[Guerra de Lunargenta][2/-] Tormenta de acero y sangre
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[Guerra de Lunargenta][2/-] Tormenta de acero y sangre
Frith sirvió un poco de cerveza en las jarras de los presentes. La estancia estaba ligeramente oscura, estando iluminada únicamente con cuatro antorchas y algunas velas, que producian una luz tenue, pero lo suficientemente intensa como para el ambiente fuera cómodo. Se encontraban reunidos la hermana de Frith, Lilja, Ingvar, y varios mercenarios licántropos amigos del pelirrojo. También se les había unido la regente de una taberna, que, pese a que nunca había estado vinculada a cuestiones violentas, en aquella ocasión sentía que necesitaba verse implicada en aquella guerra. Los vampiros habían tomado demasiado poder, ahora eran los que sometían a Lunargenta, un lugar que había sido hogar de muchos licántropos también en el pasado. De hecho, todos y cada uno de los licántropos en aquella reunión habían pasado largos años en Lunargenta antes de mudarse finalmente a Ulmer para estar entre los suyos.
Después de lo que había comprobado Frith durante los últimos días que había pasado en Lunargenta, era consciente de que no podía hacer gran cosa frente a los vampiros mas fuertes. Pero sí que podía hacer algo para evitar que estos consiguieran mucho más poder en la ciudad, reclutando a nuevos siervos. Aquellos siervos por lo general serian débiles, elegidos aleatoriamente, pero al mismo tiempo podrían ser un incordio para los que mientras tanto estarían ocupándose de aquellos mas poderosos. La intención de Frith, era fragilizar a la facción de los vampiros ocupándose junto con su equipo, de aquellos recién convertidos.
– ¿La tabernera te dio el soplo? –preguntó Eyrtha, una de las mercenarias que se encontraba en la reunión–. ¿Estás seguro de que deberíamos creer en su palabra?
– Su señor esposo fue convertido en vampiro –dijo Frith, mientras tomaba asiento después de terminar de servir cerveza a todos y cada uno de los presentes–. Te aseguro que su furia era real, y también su dolor. Me dio toda la información que tenía, y prometió darme toda la que consiguiera con posterioridad. Es de fiar.
Mientras que Eyrtha no parecía demasiado convencida, el resto de los reunidos sonreían. Estaban ansiosos por poder comenzar la cacería, acabar con aquellos vampiros y poder formar parte en aquella guerra que estaba aconteciendo.
– ¿Cuándo iremos? –pregunto entonces uno de los mercenarios.
– En el amanecer de mañana partiremos, comenzaremos la cacería en Lunargenta en el primer atardecer que pasemos en la ciudad. Tengo la información necesaria para que podamos ir directamente hacia los grupos de los recién convertidos.
Durante las horas siguientes permanecieron debatiendo estrategias y tácticas, aunque sin llegar a nada en claro. Podrían planificar todo mucho mejor una vez estando en Lunargenta y habiendo recibido información actualizada de parte de la tabernera que había en la cuidad, la aliada del pelirrojo. Hasta entonces, lo único que podían hacer era ir pensando en las armas y equipo que llevarían. Cuando cayó la noche, todos permanecieron en el hogar de Frith, quien había preparado varios catres para que el equipo se mantuviera unido antes de partir; así no habría tiempo que perder innecesariamente. Ya entrada la noche, el pelirrojo salió de su casa mientras dentro todos dormían. Recostó la espalda sobre la fachada de su casa de madera, y se quedo observando la luna largamente. No tenia miedo a la guerra, ni mucho menos, al fin y al cabo, no tomarían grandes riesgos. Pero siempre quedaba la pequeña duda de que pasaría si todo se torcía de un momento a otro. No era temor lo que tenía, pero si incertidumbre.
Después de lo que había comprobado Frith durante los últimos días que había pasado en Lunargenta, era consciente de que no podía hacer gran cosa frente a los vampiros mas fuertes. Pero sí que podía hacer algo para evitar que estos consiguieran mucho más poder en la ciudad, reclutando a nuevos siervos. Aquellos siervos por lo general serian débiles, elegidos aleatoriamente, pero al mismo tiempo podrían ser un incordio para los que mientras tanto estarían ocupándose de aquellos mas poderosos. La intención de Frith, era fragilizar a la facción de los vampiros ocupándose junto con su equipo, de aquellos recién convertidos.
– ¿La tabernera te dio el soplo? –preguntó Eyrtha, una de las mercenarias que se encontraba en la reunión–. ¿Estás seguro de que deberíamos creer en su palabra?
– Su señor esposo fue convertido en vampiro –dijo Frith, mientras tomaba asiento después de terminar de servir cerveza a todos y cada uno de los presentes–. Te aseguro que su furia era real, y también su dolor. Me dio toda la información que tenía, y prometió darme toda la que consiguiera con posterioridad. Es de fiar.
Mientras que Eyrtha no parecía demasiado convencida, el resto de los reunidos sonreían. Estaban ansiosos por poder comenzar la cacería, acabar con aquellos vampiros y poder formar parte en aquella guerra que estaba aconteciendo.
– ¿Cuándo iremos? –pregunto entonces uno de los mercenarios.
– En el amanecer de mañana partiremos, comenzaremos la cacería en Lunargenta en el primer atardecer que pasemos en la ciudad. Tengo la información necesaria para que podamos ir directamente hacia los grupos de los recién convertidos.
Durante las horas siguientes permanecieron debatiendo estrategias y tácticas, aunque sin llegar a nada en claro. Podrían planificar todo mucho mejor una vez estando en Lunargenta y habiendo recibido información actualizada de parte de la tabernera que había en la cuidad, la aliada del pelirrojo. Hasta entonces, lo único que podían hacer era ir pensando en las armas y equipo que llevarían. Cuando cayó la noche, todos permanecieron en el hogar de Frith, quien había preparado varios catres para que el equipo se mantuviera unido antes de partir; así no habría tiempo que perder innecesariamente. Ya entrada la noche, el pelirrojo salió de su casa mientras dentro todos dormían. Recostó la espalda sobre la fachada de su casa de madera, y se quedo observando la luna largamente. No tenia miedo a la guerra, ni mucho menos, al fin y al cabo, no tomarían grandes riesgos. Pero siempre quedaba la pequeña duda de que pasaría si todo se torcía de un momento a otro. No era temor lo que tenía, pero si incertidumbre.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: [Guerra de Lunargenta][2/-] Tormenta de acero y sangre
Incluso después de dos décadas de intenso entrenamiento en las entrañas más profundas de Bosques del Este, la travesía entre éstos y la aldea de Ulmer fue eterna. Durante el camino, no obstante, fui obteniendo información de provecho que me hizo percatar de las circunstancias que se estaban llevando a cabo en Lunargenta. Vampiros. Curiosos, estos bebedores de sangre, si bien eran los seres más miserables y merecedores de mi desprecio a lo largo de todo el continente.
No tardé mucho en llegar a las afueras de la aldea y comprobarlo con mis propios ojos; ni siquiera era necesario adentrarse en ella, al menos más de lo necesario: cada vez eran más los mercaderes y comerciantes que abandonaban lo que alguna vez fue su hogar, atemorizados ante las consecuencias que conllevaría una estancia demasiado prolongada cerca de los vampiros, y permanecían refugiados en el norte.
No fue hasta entonces que reparé en que el viaje para el que tanto tiempo me había estado preparando, había sido en vano. Si alguien conocía el paradero de mi abuelo, ya no estaba en Lunargenta. Por supuesto, aquel no era el mejor momento para ponerse a buscar resquicios de una teoría que ya hace años inventé, si bien, por lo que había oído, los aledaños de la ciudad todavía parecían seguros. De vez en cuando, si me acercaba y prestaba atención, era capaz de escuchar las conversaciones mantenidas entre aquellos que ocupaban las tabernas, incapaces de nada más que ahogar sus penas en bebida, preferentemente algo con “sustancia”.
Fue entonces cuando escuché el gemido quejoso de un hombre implorando clemencia en una de las calles menos concurridas de Ulmer.
- ¡Feberth! -exclamó un hombre en la bocacalle. De baja estatura y complexión corpulenta, le brillaban los ojos y parecía sudar a mares- ¡¡Feberth, apúrate!!
En otras circunstancias, la escena hubiese sido incluso graciosa. El que parecía otro de los muchos mercaderes que habían abandonado la ciudad había quedado atrapado bajo la puerta de una vivienda, con tan mala suerte de haber rasgado sus prendas, llamémoslas, “inferiores”. Sí, fue gracioso hasta que sus chillidos hicieron encender luces. Velas asomando por las ventanas de inmuebles contiguos que parecían rogar calma. Lo vivido por la mayoría de refugiados ya había sido un calvario, como para que los aullidos de un señor regordete perturbara aun más sus intentos de descanso.
Recorrí la calle hasta alcanzar su posición e intenté levantar la puerta que lo atrapaba, pero no hubo manera: una viga había caído con ella, dañando también su pierna, y mi ayuda no sirvió más que para alertarlo.
- ¡¡Feberth!! -seguía llamando, cada vez con más fuerza.
No tardé mucho en llegar a las afueras de la aldea y comprobarlo con mis propios ojos; ni siquiera era necesario adentrarse en ella, al menos más de lo necesario: cada vez eran más los mercaderes y comerciantes que abandonaban lo que alguna vez fue su hogar, atemorizados ante las consecuencias que conllevaría una estancia demasiado prolongada cerca de los vampiros, y permanecían refugiados en el norte.
No fue hasta entonces que reparé en que el viaje para el que tanto tiempo me había estado preparando, había sido en vano. Si alguien conocía el paradero de mi abuelo, ya no estaba en Lunargenta. Por supuesto, aquel no era el mejor momento para ponerse a buscar resquicios de una teoría que ya hace años inventé, si bien, por lo que había oído, los aledaños de la ciudad todavía parecían seguros. De vez en cuando, si me acercaba y prestaba atención, era capaz de escuchar las conversaciones mantenidas entre aquellos que ocupaban las tabernas, incapaces de nada más que ahogar sus penas en bebida, preferentemente algo con “sustancia”.
Fue entonces cuando escuché el gemido quejoso de un hombre implorando clemencia en una de las calles menos concurridas de Ulmer.
- ¡Feberth! -exclamó un hombre en la bocacalle. De baja estatura y complexión corpulenta, le brillaban los ojos y parecía sudar a mares- ¡¡Feberth, apúrate!!
En otras circunstancias, la escena hubiese sido incluso graciosa. El que parecía otro de los muchos mercaderes que habían abandonado la ciudad había quedado atrapado bajo la puerta de una vivienda, con tan mala suerte de haber rasgado sus prendas, llamémoslas, “inferiores”. Sí, fue gracioso hasta que sus chillidos hicieron encender luces. Velas asomando por las ventanas de inmuebles contiguos que parecían rogar calma. Lo vivido por la mayoría de refugiados ya había sido un calvario, como para que los aullidos de un señor regordete perturbara aun más sus intentos de descanso.
Recorrí la calle hasta alcanzar su posición e intenté levantar la puerta que lo atrapaba, pero no hubo manera: una viga había caído con ella, dañando también su pierna, y mi ayuda no sirvió más que para alertarlo.
- ¡¡Feberth!! -seguía llamando, cada vez con más fuerza.
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Re: [Guerra de Lunargenta][2/-] Tormenta de acero y sangre
Frith había conseguido tener un momento de tranquilidad. Con toda la planificación y los acontecimientos recientes, prácticamente no había sido capaz de encontrar un minuto en paz para poder dejar la mente en blanco. Respiró profundamente, y dirigió su mirada hacia la bóveda celeste, observando las estrellas que se distribuían por todo el cielo oscuro. La luna bañaba Ulmer con una luz blanquecina. Sus extremidades se tensaron en cuanto escuchó un grito a lo lejos; alguien llamaba a otra persona, era un llamado de auxilio. El pelirrojo llevó casi de manera insconsciente su mano derecha a la empuñadura de su espada más grande, y buscó con la mirada algún indicio de movimiento a su alrededor. No había nadie, todo el mundo estaba dentro de sus casas y la mayoría de las luces dentro de estas, estaban apagadas. De su propia casa salió uno de los mercenarios que había formado parte de la reunión. Era Horbas, un hombre fuerte de cabello blanquecino y una piel casi tan pálida como la nieve recién caída.
– ¿Qué ha sido eso? –preguntó al pelirrojo, asomándose por la puerta.
Tenía los ojos entrecerrados; el grito lo había despertado repentinamente, y lo primero que había hecho tras alzarse de su cama había sido salir a preguntar al pelirrojo. Frith se giró hacia él.
– No tengo la menor idea –respondió. Volvió nuevamente la vista hacia su arlededor, pero todo parecía en calma ahora. Nuevamente, los gritos se hicieron eco por toda Ulmer–. Vamos.
Horbas volvió a entrar un momento en la casa de Frith; salió al cabo de unos segundos, con sus armas acompañándole. Juntos marcharon por la ciudad buscando el origen de aquellos gritos.
– Ulmer es un lugar tranquilo, rara vez pasa algo así salvo si es por culpa de alguien de fuera –mencionó Frith mientras caminaban por las amplias calles de Ulmer. La tierra y las piedras bajo sus pies causaban bastante ruido con cada paso apresurado que daban–. Dudo que esto sea por culpa de esas cosas, ¿verdad? No creo que una de esas cosas fuera tan estúpida como para venir hasta aquí, precisamente.
– Nunca se sabe. –Respondió Horbas, cortante.
Con los gritos, la mayoría de las casas ahora se iluminaban, y algunos rostros se asomaban por las ventanas, con curiosidad. El pelirrojo y su acompañante llegaron hasta el origen de los gritos. Más allá, había un joven tratando de alzar una puerta, para socorrer a aquel que llevaba ya un buen rato gritando con fuerza. Se encontraba en paños menores, y estaba claro que la situación era muy distinta a tal y como el pelirrojo lo había imaginado. Mientras que Frith había pensado que se trataba de algún vampiro que habría llegado hasta Ulmer, y habría atacado al primer habitante con quien se había topado, en realidad se trataba de un individuo bastante entrado en kilos que se había quedado enganchado a una puerta, quedando expuesto sin su indumentaria. Horbas dejó escapar una fuerte carcajada, mientras que Frith tan solo rió durante un instante, al darse cuenta de que aquel hombre no solo estaba sufriendo la vergüenza de su propia exposición, sino que también se había herido. Aun así, todavía se preguntaba qué demonios era Ferberth. O quién era. Frith se acercó.
– Horbas, ¿puedes quitarle todo eso de encima? –pidió el pelirrojo. El muchacho corpulento asintió y se dispuso a socorrer al mercader–. ¿Cómo ha sucedido esto? Y, ¿quién es Ferberth? –esta vez, Frith se dirigió hacia el joven que había intentado ayudar al mercader antes de que ellos llegaran.
– ¿Qué ha sido eso? –preguntó al pelirrojo, asomándose por la puerta.
Tenía los ojos entrecerrados; el grito lo había despertado repentinamente, y lo primero que había hecho tras alzarse de su cama había sido salir a preguntar al pelirrojo. Frith se giró hacia él.
– No tengo la menor idea –respondió. Volvió nuevamente la vista hacia su arlededor, pero todo parecía en calma ahora. Nuevamente, los gritos se hicieron eco por toda Ulmer–. Vamos.
Horbas volvió a entrar un momento en la casa de Frith; salió al cabo de unos segundos, con sus armas acompañándole. Juntos marcharon por la ciudad buscando el origen de aquellos gritos.
– Ulmer es un lugar tranquilo, rara vez pasa algo así salvo si es por culpa de alguien de fuera –mencionó Frith mientras caminaban por las amplias calles de Ulmer. La tierra y las piedras bajo sus pies causaban bastante ruido con cada paso apresurado que daban–. Dudo que esto sea por culpa de esas cosas, ¿verdad? No creo que una de esas cosas fuera tan estúpida como para venir hasta aquí, precisamente.
– Nunca se sabe. –Respondió Horbas, cortante.
Con los gritos, la mayoría de las casas ahora se iluminaban, y algunos rostros se asomaban por las ventanas, con curiosidad. El pelirrojo y su acompañante llegaron hasta el origen de los gritos. Más allá, había un joven tratando de alzar una puerta, para socorrer a aquel que llevaba ya un buen rato gritando con fuerza. Se encontraba en paños menores, y estaba claro que la situación era muy distinta a tal y como el pelirrojo lo había imaginado. Mientras que Frith había pensado que se trataba de algún vampiro que habría llegado hasta Ulmer, y habría atacado al primer habitante con quien se había topado, en realidad se trataba de un individuo bastante entrado en kilos que se había quedado enganchado a una puerta, quedando expuesto sin su indumentaria. Horbas dejó escapar una fuerte carcajada, mientras que Frith tan solo rió durante un instante, al darse cuenta de que aquel hombre no solo estaba sufriendo la vergüenza de su propia exposición, sino que también se había herido. Aun así, todavía se preguntaba qué demonios era Ferberth. O quién era. Frith se acercó.
– Horbas, ¿puedes quitarle todo eso de encima? –pidió el pelirrojo. El muchacho corpulento asintió y se dispuso a socorrer al mercader–. ¿Cómo ha sucedido esto? Y, ¿quién es Ferberth? –esta vez, Frith se dirigió hacia el joven que había intentado ayudar al mercader antes de que ellos llegaran.
Friðþjófur Rögnvaldsson
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Re: [Guerra de Lunargenta][2/-] Tormenta de acero y sangre
Casi me había dado por vencido cuando dos hombres surgieron de las sombras, estallando uno de ellos en carcajadas cuando comprobó la- más que vergonzosa -posición del señor atrapado bajo la viga, si bien el otro ya había reparado en su herida y requerido la ayuda de su compañero.
- ¿Cómo ha sucedido esto? -preguntó el de mirada esmeralda y cabello de fuego- Y, ¿quién es Feberth?
Apenas había prestado atención a aquello que el hombre exclamaba sin cese alguno; no, estaba más preocupado por aquellos residentes que curioseaban tras las ventanas de sus viviendas, casi alarmados por las circunstancias. Feberth… No parecía el nombre de un objeto, sino el de una persona. ¿Un compañero? ¿O quizás no se trataba más que de el nombre de su mascota?
- No lo sé -contesté, llevándome las manos a la cintura-. No le conozco; escuché sus chillidos y vine lo más rápido que pude. Podría ser cualquier persona.
Presté atención al socio del bermejo, de elevada estatura, complexión corpulenta y aparente poseedor de una gran colección de armas; desde luego, no era la clase de hombre con el que me metería en una pelea, a no ser que fuera mi compañero. Fue entonces cuando caí en la cuenta: varones robustos y musculosos, armados y puede que, de alguna manera, con talento. ¿Serían soldados enviados a las cercanías de Lunargenta, asignados para examinar las calles de la aldea y asegurar la ausencia de vampiros? ¿O simples transeúntes con tan mala suerte como para toparse con un desconocido en apuros? Sus servicios costarían un precio, de ello estaba seguro, pero debía intentarlo: no llegaría muy lejos sin ayuda.
- Marcho hacia la Península de Verisar -espeté, aprovechando la oportunidad-. Pero han llegado nuevas a mis oídos; bebedores de… sangre, seres nocturnos que gobiernan la zona. Si nuestros caminos se cruzan, o conocéis a alguien que comparta el rumbo… Ruego me lo hagáis saber.
No poseía oro alguno, pues jamás había requerido de su uso. En Ulmer, el trueque todavía era conservado por algunos comerciantes menesterosos de pieles con las que calentarse por las noches, y a cambio de éstas me entregaban piezas de carne o pescado que intentaba racionar y suministrar de modo que no tuviese que volver a la aldea si no era estrictamente necesario. Si eran monedas lo que querían, no las obtendrían de mí.
- ¿Cómo ha sucedido esto? -preguntó el de mirada esmeralda y cabello de fuego- Y, ¿quién es Feberth?
Apenas había prestado atención a aquello que el hombre exclamaba sin cese alguno; no, estaba más preocupado por aquellos residentes que curioseaban tras las ventanas de sus viviendas, casi alarmados por las circunstancias. Feberth… No parecía el nombre de un objeto, sino el de una persona. ¿Un compañero? ¿O quizás no se trataba más que de el nombre de su mascota?
- No lo sé -contesté, llevándome las manos a la cintura-. No le conozco; escuché sus chillidos y vine lo más rápido que pude. Podría ser cualquier persona.
Presté atención al socio del bermejo, de elevada estatura, complexión corpulenta y aparente poseedor de una gran colección de armas; desde luego, no era la clase de hombre con el que me metería en una pelea, a no ser que fuera mi compañero. Fue entonces cuando caí en la cuenta: varones robustos y musculosos, armados y puede que, de alguna manera, con talento. ¿Serían soldados enviados a las cercanías de Lunargenta, asignados para examinar las calles de la aldea y asegurar la ausencia de vampiros? ¿O simples transeúntes con tan mala suerte como para toparse con un desconocido en apuros? Sus servicios costarían un precio, de ello estaba seguro, pero debía intentarlo: no llegaría muy lejos sin ayuda.
- Marcho hacia la Península de Verisar -espeté, aprovechando la oportunidad-. Pero han llegado nuevas a mis oídos; bebedores de… sangre, seres nocturnos que gobiernan la zona. Si nuestros caminos se cruzan, o conocéis a alguien que comparta el rumbo… Ruego me lo hagáis saber.
No poseía oro alguno, pues jamás había requerido de su uso. En Ulmer, el trueque todavía era conservado por algunos comerciantes menesterosos de pieles con las que calentarse por las noches, y a cambio de éstas me entregaban piezas de carne o pescado que intentaba racionar y suministrar de modo que no tuviese que volver a la aldea si no era estrictamente necesario. Si eran monedas lo que querían, no las obtendrían de mí.
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Re: [Guerra de Lunargenta][2/-] Tormenta de acero y sangre
Mientras mi compañero socorría al mercader, yo me dispuse a continuar la conversación con aquel individuo. Dos personas se acercaron hasta ellos, ayudando a mi acompañante a llevar al mercader hacia un lugar seguro para poder curar sus heridas y también para proporcionarle algunas vestiduras temporales. Así no tendría aquel continuar en paños menores. Tal vez podrían recomponerle las vestiduras, pero seguramente no la dignidad.
– Hablas de vampiros –dije, con un deje de desprecio–. Nunca los había despreciado tanto.
Así era. Mientras que hubo un tiempo en el que ni siquiera sabia sobre la existencia de aquellas criaturas, en aquellos momentos los odiaba. No había conocido ningún vampiro personalmente, ninguno que me permitiera cambiar de opinión respecto a ellos, y lo poco que sabia de ellos, lo sabia por su repentino dominio sobre Lunargenta. ¿Como iba a no despreciarlos?
– ¿Pensabas ir solo? –pregunte entonces, nada mas pensarlo–. Eso es muy estúpido por tu parte.
Al cabo de unos segundos regreso hasta mí, Horbas. Estaba sonriendo con alegría, sin duda las circunstancias del mercader le habían despertado el humor.
– ¿Tienes experiencia peleando? –pregunte entonces al chico.
– ¿Por qué le preguntas eso? –me dijo entonces Horbas, mientras miraba el recién conocido con curiosidad–. ¿Quiere unirse a nosotros?
– Ni siquiera le he comentado del viaje todavía –reí–. Pero sí. En esencia quería comentarle si quería unirse a nosotros. Se dirige hacia la península de Verisar. Podríamos proporcionarle algo de seguridad hasta llegar hasta allí. A cambio podría prestarnos su espada, en la caza. Aunque si el chico no sabe pelear…
Tampoco quería que nadie sucumbiera por culpa de mis requerimientos. Pero lo que era cierto era que no podía llevar un lastre en nuestro trayecto. Teníamos prisa, y necesitábamos seguir el plan, aunque no tuviéramos uno en concreto. Lo único que teníamos marcado en ese plan sin terminar, era que debíamos actuar rápido, y una vez en Lunargenta, tendríamos que vernos obligados a movernos rápido una vez tuviéramos la información que la tabernera nos diera.
– Oh si, el chico tendría que venir con nosotros –Horbas le dio una fuerte palmada en el brazo izquierdo con su enorme mano–. No importa si nos abe pelear. Vamos a por recién convertidos, no deberían ser un problema para un tipo capaz de viajar solo por ahí.
– Eso es cierto –asentí–. Si pensabas ir a Verisar por tu cuenta, pienso que se debe a que sabrías valerte por ti mismo sin problemas. ¿No es así?
– Sigo intrigado sin saber de quien demonios se trata ese tal Ferberth. –Afirmó Horbas.
Hice un gesto con la cabeza para que nos fuéramos de allí. Era demasiado tarde, el mercader estaba ya siendo atendido y teníamos que descansar para poder partir al día siguiente, por el que no tenia mucho sentido continuar allí en medio de la calle. Caminamos hasta mi hogar, que abrí con cautela suficiente como para no hacer ruido y despertar al resto del equipo. Los necesitaba frescos para el día siguiente, debíamos estar todos atentos y bien descansados. Una vez dentro, los conduje hacia la cocina, que era la única habitación mas lejana a donde se encontraban los demás dormidos sobre los colchones que había colocado improvisadamente en el gran salón de mi casa. Una vez en la cocina, cerré la puerta. Tome algunas jarras y las llene de agua, dejándolas reposar sobre la mesa.
– Ya estuve bebiendo suficiente cerveza horas atrás –dije, hablando en voz baja–. Y mañana hará falta tener la mente fresca, así que esto será lo máximo que podré ofreceros por vuestro bien. –Horbas me miro con desdén; el habría bebido un barril entero de cerveza de haber podido.
– Hablas de vampiros –dije, con un deje de desprecio–. Nunca los había despreciado tanto.
Así era. Mientras que hubo un tiempo en el que ni siquiera sabia sobre la existencia de aquellas criaturas, en aquellos momentos los odiaba. No había conocido ningún vampiro personalmente, ninguno que me permitiera cambiar de opinión respecto a ellos, y lo poco que sabia de ellos, lo sabia por su repentino dominio sobre Lunargenta. ¿Como iba a no despreciarlos?
– ¿Pensabas ir solo? –pregunte entonces, nada mas pensarlo–. Eso es muy estúpido por tu parte.
Al cabo de unos segundos regreso hasta mí, Horbas. Estaba sonriendo con alegría, sin duda las circunstancias del mercader le habían despertado el humor.
– ¿Tienes experiencia peleando? –pregunte entonces al chico.
– ¿Por qué le preguntas eso? –me dijo entonces Horbas, mientras miraba el recién conocido con curiosidad–. ¿Quiere unirse a nosotros?
– Ni siquiera le he comentado del viaje todavía –reí–. Pero sí. En esencia quería comentarle si quería unirse a nosotros. Se dirige hacia la península de Verisar. Podríamos proporcionarle algo de seguridad hasta llegar hasta allí. A cambio podría prestarnos su espada, en la caza. Aunque si el chico no sabe pelear…
Tampoco quería que nadie sucumbiera por culpa de mis requerimientos. Pero lo que era cierto era que no podía llevar un lastre en nuestro trayecto. Teníamos prisa, y necesitábamos seguir el plan, aunque no tuviéramos uno en concreto. Lo único que teníamos marcado en ese plan sin terminar, era que debíamos actuar rápido, y una vez en Lunargenta, tendríamos que vernos obligados a movernos rápido una vez tuviéramos la información que la tabernera nos diera.
– Oh si, el chico tendría que venir con nosotros –Horbas le dio una fuerte palmada en el brazo izquierdo con su enorme mano–. No importa si nos abe pelear. Vamos a por recién convertidos, no deberían ser un problema para un tipo capaz de viajar solo por ahí.
– Eso es cierto –asentí–. Si pensabas ir a Verisar por tu cuenta, pienso que se debe a que sabrías valerte por ti mismo sin problemas. ¿No es así?
– Sigo intrigado sin saber de quien demonios se trata ese tal Ferberth. –Afirmó Horbas.
Hice un gesto con la cabeza para que nos fuéramos de allí. Era demasiado tarde, el mercader estaba ya siendo atendido y teníamos que descansar para poder partir al día siguiente, por el que no tenia mucho sentido continuar allí en medio de la calle. Caminamos hasta mi hogar, que abrí con cautela suficiente como para no hacer ruido y despertar al resto del equipo. Los necesitaba frescos para el día siguiente, debíamos estar todos atentos y bien descansados. Una vez dentro, los conduje hacia la cocina, que era la única habitación mas lejana a donde se encontraban los demás dormidos sobre los colchones que había colocado improvisadamente en el gran salón de mi casa. Una vez en la cocina, cerré la puerta. Tome algunas jarras y las llene de agua, dejándolas reposar sobre la mesa.
– Ya estuve bebiendo suficiente cerveza horas atrás –dije, hablando en voz baja–. Y mañana hará falta tener la mente fresca, así que esto será lo máximo que podré ofreceros por vuestro bien. –Horbas me miro con desdén; el habría bebido un barril entero de cerveza de haber podido.
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