La Torre de los Bendecidos [Desafío]
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La Torre de los Bendecidos [Desafío]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | Aquellos que no querían morir por los horrores de la guerra ni seguir viviendo teniendo que soportar las pérdidas dejadas atrás, regalaban sus vidas a La Torre de los Bendecidos. Sus cuerpos se habían cubierto por capas y capas de sal y caliza, no se les podía ver la piel ni el pelo; incluso se hacía complicado distinguir los unos de los otros. Los más cercanos a La Torre de los Bendecidos parecían estatuas esculpidas por un artista falso de imaginación que imprimía el mismo rostro impersonal a todas sus obras; los que se encontraban en las últimas posiciones empezaban a emanar ceniza en lugar de sudor y yagas de sal se formaban por sus brazos y piernas. Una vez en La Torre de los Bendecidos, las personas de sal y caliza escalaban hasta la cima y se dejaban caer en ella. Tomaban posición y sonreían. Toda la torre, desde la base hasta la cima, estaba construida por los cuerpos inmóviles. |
Al padre Callahan le llamó la atención una niña, que bien podría tener nueve o diez años, que intentando dar el pecho a un bebé. En seguida, Callahan supuso que los niños eran hermanos. La chica era la hermana mayor, quizás habría salvado al bebé y dejado atrás a sus padres muertos. Ella estaba imitando lo que había visto hacer a su madre para dar de comer a su hermanito, aunque no sabía cómo hacerlo ni tampoco tenía leche para darle. Los pezones de la niña eran dos motas de sal y al niño se le había formado una fina capa de ceniza entorno de los labios. Dentro de unas horas, según avanzase la fila, los pechos de la chica serían de caliza y el rostro del bebé sería una esfera impersonal de caliza. El Padre Callahan se miró las manos, las manchas producidas por la vejez se habían vuelto del color de la ceniza y sus arrugas parecían grietas en la tierra seca.
Él, igual que los niños y que todos los demás, lo había perdido todo. Su iglesia se había sido destruida por las gárgolas, hacía décadas que se obligaba a seguir orando por una fe que perdió el día que Lupe fue asesinado y la soledad y la pobreza le condujeron, de nuevo, a quien era su viejo amigo y perdición: el alcohol. Sin nada que perder y sin nada por lo que seguir viviendo; se unió a la fila y caminó hacia La Torre de los Bendecidos.
-Regocijaos. Dios padre os espera al final del camino. ¡Regocijaos en su santo nombre!-
Los sacerdotes de La Torre de los Bendecidos subían y bajaban la fila alentando a los hombres y mujeres a continuar caminando. Vestían con túnicas moradas adornadas con ornamentos de colores vivientes. Sus rostros estaban cubiertos por capuchas de forma que ningún hombre de sal pudiera verlos directamente.
-Aceptar a Dios y el os aceptará en su gloria. El fin de Aerandir no ha llegado. Él aprometido hacernos eternos. ¡Regocijaos en su palabra!-
Los rezos de los sacerdotes eran los rezos que una vez pertenecieron a Donald Callahan distorsionados de forma que daban valor a la muerte y a los placeres del cuerpo.
Se hizo la noche y las yagas de sal de las manos del anciano se habían extendido y ahora ocupaban toda la palma de la mano. Callahan no le dio importancia. Durante todo el día no había ingerido ningún solido y todos los líquidos que mojaron su lengua contenían alcohol. ¿De dónde lo sacaba? En aquel momento su mente estaba tan nublada que no podía recordarlo. Sabía, por inercia, que si estaba sediento podía levantar la mano y alguien le traería algo que le calmaba la sed. <
Tambaleaba y tosió de forma continua. Por tres veces estuvo a punto de caerse y a la cuarta terminó por tocar el suelo. Un sacerdote de túnica morada le dio la mano y le ayudó a levantarse.
-Dios nos espera al final del camino. Una vez nos tome con su gentil mano, seremos libres en cuerpo -¿y qué había del alma? –Sea fuerte, tenga fe-.
Primero a causa de ebriedad, porque no quería caerse, y luego por la sospecha, el padre Callahan se negó a soltar la mano del sacerdote. Su piel, al contrario que la de los hombres de sal, era rosada y suave. Callahan echó un vistazo a través de la capucha. No sabría decir qué quería ver.
-Mi madre decía que en nuestras venas hay sangre irlandesa. Según ella, mis antepasados fueron hombres que vinieron por los portales desde una tierra llamada Irlanda– hipó. –Los irlandeses no son muy diferentes a los humanos de Lunargenta. ¿Sabes? Tienen las mismas aficiones: beber y pelear borrachos-.
Con la última palabra, dio un puñetazo al sacerdote de la túnica. No supo decir por qué lo hacía: si porque sospechaba de él, por tristeza e impotencia al ver tantas personas necesitadas porque estaba borracho o porque, tal y como decía su madre, la sangre irlandesa corría por sus venas.
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* Bienvenido/a persona de sal: La miseria de las guerras provoca una gran depresión entre las personas. Una nueva fe, fruto de las predicaciones carnales hechas por diversos usuarios, ha nacido en Verisar. En este tema se presenta uno de los rituales de esta nueva religión. El Dios a quien rezan los sacerdotes toma en su gloria a las personas desesperanzadas. Estas personas son llamadas “personas de sal” y se apilan en una torre humana con la esperanza de nacer de nuevo a los brazos de este nuevo Dios. Tu primer objetivo en este turno está relacionado con la religión. Debes unirte a la fila de los hombres sal, decir el por qué y describir las heridas que se producen en tu cuerpo a medida que la cola sigue avanzando.
El segundo objetivo está relacionado con el padre Callahan. El anciano ha visto destruir a su iglesia en Sacrestic Ville. Se ha dado cuenta que se obliga a tener fe por un Dios que no le ha dado más que desgracias desde el día de la muerte su amigo Lupe. Borracho, se ha unido a la fila de los hombres de sal. Sospecha de un sacerdote de la nueva religión, le golpea en la cara. Es aquí donde deberás detener al padre Callahan y hacerle regresar a su lugar en la cola.
Requisitos:
Haber sufrido, recientemente, un trance emocional; cosa que te empujará a la fila de los hombres de sal. El trance emocional se entiende como una maldición impuesta por un Master o la pérdida de un ser querido. Remarco lo de: RECIENTEMENTE. No se tendrá en cuenta si en tu ficha de personaje mencionaste que hace años se murió un familiar, por ejemplo.
Links de interés:
MegaEvento La guerra en Lunargenta [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Ficha de Callahan [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Tema en el que se dio el objetivo de promover los valores carnales y el placer por la muerte a Matthew Owens y Eretria Noorgard. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Re: La Torre de los Bendecidos [Desafío]
Algo hizo que fuera a donde vislumbraba una torre de algún tipo de material arenoso. Su forma extraña, tal vez. O no… era otra cosa. Algo que hacía que siguiera avanzando. Una fuerza mayor que hacía que sus pasos se dirigieran allí. Había una fila de personas, todas esperaban en la base de la torre, pero eso le daba igual, no se dejaba guiar por la gente, sino por esa fuerza que la impulsaba a avanzar.
Sus ojos estaban hinchados, esa noche había sido especialmente mala. Ya no sólo por las pesadillas que la abordaban cada vez que cerraba los ojos, el cansancio acumulado y lo vacía que se sentía, cada vez más. Sino porque sobre ella recaían cada vez más losas que debía cargar. Y en ocasiones, como esa, se veía incapaz de avanzar. Nillë estaba siempre con ella, Ingela también. Pero sentía que no era más que una carga y se notaba impotente al no poder hacer nada para arreglar su propia vida decarriada. Aquella torre parecía darle algo de luz. No sabía qué buscaba, o si esa era la luz que necesitaba, pero tenía que continuar sus pasos hacia ella. El hada no estaba. La buscó a su lado, pero su resplandor azul había desaparecido. Aún así no se detuvo.
¿Cuántas muertes había visto ya? Siempre había pensado que la mejor forma de morir era en un combate, protegiendo a su familia. Pero… ¿estaba muerta? Posiblemente, en vida. Había ocasiones en las que se sentía fuera de su propio cuerpo. Siguió avanzando a paso lento. Aquello escocía. ¿Qué era? Se miró los dedos, los movió despacio. Tenía cortes muy pequeños, apenas se notaban, pero escocía. ¿O no? Contempló durante unos segundos más sus manos. Aquella con la que sujetaba el arco estaba volviéndose más blanca. Las motas de sal empezaban a cubrirla. No era arena, sino sal. Pasó la yema del índice de la otra mano por encima de su piel. Estaba áspera, cubierta de sal. Pero siguió adelante.
También su cara, pronto, empezó a recubrirse de sal. Y escocía bastante. Delante de ella había más gente, todos esperaban su turno, aunque ella no sabía para qué. Había unos encapuchados que estaban dirigiendo a la gente. ¿Los dueños de la torre? Ella apenas les dirigió una mirada. No les afectaba la sal que había en el ambiente, pero al resto sí. Se estaban desnudando y sus ropas caían al suelo desprendiendo sal, la misma que se pegaba a sus cuerpos y los laceraba. Había algunos a los que les costaba andar. Habían estado tanto tiempo esperando para subir a la torre que estaban cubiertos casi al completo. Pero siguieron adelante, como ella, que avanzó un paso más cuando pudo. Las lágrimas volvieron a caer por sus mejillas. Ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, pero su capa cayó al suelo también, dejando a la vista su triste rostro, su pelo cobrizo, que pronto empezó a ser cubierto por la maldita sal.
Hablaban de un dios… ¿uno solo? ¿Cuál? Alguno de los humanos, a saber. Pero sabía que eso no era obra de Imbar o Anar, por ejemplo. Al lado de la capa también acabó la armadura ligera que llevaba. Ni la miró caer, sólo se desató los cordones y ya. Las manos, con sus dedos cubiertos de sal y sangre, apenas se movían bien para despojarse de sus ropajes. Con lentitud se deshizo de los guantes que llevaba para proteger sus dedos de la cuerda del arco, y la sal empezó a agruparse entre los mismos. Las comisuras de los labios, igual, estaban blancas y ásperas. Sabían a sal.
La imagen de Sonagashira muriendo aún estaba en su mente. Igual que la de los dos elfos de Wulvulfar. Igual que la de tantos otros del clan Telanadas. Se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos y tratando de liberar su mente de ese pesar, que se iba sumando al que ya sentía ella.
Los encapuchados seguían alabando a ese Dios, a voces. Las manos endurecidas de Helyare bajaron hasta su torso para desabrochar los botones de su camisa poco a poco. Le costaba bastante, apenas podía mover bien los dedos. Pero lo estaba consiguiendo. Hizo un gesto de dolor cuando la sal siguió lacerando su cuerpo, llenándolo de llagas. Dio otro paso hacia delante, en la fila, y dejó caer sus brazos a ambos costados, permitiendo que su camisa se deslizara hacia el suelo. La sal se iba posando en su piel, cubriendo sus cicatrices, creando otras.
La torre estaba más cerca. Su forma era tan extraña, hecha por personas que trepaban por ella. Pero no consiguió avanzar más, pues un hombre había golpeado a un encapuchado. Al principio ignoró ese hecho, pero al ver que no conseguía su objetivo, la torre, se asomó para ver qué había pasado. Ese tipo, posiblemente bajo efectos de alguna sustancia, estaba gritando. ¿No quería ir a la torre? Helyare se acercó, junto con más personas, a observar qué sucedía. Pero solo ella se acercó al tipo que estaba montando el escándalo –vuelve a la fila.
Parecía ida, tanto como él. La sal iba cubriendo su torso, haciendo pequeñas llagas en sus hombros y abdomen. Pero no quería irse de la fila, quería ir a la torre. Lo necesitaba.
–Regresa –instó, con tono cansado.
Se volvió a mirar, agachando la cabeza. La sal estaba volviéndose roja en algunas partes de su cuerpo, a causa de las heridas que ésta le provocaba. Pero su esperanza estaba en la torre. Ahí esperó a que el tipo cumpliera, casi convertida en una estatua.
Sus ojos estaban hinchados, esa noche había sido especialmente mala. Ya no sólo por las pesadillas que la abordaban cada vez que cerraba los ojos, el cansancio acumulado y lo vacía que se sentía, cada vez más. Sino porque sobre ella recaían cada vez más losas que debía cargar. Y en ocasiones, como esa, se veía incapaz de avanzar. Nillë estaba siempre con ella, Ingela también. Pero sentía que no era más que una carga y se notaba impotente al no poder hacer nada para arreglar su propia vida decarriada. Aquella torre parecía darle algo de luz. No sabía qué buscaba, o si esa era la luz que necesitaba, pero tenía que continuar sus pasos hacia ella. El hada no estaba. La buscó a su lado, pero su resplandor azul había desaparecido. Aún así no se detuvo.
¿Cuántas muertes había visto ya? Siempre había pensado que la mejor forma de morir era en un combate, protegiendo a su familia. Pero… ¿estaba muerta? Posiblemente, en vida. Había ocasiones en las que se sentía fuera de su propio cuerpo. Siguió avanzando a paso lento. Aquello escocía. ¿Qué era? Se miró los dedos, los movió despacio. Tenía cortes muy pequeños, apenas se notaban, pero escocía. ¿O no? Contempló durante unos segundos más sus manos. Aquella con la que sujetaba el arco estaba volviéndose más blanca. Las motas de sal empezaban a cubrirla. No era arena, sino sal. Pasó la yema del índice de la otra mano por encima de su piel. Estaba áspera, cubierta de sal. Pero siguió adelante.
También su cara, pronto, empezó a recubrirse de sal. Y escocía bastante. Delante de ella había más gente, todos esperaban su turno, aunque ella no sabía para qué. Había unos encapuchados que estaban dirigiendo a la gente. ¿Los dueños de la torre? Ella apenas les dirigió una mirada. No les afectaba la sal que había en el ambiente, pero al resto sí. Se estaban desnudando y sus ropas caían al suelo desprendiendo sal, la misma que se pegaba a sus cuerpos y los laceraba. Había algunos a los que les costaba andar. Habían estado tanto tiempo esperando para subir a la torre que estaban cubiertos casi al completo. Pero siguieron adelante, como ella, que avanzó un paso más cuando pudo. Las lágrimas volvieron a caer por sus mejillas. Ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, pero su capa cayó al suelo también, dejando a la vista su triste rostro, su pelo cobrizo, que pronto empezó a ser cubierto por la maldita sal.
Hablaban de un dios… ¿uno solo? ¿Cuál? Alguno de los humanos, a saber. Pero sabía que eso no era obra de Imbar o Anar, por ejemplo. Al lado de la capa también acabó la armadura ligera que llevaba. Ni la miró caer, sólo se desató los cordones y ya. Las manos, con sus dedos cubiertos de sal y sangre, apenas se movían bien para despojarse de sus ropajes. Con lentitud se deshizo de los guantes que llevaba para proteger sus dedos de la cuerda del arco, y la sal empezó a agruparse entre los mismos. Las comisuras de los labios, igual, estaban blancas y ásperas. Sabían a sal.
La imagen de Sonagashira muriendo aún estaba en su mente. Igual que la de los dos elfos de Wulvulfar. Igual que la de tantos otros del clan Telanadas. Se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos y tratando de liberar su mente de ese pesar, que se iba sumando al que ya sentía ella.
Los encapuchados seguían alabando a ese Dios, a voces. Las manos endurecidas de Helyare bajaron hasta su torso para desabrochar los botones de su camisa poco a poco. Le costaba bastante, apenas podía mover bien los dedos. Pero lo estaba consiguiendo. Hizo un gesto de dolor cuando la sal siguió lacerando su cuerpo, llenándolo de llagas. Dio otro paso hacia delante, en la fila, y dejó caer sus brazos a ambos costados, permitiendo que su camisa se deslizara hacia el suelo. La sal se iba posando en su piel, cubriendo sus cicatrices, creando otras.
La torre estaba más cerca. Su forma era tan extraña, hecha por personas que trepaban por ella. Pero no consiguió avanzar más, pues un hombre había golpeado a un encapuchado. Al principio ignoró ese hecho, pero al ver que no conseguía su objetivo, la torre, se asomó para ver qué había pasado. Ese tipo, posiblemente bajo efectos de alguna sustancia, estaba gritando. ¿No quería ir a la torre? Helyare se acercó, junto con más personas, a observar qué sucedía. Pero solo ella se acercó al tipo que estaba montando el escándalo –vuelve a la fila.
Parecía ida, tanto como él. La sal iba cubriendo su torso, haciendo pequeñas llagas en sus hombros y abdomen. Pero no quería irse de la fila, quería ir a la torre. Lo necesitaba.
–Regresa –instó, con tono cansado.
Se volvió a mirar, agachando la cabeza. La sal estaba volviéndose roja en algunas partes de su cuerpo, a causa de las heridas que ésta le provocaba. Pero su esperanza estaba en la torre. Ahí esperó a que el tipo cumpliera, casi convertida en una estatua.
Helyare
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Re: La Torre de los Bendecidos [Desafío]
El hombre que el padre Callahan había golpeado estaba en el suelo. Se le había desprendido la capucha, con lo que dejaba su tez pálida al descubierto. Una muchacha, una delgada elfa de facciones marcadas, se interpuso entre el Callahan y el hombre de la túnica morada y habló con una voz firme y suave. Dijo que se marchase, que regresase a su posición en la fila. Donald Callhan ignoró a la muchacha, le dio la espalda y se fijó en el rostro del hombre que acababa de derribar. Llamarle hombre era darle más valor del que tenía. No era un hombre, era un vampiro. Su cara, ahora descubierta, se estaba derritiendo al recibir la luz del sol. Había algo hipnótico en su piel de cera fundida, algo que impedía a Callahan apartar su mirada. Quería verlo sufrir y quería escucharle agonizar. ¡Adelante! El sufrimiento previo a la muerta serviría para vengar a los hombres y mujeres que habían perecido en La Torre de los Bendecidos. No, no se iba marchar, todavía no. Era tan maravilloso. Quería disfrutar de la escena. Un minuto más. El olor a carne cocida indicaba que no faltaba mucho tiempo para que el vampiro muriese por completo. Pronto, no se convertiría en cenizas y el padre Callahan estaría ahí para verlo y saborear el momento.
Dos personas más se sumaron a la elfa. Abandonaron sus lugares en la fila que llevaba a la torre y pidieron a Callahan, tan solo una vez, que dejase el cadáver y que regresase a su posición. La fila seguía avanzando. Parecía que nadie, excepto el padre Callahan, había presenciado la muerte. Ni siquiera los otros hombres de túnicas moradas, los cuales podrían ser vampiros como el primero. Los hombres y las mujeres de sal seguían caminando y los sacerdotes seguían orando con los brazos en alto a su único Dios.
Callahan bajó la cabeza. Estaba avergonzado. Había disfrutado de la muerte de un hombre. No era la primera vez. En Sacrestic Ville, dedicaba las noches a vagar con un cuchillo de carnicero por las húmedas calles de la ciudad maldita al acecho de cualquier vampiro que pudiera encontrar. Cabizbajo, regresó a su lugar en la fila, los bendecidos le habían guardado el hueco.
A medida que pensaba en la muerte que acababa de presenciar y recordando el macabro placer que había sentido, las costras de sal en sus manos incrementaron de tamaño hasta cubrir la mitad del brazo. Sentía los músculos agarrotados, como si fueran delgadas varas de madera a punto de estallar por soportar una presión superior a la que podían soportar.
Dos sacerdotes bajaron a un hombre de la torre. Callahan recordaba haberle visto ascender por La Torra de los Bendecidos hacía unas horas. Era feo como un demonio. Una cicatriz, quizás una vieja herida de guerra hecha con un arma afilada, separaba su cabeza en dos mitades. Allá por donde pasaba la cicatriz, el cabello no le crecía. Los sacerdotes besaron la frente del bendecido. Se ayudaron de un martillo y un cincel para romper la coraza de sal. El rostro que descubrieron era muy diferente a aquel que el padre Callahan recordaba haber visto. La cicatriz de la cabeza se le había desaparecido. El cabello, antes sucio y del color del esparzo, adquirió el color del oro y le recubría toda la cabeza. Era un ángel caído del cielo. Era un ángel caído de la torre.
-Era un hombre torturado por su propia conciencia –dijo uno de los sacerdotes que partieron la coraza de sal-. Recordaba a cada una de las personas que había asesinado y a los amigos que había perdido en batalla. Durante la noche, se escondía en el desván de su casa para que su familia no le escuchase llorar y maldecir. ¡Pobre hombre! Por cada amigo que vio morir envejeció un año. ¡Pobre hombre! Cada persona con la que combatió le regaló una cicatriz antes de morir a sus pies. Nosotros le hemos presentado a Dios y Él le ha liberado de las cadenas de su alma. Le ha devuelto la belleza de sus días gentiles y le otorgado el don de su nombre. ¡Las cicatrices han desaparecido! ¡Las penas se han ido! Alzad los brazos y dad gracias a Dios-.
Los bendecidos levantaron sus brazos y corearon las alabanzas de los sacerdotes. El ángel se paseaba por la fila de los bendecidos como si estuviera haciendo gala de los dones que le habían otorgado. Cuando pasó a su lado, Callahan sintió la necesidad de besar al ángel para comprobar que era real y estaba sano. Se avergonzó al reconocer que si no fuera por el recuerdo de Jules, seguramente, hubiera besado a aquel hombre.
El padre Callahan sacó una pequeña del bolsillo interior de su camisa una botella de cristal que contenía un líquido denso del mismo color de la miel. Abrió la botella con la boca y dio un largó tragó. El alcohol, en lugar de nublar sus ideas, tenía el efecto contrario: las despejaba del control de los vampiros.
-Es mentira. No es joven. Solo lo parece. Los sacerdotes le han robado el espíritu. –otro trago-. Cállate viejo maldito. ¿No ves que le han hecho un favor? Esa persona ahora es libre. ¡Libre de pecar! ¿Libre de qué? De sus propias cadenas. ¿Qué cadenas? Las cadenas de su conciencia, ahora el hombre es libre de hacer lo que le venga en gana. Libre para pecar. Libre para adorar a Dios. ¡Él no es mi Dios! Tú perdiste a tú Dios. ¡Oh, cállate!-
Tambaleó hacia donde estaba la elfa que, minutos antes, le había pedido que regresase a su lugar en la fila. Puso una mano en su hombro no para llamar su atención sino para sostenerse en ella y no caerse al hablar a causa de la embriaguez.
-Quiero saber tu opinión. Necesito ayuda. Quiero que me digas si crees que ese hombre de ahí es guapo. ¡Te mentiría si te dijera que no quiero lanzarme a sus brazos! Esa mujer de ahí lo ha hecho. Cuando el ángel ha pasado por su lado, ha dejado caer su pañuelo para que lo recogiera. Quiero ser esa mujer. Quiero besar al ángel. Un último renglón de sensatez en mi consciencia me llama idiota por querer besar a ese hombre. ¿Lo soy? Di que sí. Dime que ese hombre está maldito. Por favor. Está no es La Torre de los Bendecidos; es La Torre de los Malditos. ¿Verdad? Nos hemos vuelto de espaldas, visto el sol de frente y convertido en estatuas de sal-.
* Helyare: Este desafío es para ayudar a Callahan a superar sus traumas y superar tus mismos traumas. Los sacerdotes de túnicas moradas son vampiros que intensifican estos traumas. Los utilizan para convertirlos en “siervos” con la excusa de un nuevo Dios. En el siguiente turno deberás vencer tus traumas o hacer el esfuerzo por superarlos, puedes ayudarte utilizando al padre Callahan. ¿Un objetivo complicado para tu elfa orgullosa? Míralo de esta forma, es superar los traumas o convertirte en una estatua de sal.
Dos personas más se sumaron a la elfa. Abandonaron sus lugares en la fila que llevaba a la torre y pidieron a Callahan, tan solo una vez, que dejase el cadáver y que regresase a su posición. La fila seguía avanzando. Parecía que nadie, excepto el padre Callahan, había presenciado la muerte. Ni siquiera los otros hombres de túnicas moradas, los cuales podrían ser vampiros como el primero. Los hombres y las mujeres de sal seguían caminando y los sacerdotes seguían orando con los brazos en alto a su único Dios.
Callahan bajó la cabeza. Estaba avergonzado. Había disfrutado de la muerte de un hombre. No era la primera vez. En Sacrestic Ville, dedicaba las noches a vagar con un cuchillo de carnicero por las húmedas calles de la ciudad maldita al acecho de cualquier vampiro que pudiera encontrar. Cabizbajo, regresó a su lugar en la fila, los bendecidos le habían guardado el hueco.
A medida que pensaba en la muerte que acababa de presenciar y recordando el macabro placer que había sentido, las costras de sal en sus manos incrementaron de tamaño hasta cubrir la mitad del brazo. Sentía los músculos agarrotados, como si fueran delgadas varas de madera a punto de estallar por soportar una presión superior a la que podían soportar.
Dos sacerdotes bajaron a un hombre de la torre. Callahan recordaba haberle visto ascender por La Torra de los Bendecidos hacía unas horas. Era feo como un demonio. Una cicatriz, quizás una vieja herida de guerra hecha con un arma afilada, separaba su cabeza en dos mitades. Allá por donde pasaba la cicatriz, el cabello no le crecía. Los sacerdotes besaron la frente del bendecido. Se ayudaron de un martillo y un cincel para romper la coraza de sal. El rostro que descubrieron era muy diferente a aquel que el padre Callahan recordaba haber visto. La cicatriz de la cabeza se le había desaparecido. El cabello, antes sucio y del color del esparzo, adquirió el color del oro y le recubría toda la cabeza. Era un ángel caído del cielo. Era un ángel caído de la torre.
-Era un hombre torturado por su propia conciencia –dijo uno de los sacerdotes que partieron la coraza de sal-. Recordaba a cada una de las personas que había asesinado y a los amigos que había perdido en batalla. Durante la noche, se escondía en el desván de su casa para que su familia no le escuchase llorar y maldecir. ¡Pobre hombre! Por cada amigo que vio morir envejeció un año. ¡Pobre hombre! Cada persona con la que combatió le regaló una cicatriz antes de morir a sus pies. Nosotros le hemos presentado a Dios y Él le ha liberado de las cadenas de su alma. Le ha devuelto la belleza de sus días gentiles y le otorgado el don de su nombre. ¡Las cicatrices han desaparecido! ¡Las penas se han ido! Alzad los brazos y dad gracias a Dios-.
Los bendecidos levantaron sus brazos y corearon las alabanzas de los sacerdotes. El ángel se paseaba por la fila de los bendecidos como si estuviera haciendo gala de los dones que le habían otorgado. Cuando pasó a su lado, Callahan sintió la necesidad de besar al ángel para comprobar que era real y estaba sano. Se avergonzó al reconocer que si no fuera por el recuerdo de Jules, seguramente, hubiera besado a aquel hombre.
El padre Callahan sacó una pequeña del bolsillo interior de su camisa una botella de cristal que contenía un líquido denso del mismo color de la miel. Abrió la botella con la boca y dio un largó tragó. El alcohol, en lugar de nublar sus ideas, tenía el efecto contrario: las despejaba del control de los vampiros.
-Es mentira. No es joven. Solo lo parece. Los sacerdotes le han robado el espíritu. –otro trago-. Cállate viejo maldito. ¿No ves que le han hecho un favor? Esa persona ahora es libre. ¡Libre de pecar! ¿Libre de qué? De sus propias cadenas. ¿Qué cadenas? Las cadenas de su conciencia, ahora el hombre es libre de hacer lo que le venga en gana. Libre para pecar. Libre para adorar a Dios. ¡Él no es mi Dios! Tú perdiste a tú Dios. ¡Oh, cállate!-
Tambaleó hacia donde estaba la elfa que, minutos antes, le había pedido que regresase a su lugar en la fila. Puso una mano en su hombro no para llamar su atención sino para sostenerse en ella y no caerse al hablar a causa de la embriaguez.
-Quiero saber tu opinión. Necesito ayuda. Quiero que me digas si crees que ese hombre de ahí es guapo. ¡Te mentiría si te dijera que no quiero lanzarme a sus brazos! Esa mujer de ahí lo ha hecho. Cuando el ángel ha pasado por su lado, ha dejado caer su pañuelo para que lo recogiera. Quiero ser esa mujer. Quiero besar al ángel. Un último renglón de sensatez en mi consciencia me llama idiota por querer besar a ese hombre. ¿Lo soy? Di que sí. Dime que ese hombre está maldito. Por favor. Está no es La Torre de los Bendecidos; es La Torre de los Malditos. ¿Verdad? Nos hemos vuelto de espaldas, visto el sol de frente y convertido en estatuas de sal-.
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* Helyare: Este desafío es para ayudar a Callahan a superar sus traumas y superar tus mismos traumas. Los sacerdotes de túnicas moradas son vampiros que intensifican estos traumas. Los utilizan para convertirlos en “siervos” con la excusa de un nuevo Dios. En el siguiente turno deberás vencer tus traumas o hacer el esfuerzo por superarlos, puedes ayudarte utilizando al padre Callahan. ¿Un objetivo complicado para tu elfa orgullosa? Míralo de esta forma, es superar los traumas o convertirte en una estatua de sal.
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Re: La Torre de los Bendecidos [Desafío]
Era incapaz de moverse, de detener al hombre. Pero otros sí lo hicieron. ¿Por qué? Ni ella sabía por qué no había podido parar la pelea. Sólo permaneció ahí. Quieta. Exigiendo que volviese a la fila. Y, más bien, se lo había dicho porque estaba retrasando el avance de la misma hacia la torre. Su destino. Ella quería ir allí.
Regresó a la cola, detrás de quien estaba delante de la elfa. Nadie se colaba, todos seguían el mismo orden. Tanto era así, que habían dejado el hueco del hombre que había salido a golpear al encapuchado. Sí había visto el rostro de quien había recibido el golpe: tenía la piel tan pálida que parecía cera de velas. Pero no se había fijado más que en eso. Ella quería volver a su sitio y trepar a la torre. Sentía que así debía ser. Esperó pacientemente, aunque por dentro estuviera deseándolo.
Un hombre descendió de la torre y los adeptos golpearon la capa de sal que lo cubría. Y así pudieron ver quién era en realidad. Sus cabellos dorados brillaban como si de los de un elfo se tratasen. Pero no era uno de ellos. Su piel, tersa y suave, llamaba la atención inevitablemente. La gente lo admiraba, incluso los encapuchados clamaban a sus dioses por los dones que le habían otorgado a ese hombre. Helyare lo miró, y luego volvió a centrarse en la fila. ¿De qué se regocijaban? El dios al que adoraban había “salvado” a esa persona. Le habían dado otra oportunidad. La elfa se mordió el labio mientras clavaba su mirada verde en ese hombre. Su mirada nostálgica, al ver que todo rastro de su piel había sido evaporado. Admirando su cuerpo y lo que esos seres habían conseguido. ¿Sus dioses les hacían más caso que a ella los propios? Parecía que sí. Sin sus guantes, con el torso completamente descubierto, sin las vendas que tapaban su antebrazo, con los pies descalzos y sin la capucha que tapaba su identidad, esperaba su turno. Quería que su cuerpo, marcado por sus hechos, ajado en cada rincón, se convirtiera en el de ese hombre. Bajó la vista por un segundo y posó una de sus manos por encima de sus pechos. Su piel no era lisa. Estaba viendo los pequeños rayos que la recorrían, abultados, blanquecinos… El brazo que tenía alzado mostraba un desagradable aspecto, siempre tapado por una venda que no cumplía ninguna función sanitaria, solo estaba para que ella misma no pudiera ver el desastre que casi le costó volver a coger el arco. Aquella vez, cuando trató de despedazarse el nombre de la bruja usando la daga que ella misma tenía. Sintió envidia de ese hombre. No por su belleza, sino por lo que los dioses le habían regalado.
Algo tocó su hombro y la sacó de su ensimismamiento. O, más bien, alguien. Sacudió ligeramente la cabeza y se centró en el toque. El tipo que había golpeado al encapuchado ahora estaba a su lado. Sus ojos verdes se clavaron en los de ese hombre.
–Mmh… –fue su único sonido, justo antes de que empezase a hablar. Estaba, definitivamente, bajo los efectos del alcohol que tenía en esa botella. –No me parece guapo. No es un elfo. Los dioses no le han otorgado ese don que sí tienen mis hermanos. Pero… tal vez, para los de otras razas, que no conozcan la belleza que Imbar nos dio, puede que lo sea –se encogió de hombros y miró, de nuevo, a quien había bajado de la torre. No entendía de qué hablaba el que estaba bebido –no sé qué es un ángel, ni el nombre de esta torre –sentenció, seria.
No sabía siquiera dónde estaba, como para decirle cómo se llamaba la torre que convertía a la gente en sal. Su mirada volvió a encontrarse con la de Callahan, no entendía nada. ¿Por qué no podía besar a ese hombre? ¿Y por qué decía que estaba maldito? Sus manos se dirigieron hacia su pecho. Entre su piel y su ropa se ocultaba un collar redondeado, como un medallón, que le habían dado en el clan Telanadas para evitar las visiones que la atormentaban.
–Si él quiere, bésalo –dijo antes de dar otro paso hacia el frente, despojándose, también, de las espinilleras de cuero. Su voz sonaba como si estuviera ida. No entendía a qué se refería el borracho, ni sabía qué impedía a dos personas besarse. Aunque, claro está, ella tampoco besaría a alguien bajo los efectos del alcohol. Era algo totalmente prohibido, tanto beber como aprovecharse de la falta de reflejos de alguien en ese precario estado. Así que, bajo su cultura, tal vez sólo pudieran besarse cuando ese hombre hubiera dejado de lado las botellas de alcohol. Pero eso no era lo que a ella le importaba. Tras varios pasos más, acabó despojándose de toda su ropa, mientras la sal seguía lacerando su piel, ya de por sí mellada. Pero no le importaba. Los pies le escocían, pero pronto se acercaría al lugar donde podría ser otra.
Dos personas…
Apenas podía moverse ya. La sal se estaba endureciendo, cubría parte de su cuerpo e impedía que pudiera moverse como normalmente hacía. Le costaba dar un paso siquiera. Ya se había olvidado del hombre. No sabía si había besado al rubio o no. ¿Qué pretendía? ¿Por qué estaba allí? No sabía qué le había llevado a ir a ese lugar. Ni siquiera comprendía lo que le había llevado a ella a hacerlo. Pero sólo quería una cosa.
Una persona…
Su turno se acercaba y sus ojos verdes pudieron contemplar la altura de la torre. No era muy alta, y se apreciaban mucho más los cuerpos desnudos en ella. Estaba abrazada a sí misma y ya no sabía si sus labios sabían a sal por la que estaba en el ambiente o por sus lágrimas. Sólo sentía el escozor que le hacían las motitas. Estiró uno de sus brazos para tocar la torre, quedando éste paralizado por unos minutos, hasta que pudo volver a moverse. Quería escalar. Cruzó la mirada con dos encapuchados que estaban ahí, pero no les prestó atención. Sólo buscaba y perseguía lo mismo que le habían dado al hombre rubio a quien quería besar el borracho: un cuerpo digno del que los dioses daban.
Y ese hombre, ¿habría subido ya a la torre? No lo sabía, pero ella sí lo haría. Sin embargo…
El destello azul de Nillë se movía de lado a lado. Lo veía borroso aún. Tenía su mano extendida hacia delante, aunque no estaba tocando nada. ¿Y la torre? Miró al hada. Por fin la veía nítida –Nillë, ¿qué haces aquí? –miró a todos lados, cada vez más confusa –¿y la sal? ¿¡Y el hombre borracho!? –su minúscula compañera no entendía nada. Pero, es que, ni siquiera Helyare entendía qué había pasado. Su cuerpo estaba desnudo, pero no había más marcas de las que ya tenía. El hada se había dado cuenta de esto y buscaba, de todas las formas posibles, tapar esas partes de su cuerpo que debían permanecer ocultas a ojos de los demás, incluso los de ella, pues se estaba muriendo de la vergüenza al encontrar a su compañera desnuda. Pero, antes que eso, lo importante era que se ubicase. Y no parecía estarlo.
La elfa sujetó su capa y se tapó con ella, muy confundida y asustada a la vez. Había estado convencida de subir a la torre para volver como otra persona nueva, pero a su alrededor no había sal, ni torre, ni encapuchados… ni nada. Tan solo los árboles y su hadita, quien la miraba preocupada, sin entender –¿qué ha pasado? –quiso saber la elfa, pero no obtuvo respuesta, ni ella misma era capaz de responderse.
Regresó a la cola, detrás de quien estaba delante de la elfa. Nadie se colaba, todos seguían el mismo orden. Tanto era así, que habían dejado el hueco del hombre que había salido a golpear al encapuchado. Sí había visto el rostro de quien había recibido el golpe: tenía la piel tan pálida que parecía cera de velas. Pero no se había fijado más que en eso. Ella quería volver a su sitio y trepar a la torre. Sentía que así debía ser. Esperó pacientemente, aunque por dentro estuviera deseándolo.
Un hombre descendió de la torre y los adeptos golpearon la capa de sal que lo cubría. Y así pudieron ver quién era en realidad. Sus cabellos dorados brillaban como si de los de un elfo se tratasen. Pero no era uno de ellos. Su piel, tersa y suave, llamaba la atención inevitablemente. La gente lo admiraba, incluso los encapuchados clamaban a sus dioses por los dones que le habían otorgado a ese hombre. Helyare lo miró, y luego volvió a centrarse en la fila. ¿De qué se regocijaban? El dios al que adoraban había “salvado” a esa persona. Le habían dado otra oportunidad. La elfa se mordió el labio mientras clavaba su mirada verde en ese hombre. Su mirada nostálgica, al ver que todo rastro de su piel había sido evaporado. Admirando su cuerpo y lo que esos seres habían conseguido. ¿Sus dioses les hacían más caso que a ella los propios? Parecía que sí. Sin sus guantes, con el torso completamente descubierto, sin las vendas que tapaban su antebrazo, con los pies descalzos y sin la capucha que tapaba su identidad, esperaba su turno. Quería que su cuerpo, marcado por sus hechos, ajado en cada rincón, se convirtiera en el de ese hombre. Bajó la vista por un segundo y posó una de sus manos por encima de sus pechos. Su piel no era lisa. Estaba viendo los pequeños rayos que la recorrían, abultados, blanquecinos… El brazo que tenía alzado mostraba un desagradable aspecto, siempre tapado por una venda que no cumplía ninguna función sanitaria, solo estaba para que ella misma no pudiera ver el desastre que casi le costó volver a coger el arco. Aquella vez, cuando trató de despedazarse el nombre de la bruja usando la daga que ella misma tenía. Sintió envidia de ese hombre. No por su belleza, sino por lo que los dioses le habían regalado.
Algo tocó su hombro y la sacó de su ensimismamiento. O, más bien, alguien. Sacudió ligeramente la cabeza y se centró en el toque. El tipo que había golpeado al encapuchado ahora estaba a su lado. Sus ojos verdes se clavaron en los de ese hombre.
–Mmh… –fue su único sonido, justo antes de que empezase a hablar. Estaba, definitivamente, bajo los efectos del alcohol que tenía en esa botella. –No me parece guapo. No es un elfo. Los dioses no le han otorgado ese don que sí tienen mis hermanos. Pero… tal vez, para los de otras razas, que no conozcan la belleza que Imbar nos dio, puede que lo sea –se encogió de hombros y miró, de nuevo, a quien había bajado de la torre. No entendía de qué hablaba el que estaba bebido –no sé qué es un ángel, ni el nombre de esta torre –sentenció, seria.
No sabía siquiera dónde estaba, como para decirle cómo se llamaba la torre que convertía a la gente en sal. Su mirada volvió a encontrarse con la de Callahan, no entendía nada. ¿Por qué no podía besar a ese hombre? ¿Y por qué decía que estaba maldito? Sus manos se dirigieron hacia su pecho. Entre su piel y su ropa se ocultaba un collar redondeado, como un medallón, que le habían dado en el clan Telanadas para evitar las visiones que la atormentaban.
–Si él quiere, bésalo –dijo antes de dar otro paso hacia el frente, despojándose, también, de las espinilleras de cuero. Su voz sonaba como si estuviera ida. No entendía a qué se refería el borracho, ni sabía qué impedía a dos personas besarse. Aunque, claro está, ella tampoco besaría a alguien bajo los efectos del alcohol. Era algo totalmente prohibido, tanto beber como aprovecharse de la falta de reflejos de alguien en ese precario estado. Así que, bajo su cultura, tal vez sólo pudieran besarse cuando ese hombre hubiera dejado de lado las botellas de alcohol. Pero eso no era lo que a ella le importaba. Tras varios pasos más, acabó despojándose de toda su ropa, mientras la sal seguía lacerando su piel, ya de por sí mellada. Pero no le importaba. Los pies le escocían, pero pronto se acercaría al lugar donde podría ser otra.
Dos personas…
Apenas podía moverse ya. La sal se estaba endureciendo, cubría parte de su cuerpo e impedía que pudiera moverse como normalmente hacía. Le costaba dar un paso siquiera. Ya se había olvidado del hombre. No sabía si había besado al rubio o no. ¿Qué pretendía? ¿Por qué estaba allí? No sabía qué le había llevado a ir a ese lugar. Ni siquiera comprendía lo que le había llevado a ella a hacerlo. Pero sólo quería una cosa.
Una persona…
Su turno se acercaba y sus ojos verdes pudieron contemplar la altura de la torre. No era muy alta, y se apreciaban mucho más los cuerpos desnudos en ella. Estaba abrazada a sí misma y ya no sabía si sus labios sabían a sal por la que estaba en el ambiente o por sus lágrimas. Sólo sentía el escozor que le hacían las motitas. Estiró uno de sus brazos para tocar la torre, quedando éste paralizado por unos minutos, hasta que pudo volver a moverse. Quería escalar. Cruzó la mirada con dos encapuchados que estaban ahí, pero no les prestó atención. Sólo buscaba y perseguía lo mismo que le habían dado al hombre rubio a quien quería besar el borracho: un cuerpo digno del que los dioses daban.
Y ese hombre, ¿habría subido ya a la torre? No lo sabía, pero ella sí lo haría. Sin embargo…
El destello azul de Nillë se movía de lado a lado. Lo veía borroso aún. Tenía su mano extendida hacia delante, aunque no estaba tocando nada. ¿Y la torre? Miró al hada. Por fin la veía nítida –Nillë, ¿qué haces aquí? –miró a todos lados, cada vez más confusa –¿y la sal? ¿¡Y el hombre borracho!? –su minúscula compañera no entendía nada. Pero, es que, ni siquiera Helyare entendía qué había pasado. Su cuerpo estaba desnudo, pero no había más marcas de las que ya tenía. El hada se había dado cuenta de esto y buscaba, de todas las formas posibles, tapar esas partes de su cuerpo que debían permanecer ocultas a ojos de los demás, incluso los de ella, pues se estaba muriendo de la vergüenza al encontrar a su compañera desnuda. Pero, antes que eso, lo importante era que se ubicase. Y no parecía estarlo.
La elfa sujetó su capa y se tapó con ella, muy confundida y asustada a la vez. Había estado convencida de subir a la torre para volver como otra persona nueva, pero a su alrededor no había sal, ni torre, ni encapuchados… ni nada. Tan solo los árboles y su hadita, quien la miraba preocupada, sin entender –¿qué ha pasado? –quiso saber la elfa, pero no obtuvo respuesta, ni ella misma era capaz de responderse.
Helyare
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Re: La Torre de los Bendecidos [Desafío]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] | -Descansa, has tenido un día horrible. Necesitas dormir-. Laluth había acompañado a la elfa hasta su casa. No quiso dejar que caminase sola en un estado de inconsciencia. Cualquier vampiro malaventurado podría aprovechar la oportunidad para saltar a su yugular. Le había dejado durmiendo en su cama. Laluth se sentó a su lado y cuidó de ella. Pasó la mano izquierda por su cuello buscando marcas de mordedura mientras que con la otra acariciaba su melena pelirroja. Sus marcados rasgos faciales daban a entender que había sido una chica hermosa. Laluth se vio identificada. Ella también había sido una elfa hermosa. Descendió la mano izquierda por la espalda. La elfa tenía un ala que no dejaba ver. Ningún pájaro podía volar con solo un ala. Ninguna mariposa podía enamorar completamente a una persona con solo un ala. |
-No te preocupes, ya ha pasado. No volverán a hacerte daño. Te lo prometo. Ahora eres mi amiga. –esta frase la dijo con el tono de voz de una mariposa (Sonagashira). – Me encargaré que los hijos de Habakhuk cuiden de ti. Eres uno de los nuestros. Eres mi amiga. –besó la frente de la elfa.
No había tenido tanta consideración con otros renacidos. Les ordenó que fueran a La Casa de Habakhuk, a la mansión de Amanda Bradbury o cualquier otro lugar que serviría a La Iglesia del primer vampiro. Sin embargo, a la elfa que tenía enfrente, le pidió que le llevase a su cama. Quería ver dónde vivía y si su cama era lo bastante cómoda para mitigar el dolor de sus heridas abiertas. La elfa comenzó a caminar y Laluth detrás de ella, cuidando de su amiga. Le atraía. Ya fuera por el hechizo del ala invisible o porque se veía reflejada en ella, Laluth quería estar con la elfa.
-Deja que cuide de ti-.
Entre las bolsa de la elfa encontró una daga que brillaba cada vez que se acercaba al ala. Laluth se hizo un corte en la palma de su mano derecha. La pasó por las cicatrices de la elfa que el conjuro de sal no pudo sanar. Había sido una chica hermosa, pero podía serlo otra vez.
-Me pregunto si cuando despiertes reconocerás tu propio reflejo –dijo riendo como una niña.
Antes de marcharse, le prometió que se volvería a encontrar. Al fin y al cabo, eran amigas y las amigas de verdad siempre quedaban para verse de nuevo.
_____________________
* Helyare: Puede que seas la primera persona que consigue hipnotizar a una hipnotizadora. El ala de Sonagashira ha hecho que Laluth, líder de Los Hijos de Habakhuk, se haya enamorado de ti.
Recompensas:
* +2 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +3 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 5 ptos totales de experiencia
Obsequio: Renacida en sal.
Laluth sana las cicatrices de tu cuerpo recibidas en temas libres (por tu trama no por la obra de un Master). Las heridas que recibas en los siguientes temas libres se curarán más rápido, a los tres turnos de recibirlas ya no tendrás marca.
Sigel
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