Noches en blanco [Privado- Solitario]
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Noches en blanco [Privado- Solitario]
El bar vibraba de vida a sus pies mientras el cuarto, caluroso por el sol que había entrado durante toda esa larga tarde de verano, que había dejado, incluso para la noche, esa calidez residual que, de no ser por el viento del ocaso que empezaba a entrar por la ventana abierta habría resultado ciertamente sofocante.
La música hacía retumbar las paredes y el suelo de madera mientras el griterío se colaba entre los resquicios de la puerta haciendo que la poca concentración de la que gozaba la chica se perdiese entre la brisa con aroma a naranjo. Con un suspiro, la chica alzó la vista de sus papeles, mirando por la ventana, habían sido unas semanas eternas desde que había llegado a ese pueblecito a las afueras de Sacrestic Ville. Lunargenta quedaba ya muy lejos, a más de un mes a pata y a varios días en barco y sus recuerdos parecían aplacados.
Añoraba Lunargenta, su verano caluroso y húmedo, sus calles con árboles por todos lados, su mercado transitado, y sus noches silenciosas. El tiempo en el mar, de barco en barco, la había ayudado a aclarar su cabeza. La rabia fría la había hecho abandonar su hogar. Había pasado a simple resentimiento. Hasta hacía poco se había sentido sola, aun niña, nadie confiaba en ella, ni siquiera quienes deberían confiar.
Su padrastro ocultándole información, su padre, reapareciendo en su vida como si fuera un héroe, como si fuera a olvidarlo todo por su regreso, Eltrant desapareciendo sin haberle comentado nada antes de irse, Runa, que había vuelto de la muerte y ahora era parte de la familia, su padrastro ya no la necesitaba y los demás podían hacerlo todo sin ayuda ninguna, si las personas que quería no confiaban en ella, quién lo haría. ¿Es que acaso no merecía un hasta luego? ¿Una explicación? ¿Un lo siento? ¿Tan frágil la pensaban que no podían decirle las cosas de frente? ¿Creían que se rompería como un cristal?
Cerró los ojos, cansada, era triste haber llegado tan lejos, haber superado tanto, haber sobrevivido a tantas cosas, para, al final, nada. Para que todos la siguieran viendo como a esa niña a la que había que tener entre algodones y recomponer con pinzas al romperse. Sin tener en cuenta que, incluso de niña, fue capaz de cuidar sola de su hermana y de enterrar sola a su madre. Toda esa fuerza que ella sentía, todo ese fuego que notaba arder, parecía que solo lograba que los demás la tomasen por alguien débil y volátil, hasta que, al final, terminaba actuando como tal por el mero hecho de alejarse de quienes no parecían quererla cerca.
Era en parte, por eso, por lo que se había alejado. Necesitaba respirar, ser una desconocida, empezar desde cero y poder volver a ser ella misma de nuevo. Por eso había pedido el traslado a la zona de Marina, y viajaba de puerto en puerto, de ciudad en ciudad, a la espera de sentirse lo bastante ella, lo bastante segura y fuerte como para seguir así a su regreso. Como para que los abandonos y las traiciones fueran ya solo un vago recuerdo que no doliera, que simplemente se sintiera el sonido sordo, y no el dolor agudo.
Tal vez la extraña paz que había encontrado a las afueras de Sacred Ville fueran una ayuda a su recuperación. La luna, pálida, lanzaba ya su luz de plata por la ventana desde hacía más de una hora. Y ese fue el momento en el que alguien se decidió a llamar a la puerta. Toc, toc, toc, sonó tres veces la madera de cedro antes de abrirse sin esperar respuesta. La joven de ondas morenas se giró desde el alfeizar a mirar quien entraba. El pelo le había crecido en ese tiempo, y sus mechones cortos eran ahora una melena de león que se le antojaba difícil de manejar. Se retiró un par de rizos de la cara y sonrió a la joven rubia que entró con una sonrisa alzando una pinta y cerrando la puerta a sus espaldas.
- Alanna, ¿qué haces encerrada?- le preguntó.- te estás perdiendo la fiesta. Para un día que los chicos nos dejan en paz para irse con sus apuestas estúpidas, y tu aquí, encerrada.- protestó Tessa alborotando su liso y corto cabello.
- Perdona, no tenía muchas ganas de celebraciones.- se disculpó la chica levantándose.
- ¿Otra vez pensando en Lunargenta?- recriminó la muchacha de unos diecinueve años.- Alanna, te fuiste para olvidarte un poco de todo, disfruta de tu libertad, no puedes pretender llevar el peso del mundo en los hombros.- aseguró la chica dando un trago a la pinta.
- Vaya.- rió de un soplido la guardia, sin poder negar nada, más de una vez ella misma había pensado lo mismo.
- Deja de escribir tus lamentos y vamos a bailar, hay unos juglares estupendos esta noche, van haciendo rotaciones, es estupendo.- Aseguró la chica cerrando de golpe el cuaderno por donde Alanna había estado paseando la pluma.- venga.- la animó.
- Está bien, no seré yo quien te estropee la noche.- aseguró sonriendo alzando las manos y dirigiéndose a la puerta.
- ¡Estupendo!- Saltó la muchacha dejando caer una gota de su bebida en el suelo.
Salieron del cuarto cerrando la puerta a sus espaldas y comenzaron a bajar las escaleras entre risas, intentando que la cerveza de Tessa no se derramase por todos lados. Al llegar, un juglar contaba una historia sobre sirenas acompañado de una mandolina desafinada con voz de ogro. Las chicas se acercaron a la barra y, tras pedir una ronda, se sentaron en una mesa a tercera o cuarta fila del improvisado escenario y, gracias a los cielos, tocó una rotación y un joven de ojos azules subió al escenario con lo que parecía un laúd con mayores dimensiones que los usuales. Una voz grabe y cálida lleno el local mientras las risas seguían bailando en el aire y la rima sencilla y dulce alcanzó los oídos de los espectadores.
- Hay buen ambiente.- afirmó la Gata jugueteando distraída con el colgante de media luna de su cuello.
- Sí, y parece que alguien te mira.- concedió la navegante señalando con la cabeza al juglar que fijaba su mirada en ambas.- ¿Ya estás lista para aventuras?- le preguntó con sonrisa pícara haciendo que la joven alzara la vista de su bebida, sin soltar el colgante, para mirar al joven en escena.
Debía tener varios años más que ella, tal vez dos o tres más, y no tenía cuerpo de artista, si no de guerrero, pero tampoco sabía que tipo de cuerpos tenían los artistas. Notó la sonrisa que se desplegó por la cara del cantante al notar su mirada, y la apartó con un leve sonrojo para mirar a su amiga con un suspiro y después apretar con fuerza su amuleto, dispuesta a responder a su pregunta, ¿ya estaba lista para vivir de nuevo? Aun no se había atrevido a leer la carta que le había dejado Eltrant antes de irse, y tenía demasiadas dudas por responder, pero... ¿estaba lista ya para vivir de verdad?
La música hacía retumbar las paredes y el suelo de madera mientras el griterío se colaba entre los resquicios de la puerta haciendo que la poca concentración de la que gozaba la chica se perdiese entre la brisa con aroma a naranjo. Con un suspiro, la chica alzó la vista de sus papeles, mirando por la ventana, habían sido unas semanas eternas desde que había llegado a ese pueblecito a las afueras de Sacrestic Ville. Lunargenta quedaba ya muy lejos, a más de un mes a pata y a varios días en barco y sus recuerdos parecían aplacados.
Añoraba Lunargenta, su verano caluroso y húmedo, sus calles con árboles por todos lados, su mercado transitado, y sus noches silenciosas. El tiempo en el mar, de barco en barco, la había ayudado a aclarar su cabeza. La rabia fría la había hecho abandonar su hogar. Había pasado a simple resentimiento. Hasta hacía poco se había sentido sola, aun niña, nadie confiaba en ella, ni siquiera quienes deberían confiar.
Su padrastro ocultándole información, su padre, reapareciendo en su vida como si fuera un héroe, como si fuera a olvidarlo todo por su regreso, Eltrant desapareciendo sin haberle comentado nada antes de irse, Runa, que había vuelto de la muerte y ahora era parte de la familia, su padrastro ya no la necesitaba y los demás podían hacerlo todo sin ayuda ninguna, si las personas que quería no confiaban en ella, quién lo haría. ¿Es que acaso no merecía un hasta luego? ¿Una explicación? ¿Un lo siento? ¿Tan frágil la pensaban que no podían decirle las cosas de frente? ¿Creían que se rompería como un cristal?
Cerró los ojos, cansada, era triste haber llegado tan lejos, haber superado tanto, haber sobrevivido a tantas cosas, para, al final, nada. Para que todos la siguieran viendo como a esa niña a la que había que tener entre algodones y recomponer con pinzas al romperse. Sin tener en cuenta que, incluso de niña, fue capaz de cuidar sola de su hermana y de enterrar sola a su madre. Toda esa fuerza que ella sentía, todo ese fuego que notaba arder, parecía que solo lograba que los demás la tomasen por alguien débil y volátil, hasta que, al final, terminaba actuando como tal por el mero hecho de alejarse de quienes no parecían quererla cerca.
Era en parte, por eso, por lo que se había alejado. Necesitaba respirar, ser una desconocida, empezar desde cero y poder volver a ser ella misma de nuevo. Por eso había pedido el traslado a la zona de Marina, y viajaba de puerto en puerto, de ciudad en ciudad, a la espera de sentirse lo bastante ella, lo bastante segura y fuerte como para seguir así a su regreso. Como para que los abandonos y las traiciones fueran ya solo un vago recuerdo que no doliera, que simplemente se sintiera el sonido sordo, y no el dolor agudo.
Tal vez la extraña paz que había encontrado a las afueras de Sacred Ville fueran una ayuda a su recuperación. La luna, pálida, lanzaba ya su luz de plata por la ventana desde hacía más de una hora. Y ese fue el momento en el que alguien se decidió a llamar a la puerta. Toc, toc, toc, sonó tres veces la madera de cedro antes de abrirse sin esperar respuesta. La joven de ondas morenas se giró desde el alfeizar a mirar quien entraba. El pelo le había crecido en ese tiempo, y sus mechones cortos eran ahora una melena de león que se le antojaba difícil de manejar. Se retiró un par de rizos de la cara y sonrió a la joven rubia que entró con una sonrisa alzando una pinta y cerrando la puerta a sus espaldas.
- Alanna, ¿qué haces encerrada?- le preguntó.- te estás perdiendo la fiesta. Para un día que los chicos nos dejan en paz para irse con sus apuestas estúpidas, y tu aquí, encerrada.- protestó Tessa alborotando su liso y corto cabello.
- Perdona, no tenía muchas ganas de celebraciones.- se disculpó la chica levantándose.
- ¿Otra vez pensando en Lunargenta?- recriminó la muchacha de unos diecinueve años.- Alanna, te fuiste para olvidarte un poco de todo, disfruta de tu libertad, no puedes pretender llevar el peso del mundo en los hombros.- aseguró la chica dando un trago a la pinta.
- Vaya.- rió de un soplido la guardia, sin poder negar nada, más de una vez ella misma había pensado lo mismo.
- Deja de escribir tus lamentos y vamos a bailar, hay unos juglares estupendos esta noche, van haciendo rotaciones, es estupendo.- Aseguró la chica cerrando de golpe el cuaderno por donde Alanna había estado paseando la pluma.- venga.- la animó.
- Está bien, no seré yo quien te estropee la noche.- aseguró sonriendo alzando las manos y dirigiéndose a la puerta.
- ¡Estupendo!- Saltó la muchacha dejando caer una gota de su bebida en el suelo.
Salieron del cuarto cerrando la puerta a sus espaldas y comenzaron a bajar las escaleras entre risas, intentando que la cerveza de Tessa no se derramase por todos lados. Al llegar, un juglar contaba una historia sobre sirenas acompañado de una mandolina desafinada con voz de ogro. Las chicas se acercaron a la barra y, tras pedir una ronda, se sentaron en una mesa a tercera o cuarta fila del improvisado escenario y, gracias a los cielos, tocó una rotación y un joven de ojos azules subió al escenario con lo que parecía un laúd con mayores dimensiones que los usuales. Una voz grabe y cálida lleno el local mientras las risas seguían bailando en el aire y la rima sencilla y dulce alcanzó los oídos de los espectadores.
- Hay buen ambiente.- afirmó la Gata jugueteando distraída con el colgante de media luna de su cuello.
- Sí, y parece que alguien te mira.- concedió la navegante señalando con la cabeza al juglar que fijaba su mirada en ambas.- ¿Ya estás lista para aventuras?- le preguntó con sonrisa pícara haciendo que la joven alzara la vista de su bebida, sin soltar el colgante, para mirar al joven en escena.
Debía tener varios años más que ella, tal vez dos o tres más, y no tenía cuerpo de artista, si no de guerrero, pero tampoco sabía que tipo de cuerpos tenían los artistas. Notó la sonrisa que se desplegó por la cara del cantante al notar su mirada, y la apartó con un leve sonrojo para mirar a su amiga con un suspiro y después apretar con fuerza su amuleto, dispuesta a responder a su pregunta, ¿ya estaba lista para vivir de nuevo? Aun no se había atrevido a leer la carta que le había dejado Eltrant antes de irse, y tenía demasiadas dudas por responder, pero... ¿estaba lista ya para vivir de verdad?
Alanna Delteria
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Re: Noches en blanco [Privado- Solitario]
Fijó la mirada en el liquido amarillento que llenaba su jarra. La cerveza, aun fría, dejaba resbalar por el cristal gotas de agua helada mientras el liquido temblaba movido por el fragor del local, que hacía temblar el mismísimo edificio. Aun estaba presente el día que se había marchado de Lunargenta; un recuerdo que la hacía temblar y perder la respiración. Alzó la vista, nuevamente al escenario mientras jugueteaba con su colgante y la música la hacía recordar, más que en su dormitorio, esas últimas horas de caos antes de abandonar la ciudad.
Días atrás había pedido ir en barco. Esa madrugada se encontraba recogiendo su ropa y sus objetos más preciados, sus libros, sus recuerdos de su hermana, sus plumas y tinteros, ocupaban la mayor parte de su maleta. La ropa, ordenada a un lado sobre la cama se amontonaba a la espera de que la chica la colocase en el zurrón. Llevaba toda la noche inquieta, había estado ansiosa por poner pies nen polvorosa y dejar un oceano entero de separación entre su hogar y su nueva vida.
Desde que había vuelto su padre, desde que había descubierto todo lo que sabía en ese momento, ya no se sentía cómoda en esa ciudad que, años atrás, la había acogido como a una hija, la había cuidado y le había dado una familia, un oficio y una vida. Nada quedaba ya que la atase a ese lugar de tortura. Había cogido a Runa, a Schott y a Ashryn y se había despedido de ellos uno por uno, dejándoles en claro que lo único que en ese momento añoraría de la ciudad, sería a ellos.
Eltrant se había ido dejándole una mísera nota, ni siquiera le había dicho adiós a la cara. Tiró la nota del guardia dentro de la maleta, en un arranque de rabia y se tiró sobre la cama, tapándose los ojos con un brazo. Debía irse, tan pronto como fuera posible, y las 3 horas que quedaban por delante ya eran demasiado después de haber estado aguantando semana y media. Había tenido que evitar y tolerar los intentos de mentiras y justificaciones que intentaban darle todos. No quería una justificación, no quería una maldita excusa. Intentaban convencerla por todos los medios, lo único que nadie se había dignado a decir todavía era la palabra más sencilla de pensar de todas. Ella solo quería un "perdona".
Negó con la cabeza con vehemencia, y se sentó dejando su peso sobre las palmas de las manos para alzar la cabeza hacia el techo, intentando estirar el cuello. Le dolía horrores. La tensión había llegado a afectar a sus músculos, que, agarrotados, parecían protestar por todo lo que ella no gritaba. Ya había gritado bastante en su momento, antes de irse, hecha una furia, de casa de su padrastro. No era hora de gritar, si no de tomar su espacio. Era ya una adulta que llevaba muchos años subsistiendo por si misma y tomaba sus propias decisiones, era lo bastante madura para salvar toda una aldea, como para soportar los latigazos que unos locos le propiciaban en el desierto, era adulta como para saber cuando no quería estar cerca de alguien y como lidiar con su propia ira.
Se levantó de la cama, molesta por seguir planteándose algo que tenía más que claro, buscando una justificación, cuando tenía todo el derecho del mundo a marcharse. Había informado a todo el mundo, no como cierto exmercenario, y había pedido el traslado como debía hacerse. No tendría que sentir culpabilidad. ¿Qué otra cosa podía hacer para aclarar sus ideas? ¿Volver a poner la voz en grito hasta tener que correr para no llorar? No, se negaba en redondo, era un rontundo no. No lloraría por un hombre que la abandonaba sin preocuparse de que sería de ella. Esa estupida vocecilla de su cabeza le pregunto "¿por quién iba eso?"
Rebufó, cansada, y acabó de meter la ropa y los zapatos cerrando sin cuidado la bolsa. Debía acudir pronto al barco. Colgó en su hombro la bolsa, pesada como no habría creído que sería y cogió la lampara de aceite de su mesilla para revisar la casa antes de irse. Su cuarto, ya cerrado, estaba más vacío que nunca desde que había comprado el lugar. Su ropa ya no ocupaba el armario vacío, el escritorio ya no estaba repleto de papeles, ni informes, el peluche de su hermana ya no adornaba la cama cubierta por una única sábana para que no cogiera demasiado polvo.
Notó el nudo en la garganta, de veras iba a hacerlo, de verdad se iba. Respiró hondo para dejar pasar el aire, y revisó el baño,
impoluto sin toallas siquiera, y pasó a la sala. Los muebles cubiertos con sábanas parecían fantasmas que le recordaban que ya no era su sitio. Los armarios vacíos de la cocina y el ligero olor a sopa que aun quedaba de la ultima vez que había cocinado parecían reclamar ahí su presencia, mientras las estanterías completamente vacías la despedían de forma sorda. Volvió a respirar hondo y cogió las llaves del bol de la entrada y abrió la puerta a la fresca madrugada de ese día de verano, dando un ultimo vistazo a la casa que había sido su refugio los últimos años y, con el estomago hecho un revuelto, cerró la puerta con ligereza sintiendo aumentar la presión en el pecho.
Dejó las llaves en el cuartel y emprendió el camino hacia el puerto montada en su caballo. Brean, a penas había tenido la oportunidad de disfrutar de las carreras con la yegua, pero, por supuesto, se iba con ella. Era veloz, fiel y fuerte, no podía dejarla en tierra para que se pudiera siendo usada como caballo de tiro para cualquier granja solo por su carácter fiero. Meredith se había comprometido, en un ataque de culpabilidad y arrepentimiento a mandar al animal de puerto a puerto cuando lo necesitara, usándolo como excusa para mantenerse comunicada y no desaparecer del todo. Por lo que la mujer estaría en el puerto para recoger al precioso animal negro cuando el barco zarpase.
Así fue, una hora antes de que el barco zarpase, allí estaba la hermosa mujer de piel clara, ojos azules y cabello lacio y rubio. Lanzó un suspiro al viento fresco del puerto. Ya comenzaba a haber movimiento. Los soldados habían empezado a cargar las valijas en el barco, y un capataz parecía dar ordenes a grito vivo con voz gruesa. Algunas canciones resonaban ya en el barco mientras familias enteras se despedían ahogándose en abrazos los últimos momentos que les restaban en puerto. La joven bajó del caballo y se plantó frente a la mujer que la miraba con tristeza.
- Alanna... no te vayas, por favor.- pidió la mujer con ojos llorosos.- sabemos que no actuamos bien, pero lo sentimos de corazón, no nos dejes así...- la miró entristecida mientras Alanna tragaba saliva.
- Mer... no puedo, ¿lo sienten? Ni siquiera se han disculpado.- negó con la cabeza.- no puedo perdonar años de mentiras con tanta facilidad.- Desvió la mirada, que comenzaba a empañarse.
- Ya sabes como son.- musitó la mujer, que en cuanto había sabido que la chica lo había descubierto todo, había corrido, falta de tiempo, a disculparse y enmendar su error.
- No es una excusa. No soy una niña, no deberíais haberme mentido, no puedo estar con gente que no confía en mi, que me miente y me abandona, si sigo aquí... me ahogaré en la rabia. He de irme. Entiéndelo.- No lo pidió. Aunque suave, era una orden, estaba agotada de tener que justificarse, y más ante gente que nunca le daba a ella explicación alguna.
Meredith era consciente de por quien iba cada acusación y sabía que, aunque la voz de la chica no había sonado rabiosa, no como ese día, seguía dolida. La mujer ya había intentado anteriormente que la joven entendiera que no le habían ocultado nada por falta de confianza, si no porque querían protegerla, al final, ella era su niña, pero con lo que había vivido la chica, comprendía su punto de vista, y veía perfectamente que habían errado, y era cosa de ellos reparar lo que habían roto, pero antes Alanna debía ser capaz de permitir que volvieran a juntar los pedazos, herida como estaba, no iba a poder hacerlo.
- Lo entiendo.- asintió la mujer mientras un mozo se acercaba a coger la bolsa de la chica e informaba de que el baúl ya estaba en su camarote.- Escríbeme cielo.- le tocó la mejilla con manos temblorosas y ojos llorosos, apartando un par de mechones cortos del cabello de la joven, que asintió sin mediar palabra.
Reticente, fue la Gata quien, como la niña que no quería ser, dio un paso para abrazar a su madrastra. Se dejó acariciar el pelo respirando hondo para ahogar el llanto y luchó por no temblar. Dejando que el aroma semimaternal de quien la había apoyado en silencio desde los quince años la inundase, esperando que se quedase en su recuerdo los meses de ausencia.
- Cuida de todos, por favor.- susurró antes de separarse y cederle las riendas de Brean para salir corriendo hasta la rampa de entrada.
Miró hacia atrás antes de terminar su camino y se adentró en el barco que ya arriaba las velas dispuesto a zarpar. Puso las manos en la balaustrada del barco y se despidió con la mano de la mujer que, poco a poco se hacía más y más pequeña hasta que esta desapareció. Fue ahí cuando, cambiando su mirada hacia el frente, pudo ver el amanecer que comenzaba a cubrir el cielo de colores ambarinos; y, tal vez por primera vez en semanas, sonrió. El viento le apartó el pelo de los ojos y el fresco olor del mar azul le inundó la nariz mientras los colores y las canciones marineras bailaban frente a sus ojos y templaban su oído. Estaba sola, pero no habría más mentiras, ese era, después de todo, su inicio.
- ¡Alanna!- la movió su amiga devolviéndola a la realidad.
- Perdona, si, dime.- sonrió moviendo la cabeza de lado a lado, intentando recuperarse de la nostalgia.
- Llevas dormitando cinco minutos.- murmuró Tessa.- La canción ha acabado y cierto chico se acerca.- sonrió con picardía la rubia, mirando reaccionar a Alanna.- Ah, eso si lo escuchas, ¿eh?.- bromeó soltando una risa entredientes, recibiendo una sonrisa resignada de la morena.
Alanna alzó la mirada viendo acercarse al hombre de ojos azules y que había estado, momentos antes, en escena. Nerviosa, miro hacia ambos lados, ¿buscaría a alguien? ¿La habría confundido con otra persona? Observó a Tessa, que la miraba sonriendo entusiasmada. Ella sabía toda la historia, y desde que se lo había contado, la había estado animando para que se soltase del todo la melena. Alanna suspiró y cruzó las piernas cubiertas por sus pantalones de cuero marrón dejando caer los codos sobre la mesa. Esperaba que esa noche no fuera demasiado larga.
Días atrás había pedido ir en barco. Esa madrugada se encontraba recogiendo su ropa y sus objetos más preciados, sus libros, sus recuerdos de su hermana, sus plumas y tinteros, ocupaban la mayor parte de su maleta. La ropa, ordenada a un lado sobre la cama se amontonaba a la espera de que la chica la colocase en el zurrón. Llevaba toda la noche inquieta, había estado ansiosa por poner pies nen polvorosa y dejar un oceano entero de separación entre su hogar y su nueva vida.
Desde que había vuelto su padre, desde que había descubierto todo lo que sabía en ese momento, ya no se sentía cómoda en esa ciudad que, años atrás, la había acogido como a una hija, la había cuidado y le había dado una familia, un oficio y una vida. Nada quedaba ya que la atase a ese lugar de tortura. Había cogido a Runa, a Schott y a Ashryn y se había despedido de ellos uno por uno, dejándoles en claro que lo único que en ese momento añoraría de la ciudad, sería a ellos.
Eltrant se había ido dejándole una mísera nota, ni siquiera le había dicho adiós a la cara. Tiró la nota del guardia dentro de la maleta, en un arranque de rabia y se tiró sobre la cama, tapándose los ojos con un brazo. Debía irse, tan pronto como fuera posible, y las 3 horas que quedaban por delante ya eran demasiado después de haber estado aguantando semana y media. Había tenido que evitar y tolerar los intentos de mentiras y justificaciones que intentaban darle todos. No quería una justificación, no quería una maldita excusa. Intentaban convencerla por todos los medios, lo único que nadie se había dignado a decir todavía era la palabra más sencilla de pensar de todas. Ella solo quería un "perdona".
Negó con la cabeza con vehemencia, y se sentó dejando su peso sobre las palmas de las manos para alzar la cabeza hacia el techo, intentando estirar el cuello. Le dolía horrores. La tensión había llegado a afectar a sus músculos, que, agarrotados, parecían protestar por todo lo que ella no gritaba. Ya había gritado bastante en su momento, antes de irse, hecha una furia, de casa de su padrastro. No era hora de gritar, si no de tomar su espacio. Era ya una adulta que llevaba muchos años subsistiendo por si misma y tomaba sus propias decisiones, era lo bastante madura para salvar toda una aldea, como para soportar los latigazos que unos locos le propiciaban en el desierto, era adulta como para saber cuando no quería estar cerca de alguien y como lidiar con su propia ira.
Se levantó de la cama, molesta por seguir planteándose algo que tenía más que claro, buscando una justificación, cuando tenía todo el derecho del mundo a marcharse. Había informado a todo el mundo, no como cierto exmercenario, y había pedido el traslado como debía hacerse. No tendría que sentir culpabilidad. ¿Qué otra cosa podía hacer para aclarar sus ideas? ¿Volver a poner la voz en grito hasta tener que correr para no llorar? No, se negaba en redondo, era un rontundo no. No lloraría por un hombre que la abandonaba sin preocuparse de que sería de ella. Esa estupida vocecilla de su cabeza le pregunto "¿por quién iba eso?"
Rebufó, cansada, y acabó de meter la ropa y los zapatos cerrando sin cuidado la bolsa. Debía acudir pronto al barco. Colgó en su hombro la bolsa, pesada como no habría creído que sería y cogió la lampara de aceite de su mesilla para revisar la casa antes de irse. Su cuarto, ya cerrado, estaba más vacío que nunca desde que había comprado el lugar. Su ropa ya no ocupaba el armario vacío, el escritorio ya no estaba repleto de papeles, ni informes, el peluche de su hermana ya no adornaba la cama cubierta por una única sábana para que no cogiera demasiado polvo.
Notó el nudo en la garganta, de veras iba a hacerlo, de verdad se iba. Respiró hondo para dejar pasar el aire, y revisó el baño,
impoluto sin toallas siquiera, y pasó a la sala. Los muebles cubiertos con sábanas parecían fantasmas que le recordaban que ya no era su sitio. Los armarios vacíos de la cocina y el ligero olor a sopa que aun quedaba de la ultima vez que había cocinado parecían reclamar ahí su presencia, mientras las estanterías completamente vacías la despedían de forma sorda. Volvió a respirar hondo y cogió las llaves del bol de la entrada y abrió la puerta a la fresca madrugada de ese día de verano, dando un ultimo vistazo a la casa que había sido su refugio los últimos años y, con el estomago hecho un revuelto, cerró la puerta con ligereza sintiendo aumentar la presión en el pecho.
Dejó las llaves en el cuartel y emprendió el camino hacia el puerto montada en su caballo. Brean, a penas había tenido la oportunidad de disfrutar de las carreras con la yegua, pero, por supuesto, se iba con ella. Era veloz, fiel y fuerte, no podía dejarla en tierra para que se pudiera siendo usada como caballo de tiro para cualquier granja solo por su carácter fiero. Meredith se había comprometido, en un ataque de culpabilidad y arrepentimiento a mandar al animal de puerto a puerto cuando lo necesitara, usándolo como excusa para mantenerse comunicada y no desaparecer del todo. Por lo que la mujer estaría en el puerto para recoger al precioso animal negro cuando el barco zarpase.
Así fue, una hora antes de que el barco zarpase, allí estaba la hermosa mujer de piel clara, ojos azules y cabello lacio y rubio. Lanzó un suspiro al viento fresco del puerto. Ya comenzaba a haber movimiento. Los soldados habían empezado a cargar las valijas en el barco, y un capataz parecía dar ordenes a grito vivo con voz gruesa. Algunas canciones resonaban ya en el barco mientras familias enteras se despedían ahogándose en abrazos los últimos momentos que les restaban en puerto. La joven bajó del caballo y se plantó frente a la mujer que la miraba con tristeza.
- Alanna... no te vayas, por favor.- pidió la mujer con ojos llorosos.- sabemos que no actuamos bien, pero lo sentimos de corazón, no nos dejes así...- la miró entristecida mientras Alanna tragaba saliva.
- Mer... no puedo, ¿lo sienten? Ni siquiera se han disculpado.- negó con la cabeza.- no puedo perdonar años de mentiras con tanta facilidad.- Desvió la mirada, que comenzaba a empañarse.
- Ya sabes como son.- musitó la mujer, que en cuanto había sabido que la chica lo había descubierto todo, había corrido, falta de tiempo, a disculparse y enmendar su error.
- No es una excusa. No soy una niña, no deberíais haberme mentido, no puedo estar con gente que no confía en mi, que me miente y me abandona, si sigo aquí... me ahogaré en la rabia. He de irme. Entiéndelo.- No lo pidió. Aunque suave, era una orden, estaba agotada de tener que justificarse, y más ante gente que nunca le daba a ella explicación alguna.
Meredith era consciente de por quien iba cada acusación y sabía que, aunque la voz de la chica no había sonado rabiosa, no como ese día, seguía dolida. La mujer ya había intentado anteriormente que la joven entendiera que no le habían ocultado nada por falta de confianza, si no porque querían protegerla, al final, ella era su niña, pero con lo que había vivido la chica, comprendía su punto de vista, y veía perfectamente que habían errado, y era cosa de ellos reparar lo que habían roto, pero antes Alanna debía ser capaz de permitir que volvieran a juntar los pedazos, herida como estaba, no iba a poder hacerlo.
- Lo entiendo.- asintió la mujer mientras un mozo se acercaba a coger la bolsa de la chica e informaba de que el baúl ya estaba en su camarote.- Escríbeme cielo.- le tocó la mejilla con manos temblorosas y ojos llorosos, apartando un par de mechones cortos del cabello de la joven, que asintió sin mediar palabra.
Reticente, fue la Gata quien, como la niña que no quería ser, dio un paso para abrazar a su madrastra. Se dejó acariciar el pelo respirando hondo para ahogar el llanto y luchó por no temblar. Dejando que el aroma semimaternal de quien la había apoyado en silencio desde los quince años la inundase, esperando que se quedase en su recuerdo los meses de ausencia.
- Cuida de todos, por favor.- susurró antes de separarse y cederle las riendas de Brean para salir corriendo hasta la rampa de entrada.
Miró hacia atrás antes de terminar su camino y se adentró en el barco que ya arriaba las velas dispuesto a zarpar. Puso las manos en la balaustrada del barco y se despidió con la mano de la mujer que, poco a poco se hacía más y más pequeña hasta que esta desapareció. Fue ahí cuando, cambiando su mirada hacia el frente, pudo ver el amanecer que comenzaba a cubrir el cielo de colores ambarinos; y, tal vez por primera vez en semanas, sonrió. El viento le apartó el pelo de los ojos y el fresco olor del mar azul le inundó la nariz mientras los colores y las canciones marineras bailaban frente a sus ojos y templaban su oído. Estaba sola, pero no habría más mentiras, ese era, después de todo, su inicio.
- ¡Alanna!- la movió su amiga devolviéndola a la realidad.
- Perdona, si, dime.- sonrió moviendo la cabeza de lado a lado, intentando recuperarse de la nostalgia.
- Llevas dormitando cinco minutos.- murmuró Tessa.- La canción ha acabado y cierto chico se acerca.- sonrió con picardía la rubia, mirando reaccionar a Alanna.- Ah, eso si lo escuchas, ¿eh?.- bromeó soltando una risa entredientes, recibiendo una sonrisa resignada de la morena.
Alanna alzó la mirada viendo acercarse al hombre de ojos azules y que había estado, momentos antes, en escena. Nerviosa, miro hacia ambos lados, ¿buscaría a alguien? ¿La habría confundido con otra persona? Observó a Tessa, que la miraba sonriendo entusiasmada. Ella sabía toda la historia, y desde que se lo había contado, la había estado animando para que se soltase del todo la melena. Alanna suspiró y cruzó las piernas cubiertas por sus pantalones de cuero marrón dejando caer los codos sobre la mesa. Esperaba que esa noche no fuera demasiado larga.
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Re: Noches en blanco [Privado- Solitario]
La rubia le sonreía con aires inocentes como si no estuviera dándole patadas con el pie que le colgaba. Alanna era consciente de que iba con segundas, quería que hablara con él músico que se acercaba decidido; pero su interés no es que fuera nulo, es que era aun menor. Sonrió Tessa girandose para volver a mirar directamente hacia la mesa, ignorando cuanto la rodeaba, demasiado centrada en sus pensamientos, en esa nota que aun no había leído, como para pensar en nada más.
- Alanna, ya viene.- musitó su compañera imitando su gesto de desinterés con poco éxito.
- Buenas noches.- Se escuchó una voz profunda a sus espaldas.
- Buenas noches.- respondió la joven mientras Alanna solo levantaba una mano en signo de saludo y tomaba su primer trago de cerveza.- Nos ha encantado su música, estamos esperando que vuelva a ser su turno.- sonrió la chica dandole una patada a su compañera, que protestó y, con los ojos en blanco, dio media vuelta para ser participe de la conversación que acababa de iniciarse.
- Si, la música era preciosa.- asintió con una sonrisa seca.
- Gracias, aunque diría que su atención estaba más puesta en la jarra.- rió el hombre haciendo enrojecer a la guarda. La habían calado.
- Discúlpela, no suele salir de su cuarto.- bromeó Tessa con una mirada indignada, propinándole un codazo.
- Sí, eso será.- respondió molesta tocándose el brazo, que pronto estaría amoratado por semejante golpe.
- Soy Einar.- Se presentó.- Dejadme que os invite a algo, sois las únicas que no armáis escándalo mientras suena la música, eso merece alguna recompensa.- Alanna alzó una ceja, pensando que era el modo más triste de iniciar una conquista que había visto nunca, pero se abstuvo de decir nada.
- Gracias.- respondió la otra.- Yo soy Tessa, ella Alanna.- correspondió tendiéndole la mano al hombre para darle un suave apretón, recibiendo, por contra, un beso en el dorso, demasiado galante y rebuscado como para ser de un simple juglar.
- Un placer.- respondió esperando que la Gata hiciera como su amiga.
- Igualmente.- contestó, en cambio, alzando su pinta recibiendo una mirada de la rubia, no era lo que esperaba, pero tampoco quería saber nada de sus líos, fueran amorosos o de otro estilo.
- Tocas muy bien.- afirmó la chica, pasando a tutearlo.- A Alanna le encanta la música.- se inventó logrando que la joven tosiera de forma copiosa.
Como siempre, había vuelto a enredarla en una situación difícil en la que habría preferido no verse envuelta. Sabía desde el primer día que no sabía nada de música, que su capacidad vocal era la de un pato hambriento y afónico, que no era capaz de dar solo una nota y que solo sabía lo que era una bandurria porque para ella todo instrumento con cuerdas era lo mismo. Pero no sabía de que se extrañaba, si había sido igual desde el momento en que se habían conocido. Resignada a sus intentos, Alanna soltó una carcajada, recordando el momento en el que se habían conocido.
El barco ya se había alejado del puerto cuando decidió dignarse a mirar la cubierta. Los marineros se habían empezado a repartir el trabajo mientras cantaban canciones de sirenas, lunas y mares, reían con voces gruesas de chistes verdes o aseguraban velas y anclas con gritos de esfuerzo. Habían empezado a trasladar las últimas provisiones a la bodega, y un olor a pescado en sal, a carne, y, por suerte, a frutas, se había repartido por la cubierta, ya pegajosa por el salitre que, en cuanto se habían movido, había comenzado a impregnar las tablas de la cubierta.
Un hombre de aspecto brusco le habló desde detrás haciéndola girar en redondo para guiarla a su camarote. Por el camino, la voz cascada del tipo la informaba de que compartiría el lugar con otra persona, dándole a entender que su presencia, tanto de su compañero de camarote como la de la guardia, no eran especialmente bien recibidas. Alanna había aguantado el tipo poniendo los ojos en blanco, con unas ganas infinitas de romperle algo en la cabeza a ese maleducado, pero no tenía derecho a protestar, era ella quien había querido ir allí, ellos no la habían pedido, así que no era nadie para decir nada.
Sonrió sin ocultar su disgusto mientras pasaban por los pasillos estrechos que la llevaron al camarote y pasó sin dar ni un gracias cerrando la puerta a sus espaldas, escuchando los murmullos malencarados del tipo, que protestaba porque "había mujeres en su barco" y afirmaba que "las mujeres en el mar solo traían desgracias". Alanna rodó los ojos mirando aun hacia la puerta cerrada, indignada por el comportamiento neandertal de algunos habitantes del barco. Bufó a la nada y escuchó una risa a sus espaldas.
Al girarse, los cascabeles que sonaban de la garganta de alguien pararon, dejando escuchar unos pasos delicados. Con ceño fruncido la recién llegada miró de arriba a bajo a la persona que ya se encontraba en el camarote. Una chica: menuda y delgada, que le sacaba a la guardia un par de centímetros de altura, con el pelo rubio, corto y enmarañado que le cubría la cara y que parecía estar disfrazada para una fiesta de piratas; la saludó plantada en medio del, sorprendentemente, ancho cuarto. Esa era, al parecer su compañera de camarote.
La chica miró la cara de Alanna con los pequeños ojos azules de pestañas cortas, se acercó a la cara de la chica y frunció el ceño mientras la Gata intentaba retirarse pegando con la puerta en la espalda. Estaba por hablar para que la rubia se retirara cuando, sin necesidad de decir nada, la chica lo hizo por su cuenta, sonrió de oreja a oreja y le tendió una mano firme y alegre. Alanna parpadeó un par de veces intentando entender que acababa de pasar y luego estiró la mano tomando la de la chica, que ensanchó su sonrisa y, por fin, se presentó.
- Soy Tessa ,la navegante, tu debes ser Alanna, el capitán me habló de ti.- explicó sin dejar hablar a la chica.- Encantada de conocerte compañera.- soltó su mano y se volvió a sentar sobre el escritorio.
- Ah... si, soy Alanna, un placer.- asintió cansada y algo aturullada.
- No te preocupes.- le dijo la chica como adivinando sus pensamientos.- te acostumbrarás, has tenido suerte, es el camarote más grande, y solo para nosotras, como no hay más mujeres en el barco, tenemos ciertos privilegios.- explicó la chica toqueteando las plumas del escritorio.
- Vaya, eso explica cosas.- musitó suspirando y dejándose caer sobre la cama de la derecha.- Ah, perdón, si esta es la tuya...
- No, tranquila, yo duermo ahí.- la cortó Tessa señalando la cama frente a la que se había sentado Alanna.- Y no te preocupes, solo son mitos del mar, en el fondo son buenos, pero tienen muchos prejuicios, se acostumbrarán a ti.
La morena asintió en silencio con una sonrisa de agradecimiento mientras repasaba el cuarto con los ojos. Era grande, más de lo que habría esperado. Creía que al llegar se encontraría con un camarote repleto de camastros unos sobre otros en los que a penas podía respirarse, pero lejos de esa imagen, podía disfrutar de un camarote amplio, con una ventilación más que aceptable,
luz natural que entraba por un ventanal al que, de vez en cuando, alcanzaban las olas. El suelo de madera y las paredes, más claras, hacían parecer el lugar más amplio de lo que era. Los baúles, atornillados al suelo, esperaban ser arreglados y que se vaciasen. Un par de armarios, enganchados a la pared, más anchos de lo que parecían en un principio, podrían tener dentro tres baúles como el que ella había llevado y finalmente, los dos escritorios, fijados a su sitio, con unas sillas de aspecto pesado, presidían el cuarto junto a las dos camas, que no camastros, donde dormirían ambas chicas.
Alanna se alzó para coger las cosas que quería sacar de su equipaje y las dejó sobre el escritorio donde la otra chica no estaba sentada, mientras esta la observaba curiosa, y atenta a sus movimientos. Dejó las plumas dentro de los cajones, junto a varios libros en blanco y otros tantos, repletos de letras y aventuras, en otro compartimento, junto al peluche de conejo.
- Traes recuerdos.- comentó la chica sin cortarse un pelo.- Quien trae recuerdos es porque no está dispuesto a volver pronto a su hogar.- se explicó.
- Es... posible, si.- suspiró la guardia dejando caer parte de su peso sobre la mesa, viendo la sonrisa comprensiva de Tessa, y ahí empezó todo.
Esa primera noche, hubo una celebración, el alcohol rodó por la cubierta como si no fuera a haber un mañana, los cantos se alzaron a la luna queriendo hacer caer estrellas, y las risas restallaron haciendo competencia al sonido del romper de las olas. La guardia ya había acomodado sus cosas y recibido ordenes, ella sería la encargada de llevar el diario de abordo, le habían dado una labor que, creían, pegaba con ella, que habría preferido pasarse las horas al sol, distraída con el trabajo físico, a hacer algo tan mental y aburrido como era completar el bitácora. Algo más encontraría para hacer, estaba segura de ello.
Tessa se acercó a la chica que miraba ensimismada el agua con una jarra, aun llena, en la mano y comenzó a distraerla, la hizo beber y reír hasta que, con su poco aguante, la guarda se emborrachó, y enredada por la que empezaba a ser la persona en quien más confiaba del barco, acabó cantando a voz en grito en mitad de cubierta, hasta que, en mitad de un brindis, vomitó, mareada, y calló rendida junto a un barril de agua. De esa noche no recordaba más que la figura de Tessa arrastrándola por los pasillos hasta el suelo del camarote.
Se despertó a la mañana siguiente con la boca seca, y un dolor de cabeza punzante, mareada y con unas nauseas tremendas. El suelo había sido una cama tan buena como cualquier otra dado el estado en el que se encontraba. Se sentó con dificultades y se tocó la cabeza con un suspiro. Todo le daba vueltas. Tocó entonces su cuellos, buscando reconfortarse con el colgante de media luna, que no estaba en su lugar, cuando el tintineo característico de su collar la hizo alzar la mirada. Tesa lo balanceaba de lado a lado con una mirada seria y una sonrisa compasiva.
- Buenos días.- sonrió.- Bonita borrachera eh.- comentó con tono usual la chica.
- Shhh, no grites.- pidió la guarda con un gesto de dolor, la cabeza iba a explotarle.- ¿Me devuelves el colgante?- pidió.
- Ayer no parecías quererlo- comentó-, ni la garganta, nunca había visto a nadie gritar o beber tanto, ni los marineros.- rió la chica consiguiendo que a la guardia le llegaran flashes de la noche anterior.
- Madre mía...- se encogió la chica poniendo la cabeza entre las piernas, cogiendo el colgante que le tendía su compañera de camarote.
- Ey, cantar no es lo tuyo, pero al menos bailas bien.- rió la chica haciendo alzar la cabeza a la guarda que, finalmente, acabó riendo.
- En realidad no se cantar, mi oído musical es nulo, pero de veras, su música era preciosa.- rectificó sonriendo a su amiga.
El hombre sonrió en respuesta con un asentimiento, agradecido, y Tessa le dio un ligero apretón en el brazo, recordando, probablemente, el mismo día que recordaba ella, el mismo despertar, y la larga explicación de cómo había acabado en el barco que lo siguió. Pero no pudieron seguir con la conversación, porque, en ese momento, se abrió la puerta de par en par dejando entrar el aire fresco, por fin, en la cargada taberna y una sombra tapó la luz de la luna que empezaba a entrar por la ventana.
- Alanna, ya viene.- musitó su compañera imitando su gesto de desinterés con poco éxito.
- Buenas noches.- Se escuchó una voz profunda a sus espaldas.
- Buenas noches.- respondió la joven mientras Alanna solo levantaba una mano en signo de saludo y tomaba su primer trago de cerveza.- Nos ha encantado su música, estamos esperando que vuelva a ser su turno.- sonrió la chica dandole una patada a su compañera, que protestó y, con los ojos en blanco, dio media vuelta para ser participe de la conversación que acababa de iniciarse.
- Si, la música era preciosa.- asintió con una sonrisa seca.
- Gracias, aunque diría que su atención estaba más puesta en la jarra.- rió el hombre haciendo enrojecer a la guarda. La habían calado.
- Discúlpela, no suele salir de su cuarto.- bromeó Tessa con una mirada indignada, propinándole un codazo.
- Sí, eso será.- respondió molesta tocándose el brazo, que pronto estaría amoratado por semejante golpe.
- Soy Einar.- Se presentó.- Dejadme que os invite a algo, sois las únicas que no armáis escándalo mientras suena la música, eso merece alguna recompensa.- Alanna alzó una ceja, pensando que era el modo más triste de iniciar una conquista que había visto nunca, pero se abstuvo de decir nada.
- Gracias.- respondió la otra.- Yo soy Tessa, ella Alanna.- correspondió tendiéndole la mano al hombre para darle un suave apretón, recibiendo, por contra, un beso en el dorso, demasiado galante y rebuscado como para ser de un simple juglar.
- Un placer.- respondió esperando que la Gata hiciera como su amiga.
- Igualmente.- contestó, en cambio, alzando su pinta recibiendo una mirada de la rubia, no era lo que esperaba, pero tampoco quería saber nada de sus líos, fueran amorosos o de otro estilo.
- Tocas muy bien.- afirmó la chica, pasando a tutearlo.- A Alanna le encanta la música.- se inventó logrando que la joven tosiera de forma copiosa.
Como siempre, había vuelto a enredarla en una situación difícil en la que habría preferido no verse envuelta. Sabía desde el primer día que no sabía nada de música, que su capacidad vocal era la de un pato hambriento y afónico, que no era capaz de dar solo una nota y que solo sabía lo que era una bandurria porque para ella todo instrumento con cuerdas era lo mismo. Pero no sabía de que se extrañaba, si había sido igual desde el momento en que se habían conocido. Resignada a sus intentos, Alanna soltó una carcajada, recordando el momento en el que se habían conocido.
El barco ya se había alejado del puerto cuando decidió dignarse a mirar la cubierta. Los marineros se habían empezado a repartir el trabajo mientras cantaban canciones de sirenas, lunas y mares, reían con voces gruesas de chistes verdes o aseguraban velas y anclas con gritos de esfuerzo. Habían empezado a trasladar las últimas provisiones a la bodega, y un olor a pescado en sal, a carne, y, por suerte, a frutas, se había repartido por la cubierta, ya pegajosa por el salitre que, en cuanto se habían movido, había comenzado a impregnar las tablas de la cubierta.
Un hombre de aspecto brusco le habló desde detrás haciéndola girar en redondo para guiarla a su camarote. Por el camino, la voz cascada del tipo la informaba de que compartiría el lugar con otra persona, dándole a entender que su presencia, tanto de su compañero de camarote como la de la guardia, no eran especialmente bien recibidas. Alanna había aguantado el tipo poniendo los ojos en blanco, con unas ganas infinitas de romperle algo en la cabeza a ese maleducado, pero no tenía derecho a protestar, era ella quien había querido ir allí, ellos no la habían pedido, así que no era nadie para decir nada.
Sonrió sin ocultar su disgusto mientras pasaban por los pasillos estrechos que la llevaron al camarote y pasó sin dar ni un gracias cerrando la puerta a sus espaldas, escuchando los murmullos malencarados del tipo, que protestaba porque "había mujeres en su barco" y afirmaba que "las mujeres en el mar solo traían desgracias". Alanna rodó los ojos mirando aun hacia la puerta cerrada, indignada por el comportamiento neandertal de algunos habitantes del barco. Bufó a la nada y escuchó una risa a sus espaldas.
Al girarse, los cascabeles que sonaban de la garganta de alguien pararon, dejando escuchar unos pasos delicados. Con ceño fruncido la recién llegada miró de arriba a bajo a la persona que ya se encontraba en el camarote. Una chica: menuda y delgada, que le sacaba a la guardia un par de centímetros de altura, con el pelo rubio, corto y enmarañado que le cubría la cara y que parecía estar disfrazada para una fiesta de piratas; la saludó plantada en medio del, sorprendentemente, ancho cuarto. Esa era, al parecer su compañera de camarote.
La chica miró la cara de Alanna con los pequeños ojos azules de pestañas cortas, se acercó a la cara de la chica y frunció el ceño mientras la Gata intentaba retirarse pegando con la puerta en la espalda. Estaba por hablar para que la rubia se retirara cuando, sin necesidad de decir nada, la chica lo hizo por su cuenta, sonrió de oreja a oreja y le tendió una mano firme y alegre. Alanna parpadeó un par de veces intentando entender que acababa de pasar y luego estiró la mano tomando la de la chica, que ensanchó su sonrisa y, por fin, se presentó.
- Soy Tessa ,la navegante, tu debes ser Alanna, el capitán me habló de ti.- explicó sin dejar hablar a la chica.- Encantada de conocerte compañera.- soltó su mano y se volvió a sentar sobre el escritorio.
- Ah... si, soy Alanna, un placer.- asintió cansada y algo aturullada.
- No te preocupes.- le dijo la chica como adivinando sus pensamientos.- te acostumbrarás, has tenido suerte, es el camarote más grande, y solo para nosotras, como no hay más mujeres en el barco, tenemos ciertos privilegios.- explicó la chica toqueteando las plumas del escritorio.
- Vaya, eso explica cosas.- musitó suspirando y dejándose caer sobre la cama de la derecha.- Ah, perdón, si esta es la tuya...
- No, tranquila, yo duermo ahí.- la cortó Tessa señalando la cama frente a la que se había sentado Alanna.- Y no te preocupes, solo son mitos del mar, en el fondo son buenos, pero tienen muchos prejuicios, se acostumbrarán a ti.
La morena asintió en silencio con una sonrisa de agradecimiento mientras repasaba el cuarto con los ojos. Era grande, más de lo que habría esperado. Creía que al llegar se encontraría con un camarote repleto de camastros unos sobre otros en los que a penas podía respirarse, pero lejos de esa imagen, podía disfrutar de un camarote amplio, con una ventilación más que aceptable,
luz natural que entraba por un ventanal al que, de vez en cuando, alcanzaban las olas. El suelo de madera y las paredes, más claras, hacían parecer el lugar más amplio de lo que era. Los baúles, atornillados al suelo, esperaban ser arreglados y que se vaciasen. Un par de armarios, enganchados a la pared, más anchos de lo que parecían en un principio, podrían tener dentro tres baúles como el que ella había llevado y finalmente, los dos escritorios, fijados a su sitio, con unas sillas de aspecto pesado, presidían el cuarto junto a las dos camas, que no camastros, donde dormirían ambas chicas.
Alanna se alzó para coger las cosas que quería sacar de su equipaje y las dejó sobre el escritorio donde la otra chica no estaba sentada, mientras esta la observaba curiosa, y atenta a sus movimientos. Dejó las plumas dentro de los cajones, junto a varios libros en blanco y otros tantos, repletos de letras y aventuras, en otro compartimento, junto al peluche de conejo.
- Traes recuerdos.- comentó la chica sin cortarse un pelo.- Quien trae recuerdos es porque no está dispuesto a volver pronto a su hogar.- se explicó.
- Es... posible, si.- suspiró la guardia dejando caer parte de su peso sobre la mesa, viendo la sonrisa comprensiva de Tessa, y ahí empezó todo.
Esa primera noche, hubo una celebración, el alcohol rodó por la cubierta como si no fuera a haber un mañana, los cantos se alzaron a la luna queriendo hacer caer estrellas, y las risas restallaron haciendo competencia al sonido del romper de las olas. La guardia ya había acomodado sus cosas y recibido ordenes, ella sería la encargada de llevar el diario de abordo, le habían dado una labor que, creían, pegaba con ella, que habría preferido pasarse las horas al sol, distraída con el trabajo físico, a hacer algo tan mental y aburrido como era completar el bitácora. Algo más encontraría para hacer, estaba segura de ello.
Tessa se acercó a la chica que miraba ensimismada el agua con una jarra, aun llena, en la mano y comenzó a distraerla, la hizo beber y reír hasta que, con su poco aguante, la guarda se emborrachó, y enredada por la que empezaba a ser la persona en quien más confiaba del barco, acabó cantando a voz en grito en mitad de cubierta, hasta que, en mitad de un brindis, vomitó, mareada, y calló rendida junto a un barril de agua. De esa noche no recordaba más que la figura de Tessa arrastrándola por los pasillos hasta el suelo del camarote.
Se despertó a la mañana siguiente con la boca seca, y un dolor de cabeza punzante, mareada y con unas nauseas tremendas. El suelo había sido una cama tan buena como cualquier otra dado el estado en el que se encontraba. Se sentó con dificultades y se tocó la cabeza con un suspiro. Todo le daba vueltas. Tocó entonces su cuellos, buscando reconfortarse con el colgante de media luna, que no estaba en su lugar, cuando el tintineo característico de su collar la hizo alzar la mirada. Tesa lo balanceaba de lado a lado con una mirada seria y una sonrisa compasiva.
- Buenos días.- sonrió.- Bonita borrachera eh.- comentó con tono usual la chica.
- Shhh, no grites.- pidió la guarda con un gesto de dolor, la cabeza iba a explotarle.- ¿Me devuelves el colgante?- pidió.
- Ayer no parecías quererlo- comentó-, ni la garganta, nunca había visto a nadie gritar o beber tanto, ni los marineros.- rió la chica consiguiendo que a la guardia le llegaran flashes de la noche anterior.
- Madre mía...- se encogió la chica poniendo la cabeza entre las piernas, cogiendo el colgante que le tendía su compañera de camarote.
- Ey, cantar no es lo tuyo, pero al menos bailas bien.- rió la chica haciendo alzar la cabeza a la guarda que, finalmente, acabó riendo.
- En realidad no se cantar, mi oído musical es nulo, pero de veras, su música era preciosa.- rectificó sonriendo a su amiga.
El hombre sonrió en respuesta con un asentimiento, agradecido, y Tessa le dio un ligero apretón en el brazo, recordando, probablemente, el mismo día que recordaba ella, el mismo despertar, y la larga explicación de cómo había acabado en el barco que lo siguió. Pero no pudieron seguir con la conversación, porque, en ese momento, se abrió la puerta de par en par dejando entrar el aire fresco, por fin, en la cargada taberna y una sombra tapó la luz de la luna que empezaba a entrar por la ventana.
Alanna Delteria
Aerandiano de honor
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Re: Noches en blanco [Privado- Solitario]
Los tres integrantes del grupo miraron al extraño de la puerta, pero probablemente fueron los únicos que repararon en su aire cansado, sus ropas embarradas y polvorientas, su andar tambaleante y su boca, lo único visible bajo su capucha, seca. No obstante, cuando el hombre se dejó caer junto a ellos en la mesa y pidió una jarra de agua, solo Alanna mantuvo su mirada fija, mientras Tessa y Einar volvían a su charla banal uno intentando conocerlas a ambas, Tessa intentando servírselo a Alanna en bandeja, mientras la última, ignorante de todo eso, miraba al agotado hombre de su izquierda.
La gente a penas parecía haber reparado en el recién llegado. Solo la guardia, con ojo avizor, parecía haber notado los sobres alborotados que salían de su zurrón. ¿Sería un emisario? No conocía a demasiada gente, a parte de los siervos del rey, que tuvieran la oportunidad de llevar tantos papeles con sellos con ellos. Al menos, eso le parecía. La chica había creído ver algo similar a un sello real, o, al menos, noble. Había pensado que era ese típico pegote de cera que se marca con un anillo, un colgante o cualquier cosa con la "marca" de la casa. Pero tampoco estaba del todo segura, tal vez por ello, cuando la llamaron por su nombre, giró la cabeza desviando su atención, dispuesta a atender algo más la conversación banal que pensaba que mantenían Tessa y el juglar.
No obstante, su sorpresa fue mayúscula al descubrir que, al igual que ella, se habían dedicado a especular el origen del recién llegado. Habían logrado alcanzar su misma conclusión, estaba allí como emisario, probablemente llevase cartas para alguien importante de Sacrestic, aunque la chica dudaba que algún vampiro interesara a algún cargo de Lunargenta lo bastante como para mandar un emisario con semejante prisa.
- Pero no entiendo qué querrá nadie de Sacrestic.- se le escapó en un susurro.
- Debe ser por lo que ha pasado últimamente en Verisar.- comentó el juglar frunciendo el ceño con preocupación.
- ¿En Verisar?- Se apresuró a preguntar Tessa ante la cara de sorpresa de la Gata.
- ¿No lo habéis oído?- preguntó él.
- Llevamos cerca de tres semanas en el mar, no sabemos nada aun.- explicó la rubia.
- ¿Qué ha pasado en Verisar?- Se levantó Alanna, exigente.
- Hay una especie de plaga.- respondió el hombre conteniéndose.- No se sabe que es exactamente, parece un catarro pero... pronto sube la fiebre, la gente pierde líquidos con velocidad, no se, es muy extraño, muchos han conseguido refugiarse en otros lugares, pero... se dice que han cerrado las puertas y son pocos quienes pueden entrar y salir del reino humano.- El trovador miró a las chicas.
La rubia parecía tranquila, pero preocupada por su compañera que, con el pelo moreno sobre los ojos, parecía haber descompuesto el semblante y haber perdido la calma que la había caracterizado durante toda la noche. A pesar de sus aires tranquilos, de haber estado siendo amigable, Einar no era un desconocido para la guardia, solo que ella no había llegado a ver nunca su cara sin mascara, ni su voz libre de barreras, era normal que no hubiera reconocido al chico que, en un intento de cuidar de ella de nuevo, por petición del padre, había decidido inventar un nombre y una identidad, y seguirla en silencio. Pero siempre acababa acercándose, porque no había mejor modo de cuidar de alguien que escuchando de sus propios labios su estado, y por ello estaba ahora estático y en silencio, porque Velo quería ver su reacción, y asegurarse de su estado.
Alanna, en cambio, aun intentaba procesar la información, una epidemia estaba arrasando la península, había hecho cerrar fronteras, Verisar caía, y con ella, Lunargenta, y con Lunargenta, toda la gente que era importante para ella. Tal vez por primera vez se alegró de que Eltrant se hubiera ido, con algo de suerte estaría lejos de allí, pero no, era imposible, les debía haber cogido a todos, a él, a Runa, a Schott, a Ashryn, a Meredith, a Byron y a Adrian, Elise, probablemente, también hubiera caído en las garras de la enfermedad, delicada como era. La saliva le pasó, gruesa, por la garganta mientras el pecho le comenzaba a doler con dureza y la respiración se le cortaba. No podía ser, debían estar bien, tenían que estar bien, todos ellos.
La chica fijó sus ojos en el hombre que bebía a su lado recuperando la respiración que había perdido hasta su llegada y no pudo evitar que sus impulsos la guiasen. Se giró cogiendo al hombre por la solapa de la elegante chaqueta que llevaba bajo la polvorienta capa, y le exigió en un susurro cortante que le dijera, por favor, que llevaba alguna carta para esa taberna. Porque Meredith sabía de su primera parada, y no sería extraño que le hubiera mandado algo, por fin, informándole de todo eso, después de todo, no podía dejarla de lado, no si alguien había enfermado, no si sus últimas palabras para ellos habían sido tan crudas.
- Cálmese señorita.- pidió el hombre zafándose de su agarre tembloroso, antes de limpiarse el espeso bigote.- déjeme ver.- pidió.- Recuerdo que una mujer me pidió que dejase una carta de camino a la ciudad de los vampiros.- empezó a rebuscar en su zurrón.- aunque me pidió que antes de entregarla la joven me debía mostrar una insignia y un colgante...- Alzó la vista con un sobre sellado en la mano y Alanna se apresuró a sacar su insignia de guardia y el colgante de media luna que siempre llevaba con ella.
- ¿Esto? ¿Debía ver esto?- preguntó preocupada con las manos haciendo aspavientos.
- Sí, eso mismo.- asintió el hombre dándole la carta.
- Gracias.- pronunció cogiendo la carta con las dos manos.- Tessa, me subo al cuarto yo...- no acabó la frase, un asentimiento de la chica le indicó que tenía permiso para subir.
Corrió hacia la escalera apretando la carta en sus manos, y Eltrant, ¿la carta del chico diría algo? No se habría ido temeroso de contagiar a alguien si es que había contraído algo? Se le hizo un nudo en la garganta de pensarlo. No podía ser, debían estar todos bien, no podía ser que lo último que hubiera escuchado su familia fuera un insulto, ni podía vivir el resto de su vida sin recordar las últimas palabras dirigidas al mercenario.
El patio de armas había estado vacío ese día, no se escuchaba ni un alma cuando el hombre se plantó frente a la joven que practicaba en solitario frente a un maniquí de pruebas hecho de madera y paja, dando patadas y golpes con los puños, que no eran, ni de lejos, tan fuertes como los de las piernas.
Adrian, con su pelo negro, ya algo canoso por la edad, se plantó frente a ella con la cabeza gacha, avergonzado, y miró a la chica que, tras un par de minutos, se dio cuenta de su presencia, alzó la mirada y la rabia la asaltó sin que la guarda fuera capaz de controlarse y sin mediar una sola palabra, dejó el muñeco de prácticas para pasar a entrenar con el hombre armado hasta los dientes que abrió los ojos con sorpresa mientras intentaba explicarse. Pero estaba más que claro que la chica no estaba dispuesta a escuchar nada proveniente de ese hombre.
Mientras le gritaba que se marchase, que no tenía derecho ninguno de estar allí, que desapareciera de su vida, unos brazos la atraparon con fuerza haciendo que detuviera su avance rabioso. La chica pataleó y peleó contra quien fuera que la había cogido hasta que la voz de su padrastro sonó en su oído instándola a calmarse. Alanna, pensando que había llegado un apoyo que le permitiría hacer que el hombre se alejara, relajó la tensión de sus hombros y la fuerza que mantenía cerradas sus manos. No pudo estar más equivocada.
- Alanna, déjalo hablar, no estás siendo racional.- la acusó el hombre haciendo que la chica se pusiera pálida.
- ¿Cómo?- preguntó ofendida girando en redondo para mirar a su padrastro.
- Ha venido a explicarse, deja que lo haga. ¿Verdad Adrian?- preguntó usando el nombre de pila de modo natural.
- Gracias Byron.- murmuró el hombre asintiendo.
- Os conocéis.- afirmó.
- Si.- confirmó quien la había criado desde sus quince años.- y ahora compórtate como una adulta y deja que tu padre se explique.- le ordenó cogiéndola del brazo.
- ¡NO! - se indignó ella apartándose de su agarre con un fuerte tirón, recuperando su brazo.- ¿Cómo te atreves a insinuar que estoy siendo inmadura! ¡Tengo suficientes razones para no escuchar a este señor!- estalló sin decir un nombre que le dolía a los labios.- Me abandonó dos veces, dejó a Elise a su suerte, me hizo creer que mi hermana había muerto, por él tuve que enterrar sola a mi madre y llorar la muerte de una hermana no muerta, y en todos estos años no se dignó siquiera a escribirme una misera carta!- gritó enfurecida, sin saber a quien reclamaba, mirando a uno y a otro como en un partido de tenis.
- Alanna.- la reprendió cortante Byron.
- ¡No! Nada de Alanna.- dijo con los ojos brillantes y rojos, llorosos por la rabia contenida, mientras sus nudillos se volvían blancos de la fuerza que hacía para contenerse.- ¿Desde cuando os conocéis? ¿Me acogiste porque era su hija?- preguntó temiendo la respuesta que llegó a modo de silencio, mientras quien había sido más padre que su padre agachaba la cabeza.- Bien.- afirmó seca, poniendo recta la espalda- Sois horribles.- sentenció.- Pensáis que podéis jugar con las vidas de los demás como si fueran muñecos, creéis que con una visita se soluciona cualquier cosa, que podéis arreglar el mundo con solo aparecer.- comenzó a dar pasos tambaleantes hacia atrás.- Pues sorpresa, el mundo no gira a vuestro alrededor, vuestro culo no es el centro de Aerandir, y no, no voy a escuchar ninguna explicación, os odio.- sentenció con firmeza dejando que una única lágrima cayera de sus ojos, antes de salir corriendo, aun con el sudor del entrenamiento, hacia su casa.
Entró al cuarto con la prisa en las piernas y cerró la puerta a sus espaldas abriendo la carta sin cuidado, sacando el papel arrugado con manos temblorosas. La elegante letra de Meredith, firme y recta, llenaba el papel hasta los topes con una perfección sin mácula alguna. Respiró hondo, nerviosa y aterrada, no podía ser eso lo último que hubieran escuchado de ella. Si fuera así, el mundo se le vendría abajo. Abrió los ojos lentamente intentando borrar esa escena de su mente, concentrándose en las palabras, rezando por entender bien, por que nadie hubieran caído enfermos, y, por fin, empezó a leer.
La gente a penas parecía haber reparado en el recién llegado. Solo la guardia, con ojo avizor, parecía haber notado los sobres alborotados que salían de su zurrón. ¿Sería un emisario? No conocía a demasiada gente, a parte de los siervos del rey, que tuvieran la oportunidad de llevar tantos papeles con sellos con ellos. Al menos, eso le parecía. La chica había creído ver algo similar a un sello real, o, al menos, noble. Había pensado que era ese típico pegote de cera que se marca con un anillo, un colgante o cualquier cosa con la "marca" de la casa. Pero tampoco estaba del todo segura, tal vez por ello, cuando la llamaron por su nombre, giró la cabeza desviando su atención, dispuesta a atender algo más la conversación banal que pensaba que mantenían Tessa y el juglar.
No obstante, su sorpresa fue mayúscula al descubrir que, al igual que ella, se habían dedicado a especular el origen del recién llegado. Habían logrado alcanzar su misma conclusión, estaba allí como emisario, probablemente llevase cartas para alguien importante de Sacrestic, aunque la chica dudaba que algún vampiro interesara a algún cargo de Lunargenta lo bastante como para mandar un emisario con semejante prisa.
- Pero no entiendo qué querrá nadie de Sacrestic.- se le escapó en un susurro.
- Debe ser por lo que ha pasado últimamente en Verisar.- comentó el juglar frunciendo el ceño con preocupación.
- ¿En Verisar?- Se apresuró a preguntar Tessa ante la cara de sorpresa de la Gata.
- ¿No lo habéis oído?- preguntó él.
- Llevamos cerca de tres semanas en el mar, no sabemos nada aun.- explicó la rubia.
- ¿Qué ha pasado en Verisar?- Se levantó Alanna, exigente.
- Hay una especie de plaga.- respondió el hombre conteniéndose.- No se sabe que es exactamente, parece un catarro pero... pronto sube la fiebre, la gente pierde líquidos con velocidad, no se, es muy extraño, muchos han conseguido refugiarse en otros lugares, pero... se dice que han cerrado las puertas y son pocos quienes pueden entrar y salir del reino humano.- El trovador miró a las chicas.
La rubia parecía tranquila, pero preocupada por su compañera que, con el pelo moreno sobre los ojos, parecía haber descompuesto el semblante y haber perdido la calma que la había caracterizado durante toda la noche. A pesar de sus aires tranquilos, de haber estado siendo amigable, Einar no era un desconocido para la guardia, solo que ella no había llegado a ver nunca su cara sin mascara, ni su voz libre de barreras, era normal que no hubiera reconocido al chico que, en un intento de cuidar de ella de nuevo, por petición del padre, había decidido inventar un nombre y una identidad, y seguirla en silencio. Pero siempre acababa acercándose, porque no había mejor modo de cuidar de alguien que escuchando de sus propios labios su estado, y por ello estaba ahora estático y en silencio, porque Velo quería ver su reacción, y asegurarse de su estado.
Alanna, en cambio, aun intentaba procesar la información, una epidemia estaba arrasando la península, había hecho cerrar fronteras, Verisar caía, y con ella, Lunargenta, y con Lunargenta, toda la gente que era importante para ella. Tal vez por primera vez se alegró de que Eltrant se hubiera ido, con algo de suerte estaría lejos de allí, pero no, era imposible, les debía haber cogido a todos, a él, a Runa, a Schott, a Ashryn, a Meredith, a Byron y a Adrian, Elise, probablemente, también hubiera caído en las garras de la enfermedad, delicada como era. La saliva le pasó, gruesa, por la garganta mientras el pecho le comenzaba a doler con dureza y la respiración se le cortaba. No podía ser, debían estar bien, tenían que estar bien, todos ellos.
La chica fijó sus ojos en el hombre que bebía a su lado recuperando la respiración que había perdido hasta su llegada y no pudo evitar que sus impulsos la guiasen. Se giró cogiendo al hombre por la solapa de la elegante chaqueta que llevaba bajo la polvorienta capa, y le exigió en un susurro cortante que le dijera, por favor, que llevaba alguna carta para esa taberna. Porque Meredith sabía de su primera parada, y no sería extraño que le hubiera mandado algo, por fin, informándole de todo eso, después de todo, no podía dejarla de lado, no si alguien había enfermado, no si sus últimas palabras para ellos habían sido tan crudas.
- Cálmese señorita.- pidió el hombre zafándose de su agarre tembloroso, antes de limpiarse el espeso bigote.- déjeme ver.- pidió.- Recuerdo que una mujer me pidió que dejase una carta de camino a la ciudad de los vampiros.- empezó a rebuscar en su zurrón.- aunque me pidió que antes de entregarla la joven me debía mostrar una insignia y un colgante...- Alzó la vista con un sobre sellado en la mano y Alanna se apresuró a sacar su insignia de guardia y el colgante de media luna que siempre llevaba con ella.
- ¿Esto? ¿Debía ver esto?- preguntó preocupada con las manos haciendo aspavientos.
- Sí, eso mismo.- asintió el hombre dándole la carta.
- Gracias.- pronunció cogiendo la carta con las dos manos.- Tessa, me subo al cuarto yo...- no acabó la frase, un asentimiento de la chica le indicó que tenía permiso para subir.
Corrió hacia la escalera apretando la carta en sus manos, y Eltrant, ¿la carta del chico diría algo? No se habría ido temeroso de contagiar a alguien si es que había contraído algo? Se le hizo un nudo en la garganta de pensarlo. No podía ser, debían estar todos bien, no podía ser que lo último que hubiera escuchado su familia fuera un insulto, ni podía vivir el resto de su vida sin recordar las últimas palabras dirigidas al mercenario.
El patio de armas había estado vacío ese día, no se escuchaba ni un alma cuando el hombre se plantó frente a la joven que practicaba en solitario frente a un maniquí de pruebas hecho de madera y paja, dando patadas y golpes con los puños, que no eran, ni de lejos, tan fuertes como los de las piernas.
Adrian, con su pelo negro, ya algo canoso por la edad, se plantó frente a ella con la cabeza gacha, avergonzado, y miró a la chica que, tras un par de minutos, se dio cuenta de su presencia, alzó la mirada y la rabia la asaltó sin que la guarda fuera capaz de controlarse y sin mediar una sola palabra, dejó el muñeco de prácticas para pasar a entrenar con el hombre armado hasta los dientes que abrió los ojos con sorpresa mientras intentaba explicarse. Pero estaba más que claro que la chica no estaba dispuesta a escuchar nada proveniente de ese hombre.
Mientras le gritaba que se marchase, que no tenía derecho ninguno de estar allí, que desapareciera de su vida, unos brazos la atraparon con fuerza haciendo que detuviera su avance rabioso. La chica pataleó y peleó contra quien fuera que la había cogido hasta que la voz de su padrastro sonó en su oído instándola a calmarse. Alanna, pensando que había llegado un apoyo que le permitiría hacer que el hombre se alejara, relajó la tensión de sus hombros y la fuerza que mantenía cerradas sus manos. No pudo estar más equivocada.
- Alanna, déjalo hablar, no estás siendo racional.- la acusó el hombre haciendo que la chica se pusiera pálida.
- ¿Cómo?- preguntó ofendida girando en redondo para mirar a su padrastro.
- Ha venido a explicarse, deja que lo haga. ¿Verdad Adrian?- preguntó usando el nombre de pila de modo natural.
- Gracias Byron.- murmuró el hombre asintiendo.
- Os conocéis.- afirmó.
- Si.- confirmó quien la había criado desde sus quince años.- y ahora compórtate como una adulta y deja que tu padre se explique.- le ordenó cogiéndola del brazo.
- ¡NO! - se indignó ella apartándose de su agarre con un fuerte tirón, recuperando su brazo.- ¿Cómo te atreves a insinuar que estoy siendo inmadura! ¡Tengo suficientes razones para no escuchar a este señor!- estalló sin decir un nombre que le dolía a los labios.- Me abandonó dos veces, dejó a Elise a su suerte, me hizo creer que mi hermana había muerto, por él tuve que enterrar sola a mi madre y llorar la muerte de una hermana no muerta, y en todos estos años no se dignó siquiera a escribirme una misera carta!- gritó enfurecida, sin saber a quien reclamaba, mirando a uno y a otro como en un partido de tenis.
- Alanna.- la reprendió cortante Byron.
- ¡No! Nada de Alanna.- dijo con los ojos brillantes y rojos, llorosos por la rabia contenida, mientras sus nudillos se volvían blancos de la fuerza que hacía para contenerse.- ¿Desde cuando os conocéis? ¿Me acogiste porque era su hija?- preguntó temiendo la respuesta que llegó a modo de silencio, mientras quien había sido más padre que su padre agachaba la cabeza.- Bien.- afirmó seca, poniendo recta la espalda- Sois horribles.- sentenció.- Pensáis que podéis jugar con las vidas de los demás como si fueran muñecos, creéis que con una visita se soluciona cualquier cosa, que podéis arreglar el mundo con solo aparecer.- comenzó a dar pasos tambaleantes hacia atrás.- Pues sorpresa, el mundo no gira a vuestro alrededor, vuestro culo no es el centro de Aerandir, y no, no voy a escuchar ninguna explicación, os odio.- sentenció con firmeza dejando que una única lágrima cayera de sus ojos, antes de salir corriendo, aun con el sudor del entrenamiento, hacia su casa.
Entró al cuarto con la prisa en las piernas y cerró la puerta a sus espaldas abriendo la carta sin cuidado, sacando el papel arrugado con manos temblorosas. La elegante letra de Meredith, firme y recta, llenaba el papel hasta los topes con una perfección sin mácula alguna. Respiró hondo, nerviosa y aterrada, no podía ser eso lo último que hubieran escuchado de ella. Si fuera así, el mundo se le vendría abajo. Abrió los ojos lentamente intentando borrar esa escena de su mente, concentrándose en las palabras, rezando por entender bien, por que nadie hubieran caído enfermos, y, por fin, empezó a leer.
Alanna Delteria
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Re: Noches en blanco [Privado- Solitario]
Las manos de la chica, temblorosas aun, parecían no querer que fuera capaz de entender las letras, levantándose nerviosa apartó el papel de sus ojos y se sentó tensa en la silla frente al escritorio dejando allí la carta para que dejara de moverse ante sus ojos ansiosos. Cogió con ambas manos el colgante que siempre llevaba al cuello y lo apretó en un intento de calmarse, notando como las puntas de la luna se clavaban en su palma y sintiendo el pinchazo que hizo que comenzara a brotar sangre. Poco le importó, las palabras ya bailaban frente a sus ojos, con Alanna reteniendo la respiración, notando aumentar la presión del pecho, ¿cómo no había sabido nada hasta ese momento?
"Querida Alanna" Rezaba el principio, Meredith, tan formal como siempre, no había pasado directamente a lo que a la chica le interesaba, no sabía si eso indicaba que todo iba bien y podía permitirse ese tipo de cosas o, en cambio, que quería suavizar un golpe que, pensaba, sería demasiado duro para que ella aguantara. Esa mujer era una fuerza de la naturaleza, no sería de extrañar que prefiriera permanecer maternal hasta en esos momentos. Pero, confusa, dejó de lado las hipótesis. Tenía que seguir leyendo, ya pensaría más tarde. Volvió a centrar la vista en el papel y soltó aire lentamente, calmándose, dispuesta a leer con atención.
"Mi niña. Por tu última carta supongo que aun no sabes nada de la plaga que está azotando Verisar, aunque cuando llegue esta lo más probable es que ya estés al tanto. No se cuanto sabrás de lo que está pasando, pero, de todos modos, te pondré al día. No se sabe demasiado, solo que esta enfermedad mata de forma lenta, fiebre, sangre, tos, parece un resfriado, pero es mucho más peligroso. Hay partes de la ciudad cerradas, han prohibido la entrada y salida de gente, los hospitales y la guardia están hasta los topes, no cabe un solo alfiler. Las calles han sido cortadas, los enfermos más graves, afinados, y los sanos han llegado a bloquear las entradas mientras los guardias intentan retenerlos. No voy a suavizarlo, ha cundido el pánico, y estamos en un caos constante, pero no todo es malo, de momento, todos estamos bien."
Alanna suspiró aliviada al leer esa última frase, y soltó el colgante con la mano ensangrentada cogiendo el papel entre sus manos al tiempo que, con la otra, cubría su boca para ocultar un sollozo seco. Estaban bien, Runa, Ashryn, Schoot, sus padres, Meredith, todos ellos estaban bien. Echó la cabeza hacia atrás apartándose la mata enmarañada de pelo de la cara sintiendo el alivio recorrer sus venas. Se alborotó los mechones en un intento vano de relajar su cabeza adolorida y respiró hondo recuperando la calma, al menos sabía que había quien estaba bien. ¿Y Eltrant? ¿Dónde estaría él? ¿Estaría bien? Soltó un bufido y volvió a la carta, ahora manchada de sangre por la herida que ella misma se había hecho en la mano, retomando la lectura.
"Tu padre, tus padres están preocupados, y yo también. Están muy arrepentidos de todo lo que ha sucedido, no pero son cabezotas, no van a dar su brazo a torcer, ten paciencia con ellos. Y con esto, vuelvo a hablarte de la ciudad, se que estarás comiéndote la cabeza con que puedes hacer tu tan lejos de casa, probablemente, nada. No debes volver, no te dejarían entrar y correrías el riesgo de enfermarte, nosotros no podemos hacer mucho desde dentro más que calmar a la gente, intentar no enfermar y retener las peleas que comienzan a extenderse por falta de suministros. Pero tu, desde fuera, puedes ayudar.
Se rumorea que hay una cura, una cura que podría estar en el bosque de los elfos, en Sandorai. Ve, ve a buscarla, armate hasta los dientes y consíguela, porque en cuanto alguien más sepa de ella, podría estallar la guerra. Corre, Alanna, antes de que todo empeore.
Te quiere: Meredith"
La chica suspiró pesadamente, entendía porque le urgía, si alguien la encontraba, probablemente quisiera usarla para vender, una cura para la enfermedad que estaba matando al mundo, era necesario que los médicos fueran los primeros en tenerla, ni la guardia, ni los nobles ni nadie, los médicos eran los que más justos serían a la hora de repartir la cura, porque eran las únicas personas para las que la vida vale más que cualquier guerra o poder.
Más relajada, pudo, por fin, cerrar la carta. Pero aun tenía un pinchazo en el pecho. Eltrant. Miró su bolsa, donde aun reposaba la carta que no se había dignado a leer y la cogió nerviosa, deseando que le dijera, al menos, que estaba fuera de Verisar, en cualquier lado, menos allí. La familia del exmercenario debería estar bien, alejados como vivían de los núcleos urbanos, probablemente fueran de las pocas personas que pudieran mantenerse a salvo, y Elise, más que probablemente estaría en algún lugar, disfrutando del sol, seguramente no sabía ni lo que estaba viviéndose en la península.
Abrió la carta, preparada para cualquier cosa, y la leyó paciente soltando un profundo bufido al terminar, sin decidirse entre sonrojarse o romper algo. Ese idiota, como podía irse sin decir nada, sin haber dado señales en ningún momento, y decirle que solo verla era razón para quedarse. ¿Qué era, un ancla? al menos debería haberle dicho algo cara a cara. Soltó un grito ahogado lleno de frustración, ni siquiera decía dónde demonios había ido. Si tan solo le hubiera preguntado habría intentado responder. ¿Qué era ser guardia? Era una mierda, te dejabas el lomo por gente que no te daba ni las gracias, te rompías el alma cuando fallabas, eras un peón, y, en algunos casos, como en e suyo propio, un asesino.
Pero no era en vano. Salvabas gente, familias enteras, y, aunque no te dieran ni las gracias, solo ver la felicidad de unos niños reuniéndose con sus padres valía la pena. El sueldo era una misera, la mitad de los guardas eran corruptos y la otra mitad unos ineptos, pero si todos los que valían la pena desaparecían de la guardia, nada cambiaría. Ella se había llevado broncas, castigos, caras de decepción, ceses de actividad, mil modos creativos de hacerla ver que su comportamiento no era el adecuado, pero eso no hacía más que aumentar sus ganas por pelear, por demostrarles a los de arriba que no era un problema de comportamiento, sino de actitud, y no de la suya, sino la de ellos. Creía que Eltrant lo entendería, que sería él, más que nadie, quien demostrase a los demás como ser, de verdad, un guardia, pero estaba claro que era más fácil huir.
Notó la decepción y el enfado latirle en las sienes luchando a la par con la preocupación, no podía perder tiempo en esas cosas, había algo mucho más importante entre manos, y pensar en quien prefiere huir a luchar era, sin duda, malgastar minutos que podrían valer oro. Como fuera, debía empezar a aprovisionarse, pronto, muy pronto, al amanecer, partiría hacia Sacrestic, allí sería donde consiguiera un caballo para poder ir cuanto antes a Sandorai. Tenía que apresurarse, era la hora de comportarse, nuevamente, como la guarda que era.
"Querida Alanna" Rezaba el principio, Meredith, tan formal como siempre, no había pasado directamente a lo que a la chica le interesaba, no sabía si eso indicaba que todo iba bien y podía permitirse ese tipo de cosas o, en cambio, que quería suavizar un golpe que, pensaba, sería demasiado duro para que ella aguantara. Esa mujer era una fuerza de la naturaleza, no sería de extrañar que prefiriera permanecer maternal hasta en esos momentos. Pero, confusa, dejó de lado las hipótesis. Tenía que seguir leyendo, ya pensaría más tarde. Volvió a centrar la vista en el papel y soltó aire lentamente, calmándose, dispuesta a leer con atención.
"Mi niña. Por tu última carta supongo que aun no sabes nada de la plaga que está azotando Verisar, aunque cuando llegue esta lo más probable es que ya estés al tanto. No se cuanto sabrás de lo que está pasando, pero, de todos modos, te pondré al día. No se sabe demasiado, solo que esta enfermedad mata de forma lenta, fiebre, sangre, tos, parece un resfriado, pero es mucho más peligroso. Hay partes de la ciudad cerradas, han prohibido la entrada y salida de gente, los hospitales y la guardia están hasta los topes, no cabe un solo alfiler. Las calles han sido cortadas, los enfermos más graves, afinados, y los sanos han llegado a bloquear las entradas mientras los guardias intentan retenerlos. No voy a suavizarlo, ha cundido el pánico, y estamos en un caos constante, pero no todo es malo, de momento, todos estamos bien."
Alanna suspiró aliviada al leer esa última frase, y soltó el colgante con la mano ensangrentada cogiendo el papel entre sus manos al tiempo que, con la otra, cubría su boca para ocultar un sollozo seco. Estaban bien, Runa, Ashryn, Schoot, sus padres, Meredith, todos ellos estaban bien. Echó la cabeza hacia atrás apartándose la mata enmarañada de pelo de la cara sintiendo el alivio recorrer sus venas. Se alborotó los mechones en un intento vano de relajar su cabeza adolorida y respiró hondo recuperando la calma, al menos sabía que había quien estaba bien. ¿Y Eltrant? ¿Dónde estaría él? ¿Estaría bien? Soltó un bufido y volvió a la carta, ahora manchada de sangre por la herida que ella misma se había hecho en la mano, retomando la lectura.
"
Se rumorea que hay una cura, una cura que podría estar en el bosque de los elfos, en Sandorai. Ve, ve a buscarla, armate hasta los dientes y consíguela, porque en cuanto alguien más sepa de ella, podría estallar la guerra. Corre, Alanna, antes de que todo empeore.
Te quiere: Meredith"
La chica suspiró pesadamente, entendía porque le urgía, si alguien la encontraba, probablemente quisiera usarla para vender, una cura para la enfermedad que estaba matando al mundo, era necesario que los médicos fueran los primeros en tenerla, ni la guardia, ni los nobles ni nadie, los médicos eran los que más justos serían a la hora de repartir la cura, porque eran las únicas personas para las que la vida vale más que cualquier guerra o poder.
Más relajada, pudo, por fin, cerrar la carta. Pero aun tenía un pinchazo en el pecho. Eltrant. Miró su bolsa, donde aun reposaba la carta que no se había dignado a leer y la cogió nerviosa, deseando que le dijera, al menos, que estaba fuera de Verisar, en cualquier lado, menos allí. La familia del exmercenario debería estar bien, alejados como vivían de los núcleos urbanos, probablemente fueran de las pocas personas que pudieran mantenerse a salvo, y Elise, más que probablemente estaría en algún lugar, disfrutando del sol, seguramente no sabía ni lo que estaba viviéndose en la península.
Abrió la carta, preparada para cualquier cosa, y la leyó paciente soltando un profundo bufido al terminar, sin decidirse entre sonrojarse o romper algo. Ese idiota, como podía irse sin decir nada, sin haber dado señales en ningún momento, y decirle que solo verla era razón para quedarse. ¿Qué era, un ancla? al menos debería haberle dicho algo cara a cara. Soltó un grito ahogado lleno de frustración, ni siquiera decía dónde demonios había ido. Si tan solo le hubiera preguntado habría intentado responder. ¿Qué era ser guardia? Era una mierda, te dejabas el lomo por gente que no te daba ni las gracias, te rompías el alma cuando fallabas, eras un peón, y, en algunos casos, como en e suyo propio, un asesino.
Pero no era en vano. Salvabas gente, familias enteras, y, aunque no te dieran ni las gracias, solo ver la felicidad de unos niños reuniéndose con sus padres valía la pena. El sueldo era una misera, la mitad de los guardas eran corruptos y la otra mitad unos ineptos, pero si todos los que valían la pena desaparecían de la guardia, nada cambiaría. Ella se había llevado broncas, castigos, caras de decepción, ceses de actividad, mil modos creativos de hacerla ver que su comportamiento no era el adecuado, pero eso no hacía más que aumentar sus ganas por pelear, por demostrarles a los de arriba que no era un problema de comportamiento, sino de actitud, y no de la suya, sino la de ellos. Creía que Eltrant lo entendería, que sería él, más que nadie, quien demostrase a los demás como ser, de verdad, un guardia, pero estaba claro que era más fácil huir.
Notó la decepción y el enfado latirle en las sienes luchando a la par con la preocupación, no podía perder tiempo en esas cosas, había algo mucho más importante entre manos, y pensar en quien prefiere huir a luchar era, sin duda, malgastar minutos que podrían valer oro. Como fuera, debía empezar a aprovisionarse, pronto, muy pronto, al amanecer, partiría hacia Sacrestic, allí sería donde consiguiera un caballo para poder ir cuanto antes a Sandorai. Tenía que apresurarse, era la hora de comportarse, nuevamente, como la guarda que era.
- Off rol: carta de Eltrant {muchas gracias por la ayuda Elt <3}:
- Hola,
¿Cómo se empiezan este tipo de cosas? Un “Hola” me parece poco. Nunca se me ha dado bien escribir, lo siento.
Voy a ser breve, y lo voy a ser porque sé de qué he tomado la decisión de un cobarde. Me voy, Ali. Aún no estoy seguro, pero tengo varias ideas en la cabeza.
Necesito irme, necesito pensar. Aunque en realidad no sé qué hacer, no lo sé.
¿Qué significa ser guarda Alanna? Creí que tu serias capaz de responderme a esa pregunta cuando aún no tenía recuerdos, y recuperarlos solo ha empeorado las cosas.
Estoy cansado de muchas cosas, estoy cansado de luchar por una causa sin fin, estoy cansado de recibir insultos y malas caras de las personas a las que supuestamente socorremos, estoy cansado de no poder encarcelar a las personas que realmente se lo merecen por su estatus, estoy cansado de tratar de ayudar y empeorar las cosas.
Una orden de Tinegar, o de cualquier noble, salva más vidas en un día que mi espalda en varios meses. Lucho, caigo y me levanto. ¿Para qué? ¿Para que una familia coma un día más? ¿Una semana más? ¿O hasta que el noble de turno les quite su casa para levantar un burdel? Al final siempre es lo mismo.
Sobro Alanna, Aerandir no necesita a un Tale como escudo, lo ha dejado muy claro. Y yo, al menos, estoy cansado de tratar de serlo. Al menos por ahora.
Admiro la guardia, de verdad, admiro lo que tratan de hacer. Pero he visto arder aldeas por mi culpa, Alanna, por tratar de ayudarles, por tratar de defenderles. Las he visto arder hasta que no eran más que cenizas, y lo peor es yo gané.
¿Tenía derecho a decidir sobre la vida de esas personas…? ¿Hubiesen estado mejor si no hubiese intervenido? No puedo quitármelo de la cabeza. Yo creo que hice bien, pero… ¿Y si estoy equivocado?
Solo… solo necesito pensar. Quizás plante unas patatas.
Me gustaría hacer esto de alguna otra forma, haberme despedido como los dioses mandan. De Ashryn, de Schott… de ti. Pero me conozco, ver tu cara es motivo suficiente para quedarme.
Volveré.
Alanna Delteria
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Re: Noches en blanco [Privado- Solitario]
Con prisas, cerró las cartas y las guardó en su fardo antes de empezar a recoger con la urgencia impresa en sus gestos. Aun no entendía como no salían de una y ya se habían metido en otra, parecía que las razas que se ensalzaban en su sabiduría y superioridad no fueran más que unos patanes que se empeñaban en luchar contra una muerte que provocaban ellos.
Las imagenes de las calles de lunargenta repletas de llantos, gritos y súplicas llenaba su cabeza mientras empacaba su ropa, envuelta de cualquier forma, dispuesta a salir en ese mismo intante, aunque fuera sola. Dejó manuscrita una nota para que fuera entregada a su capitán, el barco podría sibrevivir perfectamente sin una escriba del tres al cuarto como era ella. Avisó de unas ordenes directas desde el cuartel, debía acudir cuanto antes.
Consciente de que mentía, rezó en silencio para que su estupidez no le costara un consejo de guerra. Al fin y al cabo, no desertaba, iba a arriesgar su vida y a ayudar más con lo que pretendía hacer que quedandose segura en el mar dentro del navio, escribiendo iarios de abordo con aburrimiento, desgana y sopor, despues de todo, sentía que su labor no era útil, había entrenado para jugarse el cuello, no era una persona para estar sebtada tras la mesa de cualquier despacho, y era consciente, totalmente, de que si tenía que morir sería en el campo de batalla enarbolando sus dagas.
Bajó a correprisas chocando en el inicio de las escaleras con Tessa. Los rizos rubios de la chica flotaron mientras su cuerpo parecía caer hacia atras. Con un movimiento, Alanna la retuvo subiéndola al piso junto a ella y con una disculpa apresurada corrió encaminandose a los establos. Un caballo cualquiera le valdría, no era un robo, pensaba dejar unas cuantas monedas por él, y salir corriendo hacia Sacrestic Ville.
Escogió uno al azar, un alazán de aspecto jocen que bien le valdría para llegar hasta la capital del oeste. Fue cargando al animal y colocando la silla como la encontró Tessa, que, recuperada del susto, había corrido tras ella, siguiendo sus pasos nerviosos hasta las cuadras. Con cara de desxoncierto y una más que evidejte molestia, colocó las manos sobre el animal impidiendo que la guardia siguiera su labor. La morena, como si no hubiera notado al intruso hasta el momento, dio un respingo separándose del caballo y se topó con la mirada azul acero.
- ¿Qué se supone que haces? ¿Te has vuelto loca?-levantó Tessa las manos, ofendida, haciendo aspavientos.
- No... Yo...-intentó articular la otra con aire confuso.- he de irme.-suspiró cansada.
- ¿Sin decir nada?-Alanna miró la cara triste de Tessa y se le cayó el alma a los pies, estaba actuando como una idiota, y haciendo igual que Eltrant, irse sin decir nada.
- Tienes razón.- concedió- Lo siento- Bajó la mirada, como una niña arrepentida.- La carta de Meredith... No puedo ignorar lo que sucede Tessa, he de irme.- Explicó sacando la carta del fardo y entregándosela a su amiga.
- ¿Y por qué tú?- inquirió la rubia devolviendole la carta con suavidad.- Alanna, es una locura, ya hay gente buscando la cura, tu solo serás una más, te arriesgas a enfermar, a que te maten, no es tu deber, no te han mandado a ti hacerlo.-pareció enfadarse la chica.
- Lo se.- musitó la Gata, comenzando a notar el corazón en la garganta.- Pero debo hacerlo.
- ¡¿Por qué?!- terminó por gritar Tessa dando una vuelta sobre si misma, presa de los nervios.- ¡¿Por qué has de desaparecer también?! ¡Ya nada te ata a Lunargenta!-acusó con ojos llorosos.
- Te equivocas, me atan demasiadas cosas.-musitó con sonrisa triste, entendiendo el enfado de Tessa, la chica ya había perdido demasiado, como para permitirse perder más. Alanna lo entendía, lo entendía dolorosamente bien, por eso no podía quedarse quieta sabiendo lo que sucedía.- por eso he de ir, aunque no consiga nada, aunque falle estrepitosamente, aunque acabe en la carcel por desertora, hay demasiados y si's demasiados tal vez, como para no hacer nada. Tengo demasiada gente que me importa como para dejarlo estar.- le explicó.- Puedo morir sabiendo que lo intenté, pero no vivir con la duda de "qué habría pasado si yo..."- acabó por sonreir abiertamente, segura de sus palabras.
- Bueno, pues vamos.- Suspiró la chica tomando otro caballo.- si no, ¿Qué otras idiotas iban a arriesgar su vida, gratis y por algo que no saben si existe? Esto será como buscar un puñetero unicornio.- suspiró la joven ya apretando una silla en el lomo de la yegua que había escogido.
- ¿Estás segura?- preguntó dudosa, consciente de que Tessa había decidido arriesgarse por ella, porque en ese momento, era la única persona con quien tenía algún lazo.- a ti no te ata nada, Tessa, ¿quieres arriesgarte así?- preguntó preocupada, la chica no tenía familia, llevaba años navegando, nada la ataba a arriesgarse de tal modo, y no quería ser ella la responsable de la chica, no quería que se arriesgara por ella, no podía tener otra vida más sobre sus hombros.- si sobrevivimos nos enfrentaremos a cargos por deserción, robo y quien sabe qué más.- advirtió.
- ¿Qué es la vida sin riesgo?- sonrió la chica.
Alanna no respondió, sencillamente acabó de preparar al alazán y se subió al animal, cediendo y saliendo del establo pateando las puertas en plena noche, dejando atrás la posada y todo lo que había conseguido en meses de trabajo, pero llevándose consigo una amistad tan valiosa como Tessa.
La noche las recibió con un golpe de viento azotando sus cabellos mientras los caballos galopaban a través de las colinas verdes y desiertas, iluminadas por esa luna pálida y las estrellas que, esa noche, se veían más brillantes que nunca. Habían empezado, su primera parada Sacrestic Ville.
Alanna miró a Tessa, que le devolvió una sonrisa antes de azuzar al caballo, y creyó ver, peo primera vez en su vida, un héroe de verdad. No luchaba por un fin egoísta, por proteger a alguien o demostrarse nada, simplemente, era consciente de que debía luchar, y eso, hacía que, a pesar de su estatura baja, la muchacha rubia fuera, a sus ojos, inmensa.
Las imagenes de las calles de lunargenta repletas de llantos, gritos y súplicas llenaba su cabeza mientras empacaba su ropa, envuelta de cualquier forma, dispuesta a salir en ese mismo intante, aunque fuera sola. Dejó manuscrita una nota para que fuera entregada a su capitán, el barco podría sibrevivir perfectamente sin una escriba del tres al cuarto como era ella. Avisó de unas ordenes directas desde el cuartel, debía acudir cuanto antes.
Consciente de que mentía, rezó en silencio para que su estupidez no le costara un consejo de guerra. Al fin y al cabo, no desertaba, iba a arriesgar su vida y a ayudar más con lo que pretendía hacer que quedandose segura en el mar dentro del navio, escribiendo iarios de abordo con aburrimiento, desgana y sopor, despues de todo, sentía que su labor no era útil, había entrenado para jugarse el cuello, no era una persona para estar sebtada tras la mesa de cualquier despacho, y era consciente, totalmente, de que si tenía que morir sería en el campo de batalla enarbolando sus dagas.
Bajó a correprisas chocando en el inicio de las escaleras con Tessa. Los rizos rubios de la chica flotaron mientras su cuerpo parecía caer hacia atras. Con un movimiento, Alanna la retuvo subiéndola al piso junto a ella y con una disculpa apresurada corrió encaminandose a los establos. Un caballo cualquiera le valdría, no era un robo, pensaba dejar unas cuantas monedas por él, y salir corriendo hacia Sacrestic Ville.
Escogió uno al azar, un alazán de aspecto jocen que bien le valdría para llegar hasta la capital del oeste. Fue cargando al animal y colocando la silla como la encontró Tessa, que, recuperada del susto, había corrido tras ella, siguiendo sus pasos nerviosos hasta las cuadras. Con cara de desxoncierto y una más que evidejte molestia, colocó las manos sobre el animal impidiendo que la guardia siguiera su labor. La morena, como si no hubiera notado al intruso hasta el momento, dio un respingo separándose del caballo y se topó con la mirada azul acero.
- ¿Qué se supone que haces? ¿Te has vuelto loca?-levantó Tessa las manos, ofendida, haciendo aspavientos.
- No... Yo...-intentó articular la otra con aire confuso.- he de irme.-suspiró cansada.
- ¿Sin decir nada?-Alanna miró la cara triste de Tessa y se le cayó el alma a los pies, estaba actuando como una idiota, y haciendo igual que Eltrant, irse sin decir nada.
- Tienes razón.- concedió- Lo siento- Bajó la mirada, como una niña arrepentida.- La carta de Meredith... No puedo ignorar lo que sucede Tessa, he de irme.- Explicó sacando la carta del fardo y entregándosela a su amiga.
- ¿Y por qué tú?- inquirió la rubia devolviendole la carta con suavidad.- Alanna, es una locura, ya hay gente buscando la cura, tu solo serás una más, te arriesgas a enfermar, a que te maten, no es tu deber, no te han mandado a ti hacerlo.-pareció enfadarse la chica.
- Lo se.- musitó la Gata, comenzando a notar el corazón en la garganta.- Pero debo hacerlo.
- ¡¿Por qué?!- terminó por gritar Tessa dando una vuelta sobre si misma, presa de los nervios.- ¡¿Por qué has de desaparecer también?! ¡Ya nada te ata a Lunargenta!-acusó con ojos llorosos.
- Te equivocas, me atan demasiadas cosas.-musitó con sonrisa triste, entendiendo el enfado de Tessa, la chica ya había perdido demasiado, como para permitirse perder más. Alanna lo entendía, lo entendía dolorosamente bien, por eso no podía quedarse quieta sabiendo lo que sucedía.- por eso he de ir, aunque no consiga nada, aunque falle estrepitosamente, aunque acabe en la carcel por desertora, hay demasiados y si's demasiados tal vez, como para no hacer nada. Tengo demasiada gente que me importa como para dejarlo estar.- le explicó.- Puedo morir sabiendo que lo intenté, pero no vivir con la duda de "qué habría pasado si yo..."- acabó por sonreir abiertamente, segura de sus palabras.
- Bueno, pues vamos.- Suspiró la chica tomando otro caballo.- si no, ¿Qué otras idiotas iban a arriesgar su vida, gratis y por algo que no saben si existe? Esto será como buscar un puñetero unicornio.- suspiró la joven ya apretando una silla en el lomo de la yegua que había escogido.
- ¿Estás segura?- preguntó dudosa, consciente de que Tessa había decidido arriesgarse por ella, porque en ese momento, era la única persona con quien tenía algún lazo.- a ti no te ata nada, Tessa, ¿quieres arriesgarte así?- preguntó preocupada, la chica no tenía familia, llevaba años navegando, nada la ataba a arriesgarse de tal modo, y no quería ser ella la responsable de la chica, no quería que se arriesgara por ella, no podía tener otra vida más sobre sus hombros.- si sobrevivimos nos enfrentaremos a cargos por deserción, robo y quien sabe qué más.- advirtió.
- ¿Qué es la vida sin riesgo?- sonrió la chica.
Alanna no respondió, sencillamente acabó de preparar al alazán y se subió al animal, cediendo y saliendo del establo pateando las puertas en plena noche, dejando atrás la posada y todo lo que había conseguido en meses de trabajo, pero llevándose consigo una amistad tan valiosa como Tessa.
La noche las recibió con un golpe de viento azotando sus cabellos mientras los caballos galopaban a través de las colinas verdes y desiertas, iluminadas por esa luna pálida y las estrellas que, esa noche, se veían más brillantes que nunca. Habían empezado, su primera parada Sacrestic Ville.
Alanna miró a Tessa, que le devolvió una sonrisa antes de azuzar al caballo, y creyó ver, peo primera vez en su vida, un héroe de verdad. No luchaba por un fin egoísta, por proteger a alguien o demostrarse nada, simplemente, era consciente de que debía luchar, y eso, hacía que, a pesar de su estatura baja, la muchacha rubia fuera, a sus ojos, inmensa.
Alanna Delteria
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Re: Noches en blanco [Privado- Solitario]
Con las primeras luces del alba la ciudad apareció a sus pies. El olor de la sangre siempre presente en Sacrestic Ville era ahora más fuerte que nunca, los vampiros parecían estar tomando fuerza por momentos mientras el resto de Aerandir perecía frente a una enfermedad que no daba la impresión de tener cura. Los cortos mechones rubios de Tessa reflejaron el sol cegando a Alanna que observaba atenta como se apagaban las luces de las calles y comenzaban a alzarse los primeros humos. La ciudad, con los primeros rayos, pasaba a ser propiedad de los humanos que por la noche quedaban relegados a mera carnaza.
Tenía que buscar una forma de hacer llegar una carta a Meredith cuanto antes, la mujer, encerrada en las calles de Lunargenta, debía estar ansiosa por noticias. Desde la colina que precedía la ciudad de casas grises y cielo encapotado, se preveía un día lluvioso y de tormenta, debería haber sido una madrugada llena de luz, pero la luz del sol que se presentaba por el este era blanquecina, más azul que amarilla y preveía una tormenta tal que poco o nada podría evitar que se vieran obligadas a retrasar su partida un día más, al menos. Por lo que ese era el momento de aprovechar y hacer compras, preparar el largo viaje hacia el bosque de los elfos, donde, con suerte, encontrarían el modo de detener la pandemia.
- Vamos- pidió con seriedad a Tessa mientras azuzaba al animal y la joven rubia, dando un golpe de talón al corcel, seguía a la Gata en su intento de internarse en la ciudad.
Sacrestic Ville parecía una ciudad fantasma. Las calles empedradas eran fáciles de atravesar mientras las pocas personas que a esas horas se atrevían a sacar la nariz de sus hogares corrían temerosas. Lo que les faltaba a las gentes de la capital de los vampiros era una plaga que amenazase con matarlos. Bien debía admitirse, sabían ambas jóvenes, que los vampiros solían cuidar sobremanera a las gentes de esa ciudad, eran su alimento, cuanto más sanas estuvieran, mejor sería su sangre y mejor el alimento que proporcionaban a los lideres de esa capital.
Tras un buen paseo hasta el centro mismo, junto a la plaza donde tiempo atrás había ayudado a Huracán y a Eltrant a acabar con una parte de la hermandad que dominaba con mano de hierro a los vampiros más sádicos de Sacrestic. La plaza, diferente a como la había conocido, había perdido ese tono color sangre que la había cubierto la última noche que la había visto. La lluvia había limpiado claramente el lugar, dejando que el rojo sangre desapareciera por completo del pavimento y el empedrado. La iglesia, reconstruida a medias, dejaba ver sus bigas como un esqueleto que empieza a sanar. Sacrestic Ville se recuperaba de las heridas causadas y parecía ajena a la desgracia que cubría el resto de Aerandir.
- Alanna, entremos.- llamó Tessa abriendo la puerta de la taberna de paredes de piedra y madera tras haber atado a los caballos aprovechando el momento ausente de la guardia.
La morena asintió apartando la mirada del paisaje que sentía, ya, ajeno a esa realidad de sombras que se cernía sobre el mundo mientras el primer trueno resonaba iluminando el cielo encapotado que cubría la ciudad desde el punto más alto a la casa más paupérrima. La guardia se estremeció mientras la tormenta comenzaba a placar el cielo. Cerró la puerta a sus espaldas dejando que se azotase un par de veces con un gruñido de bisagras y miró a su alrededor. El antro era oscuro, repleto de madera y piedra, el olor a cerveza y vino mareó a Alanna por un instante, el mismo que le tomó a Tessa conseguir un dormitorio donde poder pasar ese día de lluvia de verano justo antes de partir camino hacia Sandorai.
Subieron las escaleras que resonaban a cada pisada con un crujir suave de suelo viejo y entraron al cuarto asignado, donde dos camas casi pegadas, una mesa de madera clara y una ventana arreglada de forma precaria las saludaron sin demasiado entusiasmo. Mientras la rubia cerraba la puerta con parsimonia Alanna se dejó caer sobre una de las sillas echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos. Notó unas manos peinando su pelo a los pocos segundos y los abrió dando una sonrisa cansada a Tessa, que le sonreía con comprensión.
- Calma, saldrá bien.- aseguró haciendo una trenza con el espero pelo ondulado de la chica.- Por lo que me has contado, siempre sales adelante.- asintió con una sonrisa.
- Aunque siempre hay perdidas y heridas.- levantó sus manos enguantadas, retirando la pieza de cuero dejando ver el verde de su piel. Notó detenerse el toque de Tessa y alzó la mirada de su piel olivacea, la joven se había quedado parada, pálida y con los ojos desmesuradamente abiertos.- Lo siento, no es agradable, ¿verdad?- Preguntó, era la primera vez que la chica veía una de sus cicatrices más llamativas.
- Un poco.- confesó la chica mientras ataba la trenza con una cinta azul que desató de su propia muñeca.- ¿No hay forma de quitar ese color? Es horrible, parece muerta.- aseguró frunciendo el ceño, aun viendo como la mano se movía a la perfección a pesar de su color putrefacto.
- Sí la hay.- Alanna tocó la trenza y sonrió, el pelo, la otra cicatriz que le quedó de la batalla contra el rey falso, ya parecía haber sanado.- pero no se que efectos secundarios puede tener.- sacó de su bolsa un libro repleto de recetas y buscó la que tenía la letra de Bashira, su vieja amiga había ayudado mucho a su cordura y a su posición, además de haberle dado el valor suficiente como pasa seguir sus instintos y no, simplemente, ordenes.- es una pócima que aclara a piel, pero parece que tiene efectos secundarios. - le mostró el papel que incluía dibujos explícitos y una lista desmedida de síntomas.- No se si arriesgarme.- se encogió de hombros soltando la trenza de entre sus dedos y mirando la ventana mal reparada.
- ¿Por qué no? Por probar... no pueden durar demasiado los efectos, ¿no?- preguntó la chica devolviéndole el papel a Alanna.- Solo necesitas los ingredientes.
- En realidad, está hecha, desde hace semanas- sacó un frasco de color rosado de su bolsa y se lo tendió a la chica.- la que no está lista soy yo.- arrugó la nariz con una mueca de inseguridad.
- Lista o no, es ahora o nunca, ¿qué otro día tendrás que estar encerrada en un cuarto si hacer nada?- preguntó la chica abriendo el frasco y plantándolo bajo la cara de Alanna.- Estaré aquí, tu me has escuchado los lloros y las tonterías, ahora me toca a mi.- sonrió Tessa con un brillo de seguridad en sus ojos azules.
Alanna tomó aire recordando las veces que había cubierto las tonterías que con alguien de confianza a su lado, se había atrevido a hacer Tessa en el barco, y cogió el frasco mientras las imágenes de una rubia llorosa se paseaban sin pudor por su cabeza al tiempo que escuchaba la historia de la chica, en una sola noche podía perderse todo, Tessa lo había vivido, ambas habían perdido mucho, una de forma súbita, otra con lentitud, pero al final, habían perdido. Miró a la chica que tenía frente a ella. A pesar de esa noche funesta, seguía siendo fuerte y tenía una vivacidad envidiable, tal vez fuera hora de que ella recuperase algo de ese brillo. Miró el frasco y, sin pensarlo más, confiando en que su amiga estaría junto a ella, se tomó el contenido, era hora de volver a ser la de siempre, y esa era la forma de empezar.
Tenía que buscar una forma de hacer llegar una carta a Meredith cuanto antes, la mujer, encerrada en las calles de Lunargenta, debía estar ansiosa por noticias. Desde la colina que precedía la ciudad de casas grises y cielo encapotado, se preveía un día lluvioso y de tormenta, debería haber sido una madrugada llena de luz, pero la luz del sol que se presentaba por el este era blanquecina, más azul que amarilla y preveía una tormenta tal que poco o nada podría evitar que se vieran obligadas a retrasar su partida un día más, al menos. Por lo que ese era el momento de aprovechar y hacer compras, preparar el largo viaje hacia el bosque de los elfos, donde, con suerte, encontrarían el modo de detener la pandemia.
- Vamos- pidió con seriedad a Tessa mientras azuzaba al animal y la joven rubia, dando un golpe de talón al corcel, seguía a la Gata en su intento de internarse en la ciudad.
Sacrestic Ville parecía una ciudad fantasma. Las calles empedradas eran fáciles de atravesar mientras las pocas personas que a esas horas se atrevían a sacar la nariz de sus hogares corrían temerosas. Lo que les faltaba a las gentes de la capital de los vampiros era una plaga que amenazase con matarlos. Bien debía admitirse, sabían ambas jóvenes, que los vampiros solían cuidar sobremanera a las gentes de esa ciudad, eran su alimento, cuanto más sanas estuvieran, mejor sería su sangre y mejor el alimento que proporcionaban a los lideres de esa capital.
Tras un buen paseo hasta el centro mismo, junto a la plaza donde tiempo atrás había ayudado a Huracán y a Eltrant a acabar con una parte de la hermandad que dominaba con mano de hierro a los vampiros más sádicos de Sacrestic. La plaza, diferente a como la había conocido, había perdido ese tono color sangre que la había cubierto la última noche que la había visto. La lluvia había limpiado claramente el lugar, dejando que el rojo sangre desapareciera por completo del pavimento y el empedrado. La iglesia, reconstruida a medias, dejaba ver sus bigas como un esqueleto que empieza a sanar. Sacrestic Ville se recuperaba de las heridas causadas y parecía ajena a la desgracia que cubría el resto de Aerandir.
- Alanna, entremos.- llamó Tessa abriendo la puerta de la taberna de paredes de piedra y madera tras haber atado a los caballos aprovechando el momento ausente de la guardia.
La morena asintió apartando la mirada del paisaje que sentía, ya, ajeno a esa realidad de sombras que se cernía sobre el mundo mientras el primer trueno resonaba iluminando el cielo encapotado que cubría la ciudad desde el punto más alto a la casa más paupérrima. La guardia se estremeció mientras la tormenta comenzaba a placar el cielo. Cerró la puerta a sus espaldas dejando que se azotase un par de veces con un gruñido de bisagras y miró a su alrededor. El antro era oscuro, repleto de madera y piedra, el olor a cerveza y vino mareó a Alanna por un instante, el mismo que le tomó a Tessa conseguir un dormitorio donde poder pasar ese día de lluvia de verano justo antes de partir camino hacia Sandorai.
Subieron las escaleras que resonaban a cada pisada con un crujir suave de suelo viejo y entraron al cuarto asignado, donde dos camas casi pegadas, una mesa de madera clara y una ventana arreglada de forma precaria las saludaron sin demasiado entusiasmo. Mientras la rubia cerraba la puerta con parsimonia Alanna se dejó caer sobre una de las sillas echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos. Notó unas manos peinando su pelo a los pocos segundos y los abrió dando una sonrisa cansada a Tessa, que le sonreía con comprensión.
- Calma, saldrá bien.- aseguró haciendo una trenza con el espero pelo ondulado de la chica.- Por lo que me has contado, siempre sales adelante.- asintió con una sonrisa.
- Aunque siempre hay perdidas y heridas.- levantó sus manos enguantadas, retirando la pieza de cuero dejando ver el verde de su piel. Notó detenerse el toque de Tessa y alzó la mirada de su piel olivacea, la joven se había quedado parada, pálida y con los ojos desmesuradamente abiertos.- Lo siento, no es agradable, ¿verdad?- Preguntó, era la primera vez que la chica veía una de sus cicatrices más llamativas.
- Un poco.- confesó la chica mientras ataba la trenza con una cinta azul que desató de su propia muñeca.- ¿No hay forma de quitar ese color? Es horrible, parece muerta.- aseguró frunciendo el ceño, aun viendo como la mano se movía a la perfección a pesar de su color putrefacto.
- Sí la hay.- Alanna tocó la trenza y sonrió, el pelo, la otra cicatriz que le quedó de la batalla contra el rey falso, ya parecía haber sanado.- pero no se que efectos secundarios puede tener.- sacó de su bolsa un libro repleto de recetas y buscó la que tenía la letra de Bashira, su vieja amiga había ayudado mucho a su cordura y a su posición, además de haberle dado el valor suficiente como pasa seguir sus instintos y no, simplemente, ordenes.- es una pócima que aclara a piel, pero parece que tiene efectos secundarios. - le mostró el papel que incluía dibujos explícitos y una lista desmedida de síntomas.- No se si arriesgarme.- se encogió de hombros soltando la trenza de entre sus dedos y mirando la ventana mal reparada.
- ¿Por qué no? Por probar... no pueden durar demasiado los efectos, ¿no?- preguntó la chica devolviéndole el papel a Alanna.- Solo necesitas los ingredientes.
- En realidad, está hecha, desde hace semanas- sacó un frasco de color rosado de su bolsa y se lo tendió a la chica.- la que no está lista soy yo.- arrugó la nariz con una mueca de inseguridad.
- Lista o no, es ahora o nunca, ¿qué otro día tendrás que estar encerrada en un cuarto si hacer nada?- preguntó la chica abriendo el frasco y plantándolo bajo la cara de Alanna.- Estaré aquí, tu me has escuchado los lloros y las tonterías, ahora me toca a mi.- sonrió Tessa con un brillo de seguridad en sus ojos azules.
Alanna tomó aire recordando las veces que había cubierto las tonterías que con alguien de confianza a su lado, se había atrevido a hacer Tessa en el barco, y cogió el frasco mientras las imágenes de una rubia llorosa se paseaban sin pudor por su cabeza al tiempo que escuchaba la historia de la chica, en una sola noche podía perderse todo, Tessa lo había vivido, ambas habían perdido mucho, una de forma súbita, otra con lentitud, pero al final, habían perdido. Miró a la chica que tenía frente a ella. A pesar de esa noche funesta, seguía siendo fuerte y tenía una vivacidad envidiable, tal vez fuera hora de que ella recuperase algo de ese brillo. Miró el frasco y, sin pensarlo más, confiando en que su amiga estaría junto a ella, se tomó el contenido, era hora de volver a ser la de siempre, y esa era la forma de empezar.
Alanna Delteria
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Re: Noches en blanco [Privado- Solitario]
El frasco tocó el suelo de madera rugosa y oscura con un tintineo suave, alzando pequeñas motas de polvo mientras Tessa tomaba asiento en una silla y comenzaba a dar largos trazos con un carboncillo sobre un papel, dibujando cualquier cosa que se le había venido a la mente, y Alanna se recostaba en la cama a la espera de los síntomas, temerosa de causarle algún daño a su amiga. Los minutos comenzaron a pasar sin que la chica notase nada diferente, tal vez por ello se decidió a cerrar los ojos y dormir, pensando que, al despertar, todo seguiría igual, y que probablemente pudiera pasar las dos horas que tardaría en hacer efecto la poción durmiendo.
Al tiempo que la guardia caía en los brazos de Balder, Tessa se concentraba en dar trazos suaves de la vista que tenía a través de la ventana, había marcado la figura durmiente sobre la cama, la ventana a sus espaldas, inmensa, cubierta de lluvia y madera, y comenzaba el esqueleto básico de la catedral en reconstrucción, aprovechando el momento de calma, a la espera de que la locura que decía llegar en los papeles se hiciera presente. Pasados diez minutos, giró la vista para mirar a la guardia de pelo castaño que, finalmente, comenzaba a removerse en sueños.
Tessa dejó el carboncillo sobre la mesa y se giró, cruzando las piernas a la espera del primer signo de locura, cuando la escuchó maullar. Frunció el ceño, insegura, y se acercó a la cama de la su compañera castaña, ¿habría oído bien? ¿Alanna había maullado? Se sentó en la cama junto a la joven y la vio removerse hasta abrir los ojos y saltar encima de la cama para, tras dar un par de vueltas, restregar la cabeza por el brazo de la navegante, que, sorprendida, abrió los ojos y, nuevamente, escuchó maullar a la joven.
A penas habían pasado un par de minutos con esa nueva actitud gatuna que la guardia pareció reaccionar y, poniéndose de pie, frunció el ceño, frente a la atenta y curiosa mirada de Tessa que la seguía de un lado a otro a la espera de ver lo que haría la chica. Alanna parecía haberse fijado en algo presente en la esquina, un algo inexistente, puesto que ni siquiera la luz alcanzaba, a penas, ese rincón de la habitación, y tan pronto como pareció reconocer lo que fuera que hubiera visto, sacó las dagas y golpeó el aire. La rubia pareció presentir que todo se volvía peligroso, abriendo los ojos, temerosa de que la hiriera, se escondió en el armario y observó por una ranura los movimientos de la chica que, tan pronto como había comenzado a dar golpes, tiró las armas al suelo, se arrodilló y comenzó a gritar.
- No salgas, no salgas, no salgas.- se repitió una y otra vez mientras los gritos de Alanna subían de tono, como si desgarrasen su garganta.- No salgas, no salgas, no salgas.- se volvió a decir meciéndose.
Los gritos cesaron, y Tessa levantó la vista para observar nuevamente por el ojo de la cerradura, Alanna se encontraba tendida en el suelo, con los ojos cerrados, ligeros espasmos sacudían su cuerpo, parecía haber sufrido una tortura. Los gritos volvieron a sonar mientras la guardia se arrodillaba frente a los ojos de la arquera, y echaba el cuerpo hacia atrás, dando gritos con gesto de dolor y ojos nublados, los gritos continuaron durante aproximadamente veinte minutos, hasta que, rendida, la guardia se dejó caer nuevamente sobre la madera polvorienta, totalmente agotada.
Tessa esperó por cerca de cinco minutos, comprobando que Alanna no volvería a moverse. se Scercó, desarmándola, y dejó las armas encerradas en el armario escondiendo la llave en sus bolsillos. Se acercó a Alanna nuevamente y le apartó el pelo de la cara, parecía agotada. No tenía idea alguna de que debía haberle pasado a la chica, tal vez cuando despertase, podría explicarle algo. Con esfuerzo la arrastró hasta dejarla nuevamente en la cama y le secó el sudor que perlaba su frente con un paño seco. Finalmente, pasadas varias horas de murmullos y susurros incomprensibles en los que se podían distinguir pocas palabras y algunos nombres que ya había escuchado antes de labios de la chica.
Alanna se despertó abriendo los ojos con lentitud, le pesaban los parpados, y tenía el cuerpo totalmente adormecido, le dolía la cabeza horrores, se quejó mientras la luz de la luna salía a saludarla y lograba girar la cabeza para ver a Tessa, totalmente agotada, sentada en la silla donde la había dejado al dormirse. No tenía sus armas, el cuarto parecía totalmente despejado, lo único que denotaba movimiento era, probablemente, unas marcas de arañazos en el suelo. Suspiró levantándose mientras sus músculos protestaban.
- ¿Ha funcionado?- Preguntó Tessa sin dejar que Alanna hablase, señalando con la cabeza la mano de Alanna, aun cubierta por la sábana.
Alanna cambió su mirada hacia su mano y aguantó la respiración, ¿y si no había funcionado? Alzó la mano tragando con dureza y comprobó el color de su piel, era claro, rosado, igual al resto de su baro, igual a su otra mano, el color verde lodo había desaparecido por completo. Los ojos de ambas chicas se abrieron con sorpresa y alegría mientras una risa estallaba en la boca de la Gata que se levantó olvidando el dolor de su cuerpo y dio un salto.
- ¡Ha funcionado!- Exclamó sonriente.- ¡No puedo creerlo, ha funcionado!- Tessa se levantó y la cogió de las manos, dando saltos de alegría.
Definitivamente, había funcionado, definitivamente, volvía a ser, ella, y, definitivamente, era un nuevo inicio. Eran tiempos difíciles, tiempos de guerra y de miedo, pero ella no podía hacer otra cosa que alegrarse de recuperar parte de su vida.
Al tiempo que la guardia caía en los brazos de Balder, Tessa se concentraba en dar trazos suaves de la vista que tenía a través de la ventana, había marcado la figura durmiente sobre la cama, la ventana a sus espaldas, inmensa, cubierta de lluvia y madera, y comenzaba el esqueleto básico de la catedral en reconstrucción, aprovechando el momento de calma, a la espera de que la locura que decía llegar en los papeles se hiciera presente. Pasados diez minutos, giró la vista para mirar a la guardia de pelo castaño que, finalmente, comenzaba a removerse en sueños.
Tessa dejó el carboncillo sobre la mesa y se giró, cruzando las piernas a la espera del primer signo de locura, cuando la escuchó maullar. Frunció el ceño, insegura, y se acercó a la cama de la su compañera castaña, ¿habría oído bien? ¿Alanna había maullado? Se sentó en la cama junto a la joven y la vio removerse hasta abrir los ojos y saltar encima de la cama para, tras dar un par de vueltas, restregar la cabeza por el brazo de la navegante, que, sorprendida, abrió los ojos y, nuevamente, escuchó maullar a la joven.
A penas habían pasado un par de minutos con esa nueva actitud gatuna que la guardia pareció reaccionar y, poniéndose de pie, frunció el ceño, frente a la atenta y curiosa mirada de Tessa que la seguía de un lado a otro a la espera de ver lo que haría la chica. Alanna parecía haberse fijado en algo presente en la esquina, un algo inexistente, puesto que ni siquiera la luz alcanzaba, a penas, ese rincón de la habitación, y tan pronto como pareció reconocer lo que fuera que hubiera visto, sacó las dagas y golpeó el aire. La rubia pareció presentir que todo se volvía peligroso, abriendo los ojos, temerosa de que la hiriera, se escondió en el armario y observó por una ranura los movimientos de la chica que, tan pronto como había comenzado a dar golpes, tiró las armas al suelo, se arrodilló y comenzó a gritar.
- No salgas, no salgas, no salgas.- se repitió una y otra vez mientras los gritos de Alanna subían de tono, como si desgarrasen su garganta.- No salgas, no salgas, no salgas.- se volvió a decir meciéndose.
Los gritos cesaron, y Tessa levantó la vista para observar nuevamente por el ojo de la cerradura, Alanna se encontraba tendida en el suelo, con los ojos cerrados, ligeros espasmos sacudían su cuerpo, parecía haber sufrido una tortura. Los gritos volvieron a sonar mientras la guardia se arrodillaba frente a los ojos de la arquera, y echaba el cuerpo hacia atrás, dando gritos con gesto de dolor y ojos nublados, los gritos continuaron durante aproximadamente veinte minutos, hasta que, rendida, la guardia se dejó caer nuevamente sobre la madera polvorienta, totalmente agotada.
Tessa esperó por cerca de cinco minutos, comprobando que Alanna no volvería a moverse. se Scercó, desarmándola, y dejó las armas encerradas en el armario escondiendo la llave en sus bolsillos. Se acercó a Alanna nuevamente y le apartó el pelo de la cara, parecía agotada. No tenía idea alguna de que debía haberle pasado a la chica, tal vez cuando despertase, podría explicarle algo. Con esfuerzo la arrastró hasta dejarla nuevamente en la cama y le secó el sudor que perlaba su frente con un paño seco. Finalmente, pasadas varias horas de murmullos y susurros incomprensibles en los que se podían distinguir pocas palabras y algunos nombres que ya había escuchado antes de labios de la chica.
Alanna se despertó abriendo los ojos con lentitud, le pesaban los parpados, y tenía el cuerpo totalmente adormecido, le dolía la cabeza horrores, se quejó mientras la luz de la luna salía a saludarla y lograba girar la cabeza para ver a Tessa, totalmente agotada, sentada en la silla donde la había dejado al dormirse. No tenía sus armas, el cuarto parecía totalmente despejado, lo único que denotaba movimiento era, probablemente, unas marcas de arañazos en el suelo. Suspiró levantándose mientras sus músculos protestaban.
- ¿Ha funcionado?- Preguntó Tessa sin dejar que Alanna hablase, señalando con la cabeza la mano de Alanna, aun cubierta por la sábana.
Alanna cambió su mirada hacia su mano y aguantó la respiración, ¿y si no había funcionado? Alzó la mano tragando con dureza y comprobó el color de su piel, era claro, rosado, igual al resto de su baro, igual a su otra mano, el color verde lodo había desaparecido por completo. Los ojos de ambas chicas se abrieron con sorpresa y alegría mientras una risa estallaba en la boca de la Gata que se levantó olvidando el dolor de su cuerpo y dio un salto.
- ¡Ha funcionado!- Exclamó sonriente.- ¡No puedo creerlo, ha funcionado!- Tessa se levantó y la cogió de las manos, dando saltos de alegría.
Definitivamente, había funcionado, definitivamente, volvía a ser, ella, y, definitivamente, era un nuevo inicio. Eran tiempos difíciles, tiempos de guerra y de miedo, pero ella no podía hacer otra cosa que alegrarse de recuperar parte de su vida.
Alanna Delteria
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