Rescate fallido [Trabajo]
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Rescate fallido [Trabajo]
Después de haber visitado Ciudad Lagarto previamente, Iori sabía que su última oportunidad para adquirir comida de calidad a un precio razonable era aquel pequeño mercado de pueblo. No cobraría por aquel trabajo hasta que lo hubiese solucionado, de manera que estiró lo que pudo sus últimos ahorros para hacerse con lo básico. Media bolla de pan de centeno, carne curada y una cuña de queso, de tamaño más reducido del que le hubiera gustado poderse llevar. Tenía que dejar algo de espacio para las manzanas, ya que la fruta era muy necesaria en una buena alimentación.
Mientras intercambiaba las pocas monedas que le quedaban por cuatro piezas de un reluciente verde, la humana las deslizó hacia el fondo de su bolsa. Iori suspiró intentando aclarar su mente. Recordaba perfectamente la conversación con los padres del joven desaparecido. Y las pequeñas mentiras que había dicho para asegurarse de que conseguía aquella oportunidad.
[...]
Mansión Carlaigh
- ¿Comprende la situación señorita? - inquirió con un tono de duda en la voz la mujer de la casa. Iori asintió con la cabeza, tratando de transmitir seguridad. La señora Carlaigh era una mujer joven, de buena apariencia que se encargaba de cuidar y potenciar con joyas y atuendos apropiados para su clase. Su cabello rubio brillaba muy claro a la luz que entraba por los grandes ventanales que se abrían desde el suelo hasta rozar el techo del gran salón. La humana puso su mejor cara conciliadora y le mantuvo la mirada de forma decorosa.
Había aprendido que cuando uno se relaciona con personas de ese tipo, menos es más. No hablaría excepto que le hiciesen una pregunta directa. La mujer la miró de arriba abajo, con evidente gesto de recelo, antes de llevarse una mano a la frente con gesto disgustado. - Mi pobre Nitarian... - dijo con voz afligida, haciendo que la figura de su marido diera un paso hacia delante. Durante toda la explicación por parte de la mujer, él se había mantenido en silencio, paseando de un lado a otro detrás de la butaca que ocupaba su mujer. Ahora se hizo notar y clavó los ojos grisáceos en Iori con un gesto adusto e innecesariamente fiero.
- ¿Es cierto entonces que conoce bien Ciudad Lagarto? - parecía dispuesto a ir directo al grano para concretar aquella entrevista de trabajo. Iori se enderezó involuntariamente bajo aquella mirada, poniendo muy recta la espalda. - Como la palma de mi mano - aseguró. Primera mentira. El hombre no relajó su actitud. - ¿Y me asegura que cuenta con un compañero para el trabajo? - Reprimió las ganas de apartar la vista a un lado. - Sí señor, me encontraré con él al salir de aquí - Segunda mentira. - Tenga presente que no pensamos poner por delante ni una sola moneda hasta que no hayamos recibido algún avance en la investigación - apuntó tajante. No, por supuesto que no. Lo contrario la habría sorprendido. - Eso no será un problema - aseguró la humana, aunque a regañadientes. Ojalá no tuviera que poner de sus propios ahorros para comenzar con aquella empresa.
- Esperamos recibir alguna noticia suya en menos de cinco días. De lo contrario el contrato verbal que está teniendo ahora lugar quedará rescindido - zanjó antes de inclinarse un poco para apoyar la mano en el hombro de su pesadora esposa. - Comprendido. - Y comprendido también que era momento de largarse de allí. Ellos no añadieron nada, y cuando Iori alargó el silencio unos segundos más, se dio cuenta de que sobraba ya. Se levantó y salió de la puerta a tiempo de escuchar la voz femenina desde el interior del salón. - Parece una muchacha de vida fácil, seguro que se mueve bien por Ciudad Lagarto pero, ¿deberíamos de buscar ahora a otros candidatos? - sugirió. - No temas, me pondré en ello ahora mismo. -
La pura desesperación de dos padres heridos, o la total falta de confianza en ella. Iori esbozó una sonrisa mientras bajaba de dos en dos la escalinata de aquel agobiante lugar. No los culpaba. Ella a fin de cuentas era una desconocida más que les había ido a ofrecer sus servicios. Esperaba poder resolver aquella desaparición antes de que los "siguientes" contratados metiesen sus narices en Ciudad Lagarto.
Clavó con fuerza los dientes en la manzana notando con placer la mezcla entre acidez y frescor. Aquella época del año era la mejor para su fruta favorita. Le quedaría una hora a pie hasta llegar a la entrada de Ciudad Lagarto y el sol estaba en lo más alto del cielo. Caminó entre los puestos del mercado dirigiéndose hacia la salida del pequeño pueblo y rebuscó en uno de sus bolsillos el preciado documento que le había entregado el mayordomo por orden de los señores. La imagen del crío. Avanzó hasta un pequeño lavadero de piedra concurrido en aquel momento por una oveja desorientada que se había acercado al caño del agua a beber. Se sentó en el borde y cruzó las piernas mientras sostenía sobre su regazo la cara del muchacho que había desaparecido.
Se parecía más a su madre.
Mientras intercambiaba las pocas monedas que le quedaban por cuatro piezas de un reluciente verde, la humana las deslizó hacia el fondo de su bolsa. Iori suspiró intentando aclarar su mente. Recordaba perfectamente la conversación con los padres del joven desaparecido. Y las pequeñas mentiras que había dicho para asegurarse de que conseguía aquella oportunidad.
[...]
Mansión Carlaigh
- ¿Comprende la situación señorita? - inquirió con un tono de duda en la voz la mujer de la casa. Iori asintió con la cabeza, tratando de transmitir seguridad. La señora Carlaigh era una mujer joven, de buena apariencia que se encargaba de cuidar y potenciar con joyas y atuendos apropiados para su clase. Su cabello rubio brillaba muy claro a la luz que entraba por los grandes ventanales que se abrían desde el suelo hasta rozar el techo del gran salón. La humana puso su mejor cara conciliadora y le mantuvo la mirada de forma decorosa.
Había aprendido que cuando uno se relaciona con personas de ese tipo, menos es más. No hablaría excepto que le hiciesen una pregunta directa. La mujer la miró de arriba abajo, con evidente gesto de recelo, antes de llevarse una mano a la frente con gesto disgustado. - Mi pobre Nitarian... - dijo con voz afligida, haciendo que la figura de su marido diera un paso hacia delante. Durante toda la explicación por parte de la mujer, él se había mantenido en silencio, paseando de un lado a otro detrás de la butaca que ocupaba su mujer. Ahora se hizo notar y clavó los ojos grisáceos en Iori con un gesto adusto e innecesariamente fiero.
- ¿Es cierto entonces que conoce bien Ciudad Lagarto? - parecía dispuesto a ir directo al grano para concretar aquella entrevista de trabajo. Iori se enderezó involuntariamente bajo aquella mirada, poniendo muy recta la espalda. - Como la palma de mi mano - aseguró. Primera mentira. El hombre no relajó su actitud. - ¿Y me asegura que cuenta con un compañero para el trabajo? - Reprimió las ganas de apartar la vista a un lado. - Sí señor, me encontraré con él al salir de aquí - Segunda mentira. - Tenga presente que no pensamos poner por delante ni una sola moneda hasta que no hayamos recibido algún avance en la investigación - apuntó tajante. No, por supuesto que no. Lo contrario la habría sorprendido. - Eso no será un problema - aseguró la humana, aunque a regañadientes. Ojalá no tuviera que poner de sus propios ahorros para comenzar con aquella empresa.
- Esperamos recibir alguna noticia suya en menos de cinco días. De lo contrario el contrato verbal que está teniendo ahora lugar quedará rescindido - zanjó antes de inclinarse un poco para apoyar la mano en el hombro de su pesadora esposa. - Comprendido. - Y comprendido también que era momento de largarse de allí. Ellos no añadieron nada, y cuando Iori alargó el silencio unos segundos más, se dio cuenta de que sobraba ya. Se levantó y salió de la puerta a tiempo de escuchar la voz femenina desde el interior del salón. - Parece una muchacha de vida fácil, seguro que se mueve bien por Ciudad Lagarto pero, ¿deberíamos de buscar ahora a otros candidatos? - sugirió. - No temas, me pondré en ello ahora mismo. -
La pura desesperación de dos padres heridos, o la total falta de confianza en ella. Iori esbozó una sonrisa mientras bajaba de dos en dos la escalinata de aquel agobiante lugar. No los culpaba. Ella a fin de cuentas era una desconocida más que les había ido a ofrecer sus servicios. Esperaba poder resolver aquella desaparición antes de que los "siguientes" contratados metiesen sus narices en Ciudad Lagarto.
[...]
Clavó con fuerza los dientes en la manzana notando con placer la mezcla entre acidez y frescor. Aquella época del año era la mejor para su fruta favorita. Le quedaría una hora a pie hasta llegar a la entrada de Ciudad Lagarto y el sol estaba en lo más alto del cielo. Caminó entre los puestos del mercado dirigiéndose hacia la salida del pequeño pueblo y rebuscó en uno de sus bolsillos el preciado documento que le había entregado el mayordomo por orden de los señores. La imagen del crío. Avanzó hasta un pequeño lavadero de piedra concurrido en aquel momento por una oveja desorientada que se había acercado al caño del agua a beber. Se sentó en el borde y cruzó las piernas mientras sostenía sobre su regazo la cara del muchacho que había desaparecido.
Se parecía más a su madre.
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Iori Li
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
No había sido su encargo soñado, aún menos en un lugar que merecía ser arrasado hasta los cimientos. Como la mugre arrastrada por un desagüe, buena parte del hampa huida como ratas de un barco a medio hundir había tomado el lugar como refugio. Por supuesto, pocos lugares eran mejores para obtener aquello que lo había obligado a acudir a ese burgo que representaba lo peor de toda raza.
Sus esfuerzos por hacerse con el manuscrito no habían dado su fruto, y esa maldita rana había jugado bien sus cartas. El elfo había examinado los alrededores de los contados edificios que le pertenecían, anotado cuanto había averiguado por semanas de las espadas que trabajaban para él e incluso entablado conversaciones aparentemente casuales con algunos de ellos. Todo para que el rumor apenas se afianzase.
Cansado por sus nulos avances y la mengua de su bolsa, optó por tomar el camino más sencillo y a quizá, más peligroso. Concertó una reunión con la criatura.
Fruyo Vulun, hombre-bestia residente en Wulwulfar, no tardó en romper las ideas preconcebidas que el elfo había imaginado sobre él. Amable pero directo, su negocio comercial no era una tapadera como había descubierto en no pocas ocasiones anteriores, para tráfico ilegal o asuntos aún más turbios. Era un enamorado de las eras antiguas, y aunque no consintió en venderle el manuscrito que había llevado a Nousis hasta él, decidido a evitar el expolio de más ruinas del pasado, sí se lo mostró brevemente. El espadachín se acomodó en el sillón donde se le invitó a tomar asiento, con una sonrisa en la que abundaba la comprensión. Se imaginó a sí mismo indicando el camino de los restos de su pueblo a un extranjero en busca de reliquias. Impensable.
- Necesito algo – añadió, cuando el elfo ya se había levantado agradeciéndole su hospitalidad, y enfilado sus primeros pasos hacia la puerta de la estancia. Alzó las cejas mirando hacia atrás. En ningún momento, y habían conversado durante horas sobre la historia de Verisar, Fruyo se había ofrecido a dialogar acerca de la petición de Nousis. Éste se giró, interrogante.
- Necesito algo- repitió, poniéndose en pie – Mi respetabilidad, trabajada durante décadas, me obliga a trabajar en ésto con alguien ajeno a mí- su rostro se contrajo. ¿Vergüenza? -Tengo competidores, por supuesto, pero también problemas con un funcionario de la ciudad que coarta mis actividades, y cuyas peticiones de sobornos han aumentando en exceso.
- No soy un asesino a sueldo – explicó con calma el espadachín, cuyos ojos se enfriaron de manera alarmante. Sí, había matado por dinero, aunque siempre dentro de su propio código. Seres sin los cuales el mundo era más puro. Fruyo alzó la palma de una mano.
- Sólo requiero a alguien con una voluntad lo bastante fuerte como para conseguir un objeto en Ciudad Lagarto que sería inviable adquirir aquí. Si fuese seguido o muerto en el proceso, y perteneciese a mi casa, mi enemigo no tardaría en averiguarlo y me tendría completamente arrinconado.
- Dar de comer a una fiera que no es posible domesticar de cría, sólo consigue una fiera adulta – recitó Nousis. El hombre-bestia asintió resignado.
- Te agradezco el consejo, y quiza no sirva de nada cumplir su petición. Tengo que salir de ésto de alguna manera. ¿Harás lo que te pido? No te daré esa valiosa antigüedad, pero sí te permitiré estudiarla cuanto precises.
Valorando sus opciones, asintió.
-Tenemos un trato, Fruyo Vulun – contestó, antes de estrecharle la pequeña mano.
[...]
Abandonó Wulwulfar apenas dos horas después, tras conversar con algunos mercaderes locales a fin de conocer el alcance de los problemas que podía causarle traer consigo el pedido de la rana. Mencionó varios artículos semejantes, y su ánimo empezó a agrietarse. Ya había sido perseguido tanto en Baslodia como en Lunargenta. No deseaba sumar Wulwulfar a la lista de urbes que habían intentado presentarle sus calabozos. Sobre todo si realmente tenían razón. Tampoco, se sinceró consigo mismo, tenía otro remedio.
El día se presentaba agradable, sin llegar a la necesidad de prescindir de capa o armadura. A lo largo de los meses que habían seguido a hacerse con ambas prendas, su peso ya le era tan familiar como el de las botas o la espada, y apenas le suponían un mayor esfuerzo a la hora de recorrer las diecisiete o dieciocho millas acostumbradas en un día sin contratiempos. Combatir reducía esa cifra.
“Y es mucho más divertido” recitó algo dentro de sí, mostrándole una sangrienta cinta de recuerdos en cada uno de los cuales había trabajado la muerte de sus enemigos a conciencia. Incluso ya vencidos. Incluso, desarmados. Sacudió la cabeza antes de pasarse una mano por el cabello.
Había terminado sus provisiones en su última parada, y el camino principal fue brindándole pequeñas poblaciones, no más que aldeas, en las que prefirió no detenerse. Apreciaba los productos que apenas habían salido del trabajo de los labriegos, en los que dos o tres días marcaban una diferencia notoria en un sabor que gritaba naturaleza. Por ello, se internó en un lugar cuyo tamaño excedía a cuanto había posado la vista en las últimas doce millas. Su aspecto atrajo miradas torvas y extrañas en parte de los viandantes, algunos de los cuales formaban pequeñas cuadrillas de maleantes de poca monta a juzgar con sus protecciones y toscas armas. El gris de Nou se detuvo en dos ocasiones que otra mirada exhibió tal vez algo semejante a un reto. Debía controlarse, y se internó en su estoicismo habitual.
Al menos, hasta que llegó a una zona apartada de los puestos comerciales, tras aprovisionarse frugalmente. Sus manos aún estaban guardando sus últimas compras en la bolsa de viaje cuando se detuvo, incrédulo.
Como si aquel fuese su lugar en la vida, su pequeño reino, exudando tranquilidad. Ahí estaba Iori.
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Se dio cuenta de que estaba retrasando lo inevitable mientras mordisqueaba más allá de lo posible el corazón de la manzana. Ciudad Lagarto. Tan cerca de ella y, tan pocas ganas. Había aceptado el trabajo pensando que sería fácil encontrar a un niño y que necesitaba el dinero. Pero ahora, a las puertas de comenzar la misión no se veía tan segura. Cerró los ojos y lanzó entre la hierba los restos nimios que quedaban de la fruta.
No quería volver allí. No le gustaba aquel lugar.
Iori resopló y dejó caer los pies descalzos sobre la superficie del agua que fluía en el lavadero. Estaba fría y era fresca. Como el río que cruzaba la parte baja de su aldea. Cerró los ojos imaginando por un momento que estaba allí. Sería verano, al amanecer, El calor no era todavía intenso en el día pero ella ya tenía ganas de disfrutar del frío mordiendo su piel. Le gustaba el frío. Le resultaba vivificante en la forma que tenía de acelerar toda la sangre de su cuerpo para mantener la temperatura. Sonrió mientras rememoraba cómo se escucharía a los pequeños verdejos cantar, en lo alto de las ramas, camuflándose por completo entre las hojas verdes de las copas.
Subiría desnuda, de regreso a su casa, empapada y notando el tacto de la tierra oscura bajo sus pisadas. Y allí, entraría en la cocina, colocaría unas rebanadas de pan sobre la cocina de leña y cuando su aroma inundase la cocina, las serviría en un plato y comería sentada en el banco de madera delante de la huerta. Su sonrisa era muy ancha cuando abrió los ojos, y la realidad la alejó de su ensoñación.
Si deseaba aquel premio, primero tendría que rebuscar en la peor ciudad que había conocido para conseguir dinero con el que sufragar el viaje. Era un todo o nada. Sacó las piernas de golpe y se sentó en el borde de piedra mirando al camino para llenarse de decisión. Pero el camino le proporcionó otra cosa distinta a la decisión. Una ilusión.
Porque, en el momento en el que lo vio pensó que no era real.
La mirada gris de Nousis parecía ligeramente sorprendido, con un aspecto similar al que debía de mostrar ella en aquel instante. - ¿En serio? - inquirió aún congelada en el sitio antes de convencerse de que era real. Él estaba allí. Y ella pensaba aprovecharlo. No le cupo ninguna duda. Sin calzarse, y abandonando tras ella su bolsa y sus botas, la humana echó a correr hacia él con rapidez. - ¡Nousis! ¡Qué sorpresa! - dijo deteniéndose a un metro de él. Nou apenas podía dar crédito. Había pasado poco tiempo desde aquella aventura y la joven continuaba recortándose en su vida. Recordó que todo, o casi todo, salió como confiaba que terminase en Isla Tortuga. Antes de rememorar puntos mucho más mundanos.
La contempló con agrado, evitando centrarse mentalmente en todo lo que había compartido con esa humana - ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Va todo bien? - no estaba seguro qué respuesta al encuentro habría sido la apropiada y no recortó la distancia, pese a que su rostro sí permitía entrever que estaba contento de haberla hallado una vez más.
La humana lo miró de arriba abajo, como comprobando el estado general del elfo. - Veo que todo sigue en su sitio. Buenas noticias para ti, aunque sé que seguro te has esforzado en lo contrario desde lo de la isla - aseguró la humana con un asomo de burla en los labios. - Yo todo bien, estoy metida en un pequeño trabajo en Ciudad Lagarto y la verdad...- miró por encima del hombro a las pertenencias que había abandonado tan alegremente. - No es que me apetezca mucho ahora mismo - exhaló con resignación y colocó las manos en la cadera. - ¿Y que hay sobre ti? - inquirió con una sonrisa.
El elfo frunció el ceño ante la mención de la ciudad de los ladrones - No es el mejor lugar del mundo para llevar a cabo un trabajo - y miró alrededor - Pareces estar sola - puntualizó, buscando dar a entender lo peligroso que era el lugar, sobre todo sin compañía. No obstante, espejó el gesto de la joven - Alguien me ha pedido llevar cierta mercancía a Wulwulfar a cambio de algo que estoy buscando. No he tenido demasiadas opciones - se encogió de hombros. - No eres la única que tiene que pisar ese estercolero. - Los ojos azules lo miraban fijamente mientras hablaba. - ¿A Wulwulfar? ¿Y con qué tiempo cuentas? - inquirió mientras en su mente tomaba una idea forma.
- Confiaba en llevarlo a cabo en unos días, pero no tengo plazo concreto, aunque es algo razonablemente urgente. ¿Qué te ronda la cabeza? - quiso saber con cautela. Iori se acercó, acortando la distancia por primera vez. - Verás... el trabajo que tengo entre manos en teoría es para dos. Cuando me entrevisté con los clientes les aseguré que tenía a un socio que lo haría conmigo. Solo pensaba en el dinero y al principio me pareció una misión fácil...- intentó poner la cara más inocente que pudo alternando entre mirar a Nousis de medio lado y desviar la mirada al suelo. - Pero mentí. La verdad es que estoy sola en esto...-
- Y luego soy yo el que se esfuerza por buscar peligros... - recordó las palabras de la muchacha poco antes - ¿No puedes olvidarte de ese trabajo? Necesito el artículo que me han prometido - sus ojos grises continuaron sobre ella, y a pesar de sus palabras, su tono se alejaba del fastidio o la molestia. Se asemejaba más a la preocupación. La humana ladeó la cabeza y suspiró. - Tienes razón, es egoísta por mi parte. - Puso cara de arrepentimiento y lo miró con un gesto de disculpa. - No te preocupes, me lo sacaré de encima rápidamente - aseguró girando sobre sus talones de regreso al lavadero de piedra. Se sentó en el borde y se inclinó para calzarse de nuevo con las botas.
El elfo la siguió con paso calmado, y se sentó a su lado al borde del agua - Supongo que te debo haberme seguido en todo aquello - comentó cómo una excusa que no suena demasiado real - Si te ocurre algo en ese sitio y yo he podido impedirlo, dudo que Ayl me lo perdonase - ahora sonó incluso menos verídico y más tirando a broma - ¿Qué te lleva allí? - quiso saber directamente.
- Oh bueno, de eso no te quepa duda. Todavía no soy capaz de pensar mucho en todo lo que hemos pasado en esas semanas - indicó la humana con voz mordaz mientras ajustaba las botas y las ataba con firmeza. - Lo que tengo entre manos no se compara a ninguna de tus misiones. Tengo que encontrar al primogénito de una familia noble que ha sido secuestrado. Sus padres lo quieren de vuelta - indicó mirándolo fijamente.
- He trabajado en asuntos semejantes. Uno incluso con Tarek en Lunargenta hace meses - recordó en ese instante - ¿Y al parecer la pista que tienes lleva a Ciudad Lagarto? No es un comienzo prometedor - adujo levantándose. La humana lo miró. - ¿ Ya está? ¿Así de fácil? - inquirió Iori mirándolo anonadada. - Hemos pasado por mucho - comentó, refiriéndose no solo a ella sino a los otros dos, entre tantas aventuras - ¿Esperabas que a éstas alturas te diese la espalda? -
Meditó un instante en sus palabras. No era tanto que le diese la espalda, pero estaba acostumbrada a otro tipo de independencia en su vida. Entrecerró los ojos mientras se levantaba para ponerse a su lado. - Es un extraño tipo de lealtad el que tienes...- musitó mientras se colocaba de nuevo su bolsa sobre el hombro. - Entonces está decidido. Hacia Ciudad Lagarto - La mirada azul chispeó de anticipación mientras sus ojos se centraban ahora en el camino que tenía por delante, con más ansias que antes de aparecer el elfo.
No quería volver allí. No le gustaba aquel lugar.
Iori resopló y dejó caer los pies descalzos sobre la superficie del agua que fluía en el lavadero. Estaba fría y era fresca. Como el río que cruzaba la parte baja de su aldea. Cerró los ojos imaginando por un momento que estaba allí. Sería verano, al amanecer, El calor no era todavía intenso en el día pero ella ya tenía ganas de disfrutar del frío mordiendo su piel. Le gustaba el frío. Le resultaba vivificante en la forma que tenía de acelerar toda la sangre de su cuerpo para mantener la temperatura. Sonrió mientras rememoraba cómo se escucharía a los pequeños verdejos cantar, en lo alto de las ramas, camuflándose por completo entre las hojas verdes de las copas.
Subiría desnuda, de regreso a su casa, empapada y notando el tacto de la tierra oscura bajo sus pisadas. Y allí, entraría en la cocina, colocaría unas rebanadas de pan sobre la cocina de leña y cuando su aroma inundase la cocina, las serviría en un plato y comería sentada en el banco de madera delante de la huerta. Su sonrisa era muy ancha cuando abrió los ojos, y la realidad la alejó de su ensoñación.
Si deseaba aquel premio, primero tendría que rebuscar en la peor ciudad que había conocido para conseguir dinero con el que sufragar el viaje. Era un todo o nada. Sacó las piernas de golpe y se sentó en el borde de piedra mirando al camino para llenarse de decisión. Pero el camino le proporcionó otra cosa distinta a la decisión. Una ilusión.
Porque, en el momento en el que lo vio pensó que no era real.
La mirada gris de Nousis parecía ligeramente sorprendido, con un aspecto similar al que debía de mostrar ella en aquel instante. - ¿En serio? - inquirió aún congelada en el sitio antes de convencerse de que era real. Él estaba allí. Y ella pensaba aprovecharlo. No le cupo ninguna duda. Sin calzarse, y abandonando tras ella su bolsa y sus botas, la humana echó a correr hacia él con rapidez. - ¡Nousis! ¡Qué sorpresa! - dijo deteniéndose a un metro de él. Nou apenas podía dar crédito. Había pasado poco tiempo desde aquella aventura y la joven continuaba recortándose en su vida. Recordó que todo, o casi todo, salió como confiaba que terminase en Isla Tortuga. Antes de rememorar puntos mucho más mundanos.
La contempló con agrado, evitando centrarse mentalmente en todo lo que había compartido con esa humana - ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Va todo bien? - no estaba seguro qué respuesta al encuentro habría sido la apropiada y no recortó la distancia, pese a que su rostro sí permitía entrever que estaba contento de haberla hallado una vez más.
La humana lo miró de arriba abajo, como comprobando el estado general del elfo. - Veo que todo sigue en su sitio. Buenas noticias para ti, aunque sé que seguro te has esforzado en lo contrario desde lo de la isla - aseguró la humana con un asomo de burla en los labios. - Yo todo bien, estoy metida en un pequeño trabajo en Ciudad Lagarto y la verdad...- miró por encima del hombro a las pertenencias que había abandonado tan alegremente. - No es que me apetezca mucho ahora mismo - exhaló con resignación y colocó las manos en la cadera. - ¿Y que hay sobre ti? - inquirió con una sonrisa.
El elfo frunció el ceño ante la mención de la ciudad de los ladrones - No es el mejor lugar del mundo para llevar a cabo un trabajo - y miró alrededor - Pareces estar sola - puntualizó, buscando dar a entender lo peligroso que era el lugar, sobre todo sin compañía. No obstante, espejó el gesto de la joven - Alguien me ha pedido llevar cierta mercancía a Wulwulfar a cambio de algo que estoy buscando. No he tenido demasiadas opciones - se encogió de hombros. - No eres la única que tiene que pisar ese estercolero. - Los ojos azules lo miraban fijamente mientras hablaba. - ¿A Wulwulfar? ¿Y con qué tiempo cuentas? - inquirió mientras en su mente tomaba una idea forma.
- Confiaba en llevarlo a cabo en unos días, pero no tengo plazo concreto, aunque es algo razonablemente urgente. ¿Qué te ronda la cabeza? - quiso saber con cautela. Iori se acercó, acortando la distancia por primera vez. - Verás... el trabajo que tengo entre manos en teoría es para dos. Cuando me entrevisté con los clientes les aseguré que tenía a un socio que lo haría conmigo. Solo pensaba en el dinero y al principio me pareció una misión fácil...- intentó poner la cara más inocente que pudo alternando entre mirar a Nousis de medio lado y desviar la mirada al suelo. - Pero mentí. La verdad es que estoy sola en esto...-
- Y luego soy yo el que se esfuerza por buscar peligros... - recordó las palabras de la muchacha poco antes - ¿No puedes olvidarte de ese trabajo? Necesito el artículo que me han prometido - sus ojos grises continuaron sobre ella, y a pesar de sus palabras, su tono se alejaba del fastidio o la molestia. Se asemejaba más a la preocupación. La humana ladeó la cabeza y suspiró. - Tienes razón, es egoísta por mi parte. - Puso cara de arrepentimiento y lo miró con un gesto de disculpa. - No te preocupes, me lo sacaré de encima rápidamente - aseguró girando sobre sus talones de regreso al lavadero de piedra. Se sentó en el borde y se inclinó para calzarse de nuevo con las botas.
El elfo la siguió con paso calmado, y se sentó a su lado al borde del agua - Supongo que te debo haberme seguido en todo aquello - comentó cómo una excusa que no suena demasiado real - Si te ocurre algo en ese sitio y yo he podido impedirlo, dudo que Ayl me lo perdonase - ahora sonó incluso menos verídico y más tirando a broma - ¿Qué te lleva allí? - quiso saber directamente.
- Oh bueno, de eso no te quepa duda. Todavía no soy capaz de pensar mucho en todo lo que hemos pasado en esas semanas - indicó la humana con voz mordaz mientras ajustaba las botas y las ataba con firmeza. - Lo que tengo entre manos no se compara a ninguna de tus misiones. Tengo que encontrar al primogénito de una familia noble que ha sido secuestrado. Sus padres lo quieren de vuelta - indicó mirándolo fijamente.
- He trabajado en asuntos semejantes. Uno incluso con Tarek en Lunargenta hace meses - recordó en ese instante - ¿Y al parecer la pista que tienes lleva a Ciudad Lagarto? No es un comienzo prometedor - adujo levantándose. La humana lo miró. - ¿ Ya está? ¿Así de fácil? - inquirió Iori mirándolo anonadada. - Hemos pasado por mucho - comentó, refiriéndose no solo a ella sino a los otros dos, entre tantas aventuras - ¿Esperabas que a éstas alturas te diese la espalda? -
Meditó un instante en sus palabras. No era tanto que le diese la espalda, pero estaba acostumbrada a otro tipo de independencia en su vida. Entrecerró los ojos mientras se levantaba para ponerse a su lado. - Es un extraño tipo de lealtad el que tienes...- musitó mientras se colocaba de nuevo su bolsa sobre el hombro. - Entonces está decidido. Hacia Ciudad Lagarto - La mirada azul chispeó de anticipación mientras sus ojos se centraban ahora en el camino que tenía por delante, con más ansias que antes de aparecer el elfo.
Iori Li
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Paso a paso, sin alejar la mano de la posibilidad de empuñar la espada, la miró un par de veces de reojo. El elfo evitaba acercarse demasiado a ninguno de los habitantes de la hez que se atrevía a denominarse ciudad. Quizá la mayor prueba de orgullo a lo largo y ancho del continente.
En el fondo, la sinceridad arraigó en el espadachín al tratar consigo mismo. Se alegraba de verla en buen estado, sin aparente problemática alguna más allá de morder un trabajo demasiado grande para ella sola. ¿Qué habría hecho de no haberse encontrado ambos? La respuesta le llegó sin necesidad de pensar. Seguir adelante. Esa insana tozudez que le había llevado casi a matarse con Tarek y a obcecarse con lo que estaba convencida que era lo correcto. Pero hubiera deseado no verse con esa humana en esos momentos. Él mismo tenía algo importante entre manos, y después de cuanto había ocurrido en la isla, se hallaba bastante convencido que los pensamientos profundos en ella sobre lo que habían compartido se limitaban a… Sacudió la cabeza, evitando rememorar escenas vívidas en exceso. Él, por otra parte, se había dado cuenta que diferían enormemente en sus modos de encarar ese tipo de asuntos. Él no vivía las relaciones físicas de ese modo. No corría riesgos, y ella era uno. Si ambos estaban de acuerdo, se disfrutaba. Y se olvidaba. Las réplicas podían ocasionar un terremoto, y hacía décadas que no estaba dispuesto a ello.
Dos misiones en una ciudad donde la vida y la bolsa se encontraban en el filo de un acero en cualquier momento, le ayudaría a distraerse, evitando encontrar momentos demasiados cercanos con la campesina.
Sus ojos grises pasearon por las construcciones de ese nido de ladrones, violadores y asesinos, y en él, algo comenzó a emitir una extraña sensación que le costó un poco identificar, relacionada con las gentes que se cruzaban con ellos. En las anteriores ocasiones que se había visto obligado a pernoctar en Ciudad Lagarto, había discernido violencia larvada, interés, arrogancia, envidia o avaricia. En esos momentos predominaba la inquietud, y aquello cambiaba enormemente el panorama global. Pese a todo, no bajó la guardia en momento alguno, cerciorándose que la muchacha continuaba a su lado. Un pequeño puñal envenenado podía abrirse paso desde cualquier grupo poco numeroso. Todo habitante era su enemigo y la confianza, inexistente. Sus pensamientos sobre el veneno lo encauzaron de nuevo al encargo que Fruyo le había pedido: Flor de Nirana.
Sólo dos veces, en viejos tratados de botánica de Sandorai y en la principal biblioteca de Lunargenta, había leído acerca de la variedad que le había sido pedida. Compleja de hallar, y peligrosa para ser utilizada. El extorsionador del hombre-rana no estaba buscando ser tenido por un hombre de caridad. Sin la flor, Nou no obtendría el pergamino. No le gustaba, y tal y como se conocía a sí mismo, vigilaría la entrega. Fruyo podía tener guardias de su casa, pero no pensaba como un mercenario. Le arrebatarían la planta y los chantajes continuarían. Ese funcionario, dedujo el espadachín sombríamente, no se detendría hasta ser obligado con una hoja de acero entre las costillas.
Detuvo a dos jóvenes con una sonrisa, entablando una charla intrascendente, tomando enteramente en cuenta el haberse detenido cerca de uno de los no pocos burdeles de la ciudad. Otros dos buscavidas de espada le miraron con aire socarrón, imaginando que además de la campesina, el elfo buscaba una mayor diversión. Rio en los momentos oportunos, intentando ganárselas con amabilidad y un respeto que no dudaba que tenían pocas oportunidades de sentir.
“El virrey y su hija han desaparecido” Una de tantas frases intercambiadas, donde el elfo no incidió. Quizá esa fuera la respuesta a las extrañas miradas, a los murmullos raudos y a la falta de bandas de guerreros por las calles. Le sorprendía no haber tenido siquiera un encontronazo con algún desecho de la asquerosa población. Si aquello era cierto, cabía en lo posible que aún con un gobernante en la cúspide, varios de los señores del crimen que el lugar albergaba hubiese decidido que era el momento oportuno para ampliar sus áreas de influencia. Se estaban preparando, y si Nousis estaba en lo cierto, la necesidad de salir de allí antes de que todo estallase sería más acuciante a cada hora que transcurriese.
Murió una hora hasta que estuvo lo más satisfecho posible con un lugar para que ambos se alojasen. Su trabajo, si los dioses así lo querían, podía resolverse en poco tiempo. El de Iori en cambio, le hacía preveer una estadía en Ciudad Lagarto de varios días. Hallar desaparecidos nunca era algo agradable, y en su experiencia, primaba tanto la violencia y la mentira como el tintineo del oro para obtener información. Torció el gesto, echando un vistazo a su compañera, recordando cuando algo parecía haberla poseído hasta poner seriamente en riesgo su vida para matar como fuera a la vampiresa líder del nido. Una terquedad que esperaba no fuera necesaria para arrancar los dientes a golpes a un enemigo.
-¿Dos camas o una?- inquirió la joven pelirroja con una sonrisa deslumbrante y un cuchillo colgando del cuello. Nou casi sintió ganas de sonreír. Eso era aquel lugar.
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Aproximarse a Ciudad Lagarto la hizo pasear por los últimos recuerdos que su mente almacenaba de aquel lugar. Guardó silencio, caminando hombro con hombro junto al elfo, apreciando las diferencias que se percibían allí a la luz del día. Lo más iluminado que había visto la última vez, había sido la casa en llamas de la que habían terminado escapando aquella noche Ren y ella.
Ren. A saber qué había sido de su primer hombre lobo.
Destellos de aquel día se arremolinaron en ella, y la humana se encontró escrutando las caras de las personas con las que se cruzada, pensando reconocer en alguna de ellas un rostro familiar de aquella complicada noche. Desde que había terminado entrando por error en el prostíbulo, la cadena de desgracias se había alineado empujándola a salir de aquel lugar en mitad de la madrugada por su vida. Su rostro se tensó al recordar aquella experiencia y sin querer, se acercó más al elfo al caminar, buscando parapetarse en su amplio físico para pasar desapercibida.
Que el virrey y su hija hubiesen desaparecido parecía anticipar inestabilidad lo que era Ciudad Lagarto. La superficie parecía en calma, fluyendo con naturalidad el tipo de servicios que todo el mundo sabía que se ofrecían en aquel lugar. Y sin embargo, la humana conocía lo suficiente como para saber que la falta de líder supondría una auténtica revolución en las capas inferiores. Justo hacia dónde deberían de dirigirse ambos si deseaban obtener información sobre su delicado trabajo. Según se internaron por las calles descubrió con disgusto que las lluvias del día anterior habían caído también allí. El calor de aquella tarde secando el agua que todavía humedecía las calles, elevaba horribles olores que llegaban con claridad hasta su nariz. Fluidos humanos.
Y no de los que a ella le gustaban.
Había atardecido ya, cuando su primera ronda por la ciudad parecía que no les iba a dar más información. El elfo parecía fresco, pero la humana estaba cansada de las últimas jornadas en los caminos. La posibilidad de un alojamiento con una pequeña cama la hizo suspirar. Le encantaría poder descansar el cuerpo en un colchón que cediese a su peso y a su calor. Encontraron un pequeño establecimiento al final de una calle en la que los establecimiento alternaban entre zapaterías, cesterías y una tienda de ungüentos. Parecía una zona tranquila. Al menos en apariencia. Cruzaron juntos la pequeña puerta y el olor intenso de una gran chimenea con mala ventilación los saludó a ambos con el aroma de la madera quemada.
La hermosa dependienta les dedicó una sonrisa al otro lado del mostrador e hizo la pregunta que despertó los temores de Iori. - ¿Dos camas o una? - No tuvo que meter la mano en su monedero para tensarse ante aquello. Tres monedas. Tres escasas monedas era lo que restaba entre sus pertenencias tras la última parada para tomar provisiones. Esperaba ganar una buena cantidad de dinero con aquel trabajo, pero para ello necesitaba terminarlo. Solo entonces cobraría. Y hasta ese momento... quedaban días. Dos habitaciones sería genial, pero, quizá, compartir gastos sería más adecuado...
El elfo estaba delante de ella por lo que una idea asomó en su cabeza en ese momento. Se acercó por su espalda y, deslizando la mano, rebuscó en dónde sabía que Nousis guardaba de forma habitual su bolsa de dinero. La sopesó entre sus dedos disimuladamente y apoyó la mejilla en su omóplato con cuidado. Pegada a él por detrás, susurró de forma que sólo él escuchara. - ¿Cómo vas de dinero? - Él la miró de reojo - Tuve momentos mejores, pero es suficiente. - Las manos de la humana se retiraron, pero persistió con la mejilla apoyada en él hablando solapadamente. - Yo voy algo justa... pero si quieres dos habitaciones está bien - aseguró. El tono de voz del elfo mezcló duda y un puntito de asombro mal disimulado - ¿Quieres una por ahorrarnos unas monedas...? - le preguntó en un volumen más bajo de lo normal.
Y Iori lo recibió como si aquello fuese un puñetazo en el estómago.
Perdió la paciencia ante una sorpresa en él que no comprendió. ¿De qué se extrañaba? ¿Algo en ella daba a entender que nadase en la abundancia? Sintió de alguna manera que el moreno la tachaba de cutre con su reacción y aquello le dolió en el ego. Se apartó con energía y algo molesta, lo hizo a un lado, poniéndose ahora ella delante de la guapa pelirroja. - Dos - indicó colocando una bolsa de cuero que hizo poco ruido encima del mostrador. No iba a volver a pedirle nunca nada que implicase dinero de nuevo. No necesitaba a nadie para saber que era pobre como una rata.
La dependienta la miró sorprendida pero en un segundo, el elfo se colocó entre ella y el mostrador recuperando su posición de nuevo. - ¿Qué demonios te pasa? - y la humana sintió que su tono solo buscaba calmarla. No retrocedió, dejando así que su cuerpo y el del elfo se mantuviesen en un tenso contacto. Clavó los ojos con un brillo enfadado en él y apretó los dientes antes de contestar. - Siento no estar a la altura de los dispendios de un elfo. No te preocupes, ya veré cómo recuperar el dinero. Con suerte terminando este trabajo lo antes posible - apoyó la mano en el hombro de Nousis y tiró de él para intentar apartarlo del mostrador.
Pero fue imposible conseguirlo. Él no se movió, y un punto de comprensión se reflejó en sus ojos grises - ¿Qué tal si antes de volver a mirarme así, te detienes a pensar qué he dicho? - entonces se dio de nuevo la vuelta para encarar a la pelirroja - Si quieres dos, que sean dos. - Los ojos azules se abrieron mucho, parándose en seco tanto por la imposibilidad de mover al elfo con su mano, como por las palabras que él le dedicó. Una reflejo de confusión transformó su expresión molesta y al segundo siguiente se encontraba mirando la espalda del elfo. - Perfecto, dos habitaciones entonces... - comenzó a decir la muchacha, con un tono divertido en la voz tras la escena. - Oh... un momento...- empezó a murmurar bajando la voz. Pasó las páginas de un pequeño libro que tenía consigo. La suerte de leer. Tras asegurarse de algo, alzó de nuevo la cara con expresión arrepentida en el rostro. - El cliente de la habitación con la que contaba ha extendido su alojamiento esta mañana. Me temo que ahora mismo solo dispongo de una alcoba...- los miró dudosa alternando la vista entre uno y otra.
Nousis parecía tenerlo claro. - Tendrás que aguantarte - se encogió él de hombros, y subió las escaleras sin añadir nada más. Iori lo miró entrecerrando los ojos, de manera desafiante - Para mí no es un problema - aseguró resoplando tras él y darse unos segundos, antes de seguirlo hacia arriba. Los escalones de madera crujieron bajo sus pies mientras ascendía a la primera planta. Él había dejado la puerta abierta para ella y la humana la cerró tras de si cuando entró. - Quédate la cama - dijo sin mirarla, quitándose poco a poco capa reforzada y armadura. Era un proceso lento que el elfo hacía con elegancia. La mirada de Iori no se apartó de él. - Hay sitio para los dos -
Él tardó deliberadamente un poco en responder. Parecía algo molesto aún y sus palabras pese a ello no llevaban ira - Quizá cuando entiendas que no todo lo que hago intenta atacarte. - Nou la contempló deteniéndose un instante, de una forma que a la humana le pareció indescifrable. Se apoyó con el peso de su espalda en la puerta y colocó las manos tras ella, engarzando los dedos. - Lo siento... Interpreté mal tu sorpresa de antes - susurró tan bajito que pensó que el elfo no la escucharía. - Gracias... - asintió en un volumen más normal que ella, terminando hasta quedar con la camisa y los pantalones, y se dirigió entonces a la cama.
La morena entrecerró los ojos sin moverse de su posición, sintiéndose rígida por la tensión de la pequeña discusión estúpida. Nousis estaba allí por ella. Porque ella se lo había pedido. Desinteresadamente y dispuesto a ayudarla. Y ella le regalaba su desprecio y su orgullo herido viendo ofensas en donde no había nada. - ¿Quieres algo de cenar? - inquirió mirando hacia el suelo. Tenía que salir de allí. - Iré a pedirlo abajo - respondió con una tonalidad un poco cansada pero carente de agresividad. Más cálida que antes. - Voy yo - aseguró con más ansia de la que debería de imprimir. - ¿Quieres algo en particular? - inquirió descorriendo el seguro que mantenía cerrada la puerta desde dentro, antes de girar el pomo. - Cualquier cosa estará bien - contestó, acompañado con un gesto de la mano anotando cierta indiferencia al respecto - Ten cuidado - pidió - Aquí es necesario vigilar a todo el mundo.- Iori asintió pero no añadió nada más. Salió con rapidez, haciendo algo de ruido al precipitarse fuera y una vez en el pasillo respiró largamente. Sentía que había estado conteniendo el aliento allí dentro con él.
El ambiente en la parte de abajo estaba tan cargado como cuando entraron por primera vez. Sin duda el tiro de la chimenea no estaba funcionando bien. Se sentó en un extremo de la barra, observando el ambiente y oteando por encima las comidas que se veían servidas en las mesas. Faltaban algunas personas para que se llenara por lo menos la mitad del aforo, pero eran tan ruidosos en sus charlas que la sensación que daba era de local lleno. Agradeció con una sonrisa a la mesera la jarra con el vaso de agua que le proporcionó, y observó la pequeña carta manchada de aceite que le dejó delante. Aparentó leerla aunque apenas la miró por encima con curiosidad.
Aquellos símbolos humanos eran muy diferentes a la inscripción élfica del anillo que había tenido. El significado de cualquiera de los dos idiomas era un misterio para ella, de manera que únicamente podía apreciar las diferencias en su trazos que, a sus ojos, resultaban tan llamativos. Tarek. Pensar en el brillo verdoso de sus ojos la puso de mal humor. Y alimentar aquel tipo de fuego cuando Nousis estaba arriba esperando por ella no era buena idea. No quería regresar y perderse en malas actitudes por culpa de su lengua. - He visto lo que le habéis servido a esa pareja - indicó cuando la muchacha que servía en la planta baja pasó a su lado. - Oh, el guiso de la casa. Es uno de nuestros platos habituales cada día. ¿Desea dos raciones? - inquirió con una amable sonrisa. Era bonita. En otro momento, en otras circunstancias. Pero aquella noche no le apetecía. - No, solo una por favor. Y una jarra de cerveza - se apresuró a añadir antes de que la chica desapareciese por la puerta de la cocina con la comanda.
Había pasado un buen rato cuando la humana regresó cerrando la puerta tras ella. - Tenían varias cosas disponibles, pero el guiso del día tiene buena pinta - indicó acercándose a la única mesa rudimentaria que había a un lado de la habitación. - Espero haber elegido bien - indicó dejando un cuenco de barro lleno, acompañado de una jarra de cerveza. - Está muy bien- confirmó el elfo, paseando los ojos por las viandas - Bastante mejor de que esperaba de éste lugar.- Iori esbozó una sonrisa y volvió a la expresión pensativa que había adquirido estando fuera de la habitación. Dio la espalda a Nousis y dejando la alforja colgada del perchero de pared que había a la entrada de la habitación, comenzó a desnudarse de forma automática.
- ¿Tú no comes?- escuchó su voz preguntar de manera clara tras ella. - He comido algo abajo - mintió, colocando las botas en su sitio y colgando la falda al lado de la alforja. Se llevó las manos a la camisa y comenzó a desabrocharla. Nou se acercó a la ventana, torciendo el gesto, y empezó a comer de manera lenta y mecánica, como si fuese una tarea que llevar a cabo lo antes posible sin aliciente alguno.
Ella alargó el colocar la ropa, y quedando en una pequeña camisa interior, se acercó al aparador en el que descansaba una jofaina llena de agua. Humedeció un pequeño paño que llevaba consigo dentro de la alforja, y bajó ligeramente los tirantes de su camisa interior. Aunque fuera superficialmente, limpió lo que pudo su cuerpo de la jornada de calor y viaje, tomándose deliberadamente tiempo y alargando con lentitud la tarea. Se sentía insegura. Estaba asustada. Asustada de pasar la noche durmiendo finalmente con él. La idea que no parecía mala abajo, en el mostrador de la entrada, se había revelado ante ella como una situación en la que no sabía como comportarse. Ya no sería como cualquiera de las otras veces en las que durmieron juntos, el uno cerca del otro. En el camarote estrecho de un barco o en el escondite de unos esclavistas bajo tierra.
Desde aquella noche en el bosque, las cosas ya eran distintas.
Se sobresaltó ligeramente cuando escuchó el sonido de la cazuelita de barro al ser apoyada de nuevo en la mesa. Iori miró por encima de su hombro y lo observó. Vacío. El elfo apuró un trago de la cerveza y ella volvió a girar la cabeza con actitud concentrada en lo suyo. Dejando a un lado el paño húmedo sacudió el cabello hacia abajo y, alzándose de nuevo, paseó los dedos entre la melena castaña que caía a un lado de su hombro, en un primitivo gesto para peinar los mechones ligeramente. Nou dio varios pasos hasta colocarse delante de ella, a unos metros apoyado en la pared y cruzado de brazos. Estaba sonriendo, sin perder detalle de como ella peinaba el cabello. En realidad, su sonrisa encerraba un punto de burla. Una burla que fue evidente cuando ella se decidió a mirarlo. Estaba esperando con paciencia su turno.
Iori intento ignorarlo al principio, pero por la quietud de elfo frente a ella le dirigió una mirada de soslayo. Respondió enarcando una ceja y suspiró antes de alzarse. - Es que perdí el peine ¿sabes? - respondió de forma sardónica antes de girarse para ser ella ahora la que avanzó hacia la ventana. El alfeizar era estrecho y la ventana de madera estaba tapada con unos ligeros cristales finos como un vaso. La humana deslizó el trasero hasta sentarse justo en el hueco de la ventana, apoyando los pies en el marco, manteniendo de esa manera un delicado equilibrio. Tomó las puntas del cabello que caían sobre su pecho y de forma distraída, comenzó a trenzarlas una y otra vez.
Nou no perdió la sonrisa, y tomando el agua utilizada por ella antes de volver a llenar el cuenco con el remanente de la jarra, se dirigió a la ventana para echarla por allí - Esta calle nunca habrá olido mejor - comentó al hacerlo. Fue ahora el turno del moreno de asearse, y sacó la camisa con un gesto rápido por la cabeza para poder limpiar el sudor y polvo que se había pegado a su torso. A la humana no se le pasó desapercibida la forma en la que sus músculos se movían bajo la piel en aquellos movimientos de aseo mientras se limpiaba con el agua. - Esta noche deberemos de descansar bien. No sabemos qué nos esperará mañana - murmuró con voz lenta, mirando de medio lado el cuerpo que el elfo le estaba enseñando en aquel instante.
Él continuó aseándose mientras mastica algo para los dientes. Al terminar, dejó la espada donde podía tomarla rápido ante cualquier imprevisto, al alcance de la mano - Cuanto antes abandonemos este lugar - dijo refiriéndose claramente a Ciudad Lagarto - tanto mejor. Mañana que pasado - clavó entonces en ella sus ojos grises - Tienes razón - asintió, sentándose en la cama para acostarse después. Iori no se movió. Lo observó en silencio, sopesando cuánto espacio quedaba en la cama para ella. - ¿Dormirás ahí? - inquirió con un tono que casi parecía una manera de tirarle del genio. Tardó en responder. - No... tranquilo. Tú vete durmiendo - aseguró con una voz baja y controlada. De un salto se levantó y se dirigió a las velas que iluminaban la estancia para apagarlas. Nou no la escuchó moverse de nuevo, pero en unos segundos, la tenue claridad que entraba por la ventana se vio recortada por la figura de Iori, de pie delante del cristal otra vez.
Nunca, en todos los años de vida que tenía, había compartido cama con una persona con la que había tenido sexo. Aquella era su primera vez y sentía temor ante lo que podía significar. Sabía que las personas que eran amantes frecuentes disfrutaban de situaciones como aquellas, en las que además de lo sexual compartían mimos y atenciones de personas que establecen lazos. Aquel no eran en absoluto el punto que tenían en común Nousis y ella, y aún así... verse en esa situación le daba reparo. No supo cuánto tiempo estuvo de pie, mirando desde la ventana la silueta del elfo. Parecía ya dormido, y aún así a ella le costó decidirse.
Aventuró al fin sus pasos hacia la cama, y fue evidente que entraba en ella cuando el colchón descendió ligeramente a su peso. Se tumbó sin hacer ruido pegada al borde, y de cara al elfo. Darle la espalda ya hubiera sido demasiado. Un gesto de abandono y confianza total que implicaba un nivel de intimidad con el que no podía lidiar. Cerró los ojos y dejó que la calidez de la cama la fuese absorbiendo, dejando que la pesadez de su cuerpo se descargase. Estuvo muy atenta a él, para reconocer cualquier movimiento que le dijese algo. Parecía profundamente dormido, y el nivel de alerta en Iori se fue aflojando a medida que su sueño ganaba.
Lo último que pensó fue en el joven heredero al que habían ido a buscar.
Ren. A saber qué había sido de su primer hombre lobo.
Destellos de aquel día se arremolinaron en ella, y la humana se encontró escrutando las caras de las personas con las que se cruzada, pensando reconocer en alguna de ellas un rostro familiar de aquella complicada noche. Desde que había terminado entrando por error en el prostíbulo, la cadena de desgracias se había alineado empujándola a salir de aquel lugar en mitad de la madrugada por su vida. Su rostro se tensó al recordar aquella experiencia y sin querer, se acercó más al elfo al caminar, buscando parapetarse en su amplio físico para pasar desapercibida.
Que el virrey y su hija hubiesen desaparecido parecía anticipar inestabilidad lo que era Ciudad Lagarto. La superficie parecía en calma, fluyendo con naturalidad el tipo de servicios que todo el mundo sabía que se ofrecían en aquel lugar. Y sin embargo, la humana conocía lo suficiente como para saber que la falta de líder supondría una auténtica revolución en las capas inferiores. Justo hacia dónde deberían de dirigirse ambos si deseaban obtener información sobre su delicado trabajo. Según se internaron por las calles descubrió con disgusto que las lluvias del día anterior habían caído también allí. El calor de aquella tarde secando el agua que todavía humedecía las calles, elevaba horribles olores que llegaban con claridad hasta su nariz. Fluidos humanos.
Y no de los que a ella le gustaban.
Había atardecido ya, cuando su primera ronda por la ciudad parecía que no les iba a dar más información. El elfo parecía fresco, pero la humana estaba cansada de las últimas jornadas en los caminos. La posibilidad de un alojamiento con una pequeña cama la hizo suspirar. Le encantaría poder descansar el cuerpo en un colchón que cediese a su peso y a su calor. Encontraron un pequeño establecimiento al final de una calle en la que los establecimiento alternaban entre zapaterías, cesterías y una tienda de ungüentos. Parecía una zona tranquila. Al menos en apariencia. Cruzaron juntos la pequeña puerta y el olor intenso de una gran chimenea con mala ventilación los saludó a ambos con el aroma de la madera quemada.
La hermosa dependienta les dedicó una sonrisa al otro lado del mostrador e hizo la pregunta que despertó los temores de Iori. - ¿Dos camas o una? - No tuvo que meter la mano en su monedero para tensarse ante aquello. Tres monedas. Tres escasas monedas era lo que restaba entre sus pertenencias tras la última parada para tomar provisiones. Esperaba ganar una buena cantidad de dinero con aquel trabajo, pero para ello necesitaba terminarlo. Solo entonces cobraría. Y hasta ese momento... quedaban días. Dos habitaciones sería genial, pero, quizá, compartir gastos sería más adecuado...
El elfo estaba delante de ella por lo que una idea asomó en su cabeza en ese momento. Se acercó por su espalda y, deslizando la mano, rebuscó en dónde sabía que Nousis guardaba de forma habitual su bolsa de dinero. La sopesó entre sus dedos disimuladamente y apoyó la mejilla en su omóplato con cuidado. Pegada a él por detrás, susurró de forma que sólo él escuchara. - ¿Cómo vas de dinero? - Él la miró de reojo - Tuve momentos mejores, pero es suficiente. - Las manos de la humana se retiraron, pero persistió con la mejilla apoyada en él hablando solapadamente. - Yo voy algo justa... pero si quieres dos habitaciones está bien - aseguró. El tono de voz del elfo mezcló duda y un puntito de asombro mal disimulado - ¿Quieres una por ahorrarnos unas monedas...? - le preguntó en un volumen más bajo de lo normal.
Y Iori lo recibió como si aquello fuese un puñetazo en el estómago.
Perdió la paciencia ante una sorpresa en él que no comprendió. ¿De qué se extrañaba? ¿Algo en ella daba a entender que nadase en la abundancia? Sintió de alguna manera que el moreno la tachaba de cutre con su reacción y aquello le dolió en el ego. Se apartó con energía y algo molesta, lo hizo a un lado, poniéndose ahora ella delante de la guapa pelirroja. - Dos - indicó colocando una bolsa de cuero que hizo poco ruido encima del mostrador. No iba a volver a pedirle nunca nada que implicase dinero de nuevo. No necesitaba a nadie para saber que era pobre como una rata.
La dependienta la miró sorprendida pero en un segundo, el elfo se colocó entre ella y el mostrador recuperando su posición de nuevo. - ¿Qué demonios te pasa? - y la humana sintió que su tono solo buscaba calmarla. No retrocedió, dejando así que su cuerpo y el del elfo se mantuviesen en un tenso contacto. Clavó los ojos con un brillo enfadado en él y apretó los dientes antes de contestar. - Siento no estar a la altura de los dispendios de un elfo. No te preocupes, ya veré cómo recuperar el dinero. Con suerte terminando este trabajo lo antes posible - apoyó la mano en el hombro de Nousis y tiró de él para intentar apartarlo del mostrador.
Pero fue imposible conseguirlo. Él no se movió, y un punto de comprensión se reflejó en sus ojos grises - ¿Qué tal si antes de volver a mirarme así, te detienes a pensar qué he dicho? - entonces se dio de nuevo la vuelta para encarar a la pelirroja - Si quieres dos, que sean dos. - Los ojos azules se abrieron mucho, parándose en seco tanto por la imposibilidad de mover al elfo con su mano, como por las palabras que él le dedicó. Una reflejo de confusión transformó su expresión molesta y al segundo siguiente se encontraba mirando la espalda del elfo. - Perfecto, dos habitaciones entonces... - comenzó a decir la muchacha, con un tono divertido en la voz tras la escena. - Oh... un momento...- empezó a murmurar bajando la voz. Pasó las páginas de un pequeño libro que tenía consigo. La suerte de leer. Tras asegurarse de algo, alzó de nuevo la cara con expresión arrepentida en el rostro. - El cliente de la habitación con la que contaba ha extendido su alojamiento esta mañana. Me temo que ahora mismo solo dispongo de una alcoba...- los miró dudosa alternando la vista entre uno y otra.
Nousis parecía tenerlo claro. - Tendrás que aguantarte - se encogió él de hombros, y subió las escaleras sin añadir nada más. Iori lo miró entrecerrando los ojos, de manera desafiante - Para mí no es un problema - aseguró resoplando tras él y darse unos segundos, antes de seguirlo hacia arriba. Los escalones de madera crujieron bajo sus pies mientras ascendía a la primera planta. Él había dejado la puerta abierta para ella y la humana la cerró tras de si cuando entró. - Quédate la cama - dijo sin mirarla, quitándose poco a poco capa reforzada y armadura. Era un proceso lento que el elfo hacía con elegancia. La mirada de Iori no se apartó de él. - Hay sitio para los dos -
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Él tardó deliberadamente un poco en responder. Parecía algo molesto aún y sus palabras pese a ello no llevaban ira - Quizá cuando entiendas que no todo lo que hago intenta atacarte. - Nou la contempló deteniéndose un instante, de una forma que a la humana le pareció indescifrable. Se apoyó con el peso de su espalda en la puerta y colocó las manos tras ella, engarzando los dedos. - Lo siento... Interpreté mal tu sorpresa de antes - susurró tan bajito que pensó que el elfo no la escucharía. - Gracias... - asintió en un volumen más normal que ella, terminando hasta quedar con la camisa y los pantalones, y se dirigió entonces a la cama.
La morena entrecerró los ojos sin moverse de su posición, sintiéndose rígida por la tensión de la pequeña discusión estúpida. Nousis estaba allí por ella. Porque ella se lo había pedido. Desinteresadamente y dispuesto a ayudarla. Y ella le regalaba su desprecio y su orgullo herido viendo ofensas en donde no había nada. - ¿Quieres algo de cenar? - inquirió mirando hacia el suelo. Tenía que salir de allí. - Iré a pedirlo abajo - respondió con una tonalidad un poco cansada pero carente de agresividad. Más cálida que antes. - Voy yo - aseguró con más ansia de la que debería de imprimir. - ¿Quieres algo en particular? - inquirió descorriendo el seguro que mantenía cerrada la puerta desde dentro, antes de girar el pomo. - Cualquier cosa estará bien - contestó, acompañado con un gesto de la mano anotando cierta indiferencia al respecto - Ten cuidado - pidió - Aquí es necesario vigilar a todo el mundo.- Iori asintió pero no añadió nada más. Salió con rapidez, haciendo algo de ruido al precipitarse fuera y una vez en el pasillo respiró largamente. Sentía que había estado conteniendo el aliento allí dentro con él.
El ambiente en la parte de abajo estaba tan cargado como cuando entraron por primera vez. Sin duda el tiro de la chimenea no estaba funcionando bien. Se sentó en un extremo de la barra, observando el ambiente y oteando por encima las comidas que se veían servidas en las mesas. Faltaban algunas personas para que se llenara por lo menos la mitad del aforo, pero eran tan ruidosos en sus charlas que la sensación que daba era de local lleno. Agradeció con una sonrisa a la mesera la jarra con el vaso de agua que le proporcionó, y observó la pequeña carta manchada de aceite que le dejó delante. Aparentó leerla aunque apenas la miró por encima con curiosidad.
Aquellos símbolos humanos eran muy diferentes a la inscripción élfica del anillo que había tenido. El significado de cualquiera de los dos idiomas era un misterio para ella, de manera que únicamente podía apreciar las diferencias en su trazos que, a sus ojos, resultaban tan llamativos. Tarek. Pensar en el brillo verdoso de sus ojos la puso de mal humor. Y alimentar aquel tipo de fuego cuando Nousis estaba arriba esperando por ella no era buena idea. No quería regresar y perderse en malas actitudes por culpa de su lengua. - He visto lo que le habéis servido a esa pareja - indicó cuando la muchacha que servía en la planta baja pasó a su lado. - Oh, el guiso de la casa. Es uno de nuestros platos habituales cada día. ¿Desea dos raciones? - inquirió con una amable sonrisa. Era bonita. En otro momento, en otras circunstancias. Pero aquella noche no le apetecía. - No, solo una por favor. Y una jarra de cerveza - se apresuró a añadir antes de que la chica desapareciese por la puerta de la cocina con la comanda.
Había pasado un buen rato cuando la humana regresó cerrando la puerta tras ella. - Tenían varias cosas disponibles, pero el guiso del día tiene buena pinta - indicó acercándose a la única mesa rudimentaria que había a un lado de la habitación. - Espero haber elegido bien - indicó dejando un cuenco de barro lleno, acompañado de una jarra de cerveza. - Está muy bien- confirmó el elfo, paseando los ojos por las viandas - Bastante mejor de que esperaba de éste lugar.- Iori esbozó una sonrisa y volvió a la expresión pensativa que había adquirido estando fuera de la habitación. Dio la espalda a Nousis y dejando la alforja colgada del perchero de pared que había a la entrada de la habitación, comenzó a desnudarse de forma automática.
- ¿Tú no comes?- escuchó su voz preguntar de manera clara tras ella. - He comido algo abajo - mintió, colocando las botas en su sitio y colgando la falda al lado de la alforja. Se llevó las manos a la camisa y comenzó a desabrocharla. Nou se acercó a la ventana, torciendo el gesto, y empezó a comer de manera lenta y mecánica, como si fuese una tarea que llevar a cabo lo antes posible sin aliciente alguno.
Ella alargó el colocar la ropa, y quedando en una pequeña camisa interior, se acercó al aparador en el que descansaba una jofaina llena de agua. Humedeció un pequeño paño que llevaba consigo dentro de la alforja, y bajó ligeramente los tirantes de su camisa interior. Aunque fuera superficialmente, limpió lo que pudo su cuerpo de la jornada de calor y viaje, tomándose deliberadamente tiempo y alargando con lentitud la tarea. Se sentía insegura. Estaba asustada. Asustada de pasar la noche durmiendo finalmente con él. La idea que no parecía mala abajo, en el mostrador de la entrada, se había revelado ante ella como una situación en la que no sabía como comportarse. Ya no sería como cualquiera de las otras veces en las que durmieron juntos, el uno cerca del otro. En el camarote estrecho de un barco o en el escondite de unos esclavistas bajo tierra.
Desde aquella noche en el bosque, las cosas ya eran distintas.
Se sobresaltó ligeramente cuando escuchó el sonido de la cazuelita de barro al ser apoyada de nuevo en la mesa. Iori miró por encima de su hombro y lo observó. Vacío. El elfo apuró un trago de la cerveza y ella volvió a girar la cabeza con actitud concentrada en lo suyo. Dejando a un lado el paño húmedo sacudió el cabello hacia abajo y, alzándose de nuevo, paseó los dedos entre la melena castaña que caía a un lado de su hombro, en un primitivo gesto para peinar los mechones ligeramente. Nou dio varios pasos hasta colocarse delante de ella, a unos metros apoyado en la pared y cruzado de brazos. Estaba sonriendo, sin perder detalle de como ella peinaba el cabello. En realidad, su sonrisa encerraba un punto de burla. Una burla que fue evidente cuando ella se decidió a mirarlo. Estaba esperando con paciencia su turno.
Iori intento ignorarlo al principio, pero por la quietud de elfo frente a ella le dirigió una mirada de soslayo. Respondió enarcando una ceja y suspiró antes de alzarse. - Es que perdí el peine ¿sabes? - respondió de forma sardónica antes de girarse para ser ella ahora la que avanzó hacia la ventana. El alfeizar era estrecho y la ventana de madera estaba tapada con unos ligeros cristales finos como un vaso. La humana deslizó el trasero hasta sentarse justo en el hueco de la ventana, apoyando los pies en el marco, manteniendo de esa manera un delicado equilibrio. Tomó las puntas del cabello que caían sobre su pecho y de forma distraída, comenzó a trenzarlas una y otra vez.
Nou no perdió la sonrisa, y tomando el agua utilizada por ella antes de volver a llenar el cuenco con el remanente de la jarra, se dirigió a la ventana para echarla por allí - Esta calle nunca habrá olido mejor - comentó al hacerlo. Fue ahora el turno del moreno de asearse, y sacó la camisa con un gesto rápido por la cabeza para poder limpiar el sudor y polvo que se había pegado a su torso. A la humana no se le pasó desapercibida la forma en la que sus músculos se movían bajo la piel en aquellos movimientos de aseo mientras se limpiaba con el agua. - Esta noche deberemos de descansar bien. No sabemos qué nos esperará mañana - murmuró con voz lenta, mirando de medio lado el cuerpo que el elfo le estaba enseñando en aquel instante.
Él continuó aseándose mientras mastica algo para los dientes. Al terminar, dejó la espada donde podía tomarla rápido ante cualquier imprevisto, al alcance de la mano - Cuanto antes abandonemos este lugar - dijo refiriéndose claramente a Ciudad Lagarto - tanto mejor. Mañana que pasado - clavó entonces en ella sus ojos grises - Tienes razón - asintió, sentándose en la cama para acostarse después. Iori no se movió. Lo observó en silencio, sopesando cuánto espacio quedaba en la cama para ella. - ¿Dormirás ahí? - inquirió con un tono que casi parecía una manera de tirarle del genio. Tardó en responder. - No... tranquilo. Tú vete durmiendo - aseguró con una voz baja y controlada. De un salto se levantó y se dirigió a las velas que iluminaban la estancia para apagarlas. Nou no la escuchó moverse de nuevo, pero en unos segundos, la tenue claridad que entraba por la ventana se vio recortada por la figura de Iori, de pie delante del cristal otra vez.
Nunca, en todos los años de vida que tenía, había compartido cama con una persona con la que había tenido sexo. Aquella era su primera vez y sentía temor ante lo que podía significar. Sabía que las personas que eran amantes frecuentes disfrutaban de situaciones como aquellas, en las que además de lo sexual compartían mimos y atenciones de personas que establecen lazos. Aquel no eran en absoluto el punto que tenían en común Nousis y ella, y aún así... verse en esa situación le daba reparo. No supo cuánto tiempo estuvo de pie, mirando desde la ventana la silueta del elfo. Parecía ya dormido, y aún así a ella le costó decidirse.
Aventuró al fin sus pasos hacia la cama, y fue evidente que entraba en ella cuando el colchón descendió ligeramente a su peso. Se tumbó sin hacer ruido pegada al borde, y de cara al elfo. Darle la espalda ya hubiera sido demasiado. Un gesto de abandono y confianza total que implicaba un nivel de intimidad con el que no podía lidiar. Cerró los ojos y dejó que la calidez de la cama la fuese absorbiendo, dejando que la pesadez de su cuerpo se descargase. Estuvo muy atenta a él, para reconocer cualquier movimiento que le dijese algo. Parecía profundamente dormido, y el nivel de alerta en Iori se fue aflojando a medida que su sueño ganaba.
Lo último que pensó fue en el joven heredero al que habían ido a buscar.
Iori Li
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Al despertar, estaba solo. Sin levantar la cabeza, sintió un olor familiar en las sábanas, hijo de los productos que ella utilizaba y dejaban perfumes que evocaban a la naturaleza. Aquello confirmaba que había dormido junto a él, después de que el elfo se entregase al sueño. Hallándose de lado, se colocó boca arriba, con las manos detrás de la cabeza, observando el techo de la habitación. Sí, la resolución de la discusión había sido rápida, pero una vez más, la muchacha había sacado las uñas por un comentario intrascendente. Nou suspiró, rememorando lo sencillas que habían resultado las cosas en tantas otras ocasiones. Con ella parecía ir de lucha en lucha, reafirmando la idea que lo había asaltado al encontrarla. Involucrarse de nuevo sería nadar a contracorriente en un río de montaña. Terminarían aquel trabajo, se aseguraría de que ella se alejase del nido de víboras ilesa, y continuaría su propia misión sin más sobresaltos que los habituales.
Se sentó en la cama, antes de levantarse y estirar los hombros. Mudó el gesto en un rostro de preocupación. Sí, confiaba en las habilidades que le había visto utilizar, menos, en cambio, en que no se metiera en asuntos graves. Por orgullo podía haber decidido dejarle allí y comenzar la búsqueda del muchacho en solitario. Ya reconocía en ella una independencia mantenida con fiereza. Las sucesivas conversaciones en Lunagenta, Urd o Isla Tortuga habían resultado un extraño baile con pasos adelante y atrás.
Se lavó la cara, colocándose las botas, la armadura y la capa con la mayor rapidez que le fue posible, desenmarañando la melena con unas cuantas pasadas de unos dedos limpios. Descendió las escaleras, y una vez abajo, paseó la mirada a lo largo de todo en salón, con la esperanza de encontrarla sencillamente desayunando. Habría sido demasiado fácil.
Pensando que no podía perder tiempo en tomar un primer refrigerio antes de seguir la pista a la campesina, salió de la posada, seguido por varios pares de ojos cuyas intenciones podía presuponer entre varias poco halagüeñas. ¿Dónde habría ido? Se preguntó mirando a todos lados, algo molesto por haber sido dejado en la habitación como equipaje. A fin de cuentas, se había unido a todo aquello para ayudarla. Si decidía hacerlo sola, carecía de sentido.
Preguntó a dos sujetos con más apariencia de bandidos que de cualquier otra cosa. No era difícil describir a Iori, y de verla, la recordarían. Lo catalogaron en unos segundos como presa complicada de resolver un asunto con acero, y respondieron con cierta desgana. Siguiendo sus indicaciones, se dirigió a la zona donde se habían edificado la mayor parte de los burdeles de la ciudad. Para aumentar su ira, fue interpelado por un humano con hábitos sacerdotales, descalzo, y cuya mirada mostraba signos de extravío.
-¡Loa a Él, elfo! ¡El señor te observa, te mira vigila!¡El señor te quiere con sus elegidos, no reniegues del señor! – pese a apretar el paso, aquel desgraciado lo seguía como un perro- ¡Has sido escogido para formar parte de los inmortales, bendice su nombre y sígueme para u a vida plena!
-Tengo asuntos que atender clérigo, y Anar e Isil merecen todas mis plegarias- trató de zafarse inútilmente.
-¡Pero Habakhuk te dará la vida eterna elfo! ¡Sólo los elegidos pueden tomar este camino, y Él, quien me habla, te ha escogido!
Nousis se detuvo en seco. Él había leído aquel nombre con anterioridad. La figura mística de la ralea vampírica. ¿Qué demonios hacía un humano predicando algo así? Clavó sus ojos en la mirada del proselitista, fríos, vengativos.
-Si me fuera posible- aseguró- utilizaría a tu supuesto dios como a un tronco enviado para leña. Debes tener muy limitada inteligencia, siendo una oveja buscando aumentar la jauría.
Pero el humano no se arredró en absoluto.
-¡Él es el futuro! -alzó más la voz, con lo que varios viandantes rieron con escaso disimulo, alguno de los cuales señaló al elfo por su evidente irritación- ¡Ve con los elegidos! ¡Acompáñame a la verdad!
Por fortuna, accedió al primer burdel, y el guardia presente, a todas luces un mero asesino de espalda ancha y una gran cicatriz en el brazo derecho, cerró el paso al sacerdote, quien continuó sus oraciones en la puerta para conseguir “la felicidad del elfo”. La regente del prostíbulo aseguró no haber visto a Iori, tras lo cual le ofreció una pléyade de hermosuras de, aseguraba, semejante cabello oscuro y atributos que le harían olvidarla en media hora. El espadachín negó con un gesto y abandonó el local, encaminándose al siguiente, sopesando con total seriedad si desenvainar y clavar si espada en el estómago del maldito predicador.
Sin embargo, por fin tuvo suerte.
Incluso de espaldas, reconoció a la humana sin el menor problema. Dos mujeres más la acompañaban, una jovencita que debía frisar escasamente la veintena y otra de bastante más edad, cuya vestimenta anunciaba una modesta riqueza.
-¡Un nuevo cliente!- saludó la segunda, ante lo que tanto la campesina como la muchachita se giraron para echar un vistazo. El elfo dedicó a la fémina con la que había dormido la noche anterior una leve sonrisa lastrada por una muda petición de explicaciones.
-Me temo que no- cortó el aludido- He venido buscando a alguien, y ya la he encontrado.
La propietaria reevaluó la situación con presteza, y retomó una sonrisa radiante.
-Entonces, quizá puedas convencer a tu amiga- la dueña del local caminó alrededor de Iori al tiempo que hablaba- Yo conozco casi todo cuanto ocurre en Ciudad Lagarto, y he ofrecido un trato más que justo. Un día y una noche de trabajo para mí, con las ganancias a medias. Eres una autentica belleza- se dirigió a la campesina- y pagarían fortunas por compartir tu lecho. ¿Qué me dices, joven?
El rostro del elfo se crispó en una mueca que presagiaba verdaderos problemas.
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Estrechó los ojos con la primera claridad de la mañana, observando muy quieta la silueta de Nousis. Se había despertado sola al romper el alba. La tensión en su espalda le reveló que había dormido parcialmente destapada toda la noche. Había caído al sueño, agobiada pensando en no acercarse a él, hasta el punto de tener medio cuerpo al borde de la cama. Ahora, al inicio de un nuevo día, la humana observaba sentada, a los pies del colchón que compartían, la figura durmiente del elfo.
La luz se iba recortando, permitiéndole dilucidar con claridad unos rasgos que conocía bien. La expresión de la humana era inescrutable, según ella iba analizando cada facción de su compañero. Parecía relajado. No recordaba haber tenido la oportunidad antes de verlo así. Ocupaba con su cuerpo más de la mitad de la cama y semejaba ajeno al escrutinio al que ella lo estaba sometiendo. Estaba ligeramente sorprendida, dado que a lo largo de sus viajes juntos, había percibido en él una actitud pronta a la actividad, y de permanente guardia que lo sacaba pronto del sueño. Allí en cambio, parecía de alguna manera... vulnerable.
Observó las cejas oscuras enmarcando los ojos cerrados. Sus pestañas largas acariciaban el inicio de sus mejillas, y la línea de su rostro se extendía hasta llegar a un mentón marcado, que con tanto placer ella había mordido en las últimas ocasiones. Los labios estaban cerrados y relajados, y su piel clara permitía adivinar, aún en la distancia, la suavidad asombrosa que tenía para tratarse de un varón. No era una belleza a la que ella estuviese acostumbrada de entrada, pero había un atractivo innegable en él. Una belleza que lo hacía extraordinariamente deseable para ella. Y en contra de lo que solía ocurrirle, haber tenido relaciones juntos, en lugar de saciarla le había dado más ganas de él.
Ella no había dormido con el abandono con el que él lo hacía, desde luego. Y eso era algo que Iori tenía que resolver en su cabeza. Frunció el ceño, como primer gesto claro de contrariedad en la mañana. Habían tenido sexo juntos, aquello lo había encuadrado en la categoría de "amante". Y ella no compartía situaciones como aquellas con un amante. Pero no podía negar que antes de eso, habían pasado juntos por muchas cosas. Escenas salteadas de todo lo que habían experimentado en los últimos meses, de la ayuda mutua y de la extraña lealtad que se profesaban llenaron como un río en invierno su mente. No, estaba claro que Nousis no era un amante común.
En sus viajes, muchas veces habían descansado juntos, velando mutuamente sus sueños en un grado de intimidad similar al que habían pasado en esa última noche. Pero la cercanía de su piel, y el mordisco insistente del deseo en su cabeza la habían hecho dudar. La habían hecho pensar que quizá había algo más allá de lo que a simple vista se veía. Sexo y fidelidad.
La luz que entraba por la ventana se hizo tan clara que le permitió observar ya sin reservas la cara relajada de Nou.
Iori sonrió, por inercia. Había algo pacífico en su rostro durmiente que le agradó profundamente. Extendió la mano, y sin pretender despertarlo, rozó con los dedos un mechón de cabello oscuro. Siempre le había sorprendido el tono tan intenso que tenía. Lo deslizó entre los dedos, con suavidad, y sonrió más abiertamente ahora, para si misma. Sí, aquello estaba bien. Podían ser amantes pero, por encima del sexo, ellos eran compañeros.
Satisfecha al encontrar una respuesta a los interrogantes de la noche anterior en su corazón, se deslizó del lecho sin que él lo notase. Se aseó, vistió y escabulló de la habitación con un apetito voraz. En ese instante por la mañana fue cuando acusó con ansia las consecuencias de no haber cenado la noche anterior debido a los nervios. Fue la primera persona en sentarse en el salón de la planta baja de la posada, y la primera en la que se clavaron un par de ojos verdes que cruzaron por la puerta de entrada. - Vaya, buenos días muchacha - Iori la miró con los ojos muy abiertos pero expresión de cautela. Sus ropas evidenciaban dinero, y su aspecto tan retocado era evidencia de que se preocupaba mucho por la imagen que daba.
No le recordó a una mujer de la nobleza o la alta burguesía. Había algo casi teatral en su manera de moverse. Como si de alguna manera estuviese interpretando un papel. Entornó los ojos y recordó la última experiencia que había tenido en aquella ciudad. De noche, las mujeres como ella dejaban más claro todavía en qué consistía su trabajo. Observó a la proxeneta con una mirada áspera, pero ligera curiosidad. La mujer se detuvo, y a vistas de que la humana no parecía animada a entablar conversación con ella continuó. - Eres nueva en Ciudad Lagarto ¿verdad? No se me ocurre qué pudo haber atraído a una chica como tú a un lugar como este, a no ser que estés dispuesta a buscar trabajo en ambientes nocturnos - tanteó con una cuidada sonrisa de vendedora.
Sopesó un instante en si responder o no, y cuánto de verdad decir, con lo que buscó una contestación relativamente inocente a su pregunta. - Estoy aquí buscando información. No me interesa trabajar por la noche - aseguró notando como la tensión se estaba acumulando en su espalda. Los ojos asombrosamente verdes de la mujer hicieron chiribitas. - ¡Oh! Has tenido suerte de que te encontrara. Seguro que podemos llegar a un acuerdo tú y yo. Pocas de las cosas que suceden en esta ciudad escapan a mi conocimiento - aseguró con gesto confiado, inclinándose ligeramente hacia la humana. - ¿Qué me dices? Acompáñame y veamos si podemos hacernos un intercambio de favores provechoso para ambas. -
La humana dudó.
No pensaba que aquella mujer la quisiera precisamente para cocinar o fregar suelos, y sin embargo, había aparecido cuando apenas sabía por dónde tirar para encontrar algún indicio que la encaminase en la dirección adecuada. Nousis aún tardaría un poco más en despertar, a juzgar por lo bien que estaba durmiendo. Podía acompañar a la mujer y regresar con noticias frescas aquella misma mañana. Quizá de esa manera, el elfo comenzase a ver en ella a algo más que la cría humana que Iori sospechaba que veía normalmente en ella. - De acuerdo. Pero será breve - aseguró la chica alzándose del banco, dispuesta a seguirla. La sonrisa que esbozó la mujer le dejó ver más dientes de los que Iori pensaba que era posible mostrar. - Llámame Teodora - se presentó, mientras guiaba a Iori hacia la salida.
Se trataba de un local grande, de tres plantas, por lo que había podido ver desde fuera, y con un espacio interior enorme que no permitía abarcar con la vista toda su extensión. Teodora la había guiado, y al entrar, una de las muchachas que trabajaban en las actividades de limpieza se acercó a ellas. - ¿Crees que encontraremos algo para sus medidas? - inquirió la dueña del local. La muchacha, de pelo castaño y simpáticas pecas la evaluó de arriba abajo, con un ojo similar al que usaban los tratantes de ganado en las ferias. - Sin duda.- aseveró convencida mientras extendía la mano hacia la cintura de la humana.
En una situación normal, Iori no rehuiría el contacto. Pero lo hizo. Dio medio paso atrás poniéndose de lado frente a aquellas dos mujeres. - Creo que deberíamos de aclarar primero los términos del acuerdo, y no tengo intención de prescindir de la ropa que llevo ahora puesta - aclaró con un tono quizá demasiado cortante. Teodora alzó los ojos en un gesto de paciencia, antes de volver a mirarla de frente. - ¿Qué piensas que hacemos en este establecimiento muchacha? - inquirió señalando el lugar con un amplio gesto.
No hizo falta que Iori contestara. Al grito del nuevo cliente, la humana se giró para observar en el hueco de la gran puerta la cara de un cuerpo con el que ya había compartido piel con piel. Su mirada se abrió con sorpresa. No contaba verlo allí. Se acercó a la posición en la que se encontraban las tres con paso tranquilo y una muda pregunta en los ojos. Luego tendría que explicarle. Teodora acaparó todo el espacio que había para hablar con su parloteo, y la humana sintió que trataba de absorber la paciencia que pudiese haber flotando en el aire cerca de ella. - ¿Sexo por dinero? - inquirió la humana con una voz que nadaba a medio camino entre la incredulidad, y cierto desdén por aquel tipo de prácticas. - No - corrigió Teodora - Sexo por información. Es lo que buscas ¿no? -
Por el rabillo del ojo, Iori vio como Nousis se cruzaba de brazos. Era evidente que no le hacía ninguna gracia estar allí, pero pareció estar dispuesto a darle espacio para que ella manejase la situación. A fin de cuentas, era ella misma la que había seguido el camino hasta allí. La otra muchacha se acercó con una sonrisa profesional al elfo hasta pararse, tan pegada a su costado, que el brazo del moreno casi podía rozar con sus pechos. - ¿Has venido a buscarla a ella? No trabaja aquí. Pero podemos buscar una solución intermedia. Ayúdanos a convencerla o, si es por ti, yo puedo abrir antes de la hora de comenzar la jornada - ofreció con una voz atrayente mientras dejaba que su pecho, ahora sí, rozase el antebrazo del elfo.
- Vengo a por ella y me iré con ella - explicó Nou, sereno - No tengo interés en ninguna otra humana - añadió sin acritud - Si preferís no ayudarnos, tendremos que buscar en otra parte. ¿Iori? - Los ojos de Teodora chispearon ante las palabras del elfo, de una forma que Iori ya había visto antes. - ¡Amantes! ¡Qué inesperado! Que seáis una pareja interracial le añade un plus de interés. - Se acercó ahora a Nousis, mirándolo de frente con expresión lobuna. - Creo que puedo hacer una oferta que satisfará a todas las partes. Entiendo que hay personas que se muestran reacias a que sus parejas tengan sexo con otros. ¿Qué os parece si os ofrezco para un trío? Cobraríais en proporción al trabajo de ambos claro está. Incluyendo un plus por lo único de vuestra relación. Humana y elfo, ¿Quién lo hubiera pensado? - se rio con suavidad antes de volver a mirar a Iori. - Junto con los honorarios, mi palabra de proporcionaros toda la información. ¿Qué me decís? -
- Tan sólo he venido a buscarla - repitió más lentamente, ahora sí con un punto peligroso en el tono - En mi tierra las cosas no funcionan de ésta manera, humana. No voy a rebajarme a algo así, como mero producto de un intercambio, menos aún con alguien que jamás he visto y en un sitio como éste. Encontraré respuestas en otro lugar - aseguró. Iori notó como la tensión ante la respuesta de Nousis se hizo palpable al instante. Teodora borró por completo la expresión de comerciante de su rostro y adquirió una mueca desagradable. - ¡Gracias por su tiempo! Que tengan un buen día - articuló a la carrera, mientras se lanzaba hacia el elfo. Lo tomó del brazo y tiró de él, esperando arrastrarlo fuera del local si él colaboraba un poco.
Una vez en el exterior, Iori avanzó bajo la luz del sol hasta la mitad de la calle, lejos de oídos que pudieran escucharlos desde el interior del local. - ¿No puedes controlar esa aura de amenaza en ti? - inquirió muy pegada a él. - ¿Habrías preferido que hubiese aceptado? - preguntó él a ella de frente, directamente. No había dramatismo en su voz, únicamente la duda de quien busca conocer. - No es la primera vez que hago un trío contigo. - respondió sin pensar. - No entiendo el sexo por dinero, pero es verdad que precisamos información -
- Esa vez fue algo único - el elfo apartó la vista - Dudo que nadie hubiera podido detenerse en el momento que tú y yo nos encontrábamos. - Iori recordó. Con la cabeza enterrada entre las piernas de Nousis, de rodillas a un lado de la cama, no había tenido que levantar la mirada para cerciorarse de quien era la persona que había cruzado la puerta. Una Karen desnuda se había deslizado dentro de la habitación en la que ellos estaban, y se había unido al juego haciendo un fino camino de saliva por el torso del elfo. Hacía semanas de aquello, y la voz de nuevo dura de Nousis la apartó de aquel recuerdo. - Yo no comercio con esto, ni a cambio de información ni de nada. Disculpa si he entorpecido tu trabajo - terminó de hablar, serio.
Iori lo miró algo atónita. - ¿Fue tu primer trío? - susurró más para si misma que para él. Jamás, con los años de vida que tenía el elfo encima, había imaginado que una relación de más de dos personas fuese algo nuevo para él. Comprendió entonces la rareza que había supuesto aquella noche con la marinera de Galrain para el elfo. Y sin embargo, se apresuró a aclarar. - Yo tampoco comercio con eso, pero... - apartó un poco la vista para observar desde su posición hacia la fachada del prostíbulo. Le pareció percibir una silueta recortada contra una de las ventanas. - Pensé que si estabas tú merecería la pena - Aquello impactó un poco en Nou, el cual mostró en su expresión algo entre leve estupefacción y extrañeza - Karen fue tu decisión. Ya habías tenido algo con ella. Pero por mí, a pesar del placer, no habría habido nadie más. No me gusta demasiado compartir - y sonrió de una forma que desconcentró a la humana.
Los ojos azules se entrecerraron, recordando el ansia con el que el elfo había aplastado sus labios contra la boca de Karen. La forma intensa con la que sus manos habían recorrido sus caderas y la había apretado contra él. Enarcó una ceja con expresión burlona y colocó ambas manos en la cintura. - Tus palabras no cuadran con tus acciones ¿sabes? - lo retó. El elfo suspiró ante ese recordatorio - Sabía que era una mala idea... - masculló - Comprenderás que en ciertos momentos es prácticamente imposible no dejarse llevar supongo. Pero yo-nunca-lo-habría-elegido. Y no volverá a ocurrir - aseguró - Te ha complicado entenderme y éste error sí ha sido mío - admitió.
Ladeó la cabeza y lo miró sorprendida por el tono de sus palabras. - ¿Un error? - En la mente de Iori sonaron todas las alarmas. El elfo era parco en explicaciones y eso solía traducirse en que la humana a menudo, lo malinterpretaba. - A mí no me sirve cualquiera. Soy de ideas fijas, y sólo me centro en aquello que me interesa - calló, y no parecía dispuesto a hablar más del asunto - Deberíamos continuar. Ese muchacho puede estar en cualquier parte. - Cierto. El trabajo. El trabajo del que se había olvidado por completo en los últimos minutos.
La expresión de Iori parecía contrariada. Estaba intentando encajar las palabras de Nousis con lo que ambos habían compartido. Y sobre todo, quitarse de encima la idea de que, de alguna manera, ella lo había podido llegar a forzar. El solo pensar que él no hubiera participado de buena gana en aquello, hacía que la respiración se le acelerase. La sangre corrió con fuerza bajo su piel, y su mirada adquirió un reflejo de fiereza en el azul. El elfo podría interpretar aquel súbito cambio en ella como otro más de los enfados, fruto de malos entendidos que los hacían explotar tan a menudo. Y efectivamente, Iori explotó. Pero de fuego contra él. Tomó con rudeza su rostro entre las manos y tirando de él, acortó como en otras ocasiones la escasa distancia en la que habían estado hablando. Cerró los ojos y con una violencia que él estaba acostumbrado a sentir en ella, lo besó buscando, de alguna manera, comprobar algo.
El cuerpo del elfo estaba tenso cuando ella lo atrapó. Insegura sobre su reacción, notó con asombro como ante el peso de sus labios el moreno cedía. Las manos ascendieron hasta encontrar hueco en su cintura para apoyarse, y usó aquel punto de contacto para ceñirla contra él. Un rugido interno sonó victorioso cuando Iori notó como se fundían en aquel abrazo. - ¿Qué ocurre? - preguntó entonces él, separándose unos centímetros con curiosidad. Notando el hormigueo en sus labios, lo miró de forma pesada a los ojos, a escasos centímetros, sin romper el contacto.
Podía notarlo.
Allí estaba ese sentimiento familiar que los empujaba a comerse el uno al otro. El cuerpo del elfo había cedido rápido a su imperiosa necesidad. Aunque había sido brusca, y sin aviso de ninguna clase, él se amoldó a ella, respondiendo al beso con unas ganas que se equiparaban. Aquel deseo era real entre ambos, y constatarlo, hizo que una tibia sonrisa se perfilase en los labios de Iori. Apretó más los brazos en torno al cuello de Nousis y pego su frente a la del mayor, susurrando contra sus labios. - ¿Sabes? Me doy cuenta ahora que en estas semanas te eché de menos - murmuró con la sinceridad de una niña. - Seguro que te divertiste lo suficiente sin mí - sonrió él también a causa del beso y la cercanía - Y antes que... esto... hay que acabar el trabajo... - Y de nuevo el trabajo.
La humana cambió al instante la expresión con la que lo estaba mirando y se separó con gesto urgente mirando en torno a ellos. - Joder, me olvidé otra vez - farfulló frotándose la frente. - Creo que me distraes demasiado elfo - lo miró con una acusación manifiesta en la mirada antes de clavar la mirada en la calle que descendía hacia, si no recordaba mal, la plaza en la que se encontraban las principales tiendas de artesanía de la zona. - Continuemos - dijo más por concienciarse que por una resolución real de continuar con aquello sin pistas que seguir.
La luz se iba recortando, permitiéndole dilucidar con claridad unos rasgos que conocía bien. La expresión de la humana era inescrutable, según ella iba analizando cada facción de su compañero. Parecía relajado. No recordaba haber tenido la oportunidad antes de verlo así. Ocupaba con su cuerpo más de la mitad de la cama y semejaba ajeno al escrutinio al que ella lo estaba sometiendo. Estaba ligeramente sorprendida, dado que a lo largo de sus viajes juntos, había percibido en él una actitud pronta a la actividad, y de permanente guardia que lo sacaba pronto del sueño. Allí en cambio, parecía de alguna manera... vulnerable.
Observó las cejas oscuras enmarcando los ojos cerrados. Sus pestañas largas acariciaban el inicio de sus mejillas, y la línea de su rostro se extendía hasta llegar a un mentón marcado, que con tanto placer ella había mordido en las últimas ocasiones. Los labios estaban cerrados y relajados, y su piel clara permitía adivinar, aún en la distancia, la suavidad asombrosa que tenía para tratarse de un varón. No era una belleza a la que ella estuviese acostumbrada de entrada, pero había un atractivo innegable en él. Una belleza que lo hacía extraordinariamente deseable para ella. Y en contra de lo que solía ocurrirle, haber tenido relaciones juntos, en lugar de saciarla le había dado más ganas de él.
Ella no había dormido con el abandono con el que él lo hacía, desde luego. Y eso era algo que Iori tenía que resolver en su cabeza. Frunció el ceño, como primer gesto claro de contrariedad en la mañana. Habían tenido sexo juntos, aquello lo había encuadrado en la categoría de "amante". Y ella no compartía situaciones como aquellas con un amante. Pero no podía negar que antes de eso, habían pasado juntos por muchas cosas. Escenas salteadas de todo lo que habían experimentado en los últimos meses, de la ayuda mutua y de la extraña lealtad que se profesaban llenaron como un río en invierno su mente. No, estaba claro que Nousis no era un amante común.
En sus viajes, muchas veces habían descansado juntos, velando mutuamente sus sueños en un grado de intimidad similar al que habían pasado en esa última noche. Pero la cercanía de su piel, y el mordisco insistente del deseo en su cabeza la habían hecho dudar. La habían hecho pensar que quizá había algo más allá de lo que a simple vista se veía. Sexo y fidelidad.
La luz que entraba por la ventana se hizo tan clara que le permitió observar ya sin reservas la cara relajada de Nou.
Iori sonrió, por inercia. Había algo pacífico en su rostro durmiente que le agradó profundamente. Extendió la mano, y sin pretender despertarlo, rozó con los dedos un mechón de cabello oscuro. Siempre le había sorprendido el tono tan intenso que tenía. Lo deslizó entre los dedos, con suavidad, y sonrió más abiertamente ahora, para si misma. Sí, aquello estaba bien. Podían ser amantes pero, por encima del sexo, ellos eran compañeros.
Satisfecha al encontrar una respuesta a los interrogantes de la noche anterior en su corazón, se deslizó del lecho sin que él lo notase. Se aseó, vistió y escabulló de la habitación con un apetito voraz. En ese instante por la mañana fue cuando acusó con ansia las consecuencias de no haber cenado la noche anterior debido a los nervios. Fue la primera persona en sentarse en el salón de la planta baja de la posada, y la primera en la que se clavaron un par de ojos verdes que cruzaron por la puerta de entrada. - Vaya, buenos días muchacha - Iori la miró con los ojos muy abiertos pero expresión de cautela. Sus ropas evidenciaban dinero, y su aspecto tan retocado era evidencia de que se preocupaba mucho por la imagen que daba.
No le recordó a una mujer de la nobleza o la alta burguesía. Había algo casi teatral en su manera de moverse. Como si de alguna manera estuviese interpretando un papel. Entornó los ojos y recordó la última experiencia que había tenido en aquella ciudad. De noche, las mujeres como ella dejaban más claro todavía en qué consistía su trabajo. Observó a la proxeneta con una mirada áspera, pero ligera curiosidad. La mujer se detuvo, y a vistas de que la humana no parecía animada a entablar conversación con ella continuó. - Eres nueva en Ciudad Lagarto ¿verdad? No se me ocurre qué pudo haber atraído a una chica como tú a un lugar como este, a no ser que estés dispuesta a buscar trabajo en ambientes nocturnos - tanteó con una cuidada sonrisa de vendedora.
Sopesó un instante en si responder o no, y cuánto de verdad decir, con lo que buscó una contestación relativamente inocente a su pregunta. - Estoy aquí buscando información. No me interesa trabajar por la noche - aseguró notando como la tensión se estaba acumulando en su espalda. Los ojos asombrosamente verdes de la mujer hicieron chiribitas. - ¡Oh! Has tenido suerte de que te encontrara. Seguro que podemos llegar a un acuerdo tú y yo. Pocas de las cosas que suceden en esta ciudad escapan a mi conocimiento - aseguró con gesto confiado, inclinándose ligeramente hacia la humana. - ¿Qué me dices? Acompáñame y veamos si podemos hacernos un intercambio de favores provechoso para ambas. -
La humana dudó.
No pensaba que aquella mujer la quisiera precisamente para cocinar o fregar suelos, y sin embargo, había aparecido cuando apenas sabía por dónde tirar para encontrar algún indicio que la encaminase en la dirección adecuada. Nousis aún tardaría un poco más en despertar, a juzgar por lo bien que estaba durmiendo. Podía acompañar a la mujer y regresar con noticias frescas aquella misma mañana. Quizá de esa manera, el elfo comenzase a ver en ella a algo más que la cría humana que Iori sospechaba que veía normalmente en ella. - De acuerdo. Pero será breve - aseguró la chica alzándose del banco, dispuesta a seguirla. La sonrisa que esbozó la mujer le dejó ver más dientes de los que Iori pensaba que era posible mostrar. - Llámame Teodora - se presentó, mientras guiaba a Iori hacia la salida.
[...]
Se trataba de un local grande, de tres plantas, por lo que había podido ver desde fuera, y con un espacio interior enorme que no permitía abarcar con la vista toda su extensión. Teodora la había guiado, y al entrar, una de las muchachas que trabajaban en las actividades de limpieza se acercó a ellas. - ¿Crees que encontraremos algo para sus medidas? - inquirió la dueña del local. La muchacha, de pelo castaño y simpáticas pecas la evaluó de arriba abajo, con un ojo similar al que usaban los tratantes de ganado en las ferias. - Sin duda.- aseveró convencida mientras extendía la mano hacia la cintura de la humana.
En una situación normal, Iori no rehuiría el contacto. Pero lo hizo. Dio medio paso atrás poniéndose de lado frente a aquellas dos mujeres. - Creo que deberíamos de aclarar primero los términos del acuerdo, y no tengo intención de prescindir de la ropa que llevo ahora puesta - aclaró con un tono quizá demasiado cortante. Teodora alzó los ojos en un gesto de paciencia, antes de volver a mirarla de frente. - ¿Qué piensas que hacemos en este establecimiento muchacha? - inquirió señalando el lugar con un amplio gesto.
No hizo falta que Iori contestara. Al grito del nuevo cliente, la humana se giró para observar en el hueco de la gran puerta la cara de un cuerpo con el que ya había compartido piel con piel. Su mirada se abrió con sorpresa. No contaba verlo allí. Se acercó a la posición en la que se encontraban las tres con paso tranquilo y una muda pregunta en los ojos. Luego tendría que explicarle. Teodora acaparó todo el espacio que había para hablar con su parloteo, y la humana sintió que trataba de absorber la paciencia que pudiese haber flotando en el aire cerca de ella. - ¿Sexo por dinero? - inquirió la humana con una voz que nadaba a medio camino entre la incredulidad, y cierto desdén por aquel tipo de prácticas. - No - corrigió Teodora - Sexo por información. Es lo que buscas ¿no? -
Por el rabillo del ojo, Iori vio como Nousis se cruzaba de brazos. Era evidente que no le hacía ninguna gracia estar allí, pero pareció estar dispuesto a darle espacio para que ella manejase la situación. A fin de cuentas, era ella misma la que había seguido el camino hasta allí. La otra muchacha se acercó con una sonrisa profesional al elfo hasta pararse, tan pegada a su costado, que el brazo del moreno casi podía rozar con sus pechos. - ¿Has venido a buscarla a ella? No trabaja aquí. Pero podemos buscar una solución intermedia. Ayúdanos a convencerla o, si es por ti, yo puedo abrir antes de la hora de comenzar la jornada - ofreció con una voz atrayente mientras dejaba que su pecho, ahora sí, rozase el antebrazo del elfo.
- Vengo a por ella y me iré con ella - explicó Nou, sereno - No tengo interés en ninguna otra humana - añadió sin acritud - Si preferís no ayudarnos, tendremos que buscar en otra parte. ¿Iori? - Los ojos de Teodora chispearon ante las palabras del elfo, de una forma que Iori ya había visto antes. - ¡Amantes! ¡Qué inesperado! Que seáis una pareja interracial le añade un plus de interés. - Se acercó ahora a Nousis, mirándolo de frente con expresión lobuna. - Creo que puedo hacer una oferta que satisfará a todas las partes. Entiendo que hay personas que se muestran reacias a que sus parejas tengan sexo con otros. ¿Qué os parece si os ofrezco para un trío? Cobraríais en proporción al trabajo de ambos claro está. Incluyendo un plus por lo único de vuestra relación. Humana y elfo, ¿Quién lo hubiera pensado? - se rio con suavidad antes de volver a mirar a Iori. - Junto con los honorarios, mi palabra de proporcionaros toda la información. ¿Qué me decís? -
- Tan sólo he venido a buscarla - repitió más lentamente, ahora sí con un punto peligroso en el tono - En mi tierra las cosas no funcionan de ésta manera, humana. No voy a rebajarme a algo así, como mero producto de un intercambio, menos aún con alguien que jamás he visto y en un sitio como éste. Encontraré respuestas en otro lugar - aseguró. Iori notó como la tensión ante la respuesta de Nousis se hizo palpable al instante. Teodora borró por completo la expresión de comerciante de su rostro y adquirió una mueca desagradable. - ¡Gracias por su tiempo! Que tengan un buen día - articuló a la carrera, mientras se lanzaba hacia el elfo. Lo tomó del brazo y tiró de él, esperando arrastrarlo fuera del local si él colaboraba un poco.
Una vez en el exterior, Iori avanzó bajo la luz del sol hasta la mitad de la calle, lejos de oídos que pudieran escucharlos desde el interior del local. - ¿No puedes controlar esa aura de amenaza en ti? - inquirió muy pegada a él. - ¿Habrías preferido que hubiese aceptado? - preguntó él a ella de frente, directamente. No había dramatismo en su voz, únicamente la duda de quien busca conocer. - No es la primera vez que hago un trío contigo. - respondió sin pensar. - No entiendo el sexo por dinero, pero es verdad que precisamos información -
- Esa vez fue algo único - el elfo apartó la vista - Dudo que nadie hubiera podido detenerse en el momento que tú y yo nos encontrábamos. - Iori recordó. Con la cabeza enterrada entre las piernas de Nousis, de rodillas a un lado de la cama, no había tenido que levantar la mirada para cerciorarse de quien era la persona que había cruzado la puerta. Una Karen desnuda se había deslizado dentro de la habitación en la que ellos estaban, y se había unido al juego haciendo un fino camino de saliva por el torso del elfo. Hacía semanas de aquello, y la voz de nuevo dura de Nousis la apartó de aquel recuerdo. - Yo no comercio con esto, ni a cambio de información ni de nada. Disculpa si he entorpecido tu trabajo - terminó de hablar, serio.
Iori lo miró algo atónita. - ¿Fue tu primer trío? - susurró más para si misma que para él. Jamás, con los años de vida que tenía el elfo encima, había imaginado que una relación de más de dos personas fuese algo nuevo para él. Comprendió entonces la rareza que había supuesto aquella noche con la marinera de Galrain para el elfo. Y sin embargo, se apresuró a aclarar. - Yo tampoco comercio con eso, pero... - apartó un poco la vista para observar desde su posición hacia la fachada del prostíbulo. Le pareció percibir una silueta recortada contra una de las ventanas. - Pensé que si estabas tú merecería la pena - Aquello impactó un poco en Nou, el cual mostró en su expresión algo entre leve estupefacción y extrañeza - Karen fue tu decisión. Ya habías tenido algo con ella. Pero por mí, a pesar del placer, no habría habido nadie más. No me gusta demasiado compartir - y sonrió de una forma que desconcentró a la humana.
Los ojos azules se entrecerraron, recordando el ansia con el que el elfo había aplastado sus labios contra la boca de Karen. La forma intensa con la que sus manos habían recorrido sus caderas y la había apretado contra él. Enarcó una ceja con expresión burlona y colocó ambas manos en la cintura. - Tus palabras no cuadran con tus acciones ¿sabes? - lo retó. El elfo suspiró ante ese recordatorio - Sabía que era una mala idea... - masculló - Comprenderás que en ciertos momentos es prácticamente imposible no dejarse llevar supongo. Pero yo-nunca-lo-habría-elegido. Y no volverá a ocurrir - aseguró - Te ha complicado entenderme y éste error sí ha sido mío - admitió.
Ladeó la cabeza y lo miró sorprendida por el tono de sus palabras. - ¿Un error? - En la mente de Iori sonaron todas las alarmas. El elfo era parco en explicaciones y eso solía traducirse en que la humana a menudo, lo malinterpretaba. - A mí no me sirve cualquiera. Soy de ideas fijas, y sólo me centro en aquello que me interesa - calló, y no parecía dispuesto a hablar más del asunto - Deberíamos continuar. Ese muchacho puede estar en cualquier parte. - Cierto. El trabajo. El trabajo del que se había olvidado por completo en los últimos minutos.
La expresión de Iori parecía contrariada. Estaba intentando encajar las palabras de Nousis con lo que ambos habían compartido. Y sobre todo, quitarse de encima la idea de que, de alguna manera, ella lo había podido llegar a forzar. El solo pensar que él no hubiera participado de buena gana en aquello, hacía que la respiración se le acelerase. La sangre corrió con fuerza bajo su piel, y su mirada adquirió un reflejo de fiereza en el azul. El elfo podría interpretar aquel súbito cambio en ella como otro más de los enfados, fruto de malos entendidos que los hacían explotar tan a menudo. Y efectivamente, Iori explotó. Pero de fuego contra él. Tomó con rudeza su rostro entre las manos y tirando de él, acortó como en otras ocasiones la escasa distancia en la que habían estado hablando. Cerró los ojos y con una violencia que él estaba acostumbrado a sentir en ella, lo besó buscando, de alguna manera, comprobar algo.
El cuerpo del elfo estaba tenso cuando ella lo atrapó. Insegura sobre su reacción, notó con asombro como ante el peso de sus labios el moreno cedía. Las manos ascendieron hasta encontrar hueco en su cintura para apoyarse, y usó aquel punto de contacto para ceñirla contra él. Un rugido interno sonó victorioso cuando Iori notó como se fundían en aquel abrazo. - ¿Qué ocurre? - preguntó entonces él, separándose unos centímetros con curiosidad. Notando el hormigueo en sus labios, lo miró de forma pesada a los ojos, a escasos centímetros, sin romper el contacto.
Podía notarlo.
Allí estaba ese sentimiento familiar que los empujaba a comerse el uno al otro. El cuerpo del elfo había cedido rápido a su imperiosa necesidad. Aunque había sido brusca, y sin aviso de ninguna clase, él se amoldó a ella, respondiendo al beso con unas ganas que se equiparaban. Aquel deseo era real entre ambos, y constatarlo, hizo que una tibia sonrisa se perfilase en los labios de Iori. Apretó más los brazos en torno al cuello de Nousis y pego su frente a la del mayor, susurrando contra sus labios. - ¿Sabes? Me doy cuenta ahora que en estas semanas te eché de menos - murmuró con la sinceridad de una niña. - Seguro que te divertiste lo suficiente sin mí - sonrió él también a causa del beso y la cercanía - Y antes que... esto... hay que acabar el trabajo... - Y de nuevo el trabajo.
La humana cambió al instante la expresión con la que lo estaba mirando y se separó con gesto urgente mirando en torno a ellos. - Joder, me olvidé otra vez - farfulló frotándose la frente. - Creo que me distraes demasiado elfo - lo miró con una acusación manifiesta en la mirada antes de clavar la mirada en la calle que descendía hacia, si no recordaba mal, la plaza en la que se encontraban las principales tiendas de artesanía de la zona. - Continuemos - dijo más por concienciarse que por una resolución real de continuar con aquello sin pistas que seguir.
Iori Li
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Las propuestas de la mujer aún lo irritaban y los actos de Iori habían roto las intenciones que se había propuesto con una facilidad insultante. Aquello no podía continuar. El trabajo tenía que estar terminado cuando antes y él, de regreso a la hacienda de Fruyo Vulun. Demasiado se había desviado de sus pasos en los últimos tiempos.
Nada más salir del antro de alquiler sexual, su atención se fijó en un cadáver que, estaba seguro, no se encontraba allí poco antes, en el lapso temporal que había dedicado a seguir los pasos de la campesina. Se acercó, llegando a acuclillarse, tras observar alrededor evitando ser el siguiente que terminase de ese modo. Su vestimenta no era cara, apropiada eso sí a ambientes como aquel. Resistente, capaz de evitar el frío nocturno y una cuchillada a destiempo. Pasó la mirada a unas armas de buena factura, con menos muescas de las esperadas para un mercenario. La empuñadura del hacha a una mano apenas había sufrido los estragos del sudor, la lluvia, las caídas o los golpes. O había sido extremadamente hábil en vida, o nunca necesitó demasiado hacer uso de su propia hoja. El precio de los ropajes descartaba su pertenencia a una buena familia. Se pasó una mano por el cabello. Las botas eran recias, con la punta un poco más gastada. Jefe de la guardia de un rico comerciante o guardaespaldas de un pequeño noble con pocos enemigos. Miró a la humana, entrelazando sus propias ideas con el trabajo de la muchacha. ¿Por qué dejar un cuerpo así allí? ¿Buscaban que lo hallasen? Habría resultado imposible no verlo después de abandonar el prostíbulo. ¿Una advertencia? Fuera como fuera, el elfo decidió que aquello no le gustaba en absoluto. Pero el sol continuaba señor del cielo, y aún necesitaban un sinnúmero de respuestas.
-¡Loa a él elfo!- volvió la estridente voz del clérigo- ¡Un muerto del que nada aprovechará su sangre! ¡El señor busca tu paz, tu fuerza! ¡Hazte uno con el señor y aliméntate! ¡Él es sabio, y te quiere a su vera, posta armadura carmesí, elfo, deshazte de una vida finita!
-Una palabra más y te mataré- advirtió Nou, aún buscando cualquier pista que se le hubiera pasado por alto. La travesía no estaba demasiado concurrida, aún contando a las dos o tres decenas de transeúntes que solos o en grupo, se dirigían a los diferentes comercios o a las pobres casas que ingenuos o desesperados habían erigido en una tierra como aquella.
-¡Sólo la verdadera oscuridad te hará libre!- sermoneó casi a su oído- ¡Aliméntate de la joven! ¡Conoce tu propia salvación en sus manos, las manos del señor! ¡Que ella sea tu puente a Habakhuk!
Sangwa, en su interior, rio de una forma casi tierna, apocada, y casi creyó sentir como pasaba la yema de uno de sus dedos por la punta de cada uno de sus dientes, entrecerrando unos ojos cuyo gris se desvanecía en negro. No podía, incluso con las palabras que había dejado escapar. Él era su propia ley, su entrenamiento, sus pensamientos y sus ambiciones. Dejarse llevar correspondía a los animales. Él era pensamiento, análisis, sosiego. Necesaria calma para no necesitar abrir la jaula. No delante de Iori.
-Déjanos- ordenó, apartando al sacerdote de manera violenta sin causarle daño. Éste quedó un momento perplejo, antes de retomar sus exabruptos hacia un grupo de sujetos con una fachada nada fiable. El espadachín se encogió de hombros. Nadie la tenía en esa mierda de urbe.
Algunos curiosos se habían arracimado en torno a un puesto protegido por varios mercenarios de pésima catadura. Su mercancía, criaturas vivas, hicieron sospechar al elfo que ese mercader de carne bien podría tener cierta idea sobre quien podría venderle la planta que estaba buscando. El olor afrutado del jabón de Iori le recordó la desaparición del noble que ella seguía la pista. Inquirir sobre ello allí aparentaba una posibilidad muy endeble, aunque nada perdían por intentarlo, se dijo resignado. Debían quemar todas las naves. No deseaba en modo alguno repetir la investigación en ningún lugar de la población.
Se adelantó unos pasos, abarcando su mirada varias pequeñas jaulas con seres alados diminutos, un lemobrino tuerto y con signos de haber sido claramente maltratado, unos kobols en taparrabos, que uno de los mercenarios asustaba pegando a la jaula de vez en cuanto ante la sádica mirada de unos posibles compradores, una cria de Aion… no cabía duda que con las ventas de todos esos secuestros, no tenía otro nombre su maldito comercio, iba a conseguir una fortuna.
-¿Por cuánto?- le preguntó señalando al cánido, una conversación opacada por las numerosas que tenían lugar a su alrededor, además de otros sonidos que disimulaban como había esperado unas pesquisas que fácilmente podrían atraer problemas.
El vendedor lo miró de arriba abajo, un poco sorprendido de la factura del atavío del espadachín. Espada, capa y armadura habían valido sus buenos cientos de aeros.
-Doscientos. Y te hará mejor compañía que la mujer- se carcajeó, sin duda a causa de la seguridad que sus espadas contratadas le proporcionaban.
-No me interesa, pero tampoco quiero que el pobre animal termine como los hombres-bestia que fueron eliminados hace pocos días. Quizá eran parte de tu mercancía. No pareces hacer ascos a nada- insultó sin mirarlo.
El humano se paralizó ante el agravio del elfo, y uno de sus guardaespaldas se acercó, notando la tensión de su pagador. Este, sin embargo, alzó una mano ordenándole permanecer en el puesto.
-No sé de qué estás hablando. Si no quiere al brino, otro me lo comprará. Pero todos los días hay cadáveres nuevos en Ciudad Lagarto, elfo.
Nou sonrió a la amenaza ladeando la cabeza.
-Tienes miedo a dar información, no me cuesta comprender la mente de los cobardes, sois muy sencillos. Puedes resarcirte indicándome quien de entre todos vosotros, bastardos sin conciencia, vendería flor de Nirana- se inclinó un poco hacia él- si no es demasiado arriesgado para ti.
La codicia brilló en los ojos del mercader.
-Tu espada o la mujer, y te daré toda la información que dispongo sobre cada rincón de este lugar. Ambas se venderían por un filón de oro.
Nousis alejó tales ideas con un parco y desdeñoso gesto de la mano.
-Ya han intentado comprar ambas y la respuesta siempre tiende al rojo- ambos clavaron sus ojos en los de su oponente, como si buscasen leer hasta donde estaba dispuesto a llegar en todo aquello. Finalmente, el humano ensanchó escasamente una torva sonrisa.
-De acuerdo orejas picudas. Habla con Ikkli en el barrio de los herboristas. Si existe lo que pretendes comprar en Ciudad Lagarto, ella lo tendrá. Dile que vas de mi parte, Tánar el del Diente, o no no te atenderá. Por supuesto, también te cobrará más. Es mi tasa por tus insultos, extranjero. Ahi tienes tu opción.
Algunos presentes se echaron a reir ante los comentarios del vendedor, e incluso Nou disfrazó su ira de indiferencia.
-Si volvemos a hablar- terminó, girándose para irse de allí junto a Iori, permitiéndose una última llamada a la arrogancia- quizá debas contratar más mercenarios.
Tenía su pista. Pero no la que más deseaba en ese momento.
Nada más salir del antro de alquiler sexual, su atención se fijó en un cadáver que, estaba seguro, no se encontraba allí poco antes, en el lapso temporal que había dedicado a seguir los pasos de la campesina. Se acercó, llegando a acuclillarse, tras observar alrededor evitando ser el siguiente que terminase de ese modo. Su vestimenta no era cara, apropiada eso sí a ambientes como aquel. Resistente, capaz de evitar el frío nocturno y una cuchillada a destiempo. Pasó la mirada a unas armas de buena factura, con menos muescas de las esperadas para un mercenario. La empuñadura del hacha a una mano apenas había sufrido los estragos del sudor, la lluvia, las caídas o los golpes. O había sido extremadamente hábil en vida, o nunca necesitó demasiado hacer uso de su propia hoja. El precio de los ropajes descartaba su pertenencia a una buena familia. Se pasó una mano por el cabello. Las botas eran recias, con la punta un poco más gastada. Jefe de la guardia de un rico comerciante o guardaespaldas de un pequeño noble con pocos enemigos. Miró a la humana, entrelazando sus propias ideas con el trabajo de la muchacha. ¿Por qué dejar un cuerpo así allí? ¿Buscaban que lo hallasen? Habría resultado imposible no verlo después de abandonar el prostíbulo. ¿Una advertencia? Fuera como fuera, el elfo decidió que aquello no le gustaba en absoluto. Pero el sol continuaba señor del cielo, y aún necesitaban un sinnúmero de respuestas.
-¡Loa a él elfo!- volvió la estridente voz del clérigo- ¡Un muerto del que nada aprovechará su sangre! ¡El señor busca tu paz, tu fuerza! ¡Hazte uno con el señor y aliméntate! ¡Él es sabio, y te quiere a su vera, posta armadura carmesí, elfo, deshazte de una vida finita!
-Una palabra más y te mataré- advirtió Nou, aún buscando cualquier pista que se le hubiera pasado por alto. La travesía no estaba demasiado concurrida, aún contando a las dos o tres decenas de transeúntes que solos o en grupo, se dirigían a los diferentes comercios o a las pobres casas que ingenuos o desesperados habían erigido en una tierra como aquella.
-¡Sólo la verdadera oscuridad te hará libre!- sermoneó casi a su oído- ¡Aliméntate de la joven! ¡Conoce tu propia salvación en sus manos, las manos del señor! ¡Que ella sea tu puente a Habakhuk!
Sangwa, en su interior, rio de una forma casi tierna, apocada, y casi creyó sentir como pasaba la yema de uno de sus dedos por la punta de cada uno de sus dientes, entrecerrando unos ojos cuyo gris se desvanecía en negro. No podía, incluso con las palabras que había dejado escapar. Él era su propia ley, su entrenamiento, sus pensamientos y sus ambiciones. Dejarse llevar correspondía a los animales. Él era pensamiento, análisis, sosiego. Necesaria calma para no necesitar abrir la jaula. No delante de Iori.
-Déjanos- ordenó, apartando al sacerdote de manera violenta sin causarle daño. Éste quedó un momento perplejo, antes de retomar sus exabruptos hacia un grupo de sujetos con una fachada nada fiable. El espadachín se encogió de hombros. Nadie la tenía en esa mierda de urbe.
Algunos curiosos se habían arracimado en torno a un puesto protegido por varios mercenarios de pésima catadura. Su mercancía, criaturas vivas, hicieron sospechar al elfo que ese mercader de carne bien podría tener cierta idea sobre quien podría venderle la planta que estaba buscando. El olor afrutado del jabón de Iori le recordó la desaparición del noble que ella seguía la pista. Inquirir sobre ello allí aparentaba una posibilidad muy endeble, aunque nada perdían por intentarlo, se dijo resignado. Debían quemar todas las naves. No deseaba en modo alguno repetir la investigación en ningún lugar de la población.
Se adelantó unos pasos, abarcando su mirada varias pequeñas jaulas con seres alados diminutos, un lemobrino tuerto y con signos de haber sido claramente maltratado, unos kobols en taparrabos, que uno de los mercenarios asustaba pegando a la jaula de vez en cuanto ante la sádica mirada de unos posibles compradores, una cria de Aion… no cabía duda que con las ventas de todos esos secuestros, no tenía otro nombre su maldito comercio, iba a conseguir una fortuna.
-¿Por cuánto?- le preguntó señalando al cánido, una conversación opacada por las numerosas que tenían lugar a su alrededor, además de otros sonidos que disimulaban como había esperado unas pesquisas que fácilmente podrían atraer problemas.
El vendedor lo miró de arriba abajo, un poco sorprendido de la factura del atavío del espadachín. Espada, capa y armadura habían valido sus buenos cientos de aeros.
-Doscientos. Y te hará mejor compañía que la mujer- se carcajeó, sin duda a causa de la seguridad que sus espadas contratadas le proporcionaban.
-No me interesa, pero tampoco quiero que el pobre animal termine como los hombres-bestia que fueron eliminados hace pocos días. Quizá eran parte de tu mercancía. No pareces hacer ascos a nada- insultó sin mirarlo.
El humano se paralizó ante el agravio del elfo, y uno de sus guardaespaldas se acercó, notando la tensión de su pagador. Este, sin embargo, alzó una mano ordenándole permanecer en el puesto.
-No sé de qué estás hablando. Si no quiere al brino, otro me lo comprará. Pero todos los días hay cadáveres nuevos en Ciudad Lagarto, elfo.
Nou sonrió a la amenaza ladeando la cabeza.
-Tienes miedo a dar información, no me cuesta comprender la mente de los cobardes, sois muy sencillos. Puedes resarcirte indicándome quien de entre todos vosotros, bastardos sin conciencia, vendería flor de Nirana- se inclinó un poco hacia él- si no es demasiado arriesgado para ti.
La codicia brilló en los ojos del mercader.
-Tu espada o la mujer, y te daré toda la información que dispongo sobre cada rincón de este lugar. Ambas se venderían por un filón de oro.
Nousis alejó tales ideas con un parco y desdeñoso gesto de la mano.
-Ya han intentado comprar ambas y la respuesta siempre tiende al rojo- ambos clavaron sus ojos en los de su oponente, como si buscasen leer hasta donde estaba dispuesto a llegar en todo aquello. Finalmente, el humano ensanchó escasamente una torva sonrisa.
-De acuerdo orejas picudas. Habla con Ikkli en el barrio de los herboristas. Si existe lo que pretendes comprar en Ciudad Lagarto, ella lo tendrá. Dile que vas de mi parte, Tánar el del Diente, o no no te atenderá. Por supuesto, también te cobrará más. Es mi tasa por tus insultos, extranjero. Ahi tienes tu opción.
Algunos presentes se echaron a reir ante los comentarios del vendedor, e incluso Nou disfrazó su ira de indiferencia.
-Si volvemos a hablar- terminó, girándose para irse de allí junto a Iori, permitiéndose una última llamada a la arrogancia- quizá debas contratar más mercenarios.
Tenía su pista. Pero no la que más deseaba en ese momento.
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Tras la abrupta irrupción de aquel extraño monje, llegaron al puesto del mercader con una Iori curiosa por las maneras del elfo. Nousis se desenvolvía con la experiencia de quien lleva años en aquellas lides. Se quedó atrás, en un segundo plano para ser testigo de su habilidad, sin intervenir. Seguramente él ya negociaba con comerciantes antes de que el hombre que llevaba aquel puesto hubiese nacido.
Captó la información por el aire intentando enlazar aquellos hilos en su cabeza sin tener éxito. Lo que estaba buscando el elfo venía de un contexto y unas circunstancias ajenas a ella.
Caminaron juntos un trecho alejándose del puesto, hombro con hombro hasta que Iori se animó a decir - Gracias por no venderme elfo - había un tono de sorna en su voz mientras avanzaba con las manos entrelazadas en la parte baja de su espalda. Nou la miró de lado, sin dejar de caminar, con una expresión que parecía estar evaluando el tono de sus palabras. - Siempre ha estado claro que no eres propiedad de nadie. - La humana se rio quedamente. No, ella no lo era. Igual que él. Igual que el resto de personas libres.
- ¿Puedo preguntar sobre lo que estabas negociando con él? - añadió mientras mantenían el paso firme ambos, observando con cautela en torno a ellos. - Comprar algo que no debería - respondió mínimamente molesto, antes de volver al estoicismo - Quiero algo y me han pedido algo a cambio - La voz del moreno estaba teñida con cansancio. No parecía muy motivado con aquel objetivo que tenía entre menos. Y Iori reaccionó de la manera en la que le habían enseñado desde pequeña en su aldea.
Para formar parte del grupo, debía de preocuparse y cuidar del grupo.
- ¿Te puedo ser de ayuda en algo? - Movió la cabeza con gesto negativo sin dejar de mirar hacia delante. - No le des importancia - pidió sin apartar la vista del frente - Es sólo una transacción. Lo primero es el muchacho. -
Fue al apartar ella la vista de él, al observar hacia un lado cuando lo vio. Abrió mucho los ojos y se detuvo en seco, agarrando a Nousis por la manga un instante. - Allí - indicó tirando de su brazo para susurrárselo al oído antes de deslizarse por un callejón. Desde dónde estaban se veían un par de piernas extendidas en el suelo, y cuando llegaron observaron el cuerpo de un hombre. Estaba muerto y la humana se inclinó hacia él con expresión concentrada en los ojos.
- Conozco este uniforme... Este hombre forma parte de la guardia privada de los Carlaygh. Parece que lo han enviado también aquí tras el heredero - frunció el ceño pensativa observando las heridas de su pecho. Alguien le había retorcido el cuello pero antes de eso, unas vistosas heridas se hundían en su pecho como cuchillas paralelas. - ¿Alguna vez has visto unas marcas así? - inquirió arrodillada junto al cadáver mirando al elfo.
- Por desgracia sí. Son marcas de licántropo - la mente del elfo pareció volar a días menos alegres, por la expresión que adquirió en aquel instante. Iori bajó la cabeza y se inclinó más sobre el cuerpo, pensativa. El primer y último hombre lobo con el que había entrado en contacto se llamaba Ren, y lo había perdido de vista precisamente en aquella ciudad. Había sido testigo de lo que era capaz de hacer con su fuerza, ya fuese contra un mueble o contra un hombre.
Pero no imaginaba qué motivo tendría una persona como él para atacar a un guardia privado de una familia noble del sur. Meneó la cabeza y se concentró en lo que tenía delante.
Rebuscó con gesto respetuoso entre las ropas del soldado, y encontró un documento dentro de un rollo en un bolsillo lateral. Lo desdobló y las líneas conocidas pero indescifrables del idioma común la saludaron con su misterio desde el pergamino. Alzó la mirada clara hacia Nousis y pareció dudar un instante, antes de tendérsela, por la zona en la que el sello de la familia estaba ya abierto. - No sé leer - explicó quedamente, esperando que el elfo pudiera traducirle las letras.
Nou la observó un segundo más de lo necesario, como si estuviese a punto de decir algo pero decidiese que no. ¿Acaso le sorprendió? ¿Esperaba lo contrario en una muchacha que había sido campesina toda su vida? Apartó la vista, mirando por encima de la cabeza del soldado sin ver.
El elfo no había dicho nada, pero fue su silencio el que la hizo sentir de alguna manera... insuficiente.
Su voz la arrancó de esos pensamientos antes de que tuviese tiempo de revolcarse en ellos. "Buscarás en Ciudad Lagarto la ubicación del niño. Obtenido este dato no realizarás ningún movimiento. Informarás directamente y esperarás en la zona pasando desapercibido hasta nuevas órdenes." pronunció de manera extrañada mientras leía la escueta nota. No parecía tener mucho sentido esa supuesta pasividad por parte de un miembro de la familia que buscaba con tanto ahínco al muchacho. - ¿Estás seguro? - inquirió con la duda de quien ve magia en saber leer. - ¿No hay posibilidad de que diga otra cosa? - Sabía que no. Se incorporó para quedar a la altura de Nou contrariada. - No parecen ansiosos por recuperar a su hijo... ¿Son así todos los padres? -
Negó lentamente - Aquí pasa algo que no es natural - dijo releyendo la nota. - ¿Por qué conocer su estado? ¿No te contrataron para traerlo de regreso? - La humana lo recordaba bien. - Sí, la madre estaba muy afligida con toda la situación. Su padre parecía conservar más el control sobre si mismo - Guardaron silencio. Ni Nousis ni ella veían ya las cosas claras debido a la extraña forma de proceder que estaban teniendo.
Se alejaron del soldado muerto antes de llamar demasiado la atención. Aunque Ciudad Lagarto parecía ser un lugar sin ley, estaba segura de que si el caos venía ocasionado por unos forasteros, las "autoridades" de aquel lugar no tendrían miramientos en ir contra ellos.
El Sol terminó de alzarse en el cielo con ellos recorriendo de forma infructuosa la ciudad. El estómago de Iori se retorció, mostrando su inconformidad con respecto al tiempo de ayuno obligado al que lo había sometido. Solo tuvo que proponérselo una vez, ya que el elfo accedió al momento a sentarse en un pequeño puesto que tenía algunas mesas de madera en el exterior del local, pegadas a la fachada. No había menú, solo comida del día, pero el aroma que exhalaban las cocinas de allí auguró que de ninguna manera podían equivocarse. Y acertaron.
Con el humeante cuenco delante de ambos, sus tripas parecieron retorcerse en anticipación a la anhelada digestión que llevaban horas aguardando. - Dios mío, desde la comida de ayer, ¡Qué ganas tenía! - dijo con toda la alegría del mundo delante de su plato. Iori no lo vio, pero ante sus palabras, Nousis volvió los ojos a ella. Arqueó una ceja. - ¿Desde la comida...? - Iori se dio cuenta de su error mientras saboreaba la primera cucharada. Tragó con cuidado y lo miró esbozando una sonrisa insegura. - Esta mañana cuando me disponía a desayunar fue cuando apareció Teodora...- justificó antes de volver a bajar la cabeza al cuenco.
Pensó que el elfo lo dejaría pasar con esa burda explicación. Pero no lo hizo.
- Entiendo - aceptó él con suavidad - ¿Y la cena...? - Alzó los ojos deteniendo la cuchara a medio camino, siendo transparente para Nousis el pensamiento de la humana en ese momento. "Me ha pillado". - Bueno, bajé con intención de cenar ayer pero, al final no tenía estómago - respondió cortante. Demasiado. Sonaba a excusa.
Sin embargo, en aquella ocasión pareció suficiente. Comieron en silencio, escuchando únicamente los ruidos de la calle que comenzaba a abarrotarse por momentos. Parecía que aquel lugar era de las mejores zonas de la ciudad para obtener una comida. Fue cuando tenía su recipiente casi vacío cuando Iori se animó a compartir con él una idea sobre la que había estado pensando. - He estado reflexionando. Esta ciudad parece una caja de metal. Todo perfectamente cerrado si no formas parte de ello. Creo que deberíamos de volver al burdel de Teodora para continuar - lo dijo casualmente, pero lo miró con seriedad a los ojos.
- Por los dioses, ¿Para qué? - La tensión en Nousis había sido automática. - Para conseguir esa información - dijo resuelta. - ¿Quieres hacerlo así? - Se percató de la actitud del elfo y se inclinó más hacia él mirándolo. Tendría que ir con cuidado. - No es lo que crees. Volveré allí porque es la primera puerta que se nos abrió, pero con mis condiciones. Te he visto negociar con ese mercader. Voy a intentar hacer yo lo mismo - reveló.
- Todos acaban queriendo más en un lugar así - razonó - Es peligroso. - Iori dejó la cuchara sobre el cuenco y extendió las manos para aferrar la que tenía más cerca del elfo con fervor. Se estaba cerrando en banda al pensar en volver al prostíbulo, y no estaba consiguiendo que él escuchase que había, quizá, un plan B que podían llevar a cabo allí - Nou, escúchame. Nunca querrías escucharme cantar pero, sé que soy buena en otras cosas. Soy buena bailando - murmuró dejando que Nousis pensase un instante en la última vez que la pudo ver moviéndose al ritmo de la música. - Voy a ofrecer a cambio de la información un espectáculo para atraer clientes. - sentenció.
Él quedó callado un rato, como asimilando, aunque sus ojos eran dos piedras sin calidez alguna - Eres libre de decidir, pero lo veo un mala idea. Si, es cierto que carezco de una mejor, aunque aún no hemos visitado cada puerta de este estercolero. Cualquiera de esos... Clientes... - usa esa palabra casi escupiendo - ...Podría resultar una amenaza. -
La mirada intensa de Iori pareció relajarse un poco, creyendo ver la luz al final del túnel. Aún así, no soltó la mano que los mantenía unidos. - Sé defenderme contra los clientes medios que pueden rondar un establecimiento de ese tipo - dijo con voz suave. Necesitaba terminar de romper su reticencia.
Pero fue él quien rompió otra cosa.
- Es tu decisión - apartó la mano, sin brusquedad, quedando claro que a pesar de todo, no compartía su idea. La mirada azul se abrió mucho, sorprendida por aquel gesto y sus manos se quedaron congeladas en al aire unos instantes. La cara de Iori traslució una emoción que no era habitual en ella. Pareció herida ante la reacción de Nousis, y al instante fueron palpables incluso la lucha de pensamientos contrarios en su cabeza.
Intentó pensar en la ocasión en la que él la hubiera necesitado, que ella no estuviese ahí. Alguna vez previa en la que la humana lo hubiese dejado en la estacada. Podía haber estado o no de acuerdo con él durante sus viajes, pero, aún con todo, Iori nunca lo evidenció. Siguió adelante no por estar convencida de ello. Lo había hecho porque para él era importante. Poner súbitamente en una balanza la reacción de ambos en momentos de necesidad fue demoledor.
Vio con claridad la diferencia que había entre la estúpida lealtad que ella tenía, y la fría lógica que exhibía el elfo, alejándolo de lo que consideraba malos planes. Recordó a Karen en el barco, sus advertencias sobre los elfos. No debía de olvidar que ella no era uno de ellos. Ese límite era infranqueable, y Iori no podía hacer nada para cambiarlo. Su expresión se agrió tras esconder con rapidez el dolor de la decepción de su cara.
Apretó la mandíbula con fuerza y apartó los ojos con una expresión que el elfo bien conocía. Determinación. Comió en silencio apurando el cuenco de guiso sin saborearlo ya, y cuando terminó rebuscó en su casi vacía bolsa, extrayendo dos monedas que dejó sobre la mesa, pagando la consumición de ambos. - Mi decisión y mi misión. Siento haberte arrastrado a esto - siseó con los ojos refulgiendo con una rabia viva. Se giró y aprovechando su cuerpo, se alejó con paso rápido entre la gente.
La cantidad de personas que se movían por la calle parecía la corriente de un río. Se desplazaban en una coordinada fluctuación en el que los rateros más escurridizos encontraban un auténtico mar para pescar propiedades ajenas. Aferró con fuerza su pobre alforja y no le costó escurrirse dejando a Nousis atrás. Dirigiendo sus pasos hacia el prostíbulo, se esforzó por tragar el sabor que paladeaba en su boca. El sabor de la derrota.
Y otra vez venía con el sello inconfundible del elfo.
Los ojos de Teodora refulgieron casi con una expresión de burla cuando Iori entró a la penumbra del local. Estaba más adecentado que a la mañana. Las mesas vestidas, sillas colocadas, y una surtida cantidad de velas las cuales estaban encendidas en aproximadamente la mitad. En un par de horas más aquel lugar estaría lleno y las chicas, preparadas. - Con la furia con la que salió ese elfo de aquí pensé que no os volvería a ver - aseguró la mujer sin esconder la curiosa sonrisa con la que la miraba. - Él no tiene nada que ver en esto. Vengo aquí para ofrecerte un trato - La forma gatuna en la que la sonrisa de la mujer se acentuó, le hizo adivinar a Iori que si no conseguía convencerla, no habría nada más que le pudiera ofrecer a cambio de la información.
- Te escucho - la animó mientras un par de chicas vestidas con... pequeñas piedras de colores en los puntos clave pasaban a su lado. Iori apartó la vista de aquella sorprendente visión y la miró con decisión. - Será un espectáculo. Os ofrezco mis habilidades como bailarina. - Teodora exhaló el aire de sus pulmones y alzó los ojos al techo. Pero Iori necesitaba quemar ese cartucho. - Nunca has visto a nadie como yo - aseguró con fiereza. Con desesperación. - Me aseguraré de que cada uno de los clientes que cruce esta noche por la puerta necesite a una de las chicas que trabajan aquí. -
Se estaba tirando al vacío con aquella última afirmación, pero la mujer que la miraba con sorna inicial cambió su expresión a una de interés. - Es una promesa magnífica proveniente de una completa desconocida. Comprenderás que antes de cerrar un trato como ese preciso pruebas de tus habilidades - Estaba preparada para aquello. Le parecía lo normal que nadie en el lugar del dueña hiciese un salto de fe a ciegas en una propuesta como aquella. - Dónde - dio por toda respuesta. Y Teodora la guio hasta el fondo del local con una sonrisa lobuna.
Los ojos de la dueña habían brillado con satisfacción. Iori lo había reconocido claramente. Nadie la había enseñado a bailar, más que la música y su propia naturaleza. Al final, aquel tipo de movimientos basaban su efectividad en el propio disfrute personal que experimentaba ella. Formaba parte de un juego. Y como tal, desde que era adolescente Iori lo había practicado siempre que podía.
- Cuento contigo esta noche querida - había dicho, antes de que, de manera automática, un par de chicas la llevaran a una esquina del escenario. Descubrieron una puerta que parecía oculta por el color, y entraron en una estancia en la que más muchachas jóvenes se afanaban por prepararse. - ¿Tendremos algo de su talla? - inquirió una muchacha de voz aguda. - No te preocupes, no será mucho lo que llevará encima. ¿Preparas tú el maquillaje? - inquirió otra que comenzó a desnudarla sin pedirle colaboración. - Puedo hacerlo por mi misma - aseguró Iori comenzando a dejar sus pobres ropas a un lado. Esperaba que dejar allí sus pertenencias fuera seguro.
Para lo que vestía la mayoría de las chicas allí, casi se le antojaba que llevaba mucha tela encima. A un juego de ropa interior azul claro, le ciñeron unos extraños cinturones dorados en la cintura que sonaban rítmicamente a cada movimiento de cadera. Unas sandalias abiertas que subían por sus piernas hasta las rodillas con unos lazos suaves del mismo color ceñían su piel, y rematando el conjunto, para dar un toque de "vestido de baile" una fina gasa de tul violeta, que enredaron entre su hombro y su cintura, dejando que cayese de manera vaporosa en torno a ella. El efecto al bailar resultaba muy sugerente y la humana supo que aquellas mujeres estaban acostumbradas a trabajar para conseguir aquel efecto.
Tardaron un poco, pero cuando terminaron de aplicar maquillaje en su cara le ofrecieron un pequeño espejo de plata bruñida para observar el trabajo. Se miró y no se reconoció. Las sombras que habían aplicado marcaban sus ojos alargándolos. Los ángulos de su rostro estaban más marcados, más duros, y cualquier rasgo juvenil que permaneciese aún en su cara por la edad, fue eliminado a brochazos. La Iori que observaba sorprendida resultaba magnética. Y sensual.
- Vaya, es un trabajo notable - dijo la muchacha de la que no sabía ni el nombre observándola. - Tienes todo para captar las miradas esta noche querida. Haz un buen trabajo ahí arriba y nosotras haremos luego el nuestro - la animó la que la había maquillado, dándole un pellizco en la mejilla. Iori suspiró. No era distinto a salir a la pista de baile en la fiesta de cualquier pueblo. Trató de ignorar lo diferente que se había visto en su reflejo para encontrarse de nuevo bajo su piel. Seguía siendo ella. Y con esa actitud y el ánimo de conseguir la información costara lo que costara, salió a un escenario tan iluminado, que el resto de figuras permanecían en la penumbra.
Comenzaba el juego.
Primera dificultad: Iori y Nousis se separan por sus desavenencias. Ella accede a trabajar de forma imprudente en el burdel a cambio de alcanzar un acuerdo con Teodora para obtener información.
Captó la información por el aire intentando enlazar aquellos hilos en su cabeza sin tener éxito. Lo que estaba buscando el elfo venía de un contexto y unas circunstancias ajenas a ella.
Caminaron juntos un trecho alejándose del puesto, hombro con hombro hasta que Iori se animó a decir - Gracias por no venderme elfo - había un tono de sorna en su voz mientras avanzaba con las manos entrelazadas en la parte baja de su espalda. Nou la miró de lado, sin dejar de caminar, con una expresión que parecía estar evaluando el tono de sus palabras. - Siempre ha estado claro que no eres propiedad de nadie. - La humana se rio quedamente. No, ella no lo era. Igual que él. Igual que el resto de personas libres.
- ¿Puedo preguntar sobre lo que estabas negociando con él? - añadió mientras mantenían el paso firme ambos, observando con cautela en torno a ellos. - Comprar algo que no debería - respondió mínimamente molesto, antes de volver al estoicismo - Quiero algo y me han pedido algo a cambio - La voz del moreno estaba teñida con cansancio. No parecía muy motivado con aquel objetivo que tenía entre menos. Y Iori reaccionó de la manera en la que le habían enseñado desde pequeña en su aldea.
Para formar parte del grupo, debía de preocuparse y cuidar del grupo.
- ¿Te puedo ser de ayuda en algo? - Movió la cabeza con gesto negativo sin dejar de mirar hacia delante. - No le des importancia - pidió sin apartar la vista del frente - Es sólo una transacción. Lo primero es el muchacho. -
Fue al apartar ella la vista de él, al observar hacia un lado cuando lo vio. Abrió mucho los ojos y se detuvo en seco, agarrando a Nousis por la manga un instante. - Allí - indicó tirando de su brazo para susurrárselo al oído antes de deslizarse por un callejón. Desde dónde estaban se veían un par de piernas extendidas en el suelo, y cuando llegaron observaron el cuerpo de un hombre. Estaba muerto y la humana se inclinó hacia él con expresión concentrada en los ojos.
- Conozco este uniforme... Este hombre forma parte de la guardia privada de los Carlaygh. Parece que lo han enviado también aquí tras el heredero - frunció el ceño pensativa observando las heridas de su pecho. Alguien le había retorcido el cuello pero antes de eso, unas vistosas heridas se hundían en su pecho como cuchillas paralelas. - ¿Alguna vez has visto unas marcas así? - inquirió arrodillada junto al cadáver mirando al elfo.
- Por desgracia sí. Son marcas de licántropo - la mente del elfo pareció volar a días menos alegres, por la expresión que adquirió en aquel instante. Iori bajó la cabeza y se inclinó más sobre el cuerpo, pensativa. El primer y último hombre lobo con el que había entrado en contacto se llamaba Ren, y lo había perdido de vista precisamente en aquella ciudad. Había sido testigo de lo que era capaz de hacer con su fuerza, ya fuese contra un mueble o contra un hombre.
Pero no imaginaba qué motivo tendría una persona como él para atacar a un guardia privado de una familia noble del sur. Meneó la cabeza y se concentró en lo que tenía delante.
Rebuscó con gesto respetuoso entre las ropas del soldado, y encontró un documento dentro de un rollo en un bolsillo lateral. Lo desdobló y las líneas conocidas pero indescifrables del idioma común la saludaron con su misterio desde el pergamino. Alzó la mirada clara hacia Nousis y pareció dudar un instante, antes de tendérsela, por la zona en la que el sello de la familia estaba ya abierto. - No sé leer - explicó quedamente, esperando que el elfo pudiera traducirle las letras.
Nou la observó un segundo más de lo necesario, como si estuviese a punto de decir algo pero decidiese que no. ¿Acaso le sorprendió? ¿Esperaba lo contrario en una muchacha que había sido campesina toda su vida? Apartó la vista, mirando por encima de la cabeza del soldado sin ver.
El elfo no había dicho nada, pero fue su silencio el que la hizo sentir de alguna manera... insuficiente.
Su voz la arrancó de esos pensamientos antes de que tuviese tiempo de revolcarse en ellos. "Buscarás en Ciudad Lagarto la ubicación del niño. Obtenido este dato no realizarás ningún movimiento. Informarás directamente y esperarás en la zona pasando desapercibido hasta nuevas órdenes." pronunció de manera extrañada mientras leía la escueta nota. No parecía tener mucho sentido esa supuesta pasividad por parte de un miembro de la familia que buscaba con tanto ahínco al muchacho. - ¿Estás seguro? - inquirió con la duda de quien ve magia en saber leer. - ¿No hay posibilidad de que diga otra cosa? - Sabía que no. Se incorporó para quedar a la altura de Nou contrariada. - No parecen ansiosos por recuperar a su hijo... ¿Son así todos los padres? -
Negó lentamente - Aquí pasa algo que no es natural - dijo releyendo la nota. - ¿Por qué conocer su estado? ¿No te contrataron para traerlo de regreso? - La humana lo recordaba bien. - Sí, la madre estaba muy afligida con toda la situación. Su padre parecía conservar más el control sobre si mismo - Guardaron silencio. Ni Nousis ni ella veían ya las cosas claras debido a la extraña forma de proceder que estaban teniendo.
Se alejaron del soldado muerto antes de llamar demasiado la atención. Aunque Ciudad Lagarto parecía ser un lugar sin ley, estaba segura de que si el caos venía ocasionado por unos forasteros, las "autoridades" de aquel lugar no tendrían miramientos en ir contra ellos.
El Sol terminó de alzarse en el cielo con ellos recorriendo de forma infructuosa la ciudad. El estómago de Iori se retorció, mostrando su inconformidad con respecto al tiempo de ayuno obligado al que lo había sometido. Solo tuvo que proponérselo una vez, ya que el elfo accedió al momento a sentarse en un pequeño puesto que tenía algunas mesas de madera en el exterior del local, pegadas a la fachada. No había menú, solo comida del día, pero el aroma que exhalaban las cocinas de allí auguró que de ninguna manera podían equivocarse. Y acertaron.
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Con el humeante cuenco delante de ambos, sus tripas parecieron retorcerse en anticipación a la anhelada digestión que llevaban horas aguardando. - Dios mío, desde la comida de ayer, ¡Qué ganas tenía! - dijo con toda la alegría del mundo delante de su plato. Iori no lo vio, pero ante sus palabras, Nousis volvió los ojos a ella. Arqueó una ceja. - ¿Desde la comida...? - Iori se dio cuenta de su error mientras saboreaba la primera cucharada. Tragó con cuidado y lo miró esbozando una sonrisa insegura. - Esta mañana cuando me disponía a desayunar fue cuando apareció Teodora...- justificó antes de volver a bajar la cabeza al cuenco.
Pensó que el elfo lo dejaría pasar con esa burda explicación. Pero no lo hizo.
- Entiendo - aceptó él con suavidad - ¿Y la cena...? - Alzó los ojos deteniendo la cuchara a medio camino, siendo transparente para Nousis el pensamiento de la humana en ese momento. "Me ha pillado". - Bueno, bajé con intención de cenar ayer pero, al final no tenía estómago - respondió cortante. Demasiado. Sonaba a excusa.
Sin embargo, en aquella ocasión pareció suficiente. Comieron en silencio, escuchando únicamente los ruidos de la calle que comenzaba a abarrotarse por momentos. Parecía que aquel lugar era de las mejores zonas de la ciudad para obtener una comida. Fue cuando tenía su recipiente casi vacío cuando Iori se animó a compartir con él una idea sobre la que había estado pensando. - He estado reflexionando. Esta ciudad parece una caja de metal. Todo perfectamente cerrado si no formas parte de ello. Creo que deberíamos de volver al burdel de Teodora para continuar - lo dijo casualmente, pero lo miró con seriedad a los ojos.
- Por los dioses, ¿Para qué? - La tensión en Nousis había sido automática. - Para conseguir esa información - dijo resuelta. - ¿Quieres hacerlo así? - Se percató de la actitud del elfo y se inclinó más hacia él mirándolo. Tendría que ir con cuidado. - No es lo que crees. Volveré allí porque es la primera puerta que se nos abrió, pero con mis condiciones. Te he visto negociar con ese mercader. Voy a intentar hacer yo lo mismo - reveló.
- Todos acaban queriendo más en un lugar así - razonó - Es peligroso. - Iori dejó la cuchara sobre el cuenco y extendió las manos para aferrar la que tenía más cerca del elfo con fervor. Se estaba cerrando en banda al pensar en volver al prostíbulo, y no estaba consiguiendo que él escuchase que había, quizá, un plan B que podían llevar a cabo allí - Nou, escúchame. Nunca querrías escucharme cantar pero, sé que soy buena en otras cosas. Soy buena bailando - murmuró dejando que Nousis pensase un instante en la última vez que la pudo ver moviéndose al ritmo de la música. - Voy a ofrecer a cambio de la información un espectáculo para atraer clientes. - sentenció.
Él quedó callado un rato, como asimilando, aunque sus ojos eran dos piedras sin calidez alguna - Eres libre de decidir, pero lo veo un mala idea. Si, es cierto que carezco de una mejor, aunque aún no hemos visitado cada puerta de este estercolero. Cualquiera de esos... Clientes... - usa esa palabra casi escupiendo - ...Podría resultar una amenaza. -
La mirada intensa de Iori pareció relajarse un poco, creyendo ver la luz al final del túnel. Aún así, no soltó la mano que los mantenía unidos. - Sé defenderme contra los clientes medios que pueden rondar un establecimiento de ese tipo - dijo con voz suave. Necesitaba terminar de romper su reticencia.
Pero fue él quien rompió otra cosa.
- Es tu decisión - apartó la mano, sin brusquedad, quedando claro que a pesar de todo, no compartía su idea. La mirada azul se abrió mucho, sorprendida por aquel gesto y sus manos se quedaron congeladas en al aire unos instantes. La cara de Iori traslució una emoción que no era habitual en ella. Pareció herida ante la reacción de Nousis, y al instante fueron palpables incluso la lucha de pensamientos contrarios en su cabeza.
Intentó pensar en la ocasión en la que él la hubiera necesitado, que ella no estuviese ahí. Alguna vez previa en la que la humana lo hubiese dejado en la estacada. Podía haber estado o no de acuerdo con él durante sus viajes, pero, aún con todo, Iori nunca lo evidenció. Siguió adelante no por estar convencida de ello. Lo había hecho porque para él era importante. Poner súbitamente en una balanza la reacción de ambos en momentos de necesidad fue demoledor.
Vio con claridad la diferencia que había entre la estúpida lealtad que ella tenía, y la fría lógica que exhibía el elfo, alejándolo de lo que consideraba malos planes. Recordó a Karen en el barco, sus advertencias sobre los elfos. No debía de olvidar que ella no era uno de ellos. Ese límite era infranqueable, y Iori no podía hacer nada para cambiarlo. Su expresión se agrió tras esconder con rapidez el dolor de la decepción de su cara.
Apretó la mandíbula con fuerza y apartó los ojos con una expresión que el elfo bien conocía. Determinación. Comió en silencio apurando el cuenco de guiso sin saborearlo ya, y cuando terminó rebuscó en su casi vacía bolsa, extrayendo dos monedas que dejó sobre la mesa, pagando la consumición de ambos. - Mi decisión y mi misión. Siento haberte arrastrado a esto - siseó con los ojos refulgiendo con una rabia viva. Se giró y aprovechando su cuerpo, se alejó con paso rápido entre la gente.
La cantidad de personas que se movían por la calle parecía la corriente de un río. Se desplazaban en una coordinada fluctuación en el que los rateros más escurridizos encontraban un auténtico mar para pescar propiedades ajenas. Aferró con fuerza su pobre alforja y no le costó escurrirse dejando a Nousis atrás. Dirigiendo sus pasos hacia el prostíbulo, se esforzó por tragar el sabor que paladeaba en su boca. El sabor de la derrota.
Y otra vez venía con el sello inconfundible del elfo.
[...]
Los ojos de Teodora refulgieron casi con una expresión de burla cuando Iori entró a la penumbra del local. Estaba más adecentado que a la mañana. Las mesas vestidas, sillas colocadas, y una surtida cantidad de velas las cuales estaban encendidas en aproximadamente la mitad. En un par de horas más aquel lugar estaría lleno y las chicas, preparadas. - Con la furia con la que salió ese elfo de aquí pensé que no os volvería a ver - aseguró la mujer sin esconder la curiosa sonrisa con la que la miraba. - Él no tiene nada que ver en esto. Vengo aquí para ofrecerte un trato - La forma gatuna en la que la sonrisa de la mujer se acentuó, le hizo adivinar a Iori que si no conseguía convencerla, no habría nada más que le pudiera ofrecer a cambio de la información.
- Te escucho - la animó mientras un par de chicas vestidas con... pequeñas piedras de colores en los puntos clave pasaban a su lado. Iori apartó la vista de aquella sorprendente visión y la miró con decisión. - Será un espectáculo. Os ofrezco mis habilidades como bailarina. - Teodora exhaló el aire de sus pulmones y alzó los ojos al techo. Pero Iori necesitaba quemar ese cartucho. - Nunca has visto a nadie como yo - aseguró con fiereza. Con desesperación. - Me aseguraré de que cada uno de los clientes que cruce esta noche por la puerta necesite a una de las chicas que trabajan aquí. -
Se estaba tirando al vacío con aquella última afirmación, pero la mujer que la miraba con sorna inicial cambió su expresión a una de interés. - Es una promesa magnífica proveniente de una completa desconocida. Comprenderás que antes de cerrar un trato como ese preciso pruebas de tus habilidades - Estaba preparada para aquello. Le parecía lo normal que nadie en el lugar del dueña hiciese un salto de fe a ciegas en una propuesta como aquella. - Dónde - dio por toda respuesta. Y Teodora la guio hasta el fondo del local con una sonrisa lobuna.
[...]
Los ojos de la dueña habían brillado con satisfacción. Iori lo había reconocido claramente. Nadie la había enseñado a bailar, más que la música y su propia naturaleza. Al final, aquel tipo de movimientos basaban su efectividad en el propio disfrute personal que experimentaba ella. Formaba parte de un juego. Y como tal, desde que era adolescente Iori lo había practicado siempre que podía.
- Cuento contigo esta noche querida - había dicho, antes de que, de manera automática, un par de chicas la llevaran a una esquina del escenario. Descubrieron una puerta que parecía oculta por el color, y entraron en una estancia en la que más muchachas jóvenes se afanaban por prepararse. - ¿Tendremos algo de su talla? - inquirió una muchacha de voz aguda. - No te preocupes, no será mucho lo que llevará encima. ¿Preparas tú el maquillaje? - inquirió otra que comenzó a desnudarla sin pedirle colaboración. - Puedo hacerlo por mi misma - aseguró Iori comenzando a dejar sus pobres ropas a un lado. Esperaba que dejar allí sus pertenencias fuera seguro.
Para lo que vestía la mayoría de las chicas allí, casi se le antojaba que llevaba mucha tela encima. A un juego de ropa interior azul claro, le ciñeron unos extraños cinturones dorados en la cintura que sonaban rítmicamente a cada movimiento de cadera. Unas sandalias abiertas que subían por sus piernas hasta las rodillas con unos lazos suaves del mismo color ceñían su piel, y rematando el conjunto, para dar un toque de "vestido de baile" una fina gasa de tul violeta, que enredaron entre su hombro y su cintura, dejando que cayese de manera vaporosa en torno a ella. El efecto al bailar resultaba muy sugerente y la humana supo que aquellas mujeres estaban acostumbradas a trabajar para conseguir aquel efecto.
Tardaron un poco, pero cuando terminaron de aplicar maquillaje en su cara le ofrecieron un pequeño espejo de plata bruñida para observar el trabajo. Se miró y no se reconoció. Las sombras que habían aplicado marcaban sus ojos alargándolos. Los ángulos de su rostro estaban más marcados, más duros, y cualquier rasgo juvenil que permaneciese aún en su cara por la edad, fue eliminado a brochazos. La Iori que observaba sorprendida resultaba magnética. Y sensual.
- Vaya, es un trabajo notable - dijo la muchacha de la que no sabía ni el nombre observándola. - Tienes todo para captar las miradas esta noche querida. Haz un buen trabajo ahí arriba y nosotras haremos luego el nuestro - la animó la que la había maquillado, dándole un pellizco en la mejilla. Iori suspiró. No era distinto a salir a la pista de baile en la fiesta de cualquier pueblo. Trató de ignorar lo diferente que se había visto en su reflejo para encontrarse de nuevo bajo su piel. Seguía siendo ella. Y con esa actitud y el ánimo de conseguir la información costara lo que costara, salió a un escenario tan iluminado, que el resto de figuras permanecían en la penumbra.
Comenzaba el juego.
- Estilismo de Iori:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Primera dificultad: Iori y Nousis se separan por sus desavenencias. Ella accede a trabajar de forma imprudente en el burdel a cambio de alcanzar un acuerdo con Teodora para obtener información.
Última edición por Iori Li el Miér Oct 12 2022, 22:25, editado 1 vez
Iori Li
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Ni entendía, ni deseaba entender. Maldita humana, rezongó, alzando los ojos al cielo cuando la rueda que era su relación con ella volvía a girar. Siempre los mismos pasos, los mismos errores. La trataba con una delicadeza desconocida fuera de su raza y la moneda que ella utilizaba unía una aleación de impaciencia y estupidez. Deseó no haberla visto en esa fuente, haberse encontrado con ella. El cansancio que le producían los choques con la campesina había alcanzado un nuevo punto con la reacción que le había regalado. Una infantilidad sin sentido. Se había unido a sus objetivos por la mera reacción de ayudarla, templando su impulsividad. Y mentalmente, nunca ganaba nada más allá de un breve lapso hasta el siguiente enfrentamiento.
No comprendía, ni deseaba comprender. Ciudad Lagarto sólo se componía de ratas y hienas esperando la oportunidad para terminar con criaturas más débiles y devorarlas. Colocar al mismo nivel su charla con el mercader, a cielo abierto y armado, con el sol en pleno apogeo, y un baile en un prostíbulo donde todos los clientes querrían violar a una mujer de su belleza en cuanto la escasa seguridad fuese comprada o retirada. Confiaba demasiado en sí misma en una situación que dudaba que fuese capaz de controlar. Tenía que dejar claro que le parecía una pésima idea, incluso decidiendo no intervenir en su decisión. ¿Qué esperaba de él? ¿Qué aplaudiese algo tan poco sensato? El elfo había tomado vidas en lugares tan sórdidos, y conocía la facilidad que conllevaba. Había visto escenas que esperaba nunca tener que tener ante sí una vez más. Uno de sus pensamientos se sumergió en una oscuridad más profunda de los que era habitual en Sangwa. Apretó los dientes, y sus ojos grises irradiaron odio ante cuanto le fue mostrado. No podría contenerse. Y ella estaba provocando que esa locura se tornase posibilidad.
Pese a todo, trató de seguirla tras su arrebato, perdiéndola entre la gente. Ahogó un mar de imprecaciones.
Lentamente, fue calmándose, colocando cada pieza en su lugar. Sí, le había dado esquinazo negándole la opción a hacerse entender, y eso lo había enfurecido. Pero sabía dónde se hallaría a continuación. Paladeó la idea de dejarla sola. No estaban en la isla, no tenía la obligación de protegerla. Ni siquiera había atendido a sus reticencias. Nou era libre para comprar la planta que Fruyo le había pedido a cambio del manuscrito. La muchacha no era algo de su propiedad y nada les ataba más allá de los encuentros físicos compartidos y de las aventuras en las que se habían visto envueltos de norte a sur del continente.
Una sonrisa agrietó la ira que Iori le había provocado. Había criaturas con las que no podía engañarse a sí mismo, que, salvo traición manifiesta, no podía dejarlas a su suerte. Y esa humana era una de ellas.
[…]
Entró en el burdel cuando el ambiente se encontraba en plena ebullición. Una mayoría de humanos se agolpaban en cada resquicio del local, envuelto en una peligrosa oscuridad sólo rota por puntos rojizos que alumbraban lo que se deseaba del mismo. El elfo, mostrando un semblante desprovisto de emociones, cruzó el dintel cuando llegó su turno. Cuatro porteros iban permitiendo la entrada de uno en uno, hasta que apenas media docena de sujetos tras el espadachín cerraron el cupo del prostíbulo. El segundo baile ya estaba terminando y Nou se acomodó en una columna de madera, asegurándose que nadie quedaba su espalda. Gesto innecesario. La inmensa mayoría de los presentes buscaban colocarse lo más cerca posible de las muchachas que salían a escena.
Cuando Iori apareció ante la concurrencia, la mirada del elfo se agrandó, precisando un par de segundos para asegurarse que aquella era la humana que él conocía. Tanto sus ojos como sus labios habían sido más marcados y el espadachín no pudo apartar la vista del conjunto. Mas fue cuando comenzó a moverse, a un compás cuya velocidad subía y bajaba, manejándola a su antojo, cuando vislumbró la lujuriosa ansiedad de todos y cada uno de los presentes. E incluso, la suya propia. Todo cuando su interior le gritaba emanaba en una sola dirección.
La actuación terminó, entre una ruidosa protesta de un publico que exigía aún más de la bailarina. Incapaz de soportar todo cuanto era vomitado por la ebriedad y majadería de infraseres de variada raza, salió del local, esperando que la humana lo abandonase por alguna otra puerta que la principal. No quería ni imaginar qué podía ocurrir si intentaba tal hazaña tal y como se encontraba la excitación general.
Espero, cada vez más intranquilo, sopesando ideas cada vez más descabelladas, todas las cuales comenzaban regresando al burdel, hasta que para su asombro, pudo verla aterrizar desde la planta superior del edificio, con sus pertenencias en un improvisado hatillo. Se miraron un instante sin emitir palabra. El elfo se recompuso con mayor rapidez que ella, y avanzó, despacio.
-¿Qué ha ocurrido?- no deseaba un nuevo enfrentamiento, por lo que redujo al mínimo incluso su preocupación.
-Mi plan ha funcionado- contestó ella lacónica. Nou asintió resignado. Dado que se había salido con la suya, por fortuna había conseguido lo que se habían propuesto. Sin embargo, no pudo evitar hacer mención a una más que evidente huida.
- Al menos esa mujer ha mantenido su parte del trato. ¿Y escapar porque...? – la muchacha clavó en él sus ojos azules en un rictus desafiante. Quedaba nítido que su último desencuentro flotaba en el ambiente.
- Un imprevisto – zanjó. El elfo suspiró de manera casi imperceptible.
-Salgamos de aquí de una vez- se permitió ordenar. No tardarían en buscarla y no deseaba acarrear más problemas esa noche.
-Te dije que era mi misión- murmuró ella, avanzando a su lado.
-¿Y esperabas que me fuera sin más?- espetó él, sin levantar la voz. Miró alrededor, decidiéndose- Volvamos a la posada. Estaremos más seguros.
Una fuerte voz proveniente del interior del burdel les instó a abandonar las calles, evitando una nueva discusión. Sabía que la posada estaría cerrada, y sólo quedaba tentar a la suerte de que su ventana continuase semiabierta.
Los dioses decidieron colocarse de su parte por una vez, y Iori escaló con una agilidad que apenas aparentaba el menor esfuerzo. Más cargado por las protecciones y su propio peso, el espadachín la siguió, más lento, pero constante. Una vez en el interior, calmado y fuera de un peligro inminente, comenzó a despojarse de capa y armadura. Ninguno habló en unos minutos, hasta que él decidió romper el hielo.
-¿De modo que has averiguado algo?
- Hay un pequeño almacén, cerca del río. Allí un grupo llamado los Lobos de Tahew controla parte del tráfico de personas que entran y salen de la ciudad.
Su oyente asintió un poco distraído, hasta que su mirada de posó en las planchas de madera del suelo. Entrecerró los ojos, siguiendo un pequeño rastro oscuro, hasta dar con el pie descalzo de la humana. Se acercó a ella, agachándose y volviendo a observarla desde abajo.
-Te has cortado- señaló, tratando de evitar una recriminación que consideraba justa- en esa huida. Iori se alejó de él, en dirección a la palangana de agua de la habitación- Ven aquí- pidió, acompañando sus palabras flexionando los dedos de la mano diestra hacia sí mismo- cuanto antes deje de sangrar mejor.
Ella se sentó en la cama y él, con una rodilla en el suelo de manera, le retiró un pequeño vidrio incrustado, antes de proceder a limpiar la herida y buscar canalizar el poder de los suyos para evitar males mayores. Maquillada y acicalada aún como había sido para ese baile, un olor familiar llegó hasta él.
¿Manzana?
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Aunque habían sido ya varias veces, la magia de los elfos siempre se sentía como si fuese una primera vez. La sorprendía profundamente su manera de trabajar en ella, y sentía una necesidad absoluta de entregarse a aquella placidez que la inundaba. Cerró los ojos y dejó que su peso cediese en el excesivamente mullido colchón. No lo veía ahora, pero tenía la imagen de Nousis, arrodillado frente a ella en su mente. El tacto amable de sus dedos largos mantenía el contacto con su pie y aquello hizo que su tensión hacia él se relajase.
No abrió los ojos para hablar. - ¿Estuviste dentro? - El flujo de magia no se detuvo cuando él respondió - Sí, ya te dije que esta ciudad es peligrosa.- Sus palabras hicieron que la actitud defensiva en ella diera un pequeño coletazo, frunció el ceño y se esforzó en mantener la calma para no desconectar del alivio que suponía la curación en su pie. - Yo te dije que la misión y la decisión eran mías. No necesitaba que vinieras - casi sonó con voz controlada.
- Me da igual - replicó sin más - Tampoco ahora tengo obligación de curarte ¿no es así? también son mis decisiones. - Tenía razón en su argumento, por supuesto. Pero la humana no se encontraba en posición de dársela. El moreno parecía completamente indiferente a las vueltas de cabeza que ella le había estado dando a todo desde que se habían separado. De cómo influía él en ella y de cómo pasaba a depender de su figura cuando estaban cerca. Se sentía como un cachorro aprendiendo del lobo adulto y aquello la exasperaba más allá de lo que podía expresar en palabras.
Y con la paciencia diluyéndose como sal en agua en su sangre, la humana abrió los ojos y lo miró clavando un gesto adusto en la cara del elfo. La herida había dejado de sangrar, pero aún quedaba para una curación considerada completa. Con un rápido movimiento golpeó el pecho del elfo con la planta del pie que se estaba afanando en curar y Iori se incorporó para quedar frente a él. - No te entiendo Nousis, no te entiendo - su voz estaba teñida de enfado, pero se esforzó en susurrar para no hacer escándalo. - Soy una continua decepción para ti, lo sé, y la primera culpa es mía por empeñarme en enredarme contigo. Después de tu desaparición en el barco debía de haber comprendido la situación... A veces parece que hacemos un buen equipo, y otras recuerdo que para tus ojos soy una caótica y gris humana, propensa a la perdición - se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos con fuerza, dándose cuenta de que estaba ya comenzando a divagar. Hablando más de la cuenta. - Dioses, no, no, solo digo tonterías cuando hablo -
Estuvo a punto de caer sobre su trasero, sorprendido por su empujón. Finalmente, consiguió mantener el equilibrio y se levantó con rapidez mirándola desde su altura con mala cara. - ¿Desaparición? - repitió - Está claro que Karen no habló contigo... - se llevó las yemas de los dedos a la frente - Estoy cansado de que me acuses de puntos que nunca he pensado - Da un paso hacia ella - ¿Sabes que? Sí, casi había decidido no volver a eso que has llamado enredarnos. Porque no llego a entenderte, no siempre al menos. Intento ayudarte y me recriminas - su voz se endureció un poco - Abrirte los ojos y lo ves casi como una traición. No sé cómo acertar. -
Su rostro evidenció un instante la duda ante la referencia a Karen, y la incertidumbre enfrió parcialmente su enfado dejándola un instante en silencio. Apartó la vista y miró por la ventana la oscuridad de la noche, tratando de, primero, controlar sus ideas y segundo, ordenar sus pensamientos. - ¿Casi habías decidido? - inquirió entonces mirándolo a los ojos. Y vio en ellos lo que sentía Nousis en aquel momento por ella.
Él se mantuvo en silencio un instante - Tienes una forma de ver las cosas que no puedo compartir. Desde que nos conocemos he ido intentando comprenderla, pero en Gilrain entendí la magnitud del problema. Incluso tras lo de Karen. ¿Te gustan los encuentros casuales, es tu forma de vivir? Perfecto. También yo he participado décadas de ello. Pero cuando la persona tiene ya algún lazo conmigo... - paró, decidiendo qué rumbo tomar.
Las pupilas de Iori se dilataron, en la habitación iluminada levemente mientras lo escuchaba frente a él.
El Sol se había escondido, tiñendo el horizonte de tonos naranjas. La luz en verano sin embargo, se alargaba más allá del atardecer, por lo que pudieron seguir jugando un tiempo en el río. Tenía el cabello por encima del hombro y la cara sucia de jugar toda la tarde junto en la ribera. La diversión había sido constante hasta que la hora de regresar para cenar, a salvo en el refugio de sus casas llegó. Las madres de sus compañeros de juegos se habían ido acercando, hasta que solo quedaron Garion y ella allí.
- ¡Mamá! - indicó el chico de cabello trigueño cuando divisó la figura femenina. - Es hora de cenar, vamos - dijo la dulce mujer. Tenía el cabello igual que su hijo, y era, a ojos de Iori, increíblemente joven para ser ya madre. - Mañana seguimos Iori - se despidió el muchacho con una sonrisa en los labios, saludando.
La humana correspondió con la mano a su gesto y los observó avanzar, colina arriba. - Tengo algo preparado que te va a gustar mucho. - canturreó la mujer. - ¿Conejo? ¿Guiso de conejo? - Inquirió con ilusión en la voz, mientras se agarraba a la mano de la mujer para caminar juntos los dos. - ¡Tu cocina es la mejor del mundo! - alabó extasiado, evidentemente feliz y apurando el paso. Las manos unidas se mantuvieron firmes la una con la otra, hasta que la figura de ambos se perdió en las sombras crecientes.
Iori se quedó contemplando, con rostro inexpresivo, tratando de seguir el hilo de un extraño sentimiento que atenazaba su corazón. - Lazos - la voz de Zakath sonó a su lado, clara como el agua que discurría a su espalda. - No necesitamos eso Iori. Los lazos pueden ser bonitos un tiempo, pero unirse emocionalmente a alguien trae con certeza dolores más agudos que los que aprendemos a vivir sin ellos. - Los ojos azules se giraron a observar la cara curtida del anciano que le había encontrado en aquella cueva hacía unos cinco años. - No olvides mis palabras Iori. Quien pone el corazón en algo, sin duda sufre - sentención con la sabiduría de una persona que había vivido más de sesenta años en el mundo.
La pequeña asintió mecánicamente, sin apartar los ojos de él. - Ven, volvamos a casa. Hoy te enseñaré a preparar pastel de carne - le aseguró antes de comenzar a caminar delante de ella guiando el paso. Cuando avanzaba sin prisas, Zakath solía entrelazar las manos en la parte baja de su espalda. Iori las observó un segundo, recordando como Garion había regresado a casa de la mano de su madre. Dudó en probar. ¿Cómo se sentiría aquello? ¿Sentiría la misma alegría que sentían sus compañeros con gestos de cariño como aquellos? Las palabras de Zakath resonaron con fuerza en su cabeza. La curiosidad se congeló en ella y fue rechazada con presteza de su mente.
Y para evitar sufrir, para no crear lazos, la pequeña Iori enlazó sus manos en la espalda y echó a caminar, detrás de su mentor.
Tras visualizar en un instante aquel momento de su vida, Iori se quedó mirando muy fijamente para él en silencio. Fuera se escuchaba en los cristales que comenzaba a llover. - Nada es más peligroso que una persona que te hace estrenar sentimientos - casi susurró mientras se deslizaba sin hacer ruido un poco más hacia Nousis. - Desde que te conocí me has hecho pensar en cosas que nunca me había planteado. Aborrecimiento a tu arrogancia, alivio ante tu presencia, curiosidad por tus orígenes, admiración por tus habilidades...- la distancia entre ambos se había estrechado, y Nou podía verla mejor, reconociendo a pesar del maquillaje y la ropa exótica a la misma campesina que había conocido aquella vez en el bosque. - Lealtad hacia tu persona, y envidia por tus años de experiencia... pero... - tenía los ojos clavados en él a medida que hablaba. - He crecido sabiendo que para evitar el dolor que supone que un lazo se rompa, es mejor no establecerlos con nadie - murmuró buscando en su mirada.
Se detuvo prácticamente pegada a él - No quieres un lazo entre nosotros, Nousis - aseguró con voz aplomada, creyendo firmemente en lo que decía.
- Los lazos son necesarios - aseguró el elfo, contemplándola despacio - Te dan un lugar donde sentirse a salvo, el pueblo de mi clan, en mi caso. Mis padres, la gente que aprecio y me conoce desde que nací. Por eso lucho por ellos, como intenté que nada os ocurriese en Tortuga... - torció el gesto - con menor fortuna - suspiró - Los dioses no siempre tienen a bien atendernos, supongo. Pero yo no soy peligroso para ti, haya lo que haya ocurrido. Y tampoco, un libro abierto - sonrió de medio lado - Aún hay cosas que yo mismo debo abordar en mis propios pensamientos -
La mirada azul se la humana se volvió acero ante las gentiles palabras del elfo. Todo tenía perfecto sentido, pero era un lenguaje que no llegaba a ella. ¿Una familia? ¿Un hogar que proteger? Ella vivía sin eso. Y el elfo todavía no se había dado cuenta. Sintió una extraña furia nacer en ella, y acortó la distancia que los separaba con un paso hacia él, empujando suavemente al elfo con el contacto de su cuerpo. - Pensé que ya te habías dado cuenta Nousis, yo no sé leer. Lo único que me interesa de los libros son las tapas - Lo único que le interesaba de él, más allá de verlo como compañero fiable de aventuras, era follárselo.
Él pudo ver el enfado en ella. Pudo ver la rabia. Y pudo también ver como se lanzaba hacia sus labios. Quería más que nunca ahogar las estúpidas palabras que salían de la boca del moreno, para cambiar su incómoda charla por unos profundos gemidos. Pensaba hacer que se rindiera a sus pies esa noche y romper en él una vez más aquella máscara controlada que se empeñaba en lucir frente a ella.
La furia de la humana lo descolocó por entero. ¿Qué demonios ocurría allí? Una agresividad expresada a través de buscar su roce una vez más, con sus labios como primer destino. Por un momento, el elfo sintió su cuerpo, la belleza de ese rostro, y reaccionó prácticamente al instante. Sí, deseaba continuar aquello como siempre le ocurría con la campesina. Olor, textura, sabor... Pero regresó a él la mirada que como tormenta cayó sobre sus instintos. Se separó de la boca de Iori con un esfuerzo que pocas veces había llegado a necesitar. Tomándola de ambos brazos, con la sangre pidiéndole más de su cuerpo, logró hablarle.
Algo le decía que comprender aquel arrebato podía hacerle ver a mayor profundidad en la personalidad de la humana - ¿A qué ha venido eso? - inquirió con suavidad, contrastando completamente con el gesto femenino - ¿Qué te ha molestado? - volvió a preguntar - Y si lo ha hecho, ¿por qué te desahogas de ésta manera? -
Notó los labios de Nousis alejarse, y sus grandes manos hacer presión sobre ella. Para alejarla. Se quedó asombrada ante aquellas acciones, que significaban de forma evidente una necesidad de parar por parte de él. Su mirada azul reflejó aquella sorpresa perfectamente mientras su cuerpo se congelaba. Claro que tenían rechazado sus avances en ocasiones anteriores, pero nunca había sido ÉL quien lo hacía. Le costó hacerse una idea de cómo sentirse ante ello, y sin que pudiera aclarar su mente primero, escuchó como le hablaba, con más suavidad de la que ella estaba dispuesta a aceptar en aquel momento.
- ¿Molestado? - repitió de manera mecánica, tensa y sin moverse un milímetro. - Quiero acostarme contigo Nousis...- explicó pronunciando de forma muy lenta cada sílaba. - Y creo que no me equivoco al pensar que tú quieres lo mismo conmigo - lanzó con confianza, tratando de recuperar su seguridad. Podía verlo en sus ojos, lo sentía en su cuerpo. El elfo vibraba hacia ella de la misma forma que hacía ella por él. ¿Por qué detenerse?
- Sí - respondió rotundamente - Por supuesto que quiero - continuó sin soltarla, admitiéndoselo en voz alta por primera vez, erizándosele la piel ante la sensual confesión de la humana. En cambio Iori, no fue capaz de sentir la alegría que aquel reconocimiento hubiera causado en otras circunstancias. - Y eso quizá te haga entender lo que difícil que me está resultando intentar hablar contigo justo ahora - calló, con los ojos grises repasando los azules casi como una caricia - Pero creo hay algo más que deseo ahora mismo en ti. Algo te ha enfadado, algo que he dicho, y has volcado esa ira en intentar que volvamos a revolver las sábanas. ¿Entiendes a qué me refiero? - preguntó con un punto de preocupación.
Lo entendía perfectamente. Y en su fuero interno, se debatió un instante por seguir en aquella habitación o salir a paso rápido dando un portazo a la puerta.
La mirada de Iori se entrecerró, reflejando el punto de desconfianza que sentía ante aquellas palabras. Nousis quería como pago para poder alcanzar sus labios algo que ella no compartía con sus otros amantes. Quería intimidad. Quería comprender y llegar a ella de una forma que iba más allá de lo físico. Pensó entonces, hasta que punto deseaba lo que el moreno guardaba dentro de sus pantalones, y si ese pago merecía la pena.
Su respiración descontrolada no mentía, y el calor que sentía entre sus piernas tampoco. Esa noche quería tener sexo con él y hacerlo gemir todo lo fuerte que fuese capaz. - Tu hogar. Tu familia. Esa sensación de pertenencia. Yo no tengo nada de eso. - Le mantuvo la mirada, aunque necesitó un gran esfuerzo para mantenerse de aquella manera frente a él. - Tú naciste con esos lazos, por lo que te convences de que los precisas. No es mi caso - concluyó con la mandíbula tensa.
Pudo ver como escuchaba con atención su respuesta, sintiendo la tentación de negar categóricamente delante de ella. Casi podía ver los hilos mentales dentro de la cabeza de Nousis, dándole vueltas a lo que ella acababa de decir, tratando de ver sus palabras ante diferentes luces, diferentes perspectivas. Aquella atención, el interés por intentar... entenderla, la hicieron sentir desnuda de una forma más allá de la física. Ella respondió a aquel escrutinio con un semblante tozudo e irradiando lujuria.
Terca como un caballo que se niega a seguir el camino marcado, Iori le mantuvo la mirada unos segundos. Parecieron eternos. ¿Qué demonios tenía él en su cabeza? No quería seguir con aquella conversación. No era la primera persona que pretendía abrirse camino en ella para ver a la luz lo que tenía dentro.
No había gran cosa, lo sabía. Y Iori tampoco deseaba exponerlo.
La seguridad de sus habilidades físicas era lo que enarbolaba como bandera. Desde los quehaceres básicos de una granja, hasta sus habilidades en la cama. Su mundo estaba bien así, tal cual. Era perfecto. Y ahora él, pretendía sacudirlo todo para echar una ojeada a algo que no debía de importarle a nadie. Su anodino vacío interior. Su incapacidad para querer a alguien. Resopló sintiéndose atacada, aún cuando él no había abierto de nuevo la boca ni cambiado su postura.
Dio un paso atrás, rompiendo el contacto de las manos del guerrero sobre sus brazos y lo miró con fuego en los ojos. Llevó las manos a la tela violácea que cubría parcamente su cuerpo y comenzó a soltarla del agarre de los cintos dorados que ceñían su cintura. El sonido suave de la gasa se escuchó con un leve frufrú, antes de volver a dominar la quietud en la habitación. Fuera, el golpeteo de las gotas en el cristal de la ventana casi sonaba gentil. Lo único gentil que había en toda Ciudad Lagarto.
Lo obligaría a elegir. Seguir con aquella estúpida charla, o pasar a la acción.
Funcionó. Hasta que Iori, agotada, se quedó dormida tendida sobre él.
No abrió los ojos para hablar. - ¿Estuviste dentro? - El flujo de magia no se detuvo cuando él respondió - Sí, ya te dije que esta ciudad es peligrosa.- Sus palabras hicieron que la actitud defensiva en ella diera un pequeño coletazo, frunció el ceño y se esforzó en mantener la calma para no desconectar del alivio que suponía la curación en su pie. - Yo te dije que la misión y la decisión eran mías. No necesitaba que vinieras - casi sonó con voz controlada.
- Me da igual - replicó sin más - Tampoco ahora tengo obligación de curarte ¿no es así? también son mis decisiones. - Tenía razón en su argumento, por supuesto. Pero la humana no se encontraba en posición de dársela. El moreno parecía completamente indiferente a las vueltas de cabeza que ella le había estado dando a todo desde que se habían separado. De cómo influía él en ella y de cómo pasaba a depender de su figura cuando estaban cerca. Se sentía como un cachorro aprendiendo del lobo adulto y aquello la exasperaba más allá de lo que podía expresar en palabras.
Y con la paciencia diluyéndose como sal en agua en su sangre, la humana abrió los ojos y lo miró clavando un gesto adusto en la cara del elfo. La herida había dejado de sangrar, pero aún quedaba para una curación considerada completa. Con un rápido movimiento golpeó el pecho del elfo con la planta del pie que se estaba afanando en curar y Iori se incorporó para quedar frente a él. - No te entiendo Nousis, no te entiendo - su voz estaba teñida de enfado, pero se esforzó en susurrar para no hacer escándalo. - Soy una continua decepción para ti, lo sé, y la primera culpa es mía por empeñarme en enredarme contigo. Después de tu desaparición en el barco debía de haber comprendido la situación... A veces parece que hacemos un buen equipo, y otras recuerdo que para tus ojos soy una caótica y gris humana, propensa a la perdición - se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos con fuerza, dándose cuenta de que estaba ya comenzando a divagar. Hablando más de la cuenta. - Dioses, no, no, solo digo tonterías cuando hablo -
Estuvo a punto de caer sobre su trasero, sorprendido por su empujón. Finalmente, consiguió mantener el equilibrio y se levantó con rapidez mirándola desde su altura con mala cara. - ¿Desaparición? - repitió - Está claro que Karen no habló contigo... - se llevó las yemas de los dedos a la frente - Estoy cansado de que me acuses de puntos que nunca he pensado - Da un paso hacia ella - ¿Sabes que? Sí, casi había decidido no volver a eso que has llamado enredarnos. Porque no llego a entenderte, no siempre al menos. Intento ayudarte y me recriminas - su voz se endureció un poco - Abrirte los ojos y lo ves casi como una traición. No sé cómo acertar. -
Su rostro evidenció un instante la duda ante la referencia a Karen, y la incertidumbre enfrió parcialmente su enfado dejándola un instante en silencio. Apartó la vista y miró por la ventana la oscuridad de la noche, tratando de, primero, controlar sus ideas y segundo, ordenar sus pensamientos. - ¿Casi habías decidido? - inquirió entonces mirándolo a los ojos. Y vio en ellos lo que sentía Nousis en aquel momento por ella.
Él se mantuvo en silencio un instante - Tienes una forma de ver las cosas que no puedo compartir. Desde que nos conocemos he ido intentando comprenderla, pero en Gilrain entendí la magnitud del problema. Incluso tras lo de Karen. ¿Te gustan los encuentros casuales, es tu forma de vivir? Perfecto. También yo he participado décadas de ello. Pero cuando la persona tiene ya algún lazo conmigo... - paró, decidiendo qué rumbo tomar.
Las pupilas de Iori se dilataron, en la habitación iluminada levemente mientras lo escuchaba frente a él.
[...]
El Sol se había escondido, tiñendo el horizonte de tonos naranjas. La luz en verano sin embargo, se alargaba más allá del atardecer, por lo que pudieron seguir jugando un tiempo en el río. Tenía el cabello por encima del hombro y la cara sucia de jugar toda la tarde junto en la ribera. La diversión había sido constante hasta que la hora de regresar para cenar, a salvo en el refugio de sus casas llegó. Las madres de sus compañeros de juegos se habían ido acercando, hasta que solo quedaron Garion y ella allí.
- ¡Mamá! - indicó el chico de cabello trigueño cuando divisó la figura femenina. - Es hora de cenar, vamos - dijo la dulce mujer. Tenía el cabello igual que su hijo, y era, a ojos de Iori, increíblemente joven para ser ya madre. - Mañana seguimos Iori - se despidió el muchacho con una sonrisa en los labios, saludando.
La humana correspondió con la mano a su gesto y los observó avanzar, colina arriba. - Tengo algo preparado que te va a gustar mucho. - canturreó la mujer. - ¿Conejo? ¿Guiso de conejo? - Inquirió con ilusión en la voz, mientras se agarraba a la mano de la mujer para caminar juntos los dos. - ¡Tu cocina es la mejor del mundo! - alabó extasiado, evidentemente feliz y apurando el paso. Las manos unidas se mantuvieron firmes la una con la otra, hasta que la figura de ambos se perdió en las sombras crecientes.
Iori se quedó contemplando, con rostro inexpresivo, tratando de seguir el hilo de un extraño sentimiento que atenazaba su corazón. - Lazos - la voz de Zakath sonó a su lado, clara como el agua que discurría a su espalda. - No necesitamos eso Iori. Los lazos pueden ser bonitos un tiempo, pero unirse emocionalmente a alguien trae con certeza dolores más agudos que los que aprendemos a vivir sin ellos. - Los ojos azules se giraron a observar la cara curtida del anciano que le había encontrado en aquella cueva hacía unos cinco años. - No olvides mis palabras Iori. Quien pone el corazón en algo, sin duda sufre - sentención con la sabiduría de una persona que había vivido más de sesenta años en el mundo.
La pequeña asintió mecánicamente, sin apartar los ojos de él. - Ven, volvamos a casa. Hoy te enseñaré a preparar pastel de carne - le aseguró antes de comenzar a caminar delante de ella guiando el paso. Cuando avanzaba sin prisas, Zakath solía entrelazar las manos en la parte baja de su espalda. Iori las observó un segundo, recordando como Garion había regresado a casa de la mano de su madre. Dudó en probar. ¿Cómo se sentiría aquello? ¿Sentiría la misma alegría que sentían sus compañeros con gestos de cariño como aquellos? Las palabras de Zakath resonaron con fuerza en su cabeza. La curiosidad se congeló en ella y fue rechazada con presteza de su mente.
Y para evitar sufrir, para no crear lazos, la pequeña Iori enlazó sus manos en la espalda y echó a caminar, detrás de su mentor.
[...]
Tras visualizar en un instante aquel momento de su vida, Iori se quedó mirando muy fijamente para él en silencio. Fuera se escuchaba en los cristales que comenzaba a llover. - Nada es más peligroso que una persona que te hace estrenar sentimientos - casi susurró mientras se deslizaba sin hacer ruido un poco más hacia Nousis. - Desde que te conocí me has hecho pensar en cosas que nunca me había planteado. Aborrecimiento a tu arrogancia, alivio ante tu presencia, curiosidad por tus orígenes, admiración por tus habilidades...- la distancia entre ambos se había estrechado, y Nou podía verla mejor, reconociendo a pesar del maquillaje y la ropa exótica a la misma campesina que había conocido aquella vez en el bosque. - Lealtad hacia tu persona, y envidia por tus años de experiencia... pero... - tenía los ojos clavados en él a medida que hablaba. - He crecido sabiendo que para evitar el dolor que supone que un lazo se rompa, es mejor no establecerlos con nadie - murmuró buscando en su mirada.
Se detuvo prácticamente pegada a él - No quieres un lazo entre nosotros, Nousis - aseguró con voz aplomada, creyendo firmemente en lo que decía.
- Los lazos son necesarios - aseguró el elfo, contemplándola despacio - Te dan un lugar donde sentirse a salvo, el pueblo de mi clan, en mi caso. Mis padres, la gente que aprecio y me conoce desde que nací. Por eso lucho por ellos, como intenté que nada os ocurriese en Tortuga... - torció el gesto - con menor fortuna - suspiró - Los dioses no siempre tienen a bien atendernos, supongo. Pero yo no soy peligroso para ti, haya lo que haya ocurrido. Y tampoco, un libro abierto - sonrió de medio lado - Aún hay cosas que yo mismo debo abordar en mis propios pensamientos -
La mirada azul se la humana se volvió acero ante las gentiles palabras del elfo. Todo tenía perfecto sentido, pero era un lenguaje que no llegaba a ella. ¿Una familia? ¿Un hogar que proteger? Ella vivía sin eso. Y el elfo todavía no se había dado cuenta. Sintió una extraña furia nacer en ella, y acortó la distancia que los separaba con un paso hacia él, empujando suavemente al elfo con el contacto de su cuerpo. - Pensé que ya te habías dado cuenta Nousis, yo no sé leer. Lo único que me interesa de los libros son las tapas - Lo único que le interesaba de él, más allá de verlo como compañero fiable de aventuras, era follárselo.
Él pudo ver el enfado en ella. Pudo ver la rabia. Y pudo también ver como se lanzaba hacia sus labios. Quería más que nunca ahogar las estúpidas palabras que salían de la boca del moreno, para cambiar su incómoda charla por unos profundos gemidos. Pensaba hacer que se rindiera a sus pies esa noche y romper en él una vez más aquella máscara controlada que se empeñaba en lucir frente a ella.
La furia de la humana lo descolocó por entero. ¿Qué demonios ocurría allí? Una agresividad expresada a través de buscar su roce una vez más, con sus labios como primer destino. Por un momento, el elfo sintió su cuerpo, la belleza de ese rostro, y reaccionó prácticamente al instante. Sí, deseaba continuar aquello como siempre le ocurría con la campesina. Olor, textura, sabor... Pero regresó a él la mirada que como tormenta cayó sobre sus instintos. Se separó de la boca de Iori con un esfuerzo que pocas veces había llegado a necesitar. Tomándola de ambos brazos, con la sangre pidiéndole más de su cuerpo, logró hablarle.
Algo le decía que comprender aquel arrebato podía hacerle ver a mayor profundidad en la personalidad de la humana - ¿A qué ha venido eso? - inquirió con suavidad, contrastando completamente con el gesto femenino - ¿Qué te ha molestado? - volvió a preguntar - Y si lo ha hecho, ¿por qué te desahogas de ésta manera? -
Notó los labios de Nousis alejarse, y sus grandes manos hacer presión sobre ella. Para alejarla. Se quedó asombrada ante aquellas acciones, que significaban de forma evidente una necesidad de parar por parte de él. Su mirada azul reflejó aquella sorpresa perfectamente mientras su cuerpo se congelaba. Claro que tenían rechazado sus avances en ocasiones anteriores, pero nunca había sido ÉL quien lo hacía. Le costó hacerse una idea de cómo sentirse ante ello, y sin que pudiera aclarar su mente primero, escuchó como le hablaba, con más suavidad de la que ella estaba dispuesta a aceptar en aquel momento.
- ¿Molestado? - repitió de manera mecánica, tensa y sin moverse un milímetro. - Quiero acostarme contigo Nousis...- explicó pronunciando de forma muy lenta cada sílaba. - Y creo que no me equivoco al pensar que tú quieres lo mismo conmigo - lanzó con confianza, tratando de recuperar su seguridad. Podía verlo en sus ojos, lo sentía en su cuerpo. El elfo vibraba hacia ella de la misma forma que hacía ella por él. ¿Por qué detenerse?
- Sí - respondió rotundamente - Por supuesto que quiero - continuó sin soltarla, admitiéndoselo en voz alta por primera vez, erizándosele la piel ante la sensual confesión de la humana. En cambio Iori, no fue capaz de sentir la alegría que aquel reconocimiento hubiera causado en otras circunstancias. - Y eso quizá te haga entender lo que difícil que me está resultando intentar hablar contigo justo ahora - calló, con los ojos grises repasando los azules casi como una caricia - Pero creo hay algo más que deseo ahora mismo en ti. Algo te ha enfadado, algo que he dicho, y has volcado esa ira en intentar que volvamos a revolver las sábanas. ¿Entiendes a qué me refiero? - preguntó con un punto de preocupación.
Lo entendía perfectamente. Y en su fuero interno, se debatió un instante por seguir en aquella habitación o salir a paso rápido dando un portazo a la puerta.
La mirada de Iori se entrecerró, reflejando el punto de desconfianza que sentía ante aquellas palabras. Nousis quería como pago para poder alcanzar sus labios algo que ella no compartía con sus otros amantes. Quería intimidad. Quería comprender y llegar a ella de una forma que iba más allá de lo físico. Pensó entonces, hasta que punto deseaba lo que el moreno guardaba dentro de sus pantalones, y si ese pago merecía la pena.
Su respiración descontrolada no mentía, y el calor que sentía entre sus piernas tampoco. Esa noche quería tener sexo con él y hacerlo gemir todo lo fuerte que fuese capaz. - Tu hogar. Tu familia. Esa sensación de pertenencia. Yo no tengo nada de eso. - Le mantuvo la mirada, aunque necesitó un gran esfuerzo para mantenerse de aquella manera frente a él. - Tú naciste con esos lazos, por lo que te convences de que los precisas. No es mi caso - concluyó con la mandíbula tensa.
Pudo ver como escuchaba con atención su respuesta, sintiendo la tentación de negar categóricamente delante de ella. Casi podía ver los hilos mentales dentro de la cabeza de Nousis, dándole vueltas a lo que ella acababa de decir, tratando de ver sus palabras ante diferentes luces, diferentes perspectivas. Aquella atención, el interés por intentar... entenderla, la hicieron sentir desnuda de una forma más allá de la física. Ella respondió a aquel escrutinio con un semblante tozudo e irradiando lujuria.
Terca como un caballo que se niega a seguir el camino marcado, Iori le mantuvo la mirada unos segundos. Parecieron eternos. ¿Qué demonios tenía él en su cabeza? No quería seguir con aquella conversación. No era la primera persona que pretendía abrirse camino en ella para ver a la luz lo que tenía dentro.
No había gran cosa, lo sabía. Y Iori tampoco deseaba exponerlo.
La seguridad de sus habilidades físicas era lo que enarbolaba como bandera. Desde los quehaceres básicos de una granja, hasta sus habilidades en la cama. Su mundo estaba bien así, tal cual. Era perfecto. Y ahora él, pretendía sacudirlo todo para echar una ojeada a algo que no debía de importarle a nadie. Su anodino vacío interior. Su incapacidad para querer a alguien. Resopló sintiéndose atacada, aún cuando él no había abierto de nuevo la boca ni cambiado su postura.
Dio un paso atrás, rompiendo el contacto de las manos del guerrero sobre sus brazos y lo miró con fuego en los ojos. Llevó las manos a la tela violácea que cubría parcamente su cuerpo y comenzó a soltarla del agarre de los cintos dorados que ceñían su cintura. El sonido suave de la gasa se escuchó con un leve frufrú, antes de volver a dominar la quietud en la habitación. Fuera, el golpeteo de las gotas en el cristal de la ventana casi sonaba gentil. Lo único gentil que había en toda Ciudad Lagarto.
Lo obligaría a elegir. Seguir con aquella estúpida charla, o pasar a la acción.
Funcionó. Hasta que Iori, agotada, se quedó dormida tendida sobre él.
Iori Li
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Cuando el elfo despertó, se giró a un lado incluso antes de desperezarse. Aún se sentía agradablemente cansado de la noche anterior, que había terminado de una manera que le hizo traicionar su primitiva idea para lo que había pensado acerca de ellos dos. Sabía cómo era esa humana, y aquello probablemente había sido un error. Pensaban de manera demasiado contradictoria en demasiados temas y en su cabeza se sostenían las misma problemáticas preguntas que horas antes. Un único golpe en la puerta le indicó al abrir que habían traído una nueva palangana de agua limpia para asearse. Sonriendo, pidió una más, y la muchacha asintió, bajando de nuevo al piso inferior. Nou giró la cabeza de vuelta al lecho, donde ella aún estaba dormida. Estiró los músculos, dando unos pasos por la habitación, hasta que llegó lo que había reclamado, colocándola en la mesita de la campesina. Tomó el paño húmedo para comenzar a asearse y escuchó un quedo susurro. Aquello tendría que esperar.
[…]
Terminaron de desayunar en el piso inferior, saliendo una vez más de la taberna y siendo prácticamente recibidos por unos críos a la carrera, dos de los cuales portaban pequeños puñales. Una mujer con trazas de mercenaria los perseguía a la carrera y por su expresión, no pensaba castigarlos de manera acorde a su edad. El espadachín sacudió la cabeza, pasando una mano por el cabello. Cuanto detestaba esa ciudad…
Las palabras de Iori del día anterior, espejo de las de Teodora, encaminaron los pasos de ambos hacia las edificaciones que hacían de depósitos para diferentes productos, localizadas cerca del río. Entre sí diferían enormemente. Desde chamizos miserables que almacenaban ropa casi hecha jirones y otros productos de un valor casi nulo, hasta estructuras de piedra y portones fortificados, que a tenor de la reputación de la urbe, bien podían guardar desde animales exóticos, artículos robados o incluso, personas. El elfo pasó sus ojos grises con semblante sombrío por las más pudientes, con la clara tentación de comprobar su interior. Algunas incluso habían colocado guardianes para proteger la carga. Avanzaron un poco más, y la faz de Nousis se contrajo de asqueada sorpresa, cuando dieron cuenta de varios cadáveres tirados de cualquier manera, sin que a nadie hubiese parecido importarle desde el día que perdieron la vida. Una había recibido tal corte en una pierna que ésta había desaparecido. Más adelante, otro presentaba los síntomas de haber sido ahogado. Un tercero aún yacía sobre la oscura mancha de lo que había sido su sangre, ahora absorbida por la tierra.
Pero fue la cuarta la que despertó su interés.
Se acercó, habiendo desenvainado su hermosa espada ya tras la visión del primer asesinado, y dirigió una elocuente mirada a la humana. El mismo uniforme, de los Carlaygh, según ella había mencionado. Las mismas marcas del ataque de la raza más joven del continente. El elfo frunció el ceño. ¿Un licántropo intentaba que la familia no encontrase al joven? Se preguntó como hipótesis razonable. Un mercenario de esa especie, bien entrenado, podía resultar un asesino letal. No podía descartar algo así, y era algo que colocaba la misión de la humana en un terreno aún más peligroso.
Claro que aquello entraba en algo aún lejano, tan sólo probable. Por el contrario, la voz arrogante que gritó desde uno de los tejados resultó demasiado real. Nou alzó la vista, comprendiendo inmediatamente que se había dejado emboscar de una manera increíblemente estúpida. No había investigado la zona con anterioridad, metiéndose en la boca del lobo. No había pensado con claridad, actuando de manera demasiado lineal. Se había dejado llevar por esa parte de sí mismo que sólo buscaba violencia, ya satisfecha la lujuria entre la noche y la mañana. Y él ni siquiera se había dado cuenta.
- Ey guapa, ¿ropa nueva? - sonó. - No es el atuendo con el que te vi ayer.
Formando de manera que taponaban las posibles escapatorias del lugar, se fueron acercando, y el elfo acertó a ver tres ballesteros preparados. Su líder se decidió a acercarse más a él y a Iori, de quien sus ojos apenas de apartaban.
-¿Eres su chulo?- le preguntó a bocajarro, y Nou casi sintió como una vena que cruzaba su frente amenazaba con romperse. No podía matarlo, se obligó a reconocer. No sin que tres saetas traspasasen su armadura a esa distancia. Su rostro en cambio sí manifestó una sonrisa que exudaba violencia.
-Que dejen de apuntarme y verás qué soy- amenazó directamente. El criminal ni siquiera se enfureció.
- Emmmm... ya... pero no – respondió casi con desgana, antes de retomar su atención en la humana. - Ayer fuimos muchos los testigos de tus habilidades – sonrió de un modo que asqueó a Nousis, antes de mostrar la pareja de la sandalia que había perdido Iori. - Preciosas piernas, por cierto – comentó.
- Solo fue un préstamo temporal – aseguró, clavando los ojos en él.
- Ya... lo imagino, primer y único acto en Ciudad Lagarto. Podrías ganar mucho dinero con esas habilidades aquí ¿sabes? - continuó mirándola con una sonrisa que denotaba una clara lujuria. - Pero ahora tendrás que pensar en una transacción que no tiene que ver con dinero - indicó lanzando la sandalia en el aire y recogiéndola al vuelo. - Quiero que hagas algo por mí.
El elfo frunció el ceño, paseando los ojos por todos los secuaces de ese bastardo. Apretó el puño izquierdo. Pocas cosas odiaba más que sentir que nada podía hacer.
La humana mantuvo la mirada al criminal.
- He visto de lo que eres capaz, y no me refiero encima del escenario. – Éste se giró y, con un amplio movimiento del brazo lanza la sandalia por el aire. Aterriza a varios metros de altura, sobre una estructura que elfo no fue capaz de catalogar. - Vete a por ella. – ordenó, cruzando los brazos sobre el pecho con una sonrisa.
- ¿Qué? No soy un perro - respondió la campesina con una evidente indignación en la voz. Su respuesta conllevó un chasquido del líder del grupo, y los ojos grises del espadachín se abrieron por la sorpresa de sentir como uno de los virotes del ballestero ubicado de manera más frontal a él se dejó sentir acariciando su rostro. Y él no era de los que ponía la otra mejilla.
“Mutila, corta, destroza, mata” canturreaba sangwa mordiendo sus barrotes. El castigo a aquel mercenario en Dundarak se le antojaba escaso en esos momentos. Sólo deseaba ver el terror en los ojos de tales parásitos. Escuchó su nombre en los labios de Iori, lejano. Apenas era capaz de pensar en nada más que en asesinarlos.
- Este fue un aviso. La próxima flecha atravesará uno de sus ojos - aseguró su captor, manteniendo aquella sonrisa y tono irrealmente jovial.
- ¿Qué demonios quieres? -imprecó al jefe, cuando pudo controlar su ansia- ¿Qué tiene que ver ella?
- Sé lo que os dio Teodora a cambio del baile. Un nombre y un lugar. Pues bien, habéis encontrado a los lobos de Tahew. Y estamos dispuestos a hacer negocios con vosotros. A cambio de algo. - sonrió más ampliamente. - Pero primero, la sandalia - indicó, con un tono algo más apremiante en la voz. Iori lo miró con el ceño fruncido, pero verlo alzar de nuevo la mano con los dedos listos para chasquear apuraron su reacción.
- ¡Está bien, está bien! – Con el arma aún en la mano, el elfo deseó impedírselo, aún sabedor de que no había otra opción. Maldijo para sí la situación en al que habían caído.
Pese a todo, no pudo sino admirar la destreza con la que la muchacha llevó a cabo la tarea a la que ese hombre la estaba obligando. En numerosas ocasiones la había visto combatir, y había comprobado su agilidad en situaciones de peligro, y aquello era distinto. Como si la magia le incapacitara la probabilidad de caer, realizando giros y saltos impropios de un humano.
- Impresionante... pero no suficiente - indicó el bandido tras los primeros segundos observando. Chasqueó el dedo el elfo vio tres flechas desde distintas direcciones dirigirse hacia la chica.
Había esperado demasiado, y había permitido en exceso. El espadachín intentó entonces tomar de rehén al líder, agarrándolo para colocarle la espada en el cuello. El intento de matar a Iori había sido la gota que colmó el vaso.
Erró. Quizá avisado, su objetivo evadió su intento, y un nuevo virote se dejó sentir en el costado de su armadura. Su mirada se entrecerró, consciente de que carecía de una nueva oportunidad. Por fortuna, la joven no había sido herida. Tomó la sandalia, y desde su posición, observó a aquel que la había obligado a ello.
- Impresionante - repitió éste, aplaudiendo únicamente él, creando una extraña atmósfera de ¿burla? ¿ironía?. - Lánzamela, y vuelve hacia aquí pero usando otra ruta. -La humana obedeció, aunque en su lanzamiento no consiguió cubrir la misma distancia que había conseguido el líder con el lanzamiento previo. El criminal se rio entre dientes, dejando la sandalia en el suelo y sin perder detalle del camino que recorría ella de regreso.
- Excelente - reconoció. - Eres exactamente lo que necesitábamos – Iori se acercó al elfo, y éste no apartó los ojos del criminal. - Escucha con atención. Te ofrezco información y respetar vuestras vidas a cambio de una misión. Tendrás que infiltrarte en un lugar, recoger el objeto que te detallaré, traérmelo con presteza y trato cerrado entre nosotros - abrió los brazos en un gesto elocuente y la miró con un brillo en los ojos.
-¿Quieres que robe para ti? -resumió el hijo de Sandorai. Ponerla en peligro. Jodido cobarde. Calibró la distancia entre su hoja y un punto vital de su enemigo. Sí, cabía en lo posible rematarlo allí mismo… y morir atravesado por media docena de saetas. Aún así, su furia burbujeaba sin detenerse.
- Para no ser tu chulo interfiere demasiado en tus negocios. Te aconsejo que lo calmes. A quién necesito es a ti, no a él - espetó el líder, cambiando el tono de voz por primera vez, y Nou sintió las manos de su compañera posarse sobre la que sostenía su espada. Una pequeña fuerza sobre ésta le hizo comprender que deseaba que envainase. Con un vistazo en derredor, la sangre caliente, guardó su arma, admitiendo que nada resolvería.
- Será esta noche. Te guiaremos hasta el lugar. Se trata de la antigua base en la que vivía el Virrey de Ciudad Lagarto. Hace tiempo que no se tiene noticias de él. Ante su ausencia, no creo que eche de menos lo que yo necesito - volvió a reir y comenzó a caminar hacia la parte más profunda de la nave. Lo siguieron, cercados de hombres armados. - Te mostraré lo que busco y el lugar en el que debería de encontrarse. Ese sigilo con el que te mueves te vendrá bien ya que, aunque él no está, el lugar sigue estando vigilado. Por eso precisamos que entres con tus habilidades al abrigo de la oscuridad - Cruzaron el lugar y al fondo se abrió un pequeño arco que daba paso a una zona más adecentada. Parecía una base de operaciones, y ello condujo a la mente del elfo a mostrarse lúgubremente seguro de que incluso aunque Iori lograse su propósito, no les permitirían salvar la vida. Les habían dejado ver demasiado.
En una desvencijada mesa de madera, sobre su ancha superficie se encontraba extendido un mapa. - Acércate - indicó señalando hacia Iori. Dentro de aquella habitación había tres puestas más, en la penumbra. Los puntos de luz estaban encendidos de manera estratégica y permitían ver el escaso mobiliario. - Nos encontramos en esta parte de la ciudad - señaló con el dedo. - Recorreremos esta ruta a la hora indicada y allí te encontrarás con el edificio más alto de toda Ciudad Lagarto. Deberás de acceder a la última planta. - su mano recorrió el mapa y miró a Iori con una sonrisa. - Lo que pase dentro correrá de tu cuenta, pero una vez estés allí, deberás de buscar una caja como esta - rodeó la mesa, y en una oquedad casi imperceptible, metió la mano para extraer una fina caja de madera tallada. Era de tono oscuro y por sus brocados se adivinaba que, independientemente del contenido, ya solo la factura de artesanía era muy cara. - No la abras por supuesto. Guárdala y regresa. Cuando hayas satisfecho esta demanda, os daré la información que buscáis y os dejaré marchar en libertad - aseguró extendiendo su sonrisa más de lo que sería necesario. - Os daría mi palabra, pero no tiene ningún valor. Digamos que no tenéis otra que fiaros de mí.
-Por lo menos estamos de acuerdo en algo...- masculló el elfo, soltando parte del odio que guardaba como ácido. Robar para un delincuente en una ciudad criminales. Nadie haría preguntas si la joven perdía la vida. Y él, como había comprendido presto, sería la garantía de su retorno. El líder confirmó el hecho cuando volvió a tomar la palabra.
- No tenemos elección - indicó en voz baja.
- Oh, no es cierto. La tenéis. Pero no creo que desees que vendamos por piezas a tu amigo elfo y a ti te violen hasta que no seas más que una masa de carne y huesos. – su semblante al soltar tales amenazas no cambió la diversión que mostraba, y el elfo se dijo que matarlo sería un favor al mundo.
- Lo haré – aceptó la humana, mirándolo a los ojos con un punto de ira contenida en sus ojos azules.
- Bien. Podréis relajaros ahora en nuestras instalaciones. Quizá les falta algo de limpieza, pero servirán. Te avisaré cuando llegue la hora. - se acercó a Iori y tomándola de la mano, se la estrechó en un gesto cargado de teatralidad antes de darles la espalda y salir por la puerta grande del arco que daba al interior de la gran nave en la que se había encontrado.
- Andando - indicó una voz ronca tras ellos. Uno de los hombres de la banda les hizo un gesto hacia la puerta central que había en la sala. - Quedaréis bajo custodia hasta que llegue el momento -Cruzaron el dintel hasta un estrecho y húmedo pasillo, apenas iluminado.
- ¿Crees que podríamos llevarla a ella a nuestra habitación? - Escucharon un cuchicheo detrás.
- No es buena idea... si le pasa algo y no es capaz de cumplir la misión Kevan no será comprensivo con nosotros - respondió otra voz. Un chasquido de lengua denotó el descontento que producía aquella última frase en su interlocutor. - Tú, aquí - ordenó otro de los guardias deteniéndose delante de una puerta mirando a Nousis.
Éste lo fulminó con la mirada, antes de obedecer a regañadientes. Sintió cerrar la puerta con llave, antes de lanzar un rugido de pura frustración.
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Segunda dificultad: Los criminales secuestran a Nou, obligando a Iori a realizar la misión.
Última edición por Nousis Indirel el Miér Oct 12 2022, 22:28, editado 1 vez
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
En la zona del río, la temperatura de la ciudad bajaba bastante una vez se había puesto el Sol. La humana fue conducida por la zona de los muelles, dejando atrás la puerta en la que sabía que había quedado Nousis encerrado. Trató de concentrarse en su misión, pero no pudo evitar llevar clavado en la nuca el remordimiento de que, ella había arrastrado al elfo a aquella trampa.
Mientras avanzaba en compañía de dos de los lobos, se evadió de la conversación que tenían para revolcarse en una decisión que comenzaba a perfilarse en su mente. No volvería a tener nada que ver con el elfo. Excepto que se tratase de un poco de sexo compartido. A eso le costaría decir que no, pero se autoconvenció de que entre sus brazos y entre sus piernas, el peligro que podía enfrentar Nousis era relativamente bajo.
Bajo en comparación a haber quedado encerrado en manos de una banda de maleantes al completo.
- ¿Entendido? - inquirió alzando el tono de voz uno de sus acompañantes, mientras le daba un leve codazo a la humana. - ¿Eh? Sí sí, ya sé, tengo que ir a por la caja y regresar con ella. - resumió dándose cuenta de que había pasado por alto lo que le habían estado diciendo en los últimos minutos. El hombre miró a la otra mujer que la había escoltado, con un gesto dubitativo que molestó a Iori por la falta de fe. - En caso de que falles, no te ayudaremos. Ni que estés herida ni que seas cadáver. - dijo la chica mirando a Iori.
- Oh, me parece correcto. Siempre quise ser comida para los peces - aseguró la chica deteniéndose cuando ellos lo hicieron. Habían cruzado las calles bordeando el río, por la periferia del barrio principal. Los sonidos de la fiesta nocturna se confundían con esporádicas peleas lejanas, componiendo la melodía que era tan característica de aquella ciudad. - Bien, mira todo lo que quieras pero recuerda que tienes que llevar a cabo la misión antes de que se haga de día. Cuando tengas clara la estructura del edificio, Lana y yo comenzaremos la distracción -
¿La distracción? Iori asintió, sospechando que aquella parte del plan tenía que ver con lo que su mente había omitido, ocupada pensando en sus remordimientos. - Perfecto - asintió antes de agazaparse parcialmente detrás de la esquina de una de las calles que llevaba a la construcción. Para ser el edificio predominante de la ciudad, la zona estaba parcamente iluminada y casi nada concurrida.
La desaparición del virrey debía de haber puesto en un sueño superficial aquella parte de la ciudad, que si bien continuaba vigilada, no parecía tener la vida activa que se veía en otras zonas. La edificación se alzaba como un gigante silencioso al que la humana esperaba no despertar. Agudizó la mirada y analizó el lugar, fijándose en cualquier tipo de construcción o soporte que le pudiera llegar a servir a sus propósitos. Subir y alcanzar la cima y, por supuesto, conseguir bajar de una pieza y de manera segura. Asintió para sus adentros y miró a los dos miembros de los lobos, de los cuales no sabía el nombre. - Estoy lista -
No añadieron nada más. Ambos avanzaron un paso hacia la luz de la pequeña plaza frente a la que se erguía la base del Virrey. Ella avanzaba delante y él, súbitamente adquirió unos andares que bien podían dar a entender que se trataba de una persona borracha. Los ojos azules se entrecerraron, sin perder atención de la distracción que habían mencionado. Ahora lo entendía. Interpretando una pelea callejera, ambos terminaron acercándose hasta la entrada causando un gran alboroto. Algunos curiosos detuvieron su camino en la zona, y los guardias salieron para ¿separarlos? No... querían alejarlos de allí. En esa zona tonterías las justas, y había mucha ciudad para partirse la cara.
Afortunadamente los lobos parecían saber exactamente qué hacer para complicar la situación, y obligándose a apartar los ojos de allí, la humana aprovechó el caos generado para escabullirse por un lateral y bordear la fachada por su zona este. Se pegó a la pared, y guiándose por su tacto y lo que los ojos percibían en la penumbra, Iori avanzó subiendo por la vertical.
Las cosas se habían complicado. Cuando estaba terminando de aferrar bien la caja a la bolsa interior con la que la habían provisto, la descubrieron. - ¡Alto! ¡Alto maldita desgraciada! - El guardia y ella se quedaron congelados, sorprendiéndose mutuamente antes de que la humana se activase echando a correr. Tuvo que buscar una ruta alternativa y sentía la urgencia más grande de su vida deseando que sus pies volasen mientras buscaba un camino para salir de allí. Una vez en la calle, Iori avanzó usando paredes, aleros y todo lo que tenía a su alcance para despistar a la guardia que fue detrás de ella.
La sorprendió la cantidad de ellos. Y su tozudez.
Se dio cuenta de que corría en círculos cuando saltó encima del mismo cartel, y trató de abrirse paso hacia la zona de los muelles de nuevo como punto de guía. Si las calles eran un pequeño laberinto con el que no estaba familiarizada, el agua podría suponer el único punto de orientación fiable para ella en aquel instante. Saltó encima de un muro medianero, y cogiendo carrerilla unos cuantos metros sobre él, se lanzó impulsándose lo más lejos que pudo para zambullirse como una piedra dentro de las aguas oscuras.
Chorreando, y aterida de frío, Iori extrajo del bolsillo interior la menuda cajita delante de Kevan. La destartalada sala en la que se encontraba la mesa y el mapa estaba más llena de gente que antes. Muchos miembros del grupo observaban en un silencio que casi rozaba el respeto. - He de reconocer, que no creía que lo consiguieras - admitió el líder con los ojos brillando de forma codiciosa.
La humana dejó la caja de madera, mojada en su superficie sobre el mapa con un golpe seco. Con un gesto de barbilla miró a uno de sus hombres mientras Iori reprimía un escalofrío violento. - Traed al elfo - indicó con voz suave mientras tomaba la caja con presteza en la mano. Iori guardó silencio mientras lo observaba abrir la caja con cuidado. La expresión que puso le resultó inescrutable, pero por la falta de decepción o enfado, asumió que aquello era lo que él esperaba.
Unos pasos fuertes sobre la madera llamaron su atención hacia la puerta que llevaba a sus "habitaciones". Vio aparecer a Nousis escoltado por tres figuras, y con una rápida visual concluyó que estaba de una pieza. Buscó en su mirada gris alguna información, y casi pudo palpar como su gesto altivo mezclado con cierta dosis de ira, pasaba a una leve preocupación al fijarse en ella.
Cruzó los escasos metros que los separaban y se detuvo invadiendo por completo con su cuerpo su espacio personal. -¿Qué ha pasado? - suena en un tono un poco más bajo que de costumbre - ¿Cómo has acabado así? - La risa entre dientes de Kevan se escuchó en toda la sala. - El agua moja elfo, al menos en esta zona - cortó la que podía convertirse en una conversación personal. Nou lo destripó con la mirada sin hacer esfuerzo por esconderlo y sonó gélido - Le he preguntado a ella. -
Iori le sonrió fugazmente a Nousis para volver a centrar su atención en el líder. Le urgía zanjar aquello y salir de allí - Hemos cumplido - aseguró con un tono de nobleza en la voz que hizo pensar a todos que la humana era nueva desenvolviéndose en aquel tipo de ambientes. A la legua se podía intuir que una persona como ella no duraría mucho moviéndose con aquella filosofía de vida en un entorno como ese.
- Eso era todo cuanto querías - añadió él con una nota clara de afirmación, como reforzando lo que habían hablado - ¿Cierto? - Kevan miró al elfo enarcando una ceja y apoyó ambas manos sobre la mesa. Fue un leve movimiento de su muñeca, pero al instante apartaron a Iori de su posición, y con rapidez y fuerza, Nousis notó como lo retenían inmovilizándolo contra la mesa. Pudo sentir la presión, y un número variable de manos repartidas entre mantener su mejilla apretada contra la madera y retorcer con técnica sus brazos, manteniéndolos firmemente aferrados a su espalda.
- Eres un elfo muy hablador - indicó el líder, inclinándose un poco más sobre la superficie, de forma que sus ojos conectaron con la mirada gris del elfo. - Desde el principio no has sido necesario, y te he mantenido como motivación para conseguir de ella lo que quería. Ahora que está todo hecho, ¿Qué crees que es lo que me detiene para que no te mande atar a la pared de mi cuarto? - siseó de forma lobuna, dándole a entender a Nousis un claro mensaje. - Tengo probado elfos, pero ninguno que fuese tan insoportablemente altanero como tú -
La humana lo vio hacer fuerza tensando todo su cuerpo. Contaba cuatro hombres sobre él y aún así, con el primer impulso consiguió erguirse ligeramente hacia arriba. Esto dio como resultado el redoble de esfuerzo que hacían por retenerlo, machacándolo sin cuidado contra la superficie de la mesa.
Iori se alteró y dejó de sentir por un momento el frío que mordía su piel - Dejarnos ir sanos y salvos con la información a cambio. Ese era el trato. - Sonó su voz, más alta de lo que pretendía. Kevan apartó los ojos de Nousis, divertido, y se incorporó para mirarla a ella. - Me has servido bien. Y has sobrevivido. Es más de lo que esperaba. - se cruzó de brazos detrás de la mesa mientras incorporaban a Nousis y lo obligaban a alzarse, aunque lo mantenían con los brazos sujetos. - Sé que buscas al chico. El heredero. Está aquí. Pero son varios bandos los que tienen que ver con él. A mi saber, están los secuestradores, los contratados para encontrarlo, entre los que asumo que te encuentras tú, y una cuadrilla de hombres lobo capitaneada por una figura de la que no había noticia previa en Ciudad Lagarto. Son foráneos - aseguró.
Iori estaba rozando el final de aquello con los dedos, cuando la voz de Nousis volvió a hacerse escuchar en la sala. Kevan parecía estar desarrollando una extraña fijación con él, y el moreno en cambio dejaba fluir su ira contenida volviendo a ponerse en el centro de atención para el líder. La humana suspiró -¿Y a ti no te interesa? - preguntó Nou con cierto escepticismo y un punto de sorna no disimulado. Sus palabras contrastaban y bastante con una mirada que destila una ira extremadamente intensa.
El moreno volvió a fijar la mirada en el elfo, extrañamente satisfecho con su nueva intervención. - Suelo ser selectivo con los asuntos que tengo entre... manos - aseguró antes de dedicarle una radiante sonrisa. - ¿Algún lugar? ¿Algún punto en concreto? - inquirió con urgencia Iori para tratar de romper la atención que el elfo se empeñaba en poner sobre él.
- Los molinos, cerca del límite exterior al sur. Es un lugar que funcionaba cuando esto se supone que podía haberse convertido en un asentamiento mejor. Hace años que están en desuso, al menos oficialmente - concretó mientras rodeaba la mesa y se acercaba a Nousis. - Quizá encontréis algo que no sean restos de harina allí...- añadió con las manos en la cintura, mirando de frente al moreno, escudriñando en sus ojos con una expresión divertida.
Por una vez, los deseos más acuciantes de Iori se vieron cumplidos, cuando Nousis le dio la callada como respuesta. Le mantuvo la mirada a Kevan sin apartar los ojos, pero se mantuvo en silencio, firme en una posición que a todas luces le tenía que estar resultando dolorosa.
- La próxima vez que nos encontremos, quizá las cosas sean distintas - suspiró el líder apartándose al fin del moreno. - En cuanto a ti, ya sea en la noche o usando esa prodigiosa agilidad, vuelve a buscarnos si precisas trabajo - Se aproximó dando unos pasos hacia Iori para alzar la mano y acariciarle la mejilla. - Pero ten presente que esta no es nuestra base, tendrás que comenzar desde el principio de nuevo - aseguró antes de reír entre dientes. - Escoltadlos - ordenó con la fuerza de un látigo antes de girarse y volver a cruzar la sala de camino a la caja.
Con la fuerza de un vendaval, ambos fueron arrastrados cruzando en la oscuridad de la noche el interior del viejo almacén que se alzaba en los muelles. Sin cruzar palabra, los guiaron unas cuantas calles hacia arriba, y en la apertura del sendero a una pequeña plaza poco concurrida, los soltaron de mala manera para desaparecer de nuevo en diferentes direcciones. La humana los observó aparecer y, cuando estuvo segura de que estaban solos, se acercó con urgencia al elfo.
- ¿Estás bien? ¿Te han hecho algo mientras estabas retenido? - preguntó con la voz temblando mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. Sus dientes comenzaron a castañear, evidenciando el frío que están comiendo su cuerpo.
- No - la voz de Nou suena dura, fría, hasta que pareció reparar en el estado de la humana. No fue capaz de deshacerse del todo de esa furia y aún tenía hielo en las silabas al hablar - Deberíamos cambiarte de ropa. - Sus ojos la miraban pero apenas la veían.
La mirada azul se acobardó en cuanto notó la reacción del elfo. Incapaz de mantenerle la mirada, se puso de medio lado, tratando de ubicarse por los edificios que tenía cerca y centrarse así en la dirección correcta. - ¿Misma posada? - inquirió con rapidez. El cuerpo de Nousis irradiaba una energía que la estaba poniendo nerviosa. No estaba herido tras el encierro, pero Iori sabía que se refería a físicamente.
Ser retenido, y el espectáculo de intento de ligue por parte de Kevan al final, habían producido en él una reacción que ponía los pelos de punta a la humana. - Busquemos una mejor. Necesitas un baño. Vamos - ordenó más que sugirió.
Asintió al instante y, tratando de contener los temblores de su cuerpo, buscó concentrarse en la idea de sumergir el cuerpo en agua muy caliente para sacar el frío de su cuerpo. Avanzaron hacia una zona animada que no había visitado antes. Por el aspecto de los locales parecía un lugar más lujoso que el entorno en el que se habían movido hasta ese momento. Comenzó a echar cuentas de lo que podría costar una noche en alguna de aquellas posadas cuando el elfo se detuvo delante de una de ellas.
Mucho. Muchísimo dinero. El mismo que ella no tenía.
Lo siguió sin rechistar, notando como, a pesar de estar rígida de frío, el cuerpo del elfo transmitía más tensión que el suyo al avanzar. Con frases escuetas, contrató una habitación con chimenea, una cena caliente y abundante y un baño tibio para esa noche. Lo siguió, como una sombra, de la misma manera que observa con nerviosismo las nubes oscuras cuando se levantan en el horizonte anticipando la lluvia.
La habitación era más espaciosa que la que habían compartido eses días, y la calidad y detalle de los muebles superior. Cuando entraron el elfo cerró tras ellos y la mirada de Iori se repartió entre seguir su figura, que caminó en silencio hasta quedar frente a la ventana, y el calor que irradiaba el fuego encendido desde la chimenea lateral. Teniendo miedo de dirigirse de nuevo a él en aquel estado, optó por ser una completa cobarde y encaminar sus pasos hacia el fuego. Se desnudó rápido, de forma desordenada, como quien se libra de una red que aprisiona el cuerpo.
Dejó las telas tiradas a un lado y arrodillándose delante de la lumbre, notó como su calor llenaba de tibieza la piel. Durante un rato solo se escuchaba el crepitar del fuego, mientras el entumecimiento se iba retirando poco a poco de sus músculos. Notaba el frío todavía llenando sus huesos, pero cuando se sumergiese en agua caliente aquello desaparecería por completo. Tras ella, en un sonido quedo, sintió como el elfo parecía haberse tumbado sobre la cama en silencio.
Se mordió el labio, sin apartar los ojos de los bonitos colores del fuego. - Lo siento...- murmuró bajito, insegura sobre cuál sería su siguiente reacción. Sentía que algo en él estaba a punto de explotar, y no sabía cómo manejar aquello. Adivinaba que la forma en la que los habían atrapado lo había herido en el orgullo, y la humana desconocía cómo actuar ante aquello. - No tiene nada que ver contigo - aseguró él, con los ojos clavados en el techo. Su forma de hablar no resultaba natural, y la humana encogió ligeramente la cabeza entre los hombros como respuesta.
No pasaron muchos minutos, cuando el sonido de un golpeteo en la puerta pidió permiso para entrar. Dos muchachas vestidas con un pulcro uniforme pero con sonrisas pícaras, entraron portando sendos cubos grandes de agua humeante. Se aproximaron a la zona de baño y vertieron el contenido con rapidez, sin escapárseles por el camino miraditas intensas al elfo tumbado. Repitieron el proceso un par de veces más y, dejando finalmente unas bandejas con comida, cerraron la puerta ahogando unas pequeñas risitas.
De nuevo solos en la habitación, Iori se giró, aún sentada delante de la chimenea y miró para Nousis tumbado en la cama. - ¿Quieres ir tu primero? - aventuró con tono conciliador. - Apenas has entrado en calor - replicó sin más. - El fuego hace bien su trabajo - aseguró imprimiendo en su tono un toque jovial, sin apartar los ojos de la silueta tendida sobre la cama.
Él no respondió más.
Se había sentido orgullosa ante el reto que suponía obtener aquella información. La adrenalina de escalar aquel lugar y posteriormente conseguir huir de los guardias la había llenado de un temor que la había hecho sentir muy viva de alguna manera. Viva y vanidosa sobre si misma. La sensación de victoria había durado poco. El tiempo que tardó en reencontrarse con Nousis en aquel lugar. Y la euforia por lo que consideraba un logro fue sustituida por culpabilidad.
La misma que estaba intentando tragar ahora, mientras permanecía inmóvil delante del fuego. - Se va a enfriar y es para lo que hemos venido aquí - Escondiendo la mirada detrás de una cortina de cabello, Iori meditó con cuidado en qué contestar. Abrazó con más fuerza sus piernas contra el pecho sin variar su posición delante del fuego. - No encuentro las palabras adecuadas para volver a disculparme. -
- No tiene que ver contigo - repitió - El... - calló de golpe y respiró profundamente - Esta ciudad es un vertedero.-
La leña ardiendo volvió a ser el sonido predominante en la habitación, hasta que la humana se convenció de que el elfo se había cerrado de forma hermética en su mente. Masticando los remordimientos que tenía sobre aquello, se terminó incorporando.
Apenas encontró alivio en el agua caliente que rodeó su cuerpo en la bañera. Masticó en silencio la aromática comida sin ser capaz de percibir todos sus matices, y finalmente, cubierta con la toalla que secaba la humedad de su cuerpo, dudó sobre si dejarse caer en la misma cama que él.
El elfo se había puesto de lado. Con sus protecciones retiradas pero vestido todavía con el pantalón y la camisa en el cuerpo. Lo sabía despierto pero Iori temió. No quería volver a estamparse con la pared en la que se había convertido el elfo. Con ligereza, procurando no hacerse notar, abrió la cama y, dejando caer la toalla a sus pies, se deslizó en el interior sin añadir palabra.
Le sorprendió la calidad de las sábanas y la suavidad del colchón. Lo siguiente que le sorprendió fue la rapidez con la que el sueño le arrebató la conciencia.
Mientras avanzaba en compañía de dos de los lobos, se evadió de la conversación que tenían para revolcarse en una decisión que comenzaba a perfilarse en su mente. No volvería a tener nada que ver con el elfo. Excepto que se tratase de un poco de sexo compartido. A eso le costaría decir que no, pero se autoconvenció de que entre sus brazos y entre sus piernas, el peligro que podía enfrentar Nousis era relativamente bajo.
Bajo en comparación a haber quedado encerrado en manos de una banda de maleantes al completo.
- ¿Entendido? - inquirió alzando el tono de voz uno de sus acompañantes, mientras le daba un leve codazo a la humana. - ¿Eh? Sí sí, ya sé, tengo que ir a por la caja y regresar con ella. - resumió dándose cuenta de que había pasado por alto lo que le habían estado diciendo en los últimos minutos. El hombre miró a la otra mujer que la había escoltado, con un gesto dubitativo que molestó a Iori por la falta de fe. - En caso de que falles, no te ayudaremos. Ni que estés herida ni que seas cadáver. - dijo la chica mirando a Iori.
- Oh, me parece correcto. Siempre quise ser comida para los peces - aseguró la chica deteniéndose cuando ellos lo hicieron. Habían cruzado las calles bordeando el río, por la periferia del barrio principal. Los sonidos de la fiesta nocturna se confundían con esporádicas peleas lejanas, componiendo la melodía que era tan característica de aquella ciudad. - Bien, mira todo lo que quieras pero recuerda que tienes que llevar a cabo la misión antes de que se haga de día. Cuando tengas clara la estructura del edificio, Lana y yo comenzaremos la distracción -
¿La distracción? Iori asintió, sospechando que aquella parte del plan tenía que ver con lo que su mente había omitido, ocupada pensando en sus remordimientos. - Perfecto - asintió antes de agazaparse parcialmente detrás de la esquina de una de las calles que llevaba a la construcción. Para ser el edificio predominante de la ciudad, la zona estaba parcamente iluminada y casi nada concurrida.
La desaparición del virrey debía de haber puesto en un sueño superficial aquella parte de la ciudad, que si bien continuaba vigilada, no parecía tener la vida activa que se veía en otras zonas. La edificación se alzaba como un gigante silencioso al que la humana esperaba no despertar. Agudizó la mirada y analizó el lugar, fijándose en cualquier tipo de construcción o soporte que le pudiera llegar a servir a sus propósitos. Subir y alcanzar la cima y, por supuesto, conseguir bajar de una pieza y de manera segura. Asintió para sus adentros y miró a los dos miembros de los lobos, de los cuales no sabía el nombre. - Estoy lista -
No añadieron nada más. Ambos avanzaron un paso hacia la luz de la pequeña plaza frente a la que se erguía la base del Virrey. Ella avanzaba delante y él, súbitamente adquirió unos andares que bien podían dar a entender que se trataba de una persona borracha. Los ojos azules se entrecerraron, sin perder atención de la distracción que habían mencionado. Ahora lo entendía. Interpretando una pelea callejera, ambos terminaron acercándose hasta la entrada causando un gran alboroto. Algunos curiosos detuvieron su camino en la zona, y los guardias salieron para ¿separarlos? No... querían alejarlos de allí. En esa zona tonterías las justas, y había mucha ciudad para partirse la cara.
Afortunadamente los lobos parecían saber exactamente qué hacer para complicar la situación, y obligándose a apartar los ojos de allí, la humana aprovechó el caos generado para escabullirse por un lateral y bordear la fachada por su zona este. Se pegó a la pared, y guiándose por su tacto y lo que los ojos percibían en la penumbra, Iori avanzó subiendo por la vertical.
[...]
Las cosas se habían complicado. Cuando estaba terminando de aferrar bien la caja a la bolsa interior con la que la habían provisto, la descubrieron. - ¡Alto! ¡Alto maldita desgraciada! - El guardia y ella se quedaron congelados, sorprendiéndose mutuamente antes de que la humana se activase echando a correr. Tuvo que buscar una ruta alternativa y sentía la urgencia más grande de su vida deseando que sus pies volasen mientras buscaba un camino para salir de allí. Una vez en la calle, Iori avanzó usando paredes, aleros y todo lo que tenía a su alcance para despistar a la guardia que fue detrás de ella.
La sorprendió la cantidad de ellos. Y su tozudez.
Se dio cuenta de que corría en círculos cuando saltó encima del mismo cartel, y trató de abrirse paso hacia la zona de los muelles de nuevo como punto de guía. Si las calles eran un pequeño laberinto con el que no estaba familiarizada, el agua podría suponer el único punto de orientación fiable para ella en aquel instante. Saltó encima de un muro medianero, y cogiendo carrerilla unos cuantos metros sobre él, se lanzó impulsándose lo más lejos que pudo para zambullirse como una piedra dentro de las aguas oscuras.
- Estilo de Iori:
[...]
Chorreando, y aterida de frío, Iori extrajo del bolsillo interior la menuda cajita delante de Kevan. La destartalada sala en la que se encontraba la mesa y el mapa estaba más llena de gente que antes. Muchos miembros del grupo observaban en un silencio que casi rozaba el respeto. - He de reconocer, que no creía que lo consiguieras - admitió el líder con los ojos brillando de forma codiciosa.
La humana dejó la caja de madera, mojada en su superficie sobre el mapa con un golpe seco. Con un gesto de barbilla miró a uno de sus hombres mientras Iori reprimía un escalofrío violento. - Traed al elfo - indicó con voz suave mientras tomaba la caja con presteza en la mano. Iori guardó silencio mientras lo observaba abrir la caja con cuidado. La expresión que puso le resultó inescrutable, pero por la falta de decepción o enfado, asumió que aquello era lo que él esperaba.
Unos pasos fuertes sobre la madera llamaron su atención hacia la puerta que llevaba a sus "habitaciones". Vio aparecer a Nousis escoltado por tres figuras, y con una rápida visual concluyó que estaba de una pieza. Buscó en su mirada gris alguna información, y casi pudo palpar como su gesto altivo mezclado con cierta dosis de ira, pasaba a una leve preocupación al fijarse en ella.
Cruzó los escasos metros que los separaban y se detuvo invadiendo por completo con su cuerpo su espacio personal. -¿Qué ha pasado? - suena en un tono un poco más bajo que de costumbre - ¿Cómo has acabado así? - La risa entre dientes de Kevan se escuchó en toda la sala. - El agua moja elfo, al menos en esta zona - cortó la que podía convertirse en una conversación personal. Nou lo destripó con la mirada sin hacer esfuerzo por esconderlo y sonó gélido - Le he preguntado a ella. -
Iori le sonrió fugazmente a Nousis para volver a centrar su atención en el líder. Le urgía zanjar aquello y salir de allí - Hemos cumplido - aseguró con un tono de nobleza en la voz que hizo pensar a todos que la humana era nueva desenvolviéndose en aquel tipo de ambientes. A la legua se podía intuir que una persona como ella no duraría mucho moviéndose con aquella filosofía de vida en un entorno como ese.
- Eso era todo cuanto querías - añadió él con una nota clara de afirmación, como reforzando lo que habían hablado - ¿Cierto? - Kevan miró al elfo enarcando una ceja y apoyó ambas manos sobre la mesa. Fue un leve movimiento de su muñeca, pero al instante apartaron a Iori de su posición, y con rapidez y fuerza, Nousis notó como lo retenían inmovilizándolo contra la mesa. Pudo sentir la presión, y un número variable de manos repartidas entre mantener su mejilla apretada contra la madera y retorcer con técnica sus brazos, manteniéndolos firmemente aferrados a su espalda.
- Eres un elfo muy hablador - indicó el líder, inclinándose un poco más sobre la superficie, de forma que sus ojos conectaron con la mirada gris del elfo. - Desde el principio no has sido necesario, y te he mantenido como motivación para conseguir de ella lo que quería. Ahora que está todo hecho, ¿Qué crees que es lo que me detiene para que no te mande atar a la pared de mi cuarto? - siseó de forma lobuna, dándole a entender a Nousis un claro mensaje. - Tengo probado elfos, pero ninguno que fuese tan insoportablemente altanero como tú -
La humana lo vio hacer fuerza tensando todo su cuerpo. Contaba cuatro hombres sobre él y aún así, con el primer impulso consiguió erguirse ligeramente hacia arriba. Esto dio como resultado el redoble de esfuerzo que hacían por retenerlo, machacándolo sin cuidado contra la superficie de la mesa.
Iori se alteró y dejó de sentir por un momento el frío que mordía su piel - Dejarnos ir sanos y salvos con la información a cambio. Ese era el trato. - Sonó su voz, más alta de lo que pretendía. Kevan apartó los ojos de Nousis, divertido, y se incorporó para mirarla a ella. - Me has servido bien. Y has sobrevivido. Es más de lo que esperaba. - se cruzó de brazos detrás de la mesa mientras incorporaban a Nousis y lo obligaban a alzarse, aunque lo mantenían con los brazos sujetos. - Sé que buscas al chico. El heredero. Está aquí. Pero son varios bandos los que tienen que ver con él. A mi saber, están los secuestradores, los contratados para encontrarlo, entre los que asumo que te encuentras tú, y una cuadrilla de hombres lobo capitaneada por una figura de la que no había noticia previa en Ciudad Lagarto. Son foráneos - aseguró.
Iori estaba rozando el final de aquello con los dedos, cuando la voz de Nousis volvió a hacerse escuchar en la sala. Kevan parecía estar desarrollando una extraña fijación con él, y el moreno en cambio dejaba fluir su ira contenida volviendo a ponerse en el centro de atención para el líder. La humana suspiró -¿Y a ti no te interesa? - preguntó Nou con cierto escepticismo y un punto de sorna no disimulado. Sus palabras contrastaban y bastante con una mirada que destila una ira extremadamente intensa.
El moreno volvió a fijar la mirada en el elfo, extrañamente satisfecho con su nueva intervención. - Suelo ser selectivo con los asuntos que tengo entre... manos - aseguró antes de dedicarle una radiante sonrisa. - ¿Algún lugar? ¿Algún punto en concreto? - inquirió con urgencia Iori para tratar de romper la atención que el elfo se empeñaba en poner sobre él.
- Los molinos, cerca del límite exterior al sur. Es un lugar que funcionaba cuando esto se supone que podía haberse convertido en un asentamiento mejor. Hace años que están en desuso, al menos oficialmente - concretó mientras rodeaba la mesa y se acercaba a Nousis. - Quizá encontréis algo que no sean restos de harina allí...- añadió con las manos en la cintura, mirando de frente al moreno, escudriñando en sus ojos con una expresión divertida.
Por una vez, los deseos más acuciantes de Iori se vieron cumplidos, cuando Nousis le dio la callada como respuesta. Le mantuvo la mirada a Kevan sin apartar los ojos, pero se mantuvo en silencio, firme en una posición que a todas luces le tenía que estar resultando dolorosa.
- La próxima vez que nos encontremos, quizá las cosas sean distintas - suspiró el líder apartándose al fin del moreno. - En cuanto a ti, ya sea en la noche o usando esa prodigiosa agilidad, vuelve a buscarnos si precisas trabajo - Se aproximó dando unos pasos hacia Iori para alzar la mano y acariciarle la mejilla. - Pero ten presente que esta no es nuestra base, tendrás que comenzar desde el principio de nuevo - aseguró antes de reír entre dientes. - Escoltadlos - ordenó con la fuerza de un látigo antes de girarse y volver a cruzar la sala de camino a la caja.
Con la fuerza de un vendaval, ambos fueron arrastrados cruzando en la oscuridad de la noche el interior del viejo almacén que se alzaba en los muelles. Sin cruzar palabra, los guiaron unas cuantas calles hacia arriba, y en la apertura del sendero a una pequeña plaza poco concurrida, los soltaron de mala manera para desaparecer de nuevo en diferentes direcciones. La humana los observó aparecer y, cuando estuvo segura de que estaban solos, se acercó con urgencia al elfo.
- ¿Estás bien? ¿Te han hecho algo mientras estabas retenido? - preguntó con la voz temblando mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. Sus dientes comenzaron a castañear, evidenciando el frío que están comiendo su cuerpo.
- No - la voz de Nou suena dura, fría, hasta que pareció reparar en el estado de la humana. No fue capaz de deshacerse del todo de esa furia y aún tenía hielo en las silabas al hablar - Deberíamos cambiarte de ropa. - Sus ojos la miraban pero apenas la veían.
La mirada azul se acobardó en cuanto notó la reacción del elfo. Incapaz de mantenerle la mirada, se puso de medio lado, tratando de ubicarse por los edificios que tenía cerca y centrarse así en la dirección correcta. - ¿Misma posada? - inquirió con rapidez. El cuerpo de Nousis irradiaba una energía que la estaba poniendo nerviosa. No estaba herido tras el encierro, pero Iori sabía que se refería a físicamente.
Ser retenido, y el espectáculo de intento de ligue por parte de Kevan al final, habían producido en él una reacción que ponía los pelos de punta a la humana. - Busquemos una mejor. Necesitas un baño. Vamos - ordenó más que sugirió.
Asintió al instante y, tratando de contener los temblores de su cuerpo, buscó concentrarse en la idea de sumergir el cuerpo en agua muy caliente para sacar el frío de su cuerpo. Avanzaron hacia una zona animada que no había visitado antes. Por el aspecto de los locales parecía un lugar más lujoso que el entorno en el que se habían movido hasta ese momento. Comenzó a echar cuentas de lo que podría costar una noche en alguna de aquellas posadas cuando el elfo se detuvo delante de una de ellas.
Mucho. Muchísimo dinero. El mismo que ella no tenía.
Lo siguió sin rechistar, notando como, a pesar de estar rígida de frío, el cuerpo del elfo transmitía más tensión que el suyo al avanzar. Con frases escuetas, contrató una habitación con chimenea, una cena caliente y abundante y un baño tibio para esa noche. Lo siguió, como una sombra, de la misma manera que observa con nerviosismo las nubes oscuras cuando se levantan en el horizonte anticipando la lluvia.
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La habitación era más espaciosa que la que habían compartido eses días, y la calidad y detalle de los muebles superior. Cuando entraron el elfo cerró tras ellos y la mirada de Iori se repartió entre seguir su figura, que caminó en silencio hasta quedar frente a la ventana, y el calor que irradiaba el fuego encendido desde la chimenea lateral. Teniendo miedo de dirigirse de nuevo a él en aquel estado, optó por ser una completa cobarde y encaminar sus pasos hacia el fuego. Se desnudó rápido, de forma desordenada, como quien se libra de una red que aprisiona el cuerpo.
Dejó las telas tiradas a un lado y arrodillándose delante de la lumbre, notó como su calor llenaba de tibieza la piel. Durante un rato solo se escuchaba el crepitar del fuego, mientras el entumecimiento se iba retirando poco a poco de sus músculos. Notaba el frío todavía llenando sus huesos, pero cuando se sumergiese en agua caliente aquello desaparecería por completo. Tras ella, en un sonido quedo, sintió como el elfo parecía haberse tumbado sobre la cama en silencio.
Se mordió el labio, sin apartar los ojos de los bonitos colores del fuego. - Lo siento...- murmuró bajito, insegura sobre cuál sería su siguiente reacción. Sentía que algo en él estaba a punto de explotar, y no sabía cómo manejar aquello. Adivinaba que la forma en la que los habían atrapado lo había herido en el orgullo, y la humana desconocía cómo actuar ante aquello. - No tiene nada que ver contigo - aseguró él, con los ojos clavados en el techo. Su forma de hablar no resultaba natural, y la humana encogió ligeramente la cabeza entre los hombros como respuesta.
No pasaron muchos minutos, cuando el sonido de un golpeteo en la puerta pidió permiso para entrar. Dos muchachas vestidas con un pulcro uniforme pero con sonrisas pícaras, entraron portando sendos cubos grandes de agua humeante. Se aproximaron a la zona de baño y vertieron el contenido con rapidez, sin escapárseles por el camino miraditas intensas al elfo tumbado. Repitieron el proceso un par de veces más y, dejando finalmente unas bandejas con comida, cerraron la puerta ahogando unas pequeñas risitas.
De nuevo solos en la habitación, Iori se giró, aún sentada delante de la chimenea y miró para Nousis tumbado en la cama. - ¿Quieres ir tu primero? - aventuró con tono conciliador. - Apenas has entrado en calor - replicó sin más. - El fuego hace bien su trabajo - aseguró imprimiendo en su tono un toque jovial, sin apartar los ojos de la silueta tendida sobre la cama.
Él no respondió más.
Se había sentido orgullosa ante el reto que suponía obtener aquella información. La adrenalina de escalar aquel lugar y posteriormente conseguir huir de los guardias la había llenado de un temor que la había hecho sentir muy viva de alguna manera. Viva y vanidosa sobre si misma. La sensación de victoria había durado poco. El tiempo que tardó en reencontrarse con Nousis en aquel lugar. Y la euforia por lo que consideraba un logro fue sustituida por culpabilidad.
La misma que estaba intentando tragar ahora, mientras permanecía inmóvil delante del fuego. - Se va a enfriar y es para lo que hemos venido aquí - Escondiendo la mirada detrás de una cortina de cabello, Iori meditó con cuidado en qué contestar. Abrazó con más fuerza sus piernas contra el pecho sin variar su posición delante del fuego. - No encuentro las palabras adecuadas para volver a disculparme. -
- No tiene que ver contigo - repitió - El... - calló de golpe y respiró profundamente - Esta ciudad es un vertedero.-
La leña ardiendo volvió a ser el sonido predominante en la habitación, hasta que la humana se convenció de que el elfo se había cerrado de forma hermética en su mente. Masticando los remordimientos que tenía sobre aquello, se terminó incorporando.
Apenas encontró alivio en el agua caliente que rodeó su cuerpo en la bañera. Masticó en silencio la aromática comida sin ser capaz de percibir todos sus matices, y finalmente, cubierta con la toalla que secaba la humedad de su cuerpo, dudó sobre si dejarse caer en la misma cama que él.
El elfo se había puesto de lado. Con sus protecciones retiradas pero vestido todavía con el pantalón y la camisa en el cuerpo. Lo sabía despierto pero Iori temió. No quería volver a estamparse con la pared en la que se había convertido el elfo. Con ligereza, procurando no hacerse notar, abrió la cama y, dejando caer la toalla a sus pies, se deslizó en el interior sin añadir palabra.
Le sorprendió la calidad de las sábanas y la suavidad del colchón. Lo siguiente que le sorprendió fue la rapidez con la que el sueño le arrebató la conciencia.
Iori Li
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Su cabeza vibraba de un rencor tan intenso que todos sus pensamientos manaban en la misma dirección. Grabó a fuego el rostro de Kevan, de una manera casi tan intensa como tenía retenido el de Ilvor. Sentía la necesidad de gritar para liberar parte de ese sentimiento, pero Iori era una traba para ello. Le resultaba impensable mostrarse así delante de ella, ni de nadie. Si él mismo era incapaz de dominarse, no era nada. Pero esa maldita sonrisa…
Aquel sujeto había tenido la desfachatez de tratarle como si fuera alguien que no le representaba peligro alguno, una criatura débil, a la que le había perdonado la vida por su mero deseo. Resultaba insoportable. Se había encontrado a merced de escoria que nada habrían podido hacer contra él en un enfrentamiento individual, pensaba convencido, y como las cucarachas, nunca llegaban solas, juntándose para acumular despojos. Virotes que podrían haberle quitado la vida en una misión que nada le importaba. Quizá Iori no apreciaba su vida, recordó los pedazos del castillo vampírico cayendo sobre ellos, y vivía sin pensar en las consecuencias. No era el caso del elfo. Él estaba llamado a algo grande, cuando los dioses tuvieran a bien revelarlo en el momento oportuno. Él, que había luchado contra nidos de vampiros, ejércitos de trasgos, dragones, sectarios, y engendros de otros mundos, apresado y controlado por unos miserables que deberían haber sido ahogados al nacer, a fin de limpiar un poco la mugre que cubría el mundo.
La Varita volvió a su pensamiento. Nunca antes había deseado con mayor fervor encontrar uno de esos Objetos que ésta prometía. Se imaginó portando un arma tal que pudiese retorcer músculos y huesos de los llamados lobos de Tahew, cayendo su sangre al suelo del mismo modo que el agua de la ropa húmeda al ser colgada al sol. Necesitaba tomar su rostro con la mano, especialmente el de ese Kevan, y apretar hasta romperle los dientes. Clavar sus ojos grises en los del ladrón, hasta que su vida se esfumase con el dolor como última compañía.
Pero todo lo que soñaba era pura irrealidad, y no podía llevarlo a cabo. Nousis Indirel sólo era uno, y su habilidad no era suficiente para aniquilar a una veintena de criminales enfrentándolos de manera directa. La imagen de un estandarte desplegado con cientos de elfos siguiendo dicha estela, bañando en sangre, purificando las tierras de lo que dejaría de ser para siempre Ciudad Lagarto, arrulló su furia, arrancándole una faz dominada por una seriedad que guardó tras de sí una sonrisa nacida de la violencia. La humana continuaba a su lado. Jamás entendería lo que para él había simbolizado tal ataque a su orgullo, o las represalias que necesitaría tomar por el bien de su cordura. Era joven, con una concepción sencilla de cuanto la rodeaba. Hubiese dado una mano por alejarla de sí y matar en esa urbe a tantos como se lo mereciesen.
“O a todos- remachó sangwa- y que los dioses distingan los suyos”
Aquella oscuridad alertó al propio espadachín, cuya mente nadó un poco más hacia la superficie donde se hallaba su estado más habitual. Agradeció sobremanera el silencio de la humana, lo que le evitó sentir invadidos sus pensamientos por un diálogo que en esos momentos no deseaba manejar.
La parte analítica de su cerebro serpenteó por una de las rendijas que su ansia asesina mantuvo sin cerrar, advirtiendo el estado de Iori. Necesitaban un lugar mejor donde pasar la noche, y él dedicó parte de sus ahorros a una habitación que les convenía para ello. La comodidad de la misma templó un poco más su complicada lava mental. Nada le interesaron la comida o el baño, ni siquiera el cuerpo de la campesina. La lujuria no haría mella en él aquella noche, no dominado como estaba por la aversión que sólo pedía consumir en dolor a aquellos desgraciados.
Cuando cerró los ojos, sintió como algo tiraba de las comisuras de sus labios, hasta componer una sonrisa complacida por la visión de un castigo merecido.
Ⴌ…Ⴑ
No existió un cómo estás. Tampoco una pregunta amable para suavizar su comportamiento del día anterior. Sangwa jamás pedía cariño. Aún así, la humana decidió intentar entablar conversación. No era el momento, pensó respondiendo para evitar empeorar la situación, mas sus pensamientos estaban fuera de la taberna.
- ¿Has notado la diferencia con la cama de ayer? Yo he conseguido descansar como hacía tiempo – sonrió.
-¿Estás resfriada?- cuestionó el elfo, rememorando lo mojada que había aparecido con lo que… sus ojos se estrecharon, intentando que cada rostro apareciese ante él una vez más. La atractiva mirada de la campesina aumentó de tamaño.
-Puede... - reconoció - ¿Descansaste bien? – aquello casi le sacó una carcajada sin alegría. Pero ella no tenía nada que ver. Ni culpa alguna. Él se había dejado atrapar como un estúpido.
“No habrías siquiera tenido contacto alguno con ellos de no haberla ayudado”- puntualizó esa odiosa voz que anidaba en su cerebro. Sin embargo, consiguió acallarla. Admitir algo como eso implicaría no reconocer la culpa de sus propios actos. Él no era así. Había decidido ayudarla por su propia iniciativa.
-Sí- mintió. Habían tenido trato suficiente para que ella notase que él no actuaba como solía hacerlo, mas no era motivo para preocuparla aún más- Hay que ir a esos molinos- la comida había perdido el sabor, o quizá no lo había tenido esa mañana.
-¿Qué te hicieron ayer?- quiso saber Iori directamente, mirándolo a los ojos. Nou no le contuvo la mirada. No deseaba que ella pudiese en modo alguno leer el abismo de odio que contenían en aquellos instantes. Corría riesgo de ahogarse.
-Nada que no haya ocurrido antes- contestó, evitando recrearse en ello. Era la auténtica verdad… y no. Aún era demasiado vulnerable y esos criminales se lo había demostrado por las malas. Sus ojos grises se enfriaron aún más.
- No estás dispuesto a hablar conmigo sobre ello ¿verdad? - inquirió seria.
-No ha pasado nada- repitió, devolviéndole una mirada que le llevó a preguntarse si llegarían a encontrarse sin problemas de por medio. O siquiera si era lo mejor para ambos- Estoy entero. Solo queda recuperar al muchacho.
La campesina se separó un poco más, quizá comprendiendo finalmente que su estado de ánimo no cambiaría con dulzura.
- Tienes razón, pongámonos en marcha - se levantó para ir hacia la puerta, y el espadachín la siguió, armado y listo.
Ⴌ…Ⴑ
Dejaron atrás las últimas casas de la asquerosa ciudad, hollando los campos circundantes que aún no habían sufrido la ruina de soportar construcciones erigidas para ladrones, asesinos, prostitutas o embaucadores. Respiró por primera vez desde su llegada un aire un poco menos viciado por esa jábega, prosiguiendo varios cientos de pasos, hasta que el rumor del agua les conectó una vez más con el día anterior. El elfo paseó la vista por el paisaje, comprendiendo que alguien había tenido la ingeniosa idea de desviar parte del curso fluvial para atender las necesidades de algunos molinos de agua. Esbozó una leve sonrisa, imposibilitado de imaginar a gentes honradas trabajando en ese lugar donde la ley era oro o acero.
Por supuesto, la noria estaba detenida. Únicamente el sonido del agua al mover apenas la parte inferior cambiaba un poco la monotonía cuando se escuchaba del curso fluvial. Un joven salió estirándose y bostezando del interior del precario molino, ataviado con un pañuelo en la cabeza. Con las manos en la cintura, sonrió, antes de observar a cierta distancia a la pareja que se acercaba. Presuroso, volvió al interior, y el espadachín desenvainó su arma, apreciando el sonido de su hoja llamando a amenaza. Si se trataba de una trampa, no avistaba más enemigos, y el terreno no permitía que se hubieran escondido de sus ojos.
Adelantando a su compañera, abrió la puerta del lugar tomando el primer lugar tras una breve carrera, asegurándose no repetir la misma emboscada. No para huir. Aunque la tranquilidad necesaria para planificar hubiese resucitado en él, mayor era su deseo de venganza.
Y nadie salió a recibirlo.
Con la espada aún en mano, nadie buscó enfrentarle. Ni siquiera poner en peligro su vida. Sólo dos muchachos con las manos manchadas de harina y varios sacos del material apilados de manera mejorable componían cuanto existía más allá de las ruedas que componían el ingenio mecánico.
La reacción de la campesina llamó su atención al fijarse en los críos, cuando fuera escuchó el familiar sonido del combate. El deseo de sofocar la humillación del día anterior segando las vidas que los dioses colocasen en su camino, le hizo dar dos pasos, antes de que la realidad se impusiera. Sólo sería realmente libre si ella no participaba en aquello. Giró la cabeza hacia Iori.
-Permanece aquí- pidió- veré qué está pasando, y si es necesario, sube a la parte superior- señaló hacia arriba. Sabía bien que no le supondría el menor problema, pero lo realmente importante para él radicaba en sacudirse de una vez la tensión asesina que lo ahogaba desde su secuestro por parte de la banda de Kevan.
Salió al exterior, encontrándose con una escena donde su primer acto ya anunció lo que estaba por llegar, cuando una pierna fue desgarrada y despedida, ante los terribles alaridos de un hombre que apenas tardó en morir, a causa de la brutal pérdida de sangre y el shock de un dolor inenarrable.
Nou blandió su arma, colocándose en guardia, echando un vistazo a cuanto tenía ante sí. Además del moribundo, dos mujeres más con los colores de los Carlaygh yacían cadáveres. Con dientes y garras bañados en sangre, el licántropo clavó sus ojos de depredador en el espadachín, antes de alejarse del molino.
Lentamente, el Indirel bajó el arma, incapaz de encontrar un sentido a lo que acababa de ocurrir. La furia se calmó por mor de la sorpresa, diluyéndose, y permitiéndole volver a pensar con claridad. A él regresó la sorprendida mirada de Iori al ver a los muchachos, y se volteó, encaminándose a obtener alguna respuesta.
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Aunque Nousis no le hubiera pedido que se quedara allí, Iori no habría salido. Tenía los ojos muy abiertos, observando el rostro del muchacho que había visto en la mansión Carlaigh. Nitarian, el heredero desaparecido estaba delante de ella, y parecía despreocupado para tratarse de una persona que había sido secuestrada y extraída a la fuerza de los dominios de su familia.
Era joven, sus 16 años se reflejaban en las todavía redondeces del rostro, y para haber "sufrido" bajo la mano de aquellos que lo habían privado de libertad, mostraba un estado físico que no hacía sospechar de su situación.
Ladeó la cabeza, en el silencio que se había impuesto dentro del molino. De forma ahogada, se escuchaban ruidos de escaramuza procedentes del exterior, y Iori alternó entonces la mirada hacia el segundo acompañante. Otro muchacho, de edad similar. Cabello oscuro y ojos de la misma tonalidad, se mantenía cerca de Nitarian mirando a Iori con una expresión altiva que ella supo identificar bien.
Nobles.
Personas acostumbradas a mirar desde arriba, convencidas de que el haber nacido en esa situación de comodidad era designio divino. Como si sus almas fuesen más válidas, más puras que las demás.
Lo obvió por el momento, ya que no parecía demostrar actitud belicosa hacia ella, y dio un paso hacia el joven heredero, sin cercarlo demasiado.
- Nitarian Carlaigh, me llamo Iori. He sido contratada por tu familia para encontrarte y guiarte de vuelta a tu hogar - se presentó la muchacha, tratando de transmitir toda la calma posible en su tono de voz. El joven pareció sorprendido y miró hacia el chico moreno, con una expresión obvia de duda en la cara. - ¿Junto con todos esos soldados? - inquirió. Su interlocutor negó con la cabeza. - No tiene sentido, es como si hubiese varios bandos en todo esto, ¿Tanta descoordinación para qué? Además... - se cruzó de brazos y miró a la chica frente a él. - No me imagino a tus padres dejando entrar a alguien como ella en el gran salón - matizó con un punto de desprecio en la voz.
La humana se cuadró delante de él, analizándolo a regañadientes. Tendría la misma edad que Nitarian, unos 16 años, era espigado y alto. La miraba desde algo más de una cabeza de altura. La humana pensó que cuanto mayor ventaja le solían sacar por tamaño, más cerca solía estar de su mano la entrepierna del susodicho. Le sonrió de manera encantadora, pensando en su interior que le propinaba un buen rodillazo a sus testículos y lo dejaba lamentándose en una esquina.
Por lo menos no interrumpiría con sus estúpidas apreciaciones clasistas.
- Ella me dijo que te mostrara esto - ignoró al moreno y rebuscó dentro de su bolsa hasta extraer una fina cadena dorada. La madre del muchacho la había acompañado hasta la escalinata de la casa cuando salieron del despacho. Sin que nadie más fuese testigo, le había entregado una de las finas joyas que llevaba al cuello, asegurándole que su hijo la reconocería si la veía.
Obró el efecto deseado, y el muchacho se acercó para observar al alhaja en sus manos. Sus ojos grises se entornaron con reconocimiento, y la tomó entre los dedos para cerciorarse de cerca. - Es de mi madre - apuntó con seguridad clavando de nuevo la vista en Iori. - Te escoltaremos de regreso a casa y volverás sano y salvo con tu familia. Yo y el elfo que está ahí fuera. - indicó con una sonrisa, sintiendo que, por primera vez desde que había aceptado la misión, las circunstancias estaban bajo control.
El muchacho en cambio negó con la cabeza y la miró con resolución. - No voy a volver - cuatro palabras que dejaron un instante la mente de Iori en blanco. Su sonrisa se congeló y, en su cabeza, aquella negativa solamente se podía explicar si se justificaba con algún tipo de contusión en la cabeza que lo hubiese perjudicado más de lo que parecía.
Escuchó en ese momento la puerta abrirse, y el elfo entró en la estancia, más limpio de lo que esperaba verlo. Trató de organizar las ideas en su mente volviendo a centrar su atención en Nitarian. - El elfo del que te hablé - señaló a Nousis. El chico lo miró e hizo un asentimiento de saludo. - Un licántropo ha destrozado a lo que, supongo, quedaba de la comitiva enviada a por el chico. Ha huido tras acabar con ellos - explicó tranquilo pero un punto más rápido de lo usual. Miró a su alrededor por inercia.
El heredero entornó los ojos. - ¿El mismo hombre lobo que nos ha estado rondando? - inquirió el acompañante moreno mirando hacia su amigo. El chico rubio lo miró asintiendo. - Imagino que mis padres están desesperados por conseguir que regrese, pero no importa cuánta gente envíe detrás de mí. No pienso volver. Que me consideren muerto. -
Iori estaba muy lejos de ser una persona capaz de comprender la complejidad existente en las relaciones entre padres e hijos, pero aquella forma de hablar la sobrepasaba. Evidentemente allí estaba pasando algo de lo que ella no tenía constancia, y necesitaba aclarar los términos si es que deseaba poder cobrar algo por el trabajo. - No te estoy entendiendo bien - recapituló la humana, tratando de ir por partes ante la información contraria que se le presentaba. - Tus padres me dijeron que habías sido secuestrado por un grupo de bandidos que le hicieron llegar una nota de rescate por tu vida. Pero tal y cómo hablas tú parece que has salido de manera voluntaria y que no deseas volver - enarcó una ceja. - ¿Es así? -
El muchacho, con expresión seria hasta entonces, esbozó una leve sonrisa, divertido por la contrariedad evidente que se reflejaba en la chica. - Parcialmente. - El resoplido del moreno a su lado los interrumpió. - ¿En serio vas a confiar en ella? Deberíamos de salir de aquí ahora, ya que el elfo se ha encargado de terminar con esos guardias que ha enviado tu padre - apuntó con exasperación.
- Yo no he hecho nada - aseguró Nou, quitándose cualquier implicación, aunque no a la defensiva. Una mera explicación. Iori supo que él estaba dándole vueltas a que el hombre lobo los rondase y no para atacarlos. - Borune, cálmate - indicó Nitarian. El moreno volvió a refunfuñar y le dio la espalda a los tres, como muestra de descontento. - Ya que habéis sido contratados por mi madre, y habéis llegado hasta aquí, os ofreceré la verdad para que se la trasladéis a ella. Vuestra misión terminará haciéndole llegar este mensaje - hablaba con firmeza para tratarse de un muchacho tan joven. Y aún habiendo nacido en una familia de elevada posición, no exudaba altanería, como sí lo hacía el descontento Borune, en una esquina de la estancia.
Iori miró de soslayo a Nousis un segundo. - Hace dos semanas escapé de casa. Borune, mi mejor amigo, me ha acompañado desde entonces. En todo momento ha sido mi decisión, y no tengo intención de volver a esa mansión. No estoy en condiciones de cumplir lo que espera mi padre de mí -
- ¿Qué quieres hacer? - le preguntó el elfo a Iori, como si la opinión del crío le fuese indiferente tras escucharlo. No había tenido en consideración las palabras de Nitarian, y Iori estaba convencida de que un chaval de la edad del heredero no tenía todavía capacidad para tomar una decisión como aquella. - ¿Ves? ¿Para qué intenta hablar? Tenemos que salir de aquí cuanto antes - dijo con resolución Borune, cargando una pequeña bolsa a su espalda. Avanzó con zancadas largas hacia la puerta, dispuesto a encararse con Nousis.
El chico, sorprendentemente, tenía prácticamente su misma altura. Pero la constitución de ambos era muy diferente. Nousis poseía mayor anchura de hombros, por no mencionar que en donde el joven era todo piel y huesos, el elfo tenía recubriendo su cuerpo una serie de potentes y bien formados músculos. Iori lo sabía bien.
- No escoges buen día para tonterías muchacho - indicó apartándolo con cierta delicadeza con la mano con la que no usaba la espada. Iori supo reconocer en aquel gesto la paciencia de Nousis, y se sorprendió de que una negativa tan débil por su parte surtiese el efecto deseado en Borune. El chico hizo un mohín, mirándolo con desprecio, pero se retiró unos pasos para mirarlo de forma osca en la distancia.
- Aguardad por favor - terció Nitarian - Cometeríais un grave error si me obligaseis a ir con vosotros. Yo no soy quien debe de ocupar la posición de heredero. Mi padre es una persona que piensa que se puede recurrir a cualquier método para alcanzar un objetivo. No estoy de acuerdo con esa forma de actuar. En los últimos años, mi inflexibilidad a su educación nos ha distanciado, y la relación entre nosotros es inexistente ahora mismo. Lo mejor que le puede pasar a ellos es que yo desaparezca, y lo que deseo para mí es poder tomar por mí mismo las riendas de mi vida -
Iori se sentía cada vez más contrariada con todo aquello. - Pero... tus padres parecían preocupados de manera genuina. Querían que te encontráramos - justificó. Una sonrisa sardónica y ligeramente triste se extendió por el rostro del chico. - Mi padre lo dudo. En caso de hacerlo, habrá sido más porque es lo que se espera de él, que por un sentimiento real. Mi madre en cambio... - meneó la cabeza, apesadumbrado.
- De camino a Vulwulfar, caímos en manos de unos bandidos. Nos trajeron a Ciudad Lagarto y nos retuvieron. Fueron ellos los que pidieron el rescate por nosotros. Estuvimos unos días bajo su poder, hasta que una pelea en el escondite acabó con todos ellos. Escapamos, y hemos estado sorteando en los dos últimos días a grupos de soldados enviados por mi familia. No imaginé que también hubieran contratado a unos mercenarios. -
Guardó silencio un instante, mirando a Iori y a Nousis de manera significativa. - Por eso os ofrezco cambiar los términos de vuestro trabajo. Nos escoltaréis a nuestro destino. Vulwulfar. Allí, yo seré libre, mis padres podrán designar un mejor heredero, y vosotros cobraréis por un trabajo bien hecho - ante la expresión de sorpresa de Iori, Nitarian sonrió. - He huido de casa, pero lo hice asegurando nuestra pervivencia en al menos los próximos meses. Dispongo de un remanente importante, en un lugar seguro en la ciudad. Cuando lleguemos allí os pagaré el doble de los prometido por mis padres. Vuestro trabajo terminará haciéndole llegar una carta a mi madre -
Las cejas de Iori formaron casi una línea recta sobre sus ojos mientras fruncía el ceño. Aquello no era su trabajo original, y sin embargo, la explicación a todo el lío que le estaba dando el muchacho parecía tener sentido. La misión estaba a un paso de poder ser terminada y, para su sorpresa, le estaban ofreciendo el doble de dinero.
Sopesó esas cuestiones rápidamente en su cabeza, aunque, abriéndose paso en ella como un hilo de agua a través de la roca, supo al instante cuál fue el razonamiento que la hizo inclinarse por ayudar al muchacho que tenía delante. Las ansias de libertad. El querer huir de un destino marcado por otros para poder descubrir su propio camino. La humana se sentía naturalmente seducida por el hecho de que el único límite real fuese el cielo.
No lo pensó mucho más. Ella no funcionaba de esa manera. Sonrió de medio lado y miró a Nousis con la decisión tomada. - Camino a Vulwulfar entonces -
Era joven, sus 16 años se reflejaban en las todavía redondeces del rostro, y para haber "sufrido" bajo la mano de aquellos que lo habían privado de libertad, mostraba un estado físico que no hacía sospechar de su situación.
Ladeó la cabeza, en el silencio que se había impuesto dentro del molino. De forma ahogada, se escuchaban ruidos de escaramuza procedentes del exterior, y Iori alternó entonces la mirada hacia el segundo acompañante. Otro muchacho, de edad similar. Cabello oscuro y ojos de la misma tonalidad, se mantenía cerca de Nitarian mirando a Iori con una expresión altiva que ella supo identificar bien.
Nobles.
Personas acostumbradas a mirar desde arriba, convencidas de que el haber nacido en esa situación de comodidad era designio divino. Como si sus almas fuesen más válidas, más puras que las demás.
Lo obvió por el momento, ya que no parecía demostrar actitud belicosa hacia ella, y dio un paso hacia el joven heredero, sin cercarlo demasiado.
- Nitarian Carlaigh, me llamo Iori. He sido contratada por tu familia para encontrarte y guiarte de vuelta a tu hogar - se presentó la muchacha, tratando de transmitir toda la calma posible en su tono de voz. El joven pareció sorprendido y miró hacia el chico moreno, con una expresión obvia de duda en la cara. - ¿Junto con todos esos soldados? - inquirió. Su interlocutor negó con la cabeza. - No tiene sentido, es como si hubiese varios bandos en todo esto, ¿Tanta descoordinación para qué? Además... - se cruzó de brazos y miró a la chica frente a él. - No me imagino a tus padres dejando entrar a alguien como ella en el gran salón - matizó con un punto de desprecio en la voz.
La humana se cuadró delante de él, analizándolo a regañadientes. Tendría la misma edad que Nitarian, unos 16 años, era espigado y alto. La miraba desde algo más de una cabeza de altura. La humana pensó que cuanto mayor ventaja le solían sacar por tamaño, más cerca solía estar de su mano la entrepierna del susodicho. Le sonrió de manera encantadora, pensando en su interior que le propinaba un buen rodillazo a sus testículos y lo dejaba lamentándose en una esquina.
Por lo menos no interrumpiría con sus estúpidas apreciaciones clasistas.
- Ella me dijo que te mostrara esto - ignoró al moreno y rebuscó dentro de su bolsa hasta extraer una fina cadena dorada. La madre del muchacho la había acompañado hasta la escalinata de la casa cuando salieron del despacho. Sin que nadie más fuese testigo, le había entregado una de las finas joyas que llevaba al cuello, asegurándole que su hijo la reconocería si la veía.
Obró el efecto deseado, y el muchacho se acercó para observar al alhaja en sus manos. Sus ojos grises se entornaron con reconocimiento, y la tomó entre los dedos para cerciorarse de cerca. - Es de mi madre - apuntó con seguridad clavando de nuevo la vista en Iori. - Te escoltaremos de regreso a casa y volverás sano y salvo con tu familia. Yo y el elfo que está ahí fuera. - indicó con una sonrisa, sintiendo que, por primera vez desde que había aceptado la misión, las circunstancias estaban bajo control.
El muchacho en cambio negó con la cabeza y la miró con resolución. - No voy a volver - cuatro palabras que dejaron un instante la mente de Iori en blanco. Su sonrisa se congeló y, en su cabeza, aquella negativa solamente se podía explicar si se justificaba con algún tipo de contusión en la cabeza que lo hubiese perjudicado más de lo que parecía.
Escuchó en ese momento la puerta abrirse, y el elfo entró en la estancia, más limpio de lo que esperaba verlo. Trató de organizar las ideas en su mente volviendo a centrar su atención en Nitarian. - El elfo del que te hablé - señaló a Nousis. El chico lo miró e hizo un asentimiento de saludo. - Un licántropo ha destrozado a lo que, supongo, quedaba de la comitiva enviada a por el chico. Ha huido tras acabar con ellos - explicó tranquilo pero un punto más rápido de lo usual. Miró a su alrededor por inercia.
El heredero entornó los ojos. - ¿El mismo hombre lobo que nos ha estado rondando? - inquirió el acompañante moreno mirando hacia su amigo. El chico rubio lo miró asintiendo. - Imagino que mis padres están desesperados por conseguir que regrese, pero no importa cuánta gente envíe detrás de mí. No pienso volver. Que me consideren muerto. -
Iori estaba muy lejos de ser una persona capaz de comprender la complejidad existente en las relaciones entre padres e hijos, pero aquella forma de hablar la sobrepasaba. Evidentemente allí estaba pasando algo de lo que ella no tenía constancia, y necesitaba aclarar los términos si es que deseaba poder cobrar algo por el trabajo. - No te estoy entendiendo bien - recapituló la humana, tratando de ir por partes ante la información contraria que se le presentaba. - Tus padres me dijeron que habías sido secuestrado por un grupo de bandidos que le hicieron llegar una nota de rescate por tu vida. Pero tal y cómo hablas tú parece que has salido de manera voluntaria y que no deseas volver - enarcó una ceja. - ¿Es así? -
El muchacho, con expresión seria hasta entonces, esbozó una leve sonrisa, divertido por la contrariedad evidente que se reflejaba en la chica. - Parcialmente. - El resoplido del moreno a su lado los interrumpió. - ¿En serio vas a confiar en ella? Deberíamos de salir de aquí ahora, ya que el elfo se ha encargado de terminar con esos guardias que ha enviado tu padre - apuntó con exasperación.
- Yo no he hecho nada - aseguró Nou, quitándose cualquier implicación, aunque no a la defensiva. Una mera explicación. Iori supo que él estaba dándole vueltas a que el hombre lobo los rondase y no para atacarlos. - Borune, cálmate - indicó Nitarian. El moreno volvió a refunfuñar y le dio la espalda a los tres, como muestra de descontento. - Ya que habéis sido contratados por mi madre, y habéis llegado hasta aquí, os ofreceré la verdad para que se la trasladéis a ella. Vuestra misión terminará haciéndole llegar este mensaje - hablaba con firmeza para tratarse de un muchacho tan joven. Y aún habiendo nacido en una familia de elevada posición, no exudaba altanería, como sí lo hacía el descontento Borune, en una esquina de la estancia.
Iori miró de soslayo a Nousis un segundo. - Hace dos semanas escapé de casa. Borune, mi mejor amigo, me ha acompañado desde entonces. En todo momento ha sido mi decisión, y no tengo intención de volver a esa mansión. No estoy en condiciones de cumplir lo que espera mi padre de mí -
- ¿Qué quieres hacer? - le preguntó el elfo a Iori, como si la opinión del crío le fuese indiferente tras escucharlo. No había tenido en consideración las palabras de Nitarian, y Iori estaba convencida de que un chaval de la edad del heredero no tenía todavía capacidad para tomar una decisión como aquella. - ¿Ves? ¿Para qué intenta hablar? Tenemos que salir de aquí cuanto antes - dijo con resolución Borune, cargando una pequeña bolsa a su espalda. Avanzó con zancadas largas hacia la puerta, dispuesto a encararse con Nousis.
El chico, sorprendentemente, tenía prácticamente su misma altura. Pero la constitución de ambos era muy diferente. Nousis poseía mayor anchura de hombros, por no mencionar que en donde el joven era todo piel y huesos, el elfo tenía recubriendo su cuerpo una serie de potentes y bien formados músculos. Iori lo sabía bien.
- No escoges buen día para tonterías muchacho - indicó apartándolo con cierta delicadeza con la mano con la que no usaba la espada. Iori supo reconocer en aquel gesto la paciencia de Nousis, y se sorprendió de que una negativa tan débil por su parte surtiese el efecto deseado en Borune. El chico hizo un mohín, mirándolo con desprecio, pero se retiró unos pasos para mirarlo de forma osca en la distancia.
- Aguardad por favor - terció Nitarian - Cometeríais un grave error si me obligaseis a ir con vosotros. Yo no soy quien debe de ocupar la posición de heredero. Mi padre es una persona que piensa que se puede recurrir a cualquier método para alcanzar un objetivo. No estoy de acuerdo con esa forma de actuar. En los últimos años, mi inflexibilidad a su educación nos ha distanciado, y la relación entre nosotros es inexistente ahora mismo. Lo mejor que le puede pasar a ellos es que yo desaparezca, y lo que deseo para mí es poder tomar por mí mismo las riendas de mi vida -
Iori se sentía cada vez más contrariada con todo aquello. - Pero... tus padres parecían preocupados de manera genuina. Querían que te encontráramos - justificó. Una sonrisa sardónica y ligeramente triste se extendió por el rostro del chico. - Mi padre lo dudo. En caso de hacerlo, habrá sido más porque es lo que se espera de él, que por un sentimiento real. Mi madre en cambio... - meneó la cabeza, apesadumbrado.
- De camino a Vulwulfar, caímos en manos de unos bandidos. Nos trajeron a Ciudad Lagarto y nos retuvieron. Fueron ellos los que pidieron el rescate por nosotros. Estuvimos unos días bajo su poder, hasta que una pelea en el escondite acabó con todos ellos. Escapamos, y hemos estado sorteando en los dos últimos días a grupos de soldados enviados por mi familia. No imaginé que también hubieran contratado a unos mercenarios. -
Guardó silencio un instante, mirando a Iori y a Nousis de manera significativa. - Por eso os ofrezco cambiar los términos de vuestro trabajo. Nos escoltaréis a nuestro destino. Vulwulfar. Allí, yo seré libre, mis padres podrán designar un mejor heredero, y vosotros cobraréis por un trabajo bien hecho - ante la expresión de sorpresa de Iori, Nitarian sonrió. - He huido de casa, pero lo hice asegurando nuestra pervivencia en al menos los próximos meses. Dispongo de un remanente importante, en un lugar seguro en la ciudad. Cuando lleguemos allí os pagaré el doble de los prometido por mis padres. Vuestro trabajo terminará haciéndole llegar una carta a mi madre -
Las cejas de Iori formaron casi una línea recta sobre sus ojos mientras fruncía el ceño. Aquello no era su trabajo original, y sin embargo, la explicación a todo el lío que le estaba dando el muchacho parecía tener sentido. La misión estaba a un paso de poder ser terminada y, para su sorpresa, le estaban ofreciendo el doble de dinero.
Sopesó esas cuestiones rápidamente en su cabeza, aunque, abriéndose paso en ella como un hilo de agua a través de la roca, supo al instante cuál fue el razonamiento que la hizo inclinarse por ayudar al muchacho que tenía delante. Las ansias de libertad. El querer huir de un destino marcado por otros para poder descubrir su propio camino. La humana se sentía naturalmente seducida por el hecho de que el único límite real fuese el cielo.
No lo pensó mucho más. Ella no funcionaba de esa manera. Sonrió de medio lado y miró a Nousis con la decisión tomada. - Camino a Vulwulfar entonces -
Iori Li
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
El elfo no hizo rodar los ojos por la única razón de que el retorno a Wulwulfar seguía a la perfección sus propias directrices. Muchos habían sido los nobles humanos a quienes había alquilado su espada, y sus cachorros, criados en un entorno que en nada favorecía una natural visión del mundo y sus gentes, descendían a un punto aún más profundo de una soberbia en absoluto ganada. Mas Nitarian, a diferencia de su compañero, mostraba retazos de una extraña madurez. Errado e inconsciente, pero al menos, poseía cierto sentido. Con la aparición del licántropo aún en la mente, Nousis asistió a la conversación entre el muchacho e Iori, sopesando la fugaz juventud de la que gozaban los humanos. En unos diez años, calculó, el noble alcanzaría la edad que ostentaba en ese momento la campesina. ¿Qué sería de ella en el mismo lapso temporal? Las mujeres de su raza, por cuanto había comprobado en sus viajes, ya habían tenido varios retoños antes de alcanzar siquiera la treintena. Y toda su especie mostraba los primeros síntomas de vejez apenas veinte años después.
Cierto, se concedió el espadachín, que entre los suyos él mismo había llegado a una edad donde ya habría sido natural tomar esposa y quizá, haber asegurado descendencia. Sin embargo, no eran extraño en los hijos de Sandorai que tomaban su primer siglo de vida como propio antes de enraizar definitivamente en las tierras de su clan. El Indirel, desde Neralia, no esperaba una vida así para él. Demasiada sangre, enemigos, tensión. No podía dedicarse a cuidar en paz una familia cuando todas las que componían los bosques del sur se encontraban en peligro, incluso si ellas mismas no eran capaces de verlo.
El dinero que el muchacho les ofrecía no sacudía el interés del elfo, apreciando a pesar de eso que el trabajo que Iori había aceptado le reportase un mayor beneficio. La vida era más sencilla con peso en la bolsa y cuando se separasen…
Volvió sus ojos grises hacia la campesina, sin escuchar las últimas frases de Nitarian. La Varita de los 19 era un constante recordatorio de un camino tangible. Iori, por otra parte, se alimentaba de la falta de sentimientos, buscándole cuando sentía necesidad de él. No se sentía capaz de contemporizar con esa parte de la muchacha que aceptaba alegremente yacer con todo cuanto encontraba de su interés. Y no podía, ni veía con buenos ojos tratar siquiera de privarla de ello, de hacerla ser como ella no deseaba. Él siempre estaba seguro de sus metas, de cuanto quería. No olvidaba su arrebato de enfado, desembocado en una intensa justa en el tálamo. Puntos oscuros que aún precisaban luz, antes de que Nou pudiese tomar una decisión.
-Esperadme alrededor de una hora fuera de la ciudad, en el camino hacia Wulwulfar- indicó a la campesina. Evitó la mención dramática a un improbable inconveniente que le impidiese regresar junto a ellos, y se alejó, saliendo del molino, rumbo a hacerse con el encargo de Fruyo Vulun.
[…]
Hallar el barrio de los herboristas no resultó plato de buen gusto. La sensación de hallarse en constante peligro se había acrecentado con su reclusión por parte de Kevan y los suyos, y la expresión de su rostro llevó a que un lugareño le indicase de manera errónea los pasos a seguir hacia su destino. Unas pobres monedas sobornaron lo suficiente a un chiquillo descalzo para colocarse en la dirección adecuada.
De manera más lenta, avanzó por la parte de la ciudad donde la mayor parte de los comerciantes que trabajaban con la flora de buena parte del continente habían colocado sus negocios. Estanterías a la entrada de algunos locales mostraban opciones a los posibles compradores. Otros mercaderes de mayor éxito habían construido estructuras que ocupaban parte de la calle que conectaban con el almacén. En varios, el elfo observó mercenarios o servidores de tales vendedores ocupados en proteger la mercancía.
-¿Dónde puedo encontrar a Ikki? – preguntó a un joven hombre bestia con rasgos úrsidos.
-Aquí tenemos todo lo que puedes desear, elfo- aseveró con labia de vendedor, sin dejar de colocar cajas de un curioso y agradable olor- Rosácea, panal muerto, incluso tan difíciles de conseguir como la flor de Ennaiel de la lejana Beltrexus…
-Gracias, pero me han recomendado a Ikki- repitió levantando una mano. El mercader compuso un gesto de disgusto.
-Como quieras. No todo el mundo es capaz de apreciar la calidad- replicó, saliendo de su puesto y señalando varios más adelante.
El espadachín siguió el breve recorrido, hasta cruzar la mirada un instante con la regente del lugar. No percibía éter alguno en ella, ni su colgante con el pequeño granate engastado advertía de la presencia de un engendro maldito. Por todo ello, se consintió un atisbo de sonrisa.
-¿Ikki?
Los ojos casi ambarinos de ésta lo escrutaron antes de responder, como formándose una rápida opinión del elfo. Soportándolo, esperó, mudando su semblante a una leve molestia.
-Veo que vienes con cierta urgencia. No es buena idea aparentarla a la hora de negociar, silvano.
-Sólo busco flor de Nirana. Me aseguraron que podría obtener casi cualquier producto de ti.
-Pues se han equivocado- el cuerpo de la fémina irradiaba tensión- No comercio con algo así.
Nousis tragó una respuesta nada acertada dado el cariz de la conversación.
-Tánar aseguró que sí.
Ikki se cruzó de brazos, reevaluándole. No parecía nada contenta. Finalmente suspiró, como si estuviese auténticamente cansada de que le enviasen a gente como él.
-¿Tienes dinero suficiente? – inquirió como si se tratase de una letanía repetida en numerosas ocasiones.
-Tengo suficiente para un precio justo- contraatacó él. Por primera vez, ella sonrió brevemente. Dirigiéndole una última mirada, se introdujo en su almacén, saliendo con prontitud con el artículo que el espadachín reconoció como la petición de Fruyo. Tomó las flores, dejando el elevado pago en las manos de la comerciante.
-Espero que le des buen uso. Imagino que ya dejas la ciudad- aventuró, apoyándose sobre el mostrador. El sureño asintió- Buena suerte.
Nousis agradeció sus palabras, antes de componer una sucinta despedida levantando la mano diestra.
[…]
No fue la emboscada mejor preparada, sin duda.
No había salido por entero de los límites de Ciudad Lagarto, cuando advirtió que varios desconocidos se hallaban tras de él.
Aumentó la velocidad, para confirmar sombríamente que por alguna razón, el principal interés de esos sujetos no era otro que sí mismo. ¿Teodora? ¿Tánar? Desechó buscar culpables. Carecía de importancia en las circunstancias en las que se encontraba.
Echó un vistazo atrás. Cuatro, contó. Se permitió sonreír al percatarse en que ninguna ballesta habían traído consigo. Armas de alto precio, aquello descartaba a Kevan, como también la pertenencia a alguna banda de relativa pujanza económica. Un trabajo chapucero, y probablemente, ordenado sobre la marcha. ¿Ikki? Cuestionó la parte más analítica del elfo. Tampoco tenía sentido. Le había pagado con generosidad.
Necesitaba deshacerse de ellos antes de llegar al lugar de reunión con Iori y los muchachos, a fin de no envolverlos en una lucha que no debía atañerles. Por ello, cuando se vio lo suficientemente lejos de las primeras viviendas de ese nido de ratas al que llamaban ciudad, sacó lentamente su espada de la vaina, girándose a esperar a quienes habían decidido darle caza.
Sus oponentes, en la despejada senda, se miraron unos a otros, alcanzando las cercanías del elfo sin la seguridad que habían mostrado mientras lo seguían. Los ojos grises del espadachín pasaron revista a sus precarias armas, desde una espada mediocre, hasta un hacha de leñador, o unas dagas propias para desvalijar a criaturas como Borune y Nitarian. El cuarto miembro, con una rudimentaria lanza, echó un nuevo vistazo a la escena, tomando el camino de regreso a Ciudad Lagarto tirando su afilado pedazo de madera, para asombro del Indirel.
Los restantes se miraron, y fue ahí cuando comenzó el torbellino de golpes y cuchilladas donde el forastero se vio obligado a esquivar una y otra vez a tres rivales a un tiempo, más irritado a cada intento de esos novatos. Hasta que sangwa tomó el control. De manera lenta, sibilina, arrastrando cada pensamiento de superioridad, de desprecio antes su intento, para teñirlo de esa propensión a causar dolor, al castigo y a la muerte.
Sin apenas protecciones, el hachero fue el primero en caer. El peso de su arma al fallar uno de los ataques, llevó a Nousis a colocar su hombro izquierdo contra el derecho de su enemigo y continuar girando hasta colocarse detrás, pasándole el pecho por la espalda. La espadachina, con algo más de experiencia, buscó un tajo que alcanzase su costado, y el sonido de ambas armas resonó semejante a música para el hijo de Sandorai. Amagando un ataque a las piernas, la asaltante cayó en la trampa, recibiendo el acero élfico directamente en el cráneo con un chasquido aterrador.
El último miró hacia el camino donde su compañero había huido antes de comenzar la breve batalla. Tiró las dagas y cayó de rodillas, sin ser consciente de que la piedad de su oponente había sido barrida en ese instante por el paso de las últimas semanas. Tomó de los cabellos al infeliz, arrastrándolo con dificultad hasta colocarlo junto al primer árbol de la linde del bosque, y rajándole la garganta, se apartó, evitando ser manchado por la mayor parte de la sangre que surgió de su atacante. Pero aún no estaba satisfecho.
Volvió sobre sus pasos, y tras partir la lanza caída en dos, cortó las cabezas de los dos primeros cadáveres, y clavando ambos maderos en la tierra, las incrustó en ellos, mirando hacia Ciudad Lagarto. Entonces recordó una vez más a Iori y a los muchachos. Despacio, comprobando que estaba limpia, se pasó una mano por el cabello, respirando con normalidad. Sí, debía volver con ellos.
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Se había hecho de noche pronto, tras la larga caminata que llevaban de día. Ciudad Lagarto había quedado atrás. Sin encontrarse problemas en aquella jornada, habían podido encaminarse con seguridad al nuevo destino. Una alteración improvisada sobre su trabajo original, pero que terminaría reportándole mayores beneficios.
Ya dentro de la pequeña recepción de la posada, lo observó con curiosidad mientras concertaba alojamiento para los cuatro. Era una construcción vieja, ligeramente destartalada, pero al ojo de Iori no se le escapaba el detalle de que en medio de la antigüedad de la construcción, se veía de manera clara una exquisita limpieza.
Mientras taladraba con sus ojos la espalda de Nousis, la imagen que había avistado desde la distancia volvió a cobrar protagonismo en su cabeza. Había cortado como si fuese un pedazo de queso sus cabezas, y las había dejado clavadas en una señal que hasta ella reconocía: advertencia.
Desde que había salido de su aldea, hacía meses, los ojos de Iori habían tenido tiempo de contemplar muchas formas de crueldad. De sorprenderse ante la brutalidad de los seres de fuera de su comarca. Había luchado y admirado la técnica de Nousis en múltiples batallas. Y sin embargo, aquella acción tan visceral por su parte la sorprendió. No era algo que hubiese asociado a él, tan frío y elegante.
En la manera que tuvo de acabar con aquellos bandidos había un sabor a ira mal contenida, y Iori sintió que, de alguna manera, acababa de ver algo de él que no debería. - ¿En serio tenemos que pasar la noche en este lugar de mala muerte? - Borune hizo sonar su voz con rintintín, alargando las palabras de forma innecesaria y alzando la voz para que todos lo escucharan. La mujer anciana que estaba haciendo la reserva con Nousis alzó la cabeza sorprendida, y Nitarian tomó entonces la palabra. - Este lugar es perfecto para pasar la noche. Deberías de escoger con más cuidado tus palabras para no ofender a nadie - añadió mirando a su amigo con algo parecido a la comprensión y el leve reproche.
Ninguno de ellos añadió nada más tras aquello, agradecidos al fin y al cabo de poder asearse un poco, llenar el estómago con comida caliente y la promesa de un colchón relleno de paja esperándolos en las habitaciones.
La noche había caído sobre la zona rural. Traía con la brisa fresca tras el día de calor recuerdos sobre su aldea para Iori. Con los dos adolescentes cerrados en la habitación doble que compartían tras la puerta, sentía que por primera vez en días podía respirar sin la tensión en su pecho. La misión se había encauzado y ahora, únicamente restaban seis días de camino hasta Wulwulfar.
Lo escuchó salir, sabiendo que era él sin necesidad de verlo. Tras el tiempo compartido, era capaz de distinguir su característica cadencia de pasos al pisar. Sentada sobre uno de los maderos que formaban el cercado de la entrada de la posada, giró el rostro por encima del hombro y lo miró, esbozando una sonrisa. - Se siente bien dejar al fin a los niños durmiendo –
Él paseó la vista alrededor, con una parte de él siempre en guardia - Confiemos en que todo acabe al llevarlos allí - suspiró. La humana lo notó menos conversador que de costumbre con lo ocurrido. - Estamos cerca Nousis - indicó la humana volviendo a mirar hacia delante, a un firmamento despejado y absolutamente estrellado. - Dime, ¿A qué edad es normal formar una familia entre los tuyos? –
- No todos los elfos son iguales - comenzó evasivo - Mis conocidos, tanto ellos como ellas, que rondan mis años, ya han tenido descendencia en su mayoría. Incluso un par de décadas antes. ¿Por qué lo preguntas? - Los ojos azules se volvieron a clavar en él. - Pensé que siendo tu pueblo un número reducido frente a otras razas sería muy importante trabajar la natalidad. - se encogió de hombros volviendo la vista al cielo.
- Después de hablar con Nitarian he estado pensando. En distintos tipos de familias, y en la relación que tienen los hijos con los padres. Tú pareces albergar dentro sentimientos positivos hacia tu gente... Nitarian ha decidido huir para poder ser él mismo. Me sorprende la... diversidad - comentó en tono reflexivo.
- Los elfos tenemos lazos más estrechos entre nuestra gente. Los humanos buscan expandirse, se pierden en grandes territorios, en grandes ciudades - apuntó - No todos, pero sí buena parte. Gentes que apenas se conocen. Nosotros sacralizamos la familia, el clan. Todos los míos, quienes no han perdido sus raíces, protegen Sandorai a través del servicio a sus allegados, al clan - repitió - Una unión de muchas familias pertenecientes durante siglos, desde siempre, al mismo pedazo de nuestra tierra. No conozco a nadie, salvo yo, que deje nuestra aldea de Folnaien tan a menudo.-
- Folnaien - repitió Iori. Sonaba diferente. Sonaba exótico. La explicación larga de Nousis, en lugar de clarificar, le hizo sentir que asomaba a más dudas sobre la personalidad tan particular del moreno. Incluso entre los suyos, él parecía destacar, desmarcarse por diferente. Guardó silencio escuchando sus palabras y negó al final con la cabeza. - Me cuesta mucho imaginarme eso de lo que hablas - reconoció al final con un leve tono derrotista en la voz. Y antes de que la conversación pudiese girar hacia hablar de si misma, volvió a lanzar una pregunta. - ¿No quieres formar tu familia? Seguro que serías un padre espectacular - sonrió.
El elfo la miró un momento, ella sintió que estaba a punto de mencionar algo referente a ella, pero se contuvo. Y lo agradeció. - No puedo ocuparme de una familia - contestó, sin mostrar molestia, incomodidad ni resignación - Tengo otras prioridades. - Claro que las tenía. Iori recordó entonces la aventura en el norte. La figura de la hermosísima elfa que había visto hablando con él. - ¿Piensas que no encontrarás a otra persona como ella? - lanzó sin pensar si es correcto o no refiriéndose a Neralia.
Lentamente, los ojos grises de Nou pasaron del camino, vigilando, a los de la humana. Sabía perfectamente a qué se refería, pero aún así preguntó -¿Cómo dices? - La humana ladeó la cabeza y lo miró casi con ternura. - Estuve en el norte contigo Nousis. Pero no quiero resultar entrometida. - volvió a mirar hacia las estrellas.
- Viajé allí porque creí que había muerto. Terminó en su día, hace más años de los que tienes - replicó, aunque sin ira - Tan sólo busco proteger a mi raza. No me planteo nada más allá de eso -
Aunque Iori no sabía con certeza la edad que tenía, los cálculos por cómo la encontraron dentro de esa cueva la situaban cerca de los 25. Sabía que, para la larguísima vida de Nousis, su existencia debía de ser un suspiro. Se rio entre dientes. - Ay, eso duele por algún motivo - indicó bajando de un salto de la cerca para encaminar sus pasos hacia él. - ¿Me sigues viendo como a una cría? - inquirió deteniéndose de manera que su pecho rozó contra el torso del moreno. En sus ojos, el brillo de un fuego que comenzaba a despertar en ella por él.
- Los humanos viven rápido porque les es necesario. Nada tienen que ver en su veintena o treintena con un elfo de la misma edad - Detuvo sus palabras para contemplarla, mientras la humana se mantenía expectante. - Y tú... quien sabe. Has madurado como una humana, pero desconozco como serás en el futuro. A fin de cuentas... - ladeó la cabeza - llevas nuestra sangre. -
Podía notar la forma de sus músculos, el calor de su cuerpo y la atracción de sus labios. La mirada de Iori se entrecerró de anticipación, como haría cualquier carnívoro observando a su caza del día. Presionó un poco más, con su cuerpo contra él hasta que Nousis rompió la magia del momento. La humana resopló y sacudió la cabeza, optando por no fomentar con sus palabras ninguna conversación que pudiera seguir por aquellos derroteros.
- El futuro no existe, aquí y ahora es lo único que tenemos - resumió en un alegato a su estilo de vida. Aprovecha el tiempo presente. Esa era su máxima. Se apartó de él y dirigió sus pasos hacia un lado de la posada para comenzar un pequeño paseo.
Nou se permitió la primera sonrisa en un tiempo, sacudiendo la cabeza, antes de seguirla varios pasos - El miedo no va contigo, pero las palabras te hacen escapar como no dragones, vampiresas o trasgos. - Sus zancadas eran largas pero cuando lo percibió caminar junto a ella se relajó para hacer del ritmo de avance uno más calmado. - Tu capacidad para lastimar no solo se limita a tus manos - replicó con voz suave, mientras rodeaban la posada por el lado de las ventanas que daban a las habitaciones.
Dirigió la vista a la de Borune y Nitarian, y se aseguró de que estaba la luz apagada. - A la salida de Ciudad Lagarto te vi. Me sorprendió la brutalidad de la escena... quiero decir - se apresuró a encontrar las palabras para explicarse. - Hemos pasado por mucho juntos pero nunca había visto en ti una acción de una dureza como esa... me hizo pensar en que a lo largo de tu vida has tenido que experimentar cosas que no soy capaz de imaginar. - Apartó la vista de la ventana y avanzó de nuevo, hacia un sendero que cruzaba la huerta que había detrás de la construcción. - Eso hizo que me sintiese muy lejos de ti hoy - murmuró en voz muy baja.
Caminando ligeramente delante de él, Iori no pudo ver qué cara ponía el elfo ante aquello - Necesitaba asegurarme que no iban a volver a intentar atacarnos una vez más - se excusó. Su silencio tras aquellas palabras cayó pesado en medio de la noche brillante.
- Lo entiendo - se apresuró a añadir la humana caminando por el linde de una zona con frutales. - No te estoy juzgando, no quiero juzgar a nadie - aseguró con una voz que tendía a cordialidad. Olía a higos y a manzanas, y la humana se detuvo escudriñando con los ojos las ramas.
- Todo el mundo lo hace - comentó él, siguiéndola, con voz suave, aunque con un punto... extraño - ¿Qué piensas ahora? ¿soy peor persona? - La mirada azul se abrió mucho, mirando a Nousis ligeramente incrédula por aquel tipo de pregunta.
Apartó con cuidado una de las ramas bajas y se deslizó hacia el tronco de la higuera, dejando que su cabeza quedase oculta por las hojas. - ¿Peor persona? Eres un guerrero Nousis... muchas personas pensarían que ir por el mundo matando a otros no define a una buena persona bajo ningún concepto. De cualquier manera, lo que piensen los demás, lo que piense yo, es solo una opinión. No es algo que te defina - salió dando una zancada larga mientras se agachaba, y se colocó delante del elfo con una sonrisa en el rostro. Abrió las manos, extendidas ambas palmas juntas y le mostró unos cuantos higos en el punto exacto de maduración. - ¿Te gustan? - inquirió.
Nou la miró a los ojos en ese momento, como analizando esa respuesta. Tomó uno y lo mordió - Pareces distinta - soltó, aunque el final de la frase dejó entrever dos cosas: que decidió no continuarla y un cierto arrepentimiento por dejarse llevar. La humana lo miró curiosa, pero sintiendo que, en aquella ocasión, prefería no profundizar.
- Será mejor volver. No sería bueno que tu trabajo se echase a perder porque dejemos de vigilar un rato. Casi está hecho a fin de cuentas - suspiró girándose despacio. La humana escudriñó hacia la fachada lateral de la posada, hacia el lugar en el que se encontraba la ventana de los dos adolescentes. - Tienes razón - asintió mientras, tomando uno de los higos por un extremo lo introducía en su boca para dejar caer el pedúnculo unido a la ramita hacia el suelo.
Avanzaron juntos hasta la fachada principal compartiendo la fruta, cuando un movimiento rápido llamó la atención de ambos en la penumbra. De no ser por la noche clara, no habrían podido verlo. La figura formidable de un hombre que rondaba los cuarenta, de cabello oscuro y piel tostada al Sol se detuvo en el hueco de entrada de las cuadras. Clavó los ojos en ellos, tensando su cuerpo de forma visible.
Escuchó al instante el filo de la espada del elfo al desenfundar a su lado, aunque Nousis no avanzó contra él. - ¡Espera! - pidió - Tú destrozaste a los enviados de los Carlaygh - fue una afirmación que esperaba corroborar.
El hombre lo observó, con los ojos brillando de manera metálica. - Eso hice - Con pasos suaves, por detrás de él apareció entonces Nitarian. El muchacho tenía el rostro desencajado en una expresión que Iori no supo identificar. ¿No se suponía que estaba en la habitación? Sintió como la alarma se encendía en un segundo dentro de ella. El hombre observó la figura del muchacho por encima de tu hombro. - Es tu decisión -
Nou miró a Iori entonces, inseguros ambos de cómo proceder en aquella situación. La humana le puso la mano en el antebrazo que sostenía la espada, deteniéndolo, y entonces el hombre fornido se alejó. Evitó el camino de acceso a la posada, y se perdió directamente campo a través, dejando que su silueta se confundiese con la vegetación. Cuando se perdió su movimiento en la lejanía, Iori se precipitó hacia un estático Nitarian.
- Ey, ¿Qué haces aquí abajo? ¿Quién era ese hombre? - el muchacho parecía estar lejos de allí, y fue al sacudirlo por los hombros cuando él pareció reaccionar. Miró a la humana y al elfo, como si fuese la primera vez y entonces apartó a Iori de un manotazo. - Tú... él...- le costaba articular una oración con coherencia, mientras la respiración de su pecho se desataba acelerada.
- ¿Qué ha ocurrido? - lo urgió el elfo también, con la vista puesta donde el licántropo se había alejado. Las manos del chico recorrieron su cabello revolviéndolo de forma desordenada. - Mañana... mañana pondremos rumbo a mi casa. Debo de encontrarme con mi madre - murmuró con la cadencia de quien hace planes mientras piensa. Clavo los ojos en Iori y en Nousis de manera alterna, y pareció en un segundo recobrar un poco de control sobre él mismo. - Mañana, regresaremos a la mansión. Allí terminará vuestras tarea. Será esta una misión de protección -
Iori supo que no les estaba pidiendo permiso. Más que hasta entonces, la humana distinguió en él el deje específico que se le presuponía a las personas de su clase, nacidas en cunas y posiciones de poder, acostumbradas desde la infancia a ejercer control y repartir órdenes a los que tenían a su alrededor. Nou elevó las cejas, y su rostro se ensombreció - Primero una carta, ahora sí buscas verla. Si los riesgos han aumentado, necesitamos más detalles que esos. -
La cara del muchacho observó con desagrado al moreno, transformando en furia parte de la evidente confusión que sentía en aquel momento. Se llevó la mano al interior de su cinto y con un gesto rápido le lanzó a Iori una pequeña bolsita de cuero. - Hay más que suficiente. Mañana seguiremos sin vos - zanjó antes de, con paso rápido, desaparecer para entrar en el interior de la posada. La humana sopesó lo que él le había entregado y sin necesidad de verlo, supo que las monedas que producían aquella sensación en su mano tenían que ser oro a la fuerza. - Aquí hay más de lo acordado - indicó mirando consternada a Nousis.
Éste se encogió de hombros - No ha llegado el día en que un crío me diga hacia dónde puedo y no puedo dirigirme, y en todo caso, el pago siempre fue tuyo. Mis pasos también me llevan a Wulwulfar. No voy a irme con todo cuanto rodea este trabajo tuyo.-
Observó frunciendo el ceño al elfo, y su posición corporal mostró su malestar. - No soy una obra de caridad para ti. Este dinero irá a medias. - su tono no admitía réplica. - Y me alegra que quieras seguir porque no tengo intención ninguna de dejar a esos dos solos. Saldrán de aquí pero creo que podrían terminar desapareciendo en cualquier parte del camino -
Alzando un momento los ojos grises al cielo, se pasó una mano por el cabello, del nacimiento en la frente a la nuca. Conocía aquel gesto. Era una manera que tenía el moreno de recargarse de paciencia cuando la situación lo requería. Y ella, sabía, que lo ponía muchas veces a prueba. - Te acompañé porque quise, no por una recompensa. Nunca he sido rico, no al menos como plantean esa idea los humanos, y no quiero más desencuentros contigo al respecto - volvió a ella la vista - Ayudarte nunca es caridad - y acercándose a ella, le tocó la cabeza con dos dedos - Entiéndelo ya - no habló enfadado, y acompañando su voz, una suave sonrisa pareció extenderse en la comisura enigmática del elfo.
La mirada azul fue transmutando de la sorpresa a un recelo escondido que la hizo ponerse en guardia. Nousis pudo ver como, en la expresión de la humana se dejaba ver el debate entre la desconfianza y las ganas de algo más. Cuando la sonrisa se extendió por sus labios supo que había ganado esta última. - ¿Podrías repetirme eso que has dicho sobre los críos? - inquirió mientras se acercaba a él. Pudo ver la zalamería con la que deslizó la bolsita dentro de la ropa del elfo. - Guárdamelo un rato porfi - susurró a su oído mientras sus brazos rodeaban el cuello del elfo y lo estrechaban contra ella.
Antes de refugiar los labios contra el cuello del moreno, Iori pudo percibir fugazmente la expresión de resignación que asumió el elfo cuando la humana lo arrastró contra la pared de la cuadra. Podían tardar un rato más en subir esa noche a la habitación. Lo sorprendente fue que, al final, fue ella la que terminó entre el elfo y la pared. - Que pueden esperar - respondió él mientras apretaba su cuerpo contra ella.
Ya dentro de la pequeña recepción de la posada, lo observó con curiosidad mientras concertaba alojamiento para los cuatro. Era una construcción vieja, ligeramente destartalada, pero al ojo de Iori no se le escapaba el detalle de que en medio de la antigüedad de la construcción, se veía de manera clara una exquisita limpieza.
Mientras taladraba con sus ojos la espalda de Nousis, la imagen que había avistado desde la distancia volvió a cobrar protagonismo en su cabeza. Había cortado como si fuese un pedazo de queso sus cabezas, y las había dejado clavadas en una señal que hasta ella reconocía: advertencia.
Desde que había salido de su aldea, hacía meses, los ojos de Iori habían tenido tiempo de contemplar muchas formas de crueldad. De sorprenderse ante la brutalidad de los seres de fuera de su comarca. Había luchado y admirado la técnica de Nousis en múltiples batallas. Y sin embargo, aquella acción tan visceral por su parte la sorprendió. No era algo que hubiese asociado a él, tan frío y elegante.
En la manera que tuvo de acabar con aquellos bandidos había un sabor a ira mal contenida, y Iori sintió que, de alguna manera, acababa de ver algo de él que no debería. - ¿En serio tenemos que pasar la noche en este lugar de mala muerte? - Borune hizo sonar su voz con rintintín, alargando las palabras de forma innecesaria y alzando la voz para que todos lo escucharan. La mujer anciana que estaba haciendo la reserva con Nousis alzó la cabeza sorprendida, y Nitarian tomó entonces la palabra. - Este lugar es perfecto para pasar la noche. Deberías de escoger con más cuidado tus palabras para no ofender a nadie - añadió mirando a su amigo con algo parecido a la comprensión y el leve reproche.
Ninguno de ellos añadió nada más tras aquello, agradecidos al fin y al cabo de poder asearse un poco, llenar el estómago con comida caliente y la promesa de un colchón relleno de paja esperándolos en las habitaciones.
[...]
La noche había caído sobre la zona rural. Traía con la brisa fresca tras el día de calor recuerdos sobre su aldea para Iori. Con los dos adolescentes cerrados en la habitación doble que compartían tras la puerta, sentía que por primera vez en días podía respirar sin la tensión en su pecho. La misión se había encauzado y ahora, únicamente restaban seis días de camino hasta Wulwulfar.
Lo escuchó salir, sabiendo que era él sin necesidad de verlo. Tras el tiempo compartido, era capaz de distinguir su característica cadencia de pasos al pisar. Sentada sobre uno de los maderos que formaban el cercado de la entrada de la posada, giró el rostro por encima del hombro y lo miró, esbozando una sonrisa. - Se siente bien dejar al fin a los niños durmiendo –
Él paseó la vista alrededor, con una parte de él siempre en guardia - Confiemos en que todo acabe al llevarlos allí - suspiró. La humana lo notó menos conversador que de costumbre con lo ocurrido. - Estamos cerca Nousis - indicó la humana volviendo a mirar hacia delante, a un firmamento despejado y absolutamente estrellado. - Dime, ¿A qué edad es normal formar una familia entre los tuyos? –
- No todos los elfos son iguales - comenzó evasivo - Mis conocidos, tanto ellos como ellas, que rondan mis años, ya han tenido descendencia en su mayoría. Incluso un par de décadas antes. ¿Por qué lo preguntas? - Los ojos azules se volvieron a clavar en él. - Pensé que siendo tu pueblo un número reducido frente a otras razas sería muy importante trabajar la natalidad. - se encogió de hombros volviendo la vista al cielo.
- Después de hablar con Nitarian he estado pensando. En distintos tipos de familias, y en la relación que tienen los hijos con los padres. Tú pareces albergar dentro sentimientos positivos hacia tu gente... Nitarian ha decidido huir para poder ser él mismo. Me sorprende la... diversidad - comentó en tono reflexivo.
- Los elfos tenemos lazos más estrechos entre nuestra gente. Los humanos buscan expandirse, se pierden en grandes territorios, en grandes ciudades - apuntó - No todos, pero sí buena parte. Gentes que apenas se conocen. Nosotros sacralizamos la familia, el clan. Todos los míos, quienes no han perdido sus raíces, protegen Sandorai a través del servicio a sus allegados, al clan - repitió - Una unión de muchas familias pertenecientes durante siglos, desde siempre, al mismo pedazo de nuestra tierra. No conozco a nadie, salvo yo, que deje nuestra aldea de Folnaien tan a menudo.-
- Folnaien - repitió Iori. Sonaba diferente. Sonaba exótico. La explicación larga de Nousis, en lugar de clarificar, le hizo sentir que asomaba a más dudas sobre la personalidad tan particular del moreno. Incluso entre los suyos, él parecía destacar, desmarcarse por diferente. Guardó silencio escuchando sus palabras y negó al final con la cabeza. - Me cuesta mucho imaginarme eso de lo que hablas - reconoció al final con un leve tono derrotista en la voz. Y antes de que la conversación pudiese girar hacia hablar de si misma, volvió a lanzar una pregunta. - ¿No quieres formar tu familia? Seguro que serías un padre espectacular - sonrió.
El elfo la miró un momento, ella sintió que estaba a punto de mencionar algo referente a ella, pero se contuvo. Y lo agradeció. - No puedo ocuparme de una familia - contestó, sin mostrar molestia, incomodidad ni resignación - Tengo otras prioridades. - Claro que las tenía. Iori recordó entonces la aventura en el norte. La figura de la hermosísima elfa que había visto hablando con él. - ¿Piensas que no encontrarás a otra persona como ella? - lanzó sin pensar si es correcto o no refiriéndose a Neralia.
Lentamente, los ojos grises de Nou pasaron del camino, vigilando, a los de la humana. Sabía perfectamente a qué se refería, pero aún así preguntó -¿Cómo dices? - La humana ladeó la cabeza y lo miró casi con ternura. - Estuve en el norte contigo Nousis. Pero no quiero resultar entrometida. - volvió a mirar hacia las estrellas.
- Viajé allí porque creí que había muerto. Terminó en su día, hace más años de los que tienes - replicó, aunque sin ira - Tan sólo busco proteger a mi raza. No me planteo nada más allá de eso -
Aunque Iori no sabía con certeza la edad que tenía, los cálculos por cómo la encontraron dentro de esa cueva la situaban cerca de los 25. Sabía que, para la larguísima vida de Nousis, su existencia debía de ser un suspiro. Se rio entre dientes. - Ay, eso duele por algún motivo - indicó bajando de un salto de la cerca para encaminar sus pasos hacia él. - ¿Me sigues viendo como a una cría? - inquirió deteniéndose de manera que su pecho rozó contra el torso del moreno. En sus ojos, el brillo de un fuego que comenzaba a despertar en ella por él.
- Los humanos viven rápido porque les es necesario. Nada tienen que ver en su veintena o treintena con un elfo de la misma edad - Detuvo sus palabras para contemplarla, mientras la humana se mantenía expectante. - Y tú... quien sabe. Has madurado como una humana, pero desconozco como serás en el futuro. A fin de cuentas... - ladeó la cabeza - llevas nuestra sangre. -
Podía notar la forma de sus músculos, el calor de su cuerpo y la atracción de sus labios. La mirada de Iori se entrecerró de anticipación, como haría cualquier carnívoro observando a su caza del día. Presionó un poco más, con su cuerpo contra él hasta que Nousis rompió la magia del momento. La humana resopló y sacudió la cabeza, optando por no fomentar con sus palabras ninguna conversación que pudiera seguir por aquellos derroteros.
- El futuro no existe, aquí y ahora es lo único que tenemos - resumió en un alegato a su estilo de vida. Aprovecha el tiempo presente. Esa era su máxima. Se apartó de él y dirigió sus pasos hacia un lado de la posada para comenzar un pequeño paseo.
Nou se permitió la primera sonrisa en un tiempo, sacudiendo la cabeza, antes de seguirla varios pasos - El miedo no va contigo, pero las palabras te hacen escapar como no dragones, vampiresas o trasgos. - Sus zancadas eran largas pero cuando lo percibió caminar junto a ella se relajó para hacer del ritmo de avance uno más calmado. - Tu capacidad para lastimar no solo se limita a tus manos - replicó con voz suave, mientras rodeaban la posada por el lado de las ventanas que daban a las habitaciones.
Dirigió la vista a la de Borune y Nitarian, y se aseguró de que estaba la luz apagada. - A la salida de Ciudad Lagarto te vi. Me sorprendió la brutalidad de la escena... quiero decir - se apresuró a encontrar las palabras para explicarse. - Hemos pasado por mucho juntos pero nunca había visto en ti una acción de una dureza como esa... me hizo pensar en que a lo largo de tu vida has tenido que experimentar cosas que no soy capaz de imaginar. - Apartó la vista de la ventana y avanzó de nuevo, hacia un sendero que cruzaba la huerta que había detrás de la construcción. - Eso hizo que me sintiese muy lejos de ti hoy - murmuró en voz muy baja.
Caminando ligeramente delante de él, Iori no pudo ver qué cara ponía el elfo ante aquello - Necesitaba asegurarme que no iban a volver a intentar atacarnos una vez más - se excusó. Su silencio tras aquellas palabras cayó pesado en medio de la noche brillante.
- Lo entiendo - se apresuró a añadir la humana caminando por el linde de una zona con frutales. - No te estoy juzgando, no quiero juzgar a nadie - aseguró con una voz que tendía a cordialidad. Olía a higos y a manzanas, y la humana se detuvo escudriñando con los ojos las ramas.
- Todo el mundo lo hace - comentó él, siguiéndola, con voz suave, aunque con un punto... extraño - ¿Qué piensas ahora? ¿soy peor persona? - La mirada azul se abrió mucho, mirando a Nousis ligeramente incrédula por aquel tipo de pregunta.
Apartó con cuidado una de las ramas bajas y se deslizó hacia el tronco de la higuera, dejando que su cabeza quedase oculta por las hojas. - ¿Peor persona? Eres un guerrero Nousis... muchas personas pensarían que ir por el mundo matando a otros no define a una buena persona bajo ningún concepto. De cualquier manera, lo que piensen los demás, lo que piense yo, es solo una opinión. No es algo que te defina - salió dando una zancada larga mientras se agachaba, y se colocó delante del elfo con una sonrisa en el rostro. Abrió las manos, extendidas ambas palmas juntas y le mostró unos cuantos higos en el punto exacto de maduración. - ¿Te gustan? - inquirió.
Nou la miró a los ojos en ese momento, como analizando esa respuesta. Tomó uno y lo mordió - Pareces distinta - soltó, aunque el final de la frase dejó entrever dos cosas: que decidió no continuarla y un cierto arrepentimiento por dejarse llevar. La humana lo miró curiosa, pero sintiendo que, en aquella ocasión, prefería no profundizar.
- Será mejor volver. No sería bueno que tu trabajo se echase a perder porque dejemos de vigilar un rato. Casi está hecho a fin de cuentas - suspiró girándose despacio. La humana escudriñó hacia la fachada lateral de la posada, hacia el lugar en el que se encontraba la ventana de los dos adolescentes. - Tienes razón - asintió mientras, tomando uno de los higos por un extremo lo introducía en su boca para dejar caer el pedúnculo unido a la ramita hacia el suelo.
Avanzaron juntos hasta la fachada principal compartiendo la fruta, cuando un movimiento rápido llamó la atención de ambos en la penumbra. De no ser por la noche clara, no habrían podido verlo. La figura formidable de un hombre que rondaba los cuarenta, de cabello oscuro y piel tostada al Sol se detuvo en el hueco de entrada de las cuadras. Clavó los ojos en ellos, tensando su cuerpo de forma visible.
Escuchó al instante el filo de la espada del elfo al desenfundar a su lado, aunque Nousis no avanzó contra él. - ¡Espera! - pidió - Tú destrozaste a los enviados de los Carlaygh - fue una afirmación que esperaba corroborar.
El hombre lo observó, con los ojos brillando de manera metálica. - Eso hice - Con pasos suaves, por detrás de él apareció entonces Nitarian. El muchacho tenía el rostro desencajado en una expresión que Iori no supo identificar. ¿No se suponía que estaba en la habitación? Sintió como la alarma se encendía en un segundo dentro de ella. El hombre observó la figura del muchacho por encima de tu hombro. - Es tu decisión -
Nou miró a Iori entonces, inseguros ambos de cómo proceder en aquella situación. La humana le puso la mano en el antebrazo que sostenía la espada, deteniéndolo, y entonces el hombre fornido se alejó. Evitó el camino de acceso a la posada, y se perdió directamente campo a través, dejando que su silueta se confundiese con la vegetación. Cuando se perdió su movimiento en la lejanía, Iori se precipitó hacia un estático Nitarian.
- Ey, ¿Qué haces aquí abajo? ¿Quién era ese hombre? - el muchacho parecía estar lejos de allí, y fue al sacudirlo por los hombros cuando él pareció reaccionar. Miró a la humana y al elfo, como si fuese la primera vez y entonces apartó a Iori de un manotazo. - Tú... él...- le costaba articular una oración con coherencia, mientras la respiración de su pecho se desataba acelerada.
- ¿Qué ha ocurrido? - lo urgió el elfo también, con la vista puesta donde el licántropo se había alejado. Las manos del chico recorrieron su cabello revolviéndolo de forma desordenada. - Mañana... mañana pondremos rumbo a mi casa. Debo de encontrarme con mi madre - murmuró con la cadencia de quien hace planes mientras piensa. Clavo los ojos en Iori y en Nousis de manera alterna, y pareció en un segundo recobrar un poco de control sobre él mismo. - Mañana, regresaremos a la mansión. Allí terminará vuestras tarea. Será esta una misión de protección -
Iori supo que no les estaba pidiendo permiso. Más que hasta entonces, la humana distinguió en él el deje específico que se le presuponía a las personas de su clase, nacidas en cunas y posiciones de poder, acostumbradas desde la infancia a ejercer control y repartir órdenes a los que tenían a su alrededor. Nou elevó las cejas, y su rostro se ensombreció - Primero una carta, ahora sí buscas verla. Si los riesgos han aumentado, necesitamos más detalles que esos. -
La cara del muchacho observó con desagrado al moreno, transformando en furia parte de la evidente confusión que sentía en aquel momento. Se llevó la mano al interior de su cinto y con un gesto rápido le lanzó a Iori una pequeña bolsita de cuero. - Hay más que suficiente. Mañana seguiremos sin vos - zanjó antes de, con paso rápido, desaparecer para entrar en el interior de la posada. La humana sopesó lo que él le había entregado y sin necesidad de verlo, supo que las monedas que producían aquella sensación en su mano tenían que ser oro a la fuerza. - Aquí hay más de lo acordado - indicó mirando consternada a Nousis.
Éste se encogió de hombros - No ha llegado el día en que un crío me diga hacia dónde puedo y no puedo dirigirme, y en todo caso, el pago siempre fue tuyo. Mis pasos también me llevan a Wulwulfar. No voy a irme con todo cuanto rodea este trabajo tuyo.-
Observó frunciendo el ceño al elfo, y su posición corporal mostró su malestar. - No soy una obra de caridad para ti. Este dinero irá a medias. - su tono no admitía réplica. - Y me alegra que quieras seguir porque no tengo intención ninguna de dejar a esos dos solos. Saldrán de aquí pero creo que podrían terminar desapareciendo en cualquier parte del camino -
Alzando un momento los ojos grises al cielo, se pasó una mano por el cabello, del nacimiento en la frente a la nuca. Conocía aquel gesto. Era una manera que tenía el moreno de recargarse de paciencia cuando la situación lo requería. Y ella, sabía, que lo ponía muchas veces a prueba. - Te acompañé porque quise, no por una recompensa. Nunca he sido rico, no al menos como plantean esa idea los humanos, y no quiero más desencuentros contigo al respecto - volvió a ella la vista - Ayudarte nunca es caridad - y acercándose a ella, le tocó la cabeza con dos dedos - Entiéndelo ya - no habló enfadado, y acompañando su voz, una suave sonrisa pareció extenderse en la comisura enigmática del elfo.
La mirada azul fue transmutando de la sorpresa a un recelo escondido que la hizo ponerse en guardia. Nousis pudo ver como, en la expresión de la humana se dejaba ver el debate entre la desconfianza y las ganas de algo más. Cuando la sonrisa se extendió por sus labios supo que había ganado esta última. - ¿Podrías repetirme eso que has dicho sobre los críos? - inquirió mientras se acercaba a él. Pudo ver la zalamería con la que deslizó la bolsita dentro de la ropa del elfo. - Guárdamelo un rato porfi - susurró a su oído mientras sus brazos rodeaban el cuello del elfo y lo estrechaban contra ella.
Antes de refugiar los labios contra el cuello del moreno, Iori pudo percibir fugazmente la expresión de resignación que asumió el elfo cuando la humana lo arrastró contra la pared de la cuadra. Podían tardar un rato más en subir esa noche a la habitación. Lo sorprendente fue que, al final, fue ella la que terminó entre el elfo y la pared. - Que pueden esperar - respondió él mientras apretaba su cuerpo contra ella.
Iori Li
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Tirada de dado para el evento del 13 aniversario
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
El miembro 'Iori Li' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Quizá debería haber dormido más, pensó al abrir los ojos al nuevo día, pero no todo cuanto trae el camino es decisión de uno mismo. O al menos, no decisión del todo consciente, se sonrió. Había despertado con Iori a su lado por segunda vez desde que se habían conocido en Baslodia y relajado, se restregó el rostro con el agua del cuenco que les habían dejado, basto y de cerámica barata. El olor de la comida le abrió el apetito, hallándole en un estado más receptivo que el del día anterior. Por su mente navegaba como en lago en calma la humillación de los bastardos de Ciudad Lagarto, con los golpes de los vampiros de Roilkat aún no se habían esfumado por entero de su piel. Bajando las escaleras, se obligó a enfocarse en la perentoria necesidad de llegar a ser más rápido, más fuerte. Sus habilidades resultaban suficientes para manejar a uno o dos oponentes, tres, si su entrenamiento había sido demasiado intenso. Sin embargo, sus últimos encuentros le habían enseñado que era menester encontrar la manera de hacer frente a grupos de enemigos… y no resultar impotente ante una ballesta o un arco en las cercanías. Debía mejorar, y debía hacerlo rápido.
Se detuvo un instante al verificar que tanto Nitarian como Borune se habían despertado antes que ellos y sintió un pinchazo de irritación consigo mismo. El mismo, sin duda, que se reflejó en el rostro del segundo, mientras el heredero de los Carlaygh se limitó a elevar las cejas de un modo apenas perceptible. Dada la separación última que había tenido con el muchacho, y el camino que les quedaba hasta la mansión familiar, se decidió por la cortesía. Su autocontrol aún se encontraba fracturado, y desconocía dónde podía llevar una discusión con unos jóvenes acostumbrados a una vida de privilegios. Por ello, y por la humana, buscó evitar una confrontación excesivamente sencilla de provocar.
-¿Os importa que os acompañe?- inquirió, con sus ojos grises como pozos de recuerdos afincados en el semblante de Nitarian. Borune ensombreció el gesto. El aludido, por el contrario, permitió al espadachín observar una señal de arrepentimiento, tan breve que desapareció apenas llegó a nacer.
-No pareces atender a indicaciones- explotó el segundo aristócrata, recordando las palabras de su amigo la noche anterior. Nousis ordenó su desayuno, desoyendo por entero, como brisa pasajera, el ataque del muchacho.
-¿Es por ella?- preguntó Nitarian, mirando al hijo de Sandorai con curiosidad, ya sin rastro de enfrentamiento. Éste fue sorprendido por la practicidad en la manera de actuar del noble. Carecía de la mayor parte de la arrogancia de su compañero, y salvando la ira de horas atrás, se prodigaba con una ecuanimidad poco frecuente a sus cortos años. Incluso en una situación impuesta, como la que Nousis le había provocado al sentarse junto a ellos, apenas tardó en reconocer la nueva perspectiva y tomar el camino más lógico, comprendiendo que nada ganaba retomando su intención previa. “Interesante” reconoció.
-Vuestros pasos y los míos convergen- eludió la cuestión en un primer instante- pero sí, es mi amiga, y pueden ocurrir demasiadas cosas desde aquí a Wulwulfar. Los amigos- pasó la vista a Borune un momento-no se eligen, llegan. Y ayudarles si es posible es algo que no debería siquiera ser razonado.
La sonrisa de suficiencia de Borune, como Nou pudo comprobar, nada tenía que ver con sus palabras. Hablaba de mucho más entre ambos adultos, y el espadachín decidió ignorarlo. Nitarian asintió, comiendo lentamente, sumido en sus propios pensamientos, y el mayor de los tres le imitó. Sólo el desprecio del acompañante del Carlaygh ante el pan del día anterior que les fue servido le alentó una pequeña sonrisa.
Los dioses tuvieron a bien que llegasen a la urbe de Wulwulfar sin más contratiempos que los sufridos. Dos nuevas tabernas, y un sueño al raso donde él y Iori se repartieron la vigilancia del grupo ante el espanto de Borune, quien tiritó de miedo hasta que el sueño terminó por vencerle.
Cruzaron las murallas de la población como tantos otros, tras unos carros cargados con cebollas, pieles y cajas cuyo contenido quedaba oculto a la vista de los transeúntes. Las gentes charlaban animadamente, y Nou sintió cierta tranquilidad, con la promesa de finiquitar el encargo flotando en el ambiente. Paseó la vista por los tres humanos que lo acompañaban.
-Seguidme- pidió Nitarian, precediéndolos a la parte más pudiente de la ciudad. El espadachín pudo distinguir dos centinelas custodiando las oficinas de un cambista, con libreas a juego de los colores del blasón que presidía la puerta de entrada, una forja a la que supuso cierta fama, con media docena de clientes calibrando la manufactura de varias armas, y al otro lado, una edificación de tres plantas con ventanas a intervalos regulares, con almohadillado trabajado en el piso inferior. Una cuadrilla de mercenarios se apoyaba en la fachada con aire peligroso, mas nada comentaron cuando pasaron a su lado. Poco después, el hogar de los Carlaygh se alzó ante el extranjero, y un asombrado guardia gritó el nombre completo del muchacho, antes de volver a interpelarle con el apelativo de “su señoría”. Éste pareció reconocerle, e incluso le permitió la cercanía de un breve abrazo.
-¡Estáis a salvo! ¡Gracias a los dioses!- expresó el hombre. Facciones armoniosas y frente despejada, su cabello liso y rubio como el de Nitarian peinado a un lado daba aún más orden a un uniforme impoluto. El elfo le calculó unos veintiocho o veintinueve años. Parecía apreciar de veras al recién llegado- Vuestra madre ha sufrido mucho por vos- y Nousis pudo llegar a notar una nota de levísimo reproche.
-Tengo que verla. Puedes conducirnos a su presencia Irlen- sonrió. Borune recuperó por entero la altivez que había perdido en parte en el camino de regreso, hallándose en territorio conocido, y sabiéndose protegido por los soldados de su amigo. El espadachín notó que ni una mirada se dignó a dedicarle, ni a Iori, desde que arribaron a esa parte de la urbe.
Enfilaron las puertas a una señal de Irlen a sus subordinados, y el chico avanzó con la seguridad de quien se encuentra en casa por los pasillos de la mansión ante el cuchicheo alarmado o sorprendido de los criados y sirvientas, hasta una estancia donde una mujer cuyo rostro se asemejaban al de Nitarian alzó la vista al verlos entrar sin ceremonia alguna. Ubicada cerca de la ventana, el sol palidecía aún más su semblante. Dos hombres cruzados de brazos parecían haber sido sorprendidos en plena conversación, alrededor de un mapa. Por su apariencia, Nousis no tuvo duda en que se trataba de la pareja de la aristócrata, el padre del muchacho. El otro, entraba en la opción más lógica que ocupase el puesto de cabecilla de sus tropas privadas, a tenor de la armadura.
La mujer se levantó precipitadamente y corrió a abrazar a su hijo. El elfo pensó que se trataba de una ternura que expresaba que la humana en verdad había sentido el dolor de la huida del joven.
-Os lo agradezco, de veras- dijo la aristócrata dirigiéndose a Iori- Tendrás, tu y tu compañero, la recompensa prometida y más. No mereces otra cosa- aseguró volviendo a abrazar a su retoño.
-Págales- ordenó el señor de la casa al capitán de su guardia. Este asintió secamente, y tras salir de la habitación, regresó minutos más tarde con una bolsa que colocó en las manos de la campesina, ante un sucinto gesto del espadachín, apenas perceptible, para que comprendiese que debía depositarla precisamente allí. Ella había elegido ese trabajo, y ella había conseguido la información en el burdel, y el robo para los salteadores del puerto. Los prejuicios por altura y presencia bien podían orientar al soldado a entregar al dinero al elfo, y eso quiso evitar.
-Mañana tendréis el resto- prometió la mujer- Como compensación, además, podéis hospedaros aquí ésta noche- ofreció, en un tono de voz que no dejaba dudas que consideraba aquello un gesto extraordinariamente generoso, más aún al contemplar la expresión de su marido, asqueado ante tal opción. No obstante, nada dijo en contra tras sobreponerse a su primera mueca.
-Iré a resolver mis asuntos- aclaró a Iori una vez retornaron al vestíbulo- Volveré en unas horas. Ten cuidado.
Aquello respondía a dos cuestiones concretas. Por un lado, deseaba evitarle a la humana cualquier nuevo inconveniente que pudiera surgir, aunque nada temía de Fruyo. Por otro, esperaba dedicarse por entero al estudio del manuscrito prometido, y eso podría llevarle el resto del día. Necesitaba concentración, y calma. Y la humana desvanecía ambas cosas.
El hombre rana recibió a Nousis con el agradecimiento pintado en su simpático rostro. La sombra de un golpe en el ojo enturbió el ánimo del del elfo. ¿Pero qué podía hacer? Entregó la flor de Nirana al comerciante, que a su vez se dejó en custodia a uno de sus sirvientes. Si se involucraba con un funcionario de Wulwufar, podría resultarle difícil salir, o volver, a la ciudad. Y pondría en peligro su participación en el final del trabajo de Iori.
“Mátalo- instigó sangwa dentro de él, con un sonido dulce y cálido- criaturas así son escoria que entorpece y maltrata un mundo con suficientes problemas. ¿Debe sufrir Fruyo, lo merece…?”
Horas tras hora, leyendo páginas tras páginas de ese antiguo códice, la ira por no encontrar nada útil fue colocando piedra tras piedra en su interior, y su parte oscura comenzó a asomar el rostro desde la altura que casi lograba ya superar el muro de frialdad y estrategia que trabajaba porque dominase a la primera.
Sí. El camino hasta la mansión resultaba demasiado recto, sonrió con un punto de sadismo antes de ponerse en pie y cerrar lentamente los dedos, uno por uno, de su mano diestra. Era su deber.
Se detuvo un instante al verificar que tanto Nitarian como Borune se habían despertado antes que ellos y sintió un pinchazo de irritación consigo mismo. El mismo, sin duda, que se reflejó en el rostro del segundo, mientras el heredero de los Carlaygh se limitó a elevar las cejas de un modo apenas perceptible. Dada la separación última que había tenido con el muchacho, y el camino que les quedaba hasta la mansión familiar, se decidió por la cortesía. Su autocontrol aún se encontraba fracturado, y desconocía dónde podía llevar una discusión con unos jóvenes acostumbrados a una vida de privilegios. Por ello, y por la humana, buscó evitar una confrontación excesivamente sencilla de provocar.
-¿Os importa que os acompañe?- inquirió, con sus ojos grises como pozos de recuerdos afincados en el semblante de Nitarian. Borune ensombreció el gesto. El aludido, por el contrario, permitió al espadachín observar una señal de arrepentimiento, tan breve que desapareció apenas llegó a nacer.
-No pareces atender a indicaciones- explotó el segundo aristócrata, recordando las palabras de su amigo la noche anterior. Nousis ordenó su desayuno, desoyendo por entero, como brisa pasajera, el ataque del muchacho.
-¿Es por ella?- preguntó Nitarian, mirando al hijo de Sandorai con curiosidad, ya sin rastro de enfrentamiento. Éste fue sorprendido por la practicidad en la manera de actuar del noble. Carecía de la mayor parte de la arrogancia de su compañero, y salvando la ira de horas atrás, se prodigaba con una ecuanimidad poco frecuente a sus cortos años. Incluso en una situación impuesta, como la que Nousis le había provocado al sentarse junto a ellos, apenas tardó en reconocer la nueva perspectiva y tomar el camino más lógico, comprendiendo que nada ganaba retomando su intención previa. “Interesante” reconoció.
-Vuestros pasos y los míos convergen- eludió la cuestión en un primer instante- pero sí, es mi amiga, y pueden ocurrir demasiadas cosas desde aquí a Wulwulfar. Los amigos- pasó la vista a Borune un momento-no se eligen, llegan. Y ayudarles si es posible es algo que no debería siquiera ser razonado.
La sonrisa de suficiencia de Borune, como Nou pudo comprobar, nada tenía que ver con sus palabras. Hablaba de mucho más entre ambos adultos, y el espadachín decidió ignorarlo. Nitarian asintió, comiendo lentamente, sumido en sus propios pensamientos, y el mayor de los tres le imitó. Sólo el desprecio del acompañante del Carlaygh ante el pan del día anterior que les fue servido le alentó una pequeña sonrisa.
[…]
Los dioses tuvieron a bien que llegasen a la urbe de Wulwulfar sin más contratiempos que los sufridos. Dos nuevas tabernas, y un sueño al raso donde él y Iori se repartieron la vigilancia del grupo ante el espanto de Borune, quien tiritó de miedo hasta que el sueño terminó por vencerle.
Cruzaron las murallas de la población como tantos otros, tras unos carros cargados con cebollas, pieles y cajas cuyo contenido quedaba oculto a la vista de los transeúntes. Las gentes charlaban animadamente, y Nou sintió cierta tranquilidad, con la promesa de finiquitar el encargo flotando en el ambiente. Paseó la vista por los tres humanos que lo acompañaban.
-Seguidme- pidió Nitarian, precediéndolos a la parte más pudiente de la ciudad. El espadachín pudo distinguir dos centinelas custodiando las oficinas de un cambista, con libreas a juego de los colores del blasón que presidía la puerta de entrada, una forja a la que supuso cierta fama, con media docena de clientes calibrando la manufactura de varias armas, y al otro lado, una edificación de tres plantas con ventanas a intervalos regulares, con almohadillado trabajado en el piso inferior. Una cuadrilla de mercenarios se apoyaba en la fachada con aire peligroso, mas nada comentaron cuando pasaron a su lado. Poco después, el hogar de los Carlaygh se alzó ante el extranjero, y un asombrado guardia gritó el nombre completo del muchacho, antes de volver a interpelarle con el apelativo de “su señoría”. Éste pareció reconocerle, e incluso le permitió la cercanía de un breve abrazo.
-¡Estáis a salvo! ¡Gracias a los dioses!- expresó el hombre. Facciones armoniosas y frente despejada, su cabello liso y rubio como el de Nitarian peinado a un lado daba aún más orden a un uniforme impoluto. El elfo le calculó unos veintiocho o veintinueve años. Parecía apreciar de veras al recién llegado- Vuestra madre ha sufrido mucho por vos- y Nousis pudo llegar a notar una nota de levísimo reproche.
-Tengo que verla. Puedes conducirnos a su presencia Irlen- sonrió. Borune recuperó por entero la altivez que había perdido en parte en el camino de regreso, hallándose en territorio conocido, y sabiéndose protegido por los soldados de su amigo. El espadachín notó que ni una mirada se dignó a dedicarle, ni a Iori, desde que arribaron a esa parte de la urbe.
Enfilaron las puertas a una señal de Irlen a sus subordinados, y el chico avanzó con la seguridad de quien se encuentra en casa por los pasillos de la mansión ante el cuchicheo alarmado o sorprendido de los criados y sirvientas, hasta una estancia donde una mujer cuyo rostro se asemejaban al de Nitarian alzó la vista al verlos entrar sin ceremonia alguna. Ubicada cerca de la ventana, el sol palidecía aún más su semblante. Dos hombres cruzados de brazos parecían haber sido sorprendidos en plena conversación, alrededor de un mapa. Por su apariencia, Nousis no tuvo duda en que se trataba de la pareja de la aristócrata, el padre del muchacho. El otro, entraba en la opción más lógica que ocupase el puesto de cabecilla de sus tropas privadas, a tenor de la armadura.
La mujer se levantó precipitadamente y corrió a abrazar a su hijo. El elfo pensó que se trataba de una ternura que expresaba que la humana en verdad había sentido el dolor de la huida del joven.
-Os lo agradezco, de veras- dijo la aristócrata dirigiéndose a Iori- Tendrás, tu y tu compañero, la recompensa prometida y más. No mereces otra cosa- aseguró volviendo a abrazar a su retoño.
-Págales- ordenó el señor de la casa al capitán de su guardia. Este asintió secamente, y tras salir de la habitación, regresó minutos más tarde con una bolsa que colocó en las manos de la campesina, ante un sucinto gesto del espadachín, apenas perceptible, para que comprendiese que debía depositarla precisamente allí. Ella había elegido ese trabajo, y ella había conseguido la información en el burdel, y el robo para los salteadores del puerto. Los prejuicios por altura y presencia bien podían orientar al soldado a entregar al dinero al elfo, y eso quiso evitar.
-Mañana tendréis el resto- prometió la mujer- Como compensación, además, podéis hospedaros aquí ésta noche- ofreció, en un tono de voz que no dejaba dudas que consideraba aquello un gesto extraordinariamente generoso, más aún al contemplar la expresión de su marido, asqueado ante tal opción. No obstante, nada dijo en contra tras sobreponerse a su primera mueca.
-Iré a resolver mis asuntos- aclaró a Iori una vez retornaron al vestíbulo- Volveré en unas horas. Ten cuidado.
Aquello respondía a dos cuestiones concretas. Por un lado, deseaba evitarle a la humana cualquier nuevo inconveniente que pudiera surgir, aunque nada temía de Fruyo. Por otro, esperaba dedicarse por entero al estudio del manuscrito prometido, y eso podría llevarle el resto del día. Necesitaba concentración, y calma. Y la humana desvanecía ambas cosas.
[…]
El hombre rana recibió a Nousis con el agradecimiento pintado en su simpático rostro. La sombra de un golpe en el ojo enturbió el ánimo del del elfo. ¿Pero qué podía hacer? Entregó la flor de Nirana al comerciante, que a su vez se dejó en custodia a uno de sus sirvientes. Si se involucraba con un funcionario de Wulwufar, podría resultarle difícil salir, o volver, a la ciudad. Y pondría en peligro su participación en el final del trabajo de Iori.
“Mátalo- instigó sangwa dentro de él, con un sonido dulce y cálido- criaturas así son escoria que entorpece y maltrata un mundo con suficientes problemas. ¿Debe sufrir Fruyo, lo merece…?”
Horas tras hora, leyendo páginas tras páginas de ese antiguo códice, la ira por no encontrar nada útil fue colocando piedra tras piedra en su interior, y su parte oscura comenzó a asomar el rostro desde la altura que casi lograba ya superar el muro de frialdad y estrategia que trabajaba porque dominase a la primera.
Sí. El camino hasta la mansión resultaba demasiado recto, sonrió con un punto de sadismo antes de ponerse en pie y cerrar lentamente los dedos, uno por uno, de su mano diestra. Era su deber.
Última edición por Nousis Indirel el Lun Sep 12 2022, 18:59, editado 1 vez
Nousis Indirel
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
Aunque en sus últimos viajes había podido pisar lugares llenos de lujo y clase, aquella mansión de una familia bien superaba su escaso conocimiento en aquellos ambientes. Sospechaba que, la experiencia tan positiva venía motivada a que todos en aquel lugar la miraba con cierto grado de reconocimiento y gratitud. La humana que había emprendido la misión en la que otros habían fallado. La que, en compañía de un taciturno elfo había devuelvo sano y salvo al joven Nitarian.
La comida que recibió, el suntuoso y largo baño de espuma y un vestido de seda blanco nuevo fueron algunos de los regalos extra que no figuraban en el contrato, y que ella recibió aquella tarde.
Así como los ojos galantes y las palabras de interés de algunos miembros de la guardia cuando paseaba por los jardines trasero al atardecer. La mirada azul se entornó, conocedora del juego. Y sin embargo, se sorprendió a si misma cuando dejó escapar entre las manos la oportunidad de yacer con un fornido soldado. Quizá con dos de ellos.
Meneó la cabeza mientras se dirigía a la habitación que le habían asignado en la primera planta, justo al lado de la de Nousis. El estómago templado al calor de una de las mejores comidas que había probado en su vida, y el anhelo de que el espadachín no tardase en regresar de su incursión en la ciudad. Desconocía qué se traía entre manos, pero tampoco tenía derecho a preguntar. Y a fin de cuentas, no era lo que importaba.
En lo que tenía la mente fija la humana era en no caer dormida antes de que él regresase. Poder colarse en su habitación y ahogar contra la piel del moreno las veladas promesas de pasión y sexo que le habían dedicado aquellos guardias. Sí, era de él de quien se encontraba encaprichada. Y sorprendentemente, Iori no quería en aquel momento mezclar su piel con la piel de ninguna otra persona más.
Asomada al pequeño balcón de su habitación, percibió con claridad como alguien entraba en la estancia contigua cerrando con suavidad la puerta. Su sonrisa se acentuó, mientras se ponía de pie, dispuesta a saltar desde allí hacia el otro balcón. Aquella noche prometía.
Tras un sueño reparador y profundo, no le costó ser la primera en despertar. Lo primero que notó fue el leve movimiento del pecho de Nousis al respirar, justo bajo su mejilla. Era superficial y controlado, como cabría esperar de un experto guerrero como él. Alzó la cabeza despacio, notando entonces que las manos del moreno la mantenían abrazada a él en aquella postura. Lo último que ella recordaba era el jadeo pesado que salía de sus labios, pugnando por recobrar el aliento después del... ¿tercer asalto? Muchos otros eran incapaces de continuar tras un primero.
Se incorporó mirándolo con aprobación, como quien contempla a un caballo domado del que se siente uno especialmente orgulloso. Sin duda, Nousis le había dado la sorpresa descubriéndose como una pareja sexual de notable calidad en esas lides.
Saltó con ligereza de la cama, para prepararse a salir de la mansión esa mañana. Con el dinero repartido entre los dos, el día soleado que se intuía desde la ventana se le antojaba... lleno de posibilidades.
Era casi media mañana cuando el sonido de los pasos de ambos hicieron crujir la gravilla de la entrada de la mansión. El vestido de seda blanco estaba guardado dentro de su alforja, junto con el dinero recibido como pago y algunas provisiones que habían dejado para ellos dentro de una bolsa de yute. La ropa que llevaba puesta, lavada y seca con un jabón que hizo que la curiosidad aguijoneara en ella debido a su suavidad y buen olor, parecía más nueva que nunca.
Tras un desayuno copioso y las últimas muestras de gratitud, ambos se encaminaron al primer día libres del trabajo que los había unido en aquella semana. La humana se detuvo y giró de medio lado para observar a Nousis de frente. Su sonrisa pretendía ser amable, pero quizá su expresión dejaba entrever más de lo que la humana era conocedora si quiera.
Separó los labios para hacerle una propuesta que quedó en el aire, cuando una sombra llamó su atención sobre el hombro del elfo.
Una figura familiar. Apenas un atisbo pero lo suficiente como para distinguir al enorme hombre que había hablado con el heredero aquella noche en la posada del camino. Su figura era fácilmente reconocible. Y, tras él, casi una docena de figuras más que rodearon de forma sigilosa la gran mansión por el perímetro. Sería difícil que alguien los viera en aquel momento de la mañana por el sendero que habían tomado, y aquello hizo enarcar las cejas de Iori.
- Nousis, creo que se avecinan problemas... - alcanzó a farfullar tomándolo del brazo para señalar el lugar por el cual se había escabullido el grupo. Pudo ver la reticencia en su mirada. Los ojos grises la miraron con una clara expresión de censura. Aquello había terminado para ellos. Nada se les perdía volviendo a internarse en aquel lugar.
Y tenía razón. Aquel había sido el final de su misión. Y sin embargo...
La humana se mordió el labio, dubitativa clavando la vista en la fachada, para cuando comenzó a escucharse una extraña algarabía desde dentro. Sus pies saltaron hacia delante sin darle tiempo a su cerebro a pensar. Así solía ser en su vida. Primero actuaba, luego preguntaba, y, en un tercer momento, solía arrepentirse.
Pero en aquel momento, la cara del joven Nitarian fue lo único que le cruzó la mente, pensando que si lo dejaba a su suerte en aquel asalto, la conciencia la remordería. Y Iori no era de las personas que podían dormir con la mente intranquila.
Echó a correr, distinguiendo a los pocos metros las botas de Nousis tras ella. No le iba a pedir que lo hiciera, pero se alegraba de contar con él a su espalda. El servicio que encontraron mientras avanzaban a la carrera al interior de la mansión parecía asustado, corriendo de forma torpe con mensajes inconexos. Según se internaban el sonido de un combate llegó con claridad a ellos, guiándolos por los fuertes sonidos hacia la zona del salón principal.
Gritos y sangre. Y trabajadores huyendo de allí mientras hombres vestidos con el uniforme de soldado se lanzaban a enfrentarse a los miembros de aquel extraño grupo.
Los ojos de Iori se desenfocaron cuando alcanzó a reconocer, por su forma, que los intrusos eran hombres lobo. Luchaban con una furia indómita, destrozando con lo que parecía un rencor personal a cualquiera que se opusiera a ellos. - ¡¡¡ELEANOR!!! - rugió por encima de todo el hombre de la posada. El líder.
Tras los primeros instantes congelada, observando los eventos que tenían lugar frente a ella, Iori se puso en movimiento, obligada a esquivar el cuerpo de uno de los soldados, que terminó saliendo de espaldas por la puerta.
Eleanor. La madre de Nitarian. ¿Qué demonios pasaba allí? El muchacho de cabello claro no estaba por ningún lado, pero la humana necesitaba encontrarlo y saber que estaba a salvo. Cruzó bordeando el gran salón la enorme estancia, y salió por la puerta del fondo que conducía a las estancias privadas de la familia. - ¡Por aquí! - gritó haciéndose escuchar por un Nousis que le pisaba los talones. - La primera vez que vine me recibieron en su despacho personal. Conozco el camino. Tengo que encontrar al muchacho y asegurarme de que se encuentra bien - reveló la intención que la movía a meterse en aquel problema.
Justo al girar un recodo del lujoso corredor, se encontraron de frente con el padre del muchacho. El hombre los miró sorprendido un instante, y alzó el arma que llevaba en la mano frente a ellos. - ¡Lo protegeremos! Indíquenos dónde está - lanzó de manera directa y, un temple en la voz que no supo de dónde había salido. El hombre le mantuvo la mirada y, tras unos segundos, apartó el filo ligeramente. - Pagaréis con vuestra vida si alguien llega hasta ellos -
Por supuesto. Iori no esperaba otro comentario proveniente de él.
Pasó con rapidez al lado de ellos, y la humana y el elfo pudieron encaminarse a las habitaciones más privadas de la familia Carlaigh. Una enorme puerta doble tallada en roble los detuvo, y el puño de Iori aterrizó sobre ella golpeando. - ¿Nitarian? ¡Nitarian! Abre, te protegeremos, ¡A ti y a tu madre! - gritó para hacerse oír al otro lado. - Esos hombres lobo no conseguirán llegar aquí - añadió antes de mirar por encima del hombro a Nousis.
Fueron unos segundos de silencio hasta que la puerta se abrió de forma súbita, haciendo que por poco Iori no se precipitase al suelo de narices. Fue la mirada de Eleanor, la madre del muchacho, la que apareció más pálida de lo que era normal en su blanca piel. - ¿Hombres lobo? - inquirió con un hilo de voz y los ojos desorbitados.
Pero no era temor por los súbitos intrusos lo que translucía su actitud. Un sentimiento entre desazón y anhelo que en la mente de la humana planteó más dudas que respuestas.
La comida que recibió, el suntuoso y largo baño de espuma y un vestido de seda blanco nuevo fueron algunos de los regalos extra que no figuraban en el contrato, y que ella recibió aquella tarde.
Así como los ojos galantes y las palabras de interés de algunos miembros de la guardia cuando paseaba por los jardines trasero al atardecer. La mirada azul se entornó, conocedora del juego. Y sin embargo, se sorprendió a si misma cuando dejó escapar entre las manos la oportunidad de yacer con un fornido soldado. Quizá con dos de ellos.
Meneó la cabeza mientras se dirigía a la habitación que le habían asignado en la primera planta, justo al lado de la de Nousis. El estómago templado al calor de una de las mejores comidas que había probado en su vida, y el anhelo de que el espadachín no tardase en regresar de su incursión en la ciudad. Desconocía qué se traía entre manos, pero tampoco tenía derecho a preguntar. Y a fin de cuentas, no era lo que importaba.
En lo que tenía la mente fija la humana era en no caer dormida antes de que él regresase. Poder colarse en su habitación y ahogar contra la piel del moreno las veladas promesas de pasión y sexo que le habían dedicado aquellos guardias. Sí, era de él de quien se encontraba encaprichada. Y sorprendentemente, Iori no quería en aquel momento mezclar su piel con la piel de ninguna otra persona más.
Asomada al pequeño balcón de su habitación, percibió con claridad como alguien entraba en la estancia contigua cerrando con suavidad la puerta. Su sonrisa se acentuó, mientras se ponía de pie, dispuesta a saltar desde allí hacia el otro balcón. Aquella noche prometía.
[...]
Tras un sueño reparador y profundo, no le costó ser la primera en despertar. Lo primero que notó fue el leve movimiento del pecho de Nousis al respirar, justo bajo su mejilla. Era superficial y controlado, como cabría esperar de un experto guerrero como él. Alzó la cabeza despacio, notando entonces que las manos del moreno la mantenían abrazada a él en aquella postura. Lo último que ella recordaba era el jadeo pesado que salía de sus labios, pugnando por recobrar el aliento después del... ¿tercer asalto? Muchos otros eran incapaces de continuar tras un primero.
Se incorporó mirándolo con aprobación, como quien contempla a un caballo domado del que se siente uno especialmente orgulloso. Sin duda, Nousis le había dado la sorpresa descubriéndose como una pareja sexual de notable calidad en esas lides.
Saltó con ligereza de la cama, para prepararse a salir de la mansión esa mañana. Con el dinero repartido entre los dos, el día soleado que se intuía desde la ventana se le antojaba... lleno de posibilidades.
[...]
Era casi media mañana cuando el sonido de los pasos de ambos hicieron crujir la gravilla de la entrada de la mansión. El vestido de seda blanco estaba guardado dentro de su alforja, junto con el dinero recibido como pago y algunas provisiones que habían dejado para ellos dentro de una bolsa de yute. La ropa que llevaba puesta, lavada y seca con un jabón que hizo que la curiosidad aguijoneara en ella debido a su suavidad y buen olor, parecía más nueva que nunca.
Tras un desayuno copioso y las últimas muestras de gratitud, ambos se encaminaron al primer día libres del trabajo que los había unido en aquella semana. La humana se detuvo y giró de medio lado para observar a Nousis de frente. Su sonrisa pretendía ser amable, pero quizá su expresión dejaba entrever más de lo que la humana era conocedora si quiera.
Separó los labios para hacerle una propuesta que quedó en el aire, cuando una sombra llamó su atención sobre el hombro del elfo.
Una figura familiar. Apenas un atisbo pero lo suficiente como para distinguir al enorme hombre que había hablado con el heredero aquella noche en la posada del camino. Su figura era fácilmente reconocible. Y, tras él, casi una docena de figuras más que rodearon de forma sigilosa la gran mansión por el perímetro. Sería difícil que alguien los viera en aquel momento de la mañana por el sendero que habían tomado, y aquello hizo enarcar las cejas de Iori.
- Nousis, creo que se avecinan problemas... - alcanzó a farfullar tomándolo del brazo para señalar el lugar por el cual se había escabullido el grupo. Pudo ver la reticencia en su mirada. Los ojos grises la miraron con una clara expresión de censura. Aquello había terminado para ellos. Nada se les perdía volviendo a internarse en aquel lugar.
Y tenía razón. Aquel había sido el final de su misión. Y sin embargo...
La humana se mordió el labio, dubitativa clavando la vista en la fachada, para cuando comenzó a escucharse una extraña algarabía desde dentro. Sus pies saltaron hacia delante sin darle tiempo a su cerebro a pensar. Así solía ser en su vida. Primero actuaba, luego preguntaba, y, en un tercer momento, solía arrepentirse.
Pero en aquel momento, la cara del joven Nitarian fue lo único que le cruzó la mente, pensando que si lo dejaba a su suerte en aquel asalto, la conciencia la remordería. Y Iori no era de las personas que podían dormir con la mente intranquila.
Echó a correr, distinguiendo a los pocos metros las botas de Nousis tras ella. No le iba a pedir que lo hiciera, pero se alegraba de contar con él a su espalda. El servicio que encontraron mientras avanzaban a la carrera al interior de la mansión parecía asustado, corriendo de forma torpe con mensajes inconexos. Según se internaban el sonido de un combate llegó con claridad a ellos, guiándolos por los fuertes sonidos hacia la zona del salón principal.
Gritos y sangre. Y trabajadores huyendo de allí mientras hombres vestidos con el uniforme de soldado se lanzaban a enfrentarse a los miembros de aquel extraño grupo.
Los ojos de Iori se desenfocaron cuando alcanzó a reconocer, por su forma, que los intrusos eran hombres lobo. Luchaban con una furia indómita, destrozando con lo que parecía un rencor personal a cualquiera que se opusiera a ellos. - ¡¡¡ELEANOR!!! - rugió por encima de todo el hombre de la posada. El líder.
Tras los primeros instantes congelada, observando los eventos que tenían lugar frente a ella, Iori se puso en movimiento, obligada a esquivar el cuerpo de uno de los soldados, que terminó saliendo de espaldas por la puerta.
Eleanor. La madre de Nitarian. ¿Qué demonios pasaba allí? El muchacho de cabello claro no estaba por ningún lado, pero la humana necesitaba encontrarlo y saber que estaba a salvo. Cruzó bordeando el gran salón la enorme estancia, y salió por la puerta del fondo que conducía a las estancias privadas de la familia. - ¡Por aquí! - gritó haciéndose escuchar por un Nousis que le pisaba los talones. - La primera vez que vine me recibieron en su despacho personal. Conozco el camino. Tengo que encontrar al muchacho y asegurarme de que se encuentra bien - reveló la intención que la movía a meterse en aquel problema.
Justo al girar un recodo del lujoso corredor, se encontraron de frente con el padre del muchacho. El hombre los miró sorprendido un instante, y alzó el arma que llevaba en la mano frente a ellos. - ¡Lo protegeremos! Indíquenos dónde está - lanzó de manera directa y, un temple en la voz que no supo de dónde había salido. El hombre le mantuvo la mirada y, tras unos segundos, apartó el filo ligeramente. - Pagaréis con vuestra vida si alguien llega hasta ellos -
Por supuesto. Iori no esperaba otro comentario proveniente de él.
Pasó con rapidez al lado de ellos, y la humana y el elfo pudieron encaminarse a las habitaciones más privadas de la familia Carlaigh. Una enorme puerta doble tallada en roble los detuvo, y el puño de Iori aterrizó sobre ella golpeando. - ¿Nitarian? ¡Nitarian! Abre, te protegeremos, ¡A ti y a tu madre! - gritó para hacerse oír al otro lado. - Esos hombres lobo no conseguirán llegar aquí - añadió antes de mirar por encima del hombro a Nousis.
Fueron unos segundos de silencio hasta que la puerta se abrió de forma súbita, haciendo que por poco Iori no se precipitase al suelo de narices. Fue la mirada de Eleanor, la madre del muchacho, la que apareció más pálida de lo que era normal en su blanca piel. - ¿Hombres lobo? - inquirió con un hilo de voz y los ojos desorbitados.
Pero no era temor por los súbitos intrusos lo que translucía su actitud. Un sentimiento entre desazón y anhelo que en la mente de la humana planteó más dudas que respuestas.
Iori Li
Honorable
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Re: Rescate fallido [Trabajo]
La misión había terminado, y lo había hecho de una manera inesperadamente ausente de mayores contratiempos. Sólo cuando Iori acertó a acudir a la habitación por el lugar más complejo posible dada la altura de la ventana, el elfo recordó que el auténtico problema de esa última aventura que habían compartido era la propia humana.
- Te escuché llegar - explicó ella con una sonrisa, antes de, dando un salto, lanzarse a sus brazos una seguridad que hizo pensar al espadachín cuanto habían cambiado las cosas a lo largo del último año. La risa de la muchacha le golpeó. En unas semanas cumpliría 89 años, y aunque aún ni siquiera mediaba la mitad de la vida de su raza, para ella era un océano de tiempo - No estaba segura de si abrirías la ventana.
- Te resultaba demasiado sencillo llegar por pasillo ¿cierto? -comentó él con sorna, sin soltarla. Admiró la vestimenta, escotada y con aberturas casi desde el nacimiento de cada una de sus largas piernas, un instante antes de volver a hablar -¿Ha aumentado la generosidad de los Carlaygh?
Lo miró de forma sagaz a los ojos, anudando sus brazos detrás de la nuca del elfo. - No quería que me vieran. Quizá piensa que si hacemos algún tipo de escándalo no debamos de seguir alojados aquí esta noche - explicó con una sonrisa. Se separó entonces de él unos metros, y tomando con delicadeza los laterales del vestido, giró sobre si misma unas pocas veces, como una joven ante su primer baile - Nunca he vestido algo como esto. ¡Es seda Nousis! Apenas puedo creer cómo se siente llevarlo puesto sobre la piel – su asombro volvió a recordarle cuan joven era, a pesar de los peligros que habían sufrido juntos. - Estas estancias van más allá de lo que creía posible - añadió señalando a su alrededor.
- Estás mejor sin ella- se oyó decir el elfo, como si su lengua no fuese en verdad suya- Por costosa o delicada que sea- cuanto había ocurrido, su captura, humillación, la sangre necesaria para comenzar a lavarla, aún permitía que sangwa tornase su sangre hacia actuaciones o palabras que deseaba mantener bajo control. Pero sus deseos lo traicionaban. Agotado tras lo ocurrido en el hogar del funcionario, aquellas muertes…
- No sabía que en tu raza erais así de directos – respondió Iori caminando sobre la punta de los pies hasta acercarse un poco hacia el fuego vivo que ardía en la elegante chimenea, tras mirarlo con elocuente intensidad apenas segundos antes. Decidió enfriar sus instintos, rememorando las palabras de los hombres que le habían franqueado el paso.
- ¿Qué ha ocurrido con los guardias? – preguntó. No podrían haber hablado así de una dama de la casa, y no habría sorpresa con criadas que llevasen tiempo trabajando. No quedaban demasiadas opciones, sumado a la parca descripción.
-¿Cómo lo sabes?- ensanchó la campesina su sonrisa, sin mácula alguna.
- Solo callaron cuando estuve lo bastante cerca- contestó él- no llegué a escucharlo todo.
- Simplemente, yo elijo con quién estar y con quién no. Ya deberías saberlo - añadió la humana sentándose en el colchón de la cama, sin evitar que su ceja derecha se alzase muy suavemente.
Sí, suspiró Nou para sí. Ese era parte del problema con esa criatura. Algo dentro de él le impedía confiar en ella por entero. No en combate, su lealtad para él estaba fuera de toda duda, no. Era la fidelidad donde su creencia en ella flaqueaba. ¿Cómo plantearse algo más allá, algo que siempre había rechazado su esquema de valores, si ni siquiera podía asegurar algo así?
El elfo se cruzó de brazos, apoyado en la pared de la habitación. Su seriedad era manifiesta, pues desconocía la respuesta -¿Y qué tenían para desecharlos? - quiso saber.
-Más bien lo que no tenían. Le faltaban la forma afilada en las orejas. últimamente es lo que más disfruto comer - aseguró mirándolo con clara intención, mientras estiraba las piernas sobre la superficie del sofá. La tela fina cayó a un lado, mostrando más sus piernas por las aberturas de la tela.
- ¿De modo que soy una comida de temporada? - cuestionó el espadachín. Sopesaba la actitud de la muchacha en anteriores ocasiones, casi esperando que llegados a cierto punto, ella corroborase lo que él esperaba. Una actitud concreta ante una intimidad fuera de lo sexual. Esa muchacha...
El semblante de la humana seguía revelando su actitud divertida. - Con nuestras idas y venidas, sí, creo que esa sería una buena definición - asintió pensando en la cantidad de veces que sus caminos se habían cruzado. Los ojos grises de su compañero perdieron parte de su calidez ante tal comentario- Aunque cierto es que ha sido en este último encuentro cuando más he podido aprovechar el tiempo contigo - la tela se deslizó más a un lado, dejando visibles sus piernas hasta casi la cadera. - ¿Eso es sangre? - inquirió entonces clavando los ojos interrogantes en una zona oscurecida de su ropa cambiando por entero de tema, desconcertando momentáneamente al hijo de Sandorai. Maldijo su propio descuido.
- Nada importante- respondió - No es mía. Ya sabes que suelo toparme con problemas, es lo habitual - su cadencia verbal buscaba sin error desistir del tema. La mirada de Iori pareció comprenderlo, pues cambió a añadirse un punto de ¿desconfianza? Se recostó por entero, callando, llenando de silencio la habitación del mayor de ambos. -¿Qué ocurre? - quiso saber él pasados un par de minutos de su cambio de actitud. No deseaba en absoluto contarle los detalles del asesinato que había perpetrado. Sin embargo, en ocasiones sus palabras llegaban a la humana de una forma que él no podía controlar, malos entendidos. No sería la primera vez. Casi había perdido la cuenta de sus enfados, y ese pensamiento casi lo hizo sonreír, el mismo gesto que en él permanecía al superar algo con esfuerzo.
- Perdona, sé que a veces pregunto más de la cuenta. No quiero molestarte - murmuró con tono bajo, casi al mismo volumen que el crepitar de la madera en la chimenea.
- También yo te pregunté en su día, cuestionando por qué aceptas valorarte por lo que no tienes, cuando en otras cosas rompes con lo que el resto cree más natural. Terca, huidiza, hábil, leal - Nou hablaba tranquilo, con sosiego, de un modo que sus parpadeos parecían incluso más lentos - quizá demasiado libre- sonrió antes de terminar- e imprudente.
No hubiera deseado llegar a eso. A intentar abrir el cofre que encerraba lo que le urgía conocer acerca de la humana para completar el cuadro mental que había comenzado a pintar meses atrás. Sin embargo no pudo contenerse. Y no le cupo duda que llegó a molestarla.
- Yo te respondo hasta donde deseo, y tú haces lo mismo conmigo. Me parece que existe justicia y equilibrio en ello - Extendió los brazos por encima de la cabeza, dejando que las muñecas cayesen relajadas por encima de la mullida tela del reposabrazos del sofá.- Sé que no son muchos mis dones tranquilo, pero intento esconderlos bien para no asustar demasiado a la gente - respondió con sorna.
- Tienes una tendencia continua a minusvalorarte. Estoy seguro de que todo está relacionado... - comentó casi para sí, entrelazando aquello con cuanto ella había dicho en aquel baile de Gilrain. Sus dudas sobre si misma, pensaba, gravitaban alrededor de esa falta y para él, extraña falta de amor propio. No obstante, las carcajadas de la humana llenaron sus aposentos.
- El problema es que tu ego es del tamaño de esta habitación. Si tratas de vernos a ambos en perspectiva no me cabe duda de que piensas así - esbozó una sonrisa sincera y lo miró casi con ternura.
-¿Mi ego? - repitió él no sin cierta dosis de burla- Nada tiene que ver con esto. Yo no eludo ciertas cosas por no creer merecerlas.
La expresión divertida volvió a desaparecer de su rostro cuando escuchó las nuevas palabras del elfo. - ¿Yo eludo cosas?
Le mantuvo la mirada, desafiante unos instantes, antes de suspirar y cerrar los ojos girando la cabeza al frente. - Todos los hacemos supongo. Tú también... tras lo que pasó con Kevan...
Todos lo indicadores de peligro que poseía el cuerpo del espadachín se activaron de manera automática, como un lobo enseñando los dientes y erizando el vello, los ojos del elfo anunciaron que estaba pisando la campesina terreno peligroso- ¿Yo que?
- ¿No recuerdas cómo saliste de allí? Te duró un par de días...- murmuró con un tono pesaroso en la voz. Dioses, ¿qué le ocurría a la mente de esa humana? ¿Cómo diablos iba a olvidarlo, si aún la ponzoña de lo ocurrido bañaba su cerebro, y esa voz en el cráneo lo incitaba a regar campos de sangre?
- ¿No habías dicho que no querías juzgarme? - recordó el momento en que ella le habló sobre su crueldad con los cadáveres de quienes les habian seguido de Ciudad Lagarto.
Fue entonces que la conversación, por su propia lengua, tomó unos derroteros aún más inesperados. Por supuesto, deseaba asegurarse que estuviese bien, que estuviese a salvo. Y volvió a encontrarse frente a frente con la pared nacida de las enormes diferencias entre ambos. Como ella misma había pronunciado, él era un viajero con unas metas casi imposibles. La varita comprada a Nayru con la sangre de Nilian casi parecía susurrar en su bolsa de viaje. Y la joven sólo deseaba retornar a su sencilla aldea.
- Eiroás. Cerca de la costa. Es el último pueblo una vez que pasas la pequeña ciudad de Saa. - Explicó con lo que parecía una alegría casi infantil tras haber deslizado hacia él una clara invitación.
Prefería no continuar pensando. Dos partes en él amenazaron con una terrible lucha sin cuartel, y no estaba preparado para sentenciar nada. No esa noche. De modo que se permitió no volver a decir una sola palabra, y acercándose a Iori, la besó sin promesas, solo la de su evidente deseo por esa campesina, despojándose de dificultades hasta lo más sencillo que podía admitirse en esos instantes. Y con suavidad, la empujó hasta hacerla caer en la cama.
El pago había sido satisfecho, y contento por ambos, Nou consideró seriamente la posibilidad de mejorar una vez más su equipamiento. Su grácil espada élfica difícilmente podía ascender en cuanto a calidez, sumado a la magua que portaba para que sus estocadas resultasen aún más letales. ¿Armadura? Una más pesada lesionaría su forma de combatir, y aquella le había salvado ya la vida en numerosas ocasiones. Incluso su capa, reforzada, ya era lo bastante adecuada.
No lamentaba abandonar por fin la mansión de los Carlaygh, salvo por el hecho de que la última conversación entre ambos de la noche anterior aún revoloteaba en sus pensamientos. Sí, existía algo en él que tiraba en la dirección contraria a lo que creía su camino marcado y estaba regido por unos ojos azules.
Por desgracia, las cosas no resultaron tan sencillas como la mera decisión acerca de dónde encaminar el paso de sus botas. No, cuando la humana fue testigo de algo que en los instantes posteriores el espadachín hubiera deseado que no hubiera presenciado.
Iori echó a correr tras los intrusos, y Nousis logró llegar a cuestionarse dónde se encontrarían los guardias privados de la aristocrática familia cuyo objetivo no era otro que impedir tales actos. Si habían terminado con ellos, posible dado su número, dedujo exactamente lo mismo, sospechó, que había llevado a la temeraria acción de la campesina. Aquel licántropo había acudido allí por el muchacho, por Nitarian.
Desenvainó con el ánimo sombrío, cuando sus oídos comenzaron a escuchar el estruendo con el que el suelo expectante llamaba a la sangre a acompañarlo, vertida por garras, dientes y acero.
Un humano, catalogando erróneamente a los recién llegados como aliados de los invasores, buscó alancear al elfo, quien esquivó girando sobre sí mismo para, colocando una pierna detrás del atacante, derribarlo. Con la frialdad suficiente, comprendió que quitarle a vida destrozaría toda opción de hacer comprender a los hombres de los Carlaygh que no eran el enemigo. Sangwa protestó chascando los dientes contra sus barrotes.
Siguió con rapidez a Iori, segura de sus pasos de la gran mansión, mirando una vez más hacia atrás por encima del hombro el sangriento enfrentamiento que continuaba en el vestíbulo. Las largas lanzas de los guardianes habían terminado con varios lobos, ayudados por dos arqueros cuyas saetas sólo tenían como impedimento ropa y piel de las bestias. Los licántropos, lejos de cualquier comedimiento, apenas dejaban reconocibles a quienes habían asesinado, restos esparcidos por buena parte de la alta estancia.
Su compañera no se había equivocado, se dijo cuando llegaron junto a la pareja de nobles que aguardaban como si aquel pasillo hubiese tornado en fortaleza asediada. Nada errado, pensó en una comparación así. Pero Nitarian no aparecía por ninguna parte.
-Es hora de terminar con esto- oyó el espadachín pronunciar con inaudito rencor al esposo de Eleanor Carlaygh, antes de dirigirse con cuatro de sus hombres escaleras abajo.
La morada estaba inmersa en una batalla a pequeña escala, y aunque indiferente al bando ganador, su amante tenía claras sus preferencias. Sólo cuando uno de los licántropos consiguió abrirse paso hasta donde él y ambas mujeres se encontraban, comprendió que las opciones de no inmiscuirse aún más en la locura se esfumaban.
-¿Qué está ocurriendo?- exigió saber, clavando sus ojos grises en la aristócrata, justo cuando entre él y su compañera lograron noquear a su oponente, tras un amago de su espada y un sorprendente salto de la campesina tras unos pasos por la pared casi en horizontal y un afortunado golpe entre las orejas.
-Esto ya no es cosa vuestra- consiguió decir, con los rescoldos de lo que habría sido un auténtico comportamiento de alta alcurnia, atenazado por el miedo y una extraña esperanza en la mirada, que el elfo no supo comprender- Habéis recibido vuestro pago, salvad la vida.
-Ella quiere salvar a tu hijo- apuntó el nativo de Folnaien con la espada- ¿Quieres que nos vayamos cuando una turba de lobos masacran a tus protectores? -inquirió incrédulo.
-No es así. Ellos…
Pero no pudo continuar. Tres lobos, sangrantes, seguidos de uno más con graves heridas abiertas, que apenas se tenía en pie, buscando agarrarse a todo lo posible para continuar con sus camaradas, se presentaron en el ala de la casa que las habitaciones de la familia ocupaban. Aullidos vociferantes los siguieron, y media docena de lanceros, comandados por el cabeza de familia de los Carlaygh, aparecieron segundos después. El elfo reconoció entre los licántropos al hombre que había hablado con el joven Nitarian. Herido, mas no derrotado. Su rostro y manos, en forma humana, parecían bañadas en sangre. Un espectáculo que le hizo colocar al hijo de Sandorai su arma delante de sí, incluso con la distancia de veinte pasos que los separaba.
-Es hora de ponerle fin- sentenció el noble. Nou apenas podía contemplar su faz, a causa de su posición en las escaleras. Mas sí entrevió un atisbo de sonrisa. El hombre lobo lo miró con desprecio.
-A eso he venido. Por lo mismo que mis amigos han perdido la vida ayudándome- su voz aún se asemejaba a un rugido. Y el cuarto cambiante, el más golpeado por los aceros humanos, cayó con estrépito, precipitándose al fondo de las escaleras ante un tétrico silencio de los presentes, dejando un rastro de sangre extremadamente visible.
Alzando una mano ante Eleanor, Nousis avanzó varios pasos.
-Han invadido la casa Carlaygh, criminales que deben ser ejecutados- proclamó el hombre- ¡MATADLOS!
El líder licántropo compuso una triste mirada, antes de volver a lanzarse al combate. Gracias a la fuerza de su especie, los humanos cayeron, partiéndose uno de ellos el cuello en el descenso, y antes de recomponerse, otro fue desgarrado por los dientes de una de las bestias, antes de ser traspasado por una lanza rival. Con una furia desmedida, prácticamente muerto, el último aliado de aquel que había hablado con Nitarian, que había despedazado a quienes esa misma casa había enviado a por el muchacho, eliminó a dos de los soldados antes de fallecer. El olor a sangre resultaba casi obsceno, como si la propia muerte empuñase un violín para disfrutar de tantas pérdidas en tan escaso tiempo. Y sobre todo, Nousis continuaba sin saber para qué.
Una flecha se alojó en el último de los invasores, cuando uno de los guerreros humanos, con el ojo destrozado, recuperó la consciencia y fue capaz de tomar su arco con todo el odio del mundo. Asombrado, el herido cayó de rodillas, y Eleanor pasó corriendo al lado del elfo, apenas tocando los escalones… para arrodillarse al lado del moribundo.
Y la mente del espadachín por fin ordenó cada parte de la historia en su lugar. Lentamente, sacudió la cabeza, asqueado por las mentiras, la hipocresía, las apariencias.
-No te atrevas a llorar por él- advirtió su marido, con la espada como una clara amenaza, secundado por los dos soldados que no habían perecido, aunque en un estado lamentable. Pero los ojos de Eleanor rezumaban desafío.
-Ya has dado órdenes suficientes… esposo- y ante los ojos atónitos de todos los presentes, y una suave sonrisa del licántropo, tomó una de las numerosas armas del suelo y sin mediar palabra, rajó la garganta de aquel con el que había compartido casi quince años de su vida- Idos- ordenó a los supervivientes. Estos se miraron sin comprender, y abandonaron la casa, renqueantes. Con una última sonrisa en los labios, el líder de los atacantes miraba ya a la nada, con unos ojos sin vida. Y Eleanor se echó en brazos del llanto.
[…]
El sol exterior los saludó como una terrible broma del infierno que se había desatado entre las paredes que dejaron atrás. La compungida mirada de su acompañante nacía del pesar que desde ese día Nitarian llevaría junto a sí. La aparición del muchacho, aterrorizada, abrazando a su madre como balsa en un mar que amenazaba con hundirlo en el más profundo de los abismos, sería algo que el elfo tardaría en olvidar.
En sus pensamientos, ya se había formado una idea, una decisión, cuando cruzaron la segunda calle de la urbe de Wulwulfar. Desconocía si era lo correcto, o siquiera lo necesario. Tan sólo lo que verdaderamente deseaba, aquello que su ser le empujaba a realizar.
Con Iori a su lado, ofreció a la muchacha un día por cuanto la ciudad tuvo a bien ofrecerles, buscando limpiar el horror vivido con la visión de los monumentos que los humanos habían erigido en recuerdo a dioses y héroes. Pasearon por las zonas ajardinadas que ofrecían descanso dentro de las murallas, entre árboles y fuentes. Comieron en algunos de los numerosos puestos y al menos el elfo tomó un par de copas de un vino aceptable que la mesera entrada en años le ofreció con cortesía. El tiempo se consumió tan deprisa que la habitación que reservaron en la posada que más les atrajo les dio la bienvenida con una cena digna de nobles. Un detalle, pensó, merecido por el momento y por una soldada con la que no contaba días atrás.
Aún dominaba una luna en cuarto creciente el cielo nocturno, cuando Nousis estuvo seguro de que la humana había conciliado profundamente el sueño. Con todo el cuidado y la delicadeza con las que fue capaz de revestirse, tomó sus avíos, y terminó de prepararse en el pasillo, a varios pasos de la puerta que cerró con una de las dos llaves que les habían ofrecido. Bajó sin hacer ruido al piso inferior, donde sólo un muchacho aún permanecía limpiando el suelo a la luz de unas velas. El espadachín le colocó una moneda en la mano para incredulidad del chico.
-Tráeme algo para escribir- pidió, seco.
Esperó apenas el tiempo que necesitaba para leer unas diez o doce páginas de cualquier escrito antiguo hasta que el barrendero regresó con el rostro sonrojado por la carrera. El elfo se preguntó si se había atrevido a robar el legajo, pluma y tintero de algún lugar, mas no tenía tiempo para ello. Comenzó a escribir, con letra estilizada, formando palabras unidas por trazos que parecían cortes de su propia espada. Cuando terminó, ordenó al muchacho que la introdujese bajo la puerta de Iori. Sonrió al pensar en la tranquilidad de la campesina durmiendo sin preocupaciones, y deseó que éstas tardasen en volver a asaltarla.
Se puso en pie cuando vio su mandato presto a cumplirse, y posó sus ojos en el techo del edificio. Sus ojos grises tomaron una seriedad excesiva incluso para él.
No podía acompañarla a Eiroás. ¿Cómo confiar en que lo que se hallase en la mente de esa joven fuese lo bastante claro como para atreverse a pronunciar sonidos que aún ella parecía incapaz de entender? Excesiva fragilidad. Lo que Iori le había mostrado, sus valores, pensamientos… demasiado inmaduros. Debía a Nilian llevar a buen puerto la misión que aún tenía entre manos. No podía… no debía desviarse.
Suspiró, saliendo al aire frío de la noche, sintiendo haber escogido la menos mala de dos decisiones. Y no era ningún consuelo.
- Te escuché llegar - explicó ella con una sonrisa, antes de, dando un salto, lanzarse a sus brazos una seguridad que hizo pensar al espadachín cuanto habían cambiado las cosas a lo largo del último año. La risa de la muchacha le golpeó. En unas semanas cumpliría 89 años, y aunque aún ni siquiera mediaba la mitad de la vida de su raza, para ella era un océano de tiempo - No estaba segura de si abrirías la ventana.
- Te resultaba demasiado sencillo llegar por pasillo ¿cierto? -comentó él con sorna, sin soltarla. Admiró la vestimenta, escotada y con aberturas casi desde el nacimiento de cada una de sus largas piernas, un instante antes de volver a hablar -¿Ha aumentado la generosidad de los Carlaygh?
Lo miró de forma sagaz a los ojos, anudando sus brazos detrás de la nuca del elfo. - No quería que me vieran. Quizá piensa que si hacemos algún tipo de escándalo no debamos de seguir alojados aquí esta noche - explicó con una sonrisa. Se separó entonces de él unos metros, y tomando con delicadeza los laterales del vestido, giró sobre si misma unas pocas veces, como una joven ante su primer baile - Nunca he vestido algo como esto. ¡Es seda Nousis! Apenas puedo creer cómo se siente llevarlo puesto sobre la piel – su asombro volvió a recordarle cuan joven era, a pesar de los peligros que habían sufrido juntos. - Estas estancias van más allá de lo que creía posible - añadió señalando a su alrededor.
- Estás mejor sin ella- se oyó decir el elfo, como si su lengua no fuese en verdad suya- Por costosa o delicada que sea- cuanto había ocurrido, su captura, humillación, la sangre necesaria para comenzar a lavarla, aún permitía que sangwa tornase su sangre hacia actuaciones o palabras que deseaba mantener bajo control. Pero sus deseos lo traicionaban. Agotado tras lo ocurrido en el hogar del funcionario, aquellas muertes…
- No sabía que en tu raza erais así de directos – respondió Iori caminando sobre la punta de los pies hasta acercarse un poco hacia el fuego vivo que ardía en la elegante chimenea, tras mirarlo con elocuente intensidad apenas segundos antes. Decidió enfriar sus instintos, rememorando las palabras de los hombres que le habían franqueado el paso.
- ¿Qué ha ocurrido con los guardias? – preguntó. No podrían haber hablado así de una dama de la casa, y no habría sorpresa con criadas que llevasen tiempo trabajando. No quedaban demasiadas opciones, sumado a la parca descripción.
-¿Cómo lo sabes?- ensanchó la campesina su sonrisa, sin mácula alguna.
- Solo callaron cuando estuve lo bastante cerca- contestó él- no llegué a escucharlo todo.
- Simplemente, yo elijo con quién estar y con quién no. Ya deberías saberlo - añadió la humana sentándose en el colchón de la cama, sin evitar que su ceja derecha se alzase muy suavemente.
Sí, suspiró Nou para sí. Ese era parte del problema con esa criatura. Algo dentro de él le impedía confiar en ella por entero. No en combate, su lealtad para él estaba fuera de toda duda, no. Era la fidelidad donde su creencia en ella flaqueaba. ¿Cómo plantearse algo más allá, algo que siempre había rechazado su esquema de valores, si ni siquiera podía asegurar algo así?
El elfo se cruzó de brazos, apoyado en la pared de la habitación. Su seriedad era manifiesta, pues desconocía la respuesta -¿Y qué tenían para desecharlos? - quiso saber.
-Más bien lo que no tenían. Le faltaban la forma afilada en las orejas. últimamente es lo que más disfruto comer - aseguró mirándolo con clara intención, mientras estiraba las piernas sobre la superficie del sofá. La tela fina cayó a un lado, mostrando más sus piernas por las aberturas de la tela.
- ¿De modo que soy una comida de temporada? - cuestionó el espadachín. Sopesaba la actitud de la muchacha en anteriores ocasiones, casi esperando que llegados a cierto punto, ella corroborase lo que él esperaba. Una actitud concreta ante una intimidad fuera de lo sexual. Esa muchacha...
El semblante de la humana seguía revelando su actitud divertida. - Con nuestras idas y venidas, sí, creo que esa sería una buena definición - asintió pensando en la cantidad de veces que sus caminos se habían cruzado. Los ojos grises de su compañero perdieron parte de su calidez ante tal comentario- Aunque cierto es que ha sido en este último encuentro cuando más he podido aprovechar el tiempo contigo - la tela se deslizó más a un lado, dejando visibles sus piernas hasta casi la cadera. - ¿Eso es sangre? - inquirió entonces clavando los ojos interrogantes en una zona oscurecida de su ropa cambiando por entero de tema, desconcertando momentáneamente al hijo de Sandorai. Maldijo su propio descuido.
- Nada importante- respondió - No es mía. Ya sabes que suelo toparme con problemas, es lo habitual - su cadencia verbal buscaba sin error desistir del tema. La mirada de Iori pareció comprenderlo, pues cambió a añadirse un punto de ¿desconfianza? Se recostó por entero, callando, llenando de silencio la habitación del mayor de ambos. -¿Qué ocurre? - quiso saber él pasados un par de minutos de su cambio de actitud. No deseaba en absoluto contarle los detalles del asesinato que había perpetrado. Sin embargo, en ocasiones sus palabras llegaban a la humana de una forma que él no podía controlar, malos entendidos. No sería la primera vez. Casi había perdido la cuenta de sus enfados, y ese pensamiento casi lo hizo sonreír, el mismo gesto que en él permanecía al superar algo con esfuerzo.
- Perdona, sé que a veces pregunto más de la cuenta. No quiero molestarte - murmuró con tono bajo, casi al mismo volumen que el crepitar de la madera en la chimenea.
- También yo te pregunté en su día, cuestionando por qué aceptas valorarte por lo que no tienes, cuando en otras cosas rompes con lo que el resto cree más natural. Terca, huidiza, hábil, leal - Nou hablaba tranquilo, con sosiego, de un modo que sus parpadeos parecían incluso más lentos - quizá demasiado libre- sonrió antes de terminar- e imprudente.
No hubiera deseado llegar a eso. A intentar abrir el cofre que encerraba lo que le urgía conocer acerca de la humana para completar el cuadro mental que había comenzado a pintar meses atrás. Sin embargo no pudo contenerse. Y no le cupo duda que llegó a molestarla.
- Yo te respondo hasta donde deseo, y tú haces lo mismo conmigo. Me parece que existe justicia y equilibrio en ello - Extendió los brazos por encima de la cabeza, dejando que las muñecas cayesen relajadas por encima de la mullida tela del reposabrazos del sofá.- Sé que no son muchos mis dones tranquilo, pero intento esconderlos bien para no asustar demasiado a la gente - respondió con sorna.
- Tienes una tendencia continua a minusvalorarte. Estoy seguro de que todo está relacionado... - comentó casi para sí, entrelazando aquello con cuanto ella había dicho en aquel baile de Gilrain. Sus dudas sobre si misma, pensaba, gravitaban alrededor de esa falta y para él, extraña falta de amor propio. No obstante, las carcajadas de la humana llenaron sus aposentos.
- El problema es que tu ego es del tamaño de esta habitación. Si tratas de vernos a ambos en perspectiva no me cabe duda de que piensas así - esbozó una sonrisa sincera y lo miró casi con ternura.
-¿Mi ego? - repitió él no sin cierta dosis de burla- Nada tiene que ver con esto. Yo no eludo ciertas cosas por no creer merecerlas.
La expresión divertida volvió a desaparecer de su rostro cuando escuchó las nuevas palabras del elfo. - ¿Yo eludo cosas?
Le mantuvo la mirada, desafiante unos instantes, antes de suspirar y cerrar los ojos girando la cabeza al frente. - Todos los hacemos supongo. Tú también... tras lo que pasó con Kevan...
Todos lo indicadores de peligro que poseía el cuerpo del espadachín se activaron de manera automática, como un lobo enseñando los dientes y erizando el vello, los ojos del elfo anunciaron que estaba pisando la campesina terreno peligroso- ¿Yo que?
- ¿No recuerdas cómo saliste de allí? Te duró un par de días...- murmuró con un tono pesaroso en la voz. Dioses, ¿qué le ocurría a la mente de esa humana? ¿Cómo diablos iba a olvidarlo, si aún la ponzoña de lo ocurrido bañaba su cerebro, y esa voz en el cráneo lo incitaba a regar campos de sangre?
- ¿No habías dicho que no querías juzgarme? - recordó el momento en que ella le habló sobre su crueldad con los cadáveres de quienes les habian seguido de Ciudad Lagarto.
Fue entonces que la conversación, por su propia lengua, tomó unos derroteros aún más inesperados. Por supuesto, deseaba asegurarse que estuviese bien, que estuviese a salvo. Y volvió a encontrarse frente a frente con la pared nacida de las enormes diferencias entre ambos. Como ella misma había pronunciado, él era un viajero con unas metas casi imposibles. La varita comprada a Nayru con la sangre de Nilian casi parecía susurrar en su bolsa de viaje. Y la joven sólo deseaba retornar a su sencilla aldea.
- Eiroás. Cerca de la costa. Es el último pueblo una vez que pasas la pequeña ciudad de Saa. - Explicó con lo que parecía una alegría casi infantil tras haber deslizado hacia él una clara invitación.
Prefería no continuar pensando. Dos partes en él amenazaron con una terrible lucha sin cuartel, y no estaba preparado para sentenciar nada. No esa noche. De modo que se permitió no volver a decir una sola palabra, y acercándose a Iori, la besó sin promesas, solo la de su evidente deseo por esa campesina, despojándose de dificultades hasta lo más sencillo que podía admitirse en esos instantes. Y con suavidad, la empujó hasta hacerla caer en la cama.
[…]
El pago había sido satisfecho, y contento por ambos, Nou consideró seriamente la posibilidad de mejorar una vez más su equipamiento. Su grácil espada élfica difícilmente podía ascender en cuanto a calidez, sumado a la magua que portaba para que sus estocadas resultasen aún más letales. ¿Armadura? Una más pesada lesionaría su forma de combatir, y aquella le había salvado ya la vida en numerosas ocasiones. Incluso su capa, reforzada, ya era lo bastante adecuada.
No lamentaba abandonar por fin la mansión de los Carlaygh, salvo por el hecho de que la última conversación entre ambos de la noche anterior aún revoloteaba en sus pensamientos. Sí, existía algo en él que tiraba en la dirección contraria a lo que creía su camino marcado y estaba regido por unos ojos azules.
Por desgracia, las cosas no resultaron tan sencillas como la mera decisión acerca de dónde encaminar el paso de sus botas. No, cuando la humana fue testigo de algo que en los instantes posteriores el espadachín hubiera deseado que no hubiera presenciado.
Iori echó a correr tras los intrusos, y Nousis logró llegar a cuestionarse dónde se encontrarían los guardias privados de la aristocrática familia cuyo objetivo no era otro que impedir tales actos. Si habían terminado con ellos, posible dado su número, dedujo exactamente lo mismo, sospechó, que había llevado a la temeraria acción de la campesina. Aquel licántropo había acudido allí por el muchacho, por Nitarian.
Desenvainó con el ánimo sombrío, cuando sus oídos comenzaron a escuchar el estruendo con el que el suelo expectante llamaba a la sangre a acompañarlo, vertida por garras, dientes y acero.
Un humano, catalogando erróneamente a los recién llegados como aliados de los invasores, buscó alancear al elfo, quien esquivó girando sobre sí mismo para, colocando una pierna detrás del atacante, derribarlo. Con la frialdad suficiente, comprendió que quitarle a vida destrozaría toda opción de hacer comprender a los hombres de los Carlaygh que no eran el enemigo. Sangwa protestó chascando los dientes contra sus barrotes.
Siguió con rapidez a Iori, segura de sus pasos de la gran mansión, mirando una vez más hacia atrás por encima del hombro el sangriento enfrentamiento que continuaba en el vestíbulo. Las largas lanzas de los guardianes habían terminado con varios lobos, ayudados por dos arqueros cuyas saetas sólo tenían como impedimento ropa y piel de las bestias. Los licántropos, lejos de cualquier comedimiento, apenas dejaban reconocibles a quienes habían asesinado, restos esparcidos por buena parte de la alta estancia.
Su compañera no se había equivocado, se dijo cuando llegaron junto a la pareja de nobles que aguardaban como si aquel pasillo hubiese tornado en fortaleza asediada. Nada errado, pensó en una comparación así. Pero Nitarian no aparecía por ninguna parte.
-Es hora de terminar con esto- oyó el espadachín pronunciar con inaudito rencor al esposo de Eleanor Carlaygh, antes de dirigirse con cuatro de sus hombres escaleras abajo.
La morada estaba inmersa en una batalla a pequeña escala, y aunque indiferente al bando ganador, su amante tenía claras sus preferencias. Sólo cuando uno de los licántropos consiguió abrirse paso hasta donde él y ambas mujeres se encontraban, comprendió que las opciones de no inmiscuirse aún más en la locura se esfumaban.
-¿Qué está ocurriendo?- exigió saber, clavando sus ojos grises en la aristócrata, justo cuando entre él y su compañera lograron noquear a su oponente, tras un amago de su espada y un sorprendente salto de la campesina tras unos pasos por la pared casi en horizontal y un afortunado golpe entre las orejas.
-Esto ya no es cosa vuestra- consiguió decir, con los rescoldos de lo que habría sido un auténtico comportamiento de alta alcurnia, atenazado por el miedo y una extraña esperanza en la mirada, que el elfo no supo comprender- Habéis recibido vuestro pago, salvad la vida.
-Ella quiere salvar a tu hijo- apuntó el nativo de Folnaien con la espada- ¿Quieres que nos vayamos cuando una turba de lobos masacran a tus protectores? -inquirió incrédulo.
-No es así. Ellos…
Pero no pudo continuar. Tres lobos, sangrantes, seguidos de uno más con graves heridas abiertas, que apenas se tenía en pie, buscando agarrarse a todo lo posible para continuar con sus camaradas, se presentaron en el ala de la casa que las habitaciones de la familia ocupaban. Aullidos vociferantes los siguieron, y media docena de lanceros, comandados por el cabeza de familia de los Carlaygh, aparecieron segundos después. El elfo reconoció entre los licántropos al hombre que había hablado con el joven Nitarian. Herido, mas no derrotado. Su rostro y manos, en forma humana, parecían bañadas en sangre. Un espectáculo que le hizo colocar al hijo de Sandorai su arma delante de sí, incluso con la distancia de veinte pasos que los separaba.
-Es hora de ponerle fin- sentenció el noble. Nou apenas podía contemplar su faz, a causa de su posición en las escaleras. Mas sí entrevió un atisbo de sonrisa. El hombre lobo lo miró con desprecio.
-A eso he venido. Por lo mismo que mis amigos han perdido la vida ayudándome- su voz aún se asemejaba a un rugido. Y el cuarto cambiante, el más golpeado por los aceros humanos, cayó con estrépito, precipitándose al fondo de las escaleras ante un tétrico silencio de los presentes, dejando un rastro de sangre extremadamente visible.
Alzando una mano ante Eleanor, Nousis avanzó varios pasos.
-Han invadido la casa Carlaygh, criminales que deben ser ejecutados- proclamó el hombre- ¡MATADLOS!
El líder licántropo compuso una triste mirada, antes de volver a lanzarse al combate. Gracias a la fuerza de su especie, los humanos cayeron, partiéndose uno de ellos el cuello en el descenso, y antes de recomponerse, otro fue desgarrado por los dientes de una de las bestias, antes de ser traspasado por una lanza rival. Con una furia desmedida, prácticamente muerto, el último aliado de aquel que había hablado con Nitarian, que había despedazado a quienes esa misma casa había enviado a por el muchacho, eliminó a dos de los soldados antes de fallecer. El olor a sangre resultaba casi obsceno, como si la propia muerte empuñase un violín para disfrutar de tantas pérdidas en tan escaso tiempo. Y sobre todo, Nousis continuaba sin saber para qué.
Una flecha se alojó en el último de los invasores, cuando uno de los guerreros humanos, con el ojo destrozado, recuperó la consciencia y fue capaz de tomar su arco con todo el odio del mundo. Asombrado, el herido cayó de rodillas, y Eleanor pasó corriendo al lado del elfo, apenas tocando los escalones… para arrodillarse al lado del moribundo.
Y la mente del espadachín por fin ordenó cada parte de la historia en su lugar. Lentamente, sacudió la cabeza, asqueado por las mentiras, la hipocresía, las apariencias.
-No te atrevas a llorar por él- advirtió su marido, con la espada como una clara amenaza, secundado por los dos soldados que no habían perecido, aunque en un estado lamentable. Pero los ojos de Eleanor rezumaban desafío.
-Ya has dado órdenes suficientes… esposo- y ante los ojos atónitos de todos los presentes, y una suave sonrisa del licántropo, tomó una de las numerosas armas del suelo y sin mediar palabra, rajó la garganta de aquel con el que había compartido casi quince años de su vida- Idos- ordenó a los supervivientes. Estos se miraron sin comprender, y abandonaron la casa, renqueantes. Con una última sonrisa en los labios, el líder de los atacantes miraba ya a la nada, con unos ojos sin vida. Y Eleanor se echó en brazos del llanto.
[…]
El sol exterior los saludó como una terrible broma del infierno que se había desatado entre las paredes que dejaron atrás. La compungida mirada de su acompañante nacía del pesar que desde ese día Nitarian llevaría junto a sí. La aparición del muchacho, aterrorizada, abrazando a su madre como balsa en un mar que amenazaba con hundirlo en el más profundo de los abismos, sería algo que el elfo tardaría en olvidar.
En sus pensamientos, ya se había formado una idea, una decisión, cuando cruzaron la segunda calle de la urbe de Wulwulfar. Desconocía si era lo correcto, o siquiera lo necesario. Tan sólo lo que verdaderamente deseaba, aquello que su ser le empujaba a realizar.
Con Iori a su lado, ofreció a la muchacha un día por cuanto la ciudad tuvo a bien ofrecerles, buscando limpiar el horror vivido con la visión de los monumentos que los humanos habían erigido en recuerdo a dioses y héroes. Pasearon por las zonas ajardinadas que ofrecían descanso dentro de las murallas, entre árboles y fuentes. Comieron en algunos de los numerosos puestos y al menos el elfo tomó un par de copas de un vino aceptable que la mesera entrada en años le ofreció con cortesía. El tiempo se consumió tan deprisa que la habitación que reservaron en la posada que más les atrajo les dio la bienvenida con una cena digna de nobles. Un detalle, pensó, merecido por el momento y por una soldada con la que no contaba días atrás.
Aún dominaba una luna en cuarto creciente el cielo nocturno, cuando Nousis estuvo seguro de que la humana había conciliado profundamente el sueño. Con todo el cuidado y la delicadeza con las que fue capaz de revestirse, tomó sus avíos, y terminó de prepararse en el pasillo, a varios pasos de la puerta que cerró con una de las dos llaves que les habían ofrecido. Bajó sin hacer ruido al piso inferior, donde sólo un muchacho aún permanecía limpiando el suelo a la luz de unas velas. El espadachín le colocó una moneda en la mano para incredulidad del chico.
-Tráeme algo para escribir- pidió, seco.
Esperó apenas el tiempo que necesitaba para leer unas diez o doce páginas de cualquier escrito antiguo hasta que el barrendero regresó con el rostro sonrojado por la carrera. El elfo se preguntó si se había atrevido a robar el legajo, pluma y tintero de algún lugar, mas no tenía tiempo para ello. Comenzó a escribir, con letra estilizada, formando palabras unidas por trazos que parecían cortes de su propia espada. Cuando terminó, ordenó al muchacho que la introdujese bajo la puerta de Iori. Sonrió al pensar en la tranquilidad de la campesina durmiendo sin preocupaciones, y deseó que éstas tardasen en volver a asaltarla.
Se puso en pie cuando vio su mandato presto a cumplirse, y posó sus ojos en el techo del edificio. Sus ojos grises tomaron una seriedad excesiva incluso para él.
No podía acompañarla a Eiroás. ¿Cómo confiar en que lo que se hallase en la mente de esa joven fuese lo bastante claro como para atreverse a pronunciar sonidos que aún ella parecía incapaz de entender? Excesiva fragilidad. Lo que Iori le había mostrado, sus valores, pensamientos… demasiado inmaduros. Debía a Nilian llevar a buen puerto la misión que aún tenía entre manos. No podía… no debía desviarse.
Suspiró, saliendo al aire frío de la noche, sintiendo haber escogido la menos mala de dos decisiones. Y no era ningún consuelo.
Nousis Indirel
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