Madera, sal y canela. {Privado}
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Madera, sal y canela. {Privado}
La luna nueva había reinado en su cénit la noche anterior a aquella mañana, y había inundado Ulmer de una sosegada paz que los licántropos empezaban a aprovechar aún cuando el sol no había asomado del todo por el fiordo. El chisporroteo de las últimas ascuas de la chimenea del cuarto despertaron a la líder, acariciada por el suave tacto de las mantas de piel y lana, exhaló fuerte el olor a leña y a canela que inundaba el cuarto antes de abrir los ojos con una media sonrisa asomando de sus labios. El frío se había apoderado del ambiente, pero allí, desnuda bajo las mantas, el frío del mundo parecía que no iba a llegar nunca. Se desperezó, observando como los perezosos primeros rayos de sol entraban por la ventana e incidían directamente en los ambarinos ojos de la loba. Perezosa, como aquellos rayos de sol, se despojó de las mantas, y disfrutó por unos instantes de la sensación de frío que le recorrió desde la punta de los dedos al contacto con la madera del suelo, hasta la nuca, erizándole la piel. Se atavió desde la cama, un pantalón de piel aterciopelada negra que se ceñía a la perfección a cada una de sus curvas, una camisa blanca que abrochó a medida que se levantaba de la cama y vestía sus pies con unas botas de media caña. Se tomó un segundo para disfrutar del cálido sol. Terminó de vestirse con un corpiño del mismo cuero que los pantalones sobre la camisa.
-... ¡Alec! No te comas todas las salchichas.
Los gritos del gran salón al otro lado de su cuarto rompieron la paz de la loba, negó con la cabeza un par de veces riendo, se deshizo la trenza con la que había dormido y cogió un jersey de lana negro que Rose le había tejido aquel mismo verano y que había estado utilizando toda la época de lluvias.
Salió por la puerta de la habitación, el olor a canela y a leña se hizo más intenso, Rose cocinaba su famosa leche especiada, eso solo significaba una cosa. Que se acercaba el invierno. El panorama en el gran salón era el de todos los días, Alec jugaba con su hijo en el suelo, siempre era el primero en desayunar porque era el que más madrugaba claro, y los demás, bueno, se tenían que contentar con las sobras de su voraz apetito. Hera aprovechaba la paz para desayunar, y Rose movía con ímpetu el caldero, como buena bruja.
-Buenos días. -Dijo la loba cogiendo su taza de cerámica y acercándose a la bruja.
-A alguien se le han pegado las sábanas hoy. -Dijo Hera con retintín sin girarse a mirar a su amiga.
-Con el frío que hace no me extraña. Si no fuera porque este capullín siempre nos despierta aullando, yo tampoco me habría levantado. -Alec con la boca llena defendió a la loba desde su posición, tirado en la alfombra de piel, jugando con el pequeño que ya contaba con casi tres ciclos.
-¿Todavía se resiste ese último diente? -Por fin se dignó a hablar Nana, sosteniendo la taza en alto frente a Rose, para que le sirviese, ansiosa por probar la primera leche especiada del año.
-Eso parece, ya no sabemos qué hacer. -Contestó Alec con tono de resignación.
La bruja pelirroja llenó la taza de la loba hasta casi rebosar, sin decir palabra alguna, con una simple sonrisa de orgullo por aquel desayuno. Nana se sentó en la mesa frente a Hera, sobre la mesa había rollitos de canela, bollos de canela rellenos de crema, y otros muchos dulces hechos de canela. La loba se frotó la nariz varias veces hasta que su sensible olfato se acostumbró al aroma dulzón.
-La fiesta de la canela. -Espetó mirando cada uno de los platos, sorprendida. Sus ojos se posaron sobre Hera, le dio el primer trago a aquella sustancia digna de los dioses, en su punto justo de calor, de dulzor, de limón y otras especias secretas que Rose jamás revelaría. -Y vosotros qué, ¿No tenéis casa? -Arqueó una ceja tras su pregunta y esbozó una enorme media sonrisa que dejó entrever uno de sus grandes colmillos.
Hera arrugó la expresión, ligeramente ofendida, e indignada tomó la taza con las dos manos y dio otro sorbo.
-No nos íbamos a perder la primera leche especiada de Rose, como tú comprenderás. -Respondió con cierto rencor en su tono de voz la loba pelirroja. -Buenísima Rose, por cierto. -Apuntó girándose hacia el hogar donde Rose se servía una taza y se dirigía a tomar asiento junto a Nana. La mirada de Hera se volvió hacia Nana y con una expresión burlona, le sacó la lengua a la líder.
-No está mal para ser la primera del año. -Comentó Nana haciendo hueco en el banco a la bruja, se terminó el vaso de leche y se levantó de la mesa antes siquiera de que Rose pudiese ponerse cómoda. Cogió un par de dulces con una mano y se encaminó hacia la puerta.
-¿Ya te vas? ¿Adónde vas con tanta prisa? -La bruja tomó asiento y siguió a Nana con la mirada hasta la puerta del gran salón. poniendo ambas manos sobra la taza caliente de cerámica.
-A por madera, hace días que no llueve, y como nieve no tendremos suficiente ni para la primera semana de invierno. -La loba caminaba hacia la salida, no sin antes parar junto al pequeño lobo que jugaba con juguetes de madera con su padre, se agachó y le revolvió el pelo rubio a la vez que le echaba una mirada de complicidad a Alec.
-Claro, que tú sabes cuándo va a nevar. -Bromeó el lobo guiñándole el ojo.
-Me lo noto en la rodilla. -Respondió a la chanza su amiga, riendo entre dientes.
La enorme puerta del gran salón se abrió al empujarla, y el frío le golpeó en la cara sin piedad, tensándole cada poro de la piel. Suspiró tan hondo que el vaho salió por su boca. Se tapó las manos con las mangas del jersey de lana y cerró tras de si la puerta.
-... ¿Ha dicho que sabe que va a nevar por su rodilla? -La voz de Rose aún se podía escuchar detrás de la madera. Nana rio y negó con la cabeza varias veces, la inocencia de Rose cada día la sorprendía más.
El rocío había cubierto el suelo, humedeciéndolo, así como a la hierba que crecía a ambos lados del camino, junto a las casas. Algunos ya estaban preparando sus techos con parches de tierra para aislar del frío las cabañas, otros caminaban hacia el mercado cargando cestas vacías, o género fresco. En aquella encrucijada entre el puerto y el mercado, tomó el camino del puerto.
Los primeros barcos pesqueros que llegaban de pescar por la noche ya empezaban a llegar, y se dibujaban como enormes sombras con el sol asomando por el fiordo incidiendo directamente sobre ellos. Se sentó en uno de los troncos que eran utilizados como bancos, junto al muelle y se permitió un segundo para inhalar aquel aire, el salitre, la humedad del ambiente, el sonido de la madera resistiéndose a las embestidas del agua. Se comió uno de los dulces de Rose, allí sentada, frente al mar. Era una costumbre de los días después de la luna nueva, su pequeño momento de desconexión. Iba a ser un buen día, lo notaba en la rodilla.
-... ¡Alec! No te comas todas las salchichas.
Los gritos del gran salón al otro lado de su cuarto rompieron la paz de la loba, negó con la cabeza un par de veces riendo, se deshizo la trenza con la que había dormido y cogió un jersey de lana negro que Rose le había tejido aquel mismo verano y que había estado utilizando toda la época de lluvias.
Salió por la puerta de la habitación, el olor a canela y a leña se hizo más intenso, Rose cocinaba su famosa leche especiada, eso solo significaba una cosa. Que se acercaba el invierno. El panorama en el gran salón era el de todos los días, Alec jugaba con su hijo en el suelo, siempre era el primero en desayunar porque era el que más madrugaba claro, y los demás, bueno, se tenían que contentar con las sobras de su voraz apetito. Hera aprovechaba la paz para desayunar, y Rose movía con ímpetu el caldero, como buena bruja.
-Buenos días. -Dijo la loba cogiendo su taza de cerámica y acercándose a la bruja.
-A alguien se le han pegado las sábanas hoy. -Dijo Hera con retintín sin girarse a mirar a su amiga.
-Con el frío que hace no me extraña. Si no fuera porque este capullín siempre nos despierta aullando, yo tampoco me habría levantado. -Alec con la boca llena defendió a la loba desde su posición, tirado en la alfombra de piel, jugando con el pequeño que ya contaba con casi tres ciclos.
-¿Todavía se resiste ese último diente? -Por fin se dignó a hablar Nana, sosteniendo la taza en alto frente a Rose, para que le sirviese, ansiosa por probar la primera leche especiada del año.
-Eso parece, ya no sabemos qué hacer. -Contestó Alec con tono de resignación.
La bruja pelirroja llenó la taza de la loba hasta casi rebosar, sin decir palabra alguna, con una simple sonrisa de orgullo por aquel desayuno. Nana se sentó en la mesa frente a Hera, sobre la mesa había rollitos de canela, bollos de canela rellenos de crema, y otros muchos dulces hechos de canela. La loba se frotó la nariz varias veces hasta que su sensible olfato se acostumbró al aroma dulzón.
-La fiesta de la canela. -Espetó mirando cada uno de los platos, sorprendida. Sus ojos se posaron sobre Hera, le dio el primer trago a aquella sustancia digna de los dioses, en su punto justo de calor, de dulzor, de limón y otras especias secretas que Rose jamás revelaría. -Y vosotros qué, ¿No tenéis casa? -Arqueó una ceja tras su pregunta y esbozó una enorme media sonrisa que dejó entrever uno de sus grandes colmillos.
Hera arrugó la expresión, ligeramente ofendida, e indignada tomó la taza con las dos manos y dio otro sorbo.
-No nos íbamos a perder la primera leche especiada de Rose, como tú comprenderás. -Respondió con cierto rencor en su tono de voz la loba pelirroja. -Buenísima Rose, por cierto. -Apuntó girándose hacia el hogar donde Rose se servía una taza y se dirigía a tomar asiento junto a Nana. La mirada de Hera se volvió hacia Nana y con una expresión burlona, le sacó la lengua a la líder.
-No está mal para ser la primera del año. -Comentó Nana haciendo hueco en el banco a la bruja, se terminó el vaso de leche y se levantó de la mesa antes siquiera de que Rose pudiese ponerse cómoda. Cogió un par de dulces con una mano y se encaminó hacia la puerta.
-¿Ya te vas? ¿Adónde vas con tanta prisa? -La bruja tomó asiento y siguió a Nana con la mirada hasta la puerta del gran salón. poniendo ambas manos sobra la taza caliente de cerámica.
-A por madera, hace días que no llueve, y como nieve no tendremos suficiente ni para la primera semana de invierno. -La loba caminaba hacia la salida, no sin antes parar junto al pequeño lobo que jugaba con juguetes de madera con su padre, se agachó y le revolvió el pelo rubio a la vez que le echaba una mirada de complicidad a Alec.
-Claro, que tú sabes cuándo va a nevar. -Bromeó el lobo guiñándole el ojo.
-Me lo noto en la rodilla. -Respondió a la chanza su amiga, riendo entre dientes.
La enorme puerta del gran salón se abrió al empujarla, y el frío le golpeó en la cara sin piedad, tensándole cada poro de la piel. Suspiró tan hondo que el vaho salió por su boca. Se tapó las manos con las mangas del jersey de lana y cerró tras de si la puerta.
-... ¿Ha dicho que sabe que va a nevar por su rodilla? -La voz de Rose aún se podía escuchar detrás de la madera. Nana rio y negó con la cabeza varias veces, la inocencia de Rose cada día la sorprendía más.
El rocío había cubierto el suelo, humedeciéndolo, así como a la hierba que crecía a ambos lados del camino, junto a las casas. Algunos ya estaban preparando sus techos con parches de tierra para aislar del frío las cabañas, otros caminaban hacia el mercado cargando cestas vacías, o género fresco. En aquella encrucijada entre el puerto y el mercado, tomó el camino del puerto.
Los primeros barcos pesqueros que llegaban de pescar por la noche ya empezaban a llegar, y se dibujaban como enormes sombras con el sol asomando por el fiordo incidiendo directamente sobre ellos. Se sentó en uno de los troncos que eran utilizados como bancos, junto al muelle y se permitió un segundo para inhalar aquel aire, el salitre, la humedad del ambiente, el sonido de la madera resistiéndose a las embestidas del agua. Se comió uno de los dulces de Rose, allí sentada, frente al mar. Era una costumbre de los días después de la luna nueva, su pequeño momento de desconexión. Iba a ser un buen día, lo notaba en la rodilla.
Nana
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Re: Madera, sal y canela. {Privado}
Arrugó el hocico varias veces, inhalando pequeñas trazas de aire. Así llamaba a su nariz, aunque mostrase su rostro humano. Cerró los ojos con suavidad al distinguir sin el menor esfuerzo el olor a canela que se percibía tenuemente en el ambiente, la brisa de la aurora lo traía desde del pueblo. Olisqueó una vez más. No, el aroma se entremezclaba con los del entorno, pero podía distinguirse un suave y fugaz olor salado, llegaba desde el puerto, ¿quizá un barco de carga? Fuera lo que fuere, se le abrió el apetito.
Se destapó del manto de hojas que durante la noche le había servido como cobijo y se puso en pie sobre sus dos patas humanas. Le gustaba dormir fuera las noches de oscuridad, los brillos del cielo se apreciaban mejor cuando no había luna y la nocturnidad cobra una vida especial. Encaminó el sendero que llevaba al puerto, acomodando las ropas que tras la noche lucían arrugadas y descolocadas. La temperatura había variado en las últimas semanas, las lluvias se habían rebajado paulatinamente hasta cesar, dejando cielos despejados y temperaturas que comenzaban a descender. No era su primer invierno en Ulmer, si bien se pasaba mejor que en las montañas del norte, la ubicación del pueblo tampoco les eximía de preferir quedarse a resguardo. Por eso, para aquellas alturas del año, ya optaba por vestimentas largas.
Aquella melena oscura resultaba inconfundible. Sin embargo, ver a la Jarl alejada de su círculo más íntimo era algo que no acostumbraba. Avazó algunos pasos hacia ella, hasta comprender de dónde nacía aquel dulzor. Las ligeras corrientes de aire habrían ahuecado su pelo y llevado el olor hasta la orilla del sendero. Ladeó la cabeza, inclinandola ligeramente hacia su hombro izquierdo. «Curioso aroma para una loba.», pensó. Se acercó algo más, aunque abriéndose en un ángulo diagonal, manteniendo las distancias de rigor. Viejos hábitos de alguien acostumbrada a servir. Al abrir su margen de visión pudo comprender el verdadero origen de la canela. Arrugó el hocico en un reflejo involuntario que hizo que su nariz humana pegase un ligero respingo al inhalar el aroma del pastel de forma más directa. «Oh, ya veo.» se confirmó a sí misma.
Dejando a un lado el desayuno de la loba negra, dirigió su mirada en la misma dirección que ella. Quizá sólo observaba el puerto. Volvió a mirarla. La norteña estaba acostumbrada a la vida solitaria y conocía la incomodidad que producían aquellos que la interrumpían, por lo que prefirió no convertirse en una irruptora. Lo mejor sería buscar algo para desayunar ella. Continuó los metros que restaban hasta los improvisados puestos que los comerciantes levantaban al bajar la mercancía de los barcos, parándose frente a una mujer, humana, de mediana edad, que exponía cestos con fruta deshidratada y cereales. Compró un saquito de avena, uno de ciruelas pasas y otro de avellanas, si pudiera hacerse con algo de leche estaría servida. Echó un vistazo a los demás puestos, sin interesarse por ninguno. Los olores a mar, a pescado desalado, a carne seca, a especias y a otros tantos productos que subían y bajaban de los barcos habrían revuelto su estómago de encontrarse lleno, prefiriendo volver sobre sus pasos hasta la zona donde la brisa disipaba la intensidad de la mezcla de aromas. De reojo, buscó de nuevo a Nana. Ya no había pastel, pero allí permanecía, sola y en silencio. Tomó un par de ciruelas mientras desgranaba las posibles razones, antes de considerar acercarse y preguntar.
—¿Ocurre algo en esta mañana, Jarl?
Dahlia
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Re: Madera, sal y canela. {Privado}
La bucólica estampa la tenía totalmente absorbida, pensaba en todo y a la vez en nada, simplemente dejaba surgir sus pensamientos como las olas del mar. Se acercaba el invierno, y el desmesurado apogeo que precedía a las nieves se sentía y se escuchaba en las húmedas calles de Ulmer. Los pequeños mercaderes que vendían en el puerto ya habían abierto y surtían a aquellos madrugadores que hacían acopio de víveres para la estación más dura. Pescados desalados y verduras en salmuera era sin duda la estrella del momento. Se retorció en su asiento tras comerse el primer dulce, pero aún guardaba otro tentempié en la manga, literalmente. Le reconfortaba aquel olor a canela que tardaría días en quitarse pese a frotarse bien en la tina o en las termas. Pero era un olor que estaba dispuesta a soportar.
Una voz suave la trajo al mundo real. Parpadeó un par de veces hasta estar segura de haber bajado del todo los pies al suelo, tardó unos segundos en girar la cabeza hacia su interlocutora, los mismos que tardó en averiguar de quién se trataba. No era fácil acordarse de todos los nombres de la gente que vivía en Ulmer habitualmente, pero podía recordarla. Había llegado a Ulmer años atrás, las investigaciones de Rose habían averiguado que en el pasado había tenido relación con La Manada. Thorbald, aún seguía vivo y se escondía en alguna madriguera, eso estaba segura.
Aquella aura salvaje, esos ojos ligeramente rasgados... Como quien busca en el índice de un enorme códice de nombres, Nana asintió segura de haber encontrado el que le pertenecía.
-Dahlia. -Sus pupilas se posaron sobre la loba, que tendría más o menos los mismos ciclos que ella, más joven quizá. Le dedicó una amable sonrisa para reconfortarla. -Hoy no hay nubes, y hace más frío que estos últimos soles, eso solo quiere decir que pronto nevará. -Explicó, sacándose de la manga la última rosca de canela de Rose que se entrelazaba formando un infinito.
La partió en dos y se hizo a un lado en el banco invitándola a acompañarla en el desayuno, le ofreció la mitad de la rosquilla.
-Es tradición en el gran salón, cuando empiezan los días de frío beber leche especiada y comer rosquillas de canela. -Cruzó las piernas sobre el banco, apoyando las manos sobre la parte interior de las rodillas. -Aunque sinceramente, ahora lo que me bebería es una cerveza bien fría, bien negra y bien espumosa.
Suspiró largo y profundo ante aquella declaración. Era la primera vez que intercambiaba más de dos frases con aquella, pero podía sentir que aquella aura se asemejaba, en parte, a la suya, y eso quizá le permitía ese trato más cercano y sincero.
Una voz suave la trajo al mundo real. Parpadeó un par de veces hasta estar segura de haber bajado del todo los pies al suelo, tardó unos segundos en girar la cabeza hacia su interlocutora, los mismos que tardó en averiguar de quién se trataba. No era fácil acordarse de todos los nombres de la gente que vivía en Ulmer habitualmente, pero podía recordarla. Había llegado a Ulmer años atrás, las investigaciones de Rose habían averiguado que en el pasado había tenido relación con La Manada. Thorbald, aún seguía vivo y se escondía en alguna madriguera, eso estaba segura.
Aquella aura salvaje, esos ojos ligeramente rasgados... Como quien busca en el índice de un enorme códice de nombres, Nana asintió segura de haber encontrado el que le pertenecía.
-Dahlia. -Sus pupilas se posaron sobre la loba, que tendría más o menos los mismos ciclos que ella, más joven quizá. Le dedicó una amable sonrisa para reconfortarla. -Hoy no hay nubes, y hace más frío que estos últimos soles, eso solo quiere decir que pronto nevará. -Explicó, sacándose de la manga la última rosca de canela de Rose que se entrelazaba formando un infinito.
La partió en dos y se hizo a un lado en el banco invitándola a acompañarla en el desayuno, le ofreció la mitad de la rosquilla.
-Es tradición en el gran salón, cuando empiezan los días de frío beber leche especiada y comer rosquillas de canela. -Cruzó las piernas sobre el banco, apoyando las manos sobre la parte interior de las rodillas. -Aunque sinceramente, ahora lo que me bebería es una cerveza bien fría, bien negra y bien espumosa.
Suspiró largo y profundo ante aquella declaración. Era la primera vez que intercambiaba más de dos frases con aquella, pero podía sentir que aquella aura se asemejaba, en parte, a la suya, y eso quizá le permitía ese trato más cercano y sincero.
Nana
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Re: Madera, sal y canela. {Privado}
No pudo evitar una mueca de sorpresa cuando la reconoció, dirigiéndose a ella por su nombre. Con el tiempo, Ulmer había formado más que una manada, había crecido como cualquier otro pueblo en torno a las rutas comerciales, ella misma se había sorprendido cuando llegó. Esperaba encontrar una comuna, tal como las recordaba de su niñez, pero supo reconocer el encanto de vivir alejada de las costumbres aprendidas para conocer otra forma de vivir su naturaleza. Aunque en los alrededores del poblado todavía había quienes se preocupaban de guardar las distancias, pese a todo, el Este seguía siendo territorio de los lobos. Por todo ello, no se habría sorprendido si la Jarl hubiese perdido la cuenta de quienes habitaban su tierra.
Atendió a sus conclusiones, atenta y servicial. En realidad, no había tenido oportunidad anterior para tratar directamente con Nana y, dada su posición y la condición de extranjera de la loba norteña, aun debía determinar cómo comportarse. Había oído hablar de ella, por descontado, como en todos los pueblos los convecinos intercambian pareceres acerca de quienes les rodean y eso no exime, ni mucho menos, a quienes les dirigen. Sin embargo, vivir apartada del bullicio más candente de la aldea, escasas habían sido las ocasiones para hacerse una idea acertada de la imagen de quien lideraba aquel clan.
A pesar de su aspecto taciturno, aunque intrigante, se mostraba cercana y hasta se permitía dirigirse a ella con sonrisas y amabilidad, gesto que, por otra parte, no restaba la certeza que acompañaba sus palabras. Con detalle, supo leer el cielo y medir el aire como haría alguien acostumbrado a una vida ligada al campo, a la tierra. O a la vida salvaje. Observó curiosa a la loba de la oscura melena, resultaba desconcertante como podía romper con la imagen de serenidad y control que debe mostrar un, una, alpha con solo un gesto, y después se tomó un momento para fijarse en la porción de rosquilla que le ofrecía .Un tic instintivo hizo rebotar su hocico al volver a tener cerca aquel aroma, aquel bocado se mostraba mucho más apetitoso que su fruta seca. Devolvió la sonrisa, sin emitir sonido alguno, y tomó el ofrecimiento con confianza, partiendo a su vez el trozo en dos pedazos, para llevarse uno a la boca.
Aceptó, así mismo, la invitación a tomar asiento mientras atendía a la explicación. Mora, la loba que la había recogido hacía ahora cerca de tres inviernos, moraba una de una de las granjas a las afueras, más al norte, en los terrenos más cercanos al Paso, y desde que había accedido a trabajar con su ganado en los pastos a cambio de cobijo, no había tenido demasiadas oportunidades para relacionarse en los contextos tradicionales de la aldea.
«Todavía no sé mucho de las prácticas locales, ¿será algo a lo que asiste la mayoría?» Lo cierto era que entonces, que la luz se alzaba más tardía y el rocío del alba ya comenzaba a helar los campos, tenía algo más de tiempo en la mañana para dejarse ver en los quehaceres de la manada. Pero antes de poder interesarse más por las tradiciones invernales, la Jarl rompió de nuevo con su status y se declaró firmemente simpatizante del desayuno a base de cereales. Quién era ella para juzgar si prefería la cebada destilada antes que en pan cocido a la lumbre.
—Bueno, no creo que el tabernero local tenga inconveniente en servirle cuantas pintas quiera, ni que se las cobrase siquiera.— comentó sin pretensiones, únicamente basándose en las circunstancias. —Si vuestra preocupación es beber sola, puedo acompañaros.— ofreció, antes de llevarse el segundo pedazo de rosquilla a la boca y tomarse unos instantes para saborearlo —Aunque entiendo que tendréis un círculo cercano donde podáis hacerlo lejos de miradas indiscretas.— añadió.
Dahlia
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Re: Madera, sal y canela. {Privado}
Perdida de nuevo la vista en el horizonte, absorta pero a la vez pendiente de su acompañante, sus pupilas tardaron en acostumbrarse a la nueva luz del sol que se había despertado por completo en el Este, por el gran fiordo de Jörmungand. Nana había pasado a ese punto de desarrollar dos instintos totalmente contrapuestos, por un lado, su instinto de líder la instaba a preguntar, a saciar su ansia de conocimiento sobre La Manada, cosas que le habían sido ajenas hasta aquel momento, como su capacidad de crear licántropos, la perturbaban por las noches en sus peores pesadillas. Por otro lado, ese instinto primario, básico, ávido de placer e indiferente a sus deberes, veían en Dhalia una figura muy familiar, muy conocida.
-Me recuerdas mucho a una buena amiga. -Se aventuró a decir antes de responder a su ofrecimiento. -Nórdica. -Giró de nuevo la cabeza hacia su acompañante después de responder.
Esa aura salvaje y a la vez prudente. Nórdica, quien era para ella una hermana de sangre, pero cuyos caminos no siguieron la misma senda, era una loba libre, con el único deseo ferviente de conocer el mundo. Un suspiro leve escapó de una cálida sonrisa melancólica que rápidamente se transformó en una media sonrisa que dejaba entrever sus grandes colmillos, un brillo dorado apareció en su mirada.
-¿Me estás proponiendo tomar una cerveza cuando apenas acaba de salir el sol? -Nana arqueó una ceja, frunció levemente el gesto aguantando una enorme sonrisa y ahogando una carcajada que retumbó en su pecho. -Acepto. -Asintió con fuerza la cabeza exageradamente.
La loba se levantó casi de un salto del banco, se sacudió las manos y las apretó un par de veces para entrar en calor, desde su posición, miró a Dahlia echando el aire cálido de los pulmones sobre sus manos entrelazadas. El vaho le nubló la vista por un segundo.
-Sígueme a probar el mejor hidromiel de Ulmer. -Ladeó la cabeza levemente, dedicándole el gesto. -Y luego unos baños en las termas. Esa es, sin duda, la mejor manera de empezar el invierno.
Ignoró si aquella seguía sus pasos, Nana comenzó a andar hacia la parte alta del poblado. Saludaba a todo el mundo con una amable sonrisa, asintiendo levemente con la cabeza o con la mano, todos sabían que la líder era parca en palabras. Los carros empezaban a invadir las calles, se acercaba la noche de Yule, y la madera era el bien más preciado.
-¡Diez tocones de madera por cincuenta aeros! -Gritaban en la calle junto a los carros repletos de árboles secos, caídos por las tormentas de la época de lluvias.
Era costumbre en la población de licántropos la recolección de madera de árboles caídos, ya que los árboles siempre habían sido el hogar de todos, y por lo tanto sagrados. Por cada árbol que se talaba, se debía de plantar un retoño de sus mismas características para no alterar el ciclo. Claro que Ulmer entero estaba hecho de madera, ¿Cuántos árboles tendrían que haber talado y plantado para crear aquel poblado que crecía a un ritmo bastante rápido? Muy fácil, aquella madera provenía de Verisar, o al menos la mayoría.
La taberna se situaba en la parte más alta de Ulmer, junto a las termas, a unas calles del gran salón, un emplazamiento perfecto para la líder por su proximidad, y por sus vistas. Desde allí se podía ver la inmensidad del fiordo, y las cataratas de las cuales se nutrían de agua las termas. Un obrero reparaba el césped del tejado, parcheándolo, de esta manera la tierra y la vegetación aislarían del frío el interior de la taberna. Ligeramente excavada en la tierra, unos alargados ventanales que cubrían gran parte de la estructura era lo único que separaba el techo del suelo. La loba se paró y giró sus pasos hacia las vistas justo delante de las escaleras descendientes de la entrada.
-La mejor hora.- Aseguró la líder tapándose los ojos, sensibles a la luz directa del sol que reflejaba en las aguas del fiordo inundando todo de un tono dorado.
Se giró hacia su acompañante y le hizo un ademán con la mano para invitarla a pasar delante de ella.
-Me recuerdas mucho a una buena amiga. -Se aventuró a decir antes de responder a su ofrecimiento. -Nórdica. -Giró de nuevo la cabeza hacia su acompañante después de responder.
Esa aura salvaje y a la vez prudente. Nórdica, quien era para ella una hermana de sangre, pero cuyos caminos no siguieron la misma senda, era una loba libre, con el único deseo ferviente de conocer el mundo. Un suspiro leve escapó de una cálida sonrisa melancólica que rápidamente se transformó en una media sonrisa que dejaba entrever sus grandes colmillos, un brillo dorado apareció en su mirada.
-¿Me estás proponiendo tomar una cerveza cuando apenas acaba de salir el sol? -Nana arqueó una ceja, frunció levemente el gesto aguantando una enorme sonrisa y ahogando una carcajada que retumbó en su pecho. -Acepto. -Asintió con fuerza la cabeza exageradamente.
La loba se levantó casi de un salto del banco, se sacudió las manos y las apretó un par de veces para entrar en calor, desde su posición, miró a Dahlia echando el aire cálido de los pulmones sobre sus manos entrelazadas. El vaho le nubló la vista por un segundo.
-Sígueme a probar el mejor hidromiel de Ulmer. -Ladeó la cabeza levemente, dedicándole el gesto. -Y luego unos baños en las termas. Esa es, sin duda, la mejor manera de empezar el invierno.
Ignoró si aquella seguía sus pasos, Nana comenzó a andar hacia la parte alta del poblado. Saludaba a todo el mundo con una amable sonrisa, asintiendo levemente con la cabeza o con la mano, todos sabían que la líder era parca en palabras. Los carros empezaban a invadir las calles, se acercaba la noche de Yule, y la madera era el bien más preciado.
-¡Diez tocones de madera por cincuenta aeros! -Gritaban en la calle junto a los carros repletos de árboles secos, caídos por las tormentas de la época de lluvias.
Era costumbre en la población de licántropos la recolección de madera de árboles caídos, ya que los árboles siempre habían sido el hogar de todos, y por lo tanto sagrados. Por cada árbol que se talaba, se debía de plantar un retoño de sus mismas características para no alterar el ciclo. Claro que Ulmer entero estaba hecho de madera, ¿Cuántos árboles tendrían que haber talado y plantado para crear aquel poblado que crecía a un ritmo bastante rápido? Muy fácil, aquella madera provenía de Verisar, o al menos la mayoría.
La taberna se situaba en la parte más alta de Ulmer, junto a las termas, a unas calles del gran salón, un emplazamiento perfecto para la líder por su proximidad, y por sus vistas. Desde allí se podía ver la inmensidad del fiordo, y las cataratas de las cuales se nutrían de agua las termas. Un obrero reparaba el césped del tejado, parcheándolo, de esta manera la tierra y la vegetación aislarían del frío el interior de la taberna. Ligeramente excavada en la tierra, unos alargados ventanales que cubrían gran parte de la estructura era lo único que separaba el techo del suelo. La loba se paró y giró sus pasos hacia las vistas justo delante de las escaleras descendientes de la entrada.
-La mejor hora.- Aseguró la líder tapándose los ojos, sensibles a la luz directa del sol que reflejaba en las aguas del fiordo inundando todo de un tono dorado.
Se giró hacia su acompañante y le hizo un ademán con la mano para invitarla a pasar delante de ella.
Nana
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Re: Madera, sal y canela. {Privado}
Notó cómo sus tostadas mejillas se ruborizaron ligeramente cuando Nana la miró directamente y compartió con ella el recuerdo de una buena amistad, no pudiendo evitar reflejar, como un espejo, la misma sonrisa cómplice que ella había dibujado al recordarla. Sin embargo, no la mantuvo mucho, desviándola a la vez que su mirada a los pocos instantes de haberla fijado en los ojos de la loba negra.
—Quizá sea pronto para considerarme una amiga...— masculló para sí, como un pensamiento en alto. Al fin y al cabo, ya no tenía cerca a nadie de los que en algún momento pudo considerar amigos. Por ella, por ellos... No importaba, era algo que nunca había durado mucho.
Volvió a girarse hacia ella, esta vez sobresaltada al descubrir que la loba alpha había malinterpretado, del todo, sus palabras. Había sido un mero comentario, sin mayor trascendencia, lejos de querer ofenderla o faltar a su respeto.
—¿Eh? ¡No! Yo sólo decía...— antes de tratar de explicarse, aquella carcajada atropelló por completo sus disculpas, para terminar con una afirmativa ante la, al parecer, propuesta anterior. La norteña suspiró con suavidad, dejando escapar una ligera risa, como quien se da cuenta que ha sido víctima de una jugarreta o un engaño piadoso. —Si es lo que queréis, no puedo oponerme a los deseos de la Jarl.— afirmó, igualando el tono jocoso de la loba de oscura melena.
Siguió sus pasos, caminando ligeramente tras ella, aunque a una altura en la que era perfectamente capaz de mantener una conversación. Era un gesto instintivo, nunca se debía caminar al paso del alpha, mucho menos rebasarlo, a menos que la intención fuese retarlo. Todos con quienes se cruzaban, de una forma u otra, dedicaban un saludo a la líder. Aunque aquella sensación de caminar junto a alguien de nombre no le era desconocida, tampoco incómoda. En realidad, lo habitual era que ella pasara desapercibida, por lo que apenas tenía que esforzarse por mantener modales. Aun así, el camino a la taberna fue ligero. Al contrario del que fue su Señor, la Jarl no parecía ser de aquellas personalidades que gustan de parar a regodearse.
Al terminar de subir la colina que coronaba Ulmer se tomó un momento para respirar el aroma del aire que ahora, alejadas del puerto, parecía limpio de nuevo, y contemplar la panorámica, digna de reproducir sobre un lienzo. Podía comprender por qué a Nana no le parecía mal momento para dejarse caer por la taberna, con aquellas tan bien aprovechadas vistas cualquiera podría tirarse horas contemplando el fiordo a resguardo del frío. Aceptando la invitación de la loba, asintiendo en un gesto de respeto, cruzó la puerta y continuó escaleras abajo, donde esperó a la Jarl junto al último escalón, tratando de esquivar y no prestarle mayor atención a las miradas curiosas, dispersadas por toda la tasca.
Dahlia
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Re: Madera, sal y canela. {Privado}
Nana esperó ansiosa a que su acompañante cruzase el umbral de la puerta para adentrarse en las entrañas de Ulmer, la posada Luna Menguante era acogedora en todos sus sentidos, la tenue luz que entraba por los ventanucos superiores era filtrada por cortinas casi transparentes, recogidas para que la luz de la mañana inundase toda la estancia. El suelo de adoquines de barro cocido sonaba contra los tacones de las botas de la líder, que entró tras los pasos de Dahlia. A mano izquierda se encontraba la enorme barra de madera maciza que coronaba toda la estancia, rodeada de butacas forradas con diferentes pieles de animales. Las pocas paredes que no gozaban del privilegio de las ventanas, estaban decoradas con cuernos y calaveras de animales autóctonos y no tan autóctonos de los páramos de Ulmer. Cuatro enormes columnas sustentaban el segundo piso, donde se encontraba el hospedaje, las puertas de las habitaciones se podían intuir desde la planta de abajo, ya que ambas se comunicaban por medio de un patio totalmente cubierto por un techo de madera, decorado con un enorme candelabro que colgaba en el centro hecho de astas de ciervo.
Los pasos de la loba se adentraron hasta la barra, salteando las mesas más cercanas. El taconeo de sus botas cambió de sonido al pisar una enorme alfombra de piel, el sonido hueco de sus pisadas se frenó al llegar a la barra. Los ambarinos se pasearon por el interior de la barra hasta la lumbre, situada al otro lado del habitáculo, donde preparaban las comidas.
-¿Y la camarera? -Le preguntó a unos comerciantes adinerados, vestidos con buenas ropas, probablemente de las islas, que desayunaban huevos y salchichas en la barra.
Ambos se encogieron de hombros casi a la vez.
-¡Ya bajo!
Se escuchó una vocecilla a lo lejos. Nana giró medio cuerpo hasta encontrar la procedencia de las voces, en la planta superior, se asomaba una cabecita peluda por encima de la baranda de madera. Casi inconscientemente los ojos de Nana siguieron aquella pequeña figura que rauda y veloz se dirigió a las escaleras, le perdió el rastro por unos segundos hasta que volvió a aparecer sujetándose el mandil mientras bajaba a toda prisa los últimos escalones. La barra estaba junto a la lumbre en la fachada más septentrional, y casi parecía una continuación de la barra desde su posición.
Era pequeña y casi redonda, ataviada con un vestido verde, con un lazo a juego sobre las púas de la cabeza. Era una eriza, pese a hablar como los humanos, el único rasgo que había heredado de sus antepasados humanos, además de ese, era el bipedismo, y el tamaño. Movió la naricilla un par de veces frente a ambas y posó aquellos redondos y enormes ojos negros sobre ellas con las orejas tiesas.
-¿Que van a querer? Tenemos café de calabaza recién hecho. -Volvió a sonar aquella voz aguda, irreal, de aquel morro menudo y gracioso.
-Una cerveza, muy fría, y muy negra. -Pidió la loba asintiendo a sus palabras con satisfacción, casi pudiendo saborear aquel trago antes de tenerlo.
Se giró hacia su compañera, levantando levemente el mentón, invitándola a pedir lo que quisiera.
Los pasos de la loba se adentraron hasta la barra, salteando las mesas más cercanas. El taconeo de sus botas cambió de sonido al pisar una enorme alfombra de piel, el sonido hueco de sus pisadas se frenó al llegar a la barra. Los ambarinos se pasearon por el interior de la barra hasta la lumbre, situada al otro lado del habitáculo, donde preparaban las comidas.
-¿Y la camarera? -Le preguntó a unos comerciantes adinerados, vestidos con buenas ropas, probablemente de las islas, que desayunaban huevos y salchichas en la barra.
Ambos se encogieron de hombros casi a la vez.
-¡Ya bajo!
Se escuchó una vocecilla a lo lejos. Nana giró medio cuerpo hasta encontrar la procedencia de las voces, en la planta superior, se asomaba una cabecita peluda por encima de la baranda de madera. Casi inconscientemente los ojos de Nana siguieron aquella pequeña figura que rauda y veloz se dirigió a las escaleras, le perdió el rastro por unos segundos hasta que volvió a aparecer sujetándose el mandil mientras bajaba a toda prisa los últimos escalones. La barra estaba junto a la lumbre en la fachada más septentrional, y casi parecía una continuación de la barra desde su posición.
Era pequeña y casi redonda, ataviada con un vestido verde, con un lazo a juego sobre las púas de la cabeza. Era una eriza, pese a hablar como los humanos, el único rasgo que había heredado de sus antepasados humanos, además de ese, era el bipedismo, y el tamaño. Movió la naricilla un par de veces frente a ambas y posó aquellos redondos y enormes ojos negros sobre ellas con las orejas tiesas.
-¿Que van a querer? Tenemos café de calabaza recién hecho. -Volvió a sonar aquella voz aguda, irreal, de aquel morro menudo y gracioso.
-Una cerveza, muy fría, y muy negra. -Pidió la loba asintiendo a sus palabras con satisfacción, casi pudiendo saborear aquel trago antes de tenerlo.
Se giró hacia su compañera, levantando levemente el mentón, invitándola a pedir lo que quisiera.
Nana
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Los silenciosos pasos de la joven loba, apaciguados por la piel que cubría hasta la suela de sus botas, contrastaban con el traqueteo de los firmes tacones que vestía la alpha, que envolvían el refugio en un aire de seguridad que lo volvía aun más acogedor. Si hubiese dado antes con aquella cueva, de seguro sus responsabilidades se habrían visto afectadas. Rodeando a Nana, cuando esta se paró frente a la barra, acarició el borde de la madera que se extendía hasta la chimenea, paseando sus dedos al mismo tiempo que avanzaban sus piernas hasta dar con la silla que de cara a la ventana quedase más cercana a la lumbre.
Tomando asiento, se ovilló a la espera de que quien servía en aquel agujero, quedando cuanto menos sorprendida por el aspecto de la curiosa tabernera. Parpadeó varias veces y arrugó el hocico otro par, con gesto curioso. Desde luego, se trataba de una presa demasiado aparatosa, con tantas púas... Aunque hubiese sido divertido jugar con ella, de haberla encontrado en un entorno más salvaje. Torció el gesto en una mueca de desagrado, tratando de no ceder ante el impulso de taparse los oídos, ante el incómodo timbre de la eriza.
—Lo mismo para mí.— respondió después de la líder, sin mayor demora, esperando que así la camarera no se extendiese en más palabras.
La espera fue breve, la justa para poder dedicar un par de minutos a admirar la panorámica que se abría tras los cristales. Pensó en el norte, sin duda los parajes más atractivos los había visto allí. Sin embargo, nunca fueron tierras que le correspondieran. Ulmer rezumaba otro perfume, uno cargado con feromonas que por primera vez en largo tiempo se sentían familiares.
«¿Cómo una loba inexperta logró levantarse ante una nueva manada como su líder?»
Aquel pensamiento cruzó su mente mientras eran servidas, mirando de reojo a la loba negra a través del vidrio de las pintas mientras la roedora las posaba sobre la mesa. Dahlia se detuvo un instante ante la jarra ante ella, antes de tomarla por el mango. Dedicando una mirada a quien dirigía el clan, esbozó media sonrisa comedida antes de echar el cuerpo hacia atrás hasta apoyar la espalda en el respaldo de la butaca.
—El primer trago, así como su parabién, siempre corresponde al miembro presente de mayor rango.— expuso, tendiendo la mano y cediéndole las palabras de honor.
Dahlia
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Re: Madera, sal y canela. {Privado}
Con la rodilla ligeramente flexionada al apoyar el talón en la barra del asiento alcanzó la jarra con ambas manos, una jarra de vidrio ligeramente empañada por el contraste de temperaturas que humedeció las palmas de la loba. Negro como el cabello que veía caer sobre sus hombros, era como el interior de aquella jarra. Suspiró con satisfacción al inhalar el dulce aroma a trigo tostado y fermentado. Iba a llevarse la jarra a los labios cuando las palabras de su interlocutora detuvieron su hazaña. Respondió su ademán con una media sonrisa, levantando ligeramente la jarra de la mesa en dirección a su acompañante.
-Por las nuevas compañias de taberna. -Alzó aún más su jarra, asintiendo levemente con la cabeza una vez hubo terminado su breve discurso.
Como una vieja tradición, apoyó de nuevo la jarra en la madera, arrastrándola en pequeñas circunferencias que dejaban un pequeño reguero de humedad a su paso; y por fin, se llevó la jarra a los labios. Embriagador aquel sabor, aunque el segundo trago siempre fue mejor que el primero.
-Es siempre amargo el primer trago de la cerveza, como en la vida. -Bromeó chascando la lengua, separando lo suficiente la jarra para hablar, y le asentó el segundo trago, el de la gloria.
Asintió complacida y dejó reposar la cerveza sobre la mesa. Se relamió la espuma de los labios y miró por la ventana. Dos mujeres de pocas palabras sentadas a la misma mesa, el silencio reinaba pero no era incómodo. La loba se reclinó levemente sobre su asiento, apoyando los brazos cruzados sobre la mesa. Posó sus ambarinos sobre su acompañante.
-La tabernera. -Rompió el silencio girando la cabeza hacia la eriza que torpemente limpiaba las mesas del local. -La eriza, es peculiar, ¿Verdad? Cada vez Ulmer se parece más a Lunargenta, hay gente perdida de todas partes. -Se volvió a llevar la cerveza a los labios para darle otro trago. -¿Has ido a Lunargenta alguna vez? Huele a orín y a alcohol mal destilado, y a pescado podrido. -Bromeó para romper el hielo. -Me encantaría ir a Beltrexus, algún día. Jamás he pisado las islas. -Confesó ladeando la cabeza ligeramente hacia la ventana, perdiendo la vista en el mar.
El cielo empezaba a encapotarse por el fiordo, filtrando la luz del sol en un espectro de amarillos y anaranjados que cubrían Ulmer desde aquella colina.
-Por las nuevas compañias de taberna. -Alzó aún más su jarra, asintiendo levemente con la cabeza una vez hubo terminado su breve discurso.
Como una vieja tradición, apoyó de nuevo la jarra en la madera, arrastrándola en pequeñas circunferencias que dejaban un pequeño reguero de humedad a su paso; y por fin, se llevó la jarra a los labios. Embriagador aquel sabor, aunque el segundo trago siempre fue mejor que el primero.
-Es siempre amargo el primer trago de la cerveza, como en la vida. -Bromeó chascando la lengua, separando lo suficiente la jarra para hablar, y le asentó el segundo trago, el de la gloria.
Asintió complacida y dejó reposar la cerveza sobre la mesa. Se relamió la espuma de los labios y miró por la ventana. Dos mujeres de pocas palabras sentadas a la misma mesa, el silencio reinaba pero no era incómodo. La loba se reclinó levemente sobre su asiento, apoyando los brazos cruzados sobre la mesa. Posó sus ambarinos sobre su acompañante.
-La tabernera. -Rompió el silencio girando la cabeza hacia la eriza que torpemente limpiaba las mesas del local. -La eriza, es peculiar, ¿Verdad? Cada vez Ulmer se parece más a Lunargenta, hay gente perdida de todas partes. -Se volvió a llevar la cerveza a los labios para darle otro trago. -¿Has ido a Lunargenta alguna vez? Huele a orín y a alcohol mal destilado, y a pescado podrido. -Bromeó para romper el hielo. -Me encantaría ir a Beltrexus, algún día. Jamás he pisado las islas. -Confesó ladeando la cabeza ligeramente hacia la ventana, perdiendo la vista en el mar.
El cielo empezaba a encapotarse por el fiordo, filtrando la luz del sol en un espectro de amarillos y anaranjados que cubrían Ulmer desde aquella colina.
Nana
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Re: Madera, sal y canela. {Privado}
Alzó la jarra en silencio, en respuesta a su brindis e imitando sus formas como en un espejo, apoyó la jarra sobre la mesa antes de beber de igual manera que lo hizo la Jarl.
Arrugó el hocico cuando las papilas de su lengua degustaron la amargura de la cebada tostada, de fermentación tan tosca que casi daba la sensación de poder ser masticada. Nana pareció advertir su mueca, al juzgar por sus siguientes palabras. Siguiendo de nuevo a la loba y sin apartar la mirada de ella por encima del borde de la jarra, tomó un segundo trago para descubrir que no andaba falta de razón.
Si bien hubo un tiempo en el que su cuerpo estaba acostumbrado a la ingesta indiscriminada de licores, dado que de ello dependía en buena medida conseguir cerrar rentables negocios, las costumbres y su norteño modo de vida habían quedado atrás. El que fue su Señor la enseñó bien. "Los hombres beben y cierran tratos, en tanto que hacen lo uno, hacen lo otro. Por eso, si quieres sacar buenos cuartos también deberás tener buen buche." Y sino beber despacio, pero sin que se note.
Al volverse hacia la mesera, esbozó una ligera sonrisa divertida. «Peculiar, si. De haberla encontrado en otro momento, nos habríamos divertido.» Ahogó sus pensamientos en otro sorbo mientras sus ojos paseaban de un lado a otro de la barra, siguiendo los atropellados pasos de la eriza, antes de volverse de nuevo hacia Nana.
—No conozco las tierras humanas.— expuso sin más, tras negar suavemente la cabeza mientras se limpiaba los restos de espuma de los labios —Pero si son como lo cuentan, o como vos misma lo hacéis, mi señora, Ulmer no es remotamente parecido.— recordaba muy bien cada precepto y cada enseñanza de su niñez sobre aquellos. Bajó la mirada un momento. —Gentes perdidas hay en todas partes.
Entrecerró un instante los ojos para disfrutar de la calidez que acompañaba la luz que lograba escapar de las nubes y se filtraba entre los cristales, que tanto contrastaba con el frescor de la mañana en el exterior. Con el dedo índice, de manera inconsciente, dibujaba caracolas sobre la mesa con la humedad que goteaba de la condensación de las jarras.
—¿Las Islas?— no pudo ocultar la sorpresa en su rostro —Nunca he cruzado al otro lado del río, como para plantearme cruzar al otro lado del mar.— rió ligeramente escandalizada, antes de dar otro trago —El norte y nuestros bosques es cuanto conozco y donde por ahora prefiero limitarme.— explicó —Esta tranquilidad es lo que necesito. El gran mundo desconocido me...— «Cuidado. Escoge las palabras adecuadas.» —Altera.
Dahlia
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