La huida [Libre 3/3]
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La huida [Libre 3/3]
El suelo retumbaba incesante, golpes secos y frecuentes impactando contra las finas placas de metal que cubrían cada muro de aquella facultad subterránea. Eran pisadas, mis pisadas, las pisadas de un hombre sumergido en una interminable ira, hirviendo en lo que creía que eran sus venas... Ya ni siquiera sabía qué debía considerar real o imaginario, algo en mí se sentía diferente... «¿Pero por qué...?», pensé. Quizás me hallaba en uno de esos extraños sueños donde la oscuridad te acecha amenazante e intenta consumirte antes que puedas despertar. No sería la primera vez que tenía un sueño así, se habían vuelto muy comunes desde que... «Desde que... ¿Desde qué...? ¡Maldita sea! ¿¡Qué está pasando conmigo!?». Las preguntas comenzaban a volverse más y más prominentes, mientras que las respuestas escaseaban. Demasiadas incógnitas inundaban mi cabeza y no podía simplemente detenerme a pensar con tranquilidad, aunque en realidad nunca había sido bueno con nada que implicara guardar la calma en primer lugar... Pero si me detenía, me atraparían las tinieblas que me aseguraban que esto no era para nada un sueño. El grito de aquellos hombres ante mi tacto, ante los rayos celestes que recorrieron sus entrañas; ese pánico en sus ojos era real, el que se presenta cuando vez a una auténtica bestia sin alma. Su rostro se hallaba tatuado en mi cabeza como un eco resonando en la distancia. Fuera lo que fuera, esta mierda no era una pesadilla, aunque se sintiera como una, y no iba a librarme de ella fácilmente. Debía encontrar la salida... Debía escapar.
Recorrí aquellos pasillos platinados durante lo que pareció ser una eternidad, bañado por el lúgubre ambiente que generaba la danza de aquellas extrañas luces situadas en las paredes, y las sombras sinuosas de los entes que estas atravesaban. Aquel lugar me resultaba cada vez más tétrico y aterrador, emanando un frío crepitar sobre mi columna, extendiéndose por todo mi cuerpo como un veneno paralizador... No recibí un ápice de esperanza hasta que pude ver lo que creía recordar como la luz auténtica, el resplandor del sol combatiendo a la oscuridad, brindándome un último estertor que me dio impulso y me llenó de energía. Sentí la adrenalina teñir mis venas como una gota de vino dispersándose en aguas cristalinas, mientras aquel par de hombres entraba en mi rango de visión. Vestían una extraña armadura de colores oscuros, como las que acostumbraban usar los titanes de metal que servían a los humanos. Eran vigilantes, protectores, o en mi contexto, obstáculos que impedirían mi escape. No tardaron en bloquear mi camino, ordenándome cesar y detenerme. —¡Sujeto B-13, desiste! —fue su alegato, antes de armarse con porras para el combate inminente. Sabía que ellos no tenían la culpa, igual que aquellos hombres de hace un rato, pero eran ellos o yo. Sentí la carga eléctrica erizar los vellos de mi nuca como un pulso magnético, la piedra localizada en el dorso de los guanteletes resplandeció, mientras la corriente eléctrica se hizo visible en toda su extensión. Ambos guardias levantaron sus armas para atacar, exponiendo el punto perfecto para efectuar mi ataque: su estómago. Sentí el impacto de sus armas contra mis hombros, antes de perder su fuerza y momento con la oleada eléctrica que liberé sobre sus cuerpos. Pude verles sacudirse ante la sobrecarga de energía que invadió sus sistemas, para después desplomarse inconscientes. Liberé un bufido ante la pesadez que empecé a experimentar sobre mi cuerpo, la ausencia de aire y el dolor en mis pulmones con cada intento de suplir sus existencias. Miré mis manos, a aquel par de guanteletes, ¿era este el impacto negativo que tenía su uso excesivo? No lo sabía ni iba a saberlo si me ponía a indagar en ese momento. Debía aprovechar la adrenalina que aún corría por mi cuerpo para seguir mi camino, antes que más de esos sujetos aparecieran. Lo único que se veía al horizonte era la neblina y el verde, el verde del bosque.
Recuperé la compostura y lo hice, corrí, escapé de las tinieblas. Corrí hasta no poder más y sin mirar atrás. Crucé entre laberintos de altos y antiguos robles secos, salté sobre las pendientes y las laderas de los montes, mis apresurados pasos despertaron la confusión entre los rios de animales salvajes, víctimas del miedo y la confusión. No me detuve, no me detuve hasta que la opresión en mi pecho se hizo insoportable, hasta que pude sentir que había corrido lo suficiente para que mi rastro se perdiera en la espesura de los árboles. Fui bendecido con la luz que se filtraba entre las hojas de un pequeño claro en medio de lo desconocido, cuando mis rodillas cedieron ante el peso y el cansancio, forzándome a recurrir al apoyo de mis extremidades superiores para evitar darme de bruces contra el suelo. Mi respiración agitada era cada vez más y más pesada... Con cuidado, logré girarme y ceder ante la necesidad de descansar, reposando sobre el pasto que acariciaba mi piel con el movimiento que le brindaba la suave brisa... Lo había logrado... ¿Verdad...?
Recorrí aquellos pasillos platinados durante lo que pareció ser una eternidad, bañado por el lúgubre ambiente que generaba la danza de aquellas extrañas luces situadas en las paredes, y las sombras sinuosas de los entes que estas atravesaban. Aquel lugar me resultaba cada vez más tétrico y aterrador, emanando un frío crepitar sobre mi columna, extendiéndose por todo mi cuerpo como un veneno paralizador... No recibí un ápice de esperanza hasta que pude ver lo que creía recordar como la luz auténtica, el resplandor del sol combatiendo a la oscuridad, brindándome un último estertor que me dio impulso y me llenó de energía. Sentí la adrenalina teñir mis venas como una gota de vino dispersándose en aguas cristalinas, mientras aquel par de hombres entraba en mi rango de visión. Vestían una extraña armadura de colores oscuros, como las que acostumbraban usar los titanes de metal que servían a los humanos. Eran vigilantes, protectores, o en mi contexto, obstáculos que impedirían mi escape. No tardaron en bloquear mi camino, ordenándome cesar y detenerme. —¡Sujeto B-13, desiste! —fue su alegato, antes de armarse con porras para el combate inminente. Sabía que ellos no tenían la culpa, igual que aquellos hombres de hace un rato, pero eran ellos o yo. Sentí la carga eléctrica erizar los vellos de mi nuca como un pulso magnético, la piedra localizada en el dorso de los guanteletes resplandeció, mientras la corriente eléctrica se hizo visible en toda su extensión. Ambos guardias levantaron sus armas para atacar, exponiendo el punto perfecto para efectuar mi ataque: su estómago. Sentí el impacto de sus armas contra mis hombros, antes de perder su fuerza y momento con la oleada eléctrica que liberé sobre sus cuerpos. Pude verles sacudirse ante la sobrecarga de energía que invadió sus sistemas, para después desplomarse inconscientes. Liberé un bufido ante la pesadez que empecé a experimentar sobre mi cuerpo, la ausencia de aire y el dolor en mis pulmones con cada intento de suplir sus existencias. Miré mis manos, a aquel par de guanteletes, ¿era este el impacto negativo que tenía su uso excesivo? No lo sabía ni iba a saberlo si me ponía a indagar en ese momento. Debía aprovechar la adrenalina que aún corría por mi cuerpo para seguir mi camino, antes que más de esos sujetos aparecieran. Lo único que se veía al horizonte era la neblina y el verde, el verde del bosque.
Recuperé la compostura y lo hice, corrí, escapé de las tinieblas. Corrí hasta no poder más y sin mirar atrás. Crucé entre laberintos de altos y antiguos robles secos, salté sobre las pendientes y las laderas de los montes, mis apresurados pasos despertaron la confusión entre los rios de animales salvajes, víctimas del miedo y la confusión. No me detuve, no me detuve hasta que la opresión en mi pecho se hizo insoportable, hasta que pude sentir que había corrido lo suficiente para que mi rastro se perdiera en la espesura de los árboles. Fui bendecido con la luz que se filtraba entre las hojas de un pequeño claro en medio de lo desconocido, cuando mis rodillas cedieron ante el peso y el cansancio, forzándome a recurrir al apoyo de mis extremidades superiores para evitar darme de bruces contra el suelo. Mi respiración agitada era cada vez más y más pesada... Con cuidado, logré girarme y ceder ante la necesidad de descansar, reposando sobre el pasto que acariciaba mi piel con el movimiento que le brindaba la suave brisa... Lo había logrado... ¿Verdad...?
Última edición por Raymond Lorde el Vie Sep 04 2020, 15:18, editado 2 veces
Raymond Lorde
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Re: La huida [Libre 3/3]
El sol del amanecer centellea sobre docenas de hojas verdes pequeñas que coronan frágiles y cortos tallos en la cama de pasto del río. Son como alas de mariposa posadas sobre cada tallo. Me acerco, con los dedos índice y pulgar de mi mano derecha cojo uno de esos tallos y tiro rápido y con firmeza hacia arriba levantando el brazo como si fuera un trofeo que ofreciera al cielo azul. Unos segundos más tarde, lo acerco a mi nariz y huelo ese olor a regaliz, aunque está demasiado húmedo puedo distinguirlo. Corté varios tallos con el hacha, para que fueran cortes limpios y los guardé, más tarde los pondré a secar y en unos días podré disfrutarlos.
Durante todo este tiempo he estado visitando las fincas de los alrededores de la cabaña, y les he enseñado a los agricultores a seguir una metodología de cultivo, y resolvíamos sus dudas, dudas que nos resolvían agricultores humanos que habían aprendido a cultivar la tierra y seguían unas metodologías muy trabajadas. La tierra era un trabajo complicado, pero lo prefería antes que los trabajos que conseguía Dana, trabajos que solo encadenan túneles fantasmagóricos. Quise salirme de ese camino, dejar de ser una mala compañía, solo quería salvarme de esa vida que no era para nosotros.
"- ¡¡¡Por favor, de verdad, no tengo nada más que pueda daros!!!. Exhalaba aquel comerciante que acabábamos de abordar en el camino a Ciudad Lagarto, mientras le apretaba el cuello con una mano y lo elevaba medio metro del suelo. Alguien le había pegado el chivatazo a Dana, pero no parecía que tuviera en su poder aquellas joyas que buscábamos, solo encontramos baratijas, indumentaria de cortesanas y algo de alimento. - Juguete si no nos da lo que buscamos, tendrás que matarlo. Dana era como un juguete roto, sin brillo en los ojos, jugando sola en este mundo lleno de codicia y odio - Dana... hemos registrado todo el carro y no hay rastro de esa mercancía.
Dana volteó los ojos, caminó alrededor del carromato, se ayudó de una de las ruedas para poder impulsarse y subir dentro del carro. - Si Dana no encuentra nada que poder llevarnos, Dana lo matará. Allí estaba ella, rebuscando entre todos los enseres del comerciante, hermética, pero a la vez tan adorable. - Si no lo sueltas, va a dejar de respirar en cuestión de segundos Lobito. Me susurro mientras me sonreía ladeando la cabeza, solté a aquel comerciante, que poca culpa tenía de todo aquello, y sentí hasta en mis pulmones como cogía aire. Dana levantó la mano, como si le fuera la vida en ello, como si tuviera la respuesta de entre toda la población. - ¡Lo tengo! Lobito ¡Lo tengo!. Gritaba a los cuatro vientos, mientras saltaba de alegría, como si de una niña pequeña se tratara. - Aquí tengo mi regalo para... Pero no pudo terminar la frase, una flecha voló por encima de la cabeza de Dana, lo justo para que la ráfaga de viento meciera su pelo. Salté encima del carro, la cogí en brazos y salté fuera del camino, había que salir de allí rápido. - Lobito, ¡tengo tu regalo!. Sonrió como si no pasara nada, abrazada a mí, levantó un hacha en el aire, atravesando todo lo que se interpusiera con ella en brazos, pero ella no dejaba de sonreír. - Esta será tuya, para siempre."
Fuego a través de los recuerdos. Así es como conseguí este hacha, de los pocos recuerdos que tengo donde ella sonreía. Guardé el hacha y seguidamente los pájaros del bosque emprendieron el vuelo, alguien tenía que estar acercándose muy rápido, me escondí detrás de un tronco y con cuidado observé hacia los matorrales que delimitan con el bosque, justo antes del prado. No sabía ciertamente que podría encontrarme por esta zona, pero pude ver un hombre, corriendo como si la vida le fuera en ello, con el último suspiro para poder dejarse caer y respirar.
Pero lo que no veía ese hombre es que un grupo de personas le pisaban los talones, podía ver el barullo que estaban montando en el bosque, pero tuve que subir al árbol como pude y observé que había un grupo buscándole, acercándose a los matorrales. ¿Que demonios habrá hecho ese muchacho? - Ayúdalo, ¡corré!. Salté del árbol y corrí hacía donde estaba tumbado ese desconocido. - ¡Disculpa! Creo que no hay tiempo para presentaciones, apóyate en mi hombro y vayámonos de aquí, los tienes a menos de 50 metros, te están pisando los talones.
Durante todo este tiempo he estado visitando las fincas de los alrededores de la cabaña, y les he enseñado a los agricultores a seguir una metodología de cultivo, y resolvíamos sus dudas, dudas que nos resolvían agricultores humanos que habían aprendido a cultivar la tierra y seguían unas metodologías muy trabajadas. La tierra era un trabajo complicado, pero lo prefería antes que los trabajos que conseguía Dana, trabajos que solo encadenan túneles fantasmagóricos. Quise salirme de ese camino, dejar de ser una mala compañía, solo quería salvarme de esa vida que no era para nosotros.
"- ¡¡¡Por favor, de verdad, no tengo nada más que pueda daros!!!. Exhalaba aquel comerciante que acabábamos de abordar en el camino a Ciudad Lagarto, mientras le apretaba el cuello con una mano y lo elevaba medio metro del suelo. Alguien le había pegado el chivatazo a Dana, pero no parecía que tuviera en su poder aquellas joyas que buscábamos, solo encontramos baratijas, indumentaria de cortesanas y algo de alimento. - Juguete si no nos da lo que buscamos, tendrás que matarlo. Dana era como un juguete roto, sin brillo en los ojos, jugando sola en este mundo lleno de codicia y odio - Dana... hemos registrado todo el carro y no hay rastro de esa mercancía.
Dana volteó los ojos, caminó alrededor del carromato, se ayudó de una de las ruedas para poder impulsarse y subir dentro del carro. - Si Dana no encuentra nada que poder llevarnos, Dana lo matará. Allí estaba ella, rebuscando entre todos los enseres del comerciante, hermética, pero a la vez tan adorable. - Si no lo sueltas, va a dejar de respirar en cuestión de segundos Lobito. Me susurro mientras me sonreía ladeando la cabeza, solté a aquel comerciante, que poca culpa tenía de todo aquello, y sentí hasta en mis pulmones como cogía aire. Dana levantó la mano, como si le fuera la vida en ello, como si tuviera la respuesta de entre toda la población. - ¡Lo tengo! Lobito ¡Lo tengo!. Gritaba a los cuatro vientos, mientras saltaba de alegría, como si de una niña pequeña se tratara. - Aquí tengo mi regalo para... Pero no pudo terminar la frase, una flecha voló por encima de la cabeza de Dana, lo justo para que la ráfaga de viento meciera su pelo. Salté encima del carro, la cogí en brazos y salté fuera del camino, había que salir de allí rápido. - Lobito, ¡tengo tu regalo!. Sonrió como si no pasara nada, abrazada a mí, levantó un hacha en el aire, atravesando todo lo que se interpusiera con ella en brazos, pero ella no dejaba de sonreír. - Esta será tuya, para siempre."
Fuego a través de los recuerdos. Así es como conseguí este hacha, de los pocos recuerdos que tengo donde ella sonreía. Guardé el hacha y seguidamente los pájaros del bosque emprendieron el vuelo, alguien tenía que estar acercándose muy rápido, me escondí detrás de un tronco y con cuidado observé hacia los matorrales que delimitan con el bosque, justo antes del prado. No sabía ciertamente que podría encontrarme por esta zona, pero pude ver un hombre, corriendo como si la vida le fuera en ello, con el último suspiro para poder dejarse caer y respirar.
Pero lo que no veía ese hombre es que un grupo de personas le pisaban los talones, podía ver el barullo que estaban montando en el bosque, pero tuve que subir al árbol como pude y observé que había un grupo buscándole, acercándose a los matorrales. ¿Que demonios habrá hecho ese muchacho? - Ayúdalo, ¡corré!. Salté del árbol y corrí hacía donde estaba tumbado ese desconocido. - ¡Disculpa! Creo que no hay tiempo para presentaciones, apóyate en mi hombro y vayámonos de aquí, los tienes a menos de 50 metros, te están pisando los talones.
Damian Noor
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Re: La huida [Libre 3/3]
Permanecí en aquella posición, echado en el suelo, admirando la inmensidad del cielo, quizás por demasiado tiempo. Contemplaba las nubes pasar, dejándose llevar por las corrientes de viento, sin nada de que preocuparse o angustiarse. ¿Podría ser como ellas? Considerando que, mi insistencia en observarlas, era lo que me mantenía lejos de una realidad que no quería enfrentar, mucho menos aceptar. ¿Quién... quién era yo? ¿Cómo había llegado ahí...? ¿Por qué mi cuerpo se sentía tan pesado...? ¿Por qué habían tantas imágenes cruzando por mi cabeza? Demasiadas, demasiadas incógnitas, demasiadas preguntas que resolver. No había ninguna respuesta concreta, mientras que las dudas se multiplicaban a increíbles velocidades. No podía entenderlo, y eso solo alimentaba el sentimiento que emergía poco a poco, que se desarrollaba en mi pecho y comenzaba a contaminar mi ser. Era rabia, ira, una terrible e inmensa ira. ¿Contra quién o qué? No estaba seguro, pero cada vez sentía menos remordimiento por lo que le había hecho a esos hombres, y más ganas de golpear a más de ellos. Alguien debía pagar...
Sin embargo, no podía ser. Aunque tuviera todas las ganas del mundo de volver sobre mis pasos y atravesar los cráneos de aquellos titanes de hierro con un rayo, era insensato y estúpido. A veces odiaba no ser de sangre fría, me ahorraría muchos problemas y quizás no me hubiera visto envuelto en esa situación. El punto era que no podía permanecer más tiempo descansando, debía continuar. Logré girarme y me dispuse a ponerme en pié, sin embargo, antes de que pudiera concretar mi acción, pude escuchar algo. Aquel sonido logró erizarme el pelo de la nuca, pues era el sonido que yo mismo había realizado un par de segundos atrás... Pisadas, corriendo en mi dirección, los malditos me habían encontrado... ¿o no? Me giré de inmediato hacia el origen del sonido, levantando mi brazo izquierdo con la mano abierta—. No te atrevas a dar un paso más, maldito infeliz. —amenacé a mi captor, apuntándole con mi guantelete cubierto por una corriente eléctrica.
Sin embargo, mi sorpresa fue grande cuando, ante mi, no se presentó una de esas criaturas cubiertas de metal, sino... un tipo rubio y desconocido con cabello sedoso y reluciente como el florecer de un campo primaveral. Arqueé una ceja, un tanto... ¿decepcionado, molesto? No estaba de humor para lidiar con la "colorida" y absurda gente que rondaba por todo el continente. No es como que encontrarme con los biocibernéticos que me perseguían fuera una mejor opción, pero vamos, ¿era tan difícil dejarme solo? Nadie había pedido su ayuda.
—¿Qué quieres? —espeté, malhumorado y sin bajar mi brazo amenazante, esperando ser lo suficientemente grosero para ahuyentarlo. No me interesaba lo que tuviera que decir, pero el niño bonito terminó por captar mi atención y dirigirla a mis espaldas, escuchando las fuertes pisadas metálicas. Maldición, odiaba aceptar que tenía algo de razón. No había logrado perder aún a los malnacidos—. Puedo cuidarme solo. —le comuniqué, desafiante, rechazando su oferta de servirme como muleta humana. Podía estar en peligro, pero no le tenía tanto miedo a morir para hacer semejante ridículo—. ¡Andando! —ordené, antes de adentrarme nuevamente en el bosque, sin importarme si el sujeto me seguía o no. Si era mínimamente inteligente, no lo haría. Me perseguían a mi, no a él.
Sin embargo, no podía ser. Aunque tuviera todas las ganas del mundo de volver sobre mis pasos y atravesar los cráneos de aquellos titanes de hierro con un rayo, era insensato y estúpido. A veces odiaba no ser de sangre fría, me ahorraría muchos problemas y quizás no me hubiera visto envuelto en esa situación. El punto era que no podía permanecer más tiempo descansando, debía continuar. Logré girarme y me dispuse a ponerme en pié, sin embargo, antes de que pudiera concretar mi acción, pude escuchar algo. Aquel sonido logró erizarme el pelo de la nuca, pues era el sonido que yo mismo había realizado un par de segundos atrás... Pisadas, corriendo en mi dirección, los malditos me habían encontrado... ¿o no? Me giré de inmediato hacia el origen del sonido, levantando mi brazo izquierdo con la mano abierta—. No te atrevas a dar un paso más, maldito infeliz. —amenacé a mi captor, apuntándole con mi guantelete cubierto por una corriente eléctrica.
Sin embargo, mi sorpresa fue grande cuando, ante mi, no se presentó una de esas criaturas cubiertas de metal, sino... un tipo rubio y desconocido con cabello sedoso y reluciente como el florecer de un campo primaveral. Arqueé una ceja, un tanto... ¿decepcionado, molesto? No estaba de humor para lidiar con la "colorida" y absurda gente que rondaba por todo el continente. No es como que encontrarme con los biocibernéticos que me perseguían fuera una mejor opción, pero vamos, ¿era tan difícil dejarme solo? Nadie había pedido su ayuda.
—¿Qué quieres? —espeté, malhumorado y sin bajar mi brazo amenazante, esperando ser lo suficientemente grosero para ahuyentarlo. No me interesaba lo que tuviera que decir, pero el niño bonito terminó por captar mi atención y dirigirla a mis espaldas, escuchando las fuertes pisadas metálicas. Maldición, odiaba aceptar que tenía algo de razón. No había logrado perder aún a los malnacidos—. Puedo cuidarme solo. —le comuniqué, desafiante, rechazando su oferta de servirme como muleta humana. Podía estar en peligro, pero no le tenía tanto miedo a morir para hacer semejante ridículo—. ¡Andando! —ordené, antes de adentrarme nuevamente en el bosque, sin importarme si el sujeto me seguía o no. Si era mínimamente inteligente, no lo haría. Me perseguían a mi, no a él.
Raymond Lorde
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Re: La huida [Libre 3/3]
"No mires atrás, me decía Dana, porque puede que te alcancen. ¡Hold on!..." Y hay días en los que todavía no me encuentro cuando me despierto de aquellas pesadillas, sin llegar a tocarle. Yo solo quería volar y sentirme inmenso, pero al final de todo te sientes como cuando las palabras se te esfuman y todo lo acabas sintiendo lento, como denso. Esta no era la primera vez que huía, ese tipo podría ser yo, por eso creo que tenía que ayudarle.
En ocasiones maldigo la costumbre de ayudar y meterme donde no me tengo que meter. Conforme me acercaba a aquel individuo ya me estaba arrepintiendo, ya sus aspavientos me daban la sensación de que no parecía muy cabal. Le faltó tiempo para rechazar mi ayuda, pero ya no pensaba en dar media vuelta, y en los pocos segundos en los que estuvo quieto, localizando a sus perseguidores y pensando que hacer, pude observarle bien, parecía un tipo duro, no sé porque le perseguían pero parecía bastante confundido. Lo que si que llamó mucho mi atención y me sorprendió fueron los guantes que llevaba puestos, parecía algún tipo de tecnología avanzada, había que tener cuidado con eso hasta que conociera con quien estaba medio tratando.
Y con esos aires de tipo duro, se levantó y echó a correr, "Andando", sacudí la cabeza y volví a maldecirme, eché a correr tras el adentrándonos en el bosque, pero antes de entrar al bosque del todo, me escondí detrás de un matorral y eché un ojo atrás para ver quien corría detrás nuestro. No pude reconocer que eran aquellos seres, pero crucé la mirada con uno de ellos y no parecían muy humanos, ni muy contentos. Maldición, ¿donde me estaré metiendo? Volteé para volver a localizar a nuestro querido amigo, y por un segundo lo perdí de vista, pero parecía algo pesado porque no me costó mucho localizar sus huellas. Corrí como hacía tiempo que no corría, como animales libres, porque todo hombre libre sigue trayectoria. Lo alcancé justo a tiempo, desconocía si sabía a donde se dirigía, correr estaba bien pero no estaba de más intentar despistarlos.
-¡Hey! ¡De nada! - le grité mientras lo alcanzaba, parecía que iba obcecado, no hacía más que correr y correr - Pero quizás sería inteligente si corremos hacía el este, hay un río y es posible que nos pierdan el rastro si lo cruzamos, además un poco más adelante tendríamos un campamento abandonado de bandidos.
Me conocía aquella zona por Dana, en ocasiones veníamos a robar a los bandidos, o a recuperar alguno de los objetos que saqueaban y que a la vez, a nosotros nos encargaban recuperar. Había que tener cuidado por donde pasábamos, porque además los bandidos eran aficionados a poner trampas para tener sus campamentos protegidos, y a la velocidad que nos movíamos, era muy probable que nos metiéramos en más jaleos.
- ¡Vamos, confía en mi!. Veríamos donde acababa todo esto, pero me preocupaba que era lo que nos seguía.
En ocasiones maldigo la costumbre de ayudar y meterme donde no me tengo que meter. Conforme me acercaba a aquel individuo ya me estaba arrepintiendo, ya sus aspavientos me daban la sensación de que no parecía muy cabal. Le faltó tiempo para rechazar mi ayuda, pero ya no pensaba en dar media vuelta, y en los pocos segundos en los que estuvo quieto, localizando a sus perseguidores y pensando que hacer, pude observarle bien, parecía un tipo duro, no sé porque le perseguían pero parecía bastante confundido. Lo que si que llamó mucho mi atención y me sorprendió fueron los guantes que llevaba puestos, parecía algún tipo de tecnología avanzada, había que tener cuidado con eso hasta que conociera con quien estaba medio tratando.
Y con esos aires de tipo duro, se levantó y echó a correr, "Andando", sacudí la cabeza y volví a maldecirme, eché a correr tras el adentrándonos en el bosque, pero antes de entrar al bosque del todo, me escondí detrás de un matorral y eché un ojo atrás para ver quien corría detrás nuestro. No pude reconocer que eran aquellos seres, pero crucé la mirada con uno de ellos y no parecían muy humanos, ni muy contentos. Maldición, ¿donde me estaré metiendo? Volteé para volver a localizar a nuestro querido amigo, y por un segundo lo perdí de vista, pero parecía algo pesado porque no me costó mucho localizar sus huellas. Corrí como hacía tiempo que no corría, como animales libres, porque todo hombre libre sigue trayectoria. Lo alcancé justo a tiempo, desconocía si sabía a donde se dirigía, correr estaba bien pero no estaba de más intentar despistarlos.
-¡Hey! ¡De nada! - le grité mientras lo alcanzaba, parecía que iba obcecado, no hacía más que correr y correr - Pero quizás sería inteligente si corremos hacía el este, hay un río y es posible que nos pierdan el rastro si lo cruzamos, además un poco más adelante tendríamos un campamento abandonado de bandidos.
Me conocía aquella zona por Dana, en ocasiones veníamos a robar a los bandidos, o a recuperar alguno de los objetos que saqueaban y que a la vez, a nosotros nos encargaban recuperar. Había que tener cuidado por donde pasábamos, porque además los bandidos eran aficionados a poner trampas para tener sus campamentos protegidos, y a la velocidad que nos movíamos, era muy probable que nos metiéramos en más jaleos.
- ¡Vamos, confía en mi!. Veríamos donde acababa todo esto, pero me preocupaba que era lo que nos seguía.
Damian Noor
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Re: La huida [Libre 3/3]
El río, durante las horas del día en las que el sol estaba más arriba en el cielo, se encontraba tranquilo. La calma lo invadía todo y se respiraba una paz inigualable. Solo se veía truncada por el murmullo constante del agua corriendo, fresca y cristalina, y el cantar angelical de los pájaros en las ramas de los árboles próximos.
Los animales solían acercarse a las orillas temprano por la mañana, porque eran las horas en las que el agua se encontraba más fresca, por lo que en aquellos momentos me encontraba sola. La corriente no era muy fuerte, ni el río muy profundo, pero se debía tener en cuenta que la naturaleza no se puede (ni se debe intentar) controlar, por lo que tener un mínimo de precaución nunca viene de más.
Puse un pie en el agua y estaba menos fría de lo que me esperaba así que me dispuse a quitarme la ropa y bañarme tranquilamente. Estaba totalmente absorta en mis pensamientos mientas me relajaba en las orillas del río, sin adentrarme demasiado hasta un punto en el que no hiciera pie. Des de fuera del agua, se podía observar como los peces nadaban a mi alrededor, aprovechando mis movimientos para alimentarse de los restos que despegaba de las rocas del lecho del río.
Me había pasado la mañana estudiando y dibujando las plantas del bosque, había tenido un interesante encuentro con un arbusto de belladona en flor situado medio de unas zarzas punzantes. Estuve preguntándome el porqué de la localización del arbusto hasta que comprendí que el suelo era de limo, y estaba situada justo en un lugar concreto en el que no le tocaba el sol, lo que le permitía mantener la humedad necesaria para florecer y crecer. Estaba realmente interesada en las bayas que se producirían más tarde, por lo que la localización de ese arbusto era esencial para mi.
Un murmullo empezó a alzarse a la lejanía, al otro lado del río. Decidí salir del agua, vestirme rápidamente y mantenerme alerta mientras ese murmullo se convertía en alboroto. Esperaba saber qué era lo que había asustado a todos los pájaros del lugar y había perturbado mi baño.
Estaba trenzándome mi larga cabellera roja y mojada cuando en la otra orilla del río aparecieron dos jóvenes de la nada, corriendo como si estuvieran perseguidos por uno de los espíritus del bosque. Crucé miradas con ellos, estábamos en la misma altura y solo nos separaban unos metros de agua. La mirada de los dos hombres parecía asustada. Eran totalmente opuestos entre ellos: uno tenía los cabellos cortos y castaños y unos ojos vivos y nerviosos; el otro pelo largo y rubio y una barba poblada y cuidada.
No sabía que hacer ante tal aparición, así que me quedé quieta. Era tarde para esconderme, ya me habían visto. Saludarles des del otro lado del río hubiera sido una estupidez ya que estaban, claramente, huyendo de algo. Así que me quedé como una estatua, esperando a ver cuál sería su próximo movimiento, si correr orilla abajo o lanzarse al agua y nadar hacia mi.
Los animales solían acercarse a las orillas temprano por la mañana, porque eran las horas en las que el agua se encontraba más fresca, por lo que en aquellos momentos me encontraba sola. La corriente no era muy fuerte, ni el río muy profundo, pero se debía tener en cuenta que la naturaleza no se puede (ni se debe intentar) controlar, por lo que tener un mínimo de precaución nunca viene de más.
Puse un pie en el agua y estaba menos fría de lo que me esperaba así que me dispuse a quitarme la ropa y bañarme tranquilamente. Estaba totalmente absorta en mis pensamientos mientas me relajaba en las orillas del río, sin adentrarme demasiado hasta un punto en el que no hiciera pie. Des de fuera del agua, se podía observar como los peces nadaban a mi alrededor, aprovechando mis movimientos para alimentarse de los restos que despegaba de las rocas del lecho del río.
Me había pasado la mañana estudiando y dibujando las plantas del bosque, había tenido un interesante encuentro con un arbusto de belladona en flor situado medio de unas zarzas punzantes. Estuve preguntándome el porqué de la localización del arbusto hasta que comprendí que el suelo era de limo, y estaba situada justo en un lugar concreto en el que no le tocaba el sol, lo que le permitía mantener la humedad necesaria para florecer y crecer. Estaba realmente interesada en las bayas que se producirían más tarde, por lo que la localización de ese arbusto era esencial para mi.
Un murmullo empezó a alzarse a la lejanía, al otro lado del río. Decidí salir del agua, vestirme rápidamente y mantenerme alerta mientras ese murmullo se convertía en alboroto. Esperaba saber qué era lo que había asustado a todos los pájaros del lugar y había perturbado mi baño.
Estaba trenzándome mi larga cabellera roja y mojada cuando en la otra orilla del río aparecieron dos jóvenes de la nada, corriendo como si estuvieran perseguidos por uno de los espíritus del bosque. Crucé miradas con ellos, estábamos en la misma altura y solo nos separaban unos metros de agua. La mirada de los dos hombres parecía asustada. Eran totalmente opuestos entre ellos: uno tenía los cabellos cortos y castaños y unos ojos vivos y nerviosos; el otro pelo largo y rubio y una barba poblada y cuidada.
No sabía que hacer ante tal aparición, así que me quedé quieta. Era tarde para esconderme, ya me habían visto. Saludarles des del otro lado del río hubiera sido una estupidez ya que estaban, claramente, huyendo de algo. Así que me quedé como una estatua, esperando a ver cuál sería su próximo movimiento, si correr orilla abajo o lanzarse al agua y nadar hacia mi.
Zarina
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Re: La huida [Libre 3/3]
¡Maldición...! No llevaba la cuenta, aunque bien sabía que debían ser un montón, de las veces que había maldecido en el breve transcurso de tiempo que había estado despierto. En aquel momento me era imposible detenerme a pensar sobre el hecho de que no recordaba quien demonios era yo; pero, de haberlo hecho, hubiera confirmado que era una persona que le gustaba mucho quejarse y maldecir... y con razones perfectamente justificables, al menos para mí. ¿Ejemplos? Por si lo olvidaste o no estabas prestando atención, me perseguían gigantes acorazados con quien sabe que intención; podían tener perfectamente órdenes de eliminarme en el acto sin darme una mínima explicación. ¿Otra? El chulito que se había aparecido de la nada en el momento menos indicado... No es como que hubiera alguna vez un "momento indicado" conmigo, de hecho, evitar acercarse a mi era la única forma de que una existencia se volviera mínimamente soportable... Pero vamos, había elegido el peor de los peores momentos. Hablando de él... Por un breve par de segundos, llegué a creer que era un sujeto más inteligente de lo que claramente no demostraba con sus acciones. Miré hacia atrás para confirmar si realmente se hallaba siguiéndome, o si había sido inteligente y cesado de intentar brindarme una ayuda que no había solicitado en lo absoluto. No pude evitar sonreír al no encontrarlo por ningún lado. ¡Por fin! Alguien con sentido común... O eso pensé hasta que pude percibir el movimiento a mis espaldas, volviendo a girarme para ver nuevamente su cabello perfecto ondeando en el viento en una imagen totalmente desagradable.
—Idiota. —murmuré, poniendo en blanco los ojos antes de centrarlos nuevamente en dirigir mi carrera. Era bastante alta la tasa de masoquistas en el continente, ¿no? ¿O sólo la de estúpidos? Aparentemente, el sujeto fue capaz de escucharme. Solo lo comento, porque realmente me importaba una enorme mierda de caballo si hería sus sentimientos o no. Consideré un momento que debía ser más flexible en vista de que su advertencia había sido de ayuda, pero repito, consideré; no demoré en declinar el pensamiento posteriormente... o al menos hasta que el hombre comenzó a hablar otra vez. Gruñí ante sus palabras, queriendo refutarlas con toda mi alma (si, tengo una), pero no encontrando ningún agujero que pudiera exagerar para lograr tal objetivo—. Como esto sea un truco, necesitarás una nueva dentadura. —le advertí malhumorado, sin nada remotamente parecido a la sutileza o el agradecimiento. Procedí entonces a seguir sus instrucciones y cambiar mi rumbo hacia el este, sin tener más opciones que obedecer y esperar que al menos pudiera ponerme a salvo finalmente.
Los árboles seguían cruzando a nuestro alrededor como manchas verdosas y marrones, en un monótono ciclo de espesura que solo permanecía extendiéndose y extendiéndose. El viento en mis oídos, acompañado del retumbar de nuestras pisadas contra la tierra del sendero, hacia casi imposible el detectar un sonido en particular. Sin embargo, apenas pude ver ese pequeño punto celeste extendiéndose en el firmamento, pude escuchar las corrientes de agua deslizarse con elegancia contra las rocas del riachuelo. No tenía tiempo de reconocer que el sujeto que me acompañaba decía la verdad después de todo... eso, o simplemente no me importaba lo suficiente. Lo importante es que, apenas estuvimos a la orilla del río, salté al agua sin pensarlo dos veces, buscando reducir la mayor distancia posible entre el punto de mi aterrizaje hasta el otro lado de las aguas. Logré hacer un buen trabajo, pues no demoré demasiado en cubrir el resto del camino con el único estilo de nado que conocía o creía recordar. Me había concentrado tanto en cruzar el río que ni siquiera llegué a notar la presencia de aquella damisela en la orilla, no hasta que sentí el agua escurrirse a través de mis ropajes al abandonar las corrientes del río. Respiraba agitado y con pesadez, sufriendo las repercusiones de haber corrido tanto tiempo, sintiendo a mi corazón palpitar incesante como si fuera a reventar, sosteniéndome de rodillas y con las palmas de manos sobre el suelo para evitar caer del cansancio.
Sentí la necesidad, un pequeño escalofrío escalando por mi espalda y erizando los vellos de mi nuca, de mirar atrás para comprobar que teníamos un breve momento para descansar... Y pude sentir la tensión regresar inmediatamente junto a la adrenalina. Los malnacidos ahí estaban, lanzándose a las aguas para continuar cazándome. —. ¡Mierda! —espeté, apretando los dientes con frustración y desquitando mi rabia en un puñetazo dirigido al suelo. Fue entonces cuando la idea vino a mi cabeza espontáneamente, apenas vi mi guantelete golpear el suelo. Malditos, ¿querían cazarme? Pues vengan por mi. —. ¡Apártate! —le ordené a mi acompañante tras ponerme de pie y correr hacia la orilla nuevamente, asegurándome de que no estuviera lo suficientemente cerca para que se viera envuelto en el movimiento que planeaba realizar. Levanté mis manos sobre mi cabeza, activando mis guanteletes y liberando una corriente eléctrica que cubrío enteramente mis brazos. Pude sentir la electricidad fluir por mi cuerpo como una oleada incesante de energía. Procedí a redirigirla imponiendo mis manos sobre las aguas, transmitiéndola en toda su extensión al instante. Los gigantes de metal, y además todos los seres vivos que se hallaban en esa área, se retorcieron mientras el río destellaba con un resplandor blanquecino.
—Idiota. —murmuré, poniendo en blanco los ojos antes de centrarlos nuevamente en dirigir mi carrera. Era bastante alta la tasa de masoquistas en el continente, ¿no? ¿O sólo la de estúpidos? Aparentemente, el sujeto fue capaz de escucharme. Solo lo comento, porque realmente me importaba una enorme mierda de caballo si hería sus sentimientos o no. Consideré un momento que debía ser más flexible en vista de que su advertencia había sido de ayuda, pero repito, consideré; no demoré en declinar el pensamiento posteriormente... o al menos hasta que el hombre comenzó a hablar otra vez. Gruñí ante sus palabras, queriendo refutarlas con toda mi alma (si, tengo una), pero no encontrando ningún agujero que pudiera exagerar para lograr tal objetivo—. Como esto sea un truco, necesitarás una nueva dentadura. —le advertí malhumorado, sin nada remotamente parecido a la sutileza o el agradecimiento. Procedí entonces a seguir sus instrucciones y cambiar mi rumbo hacia el este, sin tener más opciones que obedecer y esperar que al menos pudiera ponerme a salvo finalmente.
Los árboles seguían cruzando a nuestro alrededor como manchas verdosas y marrones, en un monótono ciclo de espesura que solo permanecía extendiéndose y extendiéndose. El viento en mis oídos, acompañado del retumbar de nuestras pisadas contra la tierra del sendero, hacia casi imposible el detectar un sonido en particular. Sin embargo, apenas pude ver ese pequeño punto celeste extendiéndose en el firmamento, pude escuchar las corrientes de agua deslizarse con elegancia contra las rocas del riachuelo. No tenía tiempo de reconocer que el sujeto que me acompañaba decía la verdad después de todo... eso, o simplemente no me importaba lo suficiente. Lo importante es que, apenas estuvimos a la orilla del río, salté al agua sin pensarlo dos veces, buscando reducir la mayor distancia posible entre el punto de mi aterrizaje hasta el otro lado de las aguas. Logré hacer un buen trabajo, pues no demoré demasiado en cubrir el resto del camino con el único estilo de nado que conocía o creía recordar. Me había concentrado tanto en cruzar el río que ni siquiera llegué a notar la presencia de aquella damisela en la orilla, no hasta que sentí el agua escurrirse a través de mis ropajes al abandonar las corrientes del río. Respiraba agitado y con pesadez, sufriendo las repercusiones de haber corrido tanto tiempo, sintiendo a mi corazón palpitar incesante como si fuera a reventar, sosteniéndome de rodillas y con las palmas de manos sobre el suelo para evitar caer del cansancio.
Sentí la necesidad, un pequeño escalofrío escalando por mi espalda y erizando los vellos de mi nuca, de mirar atrás para comprobar que teníamos un breve momento para descansar... Y pude sentir la tensión regresar inmediatamente junto a la adrenalina. Los malnacidos ahí estaban, lanzándose a las aguas para continuar cazándome. —. ¡Mierda! —espeté, apretando los dientes con frustración y desquitando mi rabia en un puñetazo dirigido al suelo. Fue entonces cuando la idea vino a mi cabeza espontáneamente, apenas vi mi guantelete golpear el suelo. Malditos, ¿querían cazarme? Pues vengan por mi. —. ¡Apártate! —le ordené a mi acompañante tras ponerme de pie y correr hacia la orilla nuevamente, asegurándome de que no estuviera lo suficientemente cerca para que se viera envuelto en el movimiento que planeaba realizar. Levanté mis manos sobre mi cabeza, activando mis guanteletes y liberando una corriente eléctrica que cubrío enteramente mis brazos. Pude sentir la electricidad fluir por mi cuerpo como una oleada incesante de energía. Procedí a redirigirla imponiendo mis manos sobre las aguas, transmitiéndola en toda su extensión al instante. Los gigantes de metal, y además todos los seres vivos que se hallaban en esa área, se retorcieron mientras el río destellaba con un resplandor blanquecino.
- Off:
- Utilizo mi habilidad Fuerza de electrones.
Raymond Lorde
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Re: La huida [Libre 3/3]
Llegábamos al río tal y como le indiqué, escuché murmurar a aquel personaje mientras corría, seguro que estaba maldiciendo alguna estupidez, se le veía en el aire que lo suyo no era ser amigable. Aún con todo cada vez estábamos más cerca, comenzaba a escuchar el agua correr entre las piedras, como el cauce cogía velocidad hacía el acantilado que había más abajo. Salté el último matorral hasta llegar al río, me detuve para echar un ojo atrás a ver a que distancia los teníamos, y no habíamos conseguido despistarlos porque los teníamos bastante encima, me giré y me apresuré a cruzar el río. El agua estaba fría, pero con aquella carrera, era justo lo que necesitaba para poder seguir corriendo.
Todos en la vida perseguíamos algo, ahora los perseguidos eramos nosotros, alcanzando el espacio vacío, ¿la dama fortuna?. Vigilé el movimiento y observé que alguien estaba en aquel lado de la orilla inmóvil, parecía una mujer que no tenía muy claro como reaccionar. Se le veía el temor en la cara, temor o desconfianza, la verdad es que en aquel momento no transmitiríamos nada bueno. El tiempo avanzaba, y solo nos detuvimos unos segundos para coger aire, intenté localizar el rastro de los saqueadores para llegar hasta aquel campamento que recordaba de haber visitado, localicé las marcas de los saqueadores en los árboles, suspiré, tanto que casi me ahogo. Volví a situar a aquella mujer en el mismo punto, inmóvil, pero rápidamente entraron en escena de nuevo nuestros perseguidores, comenzaban a alcanzar el río y se nos echaban encima.
-APÁRTATE- Miré atrás.
Lo vi correr hacía la orilla, pensé que estaba loco y que se iba a enfrentar a aquellos mamuts, no me importaba tener que enfrentarme a ellos, pero después de tanto correr, hubiera sido más inteligente haberlo hecho unas cuantas carreras antes. Pero no, levantó aquellos guantes hacía el cielo, y de un momento para otro parecía como si estos se cargaran de energía, parecía eléctrica, pero no podía verlo con claridad, inmediatamente los hundió en el agua y pude ver como aquellos titanes se retorcían, desde luego que aquel había sido el momento justo para realizar aquella hazaña. Se quedaron inmóviles en el río, tampoco iba a comprobar si había acabo o no con ellos, a oscuras o de día, como quieras. Me acerqué a ver como se encontraba después de aquel esfuerzo, parecía encontrarse bien, con los puños todavía en el agua pero no más agotado de lo que debería. - Deberíamos seguir hasta el campamento, los árboles nos marcarán el camino. - le indiqué señalando el árbol con la primera marca. - No creo que sea buena idea quedarnos a ver si se levantan de nuevo, o si vienen más detrás. Creo que ganaremos algo de ventaja, deberán de esforzarse mucho más para encontrarnos.
Me incorporé y recordé a aquella chica de la orilla, la busqué con la mirada y todavía seguía allí inmóvil, atónita.Voltee la mirada y comprobé que aquellos seres seguían allí inmóviles, quizás tendríamos por fin algo de suerte. Me acerqué a ella y no pareció reaccionar mucho, le sacudí de los hombros para que reaccionara, parecía confundida. - ¡Oye!... ¡Disculpa! Será mejor que te escondas o corras, pero si se levantan, no sería inteligente que estuvieras ahí todavía..
Todos en la vida perseguíamos algo, ahora los perseguidos eramos nosotros, alcanzando el espacio vacío, ¿la dama fortuna?. Vigilé el movimiento y observé que alguien estaba en aquel lado de la orilla inmóvil, parecía una mujer que no tenía muy claro como reaccionar. Se le veía el temor en la cara, temor o desconfianza, la verdad es que en aquel momento no transmitiríamos nada bueno. El tiempo avanzaba, y solo nos detuvimos unos segundos para coger aire, intenté localizar el rastro de los saqueadores para llegar hasta aquel campamento que recordaba de haber visitado, localicé las marcas de los saqueadores en los árboles, suspiré, tanto que casi me ahogo. Volví a situar a aquella mujer en el mismo punto, inmóvil, pero rápidamente entraron en escena de nuevo nuestros perseguidores, comenzaban a alcanzar el río y se nos echaban encima.
-APÁRTATE- Miré atrás.
Lo vi correr hacía la orilla, pensé que estaba loco y que se iba a enfrentar a aquellos mamuts, no me importaba tener que enfrentarme a ellos, pero después de tanto correr, hubiera sido más inteligente haberlo hecho unas cuantas carreras antes. Pero no, levantó aquellos guantes hacía el cielo, y de un momento para otro parecía como si estos se cargaran de energía, parecía eléctrica, pero no podía verlo con claridad, inmediatamente los hundió en el agua y pude ver como aquellos titanes se retorcían, desde luego que aquel había sido el momento justo para realizar aquella hazaña. Se quedaron inmóviles en el río, tampoco iba a comprobar si había acabo o no con ellos, a oscuras o de día, como quieras. Me acerqué a ver como se encontraba después de aquel esfuerzo, parecía encontrarse bien, con los puños todavía en el agua pero no más agotado de lo que debería. - Deberíamos seguir hasta el campamento, los árboles nos marcarán el camino. - le indiqué señalando el árbol con la primera marca. - No creo que sea buena idea quedarnos a ver si se levantan de nuevo, o si vienen más detrás. Creo que ganaremos algo de ventaja, deberán de esforzarse mucho más para encontrarnos.
Me incorporé y recordé a aquella chica de la orilla, la busqué con la mirada y todavía seguía allí inmóvil, atónita.Voltee la mirada y comprobé que aquellos seres seguían allí inmóviles, quizás tendríamos por fin algo de suerte. Me acerqué a ella y no pareció reaccionar mucho, le sacudí de los hombros para que reaccionara, parecía confundida. - ¡Oye!... ¡Disculpa! Será mejor que te escondas o corras, pero si se levantan, no sería inteligente que estuvieras ahí todavía..
Damian Noor
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Re: La huida [Libre 3/3]
Estaba en shock, me encontraba total y absolutamente petrificada ante lo que acababan de presenciar mis ojos. Un relámpago (y nunca más bien dicho) de miedo me recorrió toda la espina dorsal, de arriba a abajo, poniéndome los pelos de punta.
En el aire aún se respiraba esa electricidad, se podía palpar, casi saborear en la boca. Los ruidos habían cesado por completo, no había pájaros, ni ranas, todo estaba en silencio a excepción del fluir del agua del río. Esta seguía corriendo con libertad, sin pausa, captando toda mi atención. No podía moverme en absoluto.
"¿Qué... qué ha sido eso?" Incluso mis pensamientos titubearon. Los cadáveres de los peces salieron a flote en el río, y se precipitaron corriente abajo, sin reparo. Las "cosas" que habían estado persiguiendo a los dos hombres debían pesar más de lo que la corriente podía arrastrar, así que se quedaron parados justo allá donde estaban.
Todo mi cuerpo intentó moverse, salir corriendo de lo que acababa de presenciar. Las piernas no me respondieron, mis manos seguían enredadas en mi pelo, en medio de una trenza que parecía que no sería terminada nunca. Tenía mi bolsa en los pies, noté su peso. La ropa, medio mojada por no haberme podido secar bien, se me quedaba pegada al cuerpo, fría e inerte como los peces que yacían muertos a las orillas del río. Mis ojos intentaron reaccionar pero estaba totalmente congelada en ese instante.
Salí del embrujo al notar como me zarandeaban por los hombros. Miré a el hombre que tenía las manos puestas en mi, aún con incredulidad. Le clavé mis ojos en los suyos, intentando ver si lo que acababa de ocurrir era cierto o solo alucinaciones mías, y si él podía hacer lo mismo. Al hombre se le notaba el alivio en los ojos, pero seguía nervioso. "Lo que les perseguía está allí parado, seguramente muerto. ¿qué le sigue asustando?" pensé.
En ese momento me puse yo también nerviosa. Una parte de mí quería tomar la opción de esconderme, porque era posible y probable que vinieran más "cosas" como esas. Aún así, ese hombre parecía tan perdido como yo, y de alguna forma me transmitía algún tipo de seguridad que no sabía explicar. Además, si el otro hombre había podido hacerles eso a los metales vivientes, ¿qué le impedía hacernos lo mismo a nosotros? Pero otra parte... ¡Ay! la otra parte...
Miré de refilón al otro hombre y sobretodo a esos guantes. Con ellos había podido canalizar una cantidad de energía enorme que había terminado con toda la vida acuática de ese río. Y aunque debería haber estado asustada, quería saber más. Mucho más. Nació en mi otra vez esa necesidad imperiosa de querer conocer más, de querer saber qué era lo que estaba ocurriendo, y de saber el porqué y el cómo. Esos nervios promovidos por la curiosidad eran realmente emocionantes.
Recogí mi bolsa del suelo, con un movimiento ágil, y me preparé para andar. Di un par de pasos hacia el bosque, hasta que me di cuenta de que no sabía hacia dónde querían ir. No les había escuchado, para nada. Así que me paré en seco, me di media vuelta, y miré a esa extraña pareja eléctrica. - ¿Hacia donde vamos?
En el aire aún se respiraba esa electricidad, se podía palpar, casi saborear en la boca. Los ruidos habían cesado por completo, no había pájaros, ni ranas, todo estaba en silencio a excepción del fluir del agua del río. Esta seguía corriendo con libertad, sin pausa, captando toda mi atención. No podía moverme en absoluto.
"¿Qué... qué ha sido eso?" Incluso mis pensamientos titubearon. Los cadáveres de los peces salieron a flote en el río, y se precipitaron corriente abajo, sin reparo. Las "cosas" que habían estado persiguiendo a los dos hombres debían pesar más de lo que la corriente podía arrastrar, así que se quedaron parados justo allá donde estaban.
Todo mi cuerpo intentó moverse, salir corriendo de lo que acababa de presenciar. Las piernas no me respondieron, mis manos seguían enredadas en mi pelo, en medio de una trenza que parecía que no sería terminada nunca. Tenía mi bolsa en los pies, noté su peso. La ropa, medio mojada por no haberme podido secar bien, se me quedaba pegada al cuerpo, fría e inerte como los peces que yacían muertos a las orillas del río. Mis ojos intentaron reaccionar pero estaba totalmente congelada en ese instante.
Salí del embrujo al notar como me zarandeaban por los hombros. Miré a el hombre que tenía las manos puestas en mi, aún con incredulidad. Le clavé mis ojos en los suyos, intentando ver si lo que acababa de ocurrir era cierto o solo alucinaciones mías, y si él podía hacer lo mismo. Al hombre se le notaba el alivio en los ojos, pero seguía nervioso. "Lo que les perseguía está allí parado, seguramente muerto. ¿qué le sigue asustando?" pensé.
En ese momento me puse yo también nerviosa. Una parte de mí quería tomar la opción de esconderme, porque era posible y probable que vinieran más "cosas" como esas. Aún así, ese hombre parecía tan perdido como yo, y de alguna forma me transmitía algún tipo de seguridad que no sabía explicar. Además, si el otro hombre había podido hacerles eso a los metales vivientes, ¿qué le impedía hacernos lo mismo a nosotros? Pero otra parte... ¡Ay! la otra parte...
Miré de refilón al otro hombre y sobretodo a esos guantes. Con ellos había podido canalizar una cantidad de energía enorme que había terminado con toda la vida acuática de ese río. Y aunque debería haber estado asustada, quería saber más. Mucho más. Nació en mi otra vez esa necesidad imperiosa de querer conocer más, de querer saber qué era lo que estaba ocurriendo, y de saber el porqué y el cómo. Esos nervios promovidos por la curiosidad eran realmente emocionantes.
Recogí mi bolsa del suelo, con un movimiento ágil, y me preparé para andar. Di un par de pasos hacia el bosque, hasta que me di cuenta de que no sabía hacia dónde querían ir. No les había escuchado, para nada. Así que me paré en seco, me di media vuelta, y miré a esa extraña pareja eléctrica. - ¿Hacia donde vamos?
Zarina
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Re: La huida [Libre 3/3]
La energía recorría mis brazos con una intensidad inmensurable, podía sentirla moverse viva, libre y salvaje a través de mis dedos, vibrando en el río que canalizaba su poder para reclamar las vidas de aquellos que tuvieron la desdicha de estar sumergidos en sus aguas. Peces, plantas, gigantes de metal; todos sucumbieron ante la fuerza que ahora poseía. En ese momento, contemplando por primera vez la magnitud de lo que ahora podían hacer mis manos, no pude evitar sentir una carga de vigor ardiendo en mi pecho; fuerte, poderoso... peligroso. Fue ese último pensamiento el que me hizo detenerme en ese mismo instante, retirando mis manos del agua y cayendo sobre mis cuartos traseros de la impresión. Apenas recobré mis sentidos, pude notar como mi respiración se hallaba increíblemente agitada y pesada. Levanté mis manos frente a mi rostro para observar en primera plana los rayos de electricidad que las envolvieron por un par de segundos antes de desvanecerse. Aunque ya los había utilizado un par de veces antes de aquella ocasión, no había tenido hasta entonces la oportunidad de detenerme y hacerme consciente de lo que estaba pasando. ¿Qué... qué era aquello? ¿En qué me había convertido...? No podía recordar nada que pudiera dar algo de luz al asunto, pero tenía esa profunda sensación de miedo escalando por mi espalda, dándome a entender la naturaleza desconocida de lo que acontecía en mi interior; me sentía como un completo y auténtico extraño para mi mismo.
Liberé un suspiro, una vez mi respiración comenzó a apaciguarse. Mi consternación no mermaba en lo absoluto, pero sabía que no podía simplemente quedarme ahí todo el día divagando en un laberinto sin salida. Tarde o temprano tendría que enfrentarlo, pero ese no era el mejor momento para intentarlo. No estaba seguro de que mi ataque hubiera sido suficiente para matar a aquellos biocibernéticos, o si habían más que aún rondaban entre los bosques buscando mi rastro. Debía ponerme a salvo, aunque no tuviera idea de dónde estaba o hacia donde iba. Me coloqué en pié, cuando aquel hombre se dirigió a mí para darme indicaciones de nuestros siguientes movimientos. Observé el árbol al que había resaltado, analizando su estructura por un par de segundos antes de percatarme de que, efectivamente, constaba con una especie de marca que debíamos entonces buscar en el resto para guiar nuestro camino hacia el susodicho campamento abandonado. Bufé. Si creyeron por un segundo que empezaba a sentirme cómodo yendo con la corriente, se equivocaban. Simplemente no tenía la energía para hacer las cosas más difíciles de lo que tenían que ser. Además...
Dirigí mi vista hacia la escena que había montado mi compañero y la señorita cuya presencia no había detectado hasta ese entonces. No pude evitar enfocarme en esta última, pues sus ojos se habían centrado en mi persona... Lo detestaba, detestaba que me estuviera observando con... esa mirada. Me veía con... ¿nervios?, o quizás desprecio, como si fuera una especie de monstruo terrible que acababa de asesinar a su perrito. Pues disculpa, princesa, ¿qué esperabas que hiciera si intentaba salvar mi vida? Correr y escapar no había sido muy efectivo después de todo. Aparté mi mirada de la suya y me crucé de brazos para intentar ocultar la molestia que me generaba su actitud. Si quería estar a salvo y lejos del peligro, ¿qué demonios hacía sola en medio de un bosque a la merced de tantas criaturas peligrosas? No tenía ningún sentido.
Liberé asperezas de mi cuello con dos giros de mi cabeza ejecutados con velocidad y consistencia, mientras me preparaba mentalmente para continuar con nuestro camino—. Perfecto, una nueva invitada —gruñí, expresando abiertamente mi molestia con la decisión de la señorita de acompañarnos—. ¿Qué esperas, galán? Ya oíste a la señorita y tenemos que irnos. —mofé a mi compañero, negándome a detener mi mordacidad hacia él—. Guía el camino.
Liberé un suspiro, una vez mi respiración comenzó a apaciguarse. Mi consternación no mermaba en lo absoluto, pero sabía que no podía simplemente quedarme ahí todo el día divagando en un laberinto sin salida. Tarde o temprano tendría que enfrentarlo, pero ese no era el mejor momento para intentarlo. No estaba seguro de que mi ataque hubiera sido suficiente para matar a aquellos biocibernéticos, o si habían más que aún rondaban entre los bosques buscando mi rastro. Debía ponerme a salvo, aunque no tuviera idea de dónde estaba o hacia donde iba. Me coloqué en pié, cuando aquel hombre se dirigió a mí para darme indicaciones de nuestros siguientes movimientos. Observé el árbol al que había resaltado, analizando su estructura por un par de segundos antes de percatarme de que, efectivamente, constaba con una especie de marca que debíamos entonces buscar en el resto para guiar nuestro camino hacia el susodicho campamento abandonado. Bufé. Si creyeron por un segundo que empezaba a sentirme cómodo yendo con la corriente, se equivocaban. Simplemente no tenía la energía para hacer las cosas más difíciles de lo que tenían que ser. Además...
Dirigí mi vista hacia la escena que había montado mi compañero y la señorita cuya presencia no había detectado hasta ese entonces. No pude evitar enfocarme en esta última, pues sus ojos se habían centrado en mi persona... Lo detestaba, detestaba que me estuviera observando con... esa mirada. Me veía con... ¿nervios?, o quizás desprecio, como si fuera una especie de monstruo terrible que acababa de asesinar a su perrito. Pues disculpa, princesa, ¿qué esperabas que hiciera si intentaba salvar mi vida? Correr y escapar no había sido muy efectivo después de todo. Aparté mi mirada de la suya y me crucé de brazos para intentar ocultar la molestia que me generaba su actitud. Si quería estar a salvo y lejos del peligro, ¿qué demonios hacía sola en medio de un bosque a la merced de tantas criaturas peligrosas? No tenía ningún sentido.
Liberé asperezas de mi cuello con dos giros de mi cabeza ejecutados con velocidad y consistencia, mientras me preparaba mentalmente para continuar con nuestro camino—. Perfecto, una nueva invitada —gruñí, expresando abiertamente mi molestia con la decisión de la señorita de acompañarnos—. ¿Qué esperas, galán? Ya oíste a la señorita y tenemos que irnos. —mofé a mi compañero, negándome a detener mi mordacidad hacia él—. Guía el camino.
Raymond Lorde
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Re: La huida [Libre 3/3]
Como un guerrero antes de morir, mantenía la calma, siempre había creído, hay que llegar vivo a los obstáculos del camino. Mientras hablaban de que decisión tomar, me fijé y inspeccioné aquellos guanteletes mientras el todavía desconocido los sacudía para secarlos. Satisfecho con su decisión, miré a mis compañeros y asentí, no me importaba comandar acciones, en cierto modo parecía que tenía soltura en aquel tipo de situaciones, y cada vez me encontraba más a mi mismo, con lo que ahora nos quedaba volver a adentrarnos en el bosque.
Me acerqué a unos de los árboles y con los dedos toqué las marcas, claramente estaban hechas con un hacha, el surco de aquellas marcas era imposible no reconocerlo, no estaríamos lejos de alguno de los campamentos de los saqueadores de la zona. Pero en aquel preciso instante se escuchó un soplido, como en una milésima de segundo una flecha se clavó a menos de 50 centímetros de mi mano, miramos atrás y como temíamos, alguien más nos estaba siguiendo pero no conseguimos verlo. ¿Quien demonios era este tipo, y porque lo seguían con tanto ahínco? Lo que tenía claro es que lo querían atrapar fuera como fuera, aunque fuera muerto.
Echamos a correr entre los árboles de aquel bosque con la cabeza encogida como una tortuga, siguiendo aquellas marcas que cada vez se hacían menos claras, pero no podíamos estar lejos, sus localizaciones no estaban muy lejos de los ríos, eran perfectos para perder el rastro de las huellas. De vez en cuando echaba la mirada atrás, comprobando que todos seguíamos en el grupo. Al desconocido eléctrico le pareció ver que algo se movía corriendo por detrás nuestro, como me pareció en aquellos arbustos y siguió rechistando todo el camino, miro nerviosamente en derredor mientras las sombras de aquellos alto y enorme árboles proyectaban en los matorrales de la zona.
Salté un último matorral y llegamos al final de aquel rastro, pero allí no había nada, más que roca y plantas. Miré nervioso la zona, aquello era imposible, tenía por seguro que aquello nos guiaría a algún campamento, notaba como la angustia nos invadía a todos, controlando los alrededores para que no apareciera nadie sin percatarnos. Pero en uno de aquellos giros buscando un algo, un pequeño haz de luz llamó mi atención, era extraño, me acerqué a la roca, retiré aquella monstruosa enredadera y encontramos una entrada a una cueva, en ella, una antorcha. Me giré y allí estábamos los tres expectantes.
- Algo me dice que debemos de entrar a la cueva, tenemos la alternativa de correr por el bosque esperando perderlos o entrar y enfrentarnos. - Me adentré unos pocos metros y miré adentro de la cueva, la luz de la antorcha iluminó la extraña escritura que cubría las paredes, cuyo diseño hechizaba los sentidos, mientras bajorrelieves de figuras con grandes ojos le observaban atentamente. - Estoy convencido de que es una cueva de saqueador, y seguro que tiene otra salida. Creo que deberíamos entrar y si no tiene otra salida, enfrentarnos. Mientras mi voz retumbaba en el pasadizo. Sentí que el corazón se me escapaba del pecho. Mi respiración estaba acelerada y, a pesar del fresco de la cueva, tenía el cuerpo como un horno.
Con las manos en la espalda, ahora quedaba esperar que decidían, quizás habíamos sido bendecidos y aquí parecía que nunca ninguno había creído.
Me acerqué a unos de los árboles y con los dedos toqué las marcas, claramente estaban hechas con un hacha, el surco de aquellas marcas era imposible no reconocerlo, no estaríamos lejos de alguno de los campamentos de los saqueadores de la zona. Pero en aquel preciso instante se escuchó un soplido, como en una milésima de segundo una flecha se clavó a menos de 50 centímetros de mi mano, miramos atrás y como temíamos, alguien más nos estaba siguiendo pero no conseguimos verlo. ¿Quien demonios era este tipo, y porque lo seguían con tanto ahínco? Lo que tenía claro es que lo querían atrapar fuera como fuera, aunque fuera muerto.
Echamos a correr entre los árboles de aquel bosque con la cabeza encogida como una tortuga, siguiendo aquellas marcas que cada vez se hacían menos claras, pero no podíamos estar lejos, sus localizaciones no estaban muy lejos de los ríos, eran perfectos para perder el rastro de las huellas. De vez en cuando echaba la mirada atrás, comprobando que todos seguíamos en el grupo. Al desconocido eléctrico le pareció ver que algo se movía corriendo por detrás nuestro, como me pareció en aquellos arbustos y siguió rechistando todo el camino, miro nerviosamente en derredor mientras las sombras de aquellos alto y enorme árboles proyectaban en los matorrales de la zona.
Salté un último matorral y llegamos al final de aquel rastro, pero allí no había nada, más que roca y plantas. Miré nervioso la zona, aquello era imposible, tenía por seguro que aquello nos guiaría a algún campamento, notaba como la angustia nos invadía a todos, controlando los alrededores para que no apareciera nadie sin percatarnos. Pero en uno de aquellos giros buscando un algo, un pequeño haz de luz llamó mi atención, era extraño, me acerqué a la roca, retiré aquella monstruosa enredadera y encontramos una entrada a una cueva, en ella, una antorcha. Me giré y allí estábamos los tres expectantes.
- Algo me dice que debemos de entrar a la cueva, tenemos la alternativa de correr por el bosque esperando perderlos o entrar y enfrentarnos. - Me adentré unos pocos metros y miré adentro de la cueva, la luz de la antorcha iluminó la extraña escritura que cubría las paredes, cuyo diseño hechizaba los sentidos, mientras bajorrelieves de figuras con grandes ojos le observaban atentamente. - Estoy convencido de que es una cueva de saqueador, y seguro que tiene otra salida. Creo que deberíamos entrar y si no tiene otra salida, enfrentarnos. Mientras mi voz retumbaba en el pasadizo. Sentí que el corazón se me escapaba del pecho. Mi respiración estaba acelerada y, a pesar del fresco de la cueva, tenía el cuerpo como un horno.
Con las manos en la espalda, ahora quedaba esperar que decidían, quizás habíamos sido bendecidos y aquí parecía que nunca ninguno había creído.
Damian Noor
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Re: La huida [Libre 3/3]
El silbido de la flecha me puso los pelos de punta e hizo que mi corazón bombeara adrenalina activando todos y cada uno de mis instintos de supervivencia.
Nos pusimos a correr por el bosque. Delante mío iba el hombre con el pelo largo, y detrás el hombre con los guantes. Notaba mi bolsa golpeándome la espalda, el sudor del ejercicio untando mi piel, la ropa mojada pegándose al cuerpo, el ruido de nuestros pasos por el suelo del bosque.
Llegué al sitio donde se acababan las marcas jadeando. No podía más con mi alma, me dolía todo. Mi constitución de bruja no me dejaba ser atlética y eso, en situaciones de peligro como la acontecida, era muy poco práctico por mi parte. Gracias a los espíritus, no me había caído durante nuestra huida, porque eso hubiera sido nuestra perdición.
El hombre que había liderado nuestra huida hacia un lugar "seguro" encontró la entrada a una cueva detrás de una enredadera enorme. Dijo que eso era una cueva de saqueador, y estaba equipada decentemente con una antorcha para iluminar la estancia.
Entré a la cueva, observando todos aquellos dibujos que parecían tener muchos años. "¿En qué idioma están escritos?¿Élfico?" pensé para mi misma. Pasé la yema de los dedos entre los surcos de las paredes, intentando descifrar alguna cosa de las que parecía que ponía allí, pero no entendía nada, así que me limité a intentar recobrar el aliento gracias a la frescura de la cueva.
Estábamos los tres dentro de la cavidad cuando pareció que se oían ruidos fuera. Estaba de acuerdo con el hombre que decía que deberíamos explorar la cueva y, en caso de que no hubiera otra salida, enfrentarnos a lo que sea que fuera lo que perseguía al hombre con los guantes. Se oían voces y algún que otro tintineo metálico. Teníamos que tomar una decisión.
Me arrodillé frente a la entrada de la cueva, puse las manos en el suelo y canalicé mi energía a través de mis palmas, hasta encender la chispa de la magia. Elevé un pilar de tierra lo suficientemente alto y ancho para cubrir parcialmente la entrada de la cueva y que nadie pudiera entrar, pero a la vez, dejarnos algún que otro espacio para poder observar a fuera o incluso poder defendernos*.
Antes de que pensaran que les había atrapado dentro les dije: - Puedo quitar el pilar cuando sea, no sufráis, pero por lo menos ahora, si encuentran la entrada, no podrán seguirnos. - Lo hice con una voz tranquila, bajita, procurando no levantar el eco de la cueva.
Después de eso, me senté en el suelo. Estaba cansada, física y mentalmente. Así que, antes de volver a emprender la huida, quería saber con quien me hallaba encerrada en la cueva de algún que otro saqueador.
- Ahora que tenemos un momento, ¿quién sois? ¿O qué sois? - sonó un poco desagradable, por lo que decidí añadir rápidamente - Mi nombre es Zarina. - Adjunté a mi discurso una sonrisa cansada, pero sincera.
Esperaba que mi invitación a unas presentaciones formales diese fruto, y así poder poner nombre a esas caras. Estaba convencida de que el hombre que nos había guiado a la cueva no tendría problema en presentarse, pero el otro estaba envuelto en un aura de misterio que parecía inexpugnable.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Off Roll: *Utilizo mi especialización sobre la Maestría en Tierra que me permite tener un control general sobre la magia de tierra para usarla, en este modo, de forma práctica y tapar la entrada de la cueva.
Nos pusimos a correr por el bosque. Delante mío iba el hombre con el pelo largo, y detrás el hombre con los guantes. Notaba mi bolsa golpeándome la espalda, el sudor del ejercicio untando mi piel, la ropa mojada pegándose al cuerpo, el ruido de nuestros pasos por el suelo del bosque.
Llegué al sitio donde se acababan las marcas jadeando. No podía más con mi alma, me dolía todo. Mi constitución de bruja no me dejaba ser atlética y eso, en situaciones de peligro como la acontecida, era muy poco práctico por mi parte. Gracias a los espíritus, no me había caído durante nuestra huida, porque eso hubiera sido nuestra perdición.
El hombre que había liderado nuestra huida hacia un lugar "seguro" encontró la entrada a una cueva detrás de una enredadera enorme. Dijo que eso era una cueva de saqueador, y estaba equipada decentemente con una antorcha para iluminar la estancia.
Entré a la cueva, observando todos aquellos dibujos que parecían tener muchos años. "¿En qué idioma están escritos?¿Élfico?" pensé para mi misma. Pasé la yema de los dedos entre los surcos de las paredes, intentando descifrar alguna cosa de las que parecía que ponía allí, pero no entendía nada, así que me limité a intentar recobrar el aliento gracias a la frescura de la cueva.
Estábamos los tres dentro de la cavidad cuando pareció que se oían ruidos fuera. Estaba de acuerdo con el hombre que decía que deberíamos explorar la cueva y, en caso de que no hubiera otra salida, enfrentarnos a lo que sea que fuera lo que perseguía al hombre con los guantes. Se oían voces y algún que otro tintineo metálico. Teníamos que tomar una decisión.
Me arrodillé frente a la entrada de la cueva, puse las manos en el suelo y canalicé mi energía a través de mis palmas, hasta encender la chispa de la magia. Elevé un pilar de tierra lo suficientemente alto y ancho para cubrir parcialmente la entrada de la cueva y que nadie pudiera entrar, pero a la vez, dejarnos algún que otro espacio para poder observar a fuera o incluso poder defendernos*.
Antes de que pensaran que les había atrapado dentro les dije: - Puedo quitar el pilar cuando sea, no sufráis, pero por lo menos ahora, si encuentran la entrada, no podrán seguirnos. - Lo hice con una voz tranquila, bajita, procurando no levantar el eco de la cueva.
Después de eso, me senté en el suelo. Estaba cansada, física y mentalmente. Así que, antes de volver a emprender la huida, quería saber con quien me hallaba encerrada en la cueva de algún que otro saqueador.
- Ahora que tenemos un momento, ¿quién sois? ¿O qué sois? - sonó un poco desagradable, por lo que decidí añadir rápidamente - Mi nombre es Zarina. - Adjunté a mi discurso una sonrisa cansada, pero sincera.
Esperaba que mi invitación a unas presentaciones formales diese fruto, y así poder poner nombre a esas caras. Estaba convencida de que el hombre que nos había guiado a la cueva no tendría problema en presentarse, pero el otro estaba envuelto en un aura de misterio que parecía inexpugnable.
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Off Roll: *Utilizo mi especialización sobre la Maestría en Tierra que me permite tener un control general sobre la magia de tierra para usarla, en este modo, de forma práctica y tapar la entrada de la cueva.
Zarina
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Re: La huida [Libre 3/3]
Fue un pequeño segundo, breve... en el que todos los presentes guardamos silencio y nuestra respiración; incluso me atrevía a decir que mi corazón se había detenido por completo durante ese efímero instante. «¡Esto... tiene que ser una maldita broma...!», fueron mis pensamientos, tras sentir aquella flecha cruzar peligrosamente cerca de mi nariz, clavándose con un raudo zumbido en la superficie del árbol al que le habíamos dirigido nuestra atención. Instintivamente, miré hacia atrás, intentando predecir la locación del maldito que había disparado aquel proyectil, a través de su trayectoria recorrida. ¿Donde se escondía? No podía verle entre la espesura de los árboles. Maldita sea, ¿me había acostado con sus madres o algo así? Esos malditos, sin duda, me querían vivo o muerto. Algo hizo clic en mi cerebro, liberando una ráfaga de energía que suprimió todo cansancio previo de mi cuerpo. ¿¡Qué demonios estaba haciendo perdiéndome en trivialidades!? Había que escapar, y rápido—. ¿¡Qué esperáis!? ¡A correr!
Nuevamente, retomamos nuestra huida por el bosque. Comenzaba a hartarme de tanto correr; además, la madre naturaleza nunca había sido precisamente de mis lugares favoritos. Demasiado monótono, demasiado verde, demasiados árboles, demasiada tierra ensuciando mis botas. Si bien, por alguna extraña razón, el dolor del cansancio y el sobreesfuerzo no parecía ser un verdadero impedimento para mí avanzar, encontraban increíblemente molesta la mezcla de sudor y humedad que se adhería a mi cuerpo a través de la tela de mi ropa. Corrí el riesgo de caerme de bruces en un par de ocasiones, resbalando con el lodo que formaban mis pisadas al mezclar el agua, que se escurría desde mis pantalones, con la tierra del camino. Por mera suerte, lograba detener mi caída a tiempo en cada ocasión, apoyándome en mis manos contra el suelo para recuperar rápidamente el equilibrio y continuar avanzando al instante. Una que otra maldición iba y venía de vez en cuando, pero eso ya era algo natural en mi.
—¿Q-Qué...? —logré dudar entre jadeos, tras detenerme al final del camino que marcaban esas peculiares señales en los árboles.
¿No se suponía que ya... debíamos dar con un campamento? Maldición, ¡eso me ganaba por confiar en los demás! Por supuesto que aquel imbécil no tenía idea de a donde nos llevaba; estábamos perdidos. Gruñí frustrado, mirando hacia atrás e intentando escuchar, más allá del rapido latir de mi corazón, algún rastro de proximidad de mis captores. Con la rabia consumiendo mi sangre hasta hacerla arder, me dispuse a descargar toda mi furia contra el hombre que me había traído hasta ese lugar con promesas vacias... Pero me detuvo su repentino descubrimiento de aquella caverna entre los matorrales y enredaderas. Bufé antes de adentrarme en la cavidad. No dicho, no oído. No planeaba disculparme tampoco, eso no bastaba para demostrarme que no era un bueno para nada después de todo.
Dentro de la cueva, finalmente comencé a sentirme mínimamente "a salvo" desde que había despertado en aquella lúgubre facultad misteriosa en la que me hallaba encerrado. La adrenalina comenzó a menguar, haciéndome sentir el peso de la extenuación abatir mi cuerpo. Nuestra única fuente de luz era aquella que lograba filtrarse entre las enredaderas de la entrada, y aquella que emitía el débil crepitar de aquella antorcha. Intenté calmar mi agitada respiración, antes de ser sorprendido por el movimiento de la dama y las rocas que cubrieron nuestra entrada y, posiblemente, nuestra única salida.
—¿Qué demonios fue eso...? —exigí una explicación de inmediato. Bufé ante su contestación. Pudo avisar al menos antes de casi darme un infarto... En el fondo, agradecía que lo hubiera hecho, añadía más fiabilidad a nuestro escondite. Con que se trataba de una bruja... Había olvidado que nos acompañaba por un breve momento.
Apoyé mi espalda contra una de las paredes donde se hallaban esos extraños escritos, antes de inclinarme y reposar mis brazos sobre mis rodillas. Comencé a respirar lenta y profundamente, sintiendo cada vez menos pesada la carga sobre mis huesos. No me agradaba nada la idea de explorar una cueva de bandidos. Vamos, eran bandidos, de seguro habían llenado el lugar con trampas para evitar que cualquier incauto robara sus ajenos tesoros... Pero no estaba realmente en posición de oponerme, no es como que hubiera una mejor opción. Agradecía que aquella bruja, al menos, nos diera una breve oportunidad de descansar. No era una inútil, genial. Procedí a llevar mis manos hacia mi nuca en un ágil movimiento, atrapando el cuello de mi camisa y tirando de él, despojándome de la húmeda prenda que cubría y se adhería a mi torso. Liberé nuevamente un bufido, y con él todo el peso se desvaneció por completo...
Yo no pude notarlo, pero ellos seguro que si... Si estaban atentos, pudieron ver aquella cortina de humo que emergió de aquella placa de metal que cubría por completo mi espalda.
—Yo soy... —quise contestar a la pregunta insustancial de la chica, mientras envolvía la prenda de ropa entre mis manos para deshacerme del agua que había absorbido en el río... Me quedé en blanco cuando no pude dar con ninguna respuesta. Yo... ¿Quién era yo...? No pude dar con un nombre, un pasado, un lugar, nada. Mi memoria era una inmensa laguna de recuerdos inexistentes—. Yo... —intenté de nuevo, buscando la respuesta en los ojos de aquella muchacha, pero no tenía caso—. No es tu problema... —culminé en un tono mordaz, huyendo ahora de su mirada mientras me cruzaba de brazos y dejaba reposar mi camisa sobre mi hombro. Me sentía sumamente expuesto... Quería escapar.
Nuevamente, retomamos nuestra huida por el bosque. Comenzaba a hartarme de tanto correr; además, la madre naturaleza nunca había sido precisamente de mis lugares favoritos. Demasiado monótono, demasiado verde, demasiados árboles, demasiada tierra ensuciando mis botas. Si bien, por alguna extraña razón, el dolor del cansancio y el sobreesfuerzo no parecía ser un verdadero impedimento para mí avanzar, encontraban increíblemente molesta la mezcla de sudor y humedad que se adhería a mi cuerpo a través de la tela de mi ropa. Corrí el riesgo de caerme de bruces en un par de ocasiones, resbalando con el lodo que formaban mis pisadas al mezclar el agua, que se escurría desde mis pantalones, con la tierra del camino. Por mera suerte, lograba detener mi caída a tiempo en cada ocasión, apoyándome en mis manos contra el suelo para recuperar rápidamente el equilibrio y continuar avanzando al instante. Una que otra maldición iba y venía de vez en cuando, pero eso ya era algo natural en mi.
—¿Q-Qué...? —logré dudar entre jadeos, tras detenerme al final del camino que marcaban esas peculiares señales en los árboles.
¿No se suponía que ya... debíamos dar con un campamento? Maldición, ¡eso me ganaba por confiar en los demás! Por supuesto que aquel imbécil no tenía idea de a donde nos llevaba; estábamos perdidos. Gruñí frustrado, mirando hacia atrás e intentando escuchar, más allá del rapido latir de mi corazón, algún rastro de proximidad de mis captores. Con la rabia consumiendo mi sangre hasta hacerla arder, me dispuse a descargar toda mi furia contra el hombre que me había traído hasta ese lugar con promesas vacias... Pero me detuvo su repentino descubrimiento de aquella caverna entre los matorrales y enredaderas. Bufé antes de adentrarme en la cavidad. No dicho, no oído. No planeaba disculparme tampoco, eso no bastaba para demostrarme que no era un bueno para nada después de todo.
Dentro de la cueva, finalmente comencé a sentirme mínimamente "a salvo" desde que había despertado en aquella lúgubre facultad misteriosa en la que me hallaba encerrado. La adrenalina comenzó a menguar, haciéndome sentir el peso de la extenuación abatir mi cuerpo. Nuestra única fuente de luz era aquella que lograba filtrarse entre las enredaderas de la entrada, y aquella que emitía el débil crepitar de aquella antorcha. Intenté calmar mi agitada respiración, antes de ser sorprendido por el movimiento de la dama y las rocas que cubrieron nuestra entrada y, posiblemente, nuestra única salida.
—¿Qué demonios fue eso...? —exigí una explicación de inmediato. Bufé ante su contestación. Pudo avisar al menos antes de casi darme un infarto... En el fondo, agradecía que lo hubiera hecho, añadía más fiabilidad a nuestro escondite. Con que se trataba de una bruja... Había olvidado que nos acompañaba por un breve momento.
Apoyé mi espalda contra una de las paredes donde se hallaban esos extraños escritos, antes de inclinarme y reposar mis brazos sobre mis rodillas. Comencé a respirar lenta y profundamente, sintiendo cada vez menos pesada la carga sobre mis huesos. No me agradaba nada la idea de explorar una cueva de bandidos. Vamos, eran bandidos, de seguro habían llenado el lugar con trampas para evitar que cualquier incauto robara sus ajenos tesoros... Pero no estaba realmente en posición de oponerme, no es como que hubiera una mejor opción. Agradecía que aquella bruja, al menos, nos diera una breve oportunidad de descansar. No era una inútil, genial. Procedí a llevar mis manos hacia mi nuca en un ágil movimiento, atrapando el cuello de mi camisa y tirando de él, despojándome de la húmeda prenda que cubría y se adhería a mi torso. Liberé nuevamente un bufido, y con él todo el peso se desvaneció por completo...
Yo no pude notarlo, pero ellos seguro que si... Si estaban atentos, pudieron ver aquella cortina de humo que emergió de aquella placa de metal que cubría por completo mi espalda.
—Yo soy... —quise contestar a la pregunta insustancial de la chica, mientras envolvía la prenda de ropa entre mis manos para deshacerme del agua que había absorbido en el río... Me quedé en blanco cuando no pude dar con ninguna respuesta. Yo... ¿Quién era yo...? No pude dar con un nombre, un pasado, un lugar, nada. Mi memoria era una inmensa laguna de recuerdos inexistentes—. Yo... —intenté de nuevo, buscando la respuesta en los ojos de aquella muchacha, pero no tenía caso—. No es tu problema... —culminé en un tono mordaz, huyendo ahora de su mirada mientras me cruzaba de brazos y dejaba reposar mi camisa sobre mi hombro. Me sentía sumamente expuesto... Quería escapar.
Raymond Lorde
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Re: La huida [Libre 3/3]
Allí estábamos aquellos completos desconocidos, intentando evitar cruzarnos las miradas, cogiendo todo el aire posible que nos prestaba aquel tiempo extra. Me acerqué a aquella pared que Zarina había sacado como si de magia se tratara, era cuanto menos impresionante, había oído hablar en alguna ocasión de aquellos 'poderes' sobre la naturaleza, pero en contadas ocasiones había visto alguna demostración y siempre eran demostraciones menores. Pase la mano sobre aquella pared y parecía como si llevara allí los mismos años que aquella cueva.
- Encantado Zarina, mi nombre es Damian... - le decía mientras seguía observando aquella pared, estaba alucinando con aquello, ojalá tuviera poderes así, cuanto bien habría hecho. - Había oído hablar de este tipo de habilidades, pero nunca había visto una demostración así en vivo, muchas gracias Zarina. Me aupé como pude hasta arriba de aquel muro para poder observar la entrada de la cueva, y por el momento parecía que no habían dado con la entrada, no sabíamos tampoco cuanto tiempo teníamos de ventaja, si encontrarían la entrada o no, pero seguro que se quedarían en los alrededores de la entrada.
Me solté del muro y volví a caer al suelo firme - En cuanto a 'chispas', no importa cual sea tu nombre, ahora estamos en esto juntos. Y como tal, debemos de actuar como un grupo, una vez salgamos de esta si queréis podemos olvidarnos de lo sucedido, pero hasta entonces lo mejor es que sigamos trabajando así de bien. - Los miré esperando su aprobación, por lo menos esperaba que todos pensáramos igual, todo había salido bastante bien hasta el momento. - Voy a investigar un poco la cueva, si queréis venir conmigo, si no, ahora vuelvo con lo que sea. Pero si alguien se queda, que esté en alerta. Me adentré en la cueva con una antorcha en la mano, debía de haber una salida, o cuanto menos, un campamento o algún sitio donde alguien haya estado, era imposible que esta antorcha estuviera aquí sin una explicación lógica. Seguí aquellos escritos élficos hacía el interior de la cueva, escuchaba que alguien caminaba detrás mío, pero iba algo rezagado respecto a mi posición y no alcanzaba a verle..
Seguí unos cuantos de cientos metros más hacía el interior de la cueva, no parecía nada anómalo, parecía que aquella cueva no estuviera descuidada, aunque los escrito ya habían dejado de estar en las paredes. Cada vez la antorcha nos descubría un poco más de la cueva, quizás una salida, o una estancia, o quizás... - ¿que es ese ruido lobito? - Ahora no es el momento Dana. - Cállate, ¿no escuchas ese ruido? Si que era verdad que se escuchaba aquel ruido, parecía como .. ¿cómo ronquidos? Me asomé un poco más en aquella ruta y comencé a ver algo de luz al fondo, en otras circunstancias me hubiera alegrado, pero ahora mismo me preocupaba más aquel ruido que no encontrar una salida, ¿y si eran nuestros perseguidores que habían encontrado otra entrada?. - Deja la antorcha lobito, será mejor que no te descubras tan pronto. Dana estaba en lo cierto, vaya por dios, dejé la antorcha apoyada en la pared y me asomé en aquella bifurcación de la ruta que comenzaba a estar iluminada, y donde cada vez se escuchaba más fuerte aquella especie de ronquido. Me apoyé en la pared, cogí el hacha de mi espalda y cogí algo de aire. Todo iba a estar bien. Pero, ¿aquellos escritos élficos querían decirnos algo?
Notaba el frescor de la cueva en la espalda, allí apoyado escuchaba aquella melodía e incluso la vibración que provocaba en las paredes de la cueva. Cogí un último suspiro, miré por donde había venido pero no alcanzaba ver quien era el que me estaba siguiendo, pero no podía esperar más, tenía que ver que era aquello. Otra bocanada de aire y con sumo cuidado, me asomé a aquel nuevo camino, y allí lo pude ver, un farolillo iluminaba aquella estancia, era enorme, podía ver como estaba aquello lleno de vasijas, frutos, alimentos, telares que posiblemente fueran de algún mercader al que habían asaltado. Podía alcanzar a ver incluso un cofre y algunas monedas encima de una mesa de madera, una mesa ya vieja y algo descuidada. Me asomé un paso más, y el corazón me dió un vuelco, ¿qué demonios era aquello?
-¡ES UN TROLL LOBITO!
- Encantado Zarina, mi nombre es Damian... - le decía mientras seguía observando aquella pared, estaba alucinando con aquello, ojalá tuviera poderes así, cuanto bien habría hecho. - Había oído hablar de este tipo de habilidades, pero nunca había visto una demostración así en vivo, muchas gracias Zarina. Me aupé como pude hasta arriba de aquel muro para poder observar la entrada de la cueva, y por el momento parecía que no habían dado con la entrada, no sabíamos tampoco cuanto tiempo teníamos de ventaja, si encontrarían la entrada o no, pero seguro que se quedarían en los alrededores de la entrada.
Me solté del muro y volví a caer al suelo firme - En cuanto a 'chispas', no importa cual sea tu nombre, ahora estamos en esto juntos. Y como tal, debemos de actuar como un grupo, una vez salgamos de esta si queréis podemos olvidarnos de lo sucedido, pero hasta entonces lo mejor es que sigamos trabajando así de bien. - Los miré esperando su aprobación, por lo menos esperaba que todos pensáramos igual, todo había salido bastante bien hasta el momento. - Voy a investigar un poco la cueva, si queréis venir conmigo, si no, ahora vuelvo con lo que sea. Pero si alguien se queda, que esté en alerta. Me adentré en la cueva con una antorcha en la mano, debía de haber una salida, o cuanto menos, un campamento o algún sitio donde alguien haya estado, era imposible que esta antorcha estuviera aquí sin una explicación lógica. Seguí aquellos escritos élficos hacía el interior de la cueva, escuchaba que alguien caminaba detrás mío, pero iba algo rezagado respecto a mi posición y no alcanzaba a verle..
Seguí unos cuantos de cientos metros más hacía el interior de la cueva, no parecía nada anómalo, parecía que aquella cueva no estuviera descuidada, aunque los escrito ya habían dejado de estar en las paredes. Cada vez la antorcha nos descubría un poco más de la cueva, quizás una salida, o una estancia, o quizás... - ¿que es ese ruido lobito? - Ahora no es el momento Dana. - Cállate, ¿no escuchas ese ruido? Si que era verdad que se escuchaba aquel ruido, parecía como .. ¿cómo ronquidos? Me asomé un poco más en aquella ruta y comencé a ver algo de luz al fondo, en otras circunstancias me hubiera alegrado, pero ahora mismo me preocupaba más aquel ruido que no encontrar una salida, ¿y si eran nuestros perseguidores que habían encontrado otra entrada?. - Deja la antorcha lobito, será mejor que no te descubras tan pronto. Dana estaba en lo cierto, vaya por dios, dejé la antorcha apoyada en la pared y me asomé en aquella bifurcación de la ruta que comenzaba a estar iluminada, y donde cada vez se escuchaba más fuerte aquella especie de ronquido. Me apoyé en la pared, cogí el hacha de mi espalda y cogí algo de aire. Todo iba a estar bien. Pero, ¿aquellos escritos élficos querían decirnos algo?
Notaba el frescor de la cueva en la espalda, allí apoyado escuchaba aquella melodía e incluso la vibración que provocaba en las paredes de la cueva. Cogí un último suspiro, miré por donde había venido pero no alcanzaba ver quien era el que me estaba siguiendo, pero no podía esperar más, tenía que ver que era aquello. Otra bocanada de aire y con sumo cuidado, me asomé a aquel nuevo camino, y allí lo pude ver, un farolillo iluminaba aquella estancia, era enorme, podía ver como estaba aquello lleno de vasijas, frutos, alimentos, telares que posiblemente fueran de algún mercader al que habían asaltado. Podía alcanzar a ver incluso un cofre y algunas monedas encima de una mesa de madera, una mesa ya vieja y algo descuidada. Me asomé un paso más, y el corazón me dió un vuelco, ¿qué demonios era aquello?
-¡ES UN TROLL LOBITO!
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Damian Noor
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Re: La huida [Libre 3/3]
Mis dos acompañantes eran Damian y un hombre que parecía incapaz de recordar su nombre. Por un instante, sentí pena. No sabía por lo que había pasado ese hombre, y aunque se hubiera comportado un una arrogancia demasiado punzante para mi gusto, solo parecía asustado y desorientado. Aún así, me hico gracia el comentario de Damian llamándole "chispas". Menudo duo dinámico estaban hechos.
Damian propuso investigar un poco la cueva, hecho que me pareció totalmente correcto, pero antes tenía que comprobar una cosa. Me levanté, un poco a trompicones. No tenía mucha energía ya, puede que necesitara un descanso. Pero la adrenalina aún corría por mis venas, así que cuando me hube puesto de pie, di un paso hacia el hombre que estaba sentado aún en el suelo, descansando.
Me arrodillé al lado del hombre sin nombre: - Perdona por el susto. Debería haber avisado, es cierto, solo quería actuar rápido - Le dije con una sonrisa tierna. - Prometo avisar la próxima vez. - Dije esta vez con un tono un poco burlón, para intentar quitarle hierro al asunto.
Seguramente Demian no se había dado cuenta, pero yo sí. Vi esa cortina de humo salir de la espalda de ese hombre cuando se retiró la camisa mojada. Y me preocupé. Pensé, muy rápido "¿Humo, aquí dentro? No tiene sentido. A menos..." Tenía que comprobarlo. "...que venga de él".
Demian parecía estar adentrándose con cautela dentro de la cueva, iba poco a poco, pero el resplandor de la antorcha aún nos iluminaba - Disculpa mi atrevimiento, ¿pero podría verte la espalda? - Dije, con un hilo de voz, un poco titubeante. En menos de lo que canta el gallo me puse muy nerviosa. No estaba para nada acostumbrada a tener compañía y mucho menos de un hombre sin camiseta.
Justo en ese momento Demian dio un giro y la luz desapareció. Antes de dejar que mi vista se adaptara a la poca luz que entraba por las enredaderas, tuve la osadía de pasar mis dedos por su espalda sin que me diera el consentimiento de si podía verla. Y me quemé. Fue solo un instante, pero mis yemas entraron en contacto con un metal realmente caliente. Me sorprendió, pero no me asusté. Hice el amago de mirarme las puntas de los dedos, para ver si me había quemado o solo era la sensación, pero la poca luz me impidió verlo con claridad.
Me puse muy nerviosa, me sonrojé cual manzana y di gracias por la falta de luz. Debía parecer patética, asustando a las personas y tocándolas su permiso. Se podía totalmente interpretar, pero en ningún caso fue mi intención.
Me retiré un poco para atrás, para dejar espacio entre nosotros. - Perdona. Estas ardiendo. - "Como tus mejillas, tonta". Estaba realmente avergonzada por mis movimientos. Me levanté patosamente, me di la vuelta y cogí mi bolsa. En ella llevaba un bote de cristal con agua filtrada, se la dejé en el suelo, delante de él. - Puede que quieras echarte esto por encima de la placa de tu espalda, está realmente caliente. - Y me di la vuelta.
Empecé a andar, poco a poco, pero mi cabeza estaba totalmente en otra parte, lamentándome por ser tan ridícula. Fui andando a tientas, hasta que recuperé el hilo de luz de la antorcha de Damian. Mi cabeza seguía en las nubes, así que no me di cuenta cuando Damian se paró en seco. Yo seguía hacia él.
Tenía puesto el piloto automático, solo quería alejarme del hombre sin nombre. Hasta que, finalmente, choqué contra la espalda del hombre que tenía delante. Demián estaba parado, callado. Solo se oía el crepitar de la antorcha. Aunque no hice ruido alguno al chocarme, vi la cara de terror de Damian y me limité a contener un grito o alguna maldición cuando vi por lo que se había detenido. En ese momento, toda la temperatura que había en la entrada de la cueva se desvaneció y se me heló la sangre.
Damian propuso investigar un poco la cueva, hecho que me pareció totalmente correcto, pero antes tenía que comprobar una cosa. Me levanté, un poco a trompicones. No tenía mucha energía ya, puede que necesitara un descanso. Pero la adrenalina aún corría por mis venas, así que cuando me hube puesto de pie, di un paso hacia el hombre que estaba sentado aún en el suelo, descansando.
Me arrodillé al lado del hombre sin nombre: - Perdona por el susto. Debería haber avisado, es cierto, solo quería actuar rápido - Le dije con una sonrisa tierna. - Prometo avisar la próxima vez. - Dije esta vez con un tono un poco burlón, para intentar quitarle hierro al asunto.
Seguramente Demian no se había dado cuenta, pero yo sí. Vi esa cortina de humo salir de la espalda de ese hombre cuando se retiró la camisa mojada. Y me preocupé. Pensé, muy rápido "¿Humo, aquí dentro? No tiene sentido. A menos..." Tenía que comprobarlo. "...que venga de él".
Demian parecía estar adentrándose con cautela dentro de la cueva, iba poco a poco, pero el resplandor de la antorcha aún nos iluminaba - Disculpa mi atrevimiento, ¿pero podría verte la espalda? - Dije, con un hilo de voz, un poco titubeante. En menos de lo que canta el gallo me puse muy nerviosa. No estaba para nada acostumbrada a tener compañía y mucho menos de un hombre sin camiseta.
Justo en ese momento Demian dio un giro y la luz desapareció. Antes de dejar que mi vista se adaptara a la poca luz que entraba por las enredaderas, tuve la osadía de pasar mis dedos por su espalda sin que me diera el consentimiento de si podía verla. Y me quemé. Fue solo un instante, pero mis yemas entraron en contacto con un metal realmente caliente. Me sorprendió, pero no me asusté. Hice el amago de mirarme las puntas de los dedos, para ver si me había quemado o solo era la sensación, pero la poca luz me impidió verlo con claridad.
Me puse muy nerviosa, me sonrojé cual manzana y di gracias por la falta de luz. Debía parecer patética, asustando a las personas y tocándolas su permiso. Se podía totalmente interpretar, pero en ningún caso fue mi intención.
Me retiré un poco para atrás, para dejar espacio entre nosotros. - Perdona. Estas ardiendo. - "Como tus mejillas, tonta". Estaba realmente avergonzada por mis movimientos. Me levanté patosamente, me di la vuelta y cogí mi bolsa. En ella llevaba un bote de cristal con agua filtrada, se la dejé en el suelo, delante de él. - Puede que quieras echarte esto por encima de la placa de tu espalda, está realmente caliente. - Y me di la vuelta.
Empecé a andar, poco a poco, pero mi cabeza estaba totalmente en otra parte, lamentándome por ser tan ridícula. Fui andando a tientas, hasta que recuperé el hilo de luz de la antorcha de Damian. Mi cabeza seguía en las nubes, así que no me di cuenta cuando Damian se paró en seco. Yo seguía hacia él.
Tenía puesto el piloto automático, solo quería alejarme del hombre sin nombre. Hasta que, finalmente, choqué contra la espalda del hombre que tenía delante. Demián estaba parado, callado. Solo se oía el crepitar de la antorcha. Aunque no hice ruido alguno al chocarme, vi la cara de terror de Damian y me limité a contener un grito o alguna maldición cuando vi por lo que se había detenido. En ese momento, toda la temperatura que había en la entrada de la cueva se desvaneció y se me heló la sangre.
Zarina
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Re: La huida [Libre 3/3]
Me hallaba increíblemente tenso, de pié en aquella cueva, totalmente a la merced de las opiniones de aquellos dos inviduos que me acompañaban en medio de una crisis que había surgido de forma repentina. ¿Por qué estaban ahí? ¿Por qué se habían involucrado tanto en un asunto que no les incumbía? Pudieron simplemente marcharse y evitar problemas... Pero no, no habían actuado de esa manera. Para mí, su comportamiento carecía de sentido alguno. Sentía que cada vez me encogía más y más, cada vez era más vulnerable; mis brazos aferrándose a mi torso con fuerza desesperada, como si intentaran sostener la poca cordura que podía mantener en mi rostro. ¿Qué me estaba pasando?
Lo intentaba. Intentaba recordar con todas mis fuerzas... algo, lo que fuera, no me importaba que... pero no había fruto alguno en mis esfuerzos. Solo podía rebobinar las circunstancias que me llevaron a aquella cavidad, podía rebobinar mi paso por el bosque, mi huida de aquella facultad y... estar encerrado en una cúpula de cristal. Más allá de eso, todo era borroso y elusivo, ninguna información que pudiera dar algo de luz a un asunto tan básico como responder a mi nombre, a mi origen, o a mi identidad. ¿Quién era yo...? ¿Qué era yo...? Las preguntas giraban alrededor de mi cabeza como una violenta tormenta de pensamientos inconclusos.
—Te equivocas. —dicté, siendo rescatado de mi abstracción por Damian. Aunque le agradecía que lo hiciera, mantenía aquella frustración envolviendo mis sentidos. No pude evitar que esta se descargara como una avalancha contra el objetivo incorrecto—. Nosotros no estamos "juntos" en esto. —me mofé de él. En mi defensa, él se lo buscó—. Este es mi problema. Es a mi a quien quieren muerto. Nadie solicitó su intervención en ningún momento. —espeté mordaz, antes de dirigirme precisamente a Damian—. Tú viniste a mi rescate como si fuera una doncella en apuros. Adivina que, amigo, no lo soy. Puedo cuidarme solo. —para luego dedicar mi atención a Zarina—. Y tú solo apareciste de la nada y te pareció buena idea seguirnos como si fuera una "expedición de la academia". ¿En qué estabas pensando?
Estaba cegado, cegado por la duda y la ira interminable que azotaba y liberaba mis miedos. Tenía... ¿miedo? No me había dado cuenta hasta ese momento, cuando aquel pensamiento cruzó raudo por mi cabeza, de lo aterrado que estaba. Era eso, por supuesto...
Retrocedí un par de pasos, volviendo a apoyar mi espalda contra la columna rocosa, antes de dejarme caer en el suelo. Necesitaba espacio.
—No pienso acompañarlos. —pronuncié sin ganas, pero con la suficiente fuerza para que pudieran oírme—. Si esta es la... guarida secreta de unos bandidos, seguro está lleno de trampas por doquier. —expliqué, intentando sonar en calma, pero titubeando en mis palabras—. Ya tengo suficiente peligro del que preocuparme. Yo vigilaré la entrada... Manténganse alerta. —culminé con aquella oración, escapando de sus miradas, siendo mi forma de decir: "cuídense", sin exponerme.
No planeaba disculparme, en lo absoluto; ese no era mi estilo. Aunque, incluso alguien como yo, era capaz de reconocer que su asistencia había sido de mucha utilidad, nada de lo que había dicho era falso. Ellos no tenían ninguna razón para ponerse en riesgo de esa forma.
Comenzaba a recobrar la compostura bajo el pensamiento de que aquel par finalmente se alejaría, por lo menos un tiempo, y me darían algo de privacidad para lidiar con mis demonios internos... Pero, en lo que aquella doncella se acercó a mí, no pude evitar sentirme aún más incómodo; incluso culpable. ¿Por qué estaba siendo amable conmigo después de mi arrebato? No tenía sentido.
—N-No... No te preocupes. —fue lo único que pude contestar, después de una pausa en la que trataba de dar con una respuesta coherente. Estaba nervioso, sin saber realmente porque. Apreciaba el gesto, pero quería que se fuera. Su... peculiar petición me tomó totalmente desprevenido—. ¿Qué? ¿P-P-Perdona...? ¿Justo ahora...? —cuestioné.
¿Quería ver mi espalda? ¿Con qué fin? Fue tan extraño que ni noté el momento en que me puse de pié y me giré para concederle su solicitud a la doncella. Aquello era raro, MUY raro; en especial en aquellas circunstancias. No me sentía nada cómodo con la idea de que alguien analizara mi cuerpo. Quería creer que podía deberse a alguna herida que observó, pero mi mente no podía interpretar el sudor en mi cuerpo, junto a la calidez del ambiente y la ausencia de luz, como otra cosa que no fuera... «¡No, no, no, no, no, Raymond! No es momento de pensar con esa cabeza», me dije a mi mismo, evitando aquellos pensamientos. Sentí un leve ardor expandirse en mis mejillas.
Sin embargo, mis intentos de mantener una mente casta y limpia se vieron frustrados nuevamente por la dama. Ardiente, un término que ninguna mujer había utilizado para referirse a mi si su intención no era llevarme a su lecho. No llegué a percibir el momento en que su mano entró en contacto conmigo. ¿Tan nervioso estaba? ¿Qué me pasaba? Estaba actuando como un jovenzuelo.
—G-G-Gracias. —contesté rápidamente, sin siquiera haber entendido bien lo que había dicho. Agradecía la ausencia de luz, no creía que el calor de mi rostro fuera fácil de ocultar.
Con la partida de Zarina, me dedique exclusivamente a observar el exterior a través de la pequeña brecha por donde se filtraba la luz del sol. Fingía vigilar, pues realmente estaba concentrado en no pensar en absolutamente nada, dando uno que otro sorbo de agua a aquel bote de cristal; antes de vaciar su contenido sobre mi rostro y torso. No quería pensar ni en quien era, ni en lo que haría, ni en lo que acababa de acontecer.
Para mi suerte —o quizás no— un breve sismo azotó la estancia donde me hallaba, llamando mi atención hacia el interior de la cueva. Maldición. ¿Qué... qué había sido eso? Parecía que alguien iba a necesitar de mi ayuda.
Lo intentaba. Intentaba recordar con todas mis fuerzas... algo, lo que fuera, no me importaba que... pero no había fruto alguno en mis esfuerzos. Solo podía rebobinar las circunstancias que me llevaron a aquella cavidad, podía rebobinar mi paso por el bosque, mi huida de aquella facultad y... estar encerrado en una cúpula de cristal. Más allá de eso, todo era borroso y elusivo, ninguna información que pudiera dar algo de luz a un asunto tan básico como responder a mi nombre, a mi origen, o a mi identidad. ¿Quién era yo...? ¿Qué era yo...? Las preguntas giraban alrededor de mi cabeza como una violenta tormenta de pensamientos inconclusos.
—Te equivocas. —dicté, siendo rescatado de mi abstracción por Damian. Aunque le agradecía que lo hiciera, mantenía aquella frustración envolviendo mis sentidos. No pude evitar que esta se descargara como una avalancha contra el objetivo incorrecto—. Nosotros no estamos "juntos" en esto. —me mofé de él. En mi defensa, él se lo buscó—. Este es mi problema. Es a mi a quien quieren muerto. Nadie solicitó su intervención en ningún momento. —espeté mordaz, antes de dirigirme precisamente a Damian—. Tú viniste a mi rescate como si fuera una doncella en apuros. Adivina que, amigo, no lo soy. Puedo cuidarme solo. —para luego dedicar mi atención a Zarina—. Y tú solo apareciste de la nada y te pareció buena idea seguirnos como si fuera una "expedición de la academia". ¿En qué estabas pensando?
Estaba cegado, cegado por la duda y la ira interminable que azotaba y liberaba mis miedos. Tenía... ¿miedo? No me había dado cuenta hasta ese momento, cuando aquel pensamiento cruzó raudo por mi cabeza, de lo aterrado que estaba. Era eso, por supuesto...
Retrocedí un par de pasos, volviendo a apoyar mi espalda contra la columna rocosa, antes de dejarme caer en el suelo. Necesitaba espacio.
—No pienso acompañarlos. —pronuncié sin ganas, pero con la suficiente fuerza para que pudieran oírme—. Si esta es la... guarida secreta de unos bandidos, seguro está lleno de trampas por doquier. —expliqué, intentando sonar en calma, pero titubeando en mis palabras—. Ya tengo suficiente peligro del que preocuparme. Yo vigilaré la entrada... Manténganse alerta. —culminé con aquella oración, escapando de sus miradas, siendo mi forma de decir: "cuídense", sin exponerme.
No planeaba disculparme, en lo absoluto; ese no era mi estilo. Aunque, incluso alguien como yo, era capaz de reconocer que su asistencia había sido de mucha utilidad, nada de lo que había dicho era falso. Ellos no tenían ninguna razón para ponerse en riesgo de esa forma.
Comenzaba a recobrar la compostura bajo el pensamiento de que aquel par finalmente se alejaría, por lo menos un tiempo, y me darían algo de privacidad para lidiar con mis demonios internos... Pero, en lo que aquella doncella se acercó a mí, no pude evitar sentirme aún más incómodo; incluso culpable. ¿Por qué estaba siendo amable conmigo después de mi arrebato? No tenía sentido.
—N-No... No te preocupes. —fue lo único que pude contestar, después de una pausa en la que trataba de dar con una respuesta coherente. Estaba nervioso, sin saber realmente porque. Apreciaba el gesto, pero quería que se fuera. Su... peculiar petición me tomó totalmente desprevenido—. ¿Qué? ¿P-P-Perdona...? ¿Justo ahora...? —cuestioné.
¿Quería ver mi espalda? ¿Con qué fin? Fue tan extraño que ni noté el momento en que me puse de pié y me giré para concederle su solicitud a la doncella. Aquello era raro, MUY raro; en especial en aquellas circunstancias. No me sentía nada cómodo con la idea de que alguien analizara mi cuerpo. Quería creer que podía deberse a alguna herida que observó, pero mi mente no podía interpretar el sudor en mi cuerpo, junto a la calidez del ambiente y la ausencia de luz, como otra cosa que no fuera... «¡No, no, no, no, no, Raymond! No es momento de pensar con esa cabeza», me dije a mi mismo, evitando aquellos pensamientos. Sentí un leve ardor expandirse en mis mejillas.
Sin embargo, mis intentos de mantener una mente casta y limpia se vieron frustrados nuevamente por la dama. Ardiente, un término que ninguna mujer había utilizado para referirse a mi si su intención no era llevarme a su lecho. No llegué a percibir el momento en que su mano entró en contacto conmigo. ¿Tan nervioso estaba? ¿Qué me pasaba? Estaba actuando como un jovenzuelo.
—G-G-Gracias. —contesté rápidamente, sin siquiera haber entendido bien lo que había dicho. Agradecía la ausencia de luz, no creía que el calor de mi rostro fuera fácil de ocultar.
Con la partida de Zarina, me dedique exclusivamente a observar el exterior a través de la pequeña brecha por donde se filtraba la luz del sol. Fingía vigilar, pues realmente estaba concentrado en no pensar en absolutamente nada, dando uno que otro sorbo de agua a aquel bote de cristal; antes de vaciar su contenido sobre mi rostro y torso. No quería pensar ni en quien era, ni en lo que haría, ni en lo que acababa de acontecer.
Para mi suerte —o quizás no— un breve sismo azotó la estancia donde me hallaba, llamando mi atención hacia el interior de la cueva. Maldición. ¿Qué... qué había sido eso? Parecía que alguien iba a necesitar de mi ayuda.
Raymond Lorde
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Re: La huida [Libre 3/3]
Me detuve después de petrificarme, joder, ¿tan mala suerte teníamos que tener? Pude verlo solo unos segundos, allí impasible, dormido, y yo podía notar como mi sangre se helaba, viendo como nos metíamos en un entuerto que no sabía como íbamos a salir. Y de repente, ella, se chocó con mi espalda y de ella nació un grito, en milésimas de segundo o quizás en menos, me volteé, la cogí y le tapé la boca. La miré a los ojos, esperando que me entendiera, aunque por sus ojos creí que lo había hecho a la perfección. Suspiré que por todos los cuervos que no lo hubiera escuchado, recé a todos y cada uno de los dioses, solté a Zarina y me incliné de nuevo, despacio, con delicadeza, sin prisa en el cruce, y lo pude ver, seguía durmiendo. Seguía roncando.
Me apoyé de nuevo en la roca y respiré, miré a Zarina y puse los ojos en blanco, dios de la que nos habíamos librado. - Déjame que piense- le susurré. Esto era un mal contratiempo, pero fijo que podíamos aprovecharlo. Mire a Zarina allí petrificada, supongo que también estaría pensando que podríamos hacer, o quizás sin más, estaba rezando para que no se despertara, que otra parte de mi cerebro lo hacía sin parar, no vayamos a engañarnos. No había nadie allí, ahora mismo, que tuviera más miedo que yo. Me senté en el suelo y metí la cabeza entre las rodillas, tenía que haber una solución a todos esto.
¿Y ahora que? Ahora que veo de frente el fin, ahora que estoy aquí mirando desde el otro lado, había perdido la noción del tiempo, no sabía cuanto tiempo había pasado. Pero... tenía que haber una salida a este laberinto, dile a mi madre que la amo, aquí todo está como nublado, pero si la encuentras díselo - Juguete, recuerda que todo lo que fue lo hemos guardado, te han colgado los guantes, y lo hemos sabido utilizar para acabar matándolos, mantenlo sagrado.
¡Claro joder!, ¡CLARO!, podemos utilizar el troll contra nuestros perseguidores, que ahora mismo nos esperan en la entrada. - ¡Mátalos a todos! ... pero, ¿cómo podríamos hacerlo? - Zarina, usemos al troll contra los seres de fuera. - Zarina me miró con ojos de locura, la verdad es que yo me miraría igual, pero lo teníamos todo para que de una vez por todas acabáramos con esta huida. Seguí susurrándole mi idea - Podemos despertarlo, enfadarlo lo suficiente para que nos siga, una vez a la altura del muro saltamos por encima y esperamos que tire tu pared al suelo, ¿porque? Para que haga ruido, mucho ruido, para que atraiga a los que siguen a guantes... ahí quizás nos tengamos que enfrentar, porque lo normal es que encuentren la entrada, por lo menos lo suficiente para que el troll la derrumbe o salga de la cueva y entonces les dejamos con su nuevo amigo. Es peligroso, pero saldremos del infierno con los pies por delante. Me parecía muy difícil que saliera bien, pero confiaba en la estrategia.
También teníamos que hablarlo con guantes, o podíamos aparecer ya con el troll, todo era posible, pero había que echarle cojones. Me levanté y la cogí de los hombros - Confía en nosotros Zarina, pero antes de hablarlo con guantes, ¿Qué más puedes hacer además de esa pared?. Era el momento de sacarlo todo, de que sacáramos los regalos, porque no sabemos de cuanto tiempo disponíamos, solo rezaba porque aquellos ronquidos no cesaran lo suficiente para encontrárnoslo de cara. Si actuábamos como un equipo, seguro que podíamos anteponernos a cualquier contratiempo.
Me apoyé de nuevo en la roca y respiré, miré a Zarina y puse los ojos en blanco, dios de la que nos habíamos librado. - Déjame que piense- le susurré. Esto era un mal contratiempo, pero fijo que podíamos aprovecharlo. Mire a Zarina allí petrificada, supongo que también estaría pensando que podríamos hacer, o quizás sin más, estaba rezando para que no se despertara, que otra parte de mi cerebro lo hacía sin parar, no vayamos a engañarnos. No había nadie allí, ahora mismo, que tuviera más miedo que yo. Me senté en el suelo y metí la cabeza entre las rodillas, tenía que haber una solución a todos esto.
¿Y ahora que? Ahora que veo de frente el fin, ahora que estoy aquí mirando desde el otro lado, había perdido la noción del tiempo, no sabía cuanto tiempo había pasado. Pero... tenía que haber una salida a este laberinto, dile a mi madre que la amo, aquí todo está como nublado, pero si la encuentras díselo - Juguete, recuerda que todo lo que fue lo hemos guardado, te han colgado los guantes, y lo hemos sabido utilizar para acabar matándolos, mantenlo sagrado.
¡Claro joder!, ¡CLARO!, podemos utilizar el troll contra nuestros perseguidores, que ahora mismo nos esperan en la entrada. - ¡Mátalos a todos! ... pero, ¿cómo podríamos hacerlo? - Zarina, usemos al troll contra los seres de fuera. - Zarina me miró con ojos de locura, la verdad es que yo me miraría igual, pero lo teníamos todo para que de una vez por todas acabáramos con esta huida. Seguí susurrándole mi idea - Podemos despertarlo, enfadarlo lo suficiente para que nos siga, una vez a la altura del muro saltamos por encima y esperamos que tire tu pared al suelo, ¿porque? Para que haga ruido, mucho ruido, para que atraiga a los que siguen a guantes... ahí quizás nos tengamos que enfrentar, porque lo normal es que encuentren la entrada, por lo menos lo suficiente para que el troll la derrumbe o salga de la cueva y entonces les dejamos con su nuevo amigo. Es peligroso, pero saldremos del infierno con los pies por delante. Me parecía muy difícil que saliera bien, pero confiaba en la estrategia.
También teníamos que hablarlo con guantes, o podíamos aparecer ya con el troll, todo era posible, pero había que echarle cojones. Me levanté y la cogí de los hombros - Confía en nosotros Zarina, pero antes de hablarlo con guantes, ¿Qué más puedes hacer además de esa pared?. Era el momento de sacarlo todo, de que sacáramos los regalos, porque no sabemos de cuanto tiempo disponíamos, solo rezaba porque aquellos ronquidos no cesaran lo suficiente para encontrárnoslo de cara. Si actuábamos como un equipo, seguro que podíamos anteponernos a cualquier contratiempo.
Damian Noor
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Re: La huida [Libre 3/3]
- Puedo mover objetos. - Le dije a Damian, en un susurro. Sabía que el plan era arriesgado y, obviamente me parecía una locura. No quería para nada del mundo tener que despertar a esa "cosa" y mucho menos hacerlo enfadar ni hacer que nos persiguiera por un callejón sin salida.
Ya no estaba en tanta forma como hacía un rato. Había perdido un poco de energía levantando la pared. Tenía que ser consciente de ello y actuar acorde a ese factor. Sabía que si utilizaba mis habilidades para bajar la pared y la telekinesis para despertar al ser que estaba dormido, había muchas probabilidades de que no pudiera correr para huir. Aún así, tenía que contarle a Damian y a Raymond cual era mi situación.
Pensándolo en frío, esa era una de las mejores opciones que teníamos, pero aún así, veía lagunas. Esperaba que cuando Damian le contara al otro chico cuál era la situación, entre los 3 termináramos de maquinar un plan que pudiera funcionar teniendo en cuenta todas las variables.
- Puedo usar mi telekinesis para mover objetos a lo largo de una habitación. Podría estamparle en la cabeza una roca a esa bestia dormida. Creo que eso sería suficiente para enfadarle y despertarle. Aún así, deberíamos hablarlo con el chispas de primeras, puede que él tenga alguna otra idea que pueda ser de ayuda. - Le dije, muy bajito. El miedo constante de que se despertara el monstruo me tenía en alerta y con los pelos de punta.
- Pero cualquier cosa que haga con magia me consume energía, y no creo que si tengo que mover la pared y despertar al ser este, pueda ser capaz de aguantar otra huida como la anterior. - Dije, con un tono triste. - Eso no significa que no pueda hacerlo, sino que no podría correr, por lo que si el plan no funciona bien, tendríais que dejarme atrás. - Las cosas eran como eran. No había más, y debíamos ser conscientes de ello.
¿Realmente estaba dispuesta a morir por ellos? Efectivamente. Realmente estaba siendo muy dramática, pero confiaba en ellos, en que el plan funcionaría y que podríamos irnos los tres andando, sin tener que correr más por el bosque, huyendo de "lo-que-sea-que-fueran" las cosas que perseguían al chispas o del ser durmiente a nuestras espaldas.
- Vamos a hablarlo con él, a ver qué le parece el plan. - Sugerí con rapidez. No quería seguir pensando en el peligro que estaríamos corriendo segundos después.
Me di la vuelta para irme hacia la entrada de la cueva, y recordé los instantes incómodos que habíamos pasado antes, mis dedos aún palpitaban de lo caliente que tenía la espalda. Se me aceleró el pulso y volvió a mi cara el color y la vergüenza. ¿Estaba dispuesta a mirarle a la cara otra vez?
Decidí que andaría detrás de Damian, medio oculta hacia el reencuentro. Solo esperaba que las cosas no fueran tan incómodas como yo me estaba sintiendo.
Ya no estaba en tanta forma como hacía un rato. Había perdido un poco de energía levantando la pared. Tenía que ser consciente de ello y actuar acorde a ese factor. Sabía que si utilizaba mis habilidades para bajar la pared y la telekinesis para despertar al ser que estaba dormido, había muchas probabilidades de que no pudiera correr para huir. Aún así, tenía que contarle a Damian y a Raymond cual era mi situación.
Pensándolo en frío, esa era una de las mejores opciones que teníamos, pero aún así, veía lagunas. Esperaba que cuando Damian le contara al otro chico cuál era la situación, entre los 3 termináramos de maquinar un plan que pudiera funcionar teniendo en cuenta todas las variables.
- Puedo usar mi telekinesis para mover objetos a lo largo de una habitación. Podría estamparle en la cabeza una roca a esa bestia dormida. Creo que eso sería suficiente para enfadarle y despertarle. Aún así, deberíamos hablarlo con el chispas de primeras, puede que él tenga alguna otra idea que pueda ser de ayuda. - Le dije, muy bajito. El miedo constante de que se despertara el monstruo me tenía en alerta y con los pelos de punta.
- Pero cualquier cosa que haga con magia me consume energía, y no creo que si tengo que mover la pared y despertar al ser este, pueda ser capaz de aguantar otra huida como la anterior. - Dije, con un tono triste. - Eso no significa que no pueda hacerlo, sino que no podría correr, por lo que si el plan no funciona bien, tendríais que dejarme atrás. - Las cosas eran como eran. No había más, y debíamos ser conscientes de ello.
¿Realmente estaba dispuesta a morir por ellos? Efectivamente. Realmente estaba siendo muy dramática, pero confiaba en ellos, en que el plan funcionaría y que podríamos irnos los tres andando, sin tener que correr más por el bosque, huyendo de "lo-que-sea-que-fueran" las cosas que perseguían al chispas o del ser durmiente a nuestras espaldas.
- Vamos a hablarlo con él, a ver qué le parece el plan. - Sugerí con rapidez. No quería seguir pensando en el peligro que estaríamos corriendo segundos después.
Me di la vuelta para irme hacia la entrada de la cueva, y recordé los instantes incómodos que habíamos pasado antes, mis dedos aún palpitaban de lo caliente que tenía la espalda. Se me aceleró el pulso y volvió a mi cara el color y la vergüenza. ¿Estaba dispuesta a mirarle a la cara otra vez?
Decidí que andaría detrás de Damian, medio oculta hacia el reencuentro. Solo esperaba que las cosas no fueran tan incómodas como yo me estaba sintiendo.
Zarina
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Re: La huida [Libre 3/3]
Tras la sacudida inicial, guardé silencio un par de segundos, quedándome totalmente quieto en el sitio que me hallaba. Quería creer que aquello no había sido real —por más absurdo que fuera el pensamiento—, que todo había sido producto de mi confusión y mis divagaciones... pero no era así. Al poco tiempo, volvieron a estremecerse las paredes de la caverna, desprendiéndose pequeñas estalactitas, fragmentos rocosos y polvo por todo el lugar. Cubrí mis ojos con mi antebrazo, protegiéndoles de las partículas de tierra que podían nublar mi visión. ¿¡Pero qué mierda...!?
Me levanté, asomándome por la pequeña abertura de la muralla de piedra que había creado Zarina, para observar sigilosamente el exterior e indagar en el origen de aquel sismo.
—¡Tiene que ser una broma! —me quejé, antes de apartarme rápidamente de la muralla, en vista del inminente golpe que volvió a sacudir la estancia. Eran ellos. Me habían encontrado.
—OBJETIVO LOCALIZADO. —se dio a conocer aquella voz metalizada y profunda, perteneciente al enorme soldado de metal que cargaba contra la caverna, intentando abrirse camino y derribar la muralla que le impedía pasar a él y a sus compañeros—. MISIÓN: NEUTRALIZAR AL SUJETO B—13. —anunció, antes de volver a embestir la muralla.
¿¡Cómo!? ¿¡Cómo lo habían hecho!? ¿Cómo esos malnacidos habían dado con mi ubicación en tan poco tiempo? Sabía que me encontrarían tarde o temprano, pero una parte de mi realmente esperaba que se demoraran un poco más o simplemente decidieran volver por donde vinieron. Persistentes, ¿eh?
Durante mi retroceso, por la sorpresa, no pude evitar dar un par de pasos en falso y caer sobre mi trasero. Sin embargo, el dolor no fue impedimento para que de inmediato me pusiera de pié y procediera a huir en la oscuridad, hacia el interior de la cueva. Por más que me irritara admitirlo, yo solo no podía enfrentarme contra el grupo de soldados; necesitaba la ayuda de mis dos héroes de turno si tenía intención de escapar de aquella situación. Corrí con prisa en la oscuridad.
No demoré en encontrarlos; no fue difícil seguir la tenue luz de la antorcha que se observaba en la distancia. Aparentemente, no habían ido muy lejos tampoco.
—¡Malas noticias! —vociferé al observarles, para captar su atención y notificarles de mi presencia, para evitar que pensaran que era un enemigo—. ¡Nos encontraron! ¡Los hijos de puta están aquí! —expliqué, sin preocuparme por lo elevado de mi tono de voz. No tenía idea de lo que pasaba, y estaba demasiado molesto para darme cuenta en ese momento.
No fue hasta que escuché los gruñidos que, finalmente, me digne a ver más allá de lo que se ocultaba entre las tinieblas.
—¿¡Qué demon...!? —quise exaltarme, pero logré reunir la cordura para evitar hacer más ruido del que ya había hecho; no me emocionaba para nada la idea de despertar a aquella inmensa y horrenda criatura humanoide—. Dime, por favor, que tú también puedes hacer algo genial como ella que nos saque de esta. —murmuré, dirigiéndome a Damian, refiriéndome a Zarina.
¿Le había despertado? El troll se sacudía entre gruñidos, pero no parecía abandonar su sueño. De igual modo, si yo no lo había hecho, lo harían los malnacidos que se empeñaban en sacudir la cueva y que pronto estarían allí.
Estábamos en un verdadero aprieto.
Me levanté, asomándome por la pequeña abertura de la muralla de piedra que había creado Zarina, para observar sigilosamente el exterior e indagar en el origen de aquel sismo.
—¡Tiene que ser una broma! —me quejé, antes de apartarme rápidamente de la muralla, en vista del inminente golpe que volvió a sacudir la estancia. Eran ellos. Me habían encontrado.
—OBJETIVO LOCALIZADO. —se dio a conocer aquella voz metalizada y profunda, perteneciente al enorme soldado de metal que cargaba contra la caverna, intentando abrirse camino y derribar la muralla que le impedía pasar a él y a sus compañeros—. MISIÓN: NEUTRALIZAR AL SUJETO B—13. —anunció, antes de volver a embestir la muralla.
¿¡Cómo!? ¿¡Cómo lo habían hecho!? ¿Cómo esos malnacidos habían dado con mi ubicación en tan poco tiempo? Sabía que me encontrarían tarde o temprano, pero una parte de mi realmente esperaba que se demoraran un poco más o simplemente decidieran volver por donde vinieron. Persistentes, ¿eh?
Durante mi retroceso, por la sorpresa, no pude evitar dar un par de pasos en falso y caer sobre mi trasero. Sin embargo, el dolor no fue impedimento para que de inmediato me pusiera de pié y procediera a huir en la oscuridad, hacia el interior de la cueva. Por más que me irritara admitirlo, yo solo no podía enfrentarme contra el grupo de soldados; necesitaba la ayuda de mis dos héroes de turno si tenía intención de escapar de aquella situación. Corrí con prisa en la oscuridad.
No demoré en encontrarlos; no fue difícil seguir la tenue luz de la antorcha que se observaba en la distancia. Aparentemente, no habían ido muy lejos tampoco.
—¡Malas noticias! —vociferé al observarles, para captar su atención y notificarles de mi presencia, para evitar que pensaran que era un enemigo—. ¡Nos encontraron! ¡Los hijos de puta están aquí! —expliqué, sin preocuparme por lo elevado de mi tono de voz. No tenía idea de lo que pasaba, y estaba demasiado molesto para darme cuenta en ese momento.
No fue hasta que escuché los gruñidos que, finalmente, me digne a ver más allá de lo que se ocultaba entre las tinieblas.
—¿¡Qué demon...!? —quise exaltarme, pero logré reunir la cordura para evitar hacer más ruido del que ya había hecho; no me emocionaba para nada la idea de despertar a aquella inmensa y horrenda criatura humanoide—. Dime, por favor, que tú también puedes hacer algo genial como ella que nos saque de esta. —murmuré, dirigiéndome a Damian, refiriéndome a Zarina.
¿Le había despertado? El troll se sacudía entre gruñidos, pero no parecía abandonar su sueño. De igual modo, si yo no lo había hecho, lo harían los malnacidos que se empeñaban en sacudir la cueva y que pronto estarían allí.
Estábamos en un verdadero aprieto.
Raymond Lorde
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