Un trago y marchamos, volumen 2
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Un trago y marchamos, volumen 2
No acostumbraba a correr en aquella. Las patas se me estaban cansando, y el chasquido de las ramas al pisarlas mientras corría, me acababa resultando de algún modo irritante. Los bosques del este eran únicamente el siguiente paso antes de llegar a Ulmer. Todavía quedaba parte del viaje, trataba de tomármelo con calma. Pero cuando me encontraba en mi forma de lobo, marchaba y marchaba y no me daba cuenta del paso del tiempo. En cuanto estuve lo suficientemente lejos como para reconocerme a mi mismo que no tenia ni la menor idea de donde me encontraba, decidí parar. No sin un dolor y un agotamiento inmenso, me transforme nuevamente en humano. Había parado frente a un pequeño lago, en el claro del bosque. En aquella época del año, el agua estaba lo suficientemente cálida como para poder bañarse sin salir convertido en un cubo de hielo. Así que sumergí mi cuerpo desnudo sobre las aguas, limpiándome el barro y la suciedad que se me había unido al viaje.
Y os preguntareis: pero Frith, estabas desnudo? Y tu ropa, y las cosas que llevabas contigo. Oh, no soy estúpido; por supuesto que llevaba todo eso conmigo. Desde hacia algunas semanas había planteado un método sencillo de llevar mis cosas y no aparecer en cualquier otra parte del mundo completamente desnudo sin nada que ponerme a mano. Había ideado una pequeña alforja, con un cinto del tamaño de mi cintura lobuna. Generalmente, colocaba mi muda y algunas pertenencias en esa alforja, y tras convertirme en lobo, de algún modo conseguía colocármela. Era ideal para los viajes; porque además en mi forma lobuna ni siquiera notaba el peso de aquello.
Como iba diciendo, me sumergí en el pequeño lago, tras dejar la alforja con mis pertenencias en la orilla. Nade un poco por el lago, y me limpie cuanto pude. Vi como el barro iba enturbiando el agua mientras mi cuerpo en cambio, recuperaba su tonalidad natural. Esboce una media sonrisa; estaba realmente cómodo allí. Entre la naturaleza, y completamente desnudo. Supongo que como cualquier licántropo amante de la naturaleza. Pose mis manos sobre la orilla, y tras hacer un leve esfuerzo, salí del agua. Me dirigí a la alforja y me coloque una camisa marrón de lana, y los pantalones de cuero. También me coloque el cinto con mi espada y me colgué la alforja a modo de mochila. Pude observar que el lago, continuaba, perdiéndose entre los arboles.
— Que te parece? Podríamos explorar un poco… —me dije a mi mismo, esbozando una sonrisa.
Empecé a caminar a paso lento, rodeando la orilla del lago. Me sentía renovado, perfectamente. Limpio y descansado. Aunque tenia un poco de hambre; pensé en pescar algo, pero al darme cuenta de que el agua de la zona en la que me había bañado estaba algo turbia, pensé que seria mas razonable rodear el lago hasta encontrar alguna zona mas transparente, con algunos peces que capturar. Cuando di la vuelta al lago, no fueron peces lo que me llamaron la atención. Fue algo muy distinto. Había una muchacha, una mujer, recostada sobre la orilla. Tenia sus pertenencias a su lado, y su cuerpo se movía muy lentamente, como si respirara con dificultad. En seguida me acerque y me deje caer de rodillas a su lado, posando una mano sobre ella. Dirigí mi mano hacia su espalda, notando las pulsaciones de su corazón. Todavía estaba viva, y respiraba, pero no sin dificultad.
— Hey, no mueras —le dije, mientras dejaba caer mi alforja a mi lado, y la abría con la otra mano—. Tan solo… dame… un segundo.
Tome un poco de agua colocando mi mano a modo de cuenco, y la deje caer por su rostro. Luego tome una hogaza de pan y la acerque a sus labios. Me había fijado poco antes en que no mostraba tener ninguna herida aparente. Así que si estaba allí en aquellas condiciones, no era mas que por hambre. Probablemente se habría perdido en el bosque, no era la primera vez que encontraba a alguien en esa situación. Deje la hogaza de pan cerca de su boca, mientras ella continuaba recostada. Esperaba que despertara, y lo primero que hiciera fuera comerlo; deseaba que lo hiciera. De algún modo, seria la reacción natural, para sobrevivir. Mientras, me metí en el agua, sin meterme muy adentro. Tan solo me metí de modo que el agua me llagara por debajo de las rodillas. Prepare mis manos, y aguarde a que algún pez curioso se aproximara. En cuanto lo vislumbre, lance mis manos a el, capturándolo.
— Alguien quiere un poco de pescado asado? —Alce la voz mientras dejaba caer el pez en la orilla, y volvía a fijar la mirada en las aguas. Mas adelante, en cuanto se despertara y hubiera capturado un par mas, encendería un fuego para cocinar aquel pescado. Aquella chica debía recuperarse, y la mejor forma era comiendo buena comida.
Y os preguntareis: pero Frith, estabas desnudo? Y tu ropa, y las cosas que llevabas contigo. Oh, no soy estúpido; por supuesto que llevaba todo eso conmigo. Desde hacia algunas semanas había planteado un método sencillo de llevar mis cosas y no aparecer en cualquier otra parte del mundo completamente desnudo sin nada que ponerme a mano. Había ideado una pequeña alforja, con un cinto del tamaño de mi cintura lobuna. Generalmente, colocaba mi muda y algunas pertenencias en esa alforja, y tras convertirme en lobo, de algún modo conseguía colocármela. Era ideal para los viajes; porque además en mi forma lobuna ni siquiera notaba el peso de aquello.
Como iba diciendo, me sumergí en el pequeño lago, tras dejar la alforja con mis pertenencias en la orilla. Nade un poco por el lago, y me limpie cuanto pude. Vi como el barro iba enturbiando el agua mientras mi cuerpo en cambio, recuperaba su tonalidad natural. Esboce una media sonrisa; estaba realmente cómodo allí. Entre la naturaleza, y completamente desnudo. Supongo que como cualquier licántropo amante de la naturaleza. Pose mis manos sobre la orilla, y tras hacer un leve esfuerzo, salí del agua. Me dirigí a la alforja y me coloque una camisa marrón de lana, y los pantalones de cuero. También me coloque el cinto con mi espada y me colgué la alforja a modo de mochila. Pude observar que el lago, continuaba, perdiéndose entre los arboles.
— Que te parece? Podríamos explorar un poco… —me dije a mi mismo, esbozando una sonrisa.
Empecé a caminar a paso lento, rodeando la orilla del lago. Me sentía renovado, perfectamente. Limpio y descansado. Aunque tenia un poco de hambre; pensé en pescar algo, pero al darme cuenta de que el agua de la zona en la que me había bañado estaba algo turbia, pensé que seria mas razonable rodear el lago hasta encontrar alguna zona mas transparente, con algunos peces que capturar. Cuando di la vuelta al lago, no fueron peces lo que me llamaron la atención. Fue algo muy distinto. Había una muchacha, una mujer, recostada sobre la orilla. Tenia sus pertenencias a su lado, y su cuerpo se movía muy lentamente, como si respirara con dificultad. En seguida me acerque y me deje caer de rodillas a su lado, posando una mano sobre ella. Dirigí mi mano hacia su espalda, notando las pulsaciones de su corazón. Todavía estaba viva, y respiraba, pero no sin dificultad.
— Hey, no mueras —le dije, mientras dejaba caer mi alforja a mi lado, y la abría con la otra mano—. Tan solo… dame… un segundo.
Tome un poco de agua colocando mi mano a modo de cuenco, y la deje caer por su rostro. Luego tome una hogaza de pan y la acerque a sus labios. Me había fijado poco antes en que no mostraba tener ninguna herida aparente. Así que si estaba allí en aquellas condiciones, no era mas que por hambre. Probablemente se habría perdido en el bosque, no era la primera vez que encontraba a alguien en esa situación. Deje la hogaza de pan cerca de su boca, mientras ella continuaba recostada. Esperaba que despertara, y lo primero que hiciera fuera comerlo; deseaba que lo hiciera. De algún modo, seria la reacción natural, para sobrevivir. Mientras, me metí en el agua, sin meterme muy adentro. Tan solo me metí de modo que el agua me llagara por debajo de las rodillas. Prepare mis manos, y aguarde a que algún pez curioso se aproximara. En cuanto lo vislumbre, lance mis manos a el, capturándolo.
— Alguien quiere un poco de pescado asado? —Alce la voz mientras dejaba caer el pez en la orilla, y volvía a fijar la mirada en las aguas. Mas adelante, en cuanto se despertara y hubiera capturado un par mas, encendería un fuego para cocinar aquel pescado. Aquella chica debía recuperarse, y la mejor forma era comiendo buena comida.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
Mi mente divagaba sin rumbo por la oscuridad incierta que supone ser los rincones de la mente inconsciente. Otrora se movía por recuerdos pasados, otrora por recuerdos de los lugares del mundo exterior tales y como me los imaginaba, algo diferentes a cómo estaban siendo. Hacía ya por lo menos dos semanas que había salido del terreno de mi clan, donde viví y me crié sin salir una sola vez, y ya me habían tenido que salvar dos veces. Y, si no había una tercera, me moriría allí mismo, refriada como estaba después de haber dormido tantas noches a la intemperie pasando frío. Si bien pudiera parecer que el refriado la había llevado a desmayarse, de ningún modo había sido así, pues no se notaba en absoluto comparado con el estado al que la tenía sumida la falta de comida y alimentos básicos.
Resultaba curioso cómo los que se suponían que eran mis últimos recuerdos fueran el trauma de, hacía algunos años, pillar un día a mi hermano mayor oliéndome el trasero con cara de extrañeza, diciéndome "me parece increíble que una cría retrasada como tu sea capaz de entrar en celo. Casi creía que nunca te iba a llegar el primero." Y la consiguiente pelea de garras y dientes que acabó en heridas y sangre que la siguió, con el temperamento como lo suelo tener, donde, como siempre, acabó ganándome él, dejándome para el arrastre, para ser luego curada por madre. "Ni siquiera puedo defenderme al escuchar decir algo tan ofensivo..." Y, a pesar de saber que lo había dicho de broma, que era el tipo de trato que solía tener con mis hermanos, aquello me afectó especialmente. Era como si siempre fuera a ser la retrasada incapaz de nada de la familia.
Supongo que, esa, fue una de las principales razones por las que huí de casa, más que para cumplir mis sueño de escribir la novela de mis aventuras. Y, acabar de aquellos modos, solo me hundía en miseria interna.
Sentí cómo algo líquido resbaló por mis labios, pasando de la comisura, cubriéndolos poco después de empezarlo a notar por completo. Mi lengua se movió hacia el exterior casi de manera automática, alcanzando un poco de aquella agua que caía como una brizna de esperanza sobre mi destrozado cuerpo. Al instante, mis labios resecos se separaron, permitiendo el paso al agua, que deshizo el polvo que se había acumulado en mi garganta por el día entero que llevaba sin beber nada, puesto que me desmayé justo antes de alcanzar el lago. Había algo, ante mis labios. Olí, y su aroma me llegó, de algún modo, al reconocimiento del elemento a través de mi atrofiada nariz en el cuerpo humano."Pan..." Moviendo débilmente mi mano, abriendo casi imperceptiblemente los ojos, agarré y me llevé a la boca el trozo de pan, masticando lentamente. Tratando de levantarme, alargando las manos y poniéndolas sobre el suelo, noté que me faltaban fuerzas por todos lados.
Mas, de repente, escuché una voz masculina. "¡Alguien quiere un poco de pescado asado?" Las fuerzas parecieron volver a mí cuando empecé a arrastrarme hasta el pescado que vi que había dejado aquel desconocido, a quien aún no había tenido tiempo de ver, volvía a adentrarse al lago. Llegué hasta el pescado, y lo agarré con ambas manos, poniéndome de rodillas en movimientos lentos, con el pelo hecho un manojo rodeando mi cara por completo. El pez, aún vivo, luchaba por respirar. Separé los labios, mostrando mis dientes, unidos por una fina linea de saliva, mostrando lo hambrienta que estaba, capaz de comérmelo crudo. El pescado se agitó cuando le acerqué los labios, y tuve que hacer patosos malabares para que no se me escurriera de las manos, girando el cuerpo al lado. Al levantar la cabeza, descubrí al hombre que acababa de cazar aquel pescado. El mismo, supuse, que me había dado esa agua revitalizadora. Estaba desnudo, permitiéndome ver de la cintura para arriba de su cuerpo bajo la luz de la luna. Tal vez fuera instinto. Tan vez fuera un mensaje de los dioses. Pero, des del primer momento, tuve claro que se trataba de un...
¡Un bio...! Chillé de repente, tosiendo justo después de alzar la voz. Dejando el pescado a un lado, gateé hasta la orilla del lago, donde metí la cabeza, dando largos tragos de agua. Al terminar, casi costándome, saqué la cabeza del agua, inhalando un fuerte suspiro y dejándome caer de lado, recuperando el aliento. Volviendo a mirar al hombre, casi no me entraba en la cabeza que tuviera un verdadero Bio delante de mí. "¡Un robot de esos que parecen seres vivos pero que no lo son! Espera... ¿ya me he fijado bien...? ¿Y si es un vampiro? ¡No tengo ni idea de cómo son aquellos seres...!"
Pero, de repente, el cansancio por el hambre y el refriado que ahora se hacía más notorio en mi por el color enrojecido de mi cara, volvió a mi, pensándome por todo el cuerpo. Decidida a no ceder a él, cerré los ojos con fuerza y logré cambiar a mi forma lobuna de pelaje blanco como la nieve y ojos marrones, recuperando parte de mis fuerzas al encontrarme en una forma que me era mil veces más cómoda y conocida. Levantándome sobre mis cuatro patas, me quedé mirando al hombre desde la orilla, tratando de adivinar qué intenciones tendría conmigo, ayudándome. Por qué me habían ayudado ya tres veces desde que me fui de mis tierras. "¿Será que tenía razón, sobre que el mundo en realidad es menos cruel de cómo me lo pintó mi familia? ¿Será realmente que... tenía razón?"
Aturdida, mareada y cansada como estaba, solo pude reaccionar de mi modo más instintivo. Mostrarme sumisa, y permanecer tumbada, mirándolo nunca directamente a los ojos. Sin ladrar, sin realizar algún acercamiento que pudiera ser considerado neutral, y esperar a que él se me acercara. Esperar a que no me quisiera comer, haciendo alusión a la famosa ley de la jungla.
Resultaba curioso cómo los que se suponían que eran mis últimos recuerdos fueran el trauma de, hacía algunos años, pillar un día a mi hermano mayor oliéndome el trasero con cara de extrañeza, diciéndome "me parece increíble que una cría retrasada como tu sea capaz de entrar en celo. Casi creía que nunca te iba a llegar el primero." Y la consiguiente pelea de garras y dientes que acabó en heridas y sangre que la siguió, con el temperamento como lo suelo tener, donde, como siempre, acabó ganándome él, dejándome para el arrastre, para ser luego curada por madre. "Ni siquiera puedo defenderme al escuchar decir algo tan ofensivo..." Y, a pesar de saber que lo había dicho de broma, que era el tipo de trato que solía tener con mis hermanos, aquello me afectó especialmente. Era como si siempre fuera a ser la retrasada incapaz de nada de la familia.
Supongo que, esa, fue una de las principales razones por las que huí de casa, más que para cumplir mis sueño de escribir la novela de mis aventuras. Y, acabar de aquellos modos, solo me hundía en miseria interna.
Sentí cómo algo líquido resbaló por mis labios, pasando de la comisura, cubriéndolos poco después de empezarlo a notar por completo. Mi lengua se movió hacia el exterior casi de manera automática, alcanzando un poco de aquella agua que caía como una brizna de esperanza sobre mi destrozado cuerpo. Al instante, mis labios resecos se separaron, permitiendo el paso al agua, que deshizo el polvo que se había acumulado en mi garganta por el día entero que llevaba sin beber nada, puesto que me desmayé justo antes de alcanzar el lago. Había algo, ante mis labios. Olí, y su aroma me llegó, de algún modo, al reconocimiento del elemento a través de mi atrofiada nariz en el cuerpo humano."Pan..." Moviendo débilmente mi mano, abriendo casi imperceptiblemente los ojos, agarré y me llevé a la boca el trozo de pan, masticando lentamente. Tratando de levantarme, alargando las manos y poniéndolas sobre el suelo, noté que me faltaban fuerzas por todos lados.
Mas, de repente, escuché una voz masculina. "¡Alguien quiere un poco de pescado asado?" Las fuerzas parecieron volver a mí cuando empecé a arrastrarme hasta el pescado que vi que había dejado aquel desconocido, a quien aún no había tenido tiempo de ver, volvía a adentrarse al lago. Llegué hasta el pescado, y lo agarré con ambas manos, poniéndome de rodillas en movimientos lentos, con el pelo hecho un manojo rodeando mi cara por completo. El pez, aún vivo, luchaba por respirar. Separé los labios, mostrando mis dientes, unidos por una fina linea de saliva, mostrando lo hambrienta que estaba, capaz de comérmelo crudo. El pescado se agitó cuando le acerqué los labios, y tuve que hacer patosos malabares para que no se me escurriera de las manos, girando el cuerpo al lado. Al levantar la cabeza, descubrí al hombre que acababa de cazar aquel pescado. El mismo, supuse, que me había dado esa agua revitalizadora. Estaba desnudo, permitiéndome ver de la cintura para arriba de su cuerpo bajo la luz de la luna. Tal vez fuera instinto. Tan vez fuera un mensaje de los dioses. Pero, des del primer momento, tuve claro que se trataba de un...
¡Un bio...! Chillé de repente, tosiendo justo después de alzar la voz. Dejando el pescado a un lado, gateé hasta la orilla del lago, donde metí la cabeza, dando largos tragos de agua. Al terminar, casi costándome, saqué la cabeza del agua, inhalando un fuerte suspiro y dejándome caer de lado, recuperando el aliento. Volviendo a mirar al hombre, casi no me entraba en la cabeza que tuviera un verdadero Bio delante de mí. "¡Un robot de esos que parecen seres vivos pero que no lo son! Espera... ¿ya me he fijado bien...? ¿Y si es un vampiro? ¡No tengo ni idea de cómo son aquellos seres...!"
Pero, de repente, el cansancio por el hambre y el refriado que ahora se hacía más notorio en mi por el color enrojecido de mi cara, volvió a mi, pensándome por todo el cuerpo. Decidida a no ceder a él, cerré los ojos con fuerza y logré cambiar a mi forma lobuna de pelaje blanco como la nieve y ojos marrones, recuperando parte de mis fuerzas al encontrarme en una forma que me era mil veces más cómoda y conocida. Levantándome sobre mis cuatro patas, me quedé mirando al hombre desde la orilla, tratando de adivinar qué intenciones tendría conmigo, ayudándome. Por qué me habían ayudado ya tres veces desde que me fui de mis tierras. "¿Será que tenía razón, sobre que el mundo en realidad es menos cruel de cómo me lo pintó mi familia? ¿Será realmente que... tenía razón?"
Aturdida, mareada y cansada como estaba, solo pude reaccionar de mi modo más instintivo. Mostrarme sumisa, y permanecer tumbada, mirándolo nunca directamente a los ojos. Sin ladrar, sin realizar algún acercamiento que pudiera ser considerado neutral, y esperar a que él se me acercara. Esperar a que no me quisiera comer, haciendo alusión a la famosa ley de la jungla.
Niura Caelia
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
Ya tenía entre mis manos hasta tres peces, que después me dispondría a cocinar para que la muchacha pudiera comer algo y recuperarse de aquel estado miserable. Haría un fuego y cocinaría aquello. Aunque cuando me di la vuelta, me percaté de que no era la misma muchacha la que yacía sobre el suelo, sino un lobo blanco, grande y peludo. Por debajo de su hocico pude descubrir que yacían algunas migajas del pan que le había dejado antes, por lo que me percaté que había estado comiendo un poco; lo suficiente como para poder haberse convertido. Aun así, mostraba un aspecto débil y sumiso; deplorable para un licántropo, que era lo que acababa de descubrir que era.
- Vaya, así que eres una de los nuestros -dije mientras me acercaba, caminando lentamente en el lago, pisando con cuidado pues la parte inferior estaba colmada de piedra y barro. Un paso en falso y podría haberme causado una herida tonta-. No te preocupes, ya traigo algo mejor que comer. El pan es rico, pero sé que no es suficiente.
Ya cerca de la orilla, me puse en pie dejando a un lado el pescado, y posando mis manos sobre las piedras que había en la orilla. Hice fuerza y salí de las aguas, situándome de pie frente a la loba.
- Tendrás que esperar un poco. No quiero que comas esto crudo. En realidad, me ha costado bastante pescarlo -tome con una mano los pescados, de la cola-. Y ya que me ha costado tanto, hay que hacerlo bien.
Me tome la confianza de acariciar el pelaje de su cabeza mientras me dirigía un par de metros más lejos de ella. Me puse de rodillas, y saqué de mi alforja un pedernal, con el que momentos después sin mucho esfuerzo encendí algunas hojas. Coloque algunas ramas secas que había alrededor, y me las ingenie para formar una hoguera en poco tiempo. Luego atravesé con una de mis dagas uno de los pescados, y lo pasé por encima del fuego, dejando que poco a poco fuera dorándose. Me quedé sentado allí, aguardando a que estuviera listo, mientras dirigí la mirada hacia la loba.
- Puedes estar tranquila. No te haré daño -dije con seriedad. Luego miré el pescado, y sonreí al ver que poco a poco iba tomando color-. No soy esa clase de gente.
Al verla convertida en lobo, por un momento había pensado en la idea de transformarme. Únicamente para provocarle alguna clase de seguridad. Sin embargo, no había sentido al final la necesidad de hacerlo. ¿Para qué? Tan solo me habría dificultado la pesca; además de ya me había colocado los atuendos y no estaba muy por la labor de hacer todo de nuevo.
- Vaya, así que eres una de los nuestros -dije mientras me acercaba, caminando lentamente en el lago, pisando con cuidado pues la parte inferior estaba colmada de piedra y barro. Un paso en falso y podría haberme causado una herida tonta-. No te preocupes, ya traigo algo mejor que comer. El pan es rico, pero sé que no es suficiente.
Ya cerca de la orilla, me puse en pie dejando a un lado el pescado, y posando mis manos sobre las piedras que había en la orilla. Hice fuerza y salí de las aguas, situándome de pie frente a la loba.
- Tendrás que esperar un poco. No quiero que comas esto crudo. En realidad, me ha costado bastante pescarlo -tome con una mano los pescados, de la cola-. Y ya que me ha costado tanto, hay que hacerlo bien.
Me tome la confianza de acariciar el pelaje de su cabeza mientras me dirigía un par de metros más lejos de ella. Me puse de rodillas, y saqué de mi alforja un pedernal, con el que momentos después sin mucho esfuerzo encendí algunas hojas. Coloque algunas ramas secas que había alrededor, y me las ingenie para formar una hoguera en poco tiempo. Luego atravesé con una de mis dagas uno de los pescados, y lo pasé por encima del fuego, dejando que poco a poco fuera dorándose. Me quedé sentado allí, aguardando a que estuviera listo, mientras dirigí la mirada hacia la loba.
- Puedes estar tranquila. No te haré daño -dije con seriedad. Luego miré el pescado, y sonreí al ver que poco a poco iba tomando color-. No soy esa clase de gente.
Al verla convertida en lobo, por un momento había pensado en la idea de transformarme. Únicamente para provocarle alguna clase de seguridad. Sin embargo, no había sentido al final la necesidad de hacerlo. ¿Para qué? Tan solo me habría dificultado la pesca; además de ya me había colocado los atuendos y no estaba muy por la labor de hacer todo de nuevo.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
La visión de aquellos pescados me hicieron relamerme de un modo casi inconsciente. El hombre dijo que era de los suyos. Tardé más de lo que cabría esperar por la situación en comprender a qué se refería, abriendo mucho los ojos. "Un... ¿un licántropo...?" A pesar de mostrarme reticente a creerme aquello, explicaría muchas cosas. Su estado desnudo, la belleza que tanto a la vista saltaba, iluminado bajo la luz de la luna, con el cuerpo empapado... porque, tal y como decía mi madre, los licántropos son los únicos seres que reconoceré a simple vista por su "apetecible aspecto". No entendía a que se refería con ello, pues yo solo lo veía como quien mira un cuadro bien pintado. Algo bonito de ver. Para nada tenia deseos de "comermelo" tal y como me había dado a pensar que querría hacer mi madre. "Me dijo que, al crecer, lo entendería. ¿Será que aún no he crecido...? Nah, se mire por donde se mire, no quiero ni querré cometer canibalismo... a menos que tenga demasiada hambre. Pero, por suerte, todavía no he llegado a ese extremo. Al fin y al cabo, solo llevaba tres días sin comer..." Pero algo sí era cierto, y es que innegablemente, era otro licántropo. Uno ajeno a la manada con la que había crecido, la que me había criado. De repente me sentí mucho más cómoda, menos en peligro, como si se tratara de un amigo lejano, a pesar de ser un total desconocido. Al fin y al cabo, la raza de uno mismo es con quien más cómodo se va a sentir uno.
Al escuchar que me pedía que esperara, asentí con la cabeza. Eran sus presas, al fin y al cabo, y, al contrario que con mis hermanos, no tenía la confianza para iniciar el juego de "quien coge antes la carne, se la queda". Observé con gran atención cómo encendía con tanta facilidad una hoguera, recordándome a las piedras mágicas que usaba mi padre, y la avivaba con algunas ramitas. Siempre me ha fascinado la visión del fuego, y me quedé algo ensimismada contemplándolo. Vi cómo empalaba uno de los pescados con un cuchillo, y abrí bastante los ojos, tirando dos pasos hacia atrás. Las armas, desde siempre me, me habían infundido cierto respeto. Sus palabras, pero, de algún modo me medio tranquilizaron. "¿No es ese tipo de gente que dijo Erik que me usarían para hacerse unos pinchitos de lobo a la brasa...?" Pensé, observándolo de arriba a abajo.
Al cabo, atraída por el dulce aroma del pescado, me acerqué poco a poco, a gatas, rascando la superficie del suelo con mis garras. El hambre de hacía ver en cada acción y cada mirada que hacía. Mi pelaje blanco cómo la nieve parecía gris, iluminado con la tenuidad de la luz de la pequeña hoguera, y mis ojos parecían más rojos del marrón árbol que en realidad eran. Miraba intermitentemente al licántropo desconocido y el pescado haciéndose, cómo si esperara que me lo diera. Pero, al final, mis instintos fueron más fuertes que mi "educación". Salté sobre el pescado, arrancándolo del cuchillo de una sola tirada, salvándome de cortarme o de quemarme el hocico de puro milagro, huyendo corriendo con todas mis fuerzas unos metros de la hoguera, sacudiendo la cabeza por el calor que había sentido por un mero instante, para luego empezar a lanzar felizmente el pez asado por los aires, cogiéndolo en su caída con las fauces, repitiendo la acción hasta cuatro veces, dando saltitos por la orilla del lago feliz de tener al fin algo de comida decente en la boca. Al terminar mi rito de celebración personal, me acerqué andando a la hoguera, donde todavía estaba el licántropo, y me tumbé a su lado con la barriga apretada contra el suelo ante la hoguera, agarrando el pez con ambas patas, arrancando la mitad de su cuerpo con cabeza incluida y triturándolo entre mis afilados dientes de loba, no sin mirar de reojo constantemente al licántropo, dándole paso a, en caso de que quisiera hacerlo, recordando que era lo que acostumbraba a hacerme mi madre de pequeña, acariciarme el lomo.
Al terminar, relamiéndome, me arrastré hasta él y posé la cabeza sobre su regazo, dándole dos lametones a la mano y mirando hacia arriba alzando las cejas, mirándolo a los ojos, suplicante, meciendo la cola tras de mí de un modo vivaz. No hacía falta ser demasiado interpretativo para entender que, como la niña egoísta que era, estaba pidiendo más comida.
Al escuchar que me pedía que esperara, asentí con la cabeza. Eran sus presas, al fin y al cabo, y, al contrario que con mis hermanos, no tenía la confianza para iniciar el juego de "quien coge antes la carne, se la queda". Observé con gran atención cómo encendía con tanta facilidad una hoguera, recordándome a las piedras mágicas que usaba mi padre, y la avivaba con algunas ramitas. Siempre me ha fascinado la visión del fuego, y me quedé algo ensimismada contemplándolo. Vi cómo empalaba uno de los pescados con un cuchillo, y abrí bastante los ojos, tirando dos pasos hacia atrás. Las armas, desde siempre me, me habían infundido cierto respeto. Sus palabras, pero, de algún modo me medio tranquilizaron. "¿No es ese tipo de gente que dijo Erik que me usarían para hacerse unos pinchitos de lobo a la brasa...?" Pensé, observándolo de arriba a abajo.
Al cabo, atraída por el dulce aroma del pescado, me acerqué poco a poco, a gatas, rascando la superficie del suelo con mis garras. El hambre de hacía ver en cada acción y cada mirada que hacía. Mi pelaje blanco cómo la nieve parecía gris, iluminado con la tenuidad de la luz de la pequeña hoguera, y mis ojos parecían más rojos del marrón árbol que en realidad eran. Miraba intermitentemente al licántropo desconocido y el pescado haciéndose, cómo si esperara que me lo diera. Pero, al final, mis instintos fueron más fuertes que mi "educación". Salté sobre el pescado, arrancándolo del cuchillo de una sola tirada, salvándome de cortarme o de quemarme el hocico de puro milagro, huyendo corriendo con todas mis fuerzas unos metros de la hoguera, sacudiendo la cabeza por el calor que había sentido por un mero instante, para luego empezar a lanzar felizmente el pez asado por los aires, cogiéndolo en su caída con las fauces, repitiendo la acción hasta cuatro veces, dando saltitos por la orilla del lago feliz de tener al fin algo de comida decente en la boca. Al terminar mi rito de celebración personal, me acerqué andando a la hoguera, donde todavía estaba el licántropo, y me tumbé a su lado con la barriga apretada contra el suelo ante la hoguera, agarrando el pez con ambas patas, arrancando la mitad de su cuerpo con cabeza incluida y triturándolo entre mis afilados dientes de loba, no sin mirar de reojo constantemente al licántropo, dándole paso a, en caso de que quisiera hacerlo, recordando que era lo que acostumbraba a hacerme mi madre de pequeña, acariciarme el lomo.
Al terminar, relamiéndome, me arrastré hasta él y posé la cabeza sobre su regazo, dándole dos lametones a la mano y mirando hacia arriba alzando las cejas, mirándolo a los ojos, suplicante, meciendo la cola tras de mí de un modo vivaz. No hacía falta ser demasiado interpretativo para entender que, como la niña egoísta que era, estaba pidiendo más comida.
Niura Caelia
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
— Oh, en serio? —Proteste. No había podido ni siquiera probar el pescado, cuando aquella lupina estaba pidiendo mas.
Aun así sonreí. No me terminaba de molestar, en realidad. Fue solo un instante en el cual me sentí frustrado, porque de vez en cuando al fin y al cabo, me gustaba poder ir comiendo mientras hacia otras cosas. Pero lo comprendía; comprendía que había permanecido allí solo los dioses cuanto tiempo, tendida en el suelo al lado del lago muriendo de hambre. Así que me arremangue la camisa y me volví a dirigir al lago. Mirando hacia atrás, me asegure de que el fuego continuaba encendido; no tenia ganas de volver a tomarme —aunque no fuera demasiado tiempo— la molestia de volver a encenderlo. Y me dispuse a cazar algunos pescados mas.
En aquella ocasión me costo un poco mas que antes. Esto se debió a que los peces, al haber cazado unos cuantos antes, habían huido de la zona, marchándose al otro extremo del lago. Aun así acabe teniendo el razonable numero de seis pescados, que acto seguido conduje hasta la hoguera que todavía continuaba ardiendo. Tome una de mis dagas, concretamente aquella que había utilizado con anterioridad, y la clave en uno de los peces. Luego la pase por encima del fuego, esperando hasta que tomara color y poco después, se dorara un poco. Luego saque el pescado. Me queme levemente los dedos, pero no solté queja alguna. Deje el pescado encima de una piedra, a escasos centímetros de la loba, y de la orilla del lago. Luego tome la daga de nuevo y la clave en otro pescado, y repetí el mismo procedimiento para poder comerlo yo.
— No es que sea un gran cocinero —le comente, mientras le daba un bocado al pescado que había tomado yo—. Pero creo que con esto sera suficiente por el momento.
Luego extraje de la alforja que había llevado conmigo hasta llegar allí, una pequeña petaca metálica, que poseía grabados de runas que había tallado tiempo atrás. Era mi petaca predilecta, por lo general solía pensar que me traía alguna clase de suerte, además de un momento agradable cuando no había otro modo de tenerlo. Tome un trago breve y solté un suspiro. Luego mire la lupina de reojo.
— Quieres un poco? —Luego solté una carcajada. Tan solo bromeaba en su momento; evidentemente, no tenia la intención de darle un liquido así. Mucho menos en su forma lupina. Por lo general nos afectaba mucho mas cuando estábamos en aquella forma.
Después me quede durante algunos largos segundos, mirándola con fijación. Volví a preparar un pescado y se lo volví a dejar sobre la roca, una vez estaba suficientemente dorado. Ese ultimo había olido especialmente bien. Me pregunte entonces por primera vez, que la habría llevado a acabar tendida en el suelo, hambrienta y perdida. Sabia que era fácil perderse en aquellas tierras, y al mismo tiempo como dije antes, no era la primera ocasión en la que me encontraba a alguien en aquellas condiciones por ahí. Sin embargo me sorprendía el hecho d que ese alguien, en este caso, fuera una licántropa.
Aun así sonreí. No me terminaba de molestar, en realidad. Fue solo un instante en el cual me sentí frustrado, porque de vez en cuando al fin y al cabo, me gustaba poder ir comiendo mientras hacia otras cosas. Pero lo comprendía; comprendía que había permanecido allí solo los dioses cuanto tiempo, tendida en el suelo al lado del lago muriendo de hambre. Así que me arremangue la camisa y me volví a dirigir al lago. Mirando hacia atrás, me asegure de que el fuego continuaba encendido; no tenia ganas de volver a tomarme —aunque no fuera demasiado tiempo— la molestia de volver a encenderlo. Y me dispuse a cazar algunos pescados mas.
En aquella ocasión me costo un poco mas que antes. Esto se debió a que los peces, al haber cazado unos cuantos antes, habían huido de la zona, marchándose al otro extremo del lago. Aun así acabe teniendo el razonable numero de seis pescados, que acto seguido conduje hasta la hoguera que todavía continuaba ardiendo. Tome una de mis dagas, concretamente aquella que había utilizado con anterioridad, y la clave en uno de los peces. Luego la pase por encima del fuego, esperando hasta que tomara color y poco después, se dorara un poco. Luego saque el pescado. Me queme levemente los dedos, pero no solté queja alguna. Deje el pescado encima de una piedra, a escasos centímetros de la loba, y de la orilla del lago. Luego tome la daga de nuevo y la clave en otro pescado, y repetí el mismo procedimiento para poder comerlo yo.
— No es que sea un gran cocinero —le comente, mientras le daba un bocado al pescado que había tomado yo—. Pero creo que con esto sera suficiente por el momento.
Luego extraje de la alforja que había llevado conmigo hasta llegar allí, una pequeña petaca metálica, que poseía grabados de runas que había tallado tiempo atrás. Era mi petaca predilecta, por lo general solía pensar que me traía alguna clase de suerte, además de un momento agradable cuando no había otro modo de tenerlo. Tome un trago breve y solté un suspiro. Luego mire la lupina de reojo.
— Quieres un poco? —Luego solté una carcajada. Tan solo bromeaba en su momento; evidentemente, no tenia la intención de darle un liquido así. Mucho menos en su forma lupina. Por lo general nos afectaba mucho mas cuando estábamos en aquella forma.
Después me quede durante algunos largos segundos, mirándola con fijación. Volví a preparar un pescado y se lo volví a dejar sobre la roca, una vez estaba suficientemente dorado. Ese ultimo había olido especialmente bien. Me pregunte entonces por primera vez, que la habría llevado a acabar tendida en el suelo, hambrienta y perdida. Sabia que era fácil perderse en aquellas tierras, y al mismo tiempo como dije antes, no era la primera ocasión en la que me encontraba a alguien en aquellas condiciones por ahí. Sin embargo me sorprendía el hecho d que ese alguien, en este caso, fuera una licántropa.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
A pesar de sentir que no podía hacer demasiado por él en mi estado para agradecerle la comida, viéndolo marchar hacia el lago nuevamente, me quedé en la orilla agazapada, observando los movimientos que realizaba para pescar, tratando de aprender algo. Pero, cómo cabría de esperar de mi, me aburrí de mirarlo y me levanté, andando a paso ligero por la orilla, alejándome bastante del licántropo macho desconocido. Al ver el reflejo de la luna rielando sobre la superficie del lago, me fijé en un movimiento bajo sus aguas, y salté sin pensarlo demasiado. Eran pescados. Más, con mis brutales y patosos movimientos, solo logré asustarlos. Con suerte, pero, dos o tres fueron en dirección al licántropo sin que me diera cuenta, y de aquel modo logré, a pesar de ser involutáriamente, ayudar a la caza de la comida.
En fin, tal y cómo solía pasar con mi manada en el territorio de los Caelia, casi nada bueno de lo que lograba hacer, era adrede... Salí del lago poco a poco, arrastrando los pies por la orilla con el pelaje blanco empapado, sacudiendo el cuerpo durante unos largos segundos, dejándome tan descolocada que me caí de lado. Me levanté con algo de esfuerzo, agotada por anadear por la orilla tratando de cazar algún mísero pez por mi cuenta, solo para ver que el licántropo ya estaba cocinando los suyos. Correteé a un ritmo lento y agotado, recordándome mi lamentable estado y que no estaba para nada para tirar cohetes. Acabé llegando junto a la hoguera casi arrastrándome, jadeando por el ejercicio que había hecho estando a medio camino de coger un catarro, tumbándome al lado del fuego, solo para volver a levantarme al mismo instante que vi aquel pescado que tenía entre las manos. Ésta vez, pero, la racionalidad se interpuso un poco por encima de mi egoísmo infantil, sentándome a su lado, relamiéndome muy poco disimuladamente.
Vi cómo sacó algo que parecía ser un contenedor de su bolsillo y se lo llevó a la boca, dando un trago de algo. Me ofreció, a pesar de ello no parecía muy dispuesto a darme. Esperé pacientemente, hasta que terminó poniendo uno encima de una roquita, ante mí, uno doradito y perfecto. Traté de cogerlo con la boca, pero alguan cosa fallaba. Ya fuera por falta de fuerzas, o simplemente por ser retrasada, tal y cómo mi hermano Erik siempre me repetía, no lograba acertar a coger el pescado con mis fauces de loba. Así que, finalmente, cerré los ojos, y empecé el doloroso proceso de transformación. Acabé bastante peor de como estaba antes, sintiendo un fuerte eco del dolor que habían sufrido mis huesos, mis cambiadas articulaciones y músculos, y me froté los ojos con ambas manos, parpadeando dos veces. Estaba obviamente desnuda de pies a cabeza. Mi ropa se había quedado cerca, así cómo mi saco donde guardaba todo lo poco que consideraba de valor para mí. Pero no me importaba, estar desnuda. No mientras siguiera con aquella hambre. De rodillas, y con el cabello medio largo echado alrededor de mi cara, tapándome gran parte de los ojos, estiré el cuerpo adelante, alagando la mano, y agarré el pescado. Me daba igual, que quemara. Me lo metí en la boca, cerrando los dientes sobre aquel diminuto cuerpo solo un par de minutos antes vivito y coleando, y arranqué de cuajo gran parte de su carne junto con las escamas y algunas espinas, por las cuales cerré los ojos con dolor en más de una ocasión al masticar.
Por alguna razón en esa forma, podía sentir el sabor del pescado cocido con mucha más intensidad. Y aquello me hizo llorar de alegría. Casi pareciera, visto des del exterior, que lloraba de tristeza, por la patética expresión de mi tez, pero ya lo decía mi padre que, a veces, la alegría extrema, a falta de un rostro en el que pueda mostrarse para hacerle justicia representativa, escoge un camino más fácil, aún que menos obvio, y adquiere la representación del contrario al deseo que busca transmitir. Está... buenísimo... Dije con la boca llena y la voz algo oxidada, con lagrimones descendiendo por mis mejillas. Es la cosa más buena que he probado en el día de hoy... n-no... en el día de hoy, y ayer... no, eso... eso tampoco... creo que, en una semana... Si, eso está mejor... en una semana... Miré al licántropo a los ojos con la mirada casi perdida, aún sosteniendo entre mis manos el pescado a medio comer. Tragué, y di otro mordisco, dejando el pescado sujeto entre mis dientes, acercandome a gatas hacia él. Eso de antes, ¿era agua? ¿Puedo tomar un poco?
En fin, tal y cómo solía pasar con mi manada en el territorio de los Caelia, casi nada bueno de lo que lograba hacer, era adrede... Salí del lago poco a poco, arrastrando los pies por la orilla con el pelaje blanco empapado, sacudiendo el cuerpo durante unos largos segundos, dejándome tan descolocada que me caí de lado. Me levanté con algo de esfuerzo, agotada por anadear por la orilla tratando de cazar algún mísero pez por mi cuenta, solo para ver que el licántropo ya estaba cocinando los suyos. Correteé a un ritmo lento y agotado, recordándome mi lamentable estado y que no estaba para nada para tirar cohetes. Acabé llegando junto a la hoguera casi arrastrándome, jadeando por el ejercicio que había hecho estando a medio camino de coger un catarro, tumbándome al lado del fuego, solo para volver a levantarme al mismo instante que vi aquel pescado que tenía entre las manos. Ésta vez, pero, la racionalidad se interpuso un poco por encima de mi egoísmo infantil, sentándome a su lado, relamiéndome muy poco disimuladamente.
Vi cómo sacó algo que parecía ser un contenedor de su bolsillo y se lo llevó a la boca, dando un trago de algo. Me ofreció, a pesar de ello no parecía muy dispuesto a darme. Esperé pacientemente, hasta que terminó poniendo uno encima de una roquita, ante mí, uno doradito y perfecto. Traté de cogerlo con la boca, pero alguan cosa fallaba. Ya fuera por falta de fuerzas, o simplemente por ser retrasada, tal y cómo mi hermano Erik siempre me repetía, no lograba acertar a coger el pescado con mis fauces de loba. Así que, finalmente, cerré los ojos, y empecé el doloroso proceso de transformación. Acabé bastante peor de como estaba antes, sintiendo un fuerte eco del dolor que habían sufrido mis huesos, mis cambiadas articulaciones y músculos, y me froté los ojos con ambas manos, parpadeando dos veces. Estaba obviamente desnuda de pies a cabeza. Mi ropa se había quedado cerca, así cómo mi saco donde guardaba todo lo poco que consideraba de valor para mí. Pero no me importaba, estar desnuda. No mientras siguiera con aquella hambre. De rodillas, y con el cabello medio largo echado alrededor de mi cara, tapándome gran parte de los ojos, estiré el cuerpo adelante, alagando la mano, y agarré el pescado. Me daba igual, que quemara. Me lo metí en la boca, cerrando los dientes sobre aquel diminuto cuerpo solo un par de minutos antes vivito y coleando, y arranqué de cuajo gran parte de su carne junto con las escamas y algunas espinas, por las cuales cerré los ojos con dolor en más de una ocasión al masticar.
Por alguna razón en esa forma, podía sentir el sabor del pescado cocido con mucha más intensidad. Y aquello me hizo llorar de alegría. Casi pareciera, visto des del exterior, que lloraba de tristeza, por la patética expresión de mi tez, pero ya lo decía mi padre que, a veces, la alegría extrema, a falta de un rostro en el que pueda mostrarse para hacerle justicia representativa, escoge un camino más fácil, aún que menos obvio, y adquiere la representación del contrario al deseo que busca transmitir. Está... buenísimo... Dije con la boca llena y la voz algo oxidada, con lagrimones descendiendo por mis mejillas. Es la cosa más buena que he probado en el día de hoy... n-no... en el día de hoy, y ayer... no, eso... eso tampoco... creo que, en una semana... Si, eso está mejor... en una semana... Miré al licántropo a los ojos con la mirada casi perdida, aún sosteniendo entre mis manos el pescado a medio comer. Tragué, y di otro mordisco, dejando el pescado sujeto entre mis dientes, acercandome a gatas hacia él. Eso de antes, ¿era agua? ¿Puedo tomar un poco?
Niura Caelia
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
Me quedé mirándola de reojo, para ver si cogía o no el pescado que le había dejado en la roca. No estaba muy seguro de si lo estaba comiendo con gusto, o si tan solo lo hacía por pura cortesía, dado que vacilaba mucho al comer. Sin embargo, luego dio lugar a la transformación. Los crujidos y el dolor propio de esta trajeron la consecuente forma humana de la licántropa. Lo primero que pensé nada más la vi en su forma humana, fue que tenía un aspecto “deshecho”. Sin darme cuenta, torcí mis labios con preocupación, casi más que la que ya había sentido antes por ella al verla en su forma lupina. Normalmente me habría fijado de buena gana en el cuerpo desnudo de una mujer; sin embargo sentí lástima, y lo último que pensé fue en su desnudez.
Tomó el pescado, ahora con mayor convicción. Habría dicho que parecía gustarle, pero también parecía que comía con ansias, con un hambre extremo.
– Come con cuidado –le advertí. Aun así aquellas palabras parecieron quedar flotando en el aire, perdiéndose en alguna parte. ¿Las viste marcharse? Yo tampoco las vi.
Entonces habló, por primera vez en aquella romántica velada. Me hizo saber sobre el agrado que estaba sintiendo por los alimentos que le había ofrecido. Bueno, por aquel pescado fresco, bien dorado y crujiente. Ella continuó comiendo con ansias. Después me preguntó sobre lo que había estado bebiendo.
– ¿Agua? –reí–. No. No es agua. Pero bueno, si quieres probar un poco… –Me encogí de hombros y dejé la petaca sobre la misma piedra donde había dejado antes el pescado–. Pero no bebas mucho. Es una bebida fuerte. Como he dicho… no es agua.
¡Qué poca caballerosidad, Frith, tratando de emborrachar a una pobre muchacha extraviada! Para nada, para nada. Le entregué aquella petaca porque conocía muy bien los efectos de lo que solía beber. Y con franqueza, si yo hubiera estado en la situación de aquella mujer –cosa que me había sucedido en alguna que otra ocasión–, la mejor forma de olvidar el malestar, los dolores y cualquier cosa que me hiciera sentir mal, era dar un buen trago. No era algo parecido a una pócima regenerativa, pero sí que te hacía olvidar todos tus males. Así que no digáis eso de mí: Lo hice por ella, no por mí. Como dije antes, en ningún momento me había llegado a fijar en su desnudez, y es que para mí seguía siendo la misma loba extraviada que había encontrado momentos atrás.
– ¿Rico el pescado? –pregunté. También comí un poco yo esta vez, ¡por fin! A mí me gustó, por lo menos. No es que fuera un experto cocinero, pero cualquier alimento fresco hecho al fuego solía estar delicioso. Al menos de lo que se podía obtener por aquella zona–. ¿Tienes alguna idea de dónde estás? ¿O todavía es demasiado pronto como para que comience con las preguntas? –le dije con una sonrisa, mientras daba un nuevo mordisco al pescado que sostenía sobre mis manos.
Tomó el pescado, ahora con mayor convicción. Habría dicho que parecía gustarle, pero también parecía que comía con ansias, con un hambre extremo.
– Come con cuidado –le advertí. Aun así aquellas palabras parecieron quedar flotando en el aire, perdiéndose en alguna parte. ¿Las viste marcharse? Yo tampoco las vi.
Entonces habló, por primera vez en aquella romántica velada. Me hizo saber sobre el agrado que estaba sintiendo por los alimentos que le había ofrecido. Bueno, por aquel pescado fresco, bien dorado y crujiente. Ella continuó comiendo con ansias. Después me preguntó sobre lo que había estado bebiendo.
– ¿Agua? –reí–. No. No es agua. Pero bueno, si quieres probar un poco… –Me encogí de hombros y dejé la petaca sobre la misma piedra donde había dejado antes el pescado–. Pero no bebas mucho. Es una bebida fuerte. Como he dicho… no es agua.
¡Qué poca caballerosidad, Frith, tratando de emborrachar a una pobre muchacha extraviada! Para nada, para nada. Le entregué aquella petaca porque conocía muy bien los efectos de lo que solía beber. Y con franqueza, si yo hubiera estado en la situación de aquella mujer –cosa que me había sucedido en alguna que otra ocasión–, la mejor forma de olvidar el malestar, los dolores y cualquier cosa que me hiciera sentir mal, era dar un buen trago. No era algo parecido a una pócima regenerativa, pero sí que te hacía olvidar todos tus males. Así que no digáis eso de mí: Lo hice por ella, no por mí. Como dije antes, en ningún momento me había llegado a fijar en su desnudez, y es que para mí seguía siendo la misma loba extraviada que había encontrado momentos atrás.
– ¿Rico el pescado? –pregunté. También comí un poco yo esta vez, ¡por fin! A mí me gustó, por lo menos. No es que fuera un experto cocinero, pero cualquier alimento fresco hecho al fuego solía estar delicioso. Al menos de lo que se podía obtener por aquella zona–. ¿Tienes alguna idea de dónde estás? ¿O todavía es demasiado pronto como para que comience con las preguntas? –le dije con una sonrisa, mientras daba un nuevo mordisco al pescado que sostenía sobre mis manos.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
Arrugando las cejas, miré extrañada aquel hombre. "¿Qué puede ser, si no es agua? ¿Qué iba a beber, sino?" Y fue entonces cuando sintió realmente curiosidad por aquello. Cogí la petaca con un atisbo de miedo a que saliera algo disparada de su interior, y acerqué la nariz. Vertí dos gotas con cuidado sobre mi dedo índice, mirando el líquido. Olía fuerte. Muy fuerte. Era un olor que, creía, olfateé en otra ocasión de pequeña, en mi padre. "Bueno, al menos no es sangre. Pero sí parece agua. Aún que... agua extraña. ¿Será aquello que padre llamaba "agua humana"? Me dijo y repitió mil y una veces que si en algún momento de mi vida llegaba a tener la posibilidad, o más bien dicho la oportunidad, de beber siquiera un poco de esa agua humana, que no lo hiciera, pues me saldrían orejas de conejo y morro de zorro." Pero... No se...Susurré para mí misma, o al menos eso creí, pues en realidad estaba tan ensimismada que pronunciaba mi voz en un tono suficientemente alto como para ser escuchada, como cuando escribía en mi libreta, meditativa. Los morritos de los zorros son realmente lindos... y las orejas de coneja no me importan, en verdad. Con la cola que tengo ya de por si, por una cosa más... bah. Padre no está aquí. ¡Ahora soy independiente! ¡Una loba solitaria! ¡Jódete, Eric!
Cogí impulso y me metí una buena cantidad de ese licor en las fauces, dando un trago. Abrí mucho los ojos y dejé la petaca sobre la piedra antes de ponerme a toser cómo si no hubiera un mañana, deslizando alguna que otra lagrimita por las mejillas. Sentía cómo me escocía la garganta y me ardía en la barriga. Aquel líquido empezó a llenar de calor mi cuerpo entero, allá por donde pasaba, y se expandía con rapidez. Al terminar de toser, cogí de una revolada la petaca y di un rápido trago, más pequeño, y volví a dejar la petaca sobre la piedra, volviendo a toser. A pesar del daño que me provocaba en la garganta... a pesar de lo fuertísimo que era... no estaba tan mal. Sobretodo porque me salvaba del permanente manto de frío que cubre el mundo exterior.
¡Uh...! Tosí dos veces. La voz me sonaba ahora rascada y forzada. ¿¡Qué demonios era esa agua!? ¡Ah! Repentidamente di un respingo con todo el cuerpo, alzando la mirada, y me giré, saltando sobre mi pequeño saco con mis escasas pertenencias dentro. Lo abrí y, de él, saqué mi libreta y mi lápiz.
¡Debo anotar ésto... es uno de los descubrimientos más importantes de la historia! Tosí dos veces rápidas, y una tercera más fuerte, pasándome el reverso de la mano por los ojos, secando mis lagrimas. ¡Un agua que te provoca el mismo efecto que cómo si te tragaras una antorcha! ¡Puede llegar a salvar vidas! Me puse a buscar, pasando páginas, algunas escritas hasta el punto en la que no cabía una sola letra más, otras con grandes espacios en blanco y citas y/o poemas que hago a veces, así como discursos que memorizo y preparo para cuando se presentan los momentos más propicios. Al llegar a la página actual, dentro de capítulo cincuenta y cuatro, que inicié cuando salí del territorio del clan; "El Mundo Exterior", poso la punta del lápiz sobre el folio en blanco, y empiezo a escribir a toda prisa, con los ojos muy abiertos, hablando a su vez, pues por alguna razón no se escribir sin decir en voz alta lo que digo.
Yo, Niura Caelia, he realizado un hallazgo de colosales y trascendentales dimensiones. Algo que padre llamaba "agua de humano", manteniéndola escondida de mi paladar por toda mi existencia hasta la fecha por alguna razón que no alcanzo a discernir, es capaz de transmitir calor des del interior sin necesidad de estar encendido, o calentar hasta el punto de arder. ¿Por qué me esconderían algo tan vital para mi supervivencia, cómo lo es ésto? Por qué demoniosh querrían que yo... Paro unos segundos, frotándome un ojo, sintiéndome rara. A pesar de ello, vuelvo a escribir, ésta vez algo más lentamente. ¿Por qué querrían esconderme algo tan importante...? ¿Sería para que, junto a mi desconocimiento acerca de cómo encender un fuego, me acobardara ante la idea de...? Di otra pausa, mirando al cielo un segundo, suspirando con fuerza. Sentía que el calor dentro de mi cuerpo aumentaba y se expandía todavía más. Entumía mis sentidos. Volví la cabeza a la libreta. Las palabras que escribía empezaban a flotar por el folio. ¿Tal vez... trataban, en su contra, de protegerme...? ¿Pero de qué...?
Levanté la mirada para encontrarme con el licantropo. Por alguna razón, no veía... un poco menos definido. Mis pensamientos emezaban a divagar, a perder solidez en mi interior y derretirse, volviéndose viscosos, inciertos y lentos. ¿Qué...? Achiné los ojos, observando fijamente al licántropo macho. ¿Qué demonios...? ¿Por qué todo se ve tan...
raro...? Traté de levantarme del suelo, dejando mi lápiz y libreta a un lado de cualquier forma, solo para marearme y caerme al suelo de culo, quedándome con los ojos muy abiertos, para luego echar a reír sin razón. ¡Pero bueno! ¿Qué me pasa? ¿Te lo puedes creer...? Creo que... Voy a beber agua... Volví a levantarme, dirigiéndome al lado, y tropecé con una piedrecita, volviendo a caer de manera ridícula al suelo, meciendo mi cola de loba blanca detrás de mí. Sin moverme del suelo, eché a reír con un tono que no dejaba lugar a dudas mi inefable embriaguez, ya sin siquiera intentar levantarme del suelo, rodando para ponerme bocarriba, sujetándome la barriga mientras reía.
Cogí impulso y me metí una buena cantidad de ese licor en las fauces, dando un trago. Abrí mucho los ojos y dejé la petaca sobre la piedra antes de ponerme a toser cómo si no hubiera un mañana, deslizando alguna que otra lagrimita por las mejillas. Sentía cómo me escocía la garganta y me ardía en la barriga. Aquel líquido empezó a llenar de calor mi cuerpo entero, allá por donde pasaba, y se expandía con rapidez. Al terminar de toser, cogí de una revolada la petaca y di un rápido trago, más pequeño, y volví a dejar la petaca sobre la piedra, volviendo a toser. A pesar del daño que me provocaba en la garganta... a pesar de lo fuertísimo que era... no estaba tan mal. Sobretodo porque me salvaba del permanente manto de frío que cubre el mundo exterior.
¡Uh...! Tosí dos veces. La voz me sonaba ahora rascada y forzada. ¿¡Qué demonios era esa agua!? ¡Ah! Repentidamente di un respingo con todo el cuerpo, alzando la mirada, y me giré, saltando sobre mi pequeño saco con mis escasas pertenencias dentro. Lo abrí y, de él, saqué mi libreta y mi lápiz.
¡Debo anotar ésto... es uno de los descubrimientos más importantes de la historia! Tosí dos veces rápidas, y una tercera más fuerte, pasándome el reverso de la mano por los ojos, secando mis lagrimas. ¡Un agua que te provoca el mismo efecto que cómo si te tragaras una antorcha! ¡Puede llegar a salvar vidas! Me puse a buscar, pasando páginas, algunas escritas hasta el punto en la que no cabía una sola letra más, otras con grandes espacios en blanco y citas y/o poemas que hago a veces, así como discursos que memorizo y preparo para cuando se presentan los momentos más propicios. Al llegar a la página actual, dentro de capítulo cincuenta y cuatro, que inicié cuando salí del territorio del clan; "El Mundo Exterior", poso la punta del lápiz sobre el folio en blanco, y empiezo a escribir a toda prisa, con los ojos muy abiertos, hablando a su vez, pues por alguna razón no se escribir sin decir en voz alta lo que digo.
Yo, Niura Caelia, he realizado un hallazgo de colosales y trascendentales dimensiones. Algo que padre llamaba "agua de humano", manteniéndola escondida de mi paladar por toda mi existencia hasta la fecha por alguna razón que no alcanzo a discernir, es capaz de transmitir calor des del interior sin necesidad de estar encendido, o calentar hasta el punto de arder. ¿Por qué me esconderían algo tan vital para mi supervivencia, cómo lo es ésto? Por qué demoniosh querrían que yo... Paro unos segundos, frotándome un ojo, sintiéndome rara. A pesar de ello, vuelvo a escribir, ésta vez algo más lentamente. ¿Por qué querrían esconderme algo tan importante...? ¿Sería para que, junto a mi desconocimiento acerca de cómo encender un fuego, me acobardara ante la idea de...? Di otra pausa, mirando al cielo un segundo, suspirando con fuerza. Sentía que el calor dentro de mi cuerpo aumentaba y se expandía todavía más. Entumía mis sentidos. Volví la cabeza a la libreta. Las palabras que escribía empezaban a flotar por el folio. ¿Tal vez... trataban, en su contra, de protegerme...? ¿Pero de qué...?
Levanté la mirada para encontrarme con el licantropo. Por alguna razón, no veía... un poco menos definido. Mis pensamientos emezaban a divagar, a perder solidez en mi interior y derretirse, volviéndose viscosos, inciertos y lentos. ¿Qué...? Achiné los ojos, observando fijamente al licántropo macho. ¿Qué demonios...? ¿Por qué todo se ve tan...
raro...? Traté de levantarme del suelo, dejando mi lápiz y libreta a un lado de cualquier forma, solo para marearme y caerme al suelo de culo, quedándome con los ojos muy abiertos, para luego echar a reír sin razón. ¡Pero bueno! ¿Qué me pasa? ¿Te lo puedes creer...? Creo que... Voy a beber agua... Volví a levantarme, dirigiéndome al lado, y tropecé con una piedrecita, volviendo a caer de manera ridícula al suelo, meciendo mi cola de loba blanca detrás de mí. Sin moverme del suelo, eché a reír con un tono que no dejaba lugar a dudas mi inefable embriaguez, ya sin siquiera intentar levantarme del suelo, rodando para ponerme bocarriba, sujetándome la barriga mientras reía.
Niura Caelia
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
La muchacha se quedó durante algunos instantes ensimismada mirando la petaca. Reí en mis adentros; parecía que hasta se estaba planteando probarlo. Incluso pese a que en un principio, lo había dicho de broma. Aun así, si ella lo deseaba, no iba a negarle un pequeño trago. Finalmente pareció decidirse a probarla. La verdad, es que abrí por un momento los ojos de la sorpresa, pues no había esperado que finalmente lo probara. De hecho, ya había creado una imagen mental de lo que iba a suceder: Ella tomaría la petaca, la sostendría sobre sus manos durante un momento y olería el contenido. Pondría la cara que pone cualquier persona al chupar un limón, y negaría con la cabeza, dejando la petaca sobre la piedra de nuevo. Pero en su lugar, tomó un largo trago, lo suficientemente largo como para poder llevarla al dulce sueño despierto de la ebriedad.
– Tendrías que haber ido más despacio… –dije. Aunque ya era tarde. El trago había sido dado. Un largo y decidido trago de alcohol. Fuego líquido.
Tosió. Dejó la petaca sobre la misma piedra donde la habaía colocado yo inicialmente, y volvió a toser. De repente, pareció que el entusiasmo se apoderó de ella. ¿Le había gustado? Todavía no estaba demasiado seguro de aquello. De repente, sacó una libreta y comenzó a apuntar algunas cosas respecto a lo que acababa de beber. Había visto a varias personas bebiendo alcohol por primera vez, y la reacción había sido parecida. Sin embargo, no había visto a nadie hasta el momento, tomando nota sobre la experiencia. Aquello me dejó un poco perplejo, y sin darme cuenta, me encontré a mí mismo mirándola arqueando la ceja, con curiosidad.
– Bueno –dije, entre sus comentarios–. Lo cierto es que sí que salva vidas. Es útil en los inviernos más duros. Da calor al cuerpo. También sirve para desinfectar heridas, aunque eso es otra historia. – Sin hacerme mucho caso, continuó con sus escritos. Los escritos de su… experiencia. Cada una de las palabras que apuntó, la dijo en voz alta; así supe exactamente qué estaba escribiendo ahí. Después de un rato, no pude evitar interrumpir nuevamente–. Creo que exageras un poco –tosí–. Comprendería que no hubieras probado nunca el alcohol, pero… ¿no sabías qué era?
Tomé yo esta vez la petaca, y le di un nuevo trago. Me di cuenta entonces, de que había bebido bastante más de lo que había imaginado. No es que estuviera vacía, pero sí que notaba que había perdido bastante peso respecto a cuando la había dejado sobre la roca. Era normal que los efectos ya comenzaran a manifestarse en ella. Sonreí, en realidad me alegraba verla de aquel modo. Parecía mucho más animada ahora; y era consciente de que no era únicamente por el hecho de que había bebido alcohol, sino también porque había comido bien.
Me quedé durante algunos segundos embobado, con la vista perdida hacia el cielo. La copa de los árboles tapando casi por completo la bóveda celeste. Pero salí de mi ensimismamiento en cuanto me di cuenta de que había alguien más allí. Alguien más además de nosotros. Me di cuenta lo suficientemente rápido como para dirigir la vista hacia los bosques.
– Silencio –le dije–. Alguien viene.
Había oído algunas risas. Risas de varios hombres; por el tono de la voz pensé que debían ser adultos, por lo menos me doblaban la edad. En cuanto descubrí el rostro de uno de ellos, me parcaté de que así era. Uno de ellos tenía el rostro desgastado, curtido y con varias cicatrices. Una de ellas parecía que recorría sus dos ojos, los cuales mostraban el tono gris intenso propio de la mirada de un ciego. Aun así, parecía que era el más erguido de los cuatro; caminaba frente a ellos con el pecho hinchado y a paso decidido. Tenía el cabello rubio canoso y caía sobre sus hombros. Los otros tres eran de cabello castaño, barbas espesas y esbozaban una sonrisa que no inspiraba confianza. Aun así, no parecían bandidos, ni nada parecido. Vestían ropas de granjeros, pero al mismo tiempo llevaban consigo espadas; pude advertir eso fijándome en los cintos que recorrían sus cinturas, de los cuales colgaba una espada.
– Sabalón Pétursson apostó a su esposa en la taberna –hablaba el ciego–. Dos noches de sexo salvaje como apuesta contra que el salvaje aquel dejaba por los suelos al gordo bruto aquel. Tenía todas las de ganar, pero… Ya has visto cómo terminó.
– De hecho hizo la apuesta con Tharek –interrumpió uno de los hombres de barba espesa. El que parecía más joven–, pero luego incluso, aunque empezó como una broma, Sabalón también metió en la apuesta al comerciante ese de las margaritas. Ese siempre le había tenido ganas a la esposa de Pétursson. Aunque ese pelo rojo y esos enormes pechos tienen loco a cualquiera. ¡Y ni hablemos de sus posaderas! Mis manos podrían vivir sobre sus…
– Es verdad. Entre los dos le darán un par de noches bien interesantes a su esposa –soltó una carcajada el ciego.
– Eso es repugnante, y vulgar –dijo otro de los individuos. Su voz sonaba mucho más suave y refinada. Aunque su aspecto era tan brutal como el de los demás.
– Pues bien daría todo lo que tengo, que no es poco, por ser Tharek o el comerciante.
Contuve mi ira. Lo cierto es que despreciaba cada ocasión en la que escuchaba a los hombres hablando de aquellas cosas. Y apostando esposas, en aquel momento habría dado cualquier cosa por tener entre mis manos al tal Pétursson. Me costaba mantenerme quieto, pues comenzaba a sentirme ebrio, e iracundo.
– Tendrías que haber ido más despacio… –dije. Aunque ya era tarde. El trago había sido dado. Un largo y decidido trago de alcohol. Fuego líquido.
Tosió. Dejó la petaca sobre la misma piedra donde la habaía colocado yo inicialmente, y volvió a toser. De repente, pareció que el entusiasmo se apoderó de ella. ¿Le había gustado? Todavía no estaba demasiado seguro de aquello. De repente, sacó una libreta y comenzó a apuntar algunas cosas respecto a lo que acababa de beber. Había visto a varias personas bebiendo alcohol por primera vez, y la reacción había sido parecida. Sin embargo, no había visto a nadie hasta el momento, tomando nota sobre la experiencia. Aquello me dejó un poco perplejo, y sin darme cuenta, me encontré a mí mismo mirándola arqueando la ceja, con curiosidad.
– Bueno –dije, entre sus comentarios–. Lo cierto es que sí que salva vidas. Es útil en los inviernos más duros. Da calor al cuerpo. También sirve para desinfectar heridas, aunque eso es otra historia. – Sin hacerme mucho caso, continuó con sus escritos. Los escritos de su… experiencia. Cada una de las palabras que apuntó, la dijo en voz alta; así supe exactamente qué estaba escribiendo ahí. Después de un rato, no pude evitar interrumpir nuevamente–. Creo que exageras un poco –tosí–. Comprendería que no hubieras probado nunca el alcohol, pero… ¿no sabías qué era?
Tomé yo esta vez la petaca, y le di un nuevo trago. Me di cuenta entonces, de que había bebido bastante más de lo que había imaginado. No es que estuviera vacía, pero sí que notaba que había perdido bastante peso respecto a cuando la había dejado sobre la roca. Era normal que los efectos ya comenzaran a manifestarse en ella. Sonreí, en realidad me alegraba verla de aquel modo. Parecía mucho más animada ahora; y era consciente de que no era únicamente por el hecho de que había bebido alcohol, sino también porque había comido bien.
Me quedé durante algunos segundos embobado, con la vista perdida hacia el cielo. La copa de los árboles tapando casi por completo la bóveda celeste. Pero salí de mi ensimismamiento en cuanto me di cuenta de que había alguien más allí. Alguien más además de nosotros. Me di cuenta lo suficientemente rápido como para dirigir la vista hacia los bosques.
– Silencio –le dije–. Alguien viene.
Había oído algunas risas. Risas de varios hombres; por el tono de la voz pensé que debían ser adultos, por lo menos me doblaban la edad. En cuanto descubrí el rostro de uno de ellos, me parcaté de que así era. Uno de ellos tenía el rostro desgastado, curtido y con varias cicatrices. Una de ellas parecía que recorría sus dos ojos, los cuales mostraban el tono gris intenso propio de la mirada de un ciego. Aun así, parecía que era el más erguido de los cuatro; caminaba frente a ellos con el pecho hinchado y a paso decidido. Tenía el cabello rubio canoso y caía sobre sus hombros. Los otros tres eran de cabello castaño, barbas espesas y esbozaban una sonrisa que no inspiraba confianza. Aun así, no parecían bandidos, ni nada parecido. Vestían ropas de granjeros, pero al mismo tiempo llevaban consigo espadas; pude advertir eso fijándome en los cintos que recorrían sus cinturas, de los cuales colgaba una espada.
– Sabalón Pétursson apostó a su esposa en la taberna –hablaba el ciego–. Dos noches de sexo salvaje como apuesta contra que el salvaje aquel dejaba por los suelos al gordo bruto aquel. Tenía todas las de ganar, pero… Ya has visto cómo terminó.
– De hecho hizo la apuesta con Tharek –interrumpió uno de los hombres de barba espesa. El que parecía más joven–, pero luego incluso, aunque empezó como una broma, Sabalón también metió en la apuesta al comerciante ese de las margaritas. Ese siempre le había tenido ganas a la esposa de Pétursson. Aunque ese pelo rojo y esos enormes pechos tienen loco a cualquiera. ¡Y ni hablemos de sus posaderas! Mis manos podrían vivir sobre sus…
– Es verdad. Entre los dos le darán un par de noches bien interesantes a su esposa –soltó una carcajada el ciego.
– Eso es repugnante, y vulgar –dijo otro de los individuos. Su voz sonaba mucho más suave y refinada. Aunque su aspecto era tan brutal como el de los demás.
– Pues bien daría todo lo que tengo, que no es poco, por ser Tharek o el comerciante.
Contuve mi ira. Lo cierto es que despreciaba cada ocasión en la que escuchaba a los hombres hablando de aquellas cosas. Y apostando esposas, en aquel momento habría dado cualquier cosa por tener entre mis manos al tal Pétursson. Me costaba mantenerme quieto, pues comenzaba a sentirme ebrio, e iracundo.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
Las voces de otros hombres de fondo llegaron poco a poco a mis oídos. Hombres hablando de cosas que en un principio no alcanzaba a entender. Voces graves, acompañadas de estentóreas carcajadas, no como las alegres que yo estaba profiriendo, las cuales cesaron inmediatamente al escuchar esas, de fondo. Me quedé tumbada, contemplando las estrellas que parecían moverse ante mí, sintiendo el calor de aquella bebida cubriendo ahora todo mi cuerpo de pies a cabeza. Las palabras "mujer", "gordo brutal" y "sexo" despertaron mi consciencia, observando el cielo fijamente, en total silencio, con el cuerpo rígido.
A medida que su conversación iba sucediendo, mis ojos fueron ganando en seriedad, mis puños fueron cerrándose en ellos mismos. Mis labios iban contrayéndose, y mi cejo estaba cada vez más y más fruncido.
Hasta que, finalmente, me levanté de un salto.
Más que correr, me puse a esprintar, pasando como un rayo por el lado del licántropo. En nada llegué hasta donde estaban aquellos hombres y, confundiéndome con la oscuridad, y aprovechando la dirección del viento, no me vieron ni oyeron al llegar. Di un salto hacia el tronco inclinado a mi fabor de un árbol próximo, saliendo de detrás de unos pequeños arbustos, inclinando mi cuerpo entero, cayendo con todo el impulso que logré reunir sobre aquel grupo como si de un tronco me tratara. Confundidos por lo que acababa de caer sobre ellos, me quitaron de encima dando locos manotazos, uno chillando con una entonación muy femenina, y rodé por el suelo apara acabar sobre una rodilla, mirándolos con ojos de loba hambrienta, preparada por si fueran a atacarme en reacción a mi asalto.
¿¡Pero qué demonios!? Finalmente, me vieron entre la oscuridad, iluminada bajo la luz de la luna. ¿¡Qué te crees que haces, niña!? ¿¡Estás loca?! Levantando el cuerpo, di un largo paso adelante, quedando con las piernas flexionadas y con el brazo alzado ante mí, enseñando en la mano la forma de una garra, inspirando aire por la nariz con un rostro inusualmente serio en mi.
¡Seres con tan altamente dudables moralidades cómo vosotros, deplorables humanos, no merecéis andar por éstas tierras! ¡Aquestos terrenos que pisáis, fueron escenario durante los siglos de los siglos de gloriosos y nefastos eventos...! ¡¿Qué pensáis que podéis aportar, a un mundo que ha sufrido tanto, a parte de más dolor, con vuestros discursos mancos de dignidad y ricos en deshonra!? ¿¡Con qué derecho os creéis a vestir los ropajes que lleváis puestos, extraídos de materiales que os ha dado la misma tierra que con vuestras solas presencias profanas mancilláis y llenáis de pesar por, después de tantos conflictos y luchas, no haber superado unas mentalidades tan primitivas como las que vais profiriendo en la dulce y tranquila oscuridad de la noche!? Cerré el puño que tenía delante del cuerpo, cogiendo impulso y golpeando con fuerza el tronco de un árbol que tenía justo al lado, con tanta potencia que llegué a hacerme sangre. ¡Y, después de vuestras madres sufrir por pariros, después de consumir tantas toneladas de recursos en vívieres y objetos de valor, que bien podrían haber sido destinados a otras personas que obviamente lo irían a necesitar mucho más que vosotros, personas buenas capaces de dar honor a su origen aeridiano! ¡Personas ahora finadas que deberían estar tomando el aire que vosotros acaparáis en éstos mesmos instantes! ¿¡Por qué vosotros vivís, y ellos no!? ¿Por qué vosotros respiráis, y ellos no!? ¿¡A caso la fortuna favorece solo al más desgraciado, a quien menos merece vivir, en éste mundo más allá de las fronteras de mi clan...!? ¡Ya que, si es así, levantaré mi puño y mi voz desafiando el destino de éste hecho con toda mi fuerza, para defender el derecho que tiene éstos antiguos lares a librarse de unas inviriles ratas de cloaca cómo lo sois vosotros, hasta que os marchéis de éstas tierras y os perdáis hasta el otro lado de los eternos mares y no podáis nunca más afligir daño alguno a la imagen que tantas personas tanto se esfuerzan por arrojar algo de luz a la incierta oscuridad de nuestra historia, ¡puñado de gusanos inservibles!!
Mis últimas palabras las pronuncié cerrando los ojos y levantando la voz tanto como pude. Seguramente fuera por efectos del alcohol, pero todo aquello me había enervado cómo pocas veces lo había estado en mi vida, y me había hecho sacar un monólogo prestado de épicas discusiones de algunos de los personajes que más admiraba de los libros que leía, creando una mezcla homogénea de mi opinión hacia aquellos seres que tan panchamente hablaban de cosas tan personales, tan auténticas y mágicas, cómo lo son los romances o el amor en su más pura forma, aquella que mi madre se aseguró de detallarme, cómo una buena lectora de romances, de una forma muy detallada y elegante. Una forma que mi cabezonería defendería de aquellos monstruos con formas humanas.
Así pues, levanté los puños, gruñendo con la tez bañada en ira y determinación ebria, viendo cómo uno de reía, y otro me amenazaba con que, si no me disculpaba, iba a hacerme "cosas muy malas". De ningún modo me retiraré... De ningún modo perderé firmeza en mi reluctancia... ¡De ningún modo...!
A medida que su conversación iba sucediendo, mis ojos fueron ganando en seriedad, mis puños fueron cerrándose en ellos mismos. Mis labios iban contrayéndose, y mi cejo estaba cada vez más y más fruncido.
Hasta que, finalmente, me levanté de un salto.
Más que correr, me puse a esprintar, pasando como un rayo por el lado del licántropo. En nada llegué hasta donde estaban aquellos hombres y, confundiéndome con la oscuridad, y aprovechando la dirección del viento, no me vieron ni oyeron al llegar. Di un salto hacia el tronco inclinado a mi fabor de un árbol próximo, saliendo de detrás de unos pequeños arbustos, inclinando mi cuerpo entero, cayendo con todo el impulso que logré reunir sobre aquel grupo como si de un tronco me tratara. Confundidos por lo que acababa de caer sobre ellos, me quitaron de encima dando locos manotazos, uno chillando con una entonación muy femenina, y rodé por el suelo apara acabar sobre una rodilla, mirándolos con ojos de loba hambrienta, preparada por si fueran a atacarme en reacción a mi asalto.
¿¡Pero qué demonios!? Finalmente, me vieron entre la oscuridad, iluminada bajo la luz de la luna. ¿¡Qué te crees que haces, niña!? ¿¡Estás loca?! Levantando el cuerpo, di un largo paso adelante, quedando con las piernas flexionadas y con el brazo alzado ante mí, enseñando en la mano la forma de una garra, inspirando aire por la nariz con un rostro inusualmente serio en mi.
¡Seres con tan altamente dudables moralidades cómo vosotros, deplorables humanos, no merecéis andar por éstas tierras! ¡Aquestos terrenos que pisáis, fueron escenario durante los siglos de los siglos de gloriosos y nefastos eventos...! ¡¿Qué pensáis que podéis aportar, a un mundo que ha sufrido tanto, a parte de más dolor, con vuestros discursos mancos de dignidad y ricos en deshonra!? ¿¡Con qué derecho os creéis a vestir los ropajes que lleváis puestos, extraídos de materiales que os ha dado la misma tierra que con vuestras solas presencias profanas mancilláis y llenáis de pesar por, después de tantos conflictos y luchas, no haber superado unas mentalidades tan primitivas como las que vais profiriendo en la dulce y tranquila oscuridad de la noche!? Cerré el puño que tenía delante del cuerpo, cogiendo impulso y golpeando con fuerza el tronco de un árbol que tenía justo al lado, con tanta potencia que llegué a hacerme sangre. ¡Y, después de vuestras madres sufrir por pariros, después de consumir tantas toneladas de recursos en vívieres y objetos de valor, que bien podrían haber sido destinados a otras personas que obviamente lo irían a necesitar mucho más que vosotros, personas buenas capaces de dar honor a su origen aeridiano! ¡Personas ahora finadas que deberían estar tomando el aire que vosotros acaparáis en éstos mesmos instantes! ¿¡Por qué vosotros vivís, y ellos no!? ¿Por qué vosotros respiráis, y ellos no!? ¿¡A caso la fortuna favorece solo al más desgraciado, a quien menos merece vivir, en éste mundo más allá de las fronteras de mi clan...!? ¡Ya que, si es así, levantaré mi puño y mi voz desafiando el destino de éste hecho con toda mi fuerza, para defender el derecho que tiene éstos antiguos lares a librarse de unas inviriles ratas de cloaca cómo lo sois vosotros, hasta que os marchéis de éstas tierras y os perdáis hasta el otro lado de los eternos mares y no podáis nunca más afligir daño alguno a la imagen que tantas personas tanto se esfuerzan por arrojar algo de luz a la incierta oscuridad de nuestra historia, ¡puñado de gusanos inservibles!!
Mis últimas palabras las pronuncié cerrando los ojos y levantando la voz tanto como pude. Seguramente fuera por efectos del alcohol, pero todo aquello me había enervado cómo pocas veces lo había estado en mi vida, y me había hecho sacar un monólogo prestado de épicas discusiones de algunos de los personajes que más admiraba de los libros que leía, creando una mezcla homogénea de mi opinión hacia aquellos seres que tan panchamente hablaban de cosas tan personales, tan auténticas y mágicas, cómo lo son los romances o el amor en su más pura forma, aquella que mi madre se aseguró de detallarme, cómo una buena lectora de romances, de una forma muy detallada y elegante. Una forma que mi cabezonería defendería de aquellos monstruos con formas humanas.
Así pues, levanté los puños, gruñendo con la tez bañada en ira y determinación ebria, viendo cómo uno de reía, y otro me amenazaba con que, si no me disculpaba, iba a hacerme "cosas muy malas". De ningún modo me retiraré... De ningún modo perderé firmeza en mi reluctancia... ¡De ningún modo...!
Niura Caelia
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
Niura de repente desapareció. Yo llevaba un rato escuchando la desagradable conversación que habían estado teniendo aquellos desconocidos; pero por un lado, había preferido que nos mantuviéramos en calma, alejados de aquello. Al fin y al cabo Niura todavía estaba débil, acababa de recuperarse. Y podía haber más gente de la que imaginábamos, cosa que podría haber sido peligrosa. Pero por otro lado, una parte de mí quería muy fuerte reaccionar. Marchar hacia ellos y cortar sus cuellos antes de que volvieran a repetir una sola palabra. Como iba diciendo, Niura desapareció de repente. En un ágil movimiento, se perdió de mi vista, y rápidamente me di cuenta de que estaba con ellos pues escuché los quejidos de aquellos individuos. Tomé mi alforja, la coloqué sobre mi hombro izquierdo, y corrí hacia la zona en la que se encontraban. No dudaba de las habilidades de Niura, pero me parecía poco coherente dejarla sola cuando, no mucho antes, había estado tendida en el suelo deshidratada y destruida.
Cuando llegué, me encontré con aquellos individuos mirando con el cejo fruncido a Niura, mientras esta realizaba un intenso monólogo. De un modo bastante elegante, a mis ojos sólo estaba llamándolos cerdos desgraciados, malnacidos, y haciéndoles saber que habría sido mejor si el día de sus nacimientos, el parto no hubiera sido favorable. Reí en mis adentros, pero no tuve suficiente tiempo como para poder disfrutar del palabrerío de mi compañera lupina, pues aquellos hombres parecían no estar dispuestos a aguantar más ofensas.
– Qué bonito. Me pregunto si hablarás tanto cuando te esté…
– Caballeros, caballeros –dije, mostrándome por primera vez. Desde luego Niura había sido mucho más repentina que yo–. La chica sólo dice la verdad. ¿Tanto os molesta saber que sois menos que las heces de un equino? Por lo menos estas últimas sirven como abono y sacan algo bueno de su existencia.
– ¿Tú quien eres? –preguntó otro de aquellos hombres. Aunque se llevó la mano a la espada en cuanto vio que también yo tenía la mía. No habían parecido muy desconfiados ante sus propias habilidades frente a Niura, incluso aunque ella los hubiera tomado por sorpresa. Pero ahora éramos dos.
– Oh, venga ya –dijo otro de los hombres–. Terminemos con esto ya. Matemos al inútil ese, y llevémonos a la chica. Parece joven, tal vez ni siquiera haya tenido su primera vez.
– ¡Uhh! ¡Eso me encanta! –sonrió el otro, soltando después una gran carcajada.
Yo mantuve entonces el ceño fruncido. Era la clase de gente con la que ni siquiera me gustaba bromearan. Eran demasiado despreciables, desagradables. Desenvainé la espada, y aquello marcó lo que sucedería posteriormente. Las bromas habían terminado, y todo se decidiría en aquel momento. Miré de reojo a Niura, y recordé que tal vez una pelea no era lo más apropiado justo poco después de que ella se recuperara. Pero ella se había lanzado, y de algún modo eso nos había comprometido. De entre los árboles, vi que otros dos individuos también estaban acercándose. No había advertido aquellos antes, y aunque no se vio en mi rostro, un ápice de sorpresa y desagrado por la desventajosa situación, me inundó de repente.
Cuando llegué, me encontré con aquellos individuos mirando con el cejo fruncido a Niura, mientras esta realizaba un intenso monólogo. De un modo bastante elegante, a mis ojos sólo estaba llamándolos cerdos desgraciados, malnacidos, y haciéndoles saber que habría sido mejor si el día de sus nacimientos, el parto no hubiera sido favorable. Reí en mis adentros, pero no tuve suficiente tiempo como para poder disfrutar del palabrerío de mi compañera lupina, pues aquellos hombres parecían no estar dispuestos a aguantar más ofensas.
– Qué bonito. Me pregunto si hablarás tanto cuando te esté…
– Caballeros, caballeros –dije, mostrándome por primera vez. Desde luego Niura había sido mucho más repentina que yo–. La chica sólo dice la verdad. ¿Tanto os molesta saber que sois menos que las heces de un equino? Por lo menos estas últimas sirven como abono y sacan algo bueno de su existencia.
– ¿Tú quien eres? –preguntó otro de aquellos hombres. Aunque se llevó la mano a la espada en cuanto vio que también yo tenía la mía. No habían parecido muy desconfiados ante sus propias habilidades frente a Niura, incluso aunque ella los hubiera tomado por sorpresa. Pero ahora éramos dos.
– Oh, venga ya –dijo otro de los hombres–. Terminemos con esto ya. Matemos al inútil ese, y llevémonos a la chica. Parece joven, tal vez ni siquiera haya tenido su primera vez.
– ¡Uhh! ¡Eso me encanta! –sonrió el otro, soltando después una gran carcajada.
Yo mantuve entonces el ceño fruncido. Era la clase de gente con la que ni siquiera me gustaba bromearan. Eran demasiado despreciables, desagradables. Desenvainé la espada, y aquello marcó lo que sucedería posteriormente. Las bromas habían terminado, y todo se decidiría en aquel momento. Miré de reojo a Niura, y recordé que tal vez una pelea no era lo más apropiado justo poco después de que ella se recuperara. Pero ella se había lanzado, y de algún modo eso nos había comprometido. De entre los árboles, vi que otros dos individuos también estaban acercándose. No había advertido aquellos antes, y aunque no se vio en mi rostro, un ápice de sorpresa y desagrado por la desventajosa situación, me inundó de repente.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
No hizo falta más, de aquello. Ante la llegada del licantropo, quien parecía estar dispuesto también a darles su merecido a aquellos desgraciados, ni una fuerte pisada en el suelo, alzando los puños a altura de la cintura, hinchando pecho y alzando la cabeza. ¡Yo sí he tenido mi primera vez de independizarme de mis padres, estúpidos! Dije antes de nada, entendiendo mal lo que dijo uno de ellos. ¡Venid a por mi, ingratos! ¡Preparaos mi ira! Y, tras decir aquello, di media vuelta y me puse a correr entre los arboles, en dirección contraria al peligro. ¡A ver si me podéis coger!
Puta desgraciada... ¡vosotros, id a por ella, que no escape! Roy y yo nos encargaremos de éste... Tres de los hombres se pusieron a correr detrás de mi con cuchillos, y dos, con espadas, se pararon frente al licantropo, sonriendo de manera confiada al tener ventaja numérica.
Seguramente, hubiera terminado mal, aquella noche, siendo perseguida por aquellos tres hombres. Pero, fuera por un efecto secundario del alcohol, o mi real deseo de darles una lección a aquellos hombres, mi mirada y mis acciones parecían mucho más centradas que nunca. Salté dentro de unos arbustos, esquivando el agarre de uno de los hombres, y volví a dar un salto de rebote, viendo como el mismo caía entre los arbustos y le costaba más salir, siendo agarrado por todas partes por las ramas clavadas en sus ropajes. Di un salto, agarrándome a una rama baja de un árbol, y pasé por debajo, soltándola justo cuando otro hombre llegaba detrás mía, dándole un fuerte latigazo en medio de la cara, tirándolo al suelo chillando de dolor. Me deslicé por una pequeña pendiente, y salté dentro de un montón de arbustos punzantes, sintiendo todas las hojas y ramitas como cuchillas cortando todo mi cuerpo, pero escondiéndome ahí. Al cabo llegaron mis perseguidores, buscándome con la mirada y los cuchillos en mano.
Está por aquí. Seguro. Estará escondida como la gatita cobarde que es. Rasqué con las uñas la superficie de un tronco, gruñendo. Pocas veces lo había hecho tanto en un solo día, menos tan seguido, pero... No soy... una gatita... Dije como últimas palabras, antes de empezar a gemir con dolor. Los tres hombres miraron en dirección al arbusto de donde había salido mi voz, y de donde empezaron a sentirse el crujir de algo similar a madera seca... o huesos. Pisé fuerte el suelo, rascandolo con las uñas, y me puse a gruñir bajo. El dolor tan solo me había impulsado mi rabia.
Uno de los hombres suspiró, profiriendo una risotada. Bah. Solo es una cría, vamos. No sabe hacer nada más que correr. Y se acercó al denso matojo de hierbas en el que me había metido, solo para descubrir como, en menos de lo que podía asimilar, una loba le mordía la mano y tiraba con fuerza hacia ella, temiéndolo con él en el montón de hojasca y hierba silvestre. Los dos otros hombres se quedaron dos segundos con los ojos bien abiertos, mirándose mutuamente. ¡Joder, ¿es una licantropa!? Y corrieron al mismo tiempo a socorrer a su compañero, quien empezó a chillar allá dentro, escuchándose junto a gruñidos de animal salvaje. Los hombres lograron encontrar los pies de su amigo, y empezaron a tirar de él. Al cabo, pero, yo salí por el lado, fintando sus miradas moviéndome por detrás de arboles, rápida y ágil, hasta terminar, sin esperarselo, detrás de ellos dos. Le mordí el talón del pie derecho con toda mi fuerza, hincando mis colmillos y arrancanco parte del músculo del mismo, hecho que le provoca un fuerte y paralizante dolor, a la vez que le va a dejar la pierna inutilizada, dejándolo cojo. Antes de acabar de perder el favor sorpresa, embisto con el cuerpo entero al mismo hombre al que he mordido, lanzándolo en el montón de hierbas. Entre el de antes, a quien he llenado de fuertes mordiscos, y el de ahora, por lo menos sabia que tardarían en salir de aquel laberinto de afiladas ramas y hojas de la que yo misma había salido con aquella suma cantidad de rasguños y heridas, cayéndome sangre por todo el cuerpo.
El tercer hombre y yo nos quedamos frente a frente. Él, con su cuchillo en mano. Yo, con mis ensangrentados colmillos. Llegados a ese punto, mi cuerpo recordó su situación, la hambruna y sed que había pasado hacía poco, las noches no demasiado agradables sin estar calentada por una hoguera y el consecuente resfriado febril que empezaba a ganar presencia en mi interior debido a todo aquel esfuerzo físico. Bajé poco a poco la cabeza, mirando desafiante con las orejas echadas para atrás y las patas separadas, lista para atacar con todo.
Al final y al cabo, la determinación que mostramos en nuestras acciones es lo que marca nuestros propios destinos.
El combate se alargó demasiado. Llegó a cortarme con su cuchillo varias veces. Pero mis asaltos estaban demasiado bien entrenados con mis hermanos durante tantas infinitas tardes de luchas. Mi supervivencia estaba mucho mejor entrenada que las suyas. Siempre lo estaría, a pesar de lo que dijeran mis hermanos, a pesar de llamarme "retrasada". A pesar de pasarme la mayor parte de mi tiempo de vida siendo estúpida e inútil. Intrínsecamente, tan vez sacadas a la luz por el alcohol, todas aquellas experiencias y enseñanzas estaban en mi. Y aquello era algo que inequívocamente inefable. Era algo que aquellos humanos nunca comprenderían.
Y, para que la lección fuera más humillante, y por lo tanto con más posibilidades de hacerlos cambiar de estilo de vida, los dejé a todos con vida. Fuera de combate, pero con vida. Ya fuera por sentir a la mañana siguiente la increíble suerte que tenían de seguir vivos, y ver un nuevo amanecer junto con una nueva conducta a partir de allá, o bien... por miedo a volver a toparse conmigo.
Cojeando, en forma homínida, desnuda y cubierta de heridas por todo el cuerpo, volví poco a poco al lugar donde se encontraba el licantropo, para ver si había lograr vencer a los que parecían ser más difíciles de abatir, siendo más robustos y mejor armados. A pesar de estar en aquel deplorable estado, estaría dispuesta a saltar con uñas y dientes ante los que quedaran de pie. En caso contrario, aparecería sonriendo de lado al licántropo, y me caería de culo al suelo, suspirando con cansacio.
Puta desgraciada... ¡vosotros, id a por ella, que no escape! Roy y yo nos encargaremos de éste... Tres de los hombres se pusieron a correr detrás de mi con cuchillos, y dos, con espadas, se pararon frente al licantropo, sonriendo de manera confiada al tener ventaja numérica.
Seguramente, hubiera terminado mal, aquella noche, siendo perseguida por aquellos tres hombres. Pero, fuera por un efecto secundario del alcohol, o mi real deseo de darles una lección a aquellos hombres, mi mirada y mis acciones parecían mucho más centradas que nunca. Salté dentro de unos arbustos, esquivando el agarre de uno de los hombres, y volví a dar un salto de rebote, viendo como el mismo caía entre los arbustos y le costaba más salir, siendo agarrado por todas partes por las ramas clavadas en sus ropajes. Di un salto, agarrándome a una rama baja de un árbol, y pasé por debajo, soltándola justo cuando otro hombre llegaba detrás mía, dándole un fuerte latigazo en medio de la cara, tirándolo al suelo chillando de dolor. Me deslicé por una pequeña pendiente, y salté dentro de un montón de arbustos punzantes, sintiendo todas las hojas y ramitas como cuchillas cortando todo mi cuerpo, pero escondiéndome ahí. Al cabo llegaron mis perseguidores, buscándome con la mirada y los cuchillos en mano.
Está por aquí. Seguro. Estará escondida como la gatita cobarde que es. Rasqué con las uñas la superficie de un tronco, gruñendo. Pocas veces lo había hecho tanto en un solo día, menos tan seguido, pero... No soy... una gatita... Dije como últimas palabras, antes de empezar a gemir con dolor. Los tres hombres miraron en dirección al arbusto de donde había salido mi voz, y de donde empezaron a sentirse el crujir de algo similar a madera seca... o huesos. Pisé fuerte el suelo, rascandolo con las uñas, y me puse a gruñir bajo. El dolor tan solo me había impulsado mi rabia.
Uno de los hombres suspiró, profiriendo una risotada. Bah. Solo es una cría, vamos. No sabe hacer nada más que correr. Y se acercó al denso matojo de hierbas en el que me había metido, solo para descubrir como, en menos de lo que podía asimilar, una loba le mordía la mano y tiraba con fuerza hacia ella, temiéndolo con él en el montón de hojasca y hierba silvestre. Los dos otros hombres se quedaron dos segundos con los ojos bien abiertos, mirándose mutuamente. ¡Joder, ¿es una licantropa!? Y corrieron al mismo tiempo a socorrer a su compañero, quien empezó a chillar allá dentro, escuchándose junto a gruñidos de animal salvaje. Los hombres lograron encontrar los pies de su amigo, y empezaron a tirar de él. Al cabo, pero, yo salí por el lado, fintando sus miradas moviéndome por detrás de arboles, rápida y ágil, hasta terminar, sin esperarselo, detrás de ellos dos. Le mordí el talón del pie derecho con toda mi fuerza, hincando mis colmillos y arrancanco parte del músculo del mismo, hecho que le provoca un fuerte y paralizante dolor, a la vez que le va a dejar la pierna inutilizada, dejándolo cojo. Antes de acabar de perder el favor sorpresa, embisto con el cuerpo entero al mismo hombre al que he mordido, lanzándolo en el montón de hierbas. Entre el de antes, a quien he llenado de fuertes mordiscos, y el de ahora, por lo menos sabia que tardarían en salir de aquel laberinto de afiladas ramas y hojas de la que yo misma había salido con aquella suma cantidad de rasguños y heridas, cayéndome sangre por todo el cuerpo.
El tercer hombre y yo nos quedamos frente a frente. Él, con su cuchillo en mano. Yo, con mis ensangrentados colmillos. Llegados a ese punto, mi cuerpo recordó su situación, la hambruna y sed que había pasado hacía poco, las noches no demasiado agradables sin estar calentada por una hoguera y el consecuente resfriado febril que empezaba a ganar presencia en mi interior debido a todo aquel esfuerzo físico. Bajé poco a poco la cabeza, mirando desafiante con las orejas echadas para atrás y las patas separadas, lista para atacar con todo.
Al final y al cabo, la determinación que mostramos en nuestras acciones es lo que marca nuestros propios destinos.
El combate se alargó demasiado. Llegó a cortarme con su cuchillo varias veces. Pero mis asaltos estaban demasiado bien entrenados con mis hermanos durante tantas infinitas tardes de luchas. Mi supervivencia estaba mucho mejor entrenada que las suyas. Siempre lo estaría, a pesar de lo que dijeran mis hermanos, a pesar de llamarme "retrasada". A pesar de pasarme la mayor parte de mi tiempo de vida siendo estúpida e inútil. Intrínsecamente, tan vez sacadas a la luz por el alcohol, todas aquellas experiencias y enseñanzas estaban en mi. Y aquello era algo que inequívocamente inefable. Era algo que aquellos humanos nunca comprenderían.
Y, para que la lección fuera más humillante, y por lo tanto con más posibilidades de hacerlos cambiar de estilo de vida, los dejé a todos con vida. Fuera de combate, pero con vida. Ya fuera por sentir a la mañana siguiente la increíble suerte que tenían de seguir vivos, y ver un nuevo amanecer junto con una nueva conducta a partir de allá, o bien... por miedo a volver a toparse conmigo.
Cojeando, en forma homínida, desnuda y cubierta de heridas por todo el cuerpo, volví poco a poco al lugar donde se encontraba el licantropo, para ver si había lograr vencer a los que parecían ser más difíciles de abatir, siendo más robustos y mejor armados. A pesar de estar en aquel deplorable estado, estaría dispuesta a saltar con uñas y dientes ante los que quedaran de pie. En caso contrario, aparecería sonriendo de lado al licántropo, y me caería de culo al suelo, suspirando con cansacio.
Niura Caelia
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Re: Un trago y marchamos, volumen 2
La joven comenzó a vociferar, claramente llamándoles la atención. Yo había tratado de aguantarme la ira, algo que últimamente me costaba cada vez más. Especialmente tratándose de un caso como aquel. Odiaba que los hombres dijeran esa clase de cosas de las mujeres, sobre todo si estas eran más jóvenes, o no habían hecho absolutamente nada que pudiera ofenderles o llamarles la atención. Gente de esa calaña merecía algo peor que la muerte. A ella pareció no importarle el hecho de que pudieran ser muchos más que nosotros, o que pudieran estar mejor armados, o que tal vez salieran airados, al contrario que nosotros. Al contrario, ella les grito y los insulto. Aunque preste atención a sus palabras. Se había independizado de sus padres recientemente; era normal que sintiera aquel aire de rebeldía contra cualquiera que se pudiera cruzar en su camino.
– En realidad eso ha sido poco prudente –comenté únicamente. Y me quede mirando a los individuos, que comenzaban a marchar hacia nosotros.
Ella se movió en un ágil movimiento, utilizando los arbustos como un punto estratégico. Esos mismos arbustos apresaron de algún modo a uno de los hombres, y ella aprovecho aquello para poder darle un latigazo con una rama. Durante aquellos momentos, yo todavía estaba tan solo contemplando. No pude evitar soltar una pequeña risa al ver la escena, pero en seguida me puse serio y tomé mi escudo y mi espada, colocándome en posición defensiva, pues se estaban acercando otros hacia mí. No parecían gente demasiado instruida en las armas, poco más que unos matones que probablemente se hubieran metido en el pasado en asuntos turbios. Pero aquella forma de lanzarse hacia mí, completamente loca y descoordinada era más propia de un bandido que había comenzado a hacer de las suyas recientemente.
Pero hablemos primero de como aquella joven se desarrolló frente a los desgraciados matones. Aquellos continuaban bromeando y llamándola “gatita”, además de que no esperaban que pudiera pelear bien. De hecho, todavía consideraban que le hecho de que uno de ellos se hubiera tropezado entre los arbustos y hubiera gritado de dolor después de que ella le hubiera dado un latigazo con una de las ramas, sin que se lo hubiera esperado. Aun después de eso, y de haber comprobado la agilidad que estaba demostrando tener, continuaban menospreciándola, pensando que tendrían alguna oportunidad con ella.
Se convirtió, de forma sorprendentemente rápida. Jamás había visto antes a un licántropo convertirse tan rápido; aunque también era cierto, que hasta entonces no había descubierto a más licántropos. De hecho, las únicas referencias que tenía hasta el momento, éramos mi padre en su día, mi hermana y un par de licántropos que había conocido durante las tantas guardias que había realizado en las caravanas. Todos ellos habían sufrido muchísimo durante sus transformaciones; habían sido lentas y dolorosas. Por eso, de hecho, al igual que yo preferían no convertirse a menos que fuera realmente necesario, o que estuviera seguros de que iban a permanecer en aquella forma durante bastante tiempo.
Aquellos individuos se vieron sorprendidos por la loba, que ataco sin vacilar. Lo que sucedió después, pareció pasar tan deprisa que no me dio tiempo a contemplarlo con exactitud. Solo escuche un montón de quejidos y protestas, además de algunos sonidos metálicos. Pero la loba parecía encontrarse bien, y desenvolverse sin problemas en aquella situación. Yo, por el contrario, todavía estaba con mi espada y mi escudo esperando a que mis oponentes se acercaban. Estos habían mirado un momento hacia atrás, pensando por un momento en dar media vuelta y atacar a la loba, pero dieron por sentado que sus compañeros podrían con ella.
Se lanzaron hacia mí, y los recibí con un fuerte empujón de escudo. Logre hacer que uno de ellos cayera al suelo. Se levanto rápidamente. El otro, sin embargo, no se vio afectado por mi escudo. Habiéndolo golpeado con su espada corta. Trato de atraparme con sus manos lanzándose directamente encima de mí, pero pude tomarlo con las mías, evadiéndolo y lanzándolo hacia un costado. Había dejado caer mi espada durante el proceso, la cual me apresuré a tomar de nuevo en cuanto vi que el otro se había puesto en pie y volvía a cargar hacia mí. El intercambio de estocadas fue breve, pero pude asestarle un corte limpio en la rodilla, del cual pronto comenzó a emanar una fuente de sangre. Rápidamente le dispuse una estocada por debajo del hombro. Extraje la espada y la sangre broto de rali también; y el individuo permaneció inmóvil en el suelo, entre gemidos de muerte. Me gire hacia el otro hombre, pero demasiado tarde como para defenderme de su ataque. Había optado nuevamente por atacarme sin su arma, lanzándose encima de mí y subiéndose a mi espalda. Me di cuenta entonces de que era más alto y pesado de lo que imaginaba, haciendo que me costara librarme de él. Escuché el sonido metálico de una daga saliendo de su vaina, y pronto la encontré sobre mi cuello. Esta llego a hacerme un corte leve, pero pude frenar aquello colocando mi mano sobre la muñeca que sostenía esa daga. Estuvimos “bailando” durante algunos segundos, yo tratando de hacer que cayera de mi espalda, y el tratando de hacer fuerza para cortarme el cuello. Corrí de espaldas hacia un árbol y lo aplasté contra el tronco. La daga cayó al suelo. Volví a golpear mi espalda -con el sujeto todavía encima- contra el tronco repetidas veces, hasta que me di cuenta de que había perdido la consciencia. Lo deje caer al suelo y una vez lo vi ante mí, tendido y con los ojos cerrados, le clave la espada en el pecho rápidamente.
Fue entonces cuando me di cuenta de que se había formado un silencio sepulcral. Ya no escuchaba quejidos, ni chillidos, ni el sonido del acero cortando la carne. Me agaché hacia los cadáveres, y recogí algunas cosas. Como sus espadas, y las dagas. Las dagas, de hecho, parecían ser realmente caras. Me lleve una mano al cuello y note como la sangre caía levemente de este; no había sido un corte profundo, pero de haberlo sido un poco más, tal vez aquel día hubiera sido el último para mí.
De repente vi a la loba, ya en su forma humana de nuevo. Estaba cubierta de heridas por todo el cuerpo, y completamente desnuda.
- Vaya. Así que tendré que volver a cuidar de ti -dije. Aunque realmente estaba preocupado; no estaba peor que cuando la había encontrado, pero tampoco había mucha diferencia-. Acércate. Será mejor que caminemos un poco, lo suficiente como para alejarnos de esta zona, y acampemos hasta que te recuperes. -me quede mirándola durante unos instantes más, sorprendido-. Has podido tu sola con ellos. Eres más fuerte de lo que habría imaginado -sonreí.
– En realidad eso ha sido poco prudente –comenté únicamente. Y me quede mirando a los individuos, que comenzaban a marchar hacia nosotros.
Ella se movió en un ágil movimiento, utilizando los arbustos como un punto estratégico. Esos mismos arbustos apresaron de algún modo a uno de los hombres, y ella aprovecho aquello para poder darle un latigazo con una rama. Durante aquellos momentos, yo todavía estaba tan solo contemplando. No pude evitar soltar una pequeña risa al ver la escena, pero en seguida me puse serio y tomé mi escudo y mi espada, colocándome en posición defensiva, pues se estaban acercando otros hacia mí. No parecían gente demasiado instruida en las armas, poco más que unos matones que probablemente se hubieran metido en el pasado en asuntos turbios. Pero aquella forma de lanzarse hacia mí, completamente loca y descoordinada era más propia de un bandido que había comenzado a hacer de las suyas recientemente.
Pero hablemos primero de como aquella joven se desarrolló frente a los desgraciados matones. Aquellos continuaban bromeando y llamándola “gatita”, además de que no esperaban que pudiera pelear bien. De hecho, todavía consideraban que le hecho de que uno de ellos se hubiera tropezado entre los arbustos y hubiera gritado de dolor después de que ella le hubiera dado un latigazo con una de las ramas, sin que se lo hubiera esperado. Aun después de eso, y de haber comprobado la agilidad que estaba demostrando tener, continuaban menospreciándola, pensando que tendrían alguna oportunidad con ella.
Se convirtió, de forma sorprendentemente rápida. Jamás había visto antes a un licántropo convertirse tan rápido; aunque también era cierto, que hasta entonces no había descubierto a más licántropos. De hecho, las únicas referencias que tenía hasta el momento, éramos mi padre en su día, mi hermana y un par de licántropos que había conocido durante las tantas guardias que había realizado en las caravanas. Todos ellos habían sufrido muchísimo durante sus transformaciones; habían sido lentas y dolorosas. Por eso, de hecho, al igual que yo preferían no convertirse a menos que fuera realmente necesario, o que estuviera seguros de que iban a permanecer en aquella forma durante bastante tiempo.
Aquellos individuos se vieron sorprendidos por la loba, que ataco sin vacilar. Lo que sucedió después, pareció pasar tan deprisa que no me dio tiempo a contemplarlo con exactitud. Solo escuche un montón de quejidos y protestas, además de algunos sonidos metálicos. Pero la loba parecía encontrarse bien, y desenvolverse sin problemas en aquella situación. Yo, por el contrario, todavía estaba con mi espada y mi escudo esperando a que mis oponentes se acercaban. Estos habían mirado un momento hacia atrás, pensando por un momento en dar media vuelta y atacar a la loba, pero dieron por sentado que sus compañeros podrían con ella.
Se lanzaron hacia mí, y los recibí con un fuerte empujón de escudo. Logre hacer que uno de ellos cayera al suelo. Se levanto rápidamente. El otro, sin embargo, no se vio afectado por mi escudo. Habiéndolo golpeado con su espada corta. Trato de atraparme con sus manos lanzándose directamente encima de mí, pero pude tomarlo con las mías, evadiéndolo y lanzándolo hacia un costado. Había dejado caer mi espada durante el proceso, la cual me apresuré a tomar de nuevo en cuanto vi que el otro se había puesto en pie y volvía a cargar hacia mí. El intercambio de estocadas fue breve, pero pude asestarle un corte limpio en la rodilla, del cual pronto comenzó a emanar una fuente de sangre. Rápidamente le dispuse una estocada por debajo del hombro. Extraje la espada y la sangre broto de rali también; y el individuo permaneció inmóvil en el suelo, entre gemidos de muerte. Me gire hacia el otro hombre, pero demasiado tarde como para defenderme de su ataque. Había optado nuevamente por atacarme sin su arma, lanzándose encima de mí y subiéndose a mi espalda. Me di cuenta entonces de que era más alto y pesado de lo que imaginaba, haciendo que me costara librarme de él. Escuché el sonido metálico de una daga saliendo de su vaina, y pronto la encontré sobre mi cuello. Esta llego a hacerme un corte leve, pero pude frenar aquello colocando mi mano sobre la muñeca que sostenía esa daga. Estuvimos “bailando” durante algunos segundos, yo tratando de hacer que cayera de mi espalda, y el tratando de hacer fuerza para cortarme el cuello. Corrí de espaldas hacia un árbol y lo aplasté contra el tronco. La daga cayó al suelo. Volví a golpear mi espalda -con el sujeto todavía encima- contra el tronco repetidas veces, hasta que me di cuenta de que había perdido la consciencia. Lo deje caer al suelo y una vez lo vi ante mí, tendido y con los ojos cerrados, le clave la espada en el pecho rápidamente.
Fue entonces cuando me di cuenta de que se había formado un silencio sepulcral. Ya no escuchaba quejidos, ni chillidos, ni el sonido del acero cortando la carne. Me agaché hacia los cadáveres, y recogí algunas cosas. Como sus espadas, y las dagas. Las dagas, de hecho, parecían ser realmente caras. Me lleve una mano al cuello y note como la sangre caía levemente de este; no había sido un corte profundo, pero de haberlo sido un poco más, tal vez aquel día hubiera sido el último para mí.
De repente vi a la loba, ya en su forma humana de nuevo. Estaba cubierta de heridas por todo el cuerpo, y completamente desnuda.
- Vaya. Así que tendré que volver a cuidar de ti -dije. Aunque realmente estaba preocupado; no estaba peor que cuando la había encontrado, pero tampoco había mucha diferencia-. Acércate. Será mejor que caminemos un poco, lo suficiente como para alejarnos de esta zona, y acampemos hasta que te recuperes. -me quede mirándola durante unos instantes más, sorprendido-. Has podido tu sola con ellos. Eres más fuerte de lo que habría imaginado -sonreí.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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