Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Página 1 de 1. • Comparte
Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Lunargenta, 8:45 pm
La ciudad se preparaba para dormir. Los variopintos habitantes regresaban a sus hogares, algunos arrastrando los pies, otros encorvando la espalda tras una larga jornada de trabajo. El cielo estaba despejado, pero nadie alzaba la cabeza para admirar las estrellas; la vida en las grandes urbes era tan estresante que pocos recordaban hacerlo. Había que madrugar y encarar la rutina, día tras día en labores honradas para poder llevarse algo de comida a la boca. Era un martirio, pero las personas honestas podían irse a descansar con la consciencia limpia, no como... ¡Ja! ¿A quién quería engañar? ¡Si él dormía como un tronco tras aprovecharse de aquellos aburridos bastardos! La rutina no era lo suyo, y por eso podía andar por las calles con la espalda recta y una sonrisa pérfida en los labios, satisfecho con su realidad. ¿Quién dijo que los malos siempre son miserables?
Cada vez le iba mejor en la vida. Había conocido a una hermosa muchacha cuyo recuerdo le apretaba el pecho, conseguía cada vez mejores trabajos y ya no le hacía falta dedicarse al atraco tan seguido, pero cuando lo hacía solía conseguir buenos botines. Sí señor, estaba de muy buen humor, tanto que no sentía ni una pizca de nervios por el encargo que tenía para esa noche: Borrar de la faz de Aerandir a un ladrón que se inmiscuía en territorios ajenos y, según le habían dicho, era una verdadera molestia. Zatch no sabía por qué no se encargaban de él en persona, pero tampoco le interesaba demasiado; quizás se trataba de un tipo enorme a quien nadie podía echarle una mano encima, excepto él. Además le habían contado que era un hombre bestia, un tigre blanco. ¡Le excitaba pensar cuán grande sería la recompensa! Sólo debía asegurarse de atacar por la espalda, no fuese cosa de que le arrancase la cabeza de un zarpazo.
Y allí estaba. Tal como le habían indicado, llegó a un apestoso y oscuro callejón igual a los otros cientos que había en Lunargenta. Se echó la capucha hacia adelante, de tal manera que apenas asomaba la punta de su hocico, y empuñó su daga por debajo de la capa al tiempo en que olisqueaba con presteza. Entre el olor a mugre, orina y todo tipo de desperdicios, percibió la esencia que le indicó que estaba en el lugar correcto. Con cautela y sigilo, dio un paso adelante, seguro de que su presa estaba por allí en alguna parte.
“-Veeen, minino, terminemos esto rápido...” -Pensó con sorna, atento a las siluetas en la penumbra.
Última edición por Zatch el Jue Mayo 25, 2017 11:24 pm, editado 1 vez
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Sora había tenido un día duro, pero todos los días eran así de duros. Un día más para la supervivencia, en los que tenía que subsistir buscando comida entre los desperdicios de los contenedores o robar lo que necesitara. Aquel día no había tenido muy buena suerte ni en una cosa ni en la otra, estaba encogido en el agujero entre dos edificios que estaban muy pegados y del que había echo su hogar. Las tripas no dejaban de rugir, en protesta por la falta de alimento, se sentía hambriento y algo enfermo, pues lo último que había comido le había sentado mal y se había pasado tres días con mal estar estomacal, vomitando y demás.
Justo cuando estaba empezando a coger un poco de sueño, Sora escuchó el escándalo que producían las ratas del callejón, agitando las orejitas con actitud cansada, gateó desde el agujero de la pared donde tenía su jergón de paja hasta el borde del tejado. Sus orejitas gachas se asomaron justo después de su rostro, mostrando su carita cansada y algo enferma. Vio a un tipo moverse entre las sombras, tenía un aspecto sospechoso, con la capucha echada sobre la cabeza. Apoyó un codo y posó la barbilla sobre la palma de la mano, mientras observaba aburrido a aquel tipo, sin saber que haría un tipo caminando por aquel apestoso callejón. Hace solo unos minutos había echo sus necesidades por aquel sitio, se debatía entre la idea de advertir al tipo o quedarse callado, pues normalmente los que actuaban de aquel modo sospechoso no se traían nada bueno entre manos y preferían no tener testigos. Lanzó un largo bostezo, dejando a la vista sus colmillos blancos y su lengua rosada, tras lo cual, parpadeó con los ojos un poco llorosos por el sueño y se incorporó con un leve gruñido. No tenía tiempo para estar curioseando, tenía sueño, hambre y aún no se sentía del todo recuperado de su mal estomacal.
Cuando Sora se incorporó, hizo caer algunos fragmentos descascarillados de la pared de ladrillos, pero volvió a acurrucarse con la vieja y apolillada manta de su jergón, mientras se pegaba al muro de ladrillo, sintiendo el calor que le llegaba a través de la pared debido a que eran los ladrillos de una chimenea. Se quedó sentado, con las piernas flexionadas y rodeándose las piernas con los brazos, apoyando la barbilla en las rodillas, con los oídos atentos pues no sería capaz de conciliar el sueño hasta saber que estaba solo y a salvo, de modo que esperaría a que aquel tipo sospechoso terminara de hacer lo que sea a lo que hubiera ido y él poder dormir tranquilo.
Justo cuando estaba empezando a coger un poco de sueño, Sora escuchó el escándalo que producían las ratas del callejón, agitando las orejitas con actitud cansada, gateó desde el agujero de la pared donde tenía su jergón de paja hasta el borde del tejado. Sus orejitas gachas se asomaron justo después de su rostro, mostrando su carita cansada y algo enferma. Vio a un tipo moverse entre las sombras, tenía un aspecto sospechoso, con la capucha echada sobre la cabeza. Apoyó un codo y posó la barbilla sobre la palma de la mano, mientras observaba aburrido a aquel tipo, sin saber que haría un tipo caminando por aquel apestoso callejón. Hace solo unos minutos había echo sus necesidades por aquel sitio, se debatía entre la idea de advertir al tipo o quedarse callado, pues normalmente los que actuaban de aquel modo sospechoso no se traían nada bueno entre manos y preferían no tener testigos. Lanzó un largo bostezo, dejando a la vista sus colmillos blancos y su lengua rosada, tras lo cual, parpadeó con los ojos un poco llorosos por el sueño y se incorporó con un leve gruñido. No tenía tiempo para estar curioseando, tenía sueño, hambre y aún no se sentía del todo recuperado de su mal estomacal.
Cuando Sora se incorporó, hizo caer algunos fragmentos descascarillados de la pared de ladrillos, pero volvió a acurrucarse con la vieja y apolillada manta de su jergón, mientras se pegaba al muro de ladrillo, sintiendo el calor que le llegaba a través de la pared debido a que eran los ladrillos de una chimenea. Se quedó sentado, con las piernas flexionadas y rodeándose las piernas con los brazos, apoyando la barbilla en las rodillas, con los oídos atentos pues no sería capaz de conciliar el sueño hasta saber que estaba solo y a salvo, de modo que esperaría a que aquel tipo sospechoso terminara de hacer lo que sea a lo que hubiera ido y él poder dormir tranquilo.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Destreza, audacia y paciencia, mucha paciencia. Aquellos eran los atributos más importantes de los que debía servirse todo quien trabajase liquidando personas. A veces era necesario esconderse durante horas, fundiéndose en las sombras hasta que la presa hiciese acto de presencia, para entonces saltarle encima y... hacer lo que fuese pertinente. Estando allí parado en absoluto silencio durante unos cuantos minutos, comenzó a pensar que quizás aquella noche no transcurriría tan fluidamente como planeaba. ¿Dónde demonios se había metido el sujeto?
Miró a la izquierda, nada. Miró a la derecha, nada. Avanzó algunos pasos más y volvió a olfatear, siempre con la empuñadura de la daga bien firme entre sus garras y la mente trabajando para reaccionar rápidamente a cualquier situación que pudiese presentarse. Si se trataba de un tipo más grande y fuerte, entonces debería recurrir a engatusarle, dominarlo con la mente en vez de la fuerza bruta. Si no, pues bastaba con rebanarle la garganta de una estocada; estaba en su territorio, en su zona de confort, sentía la tranquilidad de que nada podía salir mal... Bueno, si es que el tigre asomaba la cola de una maldita vez. Había cerrado los ojos para poner más atención a sus otros sentidos cuando un sonido le hizo ponerse en guardia. Había alguien en el tejado. ¿Acaso la presa se había convertido en el cazador?
Si algo le ponía en desventaja, era invertir los roles. Debía actuar rápido y encontrar al sujeto, que en ese momento podía estar acechándolo desde algún lugar a punto de saltarle encima. Caminó hacia unas cajas vacías que lindaban la pared, antaño contenedores de víveres, y se dispuso a treparlas con el máximo sigilo posible. Cuando estuvo a la altura del tejado se subió con un salto y se mantuvo haciendo equilibrio sobre sus cuatro patas, compensando el peso con la larga cola. Entonces, gozando de un campo visual mucho más amplio, a unos pocos metros de distancia, lo vio.
Ahí estaba el tigre blanco. Su temible, amenazadora... peludita y pequeña presa envuelta en harapos, con cara de náuseas y dentro de un hueco probablemente repleto de ácaros. Pestañeó reiteradas veces, desconfiando de que sus ojos le estuviesen dando la imagen correcta.
-Esto tiene que ser una puta broma. -Gruñó, entre frustrado y sorprendido. No podían haberle mandado a matar a un niño, ¿verdad? Podía degollar hombres, mujeres, monstruos, ¡lo que fuese! Pero los infantes no entraban en su catálogo de asesinatos. Incluso alguien como Zatch podía tener una pizca de principios.
No le quedó más opción que avanzar hacia el menor, resignado. Quizás sólo se trataba de un malentendido, o tal vez había terminado encontrando a... a la cría de su presa. A lo mejor el padre de la criatura, el verdadero ladrón, aún no había llegado a casa. Se detuvo a poco más de un metro del crío, caminando sobre sus cuatro patas, y se echó hacia atrás la capucha; el largo cabello cayó hacia un lado y los pequeños adornos de éste tintinearon. Los ojos ámbar se clavaron en la mirada color cielo del pequeño y, con una sonrisa amena que poco tenía que ver con la crudeza de su tono, le dijo:
-A ver, niño. Si me dices a qué hora viene tu padre, prometo no rajarte esa linda garganta que tienes.
Miró a la izquierda, nada. Miró a la derecha, nada. Avanzó algunos pasos más y volvió a olfatear, siempre con la empuñadura de la daga bien firme entre sus garras y la mente trabajando para reaccionar rápidamente a cualquier situación que pudiese presentarse. Si se trataba de un tipo más grande y fuerte, entonces debería recurrir a engatusarle, dominarlo con la mente en vez de la fuerza bruta. Si no, pues bastaba con rebanarle la garganta de una estocada; estaba en su territorio, en su zona de confort, sentía la tranquilidad de que nada podía salir mal... Bueno, si es que el tigre asomaba la cola de una maldita vez. Había cerrado los ojos para poner más atención a sus otros sentidos cuando un sonido le hizo ponerse en guardia. Había alguien en el tejado. ¿Acaso la presa se había convertido en el cazador?
Si algo le ponía en desventaja, era invertir los roles. Debía actuar rápido y encontrar al sujeto, que en ese momento podía estar acechándolo desde algún lugar a punto de saltarle encima. Caminó hacia unas cajas vacías que lindaban la pared, antaño contenedores de víveres, y se dispuso a treparlas con el máximo sigilo posible. Cuando estuvo a la altura del tejado se subió con un salto y se mantuvo haciendo equilibrio sobre sus cuatro patas, compensando el peso con la larga cola. Entonces, gozando de un campo visual mucho más amplio, a unos pocos metros de distancia, lo vio.
Ahí estaba el tigre blanco. Su temible, amenazadora... peludita y pequeña presa envuelta en harapos, con cara de náuseas y dentro de un hueco probablemente repleto de ácaros. Pestañeó reiteradas veces, desconfiando de que sus ojos le estuviesen dando la imagen correcta.
-Esto tiene que ser una puta broma. -Gruñó, entre frustrado y sorprendido. No podían haberle mandado a matar a un niño, ¿verdad? Podía degollar hombres, mujeres, monstruos, ¡lo que fuese! Pero los infantes no entraban en su catálogo de asesinatos. Incluso alguien como Zatch podía tener una pizca de principios.
No le quedó más opción que avanzar hacia el menor, resignado. Quizás sólo se trataba de un malentendido, o tal vez había terminado encontrando a... a la cría de su presa. A lo mejor el padre de la criatura, el verdadero ladrón, aún no había llegado a casa. Se detuvo a poco más de un metro del crío, caminando sobre sus cuatro patas, y se echó hacia atrás la capucha; el largo cabello cayó hacia un lado y los pequeños adornos de éste tintinearon. Los ojos ámbar se clavaron en la mirada color cielo del pequeño y, con una sonrisa amena que poco tenía que ver con la crudeza de su tono, le dijo:
-A ver, niño. Si me dices a qué hora viene tu padre, prometo no rajarte esa linda garganta que tienes.
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Las orejas redondas del pequeño tigre se agitaron cuando escuchó unos sonidos apagados, sabía reconocer los sonidos apagados que hacía alguien al trepar. Lanzando un leve gruñido de fastidio se incorporó en su jergón de paja, empuñando su pequeño y afilado cuchillo. Se llevó una pequeña sorpresa al ver como llega a lo alto del tejado el tipo que antes estaba en el callejón, pero ahora es cuando pudo ver rasgos animales en él, de modo que dedujo que era un hombre bestia. Sora estaba con las rodillas flexionadas, con una de las piernas más estiradas que la otra, con una mano apoyada sobre el suelo y la otra sujetando el pequeño cuchillo que usaba para cortar las bolsas en sus robos. Tenía las pequeñas orejas redondas pegadas al cráneo, echadas hacia atrás en señal amenazadora, con el hocico arrugado, mostrando sus afilados y blancos colmillos. Se lo veía desnutrido, cansado y sucio, casi podían verse las pulgas moviéndose entre el pelaje blanco sucio del pequeño tigre. Lo único que parecía limpio en el tigre, eran sus ojos, aquellos grandes ojos azules y espectaculares.
Sora solo reaccionó cuando el otro se le acercó más para hablarle, el tigre empezó a emitir un largo y amenazador gruñido, que sonaba casi como el de un gato doméstico. Se apresuró a salir del hueco donde estaba, trepando rápidamente por los ladrillos, para situarse por encima del otro, aunque no tenía mucho a donde ir, de modo que subió hasta una pequeña repisa de madera que había en la parte alta del hueco abierto en los ladrillos. Rebufó cuando el otro se detuvo y se retiró la capucha, la larga y espesa cola del tigre estaba alzada e inmóvil. Estaba acostumbrado a las amenazas, de modo que las palabras del otro no le causaron ninguna impresión, le dolió más la mención a su padre que la amenaza de cortarle la garganta.
-Está muerto, hace tiempo.- Dijo hablando con sequedad, como si hiciera mucho que no usara aquella "habilidad".
Su entonación parecía torpe como la de un niño pequeño y tampoco parecía ser muy hablador, como si el sonido de su propia voz le causara daño. Agitó un poco la punta de la cola, mientras arañaba la madera de la repisa de la pared de ladrillos rojos.
-Esto, mío, fuera.- Dijo señalando el jergón de paja lleno de pulgas.
Parecía a punto de desmallarse, jadeaba un poco y respiraba entrecortadamente, sus ojos azules parecían apagarse a intervalos, como si estuviera a punto de desvanecerse o quedarse dormido, pero luchara contra aquello. Aún así mantenía agarrado el cuchillo con firmeza, mientras mantenía las orejas guiñadas hacia atrás y mostrando los colmillos, con los belfos superiores del hocico arrugados. Estaba claro que nadie más vivía allí que él, de modo que Sora esperaba que el zorro se marchara y lo dejara en paz. Llevaba mucho tiempo en aquel rincón y aunque le fastidiara Sora empezó a pensar en buscarse un nuevo escondite, pues cuando una persona encontraba un lugar, resultaría fácil que otros con malas intenciones llegaran a aquel lugar.
Sora solo reaccionó cuando el otro se le acercó más para hablarle, el tigre empezó a emitir un largo y amenazador gruñido, que sonaba casi como el de un gato doméstico. Se apresuró a salir del hueco donde estaba, trepando rápidamente por los ladrillos, para situarse por encima del otro, aunque no tenía mucho a donde ir, de modo que subió hasta una pequeña repisa de madera que había en la parte alta del hueco abierto en los ladrillos. Rebufó cuando el otro se detuvo y se retiró la capucha, la larga y espesa cola del tigre estaba alzada e inmóvil. Estaba acostumbrado a las amenazas, de modo que las palabras del otro no le causaron ninguna impresión, le dolió más la mención a su padre que la amenaza de cortarle la garganta.
-Está muerto, hace tiempo.- Dijo hablando con sequedad, como si hiciera mucho que no usara aquella "habilidad".
Su entonación parecía torpe como la de un niño pequeño y tampoco parecía ser muy hablador, como si el sonido de su propia voz le causara daño. Agitó un poco la punta de la cola, mientras arañaba la madera de la repisa de la pared de ladrillos rojos.
-Esto, mío, fuera.- Dijo señalando el jergón de paja lleno de pulgas.
Parecía a punto de desmallarse, jadeaba un poco y respiraba entrecortadamente, sus ojos azules parecían apagarse a intervalos, como si estuviera a punto de desvanecerse o quedarse dormido, pero luchara contra aquello. Aún así mantenía agarrado el cuchillo con firmeza, mientras mantenía las orejas guiñadas hacia atrás y mostrando los colmillos, con los belfos superiores del hocico arrugados. Estaba claro que nadie más vivía allí que él, de modo que Sora esperaba que el zorro se marchara y lo dejara en paz. Llevaba mucho tiempo en aquel rincón y aunque le fastidiara Sora empezó a pensar en buscarse un nuevo escondite, pues cuando una persona encontraba un lugar, resultaría fácil que otros con malas intenciones llegaran a aquel lugar.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Zatch no encontraba la diferencia entre estar hablándole a un niño o a una mascota rabiosa perdida desde hacía mucho tiempo. La criatura le bufaba recordándole a un gato salvaje, y parecía bastante envalentonado para ser un simple niño. Sus reacciones, además, eran rápidas y defensivas. El entrecejo del zorro fue frunciéndose cada vez más al percibir un comportamiento muy conocido, uno que un infante normal probablemente no hubiese tenido. El chico parecía estar valiéndose por sí mismo y sus palabras así lo afirmaron, sin embargo, reticente a tan pésima noticia, insistió:
-¿Y tu madre? ¿O tu tío? Mierda, niño, ¿me vas a decir que eres el único tigre por aquí?
El crío se veía en pésimas condiciones y, a pesar de haberse molestado en preguntar, dudaba que estuviese bajo el cuidado de alguien más. Su expresión fue poniéndose cada vez más funesta, ¡los hijos de puta le encargaron matar un simple niño! En ese instante lamentó profundamente que no le hubiesen pagado por adelantado; al menos así hubiese podido desaparecer con el bolsillo considerablemente más lleno. Ahora, no obstante, se quedaba sin paga y con la incómoda certeza de que alguien quería ver a ese tigre como alfombra en alguna sala. Ese era el preciso instante en que debía resignarse, darse la vuelta y marcharse sin más, ¿qué le importaba a él el destino de ese chico? “-A mí nadie me echó una mano...” -Pensó con amargura al tiempo en que se encogía de hombros. Pero cuando estuvo a punto de echarse atrás, no fue capaz de hacerlo. En ese chico famélico y destrozado se vio a sí mismo muchos años atrás, un simple cachorro sin sus padres, y se preguntó qué tan distinto hubiese sido todo de haber tenido un poco de ayuda. “-Agh... te estás haciendo débil, idiota, sólo te falta la florecilla en el pelo”.
Suspiró profundamente y se pasó la mano desde el hocico hasta la frente, hastiado y ya arrepintiéndose de lo que estaba por hacer. Con seriedad, alzó la mirada hacia el muchacho y se sentó para poder mostrarle ambas manos libres de cualquier arma en señal de paz.
-Mira, si tú eres el ladrón, alguien te quiere ver muerto. No pongas esa cara, no soy tan rastrero como para matar a un crío que no puede ni defenderse. -Miró con lástima el tembloroso cuchillo ajeno, desestimándole por completo- Sé lo que se siente ser tú, chico, créeme. -Se señaló las orejas, el rostro, hasta se tomó la peluda cola para mostrársela- Somos iguales, ¿ves? Así que hazme caso: vete de aquí. ¿Por qué no vas al bosque? Ahí lo tendrás mucho más fácil. -Metió la mano en uno de los bolsillos internos de su capa y, tras rebuscar un momento, sacó un bollo de carne envuelto en papel que había robado más temprano. Lo miró unos segundos con pena, casi doliéndole compartir su comida, pero cuando dirigió los ojos hacia el felino volvió a verse a sí mismo, como un espejismo lejano, inconsciente y odioso que le impedía darle la espalda sin más. ¡Agh! Qué asco le daba ser así de cursi.
-Piensa rápido. -Antes de retractarse, le lanzó el bocadillo y se incorporó para volver a bajar el muro. Nada bueno ocurriría si se quedaban mucho tiempo allí.
-¿Y tu madre? ¿O tu tío? Mierda, niño, ¿me vas a decir que eres el único tigre por aquí?
El crío se veía en pésimas condiciones y, a pesar de haberse molestado en preguntar, dudaba que estuviese bajo el cuidado de alguien más. Su expresión fue poniéndose cada vez más funesta, ¡los hijos de puta le encargaron matar un simple niño! En ese instante lamentó profundamente que no le hubiesen pagado por adelantado; al menos así hubiese podido desaparecer con el bolsillo considerablemente más lleno. Ahora, no obstante, se quedaba sin paga y con la incómoda certeza de que alguien quería ver a ese tigre como alfombra en alguna sala. Ese era el preciso instante en que debía resignarse, darse la vuelta y marcharse sin más, ¿qué le importaba a él el destino de ese chico? “-A mí nadie me echó una mano...” -Pensó con amargura al tiempo en que se encogía de hombros. Pero cuando estuvo a punto de echarse atrás, no fue capaz de hacerlo. En ese chico famélico y destrozado se vio a sí mismo muchos años atrás, un simple cachorro sin sus padres, y se preguntó qué tan distinto hubiese sido todo de haber tenido un poco de ayuda. “-Agh... te estás haciendo débil, idiota, sólo te falta la florecilla en el pelo”.
Suspiró profundamente y se pasó la mano desde el hocico hasta la frente, hastiado y ya arrepintiéndose de lo que estaba por hacer. Con seriedad, alzó la mirada hacia el muchacho y se sentó para poder mostrarle ambas manos libres de cualquier arma en señal de paz.
-Mira, si tú eres el ladrón, alguien te quiere ver muerto. No pongas esa cara, no soy tan rastrero como para matar a un crío que no puede ni defenderse. -Miró con lástima el tembloroso cuchillo ajeno, desestimándole por completo- Sé lo que se siente ser tú, chico, créeme. -Se señaló las orejas, el rostro, hasta se tomó la peluda cola para mostrársela- Somos iguales, ¿ves? Así que hazme caso: vete de aquí. ¿Por qué no vas al bosque? Ahí lo tendrás mucho más fácil. -Metió la mano en uno de los bolsillos internos de su capa y, tras rebuscar un momento, sacó un bollo de carne envuelto en papel que había robado más temprano. Lo miró unos segundos con pena, casi doliéndole compartir su comida, pero cuando dirigió los ojos hacia el felino volvió a verse a sí mismo, como un espejismo lejano, inconsciente y odioso que le impedía darle la espalda sin más. ¡Agh! Qué asco le daba ser así de cursi.
-Piensa rápido. -Antes de retractarse, le lanzó el bocadillo y se incorporó para volver a bajar el muro. Nada bueno ocurriría si se quedaban mucho tiempo allí.
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Los ojos azules de Sora parecieron llamear con un fuego azul cuando el zorro mencionó a su madre, casi pareció a punto de saltar sobre él para apuñalarlo con el pequeño cuchillo que sostenía en la mano.
-Muerta.- Respondió con sencillez, con los dientes apretados, sin responder a la otra pregunta.- Sí.- Tespondió a la última pregunta, sin saber a que venía todo aquello, sus respuestas eran secas y escuetas.
El pequeño tigre mantenía su expresión adusta y desconfiada, mirándo al otro en actitud amenazante y con las orejas guiñadas hacia atrás, pues se notaba que aquel tipo estaba meditando sobre algo. No le gustaba, sabía que su presencia por aquella zona de la ciudad era muy molesta para muchos, tenderos y transeuntes sobre todo, pero en ningún momento se le ocurrió que aquel tipo había ido allí para matarlo. Sabía que de vez en cuando desaparecía algiuno de los habituales, pero solían ser delincuentes mñas peligrosos, que usaban la fuerza bruta para sus robos. Él prefería el sigilo y el disimulo, rara vez sus víctimas se percataban de que hubieran sido robadas hasta que no echaban mano de sus bolsitas de monedas. Se le erizó el pelaje por un momento cuando vio al otro moverse, pero solo se sentó y le mostró las manos, frunció el ceño mientras dejaba de mostrarle los dientes, aunque continuó con las orejas guiñadas.
Que el otro empezara a advertirle, solo hizo desconfiar aún más al pequeño tigre, pues nadie daba algo por nada. Sacudió lsa cola, mientras fruncía el ceño, pensativo pensando seguramente si las palabras de aquel tipo eran ciertas o no. La excusa de que eran "iguales" a Sora no lo terminaba de convencer, pues había otros muchos hombres bestias y ninguno había sido de confianza más que cualquier miembro de otra raza. Aún así sabía que sería estúpido permanecer más tiempo allí, pues si él había encontrado su escondite, otros lo harían, lo malo era que llevaba cinco años viviendo en aquel agujero y no tenía idea de donde podría encontrar un nuevo escondite, pues todos los lugares "habitables" de la ciudad solían tener dueño.
-Ya, gracias.- Dijo aún con una mueca desconfiada, mientras agitaba su larga y espesa cola anillada.
Cuando el otro sacó la comida, Sora se puso alerta, pero no con instinto de ataque hacia el zorro, si no, hacia la comida que éste había sacado. Cuando el otro lanzó el bollo de carne con aquellas últimas palabras, el felino alzó una mano y atrapó el bollo con firmeza, pero sin aplastarlo. Pero aquel simple gesto pareció desatar algo dentro de Sora, no algo que le hiciera lanzarse a un ataque enloquecido, si no, es como si sus últimas fuerzas se desvanecieran. De repente sintió la mirada borrosa, las manos se le quedaron flojas y se le calló el cuchillo y el bollo de carne. Le temblaron las piernas y su mirada se desvaneció por un momento, cayendo del saliente de madera por encima del agujero donde tenía su "cubil". Se escuchó con claridad el golpe del cuerpo del niño tigre al caer, el cual se quedó tumbado en el suelo, jadeando de dolor y agotamiento en el suelo del tejado plano. Estaba con los ojos llorosos, tratando de enfocar la mirada, pero sin conseguirlo, sintiendo como la consciencia lo iba abandonando sumergiéndolo en la oscuridad. Estaba mucho más enfermo de lo que había pensado y el estrés y la sorpresa de la visita del zorro lo habían alterado más de lo que se podría pensar, pues era el primero que encontraba su escondite.
-Muerta.- Respondió con sencillez, con los dientes apretados, sin responder a la otra pregunta.- Sí.- Tespondió a la última pregunta, sin saber a que venía todo aquello, sus respuestas eran secas y escuetas.
El pequeño tigre mantenía su expresión adusta y desconfiada, mirándo al otro en actitud amenazante y con las orejas guiñadas hacia atrás, pues se notaba que aquel tipo estaba meditando sobre algo. No le gustaba, sabía que su presencia por aquella zona de la ciudad era muy molesta para muchos, tenderos y transeuntes sobre todo, pero en ningún momento se le ocurrió que aquel tipo había ido allí para matarlo. Sabía que de vez en cuando desaparecía algiuno de los habituales, pero solían ser delincuentes mñas peligrosos, que usaban la fuerza bruta para sus robos. Él prefería el sigilo y el disimulo, rara vez sus víctimas se percataban de que hubieran sido robadas hasta que no echaban mano de sus bolsitas de monedas. Se le erizó el pelaje por un momento cuando vio al otro moverse, pero solo se sentó y le mostró las manos, frunció el ceño mientras dejaba de mostrarle los dientes, aunque continuó con las orejas guiñadas.
Que el otro empezara a advertirle, solo hizo desconfiar aún más al pequeño tigre, pues nadie daba algo por nada. Sacudió lsa cola, mientras fruncía el ceño, pensativo pensando seguramente si las palabras de aquel tipo eran ciertas o no. La excusa de que eran "iguales" a Sora no lo terminaba de convencer, pues había otros muchos hombres bestias y ninguno había sido de confianza más que cualquier miembro de otra raza. Aún así sabía que sería estúpido permanecer más tiempo allí, pues si él había encontrado su escondite, otros lo harían, lo malo era que llevaba cinco años viviendo en aquel agujero y no tenía idea de donde podría encontrar un nuevo escondite, pues todos los lugares "habitables" de la ciudad solían tener dueño.
-Ya, gracias.- Dijo aún con una mueca desconfiada, mientras agitaba su larga y espesa cola anillada.
Cuando el otro sacó la comida, Sora se puso alerta, pero no con instinto de ataque hacia el zorro, si no, hacia la comida que éste había sacado. Cuando el otro lanzó el bollo de carne con aquellas últimas palabras, el felino alzó una mano y atrapó el bollo con firmeza, pero sin aplastarlo. Pero aquel simple gesto pareció desatar algo dentro de Sora, no algo que le hiciera lanzarse a un ataque enloquecido, si no, es como si sus últimas fuerzas se desvanecieran. De repente sintió la mirada borrosa, las manos se le quedaron flojas y se le calló el cuchillo y el bollo de carne. Le temblaron las piernas y su mirada se desvaneció por un momento, cayendo del saliente de madera por encima del agujero donde tenía su "cubil". Se escuchó con claridad el golpe del cuerpo del niño tigre al caer, el cual se quedó tumbado en el suelo, jadeando de dolor y agotamiento en el suelo del tejado plano. Estaba con los ojos llorosos, tratando de enfocar la mirada, pero sin conseguirlo, sintiendo como la consciencia lo iba abandonando sumergiéndolo en la oscuridad. Estaba mucho más enfermo de lo que había pensado y el estrés y la sorpresa de la visita del zorro lo habían alterado más de lo que se podría pensar, pues era el primero que encontraba su escondite.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Estaba ocupado bajando del muro cuando un golpe seco le hizo virar la cabeza hacia su izquierda. Los ojos ámbar se abrieron de par en par cuando vio el delgaducho y pequeño cuerpo tirado en el suelo, con el cuchillo y el bollo un par de metros más allá. ¿Qué demonios? ¿Tan famélico estaba el chico? Lo miró durante un largo rato para ver si reaccionaba; quizás había muerto y finalmente sí que podría cobrar la recompensa por él. Oh, no, se movió. Bueno, lástima, definitivamente acababa de perder sus ganancias.
Ahora un nuevo problema se retorcía frente a sus ojos, y aunque su hocicudo rostro lo observaba con inexpresividad, por dentro estaba intentando dilucidar qué rayos hacer. Si lo dejaba ahí no sólo irían a matarlo tarde o temprano, aún así probablemente terminaría muriendo de inanición o comido por la sarna. Recordó la época en que apenas acababa de salir del bosque para merodear por las grandes ciudades y las múltiples palizas que aquello había acarreado, y cuánto deseó una ayuda que nunca llegó. Maldita sea.
Terminó de bajar con un salto y caminó hacia el muchacho, volviendo a acomodarse la capucha sobre las orejas. Tras agacharse para guardar el cuchillo y la comida en los numerosos bolsillos internos de la capa, se dispuso a levantar al chico tomándolo de ambos brazos.
-¿Te rompiste algo? -En su tono imperaba el desinterés; su empatía no llegaba tan lejos como para sentir lástima por tan penoso espectáculo. Al ver que el chico no gritaba, supuso que no se había roto ni dislocado nada- Quédate quieto y no hagas ruido, te sacaré de aquí. ¡Sh! Calla, idiota. ¿Qué te dije? ¿Acaso quieres que te maten?
Procedió a echárselo al hombro como un delgado saco de patatas y lo cubrió bien con la harapienta tela para que no se le viesen ni la cola ni las orejas. Aunque dudaba que lo hubiesen seguido para corroborar la realización del trabajo, ninguna precaución estaba de más. “-Sí... -pensó, cansado- definitivamente ya me estoy arrepintiendo de esta estupidez”.
Afortunadamente las callejuelas estaban desiertas; para esa hora toda la gente decente estaba en sus cálidos hogares. Doblando una y otra vez las sinuosas esquinas y sosteniendo con fuerza al pequeño tigre por si de pronto decidía intentar escapar, terminó llegando a una de sus tantas guaridas dispersas por Lunargenta. Aquella era la que más frecuentaba dado que, aunque prefería dormir en el bosque, pernoctar ahí le ahorraba el largo camino para salir y entrar a la ciudad.
Se trataba de un apartamento abandonado en uno de los barrios más modestos. La puerta apenas estaba cerrada con un candado oxidado que se abría con un simple golpe. Entró rápido y miró hacia ambos lados para constatar que nadie lo estuviese viendo, luego cerró y subió unas angostas escaleras hasta llegar al piso.
La habitación era sumamente pequeña, apenas tenía una mesa con su respectiva silla y una estantería con libros abandonados que Zatch ya había leído decenas de veces. En una esquina, una caja repleta de los objetos que había robado y todavía no conseguía vender en el mercado negro. En el lado opuesto había un colchón de paja con una sábana apolillada encima que cumplía la función de cama donde dejó al niño con la justa delicadeza.
-Hogar, dulce hogar. -Murmuró, sarcástico, mientras se quitaba la capa y la colgaba en la silla. Le devolvió el bollo al niño y, cruzándose de brazos, dijo:
-Vamos crío, come, no pienso masticarlo por ti.
Ahora un nuevo problema se retorcía frente a sus ojos, y aunque su hocicudo rostro lo observaba con inexpresividad, por dentro estaba intentando dilucidar qué rayos hacer. Si lo dejaba ahí no sólo irían a matarlo tarde o temprano, aún así probablemente terminaría muriendo de inanición o comido por la sarna. Recordó la época en que apenas acababa de salir del bosque para merodear por las grandes ciudades y las múltiples palizas que aquello había acarreado, y cuánto deseó una ayuda que nunca llegó. Maldita sea.
Terminó de bajar con un salto y caminó hacia el muchacho, volviendo a acomodarse la capucha sobre las orejas. Tras agacharse para guardar el cuchillo y la comida en los numerosos bolsillos internos de la capa, se dispuso a levantar al chico tomándolo de ambos brazos.
-¿Te rompiste algo? -En su tono imperaba el desinterés; su empatía no llegaba tan lejos como para sentir lástima por tan penoso espectáculo. Al ver que el chico no gritaba, supuso que no se había roto ni dislocado nada- Quédate quieto y no hagas ruido, te sacaré de aquí. ¡Sh! Calla, idiota. ¿Qué te dije? ¿Acaso quieres que te maten?
Procedió a echárselo al hombro como un delgado saco de patatas y lo cubrió bien con la harapienta tela para que no se le viesen ni la cola ni las orejas. Aunque dudaba que lo hubiesen seguido para corroborar la realización del trabajo, ninguna precaución estaba de más. “-Sí... -pensó, cansado- definitivamente ya me estoy arrepintiendo de esta estupidez”.
Afortunadamente las callejuelas estaban desiertas; para esa hora toda la gente decente estaba en sus cálidos hogares. Doblando una y otra vez las sinuosas esquinas y sosteniendo con fuerza al pequeño tigre por si de pronto decidía intentar escapar, terminó llegando a una de sus tantas guaridas dispersas por Lunargenta. Aquella era la que más frecuentaba dado que, aunque prefería dormir en el bosque, pernoctar ahí le ahorraba el largo camino para salir y entrar a la ciudad.
Se trataba de un apartamento abandonado en uno de los barrios más modestos. La puerta apenas estaba cerrada con un candado oxidado que se abría con un simple golpe. Entró rápido y miró hacia ambos lados para constatar que nadie lo estuviese viendo, luego cerró y subió unas angostas escaleras hasta llegar al piso.
La habitación era sumamente pequeña, apenas tenía una mesa con su respectiva silla y una estantería con libros abandonados que Zatch ya había leído decenas de veces. En una esquina, una caja repleta de los objetos que había robado y todavía no conseguía vender en el mercado negro. En el lado opuesto había un colchón de paja con una sábana apolillada encima que cumplía la función de cama donde dejó al niño con la justa delicadeza.
-Hogar, dulce hogar. -Murmuró, sarcástico, mientras se quitaba la capa y la colgaba en la silla. Le devolvió el bollo al niño y, cruzándose de brazos, dijo:
-Vamos crío, come, no pienso masticarlo por ti.
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Sora no fue consciente de lo que pasaba hasta que se sintió que lo cargaban de mala manera, no tenía fuerza para resistirse, se sentía mareado y débil. Sintió el fuerte y almizclado olor del zorro, al menos para él lo era, ya que tenía el hocico pegado contra la espalda de éste. Sentía que lo habían cargado sobre un hombro, pues notaba presión en el estómago. Sora apenas parecía pesar algo más que un montón de plumas o una almohada. Perdió de nuevo la conciencia cuando sintió que le echaban algo por encima y todo de oscurecía. Iba con los brazos y las piernas colgando y la gruesa cola flácida, apenas recuerda haberse despertado una o dos veces durante el camino y la voz del zorro hablando, aunque no entendió nada de lo que le había dicho.
Cuando más o menos volvió a recuperar la consciencia, habían llegado a algún lugar cerrado, el olor de un sitio cerrado, ya fuera por humedad, comida, sequedad o alguna otra cosa le dijeron al pequeño tigre que habían llegado a algún lugar bajo techo. Poco después aquella idea quedó confirmada, cuando fue dejado sobre un jergón de paja, aún cubierto por la manta o capa que le habían echado por encima. Quizás el zorro aún no se había dado cuenta, pero Sora estaba lleno de pulgas, muchas de las cuales habían decidido emigrar al nuevo inquilino, pues el zorro significaba un nuevo bufet libre donde conseguir alimento con sus molestas picaduras. El pequeño tigre parecía desorientado y confuso, tardó unos segundos en enfocar la mirada en el otro, temblaba un poco, como si tuviese frío, aunque la noche primaveral era fresca debía tener suficiente protección con su espeso pelaje blanco, por muy sucio que estuviera. Sora volvió a tomar el bollo de carne, se lo quedó mirando unos segundos, sin saber que hacer con él hasta que el otro le ordenó que comiera. Asintió con las orejas gachas, cansado le dio un bocado al bollo de carne, sus ojos aún parecían un poco apagados y apáticos. Los bocados eran pequeños y tardaba en tragar, como si no tuviera mucho apetito, pero poco a poco parecía recuperar un poco más las ganas de comer, y también parecía dejar a un lado aquel estado apático.
Dejó la mitad del bollo a un lado, y sin decir nada al otro lo escondió bajo la manda, entre la paja, como si pensara en comérselo más tarde. Ignorando la presencia del zorro, paseó la mirada por el lugar, parándose un momento en la estantería con los libros. Luego arrugó la nariz, como si oliera a algo malo. Era normal que captara olores malos en los demás o en los lugares, pero que no se oliera a sí mismo.
-Agua...- Pidió, pero sin mirar al zorro, como si no reconociera su presencia o quizás no fuera capaz de mirarlo directamente por alguna razón.
El pequeño no parecía tener ningún tipo de educación, pues tras rascarse el trasero, empezó a hurgarse la nariz. De vez en cuando se frotaba el estómago, como si sintiera molestia o dolor, aunque no fuerte, pues no se quejaba ni parecía lloroso. Se limpio los mocos en el pequeño taparrabos que llevaba, el cual no era más que unos trozos medio podridos de cuero, sujetados por un trozo de cuerda raída. Mientras esperaba el agua, el pequeño volvió a clavar la mirada en los libros, y aunque se le notaba "pálido" y demacrado, no parecía que fuera a volver a desmayarse. Aparte de lo que se pudiera ver a simple vista, Sora era plenamente consciente de que no tenía su cuchillo con él, pero aún le quedaban sus garras. Sus ojos ya habían buscado las posibles salidas que hubiera en aquel lugar, pues no era muy de confianza que el mismo tipo que un rato antes le había dicho que alguien lo quería muerto, lo hubiera llevado con él. También había pensado que si lo hubiera querido matar, podría haberlo echo mientras estaba inconsciente, de modo que esperaba a ver cuales eran las intenciones de aquel tipo. Había escuchado todo tipo de historias horribles, de modo que estaba preparado para reaccionar ante cualquier cosa que el otro quisiera conseguir o sacar con su ayuda.
Cuando más o menos volvió a recuperar la consciencia, habían llegado a algún lugar cerrado, el olor de un sitio cerrado, ya fuera por humedad, comida, sequedad o alguna otra cosa le dijeron al pequeño tigre que habían llegado a algún lugar bajo techo. Poco después aquella idea quedó confirmada, cuando fue dejado sobre un jergón de paja, aún cubierto por la manta o capa que le habían echado por encima. Quizás el zorro aún no se había dado cuenta, pero Sora estaba lleno de pulgas, muchas de las cuales habían decidido emigrar al nuevo inquilino, pues el zorro significaba un nuevo bufet libre donde conseguir alimento con sus molestas picaduras. El pequeño tigre parecía desorientado y confuso, tardó unos segundos en enfocar la mirada en el otro, temblaba un poco, como si tuviese frío, aunque la noche primaveral era fresca debía tener suficiente protección con su espeso pelaje blanco, por muy sucio que estuviera. Sora volvió a tomar el bollo de carne, se lo quedó mirando unos segundos, sin saber que hacer con él hasta que el otro le ordenó que comiera. Asintió con las orejas gachas, cansado le dio un bocado al bollo de carne, sus ojos aún parecían un poco apagados y apáticos. Los bocados eran pequeños y tardaba en tragar, como si no tuviera mucho apetito, pero poco a poco parecía recuperar un poco más las ganas de comer, y también parecía dejar a un lado aquel estado apático.
Dejó la mitad del bollo a un lado, y sin decir nada al otro lo escondió bajo la manda, entre la paja, como si pensara en comérselo más tarde. Ignorando la presencia del zorro, paseó la mirada por el lugar, parándose un momento en la estantería con los libros. Luego arrugó la nariz, como si oliera a algo malo. Era normal que captara olores malos en los demás o en los lugares, pero que no se oliera a sí mismo.
-Agua...- Pidió, pero sin mirar al zorro, como si no reconociera su presencia o quizás no fuera capaz de mirarlo directamente por alguna razón.
El pequeño no parecía tener ningún tipo de educación, pues tras rascarse el trasero, empezó a hurgarse la nariz. De vez en cuando se frotaba el estómago, como si sintiera molestia o dolor, aunque no fuerte, pues no se quejaba ni parecía lloroso. Se limpio los mocos en el pequeño taparrabos que llevaba, el cual no era más que unos trozos medio podridos de cuero, sujetados por un trozo de cuerda raída. Mientras esperaba el agua, el pequeño volvió a clavar la mirada en los libros, y aunque se le notaba "pálido" y demacrado, no parecía que fuera a volver a desmayarse. Aparte de lo que se pudiera ver a simple vista, Sora era plenamente consciente de que no tenía su cuchillo con él, pero aún le quedaban sus garras. Sus ojos ya habían buscado las posibles salidas que hubiera en aquel lugar, pues no era muy de confianza que el mismo tipo que un rato antes le había dicho que alguien lo quería muerto, lo hubiera llevado con él. También había pensado que si lo hubiera querido matar, podría haberlo echo mientras estaba inconsciente, de modo que esperaba a ver cuales eran las intenciones de aquel tipo. Había escuchado todo tipo de historias horribles, de modo que estaba preparado para reaccionar ante cualquier cosa que el otro quisiera conseguir o sacar con su ayuda.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
No era casualidad que el cuerpo comenzara a picarle más de lo normal. ¡Maldición! Sabía que le iba a pegar los bichos y sentía horror ante la idea de que al día siguiente tendría que ir al río para ahogar las malditas pulgas. No, no, no, aquello que estaba haciendo era una pésima idea y ya comenzaba a mostrar las consecuencias. Viendo al chico allí tumbado comenzó a preguntarse qué se suponía que tenía que hacer luego, cuando se sintiera mejor. ¿Dejarlo ir y hacer como si nada? ¿Mantenerlo? ¿Llevarlo al bosque? Fruncía cada vez más el entrecejo y se masajeaba la mandíbula con una mano, pensativo.
Mientras tanto, el muchacho comía con bocados pequeños y le llenaba la cama de peste y alimañas. Zatch era sumamente receloso con sus pertenencias, por lo cual debía hacer un gran esfuerzo para no molestarse. Después de todo eso era su idea, sí, pero no estaba acostumbrado a... hacer nada por nadie. Un suspiro descomunal acompañó su gesto de indignación cuando el cachorro pidió por agua con sequedad, dado que hasta aquel momento ni siquiera le había dado las gracias por nada y, si Zatch apreciaba algo las pocas veces que actuaba como un ser medianamente decente, era que le dieran las gracias con bombo y platillos.
-¿Acaso crees que soy tu maldito sirviente? Se dice “por favor”. -Gruñó, pero su mal humor no impidió que desenganchase el odre de su cinturón y se lo lanzase de malas maneras.
Esa era su única reserva de agua y a juzgar por la apariencia del chico no estaba solamente desnutrido, también deshidratado. Luego de rascarse la cabeza por enésima vez murmuró algún insulto ininteligible y se puso manos a la obra. Junto a la caja con sus botines yacía un recipiente de madera, una especie de cubeta bastante grande que parecía ser la mirad de un barril. De camino hacia la puerta lo tomó y, antes de salir, advirtió al muchacho con tono severo:
-Ya vuelvo. No intentes escapar. Y si te robas algo, te mato.
Y cerró la puerta.
Aquel pequeño complejo de casuchas, la mayoría de ellas deshabitadas, tenía un patio común con un aljibe en el centro. El zorro caminó sigilosamente hasta éste y se dio a la ardua labor de sacar agua y llenar la cubeta. No era la más limpia y fresca, pero era mejor que beber de los charcos o de la parte sucia del río. Transcurridos algunos minutos, con el recipiente lleno, lo cargó de nuevo hasta la guarida y entró con cuidado de no salpicar el piso.
-Hora del baño, pulgoso.
Mientras tanto, el muchacho comía con bocados pequeños y le llenaba la cama de peste y alimañas. Zatch era sumamente receloso con sus pertenencias, por lo cual debía hacer un gran esfuerzo para no molestarse. Después de todo eso era su idea, sí, pero no estaba acostumbrado a... hacer nada por nadie. Un suspiro descomunal acompañó su gesto de indignación cuando el cachorro pidió por agua con sequedad, dado que hasta aquel momento ni siquiera le había dado las gracias por nada y, si Zatch apreciaba algo las pocas veces que actuaba como un ser medianamente decente, era que le dieran las gracias con bombo y platillos.
-¿Acaso crees que soy tu maldito sirviente? Se dice “por favor”. -Gruñó, pero su mal humor no impidió que desenganchase el odre de su cinturón y se lo lanzase de malas maneras.
Esa era su única reserva de agua y a juzgar por la apariencia del chico no estaba solamente desnutrido, también deshidratado. Luego de rascarse la cabeza por enésima vez murmuró algún insulto ininteligible y se puso manos a la obra. Junto a la caja con sus botines yacía un recipiente de madera, una especie de cubeta bastante grande que parecía ser la mirad de un barril. De camino hacia la puerta lo tomó y, antes de salir, advirtió al muchacho con tono severo:
-Ya vuelvo. No intentes escapar. Y si te robas algo, te mato.
Y cerró la puerta.
Aquel pequeño complejo de casuchas, la mayoría de ellas deshabitadas, tenía un patio común con un aljibe en el centro. El zorro caminó sigilosamente hasta éste y se dio a la ardua labor de sacar agua y llenar la cubeta. No era la más limpia y fresca, pero era mejor que beber de los charcos o de la parte sucia del río. Transcurridos algunos minutos, con el recipiente lleno, lo cargó de nuevo hasta la guarida y entró con cuidado de no salpicar el piso.
-Hora del baño, pulgoso.
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
El tigre se había sentado con las piernas cruzadas, a lo indio como solía decirse, tenía la gruesa cola alzada tras él, la cual se agitaba un poco de vez en cuando. Mantenía la atención en su entorno, manteniendo una aparente calma de encontrarse en un lugar desconocido. En cierto modo Sora se sentía muy inquieto, más por estar en un espacio cerrado que por estar con un desconocido que momentos antes lo había advertido sobre su muerte. Se empezó a rascar una oreja, haciendo que unas cuantas pulgas saltaran y corretearan entre sus dedos. Cuando el otro se dirigió a él de aquel modo duro y seco, el pequeño dio un leve respingo y por primera vez lo miró, aunque solo fue un momento, frunciendo el ceño al escuchar las palabras del otro. Ladeó la cabeza, dejando una oreja caída y otra alzada, sin dejar de fruncir el ceño, como si le costara asimilar tantas palabras juntas, agitó una vez la cola.
-¿Por...favor?- Dijo con duda, como si no estuviera seguro que fuera así como se pronunciaba aquellas palabras o quizás no sabía lo que significaba.
Cuando el otro le lanzó el odre, Sora estaba un poco despistado, mirando de nuevo para otro lado, de modo que el odre le golpeó en el hocico justo cuando volvía a mirar al frente. Lanzó un pequeño quejido, y se frotó el sensible hocico rojo, donde destacaba su nariz ancha y rosa. Con ojos llorosos y lanzando una mirada furiosa al zorro, se frotó la nariz, mientras destapaba el odre y daba un largo y torpe trago, mojándose un poco el pecho, pues no estaba acostumbrado a beber de un odre. Mientras bebía, miró un momento de reojo al zorro cuando éste empezó a murmurar rascándose, luego lo ignoró mientras miraba de nuevo su entorno, reparando varios objetos que parecían de cierto valor. Justo estaba pensando en que podría conseguir unas cuantas comidas robando todo aquello, cuando la voz del zorro le hizo dar un respingo. Se ruborizó un poco, avergonzado por la advertencia del otro, pues era como si le hubiera leído la mente. El pequeño hizo un ruido de indignación mientras miraba a otro lado, como si le diera la espalda al zorro y daba otro trago de agua. Agitó la cola después de que el otro cerrara la puerta, esperó unos segundos más y al escuchar los pasos del otro bajando las escaleras, dejó el odre a un lado y se deslizó de la cama al suelo. Sentía aún flojera en las piernas y no estaba seguro de poder aguantar el poco alimento que había ingerido en el estómago, pero de momento no sentía mareo o nauseas. Miró de reojo los objetos de valor, antes de dirigirse hacia los libros, pues sabía que tal como estaba no tendría fuerzas para huir en caso de que robara al zorro, que podría terminar atrapándolo y no ser tan amable tal como se había mostrado hasta el momento.
Se quedó de pie, delante de la estantería de los libros, ladeando la cabeza para tratar de descifrar las letras que había inscritas en los lomos de los libros y que seguramente indicaran los títulos y/o los autores que lo habían escrito. Pero apenas entendió una o dos letras, pues recién estaba aprendiendo a leer cuando ocurrió lo de sus padres y desde entonces no había tenido que hacer uso de la "habilidad" de leer. Escuchó los pasos por las escaleras del zorro al subir cargado con algo, corrió hacia el jergón de paja y se sentó sobre los pies, flexionando las rodillas y apoyando las manos sobre los muslos, mirando hacia la puerta. Al ver entrar al zorro con un gran barreño con agua, lo miró con desconfianza, alzando la barbilla y agitando la cola. Cuando el otro dejó el barreño en el agua y le soltó aquello de que era la hora del baño, se puso en pie de un salto, con el pelo de la espalda de punta y la cola inflada como un plumero, mientras emitió un gruñido amenazante, mostrando los colmillos blancos y guiñando las orejas.
-No, agua fría.- Dijo moviendo un poco la cola, en actitud amenazadora.- Yo me encojo... Perderé rayas.- Comenzó a soltar escusas, gruñendo al zorro y mirando con temor el barreño del agua fría.
Parecía ser enemigo del agua, mas o menos. A Sora no le importaba darse un baño, pero nunca usaba jabón y siempre se había bañado con agua caliente, pues había oído algo sobre que algunas prendas de ropa encogía con el agua fría y pensaba que ocurría lo mismo con las personas. Luego también su amigo, que murió tres años atrás, le dijo que había oído que podía perder sus rayas si se bañaba con jabón, pues le había jurado que había visto como un hombre bestia leopardo había perdido sus manchas al frotarse con agua jabonosa. Sora tenía las uñas fuera, una apoyada contra la pared y con la otra se sujetaba el taparrabos, como para evitar que se lo quitara. Aunque estaba de pie le temblaban las rodillas, estaba pegado contra la pared en la que estaba la cama, con el hocico medio arrugado, como si no supiera si amenazar al zorro o al barreño de agua.
-¿Por...favor?- Dijo con duda, como si no estuviera seguro que fuera así como se pronunciaba aquellas palabras o quizás no sabía lo que significaba.
Cuando el otro le lanzó el odre, Sora estaba un poco despistado, mirando de nuevo para otro lado, de modo que el odre le golpeó en el hocico justo cuando volvía a mirar al frente. Lanzó un pequeño quejido, y se frotó el sensible hocico rojo, donde destacaba su nariz ancha y rosa. Con ojos llorosos y lanzando una mirada furiosa al zorro, se frotó la nariz, mientras destapaba el odre y daba un largo y torpe trago, mojándose un poco el pecho, pues no estaba acostumbrado a beber de un odre. Mientras bebía, miró un momento de reojo al zorro cuando éste empezó a murmurar rascándose, luego lo ignoró mientras miraba de nuevo su entorno, reparando varios objetos que parecían de cierto valor. Justo estaba pensando en que podría conseguir unas cuantas comidas robando todo aquello, cuando la voz del zorro le hizo dar un respingo. Se ruborizó un poco, avergonzado por la advertencia del otro, pues era como si le hubiera leído la mente. El pequeño hizo un ruido de indignación mientras miraba a otro lado, como si le diera la espalda al zorro y daba otro trago de agua. Agitó la cola después de que el otro cerrara la puerta, esperó unos segundos más y al escuchar los pasos del otro bajando las escaleras, dejó el odre a un lado y se deslizó de la cama al suelo. Sentía aún flojera en las piernas y no estaba seguro de poder aguantar el poco alimento que había ingerido en el estómago, pero de momento no sentía mareo o nauseas. Miró de reojo los objetos de valor, antes de dirigirse hacia los libros, pues sabía que tal como estaba no tendría fuerzas para huir en caso de que robara al zorro, que podría terminar atrapándolo y no ser tan amable tal como se había mostrado hasta el momento.
Se quedó de pie, delante de la estantería de los libros, ladeando la cabeza para tratar de descifrar las letras que había inscritas en los lomos de los libros y que seguramente indicaran los títulos y/o los autores que lo habían escrito. Pero apenas entendió una o dos letras, pues recién estaba aprendiendo a leer cuando ocurrió lo de sus padres y desde entonces no había tenido que hacer uso de la "habilidad" de leer. Escuchó los pasos por las escaleras del zorro al subir cargado con algo, corrió hacia el jergón de paja y se sentó sobre los pies, flexionando las rodillas y apoyando las manos sobre los muslos, mirando hacia la puerta. Al ver entrar al zorro con un gran barreño con agua, lo miró con desconfianza, alzando la barbilla y agitando la cola. Cuando el otro dejó el barreño en el agua y le soltó aquello de que era la hora del baño, se puso en pie de un salto, con el pelo de la espalda de punta y la cola inflada como un plumero, mientras emitió un gruñido amenazante, mostrando los colmillos blancos y guiñando las orejas.
-No, agua fría.- Dijo moviendo un poco la cola, en actitud amenazadora.- Yo me encojo... Perderé rayas.- Comenzó a soltar escusas, gruñendo al zorro y mirando con temor el barreño del agua fría.
Parecía ser enemigo del agua, mas o menos. A Sora no le importaba darse un baño, pero nunca usaba jabón y siempre se había bañado con agua caliente, pues había oído algo sobre que algunas prendas de ropa encogía con el agua fría y pensaba que ocurría lo mismo con las personas. Luego también su amigo, que murió tres años atrás, le dijo que había oído que podía perder sus rayas si se bañaba con jabón, pues le había jurado que había visto como un hombre bestia leopardo había perdido sus manchas al frotarse con agua jabonosa. Sora tenía las uñas fuera, una apoyada contra la pared y con la otra se sujetaba el taparrabos, como para evitar que se lo quitara. Aunque estaba de pie le temblaban las rodillas, estaba pegado contra la pared en la que estaba la cama, con el hocico medio arrugado, como si no supiera si amenazar al zorro o al barreño de agua.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Apenas hubo entrado a la habitación se percató de que el niño acababa de regresar a su lugar; era obvio tomando en cuenta la expresión de su rostro y las briznas de paja volando por ahí tras sentarse bruscamente. Zatch lo observó con el ceño fruncido, pero no tardó en respirar profundo y acomodar la cubeta en el centro de la pequeña habitación. Se dijo que tendría que tenerle paciencia, pues cualquier otro crío también estaría nervioso en su lugar. Si algo sabían los que tenían la desgracia de vivir en las calles, era que no se podía confiar en nadie; la vida era cruda, injusta y solía guardar desagradables sorpresas tras cada extraño que uno pudiese encontrarse. Por ello intentó no reñirle y actuar tan amablemente como su mal genio pudiese permitirle, aunque no tuviese ni la más pálida idea de cómo, en realidad, había que tratar a un niño.
El chiquillo se vio realmente alterado al notar qué traía entre manos el zorro, y éste último no pudo hacer mucho más que observarlo boquiabierto, escuchando las incoherencias que vociferaba presa del más profundo horror. Una carcajada quebró su porte serio, y a ésta le siguieron más y más, hasta que por la risa tuvo que llevarse las manos al estómago- ¿¡Perder las rayas!? -Se quebró, burlón- ¿Quién te dijo eso, chico? ¡Jajajaja! Oh, quiero decir... -Entonces hizo lo que pudo para recobrar la compostura y carraspeó, secándose una lagrimita que le caía por la mejilla- Es cierto. Yo tenía manchas de leopardo hasta que me di mi primer baño de burbujas, ¿puedes creerlo? Pero tranquilo, este jabón es de mejor calidad, no destiñe. En cuanto a lo de encogerte... pues no te prometo nada. -Caminó hacia él con las manos preparadas para impedirle cualquier táctica de escape y antes de que pudiese esquivarlo, se abalanzó para tomarlo de los brazos- ¡No me arañes! ¡Cálmate, mocoso! -No le costaba ningún esfuerzo levantarlo, con lo poco que pesaba, así que pronto lo tironeó para meterlo al barreño sin siquiera molestarse en quitarle el taparrabos. Tras forcejeos y una nueva sarta de insultos, se apresuró a sacar un jabón tosco y blancuzco de la caja que tenía a sus espaldas para lanzarlo al agua, que comenzó a burbujear debido al movimiento. Así al menos acabaría con algunas pulgas.
Esperó el tiempo que fue necesario hasta que el chico se calmara. Él tampoco era un fiel fanático de los baños, pero valía la pena con tal de sacarse de encima todos los bichejos que se le pegan a uno cuando se está cubierto de pelo.
-¿Ves cómo no es tan malo? Y no te quejes por el frío, que ya es primavera. -Arrastró la silla y se sentó al revés, con el respaldo contra el pecho y las piernas abiertas, para poder apoyar los antebrazos y así, con la espalda encorvada, observar cómodamente al crío- Lávate bien, no saldrás de ahí hasta que estés blanco como las bragas de una ricachona. Será más fácil dormir cuando no te estén comiendo las pulgas, tú... eh... -Y entonces notó que no sabía si el cachorro tenía un nombre. Bueno, si no lo tenía ya podía elegirle él uno, ¿no? Quizás “pelusa” o “miediquita”- ¿Cómo te llamas, chico? Yo soy Zatch. Así que recuérdalo, no pienso estar repitiéndotelo.
El chiquillo se vio realmente alterado al notar qué traía entre manos el zorro, y éste último no pudo hacer mucho más que observarlo boquiabierto, escuchando las incoherencias que vociferaba presa del más profundo horror. Una carcajada quebró su porte serio, y a ésta le siguieron más y más, hasta que por la risa tuvo que llevarse las manos al estómago- ¿¡Perder las rayas!? -Se quebró, burlón- ¿Quién te dijo eso, chico? ¡Jajajaja! Oh, quiero decir... -Entonces hizo lo que pudo para recobrar la compostura y carraspeó, secándose una lagrimita que le caía por la mejilla- Es cierto. Yo tenía manchas de leopardo hasta que me di mi primer baño de burbujas, ¿puedes creerlo? Pero tranquilo, este jabón es de mejor calidad, no destiñe. En cuanto a lo de encogerte... pues no te prometo nada. -Caminó hacia él con las manos preparadas para impedirle cualquier táctica de escape y antes de que pudiese esquivarlo, se abalanzó para tomarlo de los brazos- ¡No me arañes! ¡Cálmate, mocoso! -No le costaba ningún esfuerzo levantarlo, con lo poco que pesaba, así que pronto lo tironeó para meterlo al barreño sin siquiera molestarse en quitarle el taparrabos. Tras forcejeos y una nueva sarta de insultos, se apresuró a sacar un jabón tosco y blancuzco de la caja que tenía a sus espaldas para lanzarlo al agua, que comenzó a burbujear debido al movimiento. Así al menos acabaría con algunas pulgas.
Esperó el tiempo que fue necesario hasta que el chico se calmara. Él tampoco era un fiel fanático de los baños, pero valía la pena con tal de sacarse de encima todos los bichejos que se le pegan a uno cuando se está cubierto de pelo.
-¿Ves cómo no es tan malo? Y no te quejes por el frío, que ya es primavera. -Arrastró la silla y se sentó al revés, con el respaldo contra el pecho y las piernas abiertas, para poder apoyar los antebrazos y así, con la espalda encorvada, observar cómodamente al crío- Lávate bien, no saldrás de ahí hasta que estés blanco como las bragas de una ricachona. Será más fácil dormir cuando no te estén comiendo las pulgas, tú... eh... -Y entonces notó que no sabía si el cachorro tenía un nombre. Bueno, si no lo tenía ya podía elegirle él uno, ¿no? Quizás “pelusa” o “miediquita”- ¿Cómo te llamas, chico? Yo soy Zatch. Así que recuérdalo, no pienso estar repitiéndotelo.
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Ignoró por completo la mirada desconfiada que el otro le lanzaba al notar que se había movido. Lo que no ignoró fueron las carcajadas que el otro empezó a lanzar cuando le dijo lo que ocurriría si si bañaba. El pobre tigre agachó las orejas, todo avergonzado y ruborizado, mientras sus ojos se le humedecían, aunque no dejó escapar una sola lágrima. Indignado por las carcajadas y las palabras del otro, alzó la barbilla con dignidad, sin soltarse el taparrabos.
-Un amigo me dijo. Yo perder las rayas con agua jabonosa.- Cuando el zorro empezó a hablarle, diciendo que él había perdido las manchas, frunció el ceño y agitó la cola con desconfianza, sin saber si se estaba burlando de él o le estaba diciendo la verdad.
Lo cierto es que aquello no lo tranquilizó para nada, y cuando vio acercarse al otro a la cama, empezó a gruñir mas fuerte, en actitud amenazadora y a mostrar los afilados colmillos blancos. No era muy tranquilizador que el zorro le dijera que él había perdido las manchas y que no estaba seguro si encogería o no, de modo que cuando el otro se abalanzó encima de él, empezó a defenderse con uñas y dientes. Si hubiera sido un humano, el zorro habría salido bastante mal parado, pero su pelaje de zorro, le protegía de lo peor de los mordiscos y arañazos. Trataba de zafarse por todos los medios y se había olvidado ya de sujetarse el taparrabos, solo clavaba sus uñas y dientes en los brazos y las manos que trataban de sujetarlo. Todo aquello hizo que un montón de pulgas y suciedad se desprendieran del pelaje del cachorro de tigre. Se vio llevado por los aires, pues pesaba muy poco, y en apenas unos segundos lanzaba un grito de miedo y sorpresa al verse sumergido en el agua. Estaba muy fría, pues las aguas solían venir de pozos y/o manantiales, donde las temperaturas eran siempre heladas, o todo lo contrario si eran de aguas más profundas en zonas volcánicas, donde el agua solía salir muy caliente.
El tigre había caído sentado en el barreño y cuando trató de salir, el zorro lo mantuvo en su sitio. Ahora con el pelaje empapado el pequeño tigre tenía un aspecto mucho más penoso, pues dejaba de manifiesto su delgadez, haciéndolo parecer un fideo. Se le notaban los estrechos hombros y las costillas. Finalmente, cansado de forcejear y ver que no empezaba a encogerse ni a perder las rayas se calmó. Tenía la respiración entrecortada y agitada aún, mirando muy asustado a la espuma que se formaba en el agua. Cuando el otro le habló, diciéndole que no se quejara por el agua fría, frunció el ceño muy enfadado, guiñando las orejas. Se quitó el taparrabos de un tirón, y con un rápido movimiento fluido, se lo tiró al zorro a la cara cuando éste se hubo sentado en la silla justo enfrente de él. El taparrabos estaba inservible y olía a muerto.
-¡No mires! ¡Cierra ojos!- Le exigió todo ruborizado y avergonzado.
Alzó la barbilla indignado, aquello no ayudaba a que pareciera más intimidante, todo lo contrario, sobre todo por lo flaco que se le veía ahora todo mojado, con las orejitas gachas y goteando. Sora no se había bañado nunca solo con jabón, cuando era pequeño lo bañaba su madre y desde que huyó a las calles con seis años, no se había vuelto a bañar con jabón, eso las pocas veces que se había metido en algún lugar con agua. Se quedó mirando el agua jabonosa sin saber muy bien que hacer, luego miró al zorro, como si esperase alguna instrucción.
-¿Cómo hago?- Preguntó, pues quería salir de aquel agua helada, al parecer olvidando la orden que le había dicho de que no mirase, quizás esperaba su ayuda, pero sin que lo mirase, algo complicado quizás.
Se quedó en silencio unos segundos cuando el otro le preguntó por su nombre, parecía tener problemas para recordar su propio nombre, o quizás desconfiara de decírselo al zorro. Finalmente agitó un poco la cola, la cual se veía fina como un espagueti al estar mojada.
-Sora.- Asintió con firmeza.- Zatch. ¿Tu enseñas bañar? -El chico no hablaba de manera correcta, parecía como si le costara pronunciar las palabras o le costaba encontrar un modo adecuado de comunicarse, como si no estuviera acostumbrado a hablar.
-Un amigo me dijo. Yo perder las rayas con agua jabonosa.- Cuando el zorro empezó a hablarle, diciendo que él había perdido las manchas, frunció el ceño y agitó la cola con desconfianza, sin saber si se estaba burlando de él o le estaba diciendo la verdad.
Lo cierto es que aquello no lo tranquilizó para nada, y cuando vio acercarse al otro a la cama, empezó a gruñir mas fuerte, en actitud amenazadora y a mostrar los afilados colmillos blancos. No era muy tranquilizador que el zorro le dijera que él había perdido las manchas y que no estaba seguro si encogería o no, de modo que cuando el otro se abalanzó encima de él, empezó a defenderse con uñas y dientes. Si hubiera sido un humano, el zorro habría salido bastante mal parado, pero su pelaje de zorro, le protegía de lo peor de los mordiscos y arañazos. Trataba de zafarse por todos los medios y se había olvidado ya de sujetarse el taparrabos, solo clavaba sus uñas y dientes en los brazos y las manos que trataban de sujetarlo. Todo aquello hizo que un montón de pulgas y suciedad se desprendieran del pelaje del cachorro de tigre. Se vio llevado por los aires, pues pesaba muy poco, y en apenas unos segundos lanzaba un grito de miedo y sorpresa al verse sumergido en el agua. Estaba muy fría, pues las aguas solían venir de pozos y/o manantiales, donde las temperaturas eran siempre heladas, o todo lo contrario si eran de aguas más profundas en zonas volcánicas, donde el agua solía salir muy caliente.
El tigre había caído sentado en el barreño y cuando trató de salir, el zorro lo mantuvo en su sitio. Ahora con el pelaje empapado el pequeño tigre tenía un aspecto mucho más penoso, pues dejaba de manifiesto su delgadez, haciéndolo parecer un fideo. Se le notaban los estrechos hombros y las costillas. Finalmente, cansado de forcejear y ver que no empezaba a encogerse ni a perder las rayas se calmó. Tenía la respiración entrecortada y agitada aún, mirando muy asustado a la espuma que se formaba en el agua. Cuando el otro le habló, diciéndole que no se quejara por el agua fría, frunció el ceño muy enfadado, guiñando las orejas. Se quitó el taparrabos de un tirón, y con un rápido movimiento fluido, se lo tiró al zorro a la cara cuando éste se hubo sentado en la silla justo enfrente de él. El taparrabos estaba inservible y olía a muerto.
-¡No mires! ¡Cierra ojos!- Le exigió todo ruborizado y avergonzado.
Alzó la barbilla indignado, aquello no ayudaba a que pareciera más intimidante, todo lo contrario, sobre todo por lo flaco que se le veía ahora todo mojado, con las orejitas gachas y goteando. Sora no se había bañado nunca solo con jabón, cuando era pequeño lo bañaba su madre y desde que huyó a las calles con seis años, no se había vuelto a bañar con jabón, eso las pocas veces que se había metido en algún lugar con agua. Se quedó mirando el agua jabonosa sin saber muy bien que hacer, luego miró al zorro, como si esperase alguna instrucción.
-¿Cómo hago?- Preguntó, pues quería salir de aquel agua helada, al parecer olvidando la orden que le había dicho de que no mirase, quizás esperaba su ayuda, pero sin que lo mirase, algo complicado quizás.
Se quedó en silencio unos segundos cuando el otro le preguntó por su nombre, parecía tener problemas para recordar su propio nombre, o quizás desconfiara de decírselo al zorro. Finalmente agitó un poco la cola, la cual se veía fina como un espagueti al estar mojada.
-Sora.- Asintió con firmeza.- Zatch. ¿Tu enseñas bañar? -El chico no hablaba de manera correcta, parecía como si le costara pronunciar las palabras o le costaba encontrar un modo adecuado de comunicarse, como si no estuviera acostumbrado a hablar.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Por mirón y metiche se ganó un “taparrabazo” en toda la cara. El desagradable pedazo de cuero le quedó colgando del hocico y se lo quitó como quien se saca de encima algún bicho asqueroso, con cara de disgusto y las orejas totalmente echadas hacia atrás. ¡Olía como un tropel de upeleros muertos! Sus puños se apretaron hasta sentir el dolor de las garras en la piel y se levantó un poco, a punto de saltarle encima al otro para darle su merecido. De haberse tratado de un adulto, Zatch le hubiese cortado la garganta allí mismo. Pero los niños tenían un algo que los protegía de sus instintos asesinos, y no sabía bien qué era ese algo. Quizás su inocencia le causaba tal envidia, tal melancolismo, que era incapaz de ser él quien manchase la infantil pureza con sus viles acciones. ¡No pensaba ponerse poético y averiguarlo! Simplemente sabía que un infante era la única presa que le carcomería la consciencia matar y le impediría, a diferencia de todas las demás, dormir sin culpa alguna.
Respiró profundamente, contó hasta diez y volvió a recargarse sobre el respaldo de la silla para observar al chico pese a sus pudorosos alaridos. Se inclinó más hacia adelante, con los ojos bien abiertos, para que viese que pese a sus órdenes él no planeaba hacerle mucho caso. Y luego el cachorro confesó que no tenía la más mínima idea de cómo bañarse. Zatch tragó en seco y se masajeó mandíbula en gesto pensativo, mientras seguía mirándolo con una mezcla de curiosidad, enojo y escepticismo.
-¿Cuántos malditos años llevas sin saber bañarte? Eso explica la peste que llevas encima, “Sora”. -Rodó los ojos y se levantó de la silla para acuclillarse junto al barreño. Hizo gesto de arremangarse, aunque no tenía más que pelos en los brazos, y metió las manos al agua para buscar el jabón. Las heridas de los arañazos escocieron y tuvo que contener el asco al presentir que el agua sucia le dejaría un asqueroso hedor por mucho tiempo. Cuando encontró la barra jabonosa, tomó con brusquedad al chico del pellejo entre la parte posterior del cuello y los omóplatos y comenzó a frotarlo más como quien friega la ropa que como quien intenta ayudar a un ser vivo.
-Te enjabonas bien -comenzó, sin parar de fregar y aprovechando la corta distancia para observarlo mejor- en todas partes, especialmente en las heridas, y luego te quitas el jabón sin que se te meta agua en las orejas. -dejó la barra a un lado y le soltó es pescuezo para así derramarle agua con ambas manos, mostrándole cómo se hacía. Luego se levantó y regresó a su asiento, dejándole continuar solo- ¿Hace cuánto que no tienes una comida decente? Parece que apestas como ladrón, amigo. -Rió- ¡Ja! ¿Entiendes? ¡Apestas en todo sentido, ja, ja, ja!
Las palabras de Zatch podían sonar duras, pero aunque jamás lo admitiría, estaba comenzando a pasarla bien. Tener compañía solía avivarale el ánimo, especialmente si podía burlarse de ésta sin mayores consecuencias.
Respiró profundamente, contó hasta diez y volvió a recargarse sobre el respaldo de la silla para observar al chico pese a sus pudorosos alaridos. Se inclinó más hacia adelante, con los ojos bien abiertos, para que viese que pese a sus órdenes él no planeaba hacerle mucho caso. Y luego el cachorro confesó que no tenía la más mínima idea de cómo bañarse. Zatch tragó en seco y se masajeó mandíbula en gesto pensativo, mientras seguía mirándolo con una mezcla de curiosidad, enojo y escepticismo.
-¿Cuántos malditos años llevas sin saber bañarte? Eso explica la peste que llevas encima, “Sora”. -Rodó los ojos y se levantó de la silla para acuclillarse junto al barreño. Hizo gesto de arremangarse, aunque no tenía más que pelos en los brazos, y metió las manos al agua para buscar el jabón. Las heridas de los arañazos escocieron y tuvo que contener el asco al presentir que el agua sucia le dejaría un asqueroso hedor por mucho tiempo. Cuando encontró la barra jabonosa, tomó con brusquedad al chico del pellejo entre la parte posterior del cuello y los omóplatos y comenzó a frotarlo más como quien friega la ropa que como quien intenta ayudar a un ser vivo.
-Te enjabonas bien -comenzó, sin parar de fregar y aprovechando la corta distancia para observarlo mejor- en todas partes, especialmente en las heridas, y luego te quitas el jabón sin que se te meta agua en las orejas. -dejó la barra a un lado y le soltó es pescuezo para así derramarle agua con ambas manos, mostrándole cómo se hacía. Luego se levantó y regresó a su asiento, dejándole continuar solo- ¿Hace cuánto que no tienes una comida decente? Parece que apestas como ladrón, amigo. -Rió- ¡Ja! ¿Entiendes? ¡Apestas en todo sentido, ja, ja, ja!
Las palabras de Zatch podían sonar duras, pero aunque jamás lo admitiría, estaba comenzando a pasarla bien. Tener compañía solía avivarale el ánimo, especialmente si podía burlarse de ésta sin mayores consecuencias.
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
El pequeño tigre no pudo evitar sonreír un poco al ver al zorro con toda la cara mojada, con su taparrabos colgando del hocico, aunque en cuanto el otro clavó la mirada en él, se puso serio y desafiante alzó la barbilla. El zorro no parecía muy contento y por un momento Sora pensó que se había pasado y que le iba a pegar, pero por suerte el zorro, que había dicho que se llamaba Zatch, se lo quitó y lo tiró a un lado con asco. Cuando el otro se inclinó hacia él, con los ojos bien abiertos en vez de cerrarlos, hizo que se encogiera, ruborizado se llevó las manos a la entre pierna y pese a que no se veía nada, pues el agua le llegaba casi al pecho, se tapó igual.
-¡Pervertido! ¡No mirar! -Gritó todo rojo, con las orejas pegadas al cráneo en una mezcla de amenaza y vergüenza.
Cuando le preguntó el tiempo que llevaba sin bañarse, se limitó a apartar la mirada, encogiéndose de hombros, pues en verdad no sabía cuando tiempo llevaba viviendo en la calle. De echo tampoco estaba muy seguro de cuantos años tenía, pues aunque seguía acordándose de su cumpleaños, como no los celebraba, no había llevado la cuenta. Se limitó a apartar la mirada, medio enfurruñado medio enfadado, moviendo un poco la larga cola, que ahora parecía un fino fideo mojado. Cuando el otro se le acercó, alzó la mirada y pegó las orejas en actitud amenazante, mientras juntaba las manos con mas fuerza, tapándose bajo el agua. Cuando metió las manos en el agua, dio un boté, tratando de ponerse de pie y huir, pero notó como el otro lo cogía por la piel de detrás del cuello y lo metía de nuevo en el agua, haciendo que lanzara un grito, sintiendo como empezaba a frotarlo con brusquedad. Sora trataba de taparse y al mismo tiempo agarrarse al borde del barreño, pues pensaba que lo iba a sumergir en el agua.
-¡Ah! ¡Bruto! ¡Haces daño! -Se quejaba el otro mientras el zorro le iba dando instrucciones y le iba frotando con ganas.
De cerca se podía ver que entre el pelaje, se veían marcas y cicatrices, sin duda de incontables palizas y ataques que había sufrido el pequeño tigre a lo largo de su corta vida en la calle. El pequeño tigre prestaba atención, pero no dejaba de soltar tacos y maldiciones, seguramente escuchadas en las duras calles y tabernas de la ciudad, la verdad es que era un vocabulario variopinto y curioso. Finalmente, cuando le soltó y le enseño a como quitarse el jabón, el pequeño lo miró con aire ofendido por el trato recibido y le sacó la lengua.
-¡Bruto! -Dijo mientras cogía el jabón y trataba de imitar los movimientos del otro, tratando de frotarse un brazo, pero sujetaba el jabón con demasiada fuerza y de repente se le resbaló, saliendo disparado hacia el zorro, concretamente hacia su nariz. Quedaba en manos de Zatch esquivar o no el proyectil. -Ups. Yo siente, dame.- Dijo pidiendo de nuevo el jabón para seguir frotándose el cuerpo.
Cuando el zorro empezó a burlarse de él, preguntándole desde cuando no tenía una buena comida y que apestaba como ladrón, frunció el ceño con enfado, se puso en pie de un salto y lo señaló furioso con el jabón, como si estuviera apunto de lanzárselo, pero esta vez adrede. Un montón de espuma blanca bajaba por el cuerpo del tigre, de modo que no se le veía nada, pues todo quedaba censurado convenientemente por un montón de espuma.
-¡Yo buen ladrón! ¡Zorro estúpido, muchas palabras en boca, mente débil! -Dijo tratando de insultar, pero como le costaba pronunciarse y ya de por sí le costaba hablar y ahora que estaba nervioso y alterado aún más, empezó a mascullar y lanzar insultos, que seguramente no entendía ni la mitad de lo que estaba diciendo.
Cuando se dio cuenta de que estaba de pie, bajó la mirada y se puso rojo como un tomate, soltando el jabón que calló al agua, se tapó con las dos manos a la vez que se sentaba de golpe.
-¡Pervertido! ¡No mires! ¡Cierra ojos! ¡Culpa tuya!- Dijo culpándolo por haberlo visto, estando todo rojo, con las orejas gachas, los ojos medio llorosos y cerrados con fuerza, por los nervios y la vergüenza.
-¡Pervertido! ¡No mirar! -Gritó todo rojo, con las orejas pegadas al cráneo en una mezcla de amenaza y vergüenza.
Cuando le preguntó el tiempo que llevaba sin bañarse, se limitó a apartar la mirada, encogiéndose de hombros, pues en verdad no sabía cuando tiempo llevaba viviendo en la calle. De echo tampoco estaba muy seguro de cuantos años tenía, pues aunque seguía acordándose de su cumpleaños, como no los celebraba, no había llevado la cuenta. Se limitó a apartar la mirada, medio enfurruñado medio enfadado, moviendo un poco la larga cola, que ahora parecía un fino fideo mojado. Cuando el otro se le acercó, alzó la mirada y pegó las orejas en actitud amenazante, mientras juntaba las manos con mas fuerza, tapándose bajo el agua. Cuando metió las manos en el agua, dio un boté, tratando de ponerse de pie y huir, pero notó como el otro lo cogía por la piel de detrás del cuello y lo metía de nuevo en el agua, haciendo que lanzara un grito, sintiendo como empezaba a frotarlo con brusquedad. Sora trataba de taparse y al mismo tiempo agarrarse al borde del barreño, pues pensaba que lo iba a sumergir en el agua.
-¡Ah! ¡Bruto! ¡Haces daño! -Se quejaba el otro mientras el zorro le iba dando instrucciones y le iba frotando con ganas.
De cerca se podía ver que entre el pelaje, se veían marcas y cicatrices, sin duda de incontables palizas y ataques que había sufrido el pequeño tigre a lo largo de su corta vida en la calle. El pequeño tigre prestaba atención, pero no dejaba de soltar tacos y maldiciones, seguramente escuchadas en las duras calles y tabernas de la ciudad, la verdad es que era un vocabulario variopinto y curioso. Finalmente, cuando le soltó y le enseño a como quitarse el jabón, el pequeño lo miró con aire ofendido por el trato recibido y le sacó la lengua.
-¡Bruto! -Dijo mientras cogía el jabón y trataba de imitar los movimientos del otro, tratando de frotarse un brazo, pero sujetaba el jabón con demasiada fuerza y de repente se le resbaló, saliendo disparado hacia el zorro, concretamente hacia su nariz. Quedaba en manos de Zatch esquivar o no el proyectil. -Ups. Yo siente, dame.- Dijo pidiendo de nuevo el jabón para seguir frotándose el cuerpo.
Cuando el zorro empezó a burlarse de él, preguntándole desde cuando no tenía una buena comida y que apestaba como ladrón, frunció el ceño con enfado, se puso en pie de un salto y lo señaló furioso con el jabón, como si estuviera apunto de lanzárselo, pero esta vez adrede. Un montón de espuma blanca bajaba por el cuerpo del tigre, de modo que no se le veía nada, pues todo quedaba censurado convenientemente por un montón de espuma.
-¡Yo buen ladrón! ¡Zorro estúpido, muchas palabras en boca, mente débil! -Dijo tratando de insultar, pero como le costaba pronunciarse y ya de por sí le costaba hablar y ahora que estaba nervioso y alterado aún más, empezó a mascullar y lanzar insultos, que seguramente no entendía ni la mitad de lo que estaba diciendo.
Cuando se dio cuenta de que estaba de pie, bajó la mirada y se puso rojo como un tomate, soltando el jabón que calló al agua, se tapó con las dos manos a la vez que se sentaba de golpe.
-¡Pervertido! ¡No mires! ¡Cierra ojos! ¡Culpa tuya!- Dijo culpándolo por haberlo visto, estando todo rojo, con las orejas gachas, los ojos medio llorosos y cerrados con fuerza, por los nervios y la vergüenza.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Acababa de tomar asiento cuando un proyectil, tal como había sucedido antes con el taparrabos, se le estampó en medio del hocico. El baboso jabón cayó a sus pies y el zorro no pudo evitar estornudar reiteradas veces, tanto por el olor como por el golpazo justo en la nariz. Por su mente pasaron todos los nombres de las deidades y de los mil demonios que conocía, mientras intentaba recordar por qué mierda, de todas las estupideces que podría haber hecho, se le ocurrió traer a aquel pequeño ser insoportable a su maldita guarida.
Por suerte para Sora, la paciencia de Zatch aumentaba exponencialmente cuanto más joven la criatura con la que tratase, aunque aquello no quitaba que comenzase a plantearse la posibilidad de devolverlo a la calle, justo donde lo había encontrado. Tras inclinarse para tomar el jabón, lo lanzó al barreño con gesto irritado, quitándose los pegajosos restos de la nariz con la palma de la otra mano.
El niño era especialmente susceptible, explotando por el más nimio comentario burlón. Allí, de pie chorreando agua con el pelaje pegado al cuerpo, Zatch olvidó inmediatamente su enfado y no pudo aguantar las carcajadas pese a que el jabón volvía a significar un potencial peligro.
-¿Mente débil? -Cuestionó, llevándose las manos al abdomen dado que empezaba a dolerle de la risa- ¿En serio vas a hablarme de debilidad, piltrafa? ¡JA, JA, JA! ¡Eso es, a partir de ahora te llamaré piltrafa! -Alzó una mano para limpiarse las inexistentes lágrimas con teatralidad- Además no veo que tengas mucha autoridad para hablar de mentes débiles, ¡ni siquiera sabes hablar bien!
El chiquillo parecía avergonzarse en exceso por su desnudez, cosa que le pareció extraña tomando en cuenta que las bestias no solían cubrirse más que con unos pocos harapos y sólo por normas sociales, y no precisamente por gusto ni necesidad. ¿Quizás lo habían criado padres humanos? ¿O habría nacido allí, en la gran ciudad, con todo el bagaje cultural que aquello significaba? Las carcajadas amainaron para retornar a la tranquila expectación y, aclarándose la garganta, habló casi con tono paternal... Casi, vale repetir, dado que a Zatch tampoco es que se le diera tan bien dialogar con niños.
-No te avergüences tanto, ¡los hombres de verdad no hacen tanto escándalo! Además, chico, tenemos lo mismo, no es como si fuese a ver algo nuevo. ¿Quieres ver?
Hizo el amague de levantarse el taparrabos sólo para molestarlo, pero detuvo la mano a medio camino y volvió a reclinarse sobre el respaldo de la silla. Durante un momento volvió a contemplarlo en silencio y por fin, un poco más serio, cuestionó:
-¿Así que no tienes a nadie que cuide de ti? ¿Hace cuánto que estás solo, Piltrafa? -Se rascó la barbilla y se tomó un momento para sopesar lo siguiente que diría. Al final, agregó- ¿Qué le pasó a tus padres?
Por suerte para Sora, la paciencia de Zatch aumentaba exponencialmente cuanto más joven la criatura con la que tratase, aunque aquello no quitaba que comenzase a plantearse la posibilidad de devolverlo a la calle, justo donde lo había encontrado. Tras inclinarse para tomar el jabón, lo lanzó al barreño con gesto irritado, quitándose los pegajosos restos de la nariz con la palma de la otra mano.
El niño era especialmente susceptible, explotando por el más nimio comentario burlón. Allí, de pie chorreando agua con el pelaje pegado al cuerpo, Zatch olvidó inmediatamente su enfado y no pudo aguantar las carcajadas pese a que el jabón volvía a significar un potencial peligro.
-¿Mente débil? -Cuestionó, llevándose las manos al abdomen dado que empezaba a dolerle de la risa- ¿En serio vas a hablarme de debilidad, piltrafa? ¡JA, JA, JA! ¡Eso es, a partir de ahora te llamaré piltrafa! -Alzó una mano para limpiarse las inexistentes lágrimas con teatralidad- Además no veo que tengas mucha autoridad para hablar de mentes débiles, ¡ni siquiera sabes hablar bien!
El chiquillo parecía avergonzarse en exceso por su desnudez, cosa que le pareció extraña tomando en cuenta que las bestias no solían cubrirse más que con unos pocos harapos y sólo por normas sociales, y no precisamente por gusto ni necesidad. ¿Quizás lo habían criado padres humanos? ¿O habría nacido allí, en la gran ciudad, con todo el bagaje cultural que aquello significaba? Las carcajadas amainaron para retornar a la tranquila expectación y, aclarándose la garganta, habló casi con tono paternal... Casi, vale repetir, dado que a Zatch tampoco es que se le diera tan bien dialogar con niños.
-No te avergüences tanto, ¡los hombres de verdad no hacen tanto escándalo! Además, chico, tenemos lo mismo, no es como si fuese a ver algo nuevo. ¿Quieres ver?
Hizo el amague de levantarse el taparrabos sólo para molestarlo, pero detuvo la mano a medio camino y volvió a reclinarse sobre el respaldo de la silla. Durante un momento volvió a contemplarlo en silencio y por fin, un poco más serio, cuestionó:
-¿Así que no tienes a nadie que cuide de ti? ¿Hace cuánto que estás solo, Piltrafa? -Se rascó la barbilla y se tomó un momento para sopesar lo siguiente que diría. Al final, agregó- ¿Qué le pasó a tus padres?
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Aunque Sora estaba algo asustado porque el zorro pudiera reaccionar de manera violenta a lo sucedido con el jabón, no puedo evitar lanzar una carcajada, pues justo con los dos primeros estornudos, salieron sendos chorros de burbujas de la nariz de Zatch, quizás el zorro no se diera cuenta pues siguió estornudando, pero él estaba en primera fila. Tras la carcajada inicial, se tapó rápidamente la boca para evitar posibles consecuencias desagradables, aunque el más sorprendido por aquella reacción era él mismo, no recordaba la última vez que se había reído de aquel modo y el sonido casi lo asustó. Las burbujas se quedaron flotando en la habitación, mientras Sora volvía a coger el jabón una vez se lo hubo devuelto, empezando a frotarse con más cuidado para que no se le volviera a resbalar.
Estaba pensando en ser algo mas “amable” con el zorro cuando el otro empezó a reírse de él, hablándole en aquel todo burlón que tanto lo irritaba, pese a que acababan de conocerse, Sora estaba seguro que el zorro no terminaría de caerle bien, hablaba con un tonillo de superioridad que lo molestaba, como todos aquellos con los que se encontraba en la calle. Cuando empezó a burlarse, diciéndole que lo llamaría piltrafa, rebufó furioso-
-¡Yo no pilca...pilta… lo que sea! ¡Yo llamo Sora!- Dijo sin ser capaz de pronunciar aquella palabra, mientras lo señalaba con el jabón, pero sin lanzárselo.- Yo hablo bien. -Dijo alzando la barbilla, altivo.
Después de que el otro lo viera desnudo, Sora se calmó un poco, pero solo por la vergüenza, llevaba muchos años viviendo en la ciudad y la gente de allí le había echo pensar que ir desnudo era malo y que era vergonzoso que lo vieran así por la calle, cuando era más pequeño no pensaba igual. Cuando escuchó al otro, frunció el ceño y alzó de nuevo su mirada hacia el zorro, sus ojos azules parecían chispear de furia, sus mejillas y el puente del hocico los tenía ruborizados.
-Yo niño, no hombre.- Espetó indignado.- Gente grita y burla cuando ven desnudo, amigo explicar “pudor”.- Dijo encogiendo los hombros, apartando la mirada, mientras terminaba de frotarse el cuerpo, al menos a las partes donde llegaba.
Los pies y manos, negros hasta el momento, se veían blancos como la nieve, al igual que todo el resto del pelaje, los piojos parecían haberse ahogado. Cuando el otro le preguntó si quería ver para demostrar que tenían lo mismo, lanzó un grito de vergüenza y se tapó los ojos.
-¡No! ¡Pervertido! -Gritó todo nervioso y con voz aguda. Al ver que el otro no se quitaba el taparrabos, lo salpicó con enfado.- ¡Tonto!
Sora empezó a enjuagarse, pero era complicado sin salir del mismo barreño y si continuaba sentado, pues la espuma que flotaba en el agua no dejaba de cubrirle de nuevo el pelaje. Finalmente, ruborizado, se incorporó, aunque de espaldas al zorro.
-Dame cazo, echar agua encima.- Dijo pidiendo un cazo o algún recipiente, para irse enjuagando el pelaje, mientras se aseguraba que el otro no pudiera mirarle, no le convencía aquello que le había dicho el otro de que los hombres de verdad no se avergonzaban por aquello.
Cuando ya tubo un recipiente para poder llenarlo de agua, se agachaba con cuidado y lo llenaba, procurando no coger la espuma del jabón y luego se lo iba echando por encima, eliminando el jabón, pero no alcanzaba a todos lados, de modo que cuando se hubo enjuagado la parte delantera, le pasó el recipiente al zorro. Esperaba que lo ayudara con el jabón de la cabeza y la espalda. Cuando el zorro empezó a hacerle aquellas preguntas, Sora dio un pequeño respingo, agachó la mirada y las orejas, manteniéndose de espaldas al otro. Encogió los pequeños hombros, triste al hacerle recordar aquello.
-No, yo cuido solo. -Frunció el ceño y gruñó guturalmente cuando le dijo piltrafa.- Yo no eso… yo Sora. No se, yo mucho tiempo solo. -Dijo sacudiendo la cola, con lo que lanzó agua a todas partes.- Yo tenía estos años cuando quedé solo.- dijo volviéndose un momento, mostrando los dedos abiertos de una mano y un dedo de la otra, lo que sumaban un total de seis.
Cuando se dio cuenta de que se había girado, exponiéndose al otro, se sonrojó se volvió a tapar con la mano y se giró de nuevo. No tenía nada especial que tapar, ahora bañado y limpio, se había visto sin problemas una pequeña funda de piel blanca, donde se ocultaba su sexo y un bultito también de pelaje blanco de las gónadas sin desarrollar aún. Estaba a punto de estallar, gritarle furioso que era un pervertido y todo lo demás, pero cuando le preguntó por sus padres se quedó paralizado, la voz la falló y los ojos se le llenaron de lágrimas,aunque al estar de espalda el zorro no podría verlo.
-Ellos muertos.- Dijo simplemente, luego mientras el otro le echaba el agua para quitarle el resto del jabón continuó.- Hombres como tú, como yo, hombres malos. Ellos matar a mis padres...- Dijo con el cuerpo tenso y tembloroso, resbalándole lágrimas por las mejillas, manteniendo los puños apretados a los costados, sin importarle ya su el otro veía su desnudez o no.
Al parecer hombres bestias habían matado a sus padres cuando solo tenía seis años, desde entonces había estado mal viviendo en la calle, seguramente huyendo de las sombras y peligros imaginarios. Sora esperaba a que el otro terminara de enjuagarlo, para salir del barreño y luego buscar o esperar a que le diera algo para secarse, aunque con aquello también necesitaría ayuda, sobre todo porque haría años que no se daba un baño así, como mucho chapotear en algún charco o remojarse al llover.
Estaba pensando en ser algo mas “amable” con el zorro cuando el otro empezó a reírse de él, hablándole en aquel todo burlón que tanto lo irritaba, pese a que acababan de conocerse, Sora estaba seguro que el zorro no terminaría de caerle bien, hablaba con un tonillo de superioridad que lo molestaba, como todos aquellos con los que se encontraba en la calle. Cuando empezó a burlarse, diciéndole que lo llamaría piltrafa, rebufó furioso-
-¡Yo no pilca...pilta… lo que sea! ¡Yo llamo Sora!- Dijo sin ser capaz de pronunciar aquella palabra, mientras lo señalaba con el jabón, pero sin lanzárselo.- Yo hablo bien. -Dijo alzando la barbilla, altivo.
Después de que el otro lo viera desnudo, Sora se calmó un poco, pero solo por la vergüenza, llevaba muchos años viviendo en la ciudad y la gente de allí le había echo pensar que ir desnudo era malo y que era vergonzoso que lo vieran así por la calle, cuando era más pequeño no pensaba igual. Cuando escuchó al otro, frunció el ceño y alzó de nuevo su mirada hacia el zorro, sus ojos azules parecían chispear de furia, sus mejillas y el puente del hocico los tenía ruborizados.
-Yo niño, no hombre.- Espetó indignado.- Gente grita y burla cuando ven desnudo, amigo explicar “pudor”.- Dijo encogiendo los hombros, apartando la mirada, mientras terminaba de frotarse el cuerpo, al menos a las partes donde llegaba.
Los pies y manos, negros hasta el momento, se veían blancos como la nieve, al igual que todo el resto del pelaje, los piojos parecían haberse ahogado. Cuando el otro le preguntó si quería ver para demostrar que tenían lo mismo, lanzó un grito de vergüenza y se tapó los ojos.
-¡No! ¡Pervertido! -Gritó todo nervioso y con voz aguda. Al ver que el otro no se quitaba el taparrabos, lo salpicó con enfado.- ¡Tonto!
Sora empezó a enjuagarse, pero era complicado sin salir del mismo barreño y si continuaba sentado, pues la espuma que flotaba en el agua no dejaba de cubrirle de nuevo el pelaje. Finalmente, ruborizado, se incorporó, aunque de espaldas al zorro.
-Dame cazo, echar agua encima.- Dijo pidiendo un cazo o algún recipiente, para irse enjuagando el pelaje, mientras se aseguraba que el otro no pudiera mirarle, no le convencía aquello que le había dicho el otro de que los hombres de verdad no se avergonzaban por aquello.
Cuando ya tubo un recipiente para poder llenarlo de agua, se agachaba con cuidado y lo llenaba, procurando no coger la espuma del jabón y luego se lo iba echando por encima, eliminando el jabón, pero no alcanzaba a todos lados, de modo que cuando se hubo enjuagado la parte delantera, le pasó el recipiente al zorro. Esperaba que lo ayudara con el jabón de la cabeza y la espalda. Cuando el zorro empezó a hacerle aquellas preguntas, Sora dio un pequeño respingo, agachó la mirada y las orejas, manteniéndose de espaldas al otro. Encogió los pequeños hombros, triste al hacerle recordar aquello.
-No, yo cuido solo. -Frunció el ceño y gruñó guturalmente cuando le dijo piltrafa.- Yo no eso… yo Sora. No se, yo mucho tiempo solo. -Dijo sacudiendo la cola, con lo que lanzó agua a todas partes.- Yo tenía estos años cuando quedé solo.- dijo volviéndose un momento, mostrando los dedos abiertos de una mano y un dedo de la otra, lo que sumaban un total de seis.
Cuando se dio cuenta de que se había girado, exponiéndose al otro, se sonrojó se volvió a tapar con la mano y se giró de nuevo. No tenía nada especial que tapar, ahora bañado y limpio, se había visto sin problemas una pequeña funda de piel blanca, donde se ocultaba su sexo y un bultito también de pelaje blanco de las gónadas sin desarrollar aún. Estaba a punto de estallar, gritarle furioso que era un pervertido y todo lo demás, pero cuando le preguntó por sus padres se quedó paralizado, la voz la falló y los ojos se le llenaron de lágrimas,aunque al estar de espalda el zorro no podría verlo.
-Ellos muertos.- Dijo simplemente, luego mientras el otro le echaba el agua para quitarle el resto del jabón continuó.- Hombres como tú, como yo, hombres malos. Ellos matar a mis padres...- Dijo con el cuerpo tenso y tembloroso, resbalándole lágrimas por las mejillas, manteniendo los puños apretados a los costados, sin importarle ya su el otro veía su desnudez o no.
Al parecer hombres bestias habían matado a sus padres cuando solo tenía seis años, desde entonces había estado mal viviendo en la calle, seguramente huyendo de las sombras y peligros imaginarios. Sora esperaba a que el otro terminara de enjuagarlo, para salir del barreño y luego buscar o esperar a que le diera algo para secarse, aunque con aquello también necesitaría ayuda, sobre todo porque haría años que no se daba un baño así, como mucho chapotear en algún charco o remojarse al llover.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Era evidente que aquel niño no tenía ni la más mínima consciencia de con quién estaba tratando. De hecho, Zatch tampoco se reconocía a sí mismo en aquellos momentos. ¿Qué hacía un ladrón, un despiadado asesino, una lacra de la sociedad buscando un cazo y acuclillándose junto al pequeño tigre para ayudarlo a bañarse? Aunque lo hacía con una mueca de resignación y un atisbo de sonrisa burlona, al final estaba cumpliendo las exigencias del crío sin rechistar. “-Menos mal que no suelo sentir lástima por las personas.” -Pensó, derramando el agua sobre los huesudos hombros del chico- “Agh... Estos malditos críos manipuladores.”
Cuando el cachorro se giró para mostrarle la edad que tenía al perder a su familia, Zatch ni siquiera se fijó en la desnudez que tanto le avergonzaba. Para él, aquello no era motivo de vergüenza ni espanto y le molestaba que el crío hiciese tales aspavientos por algo tan mundano. ¿Acaso lo tomaba por un pervertido? Frunció el ceño, pero se esforzó en ignorarlo; quizás si no reaccionaba de ninguna manera, el chico entendería que para él no significaba absolutamente nada ver un cuerpo en su estado natural.
“-Tal como lo suponía...” -Pensó. Así que sus padres estaban muertos. A decir verdad no le sorprendía en lo más mínimo; el mundo era despiadado y la muerte no hacía diferencias entre gente buena y gente mala. Cuando escuchó la razón de las muertes, se tomó unos segundos para hacer cálculos. El chico tenía seis años en aquel entonces, y ahora aparentaba unos diez, quizás once. Intentó recordar qué estaba haciendo él en esa época, y suspiró con alivio al tener la certeza de que él todavía no tenía las manos tan manchadas hacía cuatro o cinco años. Ahora, sin embargo, se preguntaba a cuántos niños como ese había dejado huérfanos. ¡Bah! Gajes del oficio.
Le echó agua por última vez antes de apoyarle una pesada mano sobre la cabeza, a modo de tosco consuelo. No tenía ni la menor idea de cómo hacer sentir mejor a un niño... bueno, en realidad a nadie, y ese gesto era ya demasiado amable para tratarse de él. Tras propinarle un par de palmadas se puso de pie y tomó la capa que había colgado en la silla para dársela al pequeño a modo de toalla; no tenía nada más para ofrecerle.
-Lo lamento, chico. Ahora ellos están en un... lugar mejor. -Zatch no creía en nada como el cielo ni el infierno, pero eran las palabras que siempre se decían en aquellos casos, ¿no?- Si te sirve de consuelo, yo también crecí sin padres. La diferencia es que están vivos, creo, pero no les importó mucho deshacerse de mí. -Se encogió de hombros con fingida indiferencia- A veces la vida tiene formas un poco drásticas de hacerte más fuerte. Puedes elegir ser un llorón o echarle ganas, ¿no crees?
Volvió a tomar asiento y se rascó la cabeza con gesto cansado.
-Ahora sécate y acuéstate, Piltrafa. Es hora de dormir.
Cuando el cachorro se giró para mostrarle la edad que tenía al perder a su familia, Zatch ni siquiera se fijó en la desnudez que tanto le avergonzaba. Para él, aquello no era motivo de vergüenza ni espanto y le molestaba que el crío hiciese tales aspavientos por algo tan mundano. ¿Acaso lo tomaba por un pervertido? Frunció el ceño, pero se esforzó en ignorarlo; quizás si no reaccionaba de ninguna manera, el chico entendería que para él no significaba absolutamente nada ver un cuerpo en su estado natural.
“-Tal como lo suponía...” -Pensó. Así que sus padres estaban muertos. A decir verdad no le sorprendía en lo más mínimo; el mundo era despiadado y la muerte no hacía diferencias entre gente buena y gente mala. Cuando escuchó la razón de las muertes, se tomó unos segundos para hacer cálculos. El chico tenía seis años en aquel entonces, y ahora aparentaba unos diez, quizás once. Intentó recordar qué estaba haciendo él en esa época, y suspiró con alivio al tener la certeza de que él todavía no tenía las manos tan manchadas hacía cuatro o cinco años. Ahora, sin embargo, se preguntaba a cuántos niños como ese había dejado huérfanos. ¡Bah! Gajes del oficio.
Le echó agua por última vez antes de apoyarle una pesada mano sobre la cabeza, a modo de tosco consuelo. No tenía ni la menor idea de cómo hacer sentir mejor a un niño... bueno, en realidad a nadie, y ese gesto era ya demasiado amable para tratarse de él. Tras propinarle un par de palmadas se puso de pie y tomó la capa que había colgado en la silla para dársela al pequeño a modo de toalla; no tenía nada más para ofrecerle.
-Lo lamento, chico. Ahora ellos están en un... lugar mejor. -Zatch no creía en nada como el cielo ni el infierno, pero eran las palabras que siempre se decían en aquellos casos, ¿no?- Si te sirve de consuelo, yo también crecí sin padres. La diferencia es que están vivos, creo, pero no les importó mucho deshacerse de mí. -Se encogió de hombros con fingida indiferencia- A veces la vida tiene formas un poco drásticas de hacerte más fuerte. Puedes elegir ser un llorón o echarle ganas, ¿no crees?
Volvió a tomar asiento y se rascó la cabeza con gesto cansado.
-Ahora sécate y acuéstate, Piltrafa. Es hora de dormir.
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Sora se mantuvo quieto, con las orejitas gachas cuando el zorro empezó a echarle agua por encima para quitarle la espuma del jabón. Ahora que su pelaje estaba limpio, se notaba que era de un puro color blanco, quitando las rayas negras. Se veía tristemente delgado, pero al menos no se veía heridas reciente o cicatrices que pudieran afectarle a largo plazo. No pudo evitar que los ojos se le humedecieran y le saltaran las lágrimas, al hablar de lo sucedido a sus padres. Cuando el otro apoyó su mano en su cabeza, se encogió un poco, pero se dejó hacer, notando como le daba unas palmaditas animosas. Sentía que Zatch se mostraba molesto por su pudor y su vergüenza, pero después de estar tantos años en la calle, convencido de que mostrarse desnudo ante otros era algo indecente o vergonzoso, le costaba perder esa costumbre.
Ignoraba los pensamientos del zorro, eso por supuesto, de saber en lo que pensaba mientras le había contado la historia de sus padres, seguramente hubiera huido saltando por la ventana o cualquier otra posible ruta de huida. Ahora una vez enjuagado, olía mucho mejor y no parecía tener ni una pulga, salió del agua tapándose un poco con las manos, pero como si lo hiciera más por costumbre que por pudor. Cuando le pasó la capa, apartó las manos para echársela por los hombros y aunque se le veía algo torpe, empezó a secarse como buenamente podía, escurriendo su cola, desde el nacimiento de la misma hasta la punta.
-Gracias.- Dijo por la capa, mientras se frotaba la cabeza y luego los brazos, cuando se apartó la cama tenía todo el pelo de punta. Se puso a secarse el resto del cuerpo, delante del otro, tratando aparentar indiferencia, pero se lo notaba un poco vergonzoso.
Asintió por lo que dijo Zatch sobre el lugar donde estarían ahora sus padres, aunque sus ojos azules estaban húmedos y sus orejas gachas, en actitud triste. Cuando el zorro empezó a contarle su historia, lo miró un momento, pero le costaba mantener la vista en alguien, de modo que apartó los ojos aunque se le notaba que lo escuchaba, pues las orejas del pequeño tigre “miraban” hacia el zorro. Era triste la historia de Zatch, por lo que pudo entender había sido abandonado por sus padres. Con la última pregunta, Sora no supo que decir, se limitó a encoger los hombros tímidamente, pues no sabía realmente a que se refería. Tras secarse se quedó de pie, delante del otro con la capa aún echada sobre los hombros, estaba húmeda de haberse secado, pero como no tenía nada de ropa, prefería quedársela para poder cubrirse un poco.
Cuando lo llamó de nuevo de aquel modo ofensivo, frunció el ceño y le sacó la lengua. Se dio media vuelta y caminó hacia la cama, con la capa sobre los hombros. Al llegar al catre, vio la manta, de modo que dejó caer la capa húmeda al suelo y cogió la manta apolillada y se envolvió en ella, subiendo luego a la cama y gateando un poco, acurrucándose y suspirando, quedando de espaldas a Zatch. La cola del pequeño tigre salía de debajo de la manda, se veía medio alzada y la movía arriba y abajo, golpeando con suavidad el colchón. No parecía muy dispuesto a dormirse, quizás necesitara algo o no confiara en el zorro para quedarse dormido. Estaba encogido, con las rodillas recogidas contra el pecho, mientras su cola seguía moviéndose.
Ignoraba los pensamientos del zorro, eso por supuesto, de saber en lo que pensaba mientras le había contado la historia de sus padres, seguramente hubiera huido saltando por la ventana o cualquier otra posible ruta de huida. Ahora una vez enjuagado, olía mucho mejor y no parecía tener ni una pulga, salió del agua tapándose un poco con las manos, pero como si lo hiciera más por costumbre que por pudor. Cuando le pasó la capa, apartó las manos para echársela por los hombros y aunque se le veía algo torpe, empezó a secarse como buenamente podía, escurriendo su cola, desde el nacimiento de la misma hasta la punta.
-Gracias.- Dijo por la capa, mientras se frotaba la cabeza y luego los brazos, cuando se apartó la cama tenía todo el pelo de punta. Se puso a secarse el resto del cuerpo, delante del otro, tratando aparentar indiferencia, pero se lo notaba un poco vergonzoso.
Asintió por lo que dijo Zatch sobre el lugar donde estarían ahora sus padres, aunque sus ojos azules estaban húmedos y sus orejas gachas, en actitud triste. Cuando el zorro empezó a contarle su historia, lo miró un momento, pero le costaba mantener la vista en alguien, de modo que apartó los ojos aunque se le notaba que lo escuchaba, pues las orejas del pequeño tigre “miraban” hacia el zorro. Era triste la historia de Zatch, por lo que pudo entender había sido abandonado por sus padres. Con la última pregunta, Sora no supo que decir, se limitó a encoger los hombros tímidamente, pues no sabía realmente a que se refería. Tras secarse se quedó de pie, delante del otro con la capa aún echada sobre los hombros, estaba húmeda de haberse secado, pero como no tenía nada de ropa, prefería quedársela para poder cubrirse un poco.
Cuando lo llamó de nuevo de aquel modo ofensivo, frunció el ceño y le sacó la lengua. Se dio media vuelta y caminó hacia la cama, con la capa sobre los hombros. Al llegar al catre, vio la manta, de modo que dejó caer la capa húmeda al suelo y cogió la manta apolillada y se envolvió en ella, subiendo luego a la cama y gateando un poco, acurrucándose y suspirando, quedando de espaldas a Zatch. La cola del pequeño tigre salía de debajo de la manda, se veía medio alzada y la movía arriba y abajo, golpeando con suavidad el colchón. No parecía muy dispuesto a dormirse, quizás necesitara algo o no confiara en el zorro para quedarse dormido. Estaba encogido, con las rodillas recogidas contra el pecho, mientras su cola seguía moviéndose.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Cuando el niño se subió a la cama, Zatch suspiró y recargó los codos en la mesa. Aunque todavía ni siquiera era de madrugada ya se sentía cansado, y eso que su noche no terminaba aún; todavía tenía asuntos pendientes en la ciudad. El zorro esperó durante un rato a que su pequeño acompañante se durmiera. Mientras tanto recogió la capa para extenderla sobre la silla y apartó el barreño hacia una esquina de la estrecha habitación. Cuando escuchó las tenues campanadas de la torre del reloj de la ciudad que marcaban las doce, miró de reojo al tigre para descubrir que su cola aún se movía. Su idea, en un principio, era marcharse en silencio para dejarlo dormir en paz, pero un sonoro suspiro anunció su cambio de opinión, siendo el preludio de una frase que soltó en tono calmo, pero cargado de seriedad:
-Debo marcharme. Escucha... -rebuscó en el pequeño morral que colgaba de su cinturón hasta sacar unos cuantos aeros y dejarlos sobre la mesa, la cantidad era suficiente para costearse varias buenas comidas- Usa esto sabiamente, niño. Si vas al mercado, no te acerques a la zona que solías frecuentar. Recuerda que te quieren muerto. -El zorro tomó la capa todavía húmeda y se la echó al hombro- Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, yo vendré... pues, no sé, cada dos o tres días. En el patio hay un pozo de agua, ten cuidado de no caerte dentro, Piltrafa. -Una sonrisa ladina cruzó sus facciones por un instante- Eres libre de irte cuando quieras, pero recuerda que si me robas algo te buscaré y haré una alfombra con tu lindo pelaje, ¿entendiste? -la expresión de su rostro no dejaba lugar a dudas; estaba hablando muy en serio- Ahora dime, ¿necesitas algo más?
Dicho lo propio, caminó hacia la puerta y se detuvo bajo el umbral en espera de que su pequeño inquilino le respondiese algo. La idea de tener a alguien bajo su techo, aunque aquel apartamento húmedo y avejentado no fuese más que una guarida y distase mucho de representar un hogar para él, le resultaba extraña. De alguna manera, aunque odiase admitirlo, sentía que al tener allí al niño era su obligación velar por su seguridad, por más superficiales que fuesen sus cuidados, y por mucho que intentase convencerse de que no estaría todo el tiempo pensando en regresar para constatar que el chiquillo estuviese vivito y coleando.
Se rascó la barbilla y miró al techo con resignación, ¿quién lo mandaba a meterse en esos líos?
-Debo marcharme. Escucha... -rebuscó en el pequeño morral que colgaba de su cinturón hasta sacar unos cuantos aeros y dejarlos sobre la mesa, la cantidad era suficiente para costearse varias buenas comidas- Usa esto sabiamente, niño. Si vas al mercado, no te acerques a la zona que solías frecuentar. Recuerda que te quieren muerto. -El zorro tomó la capa todavía húmeda y se la echó al hombro- Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, yo vendré... pues, no sé, cada dos o tres días. En el patio hay un pozo de agua, ten cuidado de no caerte dentro, Piltrafa. -Una sonrisa ladina cruzó sus facciones por un instante- Eres libre de irte cuando quieras, pero recuerda que si me robas algo te buscaré y haré una alfombra con tu lindo pelaje, ¿entendiste? -la expresión de su rostro no dejaba lugar a dudas; estaba hablando muy en serio- Ahora dime, ¿necesitas algo más?
Dicho lo propio, caminó hacia la puerta y se detuvo bajo el umbral en espera de que su pequeño inquilino le respondiese algo. La idea de tener a alguien bajo su techo, aunque aquel apartamento húmedo y avejentado no fuese más que una guarida y distase mucho de representar un hogar para él, le resultaba extraña. De alguna manera, aunque odiase admitirlo, sentía que al tener allí al niño era su obligación velar por su seguridad, por más superficiales que fuesen sus cuidados, y por mucho que intentase convencerse de que no estaría todo el tiempo pensando en regresar para constatar que el chiquillo estuviese vivito y coleando.
Se rascó la barbilla y miró al techo con resignación, ¿quién lo mandaba a meterse en esos líos?
Zatch
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 535
Nivel de PJ : : 2
Re: Sátrapa y Ladronzuelo [Privado] [Cerrado]
Sora no era capaz de dormirse, estaba en un lugar extraño, en una cama extraña y con un tipo extraño. Pese a que Zatch se había portado bien con él, aún no se fiaba del zorro, casi podía sentir la mirada del otro clavada en su persona y sin darse cuenta movía la cola, nervioso e inquieto. Escuchaba al zorro moverse por la estancia, pero no se atrevió a moverse, continuando de espaldas al otro, mirando hacia la pared. Cuando el otro empezó a hablar, Sora giró una de sus orejas hacia si interlocutor, prestando atención a lo que le dijera. Al final terminó por girarse y quedar sentado, dejando que la manta se deslizada hasta la cama, tapándole de cintura para abajo, pues quedó sentado sobre la misma.
Miró tranquilo como el otro sacaba unas cuantas monedas de una bosita o portamonedas de su cinturón, asintiendo un poco extrañado por los consejos del zorro sobre no frecuentar las zonas que solía. Cuando le recordó el detalle de que alguien quería matarlo, se estremeció y se le humedecieron un poco los ojos, pero asintió obediente, mientras agachaba un poco las orejitas redondas. Su invitación a quedarse en aquel lugar, lo pilló totalmente por sorpresa y sus orejas se irguieron y su cola se agitó tras él, asintiendo con la cabeza.
-Sí, yo quedar. Gracias...- Al llamarlo de nuevo Piltrafa, sintió ganas de decirle algo feo él también y de tirarle algo, pero lo único que tenía a mano era el medio bollo de carne que había escondido en la cama, la manta con la que se tapaba y estaba seguro que quería conservar las do cosas. De modo que se limitó a fruncir el ceño y agitar la cola irritado por aquel nombre.- Sora.- Corrigió con firmeza.
Asintió cuando el otro le amenazó si le robaba algo, estaba acostumbrado a aquel tipo de amenaza, no sabía que le ocurría a la gente con su pelaje pero todo el mundo solía decirle siempre lo mismo. Cuando le preguntó aquello, le pilló un poco por sorpresa, pues nadie le había preguntado aquello desde hacía mucho, la verdad no se le ocurría mucho que pudiera necesitar, solo se le ocurrieron un par de cosas.
-Ropa, mía estropeada.- Dijo señalando los restos del taparrabos de cuero que se había quitado, el cual estaba del todo inservible.
Sora se podía hacer el mismo un taparrabos, pero le gustaría tener algo más de ropa, pese a lo que Zatch dijera de que era “natural” que un hombre bestia fuera como lo trajeron al mundo, quizás eso era en los bosques y lugares salvajes, en aquella ciudad como lo vieran a uno desnudo, se lanzaban a gritarle cosas y además podía atraer la atención de indeseables pervertidos. No sería la primera vez que alguien trataba de aprovecharse de él, por suerte el zorro no parecía ser uno de aquellos y se sentía, más o menos, cómodo sin ropa delante de él.
-Y cuchillo.- Pidió su pequeño y afilado cuchillo que el zorro le había quitado en algún momento, pues se sentía aún mas desnudo sin su arma, que aunque pequeña, siempre le había ayudado en momentos de apuro y gracias a la cual había conseguido en más de una ocasión, robar bolsistas de monedas y otras pertenencias.
Después de que Zatch le hubiera dejado o no lo que hubiera pedido y se hubiera marchado, se levantó de la cama, apartando la manta, corriendo a comprobar que la puerta estuviera bien atrancada y la ventaba que daba al cuartucho bien cerrada y con el cerrojo bien echado. Tras lo cual tomaría su cuchillo si el zorro se lo había devuelto y se fue con él a la cama, se tumbó sobre el colchón de paja, pues tenía calor tapado con la manta, y metió el cuchillo bajo la almohada rellena de lana para tenerlo a mano. Tras lo cual, dio unas cuantas vueltas antes de quedarse dormido, limpio, sin pulgas y con la seguridad de que iba a estar bien alimentado durante unos cuantos días gracias a las monedas que le había dejado Zatch.
Miró tranquilo como el otro sacaba unas cuantas monedas de una bosita o portamonedas de su cinturón, asintiendo un poco extrañado por los consejos del zorro sobre no frecuentar las zonas que solía. Cuando le recordó el detalle de que alguien quería matarlo, se estremeció y se le humedecieron un poco los ojos, pero asintió obediente, mientras agachaba un poco las orejitas redondas. Su invitación a quedarse en aquel lugar, lo pilló totalmente por sorpresa y sus orejas se irguieron y su cola se agitó tras él, asintiendo con la cabeza.
-Sí, yo quedar. Gracias...- Al llamarlo de nuevo Piltrafa, sintió ganas de decirle algo feo él también y de tirarle algo, pero lo único que tenía a mano era el medio bollo de carne que había escondido en la cama, la manta con la que se tapaba y estaba seguro que quería conservar las do cosas. De modo que se limitó a fruncir el ceño y agitar la cola irritado por aquel nombre.- Sora.- Corrigió con firmeza.
Asintió cuando el otro le amenazó si le robaba algo, estaba acostumbrado a aquel tipo de amenaza, no sabía que le ocurría a la gente con su pelaje pero todo el mundo solía decirle siempre lo mismo. Cuando le preguntó aquello, le pilló un poco por sorpresa, pues nadie le había preguntado aquello desde hacía mucho, la verdad no se le ocurría mucho que pudiera necesitar, solo se le ocurrieron un par de cosas.
-Ropa, mía estropeada.- Dijo señalando los restos del taparrabos de cuero que se había quitado, el cual estaba del todo inservible.
Sora se podía hacer el mismo un taparrabos, pero le gustaría tener algo más de ropa, pese a lo que Zatch dijera de que era “natural” que un hombre bestia fuera como lo trajeron al mundo, quizás eso era en los bosques y lugares salvajes, en aquella ciudad como lo vieran a uno desnudo, se lanzaban a gritarle cosas y además podía atraer la atención de indeseables pervertidos. No sería la primera vez que alguien trataba de aprovecharse de él, por suerte el zorro no parecía ser uno de aquellos y se sentía, más o menos, cómodo sin ropa delante de él.
-Y cuchillo.- Pidió su pequeño y afilado cuchillo que el zorro le había quitado en algún momento, pues se sentía aún mas desnudo sin su arma, que aunque pequeña, siempre le había ayudado en momentos de apuro y gracias a la cual había conseguido en más de una ocasión, robar bolsistas de monedas y otras pertenencias.
Después de que Zatch le hubiera dejado o no lo que hubiera pedido y se hubiera marchado, se levantó de la cama, apartando la manta, corriendo a comprobar que la puerta estuviera bien atrancada y la ventaba que daba al cuartucho bien cerrada y con el cerrojo bien echado. Tras lo cual tomaría su cuchillo si el zorro se lo había devuelto y se fue con él a la cama, se tumbó sobre el colchón de paja, pues tenía calor tapado con la manta, y metió el cuchillo bajo la almohada rellena de lana para tenerlo a mano. Tras lo cual, dio unas cuantas vueltas antes de quedarse dormido, limpio, sin pulgas y con la seguridad de que iba a estar bien alimentado durante unos cuantos días gracias a las monedas que le había dejado Zatch.
Sora
Aprendiz
Aprendiz
Cantidad de envíos : : 33
Nivel de PJ : : 0
Temas similares
» Despertar [Privado] [Cerrado]
» Reconciliación [Privado][Cerrado]
» Las hamburguesas de Zero [Privado] [Cerrado]
» Big world [Privado] [Cerrado]
» The Pain is Gone [Privado] [cerrado]
» Reconciliación [Privado][Cerrado]
» Las hamburguesas de Zero [Privado] [Cerrado]
» Big world [Privado] [Cerrado]
» The Pain is Gone [Privado] [cerrado]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Ayer a las 9:35 pm por Cohen
» El retorno del vampiro [Evento Sacrestic]
Ayer a las 9:14 pm por Ingela
» El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Ayer a las 8:55 pm por Aylizz Wendell
» Entre Sombras y Acero [LIBRE][NOCHE]
Ayer a las 8:16 pm por Seraphine Valaryon
» Días de tormenta + 18 [Privado]
Ayer a las 4:30 pm por Iori Li
» Laboratorio Harker [Alquimia+Ingeniería]
Miér Nov 20, 2024 7:13 pm por Zelas Hazelmere
» Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Miér Nov 20, 2024 4:18 pm por Mina Harker
» La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Mar Nov 19, 2024 10:49 pm por Eltrant Tale
» [Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
Lun Nov 18, 2024 12:29 pm por Tyr
» Susurros desde el pasado | Amice H.
Lun Nov 18, 2024 4:12 am por Amice M. Hidalgo
» [Zona de culto] Iglesia del único Dios
Sáb Nov 16, 2024 9:38 pm por Tyr
» Enjoy the Silence 4.0 {Élite]
Miér Nov 13, 2024 8:01 pm por Nana
» Vampiros, Gomejos, piernas para qué las tengo. [Privado]
Mar Nov 12, 2024 4:51 am por Tyr
» Derecho Aerandiano [Libre]
Dom Nov 10, 2024 1:36 pm por Tyr
» Propaganda Peligrosa - Priv. Zagreus - (Trabajo / Noche)
Vie Nov 08, 2024 6:40 pm por Lukas