Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Aerandir :: Reinos del este. :: Ulmer
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Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Quizá ese verano fuera más cálido que los anteriores, pero seguramente sus sudores nocturnos se debieran al simple hecho de vivir bajo la presión continua de un pueblo enfermo. Los quejidos de los infectados llegaban hasta las finas ventanas de vidrio templado del gran salón. Los Compañeros hacían turnos en la puerta para que nadie entrase allí a saquear las despensas. Habían organizado partidas de caza, las purgas se hacían eternas y Rose y los demás alquimistas y boticarios intentaban por todos los medios idear una cura.
-… no podemos seguir con las purgas. ¡La gente se está revelando! -Ahora era la voz de Leo la que atravesaba la gorda puerta de ébano del cuarto de la líder.
Y entre el olor a piel quemada, los gritos de los enfermos, y los gritos de sus amigos estaba ella. No había tenido tiempo ni de librarse del vestido azul marino que se le ceñía al cuerpo como una noche cerrada de verano. Entre las sábanas finas de lino de color marfil, reposaba su larga cabellera negra, a medio trenzar. Su piel pálida se fundía en uno con aquellas telas, pero sendas ojeras destacaban bajo aquellos entrecerrados ojos dorados.
El sentimiento de culpa le ahogaba, le sobraba cada parte de su piel. Otra vez las pesadillas habían irrumpido en mitad de la noche, impidiéndole dormir.
Nana se incorporó torpemente sobre la cama, sentándose en el borde del jergón. Se frotó con ímpetu los ojos, y deseó que aquello tan solo fuera parte de una horrible pesadilla. Pero sabía que no era así, porque en los sueños careces de esa sensación de que los pies tocan la tierra con firmeza, sino que parece que vuelas. O al menos así era como había empezado a diferenciar ella los sueños de la realidad.
Consiguió reunir las fuerzas suficientes para que sus pies respondieran a las órdenes de su celebro. Acomodó la trenza medio deshecha sobre uno de sus hombros y se sacudió el vestido, el cual tomó su forma original. Era un vestido sencillo, una enorme tela azul marino con un ligero degradado más claro en la parte inferior que denotaba un severo uso de aquel ropaje, ambos extremos de dicha tela se anudaban en un nudo en su nuca, tapado por la enorme trenza azabache. Los únicos adornos que se había permitido eran dos brazaletes, uno de cuero trenzado sobre el codo, otro del mismo color pero más tosco en el antebrazo opuesto. Un fino cinturón del mismo cuero ceñía el vestido a la cintura.
La puerta se abrió apenas la empujó con la yema de los dedos. El griterío que la había despertado pronto se había convertido en un festival desalentador de rostros cabizbajos, cansados y decrépitos. Alec movía con ímpetu el mentón, negando con la cabeza. Hera sujetaba a su hijo sobre su regazo sin mediar palabra alguna con el resto; Leo daba vueltas por la habitación, exasperado.
-Buenos días. -Comentó Rose desde la mesa, quien parecía sin duda la más animada del grupo.
-Ojalá fueran buenos. -Comentó la líder sentándose junto a ella en la bancada junto a la mesa.
Rose no quiso volver a importunar a su amiga, así que simplemente se dispuso a servirle un amplio tazón de leche de yak. La mano de Nana se interpuso entre la jarra y su vaso, indicándole que parase.
-… ¡Y los dioses! Por favor, Freya, Frigg, madre de todas las cosas, ¡Odín! Padre de todos los hombres… ¡Escuchad nuestras plegarias!
Todos al unísono levantaron el mentón, que tenían pegado al cuello al mantener la mirada gacha, se miraron unos a los otros y frunciendo el ceño, Nana se levantó de la mesa sujetando el tazón de leche que le había ofrecido su amiga.
-¡Ese sacerdote! -Comentó Alec llevándose las manos a ambos lados de la cabeza. -No dejará dormir ni a los enfermos ni descansar a los muertos.
-¡Alec! -Le recriminó su mujer asestándole una palmada en el brazo.
La líder reposaba junto a la ventana. Las piras ardían más alto que los días anteriores, quizá por la ausencia de viento. Se veían las nubes de humo tras las empalizadas.
-… Si sus dioses existieran no habrían permitido esta tragedia. -Comentó Leo, apoyado en el amplio marco de la puerta exterior.
-Rezar es la única opción que nos queda. -Comentó Nana sin girarse a mirar a sus compañeros.
Dejó el vaso medio lleno sobre la mesa y se atusó la trenza. Caminó a paso decidido a la entrada, donde Leo se interpuso entre ella y la gruesa puerta de madera.
-Aparta. -Imperó con voz autoritaria la loba.
-No puedes… Te contagiarán. -Explicó Leo negando impetuosamente con la cabeza.
Se podía escuchar la tensión de los músculos de sus amigos ante la acción de la líder. Dispuestos a levantarse en cualquier momento.
-No podemos quedarnos aquí esperando a que todo pase.
La voz de Nana sonaba más afligida que enfadada. Porque de verdad, sentía que si seguía escuchando los gritos de desesperación de su gente, iba a cortarse ella misma la garganta esa misma noche.
Leo miró uno a uno a sus amigos, quienes devolvieron la mirada al pintor con un gesto de resignación. Se apartó entonces de la puerta, apretando tanto los dientes que los agudos oídos de la loba podían captar cómo chirriaban.
-Atranca la puerta cuando me marche. -Volvió a imperar empujando la pesada puerta con ambas manos.
El aire de fuera no era mejor que el que se respiraba dentro del gran salón. Hacía semanas que no llovía en Ulmer y las calles de tierra se habían convertido en verdaderas polvaredas. Nana sacó de su pequeña bolsa colgada del cinto un pañuelo, el cual utilizó para cubrirse la nariz y la boca.
Ulmer ya no era lo que ella había fundado, ni lo que conocía. La mayoría de gente se había intentado refugiar en el bosque, o junto a las montañas más altas, en grutas o cuevas, esperando a que pasara la pandemia. La gente pedía en las calles más próximas al puerto y al templo. Lo peor ya había pasado, o al menos eso decían los médicos, quienes sostenían que aquellos que no habían sido contagiados ya, habían desarrollado una inmunidad aparente. A penas se veía el fiordo, los enormes barcos tapaban las vistas. Barcos de todo tipo, de todas partes, pero sobre todo de Lunargenta. Pero ninguno de Siegfried. Hacía ya semanas que no tenía noticias de su amigo, y Nana se temía lo peor.
El viento le ondeó suavemente la trenza, con un gesto totalmente descolocado, se giró para mirar en lo que había quedado aquel que ahora muchos, incluido ella, llamaban su hogar. Maldijo a todos los dioses, de todas las razas, de todos los sitios. Y luego echó a andar de nuevo, tapándose la boca y la nariz con el pañuelo. Con los ojos llorosos, llegó a la entrada de Ulmer, allí dos centinelas cubiertos de telas suaves de pies a cabeza para evitar el contagio hicieron un ademán con la cabeza. No se podían apreciar sus rostros, pues estaban cubiertos también por un pañuelo rojo que cubría nariz y boca.
Las piras aún ardían unos metros más allá de la puerta. Se quedó allí, quizá unos segundos, minutos o quizá horas, entre los sollozos de las madres que habían perdido a sus hijos, de los maridos que habían perdido a sus mujeres, de los hijos que habían perdido a sus padres, y de amigos que habían perdido aquella familia que se elige. Algunos rezaban frente al enorme fuego, mientras las valkirias cantaban a ritmo de unos pequeños tambores, ayudando a las almas a cruzar.
Nana se retiró el pañuelo de la cara, escurriéndose entre sus dedos, cayó sobre la árida tierra quemada, este no tardó en volar hasta las enormes piras. Tres contó esa mañana. Sus ojos vidriosos se clavaron en el fuego, e inspiró. Quiso inspirar el humo del fuego que quemaba la carne de su gente. Porque en el fondo, necesitaba sentir que no se iban a ir del todo. Que todo aquello no iba a ser para nada.
-No hay peor guerra, que la que no se puede librar. -Susurró para si misma cerrando levemente los ojos.
Quizá por el humo, quizá por la impotencia, una alargada lágrima recorrió la mejilla de la loba, quien se mordía con fuerza el labio inferior. Y otra gota redonda, más roja que aquel fuego que ahora ardía, frente a ella, resbaló una gota de sangre por sus labios.
Casi no quedaba fuego, ni lágrimas, ni familias ni amigos, cuando se dio cuenta del tiempo que había pasado allí de pie, descalza sobre las cenizas. Ahora había otra cosa que ardía como el fuego, pero que no lo era. La vista de la loba paseó por las piras casi consumidas, hasta más allá del camino.
-… no podemos seguir con las purgas. ¡La gente se está revelando! -Ahora era la voz de Leo la que atravesaba la gorda puerta de ébano del cuarto de la líder.
Y entre el olor a piel quemada, los gritos de los enfermos, y los gritos de sus amigos estaba ella. No había tenido tiempo ni de librarse del vestido azul marino que se le ceñía al cuerpo como una noche cerrada de verano. Entre las sábanas finas de lino de color marfil, reposaba su larga cabellera negra, a medio trenzar. Su piel pálida se fundía en uno con aquellas telas, pero sendas ojeras destacaban bajo aquellos entrecerrados ojos dorados.
El sentimiento de culpa le ahogaba, le sobraba cada parte de su piel. Otra vez las pesadillas habían irrumpido en mitad de la noche, impidiéndole dormir.
Nana se incorporó torpemente sobre la cama, sentándose en el borde del jergón. Se frotó con ímpetu los ojos, y deseó que aquello tan solo fuera parte de una horrible pesadilla. Pero sabía que no era así, porque en los sueños careces de esa sensación de que los pies tocan la tierra con firmeza, sino que parece que vuelas. O al menos así era como había empezado a diferenciar ella los sueños de la realidad.
Consiguió reunir las fuerzas suficientes para que sus pies respondieran a las órdenes de su celebro. Acomodó la trenza medio deshecha sobre uno de sus hombros y se sacudió el vestido, el cual tomó su forma original. Era un vestido sencillo, una enorme tela azul marino con un ligero degradado más claro en la parte inferior que denotaba un severo uso de aquel ropaje, ambos extremos de dicha tela se anudaban en un nudo en su nuca, tapado por la enorme trenza azabache. Los únicos adornos que se había permitido eran dos brazaletes, uno de cuero trenzado sobre el codo, otro del mismo color pero más tosco en el antebrazo opuesto. Un fino cinturón del mismo cuero ceñía el vestido a la cintura.
La puerta se abrió apenas la empujó con la yema de los dedos. El griterío que la había despertado pronto se había convertido en un festival desalentador de rostros cabizbajos, cansados y decrépitos. Alec movía con ímpetu el mentón, negando con la cabeza. Hera sujetaba a su hijo sobre su regazo sin mediar palabra alguna con el resto; Leo daba vueltas por la habitación, exasperado.
-Buenos días. -Comentó Rose desde la mesa, quien parecía sin duda la más animada del grupo.
-Ojalá fueran buenos. -Comentó la líder sentándose junto a ella en la bancada junto a la mesa.
Rose no quiso volver a importunar a su amiga, así que simplemente se dispuso a servirle un amplio tazón de leche de yak. La mano de Nana se interpuso entre la jarra y su vaso, indicándole que parase.
-… ¡Y los dioses! Por favor, Freya, Frigg, madre de todas las cosas, ¡Odín! Padre de todos los hombres… ¡Escuchad nuestras plegarias!
Todos al unísono levantaron el mentón, que tenían pegado al cuello al mantener la mirada gacha, se miraron unos a los otros y frunciendo el ceño, Nana se levantó de la mesa sujetando el tazón de leche que le había ofrecido su amiga.
-¡Ese sacerdote! -Comentó Alec llevándose las manos a ambos lados de la cabeza. -No dejará dormir ni a los enfermos ni descansar a los muertos.
-¡Alec! -Le recriminó su mujer asestándole una palmada en el brazo.
La líder reposaba junto a la ventana. Las piras ardían más alto que los días anteriores, quizá por la ausencia de viento. Se veían las nubes de humo tras las empalizadas.
-… Si sus dioses existieran no habrían permitido esta tragedia. -Comentó Leo, apoyado en el amplio marco de la puerta exterior.
-Rezar es la única opción que nos queda. -Comentó Nana sin girarse a mirar a sus compañeros.
Dejó el vaso medio lleno sobre la mesa y se atusó la trenza. Caminó a paso decidido a la entrada, donde Leo se interpuso entre ella y la gruesa puerta de madera.
-Aparta. -Imperó con voz autoritaria la loba.
-No puedes… Te contagiarán. -Explicó Leo negando impetuosamente con la cabeza.
Se podía escuchar la tensión de los músculos de sus amigos ante la acción de la líder. Dispuestos a levantarse en cualquier momento.
-No podemos quedarnos aquí esperando a que todo pase.
La voz de Nana sonaba más afligida que enfadada. Porque de verdad, sentía que si seguía escuchando los gritos de desesperación de su gente, iba a cortarse ella misma la garganta esa misma noche.
Leo miró uno a uno a sus amigos, quienes devolvieron la mirada al pintor con un gesto de resignación. Se apartó entonces de la puerta, apretando tanto los dientes que los agudos oídos de la loba podían captar cómo chirriaban.
-Atranca la puerta cuando me marche. -Volvió a imperar empujando la pesada puerta con ambas manos.
El aire de fuera no era mejor que el que se respiraba dentro del gran salón. Hacía semanas que no llovía en Ulmer y las calles de tierra se habían convertido en verdaderas polvaredas. Nana sacó de su pequeña bolsa colgada del cinto un pañuelo, el cual utilizó para cubrirse la nariz y la boca.
Ulmer ya no era lo que ella había fundado, ni lo que conocía. La mayoría de gente se había intentado refugiar en el bosque, o junto a las montañas más altas, en grutas o cuevas, esperando a que pasara la pandemia. La gente pedía en las calles más próximas al puerto y al templo. Lo peor ya había pasado, o al menos eso decían los médicos, quienes sostenían que aquellos que no habían sido contagiados ya, habían desarrollado una inmunidad aparente. A penas se veía el fiordo, los enormes barcos tapaban las vistas. Barcos de todo tipo, de todas partes, pero sobre todo de Lunargenta. Pero ninguno de Siegfried. Hacía ya semanas que no tenía noticias de su amigo, y Nana se temía lo peor.
El viento le ondeó suavemente la trenza, con un gesto totalmente descolocado, se giró para mirar en lo que había quedado aquel que ahora muchos, incluido ella, llamaban su hogar. Maldijo a todos los dioses, de todas las razas, de todos los sitios. Y luego echó a andar de nuevo, tapándose la boca y la nariz con el pañuelo. Con los ojos llorosos, llegó a la entrada de Ulmer, allí dos centinelas cubiertos de telas suaves de pies a cabeza para evitar el contagio hicieron un ademán con la cabeza. No se podían apreciar sus rostros, pues estaban cubiertos también por un pañuelo rojo que cubría nariz y boca.
Las piras aún ardían unos metros más allá de la puerta. Se quedó allí, quizá unos segundos, minutos o quizá horas, entre los sollozos de las madres que habían perdido a sus hijos, de los maridos que habían perdido a sus mujeres, de los hijos que habían perdido a sus padres, y de amigos que habían perdido aquella familia que se elige. Algunos rezaban frente al enorme fuego, mientras las valkirias cantaban a ritmo de unos pequeños tambores, ayudando a las almas a cruzar.
Nana se retiró el pañuelo de la cara, escurriéndose entre sus dedos, cayó sobre la árida tierra quemada, este no tardó en volar hasta las enormes piras. Tres contó esa mañana. Sus ojos vidriosos se clavaron en el fuego, e inspiró. Quiso inspirar el humo del fuego que quemaba la carne de su gente. Porque en el fondo, necesitaba sentir que no se iban a ir del todo. Que todo aquello no iba a ser para nada.
-No hay peor guerra, que la que no se puede librar. -Susurró para si misma cerrando levemente los ojos.
Quizá por el humo, quizá por la impotencia, una alargada lágrima recorrió la mejilla de la loba, quien se mordía con fuerza el labio inferior. Y otra gota redonda, más roja que aquel fuego que ahora ardía, frente a ella, resbaló una gota de sangre por sus labios.
Casi no quedaba fuego, ni lágrimas, ni familias ni amigos, cuando se dio cuenta del tiempo que había pasado allí de pie, descalza sobre las cenizas. Ahora había otra cosa que ardía como el fuego, pero que no lo era. La vista de la loba paseó por las piras casi consumidas, hasta más allá del camino.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Desde el norte, atravesando las montañas y los bosques, el brujo había decidido que su siguiente destino seria Lunargenta. Sus contactos le habían confirmado las noticias del asedio a la ciudad y el movimiento de los ejércitos aliados. Habia conversado largamente con sus compañeros en la sala de guerra del bastión hasta que al fin todos pusieron rumbo. Cada uno de ellos tenia una misión de cara a la guerra: ayudar en todo lo posible a los necesitados. Sin un ejercito, ni siquiera un batallón, los Cuervos de Plata solo podían prestar servicios de refugio, cuidados y escolta. Wallace era consciente que necesitaban reclutas, pero esos días de desgracias, sangre y plaga no parecían ser los mas indicados para ir reclutando a jóvenes para su causa.
Sus pasos le habían conducido hasta las proximidades de la aldea de Ulmer. El brujo jamas había puesto un pie dentro de la aldea, no por miedo o prohibición. Simplemente su destino aun no lo había conducido allí. Lo que si lo llevó esa vez fue la desgracia de la Plaga. Cuando aun quedaban días para llegar a la aldea, pudo desviarse un poco del camino para visitar un conocido que vivía en los bosques, un humilde lugareño, un leñador. Para su sorpresa, este se había mudado a Ulmer dada la amenaza vampira que azotaba esa zona. Tuvo que buscar información en las caravanas y tabernas de camino de los alrededores hasta que puso rumbo a la aldea.
La población mas numerosa era de licantropos, una raza que al brujo le provocaba mas respeto que rechazo. En su juventud había cazado licantropos, desgraciadamente, pero también había luchado junto a muchos. Eran guerreros excelentes, eso lo diría siempre. Montado en su percherón moteado, el brujo observó la caravana de cadáveres que salia del gran portón de Ulmer. La empalizada se alzaba, victoriosa y firme, pero el ambiente no la acompañaba. Lamentos, gemidos, olor a carne quemada, gente de un lado para otro. La plaga había azotado con fuerza. Cauteloso, el brujo cubrió parte de su rostro con una mascara hecha de cuero curtido. Los guardias lo miraron, fijamente. En sus ojos vió agotamiento, curiosidad y miedo, no por él, sino por el hedor a muerte. Quien sabe cuantos amigos y familiares habían quemado ya...
El brujo bajó de su montura, acariciándole el morro y miró al frente, sin saber si le dejarían pasar. Paso tras paso, su mirada se encontró con unos ojos amarillos atacados por el cansancio. Era una mujer, de pie entre las cenizas de su gente. Su melena negra bailaba por el viento. Altiva, quieta, con aura de poder que incluso a esa distancia, abrumaba al brujo. Él se quedó mirándola fijamente, ensimismado. Su mera presencia era magnética, Wallace no podía apartar la vista.Quien era? Una viuda? No... ese poder, esa actitud y la mirada de su gente hacia ella no eran normales... El pelirrojo había escuchado historias sobre una guerrera, una licantropa de melena negra que protegía a su gente. Rumores llenos de honor y sacrificios. Wallace no sabia si lo estaba mirando así que por inercia y educación, le dedicó una leve sonrisa bajo la tela, acompañada de una reverencia.
- Que te trae a Ulmer, viajero?... -La voz ronca de uno de los guardias distrajo al brujo. Este miró al guardia a los ojos y, amable, les enseñó el collar de su clan, un cuervo tallado en plata y acero. Ambos guardias se miraron, curiosos.
-Me llamo Wallace, lider de los Cuervos de Plata. He oído que la Plaga esta golpeando con fuerza esta zona y vengo a ayudar... -Explicó con voz firme, sin dejar de acariciar a su montura dado que estaba visiblemente nerviosa. Hasta los animales sentían la tensión del ambiente. Lo miraron con duda y discrepancia, dispuestos a negar el acceso pero necesitaban ayuda, al menos para quemar los cuerpos. Ambos guardias volvieron a cruzar miradas. Si era un líder, sus intenciones deberían ser nobles, al menos eso pensaba uno de ellos.
-E-Esta bien... pero si intentas cualquier cosa, tenemos derecho a detenerte... entendido?... -Amenazante, el guardia señaló con el dedo sucio al hombre. Su voz habia temblado, el hombre supuso que por el cansancio. Wallace asintió sin perder la sonrisa y les dió las gracias. Sin perder tiempo, dejó el caballo a buen recaudo junto con su espada. Con el hacha de mano en el cinto tendría suficiente si algo se torcía. Observó la situación de la aldea, los montones de gente esperando a ser atendida y los cuerpos envueltos. Algunos habitantes de la aldea lo miraban con miedo, otros con curiosidad. Algunas miradas eran duras y amenazantes. El brujo supuso que su olor no era del agrado de los lobos. Habia niños llorando, decidió empezar por ellos. Con cautela, el brujo se acercó a un grupo de niños que esperaban comida y refugio. No sabia si era por el miedo pero dejaron que se acercase. Desabrochó el odre de agua y repartió el necesitado liquido entre ellos. Eran pequeños, no tendrían mas de 4 años. Wallace cogió a una de las niñas y le limpió la cara con un poco de agua. Pesaba poco, estaba muy delgada. Los niños, se pegaron a él, mas tranquilos. Wallace sintió confort al ver que no huían y dejaban de llorar. Por que nadie se ocupaba de ellos? El brujo miró a su alrededor. Volvió a ver a la mujer de pelo azabache pero los niños eran mas importantes.
-Donde esta tu madre?... quieres que la busquemos?... -Suavemente, el brujo acarició el pelo azabache de la criatura. Esta giró el rostro hacia uno de los carros llenos de cadáveres. Wallace endureció la mandíbula y tragó saliva, con un leve temblor en el cuerpo. Huerfanos. Dioses del cielo...Los enormes ojos verdes de la pequeña lo miraron con pena, miedo. El brujo torció la boca con el corazón rompiéndose en mil pedazos. Le recordaba a su hija, adoptiva, pero su hija al fin y al cabo. Abrazó a la pequeña quien correspondió con ganas y se quedó con los niños.
Sus pasos le habían conducido hasta las proximidades de la aldea de Ulmer. El brujo jamas había puesto un pie dentro de la aldea, no por miedo o prohibición. Simplemente su destino aun no lo había conducido allí. Lo que si lo llevó esa vez fue la desgracia de la Plaga. Cuando aun quedaban días para llegar a la aldea, pudo desviarse un poco del camino para visitar un conocido que vivía en los bosques, un humilde lugareño, un leñador. Para su sorpresa, este se había mudado a Ulmer dada la amenaza vampira que azotaba esa zona. Tuvo que buscar información en las caravanas y tabernas de camino de los alrededores hasta que puso rumbo a la aldea.
La población mas numerosa era de licantropos, una raza que al brujo le provocaba mas respeto que rechazo. En su juventud había cazado licantropos, desgraciadamente, pero también había luchado junto a muchos. Eran guerreros excelentes, eso lo diría siempre. Montado en su percherón moteado, el brujo observó la caravana de cadáveres que salia del gran portón de Ulmer. La empalizada se alzaba, victoriosa y firme, pero el ambiente no la acompañaba. Lamentos, gemidos, olor a carne quemada, gente de un lado para otro. La plaga había azotado con fuerza. Cauteloso, el brujo cubrió parte de su rostro con una mascara hecha de cuero curtido. Los guardias lo miraron, fijamente. En sus ojos vió agotamiento, curiosidad y miedo, no por él, sino por el hedor a muerte. Quien sabe cuantos amigos y familiares habían quemado ya...
El brujo bajó de su montura, acariciándole el morro y miró al frente, sin saber si le dejarían pasar. Paso tras paso, su mirada se encontró con unos ojos amarillos atacados por el cansancio. Era una mujer, de pie entre las cenizas de su gente. Su melena negra bailaba por el viento. Altiva, quieta, con aura de poder que incluso a esa distancia, abrumaba al brujo. Él se quedó mirándola fijamente, ensimismado. Su mera presencia era magnética, Wallace no podía apartar la vista.Quien era? Una viuda? No... ese poder, esa actitud y la mirada de su gente hacia ella no eran normales... El pelirrojo había escuchado historias sobre una guerrera, una licantropa de melena negra que protegía a su gente. Rumores llenos de honor y sacrificios. Wallace no sabia si lo estaba mirando así que por inercia y educación, le dedicó una leve sonrisa bajo la tela, acompañada de una reverencia.
- Que te trae a Ulmer, viajero?... -La voz ronca de uno de los guardias distrajo al brujo. Este miró al guardia a los ojos y, amable, les enseñó el collar de su clan, un cuervo tallado en plata y acero. Ambos guardias se miraron, curiosos.
-Me llamo Wallace, lider de los Cuervos de Plata. He oído que la Plaga esta golpeando con fuerza esta zona y vengo a ayudar... -Explicó con voz firme, sin dejar de acariciar a su montura dado que estaba visiblemente nerviosa. Hasta los animales sentían la tensión del ambiente. Lo miraron con duda y discrepancia, dispuestos a negar el acceso pero necesitaban ayuda, al menos para quemar los cuerpos. Ambos guardias volvieron a cruzar miradas. Si era un líder, sus intenciones deberían ser nobles, al menos eso pensaba uno de ellos.
-E-Esta bien... pero si intentas cualquier cosa, tenemos derecho a detenerte... entendido?... -Amenazante, el guardia señaló con el dedo sucio al hombre. Su voz habia temblado, el hombre supuso que por el cansancio. Wallace asintió sin perder la sonrisa y les dió las gracias. Sin perder tiempo, dejó el caballo a buen recaudo junto con su espada. Con el hacha de mano en el cinto tendría suficiente si algo se torcía. Observó la situación de la aldea, los montones de gente esperando a ser atendida y los cuerpos envueltos. Algunos habitantes de la aldea lo miraban con miedo, otros con curiosidad. Algunas miradas eran duras y amenazantes. El brujo supuso que su olor no era del agrado de los lobos. Habia niños llorando, decidió empezar por ellos. Con cautela, el brujo se acercó a un grupo de niños que esperaban comida y refugio. No sabia si era por el miedo pero dejaron que se acercase. Desabrochó el odre de agua y repartió el necesitado liquido entre ellos. Eran pequeños, no tendrían mas de 4 años. Wallace cogió a una de las niñas y le limpió la cara con un poco de agua. Pesaba poco, estaba muy delgada. Los niños, se pegaron a él, mas tranquilos. Wallace sintió confort al ver que no huían y dejaban de llorar. Por que nadie se ocupaba de ellos? El brujo miró a su alrededor. Volvió a ver a la mujer de pelo azabache pero los niños eran mas importantes.
-Donde esta tu madre?... quieres que la busquemos?... -Suavemente, el brujo acarició el pelo azabache de la criatura. Esta giró el rostro hacia uno de los carros llenos de cadáveres. Wallace endureció la mandíbula y tragó saliva, con un leve temblor en el cuerpo. Huerfanos. Dioses del cielo...Los enormes ojos verdes de la pequeña lo miraron con pena, miedo. El brujo torció la boca con el corazón rompiéndose en mil pedazos. Le recordaba a su hija, adoptiva, pero su hija al fin y al cabo. Abrazó a la pequeña quien correspondió con ganas y se quedó con los niños.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Podría haberse pasado allí horas, días enteros, mientras sus lágrimas salpicaban sus pies descalzos. Nadie se atrevía a acercarse a ella, la miraban de lejos, algunos con respeto, otros con el odio característico que produce el dolor de una pérdida y la necesidad desesperada de buscar un culpable. El sonido de los tambores de las valkirias se fue apagando conforme se consumía la pira, hasta que tan solo se escuchó de nuevo en su propia cabeza, así como sus cantos. Movió los labios pero ningún sonido salió de sus labios, inspiró hondo y como si su cuerpo lo pidiera, comenzó a entonar la misma canción que habían cantado las valkirias, siguiendo el ritmo de los tambores que había quedado marcado en su cabeza.
El silencio volvió a apoderarse del claro, pero el contacto de una cálida mano la sacó de su ensimismamiento. Ya no lloraba. El salitre de las lágrimas que habían rodado por sus mejillas se había secado sobre su piel, pálida y cansada. Giró levemente el cuello para descubrir el dueño de la mano que la había sacado de su trance.
-Nana, no deberías de estar aquí. -Comentó el sacerdote con un ligero tono paternalista. -Aunque me alegro de que hayas venido.
No tardó en escudriñar el rostro de la loba para fijarse en las sendas marcas de cansancio que denotaban su rostro, había olvidado cuántas noches había pasado ya sin dormir. Los ojos hinchados de llorar, y un fino y perfecto hilo de sangre que caía de su labio inferior.
-Toma, límpiate. -Le ofreció el pañuelo, hizo un ademán para llevar el pañuelo a los labios de la loba, pero le pareció un gesto demasiado atrevido hasta para un sacerdote.
Nana tomó con un ademán de gratitud el pañuelo que le ofrecía. El sacerdote no era un hombre demasiado grande, ni demasiado pequeño. Le llevaba a penas unos centímetros a la líder. Era delgado pero bajo la fina piel dorada por el sol, se intuían los marcados músculos de alguien que ha trabajado toda su vida en el campo. Los rizos morenos que en invierno habían caído a ambos lados de sus mejillas, ahora estaban recogidos por una cinta de cuero en su nuca.
-Ya ha pasado lo peor. -Se atrevió a añadir clavando sus ojos casi violáceos en las brasas de las piras.
Dubitativo, tomó a Nana hombro pasando el brazo tras ella y la condujo al gran portón de Ulmer. No opuso resistencia, sus pies negros de hollín, se encaminaron inconscientemente con los pasos del sacerdote. Se frotó los ojos de nuevo, aún vidriosos, y el khol que protegía sus ojos se esparció por sus párpados como una tenue sombra, enmarcando aquellos ojos dorados, cansados.
Volvió a pasear su vista hasta más allá del portón, donde volvió a arder algo que no lo hacía. Frunció el ceño y por fin sus ojos divisaron aquello que habían buscado. Un hombre de pelo rojo como el fuego que había ardido aquella mañana, sostenía a una niña frente al orfanato. La máscara impedía a la líder poder advertir las facciones de aquel. Pero una pregunta asomó tímida en su cabeza, una pregunta que ya se había hecho con anterioridad. ¿Traería noticias de Siegfried? La líder se zafó del brazo del sacerdote, quien rápidamente quedó rezagado ante el paso ligero de la líder. Los bajos de su vestido desgastado ya no degradaban en un tono más blanquecino, sino a negro.
-Buenos días. -Comentó en voz alta una vez hubo llegado lo suficientemente cerca para que la pudieran escuchar.
Los guardias del portón se tensaron, tomando sus largas lanzas con ímpetu. El sacerdote les hizo una seña y parecía hablarles explicándose. Los niños miraron a la loba alzando exageradamente la cabeza, en los rostros de algunos se podía dibujar perfectamente una “o”, de sorpresa. Ella repasó sus rostros. La hija de la teñidora de telas, los hijos del panadero… Y si no hubiera sido porque ella había sido uno de ellos, quizá no se habría doblado sobre sus rodillas para ponerse en cuclillas a la altura de aquellos niños. Nunca había tenido ese impulso maternal que tenían las mujeres de su edad, pero se le encogía el corazón.
-Mamamamamama….- Sollozaba uno de los más pequeños que a penas se podía poner en pie.
Abría y cerraba las manos con los brazos en cruz, hasta engancharse en la pierna de la loba en una búsqueda desesperada de cariño. Maty, la cuidadora, salió corriendo de la enorme cabaña, era una mujer relativamente mayor, con el pelo entrecano, era tan delgada que parecía que se fuera a romper, pero ambas sabían que aquello no iba a pasar. Corrió hacia el niño que se le había escapado, pero la líder le hizo un ademán con la mano.
-Mi señora… -Se disculpó la mujer secándose las manos en el mandil.
-No te preocupes. -Añadió la líder tomando al pequeño por ambos costados para luego llevarlo a su pecho.
El sacerdote no tardó en acercarse tras hablar con los guardias, y algunos de los niños corrieron hasta él. No era de extrañar, era quien suministraba víveres y mantas al orfanato, pero ¿Qué importaba eso a los niños? Ellos corrían hasta el sacerdote implorándole una nueva historia. La de Thor y la serpiente, el funeral de Baldr, alguno de los engaños de Loki.
-… Está bien, está bien. -Se resignó finalmente haciendo aspavientos con las manos a los niños. -Pero dejarme ir a la sombra al menos.
Tomó a los niños de las manos, quienes casi le hicieron correr hasta la sombra. La líder observaba la escena con diversión mientras sostenía al pequeño en brazos, que parecía estar entretenido jugando con los brazaletes que adornaban los brazos de la morena. Podéis creerme si os dijera que Nana se había quedado sin palabras, sin curiosidad, se había quedado hasta sin tristeza y sin lágrimas tras ver arder las piras. Maty volvió a entrar junto a algunos niños que le imploraban un mendrugo de pan.
El olor a estofado inundó el redil donde se encontraban. Los ojos de la loba volvieron a pasear desde el sacerdote, quien contaba alegremente la historia de Thor y la serpiente, hasta el otro lado del umbral de la puerta, donde Maty cocinaba. No le dedicó ni una mirada al forastero que se ocultaba bajo aquella espesa máscara. Simplemente caminó, pasando por su lado, para sentarse en uno de los bancos a la sombra, pues sus brazos cansados a penas podían soportar el peso de un niño.
El silencio volvió a apoderarse del claro, pero el contacto de una cálida mano la sacó de su ensimismamiento. Ya no lloraba. El salitre de las lágrimas que habían rodado por sus mejillas se había secado sobre su piel, pálida y cansada. Giró levemente el cuello para descubrir el dueño de la mano que la había sacado de su trance.
-Nana, no deberías de estar aquí. -Comentó el sacerdote con un ligero tono paternalista. -Aunque me alegro de que hayas venido.
No tardó en escudriñar el rostro de la loba para fijarse en las sendas marcas de cansancio que denotaban su rostro, había olvidado cuántas noches había pasado ya sin dormir. Los ojos hinchados de llorar, y un fino y perfecto hilo de sangre que caía de su labio inferior.
-Toma, límpiate. -Le ofreció el pañuelo, hizo un ademán para llevar el pañuelo a los labios de la loba, pero le pareció un gesto demasiado atrevido hasta para un sacerdote.
Nana tomó con un ademán de gratitud el pañuelo que le ofrecía. El sacerdote no era un hombre demasiado grande, ni demasiado pequeño. Le llevaba a penas unos centímetros a la líder. Era delgado pero bajo la fina piel dorada por el sol, se intuían los marcados músculos de alguien que ha trabajado toda su vida en el campo. Los rizos morenos que en invierno habían caído a ambos lados de sus mejillas, ahora estaban recogidos por una cinta de cuero en su nuca.
-Ya ha pasado lo peor. -Se atrevió a añadir clavando sus ojos casi violáceos en las brasas de las piras.
Dubitativo, tomó a Nana hombro pasando el brazo tras ella y la condujo al gran portón de Ulmer. No opuso resistencia, sus pies negros de hollín, se encaminaron inconscientemente con los pasos del sacerdote. Se frotó los ojos de nuevo, aún vidriosos, y el khol que protegía sus ojos se esparció por sus párpados como una tenue sombra, enmarcando aquellos ojos dorados, cansados.
Volvió a pasear su vista hasta más allá del portón, donde volvió a arder algo que no lo hacía. Frunció el ceño y por fin sus ojos divisaron aquello que habían buscado. Un hombre de pelo rojo como el fuego que había ardido aquella mañana, sostenía a una niña frente al orfanato. La máscara impedía a la líder poder advertir las facciones de aquel. Pero una pregunta asomó tímida en su cabeza, una pregunta que ya se había hecho con anterioridad. ¿Traería noticias de Siegfried? La líder se zafó del brazo del sacerdote, quien rápidamente quedó rezagado ante el paso ligero de la líder. Los bajos de su vestido desgastado ya no degradaban en un tono más blanquecino, sino a negro.
-Buenos días. -Comentó en voz alta una vez hubo llegado lo suficientemente cerca para que la pudieran escuchar.
Los guardias del portón se tensaron, tomando sus largas lanzas con ímpetu. El sacerdote les hizo una seña y parecía hablarles explicándose. Los niños miraron a la loba alzando exageradamente la cabeza, en los rostros de algunos se podía dibujar perfectamente una “o”, de sorpresa. Ella repasó sus rostros. La hija de la teñidora de telas, los hijos del panadero… Y si no hubiera sido porque ella había sido uno de ellos, quizá no se habría doblado sobre sus rodillas para ponerse en cuclillas a la altura de aquellos niños. Nunca había tenido ese impulso maternal que tenían las mujeres de su edad, pero se le encogía el corazón.
-Mamamamamama….- Sollozaba uno de los más pequeños que a penas se podía poner en pie.
Abría y cerraba las manos con los brazos en cruz, hasta engancharse en la pierna de la loba en una búsqueda desesperada de cariño. Maty, la cuidadora, salió corriendo de la enorme cabaña, era una mujer relativamente mayor, con el pelo entrecano, era tan delgada que parecía que se fuera a romper, pero ambas sabían que aquello no iba a pasar. Corrió hacia el niño que se le había escapado, pero la líder le hizo un ademán con la mano.
-Mi señora… -Se disculpó la mujer secándose las manos en el mandil.
-No te preocupes. -Añadió la líder tomando al pequeño por ambos costados para luego llevarlo a su pecho.
El sacerdote no tardó en acercarse tras hablar con los guardias, y algunos de los niños corrieron hasta él. No era de extrañar, era quien suministraba víveres y mantas al orfanato, pero ¿Qué importaba eso a los niños? Ellos corrían hasta el sacerdote implorándole una nueva historia. La de Thor y la serpiente, el funeral de Baldr, alguno de los engaños de Loki.
-… Está bien, está bien. -Se resignó finalmente haciendo aspavientos con las manos a los niños. -Pero dejarme ir a la sombra al menos.
Tomó a los niños de las manos, quienes casi le hicieron correr hasta la sombra. La líder observaba la escena con diversión mientras sostenía al pequeño en brazos, que parecía estar entretenido jugando con los brazaletes que adornaban los brazos de la morena. Podéis creerme si os dijera que Nana se había quedado sin palabras, sin curiosidad, se había quedado hasta sin tristeza y sin lágrimas tras ver arder las piras. Maty volvió a entrar junto a algunos niños que le imploraban un mendrugo de pan.
El olor a estofado inundó el redil donde se encontraban. Los ojos de la loba volvieron a pasear desde el sacerdote, quien contaba alegremente la historia de Thor y la serpiente, hasta el otro lado del umbral de la puerta, donde Maty cocinaba. No le dedicó ni una mirada al forastero que se ocultaba bajo aquella espesa máscara. Simplemente caminó, pasando por su lado, para sentarse en uno de los bancos a la sombra, pues sus brazos cansados a penas podían soportar el peso de un niño.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Cada latido del brujo acompañaba la melodía de los tambores. Habia estado tan centrado en los niños que no se había dado cuenta de los ritos funerarios que se estaban llevando a cabo. A pesar de la rapidez con la que se llevaban los cuerpos para ser devorados por las llamas, la aldea de Ulmer no quería privar a sus difuntos de un entierro digno. Al brujo le fascinaban los ritos funerarios norteños, los encontraba especialmente bonitos. El dolor de la perdida reflejada en tambores y cantos a los dioses. Entre la pena se mezclaba honor y gloria. Una vida después de la muerte, una gloria eterna para aquellos que habían vivido merecedora de ella.
La pequeña jugaba con el pelo del brujo cuando la voz de la mujer de ojos dorados llamó la atención del hombre. Sus ojos se clavaron en los de ella. De cerca, el pelirrojo pudo memorizar cada detalle de su rostro y cuerpo. Notaba como apretaba los dientes mientras la miraba, siempre con sumo respeto. Los niños parecían venerarla, pidiendo de su atención. Wallace ató cavos entonces. Seria ella la alfa de la aldea? Wallace observó lo que pasaba delante de él con atención y cautela. Una mujer de aspecto humilde se acercó a los niños calmándolos. Wallace se apartó un poco, dejando a la niña a manos de esa mujer quien sabría mejor que hacer. Junto a la mujer de ojos dorados apareció un sacerdote. El brujo lo saludó con respeto con una leve reverencia. Era un extraño en aquel lugar, se sentía casi como un intruso. Se quitó el pañuelo de cuero y arreglándose el bigote y la barba observó como la mujer miraba con intimo respeto a la de ojos de oro. Mi señora le había llamado... Estaba claro que si era la alfa.
Los niños, mas alegres que hace unos minutos, caminaron junto al sabio sacerdote quien con sonrisas joviales, les contaría todas las historias que quisieran, Le recordaba a Bjorn, siempre tan dispuesto a contar una buena aventura para calmar corazones. Wallace no pudo evitar esbozar una tenue y dulce sonrisa ante tal imagen de esperanza y bondad. Sus ojos se posaron de nuevo en ella. dubitativo, no sabia si entablar conversación. No era un hombre tímido y menos con las mujeres peor por alguna extraña razón Wallace dudaba en si debía acercarse a ella. Esa duda venia de la sensación magnética de querer estar a su lado. Hiciera lo que hiciera sus ojos acaban sobre ella.
Con el corazón a cien y un sudor frío recorriéndole la espalda, el brujo caminó hacia ella, quien se había sentado sin dirigirle ni mirada ni palabra. Wallace abrió la boca para presentarse pero su voz se vió interrumpida.
-Wallace? Señor Wallace? .-Una voz femenina llamó al brujo quien se giró sobre sus tobillos. Una mujer de avanzada edad lo miraba con los ojos bien abiertos, sorprendida, entre una mezcla de alegría y melancolía.
-Helga... -Se acercó a la mujer y ambos de fundieron en un cálido abrazo. Era la mujer del humilde leñador, Advar. Al momento de separase de ella, la mujer rompió a llorar, como si se lo hubiera guardado durante años.-Helga! Que ocurre?! Donde está Advar?... -Al segundo de preguntarse aquello, la mente de Wallace dió una respuesta instintiva y miró hacia la pila de cuerpos que estaban siendo envueltos y limpiados para los ritos y la cremación. Abrió la boca para decir palabras de consuelo pero sabia que serian en vano. Abrazo a la mujer con fuerza, dejándola llorar, temblorosa, agradecida por el contacto cálido y familiar del brujo. El le sacaba mas de dos cabezas y era grande casi como un armario, la mujer parecía una niña a su lado, totalmente protegida por el cuerpo del hombre. Con el corazón en un puño y los labios apretados pro aguantar las lagrimas, el pelirrojo miró a la mujer de ojos de oro. No buscaba piedad ni compasión de aquella mujer extraña, solo quería mirar a otro lado que no fuera las pilas de cuerpos.
Mas calmada, Helga agradeció al hombre con una leve caricia en su espesa y rojiza barba, acompañada de una sonrisa triste. No hacia falta decir mas. Con ella cogida de su fuerte brazo, Wallace la acompañó para un ultimo adiós a su marido. Caminando lentamente, al ritmo de ella, miró de reojo por encima del hombro a la mujer. Que los dioses le perdonasen por desear conocer a esa criatura tan misteriosa para un brujo como él.
Frente a varios cuerpos listos para ser quemados, los hombres y mujeres entonaron una vez mas las melodías con tambores y voces llenas de dolor por la perdida. Wallace, con Helga apoyada en él, escucho como su amiga cantaba casi en susurro cortados frente el cuerpo de su marido. Conoció a la amable pareja años atrás, ellos le dieron cobijo, cena caliente y un lecho donde pasar una fría noche. Siempre que había podido, Wallace los había visitado, ayudando a Advar con la leña. Y bajo los ojos de los dioses silenciosos, otra alma mas se sumaba a la lista. Wallace estaba acostumbrándo a ver muertos familiares. En vez de ir a fiestas y banquetes, sus pasos le llevaban de funeral en funeral. Helga tiró levemente del gambesón oscuro que vestía Wallace sobre su cota de malla.
-D-Debo hablar con mi señora... -Le dijo, casi en una suplica. El brujo asintió sin dudarlo y la acompañó. Claro estaba, Helga se refería a la mujer de ojos de oro. Wallace, al ver como se acercaban a ella paso a paso se puso nervioso, intentando disimularlo. Trago saliva y apretó la mandíbula, respirando lentamente. Helga se acercó a ella y con reverencia se sentó a su lado.-... mi señora, mi marido no ha tenido tiempo... pero en nombre de los dos, gracias por acogernos en Ulmer... gracias de todo corazón.. -Se le quebró la voz aguantando un llanto. Al hombre se le encogió el estomago al ver tanta gratitud y tristeza en tan pocas palabras. Se apartó un poco dejando a las mujeres un poco de espacio y se cruzó de brazos desviando la mirada para no mirarla a ella.
La pequeña jugaba con el pelo del brujo cuando la voz de la mujer de ojos dorados llamó la atención del hombre. Sus ojos se clavaron en los de ella. De cerca, el pelirrojo pudo memorizar cada detalle de su rostro y cuerpo. Notaba como apretaba los dientes mientras la miraba, siempre con sumo respeto. Los niños parecían venerarla, pidiendo de su atención. Wallace ató cavos entonces. Seria ella la alfa de la aldea? Wallace observó lo que pasaba delante de él con atención y cautela. Una mujer de aspecto humilde se acercó a los niños calmándolos. Wallace se apartó un poco, dejando a la niña a manos de esa mujer quien sabría mejor que hacer. Junto a la mujer de ojos dorados apareció un sacerdote. El brujo lo saludó con respeto con una leve reverencia. Era un extraño en aquel lugar, se sentía casi como un intruso. Se quitó el pañuelo de cuero y arreglándose el bigote y la barba observó como la mujer miraba con intimo respeto a la de ojos de oro. Mi señora le había llamado... Estaba claro que si era la alfa.
Los niños, mas alegres que hace unos minutos, caminaron junto al sabio sacerdote quien con sonrisas joviales, les contaría todas las historias que quisieran, Le recordaba a Bjorn, siempre tan dispuesto a contar una buena aventura para calmar corazones. Wallace no pudo evitar esbozar una tenue y dulce sonrisa ante tal imagen de esperanza y bondad. Sus ojos se posaron de nuevo en ella. dubitativo, no sabia si entablar conversación. No era un hombre tímido y menos con las mujeres peor por alguna extraña razón Wallace dudaba en si debía acercarse a ella. Esa duda venia de la sensación magnética de querer estar a su lado. Hiciera lo que hiciera sus ojos acaban sobre ella.
Con el corazón a cien y un sudor frío recorriéndole la espalda, el brujo caminó hacia ella, quien se había sentado sin dirigirle ni mirada ni palabra. Wallace abrió la boca para presentarse pero su voz se vió interrumpida.
-Wallace? Señor Wallace? .-Una voz femenina llamó al brujo quien se giró sobre sus tobillos. Una mujer de avanzada edad lo miraba con los ojos bien abiertos, sorprendida, entre una mezcla de alegría y melancolía.
-Helga... -Se acercó a la mujer y ambos de fundieron en un cálido abrazo. Era la mujer del humilde leñador, Advar. Al momento de separase de ella, la mujer rompió a llorar, como si se lo hubiera guardado durante años.-Helga! Que ocurre?! Donde está Advar?... -Al segundo de preguntarse aquello, la mente de Wallace dió una respuesta instintiva y miró hacia la pila de cuerpos que estaban siendo envueltos y limpiados para los ritos y la cremación. Abrió la boca para decir palabras de consuelo pero sabia que serian en vano. Abrazo a la mujer con fuerza, dejándola llorar, temblorosa, agradecida por el contacto cálido y familiar del brujo. El le sacaba mas de dos cabezas y era grande casi como un armario, la mujer parecía una niña a su lado, totalmente protegida por el cuerpo del hombre. Con el corazón en un puño y los labios apretados pro aguantar las lagrimas, el pelirrojo miró a la mujer de ojos de oro. No buscaba piedad ni compasión de aquella mujer extraña, solo quería mirar a otro lado que no fuera las pilas de cuerpos.
Mas calmada, Helga agradeció al hombre con una leve caricia en su espesa y rojiza barba, acompañada de una sonrisa triste. No hacia falta decir mas. Con ella cogida de su fuerte brazo, Wallace la acompañó para un ultimo adiós a su marido. Caminando lentamente, al ritmo de ella, miró de reojo por encima del hombro a la mujer. Que los dioses le perdonasen por desear conocer a esa criatura tan misteriosa para un brujo como él.
Frente a varios cuerpos listos para ser quemados, los hombres y mujeres entonaron una vez mas las melodías con tambores y voces llenas de dolor por la perdida. Wallace, con Helga apoyada en él, escucho como su amiga cantaba casi en susurro cortados frente el cuerpo de su marido. Conoció a la amable pareja años atrás, ellos le dieron cobijo, cena caliente y un lecho donde pasar una fría noche. Siempre que había podido, Wallace los había visitado, ayudando a Advar con la leña. Y bajo los ojos de los dioses silenciosos, otra alma mas se sumaba a la lista. Wallace estaba acostumbrándo a ver muertos familiares. En vez de ir a fiestas y banquetes, sus pasos le llevaban de funeral en funeral. Helga tiró levemente del gambesón oscuro que vestía Wallace sobre su cota de malla.
-D-Debo hablar con mi señora... -Le dijo, casi en una suplica. El brujo asintió sin dudarlo y la acompañó. Claro estaba, Helga se refería a la mujer de ojos de oro. Wallace, al ver como se acercaban a ella paso a paso se puso nervioso, intentando disimularlo. Trago saliva y apretó la mandíbula, respirando lentamente. Helga se acercó a ella y con reverencia se sentó a su lado.-... mi señora, mi marido no ha tenido tiempo... pero en nombre de los dos, gracias por acogernos en Ulmer... gracias de todo corazón.. -Se le quebró la voz aguantando un llanto. Al hombre se le encogió el estomago al ver tanta gratitud y tristeza en tan pocas palabras. Se apartó un poco dejando a las mujeres un poco de espacio y se cruzó de brazos desviando la mirada para no mirarla a ella.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Siguió con la mirada a la anciana y al pelirrojo, en silencio, mientras acunaba al pequeño entre sus brazos, sumiéndolo en un profundo sueño agarrado a sus ropas. Había dejado de llorar pero aún tenía las mejillas sonrosadas y las pestañas húmedas. Nana se levantó y entró a la choza, sin mediar palabra alguna con Maty, que seguía preparando la comida, dejó al niño en una de las camas, arropándole con cariño. Apartó el pelo rubio del pequeño y depositó un suave beso en su frente.
Al salir, se quedó un rato apoyada en una de las jambas de la puerta, sus ojos no tardaron en encontrar de nuevo a aquel que ardía sin arder, junto a la anciana. Lo peor de quemar los cadáveres no es solo que aquel fuego tan humilde no llegaba a descomponer del todo los cuerpos, dejando huesos enteros. Lo peor es que parece que las personas no se mueren, se esfuman, no sé si me explico. Si entierras a una persona, tienes la certeza de que está ahí, lo has visto cubierto con la mortaja y cómo cubrían el manto blanco de tierra. Pero cuando los queman es diferente, porque no hay rastro físico, es como si literalmente desaparecieran.
Del pecho de la loba salió un amplio y resignado suspiro que inundó sus pulmones del humo que quedaba en el ambiente, y tomándose el vestido con ambas manos, volvió a sentarse en el mismo banco de madera donde había estado sentada minutos antes.
Los vio venir, no se molestó siquiera en apartar la mirada de ellos. Por fin pudo advertir el rostro de aquel hombre, partido por una enorme cicatriz enmarcada por los mechones rojos. Parecían familia, o conocidos a juzgar por el abrazo que se habían dado momentos antes. Antes que pudiera darse cuenta, aquella anciana se había sentado junto a ella en el banco y con la voz rota, le agradeció. En un primer momento la loba no pudo apartar sus ojos amarillos del hombre que la acompañaba, pero pronto aquel rostro de desinterés, se tornó en una sonrisa cálida y apaciguadora que dedicó a la mujer.
-No hay nada que agradecer. -Dijo por fin negando levemente con la cabeza.
Posó suave una mano sobre el hombro de la mujer con el fin de consolarla. Si bien ella nunca fue demasiado buena en lo que asuntos sociales se refiere, había tenido que aprender a lidiar con las personas, aprendiendo súbitamente a base de ensayo y error. Nadie nace sabiendo cómo gestionar una aldea.
-Hable con el sacerdote, esta noche llevarán las cenizas al fiordo, con ellas llenarán un barco que volverá a arder, pues así lo querrían vuestros dioses. -Explicó haciendo un ademán hacia el sacerdote, que estaba terminando una de sus historias.
Su mano recorrió el brazo de la mujer donde aún se apoyaba con cariño, dejándolo de nuevo sobre su propio regazo. Le tendió la otra mano para ayudarla a levantarse del banco después de levantarse ella.
-Dime Helga, ¿Es este tu hijo? -Preguntó mirando al hombre que la había acompañado.
Al salir, se quedó un rato apoyada en una de las jambas de la puerta, sus ojos no tardaron en encontrar de nuevo a aquel que ardía sin arder, junto a la anciana. Lo peor de quemar los cadáveres no es solo que aquel fuego tan humilde no llegaba a descomponer del todo los cuerpos, dejando huesos enteros. Lo peor es que parece que las personas no se mueren, se esfuman, no sé si me explico. Si entierras a una persona, tienes la certeza de que está ahí, lo has visto cubierto con la mortaja y cómo cubrían el manto blanco de tierra. Pero cuando los queman es diferente, porque no hay rastro físico, es como si literalmente desaparecieran.
Del pecho de la loba salió un amplio y resignado suspiro que inundó sus pulmones del humo que quedaba en el ambiente, y tomándose el vestido con ambas manos, volvió a sentarse en el mismo banco de madera donde había estado sentada minutos antes.
Los vio venir, no se molestó siquiera en apartar la mirada de ellos. Por fin pudo advertir el rostro de aquel hombre, partido por una enorme cicatriz enmarcada por los mechones rojos. Parecían familia, o conocidos a juzgar por el abrazo que se habían dado momentos antes. Antes que pudiera darse cuenta, aquella anciana se había sentado junto a ella en el banco y con la voz rota, le agradeció. En un primer momento la loba no pudo apartar sus ojos amarillos del hombre que la acompañaba, pero pronto aquel rostro de desinterés, se tornó en una sonrisa cálida y apaciguadora que dedicó a la mujer.
-No hay nada que agradecer. -Dijo por fin negando levemente con la cabeza.
Posó suave una mano sobre el hombro de la mujer con el fin de consolarla. Si bien ella nunca fue demasiado buena en lo que asuntos sociales se refiere, había tenido que aprender a lidiar con las personas, aprendiendo súbitamente a base de ensayo y error. Nadie nace sabiendo cómo gestionar una aldea.
-Hable con el sacerdote, esta noche llevarán las cenizas al fiordo, con ellas llenarán un barco que volverá a arder, pues así lo querrían vuestros dioses. -Explicó haciendo un ademán hacia el sacerdote, que estaba terminando una de sus historias.
Su mano recorrió el brazo de la mujer donde aún se apoyaba con cariño, dejándolo de nuevo sobre su propio regazo. Le tendió la otra mano para ayudarla a levantarse del banco después de levantarse ella.
-Dime Helga, ¿Es este tu hijo? -Preguntó mirando al hombre que la había acompañado.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
La voz de la mujer era una mezcla de aguamiel, el fuego de una tímida hoguera y un cántico a los dioses. Eso le pareció al brujo. Prestando atención a la conversación de las mujeres, se tomó el pequeño capricho de estudiar cada movimiento de ella. Le fascinaba, de eso no había duda. Helga agradecía cada palabra de ella bajo la atenta mirada del pelirrojo. Parecía que saber que su marido iría con los dioses provocaba un sentimiento de calma a la viuda. Helga miró a Wallace sin preguntar, sin palabra. Estaba claro que el brujo la acompañaría encantado.
La pregunta de la mujer sacó una dulce carcajada de Helga mientras estrechaba con cariño el brazo del hombre. El cariño que le tenia era puramente maternal. Wallace por su parte tenia una expresión divertida en el rostro mientras le regalaba una sincera sonrisa a la mujer de ojos de oro. Lo que si era cierto es que el brujo había compartido sentimientos confusos con la difunta hija de la pareja, antaño, cuando no había guerra ni plaga. Una joven y sencilla muchacha que le encantaba ayudar a su padre con el comercio de leña. Wallace recordó brevemente como la muchacha le contaba historias que leía y como le reclamaba que él contara sus aventuras. El brujo sonrió amargamente por unos segundos al recordar el día que recibió la noticia de la muerte de la chica. Ese dia bebió como nunca, se peleó en una taberna cercana y maldijo a los dioses. El hombre soltó un suspiro pesado, volviendo a la conversación.
-Oh no no! Es un buen amigo de mi marido... -le dijo dando palmaditas suaves en el brazo de él.- Nos ha prestado ayuda incontables veces... dioses saben cuanto oro valdrá su gratitud... -Le dijo, casi con un sentimiento de culpa. Wallace negó con energía y beso la frente de la mujer.- Wallace, permite que te presente a nuestra líder y fundadora de esta hermosa y castigada aldea, Nana. -La mujer los presentó con gracia mirando a ambos.- Él es Wallace McGregor, amigo de la familia y como era....ah si, lider de los Cuervos de Plata... lo he dicho bien? -Wallace no pudo contener una risilla traviesa mientras asentía con la cabeza, orgulloso de aquellas palabras. No eran un clan famoso ni mucho menos pero agradecía que sus conocidos hicieran cierto nombre de ellos.
-El oro no vale nada al lado de una buena cena caliente Helga... Advar estaría de acuerdo conmigo. -Wallace estaba agradecido por las palabras de Helga. Sin estar tan nervioso como antes, miró fijamente a la mujer y le ofreció un cortes saludo con la mano, estrechándola y posando sus labios con cuidado en los nudillos de ella. Para su sorpresa, su piel era suave, firme. Solo esperaba no haberle hecho daño con el bigote, a pesar de que lo mantenía corto.- Es un honor, siento que nuestro encuentro este bajo estas circunstancias... -Contestó con seriedad mientras miraba a su alrededor, pensando en todo lo que podría hacer para ayudar.- Estaba de camino a Lunargenta para estar en el frente con mis hombres. Parece que el destino me ha llevado hasta Ulmer... -Helga sonrió ante aquellas palabras y con una leve reverencia se apartó un poco de ellos.
- Voy a molestar un poco al sacerdote... Wallace duerme hoy en mi casa, es tu hogar también... -De puntillas, besó con cariño la mejilla del hombre y se despidió de Nana con una sonrisa llena de respeto. Wallace observó como la mujer se alejaba. Los nervios volvieron a él al darse cuenta que estaba a solas con ella. Apretó los labios y llevó su mirada de nuevo a la mujer. Con semblante serio, preocupado, puso sus brazos detrás de la espalda.
-Aquí también ha llegado el problema vampirico? -Se permitió preguntar. Habla en calidad de Cuervo, queriendo saber la situación de la zona para poder tener información para movilizar sus hombres. Intentaba ignorar la atracción que esa mujer le estaba provocando con su mera mirada e intentó concentrarse.- La ciudad esta sitiada por lo que me han podido decir los míos... pero la escasa información no ayuda a los aliados... -Hablar de política le resultaba molesto, pero no sabia de que hablar con ella. Por alguna extraña razón, la atracción casi animal que sentía estaba mezclada con peligro. Algo en él le decía que era peligrosa, que esa actitud, esa aura a su alrededor emanaba no solo poder. Se arregló con los dedos la barba roja y miró hacia los soldados que le devolvían miradas serias, incluso violentas. Quizás no debía hablar con ella a solas. El brujo torció la boca ante aquello y se mantuvo a una distancia prudencial de ella. Lo ultimo que quería era meterse en líos y ganar enemistad con los lobos.
La pregunta de la mujer sacó una dulce carcajada de Helga mientras estrechaba con cariño el brazo del hombre. El cariño que le tenia era puramente maternal. Wallace por su parte tenia una expresión divertida en el rostro mientras le regalaba una sincera sonrisa a la mujer de ojos de oro. Lo que si era cierto es que el brujo había compartido sentimientos confusos con la difunta hija de la pareja, antaño, cuando no había guerra ni plaga. Una joven y sencilla muchacha que le encantaba ayudar a su padre con el comercio de leña. Wallace recordó brevemente como la muchacha le contaba historias que leía y como le reclamaba que él contara sus aventuras. El brujo sonrió amargamente por unos segundos al recordar el día que recibió la noticia de la muerte de la chica. Ese dia bebió como nunca, se peleó en una taberna cercana y maldijo a los dioses. El hombre soltó un suspiro pesado, volviendo a la conversación.
-Oh no no! Es un buen amigo de mi marido... -le dijo dando palmaditas suaves en el brazo de él.- Nos ha prestado ayuda incontables veces... dioses saben cuanto oro valdrá su gratitud... -Le dijo, casi con un sentimiento de culpa. Wallace negó con energía y beso la frente de la mujer.- Wallace, permite que te presente a nuestra líder y fundadora de esta hermosa y castigada aldea, Nana. -La mujer los presentó con gracia mirando a ambos.- Él es Wallace McGregor, amigo de la familia y como era....ah si, lider de los Cuervos de Plata... lo he dicho bien? -Wallace no pudo contener una risilla traviesa mientras asentía con la cabeza, orgulloso de aquellas palabras. No eran un clan famoso ni mucho menos pero agradecía que sus conocidos hicieran cierto nombre de ellos.
-El oro no vale nada al lado de una buena cena caliente Helga... Advar estaría de acuerdo conmigo. -Wallace estaba agradecido por las palabras de Helga. Sin estar tan nervioso como antes, miró fijamente a la mujer y le ofreció un cortes saludo con la mano, estrechándola y posando sus labios con cuidado en los nudillos de ella. Para su sorpresa, su piel era suave, firme. Solo esperaba no haberle hecho daño con el bigote, a pesar de que lo mantenía corto.- Es un honor, siento que nuestro encuentro este bajo estas circunstancias... -Contestó con seriedad mientras miraba a su alrededor, pensando en todo lo que podría hacer para ayudar.- Estaba de camino a Lunargenta para estar en el frente con mis hombres. Parece que el destino me ha llevado hasta Ulmer... -Helga sonrió ante aquellas palabras y con una leve reverencia se apartó un poco de ellos.
- Voy a molestar un poco al sacerdote... Wallace duerme hoy en mi casa, es tu hogar también... -De puntillas, besó con cariño la mejilla del hombre y se despidió de Nana con una sonrisa llena de respeto. Wallace observó como la mujer se alejaba. Los nervios volvieron a él al darse cuenta que estaba a solas con ella. Apretó los labios y llevó su mirada de nuevo a la mujer. Con semblante serio, preocupado, puso sus brazos detrás de la espalda.
-Aquí también ha llegado el problema vampirico? -Se permitió preguntar. Habla en calidad de Cuervo, queriendo saber la situación de la zona para poder tener información para movilizar sus hombres. Intentaba ignorar la atracción que esa mujer le estaba provocando con su mera mirada e intentó concentrarse.- La ciudad esta sitiada por lo que me han podido decir los míos... pero la escasa información no ayuda a los aliados... -Hablar de política le resultaba molesto, pero no sabia de que hablar con ella. Por alguna extraña razón, la atracción casi animal que sentía estaba mezclada con peligro. Algo en él le decía que era peligrosa, que esa actitud, esa aura a su alrededor emanaba no solo poder. Se arregló con los dedos la barba roja y miró hacia los soldados que le devolvían miradas serias, incluso violentas. Quizás no debía hablar con ella a solas. El brujo torció la boca ante aquello y se mantuvo a una distancia prudencial de ella. Lo ultimo que quería era meterse en líos y ganar enemistad con los lobos.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
La carcajada de la mujer denotó lo que ella sospechaba, sin duda no era su hijo. La loba esbozó una media sonrisa a modo de disculpa y se alegró, en parte, de escuchar aquella risa casi contagiosa de una mujer que sin duda, había vivido mucho más que ella. Y comprobar que, incluso en los peores momentos, la gente podía sonreír. No pudo evitar echar una mirada a su alrededor. Tan solo habían encendido una pira más en el exterior del poblado, y la gente parecía salir ya de sus casas. Parecía que era verdad que lo peor ya había pasado.
El aguador entró por el enorme portón de la empalizada. El agua de los pozos de Ulmer seguía contaminada, o al menos así lo predijeron los médicos, así que hasta que no se renovase ese agua, los pozos estarían sellados. Los niños corrieron hacia las grandes barricas de agua que llevaban los carros. La gente llevaba cubos de agua enormes que alzaba hacia los grifos de las barricas. ¿Cuánto tiempo llevaría a Ulmer volver a la normalidad?
Y ahora, otra guerra. Una guerra que ella ya había librado, y que ahora volvía a repetirse en otra parte dela geografía, pero con el mismo propósito sangriento. Siegfried. Qué sería de su buen amigo, ¿Dónde se escondería? Suspiró y negó ampliamente con la cabeza.
-No, aquí no han llegado los vampiros. -Confesó con un deje agradecido.- No creo que se aventuren a llegar tan al norte.
Se acercó un paso más al hombre y con un simple ademán con el revés de la mano, le invitó a caminar junto a ella.
-No creo que sea el lugar idóneo para hablar de estos temas. -Comentó señalando con la cabeza a los niños, que jugaban bajo el sol con el agua. -Supongo que el camino ha sido largo y estarás cansado, podemos continuar la charla con una buena jarra de hidromiel. -Añadió antes de encaminar sus pasos hacia El Perro Verde.
Helga se había sentado junto al sacerdote, y ambos parecían tener una acalorada charla, quizá del ritual que se llevaría acabo esa misma noche para contentar a los odinistas. El bullicio de la gente en la calle siguió el camino hacia el puerto detrás de los carros de aguador.
-Se infectaron hasta los pozos, y ahora tenemos que traer directamente el agua del lago. -Explicó mirando las amplias barricas que dejaban un pequeño reguero de agua. -No están siendo tiempos fáciles. -Añadió con un suspiro de resignación.
Al final del camino, se podía vislumbrar una edificación más alta que las demás, era el gran salón. Su casa. Entonces giró repentinamente el cuello hacia él y frunció levemente el ceño, con una expresión curiosa.
-¿Dónde está tu gente, Wallace? -Preguntó al ver que viajaba solo.
Tras unos cortos segundos de incómodo silencio, la loba negó con la cabeza, pensando en la pregunta que acababa de formular.
-Qué digo… -Ladeó la cabeza e hizo aspavientos con la mano, nerviosa. - No sé ni dónde están mis modales. -Comentó, pues se había dado cuenta que le estaba tratando como un aldeano más, y él era el jefe de otro clan, así que debía de elegir sus palabras con cuidado. -No tienes que responder si no quieres. -Se disculpó tras clavar sus ojos dorados en los de él.
El rostro del pelirrojo le causaba una curiosidad difícil de apaciguar. Escudriñó de nuevo su rostro hasta clavar sus pupilas en sus ojos. Tantas marcas. Había escuchado rumores, simples soplidos del viento que llevaban palabras sobre unos cuervos… ¿Sería él su líder? Una cosa estaba clara, estaba de su parte, y eso era lo que más importaba.
El aguador entró por el enorme portón de la empalizada. El agua de los pozos de Ulmer seguía contaminada, o al menos así lo predijeron los médicos, así que hasta que no se renovase ese agua, los pozos estarían sellados. Los niños corrieron hacia las grandes barricas de agua que llevaban los carros. La gente llevaba cubos de agua enormes que alzaba hacia los grifos de las barricas. ¿Cuánto tiempo llevaría a Ulmer volver a la normalidad?
Y ahora, otra guerra. Una guerra que ella ya había librado, y que ahora volvía a repetirse en otra parte dela geografía, pero con el mismo propósito sangriento. Siegfried. Qué sería de su buen amigo, ¿Dónde se escondería? Suspiró y negó ampliamente con la cabeza.
-No, aquí no han llegado los vampiros. -Confesó con un deje agradecido.- No creo que se aventuren a llegar tan al norte.
Se acercó un paso más al hombre y con un simple ademán con el revés de la mano, le invitó a caminar junto a ella.
-No creo que sea el lugar idóneo para hablar de estos temas. -Comentó señalando con la cabeza a los niños, que jugaban bajo el sol con el agua. -Supongo que el camino ha sido largo y estarás cansado, podemos continuar la charla con una buena jarra de hidromiel. -Añadió antes de encaminar sus pasos hacia El Perro Verde.
Helga se había sentado junto al sacerdote, y ambos parecían tener una acalorada charla, quizá del ritual que se llevaría acabo esa misma noche para contentar a los odinistas. El bullicio de la gente en la calle siguió el camino hacia el puerto detrás de los carros de aguador.
-Se infectaron hasta los pozos, y ahora tenemos que traer directamente el agua del lago. -Explicó mirando las amplias barricas que dejaban un pequeño reguero de agua. -No están siendo tiempos fáciles. -Añadió con un suspiro de resignación.
Al final del camino, se podía vislumbrar una edificación más alta que las demás, era el gran salón. Su casa. Entonces giró repentinamente el cuello hacia él y frunció levemente el ceño, con una expresión curiosa.
-¿Dónde está tu gente, Wallace? -Preguntó al ver que viajaba solo.
Tras unos cortos segundos de incómodo silencio, la loba negó con la cabeza, pensando en la pregunta que acababa de formular.
-Qué digo… -Ladeó la cabeza e hizo aspavientos con la mano, nerviosa. - No sé ni dónde están mis modales. -Comentó, pues se había dado cuenta que le estaba tratando como un aldeano más, y él era el jefe de otro clan, así que debía de elegir sus palabras con cuidado. -No tienes que responder si no quieres. -Se disculpó tras clavar sus ojos dorados en los de él.
El rostro del pelirrojo le causaba una curiosidad difícil de apaciguar. Escudriñó de nuevo su rostro hasta clavar sus pupilas en sus ojos. Tantas marcas. Había escuchado rumores, simples soplidos del viento que llevaban palabras sobre unos cuervos… ¿Sería él su líder? Una cosa estaba clara, estaba de su parte, y eso era lo que más importaba.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Wallace aceptó encantado la invitación de tomar algo y descansar. La verdad es que al brujo le apetecía una buena jarra de algo frío. Observó las barricas y a la gente haciendo cola para poder coger su ración de agua. Al ver a los niños jugando, ajenos a todo, no pudo evitar envidiarlos. Era mejor así, que no supieran lo que les rodeaba y disfrutasen de su niñez.
Al igual que ella, saber que no habían llegado los vampiros hasta Ulmer fue algo que agradecer, un pequeño alivio. Lo que mas le preocupaba eran los pozos. Era la manera mas efectiva de destruir una ciudad entera en pocas semanas. Ulmer estaba resistiendo valientemente ante todo pronostico al parecer.
-Parece que los únicos que se lo pasan bien son los vampiros... -gruñó mientras andaba a su lado, mirando la vida que cobraba la aldea. Cada paso que daban estaba lleno de saludos hacia ella, reverencias de respeto y miradas curiosas. Un grupo de jovencitas susurraban entre ellas, mirándolo, riendo con timidez y fingida inocencia. Wallace las miró de reojo y les dedicó una sonrisa con una divertida expresión en el rostro. Las muchachas rieron al ver que habían llamado su atención y corrieron en sentido contrario a ellos. Con las desgracias que ocurrían últimamente, era esperanzador ver que aun se podían escuchar risas.- A pesar de que parecéis bien abastecidos con el agua del lago me preocupa lo de los pozos... es una táctica muy conocida entre saqueadores... -Acariciando su barba, pensativo, el hombre observo el alto edificio, admirando la arquitectura. Nadie podía negarlo, Ulmer era una aldea preciosa.
La pregunta de ella y su expresión de curiosidad juvenil hizo que el corazón del brujo diera un pequeño vuelco, provocando un leve sonrojo en sus mejillas. Como un muchacho inexperto, se aclaro la garganta e intento concentrarse. Manos a la espalda, en una actitud pasiva y noble la miro a los ojos mientras paseaban tranquilamente. El trato de ella hacia Wallace le complació, no podía engañarse a si mismo. Desde que empezó la dura cruzada para restaurar el honor de los cuervos, Wallace había tenido dificultades titanicas para hacer valer el nombre del clan y su propio liderazgo. Pero con aquella mujer de ojos dorados, quien su mera presencia era puro liderazgo entre su gente, la cosa cambiaba. ambos compartían algo que no deseaban a nadie: el peso de una corona, de una responsabilidad mayor. De ellos dependían su gente, sus decisiones podían ser emisarias de muerte o alegrías. estaba claro que el cansancio de los ojos de ella era mayor que los de él, algo que alivio cruelmente al brujo al ver que no solo el tenia problemas para dormir.
-Tranquila, pregunte todo lo que desee sin contenerse. -Ante su pregunta sobre sus hombres, Wallace pensó, recordando las ultimas noticias de todos ellos. Pasando la melena rizada por encima del hombro y con el ceño fruncido aun pensando contó con los dedos de la mano.-...Mi general, por llamarlo de algún modo, se ha quedado en nuestro hogar supervisando a refugiados que han huido por la plaga... mmmh los demás hombres, que son pocos, los mandé al frente a prestar ayuda a los heridos. -Aún caminando a su lado, sin darse cuenta de que se había acercado a ella, siguió hablando, relajado. Los nervios de antes habían desaparecido, sentía como si la conociera de toda la vida, pudiendo así hablar libremente. era algo que había aprendido con los años, a confiar en la gente, algo que normalmente había traído mas problemas que otra cosa pero al menos ahora Wallace no gruñía tan a menudo, o eso intentaba.
- Mi consejero espiritual y amigo suele acompañarme en mis viajes pero sabia que era necesario en los santuarios, están llenos de heridos y victimas de ataques vampiricos... -Explicó, con voz firme, casi con rabia. no poder estar en todos lados era algo que le provocaba ansiedad, impotencia. Quería salvar a todo el mundo pero era consciente de que no podía.- No somos muchos, dioses, apenas llegamos a ser 10! -Exclamó moviendo las manos delante de él, divertido.- Pero hacemos cuanto podemos... -Susurró mirando al frente, serio de golpe, firme en aquellas palabras. Otros jefes hubieran mentido sobre el numero de soldados y sobre batallas, pero él no. Una de las normas fundamentales de los Cuervos era ser honesto.
Sin darse cuenta, enfrascados en la conversación, llegaron a la posada. Wallace miró el edificó de arriba a bajo, con una sonrisa de oreja a oreja, satisfecho de lo que veía, brazos en jarra. La miró a ella entonces, con una renovada sonrisa, directamente a los ojos. Quería conocerla, esa sensación no había desaparecido en absoluto. A cada segundo que pasaba hablando con ella, mas preguntas se hacia. Miró hacia la puerta y los hombres y mujeres que los saludaban, jarra en mano y avanzó un paso por delante, girándose hacia la mujer de mirada dorada.
-Vamos?
Al igual que ella, saber que no habían llegado los vampiros hasta Ulmer fue algo que agradecer, un pequeño alivio. Lo que mas le preocupaba eran los pozos. Era la manera mas efectiva de destruir una ciudad entera en pocas semanas. Ulmer estaba resistiendo valientemente ante todo pronostico al parecer.
-Parece que los únicos que se lo pasan bien son los vampiros... -gruñó mientras andaba a su lado, mirando la vida que cobraba la aldea. Cada paso que daban estaba lleno de saludos hacia ella, reverencias de respeto y miradas curiosas. Un grupo de jovencitas susurraban entre ellas, mirándolo, riendo con timidez y fingida inocencia. Wallace las miró de reojo y les dedicó una sonrisa con una divertida expresión en el rostro. Las muchachas rieron al ver que habían llamado su atención y corrieron en sentido contrario a ellos. Con las desgracias que ocurrían últimamente, era esperanzador ver que aun se podían escuchar risas.- A pesar de que parecéis bien abastecidos con el agua del lago me preocupa lo de los pozos... es una táctica muy conocida entre saqueadores... -Acariciando su barba, pensativo, el hombre observo el alto edificio, admirando la arquitectura. Nadie podía negarlo, Ulmer era una aldea preciosa.
La pregunta de ella y su expresión de curiosidad juvenil hizo que el corazón del brujo diera un pequeño vuelco, provocando un leve sonrojo en sus mejillas. Como un muchacho inexperto, se aclaro la garganta e intento concentrarse. Manos a la espalda, en una actitud pasiva y noble la miro a los ojos mientras paseaban tranquilamente. El trato de ella hacia Wallace le complació, no podía engañarse a si mismo. Desde que empezó la dura cruzada para restaurar el honor de los cuervos, Wallace había tenido dificultades titanicas para hacer valer el nombre del clan y su propio liderazgo. Pero con aquella mujer de ojos dorados, quien su mera presencia era puro liderazgo entre su gente, la cosa cambiaba. ambos compartían algo que no deseaban a nadie: el peso de una corona, de una responsabilidad mayor. De ellos dependían su gente, sus decisiones podían ser emisarias de muerte o alegrías. estaba claro que el cansancio de los ojos de ella era mayor que los de él, algo que alivio cruelmente al brujo al ver que no solo el tenia problemas para dormir.
-Tranquila, pregunte todo lo que desee sin contenerse. -Ante su pregunta sobre sus hombres, Wallace pensó, recordando las ultimas noticias de todos ellos. Pasando la melena rizada por encima del hombro y con el ceño fruncido aun pensando contó con los dedos de la mano.-...Mi general, por llamarlo de algún modo, se ha quedado en nuestro hogar supervisando a refugiados que han huido por la plaga... mmmh los demás hombres, que son pocos, los mandé al frente a prestar ayuda a los heridos. -Aún caminando a su lado, sin darse cuenta de que se había acercado a ella, siguió hablando, relajado. Los nervios de antes habían desaparecido, sentía como si la conociera de toda la vida, pudiendo así hablar libremente. era algo que había aprendido con los años, a confiar en la gente, algo que normalmente había traído mas problemas que otra cosa pero al menos ahora Wallace no gruñía tan a menudo, o eso intentaba.
- Mi consejero espiritual y amigo suele acompañarme en mis viajes pero sabia que era necesario en los santuarios, están llenos de heridos y victimas de ataques vampiricos... -Explicó, con voz firme, casi con rabia. no poder estar en todos lados era algo que le provocaba ansiedad, impotencia. Quería salvar a todo el mundo pero era consciente de que no podía.- No somos muchos, dioses, apenas llegamos a ser 10! -Exclamó moviendo las manos delante de él, divertido.- Pero hacemos cuanto podemos... -Susurró mirando al frente, serio de golpe, firme en aquellas palabras. Otros jefes hubieran mentido sobre el numero de soldados y sobre batallas, pero él no. Una de las normas fundamentales de los Cuervos era ser honesto.
Sin darse cuenta, enfrascados en la conversación, llegaron a la posada. Wallace miró el edificó de arriba a bajo, con una sonrisa de oreja a oreja, satisfecho de lo que veía, brazos en jarra. La miró a ella entonces, con una renovada sonrisa, directamente a los ojos. Quería conocerla, esa sensación no había desaparecido en absoluto. A cada segundo que pasaba hablando con ella, mas preguntas se hacia. Miró hacia la puerta y los hombres y mujeres que los saludaban, jarra en mano y avanzó un paso por delante, girándose hacia la mujer de mirada dorada.
-Vamos?
Wallace Mcgregor
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El paseo por el pueblo fue agradable, sin duda había mejorado mucho la situación, pero no se atrevía a convocar levas para mandar a los chicos al frente. ¿Cómo le dices a una madre que acaba de perder al mayor de sus hijos, que debe de mandar al menor a la guerra? O a su marido, o a cualquiera que pueda empuñar un arma. Simplemente no puedes. O al menos ella se negaba a hacerlo.
Escuchó atenta al hombre, asintiendo a sus palabras sobre sus hombres y su clan, con bastante interés. Ellos, Los Compañeros, eran a penas siete, pero el Colmillo se había extendido como la pólvora tras la fundación de Ulmer.
-Diez hombres armados son mejores que diez granjeros. -Comentó casi sin medir sus palabras, fijando su mirada todo lo discretamente que pudo, en los fornidos brazos del pelirrojo.
La líder caminaba tranquila, arrastrando levemente el vestido azul por los caminos de tierra. Con las manos apoyadas en el cinturón que ceñía el trozo de tela a su cintura. Antes de que se quisieran dar cuenta, ya estaban en la puerta del Perro Verde. Se tomó la libertad de entró delante de él, sosteniendo la puerta de madera para que pudiese entrar tras ella. No había demasiada gente, algunos comerciantes jugaban a las damas en un lado de la estancia, junto a la ventana donde había más luz. Una viuda saludó desde una de las mesas alzando la cabeza ligeramente. La mesonera colocaba una a una las jarras de porcelana sobre la vitrina al fondo de la barra.
-Esto solía estar más lleno. -Comentó la líder encaminando sus pasos entre las largas mesas de madera y los bancos corridos, hasta encontrar una pequeña mesa de madera redonda junto a una de las ventanas, con dos sillas de la misma madera revestidas con pieles.
La loba hizo un ademán con la mano para que tomara asiento frente a ella. La mesera no tardó en hacer acto de presencia, al fin y al cabo no tenía demasiada gente a la que atender.
-¿Lo de siempre? -Preguntó la muchacha, algo más joven que la líder, de cabellos rubios, sus rizos se alborotaban salvajes escudriñando una cara redonda de pómulos sonrosados.
Tras tomar asiento y acomodarse el vestido sobre la silla, asintió con la cabeza.
-Del mejor hidromiel que tengas, Marea, que hacía tiempo que no tenía invitados. -Bromeó acomodándose la semideshecha trenza que se acomodaba sobre uno de sus hombros.
Marea asintió, dedicándole una sonrisa a ambos antes de echar a andar hacia la barra.
-...¡La culpa es de los dragones! ¡Malditos dragones!
Las voces de un borracho de la barra llegaron a la mesa. Nana suspiró ampliamente e hizo aspavientos con las manos, ignorando aquel desafortunado comentario en voz alta de uno de sus paisanos.
-La pandemia ha hecho mucho daño por aquí, como has podido observar.
El tono de la loba se suavizó, con un aire de tristeza. Sus ojos se perdieron por un momento en el fondo del paisaje a través de la ventana, donde casi se disipaba el humo de la última pira de infectados.
-Y ahora la guerra.-Añadió con un amplio suspiro de exasperación. -Es verdad eso que dicen que las desgracias nunca vienen solas. -Sonrió con resignación para quitarle hierro al asunto.
Marea no tardó en llegar con dos jarras de madera, frías como un témpano de hielo, con un hidromiel espumoso y opaco que desprendía un aire afrutado. Nana asió la jarra con una mano y la alzó hasta la altura de su nariz, con el codo apoyado sobre la mesa.
-Por los que ya no están. -Llevó la jarra hacia delante, esperando un brindis correspondido para echarle un trago a su jarra.
Escuchó atenta al hombre, asintiendo a sus palabras sobre sus hombres y su clan, con bastante interés. Ellos, Los Compañeros, eran a penas siete, pero el Colmillo se había extendido como la pólvora tras la fundación de Ulmer.
-Diez hombres armados son mejores que diez granjeros. -Comentó casi sin medir sus palabras, fijando su mirada todo lo discretamente que pudo, en los fornidos brazos del pelirrojo.
La líder caminaba tranquila, arrastrando levemente el vestido azul por los caminos de tierra. Con las manos apoyadas en el cinturón que ceñía el trozo de tela a su cintura. Antes de que se quisieran dar cuenta, ya estaban en la puerta del Perro Verde. Se tomó la libertad de entró delante de él, sosteniendo la puerta de madera para que pudiese entrar tras ella. No había demasiada gente, algunos comerciantes jugaban a las damas en un lado de la estancia, junto a la ventana donde había más luz. Una viuda saludó desde una de las mesas alzando la cabeza ligeramente. La mesonera colocaba una a una las jarras de porcelana sobre la vitrina al fondo de la barra.
-Esto solía estar más lleno. -Comentó la líder encaminando sus pasos entre las largas mesas de madera y los bancos corridos, hasta encontrar una pequeña mesa de madera redonda junto a una de las ventanas, con dos sillas de la misma madera revestidas con pieles.
La loba hizo un ademán con la mano para que tomara asiento frente a ella. La mesera no tardó en hacer acto de presencia, al fin y al cabo no tenía demasiada gente a la que atender.
-¿Lo de siempre? -Preguntó la muchacha, algo más joven que la líder, de cabellos rubios, sus rizos se alborotaban salvajes escudriñando una cara redonda de pómulos sonrosados.
Tras tomar asiento y acomodarse el vestido sobre la silla, asintió con la cabeza.
-Del mejor hidromiel que tengas, Marea, que hacía tiempo que no tenía invitados. -Bromeó acomodándose la semideshecha trenza que se acomodaba sobre uno de sus hombros.
Marea asintió, dedicándole una sonrisa a ambos antes de echar a andar hacia la barra.
-...¡La culpa es de los dragones! ¡Malditos dragones!
Las voces de un borracho de la barra llegaron a la mesa. Nana suspiró ampliamente e hizo aspavientos con las manos, ignorando aquel desafortunado comentario en voz alta de uno de sus paisanos.
-La pandemia ha hecho mucho daño por aquí, como has podido observar.
El tono de la loba se suavizó, con un aire de tristeza. Sus ojos se perdieron por un momento en el fondo del paisaje a través de la ventana, donde casi se disipaba el humo de la última pira de infectados.
-Y ahora la guerra.-Añadió con un amplio suspiro de exasperación. -Es verdad eso que dicen que las desgracias nunca vienen solas. -Sonrió con resignación para quitarle hierro al asunto.
Marea no tardó en llegar con dos jarras de madera, frías como un témpano de hielo, con un hidromiel espumoso y opaco que desprendía un aire afrutado. Nana asió la jarra con una mano y la alzó hasta la altura de su nariz, con el codo apoyado sobre la mesa.
-Por los que ya no están. -Llevó la jarra hacia delante, esperando un brindis correspondido para echarle un trago a su jarra.
Nana
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Wallace debía admitirlo, durante el agradable paseo sus miradas se encontraban y él, discretamente intentaba memorizar algo mas que el rostro de la mujer. Ni que fueras un muchacho sediento Wallace...pensó para si mismo. Entró tras ella observando el ambiente del local.
Rustico, adornado de pieles y madera, era sencillamente acogedor. A diferencia de los antros donde el solía buscar información y clientela, ese lugar olía bien, a comida, a bebida y a madera. Acercándose a la mesa redonda, en un lugar intimo alejado de la poca clientela, Wallace se desabrochó el cinto del hacha de mano y las varias bolsitas. Para acomodarse mejor, desabrochó los primeros botones del gambesón dejando ver la cota de malla, desabrochando la pieza del cuello y el torso, dejando salir el colgante que rebotó contra su pecho varonil. Hacia un poco calor y tener todo aquello cerrado no ayudaba. Aliviado y cómodo, el brujo dejo escapar un visible suspiro mientras se acomodaba en la mesa. Dejando sus cosas al lado, incluidos los guantes de cuero, miro hacia la mesera, una risueña y bella joven de cabellos rubios. Wallace la miró atentamente mientras nana pedía. El simple pensamiento de beber una buena cerveza o hidromiel le hacia la boca agua. Con una sonrisa agradeció el servicio de la muchacha y prestó atención al completo a la mujer.
Tras las proclamaciones y tonterías dichas por aquel hombre bebido, Wallace alzó una marcada ceja por una de muchas cicatrices y negó con la cabeza. Era fácil culpar a otros de las desgracias, mas cuando no sabias lo que había pasado en realidad. En una guerra difícil era saber quien tenia la culpa. Al ver como Nana ignoraba al hombre, con razón cabe apuntar, sonrió con cierta travesura. podía percibir que dentro de todo aquel poderío, del liderazgo que aquella mujer emanaba, había algo de travesura, mas bien, algo caótico. Sus voz entonces se volvió triste, sobre todo al hablar de la plaga y la guerra. Wallace no pudo hacer nada mas que asentir. Las buenas noticias escaseaban, eso era cierto, y la guerra no parecía llegar a ningún punto clave. Acariciado la madera de la mesa con los dedos, formando círculos, el brujo miraba fijamente a la nada, con la cabeza levemente agachada.
-Cuando tocamos fondo, solo queda subir... aunque no tengas una escalera, ni garras, ni cuerdas... -Soltó una leve carcajada, con cierto rencor hacia el destino. Una parte de él le susurró que hiciera una locura, así que cuando su mano estuvo apunto de agarrar la de ella para inspirar confianza o quizás consuelo, la mesera dejo las jarras delante de ellos. Wallace apartó la mano con cierta timidez. Aliviado por no hacer cometido tal locura, suspiró disimuladamente. No podía tomarse confianzas tan a la ligera, no era de esos que actuaban sin honor, sin consentimiento. El brujo entonces cogió la jarra y sin apartar sus ojos de los de ella, brindó con energía.- Y por los que están por venir. -Exclamó regalando una radiante sonrisa. Y por Advar y todos aquellos que he visto caer, pensó él. Tomó un largo y profundo trago y dejo salir un leve jadeo de placer al sentir como aquel liquido refrescaba todo su cuerpo.- vale, reconozco... que es el mejor hidromiel que he probado en años..- bendito sea Ulmer... -Susurró mientras daba otro trago, clavando su mirada en ella, buscando, escudriñando, con una curiosidad hambrienta.
El leve ritmo de una melodía flotaba por el local. Era suave, no interrumpía conversaciones ni bailes, era meramente ambiental pero hacia buena compañía a las jarras de hidromiel. Wallace, con una segunda jarra en la mano, estaba enfrascado contándole como junto a Circenn, su fiel amigo, habían despejado una mina de trasgos, por tercera vez. El brujo tenia una tendencia natural en meterse bajo tierra. Pasase lo que pasase, siempre acababa bajo tierra. Achispado por la bebida intentaba hacer reír a la mujer con alguna que otra broma de como su felino amigo intentaba educarle aun siendo ya un hombre adulto. El hombre no escatimó en detalles, alegre y encantado de contarle a aquella hermosa mujer sus aventuras.
-Eran cientos! Que digo, seguramente miles! créeme, nunca he visto trasgos tan feos como aquellos pobres diablos... -Exclamó moviendo las manos, siendo muy expresivo con ellas. Por su comodidad se había anudado en pelo en un sencillo moño y había desabrochado mas la cota. Wallace se sentía cómodo y aliviado. Necesitaba relajarse de todo lo que ocurría, aunque solo fueran un par de horas.- Oooh y el rey trasgo... urgh... -Hizo una graciosa mueca de asco.- Era como un dragón que había comido demasiadas ovejas! Y encima pus incluido! Lo se... la criatura mas hermosa que he visto en mi vida! -Bromeó mientras agarraba su jarra.
En su mesa apareció de golpe un plato grande lleno de un humeante manjar, se podían ver trozos de cerdo, pan y legumbres. La mesera lo miró y le guiñó el ojo con picardia. Wallace alzó las cejas y no pudo evitar corresponder con una graciosa sonrisa. Estaba hambriento y contar historias le daba mas hambre aun. Cortes, le sirvió un plato a ella, mirándola a los ojos de tanto en tanto. Era agradable hablar con ella, mas de lo que hubiera imaginado.
-Te toca, yo hablo demasiado creo...- soltó una carcajada, con un poco de vergüenza y tomo un pequeño sorbo de su bebida para después mirarla con ganas, esperando alguna aventura digna de gloria y cuentos. Su mirada iba de sus ojos a sus labios, expectante.
Rustico, adornado de pieles y madera, era sencillamente acogedor. A diferencia de los antros donde el solía buscar información y clientela, ese lugar olía bien, a comida, a bebida y a madera. Acercándose a la mesa redonda, en un lugar intimo alejado de la poca clientela, Wallace se desabrochó el cinto del hacha de mano y las varias bolsitas. Para acomodarse mejor, desabrochó los primeros botones del gambesón dejando ver la cota de malla, desabrochando la pieza del cuello y el torso, dejando salir el colgante que rebotó contra su pecho varonil. Hacia un poco calor y tener todo aquello cerrado no ayudaba. Aliviado y cómodo, el brujo dejo escapar un visible suspiro mientras se acomodaba en la mesa. Dejando sus cosas al lado, incluidos los guantes de cuero, miro hacia la mesera, una risueña y bella joven de cabellos rubios. Wallace la miró atentamente mientras nana pedía. El simple pensamiento de beber una buena cerveza o hidromiel le hacia la boca agua. Con una sonrisa agradeció el servicio de la muchacha y prestó atención al completo a la mujer.
Tras las proclamaciones y tonterías dichas por aquel hombre bebido, Wallace alzó una marcada ceja por una de muchas cicatrices y negó con la cabeza. Era fácil culpar a otros de las desgracias, mas cuando no sabias lo que había pasado en realidad. En una guerra difícil era saber quien tenia la culpa. Al ver como Nana ignoraba al hombre, con razón cabe apuntar, sonrió con cierta travesura. podía percibir que dentro de todo aquel poderío, del liderazgo que aquella mujer emanaba, había algo de travesura, mas bien, algo caótico. Sus voz entonces se volvió triste, sobre todo al hablar de la plaga y la guerra. Wallace no pudo hacer nada mas que asentir. Las buenas noticias escaseaban, eso era cierto, y la guerra no parecía llegar a ningún punto clave. Acariciado la madera de la mesa con los dedos, formando círculos, el brujo miraba fijamente a la nada, con la cabeza levemente agachada.
-Cuando tocamos fondo, solo queda subir... aunque no tengas una escalera, ni garras, ni cuerdas... -Soltó una leve carcajada, con cierto rencor hacia el destino. Una parte de él le susurró que hiciera una locura, así que cuando su mano estuvo apunto de agarrar la de ella para inspirar confianza o quizás consuelo, la mesera dejo las jarras delante de ellos. Wallace apartó la mano con cierta timidez. Aliviado por no hacer cometido tal locura, suspiró disimuladamente. No podía tomarse confianzas tan a la ligera, no era de esos que actuaban sin honor, sin consentimiento. El brujo entonces cogió la jarra y sin apartar sus ojos de los de ella, brindó con energía.- Y por los que están por venir. -Exclamó regalando una radiante sonrisa. Y por Advar y todos aquellos que he visto caer, pensó él. Tomó un largo y profundo trago y dejo salir un leve jadeo de placer al sentir como aquel liquido refrescaba todo su cuerpo.- vale, reconozco... que es el mejor hidromiel que he probado en años..- bendito sea Ulmer... -Susurró mientras daba otro trago, clavando su mirada en ella, buscando, escudriñando, con una curiosidad hambrienta.
El leve ritmo de una melodía flotaba por el local. Era suave, no interrumpía conversaciones ni bailes, era meramente ambiental pero hacia buena compañía a las jarras de hidromiel. Wallace, con una segunda jarra en la mano, estaba enfrascado contándole como junto a Circenn, su fiel amigo, habían despejado una mina de trasgos, por tercera vez. El brujo tenia una tendencia natural en meterse bajo tierra. Pasase lo que pasase, siempre acababa bajo tierra. Achispado por la bebida intentaba hacer reír a la mujer con alguna que otra broma de como su felino amigo intentaba educarle aun siendo ya un hombre adulto. El hombre no escatimó en detalles, alegre y encantado de contarle a aquella hermosa mujer sus aventuras.
-Eran cientos! Que digo, seguramente miles! créeme, nunca he visto trasgos tan feos como aquellos pobres diablos... -Exclamó moviendo las manos, siendo muy expresivo con ellas. Por su comodidad se había anudado en pelo en un sencillo moño y había desabrochado mas la cota. Wallace se sentía cómodo y aliviado. Necesitaba relajarse de todo lo que ocurría, aunque solo fueran un par de horas.- Oooh y el rey trasgo... urgh... -Hizo una graciosa mueca de asco.- Era como un dragón que había comido demasiadas ovejas! Y encima pus incluido! Lo se... la criatura mas hermosa que he visto en mi vida! -Bromeó mientras agarraba su jarra.
En su mesa apareció de golpe un plato grande lleno de un humeante manjar, se podían ver trozos de cerdo, pan y legumbres. La mesera lo miró y le guiñó el ojo con picardia. Wallace alzó las cejas y no pudo evitar corresponder con una graciosa sonrisa. Estaba hambriento y contar historias le daba mas hambre aun. Cortes, le sirvió un plato a ella, mirándola a los ojos de tanto en tanto. Era agradable hablar con ella, mas de lo que hubiera imaginado.
-Te toca, yo hablo demasiado creo...- soltó una carcajada, con un poco de vergüenza y tomo un pequeño sorbo de su bebida para después mirarla con ganas, esperando alguna aventura digna de gloria y cuentos. Su mirada iba de sus ojos a sus labios, expectante.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Y rió, claro que rió. Sus hombros se destensaron hasta adoptar una postura cómoda, pasando el brazo por detrás del respaldo de la silla, acariciando inconscientemente las pieles que la forraban. Cruzó las piernas sin importarle demasiado el vestido. Había algo en él que le recordaba, en cierta manera, a ella misma. Detrás de esa apariencia de duro líder de Los Cuervos de Plata, se encontraba una personalidad totalmente cercana y divertida, que recordaba a los mercenarios de Lunargenta. Se le hizo tan familiar estar allí sentada, que se había olvidado de todo lo demás.
Nana sonrió ampliamente de medio lado, mostrando sus colmillos, más agudos que los de cualquier humano corriente. En otras circunstancias y quizá en un pueblo que no fuera el suyo, habría retado a aquel enorme hombre a beber, pero tenía que guardar las apariencias y guardar el luto por su gente. Se lo debía. Así que rechazó amablemente la segunda jarra de hidromiel, pidiendo un fino vaso de vino dulce de Sandorai. Pero lo que a ella le gustaba de verdad, era la cerveza.
-Creo que nunca he visto un trasgo. -Confesó negando suavemente con la cabeza sin desdibujar la sonrisa de su rostro.
Tomó el vaso de vino y le dio un trago como si una espumosa jarra de cerveza se tratase. Y por un momento se trasladó a una de las tabernas de Lunargenta, donde solía pasar los ratos cuando vivía allí. Una persona como ella, que ha trabajado de mercenaria en tantos lugares diferentes de Aerandir, había visto cosas…
-… Pero sí he visto al Leviathan. -Confesó volviendo a apoyar ambos codos en el respaldo de su asiento, en una posición entre chulesca y despreocupada. -Viajaba hacia las islas Illidenses a hacer un trabajo, viajaba con un brujo… -Torció levemente la barbilla, pensativa. - Lucius, se llamaba el muchacho, Lucius Ainsworth. Perseguíamos a Artabán, uno de los famosos brujos de la tríada, que secuestró a Alf. Estaba aliado con la famosísima Viuda Negra, Sokotora Skarth, la regente del Estrella Azul de Beltrexus, no sé si habrás oído hablar de él.-Hizo una pausa para tomar un trago del vino y esbozó una sonrisa divertida tras su último comentario sobre el burdel.
-Nos atacaron unos piratas, perdimos a la mitad de la tripulación… Pero en el peor momento, apareció. Partió en dos el barco y nosotros tuvimos que escapar en una pequeña embarcación. Era un bicho enorme, como todo Ulmer, tenía las fauces con tres hileras de dientes, y una cola con un centenar de enormes pinchos. -Gesticulaba a su vez con las manos mientras le explicaba la historia. -Solo los dioses, los suyos, los tuyos y los míos, saben cómo llegamos a la Cala de la Luna sanos y salvos una noche de auroras. Tenían todos los colores, turquesas, verdes, y violáceos. Pero perdimos su rastro, jamás encontramos a Alf, ni a Artabán.
Dio otro trago largo al vino, y sin poder evitarlo, alzó el brazo, echando la silla hacia atrás sobre sus dos patas, mirando a la mesera.
-Marea, una jarra de cerveza. -Le pidió a la muchacha desde su asiento. -… O dos.
Tardó un rato en sentirse avergonzada por todo aquello. Los rubores a penas se le subieron a las mejillas, pero pudo controlarlos. Aquella ya no era ella y no lo volvería a ser jamás. Sus hombros volvieron a tensarse, adoptando una posición rígida, y se acomodó el vestido que casi dejaba mostrar sus muslos.
-… Pero eso fue hace mucho tiempo. -Intentó excusarse haciendo finos aspavientos con el reverso de la mano mientras con la otra tomaba la copa de vino, tomando lo que quedaba.
Marea no tardó en llevarle una jarra de cerveza a la líder, la cual no supo exactamente qué hacer. En otras circunstancias la hubiera tomado con las dos manos y hubiera hincado el codo hasta terminarla, y después se hubiera limpiado la espuma de la cara con la manga de la camisa. En otras circunstancias hubieran pasado, y no hubieran pasado, tantas cosas… Decidió asir la jarra de cerveza por el asa, tomando un suave sorbo. Demasiado suave, todo espuma. Tosió un par de veces antes de dejarla otra vez sobre la mesa.
Nana sonrió ampliamente de medio lado, mostrando sus colmillos, más agudos que los de cualquier humano corriente. En otras circunstancias y quizá en un pueblo que no fuera el suyo, habría retado a aquel enorme hombre a beber, pero tenía que guardar las apariencias y guardar el luto por su gente. Se lo debía. Así que rechazó amablemente la segunda jarra de hidromiel, pidiendo un fino vaso de vino dulce de Sandorai. Pero lo que a ella le gustaba de verdad, era la cerveza.
-Creo que nunca he visto un trasgo. -Confesó negando suavemente con la cabeza sin desdibujar la sonrisa de su rostro.
Tomó el vaso de vino y le dio un trago como si una espumosa jarra de cerveza se tratase. Y por un momento se trasladó a una de las tabernas de Lunargenta, donde solía pasar los ratos cuando vivía allí. Una persona como ella, que ha trabajado de mercenaria en tantos lugares diferentes de Aerandir, había visto cosas…
-… Pero sí he visto al Leviathan. -Confesó volviendo a apoyar ambos codos en el respaldo de su asiento, en una posición entre chulesca y despreocupada. -Viajaba hacia las islas Illidenses a hacer un trabajo, viajaba con un brujo… -Torció levemente la barbilla, pensativa. - Lucius, se llamaba el muchacho, Lucius Ainsworth. Perseguíamos a Artabán, uno de los famosos brujos de la tríada, que secuestró a Alf. Estaba aliado con la famosísima Viuda Negra, Sokotora Skarth, la regente del Estrella Azul de Beltrexus, no sé si habrás oído hablar de él.-Hizo una pausa para tomar un trago del vino y esbozó una sonrisa divertida tras su último comentario sobre el burdel.
-Nos atacaron unos piratas, perdimos a la mitad de la tripulación… Pero en el peor momento, apareció. Partió en dos el barco y nosotros tuvimos que escapar en una pequeña embarcación. Era un bicho enorme, como todo Ulmer, tenía las fauces con tres hileras de dientes, y una cola con un centenar de enormes pinchos. -Gesticulaba a su vez con las manos mientras le explicaba la historia. -Solo los dioses, los suyos, los tuyos y los míos, saben cómo llegamos a la Cala de la Luna sanos y salvos una noche de auroras. Tenían todos los colores, turquesas, verdes, y violáceos. Pero perdimos su rastro, jamás encontramos a Alf, ni a Artabán.
Dio otro trago largo al vino, y sin poder evitarlo, alzó el brazo, echando la silla hacia atrás sobre sus dos patas, mirando a la mesera.
-Marea, una jarra de cerveza. -Le pidió a la muchacha desde su asiento. -… O dos.
Tardó un rato en sentirse avergonzada por todo aquello. Los rubores a penas se le subieron a las mejillas, pero pudo controlarlos. Aquella ya no era ella y no lo volvería a ser jamás. Sus hombros volvieron a tensarse, adoptando una posición rígida, y se acomodó el vestido que casi dejaba mostrar sus muslos.
-… Pero eso fue hace mucho tiempo. -Intentó excusarse haciendo finos aspavientos con el reverso de la mano mientras con la otra tomaba la copa de vino, tomando lo que quedaba.
Marea no tardó en llevarle una jarra de cerveza a la líder, la cual no supo exactamente qué hacer. En otras circunstancias la hubiera tomado con las dos manos y hubiera hincado el codo hasta terminarla, y después se hubiera limpiado la espuma de la cara con la manga de la camisa. En otras circunstancias hubieran pasado, y no hubieran pasado, tantas cosas… Decidió asir la jarra de cerveza por el asa, tomando un suave sorbo. Demasiado suave, todo espuma. Tosió un par de veces antes de dejarla otra vez sobre la mesa.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Aquellos colmillos provocaron un cosquilleo a Wallace. No se esperaba esa reacción de su cuerpo. Intentó no pensar en ello pero debía admitir que le había gustado y tuvo que hacer un sobre esfuerzo para controlar su mente de pensar lo que no debía. Bebió de nuevo desviando la mirada para que ella no notase esa pizca de deseo que empezaba a chispear en sus ojos.
Escuchó con atención sus anécdotas abriendo la boca cuando contaba algo increíble, realmente ensimismado en ella y su voz. Jamas habría imaginado que aquella mujer hubiera vivido tantas cosas. Sabiendo que también era una guerrera, Wallace se apuntó mentalmente que algún día lucharía contra ella en un magnifico duelo. Ya con solo pensarlo la adrenalina bombeaba todo su cuerpo. En sus viajes había encontrado guerreros excepcionales pero guerreras muy pocas, y con las que había batallado le habían dejado un agradable y eterno recuerdo, y alguna que otra cicatriz. Wallace era un hombre que le gustaba luchar, pero siempre bajo el honor y el respeto.
El comentario sobre el burdel lo pillo por sorpresa. No sabia que contestar. Mentir? No, no osaría mentirle a ella. Apretó los labios sabiendo que su rubor se notaria y sonrió de lado.
-Oh... ehm si conozco ese lugar... -Carraspeó con un leve rubor en las mejillas mirando fijamente la jarra.- es decir, no voy, ya no... antes si cuando era mas joven... -La miró a los ojos dorados, divertido.-... fué una época extraña, creo que pasaba mas tiempo entre brazos de mujeres que de enemigos... -Desvió de nuevo la mirada y vio a una pareja que reía y bailaba. El intentaba levantarle la falda mientras le pellizcaba la mejilla, divertida. Wallace no contuvo una sonrisa con una pizca de envidia.- Es bueno que la gente tenga un lugar donde olvidarse un poco de todo... -Sus ojos se encontraron con los de ella. Tendrían la suficiente confianza para hacer bromas? Wallace no estaba seguro pero quería romper mas el hielo y acercarse a ella.-... ahora que lo pienso... tu también has frecuentado dicho burdel, Nana?... -Con travesura, la miraba con una ceja alzada, apoyando los brazos en la mesa, inclinándose hacia ella sin dejar de esbozar una sonrisa llena de picardia.
Agradeció con crecer la tercera jarra, aunque decidió beber con mas lentitud, no quería acabar borracho la primera noche que hacia una aliada potencial. Al tener los pies mas estirados por comodidad, Wallace notó que rozaba los de ella, pero no se movió. La miró atentamente mientras bebía cerveza de nuevo tras la exquisita copa de vino y soltó una carcajada cuando ella tosió. De una de sus bolsas, sacó un pañuelo limpio que olía a hierba recién cortada y se lo tendió para que se limpiase. Aun con el plato lleno, cogió un poco de pan y limpió lo que quedaba del aceite de la comida, disfrutando de cada bocado.
-Echas de menos los viajes?... -Preguntó entonces, fijando su mirada en su jarra para luego alzarla por su cuello y acabar en sus ojos. El peso de la responsabilidad a veces creaba deseos de dejarlo todo e irse. Wallace lo sabia bien. Mas de una vez había tenido dudas de todo aquello, si debía seguir luchando por los demás o simplemente volver a su vida de antaño, pero no debía. Tenia vidas a si cargo, una misión. Habia hecho un juramento. Acarició su colgante, pensando en todo aquello.- Disculpa, me he quedado unos segundos ensimismado en mis tonterías... -Se excusó, riendo.
Aparte de divertirse con ella, quería ayudarla, eso lo tenia claro. Se acomodó en la silla mirándola a los ojos, como si la estuviera interrogando o esperando algo de ella. Se había puesto serio de golpe, con los ojos fieros, ardientes.
-Quiero ofrecerte mis servicios en calidad de cuervo, Nana. La aldea puede contar con mi espada y estoy seguro que hay algo que yo pueda hacer para ayudaros... -Su voz no temblaba, no había nervios. Aquellas palabras las decía de corazón, con sentimiento.
Escuchó con atención sus anécdotas abriendo la boca cuando contaba algo increíble, realmente ensimismado en ella y su voz. Jamas habría imaginado que aquella mujer hubiera vivido tantas cosas. Sabiendo que también era una guerrera, Wallace se apuntó mentalmente que algún día lucharía contra ella en un magnifico duelo. Ya con solo pensarlo la adrenalina bombeaba todo su cuerpo. En sus viajes había encontrado guerreros excepcionales pero guerreras muy pocas, y con las que había batallado le habían dejado un agradable y eterno recuerdo, y alguna que otra cicatriz. Wallace era un hombre que le gustaba luchar, pero siempre bajo el honor y el respeto.
El comentario sobre el burdel lo pillo por sorpresa. No sabia que contestar. Mentir? No, no osaría mentirle a ella. Apretó los labios sabiendo que su rubor se notaria y sonrió de lado.
-Oh... ehm si conozco ese lugar... -Carraspeó con un leve rubor en las mejillas mirando fijamente la jarra.- es decir, no voy, ya no... antes si cuando era mas joven... -La miró a los ojos dorados, divertido.-... fué una época extraña, creo que pasaba mas tiempo entre brazos de mujeres que de enemigos... -Desvió de nuevo la mirada y vio a una pareja que reía y bailaba. El intentaba levantarle la falda mientras le pellizcaba la mejilla, divertida. Wallace no contuvo una sonrisa con una pizca de envidia.- Es bueno que la gente tenga un lugar donde olvidarse un poco de todo... -Sus ojos se encontraron con los de ella. Tendrían la suficiente confianza para hacer bromas? Wallace no estaba seguro pero quería romper mas el hielo y acercarse a ella.-... ahora que lo pienso... tu también has frecuentado dicho burdel, Nana?... -Con travesura, la miraba con una ceja alzada, apoyando los brazos en la mesa, inclinándose hacia ella sin dejar de esbozar una sonrisa llena de picardia.
Agradeció con crecer la tercera jarra, aunque decidió beber con mas lentitud, no quería acabar borracho la primera noche que hacia una aliada potencial. Al tener los pies mas estirados por comodidad, Wallace notó que rozaba los de ella, pero no se movió. La miró atentamente mientras bebía cerveza de nuevo tras la exquisita copa de vino y soltó una carcajada cuando ella tosió. De una de sus bolsas, sacó un pañuelo limpio que olía a hierba recién cortada y se lo tendió para que se limpiase. Aun con el plato lleno, cogió un poco de pan y limpió lo que quedaba del aceite de la comida, disfrutando de cada bocado.
-Echas de menos los viajes?... -Preguntó entonces, fijando su mirada en su jarra para luego alzarla por su cuello y acabar en sus ojos. El peso de la responsabilidad a veces creaba deseos de dejarlo todo e irse. Wallace lo sabia bien. Mas de una vez había tenido dudas de todo aquello, si debía seguir luchando por los demás o simplemente volver a su vida de antaño, pero no debía. Tenia vidas a si cargo, una misión. Habia hecho un juramento. Acarició su colgante, pensando en todo aquello.- Disculpa, me he quedado unos segundos ensimismado en mis tonterías... -Se excusó, riendo.
Aparte de divertirse con ella, quería ayudarla, eso lo tenia claro. Se acomodó en la silla mirándola a los ojos, como si la estuviera interrogando o esperando algo de ella. Se había puesto serio de golpe, con los ojos fieros, ardientes.
-Quiero ofrecerte mis servicios en calidad de cuervo, Nana. La aldea puede contar con mi espada y estoy seguro que hay algo que yo pueda hacer para ayudaros... -Su voz no temblaba, no había nervios. Aquellas palabras las decía de corazón, con sentimiento.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Intentaba por todos los medios recobrar la formalidad de la que había carecido desde la primera jarra de hidromiel. Tomaba leves sorbos de la cerveza, cuando la pregunta del burdel le pilló desprevenida. Casi sin poder tragar la cerveza que tenía en la boca, emitió un sonido que parecía ser una risa nerviosa. Y con un gesto de incomprensión y divertimento a su vez, esbozó una media sonrisa frunciendo exageradamente los labios, negando suavemente con la cabeza.
-Para nada. -Dijo con el semblante serio, quizá más serio de lo que esperaba.
Conocía a mucha gente que había trabajado allí, o en lugares como ese. Y simplemente era denigrante. Tener que brindar los servicios a los hombres a cambio de un dinero que jamás ibas a ver. Así era como Rose le había descrito los burdeles, lugares horribles en los que cuanta menos edad tienes, más pagan los hombres por tus servicios. La idea de un hombre como Wallace allí no le sorprendía demasiado, pero el hecho de imaginarlo con niñas… Dejó la jarra sobre la mesa, sintiendo cómo la repulsión le subía por la boca del estómago y le cerraba los labios en un gesto de disgusto que intentó disimular lo mejor que pudo.
Aquella conversación era un vaivén de emociones que costaban de describir. Ahora, inconscientemente, sujetaba la jarra con ambas manos, mirando cómo rezumaba la espuma de la cerveza. La sopló suavemente antes de que el brazo del pelirrojo se interpusiera entre su vista y su objetivo, la jarra de cerveza. Hizo un pequeño ademán con el reverso de la mano, negando suavemente con la cabeza, rechazando su oferta.
-Gracias, estoy bien. -Comentó aclarándose de nuevo la garganta antes de volver a darle un trago a la cerveza.
Por fin aquel néctar de los dioses rozó su lengua y paladar, haciéndole cosquillas las burbujas. Era un verdadero éxtasis notar cómo pasaba por la garganta y caía directamente sobre el estómago. Nana no había comido mucho de aquel plato, el olor a piel quemada que reinaba en Ulmer le había cortado el apetito y se lo había sacado del estómago de raíz. Sus ojos, hasta ahora dispersos, se habían posado instintivamente en los de Wallace al escuchar una palabra casi mágica, una palabra cuasi tabú en el Gran Salón. Viajes. Repitió la palabra de nuevo en su cabeza y entrecerró los ojos, emanando un enorme suspiro de resignación.
Quiso decírselo, quiso cuán echaba de menos los viajes, sentir los pies desnudos sobre la arena fina de la playa de los ancestros, caminar sobre las dunas de Roilkat, aullar en los bosques de Sandorai y hundir los dedos en la fina capa de nieve que se creaba las primaveras en Dundarak, o simplemente disfrutar de las auroras de las islas Illidenses. Fue entonces cuando sintió algo frío y cálido a la vez en sus pies.
La loba ladeó suavemente la cabeza, a la vez que alzaba una ceja, sin comprender exactamente qué pretendía el pelirrojo. Disimuladamente apartó el pie donde rozaba con el ajeno, recogiéndolos bajo la silla en la que se sentaba. Si pensaba que ella era sin más, otra mujer de burdel, estaba muy equivocado. Acarició dubitativa el cuello de la jarra con el dedo índice.
-Como ves, no hay demasiado que se pueda hacer por aquí, más que prender las piras. -Explico con un deje de tristeza en la voz. -De poco sirven las espadas cuando te enfrentas a una muerte invisible. -Añadió, con el semblante serio.
Compuso una sonrisa algo forzada y nerviosa, y asintió tomando la cerveza por la jarra, y levantándola por encima de sus hombros, en un pequeño brindis.
-Por una alianza duradera. -Dijo antes de levantar suavemente la jarra unos centímetros más, para después, llevarla a sus labios.
La Nana despreocupada que se había presentado minutos antes, había casi desaparecido por aquella que había conocido el hombre, guardando todas las formas que podía guardar con una jarra de cerveza en la mano, la loba colocó ambas manos sobre su regazo, cruzando de nuevo delicadamente las piernas sobre la silla.
-… ¡Seguro que él es un dragón! ¡Malditos dragones! ¡Devolvedme a mi mujer!
El griterío la sacó de su ensimismamiento, era el mismo ebrio, pero aún más ebrio que antes, señalaba con ímpetu la mesa donde ambos líderes compartían una cerveza. Nana no giró la vista del todo, le sobró con mirarle por el rabillo del ojo, y dándole un último trago a la cerveza, deshizo el cruce de sus piernas con gracilidad y sacó de su bolsa algunas monedas que dejó sobre la mesa antes de levantarse.
-Será mejor que nos vayamos. -Susurró al pelirrojo la loba, acomodándose el vestido que cayó con gracia sobre el suelo de madera.
-¡Fuera! -Espetó el borracho moviendo con ímpetu su jarra sin levantarse de la barra.
Marea salió rápidamente de la cocina, y con el trapo sucio y mojado, asestó un golpe con él en la mejilla del borracho, el cual emitió un sonido sordo y mojado. El hombre se frotó la mejilla, y con esmero, empezó a juntar la poca dignidad que le quedaba.
-… Sucios dragones… -Pudo escuchar el afinado oído de la loba que maldecía por lo bajo, junto al tintineo de las monedas que empezaba a juntar para pagar sus consumiciones.
La líder hizo un ademán con la cabeza al pelirrojo, y caminó hasta la puerta, donde se dedicó a despedirse con la mano de la mesonera, que no la vio por estar cobrándole a aquel hombre. Sentía que ahora tendría que disculparse y ofrecerle la explicación de lo sucedido, la caravana de infectados, los muertos en el pozo, las purgas… Los labios de la loba se torcieron suavemente hacia abajo, invadida, en parte, por la vergüenza y por el cansancio casi a partes iguales.
-Vayamos hacia el gran salón. Allí podremos hablar sin interrupciones. -Sugirió sin siquiera girarse a mirarle cuando hablaba.
-Para nada. -Dijo con el semblante serio, quizá más serio de lo que esperaba.
Conocía a mucha gente que había trabajado allí, o en lugares como ese. Y simplemente era denigrante. Tener que brindar los servicios a los hombres a cambio de un dinero que jamás ibas a ver. Así era como Rose le había descrito los burdeles, lugares horribles en los que cuanta menos edad tienes, más pagan los hombres por tus servicios. La idea de un hombre como Wallace allí no le sorprendía demasiado, pero el hecho de imaginarlo con niñas… Dejó la jarra sobre la mesa, sintiendo cómo la repulsión le subía por la boca del estómago y le cerraba los labios en un gesto de disgusto que intentó disimular lo mejor que pudo.
Aquella conversación era un vaivén de emociones que costaban de describir. Ahora, inconscientemente, sujetaba la jarra con ambas manos, mirando cómo rezumaba la espuma de la cerveza. La sopló suavemente antes de que el brazo del pelirrojo se interpusiera entre su vista y su objetivo, la jarra de cerveza. Hizo un pequeño ademán con el reverso de la mano, negando suavemente con la cabeza, rechazando su oferta.
-Gracias, estoy bien. -Comentó aclarándose de nuevo la garganta antes de volver a darle un trago a la cerveza.
Por fin aquel néctar de los dioses rozó su lengua y paladar, haciéndole cosquillas las burbujas. Era un verdadero éxtasis notar cómo pasaba por la garganta y caía directamente sobre el estómago. Nana no había comido mucho de aquel plato, el olor a piel quemada que reinaba en Ulmer le había cortado el apetito y se lo había sacado del estómago de raíz. Sus ojos, hasta ahora dispersos, se habían posado instintivamente en los de Wallace al escuchar una palabra casi mágica, una palabra cuasi tabú en el Gran Salón. Viajes. Repitió la palabra de nuevo en su cabeza y entrecerró los ojos, emanando un enorme suspiro de resignación.
Quiso decírselo, quiso cuán echaba de menos los viajes, sentir los pies desnudos sobre la arena fina de la playa de los ancestros, caminar sobre las dunas de Roilkat, aullar en los bosques de Sandorai y hundir los dedos en la fina capa de nieve que se creaba las primaveras en Dundarak, o simplemente disfrutar de las auroras de las islas Illidenses. Fue entonces cuando sintió algo frío y cálido a la vez en sus pies.
La loba ladeó suavemente la cabeza, a la vez que alzaba una ceja, sin comprender exactamente qué pretendía el pelirrojo. Disimuladamente apartó el pie donde rozaba con el ajeno, recogiéndolos bajo la silla en la que se sentaba. Si pensaba que ella era sin más, otra mujer de burdel, estaba muy equivocado. Acarició dubitativa el cuello de la jarra con el dedo índice.
-Como ves, no hay demasiado que se pueda hacer por aquí, más que prender las piras. -Explico con un deje de tristeza en la voz. -De poco sirven las espadas cuando te enfrentas a una muerte invisible. -Añadió, con el semblante serio.
Compuso una sonrisa algo forzada y nerviosa, y asintió tomando la cerveza por la jarra, y levantándola por encima de sus hombros, en un pequeño brindis.
-Por una alianza duradera. -Dijo antes de levantar suavemente la jarra unos centímetros más, para después, llevarla a sus labios.
La Nana despreocupada que se había presentado minutos antes, había casi desaparecido por aquella que había conocido el hombre, guardando todas las formas que podía guardar con una jarra de cerveza en la mano, la loba colocó ambas manos sobre su regazo, cruzando de nuevo delicadamente las piernas sobre la silla.
-… ¡Seguro que él es un dragón! ¡Malditos dragones! ¡Devolvedme a mi mujer!
El griterío la sacó de su ensimismamiento, era el mismo ebrio, pero aún más ebrio que antes, señalaba con ímpetu la mesa donde ambos líderes compartían una cerveza. Nana no giró la vista del todo, le sobró con mirarle por el rabillo del ojo, y dándole un último trago a la cerveza, deshizo el cruce de sus piernas con gracilidad y sacó de su bolsa algunas monedas que dejó sobre la mesa antes de levantarse.
-Será mejor que nos vayamos. -Susurró al pelirrojo la loba, acomodándose el vestido que cayó con gracia sobre el suelo de madera.
-¡Fuera! -Espetó el borracho moviendo con ímpetu su jarra sin levantarse de la barra.
Marea salió rápidamente de la cocina, y con el trapo sucio y mojado, asestó un golpe con él en la mejilla del borracho, el cual emitió un sonido sordo y mojado. El hombre se frotó la mejilla, y con esmero, empezó a juntar la poca dignidad que le quedaba.
-… Sucios dragones… -Pudo escuchar el afinado oído de la loba que maldecía por lo bajo, junto al tintineo de las monedas que empezaba a juntar para pagar sus consumiciones.
La líder hizo un ademán con la cabeza al pelirrojo, y caminó hasta la puerta, donde se dedicó a despedirse con la mano de la mesonera, que no la vio por estar cobrándole a aquel hombre. Sentía que ahora tendría que disculparse y ofrecerle la explicación de lo sucedido, la caravana de infectados, los muertos en el pozo, las purgas… Los labios de la loba se torcieron suavemente hacia abajo, invadida, en parte, por la vergüenza y por el cansancio casi a partes iguales.
-Vayamos hacia el gran salón. Allí podremos hablar sin interrupciones. -Sugirió sin siquiera girarse a mirarle cuando hablaba.
Nana
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Fué como si le hubieran golpeado la cabeza con martillo helado. Vió como disimulaba una mueca de disgusto al hablar de los burdeles. El brujo cambio su postura, apartándose de ella, terriblemente avergonzando. Se pensaría ella que el?... Todo el mundo sabia que en los burdeles raramente las mujeres estaban allí por voluntad. El jamas había hecho daño a una mujer de esos locales y dejo de visitarlos por placer hace cuanto, treinta años? Te has pasado brujo.... lamentó para si mismo. Supo que lo habia estropeado aun mas cuando ella apartó con gracia el pie. Wallace se temía lo peor. El respeto que quería ganar de ella, la confianza, la perdería por desmesurada confianza. Tenia que disculparse, como mínimo, quizás implorar perdón? Wallace era un conjunto de nervios en su interior, con el corazón latiendo a cien, seguramente ella podría oírlo.
Tapándose la boca, intentando no parecer afectado mientras el mismo se maldecía por sus actos se dio cuenta que la mirada de ella cambiaba al haberle preguntado sobre los viajes. Sus ojos de oro eran una mezcla de añoranza y tristeza. que Wallace entendió perfectamente. Habiendo viajado tanto como le había contado, estar allí podría ser casi un castigo. Puede que esa pregunta tampoco hubiera sido acertada. Estaba claro que como siguiera así, Wallace acabaría en el cadalso.
La afirmación de ella tenia lógica. El problema mas grane que tenia la aldea no se podía resolver con violencia, al menos no en esos días, Wallace debía pensar en como prestar su ayuda sin tener que usar la espada. Cuidar a los enfermos, proteger a los niños, ayudar a los hombres y mujeres en las reparaciones, podría incluso entrenar algún que otro recluta... Esas idea fugaces provocaron una sensación se seguridad al brujo. Saber que podía serle útil a ella le gustaba. Ahora solo faltaba no perder su respeto y no acabar fuera de la aldea.
El pelirrojo se disponía a disculparse cuando la voz del borracho lo interrumpió, como si le hubieran echado un cubo de agua fría. Se giró hacia el hombre quien lo acusaba de ser un dragón, mas bebido que antes. Estaba dispuesto a levantarse para calmar al hombre cuando ella decidió que era mejor irse del local. Wallace asintió, dejando propina a la mesera por su amabilidad. El sonido del golpe al borracho sonó como un latigazo, haciendo que el hombre se tambalease. Sintió pena por él. Por sus gritos, había perdido a su esposa debido a la pandemia. Era un sentimiento que él había experimentado demasiadas veces. Prefirió no decir nada mas y seguir a la mujer caminando hacia el Gran Salón, el edificio principal de la aldea.
En silencio, observando la vida de la gente, como trabajaban, como intentaban sobrellevar todo aquello, Wallace pensó, mas bien, deseo, que todos los males abandonasen Ulmer, dejando en paz a esa humilde gente. Vio como unos jóvenes estaban entrenando bajo la supervisión de veteranos. Se sorprendió al ver lobo entre los guerreros, no por no haberlos visto nunca, sino por que hacia tiempo que no veía animales tan gloriosos y fuertes. El olor de las cenas siendo preparadas en los hogares inundaros sus fosas nasales, haciendo que el robusto guerrero esbozara una cálida sonrisa, mezclada con anhelo. Echaba de menos estar en un bastión, con los suyos. Pero antes debía hacer algo que seria importante para aquella nueva alianza.
Haciendo acopio de su valor, Wallace extendió la mano y la poso con cuidado y sumo respeto, en el hombro de Nana, atrayendo su atención ya a las puertas del Gran Salón. Dudaba sobre cuales serian las palabras correctas pero debía hacerlo. Apretando los labios, la miró fijamente y habló.
-Yo... creo que mis palabras y mis actos han puesto en duda mi honor y lo peor... -respiro hondo, cerrando los ojos un momento para no meter la pata, pensar con claridad. Al abrirlos, estaban llenos de arrepentimiento, honestidad-... Le he ofendido, de algún modo he causado una impresión que podría afectar a nuestra recién creada alianza así que... -Apartó la mano y la puso en el pecho de él, con el puño cerrado y con una leve reverencia se disculpó.- De todo corazón quiero pedirle disculpas si he insultado su honor... mi señora. -Las palabras estaban dichas, los ojos de el pedían perdón junto a ellas. La miraba fijamente, con el pecho alzándose por los visibles nervios.
Tapándose la boca, intentando no parecer afectado mientras el mismo se maldecía por sus actos se dio cuenta que la mirada de ella cambiaba al haberle preguntado sobre los viajes. Sus ojos de oro eran una mezcla de añoranza y tristeza. que Wallace entendió perfectamente. Habiendo viajado tanto como le había contado, estar allí podría ser casi un castigo. Puede que esa pregunta tampoco hubiera sido acertada. Estaba claro que como siguiera así, Wallace acabaría en el cadalso.
La afirmación de ella tenia lógica. El problema mas grane que tenia la aldea no se podía resolver con violencia, al menos no en esos días, Wallace debía pensar en como prestar su ayuda sin tener que usar la espada. Cuidar a los enfermos, proteger a los niños, ayudar a los hombres y mujeres en las reparaciones, podría incluso entrenar algún que otro recluta... Esas idea fugaces provocaron una sensación se seguridad al brujo. Saber que podía serle útil a ella le gustaba. Ahora solo faltaba no perder su respeto y no acabar fuera de la aldea.
El pelirrojo se disponía a disculparse cuando la voz del borracho lo interrumpió, como si le hubieran echado un cubo de agua fría. Se giró hacia el hombre quien lo acusaba de ser un dragón, mas bebido que antes. Estaba dispuesto a levantarse para calmar al hombre cuando ella decidió que era mejor irse del local. Wallace asintió, dejando propina a la mesera por su amabilidad. El sonido del golpe al borracho sonó como un latigazo, haciendo que el hombre se tambalease. Sintió pena por él. Por sus gritos, había perdido a su esposa debido a la pandemia. Era un sentimiento que él había experimentado demasiadas veces. Prefirió no decir nada mas y seguir a la mujer caminando hacia el Gran Salón, el edificio principal de la aldea.
En silencio, observando la vida de la gente, como trabajaban, como intentaban sobrellevar todo aquello, Wallace pensó, mas bien, deseo, que todos los males abandonasen Ulmer, dejando en paz a esa humilde gente. Vio como unos jóvenes estaban entrenando bajo la supervisión de veteranos. Se sorprendió al ver lobo entre los guerreros, no por no haberlos visto nunca, sino por que hacia tiempo que no veía animales tan gloriosos y fuertes. El olor de las cenas siendo preparadas en los hogares inundaros sus fosas nasales, haciendo que el robusto guerrero esbozara una cálida sonrisa, mezclada con anhelo. Echaba de menos estar en un bastión, con los suyos. Pero antes debía hacer algo que seria importante para aquella nueva alianza.
Haciendo acopio de su valor, Wallace extendió la mano y la poso con cuidado y sumo respeto, en el hombro de Nana, atrayendo su atención ya a las puertas del Gran Salón. Dudaba sobre cuales serian las palabras correctas pero debía hacerlo. Apretando los labios, la miró fijamente y habló.
-Yo... creo que mis palabras y mis actos han puesto en duda mi honor y lo peor... -respiro hondo, cerrando los ojos un momento para no meter la pata, pensar con claridad. Al abrirlos, estaban llenos de arrepentimiento, honestidad-... Le he ofendido, de algún modo he causado una impresión que podría afectar a nuestra recién creada alianza así que... -Apartó la mano y la puso en el pecho de él, con el puño cerrado y con una leve reverencia se disculpó.- De todo corazón quiero pedirle disculpas si he insultado su honor... mi señora. -Las palabras estaban dichas, los ojos de el pedían perdón junto a ellas. La miraba fijamente, con el pecho alzándose por los visibles nervios.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Caminar en silencio hasta el gran salón, se le hizo hasta difícil. Habían congeniado a la perfección, de eso no había duda, pero la naturaleza desconfiada de la loba le había jugado una mala pasada al pelirrojo, solo había que verlo. Con las orejas gachas hasta la mismísima puerta. La tensión se podía cortar como la mantequilla. Nana entreabrió los labios varias veces para hacer algún comentario, pero de sus labios tan solo salían pequeños suspiros. Cuando se disculpó, las palabras de Wallace cayeron como fardos pesados en sus hombros, sintiéndose culpable por el desafortunado malentendido de sus palabras. Quizá no fuera un putero como había entendido, y sus palabras fueran honestas.
Pero había conocido a muchos hombres, más de los que dedos tenía en ambas manos juntas, y sabía cuánto les dolía en lo más íntimo del orgullo que una mujer les superara. La necesidad de dominar a una mujer poderosa era tan tentadora que muchos habían sido a los que había intentado jugar a ese juego de poder.
Los ojos dorados de la loba se posaron en los suyos, buscando un atisbo de mentira que no encontró. La comisura de sus labios se dobló levemente en una pequeña sonrisa.
-A veces los ojos dicen más que las palabras. -Confesó tras unos largos segundos de silencio.
Posó su mano sobre su antebrazo, no como un amigo que golpea a otro amigo, sino un suave gesto de comprensión, de complicidad. Asintió, aceptando sus disculpas.
-No te asustes cuando entremos. -Bromeó la loba intentando romper la repentina barrera que se había creado entre ambos.
Se adelantó unos pasos hasta quedar frente al portón, que, como era de esperar, no cedió ante el contacto de sus manos. Estaba atrancada, tal y como Nana le había ordenado a Leo aquella misma mañana.
Golpeó la puerta con el puño, una, dos, hasta tres veces y se apartó ligeramente. Juró haber visto la larga y pelirroja cabellera de Rose asomándose por una de las ventanas, pero fue tan efímero que su pelo no llegó ni a ondear. Un grujido, un golpe seco, una maldición susurrada y tres empujones después, la puerta se abrió de par en par. Los brazos en jarra a cada uno de sus costados, los oscuros ojos de Rose se clavaron en los de Nana. Iracunda como un yak, tomó de la muñeca a su amiga, para que se apresurase a entrar.
-¡Todo el día fuera! -Estalló por fin tirando suavemente de sus cabellos naranjas. -¿Te has infectado? ¿Te encuentras bien? ¿Fiebre? ¿Vómitos? ¿No estarás embarazada verdad?
La bruja hablaba demasiado rápido mientras empezaba a mezclar ungüentos y pociones en una pequeña probeta.
La loba se quedó un rato mirando a su amiga, arqueando suavemente una ceja con la mirada divertida. Había estado preocupada, eso se notaba.
-¡Por todos los dioses Rose!
-¿Qué?
-Tenemos invitados. -Comentó señalando con el pulgar tras de si, a Wallace.
Rose pareció no importarle lo que decía su líder, o simplemente no escuchó, sumida en su ensimismamiento. Corrió como una energúmena hasta Nana, casi obligando a que se tragase aquel mejunje supuestamente milagroso que la haría inmune a la enfermedad. Un gesto de repugnancia y una mirada en la loba sobró para que la bruja tomase por la barbilla a su amiga y le abriera la boca como si fuera un pato que tuviera que engullir la comida para hacer foigrass.
Tragó después el vaso de agua que Rose le tendió rápidamente, intentando sacarse el mal sabor de boca de aquello. Fue entonces, y no antes, cuando Rose se percató de que efectivamente Nana no estaba sola. Y avergonzada, hizo una pequeña reverencia muy coqueta sujetándose el vestido con ambas manos.
-Oh, perdón. Qué descortés por mi parte. -Se excusó con una risa nerviosa, tapándose los labios con los dedos, al más puro estilo de las islas. -Yo soy Rose. -Se presentó tendiéndole la mano a Wallace.
Mientras, Nana se había tomado la libertad de pasear por el gran salón. Ni Leo, ni Alec, ni Hera. Rose había colonizado todo el salón, llenándolo de plantas y diferentes botecitos con esencias. Miró hacia el fuego en mitad de la estancia, a penas ardía. Tomó un par de ramitas y yesca, así como maderos más grandes, puso tres, para no ahogar el poco fuego que quedaba, y se sentó en uno de los mullidos bancos junto al fuego.
El gran salón era, como su nombre indica, un enorme salón, coronado por una pequeña tarima con dos bancos corridos, donde se sentaban Los Compañeros cada vez que había un evento importante, y una silla muy modesta, cubierta de pieles en mitad de ambos bancos. Los bancos también estaban ataviados con cojines de piel. Todo el salón estaba repleto de cornamentas de ciervo, alce, calaveras de enormes ovicápridos y diferentes amuletos protectores. A la derecha, se encontraba la despensa, con una enorme mesa, que era lo único que se veía tras las cortinas que lo separaban del salón. Y junto la despensa y al fuego, una larga mesa con dos bancos corridos a cada lado, lugar donde se disponían para comer Los Compañeros, que ahora estaba repleta de los bártulos de Rose. Y más allá, al fondo, entre las jambas de madera talladas, se entreveía un gran lecho cubierto de pieles y un escritorio repleto de libros, el cuarto de Nana.
Le dedicó desde su asiento una sonrisa de disculpa a Wallace, y dando pequeños golpes sobre las pieles grises aterciopeladas que forraban el banco, le hizo un ademán para que se sentase junto a ella en el fuego.
_________Pero había conocido a muchos hombres, más de los que dedos tenía en ambas manos juntas, y sabía cuánto les dolía en lo más íntimo del orgullo que una mujer les superara. La necesidad de dominar a una mujer poderosa era tan tentadora que muchos habían sido a los que había intentado jugar a ese juego de poder.
Los ojos dorados de la loba se posaron en los suyos, buscando un atisbo de mentira que no encontró. La comisura de sus labios se dobló levemente en una pequeña sonrisa.
-A veces los ojos dicen más que las palabras. -Confesó tras unos largos segundos de silencio.
Posó su mano sobre su antebrazo, no como un amigo que golpea a otro amigo, sino un suave gesto de comprensión, de complicidad. Asintió, aceptando sus disculpas.
-No te asustes cuando entremos. -Bromeó la loba intentando romper la repentina barrera que se había creado entre ambos.
Se adelantó unos pasos hasta quedar frente al portón, que, como era de esperar, no cedió ante el contacto de sus manos. Estaba atrancada, tal y como Nana le había ordenado a Leo aquella misma mañana.
Golpeó la puerta con el puño, una, dos, hasta tres veces y se apartó ligeramente. Juró haber visto la larga y pelirroja cabellera de Rose asomándose por una de las ventanas, pero fue tan efímero que su pelo no llegó ni a ondear. Un grujido, un golpe seco, una maldición susurrada y tres empujones después, la puerta se abrió de par en par. Los brazos en jarra a cada uno de sus costados, los oscuros ojos de Rose se clavaron en los de Nana. Iracunda como un yak, tomó de la muñeca a su amiga, para que se apresurase a entrar.
-¡Todo el día fuera! -Estalló por fin tirando suavemente de sus cabellos naranjas. -¿Te has infectado? ¿Te encuentras bien? ¿Fiebre? ¿Vómitos? ¿No estarás embarazada verdad?
La bruja hablaba demasiado rápido mientras empezaba a mezclar ungüentos y pociones en una pequeña probeta.
La loba se quedó un rato mirando a su amiga, arqueando suavemente una ceja con la mirada divertida. Había estado preocupada, eso se notaba.
-¡Por todos los dioses Rose!
-¿Qué?
-Tenemos invitados. -Comentó señalando con el pulgar tras de si, a Wallace.
Rose pareció no importarle lo que decía su líder, o simplemente no escuchó, sumida en su ensimismamiento. Corrió como una energúmena hasta Nana, casi obligando a que se tragase aquel mejunje supuestamente milagroso que la haría inmune a la enfermedad. Un gesto de repugnancia y una mirada en la loba sobró para que la bruja tomase por la barbilla a su amiga y le abriera la boca como si fuera un pato que tuviera que engullir la comida para hacer foigrass.
Tragó después el vaso de agua que Rose le tendió rápidamente, intentando sacarse el mal sabor de boca de aquello. Fue entonces, y no antes, cuando Rose se percató de que efectivamente Nana no estaba sola. Y avergonzada, hizo una pequeña reverencia muy coqueta sujetándose el vestido con ambas manos.
-Oh, perdón. Qué descortés por mi parte. -Se excusó con una risa nerviosa, tapándose los labios con los dedos, al más puro estilo de las islas. -Yo soy Rose. -Se presentó tendiéndole la mano a Wallace.
Mientras, Nana se había tomado la libertad de pasear por el gran salón. Ni Leo, ni Alec, ni Hera. Rose había colonizado todo el salón, llenándolo de plantas y diferentes botecitos con esencias. Miró hacia el fuego en mitad de la estancia, a penas ardía. Tomó un par de ramitas y yesca, así como maderos más grandes, puso tres, para no ahogar el poco fuego que quedaba, y se sentó en uno de los mullidos bancos junto al fuego.
El gran salón era, como su nombre indica, un enorme salón, coronado por una pequeña tarima con dos bancos corridos, donde se sentaban Los Compañeros cada vez que había un evento importante, y una silla muy modesta, cubierta de pieles en mitad de ambos bancos. Los bancos también estaban ataviados con cojines de piel. Todo el salón estaba repleto de cornamentas de ciervo, alce, calaveras de enormes ovicápridos y diferentes amuletos protectores. A la derecha, se encontraba la despensa, con una enorme mesa, que era lo único que se veía tras las cortinas que lo separaban del salón. Y junto la despensa y al fuego, una larga mesa con dos bancos corridos a cada lado, lugar donde se disponían para comer Los Compañeros, que ahora estaba repleta de los bártulos de Rose. Y más allá, al fondo, entre las jambas de madera talladas, se entreveía un gran lecho cubierto de pieles y un escritorio repleto de libros, el cuarto de Nana.
Le dedicó desde su asiento una sonrisa de disculpa a Wallace, y dando pequeños golpes sobre las pieles grises aterciopeladas que forraban el banco, le hizo un ademán para que se sentase junto a ella en el fuego.
Color de Rose: #ffcccc
Carácter: Desvergonzada, muy testaruda, fue prostituta en un burdel de mala muerte en Beltrexus y luego en Lunargenta, donde Nana la rescató para trabajar en la posada Estrella.
Te pasaría la foto del PNJ pero no la encuentro xDDD
- Spoiler:
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Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Las palabras de la mujer calentaron el corazón del brujo con es amuestra de comprensión y piedad. Wallace puso su mano sobre la de ella, eternamente agradecido por su perdón y le devolvió la sonrisa sin esconder una chispa de ternura hacia ella. Parecía que las cosas si podían ir bien. Wallace respiró tranquilo, rascándose la barba con nerviosismo, aun temblando un poco sin saber muy bien como proceder. La siguió con la mirada, mostrando una divina admiración por ella y la siguió sin dudarlo.
-Asustarme?... -bromeó antes de presenciar aquella divertida escena, familiar y tierna. Una mujer de exuberante belleza y melena roja, casi como él, se había acercado con paso firme hacia Nana, examinándola, casi regañándola como si de su madre se tratase. Examinaba cada centímetro del cuerpo de nana, preocupada por si se había hecho daño o estaba infectada. Wallace no pudo evitar contener una risa, mordiéndose el labio mientras mantenía las manos detrás de la espalda. esa escena le recordaba tanto a Circenn, cuando examinaba si el cabezota del brujo se había hecho daño. Wallace no pudo evitar sonreír con melancolía echando de menos a su amigo leonido.
-Wallace por el amor de los dioses estate quieto!
-Auch! Me haré un calzón con su piel...AUCH! CIRCENN.
-Si estuvieras quieto, quitarte los pinchos del trasero seria mas fácil...
Wallace giró el rostro para taparse la boca pues recordar aquello le estaba dando ganas de reír a pulmón limpio, pero debía contenderse. Aclarando la garganta y recobrando la compostura, observó con curiosidad a las mujeres y el cariño que se tenían. Aprovechó que ellas estaban distraídas para observar el salón. Era magnifico, decorado con trofeos de caza, pieles y tallados. El brujo acarició una de las columnas que soportaba parte del peso de la estructura. Pasó los dedos desnudos por los grabados, sintiendo una sensación extraña en la piel. Todo aquel lugar olía a magia, a espíritus, a ritual. El brujo odia sentir una presión alrededor, como si algo lo abrazara. Vio cerca de la entrada un banco de madera y coloco sus cosas con cuidado de no romper nada, aprovechando para quitarse la cota de malla rápidamente, dejando ver su espalda desnuda durante unos segundos, con toda su extensión y cicatrices y se puso el gambeson. Ir a todos lados con eso era agotador y pesado, aunque el estuviera entrenado para ello. Mientras se vestía, pudo sentir la mirada de la pelirroja en él, causándole un ligero rubor. Como si nunca se hubiera desvestido delante de una mujer, como un muchacho inexperto. El hombre se giró hacia ellas y al ver la presentación de Rose, le correspondió con una gran sonrisa, divertido por su actitud coqueta.
- No se preocupe señorita Rose... -Dijo él mientras se ajustaba el cinto que aguantaba su ropa.- Me llamo Wallace .-Sujeto la mano que ella le ofreció con gracia y la beso en los nudillos, apenas una caricia de sus labios y se apartó un poco.- Wallace McGregor, de los Cuervos de Plata.
-Señorita, has visto Nana, él si es un caballero... -bromeó mientras examinaba al brujo con las cejas alzadas, llena de peligrosa curiosidad.- Y que le trae a Ulmer, señor McGregor? A esta humilde aldea gobernada por una mujer que no atiende a su salud... -las ultimas palabras, en forma de regañina, las dijo mientras miraba de reojo a Nana, haciendo que la miraba mal pero sin perder la sonrisa de la cara. El hombre las miraba a ambas, sin saber que decir. Se iban a pelear? Estaban bromeando?
- Vine a ver a un amigo que se mudó aquí pero ha caído por la plaga... -Rose lo miró con cierta compasión y él, agradecido por aquella mirada le regaló una sonrisa.- Y jamas había pisado Ulmer asi que siempre hay una primera vez... -Miró hacia Nana y no pudo evitar dedicarle una mirada de complicidad.- vengo ayudar, en todo lo que sea posible
- Mmmh.... Si, estoy segura que algo podrá hacer, si... -Rose iba intercambiando miradas con Nana, soltando risitas con cierta travesura mientras miraba a Wallace, viendo como lo ponía nervioso. El hombre intentaba no tragas demasiado saliva para que no vieran que las miradas de Rose le ponían los pelos de punta, no por miedo, sino por esa extraña y coqueta curiosidad de la mujer.
Su ángel salvador de cabellos negros y ojos de oro le indicó que viniera a su lado, junto al fuego y se sentara. Wallace no pudo evitar respirar aliviado y con la cabeza se disculpó de Rose quien le guiño el ojo y siguió con lo suyo. Al pasar por su lado, Wallace rozó sin querer el brazo de la mujer y eso el provoco una leve chispa. Pero no por deseo o placer del contacto de una mujer. Giró el rostro hacia ella y frunció el ceño durante unos segundos.
El hombre se sentó al lado de Nana, mirando el fuego, pensando en lo que acababa de experimentar. Recordó entonces el día que conoció a la única bruja que le había enseñado y ayudado en su senda de brujo. Wallace miró a Nana a los ojos y decidió preguntar.
-Ella es... bruja? Tiene algún tipo de aptitud mágica?... -Con cautela,habló mientras el fuego brillaba en sus ojos. Mientras esperaba respuesta, alzó un poco la mano hacia las llamas viendo que poco a poco despertaban por la leña y la yesca puesta. El calor del fuego era parte de él y siempre que encontraba una fuente de calor como aquella sin darse cuenta ya estaba cerca, jugando. El brujo movió los dedos como si tocara un instrumento y el fuego, las ascuas y las llamas empezaron a moverse a su son. Miró de reojo a la mujer de mirada dorada y esbozó una sonrisa torcida.-... lo he sentido sabes? la he rozado sin querer y me ha dado un chispazo... a veces me pasa, cuando conozco a alguien como yo... puede que hayan sido imaginaciones mías... -movió las manos para quitarle hierro al asunto y se acomodo en el banco, cruzando los brazos.-... No te pasa a veces que mirando las llamas imaginas como hubiera sido tu vida si hubieras tomado decisiones diferentes?... -tras la profunda pregunta, Wallace se sonrojo visiblemente y negó con la cabeza, no quería aburrirla con sus cavilaciones de brujo.- P-Perdona, habré bebido demasiado... solo digo tonterías...
-Asustarme?... -bromeó antes de presenciar aquella divertida escena, familiar y tierna. Una mujer de exuberante belleza y melena roja, casi como él, se había acercado con paso firme hacia Nana, examinándola, casi regañándola como si de su madre se tratase. Examinaba cada centímetro del cuerpo de nana, preocupada por si se había hecho daño o estaba infectada. Wallace no pudo evitar contener una risa, mordiéndose el labio mientras mantenía las manos detrás de la espalda. esa escena le recordaba tanto a Circenn, cuando examinaba si el cabezota del brujo se había hecho daño. Wallace no pudo evitar sonreír con melancolía echando de menos a su amigo leonido.
-Wallace por el amor de los dioses estate quieto!
-Auch! Me haré un calzón con su piel...AUCH! CIRCENN.
-Si estuvieras quieto, quitarte los pinchos del trasero seria mas fácil...
Wallace giró el rostro para taparse la boca pues recordar aquello le estaba dando ganas de reír a pulmón limpio, pero debía contenderse. Aclarando la garganta y recobrando la compostura, observó con curiosidad a las mujeres y el cariño que se tenían. Aprovechó que ellas estaban distraídas para observar el salón. Era magnifico, decorado con trofeos de caza, pieles y tallados. El brujo acarició una de las columnas que soportaba parte del peso de la estructura. Pasó los dedos desnudos por los grabados, sintiendo una sensación extraña en la piel. Todo aquel lugar olía a magia, a espíritus, a ritual. El brujo odia sentir una presión alrededor, como si algo lo abrazara. Vio cerca de la entrada un banco de madera y coloco sus cosas con cuidado de no romper nada, aprovechando para quitarse la cota de malla rápidamente, dejando ver su espalda desnuda durante unos segundos, con toda su extensión y cicatrices y se puso el gambeson. Ir a todos lados con eso era agotador y pesado, aunque el estuviera entrenado para ello. Mientras se vestía, pudo sentir la mirada de la pelirroja en él, causándole un ligero rubor. Como si nunca se hubiera desvestido delante de una mujer, como un muchacho inexperto. El hombre se giró hacia ellas y al ver la presentación de Rose, le correspondió con una gran sonrisa, divertido por su actitud coqueta.
- No se preocupe señorita Rose... -Dijo él mientras se ajustaba el cinto que aguantaba su ropa.- Me llamo Wallace .-Sujeto la mano que ella le ofreció con gracia y la beso en los nudillos, apenas una caricia de sus labios y se apartó un poco.- Wallace McGregor, de los Cuervos de Plata.
-Señorita, has visto Nana, él si es un caballero... -bromeó mientras examinaba al brujo con las cejas alzadas, llena de peligrosa curiosidad.- Y que le trae a Ulmer, señor McGregor? A esta humilde aldea gobernada por una mujer que no atiende a su salud... -las ultimas palabras, en forma de regañina, las dijo mientras miraba de reojo a Nana, haciendo que la miraba mal pero sin perder la sonrisa de la cara. El hombre las miraba a ambas, sin saber que decir. Se iban a pelear? Estaban bromeando?
- Vine a ver a un amigo que se mudó aquí pero ha caído por la plaga... -Rose lo miró con cierta compasión y él, agradecido por aquella mirada le regaló una sonrisa.- Y jamas había pisado Ulmer asi que siempre hay una primera vez... -Miró hacia Nana y no pudo evitar dedicarle una mirada de complicidad.- vengo ayudar, en todo lo que sea posible
- Mmmh.... Si, estoy segura que algo podrá hacer, si... -Rose iba intercambiando miradas con Nana, soltando risitas con cierta travesura mientras miraba a Wallace, viendo como lo ponía nervioso. El hombre intentaba no tragas demasiado saliva para que no vieran que las miradas de Rose le ponían los pelos de punta, no por miedo, sino por esa extraña y coqueta curiosidad de la mujer.
Su ángel salvador de cabellos negros y ojos de oro le indicó que viniera a su lado, junto al fuego y se sentara. Wallace no pudo evitar respirar aliviado y con la cabeza se disculpó de Rose quien le guiño el ojo y siguió con lo suyo. Al pasar por su lado, Wallace rozó sin querer el brazo de la mujer y eso el provoco una leve chispa. Pero no por deseo o placer del contacto de una mujer. Giró el rostro hacia ella y frunció el ceño durante unos segundos.
El hombre se sentó al lado de Nana, mirando el fuego, pensando en lo que acababa de experimentar. Recordó entonces el día que conoció a la única bruja que le había enseñado y ayudado en su senda de brujo. Wallace miró a Nana a los ojos y decidió preguntar.
-Ella es... bruja? Tiene algún tipo de aptitud mágica?... -Con cautela,habló mientras el fuego brillaba en sus ojos. Mientras esperaba respuesta, alzó un poco la mano hacia las llamas viendo que poco a poco despertaban por la leña y la yesca puesta. El calor del fuego era parte de él y siempre que encontraba una fuente de calor como aquella sin darse cuenta ya estaba cerca, jugando. El brujo movió los dedos como si tocara un instrumento y el fuego, las ascuas y las llamas empezaron a moverse a su son. Miró de reojo a la mujer de mirada dorada y esbozó una sonrisa torcida.-... lo he sentido sabes? la he rozado sin querer y me ha dado un chispazo... a veces me pasa, cuando conozco a alguien como yo... puede que hayan sido imaginaciones mías... -movió las manos para quitarle hierro al asunto y se acomodo en el banco, cruzando los brazos.-... No te pasa a veces que mirando las llamas imaginas como hubiera sido tu vida si hubieras tomado decisiones diferentes?... -tras la profunda pregunta, Wallace se sonrojo visiblemente y negó con la cabeza, no quería aburrirla con sus cavilaciones de brujo.- P-Perdona, habré bebido demasiado... solo digo tonterías...
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
La actitud de Rose la exasperaba demasiado a menudo. La falsa modestia que fingía con los hombres que a ella le convenía era más que evidente. Y ahora hacía gala de ese don de gentes, por decirlo de alguna manera, que la calle, su única escuela, le había enseñado. Nana no la culpaba de ello, había tenido que sobrevivir de alguna manera en las calles de Lunargenta, pero verla pavonearse con los invitados era algo que la extralimitaba. Rozaba el límite de lo vulgar, y de eso la loba sabía bastante.
Admitiremos que, cuando el pelirrojo se apartó para desvestirse, Nana siguió sus pasos por el rabillo del ojo, no lo suficientemente interesada pero sí algo curiosa, no la misma curiosidad con la que Rose miraba al líder de los Cuervos, sino la curiosidad de quien puede ojear un libro abierto. Pues para ella, cada cicatriz contaba una historia; La profundidad, el grosor, la forma… Y si aquel tenía tantas cicatrices en el rostro, cuántas más tendría en el cuerpo. Ella, que contaba con infinitas de aquellas blanquecinas y abultadas líneas sobre la piel, sabía bien de lo que hablaba.
Ignoró la mayoría de comentarios de Rose, así como las preguntas dirigidas a Wallace, no quiere decir que no las escuchara, sino que simplemente no intentaba entrometerse o siquiera retener las palabras en su mente. Cogió uno de los largos hierros que colgaba en un pequeño perchero del mismo metal, donde colgaban otros utensilios para el hogar. Dio un par de golpes a los troncos más grandes, soltando unas leves chispas. Movió la yesca con el palo, acercándola a los troncos más grandes, haciendo que lentamente prendiera la corteza.
Le gustaba aquello, sentir que dominaba algo tan primigenio como el fuego era como jugar con magia, una magia poderosa que hacía arder bosques y personas, como si el tiempo no corriese igual para las llamas que para los mortales que las veían consumirse.
Demasiado absorta en sus propios pensamientos, ignorando, en la medida de lo posible, la conversación entre ambos pelirrojos con el fin de no explotar. Pero se sobresaltó ligeramente al sentir la presencia de otro cuerpo en el mismo banco que ella. Sus ojos se abrieron más, un ligero vuelco al corazón. Alzó la cabeza como un gato confundido.
-A esto me refería a que no te asustases cuando entráramos. -Se confesó y resopló resignada.
Apoyó el codo sobre una de sus rodillas, y su mano sujetaba el mentón sin poder apartar la vista del fuego, que poco a poco chisporroteaba alrededor de los enormes troncos que comenzaban a arder en su parte más cercana a las brasas.
Pero no le duró mucho su viaje por los lugares más sorprendentes de la hoguera, cuando el comentario de Wallace le sacó de su ensimismamiento. ¿Era un brujo? La mirada de Nana se posó instintivamente en él, le examinó de pies a cabeza. ¿Qué iba a ser sino? Una de las cejas de la loba se arqueó levemente antes de volverse a su sitio en una expresión de cierta indiferencia.
-Yo pensé, realmente, que eras un dragón. -Se confesó volviendo la vista al fuego. -Rose es bruja, no hay nada más que verla. Tiene esa aptitud pomposa que tenéis en las islas, todo demasiado exagerado. -Explicó haciendo gestos exagerados con las manos para acompañar su explicación. -Ladráis mucho, pero mordéis más bien poco. -Añadió negando levemente con la cabeza.
Rose volvió a la escena, sentándose en otro de los bancos, movía una infusión. La hora del té, cómo no. Nana la miró curiosa desde el otro banco.
-Rosas, clavo, canela… -Olisqueó la loba el aire, como queriendo captar algo. -Y un toque de jengibre. -Expuso, orgullosa, dedicándole una mirada furtiva a Rose, que parecía no apartar la mirada de su invitado. -Rose, ¿Podrías preparar una tetera para nosotros?.
Rose suspiró con resignación, y se levantó de su asiento, llevando consigo la minúscula taza de té que había estado removiendo a penas unos segundos.
Qué le pasaría a Rose con los brujos, ese fetiche extraño que le llevaba a la bruja a acostarse con todo ser mágico que se pasaba por Ulmer. ¿Sería algo así como el chispazo del que hablaba Wallace? ¿A eso se referiría? Nana miró a ambos, antes clavar con decisión la mirada en los ojos de Wallace, que se perdieron en la infinidad primigenia del fuego, como minutos antes lo habían hecho los suyos propios.
-Sí. -Asintió dejando el hierro con el que había removido el fuego de nuevo colgado en el perchero de metal. -Casi todos los días. -Se confesó echándose hacia atrás en el asiento. -Pero es inútil, nuestra vida es así porque nosotros lo elegimos. No hay un “y si...” porque no existe otra combinación, simplemente esta.
Estiró los brazos hacia atrás, desperezándose. El vestido cayó con gracia de nuevo subiéndose sobre sus muslos, dejando entrever aquellas pequeñas marcas blanquecinas que algún día, fueron heridas, no demasiado graves, pero sí lo suficiente para dejar cicatriz.
-Así que no sirve de mucho pararse a pensar cómo sería mi vida si no hubiera hecho lo que he hecho a lo largo de ella, porque entonces, no sería mi vida, sería la vida de una persona que no soy yo. -Intentó argumentar tomándose ambos brazos con las manos. Torció levemente el gesto, entre melancólica y pensativa. -Pero a veces me gusta pensar que sigo viajando. -Finalizó dejándose caer sobre el respaldo del banco, posó las manos sobre su regazo y cerró los ojos. -Así que supongo que soñar no cuesta dinero. -Se encogió de hombros, con cierta resignación.
Admitiremos que, cuando el pelirrojo se apartó para desvestirse, Nana siguió sus pasos por el rabillo del ojo, no lo suficientemente interesada pero sí algo curiosa, no la misma curiosidad con la que Rose miraba al líder de los Cuervos, sino la curiosidad de quien puede ojear un libro abierto. Pues para ella, cada cicatriz contaba una historia; La profundidad, el grosor, la forma… Y si aquel tenía tantas cicatrices en el rostro, cuántas más tendría en el cuerpo. Ella, que contaba con infinitas de aquellas blanquecinas y abultadas líneas sobre la piel, sabía bien de lo que hablaba.
Ignoró la mayoría de comentarios de Rose, así como las preguntas dirigidas a Wallace, no quiere decir que no las escuchara, sino que simplemente no intentaba entrometerse o siquiera retener las palabras en su mente. Cogió uno de los largos hierros que colgaba en un pequeño perchero del mismo metal, donde colgaban otros utensilios para el hogar. Dio un par de golpes a los troncos más grandes, soltando unas leves chispas. Movió la yesca con el palo, acercándola a los troncos más grandes, haciendo que lentamente prendiera la corteza.
Le gustaba aquello, sentir que dominaba algo tan primigenio como el fuego era como jugar con magia, una magia poderosa que hacía arder bosques y personas, como si el tiempo no corriese igual para las llamas que para los mortales que las veían consumirse.
Demasiado absorta en sus propios pensamientos, ignorando, en la medida de lo posible, la conversación entre ambos pelirrojos con el fin de no explotar. Pero se sobresaltó ligeramente al sentir la presencia de otro cuerpo en el mismo banco que ella. Sus ojos se abrieron más, un ligero vuelco al corazón. Alzó la cabeza como un gato confundido.
-A esto me refería a que no te asustases cuando entráramos. -Se confesó y resopló resignada.
Apoyó el codo sobre una de sus rodillas, y su mano sujetaba el mentón sin poder apartar la vista del fuego, que poco a poco chisporroteaba alrededor de los enormes troncos que comenzaban a arder en su parte más cercana a las brasas.
Pero no le duró mucho su viaje por los lugares más sorprendentes de la hoguera, cuando el comentario de Wallace le sacó de su ensimismamiento. ¿Era un brujo? La mirada de Nana se posó instintivamente en él, le examinó de pies a cabeza. ¿Qué iba a ser sino? Una de las cejas de la loba se arqueó levemente antes de volverse a su sitio en una expresión de cierta indiferencia.
-Yo pensé, realmente, que eras un dragón. -Se confesó volviendo la vista al fuego. -Rose es bruja, no hay nada más que verla. Tiene esa aptitud pomposa que tenéis en las islas, todo demasiado exagerado. -Explicó haciendo gestos exagerados con las manos para acompañar su explicación. -Ladráis mucho, pero mordéis más bien poco. -Añadió negando levemente con la cabeza.
Rose volvió a la escena, sentándose en otro de los bancos, movía una infusión. La hora del té, cómo no. Nana la miró curiosa desde el otro banco.
-Rosas, clavo, canela… -Olisqueó la loba el aire, como queriendo captar algo. -Y un toque de jengibre. -Expuso, orgullosa, dedicándole una mirada furtiva a Rose, que parecía no apartar la mirada de su invitado. -Rose, ¿Podrías preparar una tetera para nosotros?.
Rose suspiró con resignación, y se levantó de su asiento, llevando consigo la minúscula taza de té que había estado removiendo a penas unos segundos.
Qué le pasaría a Rose con los brujos, ese fetiche extraño que le llevaba a la bruja a acostarse con todo ser mágico que se pasaba por Ulmer. ¿Sería algo así como el chispazo del que hablaba Wallace? ¿A eso se referiría? Nana miró a ambos, antes clavar con decisión la mirada en los ojos de Wallace, que se perdieron en la infinidad primigenia del fuego, como minutos antes lo habían hecho los suyos propios.
-Sí. -Asintió dejando el hierro con el que había removido el fuego de nuevo colgado en el perchero de metal. -Casi todos los días. -Se confesó echándose hacia atrás en el asiento. -Pero es inútil, nuestra vida es así porque nosotros lo elegimos. No hay un “y si...” porque no existe otra combinación, simplemente esta.
Estiró los brazos hacia atrás, desperezándose. El vestido cayó con gracia de nuevo subiéndose sobre sus muslos, dejando entrever aquellas pequeñas marcas blanquecinas que algún día, fueron heridas, no demasiado graves, pero sí lo suficiente para dejar cicatriz.
-Así que no sirve de mucho pararse a pensar cómo sería mi vida si no hubiera hecho lo que he hecho a lo largo de ella, porque entonces, no sería mi vida, sería la vida de una persona que no soy yo. -Intentó argumentar tomándose ambos brazos con las manos. Torció levemente el gesto, entre melancólica y pensativa. -Pero a veces me gusta pensar que sigo viajando. -Finalizó dejándose caer sobre el respaldo del banco, posó las manos sobre su regazo y cerró los ojos. -Así que supongo que soñar no cuesta dinero. -Se encogió de hombros, con cierta resignación.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Wallace acarició con los ojos las piernas de ella, observando sus marcas, con ganas de preguntarle como se las hizo. Seria indecoroso hacerlo? Wallace torció la boca y miró de nuevo al fuego, frunciendo el ceño.
Soñar era gratis había dicho ella. Hace años, el no se podía permitir soñar, su vida se basaba en sangre, oro, beber y dormir. La simple palabra "sueño" fué para el cosa de débiles. Lo sueños no te dan dinero! Pensaba entonces. Soñar acaba matándote, le dijo un compañero ya muerto una vez.
Se acomodó en el banco, apoyando el brazo en el respaldo y levantando una pierna para estar mas cómodo. Observó a mujer, deseando preguntar tantas cosas. Que soñaba? Que tenia? Wallace jugueteaba con las cuerdas de su pantalón, deseando ser mas valiente para tener la confianza de hablar. Al igual que con Circenn, la presencia de la mujer le invitaba a abrirse, ha confesar sus miedos e inquietudes. Desde que Bjorn lo proclamó líder, Wallace no había dejado de dudar en su liderazgo, en su derecho ha llevar esa responsabilidad. Sus compañeros le repetían que lo estaba haciendo bien, que no se preocupase, pero era fácil decirlo. Wallace sentía la presión de saber que tenia vidas en juego.
El olor de té recién hecho sacó de sus pensamientos al brujo. Rose, con una sonrisa amable, dejo la tetera con dos tacitas frente a ellos. Wallace le dio las gracias en un susurro, no quería alzar la voz. El silencio del salón era acompañado por el crujido de la madera y las brasas. Habia una armonía en ese lugar que tranquilizaba al pelirrojo, relajándose como nunca. Cogiendo la tetera aun estando caliente, sirvió el te para ella, acercándole la taza y luego se sirvió él. Tomó un sorbo, notando el calor. Por suerte para él, las cosas calientes no quemaban tanto. Saboreó el liquido con tranquilidad y sorbió de nuevo.
-Me recuerda... a un té que probé en Sandorai... a mi hijo le encantaría beber esto... -susurró mirándola con una tenue sonrisa. De eso estaba seguro, a Seth le encantaba el té y el brujo siempre intentaba traerle de todos los tipos en sus viajes. Mientras su mirada volvía a ella, tuvo que admitir que con la luz cálida del fuego, la mujer que tenia delante se veía mucho mas hermosa. Wallace se deleitó con sus rasgos perfilados por el fuego y se quedo un buen rato mirándola a los ojos. El oro de ellos brillaba, como si acabasen de fundir un lujoso collar, listo para ser forjado en algo especia. Wallace apartó la mirada, abrumado, con cierto sentimiento de culpa por pensar en cosas que no debía en su posición. Wallace apretó los labios ante aquellos pensamientos. No le volvería ha faltar al respeto como había hecho antes, en la posada.- S-Seria posible que fuéramos a los funerales juntos? -Preguntó entonces, mirándola de reojo, sin saber como reaccionaria ante tal propuesta. Un funeral no era un lugar muy agradable para conocerse mejor pero sospechaba que ella debía estar presente como líder de la aldea, aparte de eso, él debía acompañar a Helga.
Dejó la taza en el banco y lentamente, se trenzó el pelo para estar mas cómodo. Sus ojos se pasearon por la estancia y se quedaron el fuego una vez mas, esbozando una pequeña sonrisa.
- A veces si que desearía haber tomado un camino deferente... pero no ahora, antaño, cuando no sabia lo que era la piedad... -La miró de reojo y suspiró, con cierto temor a lo que iba a contarle.- Fuí saqueador, y mercenario y ladrón y muchas de las cosas que hoy en día detesto y persigo... -Miró su reflejo en el liquido caliente de su taza.- No suelo contarlo, siento si esto te incomoda. -Le regaló una sincera sonrisa, culpable.- He sentido que podía... que podía abrirme contigo. -Carraspeó sabiendo que quizás había metido la pata, se rascó la barba nervioso y espero respuesta, un juicio tal vez, alguna mirada de odio.
Soñar era gratis había dicho ella. Hace años, el no se podía permitir soñar, su vida se basaba en sangre, oro, beber y dormir. La simple palabra "sueño" fué para el cosa de débiles. Lo sueños no te dan dinero! Pensaba entonces. Soñar acaba matándote, le dijo un compañero ya muerto una vez.
Se acomodó en el banco, apoyando el brazo en el respaldo y levantando una pierna para estar mas cómodo. Observó a mujer, deseando preguntar tantas cosas. Que soñaba? Que tenia? Wallace jugueteaba con las cuerdas de su pantalón, deseando ser mas valiente para tener la confianza de hablar. Al igual que con Circenn, la presencia de la mujer le invitaba a abrirse, ha confesar sus miedos e inquietudes. Desde que Bjorn lo proclamó líder, Wallace no había dejado de dudar en su liderazgo, en su derecho ha llevar esa responsabilidad. Sus compañeros le repetían que lo estaba haciendo bien, que no se preocupase, pero era fácil decirlo. Wallace sentía la presión de saber que tenia vidas en juego.
El olor de té recién hecho sacó de sus pensamientos al brujo. Rose, con una sonrisa amable, dejo la tetera con dos tacitas frente a ellos. Wallace le dio las gracias en un susurro, no quería alzar la voz. El silencio del salón era acompañado por el crujido de la madera y las brasas. Habia una armonía en ese lugar que tranquilizaba al pelirrojo, relajándose como nunca. Cogiendo la tetera aun estando caliente, sirvió el te para ella, acercándole la taza y luego se sirvió él. Tomó un sorbo, notando el calor. Por suerte para él, las cosas calientes no quemaban tanto. Saboreó el liquido con tranquilidad y sorbió de nuevo.
-Me recuerda... a un té que probé en Sandorai... a mi hijo le encantaría beber esto... -susurró mirándola con una tenue sonrisa. De eso estaba seguro, a Seth le encantaba el té y el brujo siempre intentaba traerle de todos los tipos en sus viajes. Mientras su mirada volvía a ella, tuvo que admitir que con la luz cálida del fuego, la mujer que tenia delante se veía mucho mas hermosa. Wallace se deleitó con sus rasgos perfilados por el fuego y se quedo un buen rato mirándola a los ojos. El oro de ellos brillaba, como si acabasen de fundir un lujoso collar, listo para ser forjado en algo especia. Wallace apartó la mirada, abrumado, con cierto sentimiento de culpa por pensar en cosas que no debía en su posición. Wallace apretó los labios ante aquellos pensamientos. No le volvería ha faltar al respeto como había hecho antes, en la posada.- S-Seria posible que fuéramos a los funerales juntos? -Preguntó entonces, mirándola de reojo, sin saber como reaccionaria ante tal propuesta. Un funeral no era un lugar muy agradable para conocerse mejor pero sospechaba que ella debía estar presente como líder de la aldea, aparte de eso, él debía acompañar a Helga.
Dejó la taza en el banco y lentamente, se trenzó el pelo para estar mas cómodo. Sus ojos se pasearon por la estancia y se quedaron el fuego una vez mas, esbozando una pequeña sonrisa.
- A veces si que desearía haber tomado un camino deferente... pero no ahora, antaño, cuando no sabia lo que era la piedad... -La miró de reojo y suspiró, con cierto temor a lo que iba a contarle.- Fuí saqueador, y mercenario y ladrón y muchas de las cosas que hoy en día detesto y persigo... -Miró su reflejo en el liquido caliente de su taza.- No suelo contarlo, siento si esto te incomoda. -Le regaló una sincera sonrisa, culpable.- He sentido que podía... que podía abrirme contigo. -Carraspeó sabiendo que quizás había metido la pata, se rascó la barba nervioso y espero respuesta, un juicio tal vez, alguna mirada de odio.
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Allí, casi retumbada sobre el respaldo del banco, Nana entreabrió los ojos para poder perderse de nuevo en el bailoteo de las llamas rojizas. Se sintió observada por un largo rato, ignorando aquella sensación de unos ojos puestos en ella, la loba no desprendió la vista del fuego. Podría haber girado la cabeza y haberse encontrado con los ojos del pelirrojo en el camino, pero no lo hizo, no ganaría nada incomodando más a su invitado. Entonces fue Rose la que apareció de nuevo en el gran salón, sosteniendo la tetera con un paño para no quemarse, sirvió dos tazas de té que les puso posteriormente en las manos. Quemaba, demasiado para la loba. Así que optó por dejar la taza a un lado del banco junto a ella.
Siendo sinceros, no le gustaba el té, le parecía una tradición cursi y algo hortera, tomarse una infusión cuando no te pasa nada, cuando no hay ninguna necesidad de echarle plantas al cuerpo. Así es como veía ella el té. Rose no le tomó demasiada importancia al indecoroso gesto de su amiga. Al fin y al cabo, había sido una simple excusa para que la bruja dejara el acoso, al menos unos minutos.
… Un momento, había dicho hijo. Rose miró a Wallace, llevándose los dedos de nuevo a los labios, con un gesto de asombro. Sin embargo Nana reprimió todo gesto, manteniendo la mirada fija en el fuego. ¿Por qué se extrañaban tanto? Ellas eran la excepción, casi rozando la treintena, Nana ya debería de haber tenido, como mínimo, tres hijos, eso habría sido lo normal.
Fue entonces cuando giró la cabeza, descubriendo al fin esos ojos que la habían estado observando durante todo ese tiempo. Le dedicó una sonrisa amable a Wallace y asintió con la cabeza a su proposición. Rose se dedicaba a remover el té con la cucharita de porcelana, admirando la escena sin hacer comentario alguno. Le escuchó en silencio, el silencio que necesitan aquellas personas que, desesperadamente, buscan contar algo.
-Las detestas, y sin embargo, son esas cosas las que te hicieron ser quien eres. -Rompió por fin el silencio la loba, apoyando suavemente una de sus manos sobre la rodilla de Wallace para reconfortarle. -Todos hemos hecho cosas que preferimos no contar en voz alta. Cosas que es mejor que queden relegadas a un cajón oscuro dentro de nuestra cabeza, donde no pensarlas demasiado. Es lo que tiene tener una parte, ínfimamente humana.
Rose había agachado la vista al suelo varias veces, reflexionando en aquellas palabras. El tintineo de la cucharilla de Rose cesó, y clavó su mirada en la taza de té de Wallace. Se levantó con su usual contoneo hasta quedar frente a ellos, tapándoles el fuego.
-¿Me permite? -Preguntó la bruja señalando la taza de té.
Podemos decir que aquello fue algo simplemente simbólico, pues literalmente, casi arrancó la taza de té con el plato de las manos del brujo.
-Es solo un juego de niños. -Comentó la líder negando con la cabeza.
Retiró la mano que mantenía inconscientemente sobre la pierna del pelirrojo. Rose se sentó en uno de los taburetes junto al brujo, y dio la vuelta a la taza sobre el pequeño plato. El exceso de agua cayó al plato, dejando pegados en el fondo los posos del té. Dio de nuevo la vuelta a la taza, y acercándola al fuego miró su interior frunciendo exageradamente el ceño.
-Veo una guerra. Sangre y fuego. Una mujer.
Las palabras de la bruja cesaron, casi parecía que se mordía la lengua, cuando volvió a entregarle la taza al pelirrojo con una pequeña sonrisa forzada.
-Como dice Nana, es solo un juego de niños sin importancia.
Intentó quitarle hierro al asunto y se levantó del taburete, algo nerviosa. La actitud de su amiga le hizo fruncir el gesto, preocupada. ¿Qué habría visto?
-Le gusta el drama. -Encogió los hombros la loba, con resignación. -No puede negar que es de las islas. -Bromeó con una sonrisa divertida.
Rose se levantó de nuevo de su asiento, pero esta vez no se dirigió a la despensa, sino al cuarto de Nana casi a toda prisa. Como si se le hubiera ocurrido algo. La loba aprovechó para girarse de nuevo hacia Wallace, pero no giró solo la cabeza para mirarle, sino todo el cuerpo. Sus labios se movieron, intentando articular palabras que tenía en su mente, pero no querían salir de su garganta, allí donde habían quedado alojadas.
-… Si vas al frente, me gustaría ir contigo.
Con el rostro casi inexpresivo, la mirada dura que se clavó en los ojos de Wallace, la loba sintió un enorme alivio. Se vio de nuevo viajando a pie, como solía hacerlo, cazando de noche y dejándose llevar por el olor a sangre, cerveza y orín, de las grandes ciudades. Y la adrenalina de sostener un cuchillo con el que hacer brotar la sangre de aquellos vampiros.
Pero de nuevo, oportuna, Rose salió frotándose las manos con aire satisfecho.
-Ya tienes la ropa para el rito este de los odinistas, sobre la cama.
-¡Rose!
Explotó por fin la líder, algo enfadada con su amiga por sus intentos de hacer de madre sobreprotectora.
-Sabes que te tengo que elegir la ropa, porque si fuera por ti irías desnuda a todas partes. O con esos trapos que te pones.
Echó una mirada furtiva a la loba, mirándola de arriba abajo y negó con la cabeza un par de veces antes de reclinarse de nuevo sobre la silla.
Siendo sinceros, no le gustaba el té, le parecía una tradición cursi y algo hortera, tomarse una infusión cuando no te pasa nada, cuando no hay ninguna necesidad de echarle plantas al cuerpo. Así es como veía ella el té. Rose no le tomó demasiada importancia al indecoroso gesto de su amiga. Al fin y al cabo, había sido una simple excusa para que la bruja dejara el acoso, al menos unos minutos.
… Un momento, había dicho hijo. Rose miró a Wallace, llevándose los dedos de nuevo a los labios, con un gesto de asombro. Sin embargo Nana reprimió todo gesto, manteniendo la mirada fija en el fuego. ¿Por qué se extrañaban tanto? Ellas eran la excepción, casi rozando la treintena, Nana ya debería de haber tenido, como mínimo, tres hijos, eso habría sido lo normal.
Fue entonces cuando giró la cabeza, descubriendo al fin esos ojos que la habían estado observando durante todo ese tiempo. Le dedicó una sonrisa amable a Wallace y asintió con la cabeza a su proposición. Rose se dedicaba a remover el té con la cucharita de porcelana, admirando la escena sin hacer comentario alguno. Le escuchó en silencio, el silencio que necesitan aquellas personas que, desesperadamente, buscan contar algo.
-Las detestas, y sin embargo, son esas cosas las que te hicieron ser quien eres. -Rompió por fin el silencio la loba, apoyando suavemente una de sus manos sobre la rodilla de Wallace para reconfortarle. -Todos hemos hecho cosas que preferimos no contar en voz alta. Cosas que es mejor que queden relegadas a un cajón oscuro dentro de nuestra cabeza, donde no pensarlas demasiado. Es lo que tiene tener una parte, ínfimamente humana.
Rose había agachado la vista al suelo varias veces, reflexionando en aquellas palabras. El tintineo de la cucharilla de Rose cesó, y clavó su mirada en la taza de té de Wallace. Se levantó con su usual contoneo hasta quedar frente a ellos, tapándoles el fuego.
-¿Me permite? -Preguntó la bruja señalando la taza de té.
Podemos decir que aquello fue algo simplemente simbólico, pues literalmente, casi arrancó la taza de té con el plato de las manos del brujo.
-Es solo un juego de niños. -Comentó la líder negando con la cabeza.
Retiró la mano que mantenía inconscientemente sobre la pierna del pelirrojo. Rose se sentó en uno de los taburetes junto al brujo, y dio la vuelta a la taza sobre el pequeño plato. El exceso de agua cayó al plato, dejando pegados en el fondo los posos del té. Dio de nuevo la vuelta a la taza, y acercándola al fuego miró su interior frunciendo exageradamente el ceño.
-Veo una guerra. Sangre y fuego. Una mujer.
Las palabras de la bruja cesaron, casi parecía que se mordía la lengua, cuando volvió a entregarle la taza al pelirrojo con una pequeña sonrisa forzada.
-Como dice Nana, es solo un juego de niños sin importancia.
Intentó quitarle hierro al asunto y se levantó del taburete, algo nerviosa. La actitud de su amiga le hizo fruncir el gesto, preocupada. ¿Qué habría visto?
-Le gusta el drama. -Encogió los hombros la loba, con resignación. -No puede negar que es de las islas. -Bromeó con una sonrisa divertida.
Rose se levantó de nuevo de su asiento, pero esta vez no se dirigió a la despensa, sino al cuarto de Nana casi a toda prisa. Como si se le hubiera ocurrido algo. La loba aprovechó para girarse de nuevo hacia Wallace, pero no giró solo la cabeza para mirarle, sino todo el cuerpo. Sus labios se movieron, intentando articular palabras que tenía en su mente, pero no querían salir de su garganta, allí donde habían quedado alojadas.
-… Si vas al frente, me gustaría ir contigo.
Con el rostro casi inexpresivo, la mirada dura que se clavó en los ojos de Wallace, la loba sintió un enorme alivio. Se vio de nuevo viajando a pie, como solía hacerlo, cazando de noche y dejándose llevar por el olor a sangre, cerveza y orín, de las grandes ciudades. Y la adrenalina de sostener un cuchillo con el que hacer brotar la sangre de aquellos vampiros.
Pero de nuevo, oportuna, Rose salió frotándose las manos con aire satisfecho.
-Ya tienes la ropa para el rito este de los odinistas, sobre la cama.
-¡Rose!
Explotó por fin la líder, algo enfadada con su amiga por sus intentos de hacer de madre sobreprotectora.
-Sabes que te tengo que elegir la ropa, porque si fuera por ti irías desnuda a todas partes. O con esos trapos que te pones.
Echó una mirada furtiva a la loba, mirándola de arriba abajo y negó con la cabeza un par de veces antes de reclinarse de nuevo sobre la silla.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
La expresión de sorpresa de las mujeres al hablar sobre su hijo provocó que Wallace riera con ganas. No se esperaban que él tuviera hijos? Le pareció una reacción entrañable.
-Oh vamos, un hombre con esta cara por lo menos debe de tener una camada entera! - Exclamó, bromeando mientra señala la dura cicatriz de su ojo derecho, el cual había dejado de ser verde para ser como una tormenta nublada. Como un cielo cargado de lluvia.- Solo bromeo, suficiente tengo con él y la niña… - No pudo evitar sonreír con extrema dulzura mientras recordaba los ojos de la pequeña. Wallace miró a las mujeres y bebió de nuevo, disfrutando del té, casi terminando.
Cuando ella accedió a ir con él, el brujo asintió como un niño, satisfecho y feliz. Seria una funeral, algo que no era sinónimo de alegría, pero estaría bien acompañado y tendría oportunidad de poder hablar mas con ella. Su expresión divertida cambió de repente al sentir la mano de ella en su rodilla. El brujo abrió mucho los ojos ante el contacto dado que no se lo esperaba. Su cara debió ser un espectáculo pues también esbozó una sonrisa nerviosa e intento disimular que aquel simple acto de ella, sin ninguna intención íntima, le habría provocado un torbellino de emociones y un cosquilleo agradable por todo el cuerpo. No le dijo nada, consiguió disimular todo lo que pudo bajo la atenta y pícara mirada de Rose que si le había visto. Intentó hablar dado que ella parecía comprender su pasado, sus actos y no le juzgó. Wallace asintió, realmente agradecido a pesar de que en ese momento su mente estaba concentrada en el calor de la mano de ella. Cuenta Wallace, 1, 2, 3, respira... Se repetía a si mismo. Como algo tan simple podía desarmarlo de tal manera? Tan vulnerable se había vuelto?
Su mente por fin se pudo centrar en algo más que Nana cuando Rose, sin preguntar, le quitó la taza de las manos. Intuyó entonces que querría hacerle una lectura. Alguna que otra vez alguna anciana le había consultado el destino con huesos y piedras, pero jamás con el poso del té. Wallace era curioso, no muy supersticioso, pero quería saber lo que iba a ver. Observó con atención como la bruja giraba la taza, dejando caer el líquido sobrando. El hombre iba mirando a Nana, de reojo, expectante, algo nervioso también. Sobre todo cuando ella retiró la mano, un escalofrío agradable lo atravesó de arriba abajo, demasiado agradable.
Sangre, fuego y una mujer. Esas palabras sorprendieron al brujo, quien se quedó helado, con la mirada fija en la taza. Frunció levemente el ceño intentando comprender. Tragó saliva varias veces y se llevó el puño a los labios, pensativo. Que querría decir? Fuego? Lo representaba a él? La sangre, vampiros quizás… una mujer. Wallace pensó en ella, volviendo a sentir la culpa. Se acarició los labios con el dedo y se acomodó en el banco sin saber como usar esa información. Rose dejó de hablar de golpe y eso no mejoró la situación. Vió algo más, algo que la alteró, haciendo que se levantase y se fuera. Nana la miraba esperando respuestas, tan nerviosa como él. Qué mosca le había picado ahora? Por qué tanta prisa por irse?
-Juego de niños… me ha puesto la piel de gallina -Susurró él, visiblemente preocupado mientras intentaba bromear para quitarle hierro al asunto, respirando con nerviosismo. No tenía que darle importancia, sería peor.
Y no se la dió, por que las palabras siguientes de la mujer de ojos dorados le calaron fuerte y hondo. Toda preocupación se esfumó cuando ella, con su mirada fija en él, le hizo saber que le gustaría ir al frente con él, en el caso de que fuera. Wallace la miró alzando las cejas, pues no se lo esperaba. Abrió varias veces la boca pues no sabía como procesas tales palabras. Wallace se acercó un poco más a ella, emocionado, sus rodillas se rozaban.
-Luchar a mi lado codo con codo? -Ofreciéndole su mano para estrecharla, en símbolo de acuerdo, de juramento casi, de promesa.- Acabar con todos los chupansagre que se pongan en nuestro camino? Creeme Nana, para mi seria un honor blandir las armas a tu lado. - Sus ojos, ardiendo de emoción y sed de gloria, la miraban con firmeza, profundos. El momento hubiera sido perfecto, pero fueron interrumpidos una vez más. Wallace retiró la mano, con un poco de vergüenza por haberse emocionado tan prematuramente. No pudo evitar reír ante la riña de Rose y las observó tapándose la boca para no reír mas. Estaba claro que se querían.- Para defensa de Nana, admitiré que ir desnudo tampoco suena tan mal si vas por el bosque, es casi como una medicina… -bromeó mientras esbozaba una divertida expresión en su rostro. Rose apretó los labios y lo miró, haciendo como que se cabreaba con él.
-Oh claro! Espero que no quieras usar esa medicina por el Gran Salón… acabarías mal parado… o no… -coqueta y con ganas de hacer enfadar a su líder, la miró moviendo las cejas. Wallace se mordió el labio, mirando de reojo a Nana, intentado mantener la compostura y cedió ante una buena y jovial carcajada, sujetándose el vientre. Rose contagiada por él, se supo a reír por igual. Menudo par…
-Oh vamos, un hombre con esta cara por lo menos debe de tener una camada entera! - Exclamó, bromeando mientra señala la dura cicatriz de su ojo derecho, el cual había dejado de ser verde para ser como una tormenta nublada. Como un cielo cargado de lluvia.- Solo bromeo, suficiente tengo con él y la niña… - No pudo evitar sonreír con extrema dulzura mientras recordaba los ojos de la pequeña. Wallace miró a las mujeres y bebió de nuevo, disfrutando del té, casi terminando.
Cuando ella accedió a ir con él, el brujo asintió como un niño, satisfecho y feliz. Seria una funeral, algo que no era sinónimo de alegría, pero estaría bien acompañado y tendría oportunidad de poder hablar mas con ella. Su expresión divertida cambió de repente al sentir la mano de ella en su rodilla. El brujo abrió mucho los ojos ante el contacto dado que no se lo esperaba. Su cara debió ser un espectáculo pues también esbozó una sonrisa nerviosa e intento disimular que aquel simple acto de ella, sin ninguna intención íntima, le habría provocado un torbellino de emociones y un cosquilleo agradable por todo el cuerpo. No le dijo nada, consiguió disimular todo lo que pudo bajo la atenta y pícara mirada de Rose que si le había visto. Intentó hablar dado que ella parecía comprender su pasado, sus actos y no le juzgó. Wallace asintió, realmente agradecido a pesar de que en ese momento su mente estaba concentrada en el calor de la mano de ella. Cuenta Wallace, 1, 2, 3, respira... Se repetía a si mismo. Como algo tan simple podía desarmarlo de tal manera? Tan vulnerable se había vuelto?
Su mente por fin se pudo centrar en algo más que Nana cuando Rose, sin preguntar, le quitó la taza de las manos. Intuyó entonces que querría hacerle una lectura. Alguna que otra vez alguna anciana le había consultado el destino con huesos y piedras, pero jamás con el poso del té. Wallace era curioso, no muy supersticioso, pero quería saber lo que iba a ver. Observó con atención como la bruja giraba la taza, dejando caer el líquido sobrando. El hombre iba mirando a Nana, de reojo, expectante, algo nervioso también. Sobre todo cuando ella retiró la mano, un escalofrío agradable lo atravesó de arriba abajo, demasiado agradable.
Sangre, fuego y una mujer. Esas palabras sorprendieron al brujo, quien se quedó helado, con la mirada fija en la taza. Frunció levemente el ceño intentando comprender. Tragó saliva varias veces y se llevó el puño a los labios, pensativo. Que querría decir? Fuego? Lo representaba a él? La sangre, vampiros quizás… una mujer. Wallace pensó en ella, volviendo a sentir la culpa. Se acarició los labios con el dedo y se acomodó en el banco sin saber como usar esa información. Rose dejó de hablar de golpe y eso no mejoró la situación. Vió algo más, algo que la alteró, haciendo que se levantase y se fuera. Nana la miraba esperando respuestas, tan nerviosa como él. Qué mosca le había picado ahora? Por qué tanta prisa por irse?
-Juego de niños… me ha puesto la piel de gallina -Susurró él, visiblemente preocupado mientras intentaba bromear para quitarle hierro al asunto, respirando con nerviosismo. No tenía que darle importancia, sería peor.
Y no se la dió, por que las palabras siguientes de la mujer de ojos dorados le calaron fuerte y hondo. Toda preocupación se esfumó cuando ella, con su mirada fija en él, le hizo saber que le gustaría ir al frente con él, en el caso de que fuera. Wallace la miró alzando las cejas, pues no se lo esperaba. Abrió varias veces la boca pues no sabía como procesas tales palabras. Wallace se acercó un poco más a ella, emocionado, sus rodillas se rozaban.
-Luchar a mi lado codo con codo? -Ofreciéndole su mano para estrecharla, en símbolo de acuerdo, de juramento casi, de promesa.- Acabar con todos los chupansagre que se pongan en nuestro camino? Creeme Nana, para mi seria un honor blandir las armas a tu lado. - Sus ojos, ardiendo de emoción y sed de gloria, la miraban con firmeza, profundos. El momento hubiera sido perfecto, pero fueron interrumpidos una vez más. Wallace retiró la mano, con un poco de vergüenza por haberse emocionado tan prematuramente. No pudo evitar reír ante la riña de Rose y las observó tapándose la boca para no reír mas. Estaba claro que se querían.- Para defensa de Nana, admitiré que ir desnudo tampoco suena tan mal si vas por el bosque, es casi como una medicina… -bromeó mientras esbozaba una divertida expresión en su rostro. Rose apretó los labios y lo miró, haciendo como que se cabreaba con él.
-Oh claro! Espero que no quieras usar esa medicina por el Gran Salón… acabarías mal parado… o no… -coqueta y con ganas de hacer enfadar a su líder, la miró moviendo las cejas. Wallace se mordió el labio, mirando de reojo a Nana, intentado mantener la compostura y cedió ante una buena y jovial carcajada, sujetándose el vientre. Rose contagiada por él, se supo a reír por igual. Menudo par…
Wallace Mcgregor
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
La loba alzó una ceja, aceptando el reto que Rose lanzaba con sus palabras y sus risas. No le daría el gusto de enfadarse por eso. Se encogió levemente de hombros y luego esbozó una sonrisa divertida que se tornó en una sonrisa pícara al posarse sobre los ojos del brujo. No le gustaba ser objeto de risas sin su consentimiento.
-Quién sabe. -Dijo la loba volviendo a mostrar la punta de sus colmillos. -Tendrás que probar a ver.
Su voz sonaba más desafiante que divertida. Rose, a su vez, alzó una ceja sin perder la sonrisa de los labios, que quiso decir un “Bien jugado”. La loba le devolvió el gesto a su amiga, y luego se echó a reír echando el cuerpo hacia delante en el banco, y dando un par de palmadas sobre la pierna de Wallace en un gesto cariñoso. Sobre la cual se apoyó suavemente para levantarse del asiento. Pero creedme, si hubiera querido seducir al brujo, ya lo habría hecho. Tuvo alguna tentación de hacerlo, pero aquellos comentarios sobre familia advirtieron a la loba de que aquel, seguramente, fuera un hombre comprometido.
Se acomodó el vestido, sacudiéndolo suavemente sobre sus rodillas y luego caminó sin decir nada hacia su habitación. Se hubiera cambiado allí mismo, pero había aprendido de los humanos y otras razas una cosa que llamaban el decoro. Así que dejando a la pareja de brujos junta, se encaminó hacia las dos jambas decoradas que daban acceso a su habitación. Casi no llegó a cruzar el umbral de la puerta cuando deshizo el nudo que sostenía la tela sobre su cuerpo, haciendo que cayera lentamente en el suelo de madera a su paso. Rose la siguió con la mirada hasta el repentino momento exhibicionista, en el cual empezó a negar repetidas veces con la cabeza.
-Si me permite… -De nuevo Rose se levantó de su propio asiento para sentarse en el banco junto a Wallace.
Otra vez el permiso era una cosa simplemente simbólica, pues el trasero de la bruja ya estaba sobre los cojines del banco antes de pedirlo. La pelirroja cruzó las piernas y entrelazó las manos sobre su regazo, en una actitud exageradamente pomposa.
-Nana es una mujer complicada. -Comentó descaradamente intentando, por todos los medios, tapar la vista de aquel hacia la puerta abierta del cuarto de la líder.
Aquella, por su lado, sostenía en alto el vestido que Rose había dejado sobre su lecho. Era negro azabache, de una tela que recordaba aquella misma que segundos antes cubría su piel, pero algo más fina y sedosa que la anterior. Era un vestido largo que caía ligeramente por la espalda a modo de cola, Este era de tirantes decorados con abalorios dorados casi a la altura de los hombros. No lo miró con demasiado detenimiento antes de meterse en él.
-… Quiero decir. Es la mejor líder que podríamos tener, eso sin duda. -Se excusó la pelirroja. -Pero … Debes de alejarte de ella. Si no lo haces por ti, hazlo por ella.
El semblante de la bruja se tornó siniestro, tétrico, como minutos antes con los posos del té. ¿Qué habría visto allí la bruja? ¿Qué sino aguardaba encerrado en unas hojas hinchadas por el agua caliente?
-Escúchame bien. No puede ir a la guerra. -Sentenció por fin clavando sus ojos oscuros en los de él, con una mirada desafiante.
Pronto ese semblante cambió a una sonrisa cuando la loba salió del cuarto, ataviada con aquel vestido negro. Se había soltado el pelo que caía sobre sus hombros y a ambos lados de sus pómulos, rizándose ligeramente por la trenza que había llevado toda la mañana. Rose asintió, satisfecha, y se levantó para arreglarle ambos tirantes, ligeramente torcidos. Nana resopló con exasperación. De verdad que seguía odiando esos vestidos, aunque fueran muchísimo más austeros que los que Rose se ponía, los cuales contaban con enaguas, cancan, corsé y otros utensilios de tortura.
-Perfecta.
Asintió la pelirroja de nuevo un par de veces, reafirmándose en sus palabras.
-Quién sabe. -Dijo la loba volviendo a mostrar la punta de sus colmillos. -Tendrás que probar a ver.
Su voz sonaba más desafiante que divertida. Rose, a su vez, alzó una ceja sin perder la sonrisa de los labios, que quiso decir un “Bien jugado”. La loba le devolvió el gesto a su amiga, y luego se echó a reír echando el cuerpo hacia delante en el banco, y dando un par de palmadas sobre la pierna de Wallace en un gesto cariñoso. Sobre la cual se apoyó suavemente para levantarse del asiento. Pero creedme, si hubiera querido seducir al brujo, ya lo habría hecho. Tuvo alguna tentación de hacerlo, pero aquellos comentarios sobre familia advirtieron a la loba de que aquel, seguramente, fuera un hombre comprometido.
Se acomodó el vestido, sacudiéndolo suavemente sobre sus rodillas y luego caminó sin decir nada hacia su habitación. Se hubiera cambiado allí mismo, pero había aprendido de los humanos y otras razas una cosa que llamaban el decoro. Así que dejando a la pareja de brujos junta, se encaminó hacia las dos jambas decoradas que daban acceso a su habitación. Casi no llegó a cruzar el umbral de la puerta cuando deshizo el nudo que sostenía la tela sobre su cuerpo, haciendo que cayera lentamente en el suelo de madera a su paso. Rose la siguió con la mirada hasta el repentino momento exhibicionista, en el cual empezó a negar repetidas veces con la cabeza.
-Si me permite… -De nuevo Rose se levantó de su propio asiento para sentarse en el banco junto a Wallace.
Otra vez el permiso era una cosa simplemente simbólica, pues el trasero de la bruja ya estaba sobre los cojines del banco antes de pedirlo. La pelirroja cruzó las piernas y entrelazó las manos sobre su regazo, en una actitud exageradamente pomposa.
-Nana es una mujer complicada. -Comentó descaradamente intentando, por todos los medios, tapar la vista de aquel hacia la puerta abierta del cuarto de la líder.
Aquella, por su lado, sostenía en alto el vestido que Rose había dejado sobre su lecho. Era negro azabache, de una tela que recordaba aquella misma que segundos antes cubría su piel, pero algo más fina y sedosa que la anterior. Era un vestido largo que caía ligeramente por la espalda a modo de cola, Este era de tirantes decorados con abalorios dorados casi a la altura de los hombros. No lo miró con demasiado detenimiento antes de meterse en él.
-… Quiero decir. Es la mejor líder que podríamos tener, eso sin duda. -Se excusó la pelirroja. -Pero … Debes de alejarte de ella. Si no lo haces por ti, hazlo por ella.
El semblante de la bruja se tornó siniestro, tétrico, como minutos antes con los posos del té. ¿Qué habría visto allí la bruja? ¿Qué sino aguardaba encerrado en unas hojas hinchadas por el agua caliente?
-Escúchame bien. No puede ir a la guerra. -Sentenció por fin clavando sus ojos oscuros en los de él, con una mirada desafiante.
Pronto ese semblante cambió a una sonrisa cuando la loba salió del cuarto, ataviada con aquel vestido negro. Se había soltado el pelo que caía sobre sus hombros y a ambos lados de sus pómulos, rizándose ligeramente por la trenza que había llevado toda la mañana. Rose asintió, satisfecha, y se levantó para arreglarle ambos tirantes, ligeramente torcidos. Nana resopló con exasperación. De verdad que seguía odiando esos vestidos, aunque fueran muchísimo más austeros que los que Rose se ponía, los cuales contaban con enaguas, cancan, corsé y otros utensilios de tortura.
-Perfecta.
Asintió la pelirroja de nuevo un par de veces, reafirmándose en sus palabras.
Nana
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Al brujo le encantó que la loba se uniera a sus carcajadas mientras Rose los miraba con una expresión divertida. Entre ellas había una confianza infinita mientras intercambiaban miradas cómplices, incluso de desafío. Wallace recordaba como Circenn y él no les hacían falta palabras para comunicarse en algunos momentos, se conocían demasiado como para saber qué pensaba el uno y el otro. Demasiado bien… El pelirrojo se preguntaba qué le diría si supiera la calidad de los pensamientos que había tenido. Seguramente recibiría una buena bronca de parte del felino. Y con razón. Wallace no debía olvidar que a pesar de no estaba escrito, el estaba comprometido de palabra con ella. Y eso es lago que golpeó al brujo con fuerza. Sentía culpa, si, pero no tanta como esperaba. Estaba volviendo a ser el hombre que fue antaño? Deseaba de todo corazón que no fuera así, que fuera mas bien, pura admiración por la mujer de mirada dorada. Admiración y respeto, se repetía para auto-convencerse.
Wallace también siguió con la mirada a la mujer mientras se dirigía a una zona mas intima para poder cambiarse. También vió como el vestido caía el suelo sin pudor alguno y la mirada de Rose hacia su amiga por ese atrevimiento. El brujo abrió los ojos como platos, sorprendido de haber visto más de lo que debía y giró con rapidez el rostro, visiblemente ruborizado, disimulando como pudo. Estaba claro que la imagen de la espalda desnuda de ella no se le iría de la cabeza en toda la noche. Supo de inmediato que el hecho que la bruja se sentara con él era una ayuda a su amiga para que no fuera observaba mientras se preparaba. Wallace no pudo evitar sonreír de lado por aquello. Un amigo siempre estaba allí para cubrirte las espaldas.
-Complicada?... -preguntó entonces ante las palabras de Rose. Negó con la cabeza y miró a los ojos a la bruja.- Bueno, lo poco que la estoy conociendo me dice que ha vivido muchas cosas, y eso quieras o no… te marca… yo tambien soy complicado a mi modo supongo…
La broma duró poco cuando ella le soltó aquellas palabras que le dolieron mas de lo que deberían. En otras circunstancias, alguien que no se hubiera implicado emocionalmente en lago, cogeria sus cosas y se iría. Wallace observó a la mujer, al principio con visible confusión pues no sabía si era una broma de las suyas. La mirada de ella decía totalmente lo contrario. El semblante del brujo cambió de golpe, serio, duro. Los ojos se clavaron en los de ella, buscando una explicación a todo aquello. Miró de reojo hacia donde estaba Nana, aun cambiandose y volvió a la Rose, apretando los labios sin saber bien que decir. Todos los sentimientos que ahora mismo estaban en conflicto llegaron a una conclusión: Nana era la lider de una aldea. Que pretendía él? Llevarla a la batalla y cubrirse de gloria juntos y luego acabar compartiendo dicha gloria en el lecho como si no hubiera un mañana? Por todos los dioses, Wallace estaba enamorado de una vampira que una vez juró matar y ahora ambos compartían una vida en el bastión. Se habían dicho palabras y promesas de amor y él estaba alli, haciendo planes con una mujer que en cualquier momento podría encerrarlo en el cadalso. Es más, ni siquiera se había planteado si ella estaba casada o tenía a alguien. Se volvió a repetir que era admiración y respeto, y lo era. El ya amaba, pero podía desear, aunque supiera que no estaba bien hacerlo.
Wallace se frotó la frente con preocupación dándose cuenta de lo que había hecho. Apoyó los codos en las rodillas y la cabeza en los puños, sonriendo como un imbécil pues eso había sido. Rose se dió cuenta del debate interno que aquel hombre tenía.
-Dioses, Wallace… sois igual de cabezotas… entiendo que, bueno, haya algo? Las personas son tan extrañas… pero debes entenderlo… por el bien de todos, de Ulmer… -Puso la mano en su espalda, cálida, para intentar darle un poco de calma. Al momento que ella lo tocó, él se puso tenso y se incorporó, con la mirada fría.
-Lo entiendo, y te pido disculpas. No hace falta que digas más. -Dijo con una voz totalmente neutral. Ella tenía razón, él no era nadie para meterse allí de golpe por un simple deseo. -Me iré al alba, debo atender el funeral con una amiga y… -Tuvo que callar pues Nana apareció. Dioses del cielo lo perdonasen pues ella estaba preciosa, y la cara de él lo decía todo. Wallace no disimulo al mirarla de arriba a bajo. No había lujuria en sus ojos, sinó respeto. Le dedicó una sonrisa haciéndole saber que realmente estaba perfecta. Wallace se apartó de ellas bajo la curiosa mirada de Nana y cogió sus cosas.- D-Debo ir tirando a casa de Helga… le prometí que cenaría con ella antes del rito… si me disculpais… -Podría haberse despedido de ella con abrazo o quizás estrechar su mano pero les dedicó una humilde reverencia y se marchó, mirando un segundo atrás por encima del hombro.
Ante su marcha, Rose lo siguió con la mirada, evitando la de su amiga pues en parte, sentía un leve sentimiento de culpa. Pero debía hacer lo posible por cuidar de la mujer que la salvó de la calle. Por muy doloroso que pudiera ser.
Lo siento Wallace, pensó para ella. En otra vida quizás.
Wallace, al cerrarse las puertas tras él ni esperar palabra de nadie, empezó camino hacia el hogar de Helga. Se dió cuenta entonces de que no le había preguntado dónde demonios vivía ahora así que resignado, derrotado más bien, se dirigió hacia la playa, al lado del puerto de Ulmer. En el camino, intentaba centrarse para no sentir nada, pero era difícil. El sonido de las olas le causó cierta calma mientras se acercaba. El aire frío, como la noche que ya había caído. Wallace se descalzó dejando sus cosas a un lado, cerca de la arena. Caminó unos pasos hasta que la fría agua tocó sus pies, provocando un agradable escalofrío. Cerca del puerto, agrupados, unos hombres entonaban cánticos antes de que los funerales empezaran.
Wallace los escuchó allí de pie, con el agua hasta la espinilla, sintiéndose como un imbécil.
-Siempre acabo igual… no aprenderé. -Se mordió el labio y buscando en las bolsitas del cinto sacó su pipa tallada de madera, larga y fina y se preparó unas hierbas secas. Necesitaba pensar. Se sentó en la orilla, dejando que el agua tocase sus pie desnudos y se quedó allí, mirando el mar mientras los cánticos seguían.
Wallace Mcgregor
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Se le desencajó el rostro al escucharle. ¿Qué le pasaba? Frunció el ceño sin despegar los labios, no había nada que pudiera decir, no, nada que debiera decir. Porque podía decir muchas cosas, podría explicarle por qué iba vestida así, que no se asustase. Podría incluso confesar la extraña complicidad que había sentido entre ambos. Pero no debía. Ladeó la cabeza la morena, en un torrente de confusión. La aparición del brujo aquel triste día negro le había hecho volver años atrás, alejándola de toda responsabilidad. Por fuera, la loba, era un témpano de hielo; totalmente indiferente clavó su mirada en la puerta, donde desapareció. Mentiría si dijera que no lo siguió con la mirada, esperando una seña, cualquier gesto. Pero no lo hubo. Pasaron unos segundos hasta que supo cómo reaccionar, encogiéndose levemente de hombros y tomando asiento allí donde había estado sentada justo antes del huracán. Suspiró hondo y clavó sin mediar palabra alguna, su mirada en el fuego.
Rose a su vez tomó asiento en la silla mecedora donde había estado toda la tarde. Bien disimuló su gesto de culpabilidad bajo un semblante de preocupación hacia el extraño estado de su amiga. Su mano dudó antes de posarse sobre el antebrazo de la loba. Lo apretó suavemente con la yema de los dedos y negó con la cabeza.
Nana no se giró a mirarla, sintió una extraña necesidad de salir corriendo de allí, de correr hasta la cabaña donde se encontraba habitualmente con Frith, aporrear la puerta de su casa sin importarle que Lilja se enterase de lo que habían compartido, pero sabía que no podía. Aquel amor adolescente tenía fecha de caducidad, y ella no podía salir corriendo siempre que se sintiera aturdida por sus propios sentimientos. Él tenía una vida, y ella... Ella intentaba tener una vida propia. Por los dioses, ¿En qué había estado pensando? A penas conocía a aquel hombre como para afectarle su repentina huida.
-Pues sí que es feo el vestido.
El comentario de la loba tomó por sorpresa a Rose, quien al principio frunció exageradamente el ceño, entreabriendo los labios, para luego echarse a reír. La risa aguda de la bruja, causa de la tensión que acumulaba sobre los hombros, contagió a Nana, quien comenzó a reír, al principio entre dientes, y luego casi a carcajada limpia. Se echó hacia atrás en el respaldo del banco, negando suavemente con la cabeza. La intensidad de la risa fue menguando, Rose se levantó de la mecedora con cierta parsimonia dirigiéndose a la despensa. Era el momento, el momento perfecto para levantarse y salir por la puerta sin hacer ruido y correr por las calles menos transitadas de Ulmer hasta llegar a la casa de Frith. O de salir corriendo al bosque en un intento desesperado de buscar a Brendarid. Pero Rose se adelantó, y quitándole el polvo con un trapo a una alargada y rosácea botella de vino, le tendió las dos copas que llevaba en la misma mano que la botella de vino. Nana las sujetó mientras su amiga las descorchaba y servía alegremente hasta casi el borde, para luego, dejarla sobre el suelo de madera.
Brindaron en silencio, cada una en su mente recitó el brindis que más les convenía. Pero el tintineo de las copas fue real. Nana se llevó la copa a los labios, pero antes de beber miró a su amiga.
-Voy a necesitar muchas de estas para aguantar ese ritual.
Volvió a bromear vaciándose casi media copa de vino en la boca. Vino de las islas, cómo no. Negó resignándose a la obsesión que tenía Rose por sus tierras. Todo el mundo vive con una pregunta, a veces con varias que se van formulando a lo largo de la vida de cada uno, y todo el mundo saben que esas preguntas están ahí, pero que no salen porque las respuestas pueden cambiarte la vida.
-¿Qué viste en la taza de Wallace?
Aquella primera pregunta había salido de los labios de la loba sin clavase sobre los ojos de su amiga. Simplemente removía el vino sobre sus rodillas, disfrutando de los destellos de sangre que le ofrecía. Pero pronto posó sus ojos amarillos, casi anaranjados por la luz del fuego y por el crepúsculo que se dibujaba fino sobre el horizonte del fiordo por las ventanas. Rose se recostó sobre su asiento, con ambas manos sobre los brazos de la mecedora.
-A ti.
La respuesta fue casi tan contundente como la pregunta, pero algo más ácida.
-En la guerra.
Añadió y sus ojos pasearon del fuego a los dorados ojos de su amiga. Quien permanecía inmóvil, sujetando la copa con la yema de los dedos. Arqueó entonces una ceja. Rose tenía otra palabra en los labios que no quería salir, se había posado en su garganta y ahora le dolía decirla, como si al decirla, se pudiera hacer realidad.
-¿Se lo has dicho, verdad?
Rose asintió, no se sentía avergonzada de sus actos, pues para ella había hecho lo correcto. Pero no sabía que el destino era caprichoso y decidía los caminos más inesperados, que intentar alterar el curso de las cosas era como forzar la lluvia. Inútil. La líder se levantó de su asiento dejando la copa a medio terminar sobre el banco.
-Nana.
La voz de Rose sonaba trémula, asustada. La loba se paró sobre sus pasos, pero no se giró para mirarla.
-No puedes ir a la guerra. Lo he visto, te he visto allí tantas veces y en todo lo que haces acabas igual. Muerta.
Sonaron las palabras de la pelirroja pero no quedaron retenidas en la mente de Nana. ¿Cómo le iba a negar acudir al frente? Siegfried era su amigo, habría dado su vida por él en el pasado y ahora no iba a ser menos. Ulmer era Ulmer gracias a él, a su ayuda. Era la primera persona que la había mirado y la había visto de verdad. Transparente como el agua.
La ignoró, reafirmándose en cada paso que daba hacia la puerta del gran salón. Siquiera se dignó a girarse para dedicarle una última mirada a Rose. Simplemente empujó con una mano la puerta y se cerró tras ella una vez estuvo fuera.
Silencio. Reinaba por cada rincón de Ulmer. En el cielo se pintaban diferentes colores y texturas, la noche empezaba a cernirse sobre el fiordo, dibujándose pequeños puntos luminosos en el cielo que alguien algún día llamó estrellas. Una fina línea rosácea adornaba el horizonte, luz de lo que quedaba de sol. Con la última luz, comenzaría el rito. Se olvidó de Wallace, de Frith, de Rose. Caminó descalza por la tierra oscura, hasta que la fina capa de tierra que cubría el suelo se convirtió progresivamente en una capa de arena, negra, adornada con cantos rodados de diferentes tamaños y colores.
La planta de los pies se amolda a la curvatura de las piedras que pisa, a un lado, el muelle, al otro, la playa. La ausencia de olas hace que se reflejen los colores del cielo. Los barcos ya no se mecen, permanecen impasibles, como si también estuvieran de luto. Los cantos llegan a sus oídos. Parecen tan lejanos. La arena de la playa acaricia su piel, con un sonido sordo de serpiente de cascabel. Más fría, más húmeda conforme se acerca a la orilla. Una silueta se dibuja en el agua. Pero está demasiado absorta en el final del fiordo para poder advertir a quién pertenecía dicha silueta. El silencio se rompe, primero por unos pequeños murmullos a sus espaldas y luego por el eco lejano de los tambores al otro lado de la empalizada. El agua besa sus pies, luego sus tobillos. No se recoge el vestido, que parece esparcirse a su alrededor, flotando. Pronto el agua pasa el umbral de sus rodillas. Le cuesta avanzar con el vestido, que ahora pesa por el agua que arrastra. Y de repente, desaparece de la superficie. Casi sin alterar el agua que la rodea. Como si nunca hubiera estado allí. Los mechones de pelo acarician su espalda y sus brazos. Resuenan de nuevo los graves de lo tambores bajo el agua, aún más lejanos, fundiéndose con los latidos de su corazón, que parece fuera de su cuerpo. Y allí, debajo lo siente por primera vez en mucho tiempo. Paz.
Rose a su vez tomó asiento en la silla mecedora donde había estado toda la tarde. Bien disimuló su gesto de culpabilidad bajo un semblante de preocupación hacia el extraño estado de su amiga. Su mano dudó antes de posarse sobre el antebrazo de la loba. Lo apretó suavemente con la yema de los dedos y negó con la cabeza.
Nana no se giró a mirarla, sintió una extraña necesidad de salir corriendo de allí, de correr hasta la cabaña donde se encontraba habitualmente con Frith, aporrear la puerta de su casa sin importarle que Lilja se enterase de lo que habían compartido, pero sabía que no podía. Aquel amor adolescente tenía fecha de caducidad, y ella no podía salir corriendo siempre que se sintiera aturdida por sus propios sentimientos. Él tenía una vida, y ella... Ella intentaba tener una vida propia. Por los dioses, ¿En qué había estado pensando? A penas conocía a aquel hombre como para afectarle su repentina huida.
-Pues sí que es feo el vestido.
El comentario de la loba tomó por sorpresa a Rose, quien al principio frunció exageradamente el ceño, entreabriendo los labios, para luego echarse a reír. La risa aguda de la bruja, causa de la tensión que acumulaba sobre los hombros, contagió a Nana, quien comenzó a reír, al principio entre dientes, y luego casi a carcajada limpia. Se echó hacia atrás en el respaldo del banco, negando suavemente con la cabeza. La intensidad de la risa fue menguando, Rose se levantó de la mecedora con cierta parsimonia dirigiéndose a la despensa. Era el momento, el momento perfecto para levantarse y salir por la puerta sin hacer ruido y correr por las calles menos transitadas de Ulmer hasta llegar a la casa de Frith. O de salir corriendo al bosque en un intento desesperado de buscar a Brendarid. Pero Rose se adelantó, y quitándole el polvo con un trapo a una alargada y rosácea botella de vino, le tendió las dos copas que llevaba en la misma mano que la botella de vino. Nana las sujetó mientras su amiga las descorchaba y servía alegremente hasta casi el borde, para luego, dejarla sobre el suelo de madera.
Brindaron en silencio, cada una en su mente recitó el brindis que más les convenía. Pero el tintineo de las copas fue real. Nana se llevó la copa a los labios, pero antes de beber miró a su amiga.
-Voy a necesitar muchas de estas para aguantar ese ritual.
Volvió a bromear vaciándose casi media copa de vino en la boca. Vino de las islas, cómo no. Negó resignándose a la obsesión que tenía Rose por sus tierras. Todo el mundo vive con una pregunta, a veces con varias que se van formulando a lo largo de la vida de cada uno, y todo el mundo saben que esas preguntas están ahí, pero que no salen porque las respuestas pueden cambiarte la vida.
-¿Qué viste en la taza de Wallace?
Aquella primera pregunta había salido de los labios de la loba sin clavase sobre los ojos de su amiga. Simplemente removía el vino sobre sus rodillas, disfrutando de los destellos de sangre que le ofrecía. Pero pronto posó sus ojos amarillos, casi anaranjados por la luz del fuego y por el crepúsculo que se dibujaba fino sobre el horizonte del fiordo por las ventanas. Rose se recostó sobre su asiento, con ambas manos sobre los brazos de la mecedora.
-A ti.
La respuesta fue casi tan contundente como la pregunta, pero algo más ácida.
-En la guerra.
Añadió y sus ojos pasearon del fuego a los dorados ojos de su amiga. Quien permanecía inmóvil, sujetando la copa con la yema de los dedos. Arqueó entonces una ceja. Rose tenía otra palabra en los labios que no quería salir, se había posado en su garganta y ahora le dolía decirla, como si al decirla, se pudiera hacer realidad.
-¿Se lo has dicho, verdad?
Rose asintió, no se sentía avergonzada de sus actos, pues para ella había hecho lo correcto. Pero no sabía que el destino era caprichoso y decidía los caminos más inesperados, que intentar alterar el curso de las cosas era como forzar la lluvia. Inútil. La líder se levantó de su asiento dejando la copa a medio terminar sobre el banco.
-Nana.
La voz de Rose sonaba trémula, asustada. La loba se paró sobre sus pasos, pero no se giró para mirarla.
-No puedes ir a la guerra. Lo he visto, te he visto allí tantas veces y en todo lo que haces acabas igual. Muerta.
Sonaron las palabras de la pelirroja pero no quedaron retenidas en la mente de Nana. ¿Cómo le iba a negar acudir al frente? Siegfried era su amigo, habría dado su vida por él en el pasado y ahora no iba a ser menos. Ulmer era Ulmer gracias a él, a su ayuda. Era la primera persona que la había mirado y la había visto de verdad. Transparente como el agua.
La ignoró, reafirmándose en cada paso que daba hacia la puerta del gran salón. Siquiera se dignó a girarse para dedicarle una última mirada a Rose. Simplemente empujó con una mano la puerta y se cerró tras ella una vez estuvo fuera.
Silencio. Reinaba por cada rincón de Ulmer. En el cielo se pintaban diferentes colores y texturas, la noche empezaba a cernirse sobre el fiordo, dibujándose pequeños puntos luminosos en el cielo que alguien algún día llamó estrellas. Una fina línea rosácea adornaba el horizonte, luz de lo que quedaba de sol. Con la última luz, comenzaría el rito. Se olvidó de Wallace, de Frith, de Rose. Caminó descalza por la tierra oscura, hasta que la fina capa de tierra que cubría el suelo se convirtió progresivamente en una capa de arena, negra, adornada con cantos rodados de diferentes tamaños y colores.
La planta de los pies se amolda a la curvatura de las piedras que pisa, a un lado, el muelle, al otro, la playa. La ausencia de olas hace que se reflejen los colores del cielo. Los barcos ya no se mecen, permanecen impasibles, como si también estuvieran de luto. Los cantos llegan a sus oídos. Parecen tan lejanos. La arena de la playa acaricia su piel, con un sonido sordo de serpiente de cascabel. Más fría, más húmeda conforme se acerca a la orilla. Una silueta se dibuja en el agua. Pero está demasiado absorta en el final del fiordo para poder advertir a quién pertenecía dicha silueta. El silencio se rompe, primero por unos pequeños murmullos a sus espaldas y luego por el eco lejano de los tambores al otro lado de la empalizada. El agua besa sus pies, luego sus tobillos. No se recoge el vestido, que parece esparcirse a su alrededor, flotando. Pronto el agua pasa el umbral de sus rodillas. Le cuesta avanzar con el vestido, que ahora pesa por el agua que arrastra. Y de repente, desaparece de la superficie. Casi sin alterar el agua que la rodea. Como si nunca hubiera estado allí. Los mechones de pelo acarician su espalda y sus brazos. Resuenan de nuevo los graves de lo tambores bajo el agua, aún más lejanos, fundiéndose con los latidos de su corazón, que parece fuera de su cuerpo. Y allí, debajo lo siente por primera vez en mucho tiempo. Paz.
Nana
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
El oleaje calmado transportó al brujo a una calma que hacía tiempo que no sentía. Aunque, siendo sincero, no podía dejar de pensar en la loba, en sus ojos, su olor. La imagino con él, no en el lecho ni en ninguna situación íntima. La imaginó luchando, los dos codo con codo. Sudando y gritando con la adrenalina de batalla. Los vió beber y comer en una taberna contando sus victorias. Una alianza, una amistad duradera como la que tenia con Circenn. Algo que, después de la petición de Rose, ja no podía ser posible. El brujo suspiró mientras seguía fumando levemente. Una parte de él no se arrepentía de haberla conocido. Era una mujer increíble, solo con el hecho de haberlo marcado a él de aquella manera ya era un gran logro. Lástima, pensó él, podría haber sido una gran aventura… Supuso que el destino si existía y no era aquel el momento. Luego pensó en las palabras de Rose, en su mirada tras la lectura del poso. Y si hubiera visto una predicción mortal? Y si hubiera visto la muerte de ambos, o peor, de ella... Wallace frunció el ceño eliminando esos pensamientos de su cabeza. Fuera lo que fuera, ya no importaba.
Sentado aún en la orilla, con el agua mojando hasta el trasero, el brujo escuchó un chapoteo suave cerca de él. Giró el rostro y vió una figura que se metía en el agua. Su primer pensamiento fue que un lugareño estaba tomándose un baño. Así que simplemente espero. Y espero. Y siguió esperando. Se iba a ahogar.
Wallace se levantó de repente alterado, dejando caer la pipa en la arena, quitándose las botas como pudo dando saltos, los cintos y el gambeson, quedándose con los pantalones de cuero. Corrió como pudo hacia donde había visto a esa persona por última vez y se metió en el agua helada sin pensarlo. No se dió cuenta que la mar empezaba a ponerse valiente…
No veia a la persona. El agua era cristalina pero la oscuridad de la noche no le ayudaba. Podía escuchar los tambores en la superficie, alejándose, cada vez él nadaba más hondo, lejos de la orilla. Por fin, las luces de las antorchas del puerto iluminaron con una tenue luz. Wallace paró de nadar y calculo que estaría a unos 2 metros de la superficie. Y entonces, la vio.
Era ella, flotando con los ojos cerrados, dejandose llevar por el agua, tan perfecta, tan hermosa.
Nana?! Pensó para si, dejando escapar un poco de aire. Con todas sus fuerzas y el aire que le quedaba, el brujo nadó hacia ella hasta cogerla del brazo, asustandola al momento, lo que causó que tragara agua lo cual no ayudó nada. Se estaba ahogando, debían salir de allí. Sin pensarlo dos veces y con el corazón ha cien, nadó con ella agarrada hasta la superficie. El brujo pensó con alivio que ya estaban a salvo pero los dioses son caprichosos. Un fuerte oleaje hundió al brujo quien perdió de vista. Intentó como pudo volver a la superficie y poder localizarla pero un segundo oleaje lo engulló hasta el fondo.
Maldijo por dentro pues morir ahogado por rescatar a esa mujer no entraba en sus planes. Wallace concentró la poca energía que le quedaba para calentar su cuerpo y no morir helado y por fin pudo nadar a duras penas, alejándose del oleaje, debajo del agua. Sus dedos tocaron arena de orilla y por instinto empezó a gatear, empujado por la resaca del oleaje, arrastrándose. Pudo vislumbrar a la mujer, intacta, tosiendo quizás? Él por su parte se estaba mareando, había tragado demasiada agua y se estaba ahogando. La visión del brujo empezó a nublarse.
-Nana...yo… -jadeo antes de desmayarse.
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Sentado aún en la orilla, con el agua mojando hasta el trasero, el brujo escuchó un chapoteo suave cerca de él. Giró el rostro y vió una figura que se metía en el agua. Su primer pensamiento fue que un lugareño estaba tomándose un baño. Así que simplemente espero. Y espero. Y siguió esperando. Se iba a ahogar.
Wallace se levantó de repente alterado, dejando caer la pipa en la arena, quitándose las botas como pudo dando saltos, los cintos y el gambeson, quedándose con los pantalones de cuero. Corrió como pudo hacia donde había visto a esa persona por última vez y se metió en el agua helada sin pensarlo. No se dió cuenta que la mar empezaba a ponerse valiente…
No veia a la persona. El agua era cristalina pero la oscuridad de la noche no le ayudaba. Podía escuchar los tambores en la superficie, alejándose, cada vez él nadaba más hondo, lejos de la orilla. Por fin, las luces de las antorchas del puerto iluminaron con una tenue luz. Wallace paró de nadar y calculo que estaría a unos 2 metros de la superficie. Y entonces, la vio.
Era ella, flotando con los ojos cerrados, dejandose llevar por el agua, tan perfecta, tan hermosa.
Nana?! Pensó para si, dejando escapar un poco de aire. Con todas sus fuerzas y el aire que le quedaba, el brujo nadó hacia ella hasta cogerla del brazo, asustandola al momento, lo que causó que tragara agua lo cual no ayudó nada. Se estaba ahogando, debían salir de allí. Sin pensarlo dos veces y con el corazón ha cien, nadó con ella agarrada hasta la superficie. El brujo pensó con alivio que ya estaban a salvo pero los dioses son caprichosos. Un fuerte oleaje hundió al brujo quien perdió de vista. Intentó como pudo volver a la superficie y poder localizarla pero un segundo oleaje lo engulló hasta el fondo.
Maldijo por dentro pues morir ahogado por rescatar a esa mujer no entraba en sus planes. Wallace concentró la poca energía que le quedaba para calentar su cuerpo y no morir helado y por fin pudo nadar a duras penas, alejándose del oleaje, debajo del agua. Sus dedos tocaron arena de orilla y por instinto empezó a gatear, empujado por la resaca del oleaje, arrastrándose. Pudo vislumbrar a la mujer, intacta, tosiendo quizás? Él por su parte se estaba mareando, había tragado demasiada agua y se estaba ahogando. La visión del brujo empezó a nublarse.
-Nana...yo… -jadeo antes de desmayarse.
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Re: Canción de fuego y sangre. { 1/3 }
Era la calma que precedía a la tormenta. El murmullo de las olas le cala hasta los huesos. Una burbuja de agua se escapa de sus pulmones, no es consciente ni del tiempo ni del espacio. Ni del peligro del bravo mar de Aerandir. La serpiente que sostiene el mundo agita la cola. La primera ola le precede una segunda más grande que la anterior. Una mano toca la suya, la coge con violencia. Se remueve en el agua y abre los ojos, totalmente desubicada. Un grito sordo hace que el aire se escape de sus pulmones y su lengua palpa el salado del mar y encharca sus pulmones. Quiere salir, pero no puede. Quién es, por qué la obliga a salir a la superficie con violencia. Abre los ojos de par en par y el rojo se apodera de su vista. ¿Wallace?
El oleaje invisible les golpea bajo el mar. Su mano agarra la del brujo y nada hasta la superficie, aún asustada. La tormenta. A penas respiran en la superficie cuando de nuevo las olas les empujan bajo el agua. Una roca golpea su rodilla. pero ajena al dolor del rasguño. Suelta su mano e intenta tomarle por la ropa para hacerle salir a la superficie, pero no puede.
Cuando por fin sus pies tocaron la arena de la orilla, se agarró con ambas manos el vestido para escurrirlo. Tosió un par de veces y buscó en la orilla al brujo. A gatas palpaba la arena de la playa. Solo le faltaba besar la tierra. Sonrió, aliviada, pero embravecida como el mar.
-¡¿En qué estabas pensando?! -Le gritó metros más allá, caminando con pesadez hasta donde estaba.
Pero conforme habló, él cayó al suelo. Abrió los ojos de par en par, asustada. Sosteniéndose el vestido que pesaba casi como ella con tanta agua, corrió hasta la orilla y se agachó junto a él, dándole rápidamente la vuelta. Ojalá hubiera sido una de sus bromas, porque no estaba dispuesta a que hubiera un cadáver más en esa barca.
-¡Wallace! -Gritó abofeteando la mejilla del pelirrojo repetidas veces. -No, joder, no.
La culpa se posó sobre sus hombros, y la ansiedad sobre su cabeza. Pero no debía de perder los nervios. El agua aún mecía las piernas de aquel y los pies de ella, pero no había tiempo para moverlo más allá. La gente se empezaba a amontonar en la playa, junto al muelle, el cual ya estaba decorado con enormes antorchas que dibujaban la silueta de ambos sobre la orilla. No respiraba, había tragado demasiada agua. Tomó con decisión la barbilla del brujo y le tapó la nariz con la otra mano, llevando sus labios a los de él para insuflarle aire en los pulmones. Una, dos veces. Se apartó, pero seguía sin reaccionar. Volvió a repetir el proceso. Los ojos se le llenaron repentinamente de lágrimas. ¿De verdad se había tirado a salvarla, cuando no se estaba ahogando? Pero esta vez notó como el agua salía de su garganta. Apartó los labios de los de él y le giró la cabeza para que pudiera echar todo el agua que había tragado. La loba suspiró, aliviada, y alzó la vista al cielo, que ya estaba cubierto por un denso manto de estrellas que iluminaban el fiordo.
-Igual los dioses sí que existen. -Dijo a penas en un susurro.
Se levantó y le tomó de los hombros hasta alejarlo del agua. Pesaba como un ciervo recién cazado y estaba helado como un témpano de hielo. La loba cayó al suelo intentando moverlo por los hombros, estiró otra vez de él en el suelo hasta alejarlo por completo del mar. El peso muerto del pelirrojo cayó sobre ella, que ahora lo había cogido por debajo de los brazos para atraerlo más hacia si. Lo abrazó con fuerza por debajo de los brazos, esperando a que así al menos, pudiera entrar en calor. Se maldijo, y lo maldijo a él mil veces por aquello. ¿No debería de estar en casa de Helga? ¿Qué hacía allí? Confusa, dejó caer su frente contra el hombro desnudo del pelirrojo.
-¡Ayuda! -Gritó desde su posición, mirando hacia el puerto. Pero el sonido de los tambores tapaban los gritos de auxilio de la líder.
No entraba en calor. La humedad de las noches de verano en Ulmer no ayudaba, ni su vestido mojado tampoco. La loba tiritó ligeramente y deshizo su abrazo para quitarse el vestido torpemente. Con el peso muerto de Wallace sobre su cuerpo, no le quedaba mucho margen de movimiento. Lanzó el vestido a su lado, que hizo un sonido de pez fuera del agua y salpicó ligeramente los muslos de la líder.
-¡Por favor! ¡Ayuda! -Gritó de nuevo con la voz rota, volviendo a aferrarse a él en un intento desesperado de darle el poco calor que le quedaba en el cuerpo.
El oleaje invisible les golpea bajo el mar. Su mano agarra la del brujo y nada hasta la superficie, aún asustada. La tormenta. A penas respiran en la superficie cuando de nuevo las olas les empujan bajo el agua. Una roca golpea su rodilla. pero ajena al dolor del rasguño. Suelta su mano e intenta tomarle por la ropa para hacerle salir a la superficie, pero no puede.
Cuando por fin sus pies tocaron la arena de la orilla, se agarró con ambas manos el vestido para escurrirlo. Tosió un par de veces y buscó en la orilla al brujo. A gatas palpaba la arena de la playa. Solo le faltaba besar la tierra. Sonrió, aliviada, pero embravecida como el mar.
-¡¿En qué estabas pensando?! -Le gritó metros más allá, caminando con pesadez hasta donde estaba.
Pero conforme habló, él cayó al suelo. Abrió los ojos de par en par, asustada. Sosteniéndose el vestido que pesaba casi como ella con tanta agua, corrió hasta la orilla y se agachó junto a él, dándole rápidamente la vuelta. Ojalá hubiera sido una de sus bromas, porque no estaba dispuesta a que hubiera un cadáver más en esa barca.
-¡Wallace! -Gritó abofeteando la mejilla del pelirrojo repetidas veces. -No, joder, no.
La culpa se posó sobre sus hombros, y la ansiedad sobre su cabeza. Pero no debía de perder los nervios. El agua aún mecía las piernas de aquel y los pies de ella, pero no había tiempo para moverlo más allá. La gente se empezaba a amontonar en la playa, junto al muelle, el cual ya estaba decorado con enormes antorchas que dibujaban la silueta de ambos sobre la orilla. No respiraba, había tragado demasiada agua. Tomó con decisión la barbilla del brujo y le tapó la nariz con la otra mano, llevando sus labios a los de él para insuflarle aire en los pulmones. Una, dos veces. Se apartó, pero seguía sin reaccionar. Volvió a repetir el proceso. Los ojos se le llenaron repentinamente de lágrimas. ¿De verdad se había tirado a salvarla, cuando no se estaba ahogando? Pero esta vez notó como el agua salía de su garganta. Apartó los labios de los de él y le giró la cabeza para que pudiera echar todo el agua que había tragado. La loba suspiró, aliviada, y alzó la vista al cielo, que ya estaba cubierto por un denso manto de estrellas que iluminaban el fiordo.
-Igual los dioses sí que existen. -Dijo a penas en un susurro.
Se levantó y le tomó de los hombros hasta alejarlo del agua. Pesaba como un ciervo recién cazado y estaba helado como un témpano de hielo. La loba cayó al suelo intentando moverlo por los hombros, estiró otra vez de él en el suelo hasta alejarlo por completo del mar. El peso muerto del pelirrojo cayó sobre ella, que ahora lo había cogido por debajo de los brazos para atraerlo más hacia si. Lo abrazó con fuerza por debajo de los brazos, esperando a que así al menos, pudiera entrar en calor. Se maldijo, y lo maldijo a él mil veces por aquello. ¿No debería de estar en casa de Helga? ¿Qué hacía allí? Confusa, dejó caer su frente contra el hombro desnudo del pelirrojo.
-¡Ayuda! -Gritó desde su posición, mirando hacia el puerto. Pero el sonido de los tambores tapaban los gritos de auxilio de la líder.
No entraba en calor. La humedad de las noches de verano en Ulmer no ayudaba, ni su vestido mojado tampoco. La loba tiritó ligeramente y deshizo su abrazo para quitarse el vestido torpemente. Con el peso muerto de Wallace sobre su cuerpo, no le quedaba mucho margen de movimiento. Lanzó el vestido a su lado, que hizo un sonido de pez fuera del agua y salpicó ligeramente los muslos de la líder.
-¡Por favor! ¡Ayuda! -Gritó de nuevo con la voz rota, volviendo a aferrarse a él en un intento desesperado de darle el poco calor que le quedaba en el cuerpo.
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