La gran guerra de los sexos [Libre]
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La gran guerra de los sexos [Libre]
1 MES ÁNTES…APROXIMADAMENTE.
El local era todo lo que se esperaba de un antro del vicio y la decadencia. Madera que crujían a cada paso, el olor a inciensos baratos que intentaban esbozar una misteriosa aura de estar en el extranjero, telas que intentaban pasar por seda y señoras con poca ropa. Lo cual era lo más común en las noches de la ciudad. Nada extraño.
Exceptuando a las dos señoras, vestidas de monjas, que se encontraban en un rincón.
Una de ellas era pequeña, muy pequeña, casi de tamaño infantil. Sus enormes ojos se quedaban mirando a la nada, casi aparentando falta de interés, mientras sus pies bailaban en el aire, sin rozar el suelo. El hábito cerraba su cara de una manera poco halagadora, convirtiendo su mirada en casi la mitad de su rostro, dando más aspecto de criatura del abismo que de divina mensajera de dios. Sus dedos bailoteaban sobre la madera, haciendo melodías.
La otra…”Señora” era el tipo de mujer que necesitaba llevar el certificado de nacimiento a mano, para evitar malentendidos. Si la otra era pequeña, ella era una bastarda de gigantes. Unas manos peludas, precedidas por brazos propios de alguien dedicado a cortar medio bosque al día, se aferraban a una taza de cerveza de grandes proporciones (la cual se había traído ella. Consideraba que las bebidas de los locales solían ser endebles y en pocas cantidades). Su rostro angulado y propio de epopeyas de berserkers desprendían la confusión propia de un intelectual frustrado, mientras miraba un pistacho en sus dedos.
-¿Ocurre algo, hermana Margarita? -preguntó la pequeña, sin cerrar los ojos, pestañeando primero con uno y luego con otro. Su voz era aguda e irritante, incapaz de tocar todos los tonos adecuados de una voz humana.
-¿Te has dado cuenta de que todos los bares siempre dan lo mismo para picotear? -pregunto, con sus pobladas cejas, como bosques muy frondosos, cerrándose en una expresión de profundas revelaciones.- No importa donde sea, siempre veo estos frutos…
-Siempre he supuesto que es debido a que te los puedes comer sin preparación y al ser secos no suelen ponerse malos en grandes distancias -replico, encogiéndose de hombros, mientras cerraba la fin los ojos durante unos segundos, llevándose su bebida a la boca. Era una de esas bebidas a la que le ponían sombrillita. La mujer se sintió muy cosmopolita por algún motivo.
-Ummm…Yo siempre he pensado que es más un argumento narrativo muy perezoso -añadió la otra, llevándose el pistacho a los labios, crujiéndolo entre sus dientes. El aire entre ellas era relajado y cordial, acostumbradas al sinsentido que años de amistad tendían a aflorar.
-¿De quien? -pregunto la compañera, abriendo los ojos y clavando la vista en dos hombres. Ambos borrachos y con evidente ganas de juerga con las señoras de la noche, por como se balanceaban hacia el segundo piso, más propulsados por sus caderas que por sus piernas.
La enorme monja se lo pensó un momento, observando otro fruto seco.- Estamos en el negocio de la religión…así que supongo que Dios. -replico, llevándose el nuevo fruto del conocimiento teológico de Aerandir a la boca. De nuevo, se hizo silencio.
La mujer paró de observar el mundo, para mirar a su estimada compañera en la fe- ¿Es entonces la repetición de los mismos aperitivos en los bares una muestra de la existencia divina? -indujo, con una ceja levantada ante los descubrimientos esotéricos que se acababan de dar en la mesa.
No obstante, antes de que pudiese responder a esa pregunta de importancia pseudodivina, una mano se poso sobre el amplio hombro de la mujer. Era un miembro del sexo opuesto, con ropas sudadas, un rostro rojizo y una peste a alcohol que podía aniquilar a varias especies de microbios a 10 metros de distancia.- ¿Me das un besito, hermana? -dijo, para después soltar una risa, que termino en un pitido incesante que reclamaba un final indigno.
La mujer lo miro y se levantó. La siguiente escena solamente dejó, en la psique colectiva del local, los siguientes adjetivos.
SLURRRGJRGRGRGRGRGRGRG. PLACK PLACK PLACK. BRRRRRRRR. CHING-CHONG-CHING. TRATRATRATRA. CHUNGA-CHUNGA-CHUNA. BIIIIIIIIUUUUUUuuuuummm. KATAPLAF. BUM BANG.
Tras lo cual, el hombre se encontraba en el suelo, buscando más aire y varias monedas más pobre. Probablemente, con problemas respiratorios y dolores crónicos para lo que le quedaba de semana. La gloria de Dios es mejor no contemplarla directamente. Horas después, las señoras se marcharon.
ACTUALIDAD, APROXIMADAMENTE DE NUEVO. (¿tengo pinta de reloj?)
Múltiples gritos resonaban por la ciudad. Eso era algo normal. Lo extraño era que no eran gritos desgarrados en la ciudad y muchos de los que solían llevar cuchillos y otras herramientas afiladas se vieron asaltados por esos repentinos ruidos.
“¡Guarro!” “¡Golfo!” “¡Putero!” “¡Cierrabares!” “¡Bastardo!”
Múltiples apelativos poco cariñosos resonaban con fuerza en los barrios ricos y pobres de la ciudad, todos cargados por la desgarradora melodía de odio y desagrado de voces femeninas. Las ventanas de las ciudad tiraban ropa, utensilios y maletas hacia los hombres con expresiones de pánico que había en la calle, los cuales luchaban por evitar que sus ropas cayesen al suelo. Todo el mundo sabe que cualquier prenda que cayese ahí dejaba de ser tela y pasar a ser un sudario del desperdicio ajeno.
Cada mujer, esposa y designada pareja de la ciudad había expulsado de su hogar a sus respectivas parejas. ¿El porque? Simple. Misteriosamente, en el alba, donde solo trabajan ladrones con licencias poéticas, habían aparecido pinturas sobre las paredes de las casas. Una labor impresionante, pero ignorada a favor del contenido. Nombres de cada hombre o mujer que se había acogido al amor de pago, con nombres de los que habían dado el servicio y el precio que habían costado. Básicamente, todas las familias y parejas de Ciudad Lagarto se encontraron con una incómoda, y en ocasiones cara, realidad en la cara. Por supuesto, esto había causado un éxodo de gente directamente a las calles de la ciudad.
Nadie reparó en las mujeres de negro, que iban ceremoniosamente al edificio de piedra, con varias brochas en los cinturones y cargando botes de ceniza y aceite. Nadie reparó en las páginas que fueron tiradas a las llamas de las hogueras que la nueva orden de mujeres había hecho en el recinto. Y nadie, por supuesto, reparó en la media sonrisa en medio de un rostro arrugado en cuanto volvieron.
El local era todo lo que se esperaba de un antro del vicio y la decadencia. Madera que crujían a cada paso, el olor a inciensos baratos que intentaban esbozar una misteriosa aura de estar en el extranjero, telas que intentaban pasar por seda y señoras con poca ropa. Lo cual era lo más común en las noches de la ciudad. Nada extraño.
Exceptuando a las dos señoras, vestidas de monjas, que se encontraban en un rincón.
Una de ellas era pequeña, muy pequeña, casi de tamaño infantil. Sus enormes ojos se quedaban mirando a la nada, casi aparentando falta de interés, mientras sus pies bailaban en el aire, sin rozar el suelo. El hábito cerraba su cara de una manera poco halagadora, convirtiendo su mirada en casi la mitad de su rostro, dando más aspecto de criatura del abismo que de divina mensajera de dios. Sus dedos bailoteaban sobre la madera, haciendo melodías.
La otra…”Señora” era el tipo de mujer que necesitaba llevar el certificado de nacimiento a mano, para evitar malentendidos. Si la otra era pequeña, ella era una bastarda de gigantes. Unas manos peludas, precedidas por brazos propios de alguien dedicado a cortar medio bosque al día, se aferraban a una taza de cerveza de grandes proporciones (la cual se había traído ella. Consideraba que las bebidas de los locales solían ser endebles y en pocas cantidades). Su rostro angulado y propio de epopeyas de berserkers desprendían la confusión propia de un intelectual frustrado, mientras miraba un pistacho en sus dedos.
-¿Ocurre algo, hermana Margarita? -preguntó la pequeña, sin cerrar los ojos, pestañeando primero con uno y luego con otro. Su voz era aguda e irritante, incapaz de tocar todos los tonos adecuados de una voz humana.
-¿Te has dado cuenta de que todos los bares siempre dan lo mismo para picotear? -pregunto, con sus pobladas cejas, como bosques muy frondosos, cerrándose en una expresión de profundas revelaciones.- No importa donde sea, siempre veo estos frutos…
-Siempre he supuesto que es debido a que te los puedes comer sin preparación y al ser secos no suelen ponerse malos en grandes distancias -replico, encogiéndose de hombros, mientras cerraba la fin los ojos durante unos segundos, llevándose su bebida a la boca. Era una de esas bebidas a la que le ponían sombrillita. La mujer se sintió muy cosmopolita por algún motivo.
-Ummm…Yo siempre he pensado que es más un argumento narrativo muy perezoso -añadió la otra, llevándose el pistacho a los labios, crujiéndolo entre sus dientes. El aire entre ellas era relajado y cordial, acostumbradas al sinsentido que años de amistad tendían a aflorar.
-¿De quien? -pregunto la compañera, abriendo los ojos y clavando la vista en dos hombres. Ambos borrachos y con evidente ganas de juerga con las señoras de la noche, por como se balanceaban hacia el segundo piso, más propulsados por sus caderas que por sus piernas.
La enorme monja se lo pensó un momento, observando otro fruto seco.- Estamos en el negocio de la religión…así que supongo que Dios. -replico, llevándose el nuevo fruto del conocimiento teológico de Aerandir a la boca. De nuevo, se hizo silencio.
La mujer paró de observar el mundo, para mirar a su estimada compañera en la fe- ¿Es entonces la repetición de los mismos aperitivos en los bares una muestra de la existencia divina? -indujo, con una ceja levantada ante los descubrimientos esotéricos que se acababan de dar en la mesa.
No obstante, antes de que pudiese responder a esa pregunta de importancia pseudodivina, una mano se poso sobre el amplio hombro de la mujer. Era un miembro del sexo opuesto, con ropas sudadas, un rostro rojizo y una peste a alcohol que podía aniquilar a varias especies de microbios a 10 metros de distancia.- ¿Me das un besito, hermana? -dijo, para después soltar una risa, que termino en un pitido incesante que reclamaba un final indigno.
La mujer lo miro y se levantó. La siguiente escena solamente dejó, en la psique colectiva del local, los siguientes adjetivos.
SLURRRGJRGRGRGRGRGRGRG. PLACK PLACK PLACK. BRRRRRRRR. CHING-CHONG-CHING. TRATRATRATRA. CHUNGA-CHUNGA-CHUNA. BIIIIIIIIUUUUUUuuuuummm. KATAPLAF. BUM BANG.
PLAF.
Tras lo cual, el hombre se encontraba en el suelo, buscando más aire y varias monedas más pobre. Probablemente, con problemas respiratorios y dolores crónicos para lo que le quedaba de semana. La gloria de Dios es mejor no contemplarla directamente. Horas después, las señoras se marcharon.
ACTUALIDAD, APROXIMADAMENTE DE NUEVO. (¿tengo pinta de reloj?)
Múltiples gritos resonaban por la ciudad. Eso era algo normal. Lo extraño era que no eran gritos desgarrados en la ciudad y muchos de los que solían llevar cuchillos y otras herramientas afiladas se vieron asaltados por esos repentinos ruidos.
“¡Guarro!” “¡Golfo!” “¡Putero!” “¡Cierrabares!” “¡Bastardo!”
Múltiples apelativos poco cariñosos resonaban con fuerza en los barrios ricos y pobres de la ciudad, todos cargados por la desgarradora melodía de odio y desagrado de voces femeninas. Las ventanas de las ciudad tiraban ropa, utensilios y maletas hacia los hombres con expresiones de pánico que había en la calle, los cuales luchaban por evitar que sus ropas cayesen al suelo. Todo el mundo sabe que cualquier prenda que cayese ahí dejaba de ser tela y pasar a ser un sudario del desperdicio ajeno.
Cada mujer, esposa y designada pareja de la ciudad había expulsado de su hogar a sus respectivas parejas. ¿El porque? Simple. Misteriosamente, en el alba, donde solo trabajan ladrones con licencias poéticas, habían aparecido pinturas sobre las paredes de las casas. Una labor impresionante, pero ignorada a favor del contenido. Nombres de cada hombre o mujer que se había acogido al amor de pago, con nombres de los que habían dado el servicio y el precio que habían costado. Básicamente, todas las familias y parejas de Ciudad Lagarto se encontraron con una incómoda, y en ocasiones cara, realidad en la cara. Por supuesto, esto había causado un éxodo de gente directamente a las calles de la ciudad.
Nadie reparó en las mujeres de negro, que iban ceremoniosamente al edificio de piedra, con varias brochas en los cinturones y cargando botes de ceniza y aceite. Nadie reparó en las páginas que fueron tiradas a las llamas de las hogueras que la nueva orden de mujeres había hecho en el recinto. Y nadie, por supuesto, reparó en la media sonrisa en medio de un rostro arrugado en cuanto volvieron.
Niun de Usbisne
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
-Ohhhhh, mira mira, eso es mármol.- dijo Alisha, acercándose a una casa hecha mayoritariamente de madera, pero que por algún motivo tenía un pilar de mármol.
-Por favor, no te alejes demasiado, este lugar es peligroso.- contestó Elaine, en pánico desde que habían puesto el pie en la ciudad.
-Oh, venga ya, no exageres, solo porque son pobres no los vuelve malos.-
-Disparaste a un tipo que quería atracarte sin haber dado siquiera tres pasos dentro de este tugurio. De hecho, creo que no lo han intentado más veces porque todo el mundo se encoge cuando sacudes la ballesta al hablar.- ¿Sacudir? Nono, ella movía las manos para más efusividad, era un truco de bardo que Elaine no entendería. Y ademas, la había sacado de su mochila y ahora no le cabía, así que tenia que cargarla.
-Todos los pueblos tienen un tonto, y a nosotros nos tocó ese, pero seguro que ha aprendido la lección y no vuelve a hacerlo.- esta vez NO agitó la ballesta.
-Lo dudo, pero da igual, ¿estamos aquí por el mismo motivo que todas esas mujeres están gritando?-
-¡Muy aguda! Aparentemente alguien revelo la lista de clientes de los prostíbulos locales y ha habido cierta… indignación. No estoy segura de como sentirme al respecto. Por un lado, engañar a tu mujer o marido está muy mal, pero una férrea y secreta lista de clientes es vital para todo negocio, y el negocio de esas pobres chicas sin duda se resentirá ahora que el factor de la privacidad ha desaparecido… Ambas cosas son malas aunque una sea peor.-
-Creo que exageras, ¿realmente es tan importante que no sepan que visitas a…. mujeres de compañía? Parece que aquí son como… un tercio de la población-
-¿Cómo te sentaría si esa tienda de libros polvorosa publicara tu lista de compras? Porque creo que eres su mejor cliente en cuanto a libros sucios se refiere.- Pudo notar a su compañera dar un brinco al pensar en esa posibilidad.
-… Pero eso no explica porque estamos aquí.- dijo, intentando cambiar de tema. Pero ella era una vampira misericordiosa y lo permitió.
-¡Es una excelente oportunidad de negocio! Habrá un montón de gente dudando sobre si sus picores son normales o causa de alguna enfermedad de cuestionable origen, ¡así que prepare un montón de pociones varias para tratar un mayor número de síntomas!-
-¿Nos estamos aprovechando de las desgracias ajenas?-
-¿Qué?¡No! Estamos ofreciendo un servicio en tiempos de necesidad, para aliviar las preocupaciones de nuestros clientes, a un precio ligeramente elevado pero asequible.- aunque aún no tenía muy claro donde vender exactamente todo eso, no había visto un mercado por ningún lado. ¿Puede que una iglesia? ¿Tendrían de eso?
-Por favor, no te alejes demasiado, este lugar es peligroso.- contestó Elaine, en pánico desde que habían puesto el pie en la ciudad.
-Oh, venga ya, no exageres, solo porque son pobres no los vuelve malos.-
-Disparaste a un tipo que quería atracarte sin haber dado siquiera tres pasos dentro de este tugurio. De hecho, creo que no lo han intentado más veces porque todo el mundo se encoge cuando sacudes la ballesta al hablar.- ¿Sacudir? Nono, ella movía las manos para más efusividad, era un truco de bardo que Elaine no entendería. Y ademas, la había sacado de su mochila y ahora no le cabía, así que tenia que cargarla.
-Todos los pueblos tienen un tonto, y a nosotros nos tocó ese, pero seguro que ha aprendido la lección y no vuelve a hacerlo.- esta vez NO agitó la ballesta.
-Lo dudo, pero da igual, ¿estamos aquí por el mismo motivo que todas esas mujeres están gritando?-
-¡Muy aguda! Aparentemente alguien revelo la lista de clientes de los prostíbulos locales y ha habido cierta… indignación. No estoy segura de como sentirme al respecto. Por un lado, engañar a tu mujer o marido está muy mal, pero una férrea y secreta lista de clientes es vital para todo negocio, y el negocio de esas pobres chicas sin duda se resentirá ahora que el factor de la privacidad ha desaparecido… Ambas cosas son malas aunque una sea peor.-
-Creo que exageras, ¿realmente es tan importante que no sepan que visitas a…. mujeres de compañía? Parece que aquí son como… un tercio de la población-
-¿Cómo te sentaría si esa tienda de libros polvorosa publicara tu lista de compras? Porque creo que eres su mejor cliente en cuanto a libros sucios se refiere.- Pudo notar a su compañera dar un brinco al pensar en esa posibilidad.
-… Pero eso no explica porque estamos aquí.- dijo, intentando cambiar de tema. Pero ella era una vampira misericordiosa y lo permitió.
-¡Es una excelente oportunidad de negocio! Habrá un montón de gente dudando sobre si sus picores son normales o causa de alguna enfermedad de cuestionable origen, ¡así que prepare un montón de pociones varias para tratar un mayor número de síntomas!-
-¿Nos estamos aprovechando de las desgracias ajenas?-
-¿Qué?¡No! Estamos ofreciendo un servicio en tiempos de necesidad, para aliviar las preocupaciones de nuestros clientes, a un precio ligeramente elevado pero asequible.- aunque aún no tenía muy claro donde vender exactamente todo eso, no había visto un mercado por ningún lado. ¿Puede que una iglesia? ¿Tendrían de eso?
Alisha Lessard
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
Fémur reía como una condenada, agarrándose al borde de la ventana para no caer sobre la desgracia ajena de la que se estaba jactando. No estaba siendo precisamente silenciosa.
-¡Corre, marginal! ¡Corre como la perra que te parió! -gritó una mujer.- ¡A mí! ¡A mí esto no me lo haces más!
-¡Mira como corre, Nay! ¡Mira!
Nayru suspiró, dándose por vencida. Arrastrándose fuera del camastro con pereza, se asomó a la ventana de la pequeña habitación que compartía con su amiga. Fue sugerencia de Theuden la última vez que estuvieron en La sociedad y no le pareció mala idea; de hecho, alquilar una habitación por ahí y hacer su vida de momento las integraba con el entorno. Bostezó, acababa de caer la noche den Ciudad Lagarto.
-Por las bragas de... ¿Por qué hay tanta gente berreando? ¿Dan cosas gratis?
-Palos y puños es lo que están regalando. ¿Bajamos? Quiero verlo todo de cerca y abuchear a la gente.
-Pero... la calle está llena de mierda... más de lo habitual, digo.
La vampiresa morena observó cómo, con todo el descaro del mundo, un hombre empezaba a recoger las pertenencias tiradas por el suelo. Luego llegó otro a reclamar que eran sus cosas y un tercero a llamarles ladrones. No tuvieron mucho tiempo para pelearse ni sacar la pajita más corta porque una mujer del tamaño y apariencia de un búfalo de agua se les abalanzó, escobón en mano.
Alguien chocó contra la puerta de la habitación, sobresaltándolas. Se escucharon unos gritos y la algarabía continuó escaleras abajo cuando una mujer en pololos salió como alma que lleva el diablo, huyendo de un esposo ultrajado y llorón que encontró consuelo rápidamente en la mullida pechera de la vecina del tercero, que ya le tenía echado el ojo desde hacía unos meses y vio en esa la ocasión perfecta.
-No sé si empezar a preocuparme.
-Atenta, Nay, yo te cuento. -dijo la pelirroja, señalando la fachada pintarrajeada de unas casas calle arriba.- Durante la noche se han hecho públicas las listas de clientes del prostíbulo y está ardiendo Tro- la ciudad, digo. La gente se ha puesto en pie de guerra y está echando en masa a los infieles.
-¿Y tú te has enterado de eso porque...?
-Porque acabo de llegar de la calle, lerda. ¿No dices siempre que nunca hago trabajo de campo y que tengo que empezar a mover el culo? Pues bajé a ver qué se cocía.
La morena alzó una ceja con escepticismo, sin creerse nada en absoluto. ¿Fémur? ¿Hurgando y buscando con tacto y cuidado para obtener el dato adecuado? ¿Su Fémur?
-En realidad bajé a la calle, le pagué dos cuartos a Dolka y el chiquillo me cantó la información. -sonrió con el mayor descaro.
-Jamás pensé que llegaría el día que te vería hacer uso correcto de la red de mendigos. Me conmueves.
-Vístete y vámonos, salvo que quieras entretenerte con otras cosas que no requieran ropa...
Nayru pasó rió, buscando su ropa. Era habitual en la pelirroja lanzar esas bromas de las cuales hacía objetivo a todo el mundo que la mirase dos veces, nunca la tenía en cuenta. Cuando bajaron a las irregulares calles de Ciudad Lagarto fue como si aterrizasen en día de mercado, por el día. El mercado nocturno era menos agradable y tendía al hurto de la vida y/o las pertenencias en rincones oscuros, dependiendo de los hados. O los dados.
Vieron correr a mujeres y hombres, los vieron esconderse, pelear y rogar, llorar, recibir escobazos como castigo para poder regresar. Hubo un señor que paseó con una cuerda a su esposo mientras lo obligaba a fingir ser un gusano y a Fémur se le saltaban las lágrimas. A ojos inexpertos o en la mirada de los no residentes, CL era caótica. Y llevaban razón, pero dentro de ese caos existía un orden singular que mantenía la balanza dando tumbos en una secuencia regular de confusión existencial.
Y mientras las vampiresas se mezclaban entre la gente curiosa que seguía a los infelices como peregrinos de buena fe, Nayru se dio cuenta de que el ritmo de la ciudad había cambiado, sumiendo el lugar en un nuevo nivel de aleatoriedad. Todavía no sabía si eso era bueno o malo o simplemente divertido.
De momento todo el asunto le generaba varias preguntas, como quién había hecho las pintadas, quién había soliviantado a la parte afectada del vulgo, es decir, esposas y maridos, y quizá una de las más importantes: quién, y con qué intención, filtró los nombres.
Tendrían que averiguarlo. Siguieron el peculiar desfile de la vergüenza, que indudablemente giraba en todas las calles hacia una única dirección.
-¡Corre, marginal! ¡Corre como la perra que te parió! -gritó una mujer.- ¡A mí! ¡A mí esto no me lo haces más!
-¡Mira como corre, Nay! ¡Mira!
Nayru suspiró, dándose por vencida. Arrastrándose fuera del camastro con pereza, se asomó a la ventana de la pequeña habitación que compartía con su amiga. Fue sugerencia de Theuden la última vez que estuvieron en La sociedad y no le pareció mala idea; de hecho, alquilar una habitación por ahí y hacer su vida de momento las integraba con el entorno. Bostezó, acababa de caer la noche den Ciudad Lagarto.
-Por las bragas de... ¿Por qué hay tanta gente berreando? ¿Dan cosas gratis?
-Palos y puños es lo que están regalando. ¿Bajamos? Quiero verlo todo de cerca y abuchear a la gente.
-Pero... la calle está llena de mierda... más de lo habitual, digo.
La vampiresa morena observó cómo, con todo el descaro del mundo, un hombre empezaba a recoger las pertenencias tiradas por el suelo. Luego llegó otro a reclamar que eran sus cosas y un tercero a llamarles ladrones. No tuvieron mucho tiempo para pelearse ni sacar la pajita más corta porque una mujer del tamaño y apariencia de un búfalo de agua se les abalanzó, escobón en mano.
Alguien chocó contra la puerta de la habitación, sobresaltándolas. Se escucharon unos gritos y la algarabía continuó escaleras abajo cuando una mujer en pololos salió como alma que lleva el diablo, huyendo de un esposo ultrajado y llorón que encontró consuelo rápidamente en la mullida pechera de la vecina del tercero, que ya le tenía echado el ojo desde hacía unos meses y vio en esa la ocasión perfecta.
-No sé si empezar a preocuparme.
-Atenta, Nay, yo te cuento. -dijo la pelirroja, señalando la fachada pintarrajeada de unas casas calle arriba.- Durante la noche se han hecho públicas las listas de clientes del prostíbulo y está ardiendo Tro- la ciudad, digo. La gente se ha puesto en pie de guerra y está echando en masa a los infieles.
-¿Y tú te has enterado de eso porque...?
-Porque acabo de llegar de la calle, lerda. ¿No dices siempre que nunca hago trabajo de campo y que tengo que empezar a mover el culo? Pues bajé a ver qué se cocía.
La morena alzó una ceja con escepticismo, sin creerse nada en absoluto. ¿Fémur? ¿Hurgando y buscando con tacto y cuidado para obtener el dato adecuado? ¿Su Fémur?
-En realidad bajé a la calle, le pagué dos cuartos a Dolka y el chiquillo me cantó la información. -sonrió con el mayor descaro.
-Jamás pensé que llegaría el día que te vería hacer uso correcto de la red de mendigos. Me conmueves.
-Vístete y vámonos, salvo que quieras entretenerte con otras cosas que no requieran ropa...
Nayru pasó rió, buscando su ropa. Era habitual en la pelirroja lanzar esas bromas de las cuales hacía objetivo a todo el mundo que la mirase dos veces, nunca la tenía en cuenta. Cuando bajaron a las irregulares calles de Ciudad Lagarto fue como si aterrizasen en día de mercado, por el día. El mercado nocturno era menos agradable y tendía al hurto de la vida y/o las pertenencias en rincones oscuros, dependiendo de los hados. O los dados.
Vieron correr a mujeres y hombres, los vieron esconderse, pelear y rogar, llorar, recibir escobazos como castigo para poder regresar. Hubo un señor que paseó con una cuerda a su esposo mientras lo obligaba a fingir ser un gusano y a Fémur se le saltaban las lágrimas. A ojos inexpertos o en la mirada de los no residentes, CL era caótica. Y llevaban razón, pero dentro de ese caos existía un orden singular que mantenía la balanza dando tumbos en una secuencia regular de confusión existencial.
Y mientras las vampiresas se mezclaban entre la gente curiosa que seguía a los infelices como peregrinos de buena fe, Nayru se dio cuenta de que el ritmo de la ciudad había cambiado, sumiendo el lugar en un nuevo nivel de aleatoriedad. Todavía no sabía si eso era bueno o malo o simplemente divertido.
De momento todo el asunto le generaba varias preguntas, como quién había hecho las pintadas, quién había soliviantado a la parte afectada del vulgo, es decir, esposas y maridos, y quizá una de las más importantes: quién, y con qué intención, filtró los nombres.
Tendrían que averiguarlo. Siguieron el peculiar desfile de la vergüenza, que indudablemente giraba en todas las calles hacia una única dirección.
Nayru
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
Matthew contemplaba la situación desde la ventana de su oficina con una media sonrisa divertida en los labios. Su rostro apenas era visible ya que no había ni una sola vela prendida en el estudio, solo una línea de luz, producto de los incendios en las calles, permitían vislumbrar que estaba allí. Podría parecer que se escondía, que había visto en las multitudes furiosas de la ciudad el comienzo de una rebelión que presagiaba su pronta caída en desgracia.
Pero en realidad lo que pasaba es que acababa de despertarse.
Había trabajado durante todo el día y, como desde que se había ido Eyre no quería ir a la casa, se había recostado en el sillón de su oficina para descansar los ojos. Los ruidos de los disturbios en la calle lo habían despertado, aún con lagañas y un poco despeinado miraba divertido el caos que se había generado. Cerró la cortina “No, no es el Caos que se ha generado, es el caos que ELLA ha generado. Por fin cumpliste con tu palabra, Abuela”
No podía ver toda la ciudad desde allí, aunque la oficina de Matt era de las pocas que estaba en un tercer piso, pero no necesitaba hacerlo tampoco, los distintos focos de disturbio se notaban desde lejos y podía imaginarse porque podía ser. Hacía un tiempo que le habían informado que había clientes que no eran clientes yendo al prostíbulo de modo reiterado. Habían conversado sobre el asunto entre Brenda, Einar y Matt, al final había sido el Virrey quien puso punto final a la discusión: “Dejenlas ser, averiguaremos lo que pretenden cuando lo lleven a cabo” la resolución no había sido del agrado para la enana, quien prefería tener controlado todo lo que ocurría, pero se había callado y aceptado la decisión.
Ahora podían ver cual era el plan, y Matthew se reía solo, tenía que aprovechar mientras nadie lo viera porque una vez que saliera tendría que quedarse en su papel hasta que todo terminara. Escuchó que tocaban a la puerta con desesperación.
-Entra Brenda - Y la pequeña hechicera pasó toda agitada y con gesto preocupado - Me di cuenta que eras tu por lo bajito que golpeaste - Sonrió ampliamente.
-Déjate de estupideces ¡Es un caos allí afuera! -
-Lo sé - Owens arrastraba las palabras y miraba para otro lado.
-¿Qué vamos a hacer? -
-Pues, aún lo estoy pensando ¿Qué opinas tú, Einar? - El Bio había entrado justo después que la enana.
-Creo que deberíamos ofrecerles pastel - Lo dijo con un gesto de seriedad sumamente convincente.
-¿Que? ¿Pastel? ¿Pero de qué mierda estás hablando? - Brenda se giró hacía Matt, en busca de algo de cordura - ¿Por qué Einar sigue participando de estas conversaciones? -
-Tiene un punto de vista novedoso y refrescante - Señaló Matt.
-¿A quien mierda le importa eso? Matthew ve allá abajo y soluciona todo este caos, no me importa cómo lo hagas ¡Simplemente hazlo! -
-Bien, bien, pero solo porque tu lo pides -
Con gesto resignado se dirigió hacia las escaleras y desde allí hasta la planta baja, donde todas las muchachas y muchachos del local esperaban por su Jefe. Por sus gestos era evidente que en verdad les preocupaba la situación “¿Es que no aprendieron nada al trabajar conmigo tanto tiempo?” pensó decepcionado el Virrey.
-Tranquilas todas, no hay de qué preocuparse - Fue lo primero que dijo mientras bajaba los últimos escalones - Es una situación complicada, lo sé, pero no se olviden para quién trabajan. Soy Matthew Owens, y les prometí que estarían seguras aquí, yo siempre cumplo con mi palabra - El tono de seguridad en sus palabras logró llevar cierto alivio a las muchachas, quienes comenzaron tímidamente a sonreír y hablar entre ellas - No tenemos que perder de vista quienes son las responsables de todo esto: Las esposas - Murmullos de aprobación - Son ellas las que ahora se quejan y las culpan de todo a ustedes ¡Que descaro! Ustedes solo hacen el trabajo sucio, se encargan de satisfacer los apetitos de hombres que no encuentran consuelo alguno en su hogar, solo gritos y reproches ¡Y ahora quieren quitarles su único medio de sustento! Son unas malagradecidas - Los ánimos poco a poco se iban caldeando - Yo digo que salgamos allá afuera y les demostremos a todas esas esposas, novias y compañeras que estamos aquí por un buen motivo, y que si no les gusta, son ellas las que tienen que irse de Ciudad Lagarto -
De pronto había un inmenso espíritu combativo entre las muchachas del local, agarraron todas las armas que les servían para defenderse en el día a día de clientes malintencionados y salieron a las calles. El Estafador se sonrió “Esto va a ser una guerra civil ¡Y va a ser tan divertido!”.
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1) Estafa: 4 (Avanzado)
Nivel 2: Persuasión: Luego de estudiar a una persona en conversación, Matthew sabe que requeriría para persuadirla a una actividad específica. Esta habilidad solo le provee del conocimiento y no el objeto.
Pero en realidad lo que pasaba es que acababa de despertarse.
Había trabajado durante todo el día y, como desde que se había ido Eyre no quería ir a la casa, se había recostado en el sillón de su oficina para descansar los ojos. Los ruidos de los disturbios en la calle lo habían despertado, aún con lagañas y un poco despeinado miraba divertido el caos que se había generado. Cerró la cortina “No, no es el Caos que se ha generado, es el caos que ELLA ha generado. Por fin cumpliste con tu palabra, Abuela”
No podía ver toda la ciudad desde allí, aunque la oficina de Matt era de las pocas que estaba en un tercer piso, pero no necesitaba hacerlo tampoco, los distintos focos de disturbio se notaban desde lejos y podía imaginarse porque podía ser. Hacía un tiempo que le habían informado que había clientes que no eran clientes yendo al prostíbulo de modo reiterado. Habían conversado sobre el asunto entre Brenda, Einar y Matt, al final había sido el Virrey quien puso punto final a la discusión: “Dejenlas ser, averiguaremos lo que pretenden cuando lo lleven a cabo” la resolución no había sido del agrado para la enana, quien prefería tener controlado todo lo que ocurría, pero se había callado y aceptado la decisión.
Ahora podían ver cual era el plan, y Matthew se reía solo, tenía que aprovechar mientras nadie lo viera porque una vez que saliera tendría que quedarse en su papel hasta que todo terminara. Escuchó que tocaban a la puerta con desesperación.
-Entra Brenda - Y la pequeña hechicera pasó toda agitada y con gesto preocupado - Me di cuenta que eras tu por lo bajito que golpeaste - Sonrió ampliamente.
-Déjate de estupideces ¡Es un caos allí afuera! -
-Lo sé - Owens arrastraba las palabras y miraba para otro lado.
-¿Qué vamos a hacer? -
-Pues, aún lo estoy pensando ¿Qué opinas tú, Einar? - El Bio había entrado justo después que la enana.
-Creo que deberíamos ofrecerles pastel - Lo dijo con un gesto de seriedad sumamente convincente.
-¿Que? ¿Pastel? ¿Pero de qué mierda estás hablando? - Brenda se giró hacía Matt, en busca de algo de cordura - ¿Por qué Einar sigue participando de estas conversaciones? -
-Tiene un punto de vista novedoso y refrescante - Señaló Matt.
-¿A quien mierda le importa eso? Matthew ve allá abajo y soluciona todo este caos, no me importa cómo lo hagas ¡Simplemente hazlo! -
-Bien, bien, pero solo porque tu lo pides -
Con gesto resignado se dirigió hacia las escaleras y desde allí hasta la planta baja, donde todas las muchachas y muchachos del local esperaban por su Jefe. Por sus gestos era evidente que en verdad les preocupaba la situación “¿Es que no aprendieron nada al trabajar conmigo tanto tiempo?” pensó decepcionado el Virrey.
-Tranquilas todas, no hay de qué preocuparse - Fue lo primero que dijo mientras bajaba los últimos escalones - Es una situación complicada, lo sé, pero no se olviden para quién trabajan. Soy Matthew Owens, y les prometí que estarían seguras aquí, yo siempre cumplo con mi palabra - El tono de seguridad en sus palabras logró llevar cierto alivio a las muchachas, quienes comenzaron tímidamente a sonreír y hablar entre ellas - No tenemos que perder de vista quienes son las responsables de todo esto: Las esposas - Murmullos de aprobación - Son ellas las que ahora se quejan y las culpan de todo a ustedes ¡Que descaro! Ustedes solo hacen el trabajo sucio, se encargan de satisfacer los apetitos de hombres que no encuentran consuelo alguno en su hogar, solo gritos y reproches ¡Y ahora quieren quitarles su único medio de sustento! Son unas malagradecidas - Los ánimos poco a poco se iban caldeando - Yo digo que salgamos allá afuera y les demostremos a todas esas esposas, novias y compañeras que estamos aquí por un buen motivo, y que si no les gusta, son ellas las que tienen que irse de Ciudad Lagarto -
De pronto había un inmenso espíritu combativo entre las muchachas del local, agarraron todas las armas que les servían para defenderse en el día a día de clientes malintencionados y salieron a las calles. El Estafador se sonrió “Esto va a ser una guerra civil ¡Y va a ser tan divertido!”.
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1) Estafa: 4 (Avanzado)
Nivel 2: Persuasión: Luego de estudiar a una persona en conversación, Matthew sabe que requeriría para persuadirla a una actividad específica. Esta habilidad solo le provee del conocimiento y no el objeto.
Matthew Owens
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
Todos los caminos llevan a Roma, dice una antigua frase de la escritura. Nadie sabe que coño es Roma, pero viene bien para esta situación. Los pasos de las dos mujeres, una esperando fortuna y la otra esperando información, les llevaron hacia la iglesia. Bueno, sus alrededores al menos…
Una de las grandes problemáticas de que todos los varones hubiesen salido de sus casas y negocios con las prendas mínimas significaba dos cosas. Tenías a un grupo de gente con poco dinero y las pocas prendas que tienen como única propiedad. Tienes a otro grupo de gente con muchas cosas pertenecientes al hijo de puta que les ha engañado y te quieres vengar de ellos. Esta convergencia de intereses estalló en una festividad del comercio, que ocupaba cada esquina. Conversaciones y gritos se escuchaban por doquier- ¡Compren pantalones, camisas…jarrones para escupitajos! -gritaba una voz en la lejanía, por ejemplo, seguida por otra exclamación- ¡Esa es la urna de mi madre! -A lo que se le respondía con un- ¡Que te den, Harold! Vete a gastarte el dinero en que te menee el pepinillo, cerdo -Lo cual termino con un jarrón roto y muchas cenizas esparcidas por la tierra. Descanse en paz, madre de Harold. Probablemente te lo merecías, si la crianza de tu hijo es una indicación.
La vendedora del grupo, por supuesto, debía de encontrarse en la gloria. Si no fuese por el hecho de que no había espacio. Ni un triste rincón o esquina para vender tónicos. Lo máximo que encontró fue un hueco entre un puesto que vendía una especie de encurtidos y otro que vendía carne fresca, pero los olores fueron un freno evidente. El lugar vibraba de vida, de ilusión…y pronto un bukake de alergenos florales le golpearon en toda la cara, como si fuese una planta en un campo desierto. Flores de todos los colores y tipos, agarrados con fuerza por correas en tensos bouquets.- Oh, mi señor mío -dijo la propietaria de las flores, haciéndose una señal sobre el cuerpo. Su entera forma estaba cubierta de rosas, jazmines y todos los especímenes de plantas que crecían en la zona.- Disculpe querida, con tanta gente no la he visto…-dijo, moviéndose hacia ella, moviendo el maremoto de flores sobre su vestido negro.- Pero ya que estamos…¿Desea una flor? -añade, elevando las dos manos en, de nuevo, una cruz, exhibiendo el material y dando una vuelta.- Le prometo que le saldrá barato, pues las flores son muy cotillas y ayudan a tomar decisiones en estos turbulentos, ¡turbulentos le digo!, tiempos -dijo, posando la palma de su mano sobre su frente, casi soltando un potente suspiro. Cuando las monedas salieron al aire, la palma de Alisha sintió el vacío que dejaba el dinero al marcharse.- Oh, magnifico, magnifico. Siempre es un gusto encontrarse con amantes de las flores en este mundo. Es un lugar grís, ¿no opina usted? Una desgracia de mundo, si señor…-replica, para después inclinarse, con la mano extendida hacia un lado de la boca, como si quisiera susurrar un secreto solo a tus oídos, inclinándose a la altura media entre Alisha y su compañera- Es una desgracia ¿no opina usted lo mismo? Hombres sin casas ni negocios, mujeres que no saben como llevarlos…Fíjese en los puestos, mi señora…¡Casi no hay género! -dice, señalando a los puestos de comida. Y era verdad, la carne casi había desaparecido, dejando a los desgraciados hombres de Ciudad Lagarto -una especie de masculinidad que valoraba el cerdo asado y una cerveza aguada con líquidos desconocidos- ponderar la toma de verduras-Si yo me dedicase al comercio…buscaría traer comida a la ciudad…- Tras eso, la mujer se incorporó, dejando dos hermosas violetas en vuestra ropa. ¿Cuándo las puso ahí? Nunca se sabrá. Pero Alisha era varias monedas más pobre y mucho más rica en información.
No obstante, no solamente eran hombres necesitados de bienes materiales y esposas con ganas de quitárselas de encima. No, también había parejas. Un cola larga de mujeres con sus maridos, algunas clavando sus uñas en los brazos de temblorosos hombres. El movimiento de gente descendía con lentitud hacia la iglesia, entrando por dos puertas de madera. El interior era ruinoso, pero parecía haberse limpiado bien y muchas parejas esperaban sentadas en banco. No obstante, otras no eran tan afortunadas.
-¡Levanta con las rodillas, Luke! -gritaba una mujer, cargando una enorme pieza de piedra junto con un hombre. Ambos se movían lentamente por una escalera de piedra, paralela a la pared de la iglesia y al compás de varias parejas. Al pie del extraño instrumento de escalada, una monja se encontraba gritando. - ¡La cooperación es la clave de un matrimonio! ¡Para poder hacer un hogar, todos han de trabajar unidos! -gritaba, posando las manos en forma de megáfono. Finalmente, la pareja dejo la enorme piedra sobre la mezcla que varias monjas habían dejado…y que había unido al resto de piedras que las parejas iban dejando.- ¡Muy bien! -grito la mujer al pie del muro- Solo diez más y pasan a la siguiente labor para mejorar su matrimonio…
Lo que no decía es que la siguiente prueba tenía atado al marido anterior en una especie de cruz y las mujeres tenían varias pelotas de tamaño pesado en las manos.- ¡Vamos, señor Malgrave! ¿Cuáles son sus pecados? -dijo una joven mujer, vestida de monja, con el tono con el que se regaña a un perro.- Me…me gasté el dinero de los candelabros de plata que robe a mi suegra en el puti….Ugh…-En ese momento, una de las bolas golpeo otras dos bolas, que compartían una relación muy manoseada con el señor Malgrave. El mismo hombre luchó momentáneamente contra las cuerdas que lo inmovilizaban y la señora Malgrave tiraba y soltaba la siguiente pelota con aire pensativo y maligno. Cuando ibais a contemplar el resto del encuentro, una mujer apareció entre Nayru y Fémur. Era otra monja, pero su rostro hablaba de que había visto el infierno y que, sin duda, era el tipo de sitio que hablaba de documentos por triplicado sin humor alguno.
-Bienvenidos, soy Elvira. -Dice, dándoos un par de pedazos de madera mal cortados, con un número mejor pintado en la superficie.- Os congratulo por querer solucionar vuestro matrimonio…por favor, siéntense y esperen turno con Sor Niun -replica, con unos ojos vacíos de deseo, esperanza y, honestamente, sin miraros realmente. Con la dejadez de alguien que solo desea el fin, marchó hacia la siguiente pareja que entró. Durante un par de horas, el dúo tuvo que esperar, sentados en los incómodos bancos de madera, pero les llegó su turno, eventualmente. Cuando les abrieron la puerta, no se esperaban encontrar con una anciana encorvada, rostro de no ver bien y una voz empalagosa y cariñosa- ¿Hola? -dijo, abriendo un poco sus ojos achinados- ¿En que les puedo ayudar? -Su tono era meloso y cariñoso, como si esperase grandes cosas de vosotros, a pesar de no haber pegado un palo al agua en años.
Mientras tanto, otra sirvienta de dios hacía el trabajo del señor. Concretamente, vigilar un antro del pecado desde una ventana. Marujear nunca ha sido un pecado…si lo fuese, las religiones perderían a sus mejores criadas. La mujer, en concreto, era bajita y delicada, pero cualquier aura de debilidad se veía dispersada por como miraba el prostíbulo. Era intenso y puro interés, esperando no perderse nada. Cuando las mujeres que trabajaban allí salieron a reclamar su dignidad, la monja no se perdió ni un detalle. Cuando dichas mujeres se encontraron con el primer squad de esposas enfurecidas, no dijo nada. Cuando lo hicieron otra vez, tampoco…A la tercera, ya salió del cuarto que tenía arrendado justo delante del local del virrey. Junto a ella había una mujer muy alta y con problemas de testosterona, crujiéndose los dedos y siguiéndola. En medio de una sombría calle y ante los quejidos y ropajes arrancados de ciertas dama de la noche, una monja sonrió.
-¿Han escuchado el término…sindicato?
Una de las grandes problemáticas de que todos los varones hubiesen salido de sus casas y negocios con las prendas mínimas significaba dos cosas. Tenías a un grupo de gente con poco dinero y las pocas prendas que tienen como única propiedad. Tienes a otro grupo de gente con muchas cosas pertenecientes al hijo de puta que les ha engañado y te quieres vengar de ellos. Esta convergencia de intereses estalló en una festividad del comercio, que ocupaba cada esquina. Conversaciones y gritos se escuchaban por doquier- ¡Compren pantalones, camisas…jarrones para escupitajos! -gritaba una voz en la lejanía, por ejemplo, seguida por otra exclamación- ¡Esa es la urna de mi madre! -A lo que se le respondía con un- ¡Que te den, Harold! Vete a gastarte el dinero en que te menee el pepinillo, cerdo -Lo cual termino con un jarrón roto y muchas cenizas esparcidas por la tierra. Descanse en paz, madre de Harold. Probablemente te lo merecías, si la crianza de tu hijo es una indicación.
La vendedora del grupo, por supuesto, debía de encontrarse en la gloria. Si no fuese por el hecho de que no había espacio. Ni un triste rincón o esquina para vender tónicos. Lo máximo que encontró fue un hueco entre un puesto que vendía una especie de encurtidos y otro que vendía carne fresca, pero los olores fueron un freno evidente. El lugar vibraba de vida, de ilusión…y pronto un bukake de alergenos florales le golpearon en toda la cara, como si fuese una planta en un campo desierto. Flores de todos los colores y tipos, agarrados con fuerza por correas en tensos bouquets.- Oh, mi señor mío -dijo la propietaria de las flores, haciéndose una señal sobre el cuerpo. Su entera forma estaba cubierta de rosas, jazmines y todos los especímenes de plantas que crecían en la zona.- Disculpe querida, con tanta gente no la he visto…-dijo, moviéndose hacia ella, moviendo el maremoto de flores sobre su vestido negro.- Pero ya que estamos…¿Desea una flor? -añade, elevando las dos manos en, de nuevo, una cruz, exhibiendo el material y dando una vuelta.- Le prometo que le saldrá barato, pues las flores son muy cotillas y ayudan a tomar decisiones en estos turbulentos, ¡turbulentos le digo!, tiempos -dijo, posando la palma de su mano sobre su frente, casi soltando un potente suspiro. Cuando las monedas salieron al aire, la palma de Alisha sintió el vacío que dejaba el dinero al marcharse.- Oh, magnifico, magnifico. Siempre es un gusto encontrarse con amantes de las flores en este mundo. Es un lugar grís, ¿no opina usted? Una desgracia de mundo, si señor…-replica, para después inclinarse, con la mano extendida hacia un lado de la boca, como si quisiera susurrar un secreto solo a tus oídos, inclinándose a la altura media entre Alisha y su compañera- Es una desgracia ¿no opina usted lo mismo? Hombres sin casas ni negocios, mujeres que no saben como llevarlos…Fíjese en los puestos, mi señora…¡Casi no hay género! -dice, señalando a los puestos de comida. Y era verdad, la carne casi había desaparecido, dejando a los desgraciados hombres de Ciudad Lagarto -una especie de masculinidad que valoraba el cerdo asado y una cerveza aguada con líquidos desconocidos- ponderar la toma de verduras-Si yo me dedicase al comercio…buscaría traer comida a la ciudad…- Tras eso, la mujer se incorporó, dejando dos hermosas violetas en vuestra ropa. ¿Cuándo las puso ahí? Nunca se sabrá. Pero Alisha era varias monedas más pobre y mucho más rica en información.
No obstante, no solamente eran hombres necesitados de bienes materiales y esposas con ganas de quitárselas de encima. No, también había parejas. Un cola larga de mujeres con sus maridos, algunas clavando sus uñas en los brazos de temblorosos hombres. El movimiento de gente descendía con lentitud hacia la iglesia, entrando por dos puertas de madera. El interior era ruinoso, pero parecía haberse limpiado bien y muchas parejas esperaban sentadas en banco. No obstante, otras no eran tan afortunadas.
-¡Levanta con las rodillas, Luke! -gritaba una mujer, cargando una enorme pieza de piedra junto con un hombre. Ambos se movían lentamente por una escalera de piedra, paralela a la pared de la iglesia y al compás de varias parejas. Al pie del extraño instrumento de escalada, una monja se encontraba gritando. - ¡La cooperación es la clave de un matrimonio! ¡Para poder hacer un hogar, todos han de trabajar unidos! -gritaba, posando las manos en forma de megáfono. Finalmente, la pareja dejo la enorme piedra sobre la mezcla que varias monjas habían dejado…y que había unido al resto de piedras que las parejas iban dejando.- ¡Muy bien! -grito la mujer al pie del muro- Solo diez más y pasan a la siguiente labor para mejorar su matrimonio…
Lo que no decía es que la siguiente prueba tenía atado al marido anterior en una especie de cruz y las mujeres tenían varias pelotas de tamaño pesado en las manos.- ¡Vamos, señor Malgrave! ¿Cuáles son sus pecados? -dijo una joven mujer, vestida de monja, con el tono con el que se regaña a un perro.- Me…me gasté el dinero de los candelabros de plata que robe a mi suegra en el puti….Ugh…-En ese momento, una de las bolas golpeo otras dos bolas, que compartían una relación muy manoseada con el señor Malgrave. El mismo hombre luchó momentáneamente contra las cuerdas que lo inmovilizaban y la señora Malgrave tiraba y soltaba la siguiente pelota con aire pensativo y maligno. Cuando ibais a contemplar el resto del encuentro, una mujer apareció entre Nayru y Fémur. Era otra monja, pero su rostro hablaba de que había visto el infierno y que, sin duda, era el tipo de sitio que hablaba de documentos por triplicado sin humor alguno.
-Bienvenidos, soy Elvira. -Dice, dándoos un par de pedazos de madera mal cortados, con un número mejor pintado en la superficie.- Os congratulo por querer solucionar vuestro matrimonio…por favor, siéntense y esperen turno con Sor Niun -replica, con unos ojos vacíos de deseo, esperanza y, honestamente, sin miraros realmente. Con la dejadez de alguien que solo desea el fin, marchó hacia la siguiente pareja que entró. Durante un par de horas, el dúo tuvo que esperar, sentados en los incómodos bancos de madera, pero les llegó su turno, eventualmente. Cuando les abrieron la puerta, no se esperaban encontrar con una anciana encorvada, rostro de no ver bien y una voz empalagosa y cariñosa- ¿Hola? -dijo, abriendo un poco sus ojos achinados- ¿En que les puedo ayudar? -Su tono era meloso y cariñoso, como si esperase grandes cosas de vosotros, a pesar de no haber pegado un palo al agua en años.
Mientras tanto, otra sirvienta de dios hacía el trabajo del señor. Concretamente, vigilar un antro del pecado desde una ventana. Marujear nunca ha sido un pecado…si lo fuese, las religiones perderían a sus mejores criadas. La mujer, en concreto, era bajita y delicada, pero cualquier aura de debilidad se veía dispersada por como miraba el prostíbulo. Era intenso y puro interés, esperando no perderse nada. Cuando las mujeres que trabajaban allí salieron a reclamar su dignidad, la monja no se perdió ni un detalle. Cuando dichas mujeres se encontraron con el primer squad de esposas enfurecidas, no dijo nada. Cuando lo hicieron otra vez, tampoco…A la tercera, ya salió del cuarto que tenía arrendado justo delante del local del virrey. Junto a ella había una mujer muy alta y con problemas de testosterona, crujiéndose los dedos y siguiéndola. En medio de una sombría calle y ante los quejidos y ropajes arrancados de ciertas dama de la noche, una monja sonrió.
-¿Han escuchado el término…sindicato?
Niun de Usbisne
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
El lugar no era… nada del otro mundo, aunque desde luego, conseguir tener una iglesia en un lugar así ya debía ser un logro en sí mismo, así que no iba a ser muy dura. La plaza de delante, por otro lado, estaba a reventar, eso era… no necesariamente malo, si no fuese porque casi no podía avanzar. Pero a la vez indicaba un mercado nocturno bullicioso, lo que era bueno para ella. Una gran oportunidad.
-Cuidado no te roben la bolsa de aeros.- le dijo su caballero, siempre preocupada.
-Oh, no te preocupes, es imposible. Y solo lo intentarían una vez.- contestó con un guiño y una sonrisa.
-…Cebo y… ¿Ácido? No, fuego alquímico.- ah, estaba aprendiendo, como crecen los caballeros...
-¡No! Se incendia al exponerse al aire, ninguna bolsa es lo suficientemente… cerrada. Polvos urticantes. Extra fuertes.- y entonces fue atacada por un ramo de flores. Por alguien llevando uno aparentemente.
Una vendedora de flores, que le ofreció comprarlas de una manera…curiosa. -Creo que está vendiendo información.- le susurro Elaine. Ya lo sabía, por supuesto, simplemente estaba intentando descubrir cuando debía pagar. Finalmente se decidió por el precio de dos flores. De las buenas en Lunargenta, lo que debía ser más que suficiente por esos lares. La chiquilla no se quejó, así que sería lo adecuado.
-¿Lo has oído?- le preguntó a su acompañante, mientras le ajustaba la violeta en el pecho, como un broche. Elaine se había quedado muy, muy quieta mientras trabajaba. -No es una rosa, no voy a pincharte. Aunque debería haber preguntado si tenía rosas blancas o rojo sangre…quedarían tan bien…-
-No nos ha dicho nada que no pudiéramos ver con un vistazo.- protestó la otra.
-Ah, pero eso nos dice que no es casualidad. Veras, usualmente, un mercader quiere vender toda la mercancía disponible para no tener que almacenarla, por lo que podría ser simplemente que se había agotado debido a ofertas o incluso regalos.-
-¿Quién regalaría su producto?-
-Cualquiera con buena mercancía, siempre que esta sea de consumo, como comida, para demostrar que eres mejor que la competencia. Puede que la mala reputación del lugar aleje a los mercaderes reputables, y la mayoría no lucen muy granjeros que digamos. Puede que alguno cace, y hasta allí llega.-
-¿Has pensado que los mercaderes no vienen aquí por un motivo?-
-Falta de iniciativa, sin duda. Seguro que puedo conseguir unos cuantos contratos de granjeros cerca de Lunargenta, solo necesito un carro, algún broche y bordados y hacer unos cuantos viajes. Y luego podemos relegar el trabajo a otro mercader, e ir ampliando el negocio. Imagínate, Lessard Inc. De increíble por supuesto. Pero hay un impedimento en este plan, por supuesto.-
-¿Los locales?-
-¡Exacto! ¿Cómo mantener el negocio, como impedir que otros mercaderes invadan mi zona, o que aquellos bajo mi mando me traicionen, o que los locales sigan comprando mi producto? Los mercaderes más ricos podrían vender a pérdida, para arruinarme.-
-No, no me refería a…-
-Por lo que tenemos que conseguir un contrato duradero con los lugareños, con términos favorables para ambos, a cambio de comprar solo de nosotros.-
-No parecen el tipo de personas que respeten contratos…- siempre preocupada, pero esta vez puede que tuviese razón, el respeto hacia la ley y el orden solía...descender cuanto menos se sabia leer.
-Bueno, puede que no lo hagan la primera vez… Y algún mercader lo intentara igualmente, aquí es donde tener flamantes ofertas, una radiante reputación y un cálido producto será clave para el éxito.-
-Estás hablando de usar fuego alquímico, ¿cierto? Siempre es fuego alquímico cuando metes esas palabras en una frase.-
-Solo hacia el producto, por supuesto. Y seguro que un poco de hambre les hace repensárselo. Ahora, ¿con quien deberíamos hablar? ¿Crees que tienen un alcalde?-
-Cuidado no te roben la bolsa de aeros.- le dijo su caballero, siempre preocupada.
-Oh, no te preocupes, es imposible. Y solo lo intentarían una vez.- contestó con un guiño y una sonrisa.
-…Cebo y… ¿Ácido? No, fuego alquímico.- ah, estaba aprendiendo, como crecen los caballeros...
-¡No! Se incendia al exponerse al aire, ninguna bolsa es lo suficientemente… cerrada. Polvos urticantes. Extra fuertes.- y entonces fue atacada por un ramo de flores. Por alguien llevando uno aparentemente.
Una vendedora de flores, que le ofreció comprarlas de una manera…curiosa. -Creo que está vendiendo información.- le susurro Elaine. Ya lo sabía, por supuesto, simplemente estaba intentando descubrir cuando debía pagar. Finalmente se decidió por el precio de dos flores. De las buenas en Lunargenta, lo que debía ser más que suficiente por esos lares. La chiquilla no se quejó, así que sería lo adecuado.
-¿Lo has oído?- le preguntó a su acompañante, mientras le ajustaba la violeta en el pecho, como un broche. Elaine se había quedado muy, muy quieta mientras trabajaba. -No es una rosa, no voy a pincharte. Aunque debería haber preguntado si tenía rosas blancas o rojo sangre…quedarían tan bien…-
-No nos ha dicho nada que no pudiéramos ver con un vistazo.- protestó la otra.
-Ah, pero eso nos dice que no es casualidad. Veras, usualmente, un mercader quiere vender toda la mercancía disponible para no tener que almacenarla, por lo que podría ser simplemente que se había agotado debido a ofertas o incluso regalos.-
-¿Quién regalaría su producto?-
-Cualquiera con buena mercancía, siempre que esta sea de consumo, como comida, para demostrar que eres mejor que la competencia. Puede que la mala reputación del lugar aleje a los mercaderes reputables, y la mayoría no lucen muy granjeros que digamos. Puede que alguno cace, y hasta allí llega.-
-¿Has pensado que los mercaderes no vienen aquí por un motivo?-
-Falta de iniciativa, sin duda. Seguro que puedo conseguir unos cuantos contratos de granjeros cerca de Lunargenta, solo necesito un carro, algún broche y bordados y hacer unos cuantos viajes. Y luego podemos relegar el trabajo a otro mercader, e ir ampliando el negocio. Imagínate, Lessard Inc. De increíble por supuesto. Pero hay un impedimento en este plan, por supuesto.-
-¿Los locales?-
-¡Exacto! ¿Cómo mantener el negocio, como impedir que otros mercaderes invadan mi zona, o que aquellos bajo mi mando me traicionen, o que los locales sigan comprando mi producto? Los mercaderes más ricos podrían vender a pérdida, para arruinarme.-
-No, no me refería a…-
-Por lo que tenemos que conseguir un contrato duradero con los lugareños, con términos favorables para ambos, a cambio de comprar solo de nosotros.-
-No parecen el tipo de personas que respeten contratos…- siempre preocupada, pero esta vez puede que tuviese razón, el respeto hacia la ley y el orden solía...descender cuanto menos se sabia leer.
-Bueno, puede que no lo hagan la primera vez… Y algún mercader lo intentara igualmente, aquí es donde tener flamantes ofertas, una radiante reputación y un cálido producto será clave para el éxito.-
-Estás hablando de usar fuego alquímico, ¿cierto? Siempre es fuego alquímico cuando metes esas palabras en una frase.-
-Solo hacia el producto, por supuesto. Y seguro que un poco de hambre les hace repensárselo. Ahora, ¿con quien deberíamos hablar? ¿Crees que tienen un alcalde?-
Alisha Lessard
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
Un hormiguero. Lleno de monjas vestidas de negro yendo de un lado a otro, muy ocupadas. Quizá como un panal de abejas oscuras. O un termitero, porque se las veía feroces y constantes. Nayru no estaba segura de que acabasen de gustarle.
Por alguna razón no habían acabado en el prostíbulo del Virrey como ella creía, sino en esa... escombrera con bancos. Iglesia, lo llamaban. La gran mayoría de la comitiva se desvió hacia allí y ahora eran atendidos por diversas hermanas de la fe muy solícitas en ayudarles con sus problemas. Para nada parecía que estaban usando a la gente para llevar las piedras de un montón inservible a un espacio con propósito.
-No me sorprendería que el siguiente paso fuera mezclar mortero. -le comentó a su compañera.
Una de las monjas emboscó por la espalda a las vampiresas, dándoles un trocito de madera con un número pintado para una consulta matrimonial con una tal Sor Niun. Parecía muerta por dentro cuando les indicó que esperasen en el banco.
-Yo diría que es el mismo color que el de las paredes. -notó Fémur, mostrándole el número 69 sobre la pieza irregular.
-Hmm. Quédate aquí, a ver qué es lo que puedo encontrar...
-¡Paso! ¡Que piso que quemo! ¡Paso!
-Por los Dioses Marcial, deja de gritar como un energúmeno.
-Mira Águeda, de toda la vida en mi casa mi madre...
-¿Qué hemos dicho sobre hablar de su madre, Marcial? Así no avanzamos nada.
-Pero es que...
-¡Me tienes hasta el gorro con tu madre! ¡Que te suelto el pedrolo en el pie, eh!
-¡Colaboración marital! ¡Colaboración!
Nayru parpadeó viendo cómo la pareja, seguidos muy de cerca por una monja, se alejaban enfrascados en sus ejercicios de peón de obra. Por poco no la arrollaron. ¿Qué diantres estaba pasando? Con agilidad se escurrió entre los presentes, acto un poco complicado porque cada vez había más gente y aún no sabía si venían solos o atraídos.
Encontró los baldes de pintura tirados de mala manera y sin esconder, ahí con todo el descaro en un rincón junto a unos escobones despeluchados. No entendía nada. Quizá las monjas pensaron que con el barullo general nadie miraría. O quizá pensaron que no merecía la pena esconder nada, en cuyo caso... planeaban algo más que llenar su escombrera consagrada con consultorios matrimoniales.
O lo mismo se estaba precipitando en sus conclusiones y la pintura no era de ellas. Regresó con la pelirroja y se sentó en un banco a esperar. Parar para observar fue buena idea, porque dentro del edificio en ruinas corría un caos aparente que estaba bajo perfecto control. Interesante.
Cuando pasaron a la consulta se encontraron con una mujer fea, vieja y ciega. No, ciega no, porque abrió los ojillos brillantes para observarlas de arriba a abajo con mucha atención. A la vampiresa morena no le gustó el tono de su voz, tan empalagoso... le dio la impresión de que esa abuela era como una capa fina de hielo.
-Verá, Sor Niun, hemos venido...
-A que nos ayude, Señora Anciana.
-Sí, eso mism-... ¿perdona?
-Ya la ve. A la defensiva. -comentó Fémur con compungida naturalidad, sentándose en una de las sillas frente al escritorio de la anciana.- Nunca admite que tenemos problemas. Nuuuunca es capaz de pedir ayuda. ¡La palabra misma le da alergia!
-Fémur haz el favor de...
-Y encima ahora con lo de las pintadas... no me he parado a leerlas todas, me da... como algo aquí en el pecho leer su nombre en las paredes... Y yo he escuchado que aquí las monjas ayudan a las parejas...
-Deja de hacer el imbécil, no hemos venido para que te pongas a jugar.
-Mire, Anciana Madre, mire cómo me trata. Desde que pisa esa inmunda casa de lenocinio ni me toca, hace semanas que no me da un beso. ¡¿Qué te dan allí que yo no?! ¿¡Sopa de fideos!? ¡Ya no comes eso, adúltera!
Nayru puso los ojos en blanco dejándose caer con un suspiro de paciencia, la cabeza colgando hacia atrás en el respaldo. Cruzó los dedos sobre el regazo, esperando.
-¡Amancebada! ¡Infiel! Fornicadora impía, seguro que te has alimentado de meretrices y fulanas mientras te esperaba en casa. ¡Lesbiana desviada, depravada! ¡Cuando me uní a ti me prometiste-...! Ay ya, me aburrí.
-¿Te quedaste descansada?
-Mucho. De repente me entraron ganas de hacer de esposa ultrajada, fuera parecía que se lo pasaban bien. Y he aprendido palabras nuevas. Cuando una llega a ciertas edades cree que no puede aprender más cosas, y luego llega a Ciudad Lagarto y... ¿verdad, Longeva Arrugada?
-Bueno, ya basta. Sor Niun, no he podido evitar darme cuenta de todo lo que tiene por aquí montado y mentiría si dijera que no me provoca curiosidad pero... esos inocentes baldes que tiene por ahí tirados llaman más mi atención. -comentó casual, mirando a la anciana a los ojos.- Más que nada porque la pintura que se está secando dentro de ellos es del mismo color que ha provocado todo esto. Me pregunto si usted sabe algo sobre esto, y a qué tanto revuelo.
La vampiresa sonrió, sin dientes, sin diversión. A ver qué ocurría ahora.
Por alguna razón no habían acabado en el prostíbulo del Virrey como ella creía, sino en esa... escombrera con bancos. Iglesia, lo llamaban. La gran mayoría de la comitiva se desvió hacia allí y ahora eran atendidos por diversas hermanas de la fe muy solícitas en ayudarles con sus problemas. Para nada parecía que estaban usando a la gente para llevar las piedras de un montón inservible a un espacio con propósito.
-No me sorprendería que el siguiente paso fuera mezclar mortero. -le comentó a su compañera.
Una de las monjas emboscó por la espalda a las vampiresas, dándoles un trocito de madera con un número pintado para una consulta matrimonial con una tal Sor Niun. Parecía muerta por dentro cuando les indicó que esperasen en el banco.
-Yo diría que es el mismo color que el de las paredes. -notó Fémur, mostrándole el número 69 sobre la pieza irregular.
-Hmm. Quédate aquí, a ver qué es lo que puedo encontrar...
-¡Paso! ¡Que piso que quemo! ¡Paso!
-Por los Dioses Marcial, deja de gritar como un energúmeno.
-Mira Águeda, de toda la vida en mi casa mi madre...
-¿Qué hemos dicho sobre hablar de su madre, Marcial? Así no avanzamos nada.
-Pero es que...
-¡Me tienes hasta el gorro con tu madre! ¡Que te suelto el pedrolo en el pie, eh!
-¡Colaboración marital! ¡Colaboración!
Nayru parpadeó viendo cómo la pareja, seguidos muy de cerca por una monja, se alejaban enfrascados en sus ejercicios de peón de obra. Por poco no la arrollaron. ¿Qué diantres estaba pasando? Con agilidad se escurrió entre los presentes, acto un poco complicado porque cada vez había más gente y aún no sabía si venían solos o atraídos.
Encontró los baldes de pintura tirados de mala manera y sin esconder, ahí con todo el descaro en un rincón junto a unos escobones despeluchados. No entendía nada. Quizá las monjas pensaron que con el barullo general nadie miraría. O quizá pensaron que no merecía la pena esconder nada, en cuyo caso... planeaban algo más que llenar su escombrera consagrada con consultorios matrimoniales.
O lo mismo se estaba precipitando en sus conclusiones y la pintura no era de ellas. Regresó con la pelirroja y se sentó en un banco a esperar. Parar para observar fue buena idea, porque dentro del edificio en ruinas corría un caos aparente que estaba bajo perfecto control. Interesante.
Cuando pasaron a la consulta se encontraron con una mujer fea, vieja y ciega. No, ciega no, porque abrió los ojillos brillantes para observarlas de arriba a abajo con mucha atención. A la vampiresa morena no le gustó el tono de su voz, tan empalagoso... le dio la impresión de que esa abuela era como una capa fina de hielo.
-Verá, Sor Niun, hemos venido...
-A que nos ayude, Señora Anciana.
-Sí, eso mism-... ¿perdona?
-Ya la ve. A la defensiva. -comentó Fémur con compungida naturalidad, sentándose en una de las sillas frente al escritorio de la anciana.- Nunca admite que tenemos problemas. Nuuuunca es capaz de pedir ayuda. ¡La palabra misma le da alergia!
-Fémur haz el favor de...
-Y encima ahora con lo de las pintadas... no me he parado a leerlas todas, me da... como algo aquí en el pecho leer su nombre en las paredes... Y yo he escuchado que aquí las monjas ayudan a las parejas...
-Deja de hacer el imbécil, no hemos venido para que te pongas a jugar.
-Mire, Anciana Madre, mire cómo me trata. Desde que pisa esa inmunda casa de lenocinio ni me toca, hace semanas que no me da un beso. ¡¿Qué te dan allí que yo no?! ¿¡Sopa de fideos!? ¡Ya no comes eso, adúltera!
Nayru puso los ojos en blanco dejándose caer con un suspiro de paciencia, la cabeza colgando hacia atrás en el respaldo. Cruzó los dedos sobre el regazo, esperando.
-¡Amancebada! ¡Infiel! Fornicadora impía, seguro que te has alimentado de meretrices y fulanas mientras te esperaba en casa. ¡Lesbiana desviada, depravada! ¡Cuando me uní a ti me prometiste-...! Ay ya, me aburrí.
-¿Te quedaste descansada?
-Mucho. De repente me entraron ganas de hacer de esposa ultrajada, fuera parecía que se lo pasaban bien. Y he aprendido palabras nuevas. Cuando una llega a ciertas edades cree que no puede aprender más cosas, y luego llega a Ciudad Lagarto y... ¿verdad, Longeva Arrugada?
-Bueno, ya basta. Sor Niun, no he podido evitar darme cuenta de todo lo que tiene por aquí montado y mentiría si dijera que no me provoca curiosidad pero... esos inocentes baldes que tiene por ahí tirados llaman más mi atención. -comentó casual, mirando a la anciana a los ojos.- Más que nada porque la pintura que se está secando dentro de ellos es del mismo color que ha provocado todo esto. Me pregunto si usted sabe algo sobre esto, y a qué tanto revuelo.
La vampiresa sonrió, sin dientes, sin diversión. A ver qué ocurría ahora.
Nayru
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
Matthew se quedó mirando como todas las prostitutas salían del lugar, las acompañó hasta la entrada principal y miró cómo marchaban a la batalla, mientras apoyaba un hombro en el marco de la puerta. Esperó un poco más, limpiándose las uñas de forma distraída, sí conocía a la Abuela como la conocía, no dejaría ningún punto clave sin vigilar, y tenía a las suficientes mujeres como para hacerlo. Matthew lo sabía, conocía cuantas personas exactamente había logrado convencer, porque por más que quisiera divertirse un rato aprovechando el caos general, no tenía sentido el dejárselo tan fácil.
Cuando estuvo seguro que la última espía se había retirado, Owens cerró la puerta y se internó en las profundidades del prostíbulo ¿Y ahora qué? Lo que el Virrey tenía ganas de hacer era disfrutar de todo ese desorden generalizado, reírse un rato de la desgracia ajena, nada del otro mundo, entretenimiento sano. El problema era que sí lo veían se abalanzarían sobre él las Esposas enojadas, los Maridos desesperados y dentro de poco las prostitutas exigiendo más derechos.
No tenía ganas de lidiar con todo eso, le daba pereza de solo pensarlo... Lo mejor sería retirarse por el momento, esconderse y pasar desapercibido hasta que las cosas estuvieran más calmadas. Se perdería de la diversión, sí, pero viviría otro día para poder buscar nuevas formas de entretenerse. Sacó una manzana de su bolsillo y le dio una mordida, mientras caminando lentamente se perdió entre las sombras.
Entonces.
Habían esposas, novias y prometidas arrastrando a sus esposos, novios y prometidos a que expiaran sus culpas frente a un cruel y totalmente parcial jurado en forma de monjas. Había un montón de hombres entre preocupados y enojados, lloriqueando y rogando perdón, recibiendo como respuesta todo tipo de maltratos. También estaban las prostitutas peleando con uñas y dientes (literal) para que no les quitaran su única fuente de ingreso. Además de los ventajistas de siempre que veían la oportunidad de hacer un negocio en medio de todo eso.
Porque SIEMPRE se podía hacer negocio en Ciudad Lagarto.
¿Qué pieza faltaba en todo eso? Pues claro: Los niños y niñas de la ciudad. Los que tenían padres, y no eran lo suficientemente grandes como para entender lo que ocurría, lloraban a mares en cualquier sitio que los hubiesen dejado tirados. Otros eran arrastrados por sus enojadas madres mientras estas descargaban todo tipo de improperios e insultos hacía la figura paterna de turno. También estaban, como no podía ser de otra manera, los que eran huérfanos desde hace mucho y simplemente aprovechaban la confusión para poder robar a algunos pobres incautos.
En cualquier caso, los niños y niñas de la ciudad corrían para todos lados, chillando, rompiendo, llorando, robando, golpeando y asesinando. Agregando un toque especial a tanto caos generalizado.
Cuando estuvo seguro que la última espía se había retirado, Owens cerró la puerta y se internó en las profundidades del prostíbulo ¿Y ahora qué? Lo que el Virrey tenía ganas de hacer era disfrutar de todo ese desorden generalizado, reírse un rato de la desgracia ajena, nada del otro mundo, entretenimiento sano. El problema era que sí lo veían se abalanzarían sobre él las Esposas enojadas, los Maridos desesperados y dentro de poco las prostitutas exigiendo más derechos.
No tenía ganas de lidiar con todo eso, le daba pereza de solo pensarlo... Lo mejor sería retirarse por el momento, esconderse y pasar desapercibido hasta que las cosas estuvieran más calmadas. Se perdería de la diversión, sí, pero viviría otro día para poder buscar nuevas formas de entretenerse. Sacó una manzana de su bolsillo y le dio una mordida, mientras caminando lentamente se perdió entre las sombras.
Entonces.
Habían esposas, novias y prometidas arrastrando a sus esposos, novios y prometidos a que expiaran sus culpas frente a un cruel y totalmente parcial jurado en forma de monjas. Había un montón de hombres entre preocupados y enojados, lloriqueando y rogando perdón, recibiendo como respuesta todo tipo de maltratos. También estaban las prostitutas peleando con uñas y dientes (literal) para que no les quitaran su única fuente de ingreso. Además de los ventajistas de siempre que veían la oportunidad de hacer un negocio en medio de todo eso.
Porque SIEMPRE se podía hacer negocio en Ciudad Lagarto.
¿Qué pieza faltaba en todo eso? Pues claro: Los niños y niñas de la ciudad. Los que tenían padres, y no eran lo suficientemente grandes como para entender lo que ocurría, lloraban a mares en cualquier sitio que los hubiesen dejado tirados. Otros eran arrastrados por sus enojadas madres mientras estas descargaban todo tipo de improperios e insultos hacía la figura paterna de turno. También estaban, como no podía ser de otra manera, los que eran huérfanos desde hace mucho y simplemente aprovechaban la confusión para poder robar a algunos pobres incautos.
En cualquier caso, los niños y niñas de la ciudad corrían para todos lados, chillando, rompiendo, llorando, robando, golpeando y asesinando. Agregando un toque especial a tanto caos generalizado.
Matthew Owens
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
La ambiciosa comerciante se encontraba en ese horrendo vacío que es la tierra incógnita de los negocios. Lugares sin familias, conocidos o compañías que hicieran de intermediarios por un contrato. Podían ser un terrible agujero en el que jóvenes compradores se perdían en busca del brillante futuro de relaciones comerciales sin explotar. Pero, para comerciantes expertas como nuestras protagonistas, esto era tierra para conquistar.
Como era común entre los grandes economistas, primero se busca información del producto. ¿Dónde se encuentra el punto de origen de la carne? Y esa pregunta era posible de contestar por los múltiples comerciantes de comida que había en la zona que rodeaba a la iglesia. Específicamente y, por milagros del destino, preguntaron a una joven de desafortunado parecer que asaba carne.
-¿Qué DE donde VIENE mi PRODUCTO?-grito la mujer, blandiendo una afilada hoja, si no fuese por los múltiples pedazos de carne y grasa que se encontraban pegados en su filo. Su tono era ahogado y exclamado por los vacíos de las conversaciones de alrededor. Es difícil mantener una conversación cuando una mujer esta gritando a su marido y el marido le esta echando las faltas con mayor fuerza vocal- ¿TEneis Algún Problema Con MI COMIDA? ¿OS ha ENVIADO el CerDo de EsTEBan, Verdad? POS DECIDLE A ESE BASTARDO QUE SI TIENE ALGO QUE DECIRME, QUE ARRASTRE SU CULO LLENO DE HEMORROIDES HASTA MI TIENDA.
Tardasteis un momento en hacerle entender vuestras intenciones, ya que sus ojos se habían encendido con un odio propio de minoristas hacia otros minoristas. Pudisteis alejar su mano de donde se guardaba los cuchillos realmente afilados.- ¿Qué de donde se saca la carne? Del puto mercado de los sábados…-dijo, como si fuese algo obvio y las comerciantes retrasadas por meramente preguntarlo.- Los hombres, los de verdad... -dice, mirando a un pobre desgraciado -el doble que ella en musculo y tamaño, pero que no había levantado la mirada en toda la conversación-, el cual hacia todo lo posible para no mirarla- Salen a robar a los patronos que llevan a sus ganados a pastorear por los caminos. No es tan glorioso como asaltar convoys de Lunargenta, pero trae carne a la ciudad.
Con la información de donde sale la carne, el siguiente asunto eran las verduras. Un recurso poco apreciado por los ricos, pero muy demandado por los que necesitan alimentarse de algo y la carne no es opción. Ante la falta de productos vegetales, un nuevo kiosco fue el objetivo de ambas. Una joven freía unas berenjenas, con calma y tranquilidad. Cuando os acercasteis, elevo su rostro, del cual solo se apreciaba un larga nariz y la boca, ya que el resto parecía cubierto por sus largas greñas.- Ahhh…Bienvenidas, hermanas. -dijo, con un gesto extraño en la mano, esperando a que hablaseis. Ante la pregunta de donde sacaba el género, se animo.
-De la madre tierraaaaa…-dijo, con una extensión extraña de la a, que hizo fruncir el ceño a varios transeúntes.- Hace aaaños, eraa difícil encontraar comida, tu sabes, proveniente de la maaadre tierra…Pero la gente ha empezado a comulgaaaar con la tierraaa otra vez…-dijo, mirando tranquilamente a la nada o a vosotras, ya que no había observación de la mirada bajo ese pelo. En traducción, hacia años no había verduras en la ciudad, pero lentamente habían empezado a aparecer cultivos y huertas. Nada capaz de sostener a la ciudad, sin embargo.- Si quieeeres algo -dijo, ahora extendiendo la e, volviéndola un sonido arrastrado y chirriante a la vez. El vecino de al lado se dio con la pared de su kiosco.- Lo meeejor es preguntar a los Seeerghum…Eeestan como beeendeeecidosss. Su tieeerra tiene de todo, todo el año.
Habiendo sacado todo lo que podían sacar de la ciudad, las comerciantes se encontraban con la decisión de que hacer. Lo cual era la parte importante. Sabían que los sábados se vendía carne, robada, pero se vendía. A su vez, sabían que había pequeñas huertas en la ciudad, pero que los que producían más y con mayor calidad eran los Serghum.
Mientras tanto, en un despacho alejado de la mano de dios, una monja miraba extrañada a sus dos invitados. Escuchaba con atención, lo que decían, sacando panfletos según hablaba la parte más apabullante del par. En uno decía, “Secretos para el inútil en el sexo”. Otro, “Medidas pequeñas y como superarlas”. Otro añadia, “La inseguridad femenina y como afecta a la vida diaria”. Finalmente, cuando empezó las quejas sobre el lesbianismo de la otra, empezó a sacar más panfletos. “Juegos de lengua para inexpertas”, “Como compensar las faltas de la pareja”, “Mujeres y los 25 minutos antes del coito, trucos y métodos”. Durante la conversación, la frágil figura de la mujer se giraba, temblorosa y nerviosa, con los panfletos temblados en sus huesudos dedos. Hasta que la vampira hablo.
Durante la conversación, la mujer emitía la misma sensación de una mujer perdida en el mar, sin saber por donde tirar, pero con la voluntad férrea de hacer algo. Era la misma energía nerviosa que muchos animales tienen cuando se encuentran en espacios abiertos de repente, querer abarcarlo todo con pequeños medios. Cuando Nayru terminó de hablar, la mujer simplemente…se expandió. Su postura cayó sobre la silla, con el peso del aburrimiento y la arrogancia de alguien acostumbrado a tener autoridad. Con lentitud, metió sus dedos bajo la túnica…y saco un puro. De uno de los cajones de su mesa, sacó una navaja. Sus dedos hicieron girar el puro, moviéndolo lentamente, mientras llevaba la navaja y cortaba una punta. Con la misma lentitud, sacó unas cerillas y se lo encendió. Los minutos se hicieron eternos y Fémur tuvo la desgracia de querer soltar otra gracieta cuando la mujer aspiro su puro.
Fue rápido, más de lo que uno se espera. Más que humo, fue una especie de escupitajo conformado por efluvios vaporosos. Con la intensidad de un marinero con meses de navío ante una prostituta, la exhalación entro con fuerza en la boca abierta de la joven, atragantándola. Mientras la joven tosía, la solemne anciana simplemente dijo- Tu puta madre es una Longeva Arrugada. Y conociendo la ciudad, sabes que lo más probable no es lo de longeva en esa frase…-dijo, al fin, posando sus manos sobre su vestido, con los dedos entrelazados. Finalmente, miro hacia arriba.- Dios dame paciencia para tratar con estos idiotas…-dijo, con la calma y tranquilidad de una mujer que ha sufrido el tratamiento de imbéciles durante mucho tiempo, es decir, poca.
-Venís a la casa del señor -dijo, mientras el puro daba vueltas entre los labios de la mujer, mostrando una habilidad inmensa de manejar objetos fálicos entre sus labios.- En un momento de crisis para la ciudad -Continua, con esa candencia de profesora con un alumno al que tenía que explicarle paso a paso lo que ha hecho mal.- ¿Para que? ¿Para acusarme de pintar los nombres de los clientes de un prostíbulo? -pregunta, sacándose al fin el puro de la boca, lanzando un largo y potente chorro de aire caliente y humo en la dirección de la vampira.
-Vamos a ver…¿quieres alguna excusa simple? ¿Qué se la guardo a alguien? ¿Qué nos la hemos encontrado aquí y la hemos estado usando? -pregunta la mujer, moviendo el cigarro en el aire, haciendo aspavientos.- No, la verdad es simple. Es la mierda más barata y fácil de usar. -digo, mientras golpeaba los múltiples pedazos de madera que había en su escritorio, restos de antiguas visitas.- Hollín de chimeneas o ceniza, mezclada con aceite o cualquier sustancia con un poco de agarre. -dice, mientras pasa el dedo por la superficie, deshaciendo un poco el número mal pintado.
-Por no hablar del motivo…¡Mire alrededor! -replica, alzando las manos, mostrando los ventanales aun sin reparar, el agujero en el techo y varias palomas en sus nidos.- ¿Crees que si tuviese una lista de clientes del prostíbulo no me habría hecho de oro chantajeándoles? Sacar algo de dinero para reparar la casa de dios es mi prioridad, jovencita, no causar el caos. -añade, mientras vuelve a meterse el puro en la boca- ¿Me estoy beneficiando? Por supuesto, soy una religión. Pero estos son beneficios de un ave de carroña, no de una maestra de la manipulación y el engaño.
Tras eso, se termino el puro. Toda una hazaña el hacerlo en tres aspiraciones, pero ahí lo tienes.- Si tanto queréis encontrar a un culpable, dejadme daros un consejo, ya que habéis hecho la cola y al menos la puberta esta me ha hecho gracia -dice, señalando a la acompañante con el pulgar- Buscad a alguien con la capacidad de tener esa información y motivaciones para realizarlo. ¿Quién tiene la información para sacar a tantos hombres y mujeres a la luz del día? ¿Quién se beneficia de un estado de caos en la ciudad? ¿Quién puede usar el caos entre los delincuentes? -pregunto, mientras mis dedos bailotean sobre la superficie del puro.- Hay un nombre con todas esas señales…y esto huele a plan de fuga.
A esto, se queda mirando a ambos, con una media sonrisa- ¿Necesito añadir algo más? ¿O tenéis algo interesante que decir? -pregunto, mientras restregaba el puro contra la mesa. Y una paloma se cagaba en el centro de esta. El espíritu santo había hablado y su opinión del asunto no era halagüeña.
Ahora, alejado del centro de luz y virtud que es la iglesia, en los lugares con sombra había un hombre. Curiosamente, veía a los jóvenes de la ciudad con evidentes mejores intenciones que el resto de hombres que se mueven en las sombras. El camino había sido pacífico, por el momento, con la gran masa de delincuentes más preocupados por encontrar un agujero caliente en el que descansar esa noche. Y si, el narrador ha usado una frase con doble sentido.
Ahora, cuando uno camina por las sombras tiene que procurar no encontrarse con el resto de cosas que también deambulan por ahí. La primera alerta debió de ser la lenta desaparición de niños. No obstante, la primera que notó Matthew fue el olor. Un olor penetrante y repugnante, como si alguien hubiese preparado una chuleta cruda con cebolla y coles de Bruselas, la hubiese dejado al sol durante un mes y el resultado hubiese tenido sexo salvaje con un grupo de sin techos. Era el tipo de olor que nadie registra hasta que es demasiado tarde.
-Buenas tardes, señor Owens -dijo una voz a las espaldas del caballero, siguiendo la tradición de estos encuentros, en un tono amanerado y culto. Cuando el virrey se gira, ve al…hombre que había pronunciado esas palabras. Era pequeño, con su enorme cabeza alcanzado el pecho del susodicho, pero estaba vestido en un dos piezas limpio y elegante. Exceptuando las pequeñas motas rojas que había en el puño de su camisa y de su collar, las cuales exhibían, de por si, un tono amarillento perlado, como si el traje hubiese pasado mucho tiempo en un sitio pequeño y mal ventilado.
El hombre dio un paso hacia adelante, extendiendo su mano. Un gesto inocente, pero…extraño. Su pierna pareció doblarse de manera extraña para mover el esto del cuerpo, crujiendo un número de articulaciones no relacionadas con una pierna, y de la misma manera su brazo se extendió hacia el virrey, pequeños temblores sobre la tela que hablaban de una anatomía extraña. Su piel era arrugada al tacto, pero al apretarlo notaste una sensación húmeda y suave, como si presionases suavemente una pieza de carne recién cortada.- Me llamo Niel Lothep, abogado y representante de varias putas de la ciudad…-Y ante esa frase, sonrió, como si le hiciese gracia una pequeña broma privada. No obstante, al hacerlo, mostro una hilera de pequeños dientes, perfectamente colocados en una figura aserrada.- Y, me temo, que ambos tenemos negocios que atender.
Como era común entre los grandes economistas, primero se busca información del producto. ¿Dónde se encuentra el punto de origen de la carne? Y esa pregunta era posible de contestar por los múltiples comerciantes de comida que había en la zona que rodeaba a la iglesia. Específicamente y, por milagros del destino, preguntaron a una joven de desafortunado parecer que asaba carne.
-¿Qué DE donde VIENE mi PRODUCTO?-grito la mujer, blandiendo una afilada hoja, si no fuese por los múltiples pedazos de carne y grasa que se encontraban pegados en su filo. Su tono era ahogado y exclamado por los vacíos de las conversaciones de alrededor. Es difícil mantener una conversación cuando una mujer esta gritando a su marido y el marido le esta echando las faltas con mayor fuerza vocal- ¿TEneis Algún Problema Con MI COMIDA? ¿OS ha ENVIADO el CerDo de EsTEBan, Verdad? POS DECIDLE A ESE BASTARDO QUE SI TIENE ALGO QUE DECIRME, QUE ARRASTRE SU CULO LLENO DE HEMORROIDES HASTA MI TIENDA.
Tardasteis un momento en hacerle entender vuestras intenciones, ya que sus ojos se habían encendido con un odio propio de minoristas hacia otros minoristas. Pudisteis alejar su mano de donde se guardaba los cuchillos realmente afilados.- ¿Qué de donde se saca la carne? Del puto mercado de los sábados…-dijo, como si fuese algo obvio y las comerciantes retrasadas por meramente preguntarlo.- Los hombres, los de verdad... -dice, mirando a un pobre desgraciado -el doble que ella en musculo y tamaño, pero que no había levantado la mirada en toda la conversación-, el cual hacia todo lo posible para no mirarla- Salen a robar a los patronos que llevan a sus ganados a pastorear por los caminos. No es tan glorioso como asaltar convoys de Lunargenta, pero trae carne a la ciudad.
Con la información de donde sale la carne, el siguiente asunto eran las verduras. Un recurso poco apreciado por los ricos, pero muy demandado por los que necesitan alimentarse de algo y la carne no es opción. Ante la falta de productos vegetales, un nuevo kiosco fue el objetivo de ambas. Una joven freía unas berenjenas, con calma y tranquilidad. Cuando os acercasteis, elevo su rostro, del cual solo se apreciaba un larga nariz y la boca, ya que el resto parecía cubierto por sus largas greñas.- Ahhh…Bienvenidas, hermanas. -dijo, con un gesto extraño en la mano, esperando a que hablaseis. Ante la pregunta de donde sacaba el género, se animo.
-De la madre tierraaaaa…-dijo, con una extensión extraña de la a, que hizo fruncir el ceño a varios transeúntes.- Hace aaaños, eraa difícil encontraar comida, tu sabes, proveniente de la maaadre tierra…Pero la gente ha empezado a comulgaaaar con la tierraaa otra vez…-dijo, mirando tranquilamente a la nada o a vosotras, ya que no había observación de la mirada bajo ese pelo. En traducción, hacia años no había verduras en la ciudad, pero lentamente habían empezado a aparecer cultivos y huertas. Nada capaz de sostener a la ciudad, sin embargo.- Si quieeeres algo -dijo, ahora extendiendo la e, volviéndola un sonido arrastrado y chirriante a la vez. El vecino de al lado se dio con la pared de su kiosco.- Lo meeejor es preguntar a los Seeerghum…Eeestan como beeendeeecidosss. Su tieeerra tiene de todo, todo el año.
Habiendo sacado todo lo que podían sacar de la ciudad, las comerciantes se encontraban con la decisión de que hacer. Lo cual era la parte importante. Sabían que los sábados se vendía carne, robada, pero se vendía. A su vez, sabían que había pequeñas huertas en la ciudad, pero que los que producían más y con mayor calidad eran los Serghum.
Mientras tanto, en un despacho alejado de la mano de dios, una monja miraba extrañada a sus dos invitados. Escuchaba con atención, lo que decían, sacando panfletos según hablaba la parte más apabullante del par. En uno decía, “Secretos para el inútil en el sexo”. Otro, “Medidas pequeñas y como superarlas”. Otro añadia, “La inseguridad femenina y como afecta a la vida diaria”. Finalmente, cuando empezó las quejas sobre el lesbianismo de la otra, empezó a sacar más panfletos. “Juegos de lengua para inexpertas”, “Como compensar las faltas de la pareja”, “Mujeres y los 25 minutos antes del coito, trucos y métodos”. Durante la conversación, la frágil figura de la mujer se giraba, temblorosa y nerviosa, con los panfletos temblados en sus huesudos dedos. Hasta que la vampira hablo.
Durante la conversación, la mujer emitía la misma sensación de una mujer perdida en el mar, sin saber por donde tirar, pero con la voluntad férrea de hacer algo. Era la misma energía nerviosa que muchos animales tienen cuando se encuentran en espacios abiertos de repente, querer abarcarlo todo con pequeños medios. Cuando Nayru terminó de hablar, la mujer simplemente…se expandió. Su postura cayó sobre la silla, con el peso del aburrimiento y la arrogancia de alguien acostumbrado a tener autoridad. Con lentitud, metió sus dedos bajo la túnica…y saco un puro. De uno de los cajones de su mesa, sacó una navaja. Sus dedos hicieron girar el puro, moviéndolo lentamente, mientras llevaba la navaja y cortaba una punta. Con la misma lentitud, sacó unas cerillas y se lo encendió. Los minutos se hicieron eternos y Fémur tuvo la desgracia de querer soltar otra gracieta cuando la mujer aspiro su puro.
Fue rápido, más de lo que uno se espera. Más que humo, fue una especie de escupitajo conformado por efluvios vaporosos. Con la intensidad de un marinero con meses de navío ante una prostituta, la exhalación entro con fuerza en la boca abierta de la joven, atragantándola. Mientras la joven tosía, la solemne anciana simplemente dijo- Tu puta madre es una Longeva Arrugada. Y conociendo la ciudad, sabes que lo más probable no es lo de longeva en esa frase…-dijo, al fin, posando sus manos sobre su vestido, con los dedos entrelazados. Finalmente, miro hacia arriba.- Dios dame paciencia para tratar con estos idiotas…-dijo, con la calma y tranquilidad de una mujer que ha sufrido el tratamiento de imbéciles durante mucho tiempo, es decir, poca.
-Venís a la casa del señor -dijo, mientras el puro daba vueltas entre los labios de la mujer, mostrando una habilidad inmensa de manejar objetos fálicos entre sus labios.- En un momento de crisis para la ciudad -Continua, con esa candencia de profesora con un alumno al que tenía que explicarle paso a paso lo que ha hecho mal.- ¿Para que? ¿Para acusarme de pintar los nombres de los clientes de un prostíbulo? -pregunta, sacándose al fin el puro de la boca, lanzando un largo y potente chorro de aire caliente y humo en la dirección de la vampira.
-Vamos a ver…¿quieres alguna excusa simple? ¿Qué se la guardo a alguien? ¿Qué nos la hemos encontrado aquí y la hemos estado usando? -pregunta la mujer, moviendo el cigarro en el aire, haciendo aspavientos.- No, la verdad es simple. Es la mierda más barata y fácil de usar. -digo, mientras golpeaba los múltiples pedazos de madera que había en su escritorio, restos de antiguas visitas.- Hollín de chimeneas o ceniza, mezclada con aceite o cualquier sustancia con un poco de agarre. -dice, mientras pasa el dedo por la superficie, deshaciendo un poco el número mal pintado.
-Por no hablar del motivo…¡Mire alrededor! -replica, alzando las manos, mostrando los ventanales aun sin reparar, el agujero en el techo y varias palomas en sus nidos.- ¿Crees que si tuviese una lista de clientes del prostíbulo no me habría hecho de oro chantajeándoles? Sacar algo de dinero para reparar la casa de dios es mi prioridad, jovencita, no causar el caos. -añade, mientras vuelve a meterse el puro en la boca- ¿Me estoy beneficiando? Por supuesto, soy una religión. Pero estos son beneficios de un ave de carroña, no de una maestra de la manipulación y el engaño.
Tras eso, se termino el puro. Toda una hazaña el hacerlo en tres aspiraciones, pero ahí lo tienes.- Si tanto queréis encontrar a un culpable, dejadme daros un consejo, ya que habéis hecho la cola y al menos la puberta esta me ha hecho gracia -dice, señalando a la acompañante con el pulgar- Buscad a alguien con la capacidad de tener esa información y motivaciones para realizarlo. ¿Quién tiene la información para sacar a tantos hombres y mujeres a la luz del día? ¿Quién se beneficia de un estado de caos en la ciudad? ¿Quién puede usar el caos entre los delincuentes? -pregunto, mientras mis dedos bailotean sobre la superficie del puro.- Hay un nombre con todas esas señales…y esto huele a plan de fuga.
A esto, se queda mirando a ambos, con una media sonrisa- ¿Necesito añadir algo más? ¿O tenéis algo interesante que decir? -pregunto, mientras restregaba el puro contra la mesa. Y una paloma se cagaba en el centro de esta. El espíritu santo había hablado y su opinión del asunto no era halagüeña.
Ahora, alejado del centro de luz y virtud que es la iglesia, en los lugares con sombra había un hombre. Curiosamente, veía a los jóvenes de la ciudad con evidentes mejores intenciones que el resto de hombres que se mueven en las sombras. El camino había sido pacífico, por el momento, con la gran masa de delincuentes más preocupados por encontrar un agujero caliente en el que descansar esa noche. Y si, el narrador ha usado una frase con doble sentido.
Ahora, cuando uno camina por las sombras tiene que procurar no encontrarse con el resto de cosas que también deambulan por ahí. La primera alerta debió de ser la lenta desaparición de niños. No obstante, la primera que notó Matthew fue el olor. Un olor penetrante y repugnante, como si alguien hubiese preparado una chuleta cruda con cebolla y coles de Bruselas, la hubiese dejado al sol durante un mes y el resultado hubiese tenido sexo salvaje con un grupo de sin techos. Era el tipo de olor que nadie registra hasta que es demasiado tarde.
-Buenas tardes, señor Owens -dijo una voz a las espaldas del caballero, siguiendo la tradición de estos encuentros, en un tono amanerado y culto. Cuando el virrey se gira, ve al…hombre que había pronunciado esas palabras. Era pequeño, con su enorme cabeza alcanzado el pecho del susodicho, pero estaba vestido en un dos piezas limpio y elegante. Exceptuando las pequeñas motas rojas que había en el puño de su camisa y de su collar, las cuales exhibían, de por si, un tono amarillento perlado, como si el traje hubiese pasado mucho tiempo en un sitio pequeño y mal ventilado.
El hombre dio un paso hacia adelante, extendiendo su mano. Un gesto inocente, pero…extraño. Su pierna pareció doblarse de manera extraña para mover el esto del cuerpo, crujiendo un número de articulaciones no relacionadas con una pierna, y de la misma manera su brazo se extendió hacia el virrey, pequeños temblores sobre la tela que hablaban de una anatomía extraña. Su piel era arrugada al tacto, pero al apretarlo notaste una sensación húmeda y suave, como si presionases suavemente una pieza de carne recién cortada.- Me llamo Niel Lothep, abogado y representante de varias putas de la ciudad…-Y ante esa frase, sonrió, como si le hiciese gracia una pequeña broma privada. No obstante, al hacerlo, mostro una hilera de pequeños dientes, perfectamente colocados en una figura aserrada.- Y, me temo, que ambos tenemos negocios que atender.
Niun de Usbisne
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Re: La gran guerra de los sexos [Libre]
Casi no reacciona cuando la mujer saco la cuchilla de carnicero. Casi. Solo se encogió un poquito. Y puede que usara a Elaine de escudo humano. Ligeramente. Desde luego a la vampira no pareció importarle, así que todo iba bien.
Por suerte, pudo resolver el problema y la señora rápidamente les explico la situación. Cosa rara, a su parecer, pero parecía que no era ningún secreto.
Una economía basada en el robo de ganado. Fascinante. Que no se hubiera derrumbado, pero aun así, fascinante. Y el asalto de convoyes, aunque eso parecía ser más raro. Más motivos para hablarlo previamente. Pero esas eran preocupaciones para el futuro, la gente no solo comía carne.
No debía juzgar a la gente, por más rara que luciera. O sonara. Sobretodo sonara. A lo mejor era alquimista, y había aspirado alguna de las pociones sin querer, le podía pasar a los mejores. Al parecer las verduras no eran robadas, no mayoritariamente al menos, sino cultivadas. No había muchas, eso si, no como para alimentar a toda la ciudad. Y … Serghum, o Seerghum. El problema de alargar las e’s era que no sabía cuantas se suponía que tenia el nombre en realidad.
-Entonces, vamos a visitar esos ¿Serghum?- preguntó Elaine tentativamente.
-Mmmm. ¿Sabes El? Siempre me dices que no actúe sin pensar, que me adelante a los hechos…- pauso unos segundos, mientras su caballero asintió. Hasta parecía tener los ojos húmedos de alegría la muy traidora. -Y no creo que sean los únicos con cultivos porque sean los únicos que hayan plantado patatas en su vida, es decir, ¿has visto nunca una patata? Son casi una plaga, crecen en cualquier lado. Si algo he aprendido, es que el súbito crecimiento vegetal involucra ceremonias, círculos inscritos con sangre y sacrificios. Y posiblemente algún gato mágico involucrado de alguna forma.- su caballero dejo de andar, reflejando profundamente en la sabiduría de su señora.
-Espera, ¿te ha pasado antes? ¿Gatos? ¿Te intentó sacrificar un Cait Sith?-
-¡Por supuesto que no! Los Cait Sith son malos, y Zarpitas era bueno y adorable. Por lo que solo era un gato mágico. Hasta le hice su propia banda sonora, y le encantó.-
-… Puede que esta vez exageres. No creo que haya ningún sacrifico ritual para hacer crecer berenjenas.-
-Elaine, mírame, recuerda todo lo que nos ha pasado y contéstame seriamente. ¿Qué crees que es más probable, que esos Serghum sean un puñado de elfos la mar de normales que hacen crecer plantas con magia donde el resto no puede, lo suficientemente bien como para alimentar a… una considerable porción de la ciudad, o que estemos a punto de llamar a la puerta de algunos cultistas que sacrifican personas y las entierran bajo un berenjenal maldito o algún horror similar?- pudo notar el tic en el ojo de su acompañante, con sus manos dirigiéndose brevemente a la empuñadura de sus armas durante un momento, antes de que se controlara.
-Vale… supongamos que nos preparamos para lo peor... ¿Cuál sería el siguiente paso entonces?-
-No es realmente necesario que los conozcamos y nos arriesgarnos a que nos coma una berenjena, solo tendríamos que avisarlos por cortesía, y puede que calcular la cantidad de producto que hacen para no arruinarlos, pero realmente, si pueden ir ellos mismos al mercado a vender, poco podemos hacer, y si no tienen su propio puesto en el mercado, tampoco sirven de intermediarios entre nosotros y la ciudadanía.-
-De todas las posibilidades, la del berenjenal es la más improbable, con diferencia.- se quejo su caballera, ignorando toda su explicación.
-¡Debes prepararte para todo, aunque parezca imposible! ¡Y céntrate! Estoy diciendo que ya sabemos lo que necesitabamos, y debemos ir a buscar a alguien con quien hacer un trato. Como el líder de una banda, o el alcalde o el líder del gre…bueno, aquí no habrá gremio de comerciantes. Una figura de autoridad. O alguien que asaete a quien ose intentar dañar a nuestro carro.-
-No tenemos carro.-
-¡Aun!-
Por suerte, pudo resolver el problema y la señora rápidamente les explico la situación. Cosa rara, a su parecer, pero parecía que no era ningún secreto.
Una economía basada en el robo de ganado. Fascinante. Que no se hubiera derrumbado, pero aun así, fascinante. Y el asalto de convoyes, aunque eso parecía ser más raro. Más motivos para hablarlo previamente. Pero esas eran preocupaciones para el futuro, la gente no solo comía carne.
No debía juzgar a la gente, por más rara que luciera. O sonara. Sobretodo sonara. A lo mejor era alquimista, y había aspirado alguna de las pociones sin querer, le podía pasar a los mejores. Al parecer las verduras no eran robadas, no mayoritariamente al menos, sino cultivadas. No había muchas, eso si, no como para alimentar a toda la ciudad. Y … Serghum, o Seerghum. El problema de alargar las e’s era que no sabía cuantas se suponía que tenia el nombre en realidad.
-Entonces, vamos a visitar esos ¿Serghum?- preguntó Elaine tentativamente.
-Mmmm. ¿Sabes El? Siempre me dices que no actúe sin pensar, que me adelante a los hechos…- pauso unos segundos, mientras su caballero asintió. Hasta parecía tener los ojos húmedos de alegría la muy traidora. -Y no creo que sean los únicos con cultivos porque sean los únicos que hayan plantado patatas en su vida, es decir, ¿has visto nunca una patata? Son casi una plaga, crecen en cualquier lado. Si algo he aprendido, es que el súbito crecimiento vegetal involucra ceremonias, círculos inscritos con sangre y sacrificios. Y posiblemente algún gato mágico involucrado de alguna forma.- su caballero dejo de andar, reflejando profundamente en la sabiduría de su señora.
-Espera, ¿te ha pasado antes? ¿Gatos? ¿Te intentó sacrificar un Cait Sith?-
-¡Por supuesto que no! Los Cait Sith son malos, y Zarpitas era bueno y adorable. Por lo que solo era un gato mágico. Hasta le hice su propia banda sonora, y le encantó.-
-… Puede que esta vez exageres. No creo que haya ningún sacrifico ritual para hacer crecer berenjenas.-
-Elaine, mírame, recuerda todo lo que nos ha pasado y contéstame seriamente. ¿Qué crees que es más probable, que esos Serghum sean un puñado de elfos la mar de normales que hacen crecer plantas con magia donde el resto no puede, lo suficientemente bien como para alimentar a… una considerable porción de la ciudad, o que estemos a punto de llamar a la puerta de algunos cultistas que sacrifican personas y las entierran bajo un berenjenal maldito o algún horror similar?- pudo notar el tic en el ojo de su acompañante, con sus manos dirigiéndose brevemente a la empuñadura de sus armas durante un momento, antes de que se controlara.
-Vale… supongamos que nos preparamos para lo peor... ¿Cuál sería el siguiente paso entonces?-
-No es realmente necesario que los conozcamos y nos arriesgarnos a que nos coma una berenjena, solo tendríamos que avisarlos por cortesía, y puede que calcular la cantidad de producto que hacen para no arruinarlos, pero realmente, si pueden ir ellos mismos al mercado a vender, poco podemos hacer, y si no tienen su propio puesto en el mercado, tampoco sirven de intermediarios entre nosotros y la ciudadanía.-
-De todas las posibilidades, la del berenjenal es la más improbable, con diferencia.- se quejo su caballera, ignorando toda su explicación.
-¡Debes prepararte para todo, aunque parezca imposible! ¡Y céntrate! Estoy diciendo que ya sabemos lo que necesitabamos, y debemos ir a buscar a alguien con quien hacer un trato. Como el líder de una banda, o el alcalde o el líder del gre…bueno, aquí no habrá gremio de comerciantes. Una figura de autoridad. O alguien que asaete a quien ose intentar dañar a nuestro carro.-
-No tenemos carro.-
-¡Aun!-
Alisha Lessard
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