El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
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El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Dundarak. Por alguna razón, varias para ser consigo completamente sincero, necesitaba el frío, el sosiego que sólo se contemplaba con los ojos puestos en las altas cumbres del helado norte. No había vuelto a la parte septentrional del continente desde su larga marcha por las estepas del oeste y su último y probablemente último encuentro con Neralia. Parecían haber transcurrido décadas desde todo aquello.
Amarró mejor su capa a su cuerpo, sintiendo el calor que precisaba, antes de observar el cielo y darse cuenta que no tardaría en llover, o nevar, dada la temperatura. Su aliento emitía un vaho característico que pedía un plato caliente y su mente distracción suficiente de la investigación que había llevado a cabo los últimos días desde la biblioteca de la gran ciudad hasta un par de colecciones privadas señoriales a las que había conseguido echar un vistazo. De la primera, su propietario había compartido su pasión por la Antigüedad con un elfo bastante culto para que la conversación pudiese seguir diversos derroteros que complacieron al aristócrata. De la segunda, el noble tan sólo debió negarse una única vez. Un guardia poco entrenado, más acostumbrado a utilizar tan sólo su presencia acompañando a su señor que en combatir, fue hallado desmayado al día siguiente sin que nadie hubiese robado absolutamente nada. Nousis pudo ojear con tranquilidad toda la noche los volúmenes que consideró convenientes.
Como siempre, como una constante en su vida, los rumores de los objetos que perseguía durante toda su vida adulta jamás le ofrecieron indicaciones claras. Templos antiguos, ruinas sepultadas milenios atrás, grutas inexistentes, lugares que el mar había terminado por reclamar… Decidió que lo más inteligente era calentar el estómago, descansar adecuadamente y proseguir al día siguiente.
Le gustaba Dundarak. Aún sabiendo que nunca olvidaría las intenciones del difunto y joven rey, que había intentado anexionar la tierra de los elfos a sus dominios, respetaba a la raza de los dragones, y le gustaba el frío. Tal clima, diferente de su tierra de origen, parecía hacer el mundo más acogedor, más sosegado. Como si calmase la sangre, resultaba más complicado que las criaturas se decidiesen a derramar sangre. Se preguntó si tal vez ello tenía una mínima parte en la causa de que las mayores guerras se hubiesen desarrollado en el sur de Aerandir. Resultaba imposible saberlo.
Entró en la primera posada, y sintió de inmediato el calor de la estancia. Sentado en una mesa cercana a la ventana, escuchó ya antes siquiera de pedir la cena a los integrantes de una variopinta mesa. La algarabía era muy acusada, pero esos cuatro, una humana, otro de la misma especie, un elfo y -el odio recorrió su espina dorsal al notar el éter de esa criatura de orejas redondas- un brujo. Nadie más parecía atender a su conversación, aún con las elevadas voces con las que la llevaban a cabo.
Cuando un atareado tabernero tuvo a bien atenderle, dado que su hermosa ayudante apenas daba abasto sirviendo a los comensales, el elfo mantuvo las monedas bajo sus dedos con el plato caliente ya colocado frente a él.
-¿Algo digno de mención en la ciudad o las cercanías?- quiso saber, cortés, tamborileando una sola vez los dedos que retenían el pago. El propietario del local dirigió su mirada a la plata y repasó fugazmente al espadachín, acostumbrado sin duda a gente de toda calaña, a fin de hacerse una breve idea del personaje que pretendía la información.
-¿Mercenario?- el elfo no hizo ademán alguno por responder, tan sólo clavando sus ojos grises en él- Si buscáis trabajo, Dundarak se encuentra bastante tranquilo desde que el Consejo volvió a tomar el poder. La paz es buena para los negocios- comentó satisfecho. Nou acercó dos monedas, esperando- Pero sigue habiendo asuntos lo bastante turbios para quien desee inmiscuirse en cosas así. A dos días a pie, al sueste, se cuenta que han asesinado a toda una familia, a sus trabajadores y animales. El único con vida ha prometido una recompensa por ayuda.
“Nada de eso tiene que ver con el escudo” se dijo cansado, apoyando la cabeza en dos dedos de la mano izquierda.
-En la ciudad, se han perdido unos archivos custodiados que debían llegar a un juez. Pruebas de unos crímenes, o algo así, cuentan los rumores.
“Tampoco…” Probó la cena, sintiéndose satisfecho, y acercó al hombre una moneda más. Tendría que preguntar directamente.
-¿Conocéis los restos de Ozalyn?
-¿Esas cuatro columnas y media docena de piedra rotas? Por supuesto. Se encuentran cerca del lugar de los asesinatos que os he mencionado. No faltan quienes aseguran que esa familia perturbó fuerzas oscuras y ello fue su perdición- se encogió de hombros- Buena suerte en todo caso, extranjero.
Nou asintió, agradeciéndole con el resto del pago. Procuraría dormir largo y tendido después de dar cuenta de la comida. Estaba seguro que el crimen no tenía nada que ver con su objetivo, pero la cercanía con las ruinas y sobre todo, el encontrarse algo como aquello de camino, le hacían sentirse obligado a echar un vistazo. Hablaría con el hombre que ofrecía la recompensa para satisfacer su curiosidad, y en pocas horas, exploraría su auténtica meta antes de regresar al sur.
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Ingela ya había tomado la decisión de ayudar. Como cosa rara y por variar, apenas supo de la tragedia -y tras llorar por el triste relato- no dudó en agarrar sus armas, al dragón miniatura y a Fëanor para ir en socorro del único sobreviviente de la familia de granjeros. Cuando ella tomaba una decisión de ese tipo, era mejor no llevarle la contraria, pues su sentido de justicia era más fuerte que las razones que los demás le pudieran dar. Thunderbolt era un entusiasta de las aventuras de Ingela así que estuvo listo incluso antes de que ella terminara de proponerles el plan. El joven elfo, quien sí contaba con sentido común, usualmente intentaba ser la voz de la razón pero en esta ocasión, estuvo de acuerdo con la dragona, no tanto por ayudar al pobre tipo, sino porque le causaba una enorme curiosidad lo ocurrido en esa granja y conocer de primera mano el caso era una oportunidad que no dejaría pasar.
El único problema eran aquellas ruinas cercanas a la granja, los restos de Ozalyn. -Dicen que la familia perturbó a los espíritus que allí viven y por eso tuvieron ese terrible final- comentó el muchacho mientras entraba en la taberna junto a Ingela, quien decidió pasar por una jarra de aguamiel antes de ir a hablar con el granjero, Lettar Siru. -¿Crees en esas supersticiones Fëanor?- preguntó burlona la dragona. -Pues sí, soy un elfo, creo en la fuerza de los espíritus- respondió él un poco ofendido -Yo no creo en supersticiones, solo en la maldad o bondad de las gentes- añadió ella, llegando a la barra.
-¡Ingelita! ¡Joven Fëanor! ¡Pequeño Bolti!- saludó alegremente la joven tabernera al verlos -Marti... ¡Ho-hola!- saludó ruborizado el elfo, quien hacía tiempo se sentía atraído por la preciosa chica que atendía el local. -¿Vienen por lo mismo de siempre? ¿Sí? ¡Perfecto! Dos jarras de hidromiel y un platito de porridge para Bolti, ¿cierto? ¡De inmediato!- anunció la chica quien, a pesar de estar tremendamente ocupada con los demás comensales, sacó tiempo para atenderlos. Fëanor suspiró al verla alejarse, embobado con su contoneo.
Al regresar con el pedido, la chica se encontró con nuestra dupla conversando acerca del "caso Siru", como lo llamaba el elfo. -¿Ustedes también? Vaya, hoy otra persona preguntó por lo que pasó en esa granja. ¡Qué casualidad!- comentó ella. -¿Hay más interesados en ayudar a Lettar?- preguntó la dragona -¡Sí! Un elfo, debe ser un viajero porque, ¿sí saben no? Es que nadie de por aquí se atreve a involucrarse mucho en ese asunto.- añadió la chica, dejando con aún más curiosidad al elfito. -Ingela, apúrate, tenemos que ir pronto, antes que nos ganen- apuró a la dragona, bebiendo casi que de un trago el contenido de la jarra.
Al cabo de un rato, los tres estaban camino a las afueras de Dundarak. -¿Pero por qué estamos caminando? Ingela, transfórmate, volando llegaremos en un pispas- ordenó el elfito, ante la perplejidad de la dragona. -Oye, que transformarse no es cosa tan sencilla... no puedo llegar y ¡chan! Sacar alas como si nada. Además, tampoco es tan lejos, así que calma, caminando llegaremos- aclaró ella, tratando de apaciguar las ansias de su amigo. Y así, al cabo de una corta caminata (no más de una hora, tal vez dos). Llegaron al terreno de los Siru. -Pasamos la última casa hace como 20 minutos- observó Fëanor.
La granja se veía desolada, no había nadie que los recibiera. Se notaba que alguien estaba intentando limpiar, pues se veían montículos de escombros ordenados. También se veía cómo habían comenzado a reparar la casa, el granjero y el establo. Los tres avanzaron un poco, solos, hasta que escucharon una voz masculina que los interpelaba -¿Quién anda allí?- se escuchó. -Buscamos a Lattar Siru- exclamó Ingela, deteniéndose y quedando en alerta. Un hombre joven salió a su encuentro. Parecía ser de la edad de su hermano, lo que lo ubicaría entre los veinte y cuarenta años. Jovencito.
-¿Qué buscan?- inquirió el hombre, mirándolos con suspicacia. -Nos enteramos de la tragedia que ocurrió en este lugar y por eso buscamos a Lettar Siru, venimos a ayudar- aclaró la dragona, sin bajar la guardia pero buscando concilio. Al escucharla, el hombre se relajó un poco, incluso resopló de alivio. -Yo soy Lettar Siru- respondió finalmente, para la tranquilidad de nuestro trío. -Perdón por desconfiar, pero en vista de lo ocurrido...- dijo el hombre, pasándose la mano por la nuca -Tranquilo, es comprensible... nosotros también desconfiamos. Venimos en respuesta del aviso que pusiste, pero no sabíamos con quién o qué nos encontraríamos- aclaró Fëanor.
El hombre sonrió cansadamente -Hace un par de meses que puse esos avisos, ya había perdido la esperanza en que alguien viniera- comentó con un dejo de tristeza -Mientras tanto, he hecho lo que está a mi mano para revivir esta granja, no ha sido fácil, pero está andando. Solo que... no puedo dejar de pensar en lo que pasó, necesito respuestas- explicó Lettar, a lo que Ingela y Fëanor asentían. -Hemos venido para buscar respuestas- añadió la chica. -Soy Ingela Feuersteinherzdottir. Él es mi amigo Fëanor Thalion'Fin y este es Thunderbolt- presentó, esbozando una simpática sonrisa.
El único problema eran aquellas ruinas cercanas a la granja, los restos de Ozalyn. -Dicen que la familia perturbó a los espíritus que allí viven y por eso tuvieron ese terrible final- comentó el muchacho mientras entraba en la taberna junto a Ingela, quien decidió pasar por una jarra de aguamiel antes de ir a hablar con el granjero, Lettar Siru. -¿Crees en esas supersticiones Fëanor?- preguntó burlona la dragona. -Pues sí, soy un elfo, creo en la fuerza de los espíritus- respondió él un poco ofendido -Yo no creo en supersticiones, solo en la maldad o bondad de las gentes- añadió ella, llegando a la barra.
-¡Ingelita! ¡Joven Fëanor! ¡Pequeño Bolti!- saludó alegremente la joven tabernera al verlos -Marti... ¡Ho-hola!- saludó ruborizado el elfo, quien hacía tiempo se sentía atraído por la preciosa chica que atendía el local. -¿Vienen por lo mismo de siempre? ¿Sí? ¡Perfecto! Dos jarras de hidromiel y un platito de porridge para Bolti, ¿cierto? ¡De inmediato!- anunció la chica quien, a pesar de estar tremendamente ocupada con los demás comensales, sacó tiempo para atenderlos. Fëanor suspiró al verla alejarse, embobado con su contoneo.
Al regresar con el pedido, la chica se encontró con nuestra dupla conversando acerca del "caso Siru", como lo llamaba el elfo. -¿Ustedes también? Vaya, hoy otra persona preguntó por lo que pasó en esa granja. ¡Qué casualidad!- comentó ella. -¿Hay más interesados en ayudar a Lettar?- preguntó la dragona -¡Sí! Un elfo, debe ser un viajero porque, ¿sí saben no? Es que nadie de por aquí se atreve a involucrarse mucho en ese asunto.- añadió la chica, dejando con aún más curiosidad al elfito. -Ingela, apúrate, tenemos que ir pronto, antes que nos ganen- apuró a la dragona, bebiendo casi que de un trago el contenido de la jarra.
Al cabo de un rato, los tres estaban camino a las afueras de Dundarak. -¿Pero por qué estamos caminando? Ingela, transfórmate, volando llegaremos en un pispas- ordenó el elfito, ante la perplejidad de la dragona. -Oye, que transformarse no es cosa tan sencilla... no puedo llegar y ¡chan! Sacar alas como si nada. Además, tampoco es tan lejos, así que calma, caminando llegaremos- aclaró ella, tratando de apaciguar las ansias de su amigo. Y así, al cabo de una corta caminata (no más de una hora, tal vez dos). Llegaron al terreno de los Siru. -Pasamos la última casa hace como 20 minutos- observó Fëanor.
La granja se veía desolada, no había nadie que los recibiera. Se notaba que alguien estaba intentando limpiar, pues se veían montículos de escombros ordenados. También se veía cómo habían comenzado a reparar la casa, el granjero y el establo. Los tres avanzaron un poco, solos, hasta que escucharon una voz masculina que los interpelaba -¿Quién anda allí?- se escuchó. -Buscamos a Lattar Siru- exclamó Ingela, deteniéndose y quedando en alerta. Un hombre joven salió a su encuentro. Parecía ser de la edad de su hermano, lo que lo ubicaría entre los veinte y cuarenta años. Jovencito.
-¿Qué buscan?- inquirió el hombre, mirándolos con suspicacia. -Nos enteramos de la tragedia que ocurrió en este lugar y por eso buscamos a Lettar Siru, venimos a ayudar- aclaró la dragona, sin bajar la guardia pero buscando concilio. Al escucharla, el hombre se relajó un poco, incluso resopló de alivio. -Yo soy Lettar Siru- respondió finalmente, para la tranquilidad de nuestro trío. -Perdón por desconfiar, pero en vista de lo ocurrido...- dijo el hombre, pasándose la mano por la nuca -Tranquilo, es comprensible... nosotros también desconfiamos. Venimos en respuesta del aviso que pusiste, pero no sabíamos con quién o qué nos encontraríamos- aclaró Fëanor.
El hombre sonrió cansadamente -Hace un par de meses que puse esos avisos, ya había perdido la esperanza en que alguien viniera- comentó con un dejo de tristeza -Mientras tanto, he hecho lo que está a mi mano para revivir esta granja, no ha sido fácil, pero está andando. Solo que... no puedo dejar de pensar en lo que pasó, necesito respuestas- explicó Lettar, a lo que Ingela y Fëanor asentían. -Hemos venido para buscar respuestas- añadió la chica. -Soy Ingela Feuersteinherzdottir. Él es mi amigo Fëanor Thalion'Fin y este es Thunderbolt- presentó, esbozando una simpática sonrisa.
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Apretó más la capa contra sí, sintiendo a la escasa temperatura dibujar su piel con latigazos de frío. Sus ojos grises no perdían de vista la senda más directa que le fue posible camino a los vestigios de otros tiempos. Solitario, figura imbuida en negro y plata, su cabello ondulaba al compás del viento, mientras sus pensamientos lo hacían por muchos y diversos caminos, ninguno agradable.
Le gustaba el norte. Un clima así obligaba a que las cosas fuesen tranquila o sumamente directas, sin tiempo a circunloquios. Salir del hogar implicaba llevar a cabo algo necesario. De lo contrario, un buen fuego y una manta resultaban siempre una idea mucho más acogedora. Incluso las fieras comprendían que la escasez de alimento pedía merodear lo menos posible.
En las dos jornadas que el tabernero le habían indicado, no llegó a ver a más de media docena de personas. Una pareja de humanos, que, yendo en dirección contraria, lo saludaron con un punto de temor. Granjeros tras una última mala cosecha, dedujo, a juzgar con su hatillo y pómulos descarnados, fruto del hambre, buscando una desesperada oportunidad en la ciudad.
Otros dos -comprendía bien, sonriendo irónico, la necesidad de no recorrer en soledad los caminos- lo observaron con el ceño fruncido desde sus apuestas armaduras, luciendo los colores de Dundarak. Soldados de la urbe. Dragones, supuso. Trató se componer un semblante amable a pesar del frío. Nada tenía contra esas criaturas y prefería evitar cualquier malentendido que una mera mirada extraña podía llegar a provocar.
Sólo cuando decidió descansar un momento, echó la vista atrás por mero hábito. Una nueva pareja, que al parecer aún no había reparado en él por la distancia, conversaba animadamente en lontananza. Desconfiado a causa de las numerosas ocasiones en las que habían enviado mercenarios tras él, se ocultó tras unos árboles, internándose en la foresta nevada de coníferas lo suficiente para observar el paso de ambos. Por los dioses, si no eran más que un par de muchachos. Un elfo que apenas había superado la niñez y una chiquilla rubia que extrañamente portaba un mandoble que llamó la atención del espadachín. La curiosidad le incitó a esperar el tiempo suficiente, y seguir la pista a esos críos, al menos mientras sus pasos coincidieran con los que él tenia pensado llevar a cabo.
Dicha curiosidad se tornó en sombrío recelo cuando comprendió que definitivamente no tenían otra meta que la aldea que él había tenido por bien visitar a fin de conocer lo ocurrido con la familia del tal Lettar Siru. ¿A qué jugaban? Por su mente pasó la imagen del maldito Ilvor, quien dominaba el arte del disfraz de hechicería. Ya se habían enfrentado tanto en los Baldíos como en las estepas, tiempo atrás. ¿Era ésta la tercera vez? Escrutó a los jóvenes, tratando de discernir si el éter podría pertenecer a su viejo enemigo. No era algo desechable. A fin de cuentas, no entendía qué hacían allí criaturas de tan corta edad.
Dio un largo rodeo, con la intención de evitar tanto a quienes habían llegado antes que él como al propio dueño de la destrozada vivienda. Un aldeano se paró, del mismo modo que un ciervo previo a la carrera, por lo que el elfo levantó la mano diestra, enguantada en negro, hasta acercarse a tres pasos.
-Vengo de muy lejos- explicó, buscando emplear un tono en absoluto amenazador- Me interesaría conocer de primera mano las ruinas cercanas… ¿Ozyla…?- preguntó inseguro. Algo en la mente de casi cualquier oyente provocaba automáticamente una necesidad de corregir cuando estaba seguro de saber la respuesta, lo que aflojaba la natural suspicacia ante un extraño, al situarse en una posición imaginariamente superior. Nousis contaba con ello.
-Ozalyn- una tenue sonrisa pronto se apagó de la faz del campesino. Señaló al sureste- Hace generaciones que dejamos en paz ese lugar y todo ha ido bien.
El Indirel miró con toda evidencia a la casa de Lettar Siru. El labriego miró en varias direcciones, nervioso, y alzó las cejas en un gesto harto elocuente.
-Suerte, forastero- le deseó. Nou asintió por toda despedida. No habría esperado mucho más. Si una piedra colocada en un lugar extraño había coincidido alguna vez con un buen año, los aldeanos podrían venerarla durante siglos, aduciendo que era algún tipo de regalo divino. La felicidad de la ignorancia. Los dioses no eran algo tan sencillo de entender.
Caminó el trecho que lo separaba del extraño trabajo que se había ofertado en la zona. Pese a que con toda probabilidad no ayudaría al infeliz, inmerso como estaba en su propio objetivo, deseaba conocer uno o dos detalles más de todo aquello. Contempló a los muchachos un segundo más de lo necesario, antes de saludarlos con una levísima inclinación de cabeza. Su mirada gris pasó a la pequeña criatura que portaban y de ésta, a Siru. Tenía que ser él. No había visto ninguna otra morada con problemas de la que los demás campesinos se apartasen como hormigas rodeando una rama.
-Nousis Indírel- se presentó seguro, tranquilo, como a quien la confianza le es tan natural como respirar-He llegado desde Dundarak, y necesito cuanto puedas decirme lo más pronto posible. Personas, sospechas, ideas, cuanto sepas o creas saber sobre lo ocurrido.
-¿Cómo…?- comenzó Lettar, asombrado ante la escasa empatía que parecía mostrar el elfo.
-Algo más me ha traído hasta aquí- se explicó- Me estoy desviando a fin de ayudar, si me es posible. Por ello necesito dicha información. Si no puedo ayudarte, te lo diré sin rodeos, y espero que tengas más fortuna con ellos- señaló a los muchachos- u otros mercenarios que se sientan capaces de averiguar lo suficiente para darte paz.
El aludido miró a éstos como pidiendo ayuda, o al menos instrucciones de qué hacer a continuación. Sin embargo, respiró hondo, y habló, relatando para todos su triste retorno.
-Os pagaré- finalizó- Podéis entrar, mirar cuanto deseéis. He intentado hablar con mis vecinos pero me rehúyen- añadió con amargura- Los espíritus de mi familia sonreirán cualquier esfuerzo que podáis prestarnos.
Nou volvió su vista a la aldea. Un buen dinero por una investigación quizá sencilla antes de seguir hasta Ozalyn. Por qué no
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
En aquella época del año, el frío calaba hondo en las cuerpos y casas. El esfuerzo por mantener el calor corporal aumentaba y era agotador para la mayoría. Para Ingela y Thunderbolt el frío era prácticamente desconocido pues sus cuerpos generaban calor debido a la naturaleza de sus dones de fuego. En cambio Fëanor sufría. Siendo un elfo de Sandorai, nacido en aquel lugar de clima templado y agradable durante todo el año, las bajas temperaturas invernales le afectaban. Se forraba con tantas capas de ropa que lucía más grande de lo que realmente era. Aquel era un día particularmente frío y se sentía con fuerza. Las nubes que tapaban las cimas de las montañas avisaban de una pronta nevada.
Apenas Ingela terminó la presentación al joven granjero, se escuchó una voz masculina tras ellos. Un nuevo participante llegó, se presentó y sin rodeos, preguntó directamente a Lettar por lo acontecido en la granja. Ingela y Fëanor se giraron para verlo, era otro elfo. Uno muy guapo pero de aspecto frío y distante. -Este debe ser el que mencionó Martina- comentó en voz baja Fëanor a la dragona, quien frunció el ceño, pues le pareció que los modales del recién llegado dejaban mucho que desear. -¿No que los elfos son bien estrictos con los protocolos y maneras de tratarse?- consultó en respuesta, también en voz baja.
La sugerencia de que fueran mercenarios no cayó bien a la dragona -No somos mercenarios- corrigió al elfo que se había presentado como Nousis Indirel. -Soy Ingela, él es Fëanor y este pequeño es Thunderbolt- repitió, ahora al recién llegado. El joven elfo hizo un gesto solemne con la cabeza -Os saludo, hermano de Sandorai- dijo en idioma élfico que por supuesto, los dragones no entendieron. -Hemos venido de buena fe a ayudar. Aunque debo reconocer que también nos atrae la curiosidad de descubrir lo que pasó aquí- confesó, un poco ruborizado. Lettar sonrió -Bueno, no voy a cuestionar sus razones, agradezco toda la ayuda que reciba- dijo. El joven lucía cansado, pero más que físicamente, Ingela percibió que aquello que le pesaba era la tristeza.
-¿Qué le dijeron sus vecinos?- preguntó la dragona, asumiendo que el hombre ya había iniciado alguna investigación. Lettar bajó la mirada -Todos dicen que no escucharon ni vieron lo que ocurrió- comentó. -Mis vecinos me han echado una mano en lo que pueden, pero sienten miedo así que más que ayuda con comida o a reparar lo destruído no he recibido. No se atreven a venir hasta acá, el miedo es suficiente para evitar recorrer el largo camino entre sus casas y la mía- contó un tanto afligido.
Mientras Ingela hablaba con el granjero, Fëanor fue con Nousis con la intención de generar una alianza. En su idioma natal, se dirigió a él -Me alegra conocer a un hermano, hace tiempo no veo alguno o tengo la oportunidad de hablar nuestra lengua- contó. -Has dicho que te has esviado del camino, ¿cuál es tu destino?- preguntó -Creo que si nos unimos, entre los tres podríamos resolver este misterio e incluso te podríamos llevar allí a donde te diriges. Ingela conoce bien estas tierras- ofreció, movido nuevamente por una gran curiosidad.
Apenas Ingela terminó la presentación al joven granjero, se escuchó una voz masculina tras ellos. Un nuevo participante llegó, se presentó y sin rodeos, preguntó directamente a Lettar por lo acontecido en la granja. Ingela y Fëanor se giraron para verlo, era otro elfo. Uno muy guapo pero de aspecto frío y distante. -Este debe ser el que mencionó Martina- comentó en voz baja Fëanor a la dragona, quien frunció el ceño, pues le pareció que los modales del recién llegado dejaban mucho que desear. -¿No que los elfos son bien estrictos con los protocolos y maneras de tratarse?- consultó en respuesta, también en voz baja.
La sugerencia de que fueran mercenarios no cayó bien a la dragona -No somos mercenarios- corrigió al elfo que se había presentado como Nousis Indirel. -Soy Ingela, él es Fëanor y este pequeño es Thunderbolt- repitió, ahora al recién llegado. El joven elfo hizo un gesto solemne con la cabeza -Os saludo, hermano de Sandorai- dijo en idioma élfico que por supuesto, los dragones no entendieron. -Hemos venido de buena fe a ayudar. Aunque debo reconocer que también nos atrae la curiosidad de descubrir lo que pasó aquí- confesó, un poco ruborizado. Lettar sonrió -Bueno, no voy a cuestionar sus razones, agradezco toda la ayuda que reciba- dijo. El joven lucía cansado, pero más que físicamente, Ingela percibió que aquello que le pesaba era la tristeza.
-¿Qué le dijeron sus vecinos?- preguntó la dragona, asumiendo que el hombre ya había iniciado alguna investigación. Lettar bajó la mirada -Todos dicen que no escucharon ni vieron lo que ocurrió- comentó. -Mis vecinos me han echado una mano en lo que pueden, pero sienten miedo así que más que ayuda con comida o a reparar lo destruído no he recibido. No se atreven a venir hasta acá, el miedo es suficiente para evitar recorrer el largo camino entre sus casas y la mía- contó un tanto afligido.
Mientras Ingela hablaba con el granjero, Fëanor fue con Nousis con la intención de generar una alianza. En su idioma natal, se dirigió a él -Me alegra conocer a un hermano, hace tiempo no veo alguno o tengo la oportunidad de hablar nuestra lengua- contó. -Has dicho que te has esviado del camino, ¿cuál es tu destino?- preguntó -Creo que si nos unimos, entre los tres podríamos resolver este misterio e incluso te podríamos llevar allí a donde te diriges. Ingela conoce bien estas tierras- ofreció, movido nuevamente por una gran curiosidad.
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Escuchado el relato de Lettar, Nou pudo componerse una idea bastante nítida de la situación. El escudo no iría a ninguna parte, si realmente se encontraba en Ozalyn tal y como aquellos volúmenes polvorientos le habían indicado, refrendados por la conversación con el erudito que apenas recordaba que había comido la hora anterior. Suspiró. Sus dedos siempre parecían tratar de agarrar nubes.
Y en verdad la curiosidad estaba mellando su idea de dejar todo eso atrás. Observó a los muchachos. La mujercita había soltado unas palabras que llevaron al espadachín a pasarse una mano por el cabello, sonriendo con desgana. Cabía en lo posible que hubiesen tenido malas experiencias con espadas contratadas, o simplemente censurase el oficio de ganarse la vida por medio de la violencia.
-Disculpa si te he ofendido - expresó con un rostro amable, sin perder el gesto que sus labios habían compuesto- Hay mercenarios que han llegado a serlo por muchas causas. Si te disgustan, estás en tu derecho, pero todo depende del enfoque. Pueden defender un castillo, salvar a un rey o terminar una guerra, y del mismo modo, asesinar a una aldea entera o torturar inocentes- su tono era suave, agradable- como he dicho… todo depende del enfoque.
El joven elfo acudió a él con cierta deferencia, y el espadachín mostró un punto de calidez en su mirada gris que reservaba para los de su pueblo. Aprobaba que uno de los suyos saliese de Sandorai para conocer otras criaturas, aunque temía que ese chico lo hubiese hecho demasiado pronto, antes de que las adecuadas enseñanzas lo pusieran en guardia contra los auténticos males del mundo. No obstante, con mucho decoro, le había pedido ayuda, y el código por el que se regía la vida de Nousis no carecía de la página que en grandes letras conminaba a ayudar a su raza si le era posible. En la parte opuesta de ésta, sabía bien detalladas las aventuras suficientes para evitar su propia regla. La muerte le había rondado por su rigidez en ese aspecto. Pero cada persona llevaba a cuestas su propia manera de ser. Él ya no esperaba cambiar, se dijo sin perder la sonrisa. No quedaba otro remedio que seguir adelante una vez más.
-Llevo unas semanas de viaje en dirección a las ruinas de Ozalyn- se explicó, observando a lo lejos, como si fuese capaz de divisar su destino desde tal distancia- Esto- pronunció enfáticamente la palabra, aludiendo a la matanza y a los graves problemas de Lettar- me ha tomado de camino.
Miró entonces a la muchacha que Fëanor había llamado Ingela, dueña del pequeño reptil que no se había separado de su hombro. Extraño. Una curiosidad más a añadir a los últimos días.
-Creo que es buena idea- aceptó. No estaba seguro de las capacidades de los chicos y sabía que se sentiría culpable si no ayudaba al elfo estando en su mano y algo terminaba por ocurrirle. Ya tenía suficientes remordimientos para media vida más- Voy a intentar que algunos aldeanos sean un poco menos parcos en palabras- explicó, comenzando a caminar en dirección a la primera de las desperdigadas casas del lugar. Su cabello ondulaba por el viento, mas sus pisadas no eran recias, pesadas como las de caballeros enfundados en hierro, sino menos profundas, acostumbrado a moverse con agilidad. Huyendo, persiguiendo, achechando. Capa negra, botas oscuras, nuca cubierta por azabache.
Llegó hasta la primera casa, donde un chiquillo aún de demasiada corta edad intentaba uncir el yugo a una pareja de bueyes que casi aparentaban aburrimiento.
-¿No deberías esperar un poco?- dijo el elfo- Cada tarea tiene su tiempo en el campo- recordó un antiguo refrán de labriegos. El niño lo miró elevando una ceja y agarrándose a la valla con ambos brazos, cerca de él.
-¿Qué eres?- ladeó la cabeza.
-Alguien que ha caminado mucho y se ha encontrado problemas. Yo los resuelvo.
-¿Eres amigo de Lettar?- volvió a la carga el crío.
-No.
-¿Matas cosas?
-Sí.
-¿Matas gente?
-A veces. Depende si se portan mal- y le lanzó una mirada harto elocuente. El jovencito se apartó de la valla- ¿Viste qué le pasó a la casa de Lettar?
-Fueron fantasmas y cosas malas porque los dioses le vieron hacer cosas malas cuando no estaba aquí. Estaba lejos. - Nou se pasó una mano por el cabello, armándose de paciencia.
-¿Alguien vio a esos fantasmas y cosas malas?
-El viejo Candar dijo el otro día que el hermano de Lettar se enfadó mucho y mató a todos. Y que ahora es un pájaro.
El semblante del elfo tomó una mueca de escepticismo.
-Estupendo…- murmuró, antes de ir a la siguiente vivienda.
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Mientras Fëanor hablaba con Nousis, Ingela se dirigía a Lettar. Ella era una jovencita muy guapa y de fácil sonrisa, así que le esbozó una al hombre quien no pudo evitar hacerlo de vuelta, algo sonrojado. -¿Me muestras el lugar?- le preguntó, comenzando a andar. Ambos caminaron a paso lento hacia la casa principal mientras él le narraba la breve historia que había logrado juntar -La historia... si te la digo completa, me obligaría a contarte mi vida entera y aún no me reconcilio con ella lo suficiente como para compartirla abiertamente. Lo que te puedo decir es que estuve ausente de mi hogar por mucho tiempo y al regresar, no encontré a nadie vivo en la granja. Estaba desolada, destruída y vacía a excepción de los cadáveres en avanzado estado de descomposición. Parecían haber sido atacados por alguna bestia, pero no estoy seguro. Reconocí a mi padre por el sello que portaba en un dedo. A mi hermano lo encontré en su cama, intacto, sin la expresión de horror que tenían los demás cuerpos. No tuve tanta suerte con los demás cadáveres, hice mi mayor esfuerzo en reconocerlos pero estaban destrozados. No había señales de ataque a las reces, solo las cercas de madera estaban en el piso, pero se notaba que los yaks las echaron abajo, buscando escapar y buscar comida. De hecho, logré encontrar algunas pastando en los alrededores. Los vecinos no supieron decirme qué pasó, nadié vio ni oyó nada... o eso es lo que quieren hacerme creer para que no les pregunte más- contó con una expresión triste en el rostro.
Ingela lo escuchó con atención -Lo lamento mucho, Lettar- dijo, empatizando con su tristeza. No pudo evitar ponerse en los zapatos del hombre e imaginar qué pasaría si ella llegara a su casa y encontrara solo los cuerpos sin vida de sus seres queridos. Un dolor agudo le cruzó el pecho.
Lettar comenzó por mostrarle la casa. Parecía como si un tornado hubiese arrazado con ella. Al cabo de observarla un poco, notó algo -No parece que haya marcas de bestias, ni rasguños, pisadas, mordiscos... ¿Encontraste huellas cuando llegaste?- preguntó al hombre, quien negó con la cageza -Nada de eso- confirmó. -Pero no es lo más extraño, ven- dijo y le hizo un gesto para que lo siguiera.
Avanzaron por un pasillo hasta llegar a una de las pocas puertas que estaban en pie. Al abrirla, Ingela se encontró con una habitación intacta. La expresión de su rostro gritaba lo que su mente pensaba -Es la habitación de mi hermano- explicó. -Así como él, su habitación estaba intacta. Lo que haya sido que pasó, no le afectó ni a sus pertenencias- añadió, mirando con resignación. Ambos guardaron silencio, ella entró en la habitación y comenzó a observar, sin tocar nada. -Creo que esto tienen que verlo Fëanor y Nousis, ellos son elfos y perciben cosas que ni tú ni yo podemos. Ya sabes, magia y esas cosas- respondió ella.
El joven elfo había terminado de hablar con Nousis y alcanzó a ver que Ingela y Lettar entraban a la casa, así que los siguió. Al poco rato, los encontró de pie frente a la habitación. Frunció el ceño al acercarse a ellos -Mira esto- indicó la muchacha, abriendole la puerta. Fëanor avanzó pero se detuvo en seco, como si hubiese recibido un golpe de viento en la cara -Se llevó una mano a la cara, tapando su nariz -¡Este lugar apesta!- exclamó* expontáneamente. -¿Quié sientes?- preguntó Lettar con avidez -Pues aquí se usó magia, pero de la mala... y venenos poderosos- explicó el chico que retrocedió sin destaparse la cara. -Deberíamos ver el lugar donde está enterrado tu hermano- sugirió Ingela. Era una buena idea, pero Fëanor estaba aterrado de antemano por lo que podría encontrar.
Lettar los llevó hacia el fondo del terreno. Había una pequeña arboleda allí y al pie de esta, las tumbas que había cavado. Al llegar junto a ellas, Fëanor supo enseguida cuál era la del hermano y la señaló -No me cabe duda, usaron magia negra con tu hermano y lo envenenaron el el proceso- confirmó, sin atreverse a acercar un poco más. El joven elfo solo podía percibir el eter que emanaba el cuerpo y la pestilencia del veneno, pero si pudiera verlo, aquello que despedía el cadaver era un vaho negro.
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*Uso de habilidad de nivel 3, "Buen olfato" y de habilidad racial "Don Mágico".
Ingela lo escuchó con atención -Lo lamento mucho, Lettar- dijo, empatizando con su tristeza. No pudo evitar ponerse en los zapatos del hombre e imaginar qué pasaría si ella llegara a su casa y encontrara solo los cuerpos sin vida de sus seres queridos. Un dolor agudo le cruzó el pecho.
Lettar comenzó por mostrarle la casa. Parecía como si un tornado hubiese arrazado con ella. Al cabo de observarla un poco, notó algo -No parece que haya marcas de bestias, ni rasguños, pisadas, mordiscos... ¿Encontraste huellas cuando llegaste?- preguntó al hombre, quien negó con la cageza -Nada de eso- confirmó. -Pero no es lo más extraño, ven- dijo y le hizo un gesto para que lo siguiera.
Avanzaron por un pasillo hasta llegar a una de las pocas puertas que estaban en pie. Al abrirla, Ingela se encontró con una habitación intacta. La expresión de su rostro gritaba lo que su mente pensaba -Es la habitación de mi hermano- explicó. -Así como él, su habitación estaba intacta. Lo que haya sido que pasó, no le afectó ni a sus pertenencias- añadió, mirando con resignación. Ambos guardaron silencio, ella entró en la habitación y comenzó a observar, sin tocar nada. -Creo que esto tienen que verlo Fëanor y Nousis, ellos son elfos y perciben cosas que ni tú ni yo podemos. Ya sabes, magia y esas cosas- respondió ella.
El joven elfo había terminado de hablar con Nousis y alcanzó a ver que Ingela y Lettar entraban a la casa, así que los siguió. Al poco rato, los encontró de pie frente a la habitación. Frunció el ceño al acercarse a ellos -Mira esto- indicó la muchacha, abriendole la puerta. Fëanor avanzó pero se detuvo en seco, como si hubiese recibido un golpe de viento en la cara -Se llevó una mano a la cara, tapando su nariz -¡Este lugar apesta!- exclamó* expontáneamente. -¿Quié sientes?- preguntó Lettar con avidez -Pues aquí se usó magia, pero de la mala... y venenos poderosos- explicó el chico que retrocedió sin destaparse la cara. -Deberíamos ver el lugar donde está enterrado tu hermano- sugirió Ingela. Era una buena idea, pero Fëanor estaba aterrado de antemano por lo que podría encontrar.
Lettar los llevó hacia el fondo del terreno. Había una pequeña arboleda allí y al pie de esta, las tumbas que había cavado. Al llegar junto a ellas, Fëanor supo enseguida cuál era la del hermano y la señaló -No me cabe duda, usaron magia negra con tu hermano y lo envenenaron el el proceso- confirmó, sin atreverse a acercar un poco más. El joven elfo solo podía percibir el eter que emanaba el cuerpo y la pestilencia del veneno, pero si pudiera verlo, aquello que despedía el cadaver era un vaho negro.
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*Uso de habilidad de nivel 3, "Buen olfato" y de habilidad racial "Don Mágico".
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
No veía apropiado el momento para intentar ubicar las piezas de todo aquello. Por ello, al tiempo que el joven elfo y su compañera conversaban con quien precisaba de su ayuda, Nousis se fue alejando, poco a poco, hasta alcanzar otras moradas de la misma aldea.
Necesitaba una visión de conjunto. ¿Cabía en lo posible que hallaran las pistas suficientes en la casa? No las tenía en absoluto todas consigo. Si a lo largo del tiempo desde que había tenido lugar la matanza nadie había descubierto algo, parecía poco probable que quedasen rastros en el lugar central de lo ocurrido. Su experiencia le decía que alguno de los vecinos de Lettar tenía por fuerza que saber algo de lo ocurrido. Quizá incluso haber estado involucrados. Y el tal Candar era su primera parada. Sacudió la cabeza con fastidio, pasando una mano por el cabello. Confiaba en aclarar todo aquello con rapidez.
La aldea formaba un hábitat disperso, donde los campos de cultivo de cereales, resistentes al frío se ubicaban al lado de las viviendas, en un anillo concéntrico. Los ojos del elfo observaron además pequeñas parcelas donde crecían otros productos de consumo familiar, tales como coles, zanahorias, lechugas o rábanos. Ningún otro rastro de problemas aquejaba a los demás labriegos. Parecían tener suficiente para no pasar hambre e incluso, tal vez, vender en el mercado de Dundarak el excedente de su trabajo.
-¡Forastero!- le interpeló un hombre de unos treinta años, apoyado en un rastrillo, a todas luces descansando. El tiempo no era tan malo como para evitar que se trabajase el campo aquel día, y extranjeros husmeando en la aldea no era pan de cada día. Las suposiciones y sin duda, los malentendidos aumentarían cual bola de nieve a lo largo de las largas jornadas de invierno, obligados a permanecer en el interior de los hogares. El espadachín se detuvo un poco más adelante, mirando al humano de reojo, antes de volverse con una lentitud que podría haberse calificado como mínimo como poco cortés.
-¿Sí?- preguntó.
-¿Qué os trae por aquí?- su sonrisa era casi lobuna- Me juego los últimos dos corderos sanos a que venís por lo de los Siru. ¡¿A que sí?!- su satisfacción llamó la atención a Nou, quien se acercó, buscando no mostrar sentimiento alguno más allá de una medida curiosidad.
-Supongo que no somos los primeros- adujo el elfo, mostrando una resignada sonrisa, confiando en resultar cercano, borrando su instintiva reacción primera. Miró directamente a los ojos a su interlocutor, sin desafío, casi cómplice.
-Para nada- contestó con suficiencia, volviendo la vista hacia el hogar de Lettar- ¿sabes algo? Casi nadie estaba aquí aquel día. Habíamos ido al mercado, salvo la vieja Irenn y los chiquillos de Turian- su tono exhibía un punto de nostalgia, como si realmente le apenase no haber podido contemplar la matanza. Nou guardó para sí su repugnancia. La morbosidad por las desgracias ajenas no era únicamente cosa de Humanos, pero siempre mostraba parte de lo peor de quien la poseía.
-¿Y Candar?- inquirió el hijo de Sandorái.
-¿Conocéis a Candar?- repitió el aldeano asombrado- ¿Cuántos años tienes? – espetó de golpe. Su oyente se tragó una respuesta que poco tenía que ver con su larga vida. Se limitó a sonreír con indulgencia, masticando su ira. No era asunto de su edad, sino de que el cabrero analfabeto hubiera osado a meterse en puntos de su vida personal.
-Los suficientes para haber visto cosas parecidas a ésta- ensanchó su sonrisa, lo que, combinado con la frialdad de sus ojos, provocó en el campesino un levísimo movimiento de retroceso, que al instante cortó. El elfo hizo como si no hubiese notado nada.
-¿Sabes qué ha ocurrido…?- la desconfianza preñó por primera vez el tono del nativo.
-¿Cuál era tu nombre? – preguntó Nou sin perder esa extraña sonrisa. Él tardó unos segundos de más en responder.
-Irke Grann.
-Nousis Indirel. Volveremos a hablar- sonó a verdad. O a promesa. O a cualquier matiz con un punto peligroso que hizo que Irke se separase del camino, yendo a la parte trasera de la casa, alejándose de esos ojos grises en los que había visto algo que nada le había gustado. Entonces, el viajero cayó en la cuenta que no le había pedido indicaciones sobre la residencia de Candar. Comenzó a andar nuevamente, sin perder de vista a ningún aldeano o aldeana de cierta edad.
Dos chiquillos corriendo tras un perro pequeño se detuvieron algo amedrentados, explicándole rápidamente cómo llegar a donde deseaba, antes de escapar de él, volviendo a la persecución del pobre animal.
-¿Eres Candar?- quiso saber el Indírel. El humano no era lo que había esperado. “Anciano” para el niño con el que había hablado, no había significado lo mismo que para él. Le calculó una cincuentena larga, manos grandes, acostumbradas al trabajo de campo, ojos inquisitivos y músculos aún que no habían perdido su vigor. Caminaba a paso lento, como si desease conservar las energías. Era algo común a todos los labriegos que había visto. Su rostro descubría décadas de sufrir las inclemencias del tiempo y la dureza de esa vida. Arrodillado, sujetaba unas hojas de col, y el elfo vio un claro disgusto en su semblante. Ante la interpelación del recién llegado, alzó la vista, y se levantó renqueando un poco. Con ojo platico, acostumbrado a provocar tales heridas, dedujo que había sufrido una lesión antigua, seguramente en la cadera, profunda, punzante.
-¿Quién lo pregunta?
-Busco respuestas sobre lo ocurrido con los Siru- explicó Nousis. La capa reforzada no permitía ver nada más allá que sus pantalones y botas en cuanto a su vestimenta. El humano paseó la vista, y el espadachín dejó hacer, esperando con paciencia a que revelase algo medianamente interesante.
-¿Mercenario?- preguntó, sin sonreír.
-Viajero- puntualizó- Mi intención es visitar Ozalyn, pero esto me ha tomado de camino.
Candar bufó, entre el hastío y la incredulidad.
-Buscas fuerzas oscuras. Atente a las consecuencias.
-¿Ah si?
-¿Qué crees que ha pasado, elfo?- se mofó- El padre de Lettar jugó con cosas peligrosas para hacerse más rico. Yo mismo hablé con la prometida del hermano, y me reveló exactamente eso. Buscaban riquezas en las ruinas. Y poco después, todos muertos por mano del hermano. Evidente como que el día sigue a la noche.
-¿Le viste matar a la familia? ¿Prometida?- Nou no recordaba la mención ningún muerto femenino de una edad semejante- ¿Escapó?
-Supongo- se encogió de hombros- Era lista y ayudaba a la familia. Demasiado hermosa para el hijo del Siru- rio con desgana- Tenía familia en Dundarak, cerca del templo principal- se detuvo antes de proseguir- No me hizo falta verlo. Lo hizo la vieja Irenn, aunque murió poco después.
-Gracias- dijo para zanjar la conversación el extranjero. Candar se limitó a hacer un gesto con la mano volviendo a sus cultivos. Pensativo, Nou volvió sobre sus pasos, a fin de volver con los jóvenes.
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
-¿Estás seguro?- preguntó Ranfred a su hermano, quien aún no terminaba de recuperar el aliento tras la carrera que se mandó desde el camino hasta donde él estaba, al fondo de la chacra. Tragando en seco y entre jadeos, Raskel asintió -Te lo juro, era la niña rubia que vi en los calabozos hace un par de meses y que salió con la tal Capitana Steinherz, escuché que era su nieta- aseguró el muchacho. Ranfred resopló, quitándose el gorro para sascarse la coronilla -Lo que nos faltaba... una niñita mimada de la ciudad encaprichada con un misterio sin resolver. ¿Crees que sean un problema?- consultó a su hermano que volvió a asentir.
Aquellos gemelos eran los hijos menores del viejo Olaf Myzerk, Raskel y Ranfred. Eran muchachos ambiciosos que buscaban la aprobación de su padre, pues él ya estaba muy viejo cuando nacieron. Viejo y cansado, así que de su parte no recibieron mucha atención. Olaf desposó a la madre de ellos al enviudar de su primera mujer y madre de sus hijos mayores, esos que eran su mayor orgullo. Mirjdiam, quien era considerablemente menor -por ahí unos 150 años- intentó criarlos como buenos hombres, pero la mala sangre tira fuerte y ese par terminó siendo sádicos manipuladores que conseguían a toda costa sus objetivos. Ahora, su meta estaba en correr la cerca de su terreno más allá del límite con las de los Siru. Estuvieron a punto de lograrlo cuando ocurrió la afortunada catástrofe familiar, pero a Lettar se le ocurrió regresar justo antes de sellar el trato con los demás vecinos, pues no se habían tardado en repartirse entre ellos las tierras.
Aunque a las otras 3 familias no les importó que el plan se fuera al garete (es más, se alegraron de ver volver a Lettar), a los Myzerk les quedó sangre en el ojo. Habían hecho de todo para evitar que su amigo de la infancia prosperara allí, pero si recibía ayuda de los aristócratas de Dundarak, a ellos se les complicaba aún más la tarea. -Pues tenemos que hacer algo, ¿no crees?- dijo Ranfred, mirando con malicia a su hermano. -Los vi encaminarse al bosque, a ella, Lettar y un elfo juvenil... y ya sabes que allí las bestias salvajes abundan. Es un sector peligroso para andar- ironizó Raskel. Los gemelos rieron y dejaron sus herramientas en el piso. Entre insensatas carcajadas, largaron a correr hacia los árboles mientras se transformaban en enormes lobos y sus risas pasaban a sonoros aullidos.
Varios kilómetros al este, Ingela, Fëanor, Lettar y Thunderbolt seguían el tenue rastro del veneno llevaba dentro del bosque. Inocentes de las intenciones de los gemelos Myzerk, avanzaban sin temor, guiados por el olfato del joven elfo, quien tenía sentimientos encontrados -Me siento usado como sabueso- se quejaba en el camino. Lettar e Ingela rieron -Esa es una habilidad magnífica- dijo Lettar, intentando reconfortarlo. -La verdad no se me había ocurrido traer sabuesos- comentó, apartando una rama. -¿Habían venido otros investigadores antes que nosotros?- preguntó Ingela. -Sí, a decir verdad llegaron unos curiosos, pero la mayoría pedía pago por adelantado. Las primeras veces pagué, pero terminé estafado, así que dejé de pagar antes de tener resultados- explicó. la rubia escuchaba y asentía.
Caminaron hacia un sector muy tupido del bosque donde Fëanor e Ingela tuvieron que sacar sus armas para despejar el camino. -¿Seguro que es por aquí?- preguntó Lettar confundido, pues el elfo los guiaba con mucha certeza a través de una zona por donde no parecía haber pasado nadie en años. -Completamente- aseguró el chico -De hecho, siento el rastro con mayor fuerza- añadió. Tras mucho esfuerzo, llegaron a un pequeño claro en cuyo centro había una pequeña choza que lucía antigua pero cuidada. -De allí viene el olor- señaló -No parece que haya alguien dentro- añadió y no tuvo que convencerlos de ir a investigar, pues incluso antes de hablar, ya Ingela se dirigía hacia allí.
La cabaña tenía lo básico para pasar un par de días allí. Se notaba que era un lugar de paso, tal vez para cazadores, pero ellos no necesitarían tantos libros o un pequeño laboratorio alquímico. -Esto es extraño- comentó Lettar, hojeando uno de los libros -Estos dibujos son las ruinas de Ozalyn- enseñó a Ingela y Fëanor, pero no pudieron investigar más.
De repente, Thunderbolt comenzó a brillar. Eso no eran buenas noticias. La dragona y el elfo salieron de la cabaña y desenvainaron sus armas -¿Qué ocurre?- preguntó el hombre alarmado -Bolti nos avisa que se acercan problemas- explicó el elfo, apretando el hacha de guerra entre sus manos. Ingela hacía lo mismo con su mandoble. Unos aullidos sonaban cada vez más cerca. -No sabía que en esta zona rondaran lobos- dijo la joven dragona, mirando a su alrededor. -No, no suelen haberlos- aclaró Lettar sacando una daga del cinto.
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Problema #1
Vecinos buscan la ruina de Lettar Siru para quedarse con sus tierras, no temen usar la violencia para deshacerse de Nousis e Ingela.
Aquellos gemelos eran los hijos menores del viejo Olaf Myzerk, Raskel y Ranfred. Eran muchachos ambiciosos que buscaban la aprobación de su padre, pues él ya estaba muy viejo cuando nacieron. Viejo y cansado, así que de su parte no recibieron mucha atención. Olaf desposó a la madre de ellos al enviudar de su primera mujer y madre de sus hijos mayores, esos que eran su mayor orgullo. Mirjdiam, quien era considerablemente menor -por ahí unos 150 años- intentó criarlos como buenos hombres, pero la mala sangre tira fuerte y ese par terminó siendo sádicos manipuladores que conseguían a toda costa sus objetivos. Ahora, su meta estaba en correr la cerca de su terreno más allá del límite con las de los Siru. Estuvieron a punto de lograrlo cuando ocurrió la afortunada catástrofe familiar, pero a Lettar se le ocurrió regresar justo antes de sellar el trato con los demás vecinos, pues no se habían tardado en repartirse entre ellos las tierras.
Aunque a las otras 3 familias no les importó que el plan se fuera al garete (es más, se alegraron de ver volver a Lettar), a los Myzerk les quedó sangre en el ojo. Habían hecho de todo para evitar que su amigo de la infancia prosperara allí, pero si recibía ayuda de los aristócratas de Dundarak, a ellos se les complicaba aún más la tarea. -Pues tenemos que hacer algo, ¿no crees?- dijo Ranfred, mirando con malicia a su hermano. -Los vi encaminarse al bosque, a ella, Lettar y un elfo juvenil... y ya sabes que allí las bestias salvajes abundan. Es un sector peligroso para andar- ironizó Raskel. Los gemelos rieron y dejaron sus herramientas en el piso. Entre insensatas carcajadas, largaron a correr hacia los árboles mientras se transformaban en enormes lobos y sus risas pasaban a sonoros aullidos.
Varios kilómetros al este, Ingela, Fëanor, Lettar y Thunderbolt seguían el tenue rastro del veneno llevaba dentro del bosque. Inocentes de las intenciones de los gemelos Myzerk, avanzaban sin temor, guiados por el olfato del joven elfo, quien tenía sentimientos encontrados -Me siento usado como sabueso- se quejaba en el camino. Lettar e Ingela rieron -Esa es una habilidad magnífica- dijo Lettar, intentando reconfortarlo. -La verdad no se me había ocurrido traer sabuesos- comentó, apartando una rama. -¿Habían venido otros investigadores antes que nosotros?- preguntó Ingela. -Sí, a decir verdad llegaron unos curiosos, pero la mayoría pedía pago por adelantado. Las primeras veces pagué, pero terminé estafado, así que dejé de pagar antes de tener resultados- explicó. la rubia escuchaba y asentía.
Caminaron hacia un sector muy tupido del bosque donde Fëanor e Ingela tuvieron que sacar sus armas para despejar el camino. -¿Seguro que es por aquí?- preguntó Lettar confundido, pues el elfo los guiaba con mucha certeza a través de una zona por donde no parecía haber pasado nadie en años. -Completamente- aseguró el chico -De hecho, siento el rastro con mayor fuerza- añadió. Tras mucho esfuerzo, llegaron a un pequeño claro en cuyo centro había una pequeña choza que lucía antigua pero cuidada. -De allí viene el olor- señaló -No parece que haya alguien dentro- añadió y no tuvo que convencerlos de ir a investigar, pues incluso antes de hablar, ya Ingela se dirigía hacia allí.
La cabaña tenía lo básico para pasar un par de días allí. Se notaba que era un lugar de paso, tal vez para cazadores, pero ellos no necesitarían tantos libros o un pequeño laboratorio alquímico. -Esto es extraño- comentó Lettar, hojeando uno de los libros -Estos dibujos son las ruinas de Ozalyn- enseñó a Ingela y Fëanor, pero no pudieron investigar más.
De repente, Thunderbolt comenzó a brillar. Eso no eran buenas noticias. La dragona y el elfo salieron de la cabaña y desenvainaron sus armas -¿Qué ocurre?- preguntó el hombre alarmado -Bolti nos avisa que se acercan problemas- explicó el elfo, apretando el hacha de guerra entre sus manos. Ingela hacía lo mismo con su mandoble. Unos aullidos sonaban cada vez más cerca. -No sabía que en esta zona rondaran lobos- dijo la joven dragona, mirando a su alrededor. -No, no suelen haberlos- aclaró Lettar sacando una daga del cinto.
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Problema #1
Vecinos buscan la ruina de Lettar Siru para quedarse con sus tierras, no temen usar la violencia para deshacerse de Nousis e Ingela.
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
El espadachín dejó a Candar ocupado en sus cultivos, y se dirigió a la vivienda de la difunta Irenn, siguiendo las indicaciones de varios labriegos. Algunos chiquillos le siguieron con insistencia, asombrados ante su vestimenta y el mero hecho de encontrarse a alguien tan diferente a padres y hermanos, en absoluto dedicado a las labores del campo. Sin decir nada, el elfo se detuvo, observándolos sin emitir palabra alguna, buscando transmitirlo todo desde su mirada gris. Los muchachos parecieron captar el mensaje, volviendo a sus tareas o juegos, dedicándole algunas lindezas poco propias de sus escasos años.
La vivienda de Irenn había sido descuidada largo tiempo. El tejado precisaba remiendos en algunas zonas, y los maderos que conformaban las paredes laterales habían sufrido demasiadas épocas de lluvias, y la humedad se había hecho dueña y señora de amplias partes. Un perro escuálido giró la cabeza, mirándolo directamente. Quizá era pertenencia de la fallecida, incapaz ahora de encontrar comida suficiente por sí mismo.
Iba a empujar la puerta principal, dispuesto a entrar para averiguar lo más posible del extraño enredo en el que se había visto involucrado, cuando una voz joven y femenina lo interpeló, sorprendida y desconfiada. Con el mentón casi sobre su hombro, el forastero entrevió a una criatura que en términos humanos, no podía pasar en modo alguno de los veintipocos años. El trabajo de labranza aún no había hecho mella en su rostro, y sólo su ropa indicaba su vida campesina.
-¿Qué buscáis en la casa de mi abuela?- Nousis se volteó, dando los pasos suficientes hasta quedar a una corta distancia de ella, sin invadir su espacio personal. Calló unos segundos, que a la chica le parecieron eternos, tratando de no ponerla a la defensiva.
-Busco respuestas para la muerte de los Siru- explicó- Candar me ha dicho que tu abuela vio cómo el hermano de Lettar los había matado a todos.
Su oyente realizó un rápido gesto destinado a ahuyentar a los malos espíritus. Supersticiones de aldeanos, pensó el elfo evitando un suspiro.
-No encontrarás nada ahí. Mi abuela no sabía escribir, y no habría puesto algo así en ningún sitio que mis hijos pudiesen llegar a leer. Hay cosas de las que es mejor no hablar.
-Si no se resuelven, podrían pasar otra vez- aseguró el espadachín, buscando romper el razonamiento que la impelía a echar tierra encima de lo desconocido- Dices que no escribía, ¿dijo algo entonces? ¿Algo que pudiera serme de ayuda?
La nieta de Irenn clavó sus ojos azules en él, como si no estuviera segura. Finalmente, con un hilo de voz, tan tenue que el elfo le pidió repetir lo que dijo una vez más, compartió con Nousis la escasa información que disponía.
-Al parecer gritó “esto es lo que queréis” sin duda hablando con espíritus oscuros tras matar a su familia. Su prometida huyó de la aldea y nunca volvió. Luego Knoc, hermano de Lettar, se quitó la vida.
-Esto es lo que queréis… - repitió absorto Nou, antes de devolverle su atención- ¿Has visto el cuerpo de Knoc?
Vigorosamente, ella sacudió la cabeza y dio un paso atrás.
-¡Claro que no! Lettar debió quemar la casa hasta los cimientos. Los Myzerk le daban buen precio por las tierras después de bendecirlas un sacerdote de Dundarak, pero se negó.
El elfo dio las gracias a la muchacha.
-No vayáis a Ozalyn, todo esto nos ha llegado por perturbar ese lugar. Nadie debería ir allí- insistió con un temor que el extranjero juzgó como auténtico. Sin comprometerse a ello, le sonrió. Debía ver el cadáver de Knoc y hablar con Fëanor e Ingela.
O tal era su idea, antes de ver algunas figuras armadas esperando en la morada de Lettar. Dejando sisear su espada ligeramente curva, fue desenvainando a lo largo del lapso que incluyó dos pasos. Las hechuras de sujetos así le eran harto conocidas. Tal vez le buscaban, o a Lettar, o a los muchachos. La mirada de uno de ellos mostró asombro ante su gesto. ¿Inferioridad numérica y ya dispuesto a un enfrentamiento?
No. Jugaba una carta, a la espera de acertar o no sobre si se trataba de mercenarios, salteadores, o simples aficionados atraídos por la historia. Casi había descartado lo primero, sin armaduras decentes y una sola espada entre los tres, además de lanza y hacha. Si era de los que se dedicaban a robar y asesinar a gentes aterradas y poco diestras a la hora de defenderse, tenía opciones.
-Vengo a ver a Knoc Siru. Si esperáis a Lettar -dedujo, al no ver a ninguno de los tres con quienes esperaba intercambiar información allí, ni cadáveres, no habiendo escuchado ruidos de pelea en la aldea- tal vez tarde un poco. Yo mismo confiaba que estuviera aquí.
-Sabemos bien donde ha ido- apuntó el que hacía de líder, intuyó- Sólo venimos a limpiar la casa. Otros se encargarán del resto de la basura.
El espadachín volteó su arma girando la muñeca.
-¿Habéis matado vosotros a los Siru?- preguntó. Habría simplificado enormemente la historia.
-Claro que no, solo son negocios- terminó, tomando el hacha con ambas manos.
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Ingela, Fëanor y Lettar habían formado un círculo, a espaldas uno del otro. Thunderbolt brillaba con intensidad y chillaba, advirtiendo del inminente peligro. El elfo escudriñaba, buscando con su privilegiada vista lo que tenía tan agitado al pequeño dragón. Lettar por su parte, intuía lo que estaba ocurriendo, pero debatía en su cabeza, negándose a aquella posibilidad.
-¿Qué está pasando Lettar?- increpó Ingela al hombre que se aferraba a sus dagas con fuerza. -¡No tengo idea Ingela!- respondió con angustia. -¡Yo creo que sí sabes!- exclamó Fëanor molesto y también bastante asustado. No percibía éter y aquello que los acechaba no llevaba el pútrido perfume del veneno que los había llevado hasta allí. Por un lado le alivió no estar enfrentándose a brujos o dragones, pero le preocupaba no poder anticiparse a lo que ocurriría después y la tensión lo estaba matando.
Thunderbolt chilló con fuerza y alzó vuelo, señal inequívoca que lo que fuera que ocurriere, iba a comenzar. Efectivamente, de entre los densos matorrales saltaron sobre ellos dos gigantescos lobos huargos, ambos grises, idénticos. Los tres saltaron en direcciones opuestas, escapando del ataque. Uno de ellos persiguió a Lettar y el otro a Ingela. -¡Yo puedo con este! ¡Ayúdalo a él!- exclamó la dragona viendo el peligro inminente que corría el hombre. Fëanor asintió y corrió hacia Lettar. En el trayecto, 1recitó una oración en su idioma, mientras lo hacía, el éter se acumulaba en sus manos las cuales estiró hacia el humano que lanzaba valientes golpes con sus dagas hacia el huargo, el cuál esquivaba con facilidad. De inmediato, Lettar sintió una fortaleza increíble en todo su cuerpo, la cuál aumentaba a medida que el joven elfo se acercaba a él.
Lanzando un grito, Fëanor agitó el hacha por el lado del mazo, lanzando un golpe al huargo. Esta vez, esquivar no fue tan sencillo y estuvo a punto de recibir no solo el golpe, sino la descarga eléctrica que venía con ello, pues el elfo había activado la runa del encantamiento del arma.
Mientras tanto, Ingela sostenía su mandoble firmemente frente a sy cuerpo, el huargo aún no la atacaba. Se miraban intensamente, esperando que el otro actuara. -Este es un licántropo, estoy segura- pensaba la muchacha mientras observaba a su oponente -Deberías pelear conmigo en tu forma humana- le sugirió, hablando en voz alta -Tendrías más oportunidad de esa forma, pues si yo decido cambiar la mía, te aseguro que lo lamentarás- le amenazó y esbozó una media sonrisa burlona y de autosuficiencia.
El huargo no escuchó su amable consejo y se lanzó a atacarla, impulsado por la rabia que le dio el que una chiquilla tan escuálida alardeara de esa manera.
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1.- Uso de habilidad mágica de nivel 1 Vínculo de Fuerza (1/2)
-¿Qué está pasando Lettar?- increpó Ingela al hombre que se aferraba a sus dagas con fuerza. -¡No tengo idea Ingela!- respondió con angustia. -¡Yo creo que sí sabes!- exclamó Fëanor molesto y también bastante asustado. No percibía éter y aquello que los acechaba no llevaba el pútrido perfume del veneno que los había llevado hasta allí. Por un lado le alivió no estar enfrentándose a brujos o dragones, pero le preocupaba no poder anticiparse a lo que ocurriría después y la tensión lo estaba matando.
Thunderbolt chilló con fuerza y alzó vuelo, señal inequívoca que lo que fuera que ocurriere, iba a comenzar. Efectivamente, de entre los densos matorrales saltaron sobre ellos dos gigantescos lobos huargos, ambos grises, idénticos. Los tres saltaron en direcciones opuestas, escapando del ataque. Uno de ellos persiguió a Lettar y el otro a Ingela. -¡Yo puedo con este! ¡Ayúdalo a él!- exclamó la dragona viendo el peligro inminente que corría el hombre. Fëanor asintió y corrió hacia Lettar. En el trayecto, 1recitó una oración en su idioma, mientras lo hacía, el éter se acumulaba en sus manos las cuales estiró hacia el humano que lanzaba valientes golpes con sus dagas hacia el huargo, el cuál esquivaba con facilidad. De inmediato, Lettar sintió una fortaleza increíble en todo su cuerpo, la cuál aumentaba a medida que el joven elfo se acercaba a él.
Lanzando un grito, Fëanor agitó el hacha por el lado del mazo, lanzando un golpe al huargo. Esta vez, esquivar no fue tan sencillo y estuvo a punto de recibir no solo el golpe, sino la descarga eléctrica que venía con ello, pues el elfo había activado la runa del encantamiento del arma.
Mientras tanto, Ingela sostenía su mandoble firmemente frente a sy cuerpo, el huargo aún no la atacaba. Se miraban intensamente, esperando que el otro actuara. -Este es un licántropo, estoy segura- pensaba la muchacha mientras observaba a su oponente -Deberías pelear conmigo en tu forma humana- le sugirió, hablando en voz alta -Tendrías más oportunidad de esa forma, pues si yo decido cambiar la mía, te aseguro que lo lamentarás- le amenazó y esbozó una media sonrisa burlona y de autosuficiencia.
El huargo no escuchó su amable consejo y se lanzó a atacarla, impulsado por la rabia que le dio el que una chiquilla tan escuálida alardeara de esa manera.
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1.- Uso de habilidad mágica de nivel 1 Vínculo de Fuerza (1/2)
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Estiró el brazo, antes de pasarse una mano por el cabello, al tiempo que continuaba sosteniendo la espada con la diestra. Y la maldita osadía de esa basura humana le hicieron hervir la sangre, constatando cómo, de un tiempo a ésta parte, su paciencia había sufrido un menoscabo importante. Su parte oscura dentellaba su jaula como pocas veces antes.
¡Ay de los vencidos! La primera toma de contacto entre la trabajada hoja élfica y el hacha de su enemigo revelaron que había llegado al peor lugar en el peor momento posible. Nou sonrió… demasiado. No tardó en comprender que su habilidad distaba de la de los pobres infelices que esperaban finiquitar lo que les había llevado allí con sangrienta premura. Sólo cuando dos dedos del primer hombre salieron volando entre gritos de horror, dolor y miedo, éste añoró una vida que había desdeñado y ya jamás vería llegar a él. Cayó al suelo apretando la mano herida, contemplando como el lanzazo de su compañero se perdía cerca de la mejilla izquierda del espadachín, quien giró sobre sí mismo y abrió la carne de abajo arriba del muslo tras una finta al mismo sujeto. Este perdió pie, trastabillando y cayendo a causa de uno de los maderos con los que Lettar estaba reconstruyendo su hogar familiar.
El tercer oponente tiró la espada, echando a correr dejando atrás a sus compañeros, que lo insultaron de todas las maneras que la lengua común era capaz de producir, entre quejidos angustiosos. El elfo no desenvainó, sino que se acercó al primero, cuya mano mutilada se hallaba cubierta de sangre y su tez había palidecido ostensiblemente. Miró al hijo de Sandorái como si fuera un demonio recién surgido de antiguas leyendas. No erraba. Del rostro habitualmente sin tacha del espadachín se apreciaba una crueldad manifiesta, no sólo en una sonrisa que sólo presagiaba dolor, sino en unos ojos grises fríos, que tan sólo alcanzaban a ver nuevas y grotescas formas de hacer comprender a ese enemigo caído que ni los dioses le apartarían de su destino.
La clemencia no existía en ningún lugar de la mente de esa criatura a la que se habían enfrentado. Había vendido su vida por unas pocas monedas de plata que ni siquiera había disfrutado. Trató de alcanzar de un puñetazo postrero y desesperado el pómulo del elfo de cabello oscuro, mas éste se apartó, golpeándole a su vez con la empuñadura de la espada. El humano cayó hacia atrás, escupiendo sangre.
Nousis quedó un instante mirándolo, ajeno al que la herida del muslo mantenía sin poder ponerse en pie, e iba alejándose como un gusano, tristemente confiado en ser capaz de ganar el mayor tiempo posible. Entonces, empezó a pedir auxilio.
De un tajo rápido, furioso, degolló al que tenía más cerca. Apretó los dientes y entrecerró los ojos. Aquel estúpido había echado a perder la obra que había decidido pintar con el primer rival caído. Ahora él tendría que servir de único lienzo. Apenas pensaba, todo era sangre, sufrimiento. El mundo se había transformado en canalizar su odio y deseo de violencia a quien le había desafiado. Todas las luchas a muerte que había experimentado, los sinsabores y los fracasos para lograr sus metas. Todo lo sufriría él.
“Vamos” azuzó su parte oscura, relamiéndose como nunca antes. Sólo en el nido vampírico de Ulna, junto a Nayru, se había dejado llevar de una manera semejante. Pero allí nadie le conocía, nadie daría fe. Y pronto abandonaría en lugar.
Meras excusas. “Eso” había abierto su jaula y no quedaba más que esperar a que decidiese terminar. Fue… indescriptible. Odioso, malévolo.
Tomando herramientas de trabajo de Lettar, desde martillos hasta grandes tachuelas, dejó al matón clavado a una gran tabla de buen tamaño. Envainó su espada, demasiado grande para los trabajos que iba a realizar. Con dos cuchillos, fue abriendo la carne del desdichado, de manera que los tajos no fuesen mortales, por las zonas del pecho, abdomen, hombros y costados, pero sí lo más profundos posibles. Por fuerza de la gravedad, la sangre iba empapando el suelo, creando un charco de líquido vital. El elfo procuraba no mancharse en absoluto más allá de las manos. Tampoco perdía esa macabra sonrisa que hacía perder la cordura a su torturado.
Continuó. Y entonces recordó un brutal sistema para castigar a los asesinos que leyó mucho, mucho tiempo atrás. Colocó al herido boca abajo y sujetándolo con fuerza, le abrió con decisión dos grandes incisiones en la espalda, enterrándole la cara en el suelo cuando trató de chillar a causa de un dolor tan atroz. Los huesos aparecían ante el elfo, quien acercó la mano con la idea de asirlos para abrir las costillas desde atrás, justo cuando su víctima calló de súbito. Había muertos.
Irritado, el espadachín limpió sus manos con el contenido de una jarra que Lettar tenía mediada en la zona de trabajo cercana a la casa, volviendo poco a poco a su frialdad de pensamiento habitual. Dedicó una última mirada a los dos cadáveres, maldiciendo que su ansia por cobrarse sus vidas le hubiera negado obtener algún tipo de información. ¿Dónde demonios habrían ido Lettar y los muchachos?
Aún debatiéndose acerca de qué hacer a continuación, sus ojos se encontraron con la aterrada mirada de una aldeana que por su posición, había contemplado todo a cuanto había sometido a su enemigo. Alerta, era la viva estampa de un ciervo que esperaba un solo paso del cazador antes de darse a la fuga.
¿Dar explicaciones? Casi sintió gana de reír sin alegría alguna. Decidió encaminarse al bosque cercano, alejándose de la posibilidad que la aldeana concentrase a un grupo de campesinos cuya curiosidad resultase excesiva, y sus hoces, demasiado numerosas.
Nousis Indirel
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Fëanor se las apañaba muy bien con el hacha, Ingela lo felicitaría, pero no podía ver su magnífico desempeño. Tampoco veía el excelete daguero que era Lettar. El lobo huargo había subestimado la habilidad de aquellos hombres. Confiado en su fuerza bruta, sus poderosas fauces y garras, había olvidado que, además de saber pelear, los elfos podían potenciar la fuerza de sus aliados o sanar heridas con rapidez. Justamente, el joven elfo había activado una de esas invocaciones1 y su bendición sagrada fortalecía al hombre que ahora acestaba certeros cortes en el lomo del licántropo, además de los fuertes choques eléctricos que su arma encantada daba con cada contacto. Pronto, Raskel se dio cuenta de su desventaja, pero no podía irse así no más mientras su hermano seguía enfrascado en su lucha con la muchacha.
Ranfred, por su parte, no claudicaba. Se negaba a aceptar que la muchachita rubia, esa niñita burguesa, flaca y sin gracia, lo superaba. Aquella rodela que llevaba en su brazo estaba cubierta por espinas, estaba seguro, aunque no podía verlas. Cada vez que ella rechazaba un golpe con ella, las sentía en su piel. Luego estaba ese mandoble, poderoso y certero. Le costaba escqapar a sus golpes, estaba lleno de cortes, algunos bastante peligrosos. Ingela era despiadada e inmisericorde, bestial. Cuando atacaba, no dejaba espacio para el contraataque. Ranfred se veía sobrepasado pero su orgullo lo mantenía peleando, hasta que escuchó un aullido de Raskel.
Saltó hacia atrás y vio a su hermano malherido, cubierto de sangre, apenas se mantenía en pie. Salió de su estado de pelea y recordó que de nada serviría llevar a cabo el plan y conseguir las tierras si su hermano moría. Aulló, avisando la retirada, para tranquilidad de Raskel. Ambos huargos huyeron y se perdieron en el bosque.
Ingela quedó agitada, sin entender qué había pasado. -¿Qué fue todo esto? ¿Qué está pasando? ¡Aquí no hay huargos!- exclamó en un grito. Se sentía acelerada y el corazón le palpitaba fuerte. Fëanor se acercó a ella y puso sus tibias manos sanadoras sobre ella. No necesitaba invocar sus poderes para calmarla, ella al contacto con él, automáticamente sentía paz y tranquilidad; el elfo había aprendido a apaciguar la bestia que vivía dentro de la joven dragona. -No sé, creo que Lettar tampoco sabe que ocurrió o por qué, pero lo averiguaremos- le dijo sonriendo cálidamente, acariciandole el rostro con ternura mientras ella comenzaba a respirar más quedo y el rojo de su cara bajaba.
Lettar miraba hacia la espesura por donde los lobos habían desaparecido. -No estoy seguro, pero esos dos se me hacen muy familiares- aseguró. Presentía quienes eran, pero no quería creerlo. Sacudió la cabeza y resopló fuerte, él también había quedado muy exaltado y golpeado. -Mejor sigamos revisando esta cabañita, ¿les parece?- propuso, a lo que la dragona y el elfo asintieron.
En su guarida, los gemelos se lamían las heridas. Con mucho dolor, volvieron a sus formas humanas, Raskel apenas se podía mover. -Hermano... son muy fuertes...- se quejó entre lamentos. -Ya lo sé, ya lo sé... nosotros no nos podemos encargar de ellos, pero no te preocupes, conozco gente que los van a eliminar de una buena vez- respondió Ranfred, atendiendo las heridas de su hermano.
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_____________Fuera de Rol______________
1.- Uso de habilidad de Nivel 1: Vínculo de Fuerza [Mágica, 1ro de 2 usos]
Fëanor infunde una bendición sobre un aliado para fortalecerlo durante la batalla, entre más cerca se encuentre del elfo, más beneficio obtendrá de la bendición. Esta bendición tendrá una duración de dos turnos (este sería el segundo turno de esta habilidad, la cual Fëanor había activado al inicio de la pelea).
Evolución del problema #1
Vecinos buscan la ruina de Lettar Siru para quedarse con sus tierras, no temen usar la violencia para deshacerse de Nousis e Ingela. Al fracasar su primer intento, contratan mercenarios para eliminarlos.
Ranfred, por su parte, no claudicaba. Se negaba a aceptar que la muchachita rubia, esa niñita burguesa, flaca y sin gracia, lo superaba. Aquella rodela que llevaba en su brazo estaba cubierta por espinas, estaba seguro, aunque no podía verlas. Cada vez que ella rechazaba un golpe con ella, las sentía en su piel. Luego estaba ese mandoble, poderoso y certero. Le costaba escqapar a sus golpes, estaba lleno de cortes, algunos bastante peligrosos. Ingela era despiadada e inmisericorde, bestial. Cuando atacaba, no dejaba espacio para el contraataque. Ranfred se veía sobrepasado pero su orgullo lo mantenía peleando, hasta que escuchó un aullido de Raskel.
Saltó hacia atrás y vio a su hermano malherido, cubierto de sangre, apenas se mantenía en pie. Salió de su estado de pelea y recordó que de nada serviría llevar a cabo el plan y conseguir las tierras si su hermano moría. Aulló, avisando la retirada, para tranquilidad de Raskel. Ambos huargos huyeron y se perdieron en el bosque.
Ingela quedó agitada, sin entender qué había pasado. -¿Qué fue todo esto? ¿Qué está pasando? ¡Aquí no hay huargos!- exclamó en un grito. Se sentía acelerada y el corazón le palpitaba fuerte. Fëanor se acercó a ella y puso sus tibias manos sanadoras sobre ella. No necesitaba invocar sus poderes para calmarla, ella al contacto con él, automáticamente sentía paz y tranquilidad; el elfo había aprendido a apaciguar la bestia que vivía dentro de la joven dragona. -No sé, creo que Lettar tampoco sabe que ocurrió o por qué, pero lo averiguaremos- le dijo sonriendo cálidamente, acariciandole el rostro con ternura mientras ella comenzaba a respirar más quedo y el rojo de su cara bajaba.
Lettar miraba hacia la espesura por donde los lobos habían desaparecido. -No estoy seguro, pero esos dos se me hacen muy familiares- aseguró. Presentía quienes eran, pero no quería creerlo. Sacudió la cabeza y resopló fuerte, él también había quedado muy exaltado y golpeado. -Mejor sigamos revisando esta cabañita, ¿les parece?- propuso, a lo que la dragona y el elfo asintieron.
En su guarida, los gemelos se lamían las heridas. Con mucho dolor, volvieron a sus formas humanas, Raskel apenas se podía mover. -Hermano... son muy fuertes...- se quejó entre lamentos. -Ya lo sé, ya lo sé... nosotros no nos podemos encargar de ellos, pero no te preocupes, conozco gente que los van a eliminar de una buena vez- respondió Ranfred, atendiendo las heridas de su hermano.
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1.- Uso de habilidad de Nivel 1: Vínculo de Fuerza [Mágica, 1ro de 2 usos]
Fëanor infunde una bendición sobre un aliado para fortalecerlo durante la batalla, entre más cerca se encuentre del elfo, más beneficio obtendrá de la bendición. Esta bendición tendrá una duración de dos turnos (este sería el segundo turno de esta habilidad, la cual Fëanor había activado al inicio de la pelea).
Evolución del problema #1
Vecinos buscan la ruina de Lettar Siru para quedarse con sus tierras, no temen usar la violencia para deshacerse de Nousis e Ingela. Al fracasar su primer intento, contratan mercenarios para eliminarlos.
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
La foresta era demasiado densa, y tras tratar de seguir varios caminos a lo largo de un lapso temporal que le pareció largo e infructuoso, decidió que dos opciones se abrían ante él. Retornar al hogar de Lettar, con la esperanza de que tanto él como los muchachos regresasen allí, con la posibilidad de que aquella anciana hubiese esparcido todos los rumores posibles entre una relación del elfo con esas fuerzas oscuras de Ozalyn a tenor de la tortura, o tomar por ciertas las palabras de Candar y volver sus pasos hacia Dundarak.
De modo que la ciudad de los dragones le dio la bienvenida una vez más. Todo cuanto tenía era unas escuetas frases de un aldeano con los suficientes prejuicios para creer que los males del campo continuaban teniendo generalmente causas demoníacas. “Tenía familia en Dundarak, cerca del templo principal” rememoró, paseando con deliberada lentitud por las calles de la urbe, aprovechando para admirar por enésima vez sus lugares predilectos. Había pasado numerosas ocasiones inmerso en cuanta biblioteca le permitió el paso, indagando, y conocía con bastante precisión la disposición del entramado edificado, por lo que no le fue en absoluto problemático llegar al área que deseaba. No al menos hasta que alzando la vista, comprendió la magnitud del inconveniente.
El gran templo se elevaba orgulloso, sin que el resto de construcciones osasen acercarse al mismo al menos a una mínima distancia de treinta pasos. Y tales poseían un tamaño acorde a una de las zonas más pudientes de la capital. Dioses, bien podían albergar pequeños ejércitos en su interior de sirvientes y criados, razonaba el elfo, pasándose una mano por el cabello, pensativo. Si la novia del difunto hermano de Lettar pertenecía a una familia de tal raigambre y riqueza, ¿qué diablos la había llevado a emparejarse con un campesino que de ningún modo podría ofrecerle algo remotamente parecido a la vida a la que estaba acostumbrada? Recordó una ingente cantidad de citas a lo largo de los siglos sobre el amor y lo que por él las criaturas eran capaces de hacer, pero del mismo modo, cínico, también resonó en su memoria lo rápido que tal sentimiento se esfumaba cuando faltaban salud o comida. En sus viajes había visto demasiado de la condición de casi toda raza. Con prosperidad todo era sencillo.
Pegado el hombro a una pared, dedicó el resto de la tarde y parte de la noche, encapuchado, a vigilar las puertas de la media docena de grandes puertas que rodeaban los edificios cercanos al templo. No tardó en descartar uno de los lugares donde entraban y salían demasiadas personas semejantes en vestimenta de cierta calidad y ademanes que no mostraban un origen precisamente labriego. Un número excesivo para una familia. Cabía dentro de lo posible que se tratase de alguna edificación administrativa o dependiente del templo. Él buscaba a una muchacha perteneciente a una familia rica.
Cansado, no se decidió por ninguna en particular. Tan sólo una puerta permaneció cerrada a lo largo de todo el tiempo que él se dedicó a contemplar la zona, sin perder de vista figura o movimiento, y sospechaba que sus nudillos la golpeasen repetidamente no haría en absoluto que alguien accediese a intercambiar con él unas palabras. Tendría que ser otra.
Muy pocas eran sus opciones a la hora de abordar a alguien con el asunto que se traía entre manos. No tenía más opción que no esperar nada de las palabras, y basarse en las expresiones que pudiesen dejar traslucir los interpelados.
Con delicadeza y cortesía, se detuvo delante de una pareja que en un primer momento, sin duda a tenor de capa y armadura, lo observaron como si esperasen que los desvalijase cuanto antes. Su saludo y voz tranquila logró que volviesen a ser dueños de sí, y en apariencia, de la situación.
-Permítanme interrumpirles. No les robaré demasiado tiempo- y espetó a bocajarro con una tensa sonrisa- Querría únicamente conocer cuanto puedan decirme de lo ocurrido en las tierras de los Siru.
Los aludidos intercambiaron una mirada de desconcierto, lo suficientemente genuina para que el espadachín los excluyese de sus pesquisas. En momentos distintos y recorriendo cada una de las cuatro calles, fue indagando, hasta que el azar o la suerte tuvieron a bien regalarle algo con lo que trabajar. No halló respuesta alguna.
Mas sí perseguidores.
Ahora sí se sabía pisando sobre seguro. En esas mansiones alguien estaba relacionado con lo ocurrido, fuese o no la muchacha que había intimado con el hermano de Lettar.
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Mientras Thunderbolt vigilaba por si aparecía algún otro peligro, Ingela, Fëanor y Lettar pasaron un buen rato revisando la pequeña cabaña que habían encontrado y por la que habían tenido que pelear. Los tres estaban seguros que esos huargos que los atacaron no querían que entraran allí y descubrieran lo que fuese que se escondía en ese pequeño y escondido lugar. Esa idea los llevó a investigar con mayor ahínco, aunque estaban espectacularmente equivocados respecto al vínculo entre el ataque y aquel escondrijo. Lo importante, es que encontraron mucha evidencia de una suerte de secta que había estado operando en el sector.
Tristemente, todo estaba escrito en dracónico muy antiguo que solamente Ingela entendía, vagamente. -Ahí dice... hmmm... "el solsticio del 23 marca la fecha de la llegada de la sombra"... o... "se necesitan 23 corontas de maíz para el muñeco"- dijo muy orgullosa, tras leer varias veces una hoja. -¿Puedes leer algo más? A ver si por contexto entendemos mejor- sugirió Lettar. Ingela leyó un poco más -Pues el muñeco se llama Knoc y la encargada es Astrid... o la sombra brotará del sueño de Knoc, ayudada por Astrid- añadió.
Lettar palideció -¿Estas segura que ahí dice Knoc?- preguntó el hombre con un hilo de voz. Ingela asintió -Sí mira, estos son los caracteres del nombre- señaló, mostrándole los símbolos con que ese escribía el nombre. -Ese es el nombre de mi hermano- explicó y tuvo que sujetarse para no caerse de la impresión que sintió. En muchas hojas, escrito en esa lengua casi perdida, el nombre del hermano de Lettar se repetía continuamente.
Ingela y Fëanor se miraron preocupados -¿Eso que leíste era algo así como la explicación de un ritual?- preguntó el elfo a la dragona, que asintió -Sí, en el que lo usaban como el portal para traer una sombra a este mundo, o convertirlo en muñeco, una de dos- indicó. -Pero por como resultaron las cosas, creo que lo del muñeco no es la interpretación correcta- finalizó, torciendo la boca de preocupación.
Elfo y dragona se quedaron mirando a Lettar, esperando que soltara aquello que se le había formulado en la cabeza, porque en la cara se le notaba que algo más había. El hombre se dio cuenta, pero no dijo nada. -Hombre, si no nos dices todo no podemos averiguar por qué tu hermano aparece en estos escritos- dijo Fëanor, metiendo un poco de presión. -Astrid se llamaba la prometida de mi hermano- reconoció por fin. -¿Y qué has sabido de ella desde que volviste?- preguntó Ingela. -Absolutamente nada, desapareció. No la he visto ni sabido de ella desde que regresé- indicó el hombre que cada vez entendía menos. -Pues tendremos que buscarla- avisó Fëanor, tomando todo aquello que le pareció importante y guardándolo en su bolso. -Y de paso, averiguamos más acerca de esto- dijo, haciendo referencia a lo que habían encontrado. -Debemos ir a Dundarak, allá podemos buscar ayuda- señaló Ingela, a lo que los hombres estuvieron de acuerdo y marcharon.
Tristemente, todo estaba escrito en dracónico muy antiguo que solamente Ingela entendía, vagamente. -Ahí dice... hmmm... "el solsticio del 23 marca la fecha de la llegada de la sombra"... o... "se necesitan 23 corontas de maíz para el muñeco"- dijo muy orgullosa, tras leer varias veces una hoja. -¿Puedes leer algo más? A ver si por contexto entendemos mejor- sugirió Lettar. Ingela leyó un poco más -Pues el muñeco se llama Knoc y la encargada es Astrid... o la sombra brotará del sueño de Knoc, ayudada por Astrid- añadió.
Lettar palideció -¿Estas segura que ahí dice Knoc?- preguntó el hombre con un hilo de voz. Ingela asintió -Sí mira, estos son los caracteres del nombre- señaló, mostrándole los símbolos con que ese escribía el nombre. -Ese es el nombre de mi hermano- explicó y tuvo que sujetarse para no caerse de la impresión que sintió. En muchas hojas, escrito en esa lengua casi perdida, el nombre del hermano de Lettar se repetía continuamente.
Ingela y Fëanor se miraron preocupados -¿Eso que leíste era algo así como la explicación de un ritual?- preguntó el elfo a la dragona, que asintió -Sí, en el que lo usaban como el portal para traer una sombra a este mundo, o convertirlo en muñeco, una de dos- indicó. -Pero por como resultaron las cosas, creo que lo del muñeco no es la interpretación correcta- finalizó, torciendo la boca de preocupación.
Elfo y dragona se quedaron mirando a Lettar, esperando que soltara aquello que se le había formulado en la cabeza, porque en la cara se le notaba que algo más había. El hombre se dio cuenta, pero no dijo nada. -Hombre, si no nos dices todo no podemos averiguar por qué tu hermano aparece en estos escritos- dijo Fëanor, metiendo un poco de presión. -Astrid se llamaba la prometida de mi hermano- reconoció por fin. -¿Y qué has sabido de ella desde que volviste?- preguntó Ingela. -Absolutamente nada, desapareció. No la he visto ni sabido de ella desde que regresé- indicó el hombre que cada vez entendía menos. -Pues tendremos que buscarla- avisó Fëanor, tomando todo aquello que le pareció importante y guardándolo en su bolso. -Y de paso, averiguamos más acerca de esto- dijo, haciendo referencia a lo que habían encontrado. -Debemos ir a Dundarak, allá podemos buscar ayuda- señaló Ingela, a lo que los hombres estuvieron de acuerdo y marcharon.
Última edición por Ingela el Mar Abr 12 2022, 21:20, editado 1 vez
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Si sus preguntas habían atraído a sus perseguidores, razonó con fría motivación, la fortuna le había hecho recorrer la senda correcta. Quitárselos de encima resultaba arriesgado, más allá de la habilidad de la cual hiciesen gala llegado el combate.
Desconocía por entero a qué familia podrían hallarse sirviendo, o su relación con la guardia de la urbe. Si lo acusaban del asesinato de un habitante, podría terminar pudriéndose en los calabozos de la ciudad, sino ajusticiado.
Quienes lo seguían no hacían demasiado por ocultarse, como si tuvieran el total derecho de apartar a los transeúntes, completamente enfocados en seguir al elfo. De modo que optó por otro método, aprovechando la muchedumbre. Se detuvo.
Girando sobre sí mismo esperó, al tiempo que un buen número de criaturas pasaban a ambos lados de él, algunos dirigiéndole una fugaz y perdida mirada en pocos segundos. Extrañados, calcularon sus últimos cuarenta pasos con cautela, sin llevar las manos a las armas que portaban. Su apariencia era humana, no obstante, no le cabía duda que la opción de su naturaleza dracónida era el punto más probable. Él era un extranjero, quien peor se vería iniciando las hostilidades.
-¿Qué queréis?- espetó a bocajarro, con los brazos cruzados, atento a cualquier movimiento mínimamente sospechoso. Si observaba el menor indicio de peligro, tendría que blandir su espada con presteza y encomendarse a los dioses con lo que llegase a continuación. Las protecciones de sus oponentes no resultaban demasiado adecuadas para unos mercenarios, cuero poco trabajado, con escasos tachones metálicos y yelmos de una sencillez casi ofensiva. ¿Simples soldados de la casa? ¿Entonces, qué les otorgaba semejante seguridad como para perseguir a un desconocido y andar sin miramientos con los ciudadanos?
-No eres de aquí- afirmó uno de ellos, cuyo cabello rojizo provocaba que la atención que pudiesen atraer los tres recayese en él en mayor medida- Esas preguntas que has ido haciendo por doquier acabarán por atraer a ti el Mal de la ruinas.
-¿Realmente vais a jugar esa carta?- no pudo contenerse el hijo de Sandorai. La ira se reflejó en dos de los rostros que le contemplaban.
-No tenemos nada que ver con lo ocurrido en la hacienda de los Siru. Pero si alguien se atreve a vincular a los nuestros con dicha insania, tomaremos medidas, elfo.
¿Nuestros? Se preguntó Nousis, archivando esa información. La forma de hablar de quien llevaba la voz cantante sorprendió al espadachín. Culta, educada, sin las fanfarronadas habituales.
-Que unas preguntas sobre una muchacha os incomoden así, resulta sorprendente- expuso.
El gentío apenas les prestaba atención, y aún así, el hombre realizó un gesto a Nousis, dándole a entender que deseaba ser seguido, ubicándote todos ellos a un lado de la calle, guardando la distancia.
-Desconoces qué está ocurriendo- su tono era serio, formal, mas con matiz de cierta preocupación- La pareja de Knoc Siru huyó de él, cuando pudrió sus campos con veneno traído de esas ruinas infernales. Esa comida maldita terminó con todos, y para encubrirlo, Knoc produjo las heridas en hombres y animales, incluido su propio padre. Ella escapó tras ver tal locura, y él terminó por quitarse la vida.
El elfo masticó despacio dicha historia.
-¿Esa es la versión de la muchacha?- preguntó enfrascado en sus pensamientos. Algunas cosas encajaban, no cabía duda, pero otras no. Demasiados formatos del mismo cuento había llegado ya a escuchar.
-Quiero hablar con ella- pidió de manera, quizá, en exceso autoritaria. Todo se aclararía mucho más aprisa.
-No- descartó el pelirrojo por completo- No hablaremos más. Informa a Lettar si lo deseas, tu investigación no tiene más puertas, elfo. De no haber interferido con las ruinas, todos seguirían con vida, y la muchacha no habría sufrido el ver escenas que la han dejado traumatizada.
Dicho esto, retomaron el camino por el que había venido, asegurándose de no ser seguidos, dejando al espadachín solo en medio de la concurrida calle.
Maldijo para sí. Tendría que acudir otra vez a la morada de Lettar. Si no encontraba suficientes respuestas, no tendría otro remedio que asaltar la casa de la que habían llegado en busca de la muchacha.
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Amaba Dundarak. Estar de viaje sí era entretenido, divertido, peligroso y todo lo bueno que tiene el conocer nuevos lugares, pero allí era el único lugar sobre la tierra que conocía, donde no sentía un insoportable calor que la obligaba a usar la ropa más liviana que existiera. Allá, una capa sencilla le era más que suficiente durante los duros inviernos y en verano o primavera, podía usar su hermoso vestido, que era bastante escotado, sin problema. Además de ser una ciudad hermosa y conocer cada rincón de ella. Era su hogar y casi todos amamos nuestro hogar. Ingela no era la diferencia.
De regreso a la capital de los dragones, ahora con Lettar, se dirigieron a la biblioteca de la Real Academia de Dundarak, que era la más grande de todo el norte de Aerandir, equiparable a las de Lunargenta y Beltrexus en tamaño y cantidad de ejemplares. Contenía la historia de los dragones y era cuidada celosamente por una orden de la que Ingela conocía poco. Solo sabía que eran hombres y mujeres que les encantaba leer y perdían la noción del tiempo allí dentro. Todo esto para decir que allí seguramente podrían encontrar información de sectas y cultos presentes en la zona. Activos o antiguos y olvidados, no sabían exactamente qué debían buscar.
-Deberíamos buscar al otro elfo- sugirió Lettar al verse superado por la cantidad de libros que habían tomado. -¿A Nousis?- preguntó Ingela y sonrió -Sí, también me gustaría que nos acompañara- dijo y su sonrisa se tornó pícara. -¿Has considerado que posiblemente es tan viejo como Oma Elle?- replicó Fëanor sin ocultar la irritación que le causaba ver a la dragona sonriendo así por otro hombre. -¡Eh! ¡No te pongas celoso! Solo lo digo que otro par de ojos y manos nos vendrían bien. ¿No ves que son muchos libros?- se justificó la rubia, riendo nerviosa y roja al verse descubierta. Afortunadamente Lettar estaba muy concentrado leyendo acerca de una secta que adoraba un demonio en las runas de Ozalyn.
Fëanor resopló, pero reconoció que Ingela tenía razón en ese punto -¿Pero cómo lo vamos a encontrar? No tenemos ni idea de dónde estará- contestó el elfo. -Pues en la vereda de Lettar no estaba, lo habríamos visto allí o en el camino. No sé, puede que esté aquí afuera- respondió Ingela y los engranajes de su cabeza comenzaron a rodar. -¿Y si de verdad está por acá cerca?- se preguntó. Agarró a Thunderbolt y, sacando de su bolso un estuche con tintas y pinceles, dibujó un glifo en la patita de Bolti1, quien hizo unos chilliditos de alegría. -Sí, mi bebé, vas a ir a buscar al elfo y si te vas muy lejos, solo tienes que pensar en este lugar para que la brújula te indique el camino. ¿Te acuerdas de Nousis verdad? ¿De su cabello negro azabache, brillante como la obsidiana?- dijo, pero lo último solo para fastidiar a Fëanor, quien escuchó y soltó un gruñido.
Mientras ellos seguían leyendo, el pequeño dragón salió a cumplir su misión, seguro de que tendría que enfrentarse a las más adversas condiciones hasta encontrar a Nousis. Pero cuál sería su decepción al divisar al elfo muy poco tiempo después de salir de la biblioteca. No alcanzó a llegar a la plaza central cuando el cabello de aventurina reveló al hombre. Con cara de decepción, descendió y revoloteó al rededor de él, haciendo soniditos para que lo viera, antes de posarse sobre su hombro derecho. ¡Ni siquiera tendría la oportunidad de usar el glifo! ¿O sí? ¡Claro que sí! Si quería que lo siguiera, tendría que hacérselo entender de alguna manera. Pensó fuertemente en la biblioteca, en Ingela y Fëanor, haciendo que la runa dibujada en su patita se iluminara. Un pequeño halo de luz brilló, señalando el camino. El pequeño dragón no tuvo que hacer otra cosa más que poner la patita frente a los ojos de Nousis.
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1Uso del kit de arcanos inferior para usar la técnica "Glifo Brújula"
De regreso a la capital de los dragones, ahora con Lettar, se dirigieron a la biblioteca de la Real Academia de Dundarak, que era la más grande de todo el norte de Aerandir, equiparable a las de Lunargenta y Beltrexus en tamaño y cantidad de ejemplares. Contenía la historia de los dragones y era cuidada celosamente por una orden de la que Ingela conocía poco. Solo sabía que eran hombres y mujeres que les encantaba leer y perdían la noción del tiempo allí dentro. Todo esto para decir que allí seguramente podrían encontrar información de sectas y cultos presentes en la zona. Activos o antiguos y olvidados, no sabían exactamente qué debían buscar.
-Deberíamos buscar al otro elfo- sugirió Lettar al verse superado por la cantidad de libros que habían tomado. -¿A Nousis?- preguntó Ingela y sonrió -Sí, también me gustaría que nos acompañara- dijo y su sonrisa se tornó pícara. -¿Has considerado que posiblemente es tan viejo como Oma Elle?- replicó Fëanor sin ocultar la irritación que le causaba ver a la dragona sonriendo así por otro hombre. -¡Eh! ¡No te pongas celoso! Solo lo digo que otro par de ojos y manos nos vendrían bien. ¿No ves que son muchos libros?- se justificó la rubia, riendo nerviosa y roja al verse descubierta. Afortunadamente Lettar estaba muy concentrado leyendo acerca de una secta que adoraba un demonio en las runas de Ozalyn.
Fëanor resopló, pero reconoció que Ingela tenía razón en ese punto -¿Pero cómo lo vamos a encontrar? No tenemos ni idea de dónde estará- contestó el elfo. -Pues en la vereda de Lettar no estaba, lo habríamos visto allí o en el camino. No sé, puede que esté aquí afuera- respondió Ingela y los engranajes de su cabeza comenzaron a rodar. -¿Y si de verdad está por acá cerca?- se preguntó. Agarró a Thunderbolt y, sacando de su bolso un estuche con tintas y pinceles, dibujó un glifo en la patita de Bolti1, quien hizo unos chilliditos de alegría. -Sí, mi bebé, vas a ir a buscar al elfo y si te vas muy lejos, solo tienes que pensar en este lugar para que la brújula te indique el camino. ¿Te acuerdas de Nousis verdad? ¿De su cabello negro azabache, brillante como la obsidiana?- dijo, pero lo último solo para fastidiar a Fëanor, quien escuchó y soltó un gruñido.
Mientras ellos seguían leyendo, el pequeño dragón salió a cumplir su misión, seguro de que tendría que enfrentarse a las más adversas condiciones hasta encontrar a Nousis. Pero cuál sería su decepción al divisar al elfo muy poco tiempo después de salir de la biblioteca. No alcanzó a llegar a la plaza central cuando el cabello de aventurina reveló al hombre. Con cara de decepción, descendió y revoloteó al rededor de él, haciendo soniditos para que lo viera, antes de posarse sobre su hombro derecho. ¡Ni siquiera tendría la oportunidad de usar el glifo! ¿O sí? ¡Claro que sí! Si quería que lo siguiera, tendría que hacérselo entender de alguna manera. Pensó fuertemente en la biblioteca, en Ingela y Fëanor, haciendo que la runa dibujada en su patita se iluminara. Un pequeño halo de luz brilló, señalando el camino. El pequeño dragón no tuvo que hacer otra cosa más que poner la patita frente a los ojos de Nousis.
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Última edición por Ingela el Mar Abr 12 2022, 21:24, editado 1 vez
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
¿Qué era aquella cosa? El espadachín tardó varios segundos en asociar al pequeño reptil con la figura de los dos muchachos que había conocido en la arruinada morada de Lettar. Su primer instinto, a tenor de su extraño comportamiento, fue que algo había resultado terriblemente mal. Si ese animal era capaz de intentar comunicarle algo, su relación con ellos debía de ser muy estrecha. Por un momento, se preguntó como todos ellos habrían cruzado sus caminos, rememorando a su vez a los suyos con una sonrisa resignada. No a los elfos de Folnaien, sino a esas personas que habían compartido con él numerosos sinsabores, peligros e incluso insultos. A su mente regresaron los últimos momentos vividos en la isla, la separación. ¿Volvería a verlos? Los dioses lo sabrían, él se permitió esperarlo.
-¿Quieres que te siga? - quiso saber, casi avergonzado de soltar aquellas palabras en voz alta a una criatura que evidentemente no podría responderle. O casi confiaba en que fuese incapaz de hacerlo. Si entonaba algún idioma estaba seguro de que la sorpresa lo dejaría mudo.
Por toda respuesta, el animal saltó de él, volando a una distancia cercana, realizando pequeñas acrobacias aéreas que hicieron al elfo llevarse una mano al rostro y observarlo algo irritado. No era necesaria tal exhibición.
-De acuerdo… - terminó por decir, apretando el paso. El punto resultaba que Anar e Isil le habían acortado el camino. Si Lettar estaba con los muchachos, podría comparar todas las versiones que había escuchado de una buena vez. Una parte de él no podía evitar desear el asalto a la mansión, y descubrió una conocida sonrisa en su semblante que sólo animaba la idea del trasiego del acero. No, no podía arrastrar a aquellos jóvenes a una lucha incierta si podía evitarlo. Era necesario buscar otra salida, sopesó, entrecerrando los ojos, sin hallar ninguna satisfactoria al llegar junto a ellos, cruzando calles, fluyendo a través del gentío, solo para comprobar que se encontraban en buen estado. Dirigió una única mirada extrañada al pequeño reptil. No cabía duda que era un ejemplar curiosamente útil.
-¿Habéis averiguado algo más que supuestas maldiciones de las ruinas? - cuestionó directamente observándoles con detenimiento- La mujer de tu hermano se encuentra aquí, estoy convencido de ello- afirmó dirigiéndose a Lettar- Haber encontrado aquí en la capital a quienes la conocen es buena prueba de ello. Sin embargo- su voz se tornó un poco más neutra- aseguran que tu hermano utilizó algún tipo de abono que envenenó vuestros campos, matando con ello a toda la familia y trabajadores, y la muchacha huyó de él a causa del crimen. Que todo ha sido culpa de algún demonio o fuerza oscura de las ruinas- su escepticismo resultaba patente- Yo iré a ese lugar cuando todo ésto se resuelva, pero no ahora. Ella es quien podrá corroborar o negar todo lo que se ha dicho, y que no permitan llegar a verla… Tenemos que entrar en esa mansión.
Lettar apenas había dado muestras de escuchar más allá de las investigaciones sobre la culpabilidad de su hermano.
-No es posible- aseguró- ni Knoc ni mi padre habrían tomado parte en algo como esto. Si Astrid sabe qué ha pasado, debemos dar con ella. No puedo creer, no puedo, que ellos… -su voz se fue apagando poco a poco, mas el elfo se mantuvo impertérrito. En los largos años de viajes por el continente, había visto cosas incluso peores. Él no descartaba la versión que había averiguado. No aún.
-Ella podrá unir cabos, espero- puntualizó el espadachín. Todo volvía a la casilla de salida. Debían hablar con esa mujer, torció el gesto. Y sólo veía una manera. Esperaba no equivocarse, y que su seguridad acerca de la inexistente conexión entre lo ocurrido y las ruinas tuviese una base sólida. Se pasó una mano por el cabello a fin de exponer un amago de plan sobre la marcha. Era preciso liquidar ya aquel asunto.
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
Al ver llegar a Thunderbolt seguido de Nousis, Ingela se puso muy contenta. -¡Bien hecho mi pequeño vórtice del caos!- le felicitó en voz bajita al recibirlo en brazos y mimarlo un poco. Fëanor enarcó una ceja al verlo y bufó. Tras intercambiar saludos, Nousis habló de lo que había averiguado. Lettar parecía muy abrumado como para compartirle lo que ellos habían descubierto, así que el joven elfo tomó la palabra. -Nosotros encontramos una pequeña cabaña en una parte densa del bosque tras el terreno de los Siru- comenzó -Nos atacaron unos huargos, no sé si tendrán que ver con todo esto- dijo y arrugó el entrecejo, un poco confundido -Obviamente pudimos espantarlos y entrar en la cabaña, allí encontramos muchos textos escritos en dracónico antiguo...- -...que yo pude leer...- dijo Ingela entremedio -...que Ingela pudo leer...- repitió Fëanor con fastidio -donde hablaban de una suerte de ceremonia en la que estaba involucrado Knoc, el hermano de Lettar, y Astrid, su novia. Al parecer, la novia de Knoc tenía una parte muy activa en dicha ceremonia- indicó el muchacho, sin poder ocultar una media sonrisa de satisfacción, al demostrar tener más información que Nousis. Miró de reojo a Ingela para ver si ella había estado prestando atención, pero ella estaba mirando al elfo pelinegro con atención.
Por fin, Lettar pareció conectarse a la conversación -Definitivamente hay que hablar con Astrid- dijo apresuradamente -Mi hermano no sería capaz de semejante locura, y si así fue, si algo maligno lo poseyó, necesito que ella misma me lo diga y me de pruebas de que así fue. De lo contrario, no creeré semejante historia- añadió, atribulado como estaba por todo lo que había escuchado. -No puedo permitir que se mancille así la memoria de mi hermano- dijo acongojado.
Ingela había escuchado todo atentamente, aunque no pareciera. -Pues vamos- dijo -No hay tiempo que perder, averigüemos cómo entrar en ese templo.- concluyó, pragmática. ¿Cómo? No lo sabía exactamente, pero ya se le ocurriría a Fëanor una manera. -¿Nos puedes llevar al lugar?- preguntó a Nousis con su mejor sonrisa coqueta. Fëanor gruñó.
Al cabo de un rato de andar, llegaron a un edificio en el centro de Dundarak. Todos estuvieron de acuerdo en esperar y vigilar el templo. Tal vez se abriría una oportunidad para entrar. -Somos un grupo muy grande- señaló la muchacha -Creo que si estamos todos juntos, levantaremos sospechas. Propongo que nos separemos. ¡Yo iré con Nousis!- exclamó y antes de que los demás pudieran reaccionar, tomó del brazo al elfo pelinegro y echó a andar, dejando atrás a Lettar y a un perplejo Fëanor. -Tranquilo- le dijo el hombre al joven elfo -Se nota que lo hace por molestar y tú estás cayendo redondito en su juego- comentó en un tono jocoso pero tranquilizador. El elfo se ruborizó y rió por lo bajo -No puedo evitarlo- aceptó risueño mientras caminaron hacia un lugar donde pudieran observar el edificio sin resultar demasiado evidentes.
-¿Y cuántos años tienes?- preguntó con curiosidad la dragona al elfo. Se había recostado a una pared y miraba al pelinegro con ojos brillantes. Nousis era muy guapo, no cabía duda, y ese detalle no le era indiferente a la muchacha. Claro, exageraba un poco para picar a su amigo, pero definitivamente aquella era una amistad que a la dragona le gustaría cultivar. Tal vez la actitud despreocupada de Ingela podría resultar irritante para el elfo, pues no lucía como si estuviera prestando atención a la tarea. Pero estaría muy equivocado. Tenía que pasar desapercibida para poder hacer una buena vigilancia sin levantar sospechas. Estaba casi segura que el culto o secta al que pertenecía la tal Astrid ya estarían alerta. -Sé que los elfos lucen muy jóvenes aunque lleven décadas caminando en esta tierra. Es bastante confuso, por lo menos para mi lo es. Nunca sé si estoy tratando con alguien de mi edad o de la generación de mis abuelos- continuó con su conversación dicharachera.
Del edificio no salió nadie hasta pasado un buen tiempo, cosa que no amedrentó la cháchara de la dragona. Solamente una pareja abandonó el edificio, cosa que ambos grupos notaron. Ingela tomó a Nousis de la mano -solo por mantener el papel- y cruzó la calle, avanzando de frente a esa pareja, quienes eran seguidos por Fëanor y Lettar. Tras un gesto de ella, Thunderbolt, quien había estado oculto tras el cabello de la rubia, agazapado en su nuca, alzó el vuelo en línea recta hacia el cielo para luego caer desde arriba sobre la pareja. Aquel ataque los sorprendió, tomándolos desprevenidos y lo siguiente que sintieron fue cómo eran empujados hacia un callejón. Ingela desenvainó su mandoble y sin mediar palabra, solo lanzando un rugido de batalla, atacó al primero que sus ojos encontraron. -¿¡Pero qué hace!?- exclamó aterrado Lettar e intentó detenerla. Fëanor lo retuvo -Déjala, su política es golpear primero y preguntar después- le aclaró el joven elfo.
La dragona intercambió un par de golpes con el desconocido, quien logró desenvainar su arma a tiempo, pero no alcanzaron a ser muchos, ya que la acompañante de él se interpuso -¡ALTO!- gritó desesperada, abriendo los brazos al meterse entre Ingela y el otro hombre. -Por favor... solo... no peleen- pidió, con ojos suplicantes. -¿Qué quieren? No somos personas adineradas, no tenemos nada de valor con nosotros- dijo ella, creyendo que aquel asalto era un robo. -Pues sí que tienen algo que nosotros queremos- aclaró la dragona, envainando. -Queremos entrar al edificio del que acaban de salir- les dijo mientras tras de ella se paraban los dos elfos y Lettar. -Están en un callejón y de verdad no van a querer medir sus fuerzas con nosotros. Les pido que nos digan cómo hacerlo y les aseguro que saldrán de esta sin un solo rasguño.- dijo.
La mujer y el hombre se miraron -Solo hay una manera de que un gentil entre en nuestro templo- dijo la mujer. -Tienen que conseguir las contraseñas de los 5 Ignorados para que se les conceda una audiencia con el Gran Maestro- explicó. -No puedo decirles quienes son esas 5 personas porque solo el Gran Maestre los conoce- añadió mientras se ponía junto a su compañero. -Es todo lo que puedo decirles- finalizó, mientras intentaba marcharse con el hombre.
Al pasar junto a ella, Ingela, con un rápido movimiento, agarró el antebrazo del hombre. -Ella nos dijo todo lo que sabe, ahora es su turno- dijo, mirando con una seriedad que llegaba a ser amedrentadora. -Voy a saber si estás mintiendo- blofeó. El hombre, a quien no había podido ver el rostro por estar cubierta su cabeza con una capucha, levantó la mirada y clavó sus ojos furiosos en los de la dragona -No quieres meterte en esto, Steinherzdottir- amenazó él, pero el que supiera quién era, no conmovió ni un poco a la chica. -Como puedes ver, ya me metí- respondió ella. El hombre no parecía querer ceder, así que Lettar intervino. -Le pido disculpas por estos métodos tan... poco ortodoxos- se excusó -Pero estoy desesperado. Necesito saber qué pasó en mi hogar, a mi familia. Se lo ruego, para que sus almas encuentren descanso, déjeme ir a hablar con el Gran Maestre. Solo busco una explicación.- pidió, casi suplicando.
El hombre gruñó bajito, pero pudo entender el dolor de aquel joven que se hallaba solo en el mundo. Con solo ver a Lettar, se notaba que cargaba un profundo dolor. -Una tabernera, un zapatero, un capitán, un muchacho de la calle y un sacerdote dragón poseen las claves, todos llevan una insignia, una pluma de alca real- indicó -Al mendigo y la tabernera los encontrarán en la plaza central. El zapatero está en la calle del Hilo Negro. Al sacerdote dragón y al capitán creo que saben dónde buscarlos- añadió. Tornó la mirada de nuevo a la dragona -Ahora, si fueses tan amable...- dijo, zafándose del agarre de la muchacha. -Muchas gracias- dijo Lettar, profundamente agradecido. La pareja no volteó a mirarlos y se marchó rápidamente.
Nuevamente los cuatro se miraron las caras, decidiendo qué hacer y suponiendo lo que los demás pensaban -Hay que separarnos, Ingela, Bolti y yo iremos a la plaza- dijo Fëanor antes que los demás pudieran hablar y tomó a la dragona de la mano. -Nos vemos aquí al anochecer- indicó antes de echar a andar. Ingela lo miraba divertida mientras avanzaban por las calles, en dirección al centro de la ciudad. -Yo iré a la taberna- aclaró la rubia -Sabes que se me da bien socializar en esos lugares- bromeó -Si voy con el mendigo, le sacaré la clave a golpes- dijo en un tono más sombrío. -¿Podemos ir juntos con ellos?- pidió Fëanor -Creo que así será más rápido- respondió ella -La verdad, ya estoy cansada y creo que nos metimos en un problemón. ¿Te diste cuenta que aquel tipo me llamó por mi apellido? Qué espeluznante... quiero ir pronto a casa y contarle a mi mamá, antes que le lleguen con algún chisme. Sabes que ella me tiene prohibido unirme a cultos- recordó, haciendo una mueca chistosa de miedo. Ni bien llegaron a la plaza, se separaron para cumplir con su misión.
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_____________Fuera de Rol______________
Problema #2
Para poder escuchar la versión de Astrid, deben conseguir una audiencia con el Gran Maestre del culto al que pertenece. Para lograrlo, deben encontrar 5 claves, las cuales solo conocen personas específicas en todo Dundarak
Por fin, Lettar pareció conectarse a la conversación -Definitivamente hay que hablar con Astrid- dijo apresuradamente -Mi hermano no sería capaz de semejante locura, y si así fue, si algo maligno lo poseyó, necesito que ella misma me lo diga y me de pruebas de que así fue. De lo contrario, no creeré semejante historia- añadió, atribulado como estaba por todo lo que había escuchado. -No puedo permitir que se mancille así la memoria de mi hermano- dijo acongojado.
Ingela había escuchado todo atentamente, aunque no pareciera. -Pues vamos- dijo -No hay tiempo que perder, averigüemos cómo entrar en ese templo.- concluyó, pragmática. ¿Cómo? No lo sabía exactamente, pero ya se le ocurriría a Fëanor una manera. -¿Nos puedes llevar al lugar?- preguntó a Nousis con su mejor sonrisa coqueta. Fëanor gruñó.
Al cabo de un rato de andar, llegaron a un edificio en el centro de Dundarak. Todos estuvieron de acuerdo en esperar y vigilar el templo. Tal vez se abriría una oportunidad para entrar. -Somos un grupo muy grande- señaló la muchacha -Creo que si estamos todos juntos, levantaremos sospechas. Propongo que nos separemos. ¡Yo iré con Nousis!- exclamó y antes de que los demás pudieran reaccionar, tomó del brazo al elfo pelinegro y echó a andar, dejando atrás a Lettar y a un perplejo Fëanor. -Tranquilo- le dijo el hombre al joven elfo -Se nota que lo hace por molestar y tú estás cayendo redondito en su juego- comentó en un tono jocoso pero tranquilizador. El elfo se ruborizó y rió por lo bajo -No puedo evitarlo- aceptó risueño mientras caminaron hacia un lugar donde pudieran observar el edificio sin resultar demasiado evidentes.
-¿Y cuántos años tienes?- preguntó con curiosidad la dragona al elfo. Se había recostado a una pared y miraba al pelinegro con ojos brillantes. Nousis era muy guapo, no cabía duda, y ese detalle no le era indiferente a la muchacha. Claro, exageraba un poco para picar a su amigo, pero definitivamente aquella era una amistad que a la dragona le gustaría cultivar. Tal vez la actitud despreocupada de Ingela podría resultar irritante para el elfo, pues no lucía como si estuviera prestando atención a la tarea. Pero estaría muy equivocado. Tenía que pasar desapercibida para poder hacer una buena vigilancia sin levantar sospechas. Estaba casi segura que el culto o secta al que pertenecía la tal Astrid ya estarían alerta. -Sé que los elfos lucen muy jóvenes aunque lleven décadas caminando en esta tierra. Es bastante confuso, por lo menos para mi lo es. Nunca sé si estoy tratando con alguien de mi edad o de la generación de mis abuelos- continuó con su conversación dicharachera.
Del edificio no salió nadie hasta pasado un buen tiempo, cosa que no amedrentó la cháchara de la dragona. Solamente una pareja abandonó el edificio, cosa que ambos grupos notaron. Ingela tomó a Nousis de la mano -solo por mantener el papel- y cruzó la calle, avanzando de frente a esa pareja, quienes eran seguidos por Fëanor y Lettar. Tras un gesto de ella, Thunderbolt, quien había estado oculto tras el cabello de la rubia, agazapado en su nuca, alzó el vuelo en línea recta hacia el cielo para luego caer desde arriba sobre la pareja. Aquel ataque los sorprendió, tomándolos desprevenidos y lo siguiente que sintieron fue cómo eran empujados hacia un callejón. Ingela desenvainó su mandoble y sin mediar palabra, solo lanzando un rugido de batalla, atacó al primero que sus ojos encontraron. -¿¡Pero qué hace!?- exclamó aterrado Lettar e intentó detenerla. Fëanor lo retuvo -Déjala, su política es golpear primero y preguntar después- le aclaró el joven elfo.
La dragona intercambió un par de golpes con el desconocido, quien logró desenvainar su arma a tiempo, pero no alcanzaron a ser muchos, ya que la acompañante de él se interpuso -¡ALTO!- gritó desesperada, abriendo los brazos al meterse entre Ingela y el otro hombre. -Por favor... solo... no peleen- pidió, con ojos suplicantes. -¿Qué quieren? No somos personas adineradas, no tenemos nada de valor con nosotros- dijo ella, creyendo que aquel asalto era un robo. -Pues sí que tienen algo que nosotros queremos- aclaró la dragona, envainando. -Queremos entrar al edificio del que acaban de salir- les dijo mientras tras de ella se paraban los dos elfos y Lettar. -Están en un callejón y de verdad no van a querer medir sus fuerzas con nosotros. Les pido que nos digan cómo hacerlo y les aseguro que saldrán de esta sin un solo rasguño.- dijo.
La mujer y el hombre se miraron -Solo hay una manera de que un gentil entre en nuestro templo- dijo la mujer. -Tienen que conseguir las contraseñas de los 5 Ignorados para que se les conceda una audiencia con el Gran Maestro- explicó. -No puedo decirles quienes son esas 5 personas porque solo el Gran Maestre los conoce- añadió mientras se ponía junto a su compañero. -Es todo lo que puedo decirles- finalizó, mientras intentaba marcharse con el hombre.
Al pasar junto a ella, Ingela, con un rápido movimiento, agarró el antebrazo del hombre. -Ella nos dijo todo lo que sabe, ahora es su turno- dijo, mirando con una seriedad que llegaba a ser amedrentadora. -Voy a saber si estás mintiendo- blofeó. El hombre, a quien no había podido ver el rostro por estar cubierta su cabeza con una capucha, levantó la mirada y clavó sus ojos furiosos en los de la dragona -No quieres meterte en esto, Steinherzdottir- amenazó él, pero el que supiera quién era, no conmovió ni un poco a la chica. -Como puedes ver, ya me metí- respondió ella. El hombre no parecía querer ceder, así que Lettar intervino. -Le pido disculpas por estos métodos tan... poco ortodoxos- se excusó -Pero estoy desesperado. Necesito saber qué pasó en mi hogar, a mi familia. Se lo ruego, para que sus almas encuentren descanso, déjeme ir a hablar con el Gran Maestre. Solo busco una explicación.- pidió, casi suplicando.
El hombre gruñó bajito, pero pudo entender el dolor de aquel joven que se hallaba solo en el mundo. Con solo ver a Lettar, se notaba que cargaba un profundo dolor. -Una tabernera, un zapatero, un capitán, un muchacho de la calle y un sacerdote dragón poseen las claves, todos llevan una insignia, una pluma de alca real- indicó -Al mendigo y la tabernera los encontrarán en la plaza central. El zapatero está en la calle del Hilo Negro. Al sacerdote dragón y al capitán creo que saben dónde buscarlos- añadió. Tornó la mirada de nuevo a la dragona -Ahora, si fueses tan amable...- dijo, zafándose del agarre de la muchacha. -Muchas gracias- dijo Lettar, profundamente agradecido. La pareja no volteó a mirarlos y se marchó rápidamente.
Nuevamente los cuatro se miraron las caras, decidiendo qué hacer y suponiendo lo que los demás pensaban -Hay que separarnos, Ingela, Bolti y yo iremos a la plaza- dijo Fëanor antes que los demás pudieran hablar y tomó a la dragona de la mano. -Nos vemos aquí al anochecer- indicó antes de echar a andar. Ingela lo miraba divertida mientras avanzaban por las calles, en dirección al centro de la ciudad. -Yo iré a la taberna- aclaró la rubia -Sabes que se me da bien socializar en esos lugares- bromeó -Si voy con el mendigo, le sacaré la clave a golpes- dijo en un tono más sombrío. -¿Podemos ir juntos con ellos?- pidió Fëanor -Creo que así será más rápido- respondió ella -La verdad, ya estoy cansada y creo que nos metimos en un problemón. ¿Te diste cuenta que aquel tipo me llamó por mi apellido? Qué espeluznante... quiero ir pronto a casa y contarle a mi mamá, antes que le lleguen con algún chisme. Sabes que ella me tiene prohibido unirme a cultos- recordó, haciendo una mueca chistosa de miedo. Ni bien llegaron a la plaza, se separaron para cumplir con su misión.
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Problema #2
Para poder escuchar la versión de Astrid, deben conseguir una audiencia con el Gran Maestre del culto al que pertenece. Para lograrlo, deben encontrar 5 claves, las cuales solo conocen personas específicas en todo Dundarak
Ingela
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
En algún lugar de su mente, Nousis habría esperado resolver todo aquello sin volver a ver a esos muchachos. Podían ser diestros sí, mas jóvenes. Quizá demasiado jóvenes, se dijo enarcando una ceja ante la expresividad que mostraba Fëanor. Debía aprender que las emociones abiertas eran un riesgo en casi cualquier aventura. Su forma de actuar ante él a causa de su compañera no le pasó desapercibido, la disparidad de experiencia entre ambos resultaba abrumadora como para que así fuese. Compuso una mirada que sus ojos grises calificaron como resignada irritación. No tenía tiempo para celos adolescentes.
Si bien se sorprendió de la actitud de la chica, no era mala comparsa a la hora de pasear por la urbe dracónida. Dudaba que pudiesen pasar por una pareja, a pesar de la incapacidad de buena parte de las criaturas de catalogar la edad de los suyos. Al parecer, Ingela entraba en ese grupo.
-Ochenta y ocho- contestó sin mirarla. Confiaba que tal directa respuesta congelase cualquier otra curiosidad. Por un instante, sus pensamientos se recogieron en sí mismo. No había llegado siquiera a la mitad de su vida, y ya había recorrido la práctica totalidad del continente. Sus habituales dudas sobre sus viajes lo asaltaron allí, en el helado norte, tan lejos de los bosques que componían su hogar, antes de desvanecerse. La seguridad de que no quedaba otro camino que el que había decidido seguir apartaron tales vacilaciones.
-Las generaciones de los vidacorta no pueden aplicarse a nosotros- su tono era tranquilo, el mismo que solía adoptar para explicar algo de forma concisa sin mostrar arrogancia- Aunque sí, para tu visión de mi especie y edad soy probablemente una criatura con demasiados años encima.
Nada preguntó el espadachín de ella o de su acompañante elfo. Ozalyn le esperaba y de ningún modo deseaba ser acompañado. Si mostraba algún indicio de interés, quizá la muchacha lo tomase como una invitación a su cercano destino. Ya creía que los problemas actuales eran demasiado peligrosos para gente tan joven.
E impulsiva, añadió interiormente, cuando capturaron a dos miembros de la organización. Si algo bueno salió de aquello, fue la constatación de que no todos eran guerreros. Y a tenor de su rápida confesión, debían contar con buena parte de cobardes entre ellos. El elfo bufó de puro desprecio, evitando el instinto de llevarse una mano al rostro. ¿Plumas? ¿Cinco sujetos esparcidos por la ciudad de quienes todos sabían? Resultaba asombroso que la guardia de la ciudad no los hubiera erradicado ya.
El hijo de Sandorai de menor edad arrastró sin dudarlo a Ingela consigo nada más conocer los objetivos, y Nou se encogió de hombros, antes de dirigirse a Lettar.
-Yo me encargaré del capitán y del zapatero- escogió- Es preferible que un nativo hable con un sacerdote de la religión del país. Encontraréis más puntos en común- Lettar asintió, pero su semblante aún se hallaba cariacontecido por las revelaciones. Entonces, volviendo a observar al espadachín, movió la cabeza de un lado a otro.
-Es asunto de mi familia. Yo conozco bien la ciudad. Sólo hay un cuartel por la zona, me encargaré de ambos. Traeré esas claves- prometió alejándose. El extranjero aceptó con un gesto de la cabeza, imaginando que el pobre desgraciado deseaba implicarse más. Era posible que cuanto habían hecho los muchachos y él le hubiera afectado, sintiéndose sencillamente una carga. No tenía aspecto de guerrero, y Nou esperaba que su determinación no le llevase a la tumba junto a los suyos. Haberse negado a separarse de él podría haber sido visto como un insulto. Al fin y al cabo, había sido su decisión.
Deteniéndose a los pocos pasos, sus ojos grises observaron lentamente a su alrededor, decidiendo por donde comenzar la búsqueda. No era la de zapatero una profesión que englobase demasiados talleres en una misma ciudad. El gremio podría componerse de diez o doce edificaciones, recordó de otros lugares, en distintos puntos de la población, con las tiendas anexas a los lugares de fabricación. De modo que optó por preguntar a las gentes que transitaban por las calles que el elfo iba cruzando, y sus indicaciones fueron suficientes para dar con la más cercana. Pese a lo apremiante de su encargo, no apretó el paso, apreciando la bella arquitectura de los edificios emblemáticos que su ruta le permitía contemplar. La hermosura de la piedra bien trabajada no dejaba de asombrarle.
Entró en el primer establecimiento intercambiando acto seguido una ojeada con el propietario, quien parecía revisar un ajado libro de cuentas. El elfo no apartó la vista de él cruzando los tres pasos que les separaban. No veía pluma por parte alguna. Claro que, de haber sido dirigidos por alguien inteligente, tendrían alguna especie de código verbal antes de acceder a mostrar el objeto que les señalaba como guardianes de las necesarias contraseñas. Mas por las indicaciones de los dos delatores, la cosa era mucho más simple.
-¿Buscaba algo?- inquirió el zapatero. Sus ojos, inteligentes, mostraban que le resultaba evidente que el espadachín no había acudido allí por su mercancía.
-Me he equivocado- sonrió el aludido, y abandonó el lugar ante el ceño fruncido del comerciante.
Vagó por varios locales, recorriendo buena parte de aquella parte de Dundarak. No le molestaba en absoluto transitar sus calles y no era el único de su especie que había llegado allí, momentánea como era su caso o definitivamente, como pudo comprobar contemplando familias enteras de hijos de Sandorai. Casi lamentó encontrar el cuarto taller, y su mente aún se encontraba ocupada en razonar por qué elfos preferirían vivir en el norte, con ese duro clima, en vez de en sus tierras ancestrales. Torció el gesto, achacándolo a un nuevo error del gobierno, ahora en mano del Consejo.
-¿Sí?- preguntó un hombre de mediana edad. Su cabello oscuro estaba cubierto por un gorro que el extranjero ya había visto en alguna otra ocasión entre quienes se dedicaban a las ventas. Su barba, bien cuidada y recortada, enlazaba con la parte superior del vello craneal. Sus ojos, de tamaño medio, tampoco resultaban llamativos, encima de una nariz recta levemente mayor como para ser considerada armónica.
Pero Nousis no respondió. No habló hasta que pasaron dos largos segundos, en los cuales avanzó lo más rápido que pudo hacia él. El muy estúpido portaba la pluma en la solapa de su largo abrigo, como una irritante invitación, y él desconocía si sería capaz de transformarse como otros dracónidos a quienes tuvo la obligación de enfrentarse. De modo que lo arrastró a la parte interior, fuera de la tienda y la vista de posibles transeúntes. Había sido precipitado, y por fortuna, nadie más se encontraba allí. Colocó la hoja de su espada en el cuello de su prisionero, a una distancia que el más mínimo acto a fin de intentar cambiar a reptil, le rebanaría casi por inercia el gaznate.
-Tienes amigos cuya cobardía, o falta de inteligencia, te han puesto en éste aprieto- explicó el atacante con fría calma. Cogió la pluma y la tiró, hastiado- Tampoco es un sistema fruto de la mente más brillante si alguien se va de la lengua. Tu clave, ahora- ordenó.
El zapatero había perdido todo color del rostro. Aún así, se atrevió a preguntar algo que Nou decidió responder.
-No te incumbe para qué las quiero- no se encontraba en su haber ser lo suficientemente inepto como para revelar sus pretensiones. El murmullo del nombre de Lettar aguzó ojos y oídos del elfo. Deseó preguntar a qué se refería, mas ello pondría a ese hombre sobre la clara pista de sus próximos pasos. Haber adivinado para quien trabajaba no era más que una nebulosa, aunque no pudo sino sorprenderse de la rapidez de dicha conclusión.
-Tu clave- repitió. El preso pareció comprender nítidamente su posición, y le susurró aquello que deseaba conocer. El espadachín retiró la espada de su garganta, antes de asestarle un preciso golpe con la empuñadura que lo dejó sin conocimiento. Asegurándose que respiraba, se trataba de eso o matarle para que evitase informar a los suyos, se alejó.
Sin embargo, recordó la casa de Lettar, los atacantes que había sufrido tanto él como Ingela y Fëanor. Una parte de él deseó que la carne del infeliz fuese traspasada por el acero de Sandorái. Sacudió la cabeza. Aún persistían brumas en el mapa global, demasiadas para dejarse llevar.
Casi había anochecido.
Nousis Indirel
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Re: El regreso del hijo pródigo [Trabajo, +18]
De las cuatro tabernas dispuestas al rededor de la plaza, convenientemente una tenía un alca real tallada en el letrero. La muchacha lo observó con una sonrisa burlona, no dando crédito a tal obviedad. ¡Qué engreídos los de esa secta! Aunque bien dicen por ahí que el mejor escondite es estar a simple vista; muchas veces pasó frente a ese local y jamás dio importancia al tallado del ave. También estaba el hecho de que habían tallados de otros animales característicos del norte, pero Ingelita creyó que sería para despistar.
Cuando entró, encontró a una rolliza mujer limpiando el mesón vigorosamente -Aún no abrimos- exclamó ella. -No vengo a consumir- respondió la rubia, acercándose a la tabernera, mirando fijamente la pinza que ésta usaba en el cabello: una pluma de alca real resaltaba entre otros adornos. La dragona sonrió y se sentó en el mesón, observando a la mujer cuyos brazos eran tan anchos como troncos -Se nota que eres muy fuerte- comentó casual -Se nota que no tienes nada mejor que hacer y vienes a incordiar- respondió la otra, sin voltear a mirar a la chica. Ingela alzó las cejas y negó -Para nada, al contrario, tengo muchísimo quehacer... de hecho, una de mis tareas tiene que ver contigo, Ignorada- dijo la muchacha.
Al escuchar aquello. la tabernera quedó inmóvil. Muy lentamente se incorporó y volteó a mirar a Ingela a los ojos -Quieres la clave- aseguró la mujer, a lo que la joven dragona asintió. -Por favor- pidió ella -No quiero causarte problemas ni nada, solo queremos una audiencia con el Gran Maestre para resolver las misteriosas muertes de la familia de un granjero, darle paz y tranquilidad a ese pobre hombre- explicó la chica.
La tabernera resopló y azotó su paño contra la barra -¿Crees que te la daré así de fácil?- dijo en voz alta, sonando algo molesta -¡Pues sí!- respondió con voz fuerte la dragona poniéndose de pie y golpeando el mesón con ambos puños. -¡Solo si me ganas unas vencidas!- desafió la tabernera, apoyándose sobre la barra, mostrando así las escamas que le aparecieron en los brazos. -¡Me parece estupenda idea!- respondió Ingela en un grito, yéndose hacia adelante, para encarar a la mujer. Se chantó en la banca y remangó, acomodándose para la puja, poniendo cara de pocos amigos.
Mientras tanto, en la plaza, Fëanor refunfuñaba. -Cómo voy a encontrar a un mendigo con una pluma de alca real- mascullaba enojado -¡Si ni siquiera sé cómo son!- farfulló y Thunderbolt hizo un chillidito burlón. Definitivamente, aquel larguísimo día no había sido muy afortunado para el joven elfo. Continuó caminando hacia el lado de la plaza donde más se apostaban los mendigos con la idea de observar cuál de ellos tenía alguna pluma encima. Había uno con una pluma. Dos plumas. Tres... cientas plumas¿? Estaba cubierto de ellas, así como de excremento de palomas e incluso algunas de ellas cómodamente sentadas sobre este. Claramente, ése no era. Siguiente.
Le llamó la atención un mendigo con orejas de elfo. Se acercó a él más con curiosidad que porque sospechara que este tuviera que ver con la misión. -Saludos hermano, que los dioses del bosque te bendigan- dijo en élfico, pero el hombre no respondió. Fëanor estaba extrañado, ¿por qué estaría un elfo en situación de calle en Dundarak? Se acercó un poco más -Hermano, has llegado muy lejos del Árbol Madre- insistió, esta vez en el idioma común, pero la respuesta fue la misma: silencio. Un bulto junto al elfo se movió y un pequeño hombre ratón se descubrió la cabeza -No te responderá, perdió la cabeza- dijo, con su vocecilla de pito. Ante la expresión confundida de Fëanor, el pequeño bestial se explayó -Ha vivido una experiencia... perturbadora... y desde ese momento no ha sido el mismo. ¡Pero yo le advertí que no se metiera en esos asuntos!- dijo y posó una de sus manitas en el antebrazo del elfo, mirándolo con compasión.
Fëanor seguía confundido y sintió muchas ganas de ayudar a su hermano pero tenía que buscar al dichoso tipo de la pluma. Fue entonces que se le ocurrió -Disculpa, ¿has visto a alguien por aquí con una pluma de alca real así como a la vista?- preguntó. El bestial lo miró detenidamente -Es una pregunta muy específica- comentó, ahora con suspicacia. -Sí, es para una un amigo...- divagó, tratando de no parecer sospechoso, pero su nerviosismo lo delató. El hombre ratón se cruzó de brazos -¿Qué recibiré a cambio de la información que pides?- preguntó. El joven elfo miró atónito al pequeño ser -Pues, depende de la información que tengas para dar, podría ser tu recompensa- respondió, siendo aquello lo más lógico y menos comprometedor que se le ocurrió.
El pequeño hombre ratón miró detenidamente a Fëanor, luego al elfo que estaba sentado a la intemperie. -Estás averiguando lo que pasó en la granja de los Siru, ¿cierto? Ya me han avisado que podrían venir a buscar mi clave.- confesó el bestial, para el asombro de Fëanor, quien no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. -Te la daré si te comprometes a ayudar a tu compatriota- aseguró, metiendo su manito bajo los trapos sobre los que estaba parado. -¿Que me haga cargo de él? ¡Es mucho! ¿No te sirven más los aeros?- exclamó espantado el elfo. -¡Tómalo o déjalo!- respondió el ratón enfadado. Luego suavizó su expresión -Es que yo ya no puedo hacer mucho más por él y no quiero dejarlo a su suerte, de veras. Pero si sigo así, no solo él morirá, también yo.- confesó el pequeño. El corazón de Fëanor se apretó tanto que le llegó a doler dentro del pecho. Miró a Thunderbolt, luego al pequeño bestial y finalmente, al elfo. -De acuerdo- aceptó el muchacho y los ojos del pequeñito brillaron de emoción.
Sacó la pluma de entre sus trapos y se la extendió a Fëanor -Este es el Sigilo del Mendigo- recitó el ratón. -Esas son las claves que acompañan los símbolos- explicó. El joven elfo miró sorprendido -¿Todas son iguales?- preguntó y el ratóncito asintió. Fëanor sonrió. -Te prometo que vendré por ustedes, por favor, resistan un poco más. Ayudaré a ambos- le aseguró -Por cierto, ¿cómo te llamas?- quiso saber. -Callisto Callis- respondió el pequeño hombre bestia.
Fëanor corrió hacia la taberna y entró abruptamente. Una vez adentro, encontró a Ingela sometida totalmente por la tabernera, quien la tenía sujeta con sus piernas por el cuello y una axila, jalándole un brazo. -¡Bolti! ¡Ataca!- exclamó mientras se abalanzaba sobre la voluminosa mujer. Thunderbolt lanzó una de sus bolitas de fuego a la cara de la tabernera, quien soltó a Ingela, aturdida. El elfo aprovechó la confusión para arrancar la pluma del pelo de la mujer y, con una agilidad digna de los hijos de Sandorai, jaló a la dragona y corrieron fuera.
Casi había anochecido.
A las carreras, llegaron al punto de encuentro. Nousis ya estaba allí. -¿Y Lettar?- preguntó Fëanor tras los saludos, notando la ausencia del hombre. -No vendrá- respondió una voz desconocida. Un hombre extraño se acercó al trío. -Me ha pedido que les entregue esto- dijo y les ofreció un par de plumas de alca real -Son las claves del Sacerdote y del Capitán, creo que no necesitan nada más que esto. Él los esperará en su cabaña, está muy agotado.- añadió. Notó la sorpresa y alarma en el grupo, así que quiso tranquilizarlos -Soy uno de los pocos amigos que le quedan a Lettar, por favor, no se asusten. Me ha pedido que les entregue su parte, pero no se siente capaz de entrar a ese lugar y enfrentar a Ástrid... no sabe de lo que sería capaz y no quiere empeorar las cosas- explicó -Como les dije, estará en su casa esperándolos- dijo y se retiró, dejando a los tres aún más desconcertados. -Tengo dudas- manifestó Ingela -Muchas dudas- añadió, notablemente confundida. -Pero veamos el lado positivo, ya tenemos las 5 plumas- concluyó y suspiró aliviada -Cada vez nos acercamos más a resolver este misterio- dijo. Esbozó una sonrisa que dedicó a ambos elfos y, con Bolti posado en su cabeza, avanzó hacia la sede del Culto, confiada en que los elfos la seguirían. Ya había olvidado que estaba cumpliendo un trabajo, seguía en ello por pura curiosidad.
Al llegar a la gran puerta doble, esta se abrió lenta y pesadamente. Frente a ellos, un pasillo iluminado por antorchas los recibía. Estaba aparentemente vacío, pero la sensación de estar siendo observados le ponía de punta los pelos de la nuca a Ingela. De entre las sombras, salió una anciana mujer, bajita y encorvada, ataviada con una larga bata blanca, que se apoyaba en un báculo. -Bienvenidos al Templo de la Piedra Angular ¿Qué desean?- habló y su voz retumbó por todo el lugar con fuerza. Un escalofrío recorrió la espalda de la joven dragona. -N-nosotros est-estamos bu-bu-buscando a-a a Ástrid- balbuceó, notablemente asustada. A Ingela le intimidaban las figuras de autoridad ancianas y femeninas, le recordaban a su Oma Elle. La anciana asintió. -¿Traen las claves?- quiso saber. Fëanor dio un paso adelante con timidez y mostró las 5 plumas, alzándolas -Estos son los cinco Sigilos, el del Mendigo, del Artesano, del Sacerdote, del Soldado, del Tabernero- recitó con aparente seguridad.
La mujer escuchó, observó y asintió nuevamente. -Buen trabajo- dijo -Su recompensa es esta conversación conmigo, la Gran Maestre del Templo. Ahora pueden dirigirse a mí con libertad- indicó. -Necesitamos hablar con Ástrid- dijo el joven elfo -Ella tiene que decirnos qué pasó con Knoc Siru. También necesitamos saber qué significan estos documentos- al decir eso último, sacó varios pergaminos de su bolso -De qué se tratan estos rituales- dijo -Y... además... tienen que ayudar al mendigo, a Callisto Callis- exigió, en un repentino arranque de autoridad.
La Gran Maestre escuchó atenta a Fëanor e hizo un gesto, señalando hacia un costado -Por aquí, adelante, los llevaré con Ástrid. Pero les advierto, la pobre no es la misma desde aquel día- les advirtió al guiarlos por otro pasillo hasta la habitación donde vivía la muchacha, una de las pocas residentes permanentes del templo. Sentada frente a la única ventana de la alcoba, una muchacha de cabello platinado miraba el cielo arrebolado en silencio. Ingela empujó a Fëanor y se quedó atrás con Nousis. El joven elfo la miró con una mueca de enojo. La dragona abrió grandes los ojos -Habilidades blandas- susurró e hizo un gesto como empujándolo hacia adelante.
-¿Ástrid?- le llamó el elfito -Hola ástrid... soy Fëanor y estoy ayudando a Lettar...- comenzó a hablar, pero ni bien pronunció el nombre del hombre, la mujer giró, miró a los ojos del elfo y gritó aterrorizada -¡NO! ¡ÉL NO! ¡ESE MONSTRUO!- vociferaba, jalándose los pocos cabellos que le quedaban en la cabeza. Su rostro estaba lleno de marcas de rasguños que al parecer ella misma se había hecho. De inmediato, Fëanor saltó sobre ella y, usando su don mágico, impuso sus manos sobre ella -¡Ayúdenme!- pidió en un grito a su amiga y al otro elfo. Ingela la sujetó y Nousis hizo lo mismo que él.
Entre el poder de la magia élfica y el fuerte abrazo de la dragona, la mujer se contuvo, dejó de gritar y lastimarse, solo comenzó a llorar. Las heridas comenzaron a sanar, dejando algunas cicatrices. Ingela no soltó a Ástrid, mantuvo su abrazo, acariciándole el cabello, mientras ella lloraba sobre su hombro. -Shhh... está bien... tranquila... está bien...- le tranquilizaba la joven dragona. -Y ella cree que yo soy el de las habilidades blandas- se burló Fëanor.
La Gran Maestre llamó a los elfos fuera de la habitación -No sé qué saben de nosotros, pero el Templo de la Piedra Angular es una de las ramas de adoración al Dragón de la Luz. Somos un grupo particular que disfruta de ciertos... misticismos...- explicó -Nos gusta la simbología antigua, los enigmas del pasado, descifrar señales divinas... ¿pero rituales de invocación demoniaca? Eso va en contra de nuestros principios y creencias. Es que, por favor... ¡Estamos adheridos a la religión oficial! La madre de Ingela fue mi alumna hace muchos años en el Seminario.- les reveló. Fëanor quedó atónito -¿Por eso sabían su apellido?- preguntó sorprendido. La Gran Maestre asintió. -Miren, Ástrid no nos ha querido contar exactamente qué ocurrió, quedó muy traumatizada. Lo que sabemos ha sido por retazos de historias que ha contado, pero nada coherente. Básicamente, dice que la tragedia fue por culpa de Lettar. Knoc es inocente y ni ella ni nosotros tenemos que ver con ello- relató la anciana.
Fëanor giró y miró la escena, Ástrid lloraba desconsolada, lucía enferma, extremadamente flaca y pálida. Lo que veía y escuchaba de la anciana le hacían sentido, además, podría corroborar aquello del Templo con la madre de Ingela fácilmente. Miró a Nousis. -¿Por qué Lettar nos mentiría?- le preguntó a su hermano del bosque. -Porque está loco- respondió el elfo, pero no Nousis, sino el que había visto en la plaza. Con Callisto Callis al hombro, el elfo perturbado hacía acto de aparición. -Trabajaba en la granja, para Knoc. Me encargaba de sanar al ganado cuando se hería. Estuve allí cuando todo pasó todo... Escapé con Ástrid... Lettar... fue Lettar- alcanzó a decir antes de cubrirse la cara y llorar.
-Tengo demasiadas dudas y esto no puede quedarse así- dijo Ingela, enojada. -Escuché todo, Fëanor, no tienes que explicarme nada- exclamó, mientras avanzó a paso firme hacia la salida del templo. -¡Ingela! ¿Ingela? ¿Qué haces? ¿A dónde vás? ¡INGELA!- le llamaba, pero fue inútil. Una vez estuvo afuera del edificio, Ingela se transformó en dragón y voló hacia las afueras de Dundarak, dejando atrás a los elfos y a su dragón de compañía.
Una noche cerrada se cernía cuando ella aterrizó en la granja que ardía en llamas. Lettar, frente a ella, observaba sonriente. -¡¿Qué has hecho, bastardo?! ¡Exijo una explicación!- exclamó furiosa la dragona, quien desenvainó a Feuerstein y se preparó para pelear. -¡No le debo nada a nadie! ¡Ni a mi padre! ¡Ni a mi hermano! ¡Mucho menos a una incauta como tú!- gritó y lanzó una carcajada insensata. Se giró y al hacerlo, lanzó un frasco con algún líquido alquímico pues, al romperse contra la rodela de Ingela, el contenido estalló en llamas. Usando eso como distracción, Lettar huyó.
Más tarde, al regresar a casa, la madre de Ingela les confirmó todo lo que la Gran Maestre les contó acerca del Templo de la Piedra Angular e invitaron a Nousis a cenar y pasar la noche en casa de los Feuerstein.
Cuando entró, encontró a una rolliza mujer limpiando el mesón vigorosamente -Aún no abrimos- exclamó ella. -No vengo a consumir- respondió la rubia, acercándose a la tabernera, mirando fijamente la pinza que ésta usaba en el cabello: una pluma de alca real resaltaba entre otros adornos. La dragona sonrió y se sentó en el mesón, observando a la mujer cuyos brazos eran tan anchos como troncos -Se nota que eres muy fuerte- comentó casual -Se nota que no tienes nada mejor que hacer y vienes a incordiar- respondió la otra, sin voltear a mirar a la chica. Ingela alzó las cejas y negó -Para nada, al contrario, tengo muchísimo quehacer... de hecho, una de mis tareas tiene que ver contigo, Ignorada- dijo la muchacha.
Al escuchar aquello. la tabernera quedó inmóvil. Muy lentamente se incorporó y volteó a mirar a Ingela a los ojos -Quieres la clave- aseguró la mujer, a lo que la joven dragona asintió. -Por favor- pidió ella -No quiero causarte problemas ni nada, solo queremos una audiencia con el Gran Maestre para resolver las misteriosas muertes de la familia de un granjero, darle paz y tranquilidad a ese pobre hombre- explicó la chica.
La tabernera resopló y azotó su paño contra la barra -¿Crees que te la daré así de fácil?- dijo en voz alta, sonando algo molesta -¡Pues sí!- respondió con voz fuerte la dragona poniéndose de pie y golpeando el mesón con ambos puños. -¡Solo si me ganas unas vencidas!- desafió la tabernera, apoyándose sobre la barra, mostrando así las escamas que le aparecieron en los brazos. -¡Me parece estupenda idea!- respondió Ingela en un grito, yéndose hacia adelante, para encarar a la mujer. Se chantó en la banca y remangó, acomodándose para la puja, poniendo cara de pocos amigos.
Mientras tanto, en la plaza, Fëanor refunfuñaba. -Cómo voy a encontrar a un mendigo con una pluma de alca real- mascullaba enojado -¡Si ni siquiera sé cómo son!- farfulló y Thunderbolt hizo un chillidito burlón. Definitivamente, aquel larguísimo día no había sido muy afortunado para el joven elfo. Continuó caminando hacia el lado de la plaza donde más se apostaban los mendigos con la idea de observar cuál de ellos tenía alguna pluma encima. Había uno con una pluma. Dos plumas. Tres... cientas plumas¿? Estaba cubierto de ellas, así como de excremento de palomas e incluso algunas de ellas cómodamente sentadas sobre este. Claramente, ése no era. Siguiente.
Le llamó la atención un mendigo con orejas de elfo. Se acercó a él más con curiosidad que porque sospechara que este tuviera que ver con la misión. -Saludos hermano, que los dioses del bosque te bendigan- dijo en élfico, pero el hombre no respondió. Fëanor estaba extrañado, ¿por qué estaría un elfo en situación de calle en Dundarak? Se acercó un poco más -Hermano, has llegado muy lejos del Árbol Madre- insistió, esta vez en el idioma común, pero la respuesta fue la misma: silencio. Un bulto junto al elfo se movió y un pequeño hombre ratón se descubrió la cabeza -No te responderá, perdió la cabeza- dijo, con su vocecilla de pito. Ante la expresión confundida de Fëanor, el pequeño bestial se explayó -Ha vivido una experiencia... perturbadora... y desde ese momento no ha sido el mismo. ¡Pero yo le advertí que no se metiera en esos asuntos!- dijo y posó una de sus manitas en el antebrazo del elfo, mirándolo con compasión.
Fëanor seguía confundido y sintió muchas ganas de ayudar a su hermano pero tenía que buscar al dichoso tipo de la pluma. Fue entonces que se le ocurrió -Disculpa, ¿has visto a alguien por aquí con una pluma de alca real así como a la vista?- preguntó. El bestial lo miró detenidamente -Es una pregunta muy específica- comentó, ahora con suspicacia. -Sí, es para una un amigo...- divagó, tratando de no parecer sospechoso, pero su nerviosismo lo delató. El hombre ratón se cruzó de brazos -¿Qué recibiré a cambio de la información que pides?- preguntó. El joven elfo miró atónito al pequeño ser -Pues, depende de la información que tengas para dar, podría ser tu recompensa- respondió, siendo aquello lo más lógico y menos comprometedor que se le ocurrió.
El pequeño hombre ratón miró detenidamente a Fëanor, luego al elfo que estaba sentado a la intemperie. -Estás averiguando lo que pasó en la granja de los Siru, ¿cierto? Ya me han avisado que podrían venir a buscar mi clave.- confesó el bestial, para el asombro de Fëanor, quien no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. -Te la daré si te comprometes a ayudar a tu compatriota- aseguró, metiendo su manito bajo los trapos sobre los que estaba parado. -¿Que me haga cargo de él? ¡Es mucho! ¿No te sirven más los aeros?- exclamó espantado el elfo. -¡Tómalo o déjalo!- respondió el ratón enfadado. Luego suavizó su expresión -Es que yo ya no puedo hacer mucho más por él y no quiero dejarlo a su suerte, de veras. Pero si sigo así, no solo él morirá, también yo.- confesó el pequeño. El corazón de Fëanor se apretó tanto que le llegó a doler dentro del pecho. Miró a Thunderbolt, luego al pequeño bestial y finalmente, al elfo. -De acuerdo- aceptó el muchacho y los ojos del pequeñito brillaron de emoción.
Sacó la pluma de entre sus trapos y se la extendió a Fëanor -Este es el Sigilo del Mendigo- recitó el ratón. -Esas son las claves que acompañan los símbolos- explicó. El joven elfo miró sorprendido -¿Todas son iguales?- preguntó y el ratóncito asintió. Fëanor sonrió. -Te prometo que vendré por ustedes, por favor, resistan un poco más. Ayudaré a ambos- le aseguró -Por cierto, ¿cómo te llamas?- quiso saber. -Callisto Callis- respondió el pequeño hombre bestia.
Fëanor corrió hacia la taberna y entró abruptamente. Una vez adentro, encontró a Ingela sometida totalmente por la tabernera, quien la tenía sujeta con sus piernas por el cuello y una axila, jalándole un brazo. -¡Bolti! ¡Ataca!- exclamó mientras se abalanzaba sobre la voluminosa mujer. Thunderbolt lanzó una de sus bolitas de fuego a la cara de la tabernera, quien soltó a Ingela, aturdida. El elfo aprovechó la confusión para arrancar la pluma del pelo de la mujer y, con una agilidad digna de los hijos de Sandorai, jaló a la dragona y corrieron fuera.
Casi había anochecido.
A las carreras, llegaron al punto de encuentro. Nousis ya estaba allí. -¿Y Lettar?- preguntó Fëanor tras los saludos, notando la ausencia del hombre. -No vendrá- respondió una voz desconocida. Un hombre extraño se acercó al trío. -Me ha pedido que les entregue esto- dijo y les ofreció un par de plumas de alca real -Son las claves del Sacerdote y del Capitán, creo que no necesitan nada más que esto. Él los esperará en su cabaña, está muy agotado.- añadió. Notó la sorpresa y alarma en el grupo, así que quiso tranquilizarlos -Soy uno de los pocos amigos que le quedan a Lettar, por favor, no se asusten. Me ha pedido que les entregue su parte, pero no se siente capaz de entrar a ese lugar y enfrentar a Ástrid... no sabe de lo que sería capaz y no quiere empeorar las cosas- explicó -Como les dije, estará en su casa esperándolos- dijo y se retiró, dejando a los tres aún más desconcertados. -Tengo dudas- manifestó Ingela -Muchas dudas- añadió, notablemente confundida. -Pero veamos el lado positivo, ya tenemos las 5 plumas- concluyó y suspiró aliviada -Cada vez nos acercamos más a resolver este misterio- dijo. Esbozó una sonrisa que dedicó a ambos elfos y, con Bolti posado en su cabeza, avanzó hacia la sede del Culto, confiada en que los elfos la seguirían. Ya había olvidado que estaba cumpliendo un trabajo, seguía en ello por pura curiosidad.
Al llegar a la gran puerta doble, esta se abrió lenta y pesadamente. Frente a ellos, un pasillo iluminado por antorchas los recibía. Estaba aparentemente vacío, pero la sensación de estar siendo observados le ponía de punta los pelos de la nuca a Ingela. De entre las sombras, salió una anciana mujer, bajita y encorvada, ataviada con una larga bata blanca, que se apoyaba en un báculo. -Bienvenidos al Templo de la Piedra Angular ¿Qué desean?- habló y su voz retumbó por todo el lugar con fuerza. Un escalofrío recorrió la espalda de la joven dragona. -N-nosotros est-estamos bu-bu-buscando a-a a Ástrid- balbuceó, notablemente asustada. A Ingela le intimidaban las figuras de autoridad ancianas y femeninas, le recordaban a su Oma Elle. La anciana asintió. -¿Traen las claves?- quiso saber. Fëanor dio un paso adelante con timidez y mostró las 5 plumas, alzándolas -Estos son los cinco Sigilos, el del Mendigo, del Artesano, del Sacerdote, del Soldado, del Tabernero- recitó con aparente seguridad.
La mujer escuchó, observó y asintió nuevamente. -Buen trabajo- dijo -Su recompensa es esta conversación conmigo, la Gran Maestre del Templo. Ahora pueden dirigirse a mí con libertad- indicó. -Necesitamos hablar con Ástrid- dijo el joven elfo -Ella tiene que decirnos qué pasó con Knoc Siru. También necesitamos saber qué significan estos documentos- al decir eso último, sacó varios pergaminos de su bolso -De qué se tratan estos rituales- dijo -Y... además... tienen que ayudar al mendigo, a Callisto Callis- exigió, en un repentino arranque de autoridad.
La Gran Maestre escuchó atenta a Fëanor e hizo un gesto, señalando hacia un costado -Por aquí, adelante, los llevaré con Ástrid. Pero les advierto, la pobre no es la misma desde aquel día- les advirtió al guiarlos por otro pasillo hasta la habitación donde vivía la muchacha, una de las pocas residentes permanentes del templo. Sentada frente a la única ventana de la alcoba, una muchacha de cabello platinado miraba el cielo arrebolado en silencio. Ingela empujó a Fëanor y se quedó atrás con Nousis. El joven elfo la miró con una mueca de enojo. La dragona abrió grandes los ojos -Habilidades blandas- susurró e hizo un gesto como empujándolo hacia adelante.
-¿Ástrid?- le llamó el elfito -Hola ástrid... soy Fëanor y estoy ayudando a Lettar...- comenzó a hablar, pero ni bien pronunció el nombre del hombre, la mujer giró, miró a los ojos del elfo y gritó aterrorizada -¡NO! ¡ÉL NO! ¡ESE MONSTRUO!- vociferaba, jalándose los pocos cabellos que le quedaban en la cabeza. Su rostro estaba lleno de marcas de rasguños que al parecer ella misma se había hecho. De inmediato, Fëanor saltó sobre ella y, usando su don mágico, impuso sus manos sobre ella -¡Ayúdenme!- pidió en un grito a su amiga y al otro elfo. Ingela la sujetó y Nousis hizo lo mismo que él.
Entre el poder de la magia élfica y el fuerte abrazo de la dragona, la mujer se contuvo, dejó de gritar y lastimarse, solo comenzó a llorar. Las heridas comenzaron a sanar, dejando algunas cicatrices. Ingela no soltó a Ástrid, mantuvo su abrazo, acariciándole el cabello, mientras ella lloraba sobre su hombro. -Shhh... está bien... tranquila... está bien...- le tranquilizaba la joven dragona. -Y ella cree que yo soy el de las habilidades blandas- se burló Fëanor.
La Gran Maestre llamó a los elfos fuera de la habitación -No sé qué saben de nosotros, pero el Templo de la Piedra Angular es una de las ramas de adoración al Dragón de la Luz. Somos un grupo particular que disfruta de ciertos... misticismos...- explicó -Nos gusta la simbología antigua, los enigmas del pasado, descifrar señales divinas... ¿pero rituales de invocación demoniaca? Eso va en contra de nuestros principios y creencias. Es que, por favor... ¡Estamos adheridos a la religión oficial! La madre de Ingela fue mi alumna hace muchos años en el Seminario.- les reveló. Fëanor quedó atónito -¿Por eso sabían su apellido?- preguntó sorprendido. La Gran Maestre asintió. -Miren, Ástrid no nos ha querido contar exactamente qué ocurrió, quedó muy traumatizada. Lo que sabemos ha sido por retazos de historias que ha contado, pero nada coherente. Básicamente, dice que la tragedia fue por culpa de Lettar. Knoc es inocente y ni ella ni nosotros tenemos que ver con ello- relató la anciana.
Fëanor giró y miró la escena, Ástrid lloraba desconsolada, lucía enferma, extremadamente flaca y pálida. Lo que veía y escuchaba de la anciana le hacían sentido, además, podría corroborar aquello del Templo con la madre de Ingela fácilmente. Miró a Nousis. -¿Por qué Lettar nos mentiría?- le preguntó a su hermano del bosque. -Porque está loco- respondió el elfo, pero no Nousis, sino el que había visto en la plaza. Con Callisto Callis al hombro, el elfo perturbado hacía acto de aparición. -Trabajaba en la granja, para Knoc. Me encargaba de sanar al ganado cuando se hería. Estuve allí cuando todo pasó todo... Escapé con Ástrid... Lettar... fue Lettar- alcanzó a decir antes de cubrirse la cara y llorar.
-Tengo demasiadas dudas y esto no puede quedarse así- dijo Ingela, enojada. -Escuché todo, Fëanor, no tienes que explicarme nada- exclamó, mientras avanzó a paso firme hacia la salida del templo. -¡Ingela! ¿Ingela? ¿Qué haces? ¿A dónde vás? ¡INGELA!- le llamaba, pero fue inútil. Una vez estuvo afuera del edificio, Ingela se transformó en dragón y voló hacia las afueras de Dundarak, dejando atrás a los elfos y a su dragón de compañía.
Una noche cerrada se cernía cuando ella aterrizó en la granja que ardía en llamas. Lettar, frente a ella, observaba sonriente. -¡¿Qué has hecho, bastardo?! ¡Exijo una explicación!- exclamó furiosa la dragona, quien desenvainó a Feuerstein y se preparó para pelear. -¡No le debo nada a nadie! ¡Ni a mi padre! ¡Ni a mi hermano! ¡Mucho menos a una incauta como tú!- gritó y lanzó una carcajada insensata. Se giró y al hacerlo, lanzó un frasco con algún líquido alquímico pues, al romperse contra la rodela de Ingela, el contenido estalló en llamas. Usando eso como distracción, Lettar huyó.
Más tarde, al regresar a casa, la madre de Ingela les confirmó todo lo que la Gran Maestre les contó acerca del Templo de la Piedra Angular e invitaron a Nousis a cenar y pasar la noche en casa de los Feuerstein.
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