El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
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El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
-Eh, Meriyé, ¿En qué piensas?
La rotunda voz de Drae me sacó de mis cavilaciones, hacía seis meses que pasábamos por el mismo camino que ahora recorríamos.Dejó caer sobre mi regazo un cuenco de madera con un revuelto de setas.
-Las primeras de la temporada.
Apuntó el gemelo como si hubiera conocido mis pensamientos. Habíamos dejado a Trae en Vulwulfar, donde intentaría convencer a ciertas personas para ampliar el negocio, expandirnos para que fuera más fácil trapichear entre las grandes capitales de Verisar y con menos riesgos. Pero nos habíamos quedado sin existencias de ron, y tuvimos que volver por donde habíamos venido para seguir abasteciendo a nuestros clientes.
Medio año, y yo seguía sin tener la solución para volver a mi color natural mi cabello. Suspiré al recordar mi vida antes de Aerandir, aburrida y monótona como cualquier chica de ciudad, pero era mi vida. Apática, revolví las setas en el cuenco una vez más, como si no estuvieran del todo salteadas. Drae ya había devorado el cuenco antes incluso de que yo pensara en dar la primera cucharada. Pero no tenía hambre. Me estaba marchitando, el otoño me ponía melancólica y ya parecía que empezaban a caer las primeras ojas ¿Octubre? ¿Septiembre? Hacía años que había perdido el control del tiempo real allí.
-No tengo hambre.
Le tendí mi cuenco a Drae que lo tomó con una mano con cierta curiosidad. Seguramente se preguntó por qué no había llevado ni una vez el tenedor a los labios. Se encogió de hombros y se empezó a comer también del mio. Me levanté de la silla para meterla de nuevo en la caravana, y me dispuse a recoger los bártulos.
-Vamos, cuanto antes lleguemos a Ciudad Lagarto antes nos iremos.
Odiaba esa vida, con lo mucho que me habían gustado en su día las caravanas ahora me parecían lugares incómodos, fríos, sin personalidad. Echaba de menos el calor del hogar, de mi hogar. Drae no preguntó al escucharme casi sollozar en el asiento trasero del carruaje grande donde viajábamos los dos, simplemente siguió mis pasos casi con la última cucharada de revuelto en la boca.
Llegamos a Ciudad Lagarto horas después, parecía más grande, más asentada. Por la ventanilla de la caravana se podía ver a la gente, corriendo de un lado a otro, saltando, borrachos... Era un ambiente totalmente diferente del de las grandes ciudades, donde todo el mundo parece guardar las formas. La disposición caótica de las casas que parecían amontonarse una sobre otra, y el ambiente.
Dejamos la caravana en un claro cerca de la puerta principal, junto a otros feriantes con los que habíamos coincidido más de una vez en la Feria de la Luna Negra. Pusimos a beber a los caballos junto a los suyos y marchamos hacia el interior de la ciudad. Caminaba mirándome los pies y sujetándome la falda larga para no ensuciarla con el barro del camino. Caía un fino relente que no llegaba a calar, pero sí mojaba el suelo haciendo pequeños charcos en los negativos de las ruedas de los carros en el camino. Me cubrí la cabeza con el pañuelo que llevaba al cuello, algunos miraban con curiosidad la trenza que caía sobre mi hombro, de un rosa vibrante.
-He oído que aquí vive un famoso alquimista que igual puede ayudarte con lo de tu pelo.
Drae volvió a leer mi pensamiento, llevé la mano a la trenza y la miré, tan fosforita como de costumbre.
-Pues sí estaría bien volver a mi color natural.
Asentí rotunda y caminamos hasta una gran plaza con algunos puestos de verduras y frutas que comenzaban a recoger por la eminente lluvia que caería no mucho más tarde. Drae se frenó y me tomó del hombro.
-Meriyé, cuanto menos sepas de nuestros nuevos negocios, mejor.
Los ojos de Drae se me clavaron como dos estacas en el alma ¿En qué andaban metidos los gemelos? Asentí sin saber muy bien cómo actuar.
-Así que ve a dar una vuelta y cómprate algo bonito.
Dejó caer en mi mano un par de monedas de plata, oro y bronce, junto alguna pelusa de su jersey. Guardé las monedas en el zurrón del cinto mientras veía alejarse a Drae.
-Ten cuidado.
Llegué a decir antes de ver cómo se perdía tras los puestos. Y allí, bajo el cielo gris de Aerandir, me sentí más sola que en toda mi vida. Más que en mis años de erasmus, más que cuando murió mi abuelo. Qué sensación tan incómoda la de caminar entre perfectos desconocidos que te miran con recelo por el color de tu pelo. Era la maldición por irrumpir en unas tierras que no eran las mías e intentar entenderlas, explicarlas y alterar el curso de su historia. Qué ingenua. Llevé las manos a los bolsillos del mandil y me acerqué a uno de los puestos, la mujer quitaba con prisa el toldo de la estructura ambulante de madera para recoger.
-Perdone, ¿Sabe de algún alquimista cercano?
No había razón por no intentar volver mi pelo a sus orígenes, ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que se volviera verde? Podía vivir con ello. La señora a penas se giró para mirarme, me señaló una de las calles perpendiculares a la plaza y siguió peleándose con los nudos. Caminé por las estrechas calles de Ciudad Lagarto, fijándome en cada uno de los edificios buscando alguna indicación. La calle era más larga de lo que me esperaba, y tras pasar varios cruces, la encontré. No estaba adosada a ninguna otra edificación, un cartel, el símbolo de Esculapio titulaba el cartel de la botica. Los paneles de cristal opaco no dejaban ver el interior, pero el olor tan característico a plantas y ungüentos emanaba por todos lados. Me acerqué a la puerta de madera maciza y la empujé suavemente para abrirla a mi paso.
-Hola, buenos días.
Saludé con una cordial sonrisa que se dibujó en mi cara antes de entrar del todo en la estancia. Las botas sonaron fuertemente sobre el suelo de madera al entrar y cerrar tras de mi la puerta. No había nadie, qué raro. Fruncí ligeramente el ceño y me quité el pañuelo de la cabeza para ponérmelo de nuevo sobre los hombros, y me dirigí al mostrador.
-¡¿Hola?!
Grité desde mi posición y al ver que no había nadie, comencé a dar vueltas por la estancia. Olía a mercadillo medieval, había infinidad de pequeños frascos, grandes, de diferentes tipos de vidrios, con infinidad de contenidos... Me acerqué al expositor y para qué negarlo, comencé a toquetearlo todo. ¿Serían perfumes? Seguro que los alquimistas también hacían perfumes. Abrí uno de los botes más pequeños, y como si entendiera un montón pensé que aquello sería, sin ninguna duda, rosa mosqueta y me lo llevé a la nariz para olerlo.
La rotunda voz de Drae me sacó de mis cavilaciones, hacía seis meses que pasábamos por el mismo camino que ahora recorríamos.Dejó caer sobre mi regazo un cuenco de madera con un revuelto de setas.
-Las primeras de la temporada.
Apuntó el gemelo como si hubiera conocido mis pensamientos. Habíamos dejado a Trae en Vulwulfar, donde intentaría convencer a ciertas personas para ampliar el negocio, expandirnos para que fuera más fácil trapichear entre las grandes capitales de Verisar y con menos riesgos. Pero nos habíamos quedado sin existencias de ron, y tuvimos que volver por donde habíamos venido para seguir abasteciendo a nuestros clientes.
Medio año, y yo seguía sin tener la solución para volver a mi color natural mi cabello. Suspiré al recordar mi vida antes de Aerandir, aburrida y monótona como cualquier chica de ciudad, pero era mi vida. Apática, revolví las setas en el cuenco una vez más, como si no estuvieran del todo salteadas. Drae ya había devorado el cuenco antes incluso de que yo pensara en dar la primera cucharada. Pero no tenía hambre. Me estaba marchitando, el otoño me ponía melancólica y ya parecía que empezaban a caer las primeras ojas ¿Octubre? ¿Septiembre? Hacía años que había perdido el control del tiempo real allí.
-No tengo hambre.
Le tendí mi cuenco a Drae que lo tomó con una mano con cierta curiosidad. Seguramente se preguntó por qué no había llevado ni una vez el tenedor a los labios. Se encogió de hombros y se empezó a comer también del mio. Me levanté de la silla para meterla de nuevo en la caravana, y me dispuse a recoger los bártulos.
-Vamos, cuanto antes lleguemos a Ciudad Lagarto antes nos iremos.
Odiaba esa vida, con lo mucho que me habían gustado en su día las caravanas ahora me parecían lugares incómodos, fríos, sin personalidad. Echaba de menos el calor del hogar, de mi hogar. Drae no preguntó al escucharme casi sollozar en el asiento trasero del carruaje grande donde viajábamos los dos, simplemente siguió mis pasos casi con la última cucharada de revuelto en la boca.
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Llegamos a Ciudad Lagarto horas después, parecía más grande, más asentada. Por la ventanilla de la caravana se podía ver a la gente, corriendo de un lado a otro, saltando, borrachos... Era un ambiente totalmente diferente del de las grandes ciudades, donde todo el mundo parece guardar las formas. La disposición caótica de las casas que parecían amontonarse una sobre otra, y el ambiente.
Dejamos la caravana en un claro cerca de la puerta principal, junto a otros feriantes con los que habíamos coincidido más de una vez en la Feria de la Luna Negra. Pusimos a beber a los caballos junto a los suyos y marchamos hacia el interior de la ciudad. Caminaba mirándome los pies y sujetándome la falda larga para no ensuciarla con el barro del camino. Caía un fino relente que no llegaba a calar, pero sí mojaba el suelo haciendo pequeños charcos en los negativos de las ruedas de los carros en el camino. Me cubrí la cabeza con el pañuelo que llevaba al cuello, algunos miraban con curiosidad la trenza que caía sobre mi hombro, de un rosa vibrante.
-He oído que aquí vive un famoso alquimista que igual puede ayudarte con lo de tu pelo.
Drae volvió a leer mi pensamiento, llevé la mano a la trenza y la miré, tan fosforita como de costumbre.
-Pues sí estaría bien volver a mi color natural.
Asentí rotunda y caminamos hasta una gran plaza con algunos puestos de verduras y frutas que comenzaban a recoger por la eminente lluvia que caería no mucho más tarde. Drae se frenó y me tomó del hombro.
-Meriyé, cuanto menos sepas de nuestros nuevos negocios, mejor.
Los ojos de Drae se me clavaron como dos estacas en el alma ¿En qué andaban metidos los gemelos? Asentí sin saber muy bien cómo actuar.
-Así que ve a dar una vuelta y cómprate algo bonito.
Dejó caer en mi mano un par de monedas de plata, oro y bronce, junto alguna pelusa de su jersey. Guardé las monedas en el zurrón del cinto mientras veía alejarse a Drae.
-Ten cuidado.
Llegué a decir antes de ver cómo se perdía tras los puestos. Y allí, bajo el cielo gris de Aerandir, me sentí más sola que en toda mi vida. Más que en mis años de erasmus, más que cuando murió mi abuelo. Qué sensación tan incómoda la de caminar entre perfectos desconocidos que te miran con recelo por el color de tu pelo. Era la maldición por irrumpir en unas tierras que no eran las mías e intentar entenderlas, explicarlas y alterar el curso de su historia. Qué ingenua. Llevé las manos a los bolsillos del mandil y me acerqué a uno de los puestos, la mujer quitaba con prisa el toldo de la estructura ambulante de madera para recoger.
-Perdone, ¿Sabe de algún alquimista cercano?
No había razón por no intentar volver mi pelo a sus orígenes, ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que se volviera verde? Podía vivir con ello. La señora a penas se giró para mirarme, me señaló una de las calles perpendiculares a la plaza y siguió peleándose con los nudos. Caminé por las estrechas calles de Ciudad Lagarto, fijándome en cada uno de los edificios buscando alguna indicación. La calle era más larga de lo que me esperaba, y tras pasar varios cruces, la encontré. No estaba adosada a ninguna otra edificación, un cartel, el símbolo de Esculapio titulaba el cartel de la botica. Los paneles de cristal opaco no dejaban ver el interior, pero el olor tan característico a plantas y ungüentos emanaba por todos lados. Me acerqué a la puerta de madera maciza y la empujé suavemente para abrirla a mi paso.
-Hola, buenos días.
Saludé con una cordial sonrisa que se dibujó en mi cara antes de entrar del todo en la estancia. Las botas sonaron fuertemente sobre el suelo de madera al entrar y cerrar tras de mi la puerta. No había nadie, qué raro. Fruncí ligeramente el ceño y me quité el pañuelo de la cabeza para ponérmelo de nuevo sobre los hombros, y me dirigí al mostrador.
-¡¿Hola?!
Grité desde mi posición y al ver que no había nadie, comencé a dar vueltas por la estancia. Olía a mercadillo medieval, había infinidad de pequeños frascos, grandes, de diferentes tipos de vidrios, con infinidad de contenidos... Me acerqué al expositor y para qué negarlo, comencé a toquetearlo todo. ¿Serían perfumes? Seguro que los alquimistas también hacían perfumes. Abrí uno de los botes más pequeños, y como si entendiera un montón pensé que aquello sería, sin ninguna duda, rosa mosqueta y me lo llevé a la nariz para olerlo.
Merié Stiffen
Experto
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
El desayuno de los dragones había sido, como siempre, equilibrado y nutritivo, compuesto por: leche de cabra, una pieza de fruta y tortitas de avena.
Go'el sonreía feliz mientras limpiaba el suelo del lago, el gato roñoso de Helena ya no había vuelto ha aparecer... al igual que la bruja. El doctor y el monje no sabían la razón por la que la rubia ya no caminaba entre ellos, aunque la verdad es que al galeno le importaba bien poco, si necesitaba una nueva bruja de agua le preguntaría a su prima, sin embargo Gali sí que estuvo haciendo pesquisas por un tiempo.
El boticario respiró hondo antes de proseguir con su labor, el otoño levantaba una humedad pegajosa al rededor del agua caliente, pero aquella sensación agradaba al rubio, el por qué aun es un misterio aunque hay un rumor por la ciudad, que dice que es porque al lagarto le gusta abrirse una cosa que se llama poro.
Siguiendo con las labores matutinas, pero en el interior de la botica, se encontraba Gali, que limpiaba y cambiaba sabanas de las camas de los pacientes que no habían logrado pasar la noche, y que ahora formaban parte del material de investigación de Zorven.
La casa guardaba silencio sepulcral, apenas se oía el roce de las sabanas y el cartel de "abierto" golpeaba suavemente contra la puerta, movido por el viento que traía la lluvia. Lluvia que se intensificaba por momentos, que se dejaba escuchar a través del tejado y que hacia compañía al sonido del cepillo contra las piedras de la terma.
Gali escuchó entonces unos pasos y la voz de una mujer. Sin demasiada prisa el monje terminó de hacer la cama, dejó las sabanas sucias junto al montón que había en la puerta y salió al espacio común.
-Te recomiendo que no hagas eso.
El moreno hablaba con voz serena y una sonrisa tranquila mientras salía de una puerta, que había sido encajada al milímetro entre dos módulos del armario boticario. Parecía (y en efecto así era) que aquel mueble había sido fabricado para ocupar el máximo espacio posible, minimizando el tamaño de cualquier cosa a su alrededor.
Por lo visto las puertas eran menos importantes para el galeno, que un armario lleno de productos médicos.
-A menos que quieras caer inconsciente al suelo, entonces puedes oler todo lo que quieras.
-¡Gali! -Gritó Go'el con el pelo mojado y los hombros de la camisa clareados por el agua, entrando por la puerta situada tras el mostrador. -Se ha puesto a llover. -El rubio se detuvo al ver a la mujer de pelo rosa. -Merié, ¿necesitas algo?
El doctor se dirigió a la humana con una pregunta tajante y voz neutra, pero al contario de lo que pueda parecer, Go'el estaba siendo amable. Prueba de ello era el llamarla por su nombre y preguntarle por sus necesidades, en lugar de lanzarle una evaluación preliminar antes siquiera de que la mujer dijera nada.
Merié había dejado una huella de total curiosidad en el galeno, quería saber más sobre esa isla y la extraña lengua que se hablaba, quería hondar en el por qué ciertas palabras dejaban embarazada a las mujeres, sin tan siquiera tocarlas o si era cierto que su color de pelo cambiaba con el estado de ánimo.
Go'el sonreía feliz mientras limpiaba el suelo del lago, el gato roñoso de Helena ya no había vuelto ha aparecer... al igual que la bruja. El doctor y el monje no sabían la razón por la que la rubia ya no caminaba entre ellos, aunque la verdad es que al galeno le importaba bien poco, si necesitaba una nueva bruja de agua le preguntaría a su prima, sin embargo Gali sí que estuvo haciendo pesquisas por un tiempo.
El boticario respiró hondo antes de proseguir con su labor, el otoño levantaba una humedad pegajosa al rededor del agua caliente, pero aquella sensación agradaba al rubio, el por qué aun es un misterio aunque hay un rumor por la ciudad, que dice que es porque al lagarto le gusta abrirse una cosa que se llama poro.
Siguiendo con las labores matutinas, pero en el interior de la botica, se encontraba Gali, que limpiaba y cambiaba sabanas de las camas de los pacientes que no habían logrado pasar la noche, y que ahora formaban parte del material de investigación de Zorven.
La casa guardaba silencio sepulcral, apenas se oía el roce de las sabanas y el cartel de "abierto" golpeaba suavemente contra la puerta, movido por el viento que traía la lluvia. Lluvia que se intensificaba por momentos, que se dejaba escuchar a través del tejado y que hacia compañía al sonido del cepillo contra las piedras de la terma.
Gali escuchó entonces unos pasos y la voz de una mujer. Sin demasiada prisa el monje terminó de hacer la cama, dejó las sabanas sucias junto al montón que había en la puerta y salió al espacio común.
-Te recomiendo que no hagas eso.
El moreno hablaba con voz serena y una sonrisa tranquila mientras salía de una puerta, que había sido encajada al milímetro entre dos módulos del armario boticario. Parecía (y en efecto así era) que aquel mueble había sido fabricado para ocupar el máximo espacio posible, minimizando el tamaño de cualquier cosa a su alrededor.
Por lo visto las puertas eran menos importantes para el galeno, que un armario lleno de productos médicos.
-A menos que quieras caer inconsciente al suelo, entonces puedes oler todo lo que quieras.
-¡Gali! -Gritó Go'el con el pelo mojado y los hombros de la camisa clareados por el agua, entrando por la puerta situada tras el mostrador. -Se ha puesto a llover. -El rubio se detuvo al ver a la mujer de pelo rosa. -Merié, ¿necesitas algo?
El doctor se dirigió a la humana con una pregunta tajante y voz neutra, pero al contario de lo que pueda parecer, Go'el estaba siendo amable. Prueba de ello era el llamarla por su nombre y preguntarle por sus necesidades, en lugar de lanzarle una evaluación preliminar antes siquiera de que la mujer dijera nada.
Merié había dejado una huella de total curiosidad en el galeno, quería saber más sobre esa isla y la extraña lengua que se hablaba, quería hondar en el por qué ciertas palabras dejaban embarazada a las mujeres, sin tan siquiera tocarlas o si era cierto que su color de pelo cambiaba con el estado de ánimo.
Go'el
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Esa voz... Frené en seco justo antes de inhalar aquel líquido rosáceo que tanto me había llamado la atención, del mismo color que la trenza mojada que caía sobre mi hombro izquierdo. Aguanté la respiración todo el tiempo que me fue posible hasta volver a tapar el frasco con su respectivo tapón de corcho y lo dejé sobre la estantería de donde lo había cogido. No me había girado aún cuando mi mente empezó a hilar, pero no fue hasta que posé la vista en mi interlocutor cuando todo empezó a cobrar sentido. ¡Gali! Aquel hombre que conocimos en la caravana meses antes estaba allí, ciertamente no me dio tiempo a preguntarme a mi misma si estaría con su acompañante rubio, cuando salió por la puerta para anunciar la lluvia.
Tintineaban las gotas de lluvia en el techo, era lo único que se escuchó en los segundos que tardé en reaccionar. ¿Cómo había sido tan tonta? ¡Claro que iba a encontrarme a Go'el allí! Esbocé una pequeña e incómoda sonrisa, aún aturdida por el encuentro.
-Nada. Digo. Sí.
Nerviosa, volví a meter las manos en el mandil y me giré hacia ellos.
-Me gustaría devolverle el color a mi cabello. Su color original me refiero. -Hice una pequeña pausa para recomponerme y me sacudí el mandil para después estrechar las manos sobre este.
-A ver, me explico, yo era rubia, pero en mi ...Isla,se ¿Gustaban? ¿Agradaban? más la gente con el pelo rojo... Quiero decir, que para la gente de mi isla era mucho más interesante alguien con el pelo rojo. -Asentí al encontrar la manera de defender mi explicación en aerandiano.
-Entonces, me puse algo en el pelo... -Hice un gesto con las manos sobre el pelo rosa como si me lo estuviera enjabonando. -... Y se quedó rojo. Y así por muchos años haciéndolo.
-Volví a repetir el gesto. -Pero cuando llegué aquí, a Aerandir, se fue el color... Se quedó... ¿Amarillo pollo? ¿Mandarina? ehm... Naranja. Así que fui a un alquimista en Lunargenta y me dio una poción para que se pusiera rojo, pero como ves, no funcionó muy bien. Vinimos aquí hoy y me dijeron que había un alquimista muy bueno, yo no sabía que ibas a ser tú así que...
Fruncí el gesto y me encogí levemente de hombros con resentimiento. En otra época de mi vida hubiera matado por tener el pelo así, pero no allí, ni a mi edad.
-Bueno, pues, eso, que quería volver a ser rubia.
Sonreí lo más ampliamente que pude, rezando por no tener que volver a explicarme.
Tintineaban las gotas de lluvia en el techo, era lo único que se escuchó en los segundos que tardé en reaccionar. ¿Cómo había sido tan tonta? ¡Claro que iba a encontrarme a Go'el allí! Esbocé una pequeña e incómoda sonrisa, aún aturdida por el encuentro.
-Nada. Digo. Sí.
Nerviosa, volví a meter las manos en el mandil y me giré hacia ellos.
-Me gustaría devolverle el color a mi cabello. Su color original me refiero. -Hice una pequeña pausa para recomponerme y me sacudí el mandil para después estrechar las manos sobre este.
-A ver, me explico, yo era rubia, pero en mi ...Isla,se ¿Gustaban? ¿Agradaban? más la gente con el pelo rojo... Quiero decir, que para la gente de mi isla era mucho más interesante alguien con el pelo rojo. -Asentí al encontrar la manera de defender mi explicación en aerandiano.
-Entonces, me puse algo en el pelo... -Hice un gesto con las manos sobre el pelo rosa como si me lo estuviera enjabonando. -... Y se quedó rojo. Y así por muchos años haciéndolo.
-Volví a repetir el gesto. -Pero cuando llegué aquí, a Aerandir, se fue el color... Se quedó... ¿Amarillo pollo? ¿Mandarina? ehm... Naranja. Así que fui a un alquimista en Lunargenta y me dio una poción para que se pusiera rojo, pero como ves, no funcionó muy bien. Vinimos aquí hoy y me dijeron que había un alquimista muy bueno, yo no sabía que ibas a ser tú así que...
Fruncí el gesto y me encogí levemente de hombros con resentimiento. En otra época de mi vida hubiera matado por tener el pelo así, pero no allí, ni a mi edad.
-Bueno, pues, eso, que quería volver a ser rubia.
Sonreí lo más ampliamente que pude, rezando por no tener que volver a explicarme.
Merié Stiffen
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Go'el miraba fijamente a la mujer y Gali salía a paso ligero hacia el lago, tenía que recoger todas las toallas y las telas de baño antes de que se empaparan.
-¿Pero a tu gente no le cambiaba el color de pelo según su estado de ánimo?
El rubio ladeo la cabeza y las gotas que rodaban por su cabello, comenzaron a inclinarse.
-Lo dijo uno de tus compañeros.
Go'el se cruzó de brazos y guardó silencio mientras la mujer se explica.
Poseía un acento que el rubio solo había escuchado en boca de Merié. La isla donde vivía tenía que ser realmente pequeña, para que el galeno no hubiera escuchado a nadie más con aquellos golpes de voz.
Gali estaba de vuelta en interior de la botica, al pasar junto al rubio le lanzó una toalla casi seca en la cabeza y Go'el respondió con un gruñido molesto, pero no se quitó la prenda de la cabeza, tan solo la apartó para seguir viendo a la mujer de pelo rosa y poder secarse el pelo mientras esta hablaba.
El monje frenó sus pasos junto a la isleña y le tendió una toalla.
-Te vendrá bien secarte. ¿Necesitas una muda de ropa?
El moreno sonrió con amabilidad esperando una respuesta y a continuación rodeo el mostrador, dejó el montón de ropa bajo este y se fue a su lugar, un pequeño apartado en la tienda lleno de cojines que rodeaban una mesita baja de té.
Merié acababa de decir algo sumamente importante, tan importante que el galeno tenía los ojos abierto de par en par y las manos ahora aferraban los hombros de la mujer. Go'el ya no prestaba atención a las palabras que decía la humana.
-¿De dónde vienes? -Pregunto emocionado clavando sus ojos en los de ella. -¿Porque tu isla no está en Aerandir? ¿Cómo has llegado aquí? ¿Que eres?
La cabeza de Go'el formaba centenares de preguntas, se agolpaban unas contras otras para salir todas a la vez, esperando deseosas ser respondidas. Pero el científico sabía que la mayoría de seres vivos eran incapaces de responder a más de tres preguntas a la vez, y él había hecho cuatro.
-¿Pero a tu gente no le cambiaba el color de pelo según su estado de ánimo?
El rubio ladeo la cabeza y las gotas que rodaban por su cabello, comenzaron a inclinarse.
-Lo dijo uno de tus compañeros.
Go'el se cruzó de brazos y guardó silencio mientras la mujer se explica.
Poseía un acento que el rubio solo había escuchado en boca de Merié. La isla donde vivía tenía que ser realmente pequeña, para que el galeno no hubiera escuchado a nadie más con aquellos golpes de voz.
Gali estaba de vuelta en interior de la botica, al pasar junto al rubio le lanzó una toalla casi seca en la cabeza y Go'el respondió con un gruñido molesto, pero no se quitó la prenda de la cabeza, tan solo la apartó para seguir viendo a la mujer de pelo rosa y poder secarse el pelo mientras esta hablaba.
El monje frenó sus pasos junto a la isleña y le tendió una toalla.
-Te vendrá bien secarte. ¿Necesitas una muda de ropa?
El moreno sonrió con amabilidad esperando una respuesta y a continuación rodeo el mostrador, dejó el montón de ropa bajo este y se fue a su lugar, un pequeño apartado en la tienda lleno de cojines que rodeaban una mesita baja de té.
Merié acababa de decir algo sumamente importante, tan importante que el galeno tenía los ojos abierto de par en par y las manos ahora aferraban los hombros de la mujer. Go'el ya no prestaba atención a las palabras que decía la humana.
-¿De dónde vienes? -Pregunto emocionado clavando sus ojos en los de ella. -¿Porque tu isla no está en Aerandir? ¿Cómo has llegado aquí? ¿Que eres?
La cabeza de Go'el formaba centenares de preguntas, se agolpaban unas contras otras para salir todas a la vez, esperando deseosas ser respondidas. Pero el científico sabía que la mayoría de seres vivos eran incapaces de responder a más de tres preguntas a la vez, y él había hecho cuatro.
Go'el
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Mi primer instinto al escuchar la pregunta de Go’el fue taparme la boca. Puede ser que mis mejillas se pusieran del mismo color que los mechones de pelo mojado que caían a cada lado de mi frente, del mismo color rojo intenso que mis orejas. Sabéis esa sensación de que ojalá en ese mismo momento se abriera en dos la tierra y os tragase de pies a cabeza, sin dejar rastro de vuestra existencia. Pues así me sentía yo en aquel mismo instante. El corazón parecía que se me iba a salir del pecho en cualquier momento. Respiré para cerciorarme de que podía seguir haciéndolo en los momentos posteriores. Me recompuse como pude y me aclaré la garganta para ganar el máximo tiempo posible.
… ¿De dónde era?
Una pregunta muy complicada para alguien que se ha criado en la era de la globalización, ¿Ciudadana de un lugar llamado mundo? ¿Pero qué era mi concepto de mundo? Podría ponerme a filosofar ahí mismo para intentar correr un tupido velo sobre el asunto, pero el rubio parecía demasiado listo para esquivar mi retórica.
-… ¿De la isla de los goblins?
Sarcásticamente aguda arqueé una ceja levemente y esbocé una media sonrisa incómoda, intentando librarme de aquella pregunta. Hundí la cara en la toalla para después dejarla caer sobre mi cabeza, tapándome aún la cara de desconcierto que se me había quedado.
-Ah, Gali, creo que aceptaré algo con lo que calentarme las manos.
Intenté evitar responder la mayoría de las preguntas tomándolo como una simple broma. Pero intuía que el tema no tardaría en volver a salir.
-Vaya, qué bien os lo habéis montado aquí, eh.
Ver a Gali allí sentado era como un anuncio de viajes a Marruecos. Deshice con cuidado la trenza para que se me secase bien el pelo y me volví a girar a Go’el.
-¿Aceptas entonces mi caso entonces?
Pregunté impaciente y me sentí como en una de esas series americanas de hospitales donde los pacientes exponen sus problemas raros, como comer papel o morderse el pelo.
… ¿De dónde era?
Una pregunta muy complicada para alguien que se ha criado en la era de la globalización, ¿Ciudadana de un lugar llamado mundo? ¿Pero qué era mi concepto de mundo? Podría ponerme a filosofar ahí mismo para intentar correr un tupido velo sobre el asunto, pero el rubio parecía demasiado listo para esquivar mi retórica.
-… ¿De la isla de los goblins?
Sarcásticamente aguda arqueé una ceja levemente y esbocé una media sonrisa incómoda, intentando librarme de aquella pregunta. Hundí la cara en la toalla para después dejarla caer sobre mi cabeza, tapándome aún la cara de desconcierto que se me había quedado.
-Ah, Gali, creo que aceptaré algo con lo que calentarme las manos.
Intenté evitar responder la mayoría de las preguntas tomándolo como una simple broma. Pero intuía que el tema no tardaría en volver a salir.
-Vaya, qué bien os lo habéis montado aquí, eh.
Ver a Gali allí sentado era como un anuncio de viajes a Marruecos. Deshice con cuidado la trenza para que se me secase bien el pelo y me volví a girar a Go’el.
-¿Aceptas entonces mi caso entonces?
Pregunté impaciente y me sentí como en una de esas series americanas de hospitales donde los pacientes exponen sus problemas raros, como comer papel o morderse el pelo.
Merié Stiffen
Experto
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Go'el frunció el ceño y soltó los hombros de la mujer.
-¿Porque preguntas de que isla vienes? es tu isla, deberías saber dónde está. ¿Y porque dices que vienes de las isla de los goblins? dijiste no ser un goblin durante la cena de nuestro encuentro.
El rubio vio perfectamente los gestos de la mujer, pero no entendió ninguno... y si los entendió, no les hizo ni caso.
-Por supuesto.
El monje sonrió desde detrás de la mesa señalando con la mano, uno de los muchos cojines que rodeaban el mueble.
-Ponte cómoda.
Sin moverse del sitio, Gali estiró el brazo hacia una cómoda auxiliar, abrió una portezuela y sacó tres vasos que deposito sobre la mesa. Seguidamente cogió el cucharon de madera, que colgaba del borde del cántaro que tenía a su derecha, y llenó la tetera con agua. Repitió el proceso una vez más y antes de continuar su labor, sacudió el cucharon contra el margen del cantaron.
Go'el miraba a Merié con cierta irritación, mientras Gali preparaba el té con total tranquilidad. El galeno no entendía porque era más importante el color de pelo, que el responder sus preguntas.
El rubio siguió de cerca los pasos de la mujer, no iba a dejar que sus preguntas quedaran sin respuesta.
-Sí, sí. -Respondió el rubio desinteresado y tajante. -Lo del pelo es fácil. Pero dime porque tu isla no está en Aerandir.
-¿Porque preguntas de que isla vienes? es tu isla, deberías saber dónde está. ¿Y porque dices que vienes de las isla de los goblins? dijiste no ser un goblin durante la cena de nuestro encuentro.
El rubio vio perfectamente los gestos de la mujer, pero no entendió ninguno... y si los entendió, no les hizo ni caso.
-Por supuesto.
El monje sonrió desde detrás de la mesa señalando con la mano, uno de los muchos cojines que rodeaban el mueble.
-Ponte cómoda.
Sin moverse del sitio, Gali estiró el brazo hacia una cómoda auxiliar, abrió una portezuela y sacó tres vasos que deposito sobre la mesa. Seguidamente cogió el cucharon de madera, que colgaba del borde del cántaro que tenía a su derecha, y llenó la tetera con agua. Repitió el proceso una vez más y antes de continuar su labor, sacudió el cucharon contra el margen del cantaron.
Go'el miraba a Merié con cierta irritación, mientras Gali preparaba el té con total tranquilidad. El galeno no entendía porque era más importante el color de pelo, que el responder sus preguntas.
El rubio siguió de cerca los pasos de la mujer, no iba a dejar que sus preguntas quedaran sin respuesta.
-Sí, sí. -Respondió el rubio desinteresado y tajante. -Lo del pelo es fácil. Pero dime porque tu isla no está en Aerandir.
Go'el
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Insistente, demasiado insistente. Apreté los dientes con inquina, aquel hombre de rostro angelical era sin duda un enviado del mismo diablo para sacarme de mis casillas más pronto que tarde.
No iba a darle una respuesta tan fácilmente. Había dos opciones, darle lo que quería, tal cual, soltar de sopetón que yo era terrestre, por lo que o bien me tomaría como una loca o como un bicho raro, me llevaría con las autoridades y me encerrarían en lo más recóndito de la cárcel de los bio-cibernéticos. Eso en el mejor de los casos, si no me quemaban en la hoguera como a las brujas.
Era un secreto que en algún momento de mi viaje había guardado tan dentro de mi que casi había olvidado. Pese a hablar habitualmente para mi misma con mi lengua materna, Aerandir se había convertido sin duda en mi casa. O algo parecido al que llamar casa.
Mientras pensaba una respuesta, paseé ligeramente dando un par de pasos hacia la estantería que ojeaba anteriormente con las manos tras la espalda, observando aquellos botes de cristal y los pequeños cajones alfabéticamente ordenados de los cuales salían diferentes olores. Pasee lentamente hasta la mesa donde me había invitado Gali a tomar asiento. Me remangué las enaguas lo suficiente para poder sentarme con dignidad sobre el manto de cojines que se apilaban en el suelo, con las piernas ligeramente flexionadas a un lado de mi cuerpo.
–Mi isla… -Me aclaré la garganta un par de veces. –Está en la tierra. Por eso no está en Aerandir.
Allí estaba, como una bomba de relojería, esbocé una pequeña sonrisa sarcástica y encogí levemente los hombros, quitándole hierro al asunto.
–Bueno, solucionada tu duda ¿Me ayudas con lo del pelo?
Pregunté algo molesta por haber tenido que responder aquella pregunta pese a que quizá no fuera una pregunta suficientemente satisfactoria para él. Quizá fuera una nueva atracción para la feria de Ciudad Lagarto, “La mujer terrestre de pelo rosa”, pasen y vean…
No iba a darle una respuesta tan fácilmente. Había dos opciones, darle lo que quería, tal cual, soltar de sopetón que yo era terrestre, por lo que o bien me tomaría como una loca o como un bicho raro, me llevaría con las autoridades y me encerrarían en lo más recóndito de la cárcel de los bio-cibernéticos. Eso en el mejor de los casos, si no me quemaban en la hoguera como a las brujas.
Era un secreto que en algún momento de mi viaje había guardado tan dentro de mi que casi había olvidado. Pese a hablar habitualmente para mi misma con mi lengua materna, Aerandir se había convertido sin duda en mi casa. O algo parecido al que llamar casa.
Mientras pensaba una respuesta, paseé ligeramente dando un par de pasos hacia la estantería que ojeaba anteriormente con las manos tras la espalda, observando aquellos botes de cristal y los pequeños cajones alfabéticamente ordenados de los cuales salían diferentes olores. Pasee lentamente hasta la mesa donde me había invitado Gali a tomar asiento. Me remangué las enaguas lo suficiente para poder sentarme con dignidad sobre el manto de cojines que se apilaban en el suelo, con las piernas ligeramente flexionadas a un lado de mi cuerpo.
–Mi isla… -Me aclaré la garganta un par de veces. –Está en la tierra. Por eso no está en Aerandir.
Allí estaba, como una bomba de relojería, esbocé una pequeña sonrisa sarcástica y encogí levemente los hombros, quitándole hierro al asunto.
–Bueno, solucionada tu duda ¿Me ayudas con lo del pelo?
Pregunté algo molesta por haber tenido que responder aquella pregunta pese a que quizá no fuera una pregunta suficientemente satisfactoria para él. Quizá fuera una nueva atracción para la feria de Ciudad Lagarto, “La mujer terrestre de pelo rosa”, pasen y vean…
Merié Stiffen
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Go'el seguía a la muchacha por la tienda como si fuera un perrito faldero, hasta que escuchó la respuesta de Merié.
-Tierra. Tu isla está en la tierra eres... una terrestre. -El doctor parecía traspuesto, como si le costara comprender lo que tenía delante. -Eso quiere decir que...
El rubio chasqueo sus dedos dos veces, la primera para salir de su asombro, la segunda para llamar a Gali.
-Cuelga el cartel y cierra la puerta. Hoy no quiero más visitas.
El monje terminó de verte el té, de menta y grosellas, en la última taza y se levantó de los almohadones a cumplir el mandado. Mientras tanto Go'el se pellizcaba el labio inferior y balbuceaba, dando pequeñas vueltas por el local.
-Eso explicaría el idioma, respondería el por qué no maneja bien la lengua común, la curiosidad por las cosas cotidianas del mundo...
Había tantas cosas que preguntar, una infinidad de experimentos se abrían paso en la mente del galeno. ¿Sería esta humana igual que los humanos de Verisar? ¿Tendría la misma versatilidad a la hora de juntarse con otras especies? ¿Cómo cambiaban de color su pelo?
El doctor dejó de cavilar y se sentó junto a la mujer, mirándola muy fijamente.
-Sí, tu pelo. -El rubio alargó la mano hacia el cabello de Merié, y le arrancó unas pocas hebras. -Con esto debería bastar. -Seguidamente agarró el antebrazo de la terrestre y le subió la manga. -Entiendo. El cambio de color parece estar localizado.
Después de aquello, Go'el se puso en pie y extendió la mano libre hacia la humana.
-¿Me acompañarías a mi despacho? quisiera hacerte unas preguntas mientras trabajo.
Gali levantó una ceja estupefacto. El rubio estaba preguntando en lugar de demandar, exigir, o dar por sentado que el implicado haría lo él decía, ¡y no solo eso! También le estaba ofreciendo su mano para ayudar a levantarse. El monje se froto los ojos, ¿estaría alucinando?
El científico esperó unos segundos, hasta escuchar la respuesta de Merié, y a continuación cogió un cuenco del mostrador. En poco más de un minuto Go'el tenía el recipiente lleno de hojas y ramas de diferentes plantas, las manos del boticario se movían con rapidez y agilidad por el enorme armario, abría los cajones casi sin mirarlos y hasta parecía que media la cantidad de material que sustraía sopesándolo únicamente con el tacto.
-Por aquí, -Dijo el rubio abriendo la puerta, que daba paso a su laboratorio, y mirando a los ojos azules de la humana. -por favor.
Gali comenzó a toser al escuchar aquello, el monje se había atragantado con el té. ¿Desde cuándo Go'el pedía las cosas por favor?
-Tierra. Tu isla está en la tierra eres... una terrestre. -El doctor parecía traspuesto, como si le costara comprender lo que tenía delante. -Eso quiere decir que...
El rubio chasqueo sus dedos dos veces, la primera para salir de su asombro, la segunda para llamar a Gali.
-Cuelga el cartel y cierra la puerta. Hoy no quiero más visitas.
El monje terminó de verte el té, de menta y grosellas, en la última taza y se levantó de los almohadones a cumplir el mandado. Mientras tanto Go'el se pellizcaba el labio inferior y balbuceaba, dando pequeñas vueltas por el local.
-Eso explicaría el idioma, respondería el por qué no maneja bien la lengua común, la curiosidad por las cosas cotidianas del mundo...
Había tantas cosas que preguntar, una infinidad de experimentos se abrían paso en la mente del galeno. ¿Sería esta humana igual que los humanos de Verisar? ¿Tendría la misma versatilidad a la hora de juntarse con otras especies? ¿Cómo cambiaban de color su pelo?
El doctor dejó de cavilar y se sentó junto a la mujer, mirándola muy fijamente.
-Sí, tu pelo. -El rubio alargó la mano hacia el cabello de Merié, y le arrancó unas pocas hebras. -Con esto debería bastar. -Seguidamente agarró el antebrazo de la terrestre y le subió la manga. -Entiendo. El cambio de color parece estar localizado.
Después de aquello, Go'el se puso en pie y extendió la mano libre hacia la humana.
-¿Me acompañarías a mi despacho? quisiera hacerte unas preguntas mientras trabajo.
Gali levantó una ceja estupefacto. El rubio estaba preguntando en lugar de demandar, exigir, o dar por sentado que el implicado haría lo él decía, ¡y no solo eso! También le estaba ofreciendo su mano para ayudar a levantarse. El monje se froto los ojos, ¿estaría alucinando?
El científico esperó unos segundos, hasta escuchar la respuesta de Merié, y a continuación cogió un cuenco del mostrador. En poco más de un minuto Go'el tenía el recipiente lleno de hojas y ramas de diferentes plantas, las manos del boticario se movían con rapidez y agilidad por el enorme armario, abría los cajones casi sin mirarlos y hasta parecía que media la cantidad de material que sustraía sopesándolo únicamente con el tacto.
-Por aquí, -Dijo el rubio abriendo la puerta, que daba paso a su laboratorio, y mirando a los ojos azules de la humana. -por favor.
Gali comenzó a toser al escuchar aquello, el monje se había atragantado con el té. ¿Desde cuándo Go'el pedía las cosas por favor?
Go'el
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Seguía ensimismada en mi propio mundo, no me podía ni creer que acababa de confesar mi mayor secreto, el secreto de mi vida. Y me sentía como si me hubieran quitado un peso de los hombros. Me destensé por un momento al escuchar cómo caía el agua caliente del té sobre los vasitos. No era la hora del té, al menos en Aerandir, pero tomarlo siempre me había hecho volver en cierta manera a mi casa, con mi abuela. Alcé la vista de los vasitos humeantes al escuchar a Go’el, no tuve tiempo alguno de reaccionar antes de que pudiera decir ni hacer nada, el rubio me quitó un par de pelos de la cabeza. Fruncí el ceño y me rasqué la zona de la que había usurpado mis mechones y lejos de quejarme como solía hacer, me mantuve en silencio.
Y aunque mi mente estaba puesta en tomar uno de aquellos vasitos y darle un buen sorbo para volver por unos segundos a mi mundo, tomé la mano del galeno con toda la confianza del mundo. Le había contado mi secreto. Por el que podía morir o ser expuesta como una atracción de feria.
Me levanté con cierta torpeza ya que estábamos a nivel del suelo y me acomodé el mandil que caía sobre el faldón del vestido. Seguí al rubio con la vista, sin entender muy bien si debía de seguirlo al despacho, al mostrador, a la muerte…
-Ya te digo, es que antes era rubia… Bueno no es que no me guste el color rosa pero no me siento como si fuera mi color.
Dudaba si las palabras que se me atragantaban en la garganta tuvieran algún sentido. Acababa de ser consciente de lo que había salido de mis labios y aquel sentimiento de relajación se convirtió en tensión. Era como si estuviera desnuda ante aquellos dos desconocidos. Me froté los hombros presa de los terribles escalofríos que recorrían desde las pantorrillas hasta la nuca y me ponían los pelos de punta.
No perdí la vista de Go’el mientras machacaba plantas a toda velocidad, como si cambiara el color de pelo de las personas todos los días. Quizá era algo normal en Aerandir… Asentí cuando me invitó a pasar. Aquel sería mi corredor de la muerte, cuando saliera Gali habría llamado a los feriantes o a las autoridades y sería parte de un macabro show y un chivo expiatorio por todo los daños que habían hecho los míos a Aerandir. En parte, nos lo merecíamos.
Caminé más allá de la puerta, olía ciertamente a hospital. A muerte, a sangre. La ansiedad se apoderó de mi, ya no era yo la que hablaba, era mi instinto de supervivencia. Me giré hacia Go’el antes de entrar al laboratorio, a mi final. Porque todo el mundo sabe que cuando la ansiedad se apodera de tu cuerpo, no puedes pensar, tan solo reaccionar, y pese a que estaban siendo sorprendentemente amables tras conocer mi secreto, en mi mente tan solo se dibujaban las mayores atrocidades que se podían realizar sobre una terrestre.
… Va Meri, no te va a pasar nada, cálmate.
-Era broma por favor no me mates mi abuela me espera en casa y solo quiero irme de verdad yo no vengo a haceros daño me parece que Aerandir es el lugar más fantástico del mundo mundial y todo eso por favor no me mates ni me vendas a los feriantes no quiero ser parte de un freak show.
Imploré casi sollozando con las lágrimas al borde de los ojos con ambas manos entrelazadas, temblorosas y sudorosas.
Merié Stiffen
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
El dragón humanoide levantó una ceja mientras la mujer pasaba al laboratorio privado.
-Es normal que no lo sientas como tu color, ya que no es tu color. Tú eres rubia.
Explicó el galeno adentrándose a la nueva sala.
El laboratorio privado de Go'el poseía una estructura parecida a la sala contigua. En lugar de mostrador tenía un banco con diversos instrumentos médicos y alquímicos, no había un armario boticario, pero sí que había una estantería en la esquina llena de tarros, y una mesa de estudio sustituía la mesa de té de Gali.
La puerta de la estancia estaba entornada y mientras Merié entraba en pánico Go'el se sentaba en la mesa, sacaba una hoja (que previamente había sido rellenada con una plantilla, que estructuraba y separaba el folio en distintos apartados), mojaba la pluma en tinta y empezaba a escribir en ella.
-No voy a matarte.
Aclaró el rubio tras escribir un número en la esquina superior izquierda del papel.
-Merié, ¿Tienes apellido? -Go'el miró a la mujer a los ojos mientras esperaba la respuesta. -Bien. Tu raza es la humana, ¿correcto? y procedes de una isla en la Tierra, ¿Cómo se llama tu isla?
La puerta que estaba entronada se terminó de abrir, el hombre que la atravesaba era Gali y traía una bandeja con el té.
-Frio no esta tan bueno como caliente.
Comentó tranquilo el moreno, dejando los vasos sobre la mesa con una sonrisa apacible.
-¿Puedo ofrecerte una fruta de temporada para acompañar la bebida?
Por la diferencia de altura el grandullón tenía el cuello flexionado y miraba a Merié con los hombros levemente hundidos.
-Yo si quiero. -Cortó el doctor sin levantar la vista de la hoja. -En la Tierra, ¿Habláis todos el mismo idioma? ¿Es cierto que si repito lo que dijiste la otra vez, quedaras embarazada? -En ese instante Gali ahogo una risa. -¿Eres la dueña de la isla o hija de la familia líder? ¿Tenéis magia? -Go'el dejó de escribir de forma abrupta y miró emocionado a la mujer. -Discúlpame, hay mucho que deseo saber. Responde a lo que puedas, luego volver a repetir las preguntas.
Gali entreabrió la boca y parpadeó, Go'el se estaba disculpando con alguien. No era la primera vez que el dragón de tierra veía eso, pero sí que era la primera vez que veía al rubio usar aquella palabra, en una persona que no poseía un rango superior en su oficio, ¡Ni siquiera tenía su mismo oficio!
El despechugado dragón se frotó la barba y salió de la habitación tras coger la bandeja.
-¿Podrías sacarte la ropa? -El doctor se acababa de levantar de la silla y portaba en la mano una cinta métrica. -Me gustaría saber tus medidas. ¿Todas las mujeres de la Tierra poseen estaturas o rasgos similares a los tuyos?
Nuevamente el galeno lanzaba una pregunta, sencillamente no era capaz de contener su curiosidad.
Go'el correspondía a las palabras de Merié. Si ella se negaba a responder alguna pregunta, él no insistía y dejaba un hueco en blanco en la hoja, no la forzaba a cumplir su necesidad de saber, no abusó de su poder físico para obtener los resultados que buscaba. Go'el simplemente esperaba y actuaba en consecuencia a las respuestas dadas.
-¿Cuántos años tienes, Merié? ¿Cuánto viven los humanos? -El rubio ahora preguntaba desde el banco de trabajo. -¿La esperanza de vida es la misma para hombres que para mujeres?
En una esquina del banco estaba la hoja donde el dragón registraba todos los datos, en medio del banco una pequeña llama calentaba un recipiente transparente, donde hervía un líquido plateado con unos pocos pelos rosados.
Los minutos pasaron y el líquido se volvió rosado y el pelo plateado, con cuidado Go'el extrajo el recipiente del fuego y coló el contenido en otro más estrecho y opaco. Moviendo la muñeca hizo dar unas vueltas al líquido y de manera gradual el color se fue pegando en las paredes del recipiente hasta que el fluido quedó transparente.
El boticario se deshizo del líquido y rascó la peculiar cerámica hasta dejar un polvo rosado en una placa de cristal.
-¿Ves esto, Merié? Es lo que hace que tu pelo no cambie de color.
Go'el señalaba con una varilla los polvos y... si, el dragón estaba sonriendo sutilmente. Que el científico sonriera en medio de sus pruebas o experimentos era normal, pero lo normal era que tuviera una sonrisa macabra y retorcida, no una fina y agradable.
-En los reinos del oeste existe una planta que hace cambiar de color a la flora de alrededor, normalmente eso no supone un problema. Porque en su hábitat existen unos bichos que viven del color de esas plantas y luego hay otras plantas que... se pelean, por decirlo de algún modo, por el territorio. Entonces se crea una especie de barrera natural y puedes ver líneas rectas de colores, como si alguien hubiera pintado el bosque. -Go'el hacia pequeños movimientos con las manos explicando la posición de dichas líneas. -Si esta planta, en este caso de color rosa, se mezcla con otras sustancias alquímicas y se le quita su enemigo natural. Se crea como resultado un avance constante del color, el que hizo esta fórmula consiguió que el color solo afectara al pelo... -El rubio se pellizcó el labio un segundo. -Me pregunto si lo hizo a propósito o fue un error. Es extraño que solo te afectara el cabello, a largo plazo todo el pelo debería ser del mismo color. Esta pócima podría, incluso, haberte vuelto rosa todo el cuerpo, piel, uñas, ojos, huesos... todo.
-Es normal que no lo sientas como tu color, ya que no es tu color. Tú eres rubia.
Explicó el galeno adentrándose a la nueva sala.
El laboratorio privado de Go'el poseía una estructura parecida a la sala contigua. En lugar de mostrador tenía un banco con diversos instrumentos médicos y alquímicos, no había un armario boticario, pero sí que había una estantería en la esquina llena de tarros, y una mesa de estudio sustituía la mesa de té de Gali.
La puerta de la estancia estaba entornada y mientras Merié entraba en pánico Go'el se sentaba en la mesa, sacaba una hoja (que previamente había sido rellenada con una plantilla, que estructuraba y separaba el folio en distintos apartados), mojaba la pluma en tinta y empezaba a escribir en ella.
-No voy a matarte.
Aclaró el rubio tras escribir un número en la esquina superior izquierda del papel.
-Merié, ¿Tienes apellido? -Go'el miró a la mujer a los ojos mientras esperaba la respuesta. -Bien. Tu raza es la humana, ¿correcto? y procedes de una isla en la Tierra, ¿Cómo se llama tu isla?
La puerta que estaba entronada se terminó de abrir, el hombre que la atravesaba era Gali y traía una bandeja con el té.
-Frio no esta tan bueno como caliente.
Comentó tranquilo el moreno, dejando los vasos sobre la mesa con una sonrisa apacible.
-¿Puedo ofrecerte una fruta de temporada para acompañar la bebida?
Por la diferencia de altura el grandullón tenía el cuello flexionado y miraba a Merié con los hombros levemente hundidos.
-Yo si quiero. -Cortó el doctor sin levantar la vista de la hoja. -En la Tierra, ¿Habláis todos el mismo idioma? ¿Es cierto que si repito lo que dijiste la otra vez, quedaras embarazada? -En ese instante Gali ahogo una risa. -¿Eres la dueña de la isla o hija de la familia líder? ¿Tenéis magia? -Go'el dejó de escribir de forma abrupta y miró emocionado a la mujer. -Discúlpame, hay mucho que deseo saber. Responde a lo que puedas, luego volver a repetir las preguntas.
Gali entreabrió la boca y parpadeó, Go'el se estaba disculpando con alguien. No era la primera vez que el dragón de tierra veía eso, pero sí que era la primera vez que veía al rubio usar aquella palabra, en una persona que no poseía un rango superior en su oficio, ¡Ni siquiera tenía su mismo oficio!
El despechugado dragón se frotó la barba y salió de la habitación tras coger la bandeja.
-¿Podrías sacarte la ropa? -El doctor se acababa de levantar de la silla y portaba en la mano una cinta métrica. -Me gustaría saber tus medidas. ¿Todas las mujeres de la Tierra poseen estaturas o rasgos similares a los tuyos?
Nuevamente el galeno lanzaba una pregunta, sencillamente no era capaz de contener su curiosidad.
Go'el correspondía a las palabras de Merié. Si ella se negaba a responder alguna pregunta, él no insistía y dejaba un hueco en blanco en la hoja, no la forzaba a cumplir su necesidad de saber, no abusó de su poder físico para obtener los resultados que buscaba. Go'el simplemente esperaba y actuaba en consecuencia a las respuestas dadas.
-¿Cuántos años tienes, Merié? ¿Cuánto viven los humanos? -El rubio ahora preguntaba desde el banco de trabajo. -¿La esperanza de vida es la misma para hombres que para mujeres?
En una esquina del banco estaba la hoja donde el dragón registraba todos los datos, en medio del banco una pequeña llama calentaba un recipiente transparente, donde hervía un líquido plateado con unos pocos pelos rosados.
Los minutos pasaron y el líquido se volvió rosado y el pelo plateado, con cuidado Go'el extrajo el recipiente del fuego y coló el contenido en otro más estrecho y opaco. Moviendo la muñeca hizo dar unas vueltas al líquido y de manera gradual el color se fue pegando en las paredes del recipiente hasta que el fluido quedó transparente.
El boticario se deshizo del líquido y rascó la peculiar cerámica hasta dejar un polvo rosado en una placa de cristal.
-¿Ves esto, Merié? Es lo que hace que tu pelo no cambie de color.
Go'el señalaba con una varilla los polvos y... si, el dragón estaba sonriendo sutilmente. Que el científico sonriera en medio de sus pruebas o experimentos era normal, pero lo normal era que tuviera una sonrisa macabra y retorcida, no una fina y agradable.
-En los reinos del oeste existe una planta que hace cambiar de color a la flora de alrededor, normalmente eso no supone un problema. Porque en su hábitat existen unos bichos que viven del color de esas plantas y luego hay otras plantas que... se pelean, por decirlo de algún modo, por el territorio. Entonces se crea una especie de barrera natural y puedes ver líneas rectas de colores, como si alguien hubiera pintado el bosque. -Go'el hacia pequeños movimientos con las manos explicando la posición de dichas líneas. -Si esta planta, en este caso de color rosa, se mezcla con otras sustancias alquímicas y se le quita su enemigo natural. Se crea como resultado un avance constante del color, el que hizo esta fórmula consiguió que el color solo afectara al pelo... -El rubio se pellizcó el labio un segundo. -Me pregunto si lo hizo a propósito o fue un error. Es extraño que solo te afectara el cabello, a largo plazo todo el pelo debería ser del mismo color. Esta pócima podría, incluso, haberte vuelto rosa todo el cuerpo, piel, uñas, ojos, huesos... todo.
Go'el
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Que no iba a matarme, y se sentó tan agusto en su butacón. Yo me quedé ahí estupefacta en la puerta, tuve que apoyarme al vano de la puerta para no desmayarme de los nervios, de no caer redonda al suelo y firmar mi sentencia sin siquiera luchar. El drama se apoderaba de mi, reuní las fuerzas suficientes para poder dar los pasos necesarios encaminados al laboratorio, me tragué mis lágrimas con toda la dignidad que me quedaba y me acerqué al escritorio.
Tragué saliva dos, tres veces antes de sentarme y disponerme a responder a sus preguntas.
-Merié Stiffen Bouvier, de Inglaterra, en la isla de Gran Bretaña…
Me sentía como si estuviera renovándome el pasaporte. Asentí al ofrecimiento de Gali y tomé el vasito que nos ofrecía con ambas manos, con un pequeño ademán con la cabeza en forma de agradecimiento. Pese a intentar responder las preguntas, me era casi imposible articular palabra alguna que no fuera una respuesta.
-… No, tenemos muchas lenguas en la tierra, pero la más hablada es mi lengua, el inglés. Y no, no tenemos magia ni nadie se queda embarazada por decir palabras, aunque hace muchos años, en la edad media, las mujeres más ignorantes decían que si al hablar te tocaba la saliva de un hombre podías quedarte embarazada, pero bueno ese es otro tema.
Le di un largo trago al té y no pude evitar sonreír para mi misma, agradeciendo el calor que desprendía el vidrio. Mi ensimismación terminó cuando el rubio sugirió que si podía quitarme la ropa. Fruncí el ceño y negué repetidamente con la cabeza.
-No me gustaría hacerlo si no es estrictamente necesario. Por lo que he podido ver somos iguales a los humanos de Aerandir. Bueno, tampoco es que haya visto a ninguno desnudo la verdad… Tampoco es que viera a muchos humanos en la tierra desnudos pero alguno… En la universidad pues… Las fiestas….
Las preguntas seguían y tenía que responderlas como si fuera una entrevista de trabajo lo más rápido que pudise, o al menos así lo sentía yo.
-Tengo 23 años aunque creo que durante estos últimos meses habré cumplido ya los 24, o los 25… No estoy segura de cómo funciona el tiempo aquí en relación a la tierra, pero yo me veo muy vieja últimamente. -Me acaricié las bolsas debajo de los ojos fruto de una vida nómada en los últimos años. -… Pero la esperanza de vida de la tierra está en 120 años, así que supongo que aún no seré tan mayor.
Pero entonces el pensamiento de que pese a ser una humana de la tierra, no viviría como una, y por lo tanto moriría joven … Me asustó. La gente en la edad media solía vivir 50 o 60 años como mucho, y esa gente era como Matusalen, por lo que me encontraba en la mitad de mi vida. Menudo descubrimiento.
Ese pensamiento me rondó mientras Go’el me explicaba acerca de la poción que me habían dado en aquella tienda de alquimia de mala muerte, ¡Que podría haberme quedado rosa! ¡Entera! Casi se me salen los ojos de las órbitas al escucharle. Me agarré a los brazos de la silla donde me había sentado, frente al escritorio del rubio, me giré ligeramente para ver cómo hacía su magia en aquellos recipientes de cerámica y de repente mi pelo parecía volver a tomar un color rubio, un poco más exagerado del que solía tener o al menos recordar, pero rubio al fin y al cabo.
-Como los cromatóforos de los camaleones. Qué curioso. Nosotros usamos agua oxigenada y el amoníaco para quitar el color de las cosas, pero supongo que aquí está el componente mágico o algo así…
Asentí con la cabeza varias veces, como si hubiera entendido todo. En realidad los camaleones tenían la misma habilidad que aquellos insectos de los que me hablaba Go’el, incluso muchos insectos de la tierra tenían la misma habilidad de mimetizarse con el ambiente para no ser devorados.
-… Creo que la próxima vez que intente tintarme el pelo utilizaré henna o algo parecido. No me gustaría volverme rosa entera.
Le di otro largo trago al té, que ya estaba templado pero aún me podía calentar las manos.
-¿Entonces si me pones eso en el pelo volverá a su color?
Me recliné ligeramente para poder observar mis mechones de pelo que habían recuperado su color.
Merié Stiffen
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Los datos que Merié proporcionaban eran absolutamente interesantes. Solo existían humanos en su planeta y sin embargo tenían muchos idiomas. Estaba claro que el reino supremo era la isla de Gran Bretaña, por eso su idioma era el más hablado, también era obvio que si había una Gran Bretaña tenía que existir una Pequeña Bretaña, y tenía sentido que la lengua de Inglaterra se llamara inglés.
Aun así, Go'el no comprendía todo lo que decía la mujer.
-No lo entiendo, Merié. Hace años una mujer ignorante de edad media creía que la saliva las dejaba preñadas. -El rubio se pasó el pulgar por una de las cejas intentando razonar. -¿Eso quiere decir que ahora las mujeres ignorantes de edad media ya no lo piensan? ¿Qué tiene que ver la edad en todo esto? ¿Tenéis algún grado cerebral de maduración? ¿Os va creciendo el cerebro al tiempo que ganáis años?
El galeno no entendía como Merié podía saber, que las dos razas humanas eran la misma sin haberlas visto, pero en lugar de insistir en el tema, se anotó el detalle y lo dejó pasar.
-¿Vieja? Los humanos de la Tierra viven bastante más que los de Aerandir. He incluso para un aerandiano 25 años se considera una edad joven. -Go'el comenzó a mezclar diferente ingredientes para crear más liquido plateado. -Si os comparo con los dragones o elfos, 25 años es muy poco, apenas una niña.
El boticario aprovechó que el líquido tenía que hervir, para dirigirse al armario y sacar de uno de los botes una rama oscura.
-Toma. Hazte una infusión con esto y bebe un vaso por las noches antes de dormir. En una semana las bolsas de los ojos deberían desaparecer.
El científico vertió el fluido en una palangana y lo diluyó.
-¿Que es cromatóforos? ¿Y agua oxigenada?
El dragón no dejaba de mirar a Merié, si hasta parecía que brillaban los ojos cuando hablaba la mujer.
-Si. -Respondió. -Con esto tu pelo volverá a ser rubio. Ven, vamos a una cama. Sera más sencillo así.
Go'el cogió la palangana y salió de la habitación, cruzó la tienda y se metió por la puerta por la que Gali había salido con las manos llenas de sabanas.
-Túmbate en la cama, con la cabeza por fuera, a la altura del cuello. -Explicaba el galeno dejando el balde sobre un taburete. -Ponte mirando hacia arriba.
El rubio esperó a que la mujer le hiciera caso.
Seguidamente puso el recipiente en el suelo y acercó el taburete detrás de la cabeza de Merié, se sentó en él y abrió las piernas para colocar el borde de la palangana sobre sus cuádriceps. Con una mano levantó la cabeza de la humana, colocando la palma en la nuca, y con la otra recogió el pelo.
Introdujo el cabello en el líquido y dejó el cuello de la mujer reposando sobre el borde. Lentamente fue mojando la cabeza de Merié, Go'el pasaba los dedos por la cabellera, peinándola y desenredándola cuando se encontraba algún nudo, llenaba sus palmas con el agua plateada y la dejaba caer por las raíces. Poco a poco el color del pelo fue cambiando.
-Cierra los ojos Merié.
Go'el dejó colgando de su dedo índice una gota, y cuando la mujer cerró los ojos pasó el dedo por sus cejas. Aquello parecía casi una caricia que se repetía una y otra vez.
-Ya puedes abrirlos.
Dijo el rubio cuando las cejas hubieron vuelto a su color original.
Aun así, Go'el no comprendía todo lo que decía la mujer.
-No lo entiendo, Merié. Hace años una mujer ignorante de edad media creía que la saliva las dejaba preñadas. -El rubio se pasó el pulgar por una de las cejas intentando razonar. -¿Eso quiere decir que ahora las mujeres ignorantes de edad media ya no lo piensan? ¿Qué tiene que ver la edad en todo esto? ¿Tenéis algún grado cerebral de maduración? ¿Os va creciendo el cerebro al tiempo que ganáis años?
El galeno no entendía como Merié podía saber, que las dos razas humanas eran la misma sin haberlas visto, pero en lugar de insistir en el tema, se anotó el detalle y lo dejó pasar.
-¿Vieja? Los humanos de la Tierra viven bastante más que los de Aerandir. He incluso para un aerandiano 25 años se considera una edad joven. -Go'el comenzó a mezclar diferente ingredientes para crear más liquido plateado. -Si os comparo con los dragones o elfos, 25 años es muy poco, apenas una niña.
El boticario aprovechó que el líquido tenía que hervir, para dirigirse al armario y sacar de uno de los botes una rama oscura.
-Toma. Hazte una infusión con esto y bebe un vaso por las noches antes de dormir. En una semana las bolsas de los ojos deberían desaparecer.
El científico vertió el fluido en una palangana y lo diluyó.
-¿Que es cromatóforos? ¿Y agua oxigenada?
El dragón no dejaba de mirar a Merié, si hasta parecía que brillaban los ojos cuando hablaba la mujer.
-Si. -Respondió. -Con esto tu pelo volverá a ser rubio. Ven, vamos a una cama. Sera más sencillo así.
Go'el cogió la palangana y salió de la habitación, cruzó la tienda y se metió por la puerta por la que Gali había salido con las manos llenas de sabanas.
-Túmbate en la cama, con la cabeza por fuera, a la altura del cuello. -Explicaba el galeno dejando el balde sobre un taburete. -Ponte mirando hacia arriba.
El rubio esperó a que la mujer le hiciera caso.
Seguidamente puso el recipiente en el suelo y acercó el taburete detrás de la cabeza de Merié, se sentó en él y abrió las piernas para colocar el borde de la palangana sobre sus cuádriceps. Con una mano levantó la cabeza de la humana, colocando la palma en la nuca, y con la otra recogió el pelo.
Introdujo el cabello en el líquido y dejó el cuello de la mujer reposando sobre el borde. Lentamente fue mojando la cabeza de Merié, Go'el pasaba los dedos por la cabellera, peinándola y desenredándola cuando se encontraba algún nudo, llenaba sus palmas con el agua plateada y la dejaba caer por las raíces. Poco a poco el color del pelo fue cambiando.
-Cierra los ojos Merié.
Go'el dejó colgando de su dedo índice una gota, y cuando la mujer cerró los ojos pasó el dedo por sus cejas. Aquello parecía casi una caricia que se repetía una y otra vez.
-Ya puedes abrirlos.
Dijo el rubio cuando las cejas hubieron vuelto a su color original.
Go'el
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
En teoría hablábamos el mismo idioma entre los dos, o al menos eso intentaba, pero parecía que habláramos cosas totalmente diferentes. Claro, no entendía qué era por ejemplo la Edad Media, tampoco pensaba que ese término tuviera una traducción literal al aerandiano, pero mi suficiencia a la hora de expresarme me condujo hasta una traducción literal del término histórico. Cómo iba a entenderme. Si ellos a penas sabrían que el hombre viene del mono… O bueno, vete a saber tú de qué animal de Aerandir venía esta gente.
-No, no… Claro que no, el término Edad Media es para referirse a un periodo de la historia de la tierra.
Sinceramente, no pude evitar ruborizarme ligeramente al escuchar que seguía siendo joven. ¡Menos mal! Qué complicado era ser rubia en Aerandir. Me llevé las manos templadas a las mejillas ligeramente sonrojadas para bajar el rubor rápidamente mientras Go’el iba de nuevo de aquí para allá cogiendo hierbas y cosas a diestro y siniestro. Giré ligeramente el cuerpo para extender el brazo y tomar aquello que me ofrecía el rubio, una rama que guardé rápidamente en el zurrón asintiendo a las explicaciones del médico. Pues sí que eran feas mis ojeras si hasta un médico me había mandado remedio para ellas.
-… Cromatóforos, sí, son las células de algunos organismos que hacen que la pigmentación de la dermis cambie.
Parecía recitar el libro de biología de bachiller, como si aquel dato se hubiera quedado grabado en mi mente tan aleatorio.
-… Y el agua oxigenada, es agua que tiene doblemente su componente en oxígeno. Porque supongo que lo sabrás pero el agua tiene oxígeno, por eso los peces pueden vivir. Bueno, y el oxígeno es el gas que emiten las plantas al hacer la fotosíntesis para que podamos respirar…
Paré de lleno en la conversación cuando vi que el galeno salía con el remedio para volver a mi pelo natural. Estaba algo nerviosa, aquello era Aerandir, ¿Y si me quedaba calva? Me levanté de mi asiento y casi corrí detrás del rubio levantándome ligeramente las enaguas para no tropezar al paso de aquel que parecía tener mucha prisa por despacharme. La situación se tornó un poco rara la verdad, cuando me indicó tumbarme en la cama. Titubeé un poco antes de sentarme sobre el mullido jergón con la cabeza fuera de la cama. Pronto noté las manos de Go’el sobre mi cabeza.
Cuánto tiempo sin que me tocase nadie la cabeza. Cerré los ojos como me indicó y me relajé, me recordó a mi abuela, cuando me lavaba el pelo y me lo cortaba, la única peluquera que tenía mi supervisión para tocarme un mechón con unas tijeras en la mano. Se puede decir que incluso llegué a ronronear de lo relajada que me encontraba en aquel momento, pensando que ojalá no se acabara nunca. Los largos dedos del rubio se enredaban en mi pelo mojado, desenredándolo con un cuidado y delicadeza que había creído inexistentes en él. Asomó una pequeña sonrisa cuando noté el agua sobre mis cejas y cómo los dedos me acariciaban haciéndome cosquillas.
Estaba a punto de dormirme cuando la voz de Go’el me despertó de sopetón de mi letargo de paz momentánea. Lo primero que vi fueron aquellos ojos cristalinos perfectamente encuadrados por los mechones rubios que caían a cada lado de su cabeza.
-¿Ya soy rubia otra vez? ¿Me he quedado calva?
Mi primer instinto fue llevarme las manos a las cejas, que seguían estando allí, y posteriormente seguir por la frente hasta cerciorarme de que efectivamente, seguía allí mi pelo. Suspiré aliviada. Abrí lo suficiente los ojos para ver el principio de mis cejas, que habían vuelto a ser rubias, o al menos la parte de ellas que entraba dentro de mi campo de visión.
-En la tierra, la gente va a un sitio que se llama peluquería a cortarse el pelo y cuando te lavan la cabeza antes de cortártelo es algo como esto… Pero no suele ser tan relajante.
Merié Stiffen
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Go'el lo comprendió, ahora todo tenía sentido. "Edad media" era una época pasada de la Tierra, un título como el que ellos tenían para nombrar sucesos de la antigua Aerandir.
Hoy el día estaba siendo extremadamente producente, el boticario estaba aprendiendo más en este día que en todo el mes anterior, hecho que había afectado el semblante de Go'el. Ahora el rubio sonreía... si, sonreía contento.
Había otro hecho que sucedía en raras ocasiones y que ahora también se manifestaba, se trataba de la duda y el asombro que enmarcaban el rostro del doctor, cuando Merié pronunciaba algo que no él no entendía y, al mismo tiempo, miraba con los ojos brillantes de un niño curioso que desea entender lo que no comprende.
-¿Que es una célula, Merié? -Había preguntado el galeno, mientras le lavaba la cabeza a la terrestre. -¿Y qué es el oxígeno?
Go'el preguntaba con la inocencia de quien espera una respuesta sincera, sin pensar siquiera que la mujer podría estar engañándole, ¿Quién podría certificar que aquella mujer era terrestre, y no una simple humana?
Los lapsos de tiempo donde el dragón se mantenía en silencio, eran causados por la tremenda actividad que estaba llevando a cabo su cerebro.
Los peces Vivian bajo el agua porque respiraban agua en lugar de aire, y eso de la fotosíntesis... Go'el comprendía o juntaba dicho termino con el sol que las plantas necesitan para vivir, pero ¿qué era eso de que nos daban oxígeno para respirar?
-Merié... -El rubio volvió a llamarla mientras escurría el pelo de la mujer. -¿Moriríamos asfixiados si desaparecieran los bosques? Quiero entender que es el oxígeno y la fotosíntesis. ¿Me lo enseñarías?
Go'el asintió con una sonrisa, el pelo de la humana volvía a ser rubio como una espiga de trigo. El científico dejó la palangana en el suelo, no sin antes colocar de nuevo una mano sobre la nuca de Bouvier, con el brazo que ahora le quedaba libre buscó una toalla en la cama contigua, y con cuidado enrolló el pelo en ella.
-Ya puedes levantarte. Nosotros también tenemos peluqueros, pero son solo para los reyes y las clases más opulentas de la sociedad. -Go'el se rascó la mejilla y miró al suelo durante un instante, pensando en las palabras de Merié. -Supongo que mi manejo con el cabello es debido a los cuidados que le dedico a mi propio pelo y al de Gali. Puedes venir siempre que quieras, te lavaré y cortaré el pelo, si así lo deseas.
El buen doctor se quedó parado frente a la terrícola, y pronunció unas palabras que hasta ahora, solo habían sido dadas a su prima Oromë.
-Quédate un rato más Merié, por favor. Le pediré a Gali que busque algunos dulces para el té.
Hoy el día estaba siendo extremadamente producente, el boticario estaba aprendiendo más en este día que en todo el mes anterior, hecho que había afectado el semblante de Go'el. Ahora el rubio sonreía... si, sonreía contento.
Había otro hecho que sucedía en raras ocasiones y que ahora también se manifestaba, se trataba de la duda y el asombro que enmarcaban el rostro del doctor, cuando Merié pronunciaba algo que no él no entendía y, al mismo tiempo, miraba con los ojos brillantes de un niño curioso que desea entender lo que no comprende.
-¿Que es una célula, Merié? -Había preguntado el galeno, mientras le lavaba la cabeza a la terrestre. -¿Y qué es el oxígeno?
Go'el preguntaba con la inocencia de quien espera una respuesta sincera, sin pensar siquiera que la mujer podría estar engañándole, ¿Quién podría certificar que aquella mujer era terrestre, y no una simple humana?
Los lapsos de tiempo donde el dragón se mantenía en silencio, eran causados por la tremenda actividad que estaba llevando a cabo su cerebro.
Los peces Vivian bajo el agua porque respiraban agua en lugar de aire, y eso de la fotosíntesis... Go'el comprendía o juntaba dicho termino con el sol que las plantas necesitan para vivir, pero ¿qué era eso de que nos daban oxígeno para respirar?
-Merié... -El rubio volvió a llamarla mientras escurría el pelo de la mujer. -¿Moriríamos asfixiados si desaparecieran los bosques? Quiero entender que es el oxígeno y la fotosíntesis. ¿Me lo enseñarías?
Go'el asintió con una sonrisa, el pelo de la humana volvía a ser rubio como una espiga de trigo. El científico dejó la palangana en el suelo, no sin antes colocar de nuevo una mano sobre la nuca de Bouvier, con el brazo que ahora le quedaba libre buscó una toalla en la cama contigua, y con cuidado enrolló el pelo en ella.
-Ya puedes levantarte. Nosotros también tenemos peluqueros, pero son solo para los reyes y las clases más opulentas de la sociedad. -Go'el se rascó la mejilla y miró al suelo durante un instante, pensando en las palabras de Merié. -Supongo que mi manejo con el cabello es debido a los cuidados que le dedico a mi propio pelo y al de Gali. Puedes venir siempre que quieras, te lavaré y cortaré el pelo, si así lo deseas.
El buen doctor se quedó parado frente a la terrícola, y pronunció unas palabras que hasta ahora, solo habían sido dadas a su prima Oromë.
-Quédate un rato más Merié, por favor. Le pediré a Gali que busque algunos dulces para el té.
Go'el
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Las preguntas de Go’el se amontonaban, separaba a penas los labios para poder contestar, pero él ya estaba cavilando una nueva incógnita. Quizá íbamos demasiado rápido. Disfruté mientras pude del masaje capilar que me ofrecía con sus largos y experimentados dedos, sin darle demasiada importancia a las preguntas que con gusto respondería más tarde, en cuanto dejase de formularlas una tras otra.
Acabó, y con esa sensación de pesadez que se te queda en el cuerpo después de una buena dosis de relajación, me incorporé lentamente para no marearme, con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos ligeramente entrecerrados, como si fuese víctima de los efectos de algún estupefaciente.
-… Las células son organismos microscópicos, que no se pueden ver a simple vista, pero todos los seres vivos estamos compuestos por ellas.
Me aclaré la garganta y me incorporé, sentándome en la cama y acomodándome la toalla en la que había enrollado mi pelo.
-El oxígeno es un gas que emiten las plantas y que tenemos todos dentro, por así decirlo. Entonces el aire pasa por los pulmones… -Inspiré lentamente acompañando la respiración con un gesto para acentuar la explicación. -…. Se filtra… -Exhalé echando el aire por la boca lentamente. - … y se transforma en otro gas, en dióxido de carbono, que lo absorben las plantas otra vez. Y así, es el ciclo sin fin.
Llevé ambas manos a la toalla, frotándola suavemente contra mi cabeza para eliminar la humedad.
-Por eso necesitamos las plantas. Los elfos lo saben muy bien, quizá se lo enseñasen los dragones o simplemente se dieron cuenta de los beneficios de vivir abrazando árboles.
Reí ligeramente ante mi propia ocurrencia, y retiré ligeramente la toalla desde la frente hacia atrás, secándome el pelo que me caía, mojado, por los hombros. Giré la cabeza ligeramente para cerciorarme de que…
-¡Soy rubia! … Otra vez.
No cabía en mi gozo. Sonreí ampliamente, y asentí al ofrecimiento de Go’el, aunque me moría de ganas de verme en un espejo y volver a ver mi pelo natural, tal y como lo había sido toda la vida hasta la facultad, donde me di cuenta de que las pelirrojas ligaban más.
-Muchas gracias, Go’el. Con gusto aceptaré esos dulces.
Me levanté de la cama casi de un salto, desenredando suavemente el pelo mojado con los dedos sin dejar de frotarlo con la toalla. Con el frío y la humedad que entraba por las grandes cristaleras de aquella casa, como para ir con el pelo mojado. Me pregunto cuánto tardarían en inventar los secadores en Aerandir.
Acabó, y con esa sensación de pesadez que se te queda en el cuerpo después de una buena dosis de relajación, me incorporé lentamente para no marearme, con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos ligeramente entrecerrados, como si fuese víctima de los efectos de algún estupefaciente.
-… Las células son organismos microscópicos, que no se pueden ver a simple vista, pero todos los seres vivos estamos compuestos por ellas.
Me aclaré la garganta y me incorporé, sentándome en la cama y acomodándome la toalla en la que había enrollado mi pelo.
-El oxígeno es un gas que emiten las plantas y que tenemos todos dentro, por así decirlo. Entonces el aire pasa por los pulmones… -Inspiré lentamente acompañando la respiración con un gesto para acentuar la explicación. -…. Se filtra… -Exhalé echando el aire por la boca lentamente. - … y se transforma en otro gas, en dióxido de carbono, que lo absorben las plantas otra vez. Y así, es el ciclo sin fin.
Llevé ambas manos a la toalla, frotándola suavemente contra mi cabeza para eliminar la humedad.
-Por eso necesitamos las plantas. Los elfos lo saben muy bien, quizá se lo enseñasen los dragones o simplemente se dieron cuenta de los beneficios de vivir abrazando árboles.
Reí ligeramente ante mi propia ocurrencia, y retiré ligeramente la toalla desde la frente hacia atrás, secándome el pelo que me caía, mojado, por los hombros. Giré la cabeza ligeramente para cerciorarme de que…
-¡Soy rubia! … Otra vez.
No cabía en mi gozo. Sonreí ampliamente, y asentí al ofrecimiento de Go’el, aunque me moría de ganas de verme en un espejo y volver a ver mi pelo natural, tal y como lo había sido toda la vida hasta la facultad, donde me di cuenta de que las pelirrojas ligaban más.
-Muchas gracias, Go’el. Con gusto aceptaré esos dulces.
Me levanté de la cama casi de un salto, desenredando suavemente el pelo mojado con los dedos sin dejar de frotarlo con la toalla. Con el frío y la humedad que entraba por las grandes cristaleras de aquella casa, como para ir con el pelo mojado. Me pregunto cuánto tardarían en inventar los secadores en Aerandir.
Última edición por Merié Stiffen el Jue 7 Nov 2019 - 15:23, editado 1 vez
Merié Stiffen
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
"Todos los seres vivos estamos compuestos por ellas." Go'el abrió los ojos y los labios se le separaron unos centímetros. Se miraba las manos intentando comprender aquella frase, imaginándose un sin fin de animales caminando por sus manos y tejidos.
-Soy... ¿Un conjunto de células? -El rubio seguía mirándose las manos y se frotaba la palma con el pulgar. -No se pueden ver porque soy muy pequeñas. ¿Cuantas células tengo? ¿Son todas iguales? No, seguro que no. La piel y los tejidos son de distintos colores.
El galeno comenzaba a balbucear, preguntaba en voz alta y se respondía a sí mismo.
-¿Las células son parásitos? ¿Existen otra clase de organismo microscópico, además de las células? ¿Y que es microscópico?
El dragón miraba a la mujer, que ahora era rubia, maravillado. Su mente se estaba expandiendo a una velocidad jamás vista, generando preguntas, hipótesis, teorías...
-¿Es cada individuo el mundo de una célula? ¿Somos nosotros las células de Aerandir? ¿Las células pueden pensar, tienen jerarquías?
De repente todo comenzó a ir demasiado rápido, el cerebro del científico no daba a abasto con toda la información. Sin darse cuenta el rubio se comenzaba a marear. Los pasos se volvían descompensados mientras algo provocaba una pausa en la cabeza del hombre.
-Rubia... si, amm... ¡Gali!
El doctor salió de la habitación en dirección al monje que, se encontraba de pie y en posición de alerta. Go'el apenas gritaba y cuando lo hacía era por un buen motivo.
-Ve a ver al panadero y trae algunos dulces para Merié.
Gali se quedó de piedra, ¿aquel era todo el problema, dulces?
-Está bien, ahora vuelvo.
El grandullón se colocó una capa y salió a la calle, pero Go'el ya no le estaba prestando atención.
-Las plantas expulsan gases, pero carecen de pulmones o intestinos... pero en las minas de Dundarak hay bolsas de gases tóxicos que... si podría tener sentido. -El científico hablaba tan rápido que las palabras se entremezclaban. -Los pulmones filtran aire y lo convierten. Los elfos...
Go'el había conseguido llegar hasta los cojines y ahora se dejaba caer sobre ellos. El rubio se quedó en silencio unos minutos, levantó la vista de la misita y miró a la mujer.
-¿Cómo sabes todas esas cosas? ¿Quién te las ha enseñado? ¿Todas las personas de la tierra saben lo mismo que tú?
Parecía que la mente del galeno se había quedado en blanco, después de aquel lapso sentado sobre los cojines.
-¿A caso todo eso son conocimientos básicos? y si eso es básico... ¿qué es avanzado? ¿Merié, de que trabajabas en la tierra? ¿Estudiaste para ello?
La campana de la puerta tintineo, Gali estaba de vuelta con los dulces. La capa estaba empapada y el agua había comenzado a calar, dejando una mancha oscura en el turbante del monje.
-Acaban de hacerlos. -Anuncio el grandullón, sacándose la capa y depositando una bolsa sobre la mesa. -Pastelitos de miel con almendras y pistacho.
-Soy... ¿Un conjunto de células? -El rubio seguía mirándose las manos y se frotaba la palma con el pulgar. -No se pueden ver porque soy muy pequeñas. ¿Cuantas células tengo? ¿Son todas iguales? No, seguro que no. La piel y los tejidos son de distintos colores.
El galeno comenzaba a balbucear, preguntaba en voz alta y se respondía a sí mismo.
-¿Las células son parásitos? ¿Existen otra clase de organismo microscópico, además de las células? ¿Y que es microscópico?
El dragón miraba a la mujer, que ahora era rubia, maravillado. Su mente se estaba expandiendo a una velocidad jamás vista, generando preguntas, hipótesis, teorías...
-¿Es cada individuo el mundo de una célula? ¿Somos nosotros las células de Aerandir? ¿Las células pueden pensar, tienen jerarquías?
De repente todo comenzó a ir demasiado rápido, el cerebro del científico no daba a abasto con toda la información. Sin darse cuenta el rubio se comenzaba a marear. Los pasos se volvían descompensados mientras algo provocaba una pausa en la cabeza del hombre.
-Rubia... si, amm... ¡Gali!
El doctor salió de la habitación en dirección al monje que, se encontraba de pie y en posición de alerta. Go'el apenas gritaba y cuando lo hacía era por un buen motivo.
-Ve a ver al panadero y trae algunos dulces para Merié.
Gali se quedó de piedra, ¿aquel era todo el problema, dulces?
-Está bien, ahora vuelvo.
El grandullón se colocó una capa y salió a la calle, pero Go'el ya no le estaba prestando atención.
-Las plantas expulsan gases, pero carecen de pulmones o intestinos... pero en las minas de Dundarak hay bolsas de gases tóxicos que... si podría tener sentido. -El científico hablaba tan rápido que las palabras se entremezclaban. -Los pulmones filtran aire y lo convierten. Los elfos...
Go'el había conseguido llegar hasta los cojines y ahora se dejaba caer sobre ellos. El rubio se quedó en silencio unos minutos, levantó la vista de la misita y miró a la mujer.
-¿Cómo sabes todas esas cosas? ¿Quién te las ha enseñado? ¿Todas las personas de la tierra saben lo mismo que tú?
Parecía que la mente del galeno se había quedado en blanco, después de aquel lapso sentado sobre los cojines.
-¿A caso todo eso son conocimientos básicos? y si eso es básico... ¿qué es avanzado? ¿Merié, de que trabajabas en la tierra? ¿Estudiaste para ello?
La campana de la puerta tintineo, Gali estaba de vuelta con los dulces. La capa estaba empapada y el agua había comenzado a calar, dejando una mancha oscura en el turbante del monje.
-Acaban de hacerlos. -Anuncio el grandullón, sacándose la capa y depositando una bolsa sobre la mesa. -Pastelitos de miel con almendras y pistacho.
Go'el
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
Seguí a Go’el por todo el pasillo hasta llegar donde empezamos. El tintineo de las gotas de lluvia se hacía más persistente conforme nos acercábamos a la zona acristalada del escaparate. Hacía muchas, muchísimas preguntas, pero en parte estaba encantadísima de responder a las que podía responder, claro. Por una vez el rubio parecía estar más nervioso que yo en una de nuestras conversaciones, y yo actuaba tan tranquila después de quitarme el peso de los hombros que suponía el secreto que había guardado durante ¿Dos, tres años?
-No, no, Aerandir es un continente, no es un ser es un ecosistema, es decir, un lugar compuesto por un conjunto de plantas, animales, personas que forman ese ecosistema. Las células no piensan, y luego hay otras células malas, claro, que son los virus que hacen que te enfermes.
Me paseé de nuevo por la entrada, dejándole en sus cavilaciones. Toqueteé de nuevo los pequeños frascos de la tienda antes de darme la vuelta para responder a sus últimas preguntas. Suspiré al recordar todos los años en el colegio, el instituto y la universidad y me senté en los cojines frente a Go’el para poder responder al detalle cada una de las preguntas. Sonreí ampliamente a Gali ante el amable gesto de traernos los dulces.
-Muchas gracias, Gali. Un té delicioso.
Con un pequeño ademán de agradecimiento con la cabeza, me giré de nuevo hacia Go’el, me puse cómoda, pues intuía que iba a ser una conversación bastante larga.
-Sé todas estas cosas porque desde pequeños vamos a la escuela, todos estamos obligados a ir hasta que cumples la mayoría de edad, entonces puedes empezar a trabajar si quieres. Pero yo fui al instituto, que es como la escuela pero te dan conocimientos más avanzados de las cosas y empiezas a especializarte. Como tú en la alquimia, por ejemplo. Entonces allí te hacen exámenes y pruebas para ver lo que sabes y si no pues… -Me encogí levemente de hombros. -.. Te suspenden y vuelves a dar lo mismo hasta que apruebes los exámenes.
Qué curioso era explicar el sistema educativo a una persona de otro mundo, tener que explicar las cosas que intuyes como básicas en tu vida y que jamás te habías planteado.
-Allí se da matemáticas, física, química…. En general, ciencia. Pero también se estudian las letras. Cómo hablamos, cómo expresarnos, cómo escribir adecuadamente… Luego hay otras asignaturas como la filosofía que es un tema un poco… Complicado de explicar porque es un poco la moralidad y la ética de la ciudadanía. –Negué con la cabeza para restarle importancia a la filosofía, porque no me creía capaz de explicar todo eso en aquel momento. –La cosa es que yo en la tierra, era periodista. –Hice una pausa dramática mientras pensaba lo lejos que quedaba aquello. –Me dedicaba a recopilar información para saber la verdad de las cosas. Era como un bardo, por así decirlo… Pero en vez de cantar, escribía. Como un cronista más bien.
Miré la bolsa de tela sobre la mesa, me moría de ganas de otro té y unos pastelitos de pistacho.
-[color=#cc9999… Me pregunto si podría trabajar de cronista en Aerandir. [/color]
Me froté la barbilla pensativa, ya que aquella pregunta jamás se me había pasado por la cabeza.
-¡Podría escribir sobre las cosas de Aerandir! Cómo se fundó Ciudad Lagarto, sobre su líder, difundirlo por Aerandir…
Empecé a divagar yo sola asintiendo a mis palabras. Pero había un problema.
-… Si supiera escribir en aerandiano.
-No, no, Aerandir es un continente, no es un ser es un ecosistema, es decir, un lugar compuesto por un conjunto de plantas, animales, personas que forman ese ecosistema. Las células no piensan, y luego hay otras células malas, claro, que son los virus que hacen que te enfermes.
Me paseé de nuevo por la entrada, dejándole en sus cavilaciones. Toqueteé de nuevo los pequeños frascos de la tienda antes de darme la vuelta para responder a sus últimas preguntas. Suspiré al recordar todos los años en el colegio, el instituto y la universidad y me senté en los cojines frente a Go’el para poder responder al detalle cada una de las preguntas. Sonreí ampliamente a Gali ante el amable gesto de traernos los dulces.
-Muchas gracias, Gali. Un té delicioso.
Con un pequeño ademán de agradecimiento con la cabeza, me giré de nuevo hacia Go’el, me puse cómoda, pues intuía que iba a ser una conversación bastante larga.
-Sé todas estas cosas porque desde pequeños vamos a la escuela, todos estamos obligados a ir hasta que cumples la mayoría de edad, entonces puedes empezar a trabajar si quieres. Pero yo fui al instituto, que es como la escuela pero te dan conocimientos más avanzados de las cosas y empiezas a especializarte. Como tú en la alquimia, por ejemplo. Entonces allí te hacen exámenes y pruebas para ver lo que sabes y si no pues… -Me encogí levemente de hombros. -.. Te suspenden y vuelves a dar lo mismo hasta que apruebes los exámenes.
Qué curioso era explicar el sistema educativo a una persona de otro mundo, tener que explicar las cosas que intuyes como básicas en tu vida y que jamás te habías planteado.
-Allí se da matemáticas, física, química…. En general, ciencia. Pero también se estudian las letras. Cómo hablamos, cómo expresarnos, cómo escribir adecuadamente… Luego hay otras asignaturas como la filosofía que es un tema un poco… Complicado de explicar porque es un poco la moralidad y la ética de la ciudadanía. –Negué con la cabeza para restarle importancia a la filosofía, porque no me creía capaz de explicar todo eso en aquel momento. –La cosa es que yo en la tierra, era periodista. –Hice una pausa dramática mientras pensaba lo lejos que quedaba aquello. –Me dedicaba a recopilar información para saber la verdad de las cosas. Era como un bardo, por así decirlo… Pero en vez de cantar, escribía. Como un cronista más bien.
Miré la bolsa de tela sobre la mesa, me moría de ganas de otro té y unos pastelitos de pistacho.
-[color=#cc9999… Me pregunto si podría trabajar de cronista en Aerandir. [/color]
Me froté la barbilla pensativa, ya que aquella pregunta jamás se me había pasado por la cabeza.
-¡Podría escribir sobre las cosas de Aerandir! Cómo se fundó Ciudad Lagarto, sobre su líder, difundirlo por Aerandir…
Empecé a divagar yo sola asintiendo a mis palabras. Pero había un problema.
-… Si supiera escribir en aerandiano.
Merié Stiffen
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Re: El color de las nubes { Privado } [CERRADO]
La cantidad de información era tan grande que Go'el había comenzado a almacenarla por palabras.
Aerandir es continente, continente es ecosistema. Células dañinas son virus, virus son enfermedades... ¿Las enfermedades mágicas tendrán virus mágicos?
El doctor seguía a Merié con la mirada mientras registraba todo lo que decía. Al dragón nunca le había gustado que tocaran sus cosas, que las desordenaran, y sin embargo ahora no parecía importarle que una mujer deambulara por su botica tocándolo todo.
-No se merecen, Merije.
Al parecer el monje no tenía la misma facilidad de su amigo para pronunciar el nombre de la terrícola.
-Sírvete tu misma. -Animó, señalando la bolsa de los dulces. -¿Quieres más té?
Gali se sentó entre los dos rubios y sacó un pastelito de la bolsa.
-Increíble. Os obligan a ser cultos... a leer y escribir.
Sin dejar de hablar, el doctor movió la mano por su cabellera colocando los mechones que se habían salido de su sitio.
-A tener un conocimiento global del funcionamiento de vuestro mundo.
El galeno se quedó obnubilado escuchando a la mujer. ¡En la tierra se estudiaba ciencia! ¿Porque él no había nacido en la tierra?
-¿Periodista? -Go'el miraba intrigado a Merié. -Oh, entiendo. Entonces también eres científica. La ciencia busca explicar la verdad de las cosas.
El rubio volvió a guardar silencio. Había malinterpretado el concepto de periodista, pero de algún modo entendía su esencia.
Los bardos no se dedicaban a contar la verdad de las cosas, pero sí que informaban de los sucesos importantes, aunque a veces hablaban con engaños y mentiras de manera deliberada o coaccionada por algún señor opulente.
Gali había estado preparando más té sin interrumpir la charla. El nuevo aroma se entremezclaba con el de los dulces y el humo volvía a salir de los vasos, anunciando un nuevo servicio.
-Quédate con nosotros, Merié.
Aquella declaración sorprendió al monje que a punto estuvo de hacer desbordar una de las tazas.
-Yo te enseñare a leer y escribir la lengua común. Si quieres también puedo enseñarte mi lengua natal, la de los dragones.
Por segunda vez en el día Go'el sonrió. Una sonrisa normal, amigable, que nada tenía que ver con su habitual gesto macabro de sádico empedernido.
-A cambio tú me puedes enseñar inglés y esa ciencia general que saben todos en la tierra.
Aerandir es continente, continente es ecosistema. Células dañinas son virus, virus son enfermedades... ¿Las enfermedades mágicas tendrán virus mágicos?
El doctor seguía a Merié con la mirada mientras registraba todo lo que decía. Al dragón nunca le había gustado que tocaran sus cosas, que las desordenaran, y sin embargo ahora no parecía importarle que una mujer deambulara por su botica tocándolo todo.
-No se merecen, Merije.
Al parecer el monje no tenía la misma facilidad de su amigo para pronunciar el nombre de la terrícola.
-Sírvete tu misma. -Animó, señalando la bolsa de los dulces. -¿Quieres más té?
Gali se sentó entre los dos rubios y sacó un pastelito de la bolsa.
-Increíble. Os obligan a ser cultos... a leer y escribir.
Sin dejar de hablar, el doctor movió la mano por su cabellera colocando los mechones que se habían salido de su sitio.
-A tener un conocimiento global del funcionamiento de vuestro mundo.
El galeno se quedó obnubilado escuchando a la mujer. ¡En la tierra se estudiaba ciencia! ¿Porque él no había nacido en la tierra?
-¿Periodista? -Go'el miraba intrigado a Merié. -Oh, entiendo. Entonces también eres científica. La ciencia busca explicar la verdad de las cosas.
El rubio volvió a guardar silencio. Había malinterpretado el concepto de periodista, pero de algún modo entendía su esencia.
Los bardos no se dedicaban a contar la verdad de las cosas, pero sí que informaban de los sucesos importantes, aunque a veces hablaban con engaños y mentiras de manera deliberada o coaccionada por algún señor opulente.
Gali había estado preparando más té sin interrumpir la charla. El nuevo aroma se entremezclaba con el de los dulces y el humo volvía a salir de los vasos, anunciando un nuevo servicio.
-Quédate con nosotros, Merié.
Aquella declaración sorprendió al monje que a punto estuvo de hacer desbordar una de las tazas.
-Yo te enseñare a leer y escribir la lengua común. Si quieres también puedo enseñarte mi lengua natal, la de los dragones.
Por segunda vez en el día Go'el sonrió. Una sonrisa normal, amigable, que nada tenía que ver con su habitual gesto macabro de sádico empedernido.
-A cambio tú me puedes enseñar inglés y esa ciencia general que saben todos en la tierra.
Go'el
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