Eclipse [Privado]
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Eclipse [Privado]
*Off: Chicos, este es un tema relativo a la trama de la Huri "rara" (la que quema vampiros, y destroza cosas, por la maldición del medallón). Y la trama, de hecho, será también un poco "rara" y paranormal. (Sin fantasmas y esas cosas prohibidas. I promise <3). También prometo que habrá vampis y todas esas cosas molonas que siempre meto en mis temitas
Habían pasado varios días desde lo de Lunargenta. Aún seguía ciertamente dolorida por lo sucedido aquella noche. No acostumbraba a tener malas cazar. Y aquella, ciertamente, había sido una mierda de noche. Cuando todo parecía controlado, se me había escapado Dag, el chupasangres, por culpa de unos hombres bestia descerebrados. Y para colmo había aparecido Elen para decantar la balanza del lado de aquellos vampiros.
Íbamos al Norte. Hacía dos noches, recibí una carta de Melena Blanca. La cual volví a abrir y leer. El hombre bestia me instaba a unirme con él en su campamento de los leónicos, en la parte nororiental del bosque de Sandorái. Esperaba reunir a los centinelas allí. Aunque no desvelaba el fin ni daba muchos más comentarios. ¿Buscaba dar un golpe definitivo contra los jinetes? Si viene Elen, vamos a tener un problema. Pensaba cada vez que leía aquella carta.
No contemplaba la posibilidad de volver a verme las caras con la vampiresa. En cierto modo, el rubí aprovechaba estos pensamientos oscuros para apoderarse de mi alma. Sin que yo fuera plenamente consciente de ello. Pero parecía que el objeto disfrutaba de alguna manera mi sufrimiento. Con la furia que me corroía.
Quizás por eso no dejaba de vibrar y vibrar en mi pecho. Apreté el rubí tratando de calmarlo. Pero no parecía que lo hiciera. ¿Estaban los jinetes cerca? ¿Un centinela? Era extraña aquella “anomalía”.
En cualquier caso, estábamos a salvo. Nos encontrábamos en el salón de una pequeña morada en la que Jules y yo habíamos sido acogidos, cerca de un bosque limítrofe con Sandorái, al Norte de Verisar. Fue una parada obligatoria debido al pésimo temporal que hacía fuera. Una fuerte tormenta se nos había echado encima de repente. Los treinta grados que hacía apenas dos horas atrás no invitaban para nada pensar en aquel cambio drástico de climatología. Y por ello decidimos tomar un atajo. ¡Qué suerte tuvimos de que aquel tipo nos hubiera acogido en su lugar! Yo permanecía callada. Jules parecía tener cierta química con aquel tipo tan callado y siniestro que nos había admitido en su casa.
Y digo siniestro porque el tipo era un dibujante de unos treinta años, de nombre Charles Corbeau. Perdido en medio del bosque. No tardó en enseñarnos su zona de "trabajo". Aquellos cuadros, exquisitamente hechos a lápiz, tenían su punto. Pasé de brazos cruzados, admirando uno a uno los diferentes dibujos. Muchos y muy variados paisajes, todos ellos fantásticos, frutos de una imaginación privilegiada, se sucedían en lienzos de diferente tamaño.
- Charles:
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-¿Es eso la torre de la logia? – preguntó Jules sobre uno de los lienzos, donde parecía llegar un dragón. Sí, lo era. Su hermana, Rachel Roche, nos había enviado algunas postales con aquella característica figura. El brujo también parecía fascinado por aquellas obras.
-Sí. La torre de la Logia. Exacto. – confirmó el hombre con humildad.
También había una especie de playa con dos barcos que parecían enfrentados en lo que parecía ser una batalla frenética, y gente correteando por las playas. O el de varios bandidos asaltando lo que parecía ser un banco. En todos se apreciaban grandes arquitecturas, y unas personas indescriptibles.
-Son magníficos. – dije con admiración. – Sois un dibujante excepcional, señor Corbeau. ¿Cuál es vuestro secreto?
-¡Oh, gracias, milady! – dijo el tipo llevándose la mano a la nuca. Algo sonrojado. - Pues... le diré que la mayor parte de la gente es arrogante. Se considera por encima del bien y del mal. Trata de representarse a sí misma en su máxima expresión. Obviando y desconsiderando lo que se crea a su alrededor. - dijo el tipo. Con una amplia expresividad que denotaba un carisma importante. – La clave de mis creaciones siempre es la misma. Intentar priorizar el enfoque hacia las situaciones. No a los individuos. - Comenzó diciendo. - A mi modo de ver, los escenarios son lo verdaderamente importante. Es lo que verdaderamente impacta y deja huella. Quién está ahí es verdaderamente poco relevante. – explicó el tipo, mirándome. Era algo tímido. Más bajo que yo. – Por ello no detallo a los individuos.
-Menos en este. – comentó Jules tomando un cuadro que le había llamado especialmente la atención, con ambas manos.
Lo tomó y guardo expectación, hasta llegar a nosotros y girarlo para que lo viéramos bien.
- Lienzo:
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-Oh. Este, sí… - el tipo enarcó un poco las cejas, compungido. – Es mi favorito. - el hombre nos miró cabizbajos. – Ella… Fue alguien importante para mí. Yo… - el tipo miró al suelo, algo incómodo. Triste. - Disculpen, no les conozco demasiado… Preferiría no hablar de ello. – se disculpó.
-No tiene por qué hacerlo, señor Corbeau. – le disculpé, admirando el retrato. Con cierta extrañeza. – Es, ciertamente… hermosa. – describí con cierto asombro. Diablos, tenía que conseguir un dibujante así para mi séquito de Beltrexus. Esos dibujos quedarían bien en el Palacio de los Vientos.
-¡Tanto que incluso se da un aire a ti! – bromeó Jules. Se rió y me pegó un golpecito en el hombro. El brujo siempre quería piropearme. Se hizo entonces un silencio incómodo y, el señor Charles, entonces pasó al siguiente punto en el orden de la noche.
-Bueno, ¿cenamos? ¡Creo que el guiso ya estará listo! – instó el tipo. Que ya tenía preparada la mesa.
-¡Claro! Ya lo decía mi padre, en paz descanse, "caminante, come y bebe, nada más te importe"– Jules se frotó con ansia las manos. ¿Cuándo decía que no a la comida?
Posé con cuidado el cuadro sobre el marco del que Jules lo había sacado. Cuando sentí como un par de gotas de sangre goteaban de mi nariz y caía sobre el rostro de la mujer de lápiz. - ¡Oh, mierda! Otra vez. – dije, tapándome la nariz. Respiré hacia dentro para evitar que volviera a pasar. Llevaba semanas con esa dichosa hemorragia. ¡Todo por culpa de Elen y su golpe en la cabeza! Espero que se me pasara.
Quité la sangre con la manga sin tratar de fastidiar (aún más) el lienzo, tapé la nariz con un pañuelo y fui a la habitación contigua, el comedor, donde se encontraba Jules. Charles terminaba de preparar la cocina y colocaba una olla con un cocido de legumbres sobre el centro de la mesa. Había cubertería para más gente. ¿Acaso esperaba a alguien más a aquellas horas de la noche?
-¿Otra vez con la hemorragia esa? – preguntó Jules, sirviéndose el primero, con su nula educación pueblerina.
-Sí. Estoy aburrida de ella. - dije sin entonación, con fastidio. Tratando que el señor Charles no la viera.
–Come algo, a ver si se te pasa. – invitó. Yo tomé asiento justo a su lado. Y el señor Corbeau, sonriente, justo delante de nosotros dos.
Un trueno sonó de nuevo. La tormenta cada vez era más y más fuerte. Y se veía el viento soplar muy fuerte fuera. Moviendo los árboles con gran intensidad. Para colmo, el rubí, el cual no llevaba a la vista, no dejaba de vibrar.
-Cada vez se pone más feo el tiempo. – dijo Jules.
Anastasia Boisson
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Re: Eclipse [Privado]
Viajaban al sur.
¿Por qué? Por muchos motivos diferentes, siendo el principal de ellos la necesidad de alejarse de Dundarak al menos unas semanas. Se ajustó la capa según y extendió el brazo izquierdo, el tintineo de las insistentes gotas de lluvia sobre el guantelete de metal le indicó que no solo no iba a aminorar, si no que empezaba a llover con aun más fuerza.
Se acercó aún más al árbol bajo el que se estaba resguardando y suspiró profundamente.
- ¿Está lloviendo? – Preguntó Lyn, estirando los brazos a su lado. Por algún motivo, durante apenas un instante, la postura de su amiga se le antojó casi felina, como si no fuese una vampiresa sino una gata que acaba de despertarse. – Una de las tantas ventajas de… - Lyn sonrió y dejó de hablar cuando Eltrant puso los ojos en blanco, momento en el cual la ojiazul salió de debajo del árbol para pasearse frente a él, completamente seca, dando al final un giro bastante acrobático frente al castaño.
Las gotas de agua la atravesaban, no podía mojarse.
- ¿Sabes que cuando empiece a amanecer va a seguir lloviendo? – Respondió Eltrant de vuelta, cruzándose de brazos, viendo como el baile de la muchacha se volvía más absurdo por momentos.
- Cuando amanezca voy a tener problemas más serios que un poco de lluvia si me quedo fuera. – dijo Lyn ampliando la sonrisa, riendo en voz baja. – Además de que eso es un problema de la Lyn del futuro, no mío. – Comentó la señora de las sombras levantando el dedo índice, casi como si estuviese dándole una explicación muy compleja a un alumno no especialmente inteligente. – No le caigo muy bien... – Aclaró, negando con la cabeza al mismo tiempo que se encogía de hombros. - Pero la comprendo, a mí tampoco me cae muy bien la Lyn del pasado. - Eltrant no pudo reprimir una pequeña sonrisilla al ver oír esto y, tras frotarse los ojos y volver a ajustarse la capa, continuó caminando bajo la lluvia.
La tormenta iba a peor, quedarse parados bajo un árbol no iba a impedir que, al menos él, acabase calado hasta los huesos.
El agua que se había apoderado del camino, la poca iluminación y, finalmente, su armadura, no eran lo que se decían precisamente ayudas a la hora de moverse por la zona. Por mucho que quisiese darse prisa no fueron pocas las veces en las que, en aquella la travesía hacia el poblado más cercano de la zona, acabó con la pierna hundida hasta la rodilla en el barro.
- ¿Buscando topos? – dijo Lyn, divertida, agachándose junto a su acompañante. Quien respondió a aquello con algo tan simple como un gruñido y centró su atención en tratar de sacar la pierna del suelo, cosa que solo consiguió después de haber dado varios tirones de la misma con fuerza.
- Estas hoy muy… -
La frase terminó cuando los ojos del castaño se centraron en una casa al lado del camino. No especialmente a la vista, pero lo suficiente como para no ser pasada por alto si mirabas directamente en la dirección en la que se encontraba.
Sin meditarlo demasiado y tras hacerle un gesto a la vampiresa para que le siguiese se encaminó a grandes zancadas hacia la entrada principal del edificio, bien resguardada tras una amplia verja y un modesto jardín que debía de estar agradeciendo toda aquella agua.
- La última vez que llamamos a una casa así en mitad de una noche como esta acabé siendo trasparente. – Advirtió Lyn, contemplando como Eltrant alzaba el puño dispuesto a golpear la entrada y pedir, como mínimo, pasar allí unas cuantas horas hasta que el temporal amainase.
- No te preocupes. – dijo al final Eltrant, dejando escapar un pequeño suspiro. - ¿Qué es lo peor que puede pasar? – Preguntó, esbozando una sonrisa cansada al mismo tiempo que golpeaba tres veces la madera de la que estaba hecha la puerta.
- Tú deberías saber bien la respuesta a esa pregunta. – Suspiró Lyn tras él aguardando, como el mismo Eltrant, a que alguien respondiese a los golpes.
El dueño del hogar no tardó demasiado en hacer acto de presencia, un hombre de aspecto formal que decía responder al nombre de “Corbeau”. No puso demasiadas pegas en dejar entrar a dos completos desconocidos a su hogar, de hecho, ni pareció notar que mientras que Eltrant estaba empapado Lyn estaba completamente seca.
- Pasad, pasad… - dijo indicando a la pareja que avanzasen hasta el final del pasillo. – Un tiempo horrible. ¿Verdad? – Añadió a continuación. – No sois los primeros a los que les ha sorprendido el temporal. – dijo poco antes de que llegasen hasta el salón principal. – Nos pilláis a mitad de la cena, por favor, uníos. – La sorpresa de Eltrant se hizo evidente en su expresión cuando contempló tanto a Huracán como a Jules sentados en torno a una mesa con cubiertos de sobra para todos los presentes.
Enarcó una ceja y, tras los breves segundos sin saber que decir sonrió a los cazadores.
- ¡Huracán! ¡Jules! – Lyn se le adelantó por varios segundos y, agitando la mano desde el lugar en el que estaba junto al exmercenario, saludó a los presentes.
Aún sin moverse de dónde estaba, bajo la atenta mirada del dueño del edificio, Eltrant imitó a la vampiresa y saludó a la pareja.
- ¿También os ha pillado la tormenta? – La pregunta era una obviedad, era evidente porque estaban ahí. Seguía pensando que era, de todos modos, una coincidencia demasiado grande. ¿Qué harían tan cerca de Sandorai? - ¿Cómo estáis? – Preguntó a continuación, ampliando la sonrisa. – Hace… - Se atusó la barba - ...meses que no os veo. – Agregó al final.
- ¿Ya os conocéis? – Cordeau empujó tímidamente a Eltrant, Lyn esquivó la mano del hombre sutilmente y avanzó en la dirección a la que instaba a ambos a avanzar. – Eso facilita más las cosas, adelante, sentaos. No seaís tímidos. – Indicó señalando a los asientos libres.
Él no tenía especialmente hambre en aquel momento y Lyn era incapaz de sujetar ningún cubierto, pero, como mínimo, lo más apropiado era a la mesa de la persona que le estaba dando cobijo.
No sabía exactamente que más preguntarle a Anastasia, lo último que sabía de ella es que como Asher y Elen era una centinela y eso conllevaba muchas cosas; Una carga que, poco a poco, se iba a ir haciendo cada vez más y más pesada
Sabía de la reacción que tenía Elen con su artefacto, Lyn, además, había sido capaz de experimentarla directamente.
Esperaba que Anastasia lo estuviese llevando bien.
- ¡Entonces! – Lyn rompió el silencio que se había formado y miró a su alrededor. – Hay muchos cuadros. – dijo al hombre - ¿Los has pintado todos tú? – La observación de la vampiresa pareció contentar al dueño del hogar quien, con el mismo tono de voz pausado y educado de siempre, comenzó a detallar su profesión a los recién llegados.
¿Por qué? Por muchos motivos diferentes, siendo el principal de ellos la necesidad de alejarse de Dundarak al menos unas semanas. Se ajustó la capa según y extendió el brazo izquierdo, el tintineo de las insistentes gotas de lluvia sobre el guantelete de metal le indicó que no solo no iba a aminorar, si no que empezaba a llover con aun más fuerza.
Se acercó aún más al árbol bajo el que se estaba resguardando y suspiró profundamente.
- ¿Está lloviendo? – Preguntó Lyn, estirando los brazos a su lado. Por algún motivo, durante apenas un instante, la postura de su amiga se le antojó casi felina, como si no fuese una vampiresa sino una gata que acaba de despertarse. – Una de las tantas ventajas de… - Lyn sonrió y dejó de hablar cuando Eltrant puso los ojos en blanco, momento en el cual la ojiazul salió de debajo del árbol para pasearse frente a él, completamente seca, dando al final un giro bastante acrobático frente al castaño.
Las gotas de agua la atravesaban, no podía mojarse.
- ¿Sabes que cuando empiece a amanecer va a seguir lloviendo? – Respondió Eltrant de vuelta, cruzándose de brazos, viendo como el baile de la muchacha se volvía más absurdo por momentos.
- Cuando amanezca voy a tener problemas más serios que un poco de lluvia si me quedo fuera. – dijo Lyn ampliando la sonrisa, riendo en voz baja. – Además de que eso es un problema de la Lyn del futuro, no mío. – Comentó la señora de las sombras levantando el dedo índice, casi como si estuviese dándole una explicación muy compleja a un alumno no especialmente inteligente. – No le caigo muy bien... – Aclaró, negando con la cabeza al mismo tiempo que se encogía de hombros. - Pero la comprendo, a mí tampoco me cae muy bien la Lyn del pasado. - Eltrant no pudo reprimir una pequeña sonrisilla al ver oír esto y, tras frotarse los ojos y volver a ajustarse la capa, continuó caminando bajo la lluvia.
La tormenta iba a peor, quedarse parados bajo un árbol no iba a impedir que, al menos él, acabase calado hasta los huesos.
El agua que se había apoderado del camino, la poca iluminación y, finalmente, su armadura, no eran lo que se decían precisamente ayudas a la hora de moverse por la zona. Por mucho que quisiese darse prisa no fueron pocas las veces en las que, en aquella la travesía hacia el poblado más cercano de la zona, acabó con la pierna hundida hasta la rodilla en el barro.
- ¿Buscando topos? – dijo Lyn, divertida, agachándose junto a su acompañante. Quien respondió a aquello con algo tan simple como un gruñido y centró su atención en tratar de sacar la pierna del suelo, cosa que solo consiguió después de haber dado varios tirones de la misma con fuerza.
- Estas hoy muy… -
La frase terminó cuando los ojos del castaño se centraron en una casa al lado del camino. No especialmente a la vista, pero lo suficiente como para no ser pasada por alto si mirabas directamente en la dirección en la que se encontraba.
Sin meditarlo demasiado y tras hacerle un gesto a la vampiresa para que le siguiese se encaminó a grandes zancadas hacia la entrada principal del edificio, bien resguardada tras una amplia verja y un modesto jardín que debía de estar agradeciendo toda aquella agua.
- La última vez que llamamos a una casa así en mitad de una noche como esta acabé siendo trasparente. – Advirtió Lyn, contemplando como Eltrant alzaba el puño dispuesto a golpear la entrada y pedir, como mínimo, pasar allí unas cuantas horas hasta que el temporal amainase.
- No te preocupes. – dijo al final Eltrant, dejando escapar un pequeño suspiro. - ¿Qué es lo peor que puede pasar? – Preguntó, esbozando una sonrisa cansada al mismo tiempo que golpeaba tres veces la madera de la que estaba hecha la puerta.
- Tú deberías saber bien la respuesta a esa pregunta. – Suspiró Lyn tras él aguardando, como el mismo Eltrant, a que alguien respondiese a los golpes.
El dueño del hogar no tardó demasiado en hacer acto de presencia, un hombre de aspecto formal que decía responder al nombre de “Corbeau”. No puso demasiadas pegas en dejar entrar a dos completos desconocidos a su hogar, de hecho, ni pareció notar que mientras que Eltrant estaba empapado Lyn estaba completamente seca.
- Pasad, pasad… - dijo indicando a la pareja que avanzasen hasta el final del pasillo. – Un tiempo horrible. ¿Verdad? – Añadió a continuación. – No sois los primeros a los que les ha sorprendido el temporal. – dijo poco antes de que llegasen hasta el salón principal. – Nos pilláis a mitad de la cena, por favor, uníos. – La sorpresa de Eltrant se hizo evidente en su expresión cuando contempló tanto a Huracán como a Jules sentados en torno a una mesa con cubiertos de sobra para todos los presentes.
Enarcó una ceja y, tras los breves segundos sin saber que decir sonrió a los cazadores.
- ¡Huracán! ¡Jules! – Lyn se le adelantó por varios segundos y, agitando la mano desde el lugar en el que estaba junto al exmercenario, saludó a los presentes.
Aún sin moverse de dónde estaba, bajo la atenta mirada del dueño del edificio, Eltrant imitó a la vampiresa y saludó a la pareja.
- ¿También os ha pillado la tormenta? – La pregunta era una obviedad, era evidente porque estaban ahí. Seguía pensando que era, de todos modos, una coincidencia demasiado grande. ¿Qué harían tan cerca de Sandorai? - ¿Cómo estáis? – Preguntó a continuación, ampliando la sonrisa. – Hace… - Se atusó la barba - ...meses que no os veo. – Agregó al final.
- ¿Ya os conocéis? – Cordeau empujó tímidamente a Eltrant, Lyn esquivó la mano del hombre sutilmente y avanzó en la dirección a la que instaba a ambos a avanzar. – Eso facilita más las cosas, adelante, sentaos. No seaís tímidos. – Indicó señalando a los asientos libres.
Él no tenía especialmente hambre en aquel momento y Lyn era incapaz de sujetar ningún cubierto, pero, como mínimo, lo más apropiado era a la mesa de la persona que le estaba dando cobijo.
No sabía exactamente que más preguntarle a Anastasia, lo último que sabía de ella es que como Asher y Elen era una centinela y eso conllevaba muchas cosas; Una carga que, poco a poco, se iba a ir haciendo cada vez más y más pesada
Sabía de la reacción que tenía Elen con su artefacto, Lyn, además, había sido capaz de experimentarla directamente.
Esperaba que Anastasia lo estuviese llevando bien.
- ¡Entonces! – Lyn rompió el silencio que se había formado y miró a su alrededor. – Hay muchos cuadros. – dijo al hombre - ¿Los has pintado todos tú? – La observación de la vampiresa pareció contentar al dueño del hogar quien, con el mismo tono de voz pausado y educado de siempre, comenzó a detallar su profesión a los recién llegados.
Eltrant Tale
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Re: Eclipse [Privado]
Ya me disponía a dar el primer sorbo a aquella sopa mustia cuando se escuchó la puerta. - ¡Esperad! ¿Oigo algo? – Sí. Volvían a insistir. Charles Corbeau no tardó en levantarse para recibir a los recién llegados. Jules y yo nos miramos. ¿Los dos platos que faltaban en la mesa? Posé una mano sobre el muslo de Jules sin ser muy llamativa, para que dejara de cotillear en los foráneos y me mirara a mí. Tenía algo importante que decirle.
-El rubí, Jules. – susurré con un gesto serio. – Está vibrando. Lleva haciéndolo desde que empezó la tormenta – El brujo me miró con tono de preocupación.
-¿Insinúas que están los jinetes aquí? – preguntó, llevándose las manos a la barbilla y colocando la mano en mi pecho para ver la vibración.
-Insinúo que algo pasa aquí. – dije. Cuando me vi interrumpida por el anfitrión.
-¡Mirad, tenemos invitados nuevos! – celebró Charles volviendo a mirarnos. Estábamos tan pegados que incluso a la vista de todos, parecía más bien que estábamos haciendo carantoñas. Rápidamente nos separamos.
¡Por todos los dioses! Eran Tale y Lyn. Hacía como meses. Muchos en que no los veía. Y lo cierto es que me reconfortaba tener al exmercenario cerca. A día de hoy era, quizás, la persona fuera del gremio en la que más confiaba. Y Lyn, ahora sí, era oficialmente la única chupasangres que ¿me caía bien? No, mejor la única que no me caía mal. Aún así tenía un aspecto… Raro.
-¡Elt! ¡Lyn! ¡Cuánto tiempo! – El brujo no tardó en expresar su gozo levantándose para abrazar al veterano exmercenario. Yo no hice el amago de levantar mi trasero del asiento y simplemente les hice un gesto con la cabeza. Como si los hubiera visto ayer mismo, y seguí preocupada por lo mío. – Más o menos estamos como vosotros. Hacía un buen día y empezó a llover tanto que tuvimos que refugiarnos. Pero estamos bien. – empezó diciendo el brujo.
Lyn no se demoró en descubrir la pasión por el dibujo del anfitrión de la casa y éste le describiría los principales con entusiasmo. No parecía que el tal Charles Corbeau tuviera muchos visitantes cada día. Y desde luego, si quería enseñar su obra, aquella había sido su gran noche.
Por mi parte, me centré en Eltrant. Jules ya había vuelto a su sitio para empezar a comer. Yo hasta que no estuvieran todos en la mesa, no probaría aquel cocido.
-Vamos a Sandorái. Melena Blanca me ha enviado una carta. – Saqué de mi faltriquera la misma y se la tendí para que le echara un vistazo, si quería. No decía mucho más que había detectado algo extraño en Sandorái y quería que los centinelas nos reuniéramos. - ¿Recuerdas la guerra de Lunargenta? El dragón ese que volaba por la ciudad es ahora el cuarto centinela. Tiene la capa blanca. – Quizás supiera el dato. Creía haberle nombrado a Melena Blanca alguna vez.
-Y no es amistoso. – remarcó el general Obviedades, Jules, comiendo la sopa como si le fuera la vida en ello. Hice gestos de negación con la cabeza. Miré pensativa al techo, ¿algún “hecho memorable” más?
-Los jinetes oscuros cada vez están más cerca. Asher y yo nos hemos enfrentado con uno de esos jinetes. Salimos vivos, pero por poco. - comenté, cuando me vi interrumpida de nuevo. Segunda vez.
Charles continuaba explicándole los cuadros a Lyn. Había tomado uno, y cuando escuchó la palabra “Jinetes Oscuros” no tardó en girarse hacia nosotros. Mostrándonos un cuadro. – Hablando de jinetes… - Uno imponente y muy extraño. Prácticamente con poca interpretación y con rostros nuevamente identificables
Había un escenario muy difuso. Varios caballeros encapuchados parecían rodear a los héroes. Estos estaban rodeados por una especie de luz divina. Había no cuatro, sino cinco individuos batallando contra ellos, dos mujeres, una más alta y otra más baja, y dos hombres, uno de ellos también de mayor tamaño y envergadura. El quinto individuo era también una mujer. Pero parecía estar de rodillas sobre el suelo. Derrotada, aunque parecía cerca de implosionar. Estaba a medio camino entre los jinetes y los héroes.
-¿Os gusta? Yo lo llamo… ¡Los caballeros del Apocalipsis! – exclamó. – Es otro de mis favoritos, pero se me corrió el lápiz y se me escaparon dos rayitas sobre la cabeza de ésta chica. Me hubiera quedado perfecto. – comentó señalando a una de las mujeres que permanecían erguidas. – Y sí, reconozco mis errores porque soy muy perfeccionista. Poca gente encontraréis tan sincera como yo.
-Muy bonito… – comenté aborrecida, sin entrar en demasiado detalle. Aquel tipo era raro. Demasiado. Pero por muy raro que fuera, parecía inofensivo. Volví mi mirada a lo verdaderamente importante, Eltrant Tale. Tocaba omitir toda la parte de Dag Thorlák. Iría al grano. – Mira, Elt, con Asher no hay problema, pero Elen... Está rara. Me resultará violento volver a encontrarme con ella después de lo que pasó entre nosotras. – resumí, sin entrar en detalle. Me adelanté en la mesa, apoyando mis codos sobre ésta y mirándole fíjamente. - Eltrant, necesito que vengas con nosotros al campamento de los leónicos. Eres la única persona ajena al gremio en la que puedo confiar en este momento.
-¿Y en Asher y Melena Blanca, no confías? – preguntó el brujo, sin levantar la vista del plato. Giré el cuello despacio y le miré sentenciante. Tercera vez que era interrumpida.
-Precisamente por eso he dicho “persona”, ¿qué no entiendes, Jules? ¡Dejad de interrumpirme, joder! – pregunté con molestia, volviendo por enésima vez mi vista más calmada sobre Eltrant. Pero esta vez recostándome relajada sobre el respaldo de la silla. Alzando una ceja y cruzándome de brazos. – Y bien, ¿qué me dices? Cualquier duda, pregúntamela.
Decidiera lo que decidiera, no iba a ser relevante. Los acontecimientos que iban a sucederse iban a hacer cambiar seguro de idea al exmercenario. Aunque yo estaba lejos de saber qué iba a suceder. Pero aquella vibración más y más incesante del rubí, que ya sobresalía en mi pecho y se observaba sobresalir bajo mi chaqueta, era un mal augurio. ¿Tenía algo que ver el aparentemente inofensivo tipo de la barba morena?
-El rubí, Jules. – susurré con un gesto serio. – Está vibrando. Lleva haciéndolo desde que empezó la tormenta – El brujo me miró con tono de preocupación.
-¿Insinúas que están los jinetes aquí? – preguntó, llevándose las manos a la barbilla y colocando la mano en mi pecho para ver la vibración.
-Insinúo que algo pasa aquí. – dije. Cuando me vi interrumpida por el anfitrión.
-¡Mirad, tenemos invitados nuevos! – celebró Charles volviendo a mirarnos. Estábamos tan pegados que incluso a la vista de todos, parecía más bien que estábamos haciendo carantoñas. Rápidamente nos separamos.
¡Por todos los dioses! Eran Tale y Lyn. Hacía como meses. Muchos en que no los veía. Y lo cierto es que me reconfortaba tener al exmercenario cerca. A día de hoy era, quizás, la persona fuera del gremio en la que más confiaba. Y Lyn, ahora sí, era oficialmente la única chupasangres que ¿me caía bien? No, mejor la única que no me caía mal. Aún así tenía un aspecto… Raro.
-¡Elt! ¡Lyn! ¡Cuánto tiempo! – El brujo no tardó en expresar su gozo levantándose para abrazar al veterano exmercenario. Yo no hice el amago de levantar mi trasero del asiento y simplemente les hice un gesto con la cabeza. Como si los hubiera visto ayer mismo, y seguí preocupada por lo mío. – Más o menos estamos como vosotros. Hacía un buen día y empezó a llover tanto que tuvimos que refugiarnos. Pero estamos bien. – empezó diciendo el brujo.
Lyn no se demoró en descubrir la pasión por el dibujo del anfitrión de la casa y éste le describiría los principales con entusiasmo. No parecía que el tal Charles Corbeau tuviera muchos visitantes cada día. Y desde luego, si quería enseñar su obra, aquella había sido su gran noche.
Por mi parte, me centré en Eltrant. Jules ya había vuelto a su sitio para empezar a comer. Yo hasta que no estuvieran todos en la mesa, no probaría aquel cocido.
-Vamos a Sandorái. Melena Blanca me ha enviado una carta. – Saqué de mi faltriquera la misma y se la tendí para que le echara un vistazo, si quería. No decía mucho más que había detectado algo extraño en Sandorái y quería que los centinelas nos reuniéramos. - ¿Recuerdas la guerra de Lunargenta? El dragón ese que volaba por la ciudad es ahora el cuarto centinela. Tiene la capa blanca. – Quizás supiera el dato. Creía haberle nombrado a Melena Blanca alguna vez.
-Y no es amistoso. – remarcó el general Obviedades, Jules, comiendo la sopa como si le fuera la vida en ello. Hice gestos de negación con la cabeza. Miré pensativa al techo, ¿algún “hecho memorable” más?
-Los jinetes oscuros cada vez están más cerca. Asher y yo nos hemos enfrentado con uno de esos jinetes. Salimos vivos, pero por poco. - comenté, cuando me vi interrumpida de nuevo. Segunda vez.
Charles continuaba explicándole los cuadros a Lyn. Había tomado uno, y cuando escuchó la palabra “Jinetes Oscuros” no tardó en girarse hacia nosotros. Mostrándonos un cuadro. – Hablando de jinetes… - Uno imponente y muy extraño. Prácticamente con poca interpretación y con rostros nuevamente identificables
Había un escenario muy difuso. Varios caballeros encapuchados parecían rodear a los héroes. Estos estaban rodeados por una especie de luz divina. Había no cuatro, sino cinco individuos batallando contra ellos, dos mujeres, una más alta y otra más baja, y dos hombres, uno de ellos también de mayor tamaño y envergadura. El quinto individuo era también una mujer. Pero parecía estar de rodillas sobre el suelo. Derrotada, aunque parecía cerca de implosionar. Estaba a medio camino entre los jinetes y los héroes.
-¿Os gusta? Yo lo llamo… ¡Los caballeros del Apocalipsis! – exclamó. – Es otro de mis favoritos, pero se me corrió el lápiz y se me escaparon dos rayitas sobre la cabeza de ésta chica. Me hubiera quedado perfecto. – comentó señalando a una de las mujeres que permanecían erguidas. – Y sí, reconozco mis errores porque soy muy perfeccionista. Poca gente encontraréis tan sincera como yo.
-Muy bonito… – comenté aborrecida, sin entrar en demasiado detalle. Aquel tipo era raro. Demasiado. Pero por muy raro que fuera, parecía inofensivo. Volví mi mirada a lo verdaderamente importante, Eltrant Tale. Tocaba omitir toda la parte de Dag Thorlák. Iría al grano. – Mira, Elt, con Asher no hay problema, pero Elen... Está rara. Me resultará violento volver a encontrarme con ella después de lo que pasó entre nosotras. – resumí, sin entrar en detalle. Me adelanté en la mesa, apoyando mis codos sobre ésta y mirándole fíjamente. - Eltrant, necesito que vengas con nosotros al campamento de los leónicos. Eres la única persona ajena al gremio en la que puedo confiar en este momento.
-¿Y en Asher y Melena Blanca, no confías? – preguntó el brujo, sin levantar la vista del plato. Giré el cuello despacio y le miré sentenciante. Tercera vez que era interrumpida.
-Precisamente por eso he dicho “persona”, ¿qué no entiendes, Jules? ¡Dejad de interrumpirme, joder! – pregunté con molestia, volviendo por enésima vez mi vista más calmada sobre Eltrant. Pero esta vez recostándome relajada sobre el respaldo de la silla. Alzando una ceja y cruzándome de brazos. – Y bien, ¿qué me dices? Cualquier duda, pregúntamela.
Decidiera lo que decidiera, no iba a ser relevante. Los acontecimientos que iban a sucederse iban a hacer cambiar seguro de idea al exmercenario. Aunque yo estaba lejos de saber qué iba a suceder. Pero aquella vibración más y más incesante del rubí, que ya sobresalía en mi pecho y se observaba sobresalir bajo mi chaqueta, era un mal augurio. ¿Tenía algo que ver el aparentemente inofensivo tipo de la barba morena?
Anastasia Boisson
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Re: Eclipse [Privado]
Tras haber escuchado todo lo que la bruja tenía que decir y de haber lanzado un rápido vistazo al cuadro que les mostró el pintor; Eltrant miró durante unos instantes a Jules a la cara, tratando de entrever alguna explicación en la expresión del cazador respecto al comportamiento de Anastasia, a la evidente hostilidad con la que hablaba la mujer.
Eltrant siempre había sabido que Huracán era muy particular a la hora de hablar de otras razas, pero, a sus ojos, nunca había sido tan… extremista; quizás había sido algo clasista, no había pasado nunca eso por alto y, en cierto modo, lo había achacado a la educación que la mujer había tenido, por lo que nunca la había culpado realmente por tratarle como “un granjero”.
Pero el que no tratase a Elen y a Asher como personas le dejó ligeramente sorprendido ¿Se debía al objeto que le hacía ser centinela? ¿Le estaba afectando a su personalidad? ¿El encontronazo que decía haber tenido con Elen tenía que ver con eso?
Ojeó de nuevo la carta que había recuperado de la bruja.
Parecía serio, mucho. Si bien no había visto a Melena Blanca desde que se enfrentaron a la Tarasca poco después de la batalla de Lunargenta, se le había antojado como alguien paciente, incluso solemne.
Para convocar a los centinelas con aquella urgencia… debía de estar pasando algo grave.
- Sí, Anastasia. – dijo decidido, sin mostrar ningún atisbo de duda en su voz. – Cuenta conmigo, no te dejaré sola. – Independientemente de la gravedad de la situación tampoco podía obviar, que, por lo que parecía, dos de los tres Centinelas estaban siendo consumidos por los objetos que tenían.
Quizás Eltrant no sirviese para encarar Jinetes, de hecho, cuando se enfrentó con Elen a uno de ellos no pudo hacer más que recibir golpes y hacer de muro para que la peliblanca ganase tiempo. Pero era lo mínimo que podía hacer.
- ¿Sabéis como el… dragón ha podido hacerse con la capa? – El intenso olor a carne quemada y a humo volvió momentáneamente a sus pensamientos, bajó la mirada hasta el plato que tenía frente a él y se reclinó sobre la silla, la cual crujió bajo su peso.
- ¿Y tú sabes que puedes quitarte… todo eso en la mesa? – Lyn sonrió a su lado y señaló el equipo de Eltrant, el cual seguía pegado a su cuerpo. Sin pensarlo demasiado, Eltrant tomó a Olvido y el pesado martillo que llevaba a su espalda y lo apoyó contra la mesa.
Aparte de todos los motivos “urgentes” que hubiese para acompañar a la cazadora, Anastasia seguía siendo su amiga. No iba a dejarla sola en un momento de necesidad como aquel. Quizás no lo demostrase, pero la Huracán que había conocido años atrás, si seguía dentro de la centinela que tenía frente a él… probablemente estaría sufriendo al verse a sí misma actuar así, sobre todo con Jules.
- ¿No tenéis hambre? – Preguntó Corbeau aun con el cuadro de los “jinetes” entre sus manos, mirando con aquella particular sonrisa tanto a Eltrant como a Lyn.
La vampiresa negó con la cabeza respondiendo a la sonrisa del hombre con una propia, tratando de disimular el hecho de que no podía sujetar cubierto alguno de los que había sobre la mesa, Eltrant, para no hacer parecer a su acompañante sospechosa, se limitó a decir que habían comido poco antes de llegar hasta allí.
La condición de Lyn era extraña, podía decirse que era selectiva: la vampiresa podía atravesar cualquier objeto, pero no el suelo ni paredes. Por ejemplo: en aquel momento estaba sentada sobre una silla que podría traspasar si se levantaba y trataba de patearla.
No habían sido pocas las veces que había visto a la muchacha experimentando con su trasparencia, la ojiazul podría subirse a una mesa siempre que esta sirviese como “suelo”, pero no podría levantarla ni sujetarla.
La observó conversar, ahora, con Jules. No hablaba de nada especial, del clima, sobre todo. Sonrió, se le hacía raro pensar que, cuando la conoció, dos tipos con un emblema realmente parecido a lo de los cazadores de Huracán habían estado a punto de atraparla.
Y ahora conversaba con un cazador como si tal cosa.
Suspiró, sin apartar sus ojos de su compañera. También estaba el hecho de que pudiese comunicarse con los muertos, cosa que Eltrant no solía mencionar nunca. Sobre todo porque siempre, sin excepción, Lyn cambiaba de humor cuando hablaba de ello.
Con el paso de los días Eltrant había comprendido que tenía algo que ver con su maestra. Hacía poco que había oído, por fin, algo respecto a su identidad, aunque solo había sido su apellido: “Loren”.
- ¿Y ese cuadro de ahí? – Lyn, interesada en oír más historias de Charles, señaló a otro cuadro que estaba en la pared, uno que estaba cubierto con un elegante tapiz de colores carmesíes con bordados dorados.
Mientras dejaba que Lyn continuase su conversación con Cordeau, volvió a centrar su atención en Anastasia.
- Me enfrenté a un jinete con Elen… - dijo, pensando en las cosas relevantes que le habían sucedido. – Y… - Cerró los ojos – …he estado involucrado en el incendio de Dundarak y todo eso. – Suspiró, prefería no hablar demasiado del tema. – El caso es que conseguimos mandarlo a… ¿De dónde venía? – No sabía exactamente que habían hecho ni como, los detalles le eran difusos, quizás porque acabó lo suficiente herido como para perder el conocimiento. – No… fue bien del todo. – Se llevó la mano hasta la cara. – Pero sobrevivimos. – Añadió al final, sonriendo agotado.
Se calló y sujetó el pomo de Olvido, que descansaba apoyada en la mesa.
¿Cómo iban a vencer a esas cosas cuando apenas habían podido detener a una?
Eltrant siempre había sabido que Huracán era muy particular a la hora de hablar de otras razas, pero, a sus ojos, nunca había sido tan… extremista; quizás había sido algo clasista, no había pasado nunca eso por alto y, en cierto modo, lo había achacado a la educación que la mujer había tenido, por lo que nunca la había culpado realmente por tratarle como “un granjero”.
Pero el que no tratase a Elen y a Asher como personas le dejó ligeramente sorprendido ¿Se debía al objeto que le hacía ser centinela? ¿Le estaba afectando a su personalidad? ¿El encontronazo que decía haber tenido con Elen tenía que ver con eso?
Ojeó de nuevo la carta que había recuperado de la bruja.
Parecía serio, mucho. Si bien no había visto a Melena Blanca desde que se enfrentaron a la Tarasca poco después de la batalla de Lunargenta, se le había antojado como alguien paciente, incluso solemne.
Para convocar a los centinelas con aquella urgencia… debía de estar pasando algo grave.
- Sí, Anastasia. – dijo decidido, sin mostrar ningún atisbo de duda en su voz. – Cuenta conmigo, no te dejaré sola. – Independientemente de la gravedad de la situación tampoco podía obviar, que, por lo que parecía, dos de los tres Centinelas estaban siendo consumidos por los objetos que tenían.
Quizás Eltrant no sirviese para encarar Jinetes, de hecho, cuando se enfrentó con Elen a uno de ellos no pudo hacer más que recibir golpes y hacer de muro para que la peliblanca ganase tiempo. Pero era lo mínimo que podía hacer.
- ¿Sabéis como el… dragón ha podido hacerse con la capa? – El intenso olor a carne quemada y a humo volvió momentáneamente a sus pensamientos, bajó la mirada hasta el plato que tenía frente a él y se reclinó sobre la silla, la cual crujió bajo su peso.
- ¿Y tú sabes que puedes quitarte… todo eso en la mesa? – Lyn sonrió a su lado y señaló el equipo de Eltrant, el cual seguía pegado a su cuerpo. Sin pensarlo demasiado, Eltrant tomó a Olvido y el pesado martillo que llevaba a su espalda y lo apoyó contra la mesa.
Aparte de todos los motivos “urgentes” que hubiese para acompañar a la cazadora, Anastasia seguía siendo su amiga. No iba a dejarla sola en un momento de necesidad como aquel. Quizás no lo demostrase, pero la Huracán que había conocido años atrás, si seguía dentro de la centinela que tenía frente a él… probablemente estaría sufriendo al verse a sí misma actuar así, sobre todo con Jules.
- ¿No tenéis hambre? – Preguntó Corbeau aun con el cuadro de los “jinetes” entre sus manos, mirando con aquella particular sonrisa tanto a Eltrant como a Lyn.
La vampiresa negó con la cabeza respondiendo a la sonrisa del hombre con una propia, tratando de disimular el hecho de que no podía sujetar cubierto alguno de los que había sobre la mesa, Eltrant, para no hacer parecer a su acompañante sospechosa, se limitó a decir que habían comido poco antes de llegar hasta allí.
La condición de Lyn era extraña, podía decirse que era selectiva: la vampiresa podía atravesar cualquier objeto, pero no el suelo ni paredes. Por ejemplo: en aquel momento estaba sentada sobre una silla que podría traspasar si se levantaba y trataba de patearla.
No habían sido pocas las veces que había visto a la muchacha experimentando con su trasparencia, la ojiazul podría subirse a una mesa siempre que esta sirviese como “suelo”, pero no podría levantarla ni sujetarla.
La observó conversar, ahora, con Jules. No hablaba de nada especial, del clima, sobre todo. Sonrió, se le hacía raro pensar que, cuando la conoció, dos tipos con un emblema realmente parecido a lo de los cazadores de Huracán habían estado a punto de atraparla.
Y ahora conversaba con un cazador como si tal cosa.
Suspiró, sin apartar sus ojos de su compañera. También estaba el hecho de que pudiese comunicarse con los muertos, cosa que Eltrant no solía mencionar nunca. Sobre todo porque siempre, sin excepción, Lyn cambiaba de humor cuando hablaba de ello.
Con el paso de los días Eltrant había comprendido que tenía algo que ver con su maestra. Hacía poco que había oído, por fin, algo respecto a su identidad, aunque solo había sido su apellido: “Loren”.
- ¿Y ese cuadro de ahí? – Lyn, interesada en oír más historias de Charles, señaló a otro cuadro que estaba en la pared, uno que estaba cubierto con un elegante tapiz de colores carmesíes con bordados dorados.
Mientras dejaba que Lyn continuase su conversación con Cordeau, volvió a centrar su atención en Anastasia.
- Me enfrenté a un jinete con Elen… - dijo, pensando en las cosas relevantes que le habían sucedido. – Y… - Cerró los ojos – …he estado involucrado en el incendio de Dundarak y todo eso. – Suspiró, prefería no hablar demasiado del tema. – El caso es que conseguimos mandarlo a… ¿De dónde venía? – No sabía exactamente que habían hecho ni como, los detalles le eran difusos, quizás porque acabó lo suficiente herido como para perder el conocimiento. – No… fue bien del todo. – Se llevó la mano hasta la cara. – Pero sobrevivimos. – Añadió al final, sonriendo agotado.
Se calló y sujetó el pomo de Olvido, que descansaba apoyada en la mesa.
¿Cómo iban a vencer a esas cosas cuando apenas habían podido detener a una?
Eltrant Tale
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Re: Eclipse [Privado]
Me recosté en el respaldo de la silla, mirando al humano. Eso era justo lo que quería oír. Contar con Eltrant para combatir a los jinetes oscuros iba a ser clave. El exmercenario era un extraordinario luchador. Pero además de eso conocía a Elen y podría intermediar en el caso de que las cosas se complicaran. Ya que con Asher y Melena Blanca no tenía tanta confianza, aún, como esperaba. Aunque las cosas entre nosotros iban mejorando. Al final aquel fortuito encuentro en el bosque y la lluvia no había sido tan malo. Seguramente el destino nos lo había deparado así.
-No lo sabemos. Pero si la tiene, habrá que recuperarla. – comentó el brujo. – Pero eso será mañana, u otro día. Por ahora, ¡toca comer y festejar a costa de este buen dibujante! – Corbeau rió tímidamente. No parecía tan extrovertido como Jules o Lyn. Entre el brujo y la vampiresa parecía haber cierta complicidad a la ironía y la picaresca. Y no parecían dudar en tomar el pelo a nuestro anfitrión mientras le pedían la explicación de los muchos dibujos a lápiz que tenía allí.
Yo permanecí callada, sin decir nada. Crucé ambos brazos sobre la mesa y centré mi vista en la de Eltrant, mientras seguía informándome de las novedades. – Un incendio en Dundarak. He escuchado algo. Pero no estoy muy al tanto. – comenté, acerca de los rumores. Lo que más me llamó la atención de sus comentarios fue el hecho de que, al igual que Asher y yo, el humano se había enfrentado a un jinete junto a Elen, al cual habían logrado exiliar. – Al Oblivion. – completé su comentario, interesada, asintiendo con la cabeza, mientras lo dejé terminar. – Asher y yo nos enfrentamos a otra jinete. Y también la conseguimos expulsar de este plano. Pero sus apariciones son cada vez más frecuentes y más destructivas. Si ya tienes experiencia combatiendo jinetes, mucho mejor. Además, tú y Asher tenéis cierta química. – Cuando terminé de decir eso, noté como un hilillo de un líquido caliente fluía de mi nariz hacia mi boca. Otra vez la dichosa hemorragia. – Perdona, Eltrant. – dije, sacando el pañuelo del bolsillo y volviendo a taponar la herida. – Esto está relacionado con lo de Elen. Ella… - miré un poco a la mesa y apreté el puño. Tenía que contárselo. – Me atacó en Lunargenta y me llevé un fuerte golpe. Estaba intentando detener a Dag Thorlák, el antiguo rey vampiro de Lunargenta. Pero se puso de su parte. – Hice varios gestos de negación con la cabeza. – ¡Era su amiga, Eltrant! Y no es la primera vez que lo hace. Ayudó a escapar a ese terrorista. – me señalé con ambas manos. – No puedo perdonárselo. Y esta es la principal razón por la que necesito que vengas conmigo. - Sí. Evitar que se desatara una tormenta aún mayor que la que había fuera. Una guerra civil entre los centinelas no sería nada bueno con los jinetes tan próximos. Pero tampoco iba a ceder a los caprichos de la benjamina de los Calhoun.
Así era. Elen había cedido a la corrupción de su reliquia. O al menos, así lo veía yo. Fallé un contrato por su maldita culpa. Y uno muy importante. No podía permitirme esas pérdidas de reputación. Aún con esas, yo tampoco era la misma. La masacre de Sacrestic y la imposición del nuevo orden por parte de los humanos en la ciudad había servido para reprimir la presencia de los vampiros en la ciudad.
Supongo que Eltrant tampoco estaba exento de pecados. A fin de cuentas… había participado en el incendio de Dundarak.
-¿Contándoos vuestras penas, veteranos? – preguntó Jules, irrumpiendo en nuestra conversación. Me había asustado bastante. – Oye, Eltrant, ¿por qué no tomas un poco de la alegría de Lyn? Te vendría bien. – Me miró. – Yo lo intento con Anastasia pero… Ella es un caso perdido. Siempre ha sido y me da que así seguirá siendo muchos años. – bromeó el brujo, revolviendo mi pelo cariñosamente. Por lo cual le envié una mirada mortal. Odiaba que hicieran eso. - No me pongas esa cara, Huri.
Fuera de la casa, la tormenta seguía haciendo de las suyas. Esta vez, un rayo impactó con fiereza en el pararrayos de la casa, derribándolo y haciendo que cayera justo en la cuadra anexa, donde Charles Corbeau guardaba sus animales. El humano advirtió esto por una de las ventanas.
-¡Por los dioses, mis! ¡Se van a escapar los animales! Tengo que salir afuera. – dijo el hombre apresurándose hacia la puerta de salida.
-No. Quédate aquí. Es peligroso. – insté. Levantándome de la mesa y cortando el paso a Charles, para detenerle en su propósito. No podía permitirlo. Estando la tormenta justo encima de nosotros. Había cierta posibilidad de que algo lo arrastrara o le impactara, o bien le cayera un rayo encima.
-La maestra de los elementos vuelve a la carga. – dijo el brujo, yendo detrás de mí. - ¡Te sigo! - Asentí con la cabeza, aceptando su ayuda y me dispuse a salir. Cuantos más fuéramos probablemente más sencillo resultaría cerrar el dichoso pajar.
Estaba cayendo una buena. No tardé en empaparme por la fuerte lluvia e incluso me costaba mantenerme en pie por el viento. Parecía que iba a arrasar todos los árboles. Y el medallón no paraba de vibrar. – Huracán en el huracán… - resoplé. Haciendo fuerza para mantenerme en pie y tratar de controlar un poco el viento a mi alrededor. Pero era difícil, tenía demasiada energía.
-¡Wow! ¿Has visto esa luna? - gritó el brujo señalando la misma. No había otra manera de comunicación en el exterior que no fuera a voces.
También miré al cielo. ¡Como para no hacerlo! La luna lucía roja en el firmamento. – Un eclipse… - advertí con admiración. ¿Por qué tenía tiempo para apreciar esos detalles mientras mi larga melena estaba ya empapada y pegada a mi cuerpo?
Déjate de tonterías, Anastasia. Tienes que cerrar esa cuadra.
-No lo sabemos. Pero si la tiene, habrá que recuperarla. – comentó el brujo. – Pero eso será mañana, u otro día. Por ahora, ¡toca comer y festejar a costa de este buen dibujante! – Corbeau rió tímidamente. No parecía tan extrovertido como Jules o Lyn. Entre el brujo y la vampiresa parecía haber cierta complicidad a la ironía y la picaresca. Y no parecían dudar en tomar el pelo a nuestro anfitrión mientras le pedían la explicación de los muchos dibujos a lápiz que tenía allí.
Yo permanecí callada, sin decir nada. Crucé ambos brazos sobre la mesa y centré mi vista en la de Eltrant, mientras seguía informándome de las novedades. – Un incendio en Dundarak. He escuchado algo. Pero no estoy muy al tanto. – comenté, acerca de los rumores. Lo que más me llamó la atención de sus comentarios fue el hecho de que, al igual que Asher y yo, el humano se había enfrentado a un jinete junto a Elen, al cual habían logrado exiliar. – Al Oblivion. – completé su comentario, interesada, asintiendo con la cabeza, mientras lo dejé terminar. – Asher y yo nos enfrentamos a otra jinete. Y también la conseguimos expulsar de este plano. Pero sus apariciones son cada vez más frecuentes y más destructivas. Si ya tienes experiencia combatiendo jinetes, mucho mejor. Además, tú y Asher tenéis cierta química. – Cuando terminé de decir eso, noté como un hilillo de un líquido caliente fluía de mi nariz hacia mi boca. Otra vez la dichosa hemorragia. – Perdona, Eltrant. – dije, sacando el pañuelo del bolsillo y volviendo a taponar la herida. – Esto está relacionado con lo de Elen. Ella… - miré un poco a la mesa y apreté el puño. Tenía que contárselo. – Me atacó en Lunargenta y me llevé un fuerte golpe. Estaba intentando detener a Dag Thorlák, el antiguo rey vampiro de Lunargenta. Pero se puso de su parte. – Hice varios gestos de negación con la cabeza. – ¡Era su amiga, Eltrant! Y no es la primera vez que lo hace. Ayudó a escapar a ese terrorista. – me señalé con ambas manos. – No puedo perdonárselo. Y esta es la principal razón por la que necesito que vengas conmigo. - Sí. Evitar que se desatara una tormenta aún mayor que la que había fuera. Una guerra civil entre los centinelas no sería nada bueno con los jinetes tan próximos. Pero tampoco iba a ceder a los caprichos de la benjamina de los Calhoun.
Así era. Elen había cedido a la corrupción de su reliquia. O al menos, así lo veía yo. Fallé un contrato por su maldita culpa. Y uno muy importante. No podía permitirme esas pérdidas de reputación. Aún con esas, yo tampoco era la misma. La masacre de Sacrestic y la imposición del nuevo orden por parte de los humanos en la ciudad había servido para reprimir la presencia de los vampiros en la ciudad.
Supongo que Eltrant tampoco estaba exento de pecados. A fin de cuentas… había participado en el incendio de Dundarak.
-¿Contándoos vuestras penas, veteranos? – preguntó Jules, irrumpiendo en nuestra conversación. Me había asustado bastante. – Oye, Eltrant, ¿por qué no tomas un poco de la alegría de Lyn? Te vendría bien. – Me miró. – Yo lo intento con Anastasia pero… Ella es un caso perdido. Siempre ha sido y me da que así seguirá siendo muchos años. – bromeó el brujo, revolviendo mi pelo cariñosamente. Por lo cual le envié una mirada mortal. Odiaba que hicieran eso. - No me pongas esa cara, Huri.
Fuera de la casa, la tormenta seguía haciendo de las suyas. Esta vez, un rayo impactó con fiereza en el pararrayos de la casa, derribándolo y haciendo que cayera justo en la cuadra anexa, donde Charles Corbeau guardaba sus animales. El humano advirtió esto por una de las ventanas.
-¡Por los dioses, mis! ¡Se van a escapar los animales! Tengo que salir afuera. – dijo el hombre apresurándose hacia la puerta de salida.
-No. Quédate aquí. Es peligroso. – insté. Levantándome de la mesa y cortando el paso a Charles, para detenerle en su propósito. No podía permitirlo. Estando la tormenta justo encima de nosotros. Había cierta posibilidad de que algo lo arrastrara o le impactara, o bien le cayera un rayo encima.
-La maestra de los elementos vuelve a la carga. – dijo el brujo, yendo detrás de mí. - ¡Te sigo! - Asentí con la cabeza, aceptando su ayuda y me dispuse a salir. Cuantos más fuéramos probablemente más sencillo resultaría cerrar el dichoso pajar.
Estaba cayendo una buena. No tardé en empaparme por la fuerte lluvia e incluso me costaba mantenerme en pie por el viento. Parecía que iba a arrasar todos los árboles. Y el medallón no paraba de vibrar. – Huracán en el huracán… - resoplé. Haciendo fuerza para mantenerme en pie y tratar de controlar un poco el viento a mi alrededor. Pero era difícil, tenía demasiada energía.
-¡Wow! ¿Has visto esa luna? - gritó el brujo señalando la misma. No había otra manera de comunicación en el exterior que no fuera a voces.
También miré al cielo. ¡Como para no hacerlo! La luna lucía roja en el firmamento. – Un eclipse… - advertí con admiración. ¿Por qué tenía tiempo para apreciar esos detalles mientras mi larga melena estaba ya empapada y pegada a mi cuerpo?
Déjate de tonterías, Anastasia. Tienes que cerrar esa cuadra.
Anastasia Boisson
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Re: Eclipse [Privado]
- ¿Dag Thorlák? – Eltrant enarcó una ceja y miró como Huracán lidiaba con la sangre que, de improviso, había comenzado a manar de su nariz. - ¿El rey breve? – Añadió haciendo de memoria.
Una parte de él siempre había tenido la sensación de que conocía a alguien con aquel mismo nombre. Pero, por supuesto, nunca había socializado con vampiros nobles, Báthory era, quizás, la única excepción.
Asintió y no hizo ningún comentario ante las palabras de Huracán. Elen podía estar siendo consumida por la ira de su artefacto, pero… seguía siendo una persona íntegra. No hacía demasiado que le había ayudado a salir con vida de Dundarak, conocía a la Centinela de cabellos cenizos lo suficientemente bien como para saber que, de haberse puesto de parte del rey breve, lo habría hecho con alguna razón de peso.
No obstante, el hecho de que Huracán tuviese una herida que incluso en aquel momento parecía continuar sangrando le preocupaba.
¿Cómo había acabado Elen atacando a su amiga? ¿Se había convertido en la figura de sombras que era incapaz de controlar y había terminado haciendo lo que más temía? ¿Lo había hecho conscientemente por alguna razón que Huracán no sabía?
Las respuestas a aquellas preguntas, fuesen cuales fuesen, solo podía darlas una única persona.
- No te preocupes, Anastasia. Iré. – dijo acercándose la única botella en la mesa de lo que, por el color, parecía ser vino. – Es… - Suspiró, descorchó la botella y olisqueó el interior casualmente. – Su artefacto le está afectando más de lo que parece, lo he notado. – Musitó llevándose una mano hasta la cara, no quería decirle a la propia Huracán que ella misma también estaba cambiada. – Sabes que no es ella misma en esos casos... ¿Verdad? - A pesar de su comportamiento Huracán parecía… sensata, al menos lo suficiente como para tratar de buscar un mediador en todo ese asunto.
Cuando Jules irrumpió en la conversación Eltrant dejó escapar una carcajada y se preparó una gigantesca copa de vino que sabía muy bien que le ayudaría a lidiar con las distintas conversaciones que se iban a suceder a lo largo de la noche.
- Eso, eso. – dijo Lyn uniéndose a Jules. - ¿Por qué te quedas con un poco de mi alegría? – Preguntó a continuación sin parar de sonreír. - No rechaces la amabilidad de tu ama y señora. – Afirmó de forma grandilocuente - ¡Te ofrezco la felicidad de estar junto a mí! – Después de oír eso, tras lanzar una larga mirada a Lyn, procedió a beberse media copa de vino de una sentada.
Se giró hacia la pareja de cazadores justo para ver como Jules acariciaba el pelo de Huracán. Sonrió tímidamente y volvió a dar un pequeño sorbo a la copa, era indiscutible que la Maestra Boisson no era lo que se decía cariñosa… pero, por lo visto, a Jules no parecía importarle demasiado.
Teniendo en cuenta la expresión de la bruja decidió no hacer ningún comentario respecto a la relación que la pareja tenía. Incluso Lyn fue capaz de morderse la lengua, entre risas, cuando vio como Anastasia taladraba a su pareja con la mirada.
Sacó todo pensamiento de su cabeza cuando un rayo impacto prácticamente sobre la casa, derribando el pararrayos y destrozando, de paso, parte de la cuadra en la que el pintor decía mantener los animales.
La exclamación del Señor Corbeu no tardó en alertar a los presentes: el hombre afirmaba tener que salir a lidiar con ello antes de perder todo el ganado.
Los cazadores, por supuesto, se prestaron inmediatamente para lidiar con aquel contratiempo. Cosa a lo que Eltrant también accedió y, tras lanzar una rápida mirada a Lyn, se levantó de su asiento y, tras hacerse con su equipo, siguió a Huracán hasta el exterior.
Era un granjero, había pasado sus primeros dieciséis años de vida lidiando con cosas como aquella. No le sería demasiado difícil arrear de vuelta a un par de vacas aterrorizadas por la tormenta.
Su honor como Tale estaba en juego.
Salió a la intermedie, Lyn le siguió de cerca, prácticamente intocable por los elementos. La vampiresa no parecía muy molesta por salir bajo la lluvia, de hecho, parecía realmente entretenida con todo aquello.
- No recordaba que fuese así de poética. – dijo Eltrant a Jules, según avanzaban hacia el granero, cuando escuchó la frase que dijo Huracán por encima de los truenos y la lluvia.
La respuesta que recibió del cazador, sin embargo, no era la que el exmercenario esperaba. Inmediatamente, siguiendo el dedo de Jules, miró hacía el firmamento, hacía la luna que el hombre señalaba.
Frunció el ceño.
- He visto muchas lunas. – Musitó Lyn cruzada de brazos. – Esas suelen ser raras. - Comentó a continuación, mirando al cielo como los demás.
Parecía preocupada.
Suspirando amargamente, sacudió la cabeza y tras obviar el fantasmagórico brillo carmesí de la luna continuó caminando bajo la lluvia, asegurándose siempre de que su capa cubría parte de su cabeza.
Tenía que admitir que aquella luna era rara, casi una señal de los dioses de que no se avecinaba nada bueno; pero tenían problemas más urgentes de los que ocuparse.
Siguió a Huracán hasta la entrada de la cuadra.
- ¡Anastasia! – La llamó y, sujetándola para ayudarla a lidiar con el viento, se adelantó un par de pasos. - ¿Se han escapado? - Los desperfectos no parecían ser importantes, de hecho, aun cuando el pararrayos había abierto un agujero en el techo y había desencajado la entrada de aquella modesta caballeriza, no parecía nada ser nada demasiado grave.
Más rayos continuaban cayendo en los alrededores. Tenían que darse prisa, con su suerte no sería de extrañar que le cayese un rayo encima; y se había enfrentado a brujos, sabía que no era agradable.
– Vale. – Se agachó y sujetó uno de los extremos de la puerta. – Ayúdame, Huracán. – Aquel no era un trabajo para una sola persona, pero era solo cerrar una cuadra: nada especialmente complicado.
Una parte de él siempre había tenido la sensación de que conocía a alguien con aquel mismo nombre. Pero, por supuesto, nunca había socializado con vampiros nobles, Báthory era, quizás, la única excepción.
Asintió y no hizo ningún comentario ante las palabras de Huracán. Elen podía estar siendo consumida por la ira de su artefacto, pero… seguía siendo una persona íntegra. No hacía demasiado que le había ayudado a salir con vida de Dundarak, conocía a la Centinela de cabellos cenizos lo suficientemente bien como para saber que, de haberse puesto de parte del rey breve, lo habría hecho con alguna razón de peso.
No obstante, el hecho de que Huracán tuviese una herida que incluso en aquel momento parecía continuar sangrando le preocupaba.
¿Cómo había acabado Elen atacando a su amiga? ¿Se había convertido en la figura de sombras que era incapaz de controlar y había terminado haciendo lo que más temía? ¿Lo había hecho conscientemente por alguna razón que Huracán no sabía?
Las respuestas a aquellas preguntas, fuesen cuales fuesen, solo podía darlas una única persona.
- No te preocupes, Anastasia. Iré. – dijo acercándose la única botella en la mesa de lo que, por el color, parecía ser vino. – Es… - Suspiró, descorchó la botella y olisqueó el interior casualmente. – Su artefacto le está afectando más de lo que parece, lo he notado. – Musitó llevándose una mano hasta la cara, no quería decirle a la propia Huracán que ella misma también estaba cambiada. – Sabes que no es ella misma en esos casos... ¿Verdad? - A pesar de su comportamiento Huracán parecía… sensata, al menos lo suficiente como para tratar de buscar un mediador en todo ese asunto.
Cuando Jules irrumpió en la conversación Eltrant dejó escapar una carcajada y se preparó una gigantesca copa de vino que sabía muy bien que le ayudaría a lidiar con las distintas conversaciones que se iban a suceder a lo largo de la noche.
- Eso, eso. – dijo Lyn uniéndose a Jules. - ¿Por qué te quedas con un poco de mi alegría? – Preguntó a continuación sin parar de sonreír. - No rechaces la amabilidad de tu ama y señora. – Afirmó de forma grandilocuente - ¡Te ofrezco la felicidad de estar junto a mí! – Después de oír eso, tras lanzar una larga mirada a Lyn, procedió a beberse media copa de vino de una sentada.
Se giró hacia la pareja de cazadores justo para ver como Jules acariciaba el pelo de Huracán. Sonrió tímidamente y volvió a dar un pequeño sorbo a la copa, era indiscutible que la Maestra Boisson no era lo que se decía cariñosa… pero, por lo visto, a Jules no parecía importarle demasiado.
Teniendo en cuenta la expresión de la bruja decidió no hacer ningún comentario respecto a la relación que la pareja tenía. Incluso Lyn fue capaz de morderse la lengua, entre risas, cuando vio como Anastasia taladraba a su pareja con la mirada.
Sacó todo pensamiento de su cabeza cuando un rayo impacto prácticamente sobre la casa, derribando el pararrayos y destrozando, de paso, parte de la cuadra en la que el pintor decía mantener los animales.
La exclamación del Señor Corbeu no tardó en alertar a los presentes: el hombre afirmaba tener que salir a lidiar con ello antes de perder todo el ganado.
Los cazadores, por supuesto, se prestaron inmediatamente para lidiar con aquel contratiempo. Cosa a lo que Eltrant también accedió y, tras lanzar una rápida mirada a Lyn, se levantó de su asiento y, tras hacerse con su equipo, siguió a Huracán hasta el exterior.
Era un granjero, había pasado sus primeros dieciséis años de vida lidiando con cosas como aquella. No le sería demasiado difícil arrear de vuelta a un par de vacas aterrorizadas por la tormenta.
Su honor como Tale estaba en juego.
Salió a la intermedie, Lyn le siguió de cerca, prácticamente intocable por los elementos. La vampiresa no parecía muy molesta por salir bajo la lluvia, de hecho, parecía realmente entretenida con todo aquello.
- No recordaba que fuese así de poética. – dijo Eltrant a Jules, según avanzaban hacia el granero, cuando escuchó la frase que dijo Huracán por encima de los truenos y la lluvia.
La respuesta que recibió del cazador, sin embargo, no era la que el exmercenario esperaba. Inmediatamente, siguiendo el dedo de Jules, miró hacía el firmamento, hacía la luna que el hombre señalaba.
Frunció el ceño.
- He visto muchas lunas. – Musitó Lyn cruzada de brazos. – Esas suelen ser raras. - Comentó a continuación, mirando al cielo como los demás.
Parecía preocupada.
Suspirando amargamente, sacudió la cabeza y tras obviar el fantasmagórico brillo carmesí de la luna continuó caminando bajo la lluvia, asegurándose siempre de que su capa cubría parte de su cabeza.
Tenía que admitir que aquella luna era rara, casi una señal de los dioses de que no se avecinaba nada bueno; pero tenían problemas más urgentes de los que ocuparse.
Siguió a Huracán hasta la entrada de la cuadra.
- ¡Anastasia! – La llamó y, sujetándola para ayudarla a lidiar con el viento, se adelantó un par de pasos. - ¿Se han escapado? - Los desperfectos no parecían ser importantes, de hecho, aun cuando el pararrayos había abierto un agujero en el techo y había desencajado la entrada de aquella modesta caballeriza, no parecía nada ser nada demasiado grave.
Más rayos continuaban cayendo en los alrededores. Tenían que darse prisa, con su suerte no sería de extrañar que le cayese un rayo encima; y se había enfrentado a brujos, sabía que no era agradable.
– Vale. – Se agachó y sujetó uno de los extremos de la puerta. – Ayúdame, Huracán. – Aquel no era un trabajo para una sola persona, pero era solo cerrar una cuadra: nada especialmente complicado.
Eltrant Tale
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Re: Eclipse [Privado]
A Jules no se le escapó el detalle de que Lyn parecía preocupada por el tema de las lunas de sangre. Cualquier vampiro había visto más lunas que cualquier otra criatura mortal. Y en aquellos veredictos no solían ser fiables.
Cuando entré en la caballeriza, observé la que, sin dudas, era la primera sorpresa de la noche. – Joder. – Dije en primera instancia, a las puertas de la misma. – No, no se han escapado, Tale. Algo peor. – comenté mientras miraba el espectáculo con mirada precavida.
Algo o alguien le había hincado el diente a la oveja, que yacía muerta en el suelo. El par de cerdos estaban intactos, pero chillaban por los truenos, o quizás porque estuvieran asustados por el ataque a la oveja. Y las gallinas cacareaban y saltaban por todos lados. Dando todo ello a un espectáculo bastante macabro. No gasté mucho tiempo en observar la razón por la que las criaturas estaban así. No teníamos mucho tiempo. Acudí a la llamada de Eltrant, que intentaba cerrar la puerta.
-Voy. – Aseveré llegando a la puerta y empujando por mi lado con fuerza y la ayuda de Jules por el mismo lado. – Creo que tenemos más invitados. – Aseveré seria, ya totalmente empapada, mientras un trueno caía no demasiado lejos.
–Al menos parece que los animales no han escapado. Podría haber sido peor. – complementó Jules, con su habitual positivismo.
-¡Cuidado! ¡El toro! ¡Se ha escapado el toro! – gritó Corbeau desde el porche de la casa.
Un desquiciado bóvido negro corría hacia nosotros y amenazaba con embestirnos. Estaba claramente asustado por la tormenta. Ninguno dijimos nada. Aquello era un “sálvese quien pueda”. Jules rodó para apartarse a un lado. Yo, en medio del grupo, salté por encima del animal de una impresionante voltereta con el viento. En cuanto a Eltrant y Lyn, no me dio tiempo a ver qué era lo que hacían.
El animal se empotró contra la puerta y se encargó de “ayudarnos” a cerrar el pesado portón. Pero, claro, ahora había que meterlo dentro de nuevo.
-¿Cómo se os da el toreo? – gritó Jules.
-Fatal. – respondí con las rodillas flexionadas, sin quitar la vista al animal. Por si se le ocurría ir a por mí.
Pero no, el toro se había encarado primero contra mi compañero cazador. Que había visto en su gabardina “bailarina” con los quiebros una fuente de inspiración. Jules rodó para esquivar un nuevo intento de cogida. Cayéndose sobre un charco de barro para gorrinos y ensuciándose por completo sus ropajes.
-¡Qué asco! – relató fatigado, de rodillas en la piara. - ¿Alguien tiene algo para dormir a este monstruo?
-¡Usad estos sedantes! ¡Son los que uso yo para calmarlo! – gritó Corbeau tirando a Lyn los frasquitos. Sin ser conscientes de que la vampiresa no podía tomarlos por su maldición. Jules y yo también contábamos con que los cogiera.
-¡Cógelo Lyn! – bramó el brujo, pasando apuros con el animal. Jules bailaba con agilidad con la larga gabardina, se había encaprichado de ésta como si fuera un capote. - ¡Échame un cable, Eltrant! – exclamó.
No íbamos a estar toda la noche mareando a aquel bicho. La puerta se había cerrado y había que abrirla de nuevo. Pero sería más fácil desde dentro. - Os abro desde dentro. - De este modo que corrí tan rápido como pude hacia la cuadra y de un salto alcancé el tejadillo. Había un hueco abierto por la tormenta por el que pude entrar de nuevo en el recinto. Me dirigí a la puerta, para proceder a abrirla.
En cuanto apoyé ambas manos contra la cerradura. Sentí como alguien me inmovilizaba por detrás.
-De eso nada. – comentó un chupasangres, inmovilizándome, por los brazos. Probablemente el que se había alimentado de la oveja.
En una reacción rapidísima, apoyé las piernas sobre la puerta y con una voltereta conseguí deshacerme del agarrón del tipo, colocándome al otro lado, justo frente a él. Le conocía. Sí. Ya me había enfrentado un par de veces a él.
-Zar… - susurré entrecerrando los ojos. Era uno de los dichosos vampiros de Laluth. Probablemente el causante de la muerte de la oveja. ¿Nos había seguido hasta allí? ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar ese chupasangres por cobrar su particular venganza? Después de lo que nos había hecho en Lunargenta. Habiéndose escapado dos veces. ¿Por qué volvía? No lo haría una tercera.
Un trueno impactó fuera.
-Anastasia Boisson. – El vampiro desenfundó su espada. Yo hice lo propio con las ballestas. Le miré fíjamente. Con odio. Sentía como el rubí vibraba. Pero no era por el vampiro. Se debía a otra razón. La furia comenzaba consumirme.
-Tienes valor a presentarte aquí después de lo que le hiciste a Nick. – sentencié, furiosa. El rubí emanaba un aire oscura que se adentraba en mi interior. - Te voy a destrozar, escoria. – sentencié furiosa.
Zar rió. Como si esperara o previera lo que iba a pasar allí. Jules sabía que algo iba mal al otro lado. Y se acercó a la puerta.
-¿Huri, cómo va la apertura de la puerta? ¡El torito nos está dando problemas! – gritó Jules desde el otro lado. Empujando
-Estoy ocupada. – grité al otro lado, tomando las ballestas de mano. Sin perder la vista a aquel vampiro. Con telequinesis derribé un poste que cayó sobre el cierre de la puerta. Ahora sí que era imposible entrar por allí.
-¡¿Qué haces?! ¿Contra quién estás luchando? ¡Abre la puerta! ¡No seas insensata! ¡Anastasia! – suplicó el brujo golpeando la puerta. No le hice caso. Estaba fuera de mí. Aquel hijo de puta iba a morir allí mismo a mis manos. No necesitaba a nadie - ¡Eltrant, tenemos que entrar!
Demasiado trabajo para los de fuera. Zar pagaría por sus crímenes.
Y de la peor manera posible.
Cuando entré en la caballeriza, observé la que, sin dudas, era la primera sorpresa de la noche. – Joder. – Dije en primera instancia, a las puertas de la misma. – No, no se han escapado, Tale. Algo peor. – comenté mientras miraba el espectáculo con mirada precavida.
Algo o alguien le había hincado el diente a la oveja, que yacía muerta en el suelo. El par de cerdos estaban intactos, pero chillaban por los truenos, o quizás porque estuvieran asustados por el ataque a la oveja. Y las gallinas cacareaban y saltaban por todos lados. Dando todo ello a un espectáculo bastante macabro. No gasté mucho tiempo en observar la razón por la que las criaturas estaban así. No teníamos mucho tiempo. Acudí a la llamada de Eltrant, que intentaba cerrar la puerta.
-Voy. – Aseveré llegando a la puerta y empujando por mi lado con fuerza y la ayuda de Jules por el mismo lado. – Creo que tenemos más invitados. – Aseveré seria, ya totalmente empapada, mientras un trueno caía no demasiado lejos.
–Al menos parece que los animales no han escapado. Podría haber sido peor. – complementó Jules, con su habitual positivismo.
-¡Cuidado! ¡El toro! ¡Se ha escapado el toro! – gritó Corbeau desde el porche de la casa.
Un desquiciado bóvido negro corría hacia nosotros y amenazaba con embestirnos. Estaba claramente asustado por la tormenta. Ninguno dijimos nada. Aquello era un “sálvese quien pueda”. Jules rodó para apartarse a un lado. Yo, en medio del grupo, salté por encima del animal de una impresionante voltereta con el viento. En cuanto a Eltrant y Lyn, no me dio tiempo a ver qué era lo que hacían.
El animal se empotró contra la puerta y se encargó de “ayudarnos” a cerrar el pesado portón. Pero, claro, ahora había que meterlo dentro de nuevo.
-¿Cómo se os da el toreo? – gritó Jules.
-Fatal. – respondí con las rodillas flexionadas, sin quitar la vista al animal. Por si se le ocurría ir a por mí.
Pero no, el toro se había encarado primero contra mi compañero cazador. Que había visto en su gabardina “bailarina” con los quiebros una fuente de inspiración. Jules rodó para esquivar un nuevo intento de cogida. Cayéndose sobre un charco de barro para gorrinos y ensuciándose por completo sus ropajes.
-¡Qué asco! – relató fatigado, de rodillas en la piara. - ¿Alguien tiene algo para dormir a este monstruo?
-¡Usad estos sedantes! ¡Son los que uso yo para calmarlo! – gritó Corbeau tirando a Lyn los frasquitos. Sin ser conscientes de que la vampiresa no podía tomarlos por su maldición. Jules y yo también contábamos con que los cogiera.
-¡Cógelo Lyn! – bramó el brujo, pasando apuros con el animal. Jules bailaba con agilidad con la larga gabardina, se había encaprichado de ésta como si fuera un capote. - ¡Échame un cable, Eltrant! – exclamó.
No íbamos a estar toda la noche mareando a aquel bicho. La puerta se había cerrado y había que abrirla de nuevo. Pero sería más fácil desde dentro. - Os abro desde dentro. - De este modo que corrí tan rápido como pude hacia la cuadra y de un salto alcancé el tejadillo. Había un hueco abierto por la tormenta por el que pude entrar de nuevo en el recinto. Me dirigí a la puerta, para proceder a abrirla.
En cuanto apoyé ambas manos contra la cerradura. Sentí como alguien me inmovilizaba por detrás.
-De eso nada. – comentó un chupasangres, inmovilizándome, por los brazos. Probablemente el que se había alimentado de la oveja.
En una reacción rapidísima, apoyé las piernas sobre la puerta y con una voltereta conseguí deshacerme del agarrón del tipo, colocándome al otro lado, justo frente a él. Le conocía. Sí. Ya me había enfrentado un par de veces a él.
-Zar… - susurré entrecerrando los ojos. Era uno de los dichosos vampiros de Laluth. Probablemente el causante de la muerte de la oveja. ¿Nos había seguido hasta allí? ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar ese chupasangres por cobrar su particular venganza? Después de lo que nos había hecho en Lunargenta. Habiéndose escapado dos veces. ¿Por qué volvía? No lo haría una tercera.
Un trueno impactó fuera.
-Anastasia Boisson. – El vampiro desenfundó su espada. Yo hice lo propio con las ballestas. Le miré fíjamente. Con odio. Sentía como el rubí vibraba. Pero no era por el vampiro. Se debía a otra razón. La furia comenzaba consumirme.
-Tienes valor a presentarte aquí después de lo que le hiciste a Nick. – sentencié, furiosa. El rubí emanaba un aire oscura que se adentraba en mi interior. - Te voy a destrozar, escoria. – sentencié furiosa.
Zar rió. Como si esperara o previera lo que iba a pasar allí. Jules sabía que algo iba mal al otro lado. Y se acercó a la puerta.
-¿Huri, cómo va la apertura de la puerta? ¡El torito nos está dando problemas! – gritó Jules desde el otro lado. Empujando
-Estoy ocupada. – grité al otro lado, tomando las ballestas de mano. Sin perder la vista a aquel vampiro. Con telequinesis derribé un poste que cayó sobre el cierre de la puerta. Ahora sí que era imposible entrar por allí.
-¡¿Qué haces?! ¿Contra quién estás luchando? ¡Abre la puerta! ¡No seas insensata! ¡Anastasia! – suplicó el brujo golpeando la puerta. No le hice caso. Estaba fuera de mí. Aquel hijo de puta iba a morir allí mismo a mis manos. No necesitaba a nadie - ¡Eltrant, tenemos que entrar!
Demasiado trabajo para los de fuera. Zar pagaría por sus crímenes.
Y de la peor manera posible.
Anastasia Boisson
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Re: Eclipse [Privado]
- ¡No, no! ¡Espera! – Lyn, agitando ambos brazos frente a ella. - ¡No puedo…! - Fue incapaz de hacer nada para atrapar el frasquito de tranquilizante que le acababan de lanzar, el vial la traspasó como todos los demás objetos y cayó tras ella, sobre el barro, según dejaba escapar un triste “plotch”.
Eltrant, entretanto, se había apartado del camino del animal lanzándose a un lado y se estaba levantando del suelo en aquel instante, gruñendo algunos insultos que quedaron apagados por la tormenta que le caía encima.
- ¡Mortal! ¡Usa tus absurdos conocimientos de pueblo! – Lyn, levantó, con las sombras del entorno, el frasquito repleto de sedante que Cordeau les había proporcionado. - ¡Se supone que tú eres un experto en esto! – De nuevo de pie, el exmercenario desató la capa que tenía atada al cuello y encaró al toro.
- ¡No soy ese tipo de granjero! – Gritó de vuelta, tratando de hacerse oír sobre la lluvia.
- ¡Excusas! – Dando una palmada, Lyn hizo que las sombras que habían tomado el frasquito se acumulasen en torno al mismo y, como si fuese una honda, hizo que dicha sombra comenzase a girar sobre sí misma.
La combinación de agua que empapaba toda la ropa que tenía encima con la pesada armadura de metal no le hacía especialmente rápido; afortunadamente para él, el toro estaba obcecado con embestir a Jules.
Tenía que ayudarle.
- ¡Voy a sujetarlo y…! – Eltrant se interpuso entre el animal y el cazador; realmente no se le ocurría otro modo de detener a aquella bestia, aterrorizada como estaba, sin hacerle daño en el proceso.
Aun cuando una vez consiguió detener un proyectil de balista con su propio cuerpo, el toro no tuvo dificultad alguna en derribar a Eltrant, que cayó de nuevo, bocarriba, sobre el barro.
– Maldito bicho… - Sacudiendo la cabeza, limpiándose la mezcla de barro y agua que cubría su cara, se levantó una vez más con la intención de atrapar a la res. - ¡Jules! ¡Tenemos que…! – Enarcó una ceja, Jules estaba teniendo un breve momento para recuperar el aliento, pero parecía estar gritándole a la puerta de la caballeriza, empujándola.
¿Estaba pensado algo?
¿Dónde estaba Huracán? ¿Seguía en el establo?
Miró a su alrededor, buscándola.
Mientras lo hacía se percató de que el toro, por fortuna, había decidido ir a por Lyn quien permitió que la criatura le atravesase una y otra vez en su intento por derribarla.
- ¡Dulces sueños, cosita! – Cuando el toro, agotado de tratar de cornear a una Lyn invencible, se detuvo frente a la figura de la ojiazul confuso, Lyn vertió, o rompió más bien, el vial de tranquilizante en la cabeza del animal, el cual se tambaleó unos segundos antes de desplomarse en el suelo, presa del sedante. – Aunque tienes la cabeza tan dura como aquí mi amigo, espero que no te haya dolido demasiado. - Argumentó pasando la mano, o imitando que lo hacía, sobre el lugar en el que había impactado la botellita en la cabeza del toro.
- ¡Jules! – Eltrant se acercó a Jules de una carrera cuando este se giró hacía él y le llamó a voces. - ¿Qué pasa? ¿Dónde está…? - Tan pronto estuvo a su lado comprendió a lo que se refería el cazador con “ayudarla”.
No tardó en captar el sonido de la pelea que se estaba produciendo en la cuadra, perfectamente reconocible incluso con el viento y los truenos. ¿Huracán? ¿Se estaría peleando con lo que había matado a la oveja?
Empujó la puerta instintivamente obteniendo el mismo resultado que Jules segundos atrás: estaba cerrada a cal y canto. Los motivos por los que de golpe la entrada principal de la cuadra estaba bloqueada se le escapaba, solo sabía que tenía que entrar al interior.
Y rápido.
- ¿Ya habéis arreglado la puerta? – Lyn, estirando los brazos por encima de su cabeza después de haberse asegurado de que el sedante había funcionado completamente se acercó hasta dónde estaban. – No me volváis a pasar más cosas sin avisar. – dijo atravesando el cuerpo del cazador con su brazo como explicación a lo que se refería. – No me gusta hablar mucho del tema, pero es una historia graciosa. – Sonrió - Verás: le di una paliza a Báthory y… - Alternó la mirada entre Eltrant y Jules. - ¿Pasa algo? ¿Y Huracán? – El exmercenario se calzó el yelmo que colgaba de la parte trasera de su cinturón.
Lyn, al entender lo que pasaba, al notar la presencia de su congénere en el interior de la caballeriza frunció el ceño y se separó de la puerta asintiendo.
Se hizo con el pesado martillo que colgaba a su espalda. Había dejado que fuese Lyn la que decidiese el nombre del arma y, por una vez, no se arrepentía: “Ghal Maraz” eran las dos palabras que estaban grabadas en la base del metal.
Hasta dónde sabía era algún dialecto norteño ya muerto y significaba, literalmente, “Rompecráneos”. No era muy original, pero tenía que admitir que el nombre era apropiado.
Asió el martillo con ambas manos.
- Apartaos. -
Las runas que coronaban la cabeza del mismo brillaron en un intenso color carmesí segundos antes de que Eltrant golpease la amplia puerta del establo con toda la fuerza que pudo reunir de sus brazos. [1]
No duró un parpadeó, la puerta principal y todo lo que había justo detrás de ella desapareció en un mar de trozos de madera, astillas y serrín. El estruendo bastó para sacudir los cimientos del establo y, con un poco de suerte, bastaría para derribar a todos los que estuviesen tras la puerta.
- Jules, ve a por Anastasia. – dijo antes de adentrarse en el establo por el gigantesco agujero en el que segundos atrás había estado la puerta. – Lyn, con él. -
Una vez dentro señaló al tipo que no conocía, el que parecía esgrimir una espada, con el martillo. Si había conseguido encarar a Huracán lo suficiente como para seguir vivo debía de ser, como mínimo, alguien bastante hábil con la espada que tenía.
- Más te vale rendirte por las buenas. – dijo sin perder de vista el arma de su oponente.
¿Qué se suponía que hacía alguien capaz de combatir a Huracán en aquel lugar? ¿Resguardarse de la tormenta?
[1] Uso la habilidad de Ghal Maraz: al golpear al suelo con este martillo crea temblores que hacen perder el equilibrio a los enemigos cercanos. Los rivales que sean dos niveles menores que el tuyo llegarán, incluso, al caer al suelo.
Eltrant, entretanto, se había apartado del camino del animal lanzándose a un lado y se estaba levantando del suelo en aquel instante, gruñendo algunos insultos que quedaron apagados por la tormenta que le caía encima.
- ¡Mortal! ¡Usa tus absurdos conocimientos de pueblo! – Lyn, levantó, con las sombras del entorno, el frasquito repleto de sedante que Cordeau les había proporcionado. - ¡Se supone que tú eres un experto en esto! – De nuevo de pie, el exmercenario desató la capa que tenía atada al cuello y encaró al toro.
- ¡No soy ese tipo de granjero! – Gritó de vuelta, tratando de hacerse oír sobre la lluvia.
- ¡Excusas! – Dando una palmada, Lyn hizo que las sombras que habían tomado el frasquito se acumulasen en torno al mismo y, como si fuese una honda, hizo que dicha sombra comenzase a girar sobre sí misma.
La combinación de agua que empapaba toda la ropa que tenía encima con la pesada armadura de metal no le hacía especialmente rápido; afortunadamente para él, el toro estaba obcecado con embestir a Jules.
Tenía que ayudarle.
- ¡Voy a sujetarlo y…! – Eltrant se interpuso entre el animal y el cazador; realmente no se le ocurría otro modo de detener a aquella bestia, aterrorizada como estaba, sin hacerle daño en el proceso.
Aun cuando una vez consiguió detener un proyectil de balista con su propio cuerpo, el toro no tuvo dificultad alguna en derribar a Eltrant, que cayó de nuevo, bocarriba, sobre el barro.
– Maldito bicho… - Sacudiendo la cabeza, limpiándose la mezcla de barro y agua que cubría su cara, se levantó una vez más con la intención de atrapar a la res. - ¡Jules! ¡Tenemos que…! – Enarcó una ceja, Jules estaba teniendo un breve momento para recuperar el aliento, pero parecía estar gritándole a la puerta de la caballeriza, empujándola.
¿Estaba pensado algo?
¿Dónde estaba Huracán? ¿Seguía en el establo?
Miró a su alrededor, buscándola.
Mientras lo hacía se percató de que el toro, por fortuna, había decidido ir a por Lyn quien permitió que la criatura le atravesase una y otra vez en su intento por derribarla.
- ¡Dulces sueños, cosita! – Cuando el toro, agotado de tratar de cornear a una Lyn invencible, se detuvo frente a la figura de la ojiazul confuso, Lyn vertió, o rompió más bien, el vial de tranquilizante en la cabeza del animal, el cual se tambaleó unos segundos antes de desplomarse en el suelo, presa del sedante. – Aunque tienes la cabeza tan dura como aquí mi amigo, espero que no te haya dolido demasiado. - Argumentó pasando la mano, o imitando que lo hacía, sobre el lugar en el que había impactado la botellita en la cabeza del toro.
- ¡Jules! – Eltrant se acercó a Jules de una carrera cuando este se giró hacía él y le llamó a voces. - ¿Qué pasa? ¿Dónde está…? - Tan pronto estuvo a su lado comprendió a lo que se refería el cazador con “ayudarla”.
No tardó en captar el sonido de la pelea que se estaba produciendo en la cuadra, perfectamente reconocible incluso con el viento y los truenos. ¿Huracán? ¿Se estaría peleando con lo que había matado a la oveja?
Empujó la puerta instintivamente obteniendo el mismo resultado que Jules segundos atrás: estaba cerrada a cal y canto. Los motivos por los que de golpe la entrada principal de la cuadra estaba bloqueada se le escapaba, solo sabía que tenía que entrar al interior.
Y rápido.
- ¿Ya habéis arreglado la puerta? – Lyn, estirando los brazos por encima de su cabeza después de haberse asegurado de que el sedante había funcionado completamente se acercó hasta dónde estaban. – No me volváis a pasar más cosas sin avisar. – dijo atravesando el cuerpo del cazador con su brazo como explicación a lo que se refería. – No me gusta hablar mucho del tema, pero es una historia graciosa. – Sonrió - Verás: le di una paliza a Báthory y… - Alternó la mirada entre Eltrant y Jules. - ¿Pasa algo? ¿Y Huracán? – El exmercenario se calzó el yelmo que colgaba de la parte trasera de su cinturón.
Lyn, al entender lo que pasaba, al notar la presencia de su congénere en el interior de la caballeriza frunció el ceño y se separó de la puerta asintiendo.
Se hizo con el pesado martillo que colgaba a su espalda. Había dejado que fuese Lyn la que decidiese el nombre del arma y, por una vez, no se arrepentía: “Ghal Maraz” eran las dos palabras que estaban grabadas en la base del metal.
Hasta dónde sabía era algún dialecto norteño ya muerto y significaba, literalmente, “Rompecráneos”. No era muy original, pero tenía que admitir que el nombre era apropiado.
Asió el martillo con ambas manos.
- Apartaos. -
Las runas que coronaban la cabeza del mismo brillaron en un intenso color carmesí segundos antes de que Eltrant golpease la amplia puerta del establo con toda la fuerza que pudo reunir de sus brazos. [1]
No duró un parpadeó, la puerta principal y todo lo que había justo detrás de ella desapareció en un mar de trozos de madera, astillas y serrín. El estruendo bastó para sacudir los cimientos del establo y, con un poco de suerte, bastaría para derribar a todos los que estuviesen tras la puerta.
- Jules, ve a por Anastasia. – dijo antes de adentrarse en el establo por el gigantesco agujero en el que segundos atrás había estado la puerta. – Lyn, con él. -
Una vez dentro señaló al tipo que no conocía, el que parecía esgrimir una espada, con el martillo. Si había conseguido encarar a Huracán lo suficiente como para seguir vivo debía de ser, como mínimo, alguien bastante hábil con la espada que tenía.
- Más te vale rendirte por las buenas. – dijo sin perder de vista el arma de su oponente.
¿Qué se suponía que hacía alguien capaz de combatir a Huracán en aquel lugar? ¿Resguardarse de la tormenta?
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[1] Uso la habilidad de Ghal Maraz: al golpear al suelo con este martillo crea temblores que hacen perder el equilibrio a los enemigos cercanos. Los rivales que sean dos niveles menores que el tuyo llegarán, incluso, al caer al suelo.
Eltrant Tale
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Re: Eclipse [Privado]
Iba a encargarme de ese capullo inmediatamente. Zar se abalanzó contra mí con ganas y sin pensárselo demasiado. Yo provoqué una fuerte corriente de viento contra su mano para tratar de desarmarle, pero sólo conseguí desequilibrarle un poco. Lo suficiente para permitirme dar una voltereta a un lateral y disparar a la pierna sin resultar herida. Los rivales con espada en espacios cortos siempre eran los más difíciles.
Zar se revolvió bien y se protegió del impacto con la espada. Cada movimiento que hacía y voltereta que daba tenía su contraparte. Parecía tenerme muy bien estudiada. Como si llevara tiempo para prepararse para el combate. Contra los vampiros en Sacrestic Ville había terminado mal, y también contra Taliesin. Nadie me derrotaba tantas veces en apenas semanas. Aquella era el intento definitivo. Zar y su cuadrilla iba a morir allí mismo.
Una vez más, influenciada por el rubí, cometía el error de trabajar en solitario. Luchando con rabia y furia. Dejando que las almas de su interior casi fueran las que luchaban por mí. En un atisbo de rabia, cuando Zar se abalanzó a por mí, conseguí desplazarme hacia un lado y dispararle con ambas ballestas de mano a una pierna. El vampiro se llevó la mano dolorido a las extremidades. Yo desenfundé la ballesta pesada desde la distancia. Ahora, sin espacio para escapar, no era más que un corderito esperando ser degollado. Había sido demasiado fácil. Pero lejos de esperar aquello, Zar parecía aceptar su derrota.
-Luchas bien, Huracán. – Movió la pierna hacia un lado. – Já. Eres la combinación perfecta. Aúnas la brutalidad de Belladonna, la letalidad de Mortagglia y la elegancia de Isabella. La cazadora perfecta.– No dije nada. No iba a comentar nada. Di unos pasos hacia él. Con la pesada apuntándole. Siempre en guardia. Quería mirarle a los ojos cerca cuando lo rematara
En ese momento, Eltrant derribaba la puerta y Jules entraba junto a él. La tormenta de fuera amenazaba con derribar el tejado. Las gallinas saltaban de un lado a otro. El exmercenario amenazó al tipo, y Jules llegó a mi posición. Charles Corbeau también llegó hasta el granero. Asustado, al ver cómo todos entrábamos armados hasta los dientes.
-¿Qué ha pasado? – preguntó. Luego vio al vampiro derribado. - ¡AH! ¿Quién es este señor?
-Parece que alguien que te quería parasitar la granja, Charles. Permanece detrás de Eltrant. – ordenó el brujo Jules, luego puso su mano en mi hombro. Me sentí tranquila. – Anastasia, ¿estás bien?
-Sí. – dije con seguridad, sin apartar la vista del vampiro. - Tranquilos. Lo tengo todo controlado.
-¡Vale, vale! Me rindo. – respondió el chupasangres a la voz de Eltrant, dejando la espada en el suelo en señal de paz y levantando ambas manos en señal de paz - Muy bien, Huracán. ¡Tú ganas! En solitario no soy rival para ti, desde luego. – dijo sentándose en el suelo.
-Eltrant, Lyn, su nombre es Zar. Es uno de los jefes de la secta conocida como los Hijos de Habaknuk. Llevan un tiempo amenazando a Lunargenta y persiguiéndome. A mí y a mis amigos. – comuniqué. El tipo rió. - ¡Atacaste a Nick a traición! ¿Por qué me has perseguido hasta aquí? ¿A qué viene esa obsesión conmigo? – pregunté, apuntándole. Esperaba esa respuesta y, después, lo mataría sobre la piara en la que se encontraba.
-No es obsesión. Es dinero. ¿O te crees que eres tú la única cazadora? - Resopló en una risa y se tomó un tiempo para pensar. Desde el suelo, dispuso a sacar manualmente los dos virotes que tenía atravesados en la pierna. – Te has buscado muchos enemigos. Puedes ganar hoy. Puedes ganar mañana. Pero sé consciente de cuanto más grande sea tu leyenda, más gente irá a por ti. – Sacó con fuerza los virotes y resopló. - ¿Dónde está tu límite, maestra cazadora?
Tras decir esto, el vampiro se convirtió en una espesa sombra y desapareció con un hechizo de invisibilidad. Estaba herido, no podía ir muy lejos. Pero se escuchaba su sonrisa saliendo del pajar. La tormenta, en una fuerte corriente de viento, destruyó el tejado de madera de la cuadra. Y los pocos animales que quedaron habían enloquecido. La lluvia caía sobre nuestras cabezas. La luna de sangre iluminaba por completo la escena, pero comenzaba a brillar en un color dorado. El eclipse comenzaba a desatarse, y, ¿el rubí? Vibraba con aún más intensidad.
¡La luna! Ahora lo entendía todo.
-Están aquí…– caí en la cuenta de lo que pasaba. Como si una luz de hubiese iluminado en mi cabeza. ¡Joder! ¿Por qué no le había disparado? Me giré rápidamente hacia Jules y Eltrant. – Zar no ha venido solo. Hay más vampiros rondando la zona. Pero fijaos. – les mostré el rubí de debajo de mi armadura. – No para de vibrar. Lleva haciéndolo desde que comenzó esta impresionante tormenta… El eclipse… - hice una mueca a disgusto. No me gustaba decir ciertas cosas. Había miradas que lo decían todo.
-¿Los jinetes? – preguntó el brujo.
-No lo sé. Espero que no. – comenté. Luego miré a Tale. – Eltrant. – Quizás era la primera vez en mucho tiempo que lo llamaba por el nombre. – Siento que se me olvida decirte algo. – Por más memoria que hacía, no sabía muy bien qué era lo que tenía que decirle. Me mordí los labios de frustración. Jules me miró con cara de pocos amigos. Luego miré al señor Corbeau. Éste tipo me recordaba a alguien. ¿Nos habíamos cruzado alguna vez? Quizás en Lunargenta. Si era un gran pintor, quizás hubiese hecho algunos de los cuadros de mi madre. – Señor Corbeau, ¿quién era la señora del cuadro que... - ... decía que era importante para usted?. ¡Diablos! ¿Por qué había hecho aquella ridícula pregunta? No venía a cuento. El tipo me miró desconcertado. Creía que no me había escuchado.
-¿Puedes dejar tus inquietudes para otro momento? Me estás dando muy mal rollo esta noche. – exclamó, casi gritó el brujo, pues la tormenta cada vez era más intensa. Luego puso sus ojos en Charles Corbeau. - Corbeau, resguárdese en casa. Cierre a cal y canto y olvídese de esta cuadra. Está perdida. ¿Dónde pueden refugiarse unos chupasangres un día de tormenta si no es en este apacible lugar?– preguntó el brujo.
-¡Hay un lago no muy lejos de aquí! La gente suele acampar allí. Pero con este tiempo… - se excusó el hombre, que el muy cobarde casi salta de un susto. – Pero los vampiros jamás llegan a estas latitudes.
-Parece que esta vez sí… En fin, que guíe nuestro machote. – Dio una palmada en la espalda a Eltrant. - Cuidado con esa armadura, Tale. Lección de brujería de tensái eléctrico: El metal conduce la electricidad. No sé si esta noche estás más seguro desnudo o con esa armadura.
Vampiros, jinetes oscuros, un eclipse y una tormenta monumental. ¿Podía empeorar de alguna manera aquello?
Zar se revolvió bien y se protegió del impacto con la espada. Cada movimiento que hacía y voltereta que daba tenía su contraparte. Parecía tenerme muy bien estudiada. Como si llevara tiempo para prepararse para el combate. Contra los vampiros en Sacrestic Ville había terminado mal, y también contra Taliesin. Nadie me derrotaba tantas veces en apenas semanas. Aquella era el intento definitivo. Zar y su cuadrilla iba a morir allí mismo.
Una vez más, influenciada por el rubí, cometía el error de trabajar en solitario. Luchando con rabia y furia. Dejando que las almas de su interior casi fueran las que luchaban por mí. En un atisbo de rabia, cuando Zar se abalanzó a por mí, conseguí desplazarme hacia un lado y dispararle con ambas ballestas de mano a una pierna. El vampiro se llevó la mano dolorido a las extremidades. Yo desenfundé la ballesta pesada desde la distancia. Ahora, sin espacio para escapar, no era más que un corderito esperando ser degollado. Había sido demasiado fácil. Pero lejos de esperar aquello, Zar parecía aceptar su derrota.
-Luchas bien, Huracán. – Movió la pierna hacia un lado. – Já. Eres la combinación perfecta. Aúnas la brutalidad de Belladonna, la letalidad de Mortagglia y la elegancia de Isabella. La cazadora perfecta.– No dije nada. No iba a comentar nada. Di unos pasos hacia él. Con la pesada apuntándole. Siempre en guardia. Quería mirarle a los ojos cerca cuando lo rematara
En ese momento, Eltrant derribaba la puerta y Jules entraba junto a él. La tormenta de fuera amenazaba con derribar el tejado. Las gallinas saltaban de un lado a otro. El exmercenario amenazó al tipo, y Jules llegó a mi posición. Charles Corbeau también llegó hasta el granero. Asustado, al ver cómo todos entrábamos armados hasta los dientes.
-¿Qué ha pasado? – preguntó. Luego vio al vampiro derribado. - ¡AH! ¿Quién es este señor?
-Parece que alguien que te quería parasitar la granja, Charles. Permanece detrás de Eltrant. – ordenó el brujo Jules, luego puso su mano en mi hombro. Me sentí tranquila. – Anastasia, ¿estás bien?
-Sí. – dije con seguridad, sin apartar la vista del vampiro. - Tranquilos. Lo tengo todo controlado.
-¡Vale, vale! Me rindo. – respondió el chupasangres a la voz de Eltrant, dejando la espada en el suelo en señal de paz y levantando ambas manos en señal de paz - Muy bien, Huracán. ¡Tú ganas! En solitario no soy rival para ti, desde luego. – dijo sentándose en el suelo.
-Eltrant, Lyn, su nombre es Zar. Es uno de los jefes de la secta conocida como los Hijos de Habaknuk. Llevan un tiempo amenazando a Lunargenta y persiguiéndome. A mí y a mis amigos. – comuniqué. El tipo rió. - ¡Atacaste a Nick a traición! ¿Por qué me has perseguido hasta aquí? ¿A qué viene esa obsesión conmigo? – pregunté, apuntándole. Esperaba esa respuesta y, después, lo mataría sobre la piara en la que se encontraba.
-No es obsesión. Es dinero. ¿O te crees que eres tú la única cazadora? - Resopló en una risa y se tomó un tiempo para pensar. Desde el suelo, dispuso a sacar manualmente los dos virotes que tenía atravesados en la pierna. – Te has buscado muchos enemigos. Puedes ganar hoy. Puedes ganar mañana. Pero sé consciente de cuanto más grande sea tu leyenda, más gente irá a por ti. – Sacó con fuerza los virotes y resopló. - ¿Dónde está tu límite, maestra cazadora?
Tras decir esto, el vampiro se convirtió en una espesa sombra y desapareció con un hechizo de invisibilidad. Estaba herido, no podía ir muy lejos. Pero se escuchaba su sonrisa saliendo del pajar. La tormenta, en una fuerte corriente de viento, destruyó el tejado de madera de la cuadra. Y los pocos animales que quedaron habían enloquecido. La lluvia caía sobre nuestras cabezas. La luna de sangre iluminaba por completo la escena, pero comenzaba a brillar en un color dorado. El eclipse comenzaba a desatarse, y, ¿el rubí? Vibraba con aún más intensidad.
¡La luna! Ahora lo entendía todo.
-Están aquí…– caí en la cuenta de lo que pasaba. Como si una luz de hubiese iluminado en mi cabeza. ¡Joder! ¿Por qué no le había disparado? Me giré rápidamente hacia Jules y Eltrant. – Zar no ha venido solo. Hay más vampiros rondando la zona. Pero fijaos. – les mostré el rubí de debajo de mi armadura. – No para de vibrar. Lleva haciéndolo desde que comenzó esta impresionante tormenta… El eclipse… - hice una mueca a disgusto. No me gustaba decir ciertas cosas. Había miradas que lo decían todo.
-¿Los jinetes? – preguntó el brujo.
-No lo sé. Espero que no. – comenté. Luego miré a Tale. – Eltrant. – Quizás era la primera vez en mucho tiempo que lo llamaba por el nombre. – Siento que se me olvida decirte algo. – Por más memoria que hacía, no sabía muy bien qué era lo que tenía que decirle. Me mordí los labios de frustración. Jules me miró con cara de pocos amigos. Luego miré al señor Corbeau. Éste tipo me recordaba a alguien. ¿Nos habíamos cruzado alguna vez? Quizás en Lunargenta. Si era un gran pintor, quizás hubiese hecho algunos de los cuadros de mi madre. – Señor Corbeau, ¿quién era la señora del cuadro que... - ... decía que era importante para usted?. ¡Diablos! ¿Por qué había hecho aquella ridícula pregunta? No venía a cuento. El tipo me miró desconcertado. Creía que no me había escuchado.
-¿Puedes dejar tus inquietudes para otro momento? Me estás dando muy mal rollo esta noche. – exclamó, casi gritó el brujo, pues la tormenta cada vez era más intensa. Luego puso sus ojos en Charles Corbeau. - Corbeau, resguárdese en casa. Cierre a cal y canto y olvídese de esta cuadra. Está perdida. ¿Dónde pueden refugiarse unos chupasangres un día de tormenta si no es en este apacible lugar?– preguntó el brujo.
-¡Hay un lago no muy lejos de aquí! La gente suele acampar allí. Pero con este tiempo… - se excusó el hombre, que el muy cobarde casi salta de un susto. – Pero los vampiros jamás llegan a estas latitudes.
-Parece que esta vez sí… En fin, que guíe nuestro machote. – Dio una palmada en la espalda a Eltrant. - Cuidado con esa armadura, Tale. Lección de brujería de tensái eléctrico: El metal conduce la electricidad. No sé si esta noche estás más seguro desnudo o con esa armadura.
Vampiros, jinetes oscuros, un eclipse y una tormenta monumental. ¿Podía empeorar de alguna manera aquello?
Anastasia Boisson
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Re: Eclipse [Privado]
Avanzó un par de pasos, intentando alcanzar la sombra.
Mascullando un par de insultos en voz baja Eltrant observó como el vampiro al que había encarado Huracán desaparecía y su martillo atravesaba el humo en el que se había convertido Zar.
Lo único que quedó del vampiro fue la carcajada arrogante que esté dejó escapar en su huida.
- Que dramático. – dijo Lyn, cruzada de brazos – Si alguna vez hago algo así sin que sea un chiste… – Miró a Jules y se encogió de hombros. – Por favor, dispárame. – Añadió a continuación sonriendo rápidamente al mismo tiempo que se acercaba al área en el que el su congénere se había esfumado y la examinaba con más detenimiento. – Buen truco… - dijo en voz baja, frunciendo el ceño con suavidad.
Dejando que su compañera curiosease por el lugar se acercó a Huracán a comprobar el estado de la mujer.
- Huracán ¿Cómo…? – Se detuvo antes de terminar la pregunta y dejó que fuese la bruja quien hablaba. Estaba ilesa, al menos a simple vista; pero estaba evidentemente alterada, y con razón.
Fue cuando le llamó simplemente “Eltrant” cuando el exmercenario supo que la bruja no estaba simplemente suponiendo cosas, que lejos de ser una víctima del rubí la Huracán estaba verdaderamente preocupada por algo que decía no poder recordar.
Entrecerró los ojos y se llevó la mano hasta el mentón, pensativo.
Mientras trataba de figurar lo que podía estar pasando, Huracán se dirigió al propietario de la vivienta. Corbeau no parecía entender demasiado de lo que estaba pasando, pero aquello no impidió a la maestra cazadora preguntarle acerca de uno de los cuadros del hombre.
¿Tendría relevancia?
Sacudió la cabeza y volvió a mirar el artefacto de Huracán.
- No te preocupes, tomate tu tiempo para acordarte eso. – Le dijo a Huracán, cuando Jules mencionó que dejase eso a un lado. – Pero primero… - Se giró hacía el otro cazador, tenía razón, por muy preocupado que estuviese por Huracán tenían que lidiar con los vampiros antes.
La casa del señor Corbeau, aunque remota, no era la única de la zona; había numerosas granjas desperdigadas y pequeñas cabañas de cazadores. Los vampiros podrían tener un banquete de quererlo, uno que, además, no contratacaría con demasiadas fuerzas.
Además del característico brillo que poseía el artefacto de Huracán, este vibraba intensamente, incluso a simple vista, no necesitaba tocarlo para saberlo. Se lo había oído decir a Jules ¿Aquello significaba que había jinetes cerca? El corazón se le detuvo momentáneamente ante la posibilidad, la última vez que encaró a uno no solo no le hizo nada, sino que casi le mataban el proceso.
- ¿El lago? – Levantó la mirada tras oír a Corbeau mencionar el lugar en el que podían estar ocultos todos los vampiros. – Vale. – dijo sin dudarlo, ajustándose la correa que mantenía sujeta su coraza, momento en el cual, además, Jules le mencionó que debido a la tormenta sería prudente deshacerse de la armadura que llevaba encima.
Sonrió al oír a Jules llamarle “machote” y se dispuso a contestarle, un relámpago, no obstante, iluminó el establo segundos antes.
Había caído cerca.
- Tienes razón. – Dijo enseguida, corrigiéndose antes de haber llegado a hablar.
Dejó caer a los lados la mayoría de piezas de su armadura. Su guantelete izquierdo, el mágico, fue lo único que dejó sobre su cuerpo. Se sentía más ligero, estiró ambas manos por encima de su cabeza, podría blandir sus armas más rápidamente, pero tenía que cuidarse a la hora de recibir golpes: ahora no tenía una coraza que romper.
Lyn, después de haber comprobado todas las salidas del granero se acercó hasta dónde estaban.
- ¿Decís que han huido al lago? – Preguntó Lyn – El machote... – Sonrió mirando a Eltrant, este puso los ojos en blanco. – …no sabe guiarse en la oscuridad. – Afirmó, el mencionado miró a Jules y se pasó la mano por la cabeza, después asintió dándole la razón a la ojiazul. - ¿Veis? – Soltó una risita. – Tengo que ir yo delante si queréis llegar sin perderos. – Asintió para sí y salió del establo, girando sobre sí misma, la lluvia seguía sin llegar a tocarla. - ¡Seguidme mis fieles ayudantes! – Suspirando, Eltrant ajustó las dos espadas a su cuerpo y colgó de nuevo el paso martillo a su espalda.
Eltrant, mientras veía a su compañera alejarse y estudiar los posibles caminos a tomar, se giró hacia los cazadores una vez más.
- Nos topamos con Erzebeth Báthory hará un par de meses. – Expuso rápidamente. – Le dimos una lección… creo. – dijo atusándose la barba, rememorando los sucesos de aquella noche. – Pero… bueno, digamos que no fue todo bien. – Suspiró, se seguía sintiendo culpable por ello, incluso cuando la vampiresa le insistía en que no tenía la culpa. – No le gusta hablar mucho del tema… por las noches Lyn es prácticamente intocable. – Aseguró, dejando a un lado el hecho de que Lyn podía hablar con los muertos. - No le pasará nada incluso yendo en cabeza. – Informó, saliendo bajo la tormenta.
Se deslizó a través de varios árboles y saltó sobre un arbusto de forma instintiva. Sabía que no era necesario, pero era difícil quitarse las viejas costumbres incluso cuando ahora todo era prácticamente aire para ella.
Aguardó unos segundos para comprobar que la seguían y, tras sacudir la mano para hacerse ver, volvió a caminar en dirección al lago. Respiró profundamente, le habría gustado sentir aquella tormenta, no eran muchas las veces en las que llovía de aquella forma y de vez en cuando agradecía el quedarse quieta, mirando al cielo, limitándose a sentir cada una de las gotas de lluvia que caían sobre su cara.
Otro relámpago iluminó el camino que estaba siguiendo, tres siluetas difusas se aparecieron frente a ella, de improviso. Frunció el ceño y se detuvo, estaba lo suficiente alejada del resto del grupo como para saber que no habían visto a los demás incluso si le habían visto a ella.
¿Vampiros? Se concentró en la magia, en las sombras de su alrededor.
Sí.
¿Qué hacían allí y no en el lago?
¿Querían emboscar a los que estuviesen en las tierras de Corbeau? ¿A Huracán y a Jules?
Jugueteó con su flequillo momentáneamente, pensando que hacer. Después sonrió, solo había una forma de averiguar que hacían allí.
- ¡Hola mis queridos amigos! – Gritó agitando amigablemente su mano derecha. - ¿Cómo estáis esta noche? ¿Me podéis decir dónde está el campamento? Me he perdido, quiero decirle a Zar que he… encontrado mucha sangre y todo eso, de primerísima calidad. – Los tres individuos se hicieron con sus armas y miraron a la desconocida con cara de circunstancia. - ¡Vamos, vamos! – Agitó la cabeza y levantó ambas manos en señal de paz. – Guardad las espadas, soy una de los vuestros, no vengo a pelear. – Mencionó mirando fugazmente tras de sí, al lugar en el que deberían estar Huracán y los demás. - ¿Recordáis Lunargenta? – Se carcajeó exageradamente y señaló al que parecía capitanear aquel pequeño escuadrón - ¿Os acordáis de cuando el Rey Dag abolió la esperanza? ¡Que jolgorio! – Los vampiros se miraron los unos a los otros, sin saber exactamente cómo reaccionar ante aquello. – Aunque mi parte favorita de la ocupación fue lo de: “Se continuarán propinando tundas hasta que la moral mejore.” – Cruzada de brazos asintió. – No me puedo ni imaginar lo triste que debe ser esa ciudad ahora. – Suspiró exageradamente. – En fin. ¿Dónde está el campamento? – Uno de los vampiros acometió contra Lyn y, previsiblemente, la atravesó como si no estuviese allí siquiera.
Lyn sonrió.
- ¿Cómo has hecho…? ¿Eres una ilusión? ¡Déjate ver cobarde! -
- Vaya… - Se encogió de hombros. – Me habéis pillado… pero no soy una ilusión. – Volviendo a atravesar al tipo que le había atacado se posicionó en un lugar desde dónde podía ver a los tres. - ¡Soy vuestra consciencia! – Gritó de forma dramática.
Llegados a aquel punto Huracán, Jules y el Mortal debían de estar colocados de forma que aquellos tipos no tendrían escapatoria incluso si intentaban huir en aquel momento. No había visto usar mucho a Jules su ballesta, pero la “cazadora de vampiros” tenía la puntería suficiente como para tumbar a aquellos tres tipos de quererlo y sin dejarse ver siquiera.
Entornó los ojos momentáneamente ¿Por qué se seguían llamando cazadores de vampiros? Por lo que había visto aquello era, de hecho, de las cosas que menos hacían. Le propondría algún nombre nuevo al acabar aquello como “Cazadores de monstruos” o “La Pandilla Boisson”.
Mascullando un par de insultos en voz baja Eltrant observó como el vampiro al que había encarado Huracán desaparecía y su martillo atravesaba el humo en el que se había convertido Zar.
Lo único que quedó del vampiro fue la carcajada arrogante que esté dejó escapar en su huida.
- Que dramático. – dijo Lyn, cruzada de brazos – Si alguna vez hago algo así sin que sea un chiste… – Miró a Jules y se encogió de hombros. – Por favor, dispárame. – Añadió a continuación sonriendo rápidamente al mismo tiempo que se acercaba al área en el que el su congénere se había esfumado y la examinaba con más detenimiento. – Buen truco… - dijo en voz baja, frunciendo el ceño con suavidad.
Dejando que su compañera curiosease por el lugar se acercó a Huracán a comprobar el estado de la mujer.
- Huracán ¿Cómo…? – Se detuvo antes de terminar la pregunta y dejó que fuese la bruja quien hablaba. Estaba ilesa, al menos a simple vista; pero estaba evidentemente alterada, y con razón.
Fue cuando le llamó simplemente “Eltrant” cuando el exmercenario supo que la bruja no estaba simplemente suponiendo cosas, que lejos de ser una víctima del rubí la Huracán estaba verdaderamente preocupada por algo que decía no poder recordar.
Entrecerró los ojos y se llevó la mano hasta el mentón, pensativo.
Mientras trataba de figurar lo que podía estar pasando, Huracán se dirigió al propietario de la vivienta. Corbeau no parecía entender demasiado de lo que estaba pasando, pero aquello no impidió a la maestra cazadora preguntarle acerca de uno de los cuadros del hombre.
¿Tendría relevancia?
Sacudió la cabeza y volvió a mirar el artefacto de Huracán.
- No te preocupes, tomate tu tiempo para acordarte eso. – Le dijo a Huracán, cuando Jules mencionó que dejase eso a un lado. – Pero primero… - Se giró hacía el otro cazador, tenía razón, por muy preocupado que estuviese por Huracán tenían que lidiar con los vampiros antes.
La casa del señor Corbeau, aunque remota, no era la única de la zona; había numerosas granjas desperdigadas y pequeñas cabañas de cazadores. Los vampiros podrían tener un banquete de quererlo, uno que, además, no contratacaría con demasiadas fuerzas.
Además del característico brillo que poseía el artefacto de Huracán, este vibraba intensamente, incluso a simple vista, no necesitaba tocarlo para saberlo. Se lo había oído decir a Jules ¿Aquello significaba que había jinetes cerca? El corazón se le detuvo momentáneamente ante la posibilidad, la última vez que encaró a uno no solo no le hizo nada, sino que casi le mataban el proceso.
- ¿El lago? – Levantó la mirada tras oír a Corbeau mencionar el lugar en el que podían estar ocultos todos los vampiros. – Vale. – dijo sin dudarlo, ajustándose la correa que mantenía sujeta su coraza, momento en el cual, además, Jules le mencionó que debido a la tormenta sería prudente deshacerse de la armadura que llevaba encima.
Sonrió al oír a Jules llamarle “machote” y se dispuso a contestarle, un relámpago, no obstante, iluminó el establo segundos antes.
Había caído cerca.
- Tienes razón. – Dijo enseguida, corrigiéndose antes de haber llegado a hablar.
Dejó caer a los lados la mayoría de piezas de su armadura. Su guantelete izquierdo, el mágico, fue lo único que dejó sobre su cuerpo. Se sentía más ligero, estiró ambas manos por encima de su cabeza, podría blandir sus armas más rápidamente, pero tenía que cuidarse a la hora de recibir golpes: ahora no tenía una coraza que romper.
Lyn, después de haber comprobado todas las salidas del granero se acercó hasta dónde estaban.
- ¿Decís que han huido al lago? – Preguntó Lyn – El machote... – Sonrió mirando a Eltrant, este puso los ojos en blanco. – …no sabe guiarse en la oscuridad. – Afirmó, el mencionado miró a Jules y se pasó la mano por la cabeza, después asintió dándole la razón a la ojiazul. - ¿Veis? – Soltó una risita. – Tengo que ir yo delante si queréis llegar sin perderos. – Asintió para sí y salió del establo, girando sobre sí misma, la lluvia seguía sin llegar a tocarla. - ¡Seguidme mis fieles ayudantes! – Suspirando, Eltrant ajustó las dos espadas a su cuerpo y colgó de nuevo el paso martillo a su espalda.
Eltrant, mientras veía a su compañera alejarse y estudiar los posibles caminos a tomar, se giró hacia los cazadores una vez más.
- Nos topamos con Erzebeth Báthory hará un par de meses. – Expuso rápidamente. – Le dimos una lección… creo. – dijo atusándose la barba, rememorando los sucesos de aquella noche. – Pero… bueno, digamos que no fue todo bien. – Suspiró, se seguía sintiendo culpable por ello, incluso cuando la vampiresa le insistía en que no tenía la culpa. – No le gusta hablar mucho del tema… por las noches Lyn es prácticamente intocable. – Aseguró, dejando a un lado el hecho de que Lyn podía hablar con los muertos. - No le pasará nada incluso yendo en cabeza. – Informó, saliendo bajo la tormenta.
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Se deslizó a través de varios árboles y saltó sobre un arbusto de forma instintiva. Sabía que no era necesario, pero era difícil quitarse las viejas costumbres incluso cuando ahora todo era prácticamente aire para ella.
Aguardó unos segundos para comprobar que la seguían y, tras sacudir la mano para hacerse ver, volvió a caminar en dirección al lago. Respiró profundamente, le habría gustado sentir aquella tormenta, no eran muchas las veces en las que llovía de aquella forma y de vez en cuando agradecía el quedarse quieta, mirando al cielo, limitándose a sentir cada una de las gotas de lluvia que caían sobre su cara.
Otro relámpago iluminó el camino que estaba siguiendo, tres siluetas difusas se aparecieron frente a ella, de improviso. Frunció el ceño y se detuvo, estaba lo suficiente alejada del resto del grupo como para saber que no habían visto a los demás incluso si le habían visto a ella.
¿Vampiros? Se concentró en la magia, en las sombras de su alrededor.
Sí.
¿Qué hacían allí y no en el lago?
¿Querían emboscar a los que estuviesen en las tierras de Corbeau? ¿A Huracán y a Jules?
Jugueteó con su flequillo momentáneamente, pensando que hacer. Después sonrió, solo había una forma de averiguar que hacían allí.
- ¡Hola mis queridos amigos! – Gritó agitando amigablemente su mano derecha. - ¿Cómo estáis esta noche? ¿Me podéis decir dónde está el campamento? Me he perdido, quiero decirle a Zar que he… encontrado mucha sangre y todo eso, de primerísima calidad. – Los tres individuos se hicieron con sus armas y miraron a la desconocida con cara de circunstancia. - ¡Vamos, vamos! – Agitó la cabeza y levantó ambas manos en señal de paz. – Guardad las espadas, soy una de los vuestros, no vengo a pelear. – Mencionó mirando fugazmente tras de sí, al lugar en el que deberían estar Huracán y los demás. - ¿Recordáis Lunargenta? – Se carcajeó exageradamente y señaló al que parecía capitanear aquel pequeño escuadrón - ¿Os acordáis de cuando el Rey Dag abolió la esperanza? ¡Que jolgorio! – Los vampiros se miraron los unos a los otros, sin saber exactamente cómo reaccionar ante aquello. – Aunque mi parte favorita de la ocupación fue lo de: “Se continuarán propinando tundas hasta que la moral mejore.” – Cruzada de brazos asintió. – No me puedo ni imaginar lo triste que debe ser esa ciudad ahora. – Suspiró exageradamente. – En fin. ¿Dónde está el campamento? – Uno de los vampiros acometió contra Lyn y, previsiblemente, la atravesó como si no estuviese allí siquiera.
Lyn sonrió.
- ¿Cómo has hecho…? ¿Eres una ilusión? ¡Déjate ver cobarde! -
- Vaya… - Se encogió de hombros. – Me habéis pillado… pero no soy una ilusión. – Volviendo a atravesar al tipo que le había atacado se posicionó en un lugar desde dónde podía ver a los tres. - ¡Soy vuestra consciencia! – Gritó de forma dramática.
Llegados a aquel punto Huracán, Jules y el Mortal debían de estar colocados de forma que aquellos tipos no tendrían escapatoria incluso si intentaban huir en aquel momento. No había visto usar mucho a Jules su ballesta, pero la “cazadora de vampiros” tenía la puntería suficiente como para tumbar a aquellos tres tipos de quererlo y sin dejarse ver siquiera.
Entornó los ojos momentáneamente ¿Por qué se seguían llamando cazadores de vampiros? Por lo que había visto aquello era, de hecho, de las cosas que menos hacían. Le propondría algún nombre nuevo al acabar aquello como “Cazadores de monstruos” o “La Pandilla Boisson”.
Eltrant Tale
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Re: Eclipse [Privado]
Escuché atentamente a Eltrant. Parecía que Lyn se había encontrado con la condesa sanguinaria en su castillo de Cotplice. La noble era muy conocida en su castillo y aunque en lo personal jamás me había enfrentado a ella, pues no acostumbraba a abandonar su castillo, sí que había oído hablar de sus escalofriantes historias. Y también sabía que Isabella estuvo en su castillo en más de una ocasión. No se llevaban excesivamente mal. Supongo que Isabella, como siempre había demostrado, era una maestra cazadora diferente.
-Mi madre conocía a Erzébeth Báthory. Si me lo hubieras dicho, podría haberos ayudado. – Aclaré en relación a Isabella. En lo personal, nunca me había encontrado con ella. En cualquier caso, Lyn había terminado maldita y convertida en una sombra fantasmal. En cierto modo, me sentí muy apenada. – Lo siento muchísimo, Lyn. – Dije con un verdadero sentimiento de culpa. La pobre no merecía aquello. Jules giró la cabeza y me miró con la ceja alzada. Todo lo que yo hacía era… Raro. Aquel día.
-Creo que ha debido ser lo más profundo que ha sentido en su vida. Os lo aseguro. – Dijo el brujo. Yo volví a mi mirada inexpresiva. Me dio una palmada en el hombro. – Bueno, ¿vamos?
Precisamente, sería Lyn la que lideraría la batida. Sin duda era la que mejor visión tenía. Eltrant salió del granero casi “desnudo”, para lo que acostumbraba. Era extraño verle sin aquella pesada armadura de veinte toneladas encima. Pero desde luego, viendo la que estaba cayendo, pronto recuperaría su peso.
El lago del que Corbeau hablaba no estaba lejos. Muy cerca de su finca incluso, y si estuviese despejado incluso se vería su pequeña casa. Lyn se encargaría de las negociaciones. Nosotros preferimos escondernos tras unos setos. Eltrant era el experto en combate cuerpo a cuerpo, así que mejor el primero. Luego Jules y yo, elegante dama, siempre la última.
-¿Sólo son tres? – pregunté en un susurro a la retaguardia del grupo. Mi ballesta pesada estaba lista para disparar.
-¡¿Sólo?! ¿Cuántos querías? – devolvió el susurro el brujo mientras Lyn todavía seguía hablando, también preparado.
Evidentemente, no. Justo en ese momento varios que nos acechaban a nosotros, los acechadores, aparecieron por nuestra espalda. - ¡Centraos en la chica! - Aquello era una evidencia de que yo era su prioridad. Me tomaron y me empujaron fuerte cerca de la orilla. Pude abatir a uno disparando desde la cadera, desfigurando por completo sus vísceras, pero al segundo, ya recibí un fuerte impacto en la mano y perdí la ballesta cerca de la orilla.
Más vampiros no tardaron en atacar a Jules y Eltrant. Eran por lo menos diez. Los mismos que nos habían perseguido desde Vulwulfar. Y sin contar a Zar, que aún no había aparecido. El brujo al menos se había defendido bien a disparos a bocajarro. Su ballesta pesada era de corto alcance, pero tenía una corredera que le permitía disparar cada poco tiempo, hasta tres disparos. - ¡Huracán, detrás de ti! – Gritaba el brujo al ver como dos más se aproximaban a mí.
Uno entonces me agarró por el cuello y me mordió con todas sus fuerzas. Grité de dolor como nunca había gritado. - ¡NO! – exclamó el brujo, disparando a uno de mis captores. Pero eran demasiado fuertes.
Casi perdí la consciencia por la pérdida de sangre. Los chupasangres me arrojaron después al fondo del lago de un fuerte empujón. El brujo creía que me habían matado. Y conforme llegaban más y más vampiros, y que yo no había salido del agua. - ¡Eltrant por los dioses! ¡Han tirado a Anastasia al lago! ¡Tenemos que hacer algo! – rogó al exmercenario. Pero lo cierto es que poco podían hacer por cuantos aparecían. A la vez que tiraba una de las granadas explosivas de Soffleheimer para tratar de deshacerse de algunos enemigos.
Sumida en el fondo del agua me sentí morir. Quizás ahogada. Llevaba ya casi un minuto dentro del agua. Flotando. Hundiéndome cada vez más. Era consciente. Pero no respiraba. Tan sólo sentía el graznar de los cuervos. Mientras repasaba algunos de los momentos de mi vida con la cabeza. ¿Había algo que me podía salvar? ¿Había llegado ya al cielo? No sabía por qué, pero me sentía en paz.
Entonces, abrí los ojos. Brillantes. Rojos. Como el rubí. Como la luna que iluminaba el firmamento aquella noche.
Y nadé hasta la superficie. No con rapidez, sino con tranquilidad. Mi figura emergió del agua entre la tormenta. Totalmente empapada. Como una aparición sobre el agua. Me erguí sobre la costa, con el agua llegándome hasta las rodillas y permanecí inmóvil durante unos segundos, con los rayos de la tormenta cayendo tras mi espalda.
-¡Está viva! ¿Cómo diablos está viva? – Los chupasangres de la orilla que no estaban siendo abatidos por Jules o Eltrant comenzaron a retroceder en cuanto me vieron acercarme parsimónica hacia ellos. A un ritmo suave y constante. - ¡A las armas! - Uno tropezó delante de mí. Su espada se cayó al suelo. Yo seguí avanzando hacia él. Caminando. -¡No! No, no… - se lamentaba mientras se arrastraba hasta su arma. Y sí. Llegó a tomar el mango de la misma. Creyó gritar de alegría, como si hubiese encontrado el paraíso.
Pero lo que encontró fue el tacón de mi bota clavado en la palma de su mano. Dio un grito desgarrador y miró para mí. Pudo comprobar de cerca mi figura, totalmente ennegrecida por la oscuridad, pero destacando los ojos y el rubí. - ¿Qué… Qué? – En un rápido movimiento saqué de mi muslo la daga de Vander y apuñalé al tipo en el esternón. La hemorragia pintó mi cara.
Dejé el cuchillo en esa posición un par de segundos, sin sentir nada, y, después, lo extraje. Miré a quienes tenía delante. Me miraban como si hubieran visto al terror. Estaba totalmente fuera de mí, pero parecía relajada. Jules ni siquiera era capaz de explicar qué había cambiado en mí.
Pero estaba claro que no era la misma.
La tormenta parecía estar en cierta armonía conmigo. Probablemente debido al viento que hacía, sumado a mi enfado generalizado. Y unas fuertes corrientes comenzaron a invadir a todos los presentes. Ahora, además de rayos y truenos, había fortísimas corrientes de viento que amenazaban con arrasar árboles. Unas corrientes que, podía controlar sin gesticular. Tan sólo con mi mirada roja.
-¿Pero qué hacéis? ¡Matadla! – exclamó, ahora sí, Zar a la retaguardia de su grupo. Como una rata cobarde. Sus hombres no parecían muy convencidos y más bien veían mi figura inmóvil sobre su compañero muerto con miedo.
Ninguno me atacó. Pero yo sí tomé mis ballestas de mano y comencé a disparar indiscriminadamente. Desmaterializándome en una sombra oscura, volviendo a materializarme metros después, desde los árboles, tras rocas, arbustos o simplemente frente a ellos. Abatí muchos vampiros con mis ballestas de mano. Sin fallar un solo tiro. Zar comenzó a huir.
-¡Zar! ¡Ven aquí, miserable! – exclamé con voz calmada. Ignorando por completo a Eltrant o Jules. El brujo trataría de calmarme a gritos, pero no le haría ni caso. Estaba fuera de mí. Aniquilando vampiros como si fueran hormigas. Totalmente dominada por el rubí. – Te voy a matar, hijo de puta.
-Mi madre conocía a Erzébeth Báthory. Si me lo hubieras dicho, podría haberos ayudado. – Aclaré en relación a Isabella. En lo personal, nunca me había encontrado con ella. En cualquier caso, Lyn había terminado maldita y convertida en una sombra fantasmal. En cierto modo, me sentí muy apenada. – Lo siento muchísimo, Lyn. – Dije con un verdadero sentimiento de culpa. La pobre no merecía aquello. Jules giró la cabeza y me miró con la ceja alzada. Todo lo que yo hacía era… Raro. Aquel día.
-Creo que ha debido ser lo más profundo que ha sentido en su vida. Os lo aseguro. – Dijo el brujo. Yo volví a mi mirada inexpresiva. Me dio una palmada en el hombro. – Bueno, ¿vamos?
Precisamente, sería Lyn la que lideraría la batida. Sin duda era la que mejor visión tenía. Eltrant salió del granero casi “desnudo”, para lo que acostumbraba. Era extraño verle sin aquella pesada armadura de veinte toneladas encima. Pero desde luego, viendo la que estaba cayendo, pronto recuperaría su peso.
El lago del que Corbeau hablaba no estaba lejos. Muy cerca de su finca incluso, y si estuviese despejado incluso se vería su pequeña casa. Lyn se encargaría de las negociaciones. Nosotros preferimos escondernos tras unos setos. Eltrant era el experto en combate cuerpo a cuerpo, así que mejor el primero. Luego Jules y yo, elegante dama, siempre la última.
-¿Sólo son tres? – pregunté en un susurro a la retaguardia del grupo. Mi ballesta pesada estaba lista para disparar.
-¡¿Sólo?! ¿Cuántos querías? – devolvió el susurro el brujo mientras Lyn todavía seguía hablando, también preparado.
Evidentemente, no. Justo en ese momento varios que nos acechaban a nosotros, los acechadores, aparecieron por nuestra espalda. - ¡Centraos en la chica! - Aquello era una evidencia de que yo era su prioridad. Me tomaron y me empujaron fuerte cerca de la orilla. Pude abatir a uno disparando desde la cadera, desfigurando por completo sus vísceras, pero al segundo, ya recibí un fuerte impacto en la mano y perdí la ballesta cerca de la orilla.
Más vampiros no tardaron en atacar a Jules y Eltrant. Eran por lo menos diez. Los mismos que nos habían perseguido desde Vulwulfar. Y sin contar a Zar, que aún no había aparecido. El brujo al menos se había defendido bien a disparos a bocajarro. Su ballesta pesada era de corto alcance, pero tenía una corredera que le permitía disparar cada poco tiempo, hasta tres disparos. - ¡Huracán, detrás de ti! – Gritaba el brujo al ver como dos más se aproximaban a mí.
Uno entonces me agarró por el cuello y me mordió con todas sus fuerzas. Grité de dolor como nunca había gritado. - ¡NO! – exclamó el brujo, disparando a uno de mis captores. Pero eran demasiado fuertes.
Casi perdí la consciencia por la pérdida de sangre. Los chupasangres me arrojaron después al fondo del lago de un fuerte empujón. El brujo creía que me habían matado. Y conforme llegaban más y más vampiros, y que yo no había salido del agua. - ¡Eltrant por los dioses! ¡Han tirado a Anastasia al lago! ¡Tenemos que hacer algo! – rogó al exmercenario. Pero lo cierto es que poco podían hacer por cuantos aparecían. A la vez que tiraba una de las granadas explosivas de Soffleheimer para tratar de deshacerse de algunos enemigos.
Sumida en el fondo del agua me sentí morir. Quizás ahogada. Llevaba ya casi un minuto dentro del agua. Flotando. Hundiéndome cada vez más. Era consciente. Pero no respiraba. Tan sólo sentía el graznar de los cuervos. Mientras repasaba algunos de los momentos de mi vida con la cabeza. ¿Había algo que me podía salvar? ¿Había llegado ya al cielo? No sabía por qué, pero me sentía en paz.
Entonces, abrí los ojos. Brillantes. Rojos. Como el rubí. Como la luna que iluminaba el firmamento aquella noche.
Y nadé hasta la superficie. No con rapidez, sino con tranquilidad. Mi figura emergió del agua entre la tormenta. Totalmente empapada. Como una aparición sobre el agua. Me erguí sobre la costa, con el agua llegándome hasta las rodillas y permanecí inmóvil durante unos segundos, con los rayos de la tormenta cayendo tras mi espalda.
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-¡Está viva! ¿Cómo diablos está viva? – Los chupasangres de la orilla que no estaban siendo abatidos por Jules o Eltrant comenzaron a retroceder en cuanto me vieron acercarme parsimónica hacia ellos. A un ritmo suave y constante. - ¡A las armas! - Uno tropezó delante de mí. Su espada se cayó al suelo. Yo seguí avanzando hacia él. Caminando. -¡No! No, no… - se lamentaba mientras se arrastraba hasta su arma. Y sí. Llegó a tomar el mango de la misma. Creyó gritar de alegría, como si hubiese encontrado el paraíso.
Pero lo que encontró fue el tacón de mi bota clavado en la palma de su mano. Dio un grito desgarrador y miró para mí. Pudo comprobar de cerca mi figura, totalmente ennegrecida por la oscuridad, pero destacando los ojos y el rubí. - ¿Qué… Qué? – En un rápido movimiento saqué de mi muslo la daga de Vander y apuñalé al tipo en el esternón. La hemorragia pintó mi cara.
Dejé el cuchillo en esa posición un par de segundos, sin sentir nada, y, después, lo extraje. Miré a quienes tenía delante. Me miraban como si hubieran visto al terror. Estaba totalmente fuera de mí, pero parecía relajada. Jules ni siquiera era capaz de explicar qué había cambiado en mí.
Pero estaba claro que no era la misma.
La tormenta parecía estar en cierta armonía conmigo. Probablemente debido al viento que hacía, sumado a mi enfado generalizado. Y unas fuertes corrientes comenzaron a invadir a todos los presentes. Ahora, además de rayos y truenos, había fortísimas corrientes de viento que amenazaban con arrasar árboles. Unas corrientes que, podía controlar sin gesticular. Tan sólo con mi mirada roja.
-¿Pero qué hacéis? ¡Matadla! – exclamó, ahora sí, Zar a la retaguardia de su grupo. Como una rata cobarde. Sus hombres no parecían muy convencidos y más bien veían mi figura inmóvil sobre su compañero muerto con miedo.
Ninguno me atacó. Pero yo sí tomé mis ballestas de mano y comencé a disparar indiscriminadamente. Desmaterializándome en una sombra oscura, volviendo a materializarme metros después, desde los árboles, tras rocas, arbustos o simplemente frente a ellos. Abatí muchos vampiros con mis ballestas de mano. Sin fallar un solo tiro. Zar comenzó a huir.
-¡Zar! ¡Ven aquí, miserable! – exclamé con voz calmada. Ignorando por completo a Eltrant o Jules. El brujo trataría de calmarme a gritos, pero no le haría ni caso. Estaba fuera de mí. Aniquilando vampiros como si fueran hormigas. Totalmente dominada por el rubí. – Te voy a matar, hijo de puta.
Anastasia Boisson
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Re: Eclipse [Privado]
Eltrant desenvainó a Olvido lo más rápido que pudo.
Tenía que haberlo esperado, el que Zar se hubiese desvanecido riendo de aquella forma era demasiado conveniente para los vampiros: les había hecho seguirles hasta una trampa.
En aquel instante, justo cuando a hoja de uno de los señores de la noche se acercaba a su cara, encontró evidente la trampa. Casi se sentía culpable por haber acabado siendo una de las víctimas de una emboscada que, con su experiencia, debía de haber notado tan pronto salieron de la cuadra.
Retrocedió varios pasos, pero, incapaz de evitar por completo la espada del vampiro, acabó mascullando un par de insultos cuando el acero de su adversario dibujó una larga herida en mitad de su torso.
No era especialmente profunda, tensando los músculos, anteponiéndose al punzante dolor que recorría su pecho, Eltrant empleó toda la fuerza que pudo reunir en los brazos para contratacar. La figura que acababa de atacarle se desplomó frente a él, sin vida.
Un desgarrador grito captó, entonces, su atención.
Abrió los ojos de par en par, incapaz de creerse lo que estaba viendo.
- ¡Anastasia! –
No tuvo necesidad de avisar al brujo, el compañero de Huracán ya miraba impotente como la maestra cazadora se hundía hasta lo más profundo del lago.
Todo había sucedido inusualmente rápido, Huracán era la prioridad de todos aquellos vampiros, aquello era seguro. ¿Por qué querían matarla con tanta insistencia? ¿Era por qué era una Centinela? Aquellos hombres eran incapaces de entender que sin centinelas los Jinetes no tenían nadie que les parase y estos no diferenciaban entre las razas de Aerandir a la hora de buscar víctimas.
- ¡Vamos… vamos a por Huracán! – Corrió hacía la orilla del rio. - ¡Sígueme! - Se abrió paso como buenamente pudo, ayudándose con su gigantesco mandoble aplastó a todo aquel que se atrevió a colocarse entre él y su amiga.
Pero no era suficiente, más y más vampiros salían a su encuentro, contó a ojo a más de una veintena de ellos tratando de detenerles, pero no pensaba dejarles ganar.
Se detuvo frente al muro de adversarios y retrocedió levemente. Empujó a Jules hacia atrás y asiendo a Olvido frente a su cara lanzó una estocada frente a él, instó a que la espada cortase todo lo que tenía delante.
Como si el mandoble leyese sus pensamientos, una media luna de aire brotó de la espada de Eltrant sesgando todo lo que le separaba del lago de forma indiscriminada: gotas de agua, plantas, vampiros... [1]
Todo acabó cortado en dos.
- ¡Vamos! – Tiró de Jules, continuó corriendo.
- ¿¡Se puede saber qué haces, idiota!? – Lyn les adelantó a ambos, no estaba seguro de que había estado haciendo la ojiazul desde que comenzó la trifulca, pero atravesó a todo aquel que encontraba en su camino, aliados y adversarios por igual, no se detuvo ni a mirarles. - ¡No sabes nadar! – Exclamó, aquellas palabras fueron como pesadas losas de granito que cayeron sobre los hombros del exmercenario.
Se detuvo y miró el agua, impotente. Lo sabía, sabía que no podía hacer nada por Huracán en aquel momento.
¡Pero no podía quedarse sin hacer nada, mirando!
- ¡Yo me ocupo! – La vampiresa dio una palmada, acumuló sombras en sus manos. - ¡Vosotros mantener a todos estos a raya! - Algunos de sus congéneres la atacaron sin resultado alguno, Lyn continuó sin mirarles. - ¡Comportaos, niños! – Las sombras del lugar se acumularon en torno a Eltrant durante unos segundos y, al final, el chasquido de un cristal rompiéndose se alzó sobre los gritos de la escaramuza y sobre el sonido de la lluvia.
Una figura de sombra idéntica a Eltrant había aparecido al lado del castaño. [2]
- ¡Sigue a Jules! – Ordenó Lyn a la sombra según continuaba hacía el lago. - ¡Haz lo que te ordene! – La sombra de Eltrant, asintiendo, se giró hacia el cazador y, silenciosa y pesada, atrapó a un vampiro que había ganado algo de terreno frente al ballestero.
El vampiro, tratando de zafarse de la sombra, clavó de forma insistente su espada en el pecho de la figura, pero esta, incapaz de sentir dolor, se limitó a cerrar su mano derecha con fuerza alrededor del cuello del vampiro hasta que un sonoro crujido indicó que acababa de matarlo.
Después de haber lidiado con aquel problema, la sombra desenvainó la réplica del espadón de Eltrant y miró a Jules esperando instrucciones.
- ¡Date prisa! – Gritó Eltrant, el verdadero, según hacia retroceder a varios de los hombres de Zar, quien miraba como se desarrollaba todo desde la retaguardia con una sonrisa que Eltrant solo podía describir como “pretenciosa”.
- ¡Estoy en ello! – La vampiresa, que había llegado finalmente al lugar en el que se había hundido Huracán se mordió el labio inferior. – Espero no atravesar el agua. – Murmuró para sí, avanzando hacía el lago.
No llegó a responder a aquella duda, la vampiresa contempló como Huracán, con aspecto de haber visto mejores días, emergía de entre las aguas y, presa de algún extraño trance, comenzaba a disparar contra todos los vampiros del lugar, abatiéndolos con una facilidad pasmosa, como si estos apenas fuesen capaces de oponer resistencia.
Una de esas saetas incluso atravesó a Lyn.
- ¡Huracán! –
La sensación de alivio que se apoderó de Eltrant al ver a la cazadora relativamente ilesa fue rápidamente fue sustituida por un extraño sentimiento de desasosiego. No sabía quién era la mujer que estaba matando a todos de forma indiscriminada, sin siquiera interesarse por el estado de Jules, pero no parecía Anastasia Boisson.
Zar también parecía haberlo comprendido, pues no tardó en ordenar a los vampiros que quedaban con vida, los que no gritaban aterrados, que acabasen con la Centinela.
- ¡Jules! – Se acercó al brujo - ¡Jules! ¡¿Qué hacemos?! – Huracán seguía presa de aquel trance, era evidente que estaba sucediéndole como a Elen, no encontraba otra explicación, Anastasia era muchas cosas, pero jamás había matado así, no que él supiera.
Debía de ser la reliquia, estaba ganándole a la cazadora, encerrando su verdadera personalidad.
- ¡Asegúrate de que Zar no escapa! ¡Que Lyn te ayude! – Le dijo, giró a Olvido a su alrededor, concentró el aire de la espada en torno a su cuerpo, notó como su equipo se volvía más ligero, como ganaba fuerzas. [3] - ¡Voy a pararla! - Tenía que comportarse como Alister con Elen.
Podía detener a la cazadora, debía intentarlo, daba igual le ponía en peligro. Tenía que detenerla, no podía dejar que la consumiera el rubí.
Saltó, se impulsó con el viento de su espada y, tras recorrer la distancia que le separaba de Huracán, cayó pesadamente frente a la cazadora apartando a uno de los vampiros en el proceso con su espadón.
- ¡Anastasia!– Tan pronto se giró hacía la bruja una cúpula de aire se formó alrededor de las dos figuras; De aquel modo no escaparía, no sin abatirle primero. [4] - ¡Reacciona! – Le gritó con intención de agarrarla de un brazo para zarandearla, intentando de devolver algo de cordura a la mujer. - ¡Esta no eres tú! – Aseveró, tratando de hacerse oír sobre la tormenta y el viento que rodeaba a ambos.
Mientras tanto, en el exterior, Lyn se había acercado a Jules y a la sombra de Eltrant.
- Te... te sigo. – Le dijo, tratando de enmascarar la preocupación que seguía reflejada en su rostro.
[1] Segunda Habilidad de Olvido: Cortaviento.
[2] Habilidad de Lyn de Nivel 9: Vástago de la noche.
[3] Primera Habilidad de Olvido: Resolución.
[4] Habilidad de Eltrant de Nivel 9: Inamovible.
Tenía que haberlo esperado, el que Zar se hubiese desvanecido riendo de aquella forma era demasiado conveniente para los vampiros: les había hecho seguirles hasta una trampa.
En aquel instante, justo cuando a hoja de uno de los señores de la noche se acercaba a su cara, encontró evidente la trampa. Casi se sentía culpable por haber acabado siendo una de las víctimas de una emboscada que, con su experiencia, debía de haber notado tan pronto salieron de la cuadra.
Retrocedió varios pasos, pero, incapaz de evitar por completo la espada del vampiro, acabó mascullando un par de insultos cuando el acero de su adversario dibujó una larga herida en mitad de su torso.
No era especialmente profunda, tensando los músculos, anteponiéndose al punzante dolor que recorría su pecho, Eltrant empleó toda la fuerza que pudo reunir en los brazos para contratacar. La figura que acababa de atacarle se desplomó frente a él, sin vida.
Un desgarrador grito captó, entonces, su atención.
Abrió los ojos de par en par, incapaz de creerse lo que estaba viendo.
- ¡Anastasia! –
No tuvo necesidad de avisar al brujo, el compañero de Huracán ya miraba impotente como la maestra cazadora se hundía hasta lo más profundo del lago.
Todo había sucedido inusualmente rápido, Huracán era la prioridad de todos aquellos vampiros, aquello era seguro. ¿Por qué querían matarla con tanta insistencia? ¿Era por qué era una Centinela? Aquellos hombres eran incapaces de entender que sin centinelas los Jinetes no tenían nadie que les parase y estos no diferenciaban entre las razas de Aerandir a la hora de buscar víctimas.
- ¡Vamos… vamos a por Huracán! – Corrió hacía la orilla del rio. - ¡Sígueme! - Se abrió paso como buenamente pudo, ayudándose con su gigantesco mandoble aplastó a todo aquel que se atrevió a colocarse entre él y su amiga.
Pero no era suficiente, más y más vampiros salían a su encuentro, contó a ojo a más de una veintena de ellos tratando de detenerles, pero no pensaba dejarles ganar.
Se detuvo frente al muro de adversarios y retrocedió levemente. Empujó a Jules hacia atrás y asiendo a Olvido frente a su cara lanzó una estocada frente a él, instó a que la espada cortase todo lo que tenía delante.
Como si el mandoble leyese sus pensamientos, una media luna de aire brotó de la espada de Eltrant sesgando todo lo que le separaba del lago de forma indiscriminada: gotas de agua, plantas, vampiros... [1]
Todo acabó cortado en dos.
- ¡Vamos! – Tiró de Jules, continuó corriendo.
- ¿¡Se puede saber qué haces, idiota!? – Lyn les adelantó a ambos, no estaba seguro de que había estado haciendo la ojiazul desde que comenzó la trifulca, pero atravesó a todo aquel que encontraba en su camino, aliados y adversarios por igual, no se detuvo ni a mirarles. - ¡No sabes nadar! – Exclamó, aquellas palabras fueron como pesadas losas de granito que cayeron sobre los hombros del exmercenario.
Se detuvo y miró el agua, impotente. Lo sabía, sabía que no podía hacer nada por Huracán en aquel momento.
¡Pero no podía quedarse sin hacer nada, mirando!
- ¡Yo me ocupo! – La vampiresa dio una palmada, acumuló sombras en sus manos. - ¡Vosotros mantener a todos estos a raya! - Algunos de sus congéneres la atacaron sin resultado alguno, Lyn continuó sin mirarles. - ¡Comportaos, niños! – Las sombras del lugar se acumularon en torno a Eltrant durante unos segundos y, al final, el chasquido de un cristal rompiéndose se alzó sobre los gritos de la escaramuza y sobre el sonido de la lluvia.
Una figura de sombra idéntica a Eltrant había aparecido al lado del castaño. [2]
- ¡Sigue a Jules! – Ordenó Lyn a la sombra según continuaba hacía el lago. - ¡Haz lo que te ordene! – La sombra de Eltrant, asintiendo, se giró hacia el cazador y, silenciosa y pesada, atrapó a un vampiro que había ganado algo de terreno frente al ballestero.
El vampiro, tratando de zafarse de la sombra, clavó de forma insistente su espada en el pecho de la figura, pero esta, incapaz de sentir dolor, se limitó a cerrar su mano derecha con fuerza alrededor del cuello del vampiro hasta que un sonoro crujido indicó que acababa de matarlo.
Después de haber lidiado con aquel problema, la sombra desenvainó la réplica del espadón de Eltrant y miró a Jules esperando instrucciones.
- ¡Date prisa! – Gritó Eltrant, el verdadero, según hacia retroceder a varios de los hombres de Zar, quien miraba como se desarrollaba todo desde la retaguardia con una sonrisa que Eltrant solo podía describir como “pretenciosa”.
- ¡Estoy en ello! – La vampiresa, que había llegado finalmente al lugar en el que se había hundido Huracán se mordió el labio inferior. – Espero no atravesar el agua. – Murmuró para sí, avanzando hacía el lago.
No llegó a responder a aquella duda, la vampiresa contempló como Huracán, con aspecto de haber visto mejores días, emergía de entre las aguas y, presa de algún extraño trance, comenzaba a disparar contra todos los vampiros del lugar, abatiéndolos con una facilidad pasmosa, como si estos apenas fuesen capaces de oponer resistencia.
Una de esas saetas incluso atravesó a Lyn.
- ¡Huracán! –
La sensación de alivio que se apoderó de Eltrant al ver a la cazadora relativamente ilesa fue rápidamente fue sustituida por un extraño sentimiento de desasosiego. No sabía quién era la mujer que estaba matando a todos de forma indiscriminada, sin siquiera interesarse por el estado de Jules, pero no parecía Anastasia Boisson.
Zar también parecía haberlo comprendido, pues no tardó en ordenar a los vampiros que quedaban con vida, los que no gritaban aterrados, que acabasen con la Centinela.
- ¡Jules! – Se acercó al brujo - ¡Jules! ¡¿Qué hacemos?! – Huracán seguía presa de aquel trance, era evidente que estaba sucediéndole como a Elen, no encontraba otra explicación, Anastasia era muchas cosas, pero jamás había matado así, no que él supiera.
Debía de ser la reliquia, estaba ganándole a la cazadora, encerrando su verdadera personalidad.
- ¡Asegúrate de que Zar no escapa! ¡Que Lyn te ayude! – Le dijo, giró a Olvido a su alrededor, concentró el aire de la espada en torno a su cuerpo, notó como su equipo se volvía más ligero, como ganaba fuerzas. [3] - ¡Voy a pararla! - Tenía que comportarse como Alister con Elen.
Podía detener a la cazadora, debía intentarlo, daba igual le ponía en peligro. Tenía que detenerla, no podía dejar que la consumiera el rubí.
Saltó, se impulsó con el viento de su espada y, tras recorrer la distancia que le separaba de Huracán, cayó pesadamente frente a la cazadora apartando a uno de los vampiros en el proceso con su espadón.
- ¡Anastasia!– Tan pronto se giró hacía la bruja una cúpula de aire se formó alrededor de las dos figuras; De aquel modo no escaparía, no sin abatirle primero. [4] - ¡Reacciona! – Le gritó con intención de agarrarla de un brazo para zarandearla, intentando de devolver algo de cordura a la mujer. - ¡Esta no eres tú! – Aseveró, tratando de hacerse oír sobre la tormenta y el viento que rodeaba a ambos.
Mientras tanto, en el exterior, Lyn se había acercado a Jules y a la sombra de Eltrant.
- Te... te sigo. – Le dijo, tratando de enmascarar la preocupación que seguía reflejada en su rostro.
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[1] Segunda Habilidad de Olvido: Cortaviento.
[2] Habilidad de Lyn de Nivel 9: Vástago de la noche.
[3] Primera Habilidad de Olvido: Resolución.
[4] Habilidad de Eltrant de Nivel 9: Inamovible.
Eltrant Tale
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Re: Eclipse [Privado]
Eran quizá, demasiados vampiros. Pero no podrían aguantar mucho más, pues los iba abatiendo con una pasmosa facilidad. Centrándome en su líder y junto al apoyo que me suministraban mis compañeros. Pero cada vez estaba más fuera de mí. El poder de la reliquia de centinela más oscura cada vez era más visible en mí. Y éste ya brillaba. La tormenta cada vez era más intensa.
Mis ojos ya tenían un brillo carmesí. Directamente proporcional a mi furia.
Llegado este momento, llegué a encontrarme ante Zar. Cerré los ojos y concentré todo el viento que había en unos cinco metros a mi alrededor. Agarroté las manos hacia el suelo. De manera natural, todo comenzó a moverse. Las rocas comenzaron a elevarse del suelo y los árboles comenzaron a balancearse por la intensa corriente de viento.
Como siempre que utilizaba el viento, sentí un profundo sentimiento de placer. Pero aquella vez era diferente. Sentía que estaba haciendo algo que no había hecho nunca. Al abrir los ojos, me di cuenta de que me había elevado ligeramente sobre el suelo, aproximadamente un metro y, conmigo, lo habían hecho los árboles más pequeños y las rocas que había en este radio. Zar observó mi cuerpo elevado, con los pies ligeramente cruzados hacia atrás y mi trenza también al viento elevada.
Por primera vez, pude ver el miedo en sus ojos. Mi mirada de odio lo decía todo. Tan sólo tuve que mover los brazos hacia delante para que todos aquellas partes del medio que había a mi alrededor, se abalanzaran contra él, dilapidándolo entre un sinfín de escombros herbáceos y rocas varias.
Yo volví elegantemente al suelo y con los ojos totalmente enrojecidos por la influencia del rubí, bajo el que me encontraba, me dirigí a donde se encontraba el chupasangres. Caminando seria, a un ritmo ágil. Observando como esa rata intentaba salir de los escombros. No huiría a ninguna parte. Ese cerdo moriría allí dilapidado.
Pero entonces, Eltrant Tale apareció a mi lado. Me tomó del brazo y comenzó a zarandearme. Creó una esfera que traté de destruir con culetazos y puñetazos de mi arma. No fui capaz de quitarla de encima. Quería a acabar con el vampiro. ¡Se iba a volver a escapar y esta vez lo tenía casi moribundo! Chillaba desesperada golpeando violentamente la esfera, pero no conseguía ni moverla. Ante la negativa, me volví contra Eltrant, que permanecía encerrado.
El humano podría notar mis ojos enrojecidos. Intentaba tranquilizarme, pero no le escuchaba. -¡Eltrant! ¿Qué haces? ¡Déjame salir! – Exigí, casi suplicaba en un ahogado grito. – Es uno de los vampiros más buscados de Aerandir. ¡Tengo que acabar con él! – Al ver la negativa del humano, comencé a calmarme conforme veía el rostro preocupado de mi compañero de batalla. Pero respiraba agitada. Mis ojos volvían a su claridad más habitual. – Es… Estoy bien, ¿verdad? – Pregunté con más normalidad. Intenté mirar fuera. Pero las gotas de lluvia que rompían contra la cúpula de viento no permitían ver nada hacia fuera, ni tampoco hacia dentro. – Eltrant yo… - suspiré con fastidio, mirando hacia el rubí. Que brillaba, pero menos intensamente. Lo saqué del collar y lo tomé con mis manos. - … Este poder se me va de las manos. No puedo controlarlo. Crea un discurso del odio en mi interior y me supera. Siempre lo hace. Como le pasaba a Elen. Creía que conmigo sería diferente pero... me cuesta.
- - -
Fuera a Jules y Lyn parecían irles mejor las cosas. Vampiresa y brujo se habían aliado para combatir a los enemigos restantes. El brujo tiraba de la corredera de la ballesta cada vez que realizaba un disparo. Y con las pequeñas llamas que podía generar con su mano iba deshaciéndose de enemigos con buena facilidad.
Más allá de eso, también fue testigo del poder que había desatado para acabar con el chupasangres y la onda expansiva en forma de aire liberada al realizar el ataque, había mecido su gabardina. Posteriormente, el brujo observó como nos encontrábamos encerrados ahí.
-¡Ese Eltrant tiene agallas! No me encierro en esa esfera con Anastasia ahora mismo ni aunque me aseguren tres mil aeros. – celebró el brujo. Habiendo visto como me excedía en los últimos tiempos. Ya le parecía bien que Eltrant hablara conmigo. – Ey, Lyn, te noto preocupada. ¿Irá algo mal ahí dentro? – cuestionó el brujo en alusión a la esfera y el tiempo que tardaba en desaparecer. Los vampiros comenzaban a huir de la escena, y Zar, trataba de salir de los escombros. Aunque el brujo no le dio demasiada importancia.
Su visión se centró en el mayor espectáculo nocturno que jamás habían visto sus ojos. El trueno más estruendoso de la noche iluminó el cielo. En el centro de la tormenta, se había abierto una especie de vórtice celestial que no auguraba nada bueno. Jules nunca había visto nada de manera similar. Lyn, tal vez. Era la característica puesta en escena de los Jinetes Oscuros. – Eso no tiene buena pinta. – Y vaya si no la tenía. Múltiples relinchos se escucharon en los alrededores. No eran los caballos de Charles Corbeau. Era algo mucho más oscuro. Mucho más peligroso. Un enorme rayo de oscuridad comenzaba a caer en dirección a nuestra esfera. - ¡Lyn! ¡¿Qué diablos es eso?! ¿Tiene que ver con el rubí de Anastasia? ¿O es sólo una mala noche?– El brujo trató de disparar. Pero nada conseguía hacer contra aquella especie de sombra que venía hacia nosotros. Zar había aprovechado la distracción para, de nuevo, huir.
- - -
En el interior, Eltrant y yo no escuchábamos nada de lo que sucedía. Estaba completamente exhausta por todo el éter que había utilizado. Y me sentaba en el interior de la misma. – Acabo de sentir como si algo explotara dentro de mí. Lo llevo notando toda la noche. No es bueno, Eltrant. Cada vez que la reliquia libera su poder, es como si una puerta se rompiese en algún sitio. – describí.
De lo que no era consciente, era de que la puerta esta vez se había abierto muy cerca. El rubí era una fuente de poder oscuro, alimentada con las almas de miles de inocentes a lo largo de los años. Y su poder albergaba algo muy negro. Muy oscuro. Poco después, no tardaríamos en ver como una esfera comenzaba a rodear el muro de Eltrant y lo elevaba hacia los cielos. Con nosotros dentro, por supuesto. Unas risas malignas que parecía conocer de toda la vida nos envolvieron. Y el rubí, con su poder agotado, era un mero juguete para ellos.
El poder del rubí desatado había abierto un vórtice en el cielo. Había llamado a los Jinetes Oscuros sin haber sido consciente de ello.
-¡¿Qué?! ¿Qué pasa? – pregunté en cuanto noté que aquella especie de aura negra envolvía la esfera y tiraba de nosotros hacia los cielos. - ¡Eltrant! ¿Qué está pasando? ¡Haz algo!
Habilidad de nivel 6: Flotación Aeroquinética
*Off: Primero decir que esto no ha sido idea mía. Pero te vas al Oblivion conmigo. Es para la trama. No me mates, porfilis, me lo han pedido T_T. Eso sí, no podemos describir nada de ahí.
Mis ojos ya tenían un brillo carmesí. Directamente proporcional a mi furia.
Llegado este momento, llegué a encontrarme ante Zar. Cerré los ojos y concentré todo el viento que había en unos cinco metros a mi alrededor. Agarroté las manos hacia el suelo. De manera natural, todo comenzó a moverse. Las rocas comenzaron a elevarse del suelo y los árboles comenzaron a balancearse por la intensa corriente de viento.
Como siempre que utilizaba el viento, sentí un profundo sentimiento de placer. Pero aquella vez era diferente. Sentía que estaba haciendo algo que no había hecho nunca. Al abrir los ojos, me di cuenta de que me había elevado ligeramente sobre el suelo, aproximadamente un metro y, conmigo, lo habían hecho los árboles más pequeños y las rocas que había en este radio. Zar observó mi cuerpo elevado, con los pies ligeramente cruzados hacia atrás y mi trenza también al viento elevada.
Por primera vez, pude ver el miedo en sus ojos. Mi mirada de odio lo decía todo. Tan sólo tuve que mover los brazos hacia delante para que todos aquellas partes del medio que había a mi alrededor, se abalanzaran contra él, dilapidándolo entre un sinfín de escombros herbáceos y rocas varias.
Yo volví elegantemente al suelo y con los ojos totalmente enrojecidos por la influencia del rubí, bajo el que me encontraba, me dirigí a donde se encontraba el chupasangres. Caminando seria, a un ritmo ágil. Observando como esa rata intentaba salir de los escombros. No huiría a ninguna parte. Ese cerdo moriría allí dilapidado.
Pero entonces, Eltrant Tale apareció a mi lado. Me tomó del brazo y comenzó a zarandearme. Creó una esfera que traté de destruir con culetazos y puñetazos de mi arma. No fui capaz de quitarla de encima. Quería a acabar con el vampiro. ¡Se iba a volver a escapar y esta vez lo tenía casi moribundo! Chillaba desesperada golpeando violentamente la esfera, pero no conseguía ni moverla. Ante la negativa, me volví contra Eltrant, que permanecía encerrado.
El humano podría notar mis ojos enrojecidos. Intentaba tranquilizarme, pero no le escuchaba. -¡Eltrant! ¿Qué haces? ¡Déjame salir! – Exigí, casi suplicaba en un ahogado grito. – Es uno de los vampiros más buscados de Aerandir. ¡Tengo que acabar con él! – Al ver la negativa del humano, comencé a calmarme conforme veía el rostro preocupado de mi compañero de batalla. Pero respiraba agitada. Mis ojos volvían a su claridad más habitual. – Es… Estoy bien, ¿verdad? – Pregunté con más normalidad. Intenté mirar fuera. Pero las gotas de lluvia que rompían contra la cúpula de viento no permitían ver nada hacia fuera, ni tampoco hacia dentro. – Eltrant yo… - suspiré con fastidio, mirando hacia el rubí. Que brillaba, pero menos intensamente. Lo saqué del collar y lo tomé con mis manos. - … Este poder se me va de las manos. No puedo controlarlo. Crea un discurso del odio en mi interior y me supera. Siempre lo hace. Como le pasaba a Elen. Creía que conmigo sería diferente pero... me cuesta.
- - -
Fuera a Jules y Lyn parecían irles mejor las cosas. Vampiresa y brujo se habían aliado para combatir a los enemigos restantes. El brujo tiraba de la corredera de la ballesta cada vez que realizaba un disparo. Y con las pequeñas llamas que podía generar con su mano iba deshaciéndose de enemigos con buena facilidad.
Más allá de eso, también fue testigo del poder que había desatado para acabar con el chupasangres y la onda expansiva en forma de aire liberada al realizar el ataque, había mecido su gabardina. Posteriormente, el brujo observó como nos encontrábamos encerrados ahí.
-¡Ese Eltrant tiene agallas! No me encierro en esa esfera con Anastasia ahora mismo ni aunque me aseguren tres mil aeros. – celebró el brujo. Habiendo visto como me excedía en los últimos tiempos. Ya le parecía bien que Eltrant hablara conmigo. – Ey, Lyn, te noto preocupada. ¿Irá algo mal ahí dentro? – cuestionó el brujo en alusión a la esfera y el tiempo que tardaba en desaparecer. Los vampiros comenzaban a huir de la escena, y Zar, trataba de salir de los escombros. Aunque el brujo no le dio demasiada importancia.
Su visión se centró en el mayor espectáculo nocturno que jamás habían visto sus ojos. El trueno más estruendoso de la noche iluminó el cielo. En el centro de la tormenta, se había abierto una especie de vórtice celestial que no auguraba nada bueno. Jules nunca había visto nada de manera similar. Lyn, tal vez. Era la característica puesta en escena de los Jinetes Oscuros. – Eso no tiene buena pinta. – Y vaya si no la tenía. Múltiples relinchos se escucharon en los alrededores. No eran los caballos de Charles Corbeau. Era algo mucho más oscuro. Mucho más peligroso. Un enorme rayo de oscuridad comenzaba a caer en dirección a nuestra esfera. - ¡Lyn! ¡¿Qué diablos es eso?! ¿Tiene que ver con el rubí de Anastasia? ¿O es sólo una mala noche?– El brujo trató de disparar. Pero nada conseguía hacer contra aquella especie de sombra que venía hacia nosotros. Zar había aprovechado la distracción para, de nuevo, huir.
- - -
En el interior, Eltrant y yo no escuchábamos nada de lo que sucedía. Estaba completamente exhausta por todo el éter que había utilizado. Y me sentaba en el interior de la misma. – Acabo de sentir como si algo explotara dentro de mí. Lo llevo notando toda la noche. No es bueno, Eltrant. Cada vez que la reliquia libera su poder, es como si una puerta se rompiese en algún sitio. – describí.
De lo que no era consciente, era de que la puerta esta vez se había abierto muy cerca. El rubí era una fuente de poder oscuro, alimentada con las almas de miles de inocentes a lo largo de los años. Y su poder albergaba algo muy negro. Muy oscuro. Poco después, no tardaríamos en ver como una esfera comenzaba a rodear el muro de Eltrant y lo elevaba hacia los cielos. Con nosotros dentro, por supuesto. Unas risas malignas que parecía conocer de toda la vida nos envolvieron. Y el rubí, con su poder agotado, era un mero juguete para ellos.
El poder del rubí desatado había abierto un vórtice en el cielo. Había llamado a los Jinetes Oscuros sin haber sido consciente de ello.
-¡¿Qué?! ¿Qué pasa? – pregunté en cuanto noté que aquella especie de aura negra envolvía la esfera y tiraba de nosotros hacia los cielos. - ¡Eltrant! ¿Qué está pasando? ¡Haz algo!
Habilidad de nivel 6: Flotación Aeroquinética
*Off: Primero decir que esto no ha sido idea mía. Pero te vas al Oblivion conmigo. Es para la trama. No me mates, porfilis, me lo han pedido T_T. Eso sí, no podemos describir nada de ahí.
Anastasia Boisson
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Re: Eclipse [Privado]
Tomó a Huracán por los hombros justo cuando esta comenzó a calmarse, cuando sus ojos adquirieron su color usual. La cúpula no le dejaba ver lo que había a su alrededor, no podía saber cómo estaba evolucionando la pelea de la que se había aislado; pero no importaba, Lyn y Jules eran perfectamente capaces de lidiar con los demás vampiros perfectamente.
Huracán era quien necesitaba más ayuda en aquel momento.
- Estás bien, Huracán. – Le dijo relajándose un poco, notando como la bruja comenzaba a comportarse como ella misma. – Eres Anastasia Boisson: Maestra Cazadora. – Continuó diciendo cuando esta terminó de hablar. – Eres Huracán, maldita sea. – La zarandeó con algo de fuerza. – Un collar que brilla no puede controlarte, eres demasiado terca para eso. – Afirmó al final, cerrando su mano derecha en torno a la mano con la que Anastasia sujetaba el collar. – Y… tienes gente a tu alrededor que no permitirá que pase. – Incluso así, apenas tocando la reliquia, podía sentir la maldad que emanaba, la energía que instaba constantemente a Huracán a convertirse en aquella máquina de matar sin remordimientos.
Creía en todo lo que le había dicho, sin excepción, pero Anastasia tenía un camino muy difícil por delante, uno que no muchos conseguían superar. Elen, sin ir más lejos, estaba al borde del abismo y Eltrant recordaba haberles dicho palabras similares a aquellas.
No sabía que más hacer.
La gema que tenía Huracán pesaba más de lo que parecía mostrar, más de lo que él era capaz de entender. Suspiró y le ofreció a la cazadora su mejor sonrisa, que no fuese capaz de entender completamente lo que le pasaba no significaba que fuese a dejarla sola.
La copia de sombras de Eltrant embistió a varios vampiros y los apartó de su camino, después enarboló la gigantesca espada de sombras y abatió a otro más sin inmutarse siquiera, sin dejar escapar ningún sonido.
Lyn, mientras tanto, se deslizaba por el lugar siguiendo los movimientos de Jules, convirtiéndose en una distracción para sus enemigos y en una saeta más para el cazador.
- Eso es lo que me preocupa… – Lyn se giró hacia el hombre cuando este se detuvo un instante a recuperar el aliento y le preguntó si algo iría mal en el interior de la burbuja que había creado Eltrant. – No lo sé. – Agregó mordiéndose el labio inferior, depositando su mirada en la cúpula de aire.
Odiaba estar así: sin información de lo que estaba pasando, a oscuras.
- Pero es Eltrant. – dijo, forzando a sonreír. – Seguro que todo va… -
El cielo se abrió antes de que terminase de hablar, un único relámpago, tan rojo y brillante como la luna que descansaba sobre sus cabezas, tronó sobre el bosque y dio paso a un espectáculo que solo había visto una vez anterior a esa.
La última vez, no obstante, el portal fue mucho más pequeño.
- ¡Son los…! – Se detuvo, la esfera en la que estaban Eltrant y Huracán comenzó a ascender lentamente, frunció el ceño. - ¡Son los jinetes! – Gritó a Jules, comenzando a correr hacia él.
La esfera no fue lo único que el portal atrajo hacia sí, de forma similar al momento en el que Elen desterró el jinete al Oblivion, una fuerte corriente de aire atrajo todo lo que había en el lugar hacía el portal.
- ¡Jules! – Lyn trató de sujetar la mano del cazador de forma instintiva, pero, como esperaba que sucediese, la atravesó. - ¡Jules! – Intentó sujetarse al suelo en vano, agarrar cualquier brizna de hierba, pero era evidente que no iba a poder quedarse allí, no mientras fuese traslucida. - ¡Sombra! –Lyn llamó a la única figura que conseguía moverse de forma coherente en aquel lugar. – ¡Sombra, sujeta a Jules! ¡Da igual cómo! – Gritó alejándose cada vez más y más del cazador, incapaz de hacer nada para mantenerse en tierra.
¿Cómo era posible que aquel viento le afectase? La lluvia, el clima en general no conseguía tocarla. ¿Por qué aquello sí? ¿Tenía que ver con los jinetes?
- ¡Jules! –
La copia de Eltrant, que avanzaba de forma lenta pero constante, sujetó al cazador por uno de sus brazos y, a continuación, clavó la gigantesca replica de Olvido en su propia pierna derecha anclándose al suelo en el proceso; Después, cuando la réplica se hubo asegurado de que no se movía, de que la espada que atravesaba su muslo estaba firmemente hundida en el suelo, entrelazó ambos brazos en torno a la cintura de Jules.
- ¡Cuéntale a Elen lo que está pasando aquí! ¡A Asher! –
Miró a su alrededor, aturdido, sin saber qué hacer.
¿Por qué aquel tipo de cosas pasaban cuando ya tenían tantos problemas de por sí?
Se elevaban, estaban siendo arrastrados a algún lugar. Sombras cubrían poco a poco la esfera que había creado Eltrant y esté, incapaz de hacer nada para evitarlo, levantó a olvido frente a su cabeza, instó a la espada a trabajar con todas sus fuerzas a reforzar el muro.
- ¡¿Una puerta dices!? – Bramó Eltrant, haciéndose oír sobre el torrente de aire que liberaba su espada. - ¿¡Una puerta a dónde!? - Se le detuvo el corazón, las voces, la sensación de malestar, las risas: ya había sentido aquello antes. Los jinetes estaban a su alrededor, estaban arrastrado a la cúpula de algún modo.
El Oblivion.
- ¡Sujétate! – Gritó, cerró una de sus manos en torno a la muñeca de la cazadora.
La cúpula de viento se deformaba por momentos, no podría mantenerla demasiado. ¿Qué podía hacer? Pensó frenéticamente las posibilidades que tenían, intentó, por todos sus medios, en idear un plan coherente.
¿Qué haría Irirgo en su lugar? ¿Asher? ¿Elen? ¿Demian? ¿Alanna?
¿Cualquier persona con un mínimo de capacidad de planificación?
- ¡Anastasia! –
La cúpula estalló, se contrajo sobre sí misma y, después, liberó toda la energía que había estado conteniendo en el proceso apartando momentáneamente las sombras. En mitad del aire, Eltrant se vio a si mismo girando frenéticamente, aun ascendiendo hacía el agujero de oscuridad que flotaba en mitad del firmamento.
Trató de mantener sujeta a Huracán por todos los medios, se obligó a mantenerla sujeta, a no dejarla escapar. Pero acabó perdiéndola, una sacudida la arrancó de entre sus manos. Fuese lo que fuese lo que estaba atrayéndoles era poderoso, muy poderoso.
Perdió a la cazadora de vista entre la oscuridad.
- ¡Eltrant! –
Lyn pasó junto a él, trató de sujetarla en vano.
- ¡Lyanna! –
Todo estaba pasando realmente rápido, la oscuridad del portal pronto nubló la mayoría de sus sentidos, lugar en el que lo único que podía oír eran las voces de Lyn y Huracán, cerca de él, flotando sin poder controlar el destino que les esperaba.
Huracán era quien necesitaba más ayuda en aquel momento.
- Estás bien, Huracán. – Le dijo relajándose un poco, notando como la bruja comenzaba a comportarse como ella misma. – Eres Anastasia Boisson: Maestra Cazadora. – Continuó diciendo cuando esta terminó de hablar. – Eres Huracán, maldita sea. – La zarandeó con algo de fuerza. – Un collar que brilla no puede controlarte, eres demasiado terca para eso. – Afirmó al final, cerrando su mano derecha en torno a la mano con la que Anastasia sujetaba el collar. – Y… tienes gente a tu alrededor que no permitirá que pase. – Incluso así, apenas tocando la reliquia, podía sentir la maldad que emanaba, la energía que instaba constantemente a Huracán a convertirse en aquella máquina de matar sin remordimientos.
Creía en todo lo que le había dicho, sin excepción, pero Anastasia tenía un camino muy difícil por delante, uno que no muchos conseguían superar. Elen, sin ir más lejos, estaba al borde del abismo y Eltrant recordaba haberles dicho palabras similares a aquellas.
No sabía que más hacer.
La gema que tenía Huracán pesaba más de lo que parecía mostrar, más de lo que él era capaz de entender. Suspiró y le ofreció a la cazadora su mejor sonrisa, que no fuese capaz de entender completamente lo que le pasaba no significaba que fuese a dejarla sola.
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La copia de sombras de Eltrant embistió a varios vampiros y los apartó de su camino, después enarboló la gigantesca espada de sombras y abatió a otro más sin inmutarse siquiera, sin dejar escapar ningún sonido.
Lyn, mientras tanto, se deslizaba por el lugar siguiendo los movimientos de Jules, convirtiéndose en una distracción para sus enemigos y en una saeta más para el cazador.
- Eso es lo que me preocupa… – Lyn se giró hacia el hombre cuando este se detuvo un instante a recuperar el aliento y le preguntó si algo iría mal en el interior de la burbuja que había creado Eltrant. – No lo sé. – Agregó mordiéndose el labio inferior, depositando su mirada en la cúpula de aire.
Odiaba estar así: sin información de lo que estaba pasando, a oscuras.
- Pero es Eltrant. – dijo, forzando a sonreír. – Seguro que todo va… -
El cielo se abrió antes de que terminase de hablar, un único relámpago, tan rojo y brillante como la luna que descansaba sobre sus cabezas, tronó sobre el bosque y dio paso a un espectáculo que solo había visto una vez anterior a esa.
La última vez, no obstante, el portal fue mucho más pequeño.
- ¡Son los…! – Se detuvo, la esfera en la que estaban Eltrant y Huracán comenzó a ascender lentamente, frunció el ceño. - ¡Son los jinetes! – Gritó a Jules, comenzando a correr hacia él.
La esfera no fue lo único que el portal atrajo hacia sí, de forma similar al momento en el que Elen desterró el jinete al Oblivion, una fuerte corriente de aire atrajo todo lo que había en el lugar hacía el portal.
- ¡Jules! – Lyn trató de sujetar la mano del cazador de forma instintiva, pero, como esperaba que sucediese, la atravesó. - ¡Jules! – Intentó sujetarse al suelo en vano, agarrar cualquier brizna de hierba, pero era evidente que no iba a poder quedarse allí, no mientras fuese traslucida. - ¡Sombra! –Lyn llamó a la única figura que conseguía moverse de forma coherente en aquel lugar. – ¡Sombra, sujeta a Jules! ¡Da igual cómo! – Gritó alejándose cada vez más y más del cazador, incapaz de hacer nada para mantenerse en tierra.
¿Cómo era posible que aquel viento le afectase? La lluvia, el clima en general no conseguía tocarla. ¿Por qué aquello sí? ¿Tenía que ver con los jinetes?
- ¡Jules! –
La copia de Eltrant, que avanzaba de forma lenta pero constante, sujetó al cazador por uno de sus brazos y, a continuación, clavó la gigantesca replica de Olvido en su propia pierna derecha anclándose al suelo en el proceso; Después, cuando la réplica se hubo asegurado de que no se movía, de que la espada que atravesaba su muslo estaba firmemente hundida en el suelo, entrelazó ambos brazos en torno a la cintura de Jules.
- ¡Cuéntale a Elen lo que está pasando aquí! ¡A Asher! –
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Miró a su alrededor, aturdido, sin saber qué hacer.
¿Por qué aquel tipo de cosas pasaban cuando ya tenían tantos problemas de por sí?
Se elevaban, estaban siendo arrastrados a algún lugar. Sombras cubrían poco a poco la esfera que había creado Eltrant y esté, incapaz de hacer nada para evitarlo, levantó a olvido frente a su cabeza, instó a la espada a trabajar con todas sus fuerzas a reforzar el muro.
- ¡¿Una puerta dices!? – Bramó Eltrant, haciéndose oír sobre el torrente de aire que liberaba su espada. - ¿¡Una puerta a dónde!? - Se le detuvo el corazón, las voces, la sensación de malestar, las risas: ya había sentido aquello antes. Los jinetes estaban a su alrededor, estaban arrastrado a la cúpula de algún modo.
El Oblivion.
- ¡Sujétate! – Gritó, cerró una de sus manos en torno a la muñeca de la cazadora.
La cúpula de viento se deformaba por momentos, no podría mantenerla demasiado. ¿Qué podía hacer? Pensó frenéticamente las posibilidades que tenían, intentó, por todos sus medios, en idear un plan coherente.
¿Qué haría Irirgo en su lugar? ¿Asher? ¿Elen? ¿Demian? ¿Alanna?
¿Cualquier persona con un mínimo de capacidad de planificación?
- ¡Anastasia! –
La cúpula estalló, se contrajo sobre sí misma y, después, liberó toda la energía que había estado conteniendo en el proceso apartando momentáneamente las sombras. En mitad del aire, Eltrant se vio a si mismo girando frenéticamente, aun ascendiendo hacía el agujero de oscuridad que flotaba en mitad del firmamento.
Trató de mantener sujeta a Huracán por todos los medios, se obligó a mantenerla sujeta, a no dejarla escapar. Pero acabó perdiéndola, una sacudida la arrancó de entre sus manos. Fuese lo que fuese lo que estaba atrayéndoles era poderoso, muy poderoso.
Perdió a la cazadora de vista entre la oscuridad.
- ¡Eltrant! –
Lyn pasó junto a él, trató de sujetarla en vano.
- ¡Lyanna! –
Todo estaba pasando realmente rápido, la oscuridad del portal pronto nubló la mayoría de sus sentidos, lugar en el que lo único que podía oír eran las voces de Lyn y Huracán, cerca de él, flotando sin poder controlar el destino que les esperaba.
Eltrant Tale
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Re: Eclipse [Privado]
¡Estaba muy nerviosa! Temblaba. El poder era cada vez más intenso. Pero Eltrant me hablaba, y conseguía tranquilizarme. – Lo sé… Lo sé, Elt. – Dije en primera instancia, con una voz de agradecimiento, más tierna a la que solía desempeñar habitualmente. En una versión más personal de mí misma.
Sin embargo, por mucho que intentara relajarme, seguía teniendo miedo a lo que se avecinaba. El viento cada vez era más intenso, y la cúpula de Eltrant no tardó en desvanecerse para ver lo que estaba sobre nuestras cabezas.
Un enorme vórtice estaba abierto. Los truenos y los rayos, entre los nubarrones azules, eran replicadas por mis retinas. El rubí vibraba, no, saltaba, como nunca lo había hecho. Jamás había visto nada semejante. Miré a mi compañero con unos ojos de terror. Como imaginaba estaría él también.
-¡Son ellos, Eltrant! ¡Son ellos! – Grité en un llanto. Lo que me salió instintivamente fue agarrarme a las manos de Eltrant con fuerza. Pero daba igual. Nuestros cuerpos se elevaron al unísono. Grité como nunca lo había hecho en mi vida. Igual que Eltrant. Pronto, las corrientes provocadas por aquella especie de ciclón eran tan fuertes que nos absorbieron hacia el cielo. Nuestros brazos se separaron. - ¡ELTRANT! – Pero estaba demasiado lejos. Comenzamos a girar en círculos, entre gritos de desesperación. Traté de controlar el viento, pero aquel era demasiado intenso y parecía estar controlado por una magia que estaba muy por encima de mis capacidades.
Sin oposición, me fui directa al Oblivion.
-----
Si yo estaba asustada, Jules lo estaba aún más. El cazador trató agarrarse a Lyn instintivamente, pero sin éxito. - ¡Lyn! – gritó.
El brujo se hubiera iba directo hacia el Oblivion por la fuerza que tenía el enorme vórtice. Pudo sujetarse a un árbol hasta que la sombra de Eltrant lo tomó y lo sujetó con fuerza.
Instintivamente giró la cabeza hacia donde Eltrant y yo comenzábamos a volar. - ¡No! – Sí. Jules sabía que, como pasáramos por allí, no íbamos a volver. – ¡Lyn! ¡Se los están llevando! – exclamó el brujo. Pero la vampiresa, en su condición actual, poco podía hacer por tratar de llegar hasta nosotros.
Pronto, el viento también arrastró a Lyn. Sólo quedaba él, con aquella sombra inanimada sujetándole. Lyn le pidió que avisara a Elen y a Asher lo sucedido. Si pudiera hablar el brujo probablemente soltaría algún tono sarcástico hipotetizando acerca de su final. El vórtice se había tragado a sus tres amigos, y alguien tenía que vivir para contarlo. Tenía que ser él. El más débil de todos.
-Joder… - maldijo, la sombra de Eltrant comenzaba a perder fuerza en el terreno. Si no quería irse también, tenía que actuar.
Sacó su ballesta pesada. Por fortuna tenía el módulo de anclaje acoplado, con el que se permitía subir a los edificios, dado que Huracán acostumbraba a hacerlo de un salto por sus habilidades. A veces tenía que tener alguna ventaja no ser un brujo de aire. El brujo disparó a una roca, rezando a todos los dioses para que se quedara anclara. Con tan buena suerte que lo consiguió. Con este anclaje, volvió al suelo. Rodó hacia un lateral para colocar la cuerda tras otra roca también bien incrustada que sirviera para generar un mecanismo de polea improvisada que pudiera resistir más presión. Tiró con todas sus fuerzas en dirección contraria. La roca evitaba que saliera volando por los aires.
Podía aguantar… Podía aguantar un poco más. Miró al cielo. Huracán, Lyn y Eltrant se perdían en el vórtice. Pero él podía aguantar… Podía aguantar un poco más.
Finalmente, el vórtice se cerró, y Jules sintió una liberación al romperse la cuerda por la pérdida de fuerzas. Tras unos instantes doloridos, sobre el terreno, mostrándose agotado, pudo hablar.
-Oh… Mierda. ¿Y qué hago yo ahora? – se preguntó. Le dolía todo. Pero parecía tener todos los huesos en su sitio. Tendido sobre el suelo. Miraba al cielo. Estaba cerrado. ¿Habíamos sobrevivido? ¿Cómo podría volver a abrirse? Todo eran dudas para él. La luna ya no era roja, sino tenía su color blanco habitual. Toda tormenta parecía haber cesado. - Al menos ya no llueve...
Sin embargo, por mucho que intentara relajarme, seguía teniendo miedo a lo que se avecinaba. El viento cada vez era más intenso, y la cúpula de Eltrant no tardó en desvanecerse para ver lo que estaba sobre nuestras cabezas.
Un enorme vórtice estaba abierto. Los truenos y los rayos, entre los nubarrones azules, eran replicadas por mis retinas. El rubí vibraba, no, saltaba, como nunca lo había hecho. Jamás había visto nada semejante. Miré a mi compañero con unos ojos de terror. Como imaginaba estaría él también.
-¡Son ellos, Eltrant! ¡Son ellos! – Grité en un llanto. Lo que me salió instintivamente fue agarrarme a las manos de Eltrant con fuerza. Pero daba igual. Nuestros cuerpos se elevaron al unísono. Grité como nunca lo había hecho en mi vida. Igual que Eltrant. Pronto, las corrientes provocadas por aquella especie de ciclón eran tan fuertes que nos absorbieron hacia el cielo. Nuestros brazos se separaron. - ¡ELTRANT! – Pero estaba demasiado lejos. Comenzamos a girar en círculos, entre gritos de desesperación. Traté de controlar el viento, pero aquel era demasiado intenso y parecía estar controlado por una magia que estaba muy por encima de mis capacidades.
Sin oposición, me fui directa al Oblivion.
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Si yo estaba asustada, Jules lo estaba aún más. El cazador trató agarrarse a Lyn instintivamente, pero sin éxito. - ¡Lyn! – gritó.
El brujo se hubiera iba directo hacia el Oblivion por la fuerza que tenía el enorme vórtice. Pudo sujetarse a un árbol hasta que la sombra de Eltrant lo tomó y lo sujetó con fuerza.
Instintivamente giró la cabeza hacia donde Eltrant y yo comenzábamos a volar. - ¡No! – Sí. Jules sabía que, como pasáramos por allí, no íbamos a volver. – ¡Lyn! ¡Se los están llevando! – exclamó el brujo. Pero la vampiresa, en su condición actual, poco podía hacer por tratar de llegar hasta nosotros.
Pronto, el viento también arrastró a Lyn. Sólo quedaba él, con aquella sombra inanimada sujetándole. Lyn le pidió que avisara a Elen y a Asher lo sucedido. Si pudiera hablar el brujo probablemente soltaría algún tono sarcástico hipotetizando acerca de su final. El vórtice se había tragado a sus tres amigos, y alguien tenía que vivir para contarlo. Tenía que ser él. El más débil de todos.
-Joder… - maldijo, la sombra de Eltrant comenzaba a perder fuerza en el terreno. Si no quería irse también, tenía que actuar.
Sacó su ballesta pesada. Por fortuna tenía el módulo de anclaje acoplado, con el que se permitía subir a los edificios, dado que Huracán acostumbraba a hacerlo de un salto por sus habilidades. A veces tenía que tener alguna ventaja no ser un brujo de aire. El brujo disparó a una roca, rezando a todos los dioses para que se quedara anclara. Con tan buena suerte que lo consiguió. Con este anclaje, volvió al suelo. Rodó hacia un lateral para colocar la cuerda tras otra roca también bien incrustada que sirviera para generar un mecanismo de polea improvisada que pudiera resistir más presión. Tiró con todas sus fuerzas en dirección contraria. La roca evitaba que saliera volando por los aires.
Podía aguantar… Podía aguantar un poco más. Miró al cielo. Huracán, Lyn y Eltrant se perdían en el vórtice. Pero él podía aguantar… Podía aguantar un poco más.
Finalmente, el vórtice se cerró, y Jules sintió una liberación al romperse la cuerda por la pérdida de fuerzas. Tras unos instantes doloridos, sobre el terreno, mostrándose agotado, pudo hablar.
-Oh… Mierda. ¿Y qué hago yo ahora? – se preguntó. Le dolía todo. Pero parecía tener todos los huesos en su sitio. Tendido sobre el suelo. Miraba al cielo. Estaba cerrado. ¿Habíamos sobrevivido? ¿Cómo podría volver a abrirse? Todo eran dudas para él. La luna ya no era roja, sino tenía su color blanco habitual. Toda tormenta parecía haber cesado. - Al menos ya no llueve...
Anastasia Boisson
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Re: Eclipse [Privado]
Flotaba, seguía girando sin control.
Pero ya no lo notaba. Desde su punto de vista estaba estático, simplemente se movía; No tenía ningún punto de referencia, no había arriba ni abajo en aquel lugar.
¿Habían pasado horas? ¿Días? ¿Minutos?
En aquel lugar era difícil de saber el paso del tiempo.
Le era difícil de saber incluso si tenía los ojos abiertos o no.
¿Allí acababa todo? ¿Así era como moría?
Dos preguntas que se había hecho una infinidad de veces pero que, de algún modo, nunca terminaba de creerse.
Normalmente, en casos como aquel, se encerraba en su terquedad, decidía por sí mismo que no podía morir, que aquel lugar no era el adecuado para descansar definitivamente.
¿Pero que podía hacer? Los Jinetes eran… seres sobrenaturales, poderosos, individuos que traían consigo calamidades impensables, que traían el fin del mundo. ¿Qué podía hacer él? No había conseguido ni evitar ser arrastrado por el portal.
La conciencia iba y venía de forma intermitente.
Sabía que Lyn, que Huracán estaban allí, con él, en alguna parte de aquella oscuridad interminable. Pero no los veía, tampoco no oía nada reseñable, lo único destacable era el murmullo de un viento ya lejano, uno que había dejado atrás pero que aun así le arrastraba hacía un destino incierto.
- ¡Huracán! –
Su voz no sonó en sus oídos aun cuando estaba seguro de haber gritado aquel nombre.
- ¡Lyn! –
Algo que se volvió a repetir cuando exclamó el nombre de la vampiresa.
Hiciese lo que hiciese, de allí no había escapatoria alguna.
¿Aquello era el Oblivion? ¿Aquel mar de oscuridad era de dónde procedían los Jinetes?
Fuese lo que fuese aquel lugar, cuando un suave resplandor se apareció frente a él, indicando el final de aquel túnel interminable, perdió completamente el conocimiento.
Pero ya no lo notaba. Desde su punto de vista estaba estático, simplemente se movía; No tenía ningún punto de referencia, no había arriba ni abajo en aquel lugar.
¿Habían pasado horas? ¿Días? ¿Minutos?
En aquel lugar era difícil de saber el paso del tiempo.
Le era difícil de saber incluso si tenía los ojos abiertos o no.
¿Allí acababa todo? ¿Así era como moría?
Dos preguntas que se había hecho una infinidad de veces pero que, de algún modo, nunca terminaba de creerse.
Normalmente, en casos como aquel, se encerraba en su terquedad, decidía por sí mismo que no podía morir, que aquel lugar no era el adecuado para descansar definitivamente.
¿Pero que podía hacer? Los Jinetes eran… seres sobrenaturales, poderosos, individuos que traían consigo calamidades impensables, que traían el fin del mundo. ¿Qué podía hacer él? No había conseguido ni evitar ser arrastrado por el portal.
La conciencia iba y venía de forma intermitente.
Sabía que Lyn, que Huracán estaban allí, con él, en alguna parte de aquella oscuridad interminable. Pero no los veía, tampoco no oía nada reseñable, lo único destacable era el murmullo de un viento ya lejano, uno que había dejado atrás pero que aun así le arrastraba hacía un destino incierto.
- ¡Huracán! –
Su voz no sonó en sus oídos aun cuando estaba seguro de haber gritado aquel nombre.
- ¡Lyn! –
Algo que se volvió a repetir cuando exclamó el nombre de la vampiresa.
Hiciese lo que hiciese, de allí no había escapatoria alguna.
¿Aquello era el Oblivion? ¿Aquel mar de oscuridad era de dónde procedían los Jinetes?
Fuese lo que fuese aquel lugar, cuando un suave resplandor se apareció frente a él, indicando el final de aquel túnel interminable, perdió completamente el conocimiento.
Eltrant Tale
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