Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
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Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Después de horas caminando por la escarpada cordillera, por fin había encontrado el sitio idóneo para sus ejercicios. Sin verguenza alguna, arrastraba a la pobre Amy, que a pesar de querer quedarse en el pequeño poblado ganadero situado en el faldón de la montaña, recibió negativas abruptas y tuvo que seguir la senda. Odiaba la mayoría de esos pueblos, ver a los animales apilados sabiendo el destino que les aguardaba, le revolvía las entrañas.
Pero fuera de eso, donde se encontraban ahora era un lugar de ensueño, con una pequeña cascada que escupía agua recién salida del manantial y que terminaba en una pequeña poza, donde se depositaba antes de seguir su camino hacia el río.
Axel se colocó en una piedra a un lado de la cascada y comenzó a hacer sus ejercicios de respiración, preparándose para la que se le venía encima. Cuando por fin acumuló el valor suficiente y estuvo preparado, se colocó bajo el salto de agua. Su sangre de licántropo chocaba con el helado torrente que caía ahora sobre él. Realizaba este ejercicio desde que era un cachorro, pero nunca había conseguido acostumbrarse a ese duro primer golpe. Aún no estaba muy seguro por qué seguía haciéndolo, quizás porque fue una de las enseñanzas de su madre y le hacían sentirse cercano a ella, quizás porque le había mantenido más sano que un roble durante todos estos años, quien sabe.
Cuando por fin aclimató su cuerpo, se sentó sobre el saliente y aún dejando que el agua corriese sobre él, se sentó en la posición del loto con las piernas cruzadas. Su respiración volvió a la normalidad y comenzó a concentrarse en todo lo que le rodeaba. El sonido de la fauna local empezaba a dividirse, podía distinguir de donde y de quien provenía cada cántico. El agua rompiendo contra las rocas, para después zambullirse en el fondo de la poza, resonaba de forma casi hipnótica que ayudaba a entrar en ese estado de trance.
Que más se podía pedir, naturaleza, sol radiante, todo parecía augurar el principio de un gran día. Estaba todo planeado, buscarían unas cuantas setas y frutos que solo crecían en la zona, para darse un buen atracón pre siesta, que al resguardo de la sombra de algún árbol, nunca estaba de más. - Esto es vida. Susurró con una gran sonrisa dibujada en su rostro, que apenas podía distinguirse bajo sus empapadas barbas.
Pero fuera de eso, donde se encontraban ahora era un lugar de ensueño, con una pequeña cascada que escupía agua recién salida del manantial y que terminaba en una pequeña poza, donde se depositaba antes de seguir su camino hacia el río.
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Axel se colocó en una piedra a un lado de la cascada y comenzó a hacer sus ejercicios de respiración, preparándose para la que se le venía encima. Cuando por fin acumuló el valor suficiente y estuvo preparado, se colocó bajo el salto de agua. Su sangre de licántropo chocaba con el helado torrente que caía ahora sobre él. Realizaba este ejercicio desde que era un cachorro, pero nunca había conseguido acostumbrarse a ese duro primer golpe. Aún no estaba muy seguro por qué seguía haciéndolo, quizás porque fue una de las enseñanzas de su madre y le hacían sentirse cercano a ella, quizás porque le había mantenido más sano que un roble durante todos estos años, quien sabe.
Cuando por fin aclimató su cuerpo, se sentó sobre el saliente y aún dejando que el agua corriese sobre él, se sentó en la posición del loto con las piernas cruzadas. Su respiración volvió a la normalidad y comenzó a concentrarse en todo lo que le rodeaba. El sonido de la fauna local empezaba a dividirse, podía distinguir de donde y de quien provenía cada cántico. El agua rompiendo contra las rocas, para después zambullirse en el fondo de la poza, resonaba de forma casi hipnótica que ayudaba a entrar en ese estado de trance.
Que más se podía pedir, naturaleza, sol radiante, todo parecía augurar el principio de un gran día. Estaba todo planeado, buscarían unas cuantas setas y frutos que solo crecían en la zona, para darse un buen atracón pre siesta, que al resguardo de la sombra de algún árbol, nunca estaba de más. - Esto es vida. Susurró con una gran sonrisa dibujada en su rostro, que apenas podía distinguirse bajo sus empapadas barbas.
Axel Svensson
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
El viento fresco de montaña era digno de respirar, aunque no tan digno como el hombre orgulloso y descreído, el cual les había dado indicaciones para perderse lejos de sus huertos y cultivos. Por alguna razón, cada quisque en aquella recóndita zona de Aerandir era muy receloso con los excursionistas y trotamundos que se encontraban de paso.
O a lo mejor tenía algo que ver con las noticias que circulaban de avistamientos de vándalos desalmados, que iban quemando campos a su paso. El grupo de aventureros no sabía cuál era el problema de Arvid con los ajos, sin embargo, habían descubierto que el “vampiro” y el fuego no hacían buena combinación, y menos si lo dejaban campar a sus anchas sin tenerlo vigilado. Acordaron separarse por el momento, dejando que Ava, la chica pez, se encargase de mantener a Arvid a raya hasta que se calmasen un poco las cosas y los rumores que corrían como el éter se quedasen tan sólo en eso, rumores.
Por esa misma razón, decidieron no quedarse mucho tiempo disfrutando de la campiña peninsular. Un duro golpe para Amy, quien había descubierto que los pueblos donde el número de animales superaba con creces al de habitantes existían. Enfurruñada, tuvo que emprender la marcha, quedándose con todas las ganas del mundo de montar en el animal más noble y con mayor porte que jamás había conocido: el borrico. En concreto, uno sin cola y orejas enormes de la última aldea que habían visitado. Así paso la bio-cibernética la mayor parte del trayecto, pensando en su amor platónico y bebiendo leche de burra de una bota de piel que, muy amablemente, les habían ofrecido antes de marchar del pueblo.
Cuando ya anduvieron bastante más, de paseo por la sierra, llegó la hora de recobrar fuerzas, y para eso Axel era un experto. Había encontrado un remanso de paz y tranquilidad cuya descripción habría encajado perfectamente en cualquier cuento de hadas: Una cascada de agua brillante, perdida en las montañas.
Amy se sentó sin hacer mucho ruido cerca de donde precipitaba el agua hasta la alberca natural. Rara vez se quejaba, y aunque no le dolía brazos y piernas por el cansancio, las juntas entre carne y metal siempre acababan quemándola tras una larga caminata. Falta de mantenimiento, probablemente. No obstante, ya se había acostumbrado. Con la cabeza hundida casi en las rodillas, observaba con curiosidad a Axel realizar aquellos extraños movimientos y gestos con el abdomen. Le había visto absorto en esa especie de ritual infinidad de ocasiones, pero nunca se había preguntado cual era la finalidad. A la muchacha de metal le parecía un poco tonto, la verdad. Quizás era el momento de salir de dudas.
- Hola. Se había acercado hasta casi estar pegada al joven abuelete, con las manos inocentemente detrás de la espalda. El agua la salpicaba con suavidad en la ropa, y el sonido de la catarata en miniatura era armonía en estado puro y salvaje. ¿Por qué duermes sentado? Llegó la primera pregunta, sin embargo su compañero parecía perdido en un mar de gozo, muy lejos de allí. ¿No es más cómodo tumbado? Y sin agua. Amy bajó la vista hasta el suelo pedregoso y húmedo sobre el que Axel reposaba. Y sin piedras. No lo hacía adrede, pero en aquel momento cumplía a la perfección con su rol de mosca cojonera, entrometida e irritante. No era su culpa, lo achacaba a la curiosidad.
La joven medio-robot se quedó allí plantada un buen rato, a la espera de una respuesta. Tenía la vista fija en la espesa melena y barba pajiza del hombre, ahora mojadas y chorreantes, pegadas a su piel. También reparó en la corona de madera que adornaba su cabeza, la cual pensó que lo estaría incomodando sobremanera, teniendo en cuenta el torrente incesante de agua que le golpeaba desde las alturas. Amy alargó uno de sus brazos metálicos y le quitó a Axel la susodicha corona, examinándola ahora de cerca y con más atención. “Es bonita”, concluyó mentalmente, satisfecha con su evaluación.
O a lo mejor tenía algo que ver con las noticias que circulaban de avistamientos de vándalos desalmados, que iban quemando campos a su paso. El grupo de aventureros no sabía cuál era el problema de Arvid con los ajos, sin embargo, habían descubierto que el “vampiro” y el fuego no hacían buena combinación, y menos si lo dejaban campar a sus anchas sin tenerlo vigilado. Acordaron separarse por el momento, dejando que Ava, la chica pez, se encargase de mantener a Arvid a raya hasta que se calmasen un poco las cosas y los rumores que corrían como el éter se quedasen tan sólo en eso, rumores.
Por esa misma razón, decidieron no quedarse mucho tiempo disfrutando de la campiña peninsular. Un duro golpe para Amy, quien había descubierto que los pueblos donde el número de animales superaba con creces al de habitantes existían. Enfurruñada, tuvo que emprender la marcha, quedándose con todas las ganas del mundo de montar en el animal más noble y con mayor porte que jamás había conocido: el borrico. En concreto, uno sin cola y orejas enormes de la última aldea que habían visitado. Así paso la bio-cibernética la mayor parte del trayecto, pensando en su amor platónico y bebiendo leche de burra de una bota de piel que, muy amablemente, les habían ofrecido antes de marchar del pueblo.
Cuando ya anduvieron bastante más, de paseo por la sierra, llegó la hora de recobrar fuerzas, y para eso Axel era un experto. Había encontrado un remanso de paz y tranquilidad cuya descripción habría encajado perfectamente en cualquier cuento de hadas: Una cascada de agua brillante, perdida en las montañas.
Amy se sentó sin hacer mucho ruido cerca de donde precipitaba el agua hasta la alberca natural. Rara vez se quejaba, y aunque no le dolía brazos y piernas por el cansancio, las juntas entre carne y metal siempre acababan quemándola tras una larga caminata. Falta de mantenimiento, probablemente. No obstante, ya se había acostumbrado. Con la cabeza hundida casi en las rodillas, observaba con curiosidad a Axel realizar aquellos extraños movimientos y gestos con el abdomen. Le había visto absorto en esa especie de ritual infinidad de ocasiones, pero nunca se había preguntado cual era la finalidad. A la muchacha de metal le parecía un poco tonto, la verdad. Quizás era el momento de salir de dudas.
- Hola. Se había acercado hasta casi estar pegada al joven abuelete, con las manos inocentemente detrás de la espalda. El agua la salpicaba con suavidad en la ropa, y el sonido de la catarata en miniatura era armonía en estado puro y salvaje. ¿Por qué duermes sentado? Llegó la primera pregunta, sin embargo su compañero parecía perdido en un mar de gozo, muy lejos de allí. ¿No es más cómodo tumbado? Y sin agua. Amy bajó la vista hasta el suelo pedregoso y húmedo sobre el que Axel reposaba. Y sin piedras. No lo hacía adrede, pero en aquel momento cumplía a la perfección con su rol de mosca cojonera, entrometida e irritante. No era su culpa, lo achacaba a la curiosidad.
La joven medio-robot se quedó allí plantada un buen rato, a la espera de una respuesta. Tenía la vista fija en la espesa melena y barba pajiza del hombre, ahora mojadas y chorreantes, pegadas a su piel. También reparó en la corona de madera que adornaba su cabeza, la cual pensó que lo estaría incomodando sobremanera, teniendo en cuenta el torrente incesante de agua que le golpeaba desde las alturas. Amy alargó uno de sus brazos metálicos y le quitó a Axel la susodicha corona, examinándola ahora de cerca y con más atención. “Es bonita”, concluyó mentalmente, satisfecha con su evaluación.
Amy
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Su meditación fue interrumpida no por las molestas palabras de su compañera semi metálica, sino por el intento de hurto a mano armada de su más preciado bien. Aunque bueno, pensándolo detenidamente no había sufrido los anteriormente conocidos "¿hemos llegado ya?" de rigor a los que ya casi estaba acostumbrado. Un avance sin duda alguna. Los ojos del licántropo se abrieron de par en par y fijaron su objetivo en su corona de tarugos.
Se levantó como un resorte y con toda la delicadeza del mundo, puso su mano sobre la corona, retirándola lentamente de las garras de su captora. - A que mola. Es un regalo de alguien más molón todavía, así que devolvámosla a donde debe estar. Dijo mientras la devolvía a donde debía estar, su almendro. - Si te portas bien, quizás algún día tengas una. Pronunció mientras le guiñaba un ojo y la señalaba con los dos dedos índice. Un boomer en toda regla, tanto en lenguaje como en actuación, ni que fuera el año 1244 aerandiano.
Mientras escurría sus barbas mirando a Amy, le vinieron casi por ciencia infusa las preguntas que le había realizado la biocibernética, parecía un buen momento para una clase de meditación. La verdad es que no le vendría bien un poco de auto control a la chica... un escalofrío recorrió la espalda de Axel mientras imágenes que no quería recordar volvían a su mente. De un grácil salto, se colocó en las piedras a la vera de la cascada. - La verdad es que ni yo mismo lo sé. Musitó pensativo. - Pero me ayuda a estar más sereno y sano. Dijo mientras extendía sus brazos y subía la planta de su pie derecho hasta su rodilla izquierda, conformando así la pose del árbol, mostrando un equilibrio excelso. - Acércate. Pronunció resplandeciente, casi cubierto por un aura mística.
Esperó hasta que la joven se colocase a su costado. - Empecemos por lo básico, la respiración. Con unos suaves gestos le dio indicaciones de que repitiera lo que él hacía. - Inspira hasta llenar los pulmones. Dijo mientras su pecho se inflaba. - Aguanta todo lo que puedas y luego suéltalo hasta vaciarlos. Explicaba a la vez que dejaba escapar todo el aire que había mantenido.
Estuvieron largo y tendido practicando. Mientras tanto, Axel le daba consejos a la par que le enseñaba diferentes posturas básicas para mejorar su comunión con la naturaleza. No estaba seguro de si lo estaba haciendo bien, echando la vista atrás jamás le había enseñado a nadie todo lo que sabía. Su inigualable y fiel compañero el Señor Stwinklin fue el único que le había acompañado en casi todos sus ejercicios, él si que sería un buen profesor. El licántropo le dio dos palmaditas a la piedra que colgaba en su cinturón de hojas mientras le dedicaba una mirada cómplice, a la par que seguía concentrado en su nuevo oficio de profesor, pendiente de los movimientos de Amy.
Se levantó como un resorte y con toda la delicadeza del mundo, puso su mano sobre la corona, retirándola lentamente de las garras de su captora. - A que mola. Es un regalo de alguien más molón todavía, así que devolvámosla a donde debe estar. Dijo mientras la devolvía a donde debía estar, su almendro. - Si te portas bien, quizás algún día tengas una. Pronunció mientras le guiñaba un ojo y la señalaba con los dos dedos índice. Un boomer en toda regla, tanto en lenguaje como en actuación, ni que fuera el año 1244 aerandiano.
Mientras escurría sus barbas mirando a Amy, le vinieron casi por ciencia infusa las preguntas que le había realizado la biocibernética, parecía un buen momento para una clase de meditación. La verdad es que no le vendría bien un poco de auto control a la chica... un escalofrío recorrió la espalda de Axel mientras imágenes que no quería recordar volvían a su mente. De un grácil salto, se colocó en las piedras a la vera de la cascada. - La verdad es que ni yo mismo lo sé. Musitó pensativo. - Pero me ayuda a estar más sereno y sano. Dijo mientras extendía sus brazos y subía la planta de su pie derecho hasta su rodilla izquierda, conformando así la pose del árbol, mostrando un equilibrio excelso. - Acércate. Pronunció resplandeciente, casi cubierto por un aura mística.
Esperó hasta que la joven se colocase a su costado. - Empecemos por lo básico, la respiración. Con unos suaves gestos le dio indicaciones de que repitiera lo que él hacía. - Inspira hasta llenar los pulmones. Dijo mientras su pecho se inflaba. - Aguanta todo lo que puedas y luego suéltalo hasta vaciarlos. Explicaba a la vez que dejaba escapar todo el aire que había mantenido.
Estuvieron largo y tendido practicando. Mientras tanto, Axel le daba consejos a la par que le enseñaba diferentes posturas básicas para mejorar su comunión con la naturaleza. No estaba seguro de si lo estaba haciendo bien, echando la vista atrás jamás le había enseñado a nadie todo lo que sabía. Su inigualable y fiel compañero el Señor Stwinklin fue el único que le había acompañado en casi todos sus ejercicios, él si que sería un buen profesor. El licántropo le dio dos palmaditas a la piedra que colgaba en su cinturón de hojas mientras le dedicaba una mirada cómplice, a la par que seguía concentrado en su nuevo oficio de profesor, pendiente de los movimientos de Amy.
Axel Svensson
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Lo cierto es que Amy no se esperaba la reacción tan repentina de un catatónico e inmóvil Axel, que bien parecía fluir y ser uno con el agua. Si le hubiesen preguntado a la muchacha, hasta le habría costado dilucidar si en realidad estaba muerto o no, sentado de aquella manera tan pintoresca. Pero el arrugado y barbudo hombre despertó de su estado de sugestión, con fuerzas renovadas para reclamar lo que era suyo por (probablemente) decreto del bosque: La corona. Más bien, los pedazos de madera apagada, tiesos y entrelazados, que aspiraban a ornamento real y que ahora volvían con su legitimo dueño y a su legítima cocorota.
Amy no opuso resistencia alguna cuando la corona le fue arrebatada vilmente de entre sus dedos de metal. Todavía no estaba lista para hacer abdicar a un “rey” y menos para dar un golpe de estado sin haberlo preparado antes a conciencia. La chica se quedó estupefacta tras la explicación. Al principio le había parecido bonita, pero ahora que la veía más de cerca...
¿Quién sería tan mala persona para hacer un regalo tan cutre y horrible a alguien? Su peor enemigo quizás. O eso pensaba, a lo mejor había una historia detrás de la historia; saber popular profundamente enterrado en los recónditos recovecos de la mente de Axel. A saber. Aunque, en cierto modo, Amy tenía envidia del apego que algunas personas le tenían a las cosas mundanas. Las vivencias que los habían llevado a proteger con su vida algo tan insignificante como podía ser un colgante o un anillo. Al fin y al cabo, no eran más que pedazos de metal… Pedazos de metal. ¿Ella tenía algún recuerdo de algo que mereciera la pena proteger? ¿De alguien? Podría haberse dedicado a pensarlo todo el día y sólo habría conseguido una de dos: dolor de cabeza, o acabar de fundir su chip.
- Yo… Le costó arrancar. También quiero una. Se decidió a decir por fin, con una sonrisa en los labios. Quería una, pero la suya sería de flores. De las flores más bonitas, vistosas y coloridas que pudiera encontrar por el bosque.
Así inició también la resolución al misterio de por qué Axel dormía sentado. Esta explicación la dejó incluso más estupefacta y patidifusa que la anterior. Ni el propio Axel sabía la razón, el porqué de las cosas que hacía. La bio-cibernética no lo entendía del todo, sin embargo, sintió una especie de conexión. Se sintió identificada. Ella tampoco sabía el porqué de muchas de las cosas que hacía. ¿Era cierto entonces? ¿Sería aquel hombre entrado en años el padre que había perdido tiempo atrás? ¿Se puede perder realmente algo sin haberlo llegado a encontrar en un primer lugar? Todo esto del rollo zen y la meditación estaba dejando a la pobre Amy con más preguntas de las que tenía al empezar.
No le cuestionó mucho a Axel cuando dijo eso de que se acercase para realizar algunos ejercicios, y menos con la pose tan grandilocuente de la que hacía gala. A Amy le dio la impresión de entrever un árbol erguido, hojas mecidas al son del viento, y así como con las ramas pochadas. Si aquel hombre decía que dormir sentado le ayudaba a estar sano y sereno, ella no tenía ninguna razón para dudar de él. Así pues, la chica de metal procedió a desvestirse, quitándose la falda -quedándose en paños menores- para meterse de lleno en la poza y llegar sin dificultad hasta lo alto de los cantos rodados. De alguna forma u otra, últimamente siempre acababa con menos ropa de la debida.
Igual que una mona chita, Amy imitaba todo lo que el abuelete hacía sin rechistar. ¿Respirar? Claro. Eso sabía hacerlo, si no estaría muerta, ¡hasta ella sabía eso, bobo! Controlando la respiración, con más dificultades de las que esperaba, la muchacha biónica realizaba todo tipo de extrañas posturas y movimientos lentos. La flexibilidad no era un problema. De hecho, sorprendió bastante a Axel-sensei cuando dobló sus codos en un ángulo anatómicamente imposible para cualquier ser con un esqueleto humano.
Acabaron meditando bajo la cascada, dejando que el agua impactase contra sus coronillas, purificando sus cuerpos y llevándose los malos pensamientos con la corriente. Amy sabía que le había dicho eso de “dejar la mente en blanco”, pero no podía dejar de pensar en las flores que elegiría para su futura corona floral. ¿Cómo hacía Axel eso de no pensar en nada? Era imposible… ella tenia los ojos cerrados, no obstante, seguía escuchando los pájaros arrullando no muy lejos de allí, el agua borbotear al caer, el aire ulular entre los árboles, los niños gritar justo al lado… Un momento… ¿los niños qué?
- ¡Eh! ¡Mirad lo que he encontrado! El mayor de la pandilla, de cabellos castaños y desordenados, miraba a la pareja de yoguistas con ojos claros y raposos, los cuales tenían un brillo peculiar. Debía tener los años -aparentes- de Amy, más o menos. Al cabo de unos segundos, haciendo bastante ruido al remover las hojas, aparecieron unos cuantos niños más de entre los arbustos. Se apreciaba a simple vista que sus edades distaban de los unos a los otros. Algunos eran críos que no llegarían a la decena, y otros, como el que se daba aires de líder, eran más mayores. Se juntaron en un corro y empezaron a hablar en voz baja. Era probable que fueran de una de las aldeas cercanas, a juzgar por sus ropajes humildes y algo desarrapados. Tú, ven aquí. Dijo, más bien exigió el cabecilla, apuntando a Amy con un palo seco. La bio-cibernética se quedó parada apenas unos instantes, dubitativa. Miró a Axel fugazmente y se levantó de la roca donde estaba.
No tenía motivos para no hacerlo, así que obedeció. Caminó hasta situarse justo delante del muchacho de pelo castaño, que apoyaba el palo en el suelo a modo de bastón. Para Amy resultaba refrescante encontrarse con gente de su edad, casi tan refrescante como la ducha que se acababa de pegar bajo la cascada. Sonrió, dispuesta a presentarse como siempre hacía.
- ¿Lo veis? ¿Tenía razón o no? Se adelantó el zagal, henchido de orgullo, con un tono que sonaba hasta engreído. Hacen todo lo que les dices. Amy miraba a unos y a otros, sin saber cuando era el momento apropiado de presentarse.
- ¡Es verdad! Espetó otro enseguida, mucho más joven que el que acababa de hablar. ¿Cómo lo sabias?
- Todos los mayores lo saben. Comentó en un hilo de voz calmado, con suficiencia. Mi padre me lo dijo. Son máquinas, como la que tenemos en casa para el maíz. Pero parecen personas. Comparaba a la bio-cibernética con una desgranadora de maíz como si fuera algo normal. Acto seguido, alargó la mano y pellizcó a Amy en el brazo lo más fuerte que pudo. Estaba tan duro como había supuesto, nada que ver con el de un ser vivo. ¿Te duele? Preguntó, con una sonrisilla ladina.
- No. El chico rio.
- Ponte de rodillas. Cada vez Amy entendía menos, hasta las clases de meditación de Axel se le antojaban más sencillas. Alguna razón tendría aquel chico para mandarla, así que hizo lo que mejor se le daba hacer: obedeció. El mozo, dando un golpe con su palo en el suelo, apoyó una de sus botas sobre el cráneo de Amy, la cual se agachó más por el peso. Creo que me la voy a quedar para casa, padre estará contento. Todos se echaron a reír como si fuera lo más gracioso que habían oído en su vida. La chica medio robot le daba vueltas a la cabeza. ¿Había hecho algo mal? Ni siquiera le había dado tiempo a presentarse. Nunca le había pasado nada parecido. ¿O sí? La verdad es que no lo recordaba, ahora sólo recordaba lo bien que se encontraba hacía un rato bajo la cascada y las ganas que tenía de encontrar flores para su corona.
Amy no opuso resistencia alguna cuando la corona le fue arrebatada vilmente de entre sus dedos de metal. Todavía no estaba lista para hacer abdicar a un “rey” y menos para dar un golpe de estado sin haberlo preparado antes a conciencia. La chica se quedó estupefacta tras la explicación. Al principio le había parecido bonita, pero ahora que la veía más de cerca...
¿Quién sería tan mala persona para hacer un regalo tan cutre y horrible a alguien? Su peor enemigo quizás. O eso pensaba, a lo mejor había una historia detrás de la historia; saber popular profundamente enterrado en los recónditos recovecos de la mente de Axel. A saber. Aunque, en cierto modo, Amy tenía envidia del apego que algunas personas le tenían a las cosas mundanas. Las vivencias que los habían llevado a proteger con su vida algo tan insignificante como podía ser un colgante o un anillo. Al fin y al cabo, no eran más que pedazos de metal… Pedazos de metal. ¿Ella tenía algún recuerdo de algo que mereciera la pena proteger? ¿De alguien? Podría haberse dedicado a pensarlo todo el día y sólo habría conseguido una de dos: dolor de cabeza, o acabar de fundir su chip.
- Yo… Le costó arrancar. También quiero una. Se decidió a decir por fin, con una sonrisa en los labios. Quería una, pero la suya sería de flores. De las flores más bonitas, vistosas y coloridas que pudiera encontrar por el bosque.
Así inició también la resolución al misterio de por qué Axel dormía sentado. Esta explicación la dejó incluso más estupefacta y patidifusa que la anterior. Ni el propio Axel sabía la razón, el porqué de las cosas que hacía. La bio-cibernética no lo entendía del todo, sin embargo, sintió una especie de conexión. Se sintió identificada. Ella tampoco sabía el porqué de muchas de las cosas que hacía. ¿Era cierto entonces? ¿Sería aquel hombre entrado en años el padre que había perdido tiempo atrás? ¿Se puede perder realmente algo sin haberlo llegado a encontrar en un primer lugar? Todo esto del rollo zen y la meditación estaba dejando a la pobre Amy con más preguntas de las que tenía al empezar.
No le cuestionó mucho a Axel cuando dijo eso de que se acercase para realizar algunos ejercicios, y menos con la pose tan grandilocuente de la que hacía gala. A Amy le dio la impresión de entrever un árbol erguido, hojas mecidas al son del viento, y así como con las ramas pochadas. Si aquel hombre decía que dormir sentado le ayudaba a estar sano y sereno, ella no tenía ninguna razón para dudar de él. Así pues, la chica de metal procedió a desvestirse, quitándose la falda -quedándose en paños menores- para meterse de lleno en la poza y llegar sin dificultad hasta lo alto de los cantos rodados. De alguna forma u otra, últimamente siempre acababa con menos ropa de la debida.
Igual que una mona chita, Amy imitaba todo lo que el abuelete hacía sin rechistar. ¿Respirar? Claro. Eso sabía hacerlo, si no estaría muerta, ¡hasta ella sabía eso, bobo! Controlando la respiración, con más dificultades de las que esperaba, la muchacha biónica realizaba todo tipo de extrañas posturas y movimientos lentos. La flexibilidad no era un problema. De hecho, sorprendió bastante a Axel-sensei cuando dobló sus codos en un ángulo anatómicamente imposible para cualquier ser con un esqueleto humano.
Acabaron meditando bajo la cascada, dejando que el agua impactase contra sus coronillas, purificando sus cuerpos y llevándose los malos pensamientos con la corriente. Amy sabía que le había dicho eso de “dejar la mente en blanco”, pero no podía dejar de pensar en las flores que elegiría para su futura corona floral. ¿Cómo hacía Axel eso de no pensar en nada? Era imposible… ella tenia los ojos cerrados, no obstante, seguía escuchando los pájaros arrullando no muy lejos de allí, el agua borbotear al caer, el aire ulular entre los árboles, los niños gritar justo al lado… Un momento… ¿los niños qué?
- ¡Eh! ¡Mirad lo que he encontrado! El mayor de la pandilla, de cabellos castaños y desordenados, miraba a la pareja de yoguistas con ojos claros y raposos, los cuales tenían un brillo peculiar. Debía tener los años -aparentes- de Amy, más o menos. Al cabo de unos segundos, haciendo bastante ruido al remover las hojas, aparecieron unos cuantos niños más de entre los arbustos. Se apreciaba a simple vista que sus edades distaban de los unos a los otros. Algunos eran críos que no llegarían a la decena, y otros, como el que se daba aires de líder, eran más mayores. Se juntaron en un corro y empezaron a hablar en voz baja. Era probable que fueran de una de las aldeas cercanas, a juzgar por sus ropajes humildes y algo desarrapados. Tú, ven aquí. Dijo, más bien exigió el cabecilla, apuntando a Amy con un palo seco. La bio-cibernética se quedó parada apenas unos instantes, dubitativa. Miró a Axel fugazmente y se levantó de la roca donde estaba.
No tenía motivos para no hacerlo, así que obedeció. Caminó hasta situarse justo delante del muchacho de pelo castaño, que apoyaba el palo en el suelo a modo de bastón. Para Amy resultaba refrescante encontrarse con gente de su edad, casi tan refrescante como la ducha que se acababa de pegar bajo la cascada. Sonrió, dispuesta a presentarse como siempre hacía.
- ¿Lo veis? ¿Tenía razón o no? Se adelantó el zagal, henchido de orgullo, con un tono que sonaba hasta engreído. Hacen todo lo que les dices. Amy miraba a unos y a otros, sin saber cuando era el momento apropiado de presentarse.
- ¡Es verdad! Espetó otro enseguida, mucho más joven que el que acababa de hablar. ¿Cómo lo sabias?
- Todos los mayores lo saben. Comentó en un hilo de voz calmado, con suficiencia. Mi padre me lo dijo. Son máquinas, como la que tenemos en casa para el maíz. Pero parecen personas. Comparaba a la bio-cibernética con una desgranadora de maíz como si fuera algo normal. Acto seguido, alargó la mano y pellizcó a Amy en el brazo lo más fuerte que pudo. Estaba tan duro como había supuesto, nada que ver con el de un ser vivo. ¿Te duele? Preguntó, con una sonrisilla ladina.
- No. El chico rio.
- Ponte de rodillas. Cada vez Amy entendía menos, hasta las clases de meditación de Axel se le antojaban más sencillas. Alguna razón tendría aquel chico para mandarla, así que hizo lo que mejor se le daba hacer: obedeció. El mozo, dando un golpe con su palo en el suelo, apoyó una de sus botas sobre el cráneo de Amy, la cual se agachó más por el peso. Creo que me la voy a quedar para casa, padre estará contento. Todos se echaron a reír como si fuera lo más gracioso que habían oído en su vida. La chica medio robot le daba vueltas a la cabeza. ¿Había hecho algo mal? Ni siquiera le había dado tiempo a presentarse. Nunca le había pasado nada parecido. ¿O sí? La verdad es que no lo recordaba, ahora sólo recordaba lo bien que se encontraba hacía un rato bajo la cascada y las ganas que tenía de encontrar flores para su corona.
Amy
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
La joven bio aprendía más deprisa de lo esperado, incluso mostraba aptitudes por encima de las del humano promedio. Ver como doblaba el codo del revés le daba grima y fascinaba a partes iguales. Tras unas cuantas posturas y ejercicios, llegó el momento de pasar a la siguiente fase, la helada agua que les haría trascender al sumun de la meditación les estaba esperando, así que no se diga más.
Se acercaron al torrente de agua de nuevo, Axel ya estaba aclimatado, pero Amy haciendo gala de una enorme valentía se introdujo bajo los chorros sin dudar ni un solo segundo. No estaba mal para una principiante la verdad, no tardó en copiar la posición del loto del licántropo y ambos se quedaron allí durante un buen rato, hasta que su relajante y purificante baño se vio interrumpido.
La primera en levantarse fue la chica, ya que no parecía encontrarse en un trance tan profundo como el del experto yogui. Pero las perturbaciones en el sonido del agua le hicieron despertarse poco a poco. Cuando por fin abrió los ojos, observó a un grupo de críos y a Amy dirigiéndose hacia ellos en un ejercicio de buena fe, solo digno de aquellos dos. Parece que por fin ha hecho amigos, pensó para si mismo mientras continuaba bajo la incesante cascada.
Al principio parecía que todo iba bien, pero de pronto los movimientos de la biocibernética empezaron a extrañarle. Cuando hincó las rodillas en la tierra, supo que algo no iba bien, pero cuando uno de aquellos jovenzuelos puso su pie sobre la cabeza de la cría, su estado de alerta se disparó. Se levantó como un resorte para salir pitando, saltando de piedra en piedra hasta llegar a la posición de aquellos extraños. - Que narices está ocurriendo. Dijo con una voz autoritaria que no le pegaba en absoluto, ni tan siquiera los niños más pequeños del grupo se lo habían tomado enserio. Después procedió a poner la palma de su mano bajo el pie del niño para retirar lentamente a Amy de su yugo y reincorporarla.
Casi ignorando a los allí presentes, usó sus manos a modo de cuenco para recoger un poco de agua que dejaría caer sobre la cabeza de la joven, para después revolver su pelo y retirarle los restos de tierra que podrían quedar en su cabezota. - Será mejor que busquemos otro lugar. Dijo como intentando quitarle hierro al asunto, pero con tristeza en sus palabras. El hecho le recordaba la cantidad de veces que los elfos le habían tratado mal y sacado de sus tierras de forma un tanto abrupta. Con una sonrisa algo descompuesta cogió las cosas de la muchacha, entregándoselas, colocándo una mano en su nuca y acompañarla en el movimiento intentando abandonar el lugar.
- ¡Eh viejo chiflado! ¡Se te ha caído esto! Dijo el que parecía el cabecilla, mientras le lanzaba una piedra que no fallaba en su trayectoria, golpeando en la espalda a Axel. Parecía que el crío no se había tomado demasiado bien que hubiese intentado llevarse a Amy de sus despreciables garras. En un momento de lucidez e intentando ganarse la confianza de los aldeanos se giró y recogió la piedra que le acababan de lanzar. Con paso firme fue hacia los niños, que por un momento se asustaron retrocediendo un par de pasos. - Os habéis equivocado. Esta no es la mía. Dijo mientras les entregaba la piedra. - Esta es la mía. Se llama Señor Stwinklin. Reafirmó, mientras se llevaba la mano a su cinturón y enseñaba al susodicho a los allí presentes.
Tras unos segundos de incredulidad y asombro, los niños estallaron en enormes carcajadas, incluso algunos se tiraron al suelo. - Os dije que estaba chalado. Dijo sin parar de reír su repelente líder, a la par que aprovechaba el asombro de Axel para arrebatarle al Señor Stwinklin y lanzarlo con todas sus fuerzas sobre el precipicio. El licántropo pudo observar como su amigo se precipitaba en una caída libre de varios metros, para luego perderse rebotando entre las copas de los árboles que se podían ver a lo lejos. Se quedó petrificado sin poder reaccionar, mirando al vacío intentando localizar el punto donde había caído, pero era imposible. - No no no no no... Repetía mientras se acercaba a la pendiente aún sin poder creerlo.
Mientras tanto los jóvenes y malintencionados aldeanos no paraban de reír señalando a Axel, mientras chocaban la mano a su amado líder en señal de aprobación. El licántropo seguía ahí postrado en el borde de aquel precipicio, con los ojos casi llorosos. No entendía la maldad que portaban dentro aquellos chicos para hacer algo tan espantoso, realmente esperaba despertarse de su trance bajo aquella fría cascada y que todo esto fuera una pesadilla. El Señor Stwinklin había desaparecido, abandonado a su viejo amigo después de tantos años.
Se acercaron al torrente de agua de nuevo, Axel ya estaba aclimatado, pero Amy haciendo gala de una enorme valentía se introdujo bajo los chorros sin dudar ni un solo segundo. No estaba mal para una principiante la verdad, no tardó en copiar la posición del loto del licántropo y ambos se quedaron allí durante un buen rato, hasta que su relajante y purificante baño se vio interrumpido.
La primera en levantarse fue la chica, ya que no parecía encontrarse en un trance tan profundo como el del experto yogui. Pero las perturbaciones en el sonido del agua le hicieron despertarse poco a poco. Cuando por fin abrió los ojos, observó a un grupo de críos y a Amy dirigiéndose hacia ellos en un ejercicio de buena fe, solo digno de aquellos dos. Parece que por fin ha hecho amigos, pensó para si mismo mientras continuaba bajo la incesante cascada.
Al principio parecía que todo iba bien, pero de pronto los movimientos de la biocibernética empezaron a extrañarle. Cuando hincó las rodillas en la tierra, supo que algo no iba bien, pero cuando uno de aquellos jovenzuelos puso su pie sobre la cabeza de la cría, su estado de alerta se disparó. Se levantó como un resorte para salir pitando, saltando de piedra en piedra hasta llegar a la posición de aquellos extraños. - Que narices está ocurriendo. Dijo con una voz autoritaria que no le pegaba en absoluto, ni tan siquiera los niños más pequeños del grupo se lo habían tomado enserio. Después procedió a poner la palma de su mano bajo el pie del niño para retirar lentamente a Amy de su yugo y reincorporarla.
Casi ignorando a los allí presentes, usó sus manos a modo de cuenco para recoger un poco de agua que dejaría caer sobre la cabeza de la joven, para después revolver su pelo y retirarle los restos de tierra que podrían quedar en su cabezota. - Será mejor que busquemos otro lugar. Dijo como intentando quitarle hierro al asunto, pero con tristeza en sus palabras. El hecho le recordaba la cantidad de veces que los elfos le habían tratado mal y sacado de sus tierras de forma un tanto abrupta. Con una sonrisa algo descompuesta cogió las cosas de la muchacha, entregándoselas, colocándo una mano en su nuca y acompañarla en el movimiento intentando abandonar el lugar.
- ¡Eh viejo chiflado! ¡Se te ha caído esto! Dijo el que parecía el cabecilla, mientras le lanzaba una piedra que no fallaba en su trayectoria, golpeando en la espalda a Axel. Parecía que el crío no se había tomado demasiado bien que hubiese intentado llevarse a Amy de sus despreciables garras. En un momento de lucidez e intentando ganarse la confianza de los aldeanos se giró y recogió la piedra que le acababan de lanzar. Con paso firme fue hacia los niños, que por un momento se asustaron retrocediendo un par de pasos. - Os habéis equivocado. Esta no es la mía. Dijo mientras les entregaba la piedra. - Esta es la mía. Se llama Señor Stwinklin. Reafirmó, mientras se llevaba la mano a su cinturón y enseñaba al susodicho a los allí presentes.
- Señor Stwinklin:
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Tras unos segundos de incredulidad y asombro, los niños estallaron en enormes carcajadas, incluso algunos se tiraron al suelo. - Os dije que estaba chalado. Dijo sin parar de reír su repelente líder, a la par que aprovechaba el asombro de Axel para arrebatarle al Señor Stwinklin y lanzarlo con todas sus fuerzas sobre el precipicio. El licántropo pudo observar como su amigo se precipitaba en una caída libre de varios metros, para luego perderse rebotando entre las copas de los árboles que se podían ver a lo lejos. Se quedó petrificado sin poder reaccionar, mirando al vacío intentando localizar el punto donde había caído, pero era imposible. - No no no no no... Repetía mientras se acercaba a la pendiente aún sin poder creerlo.
Mientras tanto los jóvenes y malintencionados aldeanos no paraban de reír señalando a Axel, mientras chocaban la mano a su amado líder en señal de aprobación. El licántropo seguía ahí postrado en el borde de aquel precipicio, con los ojos casi llorosos. No entendía la maldad que portaban dentro aquellos chicos para hacer algo tan espantoso, realmente esperaba despertarse de su trance bajo aquella fría cascada y que todo esto fuera una pesadilla. El Señor Stwinklin había desaparecido, abandonado a su viejo amigo después de tantos años.
Axel Svensson
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Los niños podían llegar a ser muy crueles. A veces sin quererlo, y otras veces con completo conocimiento de causa. Amy, que en otras ocasiones había creído entender la situación, aunque fuese de manera errónea, esta vez esta vez estaba completamente perdida. ¿Estaban jugando? Era lo que más se inclinaba a pensar, pero hasta ella misma tenía sus dudas. ¿Era un castigo o un juego? A los niños les gustaba jugar. Se acordaba de aquella vez en los bosques del Oeste, los cuales ya quedaban bien lejos en tiempo y distancia; allí jugó con los niños, correteando entre cabañas y callejuelas de piedra. A Amy le gustaba jugar, se lo pasaba bien jugando, así que esto no podía ser jugar.
Aún cuando Axel vino en su ayuda y le quitó la bota del crío de encima, Amy seguía de rodillas en el suelo. El que hasta hacía unos momentos había sido su profesor de yoga parecía enfadado. ¿Por qué? ¿También estaba enfadado con ella? Había obedecido, había hecho lo que le habían dicho de hacer. Simplemente no lo entendía. La única verdad universal es que el humano elige y el bio-cibernético obedece. Eso la joven muchacha sí lo entendía, mientras se dejaba levantar con delicadeza por el viejales, quien la acicalaba, la aseaba, y la volvía a dejar hecha un pincel… Un pincel de hebras deshilachadas, embrolladas y mojadas, cabía decir.
- ¿Me queda bien? Le preguntaba Amy a un compungido Axel, mientras se echaba un mechón de cabello detrás de la oreja. Después de lo ocurrido, tenía derecho a estar fabulosa, además aspiraba a ser igual de coqueta que las chicas de ciudad… Algún día.
De haber acabado allí, el asunto habría quedado olvidado al anochecer. La chica semi-metálica no quería saber nada ya de aquellos indeseables jovenzuelos, sin embargo, estos se esforzaban en fastidiarles el día como si les fuera la vida en ello. Una piedra voló hasta la espalda de Axel, quien ni se inmutó. Quizás se hacía el fuerte, como ella aguantando el impacto del agua congelada de la cascada sin soltar ni un quejido. En lugar de encararse a sus atacantes, el hombre en taparrabos anduvo muy solemnemente hacia ellos para devolverles la piedra, pero no con inquina ni resentimiento, sino con sosiego y pachorra. Amy empezaba a comprender el concepto de la meditación; aquello debía ser la manifestación física, el culmen de todos los años de entrenamiento de Axel, el brujo del bosque. El nervio para aguantar el tirón y no perder los estribos a la primera de cambio.
Amy aspiraba a poder emularlo, ser una digna alumna sucesora de sus enseñanzas y, a lo mejor, dentro de mucho tiempo, ser ella quien enseñaba a otros a relajarse mientras un torrente de agua brava azotaba su cuerpo sin descanso. Abrió mucho los ojos, atónita ante la revelación que acababa de tener. Puede que para el hombre anciano resultase algo obvio, pero ella acababa de ver el símil, el mensaje oculto en su adiestramiento: el torrente de agua eran los niños. Suya era la elección de soportarlo, endureciendo su cuerpo y espíritu, o volverse y luchar inútilmente contra la fuerza de la corriente.
Fácil decirlo o pensarlo, no obstante, cuando el pequeño mocoso lanzó la piedra de Axel al barranco, Amy corrió hasta situarse a escasos centímetros del criajo. Pese a su corta edad, era mucho más alto que ella. Eso no evitó que le sostuviese la mirada durante lo que pareció ser una eternidad. No lo entendía. No entendía cómo debía sentirse. Sólo entendía que no le gustaba lo que ocurría. Ver al que había sido su maestro de ejercicios desolado al margen del despeñadero, esforzándose por encontrar lo que había perdido… lo que le habían quitado.
¿Una piedra? No lo entendía, y odiaba no entenderlo. No. Amy ni siquiera sabía lo que era odiar, todo lo que sabía o creía saber estaba nublado por la ingenuidad. ¿Una piedra? ¿Tenía que ver con lo que le había contado antes de la corona de madera? Las semejanzas estaban ahí: eran dos objetos sin finalidad o propósito, sin embargo, debían significar algo para Axel. Ese era el sentimiento que Amy perseguía, aunque de manera inconsciente. Siempre veía a gente que tenía algo que proteger, un motivo por el que luchar, razones para actuar, secretos que ocultar. Podían ser muchas cosas, pero todas eran infinitamente mejores que vivir deambulando sin rumbo.
La bio-cibernética retrajo su brazo hacia atrás, levantando un puño cerrado que no rozaba por milímetros la faz del muchacho de pelo castaño y mirada de bribón. No es que ella hubiese detenido el golpe o la acción, es que, aunque su cabeza le dijera que sí bien alto y claro, su cuerpo respondía automáticamente con un no incluso más rotundo y contundente. Amy quedó inmóvil, temblando espasmódicamente como si un campo de energía invisible restringiera sus movimientos. Su libre albedrío. Continuaba mirando al muchacho con el ceño fruncido y una expresión carente de humanidad. Aflojó el puño sin mediar palabra, derrotada, dándose cuenta de que su lucha estaba en otro lugar.
Corrió a la vera del precipicio, donde Axel no había desistido en su intento de escudriñar el paradero de la piedra que tan importante era para él. A lo mejor Amy podía ayudarle; si bordeaban la pendiente y descendían por el camino podían seguir buscando desde abajo. Sin embargo, la panda de chiquillos aún no se había cansado de jugar. Era pronto para darse por vencidos, ahora que por fin se lo estaban pasando realmente bien.
- ¡Cuidado! Exclamó con sorna el cabecilla de los mocosos, al mismo tiempo que embestía a la bio-cibernético por la espalda, empujándola directamente al abismo de tierra, roca y maleza. Amy soltó un grito ahogado de la sorpresa, perdiendo el equilibrio hasta tropezar y darse de bruces en lo que acabaría por convertirse en un descenso ala locura las profundidades del monte.
Aún cuando Axel vino en su ayuda y le quitó la bota del crío de encima, Amy seguía de rodillas en el suelo. El que hasta hacía unos momentos había sido su profesor de yoga parecía enfadado. ¿Por qué? ¿También estaba enfadado con ella? Había obedecido, había hecho lo que le habían dicho de hacer. Simplemente no lo entendía. La única verdad universal es que el humano elige y el bio-cibernético obedece. Eso la joven muchacha sí lo entendía, mientras se dejaba levantar con delicadeza por el viejales, quien la acicalaba, la aseaba, y la volvía a dejar hecha un pincel… Un pincel de hebras deshilachadas, embrolladas y mojadas, cabía decir.
- ¿Me queda bien? Le preguntaba Amy a un compungido Axel, mientras se echaba un mechón de cabello detrás de la oreja. Después de lo ocurrido, tenía derecho a estar fabulosa, además aspiraba a ser igual de coqueta que las chicas de ciudad… Algún día.
De haber acabado allí, el asunto habría quedado olvidado al anochecer. La chica semi-metálica no quería saber nada ya de aquellos indeseables jovenzuelos, sin embargo, estos se esforzaban en fastidiarles el día como si les fuera la vida en ello. Una piedra voló hasta la espalda de Axel, quien ni se inmutó. Quizás se hacía el fuerte, como ella aguantando el impacto del agua congelada de la cascada sin soltar ni un quejido. En lugar de encararse a sus atacantes, el hombre en taparrabos anduvo muy solemnemente hacia ellos para devolverles la piedra, pero no con inquina ni resentimiento, sino con sosiego y pachorra. Amy empezaba a comprender el concepto de la meditación; aquello debía ser la manifestación física, el culmen de todos los años de entrenamiento de Axel, el brujo del bosque. El nervio para aguantar el tirón y no perder los estribos a la primera de cambio.
Amy aspiraba a poder emularlo, ser una digna alumna sucesora de sus enseñanzas y, a lo mejor, dentro de mucho tiempo, ser ella quien enseñaba a otros a relajarse mientras un torrente de agua brava azotaba su cuerpo sin descanso. Abrió mucho los ojos, atónita ante la revelación que acababa de tener. Puede que para el hombre anciano resultase algo obvio, pero ella acababa de ver el símil, el mensaje oculto en su adiestramiento: el torrente de agua eran los niños. Suya era la elección de soportarlo, endureciendo su cuerpo y espíritu, o volverse y luchar inútilmente contra la fuerza de la corriente.
Fácil decirlo o pensarlo, no obstante, cuando el pequeño mocoso lanzó la piedra de Axel al barranco, Amy corrió hasta situarse a escasos centímetros del criajo. Pese a su corta edad, era mucho más alto que ella. Eso no evitó que le sostuviese la mirada durante lo que pareció ser una eternidad. No lo entendía. No entendía cómo debía sentirse. Sólo entendía que no le gustaba lo que ocurría. Ver al que había sido su maestro de ejercicios desolado al margen del despeñadero, esforzándose por encontrar lo que había perdido… lo que le habían quitado.
¿Una piedra? No lo entendía, y odiaba no entenderlo. No. Amy ni siquiera sabía lo que era odiar, todo lo que sabía o creía saber estaba nublado por la ingenuidad. ¿Una piedra? ¿Tenía que ver con lo que le había contado antes de la corona de madera? Las semejanzas estaban ahí: eran dos objetos sin finalidad o propósito, sin embargo, debían significar algo para Axel. Ese era el sentimiento que Amy perseguía, aunque de manera inconsciente. Siempre veía a gente que tenía algo que proteger, un motivo por el que luchar, razones para actuar, secretos que ocultar. Podían ser muchas cosas, pero todas eran infinitamente mejores que vivir deambulando sin rumbo.
La bio-cibernética retrajo su brazo hacia atrás, levantando un puño cerrado que no rozaba por milímetros la faz del muchacho de pelo castaño y mirada de bribón. No es que ella hubiese detenido el golpe o la acción, es que, aunque su cabeza le dijera que sí bien alto y claro, su cuerpo respondía automáticamente con un no incluso más rotundo y contundente. Amy quedó inmóvil, temblando espasmódicamente como si un campo de energía invisible restringiera sus movimientos. Su libre albedrío. Continuaba mirando al muchacho con el ceño fruncido y una expresión carente de humanidad. Aflojó el puño sin mediar palabra, derrotada, dándose cuenta de que su lucha estaba en otro lugar.
Corrió a la vera del precipicio, donde Axel no había desistido en su intento de escudriñar el paradero de la piedra que tan importante era para él. A lo mejor Amy podía ayudarle; si bordeaban la pendiente y descendían por el camino podían seguir buscando desde abajo. Sin embargo, la panda de chiquillos aún no se había cansado de jugar. Era pronto para darse por vencidos, ahora que por fin se lo estaban pasando realmente bien.
- ¡Cuidado! Exclamó con sorna el cabecilla de los mocosos, al mismo tiempo que embestía a la bio-cibernético por la espalda, empujándola directamente al abismo de tierra, roca y maleza. Amy soltó un grito ahogado de la sorpresa, perdiendo el equilibrio hasta tropezar y darse de bruces en lo que acabaría por convertirse en un descenso a
Amy
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Los acontecimientos se sucedían de manera vertiginosa, tanto que a Axel no le había dado tiempo a mover un solo dedo cuando los decididos pasos de Amy llamaron su atención. Lo que parecía que iba a desembocar en una pelea donde todos perdían, se frenó en seco, junto al puño de la biocibernética. No sabía si era por sus enseñanzas, pero un remanso de paz y orgullo surgió de él, que pudo ver como la joven se daba la media vuelta y se dirigía a su posición. Allí ambos comenzarían a trazar coordenadas visuales para intentar, aproximadamente, ver donde podía encontrarse el Señor Stwinklin.
Pero las cosas no serían tan fáciles, el grito de cuidado de aquel desagradable hombrecillo alertó a Axel, que se giró de inmediato para ver como aquel malnacido embestía a su compañera por la espalda, desequilibrándola y precipitándola en una caída libre que no podía traer nada bueno. Tan solo fueron un par de segundos, pero para él era una eternidad, incluso el grito ahogado de sorpresa de Amy se había distorsionado, todo transcurría a cámara lenta.
De pronto, su cuerpo y mente volvieron en sí, de manera instintiva el lobo saltó al vacío en pos de auxilio de su amiga. Parecía que el tiempo había venido a cobrarse los valiosos segundos que le había regalado hace unos instantes, haciendo que todo pasase esta vez al doble de velocidad. Sin saber muy bien como había logrado atrapar a la chica en el aire y adoptando una posición protectora, la arropó como pudo con todo su cuerpo, poniendo especial énfasis en su cabeza, que había quedado cubierta por sus brazos y barba.
El primer impacto fue el peor sin duda, la espalda de Axel golpeó contra la pendiente, arrebatándole cualquier indicio de aire que pudiera guardar en su interior. El resto de golpes vinieron sucediéndose uno tras otro, mientras rodaban colina abajo, lo curioso es que le dolían más los impactos que recibía la joven, que los que recibía el mismo en la increíble croqueta centrífuga que habían formado.
Por suerte el final de su accidentado viaje acababa pasando por las copas de unos cuantos árboles, que amortiguaron de manera casi heroica su aterrizaje, librándoles así de una muerte casi segura. Pero no todo había sido bueno, las ramas al astillarse se habían clavado por todas partes, dejando varias heridas en el cuerpo de Axel, intuyendo que debía de haber alguna que otra en la espalda de la biocibernética. Se mantuvo un buen rato en el suelo, mirando al cielo intentando mantener la consciencia, hasta que al fin su cuerpo empezó a responder.
Mientras tanto en lo alto de la colina, los niños no se esperaban este inesperado final. Quizás haber estado a punto de mandar al chatarrero a una biocibernética no estaba tan mal, pero cargar con el peso de la muerte de un hombre si que les iba a dar más problemas. - Esto no puede salir de aquí. ¡Y ahora vámonos antes de que lleguen los mayores! Los críos se dispersaron asustados, como si de pequeñas hormigas escapando de su hormiguero en llamas se tratase, sin ningún tipo de dirección.
Volviendo unos cuantos metros más abajo, Axel había conseguido reincorporarse, todavía sentado en el suelo, apartó ligeramente a Amy sujetándola de los hombros. - ¿Estás bien? Preguntó con preocupación en su rostro, arqueando ligeramente las cejas. Ciertamente para como podía haber sido el desenlace, al menos exteriormente, no estaban tan mal. Como buenamente pudo, se puso en pie, ayudando a reincorporarse a la joven. - Tendremos que hacer algo con estas heridas. Dijo mientras examinaba su maltrecho cuerpo lleno de moratones y arañazos.
Con una renqueante cojera empezó a examinar el lugar buscando hierbas medicinales que le fuesen de utilidad en aquel momento. - Ayúdame a buscar hojas como esta. Pronunció si tan siquiera girarse para mirar a la biocibernética, poniéndole casi en la cara una hojita de un color turquesa. Pasarían un buen rato buscando entre la maleza a la par que exploraban la zona, cualquiera diría por lo que acababan de pasar, pero mejor así, mantener la cabeza despejada en momentos como estos era importante. Solo esperaba que Amy estuviera tan abstraído como él en ese momento.
Pero las cosas no serían tan fáciles, el grito de cuidado de aquel desagradable hombrecillo alertó a Axel, que se giró de inmediato para ver como aquel malnacido embestía a su compañera por la espalda, desequilibrándola y precipitándola en una caída libre que no podía traer nada bueno. Tan solo fueron un par de segundos, pero para él era una eternidad, incluso el grito ahogado de sorpresa de Amy se había distorsionado, todo transcurría a cámara lenta.
De pronto, su cuerpo y mente volvieron en sí, de manera instintiva el lobo saltó al vacío en pos de auxilio de su amiga. Parecía que el tiempo había venido a cobrarse los valiosos segundos que le había regalado hace unos instantes, haciendo que todo pasase esta vez al doble de velocidad. Sin saber muy bien como había logrado atrapar a la chica en el aire y adoptando una posición protectora, la arropó como pudo con todo su cuerpo, poniendo especial énfasis en su cabeza, que había quedado cubierta por sus brazos y barba.
El primer impacto fue el peor sin duda, la espalda de Axel golpeó contra la pendiente, arrebatándole cualquier indicio de aire que pudiera guardar en su interior. El resto de golpes vinieron sucediéndose uno tras otro, mientras rodaban colina abajo, lo curioso es que le dolían más los impactos que recibía la joven, que los que recibía el mismo en la increíble croqueta centrífuga que habían formado.
Por suerte el final de su accidentado viaje acababa pasando por las copas de unos cuantos árboles, que amortiguaron de manera casi heroica su aterrizaje, librándoles así de una muerte casi segura. Pero no todo había sido bueno, las ramas al astillarse se habían clavado por todas partes, dejando varias heridas en el cuerpo de Axel, intuyendo que debía de haber alguna que otra en la espalda de la biocibernética. Se mantuvo un buen rato en el suelo, mirando al cielo intentando mantener la consciencia, hasta que al fin su cuerpo empezó a responder.
Mientras tanto en lo alto de la colina, los niños no se esperaban este inesperado final. Quizás haber estado a punto de mandar al chatarrero a una biocibernética no estaba tan mal, pero cargar con el peso de la muerte de un hombre si que les iba a dar más problemas. - Esto no puede salir de aquí. ¡Y ahora vámonos antes de que lleguen los mayores! Los críos se dispersaron asustados, como si de pequeñas hormigas escapando de su hormiguero en llamas se tratase, sin ningún tipo de dirección.
Volviendo unos cuantos metros más abajo, Axel había conseguido reincorporarse, todavía sentado en el suelo, apartó ligeramente a Amy sujetándola de los hombros. - ¿Estás bien? Preguntó con preocupación en su rostro, arqueando ligeramente las cejas. Ciertamente para como podía haber sido el desenlace, al menos exteriormente, no estaban tan mal. Como buenamente pudo, se puso en pie, ayudando a reincorporarse a la joven. - Tendremos que hacer algo con estas heridas. Dijo mientras examinaba su maltrecho cuerpo lleno de moratones y arañazos.
Con una renqueante cojera empezó a examinar el lugar buscando hierbas medicinales que le fuesen de utilidad en aquel momento. - Ayúdame a buscar hojas como esta. Pronunció si tan siquiera girarse para mirar a la biocibernética, poniéndole casi en la cara una hojita de un color turquesa. Pasarían un buen rato buscando entre la maleza a la par que exploraban la zona, cualquiera diría por lo que acababan de pasar, pero mejor así, mantener la cabeza despejada en momentos como estos era importante. Solo esperaba que Amy estuviera tan abstraído como él en ese momento.
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
- No. Respondió la joven escuetamente, como ella sabía hacer. Aunque en realidad, dejando de lado su precario aspecto, y el escozor de las magulladuras y los cortes superficiales en su piel provocados por la caída… mal, lo que se dice físicamente “mal, no se encontraba. ¿Entonces por qué negó instintivamente sin pensar? No lo sabía. Hoy no sabía muchas cosas, más que de costumbre. Sí. Rectificó tras una pausa, ante la pregunta de si estaba bien que le formuló Axel. La muchacha medio robot se quedó tirada en el suelo del acantilado, sin excesivas ganas de moverse. Al menos hasta que el vejete la asistió en ponerse de pie.
Amy parpadeó varias veces, acostumbrándose lentamente a sus nuevos alrededores. No había cambiado mucho, a decir verdad; el mismo panorama rocoso, con abundante vegetación de hierbajos y árboles altos como pinos -aunque no eran pinos-. La única diferencia es que ahora los veían desde abajo, habiendo descendido varios pisos gracias a la clase de alpinismo extremo sin piolet. Allí se encontraba también Axel, a su lado, soportando las secuelas de la bajada lo mejor que podía, mientras hablaba de tratar heridas. Gozaba de una fortaleza prodigiosa para alguien de su edad. Aunque con el cuerpo maltrecho, y con aspecto de haber sido apalizado por un ganso en celo, seguía manteniendo la cabeza fría y le pidió a Amy asistencia con el asunto de las hierbas.
Le había enseñado una hoja de muestra a la bio-cibérnetica, sí. No obstante, a ella todas las hojas que veía le parecían más o menos iguales. Como no quería se un lastre, y por una vez en su vida le vida le avergonzaba su ineptitud, Amy recogía a puñados cualquier hoja que se le ponía por delante, sin hacer distinciones. Mientras arrancaba las hojas de un arbusto bastante amorfo, reparó en las flores que brotaban por el lugar; eran llamativas y muy coloridas… Serían perfectas para su corona de flores, eso pensó. A medida que se agenciaba hojas, también iba poniéndose de cuclillas de vez en cuando para recolectar tallos y ramilletes, los cuales iba depositando en su cinto cada vez que se le llenaban las manos.
Cuando Amy hizo acopio de una cantidad más que generosa de hojas, ramas y flores, volvió donde se encontraba Axel, el brujo del bosque lisiado. Caminaba sin poder apoyar bien una de sus piernas, y las rozaduras y cardenales de su cuerpo comenzaban a adquirir un color amoratado la mar de feo. La muchacha semi-robot, que no se quejaba, le hizo entrega sólo de las hojas que había recogido, manteniendo las flores y ramas que portaba a buen recaudo, en el cordel que usaba de cinturón. Al extender el brazo hacia el hombre barbudo, no pudo evitar recordar el momento en el que el niño hizo lo mismo con ella, para pellizcarla.
- ¿A ti te duele? Le preguntó, palpando sin mucho cuidado el brazo lacerado de Axel. No lo hizo con saña, pero tampoco midió bien la fuerza de sus dedos metálicos. Antes… Arriba… Continuó, dirigiendo la mirada al suelo, hacia un flor solitaria que se le había pasado por alto. ¿He hecho algo mal? Hizo una pausa de apenas un segundo para reformular la pregunta. ¿Algo malo? Ayudar a su viejo maestro de yoga en la búsqueda de forraje le había permitido abstraerse de lo ocurrido arriba del barranco, sin embargo, era imposible para la bio-cibernética obviarlo o hacer como que no había pasado. Amy seguía dándole vueltas, pero no como lo haría una persona, sino tratando de comprender en balde qué era en lo que ella había fallado, para despertar el odio de un humano el cual acababa de conocer.
Lo único que se le ocurría a su maltrecho cerebro es que no había conseguido presentarse a tiempo, y por eso les había hecho enfadar, arrastrando a Axel al berenjenal por su culpa. Aunque ni siquiera sabía lo que era la culpa. Desconcertada, la muchacha se frotaba los antebrazos en un gesto inconsciente, menos automatizado de lo que ella pensaba.
Amy parpadeó varias veces, acostumbrándose lentamente a sus nuevos alrededores. No había cambiado mucho, a decir verdad; el mismo panorama rocoso, con abundante vegetación de hierbajos y árboles altos como pinos -aunque no eran pinos-. La única diferencia es que ahora los veían desde abajo, habiendo descendido varios pisos gracias a la clase de alpinismo extremo sin piolet. Allí se encontraba también Axel, a su lado, soportando las secuelas de la bajada lo mejor que podía, mientras hablaba de tratar heridas. Gozaba de una fortaleza prodigiosa para alguien de su edad. Aunque con el cuerpo maltrecho, y con aspecto de haber sido apalizado por un ganso en celo, seguía manteniendo la cabeza fría y le pidió a Amy asistencia con el asunto de las hierbas.
Le había enseñado una hoja de muestra a la bio-cibérnetica, sí. No obstante, a ella todas las hojas que veía le parecían más o menos iguales. Como no quería se un lastre, y por una vez en su vida le vida le avergonzaba su ineptitud, Amy recogía a puñados cualquier hoja que se le ponía por delante, sin hacer distinciones. Mientras arrancaba las hojas de un arbusto bastante amorfo, reparó en las flores que brotaban por el lugar; eran llamativas y muy coloridas… Serían perfectas para su corona de flores, eso pensó. A medida que se agenciaba hojas, también iba poniéndose de cuclillas de vez en cuando para recolectar tallos y ramilletes, los cuales iba depositando en su cinto cada vez que se le llenaban las manos.
Cuando Amy hizo acopio de una cantidad más que generosa de hojas, ramas y flores, volvió donde se encontraba Axel, el brujo del bosque lisiado. Caminaba sin poder apoyar bien una de sus piernas, y las rozaduras y cardenales de su cuerpo comenzaban a adquirir un color amoratado la mar de feo. La muchacha semi-robot, que no se quejaba, le hizo entrega sólo de las hojas que había recogido, manteniendo las flores y ramas que portaba a buen recaudo, en el cordel que usaba de cinturón. Al extender el brazo hacia el hombre barbudo, no pudo evitar recordar el momento en el que el niño hizo lo mismo con ella, para pellizcarla.
- ¿A ti te duele? Le preguntó, palpando sin mucho cuidado el brazo lacerado de Axel. No lo hizo con saña, pero tampoco midió bien la fuerza de sus dedos metálicos. Antes… Arriba… Continuó, dirigiendo la mirada al suelo, hacia un flor solitaria que se le había pasado por alto. ¿He hecho algo mal? Hizo una pausa de apenas un segundo para reformular la pregunta. ¿Algo malo? Ayudar a su viejo maestro de yoga en la búsqueda de forraje le había permitido abstraerse de lo ocurrido arriba del barranco, sin embargo, era imposible para la bio-cibernética obviarlo o hacer como que no había pasado. Amy seguía dándole vueltas, pero no como lo haría una persona, sino tratando de comprender en balde qué era en lo que ella había fallado, para despertar el odio de un humano el cual acababa de conocer.
Lo único que se le ocurría a su maltrecho cerebro es que no había conseguido presentarse a tiempo, y por eso les había hecho enfadar, arrastrando a Axel al berenjenal por su culpa. Aunque ni siquiera sabía lo que era la culpa. Desconcertada, la muchacha se frotaba los antebrazos en un gesto inconsciente, menos automatizado de lo que ella pensaba.
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Pasaron un buen rato entre arbustos y árboles hasta decidir que ya era suficiente recolección por hoy. Axel había encontrado una escueta cantidad de hojas, pero suficientes como para hacer ungüento para los dos. Cuando se dirigió a la biocibernética se sorprendió ante la cantidad de basura que había recogido, puede que no fuera una buena druida, pero como limpiadora del bosque parecía no tener precio, una máquina vaya.
Cuando estuvieron uno enfrente del otro de nuevo, la joven decidió golpear su brazo magullado, con una pregunta bastante obvia, pero el viejales tenía que hacerse el duro como era de rigor. - Esto no es nada, no te preocupes. Dijo mientras sus labios se comprimían y una lágrima caía por su mejilla. Su metálica amiga tenía una fuerza envidiable, pero tenía que seguir en el papel de tipo duro protector.
Lo que vino a continuación no se lo esperaba, Amy había abierto su cableado corazón por primera vez en todo este tiempo, estaban apunto de tener la conversación más profunda desde que se conocían. - No te culpes por como reaccionan otros. Hay personas que disfrutan haciendo daño y abusando de los demás, pero en tu mano está ser como ellos o buscar otra senda para hacer del mundo un lugar mejor. Si todos pusiésemos nuestro granito de arena, seríamos más felices. Dijo mientras agarraba con una mano la cara de Amy, para después apretarla por los mofletes haciéndole sacar morritos. - Eres una buena chica, no tienes de que preocuparte. Después soltó su pinza de cangrejo para darle dos golpecitos en la cabeza.
Con un rápido vistazo, localizó un par de piedras de buen tamaño y paso a sentarse cerca de ellas con las piernas entrecruzadas. Rebuscando en el montón de hojas que le había dado la joven, había conseguido rescatar unas tres plantas medicinales, por suerte había ya suficiente para los dos. Puso todas las hojas en una de las piedras y con la otra comenzó a machacarlas con brío, dejando una pasta de color verduzco que no parecía muy apetecible. - Acércate. Le dijo mientras acompañaba sus palabras con gestos. El viejo comenzó a rebañar el mejunje con dos dedos y acto seguido, aplicárselo en las heridas. - Haz tu lo mismo, te vendrá bien. Dijo sonriente mientras seguía con la aplicación.
Mientras estaba allí parada, no pudo evitar ver las ramitas y flores que colgaban de su cinturón, de pronto una imagen invadió su mente. Era su madre en la orilla de un lago, tarareando una apacible canción, mientras entrelazaba flores creando multitud de coronas. Nunca supo muy bien por qué las hacía, pero de una forma u otra, aquellas coronas hacían de sus humildes campamentos un lugar más acogedor. La idea le había invadido, así que no pudo evitar cual mandril, hurtar las flores y palitos que portaba la joven.
Bajo su atenta mirada, Axel comenzó a tararear la canción con la boca cerrada, o al menos lo que recordaba de ella, mientras entretejía todas aquellas flores sobre una base de pequeñas ramas. Cualquiera diría por lo que acababan de pasar si alguien ajeno a ellos presenciara la escena, pero así era el licántropo, poco importaba lo que no pudiera controlar, lo más importante era celebrar cada momento con regocijo, disfrutar de la vida en definitiva. Cuando por fin terminó su obra de arte, le brindó una enorme sonrisa a la chica, para después levantarse de un sutil salto y colocarse frente a ella.
La coronación había comenzado, sujetó la corona como ambas manos para luego posarla en la cabeza de la biocibernética. Se inclinó un poco hacia atrás para tener mejor perspectiva y la enderezó con dos dedos. - Perfecto. Pronunció mientras se sacudía las manos después de un trabajo bien hecho. Esperaba que su obra de arte fuera del agrado de la chiquilla, pero la espera de halagos fue eclipsada por una visión tras la muchacha.
Sin comerlo ni beberlo, Axel se tiró en plancha en unos matorrales que se encontraban a espaldas de la joven. - ¡Hacía siglos que no veía una de estás! Gritó entusiasmado mientras elevaba lo que parecía ante ojos inexpertos una planta más. Mientras el sol caía, parecía que la suerte sonreía al licántropo, iba a ser una noche memorable.
Cuando estuvieron uno enfrente del otro de nuevo, la joven decidió golpear su brazo magullado, con una pregunta bastante obvia, pero el viejales tenía que hacerse el duro como era de rigor. - Esto no es nada, no te preocupes. Dijo mientras sus labios se comprimían y una lágrima caía por su mejilla. Su metálica amiga tenía una fuerza envidiable, pero tenía que seguir en el papel de tipo duro protector.
Lo que vino a continuación no se lo esperaba, Amy había abierto su cableado corazón por primera vez en todo este tiempo, estaban apunto de tener la conversación más profunda desde que se conocían. - No te culpes por como reaccionan otros. Hay personas que disfrutan haciendo daño y abusando de los demás, pero en tu mano está ser como ellos o buscar otra senda para hacer del mundo un lugar mejor. Si todos pusiésemos nuestro granito de arena, seríamos más felices. Dijo mientras agarraba con una mano la cara de Amy, para después apretarla por los mofletes haciéndole sacar morritos. - Eres una buena chica, no tienes de que preocuparte. Después soltó su pinza de cangrejo para darle dos golpecitos en la cabeza.
Con un rápido vistazo, localizó un par de piedras de buen tamaño y paso a sentarse cerca de ellas con las piernas entrecruzadas. Rebuscando en el montón de hojas que le había dado la joven, había conseguido rescatar unas tres plantas medicinales, por suerte había ya suficiente para los dos. Puso todas las hojas en una de las piedras y con la otra comenzó a machacarlas con brío, dejando una pasta de color verduzco que no parecía muy apetecible. - Acércate. Le dijo mientras acompañaba sus palabras con gestos. El viejo comenzó a rebañar el mejunje con dos dedos y acto seguido, aplicárselo en las heridas. - Haz tu lo mismo, te vendrá bien. Dijo sonriente mientras seguía con la aplicación.
Mientras estaba allí parada, no pudo evitar ver las ramitas y flores que colgaban de su cinturón, de pronto una imagen invadió su mente. Era su madre en la orilla de un lago, tarareando una apacible canción, mientras entrelazaba flores creando multitud de coronas. Nunca supo muy bien por qué las hacía, pero de una forma u otra, aquellas coronas hacían de sus humildes campamentos un lugar más acogedor. La idea le había invadido, así que no pudo evitar cual mandril, hurtar las flores y palitos que portaba la joven.
Bajo su atenta mirada, Axel comenzó a tararear la canción con la boca cerrada, o al menos lo que recordaba de ella, mientras entretejía todas aquellas flores sobre una base de pequeñas ramas. Cualquiera diría por lo que acababan de pasar si alguien ajeno a ellos presenciara la escena, pero así era el licántropo, poco importaba lo que no pudiera controlar, lo más importante era celebrar cada momento con regocijo, disfrutar de la vida en definitiva. Cuando por fin terminó su obra de arte, le brindó una enorme sonrisa a la chica, para después levantarse de un sutil salto y colocarse frente a ella.
La coronación había comenzado, sujetó la corona como ambas manos para luego posarla en la cabeza de la biocibernética. Se inclinó un poco hacia atrás para tener mejor perspectiva y la enderezó con dos dedos. - Perfecto. Pronunció mientras se sacudía las manos después de un trabajo bien hecho. Esperaba que su obra de arte fuera del agrado de la chiquilla, pero la espera de halagos fue eclipsada por una visión tras la muchacha.
Sin comerlo ni beberlo, Axel se tiró en plancha en unos matorrales que se encontraban a espaldas de la joven. - ¡Hacía siglos que no veía una de estás! Gritó entusiasmado mientras elevaba lo que parecía ante ojos inexpertos una planta más. Mientras el sol caía, parecía que la suerte sonreía al licántropo, iba a ser una noche memorable.
Axel Svensson
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
La enrevesada explicación de Axel, exenta de laconismo alguno y cargada de filosofía moral de virtud, había dejado a la pobre y perpleja Amy con demasiados interrogantes orbitándole alrededor de la cabeza. Lo que le había preguntado es si había hecho algo malo o no, ¿no podía responder con un simple “Sí” o “No”? Estaba claro que no. Lo que quería era, probablemente, hacerla crecer como persona. Persona humana, además. Aun así, si lo que buscaba era transmitirle a la bio-cibernética un mensaje simple como vive y deja vivir, habría tenido mucho más éxito con un espectáculo infantil de muñecos y animalillos de peluche, como los de los teatrillos ambulantes que tanto le gustaban a la muchacha.
Aunque Amy hubiese querido contestarle, no habría podido por culpa de la presión en sus mejillas. Se limitó a esbozar una sonrisa bobalicona al oír las amables palabras del viejales. No necesitaba mucho más para recuperar el ánimo, escuchar que era una buena chica la llenaba de determinación.
Después de la charla, Axel, el brujo druida, dio comienzo a la preparación de una especie de ritos culinarios, utilizando un par de rocas como mortero y las hojas recolectadas como ingrediente principal. La chica biónica se acercó con curiosidad, mirando fijamente la pasta verde que se iba formando lentamente a golpe de piedra... Otra vez el brujo y su magia del bosque, pensó. Una vez terminado el potingue, el hombre, en lugar de ingerirlo, se dedicó a extenderlo por las zonas más lastimadas de su cuerpo. Así que no era comida… El rostro de Amy plasmó un ligerísimo matiz de decepción. O a lo mejor es que Axel no comía igual que el resto de seres. Por si acaso, la chica medio-robot se llevó parte de aquel engrudo natural a la boca y lo cató brevemente con la lengua. Escupió inmediatamente al suelo; sabía a guano de árbol pochado.
Decidió seguir el sabio consejo del abuelete y adminístraselo con cuidado, directamente sobre las heridas de su cuerpo. Al rozar la crema de hojas su piel, Amy se dio cuenta de dos cosas: lo frío que estaba aquel mejunje y lo mucho que le escocían los cortes. Por desgracia, durante la caída, su espalda se había llevado la peor parte, y no podía evitar poner caras raras mientras se frotaba las zonas doloridas en su lomo. Minutos atrás, aquella pantomima podía haber pasado perfectamente camuflada por una de las posiciones de yoga que el viejo Axel le había enseñado junto a la cascada. Ahora era, más bien, un acto de resignación tras un desastroso desenlace de los acontecimientos.
Si ya estaba sufriendo un mal trago debido a la medicina pasada por piedra del brujo del bosque, Amy no pudo hacer otra cosa que petrificarse ante el hurto perpetrado por aquella vieja sabandija. Con expresión ojiplática, la muchacha observaba a conciencia como las flores y tallos eran sustraídos de su cinto. Su primera reacción, casi instintiva, fue abrir lentamente las oberturas de sus antebrazos para desenvainar las cuchillas y cercenarle las manos al ladrón. Únicamente los lazos invisibles de amistad que los unían, surgidos de ser compañeros de fatigas y haber compartido incontables series de catastróficas desdichas, la detuvieron. Eso y la extraña cancioncilla que Axel tarareaba. Amy no la había escuchado nunca, y aun así se le antojaba nostálgica.
Infinitamente más calmada, creyendo haber vislumbrado las verdaderas intenciones del druida, Amy se sentó sobre una de las grandes rocas que se hallaban esparcidas por el terreno, apoyando las manos en su superficie y orientando la punta de sus pies hacia en interior. La habilidad de Axel como sastre de hebras vegetales le fascinaba. Verlo tejer ramitas, tallos y flores era tan relajante como el mejor de los ejercicios de meditación.
Las palabras del abuelete volvieron a la mente de la bio-cibernética sin quererlo. “Si todos pusiésemos nuestro granito de arena, seriamos más felices.” Amy hizo acopio de un montoncito de tierra, el cual dejó que se escabullera lentamente de entre sus dedos de vuelta al suelo, como si de un reloj de arena de tratase. Se quedó mirando hipnotizada su mano metálica; sus ojos carecían de la chispa de la vida en aquel instante. ”Son máquinas.” Le vinieron también a la cabeza las palabras del niño. Levantó su otro brazo para observarlo también. Amy nunca se había sentido diferente a los demás, por lo menos no que recordase. Entendía que su cuerpo no se parecía al de Axel, por ejemplo. O al de Arvid, o al de su amiga Ava. No estaba ciega, pero tampoco entendía exactamente la diferencia. ¿Era por el metal oscuro de sus brazos y piernas? ¿Tan distinto resultaba? Sus cejas se arqueaban por momentos, frunciéndose su ceño más y más, tratando de comprender. Pero por más que lo intentaba-
Sólo el sonido de unas manos, batiéndose entre ellas, consiguió sacarla de su ensimismamiento.
- ¡Me- Increíble. Preciosa. Hermosa. Maravillosa. El rostro de Amy brillaba con luz propia, su boca estaba abierta de par en par y sus ojos habían recuperado hasta el último ápice de vida perdido. … gusta mucho. Su tono de voz apagado, casi defectuoso, no acompañaba en absoluto al semblante que portaba, el cual reflejaba una alegría exagerada. Si su corazón todavía fuese humano, se le habría acelerado el pulso en el momento de su investidura como reina del bosque, pero todo lo que pudo hacer fue juntar las manos en un gesto de agradecimiento similar al de una oración religiosa.
Fue bastante repentino, sin embargo, Amy tuvo tiempo de apartase de la trayectoria de Axel cuando este se lanzó detrás suya. Parecía igual, o quizás más feliz incluso que ella. Era posible que hubiese encontrado algo que les ayudase a sobrellevar mejor la noche, que ya asomaba por donde se iba poniendo el sol. La luz tenue del ocaso envolvía el paisaje en sombras, dándole a los árboles un aspecto casi misterioso, e iba dificultando poco a poco la visión en aquella zona de serranía, a las faldas de la montaña.
La bio-cibernética se levantó de su asiento rocoso, estilando su nuevo aspecto de soberana montesa, lista y preparada para seguir las indicaciones del druida. Más o menos recordaba el procedimiento para acampar… más menos que más, cabía decir ¿Tendría que recolectar madera seca, o sería mejor hacer siega de los molestos hierbajos y matorrales que manaban por doquier? Por favor, que fuese lo segundo.
Aunque Amy hubiese querido contestarle, no habría podido por culpa de la presión en sus mejillas. Se limitó a esbozar una sonrisa bobalicona al oír las amables palabras del viejales. No necesitaba mucho más para recuperar el ánimo, escuchar que era una buena chica la llenaba de determinación.
Después de la charla, Axel, el brujo druida, dio comienzo a la preparación de una especie de ritos culinarios, utilizando un par de rocas como mortero y las hojas recolectadas como ingrediente principal. La chica biónica se acercó con curiosidad, mirando fijamente la pasta verde que se iba formando lentamente a golpe de piedra... Otra vez el brujo y su magia del bosque, pensó. Una vez terminado el potingue, el hombre, en lugar de ingerirlo, se dedicó a extenderlo por las zonas más lastimadas de su cuerpo. Así que no era comida… El rostro de Amy plasmó un ligerísimo matiz de decepción. O a lo mejor es que Axel no comía igual que el resto de seres. Por si acaso, la chica medio-robot se llevó parte de aquel engrudo natural a la boca y lo cató brevemente con la lengua. Escupió inmediatamente al suelo; sabía a guano de árbol pochado.
Decidió seguir el sabio consejo del abuelete y adminístraselo con cuidado, directamente sobre las heridas de su cuerpo. Al rozar la crema de hojas su piel, Amy se dio cuenta de dos cosas: lo frío que estaba aquel mejunje y lo mucho que le escocían los cortes. Por desgracia, durante la caída, su espalda se había llevado la peor parte, y no podía evitar poner caras raras mientras se frotaba las zonas doloridas en su lomo. Minutos atrás, aquella pantomima podía haber pasado perfectamente camuflada por una de las posiciones de yoga que el viejo Axel le había enseñado junto a la cascada. Ahora era, más bien, un acto de resignación tras un desastroso desenlace de los acontecimientos.
Si ya estaba sufriendo un mal trago debido a la medicina pasada por piedra del brujo del bosque, Amy no pudo hacer otra cosa que petrificarse ante el hurto perpetrado por aquella vieja sabandija. Con expresión ojiplática, la muchacha observaba a conciencia como las flores y tallos eran sustraídos de su cinto. Su primera reacción, casi instintiva, fue abrir lentamente las oberturas de sus antebrazos para desenvainar las cuchillas y cercenarle las manos al ladrón. Únicamente los lazos invisibles de amistad que los unían, surgidos de ser compañeros de fatigas y haber compartido incontables series de catastróficas desdichas, la detuvieron. Eso y la extraña cancioncilla que Axel tarareaba. Amy no la había escuchado nunca, y aun así se le antojaba nostálgica.
Infinitamente más calmada, creyendo haber vislumbrado las verdaderas intenciones del druida, Amy se sentó sobre una de las grandes rocas que se hallaban esparcidas por el terreno, apoyando las manos en su superficie y orientando la punta de sus pies hacia en interior. La habilidad de Axel como sastre de hebras vegetales le fascinaba. Verlo tejer ramitas, tallos y flores era tan relajante como el mejor de los ejercicios de meditación.
Las palabras del abuelete volvieron a la mente de la bio-cibernética sin quererlo. “Si todos pusiésemos nuestro granito de arena, seriamos más felices.” Amy hizo acopio de un montoncito de tierra, el cual dejó que se escabullera lentamente de entre sus dedos de vuelta al suelo, como si de un reloj de arena de tratase. Se quedó mirando hipnotizada su mano metálica; sus ojos carecían de la chispa de la vida en aquel instante. ”Son máquinas.” Le vinieron también a la cabeza las palabras del niño. Levantó su otro brazo para observarlo también. Amy nunca se había sentido diferente a los demás, por lo menos no que recordase. Entendía que su cuerpo no se parecía al de Axel, por ejemplo. O al de Arvid, o al de su amiga Ava. No estaba ciega, pero tampoco entendía exactamente la diferencia. ¿Era por el metal oscuro de sus brazos y piernas? ¿Tan distinto resultaba? Sus cejas se arqueaban por momentos, frunciéndose su ceño más y más, tratando de comprender. Pero por más que lo intentaba-
Sólo el sonido de unas manos, batiéndose entre ellas, consiguió sacarla de su ensimismamiento.
- ¡Me- Increíble. Preciosa. Hermosa. Maravillosa. El rostro de Amy brillaba con luz propia, su boca estaba abierta de par en par y sus ojos habían recuperado hasta el último ápice de vida perdido. … gusta mucho. Su tono de voz apagado, casi defectuoso, no acompañaba en absoluto al semblante que portaba, el cual reflejaba una alegría exagerada. Si su corazón todavía fuese humano, se le habría acelerado el pulso en el momento de su investidura como reina del bosque, pero todo lo que pudo hacer fue juntar las manos en un gesto de agradecimiento similar al de una oración religiosa.
Fue bastante repentino, sin embargo, Amy tuvo tiempo de apartase de la trayectoria de Axel cuando este se lanzó detrás suya. Parecía igual, o quizás más feliz incluso que ella. Era posible que hubiese encontrado algo que les ayudase a sobrellevar mejor la noche, que ya asomaba por donde se iba poniendo el sol. La luz tenue del ocaso envolvía el paisaje en sombras, dándole a los árboles un aspecto casi misterioso, e iba dificultando poco a poco la visión en aquella zona de serranía, a las faldas de la montaña.
La bio-cibernética se levantó de su asiento rocoso, estilando su nuevo aspecto de soberana montesa, lista y preparada para seguir las indicaciones del druida. Más o menos recordaba el procedimiento para acampar… más menos que más, cabía decir ¿Tendría que recolectar madera seca, o sería mejor hacer siega de los molestos hierbajos y matorrales que manaban por doquier? Por favor, que fuese lo segundo.
Amy
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
La noche caía sobre sus cabezas, así que tenían el tiempo justo para iniciar los preparativos. Un emocionado Axel no paraba de dar brincos de un lugar a otro recogiendo todo lo necesario para el ritual y pasar la noche. El problema es que no encontraba corteza de árbol de un tamaño considerable, la cual era indispensable en ese momento. - Oye, no podrías conseguir una corteza de árbol más o menos así. Dijo mientras le daba las directivas del tamaño con las manos. - Yo iré preparando el resto por aquí. Indicó señalando un bonito claro que habían encontrado.
El lugar era un paraje inigualable. El cielo estaba completamente despejado, dejando ver todas y cada una de las constelaciones del cielo aerandiano, ocultando solo una ínfima parte por los picos de las montañas nevadas. Antes de que Amy fuera en busca de la corteza se percató de algo. - ¡Amy espera! Si por casualidad encuentras un arbusto con bolitas rojas y negras, tráemelas por favor. Dijo con una enorme sonrisa. - ¡Gracias! ¡Va a ser la leche! Gritó mientras volvía al claro.
Para cuando la biocibernética volvió al lugar de partida todo estaba cambiado. Había una hoguera ya encendida, junto a un par de camas improvisadas con fibra vegetal de la zona. Entre ambas se encontraban unas cuantas hojas con una buena cantidad de frutos con una presentación impecable. La cáscara vacía de uno de esos frutos partida por la mitad, hacía como una suerte de jarra para cada uno, llena de lo que parecía ser algún tipo de zumo.
Al otro lado de la hoguera en cambio, había una especie de grabados hechos en la tierra y varios palos clavados, junto a la planta que tanto había emocionado a Axel. El cambio de un lado al otro era un tanto drástico, incluso siniestro. Pero le daba un toque armónico bastante raro.
Cuando el lobo vio aparecer a la chica, fue corriendo hacia ella emocionado para arrebatarle todo lo que le había encargado. - Vamos, vamos. Siéntate y repón fuerzas. Dijo mientras se sentaba en una de las camas al lado de la comida. Mientras Amy hacía sus cosas, el licántropo comenzó a tallar con una piedra la corteza de una forma bastante meticulosa para tener una herramienta tan arcaica. Cuando terminó su trabajo de ebanista, machacó las pequeñas bolitas que le trajo la joven sobre un par de hojas, creando dos pinturas naturales listas para utilizar. El siguiente paso fue morder una ramita hasta deshilacharla por un extremo y voila, ya tenía un pincel. Ahora a pintar.
Cuando por fin terminó su obra de arte solo quedaba la traca final, colocando un par de palos y unos cordeles improvisados que harían de sujeción. Dejaría su invento a un lado para comer un poco antes de la traca final. Tras llenar el estómago y charlar un rato con Amy se levantaría, artilugio en mano, para irse al otro lado de la hoguera. - Es hora del evento final. Pronunció con semblante serio.
Se colocó su hasta ahora misterioso objeto, que no resultó ser otra cosa que una máscara. Tenía un par de agujeros en los ojos y boca, acompañado de rasgos faciales pintados de una manera un tanto rústica. La verdad es que si no fuera el propio Axel hasta igual daba un poco de miedo. Después comenzó a bailar y canturrear en un idioma extraño alrededor de los palos, la hoguera, runas del suelo, que eran su pista de baile particular. Para alguien inexperto se podía escuchar la frase pacha mama en varias ocasiones, repetida reiteradamente en estos cánticos.
En mitad del hipnótico baile, recogió la planta y empezó a deshacerla entre sus manos, para terminar soplándola junto a un gruñido hacia la hoguera. Esto provocó que las llamas se avivaran de una manera casi mágica, para después dejar salir una buena cantidad de humo que parecía no tener fin cubriendo el lugar. Después de esto Axel lanzó la máscara al fuego también y fue corriendo a sentarse en su respectiva cama, donde cruzaría las piernas para empezar a inhalar esos humos a conciencia. - Solo relájate y disfruta del viaje. Dijo a la joven Amy que estaría muy lejos de entender lo que estaba sucediendo.
El licántropo se llevó la mano a su cinturón para compartir este momento con su amigo, pero no estaba. En ese momento toda la euforia se convirtió en tristeza. Daba tan por hecho que siempre estaba ahí, que se había olvidado por unos instantes de su reciente desaparición. - Ojalá el Señor Stwinklin estuviera con nosotros. La tristeza en su rostro daba a entender lo preocupado que estaba por su amigo.
- Axel. Una voz resonó en el lugar. Por un primer momento pensó que era Amy, pero la muchacha no había articulado palabra. - Axel. Repitió la voz y esta vez parecía tener una posición clara. Cuando el licántropo levantó la vista pudo verlo claramente entre las nubes. - ¿Señor Stwinklin?. Dijo señalando a la figura de su amigo, que se había dibujado entre unas nubes que aparecieron de pronto en la cima de aquellas montañas. - Axel ¿Me has olvidado? Dijo la piedra. - ¡No, eso jamás! Contestó. - Has olvidado quien eres, por lo tanto me has olvidado. Mira en tu interior, Axel. Eres más de lo que eres ahora, somos más de lo que somos ahora. Juntos somos los hermanos del bosque. Sentenció Stwinklin. - ¿Cómo puedo encontrarte?. Pronunció el viejo entre lágrimas. - Recuerda quien eres. eres mi único amigo, el verdadero Rey del Bosque. Recuerda quien eres... Con estas enigmáticas palabras la figura de la piedra comenzó a desvanecerse. - ¡No,Señor Stwinklin, no me dejes! Con este grito desesperado, Axel perdió la consciencia, quedando tumbado en aquella cama.
Aquel ritual no había salido como esperaba. La última vez había surcado el cielo montando en un dragón mientras observaba todo Aerandir desde las alturas. El final había sido bastante más trágico esta vez y aún por encima con dolor de cabeza asegurado en cuanto se despertase. ¿Le daría esta visión fuerzas para encontrar al Señor Stwinklin? Esperemos que sí.
El lugar era un paraje inigualable. El cielo estaba completamente despejado, dejando ver todas y cada una de las constelaciones del cielo aerandiano, ocultando solo una ínfima parte por los picos de las montañas nevadas. Antes de que Amy fuera en busca de la corteza se percató de algo. - ¡Amy espera! Si por casualidad encuentras un arbusto con bolitas rojas y negras, tráemelas por favor. Dijo con una enorme sonrisa. - ¡Gracias! ¡Va a ser la leche! Gritó mientras volvía al claro.
Para cuando la biocibernética volvió al lugar de partida todo estaba cambiado. Había una hoguera ya encendida, junto a un par de camas improvisadas con fibra vegetal de la zona. Entre ambas se encontraban unas cuantas hojas con una buena cantidad de frutos con una presentación impecable. La cáscara vacía de uno de esos frutos partida por la mitad, hacía como una suerte de jarra para cada uno, llena de lo que parecía ser algún tipo de zumo.
Al otro lado de la hoguera en cambio, había una especie de grabados hechos en la tierra y varios palos clavados, junto a la planta que tanto había emocionado a Axel. El cambio de un lado al otro era un tanto drástico, incluso siniestro. Pero le daba un toque armónico bastante raro.
Cuando el lobo vio aparecer a la chica, fue corriendo hacia ella emocionado para arrebatarle todo lo que le había encargado. - Vamos, vamos. Siéntate y repón fuerzas. Dijo mientras se sentaba en una de las camas al lado de la comida. Mientras Amy hacía sus cosas, el licántropo comenzó a tallar con una piedra la corteza de una forma bastante meticulosa para tener una herramienta tan arcaica. Cuando terminó su trabajo de ebanista, machacó las pequeñas bolitas que le trajo la joven sobre un par de hojas, creando dos pinturas naturales listas para utilizar. El siguiente paso fue morder una ramita hasta deshilacharla por un extremo y voila, ya tenía un pincel. Ahora a pintar.
Cuando por fin terminó su obra de arte solo quedaba la traca final, colocando un par de palos y unos cordeles improvisados que harían de sujeción. Dejaría su invento a un lado para comer un poco antes de la traca final. Tras llenar el estómago y charlar un rato con Amy se levantaría, artilugio en mano, para irse al otro lado de la hoguera. - Es hora del evento final. Pronunció con semblante serio.
Se colocó su hasta ahora misterioso objeto, que no resultó ser otra cosa que una máscara. Tenía un par de agujeros en los ojos y boca, acompañado de rasgos faciales pintados de una manera un tanto rústica. La verdad es que si no fuera el propio Axel hasta igual daba un poco de miedo. Después comenzó a bailar y canturrear en un idioma extraño alrededor de los palos, la hoguera, runas del suelo, que eran su pista de baile particular. Para alguien inexperto se podía escuchar la frase pacha mama en varias ocasiones, repetida reiteradamente en estos cánticos.
En mitad del hipnótico baile, recogió la planta y empezó a deshacerla entre sus manos, para terminar soplándola junto a un gruñido hacia la hoguera. Esto provocó que las llamas se avivaran de una manera casi mágica, para después dejar salir una buena cantidad de humo que parecía no tener fin cubriendo el lugar. Después de esto Axel lanzó la máscara al fuego también y fue corriendo a sentarse en su respectiva cama, donde cruzaría las piernas para empezar a inhalar esos humos a conciencia. - Solo relájate y disfruta del viaje. Dijo a la joven Amy que estaría muy lejos de entender lo que estaba sucediendo.
El licántropo se llevó la mano a su cinturón para compartir este momento con su amigo, pero no estaba. En ese momento toda la euforia se convirtió en tristeza. Daba tan por hecho que siempre estaba ahí, que se había olvidado por unos instantes de su reciente desaparición. - Ojalá el Señor Stwinklin estuviera con nosotros. La tristeza en su rostro daba a entender lo preocupado que estaba por su amigo.
- Axel. Una voz resonó en el lugar. Por un primer momento pensó que era Amy, pero la muchacha no había articulado palabra. - Axel. Repitió la voz y esta vez parecía tener una posición clara. Cuando el licántropo levantó la vista pudo verlo claramente entre las nubes. - ¿Señor Stwinklin?. Dijo señalando a la figura de su amigo, que se había dibujado entre unas nubes que aparecieron de pronto en la cima de aquellas montañas. - Axel ¿Me has olvidado? Dijo la piedra. - ¡No, eso jamás! Contestó. - Has olvidado quien eres, por lo tanto me has olvidado. Mira en tu interior, Axel. Eres más de lo que eres ahora, somos más de lo que somos ahora. Juntos somos los hermanos del bosque. Sentenció Stwinklin. - ¿Cómo puedo encontrarte?. Pronunció el viejo entre lágrimas. - Recuerda quien eres. eres mi único amigo, el verdadero Rey del Bosque. Recuerda quien eres... Con estas enigmáticas palabras la figura de la piedra comenzó a desvanecerse. - ¡No,Señor Stwinklin, no me dejes! Con este grito desesperado, Axel perdió la consciencia, quedando tumbado en aquella cama.
- Dramatización:
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Aquel ritual no había salido como esperaba. La última vez había surcado el cielo montando en un dragón mientras observaba todo Aerandir desde las alturas. El final había sido bastante más trágico esta vez y aún por encima con dolor de cabeza asegurado en cuanto se despertase. ¿Le daría esta visión fuerzas para encontrar al Señor Stwinklin? Esperemos que sí.
Axel Svensson
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Trabajo, trabajo. ¿Acababan de coronarla reina de aquellos lares y ya le estaban mandando faena? Si es que, no hay descanso para los malditos. A Amy le resultaba imposible librarse de las tareas de leñadora; era a su vez una maldición y una bendición. Maldición porque siempre le tocaban los quehaceres más pesados y tediosos, pese a tener el cuerpo más “ligero” en apariencia; y bendición porque cualquier excusa era buena para trinchar y trocear con sus cuchillas mantis. No es que tuviera ningún problema ni nada por el estilo, podía dejarlo cuando quisiera. Palabrita del niño Vidar. Así, encantada y lista para la acción, la muchacha aceptó la petición de Axel con una sonrisa de oreja a oreja.
- Claro. Déjamelo a mí. Le respondió al viejales, volteándose con la intención de perderse en la espesura forestal. Sin embargo, el brujo del bosque le añadió un encargo extra que debía cumplir. ”Bolitas rojas y negras.” Repitió para sí, en voz alta. Tenía que asegurarse de recordarlo a toda costa, por difícil que resultara. No hay problema. Amy cerró la mano en un puño y levantó el pulgar, haciendo un gesto que ni ella misma sabía muy bien lo que significaba. Un entendido podría haber deducido que, como reina, se encontraba al toque de su rey.
”Bolitas rojas y negras.” La chica desapareció de la vista de Axel en un santiamén, iniciando su paseo por el soto montañoso. La bio-cibernética tenía la misión de conseguir un buen trozo de corteza de árbol, pero no se iba a conformar con el primero que viese, no. Iba a estar dando vueltas hasta encontrar el árbol más alto con la corteza más bonita, vaya que sí. “Bolitas rojas y negras.” De todas forma, tampoco quería alejarse mucho de donde habían caído por temor a no saber volver luego. No sería la primera vez que le sucedía, aunque esperaba que la anterior fuese la última.
Amy andaba con pasos lentos y cauteloso. No porque estuviera alerta ante cualquier peligro nocturno, sino más bien por culpa de esa misma oscuridad de la noche, que le impedía elegir al árbol idóneo al cual realizarle un pequeño trasquilón con sus cuchillas. “Bolitas rojas y negras.” La chica medio-robot miraba a izquierda y derecha, reparando en las formas de todo lo que se movía bajo el amparo de las tinieblas. A unos metros más allá de donde estaba, le pareció divisar la silueta alargada de algún tipo de bicho con cola y cuatro patas, que descansaba plácidamente sobre una roca sorprendentemente lisa.
Emulando a un felino, Amy se acercó un poco más hasta ver con claridad que se trataba de un lagarto bien gordo, el cual mediría aproximadamente medio metro, más o menos. ¿Un dragón? Cabía la posibilidad. No obstante, la verdadera pregunta era… ¿a qué sabía un dragón? Que ella supiese, iban a pasar la noche en ayunas, por lo que la decisión lógica y racional era buscar sustento básico que asegurase la supervivencia. Un diez habría sacado en esa pregunta, si aquello fuese un examen de bio-cibernéticos sobre necesidades fundamentales y conocimiento del medio. Desenvainando lentamente las cuchillas de sus antebrazos, Amy se acercaba de puntillas hasta la posición del bichejo. Había rodeado para aproximarse desde un punto ciego. O eso creía ella, porque en el momento que se lanzó sobre su presa, silenciosa cual espectro sombrío, el lagarto salió escopetado -reptando sobre su barriga- como si la vida le fuera en ello. Razón no le faltaba al maldito.
Tras una persecución que dio la impresión de haber durado horas, quizás días, la bio-cibernética acorraló al animal hasta hacerlo subir a un árbol relativamente alto. La tenacidad de la joven había hecho que no le perdiera la pista, sin embargo, estaba exhausta y jadeaba con pesadez. Pero no se iba a rendir ahora, no estando tan cerca del éxito. Amy comenzó a trepar por el tronco del árbol, ayudándose de sus cuchillas como herramientas de escalada. Al llegar hasta las hojas de la copa, escuchó un ruido proveniente de una de las ramas. Sonaba como el grito desesperado de un dragón, el cual aceptaba con amargura su fatídico final. Sonriendo triunfalmente, la muchacha lanzó una rápida y precisa estocada en dirección al sonido. Plop. Había atravesado algo con suma facilidad. Retrajo el brazo metálico para comprobar, satisfecha, la forma redondeada y viscosa del supuesto reptil. ¿Redondeada y viscosa?
- Ah- Acompañando la cara de sorpresa de la muchacha, un molesto zumbido empezó a crecer en intensidad. Lo que en primera instancia se asemejaba a un millar de alas, revolviéndose con vehemencia, le llevó a pensar que, más que un lagarto, aquello parecía un avispero; y, más que diminutos dragones bicolor, aquello parecía un enjambre de avispas furibundas. Aaah…- Tardó una milésima de segundo en reaccionar, lo suficiente para que la jauría de insectos se lanzasen sobre su cara para dejársela hecha un Cristo. Amy se tiró en plancha al suelo, dándose un trastazo monumental que no le impidió en absoluto levantarse y seguir corriendo como alma que llevaba Hel. Corría cual pollo sin cabeza, sacudiendo el brazo todavía con el avispero incrustado en la hoja de su cuchilla, perseguida por un ejército de avispas que había jurado destruirla. A ella, y probablemente a todos sus seres queridos.
Escapó viva y por los pelos… pero a qué precio. La cabeza de la muchacha estaba hinchada como un globo, con bultos y protuberancias por toda la cara, a causa de las numerosas picaduras. Estaba tumbada en el suelo bajo un arbusto, escondida y dolorida. De repente, algo esférico -una baya- cayó delante suya. Era de un color negruzco, quizás sanguino, pero no podía juzgar bien en la oscuridad… Amy abrió todo lo que pudo los ojos (que no era mucho). ¡Bolitas rojas y negras! Un ardor le recorrió el rostro de arriba abajo. Le picaba horrores, sin embargo, había recobrado el norte, acordándose de lo que había venido a hacer en mitad del bosque. Alzándose con fuerzas renovadas, miró de forma inconsciente algo imaginario que debía estar en su muñeca, pero que realmente no estaba allí. ¡Llegaba tarde! Emprendió el camino de vuelta, talando por el camino el trozo de corteza más bonito y perfecto que había visto el ojo humano.
Al llegar hasta Axel, comprobó con alivio como se había librado de tener que levantar un sitio de acampada desde cero. Pero… a qué precio, volvió a recordar. “Siéntate y repón fuerzas.” Aquellas palabras eran música para sus oídos. A Amy le fue usurpado todo lo recogido, y con el estómago revuelto desde hacía horas, procedió a hacer sus necesidades tras un matorral. Quizás no era algo digno de una dama, reina del bosque, pero no podía aguantarse más. Ya más vacía por dentro y ligera, se sentó cerca del banquete de frutos que había preparado el druida y empezó a ingerirlos a dos manos, llenándose la boca hasta casi no poder ni masticar. Estaba hambrienta, y aquel escurridizo lagarto de jugosas escamas no había hecho otra cosa que aumentar su apetito. Axel comentaba alegre sobre la belleza del firmamento, las estrellas brillando en la bóveda celeste, el aire fresco y limpio de la sierra; y Amy respondía asintiendo con gruñidos, dándose otro atracón de frutos y zumo de dudosa procedencia.
La bio-cibernética engulló el último bocado, atenta al llamativo espectáculo que interpretaba el vejete. Cada vez la asombraba más con sus cosas de brujo y su hechicería silvestre. No había reparado en la decoración tan macabra que adornaba el campamento hasta aquel momento. Llamas, máscaras, cánticos, bailes. Lo tenía todo para ser una impecable fiesta de corte real, o eso cría ella. Amy movía la cabeza al son de la chabacana sinfonía; “Pacha” hacia la derecha, “Mama” hacia la izquierda. Incluso juntó las manos, con el corazón en un puño, cuando la máscara ardió, levantando una columna de humo y llamas jamás vista hasta la fecha. Respiró hondo, relajando los músculos, todavía con la cara inflamada.
La tristeza de Axel se transmitió a la muchacha como si se hubiese creado una especie de conexión mística entre ambos. Si él lloraba, ella lloraba… Amy no sabía si era por la ingente cantidad de humo que estaba aspirando, pero no paraba de toser y todo a su alrededor comenzaba a dar vueltas, deformándose en una versión distorsionada, monocroma y superpuesta de la realidad. ¿Señor Stwinklin? Escuchó pronunciar al brujo del bosque. Le dio la impresión de que hablaba desde muy, muy lejos. Sin embargo, al mismo tiempo era como un susurro directamente en su oído. No entendía nada, como siempre.
- ¡Lo veo, lo veo! La muchacha echó el zumo que estaba bebiendo por la nariz, levantándose como un resorte de la cama hecha con plantas, y quedándose de pie con la vista clavada en el cielo, señalando con el dedo. Una nube empezó a tomar la apariencia rocosa del viejo -actualmente desaparecido- amigo de Axel, al que Amy había visto en alguna que otra ocasión. Sin poder articular más palabra, se quedó congelada en el espacio-tiempo, señalando al cielo hasta la eternidad. Todo se volvió por fin completamente oscuro. El cerebro de la bio-cibernética se desconectó como si alguien hubiese tirado del cable, haciendo que un cúmulo de espuma brotase a borbotones de su boca. Con un gorgoteo moribundo, cayó de espaldas al suelo, cual tronco recién talado.
Sólo Odín sabía el tiempo que pasaron ambos desgraciados tirados a la bartola, expuestos a la intemperie. El sol ya se encontraba sobre sus cabezas y los pájaros canturreaban jocosamente por encima de ellos. La primera en abrir los ojos fue Amy, a quien el piar de las aves le taladraba la cabeza como si fuera la lanza encantada de algún semi-dios. Le pesaban los párpados, y lo último que recordaba al despertar era la gigantesca piedra en el cielo. La piedra en el cielo… Giró la cabeza y vio a Axel durmiendo plácidamente a su lado. Trató entonces de erguirse y un peso en su tripa se lo impidió. El lagarto que estuvo persiguiendo toda la noche descansaba -incluso más plácidamente que el druida- sobre ella, tomando el sol a expensas de utilizar el cuerpo de la bio-cibernética como tumbona. Amy gruñó y el bicho, habiéndose cobrado su venganza, salió disparado hacia la maleza, para no volver a ser visto jamás.
- Señor Stwinklin… La joven se rascó la mejilla. Continuaba picándole, aunque ya no estaba tan hinchada como antes. En cierto modo, parte de la culpa que sentía Axel por haber perdido a su amigo de toda la vida se había transferido a la chica metálica. Después de dar un largo bostezo, y sin perder un segundo, se puso a buscar por el terreno alguna piedra con una forma similar a la que había visto en ¿sueños? Todo resultaba muy confuso y estaba muy borroso. Amy cogió el pedrusco que más le llamó la atención y se puso a tallarle una carita sonriente lo mejor que pudo, usando una de sus cuchillas, el 100% del poder de su dañada memoria, y una cantidad ingente de cariño y amor. El resultado: siniestro total. Un adefesio pedregoso que no dudaría en regalar a Axel en cuanto despertase, tratando de llenar el hueco en su corazón que había dejado la desventurada desaparición del señor Stwinklin.
Pero ahí acababa la cosa. Contra todo pronóstico, el problema no vino a raíz del terrible regalo improvisado que la chica semi-metálica se disponía a endosarle a su amigo y mentor de yoga. El problema se personificó en forma de unos gritos en la lejanía, provenientes del pie de una de las montañas. Al acercarse, atraídos por los alaridos, los cuales se escuchaban cada vez más próximos, descubrieron que no se trataba de otra gente que la cuadrilla de niños tóxicos y malcriados de hacía unas horas, asediados por una manada de lobos rabiosos... Dulce, dulce karma. Amy, en su habitual imprudencia y temeridad, sacó las cuchillas y se lanzó directa al peligro, lista para el desenlace.
- Claro. Déjamelo a mí. Le respondió al viejales, volteándose con la intención de perderse en la espesura forestal. Sin embargo, el brujo del bosque le añadió un encargo extra que debía cumplir. ”Bolitas rojas y negras.” Repitió para sí, en voz alta. Tenía que asegurarse de recordarlo a toda costa, por difícil que resultara. No hay problema. Amy cerró la mano en un puño y levantó el pulgar, haciendo un gesto que ni ella misma sabía muy bien lo que significaba. Un entendido podría haber deducido que, como reina, se encontraba al toque de su rey.
”Bolitas rojas y negras.” La chica desapareció de la vista de Axel en un santiamén, iniciando su paseo por el soto montañoso. La bio-cibernética tenía la misión de conseguir un buen trozo de corteza de árbol, pero no se iba a conformar con el primero que viese, no. Iba a estar dando vueltas hasta encontrar el árbol más alto con la corteza más bonita, vaya que sí. “Bolitas rojas y negras.” De todas forma, tampoco quería alejarse mucho de donde habían caído por temor a no saber volver luego. No sería la primera vez que le sucedía, aunque esperaba que la anterior fuese la última.
Amy andaba con pasos lentos y cauteloso. No porque estuviera alerta ante cualquier peligro nocturno, sino más bien por culpa de esa misma oscuridad de la noche, que le impedía elegir al árbol idóneo al cual realizarle un pequeño trasquilón con sus cuchillas. “Bolitas rojas y negras.” La chica medio-robot miraba a izquierda y derecha, reparando en las formas de todo lo que se movía bajo el amparo de las tinieblas. A unos metros más allá de donde estaba, le pareció divisar la silueta alargada de algún tipo de bicho con cola y cuatro patas, que descansaba plácidamente sobre una roca sorprendentemente lisa.
Emulando a un felino, Amy se acercó un poco más hasta ver con claridad que se trataba de un lagarto bien gordo, el cual mediría aproximadamente medio metro, más o menos. ¿Un dragón? Cabía la posibilidad. No obstante, la verdadera pregunta era… ¿a qué sabía un dragón? Que ella supiese, iban a pasar la noche en ayunas, por lo que la decisión lógica y racional era buscar sustento básico que asegurase la supervivencia. Un diez habría sacado en esa pregunta, si aquello fuese un examen de bio-cibernéticos sobre necesidades fundamentales y conocimiento del medio. Desenvainando lentamente las cuchillas de sus antebrazos, Amy se acercaba de puntillas hasta la posición del bichejo. Había rodeado para aproximarse desde un punto ciego. O eso creía ella, porque en el momento que se lanzó sobre su presa, silenciosa cual espectro sombrío, el lagarto salió escopetado -reptando sobre su barriga- como si la vida le fuera en ello. Razón no le faltaba al maldito.
Tras una persecución que dio la impresión de haber durado horas, quizás días, la bio-cibernética acorraló al animal hasta hacerlo subir a un árbol relativamente alto. La tenacidad de la joven había hecho que no le perdiera la pista, sin embargo, estaba exhausta y jadeaba con pesadez. Pero no se iba a rendir ahora, no estando tan cerca del éxito. Amy comenzó a trepar por el tronco del árbol, ayudándose de sus cuchillas como herramientas de escalada. Al llegar hasta las hojas de la copa, escuchó un ruido proveniente de una de las ramas. Sonaba como el grito desesperado de un dragón, el cual aceptaba con amargura su fatídico final. Sonriendo triunfalmente, la muchacha lanzó una rápida y precisa estocada en dirección al sonido. Plop. Había atravesado algo con suma facilidad. Retrajo el brazo metálico para comprobar, satisfecha, la forma redondeada y viscosa del supuesto reptil. ¿Redondeada y viscosa?
- Ah- Acompañando la cara de sorpresa de la muchacha, un molesto zumbido empezó a crecer en intensidad. Lo que en primera instancia se asemejaba a un millar de alas, revolviéndose con vehemencia, le llevó a pensar que, más que un lagarto, aquello parecía un avispero; y, más que diminutos dragones bicolor, aquello parecía un enjambre de avispas furibundas. Aaah…- Tardó una milésima de segundo en reaccionar, lo suficiente para que la jauría de insectos se lanzasen sobre su cara para dejársela hecha un Cristo. Amy se tiró en plancha al suelo, dándose un trastazo monumental que no le impidió en absoluto levantarse y seguir corriendo como alma que llevaba Hel. Corría cual pollo sin cabeza, sacudiendo el brazo todavía con el avispero incrustado en la hoja de su cuchilla, perseguida por un ejército de avispas que había jurado destruirla. A ella, y probablemente a todos sus seres queridos.
Escapó viva y por los pelos… pero a qué precio. La cabeza de la muchacha estaba hinchada como un globo, con bultos y protuberancias por toda la cara, a causa de las numerosas picaduras. Estaba tumbada en el suelo bajo un arbusto, escondida y dolorida. De repente, algo esférico -una baya- cayó delante suya. Era de un color negruzco, quizás sanguino, pero no podía juzgar bien en la oscuridad… Amy abrió todo lo que pudo los ojos (que no era mucho). ¡Bolitas rojas y negras! Un ardor le recorrió el rostro de arriba abajo. Le picaba horrores, sin embargo, había recobrado el norte, acordándose de lo que había venido a hacer en mitad del bosque. Alzándose con fuerzas renovadas, miró de forma inconsciente algo imaginario que debía estar en su muñeca, pero que realmente no estaba allí. ¡Llegaba tarde! Emprendió el camino de vuelta, talando por el camino el trozo de corteza más bonito y perfecto que había visto el ojo humano.
Al llegar hasta Axel, comprobó con alivio como se había librado de tener que levantar un sitio de acampada desde cero. Pero… a qué precio, volvió a recordar. “Siéntate y repón fuerzas.” Aquellas palabras eran música para sus oídos. A Amy le fue usurpado todo lo recogido, y con el estómago revuelto desde hacía horas, procedió a hacer sus necesidades tras un matorral. Quizás no era algo digno de una dama, reina del bosque, pero no podía aguantarse más. Ya más vacía por dentro y ligera, se sentó cerca del banquete de frutos que había preparado el druida y empezó a ingerirlos a dos manos, llenándose la boca hasta casi no poder ni masticar. Estaba hambrienta, y aquel escurridizo lagarto de jugosas escamas no había hecho otra cosa que aumentar su apetito. Axel comentaba alegre sobre la belleza del firmamento, las estrellas brillando en la bóveda celeste, el aire fresco y limpio de la sierra; y Amy respondía asintiendo con gruñidos, dándose otro atracón de frutos y zumo de dudosa procedencia.
La bio-cibernética engulló el último bocado, atenta al llamativo espectáculo que interpretaba el vejete. Cada vez la asombraba más con sus cosas de brujo y su hechicería silvestre. No había reparado en la decoración tan macabra que adornaba el campamento hasta aquel momento. Llamas, máscaras, cánticos, bailes. Lo tenía todo para ser una impecable fiesta de corte real, o eso cría ella. Amy movía la cabeza al son de la chabacana sinfonía; “Pacha” hacia la derecha, “Mama” hacia la izquierda. Incluso juntó las manos, con el corazón en un puño, cuando la máscara ardió, levantando una columna de humo y llamas jamás vista hasta la fecha. Respiró hondo, relajando los músculos, todavía con la cara inflamada.
La tristeza de Axel se transmitió a la muchacha como si se hubiese creado una especie de conexión mística entre ambos. Si él lloraba, ella lloraba… Amy no sabía si era por la ingente cantidad de humo que estaba aspirando, pero no paraba de toser y todo a su alrededor comenzaba a dar vueltas, deformándose en una versión distorsionada, monocroma y superpuesta de la realidad. ¿Señor Stwinklin? Escuchó pronunciar al brujo del bosque. Le dio la impresión de que hablaba desde muy, muy lejos. Sin embargo, al mismo tiempo era como un susurro directamente en su oído. No entendía nada, como siempre.
- ¡Lo veo, lo veo! La muchacha echó el zumo que estaba bebiendo por la nariz, levantándose como un resorte de la cama hecha con plantas, y quedándose de pie con la vista clavada en el cielo, señalando con el dedo. Una nube empezó a tomar la apariencia rocosa del viejo -actualmente desaparecido- amigo de Axel, al que Amy había visto en alguna que otra ocasión. Sin poder articular más palabra, se quedó congelada en el espacio-tiempo, señalando al cielo hasta la eternidad. Todo se volvió por fin completamente oscuro. El cerebro de la bio-cibernética se desconectó como si alguien hubiese tirado del cable, haciendo que un cúmulo de espuma brotase a borbotones de su boca. Con un gorgoteo moribundo, cayó de espaldas al suelo, cual tronco recién talado.
Sólo Odín sabía el tiempo que pasaron ambos desgraciados tirados a la bartola, expuestos a la intemperie. El sol ya se encontraba sobre sus cabezas y los pájaros canturreaban jocosamente por encima de ellos. La primera en abrir los ojos fue Amy, a quien el piar de las aves le taladraba la cabeza como si fuera la lanza encantada de algún semi-dios. Le pesaban los párpados, y lo último que recordaba al despertar era la gigantesca piedra en el cielo. La piedra en el cielo… Giró la cabeza y vio a Axel durmiendo plácidamente a su lado. Trató entonces de erguirse y un peso en su tripa se lo impidió. El lagarto que estuvo persiguiendo toda la noche descansaba -incluso más plácidamente que el druida- sobre ella, tomando el sol a expensas de utilizar el cuerpo de la bio-cibernética como tumbona. Amy gruñó y el bicho, habiéndose cobrado su venganza, salió disparado hacia la maleza, para no volver a ser visto jamás.
- Señor Stwinklin… La joven se rascó la mejilla. Continuaba picándole, aunque ya no estaba tan hinchada como antes. En cierto modo, parte de la culpa que sentía Axel por haber perdido a su amigo de toda la vida se había transferido a la chica metálica. Después de dar un largo bostezo, y sin perder un segundo, se puso a buscar por el terreno alguna piedra con una forma similar a la que había visto en ¿sueños? Todo resultaba muy confuso y estaba muy borroso. Amy cogió el pedrusco que más le llamó la atención y se puso a tallarle una carita sonriente lo mejor que pudo, usando una de sus cuchillas, el 100% del poder de su dañada memoria, y una cantidad ingente de cariño y amor. El resultado: siniestro total. Un adefesio pedregoso que no dudaría en regalar a Axel en cuanto despertase, tratando de llenar el hueco en su corazón que había dejado la desventurada desaparición del señor Stwinklin.
Pero ahí acababa la cosa. Contra todo pronóstico, el problema no vino a raíz del terrible regalo improvisado que la chica semi-metálica se disponía a endosarle a su amigo y mentor de yoga. El problema se personificó en forma de unos gritos en la lejanía, provenientes del pie de una de las montañas. Al acercarse, atraídos por los alaridos, los cuales se escuchaban cada vez más próximos, descubrieron que no se trataba de otra gente que la cuadrilla de niños tóxicos y malcriados de hacía unas horas, asediados por una manada de lobos rabiosos... Dulce, dulce karma. Amy, en su habitual imprudencia y temeridad, sacó las cuchillas y se lanzó directa al peligro, lista para el desenlace.
Última edición por Amy el Miér Jun 17 2020, 11:09, editado 1 vez
Amy
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Las visiones del Señor Stwinklin no paraban de aparecersele en sueños. La visión de la piedra hablando con él para luego empezar a flotar, ascendiendo hasta perderse en el cielo era recurrente. Una pesadilla que le acompañaría durante toda esa fatídica noche. El lobo balbuceaba en sueños el nombre de su amigo en repetidas ocasiones. - Sé tu mismo y me encontrarás. Dijo la piedra justo antes de que Axel se despertase sobresaltado.
El dolor de cabeza estaba presente como era de esperar y la imagen de Amy agazapada en una esquina de espaldas, no le ayudaba a volver a la realidad. Lo más común era que se encontrara la cara de la biocibernética frente a su rostro, esperando a que despertase, mirándole de una manera un tanto siniestra. Anda que no se había llevado sustos, pero ya se había vuelto casi una costumbre.
Cuando al fin volvió a ser persona, al cabo de un par de minutos, recordó todo lo que había ocurrido la noche anterior. Tenía que encontrar al Señor Stwinklin como sea, pero lo primero era lo primero. Como buen ser respetuoso con la madre naturaleza, levantó el campamento, dejando todo lo que lo constituía de manera que los animales pudieran aprovechar todos esos materiales, así el ciclo de la vida seguiría su curso. Después se dirigió rápidamente a Amy, que sospechosamente estaba muy centrada en lo que fuese que estuviera haciendo.
Sin mediar palabra la agarró del brazo y la levantó como si fuera una pluma, demostrando que aunque la barba estuviera nevada, la caldera aún funcionaba. Gracias a la pacha mama, no se había volteado tan siquiera a ver a la chiquilla que acababa de secuestrar, sino la imagen de la biocibernética con sus armas desenvainadas le habría dado un buen susto. La arrastró con la fuerza de una manada de elefantes volviendo a las profundidades del bosque. - Hay que ponerse en marcha. Tenemos que encontrar al Señor Stwinklin. Dijo con determinación perpetrando así exitosamente su secuestro.
La búsqueda había comenzado, los recovecos de aquel frondoso lugar eran profanados sin pudor alguno. Las primeras horas transcurrieron de una manera incluso amena, pero ante la tenacidad de Axel para encontrar a su amigo, le preocupaba que Amy estuviera perdiendo la cabeza. Igual prefería estar en el guateque del pueblo dándolo todo, como hacían los jóvenes de hoy en día, que ayudándolo a encontrar una aguja en un pajar. Pero esa tranquilidad casi mundana se vio interrumpida de pronto por unos gritos, el licántropo miró a la biocibernética y sin necesidad de mediar palabra, ambos salieron corriendo hacia aquella aterradora llamada de auxilio.
No sabía como, pero la joven había superado la velocidad crucero de Axel, adelantándole por la derecha. Cuando la chica se quedó plantada, sabía que habían llegado. La visión era casi poética, los niños que le habían molestando hace menos de un día, estaban atrapados contra la ladera de la montaña, rodeados por lo que parecía ser una manada de lobos de la zona. Los ojos de los niños inspiraban pavor, sabían que no debían de estar ahí, pero quizás el morbo de encontrar un par de cádaveres los había movido.
La primera en lanzarse al peligro fue Amy, haciendo gala de una valentía sin igual, intentando proteger de manera casi instintiva a sus antiguos abusones. Axel caminó con seguridad hacia ellos, que lo miraron todavía más aterrados, parecía que en ese momento tenían el doble de problemas. Pero el viejo, lejos de dirigirse a los niños con algún tipo de comentario les mostró su espalda, dando la cara a la manada de feroces lobos. Después se dirigió hacia Amy apoyando una mano en su hombro, haciéndole entender que estaba todo controlado y que había hecho lo correcto.
Lo primero que salió de la boca del licántropo fue un gruñido todavía más aterrador que el que estaban haciéndo los cánidos y poco a poco se fue encorvando poniéndose a cuatro patas en el suelo. La transformación fue un tanto grotesca para los curiosos ojos que no estaban acostumbrados a ver tal cosa. Pero valió la pena, un imponente lobo blanco había ocupado la posición donde se encontraba Axel, de pelaje abundante y que superaba por mucho en tamaño a sus rivales. Un solo aullido del licántropo bastó para que los lobos de la zona huyesen con quejidos lastimeros, dejando así en paz a los que probablemente iban a ser su comida.
Axel solo giró la cabeza un momento, viendo a los muchachos con un solo ojo para comprobar si estaban bien. Por el olor que desprendían, ese gesto les había asustado más que los lobos a los que habían enfrentado hace tan solo un instante, el orín y las heces abofeteaban con fuerza el olfato del lobo, que volvió a girar la cabeza y caminó lentamente hacia Amy.
Cuando por fin llegó a donde se encontraba la biocibernética, el lobo metió la cabeza entre las piernas de la chica, para a continuación, con un rápido y brusco movimiento catapultarla hasta su lomo. Una vez subida en su nueva montura, el lobo empezó a correr a toda velocidad hasta perderse entre la vegetación. Escuchó a un grupo de adultos llegar a la zona en el momento que ellos partían, sabía que no era buena idea que lo viesen junto al grupo de infantes. No quería comprobar si lo que decían sobre un grupo de aldeanos enfadados al encontrar una bestia y lo que hacían con ella era cierto.
El dolor de cabeza estaba presente como era de esperar y la imagen de Amy agazapada en una esquina de espaldas, no le ayudaba a volver a la realidad. Lo más común era que se encontrara la cara de la biocibernética frente a su rostro, esperando a que despertase, mirándole de una manera un tanto siniestra. Anda que no se había llevado sustos, pero ya se había vuelto casi una costumbre.
Cuando al fin volvió a ser persona, al cabo de un par de minutos, recordó todo lo que había ocurrido la noche anterior. Tenía que encontrar al Señor Stwinklin como sea, pero lo primero era lo primero. Como buen ser respetuoso con la madre naturaleza, levantó el campamento, dejando todo lo que lo constituía de manera que los animales pudieran aprovechar todos esos materiales, así el ciclo de la vida seguiría su curso. Después se dirigió rápidamente a Amy, que sospechosamente estaba muy centrada en lo que fuese que estuviera haciendo.
Sin mediar palabra la agarró del brazo y la levantó como si fuera una pluma, demostrando que aunque la barba estuviera nevada, la caldera aún funcionaba. Gracias a la pacha mama, no se había volteado tan siquiera a ver a la chiquilla que acababa de secuestrar, sino la imagen de la biocibernética con sus armas desenvainadas le habría dado un buen susto. La arrastró con la fuerza de una manada de elefantes volviendo a las profundidades del bosque. - Hay que ponerse en marcha. Tenemos que encontrar al Señor Stwinklin. Dijo con determinación perpetrando así exitosamente su secuestro.
La búsqueda había comenzado, los recovecos de aquel frondoso lugar eran profanados sin pudor alguno. Las primeras horas transcurrieron de una manera incluso amena, pero ante la tenacidad de Axel para encontrar a su amigo, le preocupaba que Amy estuviera perdiendo la cabeza. Igual prefería estar en el guateque del pueblo dándolo todo, como hacían los jóvenes de hoy en día, que ayudándolo a encontrar una aguja en un pajar. Pero esa tranquilidad casi mundana se vio interrumpida de pronto por unos gritos, el licántropo miró a la biocibernética y sin necesidad de mediar palabra, ambos salieron corriendo hacia aquella aterradora llamada de auxilio.
No sabía como, pero la joven había superado la velocidad crucero de Axel, adelantándole por la derecha. Cuando la chica se quedó plantada, sabía que habían llegado. La visión era casi poética, los niños que le habían molestando hace menos de un día, estaban atrapados contra la ladera de la montaña, rodeados por lo que parecía ser una manada de lobos de la zona. Los ojos de los niños inspiraban pavor, sabían que no debían de estar ahí, pero quizás el morbo de encontrar un par de cádaveres los había movido.
La primera en lanzarse al peligro fue Amy, haciendo gala de una valentía sin igual, intentando proteger de manera casi instintiva a sus antiguos abusones. Axel caminó con seguridad hacia ellos, que lo miraron todavía más aterrados, parecía que en ese momento tenían el doble de problemas. Pero el viejo, lejos de dirigirse a los niños con algún tipo de comentario les mostró su espalda, dando la cara a la manada de feroces lobos. Después se dirigió hacia Amy apoyando una mano en su hombro, haciéndole entender que estaba todo controlado y que había hecho lo correcto.
Lo primero que salió de la boca del licántropo fue un gruñido todavía más aterrador que el que estaban haciéndo los cánidos y poco a poco se fue encorvando poniéndose a cuatro patas en el suelo. La transformación fue un tanto grotesca para los curiosos ojos que no estaban acostumbrados a ver tal cosa. Pero valió la pena, un imponente lobo blanco había ocupado la posición donde se encontraba Axel, de pelaje abundante y que superaba por mucho en tamaño a sus rivales. Un solo aullido del licántropo bastó para que los lobos de la zona huyesen con quejidos lastimeros, dejando así en paz a los que probablemente iban a ser su comida.
Axel solo giró la cabeza un momento, viendo a los muchachos con un solo ojo para comprobar si estaban bien. Por el olor que desprendían, ese gesto les había asustado más que los lobos a los que habían enfrentado hace tan solo un instante, el orín y las heces abofeteaban con fuerza el olfato del lobo, que volvió a girar la cabeza y caminó lentamente hacia Amy.
Cuando por fin llegó a donde se encontraba la biocibernética, el lobo metió la cabeza entre las piernas de la chica, para a continuación, con un rápido y brusco movimiento catapultarla hasta su lomo. Una vez subida en su nueva montura, el lobo empezó a correr a toda velocidad hasta perderse entre la vegetación. Escuchó a un grupo de adultos llegar a la zona en el momento que ellos partían, sabía que no era buena idea que lo viesen junto al grupo de infantes. No quería comprobar si lo que decían sobre un grupo de aldeanos enfadados al encontrar una bestia y lo que hacían con ella era cierto.
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
Cuando la bio-cibernética corrió en dirección a los mozalbetes en apuros, con las cuchillas de sus brazos extendidas al máximo, estos sintieron que la cabeza les daba vueltas. La imagen era como un mal chiste; un suma y sigue de desgracias. Muchos de ellos -los más jóvenes, sobre todo- pensaros muy en el fondo que se lo merecían, arrepentidos. En ocasiones como aquella, rezar desconsoladamente a los dioses era tan buena opción como cualquier otra, quizás hasta la mejor. ¿Quién de ellos había rogado a los altísimos que se llevasen sus almas de forma rápida e indolora, en un suspiro? Sus plegarias habían sido escuchadas y transformadas en una niña con espadas en vez de brazos. Un corte fugaz, preciso y letal bastaría para acabar con cualquiera de ellos… Mucho mejor que tener a las zarpas y dientes de los lobos, desgarrando y mordiendo su carne hasta convertirla en una pulpa sanguinolenta irreconocible.
Sin embargo, no ocurrió nada ni remotamente parecido. Amy se interpuso entre los niños y la manada de lobos, exhibiendo una pose de combate que reproducía inconscientemente cada vez que se encaraba con alguien o algo a lo que consideraba un “enemigo”. Los ojos fríos, pequeños, y rebosantes de fiereza de los animales se cruzaron con los de color avellana de la muchacha medio robot, quien les sostenía la mirada con el entrecejo arrugado. Era lógico pensar que intentaba salvar la vida a aquellos niños, ayudarles porque eran humanos. No obstante, el razonamiento de Amy iba un paso más allá.
Ella seguía creyendo que había hecho algo mal. Las palabras de Axel, sobre la maldad sin motivo, no consiguieron el efecto deseado de penetrar su dura cabeza hueca de bio-cibernética escacharrada, haciéndole entender que los niños la habían tratado mal, sin más razón que la aversión a lo que ellos creían una raza inferior de máquinas-esclavo. De herramientas con aspecto humano.
Uno de los lobos se lanzó contra Amy, emitiendo un gruñido propio de una bestia indómita. Para la manada de canes salvajes, aquella muchacha era un cuerpo extraño que se interponía entre ellos y su presa. La chica se zafó como pudo, haciendo que el cuadrúpedo también retrocediera dando unos brincos. Los demás lobos la observaban detenidamente, mostrando sus colmillos, escondidos tras unos labios que temblaban del modo que lo haría los de cualquier animal rabioso. Amy, por su parte, había recordado que todavía le quedaban algunas de esas ”bolitas tojas y negras”, así que, sin perder un segundo, aprovechó para espachurrar una de ellas y dibujarse un par de líneas rojas bajo los ojos, lista para el combate.
Jamás había reparado en que pelearse, soportando aún las secuelas del ritual chamánico, y más pendiente de que nada ni nadie pasara por encima suya para alcanzar a los niños que tenía a sus espaldas, sería tan complicado. El arco que tenía que cubrir era tan grande y la cantidad de lobos tan numerosa, que en seguida se vio superada. De un modo u otro, acababa siempre revolcándose por el suelo, esta vez con uno de los lobos aferrándose a su brazo de metal, con una mordida que bien habría dejado huella si sus extremidades estuviesen hechas de carne y hueso. Apenas logró que la alimaña reculase, propinándole un tajo con la cuchilla de su otro brazo, que a punto estuvo de regalarle un corte de pelaje gratuito.
La cosa habría terminado probablemente muy mal para los niños, de no ser por la intervención -casi divina- de Axel, el brujo del bosque. Haciendo gala de su hechicería prohibida, mutó para personificar la definición del refrán “combatir fuego con fuego”, convirtiéndose a sí mismo a imagen y semejanza de uno de esos lobos, aunque de un pelaje blanco, igual que se quedaba Amy cuando le preguntaban por cuestiones que no fueran rajar o perforar. En un santiamén, la bio-cibernética guardó las armas y pasó de estar en primera línea, a tener que sostenerse la mandíbula junto a los otros niños para que no se le cayera de la sorpresa. Los ojos le hicieron chiribitas al escuchar el potente gruñido del hombre -ahora bestia-, que espantó sin más a la manada de lobos, los cuales escaparon con el rabo entre las piernas (literalmente).
”No hay tiempo para explicaciones, sube al lobo.” Es lo que Amy escuchó de manera imaginaria en su mente, cuando se vio propulsada hasta la chepa de copito de nieve, el mote que le había puesto a su amigo y compañero. Se alejaron de la escena del crimen, y la muchacha se pasó todo el trayecto fantaseando sobre ser una reina montada en su corcel real. Era lo mejor que le había pasado en la vida. Sonreía y reía involuntariamente, agarrándose con fuerza a la pelambrera del nuevo y mejora Axel para no caerse. La sensación del viento azotándole en la cara, y meciendo su cabello mientras galopaba entre los árboles, no tenía precio. Al cabo de unos minutos, tuvieron que hacer un alto en el camino para recomponerse y recobrar el aliento.
- ¡¿Cómo has hecho eso?! Amy tenía una mano en el pecho, sin embargo, su tono de voz animado no guardaba relación con su expresión neutra. Su pulso no estaba acelerado, así que lo aceleró ella misma manualmente, consiguiendo que su rostro se iluminase, reflejando todo el asombro acumulado. Yo también quiero. ¿Si dormimos más debajo de agua podré hacerlo? ¿Me enseñarás? Estaba a escasos milímetros de Axel. Parecía mucho más una pasa de cerca. Una pasa rubia y barbuda. Amy arrugó el hocico, emulando al viejales, gruñendo y gesticulando con las manos como si fuesen las garras de una bestia salvaje. Nada, no surtía efecto. Aquello la deprimió un poco, suponía que tendría que meditar más y subir de nivel en la escala zen.
Con este nuevo descubrimiento, y las vivencias grabadas en sus memorias, reanudaron la marcha. Tendrían que volver a pasar por las cercanías del pueblo ganadero, dando un rodeo por las montañas, para retomar las sendas que bordeaban la cordillera hasta los campos. Andaban sin mucha prisa, tampoco es que hubiesen podido dormir muy apaciblemente, y todavía les pesaban los pies. A Amy más porque eran de metal, claro. En la lejanía, divisaron un grupo de personas reunidas cerca de una empalizada de madera. Quizás les podrían pedir indicaciones, así que caminaron hacia ellos. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, se dieron cuanta de que el grupito no era otro que la pandilla de niños tocapelotas con la que llevaban topándose todo el día y parte del anterior. Oh, oh.
- ¡Eeeh! El cabecilla les hizo un gesto con la mano. Oh, Oh. ¡Vosotros, venid! OH, OH. Amy miró al druida desconcertada, curvando las cejas hasta fruncir el ceño. No sabía muy bien qué hacer. Las imágenes de lo sucedido en la cascada asolaron su mente. ¿Debía obedecer, como estaba programada para hacer? ¿O tan sólo sería repetir una y otra vez el mismo círculo vicioso?
Sin embargo, no ocurrió nada ni remotamente parecido. Amy se interpuso entre los niños y la manada de lobos, exhibiendo una pose de combate que reproducía inconscientemente cada vez que se encaraba con alguien o algo a lo que consideraba un “enemigo”. Los ojos fríos, pequeños, y rebosantes de fiereza de los animales se cruzaron con los de color avellana de la muchacha medio robot, quien les sostenía la mirada con el entrecejo arrugado. Era lógico pensar que intentaba salvar la vida a aquellos niños, ayudarles porque eran humanos. No obstante, el razonamiento de Amy iba un paso más allá.
Ella seguía creyendo que había hecho algo mal. Las palabras de Axel, sobre la maldad sin motivo, no consiguieron el efecto deseado de penetrar su dura cabeza hueca de bio-cibernética escacharrada, haciéndole entender que los niños la habían tratado mal, sin más razón que la aversión a lo que ellos creían una raza inferior de máquinas-esclavo. De herramientas con aspecto humano.
Uno de los lobos se lanzó contra Amy, emitiendo un gruñido propio de una bestia indómita. Para la manada de canes salvajes, aquella muchacha era un cuerpo extraño que se interponía entre ellos y su presa. La chica se zafó como pudo, haciendo que el cuadrúpedo también retrocediera dando unos brincos. Los demás lobos la observaban detenidamente, mostrando sus colmillos, escondidos tras unos labios que temblaban del modo que lo haría los de cualquier animal rabioso. Amy, por su parte, había recordado que todavía le quedaban algunas de esas ”bolitas tojas y negras”, así que, sin perder un segundo, aprovechó para espachurrar una de ellas y dibujarse un par de líneas rojas bajo los ojos, lista para el combate.
Jamás había reparado en que pelearse, soportando aún las secuelas del ritual chamánico, y más pendiente de que nada ni nadie pasara por encima suya para alcanzar a los niños que tenía a sus espaldas, sería tan complicado. El arco que tenía que cubrir era tan grande y la cantidad de lobos tan numerosa, que en seguida se vio superada. De un modo u otro, acababa siempre revolcándose por el suelo, esta vez con uno de los lobos aferrándose a su brazo de metal, con una mordida que bien habría dejado huella si sus extremidades estuviesen hechas de carne y hueso. Apenas logró que la alimaña reculase, propinándole un tajo con la cuchilla de su otro brazo, que a punto estuvo de regalarle un corte de pelaje gratuito.
La cosa habría terminado probablemente muy mal para los niños, de no ser por la intervención -casi divina- de Axel, el brujo del bosque. Haciendo gala de su hechicería prohibida, mutó para personificar la definición del refrán “combatir fuego con fuego”, convirtiéndose a sí mismo a imagen y semejanza de uno de esos lobos, aunque de un pelaje blanco, igual que se quedaba Amy cuando le preguntaban por cuestiones que no fueran rajar o perforar. En un santiamén, la bio-cibernética guardó las armas y pasó de estar en primera línea, a tener que sostenerse la mandíbula junto a los otros niños para que no se le cayera de la sorpresa. Los ojos le hicieron chiribitas al escuchar el potente gruñido del hombre -ahora bestia-, que espantó sin más a la manada de lobos, los cuales escaparon con el rabo entre las piernas (literalmente).
”No hay tiempo para explicaciones, sube al lobo.” Es lo que Amy escuchó de manera imaginaria en su mente, cuando se vio propulsada hasta la chepa de copito de nieve, el mote que le había puesto a su amigo y compañero. Se alejaron de la escena del crimen, y la muchacha se pasó todo el trayecto fantaseando sobre ser una reina montada en su corcel real. Era lo mejor que le había pasado en la vida. Sonreía y reía involuntariamente, agarrándose con fuerza a la pelambrera del nuevo y mejora Axel para no caerse. La sensación del viento azotándole en la cara, y meciendo su cabello mientras galopaba entre los árboles, no tenía precio. Al cabo de unos minutos, tuvieron que hacer un alto en el camino para recomponerse y recobrar el aliento.
- ¡¿Cómo has hecho eso?! Amy tenía una mano en el pecho, sin embargo, su tono de voz animado no guardaba relación con su expresión neutra. Su pulso no estaba acelerado, así que lo aceleró ella misma manualmente, consiguiendo que su rostro se iluminase, reflejando todo el asombro acumulado. Yo también quiero. ¿Si dormimos más debajo de agua podré hacerlo? ¿Me enseñarás? Estaba a escasos milímetros de Axel. Parecía mucho más una pasa de cerca. Una pasa rubia y barbuda. Amy arrugó el hocico, emulando al viejales, gruñendo y gesticulando con las manos como si fuesen las garras de una bestia salvaje. Nada, no surtía efecto. Aquello la deprimió un poco, suponía que tendría que meditar más y subir de nivel en la escala zen.
Con este nuevo descubrimiento, y las vivencias grabadas en sus memorias, reanudaron la marcha. Tendrían que volver a pasar por las cercanías del pueblo ganadero, dando un rodeo por las montañas, para retomar las sendas que bordeaban la cordillera hasta los campos. Andaban sin mucha prisa, tampoco es que hubiesen podido dormir muy apaciblemente, y todavía les pesaban los pies. A Amy más porque eran de metal, claro. En la lejanía, divisaron un grupo de personas reunidas cerca de una empalizada de madera. Quizás les podrían pedir indicaciones, así que caminaron hacia ellos. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, se dieron cuanta de que el grupito no era otro que la pandilla de niños tocapelotas con la que llevaban topándose todo el día y parte del anterior. Oh, oh.
- ¡Eeeh! El cabecilla les hizo un gesto con la mano. Oh, Oh. ¡Vosotros, venid! OH, OH. Amy miró al druida desconcertada, curvando las cejas hasta fruncir el ceño. No sabía muy bien qué hacer. Las imágenes de lo sucedido en la cascada asolaron su mente. ¿Debía obedecer, como estaba programada para hacer? ¿O tan sólo sería repetir una y otra vez el mismo círculo vicioso?
Amy
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
La carrera había estado bien, pero creía que ya estaban lo suficientemente lejos. Siendo sinceros, habría parado mucho antes, pero Amy parecía estar pasándoselo tan bien que le daba pena interrumpir el viaje. El lobo se detuvo lentamente dándole entender a la chica que debía bajarse. Una vez lo hizo se ocultó entre unos matorrales y después de unos cuantos sonidos extraños, salió de ellos con la corona puesta mientras se recolocaba su nuevo y mejorado taparrabos.
La biocibérnetica parecía estar entusiasmada con la licantropía, como si no le bastara con tener brazos y piernas metálicos, acompañados de un arma salida del mismísimo abismo. Ante todas las preguntas y las reacciones de la chiquilla, decidió que era mejor dejarla con sus ensoñaciones, dejando para otro día la cruda realidad. A pesar de todo le resultaba impactante, normalmente la gente huía aterrorizada cuando se transformaba, era de las pocas veces que había recibido una buena aceptación.
Después de una última y exhaustiva búsqueda, encontrar al Señor Stwinklin se había convertido en una tarea casi imposible. Ni siquiera podía recuperar su rastro por el olfato, así que contra todo pronóstico y completamente destruido decidió rendirse. La bajada de la montaña estaba siendo lenta, con una carga de tristeza que no ayudaba demasiado a sus pesados pasos, pero había que seguir adelante. Ya había visto a muchos de los suyos desaparecer y simplemente se lo tomó como el ciclo de la vida dando vueltas otra vez.
Cuando por fin llegaron a la falda de la montaña, pudieron ver a lo lejos las barricadas que formaban aquel perdido pueblo, pero esta vez lejos de ser ignorados y pasar sin más, escucharon unos gritos que parecían querer captar su atención. - ¡Eeeh! ¡Vosotros, venid! Axel entrecerró los ojos para comprobar de quien era esa voz, que le sonaba extrañamente familiar. Para su desgracia, no era otro que el cabecilla de aquel grupo de malvados niños realizando gestos con las manos. Esta vez el grupo había aumentando enormemente, parecían que los padres de los críos se habían unido a la fiesta. Solo esperaba no tener problemas esta vez.
Mientras caminaban, notó como Amy estaba más rígida de lo normal, dudando sobre lo que debía hacer. Así que apoyó una mano en su espalda, empezando a acompañar el movimiento de la chica junto al suyo. Lentamente se aproximaron a la posición de los aldeanos. No pudo obviar que el impertinente líder del grupo de zagales ocultaba algo detrás de la espalda, lo cual le daba mala espina. Por si las moscas nada más llegar se disculparía por el susto que le había dado hace unos instantes y así evitar males mayores.
Pero para su sorpresa, cuando fue a abrir la boca fue interrumpido por el chico. - Gracias por salvarnos antes... El atrevimiento del que hacía gala anteriormente se había convertido en un climax de pudor. - Pero... ¿Por qué? Dijo mientras miraba a sus padres, dando a entender al instante de que no sabían la historia al completo. Tan solo el cambio de paradigma de aquel niño, que parecía sincero, llenaba de orgullo y satisfacción a Axel que no dudó en posarle una mano en su castaña cabellera para empezar a revolverla, en un gesto casi paternal.
- Si cada uno de vosotros utilizase la mitad de la energía de hacer trastadas en ayudar a los demás, haríais del mundo un lugar mejor. Estáis a tiempo de cambiarlo, sois nuestro futuro y confío en que será mucho mejor que la época en la que vivimos. Sin guerras ni odio, solo gente viviendo tranquilamente, creando recuerdos con el vecino, sin importar su raza o procedencia. En vuestra mano está conseguir ese lugar. Quizás se había pasado de profundo, pero la cálida sonrisa que le regaló a los que habían estado a punto de matarlos, hizo que incluso algunos se quebraran con los ojos llorosos y algún que otro gimoteo.
La traca final vino cuando el líder, aguantando estoicamente la compostura, reveló lo que había estado ocultando tras de sí todo este tiempo. - ¡Señor Stwinklin! Grito al ver a su preciado amigo, casi arrebantándoselo de las manos al crío. - ¡Donde estaba! ¡Pero que digo, que más da! ¡Muchísimas gracias por encontrarlo! El viejo improvisó un baile con el chaval, que no sabía ni donde meterse. De una rápida pasada, en uno de esos giros pudo ver a una Amy estática sin saber muy bien que hacer. - Creo que deberíais hablar con ella. Os dejo un poco de intimidad. Sabía que los niños se expresarían mejor sin la presión de un adulto delante, así que les dejaría hacer.
Axel se separó lentamente lanzando al Señor Stwinklin por los aires a modo de manteo. Es como si se hubiese quitado el peso de cinco mulas de encima. Cuando llegó al sendero, esperó pacientemente la vuelta de Amy, quizás lo que él no le había podido explicar, se lo podrían aclarar ellos, o eso esperaba. Cuando por fin estuvo de vuelta, el licántropo se despidió con fuerza. - ¡Hasta más ver amigos! ¡Creced sanos y fuertes! Gritaba mientras agitaba las manos y caminaba de espaldas. La figura de ambos se perdería en el horizonte, pero lo que jamás se perdería era la huella que habían dejado en aquel pueblecillo alejado de la mano de Odín, o eso querían creer.
La biocibérnetica parecía estar entusiasmada con la licantropía, como si no le bastara con tener brazos y piernas metálicos, acompañados de un arma salida del mismísimo abismo. Ante todas las preguntas y las reacciones de la chiquilla, decidió que era mejor dejarla con sus ensoñaciones, dejando para otro día la cruda realidad. A pesar de todo le resultaba impactante, normalmente la gente huía aterrorizada cuando se transformaba, era de las pocas veces que había recibido una buena aceptación.
Después de una última y exhaustiva búsqueda, encontrar al Señor Stwinklin se había convertido en una tarea casi imposible. Ni siquiera podía recuperar su rastro por el olfato, así que contra todo pronóstico y completamente destruido decidió rendirse. La bajada de la montaña estaba siendo lenta, con una carga de tristeza que no ayudaba demasiado a sus pesados pasos, pero había que seguir adelante. Ya había visto a muchos de los suyos desaparecer y simplemente se lo tomó como el ciclo de la vida dando vueltas otra vez.
Cuando por fin llegaron a la falda de la montaña, pudieron ver a lo lejos las barricadas que formaban aquel perdido pueblo, pero esta vez lejos de ser ignorados y pasar sin más, escucharon unos gritos que parecían querer captar su atención. - ¡Eeeh! ¡Vosotros, venid! Axel entrecerró los ojos para comprobar de quien era esa voz, que le sonaba extrañamente familiar. Para su desgracia, no era otro que el cabecilla de aquel grupo de malvados niños realizando gestos con las manos. Esta vez el grupo había aumentando enormemente, parecían que los padres de los críos se habían unido a la fiesta. Solo esperaba no tener problemas esta vez.
Mientras caminaban, notó como Amy estaba más rígida de lo normal, dudando sobre lo que debía hacer. Así que apoyó una mano en su espalda, empezando a acompañar el movimiento de la chica junto al suyo. Lentamente se aproximaron a la posición de los aldeanos. No pudo obviar que el impertinente líder del grupo de zagales ocultaba algo detrás de la espalda, lo cual le daba mala espina. Por si las moscas nada más llegar se disculparía por el susto que le había dado hace unos instantes y así evitar males mayores.
Pero para su sorpresa, cuando fue a abrir la boca fue interrumpido por el chico. - Gracias por salvarnos antes... El atrevimiento del que hacía gala anteriormente se había convertido en un climax de pudor. - Pero... ¿Por qué? Dijo mientras miraba a sus padres, dando a entender al instante de que no sabían la historia al completo. Tan solo el cambio de paradigma de aquel niño, que parecía sincero, llenaba de orgullo y satisfacción a Axel que no dudó en posarle una mano en su castaña cabellera para empezar a revolverla, en un gesto casi paternal.
- Si cada uno de vosotros utilizase la mitad de la energía de hacer trastadas en ayudar a los demás, haríais del mundo un lugar mejor. Estáis a tiempo de cambiarlo, sois nuestro futuro y confío en que será mucho mejor que la época en la que vivimos. Sin guerras ni odio, solo gente viviendo tranquilamente, creando recuerdos con el vecino, sin importar su raza o procedencia. En vuestra mano está conseguir ese lugar. Quizás se había pasado de profundo, pero la cálida sonrisa que le regaló a los que habían estado a punto de matarlos, hizo que incluso algunos se quebraran con los ojos llorosos y algún que otro gimoteo.
La traca final vino cuando el líder, aguantando estoicamente la compostura, reveló lo que había estado ocultando tras de sí todo este tiempo. - ¡Señor Stwinklin! Grito al ver a su preciado amigo, casi arrebantándoselo de las manos al crío. - ¡Donde estaba! ¡Pero que digo, que más da! ¡Muchísimas gracias por encontrarlo! El viejo improvisó un baile con el chaval, que no sabía ni donde meterse. De una rápida pasada, en uno de esos giros pudo ver a una Amy estática sin saber muy bien que hacer. - Creo que deberíais hablar con ella. Os dejo un poco de intimidad. Sabía que los niños se expresarían mejor sin la presión de un adulto delante, así que les dejaría hacer.
Axel se separó lentamente lanzando al Señor Stwinklin por los aires a modo de manteo. Es como si se hubiese quitado el peso de cinco mulas de encima. Cuando llegó al sendero, esperó pacientemente la vuelta de Amy, quizás lo que él no le había podido explicar, se lo podrían aclarar ellos, o eso esperaba. Cuando por fin estuvo de vuelta, el licántropo se despidió con fuerza. - ¡Hasta más ver amigos! ¡Creced sanos y fuertes! Gritaba mientras agitaba las manos y caminaba de espaldas. La figura de ambos se perdería en el horizonte, pero lo que jamás se perdería era la huella que habían dejado en aquel pueblecillo alejado de la mano de Odín, o eso querían creer.
Axel Svensson
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Re: Colega, ¿dónde está mi piedra? [Privado][Cerrado]
La palmada en su espalda por parte del vejete fue la inyección de arrojo que Amy necesitaba para hacer frente al demonio de la duda. Ciertamente, el ambiente estaba bastante caldeado entre los pueblerinos de Verisar y el destartalado dúo de aventureros, los cuales era casi un acto divino que todavía consiguieran andar sin la ayuda de muletas o un bastón. Aún así, cuando estuvieron lo suficientemente cerca del grupo, y tras formar un corrito que bien podría haber sido el de la patata, lo más afilado que salió a reducir no fueron cuchillos, sino palabras. Palabras de disculpa, palabras de desconcierto y, por último, una homilía digna de los jueves santos.
Amy ponía cara de circunstancias cada vez que escuchaba a Axel hablar tanto sin trabarse ni una sola vez. ¿Cómo lo hacía…? Vaya tonterías preguntaba, pues estaba claro: era un brujo. Un brujo del bosque que, ni corto ni perezoso, les regaló con tremenda retahíla interminable de mejoría ética y autocontemplación. Daba gusto oírle platicar, aunque en los rostros de algunos de los niños se dejaba entrever un matiz a modorra. Eran demasiado jóvenes para comprender el valor de una buena charla, la cual muy probablemente les habría venido bien escuchar de la boca de sus padres. Para ellos, era un viejo carca brasas que les contaba batallitas sin sentido.
No obstante, tal derroche de valores dio sus frutos, y es que lo que escondía tras su espalda el malandrín que tan mal se lo había hecho pasar el día anterior, no era otra cosa que un antiguo conocido y hermano de armas del druida (y en cierto modo de la bio-cibernética, aunque en menor medida). Increíble. El Señor Stwinklin, el mismo que vestía y calzaba, en carne y hueso. Bueno, no hacía nada de eso. Y más bien estaba hecho de piedra y escollo, pero se entendía que lo importante no era el exterior -por muy contento que aquella sonrisa dibujada a tiza le hiciera parecer-, sino el interior. Su gran corazón de roca. Amy se alegró, aunque no pudo evitar guardar discretamente su señor Estuinclin de pega, que le había hecho con tanto afecto desinteresado a Axel. Ya no lo necesitaría, y eso no era necesariamente algo malo, más bien todo lo contrario.
- Esto… Pronunciaba con una timidez sin precedentes el que estaba al mando de la banda de niños, dirigiéndose a la bio-cibernética, quien jugueteaba con su corona de flores sin prestar mucha atención. En el fondo sabía que aquel decrépito barbudo tenía razón. Se había pasado tres pueblos, ebrio de poder supremacista racial. Perdona por lo de antes… no quería empujarte tan fuerte. Lo siento. Se disculpó, para sorpresa incluso de algunos de su misma cuadrilla. Quizás la atenta mirada de sus padres se le clavaba en la nuca, o a lo mejor había recapacitado de verdad y eran algo más que palabras vacías. Puede que nunca lo llegasen a descubrir. Amy lo observaba con los ojos muy abiertos y una expresión congelada en el tiempo. No entendía por qué seguía justificándose, si él decía que no tenía esa intención… pues sería verdad. Asunto zanjado.
- ¡Oye! Interrumpió otro de los mozalbetes, de mirada más despierta y al que la muchacha creía reconocer de haberlo visto en la cascada. También se dirigía a ella. ¿Puedes volver a hacer lo de los brazos? Dijo con un brillo en sus ojos, como el que espera que algo grandioso vaya a ocurrir. Un interrogante gigante apareció sobre la cabeza de la muchacha biónica. No cayó en lo que se refería, hasta que el chico no hizo la misma pose que hacía ella cuando combatía, lanzando unos puñetazos contra su sombra. Le faltaba mucho para que aquella pantomima se considerase “pose de combate”, pero el espíritu y la ilusión eran igual de importantes.
- Claro. Amy levantó casi de manera imperceptible la comisura de sus labios, en una media sonrisa. Acto seguido, abrió -literalmente- sus brazos y extendió sus cuchillas mantis hasta que la longitud no dio más de sí. Los padres de los críos se horrorizaron, sin embargo, tuvieron que pararse de sopetón extrañados, al escuchar las risas y ver las caras de felicidad de sus hijos. Amy también sonreía ampliamente, contagiada de las emociones ajenas. A decir verdad, no entendía muy bien qué es lo que veían que les ponía tan contentos… pero si ellos estaban contentos, ella también.
Después de recrearse peligrosamente un rato corto con objetos de filo, la chica semi-metálica buscó con la mirada a Axel. Lo divisó no muy lejos, cerca del camino. Era el momento de partir en busca de más desgracias a las que hacerles frente, o eso entendía. Amy dio media vuelta y se alejó unos pasos del grupo de aldeanos peninsulares, hasta que, sin previo aviso, se quedó clavada en el suelo y volvió a dar otra media vuelta para volver hasta ellos.
- Tomad. Dijo todavía sonriendo, mientras sacaba la piedra musgosa que había tallado nada más despertarse, la cual lucía una sonrisa bien coqueta, mal dibujada en unos labios hinchados de estrella del cine adicta al lifting y al botox. Sobre esta, unos ojos deformes y desiguales, uno inmensamente más grande que el otro, plagados de pestañas de distintas medidas. Es el hermano del Señor Stwinklin. Cuidadlo bien. Sed buenos. Se lo entregó directamente a las manos del cabecilla, quien con un poema por cara, la aceptó sin rechistar. ¡Ah! Exclamó, como acordándose de algo muy importante. Dormid mucho sentados en el agua, abrid el tercer ojo. Enunció de forma serena, con los ojos cerrados. Ella también quería recorrer la senda de la meditación zen, como su maestro de yoga Axel.
Haciendo aspavientos con las manos, los cuales consistían en moverlas erráticamente juntando los dedos índice y pulgar, la bio-cibernética se despidió del grupo en una especie de “reverencia” repleta de esoterismo. Salió entonces corriendo hasta donde la esperaba copito de nieve, lista para atosigarlo con peticiones de transformación lupina de las que provecharse durante todo lo que les quedaba de viaje. Aún tenían que reunirse con los otros, sus desaparecidos compañeros, que a saber dónde paraban. Desde luego, iba a ser un paseo especialmente largo.
Amy ponía cara de circunstancias cada vez que escuchaba a Axel hablar tanto sin trabarse ni una sola vez. ¿Cómo lo hacía…? Vaya tonterías preguntaba, pues estaba claro: era un brujo. Un brujo del bosque que, ni corto ni perezoso, les regaló con tremenda retahíla interminable de mejoría ética y autocontemplación. Daba gusto oírle platicar, aunque en los rostros de algunos de los niños se dejaba entrever un matiz a modorra. Eran demasiado jóvenes para comprender el valor de una buena charla, la cual muy probablemente les habría venido bien escuchar de la boca de sus padres. Para ellos, era un viejo carca brasas que les contaba batallitas sin sentido.
No obstante, tal derroche de valores dio sus frutos, y es que lo que escondía tras su espalda el malandrín que tan mal se lo había hecho pasar el día anterior, no era otra cosa que un antiguo conocido y hermano de armas del druida (y en cierto modo de la bio-cibernética, aunque en menor medida). Increíble. El Señor Stwinklin, el mismo que vestía y calzaba, en carne y hueso. Bueno, no hacía nada de eso. Y más bien estaba hecho de piedra y escollo, pero se entendía que lo importante no era el exterior -por muy contento que aquella sonrisa dibujada a tiza le hiciera parecer-, sino el interior. Su gran corazón de roca. Amy se alegró, aunque no pudo evitar guardar discretamente su señor Estuinclin de pega, que le había hecho con tanto afecto desinteresado a Axel. Ya no lo necesitaría, y eso no era necesariamente algo malo, más bien todo lo contrario.
- Esto… Pronunciaba con una timidez sin precedentes el que estaba al mando de la banda de niños, dirigiéndose a la bio-cibernética, quien jugueteaba con su corona de flores sin prestar mucha atención. En el fondo sabía que aquel decrépito barbudo tenía razón. Se había pasado tres pueblos, ebrio de poder supremacista racial. Perdona por lo de antes… no quería empujarte tan fuerte. Lo siento. Se disculpó, para sorpresa incluso de algunos de su misma cuadrilla. Quizás la atenta mirada de sus padres se le clavaba en la nuca, o a lo mejor había recapacitado de verdad y eran algo más que palabras vacías. Puede que nunca lo llegasen a descubrir. Amy lo observaba con los ojos muy abiertos y una expresión congelada en el tiempo. No entendía por qué seguía justificándose, si él decía que no tenía esa intención… pues sería verdad. Asunto zanjado.
- ¡Oye! Interrumpió otro de los mozalbetes, de mirada más despierta y al que la muchacha creía reconocer de haberlo visto en la cascada. También se dirigía a ella. ¿Puedes volver a hacer lo de los brazos? Dijo con un brillo en sus ojos, como el que espera que algo grandioso vaya a ocurrir. Un interrogante gigante apareció sobre la cabeza de la muchacha biónica. No cayó en lo que se refería, hasta que el chico no hizo la misma pose que hacía ella cuando combatía, lanzando unos puñetazos contra su sombra. Le faltaba mucho para que aquella pantomima se considerase “pose de combate”, pero el espíritu y la ilusión eran igual de importantes.
- Claro. Amy levantó casi de manera imperceptible la comisura de sus labios, en una media sonrisa. Acto seguido, abrió -literalmente- sus brazos y extendió sus cuchillas mantis hasta que la longitud no dio más de sí. Los padres de los críos se horrorizaron, sin embargo, tuvieron que pararse de sopetón extrañados, al escuchar las risas y ver las caras de felicidad de sus hijos. Amy también sonreía ampliamente, contagiada de las emociones ajenas. A decir verdad, no entendía muy bien qué es lo que veían que les ponía tan contentos… pero si ellos estaban contentos, ella también.
Después de recrearse peligrosamente un rato corto con objetos de filo, la chica semi-metálica buscó con la mirada a Axel. Lo divisó no muy lejos, cerca del camino. Era el momento de partir en busca de más desgracias a las que hacerles frente, o eso entendía. Amy dio media vuelta y se alejó unos pasos del grupo de aldeanos peninsulares, hasta que, sin previo aviso, se quedó clavada en el suelo y volvió a dar otra media vuelta para volver hasta ellos.
- Tomad. Dijo todavía sonriendo, mientras sacaba la piedra musgosa que había tallado nada más despertarse, la cual lucía una sonrisa bien coqueta, mal dibujada en unos labios hinchados de estrella del cine adicta al lifting y al botox. Sobre esta, unos ojos deformes y desiguales, uno inmensamente más grande que el otro, plagados de pestañas de distintas medidas. Es el hermano del Señor Stwinklin. Cuidadlo bien. Sed buenos. Se lo entregó directamente a las manos del cabecilla, quien con un poema por cara, la aceptó sin rechistar. ¡Ah! Exclamó, como acordándose de algo muy importante. Dormid mucho sentados en el agua, abrid el tercer ojo. Enunció de forma serena, con los ojos cerrados. Ella también quería recorrer la senda de la meditación zen, como su maestro de yoga Axel.
Haciendo aspavientos con las manos, los cuales consistían en moverlas erráticamente juntando los dedos índice y pulgar, la bio-cibernética se despidió del grupo en una especie de “reverencia” repleta de esoterismo. Salió entonces corriendo hasta donde la esperaba copito de nieve, lista para atosigarlo con peticiones de transformación lupina de las que provecharse durante todo lo que les quedaba de viaje. Aún tenían que reunirse con los otros, sus desaparecidos compañeros, que a saber dónde paraban. Desde luego, iba a ser un paseo especialmente largo.
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