Vientos de Jólmánaðr [Privado] [Eyre] [+18] [Cerrado]

La suavidad de las sábanas ya se había vuelto algo usual en la vida de Matthew, mucho mejor que aquellos tiempos en los que dormía tirado en la calle, con el barro hasta los tobillos y las pulgas picandole todo el cuerpo. También la sensación de estar en un colchón “exageradamente acolchado”, era en esos términos en que lo había encargado, se había vuelto algo cotidiano.

Eran los pequeños placeres que Matt se permitía, y lo que lo motivaban a continuar adelante con el proyecto de una ciudad para los bandidos. Otros codiciaban el poder absoluto, el dinero, las victorias... Owens no quería nada de eso, solo unos pocos caprichos cotidianos, quizás esa mentalidad tan sencilla era de lo poco que sus padres le habían heredado, aunque le costara admitirlo.

El sonido de la respiración a su lado hizo que Matt saliera de la ensoñación, giró la cabeza y abrió apenas los ojos para ver la espalda de la hermosa mujer que estaba a su lado. Su cabello aún estaba corto, pero le había crecido bastante, el estafador se sonrió y con mucho cuidado se acercó un poco más, no quería despertarla hacía muy poco que el sol había salido y las actividades en el campamento aún no habían comenzado.


Rodeó su cintura con uno de los brazos y se acercó hasta pegarse por completo a su espalda, ambos tenían ropa de noche puesta, pero eso no evitaba que pudiera sentir la calidez de su piel. Apoyó el rostro contra el pelo de Eyre y se quedó allí, sintiendo su delicado perfume, estando en esa posición sentía que no necesitaba nada más para ser feliz.

Habían pasado por muchas cosas juntos, desde la primera vez cuando la encontró entre la muchedumbre y logró robarle sin ningún esfuerzo su bolsa con dinero, pasando por su estadía en las Islas Illidenses, y finalmente, los últimos meses en Ciudad Lagarto. No habían sido pocas las veces que habían discutido, Matt siempre tuvo en claro que venían de mundos demasiado diferentes...

Suspiro.

Pero no podía hacer nada al respecto, seguir negando lo que era evidente no lo llevaría a nada: Estaba locamente enamorado, y el origen de su locura dormía ahora mismo junto a él. Respiró profundo y sonrió de manera tonta, solo sonreía de esa manera cuando Eyre estaba cerca, bajó un poco el rostro hasta la altura de la nuca, incluso allí habían algunas pecas, Matt adoraba eso, se dedicó a besarlas muy suavemente, intentando no moverse demasiado.

Hubo un ligero cambio en la respiración de la joven, Owens se detuvo y sonrió.

-Creo que alguien fingía estar durmiendo - Apretó ligeramente el abrazo y apoyó los labios en su hombro - ¿Intentas engañar a un estafador? Eso no está bien - Volvió a cerrar los ojos y jugueteó con los dedos a la altura del ombligo de la chica.

-¡Oh, Matthew, no vayas tan rápido! -Chilló, falta de aliento- ¡Te alcanzaré!

La melodía de sus risas se entreveraba con el jovial canto de los pájaros. Nunca había visto un atardecer tan precioso; era en un campo de espigas bañado por un dorado crepuscular. Éstas danzaban, como los volados de su vestido, al ritmo de un viento que anunciaba lluvia. Podía sentir el petricor mezclado con la fragancia de las briznas de paja y del perfume de aquel hombre que corría, sonriente, frente a ella. El tiempo parecía estático, eterno. Era todo para ellos.

Eyre alcanzó por fin a su querido y se lanzó hacia él con los brazos abiertos, poniendo fin a un sueño para despertar en otro aún más dulce. Ya no hubieron pájaros, ni espigas, ni atardeceres, pero seguía oliendo aquella fragancia dulzona y su corazón palpitaba con igual alegría. Se supo presa del abrazo ajeno y apretó los párpados con modorra. Todavía no quería levantarse, aún no quería salir del idilio, ¡sólo un ratito más! Fingió permanecer dormida durante algunos minutos, permitiendo con secreto disfrute que el moreno dejara sobre su piel besos que, en otras circunstancias, habrían suscitado en ella muecas de vergüenza quizás un poco fingidas, solo un poco, lo suficiente para que no cupiera duda de su decoro y de que, por supuesto, ella no era una chica fácil.

Y es que, aún tras tantos meses juntos, todavía no había permitido a Matthew traspasar las barreras de la intimidad. La joven bruja se escudaba en su buena educación, en su decencia y en quién sabía cuántas tonterías más, pero bien sabía ella misma, y quizás también el humano, que aquello había dejado de importarle hacía mucho tiempo. ¿Decencia? ¿Honor? Las había perdido al momento de poner un pie fuera de su casa y, luego, al poner el otro pie dentro de la cama del moreno. No, no era por ninguno de esos sinsentidos.

Simplemente tenía miedo.

-No fingía. Estaba durmiendo profundamente... -Refunfuñó todavía con los párpados cerrados. Su vientre se contrajo en un molesto cosquilleo cuando las manos ajenas se aproximaron a su ombligo- ...hasta que comenzaste a moverte. -La última palabra no sonó con tanto reproche como había planeado. Al contrario, toda la oración salió involuntariamente trémula de su garganta. -Soñé contigo. -Añadió para cambiar de tema, abriendo lentamente los ojos mientras llevaba una mano a la mejilla impropia y, con la otra, buscaba los juguetones dedos del hombre para atraparlos y llevarlos más arriba, a la altura del corazón.

Por fin se volteó apenas lo suficiente como para mirarlo de soslayo. Aún le daba vergüenza dejarse ver recién despertada, con ojeras, los ojos brillantes y el cabello hecho un desastre, pero era el precio a pagar para poder, a cambio, enternecerse con la visión del hombre que tenía a sus espaldas. Mientras que todos conocían al moreno como la viva imagen de la perfección, ella podía verlo así, al natural, con el pijama arrugado y las arrugas de las sábanas aún marcándole el costado de la cara. Para Eyre, esa visión de Matthew era su pequeño tesoro secreto, eso que la diferenciaba a ella de todas las otras personas de Ciudad Lagarto. El verdadero Matthew Owens. Sin darse cuenta, se había quedado mirándolo con la misma sonrisa tonta en la cara.

Los pequeños detalles eran los que Matt más notaba, era una persona detallista, uno no podría decir sí el ser tan minucioso era producto de su profesión o al revés. Así como grababa en su mente cada pequeña cosa que Eyre hacía para conquistarlo, las sonrisas coquetas, las caricias, los besos y los abrazos. También era completamente consciente de los gestos que la joven hacía para evitar que avanzara sobre ella.

Por eso mismo, no pasó desapercibido el movimiento que hizo la mujer al agarrarle la mano para quitarla de su ombligo. Matthew lo entendía, eso no lograba que doliera menos, sin duda al estafador le gustaría poder decirle que no tenía de qué preocuparse, que él no la lastimaría... Pero unas palabras tan simples no podrían solucionar algo tan complejo.

-Lo siento, pero no puedes culparme, es todo culpa de tus pecas - Se hizo el desentendido mientras entrecruzaba los dedos con los de ella - ¿Soñaste conmigo? Tuvo que ser un sueño muy hermoso entonces - Apoyó el codo en la cama y se levantó ligeramente para poder mirarla mejor.

Siempre que llegaban a ese incómodo momento en que Eyre rechazaba sus acercamiento Matt intentaba poner algo de humor, decir un chiste, hacerse el distraído, lo que fuera necesario para que la joven no dijera lo que ambos ya sabían. Así que en cierto modo agradeció el que la muchacha cambiara de tema, aunque sintiera ligeras puntadas en el pecho durante algunos segundos.

-¿Sabes? No suelo recordar lo que sueño - Apoyó un dedo en el centro del pecho de Eyre y bajó hasta que se topó con el primer botón y no pudo continuar descendiendo - Aunque quizás es mejor así, estoy casi seguro que no serían agradables - Demasiadas cosas tétricas habían ocurrido en la vida del estafador como para imaginar que sus sueños podrían ser placenteros.

Mientras Eyre hablaba Matt la escuchaba, pero tenía la mirada fija en su boca, sonrió de modo tonto y se acercó para besarla y luego apoyó la cabeza de lado en su pecho. Estando así podía escuchar su respiración y su corazón agitado, Owens quiso creer que ese nerviosismo era una buena señal.

-Creo que hay más pecas bajo tu ropa, debería fijarme - Bromeó el estafador, suponiendo que la chica lo quitaría de un empujón entre risas, que lo llamaría por su nombre completo y le diría que era un tonto por inventarse una excusa tan trillada. Volvió a levantarse apoyando el codo a un lado de la joven - ¿Recuerdas el festival de Imbolc? -

En esa ocasión Matthew había invitado a la joven a ir a la fiesta, supuestamente para que pasaran la noche celebrando y bailando a la luz de las fogatas. Pero el estafador no había podido con su genio y había terminado llevando a Eyre al sector donde las parejas se bañaban.

-No fue nada sencillo actuar con calma cuando pude por fin sentir tu cuerpo contra el mío - Le sonrió con algo de picardía - Estabas demasiado hermosa esa noche, y yo tenía que fingir que no me daba cuenta, en verdad fue muy difícil - Dejo un beso en su cuello y subió hasta dejar otro en su mejilla - Pero creo que ahora mismo estás aún más bella -

-Cuentan algunos brujos que, cuando soñamos, en realidad nos salimos de nuestros cuerpos y vamos a pasear por ahí. -Le devolvió el beso y permitió que se recargara en su pecho. Antes había llegado a avergonzarle que Matthew se recostase allí, dado que le apenaba la falta de... bueno, de acolchonamiento que muchas de las otras mujeres que rondaban al moreno sí que tenían, y de sobra; sin embargo, al final había terminado por acostumbrarse y hasta comenzaba a gustarle.

-Estabas allí, en el campo más bonito del mundo. Quizás no lo recuerdas, -continuó- pero sueles ir a pasearte en mis sueños bastante seguido.

Adoraba ese momento del día en que Ciudad Lagarto aún dormía. El silencio reinaba, podían oír el canto de los pájaros madrugadores y no hacía falta alzar la voz para hacerse oír por sobre el bullicio, los gritos y las peleas que constantemente quebrantaban la paz del lugar. Hablar con un hilo de voz, en ese tono tan bajo y aterciopelado, confería a la conversación un aire de intimidad que le permitía simplemente disfrutar y relajarse.

Se habría quedado toda la mañana así, surcando el corto cabello ajeno con los dedos en caricias lentas y constantes, pero el humano, quien Eyre sospechaba era incapaz de quedarse quieto más de cinco minutos, puso fin a su calma con uno de sus habituales chistes. La reacción de la jovencita fue exactamente la esperada: estaba comenzando a empujarlo con un fingido gesto de enfado, cuando el mayor se apartó y dijo algo que dejó a la joven bruja perpleja durante algunos segundos.

-¿Imbolc? -Le asustó percatarse de lo difícil que era remontarse a hechos que no habían tenido lugar hacía demasiado tiempo; pero es que habían pasado tantas cosas en su vida en los últimos meses, que los eventos de un año atrás parecían muchísimo más lejanos. Para el festival de Imbolc era aún una niña que poco sabía del mundo y apenas comenzaba a conocer al humano. Por ello, su perplejidad aumentó al oír la continuación.

-Yo... ¿ya te gustaba para ese entonces? -El corazón se le contrajo de felicidad y el rostro se le tiñó de carmín. Sintió aquello como una especie de pequeña victoria; ella creía, hasta ese momento, que había sido la primera de los dos en dejarse atrapar por las redes del otro. -Pensaba que no te interesaba ni un poco. -admitió en voz bajita- Para mí eras un truhan insoportable, ¿sabes? -rió- ¡pero qué divertido era estar contigo! -le tomó el rostro entre las manos para dejar un corto beso sobre sus labios- ...aún lo es, cada día un poco más.

Lo soltó tan solo para poder rodearle los hombros con ambos brazos. Su sonrisa había desaparecido y, en su lugar, una extraña expresión de seriedad le adornaba las facciones. Estaban tan cerca... y, de alguna manera, mucho más lejos de lo que deseaba. Eyre llevaba dándole vueltas al asunto desde hacía tiempo y sabía que estaba comportándose como una cobarde. Sentía que estaban estancados por culpa de sus inseguridades, inseguridades que estaba harta de tener. Pero... es que hablar de ello era tan difícil.

-A mi también me gusta estar cerca tuyo. Mucho. Pero no es... fácil. -Entrelazó los dedos tras la nuca ajena y entornó los ojos hacia un costado. Súbitamente sintió un nudo en la garganta; su cuerpo deseaba algo, pero su mente se negaba a permitírselo. En aquellos momentos, la joven bruja se detestaba a sí misma por ser incapaz de librarse de aquellas cicatrices. -Tengo miedo, Matt. -Cerró los ojos. De verdad, por todos los dioses, no quería llorar. ¡Quería soluciones! Tímida, inquirió:

-¿Qué haces tú cuando tienes miedo?

El estafador sonrió, enternecido por la idea que Eyre tenía sobre los sueños. Era un pensamiento tan adorable que Matt no pudo agregar nada, no era bueno con ese tipo de cosas tiernas, siempre terminaba por… Ensuciarlas, con sus pensamientos plagados de sarcasmo “¿Y si fuera cierto?” Se atrevió a pensar el estafador “No sería nada raro que la siguiera incluso cuando duermo”

Por un instante Matt temió que la muchacha no lo recordara y quedar así como un tonto, se sintió aliviado cuando vio que si se acordaba.

-Jajaja, bueno, quizás no sea el gustar que estás imaginando, sino un gustar más... - Hizo una pequeña sonrisa y apartó la vista, divertido - Pero tendría que haber sido ciego para no notar la hermosa mujer que se escondía por debajo de toda esa fachada de “niña-bien” - El rememorar cómo había sido todo le generaba una sensación de calidez en el pecho - Jaja, lo sé perfectamente. Hacer que te molestes conmigo sigue siendo de mis pasatiempos favoritos - Correspondió al ligero beso de Eyre.

Rodeó la cintura de la joven y por su expresión Matt supo que se venía algo mucho más serio, su sonrisa desapareció, pero cambió a un gesto más sereno y amable. Sabía por lo que Eyre estaba pasando, lo entendía mejor que nadie y quería estar allí cuando renaciera como una nueva y maravillosa mujer. Porque ese era el objetivo final del estafador...

Owens tendría que haber sido de piedra para escuchar las palabras de la hechicera y no sentir absolutamente nada. La acercó un poco más a su cuerpo y dejo que ahora fuera ella la que descansara la cabeza sobre su pecho, se quedó así algunos segundos, en silencio, pensando la mejor manera de poder responder a una oración que Eyre había dicho desde el fondo de su corazón.

-Es normal tener miedo. Es muy fácil dejarse tentar y abandonarse a las garras del terror, lo sé, tuve que pasar por lo mismo muchas veces... - Mientras hablaba, el humano peinaba el cabello de Eyre con mucho cariño, su voz que ya de por sí era grave, parecía tener una entonación mucho más profunda cuando hablaba en susurros - Pero sé también que la mujer que amo no es de las que elige el camino fácil ¿Cierto? Es por eso que decidí ser paciente y esperar hasta el día en que por fin tuvieras la determinación de seguir avanzando -

Agachó la cabeza hasta apoyar la frente con la de Eyre, desde ahí podía ver cada pequeño detalle de su rostro y eso lo hizo suspirar.

-¿Cuando tengo miedo? Mmm, pues... No pensar... - Antes de que pudiera replicarle algo se acercó y la besó, pero no como los besos que se habían estado dando hasta entonces, sino de un modo mucho más profundo y más íntimo. Está vez Matthew no se detuvo luego de unos segundos como hacía siempre, sino que continuó besándola.

Tal como le había aconsejado a la joven, había dejado de pensar.

Eyre se sentía pequeña y liviana entre los brazos del estafador, sin dejar de besarla giro hasta que la joven hechicera quedó encima de él. Bajó las manos hasta sus caderas e hizo un poco de presión para que pudiera sentirlo a pesar de tener aún la ropa de noche. Claro que sí la muchacha deseaba apartarlo podría hacerlo, precisamente por eso Matt había elegido ser el que estuviera abajo “¿De verdad podré detenerme?” Owens quería pensar que sí, pero aún así esperaba que no fuera necesario.

-¿No pensar?

A la joven se le escapó una risa floja y escéptica. Ese consejo era exactamente lo opuesto a lo que acostumbraba hacer. Eyre pensaba y pensaba mucho: donde fuera que la encontraran, estaría sumida en sus pensamientos. ¿Cómo se sentiría dejar la mente en blanco, al menos por cinco minutos?

Lo descubrió cuando Matthew la estrechó entre sus brazos y, mientras se unían en aquel beso profundo y eterno, giraba para ponerla encima. Era la primera vez que estaba en esa posición y ciertamente el moreno cumplió su objetivo durante algunos minutos. La diferencia de tamaños parecía más notable así; Eyre ni siquiera sentía que pesara lo suficiente como para molestarlo y adoraba notarse pequeña sobre ese pecho fuerte y robusto. Sus labios parecían creados por los dioses para encajar a la perfección y el humano no podía estar más alejado de la imagen del estafador pérfido y peligroso que todos los demás tenían; así, dentro de ese mundo íntimo y casi fantasioso, Matthew no era más que un hombre dulce y bueno por quien la joven bruja había sido capaz de dejar todo atrás.

Se abandonó ante aquellas sensaciones y, por un rato, todo estuvo bien... Hasta que fue más consciente del cuerpo ajeno a través de las finas telas que los separaban.

Se enderezó, tiró de él para quedar ambos sentados, ella sobre sus piernas, y lo abrazó para impedir que viera la panicosa expresión que comenzaba a apoderarse de sus facciones. La calma se esfumó y su corazón se dio al galope. Cada vez que pestañeaba, cada vez que perdía al humano de vista, los recuerdos de aquella tarde volvían a su mente como latigazos nítidos e infames. Mientras las manos de Matthew le acariciaban el rostro, las de Gerrit se lo volteaban con un puñetazo. Matthew la ayudaba a deslizar el pijama para dejarlo caer suavemente a lo largo de sus brazos, Gerrit le arrancaba la ropa con tanta fuerza que su piel quedaría marcada por semanas. Dolor. Por encima del placer: dolor, miedo y frustración. Gerrit Nephgerd había arruinado mucho más que un solo día de su vida.

Estuvo a punto de, como tantas otras veces, optar por rendirse, separarse y agachar la mirada para no tener que enfrentarse a la expresión de decepción del moreno. Pero, en vez de eso, apretó el abrazo y los dientes. No puedes dejar que te gane, pensó, presa de la angustia y del enojo. No puedes seguir huyendo. Apretó los párpados con fuerza, agarró el rostro de Matthew entre sus manos y tomó la iniciativa de un nuevo beso, antes dulce y profundo, ahora urgido, casi brusco. Mantendría los ojos cerrados y dejaría que las nuevas sensaciones reemplazaran a las anteriores. Dejaría, sin permitirse dudar, que su piel se curara de una vez por todas.

Mientras lo besaba, buscó las manos ajenas y las llevó de nuevo a su pecho, pero esta vez buscando indicarle los botones de la camisola, que ya no podía seguir bajando por sus hombros sin desprenderla desde el frente. Ella hizo lo propio, aunque le resultó difícil. Era complicado desabotonar una camisa con las manos tan temblorosas.

Durante los primeros minutos la estrategia pareció funcionar, Eyre no solo no había apartado a Matt, sino que además, aparentemente disfrutaba de las caricias y los besos que el humano le prodigaba. Lo correcto parecía ser entonces el avanzar un poco más, Matthew fue bajando hasta llegar al hombro y se detuvo allí unos instantes, disfrutando al recorrer la zona con sus labios mientras sus manos acariciaban la espalda de la mujer.

Pero de un momento a otro el ambiente cambió, Owens lo notó de inmediato, incluso aunque Eyre no dijera nada: Su cuerpo la delataba. Por donde sea que Matt acariciara, inmediatamente los músculos se tensaban “Es como si creyera que voy a hacerle daño” se lamentó el estafador. Matthew estaba a punto de soltarla, resignado a que en está oportunidad tampoco podrían avanzar, cuando la joven tiró de él para que continuara.

Siguiendo sus indicaciones el moreno tomó los lados de su ropa de cama y con mucho cuidado los empujó para que se deslizaran por la suave piel de la hechicera. Para Matt la situación había perdido todo contenido erótico, era evidente que Eyre estaba sufriendo, y el humano no era de esas personas que disfrutaban cuando su compañera de juego no la estaba pasando bien. Pero entendía también que no era momento de ponerse a pensar en lo que él estaba sintiendo, tenían que sobrellevar la situación juntos, pero además, Owens sentía que sí no daban el salto en ese mismo momento, jamás lo harían.

El torpe beso que se dieron a continuación confirmó las sospechas de Matthew, la joven también tenía la sensación de que era necesario que atravesaran esa barrera de una vez. Desabotono la camisa de Eyre sin dificultad, pero en lugar de continuar explorando el cuerpo de la muchacha, agarró sus manos para que dejaran de temblar y la ayudó a terminar de desabotonar la camisa propia.

Habían muchas cosas que Matt quería decirle, palabras de comprensión, de cariño y de aliento, pero el estafador sentía que sí abría la boca en ese momento rompería con el hechizo que los envolvía. Se quitó la camisa y agarró nuevamente las manos de la muchacha, tenía los ojos cerrados, así que no podía ver el gesto herido del humano “En verdad te estás esforzando mucho ¿Eh?” pensó mientras la guiaba en las caricias.

Cuando notó que podía seguir sola, acercó las manos por primera vez al cuerpo desnudo de la hechicera. Terminó de sacar la parte de arriba de la ropa de noche, quedando en igualdad de condiciones, la tocó tan solo con la punta de los dedos, recorriendo su hermoso cuerpo, reconociendo sus delicadas curvas.

-Es bellísimo - Susurró Matthew en un tono tan bajo que incluso a Eyre se le debió dificultar el escucharlo. Se acercó nuevamente a su boca, apretando su cuerpo parcialmente desnudo contra el de ella, y se dejó caer de costado, llevando con él a la joven.

Ahora estaban acostados de lado, y Owens sostenía la cabeza de la hechicera desde la nuca, aunque no ejercía fuerza alguna. Finalmente comenzaba a sentir cierta aceptación y eso hacía que el cuerpo del humano reaccionara, bajó la mano hasta el pecho de la joven y disfrutó de las respuestas que provocaba en Eyre. Cuando el simple contacto con las manos pareció ya no ser suficiente, bajó muy lentamente con su boca, pasando por su cuello, sus hombros, deteniéndose quizás un poco de más en sus pechos, y continuando luego más abajo.

Matthew envolvió sus temblorosas manos con las propias y Eyre entendió, con ese simple gesto, que no estaba sola en aquella cruzada contra sus propios demonios. Durante un instante se detuvo, inhaló profusamente y se concentró en sentir sus pequeños dedos abrigados por los del mayor. Él no era su enemigo, se forzó a recordar. Todo lo contrario. Él buscaba tomar un pedacito de su sufrimiento para hacerle la carga un poco más ligera. Exhaló el aire que había estado reteniendo y, con él, parte de sus tensiones para poder al fin entreabrir los ojos y observar pasivamente el camino que el humano le ayudaba a trazar, con las manos, sobre su propio cuerpo.

Luego de despojarse de la camisola, ambos se observaron como si hubiera sido la primera vez. Para Eyre de alguna manera lo era; Matthew ya la había visto desnuda, pero ahora no era solo su cuerpo lo que exhibía ante él, sino también lo más profundo de su alma, de sus anhelos y sus inseguridades. Las manos ajenas iban dejando un camino erizado y sensible a su paso; intentó no encogerse sobre sí misma y se enfocó en recorrer con las yemas de los dedos la sinuosa piel del otro, pasando por cicatrices que nunca antes había notado hasta detenerse en la más reciente, esa que había resultado en la maldición de la sed de sangre. No pudo evitar verse apabullada por sentimientos encontrados ante la tangible realidad de que Matthew era mortal y que muchas veces había estado a punto de perderlo. Quizás por eso, en parte, fue capaz de envalentonarse lo suficiente como para seguir con aquello. Este hombre no es eterno, pensó, sintiéndose en la obligación de aprovechar cada instante que el destino les permitiera permanecer juntos.

Se dejaron caer sobre el mullido colchón y desde allí las cosas parecieron comenzar a fluir con mayor naturalidad. Ya habían pasado la primer barrera y llegado más lejos que nunca; aunque el miedo no se desvanecía del todo, poco a poco conseguía distanciarse de él y enfocarse más en el gentil contacto entre sus cálidos cuerpos. Cuando Matthew comenzó a explorar más y más abajo, la joven se sorprendió ante sensaciones que nunca antes había experimentado. Cuando se dio cuenta, no solo llevaba ya más que varios segundos sin pensar en nada, sino que se encontró a sí misma deshaciéndose en suspiros y enredando los dedos en el cabello del hombre indicándole, casi sin notarlo, que siguiera bajando.

-Ah, M...Matt... -Musitó, curvando la espalda y apretando los labios para contenerse- haces... cosquillas.

“Cosquillas” era, más bien, una forma de decir que comenzaba a estremecerse de pies a cabeza. Hasta ese entonces no tenía idea de que esas partes del cuerpo pudieran proporcionarle algún placer. ¿Cómo podría haber sospechado que un beso cerca del ombligo era suficiente para arrancarle una exclamación de los labios? Rió por lo bajo, encontrando graciosa su propia ingenuidad. Poco a poco el peso sobre sus hombros comenzaba a menguar.

Estaba descubriendo que no tenía por qué haber dolor en ese tipo de situaciones.

Claramente cada persona era diferente, gustos, estilos, marcas, olores, sabores y preferencias ¡Todo era diferente! Mientras Matt se entretenía repartiendo pequeños besos, bajando lentamente para que “las cosquillas” se prolongaran, no podía evitar pensar que habían miles de cosas que no sabía sobre el cuerpo de Eyre. No conocía sus gustos para ser tocada, no sabia que estilo de ritmo prefería, sí la había visto desnuda, pero no la había recorrido en detalle y había tanto por explorar aún...

Cada pequeño suspiro de la joven le enseñaba al humano el camino a seguir, la sensación de las manos pasando por su cabello lo animaba a continuar. Llegado un punto, el cordel que sostenía el pantalón interrumpía los avances de Matthew, era la única prenda de ropa que quedaba.

-Sentirás muchas más cosquillas de aquí en más - Le respondió Owens mirándola desde abajo, se sonrió de medio lado pero no de forma burlona, sino con mucho cariño - Déjame escucharte, por favor - Le suplico antes de volver a lo que estaba haciendo.

Sí el moreno se dejaba llevar por el impulso, le hubiese arrancado los pantalones de un solo tirón, pero tuvo un segundo de lucidez y supo que no sería bueno ser violento, no en está primera vez al menos. Así que los bajó de a poco, mientras iba acompañando el movimiento con su boca, hasta llegar a su destino.

Por un momento Matthew tuvo la extraña idea de que le encantaría poder estar en dos lugares a la vez. Y es que desde la posición en la que estaba podía sentir y escuchar a Eyre, pero no podía verla, al moreno le habría encantado poder ver todas las expresiones que la joven estaría haciendo en ese momento, gestos que jamás había visto en ella. Pero tendría que esperar para eso también “O tal vez no”.

Se separó finalmente de la muchacha y se recostó a su lado, Matt se acercó y le dejó un beso en la frente, paso uno de los brazos por debajo de su cuello, mientras que la mano libre fue directo a la intimidad de Eyre. Ahora podía verla perfectamente, Owens sabía que la joven se sentiría avergonzada, pero eso solo lo motivaba a seguir moviendo sus dedos, no quería simplemente hacer el amor con ella, quería que el placer fuera tan grande para la hechicera que ya no pudiera pensar en nada ni en nadie, que no le quedara más remedio que abandonarse al placer.

Cuando ya no quedara ni una sola gota de racionalidad en la mente de Eyre, Matthew podría comenzar a disfrutar a su manera. Se acercó a su oreja y le dio pequeños mordiscos juguetones, riendo un poco al verla tan relajada, luego usó directamente la lengua y bajó por su cuello “¡Tantas posibilidades!” pensaba el moreno emocionado mientras el ritmo en su mano iba en aumento.

La tela se deslizó sobre sus muslos y Matthew le pidió que se hiciera oír. No hacía falta que lo dijera; ni con una mordaza en la boca habría podido acallar la tenue cadencia que escapaba de su garganta in crescendo a medida que el moreno descendía. Al contrario que su compañero, ella no quería ver ni ser vista. ¿Qué cara estaría poniendo? No podía ni siquiera imaginárselo, pero sin duda sería una mueca horriblemente vergonzosa. Tuvo que llevarse las manos al rostro para ocultarse tras éstas, tan abochornada que sus mejillas se sentían más calientes que nunca, y es que detestaba, por primera vez, no tener el control sobre las expresiones que le dejaba ver al humano.

Por ello se sintió a morir cuando él decidió retornar a su lado, viéndose obligada a descubrir la cara al ser besada en la frente. Tenía el ceño fruncido y toda su expresión clamaba en silencio una única pregunta: “¿Por qué paraste?”, pero la respuesta llegó de inmediato: no se había detenido, solo acababa de cambiar de posición para, así, poder tener los rostros más cerca. No tuvo tiempo para gruñir ningún reproche, dado que la mano impropia reanudó la labor que antes había pertenecido a los labios y anuló cualquier posibilidad de que hilara una frase coherente.

Esta vez las sensaciones fueron tan intensas que instintivamente apretó los muslos y se aferró con ambas manos a los hombros del mayor. Quería besarlo, pero era incapaz de controlar los impulsos de su cuerpo y, al final, se encontró a sí misma mordiéndose el labio inferior y arañando, sin querer, la espalda ajena. Eyre, siempre ocupada en temas según ella “superiores a lo mundano”, nunca había explorado su propio cuerpo ni conocía la magnitud del placer que era capaz de sentir. Esa era la primera vez que experimentaba semejante goce y, al final, el humano estaba cumpliendo su objetivo: ni un solo pensamiento racional podía conjugarse en esa mente estremecida por las atenciones del otro.

-Mmmh, Matt... Ma... ¡Matt! -¡Ni siquiera podía hablar sin exabruptos! La mano, los besos, su cuello... El corazón le latía más rápido y fuerte que nunca y cada músculo de su cuerpo comenzaba a tensarse, empezando por los del vientre y la espalda baja y subiendo hasta sus hombros. El calor y la tensión fueron en aumento, más, más y más, hasta que... Una oleada de placer le arrancó una exclamación e, inmediatamente después, la tensión desapareció para dar lugar a la más absoluta relajación. ¿Acaso acababa de...?

-Por... todos los... -Atónita, se separó del humano para recostarse de espaldas y darse un momento para recuperar el aliento- ...dioses. -El ritmo de su respiración comenzó a menguar; observó el techo de la tienda durante varios segundos en completo silencio hasta que se dignó a ladear la cabeza hacia Matthew, y para cuando lo hizo le dedicó la sonrisa más tonta que había esbozado jamás.

Aunque entreabrió los labios, volvió a cerrarlos tras no encontrar palabras para describir lo que quería decir. Prefirió hacérselo entender sin ellas y se apoyó sobre un codo para poder acercarse a besarlo, tal como él había hecho antes. Por fin estaba más tranquila y se sentía capaz de brindarle al moreno la misma atención que acababa de recibir de su parte, aunque no dejaba de sentirse ligeramente nerviosa a causa de la inexperiencia. Quería hacer algo, pero... ¿qué? Quizás, pensó con inocencia, lo mejor sería simplemente preguntar.

-Dime qué te gusta... -Inquirió con un hilo de voz, pero no esperó para dar a entender a qué se refería y llevó una tímida mano hacia el pantalón ajeno. Empezar por imitar lo que ella misma había disfrutado tanto podía funcionar, ¿verdad?

Escuchar como lentamente Eyre iba perdiendo el control era música para los oídos de Matthew, ver como el hermoso cuerpo de la muchacha se estremecía entre sus brazos resultaba simplemente maravilloso, estaba tan fascinado que siquiera notó el dolor en la espalda cuando la muchacha lo araño. Simplemente la contuvo sin detener los movimientos de su mano ni un segundo, dejando que escondiera por momentos el rostro en su pecho, pero separándose un poco por momentos para no perderse detalle alguno de tan encantadora escena.

Un último estremecimiento le dio la señal de que había cumplido con su objetivo, estando así, totalmente relajada, Matt le dio un abrazo y un beso, luego la soltó para que pudiera tomar un respiro y ponerse más cómoda. El moreno se acostó boca arriba y estiró los brazos, aun estaba muy excitado, pero supuso que Eyre se quedaría dormida y sabía que sí se relajaba lo suficiente todo pasaría y hasta era probable que él mismo se adormeciera.

Fue una grata sorpresa para Matthew cuando la joven se dio la vuelta luego de unos momentos y lo beso, automáticamente todo el calor pareció volver a su cuerpo. Sentir el tímido contacto de su mano lo despertó del todo, resultaba incómodo continuar con el pantalón puesto.

-Eres una tramposa. Si me lo preguntas con ese tono tan hermoso no puedo más que derretirme- Agarró la mano de Eyre y le mostró cómo debía debía moverse, lo cierto es que todos los juegos previos habían dejado a Matthew bastante preparado y en cuanto la joven lo tocó de modo directo no pudo evitar estremecerse - Eso... Es... - Dijo de modo entrecortado mientras soltaba la mano de la hechicera y se relajaba.

El moreno dejó que Eyre investigara tanto como quisiera, le encantaba esa sensación de ser como un objeto de estudio para la muchacha. Cerró los ojos, pero no porque tuviera vergüenza, sino porque quería centrarse únicamente en las sensaciones que la hechicera le producía con su contacto. Matt suspiraba y se removía, a veces se sonreía sí el roce era demasiado directo y le producía cosquillas.

Finalmente abrió los ojos y miró fijamente a la joven, el estafador parecía ser tan frágil en ese momento.

-Eyre... ¿Tu me deseas? - No hablaba de “gustar”, no se refería a sí lo amaba, eso ya había quedado claro, lo que Matthew quería saber en realidad es sí Eyre lo deseaba en un sentido erótico. Para el moreno era muy importante el Deseo, necesitaba oírlo directamente de su boca - Ven - Le dijo abriendo los brazos para que se subiera arriba suyo.

Owens no quería forzarla a nada, pero sentía una especie de urgencia por tenerla cerca suyo y no soltarla. Por mas que actuara con tranquilidad la necesidad de poseerla era cada vez más real.

Se dejó guiar y pronto comprendió la manera de hacerlo; al poco tiempo comenzó a investigar qué ritmo y presión conseguían arrancarle al moreno los mismos gestos y reacciones que ella misma había experimentado minutos atrás. Aunque al principio sintió vergüenza, enseguida le tomó el gusto a aquella ventaja que tenía sobre el otro y pronto se convirtió en una especie de juego secreto. Nunca había visto a Matthew así, totalmente entregado a ella y a lo que fuera que quisiera hacerle, y encontró una curiosa satisfacción al ver los variados gestos que cruzaban su rostro al son del ritmo de su mano. Además, dado que él había cerrado los ojos, no tenía reparos en mirarlo tanto como quisiera. Aquel hombre, pensó por enésima vez en el tiempo que llevaban juntos, era verdaderamente hermoso.

Estaba mirándole el rostro con la expresión más embelesada del mundo cuando él abrió los ojos y, sintiéndose atrapada en plena travesura, inmediatamente desvió la mirada y esbozó una sonrisa incómoda. Pronto, sin embargo, se forzó a volver a mirarlo apenas lo oyó hablar, aunque la pregunta volvió a subirle los colores al rostro. Tragó saliva, dejó lo que estaba haciendo, llevó las manos al pecho ajeno y pasó una pierna sobre él para, siguiendo su indicación, subírsele encima. Ahora que ambos estaban completamente desnudos no había forma de esconder la calidez de sus cuerpos, y el contacto le resultó tan embriagador que pasó varios segundos sin decir nada, simplemente disfrutando del momento.

-...Desde hace mucho tiempo. -Confesó finalmente mientras se inclinaba para dejarle cortos besos en la frente, la mejilla, cerca de la comisura de la boca y, por fin, los labios. Agradeció internamente que Matthew hubiera elegido una posición que le permitía tener el control sobre lo que ocurriera; no se le olvidaba que era un hombre inteligente que sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

A esas alturas, relajada y con más confianza, su cuerpo ya parecía saber por sí mismo el camino a seguir. Inclinándose para quedar cerca de su oído, susurró: -Gracias por esperarme, Matt.

Ella misma tomó coraje y dio el siguiente paso mientras apoyaba ambas manos a los costados de la cabeza del otro y se aferraba a las arrugadas sábanas. Cerró los ojos y su expresión fue de aflicción por un instante, pero inmediatamente mutó a una especie de sorpresa que pronto se convirtió en placer. No dolía. No dolía absolutamente nada, y ella había creído que incluso con Matthew, tras todo aquello, terminaría sintiendo algo de dolor.

-¿Así está... ah... -suspiró, ahora hablar era incluso más difícil que antes, y temía que su tono se elevara lo suficiente como para ser escuchada a través de las finas paredes de la tienda- ...bien?

La rodeo con los brazos y se quedó de esa forma, en silencio, Matt se sentía algo ansioso, pero sí había esperado tanto tiempo, podía aguardar unos segundos más hasta que la muchacha dijera las palabras que estaba esperando. Cuando finalmente las escuchó, la apretó ligeramente contra su pecho y la beso, demostrándole a través de sus acciones que él también la deseaba desde hacía mucho tiempo.

Apoyó las manos en las caderas de la muchacha, pero no hizo presión alguna, era Eyre la que manejaba el ritmo, Matt volvió a cerrar los ojos porque estaba seguro que sí sus pupilas captaban tan sensual imagen perdería el control sobre sí mismo. Las palabras de agradecimiento llegaron casi a la vez que la maravillosa sensación del cuerpo de la hechicera finalmente unido al de Matthew, por lo que el humano no pudo contestarle, solo una exhalación de placer se escapó de sus labios.

No habían palabras que pudieran servirle en ese momento, el charlatán que pasaba sus días convenciendo a la gente por medio de su labia, no podía emitir ni siquiera la oración más sencilla en ese momento. Las últimas cadenas que le permitían mantenerse bajo control estaban amenazando con desaparecer por completo.

Cuando escuchó el “¿Así está... ah... bien?” Matt decidió que era suficiente, había un límite para lo que su cuerpo podía sentir sin perder la cabeza. Y es que ese “ah” era absolutamente sensual, no había otro modo de describirlo, sí no hubiese sido porque el moreno sabía con quién estaba, y como era Eyre, habría pensado que la joven lo hacía a propósito para volverlo loco.

Está vez el agarre en las caderas de la hechicera fue un poco más fuerte, Owens dejó que fuera su cuerpo el que respondiera a la pregunta, comenzó a mover la cadera a un ritmo acompasado y constante. Está vez no se detendría, la mente de Matthew había desaparecido y en su lugar estaba el puro Deseo haciéndose oír a través de las acciones, expresando todo lo que había tenido que retener hasta entonces.

Cuando el moverse en esa posición no pareció ser suficiente, Matt tomó a la hechicera desde la cintura e hizo que giraran juntos hasta que quedara debajo de él. Apoyó ambas manos a los lados de la joven y bajó hasta apoyar la frente contra el hombro de Eyre, el movimiento resultaba demasiado embriagador, casi hipnotizante.

Los múltiples sonidos que hacía Matthew eran perfectamente audibles en la carpa, pero al moreno no parecía importarle en lo más mínimo, en ese momento todo lo que su mente podía contener era la presencia de la mujer que amaba, sus gemidos, el modo en que se agitaba, la manera en que lo abrazaba... Ese era su mundo ahora, no había espacio para nada más.

Ya nada más aparte de las sensaciones que bañaban su cuerpo podía abrirse paso en la siempre activa mente de la bruja; quizás por primera vez en su vida toda su atención estaba puesta en el presente, en la firmeza aún así amable con que Matthew la sujetaba, en la facilidad con que se adaptaba al ritmo de las caderas del otro y en las voces de ambos que se entrelazaban en aquella canción ancestral de suspiros y promesas de amor que no necesitaban palabras para ser entendidas.

El constante vaivén resultaba hipnótico y excitante, tanto que no pudo evitar consternarse ligeramente ante el cambio de posición, aunque no tardó en descubrir que, rodeando la cintura de Matthew con sus piernas y pasando los brazos alrededor de su cuello para tenerlo aún más cerca, la situación podía mejorar aún más. Desde allí, además, podía besarle el cuello y oír cada pequeño jadeo que escapase de su garganta.

Ahora que había adquirido suficiente confianza y ya no necesitaba ser quien dirigiera el asunto, verse apretada entre el mayor y el colchón no suscitó ningún miedo en ella, sino exactamente lo opuesto. Así podía relajarse y simplemente disfrutar; y vaya que lo hizo. Aún sin quererlo, fue incapaz de contener el creciente volumen de su voz a medida que la mántrica oscilación iba adquiriendo más fuerza y velocidad. Llegó un punto en que no podía hacer más que removerse y jadear hasta que, en la cumbre de su placer, volvió a experimentar el calor arrebatador en todo su cuerpo, pero esta vez con mayor intensidad, y se pegó a Matthew tanto como pudo, arañándole la espalda y escondiendo el rostro en su cuello para ahogar el trémulo gemido que se le escapó al instante en que todo su ser se agitó en el más puro éxtasis.

De pronto, tras llegar a la cima, el ritmo bajó, los suspiros fueron menguando y, por un instante, Ciudad Lagarto pareció detenerse en el tiempo. En esta ocasión, aún luego de empezar a verse embargada por la dulce relajación, tardó bastante en recuperar el ritmo de la respiración y en volver a ordenar, poco a poco, los pensamientos que surcaban su cabeza. Se quedó así durante un par de minutos, reacia a deshacer el abrazo y aceptar que el idilio había llegado a su fin. Aunque, si lo pensaba de otra manera... en realidad no hacía más que comenzar.

-Oye, Matt... -Le llamó en voz bajita cuando se dispuso, lentamente, a deshacer el abrazo para poder mirarlo a los ojos. Allí abajo, sin ropaje alguno tras el cual ocultarse, se sintió tan pequeña, tan vulnerable... y tan protegida. Rozó su nariz con la ajena y, cautivada, musitó: -Te amo.

El estar de esa manera resultaba demasiado dulce, demasiado idílico, y por lo mismo no podía durar para siempre. Eyre ya no se mostraba asustada, ni nerviosa, sino deseosa de más, Matt podía ver el Deseo en ella, y ese era un incentivo mucho mayor que cualquier otra cosa que pudiera hacer o decir. El contrastes en cantidad de experiencias que pudieran tener no significaba nada cuando la joven se dejaba llevar por la pasión, rodeando a Matthew con sus piernas y empujándolo contra sí para que se acercara aún más a ella.

El placer se mezclaba con las emociones y el instinto, haciendo que el cuerpo de Owens se moviera cada vez más rápido, olvidándose por un momento de su compañera para concentrarse en su goce. El cuerpo entero de Matt se tenso, deteniéndose de golpe mientras una explosión de placer parecía recorrer cada rincón de su ser.

Demasiado agitado como para poder decir algo, simplemente escondió el rostro en el hombro de Eyre y se quedó allí recuperándose. Aunque afuera hacía frío ambos se encontraban cubiertos de sudor, a ninguno parecía importarle, con el cuerpo aun relajado Matt hizo un esfuerzo por separarse de la joven.

-Yo también te amo, Eyre - Dejó un suave beso en sus labios y se acostó junto a ella, pero sin soltarla del todo, el humano parecía decidido a quedarse allí el resto del día.

Unas risitas tras las cortinas delató el hecho de que no estaban solos, las actividades en la ciudad habían comenzado finalmente, solo que los amantes estaban tan ensimismados en su mundo que no lo habían notado.

-¡Bien hecho, Eyre! - Se escuchó a Verónica a través de las paredes/tela.

-Le sacaste un buen sonido a ese viejo instrumento - Agregó Mary y fue secundada por un coro de risas.

-¿Viejo? - Esa parecía ser la única parte que molestaba a Matthew.

Las muchachas se alejaron de la habitación, aun entre carcajadas, probablemente esperarían a que la hechicera saliera del cuarto para hacerle una buena cantidad de preguntas. Desde que se habían instalado en Ciudad Lagarto nadie había llegado a tal nivel de intimidad con el estafador, así que querrían detalles.

Matt no se movió de donde estaba, continuaba agarrado a Eyre y jugueteaba con su cuerpo, acariciando aquí y allá de manera distraída. Mientras, a su alrededor, el mundo poco a poco volvía a ser real, con los gritos de los bandidos de fondo, el sonido de los animales en los corrales, el aroma característico de la ciudad...

Todo eso los envolvía lentamente y Matthew solo podía pensar en una cosa.

-¿Lo hacemos de nuevo? -

Tras besarla tiernamente Matthew se tumbó a su lado y ella, cariñosa, se giró para pasar una pierna sobre él y observarlo con ojos soñadores. Se sentía en el cielo. Por fin podía tener paz luego de tantos meses donde un único pensamiento se había dedicado a torturarla cada vez que intentaba acercarse al humano. Por fin sus pesadillas podrían ser reemplazadas por más sueños en compañía de aquel hombre apuesto y amable que había sido tan bueno y comprensivo con ella.

La relajación era tal que podría haberse quedado dormida en ese mismo momento; de hecho, ya estaba dejando caer sus párpados cuando unas conocidas voces rieron al otro lado de la tela, tomándola tan por sorpresa que no pudo evitar pegar un respingo y mirar hacia aquella dirección con los ojos abiertos como platos. En un instante ya tenía las orejas ardiéndole de vergüenza.

-¿¡Escucharon todo!? -Rezongó mientras se cubría el rostro con ambas manos. Verónica y Mary se habían convertido en sus amigas durante su estadía allí y ya las conocía lo suficiente como para saber que, apenas pusiera un pie en la zona común de la carpa, la hostigarían para que describiese hasta el más íntimo detalle de lo que acababa de pasar. ¡Se negaría rotundamente! Nadie, salvo ella, tenía derecho a tener en su mente la imagen de Matthew haciendo semejantes cosas.

Por su parte, el susodicho no parecía ni un ápice avergonzado por lo que acababa de pasar. Tenía sentido tomando en cuenta que era el regente de un lupanar. Lejos de enfadarse por el entrometimiento de las chicas, el humano seguía embobado en sus propios asuntos. Eyre pensó que pronto se levantarían, que tendrían que resignarse a continuar con la rutina de todos los días y que quizás, con suerte, volverían a poder estar juntos en la noche. No cabía en su cabeza la posibilidad de continuar acostados... hasta que la sugerencia salió de la boca ajena y suscitó en ella una mirada tan sorprendida que parecía estar proponiéndole una verdadera locura.

-De... ¿de nuevo? -Se alejó de él y miró en dirección al tajo cerrado con cordeles que cumplía la función de puerta, desde donde habían provenido las voces de sus amigas. Pareciendo desestimar la propuesta, salió de la cama y fue hacia allá, donde abrió una pequeñísima rendija para espiar hacia afuera. Las chicas ya se habían ido. Carraspeó, caviló durante un momento y se dio la vuelta para regresar junto, o mejor dicho, sobre su amado.

¿Cómo podía decirle que no?