Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
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Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Para viajar en un simple barco mercante sin llamar mucho la atención tan solo se necesitaban un par de cosas: contactos y dinero. Helena los tenía ambos, pero aquello de no llamar la atención no casaba mucho con ella, a pesar de su oficio como asesina. Aunque, por algún motivo, nunca nadie la ha relacionado con ningún asunto peligroso. Quizás era por el mero hecho de ser mujer. ¿Cómo una cara bonita iba a ser capaz de desatar un infierno de sangre y muertes? Ingenuos eran aquellos que pensaban eso, pero a la Rhodes le venía bien. Nadie era capaz de verla venir, y nadie fue capaz de capturarla jamás. Ahora, con un indulto en su poder, se sentía con más libertad para desarrollar plenamente sus derechos libertarios... O, al menos, los derechos que una persona corriente de a pie tenía.
La bruja natural de Hvittarn, una de las tantas aldeas semi-costeras del archipiélago illidense, e hija casi predilecta de Ciudad Lagarto, había decidido volver con su familia, y restregarle por la cara el pergamino que Matthew Owens le había dado, donde se autorizaba el indulto y perdón de todos los crímenes cometidos por la Rhodes, y además, hacía olvidar el pesar y dolor del asesinato cometido por esta; toda una victoria magistral.
Y, mientras aquel barco cruzaba el basto mar, Helena no desaprovechó la ocasión para disfrutar de la compañía de algún que otro marinero que había llamado su atención, para así liberar por fin todo aquel estrés que había acumulado tras tantos años de vivir en una incertidumbre constante.
Todas las noches, antes de salir de los camarotes, su respectivo compañero le preguntaba:
-¿Cuándo volveremos a repetirlo?
Y ella, ajustándose los brazaletes y siempre dejando escapar su daga oculta de forma "accidental", tras una sonrisa pícara que la delataba, contestaba:
-Cuando YO lo vea oportuno...
Y, sin más, escondía su arma y se perdía por el navío, dejando tras de sí una estela de misterio, respeto y temor.
Todas las mediasnoches, y tras beber su reglamentaria dosis de alcohol, la Rhodes subía hasta la cofa del vigía para hacer compañía a un hombre de media edad, con unos cuantos kilos de edad y sin ningún pelo en su cabeza más que en sus pobladas cejas.
-Buenas noches, Helena
-Buenas, Barrilete-Levantó una mano a modo de rápido saludo
-¿Has bebido mucho hoy?-Preguntó mientras veía cómo la bruja se subía a la baranda trasera y apoyaba su espalda en el palo mayor para poder así tomar asiento
-Solo lo necesario para estar saludable-Bromeó
El hombre rió. Era buena gente, hizo muy buenas migas con la rubia cuando al primer día de estar esta a bordo esta la salvó de ser salvajemente acuchillado por uno de los tripulantes a los que debía dinero.
-Pues, si me lo permites, voy a "nutrirme" yo también
-Sería un monstruo si no te dejara-Con un elegante movimiento de sus brazos, le señaló la escalera que daba entrada y salida de aquella cofa.-Haré la ronda por ti
Sin más, el hombre se marchó. Fue entonces cuando Helena quedó a solas allá arriba, con sus propios pensamientos, y con el poco paisaje marítimo que la escasez de luz le permitía vislumbrar. Suspiró, hacía cierto frío allí arriba, pero ella estaba en su medio, por lo que no se quejó.
La bruja natural de Hvittarn, una de las tantas aldeas semi-costeras del archipiélago illidense, e hija casi predilecta de Ciudad Lagarto, había decidido volver con su familia, y restregarle por la cara el pergamino que Matthew Owens le había dado, donde se autorizaba el indulto y perdón de todos los crímenes cometidos por la Rhodes, y además, hacía olvidar el pesar y dolor del asesinato cometido por esta; toda una victoria magistral.
Y, mientras aquel barco cruzaba el basto mar, Helena no desaprovechó la ocasión para disfrutar de la compañía de algún que otro marinero que había llamado su atención, para así liberar por fin todo aquel estrés que había acumulado tras tantos años de vivir en una incertidumbre constante.
Todas las noches, antes de salir de los camarotes, su respectivo compañero le preguntaba:
-¿Cuándo volveremos a repetirlo?
Y ella, ajustándose los brazaletes y siempre dejando escapar su daga oculta de forma "accidental", tras una sonrisa pícara que la delataba, contestaba:
-Cuando YO lo vea oportuno...
Y, sin más, escondía su arma y se perdía por el navío, dejando tras de sí una estela de misterio, respeto y temor.
Todas las mediasnoches, y tras beber su reglamentaria dosis de alcohol, la Rhodes subía hasta la cofa del vigía para hacer compañía a un hombre de media edad, con unos cuantos kilos de edad y sin ningún pelo en su cabeza más que en sus pobladas cejas.
-Buenas noches, Helena
-Buenas, Barrilete-Levantó una mano a modo de rápido saludo
-¿Has bebido mucho hoy?-Preguntó mientras veía cómo la bruja se subía a la baranda trasera y apoyaba su espalda en el palo mayor para poder así tomar asiento
-Solo lo necesario para estar saludable-Bromeó
El hombre rió. Era buena gente, hizo muy buenas migas con la rubia cuando al primer día de estar esta a bordo esta la salvó de ser salvajemente acuchillado por uno de los tripulantes a los que debía dinero.
-Pues, si me lo permites, voy a "nutrirme" yo también
-Sería un monstruo si no te dejara-Con un elegante movimiento de sus brazos, le señaló la escalera que daba entrada y salida de aquella cofa.-Haré la ronda por ti
Sin más, el hombre se marchó. Fue entonces cuando Helena quedó a solas allá arriba, con sus propios pensamientos, y con el poco paisaje marítimo que la escasez de luz le permitía vislumbrar. Suspiró, hacía cierto frío allí arriba, pero ella estaba en su medio, por lo que no se quejó.
Helena Rhodes
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Valeria no esperaba estar de vuelta tan pronto. Había viajado al continente siguiendo la estela de un cometa y el cometa había desaparecido, dejándola sola con sus pensamientos. Y con sus recuerdos. Aquel brevísimo encuentro en la Plaza de la Alianza la había causado una sensación de desazón y la presencia de Owens en el lugar parecía haber echado más leña al fuego, por alguna razón.
Se sentía irritada y no le apetecía ver a nadie, por lo que apenas había salido de su camarote desde que zarparan rumbo a las Islas. Conocía al dueño del barco, por lo que era un buen camarote y no le faltaba de nada, pero aquella noche, después de varios intentos fallidos por conciliar el sueño, se enfundó en sus pantalones de cuero y salió a respirar la brisa marina. Siendo las noches mucho más tranquilas que los ajetreados días, esperaba no tener que vérselas con demasiadas intromisiones.
La luz de la luna creciente, el frescor de la noche y el olor a mar sustituyeron sus recuerdos de adolescencia por otros más recientes, en los que el bamboleo de las olas bajo sus pies era el pan de cada día, mientras que el suelo firme en cada puerto parecía inclinarse hacia ambos lados. Días y noches rodeada de las mismas veinticinco personas que iban y venían por la cubierta, subían y bajaban por los mástiles y repasaban el casco palmo a palmo para asegurarse de que todo estaba en perfecto estado de funcionamiento, pues de ello dependían sus vidas.
Val no quería pensar en aquellas veinticinco personas, pero se sorprendió a sí misma haciéndolo. Acompañada del sacudir de las velas y los constantes crujidos de la madera, caminó hacia la amura de estribor recordando las charlas con Otto, casi siempre con las órdenes de Picard a los marineros de fondo. Ella y el doctor Otto Webb eran los únicos en el barco que no estaban bajo las órdenes directas de Picard pero, como él solía decir, no dejaban de ser su responsabilidad, “por lo que más os vale hacer lo que se os dice si queréis seguir contándoos entre los vivos”.
La bruja no pudo evitar una risa un tanto amarga por el recuerdo. A pesar de las diferencias que pudiera haber tenido con él y con sus métodos, el hombre había cumplido con su misión de mantenerlos vivos durante incontables viajes. Hasta que llegó la plaga. El capitán del Esmeralda fue de los primeros en caer víctima de la enfermedad y el propio médico no tardó en seguirlo.
Valeria se apoyó con las manos en la borda y respiró hondo ese aire frío y húmedo que le golpeaba en la cara. No quería pensar en aquel día, no quería pensar en las vidas perdidas en tan poco tiempo, pero no podía evitar recordar sus caras. Así que se concentró en las de los que aún vivían. No hubo que hacer un gran esfuerzo, sólo tres de los veinticinco salieron con ella de aquel barco.
Vignaud y Jaime todavía navegaban, aunque el joven Jaime lo hacía como soldado. Por alguna razón que su antigua compañera de armas no comprendía, le había pillado el gusto a eso del ejército desde la reconquista de Lunargenta. Ella, por su parte, había decidido que prefería abordar los conflictos con otro enfoque. Wyk, sin embargo, no había vuelto a poner el pie en un barco desde que diera con sus huesos de nuevo en Beltrexus. Carpintero de profesión, ahora construía barcos en tierra, en lugar de repararlos in situ, y se había dado a la tarea de servir de ayuda a los familiares de sus antiguos compañeros. Era también el punto de encuentro y noticias de los otros tres supervivientes, pues siempre era fácil localizarlo en el puerto.
Un ruido sordo sacó a Valeria de sus pensamientos cuando el vigía, intentando volver al trabajo después de una evidente visita a la bodega dio con su acolchado pandero en el suelo. La bruja se acercó a ayudar, no por caridad, sino para comprobar de primera mano si el hombre estaría en condiciones de cumplir su cometido o corrían todos el riesgo de que se durmiera en su puesto.
Se sentía irritada y no le apetecía ver a nadie, por lo que apenas había salido de su camarote desde que zarparan rumbo a las Islas. Conocía al dueño del barco, por lo que era un buen camarote y no le faltaba de nada, pero aquella noche, después de varios intentos fallidos por conciliar el sueño, se enfundó en sus pantalones de cuero y salió a respirar la brisa marina. Siendo las noches mucho más tranquilas que los ajetreados días, esperaba no tener que vérselas con demasiadas intromisiones.
La luz de la luna creciente, el frescor de la noche y el olor a mar sustituyeron sus recuerdos de adolescencia por otros más recientes, en los que el bamboleo de las olas bajo sus pies era el pan de cada día, mientras que el suelo firme en cada puerto parecía inclinarse hacia ambos lados. Días y noches rodeada de las mismas veinticinco personas que iban y venían por la cubierta, subían y bajaban por los mástiles y repasaban el casco palmo a palmo para asegurarse de que todo estaba en perfecto estado de funcionamiento, pues de ello dependían sus vidas.
Val no quería pensar en aquellas veinticinco personas, pero se sorprendió a sí misma haciéndolo. Acompañada del sacudir de las velas y los constantes crujidos de la madera, caminó hacia la amura de estribor recordando las charlas con Otto, casi siempre con las órdenes de Picard a los marineros de fondo. Ella y el doctor Otto Webb eran los únicos en el barco que no estaban bajo las órdenes directas de Picard pero, como él solía decir, no dejaban de ser su responsabilidad, “por lo que más os vale hacer lo que se os dice si queréis seguir contándoos entre los vivos”.
La bruja no pudo evitar una risa un tanto amarga por el recuerdo. A pesar de las diferencias que pudiera haber tenido con él y con sus métodos, el hombre había cumplido con su misión de mantenerlos vivos durante incontables viajes. Hasta que llegó la plaga. El capitán del Esmeralda fue de los primeros en caer víctima de la enfermedad y el propio médico no tardó en seguirlo.
Valeria se apoyó con las manos en la borda y respiró hondo ese aire frío y húmedo que le golpeaba en la cara. No quería pensar en aquel día, no quería pensar en las vidas perdidas en tan poco tiempo, pero no podía evitar recordar sus caras. Así que se concentró en las de los que aún vivían. No hubo que hacer un gran esfuerzo, sólo tres de los veinticinco salieron con ella de aquel barco.
Vignaud y Jaime todavía navegaban, aunque el joven Jaime lo hacía como soldado. Por alguna razón que su antigua compañera de armas no comprendía, le había pillado el gusto a eso del ejército desde la reconquista de Lunargenta. Ella, por su parte, había decidido que prefería abordar los conflictos con otro enfoque. Wyk, sin embargo, no había vuelto a poner el pie en un barco desde que diera con sus huesos de nuevo en Beltrexus. Carpintero de profesión, ahora construía barcos en tierra, en lugar de repararlos in situ, y se había dado a la tarea de servir de ayuda a los familiares de sus antiguos compañeros. Era también el punto de encuentro y noticias de los otros tres supervivientes, pues siempre era fácil localizarlo en el puerto.
Un ruido sordo sacó a Valeria de sus pensamientos cuando el vigía, intentando volver al trabajo después de una evidente visita a la bodega dio con su acolchado pandero en el suelo. La bruja se acercó a ayudar, no por caridad, sino para comprobar de primera mano si el hombre estaría en condiciones de cumplir su cometido o corrían todos el riesgo de que se durmiera en su puesto.
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Estar a solas con tus pensamientos un rato estaba bien, e incluso es una tarea importante para tener una mente sana... Pero, estar a solas por demasiado tiempo se volvía aburrido, exasperante y monótono. No sabía cómo Barrilete podía aguantar tanto tiempo allí arriba.
De pronto, pudo escuchar un ruido que la alertó. Y, aunque estuviera a varios pies de distancia del suelo, cualquier ruido podía escucharse en una noche tan calmada y silenciosa.
Dejó de apoyarse en el palo mayor y se asomó por la cofa. Pudo ver que barrilete estaba en el suelo, junto a otra figura que no llegó a discernir bien. Se pensó lo peor; pensó en que eran los matones que incordiaban al pobre vigía.
La rubia hizo un mohín en sus labios y saltó hacia el palo que cruzaba al mayor. Acto seguido, bajó por las redes y cuerdas hasta el palo inferior que también cruzaba al mayor y con sumo cuidado y sigilo anduvo por este hasta colocarse prácticamente encima del vigía y de la figura que lo acompañaba. Se agachó lentamente y se quedó en cuclillas agarrándose con las manos al palo que pisaba, como si de un primate se tratara.
-¿Qué ocurre aquí?-Se extrañó cuando vio que la figura se trataba de una mujer que estaba ayudando al pobre borracho-Espero que no le hayas hecho nada-Advirtió
-¡Helena!-Exclamó alegre-¡Qqué alegggría verrrte!-Soltó un hipido. Entre eso y su forma de hablar, estaba claro que se había pasado con la bebida. Se echó encima de la mujer que lo ayudó, ya que no podía mantenerse mucho tiempo en pie.
La Rhodes se dejó caer al suelo y se acercó a ambos.
-Barrilete, ¿Estás borracho?
-¡Nnooo... Qqué vaaa! ¡Solo nutrido!-Miró a la mujer morena y echó a reír solo
La bruja suspiró y puso sus brazos en jarras, mirando al hombre con desaprobación.
-No puedo salvarte siempre el culo, bola de sebo.-Miró a la mujer-¿Y tú quién eres?
-¡¡Esssh mi nueva ammiga!!-Trató de apartarse de esta y le miró a los ojos con una mirada atolondrada-¿Tte apetece qque tú, yo y mi mmujer nnos hagamos un dúo?
En ese momento, Helena se acercó al borracho y le propinó un fuerte capón en su calva cabeza.
-¡Deja de hacer el imbécil y ponte a trabajar!
Aunque, pensándolo mejor, no sabía si aquel tipo podría desempeñar muy bien su trabajo, o si siquiera podría subir las escaleras sin precipitarse por estas y matarse... Realmente, era una mala idea mandarlo allí arriba en ese estado. Suspiró. Tendría que ir ella otra vez.
De nuevo, centró su atención en la morena.
-No respondiste a mi pregunta... No te he visto en todo el viaje ¿Quién eres?-Insistió
De pronto, pudo escuchar un ruido que la alertó. Y, aunque estuviera a varios pies de distancia del suelo, cualquier ruido podía escucharse en una noche tan calmada y silenciosa.
Dejó de apoyarse en el palo mayor y se asomó por la cofa. Pudo ver que barrilete estaba en el suelo, junto a otra figura que no llegó a discernir bien. Se pensó lo peor; pensó en que eran los matones que incordiaban al pobre vigía.
La rubia hizo un mohín en sus labios y saltó hacia el palo que cruzaba al mayor. Acto seguido, bajó por las redes y cuerdas hasta el palo inferior que también cruzaba al mayor y con sumo cuidado y sigilo anduvo por este hasta colocarse prácticamente encima del vigía y de la figura que lo acompañaba. Se agachó lentamente y se quedó en cuclillas agarrándose con las manos al palo que pisaba, como si de un primate se tratara.
-¿Qué ocurre aquí?-Se extrañó cuando vio que la figura se trataba de una mujer que estaba ayudando al pobre borracho-Espero que no le hayas hecho nada-Advirtió
-¡Helena!-Exclamó alegre-¡Qqué alegggría verrrte!-Soltó un hipido. Entre eso y su forma de hablar, estaba claro que se había pasado con la bebida. Se echó encima de la mujer que lo ayudó, ya que no podía mantenerse mucho tiempo en pie.
La Rhodes se dejó caer al suelo y se acercó a ambos.
-Barrilete, ¿Estás borracho?
-¡Nnooo... Qqué vaaa! ¡Solo nutrido!-Miró a la mujer morena y echó a reír solo
La bruja suspiró y puso sus brazos en jarras, mirando al hombre con desaprobación.
-No puedo salvarte siempre el culo, bola de sebo.-Miró a la mujer-¿Y tú quién eres?
-¡¡Esssh mi nueva ammiga!!-Trató de apartarse de esta y le miró a los ojos con una mirada atolondrada-¿Tte apetece qque tú, yo y mi mmujer nnos hagamos un dúo?
En ese momento, Helena se acercó al borracho y le propinó un fuerte capón en su calva cabeza.
-¡Deja de hacer el imbécil y ponte a trabajar!
Aunque, pensándolo mejor, no sabía si aquel tipo podría desempeñar muy bien su trabajo, o si siquiera podría subir las escaleras sin precipitarse por estas y matarse... Realmente, era una mala idea mandarlo allí arriba en ese estado. Suspiró. Tendría que ir ella otra vez.
De nuevo, centró su atención en la morena.
-No respondiste a mi pregunta... No te he visto en todo el viaje ¿Quién eres?-Insistió
Helena Rhodes
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
¿Qué ocurre aquí?
No era una pregunta fácil de responder cuando una estaba inclinada intentando levantar a un tipo con tres veces su peso y más brazos que un pulpo, a juzgar por la frecuencia con la que se veía obligada a quitárselos de encima. En cualquier caso, no fue necesario responder, el pulpo borracho, un tal Barrilete, se delató a sí mismo.
Intentó volverse para ver mejor a la recién llegada, Helena, pero se encontraba medio hundida bajo el peso del pulpo. En un momento dado, éste se separó ligeramente, o lo intentó, para tratar de mirarla a los ojos con su vista desenfocada al tiempo que lanzaba su propuesta.
—Claro —murmuró sin mucho convencimiento—, ¿por qué no empezáis los dos y yo os alcanzo luego?
Antes de que terminara de hablar, la tal Helena ya había empezado la tarea de espabilar al vigía, aunque los resultados obtenidos dejaban bastante que desear. Tratando de frotarse la zona dolorida, el hombre había vuelto a perder el equilibrio y estaba de nuevo apoyado sobre sus posaderas. No tardó en olvidar lo que estaba haciendo y acurrucarse contra el palo mayor como si de una almohada se tratase. No parecía que hubiese mucho que hacer salvo esperar a que se le pasase la melopea. Ella, por su parte, no se quedaría tranquila dejando la vigilancia del barco en manos de aquel guiñapo, así tuviera que pasarse ella misma la noche en la cofa. De todas formas, no podía dormir.
Ante la demanda de información tan directa de la rubia, Valeria estuvo a punto de mandarla a hacer gárgaras, por decirlo finamente, pero se contuvo. Algo en la presencia de la mujer había llamado su atención. En seguida supo de qué se trataba: el gusto con que la desconocida cuidaba su peinado y su maquillaje contrastaba notablemente con alguien capaz de descender grácilmente por entre los palos y cuerdas del velamen para darle una colleja a un marinero borracho. En otras palabras: se trataba de una mujer interesante. Y una mujer interesante es mucha mejor compañía que el viento y los recuerdos.
—No me has visto porque no me he dejado ver —respondió en el mismo tono directo que la rubia, pero finalizó la frase con una sonrisa de medio lado. Después, adelantó la mano derecha para ofrecérsela a la desconocida—. Valeria Reike. Y tú eres… ¿Helena qué más?
Un ronquido repentino les dio a entender que el tal Barrilete había logrado su cometido de convertir la base del palo mayor en su camastro particular. Probablemente su espalda se lo haría pagar al día siguiente, si no lo hacían antes sus compañeros. En cualquier caso, el problema persistía: el barco no podía quedarse sin vigía y, por más que a la bruja le importase bien poco la suerte del pulpo borracho, no tenía ganas de oír los gritos del capitán si tenía que levantarse a buscarle sustituto.
—No sé tú —le dijo a Helena con la mirada aún clavada en Barrilete—, pero yo no tengo ganas de hundirme con el barco o ser sorprendida por piratas. —Paseó la vista por el palo hacia arriba y suspiró. ¿Una mujer sacándole en silencio las castañas del fuego a un hombre incompetente? ¿Dónde se había visto eso antes?— Me subo a la cofa.
Tras decir esas últimas palabras, dirigió brevemente la vista hacia la rubia y le dedicó una nueva sonrisa y un guiño antes de comenzar la subida por la escala de cuerda. Le vino bien el movimiento, así como la ráfaga de aire y la calma que la recibieron arriba. Suspendida entre el mar y las estrellas, se sentía embriagada de libertad.
No era una pregunta fácil de responder cuando una estaba inclinada intentando levantar a un tipo con tres veces su peso y más brazos que un pulpo, a juzgar por la frecuencia con la que se veía obligada a quitárselos de encima. En cualquier caso, no fue necesario responder, el pulpo borracho, un tal Barrilete, se delató a sí mismo.
Intentó volverse para ver mejor a la recién llegada, Helena, pero se encontraba medio hundida bajo el peso del pulpo. En un momento dado, éste se separó ligeramente, o lo intentó, para tratar de mirarla a los ojos con su vista desenfocada al tiempo que lanzaba su propuesta.
—Claro —murmuró sin mucho convencimiento—, ¿por qué no empezáis los dos y yo os alcanzo luego?
Antes de que terminara de hablar, la tal Helena ya había empezado la tarea de espabilar al vigía, aunque los resultados obtenidos dejaban bastante que desear. Tratando de frotarse la zona dolorida, el hombre había vuelto a perder el equilibrio y estaba de nuevo apoyado sobre sus posaderas. No tardó en olvidar lo que estaba haciendo y acurrucarse contra el palo mayor como si de una almohada se tratase. No parecía que hubiese mucho que hacer salvo esperar a que se le pasase la melopea. Ella, por su parte, no se quedaría tranquila dejando la vigilancia del barco en manos de aquel guiñapo, así tuviera que pasarse ella misma la noche en la cofa. De todas formas, no podía dormir.
Ante la demanda de información tan directa de la rubia, Valeria estuvo a punto de mandarla a hacer gárgaras, por decirlo finamente, pero se contuvo. Algo en la presencia de la mujer había llamado su atención. En seguida supo de qué se trataba: el gusto con que la desconocida cuidaba su peinado y su maquillaje contrastaba notablemente con alguien capaz de descender grácilmente por entre los palos y cuerdas del velamen para darle una colleja a un marinero borracho. En otras palabras: se trataba de una mujer interesante. Y una mujer interesante es mucha mejor compañía que el viento y los recuerdos.
—No me has visto porque no me he dejado ver —respondió en el mismo tono directo que la rubia, pero finalizó la frase con una sonrisa de medio lado. Después, adelantó la mano derecha para ofrecérsela a la desconocida—. Valeria Reike. Y tú eres… ¿Helena qué más?
Un ronquido repentino les dio a entender que el tal Barrilete había logrado su cometido de convertir la base del palo mayor en su camastro particular. Probablemente su espalda se lo haría pagar al día siguiente, si no lo hacían antes sus compañeros. En cualquier caso, el problema persistía: el barco no podía quedarse sin vigía y, por más que a la bruja le importase bien poco la suerte del pulpo borracho, no tenía ganas de oír los gritos del capitán si tenía que levantarse a buscarle sustituto.
—No sé tú —le dijo a Helena con la mirada aún clavada en Barrilete—, pero yo no tengo ganas de hundirme con el barco o ser sorprendida por piratas. —Paseó la vista por el palo hacia arriba y suspiró. ¿Una mujer sacándole en silencio las castañas del fuego a un hombre incompetente? ¿Dónde se había visto eso antes?— Me subo a la cofa.
Tras decir esas últimas palabras, dirigió brevemente la vista hacia la rubia y le dedicó una nueva sonrisa y un guiño antes de comenzar la subida por la escala de cuerda. Le vino bien el movimiento, así como la ráfaga de aire y la calma que la recibieron arriba. Suspendida entre el mar y las estrellas, se sentía embriagada de libertad.
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
"No me has visto porque no me he dejado ver", buena e inteligente respuesta. Esa tenacidad de palabras sorprendió a Helena, que con media sonrisa y llevándose una sola mano a la cintura respondió a la pregunta de la bruja a modo de venganza:
-Que sepas mi nombre ya es demasiado
Y era cierto. Había dejado el continente y se disponía a entrar en territorio anteriormente hostil para ella, y era la primera vez en casi una década que lo hacía, ser precavida era una prioridad... además de que no estaba de más imponer su prepotencia ante una desconocida. Y, por lo que sentía, quizás se trataba de una bruja, doble motivo para ser precavida.
De pronto, el ronquido de Barrilete le sacó de su breve ensimismamiento y su media sonrisa de superioridad. Se habían quedado sin vigía, lo cual suponía un gran problema. Una conclusión a la cual también llegó la otra mujer.
Ante el ofrecimiento de la morena a hacer de vigía, Helena no tuvo ningún argumento en contra. Sin hacer nada más que dedicarle una mirada neutral, dejó que esta subiese.
Una vez que se quedó a solas, volvió a dirigir otra vez la mirada hacia el verdadero vigía y se cruzó de brazos, soltando un largo suspiro de resignación.
-¿Cuántas rondas te has tomado? ¿Dos? ¿Tres? Qué poco aguante, marinero...-Dicho esto, se acercó a este y agarró la bebida que aún sujetaba incluso dormido. De un trago, se bebió todo lo que quedaba, siendo un poco menos que la mitad-Ah... Aguardiente.-Tiró la botella a un lado y levantó la mirada.
Acto seguido, se encogió de hombros y empezó a subir hacia la cofa.
Nada más subir, una ráfaga de viento le golpeó la cara y le revolvió un poco el pelo. Aquello no fue de su agrado, y el rechinar de sus dientes era notable.
-No tengo sueño-Se acomodó los ropajes-Así que he decidido que te voy a hacer compañía...-Apoyó la espalda sobre el palo mayor-...además, en parte es mi culpa que el vigía haya acabado así-Dijo en un tono tan bajo que casi sonaba a un murmuro.
Así, se cruzó de brazos y centró su mirada en el horizonte. Un silencio monumental se apoderó de la cofa hasta que la propia Helena lo rompió.
-Eres bruja, ¿Verdad?-Desvió la mirada hacia la mujer-No me mientas, noto el éter, y tú notarás el mío...-Estaba algo seria, pero en verdad quería entablar una mínima conversación para no hacer de su estancia allí un suplicio-No te voy a preguntar a dónde vas ni por qué...-Principalmente, porque ella no estaba dispuesta a confesar su destino-...pero puedo preguntarte por tu estancia en el continente, ¿Has estado en Ciudad Lagarto?-Una pregunta repentina y que no tenía mucho que ver con nada, pero podría ahondar en qué tipo de persona era.
-Que sepas mi nombre ya es demasiado
Y era cierto. Había dejado el continente y se disponía a entrar en territorio anteriormente hostil para ella, y era la primera vez en casi una década que lo hacía, ser precavida era una prioridad... además de que no estaba de más imponer su prepotencia ante una desconocida. Y, por lo que sentía, quizás se trataba de una bruja, doble motivo para ser precavida.
De pronto, el ronquido de Barrilete le sacó de su breve ensimismamiento y su media sonrisa de superioridad. Se habían quedado sin vigía, lo cual suponía un gran problema. Una conclusión a la cual también llegó la otra mujer.
Ante el ofrecimiento de la morena a hacer de vigía, Helena no tuvo ningún argumento en contra. Sin hacer nada más que dedicarle una mirada neutral, dejó que esta subiese.
Una vez que se quedó a solas, volvió a dirigir otra vez la mirada hacia el verdadero vigía y se cruzó de brazos, soltando un largo suspiro de resignación.
-¿Cuántas rondas te has tomado? ¿Dos? ¿Tres? Qué poco aguante, marinero...-Dicho esto, se acercó a este y agarró la bebida que aún sujetaba incluso dormido. De un trago, se bebió todo lo que quedaba, siendo un poco menos que la mitad-Ah... Aguardiente.-Tiró la botella a un lado y levantó la mirada.
Acto seguido, se encogió de hombros y empezó a subir hacia la cofa.
Nada más subir, una ráfaga de viento le golpeó la cara y le revolvió un poco el pelo. Aquello no fue de su agrado, y el rechinar de sus dientes era notable.
-No tengo sueño-Se acomodó los ropajes-Así que he decidido que te voy a hacer compañía...-Apoyó la espalda sobre el palo mayor-...además, en parte es mi culpa que el vigía haya acabado así-Dijo en un tono tan bajo que casi sonaba a un murmuro.
Así, se cruzó de brazos y centró su mirada en el horizonte. Un silencio monumental se apoderó de la cofa hasta que la propia Helena lo rompió.
-Eres bruja, ¿Verdad?-Desvió la mirada hacia la mujer-No me mientas, noto el éter, y tú notarás el mío...-Estaba algo seria, pero en verdad quería entablar una mínima conversación para no hacer de su estancia allí un suplicio-No te voy a preguntar a dónde vas ni por qué...-Principalmente, porque ella no estaba dispuesta a confesar su destino-...pero puedo preguntarte por tu estancia en el continente, ¿Has estado en Ciudad Lagarto?-Una pregunta repentina y que no tenía mucho que ver con nada, pero podría ahondar en qué tipo de persona era.
Helena Rhodes
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Que sepas mi nombre ya es demasiado. La sonrisa de Valeria se amplió. «¿Algo que esconder?», pensó. Y sin embargo, ahí estaba aquella actitud arrogante. Le gustaba. «Helena sin apellido, entonces», se dijo a si misma mientras apoyaba los codos en la baranda de la cofa, con la mirada fija en el horizonte. Estaba segura de que volverían a encontrarse, ahora que sabía que había algo interesante que buscar fuera de su camarote, pero no había contado con que fuese tan pronto. «O quizá sí», reconoció para sí misma con una media sonrisa cuando oyó la voz de la rubia a su espalda, anunciando que ella también se quedaría a montar guardia.
Siempre le había parecido increíble lo fácilmente que puede cambiar el estado de ánimo de una persona simplemente introduciendo un elemento nuevo en su entorno. Los recuerdos y la melancolía habían desaparecido por completo a medida que la curiosidad se abría paso por su mente. ¿Quién era esta mujer?, ¿qué clase de vida había tenido?, ¿qué la había llevado a este lugar y momento concreto? No formuló ninguna de aquellas preguntas, por su puesto, sino que se limitó a aceptar su presencia en silencio; no sólo porque no deseaba ponerla a la defensiva, sino porque, en el fondo, ya sabía la respuesta a casi todas.
¿Quién era esta mujer? Era la orgullosa Helena, una mujer fuerte y segura de sus propios medios. ¿Qué clase de vida había tenido? A todas luces, una vida difícil, o no habría tenido que apoyarse tanto en sus propios medios, como para sentirse tan segura de ellos. «En otras palabras», pensaba la bruja mientras paseaba distraídamente por el reducido espacio para no enfocar toda la vigilancia en una única dirección, «la clase de vida interesante que merece ser contada y escuchada». Pero no sería ella quien le obligase a contarla. Esperaría a que fuera la rubia quien rompiese el silencio.
Cuando finalmente lo hizo, Valeria no pudo evitar sorprenderse de la pregunta. Por su puesto que había sentido su éter, no había dejado de percibirlo desde que subiera a la cofa a hacerle compañía. Podía sentirlo en aquel mismo momento: calmado en la superficie, como lo estaba aquella noche el inmenso océano que las rodeaba; pero en su interior, podía adivinarse una energía salvaje, feroz, indomable. «¿A quién me recuerda?», se dijo sonriendo para sí misma. Casi podía oír aún la áspera voz de Hartem gritándole en medio de la clase: “¡Controla tu caos, maldita sea! ¡Esto es el Hekshold, no una pelea de barrio! No hagas que me arrepienta de haber dejado entrar a una raterilla de los barrios bajos”.
—¿Por qué habría de mentirte? —dijo por toda respuesta mientras se giraba para devolver su mirada—, no tengo por qué ocultar lo que soy.
¿Y por qué habría de hacerlo? De hecho, estaba bien orgullosa de lo que era; no sólo de su raza, sino de cómo había conquistado su independencia a fuerza de voluntad y trabajo. Pero quizá no fuera igual para Helena. ¿Acaso había tenido que ocultarse?, ¿cuánto tiempo llevaría en el continente?
La segunda pregunta también la tomó por sorpresa, tanto que ni siquiera izo un esfuerzo por disimularlo. ¿Ciudad Lagarto? De todos los lugares que podían visitarse en el continente, ¿por qué le preguntaba precisamente por aquél? El recuerdo de Matthew Owens y su cortejo pavoneándose en medio de la Plaza de la Alianza volvió a su mente, seguido de otro Matthew más íntimo, en Beltrexus. Una pequeña porción de la inquietud que la había sacado de la cama intentó abrirse paso de nuevo en su mente. Valeria la desechó con un pestañeo.
—No he estado nunca —respondió y abrió los brazos para apoyar ambas manos en la baranda, detrás de sí, con intención de ponerse cómoda ahora que la rubia parecía querer charlar—, pero conozco a alguien que vive allí, un comerciante —añadió remarcando la última palabra al tiempo que una sonrisa pícara se dibujaba en su rostro. Sin duda, Helena podría darse cuenta de que no se trataba de un comerciante particularmente respetable si hacía negocios en Ciudad Lagarto—. ¿Qué hay de ti?, ¿has estado allí? —preguntó a su vez y sonrió de nuevo, con gesto travieso—. ¿Lo recomendarías como destino de vacaciones?
Siempre le había parecido increíble lo fácilmente que puede cambiar el estado de ánimo de una persona simplemente introduciendo un elemento nuevo en su entorno. Los recuerdos y la melancolía habían desaparecido por completo a medida que la curiosidad se abría paso por su mente. ¿Quién era esta mujer?, ¿qué clase de vida había tenido?, ¿qué la había llevado a este lugar y momento concreto? No formuló ninguna de aquellas preguntas, por su puesto, sino que se limitó a aceptar su presencia en silencio; no sólo porque no deseaba ponerla a la defensiva, sino porque, en el fondo, ya sabía la respuesta a casi todas.
¿Quién era esta mujer? Era la orgullosa Helena, una mujer fuerte y segura de sus propios medios. ¿Qué clase de vida había tenido? A todas luces, una vida difícil, o no habría tenido que apoyarse tanto en sus propios medios, como para sentirse tan segura de ellos. «En otras palabras», pensaba la bruja mientras paseaba distraídamente por el reducido espacio para no enfocar toda la vigilancia en una única dirección, «la clase de vida interesante que merece ser contada y escuchada». Pero no sería ella quien le obligase a contarla. Esperaría a que fuera la rubia quien rompiese el silencio.
Cuando finalmente lo hizo, Valeria no pudo evitar sorprenderse de la pregunta. Por su puesto que había sentido su éter, no había dejado de percibirlo desde que subiera a la cofa a hacerle compañía. Podía sentirlo en aquel mismo momento: calmado en la superficie, como lo estaba aquella noche el inmenso océano que las rodeaba; pero en su interior, podía adivinarse una energía salvaje, feroz, indomable. «¿A quién me recuerda?», se dijo sonriendo para sí misma. Casi podía oír aún la áspera voz de Hartem gritándole en medio de la clase: “¡Controla tu caos, maldita sea! ¡Esto es el Hekshold, no una pelea de barrio! No hagas que me arrepienta de haber dejado entrar a una raterilla de los barrios bajos”.
—¿Por qué habría de mentirte? —dijo por toda respuesta mientras se giraba para devolver su mirada—, no tengo por qué ocultar lo que soy.
¿Y por qué habría de hacerlo? De hecho, estaba bien orgullosa de lo que era; no sólo de su raza, sino de cómo había conquistado su independencia a fuerza de voluntad y trabajo. Pero quizá no fuera igual para Helena. ¿Acaso había tenido que ocultarse?, ¿cuánto tiempo llevaría en el continente?
La segunda pregunta también la tomó por sorpresa, tanto que ni siquiera izo un esfuerzo por disimularlo. ¿Ciudad Lagarto? De todos los lugares que podían visitarse en el continente, ¿por qué le preguntaba precisamente por aquél? El recuerdo de Matthew Owens y su cortejo pavoneándose en medio de la Plaza de la Alianza volvió a su mente, seguido de otro Matthew más íntimo, en Beltrexus. Una pequeña porción de la inquietud que la había sacado de la cama intentó abrirse paso de nuevo en su mente. Valeria la desechó con un pestañeo.
—No he estado nunca —respondió y abrió los brazos para apoyar ambas manos en la baranda, detrás de sí, con intención de ponerse cómoda ahora que la rubia parecía querer charlar—, pero conozco a alguien que vive allí, un comerciante —añadió remarcando la última palabra al tiempo que una sonrisa pícara se dibujaba en su rostro. Sin duda, Helena podría darse cuenta de que no se trataba de un comerciante particularmente respetable si hacía negocios en Ciudad Lagarto—. ¿Qué hay de ti?, ¿has estado allí? —preguntó a su vez y sonrió de nuevo, con gesto travieso—. ¿Lo recomendarías como destino de vacaciones?
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Ante la segunda respuesta de la morena, Helena arqueó ambas cejas. "Un comerciante". Nadie que hiciese negocios en Ciudad Lagarto los hacía de forma lícita. Incluso Go'el, el galeno de la ciudad, tenía sus propios asuntos turbios, de los cuales era mejor ni enterarse. Era mejor dejar hacer a cada uno lo que le diese la gana en la famosa ciudad sin ley, así se vivía más tranquila.
Después, asintió brevemente ante la siguiente pregunta de la tal Valeria.
-He vivido un año allí-No iba a esconderlo-Es la mejor ciudad del continente, si sabes cuidar de ti misma-De pronto, un pensamiento se le vino a la mente, uno que le hacía especial gracia. Es por ello que mostró una leve sonrisa pícara-Pero, como en toda ciudad que se precie, hay todo tipo de imbéciles con sus imbecilidades cotidianas.
Por algún motivo, la Rhodes se sentía cómoda hablando con aquella bruja, a pesar de ser de su misma raza. Aunque, siempre era mejor estar alerta, y por supuesto no desvelar quién era del todo. También esperaba que su fama no se hubiese extendido más allá de Ciudad Lagarto. Que una asesina sea conocida es contraproducente.
-Debo felicitarte.-Dijo de repente-Hemos intercambiado más de dos frases y no tengo ganas de mandarte a freír espárragos. Todo un logro.-Esbozó media sonrisa-Es una cualidad que escasea hoy en día-Por no decir otra cosa más grave y desagradable, pero tampoco se merecía aquello esa mujer.
Ahora, la rubia se fijó en la mirada de su compatriota. Notaba algo especial en esta.
-¿Alguna vez has derramado sangre? Tienes ojos de asesina-Sonrió ante el posible choque que podría suponer una pregunta así por parte de una desconocida-Sé reconocer los ojos de alguien que ha manchado sus manos con sangre ajena. También sé reconocer a las presas de los cazadores, y diría que tú estás en la mitad. Pero tu opinión podría decantarte hacia uno u otro lado... ¿Te consideras presa, o cazadora?-Al principio, la pregunta era inofensiva, pero a medida que Helena pronunciaba aquellas palabras, su mirada clavada en la ajena iba cobrando intensidad, al igual que su tono. No era agresivo, ni mucho menos, pero sí que le sometía a una presión asfixiante. La estaba poniendo a prueba.
Después, asintió brevemente ante la siguiente pregunta de la tal Valeria.
-He vivido un año allí-No iba a esconderlo-Es la mejor ciudad del continente, si sabes cuidar de ti misma-De pronto, un pensamiento se le vino a la mente, uno que le hacía especial gracia. Es por ello que mostró una leve sonrisa pícara-Pero, como en toda ciudad que se precie, hay todo tipo de imbéciles con sus imbecilidades cotidianas.
Por algún motivo, la Rhodes se sentía cómoda hablando con aquella bruja, a pesar de ser de su misma raza. Aunque, siempre era mejor estar alerta, y por supuesto no desvelar quién era del todo. También esperaba que su fama no se hubiese extendido más allá de Ciudad Lagarto. Que una asesina sea conocida es contraproducente.
-Debo felicitarte.-Dijo de repente-Hemos intercambiado más de dos frases y no tengo ganas de mandarte a freír espárragos. Todo un logro.-Esbozó media sonrisa-Es una cualidad que escasea hoy en día-Por no decir otra cosa más grave y desagradable, pero tampoco se merecía aquello esa mujer.
Ahora, la rubia se fijó en la mirada de su compatriota. Notaba algo especial en esta.
-¿Alguna vez has derramado sangre? Tienes ojos de asesina-Sonrió ante el posible choque que podría suponer una pregunta así por parte de una desconocida-Sé reconocer los ojos de alguien que ha manchado sus manos con sangre ajena. También sé reconocer a las presas de los cazadores, y diría que tú estás en la mitad. Pero tu opinión podría decantarte hacia uno u otro lado... ¿Te consideras presa, o cazadora?-Al principio, la pregunta era inofensiva, pero a medida que Helena pronunciaba aquellas palabras, su mirada clavada en la ajena iba cobrando intensidad, al igual que su tono. No era agresivo, ni mucho menos, pero sí que le sometía a una presión asfixiante. La estaba poniendo a prueba.
Helena Rhodes
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
—Qué sería de nuestras ciudades sin sus imbéciles —murmuró Valeria en tono sarcástico, pero fue el comentario de después el que acabó arrancándole una carcajada—. Y quien dice “freír espárragos”, dice “caminar por el tablón”, imagino —dijo cuando la risa cedió. Miraba a la mujer a la cara, con una amplia sonrisa—. Me gusta tu estilo.
En verdad le gustaba. Se estaba divirtiendo como hacía tiempo que no lo hacía en una conversación entre iguales. Porque no le cabía duda de que estaba tratando con una igual, una mujer que se había movido en la vida a base de voluntad y esfuerzo y que no aguantaba mierda de nadie. Se veía en su postura, en su tono de voz, en la forma en que la observaba y analizaba (como ella misma estaba haciendo) y, sobre todo, en el tipo de preguntas que le hacía; como la que vino a continuación.
Si la pregunta tomó por sorpresa a Valeria, no dejó ver nada que lo indicara. Correspondió a la sonrisa de Helena, al tiempo que, con sus ambarinos ojos entrecerrados buscaba los azules de la dama. «Se necesita una asesina para reconocer a otra, ¿no es así?», pretendía decir su mirada.
—Personalmente, prefiero no mancharme las manos, en la medida de lo posible —respondió en tono calmado, como si estuviesen compartiendo técnicas para reparación de calzado o trucos de cocina—. Pero hay veces que no queda más remedio y, ya se sabe, si quieres que algo se haga bien…
Lo cierto era que Valeria no contaba con un número exagerado de muertes en su haber y la mayor parte de ellas habían sido en defensa propia o durante la reconquista de Lunargenta. Estaba el asunto de Farley, algo que había lamentado, pues le caía bien el hombre, pero debía hacerse. Su campo había sido la observación y el engaño, por lo que cualquier cosa que implicase confrontación o asesinato era considerado poco menos que un fracaso. Aún así, como le dijera a la rubia, había ocasiones en que no quedaba más remedio que mancharse las manos y siempre era mejor que fuera rápido, limpio y sin sentimentalismos.
Más inquietante que la pregunta acerca de la sangre, era aquella sobre su condición. ¿Cazadora o presa? La respuesta parecía obvia en una primera instancia. Val siempre fue una niña pequeñita y flacucha, y también observadora e inteligente. Razón por la que Bhima solía usarla para espiar a sus competidores o a sus víctimas. Estaba acostumbrada a acechar entre las sombras, como toda una cazadora.
El recuerdo de Bhima, sin embargo, llevó una nueva inquietud a su mente. Después de todo, ¿quién era esta mujer? ¿Era posible que se la hubiese enviado él? Hacía meses de aquel asunto en la Gata y no había visto a Cam desde entonces. Él debía saberlo, pues no le cabía duda a la bruja de que le había seguido la pista, por lo que, hasta donde ella sabía, no había motivos para enviarle una asesina precisamente en aquel momento. Por otro lado, ¿acaso Bhima necesitaba de un motivo para hacer las cosas que hacía?
Procurando no cambiar el gesto ni la postura, Valeria se concentró en el éter que la rodeaba, los finos hilos que la unían con los objetos a su alrededor. Extendió su conciencia hacia la daga que guardaba en la bota y los cuchillos que descansaban en su funda oculta, sin perder de vista el velamen que las rodeaba, con sus travesaños móviles. Podía parecer que su vista seguía puesta en el horizonte, pero todo aquello que no fuera cada mínimo gesto de aquella mujer, había quedado completamente olvidado. Si Helena había venido a por ella, no la pillaría desprevenida.
—¿Has oído hablar de Manshari Bouta? —dijo de repente, respondiendo con otra pregunta a la pregunta de la rubia—. Es poco probable, a menos que seas alquimista o hayas explorado a fondo los bosques del este. Es una planta cuyo estigma y estambres, unidos y flexibles como una extraña lengua, tienen la propiedad mágica de mostrarse como una hermosa muchacha o un atractivo joven perdidos en el bosque, la presa perfecta para vagabundos y maleantes. Cuando el depredador se acerca para tocar la tentadora piel de su víctima, los pétalos de la flor, enterrados en la hojarasca, se cierran sobre el cazador —continuó, juntando las palmas por delante de su cuerpo para ilustrar sus palabras—, que se convierte en el alimento de la Manshari.
Mientras hablaba, Valeria había ido adoptando un tono de voz más suave, casi susurrante, como si estuviera llevando la conversación a un rincón más íntimo. Como si se tratara de dos jóvenes compartiendo historias de antiguos amantes, en lugar de dos lobas tentando el temple de la otra, en busca de sus límites para discernir la mejor posición a adoptar.
—Pero dime, Helena —dijo al cabo de unos segundos, recuperando el tono distendido del principio—, ¿está bien que te llame Helena? Preguntas mucho, pero tú misma no dejas escapar gran cosa, más allá de lo que pueda una leer entre líneas. No preguntaré si has derramado sangre. Si la mitad de lo que he oído sobre Ciudad Lagarto es cierto, no estarías hoy aquí de no haberlo hecho. Tampoco preguntaré qué hacía una bruja como tú en un sitio como ese —añadió dejando escapar el aire en una risa divertida—, porque ambas sabemos que una bruja como tú va donde le da la gana, cuando le da la gana, porque le da la gana, ¿me equivoco? —Acompañó su sonrisa con un guiño, pero no esperó respuesta, pues no hacía falta— Pero dime, ¿en qué lugar del espectro te sitúas: la cazadora que se disfraza de presa o la presa que se cree cazadora?
Sonrió abiertamente a su interlocutora. Incluso si no quedaba más remedio que enfrentarse a ella, se estaba divirtiendo con la conversación.
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En verdad le gustaba. Se estaba divirtiendo como hacía tiempo que no lo hacía en una conversación entre iguales. Porque no le cabía duda de que estaba tratando con una igual, una mujer que se había movido en la vida a base de voluntad y esfuerzo y que no aguantaba mierda de nadie. Se veía en su postura, en su tono de voz, en la forma en que la observaba y analizaba (como ella misma estaba haciendo) y, sobre todo, en el tipo de preguntas que le hacía; como la que vino a continuación.
Si la pregunta tomó por sorpresa a Valeria, no dejó ver nada que lo indicara. Correspondió a la sonrisa de Helena, al tiempo que, con sus ambarinos ojos entrecerrados buscaba los azules de la dama. «Se necesita una asesina para reconocer a otra, ¿no es así?», pretendía decir su mirada.
—Personalmente, prefiero no mancharme las manos, en la medida de lo posible —respondió en tono calmado, como si estuviesen compartiendo técnicas para reparación de calzado o trucos de cocina—. Pero hay veces que no queda más remedio y, ya se sabe, si quieres que algo se haga bien…
Lo cierto era que Valeria no contaba con un número exagerado de muertes en su haber y la mayor parte de ellas habían sido en defensa propia o durante la reconquista de Lunargenta. Estaba el asunto de Farley, algo que había lamentado, pues le caía bien el hombre, pero debía hacerse. Su campo había sido la observación y el engaño, por lo que cualquier cosa que implicase confrontación o asesinato era considerado poco menos que un fracaso. Aún así, como le dijera a la rubia, había ocasiones en que no quedaba más remedio que mancharse las manos y siempre era mejor que fuera rápido, limpio y sin sentimentalismos.
Más inquietante que la pregunta acerca de la sangre, era aquella sobre su condición. ¿Cazadora o presa? La respuesta parecía obvia en una primera instancia. Val siempre fue una niña pequeñita y flacucha, y también observadora e inteligente. Razón por la que Bhima solía usarla para espiar a sus competidores o a sus víctimas. Estaba acostumbrada a acechar entre las sombras, como toda una cazadora.
El recuerdo de Bhima, sin embargo, llevó una nueva inquietud a su mente. Después de todo, ¿quién era esta mujer? ¿Era posible que se la hubiese enviado él? Hacía meses de aquel asunto en la Gata y no había visto a Cam desde entonces. Él debía saberlo, pues no le cabía duda a la bruja de que le había seguido la pista, por lo que, hasta donde ella sabía, no había motivos para enviarle una asesina precisamente en aquel momento. Por otro lado, ¿acaso Bhima necesitaba de un motivo para hacer las cosas que hacía?
Procurando no cambiar el gesto ni la postura, Valeria se concentró en el éter que la rodeaba, los finos hilos que la unían con los objetos a su alrededor. Extendió su conciencia hacia la daga que guardaba en la bota y los cuchillos que descansaban en su funda oculta, sin perder de vista el velamen que las rodeaba, con sus travesaños móviles. Podía parecer que su vista seguía puesta en el horizonte, pero todo aquello que no fuera cada mínimo gesto de aquella mujer, había quedado completamente olvidado. Si Helena había venido a por ella, no la pillaría desprevenida.
—¿Has oído hablar de Manshari Bouta? —dijo de repente, respondiendo con otra pregunta a la pregunta de la rubia—. Es poco probable, a menos que seas alquimista o hayas explorado a fondo los bosques del este. Es una planta cuyo estigma y estambres, unidos y flexibles como una extraña lengua, tienen la propiedad mágica de mostrarse como una hermosa muchacha o un atractivo joven perdidos en el bosque, la presa perfecta para vagabundos y maleantes. Cuando el depredador se acerca para tocar la tentadora piel de su víctima, los pétalos de la flor, enterrados en la hojarasca, se cierran sobre el cazador —continuó, juntando las palmas por delante de su cuerpo para ilustrar sus palabras—, que se convierte en el alimento de la Manshari.
Mientras hablaba, Valeria había ido adoptando un tono de voz más suave, casi susurrante, como si estuviera llevando la conversación a un rincón más íntimo. Como si se tratara de dos jóvenes compartiendo historias de antiguos amantes, en lugar de dos lobas tentando el temple de la otra, en busca de sus límites para discernir la mejor posición a adoptar.
—Pero dime, Helena —dijo al cabo de unos segundos, recuperando el tono distendido del principio—, ¿está bien que te llame Helena? Preguntas mucho, pero tú misma no dejas escapar gran cosa, más allá de lo que pueda una leer entre líneas. No preguntaré si has derramado sangre. Si la mitad de lo que he oído sobre Ciudad Lagarto es cierto, no estarías hoy aquí de no haberlo hecho. Tampoco preguntaré qué hacía una bruja como tú en un sitio como ese —añadió dejando escapar el aire en una risa divertida—, porque ambas sabemos que una bruja como tú va donde le da la gana, cuando le da la gana, porque le da la gana, ¿me equivoco? —Acompañó su sonrisa con un guiño, pero no esperó respuesta, pues no hacía falta— Pero dime, ¿en qué lugar del espectro te sitúas: la cazadora que se disfraza de presa o la presa que se cree cazadora?
Sonrió abiertamente a su interlocutora. Incluso si no quedaba más remedio que enfrentarse a ella, se estaba divirtiendo con la conversación.
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Negó con la cabeza ante la inesperada pregunta de Valeria ante su propia pregunta. Se decía que responder una pregunta cuando te lanzan previamente otra es de mala educación, pero en este caso Helena no estaba de acuerdo, ya que su congénere sabía hilar tan bien que su desvío no fue un disgusto.
-Matar mediante el engaño-Comentó cuando la morena acabó su explicación sobre aquella extraña planta. Le había llamado la atención, de eso no tenía dudas.
Su encogió de hombros dando a entender que le daba igual cómo la llamase, y acto seguido tocó aquello a lo que Helena no quería llegar por nada del mundo, y es que sabía que nadie daría información sin recibir nada a cambio. Se sintió por unos segundos como una ingenua al presuponer que Valeria desvelaría toda su historia en tan solo minutos por las buenas. Al menos algo se llevo en claro; se había manchado alguna vez las manos, pero quizás al coste de desvelarse ella misma como una asesina.
-Ojalá...-Dejó escapar media sonrisa, divertida ante la suposición de que Helena iba a donde quisiera. En realidad no era del todo equivocado, eso debía reconocerlo.
Quedó un poco en jaque ante la pregunta final de la morena: "¿En qué lugar del espectro te sitúas: la cazadora que se disfraza de presa o la presa que se cree cazadora?". Esto la hizo quedarse en silencio más de lo debido, no se sentía identificada con ninguno de los dos términos, ni siquiera se encontraba en ese espectro.
Despegó su espalda del palo mayor y dejó de cruzarse de brazos para caminar hasta Valeria y ponerse a su lado, apoyándose en la baranda de la cofa para mirar a un horizonte difuso y oscuro.
-Prefiero ser el tipo de cazadora de la que sus presas no tienen siquiera constancia de su existencia...-sonrió, como si algún tipo de broma interna fuera, y luego desvió su mirada a la mujer de ojos ambarinos-¿Te vale?
La charla era interesante. Había quedado confirmado que no se encontraba ante una bruja de tres al cuarto, sino ante alguien inteligente y mordaz. Sentía hasta cierto respeto por Valeria, quién iba a decirlo...
-No muchos brujos salen al continente, y los que salen y vuelven no suelen traer historias felices, pero sí interesantes de oír. No pretendo contarte qué se me ha perdido de nuevo en las Islas, pero quizás pueda desvelarte mis andaduras por el continente-Alguien tan interesante merecía saberlo, y también había aprendido la lección: si quieres información, a cambio debes dar algo, si quieres una historia, a cambio debes compartir la tuya.-Yo era... la consejera del virrey de Ciudad Lagarto, ¿Puedes creértelo?-Mintió sutilmente-Obviamente, estar en la famosa "ciudad sin ley" a cargo de una personalidad importante conllevaba a hacer trabajos sucios, y a veces había que mancharse las manos-Le guiñó un ojo. Adornó la mentira, dejando caer entre líneas el motivo de una de sus preguntas anteriores. Si una cosa había aprendido de Matt, era que adornar una mentira a veces podía acercarla a la verdad.
-Matar mediante el engaño-Comentó cuando la morena acabó su explicación sobre aquella extraña planta. Le había llamado la atención, de eso no tenía dudas.
Su encogió de hombros dando a entender que le daba igual cómo la llamase, y acto seguido tocó aquello a lo que Helena no quería llegar por nada del mundo, y es que sabía que nadie daría información sin recibir nada a cambio. Se sintió por unos segundos como una ingenua al presuponer que Valeria desvelaría toda su historia en tan solo minutos por las buenas. Al menos algo se llevo en claro; se había manchado alguna vez las manos, pero quizás al coste de desvelarse ella misma como una asesina.
-Ojalá...-Dejó escapar media sonrisa, divertida ante la suposición de que Helena iba a donde quisiera. En realidad no era del todo equivocado, eso debía reconocerlo.
Quedó un poco en jaque ante la pregunta final de la morena: "¿En qué lugar del espectro te sitúas: la cazadora que se disfraza de presa o la presa que se cree cazadora?". Esto la hizo quedarse en silencio más de lo debido, no se sentía identificada con ninguno de los dos términos, ni siquiera se encontraba en ese espectro.
Despegó su espalda del palo mayor y dejó de cruzarse de brazos para caminar hasta Valeria y ponerse a su lado, apoyándose en la baranda de la cofa para mirar a un horizonte difuso y oscuro.
-Prefiero ser el tipo de cazadora de la que sus presas no tienen siquiera constancia de su existencia...-sonrió, como si algún tipo de broma interna fuera, y luego desvió su mirada a la mujer de ojos ambarinos-¿Te vale?
La charla era interesante. Había quedado confirmado que no se encontraba ante una bruja de tres al cuarto, sino ante alguien inteligente y mordaz. Sentía hasta cierto respeto por Valeria, quién iba a decirlo...
-No muchos brujos salen al continente, y los que salen y vuelven no suelen traer historias felices, pero sí interesantes de oír. No pretendo contarte qué se me ha perdido de nuevo en las Islas, pero quizás pueda desvelarte mis andaduras por el continente-Alguien tan interesante merecía saberlo, y también había aprendido la lección: si quieres información, a cambio debes dar algo, si quieres una historia, a cambio debes compartir la tuya.-Yo era... la consejera del virrey de Ciudad Lagarto, ¿Puedes creértelo?-Mintió sutilmente-Obviamente, estar en la famosa "ciudad sin ley" a cargo de una personalidad importante conllevaba a hacer trabajos sucios, y a veces había que mancharse las manos-Le guiñó un ojo. Adornó la mentira, dejando caer entre líneas el motivo de una de sus preguntas anteriores. Si una cosa había aprendido de Matt, era que adornar una mentira a veces podía acercarla a la verdad.
Helena Rhodes
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
—Me vale —rió la bruja volviendo la vista hacia su acompañante.
Permanecía alerta, muy consciente de los movimientos de la tal Helena junto a ella, por si se viera obligada a actuar. Al mismo tiempo, mostraba una actitud distendida que no dejaba de ser sincera, pues pocas veces tenía realmente la ocasión de hablar de manera tan abierta de temas tan políticamente incorrectos.
Sí, podía sentir la mirada de su contraparte analizándola, sopesándola, pero nada tenía aquello que ver con la actitud juzgadora de quien se escuda en una moralidad que nunca ha sido puesta a prueba. Porque cuando las opciones eran matar o morir, robar o morir de hambre, engañar o morir engañado, pensaba Valeria, no había más justicia que la de la propia supervivencia. Y nadie que no se hubiera enfrentado a esas opciones estaba en posición de juzgarla. Lo irónico era que quienes sí se habían enfrentado a ellas eran precisamente los que menos juzgaban. Para ejemplo, la actitud de la propia Helena.
A medida que la bruja de rubia melena hablaba, en la mente de Valeria iba descendiendo el nivel de amenaza. Para una asesina enviada por Bhima, se estaba tomando demasiado tiempo, y trabajo. Y luego estaba aquella fijación con Ciudad Lagarto. Valeria nunca había estado allí y el brujo debía saberlo. Tampoco había tenido más contacto con Matthew Owens desde aquella noche, más allá de haberlo visto en la distancia en la Plaza de la Alianza.
Entonces, le dio por preguntarse si sería Owens, y no Bhima, quien la quería muerta. «Pero no», se dijo, «¿qué motivos podría tener?». Incluso aunque se hubiera dado cuenta de que había descubierto qué lugar ocupaba realmente en Ciudad Lagarto, el humano se pavoneaba con todo su séquito por aquella plaza, no parecía tan interesado en ocultarse. Era posible que el hombre fuera más susceptible al rechazo de lo que daba a entender, pero la bruja no se engañaba en ese aspecto: ella no era lo suficiente importante como para suscitar tamaña reacción tanto tiempo después.
No, aquello parecía, cada vez más, un encuentro fortuito.
—¿Por qué ibas a mentirme? —respondió con su propia pregunta retórica a la de su acompañante—. Después de todo —añadió y se acercó un poco más a su interlocutora para añadir bajando la voz—: estamos en confianza, ¿cierto?
Rió ligeramente y volvió a su posición original, con la mirada vagando por el horizonte, escudriñando el brillo plateado de la luna sobre la mar en calma. Por un momento, se imaginó a aquella mujer caminando a la vera del apuesto humano, atrayendo todas las miradas. Lo que había averiguado sobre él en el poco tiempo que pasaron juntos le indicaba que una mujer como la que ahora oteaba la distancia a su lado era alguien a quien el humano, sin duda, le habría echado el ojo. Dato que venía a confirmar su propia apreciación de que estaba ante una mujer de valía. Si algo tenía Owens, era buen gusto.
—Consejera del virrey. —Silvó— Parece un puesto estresante, siendo una ciudad de tan reciente fundación y todo. No me extraña que hayas decidido tomarte unas vacaciones en las Islas. —La miró de soslayo con una sonrisa pícara. “No hay necesidad de hablar de aquello de lo que no queremos hablar”, decía su mirada—. Mi colega comerciante me contó que el virrey era todo un elemento: bajito, con la piel sembrada de verrugas y un aliento horrible —inventó sin molestarse en disimular su expresión divertida—, pero con un gran olfato para los negocios. —En ese punto, adoptó un gesto serio— Tengo entendido que no se conforma con menos de lo mejor.
Como acompañamiento a sus palabras, le dedicó a Helena una apreciativa inclinación de cabeza, antes de fijar de nuevo su mirada en aquellos iris azules. Se preguntó cómo habría sido su encuentro con la rubia de haber aceptado la oferta del humano unos meses atrás. «¿Acaso no lo sabes?», le respondió su propia voz desde el fondo de su mente. Por supuesto que lo sabía, o al menos lo intuía: si Matthew Owens se parecía tanto a Bhima como su breve encuentro le dejó entrever a la morena, la única relación posible entre dos mujeres fuertes bajo su mando era la de rivalidad. «Qué pena que no estés aquí con nosotras», se dijo y no pudo evitar otra sonrisa traviesa. Aquel pensamiento fue lo que impulsó lo que hizo a continuación.
—No me pareció un hombre al que se le cayesen los anillos por ensuciar sus propias manos —comentó pensativa, como en un descuido, mientras perdía de nuevo la mirada en la distancia—, o escoger personalmente a sus activos.
Estaba descubriendo sus cartas, la identidad de su “colega comerciante”. Después de todo, si quieres información, a cambio debes dar algo.
Permanecía alerta, muy consciente de los movimientos de la tal Helena junto a ella, por si se viera obligada a actuar. Al mismo tiempo, mostraba una actitud distendida que no dejaba de ser sincera, pues pocas veces tenía realmente la ocasión de hablar de manera tan abierta de temas tan políticamente incorrectos.
Sí, podía sentir la mirada de su contraparte analizándola, sopesándola, pero nada tenía aquello que ver con la actitud juzgadora de quien se escuda en una moralidad que nunca ha sido puesta a prueba. Porque cuando las opciones eran matar o morir, robar o morir de hambre, engañar o morir engañado, pensaba Valeria, no había más justicia que la de la propia supervivencia. Y nadie que no se hubiera enfrentado a esas opciones estaba en posición de juzgarla. Lo irónico era que quienes sí se habían enfrentado a ellas eran precisamente los que menos juzgaban. Para ejemplo, la actitud de la propia Helena.
A medida que la bruja de rubia melena hablaba, en la mente de Valeria iba descendiendo el nivel de amenaza. Para una asesina enviada por Bhima, se estaba tomando demasiado tiempo, y trabajo. Y luego estaba aquella fijación con Ciudad Lagarto. Valeria nunca había estado allí y el brujo debía saberlo. Tampoco había tenido más contacto con Matthew Owens desde aquella noche, más allá de haberlo visto en la distancia en la Plaza de la Alianza.
Entonces, le dio por preguntarse si sería Owens, y no Bhima, quien la quería muerta. «Pero no», se dijo, «¿qué motivos podría tener?». Incluso aunque se hubiera dado cuenta de que había descubierto qué lugar ocupaba realmente en Ciudad Lagarto, el humano se pavoneaba con todo su séquito por aquella plaza, no parecía tan interesado en ocultarse. Era posible que el hombre fuera más susceptible al rechazo de lo que daba a entender, pero la bruja no se engañaba en ese aspecto: ella no era lo suficiente importante como para suscitar tamaña reacción tanto tiempo después.
No, aquello parecía, cada vez más, un encuentro fortuito.
—¿Por qué ibas a mentirme? —respondió con su propia pregunta retórica a la de su acompañante—. Después de todo —añadió y se acercó un poco más a su interlocutora para añadir bajando la voz—: estamos en confianza, ¿cierto?
Rió ligeramente y volvió a su posición original, con la mirada vagando por el horizonte, escudriñando el brillo plateado de la luna sobre la mar en calma. Por un momento, se imaginó a aquella mujer caminando a la vera del apuesto humano, atrayendo todas las miradas. Lo que había averiguado sobre él en el poco tiempo que pasaron juntos le indicaba que una mujer como la que ahora oteaba la distancia a su lado era alguien a quien el humano, sin duda, le habría echado el ojo. Dato que venía a confirmar su propia apreciación de que estaba ante una mujer de valía. Si algo tenía Owens, era buen gusto.
—Consejera del virrey. —Silvó— Parece un puesto estresante, siendo una ciudad de tan reciente fundación y todo. No me extraña que hayas decidido tomarte unas vacaciones en las Islas. —La miró de soslayo con una sonrisa pícara. “No hay necesidad de hablar de aquello de lo que no queremos hablar”, decía su mirada—. Mi colega comerciante me contó que el virrey era todo un elemento: bajito, con la piel sembrada de verrugas y un aliento horrible —inventó sin molestarse en disimular su expresión divertida—, pero con un gran olfato para los negocios. —En ese punto, adoptó un gesto serio— Tengo entendido que no se conforma con menos de lo mejor.
Como acompañamiento a sus palabras, le dedicó a Helena una apreciativa inclinación de cabeza, antes de fijar de nuevo su mirada en aquellos iris azules. Se preguntó cómo habría sido su encuentro con la rubia de haber aceptado la oferta del humano unos meses atrás. «¿Acaso no lo sabes?», le respondió su propia voz desde el fondo de su mente. Por supuesto que lo sabía, o al menos lo intuía: si Matthew Owens se parecía tanto a Bhima como su breve encuentro le dejó entrever a la morena, la única relación posible entre dos mujeres fuertes bajo su mando era la de rivalidad. «Qué pena que no estés aquí con nosotras», se dijo y no pudo evitar otra sonrisa traviesa. Aquel pensamiento fue lo que impulsó lo que hizo a continuación.
—No me pareció un hombre al que se le cayesen los anillos por ensuciar sus propias manos —comentó pensativa, como en un descuido, mientras perdía de nuevo la mirada en la distancia—, o escoger personalmente a sus activos.
Estaba descubriendo sus cartas, la identidad de su “colega comerciante”. Después de todo, si quieres información, a cambio debes dar algo.
Reike
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
"Unas vacaciones" no era exactamente lo que Helena se tomó de Ciudad Lagarto, más bien su objetivo era el no volver a pisar el continente en lo que le quedaba de vida. Si el destino le era propicio y cumplía con su deber para con su familia, aquello se cumpliría. Lo que tenía que hacer era un borrón en la casi última década y olvidar, en gran medida, todo lo que había aprendido, ya que no lo necesitaría en su pequeño pueblo rodeado de viñedos. De todas formas, no corrigió a su congénere.
No pudo evitar dejar escapar una risa tonta cuando Valeria empezó a describir el aspecto de Matthew Owens, el cual no casaba para nada con la realidad. Quizás su alma sí que era así de fea, pero su exterior, como el de ella, era hermoso.
-Quizás es demasiado bueno en los negocios...-Dejó escapar un pequeño suspiro, recordándole.-Lo quiere todo. Literalmente.-Comentó.
La Rhodes posó su mirada en el oscuro horizonte, pensativa. Cada vez estaba más segura que abandonar aquella ciudad, por más que le hubiese costado y le haya resultado difícil, era la mejor decisión que tomó. Su alma ya estaba demasiado rota como para que encima hicieran fuego del árbol caído.
Ante las últimas palabras de Reike, Helena salió de su ensimismamiento y miró un poco dubitativa a su congénere. Acto seguido, negó con la cabeza y mostró una sonrisa amable de cortesía.
-¿Por qué hablamos de alguien al que ninguna de las dos tiene ganas de ver?-Pilló la indirecta, Valeria fue demasiado descarada.-No me cuentes tus experiencias con él.-Hizo un gesto de clara negativa con su mano izquierda.-¿Por qué no me hablas un poco más de ti? Para empezar...-Se reacomodó en su sitio-Creo que no confías en mí, por algún motivo. No te culpo, no nos conocemos.-Esbozó media sonrisa y la miró de soslayo-...pero tanta cautela se debe a algo, ¿No?
De un espasmo en su muñeca derecha, descubrió su daga oculta en dicho brazalete.
-Si quisiera matarte ya lo habría hecho. No soy de las que pierden el tiempo.
Quizás se descubrió demasiado, pero sabía que Valeria no era del todo trigo limpio, y cuando se está entre iguales lo mejor es mostrar cierta predisposición a que confíen en ti.
-¿Te persiguen? ¿Huyes de algo?-Escondió su daga con otro espasmo rápido y apoyó su cabeza hacia atrás en el palo que sostenía la cofa en la que estaban.-Las Islas es un buen sitio para esconderse, si es que te persiguen en el continente.-Empezó a suponer cosas y tramar una historia en su cabeza.
Soltó aire por la nariz, un poco resignada a encontrarse siempre con gente que le empujaba a creer que estaba destinada a mancharse siempre las manos, incluso cuando quería dejarlo todo atrás. En otro momento le hubiese resultado divertido meterse en una trama ajena donde los secretos y sucesos lleven a dejar más de un cadáver de seres despreciables de este mundo, pero quería cambiar, cosa que los dioses le ponían difícil.
-¿Te aburres aquí?-Volvió a mirar a Valeria-Si quieres podemos ir a beber algo.-Pensó unos segundos en la idea, ¿No había bebido ya demasiado? Se encogió de hombros de forma sutil, le daba igual realmente.-Lo malo es que puede que nos estrellemos si no hay nadie aquí arriba.-Bromeó.-¿Qué dices? ¿Explorar o seguir contando historias y anécdotas? Puede que se me acaben y me tenga que inventar alguna.-Dijo esto último con sarcasmo.
No pudo evitar dejar escapar una risa tonta cuando Valeria empezó a describir el aspecto de Matthew Owens, el cual no casaba para nada con la realidad. Quizás su alma sí que era así de fea, pero su exterior, como el de ella, era hermoso.
-Quizás es demasiado bueno en los negocios...-Dejó escapar un pequeño suspiro, recordándole.-Lo quiere todo. Literalmente.-Comentó.
La Rhodes posó su mirada en el oscuro horizonte, pensativa. Cada vez estaba más segura que abandonar aquella ciudad, por más que le hubiese costado y le haya resultado difícil, era la mejor decisión que tomó. Su alma ya estaba demasiado rota como para que encima hicieran fuego del árbol caído.
Ante las últimas palabras de Reike, Helena salió de su ensimismamiento y miró un poco dubitativa a su congénere. Acto seguido, negó con la cabeza y mostró una sonrisa amable de cortesía.
-¿Por qué hablamos de alguien al que ninguna de las dos tiene ganas de ver?-Pilló la indirecta, Valeria fue demasiado descarada.-No me cuentes tus experiencias con él.-Hizo un gesto de clara negativa con su mano izquierda.-¿Por qué no me hablas un poco más de ti? Para empezar...-Se reacomodó en su sitio-Creo que no confías en mí, por algún motivo. No te culpo, no nos conocemos.-Esbozó media sonrisa y la miró de soslayo-...pero tanta cautela se debe a algo, ¿No?
De un espasmo en su muñeca derecha, descubrió su daga oculta en dicho brazalete.
-Si quisiera matarte ya lo habría hecho. No soy de las que pierden el tiempo.
Quizás se descubrió demasiado, pero sabía que Valeria no era del todo trigo limpio, y cuando se está entre iguales lo mejor es mostrar cierta predisposición a que confíen en ti.
-¿Te persiguen? ¿Huyes de algo?-Escondió su daga con otro espasmo rápido y apoyó su cabeza hacia atrás en el palo que sostenía la cofa en la que estaban.-Las Islas es un buen sitio para esconderse, si es que te persiguen en el continente.-Empezó a suponer cosas y tramar una historia en su cabeza.
Soltó aire por la nariz, un poco resignada a encontrarse siempre con gente que le empujaba a creer que estaba destinada a mancharse siempre las manos, incluso cuando quería dejarlo todo atrás. En otro momento le hubiese resultado divertido meterse en una trama ajena donde los secretos y sucesos lleven a dejar más de un cadáver de seres despreciables de este mundo, pero quería cambiar, cosa que los dioses le ponían difícil.
-¿Te aburres aquí?-Volvió a mirar a Valeria-Si quieres podemos ir a beber algo.-Pensó unos segundos en la idea, ¿No había bebido ya demasiado? Se encogió de hombros de forma sutil, le daba igual realmente.-Lo malo es que puede que nos estrellemos si no hay nadie aquí arriba.-Bromeó.-¿Qué dices? ¿Explorar o seguir contando historias y anécdotas? Puede que se me acaben y me tenga que inventar alguna.-Dijo esto último con sarcasmo.
Helena Rhodes
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Valeria sonrió satisfecha al ver que Helena no había tenido ningún problema para entender el mensaje y asintió mostrando su conformidad ante el improvisado acuerdo. Cuando la mujer mostró su daga oculta, puso buen cuidado de no mover un milímetro de su cuerpo ni hacer sonido alguno, aunque no tardó en ser consciente de que el repentino movimiento la había llevado a contener el aliento por un momento. Aún así, sonrió apreciativamente a la rubia.
—Interesante —dijo con total sinceridad—. Confieso que habría esperado algo más… ostentoso de una congénere, pero, ¡ah! —añadió y con un levísimo encogimiento de su hombro izquierdo, un diminuto pero bien equilibrado cuchillo salio despedido del interior de su escote y fue a reposar en su palma extendida—, nada como el viejo y confiable filo, ¿cierto? —Tomó el cuchillo por el filo y señaló con el mango a su interlocutora antes continuar—: Me gusta tu estilo.
Era cierto que había brujos que disfrutaban quemando vivas a sus víctimas, emparedándolas en muros de roca y cosas más estrambóticas. Asesinatos que en las Islas no habrían resultado particularmente extraños. Pero ¿cuánta gente era capaz de manejar los elementos en el continente? Un cuchillo, por otro lado, podía manejarlo cualquiera, lo que lo convertía en una mucho mejor alternativa cuando una no tenía más remedio que mancharse las manos. Ampliaba enormemente las posibilidades de colgarle el muerto a otro, como había demostrado recientemente en Sacrestic.
Consciente de que Helena debía estar esperando una respuesta que, a cuenta del asunto de los cuchillos, Val no había dado todavía, la morena desabotonó con calma la parte superior de su camisa para guardar el cuchillo con los demás, dentro de su funda oculta. En otras circunstancias, le habría dado a la rubia alguna respuesta evasiva, del tipo de “si te lo dijera tendría que matarte (insertar risas y sutil cambio de tema)”. Pero siendo las circunstancias las que eran, la bruja consideró que le debía a su igual una cierta muestra de cortesía.
—Digamos —respondió finalmente— que tengo un pacto tácito de no agresión con alguien de quien sería estúpido esperar que vaya a cumplir con su parte del trato.
¿Que por qué no se adelantaba ella y eliminaba el problema de raíz? Obviamente, porque no era tan fácil. Valeria no era precisamente la parte fuerte de aquella relación. Ella estaba sola; él, siempre rodeado de gente. Gente con la que, en algunos casos, no deseaba provocar un conflicto. Aquella idea le hizo recordar a Rain y preguntarse, no por primera vez, si Bhima habría tomado represalias contra él por haberla sacado de aquella sala. La furia de Bhima podía extinguirse tan rápido como se encendía, por lo que era difícil saber y, en cualquier caso, ella se sentía mucho mejor cuando no pensaba en esas cosas.
—En realidad —añadió en un tono mucho más franco—, las Islas son mi hogar, vivo allí. Aunque viajo a menudo al Continente. Fui agente comercial durante un tiempo y aún me quedan algunos contactos en las ciudades más importantes. Lo sé, lo sé —se adelantó a los comentarios—, no suena particularmente exótico. Quizá me esté haciendo mayor, pero una intenta encauzar su vida hacia vías más… bueno, a falta de una palabra mejor, digamos “respetables” —terminó y sus palabras casi se perdieron en la carcajada que vino a continuación. Otra cosa, claro, era que dicha vida se lo permitiera, por supuesto, o lo que cada una considerase respetable. Ella, por su parte, tenía su propia visión, coincidiera o no con la de la mayoría—. Pero dime —dijo volviéndose de nuevo hacia su acompañante—, ¿hace mucho de tu última visita a las Islas?
No le sorprendió que Helena le saliera con otra pregunta, no era muy distinto de su propio modo de actuación, después de todo. Tampoco su alusión a la invención de anécdotas, a la que dedicó una sonrisa cómplice. Miró hacia abajo, hacia donde debía seguir roncando el tal Barrilete si nadie había dado ya con él (lo más seguro, teniendo en cuenta que nadie las había interrumpido) y luego, de nuevo hacia el horizonte, considerando sus opciones. Cuando hubo tomado una decisión, rió con una mezcla de reconocimiento e ironía.
—Me temo que aprecio demasiado mi vida, aunque a veces no lo parezca —dijo al fin—. Y una jamás podría aburrirse estando en tan buena compañía.
—Interesante —dijo con total sinceridad—. Confieso que habría esperado algo más… ostentoso de una congénere, pero, ¡ah! —añadió y con un levísimo encogimiento de su hombro izquierdo, un diminuto pero bien equilibrado cuchillo salio despedido del interior de su escote y fue a reposar en su palma extendida—, nada como el viejo y confiable filo, ¿cierto? —Tomó el cuchillo por el filo y señaló con el mango a su interlocutora antes continuar—: Me gusta tu estilo.
Era cierto que había brujos que disfrutaban quemando vivas a sus víctimas, emparedándolas en muros de roca y cosas más estrambóticas. Asesinatos que en las Islas no habrían resultado particularmente extraños. Pero ¿cuánta gente era capaz de manejar los elementos en el continente? Un cuchillo, por otro lado, podía manejarlo cualquiera, lo que lo convertía en una mucho mejor alternativa cuando una no tenía más remedio que mancharse las manos. Ampliaba enormemente las posibilidades de colgarle el muerto a otro, como había demostrado recientemente en Sacrestic.
Consciente de que Helena debía estar esperando una respuesta que, a cuenta del asunto de los cuchillos, Val no había dado todavía, la morena desabotonó con calma la parte superior de su camisa para guardar el cuchillo con los demás, dentro de su funda oculta. En otras circunstancias, le habría dado a la rubia alguna respuesta evasiva, del tipo de “si te lo dijera tendría que matarte (insertar risas y sutil cambio de tema)”. Pero siendo las circunstancias las que eran, la bruja consideró que le debía a su igual una cierta muestra de cortesía.
—Digamos —respondió finalmente— que tengo un pacto tácito de no agresión con alguien de quien sería estúpido esperar que vaya a cumplir con su parte del trato.
¿Que por qué no se adelantaba ella y eliminaba el problema de raíz? Obviamente, porque no era tan fácil. Valeria no era precisamente la parte fuerte de aquella relación. Ella estaba sola; él, siempre rodeado de gente. Gente con la que, en algunos casos, no deseaba provocar un conflicto. Aquella idea le hizo recordar a Rain y preguntarse, no por primera vez, si Bhima habría tomado represalias contra él por haberla sacado de aquella sala. La furia de Bhima podía extinguirse tan rápido como se encendía, por lo que era difícil saber y, en cualquier caso, ella se sentía mucho mejor cuando no pensaba en esas cosas.
—En realidad —añadió en un tono mucho más franco—, las Islas son mi hogar, vivo allí. Aunque viajo a menudo al Continente. Fui agente comercial durante un tiempo y aún me quedan algunos contactos en las ciudades más importantes. Lo sé, lo sé —se adelantó a los comentarios—, no suena particularmente exótico. Quizá me esté haciendo mayor, pero una intenta encauzar su vida hacia vías más… bueno, a falta de una palabra mejor, digamos “respetables” —terminó y sus palabras casi se perdieron en la carcajada que vino a continuación. Otra cosa, claro, era que dicha vida se lo permitiera, por supuesto, o lo que cada una considerase respetable. Ella, por su parte, tenía su propia visión, coincidiera o no con la de la mayoría—. Pero dime —dijo volviéndose de nuevo hacia su acompañante—, ¿hace mucho de tu última visita a las Islas?
No le sorprendió que Helena le saliera con otra pregunta, no era muy distinto de su propio modo de actuación, después de todo. Tampoco su alusión a la invención de anécdotas, a la que dedicó una sonrisa cómplice. Miró hacia abajo, hacia donde debía seguir roncando el tal Barrilete si nadie había dado ya con él (lo más seguro, teniendo en cuenta que nadie las había interrumpido) y luego, de nuevo hacia el horizonte, considerando sus opciones. Cuando hubo tomado una decisión, rió con una mezcla de reconocimiento e ironía.
—Me temo que aprecio demasiado mi vida, aunque a veces no lo parezca —dijo al fin—. Y una jamás podría aburrirse estando en tan buena compañía.
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Efectivamente, Valeria huía de alguien. Ahora entendía por qué tantos movimientos cautos y miradas con doble perspectiva. Ambas eran parecidas en algunas cosas, pero ese no era el caso, ya que la Rhodes no huía de nada, sino que se enfrentaba a una especie de redención y encuentro con el pasado al que hacía menos de dos meses estaba dando de lado durante casi una década.
-Bueno, pues si alguien me pregunta por una bruja morena de ojos ambarinos y atractiva a la vista, no diré nada.-Dijo con sarcasmo mientras le guiñaba un ojo y una sonrisa juguetona se dibujaba en sus labios.
Reike contó más sobre su vida y lo que había tratado de hacer últimamente. Realmente sería una muy buena idea que Helena siguiese su ejemplo y dejara atrás las actividades poco legales que había llevado a cabo durante la última década. Aunque quizás podría mantener algún que otro contacto por si las moscas; siempre es bueno tenerlos.
-Pues si te enteras de algún que otro trabajo, tenme en cuenta.-Le dijo con total ofrecimiento-Me temo que de momento de lo único que puedo tirar es de trabajar en viñedos cercanos a mi aldea: Hvittarn, y eso es... bueno, no es lo más estimulante del mundo.-Mostró una sonrisilla fugaz.
Acto seguido, tras una carcajada por parte de la morena por sus propias palabras que hicieron dudar a Helena de que sus trabajos fuesen del todo "respetables" y después de que la Rhodes preguntara por si le apetecía beber algo, esta primera le preguntó a la rubia por su última visita a las islas. Era un tema espinoso que Helena tardó más de dos segundos en responder. No podía evitarlo, pues no sabía bien qué responder. Ahora, respondiese lo que respondiese, iba a sonar sospechoso.
-Una década.-Respondió repentinamente de forma directa a una pregunta posiblemente olvidada ya por su emisora.-¿Han cambiado mucho?-Se refería a las Islas en sí. Lo preguntó en un intento de desviar la atención-¿Seguimos siendo una raza irritantemente prepotente?-Se cruzó de brazos y echó su espalda de nuevo sobre el palo mayor, adoptando una postura relajada.
-Bueno, pues si alguien me pregunta por una bruja morena de ojos ambarinos y atractiva a la vista, no diré nada.-Dijo con sarcasmo mientras le guiñaba un ojo y una sonrisa juguetona se dibujaba en sus labios.
Reike contó más sobre su vida y lo que había tratado de hacer últimamente. Realmente sería una muy buena idea que Helena siguiese su ejemplo y dejara atrás las actividades poco legales que había llevado a cabo durante la última década. Aunque quizás podría mantener algún que otro contacto por si las moscas; siempre es bueno tenerlos.
-Pues si te enteras de algún que otro trabajo, tenme en cuenta.-Le dijo con total ofrecimiento-Me temo que de momento de lo único que puedo tirar es de trabajar en viñedos cercanos a mi aldea: Hvittarn, y eso es... bueno, no es lo más estimulante del mundo.-Mostró una sonrisilla fugaz.
Acto seguido, tras una carcajada por parte de la morena por sus propias palabras que hicieron dudar a Helena de que sus trabajos fuesen del todo "respetables" y después de que la Rhodes preguntara por si le apetecía beber algo, esta primera le preguntó a la rubia por su última visita a las islas. Era un tema espinoso que Helena tardó más de dos segundos en responder. No podía evitarlo, pues no sabía bien qué responder. Ahora, respondiese lo que respondiese, iba a sonar sospechoso.
-Una década.-Respondió repentinamente de forma directa a una pregunta posiblemente olvidada ya por su emisora.-¿Han cambiado mucho?-Se refería a las Islas en sí. Lo preguntó en un intento de desviar la atención-¿Seguimos siendo una raza irritantemente prepotente?-Se cruzó de brazos y echó su espalda de nuevo sobre el palo mayor, adoptando una postura relajada.
Helena Rhodes
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Valeria, que había crecido rodeada de todo el ajetreo de la mayor urbe de las islas Ilidenses y una de las mayores de Aerandir, no pudo evitar un estremecimiento ante la mención de los viñedos. Podía reconocer que el paisaje de la campiña era indiscutiblemente bello, pero la única vez que se había visto en la obligación de trabajar en el campo, durante la pandemia venida del norte, el hastío la había llevado a uno de los movimientos más contrarios a su naturaleza que había realizado en su vida: alistarse en el ejército. Cualquier cosa valía con tal de salir de allí y en medio del calmado y rutinario devenir de los días en el campo, ayudar a un rey humano a recuperar su trono sonaba de lo más glamuroso.
—Descuida —le dijo a la rubia—, jamás permitiría que una mujer como tú, se marchitase entre viñedos. Si me entero de alguien que necesite de los servicios de una persona de recursos, no dudes que lo apuntaré en tu dirección, Helena de Hvittam.
Seguía sin conocer el apellido de la dama, pero no lo necesitaba, en realidad. Con la información de que disponía, no tardaría en averiguar eso y algún detalle más por el camino. No es que fuera especialmente importante, ya había quedado establecido que la mujer no estaba allí para rajarle el cuello, pero las viejas costumbres tardan en morir. En especial, aquellas que la mantuvieron a una con vida durante décadas. Y es que, para Valeria, nada era más vital que la información. Cualquier tipo de información. No se podían tomar buenas decisiones si no se contaba con la mayor cantidad posible de información.
—Diez años, ¿eh? —dijo y remató sus palabras con un suave silbido de asombro.
Algunos de sus viajes la habían tenido meses enteros fuera del archipiélago y ya le parecía mucho. Siempre estaba deseando volver, a pesar de que no podía decir que hubiera alguien o algo en particular a quien tuviese ganas de ver. Simplemente, se sentía más en casa cuando estaba en las islas. No dejaba de ser su gente aunque no hubiera ningún individuo concreto a quien se sintiera particularmente apegada y, siempre que viajaba al continente, la asolaba esa sensación de otredad, era una extranjera en una tierra que, si bien conocía y, en algunos casos, apreciaba, no dejaba de resultar ajena. Y, sin embargo...
—Nunca había oído una descripción tan exacta con tan pocas palabras —respondió riendo. Cuando logró calmar un poco las carcajadas, continuó—: Bueno, la gente no ha cambiado mucho, en realidad. Quizá algunos colectivos se han vuelto un poco más… abiertos de mente, por decirlo de algún modo. Y es más fácil ver extranjeros allá, sobre todo en Beltrexus y en los alrededores del Hekshold. Durante la Pandemia —explicó. No era necesario explicar a qué Pandemia se refería, sobre todo, porque Helena había estado en el continente cuando ocurrió—, buena parte de la corte del rey Siegfred se refugió allá y, cuando las cosas volvieron a la normalidad, la Academia abrió sus puertas a las gentes del continente. Si el curso de la historia continúa en este sentido, Beltrexus no tardará en convertirse en una ciudad tan cosmopolita como la propia Lunargenta. Pero con más gusto, obviamente —remató imitando el acento y gestos de la alta sociedad de la capital bruja, seguido de una suave carcajada y una mirada cómplice.
En aquel momento, un sonido la distrajo, aunque no hubiera sabido explicar de qué se trataba en medio de la brisa que golpeaba las velas bajo ella. Miró alrededor, pero la mar seguía tranquila, sin obstáculos a la vista. No tardó, sin embargo, en darse cuenta de que el sonido debió haber sido una portilla en el propio barco. Su mente ató los cabos más o menos en el momento en que se oyó bajó ambas brujas una voz amortiguada por la distancia y el velamen.
—¡¿Qué demonios haces aquí abajo, jodido borracho?! ¡¿Quién se supone que está vigilando que no nos caigan piratas encima?!
—Descuida —le dijo a la rubia—, jamás permitiría que una mujer como tú, se marchitase entre viñedos. Si me entero de alguien que necesite de los servicios de una persona de recursos, no dudes que lo apuntaré en tu dirección, Helena de Hvittam.
Seguía sin conocer el apellido de la dama, pero no lo necesitaba, en realidad. Con la información de que disponía, no tardaría en averiguar eso y algún detalle más por el camino. No es que fuera especialmente importante, ya había quedado establecido que la mujer no estaba allí para rajarle el cuello, pero las viejas costumbres tardan en morir. En especial, aquellas que la mantuvieron a una con vida durante décadas. Y es que, para Valeria, nada era más vital que la información. Cualquier tipo de información. No se podían tomar buenas decisiones si no se contaba con la mayor cantidad posible de información.
—Diez años, ¿eh? —dijo y remató sus palabras con un suave silbido de asombro.
Algunos de sus viajes la habían tenido meses enteros fuera del archipiélago y ya le parecía mucho. Siempre estaba deseando volver, a pesar de que no podía decir que hubiera alguien o algo en particular a quien tuviese ganas de ver. Simplemente, se sentía más en casa cuando estaba en las islas. No dejaba de ser su gente aunque no hubiera ningún individuo concreto a quien se sintiera particularmente apegada y, siempre que viajaba al continente, la asolaba esa sensación de otredad, era una extranjera en una tierra que, si bien conocía y, en algunos casos, apreciaba, no dejaba de resultar ajena. Y, sin embargo...
—Nunca había oído una descripción tan exacta con tan pocas palabras —respondió riendo. Cuando logró calmar un poco las carcajadas, continuó—: Bueno, la gente no ha cambiado mucho, en realidad. Quizá algunos colectivos se han vuelto un poco más… abiertos de mente, por decirlo de algún modo. Y es más fácil ver extranjeros allá, sobre todo en Beltrexus y en los alrededores del Hekshold. Durante la Pandemia —explicó. No era necesario explicar a qué Pandemia se refería, sobre todo, porque Helena había estado en el continente cuando ocurrió—, buena parte de la corte del rey Siegfred se refugió allá y, cuando las cosas volvieron a la normalidad, la Academia abrió sus puertas a las gentes del continente. Si el curso de la historia continúa en este sentido, Beltrexus no tardará en convertirse en una ciudad tan cosmopolita como la propia Lunargenta. Pero con más gusto, obviamente —remató imitando el acento y gestos de la alta sociedad de la capital bruja, seguido de una suave carcajada y una mirada cómplice.
En aquel momento, un sonido la distrajo, aunque no hubiera sabido explicar de qué se trataba en medio de la brisa que golpeaba las velas bajo ella. Miró alrededor, pero la mar seguía tranquila, sin obstáculos a la vista. No tardó, sin embargo, en darse cuenta de que el sonido debió haber sido una portilla en el propio barco. Su mente ató los cabos más o menos en el momento en que se oyó bajó ambas brujas una voz amortiguada por la distancia y el velamen.
—¡¿Qué demonios haces aquí abajo, jodido borracho?! ¡¿Quién se supone que está vigilando que no nos caigan piratas encima?!
Reike
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Sonrió a Valeria y asintió de buen grado.
Le alegró saber de la buena predisposición de su congénere ante su "petición" por alguna oferta de trabajo. Se suponía que su vuelta a las Islas era para llevar una vida tranquila y normal, pero en el fondo Helena no era así. Su ser interior le pedía experiencias excitantes, al menos no tan monótonas como la vida en un viñedo.
Rió antes las siguientes palabras de la morena, sobretodo cuando esta imitó brevemente el acento de la alta sociedad bruja, así como su sobriedad, solemnidad y prepotencia. Quizás ella también era así, pero no por ello se sentía del todo iguales a sus congéneres, ni siquiera a los más humildes que residían en pueblos pequeños como el suyo.
-Estupendo. Entonces son "menos" desagradables.-Corroboró.
Acto seguido, calló y depositó su mirada en el frente, con una sonrisa sutil que se le había quedado plasmada en sus labios tras la conversación con Valeria.
Muy poca gente lograba ese efecto en Helena. Ya era mucho que le aguantara la conversación y no le hiciese ascos a su presencia.
En ese momento se acordó de Barrilete. Seguiría dormido en cubierta; un tipo bastante bonachón, pero estar con él demasiado tiempo le generaba cierto repelús a la bruja. Quizás era por su aspecto todo destartalado y su inclinación a tirarle los tejos cuando su punto de ebriedad alcanzaba el cénit.
Como si de un juego de mal gusto del azar, propio de intervenciones divinas y fantásticas, escuchó cómo unas voces se alteraban en cubierta. Probablemente justamente habrían descubierto al que ambas brujas habían cubierto en su puesto.
-Habrá que bajar.-Se encogió de hombros. Aunque realmente no le apetecía. Antes de poner un solo pie fuera de aquel lugar, se retractó y se asomó por el borde de la cofa.-¡No te preocupes, el barco está bien vigilado, hombretón!-Gritó para que se la escuchara desde cubierta, poniéndose las manos alrededor de la boca para que el sonido de su voz se amplificase.-¡Me quedaré aquí toda la noche haciendo guardia!
Acto seguido, depositó su mirada de forma inconsciente sobre Valeria. No estaría aburrida, ni mucho menos. Quizás aún le quedasen algunas historias que contar, tanto a una como a la otra.
Le alegró saber de la buena predisposición de su congénere ante su "petición" por alguna oferta de trabajo. Se suponía que su vuelta a las Islas era para llevar una vida tranquila y normal, pero en el fondo Helena no era así. Su ser interior le pedía experiencias excitantes, al menos no tan monótonas como la vida en un viñedo.
Rió antes las siguientes palabras de la morena, sobretodo cuando esta imitó brevemente el acento de la alta sociedad bruja, así como su sobriedad, solemnidad y prepotencia. Quizás ella también era así, pero no por ello se sentía del todo iguales a sus congéneres, ni siquiera a los más humildes que residían en pueblos pequeños como el suyo.
-Estupendo. Entonces son "menos" desagradables.-Corroboró.
Acto seguido, calló y depositó su mirada en el frente, con una sonrisa sutil que se le había quedado plasmada en sus labios tras la conversación con Valeria.
Muy poca gente lograba ese efecto en Helena. Ya era mucho que le aguantara la conversación y no le hiciese ascos a su presencia.
En ese momento se acordó de Barrilete. Seguiría dormido en cubierta; un tipo bastante bonachón, pero estar con él demasiado tiempo le generaba cierto repelús a la bruja. Quizás era por su aspecto todo destartalado y su inclinación a tirarle los tejos cuando su punto de ebriedad alcanzaba el cénit.
Como si de un juego de mal gusto del azar, propio de intervenciones divinas y fantásticas, escuchó cómo unas voces se alteraban en cubierta. Probablemente justamente habrían descubierto al que ambas brujas habían cubierto en su puesto.
-Habrá que bajar.-Se encogió de hombros. Aunque realmente no le apetecía. Antes de poner un solo pie fuera de aquel lugar, se retractó y se asomó por el borde de la cofa.-¡No te preocupes, el barco está bien vigilado, hombretón!-Gritó para que se la escuchara desde cubierta, poniéndose las manos alrededor de la boca para que el sonido de su voz se amplificase.-¡Me quedaré aquí toda la noche haciendo guardia!
Acto seguido, depositó su mirada de forma inconsciente sobre Valeria. No estaría aburrida, ni mucho menos. Quizás aún le quedasen algunas historias que contar, tanto a una como a la otra.
Helena Rhodes
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Re: Nuevos aires, nuevos comienzos [Privado]
Habrá que bajar.
A Valeria le pareció notar un cierto tono decepcionado en aquellas palabras, pero no fue eso lo que le sorprendió. Lo que le sorprendió fue la decepción que había sentido ella al escucharlas, seguida de una leve excitación al presenciar el repentino cambio de de idea de su acompañante.
Cuando los ojos de Helena se volvieron hacia ella, los propios la estaban esperando. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios a medida que llegaban comentarios desconcertados desde abajo. Quienquiera que se hubiera encontrado con el tal Barrilete debía de estar ponderando sus posibilidades: subirse el mismo a la cofa para ejercer las funciones que el vigía no estaba en condiciones de acometer o enfrentarse a lo que tuviera que decir su capitán cuando descubriese que habían delegado la tarea en una viajera desconocida.
—Cuando Horacio despierte —añadió ella misma a las palabras de Helena, con una voz más potente de lo que podría esperarse de su menuda constitución y sin apartar los ojos de la rubia en ningún momento—, sólo dile que Reike se sintió nostálgica.
El hecho de que nombrara al capitán por su nombre de pila impresionaría lo suficiente al marinero para terminar de mover la balanza, si es que no estaba ya inclinada en favor de la pereza.
—Ventajas de conocer al jefe —dijo en tono divertido—: Trabajo gratis y sin preguntas. —Dejó escapar una risita y se reacomodó en el espacio que tenían para volver la vista al horizonte—. Tienes que contarme de dónde sacaste esas dagas —dijo al cabo, como si le estuviera pidiendo los datos de su modista—. Son realmente interesantes.
La noche, el resto del viaje, de hecho, prometía ser igualmente interesante.
A Valeria le pareció notar un cierto tono decepcionado en aquellas palabras, pero no fue eso lo que le sorprendió. Lo que le sorprendió fue la decepción que había sentido ella al escucharlas, seguida de una leve excitación al presenciar el repentino cambio de de idea de su acompañante.
Cuando los ojos de Helena se volvieron hacia ella, los propios la estaban esperando. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios a medida que llegaban comentarios desconcertados desde abajo. Quienquiera que se hubiera encontrado con el tal Barrilete debía de estar ponderando sus posibilidades: subirse el mismo a la cofa para ejercer las funciones que el vigía no estaba en condiciones de acometer o enfrentarse a lo que tuviera que decir su capitán cuando descubriese que habían delegado la tarea en una viajera desconocida.
—Cuando Horacio despierte —añadió ella misma a las palabras de Helena, con una voz más potente de lo que podría esperarse de su menuda constitución y sin apartar los ojos de la rubia en ningún momento—, sólo dile que Reike se sintió nostálgica.
El hecho de que nombrara al capitán por su nombre de pila impresionaría lo suficiente al marinero para terminar de mover la balanza, si es que no estaba ya inclinada en favor de la pereza.
—Ventajas de conocer al jefe —dijo en tono divertido—: Trabajo gratis y sin preguntas. —Dejó escapar una risita y se reacomodó en el espacio que tenían para volver la vista al horizonte—. Tienes que contarme de dónde sacaste esas dagas —dijo al cabo, como si le estuviera pidiendo los datos de su modista—. Son realmente interesantes.
La noche, el resto del viaje, de hecho, prometía ser igualmente interesante.
Reike
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