Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
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Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
Se ajustó la larga capa que vestía en torno a su cuello.
Hacía frío, más del normal.
Podía notarlo incluso en mitad de aquella plaza de Dundarak.
No había pasado por alto que los días eran cada vez más cortos. Le gustase o no, el verano llegaba a su fin. Se sentó en el solitario banco y alzó la mirada, contempló la luna durante varios minutos.
Era una sensación extraña, el calor apenas había llegado aquel año hasta hacía un mes y ahora, de golpe, los días desaparecía. Estaba bastante seguro que los dioses habían estado a punto de olvidarse de que estación iba después de la primavera.
¿O quizás eran los guías los que se encargaban del clima?
- Lyn. – Al pronunciar el nombre de su compañera una voluta de vaho escapó de entre sus labios. – Lyn – Repitió, la vampiresa no se giró a mirarle, examinaba detenidamente la solitaria estatua que descansaba en el centro de la angosta plazoleta. – Lyn – dijo por tercera vez, alzando aún más la voz.
La ojiazul, por fin, hizo caso a sus llamadas y con cierta expresión de confusión en su rostro se giró hacía él.
Eltrant entrecerró los ojos al advertir lo que la vampiresa tenía en su mano derecha: seguía con la carta que hacía las veces de mapa, la que señalaba “Personas importantes” para su usuario. Lyn no la había soltado desde que abandonaron la granja en la que se habían estado resguardando las semanas después de la batalla de Lunargenta.
- ¿Estás bien? – Preguntó Eltrant levantándose y acercándose a su amiga, mirando la figura que con tanto cuidado había estado Lyn analizando. – Llevas unos días muy… - La muchacha asintió y guardó la carta al ver como su compañero se acercaba. – Quiero decir que hemos salido muy… repentinamente hacía el norte. – Advirtió. – No es que me importe, pero… - La vampiresa sonrió y tomó al castaño de la mano.
- Sí, Mortal. – dijo volviendo a plantar su mirada en la estatua, su manó se cerró en torno a la de Eltrant con algo más de fuerza. – No te preocupes. – Añadió enseguida, soltándole. – Esto es lo que quería ver. – Dijo dando por finalizada la conversación.
Se quedó en silencio, viendo como su amiga se alejaba sin decir nada más hasta el otro extremo de la plaza, hasta la salida de la misma y, justo ahí, se ajustaba pobremente la capa carmesí que pendía de su cuello.
- ¿Vamos? – Preguntó está frotándose las manos para aliviar el frio. – Me gustaría comer algo caliente, para variar. – dijo sonriendo. - ¿Estará ya Asher por aquí? – Preguntó a continuación, con exactamente la misma jovialidad de siempre.
Antes de seguir a la vampiresa, lanzó una última mirada a la efigie. Fuese lo que fuese, no era capaz de ver lo que la ojiazul había visto en ella. Solo era… granito y nieve, tampoco tenía grabados visibles y, en sí, el rostro de la figura había desaparecido debido al clima y al paso de los años.
- ¡Vamos! – Protestó Lyn desde dónde estaba, cruzándose de brazos. - ¡No me hagas esperar! – Añadió dando varios saltitos dónde estaba.
- Ya voy… - Sonrió y se encaminó hacia donde esperaba su compañera.
Evasivas y más preguntas. Eso era lo único que conseguía cada vez que preguntaba a Lyn por qué últimamente miraba con tanta insistencia la carta o cuando, realmente, se interesaba por cualquier cosa de su vida pasada.
Sorpresivamente y a base de escuchar las distintas historias que contaba su amiga, había conseguido construirse, con el paso de los días, algunas ideas acerca de cómo había vivido antes de encontrarse con él.
De su Maestra, por ejemplo, seguía sin saber cosas tan básicas como su nombre.
Por supuesto, no pensaba obligarla a contar nada. No podía evitar sentirse… raro al pensar que Lyn no confiaba totalmente en él, pero prefería mostrarse comprensivo, todos tenían recuerdos que preferían no sacar a la luz y… Lyn había vivido mucho, todo apuntaba a que debía de tener muchos de esos, más que una persona normal.
- Mira, Mortal. – La vampiresa extendió su mano derecha frente a ella y abrió la mano. – Está nevando. – Comentó casualmente, de buen humor, mostrándole a Eltrant el solitario copo que acababa de capturar.
- Vaya… - Eltrant alzó la mirada, no habían pasado ni diez minutos desde que habían abandonado la plaza y la luna había desaparecido. – Siempre me sorprende lo rápido que cambia aquí arriba el clima. – Dundarak tenía como techo, en aquel momento, un grueso manto de oscuridad del cual descendía una cascada de pequeños copos de nieve.
- Me encanta el frío. ¿Te lo he dicho alguna vez? – dijo Lyn inspirando con fuerza por la nariz, girando sobre si misma con los brazos extendidos, casi como bailando. – Esto es mucho mejor que el Arenal. - Eltrant sonrió y se limpió la nieve que comenzaba a acumularse sobre sus hombros.
- Siempre me has dicho que eras de la zona de Roilkat. ¿No? – Preguntó Eltrant tan pronto alcanzó la muchacha.
- De un pueblo de la zona. – Respondió de vuelta. - ¿Me escuchas cuando te hablo? – Le dio un pequeño empujón. – La proporción entre árboles y arena estaba bastante más equilibrada que en el arenal o en Roilkat. – Aseguró. – Era algo así como tu pueblo. – Explicó enseguida.
Eltrant lo había oído muchas veces, a pesar de toda la reticencia para hablar de ella misma, Lyn nunca había tenido reparo alguno en desvelar cual fue, muchos años atrás, su hogar.
Lo agradecía.
- Algún día tendrás que llevarme a verlo - Empujó la puerta de la taberna frente a la que se encontraba y se adentró tras ella. – ¿Ibas una vez al año o así? – Lyn no escuchó ninguna de las dos frases del exmercenario. Aunque le había seguido hasta el interior de la taberna, volvía a mirar con insistencia la carta que tenía entre las manos.
- ¿Qué? – La vampiresa dejó de morderse el labio inferior y alzó la mirada, trató de disimular que había oído a su compañero y sonrió. – Oh, sí, claro. – dijo dejándose caer en la silla frente a la que estaba Eltrant.
Definitivamente, no le había oído.
- Vamos a pedir. ¿Te parece? – A su alrededor la gente festejaba, cantaba chanzas hacía el rey Rigobert y la campaña que, por lo que decían los lugareños, el joven rey había liderado para retomar Lunargenta. – Pide lo que quieras. – Esbozó una sonrisa. – No te cortes, que hoy tenemos dinero. – Lyn respondió a aquella sonrisa con una propia, guardó de nuevo la carta.
- Te tomo la palabra. – dijo levantándose de la silla, indicando a una de las tantas camareras que se acercase.
- “¡Rigobert, Rigobert! ¡Pequeño gran rey!” – El estribillo de aquella especie de canción se repetía una y otra vez, parecía no tener muchos más versos. – “¡El norte le hace el trabajo a Siegfried!” – Ni siquiera rimaba, varios soldados bailaban básicamente tropezándose los unos con los otros, derramando el contenido de sus jarras sobre las mesas más cercanas.
- Sí, mira. – Lyn, mientras tanto, había conseguido que una camarera fuese a atenderla. - ¿El vino más caro que tengas? Tráeme una botella. – dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Hacía frío, más del normal.
Podía notarlo incluso en mitad de aquella plaza de Dundarak.
No había pasado por alto que los días eran cada vez más cortos. Le gustase o no, el verano llegaba a su fin. Se sentó en el solitario banco y alzó la mirada, contempló la luna durante varios minutos.
Era una sensación extraña, el calor apenas había llegado aquel año hasta hacía un mes y ahora, de golpe, los días desaparecía. Estaba bastante seguro que los dioses habían estado a punto de olvidarse de que estación iba después de la primavera.
¿O quizás eran los guías los que se encargaban del clima?
- Lyn. – Al pronunciar el nombre de su compañera una voluta de vaho escapó de entre sus labios. – Lyn – Repitió, la vampiresa no se giró a mirarle, examinaba detenidamente la solitaria estatua que descansaba en el centro de la angosta plazoleta. – Lyn – dijo por tercera vez, alzando aún más la voz.
La ojiazul, por fin, hizo caso a sus llamadas y con cierta expresión de confusión en su rostro se giró hacía él.
Eltrant entrecerró los ojos al advertir lo que la vampiresa tenía en su mano derecha: seguía con la carta que hacía las veces de mapa, la que señalaba “Personas importantes” para su usuario. Lyn no la había soltado desde que abandonaron la granja en la que se habían estado resguardando las semanas después de la batalla de Lunargenta.
- ¿Estás bien? – Preguntó Eltrant levantándose y acercándose a su amiga, mirando la figura que con tanto cuidado había estado Lyn analizando. – Llevas unos días muy… - La muchacha asintió y guardó la carta al ver como su compañero se acercaba. – Quiero decir que hemos salido muy… repentinamente hacía el norte. – Advirtió. – No es que me importe, pero… - La vampiresa sonrió y tomó al castaño de la mano.
- Sí, Mortal. – dijo volviendo a plantar su mirada en la estatua, su manó se cerró en torno a la de Eltrant con algo más de fuerza. – No te preocupes. – Añadió enseguida, soltándole. – Esto es lo que quería ver. – Dijo dando por finalizada la conversación.
Se quedó en silencio, viendo como su amiga se alejaba sin decir nada más hasta el otro extremo de la plaza, hasta la salida de la misma y, justo ahí, se ajustaba pobremente la capa carmesí que pendía de su cuello.
- ¿Vamos? – Preguntó está frotándose las manos para aliviar el frio. – Me gustaría comer algo caliente, para variar. – dijo sonriendo. - ¿Estará ya Asher por aquí? – Preguntó a continuación, con exactamente la misma jovialidad de siempre.
Antes de seguir a la vampiresa, lanzó una última mirada a la efigie. Fuese lo que fuese, no era capaz de ver lo que la ojiazul había visto en ella. Solo era… granito y nieve, tampoco tenía grabados visibles y, en sí, el rostro de la figura había desaparecido debido al clima y al paso de los años.
- ¡Vamos! – Protestó Lyn desde dónde estaba, cruzándose de brazos. - ¡No me hagas esperar! – Añadió dando varios saltitos dónde estaba.
- Ya voy… - Sonrió y se encaminó hacia donde esperaba su compañera.
Evasivas y más preguntas. Eso era lo único que conseguía cada vez que preguntaba a Lyn por qué últimamente miraba con tanta insistencia la carta o cuando, realmente, se interesaba por cualquier cosa de su vida pasada.
Sorpresivamente y a base de escuchar las distintas historias que contaba su amiga, había conseguido construirse, con el paso de los días, algunas ideas acerca de cómo había vivido antes de encontrarse con él.
De su Maestra, por ejemplo, seguía sin saber cosas tan básicas como su nombre.
Por supuesto, no pensaba obligarla a contar nada. No podía evitar sentirse… raro al pensar que Lyn no confiaba totalmente en él, pero prefería mostrarse comprensivo, todos tenían recuerdos que preferían no sacar a la luz y… Lyn había vivido mucho, todo apuntaba a que debía de tener muchos de esos, más que una persona normal.
- Mira, Mortal. – La vampiresa extendió su mano derecha frente a ella y abrió la mano. – Está nevando. – Comentó casualmente, de buen humor, mostrándole a Eltrant el solitario copo que acababa de capturar.
- Vaya… - Eltrant alzó la mirada, no habían pasado ni diez minutos desde que habían abandonado la plaza y la luna había desaparecido. – Siempre me sorprende lo rápido que cambia aquí arriba el clima. – Dundarak tenía como techo, en aquel momento, un grueso manto de oscuridad del cual descendía una cascada de pequeños copos de nieve.
- Me encanta el frío. ¿Te lo he dicho alguna vez? – dijo Lyn inspirando con fuerza por la nariz, girando sobre si misma con los brazos extendidos, casi como bailando. – Esto es mucho mejor que el Arenal. - Eltrant sonrió y se limpió la nieve que comenzaba a acumularse sobre sus hombros.
- Siempre me has dicho que eras de la zona de Roilkat. ¿No? – Preguntó Eltrant tan pronto alcanzó la muchacha.
- De un pueblo de la zona. – Respondió de vuelta. - ¿Me escuchas cuando te hablo? – Le dio un pequeño empujón. – La proporción entre árboles y arena estaba bastante más equilibrada que en el arenal o en Roilkat. – Aseguró. – Era algo así como tu pueblo. – Explicó enseguida.
Eltrant lo había oído muchas veces, a pesar de toda la reticencia para hablar de ella misma, Lyn nunca había tenido reparo alguno en desvelar cual fue, muchos años atrás, su hogar.
Lo agradecía.
- Algún día tendrás que llevarme a verlo - Empujó la puerta de la taberna frente a la que se encontraba y se adentró tras ella. – ¿Ibas una vez al año o así? – Lyn no escuchó ninguna de las dos frases del exmercenario. Aunque le había seguido hasta el interior de la taberna, volvía a mirar con insistencia la carta que tenía entre las manos.
- ¿Qué? – La vampiresa dejó de morderse el labio inferior y alzó la mirada, trató de disimular que había oído a su compañero y sonrió. – Oh, sí, claro. – dijo dejándose caer en la silla frente a la que estaba Eltrant.
Definitivamente, no le había oído.
- Vamos a pedir. ¿Te parece? – A su alrededor la gente festejaba, cantaba chanzas hacía el rey Rigobert y la campaña que, por lo que decían los lugareños, el joven rey había liderado para retomar Lunargenta. – Pide lo que quieras. – Esbozó una sonrisa. – No te cortes, que hoy tenemos dinero. – Lyn respondió a aquella sonrisa con una propia, guardó de nuevo la carta.
- Te tomo la palabra. – dijo levantándose de la silla, indicando a una de las tantas camareras que se acercase.
- “¡Rigobert, Rigobert! ¡Pequeño gran rey!” – El estribillo de aquella especie de canción se repetía una y otra vez, parecía no tener muchos más versos. – “¡El norte le hace el trabajo a Siegfried!” – Ni siquiera rimaba, varios soldados bailaban básicamente tropezándose los unos con los otros, derramando el contenido de sus jarras sobre las mesas más cercanas.
- Sí, mira. – Lyn, mientras tanto, había conseguido que una camarera fuese a atenderla. - ¿El vino más caro que tengas? Tráeme una botella. – dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
El frío volvía a instaurarse en el Norte… si es que alguna vez se había ido. Helyare no conocía esa zona de Aerandir sin ese frío que paralizaba los rostros, haciendo que parecieran miles de agujitas atravesando la piel. A veces un poco más, a veces un poco menos. Pero siempre, siempre hacía frío para ella. Y ese año hacía más frío que de costumbre. Ni siquiera la llegada de Aran hizo que volviese a sentir el calor. La verdad es que, cada vez más, la presencia del elfo le suponía un fuerte dolor a la joven. Era enfrentarla con su pasado, recordarle un montón de sentimientos, pensamientos, imágenes y dolor, pese a que él no pretendiera eso con su visita. De hecho, ni siquiera le había dicho para qué había subido a las tierras del norte; no aún. No era el momento.
La pequeña cabaña en la que vivían, alejada del centro, tampoco es que sirviese para calentar sus cuerpos y almas. Ni tan siquiera las recias capas que llevaban. Tan solo el fuego parecía intentar templar a la elfa, aunque el frío solía ganar esa batalla. Las semanas anteriores habían sido un calvario, adaptándose a vivir allí completamente sola. La llegada del elfo no había sido tan buena como hubiera esperado, más bien un choque con lo que había intentado dejar atrás. Pero… no quería que se fuera.
Las temperaturas habían bajado más todavía y las tormentas de nieve amenazaban con acabar con la celebración de Samhain si los dioses seguían haciendo de las suyas. Ambos elfos tuvieron que ir a comprar leña para intentar vencer a la voluntad caprichosa de los dioses norteños. No eran gente adaptada al frío y se notaba.
El trato se cerró con un granjero que tenía montañas de troncos aptos para la quema, a cambio de una buena suma de aeros que la elfa no dudó en desembolsar. Los hijos de ese hombre empezaron a acarrear la leña en un carromato para transportarla a donde vivían sus clientes. Ellos se fueron.
–¿Desde cuándo haces tratos con sucios humanos?
–Desde que podemos morir congelados –respondió en tono neutro.
–Era más fácil conseguir la leña por nosotros mismos, Kael… –empezó a comentar, aunque fue interrumpido por la joven.
–¿Y dónde ves tú los árboles, Aran? Esto no es Sandorai.
–De algún lado ha sacado ese humano los troncos –Helyare se encogió de hombros, aunque apenas pudo percibirse por la cantidad ingente de robustas capas que llevaba, las cuales se ajustó un poco más para intentar taparse el cuello lo máximo que podía. Ya se había acostumbrado a llevar guantes gruesos, aunque seguían siendo un incordio. Algo menos incómodo de llevar era para el elfo, su armadura le había acostumbrado a ir con prendas que dificultaban la movilidad, pero para Helyare era horrible. Aunque… ya no iba a luchar, ni nada. Tan solo era una pueblerina más y ya. Apenas salía de su cabaña, tampoco se relacionaba con las demás gentes de Dundarak.
Caminaron por entre las calles de la ciudad, que ya empezaban a volverse desérticas. La gente se recogía pronto para evitar el frío nocturno, salvo algunos niños que querían ver las primeras nevadas, ignorando las advertencias de las madres.
–¡Kaeltha, mira! –la voz del elfo sonó justo detrás de ella, y tan solo hizo un pequeño ruido con la boca y se giró.
–¿Mmhh?
–Está nevando –un pequeño copo cayó sobre la mano enguantada del elfo, que sonreía de lado, como si hubiese visto el mejor espectáculo del mundo.
–Sí… pasa mucho en el norte –respondió la pelirroja. Ahora parecía apática e insensible a ese efecto climatológico, pero cuando vio la nieve por primera vez sintió emoción y fue corriendo a llamar a Ingela para enseñarle lo que estaba viendo. Esa nieve había sido uno de los momentos en los que había sonreído de verdad después de mucho tiempo. Pero ahora... ahora ya le resultaba algo sin interés, molesto incluso –vámonos antes de que nieve más.
–Está empezando a caer más, Kael, vamos a esperar un poco. Me gustaría verla –comentó el elfo, ignorando las prisas de su amiga, quien resopló y se cruzó de brazos. Hubiera sido todo más hermoso si la elfa no estuviera tan molesta. No sabía qué le pasaba.
–¿De verdad? Pareces un niño pequeño en lugar de un guerrero –se quejó, molesta porque estaban tardando en regresar a casa.
–Y tú una bruja huraña –sonrió haciendo una mueca de gracia al ver la cara que se le había quedado a su amiga. Pronto le tendió la mano, avanzando unos pasos hacia ella –. Relájate, Kael, ¿qué te sucede? –ella dio un par de pasos hacia atrás, poniendo distancia entre sí y su amigo. No quería tenerlo tan cerca. Bueno, no podía.
–Nada. Quiero volver a casa y ya –cruzó sus brazos.
–Sabes que no estaré mucho aquí antes de regresar. Déjame disfrutar de la nieve, es la primera vez que la veo –comentó, negando con la cabeza sutilmente y volviendo a extender su mano para que cayeran más copos. Esa frase le había dolido, el pensar que no estaría para siempre en el norte. Volvería a estar sola como hacía unas semanas. Su pecho parecía encogerse, pero no dijo nada. Que se largase, él todavía pertenecía a Sandorai.
–Haz lo que quieras… –se giró, impaciente, y echó a andar. Aunque solo pudo dar un par de pasos. Tras escuchar una voz que le resultaba familiar, se detuvo. Abriendo la puerta de una taberna pudo ver a un hombre alto de pelo castaño: Eltrant. Se mordió el labio mientras su vista se perdía en la puerta de aquel lugar.
–¿Has decidido esperar? –preguntó el elfo. Helyare negó y volvió a avanzar, pero esta vez hacia la taberna, con pasos rápidos. ¿Era él? Necesitaba ver a alguien conocido, tanto tiempo allí sola… –¿Dónde vas, Kael?
Al momento ya estaba empujando la puerta de la taberna, seguida por un incrédulo Aran que no sabía bien qué mosca le había picado a su amiga. Si ya le parecía que actuaba extraño desde que se había ido de Sandorai, ahora mucho más. A pesar de seguir a la joven hasta el interior de la taberna, una vez cruzó la puerta, su cara volvió a ser la misma de siempre: seria, con ese deje permanente de superioridad que tenía, como molesto e incómodo de estar ahí. Y ciertamente estaba incómodo.
–Bien, Kaeltha, me haces venir a un antro infesto lleno de athuumu –puso los ojos en blanco, apoyando una mano sobre la empuñadura de su espada para dejarla descansar ahí. Ese lugar le producía asco. ¿Por qué su amiga se había lanzado a la puerta?
*Athuumu es como "despreciables"
La pequeña cabaña en la que vivían, alejada del centro, tampoco es que sirviese para calentar sus cuerpos y almas. Ni tan siquiera las recias capas que llevaban. Tan solo el fuego parecía intentar templar a la elfa, aunque el frío solía ganar esa batalla. Las semanas anteriores habían sido un calvario, adaptándose a vivir allí completamente sola. La llegada del elfo no había sido tan buena como hubiera esperado, más bien un choque con lo que había intentado dejar atrás. Pero… no quería que se fuera.
Las temperaturas habían bajado más todavía y las tormentas de nieve amenazaban con acabar con la celebración de Samhain si los dioses seguían haciendo de las suyas. Ambos elfos tuvieron que ir a comprar leña para intentar vencer a la voluntad caprichosa de los dioses norteños. No eran gente adaptada al frío y se notaba.
El trato se cerró con un granjero que tenía montañas de troncos aptos para la quema, a cambio de una buena suma de aeros que la elfa no dudó en desembolsar. Los hijos de ese hombre empezaron a acarrear la leña en un carromato para transportarla a donde vivían sus clientes. Ellos se fueron.
–¿Desde cuándo haces tratos con sucios humanos?
–Desde que podemos morir congelados –respondió en tono neutro.
–Era más fácil conseguir la leña por nosotros mismos, Kael… –empezó a comentar, aunque fue interrumpido por la joven.
–¿Y dónde ves tú los árboles, Aran? Esto no es Sandorai.
–De algún lado ha sacado ese humano los troncos –Helyare se encogió de hombros, aunque apenas pudo percibirse por la cantidad ingente de robustas capas que llevaba, las cuales se ajustó un poco más para intentar taparse el cuello lo máximo que podía. Ya se había acostumbrado a llevar guantes gruesos, aunque seguían siendo un incordio. Algo menos incómodo de llevar era para el elfo, su armadura le había acostumbrado a ir con prendas que dificultaban la movilidad, pero para Helyare era horrible. Aunque… ya no iba a luchar, ni nada. Tan solo era una pueblerina más y ya. Apenas salía de su cabaña, tampoco se relacionaba con las demás gentes de Dundarak.
Caminaron por entre las calles de la ciudad, que ya empezaban a volverse desérticas. La gente se recogía pronto para evitar el frío nocturno, salvo algunos niños que querían ver las primeras nevadas, ignorando las advertencias de las madres.
–¡Kaeltha, mira! –la voz del elfo sonó justo detrás de ella, y tan solo hizo un pequeño ruido con la boca y se giró.
–¿Mmhh?
–Está nevando –un pequeño copo cayó sobre la mano enguantada del elfo, que sonreía de lado, como si hubiese visto el mejor espectáculo del mundo.
–Sí… pasa mucho en el norte –respondió la pelirroja. Ahora parecía apática e insensible a ese efecto climatológico, pero cuando vio la nieve por primera vez sintió emoción y fue corriendo a llamar a Ingela para enseñarle lo que estaba viendo. Esa nieve había sido uno de los momentos en los que había sonreído de verdad después de mucho tiempo. Pero ahora... ahora ya le resultaba algo sin interés, molesto incluso –vámonos antes de que nieve más.
–Está empezando a caer más, Kael, vamos a esperar un poco. Me gustaría verla –comentó el elfo, ignorando las prisas de su amiga, quien resopló y se cruzó de brazos. Hubiera sido todo más hermoso si la elfa no estuviera tan molesta. No sabía qué le pasaba.
–¿De verdad? Pareces un niño pequeño en lugar de un guerrero –se quejó, molesta porque estaban tardando en regresar a casa.
–Y tú una bruja huraña –sonrió haciendo una mueca de gracia al ver la cara que se le había quedado a su amiga. Pronto le tendió la mano, avanzando unos pasos hacia ella –. Relájate, Kael, ¿qué te sucede? –ella dio un par de pasos hacia atrás, poniendo distancia entre sí y su amigo. No quería tenerlo tan cerca. Bueno, no podía.
–Nada. Quiero volver a casa y ya –cruzó sus brazos.
–Sabes que no estaré mucho aquí antes de regresar. Déjame disfrutar de la nieve, es la primera vez que la veo –comentó, negando con la cabeza sutilmente y volviendo a extender su mano para que cayeran más copos. Esa frase le había dolido, el pensar que no estaría para siempre en el norte. Volvería a estar sola como hacía unas semanas. Su pecho parecía encogerse, pero no dijo nada. Que se largase, él todavía pertenecía a Sandorai.
–Haz lo que quieras… –se giró, impaciente, y echó a andar. Aunque solo pudo dar un par de pasos. Tras escuchar una voz que le resultaba familiar, se detuvo. Abriendo la puerta de una taberna pudo ver a un hombre alto de pelo castaño: Eltrant. Se mordió el labio mientras su vista se perdía en la puerta de aquel lugar.
–¿Has decidido esperar? –preguntó el elfo. Helyare negó y volvió a avanzar, pero esta vez hacia la taberna, con pasos rápidos. ¿Era él? Necesitaba ver a alguien conocido, tanto tiempo allí sola… –¿Dónde vas, Kael?
Al momento ya estaba empujando la puerta de la taberna, seguida por un incrédulo Aran que no sabía bien qué mosca le había picado a su amiga. Si ya le parecía que actuaba extraño desde que se había ido de Sandorai, ahora mucho más. A pesar de seguir a la joven hasta el interior de la taberna, una vez cruzó la puerta, su cara volvió a ser la misma de siempre: seria, con ese deje permanente de superioridad que tenía, como molesto e incómodo de estar ahí. Y ciertamente estaba incómodo.
–Bien, Kaeltha, me haces venir a un antro infesto lleno de athuumu –puso los ojos en blanco, apoyando una mano sobre la empuñadura de su espada para dejarla descansar ahí. Ese lugar le producía asco. ¿Por qué su amiga se había lanzado a la puerta?
*Athuumu es como "despreciables"
Helyare
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
Aquella pila de pieles, amontonadas junto a la chimenea, eso era Mina Harker. Detestaba el frío y cómo se las arreglaba para colarse por cualquier espacio y hendija, por un huequito de la ropa, y apagaba cualquier rastro de calor. Y ella, pequeñita y flaca, no generaba tanto como para darse el lujo de perderlo. Debajo de las capas y capas de lana y pieles, ella era un ovillito enojado y rabioso, además tenía hambre. Y es que cuando hace frío, todo el tiempo tiene hambre.
Entonces, ¿cómo un ser tropical como Mina estaba allá, en las nieves perpetuas de Dundarak? Ya ni sabía. O sí, sí sabía: era todo culpa de Lyn. ¿Y dónde estaba esa vampiresa ahora? Gracias a todos los dioses, entrando por la puerta de aquella taberna. Agarró valor y se fue junto a la chica y al hombre que la acompañaba siempre, alejándose de la hermosa y reconfortante chimenea. -Amarantha- dijo a la camarera que había tomado el pedido de Lyn -Que sean dos- afirmó y tomó asiento junto a su amiga, bien pegadita -¿Pero qué estoy haciendo? Tú no emites calor, eres fría, fría como los besos de mi abuela- soltó y jaló su silla para sentarse junto a Eltrant.
Al darse cuenta de su ofensivo comentario, hizo un puchero -Ay... Lyncita linda... perdón, perdón... disculpa que esté tan gruñona... es que hace frío... ¡¡Hace frío!!- se quejó, aunque en primera instancia, se intentaba excusar -Y bien... ¿hiciste esa cosa que dijiste que ibas a hacer?- le preguntó a la chica mientras se iba metiendo más y más en las costillas del mercenario -¿Cuándo nos vamos de esta ciudad? Es que si existe el infierno, no tiene fuego, no señor, ¡nieve es lo que tiene!- se quejaba. Eso hacía muy bien aquella chiquilla malcriada, quejarse fuerte y claro, para que todos escucharan. Y es que si ella no disfrutaba, pues ¿quién sí podría?
Sorbía los mocos que se le aflojaban del frío, lejos de su elegancia habitual, cuando levantó la mirada y vio entrar a una mujer encapuchada a la taberna. Su cabello rojizo caía sobre su pecho. Buscaba a alguien seguramente, por como miraba a su alrededor. Detrás de ella, apareció un elfo, alto y buenmozo, pero con una cara de asco peor que la de la ilusionista cada vez que tenía que usar las letrinas allí. Aunque más que asco era rabia de tener que pelar sus tersas nalguitas al frío cada vez que quería orinar. Malditos hombres y su don natural de orinar de pie.
Le dio tanta curiosidad la actitud de la mujer y del elfo, que se dio cuenta enseguida cuando fijó la mirada en Eltrant -Oh por los dioses... Elt... te encontraron- dijo en voz bajita mientras picaba con el dedo en las costillas del hombre.
Entonces, ¿cómo un ser tropical como Mina estaba allá, en las nieves perpetuas de Dundarak? Ya ni sabía. O sí, sí sabía: era todo culpa de Lyn. ¿Y dónde estaba esa vampiresa ahora? Gracias a todos los dioses, entrando por la puerta de aquella taberna. Agarró valor y se fue junto a la chica y al hombre que la acompañaba siempre, alejándose de la hermosa y reconfortante chimenea. -Amarantha- dijo a la camarera que había tomado el pedido de Lyn -Que sean dos- afirmó y tomó asiento junto a su amiga, bien pegadita -¿Pero qué estoy haciendo? Tú no emites calor, eres fría, fría como los besos de mi abuela- soltó y jaló su silla para sentarse junto a Eltrant.
Al darse cuenta de su ofensivo comentario, hizo un puchero -Ay... Lyncita linda... perdón, perdón... disculpa que esté tan gruñona... es que hace frío... ¡¡Hace frío!!- se quejó, aunque en primera instancia, se intentaba excusar -Y bien... ¿hiciste esa cosa que dijiste que ibas a hacer?- le preguntó a la chica mientras se iba metiendo más y más en las costillas del mercenario -¿Cuándo nos vamos de esta ciudad? Es que si existe el infierno, no tiene fuego, no señor, ¡nieve es lo que tiene!- se quejaba. Eso hacía muy bien aquella chiquilla malcriada, quejarse fuerte y claro, para que todos escucharan. Y es que si ella no disfrutaba, pues ¿quién sí podría?
Sorbía los mocos que se le aflojaban del frío, lejos de su elegancia habitual, cuando levantó la mirada y vio entrar a una mujer encapuchada a la taberna. Su cabello rojizo caía sobre su pecho. Buscaba a alguien seguramente, por como miraba a su alrededor. Detrás de ella, apareció un elfo, alto y buenmozo, pero con una cara de asco peor que la de la ilusionista cada vez que tenía que usar las letrinas allí. Aunque más que asco era rabia de tener que pelar sus tersas nalguitas al frío cada vez que quería orinar. Malditos hombres y su don natural de orinar de pie.
Le dio tanta curiosidad la actitud de la mujer y del elfo, que se dio cuenta enseguida cuando fijó la mirada en Eltrant -Oh por los dioses... Elt... te encontraron- dijo en voz bajita mientras picaba con el dedo en las costillas del hombre.
Mina Harker
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
Mina les había estado esperando en la taberna.
Todavía encontraba interesante el hecho de que, tras encontrarse de camino hacia allí, hubiese decidido acompañarles. Miró como la bruja abrazaba a su acompañante y esta respondía con una sonrisa ante esto.
Era cierto que Mina podía llegar a ser una noble consentida, una que podía hacer quedar a Huracán como la persona más altruista del continente.
Pero no dudaba de la lealtad de Mina hacía Lyn.
Por otro lado, no era muy difícil adivinar que solo se había unido a la pareja por la presencia de la vampiresa. Muchas veces se preguntaba siquiera si la muchacha le toleraba realmente, después de todo Eltrant era, básicamente, la antítesis del noble común.
Un granjero de pueblo con armadura pesada.
- ¡No soy fría! – Contestó Lyn cruzándose brazos, mirando como la bruja se alejaba de ella para pegarse al castaño. – Estoy pálida, no muerta. – Aclaró encogiéndose de hombros, sin perder la sonrisa.
- ¿Lyncita? – El ex guarda sonrió. - ¿Sabes que Lyn ya es un diminutivo de su nombre? – Se desabrochó la pesada capa que pendía de su cuello según oía a la bruja excusarse por lo que había dicho a Lyn.
- A mí me gusta. – Comentó Lyn apoyando ambos codos sobre la mesa y, después, sujetando su barbilla con ambas manos. – Y sí, ya he ido… - Agachó la mirada un momento, pero volvió a sonreír. – Ya he ido a hacer lo que quería. – Justo cuando la vampiresa terminó aquella última sentencia, Eltrant dejó caer su capa sobre los hombros de la bruja.
La capa cayó sobre la muchacha con un sonoro “Puf”, Lyn dejó escapar una risita al ver esto y se inclinó incluso más hacía adelante en la mesa. Eltrant no podía negar que agradecía la presencia de la bruja allí, la ojiazul parecía haberse olvidado completamente de la carta, al menos durante aquel momento.
- Toma, anda. – dijo Eltrant ajustando pobremente la prenda sobre los hombros de la muchacha. – Esto te tapará algo. – Aseveró volviendo al contenido de su jarra, dándole un largo trago - Y tengo cosas que hacer por aquí… - Se atusó la barba y observó sin girarse completamente hacía Mina el resultado de su idea.
Su capa mantendría a la muchacha caliente todo el tiempo que necesitase, quizás eso ayudaría a que dejase de quejarse. No era precisamente de mala calidad, eso debía de gustarle a alguien como ella.
– Así que aún nos esperan como mínimo unas semanas en este “infierno nevado”. – dijo sonriendo, asintiendo finalmente al ver que la capa, aunque grande para el cuerpo de la bruja, parecía cumplir su función adecuadamente.
Tras eso Eltrant no pudo sino arquear una ceja cuando Mina le dijo que le habían encontrado. ¿Quién le había encontrado? ¿La guardia? Estaba muy lejos de Verisar, por lo que sabía allí no había carteles de “Se Busca” con su cara.
Entornando levemente los ojos se giró hacía la entrada del local, una figura conocida oteaba el lugar desde allí, le miraba a él.
Respiró aliviado y levantó la mano.
- ¡Helyare! – La llamó sonriendo, instándole a que se acercase. – Ven a sentarte, te pido algo enseguida – Buscó a la camarera con la mirada, no habría imaginado volver a cruzarse con la mujer tan al norte, no desde la última vez que se vieron allí.
La elfa era… especial. Le caía bien, aunque esto parecía ser bastante unidireccional, no obstante, algo le decía que la presencia de la pelirroja allí no era mera casualidad. ¿Le estaría buscando para algo? Hizo algunas señas más y volvió a acomodarse sobre su asiento.
No tardó en advertir que Helyare no venía sola. Un elfo con cara de pocos amigos estaba justo tras ella, analizando el lugar, con su mano apoyada sobre la espada que pendía de su cinturon.
¿Un amigo? Se detuvo a pensar aquella posibilidad durante unos instantes. ¿Un amigo elfo? ¿De Helyare? Sabía la forma de pensar y lo… concisa que podía a llegar esta con sus palabras, si aquel tipo era mínimamente cercano a Helyare algo le decía que no se diferenciaría mucho de esta.
Además, parecía estar realmente concentrado en la espada que llevaba consigo.
Instintivamente, sin pensarlo siquiera, apretó las correas de su coraza mientras esperaba a que la pareja se acercase hasta la mesa en la que descansaban.
Todavía encontraba interesante el hecho de que, tras encontrarse de camino hacia allí, hubiese decidido acompañarles. Miró como la bruja abrazaba a su acompañante y esta respondía con una sonrisa ante esto.
Era cierto que Mina podía llegar a ser una noble consentida, una que podía hacer quedar a Huracán como la persona más altruista del continente.
Pero no dudaba de la lealtad de Mina hacía Lyn.
Por otro lado, no era muy difícil adivinar que solo se había unido a la pareja por la presencia de la vampiresa. Muchas veces se preguntaba siquiera si la muchacha le toleraba realmente, después de todo Eltrant era, básicamente, la antítesis del noble común.
Un granjero de pueblo con armadura pesada.
- ¡No soy fría! – Contestó Lyn cruzándose brazos, mirando como la bruja se alejaba de ella para pegarse al castaño. – Estoy pálida, no muerta. – Aclaró encogiéndose de hombros, sin perder la sonrisa.
- ¿Lyncita? – El ex guarda sonrió. - ¿Sabes que Lyn ya es un diminutivo de su nombre? – Se desabrochó la pesada capa que pendía de su cuello según oía a la bruja excusarse por lo que había dicho a Lyn.
- A mí me gusta. – Comentó Lyn apoyando ambos codos sobre la mesa y, después, sujetando su barbilla con ambas manos. – Y sí, ya he ido… - Agachó la mirada un momento, pero volvió a sonreír. – Ya he ido a hacer lo que quería. – Justo cuando la vampiresa terminó aquella última sentencia, Eltrant dejó caer su capa sobre los hombros de la bruja.
La capa cayó sobre la muchacha con un sonoro “Puf”, Lyn dejó escapar una risita al ver esto y se inclinó incluso más hacía adelante en la mesa. Eltrant no podía negar que agradecía la presencia de la bruja allí, la ojiazul parecía haberse olvidado completamente de la carta, al menos durante aquel momento.
- Toma, anda. – dijo Eltrant ajustando pobremente la prenda sobre los hombros de la muchacha. – Esto te tapará algo. – Aseveró volviendo al contenido de su jarra, dándole un largo trago - Y tengo cosas que hacer por aquí… - Se atusó la barba y observó sin girarse completamente hacía Mina el resultado de su idea.
Su capa mantendría a la muchacha caliente todo el tiempo que necesitase, quizás eso ayudaría a que dejase de quejarse. No era precisamente de mala calidad, eso debía de gustarle a alguien como ella.
– Así que aún nos esperan como mínimo unas semanas en este “infierno nevado”. – dijo sonriendo, asintiendo finalmente al ver que la capa, aunque grande para el cuerpo de la bruja, parecía cumplir su función adecuadamente.
Tras eso Eltrant no pudo sino arquear una ceja cuando Mina le dijo que le habían encontrado. ¿Quién le había encontrado? ¿La guardia? Estaba muy lejos de Verisar, por lo que sabía allí no había carteles de “Se Busca” con su cara.
Entornando levemente los ojos se giró hacía la entrada del local, una figura conocida oteaba el lugar desde allí, le miraba a él.
Respiró aliviado y levantó la mano.
- ¡Helyare! – La llamó sonriendo, instándole a que se acercase. – Ven a sentarte, te pido algo enseguida – Buscó a la camarera con la mirada, no habría imaginado volver a cruzarse con la mujer tan al norte, no desde la última vez que se vieron allí.
La elfa era… especial. Le caía bien, aunque esto parecía ser bastante unidireccional, no obstante, algo le decía que la presencia de la pelirroja allí no era mera casualidad. ¿Le estaría buscando para algo? Hizo algunas señas más y volvió a acomodarse sobre su asiento.
No tardó en advertir que Helyare no venía sola. Un elfo con cara de pocos amigos estaba justo tras ella, analizando el lugar, con su mano apoyada sobre la espada que pendía de su cinturon.
¿Un amigo? Se detuvo a pensar aquella posibilidad durante unos instantes. ¿Un amigo elfo? ¿De Helyare? Sabía la forma de pensar y lo… concisa que podía a llegar esta con sus palabras, si aquel tipo era mínimamente cercano a Helyare algo le decía que no se diferenciaría mucho de esta.
Además, parecía estar realmente concentrado en la espada que llevaba consigo.
Instintivamente, sin pensarlo siquiera, apretó las correas de su coraza mientras esperaba a que la pareja se acercase hasta la mesa en la que descansaban.
Eltrant Tale
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–Áva quetë –le susurró la elfa una vez entraron en la taberna. Su orden fue interrumpida por el resoplido molesto del hombre, quien seguía detrás de ella, incluso cuando su compañera se giró hacia la mesa ocupada por tres personas; una de ellas había llamado su atención –. Eltrant…
El rubio enarcó una ceja, mirando en la misma dirección que ella, y su expresión cambió por un segundo. Se volvió más fría, tensa – ¡¿te has hecho amiga de un miserable humano?! –masculló entre dientes con un tono muy borde, a la vez que avanzó un paso para quedar a su altura y se giró ligeramente para captar su atención, pues ella no paraba de mirar hacia la mesa donde estaba Eltrant y las dos chicas. Pasados unos segundos, por fin le miró brevemente.
–No es mi amigo. Pero en este tiempo me ha dado tiempo a conocer a mucha gente –musitó, haciendo una mueca, y caminó hacia donde estaba el ex mercenario, seguida por el elfo, que no parecía darse por vencido con esa explicación.
–No esperaba que fueras a juntarte con semejante calaña, Kael –susurró, de mala gana. Ni se molestaba en disimular la incomodidad.
–Esperabas que me quedase sola, es lo que merece la gente como yo –ni le miró, avanzó unos pasos más por delante de él.
–¡Esperaba que tuvieras algo más de dignidad! –le estaba costando muchísimo no alzar la voz. ¡Isilmë no podía juntarse con esos seres inferiores!
–Hace tiempo que no la tengo –respondió la pelirroja, plantándose delante de Eltrant y las chicas, aunque sólo le miró a él – hola. ¿Qué haces en el norte? –preguntó, dudando si sentarse o no.
El rubio llegó justo detrás de ella, pasando la mirada por el grupo. Estarían todos muertos si las miradas matasen, eso sin duda. Ninguno era de su agrado. Ambos elfos permanecieron de pie, Helyare posando la mano sobre el respaldo de una de las que quedaban libres; Aran, a un lado de ella, estático.
–Él es Aranarth, es… –señaló a su compañero con su mano, aunque se quedó a mitad de frase porque no sabía cómo definirlo ahora. ¿Su amigo? ¿Compañero? Tal vez, ahora mismo, “conocidos” era lo que mejor casaba con su relación –alguien que conozco desde hace tiempo –concluyó. Aran no hizo ningún gesto, ni saludó, ni nada. Tan sólo giró un poco la cabeza hacia la elfa, extrañado de la definición que había dado de ellos dos. ¿Eso era simplemente?
Aunque pareciera picado por la presentación que había hecho de él, tampoco podía negar que fuera mentira. ¿Qué eran, realmente? Ya de la amistad apenas quedaban las cenizas, después de tanto tiempo. Aun así le dolía.
–Y menos mal que me conoces desde hace tiempo. Al menos antes tenías buen criterio a la hora de escoger a tus amigos –comentó, pues era muy complicado que Aran cerrase la boca cuando estaba picado.
Helyare puso los ojos en blanco, pero le ignoró y volvió a centrarse en Eltrant, a quien conocía. Desde que la había ayudado a hacer una ofrenda a Nís, le tenía en algo de mejor estima. Aun así, ella también estaba algo estática, como si el frío la hubiera paralizado, no se atrevía a sentarse. Se sentía ligeramente incómoda con la presencia de las demás, a quienes no miró en ningún momento. A la más pequeña la conocía de vista, a la otra, no. Sin embargo, esa tensión fue disuelta en cuanto el pequeño chirrido de las alas de Nillë empezó a sonar. Salió del saco donde estaba metida y empezó a revolotear por entre los presentes, dejando un poco de lado la incomodidad reinante.
–Chiri, chiri…
El rubio enarcó una ceja, mirando en la misma dirección que ella, y su expresión cambió por un segundo. Se volvió más fría, tensa – ¡¿te has hecho amiga de un miserable humano?! –masculló entre dientes con un tono muy borde, a la vez que avanzó un paso para quedar a su altura y se giró ligeramente para captar su atención, pues ella no paraba de mirar hacia la mesa donde estaba Eltrant y las dos chicas. Pasados unos segundos, por fin le miró brevemente.
–No es mi amigo. Pero en este tiempo me ha dado tiempo a conocer a mucha gente –musitó, haciendo una mueca, y caminó hacia donde estaba el ex mercenario, seguida por el elfo, que no parecía darse por vencido con esa explicación.
–No esperaba que fueras a juntarte con semejante calaña, Kael –susurró, de mala gana. Ni se molestaba en disimular la incomodidad.
–Esperabas que me quedase sola, es lo que merece la gente como yo –ni le miró, avanzó unos pasos más por delante de él.
–¡Esperaba que tuvieras algo más de dignidad! –le estaba costando muchísimo no alzar la voz. ¡Isilmë no podía juntarse con esos seres inferiores!
–Hace tiempo que no la tengo –respondió la pelirroja, plantándose delante de Eltrant y las chicas, aunque sólo le miró a él – hola. ¿Qué haces en el norte? –preguntó, dudando si sentarse o no.
El rubio llegó justo detrás de ella, pasando la mirada por el grupo. Estarían todos muertos si las miradas matasen, eso sin duda. Ninguno era de su agrado. Ambos elfos permanecieron de pie, Helyare posando la mano sobre el respaldo de una de las que quedaban libres; Aran, a un lado de ella, estático.
–Él es Aranarth, es… –señaló a su compañero con su mano, aunque se quedó a mitad de frase porque no sabía cómo definirlo ahora. ¿Su amigo? ¿Compañero? Tal vez, ahora mismo, “conocidos” era lo que mejor casaba con su relación –alguien que conozco desde hace tiempo –concluyó. Aran no hizo ningún gesto, ni saludó, ni nada. Tan sólo giró un poco la cabeza hacia la elfa, extrañado de la definición que había dado de ellos dos. ¿Eso era simplemente?
Aunque pareciera picado por la presentación que había hecho de él, tampoco podía negar que fuera mentira. ¿Qué eran, realmente? Ya de la amistad apenas quedaban las cenizas, después de tanto tiempo. Aun así le dolía.
–Y menos mal que me conoces desde hace tiempo. Al menos antes tenías buen criterio a la hora de escoger a tus amigos –comentó, pues era muy complicado que Aran cerrase la boca cuando estaba picado.
Helyare puso los ojos en blanco, pero le ignoró y volvió a centrarse en Eltrant, a quien conocía. Desde que la había ayudado a hacer una ofrenda a Nís, le tenía en algo de mejor estima. Aun así, ella también estaba algo estática, como si el frío la hubiera paralizado, no se atrevía a sentarse. Se sentía ligeramente incómoda con la presencia de las demás, a quienes no miró en ningún momento. A la más pequeña la conocía de vista, a la otra, no. Sin embargo, esa tensión fue disuelta en cuanto el pequeño chirrido de las alas de Nillë empezó a sonar. Salió del saco donde estaba metida y empezó a revolotear por entre los presentes, dejando un poco de lado la incomodidad reinante.
–Chiri, chiri…
- Aclaraciones:
- Áva quetë - Cállate
Isilmë es un título, como "servidora de Isil".
Helyare
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Eltrant se había apiadado de la pobrecita Wilhelmina y le había pasado su gruesa capa, tapándola de la cabeza a los pies, apenas se le veía la carita. La fragancia del hombre se le metió por la nariz y... para su sorpresa, no le disgustó. Todo lo contrario. De repente se vio disfrutando del aroma a macho, regodeándose al enrollarse con aquel enorme, mullido y pesado trozo de cuero que mantenía la calidez del cuerpo ajeno.
Cuando la mesera con las botellas de vino llegó, miró son extrañeza a la ilusionista. Sabrán los dioses qué cara de depravada tenía para que la chica se sorprendiera así. Mina se dio cuenta y frunció el ceño -Amarantha, no me mires así, si estuvieras en mi situación, te pondrías peor- dijo para si, agarrando la jarra que le ofrecieron y sirviéndose el dulce líquido.
Mientras tanto, la mujer, seguida por el elfo, habían llegado frente a Eltrant. Tanto a ella como a Lyn las habían ignorado. Pero total y completamente, como si no existieran. La tipa se había fijado solamente en su amigo y el elfo miraba a su alrededor con expresión de oler caca. El orejas picudas miraba con desaprobación, desprecio y asco a todo y todos los presentes. ¡Qué tipo taaaan desagradable! ¿Y dónde quedaba el tono de la tipa? Pero lo peor, lo peor, era que no tenían la educación de saludar.
Mina observaba a los elfos en silencio mientras la chica hablaba con Eltrant. Se rascó la nariz y se puso de pie -¡Hola!- saludó sonriente. Pero aquello no era amabilidad, todo lo contrario, quería hacerles notar su grosera actitud. Y también hacerse notar. -Yo soy Mina y aquí está Lyn. Adelante, tomen asiento, compartan con nosotros una copa de vino, para calentar el cuerpo, Elt invita- exclamó alegre, señalando las sillas vacías frente a ellos.
Cuando la mesera con las botellas de vino llegó, miró son extrañeza a la ilusionista. Sabrán los dioses qué cara de depravada tenía para que la chica se sorprendiera así. Mina se dio cuenta y frunció el ceño -Amarantha, no me mires así, si estuvieras en mi situación, te pondrías peor- dijo para si, agarrando la jarra que le ofrecieron y sirviéndose el dulce líquido.
Mientras tanto, la mujer, seguida por el elfo, habían llegado frente a Eltrant. Tanto a ella como a Lyn las habían ignorado. Pero total y completamente, como si no existieran. La tipa se había fijado solamente en su amigo y el elfo miraba a su alrededor con expresión de oler caca. El orejas picudas miraba con desaprobación, desprecio y asco a todo y todos los presentes. ¡Qué tipo taaaan desagradable! ¿Y dónde quedaba el tono de la tipa? Pero lo peor, lo peor, era que no tenían la educación de saludar.
Mina observaba a los elfos en silencio mientras la chica hablaba con Eltrant. Se rascó la nariz y se puso de pie -¡Hola!- saludó sonriente. Pero aquello no era amabilidad, todo lo contrario, quería hacerles notar su grosera actitud. Y también hacerse notar. -Yo soy Mina y aquí está Lyn. Adelante, tomen asiento, compartan con nosotros una copa de vino, para calentar el cuerpo, Elt invita- exclamó alegre, señalando las sillas vacías frente a ellos.
Mina Harker
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
No era ningún misterio para ninguno de los presentes que el elfo que acompañaba a Helyare no tenía mucho interés por quedarse allí. La pelirroja no tardó en presentarle, lo catalogó simplemente como “alguien al que conocía de hace tiempo”.
Se irguió disimuladamente sobre su asiento, Helyare se comportaba de forma extraña. Incluso para sus estándares, parecía más tensa de lo normal. Si no la conociese pensaría que el hablar con ellos se había vuelto, de golpe, una especie de obligación para la elfa.
¿Tenía que ver con la presencia del “conocido” allí?
Frunció el ceño al oír la intervención de Aranath y se giró después hacía Mina, quien acababa de pedirle a los presentes, con una casualidad que parecía ser perenne en la chica, que se sentasen y les acompañasen con un par de bebidas.
Entre tanto, mientras Eltrant se planteaba como responder al comentario del compañero de Helyare, el hada que la acompañaba a todas partes se apareció frente a los presentes y comenzó a revolotear por la zona.
Aquello pareció aliviar un poco la tensión, Eltrant suspiró y rascó la barba.
- Mina tiene razón. – Sonrió a la elfa. – Podéis sentaros, yo pago. – Analizó al elfo con la mirada, este le taladraba con la mirada, como si su mera presencia le causase repugnancia. – Si queréis, claro - dijo empujando la silla que tenía a su lado con el pie, dejando espacio suficiente como para que alguno de los elfos. – No es como si fuese a obligaros. – Esbozó una sonrisa y le dio un trago a la jarra que tenía entre sus manos.
Lyn, aprovechando aquel escueto momento en el que nadie prestaba atención a lo que hacía, volvió a sacar la carta mágica de uno de los bolsillos traseros del pantalón y la miró con cara de circunstancia.
Decidió no hacer mención alguna y volvió a depositar sus ojos sobre Aranath.
Así que era uno de esos elfos… el hombre seguía sujetando su espada como si temiese que cualquiera de los presentes fuese a saltar sobre su espalda y acabar con su vida.
- Hace una noche horrible ahí afuera - Lyn sonrió, volviendo a guardar la carta. – Sentaos y entrad en calor. – Dijo ampliando la sonrisa. – Insisto – Dijo después. – Me han hablado mucho de ti. – Le dijo a Helyare, sin perder la sonrisa.
Por la expresión de la vampiresa, Eltrant pudo adivinar que esta tampoco había pasado por alto la forma en la que Aranath se había dirigido a los presentes.
Incluso tras todo aquel tiempo juntos, a Eltrant le seguía costando comprenderla en ocasiones. Normalmente si alguien se comportaba de aquella forma con ella la reacción más natural de la vampiresa era desaparecer entre las sombras, dejar que se marchasen.
¿Era por la carta?
Los soldados de Rigobert seguían cantando canciones y chanzas acerca del joven rey del norte al fondo de la habitación. Algunos se habían vuelto a mirar a los recién llegados, pero nadie había pasado más de una fracción de segundo mirándolos, después de todo parecían una pareja más de aventureros.
- ¿Qué decís, entonces? -
Se irguió disimuladamente sobre su asiento, Helyare se comportaba de forma extraña. Incluso para sus estándares, parecía más tensa de lo normal. Si no la conociese pensaría que el hablar con ellos se había vuelto, de golpe, una especie de obligación para la elfa.
¿Tenía que ver con la presencia del “conocido” allí?
Frunció el ceño al oír la intervención de Aranath y se giró después hacía Mina, quien acababa de pedirle a los presentes, con una casualidad que parecía ser perenne en la chica, que se sentasen y les acompañasen con un par de bebidas.
Entre tanto, mientras Eltrant se planteaba como responder al comentario del compañero de Helyare, el hada que la acompañaba a todas partes se apareció frente a los presentes y comenzó a revolotear por la zona.
Aquello pareció aliviar un poco la tensión, Eltrant suspiró y rascó la barba.
- Mina tiene razón. – Sonrió a la elfa. – Podéis sentaros, yo pago. – Analizó al elfo con la mirada, este le taladraba con la mirada, como si su mera presencia le causase repugnancia. – Si queréis, claro - dijo empujando la silla que tenía a su lado con el pie, dejando espacio suficiente como para que alguno de los elfos. – No es como si fuese a obligaros. – Esbozó una sonrisa y le dio un trago a la jarra que tenía entre sus manos.
Lyn, aprovechando aquel escueto momento en el que nadie prestaba atención a lo que hacía, volvió a sacar la carta mágica de uno de los bolsillos traseros del pantalón y la miró con cara de circunstancia.
Decidió no hacer mención alguna y volvió a depositar sus ojos sobre Aranath.
Así que era uno de esos elfos… el hombre seguía sujetando su espada como si temiese que cualquiera de los presentes fuese a saltar sobre su espalda y acabar con su vida.
- Hace una noche horrible ahí afuera - Lyn sonrió, volviendo a guardar la carta. – Sentaos y entrad en calor. – Dijo ampliando la sonrisa. – Insisto – Dijo después. – Me han hablado mucho de ti. – Le dijo a Helyare, sin perder la sonrisa.
Por la expresión de la vampiresa, Eltrant pudo adivinar que esta tampoco había pasado por alto la forma en la que Aranath se había dirigido a los presentes.
Incluso tras todo aquel tiempo juntos, a Eltrant le seguía costando comprenderla en ocasiones. Normalmente si alguien se comportaba de aquella forma con ella la reacción más natural de la vampiresa era desaparecer entre las sombras, dejar que se marchasen.
¿Era por la carta?
Los soldados de Rigobert seguían cantando canciones y chanzas acerca del joven rey del norte al fondo de la habitación. Algunos se habían vuelto a mirar a los recién llegados, pero nadie había pasado más de una fracción de segundo mirándolos, después de todo parecían una pareja más de aventureros.
- ¿Qué decís, entonces? -
Eltrant Tale
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
¿Y qué hacía allí quieta, como si fuera una estatua, mirando a los presentes? En concreto, a Eltrant. De haber sido otra persona, alguien más agradable como la dragona, se habría lanzado a los brazos del humano, alegre de reencontrarse con alguien a quien apreciaba. Pero no, Helyare no diría ni haría nada de eso. Sólo se mantenía helada, escuchando lo que decían de la invitación. ¿Beber vino? Hizo una leve mueca y la voz de la bruja la sacó de sus pensamientos. Ambos giraron la cabeza hacia la muchacha morena.
–Hola –saludó el elfo, de forma muy seca.
–Hola –tampoco es que Helyare hubiese respondido de forma más simpática… –, no vamos a tomar vino.
La elfa dudó si sentarse o irse a su casa. ¿Qué pintaba allí? Nillë revoloteaba por todos lados ajena a todo tipo de tensión. La mirada verde de la elfa se posó en su hadita y casi sintió envidia de la despreocupación que el pequeño ser sentía ante casi todo el mundo. Ella no tenía que cargar con todo lo que le habían enseñado, que le hacía cuestionarse que estaba mal sentarse con ellos a beber. Y Aran pensaba lo mismo, solo que de forma más arraigada. Al final, la elfa decidió sentarse, ante la atónita mirada de su compañero, que no veía bien el cambio que había pegado su amiga. Puso los ojos en blanco y, al final, no le quedó otra que sentarse él, aunque claramente a disgusto. La única amiga de otra raza a quien toleraba, e incluso le caía bien, era la dragona. El resto de gente era completamente desagradable. ¿Qué hacía alguien como su amada compañera juntándose con calaña en una taberna de mala muerte? No tenía sentido. Parecía nervioso al no entender qué había llevado a Kaeltha a relacionarse con esa gente.
–Seguro que nada bueno. Pocos tienen algo bueno que decir de mí –respondió la pelirroja a las palabras de la vampiresa. Pasó de ser una guerrera respetada a alguien que estaba considerada muerta, ¿qué podían decir bueno de ella? Todo lo que hubiera escuchado esa niña iban a ser multitud de lanzas contra ella. Pero el elfo pensaba lo contrario, a pesar de parecer un borde. Él sí creía que podían narrarse cosas buenas, grandes hazañas sobre su amiga. Aunque no pudiera decirlo en alto, nadie se había involucrado más para ayudar a su familia, que la joven que tenía a su lado. Todo lo que los otros clanes contaban de ella le llenaba de orgullo, pero un orgullo que guardaba para sí mismo; demasiado que perder si lo admitía.
Helyare había visto la carta que sostenía la vampiresa. Era parecida a la que ella tenía guardada en su morral. ¿Para qué serviría?
La elfa se colocó mejor la capucha para tapar su rostro, sobre todo, de los soldados que estaban cantando. Volvió a mirar a Lyn, aunque ya no tenía la carta. Notablemente incómoda y sin saber qué preguntarle exactamente, intentó hablar con ella – ¿Lyn? ¿Qué es esa carta que has guardado? ¿Significa algo? Yo… no sé para qué sirve esto, me la dieron en una celebración de aquí –era la curiosidad la que hablaba por ella, quien también sacó una carta parecida, rosada, pero que carecía de todo significado para la joven del bosque. El rubio también miró con atención el objeto que tenía su amiga. De hecho, era a la única que le prestaba atención. No paraba de mirarla y mentalmente estaba pensando en todo lo que había pasado para acabar viendo una de las personas más importantes de su vida rodeada de lo que se supone que odiaban y viviendo en ese páramo helado. El orgullo que su amiga le transmitía, el que debía guardarse para sí, en ocasiones como esa deseaba sacarlo, decirles a todos que ella era una elfa de honor. Y que no tenía por qué estar juntándose con esa calaña, como si fuera un miserable ser de esos creados por los humanos. La veía hablar con la chiquilla sobre un objeto, correr a saludar a un humano… ¿Por qué ella?
Ajena a los pensamientos de su amigo y, tras preguntar por la carta, Helyare se quedó en completo silencio. No era dicha en la dialéctica, tampoco, pero es que se encontraba incómoda. Aunque más lo estaba en su pequeña casita. Solo estaba ahí, callada, mirando la carta que había dejado sobre la mesa, la cual cambiaba de color por la estela azulada del hada al posarse sobre ella.
El joven elfo se quitó la capucha de la gruesa capa y se mantuvo en silencio, como había estado todo el rato, contemplando un poco la escena, aunque sin nada que decir. Solamente estaba con la cara apoyada en su puño y ya. Si tenía que juntarse con alguien de esas tierras prefería a la dragona parlanchina a esa gente. ¿Dónde estaría esa muchacha?
–Hola –saludó el elfo, de forma muy seca.
–Hola –tampoco es que Helyare hubiese respondido de forma más simpática… –, no vamos a tomar vino.
La elfa dudó si sentarse o irse a su casa. ¿Qué pintaba allí? Nillë revoloteaba por todos lados ajena a todo tipo de tensión. La mirada verde de la elfa se posó en su hadita y casi sintió envidia de la despreocupación que el pequeño ser sentía ante casi todo el mundo. Ella no tenía que cargar con todo lo que le habían enseñado, que le hacía cuestionarse que estaba mal sentarse con ellos a beber. Y Aran pensaba lo mismo, solo que de forma más arraigada. Al final, la elfa decidió sentarse, ante la atónita mirada de su compañero, que no veía bien el cambio que había pegado su amiga. Puso los ojos en blanco y, al final, no le quedó otra que sentarse él, aunque claramente a disgusto. La única amiga de otra raza a quien toleraba, e incluso le caía bien, era la dragona. El resto de gente era completamente desagradable. ¿Qué hacía alguien como su amada compañera juntándose con calaña en una taberna de mala muerte? No tenía sentido. Parecía nervioso al no entender qué había llevado a Kaeltha a relacionarse con esa gente.
–Seguro que nada bueno. Pocos tienen algo bueno que decir de mí –respondió la pelirroja a las palabras de la vampiresa. Pasó de ser una guerrera respetada a alguien que estaba considerada muerta, ¿qué podían decir bueno de ella? Todo lo que hubiera escuchado esa niña iban a ser multitud de lanzas contra ella. Pero el elfo pensaba lo contrario, a pesar de parecer un borde. Él sí creía que podían narrarse cosas buenas, grandes hazañas sobre su amiga. Aunque no pudiera decirlo en alto, nadie se había involucrado más para ayudar a su familia, que la joven que tenía a su lado. Todo lo que los otros clanes contaban de ella le llenaba de orgullo, pero un orgullo que guardaba para sí mismo; demasiado que perder si lo admitía.
Helyare había visto la carta que sostenía la vampiresa. Era parecida a la que ella tenía guardada en su morral. ¿Para qué serviría?
La elfa se colocó mejor la capucha para tapar su rostro, sobre todo, de los soldados que estaban cantando. Volvió a mirar a Lyn, aunque ya no tenía la carta. Notablemente incómoda y sin saber qué preguntarle exactamente, intentó hablar con ella – ¿Lyn? ¿Qué es esa carta que has guardado? ¿Significa algo? Yo… no sé para qué sirve esto, me la dieron en una celebración de aquí –era la curiosidad la que hablaba por ella, quien también sacó una carta parecida, rosada, pero que carecía de todo significado para la joven del bosque. El rubio también miró con atención el objeto que tenía su amiga. De hecho, era a la única que le prestaba atención. No paraba de mirarla y mentalmente estaba pensando en todo lo que había pasado para acabar viendo una de las personas más importantes de su vida rodeada de lo que se supone que odiaban y viviendo en ese páramo helado. El orgullo que su amiga le transmitía, el que debía guardarse para sí, en ocasiones como esa deseaba sacarlo, decirles a todos que ella era una elfa de honor. Y que no tenía por qué estar juntándose con esa calaña, como si fuera un miserable ser de esos creados por los humanos. La veía hablar con la chiquilla sobre un objeto, correr a saludar a un humano… ¿Por qué ella?
Ajena a los pensamientos de su amigo y, tras preguntar por la carta, Helyare se quedó en completo silencio. No era dicha en la dialéctica, tampoco, pero es que se encontraba incómoda. Aunque más lo estaba en su pequeña casita. Solo estaba ahí, callada, mirando la carta que había dejado sobre la mesa, la cual cambiaba de color por la estela azulada del hada al posarse sobre ella.
El joven elfo se quitó la capucha de la gruesa capa y se mantuvo en silencio, como había estado todo el rato, contemplando un poco la escena, aunque sin nada que decir. Solamente estaba con la cara apoyada en su puño y ya. Si tenía que juntarse con alguien de esas tierras prefería a la dragona parlanchina a esa gente. ¿Dónde estaría esa muchacha?
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
Mina se llevó la jarra a la boca, pero no bebió, se quedó con el borde de esta pegada en los labios, observando a los amigos de Elt. El tipo se había quitado la capucha, era un orejas picudas. El estómago de Mina se revolvió un poco pues habían sido unos elfos quienes habían asesinado a sus hermanos. Desde ese momento, ella había despreciado a esa raza. Claro está, no se puede juzgar a todos con la misma vara, pero sí que le causaban aversión. Ambos tenían cara inconformidad, él sobre todo. Se le notaba que detestaba el hecho de estar allí. Ella lucía incómoda, nerviosa quizás. Pero a el otro se le notaba el menosprecio a todos los que lo rodeaban.
El grupo de borrachos que cantaban ahora tenían músicos que comenzaron a tocar una tonada muy alegre. La ilusionista miró de reojo hacia allá y algunos se habían puesto a bailar; vio justo cuando a la camarera le quitaron la bandeja y la jalaron a la improvisada pista. -Con razón Amarantha no tiene necesidades íntimas... rodeada de tantos hombres al contrario, debe estar aburrida- pensó.
Giró su cuerpo para ver mejor la escena y descubrió que el que bailaba con la chica era nada más y nada menos que un elfo. Mina sonrió. Miró de soslayo al elfo que estaba sentado en su mesa con cara de culo y rió por lo bajo. Se giró hacia Lyn -Hagamos esto un poco más divertido- le susurró, guiñándole un ojo. Se quitó la capa de Elt y la propia y se levantó de su silla, rodeó la mesa y fue donde el elfo. Estiró la mano -Ven, ¡bailemos!- invitó. -Oh vamos, no te hagas el de rogar, hay otros bailando, ¡vamos!- insistió, agarrándolo de la mano y jalándolo hacia la pista.
La bruja comenzó a bailar, sonriente y contenta. Por alguna extraña razón, orejas en punta sobresalían de entre su cabello.
El grupo de borrachos que cantaban ahora tenían músicos que comenzaron a tocar una tonada muy alegre. La ilusionista miró de reojo hacia allá y algunos se habían puesto a bailar; vio justo cuando a la camarera le quitaron la bandeja y la jalaron a la improvisada pista. -Con razón Amarantha no tiene necesidades íntimas... rodeada de tantos hombres al contrario, debe estar aburrida- pensó.
Giró su cuerpo para ver mejor la escena y descubrió que el que bailaba con la chica era nada más y nada menos que un elfo. Mina sonrió. Miró de soslayo al elfo que estaba sentado en su mesa con cara de culo y rió por lo bajo. Se giró hacia Lyn -Hagamos esto un poco más divertido- le susurró, guiñándole un ojo. Se quitó la capa de Elt y la propia y se levantó de su silla, rodeó la mesa y fue donde el elfo. Estiró la mano -Ven, ¡bailemos!- invitó. -Oh vamos, no te hagas el de rogar, hay otros bailando, ¡vamos!- insistió, agarrándolo de la mano y jalándolo hacia la pista.
La bruja comenzó a bailar, sonriente y contenta. Por alguna extraña razón, orejas en punta sobresalían de entre su cabello.
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Mina Harker
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
Lyn sonrió y, volviendo a extraer la carta mágica que poseía para enseñársela a Helyare, miró como la Mina arrastraba al elfo a un lado, dejándoles a solas con la pelirroja; Eltrant, por su parte, no pudo evitar mostrarse visiblemente preocupado al ver a la ilusionista empezar a bailar.
¿Sus orejas eran, de pronto, elficas?
Enarcó una ceja y, sin decir nada, volvió a darle un largo trago a la jarra que tenía al lado
No sabía demasiado del elfo que acompañaba a su amiga de parcas palabras, pero este no parecía ser el del tipo de persona que disfrutaría de un baile, independientemente de que lo hiciese con una elfa.
- Esta carta... – Lyn se pensó durante unos segundos que decirle a Helyare. – Me la dio una persona que ya no… - Miró a Eltrant, este fue incapaz de decir nada acerca de Melissa, lo único que hizo fue bajar la mano hasta el zafiro apagado que colgaba de su cinturón y cerró dicha mano con fuera en torno a la joya. – Que ya no está. – dijo como conclusión sonriendo, desvelando un mínimo de tristeza entre sus palabras.
La vampiresa jugueteó con la carta entre sus manos, tratando de disimular el hecho de que la elfa la había visto mirándola fijamente momentos atrás.
Era evidente que estaba pensando que responder.
Eltrant, entretanto, desató a Recuerdo de su cinto y apoyó la espada contra la silla en la que estaba sentado; estaba lo suficientemente cerca como para solo tener que alagar la mano derecha para alcanzar la hoja de necesitarla. Después de hacer hizo lo mismo con Olvido, Eltrant se acomodó en su asiento y se aseguró de vigilar desde la distancia a Mina.
Había algo que no le terminaba de gustar de aquel elfo… no era solo la forma en la que había mirado a todos al entrar al lugar. Parecía que, realmente, todos los presentes le repugnaban, que no eran más que una molesta que, por cómo había sujetado su espada, no dudaría en despachar si estos le daban la oportunidad de hacerlo.
El runido de una silla siendo arrastrada por el suelo le reveló que Lyn había dejado sus misteriosas cavilaciones y se había acercado a Helyare, no demasiado, lo justo como para que esta no la atravesase sin percatarse de ello.
- Es… especial. – dijo sonriendo, incapaz de disimular ni un mínimo sus colmillos, bajando la mirada hasta el pedazo de papel que tenía entre las manos y dejando escapar un pequeño. – No sé qué hace la tuya… - Jugueteó con su flequillo, sin saber exactamente que decirle a Helyare. – Esta te muestra dónde están las personas que… - Se detuvo unos instantes, pensando de nuevo que decir a continuación - ...son especiales para ti. – La vampiresa señaló el pequeño puntito que, en el mapa que había en la carta, tenía justo al lado, y después señaló a Eltrant, quien seguía vigilando desde la distancia los movimientos de Mina, sin prestar atención a la conversación.
- A veces la miro y… - Esbozó una pequeña sonrisa, una que cualquiera con un mínimo de empatía entendería como nostálgica, como la sonrisa de alguien que ha recordado algo que pasó hace mucho, mucho tiempo. – …me pregunto el número de marcas que vería hace sesenta años. – Deslizó la yema de sus dedos sobre la carta, pasando primero estos sobre el pequeño y brillante punto de color azul que tenía justo al lado y, después, lo mismo con la flecha que señalaba al marco de la carta.
- Tantos años… -
Suspirando profundamente, la vampiresa sacudió la cabeza y volvió a sonreír a Helyare.
- A lo que has dicho antes… – Eltrant dejó de vigilar a la pareja durante unos instantes y se inmiscuyó en la conversación – Siempre he hablado muy bien de ti. – Sonrió a la elfa. Lyn se cruzó de brazos y guardando la carta ojeó como bailaba Mina en la distancia, después lanzó al castaño una mirada que solo podía describirse como “burlesca”.
– Me ha contado que eres una buena amiga suya, nada malo. – dijo a la elfa asintiendo - ¡Y eso automáticamente te hace amiga mía! – Exclamó en voz algo más alta. – …también me ha dicho que le has enseñado tradiciones elficas. – Afirmó la ojiazul jugueteando con su flequillo, Eltrant se terminó lo que había en la jarra y apoyó ambos brazos en la mesa. – Eso te hace una profesora excelente… no conozco a nadie más lent… -
- Si terminas la frase te quedas sin vino lo que queda de semana. – Cortó Eltrant con la jarra de nuevo frente a su cara.
- ¡Chantajista! – Cortó Lyn - ¡¿Cómo puedes hacerme tal daño!? – Exclamó mostrándose terriblemente dramática, dejándose caer sobre su silla. - ¡Oh! ¡Tanto dolor en mi…! – Lyn frunció el ceño y sonriendo acercó su silla hasta Eltrant.
Le sorprendió durante unos instantes, al ver su asiento moverse Eltrant casi imaginó que su amiga se había curado. Lejos de ser esto, lo cierto era que simplemente estaba disimulando realmente bien, no lo estaba haciendo ella, no directamente, usaba las sombras del entorno a modo de ayuda, de forma realmente sutil.
A veces se olvidaba de que Lyn podía moldearlas a su antojo.
Eltrant ignoró las palabras de la vampiresa y tras verla reírse en voz baja durante unos segundos se volvió hacía Helyare.
- No te lo he dicho antes pero... me alegro de verte. – Le dijo al final, rascándose la barba algo nervioso. Quizás había estado algo tenso antes, si le preguntasen diría que la culpa era del elfo que acompañaba a la pelirroja, pero no era realmente excusa para no saludar a una amiga como era debido. - ¿Qué te trae hasta Dundarak? – El castaño, según oía la respuesta de la elfa, llamó a una camarera y pidió otra jarra de lo que llevaba bebiendo toda la noche. - ¿Seguro que no quieres…? – Desvió sus ojos hacía el elfo, se aseguró de que Mina no había organizado una pelea multitudinaria en lo que le había quitado los ojos de encima. - ¿…queréis nada? – Preguntó. – Os ayudaría a entrar en calor. – dijo apoyando ambos codos en la mesa.
- Oye Hely… - El rostro de la vampiresa se iluminó una vez más - ¿Puedo llamarte Hely? - Sacudió la cabeza - ¿Puedo ver tu carta? – Preguntó Lyn a continuación , alejándose del exmercenario y volviendo a acercarse hasta la elfa.
¿Sus orejas eran, de pronto, elficas?
Enarcó una ceja y, sin decir nada, volvió a darle un largo trago a la jarra que tenía al lado
No sabía demasiado del elfo que acompañaba a su amiga de parcas palabras, pero este no parecía ser el del tipo de persona que disfrutaría de un baile, independientemente de que lo hiciese con una elfa.
- Esta carta... – Lyn se pensó durante unos segundos que decirle a Helyare. – Me la dio una persona que ya no… - Miró a Eltrant, este fue incapaz de decir nada acerca de Melissa, lo único que hizo fue bajar la mano hasta el zafiro apagado que colgaba de su cinturón y cerró dicha mano con fuera en torno a la joya. – Que ya no está. – dijo como conclusión sonriendo, desvelando un mínimo de tristeza entre sus palabras.
La vampiresa jugueteó con la carta entre sus manos, tratando de disimular el hecho de que la elfa la había visto mirándola fijamente momentos atrás.
Era evidente que estaba pensando que responder.
Eltrant, entretanto, desató a Recuerdo de su cinto y apoyó la espada contra la silla en la que estaba sentado; estaba lo suficientemente cerca como para solo tener que alagar la mano derecha para alcanzar la hoja de necesitarla. Después de hacer hizo lo mismo con Olvido, Eltrant se acomodó en su asiento y se aseguró de vigilar desde la distancia a Mina.
Había algo que no le terminaba de gustar de aquel elfo… no era solo la forma en la que había mirado a todos al entrar al lugar. Parecía que, realmente, todos los presentes le repugnaban, que no eran más que una molesta que, por cómo había sujetado su espada, no dudaría en despachar si estos le daban la oportunidad de hacerlo.
El runido de una silla siendo arrastrada por el suelo le reveló que Lyn había dejado sus misteriosas cavilaciones y se había acercado a Helyare, no demasiado, lo justo como para que esta no la atravesase sin percatarse de ello.
- Es… especial. – dijo sonriendo, incapaz de disimular ni un mínimo sus colmillos, bajando la mirada hasta el pedazo de papel que tenía entre las manos y dejando escapar un pequeño. – No sé qué hace la tuya… - Jugueteó con su flequillo, sin saber exactamente que decirle a Helyare. – Esta te muestra dónde están las personas que… - Se detuvo unos instantes, pensando de nuevo que decir a continuación - ...son especiales para ti. – La vampiresa señaló el pequeño puntito que, en el mapa que había en la carta, tenía justo al lado, y después señaló a Eltrant, quien seguía vigilando desde la distancia los movimientos de Mina, sin prestar atención a la conversación.
- A veces la miro y… - Esbozó una pequeña sonrisa, una que cualquiera con un mínimo de empatía entendería como nostálgica, como la sonrisa de alguien que ha recordado algo que pasó hace mucho, mucho tiempo. – …me pregunto el número de marcas que vería hace sesenta años. – Deslizó la yema de sus dedos sobre la carta, pasando primero estos sobre el pequeño y brillante punto de color azul que tenía justo al lado y, después, lo mismo con la flecha que señalaba al marco de la carta.
- Tantos años… -
Suspirando profundamente, la vampiresa sacudió la cabeza y volvió a sonreír a Helyare.
- A lo que has dicho antes… – Eltrant dejó de vigilar a la pareja durante unos instantes y se inmiscuyó en la conversación – Siempre he hablado muy bien de ti. – Sonrió a la elfa. Lyn se cruzó de brazos y guardando la carta ojeó como bailaba Mina en la distancia, después lanzó al castaño una mirada que solo podía describirse como “burlesca”.
– Me ha contado que eres una buena amiga suya, nada malo. – dijo a la elfa asintiendo - ¡Y eso automáticamente te hace amiga mía! – Exclamó en voz algo más alta. – …también me ha dicho que le has enseñado tradiciones elficas. – Afirmó la ojiazul jugueteando con su flequillo, Eltrant se terminó lo que había en la jarra y apoyó ambos brazos en la mesa. – Eso te hace una profesora excelente… no conozco a nadie más lent… -
- Si terminas la frase te quedas sin vino lo que queda de semana. – Cortó Eltrant con la jarra de nuevo frente a su cara.
- ¡Chantajista! – Cortó Lyn - ¡¿Cómo puedes hacerme tal daño!? – Exclamó mostrándose terriblemente dramática, dejándose caer sobre su silla. - ¡Oh! ¡Tanto dolor en mi…! – Lyn frunció el ceño y sonriendo acercó su silla hasta Eltrant.
Le sorprendió durante unos instantes, al ver su asiento moverse Eltrant casi imaginó que su amiga se había curado. Lejos de ser esto, lo cierto era que simplemente estaba disimulando realmente bien, no lo estaba haciendo ella, no directamente, usaba las sombras del entorno a modo de ayuda, de forma realmente sutil.
A veces se olvidaba de que Lyn podía moldearlas a su antojo.
Eltrant ignoró las palabras de la vampiresa y tras verla reírse en voz baja durante unos segundos se volvió hacía Helyare.
- No te lo he dicho antes pero... me alegro de verte. – Le dijo al final, rascándose la barba algo nervioso. Quizás había estado algo tenso antes, si le preguntasen diría que la culpa era del elfo que acompañaba a la pelirroja, pero no era realmente excusa para no saludar a una amiga como era debido. - ¿Qué te trae hasta Dundarak? – El castaño, según oía la respuesta de la elfa, llamó a una camarera y pidió otra jarra de lo que llevaba bebiendo toda la noche. - ¿Seguro que no quieres…? – Desvió sus ojos hacía el elfo, se aseguró de que Mina no había organizado una pelea multitudinaria en lo que le había quitado los ojos de encima. - ¿…queréis nada? – Preguntó. – Os ayudaría a entrar en calor. – dijo apoyando ambos codos en la mesa.
- Oye Hely… - El rostro de la vampiresa se iluminó una vez más - ¿Puedo llamarte Hely? - Sacudió la cabeza - ¿Puedo ver tu carta? – Preguntó Lyn a continuación , alejándose del exmercenario y volviendo a acercarse hasta la elfa.
Eltrant Tale
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
Aran no perdía vista de su amiga, tratando de entender el porqué de su comportamiento. ¿Por qué se juntaba con esa gente? Cavilaba y rumiaba sus pensamientos, sin llegar a comprender qué había hecho que su amiga decidiera juntarse con esos… seres.
Sin embargo, la muchacha que estaba en la mesa con ellos se levantó y le insistió en bailar. En principio no quería, ¿acaso tenía cara de disfrutar con ese baile? Resopló para sí –. Prefiero que no –. Pero sus palabras fueron ignoradas por la muchacha, que rápido comenzó a moverse a su alrededor. Su semblante serio pareció cambiar cuando vio que la joven era de su raza. ¿Había más elfos en el Norte? – Ánin apsenë, melda tári –comentó el rubio, dedicándole un gesto amable a la chica. Él, que ahora veía que se había equivocado con la muchacha, trató de enmendar su error, aceptando su baile. Siguiendo el ritmo de la música, pero de forma más lenta y grácil, danzó con ella. Algo que no le hizo ni pizca de gracia a Helyare. Ella sí que no veía sus orejas puntiagudas. Mas aún no los había visto bien. Sólo había visto que Aran dejaría de mirarla como si le estuviera perdonando la vida, o como si tuviera lástima. Apoyando ambos brazos en la mesa, miró a Lyn y prestó atención a lo que decía sobre las cartas. Ella tenía una, pero no sabía para qué. Incluso había pensado en venderla o tirarla por ahí. Simplemente, no lo había hecho… porque no se había dado el momento.
De reojo miró a Eltrant y luego, de nuevo, a la chiquita. “Alguien que ya no está”. Helyare se mordió el labio e hizo un gesto de asentimiento, imperceptible. Ella también tenía algo que le había dado alguien que ya no estaba, y que casi se lo habían arrebatado. Volvió a escuchar atenta la voz de Lyn explicándole sobre su carta. Hablaba de que era especial. ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo sabía que mostraba a las personas especiales? Abrió los ojos y frunció los labios.
–Lyn, ¿funciona con cualquiera? –la pregunta exacta era “¿podría usarla yo?”. Su mente se centró en su principal pensamiento, el que había estado siguiéndola desde el primer día que tuvo que abandonar su casa: ¿dónde estaba Arzhak? Suspiró. A cada día que pasaba, su esperanza se mellaba. Y habían pasado muchos días, muchas semanas, muchos meses… incluso años. Dos años de búsqueda incesante y… nada. ¿Esa carta podría ayudar? Sólo la voz de Eltrant la sacó de su ensimismamiento. Giró la cabeza para mirarle –. Oh… no creo que tengas muchas cosas buenas que decir de mí –aclaró, sin devolverle la sonrisa.
La vampira volvió a tomar el relevo de las palabras de Eltrant –¿buena amiga? –repitió con un leve tono de incredulidad en su voz. De nuevo, durante unos instantes, su vista voló hacia la de Eltrant. Después, otra vez a Lyn. Ella no era su amiga por más que lo dijera. Se mantuvo seria, su rostro habitual. Tan solo asintió sutilmente cuando habló de enseñar tradiciones élficas al humano. Una pérdida de tiempo, pero mientras pudiera culturizar a uno de su especie…
Luego empezaron una pequeña discusión por el vino, bastante graciosa. Helyare no se rió, ni siquiera hizo ademán de que le gustara el espectáculo. Pero, en su interior, sí. Le hacía gracia. Ellos se llevaban muy bien, bromeaban y reían.
–Yo también –admitió cuando escuchó a Eltrant. Desde hacía mucho, mucho tiempo que nadie se alegraba de verla. Sintió como si se le encogiera el corazón al escuchar esas palabras dichas por el humano. Tenía que ser un estúpido humano el que dijera eso… ¿por qué? ¿No se merecía que lo dijera alguien de su especie? ¿Tan mal la querían los dioses como para que sólo se alegrara de verla un ser así? Suspiró internamente. Eltrant no era como los demás humanos –. Nada –resumió en una palabra todo su paso por Dundarak y qué la había llevado hasta allí, de nuevo. ¿Qué le iba a contar? ¿Qué había estado presa por enfrentarse al rey? Ese maldito… ojalá pudiera clavarle una flecha en el ojo. Negó ante el ofrecimiento del vino –. No tengo frío –comentó, aunque ella siempre tenía frío. Y no, ese líquido no iba a hacer que entrara en calor.
Tras escuchar a Lyn, sacó la [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y apoyó la cabeza en la mano, sin saber bien qué hacer. Ella no comprendía qué significaba esa carta. Era una cosa inútil. Su mirada se desvió hacia donde Aranarth bailaba con esa muchacha. Tan pegados…
Apretó los labios y se levantó de mala gana, apartando la silla con bastante ruido. Esa muchacha no era una elfa, ¿¡qué hacía bailando con ella!? Él parecía disfrutarlo muchísimo, seguía a la joven al ritmo de la música, como si estuviera embobado por algún tipo de magia, según pensó la elfa, pues no habría otra explicación para entender que ese elfo se dejase tocar por a-saber-qué. Pero no era de su especie.
–¡Eh! –se interpuso entre ellos, apartando a la morena de un tirón. A ella no le dijo nada, solo la fulminó con la mirada. Para quien sí hubo represalias fuera para él, quien no parecía entender nada.
–¿Se puede saber qué haces, Kael? –preguntó, visiblemente molesto.
–¿¡Qué haces tú!? –bramó. ¡Tanto la culpaba a ella por juntarse con un humano! ¿¡Y él!? ¡Ojalá pudiera darle un puñetazo, se lo merecía! Se quedó delante de él, sin decir ni hacer nada. Sólo resopló visiblemente enfadada y se giró, dándole la espalda –. Amin feuya ten' lle! –. De reojo volvió a clavar su vista en la chiquita, con la mano puesta en su daga. Quería apartarla de él. Esa miserable no era elfa, no merecía acercarse. Apretó el mango y la sacó, aunque no tenía intenciones de usarla. Tan solo la clavó en la mesa, cerca de donde estaba sentada.
Ya no se acordaba que le había dejado su carta a Lyn, ni estaba pendiente de esas explicaciones. Nillë, por su parte, revoloteaba en torno a la elfa, brillando con más intensidad. En cuanto el rubio la vio, se detuvo en sus pasos, pues iba a ir a hablar con su amiga. Aunque, tal vez en otro momento. Nillë siempre la defendía y no era bueno enfrentarse a ese pequeño ser.
Sin embargo, la muchacha que estaba en la mesa con ellos se levantó y le insistió en bailar. En principio no quería, ¿acaso tenía cara de disfrutar con ese baile? Resopló para sí –. Prefiero que no –. Pero sus palabras fueron ignoradas por la muchacha, que rápido comenzó a moverse a su alrededor. Su semblante serio pareció cambiar cuando vio que la joven era de su raza. ¿Había más elfos en el Norte? – Ánin apsenë, melda tári –comentó el rubio, dedicándole un gesto amable a la chica. Él, que ahora veía que se había equivocado con la muchacha, trató de enmendar su error, aceptando su baile. Siguiendo el ritmo de la música, pero de forma más lenta y grácil, danzó con ella. Algo que no le hizo ni pizca de gracia a Helyare. Ella sí que no veía sus orejas puntiagudas. Mas aún no los había visto bien. Sólo había visto que Aran dejaría de mirarla como si le estuviera perdonando la vida, o como si tuviera lástima. Apoyando ambos brazos en la mesa, miró a Lyn y prestó atención a lo que decía sobre las cartas. Ella tenía una, pero no sabía para qué. Incluso había pensado en venderla o tirarla por ahí. Simplemente, no lo había hecho… porque no se había dado el momento.
De reojo miró a Eltrant y luego, de nuevo, a la chiquita. “Alguien que ya no está”. Helyare se mordió el labio e hizo un gesto de asentimiento, imperceptible. Ella también tenía algo que le había dado alguien que ya no estaba, y que casi se lo habían arrebatado. Volvió a escuchar atenta la voz de Lyn explicándole sobre su carta. Hablaba de que era especial. ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo sabía que mostraba a las personas especiales? Abrió los ojos y frunció los labios.
–Lyn, ¿funciona con cualquiera? –la pregunta exacta era “¿podría usarla yo?”. Su mente se centró en su principal pensamiento, el que había estado siguiéndola desde el primer día que tuvo que abandonar su casa: ¿dónde estaba Arzhak? Suspiró. A cada día que pasaba, su esperanza se mellaba. Y habían pasado muchos días, muchas semanas, muchos meses… incluso años. Dos años de búsqueda incesante y… nada. ¿Esa carta podría ayudar? Sólo la voz de Eltrant la sacó de su ensimismamiento. Giró la cabeza para mirarle –. Oh… no creo que tengas muchas cosas buenas que decir de mí –aclaró, sin devolverle la sonrisa.
La vampira volvió a tomar el relevo de las palabras de Eltrant –¿buena amiga? –repitió con un leve tono de incredulidad en su voz. De nuevo, durante unos instantes, su vista voló hacia la de Eltrant. Después, otra vez a Lyn. Ella no era su amiga por más que lo dijera. Se mantuvo seria, su rostro habitual. Tan solo asintió sutilmente cuando habló de enseñar tradiciones élficas al humano. Una pérdida de tiempo, pero mientras pudiera culturizar a uno de su especie…
Luego empezaron una pequeña discusión por el vino, bastante graciosa. Helyare no se rió, ni siquiera hizo ademán de que le gustara el espectáculo. Pero, en su interior, sí. Le hacía gracia. Ellos se llevaban muy bien, bromeaban y reían.
–Yo también –admitió cuando escuchó a Eltrant. Desde hacía mucho, mucho tiempo que nadie se alegraba de verla. Sintió como si se le encogiera el corazón al escuchar esas palabras dichas por el humano. Tenía que ser un estúpido humano el que dijera eso… ¿por qué? ¿No se merecía que lo dijera alguien de su especie? ¿Tan mal la querían los dioses como para que sólo se alegrara de verla un ser así? Suspiró internamente. Eltrant no era como los demás humanos –. Nada –resumió en una palabra todo su paso por Dundarak y qué la había llevado hasta allí, de nuevo. ¿Qué le iba a contar? ¿Qué había estado presa por enfrentarse al rey? Ese maldito… ojalá pudiera clavarle una flecha en el ojo. Negó ante el ofrecimiento del vino –. No tengo frío –comentó, aunque ella siempre tenía frío. Y no, ese líquido no iba a hacer que entrara en calor.
Tras escuchar a Lyn, sacó la [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y apoyó la cabeza en la mano, sin saber bien qué hacer. Ella no comprendía qué significaba esa carta. Era una cosa inútil. Su mirada se desvió hacia donde Aranarth bailaba con esa muchacha. Tan pegados…
Apretó los labios y se levantó de mala gana, apartando la silla con bastante ruido. Esa muchacha no era una elfa, ¿¡qué hacía bailando con ella!? Él parecía disfrutarlo muchísimo, seguía a la joven al ritmo de la música, como si estuviera embobado por algún tipo de magia, según pensó la elfa, pues no habría otra explicación para entender que ese elfo se dejase tocar por a-saber-qué. Pero no era de su especie.
–¡Eh! –se interpuso entre ellos, apartando a la morena de un tirón. A ella no le dijo nada, solo la fulminó con la mirada. Para quien sí hubo represalias fuera para él, quien no parecía entender nada.
–¿Se puede saber qué haces, Kael? –preguntó, visiblemente molesto.
–¿¡Qué haces tú!? –bramó. ¡Tanto la culpaba a ella por juntarse con un humano! ¿¡Y él!? ¡Ojalá pudiera darle un puñetazo, se lo merecía! Se quedó delante de él, sin decir ni hacer nada. Sólo resopló visiblemente enfadada y se giró, dándole la espalda –. Amin feuya ten' lle! –. De reojo volvió a clavar su vista en la chiquita, con la mano puesta en su daga. Quería apartarla de él. Esa miserable no era elfa, no merecía acercarse. Apretó el mango y la sacó, aunque no tenía intenciones de usarla. Tan solo la clavó en la mesa, cerca de donde estaba sentada.
Ya no se acordaba que le había dejado su carta a Lyn, ni estaba pendiente de esas explicaciones. Nillë, por su parte, revoloteaba en torno a la elfa, brillando con más intensidad. En cuanto el rubio la vio, se detuvo en sus pasos, pues iba a ir a hablar con su amiga. Aunque, tal vez en otro momento. Nillë siempre la defendía y no era bueno enfrentarse a ese pequeño ser.
- Traducciones:
- Ánin apsenë, melda tári - Discúlpeme, mi señora
Amin feuya ten' lle - ¡Qué asco das!
Helyare
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
Mina bailaba coqueta, acercándose al elfo, insinuando delicadamente para darle a entender sus intenciones, alejándose luego, mostrando timidez, para crear expectativa. Mina conocía lo suficiente de las costumbres élficas como para poder llevar a cabo su idea. Si todo salía bien, aquella noche sería más entretenida y cálida de lo que había pensado. Y ese elfo estirado y tieso se encargaría de aquello.
Lentamente, el hombre se había relajado y se mostraba más dispuesto, más entregado al baile. Sus ojos la miraban con interés. Lo había leído bien; era de la clase de elfos que solo se junta con los de su misma clase y desprecia a los demás, sobre todo a los brujos. Verlo acercarse un poco más de lo necesario, sentir que correspondía a su juego, le daban ganas de cagarse de la risa, ahí mismo en su cara, pero lo contenía mordiéndose el labio inferior y mirándolo con sus ojitos pícaros. La emoción que le entraba le servía para su papel, así que le sacaba el mejor provecho posible. No solo tiene ilusiones bajo la manga.
Las duras miradas de la otra elfa no pasaban desapercibidas para Mina. Es que si esos ojos pudieran disparar flechas, ya la bruja sería un alfiletero, con más huecos que una malla de pesca. Pero no pasaba de eso, miradas recelosas y enojadas. Quizás tendría que aumentar la apuesta. Tomó la mano del elfo y entrelazó sus dedos con los propios despacio, como acariciándolos con el gesto. Tal vez fue eso lo que colmó la paciencia de la amargada elfa. El chirrido de su silla sonó más fuerte que la música y en dos zancadas estuvo junto a ellos, empujándola con brusquedad.
-¡Ay!- se quejó, adoptando una postura herida y humillada. A la mirada amenazante de la chica, Mina respondió con un una expresión de miedo. Habló en élfico, idioma que entendía muchísimo mejor de lo que lo hablaba. -¿Pero por qué dices eso? Él y yo solo bailamos... por favor- comentó, con su tono inocente y lastimero, mirando al elfo con sus brillantes ojitos. El gesto agresivo de ella no la espantó realmente, así que fingió el sobresalto cuando clavó el cuchillo sobre la mesa.
Aranarth intentó seguirla y se detuvo, lo que le dio la oportunidad a Mina de acercársele nuevamente. -Tranquilo... debes darle espacio- le dijo suavemente, poniendo la mano sobre el pecho de él con cuidado -...sobre todo cuando son ataques de celos...- comentó. Recogió los dedos y los volvió a estirar, haciendo una leve caricia -Ven, sentémonos y bebamos algo, ¿te gustaría?- lo invitó, haciendo evidente su segunda intención.
Lentamente, el hombre se había relajado y se mostraba más dispuesto, más entregado al baile. Sus ojos la miraban con interés. Lo había leído bien; era de la clase de elfos que solo se junta con los de su misma clase y desprecia a los demás, sobre todo a los brujos. Verlo acercarse un poco más de lo necesario, sentir que correspondía a su juego, le daban ganas de cagarse de la risa, ahí mismo en su cara, pero lo contenía mordiéndose el labio inferior y mirándolo con sus ojitos pícaros. La emoción que le entraba le servía para su papel, así que le sacaba el mejor provecho posible. No solo tiene ilusiones bajo la manga.
Las duras miradas de la otra elfa no pasaban desapercibidas para Mina. Es que si esos ojos pudieran disparar flechas, ya la bruja sería un alfiletero, con más huecos que una malla de pesca. Pero no pasaba de eso, miradas recelosas y enojadas. Quizás tendría que aumentar la apuesta. Tomó la mano del elfo y entrelazó sus dedos con los propios despacio, como acariciándolos con el gesto. Tal vez fue eso lo que colmó la paciencia de la amargada elfa. El chirrido de su silla sonó más fuerte que la música y en dos zancadas estuvo junto a ellos, empujándola con brusquedad.
-¡Ay!- se quejó, adoptando una postura herida y humillada. A la mirada amenazante de la chica, Mina respondió con un una expresión de miedo. Habló en élfico, idioma que entendía muchísimo mejor de lo que lo hablaba. -¿Pero por qué dices eso? Él y yo solo bailamos... por favor- comentó, con su tono inocente y lastimero, mirando al elfo con sus brillantes ojitos. El gesto agresivo de ella no la espantó realmente, así que fingió el sobresalto cuando clavó el cuchillo sobre la mesa.
Aranarth intentó seguirla y se detuvo, lo que le dio la oportunidad a Mina de acercársele nuevamente. -Tranquilo... debes darle espacio- le dijo suavemente, poniendo la mano sobre el pecho de él con cuidado -...sobre todo cuando son ataques de celos...- comentó. Recogió los dedos y los volvió a estirar, haciendo una leve caricia -Ven, sentémonos y bebamos algo, ¿te gustaría?- lo invitó, haciendo evidente su segunda intención.
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Re: Reflejos [Interpretativo][Libre][3/3]
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Shinoroa Ryuu
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