El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
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El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
Las ciudades humanas eran vertederos, donde gentes harapientas se codeaban en calles mal planificadas, malolientes y salvo contadas excepciones, toscos edificios que a gritos indicaban que sus autores sólo disfrutaban de una corta vida. Insuficiente para mostrar auténtica grandeza. Sólo lugares concretos de las grandes urbes de la península mostraban estructuras aceptables para el Elfo. El resto, piedra, tierra, lodo.
El mundo no era agradable fuera del bosque élfico, aunque ya había dejado de asombrarle la codicia y perversidad de los Humanos. La generosidad y la amabilidad era casi desconocidas entre las capas más altas y las más bajas de la sociedad. Era una lucha a dentelladas por sobrevivir, por ascender y por medrar. Perfecta siembra de una sociedad violenta.
Se sentó en lo alto de una suave colina, observando en calma el paisaje en derredor. El viento le ondeaba el oscuro cabello y una sonrisa prendida en su rostro apreciaba la calma que no solía acercarse a él en sus viajes, envueltos en sórdidas tramas, problemas o engaños. Los árboles se mecían en una danza de milenios, y Nousis cerró los ojos, respirando paz. Abrió con lentitud sus ojos grises, como si despertase de un hermoso sueño.
Aquí y allá, los humanos habían parcelado parte del terreno en su afán de propiedad, usurpándole espacio a las arboledas, que pese a tales esfuerzos, resistían cerca de los pueblos y las aldeas. El Elfo apreciaba la ironía. Los campesinos deseaban tierras de cultivo, y al mismo tiempo, necesitaban el bosque como fuente de caza, pesca y materiales para sus precarias viviendas.
Con un gesto desidioso, tomó su bolsa de monedas, escuchando el sombrío y escaso tintineo. Negarse a robar o extorsionar a pueblerinos implicaba evitar problemas con las autoridades, pero obligaba a aceptar ayudar a los Humanos en cuestiones que pudiesen resolverse con la espada. Contratado en ocasiones junto a otros para enfrentar a bandidos, salteadores o enderezar algún secuestro o robo, las trivialidades podían llegar a ser infinitas… y los pagos, escasos y habitualmente con hosco gesto. Alquilar su arma no era un trabajo agradecido, y no obstante, no le era posible conocer de antemano si en alguna tierra perdida algún objeto poderoso podría estar esperándole. Siempre en mente que cada paso no era por él, sino por los suyos, la mayor parte de los cuales desconocían por completo sus pasos o la meta de los mismos. Sonrió con indulgencia. Tampoco era algo necesario. Los dioses sí estaban al corriente.
Sacudió la vestimenta, y dirigió sus zancadas al pueblo más cercano, el primero que, con la mano protegiendo sus ojos, halló en lontananza. Todos eran en exceso semejantes. Siempre.
Al arribar al lugar, alzaron la vista los labriegos más alejados de sus moradas, quienes se encontraban en esos momentos con una yunta de bueyes, manejando con destreza a los animales a fin de preparar la tierra para la siguiente cosecha en esa tierra pardusca. Su aspecto, arma y forma de vestir chocaban con lo usual en tales lares. Al margen de arcos de caza, las hojas de acero era propiedad de los caballeros del señor, y sólo eran vistas como protección de los convoyes de recogida de tributos. Nousis les saludó con un parco gesto de cabeza, y como era habitual, se dirigió hacia uno de los dos lugares donde las noticias de la comarca se comentaban hasta el mínimo detalle: La plaza del pueblo, al abrigo del templo, o la taberna. Conocía ya bien la manera de tratar de llenar un poco su exigua bolsa. No le gustaba tratar con campesinos Humanos, demasiado bien ejemplificaban su idea de esa raza.
No obstante, según cruzaba las terrosas calles, sus habitantes le prestaban menos atención de la que le era habitual por ser forastero. Los rostros casi siempre miraban al suelo. Las conversaciones eran apresuradas y las miradas, tristes, temerosas. No había niños incordiando o jugando, traviesos. Un anciano le miró, y no vio rechazo. Sólo una inmensa pena. No sabía qué pensar, más allá de que todo parecía el resultado de un batalla que hubiese afectado a los aldeanos. No era algo plausible, pues llevando días en la región, habría tenido constancia.
Antes de dar el siguiente paso, se acercó al humano de edad avanzada, deteniéndose cuando estuvo seguro de que le entendería sin dificultad.
-¿Cuál es este pueblo, anciano? ¿Qué ha ocurrido aquí? Las personas callan. Las miradas tiemblan.
-La joven Alwara ha muerto ayer- no miraba al Elfo, sino a lo lejos, como envuelto en una tristeza infinita- Ya van ocho.
-¿Bandidos?- inquirió Nousis. Una incursión sería una respuesta. Por desgracia, él no podría enfrentarse a una partida entera de salteadores. Debería probar fortuna en otro lugar de ser ese el problema. Esperó con paciencia a que el humano enlazase sus pensamientos.
-Nuestro demonio. El monstruo de Manzanal- sus manos se agitaron encima del bastón de manera. El Elfo observó que apenas quedaba carne bajo la piel. El hombre parecía a pocos inviernos de morir.
-Vuestra aldea debe de pertenecer a algún noble humano- comentó cruzado de brazos- ¿Qué hay de sus soldados?
La pena no abandonó un ápice a su oyente.
-Nada… Dos hombres fuertes, Náron y Lutheas, se ofrecieron para hacerle llegar las malas nuevas… -suspiró- La bestia los ha asesinado, sin duda.
-¿Qué puedes decirme de ese monstruo, anciano?- el espadachín empezaba a mudar de opinión. Cazar un animal salvaje ya resultaba algo al alcance de sus capacidades. Los pueblerinos eran supersticiosos y alarmistas. Podría tratarse de un oso. Duro y complicado, y destino de una posible trampa si las cosas iban bien.
-Sus garras son enormes. De dos golpes destroza el cuerpo de una persona- miró a los ojos al Elfo por primera vez- ¿Has venido por ello?- ante la negativa de Nousis, el humano murmuró un lamento en un susurro.
-¿Quién está a cargo de la aldea?- preguntó. Era habitual que los nobles se enzarzasen en guerras o cacerías y los labriegos tuviesen que atender sus propios problemas. Para ello, solía haber un alguacil, o un concejo villano. El extranjero gustaba de leer todo aquello que cayera en sus manos, sobre todo si entendía que podría resultarle útil. La política y organización humanas eran asuntos apremiantes si uno viajaba por sus dominios.
-Busca a Brayden. Posee las mayores tierras del pueblo. Su madre fue asesinada hace dos semanas. Ahora casi vive en la taberna de Geoff, tratando de armar una tropa para cazar al monstruo- el anciano negó con la cabeza, apesadumbrado- Este lugar acabará muriendo.
-Te doy las gracias- finalizó Nousis. La curiosidad y la necesidad se habían mezclado para armar una partitura que le empezaba a sonar no demasiado estridente.
Iría a conocer a ese tal Brayden.
El mundo no era agradable fuera del bosque élfico, aunque ya había dejado de asombrarle la codicia y perversidad de los Humanos. La generosidad y la amabilidad era casi desconocidas entre las capas más altas y las más bajas de la sociedad. Era una lucha a dentelladas por sobrevivir, por ascender y por medrar. Perfecta siembra de una sociedad violenta.
Se sentó en lo alto de una suave colina, observando en calma el paisaje en derredor. El viento le ondeaba el oscuro cabello y una sonrisa prendida en su rostro apreciaba la calma que no solía acercarse a él en sus viajes, envueltos en sórdidas tramas, problemas o engaños. Los árboles se mecían en una danza de milenios, y Nousis cerró los ojos, respirando paz. Abrió con lentitud sus ojos grises, como si despertase de un hermoso sueño.
Aquí y allá, los humanos habían parcelado parte del terreno en su afán de propiedad, usurpándole espacio a las arboledas, que pese a tales esfuerzos, resistían cerca de los pueblos y las aldeas. El Elfo apreciaba la ironía. Los campesinos deseaban tierras de cultivo, y al mismo tiempo, necesitaban el bosque como fuente de caza, pesca y materiales para sus precarias viviendas.
Con un gesto desidioso, tomó su bolsa de monedas, escuchando el sombrío y escaso tintineo. Negarse a robar o extorsionar a pueblerinos implicaba evitar problemas con las autoridades, pero obligaba a aceptar ayudar a los Humanos en cuestiones que pudiesen resolverse con la espada. Contratado en ocasiones junto a otros para enfrentar a bandidos, salteadores o enderezar algún secuestro o robo, las trivialidades podían llegar a ser infinitas… y los pagos, escasos y habitualmente con hosco gesto. Alquilar su arma no era un trabajo agradecido, y no obstante, no le era posible conocer de antemano si en alguna tierra perdida algún objeto poderoso podría estar esperándole. Siempre en mente que cada paso no era por él, sino por los suyos, la mayor parte de los cuales desconocían por completo sus pasos o la meta de los mismos. Sonrió con indulgencia. Tampoco era algo necesario. Los dioses sí estaban al corriente.
Sacudió la vestimenta, y dirigió sus zancadas al pueblo más cercano, el primero que, con la mano protegiendo sus ojos, halló en lontananza. Todos eran en exceso semejantes. Siempre.
Al arribar al lugar, alzaron la vista los labriegos más alejados de sus moradas, quienes se encontraban en esos momentos con una yunta de bueyes, manejando con destreza a los animales a fin de preparar la tierra para la siguiente cosecha en esa tierra pardusca. Su aspecto, arma y forma de vestir chocaban con lo usual en tales lares. Al margen de arcos de caza, las hojas de acero era propiedad de los caballeros del señor, y sólo eran vistas como protección de los convoyes de recogida de tributos. Nousis les saludó con un parco gesto de cabeza, y como era habitual, se dirigió hacia uno de los dos lugares donde las noticias de la comarca se comentaban hasta el mínimo detalle: La plaza del pueblo, al abrigo del templo, o la taberna. Conocía ya bien la manera de tratar de llenar un poco su exigua bolsa. No le gustaba tratar con campesinos Humanos, demasiado bien ejemplificaban su idea de esa raza.
No obstante, según cruzaba las terrosas calles, sus habitantes le prestaban menos atención de la que le era habitual por ser forastero. Los rostros casi siempre miraban al suelo. Las conversaciones eran apresuradas y las miradas, tristes, temerosas. No había niños incordiando o jugando, traviesos. Un anciano le miró, y no vio rechazo. Sólo una inmensa pena. No sabía qué pensar, más allá de que todo parecía el resultado de un batalla que hubiese afectado a los aldeanos. No era algo plausible, pues llevando días en la región, habría tenido constancia.
Antes de dar el siguiente paso, se acercó al humano de edad avanzada, deteniéndose cuando estuvo seguro de que le entendería sin dificultad.
-¿Cuál es este pueblo, anciano? ¿Qué ha ocurrido aquí? Las personas callan. Las miradas tiemblan.
-La joven Alwara ha muerto ayer- no miraba al Elfo, sino a lo lejos, como envuelto en una tristeza infinita- Ya van ocho.
-¿Bandidos?- inquirió Nousis. Una incursión sería una respuesta. Por desgracia, él no podría enfrentarse a una partida entera de salteadores. Debería probar fortuna en otro lugar de ser ese el problema. Esperó con paciencia a que el humano enlazase sus pensamientos.
-Nuestro demonio. El monstruo de Manzanal- sus manos se agitaron encima del bastón de manera. El Elfo observó que apenas quedaba carne bajo la piel. El hombre parecía a pocos inviernos de morir.
-Vuestra aldea debe de pertenecer a algún noble humano- comentó cruzado de brazos- ¿Qué hay de sus soldados?
La pena no abandonó un ápice a su oyente.
-Nada… Dos hombres fuertes, Náron y Lutheas, se ofrecieron para hacerle llegar las malas nuevas… -suspiró- La bestia los ha asesinado, sin duda.
-¿Qué puedes decirme de ese monstruo, anciano?- el espadachín empezaba a mudar de opinión. Cazar un animal salvaje ya resultaba algo al alcance de sus capacidades. Los pueblerinos eran supersticiosos y alarmistas. Podría tratarse de un oso. Duro y complicado, y destino de una posible trampa si las cosas iban bien.
-Sus garras son enormes. De dos golpes destroza el cuerpo de una persona- miró a los ojos al Elfo por primera vez- ¿Has venido por ello?- ante la negativa de Nousis, el humano murmuró un lamento en un susurro.
-¿Quién está a cargo de la aldea?- preguntó. Era habitual que los nobles se enzarzasen en guerras o cacerías y los labriegos tuviesen que atender sus propios problemas. Para ello, solía haber un alguacil, o un concejo villano. El extranjero gustaba de leer todo aquello que cayera en sus manos, sobre todo si entendía que podría resultarle útil. La política y organización humanas eran asuntos apremiantes si uno viajaba por sus dominios.
-Busca a Brayden. Posee las mayores tierras del pueblo. Su madre fue asesinada hace dos semanas. Ahora casi vive en la taberna de Geoff, tratando de armar una tropa para cazar al monstruo- el anciano negó con la cabeza, apesadumbrado- Este lugar acabará muriendo.
-Te doy las gracias- finalizó Nousis. La curiosidad y la necesidad se habían mezclado para armar una partitura que le empezaba a sonar no demasiado estridente.
Iría a conocer a ese tal Brayden.
Nousis Indirel
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Había llegado a Verisar, había sido un largo viaje hasta llegar allí, pero había escuchado hablar de aquel lugar. Sus pasos caminaban tranquilos por la ciudad mientras llevaba unas liebres para la carnicería, no sin antes haberlos quitado la piel por si había una curtiduria y necesitaba la piel para crear algo con ella. No sabía por que decían que la gente necesitaba ayuda en aquel lugar o que quizás allí podría ganar algo de dinero.
Cuando la Lycan andaba por las calles había gente que cerraba las ventanas, y observaban a la mujer receloso. Frunció el ceño, era todo muy extraño y se notaba la tensión en el ambiente. Cuando se la quedaban la joven giraba su vista para quedárselos mirando y estos acababan apartando la mirada. "Pero que les pasa a esta gente, puede ser que los vampiros están haciendo de las suyas, de todas formas les gusta la sangre humana" pensó la Niktos mientras llegaba a un edificio donde colgaba un cartel donde ponía "carniciera". Apresuró los pasos hasta llegar a la puerta de aquel negocio y abrió la puerta para entrar dentro del negocio
Ya dentro la puerta se cerró tras de ella observando al carnicero preparando unas pocas piezas de carne, muy pocas para lo que debería tener un negocio de esos. El carnicero levanto la cabeza mirando a la mujer extrañado-lo siento, tenemos pocas piezas y ya están vendidas, hay escasez de carne-dijo el carnicero siguiendo a lo suyo. La licantropa puso los conejos despellejados encima de la mesa donde cortaba la carne y luego le miró directamente-no vengo a comprar, vengo a vender-setenció la loba mientras esperaba la contestación del hombre que se quedó mirando sorprendido las tres liebres que le colocó encima de la mesa-solo te puedo dar unos diez aeros o así, pero si quieres mas dinero, a lo mejor puedes intentar realizar un trabajo por el bosque y el que lleva este maldito lugar te recompense, ya que parece que no temes adentrarte en él-comentó mientra buscaba el carnicero las monedas.
Aquello la llamó la atención, a parte que a ella no la daba miedo vagar por los bosques y no entendía que temía aquellos humanos, por lo que tenía que informarse más-¿por que tenéis miedo?¿Que ocurre? yo en el bosque no he visto nada-pregunto Selene mientras lo miraba mientras la daba el varón los diez aeros por aquellas liebres- ha habido varias muertes...pero nadie hace nada para remediarlo parece ser, y la gente teme acercarse el bosque por si la bestia que lo hace vive allí- terminó hablando el carnicero dándose la vuelta para entrar en el almacén entendiendo la Lycan que la conversación había acabado.
Selene salió de la carnicería quedándose pensativa, podía ser que el temor de la gente fuera por eso, pero no entendía por que la miraban así. Bueno, poco a poco se fue dando cuenta de que era una persona extranjera en un sitio de "guerra" donde todos estaban desconfiando de cualquier cosa que llegaba al lugar y las pintas de cuero y agresivas que portaba la Niktos no ayudaba mucho. Sobre todo sus ojos pintados de negro lo que creaba una mascara en su ojos, pero ella lo llevaba así por tradición familiar y además por que aquello la ayudaba camuflarse en el bosque.
[color=#ff99ff]"Quizás sea mejor que acabe de vender las pieles e irme de aquí, no es asunto mio"[/color ]meditó mientras agarraba bien las pieles que portaba en una de sus manos atadas por un hilo para llevarlas todas juntas. Esperaba con un poco de suerte pasar por una cazadora cualquiera, aunque solo tenía la daga en el cinturón y ningún tipo de arco o trampa que mostrara que era una simple cazadora que se dedicaba a ello.
Cuando la Lycan andaba por las calles había gente que cerraba las ventanas, y observaban a la mujer receloso. Frunció el ceño, era todo muy extraño y se notaba la tensión en el ambiente. Cuando se la quedaban la joven giraba su vista para quedárselos mirando y estos acababan apartando la mirada. "Pero que les pasa a esta gente, puede ser que los vampiros están haciendo de las suyas, de todas formas les gusta la sangre humana" pensó la Niktos mientras llegaba a un edificio donde colgaba un cartel donde ponía "carniciera". Apresuró los pasos hasta llegar a la puerta de aquel negocio y abrió la puerta para entrar dentro del negocio
Ya dentro la puerta se cerró tras de ella observando al carnicero preparando unas pocas piezas de carne, muy pocas para lo que debería tener un negocio de esos. El carnicero levanto la cabeza mirando a la mujer extrañado-lo siento, tenemos pocas piezas y ya están vendidas, hay escasez de carne-dijo el carnicero siguiendo a lo suyo. La licantropa puso los conejos despellejados encima de la mesa donde cortaba la carne y luego le miró directamente-no vengo a comprar, vengo a vender-setenció la loba mientras esperaba la contestación del hombre que se quedó mirando sorprendido las tres liebres que le colocó encima de la mesa-solo te puedo dar unos diez aeros o así, pero si quieres mas dinero, a lo mejor puedes intentar realizar un trabajo por el bosque y el que lleva este maldito lugar te recompense, ya que parece que no temes adentrarte en él-comentó mientra buscaba el carnicero las monedas.
Aquello la llamó la atención, a parte que a ella no la daba miedo vagar por los bosques y no entendía que temía aquellos humanos, por lo que tenía que informarse más-¿por que tenéis miedo?¿Que ocurre? yo en el bosque no he visto nada-pregunto Selene mientras lo miraba mientras la daba el varón los diez aeros por aquellas liebres- ha habido varias muertes...pero nadie hace nada para remediarlo parece ser, y la gente teme acercarse el bosque por si la bestia que lo hace vive allí- terminó hablando el carnicero dándose la vuelta para entrar en el almacén entendiendo la Lycan que la conversación había acabado.
Selene salió de la carnicería quedándose pensativa, podía ser que el temor de la gente fuera por eso, pero no entendía por que la miraban así. Bueno, poco a poco se fue dando cuenta de que era una persona extranjera en un sitio de "guerra" donde todos estaban desconfiando de cualquier cosa que llegaba al lugar y las pintas de cuero y agresivas que portaba la Niktos no ayudaba mucho. Sobre todo sus ojos pintados de negro lo que creaba una mascara en su ojos, pero ella lo llevaba así por tradición familiar y además por que aquello la ayudaba camuflarse en el bosque.
[color=#ff99ff]"Quizás sea mejor que acabe de vender las pieles e irme de aquí, no es asunto mio"[/color ]meditó mientras agarraba bien las pieles que portaba en una de sus manos atadas por un hilo para llevarlas todas juntas. Esperaba con un poco de suerte pasar por una cazadora cualquiera, aunque solo tenía la daga en el cinturón y ningún tipo de arco o trampa que mostrara que era una simple cazadora que se dedicaba a ello.
Selene Niktos
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
El elfo paseó por el pueblo con calma, observando cada detalle. Esperaba encontrar la taberna sin demasiados problemas, por tamaño y número de personas que se arracimarían al edificio en tiempos como aquellos. No obstante, también deseaba conocer las impresiones de algunos otros labriegos sobre cuanto estaba ocurriendo. Además del pago que esperaba, empezaba a florecer en él la típica curiosidad que sentía cuando le faltaban datos para comprender algo. Esa era un de las causas que le habían hecho destacar en los estudios, o en el entrenamiento. Saber, comprender, mejorar.
-¡Eh tú!- se le acercaron un pequeño grupo de jóvenes, apenas uno con un recio trozo de madera y otro con un azadón. Sus rostros mostraban una actitud agresiva que impelió al elfo a desenvainar, mas decidió que no era algo inmediatamente necesario. Cruzado de brazos, esperó hasta que los humanos estuvieron lo bastante próximos a él. Sin emitir palabra alguna, arqueó las ceja, instándoles a decir aquello que les había llevado hasta él.
-Fuera de nuestro pueblo, criatura- atacó uno de ellos, de los que sólo uno alcanzaba la altura del Elfo.
-Imaginaba que os gustaría tener toda la ayuda posible para acabar con lo que sea que está asesinando a los vuestros- dos campesinos se miraron confundidos entre sí, pero otro dijo:
-¿Y cómo sabemos que no has sido tú?- Nousis bufó de puro desagrado. Separó los brazos y les enseñó las palmas con las puntas de los dedos hacia abajo.
-¿Acaso ves garras aquí, zoquete? -replicó el espadachín, mostrando una desdén de un nivel abismal- Veo que la bestia acabó con la inteligencia que podría reunir el lugar. Marchaos antes de seguir degradando a vuestra especie.
-¿Qué has dicho?- preguntó otro, dando un paso desafiante hacia adelante. Pero la compostura del Elfo estaba a punto de ebullición. Los fracasos del último año, la negatividad experimentada a la hora de conseguir sus propósitos, la sed de venganza… estaban enraizándose en el ansia de pagarlo con alguien. Desenvainó con rapidez y apuntó al último que le había dirigido la palabra. Con un gesto rápido, cortó la mejilla a uno, que aulló de dolor, mientras los otros asombrados volvían hacia al pueblo a distintos grados de velocidad. Sólo uno permaneció ante él, aquel que portaba el azadón, nervioso, en posición defensiva. Irritado, Nousis golpeó con su espada la herramienta de trabajo con un movimiento circular, y el aldeano, sorprendido, la perdió de entre sus manos. Acto seguido, agarrándolo del cuello, lo estampó contra una pared y de un puñetazo, lo terminó echando por tierra. Volvió a levantarlo, y de nuevo, tomándolo por el cuello, le puso la espada en el mismo, clavando sus ojos grises en el humano.
Era un sujeto fornido, no obstante, su inexperiencia en combate y el temor eran bazas importantes, y el espadachín lo sabía.
-Si no necesitase el oro, dejaría que os masacrasen a todos, uno por uno, y no arriesgaría una gota de mi sangre- le habló al oído de manera sumamente sombría- Vete- le soltó. Matarlo aún dificultaría más todo el asunto. Las ganas de hacerlo, por el contrario, aún le durarían un tiempo más prolongado. Envainó, cerrando los ojos para sosegarse. Siempre en lucha con esa parte de él que confrontaba su frialdad y raciocinio, resultaba una pesada carga.
El granjero corrió, mirando atrás un par de veces, y el Elfo se decidió a continuar su camino. Debió de haberle preguntado la localización de la posada, y un rictus de ironía cruzó su semblante. Si, desde luego no hubiera sido el momento más adecuado.
Una mujer de mediana edad, enfrascada en remover puntos concretos de una pequeña parcela de tierra, le miró desde unos treinta pasos, y para su extrañeza, se apoyó con gesto desenfadado en la cerca que delimitaba sus tierras. Nousis decidió acercarse a ella, pues pese a haber presenciado lo ocurrido sin duda alguna dada su posición, ni había huido ni mostrado reticencia alguna ante el forastero.
-No saben qué hacer- comentó la mujer. Su faz era un plano de las penurias del trabajo campesino. Podría cargar medio siglo a sus espadas, pero también la mitad de tal edad, era imposible saberlo con certeza. Sólo sus ojos miraban con una profundidad que descartaba la veintena. Eran ojos que habían sufrido- Han intentado desquitarse con alguien desconocido. Te agradezco que no matases a alguno.
-Los Humanos sois criaturas extrañas- apuntó Nousis. Ella se encogió de hombros.
-Nadie es perfecto. El miedo hace a cualquier hacer cosas estúpidas. Y tenemos mucho de eso por aquí- Él asintió, circunspecto.
-Un anciano me ha explicado algunas cosas- asintió- Desapariciones, muertes.
-Hace dos lunas que no vemos a nadie de la guardia del señor- suspiró. El Elfo no podía sino admirar su ecuanimidad en una situación como la que estaba viviendo- Es posible que el monstruo tenga su cubil entre la gran residencia y Manzanal.
-Eres astuta- reconoció el espadachín.
-Pero nada más que una simple humana ¿no es así?- su comentario provocó que Nousis girase la cara para mirarla con mayor atención- No todos somos iguales, Elfo. ¿Son todos los tuyos idénticos? ¿Sin un solo defecto? -replicó, volviendo a atender su tierra.
Su oyente, sin dejar de observarla, pensó con cierto malestar que conocía ya a miembros de su raza que en nada se ajustaban a lo que él creía que debía ser uno de los suyos. Aún así, la cota de cultura, cohesión social y refinamiento élficos no podían ser igualados por la barbarie humana. Aún les quedaba largo camino que recorrer. Aunque algunos especímenes de entre ellos pudiesen merecer la pena. A fin de cuentas, no eran brujos, ni eran vampiros.
Sin una palabra más, se alejó de allí. La perspectiva de adentrarse en el bosque contra algo desconocido no estaba entre sus favoritas. Necesitaba más información.
Nousis Indirel
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
La verdad que el ambiente de aquel lugar era bastante agobiante para la Lycan, las miradas siempre estaban puestas en ella y más tras salir de la carnicera y después salió el carnicero para colocar un cartel de que tenía piezas. Era todo muy raro y aquello la ponía muy nerviosa, el ambiente estaba muy cargado y ella solo buscaba a un peletero para entregar aquellas pieles que portaban. Fue entonces, tras vagar por diferentes calles a un paso bastante rápido para evitar cualquier contacto con los pueblerinos de aquel lugar, encontró una peleteria a la que entró sin previó aviso dentro de aquella tienda abriendo aquella desgastada puerta de madera.
Al entrar sorprendió al peletero tratando una de las pieles sentado en una silla. Era una persona de avanzada entrar, por lo que ver a la chica entrar con tanta prisa se sorprendió, incluso se pegó un pequeño susto- hacia días que nadie entraba, y menos con tanta rapidez. Por lo que veo eres una cazadora...quizás seas de ayuda al pueblo-dijo el hombre levantándose de su asiento y dejando las pieles a un lado para entonces dirigirse al mostrador. Selene avanzó para entregar las pieles de los conejos mientras miraba al anciano-¿pero dan recompensa?-preguntó la Lycan mientras dejaba las pieles en el mostrador.
-Puede que si, por lo menos serás mas competente que las autoridades de aquí, apenas hay trabajo en el pueblo para pequeños negocios como este, la gente no se atreve a salir al bosque, la bestia que aguarda allí debe ser peligrosa, los muertos empiezan a acumularse-comentó el peletero inmerso el observar las pieles, parecía que el hombre llevaba bastante tiempo sin hablar y ella era la excusa perfecta para hablar con alguien- toma, con esto tendrás para un plato de comida caliente y bebida en la posada, quizás sepas más allí, yo poco oigo, soy sordo de un oido-comentó el señor mientras la daba unas cuantas monedas.
A lo mejor si que la era interesante ir a la posada del pueblo la cual parecía que era también la taberna del pueblo. Era raro que no hubiera mas tabernas abiertas, pero iría hacía allí a ver que podía averiguar sobre algún encargo para matar a la bestia que estaba acabando con la gente. Por suerte, había pasado por allí antes de buscar la peletería, por lo que más o menos sabía donde estaba, esperaba quizás encontrar algo en la posada o de interesarse por una recompensa si acababa con el problema de aquel pueblo. Quizás fueran trasgos, puede que se estuvieran asentando en el bosque de alrededor de la la aldea.
Pronto llegó a la posada, entró para pedir una jarra de hidromiel y un estofado mientras se sentaba en una banqueta. Como esperaba toda la gente se la quedó mirando al entrar, aquello ya la estaba cansando y como siguiera así las cosas iba a saltar de alguna manera u otra. Ahora debía de agudizar sus sentidos, para escuchar algo sobre aquel tema, mientras escuchaba alguna conversación banal, agudizó su oído para escuchar algo de un grupo no muy alejado de la barra donde estaba ella- Es raro, los primeros muertos trabajaban para el señor, ese señor que no esta haciendo nada, ¡seguro! que han enfadado a los dioses!- se quejó uno de los borrachos de ese grupo. Quizás alguien había aventado a algún animal pero debía de ser una bestia poderosa, "¿quizás un oso" pensó sabiendo la fuerza que tenía tal animal.Por lo que descartaba que fueran los dioses.
Al entrar sorprendió al peletero tratando una de las pieles sentado en una silla. Era una persona de avanzada entrar, por lo que ver a la chica entrar con tanta prisa se sorprendió, incluso se pegó un pequeño susto- hacia días que nadie entraba, y menos con tanta rapidez. Por lo que veo eres una cazadora...quizás seas de ayuda al pueblo-dijo el hombre levantándose de su asiento y dejando las pieles a un lado para entonces dirigirse al mostrador. Selene avanzó para entregar las pieles de los conejos mientras miraba al anciano-¿pero dan recompensa?-preguntó la Lycan mientras dejaba las pieles en el mostrador.
-Puede que si, por lo menos serás mas competente que las autoridades de aquí, apenas hay trabajo en el pueblo para pequeños negocios como este, la gente no se atreve a salir al bosque, la bestia que aguarda allí debe ser peligrosa, los muertos empiezan a acumularse-comentó el peletero inmerso el observar las pieles, parecía que el hombre llevaba bastante tiempo sin hablar y ella era la excusa perfecta para hablar con alguien- toma, con esto tendrás para un plato de comida caliente y bebida en la posada, quizás sepas más allí, yo poco oigo, soy sordo de un oido-comentó el señor mientras la daba unas cuantas monedas.
A lo mejor si que la era interesante ir a la posada del pueblo la cual parecía que era también la taberna del pueblo. Era raro que no hubiera mas tabernas abiertas, pero iría hacía allí a ver que podía averiguar sobre algún encargo para matar a la bestia que estaba acabando con la gente. Por suerte, había pasado por allí antes de buscar la peletería, por lo que más o menos sabía donde estaba, esperaba quizás encontrar algo en la posada o de interesarse por una recompensa si acababa con el problema de aquel pueblo. Quizás fueran trasgos, puede que se estuvieran asentando en el bosque de alrededor de la la aldea.
Pronto llegó a la posada, entró para pedir una jarra de hidromiel y un estofado mientras se sentaba en una banqueta. Como esperaba toda la gente se la quedó mirando al entrar, aquello ya la estaba cansando y como siguiera así las cosas iba a saltar de alguna manera u otra. Ahora debía de agudizar sus sentidos, para escuchar algo sobre aquel tema, mientras escuchaba alguna conversación banal, agudizó su oído para escuchar algo de un grupo no muy alejado de la barra donde estaba ella- Es raro, los primeros muertos trabajaban para el señor, ese señor que no esta haciendo nada, ¡seguro! que han enfadado a los dioses!- se quejó uno de los borrachos de ese grupo. Quizás alguien había aventado a algún animal pero debía de ser una bestia poderosa, "¿quizás un oso" pensó sabiendo la fuerza que tenía tal animal.Por lo que descartaba que fueran los dioses.
Selene Niktos
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
Antes de llegar a la posada, sus oídos fueron testigos del alboroto que dentro se estaba llevando a cabo. Todo parecía indicar que media aldea que había congregado allí, lo cual no dejaba de resultar extraño. En el campo apenas existían los momentos de ocio, siempre había trabajo por realizar.
Un rápido vistazo le hizo comprobar que dos de los hombres jóvenes que se habían enfrentado a él había llegado al lugar con mayor rapidez que el Elfo. Recostados en la pared exterior, cruzados de brazos, miraron con odio al recién llegado, murmurando y siguiéndolo con la mirada hasta que entró en el establecimiento.
El interior, tras una estimación aproximada, reunía a algo más de una treintena de personas. Se detuvo un momento tras cruzar el dintel, comprendiendo que además de un grupo que reunía algo más de la mitad de los aldeanos reunidos, se encontraba otro formado por algunos hombres de edad avanzada, uno un poco mayor de mujeres de varias edades, probablemente las esposas o familiares de los primeros, y una presencia femenina sentada sin ninguna otra compañía.
Ante su entrada, las voces se fueron rebajando, y un silencio llenó un breve lapso el lugar, antes de que los murmullos tomasen el relevo. Su cabello, negro, largo y liso, sus facciones, y su espada resaltaban, y su mirada habitual, como si observase desde una inmensa altura, no ayudaron en absoluto a colocar a la muchedumbre en su contra. Pero sólo cuando vio al joven al que había cortado la cara comprendió que nada bueno podría salir de todo aquello.
Los aldeanos se fueron levantando lentamente, y Nousis desenvainó, con la punta de su espada hacia al suelo. Sin apartarse un ápice de la puerta, habló tratando de enfriar un ambiente que amenazaba con explotar.
-Busco a Bryden- y paseó la vista por los labriegos, tratando de discernir de quien podría tratarse- Por un pago adecuado, estoy dispuesto a ayudaros contra lo que sea que está acabando con los vuestros.
-¡Me rajó por nada!- aulló furioso aquel que había sentido su hoja- ¡Expulsémosle del pueblo YA!- gritó, secundado por un par de sus compañeros. Un hombre de mayor edad le colocó una mano en el hombro, y asintió ante sus palabras. Nousis se pasó la mano libre por el cabello y exhaló aire a fin de relajarse. Si todos esos campesinos se le echaban encima no saldría con vida de la taberna.
-Sólo pretendo ayudar- lo intentó una vez más. Sin embargo, los gritos y gestos amenazantes aumentaron en altura y gravedad. Una rociada de insultos le tuvo como objetivo, antes de que un vaso se estrellase cerca de él. El Elfo dio un paso atrás, cuando vio como parte de los jóvenes que le habían amenazado bloqueaban deliberadamente la salida. Inhaló con toda la calma que fue capaz. Estaba jugando una partida con cartas marcadas y su mano era terrible.
Varios lugareños tomaron pequeños cuchillos y dieron dos pasos hacia él. ¿Qué diablos les empujaba a aquella locura? El miedo hacia la bestia que asesinaba impunemente parecía conducirles a descargar toda su ira, terror y frustración en un objetivo más cercano, por leve que fuera su falta. Nousis trataba de mantener la compostura, sintiendo por dentro una aprensión que se agarraba a sus pulmones y a su cerebro. Aunque se llevase a dos a o tres por delante, la gran superioridad numérica lo descuartizaría. Una gota de sudor recorrió su espalda y su rostro palideció, con la espada sujeta con mayor fuerza.
Un puñetazo en su hombro derecho desde atrás fue el estallido para que todo mudase en caos. Sin toda la fuerza que pudo tener por el dintel de la puerta, sí le hizo voltearse, con la mala fortuna de devolver el ataque con un tajo horizontal que abrió la carne del brazo de su agresor antes de que pudiese retirarlo. Hacia atrás cayó, aterrorizado por el dolor y la visión de la sangre, golpeándose con su compañero y cayendo hacia tras. El espadachín observó todo dos eternos segundos, en los que nadie pareció siquiera respirar, y dio un paso atrás en diagonal, ante lo cual el humano restante hizo lo mismo, dejándole el camino libre, con un rostro que exhibía una profunda consternación por el estado de su amigo. Dos jarras volaron hacia el Elfo, rompiéndose una cerca de él, provocándoles varios cortes en la cara que por fortuna no acertaron en el ojo, y otra en el pecho, que no llegó a partirse, ocasionándole una contusión y una mueca de dolor. Nousis mantuvo su espada delante de si, sabedor de que una retirada sin cuidado era carta fija para la muerte. Dio un rápido vistazo hacia atrás, saliendo de la posada, antes de girarse tras media docena de pasos, y alejarse del lugar, escondiéndose tras una de las casas más alejadas, esperando tener unos minutos antes de que le encontrasen.
Se apoyó, respirando acompasadamente. Palpándose las heridas, notaba la húmeda sangre corriendo por la mandíbula, goteando con demasiada rapidez hacia la tierra sobre la cual habían construido los humanos sus casas de madera, cuando unas celosías se abrieron, y un grito se elevó como premonición del desastre.
El Elfo entonces corrió hacia los primeros árboles del bosque, ocultándose tras un tronco.
“Malditos humanos…”, pensó, con sus ojos grises posados en la copa del árbol.
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Complicación: Nousis se gana el odio de los habitantes del pueblo al que deben ayudar
Nousis Indirel
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
En cuanto la sirvieron comenzó a comer, había obtenido algo de información, pero poca cosa más había averiguado, las conversaciones divagaban en diversos temas y absurdos. Por lo que pronto dejo de prestar atención y se dedicó a tomar el hidromiel mientras acababa la comida, quizás pidiera alguna habitación descansaría y luego o se marcharía de ahí o buscaba quien daba la recompensa. Fue entonces cuando escuchó una voz masculina tras abrir la puerta de la taberna, al principio no la intereso, pero al acabar la frase se medio giró para observar al elfo.
"Con que Bryden es el encargado de dar la recompensa por la bestia" pensó mientras el resto de aldeanos parecían bastante molestos con el elfo. Era un poco idiota lo que había hecho el elfo, eso de atacar a la gente de un pueblo que estaba alterado era algo bastante ilógico, hasta ella lo sabía. De pronto un señor la chisto, lo que hizo girarse mientras la trifulca seguía en la posada. Se giró frunciendo el ceño para ver a un hombre como medio escondido haciéndola señas para que fuera donde estaba él.
Miró la posada de nuevo y viendo que todos estaban atentos al elfo se dirigió al hombre, de pronto una bombilla se iluminó en su cabeza-Bryden-susurró mientras se acercaba a él, este asintió para llevarla a una puerta que llevaban a las escaleras. Después de asegurarse que estaban solos el hombre de avanzada edad la miró- me han dicho que eras una cazadora, quizás puedas ayudarnos con el tema de la bestia, te daré recompensa a ti y al elfo contra mas gente deis caza a la bestia mas probabilidades tendréis de conseguirlo, estaré por la posada si necesitáis algo,-dijo el hombre. La Lycan pensó que el que debía de haberle dicho algo era el peletero, el cual hablaba demasiado.
El dinero la venía muy bien por lo que asintió pero cuando fue a salir por la puerta principal la detuvo, para indicarla otra puerta trasera allí mismo. Ella asintió comprendiendo que si salía por la puerta con los ánimos como estaban y siendo ella extranjera todo podía salir mal o acabar como el elfo, echada a patadas. Salió por aquella puerta trasera y un olor a sangre la embriago, olfateo el aire y supo que tal olor era reciente, por lo que siguió aquel olor a sangre puesto que seguramente la llevaría al elfo o eso esperaba, nadie mas había sido atacado en la posada y todo el pueblo contra él seguramente saldría herido.
El olor la llevó a las afueras, hasta el bosque, negó con la cabeza y tuvo cuidado al acercarse y lo hizo a bastante distancia.- Pensaba que los elfos erais mas inteligentes, herido y en el bosque cuando se supone que hay una bestia suelta, tu olor atrae a cualquiera-comentó mientras lo observaba-he visto a tu contacto o al que estabas buscando, me ha dicho que si solucionamos esto que nos dará recompensa-informó rápidamente Selene mientras miraba al elfo.
"Con que Bryden es el encargado de dar la recompensa por la bestia" pensó mientras el resto de aldeanos parecían bastante molestos con el elfo. Era un poco idiota lo que había hecho el elfo, eso de atacar a la gente de un pueblo que estaba alterado era algo bastante ilógico, hasta ella lo sabía. De pronto un señor la chisto, lo que hizo girarse mientras la trifulca seguía en la posada. Se giró frunciendo el ceño para ver a un hombre como medio escondido haciéndola señas para que fuera donde estaba él.
Miró la posada de nuevo y viendo que todos estaban atentos al elfo se dirigió al hombre, de pronto una bombilla se iluminó en su cabeza-Bryden-susurró mientras se acercaba a él, este asintió para llevarla a una puerta que llevaban a las escaleras. Después de asegurarse que estaban solos el hombre de avanzada edad la miró- me han dicho que eras una cazadora, quizás puedas ayudarnos con el tema de la bestia, te daré recompensa a ti y al elfo contra mas gente deis caza a la bestia mas probabilidades tendréis de conseguirlo, estaré por la posada si necesitáis algo,-dijo el hombre. La Lycan pensó que el que debía de haberle dicho algo era el peletero, el cual hablaba demasiado.
El dinero la venía muy bien por lo que asintió pero cuando fue a salir por la puerta principal la detuvo, para indicarla otra puerta trasera allí mismo. Ella asintió comprendiendo que si salía por la puerta con los ánimos como estaban y siendo ella extranjera todo podía salir mal o acabar como el elfo, echada a patadas. Salió por aquella puerta trasera y un olor a sangre la embriago, olfateo el aire y supo que tal olor era reciente, por lo que siguió aquel olor a sangre puesto que seguramente la llevaría al elfo o eso esperaba, nadie mas había sido atacado en la posada y todo el pueblo contra él seguramente saldría herido.
El olor la llevó a las afueras, hasta el bosque, negó con la cabeza y tuvo cuidado al acercarse y lo hizo a bastante distancia.- Pensaba que los elfos erais mas inteligentes, herido y en el bosque cuando se supone que hay una bestia suelta, tu olor atrae a cualquiera-comentó mientras lo observaba-he visto a tu contacto o al que estabas buscando, me ha dicho que si solucionamos esto que nos dará recompensa-informó rápidamente Selene mientras miraba al elfo.
Selene Niktos
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
La sangre que le bañaba parte del rostro en pequeños afluentes debida a los cortes, coagulaba lentamente. Una docena de gotas cayó desde su mentón al suelo antes de que la herida comenzase a evitar que el líquido vital continuase su recorrido. El elfo, circunspecto, se pasó una mano limpia por el cabello liso y oscuro, sin lamentar pese a todo el arrebato que había tenido frente a los jóvenes Humanos. Razonando, podía bien comprender la ira de la muchedumbre, pagada contra él, pero sin duda emergida por las muertes de sus conocidos.
Todos tenemos nuestros problemas, se dijo, malhumorado por el intento de asesinato.
No obstante, el abandonar el lugar podría dejar en la conciencia colectiva del pueblo entrelazadas la presencia de un Elfo y las muertes. Eran humanos, no podía exigirles lógica y un razonamiento perfecto. Camino unos pasos, ida y vuelta, pensando en lo satisfactorio que sería entregarles la cabeza de lo que tal temor le infundía, mostrando un rostro lleno de desprecio y soberbia. Sonrió, arrogante, sin que nadie pudiese contemplarle. Verdaderamente le gustaba lo que ese giro le mostraba. Y luego exigiría un pago. Esperaba que, si veían lo que habría sido capaz de hacer, no dudarían en abonar una buena cantidad. Era algo necesario para él en esos momentos, aunque no se engañaba. La mirada incrédula y temerosa de los patanes que le habían atacado era lo único que le endulzaría el mal trago que había sufrido.
¿Y sería capaz? El disgusto en él fue patente. Debería encontrar a esa condenada bestia y eliminarla. Desde que había perdido su arco años atrás, nunca lo había repuesto, pensándolo tras cada uno de los problemas que había sufrido. Con algo así sería mucho más sencillo, ahora sólo podía valerse de su espada. Imaginándose así contra un oso cavernario, o alguna monstruosidad peor, de cuantas había leído en su afán por hallar artefactos de poder auténtico, se antojó a sí mismo ridículo.
Pensando en el animal, desenvainó al escuchar sonidos que no tardó en comprender que resultaron intencionados, al vislumbrar una figura femenina caminando hacia él. Con el ceño fruncido y dispuesto a un combate, la confianza no era una opción en territorio desconocido y con los aldeanos deseando comprobar forma y tamaño de sus entrañas.
Las palabras de la joven fueron construyendo en su rostro una expresión de profunda frialdad, cortante como el aire del norte. El insulto sobre su raza se adhirió a sus pensamientos, amenazando con mantenerse ahí hasta que la sangre de la desconocida llegase al suelo. No obstante, lo ocurrido en el poblado templaba tal resolución. Si era una humana de la comarca, y llegaban a saberla muerta por su mano, dudaba que diez bestias bastasen para que no quisiesen aún quitarle al Elfo la vida. Por no hablar del oro que aún confiaba conseguir.
Clavó sus ojos grises en ella, observando a una mujer de frente amplia, nariz estrecha y cabello castaño. Esbozó una sonrisa irónica, antes de replicar con una altivez excesiva para cualquier ser con raciocinio:
-Dudo que seas capaz de atisbar siquiera los límites de mi inteligencia, criatura- con la espada aún en la mano, repasó cada palabra de la fémina nuevamente, antes de continuar- Si te encontrabas en la posada, sólo debías unir ambos hechos para comprender por qué he llegado hasta aquí. Si no te es demasiado complejo, por supuesto.
¿Bryden había hablado con ella? Mirándola con más tiento, maldijo para sí. No, distaba demasiado de las gentes campesinas. Bufó, molesto. Estaba claro que recurrían a lo que fuera con tal de solucionar el problema.
-¿Tu y yo?- una carcajada sin ninguna alegría fue lo que acto seguido no pudo ni quiso reprimir el espadachín. Y empezó a relatar los inconvenientes- No te conozco, ni sé si serás capaz de ser útil en algo así. Me puedes servir de señuelo- rio, mordaz- Pero necesitamos información, saber a qué nos enfrentamos, antes de siquiera pensar si merece la pena compartir una sola moneda contigo. ¿Sabrías seguir a algún animal que deje las marcas de las que me han hablado? ¿Conoces la fauna de la zona? – negó con la cabeza- Debo registrar el bosque- declaró, internándose en la foresta.
No había tiempo que perder.
Nousis Indirel
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
La recién llegada no le siguió. Tal vez sus palabras la habían alejado, o comprendió que le iría mejor tratando de solventar el problema que aquejaba a la aldea en solitario. Nousis tan sólo echó una mirada atrás, como si esperase que de un momento a otro la mujer apareciese entre los arbustos. No fue así, y el espadachín sonrió sacudiendo la cabeza de lado a lado. Todo volvía a recaer en sus hombros, y no tenía más opción que seguir la senda que se había marcado.
Durante más de una hora, continuó, ubicándose por la posición del musgo a causa del escaso sol, ilocalizable, y tomó la ruta que había comenzado. Raudo, rodeó un pequeño claro con la capa ondeando tras de sí, cubierta la testa, internándose en una segunda foresta. Los restos de una hoguera, apagada hacía tiempo a tenor de su falta de olor, y un charco seco de sangre, imponía la prudencia, por lo que caminó atisbando cualquier movimiento mínimamente sospechoso, escabulléndose entre los árboles como una sombra. Hasta que se detuvo en seco.
Giró el rostro con una lentitud exasperante, cuando la bestia salió de la espesura enseñando los dientes. Con la misma ausencia de presteza, tomó su espada, subiéndola a la altura de sus ojos con extremo cuidado. Sus esperanzas se hicieron añicos cuando dos más de aquellos animales se aproximaron al primero. Ojeó cuando le rodeaba, sintiendo una ligereza dentro de sí que casaba a la perfección con las escasas oportunidades de salir bien librado de la situación. Meses atrás, habría estudiado cada recodo y movimiento enemigo. En ese momento, sólo la insania del combate y la ausencia de objetivos reales dirigían sus pensamientos. Morir allí, en medio de ninguna parte… apretó los dientes, presa de un oscuro pesimismo. Y con tales palabras grabadas dentro de sí, atacó a pleno rostro del primer huargo que había aparecido empuñando el arma con toda la fuerza que logró reunir.
Medio segundo de silencio, donde sólo el rasgueo de la hoja y su impacto lo partieron, fue cuanto existió, antes de que los dos restantes se abalanzasen sobre él. La escasa distancia de la bestia fue la causa principal del acierto afortunado, no obstante, la criatura, aunque parecía sufrir, lanzando aterradores aullidos de dolor y balanceándose con la espantosa herida del cráneo, se limitó a dejar de lado su interés por su presa, alejándose un poco.
A propósito, cayó cuerpo a tierra de espaldas, evitando las garras de su último ataque, que de un solo golpe podrían destrozarle pecho y estómago, y rodando sobre sí mismo, echó a correr entre los árboles. Los huargos le seguían, alcanzándolo sin dificultad, por lo que en varias ocasiones, se vio obligado a detenerse y hacerles frente, lanzándoles alguna estocadas para mantenerlos en guardia.
No fue suficiente.
El más temerario de ellos se lanzó directo al Elfo, obviando su hoja, que éste arremetió frente al animal en un tajo diagonal de abajo arriba, antes de ser arrollado por la fuerza de la bestia, y rodar con ésta colina abajo hasta una pequeña y profunda poza.
La caída resultó brutal, y Nousis notó el impacto. Había sentido cada golpe, pero la fiera había sucumbido a su espada, y la restante había desaparecido, tal vez en la búsqueda de una presa más fácil. Se irguió con dificultad, nadando hasta la orilla en dos brazadas y observando con los ojos entrecerrados el cadáver del enorme lobo, que había caído en tierra. Sin un gesto diferente en el rostro, retiró la espada del cuerpo del animal, sólo para atravesarlo nuevamente el acero élfico. Limpió la sangre en la propia piel de la bestia, y quiso gritar de pura frustración. Empapado, dolorido y en peligro. Nada estaba saliendo ni remotamente aceptable.
Cuando quiso levantarse, notó el fuerte dolor que le emanaba de un costado. La zona ya había comenzado a ennegrecerse por mor del repetido encuentro de piel y músculo contra el suelo, y el espadachín contuvo un grito. Un bosque desconocido podía resultar peligroso, y un sonido inconveniente, atraer a cosas aún peores. Rio por el dolor y lo absurdo de la situación. Sólo cuando consiguió levantarse, tras curarse un poco gracias a la bendición de los dioses a su raza, entendió que lo peor no habían sido las consecuencias del ataque de los grandes lobos.
Pues la garra del animal era aun así demasiado pequeña para haber dejado a los aldeanos en el estado que le habían contado.
Nousis tosió, comprobando la falta de sangre en su mano. Un estremecimiento de alivio recorrió su espina dorsal, pudo ser mucho más grave.
Al menos no todo había salido mal.
Nousis Indirel
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
El golpe le resultaba doloroso, llegando a una agudeza casi intolerable la primera vez que trató de ponerse en pie. Cerró los ojos, abrazando el lugar herido con un solo brazo, esbozando una sonrisa resignada. Sus artes de curación precisaban tiempo y tenían sus límites, y aunque hubiera deseado que los dioses tuviesen a bien regalarle al mejor que sus parcas habilidades, él sólo se había metido en aquella aventura, nada le debían. Dando un paso tras otro, elevó una oración por le hecho de no haber muerto durante el ataque de los huargos. Esa ya había sido quizá ayuda suficiente.
Continuó, sin saber si alguna de sus costillas se habría roto. No alcanzaba a ver algo que se lo indicase, y desenvainando sin dejar de caminar, realizó un par de movimientos con su espada, notando claramente la presión de los golpes recibidos. ¿Podría vencer a un guerrero en tales condiciones? Tal vez, si no era demasiado habilidoso. Sin embargo, ante otro huargo o un oso, sin pensar en cosas peores, estaba muerto.
Anduvo a lo largo del día siguiente en círculos concéntricos, cada vez más amplios, deteniéndose continuamente para descansar, con el arma siempre cerca. Con la comida a base de lo que el bosque tenía por ofrecer, y un par de veces capturados con una rama afilada y luego asados como cena, recordó los viajes de su adolescencia y primera juventud a lo largo de Sandorai, solo y acompañado. El dolor apenas había remitido, pese a curarse cuanto le era posible al caer la noche. Cortas horas de sueño fueron su recompensa a un trabajo inacabado, y se despertó encogido, con los músculos tiesos a causa de la postura y el duro suelo.
Al estirarse, un pinchazo en el costado lo saludó antes de que sus pensamientos se dirigiesen hacia algo concreto. Sentía que la dolencia se había extendido hacia la parte superior de la pierna derecha y la parte baja de la espalda. Menos punzante que el día previo pero más extendido, y caminar le costaba aún mayor esfuerzo. Desconocía las millas que había recorrido en ese estado, alegrándose penosamente de que la fiebre le hubiera evitado. Caer delirante en medio de un bosque sin ayuda, era puerta segura a no sobrevivir.
Continuó avanzando, primando el orgullo y la necesidad de demostrar a esos malditos humanos de qué estaba hecho sobre sus fuerzas y capacidades reales, hasta llegar a una granja apartada, cuya vivienda había sido calcinada, y nada crecía en sus campos. Nousis miró alrededor, irguiéndose pese al dolor, espada en mano. No, no sólo había habido una casa, entendió tras el vistazo. Se giró hasta darse media vuelta antes de volver a la posición inicial. Trozos de lona aquí y allá. Cuerpos quemados. Señales de una pequeña batalla advertían al Elfo que había más peligros, y más reales, que la supuesta bestia de Manzanar. Avanzó para investigar todo aquello, llamando su atención un blasón feudal que ondeaba medio incinerado atado a un poste. Contó no menos de doce cuerpos, dos caballos asaeteados y algunos miembros cercenados esparcidos por el campo. Ya eran demasiadas las veces que había visto el resultado de la violencia indiscriminada, mas tantos cuerpos en un mismo lugar siempre producían cierta impresión. Ésta dio paso a las preguntas que a cualquier ser llegarían al ver algo así. ¿Quiénes, quien, por qué?
No podía responderlas, y con una mayor curiosidad que pena, anduvo de aquí para allá, buscando algo que pudiese indicarle lo ocurrido, pero nada le decían los rostros que habían perdido la vida, ni sus armas, ni su forma de morir.
Entonces, advirtió que a él tal vez no, pero tenía que haber alguien que sí. Cogió el blasón de lona, tomó uno de los escudos con las enseñas bien visibles, y se alejó del lugar.
Debía volver al pueblo.
Nousis Indirel
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
El Elfo no estaba seguro de qué esperar de esos zafios aldeanos. ¿Le escucharían siquiera? ¿Serían capaces de entender lo que había encontrado?
No regresó al poblado por el mismo lugar que lo había abandonado, sangrando por la cabeza y casi perseguido. La dignidad, no estaba, continuaba a flor de piel, mientras paso a paso volvía a acercarse a la posada. Habría quien lo tildaría de loco, no era tal. Sólo orgullo, sólo cansancio.
Con la espada desenvainada, entró sin una sola vacilación. El golpe le dolía, y su destreza se había visto mermada. Solo quedaba aparentar. Expresar una furia que enmascarase lo que tenían ante sí, sin dejarles opción a réplica, como si el espadachín portase la verdad absoluta. Debía desconcertarlos. O aceptaban sus palabras, o seguramente le matarían.
Con un deliberado estruendo, golpeó el escudo contra una de las mesas más cercanas a la puerta, tirando a su lado el estandarte que había tomado del arrasado campamento. Parecía que media aldea se había congregado en la taberna, lo que le convenía y al mismo tiempo, sería su sentencia si fracasaba. Aún le costaba correr.
Se envolvió en su altivez como en una manta de pieles en pleno invierno, y miró con estudiada parsimonia a la concurrencia.
-Necios… -alargó un poco las vocales, con un desprecio abrumador, en alta voz, que pudiese ser escuchado por cada persona en la sala. Dio un puñetazo encima del escudo- Me acusasteis, me atacasteis, y aún así, he vuelto. ¡No por vosotros! - exclamó con un sarcasmo patente y una sonrisa sin el menor rastro de alegría- Pero voy a demostraros pese a vuestra enorme estupidez, que terminaré con vuestro problema, y traeré aquí la cabeza de lo que ha estado matando a vuestra gente. Esto- señaló lo objetos que había traído consigo, elevando un poco más el tono -lo encontré en un campamento destruido a día y medio de Manzanar. Los muertos s…
-¡SON ENSEÑAS DEL SEÑOR!- lo interrumpió una voz que el Elfo reconoció curioso, y agradecido. Era la mujer que había hablado con él tras su encontronazo con los jóvenes. Al menos, una persona no lo quería ver desollado. Asintió, solemne, a las palabras de la campesina. Uno de los hombres se acercó, tocando el escudo como si viviese la peor de sus pesadillas. Necesitó sentarse, en una de la sillas cerca de Nousis, que aún se hallaba de pie.
-Es el escudo de mi hermano- advirtió- Formaba parte de la guardia del señor- la pena le impedía levantar el rostro, y se llevó una mano al mismo. El elfo sin embargo, no mudó su expresión.
-¡MATÉMOSLO!- El joven caracortada también se encontraba allí, y Nousis respiró, respiró profundamente para no llegar hasta él y abrirle el estómago. Se limitó a observarle con sus grises ojos con una frialdad que despersonalizó por completo al sujeto- ¡MATÓ A ERNWALD!
Un hombre se levantó entre los demás.
-Expulsamos a éste elfo días atrás, buscando matarlo, y ha regresado, herido y con noticias- alzó las manos apaciguando a los demás- ¿Debería pagar por la muerte de Enrwald?- el grupo de jóvenes insultó a Nousis asintiendo ruidosamente- Yo también lo creo. Pero si es como dice y el campamento pertenecía a nuestro señor, y tantos han muerto, ¿qué habrá sido de él? Ya es tiempo de hacer lo que íbamos a hacer. Hay que atrapar a esa bestia. Tenemos que hablar con el señor.
Muchos asintieron, mostrando una evidente decisión.
-Tú vendrás con nosotros- señaló a Nousis- De ese modo, si mientes o tienes algo que ver, terminaremos contigo, no podrás con todos lo que compondremos la partida. Si no, te recompensaré cuando todo termine. Soy Brayden- finalizó, y el espadachín abrió un poco más los ojos.
“¿Qué me impide perderme en el bosque y dejaros a vuestra suerte?” pensó, palabras que no salieron de sus labios. Habrían sido una tontería. Había acudido por su propia voluntad al mismo lugar de donde le habían expulsado. Habían conocido su vanidad.
-Nada que objetar- respondió, girándose y saliendo por la puerta de la taberna.
Nousis Indirel
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
Los hombres, y dos mujeres, se pertrechaban a la vista de los ojos grises del Elfo. Guadañas, arcos de caza, martillos de herrero, una espada corta que había conocido guerras antiguas, cuchillos de carnicero, tridentes para rastrillar, un par de lanzas… Nousis sacudió la cabeza. Tres guardias bien armados y entrenados arrasarían la precaria compañía de una veintena de pueblerinos. Pero todos deseaban armarse lo mejor posible. El ambiente de temor al bosque y a su bestia se palpaba en el ambiente.
-Espero que el señor pueda ayudarnos. Todo esto debe terminar- expuso Brayden al extranjero que, sentado, continuaba con su curación diaria. Esa misma mañana había comprobado con desazón que el ennegrecimiento de su costado abarcaba el tamaño de una mano extendida, habiéndose tornado en amarillento y rojizo en varios lugares.
-Los cadáveres del campamento no eran pocos- recordó el Elfo sin mirarle. El humano se rascó la cabeza, con los ojos perdidos entre sus amigos y conocidos.
-El señor tenía unos treinta caballeros a sus órdenes. No habrían salido todos de la fortaleza. No puedo creer que la bestia pudiese con todos ellos.
-¿Hay algo por aquí peor que los huargos?- quiso saber, dejando escapar un suspiro de dolor, que al terrateniente no le costó enlazar con sus golpes. Compuso una faz que dejó a las claras su entendimiento.
-Osos, lobos… ésta es la primera vez que ataca algo así. Nunca habíamos tenido noticias, ni siquiera los viejos, de una criatura como ésta. Con los muertos que ha encontrado, ya pasan de la docena. Y un solo supervivente.
Nousis se puso en pie como un resorte.
-¡¿Alguien sobrevivió y no lo habéis mencionado?!- exclamó, molesto y sin comprender. Brayden se tomó unos segundos para contestar.
-Elías, un anciano. No habla, no se mueve, y apenas come desde ese día. Siempre está en la misma habitación. Su mente ha dejado su cuerpo, quizá por el terror de la bestia.
El espadachín volvió a sentarse en la misma piedra, decepcionado. La pregunta de por qué habría sido respetado llamaba una y otra vez, de manera insistente a su pensamiento.
-Aún así, me gustaría verle.
Su oyente se encogió de hombros.
-Daren- ordenó a un chiquillo que jugaba cerca, entusiasmado de ver tantas armas y ajetreo- Acompaña al elfo a casa del viejo Elías.
-A Norda no le gustará. Siempre dice que los dejemos tranquilo.
-Vamos a atravesar el bosque. Dile que le deje verle, o iré yo mismo.
El muchacho asintió, y precedió a Nousis unos ciento cincuenta pasos, hasta una vivienda muy similar a las demás. Nada la hacía especialmente destacable en su exterior, tan sólo un huerto de flores dedaleras, violáceas bien cuidadas. El extranjero esperó a que el niño golpease la puerta un par de veces, antes de volver corriendo a la altura del elfo. Una mujer joven salió, con el ceño fruncido.
-Brayden dice que el elfo tiene que ver a Elías- repitió, y se fue corriendo. Éste, cruzado de brazos, se mantuvo a varios pasos de la puerta, aguardando.
-¿Para qué quieres verle?
-Ha sido la única víctima que ha sobrevivido, parece ser.
-Soy su sobrina, Indalia. Pasa si has de hacerlo, pero no le molestes, ni lo alteres.
Sin asentir, Nousis accedió al interior. No era un lugar deprimente y pobre, sino la morada de un campesino próspero. Los muebles estaban bien trabajados, y poseía varias habitaciones, e incluso una alfombra en la mayor. Encima del escritorio donde el anciano debía de haber pasado largas horas antes de su estado actual, varios libros estaban abiertos y uno en el suelo.
-Es el lugar con mejor luz- explicó Indalia, pero el espadachín ya miraba a Elías, quien en una esquina, se abrazaba las rodillas con los ojos puestos en el suelo, con la misma apariencia de quien está sumido en sus propios recuerdos. Un anillo cuya venta daría de comer seis meses a una familia campesina estaba posado en la mesita al lado de la cama. El Elfo dio dos pasos hacia él. Y la mujer volvió a hablar, tras una mirada a su tio.
-Es la reliquia familiar. Lleva muchas generaciones en la familia. Una última opción si llegan las malas cosechas o las pestes.
Nou no respondió. Volvió hacia el anciano, y se acuclilló.
-¿Por qué estás vivo?- preguntó con suavidad. No hubo respuesta, y el extranjero se levantó.
-Iremos a ver al señor feudal- le indicó a la mujer- No conozco el camino más corto, pero Bryden nos guiará. Espero que acabemos con lo que ocurre aquí.
Ninguno de los dos habló de nuevo, antes de que el espadachín abandonase la casa.
Nousis Indirel
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Re: El monstruo del Manzanal [Trabajo, +18]
Aún se encontraban pasando revista a quienes habían decidido unirse a Bryden, cuando escucharon los cascos de un pequeño grupo de caballos, antes de que se mostrasen, portando las enseñas del señor cuya propiedad comprendía Manzanal. Los aldeanos se apiñaron instintivamente. Los enviados de un noble rara vez portaban buenas noticias. Sólo había que esperar al siguiente impuesto, al siguiente trabajo exigido. Nousis no se levantó de su piedra, cuando los jinetes tiraron de las riendas y los equinos piafaron, recobrando la respiración natural. Con voz atronadora, uno de esos enunció:
-¡ A LOS HABITANTES DE MANZANAL, EL SEÑOR VA A EMPRENDER LA CAZA DE LA BESTIA, Y NECESITA ORO PARA PAGAR MERCENARIOS! ¡VUESTRAS TIERRAS PRONTO SERÁN SEGURAS!
Un murmullo fue ganando intensidad entre los labriegos. Nousis sonrió al ver que la animadversión no iba con él por una vez en esa aldea.
-¿Otro impuesto?- preguntó un aldeano- ¡No es tiempo de cosecha!
-Es necesario- cortó el soldado- O no podremos protegeros. La caza exige…
-Iremos nosotros mismos a ver a lord Oriv- sentenció Brayden- Tenemos que discutir esa caza, y ahora, este impuesto. Tal vez no sea necesario.
-¡NO!- gritó para ser oído el cabecilla, único que llevaba yelmo- El señor exige el pago antes de nuestra partida. Cazaremos a la bestia, y vosotros seguiréis trabajando la tierra. No olvidéis vuestro lugar.
-Siempre se ha permitido exponer quejas ante los nobles- argumentó una mujer. Pero la paciencia del soldado parecía estar terminando. Nousis imaginó que se trataba de ese tipo de seres que obedecían sin rechistar, y esperaba que las órdenes que él transmitía fuesen consideradas del mismo modo.
-Muchos de los vuestros han muerto en un campamento a día y medio de aquí- informó Brayden- Sólo queremos ser de ayuda.
El soldado palideció, antes de mostrar una furia desmesurada.
-Volveremos a vernos- masculló, y para sorpresa de todos los aldeanos y del elfo, partieron nuevamente a galope, perdiéndose en la espesura.
La intranquilidad se mecía entre los pueblerinos. Eran pocos a quienes no había desconcertado la extraña escena presenciada. El espadachín se levantó, yendo al lado del terrateniente.
-Deberíamos partir – aconsejó. Hubiera lo que hubiera en el bosque, eran mejor no hacer noche en él si la bestia podía terminar con media docena de soldados. El humano asintió.
-¡VAMOS!- Casi todos los que formaban parte de la compañía de Brayden se entretuvieron unos minutos despidiéndose de los suyos. Había miedo en quienes debían esperar el retorno de los suyos contando las horas tras la partida. Y había miedo entre quienes les dejaban atrás, a lo incierto. También el Elfo aparentaba no tenerlas todas consigo. Podía caminar mejor, pero no estaba del todo recuperado. Siguió al resto en la marcha silenciosa, dándole los árboles la última bienvenida. Él era la retaguardia.
Bryden los guiaba de forma eficiente. Resultaba nítido que había acudido en numerosas ocasiones a la morada del aristócrata. Hombres y mujeres miraban a todos lados, sin que ninguna de las chanzas que solían acompañar a los aldeanos cuando recorrían los caminos para llegar a la ciudad más cercana a vender sus productos llenasen el aire.
Se detuvieron varias veces, montando guardia, y sufriendo espasmos cada que un aullido animal o el movimiento de varios arbustos resultaba cercano a ellos.
Nousis solía alejarse un poco del resto cuando interrumpían la caminata. No le agradaban nada unos humanos que había estado a punto de lincharle, y pese a la lógica de Brayden, ni él los perdonaba, ni en las miradas de varios de los labriegos se advertía que iban a olvidar pronto el tajo o la muerte a sus jóvenes.
Practicaba, asegurándose de que los movimientos marciales no resultaban más torpes por su herida. Elevar del todo el brazo tensaba los músculos dañados, por lo que atacar de arriba abajo quedaba descartado. Maldijo para sí. Necesitaba cada punto de habilidad, y ahora se sentía excesivamente mermado. Clavó la espada en la tierra, soltándola de su mano, pero a su lado, y se echó en el suelo. No estaban lo bastante lejos como para no escucharlos si gritaban que era hora de partir.
Había entrenado unos minutos, cuando algo le hizo pasarse una mano por el cabello y preguntarse por qué sus dioses tenían a bien hacerle sufrir de aquella manera.
Nousis Indirel
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Todo indicaba que el rencor era un sentimiento profundo en la mente de aquellos jóvenes. No se habían unido a los expedicionarios, limitándose a seguirles hasta encontrar un momento apropiado. Debían haber esperado todo el día, tomando nota de los pasos del Elfo, asegurándose un momento adecuado para caer sobre él. Y no lo habían hecho nada mal.
Eran tres, el aldeano del rostro rajado entre ellos. Dos hachas de leñador y una especie de mayal campesino. El Elfo giró su espada sobre su muñeca. Estaba harto de aquel imbécil, y su mente pedía contar los centímetros que componían sus intestinos tras abrirle para comprobarlo. No olvidaba la precaria situación en la que se encontraba, de modo que afirmó los pies, con calma y esperando el primer ataque.
-Llama a Brayden, vamos- le urgió el joven en tono peligroso- Cobarde, pide ayuda. Ya tienes rostro de mujer, no hay nada de malo en pedir socorro a los hombres.
Nousis sonrió, negando con la cabeza. Sabía perfectamente que el humano tan sólo pretendía cortar su opción más sencilla de terminar con todo aquello, apelando a demostrar su valentía. Lo que no sabía es que ni siquiera era necesario. El orgullo del Elfo no podía pasar por tal aro. Existían ocasiones donde había que fiarlo todo a la habilidad y a la suerte, y esa sin duda era una de ellas.
El primer tajo lo esquivó por la alocada embestida del joven que sin duda había escuchado demasiadas historias de luchas y batallas. Un enemigo no era un árbol que se mantenía quieto a la espera de sucesivos hachazos que lo hiciesen caer a tierra. El Elfo giró sobre sí mismo, rematando con un corte horizontal para detener el siguiente movimiento del seguidor de caracortada. El humano se detuvo en el último momento, evitando que la hoja abriese su carne. Nousis le dedicó dos ataques más que le hicieron colocarse a la defensiva, hasta que uno de sus compañeros acudió en su ayuda. Los golpes de hacha volaban sobre el espadachín, quien, no obstante, acostumbrado a los duelos, los esquivaba de forma no muy compleja gracias a la falta de destreza de sus enemigos. Su líder metió baza en la pugna y el Elfo aprovechó un descuido de uno de los rivales para tomarlo del brazo y usarlo como escudo, provocando que el hacha restante se incrustase en su pecho con toda la fuerza del odio. Embebido del deseo de matar, el hijo de Sandorai alzó su espada para rematar al segundo antes de que retirase su arma… y un dolor lacerante le privó de cualquier fuerza en brazo y mano. La espada resbaló de sus dedos y cayó a tierra, y sus ojos grises revelaron desconcierto ante tamaño error. Una patada le tiró al suelo junto al cadáver, y rodó sobre sí mismo, alejándose al mismo tiempo de sus atacantes y de su espada.
Dos intentos de enviarlo a sus dioses se dieron en escasos segundos, impactando contra el suelo antes de que pudiese ponerse de nuevo en pie. Ambos jóvenes dieron lentamente un par de vueltas a su alrededor. El Elfo buscó una piedra con rápidos vistazos hacia abajo sin éxito alguno, por lo que debió contentarse con una rama endeble del tamaño de un brazo, que partió a la mitad. Las risas de los humanos estaban impregnadas de la sensación de victoria.
Nousis esperó, con su ridícula rama partida en ambas manos, y a pesar de evitar el primero intento, una patada por la espalda le removió el dolor del costado de una manera odiosamente intensa. El humano del hacha quiso aprovechar su nuevo encuentro con el suelo para asestarle el golpe de gracia, y el Elfo lo fio todo a observar sus pasos para apoyarse en una mano, volver a rodar sobre sí mismo y desde abajo, patear con toda la fuerza que pudo el lateral de la pierna dominante del desgraciado. Este se llevó la mano libre al golpe, error de novato, y el espadachín saltó sobre él, recibiendo un corte por mero instinto que prácticamente repelió su armadura de cuero por su escasa fuerza y cercanía, y clavó en el cuello del humano ambas partes de la rama en un festival de sangre que hizo dar un paso atrás al joven de la cara marcada. Su oponente dio varios pasos hacia su espada y volvió a tomarla. Estaba tinto en sangre de su última víctima, torso y rostro, y la contención emocional que había precisado ya se había roto. Su cabeza pedía la sangre del humano, verla correr, y notó en su rostro como se componía una sádica sonrisa como si otro controlase sus rasgos faciales. El humano no resistió, y pálido, echó a correr, pero su enemigo, pese al dolor, le persiguió a grandes zancadas, olvidándose de la tropa de Brayden, de la misión, y de los peligros del bosque. Ambos tropezaron, mas Nousis consiguió enderezarse antes, y ganar terreno, hasta alcanzarle tras tirarle de un puñetazo. Recibió un golpe del asustado aldeano, y se dobló sobre sí mismo, y el pueblerino iba a escapar, cuando un tajo por desesperación dio en carne y detuvo a su objetivo. Cayó, con un dolor demasiado crudo siquiera para gritar. El terror se dibujó en su rostro, y Nousis vio como el corte había sido mucho más profundo de lo que había imaginado. Se pasó una mano por en cabello, disfrutando, pese al cansancio, a la ira y al dolor. El joven pataleaba hacia atrás, al tiempo que perdía sangre y fuerzas. Y el Elfo le dio un puñetazo en pleno rostro, y luego otro, antes de tomar su espada, y apoyarla varios segundos en el abdomen del humano, y clavarle al suelo.
Sus alaridos fueron desgarradores, y el espadachín se levantó dejando allí su espada, para sentarse un par de pasos más alejado, observando morir poco a poco al maldito estúpido.
Aún transcurrió un tiempo hasta escuchar voces llamándole, apelando a su raza. Abrió los ojos, sorprendido de haberse quedado dormido. Retiró su espada del cadáver, y miró desde abajo a los tres humanos precedidos por Bryden, que anonadados, miraban la dantesca escena que tenían ante sí.
-Buscaban cazar, y no estaban preparados- resumió el Elfo, cansado, con un tono irritado tras cuanto había sufrido.
-Esto traerá problemas- aseguró el terrateniente- Si quieres irte ahora, no te lo reprocharé. Está claro que éstos tres nos siguieron para matarte. Armados y tan lejos del pueblo- torció el gesto- Pero los nuestros querrán justicia. Sus padres y familias. Si te vas, no te perseguiremos, pero si quieres continuar con nosotros y acabar esto, debes prometerme que regresarás a Manzanal para un juicio.
Nousis echó una larga carcajada.
-¿Juzgarme vosotros? ¡Ellos quisieron matarme, tú mismo lo acabas de reconocer!
-Y es fácil que seas absuelto. Yo mismo testificaré a tu favor. Conseguir la ayuda del señor feudal también contribuirá a que te vean con buenos ojos.
¿Juzgarle a él? ¿HUMANOS? Jamás. Les había ayudado más de lo que merecían. ¿No le querían con ellos? ¡Perfecto! Se las apañaría por su cuenta. El bosque no era suyo. Y él vería esa reunión.
-Nadie va a opinar sobre si esta escoria trató o no de matarme- apuntó con una tremenda seguridad- Y menos sabiendo yo la verdad. Id a rogar a vuestro señor, vamos. Yo dije que acabaría con éste problema, me aseguraré de ello. ¿Queréis impedirme que os siga? Bien, luchemos- y se colocó en guardia. Su aspecto era lamentable, con rastros se sangre por todos lados, el costado dolorido y un evidente cansancio.
-Haz lo que quieras- musitó Brayden, decepcionado- Nosotros continuaremos. Ya casi hemos llegado.
Su oyente envainó lentamente su arma, con sus grises ojos puestos en la espada del humano.
La sensación de victoria ya se había esfumado.
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2ª complicacion: emboscada 3 vs 1
Última edición por Nousis Indirel el Sáb 16 Mayo - 13:32, editado 1 vez
Nousis Indirel
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Observó como Brayden y los suyos le dejaban atrás, como mercancía defectuosa, herido y hecho una auténtica pena. Les permitió el tiempo suficiente para estar seguro de que aún podría seguirles el rastro y avanzó, caminando de forma paralela a la ruta de los humanos, acercándose a ésta tan sólo para evitar perderles muy de vez en cuando. No obstante, el terrateniente estaba en lo correcto, y apenas dos horas más tarde, los ojos del Elfo se encontraron con una estructura que sólo podría clasificarle como propiedad de un aristócrata.
Desde los árboles, contempló una obra pétrea, en cuya parte trasera destacaba en altura una torre cuadrangular, mientras que a la derecha de la entrada, una circular de menor elevación, apenas superaba el tejado de ésta. Una puerta de madera estaba enmarcada en un arco de medio punto que medía de forma semejante a dos hombres. Las saeteras de encima se habían abierto sobre unos arcos ciegos como única decoración, y dos contrafuertes exteriores ayudaban a equilibrar el peso de la entrada. Un blasón la remataba, y Nousis pudo presuponer que era el escudo familiar del tal lord Oriv, cuyos territorios comprendían Manzanal.
Era un lugar pequeño para tratarse de una fortaleza, incapaz en apariencia de albergar a más de cincuenta guerreros como protección. Sin embargo, la altura de los muros era suficiente para que dicho medio centenar, bien pertrechados con arcos y armas cuerpo a cuerpo, pudiesen fácilmente contener a dos o tres centenares. Y eran una veintena los campesinos que gritaban en sus puertas para encontrarse con su señor. El espadachín quiso reír a causa del espantoso ridículo, pero no tuvo ganas suficientes.
Oculto entre los troncos, se dispuso a ver el encuentro, cuando dos guardias a caballo salieron de la fortaleza, dispuestos a parlamentar. Apenas podía escuchar las palabras al no desear ser visto, sólo los gestos de los campesinos y ya apostura de los jinetes indicaban que la conversación no se desarrollaba por cauces demasiado pacíficos. Varios gritos le hicieron salir de su escondrijo, y no podía dar crédito a lo que veía, cuando un aldeano disparó su arco de caza, acertando al hombre a caballo, quien cayó pesadamente a tierra.
-¡ENEMIGOS! ¡ENEMIGOS!- voceó su compañero, llegando a ser abatido del mismo modo antes de poder regresar al interior seguro del fortín. Las saetas comenzaron a volar de la parte contraria, desde los pequeños nichos ubicados encima del portón, y varios labriegos dejaron su vida como ofrenda ante las murallas de lord Oriv. Brayden no había sabido controlarlos, dedujo el Elfo. El raciocinio volvió a hacer mella en las filas campesinas, que se desbandaron por el bosque. Parecía que todo había acabado ahí, cuando unos minutos después, casi veinte guerreros con protecciones dispares abandonaron el reducto, jaleándose como lobos, dispuestos a cazar a quienes había terminado con sus compañeros.
¿Llegarían a Manzanal? Se preguntó el espadachín. No cabía duda que capturarían a varios de los aldeanos que habían huido tras sus primeras muertes. ¿Y si decidían escarmentar a la aldea? No tenía sentido pensar que no se hubiesen presentado e indicado de donde procedían, a fin de resolver sus problemas. El anciano que le había contado los problemas del pueblo amablemente, la mujer, que había conversado con él tras su encuentro con los jóvenes, el propio Brayden, que había terciado tras su retorno a la aldea. Nousis se descubrió pensando que no le gustaría que pereciesen a manos de las tropas del aristócrata. No obstante, él no era capaz de salvarlos. No podía vencer a una veintena de hombres armados, no eran campesinos que apenas sabían manejar un arma.
Sólo podía llevar adelante su promesa de la taberna. Terminar con las muertes a manos de la extraña bestia, cabiendo dentro de lo probable que no sirviera de nada, que aun consiguiéndolo, Manzanal se hubiese convertido en un osario y nada quedase por salvar. Apretó los puños. Una acción, se dijo, no era menos importante porque nadie quedase para cantarla. Era real porque había existido. Y si todo cuanto podía hacer era cumplir lo que se había propuesto, al menos los espíritus de los difuntos sabrían que había mantenido su palabra.
Esperó un largo rato, hasta asegurarse que nadie más saldría a la caza desde el interior, mientras algunos miembros de la guardia recogían a los muertos. Miró a todos lados, asumiendo que los aldeanos ya se habrían alejado lo suficiente como para que nadie pudiese creer que tuviese nada que ver con ellos, antes de dirigirse a la entrada. El portón se no había cerrado, y dos centinelas, si podían recibir tal apelativo, lo custodiaban. No se advertía enseña alguna, ni sus armas o armaduras resultaban estandarizadas. Acostumbrado a ciertos ambientes, Nousis notaba que exhibían toda la catadura de meros mercenarios.
-¡ALTO!- ordenó uno de ellos- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
El Elfo se colocó el cabello tras las orejas, para indicar claramente que nada tenía que ver con quienes habían atacado a sus compañeros de armas. Los humanos le miraron extrañados.
-Sólo un viajero necesitado de descanso, si vuestro señor tiene a bien atenderme.
Ambos intercambiaron una mirada y una sonrisa.
-Acabamos de tener algunos problemas, pero entra y pregunta por Arneis, es la servidora privada del señor. Puede que te permita cenar con él- aseguraron, franqueándole la entrada.
El espadachín alzó una ceja, curioso ante una repuesta tan afirmativa a un recurso tan simple. Era posible que la desgracia de los pueblerinos le hubiese venido bien. Se encogió de hombros, echando un vistazo a su arma, que ahora servía de poco. No podía investigar un fortín a punta de espada, se dijo, mirando alrededor. Apenas llegaba a contar una pareja de hombres apostados en las saeteras, tres en el pequeño patio y los dos de guardia. La mayoría sin duda estaban dedicados a asesinar a los habitantes de Manzanal entre los árboles, pensó, y su ánimo se ensombreció.
En el interior, apenas le dirigieron una mirada demasiado escrutadora. Nousis no podía evitar la sensación de que los guerreros se encontraban fuera de lugar. Había visto numerosos enclaves militares humanos, y sabía que apreciaban un cierto igualitarismo que rendía honor a su comandante. Las tropas no estaban compuestas de gentes que parecían haber obtenido cada cual sus propias armas y protecciones. ¿Es que aquel noble sólo se rodeaba de mercenarios?
Una joven encapuchada se presentó como Arneis, y sin mayor ceremonia, le precedió hasta el gran salón de la fortaleza. Aquí y allá, el Elfo sintió el brutal olor de la muerte, como una pestilencia que llenaba cada pasillo y le provocaba unas náuseas difícilmente reprimibles. Su acompañante, en cambio, parecía completamente ajena al tremendo hedor.
Justo antes de entrar, ella se disculpó, y le dejó solo. Ningún guardia custodiaba la puerta, ni siquiera estaba cerrada. Inseguro, Nousis avanzó, lo necesario para encontrarse una larga mesa de banquetes. Y una mano cubrió su boca, cuando asombrado y horrorizado, vio una figura de aspecto humanoide en toda su extensión asada en una enorme bandeja. Un solo comensal, de largo y lacio cabello rubio, cuyas orejas mostraban a alguien de la misma especie que el espadachín, tomaba porciones, tajadas directamente de la fuente. El recién llegado se sintió indispuesto, sin dejar de observar al elfo que presidía la mesa. Dos mercenarios a ambos lados de la sala vigilaban todos sus movimientos.
-Uno de los míos- sonrió el caníbal, cuando tuvo al extranjero a unos diez pasos de él- ¿Qué te trae a un lugar así?
-Descanso- contestó lacónicamente- ¿Eres el señor del territorio? - la idea se antojaba peregrina.
-Todo es de alguien hasta que deja de serlo- explicó, sin dejar de masticar- Es un buen lugar. ¿Buscas trabajo? – quiso saber señalando la espada élfica. Nou negó. Las piezas habían encajado, y se encontraba en el peor movimiento posible. El lord humano y su guardia habían sido asesinados, conectó, probablemente en aquel campamento. Y el elfo y sus mercenarios habían tomado el fortín, convirtiéndolo en el centro de sus correrías. Ninguna aldea de los alrededores estaría a salvo. Las someterían a tributo, engrosarían sus filas.
¿Y qué? Inquirió la parte de su mente más dada a la oscuridad. Trata de salvar la vida. Los campesinos siempre viven penurias.
-Deberías tener cuidado- y la mirada de su anfitrión tornó en cierto interés- He pasado por varios pueblos. Hay una bestia que ataca por los alrededores.
-No- negó él- Has pasado por un solo pueblo. Y sus habitantes están siendo masacrados en estos momentos. ¿Eso te ha traído aquí? ¿También quieres pedirme ayuda, como ellos intentaron? - una carcajada retumbó en cada pared.
-No me interesan nada esos humanos. Sentía curiosidad por el monstruo. He leído mucho en nuestra larga vida. - mintió.
Su oyente pareció apreciar el discurso, no obstante, su sonrisa de desprecio mostraba que no creía una sola palabra. Jugaba con él, eso era todo, y el espadachín lo sabía.
-Los humanos son alimento, algo más nutritivo que las ratas. En Sandorái no lo entendieron. Tal vez tú no lo entiendas. Y sin esa comprensión, no puedo dejarte salir con vida. Podrías hacer que nos matasen- sonrió.
Una gota de sudor recorrió la espalda del Elfo. Su mente estaba torturada al hallar tal grado de maldad en un miembro de su raza. Contravenía todos los deseos de Anar e Isil, todos los principios por los que él se regía. Los humanos eran inferiores sí, pero no una raza a extinguir. Y ese Elfo estaba llegando al nivel de brujos o vampiros. Ya no era solo ocuparse del problema de los aldeanos. Estaba ofendiendo a toda su especie, y debía morir.
Casi tuvo que contener una carcajada. No tenía la menor opción de asesinarlo y salir con vida.
-Come conmigo- le invitó- mata conmigo aquellos a quienes capturemos. Trabaja para mí, y continuarás con vida- tiró un trozo de carne al aire y lo cogió con los dientes- o muere. A mí me sirven ambas opciones.
Nou miró al suelo, a ambos guardias, y a la puerta. Aún llegando el patio, podrían cerrar el portón, podría acertarle una saeta. Demasiadas cosas pasaron por su mente, antes de llegar a decidirse.
Miró al líder de los mercenarios.
Y respondió.
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3ª Complicación: El Elfo sanguinario tiene a Nou totalmente en sus manos.
Nousis Indirel
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-Los Humanos distan de nosotros como la tierra al cielo- apuntó el Elfo, tratando de soslayar la vomitiva invitación del loco carnicero que se había apoderado de la fortaleza. Aparentando la mayor seguridad posible, colocó las manos sobre la mesa donde éste comía, y los mercenarios dieron dos pasos hacia él, listos para hacerles pedazos. Sólo un gesto de su líder los detuvo, y envainaron, sin quitarle el ojo al extraño- Pero estoy dispuesto a matar contigo. Hoy mismo he terminado con tres humanos, y demasiado rápido para mi gusto- sus ojos grises destilaron auténtico odio al recordar la emboscada, y miró a un lado, antes de encontrarse con la mirada del caníbal. Era dura, acostumbrada a dilucidar la lealtad de espadas vendidas muy volubles al oro, y, sin embargo, poseía un punto divertido, como si desease echarse a reír y el mundo fuera su broma particular.
-Algo es algo supongo- asumió el líder mercenario, tirando un nuevo trozo de hombre al aire y tomándolo con los dientes- Dale tu espada a uno de los míos. Dormirás en la mazmorra, y mañana saldremos a cazar humanos- la sonrisa que cruzó su rostro fue un escaparate de un desmesurado sadismo, y Nousis rezó mentalmente a todo el panteón élfico para borrar una existencia tan profana que perjudicaba a todo hijo de Sandorai. Era un estigma de un mal que apenas reconocía.
-La confianza hay que ganársela- admitió, y desenvainó, conteniendo el impulso de saltar sobre su compañero de raza y abrirle el cráneo, antes de que los suyos le quitasen a él la vida a base de traspasar su cuerpo a espada, lanza y hacha. No era el final que esperaba, y cesó su vacilación con el sonido del metal sobre la madera.
-Exacto- le señaló, aparentemente agradecido de ser comprendido tan fácilmente. El atardecer ya había dominado el cielo, y el espadachín acusaba el cansancio de las últimas jornadas. La excitación del combate, el nerviosismo que no mostraba, las heridas recibidas, la desesperación de no ser capaz de idear plan alguno en esos momentos que pudiese acercarle a cumplir lo que le había llevado allí condujeron a sus siguientes palabras.
-Necesito descansar.
-Por supuesto- asintió el mercenario, clavando el cuchillo en plena espalda del humano asado y dejándolo allí. Chasqueó los dedos y uno de sus guardias se acercó a Nousis. Parecía un simple hombre, y al Elfo le sorprendió su falta de expresividad al ver a su señor comerse a uno de los suyos. Dos hachas al cinto, y mirada peligrosa. Su experiencia en años de lances era palpable, así como una mirada que gritaba que falta de creencia en algo más que el oro y un pesimismo que facilitaba cualquier derramamiento de sangre- Lleva a nuestro invitado a las mazmorras y enciérralo allí. Mañana volveremos a conversar- aseguró.
Ahora estaba solo, desarmado, y con su vida merced al capricho de un demente. Era una sensación terrible, angustiosa, y sólo una vez, en todos sus años de viajes, la había experimentado. ¿Y si cambiaba de idea y lo mandaba asesinar? Trató de tragar y fue incapaz, y un parco gesto de asentimiento fue cuanto logró dirigir al líder mercenario. Repasó lo que le había llevado a ese punto. Pensó en varias personas, en varios proyectos, sin que el frío del temor decidiese abandonarle. Sólo cuando se echó en el jergón de paja, observando como la llave de hierro le enclaustraba sin posibilidad alguna de huir, entendió en su totalidad la clara posibilidad de que sus días terminasen pronto, y ese lugar. Y el escalofrío fue mucho más intenso.
(…)
Despertó a causa del frío de la mañana, y a lo largo de casi dos horas, escuchó el leve ajetreo de los guerreros de la fortaleza. Escaso, sin duda, para lo que debían ser los sonidos de una treintena o cuarentena de hombres de armas recorriendo el fortín. Sólo dos órdenes llegaron hasta él, que frío y hambriento, esperaba sentado con las piernas cruzadas, mirando con precario optimismo la luz del sol que entraba por la pequeñísima ventana. Todo parecía menos malo al mediodía de un día despejado. Su situación por otra parte continuaba sin variación, todo fiado a los cambios de opinión del líder mercenario.
El mismo guardia de las dos hachas que servía como guardaespaldas abrió su celda sin una palabra, y el Elfo no trató siquiera de conversar. No había probado bocado, y se sentía desnudo sin su espada. Siguió al salón al mercenario, donde el nuevo dueño del lugar se iba colocando una armadura de factura humana, una cota de malla con protección en los hombros, con anexos que cubrían sus antebrazos. Nousis observó la prenda con cierta aprobación, y éste le sonrió con no poca sorna.
-Vendrás conmigo, no te perderé de vista, no vayas a lastimarte- el mayor de ambos frunció el ceño, mirándole de frente de una forma bastante adusta.
-Con una espada en las manos es más sencillo que no me ocurra nada- señaló, imitando un poco el tono de su interlocutor. La sonrisa del líder mercenario se acentuó.
-Tal vez- concedió- Pero eso no va a ocurrir. No todavía- y terminó de colocarse los guantes herrados, saliendo junto a sus guardianes del gran salón rumbo al patio. A su prisionero no le quedó otro remedio que seguirles, hasta mirar el cielo por pura inercia.
Fue un sonido que detuvo a las cuatro personas de la misma manera que a quienes guarecían el portón y las saeteras. Siete mercenarios y el Elfo eran lo único que éste localizó tras una rápida inspección. ¿No había retornado aún los demás? Su ceño se contrajo aún más. Manzanal debía de ser un triste cementerio desde la noche anterior. Se acarició la frente. Un nuevo fracaso que añadir a sus viajes. No había sido culpa suya, lo más probable era que los campesinos hubiesen acudido del mismo modo, se repitió… antes de que el cuerno resonase una segunda vez.
Algo no marchaba según lo previsto.
-¡¡ENEMIGOS!!- Gritó uno de los centinelas con auténtico pánico en la voz, y Nousis experimentó una extraña mezcla de temor e incomprensión. El caníbal fue quien dio voz a sus preguntas internas.
-¿¡DONDE DEMONIOS ESTÁN LOS NUESTROS!? ¡¡¿QUIENES SON?!!
-¡SE ACERCAN! ¡UNOS CINCUENTA CAMPESINOS!
¿Campesinos? La incredulidad del Elfo no encontró límites. ¿Habían vencido a los mercenarios? ¿Cómo? ¿De qué manera habían logrado aumentar su número? No acertaba a imaginar nada que pudiese contestar a sus preguntas, e intercambió una mirada con el otro representante de su especie. Desconfianza. Peligro. Ninguno parecía saber qué hacer ahora.
Solo que uno llevaba años dirigiendo a sus propios hombres.
-Vamos a hablar con ellos- anunció- devolvedle su espada.
Nousis creyó no haber escuchado bien, y sólo cuando dio dos pasos en dirección a las rejas de madera que componían el portón comprendió la malicia del mercenario. Armado, a su lado y a la vista del campesinado. Era imposible que no pensasen que se habían unido a ellos… o que siempre había formado parte de sus filas. No tenía otra alternativa que combatir con los que habían perpetrado ya sin duda, los crímenes de Manzanal. Aún no entendía las marcas de la supuesta bestia, y no obstante, tal idea quedó en un segundo plano. En la celda podría haber muerto. Ahora volvía a estar con el agua al cuello. Y en el bando equivocado.
La mirada de decepción que pudo constatar en los ojos de Brayden cuando encabezó la comitiva humana, hasta queda a dos pasos del portón, consiguió de Nousis un reflejo de culpa que martilleó su interior. Sacudió la cabeza, desembarazándose de tal odiosa sensación. Tenía que sobrevivir por los suyos. Y aún debía cumplir lo que se había propuesto. Sus prioridades estaban claras.
-¿Qué os trae a mi fortaleza?- preguntó educadamente el Elfo. Brayden tardó en apartar la vista de Nou, quien no emitió sonido alguno.
-Entregadla, y podréis salir con vida- concedió- habéis asesinado a lord Oriv, su familia y su guardia. Si os marcháis ahora, desarmados, os perdonaremos la vida.
El señor del lugar pareció pensar unos segundos, y habló, evadiendo la respuesta.
-¿Cómo habéis llegado a este número? ¿Qué ha sido de mis hombres? - su tono era extremadamente calmado, y al espadachín le recordó al movimiento de una serpiente antes de atacar.
-Nuestros problemas ya habían llegado a las otras dos aldeas de lord Oriv, y conocemos estos bosques mucho mejor que tus mercenarios- escupió- Hemos perdido a muchos, pero los tuyos están muertos, pasto de lobos. Y ahora sabemos que tú eres el causante de todo, maldito demonio.
Nou no pudo sino maravillarse del giro de los acontecimientos. Le alegraba que la aldea no hubiese sufrido demasiado daño, y la sensación de culpa se disipó. Podía soportar el desprecio del humano, sería polvo con el tiempo. Todo se resumía en la última jugada: salir con vida. Y abrir la boca, informarles de que solo eran siete, era sentencia de muerte.
-Deberías aceptar- fueron las dos únicas palabras que se atrevió a pronunciar, de forma clara. Los mercenarios se volvieron a él, y su comandante se pasó una mano por el rostro, perdiendo la sonrisa.
-Desarmados, o muertos- aseguró Brayden- ¿qué decidís?
Él no respondió, limitándose a estirar el cuello ayudado de una mano, como si todo le aburriese soberanamente.
-Tratad de escalar los muros- se encogió de hombros- Y no quedará uno con vida.
-Sea- aceptó Brayden. La suerte estaba echada.
(…)
“Puedes morir luchando o morir cuando tomen la fortaleza” le había dicho el elfo a cargo de esta. “Para ellos eres uno de nosotros, y no eres humano, no serás perdonado”
El costado aún palpitaba, y Nousis no podía ver qué podría ocurrir más allá de las próximas horas. En sus condiciones, no tenía oportunidad contra cuatro campesinos ávidos de sangre. Tres casi le habían enviado con sus dioses.
Apoyó la espalda contra una de las paredes del patio, observando como los mercenarios se armaban hasta los dientes con todo lo que contenía la armería del fortín. Resultaba un espectáculo impresionante sí. Mas los números no engañaban. Siete contra cincuenta. Si los labriegos sorteaban los muros, habría vencido. Y pese a ello, la experiencia de unos y…
Su pensamiento fue desvanecido por el bullicio que se desató fuera, cuando todos los aldeanos se pusieron a gritar, primero sin ningún tipo de orden ni concierto, y poco después, de forma acompasada. El Elfo caminó hasta el centro del patio, y no dio crédito en un primer momento, hasta que el golpe del gran tronco debastado contra el portón y los primeros disparos de saetas casi coincidieron en el tiempo. Ese fue el fin de la serenidad de los mercenarios, y uno de ellos miró a todos lados como una presa acorralada, y corrió, antes de que su cabecilla le cortase el paso. Una idea iluminó la mente del forastero, y realizando un pequeño semicírculo, se colocó detrás del desertor. Y cuando éste atacó a su antiguo comandante, el espadachín le cortó, inmisericorde, la parte posterior de la pierna derecha.
Aullando de dolor, cayó a tierra, siendo rematado por el Elfo restante, quien miró con curiosidad a Nousis, a todas luces buscando interpretar su comportamiento. Ninguno dijo otra palabra, cuando el tronco golpeó por tercera vez el portón.
-¡SIETE ACIERTOS!-gritó uno de los arqueros mercenarios, jubiloso, sin dejar de disparar ni él ni su compañero. Serían sus últimas palabras, cuando una flecha afortunada le acertó en pleno rostro, retumbando su cuerpo herrado contra el suelo.
-¿No hay otra salida?- preguntó el Elfo herido. El cuarto golpe tronó, y el mandato de su señor fue cumplido rápidamente por uno de los tres hombres de armas que permanecían en el patio. Un cuarto había tomado el arco del fallecido, y subido a tratar de contener a las huestes de pueblerinos. Negó con la cabeza, después de volver raudo, en el lapso temporal que llevó hasta el golpe número doce. El enrejado de madera era resistente, pero ya empezaba a mostrar los primeros visos de rotura. Los aullidos de los campesinos muertos por las flechas, sin armadura y con poca organización, no disuadían a los suyos, y Nousis admiró el valor que mostraban. No era algo habitual.
-La poterna de escape está vigilada. Conocen el sitio- Respondió. No había ya ni rastro de su sonrisa.
-¿Y la bestia?- inquirió el hijo de Sandorai- Tras todo lo que ha ocurrido, y está ocurriendo, está claro que los campesinos os culpan de los asesinatos. Soltarla ahora podría aniquilarlos.
Una carcajada impropia de la situación escapó de la garganta del sanguinario Elfo. Chasqueó los dedos, y del interior de una de las edificaciones, apareció la muchacha que Nou había olvidado por completo.
-Ésta es tu supuesta ventaja. Mi maestra torturadora- la fémina no mostró expresión alguna- He conocido a pocos capaces de crear cortes tan precisos, es una auténtica artista, aunque de nada nos sirve ahora- Ella agachó la cabeza y se retiró de nuevo- Podríamos habernos hecho ricos “protegiendo” a las aldeas. Una lástima… no todos los planes salen bien.
La mirada gris del espadachín amenazaba tormenta. Todo era un juego para ellos, sangre por oro. El tronco golpeó por decimotercera vez y los goznes chirriaron.
-¿Cuántos?- Le gritó el comandante a los arqueros.
-¡UNOS VEINTE!
-¡ES COMO ACERTAR A UN ÁRBOL EN UN BOSQUE, CASI NO ES POSIBLE FALLAR!- Rio el otro.
Y la puerta cedió. Una treinta de campesinos furiosos irrumpieron atronadores contra los cuatro mercenarios que protegían el último reducto.
-Mátalo- ordenó a uno de los suyos, y casi antes de poder reaccionar, Nousis sintió un filo cortando su cara en un lateral tres dedos por encima del ojo. Se apartó con rapidez, ciego de éste a causa de la sangre, retrocediendo varios pasos con la espada desenvainada. Su atacante ya no pudo prestarle más atención, espalda contra espalda con sus tres compañeros ante una marea de labriegos. Las saetas continuaban silbando desde el parapeto, produciendo estragos, hasta que una decena se separó del grupo buscando tomar la parte elevada. Varios rodaron escaleras abajo con la punta de las flechas en las entrañas, pero otros, más por determinación que por habilidad, tiraron abajo a los arqueros, quieren murieron con el cráneo aplastado, sin que el Elfo pudiese pensar nada más que resultaba perversamente merecido.
Realizó un rápido recuento. Eran dieciséis. Sólo restaban dieciséis campesinos contra tres mercenarios. Uno de ellos había recibido un hachazo en el cuello y ahora permanecía cadáver, sin que a nadie pareciese importarle lo más mínimo. Todo era violencia.
Durante un instante, todos permanecieron quietos, evaluándose. Brayden se acercó a Nousis, con el cansancio y el miedo aún pintados en la mirada. Sus seguidores rodeaban a sus enemigos. Había sido demasiado, y no había terminado. No podía terminar.
-Han querido matarte- dijo, en un tono neutro, sin alarde alguno. Sin duda, debía de haberlo visto al entrar tras traspasar la puerta.
-He sobrevivido como he podido- el humano asintió despacio.
-¿Estás con ellos?- el elfo negó con la cabeza, lentamente.
-Entrar aquí fue una estupidez. Pensé que todos moriríais. Hice una promesa en la taberna, o yo lo consideré como tal.
El terrateniente contempló su estado lastimero. El extranjero se dolía del costado y la cabeza. Rastros de sangre por casi toda su vestimenta, y el cabello desmadejado. Parecía molestarle cada rincón de su cuerpo, fruto de la falta de alimento y del sueño en la celda.
Un nuevo golpe y la lucha retomó toda su intensidad. Ambos prestaron atención la pugna, corta y extremadamente llena de odio. Los mercenarios no podían ya detener los golpes que llovían como granizo. Y cayeron. Hasta que Nousis gritó a pleno pulmón, cuando sólo el líder elfo permanecía con una rodilla y un puño en tierra.
-¿Pretendes salvarle la vida?- inquirió estupefacto Brayden. Pero el espadachín se acercó y señaló al caudillo con su espada, delante de los labriegos que habían tomado el fortín.
-No hay bestia alguna- explicó, cansando- Ningún terror en el bosque. Él no sólo mató a vuestro señor y a su guardia. También se encargó de aterraros , y crear confusión por medio de cadáveres profanados para sacar rédito de la protección. ¿Y queréis matarle así, sin más? Demasiado rápido- escupió.
-Es uno de los tuyos- adujo alguien. Y el elfo negó, con los ojos relampagueándole de puro odio.
-¡NO! ¡ALGUIEN COMO ÉL NO PERTENECE A MI RAZA! ¡NO SOMOS ASÍ!- los sentimientos de ira se agolpaban en su pecho. El temor de que un ser tan perverso extendiese el pensamiento entre las gentes más sencillas de que su especie estaba tan lejos de los dioses. El hecho de bajar del pedestal, de considerarse falibles ante simples humanos. Era insoportable.
-Debe morir como una bestia, dado que fue incapaz de vivir como un Elfo.
Y cayó al suelo, vencido por el cansancio.
(…)
El cuerpo del líder mercenario fue quemado en una hoguera en medio de la plaza del fortín. Los aldeanos habían partido, salvo Brayden y dos de sus amigos, que pertenecían a Manzanal. Nousis recuperó el conocimiento, y contemplaron las llamas, arrugando la nariz ante el olor de la carne quemada. No sintió ninguna compasión.
-¿Qué harás ahora?- quiso saber el terrateniente.
-No lo sé- admitió el Elfo. Sin embargo, un rostro femenino se fue tallando a cincel en sus pensamientos y sonrió tristemente- Tal vez debería ir a buscar a alguien.
-¿Te esperan?- sonrió el humano comprensivo.
-No… -y para sorpresa del espadachín, Brayden le puso una mano en el hombro.
-Entonces es el momento perfecto para despedirnos. Buena suerte, elfo. Has hecho el bien aquí.
-Él será más recordado- señaló la hoguera, decepcionado. Un Elfo que había traído tanto caos y muerte.
-Toda raza tiene sus villanos. Es irremediable. No cargues con el peso del mundo- aconsejó, antes de levantarse. El forastero hizo lo propio.
-Nousis.
-¿Cómo dices?- se extrañó el labriego.
-Me llamo Nousis.
El humano sonrió. Y dando media vuelta, se dirigió al destrozado portón, rumbo a su aldea. El Elfo permaneció un momento quieto, mirando su espalda sin ver nada en realidad. Arneis, la torturadora, había desaparecido. Y sospechaba que el viejo Elías había tenido algún tipo de relación con cuanto había ocurrido.
Sin embargo, Brayden tenía razón en una cosa. Tenía demasiado de lo que ocuparse.
Nousis Indirel
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