Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Aerandir :: Reinos del este. :: Ulmer
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Wallace escupió toda el agua con dificultad, sintiendo las manos de ella en su cuerpo, su cercanía. En otra situación habría agradecido sentirla pegado a él pero su cuerpo se debatía entre la vida y la muerte. Sus labios seguían cálidos por el contacto de ella quien le había salvado la vida desesperadamente. Por que siempre acababa siendo él el rescatado?
El brujo estaba agotado su cuerpo aún no había reaccionado a la reanimación de la loba. Debía usar sus habilidades naturales o ambos morirían de frío y esa si es una forma ridícula de morir. Los gritos de auxilio de Nana retumbaron en su cabeza como los tambores de la lejanía, quienes eclipsaron todo grito desesperado.
Wallace reacciona.
Vamos.
VAMOS.
El brujo tosió una vez más deshaciendo el abrazo de ella en un intento de calentarlo, escupió más agua salada y fría y, apretando las manos en la arena, su cuerpo empezó a activarse. Notó como la sangre se calentaba gracias a su magia. El hombre empezó a respirar con la boca abierta, pesadamente, jadeando. Antaño, cuando era un joven cazador de vampiros, descubrió lo que era capaz de hacer con su magia. Un chupasangre lo cogió desprevenido, mordiendole. Al momento, su cuerpo, su sangre, empezó a calentarse de tal manera que el vampiro tuvo que apartarse de golpe con la garganta ardiendo. Era un mecanismo de defensa efectivo, pero doloroso.
Wallace pudo por fin moverse un poco más, girándose hacia ella. La preocupación de hacía unos instantes volvió a golpearle. Alterado y aun con el cuerpo entumecido, calentándose poco a poco, se pegó a ella comprobando que estaba bien, examinando su cuerpo por heridas o arañados. Los ojos de ella pedían explicaciones. Estaba claro que tenía todo el derecho a enfadarse con él.
-Dioses Nana… lo siento… pensé… -la miro a los ojos, con la barba goteando, todo el goteando.-... pensé que estabas… Rose me ha…. dioses soy imbécil verdad? -Era un conjunto de nervios y palabras sueltas. Con la voz ronca y rota por el frío, el dolor y el miedo a la pérdida. Wallace cogió el rostro de ella en sus grandes manos y empezó a transmitirle calor. Fue entonces cuando el idiota del brujo se dió cuenta de la desnudez de ella. Sus ojos pasaron rápidamente por todo su cuerpo tiritante. No por deseo o pasión o sed y lujuria. No había tiempo para eso.- Mierda, espera! -Se levantó como pudo, tambaleándose y corrió hacia sus cosas esparcidas por la arena y agarró el gambeson, por suerte seco. Corrió como un diablo hacia ella y la cubrió con el, sentándose de lado, abrazándola con todo su cuerpo, brazos y piernas.
Y allí estaban, los dos mojados, pegados uno al otro a una hora de empezar los funerales. Wallace no sabía si dar gracias o degollarse por haber hecho tal tontería. Dejó escapar un pesado suspiro mientras su calor la cubría por completo. La estrechó un poco, tomándose el lujo de disfrutar de su proximidad.
-P-pronto estarás mejor… es lo bueno de tener un brujo pegado a ti eh?... -Bromeó para quitar hierro al hecho de que podrían haber muerto. Frotó los brazos de ella con cariño para que entrara en calor mas rapido- Después de esto, acepto cualquier castigo que quieras… -Le susurró mirando hacia abajo, a sus ojos dorados. Dioses le perdonasen de nuevo pues estaba aun más hermosa allí entre sus brazos. Se mordió el labio pues estaban demasiado cerca el uno del otro. El brujo inflo las mejillas y soltó un poco de aire desviando la cabeza pues le estabas siendo difícil concentrarse.
-Rose… me ha pedido que no te lleve conmigo… -Pudo decir con voz calmada, serena y suave. Le costó muchísimo decir aquellas palabras.-... y lo entiendo, aquí te necesitan pero… -volvió a soltar un pesado suspiro.-... dioses saben que luchar contigo es algo que deseo con creces y hubiera sido un hombre feliz contigo en el frente… -Se separó de ella para poder mirarla mejor a la cara, que viera que hablaba de corazón.- Nana, quien soy yo para apartarte de tu gente por mi deseo de tenerte cerca?... se lo que nos ha unido o lo que nos está uniendo y siquiera yo lo entiendo, pero no tengo derecho. -Bajó la mirada con aires tristes, frunciendo el ceño y esbozo una sonrisa para luego mirarla a los ojos.-... Aunque si te soy sincero, suelo ser un cabezón y no hago caso de predicciones del futuro ni de posos de té…- susurró cerca de ella, con una mirada intensa que se clavaba en los ojos de ella. No, no era un hombre que solía hacer caso a esas cosas, el agarraba el destino con sus manos. En ese momento podría darle las gracias a su manera, pero espero, pues tras todas aquellas palabras él necesitaba una respuesta.
El brujo estaba agotado su cuerpo aún no había reaccionado a la reanimación de la loba. Debía usar sus habilidades naturales o ambos morirían de frío y esa si es una forma ridícula de morir. Los gritos de auxilio de Nana retumbaron en su cabeza como los tambores de la lejanía, quienes eclipsaron todo grito desesperado.
Wallace reacciona.
Vamos.
VAMOS.
El brujo tosió una vez más deshaciendo el abrazo de ella en un intento de calentarlo, escupió más agua salada y fría y, apretando las manos en la arena, su cuerpo empezó a activarse. Notó como la sangre se calentaba gracias a su magia. El hombre empezó a respirar con la boca abierta, pesadamente, jadeando. Antaño, cuando era un joven cazador de vampiros, descubrió lo que era capaz de hacer con su magia. Un chupasangre lo cogió desprevenido, mordiendole. Al momento, su cuerpo, su sangre, empezó a calentarse de tal manera que el vampiro tuvo que apartarse de golpe con la garganta ardiendo. Era un mecanismo de defensa efectivo, pero doloroso.
Wallace pudo por fin moverse un poco más, girándose hacia ella. La preocupación de hacía unos instantes volvió a golpearle. Alterado y aun con el cuerpo entumecido, calentándose poco a poco, se pegó a ella comprobando que estaba bien, examinando su cuerpo por heridas o arañados. Los ojos de ella pedían explicaciones. Estaba claro que tenía todo el derecho a enfadarse con él.
-Dioses Nana… lo siento… pensé… -la miro a los ojos, con la barba goteando, todo el goteando.-... pensé que estabas… Rose me ha…. dioses soy imbécil verdad? -Era un conjunto de nervios y palabras sueltas. Con la voz ronca y rota por el frío, el dolor y el miedo a la pérdida. Wallace cogió el rostro de ella en sus grandes manos y empezó a transmitirle calor. Fue entonces cuando el idiota del brujo se dió cuenta de la desnudez de ella. Sus ojos pasaron rápidamente por todo su cuerpo tiritante. No por deseo o pasión o sed y lujuria. No había tiempo para eso.- Mierda, espera! -Se levantó como pudo, tambaleándose y corrió hacia sus cosas esparcidas por la arena y agarró el gambeson, por suerte seco. Corrió como un diablo hacia ella y la cubrió con el, sentándose de lado, abrazándola con todo su cuerpo, brazos y piernas.
Y allí estaban, los dos mojados, pegados uno al otro a una hora de empezar los funerales. Wallace no sabía si dar gracias o degollarse por haber hecho tal tontería. Dejó escapar un pesado suspiro mientras su calor la cubría por completo. La estrechó un poco, tomándose el lujo de disfrutar de su proximidad.
-P-pronto estarás mejor… es lo bueno de tener un brujo pegado a ti eh?... -Bromeó para quitar hierro al hecho de que podrían haber muerto. Frotó los brazos de ella con cariño para que entrara en calor mas rapido- Después de esto, acepto cualquier castigo que quieras… -Le susurró mirando hacia abajo, a sus ojos dorados. Dioses le perdonasen de nuevo pues estaba aun más hermosa allí entre sus brazos. Se mordió el labio pues estaban demasiado cerca el uno del otro. El brujo inflo las mejillas y soltó un poco de aire desviando la cabeza pues le estabas siendo difícil concentrarse.
-Rose… me ha pedido que no te lleve conmigo… -Pudo decir con voz calmada, serena y suave. Le costó muchísimo decir aquellas palabras.-... y lo entiendo, aquí te necesitan pero… -volvió a soltar un pesado suspiro.-... dioses saben que luchar contigo es algo que deseo con creces y hubiera sido un hombre feliz contigo en el frente… -Se separó de ella para poder mirarla mejor a la cara, que viera que hablaba de corazón.- Nana, quien soy yo para apartarte de tu gente por mi deseo de tenerte cerca?... se lo que nos ha unido o lo que nos está uniendo y siquiera yo lo entiendo, pero no tengo derecho. -Bajó la mirada con aires tristes, frunciendo el ceño y esbozo una sonrisa para luego mirarla a los ojos.-... Aunque si te soy sincero, suelo ser un cabezón y no hago caso de predicciones del futuro ni de posos de té…- susurró cerca de ella, con una mirada intensa que se clavaba en los ojos de ella. No, no era un hombre que solía hacer caso a esas cosas, el agarraba el destino con sus manos. En ese momento podría darle las gracias a su manera, pero espero, pues tras todas aquellas palabras él necesitaba una respuesta.
Wallace Mcgregor
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Todo pasó en un momento, demasiado rápido o demasiado lenta su cabeza. Miró al brujo desde su posición, con las rodillas semi encogidas, el cuerpo echado hacia atrás aguantando todo su peso sobre sus brazos que se apoyaban detrás de su espalda sobre la arena. Allí, como si acabase de traer al mundo a una camada entera de cachorros. Era difícil morir en una noche de verano, eso bien lo sabía. Pero el frío bajaba de las montañas heladas y aunque a cientos de millas, atravesaba la estepa, colándose por el fiordo que se abría al mar. Estiró las piernas entumecidas de aguantar el peso del pelirrojo, y con un suave temblequeo en la mandíbula separó los labios para decir algo, pero no pudo decir nada.
Rose, maldita, con sus supersticiones casi había conseguido lo que decían los posos. Matarlos. Suspiró, aliviada, al escucharle y al verle moverse como si no hubiera pasado nada. Había escuchado y visto marineros que casi mueren ahogados y que jamás son los mismos, que se quedan atrapados en el agua pero sobre suelo firme, y que son incapaces de mediar palabra alguna. Ya se iba a incorporar cuando de nuevo el enorme cuerpo de Wallace se cernió sobre ella como la noche se había cernido sobre el día.
Le tomó con las manos las mejillas, y fue en ese momento cuando el corazón se le aceleró. Los ojos dorados de la loba recorrían de uno a otro los de él. Y se hubiera ruborizado si apenas le quedase algo de calor en el cuerpo. Tuvo la intención de apartarse, pero esa sensación cálida de sus manos era reconfortante. Llevó instintivamente una de sus manos al reverso de la suya, pero fue casi una efímera caricia de verano, cuando se volvió a levantar, alborotado. ¿Por qué esa sobreportección hacia su persona? Frunció levemente el ceño, por el cual corrió una suave gota de agua salada hasta desbordar por la punta de su nariz.
-Estoy b-bien. -Dijo al verle aparecer con parte de su ropa, pero el tembleque volvió a apoderarse de su mandíbula.
Demasiado cerca. Sus brazos la arroparon. Casi podía darle dos vueltas por la espalda con aquellos brazos tan grandes. El calor que emanaba de su cuerpo contrarrestaba la humedad del ambiente. Casi instintivamente, se guareció en su abrazo, posando la cabeza sobre su pecho. Oyó sus palabras, primero salir de lo más hondo de sus pulmones en un sonido ronco, casi roto. A penas se separó de él para levantar la barbilla y mirarle. Sonrió, sin demasiadas fuerzas para reír por sus bromas. Sonaba tan sincero, tan leal. Y tan solo por aquel abrazo estaba dispuesto a perdonarle que casi los matara a los dos en el agua.
-Debo decir que, es la confesión más rara que me han hecho jamás. -Frunció levemente el ceño con una sonrisa divertida. -Creo que eres el primer hombre que desea llevarte al campo de batalla.
Sacó una de sus manos que mantenía recogidas bajo el pecho para entrar rápido en calor, y la llevó al rostro del brujo apartándole un mechón mojado del rostro.
-Estúpido brujo.-Reprendió escudriñando con la yema de sus dedos su rostro para luego pasar suavemente los dedos por su cicatriz. -Ahora entiendo por qué tienes tantas.
Sonrió con cariño negando con la cabeza.
-Iré. Pero si voy al frente, será por ellos. Y si muero allí, también será por ellos.
Giró levemente el mentón, mirando las enormes antorchas que se erigían sobre el muelle y la gente, que se amontonaba en silencio alrededor de la calle por donde pasaría el barco fúnebre. Cuando volvió a girar la cabeza para mirar a Wallace, sus ojos estaban tan cerca que casi podía nadar en aquel verde. No había apartado la mano de su rostro, que ahora acariciaba su barba, bajando por su cuello hasta posarse sobre su hombro. Parecía que el corazón se le había parado un segundo para ahora, volver a latir con más fuerza, pues resonaba en sus propios oídos al compás de los tambores en la lejanía. Podría haber dicho o hecho cualquier cosa, pero quedó allí, impasible, prendada de aquellos ojos que aún tenían mil historias que contarle.
Rose, maldita, con sus supersticiones casi había conseguido lo que decían los posos. Matarlos. Suspiró, aliviada, al escucharle y al verle moverse como si no hubiera pasado nada. Había escuchado y visto marineros que casi mueren ahogados y que jamás son los mismos, que se quedan atrapados en el agua pero sobre suelo firme, y que son incapaces de mediar palabra alguna. Ya se iba a incorporar cuando de nuevo el enorme cuerpo de Wallace se cernió sobre ella como la noche se había cernido sobre el día.
Le tomó con las manos las mejillas, y fue en ese momento cuando el corazón se le aceleró. Los ojos dorados de la loba recorrían de uno a otro los de él. Y se hubiera ruborizado si apenas le quedase algo de calor en el cuerpo. Tuvo la intención de apartarse, pero esa sensación cálida de sus manos era reconfortante. Llevó instintivamente una de sus manos al reverso de la suya, pero fue casi una efímera caricia de verano, cuando se volvió a levantar, alborotado. ¿Por qué esa sobreportección hacia su persona? Frunció levemente el ceño, por el cual corrió una suave gota de agua salada hasta desbordar por la punta de su nariz.
-Estoy b-bien. -Dijo al verle aparecer con parte de su ropa, pero el tembleque volvió a apoderarse de su mandíbula.
Demasiado cerca. Sus brazos la arroparon. Casi podía darle dos vueltas por la espalda con aquellos brazos tan grandes. El calor que emanaba de su cuerpo contrarrestaba la humedad del ambiente. Casi instintivamente, se guareció en su abrazo, posando la cabeza sobre su pecho. Oyó sus palabras, primero salir de lo más hondo de sus pulmones en un sonido ronco, casi roto. A penas se separó de él para levantar la barbilla y mirarle. Sonrió, sin demasiadas fuerzas para reír por sus bromas. Sonaba tan sincero, tan leal. Y tan solo por aquel abrazo estaba dispuesto a perdonarle que casi los matara a los dos en el agua.
-Debo decir que, es la confesión más rara que me han hecho jamás. -Frunció levemente el ceño con una sonrisa divertida. -Creo que eres el primer hombre que desea llevarte al campo de batalla.
Sacó una de sus manos que mantenía recogidas bajo el pecho para entrar rápido en calor, y la llevó al rostro del brujo apartándole un mechón mojado del rostro.
-Estúpido brujo.-Reprendió escudriñando con la yema de sus dedos su rostro para luego pasar suavemente los dedos por su cicatriz. -Ahora entiendo por qué tienes tantas.
Sonrió con cariño negando con la cabeza.
-Iré. Pero si voy al frente, será por ellos. Y si muero allí, también será por ellos.
Giró levemente el mentón, mirando las enormes antorchas que se erigían sobre el muelle y la gente, que se amontonaba en silencio alrededor de la calle por donde pasaría el barco fúnebre. Cuando volvió a girar la cabeza para mirar a Wallace, sus ojos estaban tan cerca que casi podía nadar en aquel verde. No había apartado la mano de su rostro, que ahora acariciaba su barba, bajando por su cuello hasta posarse sobre su hombro. Parecía que el corazón se le había parado un segundo para ahora, volver a latir con más fuerza, pues resonaba en sus propios oídos al compás de los tambores en la lejanía. Podría haber dicho o hecho cualquier cosa, pero quedó allí, impasible, prendada de aquellos ojos que aún tenían mil historias que contarle.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Confesión rara? Wallace soltó una dulce carcajada mientras seguía estrechándola, sintiendo como los temblores de ella desaparecían. Negó con la cabeza alzando una ceja, divertido. Incluso en situaciones así siempre encontraban un motivo para reír. El contacto de sus dedos en el rostro del hombre le provocó un dulce cosquilleo, poniéndole los pelos de punta.
-Bueno, ahora sabes cuantas estupideces he cometido en mi vida, deberías empezar a contarlas… -Susurró él haciendo una mueca graciosa. Se quedó quieto entonces, dejando que ella tocase cada cicatriz de su cara. Wallace no decía palabra, seguía mirándola fijamente, pensando qué hacer. Una simple acción le vino a la cabeza junto con un torbellino de sentimientos, una mezcla entre deseo y culpa. Respiro hondo y expiró lentamente. Que su amor le perdonara por lo que estaba apunto de hacer.
El brujo, sin dejar de mirarla, buscando su aprobación con los ojos, la estrechó, acercándola a él, a sus labios mas bien, y se inclinó para rozarlos. Para besarla.
Pero, como todo buena historia, el destino les pasó la mano por la cara de nuevo. Los labios del brujo estaban apunto de llegar a su destino cuando un gruñido lo distrajo. Wallace no tuvo más remedio que girar el rostro hacia el ruido con cara de pocos amigos. Maldijo por dentro, gruñendo, aflojando el abrazo para no agobiarla. Su cara lo dijo todo.
-Rose… -Con voz entrecortada, como si fuera un muchacho que había sido delatado por el padre de su amante, Wallace miró a la bruja con temor dado que ella parecía cabreada, muy cabreada.-...oh...mierda…
-Si.OH. -Exclamó ella mientras los miraba con los ojos encendidos. Se acercó con pasos firmes y con toda la rabia contenida le giró la cara a Wallace de una bofetada. El golpe resonó por toda la playa. Wallace se quedó quieto, con la mejilla ardiendo y la cara aun girada. Había soltado a Nana del golpe. Dioses como escocía.- No se qué demonios estáis haciendo, pero dado que ambos estáis casi desnudos no voy a preguntar… Nana, haz el favor de ir al gran salón a cambiarte y tu… -La mirada hacia él era matadora.- La casa de Helga está junto a la forja, ya puedes mover ese trasero de brujo gañan allí. Ahora. -Wallace asintió sin queja alguna. No sabía de lo que esa mujer era capaz. Ayudó a levantarse a la loba y se fijó que tenía un golpe en la rodilla. El sentimiento de culpa creció. Se había hecho daño por su culpa. Rose también lo vió y se sujeto el puente de la nariz con los dedos, suspirando, agotada.- Esta bien, vamos hacer uso de esos músculos esculpidos tuyos del demonio. Cógela en brazos y vamos al gran salón. Haré que avisen a Helga de que el imbécil e irresponsable de su huésped, está por siendo retenido por nuestra igual de irresponsable líder. -Estaba claro que no quería hacer cabrear más a Rose así que sin preguntar, obedeciendo ciegamente a la bruja, cogió con cuidado a Nana en brazos. Empezaron a caminar mientras Rose recogía las cosas de Wallace, murmurando, quejándose de ellos como si de su madre se tratase.
Mientras andaban, evitando el tumulto de la gente para no levantar rumores, siguió a Rose quien le estaba dando un discurso sobre moral y responsabilidad. Wallace iba mirando a Nana como si le pidiera ayuda con los ojos. Apretando los labios, con arrepentimiento de niño que ha hecho algo malo. Pero en el fondo, mientras Rose les pegaba la bronca, Wallace miraba a Nana como si fueran cómplices de un crimen.
Con la ayuda de Rose, entraron en el gran salón dejando a Nana sentada en la cama. Wallace, crujiendo el cuello, se apartó mientras la bruja secaba a su amiga con prisa. Casi era la hora del funeral. Claro está, Rose le quitó el gambeson de él que la estaba cubriendo. Wallace dió un respingo al ver el cuerpo desnudo de ella a la luz del fuego y se giró de golpe.
-Oh vamos! No me seas modesto! Habéis… habéis estado a punto de fornicar en medio de la playa! No teneis verguenza! -Les recriminó a los dos mientras sacaba ropa adecuada para ella. Wallace se acercó a la chimenea y se quitó los pantalones empapados junto con las botas para quedarse en calzones. Rose al verlo se le encendieron las mejillas. Debía admitirlo, el hombre estaba para comerselo entero. Pero frunció el ceño. Lo iba a castigar a base de bien- Ahora te busco algo que te sirva, mas te vale quedarte aquí quieto. -Señaló con fuerza donde estaba el brujo y se giró en busca de ropa. Wallace la siguió con la mirada y no pudo evitar buscar a Nana con los ojos, con cierta travesura.
-Pssst… Nana… -Susurró como pudo para que no le escuchase Rose.-... l-lo siento… -se disculpó mientras ponía cerca del fuego su ropa. Se frotó la mejilla pues el golpe de Rose aun estaba latente.-... Menudo golpe, hacia tiempo que no me daban así de fuerte... -bromeó mientras se sentaba en el banco, entrando aun mas en calor. Dejó salir un suspiro reprimido y miró de reojo hacia la estancia de Nana.-... E-Estas bien?... -Se preocupaba por ella, aparte del golpe en la rodilla, no quería que cogiera un buen resfriado. Las lobas podían enfermar? Eso no lo sabia, jamas había conocido a una como ella, eso estaba claro.
Clavó la mirada en el fuego, esperando, deseando que no hubiera funeral, ni Rose ni tiempo. Que pudiera estar allí y acercarse a ella y... Estornudó. Cojonudo.
-Bueno, ahora sabes cuantas estupideces he cometido en mi vida, deberías empezar a contarlas… -Susurró él haciendo una mueca graciosa. Se quedó quieto entonces, dejando que ella tocase cada cicatriz de su cara. Wallace no decía palabra, seguía mirándola fijamente, pensando qué hacer. Una simple acción le vino a la cabeza junto con un torbellino de sentimientos, una mezcla entre deseo y culpa. Respiro hondo y expiró lentamente. Que su amor le perdonara por lo que estaba apunto de hacer.
El brujo, sin dejar de mirarla, buscando su aprobación con los ojos, la estrechó, acercándola a él, a sus labios mas bien, y se inclinó para rozarlos. Para besarla.
Pero, como todo buena historia, el destino les pasó la mano por la cara de nuevo. Los labios del brujo estaban apunto de llegar a su destino cuando un gruñido lo distrajo. Wallace no tuvo más remedio que girar el rostro hacia el ruido con cara de pocos amigos. Maldijo por dentro, gruñendo, aflojando el abrazo para no agobiarla. Su cara lo dijo todo.
-Rose… -Con voz entrecortada, como si fuera un muchacho que había sido delatado por el padre de su amante, Wallace miró a la bruja con temor dado que ella parecía cabreada, muy cabreada.-...oh...mierda…
-Si.OH. -Exclamó ella mientras los miraba con los ojos encendidos. Se acercó con pasos firmes y con toda la rabia contenida le giró la cara a Wallace de una bofetada. El golpe resonó por toda la playa. Wallace se quedó quieto, con la mejilla ardiendo y la cara aun girada. Había soltado a Nana del golpe. Dioses como escocía.- No se qué demonios estáis haciendo, pero dado que ambos estáis casi desnudos no voy a preguntar… Nana, haz el favor de ir al gran salón a cambiarte y tu… -La mirada hacia él era matadora.- La casa de Helga está junto a la forja, ya puedes mover ese trasero de brujo gañan allí. Ahora. -Wallace asintió sin queja alguna. No sabía de lo que esa mujer era capaz. Ayudó a levantarse a la loba y se fijó que tenía un golpe en la rodilla. El sentimiento de culpa creció. Se había hecho daño por su culpa. Rose también lo vió y se sujeto el puente de la nariz con los dedos, suspirando, agotada.- Esta bien, vamos hacer uso de esos músculos esculpidos tuyos del demonio. Cógela en brazos y vamos al gran salón. Haré que avisen a Helga de que el imbécil e irresponsable de su huésped, está por siendo retenido por nuestra igual de irresponsable líder. -Estaba claro que no quería hacer cabrear más a Rose así que sin preguntar, obedeciendo ciegamente a la bruja, cogió con cuidado a Nana en brazos. Empezaron a caminar mientras Rose recogía las cosas de Wallace, murmurando, quejándose de ellos como si de su madre se tratase.
Mientras andaban, evitando el tumulto de la gente para no levantar rumores, siguió a Rose quien le estaba dando un discurso sobre moral y responsabilidad. Wallace iba mirando a Nana como si le pidiera ayuda con los ojos. Apretando los labios, con arrepentimiento de niño que ha hecho algo malo. Pero en el fondo, mientras Rose les pegaba la bronca, Wallace miraba a Nana como si fueran cómplices de un crimen.
Con la ayuda de Rose, entraron en el gran salón dejando a Nana sentada en la cama. Wallace, crujiendo el cuello, se apartó mientras la bruja secaba a su amiga con prisa. Casi era la hora del funeral. Claro está, Rose le quitó el gambeson de él que la estaba cubriendo. Wallace dió un respingo al ver el cuerpo desnudo de ella a la luz del fuego y se giró de golpe.
-Oh vamos! No me seas modesto! Habéis… habéis estado a punto de fornicar en medio de la playa! No teneis verguenza! -Les recriminó a los dos mientras sacaba ropa adecuada para ella. Wallace se acercó a la chimenea y se quitó los pantalones empapados junto con las botas para quedarse en calzones. Rose al verlo se le encendieron las mejillas. Debía admitirlo, el hombre estaba para comerselo entero. Pero frunció el ceño. Lo iba a castigar a base de bien- Ahora te busco algo que te sirva, mas te vale quedarte aquí quieto. -Señaló con fuerza donde estaba el brujo y se giró en busca de ropa. Wallace la siguió con la mirada y no pudo evitar buscar a Nana con los ojos, con cierta travesura.
-Pssst… Nana… -Susurró como pudo para que no le escuchase Rose.-... l-lo siento… -se disculpó mientras ponía cerca del fuego su ropa. Se frotó la mejilla pues el golpe de Rose aun estaba latente.-... Menudo golpe, hacia tiempo que no me daban así de fuerte... -bromeó mientras se sentaba en el banco, entrando aun mas en calor. Dejó salir un suspiro reprimido y miró de reojo hacia la estancia de Nana.-... E-Estas bien?... -Se preocupaba por ella, aparte del golpe en la rodilla, no quería que cogiera un buen resfriado. Las lobas podían enfermar? Eso no lo sabia, jamas había conocido a una como ella, eso estaba claro.
Clavó la mirada en el fuego, esperando, deseando que no hubiera funeral, ni Rose ni tiempo. Que pudiera estar allí y acercarse a ella y... Estornudó. Cojonudo.
Wallace Mcgregor
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Y allí estaban. Tan cerca el uno del otro que casi podía escuchar sus pensamientos. Se le agitó la respiración, sus ojos paseaban de los ajenos a sus labios, quieta, muy quieta. Pero instintivamente ladeó suavemente la cabeza. Su nariz rozó la de él, así como su aliento acarició sus labios. Juraría que incluso llegaron a rozarse, vergonzosos, antes de que todo se desmoronara como una torre de naipes. Quizá debía de darle las gracias a Rose, pues ella sabía que él tenía una familia, y seguramente una mujer que le esperaría con los brazos en jarras allá donde fuera que viviese. El pelo anaranjado y rizo de su amiga pareció arder por un segundo, así como sus ojos marrones que brillaban incluso en la oscuridad, llenos de desprecio. ¿Pero por qué? Aquello parecía ir más allá que los posos de un estúpido juego de adivinación. Hablaban demasiado, demasiado rápido y demasiadas palabras inútiles.
La loba se mordió la lengua para no estallar en ese mismo momento. Se puso en pie con ayuda de Wallace, aún entumecida por el frío, pero ni eso la dejaron. Ni poner un pie sobre la arena. Quiso gritar, y quizá debió hacerlo. Gritar que la dejasen en paz, que no era una muñeca con la que jugar, a la que podían usar y tirar, coger en brazos, vestir. Por los dioses, se estaba hartando de verdad de aquello. Pero se mordió de nuevo la lengua hasta casi arrancársela de cuajo y rodeó con los brazos al brujo. Durante el camino no dijo nada, no tenía palabras sosegadas para decir que no salieran a modo de gruñido. Pero sus ojos se apagaron, consumidos por la desesperación.
Incluso la sentaron en la cama, como a una niña pequeña o a una inválida. Se aferró a las mantas de su cama con fuerza, con tal de no levantarse y armar una escena. No se habían acostado, ¿Y si lo habían hecho, qué? ¿Quién les iba a culpar? Nadie. Solo la doble moral pecaminosa de su amiga Rose, quien no entendía su cultura y tampoco hacía por entenderla. Para ellos, los lobos, todo aquello era normal. Quizá sentían más allá que los pomposos brujos, siempre llenos de palabrería. Escuchó a Wallace, pero no se giró a mirarle, se sentía humillada. Maldijo por lo bajo mientras buscaba en el baúl. La ropa de Brendarid estaba perfectamente doblada en aquel arcón de madera a los pies de su cama. Tenían aproximadamente la misma complexión, aunque el brujo parecía más alto, se atrevía a decir que su prometido... El que fue su prometido, era más ancho de espaldas.
No respondió, se limitó a sostener la camisa en el aire. Hizo un ademán de abrazarla, de olerla, de sentirla. Pero se contuvo. No quería volver a saber nada de él. Caminó tranquilamente hasta el salón, desnuda. Pues como había dicho Rose, casi retozan en la playa, así que qué más daba que paseara desnuda por su propia casa. Se acercó al banco y le lanzó unos pantalones de lino marrones, y una camisa blanca. Era la única ropa que soportaba Brendarid.
-Igual te queda un poco corto. -Comentó fingiendo una pequeña sonrisa para tranquilizarle.
Si Rose la veía ahí parada, se iba a enfadar. Pero eso ya le daba igual. Ya no podía rebosar más el vaso que estaba colmando la bruja, por muy amiga suya que fuera y por mucha paciencia que tuviese la loba, todo tiene un límite.
-En cuanto a lo de la playa, partiremos en tres días, si te parece bien. Esperaremos por si Siegfried manda un mensajero.-Hablaba del rey como si fuese familiar, pues así lo era.
Omitió la escenita de Rose, el casi beso, y prefirió no preguntar si estaba casado, ya que sabía que tenía dos hijos. La loba se sentó junto a él en el banco, aprovechando el calor del fuego para secarse. Estiró las piernas, poniendo los pies fríos junto al hogar. Los mechones húmedos cayeron en ambos lados de su cara. Rose apareció en ese mismo momento y casi grita al ver a ambos sentados en el banco. Pero dejó algo de ropa que había encontrado sobre la mecedora. No iba a decir nada, pero al ver la ropa de Brendarid sobre el banco...
-... Ah, mira, aún guardabas la ropa de Brendarid. -Comentó con cierto rintintín en sus palabras.
La loba la miró con odio, levantando una ceja sin entender absolutamente nada. Suspiró y volvió a tragarse su orgullo y sus palabras.
-Vete a saber en qué burdel se encuentra ahora aquel desgraciado con el que te prometiste. Menudo elemento. Nos habría salido mejor que te comprometieras con el hijo del lechero, o del aguador. Pero no, con un sin techo.
No. Eso ya era jugar sucio. Demasiado sucio hasta para ella. ¿Qué le había picado a la bruja? Nana negó con la cabeza un par de veces y se echó a reír. ¿Qué le iba a joder más a la bruja que ver cómo ignoraba sus puñaladas?
-Rose, creo que ya está bien. -Comentó la loba cruzando las piernas desnudas. Sus ojos se iluminaron, feroces. - Si estás resentida porque ningún hombre te toca ni con un palo, no es mi culpa. Igual deberías de echarte de nuevo a las calles, a ver si al menos pagando...
Las mejillas de Rose se tornaron casi como su pelo, rojo de ira y de vergüenza. Pero la lengua de la loba estaba desatada, y ahora ya no se podía contener.
-Claro, si lo que querías era retozar con él, deberías de habérmelo dicho. Seguro que a Brendarid también lo acosaste tanto que al final decidió que lo mejor era irse de Ulmer. Seguro que intentaste que me odiase, le humillaste como lo haces conmigo hasta que se cansó. Por tu culpa. Porque para ti nadie es suficientemente bueno ni nadie está a tu altura. ¡A tu altura!
Nana se echó a reír negando repetidamente con la cabeza. El corazón le iba a mil, sentía como se le calentaban las manos y las orejas, hirviendo de odio.
-¡Maldita seas! Tú, y tu aldea, y los mil hombres que pasan por tu lecho sin quedarse. Nana del Colmillo de Hierro... Eres... Eres... -El dedo acusador de la bruja se posó sobre la loba, iracunda.
-Dímelo, va, dímelo.
Nana hizo aspavientos con las manos, incitándola a elevar más la voz. Aquella discusión a decir verdad no era la primera, ni sería la última. En los peores casos habían empezado a volar jarras, platos...
-Una zorra consentida.
Dijo por fin y se dispuso a deshacer sus pasos hasta su cuarto. Nana se echó a reír. Zorra consentida. Joder, hasta le sonaba bien. Quizá era lo más bonito que le había dicho Rose en muchísimo tiempo. Quizá en los ojos de la loba se podía ver cómo disfrutaba la confrontación, era la única acción que tenía allí encerrada durante meses, y ella había nacido para eso, para sacar de quicio a la gente antes de arrancarles la yugular.
-¿Una zorra consentida? Joder, Rose, tienes mejores insultos que eso. Cómo se nota que te quieres trincar al brujo.
Y rió, tan alto que tapó incluso los tambores que sonaban en la calle. Los enormes colmillos de Nana salían a reducir entre cada carcajada. Repitiendo una y otra vez, zorra consentida, en diferentes tonos de voz. Rose por su parte cerró la puerta tras echarle una mirada de odio a la loba. Se retiró todo lo digna que pudo tras quedar desenmascarada. Fue entonces cuando se giró hacia Wallace, casi tumbada en el mismo banco donde él estaba sentado, aún sin parar de quitar la sonrisa de su rostro.
-Perdón.
Comentó intentando recomponerse. En vano, pues la palabra zorra consentida volvió a salir de sus labios. Hizo un amago de levantarse. Por los dioses, pero la ira seguía guiando sus sentidos, anulando la parte humana y racional y desencadenando la furia de la bestia. Del anaranjado habían pasado sus ojos al amarillo más puro, más brillante. Había explotado.
-Y tú, brujo. -Dijo haciéndole un ademán con el mentón, casi con desprecio. En un movimiento ágil se posó sobre él, con ambas rodillas sobre el banco, una a cada lado de su cadera. -Escúchame bien. Si en la batalla, me quedo atrás. No mires, no intentes volver a salvarme. Porque te juro que te buscaré en otra vida y te arrancaré el ojo que te queda bueno. -Amenazó muy cerca de él, tomándole las muñecas salvajemente contra el respaldo del banco. -En el campo de batalla tú y yo, somos iguales.
Finalizó, pero esta vez muy cerca de él, casi tan cerca como momentos antes habían estado el uno del otro. Pero soltó sus muñecas y en un grácil movimiento bajó del banco y encaminó sus pasos hacia su cuarto, a vestirse para el funeral, contoneándose como si de un animal salvaje y acechando a su presa se tratase.
La loba se mordió la lengua para no estallar en ese mismo momento. Se puso en pie con ayuda de Wallace, aún entumecida por el frío, pero ni eso la dejaron. Ni poner un pie sobre la arena. Quiso gritar, y quizá debió hacerlo. Gritar que la dejasen en paz, que no era una muñeca con la que jugar, a la que podían usar y tirar, coger en brazos, vestir. Por los dioses, se estaba hartando de verdad de aquello. Pero se mordió de nuevo la lengua hasta casi arrancársela de cuajo y rodeó con los brazos al brujo. Durante el camino no dijo nada, no tenía palabras sosegadas para decir que no salieran a modo de gruñido. Pero sus ojos se apagaron, consumidos por la desesperación.
Incluso la sentaron en la cama, como a una niña pequeña o a una inválida. Se aferró a las mantas de su cama con fuerza, con tal de no levantarse y armar una escena. No se habían acostado, ¿Y si lo habían hecho, qué? ¿Quién les iba a culpar? Nadie. Solo la doble moral pecaminosa de su amiga Rose, quien no entendía su cultura y tampoco hacía por entenderla. Para ellos, los lobos, todo aquello era normal. Quizá sentían más allá que los pomposos brujos, siempre llenos de palabrería. Escuchó a Wallace, pero no se giró a mirarle, se sentía humillada. Maldijo por lo bajo mientras buscaba en el baúl. La ropa de Brendarid estaba perfectamente doblada en aquel arcón de madera a los pies de su cama. Tenían aproximadamente la misma complexión, aunque el brujo parecía más alto, se atrevía a decir que su prometido... El que fue su prometido, era más ancho de espaldas.
No respondió, se limitó a sostener la camisa en el aire. Hizo un ademán de abrazarla, de olerla, de sentirla. Pero se contuvo. No quería volver a saber nada de él. Caminó tranquilamente hasta el salón, desnuda. Pues como había dicho Rose, casi retozan en la playa, así que qué más daba que paseara desnuda por su propia casa. Se acercó al banco y le lanzó unos pantalones de lino marrones, y una camisa blanca. Era la única ropa que soportaba Brendarid.
-Igual te queda un poco corto. -Comentó fingiendo una pequeña sonrisa para tranquilizarle.
Si Rose la veía ahí parada, se iba a enfadar. Pero eso ya le daba igual. Ya no podía rebosar más el vaso que estaba colmando la bruja, por muy amiga suya que fuera y por mucha paciencia que tuviese la loba, todo tiene un límite.
-En cuanto a lo de la playa, partiremos en tres días, si te parece bien. Esperaremos por si Siegfried manda un mensajero.-Hablaba del rey como si fuese familiar, pues así lo era.
Omitió la escenita de Rose, el casi beso, y prefirió no preguntar si estaba casado, ya que sabía que tenía dos hijos. La loba se sentó junto a él en el banco, aprovechando el calor del fuego para secarse. Estiró las piernas, poniendo los pies fríos junto al hogar. Los mechones húmedos cayeron en ambos lados de su cara. Rose apareció en ese mismo momento y casi grita al ver a ambos sentados en el banco. Pero dejó algo de ropa que había encontrado sobre la mecedora. No iba a decir nada, pero al ver la ropa de Brendarid sobre el banco...
-... Ah, mira, aún guardabas la ropa de Brendarid. -Comentó con cierto rintintín en sus palabras.
La loba la miró con odio, levantando una ceja sin entender absolutamente nada. Suspiró y volvió a tragarse su orgullo y sus palabras.
-Vete a saber en qué burdel se encuentra ahora aquel desgraciado con el que te prometiste. Menudo elemento. Nos habría salido mejor que te comprometieras con el hijo del lechero, o del aguador. Pero no, con un sin techo.
No. Eso ya era jugar sucio. Demasiado sucio hasta para ella. ¿Qué le había picado a la bruja? Nana negó con la cabeza un par de veces y se echó a reír. ¿Qué le iba a joder más a la bruja que ver cómo ignoraba sus puñaladas?
-Rose, creo que ya está bien. -Comentó la loba cruzando las piernas desnudas. Sus ojos se iluminaron, feroces. - Si estás resentida porque ningún hombre te toca ni con un palo, no es mi culpa. Igual deberías de echarte de nuevo a las calles, a ver si al menos pagando...
Las mejillas de Rose se tornaron casi como su pelo, rojo de ira y de vergüenza. Pero la lengua de la loba estaba desatada, y ahora ya no se podía contener.
-Claro, si lo que querías era retozar con él, deberías de habérmelo dicho. Seguro que a Brendarid también lo acosaste tanto que al final decidió que lo mejor era irse de Ulmer. Seguro que intentaste que me odiase, le humillaste como lo haces conmigo hasta que se cansó. Por tu culpa. Porque para ti nadie es suficientemente bueno ni nadie está a tu altura. ¡A tu altura!
Nana se echó a reír negando repetidamente con la cabeza. El corazón le iba a mil, sentía como se le calentaban las manos y las orejas, hirviendo de odio.
-¡Maldita seas! Tú, y tu aldea, y los mil hombres que pasan por tu lecho sin quedarse. Nana del Colmillo de Hierro... Eres... Eres... -El dedo acusador de la bruja se posó sobre la loba, iracunda.
-Dímelo, va, dímelo.
Nana hizo aspavientos con las manos, incitándola a elevar más la voz. Aquella discusión a decir verdad no era la primera, ni sería la última. En los peores casos habían empezado a volar jarras, platos...
-Una zorra consentida.
Dijo por fin y se dispuso a deshacer sus pasos hasta su cuarto. Nana se echó a reír. Zorra consentida. Joder, hasta le sonaba bien. Quizá era lo más bonito que le había dicho Rose en muchísimo tiempo. Quizá en los ojos de la loba se podía ver cómo disfrutaba la confrontación, era la única acción que tenía allí encerrada durante meses, y ella había nacido para eso, para sacar de quicio a la gente antes de arrancarles la yugular.
-¿Una zorra consentida? Joder, Rose, tienes mejores insultos que eso. Cómo se nota que te quieres trincar al brujo.
Y rió, tan alto que tapó incluso los tambores que sonaban en la calle. Los enormes colmillos de Nana salían a reducir entre cada carcajada. Repitiendo una y otra vez, zorra consentida, en diferentes tonos de voz. Rose por su parte cerró la puerta tras echarle una mirada de odio a la loba. Se retiró todo lo digna que pudo tras quedar desenmascarada. Fue entonces cuando se giró hacia Wallace, casi tumbada en el mismo banco donde él estaba sentado, aún sin parar de quitar la sonrisa de su rostro.
-Perdón.
Comentó intentando recomponerse. En vano, pues la palabra zorra consentida volvió a salir de sus labios. Hizo un amago de levantarse. Por los dioses, pero la ira seguía guiando sus sentidos, anulando la parte humana y racional y desencadenando la furia de la bestia. Del anaranjado habían pasado sus ojos al amarillo más puro, más brillante. Había explotado.
-Y tú, brujo. -Dijo haciéndole un ademán con el mentón, casi con desprecio. En un movimiento ágil se posó sobre él, con ambas rodillas sobre el banco, una a cada lado de su cadera. -Escúchame bien. Si en la batalla, me quedo atrás. No mires, no intentes volver a salvarme. Porque te juro que te buscaré en otra vida y te arrancaré el ojo que te queda bueno. -Amenazó muy cerca de él, tomándole las muñecas salvajemente contra el respaldo del banco. -En el campo de batalla tú y yo, somos iguales.
Finalizó, pero esta vez muy cerca de él, casi tan cerca como momentos antes habían estado el uno del otro. Pero soltó sus muñecas y en un grácil movimiento bajó del banco y encaminó sus pasos hacia su cuarto, a vestirse para el funeral, contoneándose como si de un animal salvaje y acechando a su presa se tratase.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Wallace no esperaba verla salir desnuda de su estancia. Los ojos de se abrieron como platos, esta vez sin desviar su mirada ni una sola vez, memorizando cada centímetro de su cuerpo. Se tomó el lujo de pasear sus ojos en la uve de su feminidad, en las curvas de sus pechos y sus ojos, brillantes, mirando al brujo fijamente. Wallace apretó las piernas para intentar disimular y calmar el deseo que crecía en él.
Cogió la ropa al vuelo, no preguntó de quien era, no era asunto suyo. Olían bien. Wallace desvió la mirada y se levantó para vestirse. Mientras intentaba ponerse los pantalones volvió a mirar a la loba con la mirada seria y el ceño fruncido. Realmente quería ir al frente. Había hablado del rey con familiaridad, así que el brujo supuso que eran aliados. No pudo evitar asentir ante el plan de la mujer mientras ajustaba uno de sus cinturones al pantalón. Le quedaba apretado pero al menos podía moverse. Se volvió a sentar, quería hablar con ella, dejar las cosas un poco arregladas y en paz. Sentía que lo había alterado todo y debía arreglar esta situación tormentosa. También quería besarla y estrecharla entre sus brazos pero una parte de él sabía que no sería un movimiento inteligente.
Y fue en ese momento, mientras el brujo debatía qué hacer cuando la tormenta estalló. Jamás había sido testigo de una discusión como esa. Ambas se tiraban palabras afiladas mientras él, en medio de todo, se apartaba con miedo a que algo volase por los aires. Rose habló de un tal Brendarid y eso provocó una expresión de odio y dolor a Nana. Wallace supuso que era su marido hasta que las palabras de la bruja aclararon que fue su prometido. Fue. Eso lo pillo rápido.
Le metieron a él por en medio mientras habrían heridas del pasado. Wallace las miraba sin poder creer todo lo que se decían. Tampoco sabía como actuar, una voz cauta le decía que las dejase discutir, que estaba locas. Pero sabía que en parte todo aquello era culpa suya. Las últimas puñaladas entre ellas dejaron el ambiente frío. Rose se retiró mientras maldecía, insultaba y dejaba claro que estaba harta. Con una fría y cínica carcajada, Nana asustó un poco al brujo quien se había quedado quieto para luego sentarse, por si acaso la pelea se dirigía a el. Abrió la boca para hablar pero sabía que nada serviría en aquella tensa situación. Sobretodo cuando ella se puso encima de el, aun desnuda, sujetando sus muñecas, cerca, demasiado cerca de sus labios. Wallace la miraba fijamente mientras si deseo apremiante crecía en sus pantalones, sabiendo que ella lo notaría. El brujo escuchó sus palabras, su amenaza, asintiendo con cierta sumisión. Se estaba dejando ir por las palabras de la mujer mientras sus labios buscaban batallar con los de ella. Nervioso, caliente y sin palabras en la boca, el brujo se quedó allí postrado cuando ella lo soltó y se fue a cambiar de nuevo. Con la mirada al frente y la mente en blanco, el hombre intentaba no pensar en todas las cosas posibles que se podían hacer en un suelo como aquel, al lado del fuego del hogar.
Tragó saliva, cerró los ojos y respiró lentamente, ordenando sus ideas. No era momento para pensar en sexo. Debía arreglar la situación. Se levantó, colocándose como pudo la entrepierna en aquellos apretados pantalones y se acercó a ella, con la mirada seria.
-Nana… te pido disculpas… -empezó, cruzando los brazos, apoyado en una de las columnas q sujetaban la estructura.- Me he metido donde no debía y una vez mas mis actos han roto la paz de tu hogar. -Se acercó a ella e interrumpió lo que estaba haciendo, cogiendo sus manos, mirándola a los ojos.- No puedo llegar ni imaginar el lazo que os une a las dos pero por favor, no… no dejéis las cosas así. -Sabiendo que ella se quejaría ante aquello y sin dejarla hablar, el brujo se inclinó sin más y posó sus labios en ella, en un beso cálido, cariñoso y profundo. No había lujuria y pasión en aquel acto. Fue un beso de súplica, una unión casi. Ella era su aliada y podía verla como una amiga. El beso le provocó más de lo que hubiera pensando, haciendo temblar su cuerpo en un placentero escalofrío. Se separó a desgana pues no quería romper el beso, y la miró de nuevo a los ojos.
- Por ella y por ti. Te juro que lucharé a tu lado y cuando Ulmer necesite ayuda, los Cuervos acudirán y yo, Nana del Colmillo de Hierro, seré tu amigo y tu aliado. -Soltó sus manos, no sin antes besarlas. Le dejó espacio para que pudiera pensar, responder o quizás azotarle una bofetada. Wallace, paciente, le regaló la sonrisa más radiante que pudo.
-Lo que quiero que también recuerdes es que te deseo con todas mis fuerzas y que no voy a mentir sobre eso. -Quiso aclarar mientras iba a buscar la camisa. El brujo dejó escapar un suspiro y se apoyó en la piedra del hogar, mirando el fuego fijamente, y se acarició los labios, aún calientes.
Cogió la ropa al vuelo, no preguntó de quien era, no era asunto suyo. Olían bien. Wallace desvió la mirada y se levantó para vestirse. Mientras intentaba ponerse los pantalones volvió a mirar a la loba con la mirada seria y el ceño fruncido. Realmente quería ir al frente. Había hablado del rey con familiaridad, así que el brujo supuso que eran aliados. No pudo evitar asentir ante el plan de la mujer mientras ajustaba uno de sus cinturones al pantalón. Le quedaba apretado pero al menos podía moverse. Se volvió a sentar, quería hablar con ella, dejar las cosas un poco arregladas y en paz. Sentía que lo había alterado todo y debía arreglar esta situación tormentosa. También quería besarla y estrecharla entre sus brazos pero una parte de él sabía que no sería un movimiento inteligente.
Y fue en ese momento, mientras el brujo debatía qué hacer cuando la tormenta estalló. Jamás había sido testigo de una discusión como esa. Ambas se tiraban palabras afiladas mientras él, en medio de todo, se apartaba con miedo a que algo volase por los aires. Rose habló de un tal Brendarid y eso provocó una expresión de odio y dolor a Nana. Wallace supuso que era su marido hasta que las palabras de la bruja aclararon que fue su prometido. Fue. Eso lo pillo rápido.
Le metieron a él por en medio mientras habrían heridas del pasado. Wallace las miraba sin poder creer todo lo que se decían. Tampoco sabía como actuar, una voz cauta le decía que las dejase discutir, que estaba locas. Pero sabía que en parte todo aquello era culpa suya. Las últimas puñaladas entre ellas dejaron el ambiente frío. Rose se retiró mientras maldecía, insultaba y dejaba claro que estaba harta. Con una fría y cínica carcajada, Nana asustó un poco al brujo quien se había quedado quieto para luego sentarse, por si acaso la pelea se dirigía a el. Abrió la boca para hablar pero sabía que nada serviría en aquella tensa situación. Sobretodo cuando ella se puso encima de el, aun desnuda, sujetando sus muñecas, cerca, demasiado cerca de sus labios. Wallace la miraba fijamente mientras si deseo apremiante crecía en sus pantalones, sabiendo que ella lo notaría. El brujo escuchó sus palabras, su amenaza, asintiendo con cierta sumisión. Se estaba dejando ir por las palabras de la mujer mientras sus labios buscaban batallar con los de ella. Nervioso, caliente y sin palabras en la boca, el brujo se quedó allí postrado cuando ella lo soltó y se fue a cambiar de nuevo. Con la mirada al frente y la mente en blanco, el hombre intentaba no pensar en todas las cosas posibles que se podían hacer en un suelo como aquel, al lado del fuego del hogar.
Tragó saliva, cerró los ojos y respiró lentamente, ordenando sus ideas. No era momento para pensar en sexo. Debía arreglar la situación. Se levantó, colocándose como pudo la entrepierna en aquellos apretados pantalones y se acercó a ella, con la mirada seria.
-Nana… te pido disculpas… -empezó, cruzando los brazos, apoyado en una de las columnas q sujetaban la estructura.- Me he metido donde no debía y una vez mas mis actos han roto la paz de tu hogar. -Se acercó a ella e interrumpió lo que estaba haciendo, cogiendo sus manos, mirándola a los ojos.- No puedo llegar ni imaginar el lazo que os une a las dos pero por favor, no… no dejéis las cosas así. -Sabiendo que ella se quejaría ante aquello y sin dejarla hablar, el brujo se inclinó sin más y posó sus labios en ella, en un beso cálido, cariñoso y profundo. No había lujuria y pasión en aquel acto. Fue un beso de súplica, una unión casi. Ella era su aliada y podía verla como una amiga. El beso le provocó más de lo que hubiera pensando, haciendo temblar su cuerpo en un placentero escalofrío. Se separó a desgana pues no quería romper el beso, y la miró de nuevo a los ojos.
- Por ella y por ti. Te juro que lucharé a tu lado y cuando Ulmer necesite ayuda, los Cuervos acudirán y yo, Nana del Colmillo de Hierro, seré tu amigo y tu aliado. -Soltó sus manos, no sin antes besarlas. Le dejó espacio para que pudiera pensar, responder o quizás azotarle una bofetada. Wallace, paciente, le regaló la sonrisa más radiante que pudo.
-Lo que quiero que también recuerdes es que te deseo con todas mis fuerzas y que no voy a mentir sobre eso. -Quiso aclarar mientras iba a buscar la camisa. El brujo dejó escapar un suspiro y se apoyó en la piedra del hogar, mirando el fuego fijamente, y se acarició los labios, aún calientes.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Notó como cada uno de los músculos de su cuello y hombros se destensaban, como la adrenalina que había acumulado en su cuerpo se le salía en cada bombeo de un corazón inquieto. Fue entonces cuando la sombra de la cumpla se cernió sobre ella. Se llevó las manos a la cabeza, que de repente parecía que iba a estallar en cualquier momento, y se paró frente a la ropa que Rose le había preparado encima de la cama momentos antes de su discusión. Era un vestido negro, parecido al que ahora rebosaba agua y arena, de un tejido casi transparente. Lo cogió entre las manos para luego dejarlo de nuevo sobre el jergón. El pelirrojo entró al cuarto, Nana había olvidado incluso lo que acababa de pasar entre ambos en el salón. Pudo advertir su presencia, pero a penas le prestó atención hasta que empezó a hablar.
Sonrió, dándole la espalda. Rose y ella discutían como un matrimonio que llevan más de tres vidas casados. Eran como dos gatas con las uñas demasiado largas, arañasen como se arañasen, siempre habría herida. Y sangrante, profunda. Pero de esas que ignoras hasta que vuelve a abrirse. Así eran ellas.
Se giró, no, le obligó a mirarle cuando sus manos grandes y ásperas tocaron las suyas. Quién iba a decir que esas manos curtidas iban a poder acariciar con la misma suavidad que un bardo su laúd.
Y se paró el tiempo. El espacio se redujo en un momento. Surcó los verdes que se clavaban en los suyos dorados, al menos por un segundo. Era un enorme vórtice de caos. Y sus labios, salados. El beso le tomó por sorpresa, y no pudo a penas reaccionar. ¿Pero qué esperaba después de lo que acababa de pasar en el salón? El chisporroteo suave de las ascuas del fuego era su única melodía.
La mano de la loba surcó casi inconscientemente su pecho para posarse sobre su hombro. Corto. Se le hizo demasiado corto aquel beso que podría haberse alargado. Un sinfín de posibilidades se le abrieron en la mente. Devolverle el beso, invitarlo a su lecho... Todas tenían un final, que no fue. Sus labios se separaron, con él la mano que recorrió de vuelta su pecho para caer, inerte, a uno de los costados de la loba. Él deshizo sus pasos bajo la atenta mirada de la loba, quien calculaba su próximo paso. ¿Hacer las paces con Rose? Era una opción, pero no la que más le convencía.
Se puso rápidamente el vestido negro, adornado con unas plumas de cuervo en los hombros, caía elegante por encima de sus rodillas. Con paso firme y decidido salió al salón. A la luz del hogar, la tela le cubría el cuerpo como una fina capa traslúcida que dejaba entrever cada una de sus formas. Se paró frente a la puerta de la habitación de rose, y se tomó unos segundos antes de, con el puño ya alzado, golpear la puerta. Suspiró hondo y entonces, y solo entonces, dio dos suaves toques sobre la madera.
-Rose. Perdóname.
Una palabra que parecía ser mágica. Pues Rose abrió la puerta como si estuviera esperando al otro lado, con la mayo ya preparada. Sujetó la puerta con una mano mientras con la otra se la llevaba a la cintura, con los brazos en jarras.
-Vale.
Respondió, y se le formó una sonrisa triunfante en los labios. Demasiado pronto se había dejado pisar por la bruja, por culpa de su compatriota. Se había cambiado. Quizá esa fuera la única razón por la que se había encerrado en su cuarto. Un ser terriblemente orgulloso que manejaba a las personas simplemente con el sentimiento de culpa. Así era ella. Rose se había puesto un elegante traje negro que le cubría más abajo de las rodillas, ceñido al pecho por un corpiño del mismo color, y un pequeño tocado le tapaba la mitad del rostro con una tela que recordaba a la del vestido que ella misma llevaba.
Los tambores y los cantos anunciaban que el barco fúnebre estaba a punto de pasar frente al gran salón. Nana se acercó a Wallace. No dudó cuando llevó una de sus manos a su pecho, recorrieron su hombro hasta posarse en el cuello de la camisa, el cual arregló con soltura.
-Esto no va a quedar así.
Sus ojos se posaron en él, ardían, de una forma diferente pero del mismo color que antes, cuando había explotado. Sonrió con picardía antes de que su mano recorriera divertida su brazo hasta deshacer todo tipo de contacto entre ambos. Iba a ser un juego divertido aquel de tentar al brujo.
Rose abrió la puerta principal. El murmullo de la gente de la calle se mezclo con el del fuego que ardía débil sobre sus propias ascuas. Los tambores golpearon con furia.
La bruja sujetó la puerta hasta que todos salieron. Nana fue la primera en salir. Y a unos pasos de ellos, se encontraba el barco, que parecía enorme sobre aquel carro de seis ruedas del cual tiraban dos preciosos caballos negros, como el de Odín. Avanzaba custodiado de antorchas a cada uno de sus lados, por la calle principal de Ulmer. Detrás de él, los tambores no daban tregua al silencio de la noche, así como los cantos rotos de aquellos que perdieron a sus familias. Nana se abrió paso entre la gente como pudo, tomándole la mano a Wallace, quien parecía que iba casi a su par.
Pero fue la mano de Rose la que encontró finalmente. La arrastró literalmente hasta la procesión que se articulaba detrás del barco fúnebre. Frente a ellos, el fuego de las antorchas que iluminaban el barco, lleno de urnas funerarias y ofrendas para los dioses. Se le encogió el corazón, aunque no lo entendía, lo había leído, y ahora lo vivía. Aunque sus dioses no compartían las exigencias de los humanos para pasar a otro mundo u otro estado, era el primer funeral odinista que veía a aquella escala. Qué dios más ambicioso debía de ser aquel Odín, que requería un barco para cruzar a su otro lado. O al menos eso pensaba ella.
Sonrió, dándole la espalda. Rose y ella discutían como un matrimonio que llevan más de tres vidas casados. Eran como dos gatas con las uñas demasiado largas, arañasen como se arañasen, siempre habría herida. Y sangrante, profunda. Pero de esas que ignoras hasta que vuelve a abrirse. Así eran ellas.
Se giró, no, le obligó a mirarle cuando sus manos grandes y ásperas tocaron las suyas. Quién iba a decir que esas manos curtidas iban a poder acariciar con la misma suavidad que un bardo su laúd.
Y se paró el tiempo. El espacio se redujo en un momento. Surcó los verdes que se clavaban en los suyos dorados, al menos por un segundo. Era un enorme vórtice de caos. Y sus labios, salados. El beso le tomó por sorpresa, y no pudo a penas reaccionar. ¿Pero qué esperaba después de lo que acababa de pasar en el salón? El chisporroteo suave de las ascuas del fuego era su única melodía.
La mano de la loba surcó casi inconscientemente su pecho para posarse sobre su hombro. Corto. Se le hizo demasiado corto aquel beso que podría haberse alargado. Un sinfín de posibilidades se le abrieron en la mente. Devolverle el beso, invitarlo a su lecho... Todas tenían un final, que no fue. Sus labios se separaron, con él la mano que recorrió de vuelta su pecho para caer, inerte, a uno de los costados de la loba. Él deshizo sus pasos bajo la atenta mirada de la loba, quien calculaba su próximo paso. ¿Hacer las paces con Rose? Era una opción, pero no la que más le convencía.
Se puso rápidamente el vestido negro, adornado con unas plumas de cuervo en los hombros, caía elegante por encima de sus rodillas. Con paso firme y decidido salió al salón. A la luz del hogar, la tela le cubría el cuerpo como una fina capa traslúcida que dejaba entrever cada una de sus formas. Se paró frente a la puerta de la habitación de rose, y se tomó unos segundos antes de, con el puño ya alzado, golpear la puerta. Suspiró hondo y entonces, y solo entonces, dio dos suaves toques sobre la madera.
-Rose. Perdóname.
Una palabra que parecía ser mágica. Pues Rose abrió la puerta como si estuviera esperando al otro lado, con la mayo ya preparada. Sujetó la puerta con una mano mientras con la otra se la llevaba a la cintura, con los brazos en jarras.
-Vale.
Respondió, y se le formó una sonrisa triunfante en los labios. Demasiado pronto se había dejado pisar por la bruja, por culpa de su compatriota. Se había cambiado. Quizá esa fuera la única razón por la que se había encerrado en su cuarto. Un ser terriblemente orgulloso que manejaba a las personas simplemente con el sentimiento de culpa. Así era ella. Rose se había puesto un elegante traje negro que le cubría más abajo de las rodillas, ceñido al pecho por un corpiño del mismo color, y un pequeño tocado le tapaba la mitad del rostro con una tela que recordaba a la del vestido que ella misma llevaba.
Los tambores y los cantos anunciaban que el barco fúnebre estaba a punto de pasar frente al gran salón. Nana se acercó a Wallace. No dudó cuando llevó una de sus manos a su pecho, recorrieron su hombro hasta posarse en el cuello de la camisa, el cual arregló con soltura.
-Esto no va a quedar así.
Sus ojos se posaron en él, ardían, de una forma diferente pero del mismo color que antes, cuando había explotado. Sonrió con picardía antes de que su mano recorriera divertida su brazo hasta deshacer todo tipo de contacto entre ambos. Iba a ser un juego divertido aquel de tentar al brujo.
Rose abrió la puerta principal. El murmullo de la gente de la calle se mezclo con el del fuego que ardía débil sobre sus propias ascuas. Los tambores golpearon con furia.
La bruja sujetó la puerta hasta que todos salieron. Nana fue la primera en salir. Y a unos pasos de ellos, se encontraba el barco, que parecía enorme sobre aquel carro de seis ruedas del cual tiraban dos preciosos caballos negros, como el de Odín. Avanzaba custodiado de antorchas a cada uno de sus lados, por la calle principal de Ulmer. Detrás de él, los tambores no daban tregua al silencio de la noche, así como los cantos rotos de aquellos que perdieron a sus familias. Nana se abrió paso entre la gente como pudo, tomándole la mano a Wallace, quien parecía que iba casi a su par.
Pero fue la mano de Rose la que encontró finalmente. La arrastró literalmente hasta la procesión que se articulaba detrás del barco fúnebre. Frente a ellos, el fuego de las antorchas que iluminaban el barco, lleno de urnas funerarias y ofrendas para los dioses. Se le encogió el corazón, aunque no lo entendía, lo había leído, y ahora lo vivía. Aunque sus dioses no compartían las exigencias de los humanos para pasar a otro mundo u otro estado, era el primer funeral odinista que veía a aquella escala. Qué dios más ambicioso debía de ser aquel Odín, que requería un barco para cruzar a su otro lado. O al menos eso pensaba ella.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Wallace observó cómo ambas se estaban disculpado, bueno, Nana, Rose aceptó sus palabras con orgullo. Vaya par... Parecia un padre mirando como sus dos hijas se pedian perdon tras una pelea tonta. Al ver que las dos estaban en paz, asintió con satisfacción y las dejó tranquilas mientras acababa de vestirse.
Cuando ella se acercó, lista para irse, tan hermosa, tan peligrosamente atractiva, el brujo dejó lo que estaba haciendo y la miró fijamente. Posó sus manos sobre él, arreglando el cuello de la camisa y lo amenazó deliciosamente, con una mirada llena de promesas. Wallace no pudo resistir y sonrió, enseñando un poco los dientes, prometiendo con aquello más de lo que ella pudiese imaginar.
-A sus ordenes mi señora… -Murmuró él, con voz ronca de puro deseo. Con la ropa que le habían prestado, sus cintos y una capa fina, oscura, el brujo siguió a las mujeres a fuera. Todo estaba listo, el aire era frío y las voces Ulmer resonaban por los fiordos. Los músicos estaban golpeando los tambores con furia mientras las mujeres cantaban, gritaban. Era un funeral lleno de rabia por la pérdida, pedían explicaciones a los dioses. El brujo buscó con la mirada a Helga, quien le sonrió con dulzura. Notó como la mano de la loba buscaba la de él pero la bruja se adelantó. Miró al hombre con picardía y le guiño el ojo mientras se dejaba arrastrar por la mujer. Wallace sonrió, divertido y negó mientras las veía poniéndose en primera fila. Al lado de Helga y con lo alto que era, podía ver los ritos mientras los familiares cogian flechas y las encendían, y las lanzaban con arco a la enorme embarcación que llevaría a los muertos junto a Odin. El brujo observaba como el fuego tímidamente empezaba a alzarse. Los tambores golpeaban con más fuerza y frenesí, la gente empezaba a bailar en las hogueras y a compartir jarras y comida.
-Quiero ser la última Wallace… -susurró Helga, apretando los dedos en el brazo del hombre. Él asintió comprendiendo el dolor de la mujer. Buscó con la mirada a Nana y le dedicó una sonrisa y una reverencia. Uno de los soldados le ofreció un arco simple a Helga. lo agarró con fuerza, mirando el arma y se lo dió a Wallace quien aceptó de buen grado. El brujo se acercó a Nana y a Rose, flecha y arco en mano. En el borde del muelle, con el barco en frente, Wallace cogió la flecha y apretó la punta contra su puño, haciéndose una herida, impregnando la punta metálica con su sangre caliente. Cargó el arma, tensó la cuerda y la soltó. El golpe seco de esta rebotó con los tambores de fondo. La flecha voló directa hacia la pila de cenizas. En medio de la trayectoria, antes de clavarse en la madera, el brujo alzó la mano y ayudándose de su magia, hizo arder la flecha. El barco, ya ha medio camino, empezó a levantar una columna de humo y llamas. Helga se quedó mirando el barco durante unos segundos, secó sus lágrimas y se retiró, dándole las gracias a Nana y a Rose.
Wallace estaba allí, de pie, contemplando como el fuego engullía la madera y los restos de los muertos. Dejó el arco apoyado en una de las cajas y se cubrió los brazos con la capa. Hacia bastante frió y el no tenía energías para calentarse con su magia. Sentía los ojos de las mujeres detrás de él. También sintió algo diminuto y frío en su mejilla. Estaba llorando.
El brujo no se contuvo ni tampoco se escondió. Las lágrimas salían de sus ojos sin duda, sin miedo.
-Nunca me acostumbraré a esto… -susurró mientras se secaba un poco. Giró el rostro hacia ellas y les sonrió, apretando los labios. Un soldado avisó a Nana que todo estaba listo, que la gente estaba disfrutando de la bebida y la comida. Wallace respiró hondo, calmándose y se acercó a ellas. Miró a Rose a los ojos.- Te debo una disculpa Rose, por causar daño donde no debía... llevó todo el día disculpándome... -Bromeó mientras se abrigaba mejor con la capa negra. Rose le tiro de la barba, con una expresión mas bien divertida.
-Te perdono... por que realmente eres mono... pero no te acostumbres. -Le dijo amenzando con el dedo. Le guiñó el ojo y los dejó solos. Wallace la siguió con la mirada y luego, miró a Nana, a los ojos, preocupado.
-Estas bien?
Cuando ella se acercó, lista para irse, tan hermosa, tan peligrosamente atractiva, el brujo dejó lo que estaba haciendo y la miró fijamente. Posó sus manos sobre él, arreglando el cuello de la camisa y lo amenazó deliciosamente, con una mirada llena de promesas. Wallace no pudo resistir y sonrió, enseñando un poco los dientes, prometiendo con aquello más de lo que ella pudiese imaginar.
-A sus ordenes mi señora… -Murmuró él, con voz ronca de puro deseo. Con la ropa que le habían prestado, sus cintos y una capa fina, oscura, el brujo siguió a las mujeres a fuera. Todo estaba listo, el aire era frío y las voces Ulmer resonaban por los fiordos. Los músicos estaban golpeando los tambores con furia mientras las mujeres cantaban, gritaban. Era un funeral lleno de rabia por la pérdida, pedían explicaciones a los dioses. El brujo buscó con la mirada a Helga, quien le sonrió con dulzura. Notó como la mano de la loba buscaba la de él pero la bruja se adelantó. Miró al hombre con picardía y le guiño el ojo mientras se dejaba arrastrar por la mujer. Wallace sonrió, divertido y negó mientras las veía poniéndose en primera fila. Al lado de Helga y con lo alto que era, podía ver los ritos mientras los familiares cogian flechas y las encendían, y las lanzaban con arco a la enorme embarcación que llevaría a los muertos junto a Odin. El brujo observaba como el fuego tímidamente empezaba a alzarse. Los tambores golpeaban con más fuerza y frenesí, la gente empezaba a bailar en las hogueras y a compartir jarras y comida.
-Quiero ser la última Wallace… -susurró Helga, apretando los dedos en el brazo del hombre. Él asintió comprendiendo el dolor de la mujer. Buscó con la mirada a Nana y le dedicó una sonrisa y una reverencia. Uno de los soldados le ofreció un arco simple a Helga. lo agarró con fuerza, mirando el arma y se lo dió a Wallace quien aceptó de buen grado. El brujo se acercó a Nana y a Rose, flecha y arco en mano. En el borde del muelle, con el barco en frente, Wallace cogió la flecha y apretó la punta contra su puño, haciéndose una herida, impregnando la punta metálica con su sangre caliente. Cargó el arma, tensó la cuerda y la soltó. El golpe seco de esta rebotó con los tambores de fondo. La flecha voló directa hacia la pila de cenizas. En medio de la trayectoria, antes de clavarse en la madera, el brujo alzó la mano y ayudándose de su magia, hizo arder la flecha. El barco, ya ha medio camino, empezó a levantar una columna de humo y llamas. Helga se quedó mirando el barco durante unos segundos, secó sus lágrimas y se retiró, dándole las gracias a Nana y a Rose.
Wallace estaba allí, de pie, contemplando como el fuego engullía la madera y los restos de los muertos. Dejó el arco apoyado en una de las cajas y se cubrió los brazos con la capa. Hacia bastante frió y el no tenía energías para calentarse con su magia. Sentía los ojos de las mujeres detrás de él. También sintió algo diminuto y frío en su mejilla. Estaba llorando.
El brujo no se contuvo ni tampoco se escondió. Las lágrimas salían de sus ojos sin duda, sin miedo.
-Nunca me acostumbraré a esto… -susurró mientras se secaba un poco. Giró el rostro hacia ellas y les sonrió, apretando los labios. Un soldado avisó a Nana que todo estaba listo, que la gente estaba disfrutando de la bebida y la comida. Wallace respiró hondo, calmándose y se acercó a ellas. Miró a Rose a los ojos.- Te debo una disculpa Rose, por causar daño donde no debía... llevó todo el día disculpándome... -Bromeó mientras se abrigaba mejor con la capa negra. Rose le tiro de la barba, con una expresión mas bien divertida.
-Te perdono... por que realmente eres mono... pero no te acostumbres. -Le dijo amenzando con el dedo. Le guiñó el ojo y los dejó solos. Wallace la siguió con la mirada y luego, miró a Nana, a los ojos, preocupado.
-Estas bien?
Wallace Mcgregor
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Todo pasó demasiado rápido, no tomó participación en nada pues aquellos no eran los dioses a los que ella les rendía culto ni homenaje. Se mantuvo a una distancia prudencial, contemplando con el semblante serio todo lo que pasaba. Había asistido antes a funerales, pero jamás se había celebrado uno así en Ulmer. Aguantó las lágrimas, que no rodaron como aquella misma mañana por sus mejillas.
La flecha voló de la mano de Wallace, hasta hacer arder la madera del barco. Los tambores cesaron cuando el barco se perdió a la deriva en el fiordo. La multitud se disipó lentamente, pero ella quedó allí, plantada en la punta del muelle, meciéndole los cabellos el viento del este.
Cuánto tiempo pasó hasta que la voz de Wallace rompió el silencio de su mente, quién sabe. Parpadeó un par de veces antes de girar suavemente el rostro hacia él.
Afirmó con la cabeza, bajando el mentón. Le llamaron la atención los ojos vidriosos del brujo. En un gesto cariñoso llevó una de sus manos a su mejilla, acariciándola con suavidad. Luego, su mano se posó sobre su pecho.
-¿Y tú, estás bien?
Preguntó girando de nuevo la cabeza hacia el fiordo, apoyando la cabeza sobre su pecho, buscando el resguardo de sus brazos.
"Ya salió de la mar la galana
Vestida de 'al y blanco, ya salió de la mar
Entre la mar y la arena,
nos creció
Un árbol de almendra. "
Cantó casi en un susurro, viendo allá donde se perdía el foco de luz que una vez fue un barco. Entrecerró los ojos, hasta que aquel punto de luz se tornó un pequeño punto difuminado en el horizonte del fiordo. Cuántos barcos de aquellos habría que encender después de la guerra. No habría suficiente madera en todo Aerandir para tanta pena.
Intenso, así es como podría describir aquel día en el que había pasado de todo, dos funerales de las mismas personas, el encuentro fortuito con aquel hombre del cual a penas conocía el nombre, y ahora trataba como uno más. Estaba cansada. Tenía ganas de volver a la normalidad de su día a día, de un Ulmer que murmura por las madrugadas y que grita por las tardes; Gritos del mercado, de sus gentes. Pero la vida a veces te golpea tan fuerte que cuando te quieres levantar, todo tu mundo parece que se ha desmoronado, que has tardado demasiado en poner los pies de nuevo sobre el suelo.
Pero ahora descansaban allí, con los dioses que fuera que alagaran. Levantó la barbilla hacia Wallace para mirarle. Podía sentir cómo pesaban las ojeras de sus ojos cansados.
-Sangre y fuego.
Repitió las palabras de Rose llevando la mano a la suya, la cual había cortado con la flecha. La tomó entre las suyas con la palma hacia ella, miró la brecha suave que cruzaba la mano y luego volvió a mirarle.
-Habrá que curar esa herida...
Apuntó negando con la cabeza, con algo de reproche.
Cuánto tiempo pasó hasta que la voz de Wallace rompió el silencio de su mente, quién sabe. Parpadeó un par de veces antes de girar suavemente el rostro hacia él.
Afirmó con la cabeza, bajando el mentón. Le llamaron la atención los ojos vidriosos del brujo. En un gesto cariñoso llevó una de sus manos a su mejilla, acariciándola con suavidad. Luego, su mano se posó sobre su pecho.
-¿Y tú, estás bien?
Preguntó girando de nuevo la cabeza hacia el fiordo, apoyando la cabeza sobre su pecho, buscando el resguardo de sus brazos.
"Ya salió de la mar la galana
Vestida de 'al y blanco, ya salió de la mar
Entre la mar y la arena,
nos creció
Un árbol de almendra. "
Cantó casi en un susurro, viendo allá donde se perdía el foco de luz que una vez fue un barco. Entrecerró los ojos, hasta que aquel punto de luz se tornó un pequeño punto difuminado en el horizonte del fiordo. Cuántos barcos de aquellos habría que encender después de la guerra. No habría suficiente madera en todo Aerandir para tanta pena.
Intenso, así es como podría describir aquel día en el que había pasado de todo, dos funerales de las mismas personas, el encuentro fortuito con aquel hombre del cual a penas conocía el nombre, y ahora trataba como uno más. Estaba cansada. Tenía ganas de volver a la normalidad de su día a día, de un Ulmer que murmura por las madrugadas y que grita por las tardes; Gritos del mercado, de sus gentes. Pero la vida a veces te golpea tan fuerte que cuando te quieres levantar, todo tu mundo parece que se ha desmoronado, que has tardado demasiado en poner los pies de nuevo sobre el suelo.
Pero ahora descansaban allí, con los dioses que fuera que alagaran. Levantó la barbilla hacia Wallace para mirarle. Podía sentir cómo pesaban las ojeras de sus ojos cansados.
-Sangre y fuego.
Repitió las palabras de Rose llevando la mano a la suya, la cual había cortado con la flecha. La tomó entre las suyas con la palma hacia ella, miró la brecha suave que cruzaba la mano y luego volvió a mirarle.
-Habrá que curar esa herida...
Apuntó negando con la cabeza, con algo de reproche.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
El brujo no pudo evitar sonreír ante las caricias de la loba, cerrando los ojos levemente, dejándose hacer. Como podría ser que alguien a quien apenas conocía le pudiera reconfortar tanto?
-Si… es solo que uno no acaba nunca de acostumbrarse a los funerales… -susurró él intentando sonreír para no preocuparla. Había estado entre cadáveres, en escaramuzas que se habían convertido en masacres. Había caído en pozos llenos de huesos y ratas, había visto con sus propios ojos banquetes de carne humana y vampiros y otras criaturas disfrutar de la sangre de los inocentes. Dioses, había estado apunto de besar a la muerte tantas veces… Pero aquello, aquello era algo que siempre le calaba, muy hondo.
Cuando sintió la mano en su pecho y como ella se acercaba, la abrazó sin dudar pues ella parecía buscar sus brazos. Apoyo con sumo cuidado la mejilla en su pelo y al escuchar la voz de ella, en un susurro mientras cantaba, el brujo cerró los ojos anonadado por la canción y la intimidad del momento.
Notó que lo miraba con aquellos ojos dorados, cansados, igual que los de él. Wallace le regaló una tímida y pequeña sonrisa, acariciando su pelo, con ganas de agacharse un poco y besarla con calma. Las palabras que la bruja había dicho anteriormente, con el poso del té, resonaron en la cabeza del brujo una vez más, haciendo parpadear al hombre, confuso. Sería aquel su significado? Caricias y canciones tras un llameante funeral? Wallace frunció el ceño intentando analizar aquellas palabras de nuevo. Por que le era tan extraño todo, tan confuso.
Cuando ella le alzó la mano para examinar la herida, el brujo hizo una mueca de dolor pero no se quejo. No pudo evitar reír por la preocupación de la loba y asintió con sumisión, dejándose hacer.
Caminaron en silencio hacia el Gran Salón. Observó cómo la gente bebía, danzaba y cantaba para recordar a los suyos. Había un aire de tristeza en todo aquello pero la gente intentaba animarse los unos a los otros, como una gran familia. Al entrar en el hogar de la loba, Wallace dejó la capa con sus cosas y se acercó al fuego, apenas quedaba una tímida llama así que con un movimiento suave con la mano lo revivió para calentar la estancia. Miró de reojo a la mujer mientras él se quitaba la camisa. Examinó la herida con cuidado, no sangraba mucho, se la podía curar el mismo pero quería que ella lo cuidase, sentía la necesidad de dejarse mimar. Acercándose a la mesa larga de madera, cogió un jarrón de arcilla decorado con grabados. Olió el contenido y sonrió con satisfacción. Vino y estaba frío. Sirvió en dos copas que había en la misma mesa y se acercó a Nana, sin saber qué estaría haciendo. Al igual que el se había puesto mas cómoda. Lo que ella entendía por cómoda era ir desnuda básicamente. Al brujo se le cortó la respiración al verla así de nuevo, abriendo mucho los ojos por la sorpresa pero se recompuso con rapidez. Wallace no evitó mirarla de arriba abajo, con una sonrisa coqueta en los labios. Como pretenda que el fuera un caballero decente con tal vista ante él? Era preciosa, dioses... Wallace intentó disimular su expresión de hombre hambriento ante ella y le acercó una de las copas. Tomó un pequeño sorbo desviando la mirada como pudo, sonrojado, muy sonrojado. Su piel blanca reflejaba sus pensamientos. Carraspeó aclarándose la garganta y se miró la herida de nuevo, para distraer su mente de aquel cuerpo desnudo.
-Bueno, otra cicatriz mas y esta vez no es mi trasero... -bromeó para romper el hielo mientras la miraba de reojo. Se giró hacia el hogar y se sentó en el banco, tranquilamente, apoyándose en el respaldo dejando salir un suspiro agotado. La miró, invitándola a venir, sin perder el brillo del deseo de sus ojos.- Eh vamos... necesitas relajarte, deja que este brujo cascarrabias cuide un poco de ti, vale?... -le ofreció con voz cálida.
-Si… es solo que uno no acaba nunca de acostumbrarse a los funerales… -susurró él intentando sonreír para no preocuparla. Había estado entre cadáveres, en escaramuzas que se habían convertido en masacres. Había caído en pozos llenos de huesos y ratas, había visto con sus propios ojos banquetes de carne humana y vampiros y otras criaturas disfrutar de la sangre de los inocentes. Dioses, había estado apunto de besar a la muerte tantas veces… Pero aquello, aquello era algo que siempre le calaba, muy hondo.
Cuando sintió la mano en su pecho y como ella se acercaba, la abrazó sin dudar pues ella parecía buscar sus brazos. Apoyo con sumo cuidado la mejilla en su pelo y al escuchar la voz de ella, en un susurro mientras cantaba, el brujo cerró los ojos anonadado por la canción y la intimidad del momento.
Notó que lo miraba con aquellos ojos dorados, cansados, igual que los de él. Wallace le regaló una tímida y pequeña sonrisa, acariciando su pelo, con ganas de agacharse un poco y besarla con calma. Las palabras que la bruja había dicho anteriormente, con el poso del té, resonaron en la cabeza del brujo una vez más, haciendo parpadear al hombre, confuso. Sería aquel su significado? Caricias y canciones tras un llameante funeral? Wallace frunció el ceño intentando analizar aquellas palabras de nuevo. Por que le era tan extraño todo, tan confuso.
Cuando ella le alzó la mano para examinar la herida, el brujo hizo una mueca de dolor pero no se quejo. No pudo evitar reír por la preocupación de la loba y asintió con sumisión, dejándose hacer.
Caminaron en silencio hacia el Gran Salón. Observó cómo la gente bebía, danzaba y cantaba para recordar a los suyos. Había un aire de tristeza en todo aquello pero la gente intentaba animarse los unos a los otros, como una gran familia. Al entrar en el hogar de la loba, Wallace dejó la capa con sus cosas y se acercó al fuego, apenas quedaba una tímida llama así que con un movimiento suave con la mano lo revivió para calentar la estancia. Miró de reojo a la mujer mientras él se quitaba la camisa. Examinó la herida con cuidado, no sangraba mucho, se la podía curar el mismo pero quería que ella lo cuidase, sentía la necesidad de dejarse mimar. Acercándose a la mesa larga de madera, cogió un jarrón de arcilla decorado con grabados. Olió el contenido y sonrió con satisfacción. Vino y estaba frío. Sirvió en dos copas que había en la misma mesa y se acercó a Nana, sin saber qué estaría haciendo. Al igual que el se había puesto mas cómoda. Lo que ella entendía por cómoda era ir desnuda básicamente. Al brujo se le cortó la respiración al verla así de nuevo, abriendo mucho los ojos por la sorpresa pero se recompuso con rapidez. Wallace no evitó mirarla de arriba abajo, con una sonrisa coqueta en los labios. Como pretenda que el fuera un caballero decente con tal vista ante él? Era preciosa, dioses... Wallace intentó disimular su expresión de hombre hambriento ante ella y le acercó una de las copas. Tomó un pequeño sorbo desviando la mirada como pudo, sonrojado, muy sonrojado. Su piel blanca reflejaba sus pensamientos. Carraspeó aclarándose la garganta y se miró la herida de nuevo, para distraer su mente de aquel cuerpo desnudo.
-Bueno, otra cicatriz mas y esta vez no es mi trasero... -bromeó para romper el hielo mientras la miraba de reojo. Se giró hacia el hogar y se sentó en el banco, tranquilamente, apoyándose en el respaldo dejando salir un suspiro agotado. La miró, invitándola a venir, sin perder el brillo del deseo de sus ojos.- Eh vamos... necesitas relajarte, deja que este brujo cascarrabias cuide un poco de ti, vale?... -le ofreció con voz cálida.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
La noche parecía que iba a alargarse, muchos ya corrían borrachos por la playa. Pudo advertir a Rose, junto a los demás Compañeros junto a la playa, que se veía desde el muelle. En otras circunstancias, habría ido a tomarse una buena jarra de cerveza con ellos, pero estaba demasiado cansada para aguantar las hostilidades de Rose y los golpes en el hombro de Alec, pues sentía que si su brazo golpeaba su espalda, se rompería allí mismo en mil pedazos. Le fallaban hasta las fuerzas, ausentes tras días sin a penas probar bocado. Caminó al lado del brujo, con las pocas fuerzas que le quedaban. A penas habló durante el camino, pero el caminar en silencio uno al lado del otro era en cierta manera, reconfortante. Sus pasos se acomodaron rápidamente a los del brujo, caminando a la par entre las calles iluminadas de Ulmer. La puerta del gran salón permanecía cerrada, Rose no había llegado aún.
Al entrar emitió un largo resoplido, seguido de una pequeña sonrisa de satisfacción. Pensó en las mullidas pieles que la esperaban al otro lado del gran salón. En el fuego calentándole la punta de los pies descalzos. No perdió tiempo en quitarse aquel engorroso vestido para dejarlo apoyado en la mecedora de Rose. Se peinó ligeramente el cabello con los dedos y lo acomodó sobre uno de sus hombros, llegandole por debajo de los pechos.
Clavó su mirada en Wallace durante unos instantes, parecía servir dos copas de vino, de las islas, cómo no. La loba se agachó junto al fuego y repitió el procedimiento que había realizado horas antes. Echó yesca, que prendió rápidamente con las brasas del fuego, y luego troncos más grandes. No tardaría el fuego en recobrar su llama.
Sus pies se deslizaron por la gran mesa del salón donde Rose había esparcido todos sus potingues. Un enorme bolso de tela, adornado con minuciosos bordados de plantas, reposaba abierto sobre la mesa. El botiquín. Sus manos tuvieron que lidiar con algún ramillete de plantas puntiagudas, con una mueca de molestia consiguió encontrar una venda de lino. Eran ligeramente más burdas que las de seda, pero serviría. Alzó la vista hacia Wallace, que ya reposaba en el banco. Asintió y sin más demora se sentó a su lado en el banco. Le tomó la mano con cuidado y con la palma hacia arriba, vendó la herida. Terminó con un pequeño lazo en el reverso de la mano, y cortó el sobrante de la tira rasgándola con los afilados colmillos.
Relajarse... Era algo que no hacía desde... Tanto que siquiera lo recordaba. Dejó a un lado la venda, enrollada meticulosamente, pues Rose era muy maniática con sus cosas y todo debía de estar en perfecto orden. Por fin su espalda tocó las mullidas pieles que revestían el banco. Suaves, tanto que casi podría dormirse allí sentada. Tomó con gusto la copa que le había ofrecido, y dio un suave sorbo. De nuevo, su único acompañamiento eran las chispas del fuego que comenzaba a arder. Otra vez fuego.
Demasiado cansada para decir nada, los labios de la loba se entreabrieron para hablar, pero de ellos tan solo salió un sordo y tímido bostezo que le llenó la boca por un segundo. Ladeó la cabeza, echando hacia él el cuerpo, buscando casi instintivamente su hombro, el cual encontró primero con la oreja, y luego con la mejilla. Los párpados parecía que pesaban más que su propio cuerpo. Entornó los ojos.
-¿Dónde piensas dormir hoy? -Preguntó con un deje pícaro en sus palabras. -Tienes dos camas para elegir.
Abrió un ojo, arqueando suavemente una ceja con una sonrisa divertida en la curvatura de los labios.
Al entrar emitió un largo resoplido, seguido de una pequeña sonrisa de satisfacción. Pensó en las mullidas pieles que la esperaban al otro lado del gran salón. En el fuego calentándole la punta de los pies descalzos. No perdió tiempo en quitarse aquel engorroso vestido para dejarlo apoyado en la mecedora de Rose. Se peinó ligeramente el cabello con los dedos y lo acomodó sobre uno de sus hombros, llegandole por debajo de los pechos.
Clavó su mirada en Wallace durante unos instantes, parecía servir dos copas de vino, de las islas, cómo no. La loba se agachó junto al fuego y repitió el procedimiento que había realizado horas antes. Echó yesca, que prendió rápidamente con las brasas del fuego, y luego troncos más grandes. No tardaría el fuego en recobrar su llama.
Sus pies se deslizaron por la gran mesa del salón donde Rose había esparcido todos sus potingues. Un enorme bolso de tela, adornado con minuciosos bordados de plantas, reposaba abierto sobre la mesa. El botiquín. Sus manos tuvieron que lidiar con algún ramillete de plantas puntiagudas, con una mueca de molestia consiguió encontrar una venda de lino. Eran ligeramente más burdas que las de seda, pero serviría. Alzó la vista hacia Wallace, que ya reposaba en el banco. Asintió y sin más demora se sentó a su lado en el banco. Le tomó la mano con cuidado y con la palma hacia arriba, vendó la herida. Terminó con un pequeño lazo en el reverso de la mano, y cortó el sobrante de la tira rasgándola con los afilados colmillos.
Relajarse... Era algo que no hacía desde... Tanto que siquiera lo recordaba. Dejó a un lado la venda, enrollada meticulosamente, pues Rose era muy maniática con sus cosas y todo debía de estar en perfecto orden. Por fin su espalda tocó las mullidas pieles que revestían el banco. Suaves, tanto que casi podría dormirse allí sentada. Tomó con gusto la copa que le había ofrecido, y dio un suave sorbo. De nuevo, su único acompañamiento eran las chispas del fuego que comenzaba a arder. Otra vez fuego.
Demasiado cansada para decir nada, los labios de la loba se entreabrieron para hablar, pero de ellos tan solo salió un sordo y tímido bostezo que le llenó la boca por un segundo. Ladeó la cabeza, echando hacia él el cuerpo, buscando casi instintivamente su hombro, el cual encontró primero con la oreja, y luego con la mejilla. Los párpados parecía que pesaban más que su propio cuerpo. Entornó los ojos.
-¿Dónde piensas dormir hoy? -Preguntó con un deje pícaro en sus palabras. -Tienes dos camas para elegir.
Abrió un ojo, arqueando suavemente una ceja con una sonrisa divertida en la curvatura de los labios.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Wallace la miró de reojo. No pudo evitar sonreír sabiendo que esa noche deberían dormir más que retozar y compartir la intimidad que les quemaba.
Antes de responder, miró al hogar, al fuego chispeante y pensó que hacía tiempo que no se sentía tan calmado. Pasó el brazo por los hombros de ella y acarició su pelo con lentitud, disfrutando del tacto. Parecía como si se conocieran de años, como si una eterna intimidad los conectara de nuevo. Wallace besó el pelo de la mujer y sonrió ante su pregunta.
Sabia que tenia varias opciones. Y solo una le gustaba. Helga estaría llorando a su marido, sería prudente ir o seria mejor quedarse bajo la hospitalidad de la loba? El brujo sopesó las opciones viendo como el cansancio se apoderaba de ella en tímidos bostezos que él mismo tenía, haciéndole reír por la situación.
-Dejaré a Helga tranquila así que si mi señora me lo permite,me gustaría dormir aquí… -dijo en un tono divertido y coqueta mientras cogía su mano y besaba los nudillos. Estaba realmente agotado, no podía negarlo.- Creo que nos irá bien dormir, al menos un poco. - esas palabras las dijo una sonrisa torcida, sabiendo que el plan que tenían ambos en mente era distinto, pero la salud en aquellos días era importante.- No se tu, pero yo necesito recuperar fuerzas… - aun con su mano agarrada, la acercó a sus labios, en una caricia somnolienta. Desvió la mirada a su rodilla herida y se preocupó de nuevo, chasqueando la lengua sintiendo la culpa otra vez.- Si te duele, puedo llevarte en brazos de nuevo, prometo portarme bien. Palabra de cuervo. -con el dedo dibujó una equis en el aire simulando una firma.
Dentro de él había algo que debía resolver, una pregunta que quería hacerle desde que la vio aquella misma mañana. Tras la pelea con Rose el brujo se había quedado con algunas palabras, información que quería aclarar. Se mordió el labio, con la duda asomando en sus intenciones. Se enfadaría si preguntaba? Puede, pero quería saber y él debía ser sincero también.
-Nana tienes a alguien? -Preguntó con voz cauta, mirándola a los ojos intensamente.-... yo... bueno... mi corazón tiene dueña, no voy a mentirte. -Aclaró mientras desviaba la mirada hacia el fuego, dejando que el rostro de su amada invadiera su mente.-... se que sentir lo que siento ahora puede que este mal pero... no me arrepiento de ello... -Volvió a mirarla con una sonrisa teñida de cierta tristeza.- Debes de pensar ahora que soy un malnacido por desear a otra mujer... nunca me había pasado esto... apenas te conozco y se que seria capaz de matar a tu lado. -apretó los puños mientras decía aquellas palabras sinceras. Suspiró con cansancio, ese tipo de conversaciones le venían grande, no sabia como tratar esos sentimientos. Era un hombre demasiado sencillo.- Antes de que digas nada, no es la madre de mis hijos... la madre de él murió hace años, ni siquiera sabia que era padre, imagínate...y ella, la niña, la encontramos así que decidí adoptarla. -Su mirada cambió, firme y segura.- Quiero aclarar que no niego que te deseo y que me gustas... con todas las consecuencias que llevan dichas confesiones... - se separó un poco para dejarle espacio y espero su respuesta, su reacción, quizás una bofetada o un grito, quien sabe.
Aceptaría cualquier cosa de ella y si lo pidiera, se iría con gusto y no volvería a Ulmer. Wallace sentía miedo de oír sus palabras pero necesitaba saber que era lo que pensaba.
Antes de responder, miró al hogar, al fuego chispeante y pensó que hacía tiempo que no se sentía tan calmado. Pasó el brazo por los hombros de ella y acarició su pelo con lentitud, disfrutando del tacto. Parecía como si se conocieran de años, como si una eterna intimidad los conectara de nuevo. Wallace besó el pelo de la mujer y sonrió ante su pregunta.
Sabia que tenia varias opciones. Y solo una le gustaba. Helga estaría llorando a su marido, sería prudente ir o seria mejor quedarse bajo la hospitalidad de la loba? El brujo sopesó las opciones viendo como el cansancio se apoderaba de ella en tímidos bostezos que él mismo tenía, haciéndole reír por la situación.
-Dejaré a Helga tranquila así que si mi señora me lo permite,me gustaría dormir aquí… -dijo en un tono divertido y coqueta mientras cogía su mano y besaba los nudillos. Estaba realmente agotado, no podía negarlo.- Creo que nos irá bien dormir, al menos un poco. - esas palabras las dijo una sonrisa torcida, sabiendo que el plan que tenían ambos en mente era distinto, pero la salud en aquellos días era importante.- No se tu, pero yo necesito recuperar fuerzas… - aun con su mano agarrada, la acercó a sus labios, en una caricia somnolienta. Desvió la mirada a su rodilla herida y se preocupó de nuevo, chasqueando la lengua sintiendo la culpa otra vez.- Si te duele, puedo llevarte en brazos de nuevo, prometo portarme bien. Palabra de cuervo. -con el dedo dibujó una equis en el aire simulando una firma.
Dentro de él había algo que debía resolver, una pregunta que quería hacerle desde que la vio aquella misma mañana. Tras la pelea con Rose el brujo se había quedado con algunas palabras, información que quería aclarar. Se mordió el labio, con la duda asomando en sus intenciones. Se enfadaría si preguntaba? Puede, pero quería saber y él debía ser sincero también.
-Nana tienes a alguien? -Preguntó con voz cauta, mirándola a los ojos intensamente.-... yo... bueno... mi corazón tiene dueña, no voy a mentirte. -Aclaró mientras desviaba la mirada hacia el fuego, dejando que el rostro de su amada invadiera su mente.-... se que sentir lo que siento ahora puede que este mal pero... no me arrepiento de ello... -Volvió a mirarla con una sonrisa teñida de cierta tristeza.- Debes de pensar ahora que soy un malnacido por desear a otra mujer... nunca me había pasado esto... apenas te conozco y se que seria capaz de matar a tu lado. -apretó los puños mientras decía aquellas palabras sinceras. Suspiró con cansancio, ese tipo de conversaciones le venían grande, no sabia como tratar esos sentimientos. Era un hombre demasiado sencillo.- Antes de que digas nada, no es la madre de mis hijos... la madre de él murió hace años, ni siquiera sabia que era padre, imagínate...y ella, la niña, la encontramos así que decidí adoptarla. -Su mirada cambió, firme y segura.- Quiero aclarar que no niego que te deseo y que me gustas... con todas las consecuencias que llevan dichas confesiones... - se separó un poco para dejarle espacio y espero su respuesta, su reacción, quizás una bofetada o un grito, quien sabe.
Aceptaría cualquier cosa de ella y si lo pidiera, se iría con gusto y no volvería a Ulmer. Wallace sentía miedo de oír sus palabras pero necesitaba saber que era lo que pensaba.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Esa sensación que de repente te pincha en los más hondo de tus entrañas, como un puñal que busca entre tus músculos tu punto más débil, el que más duele, un corte que sabes que va a sangrar, pero que no mancha, no se ve, ni se nota. El corazón se le paró quizá tres, cuatro segundos mientras su mente intentaba asimilar las palabras del brujo.
Quizá sí sangraron las mejillas de la loba, que se incendiaron unos instantes antes de lograr calmar sus impulsos. El nudo en la garganta se deshizo rápidamente en una bífida víbora, serpenteando en su paladar, dispuesta a echar todo el veneno que la corroía y que ahora tragaba para si. Palabra de cuervo... Repetía en su cabeza mordiéndose la lengua, escuchándole en silencio. Cada palabra era una pequeña aguja clavada en su estómago. Clavó sus ojos amarillos en él, de un amarillo que casi relucía y lo miró con toda la indiferencia que pudo reunir. La curva pícara de sus labios desapareció, tornándose en una mueca impasible.
-... Palabra de cuervo. -Repitió en voz baja, entre dientes, a penas él hubo terminado de hablar.
Y rió, no era una risa divertida, era una risa irónica, casi sádica. Ella, una persona tan visceral, había aprendido a controlar sus impulsos. A contar hasta diez. En otro tiempo, aquel hombre ya tendría una contundente marca roja en su mejilla, o quizá un puñetazo en el estómago. Se le ocurrían demasiadas maneras de hacerle sufrir por tal humillación. Ella, líder de Ulmer, descendiente de Fenrir, se vengaría de la peor forma que existe, y la que más hiere a los hombres: Con indiferencia.
Se atusó el pelo, apartándolo de su cara a la vez que se giraba hacia el fuego. Se incorporó, puso con firmeza los pies en el suelo y sin articular palabra alguna se levantó del banco. No iba a gastar saliva intentando explicarle lo que sentía en ese momento, porque aquella víbora desvergonzada que vivía en su lengua acabaría atacando el cuello del brujo en cualquier momento.
Quizá sí sangraron las mejillas de la loba, que se incendiaron unos instantes antes de lograr calmar sus impulsos. El nudo en la garganta se deshizo rápidamente en una bífida víbora, serpenteando en su paladar, dispuesta a echar todo el veneno que la corroía y que ahora tragaba para si. Palabra de cuervo... Repetía en su cabeza mordiéndose la lengua, escuchándole en silencio. Cada palabra era una pequeña aguja clavada en su estómago. Clavó sus ojos amarillos en él, de un amarillo que casi relucía y lo miró con toda la indiferencia que pudo reunir. La curva pícara de sus labios desapareció, tornándose en una mueca impasible.
-... Palabra de cuervo. -Repitió en voz baja, entre dientes, a penas él hubo terminado de hablar.
Y rió, no era una risa divertida, era una risa irónica, casi sádica. Ella, una persona tan visceral, había aprendido a controlar sus impulsos. A contar hasta diez. En otro tiempo, aquel hombre ya tendría una contundente marca roja en su mejilla, o quizá un puñetazo en el estómago. Se le ocurrían demasiadas maneras de hacerle sufrir por tal humillación. Ella, líder de Ulmer, descendiente de Fenrir, se vengaría de la peor forma que existe, y la que más hiere a los hombres: Con indiferencia.
Se atusó el pelo, apartándolo de su cara a la vez que se giraba hacia el fuego. Se incorporó, puso con firmeza los pies en el suelo y sin articular palabra alguna se levantó del banco. No iba a gastar saliva intentando explicarle lo que sentía en ese momento, porque aquella víbora desvergonzada que vivía en su lengua acabaría atacando el cuello del brujo en cualquier momento.
Objeto, como un trofeo de aquellos que colgaban en los grandes salones de los condes humanos, ¿Se llevaría su cabeza también? No, era más satisfactoria la historia que el trofeo. La historia de cómo la líder de Ulmer cayó en los brazos de un cuervo.
-Buenas noches, Wallace. -Alcanzó a decir con una voz fría como un témpano de hielo.
Le dedicó una última mirada una vez se hubo parado frente al fuego, calentándose ligeramente las palmas de las manos antes de girar los pies hacia la puerta de su habitación. Sus labios se entreabrieron para hablarle, pero no salió palabra alguna de su garganta. Quizá, y solo por una vez, él tendría que tener la última palabra.
Nana
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El tono se su voz, la actitud y el aire frió de la estancia golpearon al cuervo mientras se daba cuenta lentamente del error que había cometido.
Apretó la mandíbula y contuvo la respiración durante unos segundos, sintiendo la culpa y el arrepentimiento creciendo por todo su cuerpo, mientras un sudor frío le recorría la espalda. Apretó los dedos en la copa que sostenía y la observó mientras se levantaba y se iba. Ella se calentó las manos una última vez con el fuego de la chimenea. A pesar de las chispeantes llamas, la sala estaba fría para el pelirrojo. Dejó la copa en el banco, pensando rápidamente cómo actuar, qué decir. Los labios de ella se entreabrieron, pero no dijo palabra alguna.
-Perdona... me he excedido... -susurró con la voz levemente temblorosa. Se aclaró la garganta y se levantó hacia sus cosas. Cogió su espada con el cinto enrollado alrededor de la vaina y miró el arma, dándole la espalda a la loba. Siempre hacía lo mismo, buscaba refugio en aquello que jamás le había fallado, el acero.- Me he dejado llevar y no debería hacerte promesas. -Dijo con una voz firme mientras agarraba las botas, ya secas. Sentando en el banco para poder calzarse, la miró girando todo su cuerpo hacia ella.- Cuenta conmigo para luchar, eso no ha cambiado. -Concluyó atándose con fuerza las protecciones de las espinillas metálicas. Debía salir de allí, notaba que le faltaba el aire. Cometer errores con las personas le provocaba una ansiedad que no sabía cómo manejar. No era un hombre de muchas palabras en esas situaciones así que siempre recurría a una honesta disculpa y se retiraba para no provocar más daño del ya hecho.
En un acto de valentía, se acercó a ella siempre respetando su espacio, sin apartar los ojos de los de la mujer. Quería decirle muchas cosas, pero sin aun conocerla del todo, creyó conveniente ser cauto y educado. Respiro hondo, listo para hablar, con una mirada lejos de estar llena de deseo y pasión.
Apretó la mandíbula y contuvo la respiración durante unos segundos, sintiendo la culpa y el arrepentimiento creciendo por todo su cuerpo, mientras un sudor frío le recorría la espalda. Apretó los dedos en la copa que sostenía y la observó mientras se levantaba y se iba. Ella se calentó las manos una última vez con el fuego de la chimenea. A pesar de las chispeantes llamas, la sala estaba fría para el pelirrojo. Dejó la copa en el banco, pensando rápidamente cómo actuar, qué decir. Los labios de ella se entreabrieron, pero no dijo palabra alguna.
-Perdona... me he excedido... -susurró con la voz levemente temblorosa. Se aclaró la garganta y se levantó hacia sus cosas. Cogió su espada con el cinto enrollado alrededor de la vaina y miró el arma, dándole la espalda a la loba. Siempre hacía lo mismo, buscaba refugio en aquello que jamás le había fallado, el acero.- Me he dejado llevar y no debería hacerte promesas. -Dijo con una voz firme mientras agarraba las botas, ya secas. Sentando en el banco para poder calzarse, la miró girando todo su cuerpo hacia ella.- Cuenta conmigo para luchar, eso no ha cambiado. -Concluyó atándose con fuerza las protecciones de las espinillas metálicas. Debía salir de allí, notaba que le faltaba el aire. Cometer errores con las personas le provocaba una ansiedad que no sabía cómo manejar. No era un hombre de muchas palabras en esas situaciones así que siempre recurría a una honesta disculpa y se retiraba para no provocar más daño del ya hecho.
En un acto de valentía, se acercó a ella siempre respetando su espacio, sin apartar los ojos de los de la mujer. Quería decirle muchas cosas, pero sin aun conocerla del todo, creyó conveniente ser cauto y educado. Respiro hondo, listo para hablar, con una mirada lejos de estar llena de deseo y pasión.
-Dormiré fuera, no debes preocuparte. -Empezó, ajustándose el cinto en la cintura.- Si decides no hablar o ignorarme, lo entenderé perfectamente. Te has portado muy bien conmigo, demasiado bien… -susurró apartando la vista, levemente avergonzado.- Descanse…-se inclinó en una educada reverencia.-... mi señora de Ulmer…-con esas dulces palabras, la miró por última vez a los ojos y se retiró, espada en mano. Saliendo por el portón de madera pesada, se colocó el gambesón acolchado y se tapó con su capa.
Llovía, muchísimo. El agua estaba fría y la niebla empezaba a extenderse por todo Ulmer. Se podían escuchar los crujidos de las hogueras, las olas y las embarcaciones chocar contra los puertos. No había ni un alma fuera, a penas se podía ver nada, ni siquiera los guardias que deberían estar patrullando.
Wallace, quien acababa de salir del gran salón, observaba el cielo, con la mirada ciertamente triste. Había decepcionado a Nana, poniendo en riesgo una alianza que podría haber sido eterna.
Siempre acabas metiendo la pata en algo, brujo…
Pensó para él. Negó con la cabeza, dejando salir un pesado suspiro y se sentó en uno de los peldaños secos de la gran escalera, colocando la espada entre sus brazos, apoyando la mejilla en la guarda. Iba a ser una noche larga y fría, pero se lo merecía, por idiota.
-Y lo bien que hubiera estado entre sus sábanas… pero ya no tienes veinte años Wallace… ya no eres un joven…- susurró, con su voz tapada por el agua.[/left]
Wallace Mcgregor
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El orgullo es un arma de doble filo que hay que saber por dónde cogerla. Pero Nana había jugado ya todas sus cartas y lo único que podía hacer era mantenerse firme en su propia decisión. Aunque dudaba cada vez más en sus adentros, el semblante dela loba se mantuvo impasible. Fría como el acero que sujetaba el brujo, la loba se erigió incluso aún más cuando el brujo se puso frente a ella, inflándose de todo el orgullo que la llenaba y a la vez la corroía por dentro.
-No existen las segundas oportunidades. -Concluyó la líder clavando sus ojos amarillos en los suyos, con cierta arrogancia.
¿Qué tenían los brujos que la loba siempre acababa siendo víctima de ellos? No se movió de su sitio hasta que lo vio desaparecer por la puerta. Hubo un instante de duda, sus pies quisieron andar, dar un paso hacia delante y tragarse todo el orgullo, pero dolía demasiado para hacerlo todo de una sentada. Así que allí quedó, pensando en lo que pudo y no pudo ser.
No la malinterpretéis, la monogamia no es algo que esté muy implantado en la sociedad licántropa, lo que le molestaba no era que su amor no fuera únicamente para ella, a quien acababa de conocer. Gustosamente se hubiera quedado con el gozo de una noche entre sus sábanas, pero no iba a darle el gusto de ser él quien manejase la situación. Le haría incluso arrastrarse hasta su cama de rodillas hasta verle sangrar las piernas suplicando un trozo de sus labios. Pero no iba a ser el trofeo de nadie.
Respiró hondo cuando el frío del exterior golpeó en su piel desnuda, parecía que el brujo se había dado por vencido demasiado pronto. Se encogió de hombros con la misma indiferencia con la que había actuado hasta ese momento y volvió sus pasos hacia su cuarto. Mentiría si dijera que cuando sus pies cruzaron el umbral de su puerta, no miró hacia atrás una vez más.
El tintineo de la cortina de pequeñas volutas de madera y hueso que separaba su cuarto del gran salón alertó a Rose, quien se había mantenido con la oreja pegada a la puerta para escuchar con sumo detalle toda la conversación. Salió casi a hurtadillas de su cuarto, pisando tan solo con la punta de sus pies descalzos. No era ingenua, sabía que Nana escucharía el chasquido de la suela de sus pies contra el suelo, pues para ella era nada menos que un bisonte en una cacharrería, pero sabía que lo que jamás iba a tolerar era el descaro de al menos, no intentarlo.
El chirriar de la puerta la delató completamente, hizo una mueca de angustia mientras abría el gran portón de madera que había cerrado Wallace tras de sí, y se atusó su larga cabellera rojiza antes de asomar la cabeza.
-Pasa anda. Ahí fuera te va a dar algo.-Dijo la bruja, ataviada con un camisón azul celeste repleto de volantes incómodos e inútiles.
La última moda en Lunargenta, claro. Le hizo un ademán con la mano, abriendo aún más la puerta y dejándola abierta tras de si mientras, a toda prisa, entraba de nuevo en su cuarto. Cogió una de las mantas de lana que cubría el jergón y la tendió en alto para tapar las espaldas del brujo una vez hubiera tomado asiento de nuevo junto a la hoguera.
-Nana ya te ha echado fuera, ¿Verdad? Es que a quién se le ocurre decirle a una loba orgullosa que tu corazón es de otra, ¡Como si los lobos entendieran de esas cosas! -Negó con la cabeza un par de veces chascando la lengua en señal de desaprobación.
Nana ya se había tumbado sobre el lecho de pieles, la chimenea de su cuarto proporcionaba la última luz del día que poco a poco iba apagándose, haciendo pequeñas sombras rojizas sobre la piel de sus piernas encogidas sobre la cama. Estiró los brazos desperezándose a la vez que estiraba las piernas, hundiéndose aún más en la cama y esbozó una media sonrisa de satisfacción. Sin duda, iba a ser mucho más fácil que Rose le hiciera el trabajo sucio.
-No existen las segundas oportunidades. -Concluyó la líder clavando sus ojos amarillos en los suyos, con cierta arrogancia.
¿Qué tenían los brujos que la loba siempre acababa siendo víctima de ellos? No se movió de su sitio hasta que lo vio desaparecer por la puerta. Hubo un instante de duda, sus pies quisieron andar, dar un paso hacia delante y tragarse todo el orgullo, pero dolía demasiado para hacerlo todo de una sentada. Así que allí quedó, pensando en lo que pudo y no pudo ser.
No la malinterpretéis, la monogamia no es algo que esté muy implantado en la sociedad licántropa, lo que le molestaba no era que su amor no fuera únicamente para ella, a quien acababa de conocer. Gustosamente se hubiera quedado con el gozo de una noche entre sus sábanas, pero no iba a darle el gusto de ser él quien manejase la situación. Le haría incluso arrastrarse hasta su cama de rodillas hasta verle sangrar las piernas suplicando un trozo de sus labios. Pero no iba a ser el trofeo de nadie.
Respiró hondo cuando el frío del exterior golpeó en su piel desnuda, parecía que el brujo se había dado por vencido demasiado pronto. Se encogió de hombros con la misma indiferencia con la que había actuado hasta ese momento y volvió sus pasos hacia su cuarto. Mentiría si dijera que cuando sus pies cruzaron el umbral de su puerta, no miró hacia atrás una vez más.
El tintineo de la cortina de pequeñas volutas de madera y hueso que separaba su cuarto del gran salón alertó a Rose, quien se había mantenido con la oreja pegada a la puerta para escuchar con sumo detalle toda la conversación. Salió casi a hurtadillas de su cuarto, pisando tan solo con la punta de sus pies descalzos. No era ingenua, sabía que Nana escucharía el chasquido de la suela de sus pies contra el suelo, pues para ella era nada menos que un bisonte en una cacharrería, pero sabía que lo que jamás iba a tolerar era el descaro de al menos, no intentarlo.
El chirriar de la puerta la delató completamente, hizo una mueca de angustia mientras abría el gran portón de madera que había cerrado Wallace tras de sí, y se atusó su larga cabellera rojiza antes de asomar la cabeza.
-Pasa anda. Ahí fuera te va a dar algo.-Dijo la bruja, ataviada con un camisón azul celeste repleto de volantes incómodos e inútiles.
La última moda en Lunargenta, claro. Le hizo un ademán con la mano, abriendo aún más la puerta y dejándola abierta tras de si mientras, a toda prisa, entraba de nuevo en su cuarto. Cogió una de las mantas de lana que cubría el jergón y la tendió en alto para tapar las espaldas del brujo una vez hubiera tomado asiento de nuevo junto a la hoguera.
-Nana ya te ha echado fuera, ¿Verdad? Es que a quién se le ocurre decirle a una loba orgullosa que tu corazón es de otra, ¡Como si los lobos entendieran de esas cosas! -Negó con la cabeza un par de veces chascando la lengua en señal de desaprobación.
Nana ya se había tumbado sobre el lecho de pieles, la chimenea de su cuarto proporcionaba la última luz del día que poco a poco iba apagándose, haciendo pequeñas sombras rojizas sobre la piel de sus piernas encogidas sobre la cama. Estiró los brazos desperezándose a la vez que estiraba las piernas, hundiéndose aún más en la cama y esbozó una media sonrisa de satisfacción. Sin duda, iba a ser mucho más fácil que Rose le hiciera el trabajo sucio.
Nana
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La mujer pilló desprevenido al brujo, quien había cerrado los ojos para dejarse llevar por el agua. Dió un pequeño brinco al oir el chirriar de la puerta y la miró con los ojos como platos del susto. Estaba claro que ella había estado escuchando todo, pero eso no evitó que el pelirrojo se sonrojara al verse en una situación tan… de niños.
-Supongo que soy un necio por darme cuenta que por mucho tiempo que pase...- La miró a los ojos, con una expresión amable y divertida.- Nunca acertaré con las chicas… La he cagado mucho?- Preguntó con cautela mientras aceptaba la invitación para entrar de nuevo. Rose lo miró de reojo, por encima del hombro con una ceja levantada. Wallace, al ver esa expressión soltó una carcajda nerviosa y se rascó el mentón.- Bueno… seria justo ver mi miembro colgado de alguna pica, huh?- Rose no pudo evitar reir ante aquello y negó con la cabeza mientras preparaba un té de los suyos.
-Bueno, supongo que si fuera fácil, no valdría la pena eh?... - Murmuró mientras mezclaba hierbas bajo la mirada del brujo. Él por su parte, no había soltado el arma. Había sentido algo extraño al entrar de nuevo en el salón. Una parte de él le pedía que no la dejase a un lado. El brujo apretó los dedos alrededor de la empuñadura, mientras miraba a los lados, frunciendo los labios. Rose se dio cuenta.- Ocurre algo, brujo? -Preguntó, curiosa, buscando sus ojos. Wallace negó, mirándola con el ojo herido, el que perdió hace años.
-Me ha parecido oír algo… estaré nervioso... -Bromeó mientras hacía aspavientos con la mano para quitarle hierro al asunto. Rose esbozó una media sonrisa y negó con la cabeza sin perderla. Miró hacia atrás, hacia la alcoba de Nana y su expresión se volvió traviesa. Wallace inclinó la cabeza, siguiendo la mirada de ella hacia la misma dirección y tragó saliva. No sabía lo que pasaba por la cabeza de aquella mujer, pero nada bueno seguro.-Rose?...- Preguntó con cautela, acercándose a ella. La mujer cogió entonces dos tazas listas de té y se las acercó. El hombre paseó la mirada entre las tazas y los ojos brillantes de la mujer, quien no podía esconder una expresión de picardía mezclada con amable malicia.- Oh… c-creo que seria mejor que...- Balbuceó él mientras negaba con la cabeza. No le dio oportunidad de negarse. rose le tendió uno de las tazas, obligándolo a dejar la espada sobre la mesa. Con las dos en cada mano, el brujo soltó un suspiro, pesado, tembloroso, y empezó a caminar hacia la alcoba de la loba.
Ella estaba estirada, con los ojos abiertos, mirando al techo jugando con la poca luz que quedaba. Wallace se aclaró la garganta y con la bota, golpeo suavemente en uno de los muebles para llamarle la atención. Los ojos de ella, peligrosos, expectantes, se clavaron en él como dos flechas afiladas. El brujo tragó saliva mientras escuchaba a Rose canturrear de fondo, burlona.
-R-Rose ha preparado té...- Dijo al fin, despumes de unos minutos de incomodo silencio. Se acercó a ella, a la cama, con extremo cuidado. Sentía que estaba delante de una bestia, apunto de ser atacado por ella. Rodeó la cama como si estuviera cazándola, pero quien cazaba a quien? Wallace se sentía en aquellos instantes, por primera vez desde hace mucho, como un cordero atrapado. La miró fijamente a los ojos y con toda la valentía que usaba cuando luchaba, habló.- Estas… enfadada?...- Desde el otro lado se pudo escuchar como Rose se golpeaba suavemente la frente, soltando un suspiro por la nula habilidad del brujo. Wallace se puso aún más nervioso. Se mordió el labio y respiro hondo.-...No te pido una segunda oportunidad… Con tu perdón será más que suficiente… si… si crees que soy merecedor de él.- Pudo decir al fin con voz firme. Se sentó en el borde del lecho y le regaló una sonrisa. Con un simple gesto, le acercó la taza.-Volvemos a empezar?
Entre la niebla de la lluvia, una figura encapuchada miraba fijamente el gran salón. De bajo de la tela, una sonrisa llena de dientes. Un siseo salió de su boca mientras los avisos de unos guardias eran ignorados. La figura giró el rostro hacia ellos y dejó escapar una sonrisa sedienta.
-Supongo que soy un necio por darme cuenta que por mucho tiempo que pase...- La miró a los ojos, con una expresión amable y divertida.- Nunca acertaré con las chicas… La he cagado mucho?- Preguntó con cautela mientras aceptaba la invitación para entrar de nuevo. Rose lo miró de reojo, por encima del hombro con una ceja levantada. Wallace, al ver esa expressión soltó una carcajda nerviosa y se rascó el mentón.- Bueno… seria justo ver mi miembro colgado de alguna pica, huh?- Rose no pudo evitar reir ante aquello y negó con la cabeza mientras preparaba un té de los suyos.
-Bueno, supongo que si fuera fácil, no valdría la pena eh?... - Murmuró mientras mezclaba hierbas bajo la mirada del brujo. Él por su parte, no había soltado el arma. Había sentido algo extraño al entrar de nuevo en el salón. Una parte de él le pedía que no la dejase a un lado. El brujo apretó los dedos alrededor de la empuñadura, mientras miraba a los lados, frunciendo los labios. Rose se dio cuenta.- Ocurre algo, brujo? -Preguntó, curiosa, buscando sus ojos. Wallace negó, mirándola con el ojo herido, el que perdió hace años.
-Me ha parecido oír algo… estaré nervioso... -Bromeó mientras hacía aspavientos con la mano para quitarle hierro al asunto. Rose esbozó una media sonrisa y negó con la cabeza sin perderla. Miró hacia atrás, hacia la alcoba de Nana y su expresión se volvió traviesa. Wallace inclinó la cabeza, siguiendo la mirada de ella hacia la misma dirección y tragó saliva. No sabía lo que pasaba por la cabeza de aquella mujer, pero nada bueno seguro.-Rose?...- Preguntó con cautela, acercándose a ella. La mujer cogió entonces dos tazas listas de té y se las acercó. El hombre paseó la mirada entre las tazas y los ojos brillantes de la mujer, quien no podía esconder una expresión de picardía mezclada con amable malicia.- Oh… c-creo que seria mejor que...- Balbuceó él mientras negaba con la cabeza. No le dio oportunidad de negarse. rose le tendió uno de las tazas, obligándolo a dejar la espada sobre la mesa. Con las dos en cada mano, el brujo soltó un suspiro, pesado, tembloroso, y empezó a caminar hacia la alcoba de la loba.
Ella estaba estirada, con los ojos abiertos, mirando al techo jugando con la poca luz que quedaba. Wallace se aclaró la garganta y con la bota, golpeo suavemente en uno de los muebles para llamarle la atención. Los ojos de ella, peligrosos, expectantes, se clavaron en él como dos flechas afiladas. El brujo tragó saliva mientras escuchaba a Rose canturrear de fondo, burlona.
-R-Rose ha preparado té...- Dijo al fin, despumes de unos minutos de incomodo silencio. Se acercó a ella, a la cama, con extremo cuidado. Sentía que estaba delante de una bestia, apunto de ser atacado por ella. Rodeó la cama como si estuviera cazándola, pero quien cazaba a quien? Wallace se sentía en aquellos instantes, por primera vez desde hace mucho, como un cordero atrapado. La miró fijamente a los ojos y con toda la valentía que usaba cuando luchaba, habló.- Estas… enfadada?...- Desde el otro lado se pudo escuchar como Rose se golpeaba suavemente la frente, soltando un suspiro por la nula habilidad del brujo. Wallace se puso aún más nervioso. Se mordió el labio y respiro hondo.-...No te pido una segunda oportunidad… Con tu perdón será más que suficiente… si… si crees que soy merecedor de él.- Pudo decir al fin con voz firme. Se sentó en el borde del lecho y le regaló una sonrisa. Con un simple gesto, le acercó la taza.-Volvemos a empezar?
Entre la niebla de la lluvia, una figura encapuchada miraba fijamente el gran salón. De bajo de la tela, una sonrisa llena de dientes. Un siseo salió de su boca mientras los avisos de unos guardias eran ignorados. La figura giró el rostro hacia ellos y dejó escapar una sonrisa sedienta.
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
A penas apartó la mirada del vaivén de luces que se dibujaban en sus piernas para mirar al brujo. El olor a té recién hecho inundó por unos segundos sus fosas nasales. Rose y sus malditas costumbres humanas. ¿Té? ¿Para qué servía? Si no tenía ninguna propiedad curativa aparente, solo eran hojas secas.
Resopló con exasperación, Claro que sabía que Rose había preparado té, seguramente ya lo habría olido todo Ulmer. Los indiferentes ojos de la loba se clavaron de nuevo en el brujo, por primera vez desde que había irrumpido en la estancia. Lo miró, como un gato curioso mira a su presa desde el suelo, siempre alerta. ¿Cuándo iba a darle el té? Se iba a enfriar.
Inclinó ligeramente el cuerpo hacia el brujo para tomar la taza que le ofrecía. Un juego de té de las islas, la porcelana fina con dibujos en azul y verde resaltaba exageradamente con el resto de la estancia, llena de pieles, con acabados toscos y cornamentas de diferentes animales que hacían a su vez de candelabros.
Se llevó la taza a los labios, el té estaba tibio. Lo paladeó un par de veces, así como las palabras del brujo.
-No hay nada que perdonar.
Sentenció una vez hubo alejado de nuevo la taza de sus labios.
Volvió la vista, que había mantenido mirando al frente, hacia el pelirrojo y encogió ligeramente uno de sus hombros con la misma mueca de indiferencia.
-El juego estaba muy bien, brujo, pero creo que no has entendido bien las normas. -Negó un par de veces con la cabeza.
Giró ligeramente el cuerpo para ponerse de lado, inclinando la espalda para dejar la taza de té sobre una de las mesas que coronaban la sala a ambos lados de la cama. Después, estiró las piernas y los brazos, desperezándose. El fuego volvía a dibujar cada una de sus líneas cóncavas y convexas, con la única excepción de la sombra que proyectaba el brujo sobre la parte inferior de sus piernas.
-¿Cómo ibas a entenderlo? Así sois los humanos y todo ser que se le parezca, os pensáis que tenéis el control de todo, que lo sabéis todo, y no tenéis nada. Oléis a arrogancia desde que cruzáis la arboleda por el paso del sur, y nos miráis con pena porque la mayoría no vestimos vuestra ropa, ni calzamos vuestros zapatos. Porque parecemos ser como nosotros pero seguimos siendo como animales.
Se había incorporado ligeramente en la cama, poniéndose casi de rodillas sobre las pieles mientras hablaba sin quitarle la vista de encima al brujo. Con suma gracilidad se colocó tras él, llevando una de sus manos a espalda y la recorrió de abajo arriba hasta llegar a sus hombros.
-… Y luego, todos queréis jugar con nuestras mismas reglas, aún sin tenerlas claras.
Susurró a su oído en tono sensual, con ambas manos sobre sus hombros. Exhaló un último aliento sobre su cuello antes de volver a despegarse de él para echarse de nuevo sobre las pieles
Resopló con exasperación, Claro que sabía que Rose había preparado té, seguramente ya lo habría olido todo Ulmer. Los indiferentes ojos de la loba se clavaron de nuevo en el brujo, por primera vez desde que había irrumpido en la estancia. Lo miró, como un gato curioso mira a su presa desde el suelo, siempre alerta. ¿Cuándo iba a darle el té? Se iba a enfriar.
Inclinó ligeramente el cuerpo hacia el brujo para tomar la taza que le ofrecía. Un juego de té de las islas, la porcelana fina con dibujos en azul y verde resaltaba exageradamente con el resto de la estancia, llena de pieles, con acabados toscos y cornamentas de diferentes animales que hacían a su vez de candelabros.
Se llevó la taza a los labios, el té estaba tibio. Lo paladeó un par de veces, así como las palabras del brujo.
-No hay nada que perdonar.
Sentenció una vez hubo alejado de nuevo la taza de sus labios.
Volvió la vista, que había mantenido mirando al frente, hacia el pelirrojo y encogió ligeramente uno de sus hombros con la misma mueca de indiferencia.
-El juego estaba muy bien, brujo, pero creo que no has entendido bien las normas. -Negó un par de veces con la cabeza.
Giró ligeramente el cuerpo para ponerse de lado, inclinando la espalda para dejar la taza de té sobre una de las mesas que coronaban la sala a ambos lados de la cama. Después, estiró las piernas y los brazos, desperezándose. El fuego volvía a dibujar cada una de sus líneas cóncavas y convexas, con la única excepción de la sombra que proyectaba el brujo sobre la parte inferior de sus piernas.
-¿Cómo ibas a entenderlo? Así sois los humanos y todo ser que se le parezca, os pensáis que tenéis el control de todo, que lo sabéis todo, y no tenéis nada. Oléis a arrogancia desde que cruzáis la arboleda por el paso del sur, y nos miráis con pena porque la mayoría no vestimos vuestra ropa, ni calzamos vuestros zapatos. Porque parecemos ser como nosotros pero seguimos siendo como animales.
Se había incorporado ligeramente en la cama, poniéndose casi de rodillas sobre las pieles mientras hablaba sin quitarle la vista de encima al brujo. Con suma gracilidad se colocó tras él, llevando una de sus manos a espalda y la recorrió de abajo arriba hasta llegar a sus hombros.
-… Y luego, todos queréis jugar con nuestras mismas reglas, aún sin tenerlas claras.
Susurró a su oído en tono sensual, con ambas manos sobre sus hombros. Exhaló un último aliento sobre su cuello antes de volver a despegarse de él para echarse de nuevo sobre las pieles
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Los ojos del brujo no se apartaron de ella. Cada palabra, cada movimiento. El bebía de su presencia como un pobre perro sediento. Se dió cuenta que lo estaba tentando de algún modo, con esa actitud lobuna. La poca luz, la música del agua caer y el olor a madera quemada acompañaban las intenciones que empezaban a nacer de nuevo en la mente del pelirrojo.
Mente que se quedó en blanco cuando ella se acercó, acarició su espalda y apretó los dedos en sus hombros. El brujo no evitó soltar un gruñido placentero, suave, pequeño y tímido. Y su voz, su maldita voz en su oído… Un visible temblor azotó el cuerpo del hombre que instintivamente se inclinó hacia ella, buscando contacto. El brujo gruñón miró a la mujer mientras esta se apartaba de nuevo.
Las palabras de ella habían sido duras, sin duda. Debía interpretar que seguía cabreada? Todo ese discurso era para invitarle a jugar? Wallace estaba parcialmente confundido. Pero el no era humano, no se sentía atacado por lo que había dicho ella. Y jamas había actuado como ella afirmaba. Al fin y al cabo, el también había sufrido esa fría compasión por parte de humanos por el simple hecho de ser un brujo.
-Enséñame esas normas... te darás cuenta que soy mejor jugador de lo que crees.-la miró de reojo, mientras sus dedos, en un acto de valentía, acariciaba la suave piel de rodilla.- Soy bueno escuchando y aprendo rápido… -afirmó en un ronco susurro. Estaban como antes, tentándose, jugando en la vida y la muerta por un control que los llevaría a los dos al infierno. Pero qué dulce era esa idea.
Se giró para mirarla a los ojos y sus labios esbozaron una íntima sonrisa.- No me arrepiento de haberte besado ni de desearte como lo estoy haciendo ahora mismo, Nana. -Se inclinó y besó su rodilla, clavó la mirada en ella, buscando, esperando.- Espero que tu tampoco…- Acto seguido, mordió la piel con extremo cuidado, jugando con ella, provocando.
El brujo estaba tan ensimismado con los ojos de ella que no se acordaba que no estaban solos. Rose, con la curiosidad a flor de piel, pudo vislumbrar como el brujo se había inclinado sobre las piernas de ella. Sus mejillas se sonrojaron, de enfado y de bochorno al sentir ciertas cosquillas provocadas por tal imagen y todas las que empezaban a volar por su no tan inocente mente. Maldijo al brujo cien veces.
El gemido de dolor del guardia fue música para el encapuchado. La sangre salía de la boca del muerto, su expresión de horror era una obra de arte. Lentamente sacó la hoja de su espada del vientre del guardia y la limpió con un trozo de la capa de este, con desprecio. Pasó por encima de los demás cuerpos y sin piedad alguna, agarró con fuerza de la melena al único superviviente, que gimoteaba como podía, desangrándose. El pobre muchacho pedía entre susurros roncos compasión, apretando los sucios dedos en los brazos del encapuchado. Este le regaló una sádica sonrisa dentada y procedió a alimentarse de él, mordiendo con fuerza la arteria, saciando su hambre, pero no sería suficiente. El asesino estaba aprovechándose de la lluvia para esconder el amargo olor a sangre. Si el no podía olerla, los chuchos tampoco. Todo iría según lo planeado.
Mente que se quedó en blanco cuando ella se acercó, acarició su espalda y apretó los dedos en sus hombros. El brujo no evitó soltar un gruñido placentero, suave, pequeño y tímido. Y su voz, su maldita voz en su oído… Un visible temblor azotó el cuerpo del hombre que instintivamente se inclinó hacia ella, buscando contacto. El brujo gruñón miró a la mujer mientras esta se apartaba de nuevo.
Las palabras de ella habían sido duras, sin duda. Debía interpretar que seguía cabreada? Todo ese discurso era para invitarle a jugar? Wallace estaba parcialmente confundido. Pero el no era humano, no se sentía atacado por lo que había dicho ella. Y jamas había actuado como ella afirmaba. Al fin y al cabo, el también había sufrido esa fría compasión por parte de humanos por el simple hecho de ser un brujo.
-Enséñame esas normas... te darás cuenta que soy mejor jugador de lo que crees.-la miró de reojo, mientras sus dedos, en un acto de valentía, acariciaba la suave piel de rodilla.- Soy bueno escuchando y aprendo rápido… -afirmó en un ronco susurro. Estaban como antes, tentándose, jugando en la vida y la muerta por un control que los llevaría a los dos al infierno. Pero qué dulce era esa idea.
Se giró para mirarla a los ojos y sus labios esbozaron una íntima sonrisa.- No me arrepiento de haberte besado ni de desearte como lo estoy haciendo ahora mismo, Nana. -Se inclinó y besó su rodilla, clavó la mirada en ella, buscando, esperando.- Espero que tu tampoco…- Acto seguido, mordió la piel con extremo cuidado, jugando con ella, provocando.
El brujo estaba tan ensimismado con los ojos de ella que no se acordaba que no estaban solos. Rose, con la curiosidad a flor de piel, pudo vislumbrar como el brujo se había inclinado sobre las piernas de ella. Sus mejillas se sonrojaron, de enfado y de bochorno al sentir ciertas cosquillas provocadas por tal imagen y todas las que empezaban a volar por su no tan inocente mente. Maldijo al brujo cien veces.
El gemido de dolor del guardia fue música para el encapuchado. La sangre salía de la boca del muerto, su expresión de horror era una obra de arte. Lentamente sacó la hoja de su espada del vientre del guardia y la limpió con un trozo de la capa de este, con desprecio. Pasó por encima de los demás cuerpos y sin piedad alguna, agarró con fuerza de la melena al único superviviente, que gimoteaba como podía, desangrándose. El pobre muchacho pedía entre susurros roncos compasión, apretando los sucios dedos en los brazos del encapuchado. Este le regaló una sádica sonrisa dentada y procedió a alimentarse de él, mordiendo con fuerza la arteria, saciando su hambre, pero no sería suficiente. El asesino estaba aprovechándose de la lluvia para esconder el amargo olor a sangre. Si el no podía olerla, los chuchos tampoco. Todo iría según lo planeado.
offrol: ui ui ui ui jejejjeje
Wallace Mcgregor
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La estancia se llenó de un rancio olor a cera, a vela apagada. Rose había apagado todas las velas del gran salón, o al menos las que quedaban encendidas y se había retirado de la escena dejando intimidad a ambos, se había rendido. Al menos por esa noche.
La loba titubeó, en parte que su amiga se hubiera rendido se restó diversión a aquel tira y afloja que había creado con el brujo. Retiró ligeramente la rodilla al sentir el tacto de Wallace. Sus ojos decían muchas cosas que no pasaban siquiera por su mente, vacía, vacía de sentir. Los mechones pelirrojos del brujo la transportaron al mismo lugar, pero a otro tiempo, y su olor se camufló con el de otra persona que no era él, y que siquiera estaba allí.
El pie de la loba se deslizó por las pieles y se posó sobre el pecho de Wallace, obligando a erguirse de nuevo sobre la piel que acababa de besar y morder.
Con la barbilla ligeramente levantada, los y los labios entreabiertos, clavó sus ojos amarillos en él. Dispuesta a separar los labios para hablar. Pero no lo hizo.
Embed se llamaba, era un muchacho no demasiado alto ni demasiado fornido, pero sí tenía la mejor vista de todo Ulmer, y por suerte o por desgracia para otros, era él quien hacía la guardia aquella noche. Los vio caer al suelo pero no olió su sangre, ¿Víctimas de la peste? No, esa sombra... Dudó, un par de segundos que fueron cruciales para dar ventaja al intruso, cobrándose su última víctima. No había dudas, no podía haberlas. Se prendió la luz de la atalaya más alta de Ulmer y sonó el recio sonido del cuerno.
Se encendieron las otras tres atalayas, la del puerto, la del extremo norte y la de la puerta. Quizá era demasiado pronto para aventurarse, pero todo marcaba que la guerra había tocado la puerta tras ver pasar a la muerte.
Aquel sonido la tomó totalmente por sorpresa.
-Nos atacan.
No podía ser, habían llegado demasiado rápido. Habían tomado Verisar y ahora tomarían Ulmer. No, eso no iba a pasar. Con agilidad rodó en la cama hasta sentarse sobre el borde de esta y se levantó casi de un salto.
-Espero que con la espada seas al menos la mitad de bueno que con las palabras. -Estaba nerviosa, su semblante impasible se había vuelto en una mueca de desconcierto. -La sangre llama a la sangre.
¿Estarían bien todos? ¿Alec, Hera, Leo, Frith, Lilja, los niños del orfanato...? Pasaron una a una todas las personas que conocía en Ulmer y aquellas que tan solo había visto de pasada y temió por todos ellos otra vez. Ató a toda prisa su camisa, dejando botones sin abrochar y otros mal abrochados. A penas pudo subirse los pantalones de cuero antes de salir por la puerta descalza.
A ciegas tanteó el gran salón con las manos. Tenía ese tipo de pánico que sufres cuando tienes demasiadas cosas que perder.
-¡Rose! ¡Rose!
Gritó chocando torpemente con la mesa del gran salón. La bruja salió apresurada de su cuarto con un pequeño candil. Nana acudió a la luz como las polillas, la tomó por los hombros y clavó sus ojos en ella.
-Escóndete, y escribe a Siegfried. Han llegado.
-¿Y qué le escribo?
-¡Rose, maldita sea! ¡Ese era el cuerno de la atalaya del sur! ¡Están dentro!
Su voz sonaba desgarrada, desesperada. Pronto sonó de nuevo el cuerno de la atalaya del puerto, alertando otro avistamiento, esta vez por mar.
La loba soltó a Rose y sin esperar al brujo, se encaminó hacia la puerta del gran salón.
-¡Nana! ¡No vayas!
Con los ojos llenos de lágrimas, Rose pateó con fuerza el suelo e intentó por todos los medios retener a su amiga del brazo, pero la loba se zafó de su retención con facilidad y se dispuso a salir del gran salón. Maldijo a todos los dioses habidos y por haber por romper aquella paz por la que tanto había luchado y por la que tanto había perdido.
La loba titubeó, en parte que su amiga se hubiera rendido se restó diversión a aquel tira y afloja que había creado con el brujo. Retiró ligeramente la rodilla al sentir el tacto de Wallace. Sus ojos decían muchas cosas que no pasaban siquiera por su mente, vacía, vacía de sentir. Los mechones pelirrojos del brujo la transportaron al mismo lugar, pero a otro tiempo, y su olor se camufló con el de otra persona que no era él, y que siquiera estaba allí.
El pie de la loba se deslizó por las pieles y se posó sobre el pecho de Wallace, obligando a erguirse de nuevo sobre la piel que acababa de besar y morder.
Con la barbilla ligeramente levantada, los y los labios entreabiertos, clavó sus ojos amarillos en él. Dispuesta a separar los labios para hablar. Pero no lo hizo.
Embed se llamaba, era un muchacho no demasiado alto ni demasiado fornido, pero sí tenía la mejor vista de todo Ulmer, y por suerte o por desgracia para otros, era él quien hacía la guardia aquella noche. Los vio caer al suelo pero no olió su sangre, ¿Víctimas de la peste? No, esa sombra... Dudó, un par de segundos que fueron cruciales para dar ventaja al intruso, cobrándose su última víctima. No había dudas, no podía haberlas. Se prendió la luz de la atalaya más alta de Ulmer y sonó el recio sonido del cuerno.
Se encendieron las otras tres atalayas, la del puerto, la del extremo norte y la de la puerta. Quizá era demasiado pronto para aventurarse, pero todo marcaba que la guerra había tocado la puerta tras ver pasar a la muerte.
Aquel sonido la tomó totalmente por sorpresa.
-Nos atacan.
No podía ser, habían llegado demasiado rápido. Habían tomado Verisar y ahora tomarían Ulmer. No, eso no iba a pasar. Con agilidad rodó en la cama hasta sentarse sobre el borde de esta y se levantó casi de un salto.
-Espero que con la espada seas al menos la mitad de bueno que con las palabras. -Estaba nerviosa, su semblante impasible se había vuelto en una mueca de desconcierto. -La sangre llama a la sangre.
¿Estarían bien todos? ¿Alec, Hera, Leo, Frith, Lilja, los niños del orfanato...? Pasaron una a una todas las personas que conocía en Ulmer y aquellas que tan solo había visto de pasada y temió por todos ellos otra vez. Ató a toda prisa su camisa, dejando botones sin abrochar y otros mal abrochados. A penas pudo subirse los pantalones de cuero antes de salir por la puerta descalza.
A ciegas tanteó el gran salón con las manos. Tenía ese tipo de pánico que sufres cuando tienes demasiadas cosas que perder.
-¡Rose! ¡Rose!
Gritó chocando torpemente con la mesa del gran salón. La bruja salió apresurada de su cuarto con un pequeño candil. Nana acudió a la luz como las polillas, la tomó por los hombros y clavó sus ojos en ella.
-Escóndete, y escribe a Siegfried. Han llegado.
-¿Y qué le escribo?
-¡Rose, maldita sea! ¡Ese era el cuerno de la atalaya del sur! ¡Están dentro!
Su voz sonaba desgarrada, desesperada. Pronto sonó de nuevo el cuerno de la atalaya del puerto, alertando otro avistamiento, esta vez por mar.
La loba soltó a Rose y sin esperar al brujo, se encaminó hacia la puerta del gran salón.
-¡Nana! ¡No vayas!
Con los ojos llenos de lágrimas, Rose pateó con fuerza el suelo e intentó por todos los medios retener a su amiga del brazo, pero la loba se zafó de su retención con facilidad y se dispuso a salir del gran salón. Maldijo a todos los dioses habidos y por haber por romper aquella paz por la que tanto había luchado y por la que tanto había perdido.
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Jamás supo si sus palabras funcionaron o si sus besos hicieron algún efecto en la loba. Se asustó al principio al verla levantarse de golpe con aquella expresión de horror que había visto en capitanes y soldados en medio del campo de batalla. El horror de la lucha, el horror de la muerte.
Wallace no dijo nada, no se quejó ni gruñó. Se levantó con la misma rapidez que ella y fué directamente a sus cosas. Le faltaba el escudo, seguramente aún colgado en la silla de su caballo. Maldijo en alto mientras se colocaba la cota de malla y la ataba con diestros nudos. Escuchó a Rose quejarse, suplicando a Nana que no se fuera. La loba ya estaba fuera cuando el brujo se ataba las espinilleras de hierro. Miró hacia la puerta recién cerrada y espada en mano se acercó a la bruja. La pobre mujer temblaba, estaba blanca como la leche, pálida. No quitaba sus ojos de la puerta y parecía que en cualquier momento iba a explotar en un mar de lágrimas y llantos. Wallace olvidó el deseo, la lujuria y cualquier cosa que lo distrajera de la batalla que estaba ocurriendo fuera del Gran Salón. Se puso delante de Rose y agarrándola del cuello, apoyando el pulgar en su mejilla, la zarandeó levemente para hacerla despertar de aquel momentáneo trance. La mujer parpadeó varias veces y lo miró, suplicante. Tiritaba, nerviosa, agarrando la mano del pelirrojo.
-Haz caso a Nana, escribe al rey, avísale. -Ordenó con voz autoritaria. Ya no era un brujo. Era el Gran Cuervo, y debía actuar como tal. El pelirrojo silbó secamente, aguardando. En uno de los ventanales abiertos un grajeo llamó la atención de la mujer. Rasgo, el cuervo personal de Wallace, apareció, aterrizando en una de las mesas. El cuervo, grande como un gato casi, no se había alejado demasiado, sobrevolando la aldea mientras su amo hacia cosas de humanos. La mujer se dió prisa en escribir con el papel y la tinta que pudo encontrar, con manos temblorosas. Cedió el mensaje a Wallace quien ató el papelito en el pequeño arnés que llevaba Rasgo y beso su cabecita negra.- Ves, búscalos, los que estén mas cerca y lleva este mensaje al rey. -Le susurró mientras se aseguraba que todo estaba bien atado. Rasgo extendió las alas, preparándose y alzo el vuelo bajo la atenta mirada de ellos. Cuando lo vio desaparecer por donde había entrado, el hombre apretó los labios, nervioso, deseando que todo fuera bien y el animal llegase a tiempo. Rose se acercó a él, mirándolo fijamente.
-Por lo que mas ames brujo, protegela. No permitas que muera. -jadeo ella mientras lo agarraba sin fuerzas del cuello de la cota. Wallace asintió con firmeza, sin palabras ya que no eran necesarias. Le dejó espacio para que respirara y volvió a clavar su vista en ella para encontrarse con unos ojos amenazadores.- Si ella muere, juro que iré a por ti, recuérdalo. -El brujo no pudo evitar esbozar una sonrisa, aceptando la amenaza que sabía seguro que se cumpliría.
Se giró hacia la puerta para socorrer a la loba pero el destino quería jugar con el brujo. Una de las ventanas explotó hacia dentro. Rose se cubrió con los brazos, retrocediendo hacia Wallace. Algo había entrado en el Gran Salón. Un rugido acompañado del desenvainar de un arma puso en alerta al brujo quien con destreza blandió su espada. Poniéndose delante de la bruja, el hombre observó al intruso, un hombre pálido, vestido de cueros negros. Los dientes afilados delataron al asqueroso vampiro quien clavó los ojos hinchados en el hombre. Wallace, usando solo una mano para blandir el arma, la alzó para ponerse en guardia, poniendo la hoja en dirección directa a la cara del chupasangre. Este soltó un bufido desgarrador, mostrando una hilera de dientes amarillentos. Rose retrocedió, asustada, sin estar segura de las habilidades del brujo. Pero él no era un novato, y matar vampiros era un juego de niños.
El vampiro saltó directamente hacia ellos, con las uñas afiladas dispuestas a desgarrar el rostro ya marcado del pelirrojo. Debía de actuar rápido así que Wallace apartó a la mujer con el brazo libre y la empujó para sacarla de la línea de visión de la criatura. Para sorpresa y desgracia del vampiro, Wallace fue más rápido, haciendo una finta en el momento exacto. No tenía tiempo para combates llenos de florituras y malabares. Diestro, cortó en vertical de cabeza a pies alcanzando la cabeza del vampiro en medio del salto. El impulso que este había tomado provocó que su cuerpo, separado violentamente de su cabeza, impactara de lleno en una de las paredes, manchando la madera escandalosamente. El cuerpo aterrizó a los pies de Rose quien lo golpeó con rabia.
-Maldito monstruo! -Rugió, desahogandose con el cadáver. Wallace, quien se había mantenido quieto tras el tajo, la miró y sonrió mientras limpiaba la hoja golpeando el aire en seco.- Corre! El tiempo es oro brujo. -Grito ella. Wallace asintió con energía dirigiéndose por fin a la puerta de madera.
La Batalla por Ulmer acababa de empezar.
Wallace no dijo nada, no se quejó ni gruñó. Se levantó con la misma rapidez que ella y fué directamente a sus cosas. Le faltaba el escudo, seguramente aún colgado en la silla de su caballo. Maldijo en alto mientras se colocaba la cota de malla y la ataba con diestros nudos. Escuchó a Rose quejarse, suplicando a Nana que no se fuera. La loba ya estaba fuera cuando el brujo se ataba las espinilleras de hierro. Miró hacia la puerta recién cerrada y espada en mano se acercó a la bruja. La pobre mujer temblaba, estaba blanca como la leche, pálida. No quitaba sus ojos de la puerta y parecía que en cualquier momento iba a explotar en un mar de lágrimas y llantos. Wallace olvidó el deseo, la lujuria y cualquier cosa que lo distrajera de la batalla que estaba ocurriendo fuera del Gran Salón. Se puso delante de Rose y agarrándola del cuello, apoyando el pulgar en su mejilla, la zarandeó levemente para hacerla despertar de aquel momentáneo trance. La mujer parpadeó varias veces y lo miró, suplicante. Tiritaba, nerviosa, agarrando la mano del pelirrojo.
-Haz caso a Nana, escribe al rey, avísale. -Ordenó con voz autoritaria. Ya no era un brujo. Era el Gran Cuervo, y debía actuar como tal. El pelirrojo silbó secamente, aguardando. En uno de los ventanales abiertos un grajeo llamó la atención de la mujer. Rasgo, el cuervo personal de Wallace, apareció, aterrizando en una de las mesas. El cuervo, grande como un gato casi, no se había alejado demasiado, sobrevolando la aldea mientras su amo hacia cosas de humanos. La mujer se dió prisa en escribir con el papel y la tinta que pudo encontrar, con manos temblorosas. Cedió el mensaje a Wallace quien ató el papelito en el pequeño arnés que llevaba Rasgo y beso su cabecita negra.- Ves, búscalos, los que estén mas cerca y lleva este mensaje al rey. -Le susurró mientras se aseguraba que todo estaba bien atado. Rasgo extendió las alas, preparándose y alzo el vuelo bajo la atenta mirada de ellos. Cuando lo vio desaparecer por donde había entrado, el hombre apretó los labios, nervioso, deseando que todo fuera bien y el animal llegase a tiempo. Rose se acercó a él, mirándolo fijamente.
-Por lo que mas ames brujo, protegela. No permitas que muera. -jadeo ella mientras lo agarraba sin fuerzas del cuello de la cota. Wallace asintió con firmeza, sin palabras ya que no eran necesarias. Le dejó espacio para que respirara y volvió a clavar su vista en ella para encontrarse con unos ojos amenazadores.- Si ella muere, juro que iré a por ti, recuérdalo. -El brujo no pudo evitar esbozar una sonrisa, aceptando la amenaza que sabía seguro que se cumpliría.
Se giró hacia la puerta para socorrer a la loba pero el destino quería jugar con el brujo. Una de las ventanas explotó hacia dentro. Rose se cubrió con los brazos, retrocediendo hacia Wallace. Algo había entrado en el Gran Salón. Un rugido acompañado del desenvainar de un arma puso en alerta al brujo quien con destreza blandió su espada. Poniéndose delante de la bruja, el hombre observó al intruso, un hombre pálido, vestido de cueros negros. Los dientes afilados delataron al asqueroso vampiro quien clavó los ojos hinchados en el hombre. Wallace, usando solo una mano para blandir el arma, la alzó para ponerse en guardia, poniendo la hoja en dirección directa a la cara del chupasangre. Este soltó un bufido desgarrador, mostrando una hilera de dientes amarillentos. Rose retrocedió, asustada, sin estar segura de las habilidades del brujo. Pero él no era un novato, y matar vampiros era un juego de niños.
El vampiro saltó directamente hacia ellos, con las uñas afiladas dispuestas a desgarrar el rostro ya marcado del pelirrojo. Debía de actuar rápido así que Wallace apartó a la mujer con el brazo libre y la empujó para sacarla de la línea de visión de la criatura. Para sorpresa y desgracia del vampiro, Wallace fue más rápido, haciendo una finta en el momento exacto. No tenía tiempo para combates llenos de florituras y malabares. Diestro, cortó en vertical de cabeza a pies alcanzando la cabeza del vampiro en medio del salto. El impulso que este había tomado provocó que su cuerpo, separado violentamente de su cabeza, impactara de lleno en una de las paredes, manchando la madera escandalosamente. El cuerpo aterrizó a los pies de Rose quien lo golpeó con rabia.
-Maldito monstruo! -Rugió, desahogandose con el cadáver. Wallace, quien se había mantenido quieto tras el tajo, la miró y sonrió mientras limpiaba la hoja golpeando el aire en seco.- Corre! El tiempo es oro brujo. -Grito ella. Wallace asintió con energía dirigiéndose por fin a la puerta de madera.
La Batalla por Ulmer acababa de empezar.
To be Continued....
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