Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
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Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
*Preliminares Offrol: Como hablamos por privado, entrada acordada entre users. Para robos, exploración no consentida u otras historias, tira runa.
Llevaba una semana ya en el Palacio de los Vientos, descansando tras una larga campaña de varios meses fuera de mi hogar. La rutina diaria era descansar, firmar contratos, dar clases y hacer deporte cada día, para mantenerme en forma. Ensayaba el tiro de ballesta, y también acrobacias aéreas y habilidades varias en diferentes estrictos programas. Y todo era mucho más sencillo si, como aquella vez, el palacio estaba casi vacío y ocupado únicamente por Natasha y Lazarus.
Aquella noche no iba a ser diferente. Lo de dormir pronto estaba sobrevalorado. Lázarus, el mayordomo, me había dicho que alguien “iba a proponer importantes negocios al gremio” y vendría de noche. El dinero siempre era bien recibido, y lo cierto es que me gustaba mostrar mi superioridad a quien quiera que viniera.
Pero la noche había caído ya y los ejercicios físicos se me habían alargado. Alguien llamó conmigo recién salida del baño, en mi habitación. - ¡Diablos! – blasfemé. Tenía que haber estado lista para cuando llegara el susodicho. Lo positivo era que, por una vez, a aquella hora no tenía mis pesados ropajes de cuero y mi armamento pesado ceñido a mí, sino guardados en el armario de mi habitación. Toda mi indumentaria aquella noche era el fino y escotado camisón de seda, negro, ¡cómo no!, con el que acababa de salir de la ducha, además de ropa interior para la parte de abajo del mismo color. Cara, por supuesto. ¡Nada más! Me sentía ligera como una pluma como hacía tiempo que no me sentía.
Con nada más que eso y unas zapatillas, acudí al piso inferior. Tomé una pequeña lámpara de vela y descendí. No pensaba colocarme nada más. Aún así, siempre era bueno dar una “primera impresión” de mujer importante y superior, como decía mi madre. Aunque ella no lo aplicaba así exactamente. A mí no me importaba.
Quien estaba tras la puerta de la mansión no podía ser más decepcionante. ¿Un millonario? No. – ¡Oh! Tú… ¿Por aquí? – Dije, tratando de ocultar mi primera decepción, constriñendo un poco mi figura femenina sobre la puerta. - ¿Janina Hawke, eras? – Era mala para recordar los nombres de la gente que no merecía la pena. Pero sí que reconocí su cara inmediatamente.
Por mucho que tratara de evitar cierto interés, no pude evitar recorrer su cuerpo con la mirada por completo. Apreté una pierna desnuda contra la otra. La elfa que había conocido en Sacrestic Ville, parecía envuelta por un aura de misterio que me resultaba ciertamente intrigante. Y su presencia allí, aún más desconcertante. Habíamos tenido momentos de tensión meses atrás, en Sacrestic Ville. Aquella vez conseguí sobreponer la cordura a mi estado de embriaguez. ¿Cómo alguien como yo pudo estar en una bañera con la orejaspicudas? ¡Por los dioses! Cambié a mi típica mirada orgullosa y la miré por encima del hombro.
–¿Y tú eres la que venía a “proponer importantes negocios al gremio”? – Sonreí, haciendo varios gestos de negación con la cabeza. ¡Por favor! ¡Qué patética! Me dieron ganas de cerrarle la puerta de un portazo y decirle que en esta casa no dábamos limosna. Aunque, por otra parte, sería divertido enseñarle mi ostentosidad en persona, y no sospechaba de los motivos oscuros que la podrían haber llevado allí. Además, le había prometido que podría unirse al gremio si así lo deseaba. No se desenvolvía mal cazando vampiros. – Está bien. Pasa. – le dije.
Sensualmente, me di la vuelta y le di acceso al interior de la mansión.
El Palacio de los Vientos era un lugar oscuro e imponente. La mansión de mi familia guardaba múltiples secretos tras intrincadas puertas cerradas con llave. Secretos que sólo yo y el mayordomo conocíamos. Y durante la noche, con toda la oscuridad acechando, la mansión parecía aún más misteriosa para aquellos que nunca hubiesen accedido a su interior.
Lo primero que vería Jeannie sería el salón de entrada. Con las escaleras a la izquierda, subiendo hasta una especie de claustro en el piso superior. No se escuchaba nada ni a nadie. – Primero de todo, perdona mi vestimenta. Acabo de salir de la ducha. – Y, sinceramente, esperaba a alguien más prometedor. Dejé caer mi chal negro de seda hasta los hombros, mostrándome en ropa interior. Tenía la manía de jugar a colocarlo a la altura de los codos, mostrando por completo mi espalda.
La llevé al primer piso. La primera puerta a la derecha era el despacho de la Maestra Cazadora. Allí guardaba todo el papeleo relativo al gremio. Abrí la puerta con la llave y accedimos al interior. Jeannie podría observar un gran escritorio de madera de ébano en el fondo presidiendo la estancia, junto a un sillón y una silla para invitados. Justo tras el escritorio, en una pequeña vidriera de cristal, reposaba la reliquia de centinela. El rubí. Orbitaba sobre su propio eje por fuerza de su misteriosa magia y destacaba en toda la sala. Siempre lo tomaba por la mañana, pero cuando estaba en Beltrexus no me gustaba dormir con él por las fuerzas malignas que contenía.
-Ponte cómoda, si gustas. – Propuse, sin mirarla. Me dirigí a la vinoteca y saqué una botella de champagne Duque de Beltrexus de la cristalera. Seguramente no habría visto una bebida tan cara en su vida de pobre. Introduje la punta del sacacorchos en éste y lo extraje la misma. Soltando un poco de humo. Y me dirigí al escritorio. - ¿Un poco de bebida, cariño? – Pregunté con coletilla. No porque se tratara de ella, sino porque eran unas palabras que acostumbraba a pronunciar cuando estaba en el Palacio de los Vientos, de la misma manera que hacía Isabella, mi predecesora. Sólo que ella jamás iba en ropa interior. Supongo que era otro de nuestros evidentes gestos de prepotencia. Me pegué bastante y con una postura recta y un gesto de superioridad, serví mi copa. Si ella quería, también le serviría.
Tomé la copa por debajo, me giré y me senté sobre el escritorio, mostrando mi pierna al completo, por el vestido abierto. – Bien, ahora que conoces mi “humilde” morada. – enfaticé esta palabra con una sonrisa. Humilde. Qué graciosa. - Quizás puedas decirme qué te trae por aquí. – dije, jugueteando con el vino y dando sorbos de vez en cuando.
Llevaba una semana ya en el Palacio de los Vientos, descansando tras una larga campaña de varios meses fuera de mi hogar. La rutina diaria era descansar, firmar contratos, dar clases y hacer deporte cada día, para mantenerme en forma. Ensayaba el tiro de ballesta, y también acrobacias aéreas y habilidades varias en diferentes estrictos programas. Y todo era mucho más sencillo si, como aquella vez, el palacio estaba casi vacío y ocupado únicamente por Natasha y Lazarus.
Aquella noche no iba a ser diferente. Lo de dormir pronto estaba sobrevalorado. Lázarus, el mayordomo, me había dicho que alguien “iba a proponer importantes negocios al gremio” y vendría de noche. El dinero siempre era bien recibido, y lo cierto es que me gustaba mostrar mi superioridad a quien quiera que viniera.
Pero la noche había caído ya y los ejercicios físicos se me habían alargado. Alguien llamó conmigo recién salida del baño, en mi habitación. - ¡Diablos! – blasfemé. Tenía que haber estado lista para cuando llegara el susodicho. Lo positivo era que, por una vez, a aquella hora no tenía mis pesados ropajes de cuero y mi armamento pesado ceñido a mí, sino guardados en el armario de mi habitación. Toda mi indumentaria aquella noche era el fino y escotado camisón de seda, negro, ¡cómo no!, con el que acababa de salir de la ducha, además de ropa interior para la parte de abajo del mismo color. Cara, por supuesto. ¡Nada más! Me sentía ligera como una pluma como hacía tiempo que no me sentía.
- Indumentaria de Huri :P:
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Con nada más que eso y unas zapatillas, acudí al piso inferior. Tomé una pequeña lámpara de vela y descendí. No pensaba colocarme nada más. Aún así, siempre era bueno dar una “primera impresión” de mujer importante y superior, como decía mi madre. Aunque ella no lo aplicaba así exactamente. A mí no me importaba.
Quien estaba tras la puerta de la mansión no podía ser más decepcionante. ¿Un millonario? No. – ¡Oh! Tú… ¿Por aquí? – Dije, tratando de ocultar mi primera decepción, constriñendo un poco mi figura femenina sobre la puerta. - ¿Janina Hawke, eras? – Era mala para recordar los nombres de la gente que no merecía la pena. Pero sí que reconocí su cara inmediatamente.
Por mucho que tratara de evitar cierto interés, no pude evitar recorrer su cuerpo con la mirada por completo. Apreté una pierna desnuda contra la otra. La elfa que había conocido en Sacrestic Ville, parecía envuelta por un aura de misterio que me resultaba ciertamente intrigante. Y su presencia allí, aún más desconcertante. Habíamos tenido momentos de tensión meses atrás, en Sacrestic Ville. Aquella vez conseguí sobreponer la cordura a mi estado de embriaguez. ¿Cómo alguien como yo pudo estar en una bañera con la orejaspicudas? ¡Por los dioses! Cambié a mi típica mirada orgullosa y la miré por encima del hombro.
–¿Y tú eres la que venía a “proponer importantes negocios al gremio”? – Sonreí, haciendo varios gestos de negación con la cabeza. ¡Por favor! ¡Qué patética! Me dieron ganas de cerrarle la puerta de un portazo y decirle que en esta casa no dábamos limosna. Aunque, por otra parte, sería divertido enseñarle mi ostentosidad en persona, y no sospechaba de los motivos oscuros que la podrían haber llevado allí. Además, le había prometido que podría unirse al gremio si así lo deseaba. No se desenvolvía mal cazando vampiros. – Está bien. Pasa. – le dije.
Sensualmente, me di la vuelta y le di acceso al interior de la mansión.
El Palacio de los Vientos era un lugar oscuro e imponente. La mansión de mi familia guardaba múltiples secretos tras intrincadas puertas cerradas con llave. Secretos que sólo yo y el mayordomo conocíamos. Y durante la noche, con toda la oscuridad acechando, la mansión parecía aún más misteriosa para aquellos que nunca hubiesen accedido a su interior.
Lo primero que vería Jeannie sería el salón de entrada. Con las escaleras a la izquierda, subiendo hasta una especie de claustro en el piso superior. No se escuchaba nada ni a nadie. – Primero de todo, perdona mi vestimenta. Acabo de salir de la ducha. – Y, sinceramente, esperaba a alguien más prometedor. Dejé caer mi chal negro de seda hasta los hombros, mostrándome en ropa interior. Tenía la manía de jugar a colocarlo a la altura de los codos, mostrando por completo mi espalda.
- Fotos de las estancias por las que pasamos:
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La llevé al primer piso. La primera puerta a la derecha era el despacho de la Maestra Cazadora. Allí guardaba todo el papeleo relativo al gremio. Abrí la puerta con la llave y accedimos al interior. Jeannie podría observar un gran escritorio de madera de ébano en el fondo presidiendo la estancia, junto a un sillón y una silla para invitados. Justo tras el escritorio, en una pequeña vidriera de cristal, reposaba la reliquia de centinela. El rubí. Orbitaba sobre su propio eje por fuerza de su misteriosa magia y destacaba en toda la sala. Siempre lo tomaba por la mañana, pero cuando estaba en Beltrexus no me gustaba dormir con él por las fuerzas malignas que contenía.
-Ponte cómoda, si gustas. – Propuse, sin mirarla. Me dirigí a la vinoteca y saqué una botella de champagne Duque de Beltrexus de la cristalera. Seguramente no habría visto una bebida tan cara en su vida de pobre. Introduje la punta del sacacorchos en éste y lo extraje la misma. Soltando un poco de humo. Y me dirigí al escritorio. - ¿Un poco de bebida, cariño? – Pregunté con coletilla. No porque se tratara de ella, sino porque eran unas palabras que acostumbraba a pronunciar cuando estaba en el Palacio de los Vientos, de la misma manera que hacía Isabella, mi predecesora. Sólo que ella jamás iba en ropa interior. Supongo que era otro de nuestros evidentes gestos de prepotencia. Me pegué bastante y con una postura recta y un gesto de superioridad, serví mi copa. Si ella quería, también le serviría.
Tomé la copa por debajo, me giré y me senté sobre el escritorio, mostrando mi pierna al completo, por el vestido abierto. – Bien, ahora que conoces mi “humilde” morada. – enfaticé esta palabra con una sonrisa. Humilde. Qué graciosa. - Quizás puedas decirme qué te trae por aquí. – dije, jugueteando con el vino y dando sorbos de vez en cuando.
Anastasia Boisson
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Beltrexus era un lugar singular, la elfa nunca había pisado la ciudad, pero de alguna forma le había apetecido acercarse a ver las islas. Debía aprovechar al máximo el tiempo que Jeannie permanecía "dormida" para hacer alguna que otra excursión. Por excursión entendía normalmente cosas respecto a sangre, sexo y alcohol. De alguna manera se las había arreglado para colarse en uno de los barcos que partían hacia Beltrexus y rápidamente le había llamado la atención el ostentoso palacio de la ciudad.
Decidió que era buena idea acercarse de noche a observar de cerca qué hacía tan especial a la gente rica. No tenía mucha idea de las comparaciones, en Sandorai simplemente cogía lo que se le antojaba y ya está, sin muchos problemas. La joven elfa rara vez tenía necesidad de algo, simplemente se hacía con aquello que le apeteciese en el momento y seguía su camino, las pertenencias le parecían un lastre más que una ayuda o comodidad.
Por el camino se encontró a un hombre, en la misma dirección que ella. No tenía nada en su contra, simplemente estaba en el lugar equivocado en un momento en que le apetecía estirar los músculos. Se acercó sigilosamente y le atravesó la garganta con un virote. No la había oído llegar, ni siquiera había tenido los reflejos necesarios para ofrecer resistencia. Qué pérdida de tiempo. Esperaba que hubiera algo mejor en Beltrexus que gente débil. Comenzaba a echar de menos sus cazas de vampiros y licántropos en Sandorai.
Una vez en el palacio tenía dos opciones. Colarse a través de una ventana o llamar directamente a la puerta. Lo primero era lo más sencillo, lo segundo, más excitante, quien sabe qué pasaría, qué clase de gente habría dentro.
Lo que no se esperaba la elfa era encontrar a "aquella mujer" en el umbral. Automáticamente se sonroja, pensando en la noche que habían pasado en Sacrestic Ville. Había sido... Interesante.
- Irinnil Fawkes, es mi nombre, aunque el tuyo no lo recuerdo. -Mentía, pero no iba a dejar que la trataran como si fuese alguien insignificante de la cual no merece la pena ni recordar el nombre.
¿Hacer negocios importantes había dicho? La elfa mira hacia el camino que dejaba atrás. Seguramente aquel hombre fuera el que tenía negocios con ella. Bueno, tampoco es que aquello fuera de su incumbencia, los accidentes pasan. La mujer no tardó en hacerla pasar al interior. Aquella vestimenta, aquella forma de ser tan arrogante... Conseguía poner nerviosa a la joven. Tenía algo, algo que la hacía hervir por dentro. Algo que la instaba a...
Irinnil interrumpe sus pensamientos al observar el interior de aquel palacio. Pocas veces había visto un lugar tan amplio, con decoraciones tan delicadas. ¿Allí era donde vivía aquella mujer? La posada en que se habían encontrado era un cuchitril en comparación con aquello. Su mirada iba danzando entre una ornamentación y la siguiente. Quería acercase y pasar los dedos por aquellas formas casi hipnóticas.
Pero su atención pronto cambió de protagonista, Anastasia dejó caer su vestimenta hasta los codos. La elfa se sonrojó de nuevo mientras subía las escaleras detrás, observando con detalle los movimientos de la mujer.
Desde el primer piso se asomó a la barandilla para observar el lugar que habían dejado atrás y... abajo, bastante abajo. Cada cosa que veía la maravillaba, le hacía sentir pequeña. ¿Cómo podía vivir en un lugar así? Tan grande... Tan... Vacío.
Llegaron a una estancia. Anastasia fue directa a un armario donde guardaba licores. Ofreció una copa a la elfa, que accedió gustosa a la invitación mientras se sentaba de un salto sobre la mesa. Se bebió la copa de un solo trago y alcanzó la botella para beber un poco más directamente. Las copas eran una pérdida de tiempo, si podías beber directamente del recipiente, ¿cual era el problema?
- No sé qué gusto le ves a las cosas con burbujas. -Mira al interior de la botella, cerrando un ojo. Levanta la mirada al escuchar la pregunta de la mujer. -Tú. -Responde simplemente. Otra mentira, no sabía que estaba allí, pero ahora que sí lo sabía, era lo que la mantenía en el lugar. Así que... No era tan mentira después de todo.
Deja la botella a un lado para quitarse el abrigo. No hacía frío en el lugar, a pesar de ser tan amplio. Tras quedarse más cómoda, mostrando casi tanto como Anastasia en ropa interior, suelta un largo suspiro de alivio.
Con la botella de nuevo en la mano se acerca lentamente a la mujer, rellenándole la copa mientras la mira a los ojos. Su pierna se roza levemente con la de Anastasia. -¿Qué te mantiene a ti aquí? -Se aparta de nuevo y se aleja un poco. -Todo esto... Tan ostentoso, tan vacío, silencioso. Parece hecho única y exclusivamente para mantener a la gente alejada de lo que realmente importa en su interior... -La mira elocuentemente. -¿Por qué mantener tantas distancias? No lo comprendo. -La elfa ladea la cabeza, esperando una respuesta.
Se acerca de nuevo a la humana, lentamente se pone de puntillas para estar más cerca de los labios de la mujer. Tras unos segundos se separa y da otro trago a la botella. Finalmente vuelve a sentarse sobre la mesa. -Nada en especial me trae a tu casa esta noche, tan solo... -La mira a los labios. -Continuar lo que dejamos a medias. -Sonríe y le guiña un ojo.
----Decidió que era buena idea acercarse de noche a observar de cerca qué hacía tan especial a la gente rica. No tenía mucha idea de las comparaciones, en Sandorai simplemente cogía lo que se le antojaba y ya está, sin muchos problemas. La joven elfa rara vez tenía necesidad de algo, simplemente se hacía con aquello que le apeteciese en el momento y seguía su camino, las pertenencias le parecían un lastre más que una ayuda o comodidad.
Por el camino se encontró a un hombre, en la misma dirección que ella. No tenía nada en su contra, simplemente estaba en el lugar equivocado en un momento en que le apetecía estirar los músculos. Se acercó sigilosamente y le atravesó la garganta con un virote. No la había oído llegar, ni siquiera había tenido los reflejos necesarios para ofrecer resistencia. Qué pérdida de tiempo. Esperaba que hubiera algo mejor en Beltrexus que gente débil. Comenzaba a echar de menos sus cazas de vampiros y licántropos en Sandorai.
Una vez en el palacio tenía dos opciones. Colarse a través de una ventana o llamar directamente a la puerta. Lo primero era lo más sencillo, lo segundo, más excitante, quien sabe qué pasaría, qué clase de gente habría dentro.
Lo que no se esperaba la elfa era encontrar a "aquella mujer" en el umbral. Automáticamente se sonroja, pensando en la noche que habían pasado en Sacrestic Ville. Había sido... Interesante.
- Irinnil Fawkes, es mi nombre, aunque el tuyo no lo recuerdo. -Mentía, pero no iba a dejar que la trataran como si fuese alguien insignificante de la cual no merece la pena ni recordar el nombre.
¿Hacer negocios importantes había dicho? La elfa mira hacia el camino que dejaba atrás. Seguramente aquel hombre fuera el que tenía negocios con ella. Bueno, tampoco es que aquello fuera de su incumbencia, los accidentes pasan. La mujer no tardó en hacerla pasar al interior. Aquella vestimenta, aquella forma de ser tan arrogante... Conseguía poner nerviosa a la joven. Tenía algo, algo que la hacía hervir por dentro. Algo que la instaba a...
Irinnil interrumpe sus pensamientos al observar el interior de aquel palacio. Pocas veces había visto un lugar tan amplio, con decoraciones tan delicadas. ¿Allí era donde vivía aquella mujer? La posada en que se habían encontrado era un cuchitril en comparación con aquello. Su mirada iba danzando entre una ornamentación y la siguiente. Quería acercase y pasar los dedos por aquellas formas casi hipnóticas.
Pero su atención pronto cambió de protagonista, Anastasia dejó caer su vestimenta hasta los codos. La elfa se sonrojó de nuevo mientras subía las escaleras detrás, observando con detalle los movimientos de la mujer.
Desde el primer piso se asomó a la barandilla para observar el lugar que habían dejado atrás y... abajo, bastante abajo. Cada cosa que veía la maravillaba, le hacía sentir pequeña. ¿Cómo podía vivir en un lugar así? Tan grande... Tan... Vacío.
Llegaron a una estancia. Anastasia fue directa a un armario donde guardaba licores. Ofreció una copa a la elfa, que accedió gustosa a la invitación mientras se sentaba de un salto sobre la mesa. Se bebió la copa de un solo trago y alcanzó la botella para beber un poco más directamente. Las copas eran una pérdida de tiempo, si podías beber directamente del recipiente, ¿cual era el problema?
- No sé qué gusto le ves a las cosas con burbujas. -Mira al interior de la botella, cerrando un ojo. Levanta la mirada al escuchar la pregunta de la mujer. -Tú. -Responde simplemente. Otra mentira, no sabía que estaba allí, pero ahora que sí lo sabía, era lo que la mantenía en el lugar. Así que... No era tan mentira después de todo.
Deja la botella a un lado para quitarse el abrigo. No hacía frío en el lugar, a pesar de ser tan amplio. Tras quedarse más cómoda, mostrando casi tanto como Anastasia en ropa interior, suelta un largo suspiro de alivio.
- Atuendo de Jeannie:
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Con la botella de nuevo en la mano se acerca lentamente a la mujer, rellenándole la copa mientras la mira a los ojos. Su pierna se roza levemente con la de Anastasia. -¿Qué te mantiene a ti aquí? -Se aparta de nuevo y se aleja un poco. -Todo esto... Tan ostentoso, tan vacío, silencioso. Parece hecho única y exclusivamente para mantener a la gente alejada de lo que realmente importa en su interior... -La mira elocuentemente. -¿Por qué mantener tantas distancias? No lo comprendo. -La elfa ladea la cabeza, esperando una respuesta.
Se acerca de nuevo a la humana, lentamente se pone de puntillas para estar más cerca de los labios de la mujer. Tras unos segundos se separa y da otro trago a la botella. Finalmente vuelve a sentarse sobre la mesa. -Nada en especial me trae a tu casa esta noche, tan solo... -La mira a los labios. -Continuar lo que dejamos a medias. -Sonríe y le guiña un ojo.
Runa a la seducción e.e
Irinnil Fawkes
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
El miembro 'Jeannie Fawkes' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Creí que aquel discurso y mi arrogancia en aquel enorme y frío despacho oscuro había sido suficiente para intimidarla. Y aunque su aparición en mi mansión me parecía de lo más intrigante, cuando se quitó el abrigo y reveló sus verdaderas intenciones allí mismo todo pareció dar un vuelco.
La elfa se mostró completamente en ropa interior. Y yo mostré un rostro de absoluta sorpresa y desconcierto. Rápida y directa, se presentó para indicar que la única razón por la que estaba allí era por mí. Si bien había llevado principalmente yo la iniciativa durante nuestro primer encuentro, consiguiendo mantenerla a raya y escapándome antes de llegar a nada, en aquella ocasión mi desconcierto era tal que no sabía cómo sacar a la orejaspicudas de allí.
Creía que podría controlarla aún. En vez de echarla, permanecí sentada, dejando que hablara, observando sus curvas sin más disimulo que beber de la copa durante varios segundos mientras hablaba. Aquel había sido mi primer signo de debilidad.
No sabía muy bien qué decir a lo que decía sobre mi vivienda. Dejé que se acercara, mirándola seria a los ojos. Me negaba a mostrar debilidad en mi propio palacio. Sin embargo, el inesperado roce de la piel de su pierna contra la mía causó un fuerte respigo en todo mi cuerpo. La aparté ligeramente, juntándola con la otra. Aparté la vista a un lado, nerviosa, toqueteando la mesa con los dedos, sin saber muy bien qué decir o dónde esconderme. Segundo signo de debilidad.
Me había pillado tan improvista que Jeannie, o Irinnil, como se había descrito ahora, era la que llevaba la iniciativa en la conversación. Se levantó y dio un trago a la botella, yo giré la cabeza hacia donde estaba ella. La atracción existía, pero pensaba que la elfa terminaría marchándose en cuanto la asustara un poco. Giré la cabeza hacia ella, dejando que mi larga melena tapara la mitad de mi ojo. – ¿Has venido hasta mi palacio para esto? ¡Qué atrevida, chica! ¿No te bastó con lo de Sacrestic? Vuelve por donde has venido antes de que tengas que volver a masturbarte. Esta vez no hay bañera. – Reí con soberbia. Absteniéndome a evitar mi cada vez mayor excitación por la tensa situación. Me levanté y apoyé mi trasero sobre el escritorio, cruzando piernas y brazos.
Pero la elfa, lejos de acobardarse, se acercó a escasos centímetros de mí. Hice lo propio y aguanté a escasos centímetros. Ella casi rozó, sus labios a los míos. Irinnil podría sentir el calor que empezaba a liberar mi cuerpo. No sabía si los escalofríos que me recorrían entera eran debidos al frío que daba la piedra y mi falta de ropa o simplemente a su proximidad y actitud. Mi respiración era cada vez más nerviosa, al juntar boca con boca, sin llegar a tocarnos. Fue mi última oportunidad para dar un golpe en la mesa y sacarla de allí. E iba a hacerlo, pero me retrasé demasiado. Ella fue más rápida cuando susurró.
“Continuar lo que habíamos dejado a medias”.
-A-Allí no había dado comienzo nada. – Dije temblorosa. No aguantaba más. Me mordí el labio en una mezcla de deseo y preocupación, y ladeé la cabeza a un lado. Apoyé los brazos hacia atrás, sobre el escritorio y me recosté hacia atrás. Y es que conforme se acercaba, me empotraba más a mí misma contra la mesa, a un paso de casi sentarme sobre ésta. Abrí mis piernas, terminando con ellas flexionadas y tratando de evitar todo contacto con cualquier parte de su cuerpo que me pudiera llevar a caer en la tentación.
Ella estaba entre mis piernas. Y la aproximación fue tal que mi monte de Venus rozó ligeramente una de ellas, únicamente "separado" de ésta por la fina seda. Cerré los ojos y emití un ligerísimo gemido de placer al sentir la presión. Se había acabado. - Mierda... - dije resoplando con dificultad, mientras agachaba la cabeza con resignación. Había permitido tensar demasiado la cuerda. Ahora, si Jeannie miraba un poco más abajo, a mi sujetador, advertiría la ligerísima ropa de seda negra marcando de manera casi perfecta la punta de mis pechos estimulados.
Aquello sin duda habría sido revelador para la elfa. ¿Por qué había acabado así? Negar a aquellas alturas lo evidente resultaba innecesario. Respiré profundo, para sacar un poco de aire para poder hablar. Si no era capaz de mandarla fuera con una corriente de aire, quizás pudiera persuadirla con lo que mejor se me daba: Las amenazas. Volví a levantar la cabeza.
-Espero que sepas que estás profanando mi escritorio. Que tengo una reputación en este palacio y gente que me puede pillar aquí. Y que, además, tengo pareja. – advertí, seria. Eran sólo algunos de los motivos por los cuales no podía tener sexo allí. – Si cruzas esta línea, saldrás de este palacio en una caja de pino. – amenacé directa, con fastidio. La miré a los ojos, en un atisbo de resistencia. - Ahora dime, Fawkes. ¿Crees tener el control? - Ahora sí, amenacé, sin saber si éstas desafiarían aún más a la elfa o, por el contrario, la harían cortarse y largarse.
Al chocar con la mesa, ya no tenía más espacio para retrasar aún más mi espalda. En mi estado actual, no iba a ser capaz de resistir un segundo asalto. Bastaba un simple tocamiento en alguna de mis partes íntimas, que tan expuestas estaban, para hacerme caer sobre la tabla del escritorio.
Eso sí, cuando recobrara la cordura, no tendría espacio suficiente en todas las islas para correr.
La elfa se mostró completamente en ropa interior. Y yo mostré un rostro de absoluta sorpresa y desconcierto. Rápida y directa, se presentó para indicar que la única razón por la que estaba allí era por mí. Si bien había llevado principalmente yo la iniciativa durante nuestro primer encuentro, consiguiendo mantenerla a raya y escapándome antes de llegar a nada, en aquella ocasión mi desconcierto era tal que no sabía cómo sacar a la orejaspicudas de allí.
Creía que podría controlarla aún. En vez de echarla, permanecí sentada, dejando que hablara, observando sus curvas sin más disimulo que beber de la copa durante varios segundos mientras hablaba. Aquel había sido mi primer signo de debilidad.
No sabía muy bien qué decir a lo que decía sobre mi vivienda. Dejé que se acercara, mirándola seria a los ojos. Me negaba a mostrar debilidad en mi propio palacio. Sin embargo, el inesperado roce de la piel de su pierna contra la mía causó un fuerte respigo en todo mi cuerpo. La aparté ligeramente, juntándola con la otra. Aparté la vista a un lado, nerviosa, toqueteando la mesa con los dedos, sin saber muy bien qué decir o dónde esconderme. Segundo signo de debilidad.
Me había pillado tan improvista que Jeannie, o Irinnil, como se había descrito ahora, era la que llevaba la iniciativa en la conversación. Se levantó y dio un trago a la botella, yo giré la cabeza hacia donde estaba ella. La atracción existía, pero pensaba que la elfa terminaría marchándose en cuanto la asustara un poco. Giré la cabeza hacia ella, dejando que mi larga melena tapara la mitad de mi ojo. – ¿Has venido hasta mi palacio para esto? ¡Qué atrevida, chica! ¿No te bastó con lo de Sacrestic? Vuelve por donde has venido antes de que tengas que volver a masturbarte. Esta vez no hay bañera. – Reí con soberbia. Absteniéndome a evitar mi cada vez mayor excitación por la tensa situación. Me levanté y apoyé mi trasero sobre el escritorio, cruzando piernas y brazos.
Pero la elfa, lejos de acobardarse, se acercó a escasos centímetros de mí. Hice lo propio y aguanté a escasos centímetros. Ella casi rozó, sus labios a los míos. Irinnil podría sentir el calor que empezaba a liberar mi cuerpo. No sabía si los escalofríos que me recorrían entera eran debidos al frío que daba la piedra y mi falta de ropa o simplemente a su proximidad y actitud. Mi respiración era cada vez más nerviosa, al juntar boca con boca, sin llegar a tocarnos. Fue mi última oportunidad para dar un golpe en la mesa y sacarla de allí. E iba a hacerlo, pero me retrasé demasiado. Ella fue más rápida cuando susurró.
“Continuar lo que habíamos dejado a medias”.
-A-Allí no había dado comienzo nada. – Dije temblorosa. No aguantaba más. Me mordí el labio en una mezcla de deseo y preocupación, y ladeé la cabeza a un lado. Apoyé los brazos hacia atrás, sobre el escritorio y me recosté hacia atrás. Y es que conforme se acercaba, me empotraba más a mí misma contra la mesa, a un paso de casi sentarme sobre ésta. Abrí mis piernas, terminando con ellas flexionadas y tratando de evitar todo contacto con cualquier parte de su cuerpo que me pudiera llevar a caer en la tentación.
Ella estaba entre mis piernas. Y la aproximación fue tal que mi monte de Venus rozó ligeramente una de ellas, únicamente "separado" de ésta por la fina seda. Cerré los ojos y emití un ligerísimo gemido de placer al sentir la presión. Se había acabado. - Mierda... - dije resoplando con dificultad, mientras agachaba la cabeza con resignación. Había permitido tensar demasiado la cuerda. Ahora, si Jeannie miraba un poco más abajo, a mi sujetador, advertiría la ligerísima ropa de seda negra marcando de manera casi perfecta la punta de mis pechos estimulados.
Aquello sin duda habría sido revelador para la elfa. ¿Por qué había acabado así? Negar a aquellas alturas lo evidente resultaba innecesario. Respiré profundo, para sacar un poco de aire para poder hablar. Si no era capaz de mandarla fuera con una corriente de aire, quizás pudiera persuadirla con lo que mejor se me daba: Las amenazas. Volví a levantar la cabeza.
-Espero que sepas que estás profanando mi escritorio. Que tengo una reputación en este palacio y gente que me puede pillar aquí. Y que, además, tengo pareja. – advertí, seria. Eran sólo algunos de los motivos por los cuales no podía tener sexo allí. – Si cruzas esta línea, saldrás de este palacio en una caja de pino. – amenacé directa, con fastidio. La miré a los ojos, en un atisbo de resistencia. - Ahora dime, Fawkes. ¿Crees tener el control? - Ahora sí, amenacé, sin saber si éstas desafiarían aún más a la elfa o, por el contrario, la harían cortarse y largarse.
Al chocar con la mesa, ya no tenía más espacio para retrasar aún más mi espalda. En mi estado actual, no iba a ser capaz de resistir un segundo asalto. Bastaba un simple tocamiento en alguna de mis partes íntimas, que tan expuestas estaban, para hacerme caer sobre la tabla del escritorio.
Eso sí, cuando recobrara la cordura, no tendría espacio suficiente en todas las islas para correr.
Anastasia Boisson
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Encontrarse entre las piernas de Anastasia hacía subir la temperatura corporal de la elfa hasta puntos que pocas veces había expermientado antes. Era tan bella, tan excitante, apenas podía evitar pasear sus dedos por su piel, arrancarle la seda de un mordisco y tirar todos los objetos de la mesa en un beso apasionado e interminable. O que bueno, terminaría tal vez... en otras partes que no fuesen la boca precisamente.
Pero entonces llegaron las amenazas, algo sobre profanar el escritorio y que fueran pilladas allí. Irinnil no entendía nada, por lo que se apartó un poco, pensativa. "¿Y si se estaba propasando?¿Y si la mujer no quería?" A simple vista parecía tan excitada como ella misma. Pero aquello no era suficiente para tomar una decisión racional al respecto. Forzarla a algo que debía ser mutuo... No, no pasaría por ahí. La elfa se incorpora, teniendo cuidado de no rozarla.
Lentamente se retira, todavía pensativa. No la habían amedrentado las amenazas, aquello era estúpido, simplemente sangraría después de un buen rato de sexo. Era el plan perfecto. "¿Qué es lo que esperas conseguir de esto?" su contraparte pocas veces le hablaba o se metía en sus asuntos, Jeannie no tenía la capacidad mental suficiente para comprender sus actos. Pero cuando lo hacía... Era destructivo.
Con la mirada perdida se sienta sobre una de las butacas. Suelta un suspiro y enfoca la mirada en Anastasia.
- He dicho que he venido por ti, para continuar lo que comenzamos. Pero... -Desvía la mirada. - Creo que me he equivocado contigo. -La elfa se pone en pie y se pasea por la habitación. -Este lugar, todos estos... objetos. -Toma una figura que no consigue identificar entre las manos y la observa un segundo antes de dejarla caer con indiferencia. -Tanta ostentosidad, tanta arrogancia... ¿para qué? -Pasea a lo largo de la pared, tocando diversos objetos mientras camina, algunos cayendo directamente al suelo. Finalmente abre los brazos. -¿Acaso esto es todo lo que eres? Una fachada para ocultar una persona vacía, que intenta llenar algún tipo de agujero emocional cazando vampiros sin importarle las consecuencias de sus actos. -Da un largo trago a la botella que sigue en sus manos.
Tras un largo suspiro se acerca de nuevo a la mujer, sentándose sobre la mesa.
- Y yo que pensaba que había encontrado a alguien que me comprendía. Vaya decepción. Tan solo eres una mujer rica y malcriada que busca atención mientras se deja llevar por sus instintos primarios para intentar sentir algo dentro de sí misma. -Deja la botella sobre la mesa, vacía.
"De nuevo, ¿qué esperas conseguir con esto?"
- Tan solo... Que se deje llevar, rabia, ira... Algo auténtico, algo... Que me deje verla como es, no cómo quiere que la vean. -Susurra. La única forma que conocía la elfa de saber si de verdad le gustaba o la estaba utilizando para satisfacer alguna necesidad, era enfadar a la cazadora. No era el mejor de los planes, pero no podía hacer otra cosa. Nunca podría considerarla una amiga si no conocía sus verdaderas motivaciones."Si tengo que sangrar para ver algo así... Que así sea, valdrá la pena."
Pero entonces llegaron las amenazas, algo sobre profanar el escritorio y que fueran pilladas allí. Irinnil no entendía nada, por lo que se apartó un poco, pensativa. "¿Y si se estaba propasando?¿Y si la mujer no quería?" A simple vista parecía tan excitada como ella misma. Pero aquello no era suficiente para tomar una decisión racional al respecto. Forzarla a algo que debía ser mutuo... No, no pasaría por ahí. La elfa se incorpora, teniendo cuidado de no rozarla.
Lentamente se retira, todavía pensativa. No la habían amedrentado las amenazas, aquello era estúpido, simplemente sangraría después de un buen rato de sexo. Era el plan perfecto. "¿Qué es lo que esperas conseguir de esto?" su contraparte pocas veces le hablaba o se metía en sus asuntos, Jeannie no tenía la capacidad mental suficiente para comprender sus actos. Pero cuando lo hacía... Era destructivo.
Con la mirada perdida se sienta sobre una de las butacas. Suelta un suspiro y enfoca la mirada en Anastasia.
- He dicho que he venido por ti, para continuar lo que comenzamos. Pero... -Desvía la mirada. - Creo que me he equivocado contigo. -La elfa se pone en pie y se pasea por la habitación. -Este lugar, todos estos... objetos. -Toma una figura que no consigue identificar entre las manos y la observa un segundo antes de dejarla caer con indiferencia. -Tanta ostentosidad, tanta arrogancia... ¿para qué? -Pasea a lo largo de la pared, tocando diversos objetos mientras camina, algunos cayendo directamente al suelo. Finalmente abre los brazos. -¿Acaso esto es todo lo que eres? Una fachada para ocultar una persona vacía, que intenta llenar algún tipo de agujero emocional cazando vampiros sin importarle las consecuencias de sus actos. -Da un largo trago a la botella que sigue en sus manos.
Tras un largo suspiro se acerca de nuevo a la mujer, sentándose sobre la mesa.
- Y yo que pensaba que había encontrado a alguien que me comprendía. Vaya decepción. Tan solo eres una mujer rica y malcriada que busca atención mientras se deja llevar por sus instintos primarios para intentar sentir algo dentro de sí misma. -Deja la botella sobre la mesa, vacía.
"De nuevo, ¿qué esperas conseguir con esto?"
- Tan solo... Que se deje llevar, rabia, ira... Algo auténtico, algo... Que me deje verla como es, no cómo quiere que la vean. -Susurra. La única forma que conocía la elfa de saber si de verdad le gustaba o la estaba utilizando para satisfacer alguna necesidad, era enfadar a la cazadora. No era el mejor de los planes, pero no podía hacer otra cosa. Nunca podría considerarla una amiga si no conocía sus verdaderas motivaciones."Si tengo que sangrar para ver algo así... Que así sea, valdrá la pena."
Irinnil Fawkes
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Ya no tenía mucho más sitio a donde retroceder. Estaba bastante apretada contra la mesa. Y ambas estábamos preparadas para el que parecía el paso lógico. Yo, sin embargo, tenía mis dudas. Y en aquel momento podían pasar dos cosas. O se lanzaba a por mí y dábamos, por fin, rienda libre a la evidente tensión sexual que había entre ambas. O se retraía y volvíamos al punto de partida.
Por fortuna, pasó lo segundo. Y entonces me sentí muy aliviada. Volví a levantarme de la mesa y a escuchar lo que tenía que decir.
Irinnil parloteaba a la vez que tiraba carísimos objetos al suelo, mostrando una indiferencia absoluta por cuanto poder ostentaba el palacio. Pero yo no permitía que ninguno tocase el suelo. Sin descruzar los brazos, mantuve cada objeto caído en el aire con telequinesia y los devolvía a su sitio.
En este sentido, la elfa parecía sentirse decepcionada con mi manera de comportarme en mi hogar. Pensaba que, quizás, tuviese otra personalidad que le resultara más atractiva. Pero la Anastasia Boisson del Palacio de los Vientos era radicalmente distinta a Huracán, la temible maestra cazadora. En mi hogar todo era mucho más natural y fluido. Y acostumbraba a mostrar una personalidad menos agresiva, aunque igual de distante.
La distancia que mostraba y la aparente tristeza que embriagaba mi rostro era una consecuencia de mí. Y las palabras de la elfa me hicieron reflexionar. Me crucé de brazos, pensativa. Ella parecía como si tratara de hacerme enfadar. Quería que sacara la vena agresiva y dominante que había visto en Sacrestic Ville. Pero allí, todo era diferente. En Sacrestic incluso. Por mucho que se empañara en tirar, no conseguiría enfadarme ni un ápice. Sabía que no lo hacía de corazón. Ella también estaba actuando y, a veces, era útil confesarse a un desconocido, aunque fuese en paños menores.
Lo último que había tratado de tirar al suelo era una preciosa esfera de oro puro. – Es una joya perteneciente al Conde Stanislav IV de Urd. - dije reflexiva, tomándola con ambas manos y observándola con detalle. – Mi madre… - no podía obviar la mentira que viví hasta hacía apenas unos años. – Adoptiva… me la regaló tras una cacería. La guardo con cariño porque… - Quizás, por su alto precio, pensaría cualquiera. - … me la dio tras pasar un año fuera de casa.
Y la miré a los ojos. Aquello quizás le permitiese saber un poco mejor quién era. ¿Era lo que quería a fin de cuentas, no? Devolví la joya a la estantería de donde Jeannie la había tirado. Y luego me giré hasta ella. Había acabado la botella y se había sentado sobre el escritorio.
-Soy una máquina entrenada desde los cinco años para cazar vampiros. Lo hago simplemente porque es lo que sé hacer, y es lo que se espera de mí. Es una tradición. Una obligación. – Sí. Tradición. Obligación… Eran quizás los mejores adjetivos que definían lo que yo sentía con mi vida. Igual que el rubí que seguía orbitando sobre su eje en la vidriera tras el escritorio en el que la elfa se sentaba. Toda mi vida, en general, me había venido impuesta. – Yo no he elegido nada de esto. Pero sin embargo, disfruto con ello… O eso creo. – Miré un poco al suelo. Algo apesadumbrada por cuanto había acontecido en mi vida. – En cualquier caso, fuera de ello soy una mujer normal. Que sabe reír, divertirse y hacer otras cosas. – dije con bastante naturalidad.
Hasta ahí le había mostrado "como querían que me viera". Pero las palabras de la elfa en susurro, no sabía a qué o quién, diciendo que quería verme tal y como era, me llegaron bastante profundo. En parte, siempre había vivido marcada por una sociedad y unas costumbres. Y nunca jamás pude salirme del guión preciso. Lo cierto es que tenía razón y, sinceramente, tenía ganas de cambiar aquello. Resoplé y miré a Jeannie, acercándome a ella con unos andares elegantes, pero algo más humildes que antes. – Pero bueno, como has dicho antes, no has venido hasta aquí buscando escuchar mis historias, ¿no? Pues dejemos la timidez a un lado. Tendremos que hablar y solucionar lo que nos concierne. – Y entonces me senté imponente en el escritorio al lado suyo.
¿Estaba actuando correctamente? No lo sabía. Pero sí tenía claro lo que quería en ese momento. Irinil había llevado la iniciativa en Sacrestic Ville y también antes. Era hora de pasar a la acción. Y ahora le tocaba a ella poner a prueba su resistencia.
-Y tú… ¿Por qué te comportas así? – pregunté, penetrando en su mirada. – Has venido hasta mi palacio, buscándome con arrogancia. Mostrándote dominante y con unos ánimos de conquista como nunca había visto. – Dije mirándola de arriba a abajo, fijándome en sus piernas. – No te lo negaré. Tu carácter me resulta muy atractivo. ¿Eres verdaderamente tan impasible? - Llevé los largos dedos de mi mano hasta la que tenía más cerca. Y ascendí por ella en una suave caricia desde la rodilla. Repitiendo el movimiento varias veces, mientras escuchaba su réplica, con una mirada seductora. A veces, acariciaba su vientre. Era lo justo para comprobar si su cuerpo reaccionaba como el mío. Siempre adolecí de problemas de circulación, y mis finas manos eran secas, pero solían estar heladas como el hielo.
Después de su entrada antes y, lo de ahora, conforme recorría su cuerpo, mi temperatura corporal iba en ascenso. Fui contoneándome hacia su boca, cada vez entrecerrando más los ojos. Las dos sabíamos que sólo había una opción: Ahora o nunca.
Finalmente no aguanté más y la abordé lanzándome a sus labios. Directamente me aupé hasta ella, y quedé de rodillas, sentada sobre sus piernas en el borde del escritorio, sintiendo como aumentaba mi calor corporal. Como sentía la necesidad de pegar mi pecho al suyo y de tomar su cintura. Tras unos segundos, cesé el beso, con algo de molestia y ligeramente apesadumbrada.
Quedé dubitativa durante unos segundos. Las dos sabíamos que aquello era un ahora o nunca. ¿Llegaríamos a funcionar realmente? ¿O terminaríamos a golpes fruto de nuestro mutuo y desagradable carácter? No estaba del todo convencida de como saldría aquello pero, finalmente, y a pesar de las dudas que tenía anteriormente, decidí dar rienda libre a mi deseo. Más como un acto de rebelión contra el sistema que por verdadera voluntad.
– Tenemos que acabar "esto". - Aludí a la tensión sexual existente con predisposición, mientras me erguía y recogía el pelo en una coleta a una velocidad apurada. Luego me llevé las manos al sujetador. Me apretaba mucho y lo desabroché, soltando un ligerísimo gemido de placer al sentir como mis pechos se destensaban y quedaban libres. Ahora únicamente tenía la blusa y la parte inferior. Frustrada por la inminente necesidad "de amor", apoyé mis brazos en la mesa, junto a sus caderas, agaché la cabeza y apreté mis empeines y pierna contra sus muslos. También mi cintura contra la suya, tratando de subir sobre algo que no encontraba. ¡Maldita sea! A veces prefería a los hombres. Gruñí frustrada. – Vamos. A mi habitación – sugerí. – Ahora.
Bajé de un salto y tomé su mano para, si gustaba, dirigirla hasta la habitación contigua, justo la siguiente puerta, la izquierda. Una con una cama enorme con sábanas negras. Aceptara o rehusara mi amable invitación, para bien o para mal, ambas sabíamos estar en un punto de no retorno. Aquello iba a explotar.
Por el lado bueno, o por el malo.
Off: Ahora me toca a mí. :P. “Runa de calor” para determinar la química entre Jeannie y Huri. Mejor runa, más "se quieren". Mala runa, fatal desenlace.
Por fortuna, pasó lo segundo. Y entonces me sentí muy aliviada. Volví a levantarme de la mesa y a escuchar lo que tenía que decir.
Irinnil parloteaba a la vez que tiraba carísimos objetos al suelo, mostrando una indiferencia absoluta por cuanto poder ostentaba el palacio. Pero yo no permitía que ninguno tocase el suelo. Sin descruzar los brazos, mantuve cada objeto caído en el aire con telequinesia y los devolvía a su sitio.
En este sentido, la elfa parecía sentirse decepcionada con mi manera de comportarme en mi hogar. Pensaba que, quizás, tuviese otra personalidad que le resultara más atractiva. Pero la Anastasia Boisson del Palacio de los Vientos era radicalmente distinta a Huracán, la temible maestra cazadora. En mi hogar todo era mucho más natural y fluido. Y acostumbraba a mostrar una personalidad menos agresiva, aunque igual de distante.
La distancia que mostraba y la aparente tristeza que embriagaba mi rostro era una consecuencia de mí. Y las palabras de la elfa me hicieron reflexionar. Me crucé de brazos, pensativa. Ella parecía como si tratara de hacerme enfadar. Quería que sacara la vena agresiva y dominante que había visto en Sacrestic Ville. Pero allí, todo era diferente. En Sacrestic incluso. Por mucho que se empañara en tirar, no conseguiría enfadarme ni un ápice. Sabía que no lo hacía de corazón. Ella también estaba actuando y, a veces, era útil confesarse a un desconocido, aunque fuese en paños menores.
Lo último que había tratado de tirar al suelo era una preciosa esfera de oro puro. – Es una joya perteneciente al Conde Stanislav IV de Urd. - dije reflexiva, tomándola con ambas manos y observándola con detalle. – Mi madre… - no podía obviar la mentira que viví hasta hacía apenas unos años. – Adoptiva… me la regaló tras una cacería. La guardo con cariño porque… - Quizás, por su alto precio, pensaría cualquiera. - … me la dio tras pasar un año fuera de casa.
Y la miré a los ojos. Aquello quizás le permitiese saber un poco mejor quién era. ¿Era lo que quería a fin de cuentas, no? Devolví la joya a la estantería de donde Jeannie la había tirado. Y luego me giré hasta ella. Había acabado la botella y se había sentado sobre el escritorio.
-Soy una máquina entrenada desde los cinco años para cazar vampiros. Lo hago simplemente porque es lo que sé hacer, y es lo que se espera de mí. Es una tradición. Una obligación. – Sí. Tradición. Obligación… Eran quizás los mejores adjetivos que definían lo que yo sentía con mi vida. Igual que el rubí que seguía orbitando sobre su eje en la vidriera tras el escritorio en el que la elfa se sentaba. Toda mi vida, en general, me había venido impuesta. – Yo no he elegido nada de esto. Pero sin embargo, disfruto con ello… O eso creo. – Miré un poco al suelo. Algo apesadumbrada por cuanto había acontecido en mi vida. – En cualquier caso, fuera de ello soy una mujer normal. Que sabe reír, divertirse y hacer otras cosas. – dije con bastante naturalidad.
Hasta ahí le había mostrado "como querían que me viera". Pero las palabras de la elfa en susurro, no sabía a qué o quién, diciendo que quería verme tal y como era, me llegaron bastante profundo. En parte, siempre había vivido marcada por una sociedad y unas costumbres. Y nunca jamás pude salirme del guión preciso. Lo cierto es que tenía razón y, sinceramente, tenía ganas de cambiar aquello. Resoplé y miré a Jeannie, acercándome a ella con unos andares elegantes, pero algo más humildes que antes. – Pero bueno, como has dicho antes, no has venido hasta aquí buscando escuchar mis historias, ¿no? Pues dejemos la timidez a un lado. Tendremos que hablar y solucionar lo que nos concierne. – Y entonces me senté imponente en el escritorio al lado suyo.
¿Estaba actuando correctamente? No lo sabía. Pero sí tenía claro lo que quería en ese momento. Irinil había llevado la iniciativa en Sacrestic Ville y también antes. Era hora de pasar a la acción. Y ahora le tocaba a ella poner a prueba su resistencia.
-Y tú… ¿Por qué te comportas así? – pregunté, penetrando en su mirada. – Has venido hasta mi palacio, buscándome con arrogancia. Mostrándote dominante y con unos ánimos de conquista como nunca había visto. – Dije mirándola de arriba a abajo, fijándome en sus piernas. – No te lo negaré. Tu carácter me resulta muy atractivo. ¿Eres verdaderamente tan impasible? - Llevé los largos dedos de mi mano hasta la que tenía más cerca. Y ascendí por ella en una suave caricia desde la rodilla. Repitiendo el movimiento varias veces, mientras escuchaba su réplica, con una mirada seductora. A veces, acariciaba su vientre. Era lo justo para comprobar si su cuerpo reaccionaba como el mío. Siempre adolecí de problemas de circulación, y mis finas manos eran secas, pero solían estar heladas como el hielo.
Después de su entrada antes y, lo de ahora, conforme recorría su cuerpo, mi temperatura corporal iba en ascenso. Fui contoneándome hacia su boca, cada vez entrecerrando más los ojos. Las dos sabíamos que sólo había una opción: Ahora o nunca.
Finalmente no aguanté más y la abordé lanzándome a sus labios. Directamente me aupé hasta ella, y quedé de rodillas, sentada sobre sus piernas en el borde del escritorio, sintiendo como aumentaba mi calor corporal. Como sentía la necesidad de pegar mi pecho al suyo y de tomar su cintura. Tras unos segundos, cesé el beso, con algo de molestia y ligeramente apesadumbrada.
Quedé dubitativa durante unos segundos. Las dos sabíamos que aquello era un ahora o nunca. ¿Llegaríamos a funcionar realmente? ¿O terminaríamos a golpes fruto de nuestro mutuo y desagradable carácter? No estaba del todo convencida de como saldría aquello pero, finalmente, y a pesar de las dudas que tenía anteriormente, decidí dar rienda libre a mi deseo. Más como un acto de rebelión contra el sistema que por verdadera voluntad.
– Tenemos que acabar "esto". - Aludí a la tensión sexual existente con predisposición, mientras me erguía y recogía el pelo en una coleta a una velocidad apurada. Luego me llevé las manos al sujetador. Me apretaba mucho y lo desabroché, soltando un ligerísimo gemido de placer al sentir como mis pechos se destensaban y quedaban libres. Ahora únicamente tenía la blusa y la parte inferior. Frustrada por la inminente necesidad "de amor", apoyé mis brazos en la mesa, junto a sus caderas, agaché la cabeza y apreté mis empeines y pierna contra sus muslos. También mi cintura contra la suya, tratando de subir sobre algo que no encontraba. ¡Maldita sea! A veces prefería a los hombres. Gruñí frustrada. – Vamos. A mi habitación – sugerí. – Ahora.
Bajé de un salto y tomé su mano para, si gustaba, dirigirla hasta la habitación contigua, justo la siguiente puerta, la izquierda. Una con una cama enorme con sábanas negras. Aceptara o rehusara mi amable invitación, para bien o para mal, ambas sabíamos estar en un punto de no retorno. Aquello iba a explotar.
Por el lado bueno, o por el malo.
Off: Ahora me toca a mí. :P. “Runa de calor” para determinar la química entre Jeannie y Huri. Mejor runa, más "se quieren". Mala runa, fatal desenlace.
Anastasia Boisson
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
El miembro 'Huracán' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Anastasia se sentó en la mesa, acompañando a la elfa. Cosa que de algún modo la sorprendió. Un cambio inesperado en la forma de actuar de la mujer, aunque inesperado no fuese la palabra exacta. Esperaba una reacción, desde luego, pero no había sido enfado como habría ocurrido tiempo atrás en Sacrestic Ville. Por el contrario ésta parecía más dada a la conversación, más receptiva de lo que la había visto hasta el momento. La elfa creía conocer al tipo de persona que era Anastasia, arrogante y distante. La tomó desprevenida y no supo qué responder, sobretodo a las declaraciones sobre su pasado. En realidad no le importaba, o eso quería pensar. Irinnil, al contrario que su otra "yo" se mantenía distante con respecto a ese tipo de cuestiones, dejándose llevar por el disfrute físico, tanto sexual como violento. Cualquier otra cosa eran distracciones innecesarias, una pérdida de tiempo que no estaba dispuesta a concederle a nadie.
Lo peor vino tras la devolución de la pregunta "Maldita sea" pensó. Debía tener cuidado con ellas, sabía de sobra la peligrosidad de soltar un interrogante sin pensar, en más de una ocasión venían devueltos. Y no siempre quieres responder la misma pregunta que realizas.
- ¿Yo? -Siempre podía mentir, no ocurriría nada, no se le daba mal, las probabilidades de que lo descubriese eran pocas. Pero algo la llevaba a sincerarse con aquella mujer, algo... ¿En sus ojos? ¿Su forma de mirarla? - Supongo que solo quiero encontrar a alguien que me soporte y no me deje de lado por mi forma de ser.
No, no era tan impasible, se trataba tan solo de la forma de actuar que se esperaba de "ella". Jeannie era la que se ocupaba de asuntos sentimentales, Irinnil exclusivamente de los físicos y las situaciones peligrosas. Aparentemente los límites comenzaban a flaquear, difuminándose en la niebla de su mente. Poco a poco se entremezclaban, llevando una confusión a la que no estaba acostumbrada.
Las caricias de Anastasia la hacían estremecerse, manos frías como el hielo subiendo lentamente y llegando al vientre no tan deprisa como para dejar de ser algo resistible. En contraste con el frío en la piel, la temperatura que sentía comenzaba a subir a pasos agigantados. No tardaría en perder el control si las cosas seguían de aquel modo.
Un beso, inesperado, salido de no sabía qué impulso de la mujer, inesperado, pero a la vez ansiado. Lo disfrutó largamente, no quería que parase, se le había hecho demasiado corto. Quería seguir sintiendo aquel calor, más, cada vez más. ¿Por qué había parado? No, no podía, no era solo decisión suya. Ella quería también, así que debía seguir. La elfa se adelantó para besarla, pero en lugar de sus labios lo que se encontró fue una frase. ¿Acabar? No, no iba a acabar nunca. Respiró hondo, el calor estaba siendo insoportable y le nublaba la mente todavía más. La cercanía de sus cuerpos no ayudaba, por supuesto.
Sin pensar en lo que hacía tomó la mano tendida que la dirigía fuera de la estancia a una habitación justo al lado. Parecía ser el dormitorio de Anastasia, con sábanas negras sobre la cama, más amplia de lo que había imaginado que se podía hacer una. La mano se soltó, la elfa se dejó caer sobre el colchón y la suavidad de las sábanas la instaban a quitarse el resto de la ropa. Dio un tirón a la mujer para arrastrarla a su lado en la cama. Acto seguido se sube a horcajadas sobre ella y se quita la prenda superior, quedando tan solo con la pequeña y andrajosa falda.
Tras observar largamente el cuerpo de Anastasia y, mientras la mira fijamente a los ojos, le arranca la camisa de un tirón, partiéndola en dos. Se recuesta sobre la mujer, dejando que sus pechos acaricien el cuerpo de ésta mientras se acerca poco a poco a sus labios. Necesita recuperar aquel beso, seguir donde se quedó. Cierra los ojos y posa los labios sobre los suyos mientras su mano derecha se desliza desde su vientre hacia su pubis. Si lo que quería era terminar las cosas... No se lo pondría fácil.
Lo peor vino tras la devolución de la pregunta "Maldita sea" pensó. Debía tener cuidado con ellas, sabía de sobra la peligrosidad de soltar un interrogante sin pensar, en más de una ocasión venían devueltos. Y no siempre quieres responder la misma pregunta que realizas.
- ¿Yo? -Siempre podía mentir, no ocurriría nada, no se le daba mal, las probabilidades de que lo descubriese eran pocas. Pero algo la llevaba a sincerarse con aquella mujer, algo... ¿En sus ojos? ¿Su forma de mirarla? - Supongo que solo quiero encontrar a alguien que me soporte y no me deje de lado por mi forma de ser.
No, no era tan impasible, se trataba tan solo de la forma de actuar que se esperaba de "ella". Jeannie era la que se ocupaba de asuntos sentimentales, Irinnil exclusivamente de los físicos y las situaciones peligrosas. Aparentemente los límites comenzaban a flaquear, difuminándose en la niebla de su mente. Poco a poco se entremezclaban, llevando una confusión a la que no estaba acostumbrada.
Las caricias de Anastasia la hacían estremecerse, manos frías como el hielo subiendo lentamente y llegando al vientre no tan deprisa como para dejar de ser algo resistible. En contraste con el frío en la piel, la temperatura que sentía comenzaba a subir a pasos agigantados. No tardaría en perder el control si las cosas seguían de aquel modo.
Un beso, inesperado, salido de no sabía qué impulso de la mujer, inesperado, pero a la vez ansiado. Lo disfrutó largamente, no quería que parase, se le había hecho demasiado corto. Quería seguir sintiendo aquel calor, más, cada vez más. ¿Por qué había parado? No, no podía, no era solo decisión suya. Ella quería también, así que debía seguir. La elfa se adelantó para besarla, pero en lugar de sus labios lo que se encontró fue una frase. ¿Acabar? No, no iba a acabar nunca. Respiró hondo, el calor estaba siendo insoportable y le nublaba la mente todavía más. La cercanía de sus cuerpos no ayudaba, por supuesto.
Sin pensar en lo que hacía tomó la mano tendida que la dirigía fuera de la estancia a una habitación justo al lado. Parecía ser el dormitorio de Anastasia, con sábanas negras sobre la cama, más amplia de lo que había imaginado que se podía hacer una. La mano se soltó, la elfa se dejó caer sobre el colchón y la suavidad de las sábanas la instaban a quitarse el resto de la ropa. Dio un tirón a la mujer para arrastrarla a su lado en la cama. Acto seguido se sube a horcajadas sobre ella y se quita la prenda superior, quedando tan solo con la pequeña y andrajosa falda.
Tras observar largamente el cuerpo de Anastasia y, mientras la mira fijamente a los ojos, le arranca la camisa de un tirón, partiéndola en dos. Se recuesta sobre la mujer, dejando que sus pechos acaricien el cuerpo de ésta mientras se acerca poco a poco a sus labios. Necesita recuperar aquel beso, seguir donde se quedó. Cierra los ojos y posa los labios sobre los suyos mientras su mano derecha se desliza desde su vientre hacia su pubis. Si lo que quería era terminar las cosas... No se lo pondría fácil.
Irinnil Fawkes
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Estábamos en mi habitación. Las luces eran tenues. Iluminada como siempre por velas. La madera y las paredes, de color arena, y las sábanas negras daban un ambiente lóbrego al lugar. Pero a la vez cálido y
Creía que tendría que llevar la iniciativa. Pero lejos de ello, la elfa me tomó, me hizo rodar en la cama y se puso encima de mí. Luego, con evidentes signos dominantes que la gente poco solía acusar en mí, me acarició incesantemente. – Es… pera. – Daba igual. Partió mi camisón de seda de Roilkat en dos. Se quitó el suyo. Se lanzó a mi boca y, completamente sobrepasada, no pude hacer sino dejarme llevar.
Me besó y ni siquiera fui capaz de moverme. Sólo de seguir su ritmo acompasado, aplastando mi cabeza cuanto más podía contra el colchón. Pero por más espacio que trataba de ganar lo perdía. Jeannie iba sin pensárselo. Y yo sentía cada vez un calor más intenso, mientras sentía como descendía su mano suavemente por mi piel. Cada vez más sudorosa y nerviosa conforme llegaba a mi entrepierna. ¿Sería capaz de…? Di un respigo, un ligero gemido, y me despegué unos segundos de su boca en cuanto introdujo sus estilizados dedos por debajo de mi ropa interior.
Mi cabeza, sin embargo, no. En principio tomé su muñeca. La apreté con fuerza. No confiaba en ella. Y rara vez permitía que nadie fuera por esa línea. Pero con Jeannie sentía una química muy intensa y, en cierto modo, la elfa tenía el control de la situación. Alzar ligeramente la cadera supuso mi rendición, el movimiento hacia atrás y hacia delante, entre gemidos de placer corroboraron lo que pasaba. Seguía acompasadamente al ritmo que ella misma marcaba cual director de orquesta. Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra el colchón, levantando ligeramente la barbilla. Entre gemidos cada vez más intensos, fui soltando ligeramente su muñeca para agarrar con fuerzas ambas manos las también sábanas de seda a la altura de mi cabeza.
Entre gritos, bailaba al ritmo que marcaba. De pronto, sentimientos de culpa comenzaron a remorder mi conciencia. ¿Qué estaba haciendo? ¡Estaba siendo follada por una elfa de diez años menos que yo y en mi propia habitación! Por mucho sentimiento de culpa que me apesadumbrara, no había forma de que mi cabeza detuviera a mi cuerpo. Simplemente me dejé llevar. Los movimientos de cadera fueron cada vez más intensos, las piernas estaban más y más abiertas y, yo, cada vez estaba más cerca del culmen.
Finalmente, no pude más. Un gemido seco, de fatiga, y el choque de rodilla con rodilla concluyó la pérdida de todas mis vergüenzas. Lo siguiente fueron los cinco o diez segundos más placenteros y, a la vez, más vergonzosos de mi vida. En los que traté de disimular lo mejor que pude los gemidos mientras se generaba un océano bajo mi entrepierna. Mañana tendré que hacer muda de ropa de cama.
Unos segundos después jadeaba fatigada. Abrí los ojos. Miraba al techo, tenuemente iluminado por las velas. – Ay… Por todos los dioses… - jadeé. Lo que nunca nadie había hecho, lo había conseguido aquella joven elfa. Pero teníamos una química prácticamente total. Observé a la culpable de que hubiese perdido todas mis vergüenzas.
Volví a colocarme la ropa interior y me levanté. Dejándola a ella en la cama. Me acerqué al escritorio para mirar mi rostro. Pese haber tenido el mejor polvo de mi vida me sentía, ciertamente, dolida. Miré hacia atrás, ligeramente, mostrándole todo mi cuerpo, adulto y atlético, de espaldas.
-Más de diez años y nunca he encontrado nadie capaz de transmitir en la cama lo que tú me transmites. – La miré por el espejo con seriedad. Luego bajé la vista al escritorio y lo abrí. Entre multitud de ropa interior, tomé uno de los objetos, que aún estaban por estrenar. Lo acaricié. – Quizás era lo que necesitaba. Que alguien me tratara de igual a igual. Como una mujer. Y no como la centinela del Oeste, la maestra cazadora, o la bruja siniestra del Palacio de los Vientos. – Aclaré revelando mis múltiples identidades, como se me conocía. Agaché la cabeza al escritorio. - Gracias. - Luego, tomé el juguete y me di la vuelta. – ¿Y tú? Estás llena de misterios. Desde el momento que entraste por la puerta, sabía de lo que eras capaz. El rubí me lo dijo. Y tus palabras, tus gestos, hablan por ti. Viniste a por algo, y lo has obtenido. Tienes iniciativa y valentía.
Comencé a caminar con el objeto en mano, hacia ella. Miré su rostro. Quería ver si teníamos tan buena química más allá del sexo. En cierto modo, la chica me daba pena. La notaba, ciertamente, perdida en la vida. Había llegado con determinación para hacerme vivir la mejor experiencia de mi vida. E iba a corresponderla.
Pero no quería que estropeara un momento tan especial de su vida en un momento en el que no estaba segura. Primero, debía asegurarme. Sobre el colchón, de rodillas sobre ella, la miré. - Eres joven. ¿Es tu primera vez? – Pregunté, acariciando su vientre con mis dedos. Sujetaba el objeto con una de mis manos. Sobre ella. No podía proceder de la misma manera con una nueva que con alguien experimentado. – No tienes nada que temer. Se me da bien esto, pero… Yo no soy nadie para ti. – aclaré. - ¿Seguro que no quieres esperar a alguien más especial? – pregunté. De lo contrario, era algo de lo que arrepentiría siempre. Como me sucedió a mí. No quería que otra chica sufriera algo similar el resto de su vida. Pero al menos debía darle la iniciativa. – Si es así, acaríciame, despacio. Deja tu mente en blanco.
Entonces me dejé caer, apoyé un brazo a la altura de su cara y lo flexioné hasta rozar sus labios en un ligero beso. Suave, pero excitante. Lo repetí varias veces. A continuación, acerqué el objeto a sus piernas, pero no hice nada más que un mero recorrido a lo largo de éstas hasta que me confirmara si quería continuar. Si decidía asumirlo e ir hacia delante, iba a ser la mejor experiencia de su vida.
Creía que tendría que llevar la iniciativa. Pero lejos de ello, la elfa me tomó, me hizo rodar en la cama y se puso encima de mí. Luego, con evidentes signos dominantes que la gente poco solía acusar en mí, me acarició incesantemente. – Es… pera. – Daba igual. Partió mi camisón de seda de Roilkat en dos. Se quitó el suyo. Se lanzó a mi boca y, completamente sobrepasada, no pude hacer sino dejarme llevar.
Me besó y ni siquiera fui capaz de moverme. Sólo de seguir su ritmo acompasado, aplastando mi cabeza cuanto más podía contra el colchón. Pero por más espacio que trataba de ganar lo perdía. Jeannie iba sin pensárselo. Y yo sentía cada vez un calor más intenso, mientras sentía como descendía su mano suavemente por mi piel. Cada vez más sudorosa y nerviosa conforme llegaba a mi entrepierna. ¿Sería capaz de…? Di un respigo, un ligero gemido, y me despegué unos segundos de su boca en cuanto introdujo sus estilizados dedos por debajo de mi ropa interior.
Mi cabeza, sin embargo, no. En principio tomé su muñeca. La apreté con fuerza. No confiaba en ella. Y rara vez permitía que nadie fuera por esa línea. Pero con Jeannie sentía una química muy intensa y, en cierto modo, la elfa tenía el control de la situación. Alzar ligeramente la cadera supuso mi rendición, el movimiento hacia atrás y hacia delante, entre gemidos de placer corroboraron lo que pasaba. Seguía acompasadamente al ritmo que ella misma marcaba cual director de orquesta. Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra el colchón, levantando ligeramente la barbilla. Entre gemidos cada vez más intensos, fui soltando ligeramente su muñeca para agarrar con fuerzas ambas manos las también sábanas de seda a la altura de mi cabeza.
Entre gritos, bailaba al ritmo que marcaba. De pronto, sentimientos de culpa comenzaron a remorder mi conciencia. ¿Qué estaba haciendo? ¡Estaba siendo follada por una elfa de diez años menos que yo y en mi propia habitación! Por mucho sentimiento de culpa que me apesadumbrara, no había forma de que mi cabeza detuviera a mi cuerpo. Simplemente me dejé llevar. Los movimientos de cadera fueron cada vez más intensos, las piernas estaban más y más abiertas y, yo, cada vez estaba más cerca del culmen.
Finalmente, no pude más. Un gemido seco, de fatiga, y el choque de rodilla con rodilla concluyó la pérdida de todas mis vergüenzas. Lo siguiente fueron los cinco o diez segundos más placenteros y, a la vez, más vergonzosos de mi vida. En los que traté de disimular lo mejor que pude los gemidos mientras se generaba un océano bajo mi entrepierna. Mañana tendré que hacer muda de ropa de cama.
Unos segundos después jadeaba fatigada. Abrí los ojos. Miraba al techo, tenuemente iluminado por las velas. – Ay… Por todos los dioses… - jadeé. Lo que nunca nadie había hecho, lo había conseguido aquella joven elfa. Pero teníamos una química prácticamente total. Observé a la culpable de que hubiese perdido todas mis vergüenzas.
Volví a colocarme la ropa interior y me levanté. Dejándola a ella en la cama. Me acerqué al escritorio para mirar mi rostro. Pese haber tenido el mejor polvo de mi vida me sentía, ciertamente, dolida. Miré hacia atrás, ligeramente, mostrándole todo mi cuerpo, adulto y atlético, de espaldas.
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-Más de diez años y nunca he encontrado nadie capaz de transmitir en la cama lo que tú me transmites. – La miré por el espejo con seriedad. Luego bajé la vista al escritorio y lo abrí. Entre multitud de ropa interior, tomé uno de los objetos, que aún estaban por estrenar. Lo acaricié. – Quizás era lo que necesitaba. Que alguien me tratara de igual a igual. Como una mujer. Y no como la centinela del Oeste, la maestra cazadora, o la bruja siniestra del Palacio de los Vientos. – Aclaré revelando mis múltiples identidades, como se me conocía. Agaché la cabeza al escritorio. - Gracias. - Luego, tomé el juguete y me di la vuelta. – ¿Y tú? Estás llena de misterios. Desde el momento que entraste por la puerta, sabía de lo que eras capaz. El rubí me lo dijo. Y tus palabras, tus gestos, hablan por ti. Viniste a por algo, y lo has obtenido. Tienes iniciativa y valentía.
Comencé a caminar con el objeto en mano, hacia ella. Miré su rostro. Quería ver si teníamos tan buena química más allá del sexo. En cierto modo, la chica me daba pena. La notaba, ciertamente, perdida en la vida. Había llegado con determinación para hacerme vivir la mejor experiencia de mi vida. E iba a corresponderla.
Pero no quería que estropeara un momento tan especial de su vida en un momento en el que no estaba segura. Primero, debía asegurarme. Sobre el colchón, de rodillas sobre ella, la miré. - Eres joven. ¿Es tu primera vez? – Pregunté, acariciando su vientre con mis dedos. Sujetaba el objeto con una de mis manos. Sobre ella. No podía proceder de la misma manera con una nueva que con alguien experimentado. – No tienes nada que temer. Se me da bien esto, pero… Yo no soy nadie para ti. – aclaré. - ¿Seguro que no quieres esperar a alguien más especial? – pregunté. De lo contrario, era algo de lo que arrepentiría siempre. Como me sucedió a mí. No quería que otra chica sufriera algo similar el resto de su vida. Pero al menos debía darle la iniciativa. – Si es así, acaríciame, despacio. Deja tu mente en blanco.
Entonces me dejé caer, apoyé un brazo a la altura de su cara y lo flexioné hasta rozar sus labios en un ligero beso. Suave, pero excitante. Lo repetí varias veces. A continuación, acerqué el objeto a sus piernas, pero no hice nada más que un mero recorrido a lo largo de éstas hasta que me confirmara si quería continuar. Si decidía asumirlo e ir hacia delante, iba a ser la mejor experiencia de su vida.
Anastasia Boisson
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Anastasia había disfrutado, no había duda de eso. Los movimientos de sus caderas, los suspiros y los gemidos que había soltado a lo largo de aquel tiempo eran buenos testigos de ello. La elfa se sentía bien con aquello, un calor extraño la recorría por dentro, instándola a dejar que aquella mujer hiciese con ella lo mismo.
La sensación de calor había dejado paso a la decepción en cuanto la otra se vistió, y finalmente a la duda en cuanto tomó aquel objeto de uno de los cajones. No le gustaba lo más mínimo lo que estaba viendo. ¿Su primera vez sería mediante un objeto? ¿Qué pensaría Clarice de todo aquello? Estuvo a punto de descartar toda la situación tan solo por llevar la contraria y destrozar la relación entre Jeannie y Clarice.
- No. -Se vistió ella también luego de una negativa que no respondía a ninguna de las preguntas de Anastasia y apartar aquel objeto extraño de entre sus piernas.
Dio un par de vueltas por la habitación, observando de reojo a la mujer que seguía tendida sobre la cama. Tras resoplar, salió decidida de la habitación en busca de aire fresco y de evitar la tensión que tenía por dentro.
Aquel pasillo largo, todas aquellas incrustaciones en la madera que creaban formas que alguien en algún lugar consideraría artísticas y dignas de salir en algún que otro libro arquitectónico. Se apoyó en la barandilla. ¿Qué estaba haciendo? Ni siquiera sabía exactamente a qué había ido allí, tan solo... Quería terminar aquello que habían empezado, no sentirse rechazada de nuevo.
Suspiró de nuevo y entró en el despacho de Anastasia a recuperar su arco y sus flechas. Una vez equipada de nuevo volvió a la habitación.
- Yo... Ehm... Lo siento... -Agachó la cabeza. -Si quieres que me vaya lo entenderé. -La miró de nuevo a los ojos. -Dormiré en algún árbol cercano, si no te importa. Supongo que serán tuyos también.
La elfa se acercó a la ventana, esperando la respuesta de su... ¿podía llamarla amiga? No estaba segura ni de que, de ser así, el sentimiento fuese mutuo. Siempre se habían tratado de forma fría y distante hasta aquel momento. Tampoco tenía nada ni nadie con qué comparar. No tenía ni la más remota idea de dónde habían salido aquellos sentimientos tan de repente. Jamás había sentido la necesidad de sentirse comprendida con alguien hasta encontrarse con aquella mujer.
Se apoyó tranquilamente de espaldas a la ventana.
- Espero que te haya gustado y que no te sientas culpable por haberlo pasado bien unos minutos conmigo. -Intentó sonreír pese al torbellino de pensamientos que pasaban por su cabeza en aquellos instantes.
La sensación de calor había dejado paso a la decepción en cuanto la otra se vistió, y finalmente a la duda en cuanto tomó aquel objeto de uno de los cajones. No le gustaba lo más mínimo lo que estaba viendo. ¿Su primera vez sería mediante un objeto? ¿Qué pensaría Clarice de todo aquello? Estuvo a punto de descartar toda la situación tan solo por llevar la contraria y destrozar la relación entre Jeannie y Clarice.
- No. -Se vistió ella también luego de una negativa que no respondía a ninguna de las preguntas de Anastasia y apartar aquel objeto extraño de entre sus piernas.
Dio un par de vueltas por la habitación, observando de reojo a la mujer que seguía tendida sobre la cama. Tras resoplar, salió decidida de la habitación en busca de aire fresco y de evitar la tensión que tenía por dentro.
Aquel pasillo largo, todas aquellas incrustaciones en la madera que creaban formas que alguien en algún lugar consideraría artísticas y dignas de salir en algún que otro libro arquitectónico. Se apoyó en la barandilla. ¿Qué estaba haciendo? Ni siquiera sabía exactamente a qué había ido allí, tan solo... Quería terminar aquello que habían empezado, no sentirse rechazada de nuevo.
Suspiró de nuevo y entró en el despacho de Anastasia a recuperar su arco y sus flechas. Una vez equipada de nuevo volvió a la habitación.
- Yo... Ehm... Lo siento... -Agachó la cabeza. -Si quieres que me vaya lo entenderé. -La miró de nuevo a los ojos. -Dormiré en algún árbol cercano, si no te importa. Supongo que serán tuyos también.
La elfa se acercó a la ventana, esperando la respuesta de su... ¿podía llamarla amiga? No estaba segura ni de que, de ser así, el sentimiento fuese mutuo. Siempre se habían tratado de forma fría y distante hasta aquel momento. Tampoco tenía nada ni nadie con qué comparar. No tenía ni la más remota idea de dónde habían salido aquellos sentimientos tan de repente. Jamás había sentido la necesidad de sentirse comprendida con alguien hasta encontrarse con aquella mujer.
Se apoyó tranquilamente de espaldas a la ventana.
- Espero que te haya gustado y que no te sientas culpable por haberlo pasado bien unos minutos conmigo. -Intentó sonreír pese al torbellino de pensamientos que pasaban por su cabeza en aquellos instantes.
Irinnil Fawkes
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
La elfa mostró ciertas dudas en el momento más decisivo. Tenía unos cambios de actitud relativamente extraños, aunque en aquella ocasión era totalmente comprensible, teniendo en cuenta lo que me había dicho cuando nos conocimos en Sacrestic Ville. Sin decir nada, respeté su decisión, lo cierto es que a mí tampoco me gustaba aquello. – Bien. – Comenté con tranquilidad y sin mostrarme nada molesta por ello. Me hice a un lado y la dejé salir.
Jeannie había salido apresurada por la puerta. Seria, y sin decir nada, me levanté de la cama y me vestí de nuevo con la blusa negra. A continuación fui a la cómoda, en donde guardaba una botella de ron y una copa que me serví.
Necesitaba tomar el aire fresco después de lo acontecido. Así que vaso en mano salí a la terraza y me senté en la silla que guardaba fuera. Apoyé un pie sobre la barandilla. Era una noche tranquila. La lumbre de las luciérnagas y el canto de los insectos eran las únicas luz y melodía en una noche en la que destacaban las estrellas. Cerré los ojos y estimulé un poco el viento para que me refrescara. Haciendo danzar las cortinas de entrada a la habitación y mi melena suelta.
Cuando me di cuenta, la elfa volvía a estar detrás de mí. Ni siquiera me giré a decirle nada con sus tonterías. Parecía preocupada por donde iba a pasar la noche. ¡Por favor! Simplemente di un sorbo y no respondí. Se apoyó en el cristal y volvió a insistir acerca de nuestra pequeña aventura. Algo a lo que, por supuesto, tampoco iba a responder.
Guardé el silencio durante unos instantes más. Pensando en mis dos encuentros con ella, concretamente, divagaba acerca de lo que me había comentado la última vez. Quizás… ¿Podría ella…?
-Odias a los vampiros. – afirmé en un comentario que parecía no venir a cuento. – Por lo que te hicieron. Lo vi cuando nos encontramos en Sacrestic. Quizás no te des cuenta ahora, pero ese es un gran error que todos hemos cometido. – Yo la primera. Aquella noche había sido un punto de inflexión para mí. Después de encerrar a hombres, mujeres y niños vampiros en un pajar y proceder a su quema. - Me refiero al odio, en general. Saca lo peor de nosotros. Aprende a controlarte. A ser menos temperamental. - le sugerí.
Era sólo una recomendación. Pero, venía ligada con lo que pensaba preguntarle a continuación.
-Dejando eso a un lado, tienes buenas habilidades como tiradora... - Dije recordando cómo asesinó a los vampiros del baño. - ... Pero ni por asomo tan buenas como las mías. – agregué como coletilla, ahora sí, girándome hacia ella y observando su arco. - ¿Te crees mejor que yo? Sé sincera. ¿Crees que podrías ganarme con ese arco apolillado?
Jeannie parecía tener muchas caras. Por lo que le di tiempo a contestarme. Quería poner a prueba su comportamiento. Ver su reacción. Si demostraba ser una mujer autosuficiente y dominante como parecía haber sido en su presentación, o si en realidad era una cría endeble con más palabrería que capacidad de reacción.
Me levanté y pasé a su lado, entrando de nuevo a la habitación. Me dirigí al armario, donde guardaba todo mi equipamiento de élite. Me coloqué unos leggins negros, unas zapatillas y luego observé mis ballestas de mano, las gemelas, Escarlata y Carmesí, pero no iban a salir aquellas noches. Tomé el carcaj de las flechas pesadas y lo coloqué como de costumbre, atándolo a la cintura. Los arqueros, tradicionalmente, solían llevarlo a la espalda en vertical, yo lo llevaba a cuarenta y cinco grados y a la altura del muslo. Me resultaba más sencillo tomar las flechas. Las cuales nunca se caían por los imanes con los que Soffleheimer pegaba las puntas. Además, el movimiento de carga era mucho más elegante. Luego tomé mi ballesta pesada. Y, ésta sí, la aupé al hombro.
-¿Te atreves, muchacha? – le pregunté con una mirada desafiante.
*Off: Si aceptas el reto te dejo improvisar y guiar a Huri al campo de tiro. Se supone que está en los jardines y hay muñecos para probar. Así que pon la prueba que consideres ^^
Jeannie había salido apresurada por la puerta. Seria, y sin decir nada, me levanté de la cama y me vestí de nuevo con la blusa negra. A continuación fui a la cómoda, en donde guardaba una botella de ron y una copa que me serví.
Necesitaba tomar el aire fresco después de lo acontecido. Así que vaso en mano salí a la terraza y me senté en la silla que guardaba fuera. Apoyé un pie sobre la barandilla. Era una noche tranquila. La lumbre de las luciérnagas y el canto de los insectos eran las únicas luz y melodía en una noche en la que destacaban las estrellas. Cerré los ojos y estimulé un poco el viento para que me refrescara. Haciendo danzar las cortinas de entrada a la habitación y mi melena suelta.
Cuando me di cuenta, la elfa volvía a estar detrás de mí. Ni siquiera me giré a decirle nada con sus tonterías. Parecía preocupada por donde iba a pasar la noche. ¡Por favor! Simplemente di un sorbo y no respondí. Se apoyó en el cristal y volvió a insistir acerca de nuestra pequeña aventura. Algo a lo que, por supuesto, tampoco iba a responder.
Guardé el silencio durante unos instantes más. Pensando en mis dos encuentros con ella, concretamente, divagaba acerca de lo que me había comentado la última vez. Quizás… ¿Podría ella…?
-Odias a los vampiros. – afirmé en un comentario que parecía no venir a cuento. – Por lo que te hicieron. Lo vi cuando nos encontramos en Sacrestic. Quizás no te des cuenta ahora, pero ese es un gran error que todos hemos cometido. – Yo la primera. Aquella noche había sido un punto de inflexión para mí. Después de encerrar a hombres, mujeres y niños vampiros en un pajar y proceder a su quema. - Me refiero al odio, en general. Saca lo peor de nosotros. Aprende a controlarte. A ser menos temperamental. - le sugerí.
Era sólo una recomendación. Pero, venía ligada con lo que pensaba preguntarle a continuación.
-Dejando eso a un lado, tienes buenas habilidades como tiradora... - Dije recordando cómo asesinó a los vampiros del baño. - ... Pero ni por asomo tan buenas como las mías. – agregué como coletilla, ahora sí, girándome hacia ella y observando su arco. - ¿Te crees mejor que yo? Sé sincera. ¿Crees que podrías ganarme con ese arco apolillado?
Jeannie parecía tener muchas caras. Por lo que le di tiempo a contestarme. Quería poner a prueba su comportamiento. Ver su reacción. Si demostraba ser una mujer autosuficiente y dominante como parecía haber sido en su presentación, o si en realidad era una cría endeble con más palabrería que capacidad de reacción.
Me levanté y pasé a su lado, entrando de nuevo a la habitación. Me dirigí al armario, donde guardaba todo mi equipamiento de élite. Me coloqué unos leggins negros, unas zapatillas y luego observé mis ballestas de mano, las gemelas, Escarlata y Carmesí, pero no iban a salir aquellas noches. Tomé el carcaj de las flechas pesadas y lo coloqué como de costumbre, atándolo a la cintura. Los arqueros, tradicionalmente, solían llevarlo a la espalda en vertical, yo lo llevaba a cuarenta y cinco grados y a la altura del muslo. Me resultaba más sencillo tomar las flechas. Las cuales nunca se caían por los imanes con los que Soffleheimer pegaba las puntas. Además, el movimiento de carga era mucho más elegante. Luego tomé mi ballesta pesada. Y, ésta sí, la aupé al hombro.
-¿Te atreves, muchacha? – le pregunté con una mirada desafiante.
*Off: Si aceptas el reto te dejo improvisar y guiar a Huri al campo de tiro. Se supone que está en los jardines y hay muñecos para probar. Así que pon la prueba que consideres ^^
Anastasia Boisson
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
La mujer ni se había dignado siquiera a mostrarse sorprendida sobre sus palabras. No había hecho ni el menor gesto de asentimiento o comprensión, simplemente la había ignorado de inicio a fin. Tampoco es que aquello fuera algo nuevo, aunque siendo una de las pocas veces que se sinceraba con alguien… Era un poco doloroso. Esperaba algo, cualquier cosa, hasta el más mínimo parpadeo le habría bastado, pero nunca llegó. En su lugar, la mujer seguía bebiendo su copa llena de alcohol.
Tras un profundo suspiro, estaba a punto de darse media vuelta e irse por donde había venido. No parecía ser bienvenida allí de todas formas. Tampoco la echaría de menos. No llegó a mover ni un músculo cuando la mujer rompió su silencio… Para hablar de algo que no venía a cuento.
- ¿Ser menos temperamental? - Era cierto que de un tiempo a aquella parte se había dejado llevar más de lo que le gustaría. Tal vez un cambio en ese aspecto no le vendría mal, relajarse, disfrutar de los pocos momentos que tenía para controlar aquel cuerpo… No todo tenía por qué ser sangre… ¿No?
- ¿Apolillado? -Miró el arco más de cerca, estaba perfecto, tal como se lo habían entregado. A diferencia de su anterior arma, éste parecía mucho mejor y más robusto. La elfa se animó un poco con el reto de la cazadora. -Te voy a enseñar lo que puede hacer un arco apolillado.
Esperó mientras la mujer se vestía, no sin echarle un par de miradas indiscretas mientras estaba en ello. Como respuesta a su última pregunta, la joven se acercó y la tomó de la mano para ir juntas al campo de tiro que había en los jardines de aquel grandioso palacio.
Una vez frente al campo de tiro, le soltó la mano, no sabía muy bien si habían estado de la mano todo el camino o ella se había vuelto a enganchar en algún punto. Se acercó pensativa a las dianas que usaba la mujer para practicar. Tras darse unos toquecitos en el labio inferior con el dedo índice se dispone a mover una diana frente a la otra.
“Ha traído una ballesta pesada, eso significa que disparará el virote lo suficientemente fuerte y rápido como para atravesar la primera diana y atinar en la segunda… Entonces…”
Vuelve dando saltitos a junto de Anastasia.
- Vale, la prueba consiste en dar a la diana de allí detrás… Sin tocar para nada la primera. No vale atravesarla, ¿entendido?
Dicho eso se pone en posición y tensa el arco, pero no del todo, demasiada potencia sería fatal en aquel escenario. Apunta alto y suelta el virote, que perezosamente desciende sobre la segunda diana, impactando en uno de los círculos. A media distancia entre el centro y los bordes.
- A ver qué haces con ese trasto inmenso y aterrador. - La teoría dictaba que dado que con una ballesta no existe la posibilidad de reducir la potencia del disparo, la mujer pronto se daría por vencida y ella ganaría el pequeño reto. No había ningún posible punto de fallo.
Sonrió satisfecha y se alejó unos pasos.
Tras un profundo suspiro, estaba a punto de darse media vuelta e irse por donde había venido. No parecía ser bienvenida allí de todas formas. Tampoco la echaría de menos. No llegó a mover ni un músculo cuando la mujer rompió su silencio… Para hablar de algo que no venía a cuento.
- ¿Ser menos temperamental? - Era cierto que de un tiempo a aquella parte se había dejado llevar más de lo que le gustaría. Tal vez un cambio en ese aspecto no le vendría mal, relajarse, disfrutar de los pocos momentos que tenía para controlar aquel cuerpo… No todo tenía por qué ser sangre… ¿No?
- ¿Apolillado? -Miró el arco más de cerca, estaba perfecto, tal como se lo habían entregado. A diferencia de su anterior arma, éste parecía mucho mejor y más robusto. La elfa se animó un poco con el reto de la cazadora. -Te voy a enseñar lo que puede hacer un arco apolillado.
Esperó mientras la mujer se vestía, no sin echarle un par de miradas indiscretas mientras estaba en ello. Como respuesta a su última pregunta, la joven se acercó y la tomó de la mano para ir juntas al campo de tiro que había en los jardines de aquel grandioso palacio.
Una vez frente al campo de tiro, le soltó la mano, no sabía muy bien si habían estado de la mano todo el camino o ella se había vuelto a enganchar en algún punto. Se acercó pensativa a las dianas que usaba la mujer para practicar. Tras darse unos toquecitos en el labio inferior con el dedo índice se dispone a mover una diana frente a la otra.
“Ha traído una ballesta pesada, eso significa que disparará el virote lo suficientemente fuerte y rápido como para atravesar la primera diana y atinar en la segunda… Entonces…”
Vuelve dando saltitos a junto de Anastasia.
- Vale, la prueba consiste en dar a la diana de allí detrás… Sin tocar para nada la primera. No vale atravesarla, ¿entendido?
Dicho eso se pone en posición y tensa el arco, pero no del todo, demasiada potencia sería fatal en aquel escenario. Apunta alto y suelta el virote, que perezosamente desciende sobre la segunda diana, impactando en uno de los círculos. A media distancia entre el centro y los bordes.
- A ver qué haces con ese trasto inmenso y aterrador. - La teoría dictaba que dado que con una ballesta no existe la posibilidad de reducir la potencia del disparo, la mujer pronto se daría por vencida y ella ganaría el pequeño reto. No había ningún posible punto de fallo.
Sonrió satisfecha y se alejó unos pasos.
Irinnil Fawkes
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
La ballesta pesada tendía a disparar a velocidad de vértigo. Recta y directa a su objetivo. E Irinnil lo sabía y por ello me propuso un reto a la altura más allá del clásico “a ver quién falla”, que tenía pinta de ir para largo viendo lo buenas tiradoras que parecíamos ser ambas. Ella no falló en su prueba. Durante toda la noche habíamos tenido un juego de poder, y el pique seguía.
-Subestimas este “trasto” – comenté claramente ofendida por cómo había definido a mi arma predilecta. No la culpaba. No era la única que lo había hecho.
Ese “trasto” era ajustable. Para alcanzar una diana trasera simplemente tenía que reducir la tensión del cordaje al mínimo con la horquilla. Eso y un poco de telequinesis de control harían el resto. La ballesta pasaría por encima de la otra cual mortero y durante la caída se clavaría en la diana. La elfa no me había dicho cómo tenía que darle, sólo que debía hacerlo.
Sonreí al lograr mi objetivo. Descolgué la ballesta pesada de mi hombro y la acomodé en mi talón, sujetando la culata con ambas manos. - Te queda mucho por aprender.
Y sin más preámbulo, tomé la ballesta pesada para apuntar a un nuevo objetivo, esta vez más lejos. No tendí la vista hacia la elfa, sino a mi objetivo. No iba a retarla, tan sólo a practicar. – Disculpa lo de antes, Irinnil. Ser tan fría. Estaba… Frustrada. – Tenía la cabeza del maniquí en línea con la mirada. A unos treinta metros. Pero mi blusa nocturna era mecida por el viento en dirección suroeste, por lo que requeriría una calibración del disparo de veinte grados en el sentido opuesto para acertar el objetivo - Tengo pareja, y como bruja una cierta presión racial que me impide “implicarme” demasiado con los orejaspicudas... y en especial los de clase baja social. Sinceramente, no entiendo por qué las cosas han ido por este camino. – indiqué. Quizás podía sonar dura. Pero así de mal me había hecho sentirme a mí.
Pero Anastasia Boisson era una mujer con muchas luces… y sombras. Una mujer a la que el riesgo le supone algo intrínsecamente excitante frente a la monotonía que supone el día a día. Sólo por eso, Irinnil estaba donde estaba. Pero daba igual. No podía dejar de martirizarme por lo ocurrido. Nadie puede llegar a mi mansión para decirme que quiere “follarme”, conseguirlo, ¡en mi propio lecho! y, a continuación, desecharme cual fulana barata. ¿Para luego entretenerse jugando a los disparos en el jardín? ¿Qué te está pasando, Anastasia?
Posé la ballesta en suelo y me volví contra Irinnil. Enfadada. Tan bipolar como la propia elfa.
–Entendería que ahora mismo te sintieras como una mierda por lo que acabo de decir. ¡Así me sentí yo cuando me trataste como a una simple muñeca arriba! – Ahí obtuvo la razón de mi frialdad. Fruncí el ceño, me acerqué y clavé mi uña en su hombro en reproche. Pero lo cierto es que cuanto más lo pensaba, mi “yo” rebelde volvía a apaciguar el frío de la brisa nocturna del palacio. Mordí mi labio, deslicé la uña por su hombro. Se me había vuelto a notar. No podía evitarlo. Había perdido el juego, y no el de los disparos.
Tenía que sacarla antes de que llegara alguien. Miré a la luna. Aún faltaba un tiempo.
Me di la vuelta. Volví a tomar la ballesta y a apuntar. - En fin, una prueba más y nos vamos. – Disparé y… ¡Pleno! La cabeza del muñeco de trapo de la diana había salido disparada. Volví a mirar a Irinnil. Nunca podría superar mi pericia con mi arma.
Era hora de una nueva prueba. Caminé descalza como iba por el jardín de espaldas a ella hasta llegar a un árbol. Una vez allí, apoyé la ballesta, esta vez contra un ciprés perfectamente cuidado. Tomé las ballestas de mano y comprobé que estaban en perfecto estado. Luego me di la vuelta y me volví hacia Fawkes con una sonrisa de satisfacción.
A continuación, estiré el brazo para mover con telequinesia cuatro dianas, colocándolas opuestamente ciento ochenta grados. - ¿Cuánto tiempo tardas en abatir las cuatro? – Y, en ese momento, cerré los ojos. Había hecho esa prueba muchas veces, con el maestro Dorian, con mi madre. Ellos me exigían siempre lo máximo. Seguir los estándares y, ni más ni menos, lo que se esperaba de mí.
Como para con todo, con casi treinta años a mis espaldas, ya estaba relativamente cansada de guardar las apariencias. Era suficientemente adulta.
Disparé sin mirar las dianas, dos disparos con cada ballesta y al centro, casi sin mirar en apenas tres segundos. El duro entrenamiento había servido para algo. Volví a mirar con soberbia a la elfa y giré ambas ballestas con mi dedo en el gatillo, enfundándolas en el cartucho. Se aplastaba contra mi cintura de mala manera al no llevar más que la camisa y la ropa interior. – ¡Uh! Vas a tener que ser muy rápida tensando y destensando ese arco apolillado. – Comenté para chincharla, haciendo especial hincapié en la última palabra. Que sabía que le había fastidiado. – Yo me resguardo, por si acaso. – Y me di la vuelta con cierta chulería.
Me aupé hasta un bordillo. Crucé pierna con pierna, enrollé mi pelo en una coleta y apoyé ambos brazos sobre la piedra. Expectante por ver cómo se desenvolvía.
-Subestimas este “trasto” – comenté claramente ofendida por cómo había definido a mi arma predilecta. No la culpaba. No era la única que lo había hecho.
Ese “trasto” era ajustable. Para alcanzar una diana trasera simplemente tenía que reducir la tensión del cordaje al mínimo con la horquilla. Eso y un poco de telequinesis de control harían el resto. La ballesta pasaría por encima de la otra cual mortero y durante la caída se clavaría en la diana. La elfa no me había dicho cómo tenía que darle, sólo que debía hacerlo.
Sonreí al lograr mi objetivo. Descolgué la ballesta pesada de mi hombro y la acomodé en mi talón, sujetando la culata con ambas manos. - Te queda mucho por aprender.
Y sin más preámbulo, tomé la ballesta pesada para apuntar a un nuevo objetivo, esta vez más lejos. No tendí la vista hacia la elfa, sino a mi objetivo. No iba a retarla, tan sólo a practicar. – Disculpa lo de antes, Irinnil. Ser tan fría. Estaba… Frustrada. – Tenía la cabeza del maniquí en línea con la mirada. A unos treinta metros. Pero mi blusa nocturna era mecida por el viento en dirección suroeste, por lo que requeriría una calibración del disparo de veinte grados en el sentido opuesto para acertar el objetivo - Tengo pareja, y como bruja una cierta presión racial que me impide “implicarme” demasiado con los orejaspicudas... y en especial los de clase baja social. Sinceramente, no entiendo por qué las cosas han ido por este camino. – indiqué. Quizás podía sonar dura. Pero así de mal me había hecho sentirme a mí.
Pero Anastasia Boisson era una mujer con muchas luces… y sombras. Una mujer a la que el riesgo le supone algo intrínsecamente excitante frente a la monotonía que supone el día a día. Sólo por eso, Irinnil estaba donde estaba. Pero daba igual. No podía dejar de martirizarme por lo ocurrido. Nadie puede llegar a mi mansión para decirme que quiere “follarme”, conseguirlo, ¡en mi propio lecho! y, a continuación, desecharme cual fulana barata. ¿Para luego entretenerse jugando a los disparos en el jardín? ¿Qué te está pasando, Anastasia?
Posé la ballesta en suelo y me volví contra Irinnil. Enfadada. Tan bipolar como la propia elfa.
–Entendería que ahora mismo te sintieras como una mierda por lo que acabo de decir. ¡Así me sentí yo cuando me trataste como a una simple muñeca arriba! – Ahí obtuvo la razón de mi frialdad. Fruncí el ceño, me acerqué y clavé mi uña en su hombro en reproche. Pero lo cierto es que cuanto más lo pensaba, mi “yo” rebelde volvía a apaciguar el frío de la brisa nocturna del palacio. Mordí mi labio, deslicé la uña por su hombro. Se me había vuelto a notar. No podía evitarlo. Había perdido el juego, y no el de los disparos.
Tenía que sacarla antes de que llegara alguien. Miré a la luna. Aún faltaba un tiempo.
Me di la vuelta. Volví a tomar la ballesta y a apuntar. - En fin, una prueba más y nos vamos. – Disparé y… ¡Pleno! La cabeza del muñeco de trapo de la diana había salido disparada. Volví a mirar a Irinnil. Nunca podría superar mi pericia con mi arma.
Era hora de una nueva prueba. Caminé descalza como iba por el jardín de espaldas a ella hasta llegar a un árbol. Una vez allí, apoyé la ballesta, esta vez contra un ciprés perfectamente cuidado. Tomé las ballestas de mano y comprobé que estaban en perfecto estado. Luego me di la vuelta y me volví hacia Fawkes con una sonrisa de satisfacción.
A continuación, estiré el brazo para mover con telequinesia cuatro dianas, colocándolas opuestamente ciento ochenta grados. - ¿Cuánto tiempo tardas en abatir las cuatro? – Y, en ese momento, cerré los ojos. Había hecho esa prueba muchas veces, con el maestro Dorian, con mi madre. Ellos me exigían siempre lo máximo. Seguir los estándares y, ni más ni menos, lo que se esperaba de mí.
Como para con todo, con casi treinta años a mis espaldas, ya estaba relativamente cansada de guardar las apariencias. Era suficientemente adulta.
Disparé sin mirar las dianas, dos disparos con cada ballesta y al centro, casi sin mirar en apenas tres segundos. El duro entrenamiento había servido para algo. Volví a mirar con soberbia a la elfa y giré ambas ballestas con mi dedo en el gatillo, enfundándolas en el cartucho. Se aplastaba contra mi cintura de mala manera al no llevar más que la camisa y la ropa interior. – ¡Uh! Vas a tener que ser muy rápida tensando y destensando ese arco apolillado. – Comenté para chincharla, haciendo especial hincapié en la última palabra. Que sabía que le había fastidiado. – Yo me resguardo, por si acaso. – Y me di la vuelta con cierta chulería.
Me aupé hasta un bordillo. Crucé pierna con pierna, enrollé mi pelo en una coleta y apoyé ambos brazos sobre la piedra. Expectante por ver cómo se desenvolvía.
Anastasia Boisson
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Lo había conseguido a pesar de todo. Tal vez había subestimado el poder de aquella ballesta, o tal vez la mujer tenía más de un as bajo la manga. De todas formas la elfa pensaba que ya había terminado el pequeño concurso, al fin y al cabo el disparo de Anastasia había estado más cerca del centro que el suyo. Se colgó el arco de nuevo del hombro, dispuesta a irse finalmente, sobretodo después de que le dijera que le quedaba mucho por aprender. No estaba por la labor de recibir lecciones de nadie, y mucho menos de ella.
Justo cuando estaba a punto de darse la vuelta, la mujer le explicó la situación. Asintió varias veces, escuchando y entendiendo todo lo que le contaba. Irinnil bajó la guardia con toda aquella explicación, estaba a punto de decirle algo más cercano y cariñoso, cuando la mujer se volvió hace ella, enfadada nuevamente.
No entendía nada, ¿de dónde salía aquel cambio repentino y brusco de humor? Hacía unos momentos parecían estar entendiéndose, pero aquello tan solo conseguía que la elfa se sintiese estúpida y fuera de lugar.
- ¿Que te traté como a una muñeca?… - Se acercó un poco más a la cazadora. -No fui yo la que en medio de un momento íntimo sacó un aparato de un cajón. - Elevó un poco más la voz. -¡Se suponía que sería algo que nos juntaría, nos haría una, nos ayudaría a entendernos fuera de todo lo que consiste la sociedad en la que estamos metidas. Dejar todo eso a un lado para estar simplemente tú y yo. Juntas. Haciendo algo que las dos queríamos! -Hizo una pequeña pausa para ordenar sus pensamientos. - Porque eso es lo que era, algo que ambas queríamos hacer, no pienses ni por un segundo que yo soy alguna persona malvada que te llevó a la cama en contra de tus propios pensamientos. No. Las dos tenemos la misma culpa. -Se dio la vuelta. - Además… La única que conoce tu situación y lo que puedes o no hacer en ella eres tú, no me metas en medio de tus propias decisiones.
La elfa estaba finalmente enfadada, pero la mujer estaba insistiendo en un nuevo juego. Uno con cuatro dianas a las que había disparado en menos de tres segundos. No había mucho que pudiera hacer en aquella situación. Una diana en cada lado, alrededor de ella… - Oh, ya veo, telequinesis. Eres una bruja. Entonces sí has hecho trampas en la anterior…
Intentó concentrarse en las dianas. No había mucho que pudiera hacer, no podría con todas en menos tiempo del que le había costado a la bruja. A no ser… Sacó cuatro flechas del carcaj, a la vez, dejándolas entre los dedos. Si las tenía ya en la mano no tendría que derrochar tiempo en la recarga, podría lanzar una detrás de otra. Aunque necesitaba un pequeño empujón extra. Concentró su magia alrededor de sus músculos. En cuanto estuvo lista, saltó hacia el centro de las dianas, girando sobre sí misma. Una detrás de otra las flechas fueron clavándose en los objetivos.
Había tardado bastante más que la bruja, eso estaba claro. Se acercó a Anastasia, que esperaba sobre un bordillo.
- ¿Has terminado de ponerme a prueba con estas estúpidas competiciones que ya has hecho millones de veces antes? ¿O ha llegado ya el momento en que te aclaras a ti misma y decides si quieres que esté rondando por aquí o no? Pensé que podíamos ser, cuanto menos, amigas. Pero mientras sigas en tu horrible mundo clasista, no creo que eso pueda llegar a ocurrir jamás. Decídete, y deja de jugar conmigo a las adivinanzas. No puedo estar en tu mente.
Dicho eso se alejó de nuevo al jardín. Seguramente alguno de aquellos árboles le serviría para poder pasar la noche tranquilamente.
Justo cuando estaba a punto de darse la vuelta, la mujer le explicó la situación. Asintió varias veces, escuchando y entendiendo todo lo que le contaba. Irinnil bajó la guardia con toda aquella explicación, estaba a punto de decirle algo más cercano y cariñoso, cuando la mujer se volvió hace ella, enfadada nuevamente.
No entendía nada, ¿de dónde salía aquel cambio repentino y brusco de humor? Hacía unos momentos parecían estar entendiéndose, pero aquello tan solo conseguía que la elfa se sintiese estúpida y fuera de lugar.
- ¿Que te traté como a una muñeca?… - Se acercó un poco más a la cazadora. -No fui yo la que en medio de un momento íntimo sacó un aparato de un cajón. - Elevó un poco más la voz. -¡Se suponía que sería algo que nos juntaría, nos haría una, nos ayudaría a entendernos fuera de todo lo que consiste la sociedad en la que estamos metidas. Dejar todo eso a un lado para estar simplemente tú y yo. Juntas. Haciendo algo que las dos queríamos! -Hizo una pequeña pausa para ordenar sus pensamientos. - Porque eso es lo que era, algo que ambas queríamos hacer, no pienses ni por un segundo que yo soy alguna persona malvada que te llevó a la cama en contra de tus propios pensamientos. No. Las dos tenemos la misma culpa. -Se dio la vuelta. - Además… La única que conoce tu situación y lo que puedes o no hacer en ella eres tú, no me metas en medio de tus propias decisiones.
La elfa estaba finalmente enfadada, pero la mujer estaba insistiendo en un nuevo juego. Uno con cuatro dianas a las que había disparado en menos de tres segundos. No había mucho que pudiera hacer en aquella situación. Una diana en cada lado, alrededor de ella… - Oh, ya veo, telequinesis. Eres una bruja. Entonces sí has hecho trampas en la anterior…
Intentó concentrarse en las dianas. No había mucho que pudiera hacer, no podría con todas en menos tiempo del que le había costado a la bruja. A no ser… Sacó cuatro flechas del carcaj, a la vez, dejándolas entre los dedos. Si las tenía ya en la mano no tendría que derrochar tiempo en la recarga, podría lanzar una detrás de otra. Aunque necesitaba un pequeño empujón extra. Concentró su magia alrededor de sus músculos. En cuanto estuvo lista, saltó hacia el centro de las dianas, girando sobre sí misma. Una detrás de otra las flechas fueron clavándose en los objetivos.
Había tardado bastante más que la bruja, eso estaba claro. Se acercó a Anastasia, que esperaba sobre un bordillo.
- ¿Has terminado de ponerme a prueba con estas estúpidas competiciones que ya has hecho millones de veces antes? ¿O ha llegado ya el momento en que te aclaras a ti misma y decides si quieres que esté rondando por aquí o no? Pensé que podíamos ser, cuanto menos, amigas. Pero mientras sigas en tu horrible mundo clasista, no creo que eso pueda llegar a ocurrir jamás. Decídete, y deja de jugar conmigo a las adivinanzas. No puedo estar en tu mente.
Dicho eso se alejó de nuevo al jardín. Seguramente alguno de aquellos árboles le serviría para poder pasar la noche tranquilamente.
Irinnil Fawkes
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
La elfa no superó mi rapidez en las pruebas. Era previsible. No disponía de mi tecnología de disparo y con un arco no es que tuviera opción de ir mucho más rápido. Sin embargo, hizo gala de un pésimo mal perder acusándome de hacer trampas por hacer uso de la telequinesia. ¡Qué ridiculez! ¿Acaso alguien lo había prohibido? Quizás nadie le había explicado que lo importante no eran los medios, sino los objetivos.
Además, también aprovechó para echarme en cara lo dicho anteriormente. Sí. Había sido ciertamente busca con la elfa. Claramente, había entrado al trapo por decisión propia. Pero algo en mi interior me impedía a aceptar aquel hecho. Había una parte de mí que me hacía arrepentirme profundamente. Ya que como maestra cazadora del gremio y mujer reconocida en Beltrexus, siempre tenía que mostrar una imagen pudiente y prefijada. En todos y cada uno de los momentos de mi vida.
Había sido sin embargo el hecho de tener esa oportunidad de liberación y romper con lo tradicional, lo que me había hecho terminar encamada. Las ganas de romper las normas. Las dos sabíamos ya lo que queríamos la una de la otra. Y, prácticamente, era similar. Ahora entendía el concepto de amistad que ambas parecíamos buscar: No era sino un refugio de salida a nuestros dispares mundos.
Mientras la elfa se dio la vuelta para recostarse en los jardines, permanecí unos instantes pensativa. Podía dejarla marcharse y volver a ser la casta centinela y guardiana de Aerandir… O podía, simplemente, y parafrasear su primer comentario: “terminar lo que empezamos” y tirar hacia delante con las consecuencias. Quizás fuese demasiado tarde para retractarme y, en cierto modo, sentía haber dejado pasar la oportunidad. Miré al cielo, buscando una respuesta o, tal vez, sopesando el tiempo que quedaba. La luna había descendido considerablemente de su cénit. Ciertamente, quedaban apenas los últimos compases de la noche. Pero desde luego, los más duros. Las nubes se arremolinaban y anunciaban una tormenta breve.
Así, bajé del bordillo y caminé hacia ella. – ¡Eh, Irinnil! Espera. – le dije sin mirarla a los ojos. El viento marino de la colina soplaba fuerte. Abroché aún más fuerte el camisón por el frío que hacía en el ambiente y me crucé de brazos. Estábamos considerablemente desabrigadas para permanecer allí. – Se avecina un temporal. De ninguna manera dormirás en los jardines. – anuncié. - Tenemos habitaciones reservadas para invitados.
Y tras recoger la ballesta, me abrigué con los brazos y llevé a la elfa de nuevo al palacio. No tardó comenzar a llover fuera.
-Una cosa sobre… “Lo que pasó” antes. - miré un poco al suelo. Con timidez. No le resultaría un secreto que era reservada en temas sentimentales. Pero sin duda le debía una explicación. ¿Qué más daba? Sólo las dos lo íbamos a saber. – Disculpa por comportarme de manera prepotente y no admitir lo evidente. Es mi forma de ser, en parte. Y… me temo que no creo que podamos ser amigas. Nunca. Somos totalmente diferentes. – O al menos no en el sentido clásico. Hice una larga pausa. Era lo último que me había preguntado. – Sin embargo… - y me mordí ciertamente los labios, tambaleándome ligeramente hacia adelante y hacia atrás. Claramente colorada y sin mirarla. – Sí. Me atraes. No sé explicar muy bien por qué, pero es así. - Me acerqué ligeramente, contemplándola. - Me he acostado contigo una vez, dos veces, y… - No podía evitarlo. Me volví a acercar y mientras le daba tiempo a pensar o replicar, adelanté la rodilla para deslizar mi muslo diestro sobre el suyo y jugué a enrollar uno de sus mechones durante unos instantes en mi índice. – … me temo que lo volvería a hacer una tercera, y también una cuarta, si surgiera.
Y con ello, acababa de admitir que lo mismo que la elfa en el momento que entró. Y es que nuestras diferencias representaban para mí, en cierto modo, una vía de escape hacia la libertad. Una manera de tener lo prohibido. Pero lo cierto es que tampoco quería pecar de invasiva y, si tardaba mucho en responder, me daría la vuelta hacia mi habitación.
Fuera como fuera, el tiempo pasaba. Y yo ni siquiera pensé en el reloj de pared del recibidor, donde aún nos encontrábamos. Sonaba cada segundo. Y marcaba las tres y media de la madrugada.
Quedaba poco tiempo para que llegara la primera partida de cazadores.
Además, también aprovechó para echarme en cara lo dicho anteriormente. Sí. Había sido ciertamente busca con la elfa. Claramente, había entrado al trapo por decisión propia. Pero algo en mi interior me impedía a aceptar aquel hecho. Había una parte de mí que me hacía arrepentirme profundamente. Ya que como maestra cazadora del gremio y mujer reconocida en Beltrexus, siempre tenía que mostrar una imagen pudiente y prefijada. En todos y cada uno de los momentos de mi vida.
Había sido sin embargo el hecho de tener esa oportunidad de liberación y romper con lo tradicional, lo que me había hecho terminar encamada. Las ganas de romper las normas. Las dos sabíamos ya lo que queríamos la una de la otra. Y, prácticamente, era similar. Ahora entendía el concepto de amistad que ambas parecíamos buscar: No era sino un refugio de salida a nuestros dispares mundos.
Mientras la elfa se dio la vuelta para recostarse en los jardines, permanecí unos instantes pensativa. Podía dejarla marcharse y volver a ser la casta centinela y guardiana de Aerandir… O podía, simplemente, y parafrasear su primer comentario: “terminar lo que empezamos” y tirar hacia delante con las consecuencias. Quizás fuese demasiado tarde para retractarme y, en cierto modo, sentía haber dejado pasar la oportunidad. Miré al cielo, buscando una respuesta o, tal vez, sopesando el tiempo que quedaba. La luna había descendido considerablemente de su cénit. Ciertamente, quedaban apenas los últimos compases de la noche. Pero desde luego, los más duros. Las nubes se arremolinaban y anunciaban una tormenta breve.
Así, bajé del bordillo y caminé hacia ella. – ¡Eh, Irinnil! Espera. – le dije sin mirarla a los ojos. El viento marino de la colina soplaba fuerte. Abroché aún más fuerte el camisón por el frío que hacía en el ambiente y me crucé de brazos. Estábamos considerablemente desabrigadas para permanecer allí. – Se avecina un temporal. De ninguna manera dormirás en los jardines. – anuncié. - Tenemos habitaciones reservadas para invitados.
Y tras recoger la ballesta, me abrigué con los brazos y llevé a la elfa de nuevo al palacio. No tardó comenzar a llover fuera.
-Una cosa sobre… “Lo que pasó” antes. - miré un poco al suelo. Con timidez. No le resultaría un secreto que era reservada en temas sentimentales. Pero sin duda le debía una explicación. ¿Qué más daba? Sólo las dos lo íbamos a saber. – Disculpa por comportarme de manera prepotente y no admitir lo evidente. Es mi forma de ser, en parte. Y… me temo que no creo que podamos ser amigas. Nunca. Somos totalmente diferentes. – O al menos no en el sentido clásico. Hice una larga pausa. Era lo último que me había preguntado. – Sin embargo… - y me mordí ciertamente los labios, tambaleándome ligeramente hacia adelante y hacia atrás. Claramente colorada y sin mirarla. – Sí. Me atraes. No sé explicar muy bien por qué, pero es así. - Me acerqué ligeramente, contemplándola. - Me he acostado contigo una vez, dos veces, y… - No podía evitarlo. Me volví a acercar y mientras le daba tiempo a pensar o replicar, adelanté la rodilla para deslizar mi muslo diestro sobre el suyo y jugué a enrollar uno de sus mechones durante unos instantes en mi índice. – … me temo que lo volvería a hacer una tercera, y también una cuarta, si surgiera.
Y con ello, acababa de admitir que lo mismo que la elfa en el momento que entró. Y es que nuestras diferencias representaban para mí, en cierto modo, una vía de escape hacia la libertad. Una manera de tener lo prohibido. Pero lo cierto es que tampoco quería pecar de invasiva y, si tardaba mucho en responder, me daría la vuelta hacia mi habitación.
Fuera como fuera, el tiempo pasaba. Y yo ni siquiera pensé en el reloj de pared del recibidor, donde aún nos encontrábamos. Sonaba cada segundo. Y marcaba las tres y media de la madrugada.
Quedaba poco tiempo para que llegara la primera partida de cazadores.
Anastasia Boisson
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
“Bah” fue lo único que pude pensar en aquel momento. Una gran pérdida de tiempo es lo que había sido todo el viaje y aquellas pruebas. Seguramente tuviera mejores lugares en los que estar que donde no era bienvenida y después sí, y luego no, nuevamente. Si aquella mujer no era capaz de ponerse de acuerdo consigo misma tenía muchos más problemas de los que aparentaba. Y luego era yo la loca con doble personalidad. La de cosas que hay que ver.
Una cosa estaba clara, no volvería a verme envuelta en temas de la aristocracia, sin duda eran todos una gran panda de palurdos, debía concederle aquello a Matthew, siempre parecía despecharlos.
Me detuve y la miré sin darme la vuelta. “Eh, Irinnil, espera” qué acostumbrada estaba a que la obedeciesen, ¿no? Suspiré, tal vez se hubiese decidido finalmente.
- Oh, no te preocupes, no mancillaré tus bonitos jardines con mi presencia.
Pero me agarró cuando menos lo esperaba, me llevó dentro y continuó hablando. La sorpresa hizo que no forcejeara por liberarme de su agarre. Con o sin temporal no pensaba quedarme en aquel lugar. No me quedaría en un sitio si no era bienvenida. Pero su siguiente frase me hizo detenerme detenerme a pensar “Disculpa”, eso sí me sorprendió. Me giré del todo para observarla, parecía estar sintiéndolo de verdad. Arqueé una ceja, todavía dubitativa. Así que no podíamos ser amigas, ya había escuchado suficiente, me di media vuelta de nuevo para irme entre los árboles. Volví a detenerme en cuanto la escuché de nuevo.
“Por el amor de todos los krakens del océano, ¿quieres decir de una vez lo que piensas?”
Comencé a hablar mientras ella formulaba la última frase, así terminaría antes aquel tormento.
- Y no lo volverías a hacer, lo entiend… Espera, ¿qué?
Suspiré, intranquila, aquella horda de emociones que emanaba la mujer era demasiado abrumadora. Ahora sí, ahora no, ahora sí, ahora también. No entendía nada, es lo único que saqué en limpio. Suspiré y decidí que me dejaría llevar, simple y claramente. La agarré de la mano y le sonreí como toda respuesta. Me dispuse a subir las escaleras, no quedaba mucho tiempo para el amanecer y quería estar de vuelta en Ciudad Lagarto a lo largo de los próximos días, si seguía distrayéndome de aquella forma me llevaría por lo menos un mes.
Una cosa estaba clara, no volvería a verme envuelta en temas de la aristocracia, sin duda eran todos una gran panda de palurdos, debía concederle aquello a Matthew, siempre parecía despecharlos.
Me detuve y la miré sin darme la vuelta. “Eh, Irinnil, espera” qué acostumbrada estaba a que la obedeciesen, ¿no? Suspiré, tal vez se hubiese decidido finalmente.
- Oh, no te preocupes, no mancillaré tus bonitos jardines con mi presencia.
Pero me agarró cuando menos lo esperaba, me llevó dentro y continuó hablando. La sorpresa hizo que no forcejeara por liberarme de su agarre. Con o sin temporal no pensaba quedarme en aquel lugar. No me quedaría en un sitio si no era bienvenida. Pero su siguiente frase me hizo detenerme detenerme a pensar “Disculpa”, eso sí me sorprendió. Me giré del todo para observarla, parecía estar sintiéndolo de verdad. Arqueé una ceja, todavía dubitativa. Así que no podíamos ser amigas, ya había escuchado suficiente, me di media vuelta de nuevo para irme entre los árboles. Volví a detenerme en cuanto la escuché de nuevo.
“Por el amor de todos los krakens del océano, ¿quieres decir de una vez lo que piensas?”
Comencé a hablar mientras ella formulaba la última frase, así terminaría antes aquel tormento.
- Y no lo volverías a hacer, lo entiend… Espera, ¿qué?
Suspiré, intranquila, aquella horda de emociones que emanaba la mujer era demasiado abrumadora. Ahora sí, ahora no, ahora sí, ahora también. No entendía nada, es lo único que saqué en limpio. Suspiré y decidí que me dejaría llevar, simple y claramente. La agarré de la mano y le sonreí como toda respuesta. Me dispuse a subir las escaleras, no quedaba mucho tiempo para el amanecer y quería estar de vuelta en Ciudad Lagarto a lo largo de los próximos días, si seguía distrayéndome de aquella forma me llevaría por lo menos un mes.
Irinnil Fawkes
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Irinnil devolvió una sonrisa de aceptación cuando vio mi cambio de actitud. De hecho, parecía tan receptiva como yo. Tomó mi mano y tiró de mí, haciéndome subir las escaleras.
Reí sin oponer ninguna resistencia. Jamás me había sentido tan libre en esos temas como aquella vez. Por lo que seguí sus compases y permití que abriera la puerta. Momento que aproveché para darle un pequeño empujoncito cariñoso con el fin de tirarla sobre la cama, para después cerrar la puerta con el pie y caminar hacia ella, desabrochándome lenta y sensualmente cada botón del camisón, dejándole ver mi atlético cuerpo. – Hora de divertirse, cielo.
El tiempo no tardaría en comenzar a pasar…
- - - - - -
Una hora después…
Cassandra, Rachel y Annelise entraron por la puerta del Palacio de los Vientos en absoluto silencio. Por una vez, a Cass le había tocado dirigir una cacería de un vampiro en Beltrexus. Lo cierto es que había marchado bien la caza y terminaron relativamente pronto. Se dispusieron a despedirse las tres. Rachel y Cass tenían las habitaciones en el piso de arriba, por lo que subieron. Pero en el silencioso y tétrico palacio a aquellas horas se escuchaba bien lo único que podía oírse a esas horas.
-Rachel, espera. ¿Has oído eso? – preguntó la tensái de tierra antes de irse a su habitación. En la única pregunta que le había hecho a la cibernética, con quien no simpatizaba, en toda la noche. Rachel escuchó el sonido acompasado del colchón.
-¿La maestra Boisson saltando en la cama a las cuatro y doce minutos de la madrugada? – preguntó. – Es un entretenimiento extraño. Quizás no pueda conciliar el sueño bien hoy. – Cass sonrió.
-Pero Jules no está, ¿no? – preguntó la cotilla. Sospechando.
-No. Estará viniendo de Lunargenta del contrato del hombre del puerto, ¿recuerda?
-Curioso… - inquirió. – Ven conmigo.
Conforme se acercaban a la habitación Cassandra puso los ojos como platos. Incrédula de lo que estaba escuchando. Se quedó unos segundos fuera, para cerciorarse de que no estaba equivocada y, de pronto, irrumpió por sorpresa.
-¡Sorpresa! – Y nos pilló. ¡¿Cómo habían llegado tan rápido?! No supe ni como reaccionar del susto. Simplemente me detuve en el acto, tapándome a mí como pude sobre la cama – ¡Já! ¡La orgullosa bruja Anastasia Boisson pillada in fraganti con su amante! ¡Y encima elfa! ¡Qué fuerte tía! Nunca pensé que caerías tan, tan bajo. – Comentó despectivamente para hundir aún más la moral de Irinnil y empezó a airear como queriendo explotar. - Verás qué contento se pone Jules cuando se lo cuente. – Y atrajo con telequinesia dos comillos de vampiros que tenía como trofeo en la habitación y se los colocó a cada lado de la frente, de manera burlona.
-Discrepo maestra Harrowmont, no creo que termine contento. Y no entiendo lo de los colmillos a modo cuernos. – Rachel no entendió la ironía y salió de la habitación. – Yo… Yo creo que me marcho. - Cass le devolvió la mirada sonriente y se dispuso a salir también. Salté con las sábanas tapándome con las mismas hasta ella para tirar del brazo de la bruja.
-¡Cass! – le pedí. – Como esto salga de aquí te…
-¡Encima de puta, amenazadora! – interrumpió. – Creo que Jules merece algo más de respeto por tu parte, ¿no crees? – y se soltó de un fuerte tirón. – Si no se lo digo yo, se lo acabará diciendo Rachel en una de sus estupideces y será peor. Así que déjame hablar con él y trataré de que salgas de este marrón lo mejor parada posible. – Pareció decir con bastante sinceridad. Así que tampoco se lo discutí demasiado. – ¡Y por cierto, tengo clase en el Hekshold en tres horas pero estoy súper cansada! ¿A que no te importa darla a ti por mí? - Suspiré poniendo los ojos en blanco. Ya te vale, Cassandra. - ¡Gracias, Huracán! ¡Sabía que podía confiar en mi amiga! – Y con una sonrisa tras darme una palmada en el moflete, cerró la puerta.
Me di un cabezazo de vergüenza contra la pared. No miré atrás. Ni siquiera sabía si la escurridiza Irinnil seguiría ahí o se habría ido por la ventana. - Ogh. Vete. Por favor. -. Pedí pensando en todos los quebraderos de cabeza que me esperaban en los próximos días con el asunto de Jules y la nobleza de Beltrexus, que a buen seguro Cass no tardaría en difundir. Al final, ¿había sacado en positivo de todo aquello?
Oh, sí. Al menos había echado un buen polvo.
Off: Con esto doy por terminado el +18. ¡Ha estado bien por cambiar el tipo de tema! Prepárate que la próxima vez que se vean las caras Huri querrá matarte
Reí sin oponer ninguna resistencia. Jamás me había sentido tan libre en esos temas como aquella vez. Por lo que seguí sus compases y permití que abriera la puerta. Momento que aproveché para darle un pequeño empujoncito cariñoso con el fin de tirarla sobre la cama, para después cerrar la puerta con el pie y caminar hacia ella, desabrochándome lenta y sensualmente cada botón del camisón, dejándole ver mi atlético cuerpo. – Hora de divertirse, cielo.
El tiempo no tardaría en comenzar a pasar…
- - - - - -
Una hora después…
Cassandra, Rachel y Annelise entraron por la puerta del Palacio de los Vientos en absoluto silencio. Por una vez, a Cass le había tocado dirigir una cacería de un vampiro en Beltrexus. Lo cierto es que había marchado bien la caza y terminaron relativamente pronto. Se dispusieron a despedirse las tres. Rachel y Cass tenían las habitaciones en el piso de arriba, por lo que subieron. Pero en el silencioso y tétrico palacio a aquellas horas se escuchaba bien lo único que podía oírse a esas horas.
-Rachel, espera. ¿Has oído eso? – preguntó la tensái de tierra antes de irse a su habitación. En la única pregunta que le había hecho a la cibernética, con quien no simpatizaba, en toda la noche. Rachel escuchó el sonido acompasado del colchón.
-¿La maestra Boisson saltando en la cama a las cuatro y doce minutos de la madrugada? – preguntó. – Es un entretenimiento extraño. Quizás no pueda conciliar el sueño bien hoy. – Cass sonrió.
-Pero Jules no está, ¿no? – preguntó la cotilla. Sospechando.
-No. Estará viniendo de Lunargenta del contrato del hombre del puerto, ¿recuerda?
-Curioso… - inquirió. – Ven conmigo.
Conforme se acercaban a la habitación Cassandra puso los ojos como platos. Incrédula de lo que estaba escuchando. Se quedó unos segundos fuera, para cerciorarse de que no estaba equivocada y, de pronto, irrumpió por sorpresa.
-¡Sorpresa! – Y nos pilló. ¡¿Cómo habían llegado tan rápido?! No supe ni como reaccionar del susto. Simplemente me detuve en el acto, tapándome a mí como pude sobre la cama – ¡Já! ¡La orgullosa bruja Anastasia Boisson pillada in fraganti con su amante! ¡Y encima elfa! ¡Qué fuerte tía! Nunca pensé que caerías tan, tan bajo. – Comentó despectivamente para hundir aún más la moral de Irinnil y empezó a airear como queriendo explotar. - Verás qué contento se pone Jules cuando se lo cuente. – Y atrajo con telequinesia dos comillos de vampiros que tenía como trofeo en la habitación y se los colocó a cada lado de la frente, de manera burlona.
-Discrepo maestra Harrowmont, no creo que termine contento. Y no entiendo lo de los colmillos a modo cuernos. – Rachel no entendió la ironía y salió de la habitación. – Yo… Yo creo que me marcho. - Cass le devolvió la mirada sonriente y se dispuso a salir también. Salté con las sábanas tapándome con las mismas hasta ella para tirar del brazo de la bruja.
-¡Cass! – le pedí. – Como esto salga de aquí te…
-¡Encima de puta, amenazadora! – interrumpió. – Creo que Jules merece algo más de respeto por tu parte, ¿no crees? – y se soltó de un fuerte tirón. – Si no se lo digo yo, se lo acabará diciendo Rachel en una de sus estupideces y será peor. Así que déjame hablar con él y trataré de que salgas de este marrón lo mejor parada posible. – Pareció decir con bastante sinceridad. Así que tampoco se lo discutí demasiado. – ¡Y por cierto, tengo clase en el Hekshold en tres horas pero estoy súper cansada! ¿A que no te importa darla a ti por mí? - Suspiré poniendo los ojos en blanco. Ya te vale, Cassandra. - ¡Gracias, Huracán! ¡Sabía que podía confiar en mi amiga! – Y con una sonrisa tras darme una palmada en el moflete, cerró la puerta.
Me di un cabezazo de vergüenza contra la pared. No miré atrás. Ni siquiera sabía si la escurridiza Irinnil seguiría ahí o se habría ido por la ventana. - Ogh. Vete. Por favor. -. Pedí pensando en todos los quebraderos de cabeza que me esperaban en los próximos días con el asunto de Jules y la nobleza de Beltrexus, que a buen seguro Cass no tardaría en difundir. Al final, ¿había sacado en positivo de todo aquello?
Oh, sí. Al menos había echado un buen polvo.
Off: Con esto doy por terminado el +18. ¡Ha estado bien por cambiar el tipo de tema! Prepárate que la próxima vez que se vean las caras Huri querrá matarte
Anastasia Boisson
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Re: Los secretos del Palacio de los Vientos [Privado +18]
Me dio un empujoncito hacia dentro de la estancia y caí sobre la cama. Aquella mujer no se andaba con muchos preliminares. Lo achaqué a que quedaban pocas horas para el amanecer, por lo que no le di mucha importancia… Por el momento.
- ¿Crees que tienes las habilidades suficientes para hacerme divertirme? -La miré torciendo la boca. -Espero que no termines tan pronto como en el campo de tiro.
Le guiñé un ojo todavía tirada sobre la cama esperando a que terminase de quitarme la ropa.
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Hay pocas cosas que odie en este mundo, por ejemplo, las galletas de nueces, las nueces, la hierba seca, el olor a hierba seca, la estupidez de las personas, las personas inteligentes, la gente alta… Bueno, vale, odio muchas cosas, pero una de las que más odio sin duda es que me interrumpan. Ya sea mientras hablo, mientras como, mientras duermo, o mientras mantengo relaciones sexuales. Puedo soportar muchas de ellas, incluso varias a la vez si se da el caso, pero la última… Oh, no, eso no se hace. No importa quien sea, si es tu marido quien está con otra tampoco. Osea, no sale nada bueno de no dejar que terminen, seguramente se sienta peor si esperas a que acabe sus fechorías.
En ese momento creo que se me hinchó una vena en la sien. Notaba el cuello totalmente tieso y notaba como el calor subía desde lo más bajo de mi espalda. Pero lo único que hice fue bufar por lo bajo mientas hacía “shu, shu” con las manos para ahuyentar a las intrusas. Si no se iban a unir no valía la pena que siguieran allí.
Pero parecía que las dudas de la “aristócrata” habían vuelto con la interrupción. Era más de lo que podía soportar. Bueno, no, pero era sin duda más de lo que quería soportar. Mientras seguían discutiendo recogí mis cosas y salté por la ventana. Había suficientes sitios para agarrarse en la fachada de aquella casa como para que fuera una caída difícil. Al llegar al suelo me vestí y seguí mi camino para no volver.
- ¿Crees que tienes las habilidades suficientes para hacerme divertirme? -La miré torciendo la boca. -Espero que no termines tan pronto como en el campo de tiro.
Le guiñé un ojo todavía tirada sobre la cama esperando a que terminase de quitarme la ropa.
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Hay pocas cosas que odie en este mundo, por ejemplo, las galletas de nueces, las nueces, la hierba seca, el olor a hierba seca, la estupidez de las personas, las personas inteligentes, la gente alta… Bueno, vale, odio muchas cosas, pero una de las que más odio sin duda es que me interrumpan. Ya sea mientras hablo, mientras como, mientras duermo, o mientras mantengo relaciones sexuales. Puedo soportar muchas de ellas, incluso varias a la vez si se da el caso, pero la última… Oh, no, eso no se hace. No importa quien sea, si es tu marido quien está con otra tampoco. Osea, no sale nada bueno de no dejar que terminen, seguramente se sienta peor si esperas a que acabe sus fechorías.
En ese momento creo que se me hinchó una vena en la sien. Notaba el cuello totalmente tieso y notaba como el calor subía desde lo más bajo de mi espalda. Pero lo único que hice fue bufar por lo bajo mientas hacía “shu, shu” con las manos para ahuyentar a las intrusas. Si no se iban a unir no valía la pena que siguieran allí.
Pero parecía que las dudas de la “aristócrata” habían vuelto con la interrupción. Era más de lo que podía soportar. Bueno, no, pero era sin duda más de lo que quería soportar. Mientras seguían discutiendo recogí mis cosas y salté por la ventana. Había suficientes sitios para agarrarse en la fachada de aquella casa como para que fuera una caída difícil. Al llegar al suelo me vestí y seguí mi camino para no volver.
Irinnil Fawkes
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