El pozo contaminado {Desafío}
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El pozo contaminado {Desafío}
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Melena Blanca había abandonado los leónicos en un momento delicado. El centinela y protector del este había decidido unirse a Elen Calhoun en el momento más suave. Todo para venga la muerte de su amiga, Tyrande Nemaniël.El grupo de mercenarios quedó a cargo del valiente Imargo Ja’zad, segundo de a bordo de la guardia leónica, quien ya tuvo que resolver junto con el resto de compañeros un caso de propagación de la plaga, protegiendo la integridad de los demás leónicos, de los habitantes del Este, desde Sandorái a Ulmer, y los suyos propios. Demasiada gente que salvar para tan pocos efectivos.
Imargo, consciente de la responsabilidad que tenía sobre sus hombros, estaba muy cansado y hastiado. Pero seguía luchando con la mejor de sus voluntades. Había mandado a parte de sus efectivos a Sandorái, donde la enfermedad estaba menos extendida, mientras él quedaba, junto con una patrulla de los mejores leónicos, a cargo de tratar la represión de la enfermedad en Ulmer, que por proximidad a Dundarak era uno de los puntos clave.
Aquella mañana se encontraba siendo un enfermero más, como meramente podía, pues sus conocimientos de medicina eran nulos, en la plaza central. En el pequeño castro que habían establecido como lugar de cuarentena. Hacía todo cuanto estaba en su mano por ayudar, junto a otros muchos voluntarios.
-¡Ja’zad, tenemos un problema! – comentó un leónico apurado, interrumpiendo.
-Déjate de problemas, Lu’quil. – respondió con ansiedad el ahora jefe de guerra leónico a otro noble guerrero. No daba abasto. – Te he pedido que me trajeras algo de agua. ¿Por qué está el cubo que te di vacío?
-Eso mismo te venía a comentar, Ja’zad. – el hombre bestia lince parecía preocupado. Imargo entrecerró los ojos. – Alguien anda tirando los muertos por la peste al pozo de la ciudad.
-¡Me cago en todo! ¿Pero a quién se le ocurre? ¡Dije que los cadáveres se queman los cuerpos y se entierran al oeste del poblado! – señaló con la palma de la mano la dirección en la que había indicado que debían tirarse. – ¿Quién lo hizo? – pidió explicaciones, levantándose y dejando desatendido al enfermo al que se encontraba tratando póstulas.
Nadie respondió. Todos en la plaza, tanto leónicos como no, miraron al que estaba al mando. Lu’quil luego se atrevió a volver a hablar.
-Ja’zad, no creo que haya sido nadie de aquí. – explicó. – El cadáver está muy profundo y no se ve nada, pero tampoco me atreví a bajar a comprobarlo por miedo a contraer la enfermedad. – se disculpó el hombre.
-Has hecho bien, Lu’quil. – le dio una palmada en el hombro. – Ven conmigo, vamos a ver qué demonios ocurre y a ver si pillamos al gracioso.
- Imargo Ja'zad:
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- Lu'quil:
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Puedes utilizar a Imargo y Lu’quil con total libertad, tanto para diálogos como para relatar la historia.
Ger
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Re: El pozo contaminado {Desafío}
Caminaba con la mirada perdida. No sabía cómo había llegado hasta ahí, ni tampoco dónde se encontraba. Toda su mente había quedado deshecha en su último trabajo como médico en el hospital provisional de Vulwulfar, donde había tenido que hacer el papel divino de decidir quién vivía y quién no; llevándola al punto de no ser capaz de pronunciar palabra alguna, ni de formular algún tipo de pensamiento coherente. Arrastraba los pies, y su túnica negra ya se encontraba llena de todo tipo de magulladuras, dejando ver las heridas que le había supuesto la decisión de su querido Yomo. ¿Qué había sucedido con él? No lo sabía, no sabía nada. Lo único que le quedaba claro era que seguía con vida, y eso solo porque su corazón continuaba latiendo.
El sonido de unas cuantas voces resonando en las cercanías le hicieron levantar la vista del suelo, por primera vez en días. ¿Serían buenos o malos? Ya no le importaba. Había estado de cara con el sufrimiento y la muerte tantas veces, que ya había olvidado el temor que suponía encontrarse con los vivos. Un nombre resonó en su cabeza, resultándole completamente familiar. ¿Ja’zad? Era un amigo de… ¿cómo se llamaba ese vampiro que siempre le hacía bromas? Seguro que tendría un nombre chistoso como su personalidad, más no era capaz de recordarlo. De alguna manera su subconsciente le recalcaba que conocía ese nombre, pese a que no estuviese segura de dónde. Ah, sí, ya lo recordaba. Fue en esa última misión en ese bar de mala muerte, donde casi los mataban a ella y a… ¿una lechuga? No sabía por qué, pero por algún motivo esa era la imagen que le venía a la mente al recordar aquel trágico incidente.
Todos los presentes la miraron, pues, de alguna manera, había atravesado por la plaza principal del poblado, donde se celebraba una extraña —y muy incómoda— reunión. La ojiazul hizo un pequeño gesto con la cabeza, volviendo su mirada al suelo con el semblante perdido. Por supuesto que esa bola de extraños no estaría conforme con la presencia de la rubia en dicho lugar, especialmente al verla andar con pasos lentitos y la cabeza gacha. Si reconocían la túnica de los médicos o no, ya no era de su interés. Ella había pasado a ser un ser completamente desconocido, ni siquiera recordaba su propio nombre o hacia dónde se dirigía. El enorme gato la tomó del brazo, haciéndole un sinfín de preguntas que realmente no logró comprender; aunque ahora tenía la certeza de que —efectivamente— ese rostro le era familiar.
Sus labios no emitieron ningún sonido, señaló la endeble túnica de médico que le habían dado en la frontera y volvió a bajar la mirada. ¿Qué harían con ella? Lo que fuera. Además, ¿a quién podría importarle alguien que no sabía su propio nombre? Seguramente si les importaría, considerando la tensión en el ambiente y la serie de interrogatorios que osaban proferirle. Lamentablemente la ojiazul no tenía respuestas, ni siquiera era capaz de abrir los labios, pero eso no era algo que aquellos pudiesen tolerar, por lo que solo siguieron interrogándola, cada vez con más impaciencia, hablando sobre un cadáver en un pozo y las condiciones tan poco higiénicas que esto acarreaba. Ashy ladeó la cabeza, tratando de captar un pedazo de conversación, por más mínimo que fuese.
—Los cuerpos… —su voz sonaba bajita— deben quemarse para evitar una mayor propagación… —aparentemente su subconsciente estaba actuando por inercia—. El contagio ha aumentado considerablemente, es un riesgo no tomar las medidas adecuadas para evitar más muertes…
Supuso que eso era lo que ellos querrían escuchar. Al parecer su subconsciente aún luchaba por mantenerla con vida, buscando salidas a la situación en la que había quedado metida. Instintivamente los presentes miraron hacia el pozo, mientras el barullo cesaba momentáneamente. Algo en su cerebro le dictaba que moviera sus músculos y escapara de esa situación, pero definitivamente todo era inútil. Ella iba sola, era claro que la responsabilizarían de aquellas fechorías, aunque su único pecado era vagar cual muerto viviente por el mundo. El gatote volvió a preguntarle si ella sabía algo sobre lo ocurrido, a lo que solo atinó a negar con la cabeza. Eso era cierto, no había manera de que ella pudiese saber de tal incidente, ni siquiera sabía su propio nombre, lo que solo la volvía todavía más sospechosa.
—Te conozco… —le dijo a Imargo—. Yo…te conozco… —¿Se acordaría de ella? Ahí estaba la pregunta a responder, y la que, quizá, serviría para salvarle el pellejo—. Yo te conozco… —repitió una vez más, alterando a todos—. Deseas que alguien baje a investigar, ¿no? —Nuevamente su subconsciente disponía de su actuar—. Y quieres que lo haga yo…por ser una extraña que vagaba por sus tierras… ¿me equivoco? —Asintió—. Lo haré…
Había perdido el juicio completamente, aunque poco le interesaba. Ellos querían un culpable y de alguna u otra manera buscarían la manera de culparla a ella. Pues bien, les echaría una mano. Total, dudaba que hubiese alguien sobre la tierra buscándola…después de todo, ni siquiera sabía de dónde provenía.
El sonido de unas cuantas voces resonando en las cercanías le hicieron levantar la vista del suelo, por primera vez en días. ¿Serían buenos o malos? Ya no le importaba. Había estado de cara con el sufrimiento y la muerte tantas veces, que ya había olvidado el temor que suponía encontrarse con los vivos. Un nombre resonó en su cabeza, resultándole completamente familiar. ¿Ja’zad? Era un amigo de… ¿cómo se llamaba ese vampiro que siempre le hacía bromas? Seguro que tendría un nombre chistoso como su personalidad, más no era capaz de recordarlo. De alguna manera su subconsciente le recalcaba que conocía ese nombre, pese a que no estuviese segura de dónde. Ah, sí, ya lo recordaba. Fue en esa última misión en ese bar de mala muerte, donde casi los mataban a ella y a… ¿una lechuga? No sabía por qué, pero por algún motivo esa era la imagen que le venía a la mente al recordar aquel trágico incidente.
Todos los presentes la miraron, pues, de alguna manera, había atravesado por la plaza principal del poblado, donde se celebraba una extraña —y muy incómoda— reunión. La ojiazul hizo un pequeño gesto con la cabeza, volviendo su mirada al suelo con el semblante perdido. Por supuesto que esa bola de extraños no estaría conforme con la presencia de la rubia en dicho lugar, especialmente al verla andar con pasos lentitos y la cabeza gacha. Si reconocían la túnica de los médicos o no, ya no era de su interés. Ella había pasado a ser un ser completamente desconocido, ni siquiera recordaba su propio nombre o hacia dónde se dirigía. El enorme gato la tomó del brazo, haciéndole un sinfín de preguntas que realmente no logró comprender; aunque ahora tenía la certeza de que —efectivamente— ese rostro le era familiar.
Sus labios no emitieron ningún sonido, señaló la endeble túnica de médico que le habían dado en la frontera y volvió a bajar la mirada. ¿Qué harían con ella? Lo que fuera. Además, ¿a quién podría importarle alguien que no sabía su propio nombre? Seguramente si les importaría, considerando la tensión en el ambiente y la serie de interrogatorios que osaban proferirle. Lamentablemente la ojiazul no tenía respuestas, ni siquiera era capaz de abrir los labios, pero eso no era algo que aquellos pudiesen tolerar, por lo que solo siguieron interrogándola, cada vez con más impaciencia, hablando sobre un cadáver en un pozo y las condiciones tan poco higiénicas que esto acarreaba. Ashy ladeó la cabeza, tratando de captar un pedazo de conversación, por más mínimo que fuese.
—Los cuerpos… —su voz sonaba bajita— deben quemarse para evitar una mayor propagación… —aparentemente su subconsciente estaba actuando por inercia—. El contagio ha aumentado considerablemente, es un riesgo no tomar las medidas adecuadas para evitar más muertes…
Supuso que eso era lo que ellos querrían escuchar. Al parecer su subconsciente aún luchaba por mantenerla con vida, buscando salidas a la situación en la que había quedado metida. Instintivamente los presentes miraron hacia el pozo, mientras el barullo cesaba momentáneamente. Algo en su cerebro le dictaba que moviera sus músculos y escapara de esa situación, pero definitivamente todo era inútil. Ella iba sola, era claro que la responsabilizarían de aquellas fechorías, aunque su único pecado era vagar cual muerto viviente por el mundo. El gatote volvió a preguntarle si ella sabía algo sobre lo ocurrido, a lo que solo atinó a negar con la cabeza. Eso era cierto, no había manera de que ella pudiese saber de tal incidente, ni siquiera sabía su propio nombre, lo que solo la volvía todavía más sospechosa.
—Te conozco… —le dijo a Imargo—. Yo…te conozco… —¿Se acordaría de ella? Ahí estaba la pregunta a responder, y la que, quizá, serviría para salvarle el pellejo—. Yo te conozco… —repitió una vez más, alterando a todos—. Deseas que alguien baje a investigar, ¿no? —Nuevamente su subconsciente disponía de su actuar—. Y quieres que lo haga yo…por ser una extraña que vagaba por sus tierras… ¿me equivoco? —Asintió—. Lo haré…
Había perdido el juicio completamente, aunque poco le interesaba. Ellos querían un culpable y de alguna u otra manera buscarían la manera de culparla a ella. Pues bien, les echaría una mano. Total, dudaba que hubiese alguien sobre la tierra buscándola…después de todo, ni siquiera sabía de dónde provenía.
Ashryn Elaynor
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Re: El pozo contaminado {Desafío}
Imargo miró a Ashryn a la altura del pozo, entrecerró los ojos, tratando de hacer memoria. No era el animal más inteligente del mundo y su memoria, como felino que era, funcionaba mejor a corto plazo. Aún así, tras un gran esfuerzo, consiguió acordarse de la rubia. - ¡Oh! ¡Yo también te conozco! ¡Tú eras una de las chicas del burdel de Beltrexus! – Sonrió mostrando su lengua felina. Al menos lo intentó. Era para lo máximo que daba su cerebro.
-No quiero que bajes, elfa. Podría ser peligroso, como líder leónico es a mí a quien corresponde ba… – insistió, pero ya era tarde. Ashryn se había enganchado a la cuerda y bajaba lentamente, quedando el heredero de Melena Blanca y otro leónico arriba.
Ashryn se sentía culpable. ¿Por qué? Quizás, en otra vida o en otro momento, hubiese hecho algo malo que… Bueno, era irrelevante. Ella estaba en el pozo. Y tanto Imargo como Lu’quil estaban arriba, mirando cómo bajaba.
-¿Está muy oscuro por ahí? – preguntó abajo, sonando un eco. - ¡Eh! ¡Es divertido! – dijo el leónico. - ¡Eco! ¡Eco! ¡Eco! – repitió. A su lado, Imargo reía.
Su último grito fue acompañado del pie de Ashryn que había llegado abajo. Había un cadáver al lado, olía fatal y estaba repleto de moscas. Y por su aspecto y las pústulas, era evidente que había contagiado la peste. Pero el agua ahora estaba contaminada con la misma. ¿Sólo el agua? No, también el cuerpo de Ashryn. Porque seamos sinceros, ¿a quién se le ocurre bajar a un pozo en el que te dicen que han tirado un cadáver por la peste? Aquella idea sólo podía venir de alguien muy poco iluminado, como Imargo, o en su defecto, alguien tan noble como Ashryn. Pero a ella eso le daba igual, ya estaba contagiada de la peste. Mejor que hubiese bajado ella, de haberlo hecho un hombre lince, se habría contagiado.
Pero Ashryn, como buena sanadora que era, podría evidenciar que el cadáver tenía algo más que la peste. Mordiscos, desgarros, orificios de colmillos en todas las partes del cuerpo. Alguien lo había descuartizado y tirado al pozo antes de morir. Y presumiblemente, aquel que lo hiciera ahora estaría contagiado también por la misma plaga. La gran pregunta era… ¿quién?
El aullido de un lobo de negro pelaje retumbó en todo el bosque e hizo ponerse en guardia a Imargo y Lu’quil. Ashryn estaba abajo. Sanguijuelas negras como babosas trepaban por sus piel. ¡Qué asco! A saber qué hacían esos bichos. Tenía que subir fuera como fuera. Aquel no era lugar para una elfa de los bosques.
-¡Un lobo! ¡A las armas. leónico! – Imargo, el valiente hombre que rescató a dos centinelas de un peligro mayor, volvió a desenfundar su espada un día más. Esquivó el primer mordisco de la criatura con agilidad y rasgó en una verruga negra o pústula que había salido en aquel animal, brotando sangre de ella como si fuera una fuente.
Por su parte, Lu’quil tenía un bastón de larga distancia como el de un monje con el que también pretendía atizar al lobo rabioso. Había sido aquel lobo quien había asesinado y tirado el cadáver al pozo, contrayendo la enfermedad. Pero ni Imargo ni Lu'quil habían visto el cadáver, por lo que no lo sabían. Ellos sólo querían dar muerte a aquella alimaña que los amenazaba. - ¡Maldita bestia! – clamó Imargo. Pero el licántropo no hablaba en su forma bestial. Estaba enfermo, dolido, y lucharía hasta su muerte.
Su dolor era inmenso, e Imargo y Lu’quil no tenían manera de curarlo a menos que ahora los espadazos o los bastonazos sirvieran para curar enfermedades. Mi buena madre siempre decía: "Una buena hostia a tiempo, arregla muchos problemas", pero desde luego, no una enfermedad. Ni por asomo. Los leónicos no sabían hacer magia ni preparar pociones. ¿Pero, y Ashryn? Trataba de subir como buenamente podía con la pierna llena de esas negras y babosas sanguijuelas.
Ashryn: Has decidido bajar al pozo. Una decisión muy imprudente aunque te ha salido bien después de que mi compañero Máster Fehu ya te haya infectado con la peste. Aquí lo hubieras conseguido directamente. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga así que ahora tienes una serie de babosas negras subiendo por tu pantorilla mientras tratas de ascender de nuevo. Escuchas los gritos de Imargo y Lu’quil luchando contra un licántropo y decides subir a ayudarles. Como has decidido bajar al pozo, podrás deducir que éste ha sido el autor del descompuesto cadáver que hay en el pozo.
Como sé que no te gusta tirar runas, en esta ocasión la he tirado yo por ti. Los resultados serán los siguientes.
Tienes libertad para usar a los leónicos. Decide bien, valiente elfa. Ya sabes que en mis eventos no siempre todos podéis acabar felices.
-No quiero que bajes, elfa. Podría ser peligroso, como líder leónico es a mí a quien corresponde ba… – insistió, pero ya era tarde. Ashryn se había enganchado a la cuerda y bajaba lentamente, quedando el heredero de Melena Blanca y otro leónico arriba.
Ashryn se sentía culpable. ¿Por qué? Quizás, en otra vida o en otro momento, hubiese hecho algo malo que… Bueno, era irrelevante. Ella estaba en el pozo. Y tanto Imargo como Lu’quil estaban arriba, mirando cómo bajaba.
-¿Está muy oscuro por ahí? – preguntó abajo, sonando un eco. - ¡Eh! ¡Es divertido! – dijo el leónico. - ¡Eco! ¡Eco! ¡Eco! – repitió. A su lado, Imargo reía.
Su último grito fue acompañado del pie de Ashryn que había llegado abajo. Había un cadáver al lado, olía fatal y estaba repleto de moscas. Y por su aspecto y las pústulas, era evidente que había contagiado la peste. Pero el agua ahora estaba contaminada con la misma. ¿Sólo el agua? No, también el cuerpo de Ashryn. Porque seamos sinceros, ¿a quién se le ocurre bajar a un pozo en el que te dicen que han tirado un cadáver por la peste? Aquella idea sólo podía venir de alguien muy poco iluminado, como Imargo, o en su defecto, alguien tan noble como Ashryn. Pero a ella eso le daba igual, ya estaba contagiada de la peste. Mejor que hubiese bajado ella, de haberlo hecho un hombre lince, se habría contagiado.
Pero Ashryn, como buena sanadora que era, podría evidenciar que el cadáver tenía algo más que la peste. Mordiscos, desgarros, orificios de colmillos en todas las partes del cuerpo. Alguien lo había descuartizado y tirado al pozo antes de morir. Y presumiblemente, aquel que lo hiciera ahora estaría contagiado también por la misma plaga. La gran pregunta era… ¿quién?
El aullido de un lobo de negro pelaje retumbó en todo el bosque e hizo ponerse en guardia a Imargo y Lu’quil. Ashryn estaba abajo. Sanguijuelas negras como babosas trepaban por sus piel. ¡Qué asco! A saber qué hacían esos bichos. Tenía que subir fuera como fuera. Aquel no era lugar para una elfa de los bosques.
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-¡Un lobo! ¡A las armas. leónico! – Imargo, el valiente hombre que rescató a dos centinelas de un peligro mayor, volvió a desenfundar su espada un día más. Esquivó el primer mordisco de la criatura con agilidad y rasgó en una verruga negra o pústula que había salido en aquel animal, brotando sangre de ella como si fuera una fuente.
Por su parte, Lu’quil tenía un bastón de larga distancia como el de un monje con el que también pretendía atizar al lobo rabioso. Había sido aquel lobo quien había asesinado y tirado el cadáver al pozo, contrayendo la enfermedad. Pero ni Imargo ni Lu'quil habían visto el cadáver, por lo que no lo sabían. Ellos sólo querían dar muerte a aquella alimaña que los amenazaba. - ¡Maldita bestia! – clamó Imargo. Pero el licántropo no hablaba en su forma bestial. Estaba enfermo, dolido, y lucharía hasta su muerte.
Su dolor era inmenso, e Imargo y Lu’quil no tenían manera de curarlo a menos que ahora los espadazos o los bastonazos sirvieran para curar enfermedades. Mi buena madre siempre decía: "Una buena hostia a tiempo, arregla muchos problemas", pero desde luego, no una enfermedad. Ni por asomo. Los leónicos no sabían hacer magia ni preparar pociones. ¿Pero, y Ashryn? Trataba de subir como buenamente podía con la pierna llena de esas negras y babosas sanguijuelas.
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Ashryn: Has decidido bajar al pozo. Una decisión muy imprudente aunque te ha salido bien después de que mi compañero Máster Fehu ya te haya infectado con la peste. Aquí lo hubieras conseguido directamente. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga así que ahora tienes una serie de babosas negras subiendo por tu pantorilla mientras tratas de ascender de nuevo. Escuchas los gritos de Imargo y Lu’quil luchando contra un licántropo y decides subir a ayudarles. Como has decidido bajar al pozo, podrás deducir que éste ha sido el autor del descompuesto cadáver que hay en el pozo.
Como sé que no te gusta tirar runas, en esta ocasión la he tirado yo por ti. Los resultados serán los siguientes.
- Runa muy mala/mala: Mientras estás subiendo, Imargo sin querer cortará la cuerda en un ademán de protegerse. Caerás de nuevo al pozo sin escapatoria y las babosas del fondo del pozo empezarán a chuparte el cuerpo. Tendrás que esperar a que te saquen de ahí una vez finalizado
- Runa media o mejor: Conseguirás llegar arriba. Allí podrás decidir si ayudas a Imargo y Lu’quil a acabar con la vida de ese miserable licántropo. O bien tratas de curarle las pústulas y la enfermedad.
Tienes libertad para usar a los leónicos. Decide bien, valiente elfa. Ya sabes que en mis eventos no siempre todos podéis acabar felices.
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Re: El pozo contaminado {Desafío}
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Tyr
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Re: El pozo contaminado {Desafío}
Bajar al pozo era un suicidio. Una vocecita en su cabeza le dictaba que así era, pero la ojiazul no le daba importancia a nada en esos momentos. Con mucho cuidado descendió por el oscuro túnel, escuchando las voces de aquellos que aún permanecían en la superficie. Un extraño aroma comenzó a intensificarse a medida que ella bajaba, ese olor era imposible confundirlo, pues era el aroma de la muerte. Su excelente visión elfica le permitió examinar el cadáver con detenimiento en medio de tanta oscuridad, descubriendo más que una pobre victima de la enfermedad, pues el fulano muerto tenía varias marcas en todo su cuerpo. Mordiscos, arañazos, desgarres. El sujeto bien pudo haber estado infectado, pero sin duda no había muerto a causa de la enfermedad, aunque la pobre rubia no tendría tiempo de seguir su análisis, ya que una serie de animalejos comenzaron a subir por su pantorrilla, asustándola de inmediato.
— ¡Encontré algo, pero…!
Emprendió la retirada hacia el exterior del pozo, cuando una serie de gritos provenientes de los gatos interrumpieron su advertencia. Al parecer las cosas allá arriba no estaban mejor, pero quedarse tampoco era una opción viable con esos bichos adhiriéndose a su piel. Con esfuerzos consiguió llegar hasta la superficie, notando como se celebraba una pequeña batalla con lo que parecía ser un enorme licántropo. El cerebro de la ojiazul relacionó las marcas en el cadáver con los colmillos de la bestia, dando rápidamente con el resultado de la catástrofe suscitada dentro del pozo. Quería ayudar al lobo, era lo correcto, pero sabía de sobra que el contagio debió ser inevitable, seguramente esa criatura se encontraba sumamente enferma y adolorida, aunque no pudiese asegurar que en otras circunstancias fuese alguien inofensivo.
—El cadáver —habló lo más rápido que pudo— en el pozo…había sido destrozado —señaló al licántropo—. Creo que él fue el causante, y ahora la enfermedad está esparciéndose por su cuerpo —dudó en decir lo siguiente—. Si se acercan demasiado corren el riesgo de contagio…
Ambos felinos luchaban de manera formidable, pero ella se debatía si participar o aprovechar el momento y huir. No tenía lugar a dónde ir, ni tampoco alguien que le estuviese buscando, sus memorias se hallaban reducidas a un mar confuso de pensamientos y poco le interesaba lo que pudiese sucederle, cosa que quedó demostrada al haber olvidado que tenía esas sanguijuelas pegadas a la piel. Se levantó como pudo, sacudiéndose tanto como su cuerpo le permitía, buscando las palabras adecuadas para lo que debía expresar. Su moral quedó destruida, después de tanta muerte y desolación. No había nada por lo que quisiese seguir, pese a que algo hacía que su cuerpo reaccionase por si mismo, como si buscara evitar que su vida se apagase por completo. Fue así como sus labios terminaron abriéndose por inercia, interrumpiendo la guerrilla por un instante.
—Te contagiaste al destrozar el cuerpo de ese hombre —le habló al licántropo—. No sé por qué lo mataste, pero te condenaste a ti mismo al hacerlo —bajó la mirada—. No existe una cura para la enfermedad —se preparó para un ataque de locura por parte del lobo—. Lo que has hecho te ha condenado a morir…
Apenas si fue capaz de reaccionar, antes de que el licántropo se lanzará de nuevo a por ellos. Lamentablemente ella tenía más cosas en qué preocuparse, como las sanguijuelas que insistían en mantenerse pegadas a su cuerpo.
— ¡Encontré algo, pero…!
Emprendió la retirada hacia el exterior del pozo, cuando una serie de gritos provenientes de los gatos interrumpieron su advertencia. Al parecer las cosas allá arriba no estaban mejor, pero quedarse tampoco era una opción viable con esos bichos adhiriéndose a su piel. Con esfuerzos consiguió llegar hasta la superficie, notando como se celebraba una pequeña batalla con lo que parecía ser un enorme licántropo. El cerebro de la ojiazul relacionó las marcas en el cadáver con los colmillos de la bestia, dando rápidamente con el resultado de la catástrofe suscitada dentro del pozo. Quería ayudar al lobo, era lo correcto, pero sabía de sobra que el contagio debió ser inevitable, seguramente esa criatura se encontraba sumamente enferma y adolorida, aunque no pudiese asegurar que en otras circunstancias fuese alguien inofensivo.
—El cadáver —habló lo más rápido que pudo— en el pozo…había sido destrozado —señaló al licántropo—. Creo que él fue el causante, y ahora la enfermedad está esparciéndose por su cuerpo —dudó en decir lo siguiente—. Si se acercan demasiado corren el riesgo de contagio…
Ambos felinos luchaban de manera formidable, pero ella se debatía si participar o aprovechar el momento y huir. No tenía lugar a dónde ir, ni tampoco alguien que le estuviese buscando, sus memorias se hallaban reducidas a un mar confuso de pensamientos y poco le interesaba lo que pudiese sucederle, cosa que quedó demostrada al haber olvidado que tenía esas sanguijuelas pegadas a la piel. Se levantó como pudo, sacudiéndose tanto como su cuerpo le permitía, buscando las palabras adecuadas para lo que debía expresar. Su moral quedó destruida, después de tanta muerte y desolación. No había nada por lo que quisiese seguir, pese a que algo hacía que su cuerpo reaccionase por si mismo, como si buscara evitar que su vida se apagase por completo. Fue así como sus labios terminaron abriéndose por inercia, interrumpiendo la guerrilla por un instante.
—Te contagiaste al destrozar el cuerpo de ese hombre —le habló al licántropo—. No sé por qué lo mataste, pero te condenaste a ti mismo al hacerlo —bajó la mirada—. No existe una cura para la enfermedad —se preparó para un ataque de locura por parte del lobo—. Lo que has hecho te ha condenado a morir…
Apenas si fue capaz de reaccionar, antes de que el licántropo se lanzará de nuevo a por ellos. Lamentablemente ella tenía más cosas en qué preocuparse, como las sanguijuelas que insistían en mantenerse pegadas a su cuerpo.
Ashryn Elaynor
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