Pero las risas no faltaron ~ [Interpretativo] [Privado]
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Pero las risas no faltaron ~ [Interpretativo] [Privado]
Tras una breve estadía por los lugares más apartados de la península de Verisar, los hermanos Elaynor habían decidido moverse con dirección a los bosques del este, en un intento por encontrar algo de paz, luego de los recientes acontecimientos suscitados en la guerra de Lunargenta. La mayor de los gemelos parecía poco a poco recobrar los recuerdos olvidados, después de meses de sufrir la agonía de una mente en blanco, incapaz de evocar siquiera su propio nombre. Esto alegró al menor, quien había empezado a tomar un gusto por recorrer los rincones de Aerandir, lejos de su hogar en Sandorai. Ahora comprendía un poco más por qué su hermana no había regresado luego de salir de ahí. El Clan Elaynor no era consciente de las maravillas del mundo mismo y le costaba trabajo creer que estuviesen dispuestos a recluirlos en el bosque el resto de sus vidas.
Luego de varios días de viaje, llegaron a una pintoresca aldea llamada Estania, a unos cuantos kilómetros de Vulwulfar. Luego de alquilar una habitación en una taberna cercana, ambos gemelos acordaron que saldrían a explorar el lugar por su cuenta, siendo esta la primera vez que se separaban en mucho tiempo. Acordaron verse en el hostal al anochecer y ninguno de ellos tenía permitido abandonar la ciudadela, sin importar lo que pasase. Se despidieron con un pequeño abrazo y tomaron direcciones opuestas, observando con atención la vida y las costumbres de aquel animoso lugar. Ashy avanzó hasta los mercados, deteniéndose en cada puesto, disfrutando de las bagatelas que, posiblemente, no llamarían mucho la atención, pero que a ella le parecían maravillas dignas de admirarse. Se encontraba mirando un extraño jarrón, debatiéndose si comprarlo o no, cuando un extraño alboroto llamó su atención.
No muy lejos de ahí, en uno de los tantos callejones de la ciudad, se encontraba reunida una considerable cantidad de gente. Algunos sólo observaban, manteniéndose dentro de los márgenes del circulo que habían formado, mientras que otros lanzaban un par de dados, adivinando el número que caería en la siguiente ronda. La ojiazul parpadeó con curiosidad, acercándose más para apreciar mejor el espectáculo. La primera ronda la ganó un sujeto alto, bronceado y guapo, mismo que se hacía llamar Octave Rets, derrotando al famoso campeón local. La verdad es que no entendía muy bien las reglas del juego, aunque todo apuntaba a que la gente dejaba aeros y otras cosas de valor en una caja y, posteriormente, se disputaban el motín, lanzando los dados en espera de que saliese la cifra indicada. ¿Y los demás? Bueno, ellos parecían disfrutar con el espectáculo.
— ¿Quién más? —Preguntó Octave, mirando al publico en busca de su siguiente victima—. ¿Nadie?
Todos se miraban entre sí, esperando que alguien diese el primer paso hacia su bancarrota, pero ninguno se animaba a avanzar al frente. Ashy paseó sus orbes celestes entre los presentes y el retador, tratando de encontrar sentido a esa actividad que parecía muy poco infructuosa. Sus ojos se detuvieron en la delicada silueta de una muchacha que parecía encontrarse en las mismas. Al escudriñarla con detenimiento pudo notar una pequeña punta en sus orejas y, por lo que podía recordar, esa era una seña distintiva entre su raza. Le sonrió con diversión, sintiéndose un tanto más en confianza al encontrarse cerca de una congénere. La voz de Octave volvió a resonar, animándolos a enfrentarle, aumentando la apuesta al arrojar unos cuantos sacos con aeros a la caja, aumentando el limite que se había establecido en la puesta inicial. Fue entonces que la elfita dio un paso al frente, llamando la atención de todos en la multitud.
—Yo lo haré —sonrió, pensando en todo lo que podría comprar para ella y Allen si ganaba en ese juego—. Puedo hacerlo —por alguna razón la gente emitió risas de burla y gestos de sorpresa.
— ¡Una niña ha tenido más agallas que ustedes! —Exclamó Octave—. ¿Y qué tienes para ofrecer, pequeña? —Ashy ladeó la cabeza sin entender a qué se refería, haciendo que el hombre negase con la cabeza, señalando la caja con el motín—. Debes dar algo a cambio si quieres participar.
— Oh…pues —abrió su capa un poco, sacando su bolso encantado y se lo mostró—. Mi Alforja de Castinur posee un encantamiento especial de expansión que me permite llevar un montón de objetos sin importar el tamaño, dejando las dimensiones del bolso intactas —todos emitieron rostros de expectación—. En su interior cuenta con una cantidad aproximada de mil doscientos aeros, además de otros objetos que no se consiguen fácilmente en el mercado.
—De acuerdo —el caballero miró el bolso con emoción, era claro que ese morral era mucho más valioso de lo que la elfa sabía, pues de lo contrario jamás lo habría apostado—. Colócalo sobre la mesa —la rubia obedeció sin un rechistar—. Las damas primero… —le entregó los dados, haciendo una pequeña, pero galante reverencia.
—Hay algo que me gustaría pedir antes de empezar —mencionó la ojiazul, captando la atención colectiva.
— ¿De qué se trata? —preguntó intrigado.
—Quiero que ella me acompañe —señaló a su compatriota—. Me sentiría más cómoda si alguien como yo se queda a mi lado.
—Hmm… —Octave lo pensó un par de segundos, intercalando su mirada entre ambas jovencitas—. De acuerdo.
La ojiazul sonrió ampliamente, esperando que la otra elfa se colocara junto a ella, para finalmente tomar los dados y dar comienzo al juego. Todo el lugar se encontraba a la expectativa y las apuestas externas empezaban a desbordarse en favor del nuevo campeón. Ashy meneó los dados en su mano, sintiéndose extrañamente asediada. Era la primera vez que haría algo como aquello; bueno, la primera vez que ella recordase, porque por ahora su memoria volvía en largos fragmentos, especialmente por las noches. Miró a su compañera, sopesando la idea de preguntarle su nombre y entablar una pequeña conversación, pero al ver los gestos de expectación y la prisa de su oponente, se dio cuenta que tendría que lanzar o eso no terminaría bien.
— ¿Algún número que tengas en mente? —Miró a su compañera, esperando una respuesta—. Bueno, confiaré en ti —sacudió los dados en su mano, disponiéndose a lanzar, sin saber que de sus manitas había salido un poco de magia, quedando impregnada en los dados—. ¡Quiero ver un siete!
Los dados salieron disparados en suelo, frente a los ojos de los presentes. Rodaron un par de veces en suelo y finalmente se detuvieron en una secuencia que mostraba un tres y un cuatro, cifra que al sumarse daba como resultado el tan anhelado siete. Los gritos no se hicieron esperar —la mayoría de ellos de decepción—, llenando el ambiente con diversos tipos de emociones. Ashy comenzó a bailar con diversión, celebrando su victoria, dándole un abrazo a su compañera. Casi no podía creer que hubiesen ganado a la primera.
— ¡No! —Exclamó el enfurecido perdedor—. ¡No lo acepto! ¡Exijo la revancha! ¡Que sean dos de tres!
— ¿Revancha? —La rubia miró a su compañera—. ¿Qué es eso? —Esperó que ésta le explicase—. Ah, así que de eso se trata. ¿Tú qué opinas? —Asintió a la respuesta de la castaña—. Si estás de acuerdo… —le entregó los dados al caballero—. Aceptamos.
—Ahora yo voy a poner una condición —sentenció señalando a la otra elfita—. Que ella se ponga a mi lado y me asesore —Ashy abrió los ojos de sorpresa—. Escuché su palabrería de los astros y las estrellas, así que la quiero de mi parte. ¡Elfa, ven aquí!
— ¡Tenemos nombres! —Infló las mejillas—. El mío es Mer...Ashy...mi nombre es Ashy y ella también posee un nombre, así que por favor sea respetuoso.
—Sí, sí, como sea.
La ojiazul no sabía qué hacer, después de todo, no corría por su cuenta lo que la joven decidiese. Aun así, Octave fue bastante insistente, vociferando que no lanzaría los dados hasta que la elfa se colocase a su lado. Tras unos breves segundos de intercambiar miradas con su compatriota, le aseguró que no tendría problema que ‘‘asesorase’’ a tan mal perdedor. Desde su lugar vio como la chica le daba algunas palabras al hombre, indicándole el número que debería lanzar para conseguir la victoria. Todo quedó en silencio, mientras Octave lanzaba los dados con un aire de seguridad en su voz, anunciando que ganaría con un diez. Ashy se quedó preocupada de que su victoria les hiciese quedar en un empate, pues terminaría justo como inicio; pero para su sorpresa —y la de todos— las cifras de los dados mostraron un cinco y un dos. Ergo: un siete. Nadie se lo espera, ni la misma rubia sopesó aquella posibilidad y, por el rostro de su compañera, parecía que ella tampoco. Y lo peor...es que el alto, bronceado y guapo, era a quien menos le agradaba la situación.
Luego de varios días de viaje, llegaron a una pintoresca aldea llamada Estania, a unos cuantos kilómetros de Vulwulfar. Luego de alquilar una habitación en una taberna cercana, ambos gemelos acordaron que saldrían a explorar el lugar por su cuenta, siendo esta la primera vez que se separaban en mucho tiempo. Acordaron verse en el hostal al anochecer y ninguno de ellos tenía permitido abandonar la ciudadela, sin importar lo que pasase. Se despidieron con un pequeño abrazo y tomaron direcciones opuestas, observando con atención la vida y las costumbres de aquel animoso lugar. Ashy avanzó hasta los mercados, deteniéndose en cada puesto, disfrutando de las bagatelas que, posiblemente, no llamarían mucho la atención, pero que a ella le parecían maravillas dignas de admirarse. Se encontraba mirando un extraño jarrón, debatiéndose si comprarlo o no, cuando un extraño alboroto llamó su atención.
No muy lejos de ahí, en uno de los tantos callejones de la ciudad, se encontraba reunida una considerable cantidad de gente. Algunos sólo observaban, manteniéndose dentro de los márgenes del circulo que habían formado, mientras que otros lanzaban un par de dados, adivinando el número que caería en la siguiente ronda. La ojiazul parpadeó con curiosidad, acercándose más para apreciar mejor el espectáculo. La primera ronda la ganó un sujeto alto, bronceado y guapo, mismo que se hacía llamar Octave Rets, derrotando al famoso campeón local. La verdad es que no entendía muy bien las reglas del juego, aunque todo apuntaba a que la gente dejaba aeros y otras cosas de valor en una caja y, posteriormente, se disputaban el motín, lanzando los dados en espera de que saliese la cifra indicada. ¿Y los demás? Bueno, ellos parecían disfrutar con el espectáculo.
— ¿Quién más? —Preguntó Octave, mirando al publico en busca de su siguiente victima—. ¿Nadie?
Todos se miraban entre sí, esperando que alguien diese el primer paso hacia su bancarrota, pero ninguno se animaba a avanzar al frente. Ashy paseó sus orbes celestes entre los presentes y el retador, tratando de encontrar sentido a esa actividad que parecía muy poco infructuosa. Sus ojos se detuvieron en la delicada silueta de una muchacha que parecía encontrarse en las mismas. Al escudriñarla con detenimiento pudo notar una pequeña punta en sus orejas y, por lo que podía recordar, esa era una seña distintiva entre su raza. Le sonrió con diversión, sintiéndose un tanto más en confianza al encontrarse cerca de una congénere. La voz de Octave volvió a resonar, animándolos a enfrentarle, aumentando la apuesta al arrojar unos cuantos sacos con aeros a la caja, aumentando el limite que se había establecido en la puesta inicial. Fue entonces que la elfita dio un paso al frente, llamando la atención de todos en la multitud.
—Yo lo haré —sonrió, pensando en todo lo que podría comprar para ella y Allen si ganaba en ese juego—. Puedo hacerlo —por alguna razón la gente emitió risas de burla y gestos de sorpresa.
— ¡Una niña ha tenido más agallas que ustedes! —Exclamó Octave—. ¿Y qué tienes para ofrecer, pequeña? —Ashy ladeó la cabeza sin entender a qué se refería, haciendo que el hombre negase con la cabeza, señalando la caja con el motín—. Debes dar algo a cambio si quieres participar.
— Oh…pues —abrió su capa un poco, sacando su bolso encantado y se lo mostró—. Mi Alforja de Castinur posee un encantamiento especial de expansión que me permite llevar un montón de objetos sin importar el tamaño, dejando las dimensiones del bolso intactas —todos emitieron rostros de expectación—. En su interior cuenta con una cantidad aproximada de mil doscientos aeros, además de otros objetos que no se consiguen fácilmente en el mercado.
—De acuerdo —el caballero miró el bolso con emoción, era claro que ese morral era mucho más valioso de lo que la elfa sabía, pues de lo contrario jamás lo habría apostado—. Colócalo sobre la mesa —la rubia obedeció sin un rechistar—. Las damas primero… —le entregó los dados, haciendo una pequeña, pero galante reverencia.
—Hay algo que me gustaría pedir antes de empezar —mencionó la ojiazul, captando la atención colectiva.
— ¿De qué se trata? —preguntó intrigado.
—Quiero que ella me acompañe —señaló a su compatriota—. Me sentiría más cómoda si alguien como yo se queda a mi lado.
—Hmm… —Octave lo pensó un par de segundos, intercalando su mirada entre ambas jovencitas—. De acuerdo.
La ojiazul sonrió ampliamente, esperando que la otra elfa se colocara junto a ella, para finalmente tomar los dados y dar comienzo al juego. Todo el lugar se encontraba a la expectativa y las apuestas externas empezaban a desbordarse en favor del nuevo campeón. Ashy meneó los dados en su mano, sintiéndose extrañamente asediada. Era la primera vez que haría algo como aquello; bueno, la primera vez que ella recordase, porque por ahora su memoria volvía en largos fragmentos, especialmente por las noches. Miró a su compañera, sopesando la idea de preguntarle su nombre y entablar una pequeña conversación, pero al ver los gestos de expectación y la prisa de su oponente, se dio cuenta que tendría que lanzar o eso no terminaría bien.
— ¿Algún número que tengas en mente? —Miró a su compañera, esperando una respuesta—. Bueno, confiaré en ti —sacudió los dados en su mano, disponiéndose a lanzar, sin saber que de sus manitas había salido un poco de magia, quedando impregnada en los dados—. ¡Quiero ver un siete!
Los dados salieron disparados en suelo, frente a los ojos de los presentes. Rodaron un par de veces en suelo y finalmente se detuvieron en una secuencia que mostraba un tres y un cuatro, cifra que al sumarse daba como resultado el tan anhelado siete. Los gritos no se hicieron esperar —la mayoría de ellos de decepción—, llenando el ambiente con diversos tipos de emociones. Ashy comenzó a bailar con diversión, celebrando su victoria, dándole un abrazo a su compañera. Casi no podía creer que hubiesen ganado a la primera.
— ¡No! —Exclamó el enfurecido perdedor—. ¡No lo acepto! ¡Exijo la revancha! ¡Que sean dos de tres!
— ¿Revancha? —La rubia miró a su compañera—. ¿Qué es eso? —Esperó que ésta le explicase—. Ah, así que de eso se trata. ¿Tú qué opinas? —Asintió a la respuesta de la castaña—. Si estás de acuerdo… —le entregó los dados al caballero—. Aceptamos.
—Ahora yo voy a poner una condición —sentenció señalando a la otra elfita—. Que ella se ponga a mi lado y me asesore —Ashy abrió los ojos de sorpresa—. Escuché su palabrería de los astros y las estrellas, así que la quiero de mi parte. ¡Elfa, ven aquí!
— ¡Tenemos nombres! —Infló las mejillas—. El mío es Mer...Ashy...mi nombre es Ashy y ella también posee un nombre, así que por favor sea respetuoso.
—Sí, sí, como sea.
La ojiazul no sabía qué hacer, después de todo, no corría por su cuenta lo que la joven decidiese. Aun así, Octave fue bastante insistente, vociferando que no lanzaría los dados hasta que la elfa se colocase a su lado. Tras unos breves segundos de intercambiar miradas con su compatriota, le aseguró que no tendría problema que ‘‘asesorase’’ a tan mal perdedor. Desde su lugar vio como la chica le daba algunas palabras al hombre, indicándole el número que debería lanzar para conseguir la victoria. Todo quedó en silencio, mientras Octave lanzaba los dados con un aire de seguridad en su voz, anunciando que ganaría con un diez. Ashy se quedó preocupada de que su victoria les hiciese quedar en un empate, pues terminaría justo como inicio; pero para su sorpresa —y la de todos— las cifras de los dados mostraron un cinco y un dos. Ergo: un siete. Nadie se lo espera, ni la misma rubia sopesó aquella posibilidad y, por el rostro de su compañera, parecía que ella tampoco. Y lo peor...es que el alto, bronceado y guapo, era a quien menos le agradaba la situación.
Off: Permiso de Mika para metarolearla un poquito
Ashryn Elaynor
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Re: Pero las risas no faltaron ~ [Interpretativo] [Privado]
Hacía mucho tiempo que no escapaba de mis responsabilidades, necesitaba romper la rutina a la que me tenían retenida como una de las guardianas de Isil, quería volver a viajar y conocer más lugares fuera de los bosques a los que ya estaba acostumbrada, mi entusiasmo era mayor a la inquietud que sentía desde que comencé mi viaje, ya podía esperar el incuestionable castigo que me pondrían al regresar, ya podía escuchar las palabras de mi madre y su repetitivo sermón que me daba siempre que faltaba a las pautas de mi familia. Al menos había dejado una nota a Rakell haciéndole saber a donde me había dirigido, Vulwulfar, tal vez eso tranquilizará a mi madre.
Ya había caminado demasiado, no sabía lo extenso que iba a ser el viaje, pasé la noche fría entre los árboles y ya había comido el último pan que había traído, minutos después el salado olor del viento me indicaba que ya estaba cerca de la ciudad, según los rumores que había escuchado Vulwulfar era conocida por su comercio en pescados y mariscos, ya tenía la perfecta excusa para traer comida de regreso a mi hogar.
Poco a poco se abría un panorama rústico, debía admitir que las casas estaban lindas y decoradas todo lo contrario a lo que esperaba de un lugar tan húmedo, la ciudad se encontraba tranquila, se podría decir que casi abandonada, pocas personas caminando y haciendo sus tareas del día, podía sentir miradas sobre mí como si pudieran presenciar y saber que no pertenecía aquí, aunque para ser sincera con mi postura al caminar y mi cara atolondrada me delataban fácil, quería pedir indicaciones pero opté mejor por seguir caminando derecho hasta que “mágicamente” apareciera el mercado frente a mí.
Más adelante me tope cada vez con más pasillos atareados cerca de un muelle, al parecer los ciudadanos que no estaban en el centro de la ciudad estaban negociando aquí.
Sujeté con algo de fuerza mi bolso y me abrí paso para buscar algún mercader que ofreciera alimentos, respiraba los nítidos hedores a salitre y animales muertos que me empezaban a agobiar hasta que por fin un vendedor que olía peor que su mercancía por lo que le dije de la manera más educada posible que tal vez a la próxima vuelta volvería ahí.
Entre la gran multitud resaltaba un conjunto de gente a unos metros de donde me encontraba, se escuchaban expresiones de burla y decepción a la vez, y sí, mi gran curiosidad a la que casi nunca me rehúso a ignorar me guió para ir a observar qué hacían allí esos hombres, estar rodeada de transpiraciones, vellos, escupitajos y músculos me hacían sentir algo desconfiada pero ya estaba ahí y mejor observé con detenimiento, todos estaban atentos a una especie de juego, al parecer se apostaban diferentes objetos y el ganador se llevaba lo acumulado, lo consideraba algo divertido, de los presentes destacaba un joven moreno y alto que animaba a un nuevo retador a apostar y vencerle.
–¿Quién es él?– pregunté casi en un susurro al aire.
–Es un papucho…– dijo una voz grave, al girar para ver al hombre que había hablado me sorprendió ver a una mujer, tal vez sí lo era, o tal vez no, estaba confundida, portaba un vestido púrpura, aretes dorados y un maquillaje exótico –su cara está tallada por los mismos ángeles– terminó de responder con un suspiro y solo le respondí con una falsa sonrisa de extrañeza no podía dejar de mirar su gran lunar de donde le salían tres pelos ignorando por completo que no me había respondido mi pregunta adecuadamente.
Agité mi cabeza para volver al juego, miré al centro esperando a alguien con el valor de hacerle frente, pero el silencio y murmullos volvían tenso el ambiente. A unos pasos frente mía podía ver una joven de cabellera dorada que me sonreía a lo que le respondí con el mismo gesto, hasta que escuché el oro resonar contra el suelo, un sujeto alto había incrementado el valor del premio intentando motivar a la gente, sorprendentemente a los pocos segundos la chica que me había sonreído se había ganado la burla de los hombres y la “mujer” verrugona pues se había dirigido frente al moreno, pactaron las apuestas y las expresiones de sorpresa y vacile no paraban, lo que había ofrecido la chica era más importante de lo que contenía la caja.
–¡Esa perra esta loca!– gritó un señor escondido entre la multitud.
Una vez más la chica dejaba con intriga a los espectadores dejando clara una condición que muy en el fondo de mi ser, una voz interior me avisaba para prevenirme de un futuro embrollo: “no aceptes, no hagas contacto visual, ¡tonta!” pero así como me dejo llevar por mi curiosidad, soy indiferente ante esa vocecita que además fue interrumpida por un –Quiero que ella me acompañe[i]– a la cual no me negué, me ofreció una amable sonrisa mientras que la [i]vocecita decia “¡ahí vas de nuevo, dile que vaya la mujer de la verruga!” pero yo ya me encontraba nerviosa a un lado de la rubia, no tenía nada que perder, yo no tenía nada en juego pero aún así no la dejaría sola.
Acudió a mi por alguna cifra que pudiera ganar el motín, no sabía qué responder, me quedé inmóvil unos segundos pensando en la noche anterior, tengo una costumbre, observar las estrellas antes de dormir, una rutina que copié de mi abuela y que hacíamos desde que era niña, siempre me dijo que cualquier duda que apareciera en mi camina acudiera a Isil, y me enseñó a apreciar los astros y lo que tenían que decir, estos siempre dejaban un mensaje para mí o eso creía, y no había sido la excepción ahora, pequeños grupos de siete estrellas se habían repetido una y otra vez, confiaría en que ese era el número elegido.
–Las estrellas me han hablado, y dicen que el número siete será el ganador– contesté con ambas palmas juntas, en un tono predicador y con tal firmeza que el prójimo me veía como si estuviese loca.
La chica aceptó esperanzada y soltó los dados, no estaba segura si solo era yo o si los nervios estaban jugando conmigo pero juraría que veía los dados caer lentamente y podía escucharlos botar contra el suelo, tomé el brazo de mi compañera para calmar mis nervios sin dejar de ver los dados rodar, hasta que por fin pararon en la suma de un número siete.
–¡Si!– grité extasiada y con alegría acepté el abrazo que me daba la chica mientras saltábamos como un par de niñas pequeñas sin importar las reacciones de los presentes.
Enojado el hombre solicitó otra oportunidad a gritos que provocaron que dejara de abrazar inmediatamente de mi compañera. Se negaba a perder.
–Cosita mi vida...– escuché a la de la verruga sentir compasión por su adorado.
–Em...– suspiré para responder a la ojiazul –quiere recuperar lo perdido con otra ronda, lo cual solo hacen los malos perdedores– expliqué viendo fijamente al retador con una sonrisa burlona –Deberías aceptar, si ya perdió una vez lo volverá a hacer... –
Mi actitud cambió totalmente en unos instantes, ya no estaba nerviosa si no confiada y ansiosa de empezar la nueva ronda, pero, ¿no todo podía ser bonito cierto?, el moreno condiciona que ahora yo lo acompañara, lo cual estaba claro que no era de mi agrado. Al pasar el tiempo el necio no quería lanzar los dados hasta que lo acompañase, así que acepte y mire a mi compañera mientras me colocaba a un lado del sujeto.
–Pero antes...– expresé intentando hacer más tiempo en lo que algo bueno se me ocurría, no quería que Ashy perdiese pero tampoco que el varón tomara represalias si descubre que le mentía, tenía que improvisar –tengo que prepararme, esto de interpretar mensajes no es fácil y fatiga, ¿lo entiendes guapo?– el moreno iba a hablar pero lo interrumpí con –muy bien, me alegra que lo comprendas, ahora debo visualizar la energía interior...–
Inhalé para relajarme y cerré los ojos un momento, y comencé a hacer movimientos aleatorios con las manos y a dar pequeños pasos atrás y para adelante.
–Mamasei, mamasa, mamakusa, mamasei, mamasa, mamakusa...– seguí repitiendo estas palabras hasta que me alertó el pie impaciente de mi ahora compañero golpear el suelo que sería mejor que terminará con esto.
–¿Qué rayos haces?– preguntó ansioso.
–Solo trataba de inspirarme un poco, pero bueno...con los poderes del bosque de allá y que ahora los tengo acá, yo Mikaela digo que el número elegido es… – hice una pausa, sentía la mirada de todos sobre mí –el número diez...– susurré a la oreja del hombre.
Sonriente tiró los dados y esperando ganar con mi ayuda espero a que cayera la cifra dada, pero, en lugar de eso salió el número siete otra vez induciendo más furia sobre el moreno.
–Compermisito...– no perdí tiempo y me abrí paso para estar rápidamente a un lado de Ashy.
–¡Estafadoras, son unas estafadoras!– gritó el individuo
–No somos estafadoras, mi buen amigo, es solo que...– ¡Di algo rápido maldita cenutria! esta vez mi vocecita tenía razón –es jueves, y los jueves según el calendario de los dioses illindienses debes mover los dados 45° para que los mensajes de las estrellas funcionen, todo elfo lo sabe… pero ¡rayos! tu no eres un elfo, así que… todo es un malentendido no malintencionado así que si nos permites nos iremos con el botín– hice una gesto con mi quijada y miré a Ashy para que tomara el premio e irnos lo más rápido posible.
–¡No!, no van a escapar así de fácil con lo que me pertenece...– tomó el lado contrario de la caja de donde la tenía sujetada la rubia.
Yo tomé otra parte de la caja para ayudar a mi compañera, jalaba con toda mi fuerza, pero era inútil aún con mi ayuda. Parecía que algunos querían también tomar la caja pero no se animaban por el miedo que le tenían a este sujeto.
–¿Qué pasa aquí?– llegó un ser de armadura dorada indagando sobre la situación.
–Este sujeto no nos da el premio que ganamos, le hace falta un poco de dignidad para no aceptar que perdió contra nosotras– respondí al caballero.
–¡Son estafadoras y tú no te metas en mis asuntos!– gritó el susodicho soltando la bolsa y dirigiéndose al que portaba espada y escudo.
–Tal vez sería un buen momento para irnos...– susurré a Ashy, –deberíamos aprovechar ahora que está distraído–
Mikaela Tähtien
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Re: Pero las risas no faltaron ~ [Interpretativo] [Privado]
Las cosas se tensaron cuando Octave comenzó a vociferar que ambas elfas eran unas estafadoras. Mikaela explicó que todo se trataba de un error en el lanzamiento de los dados y la rubia no tardó en asentir, dándole por completo la razón a su compañera. La ojiazul tomó uno de los lados de la caja, haciendo caso al gesto de su compañera; acto que sólo consiguió irritar más al hombre, quien no dudó en jalar las recompensas hacia su lado. Con ayuda de Mikaela, la rubia se mantenía aferrada a la cajita, evitando que el alto y bronceado se quedase —injustamente— con lo que les pertenecía. Afortunadamente, otra silueta de armadura dorada interrumpió la pelea, captando la atención de todos. Octave soltó el botín, permitiendo que las elfitas aprovecharan la situación a su favor. Ashy le dio leves palmaditas a su compañera, instándola a que avanzara entre la multitud, dejando que Octave y el de la armadura resolvieran sus problemas.
Por desgracia sus esfuerzos se fueron al traste cuando el entrometido gritó que no podrían ir a ningún lado. Ashy rodó los ojos, mientras el sujeto analizaba la caja con las recompensas, para después examinar los dados con detenimiento. Lanzó los dados un par de veces, mismos que, en cada tirada, volvían a mostrar una combinación que resultaba en siete. Ya había quedado claro que aquello no había sido obra divina de la suerte, ni mucho menos un regalo de los dioses. Con un gesto de temor, Ashy se aferró a su compañera, escuchando como la turba se dividía a favor y en contra de ellas. Finalmente el caballero caballeroso decidió que la forma salomónica de acabar con aquel altercado era, simplemente, no dejar que ninguno tuviese las recompensa, pues Octave tampoco había actuado limpiamente al apostar una suma tan baja por la alforja de castinur de la rubia. Por supuesto, esa opción no gustó a nadie de los involucrados.
— ¡Yo, Sir Firri Plin, reclamo esta bolsa como mí…! —El sonido de algo pequeño estampándose contra el metal interrumpió aquel discurso, seguido por un impresionante grito de dolor—. ¡Ahhh! ¡Mi pilin!
— ¿No había dicho Firri Plin? —Preguntó la rubia en un susurro, sin entender bien lo que pasaba.
Algunas almas caritativas se acercaron hasta Sir Firri, auxiliándolo en la perdida de su preciado pilin, sorprendiendo a todos con la caída de su brazo también. En medio de la conmoción una extraña mujer sacó a las elfas de ahí con todo y recompensas, mismas que habían caído al suelo por la extraña situación del hombre de la armadura. Sin saber qué hacer, la elfita miró a su compañera con desconcierto, debatiéndose si quedarse o aprovechar la oportunidad y huir por su vida, con su preciado bolsito mágico. Dio un paso en la dirección contraria a la de las mujeres, pero antes de que pudiese regresar al meollo del asunto, fue jalada del brazo por la castaña, quien le insistía que era momento de marcharse y seguir a la mujer de la verruga. Fue entonces que el recuerdo de las predicciones de Mikaela volvió a la mente de la elfita, haciéndole fruncir el ceño con desconcierto.
— ¿Entonces no eres Walter Mercado?
Ashy había escuchado que a los mejores adivinadores les llamaban de esa manera. Era algo así como un honorifico que les otorgaba la sociedad, por los excelentes servicios que brindaban a la sociedad con sus predicciones, pero al parecer a la otra elfita le faltaba un buen tramo para ser merecedora de dicho título. Y así sin más, su compañera la sacó de aquel peligroso circulo, siguiendo a la doña de la verruga hasta quién sabe dónde. La mayor de los Elaynor no tenía un buen presentimiento de todo aquello y sus dudas aumentaron cuando Doris —así había dicho llamarse— les indicó que entraran por un callejón poco iluminado y en cuyo interior sólo podían vislumbrarse las siluetas de dos personas, mismas que parecían tener algún tipo de problema auditivo, pues tenían los rostros tan cerca que parecía que en cualquier momento se estamparían sus frentes.
—Peratesss, Macaco —la mujer apartó su cara de la de su compañero, llevándose gran parte del maquillaje de este—. Yo soy unas damitass…
—Oh, ¿qué tiene? —Respondió él, tratando de apegarla de nuevo a su cuerpo—. Recuerda lo que dicen en Lunargenta: Aguacates y mujeres maduran a apretones.
Nuevamente el fulano devoró los labios de su acompañante, ocasionando que la rubia se aferrara al brazo de su compañera en un gesto de espanto, rogándole que huyesen a otro lugar que no fuera ese. Doris abrió una puerta lateral y les indicó que la siguieran. Con un gesto dubitativo la elfita siguió a Mikaela, escudriñando detenidamente aquel extravagante establecimiento. Cualquiera creería que se trataba de una taberna común y corriente, si no fuera por el tipo de personas que ahí se encontraban. En las mesas alejadas de la tarima, había un hombre con una cicatriz en el rostro, quien miraba de forma amenazante al pianista del lugar, haciéndole entonar una extraña melodía que hablaba de tener un montón de ricos cocos. Podría ser que tuviese algún fanatismo con los cocos, ¿quién sabe? Aunque tampoco le daría por preguntar.
Al lado izquierdo, pegado a la puerta que llevaba a la cocina se encontraba un joven con unos extraños ropajes dorados y rojizos, mismos que parecían hechos de la seda más fina de aerandir. El joven hablaba con un niño, regañándole por no haberle dicho antes que no era de la suerte. En una de las mesas del centro había una mujer, cuya mirada no se despegaba de los pergaminos en los que escribía arduamente, murmurando frases extrañas y girándose de vez en cuando para encontrar a alguien a quién contarle sus historias. Ashy sintió algo de pena al ver que nadie quería escucharla, por lo que se acercó a ella, ofreciéndole ser ese oído que parecía buscar con desesperación. No tardó más de dos segundos en arrepentirse de aquella decisión, pues, aún sin memoria, no había conocido a un autor con la facilidad de destripar la literatura de aquella manera.
— ¡Era un bello día soleado y relampagueante…! —Comenzó la chica, mientras Ashy ladeaba la cabeza, buscando algún tipo de coherencia en esa oración inicial—. ¡El protagonista esperar un castigo y deber ir a la oficina del director. El director llegar y ambos declararse su amor, ser novios y hacer sexo!
— ¿Q-Qué? —Preguntó la rubia de forma retórica, más para los dioses que para la muchacha—. ¿P-Por qué…?
—Porque así es la vida —respondió la susodicha—. Es una historia en la que los protagonistas se enamoran locamente, profundamente, verdaderamente, irresistiblemente y puramente —hizo una pausa, frunciendo el ceño—, pero no diré a dónde van, porque no es bonito decir eso.
Si había alguna deidad de las artes y la literatura, seguro que no estaría muy contenta con aquel remedo de escritora. Para su buena fortuna, Doris la sacó de ahí, pidiéndole a ‘‘Perlita’’ que no molestara a los demás clientes, como al parecer solía hacer constantemente. La mayor de los gemelos Elaynor soltó un suspiro de alivio al entrar en los pequeños camerinos donde Mikaela se encontraba. Tardaría un rato en olvidar la extraña historia de la tal Perla, pero al menos estaba con su compañera y eso la reconfortaba. Doris les explicó que antes solían dar funciones constantes y el bar se mantenía lleno; sin embargo, tras las guerras suscitadas en los últimos meses, la economía había decaído y muchos establecimientos fueron obligados a cerrar, siendo ella una de los pocos que lucharon arduamente por mantenerse. Estaba a punto de continuar con el plan para sacarlas de ahí, cuando un alboroto proveniente del salón resonó en todo el lugar.
— ¡Yo, Sir Firri Plin, declaro esta taberna…! —Ahí estaba otra vez el hombre de la armadura dorada—. ¡Ahhh! ¡Mi pierna!
—Eso no parece anatómicamente posible —susurró Ashy, recordando la forma en que al sujeto se le caían las partes del cuerpo con facilidad.
— ¡Estamos perdiendo el tiempo! —Octave también se encontraba ahí y no parecía venir solo—. ¡Encuentren a esas ladronas!
— ¡Sí, señor! —Exclamaron los hombres que le acompañaban, mientras revolvían cada rincón de la taberna, sin importar los esfuerzos de Doris.
— ¿Qué podemos hacer? —Preguntó la ojiazul, siendo interrumpida por la silueta del joven de las ropas de seda, quien se escabullía discretamente entre los camerinos—. ¿Qué está sucediendo afuera?
— ¡Brotaron de la naaadaaa! ¡Como margaritas!
— ¡Señor! —Uno de los secuaces de Octave sonrió al encontrarlas—. ¡Aquí están!
Unos gritos extraños, seguidos por una misteriosa nube de humo sería todo lo que las elfas verían, antes de que alguien las jalase por los brazos, evitándoles tener que enfrentarse al mal perdedor y a sus achichincles. El nombre de su salvador era Buck y parecía estar tan loco como una cabra, aunque eso no evitaba que las elfitas escuchasen sus historias con los ojos llenos de admiración. Al parecer era un aventurero que viajaba por todo Aerandir, enfrentando peligros inimaginables en su búsqueda por encontrar a uno de los dragones legendarios. Incluso les relató cómo había perdido uno de sus ojos al enfrentarse a uno de los caballeros de Dundarak, algo que ocasionó que las chicas emitieran suspiros de espanto de sólo imaginarse la escena.
— ¿Y…moriste? —Preguntó la rubia con temor.
—Por desgracia sí —respondió Buck en un tono solemne—, pero sobreviví —Ashy respiró con alivio—. Después de eso desperté casado con una enorme piña… ¡una espantosa piña! —Se llevó la mano al pecho—. ¡Ayyy, pero la adoraba!
No tenían idea de a dónde las llevaba, pero tampoco se detuvieron a preguntar hasta que, para su mala suerte, se toparon de cara con uno de los miembros de la guardia, quien había estado presente durante su escenita con los dados, lo que ocasionó que Buck desapareciera así como había llegado. El guardia no tardó en reconocerlas, recordándoles que habían estafado Octave y huido con el botín, por lo cual tendría que arrestarlas y llevarlas ante la justicia. En medio de aquella hegemonía, Ashy tiró del brazo a su compañera y corrió con todas sus fuerzas lejos del fulano y su espada. Su recorrido las llevó hasta el muelle, justo encima de la barda que separaba los desembarcaderos del mercado, en cuya base se hallaban varios barriles con agua y otras mercancías. La rubia ponderó sus posibilidades, notando que el guardia se había unido a Octave y su sequito, impidiéndoles volver por dónde habían llegado.
—Dos aeros…a que no —respondió Ashy a la apuesta que había hecho su compañera de que lograrían sobrevivir a aquella, saltando sin mirar hacia atrás. Ambas habían conseguido caer en los barriles de agua, lo que hizo que la elfita le lanzara los dos aeros a Mika, antes de tapar sus escondites—. Estamos en un barril…hasta ahí llega mi conocimiento.
La verdad es que no entendían por qué se estaban moviendo, pero lo peor vino cuando las hicieron rodar y las lanzaron a algún sitio desconocido; por si fuera poco, el aire comenzaba a faltarles y no tardarían en quedarse sin oxígeno. Empujaron los corchos que evitaban que el liquido interior escapase del barril y por fin pudieron respirar. Lamentablemente, cuando intentaron liberarse de las tapas que las mantenían cautivas, estas no se movieron ni un poco. Lo intentaron y lo intentaron, pero no obtuvieron resultados favorables. Sólo los Dioses sabrían cuánto tiempo trataron de salir de sus escondites, hasta que los marineros quitaron el cofre que habían colocado sobre los barriles, justo antes de que las elfas hicieran un último intento por liberarse, lo que las delató frente a toda esa sucia y apestosa tripulación.
—Señores… —Ashy colocó la tapa sobre su cabeza, escondiéndose lentamente en el barril, mientras Mika preguntaba si alguien de ellos había ordenado pepinos—. Y-Ya nos íbamos —los hombres las tomaron cautivas y las llevaron frente al capitán de aquel barco. Un hombre al que todos temían y cuyo nombre era muy sonado en los muelles de cualquier aldea portuaria—. Montez…
En la taberna en la que Allen y ella se hospedaban, habían escuchado hablar de ese hombre. Era un importante marino que profesaba esa extraña religión llamada cristianismo. Era feroz, cruel y despiadado. Cualquiera que no obedecía sus ordenes terminaba de la peor manera y es por eso por lo que muchos dudaban de unirse a él en sus travesías. Montez no tardó en dar un severo discurso de que su tripulación había sido escogida cuidadosamente por los discípulos de Cristo, aclarando que no permitiría, bajo ningún motivo, que hubiera polizones entre ellos. Ashy no comprendía muy bien cómo es que una religión que profesaba amor pudiese tener adeptos con tan poca empatía. En ese caso, los Dioses elficos de los que Allen le había hablado sonaban mucho más bondadosos.
—Van a ser azotadas —sentenció Montez, tronándose los dedos— y cuando lleguemos a Ulmer a reabastecernos, con la gracia de Dios, recibirán otros azotes; y ahí serán vendidas como esclavas de plantaciones de arroz para el resto de su miserable vida —levantó la vista hacia sus hombres—. Enciérrenlas en el calabozo.
— ¡Qué bien! —Exclamó la rubia con una sonrisa—. ¡Ulmer!
Su hermano le había dicho que ese lugar era bastante precioso, pero sólo habían estado ahí de noche y no tuvo mucho tiempo de explorar. Lamentablemente, ese recuerdo le había hecho obviar el motivo por el cual sería llevada hasta esa aldea. Al parecer correría por cuenta de Mikaela sacarlas de ese lugar.
Por desgracia sus esfuerzos se fueron al traste cuando el entrometido gritó que no podrían ir a ningún lado. Ashy rodó los ojos, mientras el sujeto analizaba la caja con las recompensas, para después examinar los dados con detenimiento. Lanzó los dados un par de veces, mismos que, en cada tirada, volvían a mostrar una combinación que resultaba en siete. Ya había quedado claro que aquello no había sido obra divina de la suerte, ni mucho menos un regalo de los dioses. Con un gesto de temor, Ashy se aferró a su compañera, escuchando como la turba se dividía a favor y en contra de ellas. Finalmente el caballero caballeroso decidió que la forma salomónica de acabar con aquel altercado era, simplemente, no dejar que ninguno tuviese las recompensa, pues Octave tampoco había actuado limpiamente al apostar una suma tan baja por la alforja de castinur de la rubia. Por supuesto, esa opción no gustó a nadie de los involucrados.
— ¡Yo, Sir Firri Plin, reclamo esta bolsa como mí…! —El sonido de algo pequeño estampándose contra el metal interrumpió aquel discurso, seguido por un impresionante grito de dolor—. ¡Ahhh! ¡Mi pilin!
— ¿No había dicho Firri Plin? —Preguntó la rubia en un susurro, sin entender bien lo que pasaba.
Algunas almas caritativas se acercaron hasta Sir Firri, auxiliándolo en la perdida de su preciado pilin, sorprendiendo a todos con la caída de su brazo también. En medio de la conmoción una extraña mujer sacó a las elfas de ahí con todo y recompensas, mismas que habían caído al suelo por la extraña situación del hombre de la armadura. Sin saber qué hacer, la elfita miró a su compañera con desconcierto, debatiéndose si quedarse o aprovechar la oportunidad y huir por su vida, con su preciado bolsito mágico. Dio un paso en la dirección contraria a la de las mujeres, pero antes de que pudiese regresar al meollo del asunto, fue jalada del brazo por la castaña, quien le insistía que era momento de marcharse y seguir a la mujer de la verruga. Fue entonces que el recuerdo de las predicciones de Mikaela volvió a la mente de la elfita, haciéndole fruncir el ceño con desconcierto.
— ¿Entonces no eres Walter Mercado?
Ashy había escuchado que a los mejores adivinadores les llamaban de esa manera. Era algo así como un honorifico que les otorgaba la sociedad, por los excelentes servicios que brindaban a la sociedad con sus predicciones, pero al parecer a la otra elfita le faltaba un buen tramo para ser merecedora de dicho título. Y así sin más, su compañera la sacó de aquel peligroso circulo, siguiendo a la doña de la verruga hasta quién sabe dónde. La mayor de los Elaynor no tenía un buen presentimiento de todo aquello y sus dudas aumentaron cuando Doris —así había dicho llamarse— les indicó que entraran por un callejón poco iluminado y en cuyo interior sólo podían vislumbrarse las siluetas de dos personas, mismas que parecían tener algún tipo de problema auditivo, pues tenían los rostros tan cerca que parecía que en cualquier momento se estamparían sus frentes.
—Peratesss, Macaco —la mujer apartó su cara de la de su compañero, llevándose gran parte del maquillaje de este—. Yo soy unas damitass…
—Oh, ¿qué tiene? —Respondió él, tratando de apegarla de nuevo a su cuerpo—. Recuerda lo que dicen en Lunargenta: Aguacates y mujeres maduran a apretones.
Nuevamente el fulano devoró los labios de su acompañante, ocasionando que la rubia se aferrara al brazo de su compañera en un gesto de espanto, rogándole que huyesen a otro lugar que no fuera ese. Doris abrió una puerta lateral y les indicó que la siguieran. Con un gesto dubitativo la elfita siguió a Mikaela, escudriñando detenidamente aquel extravagante establecimiento. Cualquiera creería que se trataba de una taberna común y corriente, si no fuera por el tipo de personas que ahí se encontraban. En las mesas alejadas de la tarima, había un hombre con una cicatriz en el rostro, quien miraba de forma amenazante al pianista del lugar, haciéndole entonar una extraña melodía que hablaba de tener un montón de ricos cocos. Podría ser que tuviese algún fanatismo con los cocos, ¿quién sabe? Aunque tampoco le daría por preguntar.
Al lado izquierdo, pegado a la puerta que llevaba a la cocina se encontraba un joven con unos extraños ropajes dorados y rojizos, mismos que parecían hechos de la seda más fina de aerandir. El joven hablaba con un niño, regañándole por no haberle dicho antes que no era de la suerte. En una de las mesas del centro había una mujer, cuya mirada no se despegaba de los pergaminos en los que escribía arduamente, murmurando frases extrañas y girándose de vez en cuando para encontrar a alguien a quién contarle sus historias. Ashy sintió algo de pena al ver que nadie quería escucharla, por lo que se acercó a ella, ofreciéndole ser ese oído que parecía buscar con desesperación. No tardó más de dos segundos en arrepentirse de aquella decisión, pues, aún sin memoria, no había conocido a un autor con la facilidad de destripar la literatura de aquella manera.
— ¡Era un bello día soleado y relampagueante…! —Comenzó la chica, mientras Ashy ladeaba la cabeza, buscando algún tipo de coherencia en esa oración inicial—. ¡El protagonista esperar un castigo y deber ir a la oficina del director. El director llegar y ambos declararse su amor, ser novios y hacer sexo!
— ¿Q-Qué? —Preguntó la rubia de forma retórica, más para los dioses que para la muchacha—. ¿P-Por qué…?
—Porque así es la vida —respondió la susodicha—. Es una historia en la que los protagonistas se enamoran locamente, profundamente, verdaderamente, irresistiblemente y puramente —hizo una pausa, frunciendo el ceño—, pero no diré a dónde van, porque no es bonito decir eso.
Si había alguna deidad de las artes y la literatura, seguro que no estaría muy contenta con aquel remedo de escritora. Para su buena fortuna, Doris la sacó de ahí, pidiéndole a ‘‘Perlita’’ que no molestara a los demás clientes, como al parecer solía hacer constantemente. La mayor de los gemelos Elaynor soltó un suspiro de alivio al entrar en los pequeños camerinos donde Mikaela se encontraba. Tardaría un rato en olvidar la extraña historia de la tal Perla, pero al menos estaba con su compañera y eso la reconfortaba. Doris les explicó que antes solían dar funciones constantes y el bar se mantenía lleno; sin embargo, tras las guerras suscitadas en los últimos meses, la economía había decaído y muchos establecimientos fueron obligados a cerrar, siendo ella una de los pocos que lucharon arduamente por mantenerse. Estaba a punto de continuar con el plan para sacarlas de ahí, cuando un alboroto proveniente del salón resonó en todo el lugar.
— ¡Yo, Sir Firri Plin, declaro esta taberna…! —Ahí estaba otra vez el hombre de la armadura dorada—. ¡Ahhh! ¡Mi pierna!
—Eso no parece anatómicamente posible —susurró Ashy, recordando la forma en que al sujeto se le caían las partes del cuerpo con facilidad.
— ¡Estamos perdiendo el tiempo! —Octave también se encontraba ahí y no parecía venir solo—. ¡Encuentren a esas ladronas!
— ¡Sí, señor! —Exclamaron los hombres que le acompañaban, mientras revolvían cada rincón de la taberna, sin importar los esfuerzos de Doris.
— ¿Qué podemos hacer? —Preguntó la ojiazul, siendo interrumpida por la silueta del joven de las ropas de seda, quien se escabullía discretamente entre los camerinos—. ¿Qué está sucediendo afuera?
— ¡Brotaron de la naaadaaa! ¡Como margaritas!
— ¡Señor! —Uno de los secuaces de Octave sonrió al encontrarlas—. ¡Aquí están!
Unos gritos extraños, seguidos por una misteriosa nube de humo sería todo lo que las elfas verían, antes de que alguien las jalase por los brazos, evitándoles tener que enfrentarse al mal perdedor y a sus achichincles. El nombre de su salvador era Buck y parecía estar tan loco como una cabra, aunque eso no evitaba que las elfitas escuchasen sus historias con los ojos llenos de admiración. Al parecer era un aventurero que viajaba por todo Aerandir, enfrentando peligros inimaginables en su búsqueda por encontrar a uno de los dragones legendarios. Incluso les relató cómo había perdido uno de sus ojos al enfrentarse a uno de los caballeros de Dundarak, algo que ocasionó que las chicas emitieran suspiros de espanto de sólo imaginarse la escena.
— ¿Y…moriste? —Preguntó la rubia con temor.
—Por desgracia sí —respondió Buck en un tono solemne—, pero sobreviví —Ashy respiró con alivio—. Después de eso desperté casado con una enorme piña… ¡una espantosa piña! —Se llevó la mano al pecho—. ¡Ayyy, pero la adoraba!
No tenían idea de a dónde las llevaba, pero tampoco se detuvieron a preguntar hasta que, para su mala suerte, se toparon de cara con uno de los miembros de la guardia, quien había estado presente durante su escenita con los dados, lo que ocasionó que Buck desapareciera así como había llegado. El guardia no tardó en reconocerlas, recordándoles que habían estafado Octave y huido con el botín, por lo cual tendría que arrestarlas y llevarlas ante la justicia. En medio de aquella hegemonía, Ashy tiró del brazo a su compañera y corrió con todas sus fuerzas lejos del fulano y su espada. Su recorrido las llevó hasta el muelle, justo encima de la barda que separaba los desembarcaderos del mercado, en cuya base se hallaban varios barriles con agua y otras mercancías. La rubia ponderó sus posibilidades, notando que el guardia se había unido a Octave y su sequito, impidiéndoles volver por dónde habían llegado.
—Dos aeros…a que no —respondió Ashy a la apuesta que había hecho su compañera de que lograrían sobrevivir a aquella, saltando sin mirar hacia atrás. Ambas habían conseguido caer en los barriles de agua, lo que hizo que la elfita le lanzara los dos aeros a Mika, antes de tapar sus escondites—. Estamos en un barril…hasta ahí llega mi conocimiento.
La verdad es que no entendían por qué se estaban moviendo, pero lo peor vino cuando las hicieron rodar y las lanzaron a algún sitio desconocido; por si fuera poco, el aire comenzaba a faltarles y no tardarían en quedarse sin oxígeno. Empujaron los corchos que evitaban que el liquido interior escapase del barril y por fin pudieron respirar. Lamentablemente, cuando intentaron liberarse de las tapas que las mantenían cautivas, estas no se movieron ni un poco. Lo intentaron y lo intentaron, pero no obtuvieron resultados favorables. Sólo los Dioses sabrían cuánto tiempo trataron de salir de sus escondites, hasta que los marineros quitaron el cofre que habían colocado sobre los barriles, justo antes de que las elfas hicieran un último intento por liberarse, lo que las delató frente a toda esa sucia y apestosa tripulación.
—Señores… —Ashy colocó la tapa sobre su cabeza, escondiéndose lentamente en el barril, mientras Mika preguntaba si alguien de ellos había ordenado pepinos—. Y-Ya nos íbamos —los hombres las tomaron cautivas y las llevaron frente al capitán de aquel barco. Un hombre al que todos temían y cuyo nombre era muy sonado en los muelles de cualquier aldea portuaria—. Montez…
En la taberna en la que Allen y ella se hospedaban, habían escuchado hablar de ese hombre. Era un importante marino que profesaba esa extraña religión llamada cristianismo. Era feroz, cruel y despiadado. Cualquiera que no obedecía sus ordenes terminaba de la peor manera y es por eso por lo que muchos dudaban de unirse a él en sus travesías. Montez no tardó en dar un severo discurso de que su tripulación había sido escogida cuidadosamente por los discípulos de Cristo, aclarando que no permitiría, bajo ningún motivo, que hubiera polizones entre ellos. Ashy no comprendía muy bien cómo es que una religión que profesaba amor pudiese tener adeptos con tan poca empatía. En ese caso, los Dioses elficos de los que Allen le había hablado sonaban mucho más bondadosos.
—Van a ser azotadas —sentenció Montez, tronándose los dedos— y cuando lleguemos a Ulmer a reabastecernos, con la gracia de Dios, recibirán otros azotes; y ahí serán vendidas como esclavas de plantaciones de arroz para el resto de su miserable vida —levantó la vista hacia sus hombres—. Enciérrenlas en el calabozo.
— ¡Qué bien! —Exclamó la rubia con una sonrisa—. ¡Ulmer!
Su hermano le había dicho que ese lugar era bastante precioso, pero sólo habían estado ahí de noche y no tuvo mucho tiempo de explorar. Lamentablemente, ese recuerdo le había hecho obviar el motivo por el cual sería llevada hasta esa aldea. Al parecer correría por cuenta de Mikaela sacarlas de ese lugar.
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Ashryn Elaynor
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Re: Pero las risas no faltaron ~ [Interpretativo] [Privado]
Lo que había empezado como un juego de azar terminó convirtiéndose en todo un espectáculo en el cual estaba entrometida en él - algo que no me extrañaba para nada- y para el colmo era la co-protagonista junto con la joven rubia; el hombre que había pensando venía a auxiliarnos terminó por querer tomar el premio que por su puesto no le correspondía, al hablar se escuchaba el crujir de los huesos, como si de madera se tratase hasta que sus palabrerías fueron interrumpidas por un estallido de aflicción.
–Puede ser que sea tartamudo el pobre...– señalé a mi amiga mientras pensaba en una solución para escapar con el botín, esta vez que necesitaba a Mara estaba en completo silencio, seguro disfrutando toda esta extraña sesión.
–¡Vaya! pero que envidia...– dijo la mujer robusta en un tono casi excitante, no sabía por que lo había dicho,tal vez me podía dar una idea por la mirada de la excéntrica mujer que no dejaba de observar la entrepierna del de armadura dorada.
Después de unos segundos, volvió en sí y me incitó a que le siguiéramos, aunque era algo extraña, era la persona más cuerda comparada con todo el circo, maroma y teatro que se formó entre los callejones, el hombre guapo y moreno seguía discutiendo con los otros individuos, no espere más y tomé a Ash por el brazo.
–No llegó ni a bazarito... – respondí a mi compañera que al parecer conocía sobre los títulos prestigiosos entre agoreros, clarividentes y otras especialidades sobre el dominio de predicciones.
–No se preocupen mis niñas, la tía Doris les ayudará– aseguró con una simpática sonrisa.
Me detuve en seco al mirar el pasadizo tan oscuro por el que nos mandaba, pero eso no era lo que más me preocupaba, si no que al dar unos pasos al frente, observé una singular pareja que parecía discutir, o cortejar. Ashy tomó mi brazo fuertemente y yo solo palmee su mano contra la mía para tranquilizarla.
–Entren...– indicó Doris pero al ver nuestras caras de espanto sonrío, –no se preocupen por esos dos, si no paran de dar esos espectáculos les echaré agua fría para que se separen– subió el volumen de su voz para que la pareja le escuchase pero parece que la ignoraron completamente.
Al adentrarnos al establecimiento que era simpático, o no sabía qué otra palabra utilizar, pero lo extraño -.como todo lo que había presenciado hasta ahora en este lugar- eran los seres que cantaban y bebían sin cesar, al parecer mi compañera estaba más sorprendida que yo y veía detenidamente a cada curioso individuo, la rubia se acercó a una extraña señora que parloteaba varias frases sin sentido, las deje a solas y mejor decidí ver a detalle el lugar, que dejando a un lado el polvo, las rasgaduras en las paredes y una que otra grieta, era pintoresco, Doris me acompañó hasta lo que parecía unos camerinos.
–Antes de seguir, gracias por ayudarnos Srita. Doris– hice una pequeña reverencia en señal de respeto –mi nombre es Mikaela Täthien y siempre será bienvenida entre el Clan Giliath como respuesta a su solidaridad– me volví a adecuar para continuar observando el camerino.
–Es mucha educación para mí pero te lo agradezco cariño...– indicó Doris mientras sorbía de una pequeña taza de porcelana ¿de dónde la había sacado?, hace unos segundos no la tenía y lo que más me intrigaba ¿dónde la escondía...?.
–Este lugar es digno de llamarse taberna, me gustaría ver algún día alguno de las interpretaciones que hacen aquí– dije mientras quitaba el polvo de uno del tocador de madera descubriendo los pequeños detalles grabados en él.
Doris nos contó de la situación actual de la ciudad y al parecer las guerras aún no terminaban para ninguna de las razas de Aerandir, sentía algo de rabia y pena, tal vez sí todos mantuvieran el respeto a otros y la naturaleza nada de esto estaría sucediendo, pero el poder y pecado incitan hasta a los más fuertes; ¿Y si paras de dar esta charla moral para ti misma y vas a ver qué está pasando o no escuchas mendiga sorda?, sacudí mi cabeza, al parecer la vocecita había despertado ya pero tenía razón, el alboroto que se venía escuchando desde que entramos a la taberna se había intensificado, caminamos detrás de Doris para saber que estaba ocurriendo, y para mi no sorpresa se encontraban nuestros dos personajes favoritos entrometiendose.
–Algo debió de haber hecho para hacer enojar así a los dioses… si yo fuera una diosa, no dudaría en maldecirlo... – respondí a la de ojos azules con la voz más baja posible para no llamar la atención de ambos sujetos.
Retrocedí nuevamente hacia los camerinos para intentar encontrar algún escondite o salida, pero un flacucho gritó con euforia algo sobre unas margaritas y los secuaces de Octave -por fin sabía el nombre del susodicho- se apresuraron para capturarnos, cerré los ojos y me agaché esperando ya lo peor, pero escuché una nueva voz frente a nosotras y sin dudarlo lo seguimos como pudimos entre el humo que se encontraba en el aire.
Mientras corríamos para encontrar un sitio seguro, Buck -que era el nombre de nuestro misterioso salvador- nos contaba de sus experiencias heroicas por todo Aerandir y su meta final, que era el de dominar un dragón legendario, así como estaba sorprendida por tales actos que salían de su boca, también me extrañaba a veces por algunas incoherencias que nos decía haber hecho, como el de casarse con una… piña, aunque sí que no podía dudar en reír por como contaba esas historias, cuando parecía que todo iba para bien, un vigilante nos cerró el camino, hasta los miembros de la guardia nos buscaban, cuando giré mi cabeza para buscar la ayuda de Buck, este ya se había marchado dejándonos a mí y a mi compañera solas. Sentí como Ashy reaccionó inmediatamente y le seguí con apresurados pasos sin saber a dónde ir; Nos topamos con una gran barda que al observar por la orilla, abajo se encontraban barriles llenos de agua que bueno no me podía imaginar una mejor opción.
–¡A que lo conseguimos!– dijo incitando a su compañera a saltar, esperando que tuvieran la misma idea.
Sentí como la dura brisa agitaba mi boca y rozaba mi piel mientras caíamos dentro de los barriles, en el agua observé dos monedas doradas caer conmigo, mi compañera cumplió su parte de la apuesta.
–¡Has perdido!– exclamé antes de que cerraramos ambos barriles; sentí como nos empezábamos a mover bruscamente de un lado a otro –¿Qué pasa?– pregunté a Ashy esperando una respuesta concreta, pero como yo, no sabía nada al respecto más que nos encontrábamos en los barriles.
Con el tiempo no podía respirar, intente destapar el barril pero fue inútil así que destape el corcho que mantenía el agua dentro para obtener oxígeno, mi cuerpo descanso a la primera inhalación que di, indicaba a la rubia con repetitivos conteos hasta el número tres para volver a probar destapar el barril, después de varios intentos por fin habíamos logrado salir causandome alegría que en un santiamén sentí inquietud al ver tantas miradas sobre nosotras. No lo dudaron para esposar ambas manos con unas rígidas cuerdas y llevarnos ante la presencia del Capitán, al ver al dueño de la embarcación mi compañera exclamó su nombre con temor, yo no tenía idea de quién era este sujeto y de lo que era capaz de hacernos, pero la duda pronto había sido contestada por él adjudicando la sentencia de cientos de azotes.
–Winsor me a dicho que antes de recibir azotes de un hombre, al menos el debería ofrecernos una cena...– susurré indiscretamente recibiendo la amenazadora y fuerte mirada de Montez, dando la indicación a sus hombres de encerrarnos en el calabozo.
Pasamos el resto la madrugada sin poder descansar bien, intentaba observar el cielo nocturno pero las estrellas habían callado ahora que las necesitaba con apuro. Al pasar el tiempo y sin más intente hablar con Mara, ella siempre había sido más sensata que yo para idear algún plan, pero a veces pienso que le gusta verme sufrir por no haberle hecho caso anteriormente. Golpee mi frente contra la madera del calabozo varias veces intentando que mi vocecita me ayudara, pero no funcionó.
–Espera, no me interrumpas… ¡ya lo tengo!– desesperada idee lo primero que se me ocurrió –este es el plan, al caer la noche tu y yo nos hacemos de provisiones, tomamos un bote de remos y viajamos de vuelta a Vulwulfar, ¿qué te parece?– pregunté sonriente esperando que Ashy aceptara la idea.
–¿No te han quitado el botín cierto?– consulté a mi compañera esperando que tuviera el premio bien guardado, –Tal vez si arrojamos aeros al agua ¡los guardias se abalanzan a por ellas! – intentaba encontrar alguna solución para salir de aquí.
–Puede ser que sea tartamudo el pobre...– señalé a mi amiga mientras pensaba en una solución para escapar con el botín, esta vez que necesitaba a Mara estaba en completo silencio, seguro disfrutando toda esta extraña sesión.
–¡Vaya! pero que envidia...– dijo la mujer robusta en un tono casi excitante, no sabía por que lo había dicho,tal vez me podía dar una idea por la mirada de la excéntrica mujer que no dejaba de observar la entrepierna del de armadura dorada.
Después de unos segundos, volvió en sí y me incitó a que le siguiéramos, aunque era algo extraña, era la persona más cuerda comparada con todo el circo, maroma y teatro que se formó entre los callejones, el hombre guapo y moreno seguía discutiendo con los otros individuos, no espere más y tomé a Ash por el brazo.
–No llegó ni a bazarito... – respondí a mi compañera que al parecer conocía sobre los títulos prestigiosos entre agoreros, clarividentes y otras especialidades sobre el dominio de predicciones.
–No se preocupen mis niñas, la tía Doris les ayudará– aseguró con una simpática sonrisa.
Me detuve en seco al mirar el pasadizo tan oscuro por el que nos mandaba, pero eso no era lo que más me preocupaba, si no que al dar unos pasos al frente, observé una singular pareja que parecía discutir, o cortejar. Ashy tomó mi brazo fuertemente y yo solo palmee su mano contra la mía para tranquilizarla.
–Entren...– indicó Doris pero al ver nuestras caras de espanto sonrío, –no se preocupen por esos dos, si no paran de dar esos espectáculos les echaré agua fría para que se separen– subió el volumen de su voz para que la pareja le escuchase pero parece que la ignoraron completamente.
Al adentrarnos al establecimiento que era simpático, o no sabía qué otra palabra utilizar, pero lo extraño -.como todo lo que había presenciado hasta ahora en este lugar- eran los seres que cantaban y bebían sin cesar, al parecer mi compañera estaba más sorprendida que yo y veía detenidamente a cada curioso individuo, la rubia se acercó a una extraña señora que parloteaba varias frases sin sentido, las deje a solas y mejor decidí ver a detalle el lugar, que dejando a un lado el polvo, las rasgaduras en las paredes y una que otra grieta, era pintoresco, Doris me acompañó hasta lo que parecía unos camerinos.
–Antes de seguir, gracias por ayudarnos Srita. Doris– hice una pequeña reverencia en señal de respeto –mi nombre es Mikaela Täthien y siempre será bienvenida entre el Clan Giliath como respuesta a su solidaridad– me volví a adecuar para continuar observando el camerino.
–Es mucha educación para mí pero te lo agradezco cariño...– indicó Doris mientras sorbía de una pequeña taza de porcelana ¿de dónde la había sacado?, hace unos segundos no la tenía y lo que más me intrigaba ¿dónde la escondía...?.
–Este lugar es digno de llamarse taberna, me gustaría ver algún día alguno de las interpretaciones que hacen aquí– dije mientras quitaba el polvo de uno del tocador de madera descubriendo los pequeños detalles grabados en él.
Doris nos contó de la situación actual de la ciudad y al parecer las guerras aún no terminaban para ninguna de las razas de Aerandir, sentía algo de rabia y pena, tal vez sí todos mantuvieran el respeto a otros y la naturaleza nada de esto estaría sucediendo, pero el poder y pecado incitan hasta a los más fuertes; ¿Y si paras de dar esta charla moral para ti misma y vas a ver qué está pasando o no escuchas mendiga sorda?, sacudí mi cabeza, al parecer la vocecita había despertado ya pero tenía razón, el alboroto que se venía escuchando desde que entramos a la taberna se había intensificado, caminamos detrás de Doris para saber que estaba ocurriendo, y para mi no sorpresa se encontraban nuestros dos personajes favoritos entrometiendose.
–Algo debió de haber hecho para hacer enojar así a los dioses… si yo fuera una diosa, no dudaría en maldecirlo... – respondí a la de ojos azules con la voz más baja posible para no llamar la atención de ambos sujetos.
Retrocedí nuevamente hacia los camerinos para intentar encontrar algún escondite o salida, pero un flacucho gritó con euforia algo sobre unas margaritas y los secuaces de Octave -por fin sabía el nombre del susodicho- se apresuraron para capturarnos, cerré los ojos y me agaché esperando ya lo peor, pero escuché una nueva voz frente a nosotras y sin dudarlo lo seguimos como pudimos entre el humo que se encontraba en el aire.
Mientras corríamos para encontrar un sitio seguro, Buck -que era el nombre de nuestro misterioso salvador- nos contaba de sus experiencias heroicas por todo Aerandir y su meta final, que era el de dominar un dragón legendario, así como estaba sorprendida por tales actos que salían de su boca, también me extrañaba a veces por algunas incoherencias que nos decía haber hecho, como el de casarse con una… piña, aunque sí que no podía dudar en reír por como contaba esas historias, cuando parecía que todo iba para bien, un vigilante nos cerró el camino, hasta los miembros de la guardia nos buscaban, cuando giré mi cabeza para buscar la ayuda de Buck, este ya se había marchado dejándonos a mí y a mi compañera solas. Sentí como Ashy reaccionó inmediatamente y le seguí con apresurados pasos sin saber a dónde ir; Nos topamos con una gran barda que al observar por la orilla, abajo se encontraban barriles llenos de agua que bueno no me podía imaginar una mejor opción.
–¡A que lo conseguimos!– dijo incitando a su compañera a saltar, esperando que tuvieran la misma idea.
Sentí como la dura brisa agitaba mi boca y rozaba mi piel mientras caíamos dentro de los barriles, en el agua observé dos monedas doradas caer conmigo, mi compañera cumplió su parte de la apuesta.
–¡Has perdido!– exclamé antes de que cerraramos ambos barriles; sentí como nos empezábamos a mover bruscamente de un lado a otro –¿Qué pasa?– pregunté a Ashy esperando una respuesta concreta, pero como yo, no sabía nada al respecto más que nos encontrábamos en los barriles.
Con el tiempo no podía respirar, intente destapar el barril pero fue inútil así que destape el corcho que mantenía el agua dentro para obtener oxígeno, mi cuerpo descanso a la primera inhalación que di, indicaba a la rubia con repetitivos conteos hasta el número tres para volver a probar destapar el barril, después de varios intentos por fin habíamos logrado salir causandome alegría que en un santiamén sentí inquietud al ver tantas miradas sobre nosotras. No lo dudaron para esposar ambas manos con unas rígidas cuerdas y llevarnos ante la presencia del Capitán, al ver al dueño de la embarcación mi compañera exclamó su nombre con temor, yo no tenía idea de quién era este sujeto y de lo que era capaz de hacernos, pero la duda pronto había sido contestada por él adjudicando la sentencia de cientos de azotes.
–Winsor me a dicho que antes de recibir azotes de un hombre, al menos el debería ofrecernos una cena...– susurré indiscretamente recibiendo la amenazadora y fuerte mirada de Montez, dando la indicación a sus hombres de encerrarnos en el calabozo.
Pasamos el resto la madrugada sin poder descansar bien, intentaba observar el cielo nocturno pero las estrellas habían callado ahora que las necesitaba con apuro. Al pasar el tiempo y sin más intente hablar con Mara, ella siempre había sido más sensata que yo para idear algún plan, pero a veces pienso que le gusta verme sufrir por no haberle hecho caso anteriormente. Golpee mi frente contra la madera del calabozo varias veces intentando que mi vocecita me ayudara, pero no funcionó.
–Espera, no me interrumpas… ¡ya lo tengo!– desesperada idee lo primero que se me ocurrió –este es el plan, al caer la noche tu y yo nos hacemos de provisiones, tomamos un bote de remos y viajamos de vuelta a Vulwulfar, ¿qué te parece?– pregunté sonriente esperando que Ashy aceptara la idea.
–¿No te han quitado el botín cierto?– consulté a mi compañera esperando que tuviera el premio bien guardado, –Tal vez si arrojamos aeros al agua ¡los guardias se abalanzan a por ellas! – intentaba encontrar alguna solución para salir de aquí.
Mikaela Tähtien
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