[MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
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[MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
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Comenzó a ser natural que El Pequeño Boomer siguiera al Padre Donald Frank Callahan en todas sus misiones. Se limitaba a caminar detrás del predicar en silencio y con las manos unidas en un solo puño como si estuviera orando. Si Callahan pedía cualquier cosa, el servicial Boomer cumplía su orden sin vacilar. ¿Por qué? Se preguntaba el padre. Más tarde, él mismo se contestaba: “Por la misma razón que un perro le da la pata a su dueño cuando éste se la pide”. No era una comparación agradable; en lo más remoto del subconsciente del padre, creía que el gigante era tan estúpido como un perro. Solamente un estúpido aceptaba unirse con un viejo predicador para intentar curar a unas personas que hacía días que murieron en vida.
Callahan estaba arrodillado en la caravana de los Bjornen, una familia de dragones que había conseguido huir de Dundarak casi de milagro (como muchas otras familias). La madre, que hacía unas semanas se habría podido considerar la dragona más bella de Dundarak por su hermoso cabello rubio, estaba gravemente enferma (y como muchos otros dragones del convoy). Su piel era de color gris y estaba recubierta por pequeñas pústulas de sangre que Callahan no se atrevía a tocar, sus labios estaban agrietados, de su boca salía una fina línea de saliva y sangre y su cabello perdió el hermoso color que le caracterizaba. Le padre de familia no quitaba ojo a la mujer. Daba un golpe a las riendas de los caballos y, en seguida, giraba la cabeza por ver qué hacía el predicador con su mujer.
Callahan tenía una esponja en su mano izquierda y un paño de tela en la derecha. Con la mano izquierda limpiaba la cara de la chica y con la derecha la secaba. El agua del cubo con el que remojaba la esponja se convirtió en una amalgama de diferentes lociones y perfumes; nada que pudiera quitar el aroma a ración de la piel de la enferma.
Boomer sujetaba en brazos al hijo de la pareja. Apenas tenía dos años. Callahan se fijó que en la frente del pequeño habían aparecido unas pequeñas motas rojas. ¿Será posible? Con rápidos movimientos de negación con la cabeza retiró la idea de la cabeza. Dios Padre no permitiría que un niño enfermase.
-No puede irse,- dijo el señor Bjornen cuando Callahan hizo el ademán de levantarse- mi mujer sigue enferma. Tiene que ayudarla, se lo suplico-.
Callahan echó la vista atrás al resto de caravanas del convoy, Boomer le imitó sin saber por qué lo hacía.
-Lo siento,- contestó el predicador con voz pesada- aquí hay mucha más gente que necesita ayuda-.
-Boomer ayudar- colaboró el gigante.
Boomer dejó al niño al lado de su madre, ésta utilizó sus pocas energías para abrazar al pequeño. Tanto el predicador como el gigante se alejaron de la caravana de los Bjornen. Visitaron a muchas otras familias del convoy. Boomer llevaba el cubo de agua y lociones y Callahan las esponjas y los trapos. Limpiaban los enfermos en silencio; El Pequeño Boomer porque no entendía lo que ocurría y Callahan porque no se atrevía a decir la verdad: “Todos han muerto”.
Con suerte, la enfermedad no se había extendido a los Reinos del Este. Si Ulmer estaba sana, podía haber una posibilidad de supervivencia para todas aquellas familias que venían de Dundarak. La señora Bjornen podría recuperar su belleza y las motas rojas se borrarían de la frente de su hijo. Con suerte… y Callahan no destacaba por tener suerte… nadie más tendría que morir y la misteriosa enfermedad que arrasó con el Reino del Norte se extinguiría para siempre.
Bienvenidos al convoy de los enfermos: Un grupo de supervivientes de Dundarak se dirige a Ulmer con la intención de escapar de la pandemia. Vosotros estáis en dicho convoy. Podéis elegir si ser entre una de las personas que ha conseguido huir o sois meros voluntarios como Callahan y Boomer que tratan a los enfermeros. En este primer turno deberéis describir cómo habéis llegado al convoy.
Nota: Para comodidad de Alzzul, la acción se desarrolla durante la noche.
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Callahan estaba arrodillado en la caravana de los Bjornen, una familia de dragones que había conseguido huir de Dundarak casi de milagro (como muchas otras familias). La madre, que hacía unas semanas se habría podido considerar la dragona más bella de Dundarak por su hermoso cabello rubio, estaba gravemente enferma (y como muchos otros dragones del convoy). Su piel era de color gris y estaba recubierta por pequeñas pústulas de sangre que Callahan no se atrevía a tocar, sus labios estaban agrietados, de su boca salía una fina línea de saliva y sangre y su cabello perdió el hermoso color que le caracterizaba. Le padre de familia no quitaba ojo a la mujer. Daba un golpe a las riendas de los caballos y, en seguida, giraba la cabeza por ver qué hacía el predicador con su mujer.
Callahan tenía una esponja en su mano izquierda y un paño de tela en la derecha. Con la mano izquierda limpiaba la cara de la chica y con la derecha la secaba. El agua del cubo con el que remojaba la esponja se convirtió en una amalgama de diferentes lociones y perfumes; nada que pudiera quitar el aroma a ración de la piel de la enferma.
Boomer sujetaba en brazos al hijo de la pareja. Apenas tenía dos años. Callahan se fijó que en la frente del pequeño habían aparecido unas pequeñas motas rojas. ¿Será posible? Con rápidos movimientos de negación con la cabeza retiró la idea de la cabeza. Dios Padre no permitiría que un niño enfermase.
-No puede irse,- dijo el señor Bjornen cuando Callahan hizo el ademán de levantarse- mi mujer sigue enferma. Tiene que ayudarla, se lo suplico-.
Callahan echó la vista atrás al resto de caravanas del convoy, Boomer le imitó sin saber por qué lo hacía.
-Lo siento,- contestó el predicador con voz pesada- aquí hay mucha más gente que necesita ayuda-.
-Boomer ayudar- colaboró el gigante.
Boomer dejó al niño al lado de su madre, ésta utilizó sus pocas energías para abrazar al pequeño. Tanto el predicador como el gigante se alejaron de la caravana de los Bjornen. Visitaron a muchas otras familias del convoy. Boomer llevaba el cubo de agua y lociones y Callahan las esponjas y los trapos. Limpiaban los enfermos en silencio; El Pequeño Boomer porque no entendía lo que ocurría y Callahan porque no se atrevía a decir la verdad: “Todos han muerto”.
Con suerte, la enfermedad no se había extendido a los Reinos del Este. Si Ulmer estaba sana, podía haber una posibilidad de supervivencia para todas aquellas familias que venían de Dundarak. La señora Bjornen podría recuperar su belleza y las motas rojas se borrarían de la frente de su hijo. Con suerte… y Callahan no destacaba por tener suerte… nadie más tendría que morir y la misteriosa enfermedad que arrasó con el Reino del Norte se extinguiría para siempre.
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Bienvenidos al convoy de los enfermos: Un grupo de supervivientes de Dundarak se dirige a Ulmer con la intención de escapar de la pandemia. Vosotros estáis en dicho convoy. Podéis elegir si ser entre una de las personas que ha conseguido huir o sois meros voluntarios como Callahan y Boomer que tratan a los enfermeros. En este primer turno deberéis describir cómo habéis llegado al convoy.
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
Offrol: la ficha de Fuga, está en mi firma <3
Wind y Fuga se unieron a aquella pobre gente para poder salir de los territorios de Dundarak sin llamar demasiado la atención de los guardias, pero no se habían dado cuenta de que la caravana en la que se encontraban era de una pobre gente afectada por la horrible enfermedad que asolaba el territorio de los dragones.
Al principio, las muchachas habían caminado despreocupadamente entre las caravanas de familias sin darse cuenta del problema que allí había, ignoraban el olor achacándolo a aguas lodosas o letrinas sin vaciar, pero fue Fuga a las pocas horas, la que se percató primero de la tristeza y la desesperación que inundaba los rostros de aquellas personas -Están tristes- Comentó la pequeña licántropa sin soltar la mano de su amiga mientras paraban junto a un carromato que transportaba una persona dormida -Es normal… Parece que están dejando atrás sus hogares- Comentó la elfina mientras ajustaba la capa de la pequeña - ¿Por qué? - Aquella pregunta hizo que Wind se centrara un instante en lo que estaba sucediendo. Realmente no sabían por qué esa gente se iba de Dundarak, pero Fuga tenía razón, allí ocurría algo más que simple tristeza. A la misma velocidad que se movían sus pensamientos, comenzaron a moverse sus ojos, observaba con detenimiento todas las caravanas y a todas las personas que caminaban a su alrededor. Las manchas y la enfermedad se dejaba ver en todas partes.
Después de aquello, las muchachas trataban de caminar alejadas de aquellas personas para evitar acabar contagiadas de lo que fuera aquella enfermedad, pero ese vano intento de permanecer al margen de la situación no duró demasiado.
Fue un par de días después cuando se percataron de que la gente lloraba y agonizaba, pidiendo consuelo y algo a lo que aferrarse en este mundo. Wind no podía permanecer impasible en aquella situación, debía hacer algo y fue entonces cuando las muchachas decidieron ayudar como pudieran a aquella pobre gente.
Al principio, no estaban muy seguras de cómo proceder, pero no tardaron demasiado en montar un plan de acción como si fueran a atacar una base de sus enemigos en vez de ayudar a calmar a un grupo de moribundos.
Se pudieron pañuelos que les cubriera la nariz y la boca al tiempo que dejaban al descubierto su cabeza para eliminar el aspecto a bandido que ofrecían las capuchas. Otro paso a tener en cuenta eran los guantes... al principio se esforzaban por no tocar a nadie si no llevaban guantes de lana, pero pronto perdieron esa costumbre y colocaban los paños sobre las póstulas sin mayor protección que la que quisieran otorgarles los Dioses. Aún con todo, Wind se centraba mucho más en la protección de Fuga que en la de sí misma, a pesar de que ella era la que tenía mayor contacto con los enfermos.
La licántropa, no había tardado en quedar preocupada por la situación, pero lo que más miedo le daba, era que Wind cayera enferma igual que el resto de esta gente. Su amiga siempre se empeñaba en ayudar a los demás cuando podían permitírselo, pero en aquel momento a Fuga no le pareció necesario ayudar. Esa gente moriría pronto y no quería que se llevaran a más gente con ellos, especialmente a su amiga. Wind no podía ir a ninguna parte, no podía abandonar a Fuga -¿Y si no sanan?- Preguntó la rubita mientras examinaba el entorno con aparente neutralidad -Al menos habrán intentado todo lo que podían- Contestó la elfina con un encogimiento de hombros, como si aquello tampoco fuera tan importante -¿Podrían expandir la enfermedad?- Respondió la pequeña -¿Podrían sanarse?- Aquella respuesta no gustó a Fuga, una respuesta no podía ser una pregunta -Lo que quiero decir, es que no sabemos que va a suceder, pero tienen que probar todo lo que puedan antes de rendirse- Wind no dejaba de sonreír aunque estuvieran en un lugar como aquel y en cierto modo, eso tranquilizaba a la licántropa -¿Y si fuera yo? ¿No harías todo lo posible por salvarme? - Esa pregunta era trampa, Wind sabía la respuesta -Sí- La elfa depositó un beso en la cabeza de su amiga y caminó sonriente hasta que llegaron a un nuevo convoy, donde la seriedad volvió a reinar en el rostro de la elfa.
No era demasiado extraño encontrar algún curandero entre las caravanas, pero tampoco eran demasiado abundantes. En un convoy como aquel, Wind no sabría cuántos médicos habría, pero, en cualquier caso, seguían siendo menos de los que se necesitaban. Debido a la falta de ayuda, Wind ayudaba a los más enfermos a acabar con su sufrimiento otorgándoles cierta paz con la bendición de los dioses. No les sanaba, pero les ayudaba a dormir sus últimas horas sin agonía.
Aquella noche, las muchachas se encontraron con otro hombre que también parecía estar calmando las dolencias de la gente a su manera. Entre el olor a muerte, se podían encontrar ciertos matices afrutados o de flores, lo cual resultaba refrescante para todos.
Detrás de aquel hombre había otro hombre bastante alto que llevaba parte de los utensilios y, por la cara de aquel buen samaritano, Wind pudo deducir que, en aquella caravana, había alguien que necesitaba pasar un rato dormido.
-¿Allí? Pero acaba de salir un hombre de tratar a ese enfermo- Señaló Fuga cuando se dio cuenta de la dirección que tomaban -Ya lo sé cielo… pero igual no necesita que la limpien, sino dormir tranquila- Acarició la cabeza de Fuga y se acercaron a aquel carro.
Cuando se acercaron, nadie les dijo nada, tan sólo miraban con lástima a una mujer que yacía tendida en medio de su familia, sin mediar palabra, Wind impuso las manos y la mujer pareció relajarse un tanto mientras cerraba los ojos y caía dormida por el agotamiento de la enfermedad. Sin haber dicho ni una sola palabra, volvieron al convoy buscando a alguien que necesitara ayuda.
Wind y Fuga se unieron a aquella pobre gente para poder salir de los territorios de Dundarak sin llamar demasiado la atención de los guardias, pero no se habían dado cuenta de que la caravana en la que se encontraban era de una pobre gente afectada por la horrible enfermedad que asolaba el territorio de los dragones.
Al principio, las muchachas habían caminado despreocupadamente entre las caravanas de familias sin darse cuenta del problema que allí había, ignoraban el olor achacándolo a aguas lodosas o letrinas sin vaciar, pero fue Fuga a las pocas horas, la que se percató primero de la tristeza y la desesperación que inundaba los rostros de aquellas personas -Están tristes- Comentó la pequeña licántropa sin soltar la mano de su amiga mientras paraban junto a un carromato que transportaba una persona dormida -Es normal… Parece que están dejando atrás sus hogares- Comentó la elfina mientras ajustaba la capa de la pequeña - ¿Por qué? - Aquella pregunta hizo que Wind se centrara un instante en lo que estaba sucediendo. Realmente no sabían por qué esa gente se iba de Dundarak, pero Fuga tenía razón, allí ocurría algo más que simple tristeza. A la misma velocidad que se movían sus pensamientos, comenzaron a moverse sus ojos, observaba con detenimiento todas las caravanas y a todas las personas que caminaban a su alrededor. Las manchas y la enfermedad se dejaba ver en todas partes.
Después de aquello, las muchachas trataban de caminar alejadas de aquellas personas para evitar acabar contagiadas de lo que fuera aquella enfermedad, pero ese vano intento de permanecer al margen de la situación no duró demasiado.
Fue un par de días después cuando se percataron de que la gente lloraba y agonizaba, pidiendo consuelo y algo a lo que aferrarse en este mundo. Wind no podía permanecer impasible en aquella situación, debía hacer algo y fue entonces cuando las muchachas decidieron ayudar como pudieran a aquella pobre gente.
Al principio, no estaban muy seguras de cómo proceder, pero no tardaron demasiado en montar un plan de acción como si fueran a atacar una base de sus enemigos en vez de ayudar a calmar a un grupo de moribundos.
Se pudieron pañuelos que les cubriera la nariz y la boca al tiempo que dejaban al descubierto su cabeza para eliminar el aspecto a bandido que ofrecían las capuchas. Otro paso a tener en cuenta eran los guantes... al principio se esforzaban por no tocar a nadie si no llevaban guantes de lana, pero pronto perdieron esa costumbre y colocaban los paños sobre las póstulas sin mayor protección que la que quisieran otorgarles los Dioses. Aún con todo, Wind se centraba mucho más en la protección de Fuga que en la de sí misma, a pesar de que ella era la que tenía mayor contacto con los enfermos.
La licántropa, no había tardado en quedar preocupada por la situación, pero lo que más miedo le daba, era que Wind cayera enferma igual que el resto de esta gente. Su amiga siempre se empeñaba en ayudar a los demás cuando podían permitírselo, pero en aquel momento a Fuga no le pareció necesario ayudar. Esa gente moriría pronto y no quería que se llevaran a más gente con ellos, especialmente a su amiga. Wind no podía ir a ninguna parte, no podía abandonar a Fuga -¿Y si no sanan?- Preguntó la rubita mientras examinaba el entorno con aparente neutralidad -Al menos habrán intentado todo lo que podían- Contestó la elfina con un encogimiento de hombros, como si aquello tampoco fuera tan importante -¿Podrían expandir la enfermedad?- Respondió la pequeña -¿Podrían sanarse?- Aquella respuesta no gustó a Fuga, una respuesta no podía ser una pregunta -Lo que quiero decir, es que no sabemos que va a suceder, pero tienen que probar todo lo que puedan antes de rendirse- Wind no dejaba de sonreír aunque estuvieran en un lugar como aquel y en cierto modo, eso tranquilizaba a la licántropa -¿Y si fuera yo? ¿No harías todo lo posible por salvarme? - Esa pregunta era trampa, Wind sabía la respuesta -Sí- La elfa depositó un beso en la cabeza de su amiga y caminó sonriente hasta que llegaron a un nuevo convoy, donde la seriedad volvió a reinar en el rostro de la elfa.
No era demasiado extraño encontrar algún curandero entre las caravanas, pero tampoco eran demasiado abundantes. En un convoy como aquel, Wind no sabría cuántos médicos habría, pero, en cualquier caso, seguían siendo menos de los que se necesitaban. Debido a la falta de ayuda, Wind ayudaba a los más enfermos a acabar con su sufrimiento otorgándoles cierta paz con la bendición de los dioses. No les sanaba, pero les ayudaba a dormir sus últimas horas sin agonía.
Aquella noche, las muchachas se encontraron con otro hombre que también parecía estar calmando las dolencias de la gente a su manera. Entre el olor a muerte, se podían encontrar ciertos matices afrutados o de flores, lo cual resultaba refrescante para todos.
Detrás de aquel hombre había otro hombre bastante alto que llevaba parte de los utensilios y, por la cara de aquel buen samaritano, Wind pudo deducir que, en aquella caravana, había alguien que necesitaba pasar un rato dormido.
-¿Allí? Pero acaba de salir un hombre de tratar a ese enfermo- Señaló Fuga cuando se dio cuenta de la dirección que tomaban -Ya lo sé cielo… pero igual no necesita que la limpien, sino dormir tranquila- Acarició la cabeza de Fuga y se acercaron a aquel carro.
Cuando se acercaron, nadie les dijo nada, tan sólo miraban con lástima a una mujer que yacía tendida en medio de su familia, sin mediar palabra, Wind impuso las manos y la mujer pareció relajarse un tanto mientras cerraba los ojos y caía dormida por el agotamiento de la enfermedad. Sin haber dicho ni una sola palabra, volvieron al convoy buscando a alguien que necesitara ayuda.
Windorind Crownguard
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
Alzzul le tenía poco miedo a las enfermedades; menos miedo que a los lobos y al caminar sin un rumbo fijo. Aún así no era excusa, pues lo llevaba haciendo toda la vida y sin quejas. ¿Por qué, entonces, se había unido al convoy? Le daba en la nariz la sensación de que ahí estaba apunto de ocurrir algo. Algo que no querría olvidar y de suma importancia para él, si no para todos sus allegados. Por eso mismo después de ciertos actos fraudulentos se había unido al primer grupo lo suficientemente numeroso como para ocultarse. Ya había llamado suficiente atención sobre su persona y los dioses, aunque pacientes, pueden llegar a ser de lo más crueles cuando uno se cree inmortal o arbitrariamente superior. Tarareaba una cancioncilla vieja que apenas recordaba correctamente mientras se hacía un pequeño descanso nocturno. Brillaba la luna con apenas suficiente fuerza como para atravesar con sus rayos plagiados de la luz del astro rey. Suficiente sin embargo para que los ojos de noctílope del vampiro reconozcan con avidez el ambiente. Tampoco hacía falta ser especialmente observador para saber que la mayoría de los refugiados no llegarían con vida a puerto. Alzzul había proporcionado toda la ayuda que sus dos brazos y su nula experiencia con el trato a enfermedades le posibilitaba. Como única protección a los elementos usaba su deshilachada capa bermeja sobre la cara, tapando hasta el puente de la nariz para filtrar un poco el aire. De sobras sabía que no era precaución suficiente pero, hasta donde él sabía, jamás en doscientos años hubo enfermado. Por otro lado, aquella tampoco parecía una situación común, una enfermedad común ni dada en un lugar común. Deducía una pestilencia anormal relajada por el ambiente arborescente que cubría con su multiplicidad de aromas el camino. Avanzaban con lentitud, por lo que apenas tenía esperanzas de que llegara la mitad del convoy a donde quiera que se dirigía. ¿Cómo podían dormir si quiera? Entre toses, aullidos de dolor, gemidos y profusas quejas de muerte. En su egoísmo a veces olvidaba lo cerca que estaba la humanidad de ser un todo homogéneo, impersonal y destinado a la catástrofe. Ya lo habían anunciado otros antes, pero cada día parecía más claro, más cercano. Catástrofes; así llamaría a un libro que describiera las desdichas, todo el recorrido del hombre.
De entre los voluntarios, ayudantes o lo que quiera que fueran destacaban sobre todo unas seis o siete personas, de las cuales había prestado especial atención a cuatro; dos parejas. La primera estaba compuesta por lo que parecía ser un sacerdote, clérigo, chaman, o algo del estilo acompañado por un gigantón con bastante pinta de diferido mental. Con cada nueva observación que hacía de él, una mezcla de nostalgia a la inocencia y pena le invadía como un desagradable montículo de hormigas, arañas y escolopendras que escalaban su cuerpo, millares de patitas que cosquilleaban repulsivamente en su poco sensible piel. ¿Cómo no iba a querer deshacerse de semejante sensación? Le evitaba en lo posible. El otro par estaba compuesto por un par de muchachas, prácticamente niñas de las cuales una debía ser la mayor; casi imposible dilucidar su edad real si no fuera por un brillo de madurez bien oculto en ese gesto aniñado y dicharachero que le quitaba perfectamente unos cuantos años de su aspecto. Iba acompañada de otra muchacha aún más pequeña, ya una niña. Ninguno de los mencionados parecía mostrar signos del más ligero contagio, por lo que eran los únicos con los que estaba dispuesto a relacionarse.
Acababa de salir de uno de los carromatos en el que había estado moviendo peso muerto en vida, recomendando extremas unciones y despedidas. Se presentó voluntario incluso para los entierros. Si se daba la voluntad de la familia y no deseaban estar presentes simplemente removía la tierra y colocaba una señalización para la carne desaparecida, la cual quemaba en piras de madera para evitar que se reprodujera en la tierra la enfermedad. En el pasado hubieron otras plagas; había aprendido de aquellas experiencias. Esta vez también esperaba sobrevivirlas. Mientras esperaba la voluntad de la familia se tomó un momento para pasear entre los carros parados que revisaban sus componentes, por si hacía falta alguna reparación rápida antes de continuar la marcha. Respiró el aire de la noche y mientras esquinaba una de los carros se topó de bruces con la elfa, la mayor de las dos muchachas. Casi chocó con ella, parando a apenas unos centímetros. Tomó un paso atrás y se disculpó en voz alta, un poco torcida por tanto tiempo sin hablar, como cuando uno acaba de despertarse. Se aclaró la garganta y una vez a una distancia aunque íntima, prudencial, se limitó a observarla con quizá demasiada fijeza, como si quisiera desentrañar con los ojos algo que está mucho más allá de lo que nos permite percibir los sentidos. Quizá, incluso de forma un poco siniestra.
De entre los voluntarios, ayudantes o lo que quiera que fueran destacaban sobre todo unas seis o siete personas, de las cuales había prestado especial atención a cuatro; dos parejas. La primera estaba compuesta por lo que parecía ser un sacerdote, clérigo, chaman, o algo del estilo acompañado por un gigantón con bastante pinta de diferido mental. Con cada nueva observación que hacía de él, una mezcla de nostalgia a la inocencia y pena le invadía como un desagradable montículo de hormigas, arañas y escolopendras que escalaban su cuerpo, millares de patitas que cosquilleaban repulsivamente en su poco sensible piel. ¿Cómo no iba a querer deshacerse de semejante sensación? Le evitaba en lo posible. El otro par estaba compuesto por un par de muchachas, prácticamente niñas de las cuales una debía ser la mayor; casi imposible dilucidar su edad real si no fuera por un brillo de madurez bien oculto en ese gesto aniñado y dicharachero que le quitaba perfectamente unos cuantos años de su aspecto. Iba acompañada de otra muchacha aún más pequeña, ya una niña. Ninguno de los mencionados parecía mostrar signos del más ligero contagio, por lo que eran los únicos con los que estaba dispuesto a relacionarse.
Acababa de salir de uno de los carromatos en el que había estado moviendo peso muerto en vida, recomendando extremas unciones y despedidas. Se presentó voluntario incluso para los entierros. Si se daba la voluntad de la familia y no deseaban estar presentes simplemente removía la tierra y colocaba una señalización para la carne desaparecida, la cual quemaba en piras de madera para evitar que se reprodujera en la tierra la enfermedad. En el pasado hubieron otras plagas; había aprendido de aquellas experiencias. Esta vez también esperaba sobrevivirlas. Mientras esperaba la voluntad de la familia se tomó un momento para pasear entre los carros parados que revisaban sus componentes, por si hacía falta alguna reparación rápida antes de continuar la marcha. Respiró el aire de la noche y mientras esquinaba una de los carros se topó de bruces con la elfa, la mayor de las dos muchachas. Casi chocó con ella, parando a apenas unos centímetros. Tomó un paso atrás y se disculpó en voz alta, un poco torcida por tanto tiempo sin hablar, como cuando uno acaba de despertarse. Se aclaró la garganta y una vez a una distancia aunque íntima, prudencial, se limitó a observarla con quizá demasiada fijeza, como si quisiera desentrañar con los ojos algo que está mucho más allá de lo que nos permite percibir los sentidos. Quizá, incluso de forma un poco siniestra.
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
El Padre Callahan se esforzaba en mantener sus pensamientos alejados de todas aquellas familias destruidas por la enfermedad y el rastro de cadáveres que dejaba el convoy a su paso. Se mordía el labio inferior y giraba la cabeza con brusquedad cuando se acercaba a una de las caravanas donde sabía que había unos padres llorando por sus hijos o unos hijos llorando por sus padres. Tenía que mantener la mente fría. Cualquier signo de vacilación podría resultar bien caro, no solo a Boomer o él que se podían contagiar como todos los demás, sino a todos. Si Callahan caía preso, bien de la duda o bien del terror, era muy posible que el convoy de los enfermos se quedase trabado en medio de la carretera. El sacerdote, gracias a Dios Padre, era uno de los pocos hombros que todavía no habían enfermado.
Podía parecer pretencioso pensar que la caravana dependía de un único hombre, y lo era. Sin embargo, en esta ocasión, estaba justificado que Donald Frank Callahan cometiese el pecado de la arrogancia. Sino no era por él, ¿quién se atrevería a tocar los cadáveres de los fallecidos, darles defunción y ofrecerles los respetos a los familiares? ¡Nadie! Si fuera por el resto de hombres sanos del convoy, dejarían a los cadáveres tirados en mitad de la carretera y a sus familiares llorando desconsoladamente mientras unas pequeñas pústulas de sangre aparecían en sus paladares y, días después, en sus rostros.
Creía estar bendecido por su Dios Padre (¡gritar todos: Aleluya!). No había otra razón por la cual él no hubiera enfermado todavía. Cada noche, después de acabar la ronda por las caravanas colindantes a la suya, le pedía a Boomer que mirase por dentro de su paladar.
-Boomer no ver granos. Padre Bueno estar sano- repetía cada noche como un niño que había aprendido la lección de memoria.
Don hizo una señala con la mano para que mirase más a fondo.
Boomer acercó el candil que sostenía con la mano izquierda a la boca de Callahan. Se tapó un ojo con la mano derecha y asomó el ojo libre a las fauces del sacerdote.
-Boomer no ver nada. Boomer tener buena vista. Cuando estar en el circo, Shappy siempre decir que Boomer ser el que más cosas ver. Shappy decir que Boomer ve todo; todo ser las cosas que existen. Shappy explicar a Boomer que ser todo y Boomer recordar palabras de Shappy. Si Boomer no ver granos, ser porque no granos no estar en todo. Si granos no estar en todo, granos no existir-.
Callahan cerró la boca y puso su mano en el hombro del grandullón en señal de agradecimiento.
-Esa Shappy, de la que no paras de hablar, debe de ser muy inteligente. No conozco a mucha gente que sepa explicar qué es todo tan bien como ella hizo contigo-.
Boomer asintió con la cabeza con movimientos brutos y torpes.
- Shappy ser la más lista del Circo. Cuando Shappy vivir, ser la más lista- la sonrisa del payaso se curvó en una mueca de melancolía.
-Lo siento Boomer, no sabía que había fallecido-.
-Boomer estar bien. Boomer tener ser fuerte. Boomer prometer a Shappy que Boomer ser el más bueno y el más fuerte.- El gigante se limpió los mocos y las lágrimas con el brazo.
Un violento estruendo, como el de un trueno seco, frenó el avance del convoy. Callahan y Boomer bajaron a ver qué era lo que sucedía. Alrededor de las caravanas, se veían grandes hogueras que olían a cadáveres y enfermedad. Los caballos y el payaso gigante eran los que más asustados estaban. Aunque no hacía falta, Boomer llevaba el candil en alto para alumbrar la carretera. Sujetaba la lámpara con las dos manos de la misma manera que un niño abraza su peluche favorito para que le diese protección.
El ruido provenía de la primera caravana. Cuando Callahan y Boomer llegaron, al sacerdote le fue fácil deducir lo que había pasado (Boomer era más lento): un grupo de soldados habían derrumbado la primera caravana.
Cinco hombres de pobres armaduras, pero brillantes armas, y dos licántropos en su forma bestial, quizás los otros cinco también fueran licántropos, estaba alrededor de la caravana volcada. Uno de los lobos daba muerte a los caballos y el otro desgarraba las telas y las cajas de suministros de la familia de la caravana; mientras, unos cuantos que permanecían en su forma humana, preparaban una nueva hoguera para los cadáveres.
Callahan conocía bien a aquella familia: eran tres personas. Una mujer que aparentaba veinte años y su marido que aparentaba cincuenta. Ambos tenían un hijo en común. El pequeño estaba muy enfermo; si los soldados no lo hubieran matado (que Dios Padre lo acoja en su gloria), no hubiera durado más de dos días más. No había visto los paladares de los padres, pero era muy posible que ambos presentasen los primeros granos de la enfermedad.
-Boomer tener miedo. Boomer no conocer a esa gente. Boomer creer que desconocidos ser peligros. Boomer tener miedo-.
-Déjame hablar a mí y mantente a mi espalda. ¿De acuerdo?-
Dennis Schunke echaba la culpa a los dragones por lo que había sucedido en Ulmer. Si no hubieran liberado lo que cojones fuera que hubieran liberado de la pirámide, jamás habría existido aquella maldita enfermedad y su hijo, el pequeño Van Schunke, seguiría con vida.
En lugar de estar en la frontera del Reino del Este protegiendo Ulmer de que ningún extranjero contagiase a otro cachorro de lobo, estaría acostado en su cama abrazando a Inga, su esposa, y a Van a la vez. El pequeño de los Schunke tenía dos años. Le gustaba echarse en la cama de papá y mamá para poder conciliar el sueño y ellos, primerizos como eran, lo consentían con una sonrisa. Ver a dormir al pequeño Van mientas se acurrucaban en las telas de la cama, era un pequeño tesoro tanto para el padre como para la madre. Un tesoro que, por culpa de los dragones, se les fue arrebatado.
Desde entonces, otros tesoros se les fueron arrebatando a los Shunke. El hermano de Inga falleció. Su cadáver lo encontraron en las peores condiciones que nadie se podía imaginar. A la madre de Dennis, una anciana encantadora cuyas pastas Van devoraba con las dos manos (eran tesoros para él), la encontraron muerta en su propia cama cuando iban a hacerle una visita.
Se prohibió cazar por miedo a que los animales salvajes estuvieran enfermos. Se prohibió beber de los ríos y se cerraron un innumerable montón de pozos. Lo último que los lobos hicieron fue, en opinión de Dennis, lo primero que debieron haber hecho: Cerrar las fronteras a los extranjeros.
Inga Scharf estaba con Dennis en la frontera. Ella era más fría que su marido. Fue Dennis quien hizo frenar el convoy que avanzaba por el norte, pero Inga quien entró en la primera caravana y sacó a empujones a los tres dragones que allí había. Dos lobos hicieron el trabajo sucio: Mataron a la familia y a los animales de ésta.
Los curiosos no tardaron en llegar. Dennis los vio con el mismo odio con el que vería a los presos más peligrosos y asquerosos de Aerandir.
-¡En nombre de Dios Padre, necesitamos entrar en vuestra ciudad!- dijo un extranjero de larga túnica negra (el Padre Callahan) – En nuestro grupo hay niños, mujeres y enfermos. Por favor, tened piedad de nosotros y dejarnos pasar-.
-Hoy no, abuelo. Tú y los tuyos tendréis que dar media vuelta y volver por dónde habéis venido- se adelantó a decir Dennis.
-¡¿Volver, a dónde?! Más atrás solo hay muerte. Dundarak ha caído. Los pocos supervivientes que quedan con vida los estás viendo ahora. ¡Joder! No podemos ir a otro lugar-.
-Media vuelta- repetía Dennis haciendo un semicírculo con la mano derecha.
-¡No podemos dar media vuelta!-
Inga llamó con la mano a otros dos hombres para que avanzasen sobre las caravanas. Obedecieron rápidamente, cortaron las riendas de los caballos de la segunda caravana y la volcaron boca abajo. Dentro de la caravana había un grupo de personas que a los licántropos no les importaba. Uno de los lobos mató a los caballos sueltos y el otro se puso delante de la puerta de la caravana boca abajo.
-Si no podéis dar media vuelta; no nos queda otra que tomar nuestras propias medidas- dijo Inga muy tranquila detrás de Dennis - También vosotros, abrid la boca- señaló al de la túnica negra, el gigante que le acompañaba y a todo el grupo de curiosos que se había reunido detrás de ellos.
Bienvenidos al convoy de los enfermos: Es normal que los lobos tomen medidas de protección. Están asustados y desean proteger a la poca familia que le quede con vida. Vosotros estáis detrás de Callahan y habéis visto todo lo que ha sucedido. Inga os ha dado una elección y será única para todo el convoy. ¿Aceptar las medidas de los lobos o dar media vuelta y volver a la muerte que habita en Dundarak? Deberéis ponores de acuerdo entre vosotros y presentar la elección que toméis al Padre Callahan.
Eso no evitará que, al menos a vosotros dos, os abran la boca y miren si estáis enfermos como Boomer ha hecho, minutos antes, con el Padre Callahan.
Windorind Crownguard: Deberás lanzar la Voluntad de los Dioses. Suerte mala o muy mala indicará que estás contagiada. No te preocupes, si tomas un buen camino en el resto del tema, puedes sanarte (ALELUYA). Si tomas un camino incorrecto, tú destino será tan malo como el que Ircan tuvo en su Evento.
Alzzul: Los vampiros no pueden quedar contagiados. Sin embargo, deberás lanzar la voluntad de los Dioses por ver si los licántropos te reconocen como vampiro (el odio racial es legendario). Una suerte mala o muy mala indicará que te han reconocido.
Recordad que podéis usar a los npcs del Evento.
Podía parecer pretencioso pensar que la caravana dependía de un único hombre, y lo era. Sin embargo, en esta ocasión, estaba justificado que Donald Frank Callahan cometiese el pecado de la arrogancia. Sino no era por él, ¿quién se atrevería a tocar los cadáveres de los fallecidos, darles defunción y ofrecerles los respetos a los familiares? ¡Nadie! Si fuera por el resto de hombres sanos del convoy, dejarían a los cadáveres tirados en mitad de la carretera y a sus familiares llorando desconsoladamente mientras unas pequeñas pústulas de sangre aparecían en sus paladares y, días después, en sus rostros.
Creía estar bendecido por su Dios Padre (¡gritar todos: Aleluya!). No había otra razón por la cual él no hubiera enfermado todavía. Cada noche, después de acabar la ronda por las caravanas colindantes a la suya, le pedía a Boomer que mirase por dentro de su paladar.
-Boomer no ver granos. Padre Bueno estar sano- repetía cada noche como un niño que había aprendido la lección de memoria.
Don hizo una señala con la mano para que mirase más a fondo.
Boomer acercó el candil que sostenía con la mano izquierda a la boca de Callahan. Se tapó un ojo con la mano derecha y asomó el ojo libre a las fauces del sacerdote.
-Boomer no ver nada. Boomer tener buena vista. Cuando estar en el circo, Shappy siempre decir que Boomer ser el que más cosas ver. Shappy decir que Boomer ve todo; todo ser las cosas que existen. Shappy explicar a Boomer que ser todo y Boomer recordar palabras de Shappy. Si Boomer no ver granos, ser porque no granos no estar en todo. Si granos no estar en todo, granos no existir-.
Callahan cerró la boca y puso su mano en el hombro del grandullón en señal de agradecimiento.
-Esa Shappy, de la que no paras de hablar, debe de ser muy inteligente. No conozco a mucha gente que sepa explicar qué es todo tan bien como ella hizo contigo-.
Boomer asintió con la cabeza con movimientos brutos y torpes.
- Shappy ser la más lista del Circo. Cuando Shappy vivir, ser la más lista- la sonrisa del payaso se curvó en una mueca de melancolía.
-Lo siento Boomer, no sabía que había fallecido-.
-Boomer estar bien. Boomer tener ser fuerte. Boomer prometer a Shappy que Boomer ser el más bueno y el más fuerte.- El gigante se limpió los mocos y las lágrimas con el brazo.
Un violento estruendo, como el de un trueno seco, frenó el avance del convoy. Callahan y Boomer bajaron a ver qué era lo que sucedía. Alrededor de las caravanas, se veían grandes hogueras que olían a cadáveres y enfermedad. Los caballos y el payaso gigante eran los que más asustados estaban. Aunque no hacía falta, Boomer llevaba el candil en alto para alumbrar la carretera. Sujetaba la lámpara con las dos manos de la misma manera que un niño abraza su peluche favorito para que le diese protección.
El ruido provenía de la primera caravana. Cuando Callahan y Boomer llegaron, al sacerdote le fue fácil deducir lo que había pasado (Boomer era más lento): un grupo de soldados habían derrumbado la primera caravana.
Cinco hombres de pobres armaduras, pero brillantes armas, y dos licántropos en su forma bestial, quizás los otros cinco también fueran licántropos, estaba alrededor de la caravana volcada. Uno de los lobos daba muerte a los caballos y el otro desgarraba las telas y las cajas de suministros de la familia de la caravana; mientras, unos cuantos que permanecían en su forma humana, preparaban una nueva hoguera para los cadáveres.
Callahan conocía bien a aquella familia: eran tres personas. Una mujer que aparentaba veinte años y su marido que aparentaba cincuenta. Ambos tenían un hijo en común. El pequeño estaba muy enfermo; si los soldados no lo hubieran matado (que Dios Padre lo acoja en su gloria), no hubiera durado más de dos días más. No había visto los paladares de los padres, pero era muy posible que ambos presentasen los primeros granos de la enfermedad.
-Boomer tener miedo. Boomer no conocer a esa gente. Boomer creer que desconocidos ser peligros. Boomer tener miedo-.
-Déjame hablar a mí y mantente a mi espalda. ¿De acuerdo?-
_____________________
Dennis Schunke echaba la culpa a los dragones por lo que había sucedido en Ulmer. Si no hubieran liberado lo que cojones fuera que hubieran liberado de la pirámide, jamás habría existido aquella maldita enfermedad y su hijo, el pequeño Van Schunke, seguiría con vida.
En lugar de estar en la frontera del Reino del Este protegiendo Ulmer de que ningún extranjero contagiase a otro cachorro de lobo, estaría acostado en su cama abrazando a Inga, su esposa, y a Van a la vez. El pequeño de los Schunke tenía dos años. Le gustaba echarse en la cama de papá y mamá para poder conciliar el sueño y ellos, primerizos como eran, lo consentían con una sonrisa. Ver a dormir al pequeño Van mientas se acurrucaban en las telas de la cama, era un pequeño tesoro tanto para el padre como para la madre. Un tesoro que, por culpa de los dragones, se les fue arrebatado.
Desde entonces, otros tesoros se les fueron arrebatando a los Shunke. El hermano de Inga falleció. Su cadáver lo encontraron en las peores condiciones que nadie se podía imaginar. A la madre de Dennis, una anciana encantadora cuyas pastas Van devoraba con las dos manos (eran tesoros para él), la encontraron muerta en su propia cama cuando iban a hacerle una visita.
Se prohibió cazar por miedo a que los animales salvajes estuvieran enfermos. Se prohibió beber de los ríos y se cerraron un innumerable montón de pozos. Lo último que los lobos hicieron fue, en opinión de Dennis, lo primero que debieron haber hecho: Cerrar las fronteras a los extranjeros.
Inga Scharf estaba con Dennis en la frontera. Ella era más fría que su marido. Fue Dennis quien hizo frenar el convoy que avanzaba por el norte, pero Inga quien entró en la primera caravana y sacó a empujones a los tres dragones que allí había. Dos lobos hicieron el trabajo sucio: Mataron a la familia y a los animales de ésta.
Los curiosos no tardaron en llegar. Dennis los vio con el mismo odio con el que vería a los presos más peligrosos y asquerosos de Aerandir.
-¡En nombre de Dios Padre, necesitamos entrar en vuestra ciudad!- dijo un extranjero de larga túnica negra (el Padre Callahan) – En nuestro grupo hay niños, mujeres y enfermos. Por favor, tened piedad de nosotros y dejarnos pasar-.
-Hoy no, abuelo. Tú y los tuyos tendréis que dar media vuelta y volver por dónde habéis venido- se adelantó a decir Dennis.
-¡¿Volver, a dónde?! Más atrás solo hay muerte. Dundarak ha caído. Los pocos supervivientes que quedan con vida los estás viendo ahora. ¡Joder! No podemos ir a otro lugar-.
-Media vuelta- repetía Dennis haciendo un semicírculo con la mano derecha.
-¡No podemos dar media vuelta!-
Inga llamó con la mano a otros dos hombres para que avanzasen sobre las caravanas. Obedecieron rápidamente, cortaron las riendas de los caballos de la segunda caravana y la volcaron boca abajo. Dentro de la caravana había un grupo de personas que a los licántropos no les importaba. Uno de los lobos mató a los caballos sueltos y el otro se puso delante de la puerta de la caravana boca abajo.
-Si no podéis dar media vuelta; no nos queda otra que tomar nuestras propias medidas- dijo Inga muy tranquila detrás de Dennis - También vosotros, abrid la boca- señaló al de la túnica negra, el gigante que le acompañaba y a todo el grupo de curiosos que se había reunido detrás de ellos.
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- Dennis e Inga:
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Bienvenidos al convoy de los enfermos: Es normal que los lobos tomen medidas de protección. Están asustados y desean proteger a la poca familia que le quede con vida. Vosotros estáis detrás de Callahan y habéis visto todo lo que ha sucedido. Inga os ha dado una elección y será única para todo el convoy. ¿Aceptar las medidas de los lobos o dar media vuelta y volver a la muerte que habita en Dundarak? Deberéis ponores de acuerdo entre vosotros y presentar la elección que toméis al Padre Callahan.
Eso no evitará que, al menos a vosotros dos, os abran la boca y miren si estáis enfermos como Boomer ha hecho, minutos antes, con el Padre Callahan.
Windorind Crownguard: Deberás lanzar la Voluntad de los Dioses. Suerte mala o muy mala indicará que estás contagiada. No te preocupes, si tomas un buen camino en el resto del tema, puedes sanarte (ALELUYA). Si tomas un camino incorrecto, tú destino será tan malo como el que Ircan tuvo en su Evento.
Alzzul: Los vampiros no pueden quedar contagiados. Sin embargo, deberás lanzar la voluntad de los Dioses por ver si los licántropos te reconocen como vampiro (el odio racial es legendario). Una suerte mala o muy mala indicará que te han reconocido.
Recordad que podéis usar a los npcs del Evento.
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
Al poco de salir de la caravana, ambas muchachas decidieron caminar un rato por los carros llenos de familias, buscando a los que parecieran necesitar más ayuda, con la esperanza de calmar a quienes más las necesitaran.
Como era habitual en ellas, el silencio reinaba entre ambas, un silencio cómplice pero que, en esta ocasión y por culpa de las circunstancias, también era tenso y triste. Realmente, a ninguna de las dos muchachas les apetecía hablar, se conformaban con permanecer caminando en silencio, dejando que las rodeara el ambiente decadente que envolvía toda la caravana de familias.
Mientras paseaban, al girar en uno de esos carros por el que jurarían, ya habían pasado, se encontraron de frente con un hombre. La elfina aspiró aire del susto y protegió a la pequeña con su brazo izquierdo, como si éste pudiera frenar cualquier problema que se les abalanzara encima. Su otra mano se deslizó ligeramente hacia su propia pierna. Empezaba a estar más paranoica de lo que debería… Desde que sabía que las buscaban en dundarak por alborotadoras y por váyase a saber cuántas cosas, Wind había pasado a permanecer en un estado constante de alerta. Cualquier mínimo movimiento inesperado, hacía que saltaran todas sus alarmas.
-Oh Dioses… Lo siento- En cuanto escuchó la disculpa de aquel muchacho, ella hizo lo propio. Se relajó ligeramente y alejó de nuevo la mano de su pierna adoptando de nuevo una posición tranquila y relajada. Suspiró y esbozó una sonrisa tras el pañuelo que cubría su boca -No miraba por dónde caminábamos y… ya sabe, son tiempos difíciles y la tensión está constantemente…- La elfina fue bajando el tono de su voz hasta quedar en silencio al mismo tiempo que su ceño se fruncía ligeramente ¿Qué estaba mirando aquel hombre con tanta fijeza? ¿No sabía lo maleducado que resulta mirar a alguien tan fijamente? - ¿Está bien? - En cualquier otro momento, tal vez se hubiera enfadado o le hubiera contestado de algún modo menos amable, pero en semejante ambiente, no era raro encontrar miradas perdidas, curiosas o suplicantes y personas que buscaban aliados con los ojos entre las demás familias, así que las miradas intensas, no le resultaban demasiado extrañas en aquel momento. - ¿Acaso estás enfermo? Podría echarte un vistazo…- Realmente ese hombre no parecía enfermo, más bien todo lo contrario, no olía mal ni tenía la piel de colores apagados, pero quién sabía… Nunca estaba de más preguntar. Tras apenas unos segundos, Wind continuo con sus pensamientos en voz alta -O… ¡Espera! Te conozco, te he visto ayudando… creo ¿Acaso te has contagiado? - La elfina estaba empezando a ponerse pesada, para no perder costumbre, pero a ella le daba igual, todo lo que quería, era ayudar.
Fuga miró la escena en silencio. A diferencia de Wind, Fuga prefería permanecer en silencio, como un búho, observando, pero sin ser notado. Lo cierto era, que la licántropa apenas se hubiera disculpado si se hubiera chocado con alguien, y mucho menos, se hubiera puesto tan pesada como lo hacía su amiga, pero era divertido escuchar hablar a la elfina con toda esa entrega, mucho más habitual en ella que aquel silencio tenso que parecía invadir la cabeza de la peliazul.
La pequeña permaneció en silencio hasta que Wind empezó a preguntar sobre la enfermedad a aquel chico -Pesada- Sentenció la rubita en cuanto su amiga empezó a liarse en sus propios pensamientos. Wind la miró con reproche y Fuga simplemente la miró con neutralidad, como si aquello no fuera un insulto, sino una obviedad. Al final y como siempre, Wind suspiró y volvió a mirar al desconocido.
Al poco de aquello, unos gritos y exhalaciones de miedo y sorpresa llegaron a los oídos de la pequeña, que observó curiosa lo que sucedía. Una familia entera fue masacrada antes de que a la rubia le diera tiempo de avisar a su amiga, pero el tirón que le metió a sus ropajes no pasó desapercibido para la elfina, que ya estaba mirando la escena con los dientes apretados y una de sus manos acariciando su arco con suavidad.
Antes de lanzarse, a intervenir en la conversación que estaba manteniendo el sacerdote con los asesinos, decidió avisar al que había sido su interlocutor hasta hacía poco – Creo que es el momento de intervenir ¿Vienes?- La situación se estaba descontrolando y los dueños de la segunda caravana parecían estar a punto de sufrir la misma suerte que los de la primera. Apretó los dientes con fuerza y, como siempre que se metía en peleas, se dirigió con paso decidido hasta el sacerdote abriéndose paso entre la gente que comenzaba a agolparse allí y, seguida de Fuga, se colocó al lado de aquellos hombres que habían hecho de enfermeros en las caravanas. - ¿Se puede saber que estáis haciendo? - Lo único que quería era clavarles una flecha en la frente por haber matado a aquella pobre familia, pero antes necesitaba saber que estaba sucediendo allí.
-Esta gente parece querer que volvamos a Dundarak- Explicó el sacerdote con un enojo más que notable -¿Volver?- Repitió la elfina con el ceño fruncido -¿A Dundarak? ¿Estáis locos? Allí solo queda enfermedad y muerte- ¿Acaso quedaba alguien en todo Aerandir que no conociera la situación de la ciudad de los dragones? Aquella gente, o tenía muy poco interés por el resto del mundo o tenían un problema de socialización con el resto de la gente -Por vuestra culpa muere nuestra gente, así que, o dais la vuelta y volvéis a vuestra casa o abrís la boca de una puta vez y así podremos decidir que hacer- Aquella mujer que la había respondido se estaba ganando un buen flechazo en la garganta, pero no parecía una gran opción enfrentarse con la gente local, así que, con enojo y cansancio se dirigió al hombre que había intentado negociar con aquellos insensibles -Si lo que quieren es mirar nuestras bocas, que miren. Pero no podemos volver a Dundarak- Y ellas menos. Así que abrió la boca y la acercó a aquella mujer mientras reprimía su instinto de lanzarle un escupitajo por haber causado tanto dolor a esas dos familias… tanto a ella, como a él.
Como era habitual en ellas, el silencio reinaba entre ambas, un silencio cómplice pero que, en esta ocasión y por culpa de las circunstancias, también era tenso y triste. Realmente, a ninguna de las dos muchachas les apetecía hablar, se conformaban con permanecer caminando en silencio, dejando que las rodeara el ambiente decadente que envolvía toda la caravana de familias.
Mientras paseaban, al girar en uno de esos carros por el que jurarían, ya habían pasado, se encontraron de frente con un hombre. La elfina aspiró aire del susto y protegió a la pequeña con su brazo izquierdo, como si éste pudiera frenar cualquier problema que se les abalanzara encima. Su otra mano se deslizó ligeramente hacia su propia pierna. Empezaba a estar más paranoica de lo que debería… Desde que sabía que las buscaban en dundarak por alborotadoras y por váyase a saber cuántas cosas, Wind había pasado a permanecer en un estado constante de alerta. Cualquier mínimo movimiento inesperado, hacía que saltaran todas sus alarmas.
-Oh Dioses… Lo siento- En cuanto escuchó la disculpa de aquel muchacho, ella hizo lo propio. Se relajó ligeramente y alejó de nuevo la mano de su pierna adoptando de nuevo una posición tranquila y relajada. Suspiró y esbozó una sonrisa tras el pañuelo que cubría su boca -No miraba por dónde caminábamos y… ya sabe, son tiempos difíciles y la tensión está constantemente…- La elfina fue bajando el tono de su voz hasta quedar en silencio al mismo tiempo que su ceño se fruncía ligeramente ¿Qué estaba mirando aquel hombre con tanta fijeza? ¿No sabía lo maleducado que resulta mirar a alguien tan fijamente? - ¿Está bien? - En cualquier otro momento, tal vez se hubiera enfadado o le hubiera contestado de algún modo menos amable, pero en semejante ambiente, no era raro encontrar miradas perdidas, curiosas o suplicantes y personas que buscaban aliados con los ojos entre las demás familias, así que las miradas intensas, no le resultaban demasiado extrañas en aquel momento. - ¿Acaso estás enfermo? Podría echarte un vistazo…- Realmente ese hombre no parecía enfermo, más bien todo lo contrario, no olía mal ni tenía la piel de colores apagados, pero quién sabía… Nunca estaba de más preguntar. Tras apenas unos segundos, Wind continuo con sus pensamientos en voz alta -O… ¡Espera! Te conozco, te he visto ayudando… creo ¿Acaso te has contagiado? - La elfina estaba empezando a ponerse pesada, para no perder costumbre, pero a ella le daba igual, todo lo que quería, era ayudar.
Fuga miró la escena en silencio. A diferencia de Wind, Fuga prefería permanecer en silencio, como un búho, observando, pero sin ser notado. Lo cierto era, que la licántropa apenas se hubiera disculpado si se hubiera chocado con alguien, y mucho menos, se hubiera puesto tan pesada como lo hacía su amiga, pero era divertido escuchar hablar a la elfina con toda esa entrega, mucho más habitual en ella que aquel silencio tenso que parecía invadir la cabeza de la peliazul.
La pequeña permaneció en silencio hasta que Wind empezó a preguntar sobre la enfermedad a aquel chico -Pesada- Sentenció la rubita en cuanto su amiga empezó a liarse en sus propios pensamientos. Wind la miró con reproche y Fuga simplemente la miró con neutralidad, como si aquello no fuera un insulto, sino una obviedad. Al final y como siempre, Wind suspiró y volvió a mirar al desconocido.
Al poco de aquello, unos gritos y exhalaciones de miedo y sorpresa llegaron a los oídos de la pequeña, que observó curiosa lo que sucedía. Una familia entera fue masacrada antes de que a la rubia le diera tiempo de avisar a su amiga, pero el tirón que le metió a sus ropajes no pasó desapercibido para la elfina, que ya estaba mirando la escena con los dientes apretados y una de sus manos acariciando su arco con suavidad.
Antes de lanzarse, a intervenir en la conversación que estaba manteniendo el sacerdote con los asesinos, decidió avisar al que había sido su interlocutor hasta hacía poco – Creo que es el momento de intervenir ¿Vienes?- La situación se estaba descontrolando y los dueños de la segunda caravana parecían estar a punto de sufrir la misma suerte que los de la primera. Apretó los dientes con fuerza y, como siempre que se metía en peleas, se dirigió con paso decidido hasta el sacerdote abriéndose paso entre la gente que comenzaba a agolparse allí y, seguida de Fuga, se colocó al lado de aquellos hombres que habían hecho de enfermeros en las caravanas. - ¿Se puede saber que estáis haciendo? - Lo único que quería era clavarles una flecha en la frente por haber matado a aquella pobre familia, pero antes necesitaba saber que estaba sucediendo allí.
-Esta gente parece querer que volvamos a Dundarak- Explicó el sacerdote con un enojo más que notable -¿Volver?- Repitió la elfina con el ceño fruncido -¿A Dundarak? ¿Estáis locos? Allí solo queda enfermedad y muerte- ¿Acaso quedaba alguien en todo Aerandir que no conociera la situación de la ciudad de los dragones? Aquella gente, o tenía muy poco interés por el resto del mundo o tenían un problema de socialización con el resto de la gente -Por vuestra culpa muere nuestra gente, así que, o dais la vuelta y volvéis a vuestra casa o abrís la boca de una puta vez y así podremos decidir que hacer- Aquella mujer que la había respondido se estaba ganando un buen flechazo en la garganta, pero no parecía una gran opción enfrentarse con la gente local, así que, con enojo y cansancio se dirigió al hombre que había intentado negociar con aquellos insensibles -Si lo que quieren es mirar nuestras bocas, que miren. Pero no podemos volver a Dundarak- Y ellas menos. Así que abrió la boca y la acercó a aquella mujer mientras reprimía su instinto de lanzarle un escupitajo por haber causado tanto dolor a esas dos familias… tanto a ella, como a él.
Windorind Crownguard
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
El miembro 'Windorind Crownguard' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
Uno de los licántropos tomó con violencia la mandíbula del vampiro que entrecerró los ojos hasta el extremo a la vez que abría la boca tapando con los labios los dientes superiores, para intentar evitar que descubrieran su naturaleza. Quizá en vano, pues aquella situación prometía acabar en conflicto, de una manera u otra. Los licántropos eran celosos hasta el extremo, territoriales y... Cabezones. ¿Cederían a su humanidad? Alzzul lo dudaba, los concebía como más bestias que hombres, más lobo que persona.
Una vez se hubo deshecho de la presa en la mandíbula habló en voz alta, casi ignorando la anterior diplomacia. Se colocó frente a los licántropos y alzó la voz en proclama, casi con violencia:
- ¿Qué más da que estén o no infectados? ¿Volver a dónde? ¿A la tierra de muerte y desolación? ¿Qué clase de hombre condena a su vecino? Entiendo que queráis proteger a los vuestros, pero, ¿Es necesario matar a los nuestros para ello? -señaló al frente- ¡Escoltadnos al norte! ¡Fuera de vuestro territorio! Evitad la violencia, sacadnos de aquí de forma segura y responderemos en un futuro con gratitud. Responded con violencia, y... Somos poco, pero no nos dejaremos asesinar.
Echó la vista atrás, contó las fuerzas, ¿Había posibilidad de resistir siquiera la emboscada? El vampiro dudaba. Había visto lo que un solo licántropo era capaz de hacer en un combate, ¿Qué no esperar de un grupo de ellos? Tendrían que salir de allí por las buenas, o, en cualquier caso, no saldrían.
Una vez se hubo deshecho de la presa en la mandíbula habló en voz alta, casi ignorando la anterior diplomacia. Se colocó frente a los licántropos y alzó la voz en proclama, casi con violencia:
- ¿Qué más da que estén o no infectados? ¿Volver a dónde? ¿A la tierra de muerte y desolación? ¿Qué clase de hombre condena a su vecino? Entiendo que queráis proteger a los vuestros, pero, ¿Es necesario matar a los nuestros para ello? -señaló al frente- ¡Escoltadnos al norte! ¡Fuera de vuestro territorio! Evitad la violencia, sacadnos de aquí de forma segura y responderemos en un futuro con gratitud. Responded con violencia, y... Somos poco, pero no nos dejaremos asesinar.
Echó la vista atrás, contó las fuerzas, ¿Había posibilidad de resistir siquiera la emboscada? El vampiro dudaba. Había visto lo que un solo licántropo era capaz de hacer en un combate, ¿Qué no esperar de un grupo de ellos? Tendrían que salir de allí por las buenas, o, en cualquier caso, no saldrían.
Alzzul
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
Eran jóvenes, al menos, en cuanto a la elfa, ella solo parecía. En Ulmer llegan pocas historias sobre los elfos, Inga sabía que tenían las orejas acabadas en punta como si fueran murciélagos y que envejecían muy lentamente. Esa chica, con apariencia de niña, podía duplicarle en edad. La miró de soslayo. Ni siquiera cuando el otro chico comenzó a hablar podía apartar los ojos de ella. Infectada, estaba enferma. A su lado le acompañaba una niña rubia, licántropa, entre lobos se entendían. Dennis le abrió la boca y examinó su garganta; cuando acabó hizo una señal a Inga con la cabeza para indicarle que ella estaba sana. Ha tenido suerte. La pequeña loba parecía muy unida a la elfa. Era muy posible que hubieran viajado juntas desde Dundarak hasta Ulmer. Si seguía a su lado sería como besar a la propia muerte.
-Si no queréis violencia, entonces dad media vuelta y marchaos de aquí- con un gesto sutil, Dennis se interpuso entre la elfa y la niña loba.
Inga comprendió lo que su marido estaba queriendo decir con la mirada. Le estaba echando en cara el haber protegido el cadáver de su hijo en el desván. Igual como la niña loba, ella no había querido alejarse de la persona que más quería. Enfermo o no, Aros Schunke era su hijo y lo amaba con todo su corazón. No iba a permitir que se lo arrebatasen. Ni en vida ni en muerte. Bien sabía Inga lo que hacían con las personas que habían fallecido por la enfermedad de Dundarak. Giró la cabeza hacía los montones de cadáveres que ardían a los costados de la carretera. No todos estaban muertos en el momento que les lanzaron a las llamas.
Dennis cogió la mano de la pequeña loba y la arrastró, con una mezcla de firmeza y dulzura, hacia donde estaba Inga; lejos de la elfa.
-Tú lo has dicho, cuidamos de los nuestros.- Dennis continuaba hablando con el chico del cabello largo - De nuestros padres y de nuestros hijos. Lo que vosotros hagáis no es, ni nunca será, de nuestro asunto- Dennis señaló la cerca provisional que los licántropos construyeron a partir de muebles y piezas de metal mal dispuestas – Lo diré una vez: quien pase, morirá.-
Dicho esto, como si la voz de Dennis fuera un hechizo, los licántropos que mostraban su forma lobina aullaron a la luna sin apartar apuntando sus garras en dirección a las caravanas.
Inga puso una mano en el hombro de la chica de cabello rubio. La comprendía, el amor que debía sentir hacia su amiga elfa era tan grande como el que Inga sentía hacia su hijo Aros.
-No cometas el mismo error que yo.- le dijo susurrando al oído de la niña. –Cuidaremos de ti-.
¿Qué les diría al resto, que rezaría una oración por sus almas? Si así lo dijera, recibiría escupitajos y empujones. Si no estuviera el gigante a su lado, es posible que incluso se atreviesen a atacarle.
Los lobos habían quemado la primera de las caravanas del convoy y matado a todo aquel que había en su interior. Callahan sabía que aquello era una amenaza. Aquel hombre ya lo había dicho, estaban protegiéndose. Advirtió que quien pasase la cerca moriría. Entonces Callahan no lo dijo, pero se dio cuenta que la primera caravana del convoy había pasado la línea marcada por los lobos. No querían que una pandilla de enfermos entrase a sus ciudades y enfermase a toda la manada. De estar en la misma posición que los lobos, Callahan hubiera hecho lo mismo. Lo reconocía y se lamentaba de hacerlo. “¡Qué Dios Padre se apiade de las almas de los lobos pecadores! ¡Qué Dios Padre cuide de los enfermos!”
Notó la mirada del Pequeño Boomer clavada en su nuca. No le hizo falta darse la vuelta para saber que el gigante estaba al borde de las lágrimas. Le había prometido que en Ulmer les acogerían y que los hombres y mujeres dejarían de morir. Cada vez que se lo decía, Boomer aplaudía y reía como un niño. Su dulce estupidez era encantadora. ¿Ahora qué le diría? El Padre Callahan dudaba que hubiera entendido algo de lo que había pasado. Para el gigante, los lobos malos habían matado a unos hombres buenos e inocentes, secuestrado a una chica buena y expulsado al convoy de los enfermos de sus tierras (de la salvación prometida). Callahan le había mentido.
Al llegar a la caravana que les correspondía, Callahan abrió la puerta y dejó que Boomer entrase primero.
-Boomer entrar- al escuchar la voz herida de Boomer, Callahan sintió como si le golpeasen en el pecho.
-Lo siento chico, he hecho todo lo que está en mi mano-.
-Boomer saber. Boomer no es muy listo, pero Boomer saber que Padre Bueno ayudar enfermos-.
El gigante tuvo que agachar la cabeza y curvar su espalda en una posición que en otras circunstancias hubiera parecido cómica para entrar por la puerta de la caravana. Callahan lo observó durante largo tiempo. Recordó las feroces palabras del chico del cabello largo, la forma en que la chica del cabello rubio era arrebata del costado de la elfa que le había traído como si fuera su hermana mayor y las últimas palabras del Pequeño Boomer. (Padre Bueno ayudar enfermos). ¿Y qué había de las personas? ¿Acaso a ellas no hacía falta ayudar? Se mordió la lengua para contener un gritó de impotencia y dolor.
Os recuerdo que los lobos son los que más asustados están. Solamente se están protegiendo entre ellos. Si podéis evitar pelearos contra ellos, mejor.
Insisto: Tenéis completa libertad a la hora de utilizar los npcs.
Windorind Crownguard: Fuga ha sido “secuestrada” por Inga y Dennis. Ellos no lo ven como un secuestro, creen que la están salvando de acabar enferma por tu culpa. Una vez dentro de Ulmer, rescatar a Fuga debe de ser tu máxima prioridad.
Alzzul: Los lobos no han descubierto que eres un vampiro y Callahan tampoco; de momento. Tu deber es proteger a Callahan y Boomer hacia el otro lado de la cerca. Estarás muy cerca de ellos. Pueden descubrirte en cualquier momento. Callahan odia a los vampiros.
-Si no queréis violencia, entonces dad media vuelta y marchaos de aquí- con un gesto sutil, Dennis se interpuso entre la elfa y la niña loba.
Inga comprendió lo que su marido estaba queriendo decir con la mirada. Le estaba echando en cara el haber protegido el cadáver de su hijo en el desván. Igual como la niña loba, ella no había querido alejarse de la persona que más quería. Enfermo o no, Aros Schunke era su hijo y lo amaba con todo su corazón. No iba a permitir que se lo arrebatasen. Ni en vida ni en muerte. Bien sabía Inga lo que hacían con las personas que habían fallecido por la enfermedad de Dundarak. Giró la cabeza hacía los montones de cadáveres que ardían a los costados de la carretera. No todos estaban muertos en el momento que les lanzaron a las llamas.
Dennis cogió la mano de la pequeña loba y la arrastró, con una mezcla de firmeza y dulzura, hacia donde estaba Inga; lejos de la elfa.
-Tú lo has dicho, cuidamos de los nuestros.- Dennis continuaba hablando con el chico del cabello largo - De nuestros padres y de nuestros hijos. Lo que vosotros hagáis no es, ni nunca será, de nuestro asunto- Dennis señaló la cerca provisional que los licántropos construyeron a partir de muebles y piezas de metal mal dispuestas – Lo diré una vez: quien pase, morirá.-
Dicho esto, como si la voz de Dennis fuera un hechizo, los licántropos que mostraban su forma lobina aullaron a la luna sin apartar apuntando sus garras en dirección a las caravanas.
Inga puso una mano en el hombro de la chica de cabello rubio. La comprendía, el amor que debía sentir hacia su amiga elfa era tan grande como el que Inga sentía hacia su hijo Aros.
-No cometas el mismo error que yo.- le dijo susurrando al oído de la niña. –Cuidaremos de ti-.
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¿Qué les diría al resto, que rezaría una oración por sus almas? Si así lo dijera, recibiría escupitajos y empujones. Si no estuviera el gigante a su lado, es posible que incluso se atreviesen a atacarle.
Los lobos habían quemado la primera de las caravanas del convoy y matado a todo aquel que había en su interior. Callahan sabía que aquello era una amenaza. Aquel hombre ya lo había dicho, estaban protegiéndose. Advirtió que quien pasase la cerca moriría. Entonces Callahan no lo dijo, pero se dio cuenta que la primera caravana del convoy había pasado la línea marcada por los lobos. No querían que una pandilla de enfermos entrase a sus ciudades y enfermase a toda la manada. De estar en la misma posición que los lobos, Callahan hubiera hecho lo mismo. Lo reconocía y se lamentaba de hacerlo. “¡Qué Dios Padre se apiade de las almas de los lobos pecadores! ¡Qué Dios Padre cuide de los enfermos!”
Notó la mirada del Pequeño Boomer clavada en su nuca. No le hizo falta darse la vuelta para saber que el gigante estaba al borde de las lágrimas. Le había prometido que en Ulmer les acogerían y que los hombres y mujeres dejarían de morir. Cada vez que se lo decía, Boomer aplaudía y reía como un niño. Su dulce estupidez era encantadora. ¿Ahora qué le diría? El Padre Callahan dudaba que hubiera entendido algo de lo que había pasado. Para el gigante, los lobos malos habían matado a unos hombres buenos e inocentes, secuestrado a una chica buena y expulsado al convoy de los enfermos de sus tierras (de la salvación prometida). Callahan le había mentido.
Al llegar a la caravana que les correspondía, Callahan abrió la puerta y dejó que Boomer entrase primero.
-Boomer entrar- al escuchar la voz herida de Boomer, Callahan sintió como si le golpeasen en el pecho.
-Lo siento chico, he hecho todo lo que está en mi mano-.
-Boomer saber. Boomer no es muy listo, pero Boomer saber que Padre Bueno ayudar enfermos-.
El gigante tuvo que agachar la cabeza y curvar su espalda en una posición que en otras circunstancias hubiera parecido cómica para entrar por la puerta de la caravana. Callahan lo observó durante largo tiempo. Recordó las feroces palabras del chico del cabello largo, la forma en que la chica del cabello rubio era arrebata del costado de la elfa que le había traído como si fuera su hermana mayor y las últimas palabras del Pequeño Boomer. (Padre Bueno ayudar enfermos). ¿Y qué había de las personas? ¿Acaso a ellas no hacía falta ayudar? Se mordió la lengua para contener un gritó de impotencia y dolor.
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Ambos: Debéis uniros al Padre Callahan y pensar en una forma de entrar en Ulmer sin ser detectados. Recordad lo que le ha pasado a la primera caravana del convoy. Deberéis ser cuidadosos. Os recuerdo que los lobos son los que más asustados están. Solamente se están protegiendo entre ellos. Si podéis evitar pelearos contra ellos, mejor.
Insisto: Tenéis completa libertad a la hora de utilizar los npcs.
Windorind Crownguard: Fuga ha sido “secuestrada” por Inga y Dennis. Ellos no lo ven como un secuestro, creen que la están salvando de acabar enferma por tu culpa. Una vez dentro de Ulmer, rescatar a Fuga debe de ser tu máxima prioridad.
Alzzul: Los lobos no han descubierto que eres un vampiro y Callahan tampoco; de momento. Tu deber es proteger a Callahan y Boomer hacia el otro lado de la cerca. Estarás muy cerca de ellos. Pueden descubrirte en cualquier momento. Callahan odia a los vampiros.
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
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Pausado ausencia de Windorind.
Esperemos verte pronto, elfita.
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Re: [MEGAEVENTO] El convoy de los enfermos [No hay santuario][Alzzul-Windorind]
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