más gruesas, empezó a relajarse. Sus sentimientos empezaron a mostrarse, sobrecargandole. No lo comprendía. ¿Por qué? ¿Por qué él, de todas las personas? ¿No podía haber sido cualquier otro? ¿Que había hecho? La noticia... no podía. Era demasiado. Aquella felicidad que había tenido por primera vez estaba por marchitarse y morir, por culpa de algo invisible y mortal. Algo que no podía haber visto venir.
Tenía que haberle advertido. No debía dejarle ir al norte. Si lo hubiese dicho, tal vez las cosas fuesen distintas. Tal vez no fuese así. ¿Por qué no le había dicho nada hasta entonces? ¿Cuanto tiempo le quedaba...?
Syl abrazó sus piernas. ¿Por qué era el destino tan cruel? Los Guías le habían traicionado, a pesar de su devoción. Aquello era algo fuera de manos mortales, por lo que solo los espíritus podian ayudarlo. Y aun así... ¿era demasiado tarde? Era tan injusto.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, y el gato tembló en un sollozo. No podía con ello. Lo que había construido se estaba desmoronando.
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Kothán miró alrededor. Nadie a la vista. El hombre zorro suspiró, aún sin saber que hacer. Aquello... era un problema. Maldita sea. Sabía que tenía que haberse largado antes. Desaparecer en cuanto llegasen a Lunargenta, y no volver a ver al grupo nunca. Fácil y limpio. Pero todo acababa de complicarse mucho más.
¿Que ocurría si Asher moría?
Tal vez era egoista pensar en ello, pero era una realidad muy posible. ¿Que pasaba con el grupo? Él era el integrante menos cercano al resto. Seguramente, se desharían de él. Quizas fuese mejor desaparecer. Pero, ¿que ocurriría con el resto? Probablemente se podrían cuidar solos. Dann no era muy espabilado, pero sabía magia y sus cosas. E Irirgo era un buen tipo. Demasiado bondadoso, a veces. Pero había un buen equilibrio entre el resto. Sin embargo, él sobraba.
No importaba demasiado. Estaba acostumbrado a ello. Solo era un vagabundo, después de todo. Vivir por su cuenta era lo mejor, tanto para él como para el resto. El pensar que podía encontrar un lugar para él era absurdo. Menudo ingenuo estaba hecho. Tenía ganas de patearse. Tal vez en Lunargenta tuviese más suerte que en Dundarak, aunque había oido que trataban aún peor a los de su clase...
Pero era un nuevo comienzo. Había ansiado uno.
Una vez decidido que hacer, se le presentaba una decisión. ¿Se largaba en ese momento, o esperaba a que Asher...?
El sonido de ramas rompiendose hizo que su oreja se agitase. Arriba. En el momento en el que se volvió, lo vio. Una figura saltó del árbol, y aterrizó delante de él. El gato.
-Así que vas a huir, ¿eh?- preguntó con tono acusatorio. Sus ojos eran como dagas. El zorro retrocedió. ¿A que demonios venia eso?
-...no sé de que estás hablando.- dijo, arqueando una ceja. Era prácticamente la primera frase que le había dedicado. No lo entendía. Solo sabía que su presencia le molestaba al felino.
-Te he visto. Cada vez que nos hemos acercado a cualquier cosa que pareciese remotamente infectada. Has retrocedido. Te has alejado. Huido.- declaró. -Le tienes miedo a la plaga.-
Koth bajó las orejas, algo molesto. ¿Como demonios se había fijado en aquello? Daba igual. No significaba nada. Pero tardó demasiado en responder.
-Ja. Lo sabía.- murmuró el felino con una risa amarga. -Tenias que haber sobrevivido de alguna forma en las calles de una ciudad como esa. Robar no es suficiente si no se tiene cuidado.-
El hombre zorro cambió su peso de lado, algo incómodo.
-¿Y qué? Eso da igual. El que no quiera enfermar no...-
-Claro que no. Pero no es solo eso, ¿verdad?- interrumpió, mirándole de lado. -Es algo más fuerte que eso. Un instinto de supervivencia. Nos has usado todo lo que has podido, y ahora que hay peligro, vas a largarte.- declaró, casi escupiendo cada palabra. -No me sorprende. Sabía que eras así desde el principio. Pues bien. Vete.-
Koth frunció el ceño, algo irritado. Por una parte, le molestaba que le hubiese observado tanto. Pero sobre todo, esas insinuaciones no tenian lugar.
Incluso si tenian parte de verdad.
-¿Quien te crees que eres? No eres tú el que me ha invitado, ni eres el que toma decisiones.- saltó. -El que haga y a donde vaya es asunto mío. Pero después de haber estado un mes con vosotros imaginaria que te habrías acostumbrado a mi presencia. ¿Acaso te he hecho yo algo para que me trates así? ¿Como si fuese un despojo? ¿Que te hace mejor a ti, eh?- gruñó, dando un paso hacia adelante.
-Yo he estado más tiempo que tú, zorro. Yo arriesgo mi vida por mi familia. ¿Tú? Te escondes y huyes. Te da igual si morimos o no. Te da igual si él muere o no.- bufó.
Kothán quiso decir algo. Pero, por una vez, las palabras no le salian. "No. Es mentira." Pero no tenia pruebas. No había ningún argumento a su favor, ni nada que fuese a convencer al gato.
-Tu no me conoces.- dijo finalmente.
-Exacto. No te conozco.- resopló, dándose la vuelta. -Y nunca lo haré.-
Y, con eso, el hombre zorro se quedó sólo en el bosque.
Asher Daregan
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Re: Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
Golpeé el castigado maniquí, una vez más. La tela que lo cubría estaba rasgada por varias partes, de forma que revelaba su interior de lana. Honestamente, era extremadamente burdo. Como objetivo de prácticas, apenas era vagamente humanoide. Había tenido que improvisarlo a partir de sacos, lana, palos y piedras: los dos últimos formaban un "esqueleto" muy inconsistente. Tarde o temprano tendría que fabricar algo mejor.
Por supuesto, no era como si mi arma fuese gran cosa. Demasiado corta, demasiado débil, y oxidada a más no poder. Era más peligrosa para mi que para el maniquí. Pero eso no iba a detenerme. Me puse en guardia y golpeé el brazo, retrocedí para evitar un golpe imaginario, y ataqué el cuello, que era más piedra que cualquier otra cosa. Mis músculos me pedían que me detuviese. ¿Era ese mi límite?
Tenía que hacer más. Nadie me tomaría en serio salvo que me hiciese más fuerte. Sabía lo débil que era. Apenas media 1,60. No sabía más de lo que encontraba en libros. No me dejaban combatir. ¿Combatir? ¿Que era eso? Aquel lugar era seguro. El único ser ajeno que veían de vez en cuando era Garuud, y también era un hombre bestia. Nadie más encontraba ese sitio, nunca. No había necesidad de enfrentamientos u armas. Recuerdo la decepción que me llevé cuando Denv se negó a fabricarme una espada. ¿Para que demonios teníamos una herrería, si no era para fabricar armas?
Muchos motivos, al parecer. Que le preguntase a mi padre, me dijo.
Era humillante. Cyr tampoco me enseñaría nada. "Los venenos solo para animales, y solo los que no contaminen la carne." Estaba completamente seguro de que eso no era lo que hacia en la práctica. Le había visto disparar. Pero por testarudo que fuese, no cambiaría de opinión. Siempre me rechazaban con la misma frase. "Tu padre". Mi padre. Ese tipo que se había encargado de que no encontrase diversión alguna.
Tampoco era como si un veneno me sirviese de mucho si no tenia armas. Pero seguía siendo irritante.
Suspiré, tumbándome sobre el suelo del bosque. No importaba. No podía depender de ellos. Ni de sus hijos: cachorros sin ambición alguna. Sin deseo de aprender y mejorar. Tenía que hacerme fuerte, incluso si era por mi cuenta. Si era fuerte, me respetarían. No había otra forma.
Arranqué un puñado de hierba, y me levanté, espada en mano. Volví a la carga, asaltando al monigote una y otra vez, sin piedad.
Tenía que hacerme más fuerte.
____________________________________________________________________________________
Las horas pasaron. Mi "oponente" había quedado hecho trizas en el suelo. Tendría que construir otro, aunque tal vez haría mejor enfrentándome a un árbol. Jadeando, clavé la espada oxidada en el suelo, y volví a casa.
Era extraño. Mi tribu siempre había sido más bien... nómada, según su historia. Pero al parecer, alguien encontró ese lugar unas generaciones atrás, y decidió que era tan bueno como cualquier otro para establecerse y construir. No era difícil de comprender el motivo. Era un lugar generoso: un río cercano, caza abundante, y la protección natural del entorno hacían que fuese difícil de encontrar y cubriese la mayoría de necesidades vitales.
Lo odiaba. Había hecho que mi gente se volviese complaciente. Pasiva. Lejos de lo que debía ser. Vivian en casas de madera. Edificios estáticos y permanentes que no cambiarían con el paso de los años. Llegados a ese punto, era menos una "tribu" y más una "aldea".
-Asher.- llamó aquella voz. Aquella que conocía demasiado bien. El ojo que todo lo ve, el oído que todo lo oye. Aquel gentil demonio de pelaje blanco e impoluto.
-¿...si?- respondí, sin mirar a mi madre a los ojos. Solo quería encerrarme en mi habitación, pero suponía que eso no sería posible.
-¿Donde has estado? Tu padre te estaba buscando.- mi madre se puso de rodillas sobre la alfombra y me miró mientras sorbía su té. Un gesto con su cabeza me invitó a sentarme frente a ella. A regañadientes, me obligué a obedecer.
-Estaba... explorando.- mentí, rascandome el cuello. -Buscando cosas. Creo que hay unos pájaros que han emigrado desde el norte.- dije, recordando uno de los escasos libros que tenía.
-Ya veo.- respondió. Su mirada prácticamente lo gritaba. "Sé que estás mintiendo. Y sé que sabes que lo sé." Era como si pudiese ganar una discusión con solo abrir los ojos. Pero por algún motivo, decidió no comentarlo. Un breve momento de descanso.
Me tumbé sobre mi "cama". Nada comparado a las de las ciudades, por supuesto: tan solo pieles y plumas, pero era cómodo. Necesitaba un descanso. Mi cuerpo estaba agotado. Pero aún no era fuerte.
_______________________________________________________________________________________
Me recosté sobre la hierba. Aquello había pasado hace mucho, mucho tiempo. ¿Por qué lo había recordado en ese momento?
Tenía una obsesión casi infantil con la fuerza. Era algo embarazoso, pero no tenía forma de saberlo. Ser fuerte no me llevaría tan lejos como pensaba por aquel entonces.Y aunque conseguí lo que quería, perdí algo por el camino. Debía haber escuchado a los que sabían. El chamán de mi tribu, por ejemplo. "La fuerza no es un objetivo, sino un medio." Claro que tampoco sabría como usarla, o para qué.
Quería pensar que, tras tantos años, había aprendido esas cosas.
Asher Daregan
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Re: Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
Me arrastré hacia el árbol y, lentamente, empecé a levantarme. Al principio, mis piernas temblaron, pero poco a poco pude empezar a aguantar mi peso. Debía haber dormido al menos una hora, después de todo. Avancé lentamente, volviendo al campamento.
Dann estaba discutiendo relajadamente con Irirgo. Lo suficiente como para no enterarme hasta que me acercase. Ambos me miraron con interés, pero no dijeron nada. Me senté pesadamente en el suelo y les devolví la mirada, perplejo.
-¿Qué? ¿Estabais hablando de mi?- pregunté.
-¿Qué? ¿Eh? ¡No! Estabamos, eh... discutiendo sobre... la comida del... otro día... y...- las palabras del brujo se enmudecieron bajo mi mirada, hasta acabar en silencio.
-Eres el peor mentiroso que he visto nunca...- suspiró el dragón. -¿Puedes caminar?- preguntó, volviéndose hacia mi.
-Más o menos. Gracias. Pero aún me cuesta un poco.- confesé.
-Podrías usar mi lanza como bastón, como suelo hacer.- dijo el brujo. Chasqueé la lengua.
-Antes morir que parecer un anciano. O un inválido.-
-Que encantador es...- comentó Irirgo, levantándose para ayudarme. Le aparté con la mano. Iba a hacerlo sólo, o no hacerlo en absoluto.
-Estoy bien. ¿Donde están los demás?- pregunté. No había visto signo de Syl ni de Koth en todo el día. El dragón se encogió de hombros, aunque so rostro delató algo de preocupación. -Ugh. Voy a buscarlos.-
-¿No deberías...?-
Taladré a Dann con la mirada, interrumpiéndolo. Iba a buscar a mi familia, y punto. Había estado tan absorbido en mi propio sufrimiento y pesimismo que ni me había acordado del resto. Caminé lentamente y salí del claro, siguiendo mi olfato. El sol era molesto y aún sentía nauseas, pero eso no iba a atarme a una cama.
Tras un rato de deambular sin rumbo, noté el olor de uno de mis compañeros. Syl. Iba a ser dificil de encontrar. No estaba en condiciones de trepar árboles, y tampoco me sobraba energía que derrochar. Suspiré, tragándome mi orgullo. Iba a tener que hacer las cosas como un simple humano.
-¡Syl! ¿Donde estás?- llamé. -¡Ven aquí!-
Tuve que repetirme un par de veces, pero tras algunos minutos, el olor del felino se hizo más fuerte. Y, finalmente, salió de detrás de un árbol.
-Asher...-
-Eh. Mmmh... hola.- dije, llevandome la mano al cuello. El felino no me miró a los ojos.
-¿No deberías estar descansando?-
-Todo el mundo diciendo lo mismo...- suspiré. -Estoy cansado de descansar.-
Se hizo un largo silencio. Era evidente que el gato estaba algo tenso.
-¿Que querías?- preguntó, finalmente.
-Solo... asegurarme de que estabas bien.- respondí. Syl puso los brazos en jarra. ¿En que estaría pensando? Otro silencio, más largo que el anterior. Me senté en el suelo y le miré, algo preocupado. -¿Que ocurre?-
-Todo esto se está viniendo abajo. Si tu caes, todo esto... nuestra "familia"... no seguirá unida. No será lo mismo, y el recuerdo será demasiado doloroso.- dijo, aún mirando al suelo. Su voz comenzó a temblar.- Y si está destinado a caer... tal vez... tal vez sea mejor...-
Me levanté, y coloqué una mano sobre su hombro. Quería hacer más. Abrazarlo y prometer que todo saldría bien, pero ni siquiera yo estaba seguro.
-Aún sigo aquí.- dije.
-Pero... La plaga...- gimió.
-¿...si?-
-...es letal.- exhaló. Asentí lentamente. -Entonces... ¿vas a...?-
El viento meció las ramas de los árboles, agitando las hojas. Algunas gotas de rocío cayeron al suelo. Recordé ese día. Y los meses anteriores. Ese periodo en el que realmente había sido feliz. En el que tenía un lugar, y no tenía que mantenerme en guardia para respirar tranquilo. Mi hogar. Mi familia. Si no hubiese hablado con Irirgo... si no hubiese bebido aquella cosa de Dann... o incluso si no hubiese tenido ese sueño... definitivamente habría dicho "Sí".
Pero...
-No.- dije. Mi tono era firme. No iba a rendirme. -No voy a morir.- declaré. No estaba seguro de que estaba diciendo. Pero algo había cambiado. Como si algo se hubiese apoderado de mi, estaba diciendo algo imposible. Pero también era algo que sabía con seguridad. Como si hubiese visto el futuro, y supiese lo que iba a pasar. Sabía que el sol volvería a salir, y que el fuego estaba caliente, y que esa plaga no iba a matarme.
Syl me miró sorprendido y boquiabierto. Parecía confuso. Extrañado. Como si hubiese afirmado con toda seguridad que el cielo era verde y la hierba era roja. Pero era cierto. Le miré, determinado, y asentí.
-¿Estás... estás hablando en serio? ¿Como puedes saber eso?- preguntó, frunciendo el ceño. Definitivamente, una buena pregunta.
-No lo sé. Pero sé que es cierto. Así que... no estés triste. No te preocupes por lo que pueda pasar- dije. -Nadie me ha matado nunca. Definitivamente, no será una enfermedad lo que me lleve.- sonreí. Sería injusto para todos los que quieren mi cabeza, después de todo. Suspiré. Me sentía como si me hubiese quitado un enorme peso de encima.
El felino se cruzó de brazos, moviendose de lado a lado. Estaba inquieto. Era evidente que quería un abrazo. Era natural. Pero no sería posible, no mientras aún tuviese la plaga. Era suficiente con soportarla, sería mucho peor si contagiase a alguien.
-Voy a buscar a Kothán. Hablamos luego, ¿eh?- dije, dándome la vuelta. El gato parecía impaciente por decir algo, pero dudaba. Aun así, mientras caminaba y me giraba momentáneamente, pude ver algo en sus labios. Algo que, sin duda, pasaría por una sonrisa.
Dann estaba discutiendo relajadamente con Irirgo. Lo suficiente como para no enterarme hasta que me acercase. Ambos me miraron con interés, pero no dijeron nada. Me senté pesadamente en el suelo y les devolví la mirada, perplejo.
-¿Qué? ¿Estabais hablando de mi?- pregunté.
-¿Qué? ¿Eh? ¡No! Estabamos, eh... discutiendo sobre... la comida del... otro día... y...- las palabras del brujo se enmudecieron bajo mi mirada, hasta acabar en silencio.
-Eres el peor mentiroso que he visto nunca...- suspiró el dragón. -¿Puedes caminar?- preguntó, volviéndose hacia mi.
-Más o menos. Gracias. Pero aún me cuesta un poco.- confesé.
-Podrías usar mi lanza como bastón, como suelo hacer.- dijo el brujo. Chasqueé la lengua.
-Antes morir que parecer un anciano. O un inválido.-
-Que encantador es...- comentó Irirgo, levantándose para ayudarme. Le aparté con la mano. Iba a hacerlo sólo, o no hacerlo en absoluto.
-Estoy bien. ¿Donde están los demás?- pregunté. No había visto signo de Syl ni de Koth en todo el día. El dragón se encogió de hombros, aunque so rostro delató algo de preocupación. -Ugh. Voy a buscarlos.-
-¿No deberías...?-
Taladré a Dann con la mirada, interrumpiéndolo. Iba a buscar a mi familia, y punto. Había estado tan absorbido en mi propio sufrimiento y pesimismo que ni me había acordado del resto. Caminé lentamente y salí del claro, siguiendo mi olfato. El sol era molesto y aún sentía nauseas, pero eso no iba a atarme a una cama.
Tras un rato de deambular sin rumbo, noté el olor de uno de mis compañeros. Syl. Iba a ser dificil de encontrar. No estaba en condiciones de trepar árboles, y tampoco me sobraba energía que derrochar. Suspiré, tragándome mi orgullo. Iba a tener que hacer las cosas como un simple humano.
-¡Syl! ¿Donde estás?- llamé. -¡Ven aquí!-
Tuve que repetirme un par de veces, pero tras algunos minutos, el olor del felino se hizo más fuerte. Y, finalmente, salió de detrás de un árbol.
-Asher...-
-Eh. Mmmh... hola.- dije, llevandome la mano al cuello. El felino no me miró a los ojos.
-¿No deberías estar descansando?-
-Todo el mundo diciendo lo mismo...- suspiré. -Estoy cansado de descansar.-
Se hizo un largo silencio. Era evidente que el gato estaba algo tenso.
-¿Que querías?- preguntó, finalmente.
-Solo... asegurarme de que estabas bien.- respondí. Syl puso los brazos en jarra. ¿En que estaría pensando? Otro silencio, más largo que el anterior. Me senté en el suelo y le miré, algo preocupado. -¿Que ocurre?-
-Todo esto se está viniendo abajo. Si tu caes, todo esto... nuestra "familia"... no seguirá unida. No será lo mismo, y el recuerdo será demasiado doloroso.- dijo, aún mirando al suelo. Su voz comenzó a temblar.- Y si está destinado a caer... tal vez... tal vez sea mejor...-
Me levanté, y coloqué una mano sobre su hombro. Quería hacer más. Abrazarlo y prometer que todo saldría bien, pero ni siquiera yo estaba seguro.
-Aún sigo aquí.- dije.
-Pero... La plaga...- gimió.
-¿...si?-
-...es letal.- exhaló. Asentí lentamente. -Entonces... ¿vas a...?-
El viento meció las ramas de los árboles, agitando las hojas. Algunas gotas de rocío cayeron al suelo. Recordé ese día. Y los meses anteriores. Ese periodo en el que realmente había sido feliz. En el que tenía un lugar, y no tenía que mantenerme en guardia para respirar tranquilo. Mi hogar. Mi familia. Si no hubiese hablado con Irirgo... si no hubiese bebido aquella cosa de Dann... o incluso si no hubiese tenido ese sueño... definitivamente habría dicho "Sí".
Pero...
-No.- dije. Mi tono era firme. No iba a rendirme. -No voy a morir.- declaré. No estaba seguro de que estaba diciendo. Pero algo había cambiado. Como si algo se hubiese apoderado de mi, estaba diciendo algo imposible. Pero también era algo que sabía con seguridad. Como si hubiese visto el futuro, y supiese lo que iba a pasar. Sabía que el sol volvería a salir, y que el fuego estaba caliente, y que esa plaga no iba a matarme.
Syl me miró sorprendido y boquiabierto. Parecía confuso. Extrañado. Como si hubiese afirmado con toda seguridad que el cielo era verde y la hierba era roja. Pero era cierto. Le miré, determinado, y asentí.
-¿Estás... estás hablando en serio? ¿Como puedes saber eso?- preguntó, frunciendo el ceño. Definitivamente, una buena pregunta.
-No lo sé. Pero sé que es cierto. Así que... no estés triste. No te preocupes por lo que pueda pasar- dije. -Nadie me ha matado nunca. Definitivamente, no será una enfermedad lo que me lleve.- sonreí. Sería injusto para todos los que quieren mi cabeza, después de todo. Suspiré. Me sentía como si me hubiese quitado un enorme peso de encima.
El felino se cruzó de brazos, moviendose de lado a lado. Estaba inquieto. Era evidente que quería un abrazo. Era natural. Pero no sería posible, no mientras aún tuviese la plaga. Era suficiente con soportarla, sería mucho peor si contagiase a alguien.
-Voy a buscar a Kothán. Hablamos luego, ¿eh?- dije, dándome la vuelta. El gato parecía impaciente por decir algo, pero dudaba. Aun así, mientras caminaba y me giraba momentáneamente, pude ver algo en sus labios. Algo que, sin duda, pasaría por una sonrisa.
Asher Daregan
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Re: Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
Cerré los ojos lentamente. Estaba hecho un desastre. Era como si hubiese algo dentro de mi, algo que me corrompía y debilitaba. En cierta forma, así era. Odiaba estar enfermo. Era frustrante: no era un enemigo al que pudiese despedazar o evitar con magia. Tal vez un elfo ayudaría, pero... no, si así fuese, no habría sido tan grave. Lo único que hacían era que dejases de sangrar.
Tenía cierta gracia. Uno podía aprender de las heridas. Si algo te rompía un hueso, tendrías más cuidado la próxima vez. Con un sanador de tu parte, lo único que quedaba era el recuerdo del dolor. No había excusa para no levantarse y lanzarse de nuevo. Pero, ¿qué podía aprender de esa enfermedad? Apenas recordaba cómo la había recibido. Mis memorias sobre Dundarak eran borrosas. Una mujer bio-cibernética. Campos de cultivos. Una multitud, atacándome. Una masacre. Fuego. ¿Un anillo...?
Busqué en mi bolsillo. Un anillo. Era... bastante grande, pero demasiado pequeño para ser un brazalete. Tenía una gema azul de un tamaño considerable. ¿Un zafiro? ¿Obsidiana? No se me daban muy bien esas cosas, pero parecía... extraño. ¿Sería mágico? No veía ninguna runa ni símbolo, pero podía estar dentro de la piedra. Recordé una palabra. "Espada." Tanteé en mi cintura, y desenvainé a Brillo.
El tamaño era perfecto para el mango. No podía ser casualidad. La sortija prácticamente me pedía introducirla en su lugar, y así lo hice. Y, de repente, un brillo azul recorrió la hoja entera... y mi cuerpo. Algo había cambiado. Definitivamente no me había curado: seguía enfermo, aunque si me sentía algo mejor. Agité mi espada en el aire. Sentía que podía hacer algo más. Contemplé la gema con curiosidad, y apunté la hoja hacia un árbol cercano.
Algo empezó a aparecer de la nada. Un agujero en el aire. Algo completamente negro. ¿Un portal? De él, salió una garra. Lentamente, una criatura de sombras empezó a arrastrarse de la oscuridad. Una criatura destructiva, tenebrosa e inquietante.
El monstruo soltó un leve chillido. Agudo. Bestial. Me miró, y se me heló la sangre. Pero sentía tener cierto control sobre ella. Apunté al árbol de nuevo, y pensé una orden. Sin tener siquiera que enunciarla, la criatura se lanzó hacia el árbol, clavando sus garras en la corteza. Quería matar. Destruir. Pero no pertenecía a este lugar. Tras unos segundos, la criatura lanzó un horrible chillido, y se desvaneció en el aire sin dejar más rastro que las marcas del árbol.
-¿Qué demonios ha sido eso?- preguntó la voz de Kothán. Estaba cerca. Me acerqué.
-No te preocupes. Solo soy yo.- dije, buscando la voz. Tras unos segundos, encontré la fuente. El zorro estaba sentado detrás de un árbol, y me miraba con ojos preocupados.
-Si eso has sido tú, definitivamente debería preocuparme.- dijo, arqueando una ceja.
Reí... y empecé a toser, doblándome sobre mi mismo. Me senté en el suelo.
-Capullo. No me hagas reir. Duele.- sonreí.
-No me lo puedo imaginar. ¿Que haces aquí?- inquirió.
-Te buscaba a ti, de hecho. Te fuiste sin decir nada, y estaba un poco preocupado.- confesé. Bostecé, mirando las hojas que se mecían con el viento. Aquel lugar era pacífico.
-...No eres tú el que debería estar preocupado, ¿no crees?- dijo, bajando las orejas ligeramente.
-Tal vez.- Me encogí de hombros. -Pero eres uno de los nuestros. Por supuesto que me preocupo. Me importa el como estés.- dije, ladeando la cabeza.
-¿De veras...?- preguntó. -La verdad es que me siento un poco... fuera de lugar.- admitió. -El resto os conoceis bastante bien, pero yo...-
-Tonterías. ¿Lo dices por Syl? Le echa el mal de ojo a todo el mundo...- murmuré, acordándome del brujo. Syl tardó bastante en acercarse a él, y ni siquiera en ese momento estaba muy seguro de la relación entre ellos. -Sea como sea, eres de los nuestros.- repetí.-Estoy seguro de que Irirgo está de acuerdo. Fue él el que te dio la oportunidad, y confío en su juicio.-
-...ya veo. Gracias.- respondió, asintiendo levemente. -Pero... la plaga... ¿crees que vas a...?
-Va a hacer falta algo más que esto para acabar conmigo.- repliqué. -Simplemente dame un par de semanas y no te acerques demasiado. Está todo bajo control.- dije, guiñando un ojo.
El zorro suspiró. Parecía algo más tranquilo. Si le había aliviado un poco, me alegraba. Sin embargo, empezó a caminar, dirigiendose al campamento.
-Entiendo. Entonces, ¿no necesitas ayuda?-
-Puedo caminar solo. Tranquilo. Tu ve.-
Esperé unos segundos, y exhalé. El grupo estaba en paz, o eso me parecía. Tal vez estuviese haciendo mi trabajo. Me quedé en el suelo durante un rato, pensativo.
Había decidido vivir. Si realmente lo conseguía, sería el primero en superar la plaga. Sin duda, el que menos se lo merecía. A juicio de muchos, debería haber muerto mucho tiempo atrás, pero seguía respirando. Si había dioses, querían verme morir, pero estaba allí. Tal vez no importaba. Merecerse algo o no merecerlo. Solo era algo que la gente decía para sentirse mejor. La justicia era algo completamente inventado, después de todo.
Si algo había aprendido, era esto. Lo que importa no es lo que "deba ser", sino los actos que tomabas. Incluso si no merecía vivir, iba a hacerlo. Incluso si no merecía ser feliz, tomaría la situación con mis propias manos, y reclamaría lo que quería tener. Tal vez fuese injusto.
Pero el mundo era así.
Usado objeto: Sortija encantada por la luna (Súbdito de Vacío)
Tenía cierta gracia. Uno podía aprender de las heridas. Si algo te rompía un hueso, tendrías más cuidado la próxima vez. Con un sanador de tu parte, lo único que quedaba era el recuerdo del dolor. No había excusa para no levantarse y lanzarse de nuevo. Pero, ¿qué podía aprender de esa enfermedad? Apenas recordaba cómo la había recibido. Mis memorias sobre Dundarak eran borrosas. Una mujer bio-cibernética. Campos de cultivos. Una multitud, atacándome. Una masacre. Fuego. ¿Un anillo...?
Busqué en mi bolsillo. Un anillo. Era... bastante grande, pero demasiado pequeño para ser un brazalete. Tenía una gema azul de un tamaño considerable. ¿Un zafiro? ¿Obsidiana? No se me daban muy bien esas cosas, pero parecía... extraño. ¿Sería mágico? No veía ninguna runa ni símbolo, pero podía estar dentro de la piedra. Recordé una palabra. "Espada." Tanteé en mi cintura, y desenvainé a Brillo.
El tamaño era perfecto para el mango. No podía ser casualidad. La sortija prácticamente me pedía introducirla en su lugar, y así lo hice. Y, de repente, un brillo azul recorrió la hoja entera... y mi cuerpo. Algo había cambiado. Definitivamente no me había curado: seguía enfermo, aunque si me sentía algo mejor. Agité mi espada en el aire. Sentía que podía hacer algo más. Contemplé la gema con curiosidad, y apunté la hoja hacia un árbol cercano.
Algo empezó a aparecer de la nada. Un agujero en el aire. Algo completamente negro. ¿Un portal? De él, salió una garra. Lentamente, una criatura de sombras empezó a arrastrarse de la oscuridad. Una criatura destructiva, tenebrosa e inquietante.
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El monstruo soltó un leve chillido. Agudo. Bestial. Me miró, y se me heló la sangre. Pero sentía tener cierto control sobre ella. Apunté al árbol de nuevo, y pensé una orden. Sin tener siquiera que enunciarla, la criatura se lanzó hacia el árbol, clavando sus garras en la corteza. Quería matar. Destruir. Pero no pertenecía a este lugar. Tras unos segundos, la criatura lanzó un horrible chillido, y se desvaneció en el aire sin dejar más rastro que las marcas del árbol.
-¿Qué demonios ha sido eso?- preguntó la voz de Kothán. Estaba cerca. Me acerqué.
-No te preocupes. Solo soy yo.- dije, buscando la voz. Tras unos segundos, encontré la fuente. El zorro estaba sentado detrás de un árbol, y me miraba con ojos preocupados.
-Si eso has sido tú, definitivamente debería preocuparme.- dijo, arqueando una ceja.
Reí... y empecé a toser, doblándome sobre mi mismo. Me senté en el suelo.
-Capullo. No me hagas reir. Duele.- sonreí.
-No me lo puedo imaginar. ¿Que haces aquí?- inquirió.
-Te buscaba a ti, de hecho. Te fuiste sin decir nada, y estaba un poco preocupado.- confesé. Bostecé, mirando las hojas que se mecían con el viento. Aquel lugar era pacífico.
-...No eres tú el que debería estar preocupado, ¿no crees?- dijo, bajando las orejas ligeramente.
-Tal vez.- Me encogí de hombros. -Pero eres uno de los nuestros. Por supuesto que me preocupo. Me importa el como estés.- dije, ladeando la cabeza.
-¿De veras...?- preguntó. -La verdad es que me siento un poco... fuera de lugar.- admitió. -El resto os conoceis bastante bien, pero yo...-
-Tonterías. ¿Lo dices por Syl? Le echa el mal de ojo a todo el mundo...- murmuré, acordándome del brujo. Syl tardó bastante en acercarse a él, y ni siquiera en ese momento estaba muy seguro de la relación entre ellos. -Sea como sea, eres de los nuestros.- repetí.-Estoy seguro de que Irirgo está de acuerdo. Fue él el que te dio la oportunidad, y confío en su juicio.-
-...ya veo. Gracias.- respondió, asintiendo levemente. -Pero... la plaga... ¿crees que vas a...?
-Va a hacer falta algo más que esto para acabar conmigo.- repliqué. -Simplemente dame un par de semanas y no te acerques demasiado. Está todo bajo control.- dije, guiñando un ojo.
El zorro suspiró. Parecía algo más tranquilo. Si le había aliviado un poco, me alegraba. Sin embargo, empezó a caminar, dirigiendose al campamento.
-Entiendo. Entonces, ¿no necesitas ayuda?-
-Puedo caminar solo. Tranquilo. Tu ve.-
Esperé unos segundos, y exhalé. El grupo estaba en paz, o eso me parecía. Tal vez estuviese haciendo mi trabajo. Me quedé en el suelo durante un rato, pensativo.
Había decidido vivir. Si realmente lo conseguía, sería el primero en superar la plaga. Sin duda, el que menos se lo merecía. A juicio de muchos, debería haber muerto mucho tiempo atrás, pero seguía respirando. Si había dioses, querían verme morir, pero estaba allí. Tal vez no importaba. Merecerse algo o no merecerlo. Solo era algo que la gente decía para sentirse mejor. La justicia era algo completamente inventado, después de todo.
Si algo había aprendido, era esto. Lo que importa no es lo que "deba ser", sino los actos que tomabas. Incluso si no merecía vivir, iba a hacerlo. Incluso si no merecía ser feliz, tomaría la situación con mis propias manos, y reclamaría lo que quería tener. Tal vez fuese injusto.
Pero el mundo era así.
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Re: Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
Mucho tiempo atrás, había estado obsesionado con ser fuerte.
Era algo infantil y peligroso. No tenía ningún objetivo, más que aquello. Si era fuerte, no tenía nada que temer. Sería respetado, o temido. Tendría importancia, sería capaz de hacer más cosas que los demás. ¿No era eso lo que importaba en la vida? Siempre me lo había planteado de esa manera. Esperaba que el mundo estuviese lleno de conflictos y peligros. Como decian los libros, y como decian los adultos.
Años después, conseguí la fuerza que quería. Y aun así, solo acabé frustrado. El mundo exterior era muy distinto a todo lo que había imaginado. Ser fuerte importaba poco: la gente nacía con un título y dinero. No importaba lo que hiciesen con ellos, o de lo que fuesen capaces. Estaban por encima de los demás, y les trataban con desdén.
Los detestaba.
Aquello iba en contra de todo lo que había creído. Era antinatural. Una abominación. ¿A eso lo llamaban sociedad? Esa gente tenía más poder que cualquier otra, y lo utilizaban para... ¿qué? ¿Ganar más dinero? Despreciable. Y aun así, la única forma de progresar era trabajar para ellos.
Pero el dinero que ganaba no me haría sentir bien. No viniendo de esa forma. Durante mucho tiempo, me manché las manos de sangre. Una, y otra, y otra vez. En el nombre de uno de ellos. Oro rojo, como lo llamaba cierta persona. Pero eso había acabado.
Me dirigí hacia nuestro invitado. Estaba alejado del campamento, atado de pies y manos a un árbol. Nuestro querido amigo, Lord Centollo. ¿Cuanto tiempo había llevado sin comer? No iba a aguantar mucho más, eso seguro. No importaba. Al verme, el hombre no dijo nada. Sólo me miró. Era evidente lo que sentía. Odio. El odio más puro y venenoso que había visto jamás. Un odio extremadamente intenso, que superaba a cualquier temor o duda. Si no supiese que era imposible, tal vez el hombre habría intentado romper sus cadenas y lanzarse sobre mi.
Sonreí.
-¡Mi mejor amigo! ¿Que tal has dormido?- pregunté, alegremente. No respondió. ¡Claro que no respondió! -Vaya, casi prefería cuando eras más hablador.- mentí. Hacía una semana que le habíamos cortado la lengua. Al menos no podía insultarnos en un idioma que entendiésemos. Me acuclillé frente a él, justo fuera de su alcance. -Dime, Lord Centollo... bueno, no es que el título te sirva de mucho ahora, así que dejemos los formalismos. Centollito. ¿Que se siente? Un día estabas tan tranquilo en tu castillo, dispuesto a matar siervos... y al siguiente, estás aquí.- sonreí.
No respondió. ¿Acaso podía escuchar lo que estaba diciendo? No estaba seguro de que le quedasen muchas facultades mentales en ese momento. Caminé lentamente a su alrededor. Al menos me seguía con la mirada. Era suficiente.
-Así que... explícamelo, ya que soy un, o, vil bandido, un cruel villano sin escrúpulos y no entiendo de estas cosas. ¿Sigue la nobleza por encima de nosotros? ¿Sigues siendo mejor que yo, tan roto, hambriento y herido como estás?- pregunté. El hombre me siguió taladrando con la mirada y, lentamente, asintió.
Honestamente, era impresionante. No había destrozado su voluntad. Su odio y orgullo eran aún mayores que su miedo e instinto de supervivencia. Al menos me hacía sentir mejor. Sabía que esa clase de persona no debía estar suelta, y mucho menos, tener poder.
Había sido muy divertido el jugar con él. Ver como la humillación alimentaba su ira. Verle sufrir como merecía. Le había enseñado todo un nuevo significado de "dolor". Le había cortado todos los dedos de su mano izquierda y uno de la derecha. El corazón. Era apropiado, ya que según veía, ese hombre no tenía. ¿Cuantos dientes le quedaban? Las palizas habían sido serias. Equivalentes, tal vez, a las que había sufrido yo mismo en prisión. Una lástima que no tuviésemos un elfo para curarlo, como lo tenían allí.
-Creo que aún no lo has asumido. Vas a morir aquí, Centollito. Tu vida me pertenece. A mi.- sonreí, satisfecho. Lamentablemente, parecía ser muy indiferente. Tendría que despertarlo un poco. Desenfundé mi espada, y la posé en su frente, clavandosela ligeramente y obligando le a levantar su cabeza. Un pequeño hilo de sangre brotó de la zona. ¿Donde era mejor...? -Tu mano izquierda no te sirve de mucho ya, ¿eh?- dije. Esta se encontraba inmóvil. Rota. Todo su brazo izquierdo estaba roto, colgando inerte en un ángulo antinatural. Incluso el hombro estaba dislocado.
Mi espada se movió, hundiéndose en su carne. Y el antiguo Lord lanzó un terrible alarido, maldiciendo a todos los dioses.
Era algo infantil y peligroso. No tenía ningún objetivo, más que aquello. Si era fuerte, no tenía nada que temer. Sería respetado, o temido. Tendría importancia, sería capaz de hacer más cosas que los demás. ¿No era eso lo que importaba en la vida? Siempre me lo había planteado de esa manera. Esperaba que el mundo estuviese lleno de conflictos y peligros. Como decian los libros, y como decian los adultos.
Años después, conseguí la fuerza que quería. Y aun así, solo acabé frustrado. El mundo exterior era muy distinto a todo lo que había imaginado. Ser fuerte importaba poco: la gente nacía con un título y dinero. No importaba lo que hiciesen con ellos, o de lo que fuesen capaces. Estaban por encima de los demás, y les trataban con desdén.
Los detestaba.
Aquello iba en contra de todo lo que había creído. Era antinatural. Una abominación. ¿A eso lo llamaban sociedad? Esa gente tenía más poder que cualquier otra, y lo utilizaban para... ¿qué? ¿Ganar más dinero? Despreciable. Y aun así, la única forma de progresar era trabajar para ellos.
Pero el dinero que ganaba no me haría sentir bien. No viniendo de esa forma. Durante mucho tiempo, me manché las manos de sangre. Una, y otra, y otra vez. En el nombre de uno de ellos. Oro rojo, como lo llamaba cierta persona. Pero eso había acabado.
Me dirigí hacia nuestro invitado. Estaba alejado del campamento, atado de pies y manos a un árbol. Nuestro querido amigo, Lord Centollo. ¿Cuanto tiempo había llevado sin comer? No iba a aguantar mucho más, eso seguro. No importaba. Al verme, el hombre no dijo nada. Sólo me miró. Era evidente lo que sentía. Odio. El odio más puro y venenoso que había visto jamás. Un odio extremadamente intenso, que superaba a cualquier temor o duda. Si no supiese que era imposible, tal vez el hombre habría intentado romper sus cadenas y lanzarse sobre mi.
Sonreí.
-¡Mi mejor amigo! ¿Que tal has dormido?- pregunté, alegremente. No respondió. ¡Claro que no respondió! -Vaya, casi prefería cuando eras más hablador.- mentí. Hacía una semana que le habíamos cortado la lengua. Al menos no podía insultarnos en un idioma que entendiésemos. Me acuclillé frente a él, justo fuera de su alcance. -Dime, Lord Centollo... bueno, no es que el título te sirva de mucho ahora, así que dejemos los formalismos. Centollito. ¿Que se siente? Un día estabas tan tranquilo en tu castillo, dispuesto a matar siervos... y al siguiente, estás aquí.- sonreí.
No respondió. ¿Acaso podía escuchar lo que estaba diciendo? No estaba seguro de que le quedasen muchas facultades mentales en ese momento. Caminé lentamente a su alrededor. Al menos me seguía con la mirada. Era suficiente.
-Así que... explícamelo, ya que soy un, o, vil bandido, un cruel villano sin escrúpulos y no entiendo de estas cosas. ¿Sigue la nobleza por encima de nosotros? ¿Sigues siendo mejor que yo, tan roto, hambriento y herido como estás?- pregunté. El hombre me siguió taladrando con la mirada y, lentamente, asintió.
Honestamente, era impresionante. No había destrozado su voluntad. Su odio y orgullo eran aún mayores que su miedo e instinto de supervivencia. Al menos me hacía sentir mejor. Sabía que esa clase de persona no debía estar suelta, y mucho menos, tener poder.
Había sido muy divertido el jugar con él. Ver como la humillación alimentaba su ira. Verle sufrir como merecía. Le había enseñado todo un nuevo significado de "dolor". Le había cortado todos los dedos de su mano izquierda y uno de la derecha. El corazón. Era apropiado, ya que según veía, ese hombre no tenía. ¿Cuantos dientes le quedaban? Las palizas habían sido serias. Equivalentes, tal vez, a las que había sufrido yo mismo en prisión. Una lástima que no tuviésemos un elfo para curarlo, como lo tenían allí.
-Creo que aún no lo has asumido. Vas a morir aquí, Centollito. Tu vida me pertenece. A mi.- sonreí, satisfecho. Lamentablemente, parecía ser muy indiferente. Tendría que despertarlo un poco. Desenfundé mi espada, y la posé en su frente, clavandosela ligeramente y obligando le a levantar su cabeza. Un pequeño hilo de sangre brotó de la zona. ¿Donde era mejor...? -Tu mano izquierda no te sirve de mucho ya, ¿eh?- dije. Esta se encontraba inmóvil. Rota. Todo su brazo izquierdo estaba roto, colgando inerte en un ángulo antinatural. Incluso el hombro estaba dislocado.
Mi espada se movió, hundiéndose en su carne. Y el antiguo Lord lanzó un terrible alarido, maldiciendo a todos los dioses.
Asher Daregan
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Re: Su justo merecido. [Solitario] [Cerrado]
La mano del hombre cayó al suelo, manchando la hierba de sangre. Centollo gritó y gritó, hasta que finalmente su voz quedó rota. Estaba temblando. Dolor, rabia y odio. Aquello era todo suyo. Su justo merecido.
Clavé mi espada en el suelo. El muñón aún sangraba con abundancia. ¿Cuanto tiempo tenía antes de caer inconsciente? Esperaba que fuese suficiente. Suficiente para su última lección. Me coloqué detrás del árbol y saqué la llave de mi bolsillo. La introduje en el candado, y finalmente, la giré, liberando a aquel ser.
Me coloqué delante de él, a una distancia suficiente. El hombre levantó la mirada. No. No era un hombre. Ni siquiera un animal. En ese momento, era odio puro.
-Venga, Centollo. Estás libre. Coge la espada, y ven a por mi.- le desafié, sonriendo. El antiguo noble se levantó, aún temblando. Sus piernas le fallaban. Pero finalmente, consiguió mantenerse en pie. Su brazo izquierdo colgaba inútilmente detrás de él. Pero una mano de cuatro dedos era suficiente para blandir una espada.
El hombre se arrojó contra mi arma, intentando cogerla torpemente. Tras un par de intentos, la separó del suelo, y abrió la boca en lo que parecía ser su horrible y escalofriante versión de una sonrisa. Con un chillido maniatico, el tipo corrió hacia mi.
No tenía ninguna oportunidad. Tal vez yo estuviese desarmado, pero en sus manos, esa espada era poco más que un trozo de metal inútil. La agitó freneticamente, una y otra vez. Con cada movimiento, solo encontró aire. Salté una y otra vez hacia atrás, con las manos aún en los bolsillos. Incluso enfermo, era imposible compararnos. Los chillidos continuaron. ¿Estaba frustrándose? Podía haber intentado huir, pero era evidente que eso no estaba entre sus planes. La sangre siguió manando, dejando un rastro rojo sobre todas las plantas que pisaba.
-Vaya, si que eres inútil.- dije, poniendome fuera de su alcance por quinta vez. -¿Ni siquiera a alguien tan indefenso como yo?- sonreí. -¿De que te sirve toda esa rabia si no puedes matarme?- pregunté. Otro aullido de rabia. Otro tajo inútil. Empezaba a pensar que ese tipo era incapaz de aprender. ¿Y si empezaba a defenderme? Le había dado suficientes intentos gratis.
Hice una finta, evitando su siguiente ataque, y lancé mis uñas a su cara, desgarrandola y dejando tres nuevas hileras de sangre. No paré. Usando el mismo brazo, hundí mi codo en su cuello, haciendole retroceder entre tosidos y reclinarse hacia delante. Sujeté su cabeza desde la nuca, y la llevé hacia mi rodilla.
El hombre cayó al suelo, soltando mi espada. La recogí.
-Eres débil, Lord Centollo. Muy, muy débil. Eres incapaz de defender lo que quieres. Eres incapaz de cumplir lo que deseas. Tenias todas las oportunidades para no serlo, pero...- sonreí, obligandole a mirar hacia arriba con mi pie. -Esto es lo que mereces.- declaré, hundiendo la hoja en su cuello.
Los ojos del ser se abrieron, con la última punzada de dolor. Nadie encontraría su cadaver. No tendría un entierro honorable. Ni siquiera en la muerte sería recordado. Tal vez acabase siendo util por una vez, y fuese devorado por lobos hambrientos.
Volví al campamento y me senté junto a la hoguera. Las miradas se centraron en mi. Algunas, preocupadas. Otras, no tanto.
-Está muerto, por fin. Ya no habrá más gritos.- anuncié.
-Entiendo. Pero... hay algo que no ha quedado claro.- dijo Irirgo. -¿Que hacemos ahora? ¿Que es lo que quieres hacer, Asher?-
Miré a mis compañeros. Parecían algo melancólicos. Sonreí.
-Vamos a vivir. Como siempre.-
Clavé mi espada en el suelo. El muñón aún sangraba con abundancia. ¿Cuanto tiempo tenía antes de caer inconsciente? Esperaba que fuese suficiente. Suficiente para su última lección. Me coloqué detrás del árbol y saqué la llave de mi bolsillo. La introduje en el candado, y finalmente, la giré, liberando a aquel ser.
Me coloqué delante de él, a una distancia suficiente. El hombre levantó la mirada. No. No era un hombre. Ni siquiera un animal. En ese momento, era odio puro.
-Venga, Centollo. Estás libre. Coge la espada, y ven a por mi.- le desafié, sonriendo. El antiguo noble se levantó, aún temblando. Sus piernas le fallaban. Pero finalmente, consiguió mantenerse en pie. Su brazo izquierdo colgaba inútilmente detrás de él. Pero una mano de cuatro dedos era suficiente para blandir una espada.
El hombre se arrojó contra mi arma, intentando cogerla torpemente. Tras un par de intentos, la separó del suelo, y abrió la boca en lo que parecía ser su horrible y escalofriante versión de una sonrisa. Con un chillido maniatico, el tipo corrió hacia mi.
No tenía ninguna oportunidad. Tal vez yo estuviese desarmado, pero en sus manos, esa espada era poco más que un trozo de metal inútil. La agitó freneticamente, una y otra vez. Con cada movimiento, solo encontró aire. Salté una y otra vez hacia atrás, con las manos aún en los bolsillos. Incluso enfermo, era imposible compararnos. Los chillidos continuaron. ¿Estaba frustrándose? Podía haber intentado huir, pero era evidente que eso no estaba entre sus planes. La sangre siguió manando, dejando un rastro rojo sobre todas las plantas que pisaba.
-Vaya, si que eres inútil.- dije, poniendome fuera de su alcance por quinta vez. -¿Ni siquiera a alguien tan indefenso como yo?- sonreí. -¿De que te sirve toda esa rabia si no puedes matarme?- pregunté. Otro aullido de rabia. Otro tajo inútil. Empezaba a pensar que ese tipo era incapaz de aprender. ¿Y si empezaba a defenderme? Le había dado suficientes intentos gratis.
Hice una finta, evitando su siguiente ataque, y lancé mis uñas a su cara, desgarrandola y dejando tres nuevas hileras de sangre. No paré. Usando el mismo brazo, hundí mi codo en su cuello, haciendole retroceder entre tosidos y reclinarse hacia delante. Sujeté su cabeza desde la nuca, y la llevé hacia mi rodilla.
El hombre cayó al suelo, soltando mi espada. La recogí.
-Eres débil, Lord Centollo. Muy, muy débil. Eres incapaz de defender lo que quieres. Eres incapaz de cumplir lo que deseas. Tenias todas las oportunidades para no serlo, pero...- sonreí, obligandole a mirar hacia arriba con mi pie. -Esto es lo que mereces.- declaré, hundiendo la hoja en su cuello.
Los ojos del ser se abrieron, con la última punzada de dolor. Nadie encontraría su cadaver. No tendría un entierro honorable. Ni siquiera en la muerte sería recordado. Tal vez acabase siendo util por una vez, y fuese devorado por lobos hambrientos.
Volví al campamento y me senté junto a la hoguera. Las miradas se centraron en mi. Algunas, preocupadas. Otras, no tanto.
-Está muerto, por fin. Ya no habrá más gritos.- anuncié.
-Entiendo. Pero... hay algo que no ha quedado claro.- dijo Irirgo. -¿Que hacemos ahora? ¿Que es lo que quieres hacer, Asher?-
Miré a mis compañeros. Parecían algo melancólicos. Sonreí.
-Vamos a vivir. Como siempre.-
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