Mas Muertos que Vivos [Privado - Tatsuya] [CERRADO]

A mi retorno de Kanpai, tras obtener el perdón de mi padre y haberme reído de la cara de la muerte, llegué a Beltrexus en busca de un dinerillo rápido. Mis bolsillos estaban tan vacíos como mi estómago luego de que el cabrón de Quasimodo me apaleara y me despojara de todas mis pertenencias menos mi espada. Afortunadamente, esto último aún seguía a mi lado, pues era la única herramienta que conocía para ganarme la vida. Sin embargo, por las calles de la ciudad se corría la voz de "un hombre de ojos rasgados, de vestimenta extraña y cabellera larga que había asesinado al jefe de guardia de Beltrexus". Como medida de seguridad, cada vez más guardias resguardaban el puerto, y vigilaban meticulosamente la lista de pasajeros de cada barco, en busca de mi paradero. La situación era lo suficientemente precaria como para no querer acercarme a casi nadie sin una capucha cubriéndome un tercio del rostro.

Pasaban los días, y no hacía más que conseguir trabajos de pacotilla: entrega de paquetes secretos, asesinato, extorsión, lo de siempre. Conforme iba sumando calderilla, la gastaba en las tres comidas del día, y volvía a la rutina de los trabajos ilícitos. Lo que me cuesta admitir es que cada vez sentía más desdén por hacerlo, como si una parte de mí se sintiera aún culpable por los hechos en Kanpai.

Transcurría ya la tercera semana de bohemia cuando un hombre se acercó a mí, en medio de la noche. Reconocí que era un mago del Hekshold al instante, por su toga, y la cara de lameculos. Este último detalle era concluyente sobre todo lo demás, y mucho menos hace falta entrar en detalles. Si han visto a un mago del Hekshold, sabrán a qué me refiero.

—Si has venido a llevarme ante la justicia, hazlo de una vez. No me gustan los hideputas que se andan con rodeos. —le ladré al mago.

—No vengo para llevarte a la justicia; sino para sacarte de la miseria, hundiéndote más en la misma. —expresó el hombre con elocuencia. Gruñí como respuesta.— Seré directo: sé quién eres, Tatsuya Suou, y por ello vengo en busca de tus servicios. Pronto se celebrará un consejo de brujos, y me gustaría que me sirvieras de guardaespaldas.

No me hizo falta hablar para demostrar mi aprobación, pero mi gesto pudo malinterpretarse ampliamente. Como respuesta, desenvainé la espada y acaricié el cuello del brujo con su filo.

—No voy a preguntarte de dónde sacaste mi apellido, porque tú y tu gente piensan saberlo todo. Lo que voy a agradecerte, es que esta sea la última vez que lo menciones. —le instigué amenazadoramente.


Al día siguiente, un largo paseo por los desahuciados callejones de Beltrexus me llevó a la fachada de una lujosa mansión, de la típica arquitectura que utilizan los aristócratas para copiarse los unos a los otros: montones de ventanas, torres, cúpulas, vitrales, y cualquier otro adorno rebuscado. Lo poco inspiradas que eran las construcciones en el resto del mundo me hacían extrañar mi tierra natal.

En su interior, me recibió un gran salón principal, rebosante de personas de multitud de razas: brujos, humanos, e incluso un vampiro, lo que me hizo arquear una ceja, al igual que un mugriento humano, de aspecto barbárico que no pintaba para nada en el ambiente. Sea como fuere, le di la menor de la importancia.

Al final del salón se apreciaban unas escaleras en caracol, que guiaban a un segundo piso compuesto de angostos pasillos que hacían las veces de balcón y formaban una "H". En estos pasillos conversaban brujos del Hekshold, y algunos reposaban en las barandillas, observando a la plebe del primer piso. Uno de estos era mi contratador.

Por los momentos, parecía que aquello sería una típica reunión: todos reirían, bailarían, quizás me daría algo de tiempo para acostarme con una fulana, y me pagarían por ello. No podía tener mejor suerte.