Prisioneros del olvido [Mastereado-Hazel-Magazubi-Rauko]

　Una vez al otro lado, en un escenario que resultaba familiar, la falsa carcelera inició lo que parecía ser el típico discurso de villano para intentar confundir a sus enemigos. Zelas, que de alguna manera logró sobrevivir a su enfrentamiento anterior y seguirme, no mostró interés en sus palabras.

　Yo tampoco mostraba mucho interés en lo que sucedía. El verdadero yo, al menos. Todo parecía demasiado lejano a mí como para que debiera importarme. Y, aun así, la falsa carcelera logró darme una amarga sorpresa al arrojarme al abismo.

　Pero eso fue todo. Gatilló emociones que no tardaron en ahogarse en resignación. Quería que así fuera, continuar flotando en esa ausencia de dolor, evitar hacerme consciente de la realidad para no lamentar nada, para evitar afrontar la muerte que podrían sufrir, tarde o temprano, los cercanos a mí si decidía aferrarme a mis valores o, al contrario, vivir reconociendo que dichos valores que justificaban mi vida y mis homicidios siempre fueron absurdos.

　No esperaba encontrar a Zelas durante la caída, pero llegó a mi lado. El sonido de su voz apenas llegaba amortiguado a mí, pero cada vez era más difícil de ignorar por el hecho de que no parecía intentar salvarse. Me hizo pensar que él, a diferencia de mí, no sacrificaría a amigos ni familiares por el bien de una mayoría. Envidié su lealtad y al mismo tiempo la chipa del odio hacia mí mismo nació por hacer que Zelas arriesgara su vida innecesariamente.

　Que mencionara a Xana alimentó esa chispa que se transformó en algo más que solo odio. Aunque en aquel momento no me importaba morir, si eso lastimaba a otros entonces era inconcebible. Quizás, en esta batalla, no encontraría un motivo para vivir por mí mismo, pero pensar que mi vida no era solo mía sería suficiente.

　El ardor en mi pecho creció, convirtiéndose en el combustible para impulsar a mi consciencia fuera de la prisión mental. Pero no era todo el que necesitaba. Me faltaba fuerza. La presión de aquel «mar» adormecedor era demasiada para mí. Había permitido hundirme tanto que la superficie aún era inalcanzable.

　Y un veloz rayo de luz dorada atravesó aquel mar hasta llegar a mí. Me brindó un calor que acabó con el entumecimiento al instante.

　Entonces desperté al fin, con un Zelas que parecía determinado a chuparme el alma y saborear hasta mi garganta. Para que supiera que ya estaba bien y que debíamos evitar la caída, respondí enviando a mi lengua a investigar qué comida había en los dientes delanteros de Zelas y, para no escatimar en esfuerzos, punzar sus pezones con mis dedos índices imbuidos en éter grato.

　Al siguiente instante fuimos transportados de vuelta al que parecía ser nuestro último campo de batalla de aquella aventura. No había tiempo para pensar en lo que acababa de suceder. La prioridad era hacer lo que debía hacer: luchar para que Zelas, Magita y yo pudiéramos vivir un poco más.

　Hice crecer y acelerar mi éter y adopté una postura de combate mientras escuchaba el plan de Zelas, cuya voz sonaba placenteramente nítida ahora. Coloqué una mano en mi pecho al recordar el obsequio de Vincent. El remanente de su alma seguía conmigo. Y en aquel momento lo necesitaba. «Vincent, dame tu fuerza», pedí, y mi éter ardió en respuesta, recordándome que mi vida no era solo mía.^[1]

　–Entiendo –afirmé con seguridad y con un enérgico asentimiento de cabeza. Luego, permitiendo florecer una sonrisa en mis labios, choqué puños con Zelas. «Y gracias», dije en mi interior.

　Entonces, a la vez, arremetimos contra nuestra enemiga. Ella, sin embargo, exhibía una gran velocidad y capacidad mágica para evadirnos e intercambiar nuestras posiciones, forzándome a llevar mi concentración y destreza al límite para no herir a mi propio compañero ni dejar que él me hiriera,^[2] así como siempre tener éter listo para dar saltos aéreos cuando me enviaba al abismo.^[3]

　En un momento la falsa carcelera terminó de espalda a mí. Concentré éter y lo disparé en forma de rayo de luz hacia ella.^[4] Pero ni falta le hizo reaccionar; su capa, por sí sola, resistió el ataque y lo envió de vuelta a mí.

　Afortunadamente yo tenía suficiente control sobre ese haz de luz para redirigirlo a donde quisiera, así que no desistí en enviarlo de nuevo a la carcelera. Incluso cuando cambiaba de sitio con Zelas, logré que el proyectil etéreo lo evadiera.

　Pero no estaba dando resultados. Nadie había logrado asestar ni el primer ataque. Así que ataqué por mí mismo a la carcelera y envié el haz luminoso hacia el orbe. Y tampoco cambió la dinámica en la que ella nos obligaba a jugar.

　Chasqueé la lengua, empezando a frustrarme. Justo entonces Zelas se impulsó con éter en una gran estocada fulminante. Me hice intangible reconociendo que sería complicado esquivarlo a esa velocidad.^[5] Incluso la carcelera no pudo lanzarse al vacío, no tenía tiempo más que para cambiar sitios conmigo y Zelas para mantenernos en la misma área.

　Aproveché para pensar en ese momento en el que no debía esforzarme demasiado. Si ella era atacada físicamente, cambiaba de sitio con el compañero del atacante. Si era atacada con magia, regresaba el ataque. «Quizás… si uso mi artilugio antimagia, ¿podrá impedirle intercambiar lugares?», cavilé mientras llevaba una mano cerca de dicho objeto.

　Pero algo pasó. Zelas logró acercarse lo suficiente al orbe y este respondió con un preventivo y poderoso rayo de energía que Zelas, con el impulso que él llevaba, no podría esquivar.

　Ni siquiera lo pensé para hacerme tangible, estallar mi éter para dispararme hacia la carcelera^[6] y llevar el artilugio antimagia en mi mano apuntándola a su cabeza.

　Ella, creyendo que buscaba herirla con eso, cambió de lugar con Zelas.

　En un breve instante, me hice intangible^[5] solo para atravesarlo sin dañarlo y luego me materialicé para clavar el artilugio en el suelo, convirtiendo el área donde estábamos Zelas y yo en sitio donde la magia está prohibida, esperando que nadie nos moviera para salvarse.^[7]

　Y funcionó, ella iba a recibir la descarga de energía. Pero después no funcionó, pues no llegó descarga alguna. A partir de ese momento los eventos se tornaron impredecibles y confusos, ahogando cualquier sentimiento de triunfo bajo el desconcierto.

　–Estoy confundido –le confesé a Zelas, aún sin apartar la vista del espectáculo de luces, esferas, portales mágicos y mujeres sobrehumanas fulgurando ante nosotros–, ¿esto es un final triste o un final feliz?

　Quería pensar que era la primera opción. Después de todo, habíamos cumplido nuestra parte del trato con las valkirias, y una de estas angélicas, la de cuatro alas y piernas cósmicas, era quien apareció, tal vez para, según lo que consideré adecuado, felicitarnos y darnos la recompensa que nos merecíamos: la absolución y la habilidad de generar no solo una biusa a la vez sino dos, quizás hasta tres si ella sabía reconocer nuestro valor.

　Fuese cualquiera el premio de nuestra valerosa actuación, había que esperar. La valkiria, con un movimiento de su mano, hizo que mi cuerpo fuese presa de una fuerza de atracción de una enorme esfera de luz.

　Mi primer instinto fue propulsarme con éter para afianzarme en el suelo. Entonces la valkiria reveló saber del ente en mi interior y que este era el último prófugo que faltaba por aprisionar. Ni siquiera pude pensar en aceptar o no antes de que dicho ente, o parte de él, emergiera de mí, manifestándose como una sustancia viscosa, oscura, desagradable.

　Asqueroso. Mi cuerpo fue recorrido por un escalofrío. Bastante asqueroso, y era peor mientras más lo veía moverse y hablar. Sin duda alguna, la oblivionación era mejor. Además, para disgustar más, intentaba convencerme de que la valkiria no cumpliría su palabra, es decir, no me haría capaz de crear más biusas. Demasiado asqueroso.

　–No lo sé, Nixil –dije manteniendo una leve mueca de asco–. Si dices la verdad y ella no, ¿por qué tú eres el feo? –Sacudí la cabeza. No era eso lo que planeaba decirle–. Además, ¿qué garantías puedes darme de que dices la verdad? –cuestioné.

　–Yo digo la verdad –fue su escueta respuesta.

　–Qué labia –bufé sardónico. Miré a la alada–. ¿Y cuál es su respuesta a mi pregunta, señorita de falda estelar?

　–Él miente –insistió ella.

　«Nadie está prometiendo biusas», noté. Solo me quedaba considerar las acciones conocidas de los dos. Al menos las valkirias nunca nos atacaron sin provocación previa, mientras que los monstruos solían ser los provocadores y, en la torre, nos atacaron sin dar tregua que sí dieron las aladas. Y, en cualquier caso, ya no estaba en condiciones de luchar contra una valkiria, menos contra una que podía aparecer de la nada y tenía a otras a su disposición, así que consideré más conveniente no hacerla enojar.

　Y al concluir aquello, Nixil reaccionó. Arrojó mi consciencia hacia un pozo oscuro y forzó su dominio sobre mi cuerpo, otra vez, ahora para intentar escapar de la alada. En esta ocasión, sin embargo, luché contra su control. Todos mis sentidos estaban adormecidos para mí, pero aún era uno con mi éter.

　La mujer alada no dudó en actuar. Empezó a materializar y disparar espadas de luz reveladora, de nueve en nueve. Nixil, aprovechando mi cuerpo y sus apéndices de sustancia viscosa, apenas lograba evadir la sentencia constante e inmisericordia de muerte. Mucho menos cuando contribuí expulsando ráfagas de éter que lo propulsaba en direcciones aleatorias, entorpeciendo sus movimientos.^[1]

　Nos ganamos varios cortes ardientes. Nixil, entonces, acercó mi consciencia a mi cuerpo para hacerme sentir ese dolor, un vano intento de hacerme desistir.

　–Zelas –balbuceé aprovechando la oportuna cercanía de cuerpo y mente–, ¡lánzame de cabeza al orbe!

　Y funcionó, la esfera de luz se llevó a Nixil. Pero quizás funcionó demasiado, que hasta sentí que mi alma se me desmoronaba y el polvo etéreo era absorbido junto con la entidad demoniaca. De no haber sido por Zelas, probablemente hubiera sufrido un sino nefasto de consecuencias imborrables. O tal vez no, pero en cualquier caso sería peor averiguarlo.

　Mi salvavidas besador me cargó lejos de la energía devora almas. Yo lo sabía, pero apenas era consciente. Nuevamente todo era distante a pesar de que mis sentidos no volvían a adormecerse. Esta vez no se trataba de que mi mente fuese hundida en alguna prisión psíquica. Mi mente seguía presente, aunque… diluida, débil, como si el esfuerzo de existir fuese una labor que apenas tomaba sin ánimo. Un letargo sin sueño.

　Zelas intercambió palabras con la alada. Al parecer, él no estaba muy conforme con el desenlace. Luego el escenario cambió a uno más infausto. También nos recibieron espectros, criaturas incorpóreas compuestas de éter, asomándose curiosas e incautas hasta a través de las paredes.

　Éter espectral. De alguna manera eso logró que mi cuerpo se moviera. Mis pupilas se contrajeron horizontalmente acompañando a un repentino instinto depredador. Luego, casi automático, aniquilé a un espectro cortándolo en dos a velocidad endiablada. Su figura se difuminó en el aire. Abrí la boca, y su éter, ya sin dueño para reclamarlo, vino a mí para ser devorado.

　Fue entonces cuando pude hacerme más consciente de lo que sucedía. Cavilé en mi estado, extrañado y preocupado, pero pronto deseché esos pensamientos para centrarme en Zelas y en cómo podría sacarlo de nuestra nueva prisión.

　Nada pude hacer. La única ayuda que podía darle era eliminar a los espectros que se nos acercaban, sin poder evitar la tentación de alimentarme del éter que desprendían al morir. Era frustrante, y eso hacía crecer la fuerza de mis ataques y la tensión de mi mandíbula. Y cuando no hubo más enemigos, caí de rodillas, sabiendo que aquella era una lucha sin sentido para quienes ya habían perdido la guerra.

　«Si hubiera sabido que esto terminaría así», me lamentaba considerando las posibilidades desastrosas de una criatura poderosa y vil, más que los que ayudamos a capturar, suelta en el mundo, «quizás lo mejor que yo podría haber hecho era asesinarnos al inicio, rápido y sin dolor».

　Pero Zelas, entonces, abrió la puerta a una nueva posibilidad, literal y figurativamente. El brillo de la fisura que abrió en el tejido de la realidad me obsequió esperanza. Sea donde sea que estuviese la valkiria, podría encontrarla. Y cuando lo hiciera, debía arrancarle las alas.

　Un entusiasmado Zelas me ayudó a cruzar el portal con la premura que se requería. La puerta interdimensional se cerró tras nosotros y caímos sobre una mesa, mi mesa, dolorosamente.

　Ahora que estábamos a salvo, me percaté de lo agotado que me encontraba y ni tuve la voluntad para levantarme aún. Tal vez la siguiente siesta se extendería mucho más que de costumbre.

　–No sé en qué lío estaban metidos ahora –dijo de pronto, y con reproche, alguien cuya presencia me tomó desprevenido. Era Mellea, al lado de la forja, con las manos en las caderas y la mirada ceñuda clavada en nosotros–, pero espero que reparen este desastre pronto, pues estoy en medio de la fabricación de unas joyas mágicas y no quiero matarlos por obligarme a empezar de nuevo.

　–Qué bueno es verte –musité con una sonrisa débil pero sincera.

　–No se salvarán halagándome. Y, por cierto, no sé cómo demonios hicieron un portal, pero más les vale no aparecer y decirme «Qué bueno es verte» cuando yo me esté duchando, ¿oyeron?