El encargo del día [Libre][3/4]
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El encargo del día [Libre][3/4]
La habitación era circular. Estantes repletos de frascos, viales, gemas, cajas, pergaminos y una multitud de objetos tan llamativos como extraños decoraba las paredes. Un ventanal permitía que la luz penetrase en la sala, dando un atisbo de vida a las decenas de libros polvorientos que se agrupaban en un viejo librero de roble, casi tan alto como el techo.
Una mesa circular de piedra se alzaba en el centro de lo que el maestro Brigham Fulton llamaba "el laboratorio". Un cuenco de hierro bajo y ancho apoyado en la mesa contenía arena que parecía estar hecha de oro.
— Siente la arena.
Ralgarin hundió la mano en el recipiente y apreció una suavidad que le recordó a la seda, acompañada de una sensación cálida. Cuando levantó el brazo notó un polvillo dorado que se extendía desde la muñeca hasta la punta de los dedos.
— Se siente bien, ¿cierto? La llaman "polvareda midgariana". Se crea cuando se intenta transmutar un mikako midgariano en arena, de ahí el nombre. — Brigham sonrió. — Tiene propiedades mágicas únicas y, como podrás adivinar, se vende a un muy alto precio.
— Divertido. Pero… ¿por qué el mikako no se transforma simplemente en arena? Después de todo es una transmutación, ¿no? — Preguntó el joven. Un mechón plateado le caía entre los ojos. Estos, hipnotizados por la intrigante sustancia que centelleaba al contacto de la luz entrante.
— Buena pregunta. — Hizo un gesto con los dedos y un libro gordo, de páginas parduscas, se acercó a ellos levitando. Se abrió hacia el rostro del mentor y el alumno, las hojas girando por sí solas hasta detenerse en una página cargada de texto. — Perdíl la llamó Transmutación Imperfecta. Una sustancia se transforma en otra manteniendo algunas características de la esencia de su forma original. — Mientras hablaba se acariciaba con una mano la gruesa barba castaña, que le nacía en el bigote y caía en su esternón, y con la otra señalaba las palabras escritas en el libro flotante. — La Transmutación Imperfecta es un método para alcanzar elementos cuasi imposibles de encontrar en la naturaleza. Es una técnica avanzada que no cualquier alquimista puede realizar.
El maestro Fulton volvió a mover sus dedos y el libro se cerró, volviendo al librero. A lo largo del lomo de cuero se leía en tinta color cobre: «Secretos de la esencia, un estudio de las conversiones alquímicas. Por Perdíl Tinedes».
El brujo asintió mirando a su mentor. Hizo todo lo posible porque las palabras se le quedaran grabadas en la memoria.
— ¿Y qué haremos con eso? — dijo, señalando con el mentón a esa extraña especie de arena mágica.
— ¿Tú? Ahora nada. Hay solución de linfa en el estante detrás tuyo, quítate ese polvillo. La polvareda midgariana tiene la propiedad de ser muy… volátil. Una chispa es suficiente para que nazca un fuego explosivo que puede arder por años. — Arqueó las cejas, recordando la primera vez que vio una polvareda en llamas. — Si eso en tu mano se enciende perderás el brazo entero en segundos.
Ralgarin obedeció, refunfuñando y entretenido a la vez. A pesar de que no estaba de acuerdo en ser constantemente expuesto a sustancias peligrosas, le gustaban los riesgos. Tomó aquel vial en el que descansaba una infusión translúcida de color blanco y vertió el contenido en su antebrazo, dejándole deslizarse por la piel de la mano hasta terminar en un balde en el suelo. La solución de linfa era una mezcla de leche, agua y sales minerales capaz de diluir casi cualquier sustancia y neutralizar sus efectos mágicos.
— Dime, muchacho, entonces. ¿Cuál es la diferencia entre la transmutación y la alteración de la materia?
— Eso es obvio. La transmutación es un… es un… — Parpadeó varias veces intentando recordar. Lo habían mencionado apenas unas pocas horas antes, ¿por qué le costaba recordarlo? — es un proceso alquímico que cambia la naturaleza de una sustancia por la de otra. Por otro lado, la alteración de la materia es un efecto temporal que los brujos que dominan la magia de la conjuración son capaces de causar. La transmutación es permanente y proviene de la escuela de la Alquimia; muy distinta de la alteración, que proviene de la escuela de la Conjuración y sus efectos son temporales.
— ¡Brillante! — exclamó el maestro Fulton. Los ojos le brillaban con una alegría particular cada vez que Ralgarin hablaba como si él mismo fuese un maestro, y era entonces que Brigham se daba cuenta de que su alumno ya no era el niñito asustado que había recibido en su hogar diez años atrás. Ahora estaba frente a un hombre hecho y derecho.
— Ahora, Ralg, tu encargo del día. — Hizo un ademán con la mano y un frasco de cristal se alzó desde alguno de los estantes que colmaban los muros del laboratorio. Una vez se posó sobre la mesa junto a la polvareda midgariana, esta última flotó desde el cuenco metálico en el que estaba hasta dentro del recipiente cristalino.
Cuando Brigham lo hubo tapado con corcho, apoyó la palma de la mano en una de las paredes del frasco mientras observaba su contenido áureo. Tanto el vidrio como el corcho comenzaron a tomar un aspecto metálico. El cristal perdió su transparencia y dio paso al brillo característico del acero.
— La polvareda midgariana es para una cliente. El encantamiento que apliqué en el frasco lo ha transformado en acero, así estaremos seguros de que si tienes uno de tus tropiezos no perdamos la polvareda midgariana ni causes otra catástrofe en el mercado de la ciudad. Aunque el hechizo no durará más de dos o tres horas; sé rápido. — Hablaba lento pero con voz fuerte, el tono suave que el maestro usaba cuando daba sus lecciones había desaparecido por completo. — En este pergamino he escrito las instrucciones para llegar a su hogar. Acordé con el cliente una suma de quinientos sesenta aeros, ni más ni menos. ¡Ni se te ocurra volver con menos!
Ralgarin soltó un «sí, maestro» mientras salía apresurado con el frasco, ahora de acero, en una bolsa de cuero que le colgaba en el lado derecho de la cintura. Su espada corta estaba enfundada debajo de la capa de terciopelo azul, que se agitaba con cada paso apresurado que el brujo daba sobre el adoquín.
El cielo despejado prometía una jornada sencilla y sin mayores percances, y con inusual alegría el brujo caminaba entre los escaparates, tiendas y puestos del mercado de Lunargenta.
Una mesa circular de piedra se alzaba en el centro de lo que el maestro Brigham Fulton llamaba "el laboratorio". Un cuenco de hierro bajo y ancho apoyado en la mesa contenía arena que parecía estar hecha de oro.
— Siente la arena.
Ralgarin hundió la mano en el recipiente y apreció una suavidad que le recordó a la seda, acompañada de una sensación cálida. Cuando levantó el brazo notó un polvillo dorado que se extendía desde la muñeca hasta la punta de los dedos.
— Se siente bien, ¿cierto? La llaman "polvareda midgariana". Se crea cuando se intenta transmutar un mikako midgariano en arena, de ahí el nombre. — Brigham sonrió. — Tiene propiedades mágicas únicas y, como podrás adivinar, se vende a un muy alto precio.
— Divertido. Pero… ¿por qué el mikako no se transforma simplemente en arena? Después de todo es una transmutación, ¿no? — Preguntó el joven. Un mechón plateado le caía entre los ojos. Estos, hipnotizados por la intrigante sustancia que centelleaba al contacto de la luz entrante.
— Buena pregunta. — Hizo un gesto con los dedos y un libro gordo, de páginas parduscas, se acercó a ellos levitando. Se abrió hacia el rostro del mentor y el alumno, las hojas girando por sí solas hasta detenerse en una página cargada de texto. — Perdíl la llamó Transmutación Imperfecta. Una sustancia se transforma en otra manteniendo algunas características de la esencia de su forma original. — Mientras hablaba se acariciaba con una mano la gruesa barba castaña, que le nacía en el bigote y caía en su esternón, y con la otra señalaba las palabras escritas en el libro flotante. — La Transmutación Imperfecta es un método para alcanzar elementos cuasi imposibles de encontrar en la naturaleza. Es una técnica avanzada que no cualquier alquimista puede realizar.
El maestro Fulton volvió a mover sus dedos y el libro se cerró, volviendo al librero. A lo largo del lomo de cuero se leía en tinta color cobre: «Secretos de la esencia, un estudio de las conversiones alquímicas. Por Perdíl Tinedes».
El brujo asintió mirando a su mentor. Hizo todo lo posible porque las palabras se le quedaran grabadas en la memoria.
— ¿Y qué haremos con eso? — dijo, señalando con el mentón a esa extraña especie de arena mágica.
— ¿Tú? Ahora nada. Hay solución de linfa en el estante detrás tuyo, quítate ese polvillo. La polvareda midgariana tiene la propiedad de ser muy… volátil. Una chispa es suficiente para que nazca un fuego explosivo que puede arder por años. — Arqueó las cejas, recordando la primera vez que vio una polvareda en llamas. — Si eso en tu mano se enciende perderás el brazo entero en segundos.
Ralgarin obedeció, refunfuñando y entretenido a la vez. A pesar de que no estaba de acuerdo en ser constantemente expuesto a sustancias peligrosas, le gustaban los riesgos. Tomó aquel vial en el que descansaba una infusión translúcida de color blanco y vertió el contenido en su antebrazo, dejándole deslizarse por la piel de la mano hasta terminar en un balde en el suelo. La solución de linfa era una mezcla de leche, agua y sales minerales capaz de diluir casi cualquier sustancia y neutralizar sus efectos mágicos.
— Dime, muchacho, entonces. ¿Cuál es la diferencia entre la transmutación y la alteración de la materia?
— Eso es obvio. La transmutación es un… es un… — Parpadeó varias veces intentando recordar. Lo habían mencionado apenas unas pocas horas antes, ¿por qué le costaba recordarlo? — es un proceso alquímico que cambia la naturaleza de una sustancia por la de otra. Por otro lado, la alteración de la materia es un efecto temporal que los brujos que dominan la magia de la conjuración son capaces de causar. La transmutación es permanente y proviene de la escuela de la Alquimia; muy distinta de la alteración, que proviene de la escuela de la Conjuración y sus efectos son temporales.
— ¡Brillante! — exclamó el maestro Fulton. Los ojos le brillaban con una alegría particular cada vez que Ralgarin hablaba como si él mismo fuese un maestro, y era entonces que Brigham se daba cuenta de que su alumno ya no era el niñito asustado que había recibido en su hogar diez años atrás. Ahora estaba frente a un hombre hecho y derecho.
— Ahora, Ralg, tu encargo del día. — Hizo un ademán con la mano y un frasco de cristal se alzó desde alguno de los estantes que colmaban los muros del laboratorio. Una vez se posó sobre la mesa junto a la polvareda midgariana, esta última flotó desde el cuenco metálico en el que estaba hasta dentro del recipiente cristalino.
Cuando Brigham lo hubo tapado con corcho, apoyó la palma de la mano en una de las paredes del frasco mientras observaba su contenido áureo. Tanto el vidrio como el corcho comenzaron a tomar un aspecto metálico. El cristal perdió su transparencia y dio paso al brillo característico del acero.
— La polvareda midgariana es para una cliente. El encantamiento que apliqué en el frasco lo ha transformado en acero, así estaremos seguros de que si tienes uno de tus tropiezos no perdamos la polvareda midgariana ni causes otra catástrofe en el mercado de la ciudad. Aunque el hechizo no durará más de dos o tres horas; sé rápido. — Hablaba lento pero con voz fuerte, el tono suave que el maestro usaba cuando daba sus lecciones había desaparecido por completo. — En este pergamino he escrito las instrucciones para llegar a su hogar. Acordé con el cliente una suma de quinientos sesenta aeros, ni más ni menos. ¡Ni se te ocurra volver con menos!
Ralgarin soltó un «sí, maestro» mientras salía apresurado con el frasco, ahora de acero, en una bolsa de cuero que le colgaba en el lado derecho de la cintura. Su espada corta estaba enfundada debajo de la capa de terciopelo azul, que se agitaba con cada paso apresurado que el brujo daba sobre el adoquín.
El cielo despejado prometía una jornada sencilla y sin mayores percances, y con inusual alegría el brujo caminaba entre los escaparates, tiendas y puestos del mercado de Lunargenta.
Última edición por Ralgarin el Jue Feb 07 2019, 15:29, editado 3 veces
Ralgarin
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
¡El marcado! vale, no debería apresurarme a comprar de todo y más sabiendo que tenía un límite, al menos hasta que descubriese una forma de ganarme la vida. Pero comprar alguna cosilla no le hace daño a nadie ¿no? por eso salí del lugar dónde había hospedado.
Y casi como un impulso, empecé a sentir una melodía en mi mente. Casi como un embrujo que me transportaba a otro lugar, lejos de los puestos o lo que debía de comprar. Y antes de poder darme cuenta, dejé de caminar a empezar una extraña danza con mis pies y manos, casi como si estuviese flotando en el agua.
Y es que las miradas me importaban poco, yo estaba más allá de estas hasta que... -¡UH! gatito- Di un giro dramático, haciendo que mis blancos y vaporosos ropajes se quedasen suspendidos ante el giro durante escasos segundos.
Y es que aquel minino se veía famélico y necesitado de atención, además, siempre agradecía la oportunidad de acariciar a uno por lo que salí detrás de este en busca de capturarle. Pero el lido minino tenía otros planes ¡un ratón! ¡pobre ratón! si le doy de comer, no se lo comerá. Por lo que me lancé a la persecución esquivando a todos los transeúntes, pero por desgracia y pese a mis rápidos y gráciles movimientos me topé con un pedazo del pavimento mal colocado, tropezándome... y es que desgraciadamente mi cabeza se dirigía hacía la entrepierna de un joven peliblanco, el cual, si no se apartaba a tiempo acabaría sin descendencia alguna.
Y casi como un impulso, empecé a sentir una melodía en mi mente. Casi como un embrujo que me transportaba a otro lugar, lejos de los puestos o lo que debía de comprar. Y antes de poder darme cuenta, dejé de caminar a empezar una extraña danza con mis pies y manos, casi como si estuviese flotando en el agua.
Y es que las miradas me importaban poco, yo estaba más allá de estas hasta que... -¡UH! gatito- Di un giro dramático, haciendo que mis blancos y vaporosos ropajes se quedasen suspendidos ante el giro durante escasos segundos.
Y es que aquel minino se veía famélico y necesitado de atención, además, siempre agradecía la oportunidad de acariciar a uno por lo que salí detrás de este en busca de capturarle. Pero el lido minino tenía otros planes ¡un ratón! ¡pobre ratón! si le doy de comer, no se lo comerá. Por lo que me lancé a la persecución esquivando a todos los transeúntes, pero por desgracia y pese a mis rápidos y gráciles movimientos me topé con un pedazo del pavimento mal colocado, tropezándome... y es que desgraciadamente mi cabeza se dirigía hacía la entrepierna de un joven peliblanco, el cual, si no se apartaba a tiempo acabaría sin descendencia alguna.
Daphne Elendra
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
Deambulaba entre los locales mucho más descuidado de lo que debía. Entre tantas baratijas que cautivaban la mirada le resultaba imposible concentrarse en la tarea apremiante.
Numerosas voces le llamaban a su paso, tentándole a comprar. «Eh, tú. El mozo de pelo blanco. Tú eres bien parecido, ¿a que sí? Ven y compra la joyería más fina de la península para tu amada». «Lo que usted necesita es una mascota. Sí. Puedo ver en su cara que desea una compañía fiel. Lechuzas, perros, linksas, salamandras, argazots. ¡Aquí encontrará a su aliado incondicional! ¡Acérquese!». «¿Con una espada pero sin armadura? ¡Necesitas una armadura! De cuero o de acero, ¡consigue tu armadura! ¡Infaltable en estos tiempos de guerra!». Ralgarin conversaba en su tiempo libre con los mercantes y husmeaba entre lo que tuvieran que ofrecer, sin nunca realmente llevarse nada a pesar de las a menudo vigorosas insistencias de los vendedores. Era casi tan agobiante como entretenido.
Tras desenrollar el pequeño pergamino que el maestro Brigham le había dado y comprobar que se encontraba en la ruta correcta, continuó caminando, aunque esta vez haciendo caso omiso a los mercantes que lo rodeaban. Ese iba a ser quizás el último encargo que cumpliría para «Ábina de invierno», el negocio de alquimia y servicios mágicos del que su mentor era dueño. En tan solo unos días partiría a Dundarak al encuentro de su tío para dar un nuevo paso en su educación.
El maestro Fulton ya le había enseñado todo lo que podía. Una decisión conjunta entre las familias paterna y materna concluyó en que para lograr la excelencia mágica el joven Ralgarin debía continuar aprendiendo, expandiendo los límites de su poder. Y así, quizás, eventualmente sería invitado a la Academia Hekshold.
Por ello dejaría de ser pupilo de un maestro para ser el pupilo de otro. Sólo que en lugar de estar en una ciudad vecina a la de su familia estaría entonces en el extremo opuesto del continente. Prefería no reparar mucho en ello pues detestaba que la ansiedad contaminara sus pensamientos.
Entonces, notó a unos diez metros un cartel de madera con cuadros azules y blancos, una espada dibujada en el centro, y una frase que exclamaba «El viejo estandarte». No se había percatado de que estaba por pasar frente a ese lugar. Se acercó a la pared de un local cualquiera que se encontraba a su izquierda. Tan pronto como deslizó su mano por la la pared, la madera que la constituía desaparecía en los lugares que sus dedos acababan de recorrer, y era reemplazada, en cambio, por vidrio que hacía las veces de un espejo. Sin quitar su mano del muro verificó que su rostro estuviera perfectamente limpio y su cabello desordenado de esa forma que le quedaba tan bien.
Menos de diez segundos hicieron falta, luego de que se alejó, para que la madera retomara sus propiedades naturales.
El mestizo continuó caminando, disimulando su amalgama de nerviosismo y entusiasmo, hasta pasar frente a la vidriera. Y a través del vidrio pudo ver aquellos labios dulces, la mirada penetrante, mejillas sonrojadas, la piel que tanto anhelaba. Pasó desapercibido. La mirada no se fijó en él. Exhaló. Se preparó para entrar.
Más la figura figura blanca que arremetió contra él no se lo permitió. Sólo atinó a cubrirse el cuerpo antes de que ambos cayeran al suelo con una mueca de dolor.
— ¿Estás bien? — Preguntó apenas pudo retomar la compostura, aún sentado sobre el adoquín.
Numerosas voces le llamaban a su paso, tentándole a comprar. «Eh, tú. El mozo de pelo blanco. Tú eres bien parecido, ¿a que sí? Ven y compra la joyería más fina de la península para tu amada». «Lo que usted necesita es una mascota. Sí. Puedo ver en su cara que desea una compañía fiel. Lechuzas, perros, linksas, salamandras, argazots. ¡Aquí encontrará a su aliado incondicional! ¡Acérquese!». «¿Con una espada pero sin armadura? ¡Necesitas una armadura! De cuero o de acero, ¡consigue tu armadura! ¡Infaltable en estos tiempos de guerra!». Ralgarin conversaba en su tiempo libre con los mercantes y husmeaba entre lo que tuvieran que ofrecer, sin nunca realmente llevarse nada a pesar de las a menudo vigorosas insistencias de los vendedores. Era casi tan agobiante como entretenido.
Tras desenrollar el pequeño pergamino que el maestro Brigham le había dado y comprobar que se encontraba en la ruta correcta, continuó caminando, aunque esta vez haciendo caso omiso a los mercantes que lo rodeaban. Ese iba a ser quizás el último encargo que cumpliría para «Ábina de invierno», el negocio de alquimia y servicios mágicos del que su mentor era dueño. En tan solo unos días partiría a Dundarak al encuentro de su tío para dar un nuevo paso en su educación.
El maestro Fulton ya le había enseñado todo lo que podía. Una decisión conjunta entre las familias paterna y materna concluyó en que para lograr la excelencia mágica el joven Ralgarin debía continuar aprendiendo, expandiendo los límites de su poder. Y así, quizás, eventualmente sería invitado a la Academia Hekshold.
Por ello dejaría de ser pupilo de un maestro para ser el pupilo de otro. Sólo que en lugar de estar en una ciudad vecina a la de su familia estaría entonces en el extremo opuesto del continente. Prefería no reparar mucho en ello pues detestaba que la ansiedad contaminara sus pensamientos.
Entonces, notó a unos diez metros un cartel de madera con cuadros azules y blancos, una espada dibujada en el centro, y una frase que exclamaba «El viejo estandarte». No se había percatado de que estaba por pasar frente a ese lugar. Se acercó a la pared de un local cualquiera que se encontraba a su izquierda. Tan pronto como deslizó su mano por la la pared, la madera que la constituía desaparecía en los lugares que sus dedos acababan de recorrer, y era reemplazada, en cambio, por vidrio que hacía las veces de un espejo. Sin quitar su mano del muro verificó que su rostro estuviera perfectamente limpio y su cabello desordenado de esa forma que le quedaba tan bien.
Menos de diez segundos hicieron falta, luego de que se alejó, para que la madera retomara sus propiedades naturales.
El mestizo continuó caminando, disimulando su amalgama de nerviosismo y entusiasmo, hasta pasar frente a la vidriera. Y a través del vidrio pudo ver aquellos labios dulces, la mirada penetrante, mejillas sonrojadas, la piel que tanto anhelaba. Pasó desapercibido. La mirada no se fijó en él. Exhaló. Se preparó para entrar.
Más la figura figura blanca que arremetió contra él no se lo permitió. Sólo atinó a cubrirse el cuerpo antes de que ambos cayeran al suelo con una mueca de dolor.
— ¿Estás bien? — Preguntó apenas pudo retomar la compostura, aún sentado sobre el adoquín.
Ralgarin
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
Y...¡pam! acabé usando de colchón a otro peliblanco (¿qué pasa, ahora somos como que más?) bueno, no le daría más vueltas a su color del pelo, pues podría decirse que el mío blanco, blanco tampoco llega a ser. Si nos podemos detallistas tiene ligeros tonos dorados.
Y es que sin dudarlo, aún en el suelo, miró su pelo y luego al desconocido.-...mi pelo tiene como un tono más dorado, creo...- Espera, que acababa de perder al gato que perseguía ¡maldita sea!
Ah... y bueno, lo tercero pero al parecer menos importante, tenía el codo lleno de rasguños y ensangrentado. Tampoco era para tanto, estaba tan acostumbrada al dolor que en vez de quejarme, me llevé el dedo a la herida y chupé la sangre.
-¡Ay! disculpa, acabo de impactar contra tu persona. Del estilo ¡PAM! ah... por cierto ¿conoces de alguien que pueda chuparse el codo?- ¿Cual es uno de mis mayores problemas? que mi mente no filtra lo que digo y lo que pienso, por lo que ahora lo que estaba pensando era en chuparme la herida. Que le iba a hacer, me gustaba el sabor ferroso de esta.
Y es que sin dudarlo, aún en el suelo, miró su pelo y luego al desconocido.-...mi pelo tiene como un tono más dorado, creo...- Espera, que acababa de perder al gato que perseguía ¡maldita sea!
Ah... y bueno, lo tercero pero al parecer menos importante, tenía el codo lleno de rasguños y ensangrentado. Tampoco era para tanto, estaba tan acostumbrada al dolor que en vez de quejarme, me llevé el dedo a la herida y chupé la sangre.
-¡Ay! disculpa, acabo de impactar contra tu persona. Del estilo ¡PAM! ah... por cierto ¿conoces de alguien que pueda chuparse el codo?- ¿Cual es uno de mis mayores problemas? que mi mente no filtra lo que digo y lo que pienso, por lo que ahora lo que estaba pensando era en chuparme la herida. Que le iba a hacer, me gustaba el sabor ferroso de esta.
Daphne Elendra
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
Sintió desconcierto cuando escuchó a la chica hablar sobre su pelo. ¿Chuparse el codo? Entendía cada palabra pero aún así lo que ella decía no parecía tener sentido. Se detuvo a mirar a la joven: su piel pálida, su cabello tan blanco como su vestido.
— Estás herida — observó, mencionando lo obvio —, deberías limpiarte o podría infectarse.
No estaba seguro de cómo se infectaban las heridas. Sólo repetía lo que su maestro le decía cada vez que se hería a sí mismo, usualmente mientras recortaba las hojas de alguna planta exótica para preparar ungüentos y pócimas que Brigham luego vendería a un alto precio.
Ya le resultaba costumbre estar expuesto a sustancias que despertaban intensos dolores al manejarlas incorrectamente y que, en ocasiones no muy raras, eran letales. Estudiar con el maestro Brigham Fulton significaba aprender por experiencias propias — de una manera muy literal.
Habiéndose puesto de pie y sacudido el polvo de su ropa y capa, extendió una mano enguantada hacia la mujer.
— Ralgarin es mi nombre. — Sonrió levemente con esa sonrisa que de genuina tenía poco. — ¿Cómo se llama, señorita?
Tal vez por lo inesperado de la situación fue que olvidó por completo el motivo de su visita al mercado: debía llevar la polvareda midgariana a una cliente. Nunca había visto a la mujer, claramente no era una compradora frecuente. Sólo sabía lo que el pergamino le indicaba. El nombre era Fuedia, vivía en una casa de tejado naranja que estaba junto a una reconocida sastrería, y debía entregarle la polvareda midgariana a cambio de quinientos sesenta aeros.
El despiste del brujo fue tal que ni siquiera se percató de que el frasco metálico ya no estaba en su bolsa. Estaba, en cambio, a unos cuantos metros más allá, a sus espaldas, rodando por el suelo.
Un rostro joven examinó el recipiente de acero desde lejos. El pelo negro largo se le escapaba de la capucha que tenía puesta. Aquel extraño clavó sus ojos pardos en el frasco, caminando hacia él hasta estar lo suficientemente cerca como para frenarlo con el pie y examinarlo detenidamente.
— Estás herida — observó, mencionando lo obvio —, deberías limpiarte o podría infectarse.
No estaba seguro de cómo se infectaban las heridas. Sólo repetía lo que su maestro le decía cada vez que se hería a sí mismo, usualmente mientras recortaba las hojas de alguna planta exótica para preparar ungüentos y pócimas que Brigham luego vendería a un alto precio.
Ya le resultaba costumbre estar expuesto a sustancias que despertaban intensos dolores al manejarlas incorrectamente y que, en ocasiones no muy raras, eran letales. Estudiar con el maestro Brigham Fulton significaba aprender por experiencias propias — de una manera muy literal.
Habiéndose puesto de pie y sacudido el polvo de su ropa y capa, extendió una mano enguantada hacia la mujer.
— Ralgarin es mi nombre. — Sonrió levemente con esa sonrisa que de genuina tenía poco. — ¿Cómo se llama, señorita?
Tal vez por lo inesperado de la situación fue que olvidó por completo el motivo de su visita al mercado: debía llevar la polvareda midgariana a una cliente. Nunca había visto a la mujer, claramente no era una compradora frecuente. Sólo sabía lo que el pergamino le indicaba. El nombre era Fuedia, vivía en una casa de tejado naranja que estaba junto a una reconocida sastrería, y debía entregarle la polvareda midgariana a cambio de quinientos sesenta aeros.
El despiste del brujo fue tal que ni siquiera se percató de que el frasco metálico ya no estaba en su bolsa. Estaba, en cambio, a unos cuantos metros más allá, a sus espaldas, rodando por el suelo.
Un rostro joven examinó el recipiente de acero desde lejos. El pelo negro largo se le escapaba de la capucha que tenía puesta. Aquel extraño clavó sus ojos pardos en el frasco, caminando hacia él hasta estar lo suficientemente cerca como para frenarlo con el pie y examinarlo detenidamente.
Última edición por Ralgarin el Jue Feb 07 2019, 14:25, editado 1 vez
Ralgarin
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
- Pues ya te digo, mozo, en Lunargenta vas a ser muy respetado si vienes de tan alta estirpe... - Decía el viejo en cuestión. Habia olvidado su nombre.
- Es un halago, señor... Solo hice que espantar unos pequeños lobos...
Para ser justos, me la pelaba bastante ese individuo. Era viejo, algo estúpido y desde luego, lo suficientemente ingenuo como para creer que yo era buen samaritano. Pero por otro lado...
Mis ojos se fueron de nuevo al interior del carro en el que el hombre me estaba llevando.
Hacia cosa de unos veinte minutos que habíamos entrado en la ciudad, cosa que había resultado fácil gracias al puñetero carro que, ademas, olía mal.
- No sea modesto, joven... Ha sido un gesto altruista que no olvidare.
- Me vale con que me cuente que es eso que guarda en estas botellas de tan extraño aspecto. - Dije sonriente. Lo cierto era que si que me parecía interesante...
- Oh, claro... ¿No conocéis el noble arte de la alquimia, joven?
Incline un poco la cabeza para enfatizar, pero lo cierto es que no sabia demasiado. Procuré que mi ignorancia no eclipsara mi audacia y seleccione con cuidado las palabras:
- No puedo decir que sea un campo que domine, ciertamente, pero resulta interesante el hecho de poder modelar la naturaleza al antojo, incluso para aquellos que el don de la magia esta vedado.
El hombre sonrió alegremente, parecía que le había gustado oír esas palabras.
- Sois un joven listo. Veréis, este liquido que guardan las botellas no es otra cosa que un pequeño elixir que ayuda a disipar las penas. Un pequeño alucinógeno que he patentado.
- Eso suena... Peligroso. - Y tentador...
- Solo si se usa como arma o se ingiere. En realidad esta pensado para colocarlo como trampa para ladrones que entren en casas o similares... De esta forma salta el gas...
- Y la ilusión hace el resto. - Dije entendiendo el negocio.
- Exactamente. Su composición, por eso, es un secreto, espero que no le moleste.
- Al contrario... - Dije viendo como nos metíamos en un pequeño callejón donde iba a aparcar el carro. Parecía estar desierto. - De hecho, se lo agradezco.
El me miro cuando el carro se detubo con una sonrisa y unas cejas arqueadas con algo de confusión.
- ¿Agradecido porque?
Saqué mi estoque y le golpeé con fuerza la nuca, dejandolo insconsciente.
- Por esto.
Cuando finalmente acabé de esconder el cuerpo de ese viejo en uno de los barriles de la calle, lo tapie con vigas y piedras que encontré, procurando que no le resultara fácil salir de ahí. Luego me gire hacia el carro frotándome las manos con una sonrisa en la boca.
- ¡A trabajar!
- Es un halago, señor... Solo hice que espantar unos pequeños lobos...
Para ser justos, me la pelaba bastante ese individuo. Era viejo, algo estúpido y desde luego, lo suficientemente ingenuo como para creer que yo era buen samaritano. Pero por otro lado...
Mis ojos se fueron de nuevo al interior del carro en el que el hombre me estaba llevando.
Hacia cosa de unos veinte minutos que habíamos entrado en la ciudad, cosa que había resultado fácil gracias al puñetero carro que, ademas, olía mal.
- No sea modesto, joven... Ha sido un gesto altruista que no olvidare.
- Me vale con que me cuente que es eso que guarda en estas botellas de tan extraño aspecto. - Dije sonriente. Lo cierto era que si que me parecía interesante...
- Oh, claro... ¿No conocéis el noble arte de la alquimia, joven?
Incline un poco la cabeza para enfatizar, pero lo cierto es que no sabia demasiado. Procuré que mi ignorancia no eclipsara mi audacia y seleccione con cuidado las palabras:
- No puedo decir que sea un campo que domine, ciertamente, pero resulta interesante el hecho de poder modelar la naturaleza al antojo, incluso para aquellos que el don de la magia esta vedado.
El hombre sonrió alegremente, parecía que le había gustado oír esas palabras.
- Sois un joven listo. Veréis, este liquido que guardan las botellas no es otra cosa que un pequeño elixir que ayuda a disipar las penas. Un pequeño alucinógeno que he patentado.
- Eso suena... Peligroso. - Y tentador...
- Solo si se usa como arma o se ingiere. En realidad esta pensado para colocarlo como trampa para ladrones que entren en casas o similares... De esta forma salta el gas...
- Y la ilusión hace el resto. - Dije entendiendo el negocio.
- Exactamente. Su composición, por eso, es un secreto, espero que no le moleste.
- Al contrario... - Dije viendo como nos metíamos en un pequeño callejón donde iba a aparcar el carro. Parecía estar desierto. - De hecho, se lo agradezco.
El me miro cuando el carro se detubo con una sonrisa y unas cejas arqueadas con algo de confusión.
- ¿Agradecido porque?
Saqué mi estoque y le golpeé con fuerza la nuca, dejandolo insconsciente.
- Por esto.
* * * * *
Cuando finalmente acabé de esconder el cuerpo de ese viejo en uno de los barriles de la calle, lo tapie con vigas y piedras que encontré, procurando que no le resultara fácil salir de ahí. Luego me gire hacia el carro frotándome las manos con una sonrisa en la boca.
- ¡A trabajar!
Kaladar
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
¿Infectarse? menuda tontería, ya conocía algunos potingues para curarme, era lo que menos me preocupaba. Ahora mi principal problema era si alguien podría o no chuparse el codo. Supongo que mi mente tenía sus propias prioridades.
Pero ya había estado suficientemente tiempo en el suelo, por lo que me levanté algo aturdida ignorando la mano que me había ofrecido, no era una damisela en peligro que necesitase la caballerosidad de nadie. Supongo que el cambio de luna me estaba afectando (como de costumbre) volviéndome un poco más lunática -y nunca mejor dicho- de lo normal. Es más, aún veía la sangre de mi codo y notaba la necesidad de seguir chupándola.
Por lo que me llevé la mano a esta, llenándola de sangre para luego escuchar las palabras del joven peliblanco mientras rechupeteaba la sangre restante. -¡Daphne! me llamo Daphne, encantada de conocerte y bueno... arrollarte- Sonreí algo culpable, y es que iba a darle la mano, pero se me olvidó que era la mano con la que me había chupado la sangre y.... bueno, cambié de estrategia al ver como un desconocido de pelo oscuro agarraba aquel frasco.
Oh ¡es era mi culpa! y por lo tanto debía de arreglarlo, por lo que hice lo que no debía hacer (como de costumbre) y no era arrebatar el frasco de sus manos, si no que fui a hacer un movimiento más brusco y tosco.
Empecé a mover mi mano, casi de una forma rítmica, una pequeña danza con mis dedos hasta que finalmente, cerré el puño. Notaba la presión y el esfuerzo de hacer lo que pretendía hacer, pero era lo mínimo. Por lo que con un movimiento brusco moví con mi telequinesis un barril, lanzándolo por el aire para que así el extraño sujeto no corriese en esa dirección, sin darme cuenta de que el barril iba a impactar contra otro sujeto si es que este no se apartaba (Kaladar)
Pero ya había estado suficientemente tiempo en el suelo, por lo que me levanté algo aturdida ignorando la mano que me había ofrecido, no era una damisela en peligro que necesitase la caballerosidad de nadie. Supongo que el cambio de luna me estaba afectando (como de costumbre) volviéndome un poco más lunática -y nunca mejor dicho- de lo normal. Es más, aún veía la sangre de mi codo y notaba la necesidad de seguir chupándola.
Por lo que me llevé la mano a esta, llenándola de sangre para luego escuchar las palabras del joven peliblanco mientras rechupeteaba la sangre restante. -¡Daphne! me llamo Daphne, encantada de conocerte y bueno... arrollarte- Sonreí algo culpable, y es que iba a darle la mano, pero se me olvidó que era la mano con la que me había chupado la sangre y.... bueno, cambié de estrategia al ver como un desconocido de pelo oscuro agarraba aquel frasco.
Oh ¡es era mi culpa! y por lo tanto debía de arreglarlo, por lo que hice lo que no debía hacer (como de costumbre) y no era arrebatar el frasco de sus manos, si no que fui a hacer un movimiento más brusco y tosco.
Empecé a mover mi mano, casi de una forma rítmica, una pequeña danza con mis dedos hasta que finalmente, cerré el puño. Notaba la presión y el esfuerzo de hacer lo que pretendía hacer, pero era lo mínimo. Por lo que con un movimiento brusco moví con mi telequinesis un barril, lanzándolo por el aire para que así el extraño sujeto no corriese en esa dirección, sin darme cuenta de que el barril iba a impactar contra otro sujeto si es que este no se apartaba (Kaladar)
Daphne Elendra
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
El ceño fruncido y una mueca extraña en la boca. Lo singular de la chica de pelos blancos desorientaba al brujo. Mientras la observaba llevarse su propia sangre a la boca
llegó a preguntarse si era alguna clase de demente.
«Quizás es una vampiresa», pensó. Pero nunca había escuchado de vampiros que saciaran la sed bebiendo de su propio plasma.
— ¡Daphne! Me llamo Daphne. — Ralgarin la nombró por lo bajo para que no se le escapara de la memoria. Daphne. — Encantada de conocerte y bueno... arrollarte. —
Rió. A pesar de haber cruzado caminos hacía apenas unos segundos atrás, cada acción de la joven lo confundía. Y eso, por más impensado que fuese, aportaba a que el brujo sintiera un impensado agrado por ella.
— Encantado, Daphne. — dijo, con una sonrisa (aunque esta más real que la anterior). Entonces, advirtió la inusual maniobra en los dedos de la chica. — ¿Qué… qué haces?
El repentino movimiento de la muchacha lo sorprendió. Se giró al notar que ella se concentraba en algo a sus espaldas. La mirada del hombre encapuchado y la suya se cruzaron. Al tiempo que divisó el recipiente metálico en manos del desconocido tanteó la bolsa que llevaba a la cintura y, al comprender que se trataba de su frasco, levantó la voz.
— Hey. Eso es mío. ¿Podrías… ?
El hombre metió el frasco de acero bajo su capa, dio media vuelta y se internó en la muchedumbre. Ralgarin no podía permitirse perder una mercancía tan valiosa y peligrosa. Y mucho menos a manos de un ladrón cualquiera.
— ¡Ladrón! — gritó, con un dedo alzado en dirección al maleante. Empezó a dar pisadas cada vez más aceleradas, forzando su paso a través del gentío, olvidando por completo la existencia de la confirmada bruja.
Sus ojos celestes fijos en la cabeza encapuchada que sólo metros más adelante se deslizaba ágilmente por entre la gente. Se sacó el guante de la mano derecha y la levantó en dirección al criminal con los dedos bien estirados. Un conjuro bastaría para encantar la lana de su ropa y transformarla en piedra sólida, inmovilizando al ladrón. Pero era imposible lanzar un hechizo sin alcanzar a cualquier transeúnte que en ese instante se cruzara por delante; lo que era muy probable con la multitud que los rodeaba.
llegó a preguntarse si era alguna clase de demente.
«Quizás es una vampiresa», pensó. Pero nunca había escuchado de vampiros que saciaran la sed bebiendo de su propio plasma.
— ¡Daphne! Me llamo Daphne. — Ralgarin la nombró por lo bajo para que no se le escapara de la memoria. Daphne. — Encantada de conocerte y bueno... arrollarte. —
Rió. A pesar de haber cruzado caminos hacía apenas unos segundos atrás, cada acción de la joven lo confundía. Y eso, por más impensado que fuese, aportaba a que el brujo sintiera un impensado agrado por ella.
— Encantado, Daphne. — dijo, con una sonrisa (aunque esta más real que la anterior). Entonces, advirtió la inusual maniobra en los dedos de la chica. — ¿Qué… qué haces?
El repentino movimiento de la muchacha lo sorprendió. Se giró al notar que ella se concentraba en algo a sus espaldas. La mirada del hombre encapuchado y la suya se cruzaron. Al tiempo que divisó el recipiente metálico en manos del desconocido tanteó la bolsa que llevaba a la cintura y, al comprender que se trataba de su frasco, levantó la voz.
— Hey. Eso es mío. ¿Podrías… ?
El hombre metió el frasco de acero bajo su capa, dio media vuelta y se internó en la muchedumbre. Ralgarin no podía permitirse perder una mercancía tan valiosa y peligrosa. Y mucho menos a manos de un ladrón cualquiera.
— ¡Ladrón! — gritó, con un dedo alzado en dirección al maleante. Empezó a dar pisadas cada vez más aceleradas, forzando su paso a través del gentío, olvidando por completo la existencia de la confirmada bruja.
Sus ojos celestes fijos en la cabeza encapuchada que sólo metros más adelante se deslizaba ágilmente por entre la gente. Se sacó el guante de la mano derecha y la levantó en dirección al criminal con los dedos bien estirados. Un conjuro bastaría para encantar la lana de su ropa y transformarla en piedra sólida, inmovilizando al ladrón. Pero era imposible lanzar un hechizo sin alcanzar a cualquier transeúnte que en ese instante se cruzara por delante; lo que era muy probable con la multitud que los rodeaba.
Ralgarin
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
Tras frotarme las manos mire al norte, aun con la sonrisa en la cara, para poder ver tres cosas:
La primera, la que llamo más mi atención: Una joven hermosa al fondo, haciendo como una pose de bailarina muy sexy.
La segunda, algo a destacar, un hombre encapuchado corriendo en mi dirección con una especie de cacharro metálico en la mano.
La tercera, la que debería de haberme importado. Un Barril volaba en mi dirección a una velocidad alarmante.
El golpe fue bastante notorio.
Por suerte, solo recibí el impacto secundario. Ya que quienquiera que lanzara el barril, había tenido la suerte de que había conseguido impactar justo en la espalda del ladrón, haciendo que uno de los barrigales del barril saliera despedido y me impactara en la frente, cayendo junto con el joven al suelo y tirando parte del cargamento del carro.
El chaval se recompuso rápido. Otro joven al fondo grito "Ladrón" o algo parecido, cosa que hizo que el encapuchado reaccionara rápido. Se incorporo, tomo uno de mis viales y se piro. Estaba demasiado concentrado intentando sumar dos más dos sin que me sangrara la frente como para que me importara de pie.
El encapuchado paso por encima mio, al menos con el decoro de evitar pisarme. El segundo lo intento, pero su pie (espero que involuntariamente) me piso la mano, cosa que hizo que me levantara más rápido, con un reprimido grito de maldición.
Mire a lado y a lado y maldije de nuevo. Todo estaba por el suelo. Por suerte para mi, nada se había roto aun...
Y todavía algo más interesante: Lo que quiera que hubiera tomado el encapuchado del segundo hombre estaba ahi.
Metálico, de aspecto caro y pequeño. El tipo de objeto que más me gustaba coleccionar.
Mire a la joven del fondo, que parecía estar tratando de ver si el otro cazaba o no al encapuchado. Y me metí rápidamente ese raro artefacto en la casaca. Total, si se roba a un ladrón... No puede ser un crimen tan malo.
Sonriendo para mi con esa nueva adquisición, me incorpore, me peine un poco y me dirijí a la joven, apoyándome en la pared del callejón.
- Muy buenas... - Me presente tan galantemente como pude dado el polvo de la casaca. - He sido atacado por un barril volador hace unos segundos y necesitaría de una hábil compañera que me ayudara a ganar dinero esta misma tarde... Obviamente la compañera seria recompensada... ¡Y creo que sois perfecta para acompañarme en tal empresa! Soy Kal... Raldar.
Debía aprender a improvisar mejor.
- Y... os propongo acompañarme en esta pequeña aventura por el mercado donde, ademas de acompañar a tan apuesto caballero, se os conseguirá todo cuanto deseéis en la velada... ¿Que me decís, hermosa joven?
La primera, la que llamo más mi atención: Una joven hermosa al fondo, haciendo como una pose de bailarina muy sexy.
La segunda, algo a destacar, un hombre encapuchado corriendo en mi dirección con una especie de cacharro metálico en la mano.
La tercera, la que debería de haberme importado. Un Barril volaba en mi dirección a una velocidad alarmante.
El golpe fue bastante notorio.
Por suerte, solo recibí el impacto secundario. Ya que quienquiera que lanzara el barril, había tenido la suerte de que había conseguido impactar justo en la espalda del ladrón, haciendo que uno de los barrigales del barril saliera despedido y me impactara en la frente, cayendo junto con el joven al suelo y tirando parte del cargamento del carro.
El chaval se recompuso rápido. Otro joven al fondo grito "Ladrón" o algo parecido, cosa que hizo que el encapuchado reaccionara rápido. Se incorporo, tomo uno de mis viales y se piro. Estaba demasiado concentrado intentando sumar dos más dos sin que me sangrara la frente como para que me importara de pie.
El encapuchado paso por encima mio, al menos con el decoro de evitar pisarme. El segundo lo intento, pero su pie (espero que involuntariamente) me piso la mano, cosa que hizo que me levantara más rápido, con un reprimido grito de maldición.
Mire a lado y a lado y maldije de nuevo. Todo estaba por el suelo. Por suerte para mi, nada se había roto aun...
Y todavía algo más interesante: Lo que quiera que hubiera tomado el encapuchado del segundo hombre estaba ahi.
Metálico, de aspecto caro y pequeño. El tipo de objeto que más me gustaba coleccionar.
Mire a la joven del fondo, que parecía estar tratando de ver si el otro cazaba o no al encapuchado. Y me metí rápidamente ese raro artefacto en la casaca. Total, si se roba a un ladrón... No puede ser un crimen tan malo.
Sonriendo para mi con esa nueva adquisición, me incorpore, me peine un poco y me dirijí a la joven, apoyándome en la pared del callejón.
- Muy buenas... - Me presente tan galantemente como pude dado el polvo de la casaca. - He sido atacado por un barril volador hace unos segundos y necesitaría de una hábil compañera que me ayudara a ganar dinero esta misma tarde... Obviamente la compañera seria recompensada... ¡Y creo que sois perfecta para acompañarme en tal empresa! Soy Kal... Raldar.
Debía aprender a improvisar mejor.
- Y... os propongo acompañarme en esta pequeña aventura por el mercado donde, ademas de acompañar a tan apuesto caballero, se os conseguirá todo cuanto deseéis en la velada... ¿Que me decís, hermosa joven?
Kaladar
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
El temor de haberlo perdido surgió cuando vio que el ladrón giraba en un callejón. Empujando hombros, exclamando «apártense» y accidentalmente tirando al suelo un cajón con vegetales —lo cual le ganó los insultos del mercader que los vendía—, alcanzó el escueto callejón. Mientras miraba a la figura encapuchada correr lo más rápido que podía, huyendo de él, levantó la mano y apretó los dientes. Sus dedos desnudos ya empezaban a sentirse helados por el frío invernal. Pero tan pronto el éter empezó a fluir por su cuerpo pudo sentir una cálida sensación recorriendo cada parte de su piel.
La capa, el pantalón, las botas y la camisa del ladrón. En eso se concentró Ralgarin mientras trotaba por el escueto pasillo de adoquín. Desde la distancia en la que estaba, apenas entrando en el callejón, pudo ver manchas grises aparecer a lo largo de toda la ropa de su objetivo. Allí, en esas zonas ahora desteñidas, el lino había desaparecido por completo. Una textura áspera, sólida y dura había tomado su lugar: piedra.1
Su hechizo petrificador fue más que suficiente para que el bandido tropezara y cayera de bruces al suelo. Se incorporó en sus rodillas con dificultad. Justo cuando apoyó un pie en el suelo sintió el frío del metal acariciándole la nuca.
— Ni se te ocurra moverte, escoria. — dijo el brujo, con una voz en la que se podía escuchar la ira a pesar de sonar tan calma.
Sostenía su espada, Norte, con firmeza. Eran muy contadas las ocasiones en las que había tenido que desenvainar su espada y lo que más temía era tener que darle uso a la hoja. Nunca había matado. Y esa no iba a ser la oportunidad en la que lo hiciera.
Empezó a caminar lentamente alrededor del encapuchado sin levantar la hoja de su cuello. El hombre tenía las manos a los costados del torso y, cuando pudo verlo de frente, Ralgarin se dio cuenta de que el joven estaba tan atemorizado como él. Con un ademán de la mano libre hizo que la telekinesis empujara la capucha, tirándola por sobre los hombros del extraño.
— Elfo — Las orejas del chico delataban su estirpe. —, tienes algo que es mío. Dámelo.
El elfo murmuró algo por lo bajo y tragó pesadamente, con enojo dibujado en toda la cara. Con movimientos lentos hurgó dentro de la capa. Eran imposible de notar para el transeúnte común, más cuando se abría la capa se notaba al menos media docena de pequeños bolsillos escondidos. Luego de algunos segundos sacó un vial y lo ofreció al brujo.
— Aquí está. — Su voz era rasposa pero aguda. Molesta de escuchar.
— Déjate de juegos, canalla. Eso no es mío. — Empezaba a perder la paciencia. — Tomaste mi frasco. ¿Metálico, brillante, de acero? ¿Dónde está?
El ladrón sonrió pícaramente mostrando una hilera de dientes tan torcidos como él mismo, que por la vestimenta parcialmente convertida en piedra se veía forzado a adoptar una postura para nada natural.
— Lo debo haber perdido en el camino hasta aquí. Puede que recuerde más si me liberas de… esto... que me has hecho.
— Baja el arma. — Indicó una voz grave. El brujo desvió la mirada por un segundo para ver a alguien acercándose desde el mismo extremo del callejón por el que él había entrado. Llevaba la característica armadura de los guardias de la ciudad y una mano en el pomo de la espada envainada. Tan pronto como Ralgarin obedeció, dando unos pasos atrás, el guardia continuó. — Explícate.
— Este cobarde me ha robado algo que necesito recuperar. Es una elaboración alquímica delicada y muy peligrosa. ¡Podría incendiar un edificio entero!
A pesar de que el guardia no pareció entender siquiera la mitad de las palabras que acababa de decir, bastó una bolsa llena de aeros para convencerlo de que amenazara al elfo y este confesara que no, no tenía el frasco. Se le había caído en algún momento de su huida.
Giró al salir del callejón, volviendo por donde había llegado hasta ahí. Apenas perdió de vista al ladrón y al guarda oyó los ecos de la voz grave del segundo. Ralgarin volvió sobre sus pasos y, discretamente, asomó la vista hacia el callejón.
— ¿Eres idiota? ¿Cuántas veces te he dicho que no puedes andar haciendo escenas en pleno mercado? — El trato entre ambos había cambiado por completo. Se hizo evidente que se conocían desde antes. — Nuestro negocio es muy simple: tú te metes en los bolsillos de la gente y yo hago la vista gorda. ¿Cómo quieres que esto siga si te metes con un niño rico? Que por cierto, ¡estaba armado! ¡Cretino!
Las exclamaciones continuaron pero Ralgarin dejó de oírlas tras internarse, otra vez, en el gentío del mercado. No era momento de tratar con guardias corruptos. Ya tendría tiempo para eso cuando se uniera a la Guardia. Le habría preocupado haber dado esos aeros a un guarda comprado de no ser porque los había conjurado segundos antes de dárselos; en no más de diez minutos se desvanecerían por completo.
Dando largas zancadas empezó a volver a la calle donde había chocado con Daphne y su frasco había desaparecido.
1. Uso la habilidad Solidificar.
La capa, el pantalón, las botas y la camisa del ladrón. En eso se concentró Ralgarin mientras trotaba por el escueto pasillo de adoquín. Desde la distancia en la que estaba, apenas entrando en el callejón, pudo ver manchas grises aparecer a lo largo de toda la ropa de su objetivo. Allí, en esas zonas ahora desteñidas, el lino había desaparecido por completo. Una textura áspera, sólida y dura había tomado su lugar: piedra.1
Su hechizo petrificador fue más que suficiente para que el bandido tropezara y cayera de bruces al suelo. Se incorporó en sus rodillas con dificultad. Justo cuando apoyó un pie en el suelo sintió el frío del metal acariciándole la nuca.
— Ni se te ocurra moverte, escoria. — dijo el brujo, con una voz en la que se podía escuchar la ira a pesar de sonar tan calma.
Sostenía su espada, Norte, con firmeza. Eran muy contadas las ocasiones en las que había tenido que desenvainar su espada y lo que más temía era tener que darle uso a la hoja. Nunca había matado. Y esa no iba a ser la oportunidad en la que lo hiciera.
Empezó a caminar lentamente alrededor del encapuchado sin levantar la hoja de su cuello. El hombre tenía las manos a los costados del torso y, cuando pudo verlo de frente, Ralgarin se dio cuenta de que el joven estaba tan atemorizado como él. Con un ademán de la mano libre hizo que la telekinesis empujara la capucha, tirándola por sobre los hombros del extraño.
— Elfo — Las orejas del chico delataban su estirpe. —, tienes algo que es mío. Dámelo.
El elfo murmuró algo por lo bajo y tragó pesadamente, con enojo dibujado en toda la cara. Con movimientos lentos hurgó dentro de la capa. Eran imposible de notar para el transeúnte común, más cuando se abría la capa se notaba al menos media docena de pequeños bolsillos escondidos. Luego de algunos segundos sacó un vial y lo ofreció al brujo.
— Aquí está. — Su voz era rasposa pero aguda. Molesta de escuchar.
— Déjate de juegos, canalla. Eso no es mío. — Empezaba a perder la paciencia. — Tomaste mi frasco. ¿Metálico, brillante, de acero? ¿Dónde está?
El ladrón sonrió pícaramente mostrando una hilera de dientes tan torcidos como él mismo, que por la vestimenta parcialmente convertida en piedra se veía forzado a adoptar una postura para nada natural.
— Lo debo haber perdido en el camino hasta aquí. Puede que recuerde más si me liberas de… esto... que me has hecho.
— Baja el arma. — Indicó una voz grave. El brujo desvió la mirada por un segundo para ver a alguien acercándose desde el mismo extremo del callejón por el que él había entrado. Llevaba la característica armadura de los guardias de la ciudad y una mano en el pomo de la espada envainada. Tan pronto como Ralgarin obedeció, dando unos pasos atrás, el guardia continuó. — Explícate.
— Este cobarde me ha robado algo que necesito recuperar. Es una elaboración alquímica delicada y muy peligrosa. ¡Podría incendiar un edificio entero!
A pesar de que el guardia no pareció entender siquiera la mitad de las palabras que acababa de decir, bastó una bolsa llena de aeros para convencerlo de que amenazara al elfo y este confesara que no, no tenía el frasco. Se le había caído en algún momento de su huida.
Giró al salir del callejón, volviendo por donde había llegado hasta ahí. Apenas perdió de vista al ladrón y al guarda oyó los ecos de la voz grave del segundo. Ralgarin volvió sobre sus pasos y, discretamente, asomó la vista hacia el callejón.
— ¿Eres idiota? ¿Cuántas veces te he dicho que no puedes andar haciendo escenas en pleno mercado? — El trato entre ambos había cambiado por completo. Se hizo evidente que se conocían desde antes. — Nuestro negocio es muy simple: tú te metes en los bolsillos de la gente y yo hago la vista gorda. ¿Cómo quieres que esto siga si te metes con un niño rico? Que por cierto, ¡estaba armado! ¡Cretino!
Las exclamaciones continuaron pero Ralgarin dejó de oírlas tras internarse, otra vez, en el gentío del mercado. No era momento de tratar con guardias corruptos. Ya tendría tiempo para eso cuando se uniera a la Guardia. Le habría preocupado haber dado esos aeros a un guarda comprado de no ser porque los había conjurado segundos antes de dárselos; en no más de diez minutos se desvanecerían por completo.
Dando largas zancadas empezó a volver a la calle donde había chocado con Daphne y su frasco había desaparecido.
1. Uso la habilidad Solidificar.
Ralgarin
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
Ante la falta de respuesta de la joven, decidí no ofenderme. Quizás era muda. O sorda. O ambas. También había una pequeña (o no tan pequeña) posibilidad de que yo no le atrajera físicamente. Me incline de hombros con una sonrisa delante suyo y tomé de nuevo el carro, procurando primero que el hombre al que le había robado siguiera encerrado en ese lugar.
Luego, me despedí de la joven, que seguía sin mediar palabra, y me dirigí a una plaza. Planté mi carroza cerca de una de las fuentes que había en el centro, y me subí bien alto a una de las piedras que decoraban el borde de la fuente, para que todo el mundo me viera.
- SEÑORAS Y SEÑORES! - Dije mirando hacia todos los lados. - Permitanme, primero, que me presente: Mi nombre es Kalamar Kilogramus, y soy uno de los escritores aplicados de la ciencia mágica moderna que ha desarrollado este poderoso brebaje.
Muchos se sorprendieron al oír mi voz. Otros me ignoraron. Alguno de ellos se paró curioso, a ver que era lo que ofrecía, con una sonrisa en los labios, pensando sin duda que era un estafador... No iba tan mal, por eso.
- Durante cinco años, he aprendido, de manos de los mejores brujos, algunos secretos que nos ofrece la magia... Seguramente, muchos de vosotros ya conozcáis a personas capaces de alterar las fuerzas de la realidad para proyectarlas, en forma de energía, con lo que comúnmente se llama "Magia"... pero lo que quizá no sepan, y no es de extrañar, es uno de los mayores secretos de los grandes magos! Los canales adyacentes de la magia.
Todos se miraron entre si, cuchicheando. Algún que otro individuo se paro a mirarme, empezando a hacer un grupito.
- Los canales, amigos míos, no son otra cosa que las corrientes por donde la magia fluye en el aire, y estas, como ya es sabido, son imposibles de ver... Hasta ahora! - Alcé el elixir alucinógeno. - Contemplad el brebaje que permitirá a todo el mundo ser capaz de usar la magia! El Vial Rojo!
Más susurros. Más gente. Uno de ellos alzó la voz.
- Pero eso sera muy caro! Y no podemos comprobar que funciona.
- Esperaba a alguien con algo de sentido común! - Dije seguro. - Por favor, joven, suba aquí y tomé un trago.
Todos miraron al chico que había hablado, que, sorprendido, empezó a dirigirse hacia a mi con algo de sorpresa en el rostro.
Yo le ofrecí el brebaje seguro, preparandome mentalmente por si, en caso de morir, tenia que salir por patas de ese lugar. Él miro el brebaje y pegó un sorbo.
El joven parpadeo un par de veces y se miro las manos.
- Puedo... verlo... - Dijo medio ido.
"GRACIAS, DIOSES" Dije para mis adentros mientras me giraba con una sonrisa de absoluta confianza a la gente, que habia acabado por estar llenando la plaza.
- Bien, señores, ¿Quien esta dispuesto a darme solo 10 monedas por convertirse en un poderoso mago capaz de encontrar magia donde sea?
Luego, me despedí de la joven, que seguía sin mediar palabra, y me dirigí a una plaza. Planté mi carroza cerca de una de las fuentes que había en el centro, y me subí bien alto a una de las piedras que decoraban el borde de la fuente, para que todo el mundo me viera.
- SEÑORAS Y SEÑORES! - Dije mirando hacia todos los lados. - Permitanme, primero, que me presente: Mi nombre es Kalamar Kilogramus, y soy uno de los escritores aplicados de la ciencia mágica moderna que ha desarrollado este poderoso brebaje.
Muchos se sorprendieron al oír mi voz. Otros me ignoraron. Alguno de ellos se paró curioso, a ver que era lo que ofrecía, con una sonrisa en los labios, pensando sin duda que era un estafador... No iba tan mal, por eso.
- Durante cinco años, he aprendido, de manos de los mejores brujos, algunos secretos que nos ofrece la magia... Seguramente, muchos de vosotros ya conozcáis a personas capaces de alterar las fuerzas de la realidad para proyectarlas, en forma de energía, con lo que comúnmente se llama "Magia"... pero lo que quizá no sepan, y no es de extrañar, es uno de los mayores secretos de los grandes magos! Los canales adyacentes de la magia.
Todos se miraron entre si, cuchicheando. Algún que otro individuo se paro a mirarme, empezando a hacer un grupito.
- Los canales, amigos míos, no son otra cosa que las corrientes por donde la magia fluye en el aire, y estas, como ya es sabido, son imposibles de ver... Hasta ahora! - Alcé el elixir alucinógeno. - Contemplad el brebaje que permitirá a todo el mundo ser capaz de usar la magia! El Vial Rojo!
Más susurros. Más gente. Uno de ellos alzó la voz.
- Pero eso sera muy caro! Y no podemos comprobar que funciona.
- Esperaba a alguien con algo de sentido común! - Dije seguro. - Por favor, joven, suba aquí y tomé un trago.
Todos miraron al chico que había hablado, que, sorprendido, empezó a dirigirse hacia a mi con algo de sorpresa en el rostro.
Yo le ofrecí el brebaje seguro, preparandome mentalmente por si, en caso de morir, tenia que salir por patas de ese lugar. Él miro el brebaje y pegó un sorbo.
El joven parpadeo un par de veces y se miro las manos.
- Puedo... verlo... - Dijo medio ido.
"GRACIAS, DIOSES" Dije para mis adentros mientras me giraba con una sonrisa de absoluta confianza a la gente, que habia acabado por estar llenando la plaza.
- Bien, señores, ¿Quien esta dispuesto a darme solo 10 monedas por convertirse en un poderoso mago capaz de encontrar magia donde sea?
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Re: El encargo del día [Libre][3/4]
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