Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
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Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
El salón principal de “La gaviota”, la taberna más grande de Belltrexus, estaba a rebosar. Llegaron personas de todos los rincones de Aerandir. Los brujos se hicieron eco de la noticia utilizando sus habilidades mágicas y sus bolas de cristal. Nobles humanos de Verisar, dragones de las familias más antiguas de Dundarak y, para desgracia de muchos brujos, altos sacerdotes elfos de Sandorai. Los pasajeros de cada barco eran los mismos: una familia reconocida por sus apellidos, unos guerreros premiados en batalla y un par de juglares que animarían la fiesta. El catedrático Heck Hartem, quien se hacía llamar Thundermaul, hubiera preferido celebrar el día de su nombre en la privacidad del Hekshold. Los dragones le eran gérmenes con fauces y alas que infectaban cada lugar que habitaban con su aliento de hollín, los humanos eran unos imbéciles incapaces de entender las lecciones más simples de la magia y los elfos… Que no le hicieran hablar de los elfos pues pasaría horas bramando una caterva de insultos que parecían no tener fin.
Lo peor de la noche eran los juglares. Bailaban y reían como si estuvieran obligando a los presentes a bailar y reír con ellos. Si no obedecían, mostraban una cómica mueca de desagrado, un vago hechizo carente de poder, y regresaban a sus trotes y sus risas como si no hubiera ocurrido nada. El maestro Hartem lo odiaba. Sus bromas no tenían gracia y sus pasodobles eran tan ridículos que bien podrían parecer el cortejo de un pavo real. La comparación tomaba más fuerza cuando se fijaba en el vestuario de los juglares: ropas de alegres colores verdes, morados y naranjas; los colores de un pavo real.
Otra cerveza, hasta arriba. No lo pedía en voz alta. Levantaba la mano y esperaba a que los camareros le trajeran una nueva jarra de cerveza fría. El alcohol era un sedante para el tedio. El maestro Hartem bebía en silencio dando pequeños sorbos para evitar embriagarse. La mesa estaba repleta de comida de todos los rincones de Aerandir, eran ofrendas que las familias habían traído junto a sus galardonados guerreros y sus desgraciados juglares. Thundermaul solo comió de la comida típica de las islas y de aquella que podría encontrarse de cualquier rincón de Aerandir. Los platos regionales de Dundarak, Verisar y Sandorai eran para los dragones, humanos y elfos; respectivamente
Terminado el banquete, los camareros de “La gaviota” acompañaron a Hartem a un pedestal elevado al extremo del salón. Allí se encontraba un trono hecho de manera pulida. En el respaldo se encontraban el emblema del Hekshold y el de la casa Hartem. Los reposabrazos terminaban con la cabeza de dos farcolyares, animal que representaba de la casa Hartem. Thundermaul se sentó en el trono y pidió que le trajeran otra jarra de cerveza.
Las mesas fueron recogidas en un abrir y cerrar de ojos. Tanto los camareros como los sirvientes de las familias nobles se organizaron para la limpieza. El salón se convirtió en un baile de risas y colores. Las elfas hacían gala de sus vestidos vaporosos y transparentes (¡Ningún brujo quiere ver vuestras intimidades!) los dragones compaginaban los pasodobles con alientos elementales (¡Vais a destrozar la taberna!) y los humanos emitían un sollozo de asombro por cada hechizo que presenciaban (¡Pedid que os hagan un cuadro al óleo, os durará más tiempo!).
Terminado el primer baile, Thundermaul se obligó a aplaudir. El público lo siguió con entusiasmo mucho mayor. Thundermaul siguió aplaudiendo más tiempo de que era considerado. Cuando todos dejaron de dar palmas, el maestro comenzó a reír. Dio fuertes pisotones al suelo al ritmo de sus aplausos, los cuales se aceleraban a cada golpe. El suelo tembló como si la isla se estuviera despertando de un largo letargo.
Con la cabeza, hizo una señal a Wanda (una prisionera ascendida a sirvienta), para que le acercara el cofre que había traído consigo. Thundermaul dejó de aplaudir en el momento en el que la mujer bestia depositó el cofre sobre las rodillas del maestro. Los presentes estaban en riguroso silencio. Los ojos de fascinación de los humanos guardaban todo detalle en retinas; les será de utilidad para cuando regresen a Verisar y tengan que pintar al óleo lo que vieron. Thundermaul extrajo del cofre un pedazo de hueso de gigante de roca envuelto con un trapo de lino.
— Hoy es mi sexagésimo día del nombre. — hubo un ademán de aplausos y griteríos por parte del público, pero el maestro los hizo callar con el crepitar de la tierra. —Habría preferido celebrarlo en la intimidad con mis seres queridos en lugar de beber cerveza aguada con una panda de desconocidos los cuales es posible que no vuelva en mi vida. — hizo una pequeña pausa — Soy un anciano. Que mi robusta constitución física no os engañe. Cada día me resulta más costoso bajar las escaleras de la montaña y presentarme en Belltrexus; debo hacer cortos descanso para tomar aire en los tramos de subida.
Desenvolvió el pedazo de hueso de gigante y lo alzo lentamente como si fuera una reliquia sagrada.
— Los marineros sentirán un gozo similar al mío al reconocer esto. Me encontré con un gigante de roca y tallé un trozo de rótula para examinarla con atención. Como sabéis, me dedico al estudio de metalurgia y la mineralogía. Los gigantes de roca son seres extraordinarios que, por sus proporciones físicas, se nos hace difícil estudiarlos. Existen libros escritos por eruditos que aseguran haber utilizado una astilla de hueso como cincel arcano. Estoy convencido de que, si a día de hoy, viesen lo que os muestro en mis manos, se quedarían asombrados. Estos eruditos encontraron las astillas en las huellas que dejaban los dragones; eran sobras, desperdicios. Este fragmento de hueso, tan grande como mi mano, lo corté personalmente del gigante. Sus propiedades con respecto al éter son muy diferentes a la que se estudió tiempo atrás. Los eruditos de los cuales os estoy hablando consiguieron incrementar el potencial de sus hechizos. Este fragmento de hueso, sin embargo, es capaz de realizar sus propios hechizos con respuesta al éter del usuario que lo posea.
El pedazo de rótula cobró el color de arcilla. Emanó un líquido denso y viscoso que era mezcla entre la sangre y la savia de un árbol joven. Hartem pidió a Wanda que lo sostuviera. El hueso regresó a su color gris pálido original y la sangre/savia desapareció al perder el contacto con Thundermaul.
—El hueso reconoce a la magia de su poseedor y la representa de una manera diferente de cada quien. Si el usuario no posee magia de ningún tipo, el objeto regresa a su tono natural. Permitidme que os diga: este descubrimiento cambiará lo que hoy conocemos sobre los gigantes de roca. Nos permitirá crear instrumentos mágicos personalizados y nos ayudará a entender mejor la respuesta de las criaturas mágicas hacia los habitantes de Aerandir.
Hartem ordenó con la mano a Wanda que bajase los escalones del pedestal. La bestia obedeció mansamente y se colocó debajo de las escaleras, en línea recta con respecto al trono de Hartem.
—Adelante, tocad el hueso y dadme un buen motivo para permanecer hoy ante ustedes.
Wanda tapó la parte inferior del hueso con el trapo de lino. Antes de ello, vio un pequeño gusano blanco emerger del hueso como si este fuera un pedazo de queso podrido. Desapareció cuando lo dejó de tocar directamente con las manos. Wanda era sensible a la magia, pero no lo dijo en voz ni dejó que el maestro Hartem se enterase. Sería su secreto.
* Bienvenidas Nahir y Reike: Este primer turno nos servirá de presentación hacia uno de los maestros del Hekshold. No importa que no sea la casa que deseáis pertenecer. Es un tema introductorio que nos servirá para que vosotras personalicéis la trama en base a de las necesidades de vuestras tramas.
Estamos en la fiesta de cumpleaños de Hartem. El maestro no la ha organizado por diversión, sino por estudio. Quiere saber cómo responde el fragmento de hueso ante la magia de cada individuo. En este primer turno, además de servir de presentación y personalización, ponemos a prueba vuestra creatividad. Tocad el hueso y describid la respuesta de éste frente a vuestra magia.
También podéis describir la respuesta de otras personas (npcs) que estén antes que vosotras. He de decir que la magia que describe el objeto no tiene que ver, solamente, con las habilidades mágicas de brujos y elfos. Puede deberse al haber tenido contacto con un objeto mágico o ser especialmente sensible a los sueños proféticos. En el caso de Wanda, al haber estado en contacto con diferentes objetos malditos, vemos que el hueso responde con un gusano; con podredumbre. En otras palabras: tenéis muchas opciones para jugar y hacer algo divertido.
Links de interés:
El Hekshold [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Ficha Heck Hartem (Thundermaul) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Ficha Wanda [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Apunte: Wanda fue capturada por Thundermaul temas atrás. No sabes qué hizo para pasar de ser prisionera a convertirse en sirvienta. Lo descubriremos en turnos siguientes.
Ficha Gigantes [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Apunte: los gigantes de roca son una raza de gigantes poco estudiada. Mi intención es aumentar el lore de estos gigantes con la cátedra.
Lo peor de la noche eran los juglares. Bailaban y reían como si estuvieran obligando a los presentes a bailar y reír con ellos. Si no obedecían, mostraban una cómica mueca de desagrado, un vago hechizo carente de poder, y regresaban a sus trotes y sus risas como si no hubiera ocurrido nada. El maestro Hartem lo odiaba. Sus bromas no tenían gracia y sus pasodobles eran tan ridículos que bien podrían parecer el cortejo de un pavo real. La comparación tomaba más fuerza cuando se fijaba en el vestuario de los juglares: ropas de alegres colores verdes, morados y naranjas; los colores de un pavo real.
Otra cerveza, hasta arriba. No lo pedía en voz alta. Levantaba la mano y esperaba a que los camareros le trajeran una nueva jarra de cerveza fría. El alcohol era un sedante para el tedio. El maestro Hartem bebía en silencio dando pequeños sorbos para evitar embriagarse. La mesa estaba repleta de comida de todos los rincones de Aerandir, eran ofrendas que las familias habían traído junto a sus galardonados guerreros y sus desgraciados juglares. Thundermaul solo comió de la comida típica de las islas y de aquella que podría encontrarse de cualquier rincón de Aerandir. Los platos regionales de Dundarak, Verisar y Sandorai eran para los dragones, humanos y elfos; respectivamente
Terminado el banquete, los camareros de “La gaviota” acompañaron a Hartem a un pedestal elevado al extremo del salón. Allí se encontraba un trono hecho de manera pulida. En el respaldo se encontraban el emblema del Hekshold y el de la casa Hartem. Los reposabrazos terminaban con la cabeza de dos farcolyares, animal que representaba de la casa Hartem. Thundermaul se sentó en el trono y pidió que le trajeran otra jarra de cerveza.
Las mesas fueron recogidas en un abrir y cerrar de ojos. Tanto los camareros como los sirvientes de las familias nobles se organizaron para la limpieza. El salón se convirtió en un baile de risas y colores. Las elfas hacían gala de sus vestidos vaporosos y transparentes (¡Ningún brujo quiere ver vuestras intimidades!) los dragones compaginaban los pasodobles con alientos elementales (¡Vais a destrozar la taberna!) y los humanos emitían un sollozo de asombro por cada hechizo que presenciaban (¡Pedid que os hagan un cuadro al óleo, os durará más tiempo!).
Terminado el primer baile, Thundermaul se obligó a aplaudir. El público lo siguió con entusiasmo mucho mayor. Thundermaul siguió aplaudiendo más tiempo de que era considerado. Cuando todos dejaron de dar palmas, el maestro comenzó a reír. Dio fuertes pisotones al suelo al ritmo de sus aplausos, los cuales se aceleraban a cada golpe. El suelo tembló como si la isla se estuviera despertando de un largo letargo.
Con la cabeza, hizo una señal a Wanda (una prisionera ascendida a sirvienta), para que le acercara el cofre que había traído consigo. Thundermaul dejó de aplaudir en el momento en el que la mujer bestia depositó el cofre sobre las rodillas del maestro. Los presentes estaban en riguroso silencio. Los ojos de fascinación de los humanos guardaban todo detalle en retinas; les será de utilidad para cuando regresen a Verisar y tengan que pintar al óleo lo que vieron. Thundermaul extrajo del cofre un pedazo de hueso de gigante de roca envuelto con un trapo de lino.
— Hoy es mi sexagésimo día del nombre. — hubo un ademán de aplausos y griteríos por parte del público, pero el maestro los hizo callar con el crepitar de la tierra. —Habría preferido celebrarlo en la intimidad con mis seres queridos en lugar de beber cerveza aguada con una panda de desconocidos los cuales es posible que no vuelva en mi vida. — hizo una pequeña pausa — Soy un anciano. Que mi robusta constitución física no os engañe. Cada día me resulta más costoso bajar las escaleras de la montaña y presentarme en Belltrexus; debo hacer cortos descanso para tomar aire en los tramos de subida.
Desenvolvió el pedazo de hueso de gigante y lo alzo lentamente como si fuera una reliquia sagrada.
— Los marineros sentirán un gozo similar al mío al reconocer esto. Me encontré con un gigante de roca y tallé un trozo de rótula para examinarla con atención. Como sabéis, me dedico al estudio de metalurgia y la mineralogía. Los gigantes de roca son seres extraordinarios que, por sus proporciones físicas, se nos hace difícil estudiarlos. Existen libros escritos por eruditos que aseguran haber utilizado una astilla de hueso como cincel arcano. Estoy convencido de que, si a día de hoy, viesen lo que os muestro en mis manos, se quedarían asombrados. Estos eruditos encontraron las astillas en las huellas que dejaban los dragones; eran sobras, desperdicios. Este fragmento de hueso, tan grande como mi mano, lo corté personalmente del gigante. Sus propiedades con respecto al éter son muy diferentes a la que se estudió tiempo atrás. Los eruditos de los cuales os estoy hablando consiguieron incrementar el potencial de sus hechizos. Este fragmento de hueso, sin embargo, es capaz de realizar sus propios hechizos con respuesta al éter del usuario que lo posea.
El pedazo de rótula cobró el color de arcilla. Emanó un líquido denso y viscoso que era mezcla entre la sangre y la savia de un árbol joven. Hartem pidió a Wanda que lo sostuviera. El hueso regresó a su color gris pálido original y la sangre/savia desapareció al perder el contacto con Thundermaul.
—El hueso reconoce a la magia de su poseedor y la representa de una manera diferente de cada quien. Si el usuario no posee magia de ningún tipo, el objeto regresa a su tono natural. Permitidme que os diga: este descubrimiento cambiará lo que hoy conocemos sobre los gigantes de roca. Nos permitirá crear instrumentos mágicos personalizados y nos ayudará a entender mejor la respuesta de las criaturas mágicas hacia los habitantes de Aerandir.
Hartem ordenó con la mano a Wanda que bajase los escalones del pedestal. La bestia obedeció mansamente y se colocó debajo de las escaleras, en línea recta con respecto al trono de Hartem.
—Adelante, tocad el hueso y dadme un buen motivo para permanecer hoy ante ustedes.
Wanda tapó la parte inferior del hueso con el trapo de lino. Antes de ello, vio un pequeño gusano blanco emerger del hueso como si este fuera un pedazo de queso podrido. Desapareció cuando lo dejó de tocar directamente con las manos. Wanda era sensible a la magia, pero no lo dijo en voz ni dejó que el maestro Hartem se enterase. Sería su secreto.
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* Bienvenidas Nahir y Reike: Este primer turno nos servirá de presentación hacia uno de los maestros del Hekshold. No importa que no sea la casa que deseáis pertenecer. Es un tema introductorio que nos servirá para que vosotras personalicéis la trama en base a de las necesidades de vuestras tramas.
Estamos en la fiesta de cumpleaños de Hartem. El maestro no la ha organizado por diversión, sino por estudio. Quiere saber cómo responde el fragmento de hueso ante la magia de cada individuo. En este primer turno, además de servir de presentación y personalización, ponemos a prueba vuestra creatividad. Tocad el hueso y describid la respuesta de éste frente a vuestra magia.
También podéis describir la respuesta de otras personas (npcs) que estén antes que vosotras. He de decir que la magia que describe el objeto no tiene que ver, solamente, con las habilidades mágicas de brujos y elfos. Puede deberse al haber tenido contacto con un objeto mágico o ser especialmente sensible a los sueños proféticos. En el caso de Wanda, al haber estado en contacto con diferentes objetos malditos, vemos que el hueso responde con un gusano; con podredumbre. En otras palabras: tenéis muchas opciones para jugar y hacer algo divertido.
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
El día pasó como otro cualquiera:
La madre de Nahir ha de insistir un par de veces para que esta se levante. La morena, después de un rato dando vueltas en la cama sin hacer nada, se levanta para asearse, come algo de fruta que su madre le ha dejado en la mesa y se va a trabajar. Todos los días son iguales, día tras día .
Nahir ha entrado en un circulo de rutina del cual no sabe como salir. Pero aquella noche no iba a ser para nada rutinaria.
Ya había terminado sus labores en el campo, y con la llegada de la noche, Nahir se disponía a volver a casa a disfrutar de una abundante cena –estaba hambrienta- antes de ir a dormir y comenzar de nuevo. Aquella mañana no se había podido escapar ni un solo momento, así que decidió coger el camino largo hasta casa, para estar un rato disfrutando de su soledad y del silencio, cuando pasó por delante de una de las tabernas de la cuidad. Le llamó la atención la música y el ruido que hacían, ¿sería una fiesta? La bruja se acerco lentamente a una de las ventanas para poder husmear.
Baile, colores, vino, risas, gente, cerveza... la morena sonrió de oreja a oreja. Aquella gente se lo estaba pasando en grande. Y tan rápido como vino, la sonrisa de joven se esfumó. Sintió algo de celos hacia aquellas personas, pasandolo tan bien. Se quedó unos instantes más contemplando aquella fantástica fiesta imaginándose bailando entre el gentío. Pero debía volver a la realidad.
El trayecto que le quedaba hasta casa lo hizo arrastrando los pies, triste.
-Hola, ya he llegado...- susurró al llegar a casa.
No obtuvo respuesta, aquello quería decir que su madre estaría aun trabajando en algún pedido.
Se sentó en la mesa, no había nada de cenar. Se sujetó la cabeza con ambas manos dejando caer un largo suspiro. ¿Tan malo sería que se saltase un día las normas? Bueno... en realidad no había pedido permiso, por lo que no le habían negado nada... así que no estaba haciendo nada malo.
La bruja corrió hasta la habitación de su madre, sabía que en uno de los arcones había visto un vestido hacía un tiempo, seguro que le quedaba bien.
Y ahí estaba, un vestido de color blanco. De manga larga, con unos cordones en cada una para poder ajustarlas mas o dejarlas anchas. Era largo hasta los tobillos, con un poco de escote, muy poco. Sin más, sencillo pero bonito. Era perfecto.
Ahora el camino hasta la taberna fue ameno. Cuando llegó a la puerta de “la gaviota” la morena inspiró una gran bocanada de aire, como armándose de valor para hacer aquello. Entrar no fue especialmente difícil ya que había mucha gente y esta entraba y salía constantemente.
Al entrar fue directa a una mesa en la que habían muchas jarras y copas para beber, pero también habían un par de fuentes de frutas. Y tras ponerse las botas cogió una de las copas que supuso que llevaría vino. Casi nunca había bebido alcohol, y aquella noche no iba a ser su primera gran borrachera, así que tras darle un sorbito y hacer una mueca de desagrado, dejó la copa nuevamente en la mesa. Su objetivo ahora era la zona de baile. No se fijó mucho en quien había, es más, esperaba no reconocer a nadie ni ser reconocida, así nunca debería contar aquella vez en la que se coló en una fiesta sin ser invitada.
La música parecía que entraba en su cuerpo y se apoderaba de cada parte de su ser. Se dejaba llevar con cada nota que parecía sonar solo para ella.
Estaba siendo una noche inolvidable.
Entonces la música paró, también las risas y la gente, todos se centraron en una sola persona, un hombre mayor de cabello oscuro. Parecía que la gente había incluso dejado de pestañear.
La bruja se fue alejando hacía la parte opuesta en la que se encontraba aquel hombre, para apoyarse en la pared y prestar atención, desde ahí seguro que molestaría menos. Se quedó fascinada con la explicación que estaba dando de aquel hueso ¿pasaría algo si lo tocase ella? La gente empezó a hacer una cola frente al pedestal en el que se encontraba el anciano para tocar el hueso.
Nahir dudó. Sabía que lo mejor en aquel momento era irse, volver a casa, dejar el vestido de su madre tal y como estaba y meterse en la cama para coger fuerzas y trabajar al día siguiente en el puñetero campo. Pero la curiosidad la estaba matando. Las palabras retadoras del anciano se repetían una y otra vez en su cabeza. ¿Que esperaba ver o encontrar? ¿Era posible que pasase algo malo?
La bruja daba vueltas a los anillos de sus dedos, barajando cada una de las posibilidades. Se fijó entonces en la mujer que sujetaba el hueso, nunca había visto a nadie como ella. Era peculiar, pero muy bella.
-Vamos Nahir, no tiene porque pasar nada...- se intentaba autoconvencer poniendose en la cola.
Iba asomando la cabeza por los lados de la gente, intentando ver que iba sucediendo, nerviosa. Hasta que llegó su turno, se le había hecho eterno.
-Ho-hola...- susurró la joven al verse frente a la mujer bestia que sujetaba el hueso.
Dio el paso que le quedaba para poder alzar el brazo y tocar el hueso. Tan solo colocó la mano sobre el objeto, tocándolo con cuidado, como si este se fuese a romper en cualquier momento.
La rotula se aclaró un poco, como si tuviese algo parecido a una llama en su interior y entonces empezó a caer agua, como si fuese una fuente natural. Nahir sonrió. Pero entonces la luz de apagó de golpe, la rotula se oscureció y las aguas se tornaron negras. No era agua oscura que puede parecer negra, era más bien un liquido totalmente negro, opaco, que incluso ahora parecía más denso. Aquel líquido dejó de caer para remolinarse en torno a su piel, como trepando por su brazo. La bruja sacó la mano de golpe, poniéndola contra su pecho. Entonces miró a la mujer, después al hombre. ¿que significaba aquello?
-Ponte a un lado que ahora voy yo- dijo un poco seco el hombre que había tras ella, dandole un pequeño empujon para que se apartase.
La morena se alejó un poco de la zona, con el ceño fruncido y con aun más preguntas que antes.
La madre de Nahir ha de insistir un par de veces para que esta se levante. La morena, después de un rato dando vueltas en la cama sin hacer nada, se levanta para asearse, come algo de fruta que su madre le ha dejado en la mesa y se va a trabajar. Todos los días son iguales, día tras día .
Nahir ha entrado en un circulo de rutina del cual no sabe como salir. Pero aquella noche no iba a ser para nada rutinaria.
Ya había terminado sus labores en el campo, y con la llegada de la noche, Nahir se disponía a volver a casa a disfrutar de una abundante cena –estaba hambrienta- antes de ir a dormir y comenzar de nuevo. Aquella mañana no se había podido escapar ni un solo momento, así que decidió coger el camino largo hasta casa, para estar un rato disfrutando de su soledad y del silencio, cuando pasó por delante de una de las tabernas de la cuidad. Le llamó la atención la música y el ruido que hacían, ¿sería una fiesta? La bruja se acerco lentamente a una de las ventanas para poder husmear.
Baile, colores, vino, risas, gente, cerveza... la morena sonrió de oreja a oreja. Aquella gente se lo estaba pasando en grande. Y tan rápido como vino, la sonrisa de joven se esfumó. Sintió algo de celos hacia aquellas personas, pasandolo tan bien. Se quedó unos instantes más contemplando aquella fantástica fiesta imaginándose bailando entre el gentío. Pero debía volver a la realidad.
El trayecto que le quedaba hasta casa lo hizo arrastrando los pies, triste.
-Hola, ya he llegado...- susurró al llegar a casa.
No obtuvo respuesta, aquello quería decir que su madre estaría aun trabajando en algún pedido.
Se sentó en la mesa, no había nada de cenar. Se sujetó la cabeza con ambas manos dejando caer un largo suspiro. ¿Tan malo sería que se saltase un día las normas? Bueno... en realidad no había pedido permiso, por lo que no le habían negado nada... así que no estaba haciendo nada malo.
La bruja corrió hasta la habitación de su madre, sabía que en uno de los arcones había visto un vestido hacía un tiempo, seguro que le quedaba bien.
Y ahí estaba, un vestido de color blanco. De manga larga, con unos cordones en cada una para poder ajustarlas mas o dejarlas anchas. Era largo hasta los tobillos, con un poco de escote, muy poco. Sin más, sencillo pero bonito. Era perfecto.
Ahora el camino hasta la taberna fue ameno. Cuando llegó a la puerta de “la gaviota” la morena inspiró una gran bocanada de aire, como armándose de valor para hacer aquello. Entrar no fue especialmente difícil ya que había mucha gente y esta entraba y salía constantemente.
Al entrar fue directa a una mesa en la que habían muchas jarras y copas para beber, pero también habían un par de fuentes de frutas. Y tras ponerse las botas cogió una de las copas que supuso que llevaría vino. Casi nunca había bebido alcohol, y aquella noche no iba a ser su primera gran borrachera, así que tras darle un sorbito y hacer una mueca de desagrado, dejó la copa nuevamente en la mesa. Su objetivo ahora era la zona de baile. No se fijó mucho en quien había, es más, esperaba no reconocer a nadie ni ser reconocida, así nunca debería contar aquella vez en la que se coló en una fiesta sin ser invitada.
La música parecía que entraba en su cuerpo y se apoderaba de cada parte de su ser. Se dejaba llevar con cada nota que parecía sonar solo para ella.
Estaba siendo una noche inolvidable.
Entonces la música paró, también las risas y la gente, todos se centraron en una sola persona, un hombre mayor de cabello oscuro. Parecía que la gente había incluso dejado de pestañear.
La bruja se fue alejando hacía la parte opuesta en la que se encontraba aquel hombre, para apoyarse en la pared y prestar atención, desde ahí seguro que molestaría menos. Se quedó fascinada con la explicación que estaba dando de aquel hueso ¿pasaría algo si lo tocase ella? La gente empezó a hacer una cola frente al pedestal en el que se encontraba el anciano para tocar el hueso.
Nahir dudó. Sabía que lo mejor en aquel momento era irse, volver a casa, dejar el vestido de su madre tal y como estaba y meterse en la cama para coger fuerzas y trabajar al día siguiente en el puñetero campo. Pero la curiosidad la estaba matando. Las palabras retadoras del anciano se repetían una y otra vez en su cabeza. ¿Que esperaba ver o encontrar? ¿Era posible que pasase algo malo?
La bruja daba vueltas a los anillos de sus dedos, barajando cada una de las posibilidades. Se fijó entonces en la mujer que sujetaba el hueso, nunca había visto a nadie como ella. Era peculiar, pero muy bella.
-Vamos Nahir, no tiene porque pasar nada...- se intentaba autoconvencer poniendose en la cola.
Iba asomando la cabeza por los lados de la gente, intentando ver que iba sucediendo, nerviosa. Hasta que llegó su turno, se le había hecho eterno.
-Ho-hola...- susurró la joven al verse frente a la mujer bestia que sujetaba el hueso.
Dio el paso que le quedaba para poder alzar el brazo y tocar el hueso. Tan solo colocó la mano sobre el objeto, tocándolo con cuidado, como si este se fuese a romper en cualquier momento.
La rotula se aclaró un poco, como si tuviese algo parecido a una llama en su interior y entonces empezó a caer agua, como si fuese una fuente natural. Nahir sonrió. Pero entonces la luz de apagó de golpe, la rotula se oscureció y las aguas se tornaron negras. No era agua oscura que puede parecer negra, era más bien un liquido totalmente negro, opaco, que incluso ahora parecía más denso. Aquel líquido dejó de caer para remolinarse en torno a su piel, como trepando por su brazo. La bruja sacó la mano de golpe, poniéndola contra su pecho. Entonces miró a la mujer, después al hombre. ¿que significaba aquello?
-Ponte a un lado que ahora voy yo- dijo un poco seco el hombre que había tras ella, dandole un pequeño empujon para que se apartase.
La morena se alejó un poco de la zona, con el ceño fruncido y con aun más preguntas que antes.
Nahir
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
¿Qué hacía una antigua ratera de los bajos fondos de Beltrexus celebrando en aquel salón, rodeada de nombres tan vetustos? A juzgar por la lista de invitados, a Valeria solo se le ocurría una razón: Por algún motivo, Thundermaul buscaba variedad.
La bruja se había encontrado el Hekshold muy cambiado a su regreso de la guerra. Ya no era aquella institución elitista de antaño, sino que había abierto sus puertas a otras razas. Incluso a aquellas que no tenían control alguno sobre el éter. Con tal variedad de alumnos, los pasillos y terrenos del castillo ya no se parecían a los de su adolescencia; algo que le habría costado mucho más trabajo aceptar de no haber sido porque apenas había dejado de viajar en los años desde que terminó sus estudios en la Academia. Quién sabe: puede que, de habérselo encontrado igual que lo dejó, habría tenido muchos más problemas para adaptarse.
Sin embargo, también había muchas cosas que seguían inmutables. Una de ellas era el carácter del profesor Hartem y su poco aprecio por las otras razas de Aerandir. De ahí que verle celebrar su sexagésimo día del nombre rodeado de humanos, dragones o, incluso, elfos resultara tan absolútamente incongruente. Sin duda, debía de tener algún otro objetivo en mente.
Por otro lado, sus sospechas acerca de las intenciones del profesor no iban a hacer que Valeria desaprovechase la oportunidad que se le brindaba. Hartem revelaría sus planes tarde o temprano y aquella sala estaba llena de gente importante e interesante con la que tratar. A algunos ya había tenido ocasión de conocerlos como comerciante, y la bruja no dudó en acercarse a saludar, ponerse al día y dejarse presentar a cuantos más posibles contactos mejor.
Aunque todos los presentes conocían la lengua común, siempre que podía, Valeria se dirigía a ellos en sus lenguas respectivas. Resultaba más complicado con los elfos, pues era un idioma que no había tenido muchas ocasiones de practicar; y mucho más productivo con los dragones, pues la bruja tenía cierta afinidad por la lengua de Dundarak, así como cierta debilidad por sus nativos.
Definitivamente, siempre podía sacarse provecho de conocer a los sujetos adecuados. Sobre todo si dicho sujeto era joven, atractivo y podía convertirse en un dragón de cuatro metros, como el caballero de ojos aguamarina que había acertado a sentarse frente a ella durante la cena y que no se había hecho esperar cuando las mesas fueron recogidas y llegó la hora de bailar.
Valeria aún estaba recuperándose del brío con el que el galán la había conducido por la pista de baile cuando, por fin, Thundermaul decidió dirigirse a los congregados haciendo, una vez más, gala de su elocuencia y buen humor. Escuchó su discurso con atención, pues sabía que, a pesar de lo desagradable que podía llegar a ser su trato, casi siempre podía extraerse alguna lección útil de sus clases.
«Así que, de eso se trataba», se dijo al tiempo que el maestro depositaba aquel fragmento de hueso en manos de su nueva sirviente. Y así lo confirmó el hombre, con su habitual prepotencia. Ahora les tocaba a los invitados el turno de desfilar ante el homenajeado y Valeria ocupó su lugar en la cola sin rechistar, pues también sentía curiosidad.
—¿Qué crees que mostrará el hueso cuando lo toques? —preguntó su pareja de baile, mientras esperaban su turno.
—Sólo hay una forma de saberlo —respondió la bruja, más concentrada en aquel fragmento de rótula que en su acompañante.
Enseguida, la gente empezó a arremolinarse ante ella impidiéndole la visión del objeto, por lo que no tardó en devolverle la sonrisa y la pregunta al caballero, con el fin de que el hombre le describiese los cambios que se producían en el fragmento. Pero el dragón no era tan locuaz como buen bailarín, por lo que no fue hasta que avanzó lo suficiente en la fila que Valeria pudo hacerse una idea de las capacidades reales de la reliquia de Hartem.
En algunos casos, el hueso no parecía cambiar en absoluto, lo cual solía venir acompañado de una mueca de desdén en el rostro del maestro. Pero había ocasiones en las que los resultados arrancaban expresiones de asombro en los presentes; ya fuera por su belleza, como en el caso de un joven elfo que, al tocar el fragmento hizo surgir una cascada de luz verde-azulada que onduló hacia el techo de la taberna; o bien, por lo perturbador de la escena, como ocurrió cuando le llegó el turno a una sobria mujer que caminaba apoyada en un recio bastón. En cuanto tocó el fragmento de hueso, éste despidió una especie de sombra oscura que hasta emitió un quejido lastimero que hizo que a Valeria se le erizase el vello de la nuca.
Finalmente, la bruja llegó al frente de la cola y, sin prestarle demasiada atención a la mujer-bestia, tomó el fragmento con ambas manos. El hueso no cambió de color, no emitió ninguna luz y ningún objeto reconocible surgió de él, pero Valeria percibió el efecto al momento. Tan pronto como aquella rótula entró en contacto con su piel, ésta comenzó a vibrar con tal intensidad que daba la impresión de que a la bruja le temblaran las manos como a una anciana, a pesar de que siempre había tenido un pulso excelente.
«Tiene sentido», pensó mientras una media sonrisa asomaba a su rostro. La magia de Valeria nunca había sido particularmente vistosa, por lo que no había esperado un gran despliegue óptico. Ella solía pensar en su telequinesis como una prolongación de su propio sentido del tacto más allá de su propio cuerpo. En ocasiones, el éter a su alrededor hasta le producía un ligero cosquilleo en la piel. Algo que, en cierto modo, le recordaba aquella insistente vibración.
Una vez obtuvo su resultado, Valeria se volvió hacia su acompañante y, ella misma, le pasó el hueso. Éste dejó de vibrar tan pronto como escapó de sus manos. Al contacto con las del caballero, el fragmento de rótula tomó el aspecto de una brasa en una hoguera y aquel brillo rojizo fue aumentando rápidamente en intensidad hasta que soltó un chisporroteo seguido de una potente llamarada que no se apagó hasta que el hombre devolvió el objeto a la mujer-bestia. Con una mirada traviesa dirigida al dragón, la bruja se apartó de la cola para dejar sitio al siguiente.
La bruja se había encontrado el Hekshold muy cambiado a su regreso de la guerra. Ya no era aquella institución elitista de antaño, sino que había abierto sus puertas a otras razas. Incluso a aquellas que no tenían control alguno sobre el éter. Con tal variedad de alumnos, los pasillos y terrenos del castillo ya no se parecían a los de su adolescencia; algo que le habría costado mucho más trabajo aceptar de no haber sido porque apenas había dejado de viajar en los años desde que terminó sus estudios en la Academia. Quién sabe: puede que, de habérselo encontrado igual que lo dejó, habría tenido muchos más problemas para adaptarse.
Sin embargo, también había muchas cosas que seguían inmutables. Una de ellas era el carácter del profesor Hartem y su poco aprecio por las otras razas de Aerandir. De ahí que verle celebrar su sexagésimo día del nombre rodeado de humanos, dragones o, incluso, elfos resultara tan absolútamente incongruente. Sin duda, debía de tener algún otro objetivo en mente.
Por otro lado, sus sospechas acerca de las intenciones del profesor no iban a hacer que Valeria desaprovechase la oportunidad que se le brindaba. Hartem revelaría sus planes tarde o temprano y aquella sala estaba llena de gente importante e interesante con la que tratar. A algunos ya había tenido ocasión de conocerlos como comerciante, y la bruja no dudó en acercarse a saludar, ponerse al día y dejarse presentar a cuantos más posibles contactos mejor.
Aunque todos los presentes conocían la lengua común, siempre que podía, Valeria se dirigía a ellos en sus lenguas respectivas. Resultaba más complicado con los elfos, pues era un idioma que no había tenido muchas ocasiones de practicar; y mucho más productivo con los dragones, pues la bruja tenía cierta afinidad por la lengua de Dundarak, así como cierta debilidad por sus nativos.
Definitivamente, siempre podía sacarse provecho de conocer a los sujetos adecuados. Sobre todo si dicho sujeto era joven, atractivo y podía convertirse en un dragón de cuatro metros, como el caballero de ojos aguamarina que había acertado a sentarse frente a ella durante la cena y que no se había hecho esperar cuando las mesas fueron recogidas y llegó la hora de bailar.
Valeria aún estaba recuperándose del brío con el que el galán la había conducido por la pista de baile cuando, por fin, Thundermaul decidió dirigirse a los congregados haciendo, una vez más, gala de su elocuencia y buen humor. Escuchó su discurso con atención, pues sabía que, a pesar de lo desagradable que podía llegar a ser su trato, casi siempre podía extraerse alguna lección útil de sus clases.
«Así que, de eso se trataba», se dijo al tiempo que el maestro depositaba aquel fragmento de hueso en manos de su nueva sirviente. Y así lo confirmó el hombre, con su habitual prepotencia. Ahora les tocaba a los invitados el turno de desfilar ante el homenajeado y Valeria ocupó su lugar en la cola sin rechistar, pues también sentía curiosidad.
—¿Qué crees que mostrará el hueso cuando lo toques? —preguntó su pareja de baile, mientras esperaban su turno.
—Sólo hay una forma de saberlo —respondió la bruja, más concentrada en aquel fragmento de rótula que en su acompañante.
Enseguida, la gente empezó a arremolinarse ante ella impidiéndole la visión del objeto, por lo que no tardó en devolverle la sonrisa y la pregunta al caballero, con el fin de que el hombre le describiese los cambios que se producían en el fragmento. Pero el dragón no era tan locuaz como buen bailarín, por lo que no fue hasta que avanzó lo suficiente en la fila que Valeria pudo hacerse una idea de las capacidades reales de la reliquia de Hartem.
En algunos casos, el hueso no parecía cambiar en absoluto, lo cual solía venir acompañado de una mueca de desdén en el rostro del maestro. Pero había ocasiones en las que los resultados arrancaban expresiones de asombro en los presentes; ya fuera por su belleza, como en el caso de un joven elfo que, al tocar el fragmento hizo surgir una cascada de luz verde-azulada que onduló hacia el techo de la taberna; o bien, por lo perturbador de la escena, como ocurrió cuando le llegó el turno a una sobria mujer que caminaba apoyada en un recio bastón. En cuanto tocó el fragmento de hueso, éste despidió una especie de sombra oscura que hasta emitió un quejido lastimero que hizo que a Valeria se le erizase el vello de la nuca.
Finalmente, la bruja llegó al frente de la cola y, sin prestarle demasiada atención a la mujer-bestia, tomó el fragmento con ambas manos. El hueso no cambió de color, no emitió ninguna luz y ningún objeto reconocible surgió de él, pero Valeria percibió el efecto al momento. Tan pronto como aquella rótula entró en contacto con su piel, ésta comenzó a vibrar con tal intensidad que daba la impresión de que a la bruja le temblaran las manos como a una anciana, a pesar de que siempre había tenido un pulso excelente.
«Tiene sentido», pensó mientras una media sonrisa asomaba a su rostro. La magia de Valeria nunca había sido particularmente vistosa, por lo que no había esperado un gran despliegue óptico. Ella solía pensar en su telequinesis como una prolongación de su propio sentido del tacto más allá de su propio cuerpo. En ocasiones, el éter a su alrededor hasta le producía un ligero cosquilleo en la piel. Algo que, en cierto modo, le recordaba aquella insistente vibración.
Una vez obtuvo su resultado, Valeria se volvió hacia su acompañante y, ella misma, le pasó el hueso. Éste dejó de vibrar tan pronto como escapó de sus manos. Al contacto con las del caballero, el fragmento de rótula tomó el aspecto de una brasa en una hoguera y aquel brillo rojizo fue aumentando rápidamente en intensidad hasta que soltó un chisporroteo seguido de una potente llamarada que no se apagó hasta que el hombre devolvió el objeto a la mujer-bestia. Con una mirada traviesa dirigida al dragón, la bruja se apartó de la cola para dejar sitio al siguiente.
- OFF:
- Perdón por la espera. Suelo tardar menos en responder, pero se me complicó un poco la semana.
Reike
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
El maestro Hartem reunió a los brujos que el fragmento de rótula seleccionó (brujos, dragones y elfos en su mayoría, aunque también había algún humano y licántropo) y los llevo hacia fuera de la taberna. En la puerta, se paró y se presentó por segunda vez durante aquella noche. Maestro Heck Hartem, catedrático del Hekshold y tensai de tierra. Los brujos solían llamarle Thundermaul por su trabajo en la herrería de La Academia. Wanda notó que el maestro habló con el mismo tono sincero que utilizó en las mazmorras del Hekshold. si querían bailar y beber como posesos, eran libres de volver al interior de “La gaviota”. La fiesta les esperaba, adelante. No guardaría rencor hacia ellos. Ni siquiera esperaba recordar sus rostros al día siguiente. En el momento que abandonasen la ciudad, no habría vuelta atrás. Las personas seleccionadas por el hueso de gigante demostrarían tener la mente cuerda y el corazón ferrero si es que deseaban ingresar en el Hekshold.
El grupo se puso en marcha. Wanda iba en primer lugar, alumbraba el camino con una lámpara de aceite fabricada por Hartem que jamás se apagaba. El maestro en segunda posición, daba sorbos a la jarra de cerveza que se había llevado de “La gaviota”. Seguido de éste, se encontraban las personas puestas a prueba. Wanda, en sus intermitentes vueltas de cabeza para comprobar que nadie se había perdido por el camino, se fijó que los elfos se quedaban lo más atrás posible para guardar las distancias con el maestro Thundermaul. Éste le recriminaba con la cabeza para que mantuviese la mirada fija en el camino.
Salieron de la ciudad y se adentraron en el bosque. Wanda se recogía los faldones de la túnica que regional que el maestro Hartem la obligaba a vestir. Podía acostumbrarse a ser la criada del maestro, las miradas de desprecio de los brujos e incluso a la comida (la empanada de anguila es asquerosa); pero no a la ropa. Wanda, cuando era libre, solía vestir con una falda corto y nada más. La desnudez solía ser parte de ella, igual como sus pezuñas y sus cuernos. Eso fue antes de que el maestro Hartem la capturase en Dundarak ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]). Serás mi criada, asistenta si lo prefieres. Dijo el maestro en los calabozos a la vez que tendía una mano que se distanciaba de ser amigo. En los meses que pasó entre rejas. Wanda se negó a desvelar los secretos que conocía. Hartem la desafiaba con la mirada y la mujer bestia se la devolvía con la misma intensidad. Aunque no comiese en tres días, retaba al maestro del Hekshold a que le siguiera torturando. Él no se rindió, sino que utilizó una manipulación más sutil. Le propuso ser su criada, asistenta si lo prefería. La mujer cabra no tuvo otro remedio que aceptar. Mejor criada que esclava; se repetía constantemente.
Mejor muerta que prisionera. Se arrepentía de que el maestro no la hubiese matado cuando tuvo oportunidad.
—Cuando te diga gira a la derecha — el maestro se orientaba por la posición de las estrellas. Wanda no preguntó hacia donde se dirigían. Todo lo que tuviera que ver con el maestro le importaba un comino. — Ahora, gira. Sigue recto hasta que yo te diga. ¿Sientes el olor salado del mar? Estamos cerca de la costa. — Wanda no contestó. — No te alegres tan rápido. No te vas a dar un baño en la playa, aunque lo desees con todas tus fuerzas. — rectificó al cabo de unos segundos — Puede que cuando términos sí te permita echarte un chapuzón, pero no antes.
Pocos minutos después, Wanda alcanzó a ver la cabeza más grande que había visto en su vida por encima de los árboles. Solo la cabeza del gigante de roca debía ser tan alta como ella y debía pesar tres veces más.
—Es ahí donde nos dirigimos.
—Lo suponía — contestó Wanda con vehemencia y oculta excitación.
El gigante de roca estaba sentado al borde de un enorme precipicio. Las puntas de sus pies rozaban las olas de mar. A su lado, como si fuera un amigo de la infancia o, quizá, un amor de verano, se encontraba una casa. El gigante miraba el edificio de la misma manera que Wanda había mirado a cada uno de sus amantes. La mujer no entendía a qué se debía aquel gusto. El edificio parecía llevar varias decenas de años abandonado. Una parte del tejado había quedado abollada por las lluvias torrenciales. Las paredes tenían grietas por las que cabría un niño de once años. Las ventanas carecían de cristales, el gigante de roca las había tapiado con carbón mineral. Wanda se preguntó por qué no hizo lo mismo con las grietas de las paredes. Tal vez, dedujo, sería porque eran tan pequeñas que el enorme gigante no podía verlas.
—Está distancia es buena. No nos acercaremos demasiado — todavía no — o el gigante notará nuestra presencia y no queremos convertirnos en papilla de gigante. ¿Verdad que no?
Wanda dejó la lámpara de aceite en el suelo y cogió la bolsa con la rótula con las dos manos. Abrió la bolsa con cuidado y extrajo el fragmento de hueso con sus trapos correspondientes.
—Os presento al dueño del hueso. Me imagino que aquí, el grandullón, habrá repuesto la herida que le causé. Tienen un don especial para la regeneración corporal — señaló el terreno en el que el gigante estaba sentado lleno de piedras picudas — y extracorporal. — era un chiste que solo a Hartem le hizo sonreír. — Es raro ver a un gigante de roca en las islas. Me imagino que vino cruzando todo el mar atraído por lo que hay en el interior de esa casa: una gran acumulación de éter. Pertenecía a la familia Halton, fallecieron hace más años de los que tengo. El dnomovói criado permanece en el hogar. Lo protege como si los Halton siguieran con vida. El duende y el gigante se han hecho amigos. Más que amigos. — este chiste levantó más risas entre el grupo — Comparten historias y éter. Se alimentan el uno del otro. Si pudieran follar, lo harían también. El edificio que veis queda como una fuente de energía, la mayor que habréis visto en vuestros días. Si tocáis este fragmento de hueso en el interior, la respuesta mágica habría sido quince veces más grande. La vibración se habría convertido en un temblor que desplazaría la isla al norte y los choros de aguas negruzcas, en cataratas de brea ácida.
Hartem guardó unos segundos de silencio para que los presentes analizasen el escenario. Wanda se esforzó por ocultar la admiración en su rostro, pero le resultó imposible. Estaba realmente impresionada.
—Llevo tres meses investigando la relación entre las criaturas y la magia que causan. Hace dos, me aventuré a entrar en el edificio. El dnomovói usa su magia para teñirlo de una espesa y enferma nube gris que haría enloquecer al brujo más sano. Esta magia se combinó con la mía. Los rituales que realicé en la casa, obtuvieron un resultado tan grande que se escapaba de mi entendimiento. La magia no es la única razón por la que vengo a estudiar este fenómeno. Los dnomovóis son codiciosos por naturaleza. El gigante de roca le ofrece minerales preciosos, los más brillantes y puros que he visto, como regalo. Él mismo los convoca de la tierra. Si me hace falta un mineral extraño para mis inventos, sé que lo puedo encontrar aquí.
Wanda supo lo que Hartem quería de los aspirantes antes de que él lo explicase.
—El Hekshold no es lugar para los cobardes. El estudio y la experimentación de aquello que no comprendemos está a la orden del día. Tampoco da cobijo a los débiles. El gigante intentará aplastarlos si os acercáis y el dnomovói hará lo posible por expulsaros de su hogar si es que llegáis a pasar. Mentes cuerdas y corazones férreos. — era su lema — Dadme una buena razón para celebrar hoy ser más anciano que ayer. Entrad a la casa del dnomovói y realizar vuestro mejor conjuro. Cuidad de salir sanos y con vida, puesto que tendréis que explicarme lo que habéis vivido en el interior. La magia es más divertida que los bailes.
Hartem terminó el resto de cerveza que le quedaba en la jarra de un trago.
—Mi asistente os acompañará, — Wanda dio, instintivamente, un paso hacia atrás. — si muere no será una gran pérdida que llorar.
* Nahir y Reike: Seguimos con la idea de potenciar la creatividad y potenciar el uso de la magia. A su vez, añadimos un combate que puede ser interesante. Tenéis 2 turnos para entrar en la casa abandonada y realizar vuestro ritual. Mi consejo es que lo hagáis de la siguiente manera.
Turno 1: entrar en el edificio sin que el gigante de roca os vea o, si es que os gusta la acción, que os vea y enfrentarse a él.
Turno 2: enfrentarse contra el dnomovói y realizar el ritual en el interior de la casa abandonada.
Hartem ha dado una descripción muy pobre del interior del edificio. Podéis desarrollarla al gusto. Pienso que es muy divertido que las descripciones de los escenarios más fantásticos corran a cuenta de tanto masters como users.
No tengáis miedo de interactuar entre vosotras o los demás npcs de la partida.
En el segundo de estos dos turnos, deberéis lanzar la voluntad de los dioses.
Si tenéis curiosidad: este escenario surge de una leyenda irlandesa (que no recuerdo el nombre). Un duende criado maldijo una casa después de que la familia muriera.
Links de interés:
Ficha dnomovói [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Seguimos jugando con el lore de las criaturas extrañas. Nahir adora el bestiario (y yo también). La incursión de criaturas raras la hice en su honor.
El grupo se puso en marcha. Wanda iba en primer lugar, alumbraba el camino con una lámpara de aceite fabricada por Hartem que jamás se apagaba. El maestro en segunda posición, daba sorbos a la jarra de cerveza que se había llevado de “La gaviota”. Seguido de éste, se encontraban las personas puestas a prueba. Wanda, en sus intermitentes vueltas de cabeza para comprobar que nadie se había perdido por el camino, se fijó que los elfos se quedaban lo más atrás posible para guardar las distancias con el maestro Thundermaul. Éste le recriminaba con la cabeza para que mantuviese la mirada fija en el camino.
Salieron de la ciudad y se adentraron en el bosque. Wanda se recogía los faldones de la túnica que regional que el maestro Hartem la obligaba a vestir. Podía acostumbrarse a ser la criada del maestro, las miradas de desprecio de los brujos e incluso a la comida (la empanada de anguila es asquerosa); pero no a la ropa. Wanda, cuando era libre, solía vestir con una falda corto y nada más. La desnudez solía ser parte de ella, igual como sus pezuñas y sus cuernos. Eso fue antes de que el maestro Hartem la capturase en Dundarak ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]). Serás mi criada, asistenta si lo prefieres. Dijo el maestro en los calabozos a la vez que tendía una mano que se distanciaba de ser amigo. En los meses que pasó entre rejas. Wanda se negó a desvelar los secretos que conocía. Hartem la desafiaba con la mirada y la mujer bestia se la devolvía con la misma intensidad. Aunque no comiese en tres días, retaba al maestro del Hekshold a que le siguiera torturando. Él no se rindió, sino que utilizó una manipulación más sutil. Le propuso ser su criada, asistenta si lo prefería. La mujer cabra no tuvo otro remedio que aceptar. Mejor criada que esclava; se repetía constantemente.
Mejor muerta que prisionera. Se arrepentía de que el maestro no la hubiese matado cuando tuvo oportunidad.
—Cuando te diga gira a la derecha — el maestro se orientaba por la posición de las estrellas. Wanda no preguntó hacia donde se dirigían. Todo lo que tuviera que ver con el maestro le importaba un comino. — Ahora, gira. Sigue recto hasta que yo te diga. ¿Sientes el olor salado del mar? Estamos cerca de la costa. — Wanda no contestó. — No te alegres tan rápido. No te vas a dar un baño en la playa, aunque lo desees con todas tus fuerzas. — rectificó al cabo de unos segundos — Puede que cuando términos sí te permita echarte un chapuzón, pero no antes.
Pocos minutos después, Wanda alcanzó a ver la cabeza más grande que había visto en su vida por encima de los árboles. Solo la cabeza del gigante de roca debía ser tan alta como ella y debía pesar tres veces más.
—Es ahí donde nos dirigimos.
—Lo suponía — contestó Wanda con vehemencia y oculta excitación.
El gigante de roca estaba sentado al borde de un enorme precipicio. Las puntas de sus pies rozaban las olas de mar. A su lado, como si fuera un amigo de la infancia o, quizá, un amor de verano, se encontraba una casa. El gigante miraba el edificio de la misma manera que Wanda había mirado a cada uno de sus amantes. La mujer no entendía a qué se debía aquel gusto. El edificio parecía llevar varias decenas de años abandonado. Una parte del tejado había quedado abollada por las lluvias torrenciales. Las paredes tenían grietas por las que cabría un niño de once años. Las ventanas carecían de cristales, el gigante de roca las había tapiado con carbón mineral. Wanda se preguntó por qué no hizo lo mismo con las grietas de las paredes. Tal vez, dedujo, sería porque eran tan pequeñas que el enorme gigante no podía verlas.
—Está distancia es buena. No nos acercaremos demasiado — todavía no — o el gigante notará nuestra presencia y no queremos convertirnos en papilla de gigante. ¿Verdad que no?
Wanda dejó la lámpara de aceite en el suelo y cogió la bolsa con la rótula con las dos manos. Abrió la bolsa con cuidado y extrajo el fragmento de hueso con sus trapos correspondientes.
—Os presento al dueño del hueso. Me imagino que aquí, el grandullón, habrá repuesto la herida que le causé. Tienen un don especial para la regeneración corporal — señaló el terreno en el que el gigante estaba sentado lleno de piedras picudas — y extracorporal. — era un chiste que solo a Hartem le hizo sonreír. — Es raro ver a un gigante de roca en las islas. Me imagino que vino cruzando todo el mar atraído por lo que hay en el interior de esa casa: una gran acumulación de éter. Pertenecía a la familia Halton, fallecieron hace más años de los que tengo. El dnomovói criado permanece en el hogar. Lo protege como si los Halton siguieran con vida. El duende y el gigante se han hecho amigos. Más que amigos. — este chiste levantó más risas entre el grupo — Comparten historias y éter. Se alimentan el uno del otro. Si pudieran follar, lo harían también. El edificio que veis queda como una fuente de energía, la mayor que habréis visto en vuestros días. Si tocáis este fragmento de hueso en el interior, la respuesta mágica habría sido quince veces más grande. La vibración se habría convertido en un temblor que desplazaría la isla al norte y los choros de aguas negruzcas, en cataratas de brea ácida.
Hartem guardó unos segundos de silencio para que los presentes analizasen el escenario. Wanda se esforzó por ocultar la admiración en su rostro, pero le resultó imposible. Estaba realmente impresionada.
—Llevo tres meses investigando la relación entre las criaturas y la magia que causan. Hace dos, me aventuré a entrar en el edificio. El dnomovói usa su magia para teñirlo de una espesa y enferma nube gris que haría enloquecer al brujo más sano. Esta magia se combinó con la mía. Los rituales que realicé en la casa, obtuvieron un resultado tan grande que se escapaba de mi entendimiento. La magia no es la única razón por la que vengo a estudiar este fenómeno. Los dnomovóis son codiciosos por naturaleza. El gigante de roca le ofrece minerales preciosos, los más brillantes y puros que he visto, como regalo. Él mismo los convoca de la tierra. Si me hace falta un mineral extraño para mis inventos, sé que lo puedo encontrar aquí.
Wanda supo lo que Hartem quería de los aspirantes antes de que él lo explicase.
—El Hekshold no es lugar para los cobardes. El estudio y la experimentación de aquello que no comprendemos está a la orden del día. Tampoco da cobijo a los débiles. El gigante intentará aplastarlos si os acercáis y el dnomovói hará lo posible por expulsaros de su hogar si es que llegáis a pasar. Mentes cuerdas y corazones férreos. — era su lema — Dadme una buena razón para celebrar hoy ser más anciano que ayer. Entrad a la casa del dnomovói y realizar vuestro mejor conjuro. Cuidad de salir sanos y con vida, puesto que tendréis que explicarme lo que habéis vivido en el interior. La magia es más divertida que los bailes.
Hartem terminó el resto de cerveza que le quedaba en la jarra de un trago.
—Mi asistente os acompañará, — Wanda dio, instintivamente, un paso hacia atrás. — si muere no será una gran pérdida que llorar.
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* Nahir y Reike: Seguimos con la idea de potenciar la creatividad y potenciar el uso de la magia. A su vez, añadimos un combate que puede ser interesante. Tenéis 2 turnos para entrar en la casa abandonada y realizar vuestro ritual. Mi consejo es que lo hagáis de la siguiente manera.
Turno 1: entrar en el edificio sin que el gigante de roca os vea o, si es que os gusta la acción, que os vea y enfrentarse a él.
Turno 2: enfrentarse contra el dnomovói y realizar el ritual en el interior de la casa abandonada.
Hartem ha dado una descripción muy pobre del interior del edificio. Podéis desarrollarla al gusto. Pienso que es muy divertido que las descripciones de los escenarios más fantásticos corran a cuenta de tanto masters como users.
No tengáis miedo de interactuar entre vosotras o los demás npcs de la partida.
En el segundo de estos dos turnos, deberéis lanzar la voluntad de los dioses.
Si tenéis curiosidad: este escenario surge de una leyenda irlandesa (que no recuerdo el nombre). Un duende criado maldijo una casa después de que la familia muriera.
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
Estaba a un lado, aun pensativa por lo que le acababa de pasar con la rotula, intentando buscarle una explicación. Después de la suya había podido ver la reacción del hueso de algunas otras personas, y sin poder evitarlo, se puso a comparar. No le encontraba explicación alguna, pero quizás, cuando todos terminasen, el hombre mayor les explicaría un poco porque había hecho todo aquello.
Se sorprendió cuando la llamaron para que acompañase a un pequeño grupo fuera de la taberna. En un principió pensó que la habían pillado, se habían percatado de que se había colado en la fiesta y la iba a echar para poder seguir ellos con su festejo. Pero lo descartó al ver a las demás personas. E intentando no sacar conjeturas antes de tiempo, la morena les siguió sin decir nada.
Maestro Heck Hartem, catedrático del Hekshold y tensai de tierra.
Ahora que lo tenía más de cerca y no había tanta gente por media, la bruja se permitió el lujo de examinar con más detenimiento al maestro. Solo por su aspecto, aquel parecía un hombre muy sabio y poderoso. Se sintió pequeña al lado de una persona tan importante y no pudo evitar preguntarse si algún día ella también llegaría a ser alguien con tanta destreza en la magia.
Las opciones estaban muy claras: entrar de nuevo en la taberna y continuar con la fiesta, el baile y las risas o... ingresar en Hekshold. ¿Había escuchado bien?
Pudo notar como los latidos de su corazon ahora iban más acelerados.
La mujer bestia empezó a andar y tras ella el maestro. Era el momento de tomar una decisión. Aunque se quedó un segundo mirando como se alejaban antes de correr tras ellos, la decisión estaba más que tomada desde que las palabras salieron de entre los labios del maestro.
Salieron de la cuidad para adentrarse en el bosque. Nahir no pudo evitar penar en que si su madre se enteraba de que no estaba en casa le caería una buena cuando volviese. Pero seguro que si se lo explicaba se emocionaría incluso más que la propia bruja.
Todo estaba muy oscuro, aunque era imposible perderse ya que la única fuente de luz, que portaba la mujer bestia, se vería incluso para los elfos que estaban más atrás.
Nahir no lo pudo evitar. Se sentía como en uno de los libros que le leía su padre de pequeña. Había abierto la boca en su totalidad e incluso había mirado a los lados buscando su misma admiración y sorpresa en los demás.
¡Aquello era un gigante! ¡Uno de verdad!
No se lo podía creer, los gigantes existían y ella estaba viendo uno.
La bruja, aun emocionada, negó con la cabeza a las observaciones del maestro antes de, aunque le costase, apartar la vista del gigante para atender a las palabras de Hartem.
No entendió mucho el chiste que hizo el maestro, pero todos rieron, así que Nahir se limitó a sonreír para no parecer descortés.
Si en el interior de la casa había tanto poder como decía el maestro... no debía ser bueno que estuviese al alcance de cualquiera. O eso pensó la morena. ¿Cualquiera podía entrar ahí y hacerse con el poder del éter? Frunció el ceño. Si era tan poderoso como decía, la morena estaba segura de que no cualquiera pudiese soportar tal energía. Le dio un poco de rabia, pero la joven no pudo evitar sentir un poco de miedo en aquel momento, miedo mezclado con una curiosidad que le quemaba la piel. Podía sentir como su cuerpo temblaba levemente, algo imperceptible para la vista. Podría ser por la brisa de la noche...
Cobardes... aquella palabra retumbó en su interior. ¿Sería ella una cobarde? Pero si ya estaba temblando y aun no sabía que hacía en aquel lugar. Quizás aquello le venía un poco grande.
Débilies... Nahir nunca se había considerado una persona débil, pero en comparación con las personas que estaban ahora mismo a su alrededor a lo mejor si que era la más débil de todos. Aquella sensación la llenó de impotencia por dentro, llamando a algo que no solía sentir mucha veces, una voz que le tiraba hacía delante para demostrarse a ella misma que estaba equivocada.
La última frase del anciano hizo que los pensamientos de la morena se volviesen hacía él. ¿Sería aquello una broma, o es que realmente no le importaba la vida de su ayudante? Y si no le importaba ¿que le importaba la de ellos?
Todo aquello era muy extraño, pero la voz de su interior ya no callaba. Debía intentarlo.
Nahir, junto a algunos de los que estaban escuchando al maestro, empezó a acercarse a la casa muy lentamente. Si bien eran mucho y todos ellos con algo de magia o similar, la bruja no pensó que una pelea con el gigante fuese la mejor manera de empezar. La morena andaba casi a cuclillas, ayudándose de los arbustos para no ser vista. En más de una ocasión se pisó el vestido y estuvo a punto de caer de bruces contra el suelo. No era el mejor momento ni la mejor situación para caerse y llamar la atención, así que no se lo pensó dos veces y, usando la daga vieja que siempre portaba encima, rasgó el vestido para poder dejar sus piernas libres. Ahora era más sencillo moverse con sigilo. El gigante parecía una estatua, apenas se movía, pero la bruja no le quitaba el ojo de encima, como si en cualquier momento fuese a saltar sobre ellos. Pero estaba tan centrado en la casa que no se percató de su presencia. Ya estaban muy cerca, apenas unos metros les separaba de la casa ¿Cómo entrar sin ser vistos?
-Las ventanas están cubiertas con carbón...- susurraba la bruja a los compañeros que tenía más cerca-... si pudiésemos prenderle fuego llegaría un momento que con un golpe fuerte pudríamos derrumbarlo y entrar por ahí, ¿no os parece?- era la opción más factible que veía la morena.
Las grietas de las paredes eran pequeñas, incluso para ella, como para poder colarse. Aunque otra opción sería arremeter contra el tejado, que ya parecía algo maltratado por los temporales y el tiempo. El fuego llamaría la atención del gigante y trepar hasta el tejado también. Las dos grandes ideas de la bruja terminaban por ser vistos por los grandes ojos del peligroso gigante.
-Avisadme cuando estéis entrando, yo lo distraigo...- añadió la bruja antes de empezar a moverse, arrastrándose por el suelo, dirección al gigante. Su intención era acercarse un poco más para poder crear alguna distracción y poder colarse en la casa sin peligro.
Se colocó junto a unas rocas que había frente al gigante, más cerca de la casa que de este. Miró a su alrededor buscando que podría usar para desviar su atención. Estaban los arboles, el mar, la luz de la mujer bestia... algo que llama la atención de todo ser vivo en el fuego.
La bruja utilizó la telequinesia para mover unas ramas hasta la zona donde estaba el maestro y prenderlas con la llama de la lámpara de aceite. Y para no hacer arder el bosque entero, la morena coloco las llamas, cada vez más grandes, sobre el agua del mar, en dirección contraría a la casa.
Y como era de esperar, el gigante volvió la cabeza para ver que estaba sucediendo.
Esperaba que aquello sirviese para que los demás pudiesen entrar.
Aguantó hasta que escuchó que la llamaban, entonces dejó caer con fuerza las ramas quemadas, haciendo que el agua salpicase de manera violenta, a modo de última distracción para poder llegar a la casa.
La morena corría todo lo que sus piernas le permitían. No estaba lejos cuando escuchó un gruñido, entonces la tierra empezó a temblar a sus pies.
El gigante se había percatado de ellos y de lo que estaban intentando, así que empezó a correr hacía ellos para evitar que le robasen lo que era “suyo”.
Se le iba a salir con corazón por la boca, ya casi estaba...
Dio un salto y cerró los ojos, esperando aterrizar en el interior de la casa. Esperó un par de segundos quieta, esperando ser aplastada. Al ver que aquello no sucedía abrió los ojos poco a poco, agradeciendo que todo hubiese salido bien, al menos por ahora.
Se sorprendió cuando la llamaron para que acompañase a un pequeño grupo fuera de la taberna. En un principió pensó que la habían pillado, se habían percatado de que se había colado en la fiesta y la iba a echar para poder seguir ellos con su festejo. Pero lo descartó al ver a las demás personas. E intentando no sacar conjeturas antes de tiempo, la morena les siguió sin decir nada.
Maestro Heck Hartem, catedrático del Hekshold y tensai de tierra.
Ahora que lo tenía más de cerca y no había tanta gente por media, la bruja se permitió el lujo de examinar con más detenimiento al maestro. Solo por su aspecto, aquel parecía un hombre muy sabio y poderoso. Se sintió pequeña al lado de una persona tan importante y no pudo evitar preguntarse si algún día ella también llegaría a ser alguien con tanta destreza en la magia.
Las opciones estaban muy claras: entrar de nuevo en la taberna y continuar con la fiesta, el baile y las risas o... ingresar en Hekshold. ¿Había escuchado bien?
Pudo notar como los latidos de su corazon ahora iban más acelerados.
La mujer bestia empezó a andar y tras ella el maestro. Era el momento de tomar una decisión. Aunque se quedó un segundo mirando como se alejaban antes de correr tras ellos, la decisión estaba más que tomada desde que las palabras salieron de entre los labios del maestro.
Salieron de la cuidad para adentrarse en el bosque. Nahir no pudo evitar penar en que si su madre se enteraba de que no estaba en casa le caería una buena cuando volviese. Pero seguro que si se lo explicaba se emocionaría incluso más que la propia bruja.
Todo estaba muy oscuro, aunque era imposible perderse ya que la única fuente de luz, que portaba la mujer bestia, se vería incluso para los elfos que estaban más atrás.
Nahir no lo pudo evitar. Se sentía como en uno de los libros que le leía su padre de pequeña. Había abierto la boca en su totalidad e incluso había mirado a los lados buscando su misma admiración y sorpresa en los demás.
¡Aquello era un gigante! ¡Uno de verdad!
No se lo podía creer, los gigantes existían y ella estaba viendo uno.
La bruja, aun emocionada, negó con la cabeza a las observaciones del maestro antes de, aunque le costase, apartar la vista del gigante para atender a las palabras de Hartem.
No entendió mucho el chiste que hizo el maestro, pero todos rieron, así que Nahir se limitó a sonreír para no parecer descortés.
Si en el interior de la casa había tanto poder como decía el maestro... no debía ser bueno que estuviese al alcance de cualquiera. O eso pensó la morena. ¿Cualquiera podía entrar ahí y hacerse con el poder del éter? Frunció el ceño. Si era tan poderoso como decía, la morena estaba segura de que no cualquiera pudiese soportar tal energía. Le dio un poco de rabia, pero la joven no pudo evitar sentir un poco de miedo en aquel momento, miedo mezclado con una curiosidad que le quemaba la piel. Podía sentir como su cuerpo temblaba levemente, algo imperceptible para la vista. Podría ser por la brisa de la noche...
Cobardes... aquella palabra retumbó en su interior. ¿Sería ella una cobarde? Pero si ya estaba temblando y aun no sabía que hacía en aquel lugar. Quizás aquello le venía un poco grande.
Débilies... Nahir nunca se había considerado una persona débil, pero en comparación con las personas que estaban ahora mismo a su alrededor a lo mejor si que era la más débil de todos. Aquella sensación la llenó de impotencia por dentro, llamando a algo que no solía sentir mucha veces, una voz que le tiraba hacía delante para demostrarse a ella misma que estaba equivocada.
La última frase del anciano hizo que los pensamientos de la morena se volviesen hacía él. ¿Sería aquello una broma, o es que realmente no le importaba la vida de su ayudante? Y si no le importaba ¿que le importaba la de ellos?
Todo aquello era muy extraño, pero la voz de su interior ya no callaba. Debía intentarlo.
Nahir, junto a algunos de los que estaban escuchando al maestro, empezó a acercarse a la casa muy lentamente. Si bien eran mucho y todos ellos con algo de magia o similar, la bruja no pensó que una pelea con el gigante fuese la mejor manera de empezar. La morena andaba casi a cuclillas, ayudándose de los arbustos para no ser vista. En más de una ocasión se pisó el vestido y estuvo a punto de caer de bruces contra el suelo. No era el mejor momento ni la mejor situación para caerse y llamar la atención, así que no se lo pensó dos veces y, usando la daga vieja que siempre portaba encima, rasgó el vestido para poder dejar sus piernas libres. Ahora era más sencillo moverse con sigilo. El gigante parecía una estatua, apenas se movía, pero la bruja no le quitaba el ojo de encima, como si en cualquier momento fuese a saltar sobre ellos. Pero estaba tan centrado en la casa que no se percató de su presencia. Ya estaban muy cerca, apenas unos metros les separaba de la casa ¿Cómo entrar sin ser vistos?
-Las ventanas están cubiertas con carbón...- susurraba la bruja a los compañeros que tenía más cerca-... si pudiésemos prenderle fuego llegaría un momento que con un golpe fuerte pudríamos derrumbarlo y entrar por ahí, ¿no os parece?- era la opción más factible que veía la morena.
Las grietas de las paredes eran pequeñas, incluso para ella, como para poder colarse. Aunque otra opción sería arremeter contra el tejado, que ya parecía algo maltratado por los temporales y el tiempo. El fuego llamaría la atención del gigante y trepar hasta el tejado también. Las dos grandes ideas de la bruja terminaban por ser vistos por los grandes ojos del peligroso gigante.
-Avisadme cuando estéis entrando, yo lo distraigo...- añadió la bruja antes de empezar a moverse, arrastrándose por el suelo, dirección al gigante. Su intención era acercarse un poco más para poder crear alguna distracción y poder colarse en la casa sin peligro.
Se colocó junto a unas rocas que había frente al gigante, más cerca de la casa que de este. Miró a su alrededor buscando que podría usar para desviar su atención. Estaban los arboles, el mar, la luz de la mujer bestia... algo que llama la atención de todo ser vivo en el fuego.
La bruja utilizó la telequinesia para mover unas ramas hasta la zona donde estaba el maestro y prenderlas con la llama de la lámpara de aceite. Y para no hacer arder el bosque entero, la morena coloco las llamas, cada vez más grandes, sobre el agua del mar, en dirección contraría a la casa.
Y como era de esperar, el gigante volvió la cabeza para ver que estaba sucediendo.
Esperaba que aquello sirviese para que los demás pudiesen entrar.
Aguantó hasta que escuchó que la llamaban, entonces dejó caer con fuerza las ramas quemadas, haciendo que el agua salpicase de manera violenta, a modo de última distracción para poder llegar a la casa.
La morena corría todo lo que sus piernas le permitían. No estaba lejos cuando escuchó un gruñido, entonces la tierra empezó a temblar a sus pies.
El gigante se había percatado de ellos y de lo que estaban intentando, así que empezó a correr hacía ellos para evitar que le robasen lo que era “suyo”.
Se le iba a salir con corazón por la boca, ya casi estaba...
Dio un salto y cerró los ojos, esperando aterrizar en el interior de la casa. Esperó un par de segundos quieta, esperando ser aplastada. Al ver que aquello no sucedía abrió los ojos poco a poco, agradeciendo que todo hubiese salido bien, al menos por ahora.
Reike, dejo todo lo de entrar en la casa en tus manos, no quería acapararlo todo -.-'
Nahir
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
—¿Volvemos entonces? —le susurró al oído su caballero dragón al escuchar la propuesta de Hartem.
—¿Qué hay de tu espíritu de aventura? —respondió Valeria con una sonrisa divertida.
—Estaba pensando en otro tipo de aventura y, después de todo, tú ya fuiste alumna, ¿no?
Aquello era cierto, pero, aún así, la bruja sentía curiosidad. Más de la que sentía por la fogosidad de su caballero de ojos aguamarina. Él tampoco se tomó demasiado a pecho la despedida, aún quedaban damas dentro.
Recogiéndose las faldas con las manos, Valeria avanzaba a buen ritmo para no quedarse atrás. Aún entre los brujos presentes, su estatura era de las más bajas, por lo que debía moverse con energía. La caminata fue larga y, cuando por fin llegaron a su destino, Valeria respiraba aceleradamente y un tono sonrosado teñía sus mejillas. El cansancio, sin embargo, no le impidió admirarse del espectáculo.
No era la primera vez que veía un gigante de roca, pero hasta entonces, los avistamientos se habían producido navegando, a una prudente distancia de la costa. Ver tan de cerca a un ser de aquel tamaño resultaba sobrecogedor. ¿Y qué hacía en las islas, de todos modos? Thundermaul no tardó en responder a su pregunta no formulada.
Valeria no rió las bromas del viejo, lo cierto era que el maestro nunca le pareció especialmente divertido, pero observó tanto al gigante como la casa y se mantuvo atenta a las explicaciones. A medida que el hombre hablaba, la mirada de la bruja se fue desviando hacia él y allí permaneció, completamente fija, una vez que cesó la explicación.
Aún recordaba las clases de Hartem: una prueba tras otra prueba. Pareciera que siempre había que demostrarle algo. Y, al parecer, siete años de estudios no habían sido suficientes; aún quería más. El maestro debió notar algo en su mirada, porque no tardó en dirigirse a ella, mientras los demás ya empezaban a moverse inquietos.
—¿Y tú a qué estás esperando? —le espetó con su habitual tono directo—, ¿es que te has ablandado con los años? —Al decir ésto, hizo un gesto con la cabeza, señalando el vestido que llevaba la bruja y dio unos pasos hacia ella alzando el índice de la mano libre— No creas que no te he visto rondando la biblioteca y el herbario desde que volviste del continente. Ahora me vas a demostrar que el Hekshold no se equivocó al confiar en una raterilla de Beltrexus. —Con cada golpe de voz, Hartem le iba clavando el dedazo en lo alto del pecho para remarcar sus palabras.
Valeria le mantuvo la mirada, con los ojos entrecerrados, como había hecho tantas veces en su adolescencia. Ya no sentía la misma rabia que aquella muchacha, pero Hartem tenía un don para llevar a la gente al límite. También sabía cómo hacer para que los alumnos siguieran superándose a sí mismos a cada momento, si no se derrumbaban por el camino.
Tras un momento de silencio, la bruja dejó entrever la sombra de una media sonrisa y, con una levísima inclinación de cabeza, se separó del viejo para unirse al grupo. Al pasar junto a la mujer-bestia, se detuvo un momento a acomodarse el traje. No le importaba mancharse el faldón de lino, pero el paño del sobreveste era de Roilkat y no tenía intención de dejar que se arruinase.
—Wanda, ¿verdad? —le dijo a la mujer—. No te preocupes, tan valerosos varones como nos acompañan no permitirán que las damas suframos daño. —La bruja estaba tan concentrada sujetando los bajos del sobreveste con el cinturón, que era difícil saber por su tono si hablaba en serio o en broma.
—Estos monstruos son grandes, pero lentos —oyó decir a uno de esos valerosos varones. Valeria distinguió enseguida ese acento osco que había escuchado siempre que desembarcaba en Ulmer—. Si lo hostigamos desde varios frentes —continuó el tipo—, seguro que no tarda en caer.
A la hora de actuar, sin embargo, fue una muchacha con un sencillo vestido blanco que realzaba el color tostado de su piel, la que tomó la iniciativa. “Yo lo distraigo”, había dicho y al tipo de Ulmer pareció divertirle la idea.
—Si no se distrae con esas piernas —añadió con una sonrisa lobuna—, es que está ciego.
Algunos de los presentes le rieron la gracia, Valeria lo miró con desgana.
—El lobito se nos ha enamorado de la princesa —dijo en tono irónico, haciendo referencia a un cuento popular que había visto representar en un teatrillo de Baslodia. A juzgar por la cara de pocos amigos que puso el tipo, él también conocía el cuento.
El grupo aguardó en silencio a que la muchacha hiciera su movimiento. Cuando el gigante se distrajo con la llama ardiente, se encaminaron todos hacia la casa, con cuidado de no alertarlo. Entre todos, tardaron poco en examinar la planta baja en busca de vías de acceso, pero ni siquiera Valeria cabía por las aberturas, así que no les quedaba otra que vérselas con el mineral que tapiaba los vanos. Dada la situación, lo mismo daba un hueco que otro, así que se encaminaron a la misma puerta principal.
—¿Algún tensai o dragón de tierra? —aventuró Valeria. Nadie respondió— Por la fuerza, entonces —dijo mientras se frotaba las manos y movía el cuello y los hombros para relajar tensiones.
Se situó frente a la roca que tapiaba la puerta, alzó un poco los brazos y colocó las palmas de las manos hacia delante, como si se dispusiese a empujar el monolito, aunque aún la separaba un trecho del mismo. Concentrándose en el éter que rodeaba a la piedra, empujó con toda su energía, tratando de desplazarla hacia el interior de la casa. Al cabo de un momento, la roca negruzca comenzó a tambalearse, pero aún se resistía a avanzar.
—Un poco de ayuda no me vendría mal —dijo. El esfuerzo era palpable en su voz.
Nada más oír la petición, los demás brujos del grupo se situaron a su alrededor y concentraron también sus energías en la tarea. Centímetro a centímetro, la roca fue cediendo hasta mostrar una abertura suficiéntemente amplia para permitirles entrar de uno en uno.
Valeria dejó que los demás fueran entrando primero mientras volvía la vista hacia la muchacha que se había lanzado a la tarea de distraer al gigante. Estaba lejos. Una vez que cesase su maniobra, quién sabía si tendría tiempo de llegar hasta la casa antes de ser interceptada.
Una parte importante de la supervivencia y el éxito de una empresa consistía en saber determinar qué elementos resultarían útiles y cuáles podían llegar a suponer un problema para la misión. La bruja tenía claro qué elemento quería en su equipo y cuál le sobraba.
—Parece que algunos ladran más que muerden —murmuró sin dirigirse a nadie en particular.
Supo que había dado en el blanco cuando el tipo de Ulmer se revolvió incómodo a su lado. La mujer entró en la casa sin hacer otro comentario, pero se quedó observando desde el interior. El hombre se quedó atrás para avisar a la muchacha cuando todos hubieron entrado.
Desde su posición, Valeria vio a la chica correr con todas sus fuerzas y al gigante lanzarse, más lentamente, en su persecución. El hombre la apremiaba desde el umbral, pero pronto se dio cuenta de que el gigante terminaría por alcanzarla si nadie hacía algo. Y lo hizo. Al tiempo que la muchacha salvaba los últimos metros, el licántropo se transformó en un abrir y cerrar de ojos y se lanzó él mismo a la carrera. Con unas cuantas fintas, atrajo rápidamente la atención del gigante, permitiendo a la chica del vestido blanco llegar sana y salva hasta la casa. El lobo se las arregló para mantenerse también a salvo de los golpes pero, lamentablemente para él, estaba demasiado bien vigilado por el gigante para que pudiera volver a colarse en la casa.
—Que alguien vuelva a sellar la entrada —dijo Wanda—, por si acaso.
Una elfa se agachó y posó las manos sobre el suelo, con los ojos cerrados como si rezase. Al punto, unas enredaderas, con los tallos anchos como brazos humanos, surgieron del suelo, creciendo a velocidad acelerada hasta cubrir la abertura por la que habían entrado.
—Bienvenida a la mansión Halton —dijo Valeria ofreciendo una mano a la muchacha del vestido blanco para ayudarla a levantarse— Reike. ¿Y tú eres…?
A la única luz de la lámpara de la mujer-bestia, podía verse que sólo la entrada de aquella mansión era más grande que la casa en la que había crecido Valeria, pero a lo largo de los años, la bruja había visto lugares similares, y en mejor estado, por lo que no dejó que aquello la abrumase. En lugar de a las paredes, miró al grupo.
—Somos muchos —dijo—, pero el sitio es grande. ¿Qué tal si nos lo repartimos? —Sonrió— Un grupo registra la planta baja y otro la de arriba. El primero que vea al dnomovói, que grite.
Mientras los demás consideraban la propuesta, ella ya estaba seleccionando en su cabeza a la gente que quería en su grupo: la chica del vestido blanco y la mujer-bestia; la elfa de las plantitas y su compañero, el que había sacado aquella cascada de luz del hueso; uno o dos dragones, tal vez; «¿Humanos?», se dijo, «Los hay bastante ingeniosos».
----------
OFF: Dado que la especialización de Reike es la Telequinesis, me pareció coherente que fuera capaz de tambalear la roca ella sola, pero como aún es nivel 0, tampoco quería abusar.
Nahir: Gracias por el detalle. Espero que no te moleste lo del "rescate" lobuno, me hizo gracia la idea.
—¿Qué hay de tu espíritu de aventura? —respondió Valeria con una sonrisa divertida.
—Estaba pensando en otro tipo de aventura y, después de todo, tú ya fuiste alumna, ¿no?
Aquello era cierto, pero, aún así, la bruja sentía curiosidad. Más de la que sentía por la fogosidad de su caballero de ojos aguamarina. Él tampoco se tomó demasiado a pecho la despedida, aún quedaban damas dentro.
Recogiéndose las faldas con las manos, Valeria avanzaba a buen ritmo para no quedarse atrás. Aún entre los brujos presentes, su estatura era de las más bajas, por lo que debía moverse con energía. La caminata fue larga y, cuando por fin llegaron a su destino, Valeria respiraba aceleradamente y un tono sonrosado teñía sus mejillas. El cansancio, sin embargo, no le impidió admirarse del espectáculo.
No era la primera vez que veía un gigante de roca, pero hasta entonces, los avistamientos se habían producido navegando, a una prudente distancia de la costa. Ver tan de cerca a un ser de aquel tamaño resultaba sobrecogedor. ¿Y qué hacía en las islas, de todos modos? Thundermaul no tardó en responder a su pregunta no formulada.
Valeria no rió las bromas del viejo, lo cierto era que el maestro nunca le pareció especialmente divertido, pero observó tanto al gigante como la casa y se mantuvo atenta a las explicaciones. A medida que el hombre hablaba, la mirada de la bruja se fue desviando hacia él y allí permaneció, completamente fija, una vez que cesó la explicación.
Aún recordaba las clases de Hartem: una prueba tras otra prueba. Pareciera que siempre había que demostrarle algo. Y, al parecer, siete años de estudios no habían sido suficientes; aún quería más. El maestro debió notar algo en su mirada, porque no tardó en dirigirse a ella, mientras los demás ya empezaban a moverse inquietos.
—¿Y tú a qué estás esperando? —le espetó con su habitual tono directo—, ¿es que te has ablandado con los años? —Al decir ésto, hizo un gesto con la cabeza, señalando el vestido que llevaba la bruja y dio unos pasos hacia ella alzando el índice de la mano libre— No creas que no te he visto rondando la biblioteca y el herbario desde que volviste del continente. Ahora me vas a demostrar que el Hekshold no se equivocó al confiar en una raterilla de Beltrexus. —Con cada golpe de voz, Hartem le iba clavando el dedazo en lo alto del pecho para remarcar sus palabras.
Valeria le mantuvo la mirada, con los ojos entrecerrados, como había hecho tantas veces en su adolescencia. Ya no sentía la misma rabia que aquella muchacha, pero Hartem tenía un don para llevar a la gente al límite. También sabía cómo hacer para que los alumnos siguieran superándose a sí mismos a cada momento, si no se derrumbaban por el camino.
Tras un momento de silencio, la bruja dejó entrever la sombra de una media sonrisa y, con una levísima inclinación de cabeza, se separó del viejo para unirse al grupo. Al pasar junto a la mujer-bestia, se detuvo un momento a acomodarse el traje. No le importaba mancharse el faldón de lino, pero el paño del sobreveste era de Roilkat y no tenía intención de dejar que se arruinase.
—Wanda, ¿verdad? —le dijo a la mujer—. No te preocupes, tan valerosos varones como nos acompañan no permitirán que las damas suframos daño. —La bruja estaba tan concentrada sujetando los bajos del sobreveste con el cinturón, que era difícil saber por su tono si hablaba en serio o en broma.
—Estos monstruos son grandes, pero lentos —oyó decir a uno de esos valerosos varones. Valeria distinguió enseguida ese acento osco que había escuchado siempre que desembarcaba en Ulmer—. Si lo hostigamos desde varios frentes —continuó el tipo—, seguro que no tarda en caer.
A la hora de actuar, sin embargo, fue una muchacha con un sencillo vestido blanco que realzaba el color tostado de su piel, la que tomó la iniciativa. “Yo lo distraigo”, había dicho y al tipo de Ulmer pareció divertirle la idea.
—Si no se distrae con esas piernas —añadió con una sonrisa lobuna—, es que está ciego.
Algunos de los presentes le rieron la gracia, Valeria lo miró con desgana.
—El lobito se nos ha enamorado de la princesa —dijo en tono irónico, haciendo referencia a un cuento popular que había visto representar en un teatrillo de Baslodia. A juzgar por la cara de pocos amigos que puso el tipo, él también conocía el cuento.
El grupo aguardó en silencio a que la muchacha hiciera su movimiento. Cuando el gigante se distrajo con la llama ardiente, se encaminaron todos hacia la casa, con cuidado de no alertarlo. Entre todos, tardaron poco en examinar la planta baja en busca de vías de acceso, pero ni siquiera Valeria cabía por las aberturas, así que no les quedaba otra que vérselas con el mineral que tapiaba los vanos. Dada la situación, lo mismo daba un hueco que otro, así que se encaminaron a la misma puerta principal.
—¿Algún tensai o dragón de tierra? —aventuró Valeria. Nadie respondió— Por la fuerza, entonces —dijo mientras se frotaba las manos y movía el cuello y los hombros para relajar tensiones.
Se situó frente a la roca que tapiaba la puerta, alzó un poco los brazos y colocó las palmas de las manos hacia delante, como si se dispusiese a empujar el monolito, aunque aún la separaba un trecho del mismo. Concentrándose en el éter que rodeaba a la piedra, empujó con toda su energía, tratando de desplazarla hacia el interior de la casa. Al cabo de un momento, la roca negruzca comenzó a tambalearse, pero aún se resistía a avanzar.
—Un poco de ayuda no me vendría mal —dijo. El esfuerzo era palpable en su voz.
Nada más oír la petición, los demás brujos del grupo se situaron a su alrededor y concentraron también sus energías en la tarea. Centímetro a centímetro, la roca fue cediendo hasta mostrar una abertura suficiéntemente amplia para permitirles entrar de uno en uno.
Valeria dejó que los demás fueran entrando primero mientras volvía la vista hacia la muchacha que se había lanzado a la tarea de distraer al gigante. Estaba lejos. Una vez que cesase su maniobra, quién sabía si tendría tiempo de llegar hasta la casa antes de ser interceptada.
Una parte importante de la supervivencia y el éxito de una empresa consistía en saber determinar qué elementos resultarían útiles y cuáles podían llegar a suponer un problema para la misión. La bruja tenía claro qué elemento quería en su equipo y cuál le sobraba.
—Parece que algunos ladran más que muerden —murmuró sin dirigirse a nadie en particular.
Supo que había dado en el blanco cuando el tipo de Ulmer se revolvió incómodo a su lado. La mujer entró en la casa sin hacer otro comentario, pero se quedó observando desde el interior. El hombre se quedó atrás para avisar a la muchacha cuando todos hubieron entrado.
Desde su posición, Valeria vio a la chica correr con todas sus fuerzas y al gigante lanzarse, más lentamente, en su persecución. El hombre la apremiaba desde el umbral, pero pronto se dio cuenta de que el gigante terminaría por alcanzarla si nadie hacía algo. Y lo hizo. Al tiempo que la muchacha salvaba los últimos metros, el licántropo se transformó en un abrir y cerrar de ojos y se lanzó él mismo a la carrera. Con unas cuantas fintas, atrajo rápidamente la atención del gigante, permitiendo a la chica del vestido blanco llegar sana y salva hasta la casa. El lobo se las arregló para mantenerse también a salvo de los golpes pero, lamentablemente para él, estaba demasiado bien vigilado por el gigante para que pudiera volver a colarse en la casa.
—Que alguien vuelva a sellar la entrada —dijo Wanda—, por si acaso.
Una elfa se agachó y posó las manos sobre el suelo, con los ojos cerrados como si rezase. Al punto, unas enredaderas, con los tallos anchos como brazos humanos, surgieron del suelo, creciendo a velocidad acelerada hasta cubrir la abertura por la que habían entrado.
—Bienvenida a la mansión Halton —dijo Valeria ofreciendo una mano a la muchacha del vestido blanco para ayudarla a levantarse— Reike. ¿Y tú eres…?
A la única luz de la lámpara de la mujer-bestia, podía verse que sólo la entrada de aquella mansión era más grande que la casa en la que había crecido Valeria, pero a lo largo de los años, la bruja había visto lugares similares, y en mejor estado, por lo que no dejó que aquello la abrumase. En lugar de a las paredes, miró al grupo.
—Somos muchos —dijo—, pero el sitio es grande. ¿Qué tal si nos lo repartimos? —Sonrió— Un grupo registra la planta baja y otro la de arriba. El primero que vea al dnomovói, que grite.
Mientras los demás consideraban la propuesta, ella ya estaba seleccionando en su cabeza a la gente que quería en su grupo: la chica del vestido blanco y la mujer-bestia; la elfa de las plantitas y su compañero, el que había sacado aquella cascada de luz del hueso; uno o dos dragones, tal vez; «¿Humanos?», se dijo, «Los hay bastante ingeniosos».
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OFF: Dado que la especialización de Reike es la Telequinesis, me pareció coherente que fuera capaz de tambalear la roca ella sola, pero como aún es nivel 0, tampoco quería abusar.
Nahir: Gracias por el detalle. Espero que no te moleste lo del "rescate" lobuno, me hizo gracia la idea.
Reike
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
Reike...
La voz de la mujer le hizo abrir los ojos de nuevo, lo había conseguido, aunque hubiese jurado que el gigante ya la habría alcanzado antes de saltar.
-Nahir...- dijo la morena aceptando la mano de la mujer para levantarse. –Gracias.
La bruja se detuvo unos instantes a mirar la casa, seguro que antes del paso de los años y el abandono era una casa preciosa, ahora reinaba el polvo. Se colaba un poco de claridad por aquellas pequeñas grietas que habían visto desde fuera, pero no la suficiente como para ver todos los detalles de la casa a la perfección. Hacía frío, aunque debía ser normal por la humedad que había en el interior de la casa.
La voz de Reike volvió a hacer que la bruja fijase la vista en ella, utilizó aquel momento para fijarse en ella, en su pelo y sus ojos, su vestido y su piel. ¿Sus ojos eran color verde o almendra? Con aquella oscuridad no podía verlo bien.
Nahir asintió a la estrategia de la mujer, era una buena idea.
La gente barajaba aquella idea mientras ya se iban mirando entre ellos, la bruja supuso que ya separándose para hacer los grupos. La morena miró a Reike y sonrió, como ofreciéndose a ir con ella.
Y así, mientras los grupos se iban haciendo, Nahir iba dando pasitos pequeños hasta colocarse junto a la bruja de ojos verdes, almendra o ámbar.
El otro grupo se apresuró en ir escaleras arriba, dejando al suyo la planta baja.
La primera sala que encontraron fue el comedor. Como protagonista había una chimenea al fondo de la habitación, tenía un color negruzco en las piedras de alrededor y aun había madera en su interior. Una gran mesa de madera con sillas a juego ocupaban gran parte de la sala, con capacidad para diez personas. En las paredes, a ambos lados, habían algunas estanterías con objetos varios como jarras, cuadros, escudos... una gran lampara de velas casi consumidas dormía encima de la gran mesa. Se veían unas pequeñas manchas en el suelo, como unas diminutas huellas sobre el polvo. Reinaba el silencio, se podía escuchar cada uno de sus pasos incluso su respiración.
No había nadie más que ellos.
Nahir sentía una extraña sensación en aquella casa, quizás era por la presencia del éter. Era difícil de explicar, algo parecido a una sensación de frió en su interior pero a la vez notaba que las manos le ardían, como si en cualquier momento fuese a estallar como un géiser.
A la derecha había una biblioteca, con un par de mesas pequeñas y todas las paredes repletas de libros. El techo era muy alto, seguramente aquella habitación también diese acceso a la planta de arriba. En una de las esquinas había una escalera de caracol que daba a un pequeño balcón que rodeaba toda la sala, desde la que era más fácil acceder a los libros de la planta de arriba. A lo largo de aquella sala, cubriendola por completo, había una gran alfombra. Parecía totalmente negra, pero al acercar la lámpara de aceite se podían diferenciar colores rojizos y marrones. La mezcla de aquella tela y de los libros antiguos le daba a aquella sala un fuerte olor a cerrado.
Ahí tampoco había nadie.
A la izquierda encontraron la cocina, o aquello debía de haber sido tiempo atrás puesto que ahora tan solo conservaba las estanterías con algunos utensilios de cocina. Toda la habitación estaba despejada. En una de las esquinas, comida por la oscuridad, se podía ver algo. El bello de la morena se erizó. Entrecerró los ojos, intentado fijar la vista para ver de que se trataba.
De entre las sombras surgió una figura pequeña y rápida, saltó sobre uno de los humanos y le bajó los pantalones. Una risilla chirriante retumbó en la sala.
Era el Dnomo.
Empezaron a volar cubiertos y cazuelas, como si de flechas se tratasen. La morena se llevó los brazos a la cabeza, intentado cubrirse de los ataques del dnomo. Se movía muy deprisa, pero se podía distinguir su barba larga, su larga camisola comida de suciedad y un gorro que le cubría la cabeza.
Usando la lluvia de cubiertos como distracción este salió corriendo hacía la derecha.
-¡En la biblioteca! –gritó uno de los hombre lo suficientemente fuerte como para que lo escuchasen también lo de arriba.
Cuando llegaron de nuevo a la biblioteca las velas de los candelabros de encima de las mesas estaban prendidas, haciendo que la luz bailase sobre los libros. El Dnomo se había escondido, aunque seguro que no tardaría mucho en aparecer con una nueva jugarreta.
A pesar de lo que estaba pasando ahora, la casa estaba muy ordenada, y a fin de cuentas el dnomo no se había ido de la casa, aquello quería decir que la familia que vivía en aquella casa lo había domesticado...
-Como era...- susurró la morena pasándose una mano por la cara, intentando pensar. -¡Si, ya lo recuerdo! Mi padre me contaba historias cuando era pequeña...- aquello no parecía llamar la atención de sus compañeros.- ...para liberar a un dnomovói domesticado hay que destruir el objeto que la familia le regaló. U-un tesoro...- ahora si había captado la atención de algunos.
-¿Un regalo? ¿Que puede ser?
-Debe ser algo diferente a lo que hay por aquí. Puede que esté escondido...- se escuchó desde arriba.
Pero el dnomo también lo había escuchado, y no le gustó la idea. Una de las estanterías de la planta de arriba empezó a tambalearse, haciendo que cayesen libros hasta la planta baja. La bruja se movió rápidamente a un lado. La estantería cayó, rompiendo la barandilla de madera. Nahir alzó las manos intentando amortiguar la caída para que nadie se hiciese daño.
Los de la planta superior empezaron a correr tras el dnomo.
-¿Alguna idea de que puede ser ese tesoro?
El dnomovói saltó por el balcón, riendo.
-¿Que tiene en la mano? ¿Una diadema?
-¡El tesoro!
Unas raíces salieron del suelo, rompiendo las maderas del mismo. Estas empezaron a arremolinarse en torno al dnomo, intentando amarrarlo. Pero era muy rápido. Este, con un par de saltos, se coloco en el centro de la sala, tirando un par de mesas a su paso. Los candelabros cayeron al suelo, haciendo que las llamas empezaran a lamer la alfombra.
La morena se agachó, colocando las manos sobre la tela, creando un gran charco de agua para apagar el fuego. Y viendo que el dnomo aun estaba en la zona que ella había llenado de agua, la congeló. Cada paso del pequeño demonio le hacía caer al suelo, impidiéndole moverse.
-¡Ahora!
La voz de la mujer le hizo abrir los ojos de nuevo, lo había conseguido, aunque hubiese jurado que el gigante ya la habría alcanzado antes de saltar.
-Nahir...- dijo la morena aceptando la mano de la mujer para levantarse. –Gracias.
La bruja se detuvo unos instantes a mirar la casa, seguro que antes del paso de los años y el abandono era una casa preciosa, ahora reinaba el polvo. Se colaba un poco de claridad por aquellas pequeñas grietas que habían visto desde fuera, pero no la suficiente como para ver todos los detalles de la casa a la perfección. Hacía frío, aunque debía ser normal por la humedad que había en el interior de la casa.
La voz de Reike volvió a hacer que la bruja fijase la vista en ella, utilizó aquel momento para fijarse en ella, en su pelo y sus ojos, su vestido y su piel. ¿Sus ojos eran color verde o almendra? Con aquella oscuridad no podía verlo bien.
Nahir asintió a la estrategia de la mujer, era una buena idea.
La gente barajaba aquella idea mientras ya se iban mirando entre ellos, la bruja supuso que ya separándose para hacer los grupos. La morena miró a Reike y sonrió, como ofreciéndose a ir con ella.
Y así, mientras los grupos se iban haciendo, Nahir iba dando pasitos pequeños hasta colocarse junto a la bruja de ojos verdes, almendra o ámbar.
El otro grupo se apresuró en ir escaleras arriba, dejando al suyo la planta baja.
La primera sala que encontraron fue el comedor. Como protagonista había una chimenea al fondo de la habitación, tenía un color negruzco en las piedras de alrededor y aun había madera en su interior. Una gran mesa de madera con sillas a juego ocupaban gran parte de la sala, con capacidad para diez personas. En las paredes, a ambos lados, habían algunas estanterías con objetos varios como jarras, cuadros, escudos... una gran lampara de velas casi consumidas dormía encima de la gran mesa. Se veían unas pequeñas manchas en el suelo, como unas diminutas huellas sobre el polvo. Reinaba el silencio, se podía escuchar cada uno de sus pasos incluso su respiración.
No había nadie más que ellos.
Nahir sentía una extraña sensación en aquella casa, quizás era por la presencia del éter. Era difícil de explicar, algo parecido a una sensación de frió en su interior pero a la vez notaba que las manos le ardían, como si en cualquier momento fuese a estallar como un géiser.
A la derecha había una biblioteca, con un par de mesas pequeñas y todas las paredes repletas de libros. El techo era muy alto, seguramente aquella habitación también diese acceso a la planta de arriba. En una de las esquinas había una escalera de caracol que daba a un pequeño balcón que rodeaba toda la sala, desde la que era más fácil acceder a los libros de la planta de arriba. A lo largo de aquella sala, cubriendola por completo, había una gran alfombra. Parecía totalmente negra, pero al acercar la lámpara de aceite se podían diferenciar colores rojizos y marrones. La mezcla de aquella tela y de los libros antiguos le daba a aquella sala un fuerte olor a cerrado.
Ahí tampoco había nadie.
A la izquierda encontraron la cocina, o aquello debía de haber sido tiempo atrás puesto que ahora tan solo conservaba las estanterías con algunos utensilios de cocina. Toda la habitación estaba despejada. En una de las esquinas, comida por la oscuridad, se podía ver algo. El bello de la morena se erizó. Entrecerró los ojos, intentado fijar la vista para ver de que se trataba.
De entre las sombras surgió una figura pequeña y rápida, saltó sobre uno de los humanos y le bajó los pantalones. Una risilla chirriante retumbó en la sala.
Era el Dnomo.
Empezaron a volar cubiertos y cazuelas, como si de flechas se tratasen. La morena se llevó los brazos a la cabeza, intentado cubrirse de los ataques del dnomo. Se movía muy deprisa, pero se podía distinguir su barba larga, su larga camisola comida de suciedad y un gorro que le cubría la cabeza.
Usando la lluvia de cubiertos como distracción este salió corriendo hacía la derecha.
-¡En la biblioteca! –gritó uno de los hombre lo suficientemente fuerte como para que lo escuchasen también lo de arriba.
Cuando llegaron de nuevo a la biblioteca las velas de los candelabros de encima de las mesas estaban prendidas, haciendo que la luz bailase sobre los libros. El Dnomo se había escondido, aunque seguro que no tardaría mucho en aparecer con una nueva jugarreta.
A pesar de lo que estaba pasando ahora, la casa estaba muy ordenada, y a fin de cuentas el dnomo no se había ido de la casa, aquello quería decir que la familia que vivía en aquella casa lo había domesticado...
-Como era...- susurró la morena pasándose una mano por la cara, intentando pensar. -¡Si, ya lo recuerdo! Mi padre me contaba historias cuando era pequeña...- aquello no parecía llamar la atención de sus compañeros.- ...para liberar a un dnomovói domesticado hay que destruir el objeto que la familia le regaló. U-un tesoro...- ahora si había captado la atención de algunos.
-¿Un regalo? ¿Que puede ser?
-Debe ser algo diferente a lo que hay por aquí. Puede que esté escondido...- se escuchó desde arriba.
Pero el dnomo también lo había escuchado, y no le gustó la idea. Una de las estanterías de la planta de arriba empezó a tambalearse, haciendo que cayesen libros hasta la planta baja. La bruja se movió rápidamente a un lado. La estantería cayó, rompiendo la barandilla de madera. Nahir alzó las manos intentando amortiguar la caída para que nadie se hiciese daño.
Los de la planta superior empezaron a correr tras el dnomo.
-¿Alguna idea de que puede ser ese tesoro?
El dnomovói saltó por el balcón, riendo.
-¿Que tiene en la mano? ¿Una diadema?
-¡El tesoro!
Unas raíces salieron del suelo, rompiendo las maderas del mismo. Estas empezaron a arremolinarse en torno al dnomo, intentando amarrarlo. Pero era muy rápido. Este, con un par de saltos, se coloco en el centro de la sala, tirando un par de mesas a su paso. Los candelabros cayeron al suelo, haciendo que las llamas empezaran a lamer la alfombra.
La morena se agachó, colocando las manos sobre la tela, creando un gran charco de agua para apagar el fuego. Y viendo que el dnomo aun estaba en la zona que ella había llenado de agua, la congeló. Cada paso del pequeño demonio le hacía caer al suelo, impidiéndole moverse.
-¡Ahora!
pd. me encantó el rescate xd
Nahir
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
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Tyr
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
A medida que avanzaban por la casa, Valeria podía sentir cómo ese familiar cosquilleo que le indicaba una acumulación de éter superior a la habitual iba aumentando en intensidad, hasta el punto de hacer que su mente volviese a la taberna, con el caballero dragón cuyo nombre ya no recordaba. Tal vez nunca había llegado a retenerlo.
Con aquella sensación agradable, sin embargo, crecía también un sentimiento de inquietud. Hartem les había hablado de una espesa nube gris que hacía enloquecer. Lo cierto es que la bruja sólo percibía ese frío húmedo que penetra hasta los huesos y un silencio que se hacía pesado. Se sentía como si toda la historia de aquel lugar se cerniese sobre ella y hasta el propio aire que respiraba parecía inusualmente espeso, y cargado.
Podía oír los crujidos de la madera a medida que el otro grupo avanzaba por la planta superior, así como las pisadas de sus compañeros. Pero nada más. Le pareció extraño: con aquellas grietas en las paredes, lo normal es que se oyera el mar o los silbidos del viento. Aquello la inquietó aún más.
«Todos estos libros, echándose a perder», se dijo cuando entraron en la biblioteca. Seguramente estarían todos carcomidos por la humedad, pero aún así, se detuvo un momento, hipnotizada por aquellos dos pisos de estanterías. Hasta que se dio cuenta de que los demás ya habían salido de la habitación.
Para cuando dio alcance al resto del grupo, en la cocina, se estaba armando un revuelo. Llegó a tiempo de ver a un humano subirse los pantalones y de resguardarse tras el alfeizar cuando los cubiertos empezaron a volar. De repente, cesó el ruido de cacharros y Valeria volvió a asomarse. No llegó a ver al diablillo que había causado el caos, pero llegó a la conclusión de que habían encontrado su guarida.
Alguien gritó y todos corrieron de vuelta a la biblioteca, a cuyos balcones superiores vieron llegar también a los del otro grupo. La muchacha del vestido blanco, Nahir, contó su historia y todo lo que pudo pensar Valeria antes de que la librería se derrumbara fue: «¿Liberarlo? Si ya es una plaga cuando está domesticado, ¿qué no hará cuando sea libre?».
Aún así, tras el grito de la muchacha, reaccionó por instinto. Cuando el elfo aprovechó que el dnomo no lograba mantenerse de pie en el hielo para lanzarle un rayo de luz que lo envió contra una de las estanterías que ocultaban la pared de la sala, Valeria concentró su voluntad en el éter que rodeaba aquella pequeña diadema para atraerla hacia sí, separándola del agarre de su pequeño dueño.
Lo que no calculó fue que, en aquella casa, su magia parecía aumentar su intensidad y la condenada joya golpeó su mano con tanta fuerza que Valeria soltó un grito de dolor y la diadema se desvió de curso, yendo a clavarse en uno de los libros de las estanterías superiores.
—¡Que alguien la agarre! —gritó una mujer a su lado mientras Valeria se sacudía con frustración la mano dolorida.
—¡Rápido, se está levantando! —dijo alguien más.
—¡La tengo! —añadió, triunfante, una tercera voz.
El tipo que había cazado el tesoro no parecía tener muy claro qué hacer con él y el dnomo, que parecía realmente enfadado, se lanzó hacia él para recuperar lo que era suyo. Impulsada por el éxito de su anterior hechizo, Valeria alzó una mano hacia el pequeño diablillo y repitió lo que ya había hecho con la diadema. Lo cierto es que no esperaba que funcionase, nunca había sido capaz de algo así con un ser vivo, pero el caso es que el dnomo salió disparado en la dirección que ella le indicó.
—Probad con magia —les dijo a los que estaban arriba—. ¿No habéis notado que aquí es más fuerte?
Nada más oír esto, uno de los otros brujos tocó la diadema y, en tan sólo un momento, ésta se convirtió en un líquido candente.
—Y ahora, ¿qué? —dijo Wanda.
«Buena pregunta», pensó Valeria. «Dudo mucho que Hartem lo hiciera de esta forma».
Una risita les respondió desde el piso de arriba. De repente, empezaron a caer libros desde todas direcciones. Era como si el condenado bicho corriese a toda velocidad agitando una estantería tras otra. Valeria reaccionó empujando todo el éter a su alrededor hacia arriba, al encuentro de la masa de libros que caía. “Realizad vuestro mejor conjuro”, había dicho el viejo. «Muy bien», pensó la bruja, «aquí está».
Mientras aquella especie de escudo de fuerza hacía rebotar los libros hacia el techo, sus compañeros salieron atropelladamente de la sala. Ella los siguió, palpando con una mano detrás de la espalda, en busca de la puerta. Tan pronto como la atravesó, el estrépito que se oyó en la biblioteca les indicó que los libros habían vuelto a caer todos a la vez. Después de eso, se hizo el silencio.
—¿Estará esperando para jugárnosla de nuevo o creéis que se habrá largado? —preguntó alguien cerca de Valeria.
—Ni idea —dijo ella mirándose las manos con asombro—, pero yo de vosotros, aprovecharía que está tranquilo para probar algún conjuro interesante. Puede que pase mucho tiempo hasta que podamos manejar la magia de esta forma. —Ella, desde luego, pensaba probar todos los hechizos que se le pasasen por la cabeza mientras estaba allí dentro.
Con aquella sensación agradable, sin embargo, crecía también un sentimiento de inquietud. Hartem les había hablado de una espesa nube gris que hacía enloquecer. Lo cierto es que la bruja sólo percibía ese frío húmedo que penetra hasta los huesos y un silencio que se hacía pesado. Se sentía como si toda la historia de aquel lugar se cerniese sobre ella y hasta el propio aire que respiraba parecía inusualmente espeso, y cargado.
Podía oír los crujidos de la madera a medida que el otro grupo avanzaba por la planta superior, así como las pisadas de sus compañeros. Pero nada más. Le pareció extraño: con aquellas grietas en las paredes, lo normal es que se oyera el mar o los silbidos del viento. Aquello la inquietó aún más.
«Todos estos libros, echándose a perder», se dijo cuando entraron en la biblioteca. Seguramente estarían todos carcomidos por la humedad, pero aún así, se detuvo un momento, hipnotizada por aquellos dos pisos de estanterías. Hasta que se dio cuenta de que los demás ya habían salido de la habitación.
Para cuando dio alcance al resto del grupo, en la cocina, se estaba armando un revuelo. Llegó a tiempo de ver a un humano subirse los pantalones y de resguardarse tras el alfeizar cuando los cubiertos empezaron a volar. De repente, cesó el ruido de cacharros y Valeria volvió a asomarse. No llegó a ver al diablillo que había causado el caos, pero llegó a la conclusión de que habían encontrado su guarida.
Alguien gritó y todos corrieron de vuelta a la biblioteca, a cuyos balcones superiores vieron llegar también a los del otro grupo. La muchacha del vestido blanco, Nahir, contó su historia y todo lo que pudo pensar Valeria antes de que la librería se derrumbara fue: «¿Liberarlo? Si ya es una plaga cuando está domesticado, ¿qué no hará cuando sea libre?».
Aún así, tras el grito de la muchacha, reaccionó por instinto. Cuando el elfo aprovechó que el dnomo no lograba mantenerse de pie en el hielo para lanzarle un rayo de luz que lo envió contra una de las estanterías que ocultaban la pared de la sala, Valeria concentró su voluntad en el éter que rodeaba aquella pequeña diadema para atraerla hacia sí, separándola del agarre de su pequeño dueño.
Lo que no calculó fue que, en aquella casa, su magia parecía aumentar su intensidad y la condenada joya golpeó su mano con tanta fuerza que Valeria soltó un grito de dolor y la diadema se desvió de curso, yendo a clavarse en uno de los libros de las estanterías superiores.
—¡Que alguien la agarre! —gritó una mujer a su lado mientras Valeria se sacudía con frustración la mano dolorida.
—¡Rápido, se está levantando! —dijo alguien más.
—¡La tengo! —añadió, triunfante, una tercera voz.
El tipo que había cazado el tesoro no parecía tener muy claro qué hacer con él y el dnomo, que parecía realmente enfadado, se lanzó hacia él para recuperar lo que era suyo. Impulsada por el éxito de su anterior hechizo, Valeria alzó una mano hacia el pequeño diablillo y repitió lo que ya había hecho con la diadema. Lo cierto es que no esperaba que funcionase, nunca había sido capaz de algo así con un ser vivo, pero el caso es que el dnomo salió disparado en la dirección que ella le indicó.
—Probad con magia —les dijo a los que estaban arriba—. ¿No habéis notado que aquí es más fuerte?
Nada más oír esto, uno de los otros brujos tocó la diadema y, en tan sólo un momento, ésta se convirtió en un líquido candente.
—Y ahora, ¿qué? —dijo Wanda.
«Buena pregunta», pensó Valeria. «Dudo mucho que Hartem lo hiciera de esta forma».
Una risita les respondió desde el piso de arriba. De repente, empezaron a caer libros desde todas direcciones. Era como si el condenado bicho corriese a toda velocidad agitando una estantería tras otra. Valeria reaccionó empujando todo el éter a su alrededor hacia arriba, al encuentro de la masa de libros que caía. “Realizad vuestro mejor conjuro”, había dicho el viejo. «Muy bien», pensó la bruja, «aquí está».
Mientras aquella especie de escudo de fuerza hacía rebotar los libros hacia el techo, sus compañeros salieron atropelladamente de la sala. Ella los siguió, palpando con una mano detrás de la espalda, en busca de la puerta. Tan pronto como la atravesó, el estrépito que se oyó en la biblioteca les indicó que los libros habían vuelto a caer todos a la vez. Después de eso, se hizo el silencio.
—¿Estará esperando para jugárnosla de nuevo o creéis que se habrá largado? —preguntó alguien cerca de Valeria.
—Ni idea —dijo ella mirándose las manos con asombro—, pero yo de vosotros, aprovecharía que está tranquilo para probar algún conjuro interesante. Puede que pase mucho tiempo hasta que podamos manejar la magia de esta forma. —Ella, desde luego, pensaba probar todos los hechizos que se le pasasen por la cabeza mientras estaba allí dentro.
Reike
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
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Tyr
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
Observó a los aspirantes organizarse en dos grupos: un pelotón de combate que entretendría al gigante y otro de asalto que se encargaría de abrir un boquete en la cabaña y pasar al interior. Recibió los conjuros de los chicos y chicas como si fueran los regalos de cumpleaños que hubiera querido recibir en la taberna, durante el banquete.
Apoyó sus labios en la jarra e hizo ademán de beber cerveza, pero notó que ésta se la había acabado. Levantó la jarra en alto, en dirección a la cabaña, y ésta volvió a llenarse de cerveza.
—La cerveza sabe mejor si es creada con magia — musitó para sí mismo antes de beber.
El pelotón de combate consiguió confundir al gigante. Dejaba caer sus pesadas manos al suelo, aunque allí no hubiera nada. La criatura veía a los chicos como pequeñas hormiguitas que correteaban por sus pies y perturbaban el ambiente que el gigante y el dnomo crearon en su extraña simbiosis. El pelotón aprovechó la oportunidad para pasar al interior de la cabaña por el agujero que sus compañeros crearon. Buena jugada. El maestro Hartem brindó a su salud.
Lo que ocurrió en el interior de la casa de los Halton, lo vio con los ojos de su la mujer bestia.
El humor del maestro la ponía nerviosa. El sexo y la muerte no le parecían temas tabúes y acudía a ellos con total naturalidad. Celebraba el hecho de mandar a unos chicos, demasiados jóvenes según opinaba Wanda, a enfrentarse contra un gigante que los mataría con casi total seguridad y reía después de desear la muerte al componente más débil del grupo. Wanda dio gracias a los Dioses que no creía que los chicos supieron cómo tratar con el gigante y se alegró de que nadie muriese en el intento. Ya en el interior de la cabaña de los Halton, los volvió a contar uno por uno para asegurarse de que estaban todos.
La tranquilidad no duró mucho tiempo. Los muebles parecieron resonar como si se estuvieran resquebrajando. La cubertería de la cocina voló por los aires en dirección al grupo de chicos. Nada que pudiera resultar una amenaza para los talentos del maestro Hartem, pensó Wanda con un marcado sarcasmo. Con suerte, uno de esos tenedores quedará clavado en el ojo del lobito ligón.
Lo que más enfadaba a Wanda era reconocer que el maestro Hartem tenía su mismo humor. Cada vez que decía mentalmente una broma que pudiera atribuirse al maestro, daba un fuerte pisotón con su pezuña al suelo; un gesto de enfado perteneciente a su parte animal.
Los talentos de Hartem acabaron encontraron al dnomo. Wanda los siguió desde la posición segura de la retaguardia, perfecta para quien no tenía una alta sensibilidad al éter como ellos. Pudo presenciar el alterado combate, el dnomo era un rival mucho más complicado que el gigante debido a su velocidad y astucia, sin llegar a tomar acción en el mismo. Lo único por lo que Wanda tenía que preocuparse era por esquivar los proyectiles que el dnomo lanzaba y las miradas afanosas del lobito; quien dedicaba a Wanda cada una de sus habilidades con una sonrisa y un saludo con la mano.
Lo siento, no me gusta el olor a perro mojado. Pensó y dio un pistón al suelo. La madera tembló.
El tesoro del dnomo que lo vinculaba con sus difuntos amos era una vieja diadema que perdió su lujo por el paso de los años. Los talentos destruyeron el objeto, lo derritieron hasta convertirlo en una amalgama sin color. El dnomo corrió al desván de la casa; fuera de la vista del grupo.
De nuevo, Wanda contó con los dedos cuántos chicos y chicas quedaban en pie en la choza. Todos, incluso el pesado del lobo.
El siguiente paso debía ser el más sencillo: salir de la cabaña por donde habían entrado y regresar al lado de Hartem. El boquete en la ventana seguía abierto. El gigante estaba más preocupado por aplastar las hormiguitas que no podía ver (porque no estaban allí) que por tapiar el agujero con carbón mineral. Es fácil, solo sal de ahí. Sal….
Wanda cayó de rodillas. Se abrazó el pecho con las dos manos. La pesada túnica del Hekshold nunca la había incomodado tanto como en aquel momento. Estaba sudando como si fuera el día más caluroso de verano y a la vez tiritaba; se sentía helada. Los talentos de Hartem sentían lo mismo que ella; era posible que incluso en mayor proporción teniendo en cuento su sensibilidad al éter. La mayoría cayeron al suelo, algunos porque sus piernas no podían resistir el peso de sus cuerpos y otros porque se desmayaron de golpe. Wanda seguía consciente, al igual que Nahir, Reike, el puñetero lobo y un puñado más que no habían destacado tanto para Wanda como esos tres.
Una nube espesa se congregó sobre los talentos de Hartem y Wanda. Apestaba más que un perro mojado. Olía a muerte y humedad; era el olor que emergió del pedazo de rótula junto con el gusano de podredumbre después de que Wanda lo tocase.
—Lo siento… — se sentía tan pesada que apenas podía balbucear tres palabras seguidas—. Yo… debía haberlo dicho. Antes, cuando….
Luego de esta última palabra, la voz de Wanda desapareció para dar paso a una con un tono más grave y austera: el señor Halton.
—¿Qué hacéis en mi casa? ¿Y qué es todo este desorden? Sois una panda de bandidos. ¿Es así? Habéis venido a robar mis pertenencias. Pues dejad que os diga: os habéis equivocado de casa que robar.
El señor Halton unió a las manos de Wanda, formó una bola de fuego del tamaño de una cabeza (o del fragmento de rótula del gigante) y la lanzó contra la supuesta bandida morena (Nahir). El proyectil erró por poco; se desvaneció antes de impactar contra la pared de la cabaña. El señor Halton no se acostumbraba a su nuevo cuerpo, ni siquiera se había dado cuenta de que tenía cuernos y pezuñas como los de una cabra.
La señora Halton acudió a la reunión tiempo después. Ella poseía el cuerpo de un apuesto hombre de espalda recia y cabello moreno (el lobito ligón). Estaba arrodillada frente a una masa derretida que presentaba fragmentos que la mujer reconoció en seguida: era la diadema que había lucido en tantas fiestas y luego regaló al dnomo sirviente al comprobar que era de oro falso. Los bandidos debieron haberla derretido al descubrir su verdadero valor.
—Habéis cometido el peor de los errores, hijos míos — dijo la señora Dalton en la boca del lobo.
Acto seguido, usó sus recuperadas habilidades mágicas: cubrió las manos del lobo de aire caliente, del que crea ampollas y quemaduras al contacto.
* Nahir y Reike: Estoy convencida que para este turno os hubiera gustado tener una runa de mala suerte, en ese entonces, vosotras seríais las poseídas por los espíritus.
Los niveles de éter en la cabaña han aumentado considerablemente. Wanda y el lobo de Reike (el cual me hizo mucha gracia) son poseídos por los espíritus de los Halton. Deberéis salvaros. Por otra parte, este gran nivel de éter os hace confundir y debilita en lugar de fortaleceros. Son los Halton quienes se alimenta de todo este poder.
Los Halton no saben que han muerto y que están en el cuerpo de otra persona. En este punto tenéis dos opciones: derrotarles usando la fuerza (la magia) o hacerles ver que han muerto y convencerles de que deben abandonar la cabaña ya que están causando un gran problema.
Apoyó sus labios en la jarra e hizo ademán de beber cerveza, pero notó que ésta se la había acabado. Levantó la jarra en alto, en dirección a la cabaña, y ésta volvió a llenarse de cerveza.
—La cerveza sabe mejor si es creada con magia — musitó para sí mismo antes de beber.
El pelotón de combate consiguió confundir al gigante. Dejaba caer sus pesadas manos al suelo, aunque allí no hubiera nada. La criatura veía a los chicos como pequeñas hormiguitas que correteaban por sus pies y perturbaban el ambiente que el gigante y el dnomo crearon en su extraña simbiosis. El pelotón aprovechó la oportunidad para pasar al interior de la cabaña por el agujero que sus compañeros crearon. Buena jugada. El maestro Hartem brindó a su salud.
Lo que ocurrió en el interior de la casa de los Halton, lo vio con los ojos de su la mujer bestia.
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El humor del maestro la ponía nerviosa. El sexo y la muerte no le parecían temas tabúes y acudía a ellos con total naturalidad. Celebraba el hecho de mandar a unos chicos, demasiados jóvenes según opinaba Wanda, a enfrentarse contra un gigante que los mataría con casi total seguridad y reía después de desear la muerte al componente más débil del grupo. Wanda dio gracias a los Dioses que no creía que los chicos supieron cómo tratar con el gigante y se alegró de que nadie muriese en el intento. Ya en el interior de la cabaña de los Halton, los volvió a contar uno por uno para asegurarse de que estaban todos.
La tranquilidad no duró mucho tiempo. Los muebles parecieron resonar como si se estuvieran resquebrajando. La cubertería de la cocina voló por los aires en dirección al grupo de chicos. Nada que pudiera resultar una amenaza para los talentos del maestro Hartem, pensó Wanda con un marcado sarcasmo. Con suerte, uno de esos tenedores quedará clavado en el ojo del lobito ligón.
Lo que más enfadaba a Wanda era reconocer que el maestro Hartem tenía su mismo humor. Cada vez que decía mentalmente una broma que pudiera atribuirse al maestro, daba un fuerte pisotón con su pezuña al suelo; un gesto de enfado perteneciente a su parte animal.
Los talentos de Hartem acabaron encontraron al dnomo. Wanda los siguió desde la posición segura de la retaguardia, perfecta para quien no tenía una alta sensibilidad al éter como ellos. Pudo presenciar el alterado combate, el dnomo era un rival mucho más complicado que el gigante debido a su velocidad y astucia, sin llegar a tomar acción en el mismo. Lo único por lo que Wanda tenía que preocuparse era por esquivar los proyectiles que el dnomo lanzaba y las miradas afanosas del lobito; quien dedicaba a Wanda cada una de sus habilidades con una sonrisa y un saludo con la mano.
Lo siento, no me gusta el olor a perro mojado. Pensó y dio un pistón al suelo. La madera tembló.
El tesoro del dnomo que lo vinculaba con sus difuntos amos era una vieja diadema que perdió su lujo por el paso de los años. Los talentos destruyeron el objeto, lo derritieron hasta convertirlo en una amalgama sin color. El dnomo corrió al desván de la casa; fuera de la vista del grupo.
De nuevo, Wanda contó con los dedos cuántos chicos y chicas quedaban en pie en la choza. Todos, incluso el pesado del lobo.
El siguiente paso debía ser el más sencillo: salir de la cabaña por donde habían entrado y regresar al lado de Hartem. El boquete en la ventana seguía abierto. El gigante estaba más preocupado por aplastar las hormiguitas que no podía ver (porque no estaban allí) que por tapiar el agujero con carbón mineral. Es fácil, solo sal de ahí. Sal….
Wanda cayó de rodillas. Se abrazó el pecho con las dos manos. La pesada túnica del Hekshold nunca la había incomodado tanto como en aquel momento. Estaba sudando como si fuera el día más caluroso de verano y a la vez tiritaba; se sentía helada. Los talentos de Hartem sentían lo mismo que ella; era posible que incluso en mayor proporción teniendo en cuento su sensibilidad al éter. La mayoría cayeron al suelo, algunos porque sus piernas no podían resistir el peso de sus cuerpos y otros porque se desmayaron de golpe. Wanda seguía consciente, al igual que Nahir, Reike, el puñetero lobo y un puñado más que no habían destacado tanto para Wanda como esos tres.
Una nube espesa se congregó sobre los talentos de Hartem y Wanda. Apestaba más que un perro mojado. Olía a muerte y humedad; era el olor que emergió del pedazo de rótula junto con el gusano de podredumbre después de que Wanda lo tocase.
—Lo siento… — se sentía tan pesada que apenas podía balbucear tres palabras seguidas—. Yo… debía haberlo dicho. Antes, cuando….
Luego de esta última palabra, la voz de Wanda desapareció para dar paso a una con un tono más grave y austera: el señor Halton.
—¿Qué hacéis en mi casa? ¿Y qué es todo este desorden? Sois una panda de bandidos. ¿Es así? Habéis venido a robar mis pertenencias. Pues dejad que os diga: os habéis equivocado de casa que robar.
El señor Halton unió a las manos de Wanda, formó una bola de fuego del tamaño de una cabeza (o del fragmento de rótula del gigante) y la lanzó contra la supuesta bandida morena (Nahir). El proyectil erró por poco; se desvaneció antes de impactar contra la pared de la cabaña. El señor Halton no se acostumbraba a su nuevo cuerpo, ni siquiera se había dado cuenta de que tenía cuernos y pezuñas como los de una cabra.
La señora Halton acudió a la reunión tiempo después. Ella poseía el cuerpo de un apuesto hombre de espalda recia y cabello moreno (el lobito ligón). Estaba arrodillada frente a una masa derretida que presentaba fragmentos que la mujer reconoció en seguida: era la diadema que había lucido en tantas fiestas y luego regaló al dnomo sirviente al comprobar que era de oro falso. Los bandidos debieron haberla derretido al descubrir su verdadero valor.
—Habéis cometido el peor de los errores, hijos míos — dijo la señora Dalton en la boca del lobo.
Acto seguido, usó sus recuperadas habilidades mágicas: cubrió las manos del lobo de aire caliente, del que crea ampollas y quemaduras al contacto.
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* Nahir y Reike: Estoy convencida que para este turno os hubiera gustado tener una runa de mala suerte, en ese entonces, vosotras seríais las poseídas por los espíritus.
Los niveles de éter en la cabaña han aumentado considerablemente. Wanda y el lobo de Reike (el cual me hizo mucha gracia) son poseídos por los espíritus de los Halton. Deberéis salvaros. Por otra parte, este gran nivel de éter os hace confundir y debilita en lugar de fortaleceros. Son los Halton quienes se alimenta de todo este poder.
Los Halton no saben que han muerto y que están en el cuerpo de otra persona. En este punto tenéis dos opciones: derrotarles usando la fuerza (la magia) o hacerles ver que han muerto y convencerles de que deben abandonar la cabaña ya que están causando un gran problema.
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
Aun con las manos en el suelo la morena podía sentir como si el frío del hielo que ella misma había creado empezase a subir por sus dedos, como si helara la sangre de sus manos, esparciéndose por todo su cuerpo en un abrir y cerrar de ojos.
Nahir apartó las manos del suelo, mirándoselas como si se tratasen de las manos de otra persona. Era una sensación parecida a cuando entumecía una parte de su cuerpo para no sentir el dolor, pero mucho más intensa. Era tanta la intensidad de aquella sensación que no sentía el peculiar cosquilleo en las extremidades, sino que ahora le dolía todo el cuerpo como si le hubiese caído un yunque encima. Le costaba respirar, le pesaban los ojos y una extraña sensación de mareo se apoderó de ella por unos instantes.
Empezó a ponerse nerviosa, no entendía aquello. Suspiró. Debía calmarse. Todo aquello debía de ser a causa de la mayor concentración de éter que había en la casa. No era más que eso.
Respira Nahir… tranquilízate, no te pongas nerviosa… se decía una y otro vez a sí misma. En unos instantes empezaron a disminuir los síntomas, haciendo que la bruja recuperase la compostura.
Sacudió la cabeza enérgicamente, como si aquello le ayudase a despejar su mente. Apoyando una de las manos en el suelo para ayudarse, se levantó.
El dnomo se había ido.
Miró a su alrededor, a sus compañeros, intentando buscar en ellos una respuesta o algo parecido. Entonces estos empezaron a caer al suelo, algunos inconscientes. ¿Les estaría pasando los mismo que a ella por haber usado la magia ahí dentro? De ser así no tardarían mucho en reponerse. Los miraba uno a uno, pero no parecía que se recuperasen.
¿Qué es ese olor?
Un olor penetrante a humedad caló en la morena, distrayéndole de la atención que le demandaban los compañeros que había en el suelo.
Sobre sus cabezas se había creado una nube oscura y espera, seguramente la causante de aquel olor.
-¿Qu-e sucede?- susurró mirando a Wanda.
Aquello no pintaba nada bien.
El cambio de voz de la mujer bestia erizó el bello de todo el cuerpo de la bruja. Era algo que no se esperaba, y sin darse cuenta dio un paso atrás. Seguía con la mirada cada uno de los movimientos de sus manos, esperando lo peor. Y menos mal que fue así, ya que no le pilló tan de sorpresa la bola de fuego que voló en su dirección.
Y aunque pudo prevenirlo con algo de antelación apenas tuvo tiempo de esquivarlo. Era muy rápido. Se tiró hacía un lado, el proyectil de fuego por poco la alcanza. Se reincorporó al instante, como un muelle, intentando no perder de vista a Wanda. Pero la voz de una mujer, proveniente del cuerpo el hombre lobo, le hizo volver la cabeza. ¿Qué estaba pasando ahí? ¿Ella sería a siguiente?
Pero no era un buen momento para volverse loca a la espera de ver si era la siguiente en ser “poseída”. La pareja Halton parecía no perder un solo segundo.
Nahir empezó a caminar de lado, sin perder el contacto visual con Wanda o el señor Halton. Procuraba no hacer movimientos bruscos. La mujer bestia, por su parte, tampoco le sacaba el ojo de encima a la morena, incluso se había ido moviendo con ella. Había conseguido separar un poco a la pareja, quizás de aquella manera sería más sencillo poder sobrellevar la situación. Nahir paró cuando su pie derecho topó con una cómoda. En ella había un candelabro de plata, sin velas, a juego con unos platos decorativos y, contra la pared, un cuadro familiar en el que había un hombre y una mujer, seguramente los Halton antes de morir. Wanda se percató de lo que la bruja estaba mirando.
-¿Bonito verdad?- una sonrisa burlona se apoderaba de su cara –Es una magnífica obra. Nos lo hicieron el día que nos desposamos, ella estaba muy hermosa… aunque supongo que tiene más valor sentimental, así que mejor la plata, ¿no?-
-No hemos venido a robar…- colocó las manos en su espalda, intentando concentrar toda su magia en ella, por si resultaba necesario defenderse. Pero algo no iba bien, cuando intentaba hacer acopio de su magia sentía mareos, hasta nauseas.
- ¿Qué no habéis venido a robar? ¿Entonces qué haces en mi casa? - alzaba más la voz con cada palabra que decía.
-Lo siento… no era nuestra intención…-frunció el ceño-… pero dado que ustedes están… muertos…- no sabía cómo decir aquello, nunca se había enfrentado a la situación de explicarle a alguien de que ya no vive, aunque se estaba dando cuenta de que no había palabras suficientes para explicarlo.
La cara de Wanda se contrajo: frunció el ceño, arrugó la nariz, separó levemente los labios mientras estos se apretaban al formar una especie de O. Al parecer aquella afirmación le había pillado por sorpresa.
-Me robas y encima me tomas por idiota- estaba muy enfadado.
-No le tomo por nada, es la verdad, señor…- Nahir miró de reojo a su alrededor, buscando algo con lo que poder respaldar su verdad antes de que aquel hombre la quemase entera.
-Mi-mire…- fue a largar la mano cuando el hombre se colocó en posición de ataque, lo que hizo que la morena se parase en seco.
-No te muevas. Tu sí que estas muerta…
- ¡Mire a su mujer!- gritó la joven en un intento desesperado por distraerlo de las bolas de fuego que ya se estaban formando en sus mano. –Mírala…¿tiene el mismo aspecto que en el cuadro?...
Y para su sorpresa el hombre miró de reojo donde se suponía que estaba su mujer. Su voz provenía de ahí, pero no era ella. Las bolas de fuego disminuyeron un poco, era el momento, si no aprovechaba ahora no sabía si tendría otra oportunidad.
Alargó las manos y cogió el plato de plata que estaba en la cómoda y lo sujetó en vertical.
-Mire... no es usted…
El hombre bajó las manos mirando su reflejo con atención. Se había quedado mudo. Dio un par de pasos hasta llegar a la altura de la morena, esta no se movió. Alzó ambas manos y le cogió el plato para acercárselo a la cara.
-No puede ser… ¿Estamos muertos realmente?
La bruja se había puesto un poco tensa al tenerlo tan cerca ya que ahora era mucho más vulnerable. Tan solo esperaba que aquello funcionase.
Nahir apartó las manos del suelo, mirándoselas como si se tratasen de las manos de otra persona. Era una sensación parecida a cuando entumecía una parte de su cuerpo para no sentir el dolor, pero mucho más intensa. Era tanta la intensidad de aquella sensación que no sentía el peculiar cosquilleo en las extremidades, sino que ahora le dolía todo el cuerpo como si le hubiese caído un yunque encima. Le costaba respirar, le pesaban los ojos y una extraña sensación de mareo se apoderó de ella por unos instantes.
Empezó a ponerse nerviosa, no entendía aquello. Suspiró. Debía calmarse. Todo aquello debía de ser a causa de la mayor concentración de éter que había en la casa. No era más que eso.
Respira Nahir… tranquilízate, no te pongas nerviosa… se decía una y otro vez a sí misma. En unos instantes empezaron a disminuir los síntomas, haciendo que la bruja recuperase la compostura.
Sacudió la cabeza enérgicamente, como si aquello le ayudase a despejar su mente. Apoyando una de las manos en el suelo para ayudarse, se levantó.
El dnomo se había ido.
Miró a su alrededor, a sus compañeros, intentando buscar en ellos una respuesta o algo parecido. Entonces estos empezaron a caer al suelo, algunos inconscientes. ¿Les estaría pasando los mismo que a ella por haber usado la magia ahí dentro? De ser así no tardarían mucho en reponerse. Los miraba uno a uno, pero no parecía que se recuperasen.
¿Qué es ese olor?
Un olor penetrante a humedad caló en la morena, distrayéndole de la atención que le demandaban los compañeros que había en el suelo.
Sobre sus cabezas se había creado una nube oscura y espera, seguramente la causante de aquel olor.
-¿Qu-e sucede?- susurró mirando a Wanda.
Aquello no pintaba nada bien.
El cambio de voz de la mujer bestia erizó el bello de todo el cuerpo de la bruja. Era algo que no se esperaba, y sin darse cuenta dio un paso atrás. Seguía con la mirada cada uno de los movimientos de sus manos, esperando lo peor. Y menos mal que fue así, ya que no le pilló tan de sorpresa la bola de fuego que voló en su dirección.
Y aunque pudo prevenirlo con algo de antelación apenas tuvo tiempo de esquivarlo. Era muy rápido. Se tiró hacía un lado, el proyectil de fuego por poco la alcanza. Se reincorporó al instante, como un muelle, intentando no perder de vista a Wanda. Pero la voz de una mujer, proveniente del cuerpo el hombre lobo, le hizo volver la cabeza. ¿Qué estaba pasando ahí? ¿Ella sería a siguiente?
Pero no era un buen momento para volverse loca a la espera de ver si era la siguiente en ser “poseída”. La pareja Halton parecía no perder un solo segundo.
Nahir empezó a caminar de lado, sin perder el contacto visual con Wanda o el señor Halton. Procuraba no hacer movimientos bruscos. La mujer bestia, por su parte, tampoco le sacaba el ojo de encima a la morena, incluso se había ido moviendo con ella. Había conseguido separar un poco a la pareja, quizás de aquella manera sería más sencillo poder sobrellevar la situación. Nahir paró cuando su pie derecho topó con una cómoda. En ella había un candelabro de plata, sin velas, a juego con unos platos decorativos y, contra la pared, un cuadro familiar en el que había un hombre y una mujer, seguramente los Halton antes de morir. Wanda se percató de lo que la bruja estaba mirando.
-¿Bonito verdad?- una sonrisa burlona se apoderaba de su cara –Es una magnífica obra. Nos lo hicieron el día que nos desposamos, ella estaba muy hermosa… aunque supongo que tiene más valor sentimental, así que mejor la plata, ¿no?-
-No hemos venido a robar…- colocó las manos en su espalda, intentando concentrar toda su magia en ella, por si resultaba necesario defenderse. Pero algo no iba bien, cuando intentaba hacer acopio de su magia sentía mareos, hasta nauseas.
- ¿Qué no habéis venido a robar? ¿Entonces qué haces en mi casa? - alzaba más la voz con cada palabra que decía.
-Lo siento… no era nuestra intención…-frunció el ceño-… pero dado que ustedes están… muertos…- no sabía cómo decir aquello, nunca se había enfrentado a la situación de explicarle a alguien de que ya no vive, aunque se estaba dando cuenta de que no había palabras suficientes para explicarlo.
La cara de Wanda se contrajo: frunció el ceño, arrugó la nariz, separó levemente los labios mientras estos se apretaban al formar una especie de O. Al parecer aquella afirmación le había pillado por sorpresa.
-Me robas y encima me tomas por idiota- estaba muy enfadado.
-No le tomo por nada, es la verdad, señor…- Nahir miró de reojo a su alrededor, buscando algo con lo que poder respaldar su verdad antes de que aquel hombre la quemase entera.
-Mi-mire…- fue a largar la mano cuando el hombre se colocó en posición de ataque, lo que hizo que la morena se parase en seco.
-No te muevas. Tu sí que estas muerta…
- ¡Mire a su mujer!- gritó la joven en un intento desesperado por distraerlo de las bolas de fuego que ya se estaban formando en sus mano. –Mírala…¿tiene el mismo aspecto que en el cuadro?...
Y para su sorpresa el hombre miró de reojo donde se suponía que estaba su mujer. Su voz provenía de ahí, pero no era ella. Las bolas de fuego disminuyeron un poco, era el momento, si no aprovechaba ahora no sabía si tendría otra oportunidad.
Alargó las manos y cogió el plato de plata que estaba en la cómoda y lo sujetó en vertical.
-Mire... no es usted…
El hombre bajó las manos mirando su reflejo con atención. Se había quedado mudo. Dio un par de pasos hasta llegar a la altura de la morena, esta no se movió. Alzó ambas manos y le cogió el plato para acercárselo a la cara.
-No puede ser… ¿Estamos muertos realmente?
La bruja se había puesto un poco tensa al tenerlo tan cerca ya que ahora era mucho más vulnerable. Tan solo esperaba que aquello funcionase.
Nahir
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
Valeria notó una sensación chirriante en toda su piel. Empezó a tiritar, pero no era de frío; sintió que se ahogaba, pero no por el calor. Sus miembros se volvieron tan pesados, que tuvo que apoyar la espalda en la pared para no caer al suelo, como veía caer a los demás. Aquella nube que les había mencionado Hartem hacía que el aire a su alrededor pareciera espeso, casi sólido, y el olor a muerte aportaba el toque final de desesperación.
«No vas a morir», se dijo la bruja, «no lo hiciste entonces y no lo harás ahora». Lo repetía una y otra vez, como si fuera un mantra, mientras buscaba a su alrededor la causa de aquel cambio o, en su defecto, la vía de escape más cercana. Pero el camino entre ella y esa vía de escape estaba bloqueado por toda una habitación llena de gente y muebles.
Quiso repetir lo que había hecho con los libros en la biblioteca, pero empujando hacia adelante en lugar de hacia arriba, quitarse a todos de en medio. No pasó nada, ni siquiera logró que se tambalease una triste silla. ¿Cómo era posible? Todo ese éter estaba allí y no podía acceder a él. La respuesta le llegó a través de los labios de la mujer cabra, con una voz que no se parecía nada a la de Wanda.
Observó con desconcierto el fallido ataque sobre Nahir, mientras caía sobre ella el peso de la ironía. «Con todas las casas en las que me he colado a robar», pensó, «y van a pillarme justo cuando no es a eso a lo que vengo». De pura rabia, se separó de la pared y, aunque no llegó a dar ni dos pasos, al menos, consiguió mantenerse en pie.
Iba a decirle algo al recién llegado, pero se borró de su mente cuando oyó la segunda voz. Se volvió hacia ella y sus ojos dieron con su amigo de Ulmer. Parecía muy consternado (¿consternada?) por el asunto de la diadema. La muchacha iba a tener que arreglárselas sola con el fuego, porque el segundo espíritu también venía calentito.
—Oye, lobito —murmuró, más para ella que para nadie en particular—, si lo de antes sólo fue una broma. —El lobito no la oía y el espíritu que lo había poseído tampoco dio signos de ello— ¡Al suelo! —indicó Valeria, aunque ya casi nadie permanecía en pie.
Se dejó caer y se cubrió la cabeza con los brazos justo a tiempo de sentir una masa de aire muy caliente pasar a toda velocidad por encima de ella. El proyectil impactó contra la pared del fondo, formando un remolino de viento, para luego ascender hacia el techo de la estancia. Se oyó un grito y un sollozo, pero parecía deberse más al miedo que al dolor. Probablemente, la recién llegada estaba teniendo problemas con su puntería.
—La próxima vez no tendréis tanta suerte, ¡canallas! —clamó la voz de la señora de la casa a través del rostro velludo del licántropo.
Valeria miró alrededor buscando algo que pudiera usar para protegerse. Reptando y rodando a medias, consiguió meterse debajo de una mesa antes del segundo ataque. No fue la única, un tipo bastante grande, en el que no se había fijado hasta entonces, temblaba a su lado. Por entre las patas de la mesa, vio el vestido blanco y las piernas de Nahir alejarse poco a poco, seguidas de la túnica y as patas de Wanda y oyó al lobo, que no sonaba como un lobo, gritar de frustración. Había fallado otra vez.
—Tú eres grande —susurró a su compañero de escondite—, ¿crees que puedes derribarlo? —E hizo un gesto con la cabeza, señalando las piernas del tipo de Ulmer.
—¿Yo?, eh… —contestó inseguro, con los ojos muy abiertos.
—Venga, antes de que vuelva a atacar —le apremió la bruja sin darle tiempo a pensar—. ¡A mi señal!, ¡vamos!
Salió de entre las patas de la mesa y reptó, pues levantarse le pareció imposible, hacia la espalda del atacante, con cuidado de no ser vista. Podía oír cómo Nahir intentaba razonar con el otro espíritu, pero no era momento de distraerse. La señora de la casa preparaba su siguiente ataque ante los grititos y sollozos de los pocos que aún no se habían desmayado.
Valeria consiguió ponerse a cuatro patas, rezando mentalmente para que el otro tipo se tragase el terror que había visto en sus ojos y acudiese a su llamado. Después de un momento de duda, lo hizo; salió de debajo de la mesa y se lanzó como pudo contra el estómago del licántropo. La bruja hizo un barrido con las piernas y le golpeó por detrás de las rodillas en el momento justo. El lobo perdió el equilibrio y cayó de espaldas. El hechizo que estaba preparando se desvaneció.
El grito de furia que soltó la señora Halton hizo que el hombre que la había derribado saliera corriendo a refugiarse en un rincón. Valeria salió gateando en la dirección opuesta, pero no fue tan rápida. Unas manos fuertes y llenas de ampollas se abrieron paso hacia su garganta. Al menos, había dejado de lado el aire caliente; buena noticia para el tipo de Ulmer, no tanto para Valeria que, sin su magia, carecía de la fuerza física para enfrentarse a un hombre de ese tamaño.
—¡Mire a su mujer!
La voz de Nahir se oyó alto y claro en la habitación. Valeria sintió que las manos que se cerraban sobre su cuello se aflojaban y aprovechó el desconcierto de su atacante para propinarle un fuerte golpe en la entrepierna al licántropo. Si aquello no convencía al espíritu de que estaba en el cuerpo equivocado, no se le ocurría mucho más que hacer. Mientras el hombre se encogía por el impacto, ella se alejó deprisa, tosiendo y aspirando tanto aire como pudo. Sentada en el suelo, con la espalda apoyada de nuevo en la pared, Valeria observó a la extraña pareja. Ambos Halton se miraban confusos ante su reciente descubrimiento.
—Pero eso es imposible —se resistía la señora—. ¿Cómo?, ¿cuándo?
—Hace más de sesenta años —respondió Valeria a la última pregunta recordando las palabras de Hartem. Su voz sonaba rasgada y le dolía la garganta al hablar—. Miren a su alrededor —añadió con un gesto del brazo que abarcaba la habitación entera—: aquí ya no hay nada que robar, apenas se tiene en pie. —Aún estaba algo resentida de que la hubieran acusado de aquello que ya no era.
Los rostros de Wanda y el licántropo se volvieron hacia los muebles viejos y las paredes agrietadas que los rodeaban. Por primera vez, parecían ver realmente lo que el tiempo había hecho de su antiguo hogar.
—No hemos venido aquí a por sus cosas —continuó con esfuerzo la bruja antes de que los Halton decidieran matarlos a todos igualmente—, sino a reparar un daño. —Técnicamente, aquello no era cierto, pero eso a Valeria le importó bien poco; le interesaba más salir de allí con vida que ser fiel a la verdad— El que están haciendo ustedes. Éste ya no es su sitio. Miren el problema que están causando. —La bruja señaló al grupo de jóvenes que yacían en el suelo, por toda la habitación. La mayor parte estaban inconscientes. Aún se oía un leve sollozo— ¿Es que no hay nadie esperándoles al otro lado?
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OFF; Uso de habilidad: Maestría en Carisma. Como apoyo a su poder de convencimiento.
«No vas a morir», se dijo la bruja, «no lo hiciste entonces y no lo harás ahora». Lo repetía una y otra vez, como si fuera un mantra, mientras buscaba a su alrededor la causa de aquel cambio o, en su defecto, la vía de escape más cercana. Pero el camino entre ella y esa vía de escape estaba bloqueado por toda una habitación llena de gente y muebles.
Quiso repetir lo que había hecho con los libros en la biblioteca, pero empujando hacia adelante en lugar de hacia arriba, quitarse a todos de en medio. No pasó nada, ni siquiera logró que se tambalease una triste silla. ¿Cómo era posible? Todo ese éter estaba allí y no podía acceder a él. La respuesta le llegó a través de los labios de la mujer cabra, con una voz que no se parecía nada a la de Wanda.
Observó con desconcierto el fallido ataque sobre Nahir, mientras caía sobre ella el peso de la ironía. «Con todas las casas en las que me he colado a robar», pensó, «y van a pillarme justo cuando no es a eso a lo que vengo». De pura rabia, se separó de la pared y, aunque no llegó a dar ni dos pasos, al menos, consiguió mantenerse en pie.
Iba a decirle algo al recién llegado, pero se borró de su mente cuando oyó la segunda voz. Se volvió hacia ella y sus ojos dieron con su amigo de Ulmer. Parecía muy consternado (¿consternada?) por el asunto de la diadema. La muchacha iba a tener que arreglárselas sola con el fuego, porque el segundo espíritu también venía calentito.
—Oye, lobito —murmuró, más para ella que para nadie en particular—, si lo de antes sólo fue una broma. —El lobito no la oía y el espíritu que lo había poseído tampoco dio signos de ello— ¡Al suelo! —indicó Valeria, aunque ya casi nadie permanecía en pie.
Se dejó caer y se cubrió la cabeza con los brazos justo a tiempo de sentir una masa de aire muy caliente pasar a toda velocidad por encima de ella. El proyectil impactó contra la pared del fondo, formando un remolino de viento, para luego ascender hacia el techo de la estancia. Se oyó un grito y un sollozo, pero parecía deberse más al miedo que al dolor. Probablemente, la recién llegada estaba teniendo problemas con su puntería.
—La próxima vez no tendréis tanta suerte, ¡canallas! —clamó la voz de la señora de la casa a través del rostro velludo del licántropo.
Valeria miró alrededor buscando algo que pudiera usar para protegerse. Reptando y rodando a medias, consiguió meterse debajo de una mesa antes del segundo ataque. No fue la única, un tipo bastante grande, en el que no se había fijado hasta entonces, temblaba a su lado. Por entre las patas de la mesa, vio el vestido blanco y las piernas de Nahir alejarse poco a poco, seguidas de la túnica y as patas de Wanda y oyó al lobo, que no sonaba como un lobo, gritar de frustración. Había fallado otra vez.
—Tú eres grande —susurró a su compañero de escondite—, ¿crees que puedes derribarlo? —E hizo un gesto con la cabeza, señalando las piernas del tipo de Ulmer.
—¿Yo?, eh… —contestó inseguro, con los ojos muy abiertos.
—Venga, antes de que vuelva a atacar —le apremió la bruja sin darle tiempo a pensar—. ¡A mi señal!, ¡vamos!
Salió de entre las patas de la mesa y reptó, pues levantarse le pareció imposible, hacia la espalda del atacante, con cuidado de no ser vista. Podía oír cómo Nahir intentaba razonar con el otro espíritu, pero no era momento de distraerse. La señora de la casa preparaba su siguiente ataque ante los grititos y sollozos de los pocos que aún no se habían desmayado.
Valeria consiguió ponerse a cuatro patas, rezando mentalmente para que el otro tipo se tragase el terror que había visto en sus ojos y acudiese a su llamado. Después de un momento de duda, lo hizo; salió de debajo de la mesa y se lanzó como pudo contra el estómago del licántropo. La bruja hizo un barrido con las piernas y le golpeó por detrás de las rodillas en el momento justo. El lobo perdió el equilibrio y cayó de espaldas. El hechizo que estaba preparando se desvaneció.
El grito de furia que soltó la señora Halton hizo que el hombre que la había derribado saliera corriendo a refugiarse en un rincón. Valeria salió gateando en la dirección opuesta, pero no fue tan rápida. Unas manos fuertes y llenas de ampollas se abrieron paso hacia su garganta. Al menos, había dejado de lado el aire caliente; buena noticia para el tipo de Ulmer, no tanto para Valeria que, sin su magia, carecía de la fuerza física para enfrentarse a un hombre de ese tamaño.
—¡Mire a su mujer!
La voz de Nahir se oyó alto y claro en la habitación. Valeria sintió que las manos que se cerraban sobre su cuello se aflojaban y aprovechó el desconcierto de su atacante para propinarle un fuerte golpe en la entrepierna al licántropo. Si aquello no convencía al espíritu de que estaba en el cuerpo equivocado, no se le ocurría mucho más que hacer. Mientras el hombre se encogía por el impacto, ella se alejó deprisa, tosiendo y aspirando tanto aire como pudo. Sentada en el suelo, con la espalda apoyada de nuevo en la pared, Valeria observó a la extraña pareja. Ambos Halton se miraban confusos ante su reciente descubrimiento.
—Pero eso es imposible —se resistía la señora—. ¿Cómo?, ¿cuándo?
—Hace más de sesenta años —respondió Valeria a la última pregunta recordando las palabras de Hartem. Su voz sonaba rasgada y le dolía la garganta al hablar—. Miren a su alrededor —añadió con un gesto del brazo que abarcaba la habitación entera—: aquí ya no hay nada que robar, apenas se tiene en pie. —Aún estaba algo resentida de que la hubieran acusado de aquello que ya no era.
Los rostros de Wanda y el licántropo se volvieron hacia los muebles viejos y las paredes agrietadas que los rodeaban. Por primera vez, parecían ver realmente lo que el tiempo había hecho de su antiguo hogar.
—No hemos venido aquí a por sus cosas —continuó con esfuerzo la bruja antes de que los Halton decidieran matarlos a todos igualmente—, sino a reparar un daño. —Técnicamente, aquello no era cierto, pero eso a Valeria le importó bien poco; le interesaba más salir de allí con vida que ser fiel a la verdad— El que están haciendo ustedes. Éste ya no es su sitio. Miren el problema que están causando. —La bruja señaló al grupo de jóvenes que yacían en el suelo, por toda la habitación. La mayor parte estaban inconscientes. Aún se oía un leve sollozo— ¿Es que no hay nadie esperándoles al otro lado?
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OFF; Uso de habilidad: Maestría en Carisma. Como apoyo a su poder de convencimiento.
Reike
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
El maestro Heck Hartem, aquel que llamaban maestro Thundermaul por las centellas que hacía brotar del yunque de su herrería al golpearlo, veía lo que sucedía en el interior del edificio de los Halton a través de los ojos de su ayudante (prisionera) Wanda. Los aspirantes se congregaron en el gran salón después de su pequeño triunfo al liberar al dnomo. El duende escapó, al verse atrapado (prisionero) escapó y se escondió en el algún lugar del piso superior. Los chicos pensaron en perseguirlo y alguno mencionó, desde la distancia, la posibilidad de atraparlo y llevarlo al Hekshold donde podrían reeducarlo y convertirlo en un obediente ayudante de cocina. Thundermaul sonrió porque Wanda sonreía.
Tras liberar el dnomo, se rompió el vínculo que lo liberaba con el gigante de roca. Los chicos no fueron capaces de darse cuenta, pero el maestro Hartem sí ya que era capaz de ver por sus ojos y por los de Wanda al mismo tiempo. Era como presenciar una obra de teatro desde dos puntos de vista: dentro y fuera del escenario.
El gigante de roca se sentó sobre el acantilado, dando la espalda al edificio Halton. Nada de lo que ocurría allí dentro de se interesaba. Fue descendiendo lentamente, como si fuera un niño pequeño con miedo a las alturas. De vez en cuando, giraba la cabeza atrás y echaba un último vistazo al edificio con un gesto lastimoso, como lo haría cualquier mortal al ser expulsado del lugar que consideró su hogar. El maestro Hartem pensó que, si los gigantes pudieran llorar, éste estaría bramando un riachuelo de grava. No sintió pena por él, pero tampoco se alegró porque el gigante hubiera perdido un amigo. La única preocupación que rondaba su cabeza era saber quién era tan poderoso como para absorber el éter del edificio Hartem y expulsar al gigante de roca (y tal vez, también al dnomo).
Los ojos de Wanda fallaron. El maestro Hartem sintió una mano en la cabeza que lo echaba bruscamente hacia atrás. Ella ya no estaba en su cuerpo. ¿Un ataque de alguno de los enemigos del Hekshold? ¿Siervos de El Hombre Muerto? Era la opción más viable considerando las últimas amenazas que el Hekshold recibió en los últimos meses y lo tentador que resultaría al nigromante atacar durante la celebración de una fiesta. Sin embargo, Thundermaul no había traído a Wanda consigo, en lugar de Kira hija de cuatro, ni ordenado a que se adentrase en el edificio Halton en vano. Ella tenía algo especial que el maestro creyó ver en cuanto la conoció.
—Wanda, despierta — el maestro dio un pisotón al suelo e, inmediatamente, formó una réplica de arcilla del cuerpo de Wanda —. Necesito que me cuentes qué ha sucedido allí. Ahórrate los detalles morbosos y ve al grano.
La Wanda de arcilla abrió la boca. No pudo hablar porque carecía de cuerdas vocales, pero, aun así, el maestro Hartem entendió todo lo que dijo sin palabras. “Los Halton han regresado. La gran acumulación de éter los ha devuelto a la vida. Son muy poderosos. Han tomado mi cuerpo y el de un licántropo. Matarán a los demás. Matarán a tus talentos”. La última frase la dijo con un tono risueño y acusador.
—No, no lo harán — ahora era Thundermaul quien reía —. Si los chicos son la mitad de hábiles de lo que espero que sean, sabrán cómo enfrentarse a un par de espíritus en pena.
Al cabo de un tiempo, la Wanda de arcilla continuó hablando:
“Se defienden. Dicen que no son ladrones. Muestran imágenes de los Halton vivos. Los espíritus vacilan de su existencia”.
El maestro Hartem se rascó el mentón.
—¿Te ves capaz de volver a hablar por tu propia boca? — la mujer de arcilla no contestó —. Necesito que lo consigas. Tienes que decir a los chicos algo muy importante.
“¿Por qué no lo haces tú?”
El maestro Thundermaul era uno de los brujos más poderosos de Aerandir. Mandar un mensaje a quince metros de distancia era un juego de niños en comparación a crear una estatúa, réplica de una mujer, para acoger su espíritu después de que hubiera sido desprendido de su propio cuerpo.
—Porque quiero entender qué era ese gusano hiciste aparecer.
La mujer de arcilla se deshizo por sí sola; quizás por vergüenza, pensó el maestro Hartem. Wanda hacía un gran esfuerzo por ocultar el daño que hicieron los objetos del 19 a su cuerpo y, por qué no decirlo, a su éter.
!HAY QUE SALIR DE AQUÍ! gritaba Wanda con dos voces: la suya y la del marido de la familia Halton. El gigante de roca reforzó las paredes del edificio con sus minerales. Ahora que se ha ido…. ¡EL EDIFICIO CAERÁ!
* Nahir y Reike: Este es el último turno. Espero que os esté gustando el tema. El siguiente turno es el más simple, pero no por ello el más fácil de completar.
Por un lado, tenemos a dos personas que han sido poseídos por dos espíritus y, por otro, un edificio que está a punto de caer por su propio peso; sin el sostén que proporcionaba la magia del gigante, estáis perdidos. Deberéis liberar los espíritus por medio de un último ritual. Hacedlo rápido y escapad del edificio antes de que caiga.
Opcional: tendréis que decidir si es buena idea perder tiempo en buscar al dnomo en planta superior y rescatarlo de la hecatombe.
Tras liberar el dnomo, se rompió el vínculo que lo liberaba con el gigante de roca. Los chicos no fueron capaces de darse cuenta, pero el maestro Hartem sí ya que era capaz de ver por sus ojos y por los de Wanda al mismo tiempo. Era como presenciar una obra de teatro desde dos puntos de vista: dentro y fuera del escenario.
El gigante de roca se sentó sobre el acantilado, dando la espalda al edificio Halton. Nada de lo que ocurría allí dentro de se interesaba. Fue descendiendo lentamente, como si fuera un niño pequeño con miedo a las alturas. De vez en cuando, giraba la cabeza atrás y echaba un último vistazo al edificio con un gesto lastimoso, como lo haría cualquier mortal al ser expulsado del lugar que consideró su hogar. El maestro Hartem pensó que, si los gigantes pudieran llorar, éste estaría bramando un riachuelo de grava. No sintió pena por él, pero tampoco se alegró porque el gigante hubiera perdido un amigo. La única preocupación que rondaba su cabeza era saber quién era tan poderoso como para absorber el éter del edificio Hartem y expulsar al gigante de roca (y tal vez, también al dnomo).
Los ojos de Wanda fallaron. El maestro Hartem sintió una mano en la cabeza que lo echaba bruscamente hacia atrás. Ella ya no estaba en su cuerpo. ¿Un ataque de alguno de los enemigos del Hekshold? ¿Siervos de El Hombre Muerto? Era la opción más viable considerando las últimas amenazas que el Hekshold recibió en los últimos meses y lo tentador que resultaría al nigromante atacar durante la celebración de una fiesta. Sin embargo, Thundermaul no había traído a Wanda consigo, en lugar de Kira hija de cuatro, ni ordenado a que se adentrase en el edificio Halton en vano. Ella tenía algo especial que el maestro creyó ver en cuanto la conoció.
—Wanda, despierta — el maestro dio un pisotón al suelo e, inmediatamente, formó una réplica de arcilla del cuerpo de Wanda —. Necesito que me cuentes qué ha sucedido allí. Ahórrate los detalles morbosos y ve al grano.
La Wanda de arcilla abrió la boca. No pudo hablar porque carecía de cuerdas vocales, pero, aun así, el maestro Hartem entendió todo lo que dijo sin palabras. “Los Halton han regresado. La gran acumulación de éter los ha devuelto a la vida. Son muy poderosos. Han tomado mi cuerpo y el de un licántropo. Matarán a los demás. Matarán a tus talentos”. La última frase la dijo con un tono risueño y acusador.
—No, no lo harán — ahora era Thundermaul quien reía —. Si los chicos son la mitad de hábiles de lo que espero que sean, sabrán cómo enfrentarse a un par de espíritus en pena.
Al cabo de un tiempo, la Wanda de arcilla continuó hablando:
“Se defienden. Dicen que no son ladrones. Muestran imágenes de los Halton vivos. Los espíritus vacilan de su existencia”.
El maestro Hartem se rascó el mentón.
—¿Te ves capaz de volver a hablar por tu propia boca? — la mujer de arcilla no contestó —. Necesito que lo consigas. Tienes que decir a los chicos algo muy importante.
“¿Por qué no lo haces tú?”
El maestro Thundermaul era uno de los brujos más poderosos de Aerandir. Mandar un mensaje a quince metros de distancia era un juego de niños en comparación a crear una estatúa, réplica de una mujer, para acoger su espíritu después de que hubiera sido desprendido de su propio cuerpo.
—Porque quiero entender qué era ese gusano hiciste aparecer.
La mujer de arcilla se deshizo por sí sola; quizás por vergüenza, pensó el maestro Hartem. Wanda hacía un gran esfuerzo por ocultar el daño que hicieron los objetos del 19 a su cuerpo y, por qué no decirlo, a su éter.
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!HAY QUE SALIR DE AQUÍ! gritaba Wanda con dos voces: la suya y la del marido de la familia Halton. El gigante de roca reforzó las paredes del edificio con sus minerales. Ahora que se ha ido…. ¡EL EDIFICIO CAERÁ!
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* Nahir y Reike: Este es el último turno. Espero que os esté gustando el tema. El siguiente turno es el más simple, pero no por ello el más fácil de completar.
Por un lado, tenemos a dos personas que han sido poseídos por dos espíritus y, por otro, un edificio que está a punto de caer por su propio peso; sin el sostén que proporcionaba la magia del gigante, estáis perdidos. Deberéis liberar los espíritus por medio de un último ritual. Hacedlo rápido y escapad del edificio antes de que caiga.
Opcional: tendréis que decidir si es buena idea perder tiempo en buscar al dnomo en planta superior y rescatarlo de la hecatombe.
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
La voz que salió de entre los labios de Wanda no dejó indiferente a nadie.
Nahir se quedó unos instantes mirándola, intentando comprender todo lo que estaba sucediendo. Pero no había tiempo. Aun con un posible cambio de los acontecimientos y terminar bajo una bola de fuego, había que hacer algo y salir de ahí cuanto antes.
-Mi…mi casa…- se escuchó con voz desgarradora.
-Ya no es nuestra casa, querida…- Wanda, ahora de nuevo con la voz del señor de la casa, se acercó al hombre lobo, que se había llevado las manos a la cabeza. –Debemos irnos, aquí ya no estamos seguros…- empleaba palabras dulces, un contraste muy diferente a lo amenazador que sonaba hacía apenas unos instantes.
-D-de acuerdo…- Wanda le rodeó por los hombros y ambos empezaron a dirigirse a la puerta de la salida de la casa.
La bruja frunció el ceño, aquello no se lo esperaba.
-Pero vosotros…- no sabía cómo decirlo exactamente, es más, ni siquiera sabía cómo funcionaba todo aquello que había sucedido con los espíritus, pero le parecía que lo más razonable es que abandonasen aquellos cuerpos
-¿Qué? Ya lo habéis oído. Vámonos, al no ser que queráis acabar como vuestros amigos…
—Toda esta gente va a morir si permanecéis aquí más tiempo. Sólo vosotros podéis salvarlos. - Nahir tuvo que volver la cabeza para asegurarse de que se trataba de Reike, su voz sonaba desgarrada.
La pareja paró en seco y se miraron a los ojos. Los dos sabían que era verdad, no podían quedarse. Y sin decir nada, se dieron un cálido abrazo.
¿Pero cómo lo iban a hacer?
Nahir miró de nuevo a la bruja, esperando que esta ya estuviese pensando en algo.
—Hartem no dejaría una prueba al azar. Todos los que estamos aquí tenemos algún tipo de conexión con el éter, por eso nos ha traído. Quizá si compartimos esa conexión...-
Acto seguido, la bruja le toma la mano al lobo, y le ofrece la otra al que queda a su otro extremo.
-Compartir…- susurró Nahir con el ceño fruncido, apresurándose a hacer lo mismo.
Todos se cogieron de las manos, al menos los que estaban conscientes, creando un circulo. La bruja empezó a sentir como un cosquilleo en los pies, que subía por todo su cuerpo, hasta llegar a la punta de sus cabellos. De nuevo se sentía con las fuerzas suficientes como para inundar aquella casa entera. Alrededor del circulo empezó a levantarse aire, moviendo todo el polvo de la habitación. Alguno de los libros más delgados se había incluso caído de la estantería, pero aquello no los distrajo. Los Halton empezaron a gritar. Nahir apretó más las manos de sus compañeros, como si fuesen a soltarse si no lo hacía. Cerró los ojos con toda la fuerza que pudo, pensando solo en lo mucho que deseaba que los espíritus de la pareja saliesen del cuerpo de la mujer bestia y del hombre lobo.
Y como si nada hubiese sucedido, el aire que se arremolinaba a su alrededor desapareció y el cosquilleo que sentía por todo el cuerpo se borró por completo. Abrió los ojos. Tardó unos segundos en enfocar, miró a sus compañeros, a Reike, y finalmente a Wanda, que estaba a su lado.
- ¿Ha ido bien? - preguntó con un poco de miedo, si aquello no había funcionado posiblemente no había tiempo para más.
- ¿Soy el único que le ha visto las pantorrillas a la elfa? Eh, no me mires así, ha sido el aire… ¿Por qué me duele tanto la cabeza? - No había duda la señora Halton se había ido y el hombre lobo seguía siendo el mismo.
- Debemos irnos… - recordó Wanda ya con su voz original, aunque carraspeó para aclararla un poco.
Nahir ya estaba dispuesta a salir corriendo en busca de una salida cuando se acordó. El dnomo. No podían dejarlo ahí, moriría aplastado.
-Ahora vengo…- dijo dirigiéndose a las escaleras por las que se había visto ascender al pequeño demonio.
- No hay tiempo, esto se está cayendo- escuchó a sus espaldas.
- Pero… no podemos dejarlo ahí… - se escuchó un crujido, el techo empezaba a ceder.
- Está bien, yo me ocupo de esto. - asintió la bruja.
- No tardo.
Nahir subía las escaleras lo más rápido que podía, apoyando las manos en la pared para darse más impulso. ¿Dónde se habría metido?
- ¡¿Dónde estás?! - gritaba buscando entre las estanterías de la planta superior de la biblioteca.
No veía nada, la habitación empezaba a llenarse de una niebla de polvo espesa, le costaba respirar.
- ¡Señor dnomo, tenemos que irnos! – la joven escuchó una risilla que venía de una de las habitaciones.
No se lo pensó dos veces. Entró en la habitación, esta era amplia y una gran cama hacía de protagonista en el centro.
- Señor dnomo… - de nuevo la risilla. Venía de debajo de la cama. –Vamos, la casa se viene abajo, si nos quedamos…
- ¡NO!
- ¿No?
- ¡NO! – la bruja alzó las cejas, incrédula.
- Vamos a morir si nos quedamos.
- ¡Me da igual!
- Venga… vámonos…- la morena echo la cama a un lado para que el dnomo saliese se debajo, donde había estado escondido todo el rato. Esta vez el diablillo ni le contestó, se limitó a tirarle una zapatilla. No se esperaba aquello, así que la zapatilla le dio en la cabeza. Se estaba cansando de aquello, y no había tiempo de jugar.
- Se acabó, los señores Halton ya no están y tú eres libre. Levanta el trasero y salgamos de esta casa ahora mismo. Después como si quieres ir a otra casa a mirarle de los bigotes a un gato…- no se reconocía en aquellas palabras, incluso se recordaba a su madre en aquel momento. El dnomo fue a abrir la boca. -¡No!- se adelantó la bruja. –No hay opción, venga. – alargó la mano para que este se la cogiese y pudiesen salir de ahí.
De nuevo aquel crujido, ahora parecía recorrer las paredes.
- Bueno… pero dilo otra vez…- al ver la cara de interrogación de la morena el diablillo se señaló a sí mismo.
- Señor dnomo….
Y con una risilla aguda, el dnomo cogió la mano de la bruja y ambos salieron corriendo de la habitación.
Y cuando estaban a punto de llegar a las escaleras, una de las estanterías que había contra la pared empezó a tambalearse. El dnomo tiró un poco de la bruja para que diese un paso atrás. La estantería cayó con violencia contra las escaleras, impidiéndoles el paso.
- Gr-gracias..- susurró la morena.
Recordó que en la zona de la entrada había otras escaleras, por las que había ascendido en un principio el otro grupo. Ese era su nuevo objetivo. Fueron a cruzar la puerta doble de madera, pero estaba cerrada. La estructura de la casa ya se veía afectada por los desprendimientos, así que la única puerta que les podría haber llevado a la salida, estaba totalmente bloqueada. Miró a su alrededor. Había una ventana.
Se colocó frente al cristal y colocó la mano que le quedaba libre contra el mismo.
-Ponte detrás de mí y cierra los ojos. – ordenó la bruja antes de volver la cabeza y cerrar los ojos también ella.
Esperaba tener la fuerza suficiente para poder crear un chorro de agua y romper el cristal, pero había gastado muchas energías en el ritual anterior, así que, en vez de un chorro de agua potente, apenas salió consiguió empañar el cristal.
-¡Cuidado!- gritó el dnomo.
Uno de los libros voló con fuerza hasta la ventana, rompiendo el cristal.
-¡Muy bien!- dijo alegre la morena.
Nahir subió al dnomo al alfeizar de la ventana para después subirse ella. Desde ahí parecía que había mucha distancia hasta el suelo. El dnomo y Nahir se miraron.
Nahir se quedó unos instantes mirándola, intentando comprender todo lo que estaba sucediendo. Pero no había tiempo. Aun con un posible cambio de los acontecimientos y terminar bajo una bola de fuego, había que hacer algo y salir de ahí cuanto antes.
-Mi…mi casa…- se escuchó con voz desgarradora.
-Ya no es nuestra casa, querida…- Wanda, ahora de nuevo con la voz del señor de la casa, se acercó al hombre lobo, que se había llevado las manos a la cabeza. –Debemos irnos, aquí ya no estamos seguros…- empleaba palabras dulces, un contraste muy diferente a lo amenazador que sonaba hacía apenas unos instantes.
-D-de acuerdo…- Wanda le rodeó por los hombros y ambos empezaron a dirigirse a la puerta de la salida de la casa.
La bruja frunció el ceño, aquello no se lo esperaba.
-Pero vosotros…- no sabía cómo decirlo exactamente, es más, ni siquiera sabía cómo funcionaba todo aquello que había sucedido con los espíritus, pero le parecía que lo más razonable es que abandonasen aquellos cuerpos
-¿Qué? Ya lo habéis oído. Vámonos, al no ser que queráis acabar como vuestros amigos…
—Toda esta gente va a morir si permanecéis aquí más tiempo. Sólo vosotros podéis salvarlos. - Nahir tuvo que volver la cabeza para asegurarse de que se trataba de Reike, su voz sonaba desgarrada.
La pareja paró en seco y se miraron a los ojos. Los dos sabían que era verdad, no podían quedarse. Y sin decir nada, se dieron un cálido abrazo.
¿Pero cómo lo iban a hacer?
Nahir miró de nuevo a la bruja, esperando que esta ya estuviese pensando en algo.
—Hartem no dejaría una prueba al azar. Todos los que estamos aquí tenemos algún tipo de conexión con el éter, por eso nos ha traído. Quizá si compartimos esa conexión...-
Acto seguido, la bruja le toma la mano al lobo, y le ofrece la otra al que queda a su otro extremo.
-Compartir…- susurró Nahir con el ceño fruncido, apresurándose a hacer lo mismo.
Todos se cogieron de las manos, al menos los que estaban conscientes, creando un circulo. La bruja empezó a sentir como un cosquilleo en los pies, que subía por todo su cuerpo, hasta llegar a la punta de sus cabellos. De nuevo se sentía con las fuerzas suficientes como para inundar aquella casa entera. Alrededor del circulo empezó a levantarse aire, moviendo todo el polvo de la habitación. Alguno de los libros más delgados se había incluso caído de la estantería, pero aquello no los distrajo. Los Halton empezaron a gritar. Nahir apretó más las manos de sus compañeros, como si fuesen a soltarse si no lo hacía. Cerró los ojos con toda la fuerza que pudo, pensando solo en lo mucho que deseaba que los espíritus de la pareja saliesen del cuerpo de la mujer bestia y del hombre lobo.
Y como si nada hubiese sucedido, el aire que se arremolinaba a su alrededor desapareció y el cosquilleo que sentía por todo el cuerpo se borró por completo. Abrió los ojos. Tardó unos segundos en enfocar, miró a sus compañeros, a Reike, y finalmente a Wanda, que estaba a su lado.
- ¿Ha ido bien? - preguntó con un poco de miedo, si aquello no había funcionado posiblemente no había tiempo para más.
- ¿Soy el único que le ha visto las pantorrillas a la elfa? Eh, no me mires así, ha sido el aire… ¿Por qué me duele tanto la cabeza? - No había duda la señora Halton se había ido y el hombre lobo seguía siendo el mismo.
- Debemos irnos… - recordó Wanda ya con su voz original, aunque carraspeó para aclararla un poco.
Nahir ya estaba dispuesta a salir corriendo en busca de una salida cuando se acordó. El dnomo. No podían dejarlo ahí, moriría aplastado.
-Ahora vengo…- dijo dirigiéndose a las escaleras por las que se había visto ascender al pequeño demonio.
- No hay tiempo, esto se está cayendo- escuchó a sus espaldas.
- Pero… no podemos dejarlo ahí… - se escuchó un crujido, el techo empezaba a ceder.
- Está bien, yo me ocupo de esto. - asintió la bruja.
- No tardo.
Nahir subía las escaleras lo más rápido que podía, apoyando las manos en la pared para darse más impulso. ¿Dónde se habría metido?
- ¡¿Dónde estás?! - gritaba buscando entre las estanterías de la planta superior de la biblioteca.
No veía nada, la habitación empezaba a llenarse de una niebla de polvo espesa, le costaba respirar.
- ¡Señor dnomo, tenemos que irnos! – la joven escuchó una risilla que venía de una de las habitaciones.
No se lo pensó dos veces. Entró en la habitación, esta era amplia y una gran cama hacía de protagonista en el centro.
- Señor dnomo… - de nuevo la risilla. Venía de debajo de la cama. –Vamos, la casa se viene abajo, si nos quedamos…
- ¡NO!
- ¿No?
- ¡NO! – la bruja alzó las cejas, incrédula.
- Vamos a morir si nos quedamos.
- ¡Me da igual!
- Venga… vámonos…- la morena echo la cama a un lado para que el dnomo saliese se debajo, donde había estado escondido todo el rato. Esta vez el diablillo ni le contestó, se limitó a tirarle una zapatilla. No se esperaba aquello, así que la zapatilla le dio en la cabeza. Se estaba cansando de aquello, y no había tiempo de jugar.
- Se acabó, los señores Halton ya no están y tú eres libre. Levanta el trasero y salgamos de esta casa ahora mismo. Después como si quieres ir a otra casa a mirarle de los bigotes a un gato…- no se reconocía en aquellas palabras, incluso se recordaba a su madre en aquel momento. El dnomo fue a abrir la boca. -¡No!- se adelantó la bruja. –No hay opción, venga. – alargó la mano para que este se la cogiese y pudiesen salir de ahí.
De nuevo aquel crujido, ahora parecía recorrer las paredes.
- Bueno… pero dilo otra vez…- al ver la cara de interrogación de la morena el diablillo se señaló a sí mismo.
- Señor dnomo….
Y con una risilla aguda, el dnomo cogió la mano de la bruja y ambos salieron corriendo de la habitación.
Y cuando estaban a punto de llegar a las escaleras, una de las estanterías que había contra la pared empezó a tambalearse. El dnomo tiró un poco de la bruja para que diese un paso atrás. La estantería cayó con violencia contra las escaleras, impidiéndoles el paso.
- Gr-gracias..- susurró la morena.
Recordó que en la zona de la entrada había otras escaleras, por las que había ascendido en un principio el otro grupo. Ese era su nuevo objetivo. Fueron a cruzar la puerta doble de madera, pero estaba cerrada. La estructura de la casa ya se veía afectada por los desprendimientos, así que la única puerta que les podría haber llevado a la salida, estaba totalmente bloqueada. Miró a su alrededor. Había una ventana.
Se colocó frente al cristal y colocó la mano que le quedaba libre contra el mismo.
-Ponte detrás de mí y cierra los ojos. – ordenó la bruja antes de volver la cabeza y cerrar los ojos también ella.
Esperaba tener la fuerza suficiente para poder crear un chorro de agua y romper el cristal, pero había gastado muchas energías en el ritual anterior, así que, en vez de un chorro de agua potente, apenas salió consiguió empañar el cristal.
-¡Cuidado!- gritó el dnomo.
Uno de los libros voló con fuerza hasta la ventana, rompiendo el cristal.
-¡Muy bien!- dijo alegre la morena.
Nahir subió al dnomo al alfeizar de la ventana para después subirse ella. Desde ahí parecía que había mucha distancia hasta el suelo. El dnomo y Nahir se miraron.
Nahir
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
—Yo me ocupo de esto —repitió Valeria para sí misma mientras Nahir se perdía escaleras arriba, «qué fácil es decirlo».
Miró a su alrededor: apenas un puñado de personas en pie, dos de ellas recuperándose de una posesión, el resto de los que habían entrado, yacían inconscientes en el suelo. Como para añadir dramatismo a la escena, el techo volvió a crujir.
—Rápido, hay que despertarlos como sea —dijo y se agachó para sacudir con energía a una mujer de cabello anaranjado que yacía a uno o dos pasos de ella.
Sus compañeros, la imitaron y pronto iban todos de cuerpo en cuerpo, agitando a sus compañeros. No había tiempo para delicadezas. Afortunadamente, la partida de los Halton se había llevado también consigo aquella pesada nube de desesperación, con lo que los jóvenes no tardaron en recuperarse y algunos ya habían empezado a volver en sí sin ayuda.
—¿Qué ha pasado?, ¿por qué estoy en el suelo? —preguntaban al recuperar la consciencia.
—No hay tiempo para explicaciones —repetía Wanda—, hay que salir de aquí.
El ruido que hizo una de las paredes que los rodeaban cuando una grieta retorcida se abrió ante sus ojos, expulsando una nube de polvo blanco, les proporcionó una mayor motivación que las palabras de la mujer-bestia. Pronto, todos estaban en pie y el nuevo reto consistía en evitar que cundiera el pánico y bloquearan la salida al intentar huir a la vez.
Wanda abría la marcha, cruzando el comedor hacia el enorme recibidor por el que habían entrado. Volvía la vista atrás con frecuencia, para asegurarse de que la seguían. Valeria se movía atrás y adelante en la columna de jóvenes que seguía a la mujer-cabra, controlando que avanzasen de forma ordenada y tratando de tranquilizar a quienes veía más asustados con los crujidos y tambaleos que los rodeaban. El lobo de Ulmer cerraba la comitiva, sirviendo de apoyo a una muchacha con los ojos hinchados y enrojecidos y un rastro de lágrimas marcado entre el polvo que le cubría la cara.
La roca que bloqueaba la entrada a su llegada ya no estaba allí, con lo que la salida fue más rápida. A ambos lados de la puerta, Valeria y Wanda se aseguraban de que sus compañeros no se apelotonasen para salir.
—Falta uno —dijo Wanda, que los había estado contando, cuando la muchacha de los ojos hinchados se separó del lobo y corrió hacia el exterior con los demás.
—Nahir —recordó Valeria volviéndose hacia la escalera que subía al piso de arriba.
—¿Quién? —preguntó el tipo de Ulmer.
—La muchacha del vestido blanco —aclaró la bruja mirando a lo alto de la escalera, esperando ver aparecer aquel vestido en cualquier momento—, subió a buscar al dnomo.
Apenas había pronunciado esas palabras cuando una viga se partió en dos y una parte del techo se desplomó en medio del recibidor, llenándolo todo de escombros y levantando una espesa nube de polvo. Valeria, que sin darse cuenta había avanzado algunos pasos hacia el interior de la casa, sintió que un par de manos fuertes tiraban de ella hacia fuera.
—Yo me encargo —dijo el licántropo—, salid.
Ni la bruja ni la mujer bestia discutieron pero permanecieron en la puerta un momento, viendo cómo el hombre sorteaba con dificultad los escombros y se precipitaba escaleras arriba. Fue una nueva descarga del techo lo que hizo que ambas mujeres se alejaran rápidamente de la casa. Cuando llegaron a una distancia que les pareció segura, se volvieron de nuevo hacia la mansión, cuyas paredes temblaban y se doblaban amenazando con terminar de desplomarse en cualquier momento.
El hombre de Ulmer escuchó un fuerte ruido a su espalda que le indicó que iba a resultar muy difícil volver a salir por donde había entrado. Avanzaba con dificultad por un pasillo de la segunda planta de la casa de los Halton. El tambaleo de las paredes hacía que los cuadros que las adornaban cayesen al suelo. Sintió varios fragmentos golpeándole las pantorrillas. Las vigas del techo se combaban y agrietaban ruidosamente. Un polvo blanco flotaba en el aire dificultando la respiración y, por si fuera poco, también debía cuidar dónde pisaba, pues los propios tablones del suelo crujían y se agrietaban con cada temblor que sacudía el edificio.
—Na-Nadir… Namir… ¿Piernas? —llamó, pero con todo el ruido a su alrededor, apenas podía escuchar su propia voz.
Una puerta se abrió a su lado y se asomó al interior. Retiró la cabeza justo a tiempo de evitar que le cayera un armario encima. «Aquí yace Iyán Tolmo», se dijo, «murió aplastado por perseguir unas piernas bonitas». Una risa nerviosa se escapó de su garganta ante su ocurrencia y, un poco más calmado, continuó su camino.
Al final del pasillo, se topó con unas puertas dobles de madera que estaban atascadas. A la segunda carga que hizo contra ellas, aterrizó de costado en el interior de la habitación. No fue el golpe lo que hizo que se le cortara la respiración, sino la escena que se encontró en el interior. «¡Otra vez no!», pensó alarmado y, con una velocidad asombrosa, se levantó, cubrió la distancia que lo separaba de la ventana, agarró a la muchacha del brazo y, de un fuerte tirón, la obligó a bajar de nuevo al suelo.
El rostro con el que se topó Nahir ya no se parecía al del lobito ligón que había dejado en la planta baja hacía unos momentos. Estaba mortalmente serio y, desde detrás de unas oscuras cejas, sus ojos azules habían perdido ese brillo pícaro con el que bromeaba al principio de la noche y la observaban con enfado, y quizá algo más.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —gritó el hombre. Su mano se cerraba con tanta fuerza alrededor del brazo de la bruja que ésta no tenía forma de soltarse.
—¡Salir de aquí, imbécil! —dijo la voz del dnomo detrás de él—, ¡o no ves que la casa se nos cae encima!
Como para corroborar las palabras del pequeño monstruito, la pared del otro lado de la habitación se derrumbó, haciendo que el techo se inclinara hacia allí y una nueva nube de polvo se uniera al que ya flotaba por toda la casa. Aquello hizo que el licántropo se sintiera algo estúpido: por supuesto que estaban intentando escapar, ¿en qué demonios estaba pensando? Reprochándose internamente su reacción, soltó el brazo de la muchacha, que debía estar aterrorizada, y se asomó a la ventana. Sólo eran dos plantas y había arbustos y arena al otro lado, quizá tuvieran suerte.
—Mejor los tres juntos —dijo, intentando salvaguardar un poco de su dignidad. Agarró al dnomo y se lo echó encima a Nahir, como si fuera un crío. Después subió él mismo al alfeizar y le ofreció su mano a la bruja para ayudarle a hacer lo mismo. Rodeándola con ambos brazos, la apretó contra su pecho para protegerla con su propio cuerpo—. Todo irá bien —le dijo y, antes de que le diera tiempo a echarse atrás, saltó impulsándose tan lejos como pudo de la fachada del edificio.
Una bruja menuda y una mujer-cabra, extrañamente ataviada con una larga túnica, observaban desde el exterior lo que quedaba de la casa. Contenían el aliento y, por alguna razón, se habían agarrado de las manos y apretaban con fuerza. Cuando vieron aquel bulto saltar desde la ventana, ambas ahogaron un grito antes de soltarse y salir corriendo hacia el lugar.
Miró a su alrededor: apenas un puñado de personas en pie, dos de ellas recuperándose de una posesión, el resto de los que habían entrado, yacían inconscientes en el suelo. Como para añadir dramatismo a la escena, el techo volvió a crujir.
—Rápido, hay que despertarlos como sea —dijo y se agachó para sacudir con energía a una mujer de cabello anaranjado que yacía a uno o dos pasos de ella.
Sus compañeros, la imitaron y pronto iban todos de cuerpo en cuerpo, agitando a sus compañeros. No había tiempo para delicadezas. Afortunadamente, la partida de los Halton se había llevado también consigo aquella pesada nube de desesperación, con lo que los jóvenes no tardaron en recuperarse y algunos ya habían empezado a volver en sí sin ayuda.
—¿Qué ha pasado?, ¿por qué estoy en el suelo? —preguntaban al recuperar la consciencia.
—No hay tiempo para explicaciones —repetía Wanda—, hay que salir de aquí.
El ruido que hizo una de las paredes que los rodeaban cuando una grieta retorcida se abrió ante sus ojos, expulsando una nube de polvo blanco, les proporcionó una mayor motivación que las palabras de la mujer-bestia. Pronto, todos estaban en pie y el nuevo reto consistía en evitar que cundiera el pánico y bloquearan la salida al intentar huir a la vez.
Wanda abría la marcha, cruzando el comedor hacia el enorme recibidor por el que habían entrado. Volvía la vista atrás con frecuencia, para asegurarse de que la seguían. Valeria se movía atrás y adelante en la columna de jóvenes que seguía a la mujer-cabra, controlando que avanzasen de forma ordenada y tratando de tranquilizar a quienes veía más asustados con los crujidos y tambaleos que los rodeaban. El lobo de Ulmer cerraba la comitiva, sirviendo de apoyo a una muchacha con los ojos hinchados y enrojecidos y un rastro de lágrimas marcado entre el polvo que le cubría la cara.
La roca que bloqueaba la entrada a su llegada ya no estaba allí, con lo que la salida fue más rápida. A ambos lados de la puerta, Valeria y Wanda se aseguraban de que sus compañeros no se apelotonasen para salir.
—Falta uno —dijo Wanda, que los había estado contando, cuando la muchacha de los ojos hinchados se separó del lobo y corrió hacia el exterior con los demás.
—Nahir —recordó Valeria volviéndose hacia la escalera que subía al piso de arriba.
—¿Quién? —preguntó el tipo de Ulmer.
—La muchacha del vestido blanco —aclaró la bruja mirando a lo alto de la escalera, esperando ver aparecer aquel vestido en cualquier momento—, subió a buscar al dnomo.
Apenas había pronunciado esas palabras cuando una viga se partió en dos y una parte del techo se desplomó en medio del recibidor, llenándolo todo de escombros y levantando una espesa nube de polvo. Valeria, que sin darse cuenta había avanzado algunos pasos hacia el interior de la casa, sintió que un par de manos fuertes tiraban de ella hacia fuera.
—Yo me encargo —dijo el licántropo—, salid.
Ni la bruja ni la mujer bestia discutieron pero permanecieron en la puerta un momento, viendo cómo el hombre sorteaba con dificultad los escombros y se precipitaba escaleras arriba. Fue una nueva descarga del techo lo que hizo que ambas mujeres se alejaran rápidamente de la casa. Cuando llegaron a una distancia que les pareció segura, se volvieron de nuevo hacia la mansión, cuyas paredes temblaban y se doblaban amenazando con terminar de desplomarse en cualquier momento.
El hombre de Ulmer escuchó un fuerte ruido a su espalda que le indicó que iba a resultar muy difícil volver a salir por donde había entrado. Avanzaba con dificultad por un pasillo de la segunda planta de la casa de los Halton. El tambaleo de las paredes hacía que los cuadros que las adornaban cayesen al suelo. Sintió varios fragmentos golpeándole las pantorrillas. Las vigas del techo se combaban y agrietaban ruidosamente. Un polvo blanco flotaba en el aire dificultando la respiración y, por si fuera poco, también debía cuidar dónde pisaba, pues los propios tablones del suelo crujían y se agrietaban con cada temblor que sacudía el edificio.
—Na-Nadir… Namir… ¿Piernas? —llamó, pero con todo el ruido a su alrededor, apenas podía escuchar su propia voz.
Una puerta se abrió a su lado y se asomó al interior. Retiró la cabeza justo a tiempo de evitar que le cayera un armario encima. «Aquí yace Iyán Tolmo», se dijo, «murió aplastado por perseguir unas piernas bonitas». Una risa nerviosa se escapó de su garganta ante su ocurrencia y, un poco más calmado, continuó su camino.
Al final del pasillo, se topó con unas puertas dobles de madera que estaban atascadas. A la segunda carga que hizo contra ellas, aterrizó de costado en el interior de la habitación. No fue el golpe lo que hizo que se le cortara la respiración, sino la escena que se encontró en el interior. «¡Otra vez no!», pensó alarmado y, con una velocidad asombrosa, se levantó, cubrió la distancia que lo separaba de la ventana, agarró a la muchacha del brazo y, de un fuerte tirón, la obligó a bajar de nuevo al suelo.
El rostro con el que se topó Nahir ya no se parecía al del lobito ligón que había dejado en la planta baja hacía unos momentos. Estaba mortalmente serio y, desde detrás de unas oscuras cejas, sus ojos azules habían perdido ese brillo pícaro con el que bromeaba al principio de la noche y la observaban con enfado, y quizá algo más.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —gritó el hombre. Su mano se cerraba con tanta fuerza alrededor del brazo de la bruja que ésta no tenía forma de soltarse.
—¡Salir de aquí, imbécil! —dijo la voz del dnomo detrás de él—, ¡o no ves que la casa se nos cae encima!
Como para corroborar las palabras del pequeño monstruito, la pared del otro lado de la habitación se derrumbó, haciendo que el techo se inclinara hacia allí y una nueva nube de polvo se uniera al que ya flotaba por toda la casa. Aquello hizo que el licántropo se sintiera algo estúpido: por supuesto que estaban intentando escapar, ¿en qué demonios estaba pensando? Reprochándose internamente su reacción, soltó el brazo de la muchacha, que debía estar aterrorizada, y se asomó a la ventana. Sólo eran dos plantas y había arbustos y arena al otro lado, quizá tuvieran suerte.
—Mejor los tres juntos —dijo, intentando salvaguardar un poco de su dignidad. Agarró al dnomo y se lo echó encima a Nahir, como si fuera un crío. Después subió él mismo al alfeizar y le ofreció su mano a la bruja para ayudarle a hacer lo mismo. Rodeándola con ambos brazos, la apretó contra su pecho para protegerla con su propio cuerpo—. Todo irá bien —le dijo y, antes de que le diera tiempo a echarse atrás, saltó impulsándose tan lejos como pudo de la fachada del edificio.
Una bruja menuda y una mujer-cabra, extrañamente ataviada con una larga túnica, observaban desde el exterior lo que quedaba de la casa. Contenían el aliento y, por alguna razón, se habían agarrado de las manos y apretaban con fuerza. Cuando vieron aquel bulto saltar desde la ventana, ambas ahogaron un grito antes de soltarse y salir corriendo hacia el lugar.
Reike
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Re: Septuagésimo día del nombre [Cátedra: Reike y Nahir]
—Creo que voy a necesitar un baño — dijo Wanda.
—Te puedo limpiar a lametazos — contestó Iyán Tolmo.
Wanda miró al hombre lobo con desagrado y, al instante, le dio la espalda. No le dijo nada puesto que no había mayor desprecio que no hacer aprecio. ¡Qué se había creído! Con ese descaro no llegaría a nada. Si no tuviera la lengua de un troll del pantano, a Wanda le parecía mono. Era posible que incluso llamase a la puerta de su habitación a altas horas de la noche, una vez que el maestro Hartem se hubiera acostado. Si Iyán hablaba de aquella forma sin estar excitado, Wanda no quería pensar en la cantidad de sandeces que diría en la cama. Pobre de la chica que le tuviera que aguantar. Se asió el pelo limpiando las últimas astillas que quedaron enganchadas en su cabello. Y pobre de mí que no me puedo limpiar hasta que no lleguemos al Hekshold.
Los talentos de Hartem fueron a recibir a quien sería su futuro maestro. Thundermaul los observó con los mismos ojos analizadores que utilizó en “La gaviota” cuando los chicos y chicas se reunieron para poner sus manos sobre el fragmento de rótula de gigante. Alzó la jarra en un gesto triunfal, terminó la cerveza con último sorbo y la volvió a rellenar mágicamente. Wanda estaba tan extrañada por los gestos del maestro como el resto de los alumnos. Sintió el deseo de dar un paso hacia delante y abofetearle. ¡Falto poco para que muriesen sepultados! Menos todavía para que Iyán y ella quedasen poseídos de por vida por los espíritus de los Halton y, lo que desde su punta de vista era peor, estuvieran casados por toda la eternidad. ¿Qué eran los chicos para Hartem, simples muñecos de entretenimiento? ¿Era esto lo que quería como regalo de cumpleaños: jugar con las vidas unos jóvenes?
Wanda apretó los puños. Sin darse cuenta, empezó a reír. Otros, a su espalda, le acompañaron en un coro de risas. Estaba enfadada, pero se sentía bien. Mejor que nunca. Wanda se encontró con una parte de ella que no conocía hasta el momento: una parte que era sensible al éter y que además le gustaba. Iyán y los humanos del grupo, razas que no imaginarían que serían sensibles al éter, debían sentirse como ella: completos. Los brujos y elfos también comenzaron a reír. Ellos fueron educados bajo con la idea de que eran sensibles al éter, pero jamás habían tenido un poder tan grande. Debieron sentirse como niños jugando con la pelota más grande de Aerandir.
—Así es como se han de sentir mis estudiantes — dijo el maestro Hartem —. Bienvenidos al Hekshold.
Todos. El dnomo que sirvió a los Halton correteó como comadreja y se escondió entre las piernas del maestro Hartem.
* General: ¡Bienvenidas al Hekshold! Aunque la trama está centrada en la casa Hartem, podéis elegir vuestra casa favorita. Comentádmela por mp y la añadiré a la lista. Añadiré el personaje de Iyán Tolmo a una de las casas. Este personaje podrá salir en los temas relacionados con el Hekshold. Quiero tomar la costumbre que las recompensas de las “cátedras” sean habilidades, recetas o cualquier cosa que requiere un “aprendizaje”. En este caso, las habilidades que habéis obtenido están relacionadas con los hechizos que habéis conjurado en este tema. Tenéis la ficha de habilidades abierta para añadir la recompensa.
* Nahir:
Recompensas:
* +5 ptos de base
* +4 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +6 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 15 ptos totales de experiencia
Obsequio: Habilidad adicional:
Nueva fuente
(mantenida) hace surgir un arroyo de la tierra. Los aliados que beben de él sentirán sus fuerzas reanimadas. Sana hasta dos heridas leves o moderadas. En cambio, si es un enemigo quien bebe del arroyo, verá como el agua cristalina se torna negra, enfermiza. Su cuerpo se sentirá más pesado y débil. La destreza del rival disminuirá en 15% durante la misma duración que el arroyo.
Duración: 2 turnos
Enfriamiento: 5 turnos
* Reike: He escuchado tus plegarías. Serás la encargada de elegir una casa para el lobito Iyán Tolmo y buscar una imagen de referencia para el personaje.
Recompensas:
* +5 ptos de base
* +4 ptos de experiencia en función de la calidad del texto.
* +6 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 15 ptos totales de experiencia
Obsequio: Habilidad adicional:
Agitación
(rasgo) usa la telequinesis para manipular los pilares de un edificio dando la sensación que están a punto de doblegarse sin llegar a derribarlo. La habilidad se utiliza como un engaño.
* General: Me gustaría que me dijerais vuestra opinión respecto al tema: cosas que os ha gustado más y lo que no os ha gustado. A mí me ha encantado. Estas cátedras dan mucho juego para introducir nuevas mecánicas, como la de solucionar un conflicto en varios turnos, y experimentar sobre la magia de Aerandir. Ambas habéis estado genial. Siempre doy prioridad a la originalidad y a la capacidad de crear; dos puntos en los que os habéis lucido.
—Te puedo limpiar a lametazos — contestó Iyán Tolmo.
Wanda miró al hombre lobo con desagrado y, al instante, le dio la espalda. No le dijo nada puesto que no había mayor desprecio que no hacer aprecio. ¡Qué se había creído! Con ese descaro no llegaría a nada. Si no tuviera la lengua de un troll del pantano, a Wanda le parecía mono. Era posible que incluso llamase a la puerta de su habitación a altas horas de la noche, una vez que el maestro Hartem se hubiera acostado. Si Iyán hablaba de aquella forma sin estar excitado, Wanda no quería pensar en la cantidad de sandeces que diría en la cama. Pobre de la chica que le tuviera que aguantar. Se asió el pelo limpiando las últimas astillas que quedaron enganchadas en su cabello. Y pobre de mí que no me puedo limpiar hasta que no lleguemos al Hekshold.
Los talentos de Hartem fueron a recibir a quien sería su futuro maestro. Thundermaul los observó con los mismos ojos analizadores que utilizó en “La gaviota” cuando los chicos y chicas se reunieron para poner sus manos sobre el fragmento de rótula de gigante. Alzó la jarra en un gesto triunfal, terminó la cerveza con último sorbo y la volvió a rellenar mágicamente. Wanda estaba tan extrañada por los gestos del maestro como el resto de los alumnos. Sintió el deseo de dar un paso hacia delante y abofetearle. ¡Falto poco para que muriesen sepultados! Menos todavía para que Iyán y ella quedasen poseídos de por vida por los espíritus de los Halton y, lo que desde su punta de vista era peor, estuvieran casados por toda la eternidad. ¿Qué eran los chicos para Hartem, simples muñecos de entretenimiento? ¿Era esto lo que quería como regalo de cumpleaños: jugar con las vidas unos jóvenes?
Wanda apretó los puños. Sin darse cuenta, empezó a reír. Otros, a su espalda, le acompañaron en un coro de risas. Estaba enfadada, pero se sentía bien. Mejor que nunca. Wanda se encontró con una parte de ella que no conocía hasta el momento: una parte que era sensible al éter y que además le gustaba. Iyán y los humanos del grupo, razas que no imaginarían que serían sensibles al éter, debían sentirse como ella: completos. Los brujos y elfos también comenzaron a reír. Ellos fueron educados bajo con la idea de que eran sensibles al éter, pero jamás habían tenido un poder tan grande. Debieron sentirse como niños jugando con la pelota más grande de Aerandir.
—Así es como se han de sentir mis estudiantes — dijo el maestro Hartem —. Bienvenidos al Hekshold.
Todos. El dnomo que sirvió a los Halton correteó como comadreja y se escondió entre las piernas del maestro Hartem.
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* General: ¡Bienvenidas al Hekshold! Aunque la trama está centrada en la casa Hartem, podéis elegir vuestra casa favorita. Comentádmela por mp y la añadiré a la lista. Añadiré el personaje de Iyán Tolmo a una de las casas. Este personaje podrá salir en los temas relacionados con el Hekshold. Quiero tomar la costumbre que las recompensas de las “cátedras” sean habilidades, recetas o cualquier cosa que requiere un “aprendizaje”. En este caso, las habilidades que habéis obtenido están relacionadas con los hechizos que habéis conjurado en este tema. Tenéis la ficha de habilidades abierta para añadir la recompensa.
* Nahir:
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Duración: 2 turnos
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* Reike: He escuchado tus plegarías. Serás la encargada de elegir una casa para el lobito Iyán Tolmo y buscar una imagen de referencia para el personaje.
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* +6 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
* 15 ptos totales de experiencia
Obsequio: Habilidad adicional:
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(rasgo) usa la telequinesis para manipular los pilares de un edificio dando la sensación que están a punto de doblegarse sin llegar a derribarlo. La habilidad se utiliza como un engaño.
* General: Me gustaría que me dijerais vuestra opinión respecto al tema: cosas que os ha gustado más y lo que no os ha gustado. A mí me ha encantado. Estas cátedras dan mucho juego para introducir nuevas mecánicas, como la de solucionar un conflicto en varios turnos, y experimentar sobre la magia de Aerandir. Ambas habéis estado genial. Siempre doy prioridad a la originalidad y a la capacidad de crear; dos puntos en los que os habéis lucido.
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