Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
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Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
-¿Eres Naezhelis? Eres igual a como me dijeron que eras, pero diferente a cómo te imaginaba. El apellido Naezhelis es noble y sagrado, tú pareces haber perdido el respeto de tus ancianos. No te preocupes, mis amigos y yo somos igual que tú. ¿Vendrás conmigo? Por favor, te necesitamos. Neled Elenu te necesita. No puedes decir que no. Necesitamos tú y ayuda y tú también necesitarás la nuestra-.
La chica que hablaba con Helyare era una niña elfa que, años atrás, había sido adulta. Tenía los ojos afilados y astutos de un felino, una barbilla floja que delataba su debilidad y una abundante melena morena que le llegaba hasta la cintura. La historia de la niña la contaría dentro de un rato, no era diferente a las historias de los otros miembros del Neled Elenu ni tampoco a la de Helyare.
-Ven, corre. Nos están esperando-.
Cogió la mano de Helyare tiró de ella. La llevó al interior del bosque del Este. Por varías veces se perdió y tuvo que utilizar sus dotes de exploradora por tal de orientarse: el moho de cara al sur en la corteza de los árboles, el sol sale Este y se pone en el Oeste, el aire frío viene del norte y el caliente del sud… La niña repetía cada instrucciones en voz alta a medida que les daba un uso. Al final encontró el camino.
-¡Bienvenida a Neled Elenu! –le dijo a Helyare. –Te presento a mis amigos-.
Neled Elenu era un grupo de elfos renegados que se cobijaban en el bosque. Había construido un campamento que se parecía, de una manera cutre y poco provisional, a las casas de Sandorai. Todos los elfos del Neled Elenu habían sufrido el mismo destino, o al menos similar, quue Helyare: fueron desterrados de sus respectivos clanes.
-Mi nombre es Codhelia. Sin apellido por favor, no me lo merezco. Lo perdí el día que me hicieron joven. ¿Crees que es un castigo envejecer? No tienes ni idea. Rejuvenecer es un verdadero horror. Estoy condenada a vivir siendo débil y delgada para siempre. Incluso la espada de Ernetia es más grande que yo. ¡Qué tonta soy! Todavía no te he presentado. Ese de ahí, el pelirrojo que está bajando por las cuerdas es Ernetia. La chica de un solo brazo se llama Velrenere. Era su brazo útil. Nuestras costumbres pueden ser muy crueles, lo sabemos muy bien. Ella, la chica que se toma está tomando un baño es de tu mismo clan, se llama Kennis. Os parecéis un poco, sobre todo en las cicatrices. Yo no puedo verlas, me dan escalofríos. Fue kennis quien nos dijo que podrías ayudarnos. ¿Ves a aquel elfo que está recogiendo madera? Le llamamos Sinojos. Perdón el chiste vulgar, es él quien nos dijo que les llamásemos así. Compréndelo. Nuestros nombres quedaron atrás hace mucho tiempo, igual que el tuyo. Pues verás, a Sinojos le quemaron las retinas con el hierro rojo. No ve nada, pero es muy inteligente. Supo construirse unos nuevos ojos para poder ver. En la bandada que le rodea la cabeza tiene cosidos varios ojos de diferentes animales; ahora puede elegir entre la precisión de un cuervo o el enorme campo visual de un ciervo. Luego está ella. Sí lo sé, no puedes apartar los ojos de encima. Es muy triste. Tu piel está herida, pero sigue siendo blanca y pura y tu cabello no ha perdido el color de sus buenos días. Rimare, en cambio… Pobre mujer. Convirtieron su piel en fango y su cabello ha perdido la viveza de su color natural. Era hermosa. ¡No me olvido de Pin! Está en el arroyo, junto a Kennis. Le ocurre algo similar a lo que me ocurre a mí: lo que ves no es lo que es. Ninguno de nosotros ha visto con el cuerpo descubierto de magia. Su piel siempre está cubierta de una fina capa de hierba mentolada. Dice que si viésemos su verdadera forma la odiaríamos. Y ya estamos todos. ¡Somos NELED ELENU!-
-¿Kaeltha? Disculpa, ¿Helyare mejor? Sí, supongo que sí. Como ha dicho Codhelia, nuestros verdaderos nombres quedaron muy atrás. Sube a nuestra cabaña, tenemos mucho de qué hablar-.
Ernetia contó a Helyare cómo se fundó Neled Elenu. Fue una necesidad de entablar un hogar en un lugar tosco y hostil. Al principio fueron tres elfos, de ahí el nombre, tres estrellas. En aquel entonces, eran Ernetia, Sinojos y Codhelia. Fueron descubrieron que no eran los únicos, cada vez más elfos perdidos se unían a su casa. Las puertas estaban abiertas. Entrad, somos hermanos. Codhelia puso nombre a la maltrecha cabaña: Pequeña Sandorai. También confeccionó un escudo que representase a nuestra familia: tres líneas blancas atravesando un campo verde. Tres estrellas. Neled Elenu.
-Codhelia no te ha hablado de mi maldición. Bien, yo te contaré que me hicieron: nada. No me mires con rencor, el castigo que recibí fue peor que el que sufren nuestros hermanos. Vi morir a mi familia delante de mis ojos. Mi pecado manchó por siempre el apellido de mis ancestros por lo que, lo justo y necesario para limpiarlo era sacrificar a la familia. Su sangre bañó las raíces de Árbol Madre. Me obligaron a verlo. Uno por uno. Se me prohibió gritar y llorar. Utilizaron la magia para ahogar mi dolor en mi interior-.
A medida que la conversación iba avanzado, otros miembros de Neled Elenu entraban a la cabaña: Sinojos, Kennis, Velrenere… Una vez estuvieron todos en reunión, Ernetia contó sus planes a Helyare.
-Queremos regresar a Sandorai: limpiar nuestros pecados y nuestros nombres. Es una locura, y sé que no se nos está permitido pisar tierras élficas. Llámanos loco, pero quédate a escuchar el resto de nuestro plan. Existen diecinueve objetos de gran poder, fueron creados por un brujo maldito. Podemos regresar a Sandorai si entregamos a Árbol Madre uno de nuestros objetos. ¡Los Dioses nos lo han prometido! Kennis tiene el don de hablar con Imbar. Créeme o no, no me importa. Es por Kennis por lo que te hemos encontrado. Imbar nos dijo, através de ella, dónde estabas. Nos dijo que te hiciste amiga de la portadora de uno de los objetos de malditos: la princesa Sonagashira. Mis condolencias. Debió ser duro…. No importa. Ahora tienes medio objeto. ¿No es así? Una de las alas de Sonagashira. Necesitamos la otra ala, el objeto entero, para poder entregárselo a Árbol Madre y poder regresar a nuestro hogar. Aquí es donde entras tú. ¿Nos guiarás hacia dónde fuera que esté la otra ala? Imbar desconoce la ubicación, tan solo nos ha dicho que hay más gente interesada en el objeto. ¿Nos ayudarás? Podrás ser una elfa de nuevo. Tus heridas se sanarán. ¿Tienes familia? La verás de nuevo. Estarás con ella, de igual a igual. Tienes que ayudarnos-.
-No lo hará- intervino Rimare.
-Pues yo creo que sí. ¿Por qué no lo va hacer? Es como nosotros- este fue Sinojos.
-Claro que lo hará, ya lo veréis- Codhelia.
-Silencio. La decisión es de Helyare no nuestra. Por favor: habla-.
* Helyare: En vista de lo “bien” que te llevaste con Sarez, me ha parecido irónico presentarte con un grupo de elfos renegados. En este tema vamos a dar un cierre definitivo a la trama de Sonagashira. En un futuro decidirás qué hacer con las alas. No nos adelantemos. La primera decisión que debes tomar es si es justo ayudar a Neled Elenu o no. En este primer turno deberás ampliar la descripción de cada uno de los personajes mencionados y dar una respuesta a Ernetia.
Las relaciones con los npcs será algo importante en el devenir del mastereado
La chica que hablaba con Helyare era una niña elfa que, años atrás, había sido adulta. Tenía los ojos afilados y astutos de un felino, una barbilla floja que delataba su debilidad y una abundante melena morena que le llegaba hasta la cintura. La historia de la niña la contaría dentro de un rato, no era diferente a las historias de los otros miembros del Neled Elenu ni tampoco a la de Helyare.
-Ven, corre. Nos están esperando-.
Cogió la mano de Helyare tiró de ella. La llevó al interior del bosque del Este. Por varías veces se perdió y tuvo que utilizar sus dotes de exploradora por tal de orientarse: el moho de cara al sur en la corteza de los árboles, el sol sale Este y se pone en el Oeste, el aire frío viene del norte y el caliente del sud… La niña repetía cada instrucciones en voz alta a medida que les daba un uso. Al final encontró el camino.
-¡Bienvenida a Neled Elenu! –le dijo a Helyare. –Te presento a mis amigos-.
Neled Elenu era un grupo de elfos renegados que se cobijaban en el bosque. Había construido un campamento que se parecía, de una manera cutre y poco provisional, a las casas de Sandorai. Todos los elfos del Neled Elenu habían sufrido el mismo destino, o al menos similar, quue Helyare: fueron desterrados de sus respectivos clanes.
-Mi nombre es Codhelia. Sin apellido por favor, no me lo merezco. Lo perdí el día que me hicieron joven. ¿Crees que es un castigo envejecer? No tienes ni idea. Rejuvenecer es un verdadero horror. Estoy condenada a vivir siendo débil y delgada para siempre. Incluso la espada de Ernetia es más grande que yo. ¡Qué tonta soy! Todavía no te he presentado. Ese de ahí, el pelirrojo que está bajando por las cuerdas es Ernetia. La chica de un solo brazo se llama Velrenere. Era su brazo útil. Nuestras costumbres pueden ser muy crueles, lo sabemos muy bien. Ella, la chica que se toma está tomando un baño es de tu mismo clan, se llama Kennis. Os parecéis un poco, sobre todo en las cicatrices. Yo no puedo verlas, me dan escalofríos. Fue kennis quien nos dijo que podrías ayudarnos. ¿Ves a aquel elfo que está recogiendo madera? Le llamamos Sinojos. Perdón el chiste vulgar, es él quien nos dijo que les llamásemos así. Compréndelo. Nuestros nombres quedaron atrás hace mucho tiempo, igual que el tuyo. Pues verás, a Sinojos le quemaron las retinas con el hierro rojo. No ve nada, pero es muy inteligente. Supo construirse unos nuevos ojos para poder ver. En la bandada que le rodea la cabeza tiene cosidos varios ojos de diferentes animales; ahora puede elegir entre la precisión de un cuervo o el enorme campo visual de un ciervo. Luego está ella. Sí lo sé, no puedes apartar los ojos de encima. Es muy triste. Tu piel está herida, pero sigue siendo blanca y pura y tu cabello no ha perdido el color de sus buenos días. Rimare, en cambio… Pobre mujer. Convirtieron su piel en fango y su cabello ha perdido la viveza de su color natural. Era hermosa. ¡No me olvido de Pin! Está en el arroyo, junto a Kennis. Le ocurre algo similar a lo que me ocurre a mí: lo que ves no es lo que es. Ninguno de nosotros ha visto con el cuerpo descubierto de magia. Su piel siempre está cubierta de una fina capa de hierba mentolada. Dice que si viésemos su verdadera forma la odiaríamos. Y ya estamos todos. ¡Somos NELED ELENU!-
-¿Kaeltha? Disculpa, ¿Helyare mejor? Sí, supongo que sí. Como ha dicho Codhelia, nuestros verdaderos nombres quedaron muy atrás. Sube a nuestra cabaña, tenemos mucho de qué hablar-.
Ernetia contó a Helyare cómo se fundó Neled Elenu. Fue una necesidad de entablar un hogar en un lugar tosco y hostil. Al principio fueron tres elfos, de ahí el nombre, tres estrellas. En aquel entonces, eran Ernetia, Sinojos y Codhelia. Fueron descubrieron que no eran los únicos, cada vez más elfos perdidos se unían a su casa. Las puertas estaban abiertas. Entrad, somos hermanos. Codhelia puso nombre a la maltrecha cabaña: Pequeña Sandorai. También confeccionó un escudo que representase a nuestra familia: tres líneas blancas atravesando un campo verde. Tres estrellas. Neled Elenu.
-Codhelia no te ha hablado de mi maldición. Bien, yo te contaré que me hicieron: nada. No me mires con rencor, el castigo que recibí fue peor que el que sufren nuestros hermanos. Vi morir a mi familia delante de mis ojos. Mi pecado manchó por siempre el apellido de mis ancestros por lo que, lo justo y necesario para limpiarlo era sacrificar a la familia. Su sangre bañó las raíces de Árbol Madre. Me obligaron a verlo. Uno por uno. Se me prohibió gritar y llorar. Utilizaron la magia para ahogar mi dolor en mi interior-.
A medida que la conversación iba avanzado, otros miembros de Neled Elenu entraban a la cabaña: Sinojos, Kennis, Velrenere… Una vez estuvieron todos en reunión, Ernetia contó sus planes a Helyare.
-Queremos regresar a Sandorai: limpiar nuestros pecados y nuestros nombres. Es una locura, y sé que no se nos está permitido pisar tierras élficas. Llámanos loco, pero quédate a escuchar el resto de nuestro plan. Existen diecinueve objetos de gran poder, fueron creados por un brujo maldito. Podemos regresar a Sandorai si entregamos a Árbol Madre uno de nuestros objetos. ¡Los Dioses nos lo han prometido! Kennis tiene el don de hablar con Imbar. Créeme o no, no me importa. Es por Kennis por lo que te hemos encontrado. Imbar nos dijo, através de ella, dónde estabas. Nos dijo que te hiciste amiga de la portadora de uno de los objetos de malditos: la princesa Sonagashira. Mis condolencias. Debió ser duro…. No importa. Ahora tienes medio objeto. ¿No es así? Una de las alas de Sonagashira. Necesitamos la otra ala, el objeto entero, para poder entregárselo a Árbol Madre y poder regresar a nuestro hogar. Aquí es donde entras tú. ¿Nos guiarás hacia dónde fuera que esté la otra ala? Imbar desconoce la ubicación, tan solo nos ha dicho que hay más gente interesada en el objeto. ¿Nos ayudarás? Podrás ser una elfa de nuevo. Tus heridas se sanarán. ¿Tienes familia? La verás de nuevo. Estarás con ella, de igual a igual. Tienes que ayudarnos-.
-No lo hará- intervino Rimare.
-Pues yo creo que sí. ¿Por qué no lo va hacer? Es como nosotros- este fue Sinojos.
-Claro que lo hará, ya lo veréis- Codhelia.
-Silencio. La decisión es de Helyare no nuestra. Por favor: habla-.
- Neled Elenu:
- ¿Eres capaz de identificar tú sola a cada uno?
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Nombre: Pin
Especialización: Camino de la Naturaleza (maestría en naturaleza)
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Nombre: Ernetia
Especialización: Fanático (Maestría en armas cortantes a dos manos)
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Nombre: Sinojos
Especialización: Guardabosques (Maestría en ballestas)
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Nombre: Kennis
Especialización: Camino de la Purificación (Maestría en luz purificadora)
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Nombre: Codhelia
Especialización: Camino de la Animación (Maestría en combate bestial)
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Nombre: Rimare
Especialización: Camino de la restauración (Maestría en plegaria)
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Nombre: Velnerere
Especialización: Camino de la Purificación (Maestría en luz purificadora)
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* Helyare: En vista de lo “bien” que te llevaste con Sarez, me ha parecido irónico presentarte con un grupo de elfos renegados. En este tema vamos a dar un cierre definitivo a la trama de Sonagashira. En un futuro decidirás qué hacer con las alas. No nos adelantemos. La primera decisión que debes tomar es si es justo ayudar a Neled Elenu o no. En este primer turno deberás ampliar la descripción de cada uno de los personajes mencionados y dar una respuesta a Ernetia.
Las relaciones con los npcs será algo importante en el devenir del mastereado
Última edición por Sigel el Dom Jul 01 2018, 15:15, editado 1 vez
Sigel
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
Había momentos donde no aguantaba ya a los ejércitos del norte. Eran demasiados y poco tenía en común con ellos, así que, acostumbraba a viajar sola. Siguiéndolos, sí, pero sola. Y muchas noches se quedaba apartada. Además, bajaban muy lentamente, así que ella podía aprovechar para avanzar o quedarse unas horas, incluso un día, hasta poder alcanzarlos. La verdad es que le resultaba más fácil así, siendo más independiente. Es que el tema de la guerra le daba bastante igual.
Una de las noches que trataba de dispersarse un poco, encontró a una pequeña elfa. Sin duda, más pequeña que su hermana. Por lo que sabía ya era toda una adolescente. Esa niña, en realidad no era tan joven. Y tardó poco en decirle a Helyare que fuera con ella, casi sin pensarlo, tomó su mano y la llevó –… pero…
Entraron en el bosque del Este; ya había tenido alguna que otra experiencia con ese bosque, pero no pudo hacer más que seguir a la pequeña. Ni siquiera sabía cómo se llamaba y no entendía qué pasaba –¡Eh! –trató de quejarse, al menos para que le diera una explicación, que, por suerte, no tardó en llegar. Llegó a un lugar recóndito que no conocía, extraño. La mirada de la joven elfa no reflejaba más que la pesadez de haber sido arrastrada por una niña a un sitio donde no sabía qué había. En cuanto la soltó sacó el arco; estaba a la defensiva por lo que pudiera pasar. Por primera vez, quiso volver con los dragones. –¿Qué es esto? –preguntó con un tono poco amable. Se encontraba bastante saturada.
Codhelia, que así se llamaba la elfa pequeña, empezó a explicarle todo de forma bastante rápida y completa, ante la atónita mirada de Helyare, que estaba confusa por tanta información. Aparte, el rechazo que le supuso enterarse que habían creado una especie de “clan de desterrados” o algo así. Quiso salir corriendo o despertar de aquella pesadilla. ¿¡Para qué se reunían de ese modo!?
Pasaba la vista de forma muy rápida entre todos. Le empezaban a causar un rechazo bastante grande. Su aspecto, el de la mayoría, no le gustaba. –¿¡Por qué sabéis mi nombre y mi antiguo apellido!? –dio un paso hacia atrás, mirando a todos lados. Sentía miedo porque la conocían y no debían conocerla –¡no me nombréis! –no existía, debía estar muerta. Si alguien se enteraba de que seguía por ahí…
Miró a los elfos, sin poder evitar hacer muecas de asco al ver el aspecto de algunos, sobre todo de Velrenere y de “Sinojos”, aparte de la repulsa que le ocasionaban las cicatrices y el aspecto de las otras elfas. El único que no parecía ser molesto a la vista era Ernetia, y eso era casi peor para ella, porque empezaría a sentir la necesidad de estar cerca de él y no quería. Quería largarse de ese maldito lugar. Ella no pertenecía a su grupo.
Las historias que contaban eran demasiado horribles, incluso para ella. ¿Había más grupos élficos que promovían los castigos? Pensaba que quedaban muy pocos. No entendía por qué le habían cortado el brazo a la elfa, tampoco por qué tenían esas maldiciones tan horribles. No sabía qué tipo de personas serían los que formaban sus clanes, exceptuando Kennis, claro, ya que era de su antiguo clan. Pero, ¿las demás? Eran incomprensibles. Bastante en shock les siguió y entró a la cabaña. Posiblemente, solo lo hizo porque Ernetia lo pidió, ya que a las demás no podía ni mirarlas, del asco que le suponían. Hasta el punto de pensar en matar a la primera que se le acercase. Su cara reflejaba su completa incomodidad ante los que poblaban la choza.
–¿Por qué mataron a tu familia? No lo entiendo –comentó al oír la historia del elfo, acercándose a él, demasiado para ser dos personas que no se conocían. Parecía embobada, como si necesitase estar cerca, como lo que había sentido con la elfa de la taberna en el norte. Él no daba asco, al contrario –.Tu familia se queda con la deshonra, pero no merecen la muerte –concluyó, bastante seria. Cuando la historia siguió, abrió los ojos como platos y comenzó a negar. Se levantó rápidamente, dispuesta a irse –¡no! No os voy a ayudar –dijo cuanto acabaron de hablar –sí que estáis locos. ¿¡Encima ir a Árbol Madre!? Queréis que nos maten, ¿no? Además… no creo que pudiera estar con mi familia, ¡eso no lo va a conseguir un objeto! No. No voy a ayudaros –se acercó a la puerta, enfadada, de nuevo con su arco preparado para atacar. No era por si alguien le hacía daño, sino porque verlas le suponía un desagrado demasiado fuerte –. ¡Yo debería estar muerta! ¡No puedo presentarme en Sandorai a ofrecer alas a Árbol Madre! Me matarán a mí y a quien me ayudó. ¡Y no puedo permitirlo! ¡Dejad de pensar en tonterías! No podéis entrar. Yo entré, en su momento entré en el bosque. Y… preferí no haberlo hecho. ¡Así que no hagáis nada de lo que os podáis arrepentir! –bramó con furia. No le gustaba juntarse con esa gente –¡y no soy como vosotros! –respondió a lo que había dicho “Sinojos” –dais asco –después miró a Ernetia, el único que no lo daba. El único que tenía “pintas de elfo” y al único al que quería tener cerca. El resto, cuanto más lejos, mejor. Aparte, no quería tener nada que ver con sus locuras.
Nillë, que descansaba en el saquito, se despertó por los gritos de la elfa y asomó su brillante cabecita azul para ver qué sucedía, en qué lío se había metido su compañera ya.
Una de las noches que trataba de dispersarse un poco, encontró a una pequeña elfa. Sin duda, más pequeña que su hermana. Por lo que sabía ya era toda una adolescente. Esa niña, en realidad no era tan joven. Y tardó poco en decirle a Helyare que fuera con ella, casi sin pensarlo, tomó su mano y la llevó –… pero…
Entraron en el bosque del Este; ya había tenido alguna que otra experiencia con ese bosque, pero no pudo hacer más que seguir a la pequeña. Ni siquiera sabía cómo se llamaba y no entendía qué pasaba –¡Eh! –trató de quejarse, al menos para que le diera una explicación, que, por suerte, no tardó en llegar. Llegó a un lugar recóndito que no conocía, extraño. La mirada de la joven elfa no reflejaba más que la pesadez de haber sido arrastrada por una niña a un sitio donde no sabía qué había. En cuanto la soltó sacó el arco; estaba a la defensiva por lo que pudiera pasar. Por primera vez, quiso volver con los dragones. –¿Qué es esto? –preguntó con un tono poco amable. Se encontraba bastante saturada.
Codhelia, que así se llamaba la elfa pequeña, empezó a explicarle todo de forma bastante rápida y completa, ante la atónita mirada de Helyare, que estaba confusa por tanta información. Aparte, el rechazo que le supuso enterarse que habían creado una especie de “clan de desterrados” o algo así. Quiso salir corriendo o despertar de aquella pesadilla. ¿¡Para qué se reunían de ese modo!?
Pasaba la vista de forma muy rápida entre todos. Le empezaban a causar un rechazo bastante grande. Su aspecto, el de la mayoría, no le gustaba. –¿¡Por qué sabéis mi nombre y mi antiguo apellido!? –dio un paso hacia atrás, mirando a todos lados. Sentía miedo porque la conocían y no debían conocerla –¡no me nombréis! –no existía, debía estar muerta. Si alguien se enteraba de que seguía por ahí…
Miró a los elfos, sin poder evitar hacer muecas de asco al ver el aspecto de algunos, sobre todo de Velrenere y de “Sinojos”, aparte de la repulsa que le ocasionaban las cicatrices y el aspecto de las otras elfas. El único que no parecía ser molesto a la vista era Ernetia, y eso era casi peor para ella, porque empezaría a sentir la necesidad de estar cerca de él y no quería. Quería largarse de ese maldito lugar. Ella no pertenecía a su grupo.
Las historias que contaban eran demasiado horribles, incluso para ella. ¿Había más grupos élficos que promovían los castigos? Pensaba que quedaban muy pocos. No entendía por qué le habían cortado el brazo a la elfa, tampoco por qué tenían esas maldiciones tan horribles. No sabía qué tipo de personas serían los que formaban sus clanes, exceptuando Kennis, claro, ya que era de su antiguo clan. Pero, ¿las demás? Eran incomprensibles. Bastante en shock les siguió y entró a la cabaña. Posiblemente, solo lo hizo porque Ernetia lo pidió, ya que a las demás no podía ni mirarlas, del asco que le suponían. Hasta el punto de pensar en matar a la primera que se le acercase. Su cara reflejaba su completa incomodidad ante los que poblaban la choza.
–¿Por qué mataron a tu familia? No lo entiendo –comentó al oír la historia del elfo, acercándose a él, demasiado para ser dos personas que no se conocían. Parecía embobada, como si necesitase estar cerca, como lo que había sentido con la elfa de la taberna en el norte. Él no daba asco, al contrario –.Tu familia se queda con la deshonra, pero no merecen la muerte –concluyó, bastante seria. Cuando la historia siguió, abrió los ojos como platos y comenzó a negar. Se levantó rápidamente, dispuesta a irse –¡no! No os voy a ayudar –dijo cuanto acabaron de hablar –sí que estáis locos. ¿¡Encima ir a Árbol Madre!? Queréis que nos maten, ¿no? Además… no creo que pudiera estar con mi familia, ¡eso no lo va a conseguir un objeto! No. No voy a ayudaros –se acercó a la puerta, enfadada, de nuevo con su arco preparado para atacar. No era por si alguien le hacía daño, sino porque verlas le suponía un desagrado demasiado fuerte –. ¡Yo debería estar muerta! ¡No puedo presentarme en Sandorai a ofrecer alas a Árbol Madre! Me matarán a mí y a quien me ayudó. ¡Y no puedo permitirlo! ¡Dejad de pensar en tonterías! No podéis entrar. Yo entré, en su momento entré en el bosque. Y… preferí no haberlo hecho. ¡Así que no hagáis nada de lo que os podáis arrepentir! –bramó con furia. No le gustaba juntarse con esa gente –¡y no soy como vosotros! –respondió a lo que había dicho “Sinojos” –dais asco –después miró a Ernetia, el único que no lo daba. El único que tenía “pintas de elfo” y al único al que quería tener cerca. El resto, cuanto más lejos, mejor. Aparte, no quería tener nada que ver con sus locuras.
Nillë, que descansaba en el saquito, se despertó por los gritos de la elfa y asomó su brillante cabecita azul para ver qué sucedía, en qué lío se había metido su compañera ya.
Helyare
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
La respuesta fue la esperada por Ernetia, también por Rimare quien ya había desvelado su apuesta. Codhelia dio un paso atrás y miró al suelo, tenía el semblante desperanzador de una niña pequeña después de que le quebrasen sus ilusiones. Velrenere dio el paso que Codhelia retrocedió y puso su mano en el hombro de Helyare; por un momento pareciese que fuera a golpearla y si no fuera por Sinojos, lo hubiera hecho. Sinojos cogió a Velrenere por la cintura y la apartó de Helyare. Ya fuera de peligro, Velrenere se abrazó a Sinojos y lloró sin lágrimas.
-¡¿Por qué no quieres ayudarnos?! -renegó Velrenere -¿Po qué no quiere ayudarnos? –lo segundo lo dijo mirando el ojo de ciervo de la banda de Sinojos. -¿Tú lo sabes? Dímelo-.
Sinojos contestó a Velrenere abrazándola.
Pim y Kennis se quedaron desplazadas del centro de la cabaña, donde estaban Helyare, Ernetia y los demás. No se interpusieron en la conversación. Pim estaba apoyada en la repisa de la ventana, jugaba a hacer crecer y encoger una rama de cerezo que entraba a través de la ventana. Kennis, que ya conocía con antelación el resultado del día porque Imbar se lo había desvelado, sabía que no era su momento de hablar.
-Todos deberíamos estar muertos. Codhelia robó las joyas y los vestidos de una sacerdotisa. Se vistió con ellos haciéndose pasar por ella. Dio falsos consejos y dirigió inútiles rituales de sanación a cambio de aeros. Ganó una fortuna. Como era de esperar, acabaron descubriéndola. El destierro fue misericordioso pues, si la hubiesen matado, como sería lo justo por su pecado, los Dioses se encargarían de castigarla por toda la eternidad. A Pim se la podría haber perdonado, ella fue engañada. Una sacerdotisa predijo que su bebé moriría a los pocos meses y que si no le daba muerte al niño antes de que lo hicieran los Dioses, la maldición se expandiría por toda su familia. La primera parte de la predicción fue cierta, la segunda una falacia. El niño murió, sí, pero a manos de Pim. Le ahogó en un arroyó y dejó el cuerpecito de la criatura en la orilla cubierto de matojos y hierba. Los altos mandos de su clan concordaron en castigar tanto a la sacerdotisa por dar una mala predicción como a quienes hicieron actos deshonestos por su culpa. Pim, igual que los demás, debería estar muerta. Ella así lo desea, quiere reencontrarse con su niño. Kennis es de tu clan, conoces sus castigos. Ella bebió de la fuente que unos sacerdotes utilizaban como oráculo. Creemos que esta es la causa que pueda comunicarse con Imbar. Dime, porque tú bien lo sabes, ¿cuántos elfos han muerto en el acto por beber de una fuente de oráculo? El castigo que los Dioses guardan para ellos es de los más severos que se conocen. Sin embargo, aquí la tienes. Puedes pensar que estamos vivimos porque se apiadaron de nosotros y por casualidad nos hemos encontrado o puedes pensar que los Dioses nos han regalado esta oportunidad-.
Rimare negó con la cabeza.
-Tu ala, es hermosa; te hace ser hermosa. Kennis nos dijo que le perteneció a una princesa. ¿Sona…? Disculpa, no recuerdo su nombre. A parte de ser una pieza de gran belleza, es un símbolo de realeza y el recuerdo de una persona difunta. Tiene gran valor. Imbar nos prometió que perdonaría nuestros pecados si le entregamos las dos alas-.
-Y nosotros nos aferraremos a un clavo ardiendo si así lo conseguimos. –continuó Pim sin dejar de jugar con las ramas del cerezo.
A estas alturas, las ramas entraban por la magia de Pim interior de la cabaña formaban una capa espesa por la puerta y ventanas. Helyare estaba atrapada.
-¡Neled Elenu! -gritó Codhelia a la vez que convocaba un golem de arcilla de su mismo tamaño y éste encerraba con sus puños la hadita de Helyare.
-¡Neled Elenu! –siguió Rimare poniendo sus manos sanadores en las sienes de Helyare dejándola inconsciente y libre, por un segundo, de egoísmo y su soberbia natural.
-¡Neled Elenu! –y las ramas de Pim se movían como serpientes hacia una inconsciente Helyare.
-¡Neled Elenu! – fue el momento de que Kennis hablase.
El golem de arcilla soltó a la hadita, las ramas se enrollaron sobre ellas mismas antes de que llegasen a tocar a Helyare y Rimare levantó las manos.
-¿Doy asco? Tú y yo somos muy parecidas y a mí no me pareces que des asco. –Keniss besó la mejilla de Helyare. –Me pareces una chica encantadora-.
Sinojos cogió un espejo y se lo dijo a Kennis.
-¿Qué opinas?-
El espejo reflejaba cómo era Helyare antes de ser desterrada de Sandorai: sin runas marcando su cuerpo, sin cicatrices en la espalda después de su intento de incursión, sin que sus huesos marcan el torso y con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Kennis fue girando el espejo de forma que Helyare pudiera ver el reflejo de todos los presentes.
-Así es como nos ve Imbar. ¿Te atreves a contradecir a nuestros Dioses?- no le dejó contestar. –Entonces no nos dejas alternativa que mostrarte la realidad-.
El siguiente beso, con el que Helyare quedó dormida, se lo dio en la comisura de los labios.
En el único caballo que Neled Elenu tenía, una yegua blanca con motas castañas, cabalgan Ernetia y una Helyare sonámbula; Ernetia se colocaba detrás impidiendo que Helyare cayese al suelo. En el transcurso del viaje hacia el bosque de las crisálidas, Helyare estuvo marcando la dirección: “A veinte metros girad a la izquierda”. Los elfos de Neled Elenu la seguían.
-Voy a despertarla, no es bueno para su salud tenerla hipnotizada. Erne, no dejes que se escape. Intentará- dijo Kennis. –Le he regalado el espejo de Imbar para que se tranquilice. No lo ha soltado desde que partimos, pero no te prometo nada. Conociéndola, creo que intentará luchar contra nosotros. –resopló. –Es lo que yo haría si unos elfos que dan asco me secuestrasen-.
Ernetia asiento con la cabeza. Kennis chasqueó los dedos y Helyare abrió los ojos.
El pedazo de bosque a Helyare le debía de resultar familiar, era el mismo lugar en el que los fórmicos la convirtieron en mariposa. Meses atrás, los árboles habían estado plagados de crisálidas con chicas en su interior. Hoy, las crisálidas estaban abandonadas, podridas. El suelo estaba recubierto por una capa de cadáveres de mariposas peregrinas de todos los lugares de Aerandir que habían llegado hasta allí a llorar y a morir.
-Es por la princesa. –le susurró Ernetia a Helyare.
Sin ojos llevaba su banda puesta de forma que podía ver por un ojo de águila. El elfo se puso el dedo índice entre los labios y mandó callar a los otros elfos.
-Hombres escarabajos. Hay muchos. A menos de cincuenta metros. Comen los restos de las crisálidas. Buscan la sangre de la princesa-.
-Kogo- Imbar reveló el nombre del líder de los escarabajos a Kennis.
-¿Qué hacemos?- preguntó Ernetia a Helyare.
Pim se cubrió de una armadura de espinas, Codhelia llamó a su golem protector, Sinojos tensó un virote en su ballesta y Velrenere hizo aparecer un brazo espectral usando su magia de la luz.
-Despierta y dinos qué hacer. –insistió. –Tú conoces esté lugar. Hazlo por nuestros Dioses- la última frase la quiso decir gritando, pero supo que así llamaría la atención de los hombres escarabajo.
* Helyare: Ahora es cuando debes de lamentarte por no haber accedido a ayudar a Neled Elenu por las buenas. Te habrías ganado la confianza del grupo. Al menos, podrías haberte cortado un poco y no insultarles, como haces con todo el mundo. Kennis no ha tenido alternativa: te ha hechizado utilizando un carmín especial. Durante un trecho, has servido como brújula para Neled Elenu, marcas el lugar donde está la otra ala de Sonagashira.
Llegáis a un bosque conocido: el bosque de las crisálidas. Aquí recuperas tu consciencia. Puedes utilizar este escenario para conversar con los miembros de Neled Elenu. Tal vez, desees insultarles por haberte hechizado.
Llega el momento en el que Sinojos ve a Kogo desde lo lejos. ¿He recordarte quién es? Uno hombre escarabajo que conociste en tu primera visita a este bosque. Está, junto a otros escarabajos como él, lamiendo las crisálidas resecas buscando los restos de las princesas. Ernetia te lo dice bien claro: ¿Qué haréis? Decidirás en nombre del grupo Neled Elenu. ¿Enfrentamiento o huir?
Deberás lanzar la Voluntad de los Dioses.
Relaciones
Codhelia Desconfianza
Rimare Desconfianza
Sinojos Desconfianza
Ernetia Desconfianza
Velrenere Desconfianza
Pim Desconfianza
Kennis Desconfianza
-¡¿Por qué no quieres ayudarnos?! -renegó Velrenere -¿Po qué no quiere ayudarnos? –lo segundo lo dijo mirando el ojo de ciervo de la banda de Sinojos. -¿Tú lo sabes? Dímelo-.
Sinojos contestó a Velrenere abrazándola.
Pim y Kennis se quedaron desplazadas del centro de la cabaña, donde estaban Helyare, Ernetia y los demás. No se interpusieron en la conversación. Pim estaba apoyada en la repisa de la ventana, jugaba a hacer crecer y encoger una rama de cerezo que entraba a través de la ventana. Kennis, que ya conocía con antelación el resultado del día porque Imbar se lo había desvelado, sabía que no era su momento de hablar.
-Todos deberíamos estar muertos. Codhelia robó las joyas y los vestidos de una sacerdotisa. Se vistió con ellos haciéndose pasar por ella. Dio falsos consejos y dirigió inútiles rituales de sanación a cambio de aeros. Ganó una fortuna. Como era de esperar, acabaron descubriéndola. El destierro fue misericordioso pues, si la hubiesen matado, como sería lo justo por su pecado, los Dioses se encargarían de castigarla por toda la eternidad. A Pim se la podría haber perdonado, ella fue engañada. Una sacerdotisa predijo que su bebé moriría a los pocos meses y que si no le daba muerte al niño antes de que lo hicieran los Dioses, la maldición se expandiría por toda su familia. La primera parte de la predicción fue cierta, la segunda una falacia. El niño murió, sí, pero a manos de Pim. Le ahogó en un arroyó y dejó el cuerpecito de la criatura en la orilla cubierto de matojos y hierba. Los altos mandos de su clan concordaron en castigar tanto a la sacerdotisa por dar una mala predicción como a quienes hicieron actos deshonestos por su culpa. Pim, igual que los demás, debería estar muerta. Ella así lo desea, quiere reencontrarse con su niño. Kennis es de tu clan, conoces sus castigos. Ella bebió de la fuente que unos sacerdotes utilizaban como oráculo. Creemos que esta es la causa que pueda comunicarse con Imbar. Dime, porque tú bien lo sabes, ¿cuántos elfos han muerto en el acto por beber de una fuente de oráculo? El castigo que los Dioses guardan para ellos es de los más severos que se conocen. Sin embargo, aquí la tienes. Puedes pensar que estamos vivimos porque se apiadaron de nosotros y por casualidad nos hemos encontrado o puedes pensar que los Dioses nos han regalado esta oportunidad-.
Rimare negó con la cabeza.
-Tu ala, es hermosa; te hace ser hermosa. Kennis nos dijo que le perteneció a una princesa. ¿Sona…? Disculpa, no recuerdo su nombre. A parte de ser una pieza de gran belleza, es un símbolo de realeza y el recuerdo de una persona difunta. Tiene gran valor. Imbar nos prometió que perdonaría nuestros pecados si le entregamos las dos alas-.
-Y nosotros nos aferraremos a un clavo ardiendo si así lo conseguimos. –continuó Pim sin dejar de jugar con las ramas del cerezo.
A estas alturas, las ramas entraban por la magia de Pim interior de la cabaña formaban una capa espesa por la puerta y ventanas. Helyare estaba atrapada.
-¡Neled Elenu! -gritó Codhelia a la vez que convocaba un golem de arcilla de su mismo tamaño y éste encerraba con sus puños la hadita de Helyare.
-¡Neled Elenu! –siguió Rimare poniendo sus manos sanadores en las sienes de Helyare dejándola inconsciente y libre, por un segundo, de egoísmo y su soberbia natural.
-¡Neled Elenu! –y las ramas de Pim se movían como serpientes hacia una inconsciente Helyare.
-¡Neled Elenu! – fue el momento de que Kennis hablase.
El golem de arcilla soltó a la hadita, las ramas se enrollaron sobre ellas mismas antes de que llegasen a tocar a Helyare y Rimare levantó las manos.
-¿Doy asco? Tú y yo somos muy parecidas y a mí no me pareces que des asco. –Keniss besó la mejilla de Helyare. –Me pareces una chica encantadora-.
Sinojos cogió un espejo y se lo dijo a Kennis.
-¿Qué opinas?-
El espejo reflejaba cómo era Helyare antes de ser desterrada de Sandorai: sin runas marcando su cuerpo, sin cicatrices en la espalda después de su intento de incursión, sin que sus huesos marcan el torso y con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Kennis fue girando el espejo de forma que Helyare pudiera ver el reflejo de todos los presentes.
-Así es como nos ve Imbar. ¿Te atreves a contradecir a nuestros Dioses?- no le dejó contestar. –Entonces no nos dejas alternativa que mostrarte la realidad-.
El siguiente beso, con el que Helyare quedó dormida, se lo dio en la comisura de los labios.
_____________________
En el único caballo que Neled Elenu tenía, una yegua blanca con motas castañas, cabalgan Ernetia y una Helyare sonámbula; Ernetia se colocaba detrás impidiendo que Helyare cayese al suelo. En el transcurso del viaje hacia el bosque de las crisálidas, Helyare estuvo marcando la dirección: “A veinte metros girad a la izquierda”. Los elfos de Neled Elenu la seguían.
-Voy a despertarla, no es bueno para su salud tenerla hipnotizada. Erne, no dejes que se escape. Intentará- dijo Kennis. –Le he regalado el espejo de Imbar para que se tranquilice. No lo ha soltado desde que partimos, pero no te prometo nada. Conociéndola, creo que intentará luchar contra nosotros. –resopló. –Es lo que yo haría si unos elfos que dan asco me secuestrasen-.
Ernetia asiento con la cabeza. Kennis chasqueó los dedos y Helyare abrió los ojos.
El pedazo de bosque a Helyare le debía de resultar familiar, era el mismo lugar en el que los fórmicos la convirtieron en mariposa. Meses atrás, los árboles habían estado plagados de crisálidas con chicas en su interior. Hoy, las crisálidas estaban abandonadas, podridas. El suelo estaba recubierto por una capa de cadáveres de mariposas peregrinas de todos los lugares de Aerandir que habían llegado hasta allí a llorar y a morir.
-Es por la princesa. –le susurró Ernetia a Helyare.
Sin ojos llevaba su banda puesta de forma que podía ver por un ojo de águila. El elfo se puso el dedo índice entre los labios y mandó callar a los otros elfos.
-Hombres escarabajos. Hay muchos. A menos de cincuenta metros. Comen los restos de las crisálidas. Buscan la sangre de la princesa-.
-Kogo- Imbar reveló el nombre del líder de los escarabajos a Kennis.
-¿Qué hacemos?- preguntó Ernetia a Helyare.
Pim se cubrió de una armadura de espinas, Codhelia llamó a su golem protector, Sinojos tensó un virote en su ballesta y Velrenere hizo aparecer un brazo espectral usando su magia de la luz.
-Despierta y dinos qué hacer. –insistió. –Tú conoces esté lugar. Hazlo por nuestros Dioses- la última frase la quiso decir gritando, pero supo que así llamaría la atención de los hombres escarabajo.
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* Helyare: Ahora es cuando debes de lamentarte por no haber accedido a ayudar a Neled Elenu por las buenas. Te habrías ganado la confianza del grupo. Al menos, podrías haberte cortado un poco y no insultarles, como haces con todo el mundo. Kennis no ha tenido alternativa: te ha hechizado utilizando un carmín especial. Durante un trecho, has servido como brújula para Neled Elenu, marcas el lugar donde está la otra ala de Sonagashira.
Llegáis a un bosque conocido: el bosque de las crisálidas. Aquí recuperas tu consciencia. Puedes utilizar este escenario para conversar con los miembros de Neled Elenu. Tal vez, desees insultarles por haberte hechizado.
Llega el momento en el que Sinojos ve a Kogo desde lo lejos. ¿He recordarte quién es? Uno hombre escarabajo que conociste en tu primera visita a este bosque. Está, junto a otros escarabajos como él, lamiendo las crisálidas resecas buscando los restos de las princesas. Ernetia te lo dice bien claro: ¿Qué haréis? Decidirás en nombre del grupo Neled Elenu. ¿Enfrentamiento o huir?
Deberás lanzar la Voluntad de los Dioses.
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
No iba a ayudar a nadie. No a ellos. Esa panda de sucios renegados… ¿¡Qué pretendían!? ¿Cambiar el orden de la cultura élfica? No podían. Y ella no iba a ser partícipe de nada de eso. No iba a ir a Árbol Madre a entregar nada, por más que se distrajera de su cometido mirando al elfo.
Pero unas ramas la impidieron escapar. – ¡Dejadme salir! –gritó mientras trataba de salir corriendo de la cabaña. Pero no parecían hacer caso a lo que decía y simplemente gritaban el nombre del clan. Ella tampoco había hecho caso a las palabras del elfo, tan solo le había observado con cierto deseo en su mirada, pero no atenta a sus palabras. ¡Le daban igual esos elfos! –¡dejadme salir! –repitió. Si habían cometido algún delito por el cual habían sido desterrados, lo merecían. Todos lo merecían de una u otra manera. No era un regalo de los dioses el seguir con vida. Era una condena, pues si morías no podías pensar en lo que habías hecho. Sin embargo, estando vivo y marcado, cargarías con esa falta durante el resto de tu vida. Por eso no mataban a nadie, dejaban que ellos mismos lo hicieran. Y quitarse la vida, matar el cuerpo que te habían dado los dioses, era lo peor que se podía hacer. Por tanto, muchos preferían cargar con la condena que tanto merecían, como Helyare. Quien veía que aún, a día de hoy, estaba siendo castigada. ¡Y esos no eran capaces de verlo! ¿Cómo podían pensar que los dioses les habían regalado la oportunidad de vivir? Malditos engendros…
Nillë también fue atrapada por un golem de arcilla, impidiendo que su brillo azulado saliera disparado contra ellos.
Las manos de una de las elfas hicieron que cayera inconsciente al suelo. Todo se volvió negro. Pero duró escaso segundos, pronto, volvería a abrir los ojos. Y lo primero que vio fue a la elfa de las cicatrices a su lado, con un espejo en el que se reflejaba una joven mujer, de apariencia hermosa, con el cabello largo, liso y besado por el fuego de Anar. Parpadeó varias veces, perpleja, tratando de centrarse. Al instante reconoció la imagen en el espejo: era ella. Esos ojos verdes que denotaban alegría y seguridad en sí misma, no parecían vacíos como los que actualmente tenía. Sus trajes vaporosos, finos, que dejaban al descubierto parte de su nívea piel. No como ahora, que estaba surcada por cicatrices. Trató de acercar la mano al espejo, pero su imagen desapareció. En sustitución, aparecieron otras más: las de las elfas y el elfo que había en esa cabaña. No eran tan feos… no en ese espejo. Pero no reflejaba la realidad. Iba a replicar, a hablar en nombre de la diosa Imbar, pues ella no los vería así. Pero no le dio tiempo a responder. Cayó desplomada, de nuevo, tras un beso de la elfa.
De nuevo, despertó tras un rato. Pero no estaba en la cabaña, sino a caballo en un bosque. Tras ella, sujetándola, estaba el elfo en el que tanto se había fijado. De un sobresalto casi se tira del caballo, asustada por no saber, en principio, dónde estaba. El espejo que le habían dado cayó al suelo y no tardó en proliferar una gran cantidad de insultos en su lengua natal –¿¡qué hacéis!? ¡Dejadme en paz! ¡Dije que no iba a ay…! –el elfo le tapó la boca para que no levantase las sospechas de los fórmicos.
–Por favor, no grites. Necesitamos que nos ayudes, es por nuestros dioses.
–Me da igual –replicó en cuanto el elfo quitó la mano –. Dije que no os ayudaría. Este bosque es peligroso. ¡No quiero ir a ningún sitio! –volvió a quejarse, con un tono muy borde y seco. Pero ya parecía tarde para huir. El resto de miembros del clan empezó a sacar sus mejores armas, apuntándolas directamente hacia el fórmico que estaba entre los árboles.
Helyare pudo ver los restos de las crisálidas. Aquel era el bosque del que había intentado huir hacía unos meses. Apretó los labios, mirando con detenimiento al insecto. Esos seres horribles.
–Vámonos de aquí. Los dioses nos odian por lo que hicimos –suspiró. Pero el resto del clan no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente, no cuando necesitaban las alas. Helyare tenía una de ellas. Ernetia le había dicho lo hermosa que se veía al lucirla, pese a que ella no era capaz de ver que la llevaba. Suponía que mentía, pero le había gustado cuando se lo había dicho. ¿Tan poderosas eran esas alas? Tal vez, si pudiera conseguirlas… ella no las iba a ir a entregar a Árbol Madre, pero si tenían poder, tal vez pudieran concederle un favor. Quería salvar a alguien. El corazón le dio un vuelco al pensarlo y, al instante, sacó el arco, aunque no disparó todavía, pese a que ya tenía la cuerda tensa. Miró hacia atrás de reojo para no darle al elfo con el brazo o con la flecha, y esperó a tenerlo a tiro. Pero el resto de miembros del clan eran más impacientes que ella… y no pudieron resistirse a atacar al hombre insecto.
off: Iba a editar para decir que, por la moralidad malvada de mi hada, la primera runa era mala... pero ya veo que los dioses lo saben...
Pero unas ramas la impidieron escapar. – ¡Dejadme salir! –gritó mientras trataba de salir corriendo de la cabaña. Pero no parecían hacer caso a lo que decía y simplemente gritaban el nombre del clan. Ella tampoco había hecho caso a las palabras del elfo, tan solo le había observado con cierto deseo en su mirada, pero no atenta a sus palabras. ¡Le daban igual esos elfos! –¡dejadme salir! –repitió. Si habían cometido algún delito por el cual habían sido desterrados, lo merecían. Todos lo merecían de una u otra manera. No era un regalo de los dioses el seguir con vida. Era una condena, pues si morías no podías pensar en lo que habías hecho. Sin embargo, estando vivo y marcado, cargarías con esa falta durante el resto de tu vida. Por eso no mataban a nadie, dejaban que ellos mismos lo hicieran. Y quitarse la vida, matar el cuerpo que te habían dado los dioses, era lo peor que se podía hacer. Por tanto, muchos preferían cargar con la condena que tanto merecían, como Helyare. Quien veía que aún, a día de hoy, estaba siendo castigada. ¡Y esos no eran capaces de verlo! ¿Cómo podían pensar que los dioses les habían regalado la oportunidad de vivir? Malditos engendros…
Nillë también fue atrapada por un golem de arcilla, impidiendo que su brillo azulado saliera disparado contra ellos.
Las manos de una de las elfas hicieron que cayera inconsciente al suelo. Todo se volvió negro. Pero duró escaso segundos, pronto, volvería a abrir los ojos. Y lo primero que vio fue a la elfa de las cicatrices a su lado, con un espejo en el que se reflejaba una joven mujer, de apariencia hermosa, con el cabello largo, liso y besado por el fuego de Anar. Parpadeó varias veces, perpleja, tratando de centrarse. Al instante reconoció la imagen en el espejo: era ella. Esos ojos verdes que denotaban alegría y seguridad en sí misma, no parecían vacíos como los que actualmente tenía. Sus trajes vaporosos, finos, que dejaban al descubierto parte de su nívea piel. No como ahora, que estaba surcada por cicatrices. Trató de acercar la mano al espejo, pero su imagen desapareció. En sustitución, aparecieron otras más: las de las elfas y el elfo que había en esa cabaña. No eran tan feos… no en ese espejo. Pero no reflejaba la realidad. Iba a replicar, a hablar en nombre de la diosa Imbar, pues ella no los vería así. Pero no le dio tiempo a responder. Cayó desplomada, de nuevo, tras un beso de la elfa.
De nuevo, despertó tras un rato. Pero no estaba en la cabaña, sino a caballo en un bosque. Tras ella, sujetándola, estaba el elfo en el que tanto se había fijado. De un sobresalto casi se tira del caballo, asustada por no saber, en principio, dónde estaba. El espejo que le habían dado cayó al suelo y no tardó en proliferar una gran cantidad de insultos en su lengua natal –¿¡qué hacéis!? ¡Dejadme en paz! ¡Dije que no iba a ay…! –el elfo le tapó la boca para que no levantase las sospechas de los fórmicos.
–Por favor, no grites. Necesitamos que nos ayudes, es por nuestros dioses.
–Me da igual –replicó en cuanto el elfo quitó la mano –. Dije que no os ayudaría. Este bosque es peligroso. ¡No quiero ir a ningún sitio! –volvió a quejarse, con un tono muy borde y seco. Pero ya parecía tarde para huir. El resto de miembros del clan empezó a sacar sus mejores armas, apuntándolas directamente hacia el fórmico que estaba entre los árboles.
Helyare pudo ver los restos de las crisálidas. Aquel era el bosque del que había intentado huir hacía unos meses. Apretó los labios, mirando con detenimiento al insecto. Esos seres horribles.
–Vámonos de aquí. Los dioses nos odian por lo que hicimos –suspiró. Pero el resto del clan no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente, no cuando necesitaban las alas. Helyare tenía una de ellas. Ernetia le había dicho lo hermosa que se veía al lucirla, pese a que ella no era capaz de ver que la llevaba. Suponía que mentía, pero le había gustado cuando se lo había dicho. ¿Tan poderosas eran esas alas? Tal vez, si pudiera conseguirlas… ella no las iba a ir a entregar a Árbol Madre, pero si tenían poder, tal vez pudieran concederle un favor. Quería salvar a alguien. El corazón le dio un vuelco al pensarlo y, al instante, sacó el arco, aunque no disparó todavía, pese a que ya tenía la cuerda tensa. Miró hacia atrás de reojo para no darle al elfo con el brazo o con la flecha, y esperó a tenerlo a tiro. Pero el resto de miembros del clan eran más impacientes que ella… y no pudieron resistirse a atacar al hombre insecto.
off: Iba a editar para decir que, por la moralidad malvada de mi hada, la primera runa era mala... pero ya veo que los dioses lo saben...
Última edición por Helyare el Lun Ago 06 2018, 23:46, editado 1 vez
Helyare
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
El miembro 'Helyare' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
Ernetia estaba nervioso. Kennis había hablado a Neled Elenu sobre sus sueños acerca de los insectos de la tribu de Sonagashira. Conocía los nombres de los miembros más destacados. Kogo, Curon. Avos…. A veces, mientras Kennis describía sus sueños, Ernetia tenía la sensación de poder verlos. Al visualizar a Kogo por primera vez, tuvo el presentimiento que ya lo conocía, que se había enfrentado a él y que lo odiaba por haber participado en la muerte de Sonagashira. Estos sentimientos provenían de Helyare, Kennis era capaz de capturarlos y compartirlos al resto de Neled Elenu.
Los ojos de Sinojos daban vueltas en las esferas que formaban su turbante, estaba nervioso. Codhelia miraba al suelo con un gesto melancólico y dio una infantil patada a un terrón de tierra. Las hebras verdes del don natural de Pim se movían erráticas entorno a su figura como si estuvieran buscando abrazo en ella. Todos los miembros del Neled Elenu eran afectados por una ínfima del dolor de Helyare. Ernetia fue el primero dar un paso hacia delante y seguir el camino que Helyare marcó.
-Los Dioses nos perdonarán por lo que vamos a hacer –le contestó a Helyare poniendo una mano encima de su hombro-. Nos cogeremos de las manos. Caminaremos lento y seguro hasta el puente que separa al bosque con la tribu. Una vez allí, seguiremos con el plan. Destruiremos el puente y nos esconderemos hasta saber dónde guardan la otra ala de Sonagashira. ¿Lo habéis entendido? Nada de armas. Si caminos despacio y sin hacer ruido, no tendremos problemas-.
Codhelia afirmó enérgicamente con la cabeza, el resto no dijo nada.
Muy lento y muy despacio. En primer lugar Helyare marcando el camino que conocía y en segundo Ernetia. Velnerere, al solo tener un brazo, solo poder coger la mano de una persona, tomaba el último lugar.
Recorrieron el trayecto de diez minutos en casi en media hora. La cadena de elfos camina despacio pero con seguridad. Al estar cogidos de las manos podían compartir el vínculo de la luz para alentar al compañero que tenían al lado.
Despacio. Muy despacio. No era una carrera. No había prisa por llegar. Despacio y con seguridad. No tomarían ofensa de no ser estrictamente necesario. Faltaba poco por llegar. Ernetía podía escuchar el batir del agua del río contra la orilla. Sinojos ya era capaz de ver el puente. Un poco más. Un poco más.
Tsk Chasquido.
Rimare aplastó una rama seca sin darse cuenta. Bastó que un fórmico escuchase el chasquido para que señalase a la cadena de elfos. Kogo y sus insectos desplegaron sus alas y fueron a tropel contra Neled Elenu. La cadena se rompió de inmediato.
-¡Corred!- gritó Kennis-. ¡Escondeos! Nos reuniremos en el puente-.
Ernetia soltó la mano de Rimare, pero no la de Helyare. Ella era su esperanza para regresar a Sandorai y no quería perderla.
Codhelia llamó a su golem y lo utilizó como distracción contra los escarabajos. Pim utilizó su magia para adquirir el color del bosque y camuflarse en el tronco de un árbol. Sinojos disparaba su ballesta sin dejar de correr; de las trece flechas que disparó, cuatro llegaron a impactar en el cuerpo de un enemigo. Kennis cortó con espadas de luz dos árboles para impedir el avance de los rivales. Rimare hizo una burbuja de luz sobre su cuerpo y rodó lo más rápido que pudo hacia el río. Ernetia junto a Helyare, seguía el rastro que la burbuja de luz dejaba. Velnerere no tuvo suerte.
La elfa sabía defenderse con un solo brazo, sabía invocar decenas de brazos fantasmas utilizando la magia ofensiva de luz. Una de las manos fantasmas atravesó el pecho y un segundo desgarró la cara de un hombre escarabajo. A Kogo, que tenía una exoarmadura más resistente que sus compañeros, no pudo dañarle. Embistió contra Velnerere clavándole el cuerno en el pecho.
-¡Comida con sangre caliente! Hace semanas que no bebemos sangre caliente- celebraba el hombre escarabajo.
-No mires atrás, no mires atrás –se repetía Ernetia en susurros.
Neled Elenu consiguió llegar hasta el linde del bosque. Velnerere ya no estaba entre ellos. Codhelia, Rimare y Sinojos se permitieron el lujo de llorar.
-Ahora no, debemos darnos prisa y llegar al otro lado antes de que esos desgraciados vuelvan- recordó Kennis-. Por los Dioses, por la Diosa Imbar-.
-Detente Kennis, mira hacia allá- Ernetia señaló un puñado de hombres a caballo, humanos, estaban cruzando el puente hacia el camino que dirigía a la tribu de Sonagashira. Neled Elenu no eran los únicos que conocían el paradero de uno de los objetos malditos de Egdecomb.
-El bosque habla. Es manipulado por una fuerza mayor. Brujos. ¿Helyare, hay brujos en estos brujos? Puede sentir su magia. Puedo sentir su poder- dijo Pim sin dejar de mirar el río.
El agua se levantó de la tierra. Tomó la figura de un gigante y se dejó caer sobre el puente mientras los humanos lo pasaban. Los gritos de auxilio de los hombres y los alaridos de los caballos llamarían la atención de los escarabajos. Rimare fue rápida, creó un escudo de luz que no dejaba pasar el sonido más allá de los primeros árboles del bosque de las crisálidas. Neled Elenu se quedó viendo cómo los humanos eran arroyados por la fuerte corriente de agua sin hacer nada por evitarlo.
-Los humanos no son de nuestro interés. No les ayudaremos –explicó Rimare.
-Sin embargo, el puente… ¿cómo se supone que debemos pasar ahora?- preguntó Sinojos.
* Helyare: Insectos a tu espalda, humanos llevados por el río y la promesa que hay brujos cerca. ¿No te parece un tema emocionante?
En el siguiente turno deberás buscar una manera de cruzar el río sin el puente. Los brujos han hechizado el río, arremeterá con cualquiera que intente pasarlo. Tienes a tu disposición los poderes del grupo Neled Elenu y todo tu ingenio. Algo se te ocurrirá.
Cada vez que pases más tiempo al lado de un elfo de Neled Elenu, más atracción sentirá hacia ti. Esto lo vemos en la figura de Ernertia.
Relaciones
Codhelia Empatía
Rimare Empatía
Sinojos Empatía
Ernetia Empatía y atracción
Velrenere Muerta
Pim Empatía
Kennis Empatía
Los ojos de Sinojos daban vueltas en las esferas que formaban su turbante, estaba nervioso. Codhelia miraba al suelo con un gesto melancólico y dio una infantil patada a un terrón de tierra. Las hebras verdes del don natural de Pim se movían erráticas entorno a su figura como si estuvieran buscando abrazo en ella. Todos los miembros del Neled Elenu eran afectados por una ínfima del dolor de Helyare. Ernetia fue el primero dar un paso hacia delante y seguir el camino que Helyare marcó.
-Los Dioses nos perdonarán por lo que vamos a hacer –le contestó a Helyare poniendo una mano encima de su hombro-. Nos cogeremos de las manos. Caminaremos lento y seguro hasta el puente que separa al bosque con la tribu. Una vez allí, seguiremos con el plan. Destruiremos el puente y nos esconderemos hasta saber dónde guardan la otra ala de Sonagashira. ¿Lo habéis entendido? Nada de armas. Si caminos despacio y sin hacer ruido, no tendremos problemas-.
Codhelia afirmó enérgicamente con la cabeza, el resto no dijo nada.
Muy lento y muy despacio. En primer lugar Helyare marcando el camino que conocía y en segundo Ernetia. Velnerere, al solo tener un brazo, solo poder coger la mano de una persona, tomaba el último lugar.
Recorrieron el trayecto de diez minutos en casi en media hora. La cadena de elfos camina despacio pero con seguridad. Al estar cogidos de las manos podían compartir el vínculo de la luz para alentar al compañero que tenían al lado.
Despacio. Muy despacio. No era una carrera. No había prisa por llegar. Despacio y con seguridad. No tomarían ofensa de no ser estrictamente necesario. Faltaba poco por llegar. Ernetía podía escuchar el batir del agua del río contra la orilla. Sinojos ya era capaz de ver el puente. Un poco más. Un poco más.
Tsk Chasquido.
Rimare aplastó una rama seca sin darse cuenta. Bastó que un fórmico escuchase el chasquido para que señalase a la cadena de elfos. Kogo y sus insectos desplegaron sus alas y fueron a tropel contra Neled Elenu. La cadena se rompió de inmediato.
-¡Corred!- gritó Kennis-. ¡Escondeos! Nos reuniremos en el puente-.
Ernetia soltó la mano de Rimare, pero no la de Helyare. Ella era su esperanza para regresar a Sandorai y no quería perderla.
Codhelia llamó a su golem y lo utilizó como distracción contra los escarabajos. Pim utilizó su magia para adquirir el color del bosque y camuflarse en el tronco de un árbol. Sinojos disparaba su ballesta sin dejar de correr; de las trece flechas que disparó, cuatro llegaron a impactar en el cuerpo de un enemigo. Kennis cortó con espadas de luz dos árboles para impedir el avance de los rivales. Rimare hizo una burbuja de luz sobre su cuerpo y rodó lo más rápido que pudo hacia el río. Ernetia junto a Helyare, seguía el rastro que la burbuja de luz dejaba. Velnerere no tuvo suerte.
La elfa sabía defenderse con un solo brazo, sabía invocar decenas de brazos fantasmas utilizando la magia ofensiva de luz. Una de las manos fantasmas atravesó el pecho y un segundo desgarró la cara de un hombre escarabajo. A Kogo, que tenía una exoarmadura más resistente que sus compañeros, no pudo dañarle. Embistió contra Velnerere clavándole el cuerno en el pecho.
-¡Comida con sangre caliente! Hace semanas que no bebemos sangre caliente- celebraba el hombre escarabajo.
-No mires atrás, no mires atrás –se repetía Ernetia en susurros.
Neled Elenu consiguió llegar hasta el linde del bosque. Velnerere ya no estaba entre ellos. Codhelia, Rimare y Sinojos se permitieron el lujo de llorar.
-Ahora no, debemos darnos prisa y llegar al otro lado antes de que esos desgraciados vuelvan- recordó Kennis-. Por los Dioses, por la Diosa Imbar-.
-Detente Kennis, mira hacia allá- Ernetia señaló un puñado de hombres a caballo, humanos, estaban cruzando el puente hacia el camino que dirigía a la tribu de Sonagashira. Neled Elenu no eran los únicos que conocían el paradero de uno de los objetos malditos de Egdecomb.
-El bosque habla. Es manipulado por una fuerza mayor. Brujos. ¿Helyare, hay brujos en estos brujos? Puede sentir su magia. Puedo sentir su poder- dijo Pim sin dejar de mirar el río.
El agua se levantó de la tierra. Tomó la figura de un gigante y se dejó caer sobre el puente mientras los humanos lo pasaban. Los gritos de auxilio de los hombres y los alaridos de los caballos llamarían la atención de los escarabajos. Rimare fue rápida, creó un escudo de luz que no dejaba pasar el sonido más allá de los primeros árboles del bosque de las crisálidas. Neled Elenu se quedó viendo cómo los humanos eran arroyados por la fuerte corriente de agua sin hacer nada por evitarlo.
-Los humanos no son de nuestro interés. No les ayudaremos –explicó Rimare.
-Sin embargo, el puente… ¿cómo se supone que debemos pasar ahora?- preguntó Sinojos.
_____________________
* Helyare: Insectos a tu espalda, humanos llevados por el río y la promesa que hay brujos cerca. ¿No te parece un tema emocionante?
En el siguiente turno deberás buscar una manera de cruzar el río sin el puente. Los brujos han hechizado el río, arremeterá con cualquiera que intente pasarlo. Tienes a tu disposición los poderes del grupo Neled Elenu y todo tu ingenio. Algo se te ocurrirá.
Cada vez que pases más tiempo al lado de un elfo de Neled Elenu, más atracción sentirá hacia ti. Esto lo vemos en la figura de Ernertia.
Relaciones
Codhelia Empatía
Rimare Empatía
Sinojos Empatía
Ernetia Empatía y atracción
Velrenere Muerta
Pim Empatía
Kennis Empatía
Última edición por Sigel el Dom Ago 12 2018, 12:13, editado 1 vez
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
El plan de los elfos era llegar hasta donde había muerto Sona, sí o sí. El fórmico no iba a impedírselo. Pero, antes de recurrir a la violencia, pensaron en intentar pasar de forma disimulada hasta el puente. La elfa asintió levemente, no le quedaba otra. Muy a su pesar, agarró la mano de los elfos y comenzó a caminar junto a ellos. Aunque, realmente, como táctica, le parecía estúpida. Si iban en hilera sería más fácil que alguien los viera, además, ir juntos, agarrados de las manos, suponía perder movilidad. Como antigua estratega del ejército de su clan, ese plan le rechinaba mucho. Pero mantuvo el silencio, pese a querer decirles que, si no querían ser vistos, lo mejor era no hacer eso. Precisamente eso. Hubiera sido mejor usar las reflexiones de la luz para intentar volverlos invisibles, ir por los árboles, o ir juntos por el suelo, pero sueltos, usando cada uno un árbol para ocultarse y guarecerse si necesitaban protección. Y, en caso de ataque, hacerlo por distintos ángulos.
Pero no. Continuó con el plan y, como era de esperar, los descubrieron. Los fórmicos empezaron a ir hacia ellos y, volvieron a intentar no luchar. Quiso separarse de Ernetia y disparar contra los que venían, pero no la dejó. Seguía agarrando su mano y tirando de ella. Trató de soltarse, pero no pudo. Y, por desgracia, ella sí vio morir a la elfa. La habían dejado atrás –¡parad! –gritó, para intentar que detuvieran su carrera y fueran a ayudar a su compañera, o a defenderla… o algo. No sólo correr. ¿No sabían luchar? Ella también había “olvidado” cómo luchar, cómo defenderse, y muchas veces había cometido grandes errores, pero era incapaz de ver cómo otros abandonaban a alguien a quien tenían cariño, supuestamente.
Cerca del puente, algunos comenzaron a llorar. Helyare no pudo evitar lanzarles una mirada de reproche. “¡En lugar de abandonarla podíais haber ido a ayudar! ¡Superábamos a esos seres en número!”, pensaba a voces. Pero era incapaz de decir nada. No le salían las palabras. Había visto morir a mucha gente desde que había abandonado Sandorai. Muchos, por su culpa. Y por eso sentía rabia al ver que ellos sí habían podido hacer algo, y sin embargo…
–Eh, ¿brujos? –despertó de su ensimismamiento justo para escuchar la pregunta y ver cómo el elfo señalaba el puente destruido. Las voces de las personas eran ahogadas por el agua –. No lo sé –negó. No conocía que hubiera brujos por ahí, pero como estaban por todos lados esos malditos hechiceros…
Torció el gesto, mirando a todos. Incluso a Ernetia, aunque hubiera algo muy fuerte que le hiciera no dejar de mirarle, con otros ojos diferentes a cómo miraba a los demás.
–Hay árboles –replicó después de un rato. Antes había estado pensando cómo ayudar a la otra elfa, cómo intentar recuperar el cadáver para hacerle un funeral. Pero Kogo se habría encargado de ella, y quería salir de ahí cuanto antes. Miró a Pim –, tienes poder sobre la naturaleza de Imbar. Haz que las ramas altas crezcan para intentar llegar al otro lado. Junta las ramas de dos árboles de ambas orillas. Haz que los árboles se inclinen para dejarnos pasar –enumeró las opciones que se le ocurrían. Cruzó los brazos y miró hacia arriba un instante, antes de volver a ellos –, los golems pueden defender del ataque de los escarabajos. Y, hay armas. Así que, si vienen, podemos acabar con ellos –era simple –. Y, aunque los brujos tengan el poder sobre el río, Nís también lo tiene –la diosa controlaba el agua –. Aunque, al contrario que vosotros, yo sí creo que nuestros dioses nos odian. No los merecemos.
Volvió a pasar la vista por ellos. El tiempo apremiaba, ya que los insectos no tardarían en llegar. Sobre todo, porque los gritos que habían pegado los humanos los estaban atrayendo. Suspiró –haced lo que queráis. Pero habéis dejado morir a alguien de vuestra familia –sentenció, incapaz de callarse –. Si los dioses no os odiaban, ahora sí –guardó silencio un par de segundos –. La habéis abandonado a su suerte –centró la vista, sobre todo en Kennis, quien había ordenado seguir adelante –, para conseguir un objeto. Si pudiera os daba el mío ahora mismo, solo para poder irme y no estar con vosotros. Si antes me dabais asco, ahora más –al decir eso obvió mirar a Ernetia, pues a él no le daba asco mirarlo.
Negó con la cabeza sutilmente –, el volver a recuperar los privilegios no debería estar por encima de un ser querido, arriesgando su vida –sentenció finalmente, muy sentida por lo que había pasado. Realmente, la elfa no le importaba, pues no la conocía. Ninguno de esos locos, quitando al elfo, y porque sentía una incontrolable atracción por él, eran merecedores de la gracia de los dioses. Lo que a ella le había molestado así, era que se vieran como una familia, pero no actuasen como una. Tensó la mandíbula, alejándose un poco de ellos, con Nillë revoloteando en torno a su compañera.
Pero no. Continuó con el plan y, como era de esperar, los descubrieron. Los fórmicos empezaron a ir hacia ellos y, volvieron a intentar no luchar. Quiso separarse de Ernetia y disparar contra los que venían, pero no la dejó. Seguía agarrando su mano y tirando de ella. Trató de soltarse, pero no pudo. Y, por desgracia, ella sí vio morir a la elfa. La habían dejado atrás –¡parad! –gritó, para intentar que detuvieran su carrera y fueran a ayudar a su compañera, o a defenderla… o algo. No sólo correr. ¿No sabían luchar? Ella también había “olvidado” cómo luchar, cómo defenderse, y muchas veces había cometido grandes errores, pero era incapaz de ver cómo otros abandonaban a alguien a quien tenían cariño, supuestamente.
Cerca del puente, algunos comenzaron a llorar. Helyare no pudo evitar lanzarles una mirada de reproche. “¡En lugar de abandonarla podíais haber ido a ayudar! ¡Superábamos a esos seres en número!”, pensaba a voces. Pero era incapaz de decir nada. No le salían las palabras. Había visto morir a mucha gente desde que había abandonado Sandorai. Muchos, por su culpa. Y por eso sentía rabia al ver que ellos sí habían podido hacer algo, y sin embargo…
–Eh, ¿brujos? –despertó de su ensimismamiento justo para escuchar la pregunta y ver cómo el elfo señalaba el puente destruido. Las voces de las personas eran ahogadas por el agua –. No lo sé –negó. No conocía que hubiera brujos por ahí, pero como estaban por todos lados esos malditos hechiceros…
Torció el gesto, mirando a todos. Incluso a Ernetia, aunque hubiera algo muy fuerte que le hiciera no dejar de mirarle, con otros ojos diferentes a cómo miraba a los demás.
–Hay árboles –replicó después de un rato. Antes había estado pensando cómo ayudar a la otra elfa, cómo intentar recuperar el cadáver para hacerle un funeral. Pero Kogo se habría encargado de ella, y quería salir de ahí cuanto antes. Miró a Pim –, tienes poder sobre la naturaleza de Imbar. Haz que las ramas altas crezcan para intentar llegar al otro lado. Junta las ramas de dos árboles de ambas orillas. Haz que los árboles se inclinen para dejarnos pasar –enumeró las opciones que se le ocurrían. Cruzó los brazos y miró hacia arriba un instante, antes de volver a ellos –, los golems pueden defender del ataque de los escarabajos. Y, hay armas. Así que, si vienen, podemos acabar con ellos –era simple –. Y, aunque los brujos tengan el poder sobre el río, Nís también lo tiene –la diosa controlaba el agua –. Aunque, al contrario que vosotros, yo sí creo que nuestros dioses nos odian. No los merecemos.
Volvió a pasar la vista por ellos. El tiempo apremiaba, ya que los insectos no tardarían en llegar. Sobre todo, porque los gritos que habían pegado los humanos los estaban atrayendo. Suspiró –haced lo que queráis. Pero habéis dejado morir a alguien de vuestra familia –sentenció, incapaz de callarse –. Si los dioses no os odiaban, ahora sí –guardó silencio un par de segundos –. La habéis abandonado a su suerte –centró la vista, sobre todo en Kennis, quien había ordenado seguir adelante –, para conseguir un objeto. Si pudiera os daba el mío ahora mismo, solo para poder irme y no estar con vosotros. Si antes me dabais asco, ahora más –al decir eso obvió mirar a Ernetia, pues a él no le daba asco mirarlo.
Negó con la cabeza sutilmente –, el volver a recuperar los privilegios no debería estar por encima de un ser querido, arriesgando su vida –sentenció finalmente, muy sentida por lo que había pasado. Realmente, la elfa no le importaba, pues no la conocía. Ninguno de esos locos, quitando al elfo, y porque sentía una incontrolable atracción por él, eran merecedores de la gracia de los dioses. Lo que a ella le había molestado así, era que se vieran como una familia, pero no actuasen como una. Tensó la mandíbula, alejándose un poco de ellos, con Nillë revoloteando en torno a su compañera.
Helyare
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
Entre los Neled Elenu hubo una elfa que no bajó la cabeza en posición sumisa al escuchar las verdades que Kaletha Naezhelis, Helyare, decía. Kennis se mantenía erguida y miraba fijamente los ojos de Naezhelis. Imbar le había prevenido en sus visiones, le dijo que varios seres queridos morirían en su gesta de arrebatar el ala izquierda de Sonagashira a Curgo, nuevo rey de los insectos, y que, de no conseguir la ayuda de Naezhelis, morirían todos. Fue una noche triste. Una noche en la que Kennis se mantuvo en vela llorando por las visiones de sus amigos muertos. Las imágenes se repetían en su cabeza, cada una mostraba una posibilidad diferente a la anterior: un fórmico mordiendo el cuello de Velnerere e infectándola de un veneno desconocido, Curgo arrancando el brazo sano de Velnerere con sus propias manos, Velnerere cayendo al suelo por tropezar con una rama seca del suelo y los insectos lanzándose en picado hacia ella…. Eran visiones horribles y Kennis lloró por todas ellas. Nada que pudiera decir Naezhelis resultaba nuevo. Ella ya se lo había repetido ciento de veces.
-Es por eso que te necesitamos Helyare –dijo Ernetia-. Míranos. No somos guerreros como tú. En Sandorai, nunca tuvimos que tocar un arma. No sabemos luchar ni movernos en combate. Preferimos huir y llorar a luchar por nuestras vidas y por la de nuestros amigos. Damos asco, tú lo has dicho. –tragó saliva. Codhelia a su lado le dio la mano para darle ánimos-. Necesitamos tu ayuda. Necesitamos que nos enseñes a luchar. Te necesitamos. –hizo una pequeña pausa y agregó-. Te necesito-.
Neled Elenu se puso en marcha después del momento de resignación. Naezhelis y Kennis iban a la cabeza. Sinojos y Pim en último lugar. Sinojos se aseguraba que los escarabajos de Kogo no les perseguían después del puente. Pim utilizaba su don para mover las ramas de los árboles más cercanos para que ocultasen la retaguardia de Neled Elenu. Codhelia recogía piedras en el faldón de su jubón, cuando llegase el momento las usaría para alimentar a los golems que invocaba. Rimare, justo en medio de la partida, apuntaba con las palmas de sus manos a los Neled Elenu ofreciéndoles las plegarias de los Dioses. Kennis habló a Naezhelis en voz baja para que nadie más pudiera escuchar qué decían.
-Ernetia tiene razón. No sabemos luchar. Cada uno aportamos a Neled Elenu lo que podemos, pero no sabemos trabajar en equipo. Las ramas de Pim tapan la visión de Sinojos y las plegarias de Rimare desparecerán cuando tengamos que enfrentarnos a más insectos. Imbar tiene razón, sin ti estaríamos todos muertos. Ni siquiera hubiéramos podido pasar el puente. Y…. –algo en frente de Kennis le hizo callar y dar un paso hacia atrás.
-Brujos. –dijo Rimare. –Puedo sentir su magia-.
Sinojos se adelantó en cuclillas. Echó un vistazo al frente con el ojo de halcón.
-Veo a cinco personas envueltas en un torbellino de mariposas. ¿Son ellos?-.
-Deben serlo. ¿Qué hacemos Helyare? –preguntó Ernetia a la vez que sujetaba la empuñadura de su mandoble con las dos manos.
Helyare no tuvo tiempo para responder. Entre las ramas que Pim había movido se formó una enorme pared de agua. La pared avanzaba arrastrándose por el suelo, les obligaba a caminar hacia el claro donde estaban los brujos. Una mujer de mediana edad, la líder del grupo, dio un aplauso al ver a Neled Elenu salir de su escondite. La palabra que Kennis le vino a la cabeza cuando vio a la bruja era una que creía que jamás utilizaría para describir a ninguna mujer: redonda. No era obesa, en absoluto. Kennis había conocido a humanos que pesaban lo mismo que todos los miembros de Neled Elenu juntos. La bruja tenía las caderas anchas y un vientre amplio que daba a entender que era de buena familia. Redonda era palabra.
Ernetia desenvainó su mandoble, Sinojos tensó un virote de metal en su ballesta, Pim se cubrió de espinas… Neled Elenu esperaba la orden de Naezhelis para lanzarse al combate.
La bruja volvió a aplaudir. Se estaba riendo.
-¡Oh, lo siento! Pensábamos que eráis un puñado de hombres insectos. Son agotadores. No os hacéis una idea de cuantos hemos matado y cuántos quedan vivos. ¿Cómo íbamos a saber que eráis elfos? –algo en la bruja invitaba a quien la escuchase a reír con ella- Mi nombre es Adda Lovelace, catedrática de la casa Axhol del Hekshold. Y vosotros sois…-
-¡Neled Elenu y te vamos a…! –Codhelia levantó la voz. Rimare le tapó la boca con las dos manos antes que hablase más de la cuenta.
-Neled Elenu. Tres estrellas, pero aquí veo más de tres elfos-.
-¿Conoces nuestro idioma? –preguntó Sinojos mientras observa a la bruja con un ojo de lince.
-Por supuesto. No sois los primeros elfos con los que me encuentro-.
Una mariposa blanca se posó en la nariz de Adda Lovelace. Pereció en el acto. La bruja la cogió con mimo con las dos manos, se arrodilló y la dejó en el suelo en compañía de tantos otros cadáveres de mariposas.
-¿No os parece triste? Aquí murió una princesa, una mujer mariposa. Fue en este mismo lugar. Mariposas de todos los lugares de Aerandir vienen a su tumba a morir junto a ella. No hay mayor honor para una mariposa que yacer junto a su princesa. Esa chica no tuvo que haber muerto. No era su culpa. Ella… estaba enferma-.
-No estaba enferma, bruja Lovelace. La princesa Sonagashira había sido maldecida. Un brujo condenó sus alas –dijo Rimare en tono acusador.
-Ian Egdecomb, El hado novato, es un conocido nuestro. ¿Verdad? La maestra Meitner lo guarda en custodio y nos protege de sus hechizos. El hado tiene un poder sobre el éter superior a la de cualquier otro brujo, pero un control pésimo. Por eso estamos aquí. Buscamos las alas de Sonagashira, el decimo sexto objeto de los 19 objetos malditos de Egdecomb. Queremos destruir el objeto y que no vuelva a hacer daño a nadie más-.
Kennis puso una mano en el hombro de Naezhelis. Se acercó a su oído y le susurró un secreto:
-Si destruyen las alas, no podremos entregárselas a Imbar para que nos perdone-.
-¿Habéis oído eso? –dijo Pim mirando hacia los árboles, los otros miembros de Neled Elenu estaban concentrados en las palabras de Lovelace –. Sonaba como el viento de otoño meciendo las ramas-.
-No he oído nada –contestó Ernetia-. Puede que sea imaginaciones tuyas-.
-¡Yo sí que he oído algo! Pero no sonaba como el viento, a mí me ha parecido que era una voz seseante, como si hablase mordiéndose la lengua. –Codhelia se había puesto las manos en las orejas desde que Pim dijo que había escuchado el viento y camina entre Neled Elenu mirando a los árboles -. Creo que dice algo así como: Zoiz miz prezaz bonitaz. Miz prezaz preciozaz-.
-Insectos- Lovelace hizo una señal a sus brujos. Todos se armaron con sus respectivos elementos.
-Helyare, dinos qué hacer –suplicó Ernetia mandoble en mano.
-¡Matad a loz intruzoz. El fantazma de Zonagazira verá cómo noz comeremoz la carne y beberemoz la zangre de loz intruzoz-.
-Le he visto en mis visiones. Su nombre es Avos –Kennis hizo el esfuerzo de no echarse a llorar. En sus visiones también vio la muerte de varios de sus amigos.
Avos surgió del bosque en compañía de otros hombres avispa. Ruidos de pisadas, de gente corriendo, se escuchaban desde el norte, donde estaba la tribu de los insectos. ¿Más fórmicos? ¿Más enemigos? Kennis esperaba lo peor.
* Helyare: En la tumba de Sonagashira te encuentras con un puñado de elfos venidos del Hekshold. Te dicen directamente sus intenciones: destruir los objetos de Egdecomb. Neled Elenu está en contra de ellos. Súmale el odio racial y la desconfianza que los elfos sienten hacia los brujos. Neled Elenu se siente impotente ante el poder de los brujos, ellos son mucho más fuertes y están experimentados en combate. Te tocará a ti hablar con los brujos en nombre de Neled Elenu. Tendrás que decidir si aliarte con ellos o rechazarles.
Por si fuera poco, aparece un viejo conocido del mastereado anterior: Avos. El hombre avispa llega con un ejército, no tienen la intención de hablar como los brujos. Atacarán a matar. Tendrás que defenderte y utilizar a Neled Elenu para que se defienda.
Esta vez no te haré lanzar la Voluntad de los Dioses a cambio de un juego. Si en tu post, ignoras a un miembro de Neled Elenu, no dices cómo lucha contra los hombres avispa, asumiré que no ha podido defenderse.
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-Es por eso que te necesitamos Helyare –dijo Ernetia-. Míranos. No somos guerreros como tú. En Sandorai, nunca tuvimos que tocar un arma. No sabemos luchar ni movernos en combate. Preferimos huir y llorar a luchar por nuestras vidas y por la de nuestros amigos. Damos asco, tú lo has dicho. –tragó saliva. Codhelia a su lado le dio la mano para darle ánimos-. Necesitamos tu ayuda. Necesitamos que nos enseñes a luchar. Te necesitamos. –hizo una pequeña pausa y agregó-. Te necesito-.
Neled Elenu se puso en marcha después del momento de resignación. Naezhelis y Kennis iban a la cabeza. Sinojos y Pim en último lugar. Sinojos se aseguraba que los escarabajos de Kogo no les perseguían después del puente. Pim utilizaba su don para mover las ramas de los árboles más cercanos para que ocultasen la retaguardia de Neled Elenu. Codhelia recogía piedras en el faldón de su jubón, cuando llegase el momento las usaría para alimentar a los golems que invocaba. Rimare, justo en medio de la partida, apuntaba con las palmas de sus manos a los Neled Elenu ofreciéndoles las plegarias de los Dioses. Kennis habló a Naezhelis en voz baja para que nadie más pudiera escuchar qué decían.
-Ernetia tiene razón. No sabemos luchar. Cada uno aportamos a Neled Elenu lo que podemos, pero no sabemos trabajar en equipo. Las ramas de Pim tapan la visión de Sinojos y las plegarias de Rimare desparecerán cuando tengamos que enfrentarnos a más insectos. Imbar tiene razón, sin ti estaríamos todos muertos. Ni siquiera hubiéramos podido pasar el puente. Y…. –algo en frente de Kennis le hizo callar y dar un paso hacia atrás.
-Brujos. –dijo Rimare. –Puedo sentir su magia-.
Sinojos se adelantó en cuclillas. Echó un vistazo al frente con el ojo de halcón.
-Veo a cinco personas envueltas en un torbellino de mariposas. ¿Son ellos?-.
-Deben serlo. ¿Qué hacemos Helyare? –preguntó Ernetia a la vez que sujetaba la empuñadura de su mandoble con las dos manos.
Helyare no tuvo tiempo para responder. Entre las ramas que Pim había movido se formó una enorme pared de agua. La pared avanzaba arrastrándose por el suelo, les obligaba a caminar hacia el claro donde estaban los brujos. Una mujer de mediana edad, la líder del grupo, dio un aplauso al ver a Neled Elenu salir de su escondite. La palabra que Kennis le vino a la cabeza cuando vio a la bruja era una que creía que jamás utilizaría para describir a ninguna mujer: redonda. No era obesa, en absoluto. Kennis había conocido a humanos que pesaban lo mismo que todos los miembros de Neled Elenu juntos. La bruja tenía las caderas anchas y un vientre amplio que daba a entender que era de buena familia. Redonda era palabra.
Ernetia desenvainó su mandoble, Sinojos tensó un virote de metal en su ballesta, Pim se cubrió de espinas… Neled Elenu esperaba la orden de Naezhelis para lanzarse al combate.
La bruja volvió a aplaudir. Se estaba riendo.
-¡Oh, lo siento! Pensábamos que eráis un puñado de hombres insectos. Son agotadores. No os hacéis una idea de cuantos hemos matado y cuántos quedan vivos. ¿Cómo íbamos a saber que eráis elfos? –algo en la bruja invitaba a quien la escuchase a reír con ella- Mi nombre es Adda Lovelace, catedrática de la casa Axhol del Hekshold. Y vosotros sois…-
-¡Neled Elenu y te vamos a…! –Codhelia levantó la voz. Rimare le tapó la boca con las dos manos antes que hablase más de la cuenta.
-Neled Elenu. Tres estrellas, pero aquí veo más de tres elfos-.
-¿Conoces nuestro idioma? –preguntó Sinojos mientras observa a la bruja con un ojo de lince.
-Por supuesto. No sois los primeros elfos con los que me encuentro-.
Una mariposa blanca se posó en la nariz de Adda Lovelace. Pereció en el acto. La bruja la cogió con mimo con las dos manos, se arrodilló y la dejó en el suelo en compañía de tantos otros cadáveres de mariposas.
-¿No os parece triste? Aquí murió una princesa, una mujer mariposa. Fue en este mismo lugar. Mariposas de todos los lugares de Aerandir vienen a su tumba a morir junto a ella. No hay mayor honor para una mariposa que yacer junto a su princesa. Esa chica no tuvo que haber muerto. No era su culpa. Ella… estaba enferma-.
-No estaba enferma, bruja Lovelace. La princesa Sonagashira había sido maldecida. Un brujo condenó sus alas –dijo Rimare en tono acusador.
-Ian Egdecomb, El hado novato, es un conocido nuestro. ¿Verdad? La maestra Meitner lo guarda en custodio y nos protege de sus hechizos. El hado tiene un poder sobre el éter superior a la de cualquier otro brujo, pero un control pésimo. Por eso estamos aquí. Buscamos las alas de Sonagashira, el decimo sexto objeto de los 19 objetos malditos de Egdecomb. Queremos destruir el objeto y que no vuelva a hacer daño a nadie más-.
Kennis puso una mano en el hombro de Naezhelis. Se acercó a su oído y le susurró un secreto:
-Si destruyen las alas, no podremos entregárselas a Imbar para que nos perdone-.
-¿Habéis oído eso? –dijo Pim mirando hacia los árboles, los otros miembros de Neled Elenu estaban concentrados en las palabras de Lovelace –. Sonaba como el viento de otoño meciendo las ramas-.
-No he oído nada –contestó Ernetia-. Puede que sea imaginaciones tuyas-.
-¡Yo sí que he oído algo! Pero no sonaba como el viento, a mí me ha parecido que era una voz seseante, como si hablase mordiéndose la lengua. –Codhelia se había puesto las manos en las orejas desde que Pim dijo que había escuchado el viento y camina entre Neled Elenu mirando a los árboles -. Creo que dice algo así como: Zoiz miz prezaz bonitaz. Miz prezaz preciozaz-.
-Insectos- Lovelace hizo una señal a sus brujos. Todos se armaron con sus respectivos elementos.
-Helyare, dinos qué hacer –suplicó Ernetia mandoble en mano.
-¡Matad a loz intruzoz. El fantazma de Zonagazira verá cómo noz comeremoz la carne y beberemoz la zangre de loz intruzoz-.
-Le he visto en mis visiones. Su nombre es Avos –Kennis hizo el esfuerzo de no echarse a llorar. En sus visiones también vio la muerte de varios de sus amigos.
Avos surgió del bosque en compañía de otros hombres avispa. Ruidos de pisadas, de gente corriendo, se escuchaban desde el norte, donde estaba la tribu de los insectos. ¿Más fórmicos? ¿Más enemigos? Kennis esperaba lo peor.
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* Helyare: En la tumba de Sonagashira te encuentras con un puñado de elfos venidos del Hekshold. Te dicen directamente sus intenciones: destruir los objetos de Egdecomb. Neled Elenu está en contra de ellos. Súmale el odio racial y la desconfianza que los elfos sienten hacia los brujos. Neled Elenu se siente impotente ante el poder de los brujos, ellos son mucho más fuertes y están experimentados en combate. Te tocará a ti hablar con los brujos en nombre de Neled Elenu. Tendrás que decidir si aliarte con ellos o rechazarles.
Por si fuera poco, aparece un viejo conocido del mastereado anterior: Avos. El hombre avispa llega con un ejército, no tienen la intención de hablar como los brujos. Atacarán a matar. Tendrás que defenderte y utilizar a Neled Elenu para que se defienda.
Esta vez no te haré lanzar la Voluntad de los Dioses a cambio de un juego. Si en tu post, ignoras a un miembro de Neled Elenu, no dices cómo lucha contra los hombres avispa, asumiré que no ha podido defenderse.
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
Tuvieron que empujarla sutilmente cuando Ernetia le dijo que la necesitaba. En esos momentos se olvidó de todo y deseaba, más que nunca, besar sus labios, agarrarle contra ella…
Sacudió la cabeza y comenzó la marcha. Resopló alguna que otra vez, incapaz de entender qué le pasaba, por qué esa repentina atracción por el elfo, ¡si era un desterrado! Pero no conseguía que primase esa idea. La principal era otra… otra en la que ambos se perdían en un lugar recóndito del bosque y… ¡Agh! Volvió a intentar centrarse en el camino y en qué les había dicho antes de que ese elfo hablase. Les estaba echando la bronca. Estaba enfadada… ¿por qué? Tardó unos instantes en recordar lo que había sucedido, pues la voz de Ernetia seguía en su mente. Lo que había pasado era que habían dejado morir a una compañera. ¿Y ellos se llamaban “familia”? Eso le daba mucha rabia a la elfa.
Parecía que estuvieran haciendo algo mientras cruzaban el puente, pero Kennis desechó esa idea cuando le contó a Helyare que los miembros del clan no eran dichos en la batalla. La elfa enarcó una ceja con una mueca de evidencia. ¿En serio le estaba diciendo que no sabían luchar? Era más que obvio.
De pronto se detuvieron. Brujos, y envueltos en mariposas – …mariposas –repitió la elfa –, no hagáis nada –hizo un gesto con la mano para que no se atreviesen a atacar a lo que fuera que se iban a encontrar. Pero, aunque hubiese querido hacer algo, no habría podido. Casi al instante estaban frente a un grupo de personas. Se podía ve que algunos eran elfos, pero había una mujer que no, la que aplaudía. Helyare frunció el ceño, observando qué pasaba, aunque sin hablar. Ya se encargaban las bocazas del grupo de hacerlo por ella.
La primera, la que habló, era una bruja. Hablaba de cosas que ella no entendía. ¿Casa de qué? No entendió lo que dijo, pero sí la conocía… más o menos –la vi en la Playa de los Ancestros –avanzó unos pasos hacia la bruja –, hace tiempo… no recuerdo cuánto. Pero repartía flores e iba con unas niñas. Era una festividad –trató de explicarse – y estaba Sonagashira. Ella me recogió en esa playa, ese mismo día, y me llevó a este bosque –se mordió el labio.
La mujer mariposa la había intentado animar, aunque había sido imposible. Recordaba que había salido corriendo, a trompicones, de Sandorai, que se cayó en la arena, que apenas quedaba rastro de su arco y se acordaba de las ganas que tenía de hundir la cabeza en el mar o de saltar en el fuego. Apenas había estado lúcida en aquel momento, pero sí reconoció a la mujer, aunque no sabía su nombre hasta ese momento.
Todo eso lo soltó antes de que una mariposa se posase en la nariz de la mujer y muriese. Había más mariposas. Según explicaba la bruja, varios de esos insectos iban a morir donde su princesa.
Lo demás que dijeron no lo conocía. ¿Estaba maldita? ¿Sonagashira? Imposible de creer.
El grupo de la bruja buscaba las alas de la princesa, las mismas que pedían los del clan Neled Elenu. Atenta a la explicación que daba la catedrática, empezó a barajar las opciones. Estaba al lado de Ernetia, era el único a quien quería tener cerca… muy cerca. Había algo que le impedía separarse mucho del elfo, e incluso le costaba, cada vez más, atender a su alrededor cuando le miraba. La mujer habló de otra “maestra” y automáticamente pensó en Huracán. Según le había dicho, a ella también la trataban de “maestra”. ¿Sería algún título propio de brujos? Pero la conversación estaba centrada en un hechicero que no sabía controlar su poder… típico. ¡Estúpidos brujos! En resumen: querían destruir las alas. Y el clan de elfos, entregárselas a Imbar. Eso fue lo que le recordó Kennis. Al instante se apartó de la elfa, no quería que la tocara. Por lo menos, no ella.
La conversación quedó cortada cuando Pim abrió la boca. Algo sonaba, según ella. Helyare se concentró en el sonido y, aunque le costó percibir qué era, pronto lo averiguó. Al momento en que Adda Lovelace también decía lo que se supone que estaban escuchando: los malditos insectos.
La voz de Ernetia volvió a distraerla durante unos segundos, pero rápido intentó reaccionar. Era eso o acabar como Velrenere –ehh… sí –miró a todos lados –atentos.
Al momento sacó el arco y cargó una flecha, pero sin tensar la cuerda, y comenzó a dar instrucciones –los bichos son fuertes, tienen más brazos y algunos vuelan. Tienen la ventaja del bosque, así que cuidado. Ernetia… tú detrás de todo, cubriendo la línea cuerpo a cuerpo, como última instancia, serás nuestra defensa. Intentaremos que no se acerque ninguno. Pero si alguno se aproxima… todo tuyo –comentó. En realidad, el plan debía ser que los arqueros y armas de larga distancia, detrás, y los que se encargaban del cuerpo a cuerpo, delante. Pero en este caso, mejor que no. Ernetia no parecía coger muy bien el mandoble. Le recordaba a Aranarth y a su hermano. Ambos, diestros con esa arma, no la cogían como el elfo que tenía a su lado. Y, obviamente, la armadura que portaban ambos elfos de su antiguo clan no tenía nada que ver, en absoluto, con las prendas de Ernetia. Si recibía cualquier golpe, se lo llevaría con todo el impacto. Y no podían permitirse más bajas –no intentes salir a matar a los bichos. Remata sólo si ves que puedes, que está solo y en el suelo. Pero tu misión será defender –susurró para que quedase claro. Le dedicó una mirada y fue lo peor que pudo haber hecho, parecía totalmente embobada. Sólo los zumbidos volvieron a activar su mente. Pasó la vista por el resto de miembros del clan. ¿Qué podrían hacer esos? Tenían buenos poderes, pero ni idea de usarlos, eso era una desventaja terrible.
El elfo hizo caso a Helyare, sabía mejor que nadie qué era más conveniente, pese a que le hubiera gustado exhibirse más con la espada. Pero tenía que obedecer y defender lo mejor posible. Aun aferrando el mandoble con fuerza, permaneció estático en el sitio, escuchando los zumbidos aproximándose.
–Kennis… si puedes ver más o menos, dónde aparecerán, cuántos serán… háznoslo saber –giró la cabeza en busca de Sinojos –tú, lo mismo. Trata de ver dónde están y por dónde aparecerán. Pero te quedarás conmigo para atacar desde la distancia. Incluso desde los árboles si sabes cómo hacerlo –Sinojos asintió, no muy convencido de lo último, pero tensó la cuerda de la ballesta. Las indicaciones siguieron –Pim: usa las ramas de los árboles tanto para defendernos como para atacar a los insectos. Si vuelan… haz que choquen contra las ramas. Si se acercan, cúbrenos –la elfa asintió, también, como su compañero. –Codhelia, Pim defenderá si vienen volando. Tú, si vienen por tierra. Saca a los golems. Que ayuden a Ernetia a defender. ¿Lo habéis entendido todos? Vuestras posiciones son muy importantes, y no las podéis mover.
Faltaban Rimare y el grupo de los brujos –Rimare… si alguien resulta herido, ayúdale. No dejemos morir a nadie más –se giró hacia el otro grupo –necesitamos ayuda. Atacad a los insectos. Tenéis práctica.
Avos apareció, seguido de un gran grupo de insectos. Helyare los conocía, su gesto se tensó, al igual que la cuerda de su arco, en cuanto apuntó hacia el jefe. Siguiendo las instrucciones de la elfa, Codhelia invocó unos golems de tamaño mediano, hechos de roca, que se colocaron a varios metros antes de Helyare, Sinojos y el resto del grupo. Las ramas de Pim empezaban a serpentear cerca de los elfos, y Helyare rezaba a todos sus dioses para que no fueran una interrupción más que una ventaja –súbelas un poco –inquirió la elfa, y Pim obedeció.
–¡Matad a loz intruzoz! –gritó de nuevo. Una flecha voló hacia donde se encontraba. Helyare la había lanzado y, desafiante, miró al bicho –¡Tú! ¡Eztáz aquí! ¡Nueztro rey querrá verte! –al instante, voló otra flecha más. Los insectos no se lo pensaron dos veces y fueron a por los grupos, pero no esperaban encontrarse con lo que se encontraron.
Por los brujos, Helyare no debía preocuparse. Ya habían matado a unos cuantos hombres-insecto. Las columnas de agua volvieron a alzarse contra ellos, mientras que los golems de Codhelia trataban de defender a los miembros del clan de los enjambres.
–¡Pim! –llamó Helyare a la elfa para que se centrase en las ramas. Algunas fueron hacia ellos, tratando de rodear a los que estaban quietos. Helyare, por su parte, estaba subida a una de las ramas y disparaba desde ahí. Sinojos, al lado contrario, trataba de localizarlos rápidamente, disparando su ballesta. Aunque se notaba que no era tan diestro, había fallado unos cuantos tiros. Acertaba cuando estaban más cerca de él, cuando el objetivo a disparar era más grande.
Ernetia, apoyando a los golems, defendía la línea de protección del clan, aunque sin ofrecerse demasiado, no quería morir. Rimare estaba agazapada, protegida por las ramas de Pim, y también por el grupo que acompañaba a Adda Lovelace, quien estaba derribando a los bichos a base de magia.
–Tu zangre será para nuestro rey –ceceó el fórmico, tratando de abalanzarse sobre Helyare, esquivando las ramas. Pero no contaba con Nillë. El hada no iba a dejar que a su compañera le pasase algo, ni mucho menos. Un fuerte destello azul fue a estamparse contra el hombre insecto, haciendo que se desplomase casi al instante. Tras eso, Nillë se escondió junto a Rimare. De reojo, Helyare comprobó que su pequeña compañera estaba bien, y continuó disparando.
Los golems de Codhelia avanzaron un poco más, aguantando la línea. Tras ellos, las ramas de Pim intentaban defender al resto, y por el aire igual, estorbando a los que osaban volar para que Sinojos o Helyare los derribaran, entre otros arqueros que acompañaban a la bruja. Sorprendentemente, aunque no lo hacían perfecto, lo estaban haciendo decentemente bien. Estaban usando sus poderes y cooperando, era lo importante. Algún que otro bicho se colaba, pero Ernetia intentaba disuadirlo a base de mandoblazos. Y, en cuanto alguno se colaba, Helyare estaba atenta para dejarlo fuera de juego. No iba a permitir que le hicieran nada al elfo.
Varios fórmicos se lanzaron contra ellos, y las ramas de Pim no estuvieron lo suficientemente rápidas, pues estaban ocupadas en detener a un par de abejorros que intentaban sobrevolar la formación. Helyare corrió por las ramas y saltó cerca de Ernetia para apartarlo de la trayectoria de los fórmicos. Los golems les hicieron frente, pero no bastó con eso.
Una luz intensa, amarillenta, salió desde el suelo y, como una explosión, lanzó a los insectos lejos de allí, estampándolos contra unos árboles, dejando que el humillo sobresaliese por sus cuerpos. Helyare, sobre el elfo, estaba ligeramente abrazada a él, y la espada de éste a varios centímetros de ambos –hoy no vas a morir, pero mantente centrado –le dijo al oído, respirando entrecortadamente. Ciertamente, no controlaba muy bien ese don que Anar le había concedido, pero había podido conseguirlo. Tan solo lo había usado una o dos veces más. Se incorporó un poco, aun sobre el elfo y clavó su mirada en él. Estaba bien, su magia no había sido dañina –toma esto –de su bolso sacó varios frasquitos, tomó el blanco y se lo dio –. Imprégnalo en el filo de tu arma. Te será útil por un rato.
Tras eso, le dedicó una sonrisa sutil y volvió a la batalla. Esta vez, las ramas de Pim sí habían llegado a tiempo, envolviendo a los miembros de Neled Elenu y formando un escudo contra los ataques de los pocos fórmicos que quedaban. Salvo Sinojos, que estaba aún con el grupo de Adda Lovelace, disparando, y Kennis, que intentaba vislumbrar dónde iban a venir los bichos, aunque a veces fallaba, así que se había quedado al lado de Rimare, el resto, estaban en la lucha.
Helyare sacó la daga y, entre las ramillas que quedaban de la formación que había hecho Pim, pasaba el filo del cuchillo, brillante como sólo había estado delante de Sonagashira, y trataba de clavárselo a los insectos que intentaban abrir la defensa. El elfo salió y continuó repartiendo espadazos a diestro y siniestro, con la ventaja de que su arma estaba imbuida en rayos, por tanto, alcanzaba a varios a la vez, dando una grandiosa ventaja al grupo, que ya estaba resintiéndose de tanto esfuerzo.
–Pim, abre un poco por detrás las ramas –ordenó la elfa, quería reunirse con el resto del grupo. Adda estaba haciendo un grandioso trabajo para espantar a los bichos. Brujos…
Cuando Pim obedeció, Helyare salió, de nuevo con su arco en mano, para seguir disparando a los pocos insectos que quedaban. Por suerte para ella, eran pocos. Pues los virotes de Sinojos se habían agotado, Codhere y Pim estaban tan agotadas que no eran capaces de usar bien su magia, y empezaba a fallar, restándole fuerza a los golems, que parecían más y más débiles, y las ramas fueron regresando a su lugar de origen. Ahí intervendría Rimare, para tratar de ayudarlas con sus oraciones, pero una vez acabase la lucha.
Helyare disparó al último, un hombre-avispa que iba volando hacia ellos y cuyo ataque fue interceptado por la flecha de la arquera. Cayó cerca del elfo, quien acabó rematándolo de un espadazo, del cual salieron rayos blancos que acabaron fulminando más aún al insecto. Había hecho lo que había ordenado al principio la joven. Con cansancio, pero algo de alegría también, Helyare se apartó el pelo de la cara, dejándose caer hasta quedar sentada en una rama. Demasiado bien lo habían hecho para lo que podía haber sido… Tal vez no fueran tan inútiles como pensaba. Bueno, sí lo eran, Sinojos había gastado más de seis virotes para atinar sólo a un fórmico, fallaba mucho porque no tenía maestría para disparar a alguien en movimiento. Las ramas de Pim eran finas, frágiles, aunque ella lo había hecho muy bien. Los golems de Codhere habían hecho una buena defensa, pero sus golems eran muy pequeños y poco ágiles.
Hacía tanto tiempo que no ejercía un cargo parecido, siendo la líder de una partida de lucha. Inconscientemente se entristeció, al recordar aquellos momentos en los que ella era quien comandaba a un ejército, antes de perderlo todo. Cuando los soldados se rendían a sus órdenes, sin rechistar.
Suspiró.
Por lo menos, ahora Rimare iba a sanar y otorgar fuerza a los que habían luchado, o eso suponía, porque, la verdad, es que no sabía ni cómo estaban, ni dónde estaban todos los miembros de Neled Elenu. Sólo tenía atención en uno, en quien había intentado proteger. El resto había pasado a un segundo plano... o tercero.
Ella se fue hacia donde estaba Ernetia. De nuevo, necesitaba estar junto a él.
–¿Lo hicimos bien? –preguntó el elfo. Helyare se quedó mirándolo por un segundo y asintió. Él sonrió, un poco orgulloso de su desempeño.
–Perdóname por lo que voy a hacer, pero… necesito hacerlo –dejó el arco apoyado en el suelo y se acercó a Ernetia, decidida aparentemente, aunque por dentro, una vocecita estaba a punto de explotar de rabia al saber lo que pretendía. “¡¡No puedes hacer eso!!”, pero era una orden nimia en comparación con la necesidad que sentía de estar cerca del elfo. Era irrefrenable, no entendía por qué. Pero tenía que hacerlo. Saltándose bastantes normas del protocolo que le habían enseñado durante toda su vida, se acercó a Ernetia y le besó. Suave y delicada al principio, pero con más pasión y avidez pasados unos segundos. Respiraba entrecortadamente, agarró sus brazos y se pegó a él. Ni ella sabía por qué estaba haciendo eso.
Nillë se quedó con la boca abierta y rápido se tapó la cara, muerta de la vergüenza. Algunos de los que estaban ahí acompañando también lo vieron.
–Disculpad… –interrumpió la bruja –creo que no es momento para demostraciones de amor. Tenemos que destruir el objeto mágico.
Helyare se apartó del elfo unos centímetros y miró a la bruja con mala cara. ¿Para qué interrumpía? No quería dejar de besar al elfo. Todavía no sentía que tenía que detenerse, al contrario. Esa necesidad no cesaba –después... –inquirió. No sabía si Ernetia quería seguir o no, pero en ese momento poco le importaba, había algo más fuerte que impedía que se detuviera. Más fuerte, incluso, que cuando le había visto. No le gustaba nada, pero no podía –ni quería –detenerse.
Adda Lovelace sonrió ligeramente. Había tenido que presenciar más momentos “románticos” entre alumnos de la academia, sobre todo, entre los jovencitos. Pero ese no era el momento ni el lugar –cuanto antes destruyamos las alas de Sonagashira, antes podréis tener un rato para vosotros –esperó unos segundos –. Tenemos que encontrar el objeto, será rápido.
¡Las alas! En ese momento, Helyare sí se apartó del elfo y avanzó hacia la mujer unos pasos, aunque se detuvo en seco y miró a al resto del clan. ¿Qué tenía que hacer? Si les entregaba las alas a los brujos, las destruirían. Si se las entregaba a Imbar… ¿también ella sería perdonada? Toda la euforia y pasión que había desplegado minutos atrás se había desvanecido. Estaba petrificada. Se estaba acordando del ala que le habían dicho que portaba. ¿Qué podía hacer?
Obviamente, no confiaba en los brujos, y mucho menos en los elfos que ayudaban así a los brujos. Aunque… ella había ayudado a brujos. ¡Pero no era lo mismo!
Por otro lado, el clan de elfos… ¿ella estaba incluida en ese grupo de marginados que buscaban redimirse? ¿Imbar también la tenía en cuenta a ella? Se acordó del espejo, de cómo mostraba cómo era ella antes. ¿Podría conseguir la diosa eso? ¿Traer a Kaeltha de nuevo?
–¿Qué podría pasar si no consigue alguno de los objetos? –preguntó a la maestra. ¿Y por qué Imbar quería ese objeto, precisamente? ¿Por qué esa moneda de cambio serviría para hacer que los pecados dejasen de existir? Y… ¿cómo se tomarían en su clan su regreso? ¿Habrían olvidado todo? Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, haciendo que se abrazase a sí misma. En ese momento tuvo miedo de regresar. Y si… a pesar de volver a ser Kaeltha, no la aceptaban de nuevo… ¿Devolvería Imbar a Arzhak también con vida para que no tuviesen motivos para recordar el destierro? Su cabeza estaba a punto de explotar.
En ese instante sintió miedo. No sabía si lo correcto era usar el ala como moneda de cambio para la diosa, o de lo contrario, no serviría de nada. Esos elfos habían hecho mucho daño como para ser perdonados por el hecho de llevar un ala. Y ella también...
Pero... no se fiaba de ningún brujo. Si les daba el ala, es posible que la usaran para sus artimañas de hechiceros. Estaba tan confundida, que no sabía qué hacer.
Sacudió la cabeza y comenzó la marcha. Resopló alguna que otra vez, incapaz de entender qué le pasaba, por qué esa repentina atracción por el elfo, ¡si era un desterrado! Pero no conseguía que primase esa idea. La principal era otra… otra en la que ambos se perdían en un lugar recóndito del bosque y… ¡Agh! Volvió a intentar centrarse en el camino y en qué les había dicho antes de que ese elfo hablase. Les estaba echando la bronca. Estaba enfadada… ¿por qué? Tardó unos instantes en recordar lo que había sucedido, pues la voz de Ernetia seguía en su mente. Lo que había pasado era que habían dejado morir a una compañera. ¿Y ellos se llamaban “familia”? Eso le daba mucha rabia a la elfa.
Parecía que estuvieran haciendo algo mientras cruzaban el puente, pero Kennis desechó esa idea cuando le contó a Helyare que los miembros del clan no eran dichos en la batalla. La elfa enarcó una ceja con una mueca de evidencia. ¿En serio le estaba diciendo que no sabían luchar? Era más que obvio.
De pronto se detuvieron. Brujos, y envueltos en mariposas – …mariposas –repitió la elfa –, no hagáis nada –hizo un gesto con la mano para que no se atreviesen a atacar a lo que fuera que se iban a encontrar. Pero, aunque hubiese querido hacer algo, no habría podido. Casi al instante estaban frente a un grupo de personas. Se podía ve que algunos eran elfos, pero había una mujer que no, la que aplaudía. Helyare frunció el ceño, observando qué pasaba, aunque sin hablar. Ya se encargaban las bocazas del grupo de hacerlo por ella.
La primera, la que habló, era una bruja. Hablaba de cosas que ella no entendía. ¿Casa de qué? No entendió lo que dijo, pero sí la conocía… más o menos –la vi en la Playa de los Ancestros –avanzó unos pasos hacia la bruja –, hace tiempo… no recuerdo cuánto. Pero repartía flores e iba con unas niñas. Era una festividad –trató de explicarse – y estaba Sonagashira. Ella me recogió en esa playa, ese mismo día, y me llevó a este bosque –se mordió el labio.
La mujer mariposa la había intentado animar, aunque había sido imposible. Recordaba que había salido corriendo, a trompicones, de Sandorai, que se cayó en la arena, que apenas quedaba rastro de su arco y se acordaba de las ganas que tenía de hundir la cabeza en el mar o de saltar en el fuego. Apenas había estado lúcida en aquel momento, pero sí reconoció a la mujer, aunque no sabía su nombre hasta ese momento.
Todo eso lo soltó antes de que una mariposa se posase en la nariz de la mujer y muriese. Había más mariposas. Según explicaba la bruja, varios de esos insectos iban a morir donde su princesa.
Lo demás que dijeron no lo conocía. ¿Estaba maldita? ¿Sonagashira? Imposible de creer.
El grupo de la bruja buscaba las alas de la princesa, las mismas que pedían los del clan Neled Elenu. Atenta a la explicación que daba la catedrática, empezó a barajar las opciones. Estaba al lado de Ernetia, era el único a quien quería tener cerca… muy cerca. Había algo que le impedía separarse mucho del elfo, e incluso le costaba, cada vez más, atender a su alrededor cuando le miraba. La mujer habló de otra “maestra” y automáticamente pensó en Huracán. Según le había dicho, a ella también la trataban de “maestra”. ¿Sería algún título propio de brujos? Pero la conversación estaba centrada en un hechicero que no sabía controlar su poder… típico. ¡Estúpidos brujos! En resumen: querían destruir las alas. Y el clan de elfos, entregárselas a Imbar. Eso fue lo que le recordó Kennis. Al instante se apartó de la elfa, no quería que la tocara. Por lo menos, no ella.
La conversación quedó cortada cuando Pim abrió la boca. Algo sonaba, según ella. Helyare se concentró en el sonido y, aunque le costó percibir qué era, pronto lo averiguó. Al momento en que Adda Lovelace también decía lo que se supone que estaban escuchando: los malditos insectos.
La voz de Ernetia volvió a distraerla durante unos segundos, pero rápido intentó reaccionar. Era eso o acabar como Velrenere –ehh… sí –miró a todos lados –atentos.
Al momento sacó el arco y cargó una flecha, pero sin tensar la cuerda, y comenzó a dar instrucciones –los bichos son fuertes, tienen más brazos y algunos vuelan. Tienen la ventaja del bosque, así que cuidado. Ernetia… tú detrás de todo, cubriendo la línea cuerpo a cuerpo, como última instancia, serás nuestra defensa. Intentaremos que no se acerque ninguno. Pero si alguno se aproxima… todo tuyo –comentó. En realidad, el plan debía ser que los arqueros y armas de larga distancia, detrás, y los que se encargaban del cuerpo a cuerpo, delante. Pero en este caso, mejor que no. Ernetia no parecía coger muy bien el mandoble. Le recordaba a Aranarth y a su hermano. Ambos, diestros con esa arma, no la cogían como el elfo que tenía a su lado. Y, obviamente, la armadura que portaban ambos elfos de su antiguo clan no tenía nada que ver, en absoluto, con las prendas de Ernetia. Si recibía cualquier golpe, se lo llevaría con todo el impacto. Y no podían permitirse más bajas –no intentes salir a matar a los bichos. Remata sólo si ves que puedes, que está solo y en el suelo. Pero tu misión será defender –susurró para que quedase claro. Le dedicó una mirada y fue lo peor que pudo haber hecho, parecía totalmente embobada. Sólo los zumbidos volvieron a activar su mente. Pasó la vista por el resto de miembros del clan. ¿Qué podrían hacer esos? Tenían buenos poderes, pero ni idea de usarlos, eso era una desventaja terrible.
El elfo hizo caso a Helyare, sabía mejor que nadie qué era más conveniente, pese a que le hubiera gustado exhibirse más con la espada. Pero tenía que obedecer y defender lo mejor posible. Aun aferrando el mandoble con fuerza, permaneció estático en el sitio, escuchando los zumbidos aproximándose.
–Kennis… si puedes ver más o menos, dónde aparecerán, cuántos serán… háznoslo saber –giró la cabeza en busca de Sinojos –tú, lo mismo. Trata de ver dónde están y por dónde aparecerán. Pero te quedarás conmigo para atacar desde la distancia. Incluso desde los árboles si sabes cómo hacerlo –Sinojos asintió, no muy convencido de lo último, pero tensó la cuerda de la ballesta. Las indicaciones siguieron –Pim: usa las ramas de los árboles tanto para defendernos como para atacar a los insectos. Si vuelan… haz que choquen contra las ramas. Si se acercan, cúbrenos –la elfa asintió, también, como su compañero. –Codhelia, Pim defenderá si vienen volando. Tú, si vienen por tierra. Saca a los golems. Que ayuden a Ernetia a defender. ¿Lo habéis entendido todos? Vuestras posiciones son muy importantes, y no las podéis mover.
Faltaban Rimare y el grupo de los brujos –Rimare… si alguien resulta herido, ayúdale. No dejemos morir a nadie más –se giró hacia el otro grupo –necesitamos ayuda. Atacad a los insectos. Tenéis práctica.
Avos apareció, seguido de un gran grupo de insectos. Helyare los conocía, su gesto se tensó, al igual que la cuerda de su arco, en cuanto apuntó hacia el jefe. Siguiendo las instrucciones de la elfa, Codhelia invocó unos golems de tamaño mediano, hechos de roca, que se colocaron a varios metros antes de Helyare, Sinojos y el resto del grupo. Las ramas de Pim empezaban a serpentear cerca de los elfos, y Helyare rezaba a todos sus dioses para que no fueran una interrupción más que una ventaja –súbelas un poco –inquirió la elfa, y Pim obedeció.
–¡Matad a loz intruzoz! –gritó de nuevo. Una flecha voló hacia donde se encontraba. Helyare la había lanzado y, desafiante, miró al bicho –¡Tú! ¡Eztáz aquí! ¡Nueztro rey querrá verte! –al instante, voló otra flecha más. Los insectos no se lo pensaron dos veces y fueron a por los grupos, pero no esperaban encontrarse con lo que se encontraron.
Por los brujos, Helyare no debía preocuparse. Ya habían matado a unos cuantos hombres-insecto. Las columnas de agua volvieron a alzarse contra ellos, mientras que los golems de Codhelia trataban de defender a los miembros del clan de los enjambres.
–¡Pim! –llamó Helyare a la elfa para que se centrase en las ramas. Algunas fueron hacia ellos, tratando de rodear a los que estaban quietos. Helyare, por su parte, estaba subida a una de las ramas y disparaba desde ahí. Sinojos, al lado contrario, trataba de localizarlos rápidamente, disparando su ballesta. Aunque se notaba que no era tan diestro, había fallado unos cuantos tiros. Acertaba cuando estaban más cerca de él, cuando el objetivo a disparar era más grande.
Ernetia, apoyando a los golems, defendía la línea de protección del clan, aunque sin ofrecerse demasiado, no quería morir. Rimare estaba agazapada, protegida por las ramas de Pim, y también por el grupo que acompañaba a Adda Lovelace, quien estaba derribando a los bichos a base de magia.
–Tu zangre será para nuestro rey –ceceó el fórmico, tratando de abalanzarse sobre Helyare, esquivando las ramas. Pero no contaba con Nillë. El hada no iba a dejar que a su compañera le pasase algo, ni mucho menos. Un fuerte destello azul fue a estamparse contra el hombre insecto, haciendo que se desplomase casi al instante. Tras eso, Nillë se escondió junto a Rimare. De reojo, Helyare comprobó que su pequeña compañera estaba bien, y continuó disparando.
Los golems de Codhelia avanzaron un poco más, aguantando la línea. Tras ellos, las ramas de Pim intentaban defender al resto, y por el aire igual, estorbando a los que osaban volar para que Sinojos o Helyare los derribaran, entre otros arqueros que acompañaban a la bruja. Sorprendentemente, aunque no lo hacían perfecto, lo estaban haciendo decentemente bien. Estaban usando sus poderes y cooperando, era lo importante. Algún que otro bicho se colaba, pero Ernetia intentaba disuadirlo a base de mandoblazos. Y, en cuanto alguno se colaba, Helyare estaba atenta para dejarlo fuera de juego. No iba a permitir que le hicieran nada al elfo.
Varios fórmicos se lanzaron contra ellos, y las ramas de Pim no estuvieron lo suficientemente rápidas, pues estaban ocupadas en detener a un par de abejorros que intentaban sobrevolar la formación. Helyare corrió por las ramas y saltó cerca de Ernetia para apartarlo de la trayectoria de los fórmicos. Los golems les hicieron frente, pero no bastó con eso.
Una luz intensa, amarillenta, salió desde el suelo y, como una explosión, lanzó a los insectos lejos de allí, estampándolos contra unos árboles, dejando que el humillo sobresaliese por sus cuerpos. Helyare, sobre el elfo, estaba ligeramente abrazada a él, y la espada de éste a varios centímetros de ambos –hoy no vas a morir, pero mantente centrado –le dijo al oído, respirando entrecortadamente. Ciertamente, no controlaba muy bien ese don que Anar le había concedido, pero había podido conseguirlo. Tan solo lo había usado una o dos veces más. Se incorporó un poco, aun sobre el elfo y clavó su mirada en él. Estaba bien, su magia no había sido dañina –toma esto –de su bolso sacó varios frasquitos, tomó el blanco y se lo dio –. Imprégnalo en el filo de tu arma. Te será útil por un rato.
Tras eso, le dedicó una sonrisa sutil y volvió a la batalla. Esta vez, las ramas de Pim sí habían llegado a tiempo, envolviendo a los miembros de Neled Elenu y formando un escudo contra los ataques de los pocos fórmicos que quedaban. Salvo Sinojos, que estaba aún con el grupo de Adda Lovelace, disparando, y Kennis, que intentaba vislumbrar dónde iban a venir los bichos, aunque a veces fallaba, así que se había quedado al lado de Rimare, el resto, estaban en la lucha.
Helyare sacó la daga y, entre las ramillas que quedaban de la formación que había hecho Pim, pasaba el filo del cuchillo, brillante como sólo había estado delante de Sonagashira, y trataba de clavárselo a los insectos que intentaban abrir la defensa. El elfo salió y continuó repartiendo espadazos a diestro y siniestro, con la ventaja de que su arma estaba imbuida en rayos, por tanto, alcanzaba a varios a la vez, dando una grandiosa ventaja al grupo, que ya estaba resintiéndose de tanto esfuerzo.
–Pim, abre un poco por detrás las ramas –ordenó la elfa, quería reunirse con el resto del grupo. Adda estaba haciendo un grandioso trabajo para espantar a los bichos. Brujos…
Cuando Pim obedeció, Helyare salió, de nuevo con su arco en mano, para seguir disparando a los pocos insectos que quedaban. Por suerte para ella, eran pocos. Pues los virotes de Sinojos se habían agotado, Codhere y Pim estaban tan agotadas que no eran capaces de usar bien su magia, y empezaba a fallar, restándole fuerza a los golems, que parecían más y más débiles, y las ramas fueron regresando a su lugar de origen. Ahí intervendría Rimare, para tratar de ayudarlas con sus oraciones, pero una vez acabase la lucha.
Helyare disparó al último, un hombre-avispa que iba volando hacia ellos y cuyo ataque fue interceptado por la flecha de la arquera. Cayó cerca del elfo, quien acabó rematándolo de un espadazo, del cual salieron rayos blancos que acabaron fulminando más aún al insecto. Había hecho lo que había ordenado al principio la joven. Con cansancio, pero algo de alegría también, Helyare se apartó el pelo de la cara, dejándose caer hasta quedar sentada en una rama. Demasiado bien lo habían hecho para lo que podía haber sido… Tal vez no fueran tan inútiles como pensaba. Bueno, sí lo eran, Sinojos había gastado más de seis virotes para atinar sólo a un fórmico, fallaba mucho porque no tenía maestría para disparar a alguien en movimiento. Las ramas de Pim eran finas, frágiles, aunque ella lo había hecho muy bien. Los golems de Codhere habían hecho una buena defensa, pero sus golems eran muy pequeños y poco ágiles.
Hacía tanto tiempo que no ejercía un cargo parecido, siendo la líder de una partida de lucha. Inconscientemente se entristeció, al recordar aquellos momentos en los que ella era quien comandaba a un ejército, antes de perderlo todo. Cuando los soldados se rendían a sus órdenes, sin rechistar.
Suspiró.
Por lo menos, ahora Rimare iba a sanar y otorgar fuerza a los que habían luchado, o eso suponía, porque, la verdad, es que no sabía ni cómo estaban, ni dónde estaban todos los miembros de Neled Elenu. Sólo tenía atención en uno, en quien había intentado proteger. El resto había pasado a un segundo plano... o tercero.
Ella se fue hacia donde estaba Ernetia. De nuevo, necesitaba estar junto a él.
–¿Lo hicimos bien? –preguntó el elfo. Helyare se quedó mirándolo por un segundo y asintió. Él sonrió, un poco orgulloso de su desempeño.
–Perdóname por lo que voy a hacer, pero… necesito hacerlo –dejó el arco apoyado en el suelo y se acercó a Ernetia, decidida aparentemente, aunque por dentro, una vocecita estaba a punto de explotar de rabia al saber lo que pretendía. “¡¡No puedes hacer eso!!”, pero era una orden nimia en comparación con la necesidad que sentía de estar cerca del elfo. Era irrefrenable, no entendía por qué. Pero tenía que hacerlo. Saltándose bastantes normas del protocolo que le habían enseñado durante toda su vida, se acercó a Ernetia y le besó. Suave y delicada al principio, pero con más pasión y avidez pasados unos segundos. Respiraba entrecortadamente, agarró sus brazos y se pegó a él. Ni ella sabía por qué estaba haciendo eso.
Nillë se quedó con la boca abierta y rápido se tapó la cara, muerta de la vergüenza. Algunos de los que estaban ahí acompañando también lo vieron.
–Disculpad… –interrumpió la bruja –creo que no es momento para demostraciones de amor. Tenemos que destruir el objeto mágico.
Helyare se apartó del elfo unos centímetros y miró a la bruja con mala cara. ¿Para qué interrumpía? No quería dejar de besar al elfo. Todavía no sentía que tenía que detenerse, al contrario. Esa necesidad no cesaba –después... –inquirió. No sabía si Ernetia quería seguir o no, pero en ese momento poco le importaba, había algo más fuerte que impedía que se detuviera. Más fuerte, incluso, que cuando le había visto. No le gustaba nada, pero no podía –ni quería –detenerse.
Adda Lovelace sonrió ligeramente. Había tenido que presenciar más momentos “románticos” entre alumnos de la academia, sobre todo, entre los jovencitos. Pero ese no era el momento ni el lugar –cuanto antes destruyamos las alas de Sonagashira, antes podréis tener un rato para vosotros –esperó unos segundos –. Tenemos que encontrar el objeto, será rápido.
¡Las alas! En ese momento, Helyare sí se apartó del elfo y avanzó hacia la mujer unos pasos, aunque se detuvo en seco y miró a al resto del clan. ¿Qué tenía que hacer? Si les entregaba las alas a los brujos, las destruirían. Si se las entregaba a Imbar… ¿también ella sería perdonada? Toda la euforia y pasión que había desplegado minutos atrás se había desvanecido. Estaba petrificada. Se estaba acordando del ala que le habían dicho que portaba. ¿Qué podía hacer?
Obviamente, no confiaba en los brujos, y mucho menos en los elfos que ayudaban así a los brujos. Aunque… ella había ayudado a brujos. ¡Pero no era lo mismo!
Por otro lado, el clan de elfos… ¿ella estaba incluida en ese grupo de marginados que buscaban redimirse? ¿Imbar también la tenía en cuenta a ella? Se acordó del espejo, de cómo mostraba cómo era ella antes. ¿Podría conseguir la diosa eso? ¿Traer a Kaeltha de nuevo?
–¿Qué podría pasar si no consigue alguno de los objetos? –preguntó a la maestra. ¿Y por qué Imbar quería ese objeto, precisamente? ¿Por qué esa moneda de cambio serviría para hacer que los pecados dejasen de existir? Y… ¿cómo se tomarían en su clan su regreso? ¿Habrían olvidado todo? Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, haciendo que se abrazase a sí misma. En ese momento tuvo miedo de regresar. Y si… a pesar de volver a ser Kaeltha, no la aceptaban de nuevo… ¿Devolvería Imbar a Arzhak también con vida para que no tuviesen motivos para recordar el destierro? Su cabeza estaba a punto de explotar.
En ese instante sintió miedo. No sabía si lo correcto era usar el ala como moneda de cambio para la diosa, o de lo contrario, no serviría de nada. Esos elfos habían hecho mucho daño como para ser perdonados por el hecho de llevar un ala. Y ella también...
Pero... no se fiaba de ningún brujo. Si les daba el ala, es posible que la usaran para sus artimañas de hechiceros. Estaba tan confundida, que no sabía qué hacer.
- Off 1.:
- Uso objeto máster: el frasco blanco del Regalo de Isil.
Regalo de Isil: Regalo de Isil: Un collar con 5 pequeños frascos que al impregnar con ellos un arma, le otorgan durante 3 turnos, daño adicional según el color:
Dorado: Luz (Quemadura, más efectivo contra seres oscuros)
Blanco: Relámpago (Quemadura)
Verde: Veneno (Sedante No-letal)
Amarillo: Fuego (Quemadura)
Azul: Hielo (Entumecimiento)
Un uso por cada color.
- Off 2. :
- Perdón por el tocho, máster, es que tenía que narrar la participación en la pelea de todos los miembros del clan, negociar o intentar hablar con los elfos y los brujos, y desempeñar la maldición que me pusiste (una de ellas)... ha quedado muy largo.
- Off 3. :
- Hay varias líneas subrayadas:
La primera marca cuando Nillë mata al NPC, ya que si alguien se encara a Hely y es NPC, automáticamente muere.
La segunda, marca el uso de la habilidad de nivel 1 de Hely: "nova de luz", emite una descarga de energía ofensiva en una esfera a su alrededor, la que daña a todo aquel que se encuentre a menos de 2 metros de distancia. Es usado a modo de defensa en última instancia.
La tercera marca el uso del objeto máster.
Helyare
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
Rimare hizo gesto de disgusto con la mano por encima del hombro, como si estuviera apartando Kaeltha y Ernetia de su lado con el abanico de la mano. Había que recordar a esos dos que estaban en una peligrosa misión y que Velnerere había muerto hacía apenas unos minutos. ¡Qué falta de respeto! Hacia Velnerere y hacia todos los demás miembros de Neled Elenu. Sinojos estaba que se moría de los nervios, tenía las manos tan sudadas que apenas atinaban a cargar un nuevo virote en su ballesta. Codhelia se abrazaba al último golem de piedra que invocó como si éste fuera su madre protectora. ¿Qué pensarían ellos del beso entre Ernetia y Kaeltha? Lo más probable es que estuvieran de acuerdo con Rimare: era una falta de respeto.
Una vez murió el último hombre avispa, Kennis, Kaeltha y Kennis fueron a hablar con los brujos. Le gustase más o le gustase menos, Kaeltha se había convertido en una imagen autoritaria dentro de Neled Elenu. Kennis dejó que ella hablase en su nombre con la líder de los brujos. Rimare, con una mueca de desagradado, se conformó.
-Querida, no quieras saberlo. Estos objetos están malditos. Algunos piensan que son armas mágicas capaces de acabar con las guerras y las enfermedades de Aerandir. ¡Oh, no saben lo equivocados que están! Estos objetos tienen vida propia. Enloquecen a su portador hasta tal punto que éste se vuelve una marioneta para ellos. Los objetos desean expandir su locura y generar el caos. ¿Entiendes lo peligroso que es quedarse con solo uno de estos objetos? Lo más piadoso es destruirlos. En el Hekshold estamos investigando cómo hacerlo-.
-Y en el caso hipotético que alguien se niegue a entregar un objeto, ¿qué harías? –preguntó Kennis. –Habló de los insectos, por supuesto. Nuestros Dioses nos han enviado para vengar la muerte de Sonagashira. Entienda nuestra preocupación-.
-En el caso que el rey de los insectos se niegue a entregarnos el objeto maldito de Egdecomb que posee se lo arrancaremos de sus manos inertes. No nos gusta la violencia –Rimare creyó que mintió, los brujos adoran la violencia. –pero la usaremos si nos vemos obligados a ellos- esa segunda frase era más acertada a la idea que Rimare tenía de los brujos.
Kennis y Rimare se miraron entre ellas como si pudieran comunicarse con el pensamiento: ¿Kaeltha sería capaz de entregar el ala de Sonagashira a los brujos? ¿Tenían una oportunidad de sobrevivir a la hora de enfrentarse a los brujos? Estaban aterrorizadas con las respuestas.
-Habéis dicho que conocéis a Sonagashira. Decidme pues, ¿nos ayudaréis a encontrar las alas de Sonagashira y llevarlas al Hekshold?-
-Sí –Kennis se adelantó al responder. –Lo haremos. –Qué remedio, pensó Rimare.
Neled Elenu caminaba a un pasó de separación de los brujos. Kennis se encargó de hacer saber al grupo de manera telepática la conversación que habían tenido y de los peligros que suponía estar cerca de ellos. Todos habían visto el río Libélula desbordarse cuando los cabellos pasaron por el puente. Lovelace fue la causante de ese desbordamiento. Así trataba a sus enemigos, ahogándolos en el agua. Había que estar alerta.
-Contamos contigo Kaeltha –dijo Kennis a Helyare en secreto.
Adda Lovelace levantó la mano indicando a su grupo que caminase detrás de ella con cuidado y en silencio. Neled Elenu se colocó detrás del último brujo.
-Escucho el sonido de la guerra –dijo Pim.
-Todos escuchamos lo mismo que tú, pero estamos demasiado asustados para decirlo –contestó Codhelia intentando sonreír sin éxito.
-Necesito a vuestro amigo, el de los ojos –pidió Lovelace desde la vanguardia. -¿Puedes venir conmigo un momento, por favor? Dime lo que ves-.
-Veo la tribu de los hombres insectos. Los bichos están peleando contra un grupo de humanos. Hay muchísimos de ambos bandos-.
-¿Puedes identificar a los líderes?-
-Creo que sí –Sinojos se aventuró a dar un paso al frente. –Veo a un hombre escarabajo en las puertas del edificio más grande. Tiene un ala a su espalda del color del cristal. Los humanos que intentan matarle acaban arrodillándose ante él. Le besan los pies-.
-Ese es Zogo, el nuevo rey insecto después de que matase a los padres de Sonagashira. Usa el poder de las alas para enamorar a sus enemigos. Muy inteligente. ¿Y el líder de los humanos?-
-Creo que es ese de ahí. Está en lo alto de una colina mirando como sus amigos mueren. Viste con un uniforme azul y morado. ¡Son los colores de La Guardia!-
-No grites, no queremos que nos descubran-.
-Son los colores de La Guardia –repitió en voz baja.
- Christian Bracknell –Kennis puso los ojos en blanco y susurró el nombre.
-¿Lo conoces? –preguntó Lovelace acercándose a la elfa.
-Solo de haberlo visto en sueños, mi señora-.
-Yo sí tengo la desgracia de conocerlo. Es un hombre taimado y cruel. No sé cómo ha descubierto esté lugar, pero me imagino lo que puede estar buscando-.
-¿Ese es el hombre que vimos en el puente? –preguntó Codhelia a Ernetia.
-Eso me temo –contestó el elfo.
-Recordad nuestro objetivo, debemos conseguir el ala de Zogo. Tened mucho cuidado con él. Si os acercáis demasiado a él, os convertirá en mariposa. Atacaremos desde la distancia –explicó Lovelace a sus brujos. –Por el momento, ignoraremos a los humanos. A no ser que os ataquen ellos primero, no les hagáis nada-.
Un silbido pasó por encima de las cabezas de Neled Elenu. ¿Más avispas? Sin ojos con la ballesta y Kennis con orbes de luz apuntaron al cielo. Eran los hombres escarabajo que dejaron atrás, en la otra orilla del río. ¡Los asesinos de Velnerere! Volaban en dirección a la batalla. Rimare se mordió los labios. Miró con recelo a Kaeltha esperando a una orden para atacar a los insectos asesinos. Al ver que no recibía tal instrucción, le quitó el cuchillo de las manos a Codhelia y corrió hacia el campo abierto, a la vista de todos los insectos y todos los hombres.
-Tú eres mío-.
Se acabaron los besos y el hacer amigos con los brujos. Si Kaeltha no hacía nada, ella vengaría la muerte de Velnerere.
-¡No, vuelve Rimare! –Sinojos salió corrió detrás de Rimare.
Lovelace suspiró. No hice nada por detener a los elfos. Si ellos querían morir, era cosa suya.
Traición. Zogo repetía la palabra en su cabeza cada vez que mataba a un humano. Juró lealtad a la corona de los insectos. Se le perdonó la vida. ¿Esta era su forma de darle las gracias? Un humano corría hacia Zogo con el hacha levantada. Al llegar al medio metro de distancia, soltó el arma y se disculpó ante al rey de los insectos. Dijo que había sido un error, que él no quería hacerle daño. Si le perdonase, podían ser los mejores amigos Zogo sonreía a la vez que clavaba su mandoble en el pecho del hombre. Nada de amigos. Los amigos habían llevado a la tribu de los insectos a la guerra. Hubo un momento en el que Zogo pensó que El Reparador era su amigo. Pese a ser cibernético, le quería como a un insecto más. Todos en la tribu le querían. ¡Traidor! A la primera de cambio, pocos días después de la muerte de Sonagashira y del coronamiento de Zogo, mandó a las mariposas reparadas a atacar a los insectos. Buen movimiento, si lo hubiera hecho con los antiguos reyes, éstos habrían muerto. Zogo, en cambio, estaba mejor preparado. Había armado a los insectos a su servicio de modo que pudieran combatir contra cualquier sorpresa indeseada. Sea el descubrimiento de un traidor o la venida de un ejército de hombres. Muertas las mariposas, El Reparador escapó con la promesa que regresaría. ¡Y por todas las mariposas de Aerandir que cumpliría su palabra! El Reparador regresó con un ejército de hombres a sus espaldas.
Kina al lado de Zogo cayó de rodillas. Estaba luchando contra tres humanos al mismo tiempo: dos mujeres y un hombre. Kina no quería herir a nadie. Era una buena reina, pero tenía una debilidad que le hacía desmerecer el abrazo de Zogo: la bondad. Una de las humanas guerras le clavó su asta en el pecho de Kina. La otra la golpeó con el escudo que portaba en la izquierda mientras le amenazaba con el hacha de la mano derecha. El humano se quedaba atrás, sujetando su espada con las dos manos asustado. Zogo se acercó a ellos. Les convirtió en mariposa con una sola mirada. En lugar de matarles, les ordenó que atacasen a sus antiguos compañeros. Zogo era su major amigo y a los mejores amigos no se les ataca .
Zogo observó a Kina en una posición superior, como si ella estuviera en el interior de un profundo pozo y en él la obertura del mismo. Kina apretaba la herida del pecho con todas sus manos. Gritaba y suplicaba que la ayudase. Zogo negaba con la cabeza. Ella no se merecía estar a su lado. No era una buena reina.
Cariño, por favor, no me dejes. Te amo. Te deseo. .
-Te queda mucho hasta convertirte en la mariposa que merezco a mi lado-.
* Helyare: ¡Se complica la trama! Entramos directo en la tribu de los insectos. Un ejército de humanos con el uniforme de La Guardia está atacando a los insectos. Lovelace aconseja ignorar a los humanos y enfrentarse solo a los insectos. Lovelace no es la líder de los elfos, esa eres tú. Da las órdenes. Haz que sobrevivan. Si ignoras a uno de los miembros de Neled Elenu, lo mismo que en el turno anterior, asumiré que ha muerto.
Rimare y Sinojos corren hacia campo abierto. Rimare porque quiere vengar a su amiga. Sinojos porque tiene miedo que otro de sus compañeros muera y persigue a Rimare para impedirlo. Tienes la opción de ayudarles o dejarles morir en manos de Curon.
La dificultad aumenta cuando ves a Kina, la mujer polilla que ayudaba a las mariposas en el anterior mastereado, gravemente herida. Tienes la opción de salvarla o dejarla morir.
Al final del turno deberás lanzar la Voluntad de los Dioses. Esto nos indicaré qué personajes de la partida quedan hechizados por el ala de Sonahashira que lleva Zogo.
Muy mala suerte: Codhelia, Ernetia ,Kennis, Pim y Lovelace
Mala suerte: Ernetia, Lovelace y Pim
Suerte media: Kennis y Pim
Suerte buena: Pim
Suerte muy buena: Ninguno
Relaciones
Codhelia Miedo
Rimare [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Sinojos Amistad
Ernetia Atracción.
Velrenere Muerta
Pim Amistad
Kennis Amistad
Una vez murió el último hombre avispa, Kennis, Kaeltha y Kennis fueron a hablar con los brujos. Le gustase más o le gustase menos, Kaeltha se había convertido en una imagen autoritaria dentro de Neled Elenu. Kennis dejó que ella hablase en su nombre con la líder de los brujos. Rimare, con una mueca de desagradado, se conformó.
-Querida, no quieras saberlo. Estos objetos están malditos. Algunos piensan que son armas mágicas capaces de acabar con las guerras y las enfermedades de Aerandir. ¡Oh, no saben lo equivocados que están! Estos objetos tienen vida propia. Enloquecen a su portador hasta tal punto que éste se vuelve una marioneta para ellos. Los objetos desean expandir su locura y generar el caos. ¿Entiendes lo peligroso que es quedarse con solo uno de estos objetos? Lo más piadoso es destruirlos. En el Hekshold estamos investigando cómo hacerlo-.
-Y en el caso hipotético que alguien se niegue a entregar un objeto, ¿qué harías? –preguntó Kennis. –Habló de los insectos, por supuesto. Nuestros Dioses nos han enviado para vengar la muerte de Sonagashira. Entienda nuestra preocupación-.
-En el caso que el rey de los insectos se niegue a entregarnos el objeto maldito de Egdecomb que posee se lo arrancaremos de sus manos inertes. No nos gusta la violencia –Rimare creyó que mintió, los brujos adoran la violencia. –pero la usaremos si nos vemos obligados a ellos- esa segunda frase era más acertada a la idea que Rimare tenía de los brujos.
Kennis y Rimare se miraron entre ellas como si pudieran comunicarse con el pensamiento: ¿Kaeltha sería capaz de entregar el ala de Sonagashira a los brujos? ¿Tenían una oportunidad de sobrevivir a la hora de enfrentarse a los brujos? Estaban aterrorizadas con las respuestas.
-Habéis dicho que conocéis a Sonagashira. Decidme pues, ¿nos ayudaréis a encontrar las alas de Sonagashira y llevarlas al Hekshold?-
-Sí –Kennis se adelantó al responder. –Lo haremos. –Qué remedio, pensó Rimare.
Neled Elenu caminaba a un pasó de separación de los brujos. Kennis se encargó de hacer saber al grupo de manera telepática la conversación que habían tenido y de los peligros que suponía estar cerca de ellos. Todos habían visto el río Libélula desbordarse cuando los cabellos pasaron por el puente. Lovelace fue la causante de ese desbordamiento. Así trataba a sus enemigos, ahogándolos en el agua. Había que estar alerta.
-Contamos contigo Kaeltha –dijo Kennis a Helyare en secreto.
Adda Lovelace levantó la mano indicando a su grupo que caminase detrás de ella con cuidado y en silencio. Neled Elenu se colocó detrás del último brujo.
-Escucho el sonido de la guerra –dijo Pim.
-Todos escuchamos lo mismo que tú, pero estamos demasiado asustados para decirlo –contestó Codhelia intentando sonreír sin éxito.
-Necesito a vuestro amigo, el de los ojos –pidió Lovelace desde la vanguardia. -¿Puedes venir conmigo un momento, por favor? Dime lo que ves-.
-Veo la tribu de los hombres insectos. Los bichos están peleando contra un grupo de humanos. Hay muchísimos de ambos bandos-.
-¿Puedes identificar a los líderes?-
-Creo que sí –Sinojos se aventuró a dar un paso al frente. –Veo a un hombre escarabajo en las puertas del edificio más grande. Tiene un ala a su espalda del color del cristal. Los humanos que intentan matarle acaban arrodillándose ante él. Le besan los pies-.
-Ese es Zogo, el nuevo rey insecto después de que matase a los padres de Sonagashira. Usa el poder de las alas para enamorar a sus enemigos. Muy inteligente. ¿Y el líder de los humanos?-
-Creo que es ese de ahí. Está en lo alto de una colina mirando como sus amigos mueren. Viste con un uniforme azul y morado. ¡Son los colores de La Guardia!-
-No grites, no queremos que nos descubran-.
-Son los colores de La Guardia –repitió en voz baja.
- Christian Bracknell –Kennis puso los ojos en blanco y susurró el nombre.
-¿Lo conoces? –preguntó Lovelace acercándose a la elfa.
-Solo de haberlo visto en sueños, mi señora-.
-Yo sí tengo la desgracia de conocerlo. Es un hombre taimado y cruel. No sé cómo ha descubierto esté lugar, pero me imagino lo que puede estar buscando-.
-¿Ese es el hombre que vimos en el puente? –preguntó Codhelia a Ernetia.
-Eso me temo –contestó el elfo.
-Recordad nuestro objetivo, debemos conseguir el ala de Zogo. Tened mucho cuidado con él. Si os acercáis demasiado a él, os convertirá en mariposa. Atacaremos desde la distancia –explicó Lovelace a sus brujos. –Por el momento, ignoraremos a los humanos. A no ser que os ataquen ellos primero, no les hagáis nada-.
Un silbido pasó por encima de las cabezas de Neled Elenu. ¿Más avispas? Sin ojos con la ballesta y Kennis con orbes de luz apuntaron al cielo. Eran los hombres escarabajo que dejaron atrás, en la otra orilla del río. ¡Los asesinos de Velnerere! Volaban en dirección a la batalla. Rimare se mordió los labios. Miró con recelo a Kaeltha esperando a una orden para atacar a los insectos asesinos. Al ver que no recibía tal instrucción, le quitó el cuchillo de las manos a Codhelia y corrió hacia el campo abierto, a la vista de todos los insectos y todos los hombres.
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-Tú eres mío-.
Se acabaron los besos y el hacer amigos con los brujos. Si Kaeltha no hacía nada, ella vengaría la muerte de Velnerere.
-¡No, vuelve Rimare! –Sinojos salió corrió detrás de Rimare.
Lovelace suspiró. No hice nada por detener a los elfos. Si ellos querían morir, era cosa suya.
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Traición. Zogo repetía la palabra en su cabeza cada vez que mataba a un humano. Juró lealtad a la corona de los insectos. Se le perdonó la vida. ¿Esta era su forma de darle las gracias? Un humano corría hacia Zogo con el hacha levantada. Al llegar al medio metro de distancia, soltó el arma y se disculpó ante al rey de los insectos. Dijo que había sido un error, que él no quería hacerle daño. Si le perdonase, podían ser los mejores amigos Zogo sonreía a la vez que clavaba su mandoble en el pecho del hombre. Nada de amigos. Los amigos habían llevado a la tribu de los insectos a la guerra. Hubo un momento en el que Zogo pensó que El Reparador era su amigo. Pese a ser cibernético, le quería como a un insecto más. Todos en la tribu le querían. ¡Traidor! A la primera de cambio, pocos días después de la muerte de Sonagashira y del coronamiento de Zogo, mandó a las mariposas reparadas a atacar a los insectos. Buen movimiento, si lo hubiera hecho con los antiguos reyes, éstos habrían muerto. Zogo, en cambio, estaba mejor preparado. Había armado a los insectos a su servicio de modo que pudieran combatir contra cualquier sorpresa indeseada. Sea el descubrimiento de un traidor o la venida de un ejército de hombres. Muertas las mariposas, El Reparador escapó con la promesa que regresaría. ¡Y por todas las mariposas de Aerandir que cumpliría su palabra! El Reparador regresó con un ejército de hombres a sus espaldas.
Kina al lado de Zogo cayó de rodillas. Estaba luchando contra tres humanos al mismo tiempo: dos mujeres y un hombre. Kina no quería herir a nadie. Era una buena reina, pero tenía una debilidad que le hacía desmerecer el abrazo de Zogo: la bondad. Una de las humanas guerras le clavó su asta en el pecho de Kina. La otra la golpeó con el escudo que portaba en la izquierda mientras le amenazaba con el hacha de la mano derecha. El humano se quedaba atrás, sujetando su espada con las dos manos asustado. Zogo se acercó a ellos. Les convirtió en mariposa con una sola mirada. En lugar de matarles, les ordenó que atacasen a sus antiguos compañeros. Zogo era su major amigo y a los mejores amigos no se les ataca .
Zogo observó a Kina en una posición superior, como si ella estuviera en el interior de un profundo pozo y en él la obertura del mismo. Kina apretaba la herida del pecho con todas sus manos. Gritaba y suplicaba que la ayudase. Zogo negaba con la cabeza. Ella no se merecía estar a su lado. No era una buena reina.
Cariño, por favor, no me dejes. Te amo. Te deseo. .
-Te queda mucho hasta convertirte en la mariposa que merezco a mi lado-.
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* Helyare: ¡Se complica la trama! Entramos directo en la tribu de los insectos. Un ejército de humanos con el uniforme de La Guardia está atacando a los insectos. Lovelace aconseja ignorar a los humanos y enfrentarse solo a los insectos. Lovelace no es la líder de los elfos, esa eres tú. Da las órdenes. Haz que sobrevivan. Si ignoras a uno de los miembros de Neled Elenu, lo mismo que en el turno anterior, asumiré que ha muerto.
Rimare y Sinojos corren hacia campo abierto. Rimare porque quiere vengar a su amiga. Sinojos porque tiene miedo que otro de sus compañeros muera y persigue a Rimare para impedirlo. Tienes la opción de ayudarles o dejarles morir en manos de Curon.
La dificultad aumenta cuando ves a Kina, la mujer polilla que ayudaba a las mariposas en el anterior mastereado, gravemente herida. Tienes la opción de salvarla o dejarla morir.
Al final del turno deberás lanzar la Voluntad de los Dioses. Esto nos indicaré qué personajes de la partida quedan hechizados por el ala de Sonahashira que lleva Zogo.
Muy mala suerte: Codhelia, Ernetia ,Kennis, Pim y Lovelace
Mala suerte: Ernetia, Lovelace y Pim
Suerte media: Kennis y Pim
Suerte buena: Pim
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
El beso con el elfo fue corto, más de lo que quería ella. Sentía la irrefrenable necesidad de querer más y más de él. Como si lo que le gustaba de Ernetia lo quisiera para sí misma. Pero no, tuvo que contenerse y dirigirse a la bruja que controlaba a los demás. ¿Qué pasaría si no entregaba las alas?
Pasó la vista, seria, por ambos grupos. Cada vez dudaba más de que Imbar les acogería en su seno, de nuevo, si le entregaban un objeto maldito. Pero, ¿estaba maldito? Eran objetos creados por un brujo. ¿en serio Imbar quería eso? Se mordió el labio, mirándolos. Pero, Ernetia también le había pedido ayuda, ¿iba a traicionarlo? ¿A los suyos? ¡No! Esos no eran “los suyos”.
Las cavilaciones de la elfa quedaron en segundo plano cuando escuchó a Kennis intercambiar palabras con la hechicera. Si no las entregaban, acabarían con quien fuera. Y eran un buen grupo. Habían dicho que ella tenía un ala, ¿lo tenía? No se había dado cuenta en todo este tiempo. ¿Estaría volviéndose loca? ¡Sí! Veía las guerras, había deseado besar a una elfa y… Miró al pelirrojo, frunciendo el ceño. En ese momento se le fue de la cabeza lo que estaba pensando. Volvió a desear besar sus labios, incluso fue hacia él. Pero al momento se detuvo y se giró, resoplando. No era el momento. Pero lo deseaba con fuerza. Mucho más que darle el objeto a quien fuera, mucho más que luchar contra insectos.
Kennis se acercó a ella y le recordó cuál era su misión. Helyare sólo la miró. Ya habían empezado la caminata y en su mente veía el río desbordándose, atacando a los caballeros. Casi arrastrando los pies, ella decidió quedarse en la retaguardia, pensando. ¿Qué podía hacer? ¿Qué era lo correcto? Ayudar a los brujos estaba claro que no. ¿O sí? La cabeza le iba a explotar de tanto pensar.
Podría quedarse el ala que decían que tenía, para ella. Pero había posibilidad de que los brujos la matasen. ¿Y si no se enteraban? Acabaría loca, como decía la bruja, si es que tenía razón.
Dársela a los del clan y ayudarlos parecía factible, pero no estaba segura de que Imbar aceptase un objeto maldito creado por brujos que era capaz de llevar a la locura a quien lo portara. Pero… aún pensaba en la imagen que había visto en el espejo, su antigua “yo”. Si le entregaba eso a Imbar, ¿volvería a ser ella misma? ¿Y la perdonarían todo lo que hizo? ¿Incluso lo sucedido con Vincent en Sandorai?
La tercera opción, dársela a la bruja. Pero dejaría a los del clan sin la ayuda que les prometió. Y no se podía ser más traidora que ayudar a una hechicera por encima de a los elfos. Pero, ya era considerada taarindil. Resopló. Distraída como estaba no tardó en chocarse con quien estaba delante de ella. Hizo un gesto de disculpa y avanzó hasta donde estaba Lovelace con Sinojos.
–¿Qué sucede? –quiso saber.
–Se escuchan ruidos –respondió el elfo.
Sinojos pudo ver que los guardias de Lunargenta, eso había dicho, estaban luchando contra los insectos. Sería buen plan el dejar que se matasen entre ellos. Después, el ganador estaría diezmado y sería más fácil atacar. Todos empezaron a sacar sus cavilaciones de quién era cada uno, qué hacían las alas…
Helyare seguía en silencio, observando y escuchando, solamente. Apenas se inmutó cuando pasaron los zumbidos de las avispas. No los habían visto, se dirigían al campo de batalla, donde humanos y bichos se estaban peleando. Simplemente apretó el arco con más fuerza… por si acaso. Pero pasaron de largo. Al contrario que Rimare y Sinojos, quienes se lanzaron a la batalla ellos solos. La elfa con una simple daga y el chico sólo la seguía para evitar que se fuera.
–Pin, haz que las ramas los atrapen. No dejes que vayan. Y tápalos con follaje –dijo en voz baja. La elfa hizo caso a la que consideraba su líder y, con un movimiento de sus manos, hizo que varias ramas y raíces los envolvieran, impidiendo su paso. A paso firme se acercó a ellos, con mala cara y con la daga brillante en una de sus manos. No habían obedecido una orden de quien consideraban líder… y debían pagar por ello.
¡Cuántas veces había tenido que impartir justicia años atrás! Sin que le temblase el pulso había golpeado a sus soldados cuando habían osado no hacerle caso en algo. Era la forma de hacer disciplina. A un rango superior no se le desobedecía. Era fácil imaginarla como en el espejo que le habían mostrado antes de entrar en el bosque. Pero un distorsionado reflejo en un charco hizo que se detuviera.
Ellos no eran soldados y ella no era la líder en ese momento. Habían dicho que sí, pero nadie la había nombrado oficialmente. Y no, no estaban entrenados para la lucha. Dejó caer la daga, clavándola en la tierra. Su reflejo ya no era el de la antigua Kaeltha, ahora era igual a esos a los que despreciaba. Las marcas, su pelo corto y desaliñado… ese no era el aspecto de una líder, de alguien que tuviese derecho a impartir la justicia que había aprendido durante años. Suspiró sin entender qué le estaba pasando y se acercó, esta vez más lentamente.
–No podéis ir solos. Si queréis vengar a Velnerere tenéis que estar vivos para disfrutar de ver la sangre derramada. Si morís, no será una venganza. Y cuantos más seamos, más posibilidades hay de ganar –dicho eso, se giró –. No hagáis locuras. Y ataquemos con cabeza –sentenció a la vez que volvía hacia atrás, donde estaban todos.
Tanto si querían como si no, ambos elfos regresaron, y Rimare le dio la daga a Codhelia.
–Antes has dicho, bruja, que Zogo está usando el ala y que si nos acercamos a él nos podrá convertir en mariposa… o acabaremos como esos humanos que dice Sinojos. ¿Cómo hace uso del ala? –ella podría llegar a hacerlo para intentar despistar a los bichos, si la hechicera le dijera cómo lo hacía. Antes de que pudiera acabar y obtener una respuesta, Helyare miró a los miembros del clan –atacaremos desde la distancia. Ernetia, te quedas vigilando la retaguardia. Con un arma de corta distancia ahí no sobrevivirás. Sinojos, atacarás conmigo, desde los árboles. Ayudaremos al grupo de los brujos –no podía creer que estuviera diciendo eso, aunque ya había ayudado a hechiceros en alguna ocasión –. Pim, usa las ramas para intentar defendernos y cubrirnos de los ataques. Vamos a intentar no salir del bosque. Los bichos pueden volar por entre los árboles, pero es más fácil que podamos derribarlos si lo hacen –el ruido de la lucha se hacía más fuerte –. Rimare, quédate con Ernetia –hizo una mueca. No parecía querer aceptarla como líder –Codhelia, guarda fuerzas con tus golems… los necesitaremos –ella asintió levemente y posó la cabeza en el brazo del elfo pelirrojo –. Por último: Kennis, tampoco lucharás por ahora, sólo tienes que avisarnos de peligros y hacer de enlace entre quienes estamos separados.
La táctica iba a ser parecida a la anterior, aunque con menos luchadores. Solo Sinojos y ella, y el resto para proteger. Eso sí, contarían más con los brujos. Helyare se alejó de ellos y fue con Sinojos a la rama de un árbol, ocultos entre las hojas de la copa pudieron ver qué sucedía. Él mejor que ella, informándola de qué estaba pasando. Esperaba que Kennis pudiera transmitir el mensaje a los brujos y que les hiciera ver lo mismo que ellos veían: a los humanos sucumbir ante los poderes de Zogo, y a los bichos que se alejaban de ese radio sucumbir ante los aceros de la guardia.
Entre la lluvia de flechas y el auge de la batalla no se darían cuenta. Helyare se acuclilló y lanzó una flecha, que impactó en un hombre avispa de los que habían ido al campo de batalla. Cayó desplomado al suelo y, al instante, uno de los humanos que estaban por allí, le dio un espadazo y lo remató. Sonrió de lado y volvió a hacer lo mismo. Y volvió a acertar a otro insecto. Sinojos la imitó, aunque con algo menos de puntería, pero también conseguía hacer que los insectos tocasen el suelo.
De pronto, un destello azul apareció de la nada y fue a estamparse contra la elfa, quien pudo esquivarlo y perdió el equilibrio del árbol. En circunstancias normales habría conseguido agarrarse, pero no esa vez. Sus manos se resbalaron de las ramas y cayó, dándose un fuerte golpe contra los matorrales.
–¿¡Estás bien!? –preguntó Ernetia, que iba corriendo hacia donde se había caído. Junto a él estaban el resto, que se habían quedado con él. Incluso Sinojos bajó.
–¿Y esta es la líder? –preguntó Rimare con tonito irónico.
–Calla, Rimare –Adda Lovelace fue junto a ellos, para ver si la elfa estaba bien o no. Cuando Helyare abrió los ojos pudo ver la cara de sorpresa de todos. Ella no lo veía, pero sus rasgos eran más “humanos”, más “normales”. Todo lo que en su cuerpo podía distinguirla como elfa, ya no estaba.
–¿Qué pasa? ¿Qué miráis? –preguntó de mala gana, pensando que estaban así de sorprendidos porque se había caído del árbol. Iba a contestar, pero Kennis plantó frente a ella el espejo de antes y no pudo evitar gritar –¿¡qué me pasa!? Estoy… distinta… ¿¡qué le has hecho al espejo!?
–Nada, lo prometo –se defendió Kennis.
–La maldición de Midgar… –susurró la hechicera –¿estuviste en Vulwulfar durante la celebración del aniversario?
–¿A ese lugar de “tolerancia”? –la bruja asintió, y después Helyare.
–Querida… espero que practicaras la tolerancia ese día: te has convertido en una bruja –le comentó rápidamente. No estaban para perder el tiempo, no mientras el resto de gente lucha contra los insectos.
Podrían haberle dado con una piedra en la cabeza a Helyare y le hubiese dolido menos de lo que lo hicieron esas palabras. Una bruja… una maldita bruja… ella. Su expresión era de completo horror.
–No…
–Escucha, querida, podemos ayudarte, pero no ahora. Necesitamos que nos ayudes a luchar. Ahora mismo, el poder del fuego fluye por tus venas, cuando acabe, veremos qué podemos hacer. Pero no podemos hacer nada ahora mismo, o nos matarán y esos insectos se quedarán con las alas –la profesora había estado muchísimo tiempo relacionándose con alumnos asustados de sus dones. Y pensaba que esa recién convertida bruja estaba pasando por lo mismo. Pero lo que realmente le pasaba a Helyare era el pavor que tenía al pensar que podía ser una bruja. ¡Una bruja!
El resto del grupo empezó a desconfiar un poco. No de Helyare, sino de que los brujos pudieran haberle hecho algo o les estuvieran tendiendo una trampa, inhabilitando a la líder. ¿No habían dicho que querían las alas a toda costa? Ernetia ayudó a la pelirroja a levantarse. Aún sentía todo borroso, como si de verdad le hubieran dado en la cabeza con una piedra. Incapaz de creérselo se pasó la mano por la oreja derecha, la que sí acababa en pico. Acababa, porque en ese momento no. ¡Era verdad! ¡Era una sucia hechicera!
–¿Crees que tengan algo que ver en esto? –preguntó Codhelia. La pregunta era en singular, pero, al final, se la estaba haciendo a todo el clan. Algunos dijeron que sí, otros dudaron. Si iban a luchar juntos, ¿por qué? ¿No sería tirarse piedras sobre su propio tejado? ¿O tal vez no estuvieran en el mismo barco?
–Ay… –Helyare se llevó la mano a la cabeza, y la curandera del clan fue a ayudarla.
–¿Ahora qué hacemos? –el resto estaba luchando. Neled Elenu no. Pin preguntó, sin saber bien qué hacer. Kennis se encogió de hombros. Ella estaba viendo lo que estaba sucediendo, al igual que Sinojos, pero, si la líder no estaba en condiciones de luchar, poco podían hacer.
–Sinojos, vuelve a tu puesto. Kennis, tú igual. Infórmame de cómo va la situación en el campo de batalla –la elfa asintió.
–Siguen cayendo presas de la magia. Y la mujer está muy mal, muy mal –informó. Ernetia sacó sus armas, pero Helyare le detuvo.
–Aún no –tardó un poco en reaccionar, en volver a sentirse bien. Por más asco que le diera pensar que era una bruja, tenían que hacer algo. Si ayudaba a Lovelace, posiblemente, la devolvería a su cuerpo de elfa. Se miró las manos. ¿Cómo invocaban los brujos la magia? Sabía que Huracán tenía unas palabras, pero Vincent no. O no se acordaba. ¿Tendría que decir algo para sacar el fuego? No sabía qué decir y simplemente lo pensó, como con la magia de la luz. Al instante, de su mano salió una llamita. Durante unos segundos, ya que Helyare se asustó y la apagó al momento. El resto del grupo que estaba allí también retrocedió.
–Fuego.
–¿Y si…? –se quedó pensando –Ernetia, Codhelia, Pim, venid conmigo. ¡Sinojos! ¡Ataca desde la distancia! ¡Cúbrenos! Kennis, informa a los brujos –asintió –, que no se detengan con los ataques. Y Rimare, espéranos para ayudarnos si nos hieren. Tu don es fundamental aquí. No vuelvas a ir al campo de batalla.
Sin esperar respuesta, cogió el arco del suelo y empezó a avanzar, seguida por los otros tres.
–Pim, cúbrenos con tus ramas. Haz que cualquier insecto que vuele hacia nosotros acabe estrellado –cargó su arco y disparó. Por el aire se pudo ver un virote de los de Sinojos. El bicho al que le habían impactado los dos proyectiles cayó a uno de los lados de Helyare, que lo miró con suficiencia. Volvió a cargar otra flecha en su arco, lista para ser disparada.
Las ramas de Rim empezaban a sobresalir por todos lados, cubriendo a los compañeros de los ataques de los bichos. Por suerte, las huestes de Lovelace también hacían lo suyo. Y los humanos igual, así que fue más fácil entrar en el campo de batalla, aunque, por un lado, no en todo el meollo.
Los golems de Codhelia volvieron a salir, listos para defender a los elfos y Ernetia ya había cargado con algún que otro insecto que osaba acercarse mucho a ellos. Sus golpes no eran tan limpios como los que daban Arzhak y Aran, pero eran suficientes para ver cómo la sangre espesa de los bichos caía por el suelo. Helyare iba en primer lugar, caminando con seguridad, pese a notar sus reflejos más mermados. No podría esquivar tan bien, no podría saltar tan alto. Pero…
En realidad, esa seguridad era aparente, únicamente. Estaba asustada por su nuevo cambio a hechicera. ¡No quería! No podía pensar que ella fuera una sucia bruja. Pero podía intentar recuperar el ala y hacer un trato con Lovelace…
Sin previo aviso, pues era mejor que estuviese distraído, Helyare volvió a intentar invocar el fuego, esta vez con más calma, al ver que no quemaba. Se lo lanzó a Kogo, esperando que le diera. Y al momento cargó su arco en dirección hacia él.
–Proteged toda la zona, no dejéis que entren –susurró a los elfos, mientras tensaba la cuerda de su arco para dispararle desde la distancia.
Kennis y Rimare estaban junto a los brujos, rezando mucho para que los dioses no les hicieran zozobrar. Sinojos, mientras tanto, seguía en su puesto, ayudando a sus amigos.
Pasó la vista, seria, por ambos grupos. Cada vez dudaba más de que Imbar les acogería en su seno, de nuevo, si le entregaban un objeto maldito. Pero, ¿estaba maldito? Eran objetos creados por un brujo. ¿en serio Imbar quería eso? Se mordió el labio, mirándolos. Pero, Ernetia también le había pedido ayuda, ¿iba a traicionarlo? ¿A los suyos? ¡No! Esos no eran “los suyos”.
Las cavilaciones de la elfa quedaron en segundo plano cuando escuchó a Kennis intercambiar palabras con la hechicera. Si no las entregaban, acabarían con quien fuera. Y eran un buen grupo. Habían dicho que ella tenía un ala, ¿lo tenía? No se había dado cuenta en todo este tiempo. ¿Estaría volviéndose loca? ¡Sí! Veía las guerras, había deseado besar a una elfa y… Miró al pelirrojo, frunciendo el ceño. En ese momento se le fue de la cabeza lo que estaba pensando. Volvió a desear besar sus labios, incluso fue hacia él. Pero al momento se detuvo y se giró, resoplando. No era el momento. Pero lo deseaba con fuerza. Mucho más que darle el objeto a quien fuera, mucho más que luchar contra insectos.
Kennis se acercó a ella y le recordó cuál era su misión. Helyare sólo la miró. Ya habían empezado la caminata y en su mente veía el río desbordándose, atacando a los caballeros. Casi arrastrando los pies, ella decidió quedarse en la retaguardia, pensando. ¿Qué podía hacer? ¿Qué era lo correcto? Ayudar a los brujos estaba claro que no. ¿O sí? La cabeza le iba a explotar de tanto pensar.
Podría quedarse el ala que decían que tenía, para ella. Pero había posibilidad de que los brujos la matasen. ¿Y si no se enteraban? Acabaría loca, como decía la bruja, si es que tenía razón.
Dársela a los del clan y ayudarlos parecía factible, pero no estaba segura de que Imbar aceptase un objeto maldito creado por brujos que era capaz de llevar a la locura a quien lo portara. Pero… aún pensaba en la imagen que había visto en el espejo, su antigua “yo”. Si le entregaba eso a Imbar, ¿volvería a ser ella misma? ¿Y la perdonarían todo lo que hizo? ¿Incluso lo sucedido con Vincent en Sandorai?
La tercera opción, dársela a la bruja. Pero dejaría a los del clan sin la ayuda que les prometió. Y no se podía ser más traidora que ayudar a una hechicera por encima de a los elfos. Pero, ya era considerada taarindil. Resopló. Distraída como estaba no tardó en chocarse con quien estaba delante de ella. Hizo un gesto de disculpa y avanzó hasta donde estaba Lovelace con Sinojos.
–¿Qué sucede? –quiso saber.
–Se escuchan ruidos –respondió el elfo.
Sinojos pudo ver que los guardias de Lunargenta, eso había dicho, estaban luchando contra los insectos. Sería buen plan el dejar que se matasen entre ellos. Después, el ganador estaría diezmado y sería más fácil atacar. Todos empezaron a sacar sus cavilaciones de quién era cada uno, qué hacían las alas…
Helyare seguía en silencio, observando y escuchando, solamente. Apenas se inmutó cuando pasaron los zumbidos de las avispas. No los habían visto, se dirigían al campo de batalla, donde humanos y bichos se estaban peleando. Simplemente apretó el arco con más fuerza… por si acaso. Pero pasaron de largo. Al contrario que Rimare y Sinojos, quienes se lanzaron a la batalla ellos solos. La elfa con una simple daga y el chico sólo la seguía para evitar que se fuera.
–Pin, haz que las ramas los atrapen. No dejes que vayan. Y tápalos con follaje –dijo en voz baja. La elfa hizo caso a la que consideraba su líder y, con un movimiento de sus manos, hizo que varias ramas y raíces los envolvieran, impidiendo su paso. A paso firme se acercó a ellos, con mala cara y con la daga brillante en una de sus manos. No habían obedecido una orden de quien consideraban líder… y debían pagar por ello.
¡Cuántas veces había tenido que impartir justicia años atrás! Sin que le temblase el pulso había golpeado a sus soldados cuando habían osado no hacerle caso en algo. Era la forma de hacer disciplina. A un rango superior no se le desobedecía. Era fácil imaginarla como en el espejo que le habían mostrado antes de entrar en el bosque. Pero un distorsionado reflejo en un charco hizo que se detuviera.
Ellos no eran soldados y ella no era la líder en ese momento. Habían dicho que sí, pero nadie la había nombrado oficialmente. Y no, no estaban entrenados para la lucha. Dejó caer la daga, clavándola en la tierra. Su reflejo ya no era el de la antigua Kaeltha, ahora era igual a esos a los que despreciaba. Las marcas, su pelo corto y desaliñado… ese no era el aspecto de una líder, de alguien que tuviese derecho a impartir la justicia que había aprendido durante años. Suspiró sin entender qué le estaba pasando y se acercó, esta vez más lentamente.
–No podéis ir solos. Si queréis vengar a Velnerere tenéis que estar vivos para disfrutar de ver la sangre derramada. Si morís, no será una venganza. Y cuantos más seamos, más posibilidades hay de ganar –dicho eso, se giró –. No hagáis locuras. Y ataquemos con cabeza –sentenció a la vez que volvía hacia atrás, donde estaban todos.
Tanto si querían como si no, ambos elfos regresaron, y Rimare le dio la daga a Codhelia.
–Antes has dicho, bruja, que Zogo está usando el ala y que si nos acercamos a él nos podrá convertir en mariposa… o acabaremos como esos humanos que dice Sinojos. ¿Cómo hace uso del ala? –ella podría llegar a hacerlo para intentar despistar a los bichos, si la hechicera le dijera cómo lo hacía. Antes de que pudiera acabar y obtener una respuesta, Helyare miró a los miembros del clan –atacaremos desde la distancia. Ernetia, te quedas vigilando la retaguardia. Con un arma de corta distancia ahí no sobrevivirás. Sinojos, atacarás conmigo, desde los árboles. Ayudaremos al grupo de los brujos –no podía creer que estuviera diciendo eso, aunque ya había ayudado a hechiceros en alguna ocasión –. Pim, usa las ramas para intentar defendernos y cubrirnos de los ataques. Vamos a intentar no salir del bosque. Los bichos pueden volar por entre los árboles, pero es más fácil que podamos derribarlos si lo hacen –el ruido de la lucha se hacía más fuerte –. Rimare, quédate con Ernetia –hizo una mueca. No parecía querer aceptarla como líder –Codhelia, guarda fuerzas con tus golems… los necesitaremos –ella asintió levemente y posó la cabeza en el brazo del elfo pelirrojo –. Por último: Kennis, tampoco lucharás por ahora, sólo tienes que avisarnos de peligros y hacer de enlace entre quienes estamos separados.
La táctica iba a ser parecida a la anterior, aunque con menos luchadores. Solo Sinojos y ella, y el resto para proteger. Eso sí, contarían más con los brujos. Helyare se alejó de ellos y fue con Sinojos a la rama de un árbol, ocultos entre las hojas de la copa pudieron ver qué sucedía. Él mejor que ella, informándola de qué estaba pasando. Esperaba que Kennis pudiera transmitir el mensaje a los brujos y que les hiciera ver lo mismo que ellos veían: a los humanos sucumbir ante los poderes de Zogo, y a los bichos que se alejaban de ese radio sucumbir ante los aceros de la guardia.
Entre la lluvia de flechas y el auge de la batalla no se darían cuenta. Helyare se acuclilló y lanzó una flecha, que impactó en un hombre avispa de los que habían ido al campo de batalla. Cayó desplomado al suelo y, al instante, uno de los humanos que estaban por allí, le dio un espadazo y lo remató. Sonrió de lado y volvió a hacer lo mismo. Y volvió a acertar a otro insecto. Sinojos la imitó, aunque con algo menos de puntería, pero también conseguía hacer que los insectos tocasen el suelo.
De pronto, un destello azul apareció de la nada y fue a estamparse contra la elfa, quien pudo esquivarlo y perdió el equilibrio del árbol. En circunstancias normales habría conseguido agarrarse, pero no esa vez. Sus manos se resbalaron de las ramas y cayó, dándose un fuerte golpe contra los matorrales.
–¿¡Estás bien!? –preguntó Ernetia, que iba corriendo hacia donde se había caído. Junto a él estaban el resto, que se habían quedado con él. Incluso Sinojos bajó.
–¿Y esta es la líder? –preguntó Rimare con tonito irónico.
–Calla, Rimare –Adda Lovelace fue junto a ellos, para ver si la elfa estaba bien o no. Cuando Helyare abrió los ojos pudo ver la cara de sorpresa de todos. Ella no lo veía, pero sus rasgos eran más “humanos”, más “normales”. Todo lo que en su cuerpo podía distinguirla como elfa, ya no estaba.
–¿Qué pasa? ¿Qué miráis? –preguntó de mala gana, pensando que estaban así de sorprendidos porque se había caído del árbol. Iba a contestar, pero Kennis plantó frente a ella el espejo de antes y no pudo evitar gritar –¿¡qué me pasa!? Estoy… distinta… ¿¡qué le has hecho al espejo!?
–Nada, lo prometo –se defendió Kennis.
–La maldición de Midgar… –susurró la hechicera –¿estuviste en Vulwulfar durante la celebración del aniversario?
–¿A ese lugar de “tolerancia”? –la bruja asintió, y después Helyare.
–Querida… espero que practicaras la tolerancia ese día: te has convertido en una bruja –le comentó rápidamente. No estaban para perder el tiempo, no mientras el resto de gente lucha contra los insectos.
Podrían haberle dado con una piedra en la cabeza a Helyare y le hubiese dolido menos de lo que lo hicieron esas palabras. Una bruja… una maldita bruja… ella. Su expresión era de completo horror.
–No…
–Escucha, querida, podemos ayudarte, pero no ahora. Necesitamos que nos ayudes a luchar. Ahora mismo, el poder del fuego fluye por tus venas, cuando acabe, veremos qué podemos hacer. Pero no podemos hacer nada ahora mismo, o nos matarán y esos insectos se quedarán con las alas –la profesora había estado muchísimo tiempo relacionándose con alumnos asustados de sus dones. Y pensaba que esa recién convertida bruja estaba pasando por lo mismo. Pero lo que realmente le pasaba a Helyare era el pavor que tenía al pensar que podía ser una bruja. ¡Una bruja!
El resto del grupo empezó a desconfiar un poco. No de Helyare, sino de que los brujos pudieran haberle hecho algo o les estuvieran tendiendo una trampa, inhabilitando a la líder. ¿No habían dicho que querían las alas a toda costa? Ernetia ayudó a la pelirroja a levantarse. Aún sentía todo borroso, como si de verdad le hubieran dado en la cabeza con una piedra. Incapaz de creérselo se pasó la mano por la oreja derecha, la que sí acababa en pico. Acababa, porque en ese momento no. ¡Era verdad! ¡Era una sucia hechicera!
–¿Crees que tengan algo que ver en esto? –preguntó Codhelia. La pregunta era en singular, pero, al final, se la estaba haciendo a todo el clan. Algunos dijeron que sí, otros dudaron. Si iban a luchar juntos, ¿por qué? ¿No sería tirarse piedras sobre su propio tejado? ¿O tal vez no estuvieran en el mismo barco?
–Ay… –Helyare se llevó la mano a la cabeza, y la curandera del clan fue a ayudarla.
–¿Ahora qué hacemos? –el resto estaba luchando. Neled Elenu no. Pin preguntó, sin saber bien qué hacer. Kennis se encogió de hombros. Ella estaba viendo lo que estaba sucediendo, al igual que Sinojos, pero, si la líder no estaba en condiciones de luchar, poco podían hacer.
–Sinojos, vuelve a tu puesto. Kennis, tú igual. Infórmame de cómo va la situación en el campo de batalla –la elfa asintió.
–Siguen cayendo presas de la magia. Y la mujer está muy mal, muy mal –informó. Ernetia sacó sus armas, pero Helyare le detuvo.
–Aún no –tardó un poco en reaccionar, en volver a sentirse bien. Por más asco que le diera pensar que era una bruja, tenían que hacer algo. Si ayudaba a Lovelace, posiblemente, la devolvería a su cuerpo de elfa. Se miró las manos. ¿Cómo invocaban los brujos la magia? Sabía que Huracán tenía unas palabras, pero Vincent no. O no se acordaba. ¿Tendría que decir algo para sacar el fuego? No sabía qué decir y simplemente lo pensó, como con la magia de la luz. Al instante, de su mano salió una llamita. Durante unos segundos, ya que Helyare se asustó y la apagó al momento. El resto del grupo que estaba allí también retrocedió.
–Fuego.
–¿Y si…? –se quedó pensando –Ernetia, Codhelia, Pim, venid conmigo. ¡Sinojos! ¡Ataca desde la distancia! ¡Cúbrenos! Kennis, informa a los brujos –asintió –, que no se detengan con los ataques. Y Rimare, espéranos para ayudarnos si nos hieren. Tu don es fundamental aquí. No vuelvas a ir al campo de batalla.
Sin esperar respuesta, cogió el arco del suelo y empezó a avanzar, seguida por los otros tres.
–Pim, cúbrenos con tus ramas. Haz que cualquier insecto que vuele hacia nosotros acabe estrellado –cargó su arco y disparó. Por el aire se pudo ver un virote de los de Sinojos. El bicho al que le habían impactado los dos proyectiles cayó a uno de los lados de Helyare, que lo miró con suficiencia. Volvió a cargar otra flecha en su arco, lista para ser disparada.
Las ramas de Rim empezaban a sobresalir por todos lados, cubriendo a los compañeros de los ataques de los bichos. Por suerte, las huestes de Lovelace también hacían lo suyo. Y los humanos igual, así que fue más fácil entrar en el campo de batalla, aunque, por un lado, no en todo el meollo.
Los golems de Codhelia volvieron a salir, listos para defender a los elfos y Ernetia ya había cargado con algún que otro insecto que osaba acercarse mucho a ellos. Sus golpes no eran tan limpios como los que daban Arzhak y Aran, pero eran suficientes para ver cómo la sangre espesa de los bichos caía por el suelo. Helyare iba en primer lugar, caminando con seguridad, pese a notar sus reflejos más mermados. No podría esquivar tan bien, no podría saltar tan alto. Pero…
En realidad, esa seguridad era aparente, únicamente. Estaba asustada por su nuevo cambio a hechicera. ¡No quería! No podía pensar que ella fuera una sucia bruja. Pero podía intentar recuperar el ala y hacer un trato con Lovelace…
Sin previo aviso, pues era mejor que estuviese distraído, Helyare volvió a intentar invocar el fuego, esta vez con más calma, al ver que no quemaba. Se lo lanzó a Kogo, esperando que le diera. Y al momento cargó su arco en dirección hacia él.
–Proteged toda la zona, no dejéis que entren –susurró a los elfos, mientras tensaba la cuerda de su arco para dispararle desde la distancia.
Kennis y Rimare estaban junto a los brujos, rezando mucho para que los dioses no les hicieran zozobrar. Sinojos, mientras tanto, seguía en su puesto, ayudando a sus amigos.
- Subrayados:
1. En el quinto turno tengo que hacer que mi hada me ataque. He tirado runas y ha salido media, así que esquivo el ataque. ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]).
2. Me convierto en bruja en el 5º turno de los tres siguientes temas, durante un solo turno.
3. Hago uso de mi habilidad de bruja de fuego ( T.T ) - Hoguera (activable): Cubre el cuerpo entero de un enemigo de llamas inocuas con tal de infundirle terror.
Enfriamiento: 4 turnos.
PD: Helyare no conoce el poder de su fuego, no sabe que no quema. Aún así, le dispara.
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
El miembro 'Helyare' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: Las alas de Sonagashira [Mastereado, Helyare]
El collar de cuencas que Shaira Mara robó a la loba sin nombre era más útil de lo que parecía. Christian Bracknell tenía el collar atado a su puño derecho. Evitaba verlo y tocarlo con las manos desenguantadas. Conocía los peligros de los objetos malditos de Egdecomb. Si no trataba el collar de cuencas con especial delicadeza, podía caer presa de la locura y obsesión como muchos cayeron en su lugar. Randall Flagg, El Hombre Muerto, confiaba en él. Le había mostrado los dones y maldiciones de cada uno de los 19 objetos de Egdecomb que habían sido revelados a Aerandir. Bracknell sabía cómo utilizar sus poderes sin que su conciencia cayera gravemente herida. Levantó el puño derecho hacia el cielo y fijó la vista al campo de batalla, donde sus hombres combatían contra los insectos, los brujos y los elfos. Con la magia del collar de cuencas, hizo que sus hombres olvidasen quién era el rey de los insectos y qué sentían hacia él. ¿Qué mejor manera que contrarrestar el amor infundado de un objeto de Egdecomb que con el olvido de otro objeto de Egdecomb?
La idea funcionó a la perfección. Sylvia Gran resistió el embrujo del ala de Sonagashira proyectado por el rey de los insectos. Cargó contra él con su espada rasgando, superficialmente, la coraza natural del insecto. Zogo se había confiado, no pudo prever el ataque de Gran. Tardó unos segundos en reaccionar; para él era difícil reconocer que el tesoro que adoraba, el ala de la mariposa, era un trasto inútil contra el ejército de los humanos. Se tomó su tiempo para pensar. Bracknell lo observó detenidamente desde su posición segura arriba de la cima. Zogo cercenó la cabeza de Sylvia Gran y ésta rodó por las escaleras de la casa de los reyes insectos. Bracknell se llevó la mano derecha al pecho y rezó una oración mentalmente por Sylvia Gran. Buen trabajo, mujer.
Bracknell sonrió mostrando su perfecta dentadura. Lo único que no había previsto era la incorporación de los brujos del Hekshold y una pandilla de elfos sin hogar; sin embargo, no era un contratiempo que no pudiera solucionar fácilmente. Con el collar de cuencas hizo que su ejército olvidase qué eran los elfos y los brujos, a los ojos de los humanos, no serían muy diferentes a los insectos contra los que combatían. Podía parecer un movimiento menor, una estupidez, pero esta estrategia marcaba un antes y un después. Los humanos olvidaron haber sido echados al río Libélula por el embrujo de la maestra Lovelace y quién era la maestra Lovelace. El miedo que les provocaba el nombre de los maestros del Hekshold desapareció. Sin temor, los humanos se convertían en muñecos que no les importaba vivir o morir durante la guerra.
Los insectos desplegaron sus alas y alzaron el vuelo. Tenían miedo. Estaban siendo arremetidos por un ataque a tres bandas: humanos, brujos y elfos. Neled Elenu tenía una gran ventaja en este punto, solamente tenía que hacer frente a los insectos. Kennis transmitió mentalmente las órdenes de Naezhelis a sus compañeros y a los brujos: “centraos en los insectos”. Los hombres bestias mermaban en el número a paso agigantados. ¡Gracias a Imbar! Ernetia cortaba los miembros de los insectos como si fuera mantequilla, Sinojos disparaba y mataba con la misma facilidad con la que cazaría a unos patos en una charca, Pim recorría el campo de batalla patinando entre zarzas y lianas que ella misma convocaba… Por cada insecto que Neled Elenu conseguía matar, los brujos mataban a cinco de ellos. Adda Lovelace era en una pieza clave de la partida. Ni siquiera Imbar hubiera predicho su poder. La maestra del Hekshold hacia brotar látigos de agua desde las cantimploras que llevaba colgadas a la cintura. Kennis la observa con admiración. Pese a ser una bruja, había que reconocer, que ofrecía un espectáculo tan peligroso como bello. Muy diferente al que ofrecía Naezhelis. Kennis evitaba mirar su nuevo rostro, aborrecía y odiaba su nueva faceta de bruja. Juntó sus dos manos y suplicó a Imbar que Naezhelis volviese a normalidad o que, al menos, Adda Lovelace apagase el fuego que la rodeaba.
—Hereje. Ofende a Neled Elenu — dijo Rimare en voz baja a Kennis y Sinojos — Está escupiendo al Árbol Madre. — solo a Kennis: — ¿Qué dice Imbar? ¿Confía en la bruja Naezhelis?
—Nunca ha dejado de hacerlo.
La situación dio un giro de 180 grados cuando una humana consiguió rasgar el vientre del rey insecto. Kennis estuvo a punto de gritar una ovación por ella, fue una suerte que no logró hacerlo, se habría arrepentido de inmediato. Al mismo tiempo que esta humana se enfrentaba a Zogo, un humano con un hacha cortaba las lianas de Pim. La Golpeó con la empuñadura de su arma en la cara haciéndola que cayera en al suelo. Rimare apretó los dientes. Naezhelis le había dicho que se quedarse en la retaguardia, que no se arriesgase a resultar herida.
—No lo hagas, obedece.
—Es una bruja.
—Pues entonces, obedece a la bruja.
Pim resistió el ataque. Hizo brotar un escudo de raíces que le protegieron del filo del hacha.
“¡Cuidaos de los humanos!” dijo mentalmente Kennis a Neled Elenu. “No son nuestros aliados”.
La segunda herida del rey insecto fue por parte de la bruja Naezhelis. Arremetió contra él con fuego. Zogo interpuso su brazo izquierdo como escudo. La herida no fue agradable. Dijo algo que Kennis no pudo escuchar y levantó levantó el vuelo y se uniendose a los otros insectos voladores. El campo de batalla era ahora entre Neled Elenu y los brujos del Hekshold contra los humanos.
—Haré que nuestros amigos se lamenten de tener alas — dijo Sinojos sin dejar de disparar.
No era una huida, era una reorganización. Los insectos liderados por Zogo se posicionaron detrás de Kennis, Rimare y Sinojos. ¡Qué Imbar les tenga en su gloria!
Ocurrió muy rápido. A la vez que Pim se deslizaba entre sus enredaderas hasta llegar a Kennis, Rimare formaba un escudo de luz que cubriesen al trío del hechizo del ala de Sonagashira de Zogo y Kennis fue embrujada por el rey de los insectos. El amor que sentía hacia Imbar no pudo repeler la maldición del objeto de Egdecomb. Caminó lentamente fuera del escudo de luz de Rimare. Extendió los brazos para unirse a Zogo. Pim saltó encima de Kennis haciéndola caer al suelo. Si el escudo de luz no podía detenerla, lo haría con la fuerza. No se dio cuenta que al saltar hacia Kennis, se había acercado demasiado a Zogo. Ella también fue hechizada.
—Quiero que me demostréis que sois unas buenas mariposas. Matad a vuestros amigos — dijo el rey insecto señalando a Sinojos y Rimare que seguían al otro lado del escudo de luz.
—¿Sonagashira, eres tú? Mi princesa, mi reina.
Fue lo que dijo el rey insecto a Helyare cuando ella le golpeó con el fuego. Vio en la bruja (a la elfa) a la princesa Sonagashira, la heredera de la corona de los insectos. No, no exactamente. El dueño de la corona era él. Helyare, Sonagashira, era la heredera, la reina mariposa con la que estaba destinado a casarse. Zogo lamió la quemadura de su brazo izquierdo sin apartar los ojos de la bruja (la elfa) como si la herida pudiera mantenerles en contacto.
—Te amo, Sonagashira. Siempre has sido una rebelde. Con tus padres, con tus reyes y conmigo. No permitaré que vuelvas a escaparte de tu pueblo. Haré que tus amigos nos amen y entonces no tendrás más remedio que aceptarme como tu esposo.
* Helyare: ¡Más acción! Tu estrategia consigue poner en jaque al rey de los insectos. Está gravemente herido. Como última idea para derrotarte, para conquistar tu amor, Zogo se sitúa en la retaguardia del combate. Hechiza a Pim y Kennis y las obliga a enfrentarse contra sus amigos. Tu objetivo principal será recatar a Pim y Kennis de la maldición y matar a Zogo y a los otros insectos, hazte con el control de la segunda ala de Sonagashira.
Por otra parte, Bracknell usa su objeto del 19 para deshechizar a sus hombres. Hace que vean a los brujos y a los elfos como insectos. Os atacarán sin piedad. En este turno deberás decidir si enfrentarte a ellos o retiraros del combate contra los humanos.
Relaciones
Codhelia Amistad
Rimare [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Sinojos Amistad
Ernetia Atracción.
Velrenere Muerta
Pim Amistad
Kennis Confianza ciega
La idea funcionó a la perfección. Sylvia Gran resistió el embrujo del ala de Sonagashira proyectado por el rey de los insectos. Cargó contra él con su espada rasgando, superficialmente, la coraza natural del insecto. Zogo se había confiado, no pudo prever el ataque de Gran. Tardó unos segundos en reaccionar; para él era difícil reconocer que el tesoro que adoraba, el ala de la mariposa, era un trasto inútil contra el ejército de los humanos. Se tomó su tiempo para pensar. Bracknell lo observó detenidamente desde su posición segura arriba de la cima. Zogo cercenó la cabeza de Sylvia Gran y ésta rodó por las escaleras de la casa de los reyes insectos. Bracknell se llevó la mano derecha al pecho y rezó una oración mentalmente por Sylvia Gran. Buen trabajo, mujer.
Bracknell sonrió mostrando su perfecta dentadura. Lo único que no había previsto era la incorporación de los brujos del Hekshold y una pandilla de elfos sin hogar; sin embargo, no era un contratiempo que no pudiera solucionar fácilmente. Con el collar de cuencas hizo que su ejército olvidase qué eran los elfos y los brujos, a los ojos de los humanos, no serían muy diferentes a los insectos contra los que combatían. Podía parecer un movimiento menor, una estupidez, pero esta estrategia marcaba un antes y un después. Los humanos olvidaron haber sido echados al río Libélula por el embrujo de la maestra Lovelace y quién era la maestra Lovelace. El miedo que les provocaba el nombre de los maestros del Hekshold desapareció. Sin temor, los humanos se convertían en muñecos que no les importaba vivir o morir durante la guerra.
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Los insectos desplegaron sus alas y alzaron el vuelo. Tenían miedo. Estaban siendo arremetidos por un ataque a tres bandas: humanos, brujos y elfos. Neled Elenu tenía una gran ventaja en este punto, solamente tenía que hacer frente a los insectos. Kennis transmitió mentalmente las órdenes de Naezhelis a sus compañeros y a los brujos: “centraos en los insectos”. Los hombres bestias mermaban en el número a paso agigantados. ¡Gracias a Imbar! Ernetia cortaba los miembros de los insectos como si fuera mantequilla, Sinojos disparaba y mataba con la misma facilidad con la que cazaría a unos patos en una charca, Pim recorría el campo de batalla patinando entre zarzas y lianas que ella misma convocaba… Por cada insecto que Neled Elenu conseguía matar, los brujos mataban a cinco de ellos. Adda Lovelace era en una pieza clave de la partida. Ni siquiera Imbar hubiera predicho su poder. La maestra del Hekshold hacia brotar látigos de agua desde las cantimploras que llevaba colgadas a la cintura. Kennis la observa con admiración. Pese a ser una bruja, había que reconocer, que ofrecía un espectáculo tan peligroso como bello. Muy diferente al que ofrecía Naezhelis. Kennis evitaba mirar su nuevo rostro, aborrecía y odiaba su nueva faceta de bruja. Juntó sus dos manos y suplicó a Imbar que Naezhelis volviese a normalidad o que, al menos, Adda Lovelace apagase el fuego que la rodeaba.
—Hereje. Ofende a Neled Elenu — dijo Rimare en voz baja a Kennis y Sinojos — Está escupiendo al Árbol Madre. — solo a Kennis: — ¿Qué dice Imbar? ¿Confía en la bruja Naezhelis?
—Nunca ha dejado de hacerlo.
La situación dio un giro de 180 grados cuando una humana consiguió rasgar el vientre del rey insecto. Kennis estuvo a punto de gritar una ovación por ella, fue una suerte que no logró hacerlo, se habría arrepentido de inmediato. Al mismo tiempo que esta humana se enfrentaba a Zogo, un humano con un hacha cortaba las lianas de Pim. La Golpeó con la empuñadura de su arma en la cara haciéndola que cayera en al suelo. Rimare apretó los dientes. Naezhelis le había dicho que se quedarse en la retaguardia, que no se arriesgase a resultar herida.
—No lo hagas, obedece.
—Es una bruja.
—Pues entonces, obedece a la bruja.
Pim resistió el ataque. Hizo brotar un escudo de raíces que le protegieron del filo del hacha.
“¡Cuidaos de los humanos!” dijo mentalmente Kennis a Neled Elenu. “No son nuestros aliados”.
La segunda herida del rey insecto fue por parte de la bruja Naezhelis. Arremetió contra él con fuego. Zogo interpuso su brazo izquierdo como escudo. La herida no fue agradable. Dijo algo que Kennis no pudo escuchar y levantó levantó el vuelo y se uniendose a los otros insectos voladores. El campo de batalla era ahora entre Neled Elenu y los brujos del Hekshold contra los humanos.
—Haré que nuestros amigos se lamenten de tener alas — dijo Sinojos sin dejar de disparar.
No era una huida, era una reorganización. Los insectos liderados por Zogo se posicionaron detrás de Kennis, Rimare y Sinojos. ¡Qué Imbar les tenga en su gloria!
Ocurrió muy rápido. A la vez que Pim se deslizaba entre sus enredaderas hasta llegar a Kennis, Rimare formaba un escudo de luz que cubriesen al trío del hechizo del ala de Sonagashira de Zogo y Kennis fue embrujada por el rey de los insectos. El amor que sentía hacia Imbar no pudo repeler la maldición del objeto de Egdecomb. Caminó lentamente fuera del escudo de luz de Rimare. Extendió los brazos para unirse a Zogo. Pim saltó encima de Kennis haciéndola caer al suelo. Si el escudo de luz no podía detenerla, lo haría con la fuerza. No se dio cuenta que al saltar hacia Kennis, se había acercado demasiado a Zogo. Ella también fue hechizada.
—Quiero que me demostréis que sois unas buenas mariposas. Matad a vuestros amigos — dijo el rey insecto señalando a Sinojos y Rimare que seguían al otro lado del escudo de luz.
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—¿Sonagashira, eres tú? Mi princesa, mi reina.
Fue lo que dijo el rey insecto a Helyare cuando ella le golpeó con el fuego. Vio en la bruja (a la elfa) a la princesa Sonagashira, la heredera de la corona de los insectos. No, no exactamente. El dueño de la corona era él. Helyare, Sonagashira, era la heredera, la reina mariposa con la que estaba destinado a casarse. Zogo lamió la quemadura de su brazo izquierdo sin apartar los ojos de la bruja (la elfa) como si la herida pudiera mantenerles en contacto.
—Te amo, Sonagashira. Siempre has sido una rebelde. Con tus padres, con tus reyes y conmigo. No permitaré que vuelvas a escaparte de tu pueblo. Haré que tus amigos nos amen y entonces no tendrás más remedio que aceptarme como tu esposo.
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* Helyare: ¡Más acción! Tu estrategia consigue poner en jaque al rey de los insectos. Está gravemente herido. Como última idea para derrotarte, para conquistar tu amor, Zogo se sitúa en la retaguardia del combate. Hechiza a Pim y Kennis y las obliga a enfrentarse contra sus amigos. Tu objetivo principal será recatar a Pim y Kennis de la maldición y matar a Zogo y a los otros insectos, hazte con el control de la segunda ala de Sonagashira.
Por otra parte, Bracknell usa su objeto del 19 para deshechizar a sus hombres. Hace que vean a los brujos y a los elfos como insectos. Os atacarán sin piedad. En este turno deberás decidir si enfrentarte a ellos o retiraros del combate contra los humanos.
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