El Secreto de la Fuerza (Libre)
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El Secreto de la Fuerza (Libre)
¿Cuánto tiempo estuve en los bosques aledaños a la ciudad fortificada de Lunargenta? Es difícil decirlo. Necesitaba un largo tiempo para asimilar las experiencias recientes que tuve desde que llegué a la ciudad. Las heridas sufridas en combate me habían dejado el cuerpo lleno de hermosas cicatrices, aunque desde luego, eso hacía cada vez más pesada la tarea de la lucha y el entrenamiento. En mi clan, las cicatrices eran símbolo de orgullo. Aunque claro, aquel clan que suelo rememorar cuando la nostalgia acecha, no es más que un hermoso recuerdo que no puedo compartir con nadie. A veces eso me ponía melancólico, pero se me pasaba pronto, pues a pesar del baúl abierto que son mis sentimientos, no tengo cabeza como para rememorar por demasiado tiempo. Eso me hacía doler la cabeza y de pronto sentía que debía ponerme en movimiento.
De este largo alejamiento, pude entender un par de cuestiones. Primero, hay que mantenerse en movimiento para estar en relativo equilibro (sí, había aprendido el significado de la palabra "relativo" gracias a una dragona cuyo nombre ya no recuerdo), pues en caso contrario, uno se tambalea hasta que se cae. A veces uno necesita detenerse, es verdad, ¿pero por cuánto tiempo? La respuesta a esa pregunta me acompañaba en las noches, cuando me encontraba viendo la leña crepitar y ululaban los animales nocturnos.
La segunda cosa que entendí es que necesito aprender nuevos métodos de combate. Es increíble la cantidad de gente con habilidades asombrosas que hay ahí afuera. Hay gente capaz de transformarse en dragón, vampiresas que te chupan la sangre, hechiceros que usan magia, robots que... bueno, en realidad no sé lo que hacen, pero se ven intimidantes... hasta un niño podría representar una amenaza en este reino, y eso que yo siempre me consideré un guerrero de lo mejor. A veces miraba mi espada y ya no me parecía la gran cosa, como si todo ese entrenamiento, sudor, caza, batallas y perseverancia ni significaran nada.
Pero entonces un pensamiento solía contradecir este hecho, o mejor dicho, un hecho que es tan cierto como que el dragón oscuro sigue suelto por ahí: Que sigo vivo. Si sigo vivo, a pesar de haber estado tantas veces al borde de la muerte, es porque en realidad no soy tan mal guerrero. Esos sueños de exterminar el mal todavía podrían cumplirse. No ahora, eso es evidente, pero sí en un futuro no muy lejano. Para eso debo mejorar mis habilidades.
¿Y cómo mejorar mis habilidades?
En el ámbito físico, es claro que el entrenamiento es la clave. Un sabio que conocí un día, me dijo que cada gota de sudor es una gota de sangre menos en el campo de batalla. Esa verdad sigue haciendo eco en mí, me hace sentido, me da fuerzas, me reconforta y me hace sonreír.
Pero existen, desde luego, otro ámbito en el que soy débil como un bebé: el ámbito intelectual. Nací roto. Nunca he podido entender un papiro más complicado que mi propio nombre. Entonces decidí que necesito conocer a gente que me enseñe cosas, o me dé pistas para hacerle frente a aquellos usuarios de la magia que parecen gigantes en mi imaginación. Entendí también que la fuerza está en el número. ¿No había aprendido ya que existe gente buena y mala en todas las razas? En cuyo caso, ¿por qué no hacerme amigo de algún hechicero, elfo, v...v...vampiro? Bueno, tal vez vampiros no, salvo que pueda conocer a alguno que realmente se gane mi confianza.
Así, con estas resoluciones en mi cabeza, llegó el día en que debía volver a ponerme en marcha.
Esa mañana, comenzó normal, como el presagio de un futuro que podría deparar algo bueno. El canto de las aves locales me despertó un sentimiento de simpatía ante todo lo que crece de la tierra y entrega sus frutos. La naturaleza encierra horrores dentro de sí misma, eso es innegable, pero de pronto es bueno recordar —o tener presente— el lado bondadoso que ésta tiene. Si existen abominaciones, es justo que intentemos ayudar a la madre tierra, pues ésta nos dio la vida y nos ha visto crecer desde entonces hasta que volvemos a ser parte de ella. Ese es mi pensamiento. Y lo considero sagrado.
Entre matorrales, ramas y arbustos, encontré un riachuelo que serpenteaba a través de meandros peñascosos, hasta terminar en una laguna escondida en medio del bosque. Ya conocía ese lugar, y por lo mismo dispuse mi lanza (que no era más que un palo largo, con la punta tallada por mi propia espada) y esperé pacientemente. Mi paciencia rindió frutos, ya que un ciervo se acercó para beber el agua del riachuelo. Me mantuve sereno, con la respiración calmada. En otras circunstancia, me habría lanzado al ataque con un grito estruendoso para emprender la carrera, pero estaba aprendiendo a usar otras dotes a mi favor, como el sigilo. El ciervo parecía sucio, de seguro ya había recorrido una gran distancia para beber agua, por lo que no se iría tan de prisa. Prensé la lanza. Tomé el aire con sumo cuidado, inspirando profundamente, llenando los pulmones y el estómago. Entonces lancé el proyectil. La lanza se clavó en su cuello y el animal cayó muerto. Me acerqué a él y le acaricié alrededor del hocico. Entonces le degollé el cuello con la espada. Fue una muerte limpia.
Acto seguido, llevé la presa a mi campamento y en seguida me dispuse a despedazarlo. El proceso es sangriento, aunque necesario. La ventaja es que hay varias piezas del animal que sirve a artesanos y curtidores, quienes pagan bien. Guardé algunas raciones para mi viaje, y otro resto —los muslos, pecho y lomo— los separé para hacer el trueque que tenía en mente. Resulta que por aquellos bosques, habitaba una humilde familia que vivían en una cabaña y cultivaban la tierra. La mujer e hijos del granjero solían tratarme con cierta distancia, pero el padre de familia me veía con buenos ojos. A veces le ayudaba cuando tenía problemas con lobos, o cuando el trabajo se le tornaba cuesta arriba. A cambio de las piezas de ciervo, el buen hombre me dio patatas, zanahorias, tomates y hierbas del huerto. La leche de vaca me la ofreció de buena fe, porque es buena gente.
Contando con todos estos ingredientes, podría nutrir mi cuerpo con las cosas necesarias para mantenerlo fuerte y atlético. En efecto, la alimentación es muy importante para tener una buena salud. Es la base de la fuerza que permite combatir. Pero hay otro pilar que es, también, muy importante: el ejercicio. Por ello, y siguiendo con mi ritual del día, me dispuse a trabajar el cuerpo en general. La cacería del ciervo había sido un pre-calentamiento, pero ahora llegaría la hora del verdadero calentamiento. Me dirigí hacia un sector despejado del bosque, donde la naturaleza parecía haber dejado respirar los pastizales de los árboles y arbustos autóctonos. Yo me había preocupado personalmente de arrancar las malas hierbas y de mantener el pasto a una altura moderada, la suficiente para poder utilizar el lugar. Así, comenzó mi entrenamiento del día.
Troté alrededor de quince vueltas alrededor del pastizal, lo que me tomó unos quince minutos. Entre tanto, cuando aumentaba mi motivación, hacía alguna lagartija, sentadilla, o bien me subía a la rama de un árbol para tirar los brazos hasta que la rama quedase a la altura de mi pecho. Al terminar este proceso, el sudor ya estaba empezando a empapar mi cuerpo.
—Un buen comienzo.
Estiré un poco los brazos, hombros, piernas y abdomen. Sólo un poco. En seguida me dispuse a trabajar las piernas. A pesar de que mis quemaduras en las mismas ya habían sido tratadas con éxito, todavía sentía una quemazón cuando la sangre bombeaba rauda a través de mis venas, pero, esa sensación ya la tenía tan asociada al cansancio que ya era algo normal a mis ojos. Por ello, cuando tomé la roca (que pesaba alrededor de unos treinta kilos), no me sorprendí que los muslos me ardieran.
Con la roca entre mis manos, comencé a hacer "enanitos", es decir, ponía una rodilla en el suelo y en seguida daba un paso largo, poniendo la otra en el suelo, y así dí unas cinco vueltas alrededor del lugar. Hacer esto era agotador, tanto que a veces me mareaba, pero era por un bien mayor, por lo que no dejé que mi ánimo tambalease. Al terminar, mis piernas se sintieron tan ligeras que sentí que podía volar. El sudor parecía bañarme, pero todavía no había terminado. Me subí a la rama de un árbol fuerte y robusto, capaz de soportar con creces mi peso. Puse mis rodillas alrededor de la misma (de la rama), y en seguida, con dos rocas más pequeñas en mis manos, de unos quince kilos cada una, comencé a trabajar los abdominales. Este trabajo se me hacía muy difícil al principio, pero luego ya el cuerpo parecía saber qué hacer, sin que yo tuviese que forzarlo demasiado. Cuando mi cabeza llegaba arriba, daba dos golpes diagonales para luego volver abajo. Este trabajo me tuvo entretenido un muy buen rato. Algunos recuerdos comenzaron a asaltarme cuando estaba a punto de terminar la ronda. Sacudí mi cabeza.
—Este...... no es....... el momento...... cuando uno.......... entrena.......... no existen......... los problemas........ lo único......... que existe......... son tres cosas....... las que son.......... fuerza........... disciplina......... y............. concentración............
Al terminar, me dejé caer del árbol. El golpe me devolvió la consciencia y, a pesar de estar exhausto, me invadieron unas tremendas ganas de reír. Y fue lo que hice. Reí como no había reído desde hacía mucho tiempo. Mi risa fue estruendosa, casi como la de un lunático, en especial por estar ahí, solo, en medio del bosque. Pero me hizo bien.
Ahora era el momento de trabajar los brazos, pectorales, hombros y espalda. Para ello, ese día, me correspondían un par de ejercicios. El primero eran las tan famosas y odiadas lagartijas. Cuando era más joven, solía hacerlas lo más rápido posible. Con el tiempo, sin embargo, había aprendido que era mejor hacerlas más lento y profundas, mejorar la técnica para que los músculos trabajen el triple. Así lo hacía, añadiendo además, que cuando empujaba hacia arriba, levantaba con una mano una roca hacia el frente y arriba. Hacer esto lo hacía más pesado, pero los músculos de mi espalda lo agradecían. No sé cuántas rondas y cantidad hice esa ocasión, de hecho, me limité a contarlas cuando mi cuerpo exigía descanso, así que por lo que a mí respecta, hice cinco rondas de veinte, doce, quince, catorce y veinte. Ya estaba pronto a terminar. La mañana ya estaba terminando y yo todavía estaba ahí, dando lo mejor de mí, sin testigos.
El último ejercicio era el que más me costaba dominar. Puse la mente en blanco.
—No existe el fracaso aquí. Si algo es difícil, sólo debes seguir trabajando para dominarle. Está bien fallar. Está bien equivocarse, aquí, cuando estás aprendiendo. Killian lo entiende. Lo único que importa es que lo estás intentando. Y con cada nuevo intento lo haces mejor. Así, el dominar este ejercicio, o cualquier cosa, será algo inevitable. El camino está lleno de caídas. Esas caídas te hacen fuerte. No lo olvides. No lo olvides.
Con este pequeño soliloquio, subí a la rama del mismo árbol con las manos. Me sostuve ahí y en seguida comencé a subir mi peso hasta que la rama quedaba a la altura de mi pecho. Mis brazos dolían, casi explotaban. Mis hombros pedían clemencia y mi espalda bombeaba. Todo esto era bueno. Trabajar a través del dolor. Esa es la manera.
Al final, hice cinco rondas de quince, ocho, cuatro, diez y veinte. Más que la semana pasada. Eso me animó y cuando terminé, me dejé caer al suelo. Estaba cansadísimo, pero feliz. Satisfecho.
Tras descansar un par de minutos, me saqué la ropa y me di un baño frío en la laguna. Ese baño fue... algo divino. Es obvio que al principio me dio mucho frío, pero pasado un rato, me otorgó una tranquilidad como no había sentido desde hacía muchísimo tiempo. Eso me puso algo pensativo.
Después, ya habiendo cumplido con la rutina del día, era la hora de comer. Carne de ciervo y ensalada. Comida simple. Pero nutritiva. Es importante comer después de entrenar, ya que se ayuda a que el cuerpo haga lo suyo.
Comí como un cerdo. Un cerdo feliz. Al terminar di un eructo tan atronador que una bandada de pájaros salió volando.
Satisfecho, me fui a dar una siesta bajo la sombra de un árbol. He ahí el tercer pilar de la fuerza: descansar bien. Y por último, otro pilar que es igual de importante: mantener la mente sana, agradecer y ser felices. Así me sentía en ese momento, mientras el sueño me vencía y sucumbía a su tibio encanto.
De este largo alejamiento, pude entender un par de cuestiones. Primero, hay que mantenerse en movimiento para estar en relativo equilibro (sí, había aprendido el significado de la palabra "relativo" gracias a una dragona cuyo nombre ya no recuerdo), pues en caso contrario, uno se tambalea hasta que se cae. A veces uno necesita detenerse, es verdad, ¿pero por cuánto tiempo? La respuesta a esa pregunta me acompañaba en las noches, cuando me encontraba viendo la leña crepitar y ululaban los animales nocturnos.
La segunda cosa que entendí es que necesito aprender nuevos métodos de combate. Es increíble la cantidad de gente con habilidades asombrosas que hay ahí afuera. Hay gente capaz de transformarse en dragón, vampiresas que te chupan la sangre, hechiceros que usan magia, robots que... bueno, en realidad no sé lo que hacen, pero se ven intimidantes... hasta un niño podría representar una amenaza en este reino, y eso que yo siempre me consideré un guerrero de lo mejor. A veces miraba mi espada y ya no me parecía la gran cosa, como si todo ese entrenamiento, sudor, caza, batallas y perseverancia ni significaran nada.
Pero entonces un pensamiento solía contradecir este hecho, o mejor dicho, un hecho que es tan cierto como que el dragón oscuro sigue suelto por ahí: Que sigo vivo. Si sigo vivo, a pesar de haber estado tantas veces al borde de la muerte, es porque en realidad no soy tan mal guerrero. Esos sueños de exterminar el mal todavía podrían cumplirse. No ahora, eso es evidente, pero sí en un futuro no muy lejano. Para eso debo mejorar mis habilidades.
¿Y cómo mejorar mis habilidades?
En el ámbito físico, es claro que el entrenamiento es la clave. Un sabio que conocí un día, me dijo que cada gota de sudor es una gota de sangre menos en el campo de batalla. Esa verdad sigue haciendo eco en mí, me hace sentido, me da fuerzas, me reconforta y me hace sonreír.
Pero existen, desde luego, otro ámbito en el que soy débil como un bebé: el ámbito intelectual. Nací roto. Nunca he podido entender un papiro más complicado que mi propio nombre. Entonces decidí que necesito conocer a gente que me enseñe cosas, o me dé pistas para hacerle frente a aquellos usuarios de la magia que parecen gigantes en mi imaginación. Entendí también que la fuerza está en el número. ¿No había aprendido ya que existe gente buena y mala en todas las razas? En cuyo caso, ¿por qué no hacerme amigo de algún hechicero, elfo, v...v...vampiro? Bueno, tal vez vampiros no, salvo que pueda conocer a alguno que realmente se gane mi confianza.
Así, con estas resoluciones en mi cabeza, llegó el día en que debía volver a ponerme en marcha.
Esa mañana, comenzó normal, como el presagio de un futuro que podría deparar algo bueno. El canto de las aves locales me despertó un sentimiento de simpatía ante todo lo que crece de la tierra y entrega sus frutos. La naturaleza encierra horrores dentro de sí misma, eso es innegable, pero de pronto es bueno recordar —o tener presente— el lado bondadoso que ésta tiene. Si existen abominaciones, es justo que intentemos ayudar a la madre tierra, pues ésta nos dio la vida y nos ha visto crecer desde entonces hasta que volvemos a ser parte de ella. Ese es mi pensamiento. Y lo considero sagrado.
Entre matorrales, ramas y arbustos, encontré un riachuelo que serpenteaba a través de meandros peñascosos, hasta terminar en una laguna escondida en medio del bosque. Ya conocía ese lugar, y por lo mismo dispuse mi lanza (que no era más que un palo largo, con la punta tallada por mi propia espada) y esperé pacientemente. Mi paciencia rindió frutos, ya que un ciervo se acercó para beber el agua del riachuelo. Me mantuve sereno, con la respiración calmada. En otras circunstancia, me habría lanzado al ataque con un grito estruendoso para emprender la carrera, pero estaba aprendiendo a usar otras dotes a mi favor, como el sigilo. El ciervo parecía sucio, de seguro ya había recorrido una gran distancia para beber agua, por lo que no se iría tan de prisa. Prensé la lanza. Tomé el aire con sumo cuidado, inspirando profundamente, llenando los pulmones y el estómago. Entonces lancé el proyectil. La lanza se clavó en su cuello y el animal cayó muerto. Me acerqué a él y le acaricié alrededor del hocico. Entonces le degollé el cuello con la espada. Fue una muerte limpia.
Acto seguido, llevé la presa a mi campamento y en seguida me dispuse a despedazarlo. El proceso es sangriento, aunque necesario. La ventaja es que hay varias piezas del animal que sirve a artesanos y curtidores, quienes pagan bien. Guardé algunas raciones para mi viaje, y otro resto —los muslos, pecho y lomo— los separé para hacer el trueque que tenía en mente. Resulta que por aquellos bosques, habitaba una humilde familia que vivían en una cabaña y cultivaban la tierra. La mujer e hijos del granjero solían tratarme con cierta distancia, pero el padre de familia me veía con buenos ojos. A veces le ayudaba cuando tenía problemas con lobos, o cuando el trabajo se le tornaba cuesta arriba. A cambio de las piezas de ciervo, el buen hombre me dio patatas, zanahorias, tomates y hierbas del huerto. La leche de vaca me la ofreció de buena fe, porque es buena gente.
Contando con todos estos ingredientes, podría nutrir mi cuerpo con las cosas necesarias para mantenerlo fuerte y atlético. En efecto, la alimentación es muy importante para tener una buena salud. Es la base de la fuerza que permite combatir. Pero hay otro pilar que es, también, muy importante: el ejercicio. Por ello, y siguiendo con mi ritual del día, me dispuse a trabajar el cuerpo en general. La cacería del ciervo había sido un pre-calentamiento, pero ahora llegaría la hora del verdadero calentamiento. Me dirigí hacia un sector despejado del bosque, donde la naturaleza parecía haber dejado respirar los pastizales de los árboles y arbustos autóctonos. Yo me había preocupado personalmente de arrancar las malas hierbas y de mantener el pasto a una altura moderada, la suficiente para poder utilizar el lugar. Así, comenzó mi entrenamiento del día.
Troté alrededor de quince vueltas alrededor del pastizal, lo que me tomó unos quince minutos. Entre tanto, cuando aumentaba mi motivación, hacía alguna lagartija, sentadilla, o bien me subía a la rama de un árbol para tirar los brazos hasta que la rama quedase a la altura de mi pecho. Al terminar este proceso, el sudor ya estaba empezando a empapar mi cuerpo.
—Un buen comienzo.
Estiré un poco los brazos, hombros, piernas y abdomen. Sólo un poco. En seguida me dispuse a trabajar las piernas. A pesar de que mis quemaduras en las mismas ya habían sido tratadas con éxito, todavía sentía una quemazón cuando la sangre bombeaba rauda a través de mis venas, pero, esa sensación ya la tenía tan asociada al cansancio que ya era algo normal a mis ojos. Por ello, cuando tomé la roca (que pesaba alrededor de unos treinta kilos), no me sorprendí que los muslos me ardieran.
Con la roca entre mis manos, comencé a hacer "enanitos", es decir, ponía una rodilla en el suelo y en seguida daba un paso largo, poniendo la otra en el suelo, y así dí unas cinco vueltas alrededor del lugar. Hacer esto era agotador, tanto que a veces me mareaba, pero era por un bien mayor, por lo que no dejé que mi ánimo tambalease. Al terminar, mis piernas se sintieron tan ligeras que sentí que podía volar. El sudor parecía bañarme, pero todavía no había terminado. Me subí a la rama de un árbol fuerte y robusto, capaz de soportar con creces mi peso. Puse mis rodillas alrededor de la misma (de la rama), y en seguida, con dos rocas más pequeñas en mis manos, de unos quince kilos cada una, comencé a trabajar los abdominales. Este trabajo se me hacía muy difícil al principio, pero luego ya el cuerpo parecía saber qué hacer, sin que yo tuviese que forzarlo demasiado. Cuando mi cabeza llegaba arriba, daba dos golpes diagonales para luego volver abajo. Este trabajo me tuvo entretenido un muy buen rato. Algunos recuerdos comenzaron a asaltarme cuando estaba a punto de terminar la ronda. Sacudí mi cabeza.
—Este...... no es....... el momento...... cuando uno.......... entrena.......... no existen......... los problemas........ lo único......... que existe......... son tres cosas....... las que son.......... fuerza........... disciplina......... y............. concentración............
Al terminar, me dejé caer del árbol. El golpe me devolvió la consciencia y, a pesar de estar exhausto, me invadieron unas tremendas ganas de reír. Y fue lo que hice. Reí como no había reído desde hacía mucho tiempo. Mi risa fue estruendosa, casi como la de un lunático, en especial por estar ahí, solo, en medio del bosque. Pero me hizo bien.
Ahora era el momento de trabajar los brazos, pectorales, hombros y espalda. Para ello, ese día, me correspondían un par de ejercicios. El primero eran las tan famosas y odiadas lagartijas. Cuando era más joven, solía hacerlas lo más rápido posible. Con el tiempo, sin embargo, había aprendido que era mejor hacerlas más lento y profundas, mejorar la técnica para que los músculos trabajen el triple. Así lo hacía, añadiendo además, que cuando empujaba hacia arriba, levantaba con una mano una roca hacia el frente y arriba. Hacer esto lo hacía más pesado, pero los músculos de mi espalda lo agradecían. No sé cuántas rondas y cantidad hice esa ocasión, de hecho, me limité a contarlas cuando mi cuerpo exigía descanso, así que por lo que a mí respecta, hice cinco rondas de veinte, doce, quince, catorce y veinte. Ya estaba pronto a terminar. La mañana ya estaba terminando y yo todavía estaba ahí, dando lo mejor de mí, sin testigos.
El último ejercicio era el que más me costaba dominar. Puse la mente en blanco.
—No existe el fracaso aquí. Si algo es difícil, sólo debes seguir trabajando para dominarle. Está bien fallar. Está bien equivocarse, aquí, cuando estás aprendiendo. Killian lo entiende. Lo único que importa es que lo estás intentando. Y con cada nuevo intento lo haces mejor. Así, el dominar este ejercicio, o cualquier cosa, será algo inevitable. El camino está lleno de caídas. Esas caídas te hacen fuerte. No lo olvides. No lo olvides.
Con este pequeño soliloquio, subí a la rama del mismo árbol con las manos. Me sostuve ahí y en seguida comencé a subir mi peso hasta que la rama quedaba a la altura de mi pecho. Mis brazos dolían, casi explotaban. Mis hombros pedían clemencia y mi espalda bombeaba. Todo esto era bueno. Trabajar a través del dolor. Esa es la manera.
Al final, hice cinco rondas de quince, ocho, cuatro, diez y veinte. Más que la semana pasada. Eso me animó y cuando terminé, me dejé caer al suelo. Estaba cansadísimo, pero feliz. Satisfecho.
Tras descansar un par de minutos, me saqué la ropa y me di un baño frío en la laguna. Ese baño fue... algo divino. Es obvio que al principio me dio mucho frío, pero pasado un rato, me otorgó una tranquilidad como no había sentido desde hacía muchísimo tiempo. Eso me puso algo pensativo.
Después, ya habiendo cumplido con la rutina del día, era la hora de comer. Carne de ciervo y ensalada. Comida simple. Pero nutritiva. Es importante comer después de entrenar, ya que se ayuda a que el cuerpo haga lo suyo.
Comí como un cerdo. Un cerdo feliz. Al terminar di un eructo tan atronador que una bandada de pájaros salió volando.
Satisfecho, me fui a dar una siesta bajo la sombra de un árbol. He ahí el tercer pilar de la fuerza: descansar bien. Y por último, otro pilar que es igual de importante: mantener la mente sana, agradecer y ser felices. Así me sentía en ese momento, mientras el sueño me vencía y sucumbía a su tibio encanto.
Killian
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
Era perturbador, definitiva y atrozmente perturbador. Horrible, terrible, insufrible, molesto, odioso, poco ortodoxo y, sin duda alguna, una increíble y enorme mierda de caballo frente a tu puerta en una noche lluviosa. Estaba seguro que, de no haber reconocido a la distancia los característicos muros que protegían los interiores de la ciudad de Lunargenta, a la que tampoco me emocionaba demasiado regresar más allá de la posibilidad de encerrarme en mi taller con un par de jarras de hidromiel, me hubiera lanzado en ese mismo instante de aquel pobre intento de carroza en la que me vi forzado a viajar hasta la ciudad. En primer lugar, odiaba viajar. ¿Qué tenían en la cabeza esas personas que disfrutaban de andar de aquí para allá en el bosque como salvajes? ¿No tenían a nadie que se preocupara por ellos en casa? Yo tampoco es que tuviera a nadie que me dedicara sus plegarias o nada similar... ¿Pero tener que dormir a la intemperie? ¿A la merced de cientos de predadores diferentes, con formas únicas y peculiares de asesinar la presumible sed de aventura que se pueda tener, y con los molestos sonidos de la naturaleza? Ja, paso. Amaba demasiado la comodidad y el olor de las viejas pieles que cubrían mi cama para andar durmiendo en cuevas o en árboles al azar. Segundo, odiaba a las personas. ¿Sonaba narcisista? Quizás lo era, muchos así lo creían, ¿pero acaso podían culparme? Podía lidiar con la sensación de que aquellos tablones de madera cederían en cualquier momento al peso de los pasajeros y cajones de carga, con el incesante retumbar de los cascos de los caballos que tiraban de ese cacharro, incluso de la inexistencia de espacio personal y condiciones óptimas para trasladarse por el continente durante días... ¿Pero con las personas? ¿Con el horrible cantar, que no se había detenido en dias, de aquel patético bardo que recogieron en el camino? ¿Con la pestilencia proveniente del bastardo que abarcaba la mayor cantidad del reducido espacio que teníamos? De verdad, podía estar siendo un auténtico hijo de perra por pensar así, pero ganas no me faltaban de freírles los cerebros a ambos con una descarga eléctrica de mis guanteletes. Me frenaba la pequeña pizca de cordura que aún conservaba... y la posibilidad de que mis esfuerzos fueran en vano ante la ausencia total de algo similar a un cerebro en las cabezas de mis adorables compañeros.
Cuando aquella abominación llamada carruaje se detuvo, fui el primero en salir disparado de ese infierno. Nunca había tenido miedo al encierro en toda mi vida, pero creo que la sensación de libertad que experimenté en ese entonces podía asemejarse a la que sentiría uno de esos individuos... al ser liberado después de cuatro días atrapado en una caja. ¿Qué experimenté después de eso? Un recordatorio de la agradable fetidez que inundaba las calles y plazas de las tierras humanas. Sin duda alguna, estábamos en Lunargenta—. Hogar, dulce hogar. —comenté arqueando una ceja, cruzándome de brazos y liberando un profundo suspiro de resignación. Recalco, no estaba nada emocionado con mi regreso a la ciudad, no es como que tuviera más opciones. Al menos, eso es lo que había logrado recordar. Solía vivir aquí antes de... lo que sea que me hubiera pasado que me llevó a convertirme en uno de esos titanes de metal. ¿Debía agradecer a quien me convirtió en esto por tener la cortesía de no hacerme olvidar que tengo un lugar a donde ir, evitando dejarme con amnesia a mitad de tierras totalmente desconocidas? Seguro que si. De hecho, me encargaría de encontrarlo para darle las gracias apropiadamente, junto a un lindo regalo que seguro no iba a olvidar.
Tras convencerme a mi mismo que había sobrevivido y superado exitosamente el trauma de viajar en ese vientre de bégimo, comencé a caminar siguiendo una ruta trazada con mis corazonadas. Había aprendido que, desde que me pegaron aquel trozo de metal a la espalda, todas mis corazonadas eran realmente pistas de cosas que no podía recordar. Si estaba teniendo un par en aquellas circunstancias, seguro que seguirlas me guiaría a mi supuesta vivienda en ese basurero de ciudad. No estaba realmente seguro de a donde iba cuando me adentré en aquel callejón, pero terminé de sustentar mi teoría cuando fui invadido por aquella calidez al detenerme ante una de las puertas. ¿Era aquí donde vivía...? Bueno, encajaba bien conmigo, supongo... bastante patética y polvorienta. La verdadera problemática que debía resolver era: ¿como demonios iba a entrar? No tenía ninguna llave, no que pudiera recordar. Probablemente guardaba alguna en un compartimiento secreto tras la pared, pero dudaba que pudiera encontrarla, en especial si yo la había ocultado... Liberé un bufido. No tenía alternativa entonces, tocaba recurrir a métodos no-ortodoxos. Junte mis dedos, estirando mis brazos en pronación con las palmas hacia afuera, liberando las asperezas de mis huesos. Retrocedí mi pierna derecha para adquirir una postura correcta, mientras calculaba el punto perfecto del impacto. Me detuve un segundo a pensar si no estaba siendo demasiado radical... pero luego llegué a la conclusión de que me importaba una mierda y procedí. Un movimiento veloz y un golpe seco, dos pasos que formaron el proceso que tumbó violentamente aquella puerta, liberando una nube de polvo y un par de roedores huyendo despavoridos. Aparentemente, el tiempo que estuve desaparecido no fue suficiente para que el rey se apropiara de mi casa, pero si para que lo hiciera una infestación de ratas. Que lindo. Apreciaba que se hubieran tomado la molestia de cuidarla, pero ya podían retirarse.
Me había abierto camino al interior de mi hogar; incluso aquello se sentía extrañamente familiar. Me imaginaba a la perfección abriendo la puerta a patadas en medio de la noche, siendo incapaz de elaborar una sola acción congruente y precisa con los efectos del alcohol en todo mi cuerpo. Sin duda, no lo había olvidado, fue como montar a caballo. Mi pintoresco hábitat no tenía nada particular aparte de la gran cantidad de espacio que había, y los altos niveles de polvo y suciedad con todo el presumible tiempo que estuve ausente. Al parecer, había entrado por la puerta trasera, que a la vez era la principal aunque eso no tuviera sentido alguno, accediendo a un salón principal. A la derecha pude encontrarme una puerta que guiaba a mi viejo taller, un deposito de metales, engranajes y armas viejas y oxidadas, con una antigua forja que no aparentaba haber cosechado la semilla del fuego en décadas. En serio, ¿cuánto tiempo había estado ausente? En el otro extremo del salón principal pude observar una cocina, pero decidí tomar las escaleras del centro para llegar a lo que era mi habitación. Al abrir la puerta, me recibió mi antigua y desgastada cama en el centro de la habitación, a la cual no dudé en caer rendido y agotado. En serio, podía tener una espina dorsal de metal ahora, pero después de haber dormido por cuatro días sobre un montón de cajones que saltaban al ritmo marcado por los corceles, mi espalda se había visto bastante comprometida. Tomé un profundo respiro, deleitándome con la suavidad de aquellas pieles, antes de observar la pequeña mesa que reposaba en una esquina de la habitación. Esperaba que fueran diarios personales que dieran algo de luz a las preguntas que rondaban mi cabeza, preguntas sobre mi mismo y sobre quien era antes... aunque eso no me hiciera normal otra vez... Bufé obstinado. No era hora de andar con melancolías, tenía una puerta que reparar y demasiada suciedad que limpiar.
Tras lidiar con los daños realizados, las malhumoradas comensales que se negaban a abandonar mi propiedad, y nadar durante horas en mares y mares de polvo, finalmente me había dado por vencido ese día; ya culminaría al día siguiente con el resto. Por ese momento, lo único que necesitaba era comer algo después de darme un merecido baño en un riachuelo que creía recordar no estaba tan lejos de la ciudad. Podía vivir en un lugar donde todo el que no pudiera costearse una esencia aromática olía a moho de taberna, pero eso no significaba que debía tener sus mismas tendencias. No es como que yo tuviera dinero para comprar perfumes, pero conocía formas más efectivas y menos costosas de combatir la fetidez corporal. Además, ya había experimentado anteriormente mezclar agua y el metal que ahora tenía en el cuerpo. Honestamente, la idea de morir como una deliciosa carne asada no me molestaba en lo absoluto, así que tomé el riesgo y terminé por comprobar que no existía riesgo. No tenía nada que temer.
Sequé el sudor de mi frente con el dorso de mi mano, antes de disponerme a abandonar los muros de mi casa, de la ciudad, y adentrarme en el... bosque, otra vez. Demonios. Por suerte, no tuve demasiado tiempo para volver a quejarme internamente por lo mucho que me perturbaba la espesa y verde gracia de la Madre Tierra, ya que no demoré mucho en llegar al lugar deseado. Oh si, la primera sonrisa que había tenido en cuatro días enteros. El agua cristalina del riachuelo era todo lo que necesitaba para encontrar algo de paz en medio de mis interminables tormentas internas. Me despojé de mis prendas y me dispuse a entrar a las aguas, teniendo un par de calambres al principio con la gélida temperatura, pero logrando adaptarme periódicamente y dejándome suspendido sobre su faz como una nube flotante. Sin duda, no podía entender como alguien podía no disfrutar de la calma que podía invadirte en un ambiente como este; estar cubierto de metal ya claramente no era una excusa.
Permanecí un tiempo dentro del río hasta que lo consideré suficiente, fue entonces cuando me dispuse a salir de las aguas, recoger y vestirme con las prendas que había dejado reposar sobre una roca, y regresar a casa y buscar algo de comer en el pueblo. Ciertamente, ese último pensamiento bastaba para demoler mi recién adquirida paz y felicidad, dos cosas no solían durar mucho tiempo en mi vida; pues el olor en el mercado llegaba a ser incluso peor al estar tanta gentuza amontonada en un solo lugar... Sin embargo, no permití que aquello nublara mi juicio y quise mantener el peculiar ánimo que me había brindado el sumergirme en aquel caudal... Grave error, muy pero muy grave error. ¿Cuál era el problema con que estuviera de buen humor por un par de segundos? Se estarán preguntando... Simple: curiosidad. Cuando no estaba ocupado odiando todo lo que se hallaba a mi alrededor, invertía mi tiempo en curiosear e investigar todo lo que lograba captar mi atención. Por supuesto, en un lugar como mi taller, saciaba dicha curiosidad jugando con piezas y engranajes de biocibernéticos... ¿Pero en un lugar como el bosque? La curiosidad solo podía traerme molestias innecesarias acompañadas de una oleada de estrés... Esta no sería la excepción.
A mitad de mi camino de regreso a la civilización, un sonido peculiar captó mi atención, uno tan potente que provocó la huida de una bandada de pájaros aterrados. En circunstancias normales, ¿que es lo que un ser inteligente debería hacer? Tal cual como los pájaros, debió huir a una zona segura, lejos de posibles amenazas que atenten contra su vida y buena salud. Era tan sencillo, tan fácil darme la vuelta y regresar a mi hogar sano y salvo y con todo el optimismo del mundo... Pero no, tenía que escuchar el maldito y tentador llamado a la aventura que me llenó de emoción y adrenalina, que me llevó a desviarme de la senda y adentrarme en el odioso bosque, asomándome a través de los árboles para encontrarme con... ¿Un campamento? Parpadeé un par de veces, perplejo, algo decepcionado. Esperaba encontrarme con algo más llamativo, no sé, ¿quizás algún extraño espécimen de una criatura misteriosa nunca antes avistada? Pero no, un mísero campamento que seguro pertenecía a uno de esos absurdos salvajes que rondaban por el—. ¡Mierda! —exclamé asombrado, antes de caer sobre mi trasero. A mis pies, se hallaba la gigantesca figura de un hombre reposando sobre el árbol del que me asomaba, subiendo mi tensión por los cielos con una nada grata sorpresa. ¿Cúanto tiempo había estado ese sujeto ahí echado? No importaba ya, su aparición había erradicado todo rastro de buen humor en mi ser. Sin duda, tenía el presentimiento de que este inesperado encuentro no iba a traer nada bueno.
Cuando aquella abominación llamada carruaje se detuvo, fui el primero en salir disparado de ese infierno. Nunca había tenido miedo al encierro en toda mi vida, pero creo que la sensación de libertad que experimenté en ese entonces podía asemejarse a la que sentiría uno de esos individuos... al ser liberado después de cuatro días atrapado en una caja. ¿Qué experimenté después de eso? Un recordatorio de la agradable fetidez que inundaba las calles y plazas de las tierras humanas. Sin duda alguna, estábamos en Lunargenta—. Hogar, dulce hogar. —comenté arqueando una ceja, cruzándome de brazos y liberando un profundo suspiro de resignación. Recalco, no estaba nada emocionado con mi regreso a la ciudad, no es como que tuviera más opciones. Al menos, eso es lo que había logrado recordar. Solía vivir aquí antes de... lo que sea que me hubiera pasado que me llevó a convertirme en uno de esos titanes de metal. ¿Debía agradecer a quien me convirtió en esto por tener la cortesía de no hacerme olvidar que tengo un lugar a donde ir, evitando dejarme con amnesia a mitad de tierras totalmente desconocidas? Seguro que si. De hecho, me encargaría de encontrarlo para darle las gracias apropiadamente, junto a un lindo regalo que seguro no iba a olvidar.
Tras convencerme a mi mismo que había sobrevivido y superado exitosamente el trauma de viajar en ese vientre de bégimo, comencé a caminar siguiendo una ruta trazada con mis corazonadas. Había aprendido que, desde que me pegaron aquel trozo de metal a la espalda, todas mis corazonadas eran realmente pistas de cosas que no podía recordar. Si estaba teniendo un par en aquellas circunstancias, seguro que seguirlas me guiaría a mi supuesta vivienda en ese basurero de ciudad. No estaba realmente seguro de a donde iba cuando me adentré en aquel callejón, pero terminé de sustentar mi teoría cuando fui invadido por aquella calidez al detenerme ante una de las puertas. ¿Era aquí donde vivía...? Bueno, encajaba bien conmigo, supongo... bastante patética y polvorienta. La verdadera problemática que debía resolver era: ¿como demonios iba a entrar? No tenía ninguna llave, no que pudiera recordar. Probablemente guardaba alguna en un compartimiento secreto tras la pared, pero dudaba que pudiera encontrarla, en especial si yo la había ocultado... Liberé un bufido. No tenía alternativa entonces, tocaba recurrir a métodos no-ortodoxos. Junte mis dedos, estirando mis brazos en pronación con las palmas hacia afuera, liberando las asperezas de mis huesos. Retrocedí mi pierna derecha para adquirir una postura correcta, mientras calculaba el punto perfecto del impacto. Me detuve un segundo a pensar si no estaba siendo demasiado radical... pero luego llegué a la conclusión de que me importaba una mierda y procedí. Un movimiento veloz y un golpe seco, dos pasos que formaron el proceso que tumbó violentamente aquella puerta, liberando una nube de polvo y un par de roedores huyendo despavoridos. Aparentemente, el tiempo que estuve desaparecido no fue suficiente para que el rey se apropiara de mi casa, pero si para que lo hiciera una infestación de ratas. Que lindo. Apreciaba que se hubieran tomado la molestia de cuidarla, pero ya podían retirarse.
Me había abierto camino al interior de mi hogar; incluso aquello se sentía extrañamente familiar. Me imaginaba a la perfección abriendo la puerta a patadas en medio de la noche, siendo incapaz de elaborar una sola acción congruente y precisa con los efectos del alcohol en todo mi cuerpo. Sin duda, no lo había olvidado, fue como montar a caballo. Mi pintoresco hábitat no tenía nada particular aparte de la gran cantidad de espacio que había, y los altos niveles de polvo y suciedad con todo el presumible tiempo que estuve ausente. Al parecer, había entrado por la puerta trasera, que a la vez era la principal aunque eso no tuviera sentido alguno, accediendo a un salón principal. A la derecha pude encontrarme una puerta que guiaba a mi viejo taller, un deposito de metales, engranajes y armas viejas y oxidadas, con una antigua forja que no aparentaba haber cosechado la semilla del fuego en décadas. En serio, ¿cuánto tiempo había estado ausente? En el otro extremo del salón principal pude observar una cocina, pero decidí tomar las escaleras del centro para llegar a lo que era mi habitación. Al abrir la puerta, me recibió mi antigua y desgastada cama en el centro de la habitación, a la cual no dudé en caer rendido y agotado. En serio, podía tener una espina dorsal de metal ahora, pero después de haber dormido por cuatro días sobre un montón de cajones que saltaban al ritmo marcado por los corceles, mi espalda se había visto bastante comprometida. Tomé un profundo respiro, deleitándome con la suavidad de aquellas pieles, antes de observar la pequeña mesa que reposaba en una esquina de la habitación. Esperaba que fueran diarios personales que dieran algo de luz a las preguntas que rondaban mi cabeza, preguntas sobre mi mismo y sobre quien era antes... aunque eso no me hiciera normal otra vez... Bufé obstinado. No era hora de andar con melancolías, tenía una puerta que reparar y demasiada suciedad que limpiar.
…
Tras lidiar con los daños realizados, las malhumoradas comensales que se negaban a abandonar mi propiedad, y nadar durante horas en mares y mares de polvo, finalmente me había dado por vencido ese día; ya culminaría al día siguiente con el resto. Por ese momento, lo único que necesitaba era comer algo después de darme un merecido baño en un riachuelo que creía recordar no estaba tan lejos de la ciudad. Podía vivir en un lugar donde todo el que no pudiera costearse una esencia aromática olía a moho de taberna, pero eso no significaba que debía tener sus mismas tendencias. No es como que yo tuviera dinero para comprar perfumes, pero conocía formas más efectivas y menos costosas de combatir la fetidez corporal. Además, ya había experimentado anteriormente mezclar agua y el metal que ahora tenía en el cuerpo. Honestamente, la idea de morir como una deliciosa carne asada no me molestaba en lo absoluto, así que tomé el riesgo y terminé por comprobar que no existía riesgo. No tenía nada que temer.
Sequé el sudor de mi frente con el dorso de mi mano, antes de disponerme a abandonar los muros de mi casa, de la ciudad, y adentrarme en el... bosque, otra vez. Demonios. Por suerte, no tuve demasiado tiempo para volver a quejarme internamente por lo mucho que me perturbaba la espesa y verde gracia de la Madre Tierra, ya que no demoré mucho en llegar al lugar deseado. Oh si, la primera sonrisa que había tenido en cuatro días enteros. El agua cristalina del riachuelo era todo lo que necesitaba para encontrar algo de paz en medio de mis interminables tormentas internas. Me despojé de mis prendas y me dispuse a entrar a las aguas, teniendo un par de calambres al principio con la gélida temperatura, pero logrando adaptarme periódicamente y dejándome suspendido sobre su faz como una nube flotante. Sin duda, no podía entender como alguien podía no disfrutar de la calma que podía invadirte en un ambiente como este; estar cubierto de metal ya claramente no era una excusa.
Permanecí un tiempo dentro del río hasta que lo consideré suficiente, fue entonces cuando me dispuse a salir de las aguas, recoger y vestirme con las prendas que había dejado reposar sobre una roca, y regresar a casa y buscar algo de comer en el pueblo. Ciertamente, ese último pensamiento bastaba para demoler mi recién adquirida paz y felicidad, dos cosas no solían durar mucho tiempo en mi vida; pues el olor en el mercado llegaba a ser incluso peor al estar tanta gentuza amontonada en un solo lugar... Sin embargo, no permití que aquello nublara mi juicio y quise mantener el peculiar ánimo que me había brindado el sumergirme en aquel caudal... Grave error, muy pero muy grave error. ¿Cuál era el problema con que estuviera de buen humor por un par de segundos? Se estarán preguntando... Simple: curiosidad. Cuando no estaba ocupado odiando todo lo que se hallaba a mi alrededor, invertía mi tiempo en curiosear e investigar todo lo que lograba captar mi atención. Por supuesto, en un lugar como mi taller, saciaba dicha curiosidad jugando con piezas y engranajes de biocibernéticos... ¿Pero en un lugar como el bosque? La curiosidad solo podía traerme molestias innecesarias acompañadas de una oleada de estrés... Esta no sería la excepción.
A mitad de mi camino de regreso a la civilización, un sonido peculiar captó mi atención, uno tan potente que provocó la huida de una bandada de pájaros aterrados. En circunstancias normales, ¿que es lo que un ser inteligente debería hacer? Tal cual como los pájaros, debió huir a una zona segura, lejos de posibles amenazas que atenten contra su vida y buena salud. Era tan sencillo, tan fácil darme la vuelta y regresar a mi hogar sano y salvo y con todo el optimismo del mundo... Pero no, tenía que escuchar el maldito y tentador llamado a la aventura que me llenó de emoción y adrenalina, que me llevó a desviarme de la senda y adentrarme en el odioso bosque, asomándome a través de los árboles para encontrarme con... ¿Un campamento? Parpadeé un par de veces, perplejo, algo decepcionado. Esperaba encontrarme con algo más llamativo, no sé, ¿quizás algún extraño espécimen de una criatura misteriosa nunca antes avistada? Pero no, un mísero campamento que seguro pertenecía a uno de esos absurdos salvajes que rondaban por el—. ¡Mierda! —exclamé asombrado, antes de caer sobre mi trasero. A mis pies, se hallaba la gigantesca figura de un hombre reposando sobre el árbol del que me asomaba, subiendo mi tensión por los cielos con una nada grata sorpresa. ¿Cúanto tiempo había estado ese sujeto ahí echado? No importaba ya, su aparición había erradicado todo rastro de buen humor en mi ser. Sin duda, tenía el presentimiento de que este inesperado encuentro no iba a traer nada bueno.
Raymond Lorde
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
En ese momento me encontraba soñando algo fascinante: se trataba de un vasto jardín, bucólico, lleno de flores bien cuidadas de todos los colores, tamaños y formas. Incluso me pareció percibir —dentro del sueño— un aroma gentil y delicioso, que dibujó en mi rostro cuadrado una sonrisa de oreja a oreja. En ese lugar, bombardeado del sonido melodioso de las aves —colibríes, picaflor, gaviotas y chucaos—, había una hermosa mujer tocando lo que parecía ser un guitarrón de doce cuerdas confeccionadas con tripas de gato. Vestía un hermoso vestido largo, celestino, y una hermosa rosa rojiza adornaba sus amarantos cabellos desenmarañados, que le caían por la tersa piel de su nívea espalda. A medida que me iba acercando a ella, atravesando aquel jardín bien cuidado, su imagen se iba volviendo cada vez más difusa. Me detuve y desvié la mirada.
—Killian no sabe qué hacer. Si Killian se acerca, Killian hará daño. Hacer daño a las buenas gentes es lo último que Killian quiere hacer.
—De mí no debes temer —me respondió melodiosamente, al ritmo de la melodía que se producía cuando tocaba las cuerdas—. No es que me esté yendo porque tema que me puedas hacer daño. Me voy porque todavía no es el momento de estar juntos. Hay un tiempo para la paz y la dicha, y ese tiempo lo haz vivido a tu modo, Killian. Sin embargo, como ya debes saber, la naturaleza es sabia y cíclica. A un largo periodo de paz, le sucede uno de guerra y desastre. Pero no pierdas el valor. Sólo continúa adelante con tus creencias, deja que la experiencia ponga a prueba tus convicciones, deja que tu corazón te guíe. Entonces, y sólo entonces vas a encontrar el camino a casa.
—Está bien. Igual Killian sabe que este jardín es algo bello. A Killian le gustaría quedarse un rato más, pero sabe que debe irse para luchar contra aquellos seres malvados que quieren destruir el jardín. Pero igual... si no es mucha molestia... si acaso fuera posible... ¿podría Killian quedarse un ratito más? ¿Sólo un ratito? ¿Por favor?
La mujer esbozó una grata sonrisa, como disculpándose. Entonces escuché el chasquido de una rama rompiéndose, lo que me devolvió de súbito a la realidad.
Al abrir los ojos, lo primero que vi fue el fuego sereno que crepitaba la leña. Todavía emitía algo de calor, a pesar de haber sido ya usada para cocinar la carne del ciervo. Al subir la mirada, vi a un hombre que parecía haber caído —o esa impresión me dio— en sus cuartos traseros, tal vez por un error desafortunado. La humedad del lugar hacía que a veces los raigones y raíces adquirieran una superficie algo resbalosa, lo cual podía hacer el paso algo traicionero. De igual modo, en mi rostro quedó calcada una expresión de duda. Aquel hombre parecía normal, aunque me dio la vaga impresión de que sus movimientos serían, tal vez, ¿algo mecánicos? Sólo fue una leve impresión, que se despejó en seguida al recuperarme del sueño. Abrí los ojos y entonces le vi: Era alto, de piel clara aunque parecía tener la dureza del cuero, típica en hombres que se han dedicado a una labor pesada como la herrería. Parecía de contextura atlética, aunque me llamaron mucho la atención sus ojos, que tenían una tonalidad algo grisácea, lo cual era algo bastante poco común.
—Hola, extraño. —Le saludé un poco confundido todavía, ya que quería volver a quedarme dormido. Me levanté lentamente y me estiré alzando los brazos hacia arriba mientras daba un estridente bostezo—. Tú pareces ser alguien curioso. ¿Eres un ladrón? ¿Tal vez viniste aquí para llevarte la comida de Killian? ¿Es eso cierto, pilluelo? ¡Jajajaja! Tranquilo, hombre, no haberte molestado. Killian entiende cuando la necesidad hace hacer cosas tontas. Killian es... ¿cómo decirlo? Hummm... Killian es como un experto en cosas estúpidas. ¡Sí, eso es! Ah, pero disculpar si Killian habla mucho... Killian no hablar con nadie por un largo, laaaaargo tiempo, y tú eres bastante interesante, ¡interesante, sí! Ven, acércate extraño, Killian no va a morderte.
Sonreí con amabilidad y en seguida busqué mi equipaje. De este saqué una ración envuelta en hojas, que traía un pedazo de ciervo, un tomate y una patata.
—Ten, tómalo, es natural que tengas hambre, ¿verdad? ¡Acércate al fuego! Killian debe traer más leña, pero ya no tarda. ¡Oh, por cierto! Mi nombre es Killian. Sí. Killian es mi nombre, pequeño extranjero. ¡Es un gusto, un placer, en verdad es un placer, sí, es un placer conocerte!
Le extendí la mano emocionado.
—Killian no sabe qué hacer. Si Killian se acerca, Killian hará daño. Hacer daño a las buenas gentes es lo último que Killian quiere hacer.
—De mí no debes temer —me respondió melodiosamente, al ritmo de la melodía que se producía cuando tocaba las cuerdas—. No es que me esté yendo porque tema que me puedas hacer daño. Me voy porque todavía no es el momento de estar juntos. Hay un tiempo para la paz y la dicha, y ese tiempo lo haz vivido a tu modo, Killian. Sin embargo, como ya debes saber, la naturaleza es sabia y cíclica. A un largo periodo de paz, le sucede uno de guerra y desastre. Pero no pierdas el valor. Sólo continúa adelante con tus creencias, deja que la experiencia ponga a prueba tus convicciones, deja que tu corazón te guíe. Entonces, y sólo entonces vas a encontrar el camino a casa.
—Está bien. Igual Killian sabe que este jardín es algo bello. A Killian le gustaría quedarse un rato más, pero sabe que debe irse para luchar contra aquellos seres malvados que quieren destruir el jardín. Pero igual... si no es mucha molestia... si acaso fuera posible... ¿podría Killian quedarse un ratito más? ¿Sólo un ratito? ¿Por favor?
La mujer esbozó una grata sonrisa, como disculpándose. Entonces escuché el chasquido de una rama rompiéndose, lo que me devolvió de súbito a la realidad.
Al abrir los ojos, lo primero que vi fue el fuego sereno que crepitaba la leña. Todavía emitía algo de calor, a pesar de haber sido ya usada para cocinar la carne del ciervo. Al subir la mirada, vi a un hombre que parecía haber caído —o esa impresión me dio— en sus cuartos traseros, tal vez por un error desafortunado. La humedad del lugar hacía que a veces los raigones y raíces adquirieran una superficie algo resbalosa, lo cual podía hacer el paso algo traicionero. De igual modo, en mi rostro quedó calcada una expresión de duda. Aquel hombre parecía normal, aunque me dio la vaga impresión de que sus movimientos serían, tal vez, ¿algo mecánicos? Sólo fue una leve impresión, que se despejó en seguida al recuperarme del sueño. Abrí los ojos y entonces le vi: Era alto, de piel clara aunque parecía tener la dureza del cuero, típica en hombres que se han dedicado a una labor pesada como la herrería. Parecía de contextura atlética, aunque me llamaron mucho la atención sus ojos, que tenían una tonalidad algo grisácea, lo cual era algo bastante poco común.
—Hola, extraño. —Le saludé un poco confundido todavía, ya que quería volver a quedarme dormido. Me levanté lentamente y me estiré alzando los brazos hacia arriba mientras daba un estridente bostezo—. Tú pareces ser alguien curioso. ¿Eres un ladrón? ¿Tal vez viniste aquí para llevarte la comida de Killian? ¿Es eso cierto, pilluelo? ¡Jajajaja! Tranquilo, hombre, no haberte molestado. Killian entiende cuando la necesidad hace hacer cosas tontas. Killian es... ¿cómo decirlo? Hummm... Killian es como un experto en cosas estúpidas. ¡Sí, eso es! Ah, pero disculpar si Killian habla mucho... Killian no hablar con nadie por un largo, laaaaargo tiempo, y tú eres bastante interesante, ¡interesante, sí! Ven, acércate extraño, Killian no va a morderte.
Sonreí con amabilidad y en seguida busqué mi equipaje. De este saqué una ración envuelta en hojas, que traía un pedazo de ciervo, un tomate y una patata.
—Ten, tómalo, es natural que tengas hambre, ¿verdad? ¡Acércate al fuego! Killian debe traer más leña, pero ya no tarda. ¡Oh, por cierto! Mi nombre es Killian. Sí. Killian es mi nombre, pequeño extranjero. ¡Es un gusto, un placer, en verdad es un placer, sí, es un placer conocerte!
Le extendí la mano emocionado.
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
Crei que ya lo tenia bajo control. Estaba segura... completamente segura.. no se que me paso. Solo tenía un encargo, una simple misión. Salia de Lunargenta cuando empezó.
"ññnnnnnnsßsiiiiiiiiiiiiii jjjjjiiiiisssssjjjjaaaaaaaa"
Una extraña sensación nublaba mi mente una vez mas, mi cuerpo temblaba inestable, sentía dolores intensos en los músculos a lo largo de la columna vertebral y el cansancio parecía abordarme sin dar batalla siquiera; los labios me temblaban demasiado como para llevar la boca abierta y tragar era una tarea insoportable y desolador, el cuerpo me ardía y algo... algo que no tenia forma de explicar ocurría en mi cabeza. Del miedo empece a correr.
Era la voz, las voces, una sola, muchas a la vez, como si mis neuronas se expandieran rompiéndose entre si ganando espacio, no podía conectar ideas, ni pensar con lógica, no lograba discernir teorías, nada... Estaba desquiciandome.
"jjjaaaaahahhhhhaaaaaaabbbababahjjjiai jajahahahhhhhhhhajajjjjjj jajkakkkopppppp"
- NO LAS ENTIENDO!!!!!
Me volvía a pasar, A veces tenía el control día, aveces entendía la voz, las voces a veces las escuchaba sin detectar palabra alguna, sonidos guturales amorfos que juntaban consonantes indiscriminadamente y vocales ahogadas gritos ensordecedores. Usado un frasco para contener las, pero a veces lo necesitaba, algunas veces como hoy sólo ignorarlas o calmarlas no bastaba, igual se desquiciaban y explotaban contra mí.
Esta vez no encontraría una mujer que pague los sonidos, que me baje la fiebre que cocinaba mis neuronas o me alimenta y me cuide mientras estaba inconsciente, llevaba días caminando sola.
Por ahí las entendía y buscaba conectar con ella, con ellas, Pero estabas llegando al límite. Había pasado un año y aún no lograba entender qué es lo que las provocaba, qué es lo que las invocaba o Por qué razón, a veces, buscaban volverme loca.
Segundo episodio de esquizofrenia, no le encontraba explicación alguna padecimiento que sufría, esto no era mejor que estar muerta. Derek No permitiría que dijese algo así, Klinge tampoco... Pero ellos no conocían la voz, nadie conocía la voz, salvo con el doctor y su asistente, ya era nadie.
Estaba en serios problemas si el dolor no mejoraba, si no podía concentrarme al usar mi magia, no lograría percibir nada ni a nadie, amigos, enemigos, vegetación, animales, nada; solo una vez en el pasado sentí tan profunda la oscuridad con la que convivía desde pequeña y es que sin mi magia molecular era una completa invidente, inutil.
Las voces no se callaban y me estaba exsaperando. Habia dejado de percibir, de pensar y perdí el rumbo hasta que caí.
- Yaaaaaaaaa!!! - grite enloquecida desparramandome en el suelo, tirando el morral de mis manos para llevarlas a ambos lados de mi cabeza y sujetarla con fuerza, me dolía con desesperación y mil cosas sucedían allí a la vez. - cállense! Déjenme!!! Salgan de allí!!!! - me expresaba con suma euforia, irritada, comenzando a mover la cabeza de un lado al otro y llevándola al piso para golpear contra la dura madera mi frente - Ya! - golpe - Ya! - golpe otra vez - Ya! - y mas y mas veces - salgan ya!
Sentía el vibrar del tronco sobre el que estaba y es que no me percate en que momento había dejado de estar sobre tierra firme y me andaba trasladando sobre una madeja de troncos de arboles altos y largos, una madera blanda y fina muy diferente a los pinos donde me crié.
- Ahhhhhhhhhhhhh!!!!! - no se detenían, y parecían comenzar a escaparse, me hacían escuchar cosas afuera, como si me tuvieran rodeada por todos los flancos. Entonces no dude en usar mi Telekinesis y ni siquiera buscaba que agarrar, solo largaba mi magia sobre cualquier cosa que detectara como objeto y lo largaba en dirección de los sonidos, troncos, piedras, ramas, lo que sea hacia todos lados mientras golpeaba y golpeaba la frente contra el piso.
Sentía mi sangre chorreando sobre las costuras de mi rostro pero eso no impediria que me quitara aquel sonido de la cabeza como sea posible.
La madera comenzaba a astillarse y y el dolor amigo buscaba devolverme a la realidad, pero ya no sabía como.
___________________"ññnnnnnnsßsiiiiiiiiiiiiii jjjjjiiiiisssssjjjjaaaaaaaa"
Una extraña sensación nublaba mi mente una vez mas, mi cuerpo temblaba inestable, sentía dolores intensos en los músculos a lo largo de la columna vertebral y el cansancio parecía abordarme sin dar batalla siquiera; los labios me temblaban demasiado como para llevar la boca abierta y tragar era una tarea insoportable y desolador, el cuerpo me ardía y algo... algo que no tenia forma de explicar ocurría en mi cabeza. Del miedo empece a correr.
Era la voz, las voces, una sola, muchas a la vez, como si mis neuronas se expandieran rompiéndose entre si ganando espacio, no podía conectar ideas, ni pensar con lógica, no lograba discernir teorías, nada... Estaba desquiciandome.
"jjjaaaaahahhhhhaaaaaaabbbababahjjjiai jajahahahhhhhhhhajajjjjjj jajkakkkopppppp"
- NO LAS ENTIENDO!!!!!
Me volvía a pasar, A veces tenía el control día, aveces entendía la voz, las voces a veces las escuchaba sin detectar palabra alguna, sonidos guturales amorfos que juntaban consonantes indiscriminadamente y vocales ahogadas gritos ensordecedores. Usado un frasco para contener las, pero a veces lo necesitaba, algunas veces como hoy sólo ignorarlas o calmarlas no bastaba, igual se desquiciaban y explotaban contra mí.
Esta vez no encontraría una mujer que pague los sonidos, que me baje la fiebre que cocinaba mis neuronas o me alimenta y me cuide mientras estaba inconsciente, llevaba días caminando sola.
Por ahí las entendía y buscaba conectar con ella, con ellas, Pero estabas llegando al límite. Había pasado un año y aún no lograba entender qué es lo que las provocaba, qué es lo que las invocaba o Por qué razón, a veces, buscaban volverme loca.
Segundo episodio de esquizofrenia, no le encontraba explicación alguna padecimiento que sufría, esto no era mejor que estar muerta. Derek No permitiría que dijese algo así, Klinge tampoco... Pero ellos no conocían la voz, nadie conocía la voz, salvo con el doctor y su asistente, ya era nadie.
Estaba en serios problemas si el dolor no mejoraba, si no podía concentrarme al usar mi magia, no lograría percibir nada ni a nadie, amigos, enemigos, vegetación, animales, nada; solo una vez en el pasado sentí tan profunda la oscuridad con la que convivía desde pequeña y es que sin mi magia molecular era una completa invidente, inutil.
Las voces no se callaban y me estaba exsaperando. Habia dejado de percibir, de pensar y perdí el rumbo hasta que caí.
- Yaaaaaaaaa!!! - grite enloquecida desparramandome en el suelo, tirando el morral de mis manos para llevarlas a ambos lados de mi cabeza y sujetarla con fuerza, me dolía con desesperación y mil cosas sucedían allí a la vez. - cállense! Déjenme!!! Salgan de allí!!!! - me expresaba con suma euforia, irritada, comenzando a mover la cabeza de un lado al otro y llevándola al piso para golpear contra la dura madera mi frente - Ya! - golpe - Ya! - golpe otra vez - Ya! - y mas y mas veces - salgan ya!
Sentía el vibrar del tronco sobre el que estaba y es que no me percate en que momento había dejado de estar sobre tierra firme y me andaba trasladando sobre una madeja de troncos de arboles altos y largos, una madera blanda y fina muy diferente a los pinos donde me crié.
- Ahhhhhhhhhhhhh!!!!! - no se detenían, y parecían comenzar a escaparse, me hacían escuchar cosas afuera, como si me tuvieran rodeada por todos los flancos. Entonces no dude en usar mi Telekinesis y ni siquiera buscaba que agarrar, solo largaba mi magia sobre cualquier cosa que detectara como objeto y lo largaba en dirección de los sonidos, troncos, piedras, ramas, lo que sea hacia todos lados mientras golpeaba y golpeaba la frente contra el piso.
Sentía mi sangre chorreando sobre las costuras de mi rostro pero eso no impediria que me quitara aquel sonido de la cabeza como sea posible.
La madera comenzaba a astillarse y y el dolor amigo buscaba devolverme a la realidad, pero ya no sabía como.
Habilidad Racial: Telekinesis
Merida DunBroch
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
No, no, ¡no! Aquello no podía estar pasando. Tenía que ser una maldita broma o una especie de ilusión óptica. ¿En serio?, habiendo tantos seres idiotas y sociables y amantes de lo absurdo y de forjar amistades con totales extraños en medio del bosque... ¿realmente el mundo me había escogido a mí para enfrentar este tipo de situación...? Mierda, pura mierda. Me convencí de mantener la calma y el control de mis acciones. Me convencí de tener paciencia y tratar de lidiar con la situación sin explotar con la furia de mil demonios. Quizás, el ruido que había generado mi caída no había bastado para despertar a aquel mastodonte de su profundo letargo. Yo, principalmente, acostumbraba a tener el sueño pesado, y muy pesado. Por supuesto, aún estaba a tiempo de escapar de las consecuencias de mi imprudencia; solo debía salir de ahí rápido, mandar a la mierda a todo lo que despertara mi curiosidad, y regresar sano y salvo a mi confinamiento voluntario. Me dispuse a levantarme, creyendo fervientemente en que podía librarme de aquel percance... hasta que aquella voz se hizo oír desde el suelo, quebrando mis esperanzas de tener buena suerte por una misera vez. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que estarme pasando esto a mi?
Cerré los ojos y bufé entre dientes, tratando de contener la frustración y la rabia que comenzaba a arremolinarse en mi interior, batiendosé en un fiero combate entre mi estómago y mi pecho, deseando salir a flote y descargarse con el objeto inanimado más cercano... pero no, no podía permitirlo. Aunque tuviera todas las ganas de hacerlo, no podía ir por ahí quebrando los dientes de todo el que me molestara. De ser así, más del 80% de la población aerandiana necesitaría una dentadura postiza, los imperios no podrían cubrir las demandas del pueblo y la economía sucumbiría a la inflación; perjudicándome así indirectamente. Por más que fuera la solución más sencilla a mis problemas, a largo plazo, no me convenía. Tomé un profundo respiro y me dispuse a enfrentar a aquel grandulón, cara a cara. Mencionaría que me tomé un minuto para analizarlo a profundidad, pero los resultados, de cualquier posible investigación que haya realizado, no requerían de un minuto entero para su interpretación... decían "idiota" por todos lados. Si bien, mis análisis raramente llegaban a una conclusión diferente a la extraída recientemente, este hombre, sin duda, era uno de los espécimenes más prominentes de la especie. Un cuerpo enorme, repleto de músculos que, probablemente, atrofiaban la circulación de sangre dirigida a la nuez que debía tener por cerebro. Cicatrices por aquí y por allá, medallas que premiaban a la estupidez e insensatez. Jaja, casi me provocaba darle una ovación de aplausos... casi. Me las arreglé para no soltar una carcajada frente a él y actuar con "cortesía", levantándome con calma y poniéndome de pie, aclarando mi garganta con una suave tos—. Hola. —me dirigí a él, seco y cortante, cruzándome de brazos e intentando hacer, lo más obvia posible, mi falta de interés en entablar conversación alguna con él—. ¿Acaso necesitas algo? Tengo cosas importantes qu... —y fue lo último que pude llegar a decir.
Lo siguiente que ocurrió fue un bombardeo intenso de preguntas; una tras otra, sin opción a responder ninguna de ellas antes de proceder a la siguiente. Estaba equivocado, este hombre era el espécimen más prominente de toda la especie de idiotas que había conocido. Jamás había escuchado tantas irregularidades ser emitidas en semejante sucesión. Las bases de las cuestiones parecían formuladas por la mente e imaginación de un niño, por no decir que no había ninguna base en que cimentarse en primer lugar. Agradecía, en parte, que el hombre estuviera respondiendo sus propias preguntas de forma autóctona, pues no creía que nada amable pudiera salir de mi boca en ese momento. ¿Era demasiado tarde para tomar la opción de romperle los dientes y huir?
—¿En serio? No lo pareces, en lo absoluto. —mentí, esbozando una sonrisa cínica, siendo abiertamente sarcástico. No me preocupaba cómo se lo tomara; dudaba mucho que alguien así pudiera interpretar el más obvio de los sarcasmos. Él mismo acababa de proclamarse como un especialista en ser un total estúpido, ¿no era eso genial?, ¿increíble? Simplemente divino. Vamos, Raymond, una sola víctima no haría la diferencia. Los dioses agradecerían que les ahorrara las molestias—. Jajaja... ¿Por qué será? —reí con sarcasmo. No lo sé, podrías empezar por el hecho de que estás acampando en medio de un maldito bosque, amigo, lejos de la civilización. Pretendí no haber escuchado lo de morderme, pues no desechaba la posibilidad de que lo haría en cualquier momento. Volví a tomar un respiro obstinado, antes de seguirlo hasta la hoguera y tomar asiento sobre uno de los troncos que rodeaban aquella flor roja.
Observé a "Killian" con desgano, mientras este traía hacia mi una envoltura de hojas. Bufé, imaginándome lo que contenía, en base a las incoherencias que había mencionado anteriormente. No me equivocaba, era comida... Frustrante. Por más que la impertinente estupidez del bruto me disgustaba, se las había arreglado para dar en el clavo. Me moría por comer algo, lo suficiente para no seguir juzgando y arriesgarme a probar un poco de aquella carne... Sorprendente; no me había provocado ninguna intoxicación, y el sabor no estaba nada mal... estaba exquisito, de hecho.
Pasé de Killian, enfocándome plenamente en devorar aquella jugosa carne de ciervo, y deleitarme con la mezcla de densidades de la patata y el tomate. No me di cuenta de que el gigante me observaba expectante, con su mano extendida, a la espera de... ¿algo? —. Gracias. —le comuniqué, con un poco menos de desdén, mientras limpiaba restos de aquella merienda de mi boca y manos, empleando la envoltura de hojas—. Soy Raymond, Raymond Lorde, pero puedes llamarme Ray. —espeté, extendiendo mi mano igualmente, compartiendo un apretón de manos con el bruto. Guardé silencio tras retirarme, no sabiendo realmente que decir a continuación. No es como que tuviera intenciones de hacerme su amigo, pero de igual modo nunca había sido bueno charlando... Bufé, otra vez—. Escucha, Killian. Aprecio enormemente tu hospitalidad, per... —comencé diciendo, antes de verme abruptamente interrumpido... otra vez. Esta vez, no era debido a la intervención del gigante, sino a gritos, gritos que provenían del bosque. Giré mi rostro en dirección al origen del alarido, sorprendido, guardando silencio para escuchar mejor. No caí en cuenta de lo que significaban hasta un par de segundos después, colocando los ojos en blanco antes de girarme hacia Killian—. No podemos solo pasarlo por alto, ¿verdad? —pregunté sin ánimo, ya sabiendo de antemano la respuesta.
Cerré los ojos y bufé entre dientes, tratando de contener la frustración y la rabia que comenzaba a arremolinarse en mi interior, batiendosé en un fiero combate entre mi estómago y mi pecho, deseando salir a flote y descargarse con el objeto inanimado más cercano... pero no, no podía permitirlo. Aunque tuviera todas las ganas de hacerlo, no podía ir por ahí quebrando los dientes de todo el que me molestara. De ser así, más del 80% de la población aerandiana necesitaría una dentadura postiza, los imperios no podrían cubrir las demandas del pueblo y la economía sucumbiría a la inflación; perjudicándome así indirectamente. Por más que fuera la solución más sencilla a mis problemas, a largo plazo, no me convenía. Tomé un profundo respiro y me dispuse a enfrentar a aquel grandulón, cara a cara. Mencionaría que me tomé un minuto para analizarlo a profundidad, pero los resultados, de cualquier posible investigación que haya realizado, no requerían de un minuto entero para su interpretación... decían "idiota" por todos lados. Si bien, mis análisis raramente llegaban a una conclusión diferente a la extraída recientemente, este hombre, sin duda, era uno de los espécimenes más prominentes de la especie. Un cuerpo enorme, repleto de músculos que, probablemente, atrofiaban la circulación de sangre dirigida a la nuez que debía tener por cerebro. Cicatrices por aquí y por allá, medallas que premiaban a la estupidez e insensatez. Jaja, casi me provocaba darle una ovación de aplausos... casi. Me las arreglé para no soltar una carcajada frente a él y actuar con "cortesía", levantándome con calma y poniéndome de pie, aclarando mi garganta con una suave tos—. Hola. —me dirigí a él, seco y cortante, cruzándome de brazos e intentando hacer, lo más obvia posible, mi falta de interés en entablar conversación alguna con él—. ¿Acaso necesitas algo? Tengo cosas importantes qu... —y fue lo último que pude llegar a decir.
Lo siguiente que ocurrió fue un bombardeo intenso de preguntas; una tras otra, sin opción a responder ninguna de ellas antes de proceder a la siguiente. Estaba equivocado, este hombre era el espécimen más prominente de toda la especie de idiotas que había conocido. Jamás había escuchado tantas irregularidades ser emitidas en semejante sucesión. Las bases de las cuestiones parecían formuladas por la mente e imaginación de un niño, por no decir que no había ninguna base en que cimentarse en primer lugar. Agradecía, en parte, que el hombre estuviera respondiendo sus propias preguntas de forma autóctona, pues no creía que nada amable pudiera salir de mi boca en ese momento. ¿Era demasiado tarde para tomar la opción de romperle los dientes y huir?
—¿En serio? No lo pareces, en lo absoluto. —mentí, esbozando una sonrisa cínica, siendo abiertamente sarcástico. No me preocupaba cómo se lo tomara; dudaba mucho que alguien así pudiera interpretar el más obvio de los sarcasmos. Él mismo acababa de proclamarse como un especialista en ser un total estúpido, ¿no era eso genial?, ¿increíble? Simplemente divino. Vamos, Raymond, una sola víctima no haría la diferencia. Los dioses agradecerían que les ahorrara las molestias—. Jajaja... ¿Por qué será? —reí con sarcasmo. No lo sé, podrías empezar por el hecho de que estás acampando en medio de un maldito bosque, amigo, lejos de la civilización. Pretendí no haber escuchado lo de morderme, pues no desechaba la posibilidad de que lo haría en cualquier momento. Volví a tomar un respiro obstinado, antes de seguirlo hasta la hoguera y tomar asiento sobre uno de los troncos que rodeaban aquella flor roja.
Observé a "Killian" con desgano, mientras este traía hacia mi una envoltura de hojas. Bufé, imaginándome lo que contenía, en base a las incoherencias que había mencionado anteriormente. No me equivocaba, era comida... Frustrante. Por más que la impertinente estupidez del bruto me disgustaba, se las había arreglado para dar en el clavo. Me moría por comer algo, lo suficiente para no seguir juzgando y arriesgarme a probar un poco de aquella carne... Sorprendente; no me había provocado ninguna intoxicación, y el sabor no estaba nada mal... estaba exquisito, de hecho.
Pasé de Killian, enfocándome plenamente en devorar aquella jugosa carne de ciervo, y deleitarme con la mezcla de densidades de la patata y el tomate. No me di cuenta de que el gigante me observaba expectante, con su mano extendida, a la espera de... ¿algo? —. Gracias. —le comuniqué, con un poco menos de desdén, mientras limpiaba restos de aquella merienda de mi boca y manos, empleando la envoltura de hojas—. Soy Raymond, Raymond Lorde, pero puedes llamarme Ray. —espeté, extendiendo mi mano igualmente, compartiendo un apretón de manos con el bruto. Guardé silencio tras retirarme, no sabiendo realmente que decir a continuación. No es como que tuviera intenciones de hacerme su amigo, pero de igual modo nunca había sido bueno charlando... Bufé, otra vez—. Escucha, Killian. Aprecio enormemente tu hospitalidad, per... —comencé diciendo, antes de verme abruptamente interrumpido... otra vez. Esta vez, no era debido a la intervención del gigante, sino a gritos, gritos que provenían del bosque. Giré mi rostro en dirección al origen del alarido, sorprendido, guardando silencio para escuchar mejor. No caí en cuenta de lo que significaban hasta un par de segundos después, colocando los ojos en blanco antes de girarme hacia Killian—. No podemos solo pasarlo por alto, ¿verdad? —pregunté sin ánimo, ya sabiendo de antemano la respuesta.
Raymond Lorde
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
Nuestro amistoso apretón de manos me dio la suficiente confianza como para continuar con nuestra conversación. Si bien mi visitante parecía un hombre reservado, había en él cierta rudeza que me despertó simpatía. Es cierto que las gentes que habitan las grandes ciudades suelen burlarse de mí, llamándome desde "tarado" hasta "¿acaso tu madre te cagó sobre una cascada al darte a luz?", pero en esta oportunidad, el simple hecho de tener a alguien con quien charlar era suficiente para que mi entusiasmo fuese en aumento.
—¿Ray... qué? ¡Oh, Ray! ¡Sí, me gusta! ¡Killian te llamará Ray de ahora en adelante! Encantado, encantado. Oye, Killian ve que te gusta la comida eh, parece que tenías apetito como para comerte el ciervo entero, ¡eso es bueno! Ya sabes lo que dicen, que las gentes saludables aguantan uno que otro atracón de comida; eso te da mucha energía y salud, ¡es cierto! ¡A Killian nunca le han faltado las ganas de comer! ¡Oh, no señor! Desde que Killian era un niño pequeño, nació con un hambre voraz que, bueno, ha sido compañero fiel en los viajes de Killian desde entonces, ¡Vaya que sí! ¿Y tú qué me dices, Ray? ¿De dónde...
Me interrumpí para escuchar aquello que también pareció perturbar a Ray. Ambos nos quedamos en silencio para lograr discernir de dónde provenían aquellos... ¿gritos? Aparentemente eran los gritos de alguien, no muy lejos de nuestra posición. Eso me hizo levantar de un brinco. Miré hacia esa dirección, lleno de curiosidad. Entonces me giré hacia Ray.
—¿Pasarlo por alto? ¡Por supuesto, lo pasaremos por alto! Una vez nos hayamos asegurado de que nadie esté en peligro. Y cuando sepamos qué está haciendo esos ruidos... ¡Escucha! Pareciera como si algo le estuviera como... dando una paliza al bosque. ¿Alcanzas a escuchar? ¡Ooooh, ooooh!—. Una sonrisa emocionada se dibujó en mis labios. Aquel debía ser el llamado a la aventura. ¿Cuánto tiempo hacía que no me aventuraba? ¡Oh, cuánto echaba esto de menos! —Oh, esto es emocionante. ¡Killian no puede dejar de temblar! ¡Oh, vamos a ver! ¡Vamos ahora!
Sin pensármelo dos veces, apagué el fuego y tomé mis precarias pertenencias. Di un paso hacia el follaje denso del bosque, en dirección de los ruidos, no sin antes hacer un alto y girarme nuevamente hacia Ray, con una mirada algo más dura esta vez.
—Salvo que no quieras venir. En ese caso, Killian te desea suerte.
Volví otra vez la mirada y en seguida empecé a correr, atravesando la vegetación de aquel hermoso bosque. Cuando alguna rama se interponía en mi camino, la cortaba con la espada, sosteniéndola con la otra mano. Cuando había un charco lo esquivaba dando brincos, o bien lo saltaba si la distancia no era demasiado considerable. Cuando había una hondonada, me lanzaba hacia el terreno bajo para después escalar otra vez, encaminándome otra vez hacia mi destino. Por el contrario, cuando el terreno se ponía elevado, hacía uso de mis potentes pantorrillas, que me permitían subir casi sin problema, aunque claro, dado que mi ejercicio diario había sido intenso, no me sorprendió que antes de llegar a la fuente de los ruidos estuviera jadeando. Ni siquiera me había detenido a ver si Ray me había seguido.
Entonces llegué a un sector lleno de árboles altos y largos, de madera blanda y fina. Precisamente me escondí detrás de uno de estos árboles para asomarme. Lo que vi a continuación me dejó boquiabierto: Se trataba de una muchacha —joven por lo que parecía—, quien era la responsable de aquellos gritos tan estridentes. Parecía estar sufriendo, ¿pero de qué? Entonces, al ver su rostro creí entender la razón de su dolor. Sus ojos estaban cosidos como los de una muñeca espeluznante. Las costuras de su rostro chorreaban sangre, dándole si cabe, un aspecto todavía más tétrico. Y por si todo esto fuera poco, estaba flotando sobre un tronco, lanzando con una especie de magia que escapaba a mi comprensión todos los objetos que estaban a su alcance. Tuve que volver a esconderme detrás del árbol para esquivar una piedra. Algunas ramas y troncos estaban golpeando el árbol que me servía de improvisado refugio, pero dada la plasticidad de su madera, no resistiría mucho más. Algo incrédulo de lo que vieron mis ojos, me asomé otra vez para recibir de lleno en el rostro el golpe de una rama que me arañó toda la cara, dejándome cortes superficiales sobre mis cicatrices. Al menos pude corroborar que no me había vuelto loco.
Me llevé las manos al rostro para despejar la suciedad. Me había entrado algo a los ojos y me los fregué para limpiarlos. Mientras hacía ésto, grité:
—¡HEY! ¡Jovencita, tienes que calmarte por favor! ¡Soy Killian! ¡Y éste otro es Ray! —grité con la esperanza de que Ray me hubiera seguido—. ¡Hemos venido a ayudar! ¡A Killian también le han herido en el rostro, sabe cómo duele! ¡Por favor, calma tus poderes para que podamos ayudarte! ¡Por favor, sólo queremos ayudarte! ¿¡Cuál es tu nombre!?
En ese momento, el árbol se rompió, dejándome totalmente expuesto. Caí al suelo y me cubrí con ambos brazos.
—¿Ray... qué? ¡Oh, Ray! ¡Sí, me gusta! ¡Killian te llamará Ray de ahora en adelante! Encantado, encantado. Oye, Killian ve que te gusta la comida eh, parece que tenías apetito como para comerte el ciervo entero, ¡eso es bueno! Ya sabes lo que dicen, que las gentes saludables aguantan uno que otro atracón de comida; eso te da mucha energía y salud, ¡es cierto! ¡A Killian nunca le han faltado las ganas de comer! ¡Oh, no señor! Desde que Killian era un niño pequeño, nació con un hambre voraz que, bueno, ha sido compañero fiel en los viajes de Killian desde entonces, ¡Vaya que sí! ¿Y tú qué me dices, Ray? ¿De dónde...
Me interrumpí para escuchar aquello que también pareció perturbar a Ray. Ambos nos quedamos en silencio para lograr discernir de dónde provenían aquellos... ¿gritos? Aparentemente eran los gritos de alguien, no muy lejos de nuestra posición. Eso me hizo levantar de un brinco. Miré hacia esa dirección, lleno de curiosidad. Entonces me giré hacia Ray.
—¿Pasarlo por alto? ¡Por supuesto, lo pasaremos por alto! Una vez nos hayamos asegurado de que nadie esté en peligro. Y cuando sepamos qué está haciendo esos ruidos... ¡Escucha! Pareciera como si algo le estuviera como... dando una paliza al bosque. ¿Alcanzas a escuchar? ¡Ooooh, ooooh!—. Una sonrisa emocionada se dibujó en mis labios. Aquel debía ser el llamado a la aventura. ¿Cuánto tiempo hacía que no me aventuraba? ¡Oh, cuánto echaba esto de menos! —Oh, esto es emocionante. ¡Killian no puede dejar de temblar! ¡Oh, vamos a ver! ¡Vamos ahora!
Sin pensármelo dos veces, apagué el fuego y tomé mis precarias pertenencias. Di un paso hacia el follaje denso del bosque, en dirección de los ruidos, no sin antes hacer un alto y girarme nuevamente hacia Ray, con una mirada algo más dura esta vez.
—Salvo que no quieras venir. En ese caso, Killian te desea suerte.
Volví otra vez la mirada y en seguida empecé a correr, atravesando la vegetación de aquel hermoso bosque. Cuando alguna rama se interponía en mi camino, la cortaba con la espada, sosteniéndola con la otra mano. Cuando había un charco lo esquivaba dando brincos, o bien lo saltaba si la distancia no era demasiado considerable. Cuando había una hondonada, me lanzaba hacia el terreno bajo para después escalar otra vez, encaminándome otra vez hacia mi destino. Por el contrario, cuando el terreno se ponía elevado, hacía uso de mis potentes pantorrillas, que me permitían subir casi sin problema, aunque claro, dado que mi ejercicio diario había sido intenso, no me sorprendió que antes de llegar a la fuente de los ruidos estuviera jadeando. Ni siquiera me había detenido a ver si Ray me había seguido.
Entonces llegué a un sector lleno de árboles altos y largos, de madera blanda y fina. Precisamente me escondí detrás de uno de estos árboles para asomarme. Lo que vi a continuación me dejó boquiabierto: Se trataba de una muchacha —joven por lo que parecía—, quien era la responsable de aquellos gritos tan estridentes. Parecía estar sufriendo, ¿pero de qué? Entonces, al ver su rostro creí entender la razón de su dolor. Sus ojos estaban cosidos como los de una muñeca espeluznante. Las costuras de su rostro chorreaban sangre, dándole si cabe, un aspecto todavía más tétrico. Y por si todo esto fuera poco, estaba flotando sobre un tronco, lanzando con una especie de magia que escapaba a mi comprensión todos los objetos que estaban a su alcance. Tuve que volver a esconderme detrás del árbol para esquivar una piedra. Algunas ramas y troncos estaban golpeando el árbol que me servía de improvisado refugio, pero dada la plasticidad de su madera, no resistiría mucho más. Algo incrédulo de lo que vieron mis ojos, me asomé otra vez para recibir de lleno en el rostro el golpe de una rama que me arañó toda la cara, dejándome cortes superficiales sobre mis cicatrices. Al menos pude corroborar que no me había vuelto loco.
Me llevé las manos al rostro para despejar la suciedad. Me había entrado algo a los ojos y me los fregué para limpiarlos. Mientras hacía ésto, grité:
—¡HEY! ¡Jovencita, tienes que calmarte por favor! ¡Soy Killian! ¡Y éste otro es Ray! —grité con la esperanza de que Ray me hubiera seguido—. ¡Hemos venido a ayudar! ¡A Killian también le han herido en el rostro, sabe cómo duele! ¡Por favor, calma tus poderes para que podamos ayudarte! ¡Por favor, sólo queremos ayudarte! ¿¡Cuál es tu nombre!?
En ese momento, el árbol se rompió, dejándome totalmente expuesto. Caí al suelo y me cubrí con ambos brazos.
Killian
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
Golpeada y golpeaba mi cabeza contra el tronco y a pesar de eso, no había forma de acallar los sonidos, las voces o al menos, que de todas las que hablaban, hubiera tan solo una voz; lidiar con una era fácil, dos podría arreglármelas pero así, solo lograban desquiciarme. Más me valía muerta que pasar por este suplicio una cuarta vez, cómo le hacía para aprender a vivir con algo que no quiere estar dentro de mi cabeza, no se daban cuenta de que ahora íbamos todos en el mismo cuerpo y qué dañarme sólo les joderia el recipiente, o es que caso se trataba de algo que saltaba de un cuerpo a otro sin distinguir o elegir? Un año escuchando voces, dos episodios... era lógico de esperarse que tuviese mis teorías al respecto, no me adjudicaría la locura bajo ninguna circunstancia, no era una opción. De tantas cosas mágicas que había en este mundo, alguna sin lugar a dudas estaba perjudicandome a mí.
Me agarré de los pelos con fuerza y comencé a estirarlos desesperadamente, pero antes de que terminara con el cuero cabelludo desprendido del cráneo algo ocurrió, levante la cabeza y escuché una voz más. Una diferente y no en mi cabeza.
Cese mis movimientos y todo a mi alrededor quedó suspendido en el aire flotando congelado anti-gravitacionalmente, el bullicio se seguía reproduciendo pero yo quizás ya había perdido la conciencia en aquel instante, estar o no estar cuerda se volvió irrelevante porque un sonido era diferente, estaba segura, no era del montón, no pertenecía a ese malintencionado grupo, no lo entendía pero estaba segura, quizás el sonido peor, otra instancia aún más agravante de esta condición, quizás era el preludio de un apocalipsis oscuro y entonces, sólo me consumiría por dentro hasta quedar en la nada.
Ideas tan devastadoras canalizaban lo peor de mí, parecía que mi existencia estaba ligada al sufrimiento, tenia el juicio tan perdido qué mi mente sólo creaba indicios absurdos de lo insignificante que era mi vida.
"Estas maldita, estás maldita, estás maldita, estás maldita..."
Dejaba de centrarme en todo son a mi alrededor y él, las voces del exterior, para alojarme en la seguridad de mis recuerdos, pero incluso estos estaban corruptos.
“Estás maldita, niña maldita, esta maldita maldita, maldita, niña perdida, un monstruo qué llora, la niña maldita"
- Nooooooooooooooo!!! - grité produciendo un chirrido gutural que al ir quebrandose por estar sometido a presiones inviables alcanzo niveles que hicieron sentir que mi garganta se desgarraba para producir sonido alguno, el ruido fue atormentador como el de los muertos vivos resurgiendo de las cenizas por obra de amaterasu.
“Estás maldita, estás maldita, niña maldita, mostró que llora, perdida..."
Alojarme en mis recuerdos sólo sirvió para confundirme y ahora no sabía cuál vos era cuál, cuál estaba en mi cabeza, cual estaba fuera, cual estaba en el recuerdo, todas se parecían y ninguna parecía tener algo bueno que aportar. Yo ya no quería escuchar.
Enfoque toda la concentración que podía en cada articulación de mi cuerpo controlando así los flujos de magia de manera más óptima y objetiva. Solía usar mis poderes sujetos a las emociones que experimentaba pero ahora no había lugar para eso. No estaba razonando, si seguía así, pronto perdería la conciencia.
Moví medio nano milímetro cada molécula de hidrógeno existente a mí alrededor en un radio de 10 metros. Estos bosques eran mi tierra y su humedad mi mejor amiga. Podía percibirlo todo, cada árbol cada hoja cayendo suspendida en el aire, cada objeto que me telequinesis movió por los aires, ahora estáticos esperando nuevas órdenes, cada piedra insignificante a la cual una partícula de humedad se le hubiese adherido, todo, nada escapaba a la viscosidad del hidrógeno en su estado líquido. Ni aquel ser.
- No soy un monstruo... - susurré sin intenciones de ser oída levantando la mano para mover unos dedos.
Cada objeto suspendido en el aire redirigió su ruta con un objetivo claro, no todo en aquel bosque eran maderas y hojas, no todo en aquel bosque eran aves y animales autóctonos. Aquella masa de gran tamaño no debía estar. Ese era el origen del sonido exterior, y eliminaría los sonidos de a uno aunque me costase la vida.
Fue entonces cuando cada piedra, astilla, hoja, semilla y fruto, grandes, medianos y pequeños, cobraron velocidad cuál proyectil se despedía contra una diana hacia aquella persona que me hablaba.
---------Me agarré de los pelos con fuerza y comencé a estirarlos desesperadamente, pero antes de que terminara con el cuero cabelludo desprendido del cráneo algo ocurrió, levante la cabeza y escuché una voz más. Una diferente y no en mi cabeza.
Cese mis movimientos y todo a mi alrededor quedó suspendido en el aire flotando congelado anti-gravitacionalmente, el bullicio se seguía reproduciendo pero yo quizás ya había perdido la conciencia en aquel instante, estar o no estar cuerda se volvió irrelevante porque un sonido era diferente, estaba segura, no era del montón, no pertenecía a ese malintencionado grupo, no lo entendía pero estaba segura, quizás el sonido peor, otra instancia aún más agravante de esta condición, quizás era el preludio de un apocalipsis oscuro y entonces, sólo me consumiría por dentro hasta quedar en la nada.
Ideas tan devastadoras canalizaban lo peor de mí, parecía que mi existencia estaba ligada al sufrimiento, tenia el juicio tan perdido qué mi mente sólo creaba indicios absurdos de lo insignificante que era mi vida.
"Estas maldita, estás maldita, estás maldita, estás maldita..."
Dejaba de centrarme en todo son a mi alrededor y él, las voces del exterior, para alojarme en la seguridad de mis recuerdos, pero incluso estos estaban corruptos.
“Estás maldita, niña maldita, esta maldita maldita, maldita, niña perdida, un monstruo qué llora, la niña maldita"
- Nooooooooooooooo!!! - grité produciendo un chirrido gutural que al ir quebrandose por estar sometido a presiones inviables alcanzo niveles que hicieron sentir que mi garganta se desgarraba para producir sonido alguno, el ruido fue atormentador como el de los muertos vivos resurgiendo de las cenizas por obra de amaterasu.
“Estás maldita, estás maldita, niña maldita, mostró que llora, perdida..."
Alojarme en mis recuerdos sólo sirvió para confundirme y ahora no sabía cuál vos era cuál, cuál estaba en mi cabeza, cual estaba fuera, cual estaba en el recuerdo, todas se parecían y ninguna parecía tener algo bueno que aportar. Yo ya no quería escuchar.
Enfoque toda la concentración que podía en cada articulación de mi cuerpo controlando así los flujos de magia de manera más óptima y objetiva. Solía usar mis poderes sujetos a las emociones que experimentaba pero ahora no había lugar para eso. No estaba razonando, si seguía así, pronto perdería la conciencia.
Moví medio nano milímetro cada molécula de hidrógeno existente a mí alrededor en un radio de 10 metros. Estos bosques eran mi tierra y su humedad mi mejor amiga. Podía percibirlo todo, cada árbol cada hoja cayendo suspendida en el aire, cada objeto que me telequinesis movió por los aires, ahora estáticos esperando nuevas órdenes, cada piedra insignificante a la cual una partícula de humedad se le hubiese adherido, todo, nada escapaba a la viscosidad del hidrógeno en su estado líquido. Ni aquel ser.
- No soy un monstruo... - susurré sin intenciones de ser oída levantando la mano para mover unos dedos.
Cada objeto suspendido en el aire redirigió su ruta con un objetivo claro, no todo en aquel bosque eran maderas y hojas, no todo en aquel bosque eran aves y animales autóctonos. Aquella masa de gran tamaño no debía estar. Ese era el origen del sonido exterior, y eliminaría los sonidos de a uno aunque me costase la vida.
Fue entonces cuando cada piedra, astilla, hoja, semilla y fruto, grandes, medianos y pequeños, cobraron velocidad cuál proyectil se despedía contra una diana hacia aquella persona que me hablaba.
Sigo usando la telekinesis.
Merida DunBroch
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
¿Acaso me había equivocado? Era imposible... Yo jamás fallaba en una deducción, y menos una tan evidente como esa. Por un instante, por un pequeño, mínimo y diminuto instante, por un breve y efímero segundo... aquél zopenco gigantón, con clara pinta de que su madre lo había cagado sobre una cascada, me había hecho... reconsiderar mi teoría. ¿Era realmente Killian más inteligente de lo que evidentemente no aparentaba? ¿Había basado mis argumentos netamente en su comportamiento inicial y apariencia, juzgando al libro por su portada? ¿Era posible? ¿Killian habría visto la inmensa señal de peligro que representaba ese grito? ¿Que no debíamos acercarnos si valorabamos en una mínima escala nuestras vidas? No podía creerlo, era desconcertante... y curiosamente aliviante y fantástico al mismo tiempo; casi quería llorar de la emoción, y lo habría hecho... si el idiota no hubiera aplastado mis ilusiones y esperanzas de un continente libre de imbéciles en su siguiente oración. No pude evitar suspirar y golpear mi frente con la palma de mi mano, en un gesto compuesto por frustración, vergüenza y decepción, mucha decepción; en especial mientras le veía comportarse como un simio emocionado por una banana, siendo la banana la estúpida sed de enfrentar a la muerte con una cuchara.
—De acuerdo... Acabemos con esto. —cedí a su emoción, sin rastro o señal alguna de algo mínimamente parecido al entusiasmo en mi rostro, tras liberar un profundo bufido y ponerme de pié. Me crucé de brazos, volviendo a preguntarme qué mierda estaba haciendo con mi vida... porque en serio, ¿qué mierda estaba haciendo? Observé a Killian correr de aquí para allá con prisa, desesperado por lanzarse al rescate de un total desconocido que ni siquiera planeaba retribuirnos un mísero aero por salvar su vida, de lo que sea que lo hiciera gritar de esa forma. ¿En realidad había alguien en peligro en primer lugar? No iba a saberlo hasta que...
Lo siguiente que ocurrió fue... inesperado. Killian se giró hacia mi... y me dio total libertad de marcharme si era mi deseo... Permanecí en silencio, congelado en el sitio, mientras el gigante descerebrado partía rumbo a asistir al sujeto que requería nuestro auxilio. Me detuve a... pensar... En realidad, nunca había considerado la posibilidad de que realmente no tenía un porque... No tenía una buena razón para continuar con aquello, no tenía un motivo conciso que me impidiera simplemente largarme y pasar de ese pobre intento de ser inteligente, no tenía porque escucharlo ni permitir que me involucrara en sus malas ideas. Aún cuando no se me hubiera presentado así, en bandeja de plata, la oportunidad perfecta para darme la vuelta y volver a la seguridad y privacidad de mi taller, solo tenía que marcharme y listo... ¿Entonces por qué...? ¿Por qué sentía aquella opresión en mi pecho? ¿Por qué la propuesta del mastodonte había creado un efecto adverso en mí, en vez de un alivio para mi conciencia? Acaso... la idea de que ese orangután pudiera creer que no quisiera salvar a alguien, que era un narcisista, egocéntrico, interesado e incapaz de sentir empatía por nadie más que por si mismo... ¿me molestaba? ¿Me importaba lo que él pensara de mí? No lo sabía, no tenía la respuesta, no sabía la razón por la que mis piernas comenzaron a adentrarse al bosque; siguiendo el rastro y las pisadas del zopenco gigante.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué? Corría entre los árboles, siguiendo el camino de ramas irregulares, saltando, escalando, deslizándome para atravesar los diversos obstáculos que mostraban rastros de alteración humana. Yo... no había sentido remordimiento antes, o al menos no que pudiera recordarlo... Siempre me había importado un pimiento lo que los demás quisieran creer de mi, ¿cierto? ¿Por qué de pronto...? El estruendo y la presión aumentaban paulatinamente, como si un remolino mágico azotara los troncos de los árboles con una inmensurable fuerza; guiando mi camino hacia mi torpe acompañante.
—¿Pero qu...? —fue mi primera reacción, apenas me acerqué al área, colocándome detrás de Killian para cubrirme de las oleadas de energía que emitían aquel impulso mágico—. ¿¡Qué demonios es esa... cosa!? —complementé luego, horrorizado con la espeluznante apariencia de aquella figura infantil. ¿Qué mierda era eso? ¿Era un espectro o un espíritu furioso? No podía comprobarlo, no tenía el estómago para observar por mucho tiempo el tejido que cubría sus ojos; era tétrico—. ¡Killian! ¡Ya vámonos! ¡Esa cosa claramente no es víctima de un monstruo! ¡Ella es el monstruo! —intenté advertirle, mientras cubría mi visión de la tierra esparcida por la fuerte ventolera. Por supuesto, no tenía fé alguna de que él quisiera escucharme, pero eso no era lo interesante... lo interesante ocurriría a continuación.
De pronto, la energía se detuvo con un movimiento suave de la joven de cara cosida. Fue solo un instante, pero pudo percibirse como un largo segundo absorto por lo bello, y a la vez poderoso y letal, que se observaba el ambiente con todos aquellos objetos suspendidos en el aire como gemas cubiertas por un brillo mágico. La jovencita habló, y cada objeto redirigió su trayectoria, de una sinfónica oleada de destrucción masiva, a un solo objetivo en común: nosotros. La pequeña hizo un grácil movimiento con sus dedos... y los objetos despegaron, directo a propiciar un final a los espectadores de la orquesta.
Fue entonces cuando sucedió, una vez más, el mundo se congeló otra vez a mi alrededor. Pequeños triángulos grisáceos se extendieron desde mi cuerpo hasta el exterior, cubriendo cada objeto y deteniéndolo en el sitio. No podía mover mi cuerpo, me sentía frío, no podía respirar ni necesitaba hacerlo, pero podía observar mi alrededor. Pronto mi visión fue inundada y abrumada por rectángulos y otras formas geométricas, pequeñas ventanas que contenían información; incomprensible para mi en su mayoría. No entendía que estaba sucediendo... ¿Qué... qué significaba esto...? Al observar a aquella dama, una de esas ventanas manifestó la palabra: ENEMIGO. Pero no fue hasta observar a Killian que pude adquirir una misión que mermó la importancia de mis dudas, pues su ventana manifestó el siguiente mensaje: SÁLVALO.
No necesité más. Logré tomar un respiro, y con él desapareció aquel espacio raro en el que me había sumergido. No parecía que aquella señorita o Killian pudieran verlo, solo yo había entrado en esa zona. Lo importante fue que, de inmediato, un pulso eléctrico fluyó por todo mi cuerpo; distribuyendo la adrenalina en cada fibra de mis huesos. Sentí los rayos emanar de mis manos; incluso fluyendo a través de mis párpados. La electricidad envolvió mis movimientos, mientras apartaba a Killian del camino con un empujón, cruzándome en el camino de aquellos objetos. Coloqué una de mis piernas al frente, para adquirir balance y firmeza en mi postura, y con un rápido movimiento, enfrenté mi puño derecho contra la oleada de objetos que se abalanzaron contra mi; impactando en un fugaz encuentro donde saltaron ondas mágicas cubiertas por chispas y centellas. El siguiente escenario donde pude verme fue impactando contra un árbol, tras ser lanzado por los aires tras la explosión mágica. Perdí el aire cuando mi espalda abolló la superficie de aquel roble, y me dejé caer sobre mis cuartos traseros sin tener la fuerza para levantarme. ¿Lo habría logrado? ¿Habría impedido que se efectuara aquel ataque?
—De acuerdo... Acabemos con esto. —cedí a su emoción, sin rastro o señal alguna de algo mínimamente parecido al entusiasmo en mi rostro, tras liberar un profundo bufido y ponerme de pié. Me crucé de brazos, volviendo a preguntarme qué mierda estaba haciendo con mi vida... porque en serio, ¿qué mierda estaba haciendo? Observé a Killian correr de aquí para allá con prisa, desesperado por lanzarse al rescate de un total desconocido que ni siquiera planeaba retribuirnos un mísero aero por salvar su vida, de lo que sea que lo hiciera gritar de esa forma. ¿En realidad había alguien en peligro en primer lugar? No iba a saberlo hasta que...
Lo siguiente que ocurrió fue... inesperado. Killian se giró hacia mi... y me dio total libertad de marcharme si era mi deseo... Permanecí en silencio, congelado en el sitio, mientras el gigante descerebrado partía rumbo a asistir al sujeto que requería nuestro auxilio. Me detuve a... pensar... En realidad, nunca había considerado la posibilidad de que realmente no tenía un porque... No tenía una buena razón para continuar con aquello, no tenía un motivo conciso que me impidiera simplemente largarme y pasar de ese pobre intento de ser inteligente, no tenía porque escucharlo ni permitir que me involucrara en sus malas ideas. Aún cuando no se me hubiera presentado así, en bandeja de plata, la oportunidad perfecta para darme la vuelta y volver a la seguridad y privacidad de mi taller, solo tenía que marcharme y listo... ¿Entonces por qué...? ¿Por qué sentía aquella opresión en mi pecho? ¿Por qué la propuesta del mastodonte había creado un efecto adverso en mí, en vez de un alivio para mi conciencia? Acaso... la idea de que ese orangután pudiera creer que no quisiera salvar a alguien, que era un narcisista, egocéntrico, interesado e incapaz de sentir empatía por nadie más que por si mismo... ¿me molestaba? ¿Me importaba lo que él pensara de mí? No lo sabía, no tenía la respuesta, no sabía la razón por la que mis piernas comenzaron a adentrarse al bosque; siguiendo el rastro y las pisadas del zopenco gigante.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué? Corría entre los árboles, siguiendo el camino de ramas irregulares, saltando, escalando, deslizándome para atravesar los diversos obstáculos que mostraban rastros de alteración humana. Yo... no había sentido remordimiento antes, o al menos no que pudiera recordarlo... Siempre me había importado un pimiento lo que los demás quisieran creer de mi, ¿cierto? ¿Por qué de pronto...? El estruendo y la presión aumentaban paulatinamente, como si un remolino mágico azotara los troncos de los árboles con una inmensurable fuerza; guiando mi camino hacia mi torpe acompañante.
—¿Pero qu...? —fue mi primera reacción, apenas me acerqué al área, colocándome detrás de Killian para cubrirme de las oleadas de energía que emitían aquel impulso mágico—. ¿¡Qué demonios es esa... cosa!? —complementé luego, horrorizado con la espeluznante apariencia de aquella figura infantil. ¿Qué mierda era eso? ¿Era un espectro o un espíritu furioso? No podía comprobarlo, no tenía el estómago para observar por mucho tiempo el tejido que cubría sus ojos; era tétrico—. ¡Killian! ¡Ya vámonos! ¡Esa cosa claramente no es víctima de un monstruo! ¡Ella es el monstruo! —intenté advertirle, mientras cubría mi visión de la tierra esparcida por la fuerte ventolera. Por supuesto, no tenía fé alguna de que él quisiera escucharme, pero eso no era lo interesante... lo interesante ocurriría a continuación.
De pronto, la energía se detuvo con un movimiento suave de la joven de cara cosida. Fue solo un instante, pero pudo percibirse como un largo segundo absorto por lo bello, y a la vez poderoso y letal, que se observaba el ambiente con todos aquellos objetos suspendidos en el aire como gemas cubiertas por un brillo mágico. La jovencita habló, y cada objeto redirigió su trayectoria, de una sinfónica oleada de destrucción masiva, a un solo objetivo en común: nosotros. La pequeña hizo un grácil movimiento con sus dedos... y los objetos despegaron, directo a propiciar un final a los espectadores de la orquesta.
Fue entonces cuando sucedió, una vez más, el mundo se congeló otra vez a mi alrededor. Pequeños triángulos grisáceos se extendieron desde mi cuerpo hasta el exterior, cubriendo cada objeto y deteniéndolo en el sitio. No podía mover mi cuerpo, me sentía frío, no podía respirar ni necesitaba hacerlo, pero podía observar mi alrededor. Pronto mi visión fue inundada y abrumada por rectángulos y otras formas geométricas, pequeñas ventanas que contenían información; incomprensible para mi en su mayoría. No entendía que estaba sucediendo... ¿Qué... qué significaba esto...? Al observar a aquella dama, una de esas ventanas manifestó la palabra: ENEMIGO. Pero no fue hasta observar a Killian que pude adquirir una misión que mermó la importancia de mis dudas, pues su ventana manifestó el siguiente mensaje: SÁLVALO.
No necesité más. Logré tomar un respiro, y con él desapareció aquel espacio raro en el que me había sumergido. No parecía que aquella señorita o Killian pudieran verlo, solo yo había entrado en esa zona. Lo importante fue que, de inmediato, un pulso eléctrico fluyó por todo mi cuerpo; distribuyendo la adrenalina en cada fibra de mis huesos. Sentí los rayos emanar de mis manos; incluso fluyendo a través de mis párpados. La electricidad envolvió mis movimientos, mientras apartaba a Killian del camino con un empujón, cruzándome en el camino de aquellos objetos. Coloqué una de mis piernas al frente, para adquirir balance y firmeza en mi postura, y con un rápido movimiento, enfrenté mi puño derecho contra la oleada de objetos que se abalanzaron contra mi; impactando en un fugaz encuentro donde saltaron ondas mágicas cubiertas por chispas y centellas. El siguiente escenario donde pude verme fue impactando contra un árbol, tras ser lanzado por los aires tras la explosión mágica. Perdí el aire cuando mi espalda abolló la superficie de aquel roble, y me dejé caer sobre mis cuartos traseros sin tener la fuerza para levantarme. ¿Lo habría logrado? ¿Habría impedido que se efectuara aquel ataque?
- Off:
- Uso mi habilidad "Fuerza de electrones" para imbuir mis guanteletes con electricidad y enfrentar así el ataque de Mérida. Perdonad la tardanza, btw.
Última edición por Raymond Lorde el Jue Ago 27 2020, 15:48, editado 2 veces
Raymond Lorde
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
Si bien ya me caía bien mi singular visitante, las acciones siguientes me llevaron a apreciarlo de verdad. No consideré sus sentimientos ni intereses, salvo los míos. Es como suelo hacer las cosas, lo que suele conllevar —la mayor parte de las veces— al desastre. ¿Por qué de pronto empecé a considerar esto? Fue sólo un segundo, uno solo en el que me cuestioné si acaso había sido lo más sensato involucrarlo en este asunto. Obviamente no alcancé a darle vueltas, por la urgencia de las circunstancias y mi falta de capacidades para hilar reflexiones más complejas que "¿a dónde debo golpear?".
—¡Eso no lo sabemos! —alcancé a respoderle a Ray, al sugerir que la jovencita que teníamos al frente ERA en realidad un monstruo—. ¡Parece que está sufriendo, Ray! ¡Hay que ayudarla!
Fue entonces que todo se detuvo. Los gritos cesaron y los objetos flotaban en el aire, como si la gravedad fuese un mito absurdo. Era todo un espectáculo, sin dudas. Tuve la esperanza, por un breve instante, de que mis palabras hubieran hecho reaccionar favorablemente a la muchacha. Sin embargo, la esperanza se esfumó cuando los gritos reaparecieron, junto a una vorágine que se me hacía incluso más violenta que la anterior. Estaba en el suelo cuando todas las ramas, piedras, y demás objetos se me abalanzaron de pronto como varios proyectiles dirigidos a herirme. Lo único que alcancé a hacer fue cubrirme con ambos brazos. Entonces, sentí que Ray me empujaba desde atrás y me lanzaba hacia un lado. Esto me impresionó por dos razones: la primera, que no mucha gente tiene la fuerza suficiente para levantarme como si fuese un saco de harina. La segunda, fue que no me esperaba que hiciera algo por ayudarme. El empujón me apartó unos pocos metros, los suficientes como para salvarme de lo que de otro modo, hubiera sido un ataque formidable y atroz.
—¡Raaay! —grité a todo pulmón, alzando una mano en un intento inútil por alcanzarlo. ¡Impacto! El impacto fue tan poderoso que me retumbaron los oídos. ¿Cómo, acaso Ray también podía usar magia? ¡Y qué magia! No entendí lo que pasó, todo lo que pude percibir fue que Ray golpeó con su puño derecho algunos objetos voladores, pero no los suficientes, pues los restantes atravesaron su ofensiva para darle varios golpes, tan poderosos que lo arrojaron contra un roble que —me dio la impresión— casi se rompió por el tremendo golpe. Parecía inconsciente, de momento. O tal vez sólo había perdido el aire de sus pulmones de momento. Apreté los dientes.
—¡Ya basta niña, mira lo que haz hecho! —le grité enfurecido. Me levanté tan rápido como pude y en seguida recogí una piedra del tamaño de mi puño—. ¡Nosotros no te hemos hecho nada! ¿¡Por qué nos atacas!? ¡Sólo queremos ayudarte! ¡Por favor, entra en razón y deja de arrojarnos cosas! ¡De lo contrario, Killian tendrá que desenvainar su espada y ésto sólo acabará en sangre!
Tomé impulso y arrojé la piedra con todas las fuerzas que tengo. Con algo de suerte, esa piedra podría darnos algo de ventaja, ya que no estaba dirigida hacia la muchacha, sino al tronco sobre el cual flotaba.
—¡Eso no lo sabemos! —alcancé a respoderle a Ray, al sugerir que la jovencita que teníamos al frente ERA en realidad un monstruo—. ¡Parece que está sufriendo, Ray! ¡Hay que ayudarla!
Fue entonces que todo se detuvo. Los gritos cesaron y los objetos flotaban en el aire, como si la gravedad fuese un mito absurdo. Era todo un espectáculo, sin dudas. Tuve la esperanza, por un breve instante, de que mis palabras hubieran hecho reaccionar favorablemente a la muchacha. Sin embargo, la esperanza se esfumó cuando los gritos reaparecieron, junto a una vorágine que se me hacía incluso más violenta que la anterior. Estaba en el suelo cuando todas las ramas, piedras, y demás objetos se me abalanzaron de pronto como varios proyectiles dirigidos a herirme. Lo único que alcancé a hacer fue cubrirme con ambos brazos. Entonces, sentí que Ray me empujaba desde atrás y me lanzaba hacia un lado. Esto me impresionó por dos razones: la primera, que no mucha gente tiene la fuerza suficiente para levantarme como si fuese un saco de harina. La segunda, fue que no me esperaba que hiciera algo por ayudarme. El empujón me apartó unos pocos metros, los suficientes como para salvarme de lo que de otro modo, hubiera sido un ataque formidable y atroz.
—¡Raaay! —grité a todo pulmón, alzando una mano en un intento inútil por alcanzarlo. ¡Impacto! El impacto fue tan poderoso que me retumbaron los oídos. ¿Cómo, acaso Ray también podía usar magia? ¡Y qué magia! No entendí lo que pasó, todo lo que pude percibir fue que Ray golpeó con su puño derecho algunos objetos voladores, pero no los suficientes, pues los restantes atravesaron su ofensiva para darle varios golpes, tan poderosos que lo arrojaron contra un roble que —me dio la impresión— casi se rompió por el tremendo golpe. Parecía inconsciente, de momento. O tal vez sólo había perdido el aire de sus pulmones de momento. Apreté los dientes.
—¡Ya basta niña, mira lo que haz hecho! —le grité enfurecido. Me levanté tan rápido como pude y en seguida recogí una piedra del tamaño de mi puño—. ¡Nosotros no te hemos hecho nada! ¿¡Por qué nos atacas!? ¡Sólo queremos ayudarte! ¡Por favor, entra en razón y deja de arrojarnos cosas! ¡De lo contrario, Killian tendrá que desenvainar su espada y ésto sólo acabará en sangre!
Tomé impulso y arrojé la piedra con todas las fuerzas que tengo. Con algo de suerte, esa piedra podría darnos algo de ventaja, ya que no estaba dirigida hacia la muchacha, sino al tronco sobre el cual flotaba.
Killian
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
El ardor punzante de las voces pasó a ser un suplicio constante que no se apagaba mientras concentraba todo el dolor y las energías en mi magia para atacar y percibir.
Coincidente el éxito en mi arrebato por el golpe y la explosión pero aún él estaba allí.
Vi venir la reacción en respuesta de aquella gran masa muscular que de alguna manera esquivó mi ataque, pero no me preocupe demasiado por detenerlo, era mas que obvio, que con un ataque tan bajo, estaba lejos de ser un tiro acertado.
Centré mi atención el nuevo blanco y me dispuse redirigir cada proyectil al nuevo objetivo cuando la superficie bajo mis pies perdió estabilidad, la piedra impactó sobre el tronco que me hacía levitar destrozandolo en más de tres partes por su vieja y débil consistencia.
- No... - alcance a decir y Perdí el equilibrio de inmediato, como consecuencia, traté de recuperarme pero todo ocurrió muy rápido y terminé por caer de espaldas al suelo casi un metro por debajo de dónde estaba suspendida. Mi magia aún no me permitía controlar cosas vivas por lo que mi descenso fue Inevitable, pensé en atraer a mí algo más y lo hice en un impulso desesperado con cada objeto que detecté a mi alrededor, no fue una buena idea.
La distancia de caída era muy corta para que alcanzarán a llegar a sujetarse o amortiguarme y, sobre el golpe que recibí al tocar el suelo rebotando mi cabeza contra el ripio, impidiendo que sostubiese la telequinesis, una lluvia de piedras astillas y maderas cayó sobre mí.
Perdí el conocimiento.
Más lo que había generado cesó por completo, tomar buenas decisiones conforme a una estrategia defensiva u ofensiva cuando perdía la estabilidad mental, la conciencia o la razón, no estaba entre mis competencias.
El lado positivo de estar noqueada fue el silencio absoluto qué había logrado en mi cabeza, era el mismo cuerpo el que compartía con lo que sea que intentaba dejarme loca, Por ende parecía de los mismos males.
En mi cabeza...
《《 No era la primera vez que estaba aquí parada, sola, en un lugar tan iluminado como sin luz, dificil de poner en palabras; un lugar tan inmenso como el infinito mismo y que la ves era tan chico en su falta de dimensionalidad, el recuerdo esporádico de aquella mujer a lo lejos era lo único que podían distinguir mis ojos, que en esta dimensión aún se albergaban en mí rostro. No le hablé, no me habló, sólo nos mirábamos como de costumbre.》》
Coincidente el éxito en mi arrebato por el golpe y la explosión pero aún él estaba allí.
Vi venir la reacción en respuesta de aquella gran masa muscular que de alguna manera esquivó mi ataque, pero no me preocupe demasiado por detenerlo, era mas que obvio, que con un ataque tan bajo, estaba lejos de ser un tiro acertado.
Centré mi atención el nuevo blanco y me dispuse redirigir cada proyectil al nuevo objetivo cuando la superficie bajo mis pies perdió estabilidad, la piedra impactó sobre el tronco que me hacía levitar destrozandolo en más de tres partes por su vieja y débil consistencia.
- No... - alcance a decir y Perdí el equilibrio de inmediato, como consecuencia, traté de recuperarme pero todo ocurrió muy rápido y terminé por caer de espaldas al suelo casi un metro por debajo de dónde estaba suspendida. Mi magia aún no me permitía controlar cosas vivas por lo que mi descenso fue Inevitable, pensé en atraer a mí algo más y lo hice en un impulso desesperado con cada objeto que detecté a mi alrededor, no fue una buena idea.
La distancia de caída era muy corta para que alcanzarán a llegar a sujetarse o amortiguarme y, sobre el golpe que recibí al tocar el suelo rebotando mi cabeza contra el ripio, impidiendo que sostubiese la telequinesis, una lluvia de piedras astillas y maderas cayó sobre mí.
Perdí el conocimiento.
Más lo que había generado cesó por completo, tomar buenas decisiones conforme a una estrategia defensiva u ofensiva cuando perdía la estabilidad mental, la conciencia o la razón, no estaba entre mis competencias.
El lado positivo de estar noqueada fue el silencio absoluto qué había logrado en mi cabeza, era el mismo cuerpo el que compartía con lo que sea que intentaba dejarme loca, Por ende parecía de los mismos males.
En mi cabeza...
《《 No era la primera vez que estaba aquí parada, sola, en un lugar tan iluminado como sin luz, dificil de poner en palabras; un lugar tan inmenso como el infinito mismo y que la ves era tan chico en su falta de dimensionalidad, el recuerdo esporádico de aquella mujer a lo lejos era lo único que podían distinguir mis ojos, que en esta dimensión aún se albergaban en mí rostro. No le hablé, no me habló, sólo nos mirábamos como de costumbre.》》
Merida DunBroch
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
¿Sabes? Como miembro común de la sociedad, compartía el temor colectivo que se tenía por los biocibernéticos... Vamos, no era tan descabellada la moción; eran gigantes, forrados de metal hasta donde no entraba la luz del sol, totalmente racionales e insensibles. De hecho, creo que hasta me caían bien; podía insultarlos y hacerles ver como basura todo lo que quisiera sin temor a lastimar sus inexistentes sentimientos... El punto es que siempre transmitían esa especie de... "respeto", esa presencia temeraria que te hacía sentir que, sin importar lo que hicieras, podías lanzarle toda la artillería y caballería de la nación y no les harías ni cosquillas. ¿Qué tenía que ver eso con mi situación actual entonces?, se deben estar preguntando. ¿Cuál era la relevancia de tal trivialidad? Pues, simple, siendo ahora uno de esa especie, me preocupaba seriamente la posibilidad de que, incluso cambiando de raza, fuera inevitable el que sea un total y mediocre fracaso en todo lo que se esperaba que fuera. ¿Era normal en todo biocibernético sentir dolor o era yo el defectuoso? Porque, maldición, justo en ese momento, mientras luchaba por recuperar el aliento, sentía como si me hubieran dado una paliza masiva. Mis músculos ardían y todo intento de movimiento era penalizado por un dolor punzante y pesado. ¿Acaso sobreestimaba las defensas de los gigantes de metal o solo era yo el que era patético? Me sentía como una auténtica máquina vieja y oxidada. ¿Quizás estaba siendo demasiado duro conmigo mismo...? Recordaba haber estado feliz en un principio con mi capacidad de aguantar un sillazo en la cabeza sin desmayarme; era una habilidad que me vendría de perlas cuando me provocara armar jaleo en las tabernas. Además, el ataque de aquella endemoniada infante tampoco había sido precisamente un paseo por la plaza.
Coloqué mis manos sobre el suelo tras un par de segundos, una vez mi respiración comenzó a volverse fluida y el aire regresó a mis pulmones. Contrayendo una de mis rodillas para tener un mejor soporte, sosteniéndome luego con el roble maltrecho que había detenido mi caída, logré recomponerme mientras enfrentaba el dolor cara a cara—. Mierda... —murmuré, apretando los dientes con fuerza para mitigar mi sufrimiento. Sentí una oleada de aire impactar contra la parte posterior de mi cabeza; una cortina de humo blancuzco que había sido liberada por los mecanismos de mi espalda. Eso era... nuevo. Procedí a caminar lentamente hacia mi "adorable" compañero, sin poder evitar en un principio tambalearme un poco cada vez que redirigía mi peso hacia mi pierna derecha. Aparentemente, me había doblado el tobillo cuando fui enviado por los aires y me resultaba molesto el apoyarme sobre él... O eso creía, pues, poco a poco, el dolor comenzó a volverse cada vez menos perceptible. La herida seguía ahí, pude comprobarlo cuando me detuve un segundo a observar mi pié, notando también pequeños desgarres en mi ropa y cortadas en mi piel, pero parecía que me había vuelto totalmente inmune al dolor que se transmitía desde esa área; como si una parte de mi cerebro hubiera bloqueado los nervios de esa zona impidiéndome percibir los daños de aquella lesión. Era extraño.
—Buen trabajo. —palmeé el hombro de Killian, felicitándole por lograr lidiar efectivamente con aquella muchacha; no era tan inútil como pensaba. Hablando de aquella niña, me dispuse a analizarle en busca de información relevante... Me arrepentí al instante, sintiendo escalofríos recorrer y erizar cada parte de mi piel, no recordando el estado tétrico en que se hallaba su rostro—. Demonios, no importa cuanto lo intente, no puedo verla a los... —quería decir "ojos", pero no era precisamente correcto y no fui capaz de dar a tiempo con un reemplazo rápido para esa oración—. Es... espantosa. Me pone la piel de gallina. —susurré, antes de colocarme en cuclillas y dirigir mi vista hacia el suelo, lejos de la niña...
¿Qué... qué se suponía que haríamos con ella ahora? Lo que sea que había hecho Killian, la había dejado inconsciente. Genial, eso evitaba que nos lanzara más objetos al azar y causara más destrozos. Estaba seguro que el bosque no estaba nada feliz con el caos que había hecho y varias familias de comadrejas y otras criaturas se encargarían de hacerle llegar factura por los daños y perjuicios. Yo lo haría, aunque en realidad tenía en mente algo más como... estriparle la garganta con mis propias manos o freirle el cerebro; ya sabes, algo más de mi estilo. Pero, por supuesto, con el Capitán Ceso de Lagartija al mando, tenía que mantener mi venganza a raya. No tenía que ser adivino para predecir que el mastodonte no tendría intención alguna de abandonar a aquella muchacha a su suerte, aunque hubiera intentado matarnos. Así funcionaban todos los supuestos "héroes" de turno que se hallaban esparcidos por todo el continente. A todos los habían cortado con la misma tijera... es decir, todos eran igual de idiotas.
—Muy bien. Como sé que no podemos simplemente dejarla aquí y evitar añadirnos otro dolor en el culo... —comenté resignado, después de liberar un profundo suspiro de derrota—. Primero, tienes que dejarme hacer esto. —le comenté al cerebro de músculos con una sonrisa traviesa, sin darle oportunidad de responder o darme una opinión que no me importaba. Comencé a frotar rápidamente las palmas de mis manos, una contra otra. Cuando consideré que había generado suficiente fricción, me detuve y lleve mis manos hacia donde creía poder adivinar estaba el cabello de la jovencita demoníaca; no pensaba arriesgarme a verla demasiado otra vez. Sentí una pequeña descarga a través de mis manos, y fue cuando supe que el trabajo estaba hecho. Entre mis dedos se hallaba ahora una nube de rizos carmesí, enredada y esponjosa; no pude contener una carcajada maliciosa antes de ponerme de pié otra vez—. ¡Jajaja! ¡Admite que se ve mucho mejor ahora! —bromeé con Killian, palmeando su hombro una vez más—. Además, quiero tener algo de que reírme en el camino de regreso al campamento. Tendrás que cargarme porque no puedo dar ni un paso más. —solté eso último a toda velocidad, con una sonrisa de oreja a oreja, pretendiendo que no se diera cuenta de la gravedad del asunto.
Coloqué mis manos sobre el suelo tras un par de segundos, una vez mi respiración comenzó a volverse fluida y el aire regresó a mis pulmones. Contrayendo una de mis rodillas para tener un mejor soporte, sosteniéndome luego con el roble maltrecho que había detenido mi caída, logré recomponerme mientras enfrentaba el dolor cara a cara—. Mierda... —murmuré, apretando los dientes con fuerza para mitigar mi sufrimiento. Sentí una oleada de aire impactar contra la parte posterior de mi cabeza; una cortina de humo blancuzco que había sido liberada por los mecanismos de mi espalda. Eso era... nuevo. Procedí a caminar lentamente hacia mi "adorable" compañero, sin poder evitar en un principio tambalearme un poco cada vez que redirigía mi peso hacia mi pierna derecha. Aparentemente, me había doblado el tobillo cuando fui enviado por los aires y me resultaba molesto el apoyarme sobre él... O eso creía, pues, poco a poco, el dolor comenzó a volverse cada vez menos perceptible. La herida seguía ahí, pude comprobarlo cuando me detuve un segundo a observar mi pié, notando también pequeños desgarres en mi ropa y cortadas en mi piel, pero parecía que me había vuelto totalmente inmune al dolor que se transmitía desde esa área; como si una parte de mi cerebro hubiera bloqueado los nervios de esa zona impidiéndome percibir los daños de aquella lesión. Era extraño.
—Buen trabajo. —palmeé el hombro de Killian, felicitándole por lograr lidiar efectivamente con aquella muchacha; no era tan inútil como pensaba. Hablando de aquella niña, me dispuse a analizarle en busca de información relevante... Me arrepentí al instante, sintiendo escalofríos recorrer y erizar cada parte de mi piel, no recordando el estado tétrico en que se hallaba su rostro—. Demonios, no importa cuanto lo intente, no puedo verla a los... —quería decir "ojos", pero no era precisamente correcto y no fui capaz de dar a tiempo con un reemplazo rápido para esa oración—. Es... espantosa. Me pone la piel de gallina. —susurré, antes de colocarme en cuclillas y dirigir mi vista hacia el suelo, lejos de la niña...
¿Qué... qué se suponía que haríamos con ella ahora? Lo que sea que había hecho Killian, la había dejado inconsciente. Genial, eso evitaba que nos lanzara más objetos al azar y causara más destrozos. Estaba seguro que el bosque no estaba nada feliz con el caos que había hecho y varias familias de comadrejas y otras criaturas se encargarían de hacerle llegar factura por los daños y perjuicios. Yo lo haría, aunque en realidad tenía en mente algo más como... estriparle la garganta con mis propias manos o freirle el cerebro; ya sabes, algo más de mi estilo. Pero, por supuesto, con el Capitán Ceso de Lagartija al mando, tenía que mantener mi venganza a raya. No tenía que ser adivino para predecir que el mastodonte no tendría intención alguna de abandonar a aquella muchacha a su suerte, aunque hubiera intentado matarnos. Así funcionaban todos los supuestos "héroes" de turno que se hallaban esparcidos por todo el continente. A todos los habían cortado con la misma tijera... es decir, todos eran igual de idiotas.
—Muy bien. Como sé que no podemos simplemente dejarla aquí y evitar añadirnos otro dolor en el culo... —comenté resignado, después de liberar un profundo suspiro de derrota—. Primero, tienes que dejarme hacer esto. —le comenté al cerebro de músculos con una sonrisa traviesa, sin darle oportunidad de responder o darme una opinión que no me importaba. Comencé a frotar rápidamente las palmas de mis manos, una contra otra. Cuando consideré que había generado suficiente fricción, me detuve y lleve mis manos hacia donde creía poder adivinar estaba el cabello de la jovencita demoníaca; no pensaba arriesgarme a verla demasiado otra vez. Sentí una pequeña descarga a través de mis manos, y fue cuando supe que el trabajo estaba hecho. Entre mis dedos se hallaba ahora una nube de rizos carmesí, enredada y esponjosa; no pude contener una carcajada maliciosa antes de ponerme de pié otra vez—. ¡Jajaja! ¡Admite que se ve mucho mejor ahora! —bromeé con Killian, palmeando su hombro una vez más—. Además, quiero tener algo de que reírme en el camino de regreso al campamento. Tendrás que cargarme porque no puedo dar ni un paso más. —solté eso último a toda velocidad, con una sonrisa de oreja a oreja, pretendiendo que no se diera cuenta de la gravedad del asunto.
Raymond Lorde
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
Off: Perdón por el retraso, este mes podré rolear sin mayores problemas.También me tardé porque, honestamente, andaba carente de la poca imaginación que tengo xD
On:
Quedé absolutamente asombrado al ver que mi pueril estrategia daba resultado: el tronco sobre el que flotaba la muchacha fue destruido por la certera puntería con que arrojé aquella piedra. Me llevé una mano a la boca al verle caer, más aún, al ver cómo su pequeña cabeza golpeaba el suelo con un estruendoso sonido. Me mordí los labios, sintiéndome culpable: no había sido mi intención que la muchacha sufriera daños. Al menos, como consuelo, sus extraños poderes habían cesado en el acto, por lo que el peligro ya había pasado de momento, lo que me alivió un poco. En seguida, como un acto reflejo, me giré hacia mi heroico compañero con una expresión de preocupación tan exacerbada en mi rostro que parecía una caricatura.
Pero la expresión de mi cara cambió —de una extrema preocupación a un rostro de quien duda hasta de su propia existencia— al ver que Ray se me acercaba y me daba unas palmaditas en la espalda, felicitándome por mi trabajo.
—Bueno... Killian sólo vio esa roca de ahí y la lanzó sin pensar... no es la gran cosa realmente... ¡pero tú estás bien! ¿Sí? Eres... ¡Eres increíble, Ray! ¡Sí! ¡Muy increíble!
Se dispuso a examinarla y yo lo seguí, poniendo mi índice sobre mis labios como suelen hacer los niños, mirando la escena con inocente curiosidad. Escuché sus comentarios con suma atención.
—¿Tú crees? Pues a vista de Killian... ella no es fea. —Me agaché junto a Ray para examinarla más de cerca—. Mira cómo le han cocido los ojos... ¿quién haría esta maldad? Ella no es fea, Ray. Es diferente, eso es todo. Como tú, como Killian, tal vez... todos seamos raros y feos, a nuestro modo particular, ¿no te parece? Mírala, es sólo una muchacha... menudita. Killian apuesta a que debajo de estas cicatrices hay una muchacha muy dulce. ¡Sí! Ella parecía estar sufriendo... tal vez si pudiese librarse de ese sufrimiento... ella podría llegar a ser... ¿amable? Una muchacha amable, aún con la peor de las amputaciones, o malformaciones, puede llegar a ser la muchacha más guapa y dulce del mundo. Killian ha dependido antes de la bondad desinteresada de otros... y Killian cree que todos pueden llegar a ser grandes héroes. Tal vez no los de las leyendas, pero sí grandes personas... o sirenas... o elfos... o de lo que sea... ¡Ay! Perdona a Killian, a veces habla sin parar, ¿verdad? —Reí para disimular mi vergüenza.
Me quedé en silencio a ver lo siguiente que hizo Ray. Se frotó las manos y en seguida, me pareció que le daba una especie de descarga eléctrica a la pobre chiquilla. Abrí los ojos como platos al ver que su cabello se había convertido en una suerte de esponja enorme y redonda.
—¡Ray! ¿¡Pero qué demonios!?
A continuación empezó a reírse y bueno, yo soy un hombre de risa fácil así que pasé de la incredulidad a la risa. Pese a la gravedad de las circunstancias, no pude evitar compartir la afable risa con mi compañero.
—Bueno ya, está bien, Ray. Has tenido tu pequeña venganza. Pero por favor, no lo vuelvas a hacer que la pobre muchacha no parece estar del todo bien...
Volví a ponerme serio cuando sugirió que tendría que cargarlo.
—Ese golpe que has recibido ha sido duro, ¿verdad? Está bien, Killian te cargará a donde sea que necesites ir. No hay problema. Pero antes, ¿qué te parece si le preparamos algo a la muchacha? Unas cuantas hierbas para cuando despierte, acompañado quizás de una buena comida tal vez la pongan de mejor humor y nosotros podríamos averiguar qué es lo que le sucede. ¿Te parece bien? ¡Muy bien! Entonces, permite a Killian cargarte un momento, ¿está bien?
Y sin decir palabra, agarré a Ray y lo levanté como el novio levanta a la novia en el altar. Lo deposité con suavidad a la sombra de un árbol cercano y en seguida me dispuse a hacer lo mismo con la muchacha, con toda la delicadeza que pude. Cuando la deposité en el suelo, puse bajo su cabeza mi propia bolsa de dormir envuelta para que le sirviera de almohada. Puse sobre ella una mantita harapienta.
—Uuuuhhh.... Killian se disculpa si esto huele mal... Killian ha estado un tiempo largo en el bosque, lejos de la gente. Precisamente hoy Killian se disponía a seguir con sus viajes. Por favor, chiquilla, perdona Killian por lo de antes, ¿sí?
Le acaricié los cabello con ternura, e intenté sin lograrlo el peinarla con la mano para disimular el enredo que le había dejado Ray con la picardía de un niño. En seguida me dispuse a prender una nueva hoguera. Sobre la misma, puse a hervir un poco de agua acompañada con hojas de llantén. Tal vez esta infusión le ayudase a cicatrizar sus heridas. Esa era mi esperanza. Por suerte, todavía tenía varias porciones de carne de ciervo y verduras. Yo ya no necesitaba comer, y Ray tampoco. Si la chica se despertase, le esperaría una rica cena y una refrescante agua de llantén. Esperanzado, comencé a revolver con una cuchara de palo el contenido de la olla.
On:
Quedé absolutamente asombrado al ver que mi pueril estrategia daba resultado: el tronco sobre el que flotaba la muchacha fue destruido por la certera puntería con que arrojé aquella piedra. Me llevé una mano a la boca al verle caer, más aún, al ver cómo su pequeña cabeza golpeaba el suelo con un estruendoso sonido. Me mordí los labios, sintiéndome culpable: no había sido mi intención que la muchacha sufriera daños. Al menos, como consuelo, sus extraños poderes habían cesado en el acto, por lo que el peligro ya había pasado de momento, lo que me alivió un poco. En seguida, como un acto reflejo, me giré hacia mi heroico compañero con una expresión de preocupación tan exacerbada en mi rostro que parecía una caricatura.
Pero la expresión de mi cara cambió —de una extrema preocupación a un rostro de quien duda hasta de su propia existencia— al ver que Ray se me acercaba y me daba unas palmaditas en la espalda, felicitándome por mi trabajo.
—Bueno... Killian sólo vio esa roca de ahí y la lanzó sin pensar... no es la gran cosa realmente... ¡pero tú estás bien! ¿Sí? Eres... ¡Eres increíble, Ray! ¡Sí! ¡Muy increíble!
Se dispuso a examinarla y yo lo seguí, poniendo mi índice sobre mis labios como suelen hacer los niños, mirando la escena con inocente curiosidad. Escuché sus comentarios con suma atención.
—¿Tú crees? Pues a vista de Killian... ella no es fea. —Me agaché junto a Ray para examinarla más de cerca—. Mira cómo le han cocido los ojos... ¿quién haría esta maldad? Ella no es fea, Ray. Es diferente, eso es todo. Como tú, como Killian, tal vez... todos seamos raros y feos, a nuestro modo particular, ¿no te parece? Mírala, es sólo una muchacha... menudita. Killian apuesta a que debajo de estas cicatrices hay una muchacha muy dulce. ¡Sí! Ella parecía estar sufriendo... tal vez si pudiese librarse de ese sufrimiento... ella podría llegar a ser... ¿amable? Una muchacha amable, aún con la peor de las amputaciones, o malformaciones, puede llegar a ser la muchacha más guapa y dulce del mundo. Killian ha dependido antes de la bondad desinteresada de otros... y Killian cree que todos pueden llegar a ser grandes héroes. Tal vez no los de las leyendas, pero sí grandes personas... o sirenas... o elfos... o de lo que sea... ¡Ay! Perdona a Killian, a veces habla sin parar, ¿verdad? —Reí para disimular mi vergüenza.
Me quedé en silencio a ver lo siguiente que hizo Ray. Se frotó las manos y en seguida, me pareció que le daba una especie de descarga eléctrica a la pobre chiquilla. Abrí los ojos como platos al ver que su cabello se había convertido en una suerte de esponja enorme y redonda.
—¡Ray! ¿¡Pero qué demonios!?
A continuación empezó a reírse y bueno, yo soy un hombre de risa fácil así que pasé de la incredulidad a la risa. Pese a la gravedad de las circunstancias, no pude evitar compartir la afable risa con mi compañero.
—Bueno ya, está bien, Ray. Has tenido tu pequeña venganza. Pero por favor, no lo vuelvas a hacer que la pobre muchacha no parece estar del todo bien...
Volví a ponerme serio cuando sugirió que tendría que cargarlo.
—Ese golpe que has recibido ha sido duro, ¿verdad? Está bien, Killian te cargará a donde sea que necesites ir. No hay problema. Pero antes, ¿qué te parece si le preparamos algo a la muchacha? Unas cuantas hierbas para cuando despierte, acompañado quizás de una buena comida tal vez la pongan de mejor humor y nosotros podríamos averiguar qué es lo que le sucede. ¿Te parece bien? ¡Muy bien! Entonces, permite a Killian cargarte un momento, ¿está bien?
Y sin decir palabra, agarré a Ray y lo levanté como el novio levanta a la novia en el altar. Lo deposité con suavidad a la sombra de un árbol cercano y en seguida me dispuse a hacer lo mismo con la muchacha, con toda la delicadeza que pude. Cuando la deposité en el suelo, puse bajo su cabeza mi propia bolsa de dormir envuelta para que le sirviera de almohada. Puse sobre ella una mantita harapienta.
—Uuuuhhh.... Killian se disculpa si esto huele mal... Killian ha estado un tiempo largo en el bosque, lejos de la gente. Precisamente hoy Killian se disponía a seguir con sus viajes. Por favor, chiquilla, perdona Killian por lo de antes, ¿sí?
Le acaricié los cabello con ternura, e intenté sin lograrlo el peinarla con la mano para disimular el enredo que le había dejado Ray con la picardía de un niño. En seguida me dispuse a prender una nueva hoguera. Sobre la misma, puse a hervir un poco de agua acompañada con hojas de llantén. Tal vez esta infusión le ayudase a cicatrizar sus heridas. Esa era mi esperanza. Por suerte, todavía tenía varias porciones de carne de ciervo y verduras. Yo ya no necesitaba comer, y Ray tampoco. Si la chica se despertase, le esperaría una rica cena y una refrescante agua de llantén. Esperanzado, comencé a revolver con una cuchara de palo el contenido de la olla.
Killian
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
Esta vez no hubo nada, fue como esos sueños vacíos sin mucho que ofrecer más que la misma oscuridad, nada de nada. Se sentía frio y desolador, se sentía solitario y triste, me daban ganas de llorar aunque no sentía mi rostro en este vacío. Porqué allí no había nadie? Y por qué seguía yendo hasta allí?, era muy agotador pasar por esto una y otra vez, aun que de todas las veces que paso, esta tenia este espacio negro vacío, un sueño muerto, que sentido tenia poder ver allí si no había nada que observar.
Recobré la conciencia poco a poco mientras me despertaba, un delicioso aroma despertaba los más primitivos instintos de mi cuerpo quienes reaccionaban al estímulo con un educado rugido desesperado de hambre. "Que vergüenza" estas cosas no me importaban mucho, pero sentía las manos libres, no maniatadas y eso ya era una buena señal. Sentía los cabellos molestando en mi rostro de una manera poco casual, solían caer hacia atrás por la gravedad cuando yacía boca arriba, pero esta vez estaban por todos lados picándome la cara. Intenté soplarlos hacia arriba para que finalmente cayera, pero seguían ahí, sople aún más fuerte y al respirar se metieron en mi boca. Saque la lengua y comencé a escupirlos uno a uno mientras seguía intentando lograr algo con el soplido. Nada.
Opte por sentarme, aún estaba muy mareada y agotada como para usar mi magia de manera efectiva, por lo que lleve mi mano hasta la frente tratando de atajar el dolor y para luego intentar acomodar mi cabello.
- Que me hicieron! - grite al darme cuenta, no era consiente de donde estaba, con quien o quienes, o si se percataron que ya estaba despierta, pero si me querían muerta, ya habían perdido esa oportunidad. Quizás estaba en una jaula y no lo notaba, no sentía el peso de cadenas ni sogas en las articulaciones, creo que estaba bien bajar la guardia solo un poco para reaccionar como una persona normal, al menos hasta que me estabilice y pudiera controlar de nuevo mi poder - Porque tengo el cabello así!?! - Seguí luchando con las hebras y recordé lo características que eran mis facciones. Estaba débil, pero no lo suficiente como para desobedecer a Derek. Moví los dedos sobre mi cara y cubrí la totalidad con ellos para deslizarlos hacia abajo en un hechizo ilusorio, una pantalla pequeña que mostraba el cálido rostro de una niña con los ojos cerrados. – No deberían meterse con el cabello de una dama!! Es de las cosas más preciadas que tenemos! - haciendo un puchero me cruce de piernas en el lugar y traté de tirar el cabello hacia atrás, sintiéndome apenada por mis palabras - el cabello y el rostro - susurré recordando las palabras de Derek.
Mi estómago volvió a rugir y dejé de lado estas trivialidades de adolecente para cubrir mi estómago con ambas manos en una nueva trivialidad, lo desubicado que resultaba mi cuerpo a tales olores. Giré buscando el origen del tesoro. Un fuego abrazador que podía sentirlo mas cálido a mi derecha.
- Puedo comer? - pregunté descaradamente volviendo a intentar acomodar mi cabello.
Recobré la conciencia poco a poco mientras me despertaba, un delicioso aroma despertaba los más primitivos instintos de mi cuerpo quienes reaccionaban al estímulo con un educado rugido desesperado de hambre. "Que vergüenza" estas cosas no me importaban mucho, pero sentía las manos libres, no maniatadas y eso ya era una buena señal. Sentía los cabellos molestando en mi rostro de una manera poco casual, solían caer hacia atrás por la gravedad cuando yacía boca arriba, pero esta vez estaban por todos lados picándome la cara. Intenté soplarlos hacia arriba para que finalmente cayera, pero seguían ahí, sople aún más fuerte y al respirar se metieron en mi boca. Saque la lengua y comencé a escupirlos uno a uno mientras seguía intentando lograr algo con el soplido. Nada.
Opte por sentarme, aún estaba muy mareada y agotada como para usar mi magia de manera efectiva, por lo que lleve mi mano hasta la frente tratando de atajar el dolor y para luego intentar acomodar mi cabello.
- Que me hicieron! - grite al darme cuenta, no era consiente de donde estaba, con quien o quienes, o si se percataron que ya estaba despierta, pero si me querían muerta, ya habían perdido esa oportunidad. Quizás estaba en una jaula y no lo notaba, no sentía el peso de cadenas ni sogas en las articulaciones, creo que estaba bien bajar la guardia solo un poco para reaccionar como una persona normal, al menos hasta que me estabilice y pudiera controlar de nuevo mi poder - Porque tengo el cabello así!?! - Seguí luchando con las hebras y recordé lo características que eran mis facciones. Estaba débil, pero no lo suficiente como para desobedecer a Derek. Moví los dedos sobre mi cara y cubrí la totalidad con ellos para deslizarlos hacia abajo en un hechizo ilusorio, una pantalla pequeña que mostraba el cálido rostro de una niña con los ojos cerrados. – No deberían meterse con el cabello de una dama!! Es de las cosas más preciadas que tenemos! - haciendo un puchero me cruce de piernas en el lugar y traté de tirar el cabello hacia atrás, sintiéndome apenada por mis palabras - el cabello y el rostro - susurré recordando las palabras de Derek.
Mi estómago volvió a rugir y dejé de lado estas trivialidades de adolecente para cubrir mi estómago con ambas manos en una nueva trivialidad, lo desubicado que resultaba mi cuerpo a tales olores. Giré buscando el origen del tesoro. Un fuego abrazador que podía sentirlo mas cálido a mi derecha.
- Puedo comer? - pregunté descaradamente volviendo a intentar acomodar mi cabello.
Merida DunBroch
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
No sé cómo ocurrió. No tenía idea de cómo diablos había acontecido, pero, de un momento a otro, me hallaba en brazos de Killian, en plena representación de una marcha nupcial sodomita. En un momento estaba ignorando su usual verborrea sin sentido, y al siguiente me sostenía firmemente de su cuello para evitar caer de bruces en el suelo. Sé que acababa de decirle que tendría que hacerlo, por mi incapacidad de seguir avanzando por mi cuenta, pero... realmente no esperaba que el sujeto no titubeara ni un momento ante la idea; o que decidiera hacerlo de esa manera.
—¡Wow, wow! —fue mi expresión de sorpresa inicial—. ¡Con cuidado, grandote! —procedí a reprocharle. Por lo menos pudo intentar ser un poco más sutil... No me había lastimado, pero quería quejarme de algo. Solo así podía evitar pensar en el cosquilleo en mis mejillas—. Eso, eso, buen chico. —le felicité mientras me dejaba reposar bajo la sombra de un árbol.
De pronto, me sentía sumamente vulnerable y quería escapar de ahí otra vez. Le atribuí la sensación al ataque de la diabólica muchacha.
Hablando de ella... El mastodonte no demoró en depositarla a mi lado. Iba a quejarme, ¡no quería tenerla ni a trescientos pies cerca de mi con esa cara espeluznante y ese problema de temperamento! Sin mencionar que ella había recibido mayores comodidades en una manta, una almohada y hasta mimos. ¿¡Donde estaban mis mimos!? ¿Ella obtenía eso por intentar matarlo, y yo nada por salvarlo? Que injusticia. No obstante, me detuve al escuchar su comentario sobre el... peculiar aroma que podía emanar de los implentos utilizados. Pensándolo bien... estaba mejor así, gracias.
—No tienes que disculparte con ella, Killian. —bufé obstinado —. ¿Olvidaste ya que intentó matarnos? Tu le lánzaste una piedrita, ella te aventó un tronco gigante. Ella es quien debería disculparse. —quise sacar algo de razón de él—. Además, ¿no deberías atarla de manos? Solo por precaución. Nada nos asegura que no tendrá otro episodio de malhumor femenino cuando despierte... —concluí resignado.
Por supuesto, comenzaba a entender que lógica y razón no eran palabras que se hallaran dentro de su diccionario; tampoco parecían funcionar correctamente a su alrededor.
Le vi levantarse y comenzar a armar una nueva hoguera. Creí entender que prepararía algún remedio y algo de comer para la muchacha. No me había dejado opinar, pero no es como que pudiera hacer mucho al respecto en el estado en que estaba. En realidad, tenía un par de dudas que quería aclarar con respecto al gigante musculoso.
—Ahora que lo mencionas, Killian... —llamé su atención alzando mi voz—. ¿Qué haces deambulando por el bosque? ¿No es algo frío y solitario aquí afuera? —pregunté curioso, sin cordialidades iniciales; no creí que fueran necesarias con él—. Mencionaste un viaje, ¿no? ¿Eres una especie de nómada o algo así? —culminé sereno mi interrogatorio.
Si bien, no era tan poco común que hubieran lunáticos que disfrutaran de pasearse por los bosques buscando envenenarse con alguna planta o ser devorados por un troll, Killian parecía ir más allá de los límites y tener pinta de no haber regresado a la sociedad por un tiempo bastante considerable. No, no lo decía por el olor... Había olido a borrachos peores.
Yo, por mi parte, no entendía la pasión. Me había forzado a vivir en los bosques por unos días y la había pasado fatal. Casi enloquecía...
Un par de murmullos a mi costado llamaron mi atención, seguidos de un grito furioso que demandaba una explicación. Fantástico, el fenómeno ya había despertado y estaba enojado, y a mi lado. ¿Por qué a mí...? ¿Por qué me tenían que pasar cosas así...?
—A mi no me mires... —expié mi culpabilidad de inmediato—. Te lo has hecho tu sólita, en medio de tu crisis de hace unos minutos. —mentí, para evitar que se desquitara con Killian. ¿Por qué razón no me creería?—. Que por cierto, si no te importa... ¿¡Podrías explicarnos por qué demonios nos atacaste!? ¡Solo queríamos ayudarte! —mentí de nuevo. Killian quería, yo prefería dejarla a su suerte—. Y no me digas que son cosas de mujeres en sus "días rojos"... —comenté, blanqueando los ojos, esperando la ironía—. Mujeres... Siempre tan complicadas. —negué con la cabeza.
Nos esperaba una larga velada...
—¡Wow, wow! —fue mi expresión de sorpresa inicial—. ¡Con cuidado, grandote! —procedí a reprocharle. Por lo menos pudo intentar ser un poco más sutil... No me había lastimado, pero quería quejarme de algo. Solo así podía evitar pensar en el cosquilleo en mis mejillas—. Eso, eso, buen chico. —le felicité mientras me dejaba reposar bajo la sombra de un árbol.
De pronto, me sentía sumamente vulnerable y quería escapar de ahí otra vez. Le atribuí la sensación al ataque de la diabólica muchacha.
Hablando de ella... El mastodonte no demoró en depositarla a mi lado. Iba a quejarme, ¡no quería tenerla ni a trescientos pies cerca de mi con esa cara espeluznante y ese problema de temperamento! Sin mencionar que ella había recibido mayores comodidades en una manta, una almohada y hasta mimos. ¿¡Donde estaban mis mimos!? ¿Ella obtenía eso por intentar matarlo, y yo nada por salvarlo? Que injusticia. No obstante, me detuve al escuchar su comentario sobre el... peculiar aroma que podía emanar de los implentos utilizados. Pensándolo bien... estaba mejor así, gracias.
—No tienes que disculparte con ella, Killian. —bufé obstinado —. ¿Olvidaste ya que intentó matarnos? Tu le lánzaste una piedrita, ella te aventó un tronco gigante. Ella es quien debería disculparse. —quise sacar algo de razón de él—. Además, ¿no deberías atarla de manos? Solo por precaución. Nada nos asegura que no tendrá otro episodio de malhumor femenino cuando despierte... —concluí resignado.
Por supuesto, comenzaba a entender que lógica y razón no eran palabras que se hallaran dentro de su diccionario; tampoco parecían funcionar correctamente a su alrededor.
Le vi levantarse y comenzar a armar una nueva hoguera. Creí entender que prepararía algún remedio y algo de comer para la muchacha. No me había dejado opinar, pero no es como que pudiera hacer mucho al respecto en el estado en que estaba. En realidad, tenía un par de dudas que quería aclarar con respecto al gigante musculoso.
—Ahora que lo mencionas, Killian... —llamé su atención alzando mi voz—. ¿Qué haces deambulando por el bosque? ¿No es algo frío y solitario aquí afuera? —pregunté curioso, sin cordialidades iniciales; no creí que fueran necesarias con él—. Mencionaste un viaje, ¿no? ¿Eres una especie de nómada o algo así? —culminé sereno mi interrogatorio.
Si bien, no era tan poco común que hubieran lunáticos que disfrutaran de pasearse por los bosques buscando envenenarse con alguna planta o ser devorados por un troll, Killian parecía ir más allá de los límites y tener pinta de no haber regresado a la sociedad por un tiempo bastante considerable. No, no lo decía por el olor... Había olido a borrachos peores.
Yo, por mi parte, no entendía la pasión. Me había forzado a vivir en los bosques por unos días y la había pasado fatal. Casi enloquecía...
Un par de murmullos a mi costado llamaron mi atención, seguidos de un grito furioso que demandaba una explicación. Fantástico, el fenómeno ya había despertado y estaba enojado, y a mi lado. ¿Por qué a mí...? ¿Por qué me tenían que pasar cosas así...?
—A mi no me mires... —expié mi culpabilidad de inmediato—. Te lo has hecho tu sólita, en medio de tu crisis de hace unos minutos. —mentí, para evitar que se desquitara con Killian. ¿Por qué razón no me creería?—. Que por cierto, si no te importa... ¿¡Podrías explicarnos por qué demonios nos atacaste!? ¡Solo queríamos ayudarte! —mentí de nuevo. Killian quería, yo prefería dejarla a su suerte—. Y no me digas que son cosas de mujeres en sus "días rojos"... —comenté, blanqueando los ojos, esperando la ironía—. Mujeres... Siempre tan complicadas. —negué con la cabeza.
Nos esperaba una larga velada...
Raymond Lorde
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Re: El Secreto de la Fuerza (Libre)
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