De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
Página 1 de 1. • Comparte
De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
Uno creería que tras andar tanto tiempo por tantos senderos, tras haber visto tantas cosas tan fantásticas, tras conocer tanto tonto —y tontear tanto—, las personas cruzarían un límite. Uno creería que empezarían a encontrar patrones, a dar por sentado el mundo que les rodea y perder entonces el sentido de maravilla. Lo primero es la verdad, lo segunda un error a evitar y lo último, una desgracia.
Pues los patrones están ahí. Sólo se necesita observar y pensar. Todo tiene una razón y todo tiene un final, las conexiones sólo deben ser descubiertas. Es la verdad de la vida y todo lo que le sigue.
Dar el mundo por sentado es negarle al alma el placer de sentir. Es perder la costumbre de apreciar los detalles mundanos, ignorar la música que acompaña los ríos y el canto dorado de un atardecer.
Perder el sentido de la maravilla, por otra parte, es la tragedia de caminar sin razón ni final, sin placer... Es la muerte que sufren aquellos cuyo corazón aún late.
"¿...Mef, y esto qué tiene que ver con tu viaje a Baslodia?" se preguntarán. Yo, virtuoso como soy, les daré una respuesta digerible.
Excusas. Son excusas. No puedo simplemente empezar un relato diciendo "Pues un día en Lunargenta vi un grupo de juglares y como no tenía nada mejor que hacer los seguí hasta lo que viene a ser la ciudad con peor turismo del sur de Aerandir", ¿a que no?
Entonces... ¿En qué estaba? Cierto.
Pónganse cómodos y tomen sus dulces favoritos. Este es un relato de las verdades de la vida, de transición, de juglares, elfos voladores y ojos carmesí.
El cielo era una pintura y mis pasos eran música.
Sólo constaba alzar la vista y apreciar el lienzo. De infinito azul y nubes grises, como pinceladas, perforadas de punto a punto por el sol enérgico de la mañana. Un cielo de esos que promete lluvia, pero te hace agradecer llevar sombrero. De esos que es mejor apreciar que vivir, pues entre la lucha de la lluvia y el sol, sólo pierde el de abajo, que queda húmedo y acalorado.
La música al caminar podría atribuirse a mi peculiar forma de ver al mundo, o a los ensayos de la agrupación que acompañaba. Lo cierto es que era deleite para el oído y caricias al corazón, sino es que un empujón. Compuesta por instrumentos conocidos —y unos tantos que no, cosa que planeaba averiguar después— Tenía la energía de una cacería y el poder de un baile mortal.
Y al llegar al mediodía a la posada en Baslodia, no creí que aquello iba a ser tan conveniente, tan pronto.
—¡Joder, joder, mierda, joder coñ...! —me quejaba por lo alto.
No podría describir los detalles, pues la situación me complicó el echar un buen vistazo a cualquier otra cosa que no fuesen los tejados por los que corría, u oír algo más que los latidos de mi corazón repicar en mis oídos, o los gruñidos de aquello que me perseguía.
Sí puedo decir con seguridad de que era una noche con luna, pues ser capaz de ver dónde ponía el pie tuvo un buen factor en el porqué sobreviví a aquél encuentro.
Verán, en algún punto de la noche me separé del grupo para conocer mejor la ciudad. Resulta —y esto lo aprendí mucho tiempo después— que uno de los matones de Arthur, por... caprichos del destino, se encontraba en Baslodia. Ir a apreciar la compañía de músicos que llegaba era algo que, por el estado socioeconómico del lugar, no podía perderse.
Y me reconoció, porque pocas personas encajan en el perfil de elfo de cabello oscuro con sombrero extravagante. Tardé mucho en darme cuenta de que me seguían, y cuando lo hice tardé muy poco en empezar a correr al verlo transformarse en algún bicho peludo. Era un licántropo, para mi pesar.
Los lobos son malos escalando, ¿no? Así que mi primer instinto fue buscar un punto elevado. No conté con que fuese capaz de caminar a dos patas, ni que tuviese pulgares opuestos.
Una cosa llevó a la otra, y ahí estaba, huyendo de un hombre-lobo por los tejados de Baslodia, con esta pieza que no salía de mi cabeza. Cada paso era el sonar de un violín, cada salto un estallido de las trompetas. Pero toda pieza debe terminar, y por muy en forma que estuviese, no disponía de resistencia infinita. Así que debía buscar una solución rápida a mi problema. Y una solución encontré.
Mis ojos se posaron un segundo en la pulsera que tenía en la muñeca derecha. Observé cómo estaban dispuestas las estructuras a mi alrededor, e intenté hacerme una idea de la distancia a la que estaba mi perseguidor. El plan vino a mi mente. Algo muy arriesgado, pero lo que más posibilidades tenía de sacarme de ese aprieto.
Arranqué uno de los adornos de mi pulsera, y lo arrojé frente a mí con fuerza calculada [1] entonces me dejé caer de costado, deslizándome por el impulso de mi carrera. Arranqué el segundo adorno con los dientes [2].
Dos, tres, latidos. Sentí el vacío debajo de mí, y pude ver la oscuridad del callejón.
Cuatro latidos, y observé la sombra pasar por encima mío, hacia el tejado siguiente.
A los cinco latidos me estampé contra la pared del edificio siguiente. Un destello naranja iluminó pobremente lo que había entre esos edificios, y el potente —aunque contenido— estallido de la runa retumbó por las paredes del callejón, acompañado de los quejidos de un animal.
Caí estrepitosa pero suavemente, mi cuerpo ligero por la segunda runa. Mi plan había funcionado, y logré sobrevivir un día más
Terminé tumbado en aquél callejón, agradeciendo que no había aterrizado en nada viscoso. Observé mis alrededores con algo de dificultad, aún aturdido por el golpe.
Lo que mis ojos detectaron primero, escudriñando entre la penumbra, fue un par de ojos carmesí que me observaban de vuelta.
*Off-rol:
[1]Uso pergamino explosivo.
[2] Uso runa levitasis.
Pues los patrones están ahí. Sólo se necesita observar y pensar. Todo tiene una razón y todo tiene un final, las conexiones sólo deben ser descubiertas. Es la verdad de la vida y todo lo que le sigue.
Dar el mundo por sentado es negarle al alma el placer de sentir. Es perder la costumbre de apreciar los detalles mundanos, ignorar la música que acompaña los ríos y el canto dorado de un atardecer.
Perder el sentido de la maravilla, por otra parte, es la tragedia de caminar sin razón ni final, sin placer... Es la muerte que sufren aquellos cuyo corazón aún late.
"¿...Mef, y esto qué tiene que ver con tu viaje a Baslodia?" se preguntarán. Yo, virtuoso como soy, les daré una respuesta digerible.
Excusas. Son excusas. No puedo simplemente empezar un relato diciendo "Pues un día en Lunargenta vi un grupo de juglares y como no tenía nada mejor que hacer los seguí hasta lo que viene a ser la ciudad con peor turismo del sur de Aerandir", ¿a que no?
Entonces... ¿En qué estaba? Cierto.
Pónganse cómodos y tomen sus dulces favoritos. Este es un relato de las verdades de la vida, de transición, de juglares, elfos voladores y ojos carmesí.
-----
El cielo era una pintura y mis pasos eran música.
Sólo constaba alzar la vista y apreciar el lienzo. De infinito azul y nubes grises, como pinceladas, perforadas de punto a punto por el sol enérgico de la mañana. Un cielo de esos que promete lluvia, pero te hace agradecer llevar sombrero. De esos que es mejor apreciar que vivir, pues entre la lucha de la lluvia y el sol, sólo pierde el de abajo, que queda húmedo y acalorado.
La música al caminar podría atribuirse a mi peculiar forma de ver al mundo, o a los ensayos de la agrupación que acompañaba. Lo cierto es que era deleite para el oído y caricias al corazón, sino es que un empujón. Compuesta por instrumentos conocidos —y unos tantos que no, cosa que planeaba averiguar después— Tenía la energía de una cacería y el poder de un baile mortal.
Y al llegar al mediodía a la posada en Baslodia, no creí que aquello iba a ser tan conveniente, tan pronto.
-----
El cielo era una pintura y mis pasos eran música.—¡Joder, joder, mierda, joder coñ...! —me quejaba por lo alto.
No podría describir los detalles, pues la situación me complicó el echar un buen vistazo a cualquier otra cosa que no fuesen los tejados por los que corría, u oír algo más que los latidos de mi corazón repicar en mis oídos, o los gruñidos de aquello que me perseguía.
Sí puedo decir con seguridad de que era una noche con luna, pues ser capaz de ver dónde ponía el pie tuvo un buen factor en el porqué sobreviví a aquél encuentro.
Verán, en algún punto de la noche me separé del grupo para conocer mejor la ciudad. Resulta —y esto lo aprendí mucho tiempo después— que uno de los matones de Arthur, por... caprichos del destino, se encontraba en Baslodia. Ir a apreciar la compañía de músicos que llegaba era algo que, por el estado socioeconómico del lugar, no podía perderse.
Y me reconoció, porque pocas personas encajan en el perfil de elfo de cabello oscuro con sombrero extravagante. Tardé mucho en darme cuenta de que me seguían, y cuando lo hice tardé muy poco en empezar a correr al verlo transformarse en algún bicho peludo. Era un licántropo, para mi pesar.
Los lobos son malos escalando, ¿no? Así que mi primer instinto fue buscar un punto elevado. No conté con que fuese capaz de caminar a dos patas, ni que tuviese pulgares opuestos.
Una cosa llevó a la otra, y ahí estaba, huyendo de un hombre-lobo por los tejados de Baslodia, con esta pieza que no salía de mi cabeza. Cada paso era el sonar de un violín, cada salto un estallido de las trompetas. Pero toda pieza debe terminar, y por muy en forma que estuviese, no disponía de resistencia infinita. Así que debía buscar una solución rápida a mi problema. Y una solución encontré.
Mis ojos se posaron un segundo en la pulsera que tenía en la muñeca derecha. Observé cómo estaban dispuestas las estructuras a mi alrededor, e intenté hacerme una idea de la distancia a la que estaba mi perseguidor. El plan vino a mi mente. Algo muy arriesgado, pero lo que más posibilidades tenía de sacarme de ese aprieto.
Arranqué uno de los adornos de mi pulsera, y lo arrojé frente a mí con fuerza calculada [1] entonces me dejé caer de costado, deslizándome por el impulso de mi carrera. Arranqué el segundo adorno con los dientes [2].
Dos, tres, latidos. Sentí el vacío debajo de mí, y pude ver la oscuridad del callejón.
Cuatro latidos, y observé la sombra pasar por encima mío, hacia el tejado siguiente.
A los cinco latidos me estampé contra la pared del edificio siguiente. Un destello naranja iluminó pobremente lo que había entre esos edificios, y el potente —aunque contenido— estallido de la runa retumbó por las paredes del callejón, acompañado de los quejidos de un animal.
Caí estrepitosa pero suavemente, mi cuerpo ligero por la segunda runa. Mi plan había funcionado, y logré sobrevivir un día más
Terminé tumbado en aquél callejón, agradeciendo que no había aterrizado en nada viscoso. Observé mis alrededores con algo de dificultad, aún aturdido por el golpe.
Lo que mis ojos detectaron primero, escudriñando entre la penumbra, fue un par de ojos carmesí que me observaban de vuelta.
-----
*Off-rol:
[1]Uso pergamino explosivo.
[2] Uso runa levitasis.
Mefisto
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 165
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
Una de mis primeras paradas tras salir de Sacrestic Ville era sin duda Baslodia. ¿Por algo en especial? Sí, quería volver por sitios conocidos. Ya bastante desconocida era yo misma incluso para mí en esos momentos. Me quedé a pasar el día en un pueblecito cercano, así que nada más caer la noche estaba recorriendo sus calles. Las probabilidades de encontrarme con el capitán Werner eran diminutas, pero aún así tenía esperanzas en ello. Necesitaba verle, había pasado mucho tiempo y era de las mejores personas que había conocido. Tampoco es como si hubiera conocido muchas, pero aún así.
Era tal como la recordaba, no se parecía a Ciudad Lagarto, pero tampoco era un destino paradisíaco precisamente. Llena de marineros, piratas y comerciantes. De todo un poco, como una ensalada de frutas. Algo que, por cierto, no creo que fuera a tener el mismo sabor ahora.
Con esos pensamientos me entró hambre. Había una taberna cerca, pero no creía que me fueran a servir un buen vaso de sangre recién salida de su anterior portador. Por suerte había varios hombres borrachos fuera. Solo tenía que dejar fluir una débil ilusión y les parecería la muchacha más linda del lugar. Tenía que admitir que mis nuevas habilidades estaban resultando tremendamente útiles. Bastante mejor que aparentar ser una elfa inocente y perdida en un mundo de adultos.
No tardó en surtir el efecto deseado y tras unos minutos y varios comentarios subidos de tono estábamos en uno de los callejones laterales. Ya lo tenía, juro solemntemente que entre mis colmillos y la dulce sangre caliente de aquel hombretón no nos separaba más que un suspiro. Podría alimentarme por aquella noche y seguir con mi camino al día siguiente. Todo iba según lo planeado… Hasta que un elfo decidió que el callejón era un buen punto de aterrizaje.
Me sorprendí, ¡por supuesto que me sorprendí! ¿cuántas veces estás tranquilamente desayunando y te cae un elfo al lado salido de ningún sitio aparente? Bueno, sí, había visto la luz, había escuchado la explosión, pero tampoco le había dado mucha importancia. “Estarán de fiesta o muy enfadados con alguien” pensé.
El hombre se interpuso entre el elfo y yo. Mira por dónde, todavía tenía una oportunidad de comer ese día. Saqué los colmillos y…
“plof”
Creo que se me hinchó una vena que no sabía siquiera que tenía cuando vi un hombre lobo caer justo a mi lado, envuelto en llamas.
- … Por el amor de todos los Krakens, ¿se puede saber qué pasa en esta ciudad?
Ah, por supuesto, “Aperitivo” se había ido corriendo. Así que ahí estaba yo, bastante enfadada porque me hubieran interrumpido. Me apoyé en la pared y observé la escena, un elfo y un hombre lobo que… Que aparte de en llamas acababa de caerle una piedra del tejado en la cabeza y le había partido el cuello.
- … - Me acerqué al elfo y le tendí una mano para ayudarle a levantarse. -¿Haces estas cosas habitualmente, querido, o es improvisación del momento? - La ilusión que había puesto para atraer al humano seguía activa, por lo que esperaba no asustarle con los colmillos. - Mi nombre es Auril, Auril Fawkes. Y… Creo que tienes una interesante historia que contarme, ¿verdad? -Le sonreí, sin saber todavía si era amigable, hostil o simplemente huiría a todo lo que le dieran las piernas como mi desayuno.
Era tal como la recordaba, no se parecía a Ciudad Lagarto, pero tampoco era un destino paradisíaco precisamente. Llena de marineros, piratas y comerciantes. De todo un poco, como una ensalada de frutas. Algo que, por cierto, no creo que fuera a tener el mismo sabor ahora.
Con esos pensamientos me entró hambre. Había una taberna cerca, pero no creía que me fueran a servir un buen vaso de sangre recién salida de su anterior portador. Por suerte había varios hombres borrachos fuera. Solo tenía que dejar fluir una débil ilusión y les parecería la muchacha más linda del lugar. Tenía que admitir que mis nuevas habilidades estaban resultando tremendamente útiles. Bastante mejor que aparentar ser una elfa inocente y perdida en un mundo de adultos.
No tardó en surtir el efecto deseado y tras unos minutos y varios comentarios subidos de tono estábamos en uno de los callejones laterales. Ya lo tenía, juro solemntemente que entre mis colmillos y la dulce sangre caliente de aquel hombretón no nos separaba más que un suspiro. Podría alimentarme por aquella noche y seguir con mi camino al día siguiente. Todo iba según lo planeado… Hasta que un elfo decidió que el callejón era un buen punto de aterrizaje.
Me sorprendí, ¡por supuesto que me sorprendí! ¿cuántas veces estás tranquilamente desayunando y te cae un elfo al lado salido de ningún sitio aparente? Bueno, sí, había visto la luz, había escuchado la explosión, pero tampoco le había dado mucha importancia. “Estarán de fiesta o muy enfadados con alguien” pensé.
El hombre se interpuso entre el elfo y yo. Mira por dónde, todavía tenía una oportunidad de comer ese día. Saqué los colmillos y…
“plof”
Creo que se me hinchó una vena que no sabía siquiera que tenía cuando vi un hombre lobo caer justo a mi lado, envuelto en llamas.
- … Por el amor de todos los Krakens, ¿se puede saber qué pasa en esta ciudad?
Ah, por supuesto, “Aperitivo” se había ido corriendo. Así que ahí estaba yo, bastante enfadada porque me hubieran interrumpido. Me apoyé en la pared y observé la escena, un elfo y un hombre lobo que… Que aparte de en llamas acababa de caerle una piedra del tejado en la cabeza y le había partido el cuello.
- … - Me acerqué al elfo y le tendí una mano para ayudarle a levantarse. -¿Haces estas cosas habitualmente, querido, o es improvisación del momento? - La ilusión que había puesto para atraer al humano seguía activa, por lo que esperaba no asustarle con los colmillos. - Mi nombre es Auril, Auril Fawkes. Y… Creo que tienes una interesante historia que contarme, ¿verdad? -Le sonreí, sin saber todavía si era amigable, hostil o simplemente huiría a todo lo que le dieran las piernas como mi desayuno.
Irinnil Fawkes
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 288
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
Muchas cosas pasaron muy rápido.
El lobo... el lobo había muerto. De forma muy pintoresca. Estoy seguro de que mi lanzamiento no había sido perfecto, pero creí haber evitado suficiente daño a la propiedad de al lado. La presencia de escombros decía lo contrario y eso... eso iba a ser un problema.
Aunque el problema más grande es en el que me había metido yo, porque aquella bonita muchacha no podía ser otra cosa que problemas. Aunque ciertamente la prefería a un lobo rabioso.
Cuando la mujer salió a la mitad del callejón que estaba bañado en luz de luna, a ayudarme a ponerme de pie, supe que algo estaba mal. ¿Sería la confusión por la persecusión-explosión-caída, los ojos rojos de la muchacha, su cabello que brillaba con el mismo color que Isil, o aquél par de colmillos destacables que, esporádicamente, hacían lo mismo?
Su voz tenía una cadencia casi hipnótica, como una caricia, y mi mirada no se alejó de ella ni un segundo. Tomé su mano sin pensarlo demasiado, y una vez de pie me di cuenta de lo... bajita que era. Y de otra cosa. De qué estaba mal.
Estaba en un callejón, había un lobo muerto en el suelo... juraría que había visto otra persona que había huido del lugar. Respiré hondo, procesando todo un momento de silencio en que la pregunta de la mujer quedó flotando en el aire. [1]
Ella. Ella no debía estar aquí. Todo encajó en su lugar, y mis ojos se abrieron más. Sólo un poco, apenas suficiente como para que alguien muy observador notara el pánico que había empezado a burbujear dentro de mí, amenazando con perturbar mi fachada de tranquilidad.
— Improviso en el momento de forma habitual. —sonreí afablemente, retrocedí un poco por respeto y me sacudí la ropa. Cuidé al detalle mi acto, desde la dirección en que apuntaban mis pies hasta el comportamiento de mis ojos. Contacto visual casual, ni muy intenso ni muy pasivo. Todo debería dar una señal de comodidad, como si fuese un idiota o alguien demasiado seguro de sí mismo— Yo soy Mefisto, mi apellido no es importante —giré a observar el cadáver maltratado del lobo al oír la mención de mi "historia interesante". Volví la mirada hacia Auril tras poco segundos— Y la contaría con gusto. Pero este no es lugar para eso, ¿verdad? —hice un gesto con la cabeza, señalando la salida del callejón.
Ya fuese por el escándalo de la explosión, los daños de propiedad, o la posibilidad de morir desangrado en un callejón sucio y oscuro, quería salir de ese lugar cuanto antes.
Se vale soñar, ¿verdad?
(Mantenida) mientras el personaje mantenga la calma, aumenta su probabilidad de esquivar o detener ataques y los efectos mágicos se consideran un 20% más débiles sobre él. No puede realizar ataques (pero sí contraatacar) en el mismo turno en que mantenga Calma.
El lobo... el lobo había muerto. De forma muy pintoresca. Estoy seguro de que mi lanzamiento no había sido perfecto, pero creí haber evitado suficiente daño a la propiedad de al lado. La presencia de escombros decía lo contrario y eso... eso iba a ser un problema.
Aunque el problema más grande es en el que me había metido yo, porque aquella bonita muchacha no podía ser otra cosa que problemas. Aunque ciertamente la prefería a un lobo rabioso.
Cuando la mujer salió a la mitad del callejón que estaba bañado en luz de luna, a ayudarme a ponerme de pie, supe que algo estaba mal. ¿Sería la confusión por la persecusión-explosión-caída, los ojos rojos de la muchacha, su cabello que brillaba con el mismo color que Isil, o aquél par de colmillos destacables que, esporádicamente, hacían lo mismo?
Su voz tenía una cadencia casi hipnótica, como una caricia, y mi mirada no se alejó de ella ni un segundo. Tomé su mano sin pensarlo demasiado, y una vez de pie me di cuenta de lo... bajita que era. Y de otra cosa. De qué estaba mal.
Estaba en un callejón, había un lobo muerto en el suelo... juraría que había visto otra persona que había huido del lugar. Respiré hondo, procesando todo un momento de silencio en que la pregunta de la mujer quedó flotando en el aire. [1]
Ella. Ella no debía estar aquí. Todo encajó en su lugar, y mis ojos se abrieron más. Sólo un poco, apenas suficiente como para que alguien muy observador notara el pánico que había empezado a burbujear dentro de mí, amenazando con perturbar mi fachada de tranquilidad.
— Improviso en el momento de forma habitual. —sonreí afablemente, retrocedí un poco por respeto y me sacudí la ropa. Cuidé al detalle mi acto, desde la dirección en que apuntaban mis pies hasta el comportamiento de mis ojos. Contacto visual casual, ni muy intenso ni muy pasivo. Todo debería dar una señal de comodidad, como si fuese un idiota o alguien demasiado seguro de sí mismo— Yo soy Mefisto, mi apellido no es importante —giré a observar el cadáver maltratado del lobo al oír la mención de mi "historia interesante". Volví la mirada hacia Auril tras poco segundos— Y la contaría con gusto. Pero este no es lugar para eso, ¿verdad? —hice un gesto con la cabeza, señalando la salida del callejón.
Ya fuese por el escándalo de la explosión, los daños de propiedad, o la posibilidad de morir desangrado en un callejón sucio y oscuro, quería salir de ese lugar cuanto antes.
Se vale soñar, ¿verdad?
-----
Off-rol: [1] Uso la habilidad de nivel 0, Calma(Mantenida) mientras el personaje mantenga la calma, aumenta su probabilidad de esquivar o detener ataques y los efectos mágicos se consideran un 20% más débiles sobre él. No puede realizar ataques (pero sí contraatacar) en el mismo turno en que mantenga Calma.
Mefisto
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 165
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
Vale que me había chafado la cena, de forma irremediable a juzgar por la velocidad de huida de mi presa. Y seguramente no fuese a caer de nuevo en las mismas artimañas, así que tendría que buscar un sustitutivo. Por suerte para mi, tenía uno justo delante. Me relamí sin pensarlo mientras le miraba. Parecía estar… cómodo. ¿Cómodo? O era estúpido o tenía el ego muy alto. Miré hacia lo que quedaba de tejado. Seguramente quien viviese ahí no saldría tras escuchar una explosión, se quedaría metidito entre sus sábanas hecho un ovillo en la cama deseando que la siguiente no fuese más cercana.
- Oh, así que improvisas en el momento de forma habitual. - Sonreí, tenía que aparentar familiaridad, no hay mejor forma para ello que usar las mismas palabras que tus interlocutores. Imitar sus expresiones y forma de hablar. Aunque no creía que fuese a surtir el efecto deseado. -Estoy acostumbrada a que los demás no tengan un apellido “importante” -Hice un poco de énfasis en la última palabra. Desde luego que era importante, era mi cena al fin y al cabo.
Una de las cosas que está bien saber cuando te encuentras con extraños es que siempre usan una máscara. Las máscaras dan esa sensación de confianza y tranquilidad. Pero no solo se usan hacia afuera. Lo que me refiero es… Se usan para aparentar tranquilidad y para poco a poco calmar los pensamientos de miedo de tu propio interior. Mi máscara era distinta, estaba hecha para seducir o amedrentar, un pequeño regalo de mi nueva condición. Tan solo conocía una forma de romper aquella fachada y era…
Hice como que tropezaba con una piedrecita del suelo y me agarré a su brazo.
- Qué torpe soy. -Le miré mientras me soltaba de nuevo. -Perdona.
Su sangre estaba más acelerada que sus palabras y gestos, se le daba mejor ocultarlo que a la mayoría, era fácil engañar a la vista, no tanto al tacto. El caso es… ¿Podría alimentarme de un elfo? Entre todas las cenas posibles que podían caérseme encima, aquella era una de las peores. Decidí que no, tampoco tenía tanta hambre, solo quería hacerlo por aburrimiento y porque el viaje a la ciudad no fuese en vano. Dejé que el espejismo que tenía sobre mi misma se desvaneciese, ya no me hacía falta. Respiré hondo mientras caminábamos afuera del callejón.
Una vez allí me puse delante de él, impidiéndole el paso.
- Verás, esperaba encontrarme con alguien en esta ciudad. Aunque sabía que sería harto improbable… -Me crucé de brazos y suspiré. -Entiendo que puedas sentirte incómodo en mi presencia, de verdad que sí, yo también lo estaría si fuera tú. -Levanté el dedo índice. -Pero… Si no tienes nada mejor que hacer, me gustaría escuchar esa historia tan interesante.
Me alejé un paso hacia un lateral, dejándole el camino libre. Debería relajarle el hecho de tener hacia dónde correr.
- Eso es… Si no te importa tener una velada con una compañía tan… Inusual. -Le sonreí y descrucé los brazos. - Podemos ir a un sitio más concurrido, si te sientes más… Seguro. En esta ciudad hay tabernas que no cierran, están llenas de borrachos que no nos molestarán mucho. - Me moví hacia la calle principal. - Es por aquí. -Comencé a caminar sin saber si me seguiría o no. Esperaba que lo hiciera, seguramente fuera mi única oportunidad de alejarme del aburrimiento aquella noche.
- Oh, así que improvisas en el momento de forma habitual. - Sonreí, tenía que aparentar familiaridad, no hay mejor forma para ello que usar las mismas palabras que tus interlocutores. Imitar sus expresiones y forma de hablar. Aunque no creía que fuese a surtir el efecto deseado. -Estoy acostumbrada a que los demás no tengan un apellido “importante” -Hice un poco de énfasis en la última palabra. Desde luego que era importante, era mi cena al fin y al cabo.
Una de las cosas que está bien saber cuando te encuentras con extraños es que siempre usan una máscara. Las máscaras dan esa sensación de confianza y tranquilidad. Pero no solo se usan hacia afuera. Lo que me refiero es… Se usan para aparentar tranquilidad y para poco a poco calmar los pensamientos de miedo de tu propio interior. Mi máscara era distinta, estaba hecha para seducir o amedrentar, un pequeño regalo de mi nueva condición. Tan solo conocía una forma de romper aquella fachada y era…
Hice como que tropezaba con una piedrecita del suelo y me agarré a su brazo.
- Qué torpe soy. -Le miré mientras me soltaba de nuevo. -Perdona.
Su sangre estaba más acelerada que sus palabras y gestos, se le daba mejor ocultarlo que a la mayoría, era fácil engañar a la vista, no tanto al tacto. El caso es… ¿Podría alimentarme de un elfo? Entre todas las cenas posibles que podían caérseme encima, aquella era una de las peores. Decidí que no, tampoco tenía tanta hambre, solo quería hacerlo por aburrimiento y porque el viaje a la ciudad no fuese en vano. Dejé que el espejismo que tenía sobre mi misma se desvaneciese, ya no me hacía falta. Respiré hondo mientras caminábamos afuera del callejón.
Una vez allí me puse delante de él, impidiéndole el paso.
- Verás, esperaba encontrarme con alguien en esta ciudad. Aunque sabía que sería harto improbable… -Me crucé de brazos y suspiré. -Entiendo que puedas sentirte incómodo en mi presencia, de verdad que sí, yo también lo estaría si fuera tú. -Levanté el dedo índice. -Pero… Si no tienes nada mejor que hacer, me gustaría escuchar esa historia tan interesante.
Me alejé un paso hacia un lateral, dejándole el camino libre. Debería relajarle el hecho de tener hacia dónde correr.
- Eso es… Si no te importa tener una velada con una compañía tan… Inusual. -Le sonreí y descrucé los brazos. - Podemos ir a un sitio más concurrido, si te sientes más… Seguro. En esta ciudad hay tabernas que no cierran, están llenas de borrachos que no nos molestarán mucho. - Me moví hacia la calle principal. - Es por aquí. -Comencé a caminar sin saber si me seguiría o no. Esperaba que lo hiciera, seguramente fuera mi única oportunidad de alejarme del aburrimiento aquella noche.
Irinnil Fawkes
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 288
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
La situación no se desarrolló como lo esperaba.
Me sobresalté con su repentino acercamiento, aunque no tardé en camuflarlo como un intento de sostenerla al darme cuenta de que no fue un ataque, sino un... "tropiezo".
Claro.
Lo mejor sería seguirle la corriente. Un intento de seducción era muy preferible a que intentara abrirme la carótida con un cuchillo de carnicero si le llevaba la contraria. Bueno, no había ningún cuchillo de carnicero a la vista, pero se entiende mi punto. Y Auril no había negado mi sugerencia de alejarnos de allí, así que tras mantener la mirada unos segundos me dispuse a salir de aquél callejón, a pasos tranquilos.
Eso hasta que la mujer me cortó el paso. ¿Supo que la descubrí? Maldije internamente, preparándome para lo peor, pero sólo la observé atentamente. Sus gestos no eran hostiles. Ladeé un poco la cabeza, escuchándola hablar. Su voz seguía siendo agradable, pero había perdido aquél... nosequé hipnótico. Y fijándome en ella, me di cuenta de que seguía siendo bonita, pero ya no era... cautivadora.
¿Me había golpeado la cabeza sin darme cuenta? ¿O era algo más?
Lo cierto es que podía entenderla con mayor claridad. Tal como había pensado, ya la muchacha sabía que yo sabía. Y estaba... empatizando. Mientras más hablaba ella, yo más bajaba la guardia. Hasta que se hizo a un lado, dándome paso libre. La confusión debía ser visible en mi rostro.
La situación no se desarrolló como lo esperaba.
La forma en que se movían sus ojos, teniendo en cuenta su percepción de la oscuridad. Cada gesticulación, los susurros en la comisura de sus labios, la distribución del peso en sus piernas, el tiempo del contacto visual, la orientación de su torso, de sus pies, el ritmo de su voz...
Todas las personas tenían una melodía. Melodías vanas, melodías alegres, melodías dulces, épicas o trágicas. Sólo hacía falta escuchar con atención.
Auril orquestaba una melodía sincera. Una melodía de anhelo y nostalgia, con matices de... ¿Miedo?
Pero no el miedo a las bestias, al fuego o a la oscuridad. Era un miedo más suave, más profundo y, en mi opinión, más peligroso. Uno que tinta por completo el alma, y poco a poco cala más hondo, hasta que el árbol cae podrido.
¿Qué circunstancias me habrían llevado a ese callejón en particular, en ese momento específico, a conocerla a ella personalmente?
Tardé en darme cuenta de que me había quedado callado, simplemente observándola y escuchándola. Cautivado no por encantos sobrenaturales, sino por la ironía de aquello.
Hasta aquí me había traído el eterno caminar. Corriendo de lobos salvajes, de criminales, de bestias mágicas, explosiones, amenazas contra Aerandir mismo, superando cada obstáculo por los pelos, a meros suspiros de la muerte, simplemente huyendo.
Huyendo había llegado hasta ese callejón, frente a alguien que huía de lo mismo: El silencio.
La vi alejarse, sin mirar atrás. Respiré hondo. Poco a poco el recelo y desconfianza se fueron haciendo más débiles, junto con la voz que me decía que me fuese de allí cuanto antes. Me aclaré la garganta. Empecé a seguirla, acelerando el paso hasta alcanzarla.
—Ese es mi tipo de taberna favorita. ¿Sabes si también tienen comida horrible? No estaría completa si la comida no tiene la capacidad de matarte. —Sonreí cálidamente, esta vez de forma sincera, y le ofrecí el brazo.
Di un brinquito al oír más escombros estrellarse contra el suelo, y aceleré un poco el paso.
—Bueno, por dónde empezar... —desvié la mirada, como haciendo un gesto pensativo, y tras un momento volví el rostro— Supongo que todo esto inicia con mi temporal estadía en Lunargenta. Conocí a cierta gente...
Procedí a narrar ávidamente las aventuras y desventuras que me llevaron a esa situación en particular: Arthur, La Dama de Plata, mi vida en los bajos fondos de Lunargenta, la escapada... Salté unas cuantas cosas poco importantes, como cuando me capturaron en un calabozo en Las Islas o casi muero asado en Sandorai.
Qué puedo decir. La situación no se desarrolló como lo esperaba.
Me sobresalté con su repentino acercamiento, aunque no tardé en camuflarlo como un intento de sostenerla al darme cuenta de que no fue un ataque, sino un... "tropiezo".
Claro.
Lo mejor sería seguirle la corriente. Un intento de seducción era muy preferible a que intentara abrirme la carótida con un cuchillo de carnicero si le llevaba la contraria. Bueno, no había ningún cuchillo de carnicero a la vista, pero se entiende mi punto. Y Auril no había negado mi sugerencia de alejarnos de allí, así que tras mantener la mirada unos segundos me dispuse a salir de aquél callejón, a pasos tranquilos.
Eso hasta que la mujer me cortó el paso. ¿Supo que la descubrí? Maldije internamente, preparándome para lo peor, pero sólo la observé atentamente. Sus gestos no eran hostiles. Ladeé un poco la cabeza, escuchándola hablar. Su voz seguía siendo agradable, pero había perdido aquél... nosequé hipnótico. Y fijándome en ella, me di cuenta de que seguía siendo bonita, pero ya no era... cautivadora.
¿Me había golpeado la cabeza sin darme cuenta? ¿O era algo más?
Lo cierto es que podía entenderla con mayor claridad. Tal como había pensado, ya la muchacha sabía que yo sabía. Y estaba... empatizando. Mientras más hablaba ella, yo más bajaba la guardia. Hasta que se hizo a un lado, dándome paso libre. La confusión debía ser visible en mi rostro.
La situación no se desarrolló como lo esperaba.
La forma en que se movían sus ojos, teniendo en cuenta su percepción de la oscuridad. Cada gesticulación, los susurros en la comisura de sus labios, la distribución del peso en sus piernas, el tiempo del contacto visual, la orientación de su torso, de sus pies, el ritmo de su voz...
Todas las personas tenían una melodía. Melodías vanas, melodías alegres, melodías dulces, épicas o trágicas. Sólo hacía falta escuchar con atención.
Auril orquestaba una melodía sincera. Una melodía de anhelo y nostalgia, con matices de... ¿Miedo?
Pero no el miedo a las bestias, al fuego o a la oscuridad. Era un miedo más suave, más profundo y, en mi opinión, más peligroso. Uno que tinta por completo el alma, y poco a poco cala más hondo, hasta que el árbol cae podrido.
¿Qué circunstancias me habrían llevado a ese callejón en particular, en ese momento específico, a conocerla a ella personalmente?
Tardé en darme cuenta de que me había quedado callado, simplemente observándola y escuchándola. Cautivado no por encantos sobrenaturales, sino por la ironía de aquello.
Hasta aquí me había traído el eterno caminar. Corriendo de lobos salvajes, de criminales, de bestias mágicas, explosiones, amenazas contra Aerandir mismo, superando cada obstáculo por los pelos, a meros suspiros de la muerte, simplemente huyendo.
Huyendo había llegado hasta ese callejón, frente a alguien que huía de lo mismo: El silencio.
La vi alejarse, sin mirar atrás. Respiré hondo. Poco a poco el recelo y desconfianza se fueron haciendo más débiles, junto con la voz que me decía que me fuese de allí cuanto antes. Me aclaré la garganta. Empecé a seguirla, acelerando el paso hasta alcanzarla.
—Ese es mi tipo de taberna favorita. ¿Sabes si también tienen comida horrible? No estaría completa si la comida no tiene la capacidad de matarte. —Sonreí cálidamente, esta vez de forma sincera, y le ofrecí el brazo.
Di un brinquito al oír más escombros estrellarse contra el suelo, y aceleré un poco el paso.
—Bueno, por dónde empezar... —desvié la mirada, como haciendo un gesto pensativo, y tras un momento volví el rostro— Supongo que todo esto inicia con mi temporal estadía en Lunargenta. Conocí a cierta gente...
Procedí a narrar ávidamente las aventuras y desventuras que me llevaron a esa situación en particular: Arthur, La Dama de Plata, mi vida en los bajos fondos de Lunargenta, la escapada... Salté unas cuantas cosas poco importantes, como cuando me capturaron en un calabozo en Las Islas o casi muero asado en Sandorai.
Qué puedo decir. La situación no se desarrolló como lo esperaba.
Mefisto
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 165
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
Durante unos instantes, mientras seguía el sendero hacia la taberna más cercana, pensé que huiría. No es como si se lo fuese a tener en cuenta. Yo lo habría hecho. Una desconocida, vampiresa, que conoces en un callejón oscuro en una de las ciudades más… Bueno, dejémoslo en “Baslodia”. El caso es que yo no era lo que se dice el ente más amigable que te podías encontrar en esa situación. Todavía me costaba comprender por qué no había cambiado mi comida, que se había largado a toda la velocidad que le permitían sus piernas, por aquel elfo. Tenía un… Algo. Llamémosle aura. Colores interesantes, o tal vez fuera el hecho de haberle visto caer de un tejado que llamase mi atención.
De todas formas el miedo que sentí durante esos cortos segundos por quedarme sola aquella noche se difuminó en cuanto llegó a mi lado. Incluso me ofreció su brazo, que acepté gustosamente. Me enganché en él y posé la mano sobre su antebrazo. Pude sentir cómo estaba mucho más tranquilo. Tampoco parecía estar ocultándose. O eso o lo hacía bastante mejor que cuando le vi la primera vez. Pero teniendo en cuenta que habían pasado apenas unos minutos quise pensar que sería lo primero.
- Todas mis comidas tienen la capacidad de matarme, aunque rara vez les dejo la ocasión. - Le sonreí mostrando los colmillos. No como forma de asustarle, más bien… juguetona. Parecía el tipo de persona que podría aguantar aquella broma. Si no se había ido corriendo ya, podría soportar algo como aquello.
Escuché sus historias, intercediendo con algún comentario corto sobre sus aventuras o con alguna risita perdida entre sus palabras. No creí haberme equivocado, aquel elfo tenía algo… Es como si el propio destino pensara igual que yo, no era normal escapar por los pelos en tantas situaciones y no tener algo especial contigo. ¿Ingenio? ¿Una habilidad extrema para la suerte? No podía decirlo, al menos todavía.
- Ven, aquí es. -Me solté de su brazo para abrir la puerta de la taberna. La luz me cegó durante unos instantes. Me quedé parada en la puerta hasta que los ojos se acostumbraron a la luminosidad del local. - Si no te importa… Creo que preferiría sentarme en aquella esquina en penumbra de allí atrás. - Le miré. -Aunque tal vez prefieras quedarte en el medio por si te doy un mordisco furtivo cuando bajes la guardia.
Quería estar cómoda. Quería hablar con aquel elfo, descubrir por qué sus colores eran distintos de los de los demás. En definitiva… Lo único que no quería era estar sola. Seguramente en mi rostro se pudieran apreciar todos esos sentimientos al mismo tiempo. La noche estaba empezando a mejorar, si Mefisto “cuyo apellido no es importante” no estaba cómodo también, nada de aquello tendría sentido y sería una pérdida de tiempo.
Hice un gesto al tabernero, que parecía aburrido, o tal vez cansado de aquella jornada. Se acercó sin una sola sonrisa.
- ¿Tendrías…?
- No eres la primera de los tuyos que se acerca por aquí, veré qué puedo encontrar. - Hizo una pausa. -Además… Reconozco ese sombrero, cualquier cosa por la tripulación de Werner.
No me esperaba que fuese tan amable, mucho menos esperaba aquella sonrisa de dientes de plata ni que conociese al capitán. Volví a centrar mi atención en Mefisto.
- Tal vez haya algo que tú quieras saber de mi, en realidad creo que he pecado de curiosa. Lo siento si te has sentido ofendido.
Lo único que podía pensar era… Que la noche no se desarrollaba como lo esperaba.
De todas formas el miedo que sentí durante esos cortos segundos por quedarme sola aquella noche se difuminó en cuanto llegó a mi lado. Incluso me ofreció su brazo, que acepté gustosamente. Me enganché en él y posé la mano sobre su antebrazo. Pude sentir cómo estaba mucho más tranquilo. Tampoco parecía estar ocultándose. O eso o lo hacía bastante mejor que cuando le vi la primera vez. Pero teniendo en cuenta que habían pasado apenas unos minutos quise pensar que sería lo primero.
- Todas mis comidas tienen la capacidad de matarme, aunque rara vez les dejo la ocasión. - Le sonreí mostrando los colmillos. No como forma de asustarle, más bien… juguetona. Parecía el tipo de persona que podría aguantar aquella broma. Si no se había ido corriendo ya, podría soportar algo como aquello.
Escuché sus historias, intercediendo con algún comentario corto sobre sus aventuras o con alguna risita perdida entre sus palabras. No creí haberme equivocado, aquel elfo tenía algo… Es como si el propio destino pensara igual que yo, no era normal escapar por los pelos en tantas situaciones y no tener algo especial contigo. ¿Ingenio? ¿Una habilidad extrema para la suerte? No podía decirlo, al menos todavía.
- Ven, aquí es. -Me solté de su brazo para abrir la puerta de la taberna. La luz me cegó durante unos instantes. Me quedé parada en la puerta hasta que los ojos se acostumbraron a la luminosidad del local. - Si no te importa… Creo que preferiría sentarme en aquella esquina en penumbra de allí atrás. - Le miré. -Aunque tal vez prefieras quedarte en el medio por si te doy un mordisco furtivo cuando bajes la guardia.
Quería estar cómoda. Quería hablar con aquel elfo, descubrir por qué sus colores eran distintos de los de los demás. En definitiva… Lo único que no quería era estar sola. Seguramente en mi rostro se pudieran apreciar todos esos sentimientos al mismo tiempo. La noche estaba empezando a mejorar, si Mefisto “cuyo apellido no es importante” no estaba cómodo también, nada de aquello tendría sentido y sería una pérdida de tiempo.
Hice un gesto al tabernero, que parecía aburrido, o tal vez cansado de aquella jornada. Se acercó sin una sola sonrisa.
- ¿Tendrías…?
- No eres la primera de los tuyos que se acerca por aquí, veré qué puedo encontrar. - Hizo una pausa. -Además… Reconozco ese sombrero, cualquier cosa por la tripulación de Werner.
No me esperaba que fuese tan amable, mucho menos esperaba aquella sonrisa de dientes de plata ni que conociese al capitán. Volví a centrar mi atención en Mefisto.
- Tal vez haya algo que tú quieras saber de mi, en realidad creo que he pecado de curiosa. Lo siento si te has sentido ofendido.
Lo único que podía pensar era… Que la noche no se desarrollaba como lo esperaba.
Irinnil Fawkes
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 288
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
La caminata bien podría no haber ocurrido: En un momento empecé el relato, y entre dramatizaciones por allí, chistes por allá, risas esporádicas y una u otra cosa, habíamos llegado. Ni siquiera me habría dado cuenta de no ser por su aviso.
Eché un vistazo a mi alrededor al darme cuenta de esa realidad; las calles eran familiares, sin duda, pero de la misma forma que lo es un perro a un lobo. Podría decir, si me preguntaran, que estaba en algún punto de Baslodia. La ciudad no era tan grande como Lunargenta, pero había pasado mucho más tiempo en la capital. Podía decirse entonces, que en mi despiste, me había perdido.
Ni siquiera estuvo en mi cabeza por un momento; así como la observación llegó, se había ido. "Caminante no hay camino, se hace camino al andar" y tal, como diría los viajeros del Este o los borrachos del Sur.
Pero no se trataba de eso. Era algo más, despertado por las memorias compartidas. Apreté la mandíbula.
¿Cuánto tiempo tenía caminando, sin idea de a dónde iba? No en medio de la conversación, o al iniciarla. Mucho antes.
Antes de ser perseguido por el licántropo, antes de seguir a los trovadores a Baslodia, mucho, mucho antes.
¿Desde la guerra en Sandorai?
¿Antes? ¿Desde Aurora?
¿...O incluso antes de ella?
No lo sabía. No lo sabía, y ese hecho era una molestia. Tenue pero incesante, un zumbido en el interior de la cabeza. Era irritante, denigrante.
Era una voz muda que me pedía respuestas, que me pedía actuar. Me suplicaba con dulzura, me exigía con cólera. Me pedía seguir adelante, caminar cuanto no han caminado antes los vagabundos, buscar y encontrar, vivir y seguir caminando. ¡Que me siguieran los mapas, y fuesen todas estas tierras ahogadas en garabatos! Que cuantas maravillas viera, cuanta música escuchara, por mucho que caminara allí seguía, zumbando. Pedía, cuánto no pedía. Otro paso. Cuánto pedía.
Porque de no hacerle caso, de no ceder a las demandas incesantes que me gritaba nadie al oído, ¿qué sería de mí? Sería ser consumido desde dentro, como el árbol podrido que caía de un momento a otro, estallando en mil pedazos. Era yo pues el más ridículo de los bufones, un burro huyendo de su cola, la única persona capaz de correr en círculos sin hacer circunferencia. Desde Sandorai hasta Verisar, del Oeste al Este y al Norte al Sur, y más allá y de regreso, de arriba hacia abajo y directo al carajo; Moverse tanto sin avanzar nunca.
¡Malditos los astros que me condenan al ridículo, y maldito el camino que me permite caminarlo!
No reclamaré injusticia; eso era algo que tenía bien claro. Habrían muchos jueces, habrían jurados y ejecutores, habrían emblemas brillantes y héroes resplandecientes, habrían leyes para morir leyendo y mil castigos para el que no las cumpliera, pero la justicia era algo que se nos escapaba a todos. ¡A todos! A los que dormían bajo la tierra y a los imbéciles que aún la recorríamos. Puta o Rey, aristócrata o mendigo: Todos necios. ¡Todos necios!
Todas estas ideas, toda esta frustración de la que no podía entender ni una pizca, mucho menos zafarme, me abrumaron de un momento a otro, extendiéndose como si fuese una llama en un establo descuidado. Mis hombros se hicieron pesados, y estoy seguro de que mi mirada perdió brillo. Se me pasó por la mente la idea de darme vuelta y seguir caminando, alejarme de ese lugar y de aquella muchacha.
Entonces hubo luz, hubo murmuros, el tintineo de los latones y el olor a alcohol en el aire. Aquellas sensaciones, familiares y jocosas, inundaron mis sentidos de golpe con el abrir de la puerta, devolviendo color a mi ánimo y cierto rebote a mis pasos. Parpadeé un par de veces, centrándome otra vez en mi situación y en lo que me rodeaba.
Entré al local, observando a las personas que aún estaban allí. Había hombres fornidos, había gente en los huesos, la variedad —sin tantas cosas pintorescas— que estaba acostumbrado a ver. El ocio o la escapada, todos con algo en común que los traía al mismo lugar. Respiré hondo, avivándome.
—Nada de mordiscos en la primera cita —negué con la cabeza, bromeando— Soy una persona de principios.
Observé a Auril con cuidado. Había cierta curiosidad en ella, cierto ánimo. Ella también debía tener una historia interesante, estaba seguro. ¿Y cómo podría dejar a alguien que me había escuchado hablar por tanto tiempo? Finalmente decidí que me quedaría, aunque para ese momento ya casi no tenía intención de irme. Me acerqué a la mesa de la esquina, y le sonreí mientras me sentaba.
—Conocí a uno de mis mejores amigos cuando intentó robarme amenazándome con un sable —levanté una ceja y le quité importancia al asunto con un gesto de mano— Necesitas mucho más para ofenderme. Tranquila.
Apoyé los codos en la mesa, a la vez descansando la cabeza en mi mano izquierda.
—Pero si quieres que estemos a mano, entonces adelante, cuéntame tu historia. Me da especial curiosidad aquello que vi allá —señalé al tabernero con la cabeza— ¿De verdad eres tripulante del Promesa? ¿Cómo es la vida allí? —no intenté disimular la curiosidad en mis ojos.
«A Dunn le encantará oír de esto.» pensé.
Eché un vistazo a mi alrededor al darme cuenta de esa realidad; las calles eran familiares, sin duda, pero de la misma forma que lo es un perro a un lobo. Podría decir, si me preguntaran, que estaba en algún punto de Baslodia. La ciudad no era tan grande como Lunargenta, pero había pasado mucho más tiempo en la capital. Podía decirse entonces, que en mi despiste, me había perdido.
Ni siquiera estuvo en mi cabeza por un momento; así como la observación llegó, se había ido. "Caminante no hay camino, se hace camino al andar" y tal, como diría los viajeros del Este o los borrachos del Sur.
Pero no se trataba de eso. Era algo más, despertado por las memorias compartidas. Apreté la mandíbula.
¿Cuánto tiempo tenía caminando, sin idea de a dónde iba? No en medio de la conversación, o al iniciarla. Mucho antes.
Antes de ser perseguido por el licántropo, antes de seguir a los trovadores a Baslodia, mucho, mucho antes.
¿Desde la guerra en Sandorai?
¿Antes? ¿Desde Aurora?
¿...O incluso antes de ella?
No lo sabía. No lo sabía, y ese hecho era una molestia. Tenue pero incesante, un zumbido en el interior de la cabeza. Era irritante, denigrante.
Era una voz muda que me pedía respuestas, que me pedía actuar. Me suplicaba con dulzura, me exigía con cólera. Me pedía seguir adelante, caminar cuanto no han caminado antes los vagabundos, buscar y encontrar, vivir y seguir caminando. ¡Que me siguieran los mapas, y fuesen todas estas tierras ahogadas en garabatos! Que cuantas maravillas viera, cuanta música escuchara, por mucho que caminara allí seguía, zumbando. Pedía, cuánto no pedía. Otro paso. Cuánto pedía.
Porque de no hacerle caso, de no ceder a las demandas incesantes que me gritaba nadie al oído, ¿qué sería de mí? Sería ser consumido desde dentro, como el árbol podrido que caía de un momento a otro, estallando en mil pedazos. Era yo pues el más ridículo de los bufones, un burro huyendo de su cola, la única persona capaz de correr en círculos sin hacer circunferencia. Desde Sandorai hasta Verisar, del Oeste al Este y al Norte al Sur, y más allá y de regreso, de arriba hacia abajo y directo al carajo; Moverse tanto sin avanzar nunca.
¡Malditos los astros que me condenan al ridículo, y maldito el camino que me permite caminarlo!
No reclamaré injusticia; eso era algo que tenía bien claro. Habrían muchos jueces, habrían jurados y ejecutores, habrían emblemas brillantes y héroes resplandecientes, habrían leyes para morir leyendo y mil castigos para el que no las cumpliera, pero la justicia era algo que se nos escapaba a todos. ¡A todos! A los que dormían bajo la tierra y a los imbéciles que aún la recorríamos. Puta o Rey, aristócrata o mendigo: Todos necios. ¡Todos necios!
Todas estas ideas, toda esta frustración de la que no podía entender ni una pizca, mucho menos zafarme, me abrumaron de un momento a otro, extendiéndose como si fuese una llama en un establo descuidado. Mis hombros se hicieron pesados, y estoy seguro de que mi mirada perdió brillo. Se me pasó por la mente la idea de darme vuelta y seguir caminando, alejarme de ese lugar y de aquella muchacha.
Entonces hubo luz, hubo murmuros, el tintineo de los latones y el olor a alcohol en el aire. Aquellas sensaciones, familiares y jocosas, inundaron mis sentidos de golpe con el abrir de la puerta, devolviendo color a mi ánimo y cierto rebote a mis pasos. Parpadeé un par de veces, centrándome otra vez en mi situación y en lo que me rodeaba.
Entré al local, observando a las personas que aún estaban allí. Había hombres fornidos, había gente en los huesos, la variedad —sin tantas cosas pintorescas— que estaba acostumbrado a ver. El ocio o la escapada, todos con algo en común que los traía al mismo lugar. Respiré hondo, avivándome.
—Nada de mordiscos en la primera cita —negué con la cabeza, bromeando— Soy una persona de principios.
Observé a Auril con cuidado. Había cierta curiosidad en ella, cierto ánimo. Ella también debía tener una historia interesante, estaba seguro. ¿Y cómo podría dejar a alguien que me había escuchado hablar por tanto tiempo? Finalmente decidí que me quedaría, aunque para ese momento ya casi no tenía intención de irme. Me acerqué a la mesa de la esquina, y le sonreí mientras me sentaba.
—Conocí a uno de mis mejores amigos cuando intentó robarme amenazándome con un sable —levanté una ceja y le quité importancia al asunto con un gesto de mano— Necesitas mucho más para ofenderme. Tranquila.
Apoyé los codos en la mesa, a la vez descansando la cabeza en mi mano izquierda.
—Pero si quieres que estemos a mano, entonces adelante, cuéntame tu historia. Me da especial curiosidad aquello que vi allá —señalé al tabernero con la cabeza— ¿De verdad eres tripulante del Promesa? ¿Cómo es la vida allí? —no intenté disimular la curiosidad en mis ojos.
«A Dunn le encantará oír de esto.» pensé.
Mefisto
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 165
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
Hablar de mi misma desde luego no era de las cosas que más me gustaba hacer. Siempre se me ha hecho… extremadamente complicado ordenar mis pensamientos y mantener los sentimientos al margen. Cuando alguien te pide que les cuentes una historia pocas veces su intención es que la revivas y que sientas exactamente lo mismo que en ese punto de tu vida. Se haría tedioso y la otra persona podría sentirse fatal por haberte hecho pasar por eso de nuevo. O también podría sentirse bien, en tal caso será un psicópata y se merecerá todas y cada una de las patadas en sus genitales que puedas propinarle.
La verdad es que nada importaba en aquel momento. ¿Cuáles eran las posibilidades de encontrarme nuevamente con aquel elfo? Sincerarme con un total desconocido que no volvería a ver en mi vida podía ser… relajante, incluso liberador.
- Me has pedido volver a esa época… - Me acerqué a él, tampoco quería que nos escucharan, aunque los demás clientes del establecimiento estaban lo suficientemente ebrios o alejados como para prestar atención. - Aún era… como tú. Quiero decir, elfa. No he vuelto a ver al Capitán Werner desde ese momento. - Suspiré, recordando otros tiempos, otra gente. - Al final, no fui tan solo una tripulante, Werner me llegó a nombrar Capitana Fawkes. - Le guiñé un ojo, si conocía al capitán aunque fuera de habladurías, aquella confesión le sorprendería. - La vida allí era… supongo que podrías decir que la mejor familia que cualquiera puede llegar a desear jamás. Y supongo que entonces te preguntarás por qué abandonar un lugar como ese. Qué pasaría por mi mente para irme de un sitio en el que todas y cada una de las personas adoran tu presencia. Pues nunca he dicho que fuera una elfa lista. Quería ver más cosas, saber más cosas. - La mirada se me perdía a lo largo de la taberna, mi mente se encontraba muy lejos, en otro tiempo, en otro lugar. - Aunque eso es mentira. No valoraba nada de lo que había allí, la vida en el mar tampoco era lo mío. Buscar tesoros se me hacía aburrido y pasar varios meses sin volver por tierra… demasiado duro.
Bebí un buen sorbo de la sangre que mi nuevo amigo el tabernero me había dejado sobre la mesa sin una palabra más. Aunque sí me puso una mano en el hombro, una especie de gesto de camaradería que agradecí enormemente. La había mezclado con un poco de alcohol, no supe discernir cual, nunca se me dio bien reconocerlos.
- Tal vez con un algunas copas más te podría incluso contar por qué ya no soy como tú. Pero sigue interesándome tu gran habilidad para salvar la vida en el último segundo, o más bien… tu suerte. No parece que hayas pasado por pocas penurias de ese estilo hasta caerte de un tejado frente a una vampiresa hambrienta.
Me acomodé en la silla y crucé las piernas mientras seguía bebiendo.
- También puedes hacerme más preguntas si quieres, pero tendrás que pagar con respuestas. - Le sonreí. Cuanto más personal fuese la pregunta que me hiciera el elfo, más problemática sería la que le devolvería. Era un buen juego digno de una noche en una taberna con alguien que había interrumpido mi cena.
La verdad es que nada importaba en aquel momento. ¿Cuáles eran las posibilidades de encontrarme nuevamente con aquel elfo? Sincerarme con un total desconocido que no volvería a ver en mi vida podía ser… relajante, incluso liberador.
- Me has pedido volver a esa época… - Me acerqué a él, tampoco quería que nos escucharan, aunque los demás clientes del establecimiento estaban lo suficientemente ebrios o alejados como para prestar atención. - Aún era… como tú. Quiero decir, elfa. No he vuelto a ver al Capitán Werner desde ese momento. - Suspiré, recordando otros tiempos, otra gente. - Al final, no fui tan solo una tripulante, Werner me llegó a nombrar Capitana Fawkes. - Le guiñé un ojo, si conocía al capitán aunque fuera de habladurías, aquella confesión le sorprendería. - La vida allí era… supongo que podrías decir que la mejor familia que cualquiera puede llegar a desear jamás. Y supongo que entonces te preguntarás por qué abandonar un lugar como ese. Qué pasaría por mi mente para irme de un sitio en el que todas y cada una de las personas adoran tu presencia. Pues nunca he dicho que fuera una elfa lista. Quería ver más cosas, saber más cosas. - La mirada se me perdía a lo largo de la taberna, mi mente se encontraba muy lejos, en otro tiempo, en otro lugar. - Aunque eso es mentira. No valoraba nada de lo que había allí, la vida en el mar tampoco era lo mío. Buscar tesoros se me hacía aburrido y pasar varios meses sin volver por tierra… demasiado duro.
Bebí un buen sorbo de la sangre que mi nuevo amigo el tabernero me había dejado sobre la mesa sin una palabra más. Aunque sí me puso una mano en el hombro, una especie de gesto de camaradería que agradecí enormemente. La había mezclado con un poco de alcohol, no supe discernir cual, nunca se me dio bien reconocerlos.
- Tal vez con un algunas copas más te podría incluso contar por qué ya no soy como tú. Pero sigue interesándome tu gran habilidad para salvar la vida en el último segundo, o más bien… tu suerte. No parece que hayas pasado por pocas penurias de ese estilo hasta caerte de un tejado frente a una vampiresa hambrienta.
Me acomodé en la silla y crucé las piernas mientras seguía bebiendo.
- También puedes hacerme más preguntas si quieres, pero tendrás que pagar con respuestas. - Le sonreí. Cuanto más personal fuese la pregunta que me hiciera el elfo, más problemática sería la que le devolvería. Era un buen juego digno de una noche en una taberna con alguien que había interrumpido mi cena.
Irinnil Fawkes
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 288
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
La muchacha —¿qué edad tendría?— empezó su turno de contar historias. Mis ojos dejaron de buscar detalles en el entorno y se centraron en los suyos, devolviéndole la cortesía previa y dedicándole toda mi atención.
No quería sólo escuchar su historia, sino entenderla. Hilar cada fragmento de vida que comparte uno al narrar el pasado, en suspiros y miradas y gestos y todo lo que dice aquello que no pronuncian los labios. ¿Qué clase de vida pintarían aquellos trazos?
«Dime, Auril Fawkes; ¿de qué color son tus pasos?»
Permití que la sorpresa se mostrara en mis ojos al oír que compartía mesa con una Capitana, y a la vez una suave sonrisa se apoderó de mis labios. Tamborileé los dedos en la mesa y finalmente me acomodé en mi silla.
—Por los caprichos del mundo y los misterios del alma, Capitana Fawkes —brindé con voz leve y sonrisa amarga, levantando el tarro de cerveza que había estado ignorando hasta ahora y dándole un sorbo—, por los caminos recorridos y los caminos sin recorrer —añadí, más en un murmuro para mí mismo.
Ahora era mi turno, y qué tema que pensar. "Gran habilidad," dice. "Suerte," dice. "Penurias..." En algo estábamos de acuerdo, si bien puede que no de la manera evidente. Sonreí, aquello un reflejo de su propia sonrisa, algo más juguetona.
—No estoy seguro de cómo responder, si soy sincero —me encogí de hombros, algo de pena mostrándose en mi rostro—. Puede que la muerte no me quiera en su fiesta.
Sentí algo en mi pecho, un sentimiento afilado, frío y oh tan odioso. Distinto al fulgor asfixiante de la ira, pero forjado en esa llama y en otra más. Experiencias que me veía incapaz de compartir, no por falta de ganas.
Incluso si Auril entendiera, no escuchara sino entendiera, ¿vería acaso la misma verdad que yo veo? ¿La misma verdad que empuño, la misma verdad que abrasó mi espalda e hizo cenizas todas las dudas que podían quedar atrás?
—O que alguien más no quiere que me vaya. —Oculté mi rostro con otro sorbo de cerveza, más largo que el anterior.
El tarro volvió a la mesa con un suave golpe, y mi mirada se quedó en la espuma de aquella bebida. Me vino a la mente un poema de aquellos recitados en la Pulgantina cuando aún era temprana la noche, uno sobre estelas en el mar y lo efímero de la vida. La memoria de aquél jolgorio ayudó a desafilar la frustración en mi lengua y desanudar mi pecho.
Volví a dirigir mi mirada a aquél par de ojos carmesí, y respiré hondo.
—¿Qué piensas del destino, Auril? Providencia, obra divina —agité una mano—, ya sabes, esa idea del flujo de los acontecimientos siendo algo más que azar.
Como hermana de Sandorai, podría hacerme una idea. Pero si algo había demostrado esta velada era los giros inesperados que puede dar la vida.
—Seguiré con mi respuesta tras eso, tranquila —le guiñé un ojo, sonriente— No me gusta hacer trampas —mentí.
No quería sólo escuchar su historia, sino entenderla. Hilar cada fragmento de vida que comparte uno al narrar el pasado, en suspiros y miradas y gestos y todo lo que dice aquello que no pronuncian los labios. ¿Qué clase de vida pintarían aquellos trazos?
«Dime, Auril Fawkes; ¿de qué color son tus pasos?»
...
Permití que la sorpresa se mostrara en mis ojos al oír que compartía mesa con una Capitana, y a la vez una suave sonrisa se apoderó de mis labios. Tamborileé los dedos en la mesa y finalmente me acomodé en mi silla.
—Por los caprichos del mundo y los misterios del alma, Capitana Fawkes —brindé con voz leve y sonrisa amarga, levantando el tarro de cerveza que había estado ignorando hasta ahora y dándole un sorbo—, por los caminos recorridos y los caminos sin recorrer —añadí, más en un murmuro para mí mismo.
Ahora era mi turno, y qué tema que pensar. "Gran habilidad," dice. "Suerte," dice. "Penurias..." En algo estábamos de acuerdo, si bien puede que no de la manera evidente. Sonreí, aquello un reflejo de su propia sonrisa, algo más juguetona.
—No estoy seguro de cómo responder, si soy sincero —me encogí de hombros, algo de pena mostrándose en mi rostro—. Puede que la muerte no me quiera en su fiesta.
Sentí algo en mi pecho, un sentimiento afilado, frío y oh tan odioso. Distinto al fulgor asfixiante de la ira, pero forjado en esa llama y en otra más. Experiencias que me veía incapaz de compartir, no por falta de ganas.
Incluso si Auril entendiera, no escuchara sino entendiera, ¿vería acaso la misma verdad que yo veo? ¿La misma verdad que empuño, la misma verdad que abrasó mi espalda e hizo cenizas todas las dudas que podían quedar atrás?
—O que alguien más no quiere que me vaya. —Oculté mi rostro con otro sorbo de cerveza, más largo que el anterior.
El tarro volvió a la mesa con un suave golpe, y mi mirada se quedó en la espuma de aquella bebida. Me vino a la mente un poema de aquellos recitados en la Pulgantina cuando aún era temprana la noche, uno sobre estelas en el mar y lo efímero de la vida. La memoria de aquél jolgorio ayudó a desafilar la frustración en mi lengua y desanudar mi pecho.
Volví a dirigir mi mirada a aquél par de ojos carmesí, y respiré hondo.
—¿Qué piensas del destino, Auril? Providencia, obra divina —agité una mano—, ya sabes, esa idea del flujo de los acontecimientos siendo algo más que azar.
Como hermana de Sandorai, podría hacerme una idea. Pero si algo había demostrado esta velada era los giros inesperados que puede dar la vida.
—Seguiré con mi respuesta tras eso, tranquila —le guiñé un ojo, sonriente— No me gusta hacer trampas —mentí.
Mefisto
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 165
Nivel de PJ : : 1
Re: De juglares, elfos voladores y ojos carmesí [Privado] [Noche]
Mi copa se terminó pronto. Demasiado pronto en realidad. Hice un gesto al tabernero, que por alguna razón no nos quitaba los ojos de encima. Aunque seguramente estuviera pensando algo como “¿en qué momento se comerá a ese pobre y desdichado elfo? Espero que no sea aquí, no quiero tener que limpiar sangre del suelo… otra vez.” No sería de extrañar, por mucha camaradería que pudiera tener por mi y por este sombrero, la pereza es más poderosa.
Intenté centrarme de nuevo en mi acompañante y, cuando llegó mi nueva copa, brindamos por algo que no recuerdo. No estaba prestando mucha atención en esos momentos. No parecía estar respondiendo a mi curiosidad, si no yéndose por las ramas. También se me estaba subiendo un poco el alcohol al cerebro, lo cual no era necesariamente malo, pero tenía que bajar un poco el ritmo o rápidamente quedaría inconsciente en medio de la taberna.
- No hace falta que jures que no sabes responder, en realidad llevas varias frases sin contenido. - Le miré y le guiñé un ojo. - O eso creo, no les he prestado mucha atención.
Sus dos frases siguientes seguían sin tener sentido, al menos para mi. Era como si solo divagara antes de llegar él mismo a una respuesta. Dando vueltas sobre ambigüedades. “Puede que la muerte no me quiera en su fiesta” jamás había oído semejante tontería. La muerte no era ninguna fiesta, a todos nos llama tarde o temprano, y no, no lo vamos a pasar bien precisamente. Aunque pensándolo bien, tal vez solo estuviera dando a entender que no tiene ni idea de por qué no se ha muerto todavía. La segunda frase parecía confirmar esa idea.
Suspiré mientras hacía girar el líquido carmesí en la copa. Su siguiente pregunta hizo que me moviera hacia adelante y apoyara los codos en la mesa, mirándole directamente a los ojos.
- ¿Acaso eres un necio, Mefisto? O puede que creas que yo lo soy… Por un lado llevas evitando mis preguntas desde que has tomado la palabra, diciendo cosas intrascendentes sin contenido alguno. Ganando tiempo… lo único que me pregunto es para qué. ¿Acaso no conoces tus propias respuestas? O puede que te haya hecho una pregunta que tú mismo te has planteado a lo largo de los días. - Me recosté de nuevo sobre el respaldo de la silla. - Yo te he dado mi respuesta, es hora de que me des tú la tuya y si… si después todavía tienes curiosidad sobre qué pienso del destino, estaré encantada de responderte. - Le sonreí antes de darle otro sorbo a la copa. - En caso de que no te apetezca responder, siempre puedes irte… con lo que eso conlleve, claro, está muy oscuro ahí fuera, nunca sabes qué puede acechar entre las esquinas.
Intenté centrarme de nuevo en mi acompañante y, cuando llegó mi nueva copa, brindamos por algo que no recuerdo. No estaba prestando mucha atención en esos momentos. No parecía estar respondiendo a mi curiosidad, si no yéndose por las ramas. También se me estaba subiendo un poco el alcohol al cerebro, lo cual no era necesariamente malo, pero tenía que bajar un poco el ritmo o rápidamente quedaría inconsciente en medio de la taberna.
- No hace falta que jures que no sabes responder, en realidad llevas varias frases sin contenido. - Le miré y le guiñé un ojo. - O eso creo, no les he prestado mucha atención.
Sus dos frases siguientes seguían sin tener sentido, al menos para mi. Era como si solo divagara antes de llegar él mismo a una respuesta. Dando vueltas sobre ambigüedades. “Puede que la muerte no me quiera en su fiesta” jamás había oído semejante tontería. La muerte no era ninguna fiesta, a todos nos llama tarde o temprano, y no, no lo vamos a pasar bien precisamente. Aunque pensándolo bien, tal vez solo estuviera dando a entender que no tiene ni idea de por qué no se ha muerto todavía. La segunda frase parecía confirmar esa idea.
Suspiré mientras hacía girar el líquido carmesí en la copa. Su siguiente pregunta hizo que me moviera hacia adelante y apoyara los codos en la mesa, mirándole directamente a los ojos.
- ¿Acaso eres un necio, Mefisto? O puede que creas que yo lo soy… Por un lado llevas evitando mis preguntas desde que has tomado la palabra, diciendo cosas intrascendentes sin contenido alguno. Ganando tiempo… lo único que me pregunto es para qué. ¿Acaso no conoces tus propias respuestas? O puede que te haya hecho una pregunta que tú mismo te has planteado a lo largo de los días. - Me recosté de nuevo sobre el respaldo de la silla. - Yo te he dado mi respuesta, es hora de que me des tú la tuya y si… si después todavía tienes curiosidad sobre qué pienso del destino, estaré encantada de responderte. - Le sonreí antes de darle otro sorbo a la copa. - En caso de que no te apetezca responder, siempre puedes irte… con lo que eso conlleve, claro, está muy oscuro ahí fuera, nunca sabes qué puede acechar entre las esquinas.
Irinnil Fawkes
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 288
Nivel de PJ : : 1
Reike
Admin
Admin
Cantidad de envíos : : 1879
Nivel de PJ : : 5
Temas similares
» El Ojo Carmesí [Noche] [Privado] [CERRADO]
» Los ojos de un traidor [Libre] [Noche]
» Turno de noche en el Lecho de pulgas[Privado Woodpecker] [Trabajo-Noche]
» Una noche cualquiera [Privado/Noche][Tema Cerrado]
» Fantasmas en la noche [Privado]
» Los ojos de un traidor [Libre] [Noche]
» Turno de noche en el Lecho de pulgas[Privado Woodpecker] [Trabajo-Noche]
» Una noche cualquiera [Privado/Noche][Tema Cerrado]
» Fantasmas en la noche [Privado]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Ayer a las 23:14 por Iori Li
» Laboratorio Harker [Alquimia+Ingeniería]
Ayer a las 19:13 por Zelas Hazelmere
» Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Ayer a las 16:18 por Mina Harker
» El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Ayer a las 05:53 por Lukas
» El retorno del vampiro [Evento Sacrestic]
Ayer a las 00:33 por Vincent Calhoun
» La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Mar Nov 19 2024, 22:49 por Eltrant Tale
» Entre Sombras y Acero [LIBRE][NOCHE]
Mar Nov 19 2024, 22:42 por Cohen
» [Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
Lun Nov 18 2024, 12:29 por Tyr
» Susurros desde el pasado | Amice H.
Lun Nov 18 2024, 04:12 por Amice M. Hidalgo
» [Zona de culto] Iglesia del único Dios
Sáb Nov 16 2024, 21:38 por Tyr
» Enjoy the Silence 4.0 {Élite]
Miér Nov 13 2024, 20:01 por Nana
» Vampiros, Gomejos, piernas para qué las tengo. [Privado]
Mar Nov 12 2024, 04:51 por Tyr
» Derecho Aerandiano [Libre]
Dom Nov 10 2024, 13:36 por Tyr
» Propaganda Peligrosa - Priv. Zagreus - (Trabajo / Noche)
Vie Nov 08 2024, 18:40 por Lukas
» Lamentos de un corazón congelado [Libre 3/3]
Vie Nov 08 2024, 01:19 por Tyr