Batida de caza, Graphorn [Trabajo] [Nayru] [Noche] [+18]

　　A Nayru le gustaba el otoño. Era una época bonita llena de lluvias, cambios de color y sangre apetecible. Estaba en la posición justa del año, entre el extenuante verano que dejaba a la gente sin energía y el letárgico invierno que dejaba a la gente sin ganas. Las personas iban y venían de un lado a otro recuperándose del calor y preparándose para el invierno, resultaba más fácil que alguno extraviara el camino y nadie se preguntase dónde estaba hasta que ya fuese demasiado tarde y encontrasen el cadáver, seco como una pasa, tirado por ahí entre la maleza.

　　En realidad el otoño era época de caza para la gran mayoría de depredadores, incluyendo el ser humano. Que lo necesitase o no era otro asunto diferente que a ella le daba igual.

　　La mujer se rascó pensativa la barbilla, observando el trozo de pergamino mal clavado en la pared de madera de la taberna. Sopesando los pros y los contras. Era la segunda vez que salía a revisar el anuncio después de anrar preguntando por ahí qué cojones era un grafon. Grafor. Gaforn. Chasqueó la lengua y arrancó el anuncio sin miramientos, volviéndolo a leer sin problema alguno bajo la luz de la luna.

　　Según los lugareños, las bestias no eran moco de pavo. Era fuertes, elegantes, un tipo incluso le había dicho que escupían fuego de la melena, que a saber si era verdad o no. Y de ellas se aprovechaba absolutamente todo, lo que las convertía en animales sumamente rentables si uno conseguía ponerles la mano encima y conservarla en el proceso.

　　La vampiresa suspiró. El tal Hans ofrecía una buena recompensa. No ponía en ningún lado la cantidad, lo cual resultaba sospechoso, pero a ella tampoco le sobraban los aeros, lo cual la hacía obviar los contras de todo aquel asunto. Quién sabe, lo mismo podía sacar algo ella misma al margen del pago. A la criatura se le podría romper un cuerno que podría vender por ahí... o a lo mejor cortarle algo de la melena...

　　Guardó el anuncio en el bolsillo del abrigo y aspiró hondo el profundo olor del cambio de estación, de tierra mojada y hongos, de leña quemándose en las chimeneas. Ulmer se preparaba para pasar la noche iluminando sus calles con antorchas. Encaminó sus silenciosos pasos hacia las puertas de la ciudad, tranquilamente, fijándose en las cosas que veía. Al parecer no era la única que trataría de ganarse unas monedas hoy.

　　Al llegar a su destino descubrió que alguien había levantado una tarima a un lado del camino, y que cuatro personas esperaban sobre la misma midiendo calculadoras la pequeña reunión que se estaba congregando. Sólo había un hombre, así que supuso que el pelirrojo debía ser Hans Larsen. No tenía ni idea de quiénes eran las mujeres lobo y la elfa. Acercándose con discreción trató de quedar en segundo plano, escudriñando a su futuro empleador. El señor Larsen tenía una saludable panza de buen bebedor, torso de toro de buen trabajador, y unos feos ojillos claros de rata lista que la hicieron sonreír porque, en este mundo, no llegas lejos sin planear la miseria de otros. Se andaría con cuidado pues.

　　Algunos de los reunidos se acercaban a charlar con los de la tarima, otros, como ella, esperaban sin mucho que hacer salvo mirar la nada o patear las piedras. En un momento dado la vampiresa escuchó la palabra tetona, y llena de curiosidad buscó la fuente. Una niña rubia se burlaba de la mujer a la que acompañaba que, efectivamente, tenía tetas de sobra.

　　Enarcó una ceja preguntándose cómo mantenían a raya sus pechos las mujeres de busto. Un par de tetas siempre eran apetecibles, embutidas en un vestido precioso o entre las sábanas de una noche salvaje, pero ¿para correr hacia el enemigo? ¿aplastados contra el suelo en posición de acecho? ¿Cuánto debía costar una armadura adaptada a esas curvas? Se pasó la lengua por los labios y no fue por la manera en la que la cuerda del arco se hundía entre ellos; para nada.

　　La mujer a la que pertenecían aquellos melones, a su entender un estorbo en una vida de acción, tenía el pelo oscuro y largo, y complexión atlética. Se encontró con sus ojos azules, extrañamente luminosos, y le mantuvo la mirada unos instantes, sin importarle que la hubiese pillado mirando.

　　Se escuchó un carraspeo en la tarima, al parecer Hans tenía algo que decir.

　　Para sorpresa de Nayru la mujer la sonrió, tendiéndole la mano sin reparo. Eso le gustó. Le devolvió el gesto revelando sus dientes lo justo para no revelar los colmillos, estrechando el antebrazo de la morena con firmeza. Puede que resultara más interesante de lo previsto todo el asunto. Y justo en el momento en el que fue a responder, Hans abrió esa bocaza que tenía.

　　Básicamente quería una formación en abanico, sea lo que fuese aquello, para atrapar a un gafrón hembra. Si era macho igual habría paga, pero sería menor. Y todo sólo si el animal era entregado vivo. La vampiresa no sabía mucho -no sabía nada- de curtiduría, y probablemente no fuese una experta en caza de criaturas salvajes y bestias, pero con el quipo de gente adecuado... sólo haría falta un agujero mortal, y el resto del bicho intacto. Más sencillo. Soltó un leve suspiro, quizá se le escapase algún dato importante sobre el motivo del procedimiento.

　　Cuando el comerciante terminó de hablar la morena volvió a girarse en su dirección. ¿Había interés en sus ojos? Una niña rubia a su lado, más baja que Nayru y que aparentaba los diez años, la escrutaba con atención. Estaba vestida para la caza. ¿No tendría que estar durmiendo, como todo niño bueno?

　　-Bueno, parece que el jefe ya nos deja marchar. -dijo.--¿Te gustaría venir con nosotras? Somos habitantes de la ciudad y conocemos el bosque. Podremos aventajarnos sobre el resto y conseguir un premio mayor.

　　Las palabras "premio mayor" resonaron en la mente de la mujer de manera placentera. La desconocida parecía que sabía de lo que hablaba, sólo había que mirarle la armadura y la soltura con la que consideraba el tema. Y teniendo en cuenta que lo que tenía planeado era pegarse a un grupo mayor y más experimentado para incluirse sin pudor alguno en la recompensa, esto le venía que ni pintado.

　　-Me parece bien -comentó sin perder la sonrisa ni el ritmo de maquinación-. Podemos empezar cuando queráis. Mi nombre es Nayru, por cierto.

　　Observó cómo la mirada de la niña cambiaba de interés a casi indiferencia hastiada cuando se puso de puntillas para susurrarle algo a la mujer morena. Una chiquilla tan sonrosada no debería hacer conocer el hastío. ¿De verdad que se iba a venir? La vio alejarse en busca de las sogas y materiales necesarios de los que les proveería Hans mientras ella y la otra mujer emprendían la marcha hacia el bosque, dirección oeste.

　　El murmullo de las conversaciones de los otros cazadores y el ligero ruido de las armas puestas a punto las siguió hasta que las engulló la primera fila de árboles.

　　Nayru caminaba pensativa. No centrada en sí misma, pues escaneaba sus alrededores en busca de cualquier pista que las ayudase a ponerse tras la pista de un gáfron. Le andaba dando vueltas a los brillantes ojos de Reivy, y a sus pechos, probables rehenes torturados bajo aquella armadura tirana. Alguien tendría que liberarlos y-

　　Sacudió la cabeza porque se había quedado unos pasos atrás. La niña, nosequé-vey, parecía demasiado entusiasmada con la caza y apenas si se la veía ya. La vampiresa podía oler el ligero aroma de su sangre, bullente con el entusiasmo y la adrenalina de la excitación. No olía como un infante, la verdad. Se encogió de hombros, porque las caderas de la morena, delante de ella sorteando las raíces y las piedras, parecían hipnotizarla con cada paso.

　　Dioses inmisericordes, el artesano que le tomó las medidas tenía unas manos benditas.

　　Se dio dos palmadas en los mofletes, tratando de despejarse. No era momento de andar pensando lesbianadas. Sí, hacía tiempo que no pasaba el rato con nadie. ¡Había estado muy ocupada de un lado a otro! Pero eso no era excusa para tener la cabeza en las nubes, la morena no era la primera chica bonita del camino. Aunque la sangre bajo su piel tenía ese peculiar olor... sutil y delicioso... que no notó hasta que estuvieron lo suficientemente cerca como para darse la mano. Pero no. Sacudió la cabeza de nuevo. Estaba allí para ganarse unos buenos aeros cazando un bicho muy tocho que-

　　Reivy se había girado hacia ella, y la sonreía. Le guiñaba un ojo y la sonreía. La sensación fue extraña y excitante, porque tanto su estómago como su bajo vientre reaccionaron con hambre ante la mujer de curvas llenas. ¿Aquello era una invitación? Nayru alzó una ceja, Reivy amplió su sonrisa convirtiéndolo en una invitación, y la vampiresa acortó distancias en silencio como una sombra que surca la noche.

　　La luz de la luna era clara y el cielo estaba despejado, pero a ella no le hacía falta. Podía ver en la oscuridad con facilidad. Agarró a la morena por el peto para obligarla a inclinarse y mordió suave pero firme aquella sonrisa traviesa, lamiendo un instante los labios llenos.

　　La miró a esos ojos extrañamente brillantes y sonrió con amplitud, dejando al descubierto unos perfectos dientes blancos. Y un par de colmillos que prometían diversión nocturna.

　　¿Se asustaría ante la revelación de su naturaleza o mandarían a la mierda un rato el grifon?

　　La vampiresa observó los dedos de la mujer sobre su boca y sonrió sesgado. No había mordido tan fuerte como para que sangrara, pero lo suficiente como para que notase el calor de la mordida. Reivy la miró directamente lamiéndose los labios y Nayru descubrió aún más los colmillos en un gesto depredador.

　　-Muy bien colmillitos. Y ahora qué vas hacer.- dijo la mujer, atrayéndola hacia sí con brusquedad hasta que sus caderas se tocaron. O casi. La morena era demasiado baja como para coincidir; de hecho le llegaba a la placentera altura del pecho y Nayru pensó que si no tuviese la armadura ya estaría hundiendo la cara entre sus pechos.

　　-¿Colmillitos? ¿Ya hemos llegado a la parte de los apelativos entre sábanas? Y sin cama ni nada. -susurró mirando hacia arriba, hacia aquellos ojos azules y brillantes como una noche seca de tormenta. ¿Por qué destacaban tanto en la oscuridad? Se apretó más contra ella.- ¿Cómo debería llamarte yo a ti? ¿Brillantina?

　　Sin dejar de mirarla, la vampiresa recorrió el borde inferior de aquella armadura de cuero. Demasiado ceñida, demasiado bien ajustada, no podía meter las manos por debajo. Soltó un gruñido bajo y localizó las hebillas. Se le daba mejor deshacer los lazos de una camisa o un vestido, pero había desnudado a los suficientes guerreros como para que sus dedos conociesen lo que debían de hacer, rápidos e insolentes en la oscuridad.

　　Con suavidad pero con decisión fue empujando a Reivy hacia el tronco del árbol más cercano, hasta que la espalda de la mujer chocó y se detuvieron. Para entonces las manos de la vampiresa ya estaban metidas en faena, recorriendo bajo la armadura y la camisola la piel tersa del vientre y la espalda. Podía notar los músculos definidos y firmes de persona que hace ejercicio; sonrió con placer.

　　Siguió trabajando en las hebillas de los costados, desabrochándolas todas mientras pegaba la nariz al pecho prisionero. La armadura olía a ella, a cuero nuevo y a sudor. Su sangre seguía teniendo ese tono sutil que no conseguía ubicar del todo, hacía que la boca se le humedeciera de pura sed. La mezcla era excitante y se puso impaciente. Alzó los ojos hacia ella y exhibió su mejor sonrisa sesgada.

　　-Si me ayudas con la parte de abajo te doy algo a cambio. -dijo, haciendo descender sus manos hacia las caderas mientras apoyaba la barbilla en sus pechos.

　　A la mierda el bicho y a la mierda la caza. Las prioridades de la vampiresa acababan de darse la vuelta por completo.

　　Nayru dejó escapar una risa ligera al escuchar las palabras de Reivy. ¿Brilli, eh? Rió más ampliamente cuando a su vez la sintió reír contra sus manos. Cerró los ojos ante el tacto de la morena sobre su piel, explorando los rincones y delineando sus propios músculos, dándose cuenta de que aquellas manos parecían saber muy bien lo que estaban haciendo bajo la ropa. Contaron sus costillas haciendo que le hormiguease la espalda hasta que subieron y encontraron sus pequeños pechos, enhiestos y dispuestos a jugar. Por alguna razón la excitaba que cupiesen del todo en sus manos cálidas y ásperas...

　　Soltó un suspiro fuerte cuando ella le agarró el trasero y se pegó aún más al voluptuoso cuerpo de la otra, entrecerrando los ojos con picardía. Le entraron muchas ganas de besarla, de lamerle el cuello y sentir con la lengua el pulso acelerado de su carótida, el aroma secreto en la base de su cuello... pero era demasiado alta y treparla como un árbol no era sexy para nada.

　　 -Así que tu habilidad para deshacer cosas esta solo a nivel hebillas. - dijo mirándola desde arriba, desde su metro ochenta de altura.

　　-Te sorprendería lo que estos deditos pueden llegar a hacer -dijo traviesa mirándola desde abajo, desde su metro sesenta de altura.-, ¿pero qué gracia tendría que yo hiciese todo el trabajo?

　　La mujer pasó las yemas de los dedos sobre los nudillos de la vampiresa, generando pequeñas chispas brillantes que atrajeron la mirada de Nayru. Aquello cosquilleaba como el ambiente en los días de tormenta seca, destellando con una luz azul... La mujer agarró las manos de Reivy y las observó de cerca. Tenía toda la pinta de ser magia, ¿acaso era una bruja? Ahora mismo eso no la importaba lo más mínimo. Estaba más centrada en el hecho de que esos pequeños arcos voltaicos significaban que la morena se estaba dejando llevar, lo suficiente como para que se le escapase un poco el control de su poder.

　　-Fascinante... así que brillas de verdad, no eran cosas mías... Procura no achicharrarme preciosa, me lo estoy pasando genial.

　　El peto yacía en el suelo totalmente olvidado, dándole vía libre para explorar a su gusto. Subió por debajo de la camisola mientras Reivy deshacía los cordones de la parte baja de su armadura, y paró justo cuando encontró lo que deseaba. Sopesó con caricias los grandes pechos de la mujer, deleitándose en su suave tacto, en sus pezones, en que no tenía las manos lo suficientemente grandes como para abarcarlos los dos. Una gran cicatriz le cruzaba la piel con violencia, hacia arriba, perdiéndose en la espalda; era suave al tacto, una vieja vivencia. Rei pasó los brazos sobre los hombros de la vampiresa, revolviéndole el pelo hasta que le cayó en la cara.

　　Nayru la observó fijamente entre los mechones, sin dejar de sonreír como si la morena fuese el mejor manjar, los ojos brillantes de excitación. Se la iba a comer, oh vaya que sí. Se coló por debajo de la camisola besando su vientre, haciendo círculos en la piel con su lengua ávida, acariciando la parte baja de la espalda. Fue subiendo hasta volver a encontrar aquellos pechos llenos y tomó el pezón de uno en la boca mientras pellizcaba suavemente el otro. Ahí dentro el peculiar olor de Reivy era más intenso, y básicamente eso la puso más lasciva. Y hambrienta.

　　Descubrió los colmillos al mismo tiempo que su mano derecha descendía hacia la entrepierna de Reivy. La mordió con suavidad justo al lado del inicio de la cicatriz en el mismo momento en el que sus dedos alcanzaron la zona. No fue un mordisco profundo pero su sangre... su sangre inundó el paladar de Nayru con un sabor embriagador que jamás había probado y que activó en ella ese instinto vampírico tan profundo, a medio camino entre la gula y la lujuria.

　　Oh dioses inmisericordes. Se la iba a comer enterita.

　　Nayru dejó escapar un gemido profundo, bajo, cuando sintió el azote de Reivy y sus manos bajo la ropa. El cuerpo de la morena se pegó aún más al suyo con un leve espasmo de placer que la hizo jadear.

　　Estaban completamente abrazadas, tan juntas que podrían haberse fundido sin ningún problema la una en la otra. La vampiresa notó con incomodidad el estorbo de su propia ropa impidiéndole sentir a la bruja en la piel, por lo que salió de debajo de su camisola dispuesta a librarse de semejante impedimento. Rei enredó los dedos en su pelo con fuerza, pidiendo que no la matara... pero que continuase. La vampiresa sonrió y sus labios destellaron rojos en la noche.

　　-No prometo nada, Chispitas -ronroneó con los ojos entrecerrados-. Tú y yo vamos a acabar con las piernas temblando, y lo mismo eso es un problema en mitad de un bosque plagado de criaturas en celo.

　　La vista era fantástica. La luz de la luna delineaba perfectamente la silueta de la morena contra el tronco del árbol, totalmente recostada con la cabeza hacia atrás. Centrada únicamente en lo que sucedía en su cuerpo. En ningún momento Nayru había dejado de masajear y explorar con la mano derecha, pero la ropa estaba en med-... La bruja había decidido que no quería esperar más y se acababa de colar en la entrepierna de la mujer con ímpetu, bajándole los pantalones.

　　La vampiresa se agarró al brazo de Reivy, inclinándose, dejando escapar un gemido agudo de sorpresa y placer. Se deshizo con fluidez de su camisa y chaqueta, exponiendo sin vergüenza la piel tostada al frío de las noches de otoño. Sólo estaban ellas, la luna solitaria, el placer y el bosque extrañamente silencioso después de que se escuchase el sonido de arbustos moviéndose...

　　Sin embargo la camisa de la morena aún estaba en medio. Arrimándose para no quedar fuera del alcance de aquellos virtuosos dedos decidió que la forma más rápida de acceder a lo que deseaba era rompiéndolo. El rasgado de la tela resonó en la oscuridad y la hizo reír de felicidad al contemplar la total liberación de los pechos de Reivy, risa que pronto se transformó en más gemidos y jadeos.

　　La espalda de Nayru se curvó cuando la mujer encontró cierto lugar delicioso. Tomó los pechos de la morena entre sus manos y los juntó, metiéndose ambos pezones en la boca, jugueteando con ellos. Una discreta gota de sangre bajó por la nívea piel. La capturó de un lengüetazo y entonces dejó de pensar del derecho.

　　Tenía el pulso acelerado, la piel de gallina, sentía que le faltaba el aire y la cabeza le daba vueltas. Le escocía la garganta de manera insoportable, como años atrás, cuando empezó todo aquello y ella no era más que la triste esclava de unas necesidades salvajes y acuciantes que consideraba aberrantes.

　　Sacó la mano de Reivy de su entrepierna con rapidez, ignorando la pregunta en aquellos extraños ojos de rayo y tormenta. Sonrió y no fue la mueca salvaje pero domada que había estado mostrando. Era el gesto del depredador que acaba de encontrar su presa. Chupó los dedos brillantes y húmedos de la morena, uno a uno, rasgando un poco la piel hasta hacer brotar pequeñas gotas rojas, saboreándose a sí misma y la sangre de ella antes de empezar a descender hasta la entrepierna de la morena.

　　Apartó la pierna izquierda de la bruja y hundió la cara en su pubis, aspirando con fuerza su olor único, apreciando lo resbaladiza que estaba y atrayéndola contra su cara con las manos en las caderas. Buscó con la nariz como un lobo busca un rastro nocturno, tanteando con los dedos la femineidad de Reivy hasta que encontró el punto exacto.

　　Nayru abrió la boca cuan grande era y mordió la ingle de la mujer, liberando en el gesto todo el instinto que hasta ahora había mantenido a raya con rectitud militar. El placer las inundó a ambas al mismo tiempo que la femoral de Reivy se derramaba en la boca de la vampiresa, deliciosa, delirante.

　　　nayru desencajó los colmillos de la pierna de la bruja con un sonido mojado y eso la satisfizo enormemente
　　　　　　　　　　Lamió la sangre que empezó a brotar de aquellos dos pequeños agujeros centrada únicamente en el líquido carmesí que resbalaba por la suavidad de la piel de Reivy
　　Ya ni siquiera prestaba atención a sus manos que habían dejado de buscar el placer de su compañera para asegurarse la presa
　　　　abrió la boca sintiendo la saliva resbalar por la comisura y respiró con el sabor y el olor de la sangre de aquella mujer
　Una bruja Seguro que había hechizado su sangre Inhaló con rapidez Porque no podía pensar en nada más Exhaló temblorosa lamiéndose los labios
　　　　　　　　　　　　　　　　　　Acercó de nuevo la boca a aquella exquisita piel y mordió de nuevo succionando la sangre a través de aquellos pequeñas pero eficientes incisiones

　　El gemido que soltó al apretarse contra la ingle de Rei fue más animal que humano. Cerró los ojos porque todo ante ella se había vuelto rojo, todo daba vueltas, todo olía a la bruja y a su sangre y a su propia hambre y al placer que se mezclaba en sus manos mojadas. Todo se había reducido a nada. A su lengua succionando con lascivia. A su garganta tragando con glotonería. Al instinto básico de un vampiro que nunca se permitía sucumbir. A la calidez irresistible de un estómago lleno con el mas delicioso manjar.

　　Una vocecilla solía gritar en la mente de la vampiresa en cuanto había sangre de por medio. Gritaba de horror, de asco e indignación. Siempre era la misma, rebelándose contra una naturaleza de la que no podía librarse. Siempre la increpaba como un alter ego psicótico, recriminando sus acciones y manteniéndose consciente en un diminuto rincón de su mente cuando ella sucumbía ante el hambre y el placer. Tomaba nota y luego repasaba, repelente, todas las cosas repulsivas que había hecho.

　　Nayru odiaba esa vocecilla. Y ahora no sonaba por ninguna parte.

　　Ni siquiera se dio cuenta cuando la mujer le golpeó la cabeza, tratando de sacársela de encima. ¿Probablemente? Lo que hizo fue pegarse más a ella, chupando con mayor ahínco, apretándose para no perder el agarre. Apenas registró en la parte trasera de su mente la conmoción que estaba tomando lugar, la bestia que acababa de mandar volando a un pervertido y el grito agudo de una niña plana. No le interesaba. Tenía entre manos el sabor más maravilloso que había probado nunca y eso era todo lo que importaba ahora mismo.

　　Hasta que Reivy decidió que ya era suficiente y le cerró las piernas de golpe.

　　La falta de oxígeno pudo frente a la gula. En otras circunstancias a Nayru no le hubiese importado verse aprisionada entre aquellos muslos torneados; puede que bajo unas sábanas más cómodas que la áspera corteza de árbol o las hojas de pino, en una cama resistente. Pero hoy no. Ahora no. Con un sonido gutural de depredador cabreado, y absolutamente contra su voluntad, despegó la boca de la femoral de la bruja en busca de aire.

　　Los ojos avellana habían adquirido un tono mucho más oscuro, brillando con cierto aire primitivo cuando, aún con las piernas de la otra al cuello, recorrió la escena y por primera vez pareció darse cuenta de lo que estaba pasando. Siseó a la noche, a la criatura y a la rubia con furia frustrada, descubriendo los colmillos rojos. La sangre le resbalaba por la comisura de la boca y eso le confería un aspecto desquiciado. ¿Cómo se atrevía a interrumpirla? ¿Cómo?

　　El graforn se giró hacia las mujeres al escuchar el siseo de desafío y añadió a la algarabía su propio rugido, que hizo que su melena se tornase aún más roja. Pequeñas gotas ígneas salieron despedidas por doquier. El bramido reverberó en el pecho de la vampiresa, profundo. Peligroso. Aquello era peligroso. Parpadeó. Ni de coña iba a poder ella con un bicho de aquellos. Ni en sueños...

　　Y la cría aquella ahí en medio con su arco como si pudiese hacer algo al respecto. ¿Nadie le había dicho que las flechas de madera arden igual que cualquier pedazo de madera? Apretó los dientes y liberó las sombras que siempre la acompañaban, que parecían envolverlo todo y a todos. Una nube oscura se formó con rapidez alrededor de la cabeza del animal y lo cegó con eficacia.¹ Todavía le quedaban sus otros sentidos, pero...

　　Su mente comenzaba a ganar claridad, poco a poco. Todavía se sentía inundada por el sabor de la bruja, pero sentirla resbalar hasta dar con el culo en el suelo la distrajo lo suficiente. La miró de arriba a abajo obviando su desnudez, fijándose en la respiración acelerada, en la rojez de las mejillas.

　　-Joder.

　　Se llevó la muñeca de la morena a los labios para sentir el pulso, ignorando los tirones de ella para alejar su sangre de la boca de la vampiresa. La buena noticia es que  no la había debilitado. Demasiado. Y la herida en el muslo no sangraba profusamente, pero igual eran dos agujeros abiertos directamente en una de las venas principales del cuerpo. Arrancó musgo de la base del árbol y se lo ató al muslo con un trozo de tela vieja que tenía en la mochila.

　　-Si tienes un truco en la magna, Chispitas, sácatelo. De lo contrario hay que irse cagando leches. -murmuró, ayudándola a ponerse en pie.

　　Se limpió la sangre de la boca con una manga, el ceño fruncido, los ojos aún de un color demasiado oscuro a su habitual avellana. ¿Qué coño haces, Nayru?

　　-Trucos, si... -pareció pensárselo durante unos segundos...- Me da que no.

　　La vampiresa se la quedó mirando con la boca ligeramente entreabierta, enarcando una ceja.

　　-¿Puedes hacer chispitas monas con los dedos y no puedes convertirlas rayos o algo así? ¡Venga ya! -achinó un poco los ojos, lo cual le confirió un aspecto muy raro con toda la boca aún manchada de sangre.- Espera. No me digas que necesitas que te trabajen los bajos para funcionar... ¿Qué clase de bruja eres?

　　Recibió sin pestañear la mirada torva de la morena mientras se recogía a sí misma y sus pertenencias del suelo. Un bramido de protesta captó la atención de Nayru, que se dio la vuelta a tiempo de ver cómo la cría lanzaba una flecha que... estalló sobre la preciosa melena y el lomo de la criatura, al parecer causando... quemaduras. Chasqueó la lengua; ahí se iba la recompensa por una piel intacta.  

　　El grafronn gruñía y meneaba la majestuosa cabeza de hueso oscurecida por la habilidad de la pálida mujer, tratando sin duda de saber qué estaba pasando y por dónde se las estaban dando. Descontrolado, moviéndose en círculos y soltando gañidos cada vez más desesperados, el bicho hundía las garras en el bosque como si hendir la tierra y herir los árboles fuese a solucionar algo.

　　Tan centrada estaba en la magnificencia de su destrucción ciega que apenas captó el movimiento de la flecha de la niña, raudo, en la dirección equivocada. ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cómo? Abrió mucho los ojos pero era tarde para reaccionar: el proyectil impactó en el torso de la morena... y se deshizo en lo que pareció una suave neblina.

　　Reivy alzó el rostro y por alguna razón parecía muy llena de energía. Pese a que le había chupado al menos tres cuartos de litro de deliciosa sa- ¿¡Qué clase de zumbado guarda sus soluciones de recuperación en una flecha!?

　　-O me mata el puto bicho o me matáis vosotras -gruñó por lo bajo.

　　Cuadró sus pequeños hombros, sacó los stilettos de las botas y empezó a arrepentirse de las decisiones de su vida. Pero no queda otra que hacerle frente a una criatura que era más fuerte, más grande y más pesada que ella... pero no tan ágil. Al fin y al cabo estaba allí por dinero, el pan no se pone solo sobre la mesa... en sentido figurado.

　　Con premura y ligereza se colocó a un costado del gafrón, medianamente a salvo de la larga cola y lejos de las peligrosas y afiladas patas traseras. Tenía un ángulo frontal estupendo del torso, podía apreciar los músculos tensos trabajando bajo la preciosa piel negra... podía contar las costillas.

　　Una, dos... la criatura giró sobre sí misma sintiendo la mordedura de la espada de la bruja y tuvo que seguirle el ritmo. [/i]Tres... cuatro...[/i] la niña rubia no paraba de acosar al animal con sus flechas... y ahí estaba, el hueco entre la cuarta y la quinta.

　　Nayru no era experta en anatomía pero una vez tuvo que trabajar en el matadero para no morirse de hambre después de unas revueltas que pusieron a la ciudad en pie de guerra contra los vampiros. La sangre del ganado resultó asquerosamente poco nutritiva pero el trabajo la enseñó cosas bastante interesantes.

　　Veloz como las sombras sin nombre que siempre dormitan bajo la luna nueva, la vampiresa aprovechó los espadazos de la bruja para hundir hasta el puñal la fija y larga hoja de su cuchillo, sintiendo cómo se abría paso rajando los tejidos hasta escuchar un siseo bajo, seguido por el peor rugido que el graforn había soltado hasta el momento.

　　El animal se revolvió contra la nueva atacante y la mandó a volar, estampándola de un colazo contra el árbol más cercano. El stiletto se quedó clavado en la carne, profundo, hasta el pulmón.

　　Nayru boqueó en busca de aire, arqueada de dolor por el impacto. Tosió, tragó más aire y maldijo en tres lenguas diferentes su propio nombre. Seguía siendo demasiado grande, demasiado pesado.

　　-Hahhy qhe -jadeó-... hay qhe... largarse... ah... ah correr... ¡A correr cabronas!

　　No sólo un dragón, sino dos. Dos. DOS PUTOS MALDITOS DRAGONES FRENTE A SUS NARICES. Y lo peor de todo era que... que... Nayru tragó saliva al recostarse contra unos barriles tumbados, agarrándose el pecho con dolor.

　　Todo había salido mal. Desde el mismo principio. Desde que cruzó la mirada con esos hermosos ojos chispeantes. ¿En qué momento de su triste existencia le pareció bien ponerse a cazar esas cosas que ni siquiera sabía cómo pronunciar? Para qué. Para descubrir después que era un... un... Arrugó el gesto con asco, con rechazo. Las dos eran injusticia con alas. Aberraciones mimadas.

　　La primera, la cría, salió volando hacia la ciudad en cuanto la bruja- la otra dragona se lo mandó. Al principio no supo que era la rubia, pensó que sería alguien más, otro cazador que, sobrepasado por la situación, pensó que con la superioridad física se arreglaban las cosas. Corrieron por el bosque como locas, buscaron la seguridad amurallada de la ciudad y llegaron tarde, trayéndose consigo los problemas que empezaron en el bosque. Todos. Los. Problemas.

　　Los sentidos de Nayru no registraban nada. No escuchaba el estruendo de los lobisomes haciendo picadillo al gafrón que las perseguía, ni el horrendo quejido del cuerno al fondo, como un animal herido de muerte que perjura. No veía el rastro de destrucción que la batalla dejando a su paso, ni percibía los empujones de la gente dormida que alarmada salía de sus casas y procedía a la estampida, aterrada. Ni siquiera notó la llamada primitiva de la criatura antes de morir. Si alguien le hubiese preguntado qué ocurrió a su alrededor no tendría respuestas que dar.

　　Porque sus ojos oscurecidos estaban fijos en el dragón que acababa de tumbarla con un despreciativo coletazo. Como si no fuese más que basura a un lado del camino.

　　Respirando por la boca, medio doblada sobre los barriles tumbados y rotos, Nayru grababa en su mente la figura del bicho. La forma de sus alas membranosas, el contorno de la escamosa figura, la horrenda cabeza triangular y cornuda. Aquellas... garras terribles. Memorizó todos los matices de color, las franjas blancas sobre mar negro, los patrones anaranjados...

　　Y con cada dato que guardaba el odio apretaba con mayor fuerza. Ardía. Lo sentía en la punta de los dedos y en la comisura de los ojos. Lo notaba en el pecho y en el vientre satisfecho. Le dio la espalda a la escena ignorando la batalla campal que acababa de iniciarse, y vomitó todo el contenido de su estómago de rodillas sobre el empedrado.

　　Dioses inmisericordes... Arqueó la espalda entre arcadas de puro rechazo. Hacia R- la morena traidora. Hacia la injusticia de la raza. Hacia el mundo .

　　Hacia ella misma.

　　Oh, Dioses inmisericordes.

　　¿Qué has hecho?

　　Golpeó el suelo con el puño, todavía doblada sobre el empedrado. Algo la volvió a golpear y la lanzó por los suelos, haciéndola rodar. Y ahí fue cuando empezó a reaccionar.

　　Todo a su alrededor era caos, uno que se estaba apagando, pero igual de peligroso y confuso. No pasaron más allá de las puertas de Ulmer gracias al cinturón que estableció la guardia de la ciudad, aunque los daños eran visibles... y probablemente cuantiosos. De vez en cuando caían rayos sobre las bestias enloquecidas, tumbándolas y dejándolas inmóviles, gigantescos trozos de carne humeante sobre los que pasaban de largo los lobisomes, pues no merecían su atención.

　　Los mercenarios y cazadores estaban mezclados también en todo aquel embrollo, sin duda tratando de asegurarse una pieza por la que poder cobrar más adelante. Nayru pensó con acidez que tendrían suerte si no les hacían pagar por todo ello. Luego pensó con amargura que el cerdo de Hans estaba muerto y que probablemente ella no vería ni una moneda.

　　Se arrastró lastimosamente hasta la base de la muralla, apoyándose en la piedra mientras se agarraba el costado dolorido. Puta vida. A unos metros un gafron aulló de dolor y embistió a dos guardias, que con la ayuda de unas cuantas flechas dieron cuenta del bicho y pasaron al siguiente. Sonrió, sintiendo la sangre a medio secar estirándole la piel. ¿Y que sacaba de todo aquello? Ostias y traumas. Sólo ostias y traumas. Por el amor de los dioses, se había bebido un dragón y eso ni siquiera era lo peor del asunto, sino que le gustó.

　　De hecho acababa de comprobar que la sangre de lagarto la volvía loca. Pero no como cualquier persona que tiene un plato favorito, sino como el gourmet que ha conocido la ambrosía definitiva. Le entró una risilla tonta. ¿Acaso era una... prueba? ¿Una examen de valor? ¿Para probar que podía mantenerse firme en sus convicciones? Soltó una carcajada nerviosa. ¿Ante quién? Gimió porque le dolía mucho el costado. Ante ella misma, por supuesto. No tenía que rendir cuentas ante nadie, salvo ella misma.

　　Alzó la barbilla con altanería, fijando la mirada en el odioso ser alado que sobrevolaba la escena en círculos lentos. Oh, no, no iba a dejar pasar esto así como así. El odio que sentía hacia los dragones era profundo y lo llevaba mimando años. Si se peleaba con ella la vampiresa acabaría más aplastada de lo que ya estaba, no tenía posibilidades de matarla en su estado actual, ni de hacerle frente.

　　La mente de Nayru empezó a trabajar con su pragmatismo habitual, primero sofocando las llamas del odio irracional, y luego trazando planes. Ya estaba hecho, se había medio follado y bebido a un dragón. Era absolutamente imperdonable y la culpa era de la morena por haberla seducido, pero no estaba en posición de actuar ni tomar represalias. Tendría que esperar, paciente, y planear cuidadosamente. El bicho lamentaría todo aquello.

　　Con esfuerzo se puso en pie, escaneando la escena. Ya no quedaban bestias de las que dar cuenta, porque la última acababa de ser abatida y reinaba en el lugar una calma extraña, expectante, como si estuviesen esperando más enemigos y no viniese nadie a saludar. La vampiresa se acercó al cadáver de garfon que tenía más a mano, cojeando, y hundió el fino stiletto que le quedaba en uno de los ojos de la pobre criatura. Lo reclamaría como suyo, a ver si colaba y alguien le daba algo.

　　La gente comenzó a congregarse ante las puertas algo chamuscadas de la ciudad, lentamente. Nayru suspiró. Estaba cansada.