Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
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Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
Llegaba ya tarde. Reconozco que me había entretenido con las galletas y la leche durante el desayuno. Y esa dosis de “amor” mañanero se nos había quedado un poco largo, demasiado. Tenía que empezar a dejar de tener adicción por mi mujer o eso me terminaría pasando factura en el trabajo. ¡Ah! Y a ella también, ya que trabajábamos en lo mismo, y ninguno de los dos éramos ya unos jovenzuelos.
Menos mal que aquella semana le tocaba llevar a ella a Owen al colegio. Ella era muy espabilada y veloz. En cambio a mí me costaba arrancar bastante, era especialmente perezoso y muy amigo de las sábanas. Aunque una vez fuera de éstas, la rutina mañanera era la misma de siempre: Un vaso de leche, un poco de fruta, y ojear por encima “el Correo del caballo blanco”, ese periódico donde se reflejaba la actualidad de la ciudad. Acababa de sentarme cuando Adie salía por la puerta junto a Owen. ¡Diantres! ¿Cómo lo hacía todo tan rápido? ¡Pero si sólo estuve quince minutos de más! Bueno, aún tenía margen, ella todavía tenía que llevar a nuestro hijo al colegio y volver hasta el punto de encuentro. – Voy a llegar antes que tú, Adeline Lovelane. – le dije guiñándole un ojo pícaramente sorbiendo del vaso de leche cuando ésta salía por la puerta. Todavía estaba en ropa interior pero, eso sí, con el sombrero de copa ya puesto. Una imagen cómica, sin lugar a dudas.
Y es que aquel primer sol de la semana era siempre el más costoso. Cuando terminé, me dirigí a la habitación a prisa y corriendo – Estoy motivado. Hoy batiré mi récord. – me dije, salté por encima de la cama deshecha, me enfundé con agilidad en mi ropa. Hice la cama como una exhalación, agarré mi bastón y salí de casa. – Puede que llegue incluso antes que Cole. – me dije convencido cuando vi que el sol todavía no estaba en paralelo a mí en el momento de salir de casa.
Iba tan sobrado que hasta me lo tomé con calma, y jugaba a girar mi bastón mientras observaba las típicas prisas mañaneras de la gente del puerto. ¿Dónde habíamos quedado con nuestro queridísimo Cole Phillips aquella mañana? ¡Ah, sí! En el tercer callejón de la avenida principal. Solíamos cambiar el punto de encuentro para que nuestros enemigos no supiesen nada de nosotros. Ser espía y detective de la guardia a la vez no era sencillo, y nuestro trabajo consistía en lidiar con asesinos, ladrones, bandidos o traficantes cuyas actividades pudrían el impoluto color azul de la bandera de mi patria. Por si fuera poco, como a Adie y a mí nos gustaba el trabajo, también investigábamos de manera independiente los casos más turbios. Se podía decir que, a grandes rasgos, éramos unos adictos al trabajo.
Tras unos veinte minutos de paseo mañanero, alcé el bastón y lo acomodé sobre mi costado. Estaba llegando al punto de encuentro. ¿Cómo estaría ese bonachón de Cole? Era nuestro superior en la guardia, pero también un leal amigo. Compartíamos grandes momentos fuera del trabajo con él y su esposa, aunque trabajando parecía otro hombre, uno serio y fácilmente alterable, y, por ello, me gustaba sacarle de quicio. Me quería a pesar de ello.
Comencé a recitar mi característico silbido para que supiese que me aproximaba. Verme llegar con tranquilidad cuando sabía que el tiempo apremiaba era una de las cosas que, sabía, que le sacaba de quicio.
-¡Maldita sea, Newt! ¡Llegas tarde para variar! – gritó desquiciado. Sonreí agachando la cabeza y coloqué el bastón sobre mi espalda, sujetándolo con ambas manos, todavía no había doblado la esquina para verle el rostro a mi enfadado amigo.
-]Y eso que hoy estaba siendo puntual. - reí. - Aún así, seguro que he llegado primero que Adel…- comencé a decir. Mas en cuanto giré la esquina pude encontrarme la esbelta figura de la mujer que amaba enfundada en su chaqueta larga. ¿Tan rápido? ¡Qué mujer! Nunca dejaría de sorprenderme. - ¿Pero cómo demonios lo has vuelto a hacer? – le pregunté sorprendido, golpeándome mi chaquetón con fastidio, ahora el enojado era yo, un enfado infantil propio de un niño cuando no consigue lo que quiere. ¿Por qué siempre tenía que ganarme? – En fin, ¿qué misión tiene para nosotros nuestro queridísimo Cole? – pregunté a ambos inclinando hacia arriba ligeramente el sombrero y recostándome en el bastón, esperando que alguno de los dos me explicase la orden del día ya que, una vez más, había llegado tarde.
Menos mal que aquella semana le tocaba llevar a ella a Owen al colegio. Ella era muy espabilada y veloz. En cambio a mí me costaba arrancar bastante, era especialmente perezoso y muy amigo de las sábanas. Aunque una vez fuera de éstas, la rutina mañanera era la misma de siempre: Un vaso de leche, un poco de fruta, y ojear por encima “el Correo del caballo blanco”, ese periódico donde se reflejaba la actualidad de la ciudad. Acababa de sentarme cuando Adie salía por la puerta junto a Owen. ¡Diantres! ¿Cómo lo hacía todo tan rápido? ¡Pero si sólo estuve quince minutos de más! Bueno, aún tenía margen, ella todavía tenía que llevar a nuestro hijo al colegio y volver hasta el punto de encuentro. – Voy a llegar antes que tú, Adeline Lovelane. – le dije guiñándole un ojo pícaramente sorbiendo del vaso de leche cuando ésta salía por la puerta. Todavía estaba en ropa interior pero, eso sí, con el sombrero de copa ya puesto. Una imagen cómica, sin lugar a dudas.
Y es que aquel primer sol de la semana era siempre el más costoso. Cuando terminé, me dirigí a la habitación a prisa y corriendo – Estoy motivado. Hoy batiré mi récord. – me dije, salté por encima de la cama deshecha, me enfundé con agilidad en mi ropa. Hice la cama como una exhalación, agarré mi bastón y salí de casa. – Puede que llegue incluso antes que Cole. – me dije convencido cuando vi que el sol todavía no estaba en paralelo a mí en el momento de salir de casa.
Iba tan sobrado que hasta me lo tomé con calma, y jugaba a girar mi bastón mientras observaba las típicas prisas mañaneras de la gente del puerto. ¿Dónde habíamos quedado con nuestro queridísimo Cole Phillips aquella mañana? ¡Ah, sí! En el tercer callejón de la avenida principal. Solíamos cambiar el punto de encuentro para que nuestros enemigos no supiesen nada de nosotros. Ser espía y detective de la guardia a la vez no era sencillo, y nuestro trabajo consistía en lidiar con asesinos, ladrones, bandidos o traficantes cuyas actividades pudrían el impoluto color azul de la bandera de mi patria. Por si fuera poco, como a Adie y a mí nos gustaba el trabajo, también investigábamos de manera independiente los casos más turbios. Se podía decir que, a grandes rasgos, éramos unos adictos al trabajo.
Tras unos veinte minutos de paseo mañanero, alcé el bastón y lo acomodé sobre mi costado. Estaba llegando al punto de encuentro. ¿Cómo estaría ese bonachón de Cole? Era nuestro superior en la guardia, pero también un leal amigo. Compartíamos grandes momentos fuera del trabajo con él y su esposa, aunque trabajando parecía otro hombre, uno serio y fácilmente alterable, y, por ello, me gustaba sacarle de quicio. Me quería a pesar de ello.
Comencé a recitar mi característico silbido para que supiese que me aproximaba. Verme llegar con tranquilidad cuando sabía que el tiempo apremiaba era una de las cosas que, sabía, que le sacaba de quicio.
-¡Maldita sea, Newt! ¡Llegas tarde para variar! – gritó desquiciado. Sonreí agachando la cabeza y coloqué el bastón sobre mi espalda, sujetándolo con ambas manos, todavía no había doblado la esquina para verle el rostro a mi enfadado amigo.
-]Y eso que hoy estaba siendo puntual. - reí. - Aún así, seguro que he llegado primero que Adel…- comencé a decir. Mas en cuanto giré la esquina pude encontrarme la esbelta figura de la mujer que amaba enfundada en su chaqueta larga. ¿Tan rápido? ¡Qué mujer! Nunca dejaría de sorprenderme. - ¿Pero cómo demonios lo has vuelto a hacer? – le pregunté sorprendido, golpeándome mi chaquetón con fastidio, ahora el enojado era yo, un enfado infantil propio de un niño cuando no consigue lo que quiere. ¿Por qué siempre tenía que ganarme? – En fin, ¿qué misión tiene para nosotros nuestro queridísimo Cole? – pregunté a ambos inclinando hacia arriba ligeramente el sombrero y recostándome en el bastón, esperando que alguno de los dos me explicase la orden del día ya que, una vez más, había llegado tarde.
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Última edición por Newton Lovelane el Dom Feb 12 2017, 12:03, editado 1 vez
Newton Lovelane
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Re: Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
Un gruñido de molestia escapó de los labios del pequeño rufián que tenía por hijo, quien no dudo en lanzarle una mirada desafiante con aquellos ojos picaros tan similares a los de su padre, encontrándose con un gesto firme y determinado, que dejaba muy en claro cuál de los dos tenía el poder en ese hogar. No podía decir que se encontrase molesta, puesto que esa mañana había despertado ‘‘especialmente’’ de buenas, pero tratar con Owen siempre resultaba en una peculiar riña entre las dos personalidades testarudas, que terminaban por ponerle los nervios de punta; aunque, si alguien le preguntase, diría que prefería ser ella quien lo llevara al colegio, que dejar ese trabajo en manos de su marido. Nunca sabría a ciencia cierta qué pasaba cuando Newt se encargaba de aquello, puesto que uno era la viva imagen del otro y eso nunca presagiaba nada bueno.
Abrochó el botón de su capa y tomó su bastón, apresurando al chico a que se dirigiera a la salida, siendo sorprendidos por la imagen del hombre en pleno desayuno. Arqueó una ceja y esbozó una sonrisa burlesca, tanto por el comentario, como por ver al hombre en aquellas fachas, pero sin quitarse el dichoso sombrero. Parecía que las cosas no habían cambiado con los años, todavía seguía retándola una y otra vez como si todo se tratase de una competencia, aunque debía admitir que eso le agradaba, solo que no podría decir lo mismo de las curiosas escenas con las que se encontraba cada mañana.
—Veremos —le devolvió el guiño y abrió la puerta, permitiendo que Owen saliera primero, para así dirigirle un par de palabras a su esposo antes de marchar—. Que sea un reto.
Cerró la puerta y se encaminó con rapidez hacia el colegio de su hijo, escuchando atentamente las protestas que este profería por haberle despertado tan temprano y por apresurarlo solo para ganar una competencia con su padre para variar. Addie se mantuvo en silencio, revolviéndole el cabello de vez en cuando con una risa divertida. Pese a sus incontables roces, Addie adoraba a ese ‘‘mini-Newt’’, aunque rara vez se lo decía con palabras, puesto que ella no era una persona muy expresiva en cuanto a sus sentimientos.
Después de dejarle varias advertencias y de asegurarse que el jovencito entrara en el colegio, se dirigió a toda prisa al punto de reunión donde los esperaba su viejo amigo Cole Phillips, quien les entregaría una información sumamente importante. Iba con el tiempo justo y seguramente Newt estaría vagueando por ahí como tanto acostumbraba. Nunca terminaría de comprender como es que su marido poseía el peculiar don de llegar tarde; en tantos años de matrimonio todavía le era un completo misterio, pero admitía que el hecho de ganar un pequeño reto le emocionaba en gran medida, aun si ya conocía de sobra el resultado final.
Dio vuelta en el tercer callejón de la avenida principal, divisando la silueta de su camarada a solo unos metros de distancia y ni un rastro de Newt. Típico de él. A veces le costaba trabajo entender que esa alma despreocupada y bufona pudiese ser un miembro reconocido de la guardia de Lunargenta, además de un excelente espía y detective. Negó con la cabeza y se acercó al guardia, sonriéndole con cortesía.
—Siempre es un placer verte de nuevo, Addie —hizo una pequeña pausa, buscando a su compañero por todos lados—. Aunque me gustaría decir lo mismo del desobligado de tu marido —gruñó sacándole una risa a la mujer, quien solo atinó a encogerse de hombros —Comenzaré por darte los detalles a ti.
—Ya no debe tardar —sonrió con seguridad, pese a que ella sabía de antemano que podía pasa un buen rato antes de que el hombre tuviese la cortesía de aparecerse por el lugar—. Puedo esperar.
Apoyó su espalda contra una pared e la esquina, tratando de sacar alguna que otra platica irrelevante al guardia y así evitar que le sacara los sesos a Newt en cuanto este se dignara a aparecer. Quince largos minutos pasaron, antes de que pudiese escuchar el típico silbido del hombre que amaba y comenzó a contar mentalmente hasta divisar su silueta en el callejón. Cole no tardó en elevar la voz con irritabilidad, riñéndole por su poca puntualidad, a lo que el hombre no dudó en responder con una de sus típicas bromas, antes de caer en cuenta que ella ya se encontraba ahí.
—Es un don —descruzó los brazos y se separó del callejón, acercándose a él con una risa jocosa por la rabieta tan infantil que su marido estaba haciendo, al percatarse que nuevamente le había ganado—. No seas mal perdedor —le dio un beso en la mejilla y miró a su superior, esperando la importante información que tenía que brindarles.
—Bien, no tenemos mucho tiempo, así que escuchen con atención —habló con seriedad—. Nos ha llegado el reporte de un horrible asesinato —tomó aire—. Mujer de aproximadamente veinte años, su cuerpo fue encontrado en un callejón de los barrios pobres, sin una gota de sangre en su cuerpo y sin órganos; múltiples heridas y por si fuera poco el asesino se tomó la molestia de dejar el limpio y mutilado —los miró—. Lo único se sabe de ella es que provenía de un pequeño pueblo al norte de Baslodia y que tenía poco de haber llegado a Lunargenta —cruzó los brazos—. Necesitamos de su experiencia y sus habilidades ya que no tenemos mucho tiempo.
—Andando entonces.
Sin perder más tiempo se dirigieron a la funesta escena del crimen, la cual se encontraba un tanto concurrida por varios guardias, quienes les abrieron paso para acercarse a investigar. Muchas cosas no parecían cuadrar en aquella imagen, pero lo más sorprendente fue encontrar a ‘‘esos dos’’ metiendo sus narices en donde no les correspondía. Fern y Dieter Ainsworth eran otra pareja de investigadores, bastante pedantes y nefastos, cuyo único propósito era pisarles los talones e inmiscuirse en sus trabajos; en pocas palabras: desprestigiarlos a ellos. Addie frunció el ceño, paseando su mirada de la escena al par de entrometidos, notando que algunas cosas habían sido alteradas del lugar.
— Adeline, Newton —sonrió la pelirroja, mientras su esposo ayudaba a los guardias a trasladar el cuerpo—. Parece que llegaron tarde, el caso es nuestro y ya tenemos a un sospechoso.
Addie miró a Cole, recibiendo una mirada molesta y desconcertada que le dio a entender que aquello había sucedido sin su consentimiento. Lo que si le sorprendía es que tan pronto esos dos pudiesen contar con un sospechoso, cosa que la hizo desconfiar aún más de lo ocurrido y de la presencia de su némesis en el lugar.
Abrochó el botón de su capa y tomó su bastón, apresurando al chico a que se dirigiera a la salida, siendo sorprendidos por la imagen del hombre en pleno desayuno. Arqueó una ceja y esbozó una sonrisa burlesca, tanto por el comentario, como por ver al hombre en aquellas fachas, pero sin quitarse el dichoso sombrero. Parecía que las cosas no habían cambiado con los años, todavía seguía retándola una y otra vez como si todo se tratase de una competencia, aunque debía admitir que eso le agradaba, solo que no podría decir lo mismo de las curiosas escenas con las que se encontraba cada mañana.
—Veremos —le devolvió el guiño y abrió la puerta, permitiendo que Owen saliera primero, para así dirigirle un par de palabras a su esposo antes de marchar—. Que sea un reto.
Cerró la puerta y se encaminó con rapidez hacia el colegio de su hijo, escuchando atentamente las protestas que este profería por haberle despertado tan temprano y por apresurarlo solo para ganar una competencia con su padre para variar. Addie se mantuvo en silencio, revolviéndole el cabello de vez en cuando con una risa divertida. Pese a sus incontables roces, Addie adoraba a ese ‘‘mini-Newt’’, aunque rara vez se lo decía con palabras, puesto que ella no era una persona muy expresiva en cuanto a sus sentimientos.
Después de dejarle varias advertencias y de asegurarse que el jovencito entrara en el colegio, se dirigió a toda prisa al punto de reunión donde los esperaba su viejo amigo Cole Phillips, quien les entregaría una información sumamente importante. Iba con el tiempo justo y seguramente Newt estaría vagueando por ahí como tanto acostumbraba. Nunca terminaría de comprender como es que su marido poseía el peculiar don de llegar tarde; en tantos años de matrimonio todavía le era un completo misterio, pero admitía que el hecho de ganar un pequeño reto le emocionaba en gran medida, aun si ya conocía de sobra el resultado final.
Dio vuelta en el tercer callejón de la avenida principal, divisando la silueta de su camarada a solo unos metros de distancia y ni un rastro de Newt. Típico de él. A veces le costaba trabajo entender que esa alma despreocupada y bufona pudiese ser un miembro reconocido de la guardia de Lunargenta, además de un excelente espía y detective. Negó con la cabeza y se acercó al guardia, sonriéndole con cortesía.
—Siempre es un placer verte de nuevo, Addie —hizo una pequeña pausa, buscando a su compañero por todos lados—. Aunque me gustaría decir lo mismo del desobligado de tu marido —gruñó sacándole una risa a la mujer, quien solo atinó a encogerse de hombros —Comenzaré por darte los detalles a ti.
—Ya no debe tardar —sonrió con seguridad, pese a que ella sabía de antemano que podía pasa un buen rato antes de que el hombre tuviese la cortesía de aparecerse por el lugar—. Puedo esperar.
Apoyó su espalda contra una pared e la esquina, tratando de sacar alguna que otra platica irrelevante al guardia y así evitar que le sacara los sesos a Newt en cuanto este se dignara a aparecer. Quince largos minutos pasaron, antes de que pudiese escuchar el típico silbido del hombre que amaba y comenzó a contar mentalmente hasta divisar su silueta en el callejón. Cole no tardó en elevar la voz con irritabilidad, riñéndole por su poca puntualidad, a lo que el hombre no dudó en responder con una de sus típicas bromas, antes de caer en cuenta que ella ya se encontraba ahí.
—Es un don —descruzó los brazos y se separó del callejón, acercándose a él con una risa jocosa por la rabieta tan infantil que su marido estaba haciendo, al percatarse que nuevamente le había ganado—. No seas mal perdedor —le dio un beso en la mejilla y miró a su superior, esperando la importante información que tenía que brindarles.
—Bien, no tenemos mucho tiempo, así que escuchen con atención —habló con seriedad—. Nos ha llegado el reporte de un horrible asesinato —tomó aire—. Mujer de aproximadamente veinte años, su cuerpo fue encontrado en un callejón de los barrios pobres, sin una gota de sangre en su cuerpo y sin órganos; múltiples heridas y por si fuera poco el asesino se tomó la molestia de dejar el limpio y mutilado —los miró—. Lo único se sabe de ella es que provenía de un pequeño pueblo al norte de Baslodia y que tenía poco de haber llegado a Lunargenta —cruzó los brazos—. Necesitamos de su experiencia y sus habilidades ya que no tenemos mucho tiempo.
—Andando entonces.
Sin perder más tiempo se dirigieron a la funesta escena del crimen, la cual se encontraba un tanto concurrida por varios guardias, quienes les abrieron paso para acercarse a investigar. Muchas cosas no parecían cuadrar en aquella imagen, pero lo más sorprendente fue encontrar a ‘‘esos dos’’ metiendo sus narices en donde no les correspondía. Fern y Dieter Ainsworth eran otra pareja de investigadores, bastante pedantes y nefastos, cuyo único propósito era pisarles los talones e inmiscuirse en sus trabajos; en pocas palabras: desprestigiarlos a ellos. Addie frunció el ceño, paseando su mirada de la escena al par de entrometidos, notando que algunas cosas habían sido alteradas del lugar.
— Adeline, Newton —sonrió la pelirroja, mientras su esposo ayudaba a los guardias a trasladar el cuerpo—. Parece que llegaron tarde, el caso es nuestro y ya tenemos a un sospechoso.
Addie miró a Cole, recibiendo una mirada molesta y desconcertada que le dio a entender que aquello había sucedido sin su consentimiento. Lo que si le sorprendía es que tan pronto esos dos pudiesen contar con un sospechoso, cosa que la hizo desconfiar aún más de lo ocurrido y de la presencia de su némesis en el lugar.
- Fern & Dieter:
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Adeline Lovelane
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Re: Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
Era la segunda vez que estaba en una ciudad tan grande como esta, mi plan pregonero seguía en pie desde que sali de Roilkat más tenía otros objetivos más imperiosos que lograr burdamente algún seguidor, «Meevy se llama quien buscas, tras la puerta morada al final de esa calle» fueron las palabras que escupió el que ahora no era mas que un cuerpo sin vida de humano, la persona amable que me guió hasta ahí.
La suerte no parecía estar de mi lado, había marchado junto a aquel muchacho desde las orillas de la playa de los Ancestros. Su nombre era Meino, vivió sus treinta años en la misma granja junto a sus padres a las afueras, muy afueras de Lugaranta. Nunca dejo sus pagos hasta el día que accedió a ser mi escolta y todo por qué? Porque yo había llenado de júbilo y bendición su hogar y familia. Algo absolutamente absurdo, la realidad del día a día resultaba absurda, seguía absorto y perdido pero tenía mis objetivos en claro, la herida no sanaría de inmediato si no volvía a mi verdadera forma pero ya estaba aquí, y la chica me estaba esperando. La simple adrenalina aceleraba mi pálpito y los dolores me valían nada, cada paso que daba más cerca de la puerta de roble color morado era un paso más y más cerca de mi padre. Estaba ansiosa, vigorosa y una simple puñalada no lograría interponerse entre mí y mi destino.
Con la mano derecha ejercía presión sobre mi abdomen, traía puesto sobre mis harapos clásicos otros más, los que tome de Meino, más lo que usaba para no estar esparciendo sangre como por las veredas. No faltaba tanto como parecía, mi andar pesaba pero una cuadra, solo una y finalmente daría con la persona que había hospedado a mi padre en esta ciudad.
La puerta de morado se levantaba frente a mi imponente y sobradora, marcándose como obstáculo ineludible de la verdad, y mis dudas punzantes aprovechaban la imagen para aumentar los indicios del pánico ante la respuesta que me esperaba al otro lado del umbral.
La texturada tela en mi mano dejo de sentirse áspera y ahora humedecía mi mano, seguía sangrado por no prestarle atención a la incisión, y el escenario se armaba frente a mí con total incertidumbre. Mi mano, indulgente ya estaba golpeando la dura madera en lo que seguía con mis planteos mentales.
- Señorita Meevy, vengo de parte de Leonara Ventuan del Roilkat - mi vos salió temblorosa, pero no por timidez sino gracias a mi indecisiones - Señorita Meevy, se encuentra? - había levantado la voz sin darme cuenta pero aun no escuchaba sonido alguno del otro lado, la casa parecía vacía, pero era imposible, claramente tenía que venir de mañana por que la mujer trabajaba aquí mismo, y recibía clientes aquí mismo. Que no estuviera implicaba que su negocio estuviera cerrado, algo que por como Leonara la describió no se permitiría. La curiosidad pudo más que mis decisiones y mi mano libre llego hasta la perilla probándola solo para reafirmar una hipótesis que no dejaba de inquietarme, pero este cedió a mi tacto y la impenetrable muralla ahora no era más que una simple puerta que me abría pasó al interior de la casa.
- Voy a pasar Señorita! - al subir el primer escalón perdí el equilibro y termine recostada por la pared, pero avance igual juntando la puerta tras de mí, una inmensa escalera me recibía y aparentemente su morada era en la primera planta del lugar – Señorita?! – aun no respondía nadie, pero por que dejar la puerta abierta.
Me predispuse a subir la escalera, pero termine con las rodillas dobladas al suelo, el dolor ya superaba mi voluntad. “Dioses Míos!!! Que hago aho-” mi pensamiento se vio interrumpido por un repentino ruido. Unas personas entraron, una mujer muy hermosa de largo cabello color miel oscura y espesa y un hombre, quien se quedó conmigo mientras la otra subió, no entendía nada pero bruscamente había sido levantado del piso, maniatado y arrastrado por el brazo libre hasta afuera a lo que parecía ser un carro que traía una jaula. Ahora estaba solo, herido y entre barrotes de hierro sujetando un trapo lleno de sangre. Mi mente divago en las mil maneras que tenía para defenderme, escaparme y salir de ahí, pero no podía transformarme aquí y exhibirme a tantos humanos, no podía lastimar a nadie, esto era una ciudad en la cual aun no había transmitido amor, yo profesaba el amor de los Antiguos, era un posible punto referente y tampoco tenía fuerzas de esta manera, al menos hasta que no lograse higienizar y concentrarme en cerrar la piel, así que esperar era mi mejor opción. Era una persona inocente de cualquier forma, aprobecharia el encierro para concentrar fuerzas en el tajo y que lo mas pronto posible cicatrizase. "Debí desayunar algo antes de venir aquí..."
La suerte no parecía estar de mi lado, había marchado junto a aquel muchacho desde las orillas de la playa de los Ancestros. Su nombre era Meino, vivió sus treinta años en la misma granja junto a sus padres a las afueras, muy afueras de Lugaranta. Nunca dejo sus pagos hasta el día que accedió a ser mi escolta y todo por qué? Porque yo había llenado de júbilo y bendición su hogar y familia. Algo absolutamente absurdo, la realidad del día a día resultaba absurda, seguía absorto y perdido pero tenía mis objetivos en claro, la herida no sanaría de inmediato si no volvía a mi verdadera forma pero ya estaba aquí, y la chica me estaba esperando. La simple adrenalina aceleraba mi pálpito y los dolores me valían nada, cada paso que daba más cerca de la puerta de roble color morado era un paso más y más cerca de mi padre. Estaba ansiosa, vigorosa y una simple puñalada no lograría interponerse entre mí y mi destino.
Con la mano derecha ejercía presión sobre mi abdomen, traía puesto sobre mis harapos clásicos otros más, los que tome de Meino, más lo que usaba para no estar esparciendo sangre como por las veredas. No faltaba tanto como parecía, mi andar pesaba pero una cuadra, solo una y finalmente daría con la persona que había hospedado a mi padre en esta ciudad.
La puerta de morado se levantaba frente a mi imponente y sobradora, marcándose como obstáculo ineludible de la verdad, y mis dudas punzantes aprovechaban la imagen para aumentar los indicios del pánico ante la respuesta que me esperaba al otro lado del umbral.
La texturada tela en mi mano dejo de sentirse áspera y ahora humedecía mi mano, seguía sangrado por no prestarle atención a la incisión, y el escenario se armaba frente a mí con total incertidumbre. Mi mano, indulgente ya estaba golpeando la dura madera en lo que seguía con mis planteos mentales.
- Señorita Meevy, vengo de parte de Leonara Ventuan del Roilkat - mi vos salió temblorosa, pero no por timidez sino gracias a mi indecisiones - Señorita Meevy, se encuentra? - había levantado la voz sin darme cuenta pero aun no escuchaba sonido alguno del otro lado, la casa parecía vacía, pero era imposible, claramente tenía que venir de mañana por que la mujer trabajaba aquí mismo, y recibía clientes aquí mismo. Que no estuviera implicaba que su negocio estuviera cerrado, algo que por como Leonara la describió no se permitiría. La curiosidad pudo más que mis decisiones y mi mano libre llego hasta la perilla probándola solo para reafirmar una hipótesis que no dejaba de inquietarme, pero este cedió a mi tacto y la impenetrable muralla ahora no era más que una simple puerta que me abría pasó al interior de la casa.
- Voy a pasar Señorita! - al subir el primer escalón perdí el equilibro y termine recostada por la pared, pero avance igual juntando la puerta tras de mí, una inmensa escalera me recibía y aparentemente su morada era en la primera planta del lugar – Señorita?! – aun no respondía nadie, pero por que dejar la puerta abierta.
Me predispuse a subir la escalera, pero termine con las rodillas dobladas al suelo, el dolor ya superaba mi voluntad. “Dioses Míos!!! Que hago aho-” mi pensamiento se vio interrumpido por un repentino ruido. Unas personas entraron, una mujer muy hermosa de largo cabello color miel oscura y espesa y un hombre, quien se quedó conmigo mientras la otra subió, no entendía nada pero bruscamente había sido levantado del piso, maniatado y arrastrado por el brazo libre hasta afuera a lo que parecía ser un carro que traía una jaula. Ahora estaba solo, herido y entre barrotes de hierro sujetando un trapo lleno de sangre. Mi mente divago en las mil maneras que tenía para defenderme, escaparme y salir de ahí, pero no podía transformarme aquí y exhibirme a tantos humanos, no podía lastimar a nadie, esto era una ciudad en la cual aun no había transmitido amor, yo profesaba el amor de los Antiguos, era un posible punto referente y tampoco tenía fuerzas de esta manera, al menos hasta que no lograse higienizar y concentrarme en cerrar la piel, así que esperar era mi mejor opción. Era una persona inocente de cualquier forma, aprobecharia el encierro para concentrar fuerzas en el tajo y que lo mas pronto posible cicatrizase. "Debí desayunar algo antes de venir aquí..."
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Re: Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
Aun seguía temblando en su cama, acurrucada, asustada, y con la nota sobre la mesilla. Le habia llegado esa mañana, y era una amenaza clara, pronto irían a por ella. No tenía razón ni sentido, si no había hecho nada a nadie, solo... estaba ahí, pasaba sin pena ni gloria y era feliz así, solo quería ayudar, aparecer de vez en cuando por el orfanato a ayudar, por el hospital a aprender, y pasear un poco, no pedía demasiado, ni siquiera solía meterse en líos.
Con manos temblorosas cogió la carta que había sobre la mesilla y la releyó por no sabía que numero de vez, había acabado por perder la cuenta. Tragó saliva, nerviosa. "Esta noche iré a por tí". Se abrazó las rodillas y comenzó a llorar, no quería asustar a Eoghan, no quería preocuparle por nada, tal vez solo fuera una chiquillada, igual era una broma de mal gusto. No podía asustarse por una nota, tal vez, con llevarla a alguien que supiera de esas cosas... pero dudaba que la guardia quisiera atender algo así, era solo una nota, no había pruebas de nada.
Tomó aire y fue a lavarse la cara, no sería nada, lo dejaría estar, sencillamente, sería una tontería. Llamaron a su puerta y salió, aun algo nerviosa, secándose la cara, Eoghan salía, y le preguntaba si quería ir con él. Se lo pensó un momento, no podía, si lo hacía la notaría rara, preocupada y seria, no quería preocuparlo a él. Tomó aire, recuperando parte de su calma y puso una sonrisa para intentar que su voz sonase alegre y evitar asustar al guerrero.
- ¡No, es... tengo que ir al hospital todo el día!- mintió esperando que no se le notase.
Salió pasados varios minutos, dispuesta a seguir con su día, tal vez fuera solo un instante. Se sentó en una mesa de la posada a desayunar algo, tenía hambre, ayer, con el susto, no había cenado. Cuando le iban a servir el desayuno, la pequeña se tropezó rociando la leche por los pantalones de la elfa, que, sorprendida, se levantó rápido para ayudar a la niña, que, preocupada, intentaba limpiar el estropicio. Parecía haberse hecho daño, como si se hubiera dado un golpe en las rodillas al caer, y la barbilla estaba algo roja, la bandeja debía haberla golpeado. La detuvo con suavidad, y una pequeña sonrisa.
- Vale, para, deja que te mire.- murmuró con dulzura levantándole la cabeza a la pequeña.- ¿Qué te pasa? ¿Estás preocupada por algo?- preguntó mientras hacía un ligero pase con su mano por la barbilla de la niña, que, iluminandose un momento, dejó de doler.
- Perdón, te he manchado.- se disculpó la pequeña.
- No te preocupes, solo es leche, ¿qué pasa?- volvió a preguntar, ayudándo a la pequeña a levantarse del suelo y secándole las manos con una servilleta.
- Que ayer murió una chica no muy lejos de aquí... se quedaba aquí, era buena chica, estoy triste.- las manos de Ely se congelaron en el instante, tragó saliva, tal vez no era una tontería.
- Ah... no te preocupes, verás como todo estará bien.- le dijo a la niña, levantándose.- He de irme, pero cuando vuelva leemos un cuento, ¿vale?- le preguntó agachándose un poco para mirarla a los ojos.
Le revolvió el pelo y salió corriendo hacia la guardia, capa puesta. La dejaron entrar a regañadientes, mandandola directamente hasta unos despachos a los que la hicieron entrar. Llamó a la puerta y esta se abrió dejándo salir a un hombre y una mujer de aire serio y presuntuoso que le lanzaron una mirada sonrienete y de superioridad. Tomó aire tragando saliva, tal vez si debería haberselo dicho a Eoghan, asomó la cabeza, nerviosa, temerosa de encontrar a alguien más como los que acababan de salir, en cambio, vio a un hombre de aire serio y una pareja elegante que miraba con aspecto preocupado a los que acababan de abandonar la sala.
- Esto... perdón.- murmuró dando un paso hacia delante bajándo la caperuza de su capa.- se que igual lo consideran una estupidez pero...- sacó la carta, que tenía algunas manchas de sangre, de un bolsillo.- me llegó esto anoche.- murmuró.- me hospedo en la posada cerca a la que se encontró el cuerpo de la chica y... estoy algo preocupada.- murmuró notando el suave brillo de su piel, intentando controlarlo.
Con manos temblorosas cogió la carta que había sobre la mesilla y la releyó por no sabía que numero de vez, había acabado por perder la cuenta. Tragó saliva, nerviosa. "Esta noche iré a por tí". Se abrazó las rodillas y comenzó a llorar, no quería asustar a Eoghan, no quería preocuparle por nada, tal vez solo fuera una chiquillada, igual era una broma de mal gusto. No podía asustarse por una nota, tal vez, con llevarla a alguien que supiera de esas cosas... pero dudaba que la guardia quisiera atender algo así, era solo una nota, no había pruebas de nada.
Tomó aire y fue a lavarse la cara, no sería nada, lo dejaría estar, sencillamente, sería una tontería. Llamaron a su puerta y salió, aun algo nerviosa, secándose la cara, Eoghan salía, y le preguntaba si quería ir con él. Se lo pensó un momento, no podía, si lo hacía la notaría rara, preocupada y seria, no quería preocuparlo a él. Tomó aire, recuperando parte de su calma y puso una sonrisa para intentar que su voz sonase alegre y evitar asustar al guerrero.
- ¡No, es... tengo que ir al hospital todo el día!- mintió esperando que no se le notase.
Salió pasados varios minutos, dispuesta a seguir con su día, tal vez fuera solo un instante. Se sentó en una mesa de la posada a desayunar algo, tenía hambre, ayer, con el susto, no había cenado. Cuando le iban a servir el desayuno, la pequeña se tropezó rociando la leche por los pantalones de la elfa, que, sorprendida, se levantó rápido para ayudar a la niña, que, preocupada, intentaba limpiar el estropicio. Parecía haberse hecho daño, como si se hubiera dado un golpe en las rodillas al caer, y la barbilla estaba algo roja, la bandeja debía haberla golpeado. La detuvo con suavidad, y una pequeña sonrisa.
- Vale, para, deja que te mire.- murmuró con dulzura levantándole la cabeza a la pequeña.- ¿Qué te pasa? ¿Estás preocupada por algo?- preguntó mientras hacía un ligero pase con su mano por la barbilla de la niña, que, iluminandose un momento, dejó de doler.
- Perdón, te he manchado.- se disculpó la pequeña.
- No te preocupes, solo es leche, ¿qué pasa?- volvió a preguntar, ayudándo a la pequeña a levantarse del suelo y secándole las manos con una servilleta.
- Que ayer murió una chica no muy lejos de aquí... se quedaba aquí, era buena chica, estoy triste.- las manos de Ely se congelaron en el instante, tragó saliva, tal vez no era una tontería.
- Ah... no te preocupes, verás como todo estará bien.- le dijo a la niña, levantándose.- He de irme, pero cuando vuelva leemos un cuento, ¿vale?- le preguntó agachándose un poco para mirarla a los ojos.
Le revolvió el pelo y salió corriendo hacia la guardia, capa puesta. La dejaron entrar a regañadientes, mandandola directamente hasta unos despachos a los que la hicieron entrar. Llamó a la puerta y esta se abrió dejándo salir a un hombre y una mujer de aire serio y presuntuoso que le lanzaron una mirada sonrienete y de superioridad. Tomó aire tragando saliva, tal vez si debería haberselo dicho a Eoghan, asomó la cabeza, nerviosa, temerosa de encontrar a alguien más como los que acababan de salir, en cambio, vio a un hombre de aire serio y una pareja elegante que miraba con aspecto preocupado a los que acababan de abandonar la sala.
- Esto... perdón.- murmuró dando un paso hacia delante bajándo la caperuza de su capa.- se que igual lo consideran una estupidez pero...- sacó la carta, que tenía algunas manchas de sangre, de un bolsillo.- me llegó esto anoche.- murmuró.- me hospedo en la posada cerca a la que se encontró el cuerpo de la chica y... estoy algo preocupada.- murmuró notando el suave brillo de su piel, intentando controlarlo.
Eléanör Gàlathiël
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Re: Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
Ely llevaba rara todo el día. Aunque su percepción de la joven elfa era de alguien muy calmada desde hacía un par de meses, a Eoghan de esta vuelta se le antojó que estaba comportándose de una forma un tanto extraña. Con tanto tiempo conociéndola, él sabía que por dentro seguía siendo un manojo de nervios pese a la comedida actitud que había aprendido a adoptar habitualmente... esta vez era muy distinto. Temblaba, no mantenía la mirada. De hecho cuando él intentó sostenerla, notó miedo en sus ojos y prisa por irse de allí. Algo había pasado. De todas maneras, ahora sabía a dónde se dirigía y podría ir a verla más tarde a ver si se le había pasado el agobio.
La vio salir por la puerta y suspiró, cogiendo sus cosas. Cargó con el pesado espadón que había comprado meses atrás y se puso la pesada cota de mallas junto al jubón de cuero y el guantelete armado que utilizaba para evitar resbalones en el pomo de la espada, y salió cerrando tras de sí con la llave. La metió en el doblillo de la chaquetilla de pieles curtidas y sus largos pasos se encaminaron hacia la calle, ni siquiera se iba a detener en desayunar aquel día. Había conseguido otro trabajo, y aunque no iba a necesitar su cota de mallas, ni la espada, llegó a tal punto tras lo que había pasado en cautiverio que se sentía mal si no la tenía encima o la llevaba consigo al menos en el petate. Y como era menos engorroso llevarla puesta que tener que desenredar luego la cota de mallas y el jubón, pues decidió llevarlo todo puesto.
Salió a la calle y miró entonces a ambos lados, dirigiendo sus zancadas hacia el barrio de los artesanos, donde había conseguido aquel trabajillo. Una expedición de mercenarios acababa de llegar de explorar unas viejas ruinas, y se encontraron con más de lo que podían masticar con simples armas de hierro, así que el herrero estaba bastante desbordado, y no pagaba del todo mal por arreglar hojas rotas, hachas dobladas o mazas agrietadas, más o menos quince aeros por arma que lograse arreglar. Era un chollazo, lo que hacía la gente por poder dormir por la noche sin tener que despertarse antes del canto del gallo... Bueno, a decir verdad, él podía entenderles bastante bien.
—¡Buenos días, señor Olfgason!- El herrero era un hombre corpulento, aunque no tan alto como él, también tenía un físico imponente; ancho de hombros, unos brazos que si se arrancaban bien podrían usarse como mangual por el constante repiquetear del martillo sobre el yunque, piel cicatrizada por quemaduras de la forja, y una calva brillante por el sudor, aunque manchada de hollín, así como lo hacía la espesa barba.
—¡Buen orbe sea para ti también, mozo! ¿Dispuesto a trabajar? Diez por las espadas, quince por las hachas y veinte por las mazas, ¿te parece bien? -El herrero le abrió la puertezuela al lado del mostrador. La herrería era un sitio pequeño, al menos la tienda. Una estancia simple de madera con algunas armas de exposición y escasas armaduras, mayormente protecciones menores como grebas, hombreras o alguna cota de malla. Eoghan pasó por la puertezuela, que luego el hombretón cerró tras él, y lo guió a la parte del taller, y amigo, aquello era otra historia.
La herrería en sí, como lugar de trabajo era notablemente más grande, y era obvio que aquel hombre acostumbraba a adoptar aprendices, pues tenía tres yunques, una forja y por cada yunque una piedra de afilar, varios paños, tenazas, martillos y aceiteras para pulir y engrasar mazas, armaduras y escudos. Mucho mejor que su trabajo habitual, desde luego.
—Así es, señor. Tráigame algunas piezas y me pondré manos a la obra ya mismo. -Respondió el muchacho mientras tomaba unas pinzas y empezaba a arrojar leña al fogón de la forja, que ya estaba ardiendo, pero no eran más que ascuas; tenía que incrementar el fuego. El herrero le trajo un cajón repleto de armas, aunque aquello probablemente solo era la punta del iceberg. Había de todo; hachas de guerra, hachas de batalla, hachas luengas, hachas de petos, espadas bastardas, largas... El joven creyó ver incluso un claymore en la pila de armas rotas. Soltó un suave silbido. —Por las barbas de Odín, ¿pero dónde se han metido?
El herrero se encogió de hombros.
—Por lo visto se metieron en unas ruinas protegiendo a un brujo de esos y acabaron peleándose con un puñetero troll. No es de extrañar que se les hayan roto las armas de esa manera, lo que me parece raro es que hayan vuelto todos de una pieza. Incluso el brujo. -Respondió el hombre con su atronadora voz, al tiempo que cogía a su vez leños y los tiraba a la forja para ayudar al chico.
Y así se pusieron manos a la obra. Eoghan empezó a calentar los filos de las espadas y a fundir lingotes. Bueno, no fundirlos, más bien calentarlos para que fueran moldeables. Lo que importaba en aquella circunstancia, era darle la forma indicada a las armas, y ya que era hierro, la temperatura de forja no era demasiado alta. En cuanto el lingote alcanzaba un tono rojizo o amarillento por el calor, lo retiraba y con las pinzas lo sujetaba en el yunque, que empezaba a martillear y a dar forma hasta que lograba darle la longitud requerida para una espada.
—Por cierto, muchacho, ¿has oído las habladurías? -Preguntó Olaf en voz alta, entre martilleo y martilleo, fogonazo de forja y suspiros de las brasas en el plato del horno.
—Mis oídos oyen muchas cosas, señor, ¿de qué se trata? -Preguntó el joven, que alzó la mirada para mirar al imponente hombretón y su reluciente calva.
—Se cuenta por ahí, o eso dicen las lenguas callejeras, que un desalmado ha asesinado a una muchacha cerca del distrito del mercado, y por lo visto no debe de ser la primera. -A Eoghan se le heló la sangre en los instantes posteriores al tiempo que su martillo de herrería caía sobre el trozo de metal candente, y éste, perteneciente al a hoja de la futura espada que estaba reforjando salió volando unos centímetros hasta acabar a los pies del horno. —Eh, vamos, no es tan extraño, es una ciudad grande. Es una pena, sí, pero la guardia estará ya en ello, seguro.
¿Sería eso por lo que Ely estuvo tan nerviosa? Ahora el preocupado lo era él. Miró hacia su cota de mallas y la espada que reposaban a la salida de la herrería y retomó la pieza de hierro aun caliente con las tenazas pensativo.
—Señor, lo lame- -El herrero sacudió la cabeza.
—Termina con esa espada y vete. Conozco tu mirada, la tuve en mis tiempos mozos cuando conocí a mi mujer, ¿me equivoco? Alguien que te importa te preocupa, lo entiendo. Termina eso cuanto antes, el trabajo seguirá aquí mañana cuando vuelvas. -Eoghan asintió, agradecido, y entonces empezó a forjar rápidamente la hoja tras reparar el trozo de hierro de nuevo. Lo bueno del hierro, era fácil de fundir, de moldear y de ensamblar las piezas una tras otra. Una vez dejó la hoja bien moldeada, la dejó sobre el cubo provocando un chirrido de vapor y metal enfriándose; y se armó rápidamente, saliendo como una exhalación por la puerta. Ni siquiera se molestó en colgar la espada al cinto; la llevaba agarrada por la hoja, justo bajo el guardamanos; sobre la vaina, claro. Era mucho más práctico para correr así.Iba a dirigirse a la posada, o al hospital. Bueno, iba a hacerlo en ese orden realmente, ella por suerte se tomaba las cosas con relativa calma aunque jamás perdía su puntualidad, pero entonces mientras salía del establecimiento del herrero, vio a la pelirroja caminar rápidamente hacia los cuarteles.
—¡Ely! ¡El-! -¡PLAF! un mulo lo tiró al suelo mientras corría, sus gritos ahogados por la multitud del mercado.
—¡Por las barbas de mis ancestros, lo siento chico! ¡Mimos se pone demasiado entusiasmado cuando le damos una zanahoria y...! -Pero Eoghan ni aceptó las disculpas ni las desoyó, solo se puso en marcha otra vez intentando dar alcance a la elfa... Solo para ver cómo se metía dentro del cuartel... Y a él no le dejaban pasar.
—¡Oh, venga ya! -Se quejó al guardia de la entrada, pero no le permitió el paso. ¡Maldita sea!
La vio salir por la puerta y suspiró, cogiendo sus cosas. Cargó con el pesado espadón que había comprado meses atrás y se puso la pesada cota de mallas junto al jubón de cuero y el guantelete armado que utilizaba para evitar resbalones en el pomo de la espada, y salió cerrando tras de sí con la llave. La metió en el doblillo de la chaquetilla de pieles curtidas y sus largos pasos se encaminaron hacia la calle, ni siquiera se iba a detener en desayunar aquel día. Había conseguido otro trabajo, y aunque no iba a necesitar su cota de mallas, ni la espada, llegó a tal punto tras lo que había pasado en cautiverio que se sentía mal si no la tenía encima o la llevaba consigo al menos en el petate. Y como era menos engorroso llevarla puesta que tener que desenredar luego la cota de mallas y el jubón, pues decidió llevarlo todo puesto.
Salió a la calle y miró entonces a ambos lados, dirigiendo sus zancadas hacia el barrio de los artesanos, donde había conseguido aquel trabajillo. Una expedición de mercenarios acababa de llegar de explorar unas viejas ruinas, y se encontraron con más de lo que podían masticar con simples armas de hierro, así que el herrero estaba bastante desbordado, y no pagaba del todo mal por arreglar hojas rotas, hachas dobladas o mazas agrietadas, más o menos quince aeros por arma que lograse arreglar. Era un chollazo, lo que hacía la gente por poder dormir por la noche sin tener que despertarse antes del canto del gallo... Bueno, a decir verdad, él podía entenderles bastante bien.
—¡Buenos días, señor Olfgason!- El herrero era un hombre corpulento, aunque no tan alto como él, también tenía un físico imponente; ancho de hombros, unos brazos que si se arrancaban bien podrían usarse como mangual por el constante repiquetear del martillo sobre el yunque, piel cicatrizada por quemaduras de la forja, y una calva brillante por el sudor, aunque manchada de hollín, así como lo hacía la espesa barba.
—¡Buen orbe sea para ti también, mozo! ¿Dispuesto a trabajar? Diez por las espadas, quince por las hachas y veinte por las mazas, ¿te parece bien? -El herrero le abrió la puertezuela al lado del mostrador. La herrería era un sitio pequeño, al menos la tienda. Una estancia simple de madera con algunas armas de exposición y escasas armaduras, mayormente protecciones menores como grebas, hombreras o alguna cota de malla. Eoghan pasó por la puertezuela, que luego el hombretón cerró tras él, y lo guió a la parte del taller, y amigo, aquello era otra historia.
La herrería en sí, como lugar de trabajo era notablemente más grande, y era obvio que aquel hombre acostumbraba a adoptar aprendices, pues tenía tres yunques, una forja y por cada yunque una piedra de afilar, varios paños, tenazas, martillos y aceiteras para pulir y engrasar mazas, armaduras y escudos. Mucho mejor que su trabajo habitual, desde luego.
—Así es, señor. Tráigame algunas piezas y me pondré manos a la obra ya mismo. -Respondió el muchacho mientras tomaba unas pinzas y empezaba a arrojar leña al fogón de la forja, que ya estaba ardiendo, pero no eran más que ascuas; tenía que incrementar el fuego. El herrero le trajo un cajón repleto de armas, aunque aquello probablemente solo era la punta del iceberg. Había de todo; hachas de guerra, hachas de batalla, hachas luengas, hachas de petos, espadas bastardas, largas... El joven creyó ver incluso un claymore en la pila de armas rotas. Soltó un suave silbido. —Por las barbas de Odín, ¿pero dónde se han metido?
El herrero se encogió de hombros.
—Por lo visto se metieron en unas ruinas protegiendo a un brujo de esos y acabaron peleándose con un puñetero troll. No es de extrañar que se les hayan roto las armas de esa manera, lo que me parece raro es que hayan vuelto todos de una pieza. Incluso el brujo. -Respondió el hombre con su atronadora voz, al tiempo que cogía a su vez leños y los tiraba a la forja para ayudar al chico.
Y así se pusieron manos a la obra. Eoghan empezó a calentar los filos de las espadas y a fundir lingotes. Bueno, no fundirlos, más bien calentarlos para que fueran moldeables. Lo que importaba en aquella circunstancia, era darle la forma indicada a las armas, y ya que era hierro, la temperatura de forja no era demasiado alta. En cuanto el lingote alcanzaba un tono rojizo o amarillento por el calor, lo retiraba y con las pinzas lo sujetaba en el yunque, que empezaba a martillear y a dar forma hasta que lograba darle la longitud requerida para una espada.
—Por cierto, muchacho, ¿has oído las habladurías? -Preguntó Olaf en voz alta, entre martilleo y martilleo, fogonazo de forja y suspiros de las brasas en el plato del horno.
—Mis oídos oyen muchas cosas, señor, ¿de qué se trata? -Preguntó el joven, que alzó la mirada para mirar al imponente hombretón y su reluciente calva.
—Se cuenta por ahí, o eso dicen las lenguas callejeras, que un desalmado ha asesinado a una muchacha cerca del distrito del mercado, y por lo visto no debe de ser la primera. -A Eoghan se le heló la sangre en los instantes posteriores al tiempo que su martillo de herrería caía sobre el trozo de metal candente, y éste, perteneciente al a hoja de la futura espada que estaba reforjando salió volando unos centímetros hasta acabar a los pies del horno. —Eh, vamos, no es tan extraño, es una ciudad grande. Es una pena, sí, pero la guardia estará ya en ello, seguro.
¿Sería eso por lo que Ely estuvo tan nerviosa? Ahora el preocupado lo era él. Miró hacia su cota de mallas y la espada que reposaban a la salida de la herrería y retomó la pieza de hierro aun caliente con las tenazas pensativo.
—Señor, lo lame- -El herrero sacudió la cabeza.
—Termina con esa espada y vete. Conozco tu mirada, la tuve en mis tiempos mozos cuando conocí a mi mujer, ¿me equivoco? Alguien que te importa te preocupa, lo entiendo. Termina eso cuanto antes, el trabajo seguirá aquí mañana cuando vuelvas. -Eoghan asintió, agradecido, y entonces empezó a forjar rápidamente la hoja tras reparar el trozo de hierro de nuevo. Lo bueno del hierro, era fácil de fundir, de moldear y de ensamblar las piezas una tras otra. Una vez dejó la hoja bien moldeada, la dejó sobre el cubo provocando un chirrido de vapor y metal enfriándose; y se armó rápidamente, saliendo como una exhalación por la puerta. Ni siquiera se molestó en colgar la espada al cinto; la llevaba agarrada por la hoja, justo bajo el guardamanos; sobre la vaina, claro. Era mucho más práctico para correr así.Iba a dirigirse a la posada, o al hospital. Bueno, iba a hacerlo en ese orden realmente, ella por suerte se tomaba las cosas con relativa calma aunque jamás perdía su puntualidad, pero entonces mientras salía del establecimiento del herrero, vio a la pelirroja caminar rápidamente hacia los cuarteles.
—¡Ely! ¡El-! -¡PLAF! un mulo lo tiró al suelo mientras corría, sus gritos ahogados por la multitud del mercado.
—¡Por las barbas de mis ancestros, lo siento chico! ¡Mimos se pone demasiado entusiasmado cuando le damos una zanahoria y...! -Pero Eoghan ni aceptó las disculpas ni las desoyó, solo se puso en marcha otra vez intentando dar alcance a la elfa... Solo para ver cómo se metía dentro del cuartel... Y a él no le dejaban pasar.
—¡Oh, venga ya! -Se quejó al guardia de la entrada, pero no le permitió el paso. ¡Maldita sea!
Eoghan Lothannor
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Re: Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
Un cuerpo descompuesto en los barrios pobres de la ciudad. Sin órganos, sin sangre, sin nada. ¿Qué clase de sádico era capaz de hacer semejante masacre? Lancé una mirada a Adie y alcé los hombros hacia ella – Cada vez nos traes cosas más raras, Cole. –bromeé, a pesar de que a nuestro bigotudo amigo prefería mantener la seriedad en el trabajo y frunció el ceño para mirarme.
Había muchos guardias en la escena del crimen, y luego estaban ellos, Fern y Dieter Ainsworth, la otra pareja de investigadores que en ocasiones parecían más esmerados en tratar de incordiarnos a Adie y a mí que en resolver sus propios casos. Los guardias se llevaban el cuerpo que ni nos dejaron analizar y, la pelirroja, Dieter, rápidamente sonrió para decirnos que ya tenían un sospechoso.
Me crucé de brazos y suspiré. -Lunargenta está en buenas manos con vosotros. – comenté con cierta ironía y una sonrisilla.
-Fern, ¿quién es el sospechoso del que habláis? – preguntó Cole a Fern.
-Nuestras investigaciones apuntan a un hombre que vive en el barrio residencial. – comentó el hombre de barba arreglada. – Sólo asesina mujeres de corta edad, a las que descuartiza, “firmando” en su antebrazo con una daga bajo el nombre de Jack. – relató aquel tipo que tan mal nos caía a Adie y a mí.
Un descuartizador de mujeres jóvenes suelto en Lunargenta. No era demasiado halagüeño desde luego. – Está bien. Dejad que Adie y yo le echemos un vistazo a la escena del crimen. – pedí a los guardias que allí había. Algo que no pareció gustar a la pareja, que rápidamente abandonó la sala. – Y procedimos a ascender las escaleras al piso superior del lugar. – Hoy no te alejes mucho de mí, ¿vale? – le ordené a mi querida y hermosa mujer haciéndola creer que no estaba preocupado porque ella reuniese las características para ser otra de las víctimas, y máxime tratándose de una guardia y con lo rencorosos que solían ser los asesinos.
Justo cuando llegamos al piso superior, sentimos como una joven elfa pelirroja apareció preocupada en la escena, diciendo que se había hospedado en una posada cercana a la escena del crimen, y nos mostró una carta que decía “Esta noche iré a por ti”. Miré a la joven de orejas puntiagudas. – Mujer, joven, guapa… - comenté, analizándola un poco por encima, esperaba que Adie no se enfadara por mi última apreciación. Sí. Aquella elfa guardaba todas las papeletas para ser una nueva víctima de nuestro querido Jack. Miré luego a Adie, pensando si debía decirle información al respecto y, por supuesto, era mejor, que ella no subiese hasta la escena y viera lo que había hecho el asesino con aquella joven.
-Tienes motivos para estarlo… - comenté a su estado de preocupación, tomándola por el hombro, luego giré mi vista de nuevo hacia Adie. – Adeline, ¿por qué no hablas tú con ella? Voy a echar un vistazo al piso superior. – le pedí a mi esposa. Ella era bastante más cariñosa y delicada que yo, sería mejor que ella se encargase de relatar nuestro curioso caso.
Por mi parte subí con Cole al piso superior, donde se había cometido la escena del crimen. Era un mar de sangre. Cielos. ¡Había sangre hasta en el techo! Era repugnante. Trozos de órganos corporales inidentificables. También vómitos recientes, procedentes de alguno de los guardias que viesen los vómitos por primera vez. ¿Qué clase de, no ya asesino, sino psicópata, era capaz de hacer semejante masacre con un cuerpo?
Me puse los guantes blancos reglamentarios y abrí los escritorios buscando algo que pudiese habérseles escapados a los queridos Fern y Dieter. Eran unos inútiles, seguro que se olvidaban de algo. Miré la cama teñida de rojo por completo y me agaché para ver si encontraba algo. Una cosa llamó mi atención a las patas de la cama. Limpié un poco la sangre y me agaché.
Tomé una pequeña esquirla de madera y una breve nota ensangrentadas, las cuales limpié cuidadosamente y miré con cuidado. - ¿Cómo se les ha podido escapar a esos dos incompetentes? Oh. Creo que yo mismo me he respondido. – le comenté a Cole con ironía, sacando un pequeño monóculo para leer la letra pequeña. Aquello era una lista con dos nombres Mary Jane Kelly, justo el nombre de la mujer que acababa de asesinar, aparecía tachado, y debajo de éste, aparecía otro nombre. Se lo enseñé a Cole y observé la esquirla de madera, de roble, por su forma no podía encajar con ninguna otra. Una vez le eché un vistazo a la misma volvimos a salir del lugar, junto a las chicas.
-Encontré esta astilla. Podría parecer una tontería, pero si os fijáis lleva el color amarillo del símbolo de la feria de la Luna Llena. – expliqué, enseñándole con el meñique a Adie el pequeño símbolo dorado. – Pertenece a los carros.
-¡Cielos! – exclamó Cole. – La feria va a actuar justo esta semana. Voy a bajar, ordenaré que se detengan todos los carromatos de la feria - instó Cole, bajando las escaleras como un loco, donde había un guardia reteniendo a un tipo rubio que casi se lo comía por querer entrar.
-Ah, y una cosa más. – comenté, todavía en las escaleras, ahora mirando a la elfa. – Eléanor Gálathiel, ¿no? – pregunté mirando el papel con extrañeza, sin saber su nombre, aunque deduciéndolo por lo que nos había mostrado ella y lo que encontré en la escena del crimen. – Eres la siguiente víctima de nuestro querido amigo Jack el destripador. – informé, y dejé que fuese Adie quien realizara las preguntas.
Había muchos guardias en la escena del crimen, y luego estaban ellos, Fern y Dieter Ainsworth, la otra pareja de investigadores que en ocasiones parecían más esmerados en tratar de incordiarnos a Adie y a mí que en resolver sus propios casos. Los guardias se llevaban el cuerpo que ni nos dejaron analizar y, la pelirroja, Dieter, rápidamente sonrió para decirnos que ya tenían un sospechoso.
Me crucé de brazos y suspiré. -Lunargenta está en buenas manos con vosotros. – comenté con cierta ironía y una sonrisilla.
-Fern, ¿quién es el sospechoso del que habláis? – preguntó Cole a Fern.
-Nuestras investigaciones apuntan a un hombre que vive en el barrio residencial. – comentó el hombre de barba arreglada. – Sólo asesina mujeres de corta edad, a las que descuartiza, “firmando” en su antebrazo con una daga bajo el nombre de Jack. – relató aquel tipo que tan mal nos caía a Adie y a mí.
Un descuartizador de mujeres jóvenes suelto en Lunargenta. No era demasiado halagüeño desde luego. – Está bien. Dejad que Adie y yo le echemos un vistazo a la escena del crimen. – pedí a los guardias que allí había. Algo que no pareció gustar a la pareja, que rápidamente abandonó la sala. – Y procedimos a ascender las escaleras al piso superior del lugar. – Hoy no te alejes mucho de mí, ¿vale? – le ordené a mi querida y hermosa mujer haciéndola creer que no estaba preocupado porque ella reuniese las características para ser otra de las víctimas, y máxime tratándose de una guardia y con lo rencorosos que solían ser los asesinos.
Justo cuando llegamos al piso superior, sentimos como una joven elfa pelirroja apareció preocupada en la escena, diciendo que se había hospedado en una posada cercana a la escena del crimen, y nos mostró una carta que decía “Esta noche iré a por ti”. Miré a la joven de orejas puntiagudas. – Mujer, joven, guapa… - comenté, analizándola un poco por encima, esperaba que Adie no se enfadara por mi última apreciación. Sí. Aquella elfa guardaba todas las papeletas para ser una nueva víctima de nuestro querido Jack. Miré luego a Adie, pensando si debía decirle información al respecto y, por supuesto, era mejor, que ella no subiese hasta la escena y viera lo que había hecho el asesino con aquella joven.
-Tienes motivos para estarlo… - comenté a su estado de preocupación, tomándola por el hombro, luego giré mi vista de nuevo hacia Adie. – Adeline, ¿por qué no hablas tú con ella? Voy a echar un vistazo al piso superior. – le pedí a mi esposa. Ella era bastante más cariñosa y delicada que yo, sería mejor que ella se encargase de relatar nuestro curioso caso.
Por mi parte subí con Cole al piso superior, donde se había cometido la escena del crimen. Era un mar de sangre. Cielos. ¡Había sangre hasta en el techo! Era repugnante. Trozos de órganos corporales inidentificables. También vómitos recientes, procedentes de alguno de los guardias que viesen los vómitos por primera vez. ¿Qué clase de, no ya asesino, sino psicópata, era capaz de hacer semejante masacre con un cuerpo?
Me puse los guantes blancos reglamentarios y abrí los escritorios buscando algo que pudiese habérseles escapados a los queridos Fern y Dieter. Eran unos inútiles, seguro que se olvidaban de algo. Miré la cama teñida de rojo por completo y me agaché para ver si encontraba algo. Una cosa llamó mi atención a las patas de la cama. Limpié un poco la sangre y me agaché.
Tomé una pequeña esquirla de madera y una breve nota ensangrentadas, las cuales limpié cuidadosamente y miré con cuidado. - ¿Cómo se les ha podido escapar a esos dos incompetentes? Oh. Creo que yo mismo me he respondido. – le comenté a Cole con ironía, sacando un pequeño monóculo para leer la letra pequeña. Aquello era una lista con dos nombres Mary Jane Kelly, justo el nombre de la mujer que acababa de asesinar, aparecía tachado, y debajo de éste, aparecía otro nombre. Se lo enseñé a Cole y observé la esquirla de madera, de roble, por su forma no podía encajar con ninguna otra. Una vez le eché un vistazo a la misma volvimos a salir del lugar, junto a las chicas.
-Encontré esta astilla. Podría parecer una tontería, pero si os fijáis lleva el color amarillo del símbolo de la feria de la Luna Llena. – expliqué, enseñándole con el meñique a Adie el pequeño símbolo dorado. – Pertenece a los carros.
-¡Cielos! – exclamó Cole. – La feria va a actuar justo esta semana. Voy a bajar, ordenaré que se detengan todos los carromatos de la feria - instó Cole, bajando las escaleras como un loco, donde había un guardia reteniendo a un tipo rubio que casi se lo comía por querer entrar.
-Ah, y una cosa más. – comenté, todavía en las escaleras, ahora mirando a la elfa. – Eléanor Gálathiel, ¿no? – pregunté mirando el papel con extrañeza, sin saber su nombre, aunque deduciéndolo por lo que nos había mostrado ella y lo que encontré en la escena del crimen. – Eres la siguiente víctima de nuestro querido amigo Jack el destripador. – informé, y dejé que fuese Adie quien realizara las preguntas.
Newton Lovelane
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Re: Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
Bastante malo era tener que tratar con un asesino tan siniestro, como para todavía sumarle el hecho de toparse con aquel par. Desde que tenía memoria, podía recordarlos entrometiéndose en sus investigaciones y siendo una piedra de tropiezo constante, al punto en que varias veces Newt había tenido que detenerla para que no se lanzara a sacarles los ojos. Sea como sea, no había manera de explicar su presencia en la escena del crimen, ni del hecho de que tan fácilmente habían conseguido dar con un posible sospechoso. Algo no le cuadraba en aquella situación, pero desgraciadamente no tenía manera de confirmar sus sospechas, al menos por el momento.
Cole no parecía muy contento con la situación y no dudaba en dejarlo en claro al interrogar a Fern con cierta desconfianza, siendo respondido inmediatamente por el esposo de ésta. Addie no escondió el fastidio que le suponía escuchar a Dieter hablar, siempre con ese tono de arrogancia y superioridad en su voz. Realmente le costaba trabajo entender cómo es que en su juventud llegó a sentir algo por ese sujeto, pues, ciertamente ella llegó a idolatrarlo inmensamente, al punto que incluso consideró casarse con él. Afortunadamente había sido nombrada compañera de Newt y toda su vida tomó un destino mucho mejor del esperado; aun así, había momentos en que se sentía asediada por aquel hombre, como en esos momentos. Miró a su marido, quien solicitó que les permitieran echar un vistazo a la escena del crimen y esperó que los otros investigadores pusieran negativas y protestas, pero curiosamente no parecieron darles mucha importancia.
—Me complace verte de nuevo, Addie —Dieter se acercó a ella, inclinándose un poco para propinarle un beso en la mano—. Nos veremos de nuevo, hermosa Black.
La mujer no se molestó en ocultar el gesto de repulsión que le causó tal acción por parte de ese hombre; tanto que, cuando este abandonó el lugar, ella no dudó en limpiarse la mano en la ropa de su esposo, buscando eliminar los asquerosos residuos de ADN que habían dejado sobre su piel y maldiciéndole mentalmente por lo que había hecho, especialmente por el hecho de insistir en llamarla por su apellido de soltera.
— ¿Por qué me separaría de ti? —Sonrió, tratando de renovar su ánimo, siguiendo a Newt por las escaleras que los llevarían al segundo piso—. ¿Temes que pueda abandonarte por alguien más? —Le bromeó, recordando la asquerosa escena anterior y buscando restarle importancia—. Es muy tarde para ponerte celoso, ¿no crees?
Le guiñó el ojo de forma jocosa. No perdía la oportunidad de molestarlo, aunque, en el fondo le intrigaba saber el motivo de tan extraña petición. Decidió no darle mucha importancia y así concentrarse en lo que estaba ocurriendo con aquel caso. Una hermosa elfa de cabellos rojizos no tardó en aparecer en aquella tétrica escena, mostrando un semblante bastante preocupado y sosteniendo entre sus dedos una nota en la cual se expresaba que ella estaba en peligro.
Newt le pidió que se quedara con la joven, mientras él se disponía a investigar más a fondo la escena del crimen, a lo cual solo atinó a asentir, pues la joven se veía un tanto asustada y no sería conveniente dejarla sola después de tan tortuoso descubrimiento. La mujer acompañó a la joven hasta un lugar menos funesto, reconfortándole con palabras amables y buscando la manera de hacerla sentir un poco más segura. No sabía a qué se estaban enfrentando, pero había muchas piezas en ese puzle que no encajaban, como la intervención de los Ainsworth y la supuesta facilidad con la que habían dado con un sospechoso. Definitivamente su instinto le decía que no había manera de que confiara en ellos.
Sus ojos giraron instintivamente al escuchar la voz de su esposo y arqueó una ceja dubitativa, acomodando todas las ideas de su cabeza para que aquel crimen cobrara un poco de sentido. La pista que Newt había encontrado parecía ser bastante valiosa, pero la cereza del pastel fue la afirmación de que la joven efectivamente sería la siguiente víctima del asesino y, aunque quisiera, no podía afirmar que el sospechoso de Fern y Dieter fuese realmente el perpetrador de tan brutal acto.
—Te protegeremos —aseguró, tomándole el brazo en un gesto de amabilidad—, pero antes tienes que decirnos si has visto a alguien sospechoso, o si te has sentido asediada por alguien —hizo una pausa—. Tal vez hayas presenciado alguna actividad fuera de lo usual. Toda información que puedas darnos nos ayudara —dirigió su mirada buscando a su colega, viéndolo tratar un asunto con un guardia y un joven rubio—. Sería una buena idea echar un vistazo a la feria —regresó su vista a la joven— y lo mejor será que no nos separemos de ti —esta vez habló con su esposo—. No confío en ellos, Newt.
Él sabría exactamente a quienes se refería, pero no podía expresarlo a viva voz, cuando había algunos guardias ahí que podrían arruinar sus planes de investigar más a fondo a la otra pareja. Además, tenían una prioridad que era proteger a la elfa y sin importar cuanto quisiesen, no tenían permiso para meterse de lleno en el caso de los Ainsworth, pues, ante todo, ellos eran quienes llevaban las de ganar y eso la hastiaba.
—Cole —lo llamó con amabilidad—. ¿Qué tan viable es que investiguemos los carromatos?
—Fern y Dieter están a cargo del caso, Addie —el hombre realmente no estaba contento con aquello—. Como su superior no puedo permitirme saber que ustedes se encuentran investigando por su cuenta —Adeline sonrió ligeramente, entendiendo el mensaje de su amigo.
—Entonces no tenemos nada más que hacer aquí —fingió con un gesto fastidiado y guio a la elfa hacia la salida, virando su rostro para dirigirle unas últimas palabras a su colega—. Después hay algo que tenemos que tratar —Cole asintió, manteniendo su postura frente a los demás guardias, mientras Addie escudriñaba al joven rubio al que aún no dejaban pasar y quien se encontraba bloqueando la entrada—. ¿Hay algún problema, joven?
Cole no parecía muy contento con la situación y no dudaba en dejarlo en claro al interrogar a Fern con cierta desconfianza, siendo respondido inmediatamente por el esposo de ésta. Addie no escondió el fastidio que le suponía escuchar a Dieter hablar, siempre con ese tono de arrogancia y superioridad en su voz. Realmente le costaba trabajo entender cómo es que en su juventud llegó a sentir algo por ese sujeto, pues, ciertamente ella llegó a idolatrarlo inmensamente, al punto que incluso consideró casarse con él. Afortunadamente había sido nombrada compañera de Newt y toda su vida tomó un destino mucho mejor del esperado; aun así, había momentos en que se sentía asediada por aquel hombre, como en esos momentos. Miró a su marido, quien solicitó que les permitieran echar un vistazo a la escena del crimen y esperó que los otros investigadores pusieran negativas y protestas, pero curiosamente no parecieron darles mucha importancia.
—Me complace verte de nuevo, Addie —Dieter se acercó a ella, inclinándose un poco para propinarle un beso en la mano—. Nos veremos de nuevo, hermosa Black.
La mujer no se molestó en ocultar el gesto de repulsión que le causó tal acción por parte de ese hombre; tanto que, cuando este abandonó el lugar, ella no dudó en limpiarse la mano en la ropa de su esposo, buscando eliminar los asquerosos residuos de ADN que habían dejado sobre su piel y maldiciéndole mentalmente por lo que había hecho, especialmente por el hecho de insistir en llamarla por su apellido de soltera.
— ¿Por qué me separaría de ti? —Sonrió, tratando de renovar su ánimo, siguiendo a Newt por las escaleras que los llevarían al segundo piso—. ¿Temes que pueda abandonarte por alguien más? —Le bromeó, recordando la asquerosa escena anterior y buscando restarle importancia—. Es muy tarde para ponerte celoso, ¿no crees?
Le guiñó el ojo de forma jocosa. No perdía la oportunidad de molestarlo, aunque, en el fondo le intrigaba saber el motivo de tan extraña petición. Decidió no darle mucha importancia y así concentrarse en lo que estaba ocurriendo con aquel caso. Una hermosa elfa de cabellos rojizos no tardó en aparecer en aquella tétrica escena, mostrando un semblante bastante preocupado y sosteniendo entre sus dedos una nota en la cual se expresaba que ella estaba en peligro.
Newt le pidió que se quedara con la joven, mientras él se disponía a investigar más a fondo la escena del crimen, a lo cual solo atinó a asentir, pues la joven se veía un tanto asustada y no sería conveniente dejarla sola después de tan tortuoso descubrimiento. La mujer acompañó a la joven hasta un lugar menos funesto, reconfortándole con palabras amables y buscando la manera de hacerla sentir un poco más segura. No sabía a qué se estaban enfrentando, pero había muchas piezas en ese puzle que no encajaban, como la intervención de los Ainsworth y la supuesta facilidad con la que habían dado con un sospechoso. Definitivamente su instinto le decía que no había manera de que confiara en ellos.
Sus ojos giraron instintivamente al escuchar la voz de su esposo y arqueó una ceja dubitativa, acomodando todas las ideas de su cabeza para que aquel crimen cobrara un poco de sentido. La pista que Newt había encontrado parecía ser bastante valiosa, pero la cereza del pastel fue la afirmación de que la joven efectivamente sería la siguiente víctima del asesino y, aunque quisiera, no podía afirmar que el sospechoso de Fern y Dieter fuese realmente el perpetrador de tan brutal acto.
—Te protegeremos —aseguró, tomándole el brazo en un gesto de amabilidad—, pero antes tienes que decirnos si has visto a alguien sospechoso, o si te has sentido asediada por alguien —hizo una pausa—. Tal vez hayas presenciado alguna actividad fuera de lo usual. Toda información que puedas darnos nos ayudara —dirigió su mirada buscando a su colega, viéndolo tratar un asunto con un guardia y un joven rubio—. Sería una buena idea echar un vistazo a la feria —regresó su vista a la joven— y lo mejor será que no nos separemos de ti —esta vez habló con su esposo—. No confío en ellos, Newt.
Él sabría exactamente a quienes se refería, pero no podía expresarlo a viva voz, cuando había algunos guardias ahí que podrían arruinar sus planes de investigar más a fondo a la otra pareja. Además, tenían una prioridad que era proteger a la elfa y sin importar cuanto quisiesen, no tenían permiso para meterse de lleno en el caso de los Ainsworth, pues, ante todo, ellos eran quienes llevaban las de ganar y eso la hastiaba.
—Cole —lo llamó con amabilidad—. ¿Qué tan viable es que investiguemos los carromatos?
—Fern y Dieter están a cargo del caso, Addie —el hombre realmente no estaba contento con aquello—. Como su superior no puedo permitirme saber que ustedes se encuentran investigando por su cuenta —Adeline sonrió ligeramente, entendiendo el mensaje de su amigo.
—Entonces no tenemos nada más que hacer aquí —fingió con un gesto fastidiado y guio a la elfa hacia la salida, virando su rostro para dirigirle unas últimas palabras a su colega—. Después hay algo que tenemos que tratar —Cole asintió, manteniendo su postura frente a los demás guardias, mientras Addie escudriñaba al joven rubio al que aún no dejaban pasar y quien se encontraba bloqueando la entrada—. ¿Hay algún problema, joven?
Adeline Lovelane
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Re: Un trabajo para profesionales [Libre] [5/5]
Para su fortuna, no la tomaron por loca. Un hombre y una mujer que allí estaban se acercaron a ella y observaron la nota que sostenía con detenimiento y curiosidad. El hombre la miró de arriba a bajo tras leer la nota, y comenzó a enumerar, haciendola ponerse más nerviosa si cabía, y logrando que, a pesar del miedo, llegara a sus pálidas mejillas un leve sonrojo. Mujer, joven, juapa, parecía una enumeración de características que podían verse a simple vista, más como un examen médico que un cumplido, y eso hizo que se calmase un poco. No acostumbraba a tratar con hombres, y bastante miedo tenía ya sobre su espalda para sumarle a este el de hablar con desconocidos.
Había esperado, al llegar allí, que le dieran esperanza, le dijeran que no había razones para asustarse o preocuparse de modo alguno, que la mandasen a casa con la seguridad de que no iba a sucederle nada, pero las palabras del hombre hicieron el efecto contrario y el brillo tenue de su piel se volvió mayor, el miedo comenzaba a controlarla. Quería buscar a Eoghan, pedirle perdón por haberle ocultado información y abrazarlo hasta dejar de temblar. No había querido preocuparle, no soportaba pensar que era una carga y depender siempre de él, pero llegado el momento, al final, solo se sentía segura a su lado, y lo lamentaba profundamente, porque eso implicaba que siempre le metería en problemas y le pondría en peligro.
Se quedó a solas con la mujer mientras el hombre se alejaba bajo la atenta mirada de la guarda, que pronto la miró de nuevo a ella, intentando transmitirle calma y seguridad. La elfa, aun intranquila, asintió mirando a su alrededor, quería salir corriendo. Le temblaban las manos de un modo que, desde la desaparición de Eoghan, no lo habían hecho. Durante los meses de ausencia había llegado a adquirir cierta fuerza de caracter y algo de resistencia ante los problemas, pero una amenaza de muerte semejante podría poner nervioso al más valeroso de los guerreros, ni hablar de una elfa que a penas haía salido un año atrás de su hogar.
Tomó aire nerviosa, intentando recordar algo que le dira pistas, repasó en un instante los movimientos de los últimos días, pero no había nada, había estado tan en las nubes por la felicidad de haber recuperado a su herrero que no había sido capaz de observar nada, y, si lo había hecho, se había olvidado tan pronto como había girado la vista para volver a mirar al chico. Por lo que, no pudo por más que negar con la cabeza y responder con ojos llorosos sin dejarse vencer totalmente por e pánico.
- No he visto nada.- se retiró, nerviosa, el pelo, dejándo entre ver una de sus puntiagudas y adorable orejas.- yo... no se nada, ayer volví de la biblioteca a mi dormitorio de la posada y estaba la nota, nadie sabía nada, no habían visto subir a nadie, pensé que sería cosa de niños pero...- se cubrió la boca con las manos, nerviosa e intentó respirar hondo.
Su conversación pronto se vio cortada, parecía que no les dejaban investigar la feria ambulante que comenzaba a prepararse en la plaza de Lunargenta, y no tardo en reaparecer el hombre que había tomado su nota para marcharse en busca de más pistas. Escuchó su nombre claro y conciso, de sus labios, y asintió nerviosa, preguntandose como era posible que supiera su nombre. Pero no tuvo que preguntar, el hombre le dijo la respuesta sin necesidad de que ella cuestionara nada, haciéndola palidecer. No eran sospechas, si no realidades, iba a morir esa noche.
Salió escoltada por ambos al patio de armas, temblando, aterrorizada, No quería morir, no quería dejar por hacer todo lo que tenía empezado. Había encontrado a Eoghan, quería pasar más tiempo con él, ayudarle a sanar su corazón herido por lo que le hubiera pasado durante los seis meses alejados, quería encontrar a su hermano, ayudarlo, si no a volver a su pueblo, a que le perdonasen un pecado del que no era culpable, nadie tenía la culpa de nacer, después de todo. Pero si moría esa noche, de nada le serviría desear sobrevivir, porque, al final, acabaría tan muerta como la joven del callejón.
Abstraida como iba, no notó que bloqueaban la puerta hasta que la mujer que la acompañaba hizo llamar la atención sobre ello. Ely, entristecida por su posible destino, alzó la vista y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas. Eoghan. ¿Qué hacía allí? Corrió esquivando las tres o cuatro personas que la precedían y se lanzó a los brazos del guerrero, temblando, llorosa. ¿Cómo? ¿cómo hacía ese chico para estar allí siempre que se sentía nerviosa, asustada o triste? Podría ser el destino, la casualidad, o la fortuna, fuera como fuere, la joven elfa no podía estar más agradecida. Siempre que lo necesitaba, aparecía frente a ella, como por arte de magia, como si sintiera su incertidumbre y su zozobra, y llegase a rescatarla, a abrazarla y a convencerla, solo con su mera presencia, de que todo saldría bien.
- Perdoname...- pidió llorando, alzándo sus ojos lagrimosos, de los que se derramaba, finalmente, el agua salada, a los de Eoghan.- Lo siento, no quería preocuparte, no quería que volvieras a correr peligro por mi culpa...- volvió a esconder la cabeza en su pecho, al final, sus buenas intenciones habían quedado en nada, porque solo había conseguido metirle a la persona que más le importaba en ese momento, para, al final, que su esfuerzo callese en saco roto. Tras unos minutos que se le hicieron demasiado cortos, logró calmarse lo bastante como para volver a sacar la nota que le había sido devuelta.- no quería decirtelo, porque sabía que te preocuparías, y no sabía si era algo de lo que asustarse realmente, pero...
Tembló nuevament ey el tenue brillo de su piel indicó que el meido volvía a ella, mientras apretaba los labios intentando retener, de nuevo, las lágrimas de pánico. La guardia investigaba, pero a penas podían hacer algún movimiento, y la noche se acercaba cada vez más. Las agujas del relos se clavaban como puñales a cada segundo que pasaban, le quedaban menos de veinticuatro horas. Tomó, respirando hondo, la mano de Eoghan, sabiendo que la escena había sido confusa y que no era capaz de hablar ni explicarse de forma adecuada, en ese momento, en el que tan poco tiempo parecía quedarle, le importaba poco todo lo demás, solo quería intentar sobrevivir, y, por si no lo lograba, pasar tanto tiempo como le fuera posible con el herrero, con su herrero.
Había esperado, al llegar allí, que le dieran esperanza, le dijeran que no había razones para asustarse o preocuparse de modo alguno, que la mandasen a casa con la seguridad de que no iba a sucederle nada, pero las palabras del hombre hicieron el efecto contrario y el brillo tenue de su piel se volvió mayor, el miedo comenzaba a controlarla. Quería buscar a Eoghan, pedirle perdón por haberle ocultado información y abrazarlo hasta dejar de temblar. No había querido preocuparle, no soportaba pensar que era una carga y depender siempre de él, pero llegado el momento, al final, solo se sentía segura a su lado, y lo lamentaba profundamente, porque eso implicaba que siempre le metería en problemas y le pondría en peligro.
Se quedó a solas con la mujer mientras el hombre se alejaba bajo la atenta mirada de la guarda, que pronto la miró de nuevo a ella, intentando transmitirle calma y seguridad. La elfa, aun intranquila, asintió mirando a su alrededor, quería salir corriendo. Le temblaban las manos de un modo que, desde la desaparición de Eoghan, no lo habían hecho. Durante los meses de ausencia había llegado a adquirir cierta fuerza de caracter y algo de resistencia ante los problemas, pero una amenaza de muerte semejante podría poner nervioso al más valeroso de los guerreros, ni hablar de una elfa que a penas haía salido un año atrás de su hogar.
Tomó aire nerviosa, intentando recordar algo que le dira pistas, repasó en un instante los movimientos de los últimos días, pero no había nada, había estado tan en las nubes por la felicidad de haber recuperado a su herrero que no había sido capaz de observar nada, y, si lo había hecho, se había olvidado tan pronto como había girado la vista para volver a mirar al chico. Por lo que, no pudo por más que negar con la cabeza y responder con ojos llorosos sin dejarse vencer totalmente por e pánico.
- No he visto nada.- se retiró, nerviosa, el pelo, dejándo entre ver una de sus puntiagudas y adorable orejas.- yo... no se nada, ayer volví de la biblioteca a mi dormitorio de la posada y estaba la nota, nadie sabía nada, no habían visto subir a nadie, pensé que sería cosa de niños pero...- se cubrió la boca con las manos, nerviosa e intentó respirar hondo.
Su conversación pronto se vio cortada, parecía que no les dejaban investigar la feria ambulante que comenzaba a prepararse en la plaza de Lunargenta, y no tardo en reaparecer el hombre que había tomado su nota para marcharse en busca de más pistas. Escuchó su nombre claro y conciso, de sus labios, y asintió nerviosa, preguntandose como era posible que supiera su nombre. Pero no tuvo que preguntar, el hombre le dijo la respuesta sin necesidad de que ella cuestionara nada, haciéndola palidecer. No eran sospechas, si no realidades, iba a morir esa noche.
Salió escoltada por ambos al patio de armas, temblando, aterrorizada, No quería morir, no quería dejar por hacer todo lo que tenía empezado. Había encontrado a Eoghan, quería pasar más tiempo con él, ayudarle a sanar su corazón herido por lo que le hubiera pasado durante los seis meses alejados, quería encontrar a su hermano, ayudarlo, si no a volver a su pueblo, a que le perdonasen un pecado del que no era culpable, nadie tenía la culpa de nacer, después de todo. Pero si moría esa noche, de nada le serviría desear sobrevivir, porque, al final, acabaría tan muerta como la joven del callejón.
Abstraida como iba, no notó que bloqueaban la puerta hasta que la mujer que la acompañaba hizo llamar la atención sobre ello. Ely, entristecida por su posible destino, alzó la vista y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas. Eoghan. ¿Qué hacía allí? Corrió esquivando las tres o cuatro personas que la precedían y se lanzó a los brazos del guerrero, temblando, llorosa. ¿Cómo? ¿cómo hacía ese chico para estar allí siempre que se sentía nerviosa, asustada o triste? Podría ser el destino, la casualidad, o la fortuna, fuera como fuere, la joven elfa no podía estar más agradecida. Siempre que lo necesitaba, aparecía frente a ella, como por arte de magia, como si sintiera su incertidumbre y su zozobra, y llegase a rescatarla, a abrazarla y a convencerla, solo con su mera presencia, de que todo saldría bien.
- Perdoname...- pidió llorando, alzándo sus ojos lagrimosos, de los que se derramaba, finalmente, el agua salada, a los de Eoghan.- Lo siento, no quería preocuparte, no quería que volvieras a correr peligro por mi culpa...- volvió a esconder la cabeza en su pecho, al final, sus buenas intenciones habían quedado en nada, porque solo había conseguido metirle a la persona que más le importaba en ese momento, para, al final, que su esfuerzo callese en saco roto. Tras unos minutos que se le hicieron demasiado cortos, logró calmarse lo bastante como para volver a sacar la nota que le había sido devuelta.- no quería decirtelo, porque sabía que te preocuparías, y no sabía si era algo de lo que asustarse realmente, pero...
Tembló nuevament ey el tenue brillo de su piel indicó que el meido volvía a ella, mientras apretaba los labios intentando retener, de nuevo, las lágrimas de pánico. La guardia investigaba, pero a penas podían hacer algún movimiento, y la noche se acercaba cada vez más. Las agujas del relos se clavaban como puñales a cada segundo que pasaban, le quedaban menos de veinticuatro horas. Tomó, respirando hondo, la mano de Eoghan, sabiendo que la escena había sido confusa y que no era capaz de hablar ni explicarse de forma adecuada, en ese momento, en el que tan poco tiempo parecía quedarle, le importaba poco todo lo demás, solo quería intentar sobrevivir, y, por si no lo lograba, pasar tanto tiempo como le fuera posible con el herrero, con su herrero.
Eléanör Gàlathiël
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