Fantasmas en la noche [Privado]
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Fantasmas en la noche [Privado]
Los días pasaban tranquilos en El reposo del dragón, el aire estaba impregnado con el habitual olor a serrín y resina, el bullicio ocasional de los clientes y el sonido de la sierra y los clavos al encontrarse con la resistencia de la madera. Cuando llegaba la hora de comer el aroma de la cocina bajaba por las escaleras y se mezclaba en el ambiente de trabajo, abriendo el apetito y avisando de que se tenía que recoger y cerrar la puerta de la tienda.
El buen tiempo animaba a comer fuera. Practica que se estaba volviendo una agradable rutina para las dragonas, Astra y Eristoff, aunque este último solo compartía la comida de mediodía.
-Últimamente lo miras mucho.
La puerta de mi dormitorio se abrió sin permiso, unos nudillos la habían golpeado antes, pero no lo registré. Me di la vuelta, suspirando, apartando la vista del escudo de mi hermana.
-¿Tu crees? -Miré de reojo por el enorme ventanal. Era de noche, el cielo estaba despejado, la luna iluminaba la oscuridad y las estrellas pintaban el firmamento. -¿Que querías, Astra?
-Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? -La joven ama de llaves dio un paso al interior de la alcoba. Llevaba poco tiempo trabajando en la casa, pero se daba cuenta de muchas cosas. -Es hora de cenar. Su hija la espera fuera. He preparado las costillas del jabalí que cazó esta mañana.
-Gracias, Astra. Iré enseguida. Ve sirviendo los platos.
La joven inclino la cabeza, salió del dormitorio y en cuanto cerró la puerta, suspiré y volví a mirar el escudo con el blasón familiar.
La morena tenia razón, miraba demasiado aquel escudo. Ni siquiera comprendía porque lo seguía teniendo, porque lo tenía colgado en un lugar tan visible, tan cercano... En realidad sí que lo sabía, pero me negaba a ver la realidad. No podía creer que todos me hubieran borrado de su existencia, tenía que quedar alguien, aunque fuera solo uno.
Abrí una de las hojas del ventanal y salí de la habitación, no me molesté en ponerme un calzado, dejé que mis pies caminaran descalzos por las tablas de un balcón que yo misma había construido.
La cena fue silenciosa, apenas se dijeron unas pocas frases. El ambiente no estaba especialmente cargado, pero tanto silencio no era habitual.
-Si habéis concluido recogeré las viandas y, tras limpiar la cocina, me retirare a mis aposentos.
-Claro, Astra. No hay problema. -Me levanté de la mesa cogiendo el vaso y la botella de vino. -Yo también me retiro, os veo mañana.
Sin decir poco más que una despedida desandé mis pasos y entré en el dormitorio, vacié el vaso, lo volví a llenar y dejé la botella en la mesa auxiliar, mirando distraída el fondo del vaso y el firmamento a través de la ventana abierta.
-Se pondrá bien, ¿verdad?
Lavey había acompañado a Astra hasta la cocina y ahora estaba sentada sobre la mesa, con cara de preocupación.
-No lo sé, Lavey. Por lo poco que me has contado y por lo que he visto aquí... tu madre ha pasado por mucho. Cualquier otra persona habría capitulado hace tiempo. Ella... -La morena de pelo rizado hablaba al mismo tiempo que limpiaba los platos. -Reivy es fuerte, y, a su manera, intenta superar todo lo que le está pasando. Aunque por lo que veo es una manera muy solitaria, no deja que nadie la vea flaquear.
___________
Off:
Detalles sobre la casa
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El buen tiempo animaba a comer fuera. Practica que se estaba volviendo una agradable rutina para las dragonas, Astra y Eristoff, aunque este último solo compartía la comida de mediodía.
-Últimamente lo miras mucho.
La puerta de mi dormitorio se abrió sin permiso, unos nudillos la habían golpeado antes, pero no lo registré. Me di la vuelta, suspirando, apartando la vista del escudo de mi hermana.
-¿Tu crees? -Miré de reojo por el enorme ventanal. Era de noche, el cielo estaba despejado, la luna iluminaba la oscuridad y las estrellas pintaban el firmamento. -¿Que querías, Astra?
-Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? -La joven ama de llaves dio un paso al interior de la alcoba. Llevaba poco tiempo trabajando en la casa, pero se daba cuenta de muchas cosas. -Es hora de cenar. Su hija la espera fuera. He preparado las costillas del jabalí que cazó esta mañana.
-Gracias, Astra. Iré enseguida. Ve sirviendo los platos.
La joven inclino la cabeza, salió del dormitorio y en cuanto cerró la puerta, suspiré y volví a mirar el escudo con el blasón familiar.
La morena tenia razón, miraba demasiado aquel escudo. Ni siquiera comprendía porque lo seguía teniendo, porque lo tenía colgado en un lugar tan visible, tan cercano... En realidad sí que lo sabía, pero me negaba a ver la realidad. No podía creer que todos me hubieran borrado de su existencia, tenía que quedar alguien, aunque fuera solo uno.
Abrí una de las hojas del ventanal y salí de la habitación, no me molesté en ponerme un calzado, dejé que mis pies caminaran descalzos por las tablas de un balcón que yo misma había construido.
La cena fue silenciosa, apenas se dijeron unas pocas frases. El ambiente no estaba especialmente cargado, pero tanto silencio no era habitual.
-Si habéis concluido recogeré las viandas y, tras limpiar la cocina, me retirare a mis aposentos.
-Claro, Astra. No hay problema. -Me levanté de la mesa cogiendo el vaso y la botella de vino. -Yo también me retiro, os veo mañana.
Sin decir poco más que una despedida desandé mis pasos y entré en el dormitorio, vacié el vaso, lo volví a llenar y dejé la botella en la mesa auxiliar, mirando distraída el fondo del vaso y el firmamento a través de la ventana abierta.
-Se pondrá bien, ¿verdad?
Lavey había acompañado a Astra hasta la cocina y ahora estaba sentada sobre la mesa, con cara de preocupación.
-No lo sé, Lavey. Por lo poco que me has contado y por lo que he visto aquí... tu madre ha pasado por mucho. Cualquier otra persona habría capitulado hace tiempo. Ella... -La morena de pelo rizado hablaba al mismo tiempo que limpiaba los platos. -Reivy es fuerte, y, a su manera, intenta superar todo lo que le está pasando. Aunque por lo que veo es una manera muy solitaria, no deja que nadie la vea flaquear.
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Reivy Abadder
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Re: Fantasmas en la noche [Privado]
Siempre la encontraría por el olor. Da igual que no supiera dónde estaba, mientras el viento le trajese una brizna de ella, la rastrearía hasta encontrarla.
Ulmer no era grande, pero tampoco pequeña. Y la última vez que estuve aquí fue después de armar una buena con unas bestias algo salvajes. La ciudad de los hombres lobo se me antojó inesperadamente activa durante la noche pero, claro, eran lobos. Muchas veces seres nocturnos, igual que yo.
No es que tuviese nada en en contra de ellos. Me eran una raza indiferente. Y aún así tomaba los tejados y las callejuelas por si acaso, perfectamente consciente de que, si prestasen atención, ciertos sentidos animales podrían encontrarme. Prefería no asumir riesgos teniendo en cuenta la historia poco amigable entre canes y sombras, deslizándome en silencio, siempre en silencio, hacia aquella fragancia eternamente inevitable.
Perros y lagartos. No había otro lugar al que ir que uno lleno de perros, en busca de lagartos. Sonreí a la luz de la noche porque la luna llena lo iluminaba todo claramente. Ya había comido. Por prevención, más que nada... no quería que algo tan superfluo como el hambre me anduviese distrayendo. En el bosque yacía ahora mismo el cadáver desecado de un jabalí y por su maldita estampa que era el último que se bebía. Cumplió su función nutritiva y saciante, pero fue asqueroso.
Me detuve ante la casa. Taller. Mansión. Me dieron ganas de silbar de la impresión. Bueno, al menos no era una ostentación hortera de su oficio. Porque sí, la maldita tenía un boyante oficio que explicaba por qué sus manos ásperas se sentían tan bien contra mi pi- No. Eso no. Ahora no. Suspiré, acercándome al banco de madera con forma de dragón acostado. ¿Sería por eso que se llamaba "El Reposo del Dragón"? A saber. Eran criaturas caprichosas.
Rocé la suave superficie al pasar a su lado y asomarme a la puerta. Era de noche, obviamente, y obviamente no parecía haber nadie trabajando. O despierto, si una debía juzgar por el silencio y la quietud del lugar. Me incliné un poco hacia atrás para ver mejor y de repente algo se movió en mi visión periférica.
La cabeza flotante semitransparente de una niña pequeña que me miraba con atención, el ceño fruncido. A través de la pared. De madera maciza.
-Mecagoenla-... alcancé a mascullar mientras mis pulmones luchaban por hacer algo, ya fuese gritar, maldecir o simplemente seguir dándome aire. Casi tropecé hacia atrás, retrocediendo varios pasos.
-¡Está cerrado! ¡Vuelve mañana! -y se esfumó tal y como apareció.
¡Un fantasma! ¡Un jodido puto fantasma infantil! Señalé a la nada con un dedo tratando de articular palabra, pero cerré la mano en un puño, fruncí la boca y me di la vuelta. ¿Tanta vigilancia necesitaba una tienda de madera que tenía que recurrir a invocaciones de ese tipo? Aunque viendo la casa, lo mismo sí.
Decidí dar la vuelta y examinar la parte trasera. La verdad es que no había pensado en ningún plan. No había plan. Sólo que... tras el roce con Fémur en el evento, y al ver partir a Reivy con semejante expresión, sentía que debía buscarla. Todavía no tenía muy claro para qué, aunque de momento fuese por el bien de mi paz mental.
Mi madre siempre lo decía. "Si te lo dicen las tripas dale una oportunidad, Nay, la gente no hace caso de su sexto sentido; es un gran error". Yyyy aquí estaba. Suspiré. Tenía tantas cosas poco claras que comenzaba a molestarme físicamente.
La parte trasera puso contento mi lado de pícaro: había un montón de materiales apilados en formas regulares que resultaban una delicia para cualquier escalador natural de tejados y paredes. Sonreí al encaminarme hacia una pila de listones de madera, tanteando antes de apoyar mi peso. Mientras me impulsaba con agilidad y en absoluto silencio se me dio por pensar que o bien el fantasma aquel era una cosa terrible capaz de reducir a uno a cenizas y por eso no la robaban, o Reivy era demasiado ingenua al dejar tales facilidades que hasta los gatos encontrarían aburridas.
Se me ocurrió, tarde, que a lo mejor la casa tenía trampas. Esperé sinceramente no caer en ninguna. La vergüenza me mataría antes.
Con un pequeño esfuerzo me aupé sobre la barandilla del piso superior, posando los pies sobre la terraza con sumo cuidado. Sin activar ninguna trampa o bocina. Qué bien, ¿no? Al alzar la mirada me encontré de nuevo con la aparición. El susto que me metió verla de repente donde antes no había nada casi me hizo caer de culo... dos pisos más abajo. Que asco le estaba cogiendo.
-¡Para de hacer eso! -exclamé en susurros.
-¡Te he dicho que estamos cerrados! ¡Vete! -¿se estaba sonriendo la cabrona?
-Conozco a Reivy, ¡he venido de visita! ¡Shhhh!
-Las visitas no se cuelan por el balcón. ¡Se lo diré a mi madre!
-A tu... espera ¿quién? Hey... ¡Oye a dónde vas! Cría de los cojones.... -mascullé cuando desapareció.
Esperé. Unos minutos, en absoluto silencio ahí agarrada a la baranda de madera como si me fuese la vida en ello. Me dejé escurrir hasta quedar en cuclillas, respirando hondo. Bien. Si se trae a su madre fantasma, más grande y más peligrosa, entonces saldría corriendo y ya le escribiría una carta a mi lagarta. O algo.
Pero no ocurrió nada. Sólo la brisa nocturna, los grillos del jardín, el agudo chillido de un murciélago perdido. Muy bien Nayru. Con dos cojones. Asumiendo. Venga, adelante. Me sacudí el culo y abrí la puerta del balcón para entrar en la casa.
-No sé para qué quieres que te haga tostadas. Eres un fantasma, no puedes comer.
-¡Me lo has prometido! ¡A cambio de no despertar a mamá!
-Vale, vale. ¿Pero por qué tostadas? ¿Y dónde está la mantequilla? A tu madre ni mú, ¿eh?
Después del quinto susto y el tercer roce con la muerte con una amenaza de ataque al corazón como intermediario, la niña fantasma juzgó que debía de ser el tipo de intruso perfecto para la coacción. Es decir. Un ser incorpóreo me estaba chantajeando. Para que le hiciese comida. Sin más. Una acababa haciendo las cosas más raras.
De modo que busqué los ingredientes siguiendo sus erráticas directrices, saqué una sartén, puse la mantequilla a trabajar. Ignorando que cocinaba en casa ajena sin haber notificado mi intrusión por razones evidentes. Me quedaron unas tostadas de lujo, si tenías en cuenta que hacía treinta años que no tocaba una cocina. Ambas nos quedamos mirando el plato en el centro de la mesa, las dos sentadas sobre la misma. Olía muy, muy bien.
-¿Por qué tostadas? -repetí. Ni siquiera sabía su nombre, sólo que era cojonera como ella sola y le encantaba emboscarme. Al sexto intento de susto yo ya me la vi venir y la asusté de vuelta, quizá por eso se limitó a seguirme en silencio mientras me miraba.
-No lo sé. Todo está triste hoy. Huelen a casa. -murmuró, la mirada perdida, su pelo traslúcido moviéndose lento como una corona extraña.
Miré aquellas dos simples rebanadas bañadas de amarillo, quemadas en las puntas. ¿Estaría el fantasma sumido en sus propios recuerdos? Rememoré otros días, otros panes, otras risas alrededor de las hogueras mientras esperábamos a que se tostasen. Últimamente me acordaba mucho de ellos.
-Sí. Huelen a casa.
Ulmer no era grande, pero tampoco pequeña. Y la última vez que estuve aquí fue después de armar una buena con unas bestias algo salvajes. La ciudad de los hombres lobo se me antojó inesperadamente activa durante la noche pero, claro, eran lobos. Muchas veces seres nocturnos, igual que yo.
No es que tuviese nada en en contra de ellos. Me eran una raza indiferente. Y aún así tomaba los tejados y las callejuelas por si acaso, perfectamente consciente de que, si prestasen atención, ciertos sentidos animales podrían encontrarme. Prefería no asumir riesgos teniendo en cuenta la historia poco amigable entre canes y sombras, deslizándome en silencio, siempre en silencio, hacia aquella fragancia eternamente inevitable.
Perros y lagartos. No había otro lugar al que ir que uno lleno de perros, en busca de lagartos. Sonreí a la luz de la noche porque la luna llena lo iluminaba todo claramente. Ya había comido. Por prevención, más que nada... no quería que algo tan superfluo como el hambre me anduviese distrayendo. En el bosque yacía ahora mismo el cadáver desecado de un jabalí y por su maldita estampa que era el último que se bebía. Cumplió su función nutritiva y saciante, pero fue asqueroso.
Me detuve ante la casa. Taller. Mansión. Me dieron ganas de silbar de la impresión. Bueno, al menos no era una ostentación hortera de su oficio. Porque sí, la maldita tenía un boyante oficio que explicaba por qué sus manos ásperas se sentían tan bien contra mi pi- No. Eso no. Ahora no. Suspiré, acercándome al banco de madera con forma de dragón acostado. ¿Sería por eso que se llamaba "El Reposo del Dragón"? A saber. Eran criaturas caprichosas.
Rocé la suave superficie al pasar a su lado y asomarme a la puerta. Era de noche, obviamente, y obviamente no parecía haber nadie trabajando. O despierto, si una debía juzgar por el silencio y la quietud del lugar. Me incliné un poco hacia atrás para ver mejor y de repente algo se movió en mi visión periférica.
La cabeza flotante semitransparente de una niña pequeña que me miraba con atención, el ceño fruncido. A través de la pared. De madera maciza.
-Mecagoenla-... alcancé a mascullar mientras mis pulmones luchaban por hacer algo, ya fuese gritar, maldecir o simplemente seguir dándome aire. Casi tropecé hacia atrás, retrocediendo varios pasos.
-¡Está cerrado! ¡Vuelve mañana! -y se esfumó tal y como apareció.
¡Un fantasma! ¡Un jodido puto fantasma infantil! Señalé a la nada con un dedo tratando de articular palabra, pero cerré la mano en un puño, fruncí la boca y me di la vuelta. ¿Tanta vigilancia necesitaba una tienda de madera que tenía que recurrir a invocaciones de ese tipo? Aunque viendo la casa, lo mismo sí.
Decidí dar la vuelta y examinar la parte trasera. La verdad es que no había pensado en ningún plan. No había plan. Sólo que... tras el roce con Fémur en el evento, y al ver partir a Reivy con semejante expresión, sentía que debía buscarla. Todavía no tenía muy claro para qué, aunque de momento fuese por el bien de mi paz mental.
Mi madre siempre lo decía. "Si te lo dicen las tripas dale una oportunidad, Nay, la gente no hace caso de su sexto sentido; es un gran error". Yyyy aquí estaba. Suspiré. Tenía tantas cosas poco claras que comenzaba a molestarme físicamente.
La parte trasera puso contento mi lado de pícaro: había un montón de materiales apilados en formas regulares que resultaban una delicia para cualquier escalador natural de tejados y paredes. Sonreí al encaminarme hacia una pila de listones de madera, tanteando antes de apoyar mi peso. Mientras me impulsaba con agilidad y en absoluto silencio se me dio por pensar que o bien el fantasma aquel era una cosa terrible capaz de reducir a uno a cenizas y por eso no la robaban, o Reivy era demasiado ingenua al dejar tales facilidades que hasta los gatos encontrarían aburridas.
Se me ocurrió, tarde, que a lo mejor la casa tenía trampas. Esperé sinceramente no caer en ninguna. La vergüenza me mataría antes.
Con un pequeño esfuerzo me aupé sobre la barandilla del piso superior, posando los pies sobre la terraza con sumo cuidado. Sin activar ninguna trampa o bocina. Qué bien, ¿no? Al alzar la mirada me encontré de nuevo con la aparición. El susto que me metió verla de repente donde antes no había nada casi me hizo caer de culo... dos pisos más abajo. Que asco le estaba cogiendo.
-¡Para de hacer eso! -exclamé en susurros.
-¡Te he dicho que estamos cerrados! ¡Vete! -¿se estaba sonriendo la cabrona?
-Conozco a Reivy, ¡he venido de visita! ¡Shhhh!
-Las visitas no se cuelan por el balcón. ¡Se lo diré a mi madre!
-A tu... espera ¿quién? Hey... ¡Oye a dónde vas! Cría de los cojones.... -mascullé cuando desapareció.
Esperé. Unos minutos, en absoluto silencio ahí agarrada a la baranda de madera como si me fuese la vida en ello. Me dejé escurrir hasta quedar en cuclillas, respirando hondo. Bien. Si se trae a su madre fantasma, más grande y más peligrosa, entonces saldría corriendo y ya le escribiría una carta a mi lagarta. O algo.
Pero no ocurrió nada. Sólo la brisa nocturna, los grillos del jardín, el agudo chillido de un murciélago perdido. Muy bien Nayru. Con dos cojones. Asumiendo. Venga, adelante. Me sacudí el culo y abrí la puerta del balcón para entrar en la casa.
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-No sé para qué quieres que te haga tostadas. Eres un fantasma, no puedes comer.
-¡Me lo has prometido! ¡A cambio de no despertar a mamá!
-Vale, vale. ¿Pero por qué tostadas? ¿Y dónde está la mantequilla? A tu madre ni mú, ¿eh?
Después del quinto susto y el tercer roce con la muerte con una amenaza de ataque al corazón como intermediario, la niña fantasma juzgó que debía de ser el tipo de intruso perfecto para la coacción. Es decir. Un ser incorpóreo me estaba chantajeando. Para que le hiciese comida. Sin más. Una acababa haciendo las cosas más raras.
De modo que busqué los ingredientes siguiendo sus erráticas directrices, saqué una sartén, puse la mantequilla a trabajar. Ignorando que cocinaba en casa ajena sin haber notificado mi intrusión por razones evidentes. Me quedaron unas tostadas de lujo, si tenías en cuenta que hacía treinta años que no tocaba una cocina. Ambas nos quedamos mirando el plato en el centro de la mesa, las dos sentadas sobre la misma. Olía muy, muy bien.
-¿Por qué tostadas? -repetí. Ni siquiera sabía su nombre, sólo que era cojonera como ella sola y le encantaba emboscarme. Al sexto intento de susto yo ya me la vi venir y la asusté de vuelta, quizá por eso se limitó a seguirme en silencio mientras me miraba.
-No lo sé. Todo está triste hoy. Huelen a casa. -murmuró, la mirada perdida, su pelo traslúcido moviéndose lento como una corona extraña.
Miré aquellas dos simples rebanadas bañadas de amarillo, quemadas en las puntas. ¿Estaría el fantasma sumido en sus propios recuerdos? Rememoré otros días, otros panes, otras risas alrededor de las hogueras mientras esperábamos a que se tostasen. Últimamente me acordaba mucho de ellos.
-Sí. Huelen a casa.
Nayru
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Re: Fantasmas en la noche [Privado]
La copa y la botella hacía tiempo que estaban vacías, muertas del asco sobre una pequeña mesa que había sufrido los golpes inmisericordiosos de un alma perdida y asustada de su pasado, no... de su pasado no, del fantasma del pasado.
De la soledad sufrida por la repulsa hacia su persona. Perdida en la falsa creencia de no tener el derecho de ser querida, perdida en la constante lucha por demostrarse así misma que aquello no era cierto.
Huyendo de las pesadillas donde la progenie moría antes de nacer, donde los dioses la marcaban como la hija descarriada que era.
Porque ya estaba cansada de pelear, cansada de recibir golpes, cansada de no encontrar un aliento cálido y reconfortante, cansada de luchar contra la soledad...
Tu sangre no engendrara vida.
Estaba sudada, con la respiración agitada y el corazón acelerador. La pesadilla me había despertado.
Me llevé una mano a la frente y noté como mis cuernos se desvanecían lentamente, al igual que las escamas blanquecinas de mi brazo.
-No engendraras vida...
Repetí la frase del sueño al tiempo que me incorporaba en la cama.
Tal había sido la sensación de peligro que estaba transformándome dormida. Suspiré y me puse en pie, por suerte me desperté antes de cambiar de forma por completo, hubiera sido un desastre convertirse en dragón dentro de la casa.
Al abrir la puerta del dormitorio un olor llegó hasta mi nariz, cortándome el bostezo en el proceso. Cerré los ojos y respiré hondo. Era una fragancia dulce y suculenta.
Seguí el aroma hasta la cocina para encontrarme unas tostadas recién hechas sobre la mesa.
-¿Que... quien? -Miré al rededor, pero no vi a nadie. -No le pago lo...
-¡Has venido! -Jani apareció ante mí con una sonrisa radiante. -Sabría que vendrías. Mira, mira. -La joven comenzó a dar vueltas por encima de la mesa. -Las hice para ti.
-Jani... -Una ya tendría que estar acostumbrada a las apariciones espontaneas de una hija fantasma... pero no, no había forma de acostumbrarse a eso. -¿Las has hecho tú, cómo?
La traslucida rubia se sentó sobre la silla que tenía enfrente y esperó a que la imitara. Aunque bueno, eso de sentarse era una forma de hablar porque Jani estaba flotando a un par de centímetros del asiento.
-Una amiga me ha ayudado.
-Una amiga, ¿eh? -Sonreí de medio lado, seguro que Jani había despertado a Astra. -¿Y la leche?
La fantasmita puso una cara de sorpresa y frunció el ceño al darse cuenta de que se le había escapado ese detalle. Aquel gesto amplio mi sonría mientras masticaba la tostada.
-Están muy ricas. ¿Cómo te va la guardia? ¿Alguien ha intentado entrar?
-Muy bien, nadie ha intentado entrar.
Lo cual era cierto, porque intentar significaba que no había logrado entrar. Pero aun tardaría un tiempo en enterarme de aquel matiz.
-Estupendo. Entonces volveré a la cama y tú deberías hacer lo mismo Jani, faltan pocas horas para que salga el sol. Ah, -añadí, al llegar al umbral de la puerta- gracias por las tostadas.
De la soledad sufrida por la repulsa hacia su persona. Perdida en la falsa creencia de no tener el derecho de ser querida, perdida en la constante lucha por demostrarse así misma que aquello no era cierto.
Huyendo de las pesadillas donde la progenie moría antes de nacer, donde los dioses la marcaban como la hija descarriada que era.
Porque ya estaba cansada de pelear, cansada de recibir golpes, cansada de no encontrar un aliento cálido y reconfortante, cansada de luchar contra la soledad...
Tu sangre no engendrara vida.
Estaba sudada, con la respiración agitada y el corazón acelerador. La pesadilla me había despertado.
Me llevé una mano a la frente y noté como mis cuernos se desvanecían lentamente, al igual que las escamas blanquecinas de mi brazo.
-No engendraras vida...
Repetí la frase del sueño al tiempo que me incorporaba en la cama.
Tal había sido la sensación de peligro que estaba transformándome dormida. Suspiré y me puse en pie, por suerte me desperté antes de cambiar de forma por completo, hubiera sido un desastre convertirse en dragón dentro de la casa.
Al abrir la puerta del dormitorio un olor llegó hasta mi nariz, cortándome el bostezo en el proceso. Cerré los ojos y respiré hondo. Era una fragancia dulce y suculenta.
Seguí el aroma hasta la cocina para encontrarme unas tostadas recién hechas sobre la mesa.
-¿Que... quien? -Miré al rededor, pero no vi a nadie. -No le pago lo...
-¡Has venido! -Jani apareció ante mí con una sonrisa radiante. -Sabría que vendrías. Mira, mira. -La joven comenzó a dar vueltas por encima de la mesa. -Las hice para ti.
-Jani... -Una ya tendría que estar acostumbrada a las apariciones espontaneas de una hija fantasma... pero no, no había forma de acostumbrarse a eso. -¿Las has hecho tú, cómo?
La traslucida rubia se sentó sobre la silla que tenía enfrente y esperó a que la imitara. Aunque bueno, eso de sentarse era una forma de hablar porque Jani estaba flotando a un par de centímetros del asiento.
-Una amiga me ha ayudado.
-Una amiga, ¿eh? -Sonreí de medio lado, seguro que Jani había despertado a Astra. -¿Y la leche?
La fantasmita puso una cara de sorpresa y frunció el ceño al darse cuenta de que se le había escapado ese detalle. Aquel gesto amplio mi sonría mientras masticaba la tostada.
-Están muy ricas. ¿Cómo te va la guardia? ¿Alguien ha intentado entrar?
-Muy bien, nadie ha intentado entrar.
Lo cual era cierto, porque intentar significaba que no había logrado entrar. Pero aun tardaría un tiempo en enterarme de aquel matiz.
-Estupendo. Entonces volveré a la cama y tú deberías hacer lo mismo Jani, faltan pocas horas para que salga el sol. Ah, -añadí, al llegar al umbral de la puerta- gracias por las tostadas.
Última edición por Reivy Abadder el Jue 30 Jul 2020 - 14:05, editado 1 vez
Reivy Abadder
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Re: Fantasmas en la noche [Privado]
Caminé en silencio por el pasillo que se abría hacia el salón. Toda la casa olía a madera. Porque era de madera, evidentemente. Y porque había un taller de madera justo debajo. Pero era una fragancia agradable. Peculiar.
En cuanto la fantasmita se puso en pie diciendo con entusiasmo que su madre estaba despierta, regresé del lugar oscuro en el que yacían mis recuerdos y salté de la mesa, bendiciendo mis botas encantadas. No sabía que los fantasmas dormían; quizá se refiriese a algún tipo de estupor espectral. Fuera lo que fuere, no estaba dispuesta a quedarme ahí a comprobar cuánto podía enfadarse un espíritu guardián.
El salón era... amplio. El lugar en general era enorme, pero el salón no parecía tener mucha decoración y provocaba la sensación de ser más grande. Era verano, la chimenea revestida en piedra estaba apagada. De ella colgaba la cabeza de un animal que me resultó muy familiar: un gaphron. Grapon. Gar... Graf... Jamás pronunciaría bien ese nombre, ¿a quién demonios se le ocurrió bautizarlos así?
La calavera alargada y oscura lucía imponente, pero enmarcada con aquella impresionante melena le daba un aspecto magnífico al conjunto. Me senté en el sofá justo en frente, observando el trofeo de caza y sonriendo. Yo no maté a ninguna de aquellas bestias, pero después de todo el caos ocasionado por la estampida nadie se fijó si de verdad lo hice o no cuando reclamé un cuerpo. Ahí recostada pasé un rato, mirando los ojos vacíos de aquella cabeza.
Se me amplió la sonrisa al recordar todos los detalles de la cacería. Los detalles sabrosos que nos hicieron quedar como dos adolescentes hambrientas y sin juicio. Hundí el rostro entre mis manos, soltando una mezcla de suspiro y risilla.
Cuando volví a alzar la cabeza el séptimo susto de la noche me esperaba en forma de cabeza humana que sustituía el trofeo de caza. Juré sobre los muertos de alguien, de manera inteligible mitad por el sustio mitad para evitar que ninguna presencia invisible se pudiera enfadar conmigo.
-¿Qué estás mirando? ¿No te aburres de estar sentada? -dijo, llevándose un dedo a los labios.- Shhh, despertarás a mamá.
-Miro cómo se me escapa la vida, enana cabrona. Deja de darme esos sustos o tendré que ponerle solución. ¿Todavía se llevan los fantasmas con cadenas? -susurro.- Como se levante tu madre le voy a decir lo que andas haciendo.
-Pero los vampiros son inmortales, ¿no?
-Somos inmortales, no inmunes. -refunfuño.
-Nunca he visto un fantasma con cadenas. Y mamá le gusta que asuste a extraños que entran por la ventana de casa.
-Has visto poco mundo entonces, pídele a tu madre algunos cuentos. ¡Y no me asustes más, porque no soy una extraña! ... Creo. -murmuro, mordiéndome el labio a la vez que me hundía un poco más en el sofá.- Esta casa es muy grande, ¿cuantos fantasmas hay?
-Si no eres una extraña ¿por qué te escondes de mamá? -se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, sin ninguna intención de dejarme sola pronto.- Ninguno que yo sepa. Los fantasmas dan miedo. Si yo viera uno saldría corriendo.
Buena pregunta. La miré torciendo un poco la cabeza. Oh. Oh. Un fantasma que no sabe que es un fantasma, ¿huh? Eso era interesante. Y peligroso. Los cuentos con moraleja estaban llenos de cadáveres de gente que trató de enseñarle la realidad a una existencia etérea.
-¿Cómo te cuelas por los rincones y atraviesas objetos? Los pocos objetos que hay. ¿Por que hay tan poca decoración en esta casa? Que espartano todo. -tenía la intención de averiguar un poco más sobre mi lagarta con lo que viese dentro de su hogar, pero no es que hubiese mucho a lo que agarrarse.
-¿Qué es espartano? -la rubia flotó varios centímetros por encima de las pieles.- Pues me cuelo pasando y ya. Hay pocas cosas porque la casa es nueva. No eres una vampiresa muy lista. -comenta con voz infantil. Como si eso me fuese a parecer lindo o algo, pero sonreí divertida.- Mamá antes vivía en una habitación con Lavey, encima del taller. No tenían sitio para muchas cosas.
-Espartano significa austero, sobrio... es decir, escaso y serio. Pues de vivir en una habitación, a este casoplón, sí que le ha ido bien la cosa, eh. -hice una leve pausa pensativa en la que se me iluminó el cerebro.- Espera. ¿Quién me has dicho que era tu madre?
¿Cómo es que no había hecho la conexión antes? Aunque, ¿por qué iba a hacer semejante conexión? ¡No había pistas por ningún lado! No sabía apenas nada sobre la morena, y ése era uno de los motivos por los cuales estaba allí. Problema, solución. Poco a poco.
-No lo he dicho. -y la muy descarada se rió con una mano en la boca, como la cosa más inocente.- Eres una vampiresa muy tontita. Si no fueras una extraña sabrías quien es mi mamá. Creo que voy a ir a despertarla.
Puse los ojos en blanco, armándome de mucha paciencia. Que fantasma más cansino. Tonta, me decía. Cálmate, Nayru; sólo es una cría. Mal vas si te ofende lo que te dice una cría muerta.
-Así que soy muy tontita. -comento, inclinándome hacia ella y apoyando las manos en las rodillas.- ¿Tanto como un fantasma que no sabe que es un fantasma? Me contaron una historia de esas hace tiempo y el fantasma era tontísimo. Bueno, yo vine diciendo que conocía a Reivy, no a toda su prole que no se parece a ella en lo más absoluto. Ni una pista me dais, cabrones. -suspiré.- A tu madre no la despiertes o le diré quién le hizo las tostadas.
-¡Que no soy un fantasma! -dice, levantándose de golpe con cara de enfado.- Yo no me morí.
-¿Quién ha dicho que lo seas? O que estés muerta. Cálmate, no seas infantil. Sólo dije que era una historia que escuché, ¿nadie te cuenta cuentos nunca? Me sé algunos. De todas maneras no despiertes a tu madre, yo me encargo de eso. ¡Es una sorpresa! Shhh.
-Soy una niña,-se cruza de brazos entrecerrando los ojos.- puedo ser todo lo infantil que quiera. Si mañana me cuentas un cuento te dejo que la despiertes.
-Va, trato hecho. -digo con una sonrisa.- Búscame mañana, pero sin sustos. Me toca a mi.
Y me levanté antes de que pudiese apreciar mi torva sonrisa, los brazos en jarras, una inspiración honda llenando mis pulmones. No había venido para revolotear entre mis recuerdos. Tampoco me hice la pregunta concreta de para qué había venido exactamente. Giré la cabeza otorgándole el mando de la expedición a mi nariz.
Encontré su habitación sin problema alguno. De camino pasé por otras habitaciones que olían a otras personas que no me interesaban. Reconocí a uno de ellos como la niña rubia que siempre la acompañaba y de la cual no recordaba el nombre. Tendría que preguntárselo. Quería preguntarle muchas cosas. Todo.
Estaba acurrucada en un costado de la cama, a medio tapar por la sábana arrugada. A los pies, un magnífico ventanal de cristal que me dejó impresionada. En la pared de la cabecera, una mesilla maltratada llena de golpes con una damajuana de vino totalmente vacía encima. Y en su rostro, ojeras bajo un ceño fruncido.
Me acerqué a ella con cuidado. Sabía que no estaba haciendo el menor ruido, pero hay algo en la duermevela de los malos sueños que siempre nos advierte de lo que ocurre en la realidad. Me acuclillé, apoyando la cara en el mullido colchón y acariciándole el rostro. Frío. En pleno verano. Tenía razón cuando la vi en Midsummarblot, algo pasaba.
-Hey Chispitas... -murmuré, pasando el dedo por su ceño.- No sé qué estás soñando pero déjalo ir. Hazme caso. Colmillitos ha venido a fastidiar un poco.
Esperé con toda mi alma que no durmiese con un cuchillo bajo la almohada, ni que su primera reacción al despertarse y ver a alguien en su habitación fuese llenarlo de agujeros con el susodicho cuchillo. Reí por lo bajo, escondiendo la cara en el colchón, mi mano todavía en su rostro frío.
Me estaba quedando tonta. Mi comportamiento lo dejaba bien claro y el hecho de que no me importase demasiado lo corroboraba. Suspiré mirándola dormir, preguntándome si podría esconderme del sol en el cajón de sus camisas.
En cuanto la fantasmita se puso en pie diciendo con entusiasmo que su madre estaba despierta, regresé del lugar oscuro en el que yacían mis recuerdos y salté de la mesa, bendiciendo mis botas encantadas. No sabía que los fantasmas dormían; quizá se refiriese a algún tipo de estupor espectral. Fuera lo que fuere, no estaba dispuesta a quedarme ahí a comprobar cuánto podía enfadarse un espíritu guardián.
El salón era... amplio. El lugar en general era enorme, pero el salón no parecía tener mucha decoración y provocaba la sensación de ser más grande. Era verano, la chimenea revestida en piedra estaba apagada. De ella colgaba la cabeza de un animal que me resultó muy familiar: un gaphron. Grapon. Gar... Graf... Jamás pronunciaría bien ese nombre, ¿a quién demonios se le ocurrió bautizarlos así?
La calavera alargada y oscura lucía imponente, pero enmarcada con aquella impresionante melena le daba un aspecto magnífico al conjunto. Me senté en el sofá justo en frente, observando el trofeo de caza y sonriendo. Yo no maté a ninguna de aquellas bestias, pero después de todo el caos ocasionado por la estampida nadie se fijó si de verdad lo hice o no cuando reclamé un cuerpo. Ahí recostada pasé un rato, mirando los ojos vacíos de aquella cabeza.
Se me amplió la sonrisa al recordar todos los detalles de la cacería. Los detalles sabrosos que nos hicieron quedar como dos adolescentes hambrientas y sin juicio. Hundí el rostro entre mis manos, soltando una mezcla de suspiro y risilla.
Cuando volví a alzar la cabeza el séptimo susto de la noche me esperaba en forma de cabeza humana que sustituía el trofeo de caza. Juré sobre los muertos de alguien, de manera inteligible mitad por el sustio mitad para evitar que ninguna presencia invisible se pudiera enfadar conmigo.
-¿Qué estás mirando? ¿No te aburres de estar sentada? -dijo, llevándose un dedo a los labios.- Shhh, despertarás a mamá.
-Miro cómo se me escapa la vida, enana cabrona. Deja de darme esos sustos o tendré que ponerle solución. ¿Todavía se llevan los fantasmas con cadenas? -susurro.- Como se levante tu madre le voy a decir lo que andas haciendo.
-Pero los vampiros son inmortales, ¿no?
-Somos inmortales, no inmunes. -refunfuño.
-Nunca he visto un fantasma con cadenas. Y mamá le gusta que asuste a extraños que entran por la ventana de casa.
-Has visto poco mundo entonces, pídele a tu madre algunos cuentos. ¡Y no me asustes más, porque no soy una extraña! ... Creo. -murmuro, mordiéndome el labio a la vez que me hundía un poco más en el sofá.- Esta casa es muy grande, ¿cuantos fantasmas hay?
-Si no eres una extraña ¿por qué te escondes de mamá? -se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, sin ninguna intención de dejarme sola pronto.- Ninguno que yo sepa. Los fantasmas dan miedo. Si yo viera uno saldría corriendo.
Buena pregunta. La miré torciendo un poco la cabeza. Oh. Oh. Un fantasma que no sabe que es un fantasma, ¿huh? Eso era interesante. Y peligroso. Los cuentos con moraleja estaban llenos de cadáveres de gente que trató de enseñarle la realidad a una existencia etérea.
-¿Cómo te cuelas por los rincones y atraviesas objetos? Los pocos objetos que hay. ¿Por que hay tan poca decoración en esta casa? Que espartano todo. -tenía la intención de averiguar un poco más sobre mi lagarta con lo que viese dentro de su hogar, pero no es que hubiese mucho a lo que agarrarse.
-¿Qué es espartano? -la rubia flotó varios centímetros por encima de las pieles.- Pues me cuelo pasando y ya. Hay pocas cosas porque la casa es nueva. No eres una vampiresa muy lista. -comenta con voz infantil. Como si eso me fuese a parecer lindo o algo, pero sonreí divertida.- Mamá antes vivía en una habitación con Lavey, encima del taller. No tenían sitio para muchas cosas.
-Espartano significa austero, sobrio... es decir, escaso y serio. Pues de vivir en una habitación, a este casoplón, sí que le ha ido bien la cosa, eh. -hice una leve pausa pensativa en la que se me iluminó el cerebro.- Espera. ¿Quién me has dicho que era tu madre?
¿Cómo es que no había hecho la conexión antes? Aunque, ¿por qué iba a hacer semejante conexión? ¡No había pistas por ningún lado! No sabía apenas nada sobre la morena, y ése era uno de los motivos por los cuales estaba allí. Problema, solución. Poco a poco.
-No lo he dicho. -y la muy descarada se rió con una mano en la boca, como la cosa más inocente.- Eres una vampiresa muy tontita. Si no fueras una extraña sabrías quien es mi mamá. Creo que voy a ir a despertarla.
Puse los ojos en blanco, armándome de mucha paciencia. Que fantasma más cansino. Tonta, me decía. Cálmate, Nayru; sólo es una cría. Mal vas si te ofende lo que te dice una cría muerta.
-Así que soy muy tontita. -comento, inclinándome hacia ella y apoyando las manos en las rodillas.- ¿Tanto como un fantasma que no sabe que es un fantasma? Me contaron una historia de esas hace tiempo y el fantasma era tontísimo. Bueno, yo vine diciendo que conocía a Reivy, no a toda su prole que no se parece a ella en lo más absoluto. Ni una pista me dais, cabrones. -suspiré.- A tu madre no la despiertes o le diré quién le hizo las tostadas.
-¡Que no soy un fantasma! -dice, levantándose de golpe con cara de enfado.- Yo no me morí.
-¿Quién ha dicho que lo seas? O que estés muerta. Cálmate, no seas infantil. Sólo dije que era una historia que escuché, ¿nadie te cuenta cuentos nunca? Me sé algunos. De todas maneras no despiertes a tu madre, yo me encargo de eso. ¡Es una sorpresa! Shhh.
-Soy una niña,-se cruza de brazos entrecerrando los ojos.- puedo ser todo lo infantil que quiera. Si mañana me cuentas un cuento te dejo que la despiertes.
-Va, trato hecho. -digo con una sonrisa.- Búscame mañana, pero sin sustos. Me toca a mi.
Y me levanté antes de que pudiese apreciar mi torva sonrisa, los brazos en jarras, una inspiración honda llenando mis pulmones. No había venido para revolotear entre mis recuerdos. Tampoco me hice la pregunta concreta de para qué había venido exactamente. Giré la cabeza otorgándole el mando de la expedición a mi nariz.
Encontré su habitación sin problema alguno. De camino pasé por otras habitaciones que olían a otras personas que no me interesaban. Reconocí a uno de ellos como la niña rubia que siempre la acompañaba y de la cual no recordaba el nombre. Tendría que preguntárselo. Quería preguntarle muchas cosas. Todo.
Estaba acurrucada en un costado de la cama, a medio tapar por la sábana arrugada. A los pies, un magnífico ventanal de cristal que me dejó impresionada. En la pared de la cabecera, una mesilla maltratada llena de golpes con una damajuana de vino totalmente vacía encima. Y en su rostro, ojeras bajo un ceño fruncido.
Me acerqué a ella con cuidado. Sabía que no estaba haciendo el menor ruido, pero hay algo en la duermevela de los malos sueños que siempre nos advierte de lo que ocurre en la realidad. Me acuclillé, apoyando la cara en el mullido colchón y acariciándole el rostro. Frío. En pleno verano. Tenía razón cuando la vi en Midsummarblot, algo pasaba.
-Hey Chispitas... -murmuré, pasando el dedo por su ceño.- No sé qué estás soñando pero déjalo ir. Hazme caso. Colmillitos ha venido a fastidiar un poco.
Esperé con toda mi alma que no durmiese con un cuchillo bajo la almohada, ni que su primera reacción al despertarse y ver a alguien en su habitación fuese llenarlo de agujeros con el susodicho cuchillo. Reí por lo bajo, escondiendo la cara en el colchón, mi mano todavía en su rostro frío.
Me estaba quedando tonta. Mi comportamiento lo dejaba bien claro y el hecho de que no me importase demasiado lo corroboraba. Suspiré mirándola dormir, preguntándome si podría esconderme del sol en el cajón de sus camisas.
Última edición por Nayru el Dom 2 Ago 2020 - 2:00, editado 1 vez
Nayru
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Re: Fantasmas en la noche [Privado]
Sentía el agua helada en todo mi cuerpo, mis uñas arañaban la gruesa capa de hielo y los nudillos se pelaban con cada impacto, el agua había inundado los pulmones hacía ya mucho tiempo, pero la falta de aire no acababa con mi vida. Al otro lado de la placa el viento soplaba con fuerza, la lluvia caía roja y huevos se precipitaban contra el lago helado.
No importaba cuanto golpeara, las grietas que se formaban desaparecían de inmediato.
Por instante el agua pareció calentarse y el viento se detuvo. La sangre dejó de caer y el extraño granizo se detuvo. Parpadeé, acerqué la cara al hielo y cuando quise enfocar el agua desapareció.
Mis pulmones volvían a recoger aire, mi rostro recibía la suave caricia del sol y mis pies acariciaban la hierba veraniega que crecía en la tundra.
Suspiré, moví la cara sobre la almohada siguiendo el tacto de la caricia. Entreabrí los ojos lentamente sin saber muy bien que estaba viendo.
-¿Nayru?
Sonreí adormilada y estiré las manos hacia ella, recorriendo sus brazos hasta llegar a su torso, rodeándolo y acercando más el cuerpo hasta hundir la cara en su pecho.
-Mmmm, hueles bien. -Apreté el agarre y me giré en la cama, tratando de subir a la vampiresa como si de un peluche se tratara. -Te echaba de menos. -Dije tras unos segundos de pausa y con los ojos cerrados de nuevo. -Las cigarras están cantando Nay, ponte bien la sombrilla...
La realidad acababa de fundirse con la ficción, creando una pequeña ventana donde, por instante, el soleado prado se unía a la presencia de Nayru en la cama. Un prado donde el viento soplaba fresco y movía los pequeños flecos de una sombrilla negra que la vampiresa tenía apoyada en el hombro.
Una ventana que se cerró al instante, bloqueando y olvidando los sucesos vividos durante el minuto de consciencia entre lo que era real y lo que no.
No importaba cuanto golpeara, las grietas que se formaban desaparecían de inmediato.
Por instante el agua pareció calentarse y el viento se detuvo. La sangre dejó de caer y el extraño granizo se detuvo. Parpadeé, acerqué la cara al hielo y cuando quise enfocar el agua desapareció.
Mis pulmones volvían a recoger aire, mi rostro recibía la suave caricia del sol y mis pies acariciaban la hierba veraniega que crecía en la tundra.
Suspiré, moví la cara sobre la almohada siguiendo el tacto de la caricia. Entreabrí los ojos lentamente sin saber muy bien que estaba viendo.
-¿Nayru?
Sonreí adormilada y estiré las manos hacia ella, recorriendo sus brazos hasta llegar a su torso, rodeándolo y acercando más el cuerpo hasta hundir la cara en su pecho.
-Mmmm, hueles bien. -Apreté el agarre y me giré en la cama, tratando de subir a la vampiresa como si de un peluche se tratara. -Te echaba de menos. -Dije tras unos segundos de pausa y con los ojos cerrados de nuevo. -Las cigarras están cantando Nay, ponte bien la sombrilla...
La realidad acababa de fundirse con la ficción, creando una pequeña ventana donde, por instante, el soleado prado se unía a la presencia de Nayru en la cama. Un prado donde el viento soplaba fresco y movía los pequeños flecos de una sombrilla negra que la vampiresa tenía apoyada en el hombro.
Una ventana que se cerró al instante, bloqueando y olvidando los sucesos vividos durante el minuto de consciencia entre lo que era real y lo que no.
Reivy Abadder
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Re: Fantasmas en la noche [Privado]
Era agradable. Cálido, acogedor y blandito. A lo mejor demasiado apretado para mi gusto, pero no iba a discutir. Así que hundí la cara en aquel canalillo libremente ofrecido y decidí que era tan buen momento como cualquier otro para relajarse un rato. Cerré los ojos y agudicé mis otros sentidos, apreciando cómo su respiración y pulso volvían a acompasarse.
Ella olía a vino, a sudor, a madera. En realidad todo el lugar olía a madera pero en su piel... quedaba bien. Era fragante. Sonreí ligeramente al recordar cómo me subió a la cama con un entusiasmo extraño, hablando de sombrillas y cigarras. A saber lo que estaría soñando. Me alivió ver que no quiso convertirme en un colador; de hecho me puso contenta ver que en su duermevela la primera reacción a mi presencia fuese... tenerme cerca.
Suspiré. Alcé los ojos escudriñando el rostro de la lagarta sin poder leer su expresión dormida. Apoyé el codo en el colchón y la barbilla en la mano, preguntándome qué estaría pasando dentro de su mente. Ante el movimiento su brazo se escurrió sin intención hacia mi cintura, inerte. ¿Qué clase de pesadillas poblaban sus horas nocturnas? Le acaricié la mejilla. ¿Qué angustia te persigue? La noche es mi dominio, yo vigilo.
La observé dormir un rato, perdida en mis propios pensamientos. Me dejé caer sin abandonar su lado, acariciando distraída la piel del brazo mientras todas las piezas caían por su propio peso, una a una. Tranquilamente, sin armar mucho escándalo en la calurosa madrugada, todo encajó como un puzle bien ensamblado. Quedó expuesto ante mis ojos mientras miraba sin ver las grietas de las vigas del techo, dándome cuenta del por qué de tantas cosas que había hecho y dicho desde que el aroma de la sangre de Reivy encontrara mi nariz.
Giré el rostro sobre la almohada. Normalmente no era tan lenta en darme cuenta de las cosas. Normalmente tampoco entraba en un estado de negación tan fuerte porque... bueno, no era la primera vez que me gustaba una persona, pero nunca me había gustado una persona que fuese un dragón.
Nunca me había gustado nadie que pusiese tan patas arriba mi pequeño mundo.
Volví a suspirar, parpadeando molesta por la claridad del ambiente. Era una de las razones por las que me había colado en su casa. Necesitaba saber si podía... convivir con el hecho de su condición dracónida. Ya no era cuestión de sangre o sexo, sino de los pilares sobre los que se sostenía mi persona.
Seguí parpadeando notando escozor en los ojos. Dirigí muy alarmada la mirada hacia el ventanal: amanecía. Amanecía muy deprisa. Al sol apenas le faltaban unos minutos para despuntar. Se me había hecho tarde por imbécil.
Traté de salir de la cama pero mi movimiento frenético medio despertó a Reivy, que volvió a atraparme en un abrazo que en otras circunstancias yo hubiese devuelto, pero que ahora me venía muy mal.
-Suel-... ¡suéltame, lapa! -exclamé, buscando a toda prisa cualquier sitio donde esconderme. Qué vergüenza, dioses... ¡El plan era ir, husmear, marcharse! ¡Sin que me pillase el día!- ¡Me vas a calcinar, ya lo verás! ¡Reivy!
Caí de la cama arrastrando las sábanas conmigo. Sí, eso serviría. Encontraría un armario y me acurrucaría ahí. A lo mejor la niña fantasma me podía ayudar y...
Me paré en seco para observar boquiabierta cómo la cristalera a los pies de la cama, lentamente, se oscurecía según los primeros rayos de sol tocaban su superficie. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué clase de encantamiento era aquel? Saqué las puntas de los dedos de entre las sábanas para experimentar en aquella repentina semioscuridad diurna. Esperé el inevitable pinchazo de las quemaduras pero... Nada.
El sol, opacado, asomó sus primeros rayos mortales y por primera vez en años no recibía la mañana escondida en algún lugar. Aún así sentí picor en la piel y tuve que desviar la mirada del ventanal, molesta por la luz. Pero no, no quemaba.
-Puta casa de locos... un día de estos me vais a matar. -suspiré con alivio agarrándome al borde de la cama.
Ella olía a vino, a sudor, a madera. En realidad todo el lugar olía a madera pero en su piel... quedaba bien. Era fragante. Sonreí ligeramente al recordar cómo me subió a la cama con un entusiasmo extraño, hablando de sombrillas y cigarras. A saber lo que estaría soñando. Me alivió ver que no quiso convertirme en un colador; de hecho me puso contenta ver que en su duermevela la primera reacción a mi presencia fuese... tenerme cerca.
Suspiré. Alcé los ojos escudriñando el rostro de la lagarta sin poder leer su expresión dormida. Apoyé el codo en el colchón y la barbilla en la mano, preguntándome qué estaría pasando dentro de su mente. Ante el movimiento su brazo se escurrió sin intención hacia mi cintura, inerte. ¿Qué clase de pesadillas poblaban sus horas nocturnas? Le acaricié la mejilla. ¿Qué angustia te persigue? La noche es mi dominio, yo vigilo.
La observé dormir un rato, perdida en mis propios pensamientos. Me dejé caer sin abandonar su lado, acariciando distraída la piel del brazo mientras todas las piezas caían por su propio peso, una a una. Tranquilamente, sin armar mucho escándalo en la calurosa madrugada, todo encajó como un puzle bien ensamblado. Quedó expuesto ante mis ojos mientras miraba sin ver las grietas de las vigas del techo, dándome cuenta del por qué de tantas cosas que había hecho y dicho desde que el aroma de la sangre de Reivy encontrara mi nariz.
Giré el rostro sobre la almohada. Normalmente no era tan lenta en darme cuenta de las cosas. Normalmente tampoco entraba en un estado de negación tan fuerte porque... bueno, no era la primera vez que me gustaba una persona, pero nunca me había gustado una persona que fuese un dragón.
Nunca me había gustado nadie que pusiese tan patas arriba mi pequeño mundo.
Volví a suspirar, parpadeando molesta por la claridad del ambiente. Era una de las razones por las que me había colado en su casa. Necesitaba saber si podía... convivir con el hecho de su condición dracónida. Ya no era cuestión de sangre o sexo, sino de los pilares sobre los que se sostenía mi persona.
Seguí parpadeando notando escozor en los ojos. Dirigí muy alarmada la mirada hacia el ventanal: amanecía. Amanecía muy deprisa. Al sol apenas le faltaban unos minutos para despuntar. Se me había hecho tarde por imbécil.
Traté de salir de la cama pero mi movimiento frenético medio despertó a Reivy, que volvió a atraparme en un abrazo que en otras circunstancias yo hubiese devuelto, pero que ahora me venía muy mal.
-Suel-... ¡suéltame, lapa! -exclamé, buscando a toda prisa cualquier sitio donde esconderme. Qué vergüenza, dioses... ¡El plan era ir, husmear, marcharse! ¡Sin que me pillase el día!- ¡Me vas a calcinar, ya lo verás! ¡Reivy!
Caí de la cama arrastrando las sábanas conmigo. Sí, eso serviría. Encontraría un armario y me acurrucaría ahí. A lo mejor la niña fantasma me podía ayudar y...
Me paré en seco para observar boquiabierta cómo la cristalera a los pies de la cama, lentamente, se oscurecía según los primeros rayos de sol tocaban su superficie. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué clase de encantamiento era aquel? Saqué las puntas de los dedos de entre las sábanas para experimentar en aquella repentina semioscuridad diurna. Esperé el inevitable pinchazo de las quemaduras pero... Nada.
El sol, opacado, asomó sus primeros rayos mortales y por primera vez en años no recibía la mañana escondida en algún lugar. Aún así sentí picor en la piel y tuve que desviar la mirada del ventanal, molesta por la luz. Pero no, no quemaba.
-Puta casa de locos... un día de estos me vais a matar. -suspiré con alivio agarrándome al borde de la cama.
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Re: Fantasmas en la noche [Privado]
-Mmm... -Algo se movía en la cama, algo grande, cálido, blando. -No, tú aquí. -Abracé dormida al desconocido bulto. -Mmm, fuego Vey. Ver...
Balbuceaba respondiendo a una voz que no sabía si era real o si procedía de mis sueños, ¿abrazaba un cuerpo o la almohada?
Parpadeé sin abrir los ojos... las almohadas no hablan. Me incorporé en la cama sin evitar soltar un bostezo y frotarme los ojos, ¿qué estaba pasando, donde estaban mis sabanas y que era ese ruido? Ruido...
Me levanté de sopetón y alarmada, preparada para destrozar mi hermosa habitación y freír a calambres al desgraciado que había entrado en mi casa y...
-Pero que...
Entre abrí la boca, atónita, al reconocer el bulto que se envolvía en mis sabanas. Bueno, envolver es mucho decir, más bien era un trozo de carne con una sábana enredada en una pierna y un brazo.
Me dejé caer sobre la cama, sentada, observando la escena con una sonrisa cariñosa. Sin saber si decir algo o quedarme en silencio, viendo a la vampiresa redescubrir el sol que años atrás le habían quitado.
-Buenos días, señorita. -Me puse de pie, sonriendo con ternura y olvidándome de desperezarme. -¿A que debo el honor?
Había tantas preguntas, tantas maneras de reaccionar. Podría haberle hecho un chiste: "Yo hubiera elegido meterme bajo la cama". Podría haber puesto el grito en el cielo porque una completa desconocida se había colado en mi casa, una pobre infeliz que está obsesionada con mi persona por haberle dado un par de revolcones. Podría haberla tirado a la cama, haber pasado por alto las ventanas encantadas y haber disfrutado de su cuerpo.
Pero no, no hice nada de eso. No era eso lo que su rostro sorprendido me pedía, no era eso lo que mi alma quería dar.
Sin perder la sonrisa me paré delante de la morena, acaricié las negras hebras que caían por delante de sus ojos y las coloqué tras la oreja. Desenredé con cuidado y mimo la sabana y la dejé caer sobre su cabeza y hombros, como si de una capa se tratara.
Ahí estábamos las dos, yo desnuda y ella con ropa y una sábana por encima, como si eso la fuera a salvar del sol o del beso que ahora le daba.
-¿Me echabas de menos?
Balbuceaba respondiendo a una voz que no sabía si era real o si procedía de mis sueños, ¿abrazaba un cuerpo o la almohada?
Parpadeé sin abrir los ojos... las almohadas no hablan. Me incorporé en la cama sin evitar soltar un bostezo y frotarme los ojos, ¿qué estaba pasando, donde estaban mis sabanas y que era ese ruido? Ruido...
Me levanté de sopetón y alarmada, preparada para destrozar mi hermosa habitación y freír a calambres al desgraciado que había entrado en mi casa y...
-Pero que...
Entre abrí la boca, atónita, al reconocer el bulto que se envolvía en mis sabanas. Bueno, envolver es mucho decir, más bien era un trozo de carne con una sábana enredada en una pierna y un brazo.
Me dejé caer sobre la cama, sentada, observando la escena con una sonrisa cariñosa. Sin saber si decir algo o quedarme en silencio, viendo a la vampiresa redescubrir el sol que años atrás le habían quitado.
-Buenos días, señorita. -Me puse de pie, sonriendo con ternura y olvidándome de desperezarme. -¿A que debo el honor?
Había tantas preguntas, tantas maneras de reaccionar. Podría haberle hecho un chiste: "Yo hubiera elegido meterme bajo la cama". Podría haber puesto el grito en el cielo porque una completa desconocida se había colado en mi casa, una pobre infeliz que está obsesionada con mi persona por haberle dado un par de revolcones. Podría haberla tirado a la cama, haber pasado por alto las ventanas encantadas y haber disfrutado de su cuerpo.
Pero no, no hice nada de eso. No era eso lo que su rostro sorprendido me pedía, no era eso lo que mi alma quería dar.
Sin perder la sonrisa me paré delante de la morena, acaricié las negras hebras que caían por delante de sus ojos y las coloqué tras la oreja. Desenredé con cuidado y mimo la sabana y la dejé caer sobre su cabeza y hombros, como si de una capa se tratara.
Ahí estábamos las dos, yo desnuda y ella con ropa y una sábana por encima, como si eso la fuera a salvar del sol o del beso que ahora le daba.
-¿Me echabas de menos?
Reivy Abadder
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Re: Fantasmas en la noche [Privado]
-Oh. Oooh cómo odio esa sonrisa de suficiencia tuya.
Murmuré, antes de dejarme besar sin reparo. Me hubiera gustado mucho prestar atención a su despertar, sobre todo ese momento concreto en el que el cuerpo deseado se pone en movimiento con pereza, se estira y contrae, se muestra en su generoso esplendor. Pero había otra cosa que se estaba dejando ver con mayor magnificencia incluso, y era algo que llevaba años sin admirar.
Aunque ahora luciese opacado, apenas una bola gis amarillenta asomándose por el horizonte, el hecho de poder ver el sol hacía que mis ojos volaran de la cristalera a la mujer frente a mí, y vuelta a empezar. ¿A qué le prestaba atención primero?
-¿Me echabas de menos?
Miré sus ojos de centella, apreciando la rojez que le opacaba un poco el brillo. Sonreí inconscientemente antes de darme cuenta, de golpe, de la situación en la que estaba metida: en una habitación ajena, en pleno día frente a una mujer desnuda, escudada por una sábana que me habían puesto como quien protege a un niño de los truenos de una tormenta. De repente me sentí muy avergonzada.
-La verdad es que sí. -admití.
No había sábana que me salvase de la tormenta en la que me estaba metiendo. Sonreí ampliamente, sin reparo por mis colmillos, mientras acariciaba la palma áspera de la carpintera. Me gustaban sus manos. Eran femeninas, porque era una mujer, pero también eran grandes, sólidas. Firmes. Eran ese tipo de manos que cuando agarraban algo no lo soltaban.
La diferencia de tamaños entre las mías y las suyas hizo que se me escapara una risilla al compararlas. Miré a Reivy de nuevo, debía de parecerle una loca o algo. Suspiré.
-Te echaba de menos, pero puedo vivir echando de menos las cosas. No... He venido para hablar. -me encogí de hombros, haciendo círculos distraídos en su palma.- Porque con lo que no puedo vivir es con la incertidumbre, así que decidí hacerte una visita mientras pensaba en todo lo que tenía en la cabeza.
Estiré de la sábana que me cubría para alcanzarla, para incluirla a ella también en la calidez de la tela. Le devolví el gesto de ponerle el pelo tras las orejas, aquella melena negra todavía alborotada por todos los sueños que pronto caerían en el olvido de la lucidez.
-No tenía planeado que me pillaras así, la verdad. Que me pillaras en general, metiéndome en tu casa como un ladrón. Pero me distraje. Vives en un lugar... interesante. Y yo soy un gato callejero, siempre me ando colando en los sitios; está en mi naturaleza afianzar el terreno antes de actuar. -guardé silencio un momento, pensando.- En realidad he estado improvisando desde que te conocí, y no sabes cuán desconcertante me resulta.
Volví a suspirar, mirándola. Escudriñando sus gestos, sus movimientos, la postura de su cuerpo.
-Me interesas, Reivy. A nivel sexual, alimenticio y... sentimental, no me voy a mentir. Y he venido para hablar, quizá, para... Para saber si puedo seguir dejando que invadas mis pensamientos o tengo que echarte y seguir caminando.
Reivy. El inesperado combo de los combos nivel Unicornio (?).
Murmuré, antes de dejarme besar sin reparo. Me hubiera gustado mucho prestar atención a su despertar, sobre todo ese momento concreto en el que el cuerpo deseado se pone en movimiento con pereza, se estira y contrae, se muestra en su generoso esplendor. Pero había otra cosa que se estaba dejando ver con mayor magnificencia incluso, y era algo que llevaba años sin admirar.
Aunque ahora luciese opacado, apenas una bola gis amarillenta asomándose por el horizonte, el hecho de poder ver el sol hacía que mis ojos volaran de la cristalera a la mujer frente a mí, y vuelta a empezar. ¿A qué le prestaba atención primero?
-¿Me echabas de menos?
Miré sus ojos de centella, apreciando la rojez que le opacaba un poco el brillo. Sonreí inconscientemente antes de darme cuenta, de golpe, de la situación en la que estaba metida: en una habitación ajena, en pleno día frente a una mujer desnuda, escudada por una sábana que me habían puesto como quien protege a un niño de los truenos de una tormenta. De repente me sentí muy avergonzada.
-La verdad es que sí. -admití.
No había sábana que me salvase de la tormenta en la que me estaba metiendo. Sonreí ampliamente, sin reparo por mis colmillos, mientras acariciaba la palma áspera de la carpintera. Me gustaban sus manos. Eran femeninas, porque era una mujer, pero también eran grandes, sólidas. Firmes. Eran ese tipo de manos que cuando agarraban algo no lo soltaban.
La diferencia de tamaños entre las mías y las suyas hizo que se me escapara una risilla al compararlas. Miré a Reivy de nuevo, debía de parecerle una loca o algo. Suspiré.
-Te echaba de menos, pero puedo vivir echando de menos las cosas. No... He venido para hablar. -me encogí de hombros, haciendo círculos distraídos en su palma.- Porque con lo que no puedo vivir es con la incertidumbre, así que decidí hacerte una visita mientras pensaba en todo lo que tenía en la cabeza.
Estiré de la sábana que me cubría para alcanzarla, para incluirla a ella también en la calidez de la tela. Le devolví el gesto de ponerle el pelo tras las orejas, aquella melena negra todavía alborotada por todos los sueños que pronto caerían en el olvido de la lucidez.
-No tenía planeado que me pillaras así, la verdad. Que me pillaras en general, metiéndome en tu casa como un ladrón. Pero me distraje. Vives en un lugar... interesante. Y yo soy un gato callejero, siempre me ando colando en los sitios; está en mi naturaleza afianzar el terreno antes de actuar. -guardé silencio un momento, pensando.- En realidad he estado improvisando desde que te conocí, y no sabes cuán desconcertante me resulta.
Volví a suspirar, mirándola. Escudriñando sus gestos, sus movimientos, la postura de su cuerpo.
-Me interesas, Reivy. A nivel sexual, alimenticio y... sentimental, no me voy a mentir. Y he venido para hablar, quizá, para... Para saber si puedo seguir dejando que invadas mis pensamientos o tengo que echarte y seguir caminando.
Reivy. El inesperado combo de los combos nivel Unicornio (?).
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