Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
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Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
Una vez se encerró en la habitación del hostal, se quitó la gruesa capa que le cubría el cuerpo. Se aseguró, por segunda vez, que la puerta estuviera bien cerrada. Puso la llave que le ofreció el hostelero en el pestillo de tal forma que no se pudiera abrir con una réplica por el otro lado. Cerró la ventana y corrió las cortinas. Eran tiempos difíciles, nadie debía saber quién era ni por qué estaba ahí.
La mujer se sentó en la cama. Se tapó los ojos con una venda y buscó sin ver a su hijo adoptivo. No le encontró. Una persona, una joven muchachita de cabello castaño y rostro pecoso, se interponía en las imágenes. Por un segundo, creyó haber encontrado a su hijo. Estaba cerca, podía sentirlo. Casi podía alargar la mano y tocar alguna de sus muchas funciones. Pero la imagen se desvanecía tan pronto como aparecía. En su lugar, quedaba la misma chica.
Caminaba porque, simplemente, tenía que caminar. Viajar ya no era una de sus funciones. Lo seguía haciendo por costumbre, sin pensar en lo que hacía. Pensar tampoco era una de sus funciones. Levantó la pierna derecha, la dobló y la dejó caer al suelo. Lo mismo hizo con la izquierda. Sus pasos eran lentos y torpes, como los de un niño que aprende a caminar. No había prisa. No había funciones. No había nada.
Unos cimëxborg, venidos de la casa del anciano inventor, mordían la cabeza del exmensajero. Aunque le molestaban y le hacían daño, no hizo por defenderse. Espantar a los bichos no era una de sus funciones.
Un hombre se le quedó mirando con asombro. ¿Era un humano? Adie no pudo reconocerlo. Tal vez lo fuera. Estaba en la capital de los humanos, sería lógico que sus habitantes fueran humanos. Adie devolvió la mira al hombre, al posible humano. El instinto primitivo del cibernético hizo que moviese sus ojos como si estuviera analizando al individuo: “Activar Función de Reconocimiento. ¡Error! El sistema no pudo encontrar dicha función”. Adie agachó la cabeza y siguió caminando. El hombre le señaló y activó su función de comunicación:
-ROTO-
Adie asintió sin dejar de caminar. El posible humano estaba en lo cierto. Estaba roto. El nombre de Adie, cibernético mensajero y muchas otras funciones, ya no es válido. Los hombres y mujeres le otorgaron uno nuevo, más acorde a su situación actual: Adie, cibernético roto y sin funciones. O, lo que sería todavía mejor: Cibernético roto y sin funciones. Ka-ING se hizo llamar Adie cuando descubrió que estaba maldito por uno de los 19 objetos. Eligió ese nombre para avisar a los aerandianos de que estaban en peligro. Ordenando las letras según el alfabeto, la A era el número 1, la D el 4, la I el 9 y la E el 5. La suma de los números da 19 y la suma de las letras un nombre: Adie. Sin embargo, al cibernético roto y sin funciones le robaron el objeto maldito. El número 19 desapareció de su mente. También debería desaparecer de su nombre.
Falló en una acción tan simple como doblar la pierna izquierda. Cayó de bruces contra el suelo. Los insectos de metal revolotearon por encima de su cabeza como si fueran cuervos al acecho de un cadáver. Un líquido negro y pegajoso chorreaba por la abierta herida de su cabeza. El cibernético roto apoyó sus manos en el suelo, hizo fuerza para coger impulso y así levantarse del suelo. Le fue imposible. Resbaló al flexionar y volvió a caer. Sintió dolor, mucho dolor; pero no lo aparentaba. Expresar emociones no estaba entre sus funciones.
* Eyre Esta será una cátedra similar a la que ya hice con Huracán y Cassandra. Durará, relativamente, poco. Tengo cuatro turnos pensados, pero siempre puede haber uno más o uno menos. Se puntuará sobre 10 puntos de experiencia, 4 en función de la calidad del texto y 6 en función de la originalidad a la hora de resolver los conflictos. Lo explico porque las “cátedras” son dinámicas nuevas especiales para el Hekshold.
Obviamente, una de las recompensas clave en este tema es la entrada al Hekshold. Es posible ganar otra recompensa adicional (aeros u objeto mágico).
Dicho esto, empecemos con el tema:
Adie camina desorientado por Lunargenta. Intenta pensar en lo que le ha pasado. Le resulta imposible porque pensar ya no forma parte de sus funciones. Adie tropieza y cae al suelo. Es una situación muy simple. Ahora bien, deberás seguir tus alucinaciones para encontrar al cibernético. Tenía la idea de relatar en el post una introducción a tus alucinaciones. No lo voy. Considero que ese “don” (o maldición auto-impuesta) es muy personal. Esto significa que deberás relatar, con el mayor detalle posible, tus alucinaciones. Haz honor al nombre del tema: Función de Oráculo.
Para hacer más interesante el juego, Adie no puede hablar. Carece de TODAS las funciones.
La mujer se sentó en la cama. Se tapó los ojos con una venda y buscó sin ver a su hijo adoptivo. No le encontró. Una persona, una joven muchachita de cabello castaño y rostro pecoso, se interponía en las imágenes. Por un segundo, creyó haber encontrado a su hijo. Estaba cerca, podía sentirlo. Casi podía alargar la mano y tocar alguna de sus muchas funciones. Pero la imagen se desvanecía tan pronto como aparecía. En su lugar, quedaba la misma chica.
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Caminaba porque, simplemente, tenía que caminar. Viajar ya no era una de sus funciones. Lo seguía haciendo por costumbre, sin pensar en lo que hacía. Pensar tampoco era una de sus funciones. Levantó la pierna derecha, la dobló y la dejó caer al suelo. Lo mismo hizo con la izquierda. Sus pasos eran lentos y torpes, como los de un niño que aprende a caminar. No había prisa. No había funciones. No había nada.
Unos cimëxborg, venidos de la casa del anciano inventor, mordían la cabeza del exmensajero. Aunque le molestaban y le hacían daño, no hizo por defenderse. Espantar a los bichos no era una de sus funciones.
Un hombre se le quedó mirando con asombro. ¿Era un humano? Adie no pudo reconocerlo. Tal vez lo fuera. Estaba en la capital de los humanos, sería lógico que sus habitantes fueran humanos. Adie devolvió la mira al hombre, al posible humano. El instinto primitivo del cibernético hizo que moviese sus ojos como si estuviera analizando al individuo: “Activar Función de Reconocimiento. ¡Error! El sistema no pudo encontrar dicha función”. Adie agachó la cabeza y siguió caminando. El hombre le señaló y activó su función de comunicación:
-ROTO-
Adie asintió sin dejar de caminar. El posible humano estaba en lo cierto. Estaba roto. El nombre de Adie, cibernético mensajero y muchas otras funciones, ya no es válido. Los hombres y mujeres le otorgaron uno nuevo, más acorde a su situación actual: Adie, cibernético roto y sin funciones. O, lo que sería todavía mejor: Cibernético roto y sin funciones. Ka-ING se hizo llamar Adie cuando descubrió que estaba maldito por uno de los 19 objetos. Eligió ese nombre para avisar a los aerandianos de que estaban en peligro. Ordenando las letras según el alfabeto, la A era el número 1, la D el 4, la I el 9 y la E el 5. La suma de los números da 19 y la suma de las letras un nombre: Adie. Sin embargo, al cibernético roto y sin funciones le robaron el objeto maldito. El número 19 desapareció de su mente. También debería desaparecer de su nombre.
Falló en una acción tan simple como doblar la pierna izquierda. Cayó de bruces contra el suelo. Los insectos de metal revolotearon por encima de su cabeza como si fueran cuervos al acecho de un cadáver. Un líquido negro y pegajoso chorreaba por la abierta herida de su cabeza. El cibernético roto apoyó sus manos en el suelo, hizo fuerza para coger impulso y así levantarse del suelo. Le fue imposible. Resbaló al flexionar y volvió a caer. Sintió dolor, mucho dolor; pero no lo aparentaba. Expresar emociones no estaba entre sus funciones.
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* Eyre Esta será una cátedra similar a la que ya hice con Huracán y Cassandra. Durará, relativamente, poco. Tengo cuatro turnos pensados, pero siempre puede haber uno más o uno menos. Se puntuará sobre 10 puntos de experiencia, 4 en función de la calidad del texto y 6 en función de la originalidad a la hora de resolver los conflictos. Lo explico porque las “cátedras” son dinámicas nuevas especiales para el Hekshold.
Obviamente, una de las recompensas clave en este tema es la entrada al Hekshold. Es posible ganar otra recompensa adicional (aeros u objeto mágico).
Dicho esto, empecemos con el tema:
Adie camina desorientado por Lunargenta. Intenta pensar en lo que le ha pasado. Le resulta imposible porque pensar ya no forma parte de sus funciones. Adie tropieza y cae al suelo. Es una situación muy simple. Ahora bien, deberás seguir tus alucinaciones para encontrar al cibernético. Tenía la idea de relatar en el post una introducción a tus alucinaciones. No lo voy. Considero que ese “don” (o maldición auto-impuesta) es muy personal. Esto significa que deberás relatar, con el mayor detalle posible, tus alucinaciones. Haz honor al nombre del tema: Función de Oráculo.
Para hacer más interesante el juego, Adie no puede hablar. Carece de TODAS las funciones.
Sigel
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
Un día atrás...
Eyre observaba el atardecer desde una colina a las afueras de Lunargenta. A sus espaldas, una columna de humo se alzaba dejando que sus retorcidas volutas grises se difuminasen en el viento que soplaba cálido, limpiando los vestigios de lo poco que restaba del invierno.
Desvió los ojos del bellísimo paisaje arrebolado por los últimos rayos del sol para observar la fogata recién encendida, cuyos troncos prolijamente apilados y palos con verduras asándose al fuego eran la irrefutable prueba de que no había sido ella la artífice de semejante festín. Desde hacía un día que no estaba sola, y la compañía le había sentado maravillosamente. Se sentía más protegida y podía conciliar el sueño con mayor facilidad, además de que las fogatas y la comida ya no formaban parte de sus preocupaciones. Aunque tenía mucho para agradecer, aún guardaba una pequeña queja: le hubiese gustado que su amigo fuese un poco más conversador.
Veintitrés, como había decidido llamarlo, era un biocibernético más cibernético que bio, o al menos eso pensaba a juzgar por su apariencia y por sus acciones. De escueto vocabulario e incomprensibles acciones, la criatura podía pararse durante horas sin hacer absolutamente nada hasta que Eyre requiriese su ayuda. Parecía disfrutar de socorrerla, o quizás eso era lo único que sabía hacer. Cuando le preguntó qué hacía antes de encontrarse con ella, Veintitrés solamente respondió la palabra “cuidar”. Quizás eso explicaba por qué era tan servicial, pero... ¿cuidar a quién?
-¡Parece que ya están hechas! -Festejó tras acuclillarse junto a las verduras asadas, para apilarlas prolijamente a un costado sobre un pañuelo de tela extendido en el suelo- ¿Quieres una? -Le ofreció una de las varillas, mas el biocibernético se limitó a observarla con intrigante inexpresividad. A juzgar por el hecho de que no lo había visto ingerir ningún alimento desde hacía ya veinticuatro horas, probablemente no necesitaba comer- Bueno, sólo tienes que pedirlo. -Murmuró antes de llevarse la primer verdura, un carnoso pimiento rojo, a la boca. Su gesto pasó de la alegría a la estupefacción cuando, de pronto, frente a sus ojos ya no estaba la fogata y, en su boca, no sentía el sabor de la comida.
Se vio parada en medio de una estrecha y maloliente callejuela. Su mirada se posó sobre un charco oscuro y pegajoso bajo sus pies. Una sofocante sensación de congoja le provocó un nudo en la garganta, aunque no supo a qué se debía. De pronto, el entorno comenzó a difuminarse. Lo último que vio, al alzar los ojos, fue el tosco cartel que rezaba “Herrería Angus” y tras éste, en un segundo plano, el enorme castillo del Rey Siegfried, ese que, según contaban, había sido tomado por los vampiros.
Y entonces, de un instante a otro, estuvo una vez más sentada en la colina.
Pese a que las visiones le sucedían casi a diario, jamás podría acostumbrarse al cosquilleo que sentía en la boca del estómago cada vez que su consciencia se trasladaba abruptamente a una de esas escenas que se desenvolvían de manera frenética y caótica, para luego devolverla a la realidad como quien cae de un acantilado y, al tocar fondo, despierta agitado para descubrir que todo fue un sueño. Dejó la varilla con verduras a un lado y se tapó los ojos con una mano, instándose a contener la bilis que se agolpaba en su garganta.
Se fue a acostar sin cenar. Veintitrés permaneció a su lado, siempre despierto, con esos dos grandes faros que hacían de ojos clavados en el horizonte. Aunque creía que esa noche podría dormir tan bien como la anterior, a mitad de la misma tuvo un sueño en el cual veía a un hombre de metal; supo que no era Veintitrés porque era mucho más alto, aunque tenían características similares. Conversaba con un anciano a quien le extendía un sobre. Se veía feliz; en vez del desasosiego que había sentido antes, Eyre experimentó un profundo e inexplicable alivio.
Actualmente...
Con la nariz arrugada y el ceño fruncido, la joven bruja recorría las calles de Lunargenta sin poder disimular su desencanto. Aunque sus libros pintaban a la ciudad de los humanos como una metrópolis repleta de encantos y emociones, lo que la niña veía no tenía nada que ver con eso. Los hijos de Odín parecían ser criaturas bastante desagradables y antihigiénicas, a juzgar por el estado de sus lodosas calles repletas de basura y desperdicios. Era como Vulwulfar, pero más grande y más caótica. Las personas no le pedían disculpas cuando pasaban por su lado empujándola, o cuando pisaban el extremo de su vestido, ese que tan cuidadosamente había lavado en el río para la ocasión.
La jovencita tenía varias razones para estar en Lunargenta. La primera y principal, era que debía comprar víveres y demás fruslerías para continuar su largo viaje. También, debía admitir, necesitaba saciar su curiosidad respecto a la ciudad más famosa del continente; aunque no estaba disfrutando de la visita, le alegró ver que muchísima gente vivía su vida como si la plaga, o incluso la invasión de los vampiros, no hubiese ocurrido en absoluto. Y por último, no podía ignorar las premoniciones. Si algo había aprendido de su madre, era que desoír los mensajes de los dioses nunca jamás resultaba ser una buena idea.
Anduvo durante largo rato con Veintitrés a pocos pasos tras ella. Aunque le había insistido que se quedase esperándola en las afueras, el biocibernético no estaba dispuesto a desprenderse de su lado; era como un perro ansioso de seguir a su dueño... o como un muy insistente niñero. Al menos, si lo pensaba mejor, estaba más protegida si iba acompañada. Y menos mal que lo tenía consigo porque, de haber estado sola, Veintitrés no hubiese chocado su metálica cabeza contra un cartel en el cual, efectivamente, se podía leer “Herrería Angus”.
-¡Vaya! -Exclamó, aunque pronto se sintió tonta por todavía sorprenderse de aquellas “casualidades”. No tardó en observar los alrededores. Allí atrás se vislumbraba perfectamente el majestuoso castillo. Aparte de eso, no encontraba nada destacable. ¿Por qué se le había presentado la visión de ese lugar? Intentó abrir la puerta de la herrería, pero estaba cerrada. Inhaló profusamente y se llevó las manos a la cintura.
-¿Qué se supone que debería...?
Pero, antes de terminar la frase, un fuerte traqueteo metálico a sus espaldas hizo que pegase un respingo. Al voltear, vio a sus pies al mismo hombre de hojalata que había previsto en el sueño. Bastó relacionar ambas premoniciones para saber por qué, de toda la ciudad, había tenido que ir hacia aquella esquina que poco tenía para ofrecer.
-¡Oh, pobrecito! ¿Estás bien? -Eyre se agachó junto a él y espantó enérgicamente los extraños insectos que le revoloteaban. Al hacerlo, notó el charco pegajoso bajo ella y observó con preocupación la abertura en el cráneo metálico- ¿Puedes levantarte? -Inquirió, pero el biocibernético sólo abría y cerraba la mandíbula sin emitir ningún sonido. En su sueño le había visto hablar con fluidez y elocuencia, ¿sería por la herida en la cabeza? Miró de reojo a Veintitrés; él también tenía una abolladura en la sien... quizás por eso le costaba hablar. Tragó saliva e indicó a su compañero que se acercase- Veintitrés, ¡ayúdame!
El compañero de la jovencita no tuvo problemas para levantar de un tirón a su semejante, pese a que era mucho más alto que él. Fijó sus inexpresivos faros sobre la herida ajena y dijo con tono imperturbable:
-Averías detectadas. Incapaz de reparar. Averías detectadas. Incapaz de reparar.
Eyre
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
Notó dos manos, casi tan grandes como las suyas, utilizar las funciones de agarre y levantamiento sobre su cuerpo. De poseer funciones, habría notado que las manos eran frías y tenían un tacto metálico; hubiera reconocido que eran las manos de otro cibernético, éste con funciones. Sin embargo, Adie, cibernético roto y sin funciones, asoció las manos metálicas con el rostro que quedó en su frente. Era una persona de carne: larga melena castaña, tez pecosa, labios gruesos y ojos azules. ¿Humano u otra raza? ¿Ayuda o hiere? ¿Hombre o mujer? Carecía de las funciones necesarias para poder responder a aquellas preguntas.
Sin saber qué y sin poder realizar absolutamente ninguna función, Adie se dejó hacer. El enorme cuerpo del cibernético se inclinó hacia el suelo. Las manos de metal tuvieron que realizar sus mejores y más fuertes funciones para impedir que el ex mensajero cayera.
Los ojos sin vida ni color de Adie quedaron clavados en los ojos azules de la persona de carne. El cibernético tenía la boca entreabierta, como un bebe que descubría lo que era y no capaz de hacer. Adie podía caminar, dejar la boca abierta durante un rato, ver lo que tenía delante y oír los sonidos de su alrededor. No eran funciones, sino acciones. Caminar, sin tener motivo para hacerlo, no era una función. Tampoco lo era ver sin reconocer ni oír sin escuchar.
Movió los labios y la lengua como si intentase hablar, realizar su función de comunicación. Fue imposible. Ningún sonido emergió de su boca. Fue el dueño de las manos de metal que le sujetaban la espalda quien habló por él.
El cibernético con funciones dijo la palabra “averiado”. Esta significaba lo mismo que la palabra que decían las personas de carne: ROTO.
La mujer está viendo a su hijo. Lo tiene justo enfrente. Levanta una mano para tocar su rostro, notar sus facciones metálicas y limpiar la sangre negra que corre por la mejilla.
En la habitación del hostal, la mujer está acariciando el aire mientras sonríe amargamente.
En el callejón, una mano espanto a los insectos metálicos de la cabeza del cibernético.
Se pregunta de qué color son los ojos del cibernético. Antes del accidente, fueron azules. Brillaban como dos estrellas. Ahora parece que no sean de ningún color conocido. Lo más parecido con los ojos del cibernético que la mujer conoce es un espejo sucio.
Un segundo cibernético tiene al hijo de la mujer sujeto por la espalda. No parece estar haciéndole daño, pero la mujer no puede evitar preocuparse. Quiere ser ella quien sostenga a su hijo. Cualquier otro no sabría hacerlo. Solo ella conoce todas sus funciones.
Ahora, las manos de la mujer están abrazando a la nada. (Recuerda a la escultura La Pietat, pero sin el hijo)
Un marco de mechones castaños decora la imagen por la que la mujer ve a su hijo. Reconoce el pelo. Es la muchacha que vio en imágenes anteriores. La maestra Lise Mietner se da cuenta que está viendo a través de sus ojos.
-Tráeme a Adie- le ordena a la muchacha.
* Eyre Antes de avanzar en la historia, deberás de enseñar a Adie a comunicarse. No puede hablar, la forma de comunicación que elijas ha de ser nueva.
Por otra parte, a partir de este turno, compartirás sentimientos y emociones con Lise Meitner. Sentirás su preocupación y su dolor de madre. Deberás lanzar la Voluntad de los Dioses. La suerte determinará la intensidad de las visiones en los próximos turnos. Siendo suerte muy mala, visiones intensas que se traducirán en una depresión superior a la de la maestra. Suerte muy buena, por el contrario, significa que las visiones son las justas para comprender a Meitner sin llegar a afectar a Eyre psicológicamente.
Sin saber qué y sin poder realizar absolutamente ninguna función, Adie se dejó hacer. El enorme cuerpo del cibernético se inclinó hacia el suelo. Las manos de metal tuvieron que realizar sus mejores y más fuertes funciones para impedir que el ex mensajero cayera.
Los ojos sin vida ni color de Adie quedaron clavados en los ojos azules de la persona de carne. El cibernético tenía la boca entreabierta, como un bebe que descubría lo que era y no capaz de hacer. Adie podía caminar, dejar la boca abierta durante un rato, ver lo que tenía delante y oír los sonidos de su alrededor. No eran funciones, sino acciones. Caminar, sin tener motivo para hacerlo, no era una función. Tampoco lo era ver sin reconocer ni oír sin escuchar.
Movió los labios y la lengua como si intentase hablar, realizar su función de comunicación. Fue imposible. Ningún sonido emergió de su boca. Fue el dueño de las manos de metal que le sujetaban la espalda quien habló por él.
El cibernético con funciones dijo la palabra “averiado”. Esta significaba lo mismo que la palabra que decían las personas de carne: ROTO.
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La mujer está viendo a su hijo. Lo tiene justo enfrente. Levanta una mano para tocar su rostro, notar sus facciones metálicas y limpiar la sangre negra que corre por la mejilla.
En la habitación del hostal, la mujer está acariciando el aire mientras sonríe amargamente.
En el callejón, una mano espanto a los insectos metálicos de la cabeza del cibernético.
Se pregunta de qué color son los ojos del cibernético. Antes del accidente, fueron azules. Brillaban como dos estrellas. Ahora parece que no sean de ningún color conocido. Lo más parecido con los ojos del cibernético que la mujer conoce es un espejo sucio.
Un segundo cibernético tiene al hijo de la mujer sujeto por la espalda. No parece estar haciéndole daño, pero la mujer no puede evitar preocuparse. Quiere ser ella quien sostenga a su hijo. Cualquier otro no sabría hacerlo. Solo ella conoce todas sus funciones.
Ahora, las manos de la mujer están abrazando a la nada. (Recuerda a la escultura La Pietat, pero sin el hijo)
Un marco de mechones castaños decora la imagen por la que la mujer ve a su hijo. Reconoce el pelo. Es la muchacha que vio en imágenes anteriores. La maestra Lise Mietner se da cuenta que está viendo a través de sus ojos.
-Tráeme a Adie- le ordena a la muchacha.
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* Eyre Antes de avanzar en la historia, deberás de enseñar a Adie a comunicarse. No puede hablar, la forma de comunicación que elijas ha de ser nueva.
Por otra parte, a partir de este turno, compartirás sentimientos y emociones con Lise Meitner. Sentirás su preocupación y su dolor de madre. Deberás lanzar la Voluntad de los Dioses. La suerte determinará la intensidad de las visiones en los próximos turnos. Siendo suerte muy mala, visiones intensas que se traducirán en una depresión superior a la de la maestra. Suerte muy buena, por el contrario, significa que las visiones son las justas para comprender a Meitner sin llegar a afectar a Eyre psicológicamente.
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
El cibernético averiado parecía ser incapaz de comprender qué le ocurría. Los ojos azules y los ojos sin color se observaron fijamente durante largos segundos; una profunda compasión embargó a la jovencita al presenciar cómo el pobre ser desvalido intentaba silabear sin éxito. El espeso líquido negro goteaba desde su mentón, y Eyre se apresuró a sacar un pañuelo del bolsillo de su vestido para limpiarlo.
-Déjame ayudarte. -Susurró mientras la impoluta tela del pañuelo iba tiñéndose de negro- Me llamo Eyre, y él es Veintitrés. ¿Tú tienes un nombre? -Preguntó sin obtener respuesta, y Veintitrés volvió a murmurar quedamente la palabra “averiado”.
Terminó de limpiarlo, guardó el pañuelo y espantó nuevamente a los extraños insectos. Mientras más miraba al pobre cibernético más sentía un desconcertante cosquilleo en la nuca, como si alguien estuviese parado justo a sus espaldas. No pudo resistirse a mirar sólo para descubrir que estaban solos en la callejuela. ¿Qué era esa sensación? Además sentía que la angustia crecía en su pecho, aunque atribuía dicha sensación al hecho de que acababa de toparse con aquel pobre y desafortunado hombre de metal, a quien no tenía más opción que ayudar. ¿Cómo se le ocurriría marcharse y simplemente dejarlo a su suerte? No, eso jamás. Eyre creía firmemente que era una obligación ayudar a los desprotegidos siempre que estuviese en su mano hacerlo.
Sin duda quería socorrerlo, pero la pregunta era: ¿Cómo? No sabía de dónde había salido ni hacia dónde llevarlo. Lo más lógico era simplemente preguntar, ¡lo había visto hablar perfectamente en su sueño! Sin embargo, el pobrecito estaba roto. Quizás, pensó con optimismo, sólo necesitaba un empujoncito para recordar cómo hacerlo.
Indicó a Veintitrés que sentase al herido sobre un montón de cajas que había apiladas contra la pared y, antes que nada, la bruja observó cuidadosamente la abertura de la cabeza ajena. Esa era una de las situaciones en las que sentía que tanto leer no le había servido de nada, pues poco podía arreglar sin haber aprendido ni un poco de herrería práctica, y dudaba que la medicina sirviera en ese caso. Suspiró y se paró frente al averiado; incluso estando sentado, era tan alto que sus ojos quedaban al mismo nivel que los de ella.
-Estoy segura de que alguna vez pudiste hablar... O podrás. -Masculló; no sabía exactamente si el sueño le había mostrado el pasado o el futuro- Así que tienes cuerdas vocales para hacerlo. ¡Sólo debes intentar! Mira, abre la boca y di “Aaaaaaaah” -El otro separó los labios, pero ningún salido emergió de su garganta. Eyre puso ambas manos sobre el metálico rostro, corrigió levemente la posición de la mandíbula, e insistió- “Aaaaaaah” -Pero no tuvo éxito. Ceñuda, la joven bajó la mirada y meditó durante un instante hasta que sus ojos dieron con una posible solución- Perdóname por esto, ¡es por tu bien! -Y, cerrando los ojos para no mirar lo que haría, dio un fuerte pisotón en el pie ajeno.
-¡Aaaaagh! -Exclamó el biocibernético, dando un respingo tan fuerte que, al caer, rompió la caja sobre la que estaba sentado.
-¡Lo siento, lo siento! -Pero, pese a decir esto, Eyre sonreía- Parece que el problema no está en las cuerdas vocales. -Reflexionó masajeándose el mentón- Pero... enseñarte palabra por palabra tardará mucho. Deberíamos empezar con algo más simple.
La jovencita puso los brazos en jarra y observó al cielo durante un rato, cavilando las posibilidades. Veintitrés esperaba pacientemente a un lado, acariciándose el lugar donde se había golpeado la cabeza con el cartel de la herrería. Tras unos instantes donde el lejano bullicio de la ciudad había sido el único sonido del fondo, Eyre chasqueó la lengua y, volviendo a clavar su mirada en la ajena, dijo:
-¡Ya sé! Comencemos con algo simple. “Sí” y “No”. Se dice que sí cuando estás de acuerdo con algo, para afirmar. Por ejemplo, yo te pregunto: “¿Te ha dolido el pisotón?” y tú me dices “Sí.” Como te cuesta hablar, sólo deberás pestañear una vez para decirme que sí. -Sonrió ampliamente, se sentía como una respetable profesora impartiendo una clase, y dicha sensación comenzaba a encantarle- Luego está el “No”. Es para negar, todo lo contrario al “Sí”. Por ejemplo: “¿Estás bien?” y tú, seguramente, dirías “¡No!”. ¿Entiendes? Para eso, pestañearás dos veces.
La jovencita intentó encontrar alguna mueca en el rostro ajeno, un brillo en su mirada, algo que delatase que estaba entendiéndole. Sin embargo, el cibernético no dijo nada. Eyre suspiró y se mordió el labio inferior. Aunque entendiese cómo afirmar y negar, seguía siendo muy difícil ayudarlo. ¿Cómo sabría adónde llevarlo? ¿Qué debía hacer...?
Fue justo mientras se preguntaba aquello, que una voz que no era la suya sonó clara y firme en su mente. La chiquilla pegó un respingo y volvió a mirar hacia atrás. Seguían solos, o eso creía.
“Tráeme a Adie”, había dicho.
-¿Te... te llamas Adie? -Inquirió en un susurro, volteándose de nuevo hacia el cibernético.
Adie pestañeó una vez.
-Déjame ayudarte. -Susurró mientras la impoluta tela del pañuelo iba tiñéndose de negro- Me llamo Eyre, y él es Veintitrés. ¿Tú tienes un nombre? -Preguntó sin obtener respuesta, y Veintitrés volvió a murmurar quedamente la palabra “averiado”.
Terminó de limpiarlo, guardó el pañuelo y espantó nuevamente a los extraños insectos. Mientras más miraba al pobre cibernético más sentía un desconcertante cosquilleo en la nuca, como si alguien estuviese parado justo a sus espaldas. No pudo resistirse a mirar sólo para descubrir que estaban solos en la callejuela. ¿Qué era esa sensación? Además sentía que la angustia crecía en su pecho, aunque atribuía dicha sensación al hecho de que acababa de toparse con aquel pobre y desafortunado hombre de metal, a quien no tenía más opción que ayudar. ¿Cómo se le ocurriría marcharse y simplemente dejarlo a su suerte? No, eso jamás. Eyre creía firmemente que era una obligación ayudar a los desprotegidos siempre que estuviese en su mano hacerlo.
Sin duda quería socorrerlo, pero la pregunta era: ¿Cómo? No sabía de dónde había salido ni hacia dónde llevarlo. Lo más lógico era simplemente preguntar, ¡lo había visto hablar perfectamente en su sueño! Sin embargo, el pobrecito estaba roto. Quizás, pensó con optimismo, sólo necesitaba un empujoncito para recordar cómo hacerlo.
Indicó a Veintitrés que sentase al herido sobre un montón de cajas que había apiladas contra la pared y, antes que nada, la bruja observó cuidadosamente la abertura de la cabeza ajena. Esa era una de las situaciones en las que sentía que tanto leer no le había servido de nada, pues poco podía arreglar sin haber aprendido ni un poco de herrería práctica, y dudaba que la medicina sirviera en ese caso. Suspiró y se paró frente al averiado; incluso estando sentado, era tan alto que sus ojos quedaban al mismo nivel que los de ella.
-Estoy segura de que alguna vez pudiste hablar... O podrás. -Masculló; no sabía exactamente si el sueño le había mostrado el pasado o el futuro- Así que tienes cuerdas vocales para hacerlo. ¡Sólo debes intentar! Mira, abre la boca y di “Aaaaaaaah” -El otro separó los labios, pero ningún salido emergió de su garganta. Eyre puso ambas manos sobre el metálico rostro, corrigió levemente la posición de la mandíbula, e insistió- “Aaaaaaah” -Pero no tuvo éxito. Ceñuda, la joven bajó la mirada y meditó durante un instante hasta que sus ojos dieron con una posible solución- Perdóname por esto, ¡es por tu bien! -Y, cerrando los ojos para no mirar lo que haría, dio un fuerte pisotón en el pie ajeno.
-¡Aaaaagh! -Exclamó el biocibernético, dando un respingo tan fuerte que, al caer, rompió la caja sobre la que estaba sentado.
-¡Lo siento, lo siento! -Pero, pese a decir esto, Eyre sonreía- Parece que el problema no está en las cuerdas vocales. -Reflexionó masajeándose el mentón- Pero... enseñarte palabra por palabra tardará mucho. Deberíamos empezar con algo más simple.
La jovencita puso los brazos en jarra y observó al cielo durante un rato, cavilando las posibilidades. Veintitrés esperaba pacientemente a un lado, acariciándose el lugar donde se había golpeado la cabeza con el cartel de la herrería. Tras unos instantes donde el lejano bullicio de la ciudad había sido el único sonido del fondo, Eyre chasqueó la lengua y, volviendo a clavar su mirada en la ajena, dijo:
-¡Ya sé! Comencemos con algo simple. “Sí” y “No”. Se dice que sí cuando estás de acuerdo con algo, para afirmar. Por ejemplo, yo te pregunto: “¿Te ha dolido el pisotón?” y tú me dices “Sí.” Como te cuesta hablar, sólo deberás pestañear una vez para decirme que sí. -Sonrió ampliamente, se sentía como una respetable profesora impartiendo una clase, y dicha sensación comenzaba a encantarle- Luego está el “No”. Es para negar, todo lo contrario al “Sí”. Por ejemplo: “¿Estás bien?” y tú, seguramente, dirías “¡No!”. ¿Entiendes? Para eso, pestañearás dos veces.
La jovencita intentó encontrar alguna mueca en el rostro ajeno, un brillo en su mirada, algo que delatase que estaba entendiéndole. Sin embargo, el cibernético no dijo nada. Eyre suspiró y se mordió el labio inferior. Aunque entendiese cómo afirmar y negar, seguía siendo muy difícil ayudarlo. ¿Cómo sabría adónde llevarlo? ¿Qué debía hacer...?
Fue justo mientras se preguntaba aquello, que una voz que no era la suya sonó clara y firme en su mente. La chiquilla pegó un respingo y volvió a mirar hacia atrás. Seguían solos, o eso creía.
“Tráeme a Adie”, había dicho.
-¿Te... te llamas Adie? -Inquirió en un susurro, volteándose de nuevo hacia el cibernético.
Adie pestañeó una vez.
Eyre
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
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Tyr
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
Hasta que no se quitó la venda que le tapaba los ojos no fue consciente de que la habitación olía a incienso y que tenía los pies metidos en una palangana llena de agua y hierbas naturales como romero y perejil. Sin haber salido de la habitación, fue hasta donde estaba y la muchacha de melena castaña. Vio a través de los ojos de la chica; también escuchó a través de sus orejas y olió a través de su nariz. En cierto sentido, la maestra Meitner había dejado su cuerpo atrás para sincronizarse con el de la chica. Realmente, La explicación era mucho más compleja; tenía que ver con la magia que residía en los aromas de las hierbas, la corriente del agua y, sobre todo, en el tercer ojo. Sin embargo, y debido a su trabajo como profesora, ella estaba acostumbrada a simplificar la magia de tal forma que cualquiera pudiera entenderla. En las cátedras de clarividencia, defendía que cualquier persona de cualquier raza tenía acceso a abrir el tercer ojo, pero que solo unas pocas (las que creían ser seleccionadas por los Dioses) podían abrirlo de forma natural. Los druidas la conocían, pero no la dominaban. Incluso entonces, se creía que las historias sobre el tercer ojo y la clarividencia eran leyendas de la antigüedad. La familia Skarth, en sus orígenes, buscaba la forma de recuperar dicha magia. Lise Meitner, como máximo representante de los Skarth en el Hekshold, enseñaba el camino que había que recorrer para abrazar la clarividencia: lectura de estrellas, horóscopo, lanzamiento de huesos, lectura de manos… y, finalmente, la abertura del tercer ojo.
La chica, aquella que se había interpuesto entre Meitner y Adie, debía tener la naturaleza de los hombres ancestrales. Un don que sin la instrucción adecuada podría ser considerada como una maldición. Inmediatamente, se interesó por ella. Quitó los pies de la palangana, se puso los calcetines y las botas y fue hasta la puerta. Podía sentirla, de algún modo que solamente ellas dos entendían, seguía estando conectada a la chica. Se estaba acercando.
Adie, cibernético roto y con una función, parpadeó una vez. Hubo un momento de silencio y volvió a utilizar la nueva función de comunicación con dos parpadeos. Era la respuesta a la anterior pregunta de Eyre (porque sí, entendió que se llamaba Eyre. ¿Eso era una función?). No, no estaba bien. Estaba mal. Estaba ROTO. Abrió la boca y emitió el mismo rugido mecánico anterior (sonaba como el moto de un coche averiado).
Luego parpadeó tres veces. Se equivocó de número, todavía estaba aprendiendo a controlar su cuerpo, en realidad quería haber parpadeado una vez para dar a entender que le dolía la si le pisaba el pies y después dos veces para decir que no era la única zona de su cuerpo que le hacía daño. La herida de la cabeza era mucho peor. Se dio cuenta de su error y pensó en una mejor manera de decir que le una bruja le había quitado algo importante. Parpadeó diecinueve veces seguidas.
Adie giró la cabeza alterado, como si alguien le hubiera llamado.
”Eyre, escúchame: debes traerme a mi hijo. Se llama Adie. Sé que puedes oírme. Me hospedo en Potro Azul. Quiero hablar conmigo. Debes venir. Habitación número 9”.
* Eyre En este turno deberás llevar a Adie junto con la maestra Meitner.
En el turno anterior conseguiste comunicarte con Adie de una manera exitosa. Ahora, debes comunicarte con Meitner. Usa tus alucinaciones y tu maldición natural para ello. Considera esto “una prueba de valía”.
Una vez en el hostal, deberás encontrarte con la maestra y describirla con el mayor detalle posible.
La chica, aquella que se había interpuesto entre Meitner y Adie, debía tener la naturaleza de los hombres ancestrales. Un don que sin la instrucción adecuada podría ser considerada como una maldición. Inmediatamente, se interesó por ella. Quitó los pies de la palangana, se puso los calcetines y las botas y fue hasta la puerta. Podía sentirla, de algún modo que solamente ellas dos entendían, seguía estando conectada a la chica. Se estaba acercando.
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Adie, cibernético roto y con una función, parpadeó una vez. Hubo un momento de silencio y volvió a utilizar la nueva función de comunicación con dos parpadeos. Era la respuesta a la anterior pregunta de Eyre (porque sí, entendió que se llamaba Eyre. ¿Eso era una función?). No, no estaba bien. Estaba mal. Estaba ROTO. Abrió la boca y emitió el mismo rugido mecánico anterior (sonaba como el moto de un coche averiado).
Luego parpadeó tres veces. Se equivocó de número, todavía estaba aprendiendo a controlar su cuerpo, en realidad quería haber parpadeado una vez para dar a entender que le dolía la si le pisaba el pies y después dos veces para decir que no era la única zona de su cuerpo que le hacía daño. La herida de la cabeza era mucho peor. Se dio cuenta de su error y pensó en una mejor manera de decir que le una bruja le había quitado algo importante. Parpadeó diecinueve veces seguidas.
Adie giró la cabeza alterado, como si alguien le hubiera llamado.
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”Eyre, escúchame: debes traerme a mi hijo. Se llama Adie. Sé que puedes oírme. Me hospedo en Potro Azul. Quiero hablar conmigo. Debes venir. Habitación número 9”.
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* Eyre En este turno deberás llevar a Adie junto con la maestra Meitner.
En el turno anterior conseguiste comunicarte con Adie de una manera exitosa. Ahora, debes comunicarte con Meitner. Usa tus alucinaciones y tu maldición natural para ello. Considera esto “una prueba de valía”.
Una vez en el hostal, deberás encontrarte con la maestra y describirla con el mayor detalle posible.
Sigel
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
Boquiabierta, la joven bruja presenció cómo el cibernético, que efectivamente se llamaba Adie, demostraba haber entendido la explicación. Tardó unos cuantos segundos en salir de su asombro, hasta que su mueca cambió a una de intriga cuando el pobrecito comenzó a pestañear más veces de las indicadas. Eyre se tomó la molestia de contar cada vez, pero al final no entendió si estaba intentando decir diecinueve veces “sí”, o diecinueve veces “no”. No sospechó ni remotamente que el diecinueve en sí mismo significase algo.
Ante la atenta mirada de Veintitrés, la ojiazul suspiró y se dedicó a observar a Adie largamente, intentando resolver la complicada situación y, de paso, encontrar una mejor manera de comunicarse. Sin embargo, era difícil concentrarse al ver todos esos molestos insectos metálicos revoloteando sobre el otro. Pronto chasqueó la lengua y sacó nuevamente el pañuelo para, con cuidado, envolverlo alrededor de la cabeza impropia. Adie se dejó hacer, manso. -Así, al menos, no podrán mordisquearte la piel... ¡Ah! Quiero decir, el metal. -Y le sonrió, pese a no obtener más respuesta que una mirada carente de toda expresión.
Si bien casi cualquier criatura en apuros despertaba compasión en la brujita, aquel biocibernético averiado tenía algo, un no-sé-qué, que suscitaba en ella un cariño maternal. Con tan solo ver cómo sufría en silencio, se le llenaban los ojos de lágrimas. Era una sensación extraña y nunca antes experimentada; podría decir que no lograba identificarse del todo con ésta, como si no formase parte de ella. Así mismo, había pasado de sentirse observada a acompañada, y ya no volteaba a ver hacia atrás, pese a que todavía percibía cierta presencia en las cercanías. ¿Tendría algo que ver la misteriosa voz que le había “susurrado” el nombre de su nuevo amigo?
La duda no tardó mucho en disiparse. De nuevo, tal como antes, una profunda voz que no era la suya emergió desde el fondo de sus pensamientos. Eyre contuvo la respiración y cerró los ojos, incómoda y asombrada ante aquella invasión del espacio tan privado, íntimo y personal que era su mente. Acababa de darle una dirección para que le llevase a su... ¿hijo? La joven frunció el ceño y apretó los labios en una mueca de desconfianza. Sólo los brujos y, según había leído, los vampiros podían comunicarse mentalmente. Además de los mismísimos Dioses, por supuesto. ¿Cómo podía ser que una bruja o una vampiresa fuera la madre de un biocibernético? Se cruzó de brazos, confundida, y volvió a reposar la mirada sobre el imperturbable ser.
Pocas veces se había encontrado en semejante encrucijada. Por un lado, su raciocinio le decía que no debía confiar en una voz que provenía de su mente sin ser la suya propia. Era como lo que siempre le decía su nana: “No hables con extraños”, pero de un modo un tanto más... retorcido. Por el otro lado, Eyre estaba convencida de que había tenido las visiones porque debía ayudar a Adie y, tanto el sentimiento de protección que sentía con esa presencia como su intuición, le indicaban que debía llegar hasta el final de todo ese asunto, por mucho miedo que le diese.
Suspiró profusamente y negó con la cabeza. Acababa de tomar una decisión.
-Veintitrés, ayúdame a llevarlo con nosotros, por favor.
Para empezar, debía encontrar un lugar tranquilo donde poder serenarse para comunicarse con “la voz”. Lunargenta era una ciudad enorme, ella no conocía sus calles y no tenía idea de dónde se encontraba el dichoso Potro Azul, ¡necesitaba más detalles! Pero no podía concentrarse en esa callejuela repleta de ruidos y olores. La joven caminaba presurosa mientras, a sus espaldas, Veintitrés llevaba a Adie sin dar muestras del enorme esfuerzo que estaba haciendo para cargarlo.
Pocas cuadras más allá de donde se habían encontrado, una apacible plaza de frondosos árboles hacía de pulmón entre todas las edificaciones. Allí no había peste a basura ni gente que empujaba al pasar, sólo unas pocas personas recorrían los senderos entre las plantas. Pero, cuando se acercaron, un hombre que estaba podando los arbustos abrió desmesuradamente los ojos al verlos y comenzó a agitar los brazos, llamando la atención de los transeúntes.
-¡¡ÉL!! ¡Él fue quien arrancó los árboles y volteó todas las rocas hace un tiempo! ¡¡Les dije que no mentía, les dije!! -Exclamaba apuntando a Adie con el dedo índice y alzando cada vez más la voz. Presa del pánico, Eyre aceleró el paso e instó a sus dos metálicos acompañantes a hacer lo mismo para perderse en la próxima esquina.
-Debe ser un loco... pobrecillo. -Murmuró la jovencita.
La segunda plazoleta que encontraron, un poco más lejos, era mucho más pequeña pero prácticamente no tenía visitantes. Decidiendo que servía, la bruja se sentó a los pies de un abeto e invitó a los otros dos a hacer lo mismo.
-Aquí estaremos bien. Denme... umh, denme un momento.
Bien. Ya estaba en un sitio tranquilo, ya podía respirar profundo y cerrar los ojos en paz... Pero, ¿a quién quería engañar? ¡No tenía idea de cómo hacer lo mismo que “la voz” hacía con ella! Normalmente sus visiones simplemente llegaban cuando tenían que llegar; nunca las pedía y, si las esperaba con muchas ansias, podía pasar días sin experimentar ninguna. Los Dioses eran muy caprichosos para compartir con ella sus imágenes... o, quizás, sucedía porque ella no tenía idea de cómo controlar esa maldición. En todo caso, si de verdad se estaba comunicando con otra persona de carne y hueso, sería más fácil entrar en contacto con ella que con las deidades.
Reclinó la espalda contra el árbol y dedicó varios minutos a concentrarse en su respiración. Debía despejar su mente si pretendía recibir información clara. Al poco tiempo, comenzó a centrar sus esfuerzos en repetir una y otra vez la misma frase:
-Necesito que me indiques cómo llegar a ti.
Lo dijo una, diez, treinta veces... sin conseguir nada. ¡No sabía cómo dirigir sus pensamientos hacia alguien! Comenzaban a palpitarle las sienes y poco a poco se desesperaba más. Hasta que, de pronto, se sintió como una idiota. ¡Claro! Si seguía repitiendo eso todo el tiempo, ¿cómo daría espacio a que la respuesta llegase a ella? Se pegó en la frente con la palma de la mano y refunfuñó unas cuantas maldiciones antes de, por fin, volver a serenarse.
Entonces las imágenes llegaron en cuestión de segundos. Una tras otra, fueron superponiéndose las calles que debía recorrer para llegar al Potro Azul; de inmediato supo con aterradora claridad el camino a seguir. Se puso de pie como un resorte y tironeó a Veintitrés del brazo para instarlo a levantarse. El corazón le galopaba de emoción- ¡¡Lo hice, LO HICE!! -Festejó dando saltitos. ¡Acababa de comunicarse telepáticamente con alguien!
No tardaron más que unos pocos minutos en llegar a la posada. “Casualmente” (nada era casualidad para los Dioses) ésta se encontraba a pocas calles de la plazoleta. Pudo sentir cómo, metro a metro, se acercaba más a la potente presencia que la seguía a todas partes.
El posadero abrió los ojos como platos al ver entrar a una niña seguida por dos gigantes de metal, pero no se quejó cuando Eyre dejó un par de monedas sobre el mostrador y se excusó diciendo que sólo visitaría durante un ratito a la inquilina de la habitación nueve. “¡Es la madre de mi amigo!”, había dicho sonriente al atónito empleado, antes de salir corriendo a través del pasillo.
Tocó la puerta tres veces y dio un paso hacia atrás mientras se arreglaba el cabello y el vestido. Cuando comenzó a abrirse, tomó las manos de Adie y de Veintitrés para contener su creciente ansiedad. Pero, en el momento en que vio a la mujer, su expresión mutó de emoción a estupefacción en un instante.
-¿¡Pr... pro... profesora Meitner!?
En su época de alumna del Hekshold Eyre había oído mucho de ella. Los niños decían que era una vieja bruja, pero no precisamente en el sentido racial de la palabra. La tachaban de inflexible e insoportable y, como jamás había tenido clases con ella, no había podido comprobar lo contrario. Vista de cerca, sin embargo, no se veía tan mala. Meitner tenía una mirada severa, pero en sus ojos se podía ver un brillo de amor y ternura hacia el biocibernético, su hijo, sobre quien clavó la mirada apenas al abrir la puerta. Eyre pensó en su amada nana cuando vio las arrugas en el rostro de la mujer, especialmente esas patas de gallo que se acentuaban tiernamente con la más mínima sonrisa. Al verla percibió sin duda alguna que ella era quien le había hablado antes y quien, desde las sombras de su mente, le indicó el camino para llegar hasta allí.
Meitner dio un paso adelante y alzó la mano para tocar el rostro de Adie. Aunque sonreía, dos gordas lágrimas rodaron por sus mejillas. Eyre, sin saber por qué, también lloró de felicidad. Después de tenerla dentro de su cabeza, fue capaz de sentir como propias las penas de la profesora.
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Off: He dejado caer por ahí una referencia a [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] donde Adie puso patas arriba un parque buscando al dios burlón Bragi. ¡Espero que te guste tanto como a mí me gusta Adie! <3
Eyre
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
Adie, cibernético roto y con una función, entró primero a la habitación de Meitner. Las ventanas estaban cerradas con las cortinas pasadas para que no entrase la luz del sol. Una vela de incienso encendida perfumaba la habitación; Adie no sentía el olor, carecía de la función de olfato. Encima de la cama había tres esferas de cristal del tamaño de un huevo de gallina que se movían hacían círculo entre ellas.
-Adelante, os he estado esperando- usó el plural, pero se dirigía solo a la chica –Efectivamente, soy la maestra Lise Meitner. Tú debes de ser… Erie. No, ese no es tu nombre, suena parecido, pero estoy segura que no lo es- tenía tres dedos en la sien. Intentaba recordar un dato que no había escuchado ni leído, sino sentido.
Adie se sentó en la cama al lado de las esferas de cristal. Las observaba y hacía la intención de tocarlas pero sin atreverse a hacerlo como si fuera un niño descubriendo un nuevo insecto el cual podría ser venenoso.
-Me duele verlo así. Antes, hubiera cogido las esferas y se las habría metido en la moca. Le gustaba masticar los objetos que, a cualquier otra persona, le partiría los dientes- una sombra de una sonrisa maternal se formó en los labios de Meitner - Yo le críe. Su verdadera madre le rechazó. Era una madre biocibernética obsesionada con dar a luz a nuevos hijos de metal. Ka-ING, Adie, fue el primero. Hecho a partir de un humano moribundo, cadáveres de otros humanos y restos de planchas de metal. A la vista de todos, era un monstruo, un hijo imperfecto que debía ser sacrificado. Yo le rescaté. Le di alimento y protección, le enseñé un oficio que le gustaba y, por sí mismo, aprendió funciones que su madre jamás le habría mostrado. No te haces una idea de lo difícil que me resulta verle en ese estado demencia- se sentó al lado del gran cibernético y le acarició por encima del pañuelo que Erie (Eyre) le puso –Es como si hubiera olvidado quién es – tras un momento de silencio añadió - Gracias por traerlo conmigo-.
Durante todo el discurso, la voz de la maestra Meitner se había mantenido con el mismo tono: firme, sincera y natural; sin ningún ápice de vacilación. Hablaba con la misma voz que usaba para dar las cátedras.
-Siéntate a mi lado, haz el favor. Quiero preguntarte una cosa-.
No hubo ninguna pregunta. Meitner puso la palma de su mano derecha sobre la frente de la chica y cerró los ojos.
Ka-ING, hijo de E-VHA y sin funciones, se había escapado de su falso hogar en las catacumbas del palacio de Vladimir. De la mano llevaba a sus hermanos más jóvenes. Les liberaba de las garras de la madre. Ca-NET decía llamarse Rachel Roche y tener un hermano hecho de carne y no metal. Ka-ING esperaba que Ca-NET encontrase a su hermano. PIN-Tin era el que más asustado estaba. Llamaba a papá y a mamá, los de carne, y lloraba con lágrimas de aceite.
Entonces Ka-ING encontró a un hombre sapo que creyó que era su amigo: Nate Halliman. Le dijo palabras que Ka-ING jamás había oído y le escondió (a él y a sus jóvenes hermanos) de sus malos hermanos. Ka-ING le dio las gracias, los dos se hicieron amigos. Rachel se fue a buscar a su hermano y Tin a sus verdaderos papás y mamás. Ka-ING se quedó con Nate Halliman.
Vino el desastre. Ka-ING sabía cosas que no podía saber y Nate Halliman tenía un único amigo celoso de los nuevos. Los dos discutieron. Ka-ING se cambió de nombre, se fue a llamar Adie en honor a la voz que le hablaba en su cabeza. Nate Halliman odió a Ka-ING por cambiarse de nombre. Lucharon. Las uñas del cibernético hicieron rasgaron la espalda del hombre sapo; la cicatriz la tendría por siempre. Adie quiso robar el amigo de Nate Halliman, él tenía otra voz que hablaba (en total habían 19 voces), pero sapo se zafó y se escondió en un lugar que Adie jamás encontró.
Otra vez solo. Caminó solo durante mucho tiempo con un aspecto no muy diferente al que tiene ahora. Meitner le encontró por casualidad (en Aerandir no existe la casualidad) tumbado en el suelo como si fuera un cadáver con los ojos abiertos y brillantes. Lo llevó al Hekshold y allí le educó como si fuera su hijo.
Cuando las mujeres abrieron los ojos, las esferas de cristales se quedaron quietas y la vela de incienso terminó de consumirse.
-¿Lo has notado? Adie está con nosotras, en algún lugar oculto bajo capas inconsciencia. Sé que lo has notado. Conozco tu maldición, no eres la única persona que la sufre; aunque la tuya es la más intensa que he conocido. No tengas miedo- le tomó de las manos - Llegarás a controlarla-.
* Eyre Meitner te muestra que, dentro de las capas de inconsciencia, Adie sigue estando vivo y puede volver a ser quién era. La maestra se interesa por tu don/maldición y ahora es hora de demostrarle que su interés no es vano. Deberás usar tu don/maldición para enseñar una historia que Eyre no conozca.
Opcional: Lo gracioso, como te comenté por mp, es que la historia tenga que ver con el paradero de Thiel. Te dije algunas de las ideas que tenía después del tema “El regreso de los payasos”. Sinceramente, y aunque me hayas regalado el personaje para usarlo como npc, no soy capaz de decidir. Creo que sería más interesante que me ayudes a “elegir” lo que le va a pasar a Thiel. Juntas haremos un mejor trabajo. Puedes utilizar tus poderes conectivos para dar algunas pistas sobre qué le pasa a la loba y dónde está el libro que se llevó. No es necesario que la historia que cuente Eyre tenga que ser ésta, si tienes alguna idea mejor hazla sin dudar. Esta es una de mis locas ideas que creí que podían ser divertidas.
-Adelante, os he estado esperando- usó el plural, pero se dirigía solo a la chica –Efectivamente, soy la maestra Lise Meitner. Tú debes de ser… Erie. No, ese no es tu nombre, suena parecido, pero estoy segura que no lo es- tenía tres dedos en la sien. Intentaba recordar un dato que no había escuchado ni leído, sino sentido.
Adie se sentó en la cama al lado de las esferas de cristal. Las observaba y hacía la intención de tocarlas pero sin atreverse a hacerlo como si fuera un niño descubriendo un nuevo insecto el cual podría ser venenoso.
-Me duele verlo así. Antes, hubiera cogido las esferas y se las habría metido en la moca. Le gustaba masticar los objetos que, a cualquier otra persona, le partiría los dientes- una sombra de una sonrisa maternal se formó en los labios de Meitner - Yo le críe. Su verdadera madre le rechazó. Era una madre biocibernética obsesionada con dar a luz a nuevos hijos de metal. Ka-ING, Adie, fue el primero. Hecho a partir de un humano moribundo, cadáveres de otros humanos y restos de planchas de metal. A la vista de todos, era un monstruo, un hijo imperfecto que debía ser sacrificado. Yo le rescaté. Le di alimento y protección, le enseñé un oficio que le gustaba y, por sí mismo, aprendió funciones que su madre jamás le habría mostrado. No te haces una idea de lo difícil que me resulta verle en ese estado demencia- se sentó al lado del gran cibernético y le acarició por encima del pañuelo que Erie (Eyre) le puso –Es como si hubiera olvidado quién es – tras un momento de silencio añadió - Gracias por traerlo conmigo-.
Durante todo el discurso, la voz de la maestra Meitner se había mantenido con el mismo tono: firme, sincera y natural; sin ningún ápice de vacilación. Hablaba con la misma voz que usaba para dar las cátedras.
-Siéntate a mi lado, haz el favor. Quiero preguntarte una cosa-.
No hubo ninguna pregunta. Meitner puso la palma de su mano derecha sobre la frente de la chica y cerró los ojos.
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Ka-ING, hijo de E-VHA y sin funciones, se había escapado de su falso hogar en las catacumbas del palacio de Vladimir. De la mano llevaba a sus hermanos más jóvenes. Les liberaba de las garras de la madre. Ca-NET decía llamarse Rachel Roche y tener un hermano hecho de carne y no metal. Ka-ING esperaba que Ca-NET encontrase a su hermano. PIN-Tin era el que más asustado estaba. Llamaba a papá y a mamá, los de carne, y lloraba con lágrimas de aceite.
Entonces Ka-ING encontró a un hombre sapo que creyó que era su amigo: Nate Halliman. Le dijo palabras que Ka-ING jamás había oído y le escondió (a él y a sus jóvenes hermanos) de sus malos hermanos. Ka-ING le dio las gracias, los dos se hicieron amigos. Rachel se fue a buscar a su hermano y Tin a sus verdaderos papás y mamás. Ka-ING se quedó con Nate Halliman.
Vino el desastre. Ka-ING sabía cosas que no podía saber y Nate Halliman tenía un único amigo celoso de los nuevos. Los dos discutieron. Ka-ING se cambió de nombre, se fue a llamar Adie en honor a la voz que le hablaba en su cabeza. Nate Halliman odió a Ka-ING por cambiarse de nombre. Lucharon. Las uñas del cibernético hicieron rasgaron la espalda del hombre sapo; la cicatriz la tendría por siempre. Adie quiso robar el amigo de Nate Halliman, él tenía otra voz que hablaba (en total habían 19 voces), pero sapo se zafó y se escondió en un lugar que Adie jamás encontró.
Otra vez solo. Caminó solo durante mucho tiempo con un aspecto no muy diferente al que tiene ahora. Meitner le encontró por casualidad (en Aerandir no existe la casualidad) tumbado en el suelo como si fuera un cadáver con los ojos abiertos y brillantes. Lo llevó al Hekshold y allí le educó como si fuera su hijo.
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Cuando las mujeres abrieron los ojos, las esferas de cristales se quedaron quietas y la vela de incienso terminó de consumirse.
-¿Lo has notado? Adie está con nosotras, en algún lugar oculto bajo capas inconsciencia. Sé que lo has notado. Conozco tu maldición, no eres la única persona que la sufre; aunque la tuya es la más intensa que he conocido. No tengas miedo- le tomó de las manos - Llegarás a controlarla-.
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* Eyre Meitner te muestra que, dentro de las capas de inconsciencia, Adie sigue estando vivo y puede volver a ser quién era. La maestra se interesa por tu don/maldición y ahora es hora de demostrarle que su interés no es vano. Deberás usar tu don/maldición para enseñar una historia que Eyre no conozca.
Opcional: Lo gracioso, como te comenté por mp, es que la historia tenga que ver con el paradero de Thiel. Te dije algunas de las ideas que tenía después del tema “El regreso de los payasos”. Sinceramente, y aunque me hayas regalado el personaje para usarlo como npc, no soy capaz de decidir. Creo que sería más interesante que me ayudes a “elegir” lo que le va a pasar a Thiel. Juntas haremos un mejor trabajo. Puedes utilizar tus poderes conectivos para dar algunas pistas sobre qué le pasa a la loba y dónde está el libro que se llevó. No es necesario que la historia que cuente Eyre tenga que ser ésta, si tienes alguna idea mejor hazla sin dudar. Esta es una de mis locas ideas que creí que podían ser divertidas.
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
Cuando entraron a la habitación, la joven bruja inhaló profusamente el embriagador aroma a incienso y observó con anhelo todo cuanto la rodeaba. La cómoda cama, el suelo limpio y las cortinas que apenas dejaban traslucir unos pocos rayos de luz eran las cosas más simples del mundo, lo que cualquiera podía encontrar en una posada medianamente decente, pero para Eyre, que venía de pasar las semanas más duras de su vida viviendo a la intemperie, con la espalda doliéndole por dormir directamente sobre la tierra, esos detalles se habían convertido en un lujo que, ahora, veía con nuevos ojos. Pensó en su casa y en sus padres, en cuán desagradecida había sido al nunca valorar lo que tenía, y exhaló todo el aire que guardaba en los pulmones al tiempo que dejaba caer su mirada sobre la profesora Meitner. ¿Podría la anciana mujer percibir lo que estaba sintiendo en ese momento? Si lo hacía tuvo el tacto de no mencionarlo, pues pronto pasaron a asuntos más importantes.
-Me llamo Eyre. -Corrigió con un hilo de voz, esbozando una sonrisita cortés. Veintitrés, por su parte, entró a la recámara y se quedó parado junto a la puerta sin despegar ni por un momento sus grandes faros de su congénere cibernético. La muchacha también observó con pena a Adie mientras oía su historia; ahora entendía a qué se refería Meitner al llamarse “madre”- Y de nada, señora. Fue... fue toda una aventura. -Admitió tras encogerse de hombros, siempre modesta y gentil.
Entonces la profesora la llamó a su lado y ella obedeció, conteniendo la emoción al recargar las posaderas sobre aquel comodísimo colchón. ¡Cuánto le hubiese gustado tumbarse! Pero, férrea en sus buenos modales, la jovencita puso la espalda recta y permitió, no sin cierta ansiedad, que la mano ajena se posara sobre su frente.
Las palabras nunca llegaron a sus oídos, pero sí que pudo ver frente a sus ojos lo que la profesora quería mostrarle. A diferencia de las premoniciones que solía tener, estas imágenes se sucedieron con coherencia y en un orden cronológico fácil de entender. Ahí iba Adie, con ese triste y solitario recorrido que concluía al encontrar su “luz al final del túnel”: la anciana bruja que había decidido acogerlo y criarlo. Si lo pensaba, el cibernético que Eyre se había topado ese día era más parecido al del principio de la visión que al hijo de Meitner. Eso significaba que, si pudo aprender todas sus funciones una vez, podía hacerlo de nuevo. Para cuando la jovencita se dio cuenta de que estaba sonriendo, la visión había terminado y ya no tenía la mano ajena sobre el entrecejo.
La profesora retomó la palabra y Eyre asintió. El corazón se le aceleraba de entusiasmo al oír que ella no era la única persona que cargaba con esa maldición de los Dioses; si había más, entonces existía la posibilidad de encontrar respuestas hablando con ellas. “No tengas miedo”, le había dicho, y se sintió contenta al percibir que el temor poco a poco iba siendo opacado por la esperanza. Sin embargo, cuando Meitner la tomó de las manos, la vista se le nubló y fue incapaz de escuchar su última frase. Ese contacto había bastado para desencadenar una nueva premonición.
Una silueta femenina yacía desnuda sobre un charco color carmín. Ya había visto antes a esa chica no mucho tiempo atrás, en otra azarosa visión. Sin embargo, quizás gracias a la potente influencia de la presencia de Meitner, ésta vez la secuencia se extendió durante unos cuantos segundos más.
El pálido abdomen desgarrado y sangrante subía y bajaba lentamente, hasta que una última exhalación detuvo todo movimiento; la criatura acababa de dejar ir su último suspiro. El silencio reinó en el oscuro escenario hasta que un nuevo sonido hizo eco en las paredes de la cueva.
Crujidos y leves gemidos provenían de aquel cuerpecito que volvía a moverse, no ya en una apacible respiración, sino en una horripilante metamorfosis que lo retorcía y deformaba, hasta que la pueril silueta se convirtió en una bestia cuyo níveo pelaje estaba teñido de rojo. La criatura se puso de pie y por primera vez Eyre pudo verle el rostro; al lado izquierdo le faltaba un ojo y su mejilla había sido arrancada, de manera que se asomaban los molares e hilos de baba y sangre chorreaban desde sus fauces. Se incorporó poco a poco y caminó zigzagueante hacia un gran libro que descansaba varios metros más allá para tumbarse junto a éste. Un pestañeo después, una nueva escena mostraba a la bestia blanca y roja atacando a un hombre que intentaba llevarse el libro. Cada persona que entraba era destrozada por la loba guardiana del manuscrito. Nunca, nunca, nunca se separaba de éste.
Cuando pestañeó, vio frente a sus ojos sus propios pies y supo que acababa de regresar a la habitación. Sintió el colchón bajo ella y apretó las manos de Meitner entre las suyas. Tenía el estómago revuelto; supo que tardaría muchas noches en sacarse de la mente el rostro desfigurado de la loba blanca. Con los ojos llenos de lágrimas, se ladeó ligeramente para buscar la mirada de la profesora y, al verla, supo por su expresión que acababa de compartir su visión con ella. Quedamente, masculló:
-No sé quién era esa persona. A veces... a veces tengo visiones de gente que no conozco. No me gusta, profesora Meitner. -Giró la cabeza y alzó un hombro para limpiarse con éste la lágrima que se deslizaba por su mejilla. Le daba vergüenza llorar frente a una mujer que parecía ostentar un carácter tan firme, le hacía sentirse tonta e infantil- ¿Usted... umh... podría enseñarme a controlarlo? -Inquirió entonces en voz baja. Inmediatamente las mejillas se le enrojecieron, pues acababa de tener el descaro de hacer semejante petición aunque bien sabía que no tenía ni un solo aero para pagarse las clases.
Eyre
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Re: Función de Oráculo [Cátedra] [Eyre]
Puso una mano sobre la espalda de la chica y la llevo contra su pecho. Que llorase, eso estaba bien. Dentro de unas horas, Erie (Eyre) dejaría de sentir el dolor de la bestia blanca. Comprendería que la bestia estaba lejos y que no podía hacerle daño. Era posible que incluso se sintiese estúpida por permitir que las visiones de vidas lejanas le hicieran sentir mal. Lise Meitner entendía perfectamente por lo que estaba pasando la muchacha porque ella también lo había vivido, aunque con menor intensidad. Había visto a la bestia blanca: la mitad de su rostro desfigurado y falto de un ojo, huellas de sangre manchaban el camino por donde pisaba y un libro que era abrazado por el mismo cariño que se le daba a un recuerdo de la niñez. Le escuchó gemir y aullar. Sintió que se le apretaban los nudillos al mismo tiempo que la bestia blanca sacaba a relucir sus garras. En Erie (Eyre) había sido peor. Meitner veía y empatizaba con la bestia blanca; mientras que Erie (Eyre), por un momento, había sido la bestia blanca.
-Es desagradable y asusta. Lo sé. A mí tampoco me gusta. Odiaré a cualquier persona que se sienta celosa de nosotras- fue consciente de que había usado el plural “nosotras” en una situación incorrecta. Lo hizo para que Erie (Eyre) no se sintiera sola. Si bien era cierto que la maestra Meitner había nacido con dones que no se podía explicar con la magia conocida y que, durante años, había invertido muchísimo tiempo en estudiar los poderes precognitivos; no se podía comparar a lo que la muchacha estaba viviendo. En ella, todo tenía un grado más de intensidad – Pero debes comprender que si has nacido con esto debe de ser por un motivo concreto. Hay quienes te dirán que los Dioses te han seleccionado, que guardan una misión para ti. Otros, la mayoría, se sentirán incómodos, huirán de ti. Pensarán que puedes mirar en el interior de sus corazones, sus recovecos más íntimos y personales. Las visiones son desagradables, pero se pueden controlar y te enseñaré a hacerlo. Pero, y te lo advierto, no podré hacer nada con respecto a la imagen que los demás tengan de ti. ¿Lo comprendes? Las visiones desaparecen, pero la realidad sigue avanzando-.
Pasó una mano por el cabello de la chica como si la estuviera cepillando. Era necesario ser sincera con ella. En el futuro lo agradecería.
-Eres una buena chica-.
Los faros de los ojos de Adie se encendieron para apagarse al instante. Lise Meitner pensó que fue un destello de consciencia, que tal vez Adie había visto y comprendido algo que las mujeres no conocían. En otras palabras, que Adie, cibernético roto con pocas funciones, había activado su función de oráculo.
* Eyre Has ganado una plaza en la Academia Hekshold, Casa Skarth, y el interés de Meitner quien prestaré todo su empeño a enseñarte los secretos del don.
Recompensas:
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Obsequio: Cataplasma de especies.
Hekshold: Casa Skarth.
Opinión personal: Leo mucho acerca de la parapsicología, confieso que es un tema que me fascina aunque, a veces, me siento rehacía a creer ciertas teorías. La leyenda del tercer ojo aparece en multitud de culturas. Es famosa la indú, pero también la vemos en la cultura de los nativos americanos, la celta y la VIKINGA (que es la que nos atañe en nuestro foro). En este tema me centré en esta leyenda para dar una explicación sobre qué es lo que te sucede. Me gustaría, para próximos temas, explorar más leyendas de este estilo. La mitología vikinga es rica en historias parapsicológicas, tal vez nos den mucho juego. Si, por tu parte, lees algo que te llame la atención y te gustaría verlo en un tema, puedes pasarme la idea por mp. Lo mismo digo a los curiosos (no solo Eyre) que lean este tema. Quiero indagar más sobre la cultura vikinga y ésta puede ser la oportunidad perfecta.
-Es desagradable y asusta. Lo sé. A mí tampoco me gusta. Odiaré a cualquier persona que se sienta celosa de nosotras- fue consciente de que había usado el plural “nosotras” en una situación incorrecta. Lo hizo para que Erie (Eyre) no se sintiera sola. Si bien era cierto que la maestra Meitner había nacido con dones que no se podía explicar con la magia conocida y que, durante años, había invertido muchísimo tiempo en estudiar los poderes precognitivos; no se podía comparar a lo que la muchacha estaba viviendo. En ella, todo tenía un grado más de intensidad – Pero debes comprender que si has nacido con esto debe de ser por un motivo concreto. Hay quienes te dirán que los Dioses te han seleccionado, que guardan una misión para ti. Otros, la mayoría, se sentirán incómodos, huirán de ti. Pensarán que puedes mirar en el interior de sus corazones, sus recovecos más íntimos y personales. Las visiones son desagradables, pero se pueden controlar y te enseñaré a hacerlo. Pero, y te lo advierto, no podré hacer nada con respecto a la imagen que los demás tengan de ti. ¿Lo comprendes? Las visiones desaparecen, pero la realidad sigue avanzando-.
Pasó una mano por el cabello de la chica como si la estuviera cepillando. Era necesario ser sincera con ella. En el futuro lo agradecería.
-Eres una buena chica-.
Los faros de los ojos de Adie se encendieron para apagarse al instante. Lise Meitner pensó que fue un destello de consciencia, que tal vez Adie había visto y comprendido algo que las mujeres no conocían. En otras palabras, que Adie, cibernético roto con pocas funciones, había activado su función de oráculo.
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* Eyre Has ganado una plaza en la Academia Hekshold, Casa Skarth, y el interés de Meitner quien prestaré todo su empeño a enseñarte los secretos del don.
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Al poner la cataplasma sobre la frente de un personaje (tanto npc o user), Eyre podrá conocer el último tema cerrado de dicho personaje en una visión.
La cataplasma solo se podrá utilizar una vez.
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¡Bienvenida!
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