El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
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El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
-Sabes, el viaje se haría más ameno si hablásemos los dos.- dijo Rakfyr, aún sin mirarme.
Refunfuñé ligeramente. ¿Por qué le había hecho caso? El tigre se había negado a decirme a donde íbamos, o para qué. Pero había insistido en que le acompañase. Tal vez no me molestaría si Syl estuviese cerca, pero en ese momento, me sentía prácticamente arrastrado por ese maldito bosque.
-Podrías empezar diciéndome qué estamos haciendo.- repliqué. -Estoy seguro de que es la tercera vez que he visto ese árbol...-
-Los viajes más difíciles son los que más enseñan.- dijo, evitando la pregunta. Odiaba cuando hacía eso. ¿Por qué no podía relacionarme nunca con alguien normal? -Tan solo confía en mi. Tiene que estar... cerca.-
-Se acabó. Voy a marcar un árbol.- dije, desenfundando mi daga y acercándome a uno. El chamán se interpuso, colocando su mano sobre la mía.
-¿Qué? ¡No! ¿Que eres, un perro?- le taladré con la mirada. ¿Ahora se ponía a hacer bromas? Rakfyr rió ligeramente, pero me urgió a guardar el arma. -No hace falta destrozar nada sólo porque estemos perdidos.-
-O sea, que estamos perdidos...-
-Es una forma de hablar.- aseguró. -Nunca estamos perdidos mientras tengamos un Guía.-
Suspiré. Íbamos a morir allí. Lo sabía.
-Muy bien, entonces ¿por qué no invocas a tu maldito Guía para que nos diga hacia donde ir?- pregunté, perdiendo la paciencia. El tigre me miró, casi con dulzura, y sonrió pacientemente. ¿Por qué no se enfadaba? Eso era aún más irritante.
-Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez. Respira, Asher.- dijo. Suspiré, tranquilizándome un poco. -También es algo frustrante para mi, pero es mejor ponerle buena cara, ¿eh? Mucho más agradable para los dos. ¿Por qué estar perdido y enfadado cuando puedes estar solo perdido?- preguntó.
-Ugh. Supongo.- Odiaba cuando tenía razón. El calor empezó a descender de mi cabeza. -¿Puedes, al menos, decirme por qué yo?- pedí.
-Así está mejor. Mmmh... básicamente, se lo ofrecí a Syl primero, pero él sugirió que fuese contigo en tu lugar. Dijo que le preocupaba el que estuvieses incómodo conmigo, y que pasar un rato solos podía ayudar.- confesó. El tigre se detuvo y se dio la vuelta, mirándome. -Tiene buen corazón.-
Chasqueé la lengua. Podía al menos haberlo consultado conmigo antes. Me crucé de brazos, aún sin decir nada. No estaba seguro de como responder a eso.
-De todas formas, si miras hacia arriba, creo que te alegrarás.- dijo, apuntando hacia algo detrás de mi. Me di la vuelta, retrocediendo unos pasos. ¿De donde había salido esa cosa?
Aquello no era un árbol normal. Tal vez fuese parte de uno en su momento, pero ahora, era una especie de monumento extraño. No tenía corteza. En su lugar, distintos dibujos, uno sobre otro, estaban tallados en el tronco. No, tallados no. Esculpidos. Había algo a los tres metros de altura. Un... ¿pico?
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-Es un totem.- observé. -¿Era esto lo que buscábamos?- Tenía sentido. Era un chamán, después de todo. Pero, ¿para qué?
-No exactamente... pero si nos dice donde está. Allí.- dijo, apuntando en la misma dirección que señalaba el pico. Arqueé una ceja, pero obedecí. Al menos parecía saber lo que estaba haciendo.
Tras un par de minutos, llegamos a un claro. Era algo sorprendente. No esperaba que los árboles se despejasen en ningún momento: ese maldito bosque no se acababa nunca. Y, sin embargo, allí estaba. Ese sitio tenia algo extraño. Casi mágico. La hierba y los árboles tenian un tono más verde y sano de lo normal. Las hojas del suelo estaban casi ordenadas: en lugar de cubrirlo por completo, parecían estar colocadas en filas, como si el viento las hubiese movido de esa forma en concreto. Pero lo que más contribuía al extraño ambiente eran los veinte totems que rodeaban el claro.
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Todos eran distintos, representando distintas figuras, animales y Guías. Solo reconocí unos pocos: algunos de ellos ni siquiera parecían animales. Sin embargo, parecían... viejos. Roidos.
-Vale, ya veo.- dije, volviéndome. -Querías venir a este sitio. Peregrinaje y cosas religiosas. ¿Ahora qué?- pregunté, cruzándome de brazos. Era un poco... extraño y fantástico a la vez. Como si fuese de un cuento de hadas. Me hacía sentir inquieto.
-No era solo eso. Aunque este sitio me llene de paz, hay otro motivo... mira los totems. Hace mucho que nadie los repara.- dijo, señalando el más cercano. A continuación, se llevó la mano a la barbilla. -Necesitan algo de cuidado. Una reparación, por así decirlo.- explicó.
-¿Que más da que estén viejos o no?- pregunté, frunciendo el ceño. -Nadie vive aquí. Incluso si no estuviesen, tampoco importaría, ¿no?-
-Este es un lugar sagrado, Asher.- suspiró el tigre. -Además, no existen solo para las personas. Los animales viven aquí. Para los Guías, son tan importantes como nosotros.-
-Como me alegra tener la misma importancia que una rata de campo en los ojos del dios de los gatos...-
-Tal vez no la tengas para el dios de los perros. O para el de las ratas.- rió. -Pero sabes que no son dioses.-
-Eso depende de tu definición de dios.- repliqué. -Si son una fuerza mayor, espiritual e inmortal que tiene poder sobre el plano material, yo los llamaría dioses.-
El tigre me miró, sorprendido. Sin embargo, su sonrisa se ensanchó.
-No te tomaba por alguien interesado por la teología. Es un buen punto, pero, según lo...- el tigre se interrumpió a si mismo y alzó una mano. Olisqueé el aire, mirando alrededor con atención. Yo también lo había oído. Desenfundé mi espada, y me coloqué cerca de Rakfyr, en guardia. -¿...que haces?- preguntó. -No tienes que ir siempre a la defensiva frente a todo lo que no conozcas, ¿sabes?-
-Si nos ha detectado y no huye, es que cree que no necesita huir de nosotros. Y si no necesita huir de nosotros, nosotros tendríamos que huir de él.- respondí, aún atento. Estaba seguro de haberlo oído. Entre los arbustos.
-Esa lógica es muy circular.- dijo el tigre, poniéndose delante de mi. -Tal vez sea otro viajero. O un peregrino, incluso. ¡Puedes salir, seas quien seas! ¡Mi compañero es un poco cascarrabias, pero es inofensivo!-
-¡Chist!
Última edición por Asher el Mar Ene 30 2018, 20:12, editado 1 vez
Asher Daregan
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
“Bien, bien,” dijo el brujo acariciando hieráticamente sus barbas rojizas tras ajustar el pequeño morral al cuello del lobo frente a él. Su mirada se perdió en la espesura un instante con el semblante de quien puede ver atisbos de alguna verdad oculta y el cachorro profirió un gruñido quedo sabiendo que aquello no era sino una de las innecesarias pausas dramáticas del viejo. “Recuerda, querido, dentro de la bolsa hay un pergamino con dibujos de las setas que debes buscar. Hay una, en particular, que no he dibujado pues es extremadamente escasa en este región, pero si la encuentras sería un verdadero hallazgo. Aquella crece también sobre los troncos caídos y tiene una forma plana e irregular y vetas centrales violáceas que evocan la imagen de una geoda… Ah, no conoces esa palabra. Imagina la ametista incrustada en el cuarzo… ¿no? Bien, es igual. No puedo sufrir tu ignorancia en estos momentos. Ve y encuentra lo que puedas,” instruyó el brujo moviendo una mano vagamente con ademán cansado, ignorando estoicamente el hecho de que el licántropo había echado a correr antes de que pudiese comenzar aquella última frase.
Había algo particular y mágico en el bosque durante esa ventana de tiempo entre los últimos vestigios del otoño y la llegada del invierno, cuando la humedad fría capturaba y concentraba los aromas y el viento del norte soplaba incesante como promesa gélida de lo que vendría.
El lobo se detuvo y olisqueó al aire a su alrededor. Casi podía percibir la transición teniendo lugar, el cambio abrupto y vertiginoso en el ambiente. En menos de un mes el suelo y los pinos estarían cubiertos de nieve, y Gwynn podía verse ya corriendo a través de esa extensión infinita de blancura como una sombra translúcida, su pelaje albo fundiéndole con el bosque.
Su agudo olfato captó el sutil aroma de los hongos sobre la madera muerta y acercando el hocico al suelo zigzagueó al trote hasta dar con la fuente. Sobre el tronco caído de un abedul una colonia de enormes lenguas de buey resaltaban con tonos rojizos sobre la pálida corteza y el lobo instintivamente levantó una pata junto a una pícea para marcar el lugar, olfateando diversos elementos del entorno para recordarlo luego. Si bien en su forma humana era la vista y las imágenes las que guiaban su andar, en su forma lupina era el olfato su principal sentido. La memoria olfativa de los lobos permitía trazar un mapa mental que cambiaba complejidad espacial por nitidez viva, específica y descriptiva. Sobre cuatro patas podía correr millas a través del bosque y encontrar sin problemas su camino de regreso, y aunque luego como niño sería incapaz de describir el camino en términos puramente cardinales, el recuerdo de los aromas estaba allí presente de forma residual.
Como era habitual cada vez que recorría el bosque, los instintos del canino no tardaron en tomar control sobre la misión y pasó la mayor parte de la mañana explorando olores y sonidos, persiguiendo ardillas, zorros y hasta un jabalí vetusto que no le prestó mayor atención en ningún momento, incluso cuando el joven lupino gruñó y ladró intentando hacerle correr. Una sola mirada de hastío porcino por parte del venerable verraco fue suficiente para hacerle entender que el único que huiría sería el cachorro si continuaba su fastidioso acoso. Gwynn, sabiamente, optó agachar la cabeza y dejar al animal escarbar tubérculos en paz. Los jabalíes eran criaturas nobles y dignas, pero su furia no tenía parangón, lección que cualquier criatura del bosque debía por fuerza saber.
No fue sino hacia el mediodía que el licántropo decidió que era hora de recolectar las setas y regresar al menhir solitario que había sido establecido como lugar de rendevouz con Meredydd. El lobo trotó relajadamente hasta la entrada de una pequeña gruta abierta donde había encontrado un tejo moribundo que servía de hogar a una cascada de orejas de árbol. Una vez junto al árbol agachó la cabeza y cerró los ojos aguantando el proceso de transformación, siempre algo traumático para el cuerpo por muy natural que resultara para el licántropo.
Ya en su forma humana el muchacho descolgó el morral de su cuello con un suspiro y removió algunas orejas del tronco cuidadosamente. Apenas había cogido tres cuando un ruido inusual le hizo detenerse enfocando toda su atención a su oído. A una buena distancia, tras él, el sonido inconfundible de voces masculinas rompió la armonía del bosque. Aún sin poder distinguir las palabras resultaba evidente que no se trataba de otros licántropos, al menos no de la zona. La entonación era demasiado vehemente y su tono demasiado descuidado para tratarse de cazadores, pero esa región poco ofrecía a los viajeros de las tierras humanas. Intrigado, el pequeño licántropo echó a andar sigilosamente en dirección al sonido, sus pies pisando las hojas sobre la tierra con suave y entrenado cuidado.
Al acercarse sus ojos azules se abrieron con sorpresa, pues los dos sujetos no eran humanos, tal como había esperado, sino hombres bestia, enormes e inponentes, un canino uno, el más alto, y un extraño felino, su acompañante, cubierto de un pelaje rojizo y vetas negras sobre blanco que le recordaban al muchacho a los linces. Pero quizás más sorprendente que la presencia de los forasteros resultaba el lugar donde se encontraban, un claro prístino rodeado por enormes troncos tallados con figuras de todo tipo de criaturas; osos, águilas, seres extraños y hasta la cabeza de un lobo, tallada con ángulos severos. Profundamente maravillado el muchacho dio algunos pasos con la mirada fija en lo alto, intentando nombrar en su mente todas las figuras que podía reconocer. Sin notarlo el morral en su mano se enganchó en las ramas de un pino caído produciendo un crujido seco que pareció resonar en el claro.
Por unos momentos las voces se transformaron casi en susurros y Gwynn permaneció congelado en su sitio seguro de haber sido descubierto. Cuando el hombre lince elevó la voz invitándole a salir sintió su corazón dar un vuelco mientras su cerebro intentaba decidir si era aquel el momento de correr o esconderse. Tanto Caoimhe como Meredydd le habían advertido que jamás debía interactuar con extraños estando solo, que el mundo fuera de la Tribu era un lugar mucho más peligroso e inhóspito de lo que pensaba, y que debía siempre desconfiar de personas que no conociese. Sabía que era cierto, pero por alguna razón sentía que podía ahora satisfacer su curiosidad de manera segura. Quizás fuese la actitud amable y pacífica del hombre lince, o quizás su confianza en su habilidad para correr en esos terrenos, al menos lo suficiente para crear una distancia que le permitiese transformarse en lobo. Jamás podrían alcanzarle como lobo.
Con pasos cautelosos abandonó su escondite entre los arbustos y los pinos jóvenes y se acercó lentamente abrazando el morral contra su pecho de manera inconsciente. A unas quince yardas se detuvo reparando por primera vez en el enorme espadón que el hombre canino blandía tras su acompañante y por un momento se preguntó si quizás seguir el consejo de los adultos habría sido lo mejor.
“¿Son, um, son vuestros estos troncos con animales?” preguntó con una voz que no resultaba tan asertiva como había pretendido. “Yo sólo estoy recolectando setas. Orejas de árbol. Hay un montón allí,” dijo señalando con el dedo la dirección en la que se encontraba la gruta con el tejo moribundo. Abrió la boca para decir algo más pero no pudo pensar en nada. En lugar de ello tensó levemente los músculos de las piernas preparado para correr frente al más mínimo indicio de amenaza.
Gwynn
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
<<Sólo un poco más... sólo un poco más...>>
Su cerebro e instinto le supervivencia le instaba a seguir. Su cuerpo, en cambio, no respondía bien. La herida en el muslo que le había infringido el rebelde al que se había enfrentado Dag estaba siendo una verdadera molestia. La había vendado y la había puesto mil quinientos emplastes, pero la necesidad imperiosa que había tenido de huir del castillo y tratar de que los esbirros no la encontrasen no había ayudado a su descanso. Su incansable Rushi estaba con ella. La cría de asski, pequeña, moteadita y adorable, tenía una profunda mirada de tristeza. Nada podía hacer por su dueña salvo acompañarla. ¿Qué sería de él si ella moría?
La peor parte de no descansar es que no podía utilizar su magia curativa. Si la utilizaba, se desmayaría en cualquier momento y no podía permitirse eso. Aún no, al menos. Pero no podía más. Había llegado hasta ese bosque, que obviamente no era el suyo. Pese a que la naturaleza siempre era su aliada, esta vez iba a ser también su cama. Intuía que más adelante había un claro, pero no quería exponerse a las alimañas que allí estuvieran, Necesitaba parar, descansar, dormir.
-Rushi... -murmuró con dificultad mientras se agachaba con cuidado y se sentaba, dejando la espalda y la cabeza apoyadas en el tronco de un árbol- ...no puedo más. Tengo que dormir.
El gatito, muy apesadumbrado, se acercó hasta la mano de la elfa y puso debajo la cabeza, buscando mimos. Débiles, los recibió.
-No te preocupes... sólo será un ratito. -suspiró y cerró los ojos, dejándose llevar por un pesado sopor.
La cría de asski maulló, alzando las patas y apoyándolas en el brazo de Iredia, llamándola. Sin embargo, Iredia ya hacía rato que se había marchado al mundo de los sueños y la inconsciencia.
Rushi se sintió pequeño e indefenso, amedrentado por los sonidos que sus pequeñas orejas detectaban cada dos por tres. Caminó hasta una luz que había visto más adelante, hacia unas voces que no entendía. Pronto apareció en el claro, donde él no apreció lo más mínimo las gigantescas estatuas de animales que lo rodeaban. A él lo que le importaba es que, al andar, acababa de toparse con tres animales depredadores que se lo iban a comer. Se los quedó mirando, a cierta distancia, preparado para correr en caso de ataque.
Su cerebro e instinto le supervivencia le instaba a seguir. Su cuerpo, en cambio, no respondía bien. La herida en el muslo que le había infringido el rebelde al que se había enfrentado Dag estaba siendo una verdadera molestia. La había vendado y la había puesto mil quinientos emplastes, pero la necesidad imperiosa que había tenido de huir del castillo y tratar de que los esbirros no la encontrasen no había ayudado a su descanso. Su incansable Rushi estaba con ella. La cría de asski, pequeña, moteadita y adorable, tenía una profunda mirada de tristeza. Nada podía hacer por su dueña salvo acompañarla. ¿Qué sería de él si ella moría?
- Rushi:
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La peor parte de no descansar es que no podía utilizar su magia curativa. Si la utilizaba, se desmayaría en cualquier momento y no podía permitirse eso. Aún no, al menos. Pero no podía más. Había llegado hasta ese bosque, que obviamente no era el suyo. Pese a que la naturaleza siempre era su aliada, esta vez iba a ser también su cama. Intuía que más adelante había un claro, pero no quería exponerse a las alimañas que allí estuvieran, Necesitaba parar, descansar, dormir.
-Rushi... -murmuró con dificultad mientras se agachaba con cuidado y se sentaba, dejando la espalda y la cabeza apoyadas en el tronco de un árbol- ...no puedo más. Tengo que dormir.
El gatito, muy apesadumbrado, se acercó hasta la mano de la elfa y puso debajo la cabeza, buscando mimos. Débiles, los recibió.
-No te preocupes... sólo será un ratito. -suspiró y cerró los ojos, dejándose llevar por un pesado sopor.
La cría de asski maulló, alzando las patas y apoyándolas en el brazo de Iredia, llamándola. Sin embargo, Iredia ya hacía rato que se había marchado al mundo de los sueños y la inconsciencia.
Rushi se sintió pequeño e indefenso, amedrentado por los sonidos que sus pequeñas orejas detectaban cada dos por tres. Caminó hasta una luz que había visto más adelante, hacia unas voces que no entendía. Pronto apareció en el claro, donde él no apreció lo más mínimo las gigantescas estatuas de animales que lo rodeaban. A él lo que le importaba es que, al andar, acababa de toparse con tres animales depredadores que se lo iban a comer. Se los quedó mirando, a cierta distancia, preparado para correr en caso de ataque.
Iredia
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Enfundé mi espada con un suspiro. Solo era un crío. Uno humano, además. No, estaba desnudo. Y hablaba. Un licántropo, entonces. O un dragón. Probablemente lo primero: estábamos en tierras de aquellos. Si se acercaba un poco más podría estar seguro. Pero aquello tampoco importaba. Apreté los dientes, dispuesto a decirle al niño que se perdiese, pero el tigre se adelantó.
-¡Hola, joven!- sonrió el tigre. -No esperaba ver a nadie por aquí... pero no, no son exactamente nuestros. Estos totems son de todos. También tuyos.- dijo. -No seas tímido. Puedes acercarte, si quieres.- dijo, mirándolo con curiosidad.
-Rakfyr...- advertí, mirándolo de reojo.
-Oh, calla. Es un niño. No una amenaza.- dijo, agitando una zarpa en el aire.
-Eso no es lo que...- empecé. Sin embargo, una feroz mirada del felino me reprimió antes de que continuase. Resoplé un poco, pero finalmente, me rendí y me tumbé sobre la hierba, aún cansado por el viaje. Al menos así no tendría que hablar con el chamán.
-Orejas de árbol... ¿son para remedios de garganta? ¿O para comer? Hmm...- el tigre se quedó pensativo durante unos segundos. Había estado insistiendo en recolectar plantas a cada rato, pero en varias ocasiones se lo había tenido que negar. Era imposible llegar a ninguna parte con distracciones cada poco tiempo. -Nunca está de más tener unas pocas. ¿No te importa si cojo unas pocas, no? Salvo que necesites una gran cantidad, debe haber más que suficientes para todos...- dijo, acercándose al sitio al que señalaba el niño. El chamán sacó un pequeño cuchillo de forrajeo y empezó a recolectar cuidadosamente las setas, guardando un número de ellas en su bolsa de viaje. Después, le tendió el resto al chico.
-Estos bosques son muy profundos, joven. ¿Como te llamas?- inquirió el tigre. -Mi nombre es Rakfyr. Hemos venido aquí para observar estos totems. Pero, viendo el estado en el que están... tengo que hacer algo.- murmuró, tocando suavemente uno de los troncos. En la cima, estaba tallada la cabeza de un tigre. Era algo burda, pero el que lo hizo pareció haberse esforzado. -Este representa a los felinos, como yo. El de allí protege a los tuyos. -añadió, señalando a un totem a unos metros de donde yo estaba tumbado. Me giré hacia el tronco, ligeramente interesado. -...y a mi compañero, aunque no lo quiera.-
-Me ha ido muy bien hasta ahora sin ayuda espiritual.- repliqué, observando la cabeza de lobo de madera. Parecía haber resistido mejor. En mi opinión, era más bonita que la suya, pero no dije nada.
-Imagina lo bien que te iría con ayuda.- sonrió el tigre. -Puedes acercarte a él. No muerde.- le sugirió al chico.
-Tu no me has visto morder. Son cosas distintas.- dije, chasqueando la lengua. Sin embargo, no me opuse. Tenía algunas preguntas para el chico, después de todo, y hacía meses que no charlaba con un licántropo. -¿Eres de aquí? ¿De Ulmer?- inquirí. No. Ulmer estaba muy lejos, y el chico parecía bastante joven, a juzgar por la altura. -Este bosque es muy distinto a los del sur...-
Agité una oreja. Había algo. Me preparé para levantarme y me volví, con una rodilla en el suelo. ¿Era eso... un gato? ¿De ese color? No, espera. Conocía esa especie, por descripciones en encargos de las catacumbas. Eso era...
-¡Un asski!- dijo el tigre, sorprendido. Sin embargo, se quedó quieto. -No lo asustéis. Son muy raros... pero habitan en el norte. ¿Que está haciendo uno aquí...?- musitó. El tigre se acercó lentamente a donde estaba, sin realizar movimientos bruscos. Sin embargo, el gato parecía estar en guardia. En cualquier momento, huiría despavorido. No era fácil de ver: tenia la mirada de una persa, y era aún más pequeño de lo normal. ¿Una cría, quizás...?
Suspiré. Sabía que se vendían bien, pero no valía la pena. Estaba harto de lidiar con aristócratas y criminales. Y tampoco tenía ganas de matar a un animal de esa forma. Rebusqué entre mis bolsillos y saqué un trozo de carne seca. Lo arrojé a una distancia media entre el felino y yo, y el asski dio un pequeño brinco. Sin embargo, no huyó al momento. Tal vez el olor de la carne le hubiese intrigado.
-Huele... extraño. A persona.- advirtió Rakfyr. Me levanté y me acerqué, lentamente. Era cierto. El gato tenía un olor conocido. No a humano, sino a algo más suave... Pero también a sudor y cansancio. Tal vez hubiese alguien cerca. Posé la mano en mi espada, y empecé a caminar, ignorando al gato.
Olisqueé el aire repetidas veces. Podía seguir la ruta que el asski había tomado. No tardé demasiado antes de encontrar el origen.
-Un elfo.- musité. No. Una elfa. Daba igual. ¿Estaba muerta? La miré durante unos segundos. Se movía, aunque ligeramente. Respiraba. Pero aquel lugar era bastante extraño para una siesta. Inconsciente, quizás. Suspiré y me acerqué, chasqueando los dedos. Sin respuesta. Debía estar muy profundamente dormida.
Me planteé dejarla allí. No era mi problema. Pero el tigre querría echarle un vistazo. Y, como mínimo, la elfa tendría una historia que contar. Me acerqué a la mujer y la alcé desde la cintura, gruñendo un poco por el esfuerzo. Sin embargo, no pesaba tanto como imaginaba. ¿Que les daban de comer? ¿Hojas? Fuera como fuese, la alcé por encima de mi hombro. Tras asegurarme de que el peso estaba bien equilibrado y no se iba a caer, la llevé de vuelta al claro.
-¿Que demo...?- exclamó el tigre al verme. -¡Bruto! ¡Salvaje! ¡No la lleves así, animal!- me reprimió el tigre, corriendo hacia donde estaba. Puse los ojos en blanco, y coloqué a la mujer sobre la hierba con algo más de delicadeza. -¿Donde estaba? ¿Está herida?- Rakfyr colocó su zarpa en la frente de la mujer, pero no dijo nada.
-Tan solo a unos metros. Toda tuya, tigre.- dije, encogiéndome de hombros y volviendo a tumbarme donde me había colocado la primera vez.
-¡Hola, joven!- sonrió el tigre. -No esperaba ver a nadie por aquí... pero no, no son exactamente nuestros. Estos totems son de todos. También tuyos.- dijo. -No seas tímido. Puedes acercarte, si quieres.- dijo, mirándolo con curiosidad.
-Rakfyr...- advertí, mirándolo de reojo.
-Oh, calla. Es un niño. No una amenaza.- dijo, agitando una zarpa en el aire.
-Eso no es lo que...- empecé. Sin embargo, una feroz mirada del felino me reprimió antes de que continuase. Resoplé un poco, pero finalmente, me rendí y me tumbé sobre la hierba, aún cansado por el viaje. Al menos así no tendría que hablar con el chamán.
-Orejas de árbol... ¿son para remedios de garganta? ¿O para comer? Hmm...- el tigre se quedó pensativo durante unos segundos. Había estado insistiendo en recolectar plantas a cada rato, pero en varias ocasiones se lo había tenido que negar. Era imposible llegar a ninguna parte con distracciones cada poco tiempo. -Nunca está de más tener unas pocas. ¿No te importa si cojo unas pocas, no? Salvo que necesites una gran cantidad, debe haber más que suficientes para todos...- dijo, acercándose al sitio al que señalaba el niño. El chamán sacó un pequeño cuchillo de forrajeo y empezó a recolectar cuidadosamente las setas, guardando un número de ellas en su bolsa de viaje. Después, le tendió el resto al chico.
-Estos bosques son muy profundos, joven. ¿Como te llamas?- inquirió el tigre. -Mi nombre es Rakfyr. Hemos venido aquí para observar estos totems. Pero, viendo el estado en el que están... tengo que hacer algo.- murmuró, tocando suavemente uno de los troncos. En la cima, estaba tallada la cabeza de un tigre. Era algo burda, pero el que lo hizo pareció haberse esforzado. -Este representa a los felinos, como yo. El de allí protege a los tuyos. -añadió, señalando a un totem a unos metros de donde yo estaba tumbado. Me giré hacia el tronco, ligeramente interesado. -...y a mi compañero, aunque no lo quiera.-
-Me ha ido muy bien hasta ahora sin ayuda espiritual.- repliqué, observando la cabeza de lobo de madera. Parecía haber resistido mejor. En mi opinión, era más bonita que la suya, pero no dije nada.
-Imagina lo bien que te iría con ayuda.- sonrió el tigre. -Puedes acercarte a él. No muerde.- le sugirió al chico.
-Tu no me has visto morder. Son cosas distintas.- dije, chasqueando la lengua. Sin embargo, no me opuse. Tenía algunas preguntas para el chico, después de todo, y hacía meses que no charlaba con un licántropo. -¿Eres de aquí? ¿De Ulmer?- inquirí. No. Ulmer estaba muy lejos, y el chico parecía bastante joven, a juzgar por la altura. -Este bosque es muy distinto a los del sur...-
Agité una oreja. Había algo. Me preparé para levantarme y me volví, con una rodilla en el suelo. ¿Era eso... un gato? ¿De ese color? No, espera. Conocía esa especie, por descripciones en encargos de las catacumbas. Eso era...
-¡Un asski!- dijo el tigre, sorprendido. Sin embargo, se quedó quieto. -No lo asustéis. Son muy raros... pero habitan en el norte. ¿Que está haciendo uno aquí...?- musitó. El tigre se acercó lentamente a donde estaba, sin realizar movimientos bruscos. Sin embargo, el gato parecía estar en guardia. En cualquier momento, huiría despavorido. No era fácil de ver: tenia la mirada de una persa, y era aún más pequeño de lo normal. ¿Una cría, quizás...?
Suspiré. Sabía que se vendían bien, pero no valía la pena. Estaba harto de lidiar con aristócratas y criminales. Y tampoco tenía ganas de matar a un animal de esa forma. Rebusqué entre mis bolsillos y saqué un trozo de carne seca. Lo arrojé a una distancia media entre el felino y yo, y el asski dio un pequeño brinco. Sin embargo, no huyó al momento. Tal vez el olor de la carne le hubiese intrigado.
-Huele... extraño. A persona.- advirtió Rakfyr. Me levanté y me acerqué, lentamente. Era cierto. El gato tenía un olor conocido. No a humano, sino a algo más suave... Pero también a sudor y cansancio. Tal vez hubiese alguien cerca. Posé la mano en mi espada, y empecé a caminar, ignorando al gato.
Olisqueé el aire repetidas veces. Podía seguir la ruta que el asski había tomado. No tardé demasiado antes de encontrar el origen.
-Un elfo.- musité. No. Una elfa. Daba igual. ¿Estaba muerta? La miré durante unos segundos. Se movía, aunque ligeramente. Respiraba. Pero aquel lugar era bastante extraño para una siesta. Inconsciente, quizás. Suspiré y me acerqué, chasqueando los dedos. Sin respuesta. Debía estar muy profundamente dormida.
Me planteé dejarla allí. No era mi problema. Pero el tigre querría echarle un vistazo. Y, como mínimo, la elfa tendría una historia que contar. Me acerqué a la mujer y la alcé desde la cintura, gruñendo un poco por el esfuerzo. Sin embargo, no pesaba tanto como imaginaba. ¿Que les daban de comer? ¿Hojas? Fuera como fuese, la alcé por encima de mi hombro. Tras asegurarme de que el peso estaba bien equilibrado y no se iba a caer, la llevé de vuelta al claro.
-¿Que demo...?- exclamó el tigre al verme. -¡Bruto! ¡Salvaje! ¡No la lleves así, animal!- me reprimió el tigre, corriendo hacia donde estaba. Puse los ojos en blanco, y coloqué a la mujer sobre la hierba con algo más de delicadeza. -¿Donde estaba? ¿Está herida?- Rakfyr colocó su zarpa en la frente de la mujer, pero no dijo nada.
-Tan solo a unos metros. Toda tuya, tigre.- dije, encogiéndome de hombros y volviendo a tumbarme donde me había colocado la primera vez.
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Soy consciente de que es un ligero metarol el asumir que Iredia estaba inconsciente en vez de dormida. Espero que no suponga ningún problema, pero si lo es, mándame MP, no me importa editar ^^Asher Daregan
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
El muchacho observó al felino sin bajar la guardia ni hacer ademán de acercarse pero relajando visiblemente la tensión en sus músculos. El sujeto parecía ser genuinamente amable y aparentemente sabía sobre setas y sus usos. La gente que sabía sobre setas era como Meredydd; aficionados a la lectura, la magia y la palabra, excéntricos e inofensivos, pensó el licántropo mientras le seguía de vuelta al tejo, encogiéndose de hombros como única respuesta a sus preguntas sobre las orejas de árbol. La gente que sabía sobre setas solía preguntar cosas sabiendo de antemano la respuesta.
“Gwynn,” dijo finalmente a modo de presentación rechazando las setas con un movimiento breve de su cabeza. Tenía suficientes, en el pergamino había sólo tres estrellas junto al dibujo de las orejas. En lugar de ello elevó la mirada hacia los tótems con renovado interés. ¿Representaban entonces los espíritus del bosque? Las preguntas del canino desviaron su atención hacia él.
“Soy uno de los Drumgelloch, de los clanes de Blair Atholl,” respondió acercándose un par de pasos. No confiaba completamente en el canino, pero su aparente indiferencia le ofrecía cierta seguridad. “Nunca he estado en Ulmer pero he oído que los clanes se oponen a que los lobos de la ciudad nos digan qué hacer,” continuó, acercándose a uno de los imponentes postes tallados y acariciando con sus dedos el musgo y el lichen que cubría uno de sus costados.
El felino había dicho que uno de ellos, el que tenía una cabeza de lobo, le protegía tanto a él como al hombre acostado sobre la hierba. El muchacho le observó con el ceño fruncido. Los adultos solían decir que los hombres bestia eran más humanos que animales, pues experimentaban el mundo como ellos, incapaces de ver la realidad a través de los ojos de la criatura que definía parcialmente su identidad, y Gwynn lo había corroborado a través de su interacción con Alira… al menos parcialmente. La chica era ciertamente diferente. Mejor que cualquier humano que hubiese conocido hasta entonces, pensó sonriendo con extraño orgullo. ¿Era eso producto, quizás, de lo que había aprendido a través de su naturaleza mestiza? ¿Había sabiduría en la naturaleza mixta de los hombres bestia, así como la había en la naturaleza dual de los licántropos? Si Alira era su referencia, la respuesta sería sin duda sí.
Superados por ahora los prejuicios raciales y su desconfianza inicial el muchacho se encontró con un buen número de cosas que quería preguntar. Girándose hacia el hombre lince abrió la boca pero no llegó a articular palabra. A poca distancia de ellos una pequeña y colorida criatura les observaba con la postura de la presa a punto de emprender la huida. ¿Un asski? Jamás había oído de nada semejante. Seguramente sería una criatura proveniente de más allá de las fronteras del Bosque.
El canino echó a andar y Gwynn se acuclilló frente al minúsculo felino estirando una mano lentamente para ver cómo reaccionaba. La criatura hesitó unos momentos, mas cuando parecía dispuesta al fin a acercarse el hombre bestia del espadón regresó con lo que parecía una mujer sobre su hombro.
“¿Quién es ella? ¿Qué le ha sucedido? ¿Está… está viva?” preguntó Gwynn irguiéndose de un salto y acercándose a ellos con la misma celeridad de Rakfyr. La joven parecía haber sido herida, como denotaban los vendajes ceñidos a su muslo y la palidez de su rostro. El muchacho se acuclilló junto a ella frunciendo el ceño preocupado y apartó algunos cabellos rojizos ahogando un grito al notar las peculiares orejas de la mujer.
“¡Es una elfa!” exclamó maravillado. Sus dedos acariciaron suavemente la mejilla de la joven, como si la delicadez en el gesto fuese suficiente para hacerle sentir mejor. Al menos funcionaba con él cuando se sentía enfermo o dolorido y sus padres acariciaban su cabello y rostro.
“¿Puedes ayudarle?” preguntó esperanzado buscando la mirada del hombre lince. Rakfyr sabía de setas, y la gente que sabía de setas solía, también, saber cómo ayudar a otros.
“Gwynn,” dijo finalmente a modo de presentación rechazando las setas con un movimiento breve de su cabeza. Tenía suficientes, en el pergamino había sólo tres estrellas junto al dibujo de las orejas. En lugar de ello elevó la mirada hacia los tótems con renovado interés. ¿Representaban entonces los espíritus del bosque? Las preguntas del canino desviaron su atención hacia él.
“Soy uno de los Drumgelloch, de los clanes de Blair Atholl,” respondió acercándose un par de pasos. No confiaba completamente en el canino, pero su aparente indiferencia le ofrecía cierta seguridad. “Nunca he estado en Ulmer pero he oído que los clanes se oponen a que los lobos de la ciudad nos digan qué hacer,” continuó, acercándose a uno de los imponentes postes tallados y acariciando con sus dedos el musgo y el lichen que cubría uno de sus costados.
El felino había dicho que uno de ellos, el que tenía una cabeza de lobo, le protegía tanto a él como al hombre acostado sobre la hierba. El muchacho le observó con el ceño fruncido. Los adultos solían decir que los hombres bestia eran más humanos que animales, pues experimentaban el mundo como ellos, incapaces de ver la realidad a través de los ojos de la criatura que definía parcialmente su identidad, y Gwynn lo había corroborado a través de su interacción con Alira… al menos parcialmente. La chica era ciertamente diferente. Mejor que cualquier humano que hubiese conocido hasta entonces, pensó sonriendo con extraño orgullo. ¿Era eso producto, quizás, de lo que había aprendido a través de su naturaleza mestiza? ¿Había sabiduría en la naturaleza mixta de los hombres bestia, así como la había en la naturaleza dual de los licántropos? Si Alira era su referencia, la respuesta sería sin duda sí.
Superados por ahora los prejuicios raciales y su desconfianza inicial el muchacho se encontró con un buen número de cosas que quería preguntar. Girándose hacia el hombre lince abrió la boca pero no llegó a articular palabra. A poca distancia de ellos una pequeña y colorida criatura les observaba con la postura de la presa a punto de emprender la huida. ¿Un asski? Jamás había oído de nada semejante. Seguramente sería una criatura proveniente de más allá de las fronteras del Bosque.
El canino echó a andar y Gwynn se acuclilló frente al minúsculo felino estirando una mano lentamente para ver cómo reaccionaba. La criatura hesitó unos momentos, mas cuando parecía dispuesta al fin a acercarse el hombre bestia del espadón regresó con lo que parecía una mujer sobre su hombro.
“¿Quién es ella? ¿Qué le ha sucedido? ¿Está… está viva?” preguntó Gwynn irguiéndose de un salto y acercándose a ellos con la misma celeridad de Rakfyr. La joven parecía haber sido herida, como denotaban los vendajes ceñidos a su muslo y la palidez de su rostro. El muchacho se acuclilló junto a ella frunciendo el ceño preocupado y apartó algunos cabellos rojizos ahogando un grito al notar las peculiares orejas de la mujer.
“¡Es una elfa!” exclamó maravillado. Sus dedos acariciaron suavemente la mejilla de la joven, como si la delicadez en el gesto fuese suficiente para hacerle sentir mejor. Al menos funcionaba con él cuando se sentía enfermo o dolorido y sus padres acariciaban su cabello y rostro.
“¿Puedes ayudarle?” preguntó esperanzado buscando la mirada del hombre lince. Rakfyr sabía de setas, y la gente que sabía de setas solía, también, saber cómo ayudar a otros.
Gwynn
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
El asski se quedó muy quieto, sobresaltándose por el movimiento brusco que hizo uno de los depredadores al tirarle un cacho de carne. Carne. Mmmm, carne. Olisqueó el aire, planteándose seriamente lanzarse a dar un bocado a ese cacho, olvidándose por momentos de que su dueña estaba tirada en un árbol prácticamente roncando.
Entonces, el lobo se acercó ligeramente. Rushi retrocedió un pasito. En ese momento, el lobo pasó a su lado, internándose en el bosque y el pequeño asski se quedó ahí pasmado viendo como un niño humano intentaba tocarlo. Entonces, vio al lobo con su dueña en brazos. Se plantó delante de él, con las patitas y la cola crispadas, tratando de proteger a su dueña. Miró ferozmente al lobo.
-Miau -maulló cabreado, esperando que este retrocediese después de su feroz respuesta.
Por supuesto, tuvo el mismo efecto que una mosca suele tener en un humano medio. Ninguno. Estaba claro: se la iban a comer. El asski siguió al lobo hasta que este dejó a Iredia en el suelo. Al instante, mientras veía al tigre y al niño observar y tocar a la elfa, Rushi se subió en el pecho de ella, mirándolos con una mezcla de miedo y rabia y dando a entender que no le estaba gustando que la tocasen.
En otro mundo, Iredia empezó a soñar con un trono lleno de sangre. Dag estaba allí sentado y había una larga fila de personas enfrente de él. A medida que se iban acercando por turnos, el vampiro los mordía en el cuello y los tiraba al suelo cuando ya se había saciado. Descubrió, poco después, que el siguiente turno era el suyo. Se acercó a él. La mordió. Le pegó un puñetazo, pero él, cabreado, la agarró fuerte y chupó más sangre. Sentía que se desmayaba y que le empezaba a faltar el aliento. Él apoyó una mano en su frente mientras seguía chupando, después acarició su rostro. Por supuesto, esas caricias las recibió de verdad, pero no fue consciente de ello.
Los demás verían que la elfa empezaba a agitarse en sueños, o más bien en pesadillas.
-Que me dejes, dejes... quita...no... ¡que no! -y se despertó, sobresaltada.
Lo que vio al despertarse no le instó precisamente a calmarse. Había un lobo felizmente tumbado a su lado, un tigre y un niño que la miraba de forma extraña. Estaba claro, ese niño y ella eran la comida y la cena de esos dos depredadores. Su asski, Rushi, se había puesto encima, literalmente, de sus senos. Ese gato empezaba a ser muy listo. Se quedó muy quieta, con los ojos como platos mirando muy despacio a su alrededor.
-Ay, Rushi, que me van a comer las orejas... -susurró con miedo al asski.
Entonces, el lobo se acercó ligeramente. Rushi retrocedió un pasito. En ese momento, el lobo pasó a su lado, internándose en el bosque y el pequeño asski se quedó ahí pasmado viendo como un niño humano intentaba tocarlo. Entonces, vio al lobo con su dueña en brazos. Se plantó delante de él, con las patitas y la cola crispadas, tratando de proteger a su dueña. Miró ferozmente al lobo.
-Miau -maulló cabreado, esperando que este retrocediese después de su feroz respuesta.
Por supuesto, tuvo el mismo efecto que una mosca suele tener en un humano medio. Ninguno. Estaba claro: se la iban a comer. El asski siguió al lobo hasta que este dejó a Iredia en el suelo. Al instante, mientras veía al tigre y al niño observar y tocar a la elfa, Rushi se subió en el pecho de ella, mirándolos con una mezcla de miedo y rabia y dando a entender que no le estaba gustando que la tocasen.
En otro mundo, Iredia empezó a soñar con un trono lleno de sangre. Dag estaba allí sentado y había una larga fila de personas enfrente de él. A medida que se iban acercando por turnos, el vampiro los mordía en el cuello y los tiraba al suelo cuando ya se había saciado. Descubrió, poco después, que el siguiente turno era el suyo. Se acercó a él. La mordió. Le pegó un puñetazo, pero él, cabreado, la agarró fuerte y chupó más sangre. Sentía que se desmayaba y que le empezaba a faltar el aliento. Él apoyó una mano en su frente mientras seguía chupando, después acarició su rostro. Por supuesto, esas caricias las recibió de verdad, pero no fue consciente de ello.
Los demás verían que la elfa empezaba a agitarse en sueños, o más bien en pesadillas.
-Que me dejes, dejes... quita...no... ¡que no! -y se despertó, sobresaltada.
Lo que vio al despertarse no le instó precisamente a calmarse. Había un lobo felizmente tumbado a su lado, un tigre y un niño que la miraba de forma extraña. Estaba claro, ese niño y ella eran la comida y la cena de esos dos depredadores. Su asski, Rushi, se había puesto encima, literalmente, de sus senos. Ese gato empezaba a ser muy listo. Se quedó muy quieta, con los ojos como platos mirando muy despacio a su alrededor.
-Ay, Rushi, que me van a comer las orejas... -susurró con miedo al asski.
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Rakfyr examinó el cuerpo de la elfa, buscando cualquier clase de herida. A primera vista, no parecía haber nada grave, pero no se encontraba en un estado ideal.
-Eso intento. Tiene magulladuras y arañazos, pero esos pueden haber sido del viaje... parece que ha ido con prisa. ¿Estaba huyendo de algo...?- musitó el tigre, mirándola con preocupación. Tanteó y giró el cuerpo de la mujer, con la mezcla entre delicadeza y firmeza que tenía un sanador, pero no pareció encontrar nada. En un extraño gesto de valentía, el gato se sentó sobre el pecho de la mujer, como si estuviese desafiando al tigre frente a él.
Rakfyr miró al asski con cara de pocos amigos. Estaba dificultando su trabajo. La elfa comenzó a agitarse, y el chamán retrocedió. ¿Estaba diciendole que le dejase?
Y de repente, se despertó. La mujer miró alrededor, asustada, pero no se movió ni se levantó: en su lugar, susurró algo que me hizo esbozar una sonrisa.
-¡Se ha despertado!- dije. Me levanté y me acuclillé junto a ella, mirándola fijamente. -Y tú que decías que ya estaba muerta. Bueno, no importa.- Saqué la daga de mi cinturón y la puse entre la elfa y yo, observándola por encima del filo. -Parece que es tan avispada que ya ha descubierto lo que vamos a hacer. Así es: teníamos hambre, pero esta noche tendremos un festín.- anuncié con una sonrisa cruel.
-Asher...- interrumpió el tigre. No me detuve.-
-Muy bien, entonces. ¿Prefieres ser asada, o hervida?- pregunté con malicia. -O siempre podemos... mmmhm... filetearla y comerla cruda...- Me relamí, acercando la daga ligeramente hacia ella. Con un súbito movimiento, lancé el cuchillo al aire, y, un segundo después, lo atrapé al vuelo teatralmente.
-¡ASHER! ¡Para!- exclamó Rakfyr, molesto. -¡No vamos a comernosla!-
-Ains...- suspiré. Guardé el cuchillo en su funda y me levanté de nuevo. -Era broma. Tenemos comida de sobra.- sonreí. -Y tampoco nos comeríamos a una persona. Viva.- dije, encogiéndome de hombros.
Parecía haber alterado al chamán: misión cumplida. Necesitaba una pequeña venganza después de haberme arrastrado por todo ese camino para llegar hasta... un bosque en mitad de ninguna parte. Agité la cola, satisfecho conmigo mismo, y perdí interés en la elfa. No podía estar preocupandome por el primer elfo que encontrase perdido en un bosque. Por otra parte, al hombre tigre parecía preocuparle de verdad.
-¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?- inquirió, dejandole algo de espacio para respirar. -Tal vez podría hacer una infusión... ¿Como te llamas? ¿Sabes donde estás?- continuó, llevándose la mano a la barbilla. No era extraño que preguntase: Sandorai estaba algo lejos. Tenía que haberse desviado mucho si había aparecido por ahí. Sacudí la cabeza. Daba igual. No era mi problema.
Había algo que me estaba molestando, pero no estaba seguro de qué. No estaba enfadado, pero quería hacer algo. Algo malo. Era como si me algo me estuviese tentando a ser destructivo. Estaba inquieto. Queria arañar algo, o partir algo por la mitad, o algo así. Una pelea. Quería una pelea. Arranqué briznas de hierba. Eso era poco satisfactorio. No había nada que golpear ni que matar. Tal vez pudiese cazar algo.
Descarté la idea. Aquello tomaría un tiempo, y tendría que alejarme del claro. Apreté los dientos, y miré alrededor. No había más que árboles y totems, mirándome desde arriba. Eso era. Corrí hacia un árbol y salté, encaramandome a la sección en la que el tronco se dividia en zonas gruesas. Seguí ascendiendo energéticamente, rompiendo algunas de las ramas y haciendo caer algunos piñones.
No tardé en acabar sobre otro árbol, orbitando siempre en torno al tótem en el que me había fijado antes. Giré mi peso, tanteando la distancia antes de saltar, y me lancé sobre el propio símbolo, agarrándome de su hocico y orejas. Desde cerca, parecía mucho más detallado. Miré al lobo de madera a los ojos. Había algo... raro. Sin embargo, no tuve mucho tiempo para pensar antes de escuchar un crujido a algunos metros por debajo de mi. El totem empezó a inclinarse. Maldije en voz alta, buscando desesperadamente otro soporte al que agarrarme, pero fue demasiado tarde. Estaba cayendo.
Me impulsé de un salto, separandome de la figura y concentrandome en caer bien. El suelo se acercó a una velocidad vertiginosa. Me giré, equilibrándome, y aterricé con una voltereta sobre la hierba. A mi lado, un estruendo anunció la caida del totem. Me levanté de un salto, alzando ambos brazos.
-¡Estoy bien!- anuncié. Miré al tigre, pero este tenía su vista clavada en otra parte. Esbocé una mueca. El totem había acabado hecho trizas, roto por la parte baja del tronco y con varios fragmentos de la escultura desperdigados por el suelo. -Uff...-
Rakfyr empezó a caminar hacia mi. Su paso era distinto. Amenazador. Estaba enfadado, y con motivo. Acababa de destrozar algo importante para él. El tigre se quedó a un metro de mi, clavando su mirada en mis ojos. Me encogí ligeramente. Estaba abriendo y cerrando sus puños. Podía notar su respiración, pesada e intensa. Bajé las orejas, esperando algo malo. Me había pasado.
Sin embargo, no hubo nada. El tigre inhaló hondo, y tras unos segundos, exhaló.
-Dime que no lo has hecho a proposito.- dijo con tono firme. Negué ligeramente con la cabeza, inseguro de como responder.
-Uh... yo... mmh. Lo siento.- murmuré, llevándome la mano a la nuca. Estaba tenso. Ambos lo estábamos.
-Está bien. Tenía que destruirlo para crear uno nuevo de todas formas.- respondió, arrodillándose junto a los restos.- Ha sido un accidente. Pero ahora tenemos que hacer una pira. Es la única forma...- murmuró, intentando juntar los fragmentos rotos y colocándolos junto al tronco caído.
-Eso intento. Tiene magulladuras y arañazos, pero esos pueden haber sido del viaje... parece que ha ido con prisa. ¿Estaba huyendo de algo...?- musitó el tigre, mirándola con preocupación. Tanteó y giró el cuerpo de la mujer, con la mezcla entre delicadeza y firmeza que tenía un sanador, pero no pareció encontrar nada. En un extraño gesto de valentía, el gato se sentó sobre el pecho de la mujer, como si estuviese desafiando al tigre frente a él.
Rakfyr miró al asski con cara de pocos amigos. Estaba dificultando su trabajo. La elfa comenzó a agitarse, y el chamán retrocedió. ¿Estaba diciendole que le dejase?
Y de repente, se despertó. La mujer miró alrededor, asustada, pero no se movió ni se levantó: en su lugar, susurró algo que me hizo esbozar una sonrisa.
-¡Se ha despertado!- dije. Me levanté y me acuclillé junto a ella, mirándola fijamente. -Y tú que decías que ya estaba muerta. Bueno, no importa.- Saqué la daga de mi cinturón y la puse entre la elfa y yo, observándola por encima del filo. -Parece que es tan avispada que ya ha descubierto lo que vamos a hacer. Así es: teníamos hambre, pero esta noche tendremos un festín.- anuncié con una sonrisa cruel.
-Asher...- interrumpió el tigre. No me detuve.-
-Muy bien, entonces. ¿Prefieres ser asada, o hervida?- pregunté con malicia. -O siempre podemos... mmmhm... filetearla y comerla cruda...- Me relamí, acercando la daga ligeramente hacia ella. Con un súbito movimiento, lancé el cuchillo al aire, y, un segundo después, lo atrapé al vuelo teatralmente.
-¡ASHER! ¡Para!- exclamó Rakfyr, molesto. -¡No vamos a comernosla!-
-Ains...- suspiré. Guardé el cuchillo en su funda y me levanté de nuevo. -Era broma. Tenemos comida de sobra.- sonreí. -Y tampoco nos comeríamos a una persona. Viva.- dije, encogiéndome de hombros.
Parecía haber alterado al chamán: misión cumplida. Necesitaba una pequeña venganza después de haberme arrastrado por todo ese camino para llegar hasta... un bosque en mitad de ninguna parte. Agité la cola, satisfecho conmigo mismo, y perdí interés en la elfa. No podía estar preocupandome por el primer elfo que encontrase perdido en un bosque. Por otra parte, al hombre tigre parecía preocuparle de verdad.
-¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?- inquirió, dejandole algo de espacio para respirar. -Tal vez podría hacer una infusión... ¿Como te llamas? ¿Sabes donde estás?- continuó, llevándose la mano a la barbilla. No era extraño que preguntase: Sandorai estaba algo lejos. Tenía que haberse desviado mucho si había aparecido por ahí. Sacudí la cabeza. Daba igual. No era mi problema.
Había algo que me estaba molestando, pero no estaba seguro de qué. No estaba enfadado, pero quería hacer algo. Algo malo. Era como si me algo me estuviese tentando a ser destructivo. Estaba inquieto. Queria arañar algo, o partir algo por la mitad, o algo así. Una pelea. Quería una pelea. Arranqué briznas de hierba. Eso era poco satisfactorio. No había nada que golpear ni que matar. Tal vez pudiese cazar algo.
Descarté la idea. Aquello tomaría un tiempo, y tendría que alejarme del claro. Apreté los dientos, y miré alrededor. No había más que árboles y totems, mirándome desde arriba. Eso era. Corrí hacia un árbol y salté, encaramandome a la sección en la que el tronco se dividia en zonas gruesas. Seguí ascendiendo energéticamente, rompiendo algunas de las ramas y haciendo caer algunos piñones.
No tardé en acabar sobre otro árbol, orbitando siempre en torno al tótem en el que me había fijado antes. Giré mi peso, tanteando la distancia antes de saltar, y me lancé sobre el propio símbolo, agarrándome de su hocico y orejas. Desde cerca, parecía mucho más detallado. Miré al lobo de madera a los ojos. Había algo... raro. Sin embargo, no tuve mucho tiempo para pensar antes de escuchar un crujido a algunos metros por debajo de mi. El totem empezó a inclinarse. Maldije en voz alta, buscando desesperadamente otro soporte al que agarrarme, pero fue demasiado tarde. Estaba cayendo.
Me impulsé de un salto, separandome de la figura y concentrandome en caer bien. El suelo se acercó a una velocidad vertiginosa. Me giré, equilibrándome, y aterricé con una voltereta sobre la hierba. A mi lado, un estruendo anunció la caida del totem. Me levanté de un salto, alzando ambos brazos.
-¡Estoy bien!- anuncié. Miré al tigre, pero este tenía su vista clavada en otra parte. Esbocé una mueca. El totem había acabado hecho trizas, roto por la parte baja del tronco y con varios fragmentos de la escultura desperdigados por el suelo. -Uff...-
Rakfyr empezó a caminar hacia mi. Su paso era distinto. Amenazador. Estaba enfadado, y con motivo. Acababa de destrozar algo importante para él. El tigre se quedó a un metro de mi, clavando su mirada en mis ojos. Me encogí ligeramente. Estaba abriendo y cerrando sus puños. Podía notar su respiración, pesada e intensa. Bajé las orejas, esperando algo malo. Me había pasado.
Sin embargo, no hubo nada. El tigre inhaló hondo, y tras unos segundos, exhaló.
-Dime que no lo has hecho a proposito.- dijo con tono firme. Negué ligeramente con la cabeza, inseguro de como responder.
-Uh... yo... mmh. Lo siento.- murmuré, llevándome la mano a la nuca. Estaba tenso. Ambos lo estábamos.
-Está bien. Tenía que destruirlo para crear uno nuevo de todas formas.- respondió, arrodillándose junto a los restos.- Ha sido un accidente. Pero ahora tenemos que hacer una pira. Es la única forma...- murmuró, intentando juntar los fragmentos rotos y colocándolos junto al tronco caído.
Asher Daregan
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
La mujer despertó sobresaltada y el muchacho cayó hacia atrás sentado.
“¡No, nadie se comerá tus orejas!” exclamó enarcando una ceja. ¿Acaso había algo especial en las orejas de los elfos, más allá de su forma?
El otro hombre bestia se acercó con una sonrisa depredadora y el joven licántropo observó sorprendido cómo amedrentaba a la elfa con una daga. Gwynn sabía perfectamente que sus amenazas no eran genuinas; el hombre lince no lo permitiría, pero eso sólo hacía el espectáculo más repudiable. Recordó lo que sus padres solían decir sobre los hombres bestia, sobre cómo, pese a su apariencia, eran más humanos que animales. El hombre-perro parecía sentir placer a través de la crueldad, y eso, según había aprendido, era un rasgo privativamente humano.
Eventualmente el lince logró que se detuviera y Gwynn le observó alejarse manteniendo una expresión neutra. Su atención retornó a la mujer en el suelo y tentativamente posó una mano sobre su hombro.
“No le hagas caso, estás a salvo aquí,” dijo sonriendo amablemente. Inseguro sobre qué hacer para mejorar la situación se arrodilló junto a la elfa y acarició su cabello con los dedos. “¿Hay algo que pueda hacer?” preguntó desviando su atención hacia el lince. “Quizá pueda...”
Sus palabras fueron interrumpidas por un crujido seco que le hizo girarse a toda velocidad, a tiempo para ver el tótem con la cabeza de lobo caer pesadamente contra el suelo, partiéndose estruendosamente con una docena de secos latigazos producidos por la madera al astillarse. A un par de yardas, junto a los restos, el hombre-perro se levantó de un salto. El lince se dirigió hacia él para increparle pero Gwynn no le prestó atención, su mirada fija en la cabeza de lobo sobre la hierba.
“¿Cuál es tu problema?” gritó repentinamente poniéndose de pie. Sus ojos azules parecían arrojar dagas hacia el hombre bestia. “No tenías razón para hacer eso. Rakfyr dijo que ese lobo protegía a mi gente, no es justo que lo destruyas. Tú no vives aquí, no eres parte de este bosque. ¡Eres igual a los humanos, sólo vienes aquí a destruir y coger lo que te place!”
Las mejillas del pequeño estaban enrojecidas por la rabia y sus puños temblaban a ambos costados por la adrenalina de gritarle a un adulto que casipesaría el triple que él. A pesar de ello avanzó un par de pasos hacia los hombres bestia, frunciendo el ceño e intentando mostrarse tan seguro y autoritario como su frágil apariencia lo permitía.
“¿Por qué estáis aquí? ¿Por qué os interesa estos tótems si no vivís en el bosque?” preguntó incapaz de detenerse. No sabía quién había erigido estos extraños monumentos, ni cuál era su propósito pero, ¿qué derecho tenían estos extraños en apropiarse de ellos? ¿Qué pasaría si luego quisieran adueñarse y destruir los cairns o círculos de piedra de su tribu? “No los habéis construido vosotros, ni tampoco habláis con ellos ni los visitáis durante las celebraciones. ¡Deberíais dejarles tranquilos!”
“¡No, nadie se comerá tus orejas!” exclamó enarcando una ceja. ¿Acaso había algo especial en las orejas de los elfos, más allá de su forma?
El otro hombre bestia se acercó con una sonrisa depredadora y el joven licántropo observó sorprendido cómo amedrentaba a la elfa con una daga. Gwynn sabía perfectamente que sus amenazas no eran genuinas; el hombre lince no lo permitiría, pero eso sólo hacía el espectáculo más repudiable. Recordó lo que sus padres solían decir sobre los hombres bestia, sobre cómo, pese a su apariencia, eran más humanos que animales. El hombre-perro parecía sentir placer a través de la crueldad, y eso, según había aprendido, era un rasgo privativamente humano.
Eventualmente el lince logró que se detuviera y Gwynn le observó alejarse manteniendo una expresión neutra. Su atención retornó a la mujer en el suelo y tentativamente posó una mano sobre su hombro.
“No le hagas caso, estás a salvo aquí,” dijo sonriendo amablemente. Inseguro sobre qué hacer para mejorar la situación se arrodilló junto a la elfa y acarició su cabello con los dedos. “¿Hay algo que pueda hacer?” preguntó desviando su atención hacia el lince. “Quizá pueda...”
Sus palabras fueron interrumpidas por un crujido seco que le hizo girarse a toda velocidad, a tiempo para ver el tótem con la cabeza de lobo caer pesadamente contra el suelo, partiéndose estruendosamente con una docena de secos latigazos producidos por la madera al astillarse. A un par de yardas, junto a los restos, el hombre-perro se levantó de un salto. El lince se dirigió hacia él para increparle pero Gwynn no le prestó atención, su mirada fija en la cabeza de lobo sobre la hierba.
“¿Cuál es tu problema?” gritó repentinamente poniéndose de pie. Sus ojos azules parecían arrojar dagas hacia el hombre bestia. “No tenías razón para hacer eso. Rakfyr dijo que ese lobo protegía a mi gente, no es justo que lo destruyas. Tú no vives aquí, no eres parte de este bosque. ¡Eres igual a los humanos, sólo vienes aquí a destruir y coger lo que te place!”
Las mejillas del pequeño estaban enrojecidas por la rabia y sus puños temblaban a ambos costados por la adrenalina de gritarle a un adulto que casipesaría el triple que él. A pesar de ello avanzó un par de pasos hacia los hombres bestia, frunciendo el ceño e intentando mostrarse tan seguro y autoritario como su frágil apariencia lo permitía.
“¿Por qué estáis aquí? ¿Por qué os interesa estos tótems si no vivís en el bosque?” preguntó incapaz de detenerse. No sabía quién había erigido estos extraños monumentos, ni cuál era su propósito pero, ¿qué derecho tenían estos extraños en apropiarse de ellos? ¿Qué pasaría si luego quisieran adueñarse y destruir los cairns o círculos de piedra de su tribu? “No los habéis construido vosotros, ni tampoco habláis con ellos ni los visitáis durante las celebraciones. ¡Deberíais dejarles tranquilos!”
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
-¡Se ha despertado!- miró al lobo con sorpresa -Y tú que decías que ya estaba muerta. Bueno, no importa.- fue a contestar, pero entonces ese lobo empezó a juguetear con la daga enfrente de ella y abrió los ojos violetas como platos. -Parece que es tan avispada que ya ha descubierto lo que vamos a hacer. Así es: teníamos hambre, pero esta noche tendremos un festín.
La joven se quedó completamente muda de asombro. Entonces el crío dijo que nadie se iba a comer sus orejas, pero la reacción del lobo la mantenía totalmente alerta. Igual hacía un movimiento brusco inesperado y le rajaba la garganta. Su asski miraba detenidamente al lobo. Si no fuera porque estaba asustada, hubiera jurado que el colorido animal estaba deseando tener brazos para hacer las mismas florituras que él. También había que tener en cuenta que tenía un tigre delante de sus narices. Todo muy natural.
-Muy bien, entonces. ¿Prefieres ser asada, o hervida?- la elfa, instintivamente, trató de retroceder sin éxito, pues estaba apoyada contra una pared y, lógicamente, era imposible esconderse por mucho que se encogiera. -O siempre podemos... mmmhm... filetearla y comerla cruda...
-¿Te... tengo opinión? -comentó mientras miraba a los lados, pensando la mejor forma de levantarse y salir corriendo de allí.
Entonces fue cuando el tigre echó la bronca a aquel lobo y el niño le aseguró que no se la iban a comer. De hecho, el lobo manifestó que no se comía personas vivas. Era un avance, no hace mucho había estado con criaturas que sí lo hacían. Sin responder inmediatamente, se le escapó una mirada de preocupación hacia el bosque. No estaba segura de haber dejado atrás a sus perseguidores. Lo malo de los vampiros es que... no necesitaban descansar. Entonces, notando que tenía que responder a las preguntas del niño y del tigre, agitó las manos levemente, restando importancia a su estado. La verdad es que el susto había puesto su corazón a mil por hora y se le había olvidado el dolor agudo de su pierna. Miró a su muslo derecho apuñalado y sangrante y suspiró.
-Sí... bueno. Necesitaba dormir. He caminado mucho con la pierna así y no podía hacer magia para curarme, necesitaba descansar. Pero gracias a alguien -miró mal al lobo y añadió un tono más sarcástico- ... me he despertado. Hum... voy a intentar una cosa.
Ante los ojos del tigre y del crío, mientras el lobo trepaba por los árboles, musitó una oración a la tierra y sus manos emitieron una leve luz azulada. Esperó unos segundos y llevó una de sus manos al muslo herido. En solo unos momentos, la herida empezó a cerrarse, si bien se quedó aún un poco abierta. No podía sanarla del todo dada su menguada fuerza y poder. Sin embargo, ahora le dolía menos y podía andar.
-Bueno, esto está mejor. -comentó más alegremente al tigre y al niño- Gracias por preocuparos.
El asski entonces bajó de su pecho y maulló. Justo en ese instante, el lobo acababa de encaramarse en una especie de estatua de madera con forma muy semejante a la suya y acababa de tirarla gracias a su peso. No tenía ni idea de qué eran esas estatuas, si bien había oído de algunos dioses de la naturaleza que poseían forma animal. ¿Serían esos que los rodeaban en aquel claro? En cualquier caso, el tigre acababa de levantarse y, francamente, no supo discernir bien cuál de los dos animales le amedrentaba más. Era increíble, estaba con dos depredadores parlantes. Y pensaba que lo había visto todo con una niña mariposa. Miró al crío con confusión, pues no entendía bien por qué se había cabreado el tigre (aunque le alegró ver cómo el lobo agachaba las orejas ante él).
<< Por mal bicho, jijijiji >>, pensó.
Lo que no esperaba en absoluto era ver al pequeño completamente cabreado increparles cosas sobre los totems al lobo. Frunció el ceño y, en silencio, se acercó al tigre y lo ayudó a apilar la madera como buenamente pudo, algo más lenta.
-¿Por qué están aquí estas estatuas? -le preguntó al tigre casi en susurros, por si molestaba la discusión entre el niño y el lobo.
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Uso de habilidad: Plegaria de alivio.
Iredia
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Cualquier rastro de arrepentimiento desapareció de mi cara en el momento en el que el niño desnudo se plantó ante mi, mostrando una mirada de odio y temblando como una hoja. ¿Quien demonios se creía que era? Malditos críos.
-No. Espera. No le pro...- dijo el tigre, intentando detenerle con un gesto. Demasiado tarde. Di un paso hacia adelante, mirando al chico desde arriba.
-¿Y que vas a hacer, eh?- pregunté con una sonrisa cruel. -¿Vas a detenerme? ¿Matarme?- reí. -No, me parece que no. Eres débil y patético. ¿Te crees que eres algo distinto de los humanos, solo por poder convertirte en un cachorro?- musité, condescendiente. Débil. Todos eran débiles. Intentaban imponerse sobre los demás y controlarlos, pero eran incapaces de actuar. Era repulsivo. Si alguien no tenía la fuerza, destreza o inteligencia necesaria, no debía tener nada. Un conejo no se enfrenta a un oso. Si lo hacía, el conejo era cena.
-Déjalo, Asher. Es sólo un niño.- intervino Rakfyr. La elfa le pregunto algo al hombre tigre, pero este la detuvo con un gesto, centrándose en mi conversación en su lugar. Minutos antes, tal vez le habría hecho caso. Sin embargo, la situación había cambiado. Hice caso omiso de sus palabras. Si quería detenerme, iba a tener que actuar.
-Dime, salvaje, ¿que te hace tan estúpidamente valiente? ¿Es porque el tigre está aquí? ¿Crees que puede salvarte?- continué, burlón. -¿Sabes que me impide destriparte aquí mismo?- Mostré los dientes con un ligero gruñido y susurré la siguiente palabra. -Nada. Ni la elfa ni Rak pueden detenerme. Podría clavarte una daga en la garganta antes de que se acercasen un paso. Y ahí acabaría todo.- sonreí. No era muy difícil de imaginar. ¿Podrían salvarlo una elfa y un chamán con conocimientos médicos? Era posible, si actuaban rápido. Pero dependía de lo que hiciese. Si me esforzaba, podía dejarle seco. O, como mínimo, dejar algo permanente.
-Asher. Basta.-
Una cicatriz. Si. Eso podía servir. Un buen recordatorio, hecho con sangre.
-Pero a diferencia de ti, y de todos esos humanos, no estoy hecho de palabras.- dije, volviendo a empuñar la daga. Di un par de toques en la punta, agarrándola con fuerza. -Dicen que el miedo y el dolor son profesores excelentes. Tal vez una cicatriz te enseñe bien cual es tu lugar.- Dudaba de que siquiera un buen curandero pudiese sanar un ojo. Clavé mi mirada en la del niño. ¿Correría? ¿Iba a huir como una presa? Hasta eso sería delicioso. Una persecución era justo lo que necesitaba.
Pero no ocurrió. Todo lo que escuché fue un rugido. Rakfyr se interpuso entre el niño y yo, y caí al suelo.
-¡HE DICHO QUE BASTA!- gritó. Noté un escozor en la cara, donde el tigre me había golpeado. Palpé la zona. Sangre. La misma sangre estaba ahora en la garra del chamán. En ese mismo instante, pude ver como él también se daba cuenta. La furia que acababa de mostrar se había convertido en confusión, y luego, en preocupación. Me levanté, esbozando una sonrisa cruel. -No, espera, no...-
-Saca las garras, tigre.- repliqué con una voz grave. Desaté la vaina de Brillo, con la espada aún en ella, y la dejé caer. Y entonces, comenzó. Me lancé hacia él con un paso rápido, buscando acertar un derechazo en su cara, pero lo vio venir y lo desvió, empujándome en otra dirección. Le miré. Estaba en guardia.
-Esto no es necesario.- aseguró. Demasiado tarde para aquello. Me encorvé y lancé otro gancho, esta vez impactando en su costado. Rakfyr emitió un gruñido de dolor y se apartó. Aquella vez, tomó la iniciativa, girándose y empujando la palma de su mano contra mi estómago. Exhalé, perdiendo el aire de mis pulmones, y me alejé unos pasos. Apenas podía respirar. Bastardo.
Volví a acercarme con una sucesión de golpes. Uno tras otro tras otro. Muchos solo le rozaron o acertaron de refilón, pero con cada golpe, podía notar como su disposición cambiaba. El tigre volvió a lanzarse contra mi estómago, pero esta vez, lo esquivé.
-He dicho que saques las garras.- gruñí. No lo estaba dando todo. ¿Tenía que ser irritante hasta en una pelea?
-No. No voy a hacerte daño.- replicó. Su respiración empezaba a acelerarse. Sus puños estaban apretados. Aquello le era dificil. Escupí.
-¿Ah, no? ¿Y si mato al niño y a la elfa? ¿Que cambia entonces, oh, sabio chamán?- pregunté. Aquello pareció pillarle por sorpresa. El tigre vaciló, y yo aproveché. Me adelanté y cerré mis manos en torno a su cuello, alzándolo con cierta dificultad. -No tienes ni idea de donde te has metido.- El tigre clavó sus garras en mis manos, intentando arrancarse de mi agarre desesperádamente. No cedí. No hasta que el chamán alzó su pierna y me propinó un fuerte rodillazo.
Solté al felino y retrocedí, tosiendo. El cansancio empezó a apoderarse de mi, y me dejé caer. El tigre también tosía, aún tumbado en el suelo. Había acabado tan rápido como comenzó. La cabeza me ardía. Aún podía notar la sangre fluyendo en mi interior, y el escozor de la herida. Me quedé quieto unos instantes, respirando pesadamente. Cerré los ojos.
¿Cual era mi problema? Aquello había sido estúpido. Perder los estribos de esa forma por la rabieta de un niño no era algo de lo que estar orgulloso. Sabía que parcialmente quería provocar al tigre, y lo había conseguido. Pero ¿por qué?
Era irritante. La forma en la que se controlaba continuamente. Había destrozado uno de sus preciados ídolos, y apenas había actuado. Me había puesto a pelear contra él, y aún se negaba a sacar sus malditas garras. No lo entendía, pero lo odiaba. Y aun así, sabía que estaba mal.
Pasaron unos minutos. Me levanté y empecé a caminar, recuperando mi espada del suelo. Miré al tigre a los ojos.
-Voy a buscar leña. Para la pira.- declaré. El tigre bajó la mirada, pensativo.
-Espera. Tengo que limpiarte esa herida.- replicó. Chasqueé la lengua.
-Maldita sea. Déjame sangrar.-
El tigre inspiró hondo y exhaló, aplicando presión sobre distintas partes de su pecho. Algunas partes aún dolían, pero no tenía ninguna herida permanente o algo roto.
-Siento que hayáis visto eso. Perdí la paciencia, pero no debía haber actuado así.- musitó una vez el hombre perro estaba fuera de su vista.- Tampoco se lo tengáis en cuenta. Él... no suele ser así.- Al chamán le gustaba pensar que la gente siempre tenía motivos para actuar como actuaba. Incluso aquellos que parecían más erráticos, o crueles.
-Debería explicar...- suspiró. -Estos totems son símbolos de mi religión. Es principalmente la de muchos hombres bestia. Yo soy un chamán, que sería el equivalente a un... monje, clérigo, o sacerdote. Estos totems les dan influencia a los espíritus guardianes, los Guías, para que velen por aquellos a los que protegen.- dijo. Hizo una pausa, tratando de pensar la mejor forma de explicarlo. -Pero estos son viejos y están en mal estado. No durarán mucho. Hemos venido a reemplazarlos y erigir unos nuevos.- continuó.
-Y... por cierto, me llamo Rakfyr. Mi compañero es Asher.- dijo, mirando a la elfa. El tigre se levantó y miró al cielo. Las nubes se habían vuelto mucho más oscuras. Se acercaba una tormenta.
-No. Espera. No le pro...- dijo el tigre, intentando detenerle con un gesto. Demasiado tarde. Di un paso hacia adelante, mirando al chico desde arriba.
-¿Y que vas a hacer, eh?- pregunté con una sonrisa cruel. -¿Vas a detenerme? ¿Matarme?- reí. -No, me parece que no. Eres débil y patético. ¿Te crees que eres algo distinto de los humanos, solo por poder convertirte en un cachorro?- musité, condescendiente. Débil. Todos eran débiles. Intentaban imponerse sobre los demás y controlarlos, pero eran incapaces de actuar. Era repulsivo. Si alguien no tenía la fuerza, destreza o inteligencia necesaria, no debía tener nada. Un conejo no se enfrenta a un oso. Si lo hacía, el conejo era cena.
-Déjalo, Asher. Es sólo un niño.- intervino Rakfyr. La elfa le pregunto algo al hombre tigre, pero este la detuvo con un gesto, centrándose en mi conversación en su lugar. Minutos antes, tal vez le habría hecho caso. Sin embargo, la situación había cambiado. Hice caso omiso de sus palabras. Si quería detenerme, iba a tener que actuar.
-Dime, salvaje, ¿que te hace tan estúpidamente valiente? ¿Es porque el tigre está aquí? ¿Crees que puede salvarte?- continué, burlón. -¿Sabes que me impide destriparte aquí mismo?- Mostré los dientes con un ligero gruñido y susurré la siguiente palabra. -Nada. Ni la elfa ni Rak pueden detenerme. Podría clavarte una daga en la garganta antes de que se acercasen un paso. Y ahí acabaría todo.- sonreí. No era muy difícil de imaginar. ¿Podrían salvarlo una elfa y un chamán con conocimientos médicos? Era posible, si actuaban rápido. Pero dependía de lo que hiciese. Si me esforzaba, podía dejarle seco. O, como mínimo, dejar algo permanente.
-Asher. Basta.-
Una cicatriz. Si. Eso podía servir. Un buen recordatorio, hecho con sangre.
-Pero a diferencia de ti, y de todos esos humanos, no estoy hecho de palabras.- dije, volviendo a empuñar la daga. Di un par de toques en la punta, agarrándola con fuerza. -Dicen que el miedo y el dolor son profesores excelentes. Tal vez una cicatriz te enseñe bien cual es tu lugar.- Dudaba de que siquiera un buen curandero pudiese sanar un ojo. Clavé mi mirada en la del niño. ¿Correría? ¿Iba a huir como una presa? Hasta eso sería delicioso. Una persecución era justo lo que necesitaba.
Pero no ocurrió. Todo lo que escuché fue un rugido. Rakfyr se interpuso entre el niño y yo, y caí al suelo.
-¡HE DICHO QUE BASTA!- gritó. Noté un escozor en la cara, donde el tigre me había golpeado. Palpé la zona. Sangre. La misma sangre estaba ahora en la garra del chamán. En ese mismo instante, pude ver como él también se daba cuenta. La furia que acababa de mostrar se había convertido en confusión, y luego, en preocupación. Me levanté, esbozando una sonrisa cruel. -No, espera, no...-
-Saca las garras, tigre.- repliqué con una voz grave. Desaté la vaina de Brillo, con la espada aún en ella, y la dejé caer. Y entonces, comenzó. Me lancé hacia él con un paso rápido, buscando acertar un derechazo en su cara, pero lo vio venir y lo desvió, empujándome en otra dirección. Le miré. Estaba en guardia.
-Esto no es necesario.- aseguró. Demasiado tarde para aquello. Me encorvé y lancé otro gancho, esta vez impactando en su costado. Rakfyr emitió un gruñido de dolor y se apartó. Aquella vez, tomó la iniciativa, girándose y empujando la palma de su mano contra mi estómago. Exhalé, perdiendo el aire de mis pulmones, y me alejé unos pasos. Apenas podía respirar. Bastardo.
Volví a acercarme con una sucesión de golpes. Uno tras otro tras otro. Muchos solo le rozaron o acertaron de refilón, pero con cada golpe, podía notar como su disposición cambiaba. El tigre volvió a lanzarse contra mi estómago, pero esta vez, lo esquivé.
-He dicho que saques las garras.- gruñí. No lo estaba dando todo. ¿Tenía que ser irritante hasta en una pelea?
-No. No voy a hacerte daño.- replicó. Su respiración empezaba a acelerarse. Sus puños estaban apretados. Aquello le era dificil. Escupí.
-¿Ah, no? ¿Y si mato al niño y a la elfa? ¿Que cambia entonces, oh, sabio chamán?- pregunté. Aquello pareció pillarle por sorpresa. El tigre vaciló, y yo aproveché. Me adelanté y cerré mis manos en torno a su cuello, alzándolo con cierta dificultad. -No tienes ni idea de donde te has metido.- El tigre clavó sus garras en mis manos, intentando arrancarse de mi agarre desesperádamente. No cedí. No hasta que el chamán alzó su pierna y me propinó un fuerte rodillazo.
Solté al felino y retrocedí, tosiendo. El cansancio empezó a apoderarse de mi, y me dejé caer. El tigre también tosía, aún tumbado en el suelo. Había acabado tan rápido como comenzó. La cabeza me ardía. Aún podía notar la sangre fluyendo en mi interior, y el escozor de la herida. Me quedé quieto unos instantes, respirando pesadamente. Cerré los ojos.
¿Cual era mi problema? Aquello había sido estúpido. Perder los estribos de esa forma por la rabieta de un niño no era algo de lo que estar orgulloso. Sabía que parcialmente quería provocar al tigre, y lo había conseguido. Pero ¿por qué?
Era irritante. La forma en la que se controlaba continuamente. Había destrozado uno de sus preciados ídolos, y apenas había actuado. Me había puesto a pelear contra él, y aún se negaba a sacar sus malditas garras. No lo entendía, pero lo odiaba. Y aun así, sabía que estaba mal.
Pasaron unos minutos. Me levanté y empecé a caminar, recuperando mi espada del suelo. Miré al tigre a los ojos.
-Voy a buscar leña. Para la pira.- declaré. El tigre bajó la mirada, pensativo.
-Espera. Tengo que limpiarte esa herida.- replicó. Chasqueé la lengua.
-Maldita sea. Déjame sangrar.-
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El tigre inspiró hondo y exhaló, aplicando presión sobre distintas partes de su pecho. Algunas partes aún dolían, pero no tenía ninguna herida permanente o algo roto.
-Siento que hayáis visto eso. Perdí la paciencia, pero no debía haber actuado así.- musitó una vez el hombre perro estaba fuera de su vista.- Tampoco se lo tengáis en cuenta. Él... no suele ser así.- Al chamán le gustaba pensar que la gente siempre tenía motivos para actuar como actuaba. Incluso aquellos que parecían más erráticos, o crueles.
-Debería explicar...- suspiró. -Estos totems son símbolos de mi religión. Es principalmente la de muchos hombres bestia. Yo soy un chamán, que sería el equivalente a un... monje, clérigo, o sacerdote. Estos totems les dan influencia a los espíritus guardianes, los Guías, para que velen por aquellos a los que protegen.- dijo. Hizo una pausa, tratando de pensar la mejor forma de explicarlo. -Pero estos son viejos y están en mal estado. No durarán mucho. Hemos venido a reemplazarlos y erigir unos nuevos.- continuó.
-Y... por cierto, me llamo Rakfyr. Mi compañero es Asher.- dijo, mirando a la elfa. El tigre se levantó y miró al cielo. Las nubes se habían vuelto mucho más oscuras. Se acercaba una tormenta.
Asher Daregan
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
¿Detenerle? ¿Matarle? Gwynn frunció el ceño confundido. No podía entender el arrebato de furia que parecía haber consumido al hombre perro. Abrió la boca para decirle que no tenía que desviar la atención, que no era él quien había cometido un error, pero algo le obligó a detenerse. Instintivamente dio un par de pasos atrás sintiendo una nueva oleada de adrenalina en el pecho. Ya no escuchaba las palabras del hombre. Carecían de contenido, sólo eran gruñidos, amenazas. Lo importante era su lenguaje corporal, su mirada, su respiración e intención. Lo dice en serio. Los ojos del muchacho exploraron rápidamente sus alrededores buscando una ruta de escape, algo, cualquier cosa, que le diera una ventaja frente a su potencial persecutor.
“Eres peor que un humano,” dijo en un susurro tembloroso. Las lágrimas empañaban su visión y parpadeó rápida y vigorosamente para despejarla. Sólo en una ocasión en su corta vida había visto una criatura actuar con semejante crueldad, desviada de cualquier instinto más allá que el de atacar. Las palabras escaparon de su boca antes de que pudiera procesarlas: “Sólo eres una bestia enferma.”
Por la esquina del ojo vio al lince acercarse decididamente y retrocedió otro par de pasos antes de que el shamán detuviese al hombre perro con un feroz zarpazo tumbándolo con un golpe seco. Incrédulo les observó pelear algunos momentos antes de girarse y echar a correr hacia la elfa.
“¿Está tu pierna mejor? ¿Puedes caminar? Tenemos que marchar de aquí, este hombre bestia es peligroso,” dijo enjugando las lágrimas con el dorso de la mano y arrojando el morral de cuero a un costado para que lo le estorbase al correr. Se giró para observar la pelea. El lince parecía intentar contener la situación sin mucho éxito. Al menos si seguían así había la esperanza de que se hiriesen mutuamente. Los hombres cayeron al suelo visiblemente cansados. Aquella era la señal.
“Escucha,” dijo dirigiendo nuevamente su atención a la elfa. “No sé de quién huyes ni por qué te han herido, pero no es seguro que te quedes con esos dos. Yo puedo ayudarte. Conozco bien el bosque y cómo moverme en él.”
Sin esperar respuesta echó a andar hacia la espesura evitando mirar al lince quien se acercaba ahora a ellos. Intento ignorarle lo mejor que pudo, mordiendo su pulgar y acelerando el paso, pero no fue suficiente para contenerse.
“¿Que no se lo tengamos en cuenta?” preguntó girándose para mirar al shamán a los ojos. “¿Acaso no te importa nada de lo que él ha hecho? No, es igual. Puede que parezcas ser una buena persona, pero si defiendes sus acciones entonces eres tan peligroso como él.”
Era cierto que le hab'ia defendido frente al hombre perro, pero su deliberada pasividad resultaba tan inquietante como la explosiva agresividad de su compañero. Una mezcla desafortunada. Dos extremos sin centro ni equilibrio, como las corrientes cálidas y frías que originan la tormenta.
Gwynn mordió su labio inferior y recogió el morral del suelo. El hombre perro, Asher, se había perdido en dirección opuesta, pero no estaba dispuesto a esperar a que volviese. Dedicándole a la elfa una última mirada de súplica reanudó su marcha hacia los árboles. Esperaría a estar fuera del alcance de los otros antes de trasformarse.
“Espero que tengas suerte con tus tótems, Rakfyr,” dijo elevando la mirada hacia las ominosas nubes grises. Un primer relámpago surcó el cielo provocando un respingo por parte del pequeño. Agachando la cabeza apresuró la marcha. La tormenta estaba ya sobre ellos.
“Eres peor que un humano,” dijo en un susurro tembloroso. Las lágrimas empañaban su visión y parpadeó rápida y vigorosamente para despejarla. Sólo en una ocasión en su corta vida había visto una criatura actuar con semejante crueldad, desviada de cualquier instinto más allá que el de atacar. Las palabras escaparon de su boca antes de que pudiera procesarlas: “Sólo eres una bestia enferma.”
Por la esquina del ojo vio al lince acercarse decididamente y retrocedió otro par de pasos antes de que el shamán detuviese al hombre perro con un feroz zarpazo tumbándolo con un golpe seco. Incrédulo les observó pelear algunos momentos antes de girarse y echar a correr hacia la elfa.
“¿Está tu pierna mejor? ¿Puedes caminar? Tenemos que marchar de aquí, este hombre bestia es peligroso,” dijo enjugando las lágrimas con el dorso de la mano y arrojando el morral de cuero a un costado para que lo le estorbase al correr. Se giró para observar la pelea. El lince parecía intentar contener la situación sin mucho éxito. Al menos si seguían así había la esperanza de que se hiriesen mutuamente. Los hombres cayeron al suelo visiblemente cansados. Aquella era la señal.
“Escucha,” dijo dirigiendo nuevamente su atención a la elfa. “No sé de quién huyes ni por qué te han herido, pero no es seguro que te quedes con esos dos. Yo puedo ayudarte. Conozco bien el bosque y cómo moverme en él.”
Sin esperar respuesta echó a andar hacia la espesura evitando mirar al lince quien se acercaba ahora a ellos. Intento ignorarle lo mejor que pudo, mordiendo su pulgar y acelerando el paso, pero no fue suficiente para contenerse.
“¿Que no se lo tengamos en cuenta?” preguntó girándose para mirar al shamán a los ojos. “¿Acaso no te importa nada de lo que él ha hecho? No, es igual. Puede que parezcas ser una buena persona, pero si defiendes sus acciones entonces eres tan peligroso como él.”
Era cierto que le hab'ia defendido frente al hombre perro, pero su deliberada pasividad resultaba tan inquietante como la explosiva agresividad de su compañero. Una mezcla desafortunada. Dos extremos sin centro ni equilibrio, como las corrientes cálidas y frías que originan la tormenta.
Gwynn mordió su labio inferior y recogió el morral del suelo. El hombre perro, Asher, se había perdido en dirección opuesta, pero no estaba dispuesto a esperar a que volviese. Dedicándole a la elfa una última mirada de súplica reanudó su marcha hacia los árboles. Esperaría a estar fuera del alcance de los otros antes de trasformarse.
“Espero que tengas suerte con tus tótems, Rakfyr,” dijo elevando la mirada hacia las ominosas nubes grises. Un primer relámpago surcó el cielo provocando un respingo por parte del pequeño. Agachando la cabeza apresuró la marcha. La tormenta estaba ya sobre ellos.
Gwynn
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Al ver el gesto del tigre, se calló y dejó que la discusión siguiese su turbio curso. Contempló con una mezcla de tristeza y curiosidad cómo ambos animales peleaban por una razón que no terminaba de estar clara. Por el rabillo del ojo vio cómo Rushi se alejaba un poco, mirando hacia el bosque y olisqueando el aire. Algo había atrapado su atención.
Entonces, el niño desnudo vino hasta donde ella preguntándole por su pierna y sugiriéndole que se marchara. Frunció el ceño. Por un lado, la idea no era mala. Por otro, estar cerca del tigre le daba seguridad, por algún motivo desconocido. No respondió al muchacho y volvió a mirar de reojo a Rushi. No estaba.
<< Mierda >>
El niño volvió a llamar su atención y esta vez sus palabras la preocuparon más, pero no en el sentido que él pensaba. De golpe, comprendió que no era nada seguro que el niño y ella se alejasen de allí solos. Tenía que convencerlo de alguna manera antes de que fuera tarde.
-¡Espera! -le gritó la elfa justo en el momento en el que el tigre se acercaba para excusar a su compañero.
Escuchó en silencio mientras el tigre hablaba y asintió cuando pidió disculpas en nombre de ambos. Quizás en otra situación se hubiera parado a analizar lo que pasaba, pero en aquel instante no era eso lo que más le importaba. El crío entonces le replicó al tigre enfadado y se dispuso a marcharse. Ahí si reaccionó.
-¡No! -trató de sujetarlo del hombro- No es conveniente que ahora te marches solo. Piensa que igual, si el lobo te pilla a solas sin el tigre, te zampe de verdad de un bocado. -en parte era una excusa, en parte lo pensaba de verdad.
Atendió entonces a las explicaciones que el tigre dio sobre los totems. Se fijó entonces en el estado de las estatuas y, efectivamente, mostraban un avanzado estado de deterioro. Como adoradora de la naturaleza que era, pudo figurarse que ver una estatua en mal estado provocaba en el tigre un estado similar al de ella cuando veía un árbol enfermo. Él le dijo su nombre y el del lobo y ella sonrió ligeramente, tratando de rebajar la tensión.
-Yo soy Iredia. Y mi asski se llama Rushi. Que, por cierto, no sé dónde se ha metido...
La joven entonces miró al cielo. Tormenta, y una de las fuertes. Las nubes tapaban el sol. El maldito sol. La voz del crío se hizo eco en su cabeza, pues había visto otra cosa mucho más alarmante que requería su atención inmediata. Su asski acababa de aparecer por la linde del bosque, avanzando con la cola crispada hacia ella. Una de sus patas estaba manchada de sangre y el animal tenía en sus pequeños ojos el más absoluto de los terrores. Corrió hacia el bichito y lo cogió en brazos. La pata estaba bien, la sangre no era de su animal. Lo abrazó y lo miró a los ojos. Lo entendió todo de golpe. Se giró entonces hacia el crío, que ya se estaba alejando, y lo cogió todo lo brusca que fue capaz del brazo, deteniéndolo. Después, miró al tigre.
-Me han encontrado. -dijo solamente, dirigiendo sus ojos violetas a los árboles.
Dentro del bosque, tres sombras se acercaban hacia el claro, aún sin dejarse ver hasta que la tormenta fuese más espesa y ni un rayo de sol pasase entre las nubes. Iredia pensó amargamente que al menos ahora el lobo Asher tendría algo con lo que desahogar su ira.
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OFF: Para compensar mi tardanza, os traigo un poco de marcha (si fastidio algo, decidme y lo edito)
Iredia
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Me senté bajo un árbol, algo molesto. La lluvia empezaba a hacerse algo más notable, y no tardó en convertirse en una tormenta. Solté los palos que había reunido. No iban a servir de mucho una vez mojados. Daba igual. Aquello era inutil. No entendía que estaba haciendo. Todo el viaje hasta allí había estado lleno de molestias y problemas.
Al menos la opinión del tigre no importaría una vez se fuese. Tenía bastante claro que no se iba a quedar conmigo después de aquello. Para sus estándares, el herir a ese crío debía ser impensable. Tenía aquella mentalidad de héroe. Igual que Eltrant. Sonreí ligeramente, recordando aquella vez que nos encontramos en el camino. La primera vez que nos cruzamos después de librarme de la guardia. Se puso muy serio con lo de proteger a ese chico.
Por mi parte, no lo entendía. Si acaso, un crío valía menos que un adulto. Eran débiles e ignorantes en comparación. Incapaces. Un adulto podía hacer muchas más cosas, y mucho mejor, que casi cualquier niño. Podía valerse por si mismo. De ahí nacía el respeto. La única conclusión que tenía sentido para mi era que, simplemente, los defendian porque eran incapaces de hacerlo ellos mismos.
Piedad. Podía entender la piedad. Yo mismo la había mostrado, en ocasiones. Aun así, ¿no era mejor mostrar piedad en alguien fuerte que en alguien debil? Si se salva a alguien hábil, se salva a alguien con más valor.
Gruñí. Estaba pensando como mi yo adolescente. Era mejor que aquello. Tal vez podría confiar en el consejo de otros, en ese caso. Tal vez...
Alcé las orejas, poniendome alerta. Un susurro. Olfateé el aire, pero no conseguí discernir nada. La lluvia lo camuflaba todo. Algo apareció de entre los árboles. Llevé mi mano a la empuñadura de Brillo, desenfundándo parcialmente la espada, y emití un gruñido quedo. Una mujer.
-Vaya... Hola, grandullón. ¿Que haces aquí, en mitad de una tormenta?- preguntó. ¿Que clase de saludo era ese? ¿Era un intento de parecer casual? ¿Acaso eso le parecía casual a alguien? Fruncí el ceño. Paso a paso, la mujer se acercaba. Sonrió. -No eres de muchas palabras, ¿eh?- su mirada se clavó en mi cara. Me giré ligeramente. ¿Estaba encarando a la zona herida? Suspiré.
-No estoy de humor para juegos. Piérdete.- advertí. Algo se metió en mi cabeza. Algo que me decía que me relajase. Mi cuerpo enfundó mi espada, contra mi voluntad. Y de repente, la mujer estaba a mi lado.
-Tal vez yo pueda hacerte sentir mejor. Piensa en lo... divertido que sería.- susurró, tocando el pelaje húmedo de mi pecho. El contacto hizo que algo se volviese claro en mi cabeza.
-Genial. Primero llueve, y ahora me acosa un súcubo.- musité.
-¿Un...?- La mujer ladeó la cabeza durante un breve instante, confusa. Un instante lo suficientemente largo como para retroceder de un salto, y desgarrar su garganta de un arañazo. Tres gruesas lineas rojas se formaron en su cuello, antes pálido.
-¡UN ESTÚPIDO Y PATÉTICO SÚCUBO, ZORRA CHUPASANGRES!- ladré, lanzando un derechazo directamente a su frente. No impactó. La mujer se apartó en el último momento, envolviéndose en tinieblas y reapareciendo a algunos metros de donde estaba. Se llevó las manos a la garganta, tiñéndolas de sangre, y las miró. Después, alternó su mirada hacia mi. Si había algo de belleza o dulzura en su rostro, se había desvanecido. Solo quedaban colmillos e ira.
Una nube negra empezó a formarse a su alrededor, cubriéndola por completo. Desenvainé a Brillo. No estaba seguro de que esperar. La magia de los vampiros tendía a ser impredecible, lo cual detestaba. La nube se alzó en el aire... y empezó a moverse hacia mi, a una velocidad endemoniada. No necesitaba saber más. Esquivé la nube, asegurándome de poner al menos un metro entre ella y yo.
El árbol contra el que impactó empezó a pudrirse. La corteza se volvió oscura y débil, y cayó al suelo tras unos segundos. Esbocé una mueca.
-Por estas cosas nunca sois los buenos...- dije. La nube se movió de nuevo. Pero estaba listo. Llevé mi espada a la nube, atravesándola sin dificultad. Por supuesto, aquello no haría nada. La vampiresa debía sentirse muy orgullosa de si misma, riéndose de las burdas tácticas de un bruto con espada. O eso debía pensar... hasta que Brillo hizo honor a su nombre, y activó su segunda runa. La nube empezó a ser absorbida por la hoja de mi espada, como si estuviese devorando la propia magia. El filo plateado se cubrió de sombras, volviéndose completamente negro y rezumando la misma clase de oscuridad que acababa de absorber.
La vampiresa estaba frente a mi, tirada en el suelo. Di un paso hacia adelante. Parecía indefensa. Inofensiva. Alcé mi espada... y abrió los ojos, observando como su último intento de engañarme fracasaba.
-¡No, espera!- La exclamación llegó un segundo demasiado tarde. Mi espada atravesó su traquea, y su vida llegó a su fin. Una vez me aseguré de que no se volvería a mover, saqué la punta de su torso. Dioses, ya se estaba descomponiendo. La sangre del filo se había vuelto aún más oscura y densa. Repugnante. Esperaba que no durase demasiado. Miré el cadaver de la vampiresa. ¿Habría más? Debía haber olido la sangre de mi cara de alguna forma. Un pensamiento cruzó mi cabeza. ¿Le había provocado heridas a Rakfyr? No, no. Me había asegurado de no usar mis garras. El tigre estaba a salvo.
Pero la elfa había curado sus heridas en el claro.
Maldije en voz alta. Tenía que volver.
El tigre observó como el niño se alejaba. No se levantó, ni intentó detenerle. Era libre de hacer lo que quisiera, después de todo. Y sin embargo...
-El peligro de verdad se encuentra en la inacción, Gwynn.- dijo, lo suficientemente alto como para que le escuchase.- El odio no lleva a ninguna parte. Se puede hacer más bien corrigiendo un mal camino que alejándose de él.- El chamán no creía que el juicio del licántropo fuese acertado. Sin embargo, parecía entender sus motivos.
-Podría dejarme llevar y despreciar a mi compañero para no volver a verlo. Pero entonces no estaré ahí si vuelve a intentar dañar a otro ser inocente.- continuó. Tal vez podía provocar que el chico se detuviese para discutir. Podían aprender el uno del otro. -Si no lo hago... si me quedo con el, quizás pueda rectificar lo que hace.-
Fue entonces cuando llegó la tormenta. Rakfyr suspiró, y se acercó a uno de los árboles para resguardarse un poco. Hacía tiempo que no olía la lluvia. Sin embargo, su expresión cambió al ver el rostro de Iredia. Alguien... o algo malo se acercaba.
Una figura apareció entre las sombras. Un hombre, de pelo largo y negro.
-¿Qué tenemos aquí...?-
Al menos la opinión del tigre no importaría una vez se fuese. Tenía bastante claro que no se iba a quedar conmigo después de aquello. Para sus estándares, el herir a ese crío debía ser impensable. Tenía aquella mentalidad de héroe. Igual que Eltrant. Sonreí ligeramente, recordando aquella vez que nos encontramos en el camino. La primera vez que nos cruzamos después de librarme de la guardia. Se puso muy serio con lo de proteger a ese chico.
Por mi parte, no lo entendía. Si acaso, un crío valía menos que un adulto. Eran débiles e ignorantes en comparación. Incapaces. Un adulto podía hacer muchas más cosas, y mucho mejor, que casi cualquier niño. Podía valerse por si mismo. De ahí nacía el respeto. La única conclusión que tenía sentido para mi era que, simplemente, los defendian porque eran incapaces de hacerlo ellos mismos.
Piedad. Podía entender la piedad. Yo mismo la había mostrado, en ocasiones. Aun así, ¿no era mejor mostrar piedad en alguien fuerte que en alguien debil? Si se salva a alguien hábil, se salva a alguien con más valor.
Gruñí. Estaba pensando como mi yo adolescente. Era mejor que aquello. Tal vez podría confiar en el consejo de otros, en ese caso. Tal vez...
Alcé las orejas, poniendome alerta. Un susurro. Olfateé el aire, pero no conseguí discernir nada. La lluvia lo camuflaba todo. Algo apareció de entre los árboles. Llevé mi mano a la empuñadura de Brillo, desenfundándo parcialmente la espada, y emití un gruñido quedo. Una mujer.
-Vaya... Hola, grandullón. ¿Que haces aquí, en mitad de una tormenta?- preguntó. ¿Que clase de saludo era ese? ¿Era un intento de parecer casual? ¿Acaso eso le parecía casual a alguien? Fruncí el ceño. Paso a paso, la mujer se acercaba. Sonrió. -No eres de muchas palabras, ¿eh?- su mirada se clavó en mi cara. Me giré ligeramente. ¿Estaba encarando a la zona herida? Suspiré.
-No estoy de humor para juegos. Piérdete.- advertí. Algo se metió en mi cabeza. Algo que me decía que me relajase. Mi cuerpo enfundó mi espada, contra mi voluntad. Y de repente, la mujer estaba a mi lado.
-Tal vez yo pueda hacerte sentir mejor. Piensa en lo... divertido que sería.- susurró, tocando el pelaje húmedo de mi pecho. El contacto hizo que algo se volviese claro en mi cabeza.
-Genial. Primero llueve, y ahora me acosa un súcubo.- musité.
-¿Un...?- La mujer ladeó la cabeza durante un breve instante, confusa. Un instante lo suficientemente largo como para retroceder de un salto, y desgarrar su garganta de un arañazo. Tres gruesas lineas rojas se formaron en su cuello, antes pálido.
-¡UN ESTÚPIDO Y PATÉTICO SÚCUBO, ZORRA CHUPASANGRES!- ladré, lanzando un derechazo directamente a su frente. No impactó. La mujer se apartó en el último momento, envolviéndose en tinieblas y reapareciendo a algunos metros de donde estaba. Se llevó las manos a la garganta, tiñéndolas de sangre, y las miró. Después, alternó su mirada hacia mi. Si había algo de belleza o dulzura en su rostro, se había desvanecido. Solo quedaban colmillos e ira.
Una nube negra empezó a formarse a su alrededor, cubriéndola por completo. Desenvainé a Brillo. No estaba seguro de que esperar. La magia de los vampiros tendía a ser impredecible, lo cual detestaba. La nube se alzó en el aire... y empezó a moverse hacia mi, a una velocidad endemoniada. No necesitaba saber más. Esquivé la nube, asegurándome de poner al menos un metro entre ella y yo.
El árbol contra el que impactó empezó a pudrirse. La corteza se volvió oscura y débil, y cayó al suelo tras unos segundos. Esbocé una mueca.
-Por estas cosas nunca sois los buenos...- dije. La nube se movió de nuevo. Pero estaba listo. Llevé mi espada a la nube, atravesándola sin dificultad. Por supuesto, aquello no haría nada. La vampiresa debía sentirse muy orgullosa de si misma, riéndose de las burdas tácticas de un bruto con espada. O eso debía pensar... hasta que Brillo hizo honor a su nombre, y activó su segunda runa. La nube empezó a ser absorbida por la hoja de mi espada, como si estuviese devorando la propia magia. El filo plateado se cubrió de sombras, volviéndose completamente negro y rezumando la misma clase de oscuridad que acababa de absorber.
La vampiresa estaba frente a mi, tirada en el suelo. Di un paso hacia adelante. Parecía indefensa. Inofensiva. Alcé mi espada... y abrió los ojos, observando como su último intento de engañarme fracasaba.
-¡No, espera!- La exclamación llegó un segundo demasiado tarde. Mi espada atravesó su traquea, y su vida llegó a su fin. Una vez me aseguré de que no se volvería a mover, saqué la punta de su torso. Dioses, ya se estaba descomponiendo. La sangre del filo se había vuelto aún más oscura y densa. Repugnante. Esperaba que no durase demasiado. Miré el cadaver de la vampiresa. ¿Habría más? Debía haber olido la sangre de mi cara de alguna forma. Un pensamiento cruzó mi cabeza. ¿Le había provocado heridas a Rakfyr? No, no. Me había asegurado de no usar mis garras. El tigre estaba a salvo.
Pero la elfa había curado sus heridas en el claro.
Maldije en voz alta. Tenía que volver.
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El tigre observó como el niño se alejaba. No se levantó, ni intentó detenerle. Era libre de hacer lo que quisiera, después de todo. Y sin embargo...
-El peligro de verdad se encuentra en la inacción, Gwynn.- dijo, lo suficientemente alto como para que le escuchase.- El odio no lleva a ninguna parte. Se puede hacer más bien corrigiendo un mal camino que alejándose de él.- El chamán no creía que el juicio del licántropo fuese acertado. Sin embargo, parecía entender sus motivos.
-Podría dejarme llevar y despreciar a mi compañero para no volver a verlo. Pero entonces no estaré ahí si vuelve a intentar dañar a otro ser inocente.- continuó. Tal vez podía provocar que el chico se detuviese para discutir. Podían aprender el uno del otro. -Si no lo hago... si me quedo con el, quizás pueda rectificar lo que hace.-
Fue entonces cuando llegó la tormenta. Rakfyr suspiró, y se acercó a uno de los árboles para resguardarse un poco. Hacía tiempo que no olía la lluvia. Sin embargo, su expresión cambió al ver el rostro de Iredia. Alguien... o algo malo se acercaba.
Una figura apareció entre las sombras. Un hombre, de pelo largo y negro.
-¿Qué tenemos aquí...?-
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Usada habilidad de nivel 3: AbsorberAsher Daregan
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Las palabras del tigre sonaron un tanto vacías para ella. De hecho, apenas las escuchó, pues había visto al ser de pelo largo y negro que la sonreía desde la espesura, cerca de donde el tigre se estaba resguardando de la lluvia. Ella se había quedado fuera, no queriendo encerrarse entre los árboles a merced de los malditos demonios nocturnos que la habían encontrado. Giró un tanto la cabeza y vio que dos vampiros más, ajenos a mojarse, asomaban en el otro extremo del claro. No sabía nada del lobo. Se le cruzó por la cabeza el inocente deseo de que no le hubiese pasado nada.
El vampiro de pelo largo hizo su introducción. La elfa, tratando de respirar calmadamente, dejó a su asski en el suelo, el cual se fue a buscar cobijo tras unas rocas. Después, alzó la mirada hacia el vampiro. A este lo conocía bien. Ya le había visto en la revuelta de palacio de Dag. De hecho, si no recordaba mal, era uno de los que se revelaron contra él. ¿Cómo había podido escapar? El hombre notó la duda en su mirada y se empezó a reír sonoramente.
-¿Qué pasa, Iredia?¿No te alegras de verme? -usó un falso tono de disgusto- Sé que el pequeño intento de mi compatriota de... ser rey no salió bien. Fíjate, hasta pensé que no volvería a ver esos lindos cabellos pelirrojos...
La joven hizo ademán de sacar su arco, pero para su completo horror se dio cuenta de que estaba paralizada. La voz de aquel ser le incitaba a no ser violenta y clavarle una flecha en el ojo.
-... y de repente, ¡ja!, me entero de que te has escapado de palacio. De que la concubina del rey está huyendo ahora. Oh, no sabes qué placer sentí al escuchar eso. Además...- a medida que hablaba se hallaba cada vez más cerca de ella- ... tu sangre huele deliciosa. Siempre envidié a Dag por poder probarla. La vida da tantas vueltas, ¿verdad?
Ya estaba casi enfrente de ella. Alargó una mano y tocó su pálida y mojada piel del rostro.
-Raikfir. -llamó Iredia con voz determinante- Vete de aquí. Esto es cosa mía.
Los ojos violetas de la elfa atravesaron con asco el rostro del vampiro.
-Eres patético. -le siseó.
Él ladeó la cabeza, fingiendo estar ofendido.
-Qué injusto, Iredia. Qué injusto...
Pese a la parálisis, la joven elfa estaba solo a un roce de su puñal.
Iredia
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Rakfyr observó al hombre. No había duda alguna de que era un vampiro. El olor no engañaba. El tigre apretó los dientes. En cierta forma, sentía compasión por ellos. Eran de los pocos seres que no tenían un Guía que les ayudase.
Pero no podía ser permisivo. Estaba amenazando a Iredia. Tal vez no de forma tan brutal como Asher, pero la manera en la que hablaba... aquella voz era escalofriante. Estaba cargada de crueldad y malicia. El tigre se adelantó. El frío y la presión
-Detente. Ahora mismo.- ordenó, ignorando la petición de Iredia. El vampiro apenas giró levemente la cabeza, sin dejar de mirar a la elfa.
-¿Por qué no la escuchas, gato? Es cosa suya. ¿No ves que sólo nos estamos divirtiendo?- dijo, lamiéndose los labios. Abrió la boca, dejando ver sus colmillos. Rakfyr colocó su zarpa en el hombro del vampiro, separándolo de la elfa... y este respondió con un grito de ira, y un puñetazo dirigido hacia el tigre.
El chamán se agachó, evitando el golpe, y le propinó un fuerte codazo en el estómago, aprovechando el momento de sorpresa para poner un poco de distancia entre ambos.
-He dicho basta.- declaró, clavando sus ojos azules en su oponente. El rostro del felino había perdido todo rastro de duda. En su mirada, había calma. En la del vampiro, solo furia. El hombre pálido se llevó la mano al cinturón y desenfundó una larga daga negra.
-Ahora vas a sangrar... y será por tu culpa, Iredia.- dijo, lanzando una sonrisa cruel hacia la elfa. -Esto es lo que pasa cuando te resistes.-
El vampiro se arrojó hacia Rakfyr con la daga por delante. El tigre no tenía más armas que su propio cuerpo. No era un guerrero. Pero eso no significaba que estuviese indefenso. Se movió de un paso lateral rápido, esquivando la acometida y golpeándole en el costado con un puñetazo antes de alejarse de nuevo. No podía encajar un golpe que le incapacitase fácilmente. Contra alguien con una daga, era arriesgado.
Tenía que limitarse a cansarlo y mantenerse a salvo. El chamán repitió aquello dos, tres, cuatro veces. Cada vez, la rabia del vampiro no hacía más que aumentar. Pero el cansancio haría mella en él, tarde o temprano. O al menos, eso pensaba el tigre.
No lo vio venir.
El cuchillo le alcanzó, dibujando una linea roja en el hombro del tigre. Rakfyr consiguió golpearle en el cuello. Pero el coste era alto. Se llevó la mano izquierda a la herida que empezaba a teñir su brazo de rojo. El vampiro empezó a respirar pesadamente. El olor. El olor.
La sangre empezó a flotar, quedándose paralizada en el aire. El hombre se lanzó de nuevo hacia Rakfyr, soltando un grito frenético.
Un leve brillo captó la atención del hombre bestia. El hombre perro estaba allí, entre los árboles. Y en un mero instante, desapareció. Y volvió a aparecer.
Me materialicé frente al vampiro, dándome la vuelta y lanzando un largo tajo a la altura de los hombros. Demasiado lejos para alcanzarlos. Pero mi espada continuó moviéndose, encontrándose con el brazo alzado del chupasangres y cercenándolo a su paso. La mano del hombre cayó al suelo, inerte, mientras su rostro se contrajo en una mueca y lanzó un grito de dolor.
Me acerqué con un paso rápido, recuperando el equilibrio, y golpeé su cráneo con el pomo de mi espada. El grito se convirtió en una exclamación seca, y el vampiro cayó al suelo. El muñón de su brazo se estaba volviendo negro ante mis ojos, debido a la energía que emitía Brillo. El tipo se retorció, vociferando maldiciones y agarrándose el brazo con su única mano. Enseñé los dientes, gruñendo con un tono amenazante. No. Odio. Ese bastardo había atacado a uno de los míos. Le miré fríamente. Debía morir.
Coloqué mi pie sobre su cabeza, pisándole con fuerza contra la hierba, húmeda con su sangre. No escuché las palabras del tigre. Alcé a Brillo... y la punta descendió hasta atravesar el costado del hombre pálido. Un grito volvió a inundar el claro. Intentó apartarse. Pero bajo mi peso, era incapaz. Continué presionando mi espada, hundiéndola más y más en su pecho. Casi no noté la resistencia de sus órganos. Y una vez quedó firmemente encajada, el grito se intensificó.
No era difícil adivinar que ocurría. Literalmente, se estaba pudriendo por dentro.
Retiré la hoja hasta sacarla por completo. La sangre empezó a brotar a borbotones. No tenía mucho tiempo. Reposicioné la espada, y la volví a introducir. Otro grito. Para ese hombre, no debía haber nada más que dolor en ese momento. Una voz a mi espalda se hizo más fuerte aún.
-¡ASHER! ¡PARA! ¡ACABA DE UNA VEZ!- gritó el tigre. Me quedé pensativo durante apenas un segundo. Pero obedecí. Desencajé la espada, una vez más, y la hice descender sobre el cuello del vampiro.
Y el grito cesó.
-Nadie amenaza a mi familia.- declaré. Enfundé a Brillo y miré a mi compañero. Estaba empezando a sentir el frío y el cansancio en mi cuerpo. -Hay una cueva cerca. Vamos.- ordené. El tigre asintió, pero no sin antes mirar a Iredia. -Que venga. Pero daos prisa.-
Tan solo nos llevó unos minutos encontrar la cueva. No era el refugio más atractivo en el que hubiese estado. Pero era mejor que estar bajo la tormenta. Aquella lluvia era torrencial. No me gustaba.
Al menos teniamos fuego, aunque nuestra "hoguera" consistía en una gruesa rama de árbol rota que había secado y prendido con las runas que me quedaban. Y ahí estábamos. Tiritando, empapados, sangrando y en una cueva desconocida.
-La próxima dejo al maldito totem en paz...- murmuré, acercando mis manos al fuego. No parecía que se fuese a apagar aquella vez. Miré a la mujer. -Elfa. Cúrale.- dije, señalando a Rakfyr con la cabeza.
-Se llama Iredia.- aclaró. -Y no es tan simple. Ya la has visto. Estaba inconsciente hace apenas un par de horas. Déjala.- dijo, aún con una mueca. Gruñí. ¿Se estaba haciendo el duro? ¿Ahí?
-Iredia.- miré a la elfa fijamente a los ojos. Noté un nudo en la garganta. No podía ser orgulloso. No si dañaba a alguien más. -Por favor.- insistí.
Pero no podía ser permisivo. Estaba amenazando a Iredia. Tal vez no de forma tan brutal como Asher, pero la manera en la que hablaba... aquella voz era escalofriante. Estaba cargada de crueldad y malicia. El tigre se adelantó. El frío y la presión
-Detente. Ahora mismo.- ordenó, ignorando la petición de Iredia. El vampiro apenas giró levemente la cabeza, sin dejar de mirar a la elfa.
-¿Por qué no la escuchas, gato? Es cosa suya. ¿No ves que sólo nos estamos divirtiendo?- dijo, lamiéndose los labios. Abrió la boca, dejando ver sus colmillos. Rakfyr colocó su zarpa en el hombro del vampiro, separándolo de la elfa... y este respondió con un grito de ira, y un puñetazo dirigido hacia el tigre.
El chamán se agachó, evitando el golpe, y le propinó un fuerte codazo en el estómago, aprovechando el momento de sorpresa para poner un poco de distancia entre ambos.
-He dicho basta.- declaró, clavando sus ojos azules en su oponente. El rostro del felino había perdido todo rastro de duda. En su mirada, había calma. En la del vampiro, solo furia. El hombre pálido se llevó la mano al cinturón y desenfundó una larga daga negra.
-Ahora vas a sangrar... y será por tu culpa, Iredia.- dijo, lanzando una sonrisa cruel hacia la elfa. -Esto es lo que pasa cuando te resistes.-
El vampiro se arrojó hacia Rakfyr con la daga por delante. El tigre no tenía más armas que su propio cuerpo. No era un guerrero. Pero eso no significaba que estuviese indefenso. Se movió de un paso lateral rápido, esquivando la acometida y golpeándole en el costado con un puñetazo antes de alejarse de nuevo. No podía encajar un golpe que le incapacitase fácilmente. Contra alguien con una daga, era arriesgado.
Tenía que limitarse a cansarlo y mantenerse a salvo. El chamán repitió aquello dos, tres, cuatro veces. Cada vez, la rabia del vampiro no hacía más que aumentar. Pero el cansancio haría mella en él, tarde o temprano. O al menos, eso pensaba el tigre.
No lo vio venir.
El cuchillo le alcanzó, dibujando una linea roja en el hombro del tigre. Rakfyr consiguió golpearle en el cuello. Pero el coste era alto. Se llevó la mano izquierda a la herida que empezaba a teñir su brazo de rojo. El vampiro empezó a respirar pesadamente. El olor. El olor.
La sangre empezó a flotar, quedándose paralizada en el aire. El hombre se lanzó de nuevo hacia Rakfyr, soltando un grito frenético.
Un leve brillo captó la atención del hombre bestia. El hombre perro estaba allí, entre los árboles. Y en un mero instante, desapareció. Y volvió a aparecer.
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Me materialicé frente al vampiro, dándome la vuelta y lanzando un largo tajo a la altura de los hombros. Demasiado lejos para alcanzarlos. Pero mi espada continuó moviéndose, encontrándose con el brazo alzado del chupasangres y cercenándolo a su paso. La mano del hombre cayó al suelo, inerte, mientras su rostro se contrajo en una mueca y lanzó un grito de dolor.
Me acerqué con un paso rápido, recuperando el equilibrio, y golpeé su cráneo con el pomo de mi espada. El grito se convirtió en una exclamación seca, y el vampiro cayó al suelo. El muñón de su brazo se estaba volviendo negro ante mis ojos, debido a la energía que emitía Brillo. El tipo se retorció, vociferando maldiciones y agarrándose el brazo con su única mano. Enseñé los dientes, gruñendo con un tono amenazante. No. Odio. Ese bastardo había atacado a uno de los míos. Le miré fríamente. Debía morir.
Coloqué mi pie sobre su cabeza, pisándole con fuerza contra la hierba, húmeda con su sangre. No escuché las palabras del tigre. Alcé a Brillo... y la punta descendió hasta atravesar el costado del hombre pálido. Un grito volvió a inundar el claro. Intentó apartarse. Pero bajo mi peso, era incapaz. Continué presionando mi espada, hundiéndola más y más en su pecho. Casi no noté la resistencia de sus órganos. Y una vez quedó firmemente encajada, el grito se intensificó.
No era difícil adivinar que ocurría. Literalmente, se estaba pudriendo por dentro.
Retiré la hoja hasta sacarla por completo. La sangre empezó a brotar a borbotones. No tenía mucho tiempo. Reposicioné la espada, y la volví a introducir. Otro grito. Para ese hombre, no debía haber nada más que dolor en ese momento. Una voz a mi espalda se hizo más fuerte aún.
-¡ASHER! ¡PARA! ¡ACABA DE UNA VEZ!- gritó el tigre. Me quedé pensativo durante apenas un segundo. Pero obedecí. Desencajé la espada, una vez más, y la hice descender sobre el cuello del vampiro.
Y el grito cesó.
-Nadie amenaza a mi familia.- declaré. Enfundé a Brillo y miré a mi compañero. Estaba empezando a sentir el frío y el cansancio en mi cuerpo. -Hay una cueva cerca. Vamos.- ordené. El tigre asintió, pero no sin antes mirar a Iredia. -Que venga. Pero daos prisa.-
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Tan solo nos llevó unos minutos encontrar la cueva. No era el refugio más atractivo en el que hubiese estado. Pero era mejor que estar bajo la tormenta. Aquella lluvia era torrencial. No me gustaba.
Al menos teniamos fuego, aunque nuestra "hoguera" consistía en una gruesa rama de árbol rota que había secado y prendido con las runas que me quedaban. Y ahí estábamos. Tiritando, empapados, sangrando y en una cueva desconocida.
-La próxima dejo al maldito totem en paz...- murmuré, acercando mis manos al fuego. No parecía que se fuese a apagar aquella vez. Miré a la mujer. -Elfa. Cúrale.- dije, señalando a Rakfyr con la cabeza.
-Se llama Iredia.- aclaró. -Y no es tan simple. Ya la has visto. Estaba inconsciente hace apenas un par de horas. Déjala.- dijo, aún con una mueca. Gruñí. ¿Se estaba haciendo el duro? ¿Ahí?
-Iredia.- miré a la elfa fijamente a los ojos. Noté un nudo en la garganta. No podía ser orgulloso. No si dañaba a alguien más. -Por favor.- insistí.
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Usada habilidad de nivel 4: Impulso
Asher Daregan
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Sucedieron una serie de cosas que no tenía calculadas para este momento. En primer lugar, cuando el tigre intervino ya no notó esa presión que la mantenía paralizada e incapaz de coger la daga que tenía en el cinturón. Aprovechando que ambos estaban en medio de una danza de esquiva y ataque, la sacó y miró detenidamente, buscando la forma de intervenir y teniendo en cuenta que el maldito vampiro también tenía un arma.
Entonces, el tigre acabó herido. La elfa soltó un grito de furia y justo cuando el vampiro fue a abalanzarse sobre el tigre, la elfa corrió y se tiró literalmente encima del vampiro. No fue una estrategia muy sabia. La fuerza de Iredia era considerablemente menor que la del vampiro, así que solo consiguió tirarlo al suelo y rodar juntos. Sin embargo, este consiguió levantarse antes que ella y propinarle una espectacular patada en el estómago. Iba a seguir cuando una amenaza más grande sorprendió al vampiro y le hizo olvidar lo que estaba haciendo con ella.
Y en ese momento, se quedó sin mano. Observó con una mezcla de temor y satisfacción cómo el hombre-perro se enfrentaba a él y lo derrotaba en cuestión de minutos, hundiendo esa extraña espada una y otra vez en su cuerpo. Algo tenía la hoja de aquel arma, pues le provocaba un sufrimiento casi agónico al demonio de la noche. La elfa, al contrario que el tigre, se mostró algo más impasible a su sufrimiento. Notaba que dentro de ella empezaba a germinar un creciente odio hacia esa clase de criaturas. Todas las que se había encontrado eran bastante detestables. Una punzada de dolor le vino al recordar al rey. Sacudió la cabeza. El lobo mencionó la cueva y que se dieran prisa. Ella, con la mano en el estómago y un asentimiento, los siguió.
Una vez allí, la elfa ya estaba dispuesta a colocarse al lado del tigre para curarlo. Cuando el hombre-perro usó esas formas con ella, arqueó una ceja con cierta diversión. Definitivamente, era un poco animal. Mientras ellos discutían, ella se miró el estómago y la pierna y suspiró. Sacó su zurrón y empezó a hurgar. Entonces, Asher se plantó delante de ella, mirándola fijamente a los ojos y pidiéndole por favor que lo curase. Ella entrecerró un poco los ojos, con expresión seria.
-Lo iba a hacer de todas formas. -habló por primera vez en todo este rato.
Empezó a sacar trastos hasta que encontró un frasquito pequeño con lo que parecía una sustancia verde muy espesa. Hizo una mueca. Le quedaba muy poco. Lo dejó a un lado, se arremangó y juntó las manos mientras cerraba los ojos y murmuraba una plegaria. Sus manos empezaron a emitir una leve luz verdosa. Se fue hasta el tigre y se arrodilló a su lado, concentrándose en destapar la herida.
-No puedo usar ahora todo mi potencial mágico, pero esto acelerará la curación. No duele, ¿vale? -explicó con más dulzura.
Por dentro, la conciencia le iba a estallar.
-Lo siento. -dijo tras un largo silencio mientras sus manos seguían sobre el hombro de Raykfir-
Esos vampiros llevan buscándome desde que salí de Lunargenta.- miró la lluvia torrencial y después al lobo- . Supongo que os debo una. -cogió entonces el frasco con un ungüento espeso y verde y empezó a echárselo en la herida sangrante- Esto evitará que se te infecte. Ni te lo toques ni te lo... comas. -se le escapó.
<< Genial, Iredia, ahora pensarán que eres imbécil >>, pensó con amargura.
Su pequeño asski entró en ese momento en la cueva, empapado de arriba abajo y con mirada algo triste. Correteó hasta ponerse junto al fuego y se sacudió, salpicando de agua al tigre y a Iredia.
-¡Rushi! -le recriminó la elfa mientras seguía echando el ungüento al tigre- Supongo que tendremos que esperar para restaurar esos tótems... -comentó después.
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*Uso de maestría: plegaria.
Entonces, el tigre acabó herido. La elfa soltó un grito de furia y justo cuando el vampiro fue a abalanzarse sobre el tigre, la elfa corrió y se tiró literalmente encima del vampiro. No fue una estrategia muy sabia. La fuerza de Iredia era considerablemente menor que la del vampiro, así que solo consiguió tirarlo al suelo y rodar juntos. Sin embargo, este consiguió levantarse antes que ella y propinarle una espectacular patada en el estómago. Iba a seguir cuando una amenaza más grande sorprendió al vampiro y le hizo olvidar lo que estaba haciendo con ella.
Y en ese momento, se quedó sin mano. Observó con una mezcla de temor y satisfacción cómo el hombre-perro se enfrentaba a él y lo derrotaba en cuestión de minutos, hundiendo esa extraña espada una y otra vez en su cuerpo. Algo tenía la hoja de aquel arma, pues le provocaba un sufrimiento casi agónico al demonio de la noche. La elfa, al contrario que el tigre, se mostró algo más impasible a su sufrimiento. Notaba que dentro de ella empezaba a germinar un creciente odio hacia esa clase de criaturas. Todas las que se había encontrado eran bastante detestables. Una punzada de dolor le vino al recordar al rey. Sacudió la cabeza. El lobo mencionó la cueva y que se dieran prisa. Ella, con la mano en el estómago y un asentimiento, los siguió.
Una vez allí, la elfa ya estaba dispuesta a colocarse al lado del tigre para curarlo. Cuando el hombre-perro usó esas formas con ella, arqueó una ceja con cierta diversión. Definitivamente, era un poco animal. Mientras ellos discutían, ella se miró el estómago y la pierna y suspiró. Sacó su zurrón y empezó a hurgar. Entonces, Asher se plantó delante de ella, mirándola fijamente a los ojos y pidiéndole por favor que lo curase. Ella entrecerró un poco los ojos, con expresión seria.
-Lo iba a hacer de todas formas. -habló por primera vez en todo este rato.
Empezó a sacar trastos hasta que encontró un frasquito pequeño con lo que parecía una sustancia verde muy espesa. Hizo una mueca. Le quedaba muy poco. Lo dejó a un lado, se arremangó y juntó las manos mientras cerraba los ojos y murmuraba una plegaria. Sus manos empezaron a emitir una leve luz verdosa. Se fue hasta el tigre y se arrodilló a su lado, concentrándose en destapar la herida.
-No puedo usar ahora todo mi potencial mágico, pero esto acelerará la curación. No duele, ¿vale? -explicó con más dulzura.
Por dentro, la conciencia le iba a estallar.
-Lo siento. -dijo tras un largo silencio mientras sus manos seguían sobre el hombro de Raykfir-
Esos vampiros llevan buscándome desde que salí de Lunargenta.- miró la lluvia torrencial y después al lobo- . Supongo que os debo una. -cogió entonces el frasco con un ungüento espeso y verde y empezó a echárselo en la herida sangrante- Esto evitará que se te infecte. Ni te lo toques ni te lo... comas. -se le escapó.
<< Genial, Iredia, ahora pensarán que eres imbécil >>, pensó con amargura.
Su pequeño asski entró en ese momento en la cueva, empapado de arriba abajo y con mirada algo triste. Correteó hasta ponerse junto al fuego y se sacudió, salpicando de agua al tigre y a Iredia.
-¡Rushi! -le recriminó la elfa mientras seguía echando el ungüento al tigre- Supongo que tendremos que esperar para restaurar esos tótems... -comentó después.
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*Uso de maestría: plegaria.
Iredia
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Suspiré, relajándome un poco. Al parecer ni siquiera había hecho falta. Iredia. Recordaría el nombre. Había sido buena, al menos aquella vez. Rakfyr no protestó más. Tal vez su dignidad no le impidiese cosas como aquella. O tal vez sabía que no serviría de nada. En cualquier caso, no dudó en arremangarse y facilitarle el trabajo a la elfa. Mientras, me acerqué al fuego, esperando hasta secarme. Detestaba lo pesado que me sentía con el agua en mi pelaje.
El chamán observó atentamente las acciones de la elfa, prestando especial atención a su uso de la magia. Le miraba con una mezcla de curiosidad y admiración. No era muy sorprendente. Los poderes de los elfos eran más benévolos que los de cualquier brujo, vampiro o dragón.
-No te preocupes.- suspiré. No podía decirse que estuviese feliz: aquella secuencia de eventos había acabado con el tigre siendo herido, después de todo, pero era difícil culparla de todos modos. Además, estaba haciendo lo posible por solucionar lo de la herida. -No nos debes nada. Hemos actuado por nuestra cuenta. Tú no nos has pedido ayuda.- declaré, cerrando ligeramente los ojos. El tigre me miró, algo sorprendido, y asintió, esbozando una sonrisa hacia Iredia.
-Era lo mínimo que podía hacer.- aseguró. Soltó una ligera risa ante el comentario de la elfa. -No te preocupes. Es pasta de Faelivrin, ¿no? Suelo utilizarla yo mismo... pero no esperaba que fuese necesario traer medicinas.- admitió.
-Debíamos estar de vuelta antes de que atardeciese.- intervine. Era tarde. Esperaba que Syl no estuviese demasiado preocupado. -Pero perdimos mucho tiempo en encontrar el claro.- dije, encogiéndome de hombros.
-En cualquier caso... descuida, no voy a comérmela. Sería mal chamán si lo hiciese.- bromeó. La mujer no debía haber visto a muchos hombres bestia en su vida. Era rara, pero no me sorprendía demasiado. Determinadas tribus solían aislarse mucho de las otras razas. Yo mismo, hasta los dieciséis años de edad, creía que los brujos, dragones y elfos eran simplemente personajes sacados de mitos e historias. -Es increíble. Apenas duele.- aseguró el tigre. -Lo que daría cualquier sanador por tener esas manos...-
-Deja de flirtear con la elfa. Seguro que te duplica en años.- comenté distraidamente. El tigre me clavó la mirada a lo que respondí con una sonrisa burlona.-
-No estoy "flirteando". Lo digo como sanador.- dijo. -Los totems... tendremos que dejarlos para otro día. No sé si tendremos el tiempo suficiente...- suspiró. Estaba claro que eso era importante para él.
Durante mucho tiempo, había tenido ideas conflictivas sobre esa religión. Había sido impuesta sobre mi, desde mi infancia hasta mi independencia. Y siempre la había rechazado, sin apenas plantearme las cosas. Mi instinto me llevaba a dudar. Y a rechazar órdenes. "Aprende esto". "Haz esto". "No hagas lo otro". "Bien". "Mal". Lo detestaba. Cuando descubrí las otras religiones, no dudé en hacer lo mismo. Desobedecer. ¿Por qué iba a seguir las ideas del dios de otro?
Pero también me había sentido asustado. De que tuviesen razón, y yo me equivocase. De morir y enfrentarme a un destino más allá. En cierto modo, también había dudado de mi mismo. Y en el fondo... no sabía en que creer. ¿Por qué no darle una oportunidad?
Y por eso, decidí lo que decidí.
-Sabes... ese claro parece estar bien para acampar. Un sitio para quedarnos durante el invierno.- dejé caer, encogiéndome de hombros. -Tal vez tengamos tiempo.- La mirada de Rakfyr se iluminó al instante, y el tigre mostró una brillante sonrisa.
-¿De verdad?- preguntó, visiblemente contento. -¡Gracias! ¡Eso sería genial! Este sitio no ha tenido cuidadores desde hace mucho tiempo. Un grupo como el nuestro podría hacer grandes cosas... tal vez incluso devolverle algo de vida.- Chasqueé la lengua. Se estaba dejando llevar, pero no iba a detenerlo y hundirlo.
Mi espada empezó a dejar de brillar. No tardó en recuperar su color normal, librandose de la corrupción a la que le había sometido. Miré hacia fuera. La lluvia había aminorado. Si teniamos suerte, acabaría deteniendose en un rato.
-Aún tenemos que volver al campamento.- advertí.
El chamán observó atentamente las acciones de la elfa, prestando especial atención a su uso de la magia. Le miraba con una mezcla de curiosidad y admiración. No era muy sorprendente. Los poderes de los elfos eran más benévolos que los de cualquier brujo, vampiro o dragón.
-No te preocupes.- suspiré. No podía decirse que estuviese feliz: aquella secuencia de eventos había acabado con el tigre siendo herido, después de todo, pero era difícil culparla de todos modos. Además, estaba haciendo lo posible por solucionar lo de la herida. -No nos debes nada. Hemos actuado por nuestra cuenta. Tú no nos has pedido ayuda.- declaré, cerrando ligeramente los ojos. El tigre me miró, algo sorprendido, y asintió, esbozando una sonrisa hacia Iredia.
-Era lo mínimo que podía hacer.- aseguró. Soltó una ligera risa ante el comentario de la elfa. -No te preocupes. Es pasta de Faelivrin, ¿no? Suelo utilizarla yo mismo... pero no esperaba que fuese necesario traer medicinas.- admitió.
-Debíamos estar de vuelta antes de que atardeciese.- intervine. Era tarde. Esperaba que Syl no estuviese demasiado preocupado. -Pero perdimos mucho tiempo en encontrar el claro.- dije, encogiéndome de hombros.
-En cualquier caso... descuida, no voy a comérmela. Sería mal chamán si lo hiciese.- bromeó. La mujer no debía haber visto a muchos hombres bestia en su vida. Era rara, pero no me sorprendía demasiado. Determinadas tribus solían aislarse mucho de las otras razas. Yo mismo, hasta los dieciséis años de edad, creía que los brujos, dragones y elfos eran simplemente personajes sacados de mitos e historias. -Es increíble. Apenas duele.- aseguró el tigre. -Lo que daría cualquier sanador por tener esas manos...-
-Deja de flirtear con la elfa. Seguro que te duplica en años.- comenté distraidamente. El tigre me clavó la mirada a lo que respondí con una sonrisa burlona.-
-No estoy "flirteando". Lo digo como sanador.- dijo. -Los totems... tendremos que dejarlos para otro día. No sé si tendremos el tiempo suficiente...- suspiró. Estaba claro que eso era importante para él.
Durante mucho tiempo, había tenido ideas conflictivas sobre esa religión. Había sido impuesta sobre mi, desde mi infancia hasta mi independencia. Y siempre la había rechazado, sin apenas plantearme las cosas. Mi instinto me llevaba a dudar. Y a rechazar órdenes. "Aprende esto". "Haz esto". "No hagas lo otro". "Bien". "Mal". Lo detestaba. Cuando descubrí las otras religiones, no dudé en hacer lo mismo. Desobedecer. ¿Por qué iba a seguir las ideas del dios de otro?
Pero también me había sentido asustado. De que tuviesen razón, y yo me equivocase. De morir y enfrentarme a un destino más allá. En cierto modo, también había dudado de mi mismo. Y en el fondo... no sabía en que creer. ¿Por qué no darle una oportunidad?
Y por eso, decidí lo que decidí.
-Sabes... ese claro parece estar bien para acampar. Un sitio para quedarnos durante el invierno.- dejé caer, encogiéndome de hombros. -Tal vez tengamos tiempo.- La mirada de Rakfyr se iluminó al instante, y el tigre mostró una brillante sonrisa.
-¿De verdad?- preguntó, visiblemente contento. -¡Gracias! ¡Eso sería genial! Este sitio no ha tenido cuidadores desde hace mucho tiempo. Un grupo como el nuestro podría hacer grandes cosas... tal vez incluso devolverle algo de vida.- Chasqueé la lengua. Se estaba dejando llevar, pero no iba a detenerlo y hundirlo.
Mi espada empezó a dejar de brillar. No tardó en recuperar su color normal, librandose de la corrupción a la que le había sometido. Miré hacia fuera. La lluvia había aminorado. Si teniamos suerte, acabaría deteniendose en un rato.
-Aún tenemos que volver al campamento.- advertí.
Asher Daregan
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
La elfa también se mostró sorprendida con el comentario amable del lobo. Se dio cuenta de que tenía unas ganas irremediables de escurrirle el pelo. Luego se sintió idiota por pensar eso. Ella, en una cueva con un tigre, un lobo y un miniasski pensando la mejor forma de escurrir a un lobo mojado. Es que tenía un pelaje tan...
Se distrajo entonces cuando el chamán mencionó la pasta que ella acababa de utilizar. Sonrió abiertamente, más contenta por haber encontrado a alguien que sabía de su arte.
-¡Sí! Exacto, esa es. Yo la tuve que utilizar hace poco y... -se calló unos segundos, con la mirada más ensombrecida- Como sobró un poco, decidí quedármela. Nunca sabes cuándo le va a hacer falta a alguien. -miró inquisitivamente al tigre, algo más burlona. No había podido evitar aquella pequeña broma.
Intervino entonces Asher. La elfa no pudo evitar otro comentario.
-Y también con elfas inconscientes en un árbol... -y puso una mueca de circunstancias.
Ya le quedaba muy poco ungüento para terminar de taparle el hombro cuando empezaron a discutir sobre si el tigre flirteaba con la elfa. Iredia no pudo menos que sonreír y zarandear la cabeza. Probablemente el lobo tuviese razón, aunque no tenía muy claro cuánto podían vivir los hombres-bestia. Por si acaso, no hizo apuestas.
-Gracias. -respondió al halago del chamán. Escuchó entonces lo de los tótems con cierta pena y asintió. La verdad es que se había sentido intrigada por ellos y le hubiese gustado saber más.
Entonces, Asher comentó que podían quedarse allí durante el invierno. La reacción tan feliz del tigre hizo que la joven sonriese y se sacudiese las manos para limpiarse el ungüento que había terminado de echarle. Rushi se agazapó a su lado. Ella suspiró. Los animales ya tenían su plan de futuro. Ella, sin embargo... ¿Qué iba a hacer? Los chamanes sabían de curación, aunque no en el mismo estilo que los elfos. No sabía mucho de ellos, pero este tal Raykfir... parecía muy sabio. No pudo evitar pensar que la madre tierra les había dado la oportunidad de conocerse por algún motivo. Aparte de por el imperioso deseo que tenía la elfa de escurrir la mata de pelo de Asher. Se le escapaba alguna que otra mirada ansiosa al pelo del lomo. ¿Sería suave?
Entonces, el lobo comentó que debían volver al campamento. A ella se le iluminó la mirada.
-Eso no creo que sea problema. ¡Este bichín encuentra cualquier cosa! -comentó más alegre mientras acariciaba la cabecita de su asski- Seguro que sabe llevaros de vuelta a vuestro campamento en un santomén. Santo pén. Santilén... no, así no era. Voilhota -se le escapó en élfico.-Bah, no me acuerdo de la palabra. Enseguida, quiero decir.
De tantas veces que se había trabado hablando con Karkaran en común, se le había olvidado que quizás al resto de personas les resultase curioso que mezclase idiomas. Rushi, como oyendo las palabras de Iredia, se fue hasta la entrada de la cueva y olfateó el aire. Luego, los miró, como esperando a que se movieran. La lluvia parecía darle bastante igual.
Se distrajo entonces cuando el chamán mencionó la pasta que ella acababa de utilizar. Sonrió abiertamente, más contenta por haber encontrado a alguien que sabía de su arte.
-¡Sí! Exacto, esa es. Yo la tuve que utilizar hace poco y... -se calló unos segundos, con la mirada más ensombrecida- Como sobró un poco, decidí quedármela. Nunca sabes cuándo le va a hacer falta a alguien. -miró inquisitivamente al tigre, algo más burlona. No había podido evitar aquella pequeña broma.
Intervino entonces Asher. La elfa no pudo evitar otro comentario.
-Y también con elfas inconscientes en un árbol... -y puso una mueca de circunstancias.
Ya le quedaba muy poco ungüento para terminar de taparle el hombro cuando empezaron a discutir sobre si el tigre flirteaba con la elfa. Iredia no pudo menos que sonreír y zarandear la cabeza. Probablemente el lobo tuviese razón, aunque no tenía muy claro cuánto podían vivir los hombres-bestia. Por si acaso, no hizo apuestas.
-Gracias. -respondió al halago del chamán. Escuchó entonces lo de los tótems con cierta pena y asintió. La verdad es que se había sentido intrigada por ellos y le hubiese gustado saber más.
Entonces, Asher comentó que podían quedarse allí durante el invierno. La reacción tan feliz del tigre hizo que la joven sonriese y se sacudiese las manos para limpiarse el ungüento que había terminado de echarle. Rushi se agazapó a su lado. Ella suspiró. Los animales ya tenían su plan de futuro. Ella, sin embargo... ¿Qué iba a hacer? Los chamanes sabían de curación, aunque no en el mismo estilo que los elfos. No sabía mucho de ellos, pero este tal Raykfir... parecía muy sabio. No pudo evitar pensar que la madre tierra les había dado la oportunidad de conocerse por algún motivo. Aparte de por el imperioso deseo que tenía la elfa de escurrir la mata de pelo de Asher. Se le escapaba alguna que otra mirada ansiosa al pelo del lomo. ¿Sería suave?
Entonces, el lobo comentó que debían volver al campamento. A ella se le iluminó la mirada.
-Eso no creo que sea problema. ¡Este bichín encuentra cualquier cosa! -comentó más alegre mientras acariciaba la cabecita de su asski- Seguro que sabe llevaros de vuelta a vuestro campamento en un santomén. Santo pén. Santilén... no, así no era. Voilhota -se le escapó en élfico.-Bah, no me acuerdo de la palabra. Enseguida, quiero decir.
De tantas veces que se había trabado hablando con Karkaran en común, se le había olvidado que quizás al resto de personas les resultase curioso que mezclase idiomas. Rushi, como oyendo las palabras de Iredia, se fue hasta la entrada de la cueva y olfateó el aire. Luego, los miró, como esperando a que se movieran. La lluvia parecía darle bastante igual.
Iredia
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
El hombre lince tenía algo de razón. Los adultos solían tenerla cuando hablaban de esa manera, serena y asertiva. Lo odiaba. Aún así no podía sentir culpa por lo que había dicho, ni menos admitir que quizás marchar no fuese lo que realmente quería. Podía ser que el chamán tuviese motivo para tolerar lo que el tal Asher hiciera, pero para Gwynn aquello no le exculpaba de manera alguna.
Se detuvo un momento agachando la cabeza para observar los dedos desnudos de sus pies sobre la hierba. La lluvia comenzaba a ahogar los sonidos a su alrededor e inundar el bosque con el delicado aroma de la tierra húmeda y vegetación descompuesta. Aún en su forma humana el muchacho podía imaginar cómo percibiría el cambio vestido en su piel de lobo, de qué manera presenciaría un escenario diferente y nuevo. Navegar un tramo poco familiar de bosque en una tormenta como aquella valiéndose de su memoria olfativa sería como hacerlo dependiendo de su vista en la noche.
“Eres una buena persona, Rakfyr,” dijo elevando la mirada hacia los árboles. “Estoy seguro que podrías ayudar a tu tribu mucho. Más que siguiendo a tu amigo y solucionando sus errores.”
Dudó por unos instantes. No tenía más que decir. ¿Cómo podía responder a las palabras del hombre lince? Quizás ambos tenían razón, pero aún así Gwynn prefería pensar como lo hacía. Eso es, desacuerdo.
A veces las ideas son más grandes que las personas, había explicado su hermana hacía tan sólo un par de semanas. Por eso es difícil saber siempre quién tiene la razón. A veces todos, a veces ninguno. Depende del punto de vista, y a menudo son estas grandes ideas las que arrojan a dos grupos a enfrentarse entre sí.
Podía entenderlo mucho mejor ahora. Tanto Rakfyr como Gwynn podían observar a la misma persona y ver dos cosas muy diferentes. El muchacho giró la cabeza mirar al shamán brevemente. Le habría gustado hablar con calma con el hombre bestia, quizás contarle su nueva ocurrencia. Sería divertido que no estuviese de acuerdo, pensó el licántropo con una pequeña sonrisa. Gwynn diría que eso sólo vonfirma su punto.
El pequeño reanudó la marcha decidido y un breve escalofrío le obligó a apresurar el paso. Una vez fuera de la vista de los demás se acuclilló sobre la hierba preparándose para la transformación.
“¿Oh? ¿Qué tenemos aquí?”
Gwynn elevó la mirada con un respingo. Frente a él, a unas diez yardas, un hombre esbelto vestido con una pesada capa de lana negra le observaba con una sonrisa burlona que destilaba desprecio.
“Lo siento, ¿te disponías a aligerar tu carga? ¿Fertilizar la hierba?” preguntó con fingida dulzura paternal acomodando un largo mechón empapado tras su oreja. El hombre lanzó una carcajada celebrando su propio humor y, al morir finalmente su risa, dedicó al niño una sonrisa predatoria. Gwynn contuvo el aliento. “O quizás te preparabas para transformarte en el perro que eres. Ah, lo tienes escrito en el rostro.”
El sujeto estiró sus brazos acomodando la capa tras sus hombros, revelando una camisa de lino cubierta por un peto de cuero cocido. Su mano derecha alcanzó casualmente la empuñadura de su espada.
“¡Oh! Pero no puedo dejarte hacer eso. Has visto a la elfa, ¿no? Eso es algo que no puedo ignorar. Además, hace ya un buen tiempo no tengo el placer de desangrar a uno de los tuyos,” finalizó echándose a la carrera de un salto. Frente a él, el pequeño licántropo ya estaba en medio de la transformación.
No hbaía tenido más opción. Correr en su forma humana habría sido una apuesta demasiado arriesgada. El sujeto parecía ser ágil y confiado, y con esta lluvia los suaves pies del niño habrían resultado ser una desventaja sobre la hierba y el barro.
Gwynn intentó mantener su atención en la figura frente a él pese a la ligera desorientación que solía acompañar la sobrecogedora metamorfosis. Mierda. No lo lograría a tiempo. El hombre había estirado una mano olvidando su espada, seguro de poder alcanzarle. Conjurando toda su fuerza de voluntad el joven licántropo logró rodar bajo sus pies, el esfuerzo en sus músculos y huesos en plena transformación sintiéndose como agónicos latigazos.
“¡Jodido animal!” gritó el hombre desenfundando su espada mientras recuperaba su balance. “¡Ven aquí!”
El lobo, sin embargo, se perdía ya entre los arbustos. Gwynn sintió una oleada de adrenalina que sólo resaltó aún más la explosión sensorial que acompañaba la transformación. Ahora estaba en control de la situación. Podía huir, no había duda, pero si esta era la persona que había herido a Iredia no podía dejarle acercarse al claro. El lobo acechó a su presa con pasos furtivos.
“Sé que estás allí, ¡puedo verte!” gritó el hombre girándose sobre sí mismo, sus ojos explorando frenéticamente la vegetación a su alrededor. La lluvia batía con fuerza contra el foliage y las ramas, ocultando el movimiento con su danza y ahogando cualquier sonido con su murmullo ininterrumpido. El hombre apartó algunos mechones empapados de su rostro sintiendo un súbito temor al saberse acorralado por un acechador efectivamente invisible.
Apenas tuvo tiempo de girar la cabeza al sentir el leve chapoteo de las patas tras su espalda antes de de sentir los colmillos hundirse en la parte anterior de su rodilla. El animal había arrojado todo su peso tras la mordida, girando su cuerpo alrededor del eje marcado por su hocico con suficiente impulso para desgarrar los tendones de la pierna del hombre con un chasquido sordo.
Un alarido visceral escapó de los labios del sujeto mientras caía al suelo y Gwynn observó estupefacto los afilados colmillos que sobresalían de su boca. Un vampiro. Había oído historias sobre ellos al calor de una fogata. Humanos malditos por su avaricia y perversión, y enemigos mortales de los lobos durante la Guerra.
Sin esperar más tiempo el joven licántropo corrió de vuelta al claro. Debía advertir a Iredia, quizás ayudarle a escapar.
No había rastro de la elfa ni del hombre lince, sólo un cuerpo brutalmente apuñalado. Bajo el penetrante olor de la sangre y los órganos lacerados podía percibir rastros que también había sentido en el vampiro. Aliados, sin duda.
El lobo acercó el hocico al suelo olfateando atentamente el lugar. La lluvia hacía la tarea difícil pero puedo captar el rastro de los hombres bestia y la elfa. Había más sangre. Alguien más había resultado herido.
Tras algunos momentos de zigzagueo logró encontrar lo que parecía ser el rastro más reciente, siguiéndolo hasta dar con la entrada de una cueva natural. Podía escuchar las voces en el interior y oler el humo espeso de una fogata algo húmeda. Se detuvo un instante profiriendo un sonido que estaba a medio camino entre un gruñido y un gimoteo. No quería realmente encontrarse con el hombre perro nuevamente, y menos tenerle tan cerca en un espacio cerrado. No, tenía que asegurarse de que Rakfyr e Iredia estuviesen bien, ¿no?
Un destello iluminó el cielo gris seguido por un estruendo portentoso y el lobo entró a la cueva a la carrera, su cola baja y sus orejas pegadas a la cabeza. Pese a haber venerado al Trueno toda su vida había un temor reverencial que el pequeño nunca había podido sacudir.
Gwynn se acercó a la fogata esquivando al minúsculo felino e ignorando forzosamente a los tres adultos sentados a su alrededor. A un par de yardas del fuego sacudió su torso enérgicamente para deshacerse del exceso de agua en su pelaje y se echó mirando sus patas delanteras atentamente. Esta era la parte incómoda; no había forma de comunicarse con ellos en esta forma. El lobo suspiró pesadamente y emprendió la transformación por cuarta vez ese día.
“Yo… Hay un vampiro. Cazaba a Iredia,” dijo deteniéndose abruptamente con una mueca de asco y lanzó un escupitajo rojizo al fuego. Jamás había saboreado sangre semejante, peor que como la sangre humana se había sentido sobre la lengua de su piel de niño. “Está herido. No irá muy lejos, o no muy rápido, pero no puedes quedarte aquí, Iredia. Quizás otros vengan a por ti.”
Su mirada se posó al fin en el hombre lince.
“¡Rakfyr!” exclamó irguiéndose sobre sus rodillas mirando al hombre bestia con preocupación. “¿Estás herido? Lo siento, no debí dejaros solos. Quizás si hubiese estado allí habría podido ayudar.”
Se detuvo un momento agachando la cabeza para observar los dedos desnudos de sus pies sobre la hierba. La lluvia comenzaba a ahogar los sonidos a su alrededor e inundar el bosque con el delicado aroma de la tierra húmeda y vegetación descompuesta. Aún en su forma humana el muchacho podía imaginar cómo percibiría el cambio vestido en su piel de lobo, de qué manera presenciaría un escenario diferente y nuevo. Navegar un tramo poco familiar de bosque en una tormenta como aquella valiéndose de su memoria olfativa sería como hacerlo dependiendo de su vista en la noche.
“Eres una buena persona, Rakfyr,” dijo elevando la mirada hacia los árboles. “Estoy seguro que podrías ayudar a tu tribu mucho. Más que siguiendo a tu amigo y solucionando sus errores.”
Dudó por unos instantes. No tenía más que decir. ¿Cómo podía responder a las palabras del hombre lince? Quizás ambos tenían razón, pero aún así Gwynn prefería pensar como lo hacía. Eso es, desacuerdo.
A veces las ideas son más grandes que las personas, había explicado su hermana hacía tan sólo un par de semanas. Por eso es difícil saber siempre quién tiene la razón. A veces todos, a veces ninguno. Depende del punto de vista, y a menudo son estas grandes ideas las que arrojan a dos grupos a enfrentarse entre sí.
Podía entenderlo mucho mejor ahora. Tanto Rakfyr como Gwynn podían observar a la misma persona y ver dos cosas muy diferentes. El muchacho giró la cabeza mirar al shamán brevemente. Le habría gustado hablar con calma con el hombre bestia, quizás contarle su nueva ocurrencia. Sería divertido que no estuviese de acuerdo, pensó el licántropo con una pequeña sonrisa. Gwynn diría que eso sólo vonfirma su punto.
El pequeño reanudó la marcha decidido y un breve escalofrío le obligó a apresurar el paso. Una vez fuera de la vista de los demás se acuclilló sobre la hierba preparándose para la transformación.
“¿Oh? ¿Qué tenemos aquí?”
Gwynn elevó la mirada con un respingo. Frente a él, a unas diez yardas, un hombre esbelto vestido con una pesada capa de lana negra le observaba con una sonrisa burlona que destilaba desprecio.
“Lo siento, ¿te disponías a aligerar tu carga? ¿Fertilizar la hierba?” preguntó con fingida dulzura paternal acomodando un largo mechón empapado tras su oreja. El hombre lanzó una carcajada celebrando su propio humor y, al morir finalmente su risa, dedicó al niño una sonrisa predatoria. Gwynn contuvo el aliento. “O quizás te preparabas para transformarte en el perro que eres. Ah, lo tienes escrito en el rostro.”
El sujeto estiró sus brazos acomodando la capa tras sus hombros, revelando una camisa de lino cubierta por un peto de cuero cocido. Su mano derecha alcanzó casualmente la empuñadura de su espada.
“¡Oh! Pero no puedo dejarte hacer eso. Has visto a la elfa, ¿no? Eso es algo que no puedo ignorar. Además, hace ya un buen tiempo no tengo el placer de desangrar a uno de los tuyos,” finalizó echándose a la carrera de un salto. Frente a él, el pequeño licántropo ya estaba en medio de la transformación.
No hbaía tenido más opción. Correr en su forma humana habría sido una apuesta demasiado arriesgada. El sujeto parecía ser ágil y confiado, y con esta lluvia los suaves pies del niño habrían resultado ser una desventaja sobre la hierba y el barro.
Gwynn intentó mantener su atención en la figura frente a él pese a la ligera desorientación que solía acompañar la sobrecogedora metamorfosis. Mierda. No lo lograría a tiempo. El hombre había estirado una mano olvidando su espada, seguro de poder alcanzarle. Conjurando toda su fuerza de voluntad el joven licántropo logró rodar bajo sus pies, el esfuerzo en sus músculos y huesos en plena transformación sintiéndose como agónicos latigazos.
“¡Jodido animal!” gritó el hombre desenfundando su espada mientras recuperaba su balance. “¡Ven aquí!”
El lobo, sin embargo, se perdía ya entre los arbustos. Gwynn sintió una oleada de adrenalina que sólo resaltó aún más la explosión sensorial que acompañaba la transformación. Ahora estaba en control de la situación. Podía huir, no había duda, pero si esta era la persona que había herido a Iredia no podía dejarle acercarse al claro. El lobo acechó a su presa con pasos furtivos.
“Sé que estás allí, ¡puedo verte!” gritó el hombre girándose sobre sí mismo, sus ojos explorando frenéticamente la vegetación a su alrededor. La lluvia batía con fuerza contra el foliage y las ramas, ocultando el movimiento con su danza y ahogando cualquier sonido con su murmullo ininterrumpido. El hombre apartó algunos mechones empapados de su rostro sintiendo un súbito temor al saberse acorralado por un acechador efectivamente invisible.
Apenas tuvo tiempo de girar la cabeza al sentir el leve chapoteo de las patas tras su espalda antes de de sentir los colmillos hundirse en la parte anterior de su rodilla. El animal había arrojado todo su peso tras la mordida, girando su cuerpo alrededor del eje marcado por su hocico con suficiente impulso para desgarrar los tendones de la pierna del hombre con un chasquido sordo.
Un alarido visceral escapó de los labios del sujeto mientras caía al suelo y Gwynn observó estupefacto los afilados colmillos que sobresalían de su boca. Un vampiro. Había oído historias sobre ellos al calor de una fogata. Humanos malditos por su avaricia y perversión, y enemigos mortales de los lobos durante la Guerra.
Sin esperar más tiempo el joven licántropo corrió de vuelta al claro. Debía advertir a Iredia, quizás ayudarle a escapar.
No había rastro de la elfa ni del hombre lince, sólo un cuerpo brutalmente apuñalado. Bajo el penetrante olor de la sangre y los órganos lacerados podía percibir rastros que también había sentido en el vampiro. Aliados, sin duda.
El lobo acercó el hocico al suelo olfateando atentamente el lugar. La lluvia hacía la tarea difícil pero puedo captar el rastro de los hombres bestia y la elfa. Había más sangre. Alguien más había resultado herido.
Tras algunos momentos de zigzagueo logró encontrar lo que parecía ser el rastro más reciente, siguiéndolo hasta dar con la entrada de una cueva natural. Podía escuchar las voces en el interior y oler el humo espeso de una fogata algo húmeda. Se detuvo un instante profiriendo un sonido que estaba a medio camino entre un gruñido y un gimoteo. No quería realmente encontrarse con el hombre perro nuevamente, y menos tenerle tan cerca en un espacio cerrado. No, tenía que asegurarse de que Rakfyr e Iredia estuviesen bien, ¿no?
Un destello iluminó el cielo gris seguido por un estruendo portentoso y el lobo entró a la cueva a la carrera, su cola baja y sus orejas pegadas a la cabeza. Pese a haber venerado al Trueno toda su vida había un temor reverencial que el pequeño nunca había podido sacudir.
Gwynn se acercó a la fogata esquivando al minúsculo felino e ignorando forzosamente a los tres adultos sentados a su alrededor. A un par de yardas del fuego sacudió su torso enérgicamente para deshacerse del exceso de agua en su pelaje y se echó mirando sus patas delanteras atentamente. Esta era la parte incómoda; no había forma de comunicarse con ellos en esta forma. El lobo suspiró pesadamente y emprendió la transformación por cuarta vez ese día.
“Yo… Hay un vampiro. Cazaba a Iredia,” dijo deteniéndose abruptamente con una mueca de asco y lanzó un escupitajo rojizo al fuego. Jamás había saboreado sangre semejante, peor que como la sangre humana se había sentido sobre la lengua de su piel de niño. “Está herido. No irá muy lejos, o no muy rápido, pero no puedes quedarte aquí, Iredia. Quizás otros vengan a por ti.”
Su mirada se posó al fin en el hombre lince.
“¡Rakfyr!” exclamó irguiéndose sobre sus rodillas mirando al hombre bestia con preocupación. “¿Estás herido? Lo siento, no debí dejaros solos. Quizás si hubiese estado allí habría podido ayudar.”
Gwynn
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Fruncí el ceño. Aquello iba a ser incómodo, pero no había otra forma.
-Frena un poco.- dije, mirando a la elfa. -Podemos volver al campamento sin problemas. El viaje de vuelta siempre es más sencillo. Pero tú no puedes venir con nosotros.- Me crucé de brazos. No se me ocurría manera de que aquello pudiese salir bien. -He dicho que no nos debes nada, pero tampoco te debemos nada a ti.- apunté.
-Asher. No seas así.- empezó el tigre, poniendo su mano en mi hombro. Me volví, mirándolo fijamente.
-¡No voy a ponerles en peligro, Rakfyr!- exclamé, vocalizando su nombre. -¡A la chica le están persiguiendo vampiros! ¡Y ya hemos matado a dos! Sería como ponernos una diana en la espalda.- negué con la cabeza. -No. No voy a sacrificar a mi familia por nadie.-
El tigre se quedó en silencio durante unos instantes, como si analizase lo que acababa de decir. Allá él. No había mentido ni dicho nada que no pensase. Mis acciones tenían consecuencias, y me iría mucho mejor sin una banda de chupasangres buscando venganza. Si fuese yo sólo, tal vez pudiese hacer de héroe como Eltrant Tale y salvar a todo el que lo necesitase. Pero tenía más responsabilidades. Un grupo. Una familia. No iba a ponerles en riesgo sólo por eso. Tal vez fuesen mis palabras o mi postura, pero el chamán dejó de discutir y se hundió de hombros.
-Estoy seguro de que sólo quiere ayudar...- musitó.
-Lo sé.- repliqué. Pero eso no era lo que importaba. -Si quiere refugio, Ulmer está a unos días de camino. O que de la vuelta y vaya a Sandorai. Mientras evite el pantano, no tendrá demasiado problema.- añadí, relajando un poco el tono.
-Lo siento, Iredia. No creo que pueda...-
La entrada del lobato interrumpió al tigre. Reí. No tenía duda alguna de que era el mismo niño arrogante que nos había llevado a discutir. Empapado y con la cola prácticamente entre las piernas. Mi sonrisa se borró cuando el (ahora humano) chico escupió sangre y nos advirtió de un vampiro. Esa información llegaba tarde, pero...
-¿Te has enfrentado a un vampiro y lo has herido?- pregunté, sorprendido. Chasqueé la lengua cuando pareció preocuparse por el tigre, deseoso de lanzar un comentario mordaz. Sin embargo, me contuve. Había hecho algo, después de todo. Ya era más capaz de lo que había supuesto en un principio.
-Gwynn... no te preocupes. Estoy bien, de veras.- dijo el tigre, alzando una mano en gesto de paz. -Asher llegó justo a tiempo, e Iredia me ha tratado la herida. Todo está bien.-
-Salvo por la oleada de vampiros que puede estar dirigiéndose hacia nosotros.-
-Ja.- sonrió el chamán. -Sí, salvo eso.-
Suspiré, cruzándome de brazos. ¿Por qué la seguían, de todas formas? Tenía que haber hecho algo gordo si la seguían desde Lunargenta. Pero no parecían estar muy organizados. Después de todo, nos los encontramos de uno en uno. Tal vez no les siguiese un grupo mayor. No había motivos para pensarlo.
Pero eso no significaba que fuese a dejar que nos acompañase después de todo.
-Si es sólo uno, no hay nada de lo que preocuparse. Y mucho menos si está herido.- dije, aún sin levantarme. -Esperamos a que llegue y deje de llover, y luego nos vamos.- miré a la elfa. -Cada uno por su camino.- Encargarme del último vampiro parecía justo. Una forma de compensar por negarme a darle refugio.
-Te veo muy confiado, Asher. ¿Seguro que no es mejor huir?-
-¡Oh!- Me llevé la mano al pecho, fingiendo estar ofendido. -¿Como te atreves? ¡Decirme eso a mi, el Rey Mercenario! ¡El Espadachín de la Runa! ¡El Brillo de Midgar! ¡El Bastión dela Esperanza y Señor del Trueno!- continué, inventándome títulos rimbombantes mientras el tigre soltaba una carcajada. -Ahora verás.-
Me levanté. El vampiro estaba cerca. No desenfundé mi espada ni me puse en guardia. Simplemente, me quedé en la entrada, mirando al exterior y bloqueando el paso con mi cuerpo. Apenas alcanzaba a levantarme por completo sin golpearme la cabeza con el techo. Oía sus pasos. Y tras unos segundos, lo vi. Estaba cojeando. No. Fingía no hacerlo. Tal vez por ego. El hombre mostró sus colmillos. Estaba claro que no había venido a hacer amigos. Su espada estaba desenfundada. Había perdido toda oportunidad al dirigirse hacia allí.
Me habría gustado decir que fue una batalla larga y cruenta, un duelo a muerte del que se contarían leyendas. Pero la verdad es que fue el enfrentamiento más rápido que había tenido nunca. Solo tuve que lanzar una piedra. Una única piedra, con una runa arcana inscrita en ella. Un chasquido eléctrico. Un intenso brillo, proveniente del vampiro. Y eso fue todo. Estaba empapado y herido: no tenía las de ganar frente a un ataque como ese. Observé al hombre del suelo durante unos segundos. Y luego, volví a la cueva.
-No voy a matarlo. Demasiada sangre por hoy.- dije, respondiendo a la mirada de Rakfyr. -Haz lo que quieras con él, Iredia. Mátalo, sálvalo, o deja que el frío y la lluvia se encarguen de él. Ya no importa.-
-Frena un poco.- dije, mirando a la elfa. -Podemos volver al campamento sin problemas. El viaje de vuelta siempre es más sencillo. Pero tú no puedes venir con nosotros.- Me crucé de brazos. No se me ocurría manera de que aquello pudiese salir bien. -He dicho que no nos debes nada, pero tampoco te debemos nada a ti.- apunté.
-Asher. No seas así.- empezó el tigre, poniendo su mano en mi hombro. Me volví, mirándolo fijamente.
-¡No voy a ponerles en peligro, Rakfyr!- exclamé, vocalizando su nombre. -¡A la chica le están persiguiendo vampiros! ¡Y ya hemos matado a dos! Sería como ponernos una diana en la espalda.- negué con la cabeza. -No. No voy a sacrificar a mi familia por nadie.-
El tigre se quedó en silencio durante unos instantes, como si analizase lo que acababa de decir. Allá él. No había mentido ni dicho nada que no pensase. Mis acciones tenían consecuencias, y me iría mucho mejor sin una banda de chupasangres buscando venganza. Si fuese yo sólo, tal vez pudiese hacer de héroe como Eltrant Tale y salvar a todo el que lo necesitase. Pero tenía más responsabilidades. Un grupo. Una familia. No iba a ponerles en riesgo sólo por eso. Tal vez fuesen mis palabras o mi postura, pero el chamán dejó de discutir y se hundió de hombros.
-Estoy seguro de que sólo quiere ayudar...- musitó.
-Lo sé.- repliqué. Pero eso no era lo que importaba. -Si quiere refugio, Ulmer está a unos días de camino. O que de la vuelta y vaya a Sandorai. Mientras evite el pantano, no tendrá demasiado problema.- añadí, relajando un poco el tono.
-Lo siento, Iredia. No creo que pueda...-
La entrada del lobato interrumpió al tigre. Reí. No tenía duda alguna de que era el mismo niño arrogante que nos había llevado a discutir. Empapado y con la cola prácticamente entre las piernas. Mi sonrisa se borró cuando el (ahora humano) chico escupió sangre y nos advirtió de un vampiro. Esa información llegaba tarde, pero...
-¿Te has enfrentado a un vampiro y lo has herido?- pregunté, sorprendido. Chasqueé la lengua cuando pareció preocuparse por el tigre, deseoso de lanzar un comentario mordaz. Sin embargo, me contuve. Había hecho algo, después de todo. Ya era más capaz de lo que había supuesto en un principio.
-Gwynn... no te preocupes. Estoy bien, de veras.- dijo el tigre, alzando una mano en gesto de paz. -Asher llegó justo a tiempo, e Iredia me ha tratado la herida. Todo está bien.-
-Salvo por la oleada de vampiros que puede estar dirigiéndose hacia nosotros.-
-Ja.- sonrió el chamán. -Sí, salvo eso.-
Suspiré, cruzándome de brazos. ¿Por qué la seguían, de todas formas? Tenía que haber hecho algo gordo si la seguían desde Lunargenta. Pero no parecían estar muy organizados. Después de todo, nos los encontramos de uno en uno. Tal vez no les siguiese un grupo mayor. No había motivos para pensarlo.
Pero eso no significaba que fuese a dejar que nos acompañase después de todo.
-Si es sólo uno, no hay nada de lo que preocuparse. Y mucho menos si está herido.- dije, aún sin levantarme. -Esperamos a que llegue y deje de llover, y luego nos vamos.- miré a la elfa. -Cada uno por su camino.- Encargarme del último vampiro parecía justo. Una forma de compensar por negarme a darle refugio.
-Te veo muy confiado, Asher. ¿Seguro que no es mejor huir?-
-¡Oh!- Me llevé la mano al pecho, fingiendo estar ofendido. -¿Como te atreves? ¡Decirme eso a mi, el Rey Mercenario! ¡El Espadachín de la Runa! ¡El Brillo de Midgar! ¡El Bastión dela Esperanza y Señor del Trueno!- continué, inventándome títulos rimbombantes mientras el tigre soltaba una carcajada. -Ahora verás.-
Me levanté. El vampiro estaba cerca. No desenfundé mi espada ni me puse en guardia. Simplemente, me quedé en la entrada, mirando al exterior y bloqueando el paso con mi cuerpo. Apenas alcanzaba a levantarme por completo sin golpearme la cabeza con el techo. Oía sus pasos. Y tras unos segundos, lo vi. Estaba cojeando. No. Fingía no hacerlo. Tal vez por ego. El hombre mostró sus colmillos. Estaba claro que no había venido a hacer amigos. Su espada estaba desenfundada. Había perdido toda oportunidad al dirigirse hacia allí.
Me habría gustado decir que fue una batalla larga y cruenta, un duelo a muerte del que se contarían leyendas. Pero la verdad es que fue el enfrentamiento más rápido que había tenido nunca. Solo tuve que lanzar una piedra. Una única piedra, con una runa arcana inscrita en ella. Un chasquido eléctrico. Un intenso brillo, proveniente del vampiro. Y eso fue todo. Estaba empapado y herido: no tenía las de ganar frente a un ataque como ese. Observé al hombre del suelo durante unos segundos. Y luego, volví a la cueva.
-No voy a matarlo. Demasiada sangre por hoy.- dije, respondiendo a la mirada de Rakfyr. -Haz lo que quieras con él, Iredia. Mátalo, sálvalo, o deja que el frío y la lluvia se encarguen de él. Ya no importa.-
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Usada habilidad de nivel 1: Runa Elemental - Descarga
Asher Daregan
Aerandiano de honor
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Enarcó una ceja ante la reacción del lobo sobre que no podía ir con ellos al campamento. Había malinterpretado sus palabras y eso la enojó más de lo que le hubiese gustado. A fin de cuentas, tenía razón, ellos corrían peligro con ella. Por otro lado, echaba de menos tener compañía amigable y el hecho de separarse le producía pesar. Estaba un poco cansada de ir a la deriva y ese lobo, sin quererlo, iba a pagar su mal humor. Y además, demonios, alguien debería bajarle los humos. Con un pelaje tan genial no debería ser tan hosco.
Con una mano y negando con la cabeza, le hizo un gesto a Rakfir tras su discusión y su intento de disculpa, indicando que no había problema por su parte. Se levantó del lado del tigre, se cruzó de brazos imitando el gesto de Asher y lo miró directamente a los ojos sin ningún tipo de miedo. No porque no se lo tuviese, que se lo tenía, sino porque realmente... tampoco tenía nada que perder. Lo miró de arriba abajo despectivamente.
-¿Y a ti quién te ha dicho que me vaya a quedar con vosotros en vuestro campamento? He dicho que él puede ayudaros a encontrarlo en caso de que no sepáis volver. -señaló a Rushi, que se había sentado sobre sus cuartos traseros olisqueando la lluvia- Si sabes volver, me alegro mucho por ti, Felicidades. -le espetó con amargura.
Se giró y se fue de nuevo hacia el tigre a recoger sus cosas con el rostro serio.
-Mira a ver si convences a tu... pupilo o lo que sea de que se le mejore el carácter. Igual hasta consigue amigos y todo.
Cuando ya se iba a poner el zurrón, llegó el niño al que habían perdido rato atrás. Abrió los ojos impresionada cuando le vio escupir sangre y corrió hacia él, pensando que estaba herido. Pero no.
-Ah... que no es tuya. -dijo con una mezcla de sorpresa y comicidad. No se había esperado para nada que ese crío le hubiese pegado un mordisco al vampiro que quedaba. Normalmente solía ser al revés.
Entonces, empezó a hablar atropelladamente y a preocuparse por el tigre. La joven le puso las manos en los hombros.
-Lo sé, han venido otros tres a por nosotros. Él ya está curado y no, no vienen más. -le dijo al lobo con más mal humor.
Se abstuvo de darles explicaciones de más. El pensar en ese tema le acrecentaba aún más su mal humor ya de por sí estable. Mientras Asher se hacía cargo del vampiro, ella se dirigió a los demás.
-En ese caso, me supongo que esto es una despedida. Os agradezco que me hayáis ayudado con esos demonios -le costó reconocerlo, pero sin ellos no estaría viva en esos momentos.
Como regalo de los dioses, el lobo le había dejado a uno en bandeja. Un destello de odio se cruzó en su mirada violeta.
-Ahora vengo.
La lluvia empapó su cabello, su ropa, su alma, todo. Y le dio igual. Rushi la siguió a cierta distancia. Llegó entonces hasta donde yacía el vampiro en el suelo, jadeando y sangrando, a punto de exhalar su último suspiro. Y, sin embargo, aún pudo reírse cuando Iredia se agachó junto a él.
-Tarde o temprano te encontrará, elfa.
Iredia lo observó, luego observó al cielo y después volvió a bajar la mirada.
-Lástima que tú no vivas para verlo.
Se levantó y le dio una patada en la cara. Le había saltado un colmillo. No era suficiente. Le dio otra. Otra. Otra. Y otra. Y así, en medio de la lluvia, la cual era fantástica para disimular sus lágrimas, siguió dando patadas en la cara a aquel vampiro que hacía mucho que había dejado de respirar.
Con una mano y negando con la cabeza, le hizo un gesto a Rakfir tras su discusión y su intento de disculpa, indicando que no había problema por su parte. Se levantó del lado del tigre, se cruzó de brazos imitando el gesto de Asher y lo miró directamente a los ojos sin ningún tipo de miedo. No porque no se lo tuviese, que se lo tenía, sino porque realmente... tampoco tenía nada que perder. Lo miró de arriba abajo despectivamente.
-¿Y a ti quién te ha dicho que me vaya a quedar con vosotros en vuestro campamento? He dicho que él puede ayudaros a encontrarlo en caso de que no sepáis volver. -señaló a Rushi, que se había sentado sobre sus cuartos traseros olisqueando la lluvia- Si sabes volver, me alegro mucho por ti, Felicidades. -le espetó con amargura.
Se giró y se fue de nuevo hacia el tigre a recoger sus cosas con el rostro serio.
-Mira a ver si convences a tu... pupilo o lo que sea de que se le mejore el carácter. Igual hasta consigue amigos y todo.
Cuando ya se iba a poner el zurrón, llegó el niño al que habían perdido rato atrás. Abrió los ojos impresionada cuando le vio escupir sangre y corrió hacia él, pensando que estaba herido. Pero no.
-Ah... que no es tuya. -dijo con una mezcla de sorpresa y comicidad. No se había esperado para nada que ese crío le hubiese pegado un mordisco al vampiro que quedaba. Normalmente solía ser al revés.
Entonces, empezó a hablar atropelladamente y a preocuparse por el tigre. La joven le puso las manos en los hombros.
-Lo sé, han venido otros tres a por nosotros. Él ya está curado y no, no vienen más. -le dijo al lobo con más mal humor.
Se abstuvo de darles explicaciones de más. El pensar en ese tema le acrecentaba aún más su mal humor ya de por sí estable. Mientras Asher se hacía cargo del vampiro, ella se dirigió a los demás.
-En ese caso, me supongo que esto es una despedida. Os agradezco que me hayáis ayudado con esos demonios -le costó reconocerlo, pero sin ellos no estaría viva en esos momentos.
Como regalo de los dioses, el lobo le había dejado a uno en bandeja. Un destello de odio se cruzó en su mirada violeta.
-Ahora vengo.
La lluvia empapó su cabello, su ropa, su alma, todo. Y le dio igual. Rushi la siguió a cierta distancia. Llegó entonces hasta donde yacía el vampiro en el suelo, jadeando y sangrando, a punto de exhalar su último suspiro. Y, sin embargo, aún pudo reírse cuando Iredia se agachó junto a él.
-Tarde o temprano te encontrará, elfa.
Iredia lo observó, luego observó al cielo y después volvió a bajar la mirada.
-Lástima que tú no vivas para verlo.
Se levantó y le dio una patada en la cara. Le había saltado un colmillo. No era suficiente. Le dio otra. Otra. Otra. Y otra. Y así, en medio de la lluvia, la cual era fantástica para disimular sus lágrimas, siguió dando patadas en la cara a aquel vampiro que hacía mucho que había dejado de respirar.
Iredia
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Re: El dios de otro [Libre 3/3] [Cerrado]
Gwynn observó a cada uno de los adultos en silencio. Había una tensión particular en el ambiente y no provenía únicamente del pozo de amargura en el que flotaba el hombre perro. La elfa posó sus manos en los hombros del pequeño y este se relajó con el contacto notando el malestar en los ojos de Iredia. Ah. Ya lo entendía. No era difícil imaginar que Asher continuaba haciendo amigos…
“Yo...” sus palabras fueron interrumpidas por la conversación a su alrededor y decidió guardar silencio con un bufido. No lo entendía realmente. Era evidente que Iredia estaba en peligro, ¡tenía vampiros a su siga! Y, aún así, todos parecían restarle importancia al asunto. Típico. Si abría la boca para cuestionarlo seguramente le tratarían como a un crío.
Asher fue quién tomó la iniciativa para lidiar con el vampiro, lo cual no sorprendió a Gwynn en absoluto. Seguramente lo disfrutaría, si el cadáver brutalmente dañado en el claro era indicio de algo. El muchacho se sentó nuevamente junto al fuego y se rascó el ombligo distraídamente, su mirada fija en las llamas y el crujir seco de la madera. La voz de Iredia capturó su atención.
“No te preocupes, Iredia. Um, lamento haberme enfadado,” dijo ofreciendo una pequeña sonrisa. No sabía por qué se disculpaba, pero sentía que debía decir algo. “Ten cuidado. Ya sabes, cuando sigas viajando.”
Quería ofrecerle llevarle con Meredydd, ¡seguro el viejo sabría qué hacer! Pero algo le decía que la elfa no tendría interés en ello. Se decía que los elfos vivían mucho tiempo, que podían ver la semilla crecer hasta las alturas. Era difícil de creer, pero quizás Iredia fuese más vieja que el propio Meredydd. Mucho más vieja…
Gwynn frunció el ceño y se inclinó hacia la mujer observándola fijamente.
El hombre perro tardó poco en volver y esta vez fue el turno de Iredia de marchar. Gwynn le vio alejarse atento al destello de odio en su mirada. ¿Por qué había dejado Asher al vampiro vivo? No había razón para prolongar la agonía del monstruo.
“Um, creo que me tengo que ir,” dijo poniéndose de pie. No quería estar solo con ambos hombres bestia y causar otra pelea. Este no era su lugar… ni el de nadie más, para ese caso. Asher lo había hecho abundantemente claro.
“Espero que podáis reparar los totems, Rakfyr. Si alguna vez vuelvo aquí hablaré con sus espíritus.”
Dedicó una última miarada en dirección a Asher. El hombre perro era un misterio. ¿Cómo podía alguien ser tan cruel, tan indiferente al dolor de otros? Quizás, tal como con los vampiros, el espíritu de otros animales humanos podía ser corrompido y alterado. O quizás algo le había llevado a ese punto, como las criaturas que sucumben a la rabia y la locura producto de las heridas o la enfermedad. Alguna de sus madres había dicho que las heridas del espíritu son siempre las más dolorosas.
El muchacho giró la cabeza y corrió fuera de la cueva con pasos cortos y veloces. La lluvia golpeó su piel e inhaló profundamente el aire saturado de humedad y de vida. Sus pasos le llevaron hasta los pies de un joven alerce y se detuvo un momento para sentir la corteza con sus dedos, recorriendo las escamas cuidadosamente.
A la distancia creyó ver la figura de Iredia quieta bajo la lluvia, pero su cuerpo mutaba ya en el de un lobo y pronto sus sentidos se perdieron en un nuevo despertar.
El brujo elevó la mirada del pergamino en sus manos y suspiró cansado.
“Has tardado bastante,” comentó con un chasquido de su lengua. El lobo pareció ignorarle, sacudiendo el agua de su pelaje nada más poner pie en la gruta expuesta, echándose junto al fuego con la mirada fija en el bosque.
“Y, por supuesto, veo que no hay rastro del morral ni de las setas,” suspiró. El cachorro interrumpió su jadeo y sus orejas se irguieron tensas, pero aún así no miró al brujo.
Meredydd sacudió la cabeza y acarició sus barbas. Poco a poco había aprendido a interpretar el lenguaje de los licántropos en su forma lupina, sutil, elegante en su sencillez, y sorprendentemente expresivo. Instintivamente una de sus manos acarició la cabeza y orejas del lobo, y por un momento se preguntó si el gesto ofendería a Gwynn. Para su sorpresa y deleite el cachorro inclinó su cabeza levemente hacia el contacto moviendo su cola de lado a lado.
“¿Te has encontrado con problemas? No te preocupes. Ya habrá tiempo para las setas. Esta lluvia es providencial. Ya verás, la última colecta será perfecta. Quizás...” el brujo se interrumpió abruptamente, sus ojos delatando la sonrisa que su denso bigote cobrizo ocultaba. El cachorro había ya cerrado los ojos apoyando el hocico sobre sus patas delanteras. Meredydd suspiró dramaticamente y fijó su atención nuevamente en el pergamino frente a él.
Mientras Gwynn caía en la inconsciencia arrullado por la lluvia y el viento en las ramas no pudo evitar sentir una extraña tranquilidad, como si el encuentro en el claro hubiese sido un sueño más… o una extraña pesadilla. Por ahora, podía olvidar los problemas de un mundo que no entendía, y disfrutar de la sencillez de este momento.
“Yo...” sus palabras fueron interrumpidas por la conversación a su alrededor y decidió guardar silencio con un bufido. No lo entendía realmente. Era evidente que Iredia estaba en peligro, ¡tenía vampiros a su siga! Y, aún así, todos parecían restarle importancia al asunto. Típico. Si abría la boca para cuestionarlo seguramente le tratarían como a un crío.
Asher fue quién tomó la iniciativa para lidiar con el vampiro, lo cual no sorprendió a Gwynn en absoluto. Seguramente lo disfrutaría, si el cadáver brutalmente dañado en el claro era indicio de algo. El muchacho se sentó nuevamente junto al fuego y se rascó el ombligo distraídamente, su mirada fija en las llamas y el crujir seco de la madera. La voz de Iredia capturó su atención.
“No te preocupes, Iredia. Um, lamento haberme enfadado,” dijo ofreciendo una pequeña sonrisa. No sabía por qué se disculpaba, pero sentía que debía decir algo. “Ten cuidado. Ya sabes, cuando sigas viajando.”
Quería ofrecerle llevarle con Meredydd, ¡seguro el viejo sabría qué hacer! Pero algo le decía que la elfa no tendría interés en ello. Se decía que los elfos vivían mucho tiempo, que podían ver la semilla crecer hasta las alturas. Era difícil de creer, pero quizás Iredia fuese más vieja que el propio Meredydd. Mucho más vieja…
Gwynn frunció el ceño y se inclinó hacia la mujer observándola fijamente.
El hombre perro tardó poco en volver y esta vez fue el turno de Iredia de marchar. Gwynn le vio alejarse atento al destello de odio en su mirada. ¿Por qué había dejado Asher al vampiro vivo? No había razón para prolongar la agonía del monstruo.
“Um, creo que me tengo que ir,” dijo poniéndose de pie. No quería estar solo con ambos hombres bestia y causar otra pelea. Este no era su lugar… ni el de nadie más, para ese caso. Asher lo había hecho abundantemente claro.
“Espero que podáis reparar los totems, Rakfyr. Si alguna vez vuelvo aquí hablaré con sus espíritus.”
Dedicó una última miarada en dirección a Asher. El hombre perro era un misterio. ¿Cómo podía alguien ser tan cruel, tan indiferente al dolor de otros? Quizás, tal como con los vampiros, el espíritu de otros animales humanos podía ser corrompido y alterado. O quizás algo le había llevado a ese punto, como las criaturas que sucumben a la rabia y la locura producto de las heridas o la enfermedad. Alguna de sus madres había dicho que las heridas del espíritu son siempre las más dolorosas.
El muchacho giró la cabeza y corrió fuera de la cueva con pasos cortos y veloces. La lluvia golpeó su piel e inhaló profundamente el aire saturado de humedad y de vida. Sus pasos le llevaron hasta los pies de un joven alerce y se detuvo un momento para sentir la corteza con sus dedos, recorriendo las escamas cuidadosamente.
A la distancia creyó ver la figura de Iredia quieta bajo la lluvia, pero su cuerpo mutaba ya en el de un lobo y pronto sus sentidos se perdieron en un nuevo despertar.
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El brujo elevó la mirada del pergamino en sus manos y suspiró cansado.
“Has tardado bastante,” comentó con un chasquido de su lengua. El lobo pareció ignorarle, sacudiendo el agua de su pelaje nada más poner pie en la gruta expuesta, echándose junto al fuego con la mirada fija en el bosque.
“Y, por supuesto, veo que no hay rastro del morral ni de las setas,” suspiró. El cachorro interrumpió su jadeo y sus orejas se irguieron tensas, pero aún así no miró al brujo.
Meredydd sacudió la cabeza y acarició sus barbas. Poco a poco había aprendido a interpretar el lenguaje de los licántropos en su forma lupina, sutil, elegante en su sencillez, y sorprendentemente expresivo. Instintivamente una de sus manos acarició la cabeza y orejas del lobo, y por un momento se preguntó si el gesto ofendería a Gwynn. Para su sorpresa y deleite el cachorro inclinó su cabeza levemente hacia el contacto moviendo su cola de lado a lado.
“¿Te has encontrado con problemas? No te preocupes. Ya habrá tiempo para las setas. Esta lluvia es providencial. Ya verás, la última colecta será perfecta. Quizás...” el brujo se interrumpió abruptamente, sus ojos delatando la sonrisa que su denso bigote cobrizo ocultaba. El cachorro había ya cerrado los ojos apoyando el hocico sobre sus patas delanteras. Meredydd suspiró dramaticamente y fijó su atención nuevamente en el pergamino frente a él.
Mientras Gwynn caía en la inconsciencia arrullado por la lluvia y el viento en las ramas no pudo evitar sentir una extraña tranquilidad, como si el encuentro en el claro hubiese sido un sueño más… o una extraña pesadilla. Por ahora, podía olvidar los problemas de un mundo que no entendía, y disfrutar de la sencillez de este momento.
- Nota final:
- ¡Lamento enormemente las demoras, chicos! Me sabe fatal haceros esperar, pero estoy preparando grandes cambios y he estado muy ocupado. Os agradezco el tema, ¡lo he disfrutado muchísimo! Espero que si roleamos en el futuro pueda responder con la celeridad que merecéis. ¡Un abrazo!
Gwynn
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