"Buenos samaritanos" [Libre]
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"Buenos samaritanos" [Libre]
El último trabajo les había dejado una buena suma de dinero, por lo que alcanzó para abastecer bien a toda la cuadrilla tanto de alimentos como de armaduras. Sin embargo, las armas eran un tema distinto, no podían adquirise en cualquier lado si planeaban mejorar como ejército.
Baslodia, una de las ciudades amuralladas, era de las más famosas por su excelente herrería y la calidad de sus espadas, pese a que realmente la población no gozaba de mucho dinero, tratándose en su mayoría de gente humilde. Fue entonces que Griffith decidió, junto a una pequeña porción de su cuadrilla, alistar tres carretas escoltadas por él y sus hombres y partir rumbo a dicho lugar, donde aprovecharían para hacerse con mejores armas; abusando quizá demasiado de la bondad que caracterizaba tanto a sus gobernantes como seguramente al pueblo en general.
Todo el tramo fue en su mayoría tranquilo, sin haberse topado con los típicos oportunistas que si bien no solían ser demasiado diestros en batalla, sí que lograban convertirse en una molesta piedra en el zapato. El cielo se mantuvo todo el tiempo cerrado, brindando ese paisaje grisáceo y parcialmente frío, con la luz blanca discreta al filtrarse entre las nubes y los cascos de los caballos sonando húmedos al hundirse sobre el pasto. Las carretas por suerte se encontraban al centro de la formación, donde irían más seguras y tendrían el tiempo suficiente para avisarles en caso de una zanja en el lodo que pudiera tragarse las ruedas.
—Todo este "paseo" empieza a molestarme. Ya de por sí es bastante raro no intercambiar un par de insultos con algunos don nadie, como para que encima estemos pasando sin complicaciones—Se quejó Corkus, escéptico.
—¿Preferirías tener que pelear? No hace falta, tampoco hay ninguna doncella mirándote. No tienes que lucirte—respondió Judeau desde su caballo, burlándose de su compañero. Claro que este no hizo más que chasquear la lengua y dedicarse a escanear el terreno nuevamente con un rápido vistazo. Tanta tranquilidad lo tenía preocupado y aunque pareciera un histérico, lo cierto es que razón no le faltaba.
—Dime, Griffith... ¿No será contraproducente el venir hasta acá solo por las armas? entiendo que es un lugar sin mucho dinero, pero eso no quiere decir que nos vaya a salir más barato—inquirió el joven rubio al volverse hacia el frente.
—No lo harán—respondió sin más el líder de la cuadrilla, provocando que el menor alzara sus cejas, todavía incrédulo —Pero no es solo para lo que vamos allá. La verdad... es que me interesa más el proceso que el arma en sí, ¿no sería interesante ver lo que tiene para ofrecer?—adjuntó, mientras miraba por sobre el hombro, dedicándole una de sus modestas sonrisas al más joven. Judeau guardó silencio por un par de segundos y luego miró en otra dirección, rascándose la nuca.
—La verdad es que no entiendo. Pero si tú lo dices...—se encogió de hombros y continuó el camino en silencio.
El característico sonido de las nubes chocar a la distancia se hizo presente, anunciando que pronto llovería. Por suerte, las estructuras y muralla de la ciudad ya podían apreciarse a la distancia, pintadas como la escala de grises en un cuadro, al haberse cubierto de neblina por la humedad de los campos. Una gota cayó pesada sobre la hoja de uno de los rosales silvestres y a ella le siguieron otras más, cada vez más fecuentes hasta convertirse en una ligera lluvia. Algunos de los soldados se adelantaron a cubrir las carretas con los pliegos de tela y cuero con tal de resguardar lo poco que llevaban dentro.
—Sabía que debimos haber salido antes, es que lo sabía. Con toda esta chatarra encima terminaremos oxidándonos por igual—dijo Corkus mientras se colocaba la capa y el gorro de ésta, como si la tela fuese a protegerlo del inminente chubasco.
—Si has sido tú el que no se ha despertado a tiempo—dijo Judeau, al tiempo que también alcanzaba su capa y se la colocaba para cubrirse.
Griffith, por otra parte, estiró su brazo y dejó que las gotas golpeasen su palma por encima del guante. Miró ligeramente hacia arriba, entornando los ojos cuando la tenue luz fue suficiente para hacer que doliesen, pero el agua fría y ligera se sentía bien sobre su rostro.
Baslodia, una de las ciudades amuralladas, era de las más famosas por su excelente herrería y la calidad de sus espadas, pese a que realmente la población no gozaba de mucho dinero, tratándose en su mayoría de gente humilde. Fue entonces que Griffith decidió, junto a una pequeña porción de su cuadrilla, alistar tres carretas escoltadas por él y sus hombres y partir rumbo a dicho lugar, donde aprovecharían para hacerse con mejores armas; abusando quizá demasiado de la bondad que caracterizaba tanto a sus gobernantes como seguramente al pueblo en general.
Todo el tramo fue en su mayoría tranquilo, sin haberse topado con los típicos oportunistas que si bien no solían ser demasiado diestros en batalla, sí que lograban convertirse en una molesta piedra en el zapato. El cielo se mantuvo todo el tiempo cerrado, brindando ese paisaje grisáceo y parcialmente frío, con la luz blanca discreta al filtrarse entre las nubes y los cascos de los caballos sonando húmedos al hundirse sobre el pasto. Las carretas por suerte se encontraban al centro de la formación, donde irían más seguras y tendrían el tiempo suficiente para avisarles en caso de una zanja en el lodo que pudiera tragarse las ruedas.
—Todo este "paseo" empieza a molestarme. Ya de por sí es bastante raro no intercambiar un par de insultos con algunos don nadie, como para que encima estemos pasando sin complicaciones—Se quejó Corkus, escéptico.
—¿Preferirías tener que pelear? No hace falta, tampoco hay ninguna doncella mirándote. No tienes que lucirte—respondió Judeau desde su caballo, burlándose de su compañero. Claro que este no hizo más que chasquear la lengua y dedicarse a escanear el terreno nuevamente con un rápido vistazo. Tanta tranquilidad lo tenía preocupado y aunque pareciera un histérico, lo cierto es que razón no le faltaba.
—Dime, Griffith... ¿No será contraproducente el venir hasta acá solo por las armas? entiendo que es un lugar sin mucho dinero, pero eso no quiere decir que nos vaya a salir más barato—inquirió el joven rubio al volverse hacia el frente.
—No lo harán—respondió sin más el líder de la cuadrilla, provocando que el menor alzara sus cejas, todavía incrédulo —Pero no es solo para lo que vamos allá. La verdad... es que me interesa más el proceso que el arma en sí, ¿no sería interesante ver lo que tiene para ofrecer?—adjuntó, mientras miraba por sobre el hombro, dedicándole una de sus modestas sonrisas al más joven. Judeau guardó silencio por un par de segundos y luego miró en otra dirección, rascándose la nuca.
—La verdad es que no entiendo. Pero si tú lo dices...—se encogió de hombros y continuó el camino en silencio.
El característico sonido de las nubes chocar a la distancia se hizo presente, anunciando que pronto llovería. Por suerte, las estructuras y muralla de la ciudad ya podían apreciarse a la distancia, pintadas como la escala de grises en un cuadro, al haberse cubierto de neblina por la humedad de los campos. Una gota cayó pesada sobre la hoja de uno de los rosales silvestres y a ella le siguieron otras más, cada vez más fecuentes hasta convertirse en una ligera lluvia. Algunos de los soldados se adelantaron a cubrir las carretas con los pliegos de tela y cuero con tal de resguardar lo poco que llevaban dentro.
—Sabía que debimos haber salido antes, es que lo sabía. Con toda esta chatarra encima terminaremos oxidándonos por igual—dijo Corkus mientras se colocaba la capa y el gorro de ésta, como si la tela fuese a protegerlo del inminente chubasco.
—Si has sido tú el que no se ha despertado a tiempo—dijo Judeau, al tiempo que también alcanzaba su capa y se la colocaba para cubrirse.
Griffith, por otra parte, estiró su brazo y dejó que las gotas golpeasen su palma por encima del guante. Miró ligeramente hacia arriba, entornando los ojos cuando la tenue luz fue suficiente para hacer que doliesen, pero el agua fría y ligera se sentía bien sobre su rostro.
Griffith
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Tras mis últimos trabajos, había decidido tomarme unos días de descanso. Había visitado unas aldeas vecinas a Baslodia, pequeños asentamientos dónde vivían algunos conocidos con los que normalmente solía trabajar.
Me informaron sobre algunos incidentes de Baslodia que desconocía y me propuse averiguar qué tenían de ciertos y cómo podría lucrarme de ellos. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], que enseguida llamó mi atención, debido a que era la mina dónde mi padre había trabajado durante años.
En mi viaje de vuelta, estaba cansado y sucio cuándo divisé en el horizonte las murallas de la ciudad. Baslodia, sin duda, había tenido un pasado glorioso, aunque ahora, era una ciudad pobre, dónde unos pocos tenían todas las fortunas y demasiados se repartían todas las miserias.
Los aristócratas cómo los Baslod, los Gila o los Burzán tenían grandes casas, mansiones repletas de objetos valiosos que se permitían coleccionar, poseer y usar. Pero el pueblo apenas lograba sobrevivir y recurría a los míseros trabajos de minero, a la competitiva labor de herrero, el escaso empleo cómo jornalero, clandestinos oficios en los puertos o directamente se unían a la delincuencia.
¡Si yo pudiera cambiar las cosas, qué diferente sería mi ciudad!
El ruido de la tormenta me sacó de mis pensamientos. Parecía que iba a llover pronto y aceleré el paso. La sensación de la lluvia sobre mí siempre me había agradado, aunque quedaba un rato de caminata y prefería no empaparme.
Al unirse el camino secundario por el que caminaba al camino principal que llegaba a Baslodia, distinguí en la lejanía, a unos metros por delante de mí, lo que parecía ser un grupo de mercenarios. En mi juventud, los había admirado, aunque con el tiempo, dado mi carácter introvertido, me di cuenta de que prefería trabajar solo o con algún compañero. La discreción era muy importante. Un hombre podría ocultarse fácilmente. Un grupo cómo el que tenía delante era bastante difícil.
Seguramente vendrían buscando armas. Se decía que las armas de Baslodia eran las mejores y muchos habitantes de la Península de Verisar acudían a nuestra ciudad para conseguir sus nuevas espadas, dagas o hachas. Los herreros trabajaban mucho, aunque por la dura competencia en el negocio, no ganaban demasiado: quién inflaba los precios, se quedaba sin beneficios. Quien los bajaba demasiado, se quedaba sin negocio. Objetos de calidad vendidos a precios de miseria.
Poco a poco, fui disminuyendo la distancia con el grupo, ya que yo era ágil y no llevaba carga alguna, salvo Ámbar, mi vieja daga. A medida de que me acercaba distinguí tres carretas, así que el grupo sería de tamaño medio, aunque no podía distinguir cuántos miembros lo componían desde la distancia.
La lluvia comenzó a caer, aumentando su fuerza poco a poco. Apreté el paso, hasta quedarme a unos cincuenta metros del grupo. Les alcanzaría en breve y con un poco de suerte, les adelantaría sin buscarme un problema.
Me informaron sobre algunos incidentes de Baslodia que desconocía y me propuse averiguar qué tenían de ciertos y cómo podría lucrarme de ellos. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], que enseguida llamó mi atención, debido a que era la mina dónde mi padre había trabajado durante años.
En mi viaje de vuelta, estaba cansado y sucio cuándo divisé en el horizonte las murallas de la ciudad. Baslodia, sin duda, había tenido un pasado glorioso, aunque ahora, era una ciudad pobre, dónde unos pocos tenían todas las fortunas y demasiados se repartían todas las miserias.
Los aristócratas cómo los Baslod, los Gila o los Burzán tenían grandes casas, mansiones repletas de objetos valiosos que se permitían coleccionar, poseer y usar. Pero el pueblo apenas lograba sobrevivir y recurría a los míseros trabajos de minero, a la competitiva labor de herrero, el escaso empleo cómo jornalero, clandestinos oficios en los puertos o directamente se unían a la delincuencia.
¡Si yo pudiera cambiar las cosas, qué diferente sería mi ciudad!
El ruido de la tormenta me sacó de mis pensamientos. Parecía que iba a llover pronto y aceleré el paso. La sensación de la lluvia sobre mí siempre me había agradado, aunque quedaba un rato de caminata y prefería no empaparme.
Al unirse el camino secundario por el que caminaba al camino principal que llegaba a Baslodia, distinguí en la lejanía, a unos metros por delante de mí, lo que parecía ser un grupo de mercenarios. En mi juventud, los había admirado, aunque con el tiempo, dado mi carácter introvertido, me di cuenta de que prefería trabajar solo o con algún compañero. La discreción era muy importante. Un hombre podría ocultarse fácilmente. Un grupo cómo el que tenía delante era bastante difícil.
Seguramente vendrían buscando armas. Se decía que las armas de Baslodia eran las mejores y muchos habitantes de la Península de Verisar acudían a nuestra ciudad para conseguir sus nuevas espadas, dagas o hachas. Los herreros trabajaban mucho, aunque por la dura competencia en el negocio, no ganaban demasiado: quién inflaba los precios, se quedaba sin beneficios. Quien los bajaba demasiado, se quedaba sin negocio. Objetos de calidad vendidos a precios de miseria.
Poco a poco, fui disminuyendo la distancia con el grupo, ya que yo era ágil y no llevaba carga alguna, salvo Ámbar, mi vieja daga. A medida de que me acercaba distinguí tres carretas, así que el grupo sería de tamaño medio, aunque no podía distinguir cuántos miembros lo componían desde la distancia.
La lluvia comenzó a caer, aumentando su fuerza poco a poco. Apreté el paso, hasta quedarme a unos cincuenta metros del grupo. Les alcanzaría en breve y con un poco de suerte, les adelantaría sin buscarme un problema.
Eden
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
No pudo evitar sentirse decepcionado al caer en cuenta de que su primera visita a Baslodia no era como lo esperado. Desde que partió de Lunargenta, con nueva montura y acero recién forjado en sus manos, cada mercader que se cruzó en el camino le compartió el mismo presagio: «una tormenta se avecina sobre el este de Verisar». Nunca fue mucho de creer en la sabiduría de los campesinos, que generalmente se reducía a las supersticiones, por lo que se limitaba a responder con una carcajada cínica y algún que otro comentario socarrón.
Por ello, se llevó una gran sorpresa al divisar, tambaleándose a lomos de su caballo, el grisáceo paisaje en el horizonte baslodio: un séquito de oscuras nubes se arremolinaban sobre la gran ciudad, cubriéndola con una escala de matices oscuros, a través de los cuales se filtraba algún que otro rayo de luz. Como complemento, el gélido aquilón que sacudía los árboles por los alrededores anunciaba aquello que el espadachín se negó a creer.
La gente miente con frecuencia, pero el viento se mantiene fiel a la sinceridad. Tatsuya supo desde aquél momento que si se demoraba más de lo necesario en su cabalgata, pillaría un resfriado. Por ello, golpeó sus estribos y encaminó su montura hacia la ciudad.
El ambiente citadino era aún más lúgubre por dentro de lo que se evidenciaba en el exterior: las calles estaban casi desiertas, apenas habitadas por unas pocas personas de indumentaria fúnebre: telas gruesas y de colores oscuros para protegerse del frío, capuchas y el rostro mirando hacia abajo. El silencio era tal, que los cascos de su caballo hacían eco entre los callejones, llamando la atención de algunos residentes que se asomaban desde las ventanas. Sin embargo, nadie se atrevía a interactuar con el brujo.
Guió a su corcel al distrito de mercaderes, específicamente al área de arcanos, esperando toparse con alguien que pudiera encantar su espada. Encontró la misma soledad a la que ya estaba acostumbrado, a la excepción de una simpática muchacha, con sus mejillas ruborizas, que jugaba con sus trenzas frente a una austera herrería. Conforme se fue acercando, notó que el rubor no venía de sus mejillas, sino de sus cristalinos e inflamados ojos, y que su jugueteo era más bien una señal de nerviosismo. De forma poco oportuna, el caballo dejó escapar un bufido, que hizo a la muchacha dar un brinco y fijarse en el espadachín, frunciendo instantáneamente los labios. Sus pupilas se encogieron de igual manera, reflejando el terror.
—Buenas tardes, moza. No temas, no voy a hacerte daño. — dijo el mercenario con parsimonia — ¿Acaso hubo un festival recientemente y están todos de resaca? Llevo paseando desde hace horas y no me he topado con nadie.
—Ellos... están todos demasiado atemorizados para salir — afirmó con una voz temblorosa — No hemos visto el sol en esta ciudad desde que comenzaron a reclutarnos contra nuestra voluntad para las minas de carbón. — su frágil voz no tardó en quebrarse en llanto — ¡Se llevaron a mi hermano, y mi padre no pudo hacer más que quedarse observando!
El brujo enarcó una ceja y chasqueó la lengua. De por sí venía de mal humor y encima tenía que soportar los lloriqueos de alguien más, ¡y ni siquiera le habían pagado para ello!
—Entonces, mientras Baslodia se hunde más y más en la miseria, los mercaderes deciden esconderse con el rabo entre las patas porque tienen miedo de trabajar honradamente. — ladró y luego soltó una maliciosa carcajada — Es patético, si me preguntas.
—Yo... no... — musitó brevemente para ser interrumpida por el relincho del caballo y la escueta despedida del brujo.
Descendió por la avenida "El Yunque" y desembocó en la avenida principal del distrito de Mercaderes, en busca de alguna posada donde pasar la noche. Sin embargo, incluso allí encontraba más de lo mismo: puestos vacíos, charcos de agua y alimañas arrastrándose entre las sombras. Algunas gotas comenzaban a deslizarse sobre las tejas de los edificios, y conforme la lluvia creció en intensidad, estas cayeron sobre el pavimento, formando angostas corrientes de agua.
Tatsuya siguió blasfemando internamente mientras recorría la avenida, hasta que algunos llantos desconsolados rompieron su línea de pensamiento. A unos pocos metros vislumbró varias siluetas a través de la cortina de agua: cuatro de ellas estaban de pie, armadas y equipadas, probablemente formarían parte de la guardia de la ciudad; a su lado, una figura canija se erguía temblorosa, y en el suelo yacía una persona arrodillada... probablemente el autor de los gritos.
—¡Ya le he dicho, señora! ¡Déjese de lloriqueos! — vociferó uno de los guardias — ¡El señor feudal aprueba nuestra empresa! ¿Acaso planea desacatar sus órdenes? ¡En estos tiempos de necesidad, viene en falta tener a los más jóvenes trabajando en las minas!
—¡Todo menos eso, señor! ¡Mi esposo ha trabajado como herrero durante décadas! ¡Nuestra familia ha contribuido honradamente a nuestra ciudad! — chilló la mujer arrodillada, aferrándose a la pierna de uno de los sujetos — ¡Mi hijo lo es todo para mí! ¡Les daremos mil espadas! ¡Se los suplico!
Uno de los guardias le susurró algo a su compañero, y este en concordancia dirigió un derechazo al rostro de la mujer, acostándola de golpe sobre el suelo. Acto seguido, los cuatro agresores abandonaron la escena con el muchacho. Tras ver esto, Tatsuya procuró seguir su camino sigilosamente, tratando de evitar la atención de la doña. Para su infortunio, resultó todo lo contrario:
—¡Usted, buen señor! — voceó con una voz ahogada — ¡Se lo suplico, ayúdeme! ¡Se están llevando a mi hijo!
El brujo descendió de su montura y se posicionó frente a la mujer, tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse. Su estómago se revolvió al ver el estado de la pobre anciana: magullada, débil y ahora desolada. Aún pese a lo que le dijo a la muchacha, sentía algo de empatía por la situación, pero aún así no iba a mover un dedo sin el incentivo adecuado.
—Déjese de súplicas, abuela. No soy un Dios. — gruñó — A las personas como yo se les ofrece dinero.
—D-Dinero... no tenemos mucho, pero... mi marido es diestro con el martillo. Si nos ayuda, podríamos forjarle cuantas espadas desee.
—Lo siento, pero no estoy interesado. — concluyó en seco, dirigiéndose de vuelta a su caballo.
Y la doña insistió e insistió, como si alguien en esa condenada ciudad pudiera escuchar sus lloriqueos.
Por ello, se llevó una gran sorpresa al divisar, tambaleándose a lomos de su caballo, el grisáceo paisaje en el horizonte baslodio: un séquito de oscuras nubes se arremolinaban sobre la gran ciudad, cubriéndola con una escala de matices oscuros, a través de los cuales se filtraba algún que otro rayo de luz. Como complemento, el gélido aquilón que sacudía los árboles por los alrededores anunciaba aquello que el espadachín se negó a creer.
La gente miente con frecuencia, pero el viento se mantiene fiel a la sinceridad. Tatsuya supo desde aquél momento que si se demoraba más de lo necesario en su cabalgata, pillaría un resfriado. Por ello, golpeó sus estribos y encaminó su montura hacia la ciudad.
El ambiente citadino era aún más lúgubre por dentro de lo que se evidenciaba en el exterior: las calles estaban casi desiertas, apenas habitadas por unas pocas personas de indumentaria fúnebre: telas gruesas y de colores oscuros para protegerse del frío, capuchas y el rostro mirando hacia abajo. El silencio era tal, que los cascos de su caballo hacían eco entre los callejones, llamando la atención de algunos residentes que se asomaban desde las ventanas. Sin embargo, nadie se atrevía a interactuar con el brujo.
Guió a su corcel al distrito de mercaderes, específicamente al área de arcanos, esperando toparse con alguien que pudiera encantar su espada. Encontró la misma soledad a la que ya estaba acostumbrado, a la excepción de una simpática muchacha, con sus mejillas ruborizas, que jugaba con sus trenzas frente a una austera herrería. Conforme se fue acercando, notó que el rubor no venía de sus mejillas, sino de sus cristalinos e inflamados ojos, y que su jugueteo era más bien una señal de nerviosismo. De forma poco oportuna, el caballo dejó escapar un bufido, que hizo a la muchacha dar un brinco y fijarse en el espadachín, frunciendo instantáneamente los labios. Sus pupilas se encogieron de igual manera, reflejando el terror.
—Buenas tardes, moza. No temas, no voy a hacerte daño. — dijo el mercenario con parsimonia — ¿Acaso hubo un festival recientemente y están todos de resaca? Llevo paseando desde hace horas y no me he topado con nadie.
—Ellos... están todos demasiado atemorizados para salir — afirmó con una voz temblorosa — No hemos visto el sol en esta ciudad desde que comenzaron a reclutarnos contra nuestra voluntad para las minas de carbón. — su frágil voz no tardó en quebrarse en llanto — ¡Se llevaron a mi hermano, y mi padre no pudo hacer más que quedarse observando!
El brujo enarcó una ceja y chasqueó la lengua. De por sí venía de mal humor y encima tenía que soportar los lloriqueos de alguien más, ¡y ni siquiera le habían pagado para ello!
—Entonces, mientras Baslodia se hunde más y más en la miseria, los mercaderes deciden esconderse con el rabo entre las patas porque tienen miedo de trabajar honradamente. — ladró y luego soltó una maliciosa carcajada — Es patético, si me preguntas.
—Yo... no... — musitó brevemente para ser interrumpida por el relincho del caballo y la escueta despedida del brujo.
[...]
Descendió por la avenida "El Yunque" y desembocó en la avenida principal del distrito de Mercaderes, en busca de alguna posada donde pasar la noche. Sin embargo, incluso allí encontraba más de lo mismo: puestos vacíos, charcos de agua y alimañas arrastrándose entre las sombras. Algunas gotas comenzaban a deslizarse sobre las tejas de los edificios, y conforme la lluvia creció en intensidad, estas cayeron sobre el pavimento, formando angostas corrientes de agua.
Tatsuya siguió blasfemando internamente mientras recorría la avenida, hasta que algunos llantos desconsolados rompieron su línea de pensamiento. A unos pocos metros vislumbró varias siluetas a través de la cortina de agua: cuatro de ellas estaban de pie, armadas y equipadas, probablemente formarían parte de la guardia de la ciudad; a su lado, una figura canija se erguía temblorosa, y en el suelo yacía una persona arrodillada... probablemente el autor de los gritos.
—¡Ya le he dicho, señora! ¡Déjese de lloriqueos! — vociferó uno de los guardias — ¡El señor feudal aprueba nuestra empresa! ¿Acaso planea desacatar sus órdenes? ¡En estos tiempos de necesidad, viene en falta tener a los más jóvenes trabajando en las minas!
—¡Todo menos eso, señor! ¡Mi esposo ha trabajado como herrero durante décadas! ¡Nuestra familia ha contribuido honradamente a nuestra ciudad! — chilló la mujer arrodillada, aferrándose a la pierna de uno de los sujetos — ¡Mi hijo lo es todo para mí! ¡Les daremos mil espadas! ¡Se los suplico!
Uno de los guardias le susurró algo a su compañero, y este en concordancia dirigió un derechazo al rostro de la mujer, acostándola de golpe sobre el suelo. Acto seguido, los cuatro agresores abandonaron la escena con el muchacho. Tras ver esto, Tatsuya procuró seguir su camino sigilosamente, tratando de evitar la atención de la doña. Para su infortunio, resultó todo lo contrario:
—¡Usted, buen señor! — voceó con una voz ahogada — ¡Se lo suplico, ayúdeme! ¡Se están llevando a mi hijo!
El brujo descendió de su montura y se posicionó frente a la mujer, tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse. Su estómago se revolvió al ver el estado de la pobre anciana: magullada, débil y ahora desolada. Aún pese a lo que le dijo a la muchacha, sentía algo de empatía por la situación, pero aún así no iba a mover un dedo sin el incentivo adecuado.
—Déjese de súplicas, abuela. No soy un Dios. — gruñó — A las personas como yo se les ofrece dinero.
—D-Dinero... no tenemos mucho, pero... mi marido es diestro con el martillo. Si nos ayuda, podríamos forjarle cuantas espadas desee.
—Lo siento, pero no estoy interesado. — concluyó en seco, dirigiéndose de vuelta a su caballo.
Y la doña insistió e insistió, como si alguien en esa condenada ciudad pudiera escuchar sus lloriqueos.
Tatsuya Suō
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Había decidido pasar unos días en Baslodia luego de algunos trabajos. Una ciudad rara, en el poco tiempo que pasé, escasas veces el sol se asomaba en las calles. Parecía que el clima y los malos tiempos se habían alineado justamente estos últimos días. Corrían rumores que en las calles de Baslodia algún regente mandó a sus hombres a llevarse prisioneros para trabajos forzosos de herrería, minería y demás. Creo que he visto la peor cara de esta ciudad y no me imagino que males les esperan a aquellos que han sido presas de los gobernantes.
Baslodia era una ciudad decrepita luego de años marchitándose en desgracias y corrupciones, un par de días me hacían conocedor de algunas historias de la ciudad que había sido consumida por la ambición y el poder, dejando solo pobreza y agonía a sus habitantes. No se podía evitar pensar en la diferencia que había entre las clases de Baslodia, se caminaba de un barrio pobre y desolado, a una avenida llena de de inmensas casas construidas con la mejor piedra que seguramente habían minado los pobres trabajadores mal pagados del barrio de al lado. No sabía si esos imponentes edificios podían pasar a llamarse castillos, pero bien sabía que muchas de esas viviendas debían pertenecer a las casas más importantes.
Los Baslod, los Gila, los Burzán y los Jensel, debían ser, pues la mayoría de esas casas tenían esos símbolos. Habían sometido a toda la ciudad con su yugo y tenían una forma de controlarlos, la más eficaz quizá. Ellos manejaban todo en cuanto podían, recursos, comida, dinero, oportunidades. La corrupción era su juego y quienes no estuvieran a favor, no tendrían ni lo mínimo para vivir, si es que eso se podía llamar vida. Entre más chismes en bares y puertos, se decía que la casa de los Jensel, quería controlar el mercado de las armas y hacerse con el poder militar.
Cuando el ron y las fiestas habían acabado ya era hora de irme de Baslodia. No quería pasar más tiempo en esta ciudad inhóspita, donde cada paso se sentía más pesado que el anterior y las calles se hacían más largas, tanto que mi recorrido era casi eterno. De la poca gente que había conocido, la mayoría eran oportunistas de la vida que se ganaban el pan robando riquezas o trabajando para algunos criminales, otros más dedicados a apelar y defender a estas casas solo por su favor. Pocos se hacían valer de trabajo honesto. Aunque ¿qué sabría de todo eso un pirata?
Los pisos, paredes, torres y demás. Todo hecho de piedra. «Baslodia debería ser la ciudad de la piedra.» Todas las calles estaban vacías, y según había oído nadie se atrevía a dejar sus hogares o refugios mientras los abanderados de los Jensel estuvieran buscando gente. Poco me importaba, una lluvia comenzaba a caer, yo diría que se volvería una tormenta. Preferí ir caminando hasta Lunargenta que nadando, los pocos barcos que llegaban a Baslodia, no volverían a las islas en mucho tiempo. Según entendí debía estar pasando por ''La avenida brillante'', cerca de ''El Yunque'' y el ''Paso pesado'' que terminaba cerca del ''Callejón del desamparado''. Ya casi me aprendía las calles de Baslodia como la palma de mi mano. La avenida brillante era donde vendían grandes gemas y minerales exóticos, ya sea clandestinamente o con negocios normales. El Yunque donde además de algunas posadas se encontraban los mejores herreros. El paso pesado era donde los carruajes solían pasar, la calle más ancha.
La avenida brillante no desprendía mucha luz hoy, el tétrico semblante y el peligroso entorno se combinaban con olor a humedad que no era nada cómodo. Aún menos si los abanderados de la casa Jensel patrullaban justamente por ahí para mi mala suerte. Con colores marrones, verdes a los lados y un oso rojo en el medio. «Agh, qué diseño más horrible.» Dos de ellos eran, no tardaron en verme y señalarme, mientras decían algo y se acercaban rápidamente a mí.
— Eh tú, órdenes del señor feudal. Todos los habitantes de Baslodia tendrán que venir a las minas a picar todo el acero posible. — Sonrío de manera arrogante. Al principio no quise hacerle caso, pero la gente insistente es muy fastidiosa. — No soy habitante de Baslodia, solo un marinero que viene de paseo. — Quiso hacerse el duro e intento ejercer algún tipo de poder ante mí. — Si caminas por Baslodia, irás a minar, cabrón. — Trato de tomarme del brazo.
Me jaló hacía él, un cabeszaso de mi parte impactó en su cara y el otro tipo tiró un saco mientras yo me alejaba de ambos. Sacaron sus armas. — Por las buenas ya te dije, ¿sabes lo que le pasa a la gente que desobedece las órdenes? — Gruñó mientras le sangraba la nariz, se lanzó hacia mí.
Pensé en transformarme y usar el agua de las calles y la lluvia a mi favor, pero no habría tiempo para eso, tenía que ser rápido. Rodé por el suelo y choqué contra sus piernas, lo derribe y sin pensarlo saqué el sable para cortar su cuello. Pocas veces había usado el sable y esta sería la primera que me servía. El otro simplemente se quedó mirando, decidiendo si huir o no. Desde la otra calle se oía una mujer gritar y llorar. Me asomé por una calle algo abierta y había más con las mismas pintas que el hombre que enfrentaba, el cual se dio cuenta y fue hasta ellos.
— Ayúdenme con este tipo azul. Cree que no será sometido a trabajar en las minas. Sin importar como fuera, siempre había riñas a donde iba, y normalmente las disfrutaba. — ¡Muy bien, llama a tus amigos! Pero será una pelea injusta... Para ustedes. — Me transformaba en dragón para desatar un aluvión encima de ellos.
Baslodia era una ciudad decrepita luego de años marchitándose en desgracias y corrupciones, un par de días me hacían conocedor de algunas historias de la ciudad que había sido consumida por la ambición y el poder, dejando solo pobreza y agonía a sus habitantes. No se podía evitar pensar en la diferencia que había entre las clases de Baslodia, se caminaba de un barrio pobre y desolado, a una avenida llena de de inmensas casas construidas con la mejor piedra que seguramente habían minado los pobres trabajadores mal pagados del barrio de al lado. No sabía si esos imponentes edificios podían pasar a llamarse castillos, pero bien sabía que muchas de esas viviendas debían pertenecer a las casas más importantes.
Los Baslod, los Gila, los Burzán y los Jensel, debían ser, pues la mayoría de esas casas tenían esos símbolos. Habían sometido a toda la ciudad con su yugo y tenían una forma de controlarlos, la más eficaz quizá. Ellos manejaban todo en cuanto podían, recursos, comida, dinero, oportunidades. La corrupción era su juego y quienes no estuvieran a favor, no tendrían ni lo mínimo para vivir, si es que eso se podía llamar vida. Entre más chismes en bares y puertos, se decía que la casa de los Jensel, quería controlar el mercado de las armas y hacerse con el poder militar.
Cuando el ron y las fiestas habían acabado ya era hora de irme de Baslodia. No quería pasar más tiempo en esta ciudad inhóspita, donde cada paso se sentía más pesado que el anterior y las calles se hacían más largas, tanto que mi recorrido era casi eterno. De la poca gente que había conocido, la mayoría eran oportunistas de la vida que se ganaban el pan robando riquezas o trabajando para algunos criminales, otros más dedicados a apelar y defender a estas casas solo por su favor. Pocos se hacían valer de trabajo honesto. Aunque ¿qué sabría de todo eso un pirata?
Los pisos, paredes, torres y demás. Todo hecho de piedra. «Baslodia debería ser la ciudad de la piedra.» Todas las calles estaban vacías, y según había oído nadie se atrevía a dejar sus hogares o refugios mientras los abanderados de los Jensel estuvieran buscando gente. Poco me importaba, una lluvia comenzaba a caer, yo diría que se volvería una tormenta. Preferí ir caminando hasta Lunargenta que nadando, los pocos barcos que llegaban a Baslodia, no volverían a las islas en mucho tiempo. Según entendí debía estar pasando por ''La avenida brillante'', cerca de ''El Yunque'' y el ''Paso pesado'' que terminaba cerca del ''Callejón del desamparado''. Ya casi me aprendía las calles de Baslodia como la palma de mi mano. La avenida brillante era donde vendían grandes gemas y minerales exóticos, ya sea clandestinamente o con negocios normales. El Yunque donde además de algunas posadas se encontraban los mejores herreros. El paso pesado era donde los carruajes solían pasar, la calle más ancha.
La avenida brillante no desprendía mucha luz hoy, el tétrico semblante y el peligroso entorno se combinaban con olor a humedad que no era nada cómodo. Aún menos si los abanderados de la casa Jensel patrullaban justamente por ahí para mi mala suerte. Con colores marrones, verdes a los lados y un oso rojo en el medio. «Agh, qué diseño más horrible.» Dos de ellos eran, no tardaron en verme y señalarme, mientras decían algo y se acercaban rápidamente a mí.
— Eh tú, órdenes del señor feudal. Todos los habitantes de Baslodia tendrán que venir a las minas a picar todo el acero posible. — Sonrío de manera arrogante. Al principio no quise hacerle caso, pero la gente insistente es muy fastidiosa. — No soy habitante de Baslodia, solo un marinero que viene de paseo. — Quiso hacerse el duro e intento ejercer algún tipo de poder ante mí. — Si caminas por Baslodia, irás a minar, cabrón. — Trato de tomarme del brazo.
Me jaló hacía él, un cabeszaso de mi parte impactó en su cara y el otro tipo tiró un saco mientras yo me alejaba de ambos. Sacaron sus armas. — Por las buenas ya te dije, ¿sabes lo que le pasa a la gente que desobedece las órdenes? — Gruñó mientras le sangraba la nariz, se lanzó hacia mí.
Pensé en transformarme y usar el agua de las calles y la lluvia a mi favor, pero no habría tiempo para eso, tenía que ser rápido. Rodé por el suelo y choqué contra sus piernas, lo derribe y sin pensarlo saqué el sable para cortar su cuello. Pocas veces había usado el sable y esta sería la primera que me servía. El otro simplemente se quedó mirando, decidiendo si huir o no. Desde la otra calle se oía una mujer gritar y llorar. Me asomé por una calle algo abierta y había más con las mismas pintas que el hombre que enfrentaba, el cual se dio cuenta y fue hasta ellos.
— Ayúdenme con este tipo azul. Cree que no será sometido a trabajar en las minas. Sin importar como fuera, siempre había riñas a donde iba, y normalmente las disfrutaba. — ¡Muy bien, llama a tus amigos! Pero será una pelea injusta... Para ustedes. — Me transformaba en dragón para desatar un aluvión encima de ellos.
Tobias Pharra
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Como Corkus no había despegado ojo de sus alrededores, pudo divisar al viajero quien trataba de adelantarlos como ellos a la tormenta. No les presentó amenaza alguna, al menos no al líder y a aquellos que cabalgaban cerca suyo, puesto que, como ya se había notado antes, Corkus era el único verdaderamente nervioso por todo lo que se moviese o arrastrase cerca suyo.
Y, dado que el joven se encontraba lo bastante lejos como para entablar una conversación, Griffith optó por aprovechar uno de los momentos en que la curiosidad humana le obligase a voltear, saludándole con la mano sin ser demasiado entusiasta. Puede que se estuviese confiando demasiado al permitirse bajar la guardia así, pero su afilada intuición le decía que podía permitirse aquél gesto, en pro de estar haciendo migas con la gente del pueblo desde antes de atravesar sus murallas.
—¿Pero qué haces? ¿Desde cuando se convirtió esto en una visita social?—gruñó Corkus, quien ya estaba bastante alarmado por la presencia del joven.
—Si solo le estoy saludando. Deberías relajarte un poco, ya que los verdaderos problemas se encuentran justo dentro de esa ciudad—dijo el albino, bajando lentamente su brazo con el que saludaba al joven, mismo que ya les había adelantado.
La lluvia había aumentado un tanto más su fuerza y en la misma Baslodia, un niño de cabello rubio y ropajes sucios se encontraba llevando un montoncillo de chatarra dentro de una cubeta, la cuál apenas podía cargar usando sus dos bracitos flacos. Estaba por cruzar el camino de tierra cercano a la entrada, cuando la repentina entrada del primer hombre que cabalgaba en solitario lo obligó a esquivar rápidamente, terminando por caer sobre uno de los pequeños charcos. Cuando logró levantarse con los pantalones escurriendo, un segundo grupo de cascos, más ruidoso y constante que el anterior, le hicieron voltear y encontrarse casi como en cámara lenta con la imagen del líder de la cuadrilla cruzando las puertas a gran velocidad, echando apenas un vistazo al chico aún debajo de ese casco que asemejaba a las sanguinarias aves de rapiña. El muchacho se quedó pasmado, mirando como uno a uno, incluídas las carretas, atravesaban el imponente portal de lo que un día fue una prometedora ciudad.
—¿Esos eran... caballeros?—murmuró para sí, ignorando lo pesadas que se habían vuelto sus prendas por la lluvia. Nadie podía culparlo por confundirlos, puesto que ese imponente porte parecía propio de los elegidos caballeros plateados de la corona.
Habiéndose adentrado en el poblado, el grupo se detuvo ante la orden de Griffith cuando éste alzó su brazo, con su mano en puño. Miró los alrededores, teniendo que subir parte de su casco y que le facilitara la visión. Tras unos segundos, sin siquiera girarse a mirar hacia atrás, dio la orden a uno de sus capitanes —Corkus, consíguenos refugio. Rápido—dijo, confiando en que el pasado de aquél hombre le serviría al momento de moverse entre las calles y que su instinto sería lo bastante fino para distinguir entre los lugares donde era bueno que se quedaran y los que no.
—Entendido... ¡Ustedes, vengan conmigo!—ordenó a dos de los hombres, quienes rompieron la formación y se le unieron en la búsqueda. Así mismo, ésta se estrechó para reemplazar el espacio perdido de los dos soldados y continuar resguardando las carretas al centro de ella.
Griffith giró levemente su rostro para comprobar que se había ido ya, manteniéndose al frente de la formación y procurar que nadie más se moviese sin haber dado él una orden. Así tuvo tiempo para observar el panorama: gente huyendo con tal de resguardarse de la lluvia, lo normal... en cambio había unos más que parecían estarse dirigiendo a un lugar en concreto, más preocupados por no perderse el espectáculo que de pescar una entonces peligrosa fiebre. Como esperaba, no pasó demasiado tiempo para que Pipin, quien parecía tener un sexto sentido, avisara al resto de que había problemas.
—Hay una pelea. La gente se acumula en aquél callejón—dijo el hombre desde una parte más atrás en la formación, que no parecía mermar su excelente oído.
—¿Una pelea?... Pues si es toda esa gente la que se dirije allá, no creo que sea simplemente un pleito de borrachos, tiene que ser importante. ¿Es cierta esa basura de que sus gobernantes son queridos por la gente? porque parece carnada para idiotas, ya que ninguna población así de pobre podría estar de alguna manera feliz con su gobierno—intuyó Judeau, perspicaz como siempre.
—Justo a esto me refería con el proceso—sonrió el líder, mirando con complicidad al joven rubio, quien nuevamente no entendió a lo que se refería. La clave estaba en ver esas cejas ligeramente curvadas y su expresión cargada de confusión —Pipin, tú y tus hombres vengan conmigo. Judeau, vigila la formación, Corkus no tardará en reunirse con nosotros nuevamente—ordenó, haciendo caminar a su equino, seguido de sus tres soldados.
—¿Pero a dónde van? ... ¡Griffith!—lo llamó, aunque este hizo caso omiso y siguió andando hasta perderse junto al resto, entre el pequeño grupo de gente que bloqueaba el callejón —No hay manera.... Bueno, ya oyeron, ¡cierren la formación!—exclamó, recurriendo al antiguo truco de reemplazar los lugares faltantes estrechando la cercana entre los elementos.
Al llegar a donde se encontraba la trifulca, se encontraron con que ya había un muerto y con justa razón era que la tensión por poco parecía ser capaz de golpearles en la cara. Los soldados al servicio de los nobles se habían reunido para contener a lo que parecía ser un dragón de azuladas escamas, justo al centro que formaban tanto los edificios como la gente que se acumulaba en las posibles salidas. No se esperaba ver a una criatura así, por lo que sus cejas se alzaron levemente al contemplar tan extravagante escena. Pero como Griffith no se conformaba con ser un simple espectador, bajó de su montura y se movió entre la gente bajo los ojos vigilantes de sus hombres que venían armados con ballestas en caso de no poder acercarse. Se retiró el casco, revelando su larga cabellera blanca que en cuestión de nada se volvió pesada por la lluvia, caminando con el casco bajo el brazo y próximo a unirse al centro donde se desenvolvía todo el teatro. De pronto, así sin más, la mujer que anteriormente chillaba desconsolada ante el mago, se aferró al brazo de Griffith y no le permitió avanzar más; quizá eran esas pintas de caballero las que hicieron que la mujer lo buscase entre toda la gente para pedir ayuda.
—¡Se llevaron a mi hijo! ¡Se llevarán a todos los demás, señor!... ¡Por favor!...—gritó la mujer, mirándolo hacia arriba al ser más alto.
—¿Su hijo?... ¿A dónde lo han llevado?—cuestionó el albino, con su afilada y a la vez calma mirada que se clavaba sobre los ojos de la mujer, con su cabello pesado que hacía resbalar unas gotas de agua por la alargada estructura de su rostro.
—¡A las minas! ¡Se están llevando a todos los jóvenes a trabajar a las minas, no los dejan volver!—explicó, apenas con voz.
Griffith alzó la vista en dirección a donde estaban los soldados, quienes desde antes ya habían comenzado a rodear al dragón —¿A las minas?... ¿Y pretenden que trabajen en estas condiciones?—cuestionó más para sí mismo, logrando identificar en un rápido vistazo a aquellos que, a pesar de la pelea, ya se encontraban reteniendo a los jóvenes que arrancaron de sus familias. Apartó con cuidado a la mujer, sosteniéndola por los brazos y le indicó que se quedara en el sitio, contagiándola con esa innegable confianza que despedía como si de calor se tratase. Ella obedeció, cesando por un momento su llanto hasta volverlo sollozos y lo dejó pasar, oyéndose el andar metálico por la armadura que de pronto se hundía sobre el fango que ahora revestía los caminos.
—¡Capitán! ¡Parece que la situación se le ha ido un poco de las manos!—exclamó el albino, apareciendo entre la multitud. Pudo distinguir quién de ellos era el que lideraba al escuadrón, simplemente por las insignias que tanto se esforzaban en portar.
Al ser referido con tanta familiaridad y por tanto, en un tono carente de todo respeto posible, el histérico soldado que ya se encontraba bastante asustado por la presencia de un dragón, se giró a ver en dirección a donde venía la voz —¡Tú! ¡Lárgate de aquí, no te metas o acabarás igual que hará este cuando terminemos con él!—advirtió, echando vistazos rápidos al dragón por miedo a que le atacara desprevenido.
—¡Disculpe! ¡No era mi intención entrometerme!—dijo Griffith, alzando las manos a la altura del pecho y negando, con una expresión bastante exagerada como si se rindiera —Pero, según veo, ustedes lo tienen de perder—dijo con una voz distinta, más seria quizá —No lo digo solo por aquella criatura al centro, sino porque el propio clima no parece querer que esas minas se trabajen justo ahora. Verá, no soy un experto en minería, ¿pero no se supone que es casi imposible trabajarlas cuando las tormentas desvían los canales de agua y las inundan? ¡A menos que a aquellos muchachos les salgan agallas, no creo que le sirvan de nada!—exclamó, encogiéndose de hombros.
—¿Qué diría la gente?.... ¿Piensa... que permitirían que enviaran a sus hijos a una muerte segura?..... Porque esas minas van a inundarse, ¿no es así, Pipin?— cuestionó a uno de sus hombres, quien tiempo atrás había sido un minero.
—Sí. La lluvia arrastra el terreno que se encuentra empinado y mucha de esa agua se filtra, lo que hace que el techo de las minas adquiera demasiado peso y la tierra, como el agua, taponan los túneles. A menos que se trate de gente con experiencia, no creo que duren en la tormenta—aseguró el joven.
—Bueno, ahí está. Esas minas van a inundarse—aseguró el albino, asintiendo y girando nuevamente en dirección a los soldados, aunque su intención era que lo escuchara la gente, misma que ya había comenzado a mirarse entre sí.
—Les está arrebatando a sus hijos para que mueran ahogados, ¿es así como obran los gobernantes en este lugar?—solo echaba más leña al fuego, enojando a la gente para que comenzaran a apretar el mango de sus utensilios y se giraran enfurecidos al grupo de soldados, que ya bastante tenían con el dragón.
—¿Por qué no lo dejamos así? Uno de sus hombres está muerto y a usted no le sobran las espadas, ni los brazos para enfrentarse a tantos enemigos a la vez... ¿O me equivoco?—sonrió ladino. El capitán, como el resto de sus hombres, ya miraban preocupados a la multitud de quien ahora emanaba un aura pesada, ya no reinaba el miedo de antes.
Griffith
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Rápidamente, me puse a la misma altura del grupo, adelantándoles por un lateral a una prudencial distancia. La mayoría de sus componentes no parecían advertir mi presencia, salvo uno de ellos, de largo pelo plateado, que me alzó la mano para saludar. Cuándo iba a corresponderle al gesto, contemplé que al joven le llamaba la atención uno de sus acompañantes, así que preferí continuar sin responder.
Al entrar en la ciudad, vi que el ambiente estaba enrarecido y enseguida me puse alerta. Había un silencio sepulcral que sólo era roto por el llanto de mujeres desesperadas, de tanto en tanto, en las puertas de sus casas.
Al torcer una esquina, vi a un grupo de guardas alejándose al otro extremo de la calle y un alboroto que se hacía cada vez mayor.
- ¿Sabe lo que ocurre?- le pregunté a una mujer mayor, que lloraba, desconsolada, viendo al grupo de hombres marchar.
- Se los llevan a todos a las minas.
Enseguida, recordé los incidentes de los que había oído hablar en el par de días que había estado fuera de Baslodia y, en mi ausencia, al parecer, la situación se había agravado.
- ¿A la Mina Roja?
- No, a la vieja mina de carbón. A la Mina del Tuerto.
Escuché con gran alboroto en una de las calles vecinas. La mujer, triste, volvió a encerrarse en su hogar, asustada. Tras mirar a mi alrededor y no ver a nadie, busqué la vivienda más baja del callejón. Subí al marco de su ventana e impulsándome hacia arriba, me elevé hasta el tejado.
Caminando entre las tejas con cuidado, ya que estaban empapadas y podía resbalar, me acerqué hasta el lugar dónde provenía el alboroto, salvando la diferencias entre los tejados de los edificios como podía. Me elevé la prenda que recorría mi cuello, hasta lograr taparme medio rostro y me acerqué hasta el borde del tejado para contemplar, desde las alturas, lo que ocurría en el lugar.
No tardé en ver a Tobias. Me sorprendió verle transformado en dragón, rodeado de la multitud.
Analicé la situación al detalle: un grupo numeroso de soldados estaba allí. Con ellos, llevaban varios hombres. Frente a ellos, Tobias y al otro lado, un grupo de personas, nerviosas y enrabietadas con la situación.
Entre el grupo destacó la voz de un joven que reconocí enseguida: su larga melena plateada era inconfundible. Dio un pequeño discurso sobre la corriente de agua en las minas y las penosas condiciones de aquel trabajo. Al escucharle, me di cuenta de que seguramente, era su primera visita a Baslodia, ya que trabajar en esa lamentable situación era en aquella ciudad, lo más corriente. Lo inusual era, cómo bien había aclarado un acompañante del chico de la melena plateada, era que obligaran a gente sin experiencia para el oficio.
Aunque las minas más recientes de Baslodia estaban situadas en sitios altos y en pendiente que impedía que la lluvia se colara en su interior haciéndola relativamente seguras, no era ese el caso de la Mina del Tuerto, que era la más antigua de la ciudad y la peor condicionada.
El joven estaba incitando a la rebelión del pueblo y sonreía al ver lo que provocaban sus palabras. Aunque estaba de acuerdo con él, no me gustaron sus formas: él, al igual que había llegado, se marcharía tarde o temprano... pero los guardas recordarían cada una de las caras de los que se rebelaban a su causa, y tarde o temprano, pagarían las consecuencias de su rebeldía.
Al entrar en la ciudad, vi que el ambiente estaba enrarecido y enseguida me puse alerta. Había un silencio sepulcral que sólo era roto por el llanto de mujeres desesperadas, de tanto en tanto, en las puertas de sus casas.
Al torcer una esquina, vi a un grupo de guardas alejándose al otro extremo de la calle y un alboroto que se hacía cada vez mayor.
- ¿Sabe lo que ocurre?- le pregunté a una mujer mayor, que lloraba, desconsolada, viendo al grupo de hombres marchar.
- Se los llevan a todos a las minas.
Enseguida, recordé los incidentes de los que había oído hablar en el par de días que había estado fuera de Baslodia y, en mi ausencia, al parecer, la situación se había agravado.
- ¿A la Mina Roja?
- No, a la vieja mina de carbón. A la Mina del Tuerto.
Escuché con gran alboroto en una de las calles vecinas. La mujer, triste, volvió a encerrarse en su hogar, asustada. Tras mirar a mi alrededor y no ver a nadie, busqué la vivienda más baja del callejón. Subí al marco de su ventana e impulsándome hacia arriba, me elevé hasta el tejado.
Caminando entre las tejas con cuidado, ya que estaban empapadas y podía resbalar, me acerqué hasta el lugar dónde provenía el alboroto, salvando la diferencias entre los tejados de los edificios como podía. Me elevé la prenda que recorría mi cuello, hasta lograr taparme medio rostro y me acerqué hasta el borde del tejado para contemplar, desde las alturas, lo que ocurría en el lugar.
No tardé en ver a Tobias. Me sorprendió verle transformado en dragón, rodeado de la multitud.
Analicé la situación al detalle: un grupo numeroso de soldados estaba allí. Con ellos, llevaban varios hombres. Frente a ellos, Tobias y al otro lado, un grupo de personas, nerviosas y enrabietadas con la situación.
Entre el grupo destacó la voz de un joven que reconocí enseguida: su larga melena plateada era inconfundible. Dio un pequeño discurso sobre la corriente de agua en las minas y las penosas condiciones de aquel trabajo. Al escucharle, me di cuenta de que seguramente, era su primera visita a Baslodia, ya que trabajar en esa lamentable situación era en aquella ciudad, lo más corriente. Lo inusual era, cómo bien había aclarado un acompañante del chico de la melena plateada, era que obligaran a gente sin experiencia para el oficio.
Aunque las minas más recientes de Baslodia estaban situadas en sitios altos y en pendiente que impedía que la lluvia se colara en su interior haciéndola relativamente seguras, no era ese el caso de la Mina del Tuerto, que era la más antigua de la ciudad y la peor condicionada.
El joven estaba incitando a la rebelión del pueblo y sonreía al ver lo que provocaban sus palabras. Aunque estaba de acuerdo con él, no me gustaron sus formas: él, al igual que había llegado, se marcharía tarde o temprano... pero los guardas recordarían cada una de las caras de los que se rebelaban a su causa, y tarde o temprano, pagarían las consecuencias de su rebeldía.
Eden
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
El metálico sonido de un duelo de espadas junto al desgarrador aullido de un hombre se hicieron escuchar a través del fragor de la lluvia, opacando momentáneamente el llanto de la anciana. Los secuestradores de minutos antes desenvainaron sus espadas, preparados para investigar el origen del grito, pero no tuvieron que buscar demasiado: en cuestión de segundos, un fulano con el mismo blasón emergió de un callejón adyacente, pidiendo ayuda para encarar a un "tipo azul". El brujo enarcó una ceja, pues conocía a una sola persona que encajara con esa descripción: Tobías Pharra. Sonrió con satisfacción al observar a susodicho pirata asomarse tras los soldados y adoptar su forma de dragón; sabía que los pobres diablos no tenían ni la menor oportunidad y conservó la distancia para disfrutar la pelea.
Al igual que el espadachín, el populacho que residía en las cercanías tuvo la misma idea y, atraídos por la querella, se animaron a salir de sus hogares y asomarse por los balcones, aglomerándose alrededor de esta. En cuestión de segundos, la avenida pasó de estar desierta a rebosar de bullicio. Aquello era una clara muestra del aprecio que le tenía la población a sus gobernantes.
Los cascos de algunos equinos a sus espaldas desviaron su atención. Miró por encima de su hombro y escudriñó a una pomposa cuadrilla bajo el estandarte de una espada de cuya empuñadura brotaba un par de alas. Parecían caballeros, pero carecían del característico garbo, y por la serenidad que de ellos emanaba, no parecían ser los refuerzos.
A la vanguardia galopaba una persona de armadura plateada, con su cabeza cubierta por un yelmo con forma de halcón. Esta desmontó su caballo y reveló su canosa cabellera, como un reflejo del cielo gris, sacudiéndola un par de veces antes de dejar al descubierto su fino rostro de porcelana, tanto pálido como frágil, como si nunca hubiera conocido los horrores de trabajar bajo el sol, o de recibir un puñetazo. Sus felinos ojos se alargaban bajo el espesor de sus pestañas como cofres, albergando en su interior dos inmensas perlas cerúleas, que transmitían tanto calidez como frialdad; calma y furia; honestidad y deshonestidad. Aquella mujer podía bien ser la encarnación de un ángel para muchos, o un demonio para otros.
Esta avanzó impávida al origen de la trifulca, antes de ser detenida por la doña, quien le recitó las mismas plegarias que momentos antes le dijo al espadachín. A diferencia del brujo, la albina clavó sus orbes sobre la mujer, contagiándola con un aire de compasión y afirmándole, de alguna forma, que la iba a ayudar.
La mujer reanudó su marcha e irrumpió en medio del combate, deteniendo abruptamente el jolgorio. Su voz era masculina y cada palabra que pronunciaba venía cargada con un noséqué reconfortante. Haciendo uso de su carisma, denunció la situación en las minas con la pericia de un comerciante de Lunargenta, aún si parecía desconocer que la mayor parte de las minas en Baslodia se encontraban en terrenos altos, para evitar inundaciones. Sin embargo, su seguridad le valió para sembrar la cólera entre el gentío, quienes no tardaron en perder el miedo y despedir un aire de tensión, como una nube de pólvora que tan solo necesita una chispa para reventar.
«Cuando los muchos dejan de temer a los pocos... allí es cuando las cosas se ponen duras» — murmuró, tirando de las riendas de su caballo, esperando marcharse antes de que comenzara el revuelo.
Ya era demasiado tarde.
Un tomate salió disparado desde una ventana, reventando en el rostro de un abanderado y salpicando en la cara de los ciudadanos. Parece casi una broma cómo algo tan simple fue el chispazo que necesitaban para explotar: la multitud se abalanzó con un sonoro estruendo sobre los soldados, sin prestarle atención al dragón-serpiente que estaba en el medio del campo de batalla. El alboroto rápidamente se transformó en un campo de guerra: la histeria, que se contagia como un virus, instigó al tumulto a golpearse entre sí.
El caos reinaba por lo largo y ancho de la avenida. Algunos de los beligerantes advirtieron la presencia del brujo y lo señalaron como objetivo. En respuesta, este se acomodó sobre su silla y se preparó para golpear los estribos, pero fue detenido por la anciana que yacía a su lado. Esta vez no sollozaba, sino que sus dientes rechinaban con una furia sedienta de rencor, abriendo sus fauces para clavarle sus colmillos en la pierna. Aulló, y por acción de un reflejo le soltó una patada en el rostro para hacerla retroceder. No tenía ninguna intención de dejar las cosas así. Ahora sí que lo habían hecho cabrear.
Descendiendo de su montura, desenvainó su espada y la hoja silbó al compás del viento. Su agresora se arrastró a gatas, en un patético intento por evadir la agresión del espadachín. No tardó en ser alcanzada por este, quien la tomó por su túnica y posó el filo de su espada sobre su cuello, a flor de piel. No obstante, se detuvo en ese instante, titubeando al escuchar los mugidos pavorosos de la víctima. ¿En qué se había convertido para matar a una mujer indefensa?
—Compórtate, abuela. — instó antes de soltarla. — Si no fuera yo, ya te habría rebanado el pescuezo.
Sujetó su espada con ambas manos y le echó un vistazo a la disputa: un trío de herreros furiosos corrían en su dirección con sus martillos en mano. Inhaló fervientemente y concentró una densa capa de aire sobre el filo de Tempestad, haciéndola ligera como una hoja sobre el viento y mortal como un huracán(1).
El primero cargó vehementemente con su martillo, blandiéndolo torpemente desde todas las direcciones, como si se enfrentara contra un objeto inmóvil. Tatsuya se limitó a torearlo, deslizándose sobre el agua con la gracia de un baile, siguiendo una clara secuencia: bailoteaba con sus pies para provocar al adversario, daba una media vuelta cuando lo atacaban y se posicionaba a sus espaldas. Aquella técnica le era favorable para hallar huecos en la defensa del enemigo, y pudo darle un golpe mortal, pero evitó hacerlo. Con la intervención de los otros dos elementos, las cosas se complicaron, pues no era tan fácil evadir ataques desde tres direcciones. Para invertir las tornas, aprovechó una de las aperturas para cortarle el pliegue de la rodilla a uno de los mozos, haciéndolo caer.
—No me obliguen a matarlos de gratis. — le dijo a sus agresores — Que sean ustedes mismos quienes le pongan algo de valor a sus vidas.
Uno de los mozos titubeó, mientras que el otro dio un paso al frente, girando su martillo en el aire, posiblemente imitando a Thor. A continuación, lo arrojó con vehemencia. El brujo alzó su espada en posición vertical, con la punta mirando hacia el cielo, y asestó un tajo en sentido longitudinal, rompiendo el proyectil a la mitad en el aire.
—Piérdete antes de que haga lo mismo contigo. — señaló al humano desarmado. Este asintió y, junto al otro, levantaron a su compañero malherido y se desvanecieron entre la lluvia.
Bufó y se fijó una vez más en la trifulca: conforme cesaba el estruendo, se iban asomando pilas de cadáveres, en cuyos costados reposaban algunas víctimas suplicando clemencia. Los pocos que aún se atrevían a pelear se veían cansados, y entre ellos, no pudo distinguir ni a la albina ni a Tobías.
Al igual que el espadachín, el populacho que residía en las cercanías tuvo la misma idea y, atraídos por la querella, se animaron a salir de sus hogares y asomarse por los balcones, aglomerándose alrededor de esta. En cuestión de segundos, la avenida pasó de estar desierta a rebosar de bullicio. Aquello era una clara muestra del aprecio que le tenía la población a sus gobernantes.
Los cascos de algunos equinos a sus espaldas desviaron su atención. Miró por encima de su hombro y escudriñó a una pomposa cuadrilla bajo el estandarte de una espada de cuya empuñadura brotaba un par de alas. Parecían caballeros, pero carecían del característico garbo, y por la serenidad que de ellos emanaba, no parecían ser los refuerzos.
A la vanguardia galopaba una persona de armadura plateada, con su cabeza cubierta por un yelmo con forma de halcón. Esta desmontó su caballo y reveló su canosa cabellera, como un reflejo del cielo gris, sacudiéndola un par de veces antes de dejar al descubierto su fino rostro de porcelana, tanto pálido como frágil, como si nunca hubiera conocido los horrores de trabajar bajo el sol, o de recibir un puñetazo. Sus felinos ojos se alargaban bajo el espesor de sus pestañas como cofres, albergando en su interior dos inmensas perlas cerúleas, que transmitían tanto calidez como frialdad; calma y furia; honestidad y deshonestidad. Aquella mujer podía bien ser la encarnación de un ángel para muchos, o un demonio para otros.
Esta avanzó impávida al origen de la trifulca, antes de ser detenida por la doña, quien le recitó las mismas plegarias que momentos antes le dijo al espadachín. A diferencia del brujo, la albina clavó sus orbes sobre la mujer, contagiándola con un aire de compasión y afirmándole, de alguna forma, que la iba a ayudar.
La mujer reanudó su marcha e irrumpió en medio del combate, deteniendo abruptamente el jolgorio. Su voz era masculina y cada palabra que pronunciaba venía cargada con un noséqué reconfortante. Haciendo uso de su carisma, denunció la situación en las minas con la pericia de un comerciante de Lunargenta, aún si parecía desconocer que la mayor parte de las minas en Baslodia se encontraban en terrenos altos, para evitar inundaciones. Sin embargo, su seguridad le valió para sembrar la cólera entre el gentío, quienes no tardaron en perder el miedo y despedir un aire de tensión, como una nube de pólvora que tan solo necesita una chispa para reventar.
«Cuando los muchos dejan de temer a los pocos... allí es cuando las cosas se ponen duras» — murmuró, tirando de las riendas de su caballo, esperando marcharse antes de que comenzara el revuelo.
Ya era demasiado tarde.
Un tomate salió disparado desde una ventana, reventando en el rostro de un abanderado y salpicando en la cara de los ciudadanos. Parece casi una broma cómo algo tan simple fue el chispazo que necesitaban para explotar: la multitud se abalanzó con un sonoro estruendo sobre los soldados, sin prestarle atención al dragón-serpiente que estaba en el medio del campo de batalla. El alboroto rápidamente se transformó en un campo de guerra: la histeria, que se contagia como un virus, instigó al tumulto a golpearse entre sí.
El caos reinaba por lo largo y ancho de la avenida. Algunos de los beligerantes advirtieron la presencia del brujo y lo señalaron como objetivo. En respuesta, este se acomodó sobre su silla y se preparó para golpear los estribos, pero fue detenido por la anciana que yacía a su lado. Esta vez no sollozaba, sino que sus dientes rechinaban con una furia sedienta de rencor, abriendo sus fauces para clavarle sus colmillos en la pierna. Aulló, y por acción de un reflejo le soltó una patada en el rostro para hacerla retroceder. No tenía ninguna intención de dejar las cosas así. Ahora sí que lo habían hecho cabrear.
Descendiendo de su montura, desenvainó su espada y la hoja silbó al compás del viento. Su agresora se arrastró a gatas, en un patético intento por evadir la agresión del espadachín. No tardó en ser alcanzada por este, quien la tomó por su túnica y posó el filo de su espada sobre su cuello, a flor de piel. No obstante, se detuvo en ese instante, titubeando al escuchar los mugidos pavorosos de la víctima. ¿En qué se había convertido para matar a una mujer indefensa?
—Compórtate, abuela. — instó antes de soltarla. — Si no fuera yo, ya te habría rebanado el pescuezo.
Sujetó su espada con ambas manos y le echó un vistazo a la disputa: un trío de herreros furiosos corrían en su dirección con sus martillos en mano. Inhaló fervientemente y concentró una densa capa de aire sobre el filo de Tempestad, haciéndola ligera como una hoja sobre el viento y mortal como un huracán(1).
El primero cargó vehementemente con su martillo, blandiéndolo torpemente desde todas las direcciones, como si se enfrentara contra un objeto inmóvil. Tatsuya se limitó a torearlo, deslizándose sobre el agua con la gracia de un baile, siguiendo una clara secuencia: bailoteaba con sus pies para provocar al adversario, daba una media vuelta cuando lo atacaban y se posicionaba a sus espaldas. Aquella técnica le era favorable para hallar huecos en la defensa del enemigo, y pudo darle un golpe mortal, pero evitó hacerlo. Con la intervención de los otros dos elementos, las cosas se complicaron, pues no era tan fácil evadir ataques desde tres direcciones. Para invertir las tornas, aprovechó una de las aperturas para cortarle el pliegue de la rodilla a uno de los mozos, haciéndolo caer.
—No me obliguen a matarlos de gratis. — le dijo a sus agresores — Que sean ustedes mismos quienes le pongan algo de valor a sus vidas.
Uno de los mozos titubeó, mientras que el otro dio un paso al frente, girando su martillo en el aire, posiblemente imitando a Thor. A continuación, lo arrojó con vehemencia. El brujo alzó su espada en posición vertical, con la punta mirando hacia el cielo, y asestó un tajo en sentido longitudinal, rompiendo el proyectil a la mitad en el aire.
—Piérdete antes de que haga lo mismo contigo. — señaló al humano desarmado. Este asintió y, junto al otro, levantaron a su compañero malherido y se desvanecieron entre la lluvia.
Bufó y se fijó una vez más en la trifulca: conforme cesaba el estruendo, se iban asomando pilas de cadáveres, en cuyos costados reposaban algunas víctimas suplicando clemencia. Los pocos que aún se atrevían a pelear se veían cansados, y entre ellos, no pudo distinguir ni a la albina ni a Tobías.
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Off:
(1) Uso de habilidad de nivel 0 "Filo de Suou"
Tatsuya Suō
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
«Siempre yo, armando los problemas y los alborotos.»
El ambiente se había tornado tenso y dramático, varios caballeros comenzaron a rodearme creyendo que con alguna de sus estrategias harían algo contra ti. «Incautos, no saben lo que les espera.» Era obvio mi plan, crear una corriente de agua para irme sin dejar que estos se interpusieran en mi camino. Un tomate salió volando, ni me había dado cuenta de la cantidad de gente que ahora estaba en esa calle, tanto soldados como ciudadanos, por cortos instantes creí que vendrían contra mí y yo sería el villano en toda esta historia loca. Pero no, era un motín y con ganas.
Esa caballero plateado con cabello blanco, ojos embelesantes y lengua de serpiente comenzaba a poner al pueblo de su lado y bien lo hacía, según ella y su amigo las minas no serían aptas para el uso, tenía bastante sentido, la lluvia y los espacios así no debían juntarse al menos no para gente como esta. Aunque era bastante obvio que al gobernante no le importaba nada de eso, y poco se tardaron en alzarse haciendo una rebelión, algunos atacaron a los abanderados, otros se pelearon entre ellos, algunos peleaban contra... Entrecerré los ojos para ver mejor. «Eh, Tatsuya.» El cabrón seguía vivo después de todo, uno creería que la vida de mercenarios como él era corta, pero el viento y la espada eran una dupla muy buena, me sorprendió un poco que no estuviera haciendo una masacre con aquellos pueblerinos, pero parecía querer comportarse. Era una escena de los más emocionante, el caos, la lluvia, la desesperación, la lucha y el baile del espadachín, algo teatral y magnífico, pero yo tenía mis asuntos.
Me giré a ver a los soldados que me rodeaban, por la derecha dos estaban peleando con unos rateros las puñaladas volaban y la sangre corría, los que estaban frente a mí estaban asustados viendo a los lados y de vuelta a mí mientras se alejaban. Y a mí izquierda había un par de herreros con hachas y martillos. «Mierda.» Venían contra mí. Baslodia no era la ciudad que más me importaba en Verisar, y mucho menos en toda Aerandir, pero ser conocido por aquí y que me reciban bien, no vendría mal. Uno de ellos lanzó su hacha, pero pude detenerla con una pequeña ola y no llegó a dañarme, a los demás lo eludí y los eché hacia un lado con las aguas. La mejor forma de hacerlos saber que estaba del lado del pueblo, era atacando a los soldados.
La lluvia se detuvo unos minutos, los suficientes para que la gente comenzará a extrañarse o preguntarse si había parado, pero todo lo contrario, simplemente estaba conteniendo el agua para que no llegara por los momentos. Serpenteé hacia los abanderados, era bastante rápido pues el agua en las calles estaba llegando más o menos a los talones de la gente. Ciertamente la estructura de Baslodia ayudaba en estos casos. Llegué a esos tres, a uno lo derribé con mi cola, al otro lo mordí en una pierna y el último estaba tan cagado que ni siquiera quiso probar suerte y trato de alejarse. Dejé caer toda la lluvia y se formó un aluvión que procedió a llevarse a todos los guardias que había hasta la pared de la derecha, sin causarle algún tipo de daño a los ciudadanos ni a los demás caballeros que no parecían estar involucrados en esto. Creo que no me llevé a Tatsuya, aunque lo había perdido de vista.
La mayoría de abanderados estaban derrotados pero el caos seguía, los habitantes del reino peleaban entre sí y algunos herreros se partían las cabezas con sus martillos. Yo ya estaba cansado, y no podía seguir en la batalla, así que dejé mi forma dragón para recuperar energías. Sin dudarlo un herrero con una barba bastante tupida y mojada por la lluvia se me acercó. Me abrazó. — ¡Grrracias! — Era raro que la gente actuara así, pero imagino que en Baslodia algunos tendrían ese tipo de costumbres. — Sí claro, no hay de qué. — El señor se apartó de mí y tomó la mano de lo que yo supuse sería su hijo y volvió a su casa.
Es cierto, la razón principal de todo ese revuelo era que querían llevar a los hijos de esta gente a minar. Y no hay nada peor que un padre dolido y furioso por sus hijos, quizás estaba metido en medio de una rebelión o revolución en Baslodia, o sin darme cuenta este era el día a día. Como fuera, me había desecho de algunos guardias y la gente agradecida dejó de atentar contra mí. Volteé hacia los demás caballeros, la larga melena y armadura que brillaban como el alba eran intrigantes, con tanta clase y sutileza seguramente no eran de aquí o de alguna casa muy, muy rica. Levanté la ceja, ese caballero era de los más peculiar, ni podría decir si era hombre o mujer desde donde estaba, además se veía bastante joven para ser el líder de una cuadrilla.
Cualquiera cosa que fuese la siguiente a pasar en Baslodia, algo dentro de mí me decía que quería ser parte de aquello.
El ambiente se había tornado tenso y dramático, varios caballeros comenzaron a rodearme creyendo que con alguna de sus estrategias harían algo contra ti. «Incautos, no saben lo que les espera.» Era obvio mi plan, crear una corriente de agua para irme sin dejar que estos se interpusieran en mi camino. Un tomate salió volando, ni me había dado cuenta de la cantidad de gente que ahora estaba en esa calle, tanto soldados como ciudadanos, por cortos instantes creí que vendrían contra mí y yo sería el villano en toda esta historia loca. Pero no, era un motín y con ganas.
Esa caballero plateado con cabello blanco, ojos embelesantes y lengua de serpiente comenzaba a poner al pueblo de su lado y bien lo hacía, según ella y su amigo las minas no serían aptas para el uso, tenía bastante sentido, la lluvia y los espacios así no debían juntarse al menos no para gente como esta. Aunque era bastante obvio que al gobernante no le importaba nada de eso, y poco se tardaron en alzarse haciendo una rebelión, algunos atacaron a los abanderados, otros se pelearon entre ellos, algunos peleaban contra... Entrecerré los ojos para ver mejor. «Eh, Tatsuya.» El cabrón seguía vivo después de todo, uno creería que la vida de mercenarios como él era corta, pero el viento y la espada eran una dupla muy buena, me sorprendió un poco que no estuviera haciendo una masacre con aquellos pueblerinos, pero parecía querer comportarse. Era una escena de los más emocionante, el caos, la lluvia, la desesperación, la lucha y el baile del espadachín, algo teatral y magnífico, pero yo tenía mis asuntos.
Me giré a ver a los soldados que me rodeaban, por la derecha dos estaban peleando con unos rateros las puñaladas volaban y la sangre corría, los que estaban frente a mí estaban asustados viendo a los lados y de vuelta a mí mientras se alejaban. Y a mí izquierda había un par de herreros con hachas y martillos. «Mierda.» Venían contra mí. Baslodia no era la ciudad que más me importaba en Verisar, y mucho menos en toda Aerandir, pero ser conocido por aquí y que me reciban bien, no vendría mal. Uno de ellos lanzó su hacha, pero pude detenerla con una pequeña ola y no llegó a dañarme, a los demás lo eludí y los eché hacia un lado con las aguas. La mejor forma de hacerlos saber que estaba del lado del pueblo, era atacando a los soldados.
La lluvia se detuvo unos minutos, los suficientes para que la gente comenzará a extrañarse o preguntarse si había parado, pero todo lo contrario, simplemente estaba conteniendo el agua para que no llegara por los momentos. Serpenteé hacia los abanderados, era bastante rápido pues el agua en las calles estaba llegando más o menos a los talones de la gente. Ciertamente la estructura de Baslodia ayudaba en estos casos. Llegué a esos tres, a uno lo derribé con mi cola, al otro lo mordí en una pierna y el último estaba tan cagado que ni siquiera quiso probar suerte y trato de alejarse. Dejé caer toda la lluvia y se formó un aluvión que procedió a llevarse a todos los guardias que había hasta la pared de la derecha, sin causarle algún tipo de daño a los ciudadanos ni a los demás caballeros que no parecían estar involucrados en esto. Creo que no me llevé a Tatsuya, aunque lo había perdido de vista.
La mayoría de abanderados estaban derrotados pero el caos seguía, los habitantes del reino peleaban entre sí y algunos herreros se partían las cabezas con sus martillos. Yo ya estaba cansado, y no podía seguir en la batalla, así que dejé mi forma dragón para recuperar energías. Sin dudarlo un herrero con una barba bastante tupida y mojada por la lluvia se me acercó. Me abrazó. — ¡Grrracias! — Era raro que la gente actuara así, pero imagino que en Baslodia algunos tendrían ese tipo de costumbres. — Sí claro, no hay de qué. — El señor se apartó de mí y tomó la mano de lo que yo supuse sería su hijo y volvió a su casa.
Es cierto, la razón principal de todo ese revuelo era que querían llevar a los hijos de esta gente a minar. Y no hay nada peor que un padre dolido y furioso por sus hijos, quizás estaba metido en medio de una rebelión o revolución en Baslodia, o sin darme cuenta este era el día a día. Como fuera, me había desecho de algunos guardias y la gente agradecida dejó de atentar contra mí. Volteé hacia los demás caballeros, la larga melena y armadura que brillaban como el alba eran intrigantes, con tanta clase y sutileza seguramente no eran de aquí o de alguna casa muy, muy rica. Levanté la ceja, ese caballero era de los más peculiar, ni podría decir si era hombre o mujer desde donde estaba, además se veía bastante joven para ser el líder de una cuadrilla.
Cualquiera cosa que fuese la siguiente a pasar en Baslodia, algo dentro de mí me decía que quería ser parte de aquello.
Tobias Pharra
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Aún tras ese bochornoso proyectil vegetal y la ola de gente enfurecida adelantando sus pasos hacia los soldados, Griffith se quedó de píe observando, manteniendo la discreta sonrisa de satisfacción tan característica de él. Si se le viera desde lo alto, se apreciarían las telas oscuras en las prendas de los pueblerinos dejando atrás a su blanca y pulcra figura, como una auténtica ficha de ajedrez, solitaria en el tablero. Pasados unos segundos, el albino desefundó su sable con una elegancia nata y un único sonido tajante y metálico que aulló en medio de la batalla.
—¡Arremetan contra los soldados! ¡Protejan al pueblo!—dio la orden a sus hombres, con una penetrante voz que logró rebasar los ruidos de la trifulca. Los dos mercenarios que acompañaban a Pipin, inmediatamente abandonaron sus ballestas, dejándolas colgando tras su espalda y cambiaron por sus espadas, desenvainándolas para luego bajar de sus monturas e ir a ayudar.
Pipin, con una calma antinatural dentro de todo el caos, bajó con cuidado y de su espalda tomó el mazo con pinchos que utilizaba ocasionalmente. Este sería de gran ayuda contra las gruesas armaduras de sus adversarios, quienes ya se veían acorralados tanto por la gente como por la criatura que los burlaba con habilidad, atrapándolos entre sus fauces o simplemente haciéndoles volar por los aires.
Griffith dejó a un lado su casco y se unió a la pelea contra un pequeño grupo de soldados, quienes uno a uno se animaban a avanzar contra él. Su sable lo blandía con una sola mano, luciéndose así una pulida técnica de esgrima, con tanta gracia que más bien parecía un baile. Provocó a su rival, incitándole a acercarse y hacerle perder energía con cada golpe que no acertaba, hasta dirigir el propio rumbo a su sien o mejor dicho, a su oído, donde golpeó con fuerza utilizando el mango metálico de su sable y que, sumado al eco producido por el metal, el golpe sirviera para descolocarlo, afectando su equilibrio. Así, atontado, es que pudo elevarle el brazo y trazar un corte profundo y en diagonal por la axila y parte del costado, atinando a una arteria de importante tamaño cuyo nombre ya era bastante fácil de adivinar. El fulano cayó por el dolor y rápidamente comenzó a desangrarse.
Los otros dos restantes, aunque intimidados por la técnica, decidieron que lo mejor sería atacar al mismo tiempo y así elevar sus posibilidades. Griffith nuevamente permitió que fuesen ellos que se acercaran, con tal que le dejaran analizar sus opciones en los pocos segundos que les tomaría llegar. Tomó el seguro de su capa en la armadura y lo desabotonó de uno de los lados, provocando que la tela pesada por el agua latiguease y se pegara justo en el frente del soldado que más se adelantó, tapándole la vista. Al soltar el segundo botón, cuando ya el propio Griffith se encontraba adelantando un píe para esquivar por el costado, el hombre quedó envuelto en la pesada y ahora pegadiza tela, lanzando ataques al azar que hicieron retroceder a su compañero.
—¡¿Qué haces, idiota?!—exclamó el soldado, quien vio acercarse por el lateral al de plateada armadura. Bloqueó un primero y luego un segundo ataque del sable, pero cuando hubo un tercero que le obligó a levantar ambos brazos y sostener su mandoble para que este no saliera despedido hacia atrás, el peliblanco irrumpió por un pequeño espacio entre el inicio del casco y el torso de la armadura, que perfectamente daba hacia su garganta. Penetró profundo, superando por poco a la estructura cartilaginosa y después, tirando en horizontal para provocarle un corte limpio y certero que lo hizo caer de rodillas. Griffith se quedó de píe observándole, ignorando al segundo soldado que ya había logrado deshacerse de la capa y arremetía contra él por la espalda. Se giró y antes de que pudiera tocarle, Pipin golpeó con fuerza el cráneo del abanderado desde uno de los lados, arrancándole literalmente la cabeza por la brutalidad del impacto en horizontal. Griffith sonrió.
—Te debo una, Pipin—dijo como si nada, girándose luego a mirar como evolucionaba la riña —Ahora tengo otro favor que pedirte—avisó, con una pequeña pausa—Desarma a los hombres enfurecidos, somételos, no los mates. La idea no es que el propio pueblo acabe con el pueblo—instruyó, a lo que Pipin únicamente asintió y, junto a sus hombres, acudió para someter al resto de alborotadores y que la masacre no se culminase desfavorablemente. Después de todo, aquí estaba bien claro quiénes eran "el enemigo".
Tras la orden, notó otra pelea un tanto más lejana, la de un hombre que parecía controlar los elementos o al menos eso le pareció al albino, quien no pudo evitar disfrutar del espectáculo a expensas del caos que aún reinaba tras de él. Era para no perderse, el panorama, es decir... con una criatura de azules escamas demostrando cuan superior era su fuerza y del otro lado, el hombre que danzaba con su espada. Ciertamente las cosas, por malas que parecieran a ojos de los demás, marchaban perfectas para Griffith. Él, como buen "príncipe maquiavélico" sabía que las apariencias muchas veces importaban más que las victorias.... o mejor dicho, eran el camino hacia una definitiva. Le importaba bien poco si los guardias amedrentaban a los revoltosos cuando él no estuviera, puede decirse que incluso el tema de la mina, aunque lo haya expuesto con tanta pasión, era una oportunidad que se le presentó y nada más; le daba igual si esos jóvenes morían ahí o no, solo formaron parte del discurso perfecto para encender la llama.
Pronto, la pequeña ola que armó el dragón con el agua de lluvia, sirvió para acabar de una vez por todas con las fuerzas de los caballeros de la nobleza, sin dañar a la gente. Es más, sirvió en ruido para que los que aún seguían peleando sin razón alguna de repente dejaran de hacerlo, cansados y desmoralizados por la diferencia de fuerzas. Cuando los pocos guardias que quedaban se pusieron de píe, vomitando el agua que habían tragado junto con la merienda, huyeron ayudándose unos a otros, mientras aún les eran lanzadas unas pocas piedras. Poco a poco, las cosas parecían volver a la "paz".
Griffith volvió a guardar su sable y caminó en dirección a su capa y casco, para recogerlos del barro. De los callejones aparecieron Judeau y Corkus, quienes ya se habían asegurado de que el resto del grupo, como las carretas, encontrasen refugio en una posada seleccionada especialmente por el segundo de los capitanes. Vieron todo el caos y los cuerpos debilitados que aún trataban de levantarse del suelo, así como otros que ya no lo harían jamás.
—¿Pero...?.... ¿Qué carajos pasó aquí?—dijo Corkus, mirando a los alrededores—¿Y solo en el poco rato que me fui?—añadió, molesto.
—Ah, Judeau, Corkus—saludó, acercándose a pie y portando una sonrisa.
—No me digas que ya la has liado apenas llegar—intuyó Judeau, con un gesto mucho más tranquilo que el de su compañero.
—Lo lamento, creo que me he emocionado un poco—respondió Griffith, riendo con sutileza hasta ser interrumpido por dos repentinos estornudos. Quizá había pasado demasiado tiempo bajo la lluvia.
—Ahí está, mira lo que te ganas—lo regañó el rubio, con la confianza que había entre ambos. Griffith únicamente le devolvió una segunda risa, mientras se rascaba con el lomo de su índice la nariz.
—¡Arremetan contra los soldados! ¡Protejan al pueblo!—dio la orden a sus hombres, con una penetrante voz que logró rebasar los ruidos de la trifulca. Los dos mercenarios que acompañaban a Pipin, inmediatamente abandonaron sus ballestas, dejándolas colgando tras su espalda y cambiaron por sus espadas, desenvainándolas para luego bajar de sus monturas e ir a ayudar.
Pipin, con una calma antinatural dentro de todo el caos, bajó con cuidado y de su espalda tomó el mazo con pinchos que utilizaba ocasionalmente. Este sería de gran ayuda contra las gruesas armaduras de sus adversarios, quienes ya se veían acorralados tanto por la gente como por la criatura que los burlaba con habilidad, atrapándolos entre sus fauces o simplemente haciéndoles volar por los aires.
Griffith dejó a un lado su casco y se unió a la pelea contra un pequeño grupo de soldados, quienes uno a uno se animaban a avanzar contra él. Su sable lo blandía con una sola mano, luciéndose así una pulida técnica de esgrima, con tanta gracia que más bien parecía un baile. Provocó a su rival, incitándole a acercarse y hacerle perder energía con cada golpe que no acertaba, hasta dirigir el propio rumbo a su sien o mejor dicho, a su oído, donde golpeó con fuerza utilizando el mango metálico de su sable y que, sumado al eco producido por el metal, el golpe sirviera para descolocarlo, afectando su equilibrio. Así, atontado, es que pudo elevarle el brazo y trazar un corte profundo y en diagonal por la axila y parte del costado, atinando a una arteria de importante tamaño cuyo nombre ya era bastante fácil de adivinar. El fulano cayó por el dolor y rápidamente comenzó a desangrarse.
Los otros dos restantes, aunque intimidados por la técnica, decidieron que lo mejor sería atacar al mismo tiempo y así elevar sus posibilidades. Griffith nuevamente permitió que fuesen ellos que se acercaran, con tal que le dejaran analizar sus opciones en los pocos segundos que les tomaría llegar. Tomó el seguro de su capa en la armadura y lo desabotonó de uno de los lados, provocando que la tela pesada por el agua latiguease y se pegara justo en el frente del soldado que más se adelantó, tapándole la vista. Al soltar el segundo botón, cuando ya el propio Griffith se encontraba adelantando un píe para esquivar por el costado, el hombre quedó envuelto en la pesada y ahora pegadiza tela, lanzando ataques al azar que hicieron retroceder a su compañero.
—¡¿Qué haces, idiota?!—exclamó el soldado, quien vio acercarse por el lateral al de plateada armadura. Bloqueó un primero y luego un segundo ataque del sable, pero cuando hubo un tercero que le obligó a levantar ambos brazos y sostener su mandoble para que este no saliera despedido hacia atrás, el peliblanco irrumpió por un pequeño espacio entre el inicio del casco y el torso de la armadura, que perfectamente daba hacia su garganta. Penetró profundo, superando por poco a la estructura cartilaginosa y después, tirando en horizontal para provocarle un corte limpio y certero que lo hizo caer de rodillas. Griffith se quedó de píe observándole, ignorando al segundo soldado que ya había logrado deshacerse de la capa y arremetía contra él por la espalda. Se giró y antes de que pudiera tocarle, Pipin golpeó con fuerza el cráneo del abanderado desde uno de los lados, arrancándole literalmente la cabeza por la brutalidad del impacto en horizontal. Griffith sonrió.
—Te debo una, Pipin—dijo como si nada, girándose luego a mirar como evolucionaba la riña —Ahora tengo otro favor que pedirte—avisó, con una pequeña pausa—Desarma a los hombres enfurecidos, somételos, no los mates. La idea no es que el propio pueblo acabe con el pueblo—instruyó, a lo que Pipin únicamente asintió y, junto a sus hombres, acudió para someter al resto de alborotadores y que la masacre no se culminase desfavorablemente. Después de todo, aquí estaba bien claro quiénes eran "el enemigo".
Tras la orden, notó otra pelea un tanto más lejana, la de un hombre que parecía controlar los elementos o al menos eso le pareció al albino, quien no pudo evitar disfrutar del espectáculo a expensas del caos que aún reinaba tras de él. Era para no perderse, el panorama, es decir... con una criatura de azules escamas demostrando cuan superior era su fuerza y del otro lado, el hombre que danzaba con su espada. Ciertamente las cosas, por malas que parecieran a ojos de los demás, marchaban perfectas para Griffith. Él, como buen "príncipe maquiavélico" sabía que las apariencias muchas veces importaban más que las victorias.... o mejor dicho, eran el camino hacia una definitiva. Le importaba bien poco si los guardias amedrentaban a los revoltosos cuando él no estuviera, puede decirse que incluso el tema de la mina, aunque lo haya expuesto con tanta pasión, era una oportunidad que se le presentó y nada más; le daba igual si esos jóvenes morían ahí o no, solo formaron parte del discurso perfecto para encender la llama.
Pronto, la pequeña ola que armó el dragón con el agua de lluvia, sirvió para acabar de una vez por todas con las fuerzas de los caballeros de la nobleza, sin dañar a la gente. Es más, sirvió en ruido para que los que aún seguían peleando sin razón alguna de repente dejaran de hacerlo, cansados y desmoralizados por la diferencia de fuerzas. Cuando los pocos guardias que quedaban se pusieron de píe, vomitando el agua que habían tragado junto con la merienda, huyeron ayudándose unos a otros, mientras aún les eran lanzadas unas pocas piedras. Poco a poco, las cosas parecían volver a la "paz".
Griffith volvió a guardar su sable y caminó en dirección a su capa y casco, para recogerlos del barro. De los callejones aparecieron Judeau y Corkus, quienes ya se habían asegurado de que el resto del grupo, como las carretas, encontrasen refugio en una posada seleccionada especialmente por el segundo de los capitanes. Vieron todo el caos y los cuerpos debilitados que aún trataban de levantarse del suelo, así como otros que ya no lo harían jamás.
—¿Pero...?.... ¿Qué carajos pasó aquí?—dijo Corkus, mirando a los alrededores—¿Y solo en el poco rato que me fui?—añadió, molesto.
—Ah, Judeau, Corkus—saludó, acercándose a pie y portando una sonrisa.
—No me digas que ya la has liado apenas llegar—intuyó Judeau, con un gesto mucho más tranquilo que el de su compañero.
—Lo lamento, creo que me he emocionado un poco—respondió Griffith, riendo con sutileza hasta ser interrumpido por dos repentinos estornudos. Quizá había pasado demasiado tiempo bajo la lluvia.
—Ahí está, mira lo que te ganas—lo regañó el rubio, con la confianza que había entre ambos. Griffith únicamente le devolvió una segunda risa, mientras se rascaba con el lomo de su índice la nariz.
Griffith
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Las palabras del joven albino parecían haber surgido efecto y la tensión explotó, creando el caos. Me sentí afortunado al encontrarme a varios metros sobre el suelo y no estar accesible a golpe ni amenaza alguna. Contemplé la escena con tristeza: Baslodia parecía agonizar a mis pies.
Si no me equivocaba, el líder de los mercenarios era el joven que me había saludado desde la distancia apenas unos instantes antes. Le reconocí por el color de sus cabellos, que le hacía claramente distinguible. Estudié sus gestos, sus expresiones, sus movimientos de lucha contra los guardas... Aquel joven, a pesar de su corta edad, parecía bastante hábil en la batalla, pero tenía la intuición de que, por la forma en la que había provocado esa situación, era aún más peligroso aún con sus palabras.
Entonces, de forma sorpresiva, se formó una pequeña ola en la calle y toda mi atención fue para Tobías, que había sido lo bastante sensato cómo para poner fin a ese conflicto.
Los guardas se marcharon, huían de allí y el grupo de mercenarios se concentró. El joven albino sonreía débilmente, con sonrisa sibilina, quizás contento de la situación que había provocado. En un par de días, estaría lejos de Baslodia y nunca llegaría a enterarse de las consecuencias de los actos que había incitado con su comportamiento. Y aunque los conociese, tenía la impresión de que poco le importaría.
Una vez que la calle estaba ligeramente más despejada, salté a la calle, cayendo con los pies firmes, clavando el salto. A un par de metros de mí, se encontraba Tobías que parecía observar al grupo de mercenarios con curiosidad. Me acerqué a él por la espalda, hasta colocarme a su lado.
- Veo que sigues aquí... ¿Estás bien, verdad?- le dije, haciendo referencia a nuestro último encuentro tres días antes-. Creí que siendo un hombre de mar, ya habrías zarpado... ¿Conoces a ese grupo de chicos? Noto que estás tan interesado cómo yo en ellos... aunque creo que no de la misma forma.
Si no me equivocaba, el líder de los mercenarios era el joven que me había saludado desde la distancia apenas unos instantes antes. Le reconocí por el color de sus cabellos, que le hacía claramente distinguible. Estudié sus gestos, sus expresiones, sus movimientos de lucha contra los guardas... Aquel joven, a pesar de su corta edad, parecía bastante hábil en la batalla, pero tenía la intuición de que, por la forma en la que había provocado esa situación, era aún más peligroso aún con sus palabras.
Entonces, de forma sorpresiva, se formó una pequeña ola en la calle y toda mi atención fue para Tobías, que había sido lo bastante sensato cómo para poner fin a ese conflicto.
Los guardas se marcharon, huían de allí y el grupo de mercenarios se concentró. El joven albino sonreía débilmente, con sonrisa sibilina, quizás contento de la situación que había provocado. En un par de días, estaría lejos de Baslodia y nunca llegaría a enterarse de las consecuencias de los actos que había incitado con su comportamiento. Y aunque los conociese, tenía la impresión de que poco le importaría.
Una vez que la calle estaba ligeramente más despejada, salté a la calle, cayendo con los pies firmes, clavando el salto. A un par de metros de mí, se encontraba Tobías que parecía observar al grupo de mercenarios con curiosidad. Me acerqué a él por la espalda, hasta colocarme a su lado.
- Veo que sigues aquí... ¿Estás bien, verdad?- le dije, haciendo referencia a nuestro último encuentro tres días antes-. Creí que siendo un hombre de mar, ya habrías zarpado... ¿Conoces a ese grupo de chicos? Noto que estás tan interesado cómo yo en ellos... aunque creo que no de la misma forma.
Eden
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Y finalmente encontró a la canosa mujer, haciéndole frente a dos abanderados. Aún pese a su frágil complexión, esta se deslizaba por el campo de batalla cual hoja que arrastra el viento. Su técnica en la esgrima era casi impecable, dirigiendo golpes débiles pero feroces, capaces de desestabilizar al adversario. Sumado a esto, atacaba los grandes vasos del cuerpo con una precisión quirúrgica, y no tiritaba al manchar su fina piel con la rutilante sangre que pulsaba desde las heridas lacerantes. ¿Sería un superhombre, un ángel, o...?
En cuanto el brujo desvió la mirada hacia sus pies, cubiertos hasta los talones por el agua, intuyó por qué Baslodia no era famosa por su distribución urbana: al mínimo chubasco, las corrientes se concentraban en los angostos callejones, formando caudalosos arroyos. Con esto en consideración, no hacía falta sumar dos más dos para adivinar el próximo movimiento de Tobías, concordante con su talento innato para liarla en grandes proporciones.
Una vasta ola sacudió el panorama, arrastrando consigo a los pocos soldados que aún se atrevían a obedecer órdenes y golpeándolos contra una pared cercana. Quienes no murieran ahogados, probablemente se habrían roto más de una costilla con el impacto.
En conclusión, gracias a la intervención de estos tres personajes, la paz reinaba una vez más en el callejón... aún si nada de lo ocurrido habría pasado sin su aparición en primer lugar. Sea como fuere, la albina evidenciaba con una sonrisa maquiavélica su complacencia, mientras se dirigía a sus tropas con algo de jovialidad.
Tatsuya envainó su espada, soltado un sutil estornudo. Carraspeó y se volvió a su montura, para toparse con un cuerpo tirado en el medio de la calle: de su capucha negruzca caían algunos cabellos plateados, y desde sus mangas se evidenciaban unas manos rugosas, ya bastante conocidas, pues hacía apenas unos minutos se aferraban a sus piernas, suplicando por ayuda. Palideció por un momento: «¿En qué momento? Si juraba que se había ido...». La levantó para detallar su rostro, y sus opacos ojos anunciaron su fallecimiento.
Su mente hizo un "click" al deducir que, en realidad, la anciana no tuvo ni siquiera tiempo de levantarse antes de que el dragón invocara su aluvión. Su avanzada edad, junto a la falta de oxígeno y la fuerza del impacto eran más que suficiente para tronchar de un golpe su vida.
Ya estaba insensibilizado a esa clase de eventos, pero este le hizo sentir especialmente culpable. Discretamente, posó sus dedos sobre sus párpados y los cerró.
«Veré si puedo salvar a tu hijo.», murmuró.
Alrededor de la guerrera de pelo plateado se aglomeró una masa de gente, vociferando y elogiando su intervención, ignorando por completo las consecuencias que esta trajo consigo.
—¡Bendito seais, extranjero! ¡Sois la primera persona en escuchar nuestras plegarias!
—¡Es un ángel! ¡Un ángel, os digo! ¡Nunca había visto algo tan hermoso!
—¡Oh, señor! ¡Por favor! ¡Salvad a nuestros hijos! — destacó una voz por encima de las demás, venerando a la dama — ¡Se los están llevando a la mina del tuerto, a morir ahogados!
El espadachín se acercó e hizo oído a la conversación, esperando que fuera su oportunidad para cumplir su "promesa".
En cuanto el brujo desvió la mirada hacia sus pies, cubiertos hasta los talones por el agua, intuyó por qué Baslodia no era famosa por su distribución urbana: al mínimo chubasco, las corrientes se concentraban en los angostos callejones, formando caudalosos arroyos. Con esto en consideración, no hacía falta sumar dos más dos para adivinar el próximo movimiento de Tobías, concordante con su talento innato para liarla en grandes proporciones.
Una vasta ola sacudió el panorama, arrastrando consigo a los pocos soldados que aún se atrevían a obedecer órdenes y golpeándolos contra una pared cercana. Quienes no murieran ahogados, probablemente se habrían roto más de una costilla con el impacto.
En conclusión, gracias a la intervención de estos tres personajes, la paz reinaba una vez más en el callejón... aún si nada de lo ocurrido habría pasado sin su aparición en primer lugar. Sea como fuere, la albina evidenciaba con una sonrisa maquiavélica su complacencia, mientras se dirigía a sus tropas con algo de jovialidad.
Tatsuya envainó su espada, soltado un sutil estornudo. Carraspeó y se volvió a su montura, para toparse con un cuerpo tirado en el medio de la calle: de su capucha negruzca caían algunos cabellos plateados, y desde sus mangas se evidenciaban unas manos rugosas, ya bastante conocidas, pues hacía apenas unos minutos se aferraban a sus piernas, suplicando por ayuda. Palideció por un momento: «¿En qué momento? Si juraba que se había ido...». La levantó para detallar su rostro, y sus opacos ojos anunciaron su fallecimiento.
Su mente hizo un "click" al deducir que, en realidad, la anciana no tuvo ni siquiera tiempo de levantarse antes de que el dragón invocara su aluvión. Su avanzada edad, junto a la falta de oxígeno y la fuerza del impacto eran más que suficiente para tronchar de un golpe su vida.
Ya estaba insensibilizado a esa clase de eventos, pero este le hizo sentir especialmente culpable. Discretamente, posó sus dedos sobre sus párpados y los cerró.
«Veré si puedo salvar a tu hijo.», murmuró.
Alrededor de la guerrera de pelo plateado se aglomeró una masa de gente, vociferando y elogiando su intervención, ignorando por completo las consecuencias que esta trajo consigo.
—¡Bendito seais, extranjero! ¡Sois la primera persona en escuchar nuestras plegarias!
—¡Es un ángel! ¡Un ángel, os digo! ¡Nunca había visto algo tan hermoso!
—¡Oh, señor! ¡Por favor! ¡Salvad a nuestros hijos! — destacó una voz por encima de las demás, venerando a la dama — ¡Se los están llevando a la mina del tuerto, a morir ahogados!
El espadachín se acercó e hizo oído a la conversación, esperando que fuera su oportunidad para cumplir su "promesa".
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Off rol: Lamento un montón el haber tardado tanto. Como ya les dije por Discord, ha sido una semana algo complicada para mí, y recién hoy pude hacer algo de espacio en mi agenda. Responderé más rápido en los próximos turnos.
Tatsuya Suō
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
El pánico y la batalla habían cesado. Ahora el grupo de Baslodianos, el aglomeraba rodeando a la mujer del cabello de alba. Algunos agradeciendo, otros pidiendo ayuda para salvar a sus hijos de la mina... Incluso se arrodillaban, pronto estaba envuelta en un círculo inmenso de gente.
De un momento para otro Eden, estaba al lado mío. Tan sigiloso como siempre de no ser por ese pequeño chapoteo que escuché ni me hubiese percatado de su presencia. — El puerto está cerrado. — El pueblo de Baslodia era bastante susceptible a las falsas esperanzas. — No sé qué te estés pensando tú. — Respondí a su poco sutil comentario.
Los solados se iban con el rabo entre las patas como quien dice, dejando tranquilos a los ciudadanos. Ahí, a pocos metros de esa reunión se podía ver, a mi espadachín preferido. Lo siento Godofredo, pero Tatsuya y sus habilidades con el viento estaban en otro nivel. Hice una seña a Eden para que me siguiera. — Quizás te interesa conocer a este tipo.
Cuando ya estábamos lo suficientemente cerca. — Tatsuya, mi buen amigo. ¿Cómo te ha ido? — Me fijé en su espada. — Carajo, veo que es nueva, tendrás que decirme quién te la hizo. Pronto tendré que cambiar esta baratija. — Dije mientras miraba mi sable.
Antes de que se me olvidara presenté al pícaro ante el espadachín. — Este es Eden, es un buen muchacho. Nativo de Baslodia, quizá nos expliqué que está pasando. — Sin esperar a que la conversación siguiese, noté que la gente ya empezaba a alabar a aquella mujer. Darle ofrendas, pedirle favores, parecía que rezaban a un Dios en frente de ellos.
Lo próximo que estaría en mi mente, sería la respuesta de la mujer, si acaso aceptaría. Ayudaría o qué tenía planeado. Incluso si nosotros nos veríamos involucrados en todo eso.
De un momento para otro Eden, estaba al lado mío. Tan sigiloso como siempre de no ser por ese pequeño chapoteo que escuché ni me hubiese percatado de su presencia. — El puerto está cerrado. — El pueblo de Baslodia era bastante susceptible a las falsas esperanzas. — No sé qué te estés pensando tú. — Respondí a su poco sutil comentario.
Los solados se iban con el rabo entre las patas como quien dice, dejando tranquilos a los ciudadanos. Ahí, a pocos metros de esa reunión se podía ver, a mi espadachín preferido. Lo siento Godofredo, pero Tatsuya y sus habilidades con el viento estaban en otro nivel. Hice una seña a Eden para que me siguiera. — Quizás te interesa conocer a este tipo.
Cuando ya estábamos lo suficientemente cerca. — Tatsuya, mi buen amigo. ¿Cómo te ha ido? — Me fijé en su espada. — Carajo, veo que es nueva, tendrás que decirme quién te la hizo. Pronto tendré que cambiar esta baratija. — Dije mientras miraba mi sable.
Antes de que se me olvidara presenté al pícaro ante el espadachín. — Este es Eden, es un buen muchacho. Nativo de Baslodia, quizá nos expliqué que está pasando. — Sin esperar a que la conversación siguiese, noté que la gente ya empezaba a alabar a aquella mujer. Darle ofrendas, pedirle favores, parecía que rezaban a un Dios en frente de ellos.
Lo próximo que estaría en mi mente, sería la respuesta de la mujer, si acaso aceptaría. Ayudaría o qué tenía planeado. Incluso si nosotros nos veríamos involucrados en todo eso.
Tobias Pharra
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Al reunirse la gente en círculo alrededor del albino, no tardaron en desplazar tanto a Judeau como a Corkus de su lado. Las mismas frases se repetían: "Salven a nuestros hijos" "Los han llevado a las minas", entre otras que lo elogiaban. Él únicamente miraba de un lado a otro, serio, como si la situación no fuese nueva para su persona; aquella faceta infantil frente a sus compañeros se había ido en apenas un par de segundos.
Ciertamente era justo lo que estaba esperando, de hecho apenas y se trataba del inicio. En un vistazo discreto, interceptó tanto al dragón como al espadachín. Pudo detectar a un tercer individuo, adivinando por la cercanía del trío que quizá venían juntos, pareciendo resaltar entre el resto de los habitantes. Entornó los ojos y nuevamente volvió su atención a los suplicantes aldeanos.
—¡Escúchenme, la cuadrilla del halcón se encargará de traer a sus hijos de vuelta!—aseguró.
—¿AAAH? ¿Pero qué dice?—gruñó Corkus, intentando apartar a los que se acumulaban a su alrededor, impidiéndole el paso.
—¡Pero de nada servirá que hoy los traigamos sanos y salvos si es el pueblo mismo quien derrama la sangre de los suyos!—en referencia al frenesí que culminó por hacerles pelear entre ellos y no contra los soldados.
—¡Será solo cuando decidan unirse contra aquellos que los pisotean, que asesinan a sus hijos y que roban lo que les pertenece, que las cosas podrán por fin mejorar!—pausó; un discurso tan motivador como hipócrita, claro que Griffith era un maestro en cuanto a labia se trataba. Lo hacía sonar tan natural y hermoso que a cualquiera se le haría un nudo en la garganta.
—¡Que las vidas que se perdieron hoy sirvan para recordarles quiénes son el verdadero enemigo! ¡Luchen!—exclamó nuevamente, alzando su sable. Así, lo siguieron los gritos llenos de rabia y esperanza de los habitantes, quienes ya habían accedido silenciosamente a dejar todo en manos de la afamada cuadrilla. Todo estaba resultando mejor de lo que hubiera imaginado.
Cuando por fin pudo abrirse paso, luego de recibir apretones de manos, besos en los nudillos y un sinfín de alabanzas, ignoró a sus compañeros para caminar directamente hacia el trío que permaneció desde siempre a una distancia prudente de todo el teatro. Alzó levemente su mano, reconociendo esta vez al joven que saludó con anterioridad, por lo que encima les dedicó una de sus diminutas pero cálidas sonrisillas, con su cabeza ligeramente inclinada hacia un costado y todo.
—Saludos—les dijo con su voz que, aunque masculina, conservaba un porte más delicado y formal—Disculpen, pero no pude evitar fijarme en sus habilidades durante la pelea. Fueron simplemente alucinantes—dijo en un tono jovial y muy confianzudo.
—Mi nombre es Griffith—finalmente se presentó.
Claro que la habilidad que más le interesaba ahora mismo era la de aquél dragón. Con la inservible mina ahora inundada, les vendría de lujo el contar con alguien que pudiese manejar el agua como le viniese en gana; aún si únicamente servía para devolverles a las familias un cuerpo al cuál llorar y brindar ceremonia.
Ciertamente era justo lo que estaba esperando, de hecho apenas y se trataba del inicio. En un vistazo discreto, interceptó tanto al dragón como al espadachín. Pudo detectar a un tercer individuo, adivinando por la cercanía del trío que quizá venían juntos, pareciendo resaltar entre el resto de los habitantes. Entornó los ojos y nuevamente volvió su atención a los suplicantes aldeanos.
—¡Escúchenme, la cuadrilla del halcón se encargará de traer a sus hijos de vuelta!—aseguró.
—¿AAAH? ¿Pero qué dice?—gruñó Corkus, intentando apartar a los que se acumulaban a su alrededor, impidiéndole el paso.
—¡Pero de nada servirá que hoy los traigamos sanos y salvos si es el pueblo mismo quien derrama la sangre de los suyos!—en referencia al frenesí que culminó por hacerles pelear entre ellos y no contra los soldados.
—¡Será solo cuando decidan unirse contra aquellos que los pisotean, que asesinan a sus hijos y que roban lo que les pertenece, que las cosas podrán por fin mejorar!—pausó; un discurso tan motivador como hipócrita, claro que Griffith era un maestro en cuanto a labia se trataba. Lo hacía sonar tan natural y hermoso que a cualquiera se le haría un nudo en la garganta.
—¡Que las vidas que se perdieron hoy sirvan para recordarles quiénes son el verdadero enemigo! ¡Luchen!—exclamó nuevamente, alzando su sable. Así, lo siguieron los gritos llenos de rabia y esperanza de los habitantes, quienes ya habían accedido silenciosamente a dejar todo en manos de la afamada cuadrilla. Todo estaba resultando mejor de lo que hubiera imaginado.
Cuando por fin pudo abrirse paso, luego de recibir apretones de manos, besos en los nudillos y un sinfín de alabanzas, ignoró a sus compañeros para caminar directamente hacia el trío que permaneció desde siempre a una distancia prudente de todo el teatro. Alzó levemente su mano, reconociendo esta vez al joven que saludó con anterioridad, por lo que encima les dedicó una de sus diminutas pero cálidas sonrisillas, con su cabeza ligeramente inclinada hacia un costado y todo.
—Saludos—les dijo con su voz que, aunque masculina, conservaba un porte más delicado y formal—Disculpen, pero no pude evitar fijarme en sus habilidades durante la pelea. Fueron simplemente alucinantes—dijo en un tono jovial y muy confianzudo.
—Mi nombre es Griffith—finalmente se presentó.
Claro que la habilidad que más le interesaba ahora mismo era la de aquél dragón. Con la inservible mina ahora inundada, les vendría de lujo el contar con alguien que pudiese manejar el agua como le viniese en gana; aún si únicamente servía para devolverles a las familias un cuerpo al cuál llorar y brindar ceremonia.
Griffith
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Saludé a Tatsuya cuándo Tobías me lo presentó. Iba a comenzar a hablar sobre lo que ocurría, la tensión a la que el pueblo estaba sometido, cuándo aquel hombre de apariencia delicada comenzó a hablar. Mientras escuchaba, no pude evitar recordar las palabras de mi padre en sus últimos días de vida, todo lo que me había contado de las minas...
Estaba volviendo a suceder, una vez más. Los Baslod oprimían a sus habitantes al trabajo forzoso en las minas. El pueblo llano se rebelaba ante esa injusticia. Se iniciaba un período de tensión. Y luego, llegaban los salvadores…
Aquel joven chico de cabellos blancos era la cabeza de la serpiente. Su boca hablaba pronunciando palabras con seguridad, con elegancia, con fuerza. Provocaban ilusión al pueblo sometido, les hacía tener esperanza… pero siempre querían algo a cambio, y su precio solía ser más perjudicial que la situación que presuntamente vinieron a solucionar.
Luego se marchaban. Solucionada una insignificante batalla, pero no se quedaban a librar la guerra. Entonces, las represalias de los poderosos llegaban y los que se proclamaron héroes ya no están, ya se han marchado y el pueblo vuelve a someterse de nuevo bajo unas condiciones aún peores que las iniciales.
Tras su discurso, el joven de cabellos blancos se acercó hasta nosotros con curiosidad. Exclamó sus ideas con palabras suaves y elogiosas y se presentó con el nombre de Griffith.
- Soy Eden- contesté, sin demasiado entusiasmo- Bienvenido a Baslodia.
En ese momento, decidí mantenerme en un discreto segundo plano, dando un paso hacia atrás y colocándome tras Tobias y Tatsuya. Quería analizar a aquellos hombres, conocer las intenciones de aquel grupo... aunque tenía la intuición de que la Cuadrilla del Halcón no gozaría de mi simpatía.
Estaba volviendo a suceder, una vez más. Los Baslod oprimían a sus habitantes al trabajo forzoso en las minas. El pueblo llano se rebelaba ante esa injusticia. Se iniciaba un período de tensión. Y luego, llegaban los salvadores…
Aquel joven chico de cabellos blancos era la cabeza de la serpiente. Su boca hablaba pronunciando palabras con seguridad, con elegancia, con fuerza. Provocaban ilusión al pueblo sometido, les hacía tener esperanza… pero siempre querían algo a cambio, y su precio solía ser más perjudicial que la situación que presuntamente vinieron a solucionar.
Luego se marchaban. Solucionada una insignificante batalla, pero no se quedaban a librar la guerra. Entonces, las represalias de los poderosos llegaban y los que se proclamaron héroes ya no están, ya se han marchado y el pueblo vuelve a someterse de nuevo bajo unas condiciones aún peores que las iniciales.
Tras su discurso, el joven de cabellos blancos se acercó hasta nosotros con curiosidad. Exclamó sus ideas con palabras suaves y elogiosas y se presentó con el nombre de Griffith.
- Soy Eden- contesté, sin demasiado entusiasmo- Bienvenido a Baslodia.
En ese momento, decidí mantenerme en un discreto segundo plano, dando un paso hacia atrás y colocándome tras Tobias y Tatsuya. Quería analizar a aquellos hombres, conocer las intenciones de aquel grupo... aunque tenía la intuición de que la Cuadrilla del Halcón no gozaría de mi simpatía.
Eden
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
La de cabellos plateados no tardó en sacar partido de las plegarias del populacho: usando algo más de su elocuencia, sedujo el desamparado corazón de sus suplicantes, con un cierto tono de rebelión palpable en el ambiente. No era descabellado pensar que una población de herreros podía fabricar las herramientas para iniciar una guerra civil, pero ser ducho con el martillo no significaba serlo con la espada. De ser así, morirían miles de inocentes y unas pocas docenas de soldados. ¿Tendría eso presente al manipular a sus oyentes, o sus motivaciones no serían más que producto de la necedad?
El brujo correspondió al saludo del ya conocido Pharra con un vigoroso estrechón de manos. Le sorprendió que, con lo grande que es Aerandir, fueran a encontrarse justamente en un callejón desahuciado. «Un momento... ¿no fue más o menos en un lugar así donde lo conocí?.», dijo para sí mismo. El dragón venía acompañado por un humano, un tanto taciturno. Se limitó a saludarlo de forma monótona, a lo cual su contrario no se mostró contrariado.
Una vez culminada la ovación, la albina se acercó al grupo con una jovial sonrisa. Tatsuya se sorprendió enormemente en cuanto esta (o este) abrió el morro. Ahora que lo detallaba más de cerca, sus rasgos alcanzaban la fina barrera entre lo femenino y lo masculino, y eso sumado a su profunda voz llevaba a la conclusión de que se trataba, en realidad, de un hombre.
—Tatsuya. — ladró a manera de "presentación" — Tú tampoco estuviste nada mal. Tienes una buena técnica, pero podría quebrar ese limpiadientes que usas como espada sin mayores complicaciones. — respondió toscamente a su elogio — Entonces, ¿librarás al pueblo de esta terrible tiranía? En ese caso, más te vale darte prisa. Cada segundo que pasa es otro pobre niño que se ahoga en su propia inmundicia. Oh, pero seguro que no necesitas que te lo recuerde. Qué estúpido de mi parte. — concluyó con una sonrisa socarrona.
—¡Que no es no, te he dicho! — exclamó, golpeando la mesa con sus puños — ¡Trabajarán, día y noche hasta que yo lo ordene! El día en que el hombre perezca ante la lluvia estaremos jodidos. ¡La lluvia, maldita sea, si no es más que agua! — se llevó la mano al pecho y se dio unas cuantas palmadas para gargajear un voluminoso trozo de pollo empapado de saliva, que cayó sobre la convexidad de su panza
—La lluvia puede hacer cosas terribles, señor Jensen. — interrumpió con un tono algo altanero. En una posición como la suya, debería haberse retractado. No obstante, permaneció firme. — A mi madre le cayó una tormenta encima, y a los pocos días le comenzó una extraña tos. No pasó del mes.
—Allí sí que te voy a corregir en una cosa, hija. Dios hizo al hombre para resistir cada adversidad que se le atraviese. Las mujeres son seres débiles, y por eso debemos protegerlas... aunque tú eres una excepción. — sentenció — No condenaré a ninguna mujer ni niño a trabajar en las minas, pero los jóvenes tendrán que partirse la espalda si hace falta.
—Sigo sin estar de acuerdo, pero se hace lo que usted desea.
El señor Jensen se llevó sus adiposos dedos a la boca, saboreando los últimos vestigios de comida que sobraban.
—Mmm. Menosh mal que conocesh tu posición. — tomó un paño blanco y procedió a limpiarse los restos de grasa con ademán minuscioso — Ahora tráeme a una de las muchachas. La hija del verdulero; quiero comprobar si es cierto que les huele a brócoli. ¡Eh! ¡Espera, un momento! Mientras tanto, quiero que le envíes a su padre la cuota acordada: cien aeros. Y ya de paso, quédate con un poco.
La guardiana asintió y abandonó la escena. Al poco tiempo regresó con lo ordenado, recibió el dinero y se marchó una vez más.
Durante su tiempo libre le gustaba acariciar el mango de su florete, como única forma de ignorar todo lo que ocurría a su alrededor. Era cierto que el señor Robert Jensen le había dado un título oficial de guardaespaldas, uno de los mejores sueldos de todo Verisar y la oportunidad de codearse con la nobleza de Baslodia, pero también era cierto que la fortuna de su familia se había labrado bajo el sudor y sangre de los miserables, que trabajaban contra su voluntad bajo el bochorno de la Mina del Tuerto.
No le había prestado la suficiente atención, hasta que eventualmente comenzaron a enviarla junto al inspector de salud pública de Baslodia a realizar inspecciones periódicas de "salubridad": el olor a podredumbre, las súplicas ahogadas de los trabajadores, el alto grado de desnutrición y los cadáveres apilados de aquellos que colapsaban por el exceso de trabajo se ensamblaban en una imagen mental que le perseguía inexorablemente. Naturalmente, para encubrir la realidad, se inventaban historias sobre "las excelentes condiciones sanitarias de las minas en Baslodia" y le aseguraban a los familiares de los fallecidos que sus hijos seguían sanos y salvos. Cada mentira eran unos cuantos aeros más en sus bolsillos, y una mancha más grande en su conciencia.
Lo único que la separaba de esos desgraciados era su precisión quirúrgica con la espada, que le valió para que un hombre noble pusiera sus ojos sobre ella. En una ciudad como Baslodia, tenía más mérito el asesino que el trabajador honrado.
—¡Erika! ¡Erika! — vociferó un soldado desde el otro extremo del pasillo.
—¿Qué sucede?
—¡Necesito hablar con el jefe! ¡Acaban de asesinar a todo un escuadrón de los nuestros! ¡Una mujer de pelo blanco, uno azul y uno que llevaba los ojos cerrados!
El brujo correspondió al saludo del ya conocido Pharra con un vigoroso estrechón de manos. Le sorprendió que, con lo grande que es Aerandir, fueran a encontrarse justamente en un callejón desahuciado. «Un momento... ¿no fue más o menos en un lugar así donde lo conocí?.», dijo para sí mismo. El dragón venía acompañado por un humano, un tanto taciturno. Se limitó a saludarlo de forma monótona, a lo cual su contrario no se mostró contrariado.
Una vez culminada la ovación, la albina se acercó al grupo con una jovial sonrisa. Tatsuya se sorprendió enormemente en cuanto esta (o este) abrió el morro. Ahora que lo detallaba más de cerca, sus rasgos alcanzaban la fina barrera entre lo femenino y lo masculino, y eso sumado a su profunda voz llevaba a la conclusión de que se trataba, en realidad, de un hombre.
—Tatsuya. — ladró a manera de "presentación" — Tú tampoco estuviste nada mal. Tienes una buena técnica, pero podría quebrar ese limpiadientes que usas como espada sin mayores complicaciones. — respondió toscamente a su elogio — Entonces, ¿librarás al pueblo de esta terrible tiranía? En ese caso, más te vale darte prisa. Cada segundo que pasa es otro pobre niño que se ahoga en su propia inmundicia. Oh, pero seguro que no necesitas que te lo recuerde. Qué estúpido de mi parte. — concluyó con una sonrisa socarrona.
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—¡Que no es no, te he dicho! — exclamó, golpeando la mesa con sus puños — ¡Trabajarán, día y noche hasta que yo lo ordene! El día en que el hombre perezca ante la lluvia estaremos jodidos. ¡La lluvia, maldita sea, si no es más que agua! — se llevó la mano al pecho y se dio unas cuantas palmadas para gargajear un voluminoso trozo de pollo empapado de saliva, que cayó sobre la convexidad de su panza
—La lluvia puede hacer cosas terribles, señor Jensen. — interrumpió con un tono algo altanero. En una posición como la suya, debería haberse retractado. No obstante, permaneció firme. — A mi madre le cayó una tormenta encima, y a los pocos días le comenzó una extraña tos. No pasó del mes.
—Allí sí que te voy a corregir en una cosa, hija. Dios hizo al hombre para resistir cada adversidad que se le atraviese. Las mujeres son seres débiles, y por eso debemos protegerlas... aunque tú eres una excepción. — sentenció — No condenaré a ninguna mujer ni niño a trabajar en las minas, pero los jóvenes tendrán que partirse la espalda si hace falta.
—Sigo sin estar de acuerdo, pero se hace lo que usted desea.
El señor Jensen se llevó sus adiposos dedos a la boca, saboreando los últimos vestigios de comida que sobraban.
—Mmm. Menosh mal que conocesh tu posición. — tomó un paño blanco y procedió a limpiarse los restos de grasa con ademán minuscioso — Ahora tráeme a una de las muchachas. La hija del verdulero; quiero comprobar si es cierto que les huele a brócoli. ¡Eh! ¡Espera, un momento! Mientras tanto, quiero que le envíes a su padre la cuota acordada: cien aeros. Y ya de paso, quédate con un poco.
La guardiana asintió y abandonó la escena. Al poco tiempo regresó con lo ordenado, recibió el dinero y se marchó una vez más.
Durante su tiempo libre le gustaba acariciar el mango de su florete, como única forma de ignorar todo lo que ocurría a su alrededor. Era cierto que el señor Robert Jensen le había dado un título oficial de guardaespaldas, uno de los mejores sueldos de todo Verisar y la oportunidad de codearse con la nobleza de Baslodia, pero también era cierto que la fortuna de su familia se había labrado bajo el sudor y sangre de los miserables, que trabajaban contra su voluntad bajo el bochorno de la Mina del Tuerto.
No le había prestado la suficiente atención, hasta que eventualmente comenzaron a enviarla junto al inspector de salud pública de Baslodia a realizar inspecciones periódicas de "salubridad": el olor a podredumbre, las súplicas ahogadas de los trabajadores, el alto grado de desnutrición y los cadáveres apilados de aquellos que colapsaban por el exceso de trabajo se ensamblaban en una imagen mental que le perseguía inexorablemente. Naturalmente, para encubrir la realidad, se inventaban historias sobre "las excelentes condiciones sanitarias de las minas en Baslodia" y le aseguraban a los familiares de los fallecidos que sus hijos seguían sanos y salvos. Cada mentira eran unos cuantos aeros más en sus bolsillos, y una mancha más grande en su conciencia.
Lo único que la separaba de esos desgraciados era su precisión quirúrgica con la espada, que le valió para que un hombre noble pusiera sus ojos sobre ella. En una ciudad como Baslodia, tenía más mérito el asesino que el trabajador honrado.
—¡Erika! ¡Erika! — vociferó un soldado desde el otro extremo del pasillo.
—¿Qué sucede?
—¡Necesito hablar con el jefe! ¡Acaban de asesinar a todo un escuadrón de los nuestros! ¡Una mujer de pelo blanco, uno azul y uno que llevaba los ojos cerrados!
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Off rol: Espero no estar llevando el rol muy lejos de lo que deseas, Griff. Si hay algo que no te parece, me lo comuncias y haré lo posible por cambiarlo.
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Tatsuya Suō
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Nunca lo habría pensado, que por caminar unos días de más en Baslodia me toparía con esta gente. Y muchísimo menos esta situación, el pueblo apunto de alzarse en rebelión contra el gobierno que los oprime. Aquel Halcón podría ser un buen espadachín, pero su verdadera arma era la política, muchos podrían decir que ese era el filo de los débiles, de los cobardes.
Por mi parte, creía que esa era la táctica de los que decidían usar su inteligencia, y bien que este sabía hacerlo. Sus palabras pasaban por la mente de todos los presenten, amarrándose entre sus pensamientos e infectando sus ideas como un virus para que crezca la raíz de la anarquía. El embuste era su mejor aliado y la falsa esperanza su mejor resguardo. Quizás no fuese hoy, ni mañana, pero esas palabras estarían incrustadas en su memoria y poco a poco harían explotar todo esto en un desastre.
Los ciudadanos estaban satisfechos con el discurso de la mujer, la cual se acercó a nosotros para mostrar su verdadera naturaleza. Realmente sería un hombre con algunos rasgos femeninos. Se presentó a nosotros, hablando cordialmente de nuestras habilidades en el combate. Podría ser entonces que nos busca como aliados, o como algún poder militar.
¿Sería su intención todo este teatro? Si no, qué estaría buscando en un sitio como Baslodia. Si todo esto era parte de alguna orquesta del caos para su propósito, no quería ser parte de su juego. — Soy Tobias Pharra. — Luego de escasos segundos pensando sobre el pronóstico de las cosas.
Una pequeña cuestión pasaba por mi mente. ¿Acaso este personaje busca algún poder burocrático en Baslodia? Una leve brisa ondeo su cabello, su armadura resplandeció un poco a pesar de la poca luz que había. Y su mirada cándida y jovial, hacían que mi idea cambiase un poco. — Si piensas ayudar al pueblo. ¿Cuál se supone que es tu plan? — Además, la idea de ser reconocido como un héroe en Baslodia o algún icono importante no vendría para nada mal.
Por mi parte, creía que esa era la táctica de los que decidían usar su inteligencia, y bien que este sabía hacerlo. Sus palabras pasaban por la mente de todos los presenten, amarrándose entre sus pensamientos e infectando sus ideas como un virus para que crezca la raíz de la anarquía. El embuste era su mejor aliado y la falsa esperanza su mejor resguardo. Quizás no fuese hoy, ni mañana, pero esas palabras estarían incrustadas en su memoria y poco a poco harían explotar todo esto en un desastre.
Los ciudadanos estaban satisfechos con el discurso de la mujer, la cual se acercó a nosotros para mostrar su verdadera naturaleza. Realmente sería un hombre con algunos rasgos femeninos. Se presentó a nosotros, hablando cordialmente de nuestras habilidades en el combate. Podría ser entonces que nos busca como aliados, o como algún poder militar.
¿Sería su intención todo este teatro? Si no, qué estaría buscando en un sitio como Baslodia. Si todo esto era parte de alguna orquesta del caos para su propósito, no quería ser parte de su juego. — Soy Tobias Pharra. — Luego de escasos segundos pensando sobre el pronóstico de las cosas.
Una pequeña cuestión pasaba por mi mente. ¿Acaso este personaje busca algún poder burocrático en Baslodia? Una leve brisa ondeo su cabello, su armadura resplandeció un poco a pesar de la poca luz que había. Y su mirada cándida y jovial, hacían que mi idea cambiase un poco. — Si piensas ayudar al pueblo. ¿Cuál se supone que es tu plan? — Además, la idea de ser reconocido como un héroe en Baslodia o algún icono importante no vendría para nada mal.
Tobias Pharra
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Sonrió leve y sobrio, con un ligero asentir para dar fe de su saludo hacia los tres hombres. La interrogante era la misma aunque el ímpetu de cada uno ciertamente formaba todo un espectro complejo dentro de la conversación. Rió con discreción ante las palabras del moreno de ojos rasgados, ciertamente un ataque gratuito hacia su persona, aunque no dejaba de sonarle gracioso; Griffith no perdía sus modales ni siquiera en el campo de batalla.
—Bueno, esa es la idea. Como ha dicho ya nuestro amigo, lo mejor será darnos prisa e ir a sacar a esos jóvenes de la afamada mina—respondió a la interrogante—Y dado que usted tiene la habilidad de controlar el agua... ¿Qué le parecería ayudarnos a hacer una buena acción?—dirigiéndose a Tobias.
Así, mientras esperaba a que él lo pensara, se giraría a mirar al joven del cabello castaño, mismo a quien saludó cuando llegaba a las murallas de la ciudad —Asumo que este es su hogar o lo fue... ¿me equivoco?—sonrió, puesto que aquella bienvenida tan formal anunciaba a gritos que aquél mozo había nacido en esas grises tierras—Necesitaremos un guía, alguien que nos pueda llevar a ese lugar lo más rápido posible. De ser, por una zona en la que no nos topemos con alguna emboscada de esos torpes soldados, que de haberlos solo terminarían atrasándonos—explicó. Llevar a Pippin sería de gran ayuda, pero ciertamente el trabajo se aceleraría mucho más si aquellos hombres decidían acompañarlos.
—Sin mencionar que su habilidad con la espada nos serviría para abrirnos paso entre los guardias que estarán distribuidos por la región, seguro.—Pidió a Tatsuya.
Judeau observaba de lejos, su mirada seria por la situación. A veces no entendía a su líder, Griffith era siempre impredecible, aún después de haber convivido con él durante tantos años, no alcanzaba a comprender por qué de pronto decidiría venir a este lugar olvidado por los dioses, ayudar a la gente y aliarse de buenas a primeras con dichos.... personajes. No se fiaba ni un pelo, de hecho no lo hacía con nadie más allá de la cuadrilla del halcón, pero si era decisión de Griffith, solo restaba callarse.
Corkus se acercó al rubio, junto a su caballo. Estaba igual de alerta por la presencia de ese pequeño grupo, mas no se acercó por respeto a su líder, quien parecía llevar a su manera las riendas del asunto —¿Crees que debamos seguirles de cerca?—cuestionó.
Judeau negó levemente, dejando ir un cansado suspiro —No por nuestra cuenta. Griffith seguro pedirá que sea el grupo de Pippin quien le acompañen, mientras nosotros nos quedamos al mando del resto de la cuadrilla—explicó—Es solo que.... ¿Será que él...?—murmuró más para sí mismo, dejando inconclusa la frase.
—¿Será que qué? Oye, que si no me dices no me entero. Ya deja el suspenso—gruñó Corkus, sin poder sacar una palabra más de la boca del chico.
—Bueno, esa es la idea. Como ha dicho ya nuestro amigo, lo mejor será darnos prisa e ir a sacar a esos jóvenes de la afamada mina—respondió a la interrogante—Y dado que usted tiene la habilidad de controlar el agua... ¿Qué le parecería ayudarnos a hacer una buena acción?—dirigiéndose a Tobias.
Así, mientras esperaba a que él lo pensara, se giraría a mirar al joven del cabello castaño, mismo a quien saludó cuando llegaba a las murallas de la ciudad —Asumo que este es su hogar o lo fue... ¿me equivoco?—sonrió, puesto que aquella bienvenida tan formal anunciaba a gritos que aquél mozo había nacido en esas grises tierras—Necesitaremos un guía, alguien que nos pueda llevar a ese lugar lo más rápido posible. De ser, por una zona en la que no nos topemos con alguna emboscada de esos torpes soldados, que de haberlos solo terminarían atrasándonos—explicó. Llevar a Pippin sería de gran ayuda, pero ciertamente el trabajo se aceleraría mucho más si aquellos hombres decidían acompañarlos.
—Sin mencionar que su habilidad con la espada nos serviría para abrirnos paso entre los guardias que estarán distribuidos por la región, seguro.—Pidió a Tatsuya.
Judeau observaba de lejos, su mirada seria por la situación. A veces no entendía a su líder, Griffith era siempre impredecible, aún después de haber convivido con él durante tantos años, no alcanzaba a comprender por qué de pronto decidiría venir a este lugar olvidado por los dioses, ayudar a la gente y aliarse de buenas a primeras con dichos.... personajes. No se fiaba ni un pelo, de hecho no lo hacía con nadie más allá de la cuadrilla del halcón, pero si era decisión de Griffith, solo restaba callarse.
Corkus se acercó al rubio, junto a su caballo. Estaba igual de alerta por la presencia de ese pequeño grupo, mas no se acercó por respeto a su líder, quien parecía llevar a su manera las riendas del asunto —¿Crees que debamos seguirles de cerca?—cuestionó.
Judeau negó levemente, dejando ir un cansado suspiro —No por nuestra cuenta. Griffith seguro pedirá que sea el grupo de Pippin quien le acompañen, mientras nosotros nos quedamos al mando del resto de la cuadrilla—explicó—Es solo que.... ¿Será que él...?—murmuró más para sí mismo, dejando inconclusa la frase.
—¿Será que qué? Oye, que si no me dices no me entero. Ya deja el suspenso—gruñó Corkus, sin poder sacar una palabra más de la boca del chico.
Griffith
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Después del saludo, me coloqué en un discreto segundo plano y escuché la conversación de aquellos tres hombres. Tatsuya y Griffith parecían tener cierta simpatía instántanea el uno por el otro, ya que alabaron mutuamente su forma de luchar. Yo les había visto a ambos desde lo alto del tejado y sí, peleaban bien, pero los talentos mostrados no eran dignos de tantas alabanzas.
Tobias pareció igualmente fascinado por el joven y enseguida se interesó por sus planes en la ciudad. Escuché con detenimiento a Griffith mientras se explicaba y cómo quería arrastrar a Tobias a su causa, aunque el dragón parecía más que dispuesto desde el primer momento a colaborar.
Entonces, se dirigió hacia mí, tras reconocerme claramente como local. Se le veía astuto, pero no era la única serpiente de aquel jardín. Al escuchar su propuesta de que les guiara hasta la mina, de forma discreta, me vi tentado por un breve instante a llevarles al puesto de guarda más numeroso, pero descarté esa opción, al menos hasta que los mineros fueran rescatados.
- Te llevaré hasta las minas por el más rápido y seguro de los atajos... puedes avisar a tus hombres...
Esperé un instante hasta que el hombre dió una orden concreta a las personas de su grupo e instantes más tarde, iniciamos el camino en la dirección que indiqué.
- Deberías contarnos por el camino el interés que tienes en esta ciudad. No sois el primer grupo de... - hice una intencionada pausa antes de pronunciar esta palabra de forma ligeramente irónica antes de continuar – salvadores... que viene a Baslodia prometiendo su ayuda incondicional al pueblo en un momento difícil y que se marcha con armas y dinero a cambio de un auxilio que en principio era gratuito...
Llegamos a un cruce entre dos calles. Asomé mi cabeza hacia la que se abría paso hacia mi derecha y al comprobar que era segura, continuamos caminando hacia la mina, dirección sur, mientras que desde el cielo, caía una fina lluvia que, sin duda, dificultaría la situación en la Mina del Tuerto. Una vez pasamos el cruce, seguimos adelante, mientras continué hablando:
- Sólo quisiera asegurarme de que este es un gesto altruista por vuestra parte, sin ningún tipo de contrapartida. Porque si no… - miré al hombre directamente, alzando ligeramente las cejas al hablar- Aunque Baslodia te parezca un lugar humilde, tranquilo, de gente sencilla, puede que demasiado ignorantes o paletos… tienen una cara oculta que debería temer, incluso una compañía cómo la tuya...
Tobias pareció igualmente fascinado por el joven y enseguida se interesó por sus planes en la ciudad. Escuché con detenimiento a Griffith mientras se explicaba y cómo quería arrastrar a Tobias a su causa, aunque el dragón parecía más que dispuesto desde el primer momento a colaborar.
Entonces, se dirigió hacia mí, tras reconocerme claramente como local. Se le veía astuto, pero no era la única serpiente de aquel jardín. Al escuchar su propuesta de que les guiara hasta la mina, de forma discreta, me vi tentado por un breve instante a llevarles al puesto de guarda más numeroso, pero descarté esa opción, al menos hasta que los mineros fueran rescatados.
- Te llevaré hasta las minas por el más rápido y seguro de los atajos... puedes avisar a tus hombres...
Esperé un instante hasta que el hombre dió una orden concreta a las personas de su grupo e instantes más tarde, iniciamos el camino en la dirección que indiqué.
- Deberías contarnos por el camino el interés que tienes en esta ciudad. No sois el primer grupo de... - hice una intencionada pausa antes de pronunciar esta palabra de forma ligeramente irónica antes de continuar – salvadores... que viene a Baslodia prometiendo su ayuda incondicional al pueblo en un momento difícil y que se marcha con armas y dinero a cambio de un auxilio que en principio era gratuito...
Llegamos a un cruce entre dos calles. Asomé mi cabeza hacia la que se abría paso hacia mi derecha y al comprobar que era segura, continuamos caminando hacia la mina, dirección sur, mientras que desde el cielo, caía una fina lluvia que, sin duda, dificultaría la situación en la Mina del Tuerto. Una vez pasamos el cruce, seguimos adelante, mientras continué hablando:
- Sólo quisiera asegurarme de que este es un gesto altruista por vuestra parte, sin ningún tipo de contrapartida. Porque si no… - miré al hombre directamente, alzando ligeramente las cejas al hablar- Aunque Baslodia te parezca un lugar humilde, tranquilo, de gente sencilla, puede que demasiado ignorantes o paletos… tienen una cara oculta que debería temer, incluso una compañía cómo la tuya...
Eden
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Tras el breve intercambio de palabras con el nuevo "héroe de Baslodia", entraron en escena Tobías y Eden, cuyas pericias no pasaron inadvertidas a los ojos del "halcón". Este último concluyó que debían unir fuerzas para abolir la esclavitud en la mina del tuerto, incluso si eso generaría más dificultades que soluciones; hecho comprobado en la reciente trifulca. O bien el albino desconocía los percances o decidía ignorarlos. Fuese la fuerza de la ignorancia o la astucia lo que manipulaba sus acciones, las leyes de la causalidad lo conducirían a la misma conclusión.
El nativo accedió con relativa facilidad a la petición del joven, señalando una ruta corta a través de algunos callejones, con la seguridad de un cartógrafo. Sin embargo, carecía del garbo de alguien de la profesión... ¿habría tenido que arrastrarse por cada rincón inmundo de la ciudad, a fin de memorizarla?
Durante el trayecto, se mostró dubitativo a la veracidad de la "ayuda bienintencionada" que La Cuadrilla del Halcón había ofrecido, llegando incluso a soltar una franca amenaza en medio de su conversación.
—Te diré algo que probablemente sepas de sobra, compañero. — se dirigió a Eden con una voz áspera — Baslodia es una ciudad pobre, fruto de la ingenuidad de su pueblo, no de la corrupción. Es el mismo pueblo el que le permite a los aristócratas robar cuanto deseen, y son ellos mismos lo que se mean en las bragas cada vez que emerge un "salvador". Una gente así... no creo que sea tan "temible" como lo pintas. — carcajeó con ironía— Tú, por otra parte, pareces inteligente. Considera un nuevo hogar; Lunargenta tal vez...
Conforme encaminaban su rumbo hacia el austro, reanudó una fina lluvia, que gradualmente creció en estruendo, enmudeciendo enormemente la conversación del grupo. Aún por encima de esto, una fuerte lámina de viento erizó los pelos del brujo, como señal de peligro: alguien los estaba observando, pero entre la niebla y el chubasco, era difícil determinar el origen. El hecho de si iba a advertirle a su compañía dependía enteramente de su respuesta...
—Me temo que con esta jodida lluvia, la intriga ya no me es suficiente incentivo. — le declaró a Griffith — Se me olvidó mencionarte que mi espada no sale gratis. Como mercenario, seguro que entenderás de sobra. — concluyó frotando su pulgar sobre su índice, con un ademán codicioso.
El nativo accedió con relativa facilidad a la petición del joven, señalando una ruta corta a través de algunos callejones, con la seguridad de un cartógrafo. Sin embargo, carecía del garbo de alguien de la profesión... ¿habría tenido que arrastrarse por cada rincón inmundo de la ciudad, a fin de memorizarla?
Durante el trayecto, se mostró dubitativo a la veracidad de la "ayuda bienintencionada" que La Cuadrilla del Halcón había ofrecido, llegando incluso a soltar una franca amenaza en medio de su conversación.
—Te diré algo que probablemente sepas de sobra, compañero. — se dirigió a Eden con una voz áspera — Baslodia es una ciudad pobre, fruto de la ingenuidad de su pueblo, no de la corrupción. Es el mismo pueblo el que le permite a los aristócratas robar cuanto deseen, y son ellos mismos lo que se mean en las bragas cada vez que emerge un "salvador". Una gente así... no creo que sea tan "temible" como lo pintas. — carcajeó con ironía— Tú, por otra parte, pareces inteligente. Considera un nuevo hogar; Lunargenta tal vez...
Conforme encaminaban su rumbo hacia el austro, reanudó una fina lluvia, que gradualmente creció en estruendo, enmudeciendo enormemente la conversación del grupo. Aún por encima de esto, una fuerte lámina de viento erizó los pelos del brujo, como señal de peligro: alguien los estaba observando, pero entre la niebla y el chubasco, era difícil determinar el origen. El hecho de si iba a advertirle a su compañía dependía enteramente de su respuesta...
—Me temo que con esta jodida lluvia, la intriga ya no me es suficiente incentivo. — le declaró a Griffith — Se me olvidó mencionarte que mi espada no sale gratis. Como mercenario, seguro que entenderás de sobra. — concluyó frotando su pulgar sobre su índice, con un ademán codicioso.
Tatsuya Suō
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Este tipo iba en serio, quería ''salvar'' Baslodia y ayudar a esta gente. Aún no me quedaba claro si su objetivo era ganarse a la gente o era alguien que en verdad quería hacer el bien. Sus ropas, su mirada, su sonrisa y su cabello gris decían que era un salvador, pero sus palabras, eran demasiado perfectas para no estar ensayadas en frente de un espejo durante horas, un discurso tan elaborado que no me podía creer.
Aún así, Baslodia parecía una ciudad olvidada por dios, un punto casi muerto en el mapa que empezaría a hundirse poco a poco y acabaría siendo un hueco desafortunado, las acciones desinteresadas no iban muy bien de la mano conmigo, pero quizás esta vez, habría alguna recompensa. Si este supuesto Halcón no quería ganarse el apoyo del pueblo, yo sí, aunque la política no era mi fuerte o la forma en la que me gustaban las cosas, pretendía sacarle provecho a todo eso.
Los demás, por su parte, parecían querer ayudar sin mucha oposición. Imaginaba que Eden quería hacer algo por su gente, pero... Tatsuya, ¿el mercenario querría ayudar sin rechistar? Raro que no pidiese algunas monedas de por medio. Esta vez pecaba de ingenuo, la gente a la que se refería Eden, no sería el gentío que se arrodilló ante Griffith, en este caso hablaba de los poderosos nobles y de sus abanderados más peligrosos.
Las lluvias no paraban y por lo visto, no pretendían hacerlo en un buen rato. — Aceptaré ayudar a Baslodia, pero no esperes más de mí. — Así me uní al grupo rumbo a las minas, suponía que en algún punto nos dividiríamos y Eden y yo terminaríamos en las minas ayudando a aquella gente.
Aún así, Baslodia parecía una ciudad olvidada por dios, un punto casi muerto en el mapa que empezaría a hundirse poco a poco y acabaría siendo un hueco desafortunado, las acciones desinteresadas no iban muy bien de la mano conmigo, pero quizás esta vez, habría alguna recompensa. Si este supuesto Halcón no quería ganarse el apoyo del pueblo, yo sí, aunque la política no era mi fuerte o la forma en la que me gustaban las cosas, pretendía sacarle provecho a todo eso.
Los demás, por su parte, parecían querer ayudar sin mucha oposición. Imaginaba que Eden quería hacer algo por su gente, pero... Tatsuya, ¿el mercenario querría ayudar sin rechistar? Raro que no pidiese algunas monedas de por medio. Esta vez pecaba de ingenuo, la gente a la que se refería Eden, no sería el gentío que se arrodilló ante Griffith, en este caso hablaba de los poderosos nobles y de sus abanderados más peligrosos.
Las lluvias no paraban y por lo visto, no pretendían hacerlo en un buen rato. — Aceptaré ayudar a Baslodia, pero no esperes más de mí. — Así me uní al grupo rumbo a las minas, suponía que en algún punto nos dividiríamos y Eden y yo terminaríamos en las minas ayudando a aquella gente.
Tobias Pharra
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Los cascos se hicieron huir al unísono, formando así una fila que en su mayoría pertenecía a hombres de Griffith, escoltando a sus nuevos, aunque no permanentes integrantes, donde conversarían al frente con él.
Aquél joven castaño estaba sin lugar a dudas a la defensiva, sintiéndose la pesada tensión cada que interactuaba con el albino, queriendo rajarle la piel con cada palabra que abandonaba su boca. Sin embargo, la mayor virtud de Griffith era su completa seguridad en sí mismo y su voluntad inquebrantable. Ninguna amenaza, por disfrazada que viniera, lograría mover en él ni la más fina y debilitada fibra en su organismo. Se giró y le miró con una calma sonrisa, el cabello húmedo y pesado con algunos mechones del fleco pegados a su rostro.
—¿Y esa cara.... se ve más o menos como la suya, señor?—inquirió, con esa afilada mirada azul clavándose en la de Eden, mas no desaparecía ese leve aunque segura sonrisa suya.
Pasados unos segundos, decidió dejar la duda al aire y simplemente rió con modestia, volviendo su vista al frente y volviendo a hablar —Somos mercenarios, vinimos buscando armas al menor precio—se sinceró, sabiendo que ya les habría pasado por la cabeza.
—Por favor, no me malinterprete con lo que voy a decirle... no es que quiera tratarle a usted o a ningún otro de ignorante. Pero si piensa que yo habría de temerle al pueblo, debería hacer lo mismo cuando piense en aquellos abanderados—adelantó, antes de ir al punto donde quería llegar.
—Tantos años cobrando impuestos y sometiendo a gente asustada los convirtieron en nada más que flojos blandiendo una espada. Comen muy bien, puede notarlo por la barriga que se esfuerza por no salir del acero y sus movimientos son bastante torpes... Si algún día fueron soldados, puedo asegurarle que por lo menos ahora no lo son más—explicó.
—¿Cree que esos escudos y esas espadas inexpertas serán suficientes para vencer toda una vida de enojo? Le sorprendería lo que la rabia puede hacerle a un ser humano. Confíe en su pueblo, permítales recordar por qué están enojados—añadió a las palabras que ya le había dicho el brujo, dando a entender que aquellas familias adineradas seguían abusando del pueblo precisamente porque eran ellos quienes los creían invensibles.
Y hablando del brujo, quien ya daba indicios de que su ayuda no saldría gratis y mucho menos barata, Griffith se giró a mirarlo y cubrió por breves segundos su boca con los nudillos para soltar una diminuta risa, recatada como ya señalaba a gritos la apariencia del halcón.
—Por supuesto que lo entiendo. Me aseguraré de cerrar trato con usted una vez hayamos lidiado con el principal problema—concluyó, dándole su palabra.
—Son todos muy amables—dijo al escuchar las palabras de Tobias quien, por el momento, parecía el más dispuesto a ayudar. Apenas terminó de hablar, Pippin movió ligeramente sus orejas y abrió los ojos. Su excelente oído había captado el ruido de unas húmedas pisadas que venían en la otra dirección, aunque bien hacía su trabajo la lluvia al momento de encubrir detalles; no sabía cuantos o exactamente de qué se trataba, pero su instinto le indicaban que algo iba mal.
—Hay algo delante...—avisó el hombre para que lo escucharan el grupo que iba al frente.
Aquél joven castaño estaba sin lugar a dudas a la defensiva, sintiéndose la pesada tensión cada que interactuaba con el albino, queriendo rajarle la piel con cada palabra que abandonaba su boca. Sin embargo, la mayor virtud de Griffith era su completa seguridad en sí mismo y su voluntad inquebrantable. Ninguna amenaza, por disfrazada que viniera, lograría mover en él ni la más fina y debilitada fibra en su organismo. Se giró y le miró con una calma sonrisa, el cabello húmedo y pesado con algunos mechones del fleco pegados a su rostro.
—¿Y esa cara.... se ve más o menos como la suya, señor?—inquirió, con esa afilada mirada azul clavándose en la de Eden, mas no desaparecía ese leve aunque segura sonrisa suya.
Pasados unos segundos, decidió dejar la duda al aire y simplemente rió con modestia, volviendo su vista al frente y volviendo a hablar —Somos mercenarios, vinimos buscando armas al menor precio—se sinceró, sabiendo que ya les habría pasado por la cabeza.
—Por favor, no me malinterprete con lo que voy a decirle... no es que quiera tratarle a usted o a ningún otro de ignorante. Pero si piensa que yo habría de temerle al pueblo, debería hacer lo mismo cuando piense en aquellos abanderados—adelantó, antes de ir al punto donde quería llegar.
—Tantos años cobrando impuestos y sometiendo a gente asustada los convirtieron en nada más que flojos blandiendo una espada. Comen muy bien, puede notarlo por la barriga que se esfuerza por no salir del acero y sus movimientos son bastante torpes... Si algún día fueron soldados, puedo asegurarle que por lo menos ahora no lo son más—explicó.
—¿Cree que esos escudos y esas espadas inexpertas serán suficientes para vencer toda una vida de enojo? Le sorprendería lo que la rabia puede hacerle a un ser humano. Confíe en su pueblo, permítales recordar por qué están enojados—añadió a las palabras que ya le había dicho el brujo, dando a entender que aquellas familias adineradas seguían abusando del pueblo precisamente porque eran ellos quienes los creían invensibles.
Y hablando del brujo, quien ya daba indicios de que su ayuda no saldría gratis y mucho menos barata, Griffith se giró a mirarlo y cubrió por breves segundos su boca con los nudillos para soltar una diminuta risa, recatada como ya señalaba a gritos la apariencia del halcón.
—Por supuesto que lo entiendo. Me aseguraré de cerrar trato con usted una vez hayamos lidiado con el principal problema—concluyó, dándole su palabra.
—Son todos muy amables—dijo al escuchar las palabras de Tobias quien, por el momento, parecía el más dispuesto a ayudar. Apenas terminó de hablar, Pippin movió ligeramente sus orejas y abrió los ojos. Su excelente oído había captado el ruido de unas húmedas pisadas que venían en la otra dirección, aunque bien hacía su trabajo la lluvia al momento de encubrir detalles; no sabía cuantos o exactamente de qué se trataba, pero su instinto le indicaban que algo iba mal.
—Hay algo delante...—avisó el hombre para que lo escucharan el grupo que iba al frente.
Griffith
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Escuchaba las opiniones de Griffith y Tatsuya, pero decidí no responderlas. Sobretodo porque no las terminaba de creer. Las palabras parecían bellas, pero cuidadosamente decoradas con una falsa buena intención. Ahondar en el conflicto, en un caso cómo ese, se hacía totalmente innecesario.
Aquellos hombres, desde mi punto de vista, agravarían el problema ya existente. Y temía ser yo quién estuviera conduciendo al palomar al más feroz de los gatos.
De todo aquel grupo, de la única persona que estaba dispuesto a confiar era en Tobias, ya que sabía que su carácter era amable y bondadoso, y creí completamente sus palabras de que estaba dispuesto a ayudar. Los demás me parecían meros oportunistas sin escrúpulos, lobos con piel de cordero, dispuestos a todo. ¡Incluso hablaban de armas gratis en mi presencia!
La idea de llevar a ese grupo de mercenarios hasta el puesto de guardia más importante de la ciudad era lo más tentador.
Así que cuándo uno de los hombres advirtió que unos pasos se aproximaban, deseé que fuese un grupo de guardias. Si ambos grupos se enfrentaban, estaba seguro de que ambos se debilitarían. Era lo mejor que le podía pasar a la ciudad: que aquellos dos bandos se extinguieran hasta la muerte en un sangriento conflicto… siempre que a Tobias y a mí no nos pasara nada...
Alcé la mirada a los edificios colindantes. Buscaba uno bajo al que poder subirme en cuánto tuviera oportunidad. Me negaba a luchar junto aquellos mercenarios con oscuras intenciones. Mi compromiso no era con ellos: sino con los mineros que decían querer salvar, con los baslodianos que pasaban penuarias diarias, explotados en las minas a cambio de una mísera cantidad de aeros.
Eden
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Apenas titubeando, el albino accedió a la petición de Tatsuya, a lo que se mostró bastante complacido. Si tenía los recursos para alimentar a un pequeño ejército y abastecerlo con armamento, también lo tendría para recompensarle generosamente. Para cerrar el trato, le estrechó la mano con el esbozo de lo que pretendía ser una sonrisa complaciente.
A la advertencia de uno de los mercenarios callaron los cascos en el callejón, dejando en soledad el chapotear de la lluvia. Ahora, con la suficiente concentración, podía distinguirse en la cercanía las raudas y ligeras pisadas de una persona, junto con algunas más lentas y pesadas. A juzgar por su intención de pasar desapercibidas bajo la tormenta, era dudoso que estuvieran allí por azares del destino, o que tuvieran por objeto entablar una amistad.
Desenvainó su espada con un silbido, calculando por dónde vendría el ataque. Sabía que aquella avenida les era ventajosa, pues desde allí divergían varias vías de escape: callejones, alcantarillados, escaleras para subir a los tejados. Visto con cierto ojo malicioso, podía incluso considerarse que aquello era demasiada casualidad, y con un ejército lo suficientemente grande, el enemigo podía acorralarlos desde todos los flancos. Sin embargo, a juzgar por los pasos, no contarían con más de dos personas.
Las pisadas se hicieron más audibles a través de los muros de una choza de mampostería cercana; esta vez como el metálico sonido de unos pisotones bárbaramente corpulentos. Se volvió hacia uno de los mercenarios, señalándole el origen del ruido para que lo acompañara a investigar. Este se volvió hacia su Griffith en busca de aprobación, quien tan solo se limitó a asentir.
Se acercaron al unísono hacia el muro, percibiendo cómo cada pisotón se hacía más audible: Clank, clank, clank, clank, para parar justo al otro lado del muro: el espesor de escasos centímetros de una pared separaba ambos bandos.
Antes de que pudiera atravesar la barrera con su espada, un voluminoso puño atravesó los adoquines y tomó a su joven acompañante por el cuello, quien pavoroso, se sacudió cual lombriz al ser arrancada de la tierra. Tatsuya concentró una corriente de viento sobre Tempestad e intentó cortar el brazo del agresor, mas la espada rebotó contra la coraza que lo protegía. Esta poderosa mole tiró del cuello de la pobre víctima y golpeó su cabeza contra la pared en repetidas ocasiones, hasta reventar su cráneo y soltarlo cual saco de patatas.
Con un poderoso derechazo, dibujó una amplia grieta en el muro, dejándose ver en su totalidad: una montaña muscular, de al menos dos metros de altura, cubierta por una áurea armadura y un manto plateado a sus espaldas, generando un exquisito contraste entre el uso de colores nobles sobre su aspecto monstruoso. Llevaba un yelmo a juego con la coraza, a través de cuyas aberturas era visible una piel de aspecto grisáceo y cierto olor pútrido.
Junto a la mole, hizo presencia una mujer con rasgos y estatura un tanto más humanos: Erika. Portaba un fino estoque atado a su cintura y jugaba a los malabares con su estilete, sonriendo de oreja a oreja a lo largo del acto. El espectáculo fue lo suficientemente vistoso para hacerle olvidar a la mayoría que se trataba del enemigo; incluso el monstruo que se erguía a su lado, aplaudía de manera monótona pero chistosa la función de la dama.
Para concluir con sus acrobacias, arrojó el arma al pecho del desprevenido Tatsuya, ensartándola en su tercio izquierdo.
El brujo cayó de rodillas instantáneamente, producto de la intensa hemorragia. Ya había escuchado sobre la fatalidad de cualquier herida al corazón, y no confiaba en que los dioses lo quisieran tanto como para salvarlo.
—Qué extraño. La mayoría mueren en el acto. — comentó Erika desde la distancia — Algunos simplemente se niegan a morir, supongo.
Puede que el brujo tuviera un talento innato para sobrevivir a cada adversidad, pero nunca se había enfrentado contra una puñalada en el corazón.
A la advertencia de uno de los mercenarios callaron los cascos en el callejón, dejando en soledad el chapotear de la lluvia. Ahora, con la suficiente concentración, podía distinguirse en la cercanía las raudas y ligeras pisadas de una persona, junto con algunas más lentas y pesadas. A juzgar por su intención de pasar desapercibidas bajo la tormenta, era dudoso que estuvieran allí por azares del destino, o que tuvieran por objeto entablar una amistad.
Desenvainó su espada con un silbido, calculando por dónde vendría el ataque. Sabía que aquella avenida les era ventajosa, pues desde allí divergían varias vías de escape: callejones, alcantarillados, escaleras para subir a los tejados. Visto con cierto ojo malicioso, podía incluso considerarse que aquello era demasiada casualidad, y con un ejército lo suficientemente grande, el enemigo podía acorralarlos desde todos los flancos. Sin embargo, a juzgar por los pasos, no contarían con más de dos personas.
Las pisadas se hicieron más audibles a través de los muros de una choza de mampostería cercana; esta vez como el metálico sonido de unos pisotones bárbaramente corpulentos. Se volvió hacia uno de los mercenarios, señalándole el origen del ruido para que lo acompañara a investigar. Este se volvió hacia su Griffith en busca de aprobación, quien tan solo se limitó a asentir.
Se acercaron al unísono hacia el muro, percibiendo cómo cada pisotón se hacía más audible: Clank, clank, clank, clank, para parar justo al otro lado del muro: el espesor de escasos centímetros de una pared separaba ambos bandos.
Antes de que pudiera atravesar la barrera con su espada, un voluminoso puño atravesó los adoquines y tomó a su joven acompañante por el cuello, quien pavoroso, se sacudió cual lombriz al ser arrancada de la tierra. Tatsuya concentró una corriente de viento sobre Tempestad e intentó cortar el brazo del agresor, mas la espada rebotó contra la coraza que lo protegía. Esta poderosa mole tiró del cuello de la pobre víctima y golpeó su cabeza contra la pared en repetidas ocasiones, hasta reventar su cráneo y soltarlo cual saco de patatas.
Con un poderoso derechazo, dibujó una amplia grieta en el muro, dejándose ver en su totalidad: una montaña muscular, de al menos dos metros de altura, cubierta por una áurea armadura y un manto plateado a sus espaldas, generando un exquisito contraste entre el uso de colores nobles sobre su aspecto monstruoso. Llevaba un yelmo a juego con la coraza, a través de cuyas aberturas era visible una piel de aspecto grisáceo y cierto olor pútrido.
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Junto a la mole, hizo presencia una mujer con rasgos y estatura un tanto más humanos: Erika. Portaba un fino estoque atado a su cintura y jugaba a los malabares con su estilete, sonriendo de oreja a oreja a lo largo del acto. El espectáculo fue lo suficientemente vistoso para hacerle olvidar a la mayoría que se trataba del enemigo; incluso el monstruo que se erguía a su lado, aplaudía de manera monótona pero chistosa la función de la dama.
Para concluir con sus acrobacias, arrojó el arma al pecho del desprevenido Tatsuya, ensartándola en su tercio izquierdo.
El brujo cayó de rodillas instantáneamente, producto de la intensa hemorragia. Ya había escuchado sobre la fatalidad de cualquier herida al corazón, y no confiaba en que los dioses lo quisieran tanto como para salvarlo.
—Qué extraño. La mayoría mueren en el acto. — comentó Erika desde la distancia — Algunos simplemente se niegan a morir, supongo.
Puede que el brujo tuviera un talento innato para sobrevivir a cada adversidad, pero nunca se había enfrentado contra una puñalada en el corazón.
Última edición por Tatsuya Suō el Miér Dic 11 2019, 01:53, editado 1 vez
Tatsuya Suō
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
Un pequeño ruido, acompañado con la duda de quién sería el que estaba moviéndose se asomaron entre los oídos de los presentes bajo la lluvia, luego de un par de chapoteos, Tatsuya y uno de los mercenarios se adentraron a descubrir el origen del sonido. Entre las paredes y sombras se metieron al juego dos individuos, considerablemente distintos.
Uno enorme e indómito, sus movimientos eran brutos y desorganizados, atravesaba el camino rompiendo las gotas y haciendo temblar el suelo, la mole tendría de el nombre de Orión. En cambio, el otro personaje de contextura femenina, figura delgada y movimientos gráciles, parecía moverse entre las gotas, sin reventarlas al pasar entre ellas. Erika se abalanzaría a Tatsuya, mientras Orión hacia el mercenario, sin dificultades, ambos acabarían con su objetivo luego de que el espadachín fallara en su ofensiva.
Ambos acabarían con su objetivo.
Digan lo que digan, sobre el sujeto que no ha aprendido a leer el lenguaje de Aerandir y era un desalmado asesino. El samurái se jactaba se haberse escapado de la muerte más veces de las que había contado. Independientemente de los resultados anteriores, los pronósticos para este encuentro serían los de una muerte segura.
Desobedeciendo toda regla natural, ahí se encontraba el samurái aún vivo, o al menos lo suficiente para no ceder. «Sabía que los brujos podían ser duros de roer, pero una puñalada en el corazón...» El dragón se cuestionaba el estado actual de su compañero, y pensando la razón de todo lo ocurrido. Se produjo el silencio, solo la lluvia estaba orquestando la sonoridad.
Mientras el pirata pensaba si transformarse, se dio cuenta de que no le daría tiempo, frente a oponentes ágiles, rápidos y letales, no sería demasiado bueno, claro que, no dejaría a Tatsuya morir ahí. Tenía que idear una forma para ganar tiempo y luego arremeter.
Dudó unos instantes, pero recordó que se encontraba junto a Eden y Griff, unos que posiblemente sean más rápidos que él. Como los ataques de Tatsuya habían sido inconclusos en contra del coloso, supuso que lo mismo pasaría con los de los demás.
Pero ¿qué quedaría para Tobias?
Cualquiera que no conociese al pirata pensaría que en esta situación es inútil, pero Tobias es tan bruto que no le importaría romperse las manos pegando a la gran armadura de Orión, con tal de dar cierta ventaja al enfrentamiento, aún así, temía por el espadachín. Que por lo lejos que se encontraba estaría entre las manos de Erika.
Esperando que los demás se encargaran de esa situación sabiendo que él no podría ayudar. El pirata dio cinco pasos al frente. — ¿En serio quieren este combate? — Ninguno de los dos se inmutó al instante, pero algo que no notó Tobias, fue la mirada que compartieron, seguida de una mueca por parte de Erika, una mueca de aprobación.
El coloso volteó, el ruido de su armadura al moverse junto con las gotas chocando, iban a mismo compás que su marcha, a pesar del claro desnivel en el número de personas en cada grupo, el gigante no detuvo para nada su trote, más bien, avanzó con más rapidez. Su falta de miedo o cuidado, preocupaba un poco a los presentes.
Empezó una arremetida corriendo, algunos gruñidos hacía en camino hasta el dragón, él muy bien sabía que una batalla a puro musculo no la ganaría. Igualmente tantos años de peleas lo hacían tener una mente aguda para estas situaciones, además Tobias estaba en su elemento.
Los segundos escasearon y cuando Orión estaba en frente del pirata, dirigía su puño derecho en su contra. El de tez azul se deslizó prácticamente resbalándose entre el agua y la piedra, esquivando la embestida y colocándose detrás de su adversario. Le dio una patada haciéndolo perder el equilibrio y dejándolo caer. Pero luego del estruendo del gigante cayendo, Tobias pudo escuchar unos pasos rápidos que pensó que serían de Erika...
Uno enorme e indómito, sus movimientos eran brutos y desorganizados, atravesaba el camino rompiendo las gotas y haciendo temblar el suelo, la mole tendría de el nombre de Orión. En cambio, el otro personaje de contextura femenina, figura delgada y movimientos gráciles, parecía moverse entre las gotas, sin reventarlas al pasar entre ellas. Erika se abalanzaría a Tatsuya, mientras Orión hacia el mercenario, sin dificultades, ambos acabarían con su objetivo luego de que el espadachín fallara en su ofensiva.
Ambos acabarían con su objetivo.
Digan lo que digan, sobre el sujeto que no ha aprendido a leer el lenguaje de Aerandir y era un desalmado asesino. El samurái se jactaba se haberse escapado de la muerte más veces de las que había contado. Independientemente de los resultados anteriores, los pronósticos para este encuentro serían los de una muerte segura.
Desobedeciendo toda regla natural, ahí se encontraba el samurái aún vivo, o al menos lo suficiente para no ceder. «Sabía que los brujos podían ser duros de roer, pero una puñalada en el corazón...» El dragón se cuestionaba el estado actual de su compañero, y pensando la razón de todo lo ocurrido. Se produjo el silencio, solo la lluvia estaba orquestando la sonoridad.
Mientras el pirata pensaba si transformarse, se dio cuenta de que no le daría tiempo, frente a oponentes ágiles, rápidos y letales, no sería demasiado bueno, claro que, no dejaría a Tatsuya morir ahí. Tenía que idear una forma para ganar tiempo y luego arremeter.
Dudó unos instantes, pero recordó que se encontraba junto a Eden y Griff, unos que posiblemente sean más rápidos que él. Como los ataques de Tatsuya habían sido inconclusos en contra del coloso, supuso que lo mismo pasaría con los de los demás.
Pero ¿qué quedaría para Tobias?
Cualquiera que no conociese al pirata pensaría que en esta situación es inútil, pero Tobias es tan bruto que no le importaría romperse las manos pegando a la gran armadura de Orión, con tal de dar cierta ventaja al enfrentamiento, aún así, temía por el espadachín. Que por lo lejos que se encontraba estaría entre las manos de Erika.
Esperando que los demás se encargaran de esa situación sabiendo que él no podría ayudar. El pirata dio cinco pasos al frente. — ¿En serio quieren este combate? — Ninguno de los dos se inmutó al instante, pero algo que no notó Tobias, fue la mirada que compartieron, seguida de una mueca por parte de Erika, una mueca de aprobación.
El coloso volteó, el ruido de su armadura al moverse junto con las gotas chocando, iban a mismo compás que su marcha, a pesar del claro desnivel en el número de personas en cada grupo, el gigante no detuvo para nada su trote, más bien, avanzó con más rapidez. Su falta de miedo o cuidado, preocupaba un poco a los presentes.
Empezó una arremetida corriendo, algunos gruñidos hacía en camino hasta el dragón, él muy bien sabía que una batalla a puro musculo no la ganaría. Igualmente tantos años de peleas lo hacían tener una mente aguda para estas situaciones, además Tobias estaba en su elemento.
Los segundos escasearon y cuando Orión estaba en frente del pirata, dirigía su puño derecho en su contra. El de tez azul se deslizó prácticamente resbalándose entre el agua y la piedra, esquivando la embestida y colocándose detrás de su adversario. Le dio una patada haciéndolo perder el equilibrio y dejándolo caer. Pero luego del estruendo del gigante cayendo, Tobias pudo escuchar unos pasos rápidos que pensó que serían de Erika...
Tobias Pharra
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Re: "Buenos samaritanos" [Libre]
A pesar de haber dado su aprobación para que uno de sus lacayos acompañase al samurai, el ambiente cargado de tensión ya daba bastante evidencia de que algo malo ocurriría, aunque fuesen la razón y la lógica aquellas que exigieran una prueba, motivando a los dos hombres a investigar, lo cierto es que uno podía presentirse estas cosas. "Corazonadas" (con toda la intención de ser un chiste cruel), les dicen.
El muro colapsó ante la presencia del enorme hombre, logrando sobresaltar a los caballos por el estruendo, si bien Pippin y Griffith se mantuvieron impasibles. De ahí emergió una dorada armadura, digna de la nobleza como para ser desperdiciada en un pedazo de carne y fuerza bruta, pero con toda su materia gris siendo meramente ornamental por lo que lograba rescatar al admirarle con calma. El resto de los mercenarios se pusieron en guardia al ver cómo asesinaba a su amigo, partiéndolo como si fuese una nuez así nada más, dejando los enrojecidos pedazos con algo de cabello aún adherido a ellos pegados contra la pared porosa donde lo atacó.
Más tarde, una figura mucho más |humana|se hizo presente en el escenario, resaltando no solo por su simplicidad frente al montón de hojalata al lado suyo, sino por el porte que a todos gritos revelaba que era quien lideraba las acciones del otro. Sus pasos eran rápidos y apenas hacían eco, por lo que no fue sorpresa que su ataque fuese tan grácil y tan certero a la vez... no. Sorpresa fue que alguien como Tatsuya, cuyos reflejos felinos dignos de un guerrero samurai cayese tan fácilmente; Griffith ya no se lo creía. El guerrero cayó, con el arma arrojadiza incrustada en el tórax como si este fuese el fin del camino, pero... ¿No había controlado el viento antes? ¿No se trataba de un hechicero habilidoso? Griffith dudaba a ciencia cierta que el hombre haya sido lo bastante descuidado como para no haber esquivado tremendo cliché hecho arma, ¿y si resultaba que también era ilusionista? ya hasta le hacía gracia, pero fuere o no que estaba fingiendo, le seguiría el juego. El samurai parecería fuera de combate en cuanto a lo que él entendía.
—Pippin. Será mejor que tú y tus hombres se adelanten y saquen a esos muchachos. La lluvia está empeorando—dijo el albino con una siniestra calma—El combate, dependiendo si los dioses están de nuestro lado, puede o no puede tardar demasiado, así que tendremos que alcanzarlos después—comentó para ordenar a su caballo que se adelantara, creando una posible barrera en caso de que decidiera arrojar más de sus armas contra los otros soldados.
Pippin asintió, sin cuestionar nunca los métodos de su líder. Llevó a lo que restaba de su escuadrón y galoparon con ayuda del local para que los guiara hasta el sitio donde se encontraría la mencionada mina. Al fondo se encontraba Tobías peleando con el corpulento hombre, siendo un importante aliado si considerábamos que, sin contar a Pippin, era el que podía hacerle frente en fuerza bruta al hombre de hojalata. Griffith bajó de su caballo, pasando cerca a Tatsuya para indicarle a la mujer que él sería su nuevo oponente, además de para proteger al pelinegro.
—Es un milagro que siga vivo, pero me temo que tendrá que durar un rato más con ello estorbándole en el pecho—porque para bien o para mal, era lo único que actuaba como "tapón" y paradójicamente, impedía que la hemorragia empeorara. Le sonrió levemente antes de colocarse adecuadamente el yelmo y desenfundar el sable que guardaba en su costado izquierdo, blandiéndolo con la punta amenazando directamente a la asesina en frente suyo; a estos del gobierno les encantaba gastar los fondos públicos en esta clase de caprichos, ¿cierto? Una suerte que al albino no le molestase para nada llevar una armadura.
—Dígame, ¿haremos de esta una pelea a corta distancia o pretende usar el mismo truco dos veces? supongo que no necesita que se lo diga, pero eso solo funciona una vez, señorita—le habló Griffith mientras se acercaba, siempre la guardia en alto pues no pretendía subestimarla. Era una suerte que entre sus filas se encontrase un jovencito con la misma facilidad que ella al momento de manejarse con armas de esa misma naturaleza. Griffith sabría qué esperar de ello y, por si fuera poco, también entendía que al eliminar la cerebro del grupo, quien sin duda era Erika, dejarían a Orion sin la posibilidad de tomar más decisiones, haciendo que sus ataques fuesen más impulsivos y manipulables.
Como esperaba, el comentario le haría ganar tiempo antes de que la mujer decidiese recurrir a sus trucos nuevamente. La psicología dentro del combate era importante e igual de letal que una hoja afilada, por eso es que Griffith recurría a ella como todo un maestro cuando se trataba de desmoralizar batallones completos, incluso. Si lograba seguir jugando con la mente de su contrincante, sería capaz de ver detrás de sus intenciones, anticipando sus ataques al descifrar el patrón, por más espontánea que fuese la naturaleza humana, lo cierto es que todos nos aferramos a aquello que nos hace sentir cómodos. El chiste ahora era descubrirlo. La obligó a atacarle de cerca, así podría manipular el posicionamiento de ambos al hacerle avanzar o retroceder para responder a sus ataques, con la mera intención de alejarla tanto del samurai como del campo de visión del gigante al que Tobías se enfrentaba. Si no tenía cerca a su líder, lo más probable es que fallara a favor del pirata cuando lograse hacer que perdiera su confianza.
El muro colapsó ante la presencia del enorme hombre, logrando sobresaltar a los caballos por el estruendo, si bien Pippin y Griffith se mantuvieron impasibles. De ahí emergió una dorada armadura, digna de la nobleza como para ser desperdiciada en un pedazo de carne y fuerza bruta, pero con toda su materia gris siendo meramente ornamental por lo que lograba rescatar al admirarle con calma. El resto de los mercenarios se pusieron en guardia al ver cómo asesinaba a su amigo, partiéndolo como si fuese una nuez así nada más, dejando los enrojecidos pedazos con algo de cabello aún adherido a ellos pegados contra la pared porosa donde lo atacó.
Más tarde, una figura mucho más |humana|se hizo presente en el escenario, resaltando no solo por su simplicidad frente al montón de hojalata al lado suyo, sino por el porte que a todos gritos revelaba que era quien lideraba las acciones del otro. Sus pasos eran rápidos y apenas hacían eco, por lo que no fue sorpresa que su ataque fuese tan grácil y tan certero a la vez... no. Sorpresa fue que alguien como Tatsuya, cuyos reflejos felinos dignos de un guerrero samurai cayese tan fácilmente; Griffith ya no se lo creía. El guerrero cayó, con el arma arrojadiza incrustada en el tórax como si este fuese el fin del camino, pero... ¿No había controlado el viento antes? ¿No se trataba de un hechicero habilidoso? Griffith dudaba a ciencia cierta que el hombre haya sido lo bastante descuidado como para no haber esquivado tremendo cliché hecho arma, ¿y si resultaba que también era ilusionista? ya hasta le hacía gracia, pero fuere o no que estaba fingiendo, le seguiría el juego. El samurai parecería fuera de combate en cuanto a lo que él entendía.
—Pippin. Será mejor que tú y tus hombres se adelanten y saquen a esos muchachos. La lluvia está empeorando—dijo el albino con una siniestra calma—El combate, dependiendo si los dioses están de nuestro lado, puede o no puede tardar demasiado, así que tendremos que alcanzarlos después—comentó para ordenar a su caballo que se adelantara, creando una posible barrera en caso de que decidiera arrojar más de sus armas contra los otros soldados.
Pippin asintió, sin cuestionar nunca los métodos de su líder. Llevó a lo que restaba de su escuadrón y galoparon con ayuda del local para que los guiara hasta el sitio donde se encontraría la mencionada mina. Al fondo se encontraba Tobías peleando con el corpulento hombre, siendo un importante aliado si considerábamos que, sin contar a Pippin, era el que podía hacerle frente en fuerza bruta al hombre de hojalata. Griffith bajó de su caballo, pasando cerca a Tatsuya para indicarle a la mujer que él sería su nuevo oponente, además de para proteger al pelinegro.
—Es un milagro que siga vivo, pero me temo que tendrá que durar un rato más con ello estorbándole en el pecho—porque para bien o para mal, era lo único que actuaba como "tapón" y paradójicamente, impedía que la hemorragia empeorara. Le sonrió levemente antes de colocarse adecuadamente el yelmo y desenfundar el sable que guardaba en su costado izquierdo, blandiéndolo con la punta amenazando directamente a la asesina en frente suyo; a estos del gobierno les encantaba gastar los fondos públicos en esta clase de caprichos, ¿cierto? Una suerte que al albino no le molestase para nada llevar una armadura.
—Dígame, ¿haremos de esta una pelea a corta distancia o pretende usar el mismo truco dos veces? supongo que no necesita que se lo diga, pero eso solo funciona una vez, señorita—le habló Griffith mientras se acercaba, siempre la guardia en alto pues no pretendía subestimarla. Era una suerte que entre sus filas se encontrase un jovencito con la misma facilidad que ella al momento de manejarse con armas de esa misma naturaleza. Griffith sabría qué esperar de ello y, por si fuera poco, también entendía que al eliminar la cerebro del grupo, quien sin duda era Erika, dejarían a Orion sin la posibilidad de tomar más decisiones, haciendo que sus ataques fuesen más impulsivos y manipulables.
Como esperaba, el comentario le haría ganar tiempo antes de que la mujer decidiese recurrir a sus trucos nuevamente. La psicología dentro del combate era importante e igual de letal que una hoja afilada, por eso es que Griffith recurría a ella como todo un maestro cuando se trataba de desmoralizar batallones completos, incluso. Si lograba seguir jugando con la mente de su contrincante, sería capaz de ver detrás de sus intenciones, anticipando sus ataques al descifrar el patrón, por más espontánea que fuese la naturaleza humana, lo cierto es que todos nos aferramos a aquello que nos hace sentir cómodos. El chiste ahora era descubrirlo. La obligó a atacarle de cerca, así podría manipular el posicionamiento de ambos al hacerle avanzar o retroceder para responder a sus ataques, con la mera intención de alejarla tanto del samurai como del campo de visión del gigante al que Tobías se enfrentaba. Si no tenía cerca a su líder, lo más probable es que fallara a favor del pirata cuando lograse hacer que perdiera su confianza.
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