Vientos del Este {Libre} {2/4}
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Vientos del Este {Libre} {2/4}
Idas y venidas. Solo eran dos simples palabras, pero era una forma básica de definir su forma de vida.
Era una mercenario que se ganaba la vida de un lado para otro, casi siempre en los caminos. Una vida de viaje constante, que solo cambiaba cuando se quedaba alguna temporada en Lunargenta, o en las islas Illidenses. La ciudad donde vivía, y donde tenía su casa y negocio, y el archipiélago donde había nacido, y en el cual se había criado.
Así que por esta razón su vida podía definirse como un periplo de ida y vuelta. Pues era normal que saliera de viaje por motivos de trabajo, o por la necesidad de ver mundo, para finalmente regresar a los únicos lugares que realmente podía considerar su verdadero hogar.
En resumen, su vida podía considerarse una aventura casi persistente. Por lo que a nadie le extrañaría ver al veterano brujo en aquel pintoresco pueblo, cercano al Pantano que había en las tierras del Este. El afamado pantano Misterioso.
No hacía falta tener mucha imaginación para suponer por qué tal laguna se llamaba de ese modo. Era muchas las historias que hablaban de las criaturas fantásticas que vivían en sus aguas, llegando incluso a ser considerado un pantano producto de los dioses.
Menuda idea. Como si algo en ese mundo no fuera creación de los dioses.
En cualquier caso, sin importar por qué existiera ese embalse allí, las leyendas e historias de los lugareños comentaban que en esas aguas habitaban seres increíbles. Animales fantásticos, y que se ocultaban de la visión de los seres pensantes que pululaban por tierra.
¿Historias ciertas? ¿Cuentos inventados para atraer a los visitantes? ¿Quizás ignorancia y miedo a partes iguales, que provocaba ver lo que se creía ver, y no lo que realmente existía?
Quién sabe. Podría ser cualquiera de las tres posibilidades, e incluso un poco de todo. A fin de cuentas, las historias así atraían a los viajeros curiosos, el miedo podía provocar ver y creer en lo inexistente, y además, conocía mundo suficiente como para saber que había increíbles criaturas a lo largo del continente.
Manticoras, demonios oscuros, e incluso había llegado a ver un dragón tan negro como la noche. Y vaya, podía decir sin temor a equivocarse que todos los grandes seres que había conocido, habían intentado matarle de algún modo u otro. Lava, embestidas, garras, nunca escaseaban las formas atroces de sesgar la vida del buen brujo que les cuenta este relato.
Bien parecía que a los dioses le gustaban ponerle a prueba... o simplemente tenía una impresionante virtud para meterse en follones, o era tan simple como que tenía un don para cabrear a los demás, ya fueran seres inteligentes, o no tanto. Diablos, debía ser eso, o una mezcla de ambas. Porque nunca había tenido grandes problemas para cabrear al prójimo, y ello irremediablemente le conducía a lo primero. A los follones.
Tendría que pulir sus dotes para socializar.
- ¿En serio? ¿Qué me dice? ¿Ha visto una manticora, de verdad? - comentó un hombre, asombrado, con un deje de incredulidad en el tono.
Estaba sentado en la mesa más cercana al brujo, que se encontraba apoyado contra la barra, y junto al curioso parroquiano, había otros tantos clientes habituales de la taberna como él. Más otro grupo haciendo corrillo cerca del rubio del sur, en la barra.
- Oh, no. Dije que una manticora intentó comerme. Es un tanto distinto. Me hubiera conformado con verla-, rió, para después alzar su taza, y tomarse un trago de su hidromiel.
Los demás hombres también rieron.
- Veo que eres un chico con suerte. Pocos podría decir que han podido sobrevivir a un enfrentamiento a un manticora-, dijo un hombre con más edad que el chico que había hablado antes, unos diez años más que el brujo.
- Mmm-, hizo una mueca, asintiendo la cabeza algo ladeada, dándole la razón. - Tengo que mostrar mi dignidad. Y decir que también hubo una dosis de talento y genialidad, así como la ayuda de una estimable aliada. No cabreen a mi hermana, es una guerrera muy talentosa-, dijo en tono alegre y socarrón. Su público rió, aunque la realidad es que era mejor que no se metieran con ella si no querían acabar mal parados. - Pero no te discutiré la fortuna. Es innegable que sin ella no estaría aquí ahora mismo. Conversando con estas buenas gentes mientras tomo rica hidromiel-, comentó, ganándose al público un poco. - Sólo debo mencionar, que el artífice de la muerte de la bestia fue una caída por un acantilado, no yo-, volvió a reír junto al resto de parraquianos que le escuchaban. - Sí, tanto mi hermana como yo, conseguimos herir sus alas para que no pudiera volar, y engañarla para que se despeñaras por el acantilado, pero las duras rocas de la costa fueron las que realmente destruyeron al ser. ¡Hurra, por las buenas rocas! - gritó, alzando su taza de cerámica una vez más.
- ¡Hurra! - resonó al unísono, antes de que la conversación siguiera su curso.
- Así que las rocas pueden ser buenas a veces. Cuando era marinero temía que una sirena encandilara a la tripulación del navío donde servía, y que acabáramos como esa manticora de tu relato-, se mostró especialmente abierto, y divertido al decirlo, el que podría ser el hombre más mayor de todos los que estaban conversando con el brujo. - Dicen que en el pantano hay una-, dijo en tono más serio y cauto, asintiendo con la cabeza.
Muchos de los caballeros que estaban allí lo secundaron, asintiendo de igual forma, y mirando en derredor. Como si de repente una sirena fuera a entrar por la puerta, y cantarles a todos una serenata.
Vinc no pudo evitar menos que bufar ante tal escena y pensamiento, pues además nunca había escuchado que una sirena viviera en agua dulce. Sonaba a cuento. Pero la realidad es que jamás había visto una. Quizás fuera cierto.
Sin contar, que debía evitar los follones. Pulir las formas. Pulir las formas. Había que pulir las formas.
- Vaya. Suena interesante-, mostró su mejor sonrisa. - Aunque no seré yo quien vaya a comprobarlo. Ya tuve suficiente con la manticora-, rió, consiguiendo que los parroquianos volvieran a reír, y retomaran el hilo alegre de antes.
Era una mercenario que se ganaba la vida de un lado para otro, casi siempre en los caminos. Una vida de viaje constante, que solo cambiaba cuando se quedaba alguna temporada en Lunargenta, o en las islas Illidenses. La ciudad donde vivía, y donde tenía su casa y negocio, y el archipiélago donde había nacido, y en el cual se había criado.
Así que por esta razón su vida podía definirse como un periplo de ida y vuelta. Pues era normal que saliera de viaje por motivos de trabajo, o por la necesidad de ver mundo, para finalmente regresar a los únicos lugares que realmente podía considerar su verdadero hogar.
En resumen, su vida podía considerarse una aventura casi persistente. Por lo que a nadie le extrañaría ver al veterano brujo en aquel pintoresco pueblo, cercano al Pantano que había en las tierras del Este. El afamado pantano Misterioso.
No hacía falta tener mucha imaginación para suponer por qué tal laguna se llamaba de ese modo. Era muchas las historias que hablaban de las criaturas fantásticas que vivían en sus aguas, llegando incluso a ser considerado un pantano producto de los dioses.
Menuda idea. Como si algo en ese mundo no fuera creación de los dioses.
En cualquier caso, sin importar por qué existiera ese embalse allí, las leyendas e historias de los lugareños comentaban que en esas aguas habitaban seres increíbles. Animales fantásticos, y que se ocultaban de la visión de los seres pensantes que pululaban por tierra.
¿Historias ciertas? ¿Cuentos inventados para atraer a los visitantes? ¿Quizás ignorancia y miedo a partes iguales, que provocaba ver lo que se creía ver, y no lo que realmente existía?
Quién sabe. Podría ser cualquiera de las tres posibilidades, e incluso un poco de todo. A fin de cuentas, las historias así atraían a los viajeros curiosos, el miedo podía provocar ver y creer en lo inexistente, y además, conocía mundo suficiente como para saber que había increíbles criaturas a lo largo del continente.
Manticoras, demonios oscuros, e incluso había llegado a ver un dragón tan negro como la noche. Y vaya, podía decir sin temor a equivocarse que todos los grandes seres que había conocido, habían intentado matarle de algún modo u otro. Lava, embestidas, garras, nunca escaseaban las formas atroces de sesgar la vida del buen brujo que les cuenta este relato.
Bien parecía que a los dioses le gustaban ponerle a prueba... o simplemente tenía una impresionante virtud para meterse en follones, o era tan simple como que tenía un don para cabrear a los demás, ya fueran seres inteligentes, o no tanto. Diablos, debía ser eso, o una mezcla de ambas. Porque nunca había tenido grandes problemas para cabrear al prójimo, y ello irremediablemente le conducía a lo primero. A los follones.
Tendría que pulir sus dotes para socializar.
- ¿En serio? ¿Qué me dice? ¿Ha visto una manticora, de verdad? - comentó un hombre, asombrado, con un deje de incredulidad en el tono.
Estaba sentado en la mesa más cercana al brujo, que se encontraba apoyado contra la barra, y junto al curioso parroquiano, había otros tantos clientes habituales de la taberna como él. Más otro grupo haciendo corrillo cerca del rubio del sur, en la barra.
- Oh, no. Dije que una manticora intentó comerme. Es un tanto distinto. Me hubiera conformado con verla-, rió, para después alzar su taza, y tomarse un trago de su hidromiel.
Los demás hombres también rieron.
- Veo que eres un chico con suerte. Pocos podría decir que han podido sobrevivir a un enfrentamiento a un manticora-, dijo un hombre con más edad que el chico que había hablado antes, unos diez años más que el brujo.
- Mmm-, hizo una mueca, asintiendo la cabeza algo ladeada, dándole la razón. - Tengo que mostrar mi dignidad. Y decir que también hubo una dosis de talento y genialidad, así como la ayuda de una estimable aliada. No cabreen a mi hermana, es una guerrera muy talentosa-, dijo en tono alegre y socarrón. Su público rió, aunque la realidad es que era mejor que no se metieran con ella si no querían acabar mal parados. - Pero no te discutiré la fortuna. Es innegable que sin ella no estaría aquí ahora mismo. Conversando con estas buenas gentes mientras tomo rica hidromiel-, comentó, ganándose al público un poco. - Sólo debo mencionar, que el artífice de la muerte de la bestia fue una caída por un acantilado, no yo-, volvió a reír junto al resto de parraquianos que le escuchaban. - Sí, tanto mi hermana como yo, conseguimos herir sus alas para que no pudiera volar, y engañarla para que se despeñaras por el acantilado, pero las duras rocas de la costa fueron las que realmente destruyeron al ser. ¡Hurra, por las buenas rocas! - gritó, alzando su taza de cerámica una vez más.
- ¡Hurra! - resonó al unísono, antes de que la conversación siguiera su curso.
- Así que las rocas pueden ser buenas a veces. Cuando era marinero temía que una sirena encandilara a la tripulación del navío donde servía, y que acabáramos como esa manticora de tu relato-, se mostró especialmente abierto, y divertido al decirlo, el que podría ser el hombre más mayor de todos los que estaban conversando con el brujo. - Dicen que en el pantano hay una-, dijo en tono más serio y cauto, asintiendo con la cabeza.
Muchos de los caballeros que estaban allí lo secundaron, asintiendo de igual forma, y mirando en derredor. Como si de repente una sirena fuera a entrar por la puerta, y cantarles a todos una serenata.
Vinc no pudo evitar menos que bufar ante tal escena y pensamiento, pues además nunca había escuchado que una sirena viviera en agua dulce. Sonaba a cuento. Pero la realidad es que jamás había visto una. Quizás fuera cierto.
Sin contar, que debía evitar los follones. Pulir las formas. Pulir las formas. Había que pulir las formas.
- Vaya. Suena interesante-, mostró su mejor sonrisa. - Aunque no seré yo quien vaya a comprobarlo. Ya tuve suficiente con la manticora-, rió, consiguiendo que los parroquianos volvieran a reír, y retomaran el hilo alegre de antes.
Vincent Calhoun
Honorable
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
El sol despuntaba tras los últimos árboles del límite del bosque. La brisa matutina refrescaba mi rostro y al pasar entre las copas de los altos árboles hace susurrar a las hojas. El bosque parece igual de vivo que el primer día que lo contemplé. No puedo evitar sonreír con nostalgia.
Después del viaje hasta el punto donde me encontraba aún no había podido decidir que sería lo que extrañaría más de la vida que dejaba atrás. Los libros habían estado en primer lugar un buen trecho del trayecto, el peso de los mismos había impedido que los llevara conmigo. Suerte que los había leído tantas veces que recordaba cada capítulo con exactitud. Ya que recordaba los libros pensé que extrañaría la tosca compañía de Eärendil, sus largos silencios y sus respuestas escuetas. Yo agradecía el pacto implícito que teníamos de no romper el silencio, si no era realmente necesario. Nos prometimos encontrarnos de nuevo, así que no era una despedida.
La cama mullida, el estofado de hierbas, las escapadas nocturnas, la tranquilidad…
Ahora que estoy aquí tengo bastante claro que lo que extrañaré más será el bosque. El Bosque de Sandorai.
Había llegado ahí lenta, pero segura. No quería encontrarme con ningún elfo en el camino. Viajando de noche, habiendo antes estudiado concienzudamente los caminos menos transitados y hiendo con cautela, había llegado a mi destino.
Me quité la capucha justo antes de atravesar los últimos matorrales. La luz me deslumbró. Cuando mis ojos se adaptaron al brillante sol vi una gran laguna. La energía mágica que emanaba esa gran masa de agua envolvía la zona creando una atmosfera particular. No tuve dudas, teniendo en cuenta la distancia que había recorrido, ese era el Pantano Misterioso.
Caminé tranquilamente. A mi derecha, algo alejada del pantano, había una pequeña aglomeración de casas. Hacía tiempo que no veía a tanta gente junta. La seguridad que había renacido al salir por fin de las tierras de los elfos se empequeñeció, la interacción social de repente me causo pavor. Continúe avanzando mientras generaba situaciones ficticias en mi cabeza, todas acababan conmigo desapareciendo por un brote de pavor. Tenía que calmarme, no quería causar alboroto, no había nada peor para pasar desapercibida que desaparecer de golpe cuando alguien dijera un simple “Hola”.
Al rato de caminar vi una construcción madera que se adentraba en el pantano, al lado una barca llena de agua y medio hundida. Debía ser un lugar de amarre algo antiguo. Me dirigía hasta ahí cuando a mitad del camino dos hombres enormes se percataron de mi presencia, con el ceño fruncido se acercaron a mí.
-Jovencita… ¿No tendrás intención de acercarte al pantano, ¿Verdad? – preguntó mientras me miraba de arriba abajo- Se nota que no eres de por aquí, si no sabrías cuantos incautos han acabado ahogados en esas aguas malditas. ¿Qué te trae por aquí?
Miraba al hombre barbudo con los ojos como platos y a medida que pasaban los segundos me iba encogiendo más en mi misma. Emitía sonidos incoherentes en el intento de formular una frase completa. El hombre miraba a su compañero calvo y los dos intercambiaban miradas de extrañeza.
-C…Comida… - formulé esa palabra a duras penas, en busca de una respuesta coherente- Busco donde comer…
El hombre calvo intento esbozar una sonrisa amable que se mezcló con la expresión anterior. Yo tenía el corazón a mil e intente calmarme. Estaba teniendo una reacción exagerada, odiaba no poder controlarme. Tantos años en soledad habían pasado factura.
-Claro, acompáñanos, la taberna siempre sirve un primer plato gratis a los viajeros. El hidromiel se cobra seas nuevo o no- dice mientras se ríe – Pero dudo que seas de hidromiel siendo tan poca cosa.
-Gracias…- digo como escueto agradecimiento, sin hacer caso a su comentario, únicamente intento ser educada.
No tardamos mucho en llegar a la taberna. Era un edificio sencillo de donde salían sonoras carcajadas del interior. Los dos hombres abrieron la puerta y me adentre en la ruidosa estancia. Miraba de un lado a otro con nerviosismo. Demasiadas personas en un día.
- ¡Margaret! Ponle algo de estofado a la muchacha – gritó por encima del estruendo el hombre barbudo- Que te vaya bien, y recuerda, no te acerques demasiado al pantano.
En la espera del cuenco de comida, me había maldecido a mi misma unas cuantas veces, la actuación de hacía unos minutos había sido penosa. Tenía que acostumbrarme a hablar con gente, si no nunca podría encontrar a un buen maestro. Ni el más mediocre de los brujos quería adiestrar a una idiota que no sabe poner una palabra detrás de otra.
Mi estofado no tardó mucho en llegar, aunque no era mi objetivo principal, agradecí la comida caliente y el reposo después del largo viaje. Inevitablemente empecé a escuchar las conversaciones que transcurrían en la taberna. La mayoría eran de cosas banales de la rutina del día a día, que, aunque pueda sorprender, me parecían fascinantes. Evidentemente mi atención se dirigió al grupo de hombres que hablaban cerca de la barra. Al oír la frase del más mayor del grupo no pude evitar mirarlos fijamente.
- Cuando era marinero temía que una sirena encandilara a la tripulación…Dicen que en el pantano hay una.
Después del viaje hasta el punto donde me encontraba aún no había podido decidir que sería lo que extrañaría más de la vida que dejaba atrás. Los libros habían estado en primer lugar un buen trecho del trayecto, el peso de los mismos había impedido que los llevara conmigo. Suerte que los había leído tantas veces que recordaba cada capítulo con exactitud. Ya que recordaba los libros pensé que extrañaría la tosca compañía de Eärendil, sus largos silencios y sus respuestas escuetas. Yo agradecía el pacto implícito que teníamos de no romper el silencio, si no era realmente necesario. Nos prometimos encontrarnos de nuevo, así que no era una despedida.
La cama mullida, el estofado de hierbas, las escapadas nocturnas, la tranquilidad…
Ahora que estoy aquí tengo bastante claro que lo que extrañaré más será el bosque. El Bosque de Sandorai.
Había llegado ahí lenta, pero segura. No quería encontrarme con ningún elfo en el camino. Viajando de noche, habiendo antes estudiado concienzudamente los caminos menos transitados y hiendo con cautela, había llegado a mi destino.
Me quité la capucha justo antes de atravesar los últimos matorrales. La luz me deslumbró. Cuando mis ojos se adaptaron al brillante sol vi una gran laguna. La energía mágica que emanaba esa gran masa de agua envolvía la zona creando una atmosfera particular. No tuve dudas, teniendo en cuenta la distancia que había recorrido, ese era el Pantano Misterioso.
Caminé tranquilamente. A mi derecha, algo alejada del pantano, había una pequeña aglomeración de casas. Hacía tiempo que no veía a tanta gente junta. La seguridad que había renacido al salir por fin de las tierras de los elfos se empequeñeció, la interacción social de repente me causo pavor. Continúe avanzando mientras generaba situaciones ficticias en mi cabeza, todas acababan conmigo desapareciendo por un brote de pavor. Tenía que calmarme, no quería causar alboroto, no había nada peor para pasar desapercibida que desaparecer de golpe cuando alguien dijera un simple “Hola”.
Al rato de caminar vi una construcción madera que se adentraba en el pantano, al lado una barca llena de agua y medio hundida. Debía ser un lugar de amarre algo antiguo. Me dirigía hasta ahí cuando a mitad del camino dos hombres enormes se percataron de mi presencia, con el ceño fruncido se acercaron a mí.
-Jovencita… ¿No tendrás intención de acercarte al pantano, ¿Verdad? – preguntó mientras me miraba de arriba abajo- Se nota que no eres de por aquí, si no sabrías cuantos incautos han acabado ahogados en esas aguas malditas. ¿Qué te trae por aquí?
Miraba al hombre barbudo con los ojos como platos y a medida que pasaban los segundos me iba encogiendo más en mi misma. Emitía sonidos incoherentes en el intento de formular una frase completa. El hombre miraba a su compañero calvo y los dos intercambiaban miradas de extrañeza.
-C…Comida… - formulé esa palabra a duras penas, en busca de una respuesta coherente- Busco donde comer…
El hombre calvo intento esbozar una sonrisa amable que se mezcló con la expresión anterior. Yo tenía el corazón a mil e intente calmarme. Estaba teniendo una reacción exagerada, odiaba no poder controlarme. Tantos años en soledad habían pasado factura.
-Claro, acompáñanos, la taberna siempre sirve un primer plato gratis a los viajeros. El hidromiel se cobra seas nuevo o no- dice mientras se ríe – Pero dudo que seas de hidromiel siendo tan poca cosa.
-Gracias…- digo como escueto agradecimiento, sin hacer caso a su comentario, únicamente intento ser educada.
No tardamos mucho en llegar a la taberna. Era un edificio sencillo de donde salían sonoras carcajadas del interior. Los dos hombres abrieron la puerta y me adentre en la ruidosa estancia. Miraba de un lado a otro con nerviosismo. Demasiadas personas en un día.
- ¡Margaret! Ponle algo de estofado a la muchacha – gritó por encima del estruendo el hombre barbudo- Que te vaya bien, y recuerda, no te acerques demasiado al pantano.
En la espera del cuenco de comida, me había maldecido a mi misma unas cuantas veces, la actuación de hacía unos minutos había sido penosa. Tenía que acostumbrarme a hablar con gente, si no nunca podría encontrar a un buen maestro. Ni el más mediocre de los brujos quería adiestrar a una idiota que no sabe poner una palabra detrás de otra.
Mi estofado no tardó mucho en llegar, aunque no era mi objetivo principal, agradecí la comida caliente y el reposo después del largo viaje. Inevitablemente empecé a escuchar las conversaciones que transcurrían en la taberna. La mayoría eran de cosas banales de la rutina del día a día, que, aunque pueda sorprender, me parecían fascinantes. Evidentemente mi atención se dirigió al grupo de hombres que hablaban cerca de la barra. Al oír la frase del más mayor del grupo no pude evitar mirarlos fijamente.
- Cuando era marinero temía que una sirena encandilara a la tripulación…Dicen que en el pantano hay una.
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
—¡Hurra!— grité junto con todos los parroquianos. Durante el discurso del joven rubio, se habia formado un ambiente muy ameno, todos estábamos expectantes escuchando sus aventuras. Sobre todo yo, seguramente lucía ilusionado escuchando cada detalle. ¿Quién pensaría que al lado del pantano habría una taberna con tantos visitantes y con muy buen entorno? definitivamente tengo que señalar este lugar en mi mapa, para un eventual regreso.
Agradecía el haber caminado durante días con Mirla, por la recompensa de llegar a este lugar. Muchos decían que este pantano era místico, y tambien la catalogaban como una "cuna de criaturas misteriosas" el haber escuchado estas cosas era lo que me traía a aquí. El viaje había sido tranquilo descansaba en los árboles durante las noches y caminaba durante el día.
Durante el transcurso del viaje, había rondado por mi cabeza las historias que me contaban mis abuelos, destacando en especial dos; Mi favorita, el relato que, sobre una bestia felina gigante, la cual atacaba nuestro poblado, en una ocasión lograron expulsarla, dejando de único recuerdo un diente, con aquel incisivo formaron un cuchillo. Eso era muy a grande rasgos, -Miré mi cintura observando la daga- por la cual comencé mi viaje. El otro cuento coincidió con lo que decía aquel marinero "sirenas"... por lo que recordaba de mi infancia decían que eran hermosas, pero letales. Distraían con sus cantos a los hombres, atrayéndolos hasta su alcance y finalmente... Bueno realmente nunca me contaban, Decían que era muy cachorro. Estas crónicas ya me habían decepcionado más de una vez, algunas eran solo cuentos, o las criaturas terminaban siendo completamente distintas, pero nada de eso me desmotivaba a seguir mi búsqueda, de forma que está era una estupenda oportunidad.
Dicen que en el pantano hay una. Por algún motivo no entendí que se refería a una sirena, si no a la manticora, de la que el hombre rubio hablaba, no pude evitar sentir intriga, así que me acerqué a donde estaban ellos. llegué riendo por la broma —A pocos no les bastaría con esa bestia— dije continuado el tema —La siguiente ronda se las pago— intentando sonar tierno y cercano. Yo no bebía pero al ver su jarra vacía, sabía que sería una buena recompensa, por un agradable relato, para el rubio y para el marinero, una eficiente forma de sacarle un poco de información.
—Un gusto jeje, me llamo Dendrei y... ella es Mirla— indiqué con la mirada a mis pies, donde estaba mi gata (de Aresire) y compañera de viaje. —No pude evitar escuchar tú comentario— le hablaba al navegante —Me gustaría saber mas o menos donde podría encontrar la criatura— saqué el mapa en intentando no incomodar lo puse en la mesa antes de que llegara el hidromiel, solo esperaba que no me tomaran en menos por mi edad.
Agradecía el haber caminado durante días con Mirla, por la recompensa de llegar a este lugar. Muchos decían que este pantano era místico, y tambien la catalogaban como una "cuna de criaturas misteriosas" el haber escuchado estas cosas era lo que me traía a aquí. El viaje había sido tranquilo descansaba en los árboles durante las noches y caminaba durante el día.
Durante el transcurso del viaje, había rondado por mi cabeza las historias que me contaban mis abuelos, destacando en especial dos; Mi favorita, el relato que, sobre una bestia felina gigante, la cual atacaba nuestro poblado, en una ocasión lograron expulsarla, dejando de único recuerdo un diente, con aquel incisivo formaron un cuchillo. Eso era muy a grande rasgos, -Miré mi cintura observando la daga- por la cual comencé mi viaje. El otro cuento coincidió con lo que decía aquel marinero "sirenas"... por lo que recordaba de mi infancia decían que eran hermosas, pero letales. Distraían con sus cantos a los hombres, atrayéndolos hasta su alcance y finalmente... Bueno realmente nunca me contaban, Decían que era muy cachorro. Estas crónicas ya me habían decepcionado más de una vez, algunas eran solo cuentos, o las criaturas terminaban siendo completamente distintas, pero nada de eso me desmotivaba a seguir mi búsqueda, de forma que está era una estupenda oportunidad.
Dicen que en el pantano hay una. Por algún motivo no entendí que se refería a una sirena, si no a la manticora, de la que el hombre rubio hablaba, no pude evitar sentir intriga, así que me acerqué a donde estaban ellos. llegué riendo por la broma —A pocos no les bastaría con esa bestia— dije continuado el tema —La siguiente ronda se las pago— intentando sonar tierno y cercano. Yo no bebía pero al ver su jarra vacía, sabía que sería una buena recompensa, por un agradable relato, para el rubio y para el marinero, una eficiente forma de sacarle un poco de información.
—Un gusto jeje, me llamo Dendrei y... ella es Mirla— indiqué con la mirada a mis pies, donde estaba mi gata (de Aresire) y compañera de viaje. —No pude evitar escuchar tú comentario— le hablaba al navegante —Me gustaría saber mas o menos donde podría encontrar la criatura— saqué el mapa en intentando no incomodar lo puse en la mesa antes de que llegara el hidromiel, solo esperaba que no me tomaran en menos por mi edad.
Dendrei
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
Alcohol y risas. ¿Qué mejor forma había de pasar el rato? Pues muy pocas, la verdad.
El alcohol siempre podía ser prescindible, hasta cierto punto, claro estaba. Pero una buena conversación amigable, con la pizca exacta y adecuada de carcajadas, era una situación que toda persona debería estimar. O al menos eso es lo que él creía.
Y por supuesto, cuando se trataba de risas nunca había que ser comedido. Él era de los que prefería crear una receta bien cargada de sonrisas, pues consideraba que era mejor que sobraran a que faltaran. No había que ser tímido a la hora de echar ese ingrediente tan especial en el caldero de la vida.
Nunca había suficiente alegría en el mundo. Nunca sobraba un poco de diversión.
El sonido de la puerta se escuchó, y por un momento la mayoría de los presentes se giraron para comprobar quien había ingresado en la taberna. Por sus reacciones intuyó que era una forastera, aunque no hacía falta observar las expresiones de los parroquianos para imaginar ese dato. Su aspecto y ropas no se parecían a la de los lugareños de aquel pueblo.
Una dama de tez nívea y con una singular belleza. Seguro que más de uno de los hombres de aquella posada se habían girado nerviosos, pensando que la famosa “sirena” del lago había decidido venir a visitarles.
El brujo no pudo evitar sonreír con malicia ante esa idea, mientras ocultaba la sonrisa tras la taza de barro. Luego terminó de disimular, apurando de un trago lo que le quedaba de hidromiel.
- Pues imagino que esos pocos encontraran la muerte a temprana edad-, bromeó, mirando hacia el hombre que se acaba de acercar hasta ellos. - Pero de algo hay que morir ¿no? - sonrió hacia el nuevo integrante del corrillo.
Pese a centrar su mente y palabra en el hombre bestia que acaba de llegar hasta ellos, no pudo extraer del todo el pensamiento divertido que había tenido anteriormente. Había sido gracioso imaginar a todo un grupo de hombres asustados ante la posibilidad de la llegada de una sirena a la taberna.
Era un hombre bestia, con rasgos felinos, por lo que intuía que debía ser muy ágil y veloz. Las personas con la raza del recién llegado, siempre tenían un poco del animal que los complementaban. Era algo que había aprendido al conocer a otros hombres bestia en el pasado.
Con esa información, le era fácil deducir que estaba ante una persona que le podía ganar en agilidad y destreza. Unas virtudes que dominaba bien, y en las que por lo general no solía ser inferior a los demás.
- Una ronda gratis siempre es bien recibida-, comentó con alegría, sin perder la sonrisa, y dejando su taza vacía sobre la barra.
Por supuesto, fue una alegría compartida por el resto de los presentes, las personas que habían escuchado su historia. Estas no tardaron en vitorear al señor Dendrei, como así dijo llamarse, y se pasaban por la barra a recoger su nueva bebida, o esperaban que se las llevaran hasta su mesa.
- Encantado de conocerle, señor Dendrei. Y también encantado de conocerla, señorita Mirla-, le guiñó el ojo diestro a la felina que acompañaba al hombre bestia. - Una gata de Aresire. Fascinante-, comentó mientras evaluaba con la mirada a la gata. - Son animales muy nobles y amistosos si se les sabe tratar. Hacía tiempo que no veía uno, menos aún siendo compañero de una persona-, dijo, levantando la mirada para volver a fijarla sobre su interlocutor. - Mi nombre es Vincent Calhoun. Oriundo de tierras sureñas-, se presentó, sin especificar demasiado sobre su origen. - Así que estás interesado en ir tras la sirena. ¿Se trata de eso? - preguntó con cierta curiosidad.
Era lógico pensarlo. Ya que había preguntado de forma directa al hombre que antes había mentado a la sirena, sacando, además, un mapa que había colocado en la mesa de este, para que le diera indicaciones.
Vinc por su parte, tomó en su mano su nueva taza llena de hidromiel, y observó la escena con una mezcla de curiosidad y diversión. Tenía ante sus ojos a todo un aventurero. Un hombre por cuyas venas fluía la aventura con toda su intensidad.
- Pues no sabría decirte bien, chico-, dijo el hombre que había sacado a colación la historia de la sirena, contestando a Dendrei. - Nunca la he visto personalmente. Difícil saber si es cierto. Pero hay muchos rumores sobre ella, e incluso algún viajero ha comentado sobre ella sin que nadie le contara nada sobre la sirena. ¿Eso debe significar algo, ¿no? - comentó el ex marinero de forma jovial, antes de reír. - No puedo decirte nada con exactitud. No obstante, la mayor parte de los avistamientos han sido en el norte. Al otro lado del pantano, más adentro en territorio de lobos.
En ese momento, el hombre aprovechó para tomar un sorbo de su bebida gratuita, y luego señaló una zona del mapa de Den, haciendo un círculo con el dedo para delimitar el lugar.
- Por supuesto, nunca he ido tan lejos, y jamás se me ha ocurrido adentrarme con mi barca en ese sitio-, volvió a reír. - Me gano la vida de forma humilde, ya no tengo edad para una aventura como esa-, asintió.
Al escuchar al hombre, no pudo dejar de sentir curiosidad por la historia. ¿Una sirena en un pantano? Lo dudaba. Qué barco iba a atraer en ese lugar, más allá de una pequeña barca de pesca. Nada en absoluto, por lo cual no tenía sentido que existiera tal criatura en la zona.
Sin embargo, parecía que no era el único que hablaba de la sirena. Bien parecía que la habían visto incluso foráneos del pueblo. Era ello lo que más curiosidad le despertaba, aunque seguro que tenía una explicación de lo más mundana. Habría exagerado. Una costumbre muy común en rumores de ese tipo.
- Otro hidromiel, por favor-, dijo, girándose sobre la barra y dejando una moneda sobre esta.
El mesero no contestó con palabra alguna, se limitó a responderle con un movimiento afirmativo de la testa, y a colocar la bebida alcohólica sobre la barra. Al dueño del local lo único que le importaba es que la moneda era bueno, bien poco le interesaba que quería hacer ese rubio con un nuevo hidromiel sin haberse bebido el anterior.
- Gracias-, comentó nada más tener la bebida lista, y le guiñó el ojo al mesero, a la vez que tomaba la taza con su mano libre.
Acto seguido se giró y dio dos pasos para acercarse a la mesa cercana donde conversaba Den con el pescador.
- Una historia de lo más interesante-, dijo, asintiendo con la cabeza nada más estar al borde de la mesa. - Me dirijo al norte, así que a lo mejor tengo oportunidad de encontrarme con esa sirena. Aunque esperemos que no, ¿no es así? - rió. - Iré a sentarme-, comentó, haciendo señalando con la cabeza la mesa de la señorita que acababa de llegar instantes antes. - Supongo que soy un hombre muy sociable-, volvió a reír. - Conocer gente es todo un placer terrenal-, terminó de decir, encaminándose hacia la mesa de la señorita.
- Ya se ve que tienes un pico de oro-, comentó uno de los hombres que había estado escuchando su historia con la manticora. - ¿Tendremos oportunidad de escuchar otra de tus historias?
- Claro que sí. Si invitan a buenas bebidas no podría resistirme-, respondió girándose sobre sí mismo, y alzando las dos tazas de alcohol que llevaba en sus manos.
Después volvió a girarse, y siguió su andar hacia la mesa de la señorita.
Nada más llegar hasta la mesa donde estaba desayunado la chica en cuestión, posó la taza de cuyo hidromiel no había tomado ni gota, y la empujó para hacerla deslizar por encima de la meas y acercarla a la joven. Y sin perder el tiempo se sentó en la silla que había frente a ella.
- ¿Puedo? - dijo, pidiendo permiso para sentarse, aunque la realidad es que ya había posado su trasero en la silla. Observó cada detalle del rostro de la mujer, y dio un sorbo a su bebida antes de dejarla reposar sobre la mesa. - No eres de por aquí, ¿me equivoco? - comentó sonriente. - Ya, claro que no. No tienes pinta de ser de por aquí-, se auto contestó sin esperar respuesta de la fémina. - Además, tendrías que haber visto la cara que pusieron los lugareños, cuando entraste en la taberna. Seguro que por un instante pensaron que eras la sirena de la historia que contaba-, rió después de su broma. - Oh, perdón. Donde quedarán mis modales. Vincent Calhoun-, tomó su bebida de hidromiel y la alzó en forma de saludo. - Un gusto conocerla-, terminó de presentarse, y aprovechó para beber otro trago de alcohol.
Era una agradable mañana. Perfecta para conocer más gente antes de proseguir su viaje hacia el norte.
El alcohol siempre podía ser prescindible, hasta cierto punto, claro estaba. Pero una buena conversación amigable, con la pizca exacta y adecuada de carcajadas, era una situación que toda persona debería estimar. O al menos eso es lo que él creía.
Y por supuesto, cuando se trataba de risas nunca había que ser comedido. Él era de los que prefería crear una receta bien cargada de sonrisas, pues consideraba que era mejor que sobraran a que faltaran. No había que ser tímido a la hora de echar ese ingrediente tan especial en el caldero de la vida.
Nunca había suficiente alegría en el mundo. Nunca sobraba un poco de diversión.
El sonido de la puerta se escuchó, y por un momento la mayoría de los presentes se giraron para comprobar quien había ingresado en la taberna. Por sus reacciones intuyó que era una forastera, aunque no hacía falta observar las expresiones de los parroquianos para imaginar ese dato. Su aspecto y ropas no se parecían a la de los lugareños de aquel pueblo.
Una dama de tez nívea y con una singular belleza. Seguro que más de uno de los hombres de aquella posada se habían girado nerviosos, pensando que la famosa “sirena” del lago había decidido venir a visitarles.
El brujo no pudo evitar sonreír con malicia ante esa idea, mientras ocultaba la sonrisa tras la taza de barro. Luego terminó de disimular, apurando de un trago lo que le quedaba de hidromiel.
- Pues imagino que esos pocos encontraran la muerte a temprana edad-, bromeó, mirando hacia el hombre que se acaba de acercar hasta ellos. - Pero de algo hay que morir ¿no? - sonrió hacia el nuevo integrante del corrillo.
Pese a centrar su mente y palabra en el hombre bestia que acaba de llegar hasta ellos, no pudo extraer del todo el pensamiento divertido que había tenido anteriormente. Había sido gracioso imaginar a todo un grupo de hombres asustados ante la posibilidad de la llegada de una sirena a la taberna.
Era un hombre bestia, con rasgos felinos, por lo que intuía que debía ser muy ágil y veloz. Las personas con la raza del recién llegado, siempre tenían un poco del animal que los complementaban. Era algo que había aprendido al conocer a otros hombres bestia en el pasado.
Con esa información, le era fácil deducir que estaba ante una persona que le podía ganar en agilidad y destreza. Unas virtudes que dominaba bien, y en las que por lo general no solía ser inferior a los demás.
- Una ronda gratis siempre es bien recibida-, comentó con alegría, sin perder la sonrisa, y dejando su taza vacía sobre la barra.
Por supuesto, fue una alegría compartida por el resto de los presentes, las personas que habían escuchado su historia. Estas no tardaron en vitorear al señor Dendrei, como así dijo llamarse, y se pasaban por la barra a recoger su nueva bebida, o esperaban que se las llevaran hasta su mesa.
- Encantado de conocerle, señor Dendrei. Y también encantado de conocerla, señorita Mirla-, le guiñó el ojo diestro a la felina que acompañaba al hombre bestia. - Una gata de Aresire. Fascinante-, comentó mientras evaluaba con la mirada a la gata. - Son animales muy nobles y amistosos si se les sabe tratar. Hacía tiempo que no veía uno, menos aún siendo compañero de una persona-, dijo, levantando la mirada para volver a fijarla sobre su interlocutor. - Mi nombre es Vincent Calhoun. Oriundo de tierras sureñas-, se presentó, sin especificar demasiado sobre su origen. - Así que estás interesado en ir tras la sirena. ¿Se trata de eso? - preguntó con cierta curiosidad.
Era lógico pensarlo. Ya que había preguntado de forma directa al hombre que antes había mentado a la sirena, sacando, además, un mapa que había colocado en la mesa de este, para que le diera indicaciones.
Vinc por su parte, tomó en su mano su nueva taza llena de hidromiel, y observó la escena con una mezcla de curiosidad y diversión. Tenía ante sus ojos a todo un aventurero. Un hombre por cuyas venas fluía la aventura con toda su intensidad.
- Pues no sabría decirte bien, chico-, dijo el hombre que había sacado a colación la historia de la sirena, contestando a Dendrei. - Nunca la he visto personalmente. Difícil saber si es cierto. Pero hay muchos rumores sobre ella, e incluso algún viajero ha comentado sobre ella sin que nadie le contara nada sobre la sirena. ¿Eso debe significar algo, ¿no? - comentó el ex marinero de forma jovial, antes de reír. - No puedo decirte nada con exactitud. No obstante, la mayor parte de los avistamientos han sido en el norte. Al otro lado del pantano, más adentro en territorio de lobos.
En ese momento, el hombre aprovechó para tomar un sorbo de su bebida gratuita, y luego señaló una zona del mapa de Den, haciendo un círculo con el dedo para delimitar el lugar.
- Por supuesto, nunca he ido tan lejos, y jamás se me ha ocurrido adentrarme con mi barca en ese sitio-, volvió a reír. - Me gano la vida de forma humilde, ya no tengo edad para una aventura como esa-, asintió.
Al escuchar al hombre, no pudo dejar de sentir curiosidad por la historia. ¿Una sirena en un pantano? Lo dudaba. Qué barco iba a atraer en ese lugar, más allá de una pequeña barca de pesca. Nada en absoluto, por lo cual no tenía sentido que existiera tal criatura en la zona.
Sin embargo, parecía que no era el único que hablaba de la sirena. Bien parecía que la habían visto incluso foráneos del pueblo. Era ello lo que más curiosidad le despertaba, aunque seguro que tenía una explicación de lo más mundana. Habría exagerado. Una costumbre muy común en rumores de ese tipo.
- Otro hidromiel, por favor-, dijo, girándose sobre la barra y dejando una moneda sobre esta.
El mesero no contestó con palabra alguna, se limitó a responderle con un movimiento afirmativo de la testa, y a colocar la bebida alcohólica sobre la barra. Al dueño del local lo único que le importaba es que la moneda era bueno, bien poco le interesaba que quería hacer ese rubio con un nuevo hidromiel sin haberse bebido el anterior.
- Gracias-, comentó nada más tener la bebida lista, y le guiñó el ojo al mesero, a la vez que tomaba la taza con su mano libre.
Acto seguido se giró y dio dos pasos para acercarse a la mesa cercana donde conversaba Den con el pescador.
- Una historia de lo más interesante-, dijo, asintiendo con la cabeza nada más estar al borde de la mesa. - Me dirijo al norte, así que a lo mejor tengo oportunidad de encontrarme con esa sirena. Aunque esperemos que no, ¿no es así? - rió. - Iré a sentarme-, comentó, haciendo señalando con la cabeza la mesa de la señorita que acababa de llegar instantes antes. - Supongo que soy un hombre muy sociable-, volvió a reír. - Conocer gente es todo un placer terrenal-, terminó de decir, encaminándose hacia la mesa de la señorita.
- Ya se ve que tienes un pico de oro-, comentó uno de los hombres que había estado escuchando su historia con la manticora. - ¿Tendremos oportunidad de escuchar otra de tus historias?
- Claro que sí. Si invitan a buenas bebidas no podría resistirme-, respondió girándose sobre sí mismo, y alzando las dos tazas de alcohol que llevaba en sus manos.
Después volvió a girarse, y siguió su andar hacia la mesa de la señorita.
Nada más llegar hasta la mesa donde estaba desayunado la chica en cuestión, posó la taza de cuyo hidromiel no había tomado ni gota, y la empujó para hacerla deslizar por encima de la meas y acercarla a la joven. Y sin perder el tiempo se sentó en la silla que había frente a ella.
- ¿Puedo? - dijo, pidiendo permiso para sentarse, aunque la realidad es que ya había posado su trasero en la silla. Observó cada detalle del rostro de la mujer, y dio un sorbo a su bebida antes de dejarla reposar sobre la mesa. - No eres de por aquí, ¿me equivoco? - comentó sonriente. - Ya, claro que no. No tienes pinta de ser de por aquí-, se auto contestó sin esperar respuesta de la fémina. - Además, tendrías que haber visto la cara que pusieron los lugareños, cuando entraste en la taberna. Seguro que por un instante pensaron que eras la sirena de la historia que contaba-, rió después de su broma. - Oh, perdón. Donde quedarán mis modales. Vincent Calhoun-, tomó su bebida de hidromiel y la alzó en forma de saludo. - Un gusto conocerla-, terminó de presentarse, y aprovechó para beber otro trago de alcohol.
Era una agradable mañana. Perfecta para conocer más gente antes de proseguir su viaje hacia el norte.
Vincent Calhoun
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
Mientras comía el estofado lentamente continúe escuchando al grupo. No intentaba ocultar o disimular mi mirada. Mis miedos y pensamientos anteriores habían sido sobrepasados por mi curiosidad nata.
Había barullo en esa taberna, montones de carcajadas y conversaciones que se entrelazaban. Ruidos de sorbos, platos y vasos que revotaban contra la madera de las mesas. Alguna canción que surgía de un laúd acompañado por el ritmo de unas palmas. Los ronquidos de algún borracho dormido y el tintineo de las monedas que se gastaban o estaban por gastar. Todo aquello se oía, pero yo, solo tenía oídos para la conversación que había surgido metros más adelante.
Se acercó a la aglomeración otro barón, este con rasgos de felino. Era un hombre-bestia, sin duda. No sé bien que dijo, porque con su llegada se alzaron las voces del grupo en forma vítores. No obstante, cuando el marinero se dispuso a hablar de la sirena de nuevo se hizo un silencio que pareció transmitirse un poco a toda la taberna, o al menos a mí me lo pareció.
- Nunca la he visto personalmente. Difícil saber si es cierto. Pero hay muchos rumores sobre ella, e incluso algún viajero ha comentado sobre ella sin que nadie le contara nada sobre la sirena. ¿Eso debe significar algo, ¿no? – Yo pensaba lo mismo, no podía ser simple coincidencia que varios hombres hubieran visto al mismo ser, por mucho hidromiel que hubieran bebido.
Puse aún más atención después de ese apunte. El estofado, aún caliente, iba acompañándome al escuchar el relato. El hombre se dispuso a hablar de nuevo y la cuchara vacía quedo a principios del trayecto hacía el plato, apoyada en mis labios, tras volver a sumergirme en la explicación.
- No puedo decirte nada con exactitud. No obstante, la mayor parte de los avistamientos han sido en el norte. Al otro lado del pantano, más adentro, en territorio de lobos. - Esbocé una tímida sonrisa el oír eso y deje lentamente la cuchara en el plato. Iba a esperar a ver si conseguía algo más de información, lo suficiente para cerciorarme de que allí encontraría el ser del que tantos relatos había oído en las islas y del que tanto había leído. Si alguien me hubiera mirado a los ojos en ese momento hubiera visto las chispas de la curiosidad asomándose por los mismos.
Tuve que salir de mi ensimismamiento de golpe, el hombre alto y rubio de repente se había girado para pedir otra bebida. Desvié mi mirada rezando a mis adentros para que mi espionaje no hubiera sido demasiado evidente. De reojo me di cuenta que el hombre aún conservaba su anterior jarra vacía. ¿Para que querrá otra? No pude evitar pensar que era un borracho incurable.
Respiré aliviada cuando vi que se alejaba otra vez con el grupo. Seguramente había ido a buscar otra bebida para alguno de sus compañeros.
Me dispuse a acabarme el plato con tranquilidad. Mi intención era sencilla: ir e investigar. Tenía que saber más.
De nuevo oí pasos, pero no les di importancia. Y sin darme cuenta, sin darme tiempo siquiera a volver a llenar la cuchara, el caballero rubio posó la jarra en la mesa y la hizo deslizar hasta mi posición. En el momento que tardé en alzar la vista para mirarle, se había sentado en la silla más cercana a mí. En ese momento mi nerviosismo aumentó de nuevo a niveles similares o superiores a los que había estado delante de los dos hombretones. - ¿Puedo? – preguntó, aunque era evidente que ya se había tomado la libertad de sentarse. Noté que examinaba mi rostro y aparté la mirada instintivamente, de manera sutil, para que no resultara un movimiento desafiante o brusco. Me ponía muy nerviosa mirar directamente a los ojos a un desconocido. Una leve preocupación se instaló en mi: ¿Se habrá dado cuenta de que lo observaba?
- No eres de por aquí, ¿me equivoco? –dijo sonriente. Mi corazón dio un pequeño respingo. Era evidente que por mi aspecto yo no era de ahí al igual que era evidente que él tampoco. Había un aura extraña, pero familiar en él. Sin que yo pudiera articular palabra (que conste que no me dio ni tiempo a tartamudear) él mismo se respondió - Ya, claro que no. No tienes pinta de ser de por aquí. - Agradecí que no buscara una respuesta en concreto, mentir cuando estaba nerviosa no era lo mío. La verdad, nada era lo mío cuando estaba nerviosa.
Raudo como el viento, sin dejar que abriera siquiera la boca prosiguió con su monologo: -Además, tendrías que haber visto la cara que pusieron los lugareños, cuando entraste en la taberna. Seguro que por un instante pensaron que eras la sirena de la historia que contaba- después de la pequeña broma se río alegremente. No parecía que tuviera malas intenciones, cosa que me relajó un ápice, pero para mí, por si sola, la mera interacción social me ponía nerviosa.
Por último, se presentó y alzó la jarra. Vincent Calhoun se llamaba.
Después de ese gesto me di cuenta de que debía reaccionar. Vincent aguantaba la jarra en el aire esperando una respuesta. Mire hacía la jarra y pensé que esa sería mi solución. Él posiblemente me podría contar más sobre las sirenas. Tenía que quitarme la vergüenza de encima. No había bebido nunca alcohol como aquel, pero sabía de sobras que hasta el hombre más mudo del mundo cantaba después de una pinta como esa. Alcé la jarra, no tan segura como hubiera querido aparentar, y di un sorbo largo. El ardiente alcohol bajo por mi garganta y se me sonrojaron las mejillas.
-L..lo de las sirena.. dudo que se hayan girado a mi paso por eso, la luna está a punto de estar llena estos días, y..y..eso altera el lívido de los hombres. S.. supongo que lo habrás notado – reí flojito después de lo que a mí me pareció una broma, pero no estaba muy segura de ello. – S..oy Morrigan..Morrigan Nisia.- Me presenté mirando hacía la jarra que tenía en las manos, quedando algo cabizbaja. No sabía si haber bebido había sido una buena elección.
No podía perder más tiempo y pensé en ser algo más directa. Le miré con extrema dificultad y formulé lo mejor que pude una frase completa y con sentido.
-Ha..hablando de sirenas, unos habitantes del pueblo me han dicho que las hay en el lago. Ten..tengo algo de curiosidad por ellas ¿S..sabes algo?- hago una pausa intentando esbozar una sonrisa entre el tartamudeo.- Me gustaría ver una con mis propios ojos. – consigo decir algo más calmada, pensando en la visión que ese raro animal me podía proporcionar. Con ese arranque de confianza, ya no sé si proporcionado por el alcohol o por el amor al saber, lancé una última frase.- Y... buscó a un acompañante.
Había barullo en esa taberna, montones de carcajadas y conversaciones que se entrelazaban. Ruidos de sorbos, platos y vasos que revotaban contra la madera de las mesas. Alguna canción que surgía de un laúd acompañado por el ritmo de unas palmas. Los ronquidos de algún borracho dormido y el tintineo de las monedas que se gastaban o estaban por gastar. Todo aquello se oía, pero yo, solo tenía oídos para la conversación que había surgido metros más adelante.
Se acercó a la aglomeración otro barón, este con rasgos de felino. Era un hombre-bestia, sin duda. No sé bien que dijo, porque con su llegada se alzaron las voces del grupo en forma vítores. No obstante, cuando el marinero se dispuso a hablar de la sirena de nuevo se hizo un silencio que pareció transmitirse un poco a toda la taberna, o al menos a mí me lo pareció.
- Nunca la he visto personalmente. Difícil saber si es cierto. Pero hay muchos rumores sobre ella, e incluso algún viajero ha comentado sobre ella sin que nadie le contara nada sobre la sirena. ¿Eso debe significar algo, ¿no? – Yo pensaba lo mismo, no podía ser simple coincidencia que varios hombres hubieran visto al mismo ser, por mucho hidromiel que hubieran bebido.
Puse aún más atención después de ese apunte. El estofado, aún caliente, iba acompañándome al escuchar el relato. El hombre se dispuso a hablar de nuevo y la cuchara vacía quedo a principios del trayecto hacía el plato, apoyada en mis labios, tras volver a sumergirme en la explicación.
- No puedo decirte nada con exactitud. No obstante, la mayor parte de los avistamientos han sido en el norte. Al otro lado del pantano, más adentro, en territorio de lobos. - Esbocé una tímida sonrisa el oír eso y deje lentamente la cuchara en el plato. Iba a esperar a ver si conseguía algo más de información, lo suficiente para cerciorarme de que allí encontraría el ser del que tantos relatos había oído en las islas y del que tanto había leído. Si alguien me hubiera mirado a los ojos en ese momento hubiera visto las chispas de la curiosidad asomándose por los mismos.
Tuve que salir de mi ensimismamiento de golpe, el hombre alto y rubio de repente se había girado para pedir otra bebida. Desvié mi mirada rezando a mis adentros para que mi espionaje no hubiera sido demasiado evidente. De reojo me di cuenta que el hombre aún conservaba su anterior jarra vacía. ¿Para que querrá otra? No pude evitar pensar que era un borracho incurable.
Respiré aliviada cuando vi que se alejaba otra vez con el grupo. Seguramente había ido a buscar otra bebida para alguno de sus compañeros.
Me dispuse a acabarme el plato con tranquilidad. Mi intención era sencilla: ir e investigar. Tenía que saber más.
De nuevo oí pasos, pero no les di importancia. Y sin darme cuenta, sin darme tiempo siquiera a volver a llenar la cuchara, el caballero rubio posó la jarra en la mesa y la hizo deslizar hasta mi posición. En el momento que tardé en alzar la vista para mirarle, se había sentado en la silla más cercana a mí. En ese momento mi nerviosismo aumentó de nuevo a niveles similares o superiores a los que había estado delante de los dos hombretones. - ¿Puedo? – preguntó, aunque era evidente que ya se había tomado la libertad de sentarse. Noté que examinaba mi rostro y aparté la mirada instintivamente, de manera sutil, para que no resultara un movimiento desafiante o brusco. Me ponía muy nerviosa mirar directamente a los ojos a un desconocido. Una leve preocupación se instaló en mi: ¿Se habrá dado cuenta de que lo observaba?
- No eres de por aquí, ¿me equivoco? –dijo sonriente. Mi corazón dio un pequeño respingo. Era evidente que por mi aspecto yo no era de ahí al igual que era evidente que él tampoco. Había un aura extraña, pero familiar en él. Sin que yo pudiera articular palabra (que conste que no me dio ni tiempo a tartamudear) él mismo se respondió - Ya, claro que no. No tienes pinta de ser de por aquí. - Agradecí que no buscara una respuesta en concreto, mentir cuando estaba nerviosa no era lo mío. La verdad, nada era lo mío cuando estaba nerviosa.
Raudo como el viento, sin dejar que abriera siquiera la boca prosiguió con su monologo: -Además, tendrías que haber visto la cara que pusieron los lugareños, cuando entraste en la taberna. Seguro que por un instante pensaron que eras la sirena de la historia que contaba- después de la pequeña broma se río alegremente. No parecía que tuviera malas intenciones, cosa que me relajó un ápice, pero para mí, por si sola, la mera interacción social me ponía nerviosa.
Por último, se presentó y alzó la jarra. Vincent Calhoun se llamaba.
Después de ese gesto me di cuenta de que debía reaccionar. Vincent aguantaba la jarra en el aire esperando una respuesta. Mire hacía la jarra y pensé que esa sería mi solución. Él posiblemente me podría contar más sobre las sirenas. Tenía que quitarme la vergüenza de encima. No había bebido nunca alcohol como aquel, pero sabía de sobras que hasta el hombre más mudo del mundo cantaba después de una pinta como esa. Alcé la jarra, no tan segura como hubiera querido aparentar, y di un sorbo largo. El ardiente alcohol bajo por mi garganta y se me sonrojaron las mejillas.
-L..lo de las sirena.. dudo que se hayan girado a mi paso por eso, la luna está a punto de estar llena estos días, y..y..eso altera el lívido de los hombres. S.. supongo que lo habrás notado – reí flojito después de lo que a mí me pareció una broma, pero no estaba muy segura de ello. – S..oy Morrigan..Morrigan Nisia.- Me presenté mirando hacía la jarra que tenía en las manos, quedando algo cabizbaja. No sabía si haber bebido había sido una buena elección.
No podía perder más tiempo y pensé en ser algo más directa. Le miré con extrema dificultad y formulé lo mejor que pude una frase completa y con sentido.
-Ha..hablando de sirenas, unos habitantes del pueblo me han dicho que las hay en el lago. Ten..tengo algo de curiosidad por ellas ¿S..sabes algo?- hago una pausa intentando esbozar una sonrisa entre el tartamudeo.- Me gustaría ver una con mis propios ojos. – consigo decir algo más calmada, pensando en la visión que ese raro animal me podía proporcionar. Con ese arranque de confianza, ya no sé si proporcionado por el alcohol o por el amor al saber, lancé una última frase.- Y... buscó a un acompañante.
Invitado
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
-Gracias señor Calhoun de tierras sureñas- mencioné creyendo que sería importante para él mencionar de donde venía, ya que el parecía haberlo comentado con orgullo -sí la verdad, cualquier acercamiento a criaturas misteriosas me vienen bien- le sonrió -Así como usted con la manticora, y cruaturas a mi me faltan experiencias de ese estilo- hablaba con pasión, siempre le habían interesado las bestias, ese es uno de los principales motivos de tener una gatita como mirla.
-Pero, no pareces tan viejo- le mencioné al marino, quizá si lo motivaba un poco podría llevarme al lugar de avistamiento, pese a sus quejas noté que si tenía interés.
Se fue el señor Calhoun, dejándome con el mesero, Mirla y el capitán -mira, justo donde seleccionaste mi mapa me queda de camino, tal vez puedas ayudarme con una vuelta- me alejé de ahí, era solo una propuesta el parecía conocer bien la situación y tenerlo a mi lado en la exploración que estaba pensando hacer.
Escuché sin intención la conversación del gran cuenta historias y la chica que había entrado hace un rato, eso de tener un oído desarrollado te hace ser un metiche aunque no lo quieras.
-¡Yo puedo servir de acompañante!- grité emocionado al ver que no era el único emocionado, hasta que noté la reacción de algunos parroquianos. Uno se olvida, que llegar a una conversación repentinamente y gritando, no es algo… normal supongo.
-Ay, lo siento- bajo un poco las orejas en posición de sumisión al identificar que había cometido una falta -Por favor no se moleste señorita, es solo que también estoy muy curioso por esas historias. Además, tengo un mapa jejeje- mire al señor Calhoun, para que hiciera algún gesto que apruebe el haberme metido en esta conversación.
-Mira muchacho gato, me dejaste con la duda- llegó diciendo el viejo lobo de mar -Si capturan un poco más mi atención, podría ayudarlos un poco. Como te dije mi viejo cuerpo no está para esto pero… sirenas... no es algo que menciones muy a menudo, ni menos tan lejos del mar. Quizá los pueda ayudar un rato en mi estado, solo quiero saber ¿qué es lo que los tiene tan curioso, y que planean hacer si la encuentran- la pregunta me dejó un poco atontado, y como no quería ser el primero en contestar, menos siguiendo confuso, dejé el espacio para los que estaban inicialmente en la mesa respondieran.
Off: perdón por la demora, muchos exámenes y entregas de informes, además el cargador de mi computador falló de nuevo Y-Y. He logrado hacer un espacio en mi horario para poder responder y esto es lo que ha salido con todo el estrés de clases, espero que lo podamos continuar de mejor forma en unas semanas cuando sea libre.
-Pero, no pareces tan viejo- le mencioné al marino, quizá si lo motivaba un poco podría llevarme al lugar de avistamiento, pese a sus quejas noté que si tenía interés.
Se fue el señor Calhoun, dejándome con el mesero, Mirla y el capitán -mira, justo donde seleccionaste mi mapa me queda de camino, tal vez puedas ayudarme con una vuelta- me alejé de ahí, era solo una propuesta el parecía conocer bien la situación y tenerlo a mi lado en la exploración que estaba pensando hacer.
Escuché sin intención la conversación del gran cuenta historias y la chica que había entrado hace un rato, eso de tener un oído desarrollado te hace ser un metiche aunque no lo quieras.
-¡Yo puedo servir de acompañante!- grité emocionado al ver que no era el único emocionado, hasta que noté la reacción de algunos parroquianos. Uno se olvida, que llegar a una conversación repentinamente y gritando, no es algo… normal supongo.
-Ay, lo siento- bajo un poco las orejas en posición de sumisión al identificar que había cometido una falta -Por favor no se moleste señorita, es solo que también estoy muy curioso por esas historias. Además, tengo un mapa jejeje- mire al señor Calhoun, para que hiciera algún gesto que apruebe el haberme metido en esta conversación.
-Mira muchacho gato, me dejaste con la duda- llegó diciendo el viejo lobo de mar -Si capturan un poco más mi atención, podría ayudarlos un poco. Como te dije mi viejo cuerpo no está para esto pero… sirenas... no es algo que menciones muy a menudo, ni menos tan lejos del mar. Quizá los pueda ayudar un rato en mi estado, solo quiero saber ¿qué es lo que los tiene tan curioso, y que planean hacer si la encuentran- la pregunta me dejó un poco atontado, y como no quería ser el primero en contestar, menos siguiendo confuso, dejé el espacio para los que estaban inicialmente en la mesa respondieran.
Off: perdón por la demora, muchos exámenes y entregas de informes, además el cargador de mi computador falló de nuevo Y-Y. He logrado hacer un espacio en mi horario para poder responder y esto es lo que ha salido con todo el estrés de clases, espero que lo podamos continuar de mejor forma en unas semanas cuando sea libre.
Dendrei
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
Una chica guapa siempre era bien recibida allí donde fuera. Nunca era un acontecimiento que pasara desapercibido, y por supuesto, eran pocos los que no agradecían un poco de belleza mejorando el presente ambiente.
Por supuesto, él no iba a ser una de las personas perteneciente a esa minoría, y apreciaba la llegada de la nueva parroquiana de la taberna. Una larga melena adornaba su figura, que bien parecía que los dioses hubieran cincelado del mismo mármol. Una piel nívea y suave que le recordaba a la mujer que casi siempre le acompañaba allá a donde fuera.
Su dulce elfa.
La mera evocación de Níniel le hacía sentir fuego en su pecho. Un poderoso deseo nacía en su mente. Un sueño en el que imaginaba como tomaba a la sacerdotisa entre sus brazos con toda la fuerza de la pasión, aplastándola contra el suelo en el mismo lugar donde la encontrara.
No había muro, ni tampoco distancia que pudiera refrenar su pasión por ella. Y aunque sentía extraño tener tales pensamientos en un momento como ese, estando conociendo personas y conversando en el comedor de una posada, no podía negar la satisfacción que recorría todo su cuerpo al pensar en la peliblanca. El desbordante placer que sentía, al tener la oportunidad de imaginar la excitante fusión de sus cuerpos.
Era un éxtasis que superaba con creces el dulce sabor del hidromiel en su paladar. Y que casi hacía desaparecer el creciente dolor en su mano diestra. Casi.
La quemazón en su piel aumentaba por momentos, y sin mirar bajo el guante sabía lo que estaba sucediendo. Lo que estaba ocurriendo en su cuerpo desde aquella fatídica noche en el internado maldito. En su cuerpo, y en su mente. No podía negar que tener esos pensamientos tan carnales con Níniel era un efecto del mal que lo asolaba poco a poco. Que corrompía cada recuerdo y sentimiento que albergaba.
Al principio no tenía marca alguna en la piel, y por ello había pasado desapercibido en su momento. Pero luego se había convertido en un pequeño lunar. Algo minúsculo sobre la piel de su mano. Y que con el tiempo había crecido hasta ennegrecer toda la mano, y no le costó suponer el momento en que ese mal había invadido su cuerpo. El peor momento que había vivido las últimas semanas, y donde mayor peligro había padecido.
Creía que había vencido a aquella maldita mujer sin herida alguna, pero el inexorable tiempo le había mostrado lo equivocado que estaba.
Ahora que podía echar la vista atrás, pensaba que ojalá la lesión hubiera sido física. Pues, pese a que la maldición se mostrara como una mancha sobre su piel, no le cabía duda que afectaba su alma. Ese demonio le había tocado mucho más hondo de lo que ningún otro ser le hubiera osado herir en toda su vida. Y dolía.
Quemaba. Porque lo estaba cambiando. Estaba destruyendo quien era. Lo estaba matando por dentro, porque el brujo que había forjado, templando su personalidad a lo largo de su vida, se estaba perdiendo. Desdibujándose como un retrato de tinta bajo la lluvia.
- Oh, créeme muchacha. Se han girado por ti. No por la luna-, dijo, con una media sonrisa marcada en los labios. Más lobuna que la más amigable que solía mostrar, y una mirada que la escudriñaba sin reparo. - La luna es hermosa, pero vos lo sois más-, comentó con descaro. - Y sí, creo que aumenta el lívido de los hombres. Aunque seguramente el de las mujeres también-, terminó de decir, sin perder la sonrisa que había aparecido hacía poco en su rostro.
En ese instante se rascó la mano. Por encima del cuero de su guante, para evitar mostrar su mal a ojos ajenos. Ya bastantes problemas tenía, cómo para que alguien pensara que tenía alguna enfermedad contagiosa.
Dolía un poco, pero más le dolía no poder controlarse. Era odioso no poder decir las cosas que quería mencionar en el modo que deseaba. Perder el control de sus palabras. De su cuerpo. De su mente. En definitiva, de todo lo que se podía considerar un hombre que era, su carácter.
- No temas. No te haré daño-, comentó al notar su timidez en la voz. Justo antes de tomar otro trago de hidromiel, pero manteniendo la mirada posada sobre ella mientras tomaba el licor.
Esperaba que fuera cierto. Creía pensar que lo había dicho el Vincent de siempre, pero sabía que era difícil de saber, cuando la miraba como el Vincent maldito. La maldición cada vez iba a peor. Según crecía la mancha, perdía más control de su forma de ser original.
Necesitaba encontrar una cura antes de que fuera demasiado tarde, o no quedaría nada de la persona que era. Quizás Níniel y el pueblo élfico pudieran salvarle. Ellos más que nadie sabían de magia blanco, y por tanto, de cómo frenar la oscura.
Después de terminar sus asuntos en tierra de lobos iría a su encuentro.
- Lo cierto es que no sé nada-, dijo con talante serio, casi distante. Poco le importaban las sirenas, y lo poco que sabía de ellas le hacía suponer que no había ninguna en ese lago. - Dudo de que haya ninguna sirena-, comentó, sacando a relucir lo que había pensado antes. Con su maldición acosándole, le era más difícil mantener el recato y el silencio amable. - Lo más probable es que sea alguna bruja-, se atrevió a augurar.
Iba a contestarle a la señorita sobre la posibilidad de acompañarla. Una situación a la que respondería el Vinc de toda la vida con una cálida respuesta afirmativa, pero que el actual… De todos modos, el hombre felino intervino antes de que pudiera hacerlo él.
En su estado actual no le fue posible pasarlo por alto, o tomárselo con humor, y lo miró con una ceja enarcada.
- Bueno, señorita Morrigan, parece que ya tiene acompañante-, se limitó a decir, volviendo la mirada otra vez sobre ella. - Un hombre bestia es una escolta a la que pocos guerreros le pueden hacer parangón-, dijo en tono serio.
Aunque sorprendiera que dijera algo bueno en esos momentos, por más serio o duro que lo volviera la maldición, no dejaba de tener la oportunidad de decir la verdad si quería. Y no había mentira en lo que había dicho.
- ¿Si la encontramos? - preguntó, mirando hacia el pescador, y luego volviendo su atención hacia su taza durante unos segundos, antes de darle otro trago al alcohol.
¿Quién había dicho que los acompañaría? Que supiera, él no se había pronunciado al respecto. Pero una idea caminó y tomó forma en su mente.
- Soy un veterano, señorita Morrigan-, comenzó a decir, mirando hacia nadie en concreto, hacia la chimenea del comedor. Se veía hermosa la danza del fuego. - Me gano la vida con esto, y no suelo aceptar encargos sin antes escuchar el tintineo de suficientes monedas que me hagan feliz, y un hombre que pueda vivir un poco más de tiempo gracias a esas monedas-, dijo, y mientras hablaba fue dejando de mirar las llamas para volver a clavar la vista sobre la joven al otro lado de la mesa.
Vinc la miró unos instantes, y luego sonrió divertido con la situación.
- Pero siempre se puede hacer una excepción ¿no? - tomó un corto sorbo de hidromiel. - Y creo que un hombre bestia con un mapa, y un pasaje gratuito en barca, es de esas circunstancias que vuelven lo anormal en posible-, rió y miró hacia el pescador. - Dime. ¿Nos acercarías lo máximo posible a donde crees que existe esa sirena? - le preguntó. -Aunque no sabría decirte que haríamos con la sirena. Supongo que comprobar si es cierto que existe, y nada más-, matizó, pues la realidad es que no tenía ningún plan respecto a ella.
Él sólo aprovecharía para acotar camino por el lago hacia la tierra de los lobos, y después ya vería. Su maldición sacaba a relucir su mero interés por la situación. El resto le daba igual.
- Oh, pues claro. Son buena gente, y si tantas ganas tienen de aventuras, soy el hombre indicado para ayudarlos con esta-, contestó alegre. - Aunque mis años mozos quedaron atrás, así que sólo puedo limitarme a acercarlos lo máximo posible.
- Excelente-, respondió por su parte el brujo. Era todo lo que necesitaba escuchar. - Dendrei, Morrigan, creo que nuestros caminos se juntan-, miró de forma alternativa hacia ellos. - Quizás sea cuestión del destino, o puede que sólo sea fruto de la casualidad. Pronto lo sabremos. Pero este hombre que aquí ven, los acompañará-, alzó su taza de hidromiel en señal de brindis.
Aunque fue un gesto realizado como acto reflejo, más que nada. Un gesto social sin importancia.
- Cenen y resuelvan todos sus asuntos personales. Cuando estéis listos partiremos. Ahora mismo o al alba, me es indiferente, ya no tengo más motivos para permanecer en este pueblo salvo la compañía y pasar el rato-, explicó en el tono un tanto serio que lo caracterizaba ahora. Alejado del Vincent más corriente y mucho más simpático. - Conozco la zona más al noreste. Así que iremos rápido por tierra, en cuanto nuestro amigo pescador nos deje en la orilla después del trayecto en barca, y nos adentremos en ell territorio de los lobos. Aunque con tu mapa, seguro que vamos aún más rápido-, dirigió estas últimas palabras hacia el felino.
Qué fortuna la suya. Mapa y hasta viaje en barca. Sería una coalición provechosa. Algo positivo se podía sacar de la sirena, después de todo.
Siento que hayan tenido que esperar por mi respuesta. Me cuesta mucho escribir desde hace unos meses. Deseo que mi post sea lo suficientemente bueno, y les guste para compensar mi tardanza :s
Espero también que sus personajes no se asusten mucho del mio jajaja. Que después de este post va a parecer un poco bipolar. Y... la verdad es que ahora mismo lo es XDD.
Todo se debe a una maldición que obliga a mi personaje a ser más malvado y serio cada tres post en un tema. Vamos, todo lo contrario al auténtico Vincent :S Para sus desgracias, este es el primer tema que tengo abierto después de la misión del internado.
Para más información pulsar aquí (?): [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Por supuesto, él no iba a ser una de las personas perteneciente a esa minoría, y apreciaba la llegada de la nueva parroquiana de la taberna. Una larga melena adornaba su figura, que bien parecía que los dioses hubieran cincelado del mismo mármol. Una piel nívea y suave que le recordaba a la mujer que casi siempre le acompañaba allá a donde fuera.
Su dulce elfa.
La mera evocación de Níniel le hacía sentir fuego en su pecho. Un poderoso deseo nacía en su mente. Un sueño en el que imaginaba como tomaba a la sacerdotisa entre sus brazos con toda la fuerza de la pasión, aplastándola contra el suelo en el mismo lugar donde la encontrara.
No había muro, ni tampoco distancia que pudiera refrenar su pasión por ella. Y aunque sentía extraño tener tales pensamientos en un momento como ese, estando conociendo personas y conversando en el comedor de una posada, no podía negar la satisfacción que recorría todo su cuerpo al pensar en la peliblanca. El desbordante placer que sentía, al tener la oportunidad de imaginar la excitante fusión de sus cuerpos.
Era un éxtasis que superaba con creces el dulce sabor del hidromiel en su paladar. Y que casi hacía desaparecer el creciente dolor en su mano diestra. Casi.
La quemazón en su piel aumentaba por momentos, y sin mirar bajo el guante sabía lo que estaba sucediendo. Lo que estaba ocurriendo en su cuerpo desde aquella fatídica noche en el internado maldito. En su cuerpo, y en su mente. No podía negar que tener esos pensamientos tan carnales con Níniel era un efecto del mal que lo asolaba poco a poco. Que corrompía cada recuerdo y sentimiento que albergaba.
Al principio no tenía marca alguna en la piel, y por ello había pasado desapercibido en su momento. Pero luego se había convertido en un pequeño lunar. Algo minúsculo sobre la piel de su mano. Y que con el tiempo había crecido hasta ennegrecer toda la mano, y no le costó suponer el momento en que ese mal había invadido su cuerpo. El peor momento que había vivido las últimas semanas, y donde mayor peligro había padecido.
Creía que había vencido a aquella maldita mujer sin herida alguna, pero el inexorable tiempo le había mostrado lo equivocado que estaba.
Ahora que podía echar la vista atrás, pensaba que ojalá la lesión hubiera sido física. Pues, pese a que la maldición se mostrara como una mancha sobre su piel, no le cabía duda que afectaba su alma. Ese demonio le había tocado mucho más hondo de lo que ningún otro ser le hubiera osado herir en toda su vida. Y dolía.
Quemaba. Porque lo estaba cambiando. Estaba destruyendo quien era. Lo estaba matando por dentro, porque el brujo que había forjado, templando su personalidad a lo largo de su vida, se estaba perdiendo. Desdibujándose como un retrato de tinta bajo la lluvia.
- Oh, créeme muchacha. Se han girado por ti. No por la luna-, dijo, con una media sonrisa marcada en los labios. Más lobuna que la más amigable que solía mostrar, y una mirada que la escudriñaba sin reparo. - La luna es hermosa, pero vos lo sois más-, comentó con descaro. - Y sí, creo que aumenta el lívido de los hombres. Aunque seguramente el de las mujeres también-, terminó de decir, sin perder la sonrisa que había aparecido hacía poco en su rostro.
En ese instante se rascó la mano. Por encima del cuero de su guante, para evitar mostrar su mal a ojos ajenos. Ya bastantes problemas tenía, cómo para que alguien pensara que tenía alguna enfermedad contagiosa.
Dolía un poco, pero más le dolía no poder controlarse. Era odioso no poder decir las cosas que quería mencionar en el modo que deseaba. Perder el control de sus palabras. De su cuerpo. De su mente. En definitiva, de todo lo que se podía considerar un hombre que era, su carácter.
- No temas. No te haré daño-, comentó al notar su timidez en la voz. Justo antes de tomar otro trago de hidromiel, pero manteniendo la mirada posada sobre ella mientras tomaba el licor.
Esperaba que fuera cierto. Creía pensar que lo había dicho el Vincent de siempre, pero sabía que era difícil de saber, cuando la miraba como el Vincent maldito. La maldición cada vez iba a peor. Según crecía la mancha, perdía más control de su forma de ser original.
Necesitaba encontrar una cura antes de que fuera demasiado tarde, o no quedaría nada de la persona que era. Quizás Níniel y el pueblo élfico pudieran salvarle. Ellos más que nadie sabían de magia blanco, y por tanto, de cómo frenar la oscura.
Después de terminar sus asuntos en tierra de lobos iría a su encuentro.
- Lo cierto es que no sé nada-, dijo con talante serio, casi distante. Poco le importaban las sirenas, y lo poco que sabía de ellas le hacía suponer que no había ninguna en ese lago. - Dudo de que haya ninguna sirena-, comentó, sacando a relucir lo que había pensado antes. Con su maldición acosándole, le era más difícil mantener el recato y el silencio amable. - Lo más probable es que sea alguna bruja-, se atrevió a augurar.
Iba a contestarle a la señorita sobre la posibilidad de acompañarla. Una situación a la que respondería el Vinc de toda la vida con una cálida respuesta afirmativa, pero que el actual… De todos modos, el hombre felino intervino antes de que pudiera hacerlo él.
En su estado actual no le fue posible pasarlo por alto, o tomárselo con humor, y lo miró con una ceja enarcada.
- Bueno, señorita Morrigan, parece que ya tiene acompañante-, se limitó a decir, volviendo la mirada otra vez sobre ella. - Un hombre bestia es una escolta a la que pocos guerreros le pueden hacer parangón-, dijo en tono serio.
Aunque sorprendiera que dijera algo bueno en esos momentos, por más serio o duro que lo volviera la maldición, no dejaba de tener la oportunidad de decir la verdad si quería. Y no había mentira en lo que había dicho.
- ¿Si la encontramos? - preguntó, mirando hacia el pescador, y luego volviendo su atención hacia su taza durante unos segundos, antes de darle otro trago al alcohol.
¿Quién había dicho que los acompañaría? Que supiera, él no se había pronunciado al respecto. Pero una idea caminó y tomó forma en su mente.
- Soy un veterano, señorita Morrigan-, comenzó a decir, mirando hacia nadie en concreto, hacia la chimenea del comedor. Se veía hermosa la danza del fuego. - Me gano la vida con esto, y no suelo aceptar encargos sin antes escuchar el tintineo de suficientes monedas que me hagan feliz, y un hombre que pueda vivir un poco más de tiempo gracias a esas monedas-, dijo, y mientras hablaba fue dejando de mirar las llamas para volver a clavar la vista sobre la joven al otro lado de la mesa.
Vinc la miró unos instantes, y luego sonrió divertido con la situación.
- Pero siempre se puede hacer una excepción ¿no? - tomó un corto sorbo de hidromiel. - Y creo que un hombre bestia con un mapa, y un pasaje gratuito en barca, es de esas circunstancias que vuelven lo anormal en posible-, rió y miró hacia el pescador. - Dime. ¿Nos acercarías lo máximo posible a donde crees que existe esa sirena? - le preguntó. -Aunque no sabría decirte que haríamos con la sirena. Supongo que comprobar si es cierto que existe, y nada más-, matizó, pues la realidad es que no tenía ningún plan respecto a ella.
Él sólo aprovecharía para acotar camino por el lago hacia la tierra de los lobos, y después ya vería. Su maldición sacaba a relucir su mero interés por la situación. El resto le daba igual.
- Oh, pues claro. Son buena gente, y si tantas ganas tienen de aventuras, soy el hombre indicado para ayudarlos con esta-, contestó alegre. - Aunque mis años mozos quedaron atrás, así que sólo puedo limitarme a acercarlos lo máximo posible.
- Excelente-, respondió por su parte el brujo. Era todo lo que necesitaba escuchar. - Dendrei, Morrigan, creo que nuestros caminos se juntan-, miró de forma alternativa hacia ellos. - Quizás sea cuestión del destino, o puede que sólo sea fruto de la casualidad. Pronto lo sabremos. Pero este hombre que aquí ven, los acompañará-, alzó su taza de hidromiel en señal de brindis.
Aunque fue un gesto realizado como acto reflejo, más que nada. Un gesto social sin importancia.
- Cenen y resuelvan todos sus asuntos personales. Cuando estéis listos partiremos. Ahora mismo o al alba, me es indiferente, ya no tengo más motivos para permanecer en este pueblo salvo la compañía y pasar el rato-, explicó en el tono un tanto serio que lo caracterizaba ahora. Alejado del Vincent más corriente y mucho más simpático. - Conozco la zona más al noreste. Así que iremos rápido por tierra, en cuanto nuestro amigo pescador nos deje en la orilla después del trayecto en barca, y nos adentremos en ell territorio de los lobos. Aunque con tu mapa, seguro que vamos aún más rápido-, dirigió estas últimas palabras hacia el felino.
Qué fortuna la suya. Mapa y hasta viaje en barca. Sería una coalición provechosa. Algo positivo se podía sacar de la sirena, después de todo.
Offrol
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Siento que hayan tenido que esperar por mi respuesta. Me cuesta mucho escribir desde hace unos meses. Deseo que mi post sea lo suficientemente bueno, y les guste para compensar mi tardanza :s
Espero también que sus personajes no se asusten mucho del mio jajaja. Que después de este post va a parecer un poco bipolar. Y... la verdad es que ahora mismo lo es XDD.
Todo se debe a una maldición que obliga a mi personaje a ser más malvado y serio cada tres post en un tema. Vamos, todo lo contrario al auténtico Vincent :S Para sus desgracias, este es el primer tema que tengo abierto después de la misión del internado.
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Vincent Calhoun
Honorable
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
De repente me sentí abrumada. Me maldecí a mi misma. Maldecí el dulce y ardiente hidromiel y el coraje que me había concedido ¿Qué mosca me había picado?
Mi propuesta fue aceptada rápidamente por ese gallardo hombre bestia, que evidentemente, había estado escuchando la conversación. Sentí mi privacidad algo invadida. Inevitablemente miré al suelo, manteniendo el rubor en las mejillas. El entusiasmo del nuevo integrante de mi desastrosa conversación había llamado la atención de medía posada. Ahora las miradas de todos se dirigían hacia mi posición.
El felino me sacó de mi ensimismamiento y calmó mi nerviosismo. Junto a unas disculpas hacia mi persona, nos enseñó un mapa. Alcé la cabeza y lo examiné con curiosidad.
En cierto modo ese hombre bestia, a pesar de su comportamiento excéntrico, podía serme de utilidad.
En un lapso corto de tiempo apareció el anciano marinero. En un lapso corto de tiempo había bebido mi primer sorbo de aguamiel, desencadenando un momento bochornoso y había acabado haciendo una propuesta poco cautelosa a un total desconocido. Y en un lapso de tiempo aún más corto iba a acceptar tanto la ayuda que nos brindaba el anciano como la compañía del hombre bestia.
-¿Qué es lo que los tiene tan curioso, y que planean hacer si la encuentran?- preguntó el viejo. Casi sonó como una condición a cumplir para poder disponer de su ayuda. ¿Cómo iba a explicarle a ese hombre que a mi me movía la simple curiosidad y el ansia de conocimiento? Antes de que pudiera materializar mis pensamientos en un argumento poco coherente y lleno de tartamudeos, Vincent se adelantó.
De repente el extraño personaje había cambiado. El antes dicharachero hombre que trajo el hidromiel se había tornado taciturno y extremadamente serio. Cortaba el aire con sus palabras y su aura había cambiado por completo. El cambio se produjo antes de que llegara el anciano... Y todos mis instintos gritaban: Peligro.
Para alertar a mi instinto aún más, Vincent, acabo uniéndose a nuestra cruzada. Llevaba mucho rato callada, sobretodo teniendo en cuenta que había sido yo quién había pedido ayuda.
Mantuve mi silencio hasta que el viejo marinero concluyó que nos acompañaría:
- No... No tengo dinero para ninguno de vosotros... Se que a Vincent le es igual el dinero, pero... Puede que haya peligros. ¿Arriesgareis vuestra vida solo... Por una expedición sin motivo concreto?- miré al suelo. Mientras lo decía más alocada me parecía la idea. - Quiero saber que estáis totalmente seguros de venir porque...
- Perdone que la interrumpa señorita- dijo del golpe el anciano.- No deje escapar oportunidades que se le brindan, los tres hemos aceptado. Usted tendrá sus motivos para embarcarse en está aventura, y nosotros los nuestros.- mientras se giraba y pasaba a mí lado me dijo en un susurro acompañado de una sonrisa- Sea algo egoísta y pierda el miedo, si no, no llegará a ningún lado.- se dirigió a la puerta- ¡Nos vemos en mi amarre, que voy a echarme un rato, tanto hidromiel siempre da sueño! Jajjajajaj- rió, alzó la voz por encima del estruendo de la posada para que le oyeramos.- ¡Está al oeste del lago, cuando estéis listos id a despertarme y partiremos!.
El viejo marinero desapareció a través del umbral de la puerta.
Yo no tenía ningún sitio donde hospedarme esa noche. Podía dormir al raso, no hacía mala temperatura. Más adelante tendría que conseguir dinero para poder comer y dormir bajo algún techo.
- Creo... que nos vendría bien descansar a todos hasta el alba- dije recogiendo mis cosas- Iré a... buscar un lugar cómodo en el que echarme- sonreí a Dendrei- B..buenas noches.
La mirada de Vincent y la mía se encontraron por accidente. Una sensación horrible me recorrió la espina dorsal. Esto empezaba a ser demasiado extraño. Supuse que él tendría algo que ver con la magia, porqué, si no, no entendía de donde venía esa sensación. No podía irme de viaje con un personaje como aquel. Le haría una visita esa noche antes de partir. Tenía que hablar en privado con él sin alertar a Dendrei. Si sólo habían sido impresiones mías no quería que afectaran al grupo. Me imaginé la peor de las situaciones: Si era un brujo, y me había reconocido, tendría que olvidarme de las sirenas.
La aventura que se avecinaba me tendría desvelada esa noche. Al salir de la posada el aire era fresco y solo se oía el barullo del interior. Empecé a darle vueltas a mi situación. Sentía que algo malo se avecinaba. No tenía miedo porque sabía defenderme, pero hay cosas de las que uno no se puede defender solo con la fuerza y la habilidad física.
Apoye mi espalda en el tronco de un árbol. Al sentir la naturaleza a mi alrededor empecé a relajarme y a sentir que me pesaban los ojos. La ilusión que tornaba mi pelo en blanco se fue disipando poco a poco y me coloque la capucha. Esperaría ahí, y después le buscaría.
( Off rol: Siento haber tardado en postear y que encima sea algo sencillo el post. Espero que les esté hiendo bien la semana! Como resumen, que Vincent sea un brujo, supone un peligro porque Morrigan huyó de las islas siendo muy pequeña para evitar que la ejecutara. Por tanto ella piensa que podrían reconocerla y intentar matarla.
El pequeño detalle del pelo es justamente para eso, para cambiar su apariencia mediante un hechizo de ilusión y llamar menos la atención con su pelo verde.
Un beso a los dos!)
Mi propuesta fue aceptada rápidamente por ese gallardo hombre bestia, que evidentemente, había estado escuchando la conversación. Sentí mi privacidad algo invadida. Inevitablemente miré al suelo, manteniendo el rubor en las mejillas. El entusiasmo del nuevo integrante de mi desastrosa conversación había llamado la atención de medía posada. Ahora las miradas de todos se dirigían hacia mi posición.
El felino me sacó de mi ensimismamiento y calmó mi nerviosismo. Junto a unas disculpas hacia mi persona, nos enseñó un mapa. Alcé la cabeza y lo examiné con curiosidad.
En cierto modo ese hombre bestia, a pesar de su comportamiento excéntrico, podía serme de utilidad.
En un lapso corto de tiempo apareció el anciano marinero. En un lapso corto de tiempo había bebido mi primer sorbo de aguamiel, desencadenando un momento bochornoso y había acabado haciendo una propuesta poco cautelosa a un total desconocido. Y en un lapso de tiempo aún más corto iba a acceptar tanto la ayuda que nos brindaba el anciano como la compañía del hombre bestia.
-¿Qué es lo que los tiene tan curioso, y que planean hacer si la encuentran?- preguntó el viejo. Casi sonó como una condición a cumplir para poder disponer de su ayuda. ¿Cómo iba a explicarle a ese hombre que a mi me movía la simple curiosidad y el ansia de conocimiento? Antes de que pudiera materializar mis pensamientos en un argumento poco coherente y lleno de tartamudeos, Vincent se adelantó.
De repente el extraño personaje había cambiado. El antes dicharachero hombre que trajo el hidromiel se había tornado taciturno y extremadamente serio. Cortaba el aire con sus palabras y su aura había cambiado por completo. El cambio se produjo antes de que llegara el anciano... Y todos mis instintos gritaban: Peligro.
Para alertar a mi instinto aún más, Vincent, acabo uniéndose a nuestra cruzada. Llevaba mucho rato callada, sobretodo teniendo en cuenta que había sido yo quién había pedido ayuda.
Mantuve mi silencio hasta que el viejo marinero concluyó que nos acompañaría:
- No... No tengo dinero para ninguno de vosotros... Se que a Vincent le es igual el dinero, pero... Puede que haya peligros. ¿Arriesgareis vuestra vida solo... Por una expedición sin motivo concreto?- miré al suelo. Mientras lo decía más alocada me parecía la idea. - Quiero saber que estáis totalmente seguros de venir porque...
- Perdone que la interrumpa señorita- dijo del golpe el anciano.- No deje escapar oportunidades que se le brindan, los tres hemos aceptado. Usted tendrá sus motivos para embarcarse en está aventura, y nosotros los nuestros.- mientras se giraba y pasaba a mí lado me dijo en un susurro acompañado de una sonrisa- Sea algo egoísta y pierda el miedo, si no, no llegará a ningún lado.- se dirigió a la puerta- ¡Nos vemos en mi amarre, que voy a echarme un rato, tanto hidromiel siempre da sueño! Jajjajajaj- rió, alzó la voz por encima del estruendo de la posada para que le oyeramos.- ¡Está al oeste del lago, cuando estéis listos id a despertarme y partiremos!.
El viejo marinero desapareció a través del umbral de la puerta.
Yo no tenía ningún sitio donde hospedarme esa noche. Podía dormir al raso, no hacía mala temperatura. Más adelante tendría que conseguir dinero para poder comer y dormir bajo algún techo.
- Creo... que nos vendría bien descansar a todos hasta el alba- dije recogiendo mis cosas- Iré a... buscar un lugar cómodo en el que echarme- sonreí a Dendrei- B..buenas noches.
La mirada de Vincent y la mía se encontraron por accidente. Una sensación horrible me recorrió la espina dorsal. Esto empezaba a ser demasiado extraño. Supuse que él tendría algo que ver con la magia, porqué, si no, no entendía de donde venía esa sensación. No podía irme de viaje con un personaje como aquel. Le haría una visita esa noche antes de partir. Tenía que hablar en privado con él sin alertar a Dendrei. Si sólo habían sido impresiones mías no quería que afectaran al grupo. Me imaginé la peor de las situaciones: Si era un brujo, y me había reconocido, tendría que olvidarme de las sirenas.
La aventura que se avecinaba me tendría desvelada esa noche. Al salir de la posada el aire era fresco y solo se oía el barullo del interior. Empecé a darle vueltas a mi situación. Sentía que algo malo se avecinaba. No tenía miedo porque sabía defenderme, pero hay cosas de las que uno no se puede defender solo con la fuerza y la habilidad física.
Apoye mi espalda en el tronco de un árbol. Al sentir la naturaleza a mi alrededor empecé a relajarme y a sentir que me pesaban los ojos. La ilusión que tornaba mi pelo en blanco se fue disipando poco a poco y me coloque la capucha. Esperaría ahí, y después le buscaría.
( Off rol: Siento haber tardado en postear y que encima sea algo sencillo el post. Espero que les esté hiendo bien la semana! Como resumen, que Vincent sea un brujo, supone un peligro porque Morrigan huyó de las islas siendo muy pequeña para evitar que la ejecutara. Por tanto ella piensa que podrían reconocerla y intentar matarla.
El pequeño detalle del pelo es justamente para eso, para cambiar su apariencia mediante un hechizo de ilusión y llamar menos la atención con su pelo verde.
Un beso a los dos!)
Invitado
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
Poco después de haber asumido mi error por integrarme de esa forma a la conversación los dos que estaban sentados en la mesa parecían haberse quedado con las palabras e la boca, casi como si ambos encontraran en mi la escusa para dejar de hablar.
La "adulación" que provenía de Vincent, pero hubo algo en ella que me pareció extraño quizá fue el tono, que llegó a sonar sarcástico o tal vez fue demasiado seria, que no terminó de agradarme recibirlo. tras escuchar las respuestas de cada uno que le dirigían al marinero continué hablando yo -Creo que me mueven los mismos motivos que a ustedes, la mera curiosidad de saber si estamos ésta criatura de la que hablamos realmente existe, además a quien no lo mueve la aventura, prefiero estar en esa barca que en una taberna como esta- noté una pequeña mueca en el posadero -Sin ofender, amigo- sonreí, casi como sabiendo que lo que dije estaba mal, fue una pequeña travesura que con gusto realicé.
-El dinero es lo de menos, es más está bolsa se vació gracias a la cantidad de copas insanas que he invitado a estos parroquianos-, sonó un brindis en toda la taberna que hace un momento estaba callada atenta a nuestra conversación, después de ese gesto el barullo de la taberna volvió al de siempre y pudimos seguir hablando.
Vincent parecía estar brindando nuevamente con otro jarra de hidromiel, tras haber hecho una pequeña conclusión de nuestra situación. Esperé que Morrigan terminara de proponer el descanso -Me parece estupendo, necesito descasar nos vemos mañana, y deberías relajarte un poquito más ni Mirla ni yo mordemos, bueno quizá ella sí pero a lo que voy es que puedes confiar en nosotros- Tomé a mirla en brazos dando varias vueltas y la coloqué colgando de mis hombros, le dediqué una sonrisa a la hasta ahora callada y tímida Chica peliblanca -Hasta mañana señor Calhoun de tierras del sur, parece que no le sentaron bien tantas jarras- dije cuando ya estaba en la puerta.
Todavía en el pórtico noté en cambio de ambiente, la temperatura era agradable pero el aire no estaba encerrado como en la taberna, una pequeña brisa soplaba con un pequeño ambiente seco que me recordó a Midgar, a mi familia y a esa mañana donde emprendí viaje. Como ya era costumbre reconociendo horarios fui el primero en salir, el sueño ya se había posado en mis parpados incluso antes de que Morrigan dijese algo sobre el descanso, trepé al árbol más cercano como todo jaguar es innato el descansar en arboles, además el pelaje y mirla evitaban que el frio no me permitiera pernoctar. Me terminé de acomodar dejando a mirla sobre mí, y poco a poco el constante tintineo de copas y el murmullo se fue degradando, casi a punto de quedarme dormido se abrió nuevamente la puerta, entre las hojas de los arboles pude divisar el rostro del marinero que estaba saliendo, seguido de uno de los rostros que alcancé a ver en la taberna y antes de que se llegara a cerrar observé a Morrigan saliendo con un paso extraño que denotaba algo de cansancio, para mi sorpresa se aproximaba directamente a mi -¿acaso querrá decirme algo?- pensé pero una vez llegó a los pies del árbol se sentó –No notó mi presencia- creí que debía decirle algo, ya estaba dispuesto a hacerlo cuando noté un cambio en su ¿pelaje? –no, creo que para ellos es solo pelo- quise asegurarme que no era una ilusión por el sueño me refregué los ojos y terminé por enderezarme, alcancé a verlo bien antes de que se pusiera la capucha, era verde como las hojas de los arboles que son mi cuna casi todas las noches.
El esfuerzo que implicó enderezarme también consiguió desestabilizar mi posición, pocos segundos después que esto pasara terminé de hocico en el suelo produciendo un ruido sordo –agh por mis bigotes, no me caigo de la cama desde que tengo siete- dije sacudiéndome el polvo que se había quedado en mi ropa, el golpe me había hecho espabilar –Mmmm, lo siento. Quería decirte algo pero… - hice un gesto señalando mi cabeza –Me causó sorpresa eso, no es que quisiera espiarte… lo-lo lamento… ¿puedes hacerlo con el mío también?- pregunte emocionado –sería genial ¿haz visto un jaguar con pelo verde?- la idea me logró que mi cola comenzará a moverse.
Mirla que había quedado en el árbol ya que al parecer sus reflejos son mejores que los míos no tardó en llegar a mi lado, y no precisamente de la forma más convencional sino que saltó desde la copa de este para caer en mi cabeza, una carcajada dolorida correspondió su infantilidad –Ey tontita ¿Qué haces? Tenías que saltar desde allá ¿no podías bajar como un gato normal?- la tomé mirándola a los ojos y sentándome –Te pido disculpas nuevamente Morrigan- dije un poco más serio de lo que quería sonar, y por suerte fue así ya que me dio la oportunidad de introducir un tema que me quedó rondando –Notaste algo extraño en el señor Calhoun, al principio estaba como... ¡Wosssh!- dije eso último como una onomatopeya de energía y felicidad, con mis manos subí la comisuras de mi hocico formando una sonrisa felina un poco… extraña para enfatizar –Pero después… ¿tal vez dije algo malo? Que lo hizo cambiar, o tal vez fue demasiado hidromiel. Bueno sea lo que seee-ahhh - Bostecé, pero al acabar moví un poco desconcertado la cabeza -Mm... Ya olvidé que te iba a decir, supongo que no era importante tal ves mañana me puedas convertir en un gato verde, a mirla también debería quedarle bien- Esta última puso una cara de pavor que solo la hace cuando cree que le toca baño –Creo que subiré a mi cama de nuevo, duerme bien, mañana será genial sirenas y gatos verdes-.
La "adulación" que provenía de Vincent, pero hubo algo en ella que me pareció extraño quizá fue el tono, que llegó a sonar sarcástico o tal vez fue demasiado seria, que no terminó de agradarme recibirlo. tras escuchar las respuestas de cada uno que le dirigían al marinero continué hablando yo -Creo que me mueven los mismos motivos que a ustedes, la mera curiosidad de saber si estamos ésta criatura de la que hablamos realmente existe, además a quien no lo mueve la aventura, prefiero estar en esa barca que en una taberna como esta- noté una pequeña mueca en el posadero -Sin ofender, amigo- sonreí, casi como sabiendo que lo que dije estaba mal, fue una pequeña travesura que con gusto realicé.
-El dinero es lo de menos, es más está bolsa se vació gracias a la cantidad de copas insanas que he invitado a estos parroquianos-, sonó un brindis en toda la taberna que hace un momento estaba callada atenta a nuestra conversación, después de ese gesto el barullo de la taberna volvió al de siempre y pudimos seguir hablando.
Vincent parecía estar brindando nuevamente con otro jarra de hidromiel, tras haber hecho una pequeña conclusión de nuestra situación. Esperé que Morrigan terminara de proponer el descanso -Me parece estupendo, necesito descasar nos vemos mañana, y deberías relajarte un poquito más ni Mirla ni yo mordemos, bueno quizá ella sí pero a lo que voy es que puedes confiar en nosotros- Tomé a mirla en brazos dando varias vueltas y la coloqué colgando de mis hombros, le dediqué una sonrisa a la hasta ahora callada y tímida Chica peliblanca -Hasta mañana señor Calhoun de tierras del sur, parece que no le sentaron bien tantas jarras- dije cuando ya estaba en la puerta.
Todavía en el pórtico noté en cambio de ambiente, la temperatura era agradable pero el aire no estaba encerrado como en la taberna, una pequeña brisa soplaba con un pequeño ambiente seco que me recordó a Midgar, a mi familia y a esa mañana donde emprendí viaje. Como ya era costumbre reconociendo horarios fui el primero en salir, el sueño ya se había posado en mis parpados incluso antes de que Morrigan dijese algo sobre el descanso, trepé al árbol más cercano como todo jaguar es innato el descansar en arboles, además el pelaje y mirla evitaban que el frio no me permitiera pernoctar. Me terminé de acomodar dejando a mirla sobre mí, y poco a poco el constante tintineo de copas y el murmullo se fue degradando, casi a punto de quedarme dormido se abrió nuevamente la puerta, entre las hojas de los arboles pude divisar el rostro del marinero que estaba saliendo, seguido de uno de los rostros que alcancé a ver en la taberna y antes de que se llegara a cerrar observé a Morrigan saliendo con un paso extraño que denotaba algo de cansancio, para mi sorpresa se aproximaba directamente a mi -¿acaso querrá decirme algo?- pensé pero una vez llegó a los pies del árbol se sentó –No notó mi presencia- creí que debía decirle algo, ya estaba dispuesto a hacerlo cuando noté un cambio en su ¿pelaje? –no, creo que para ellos es solo pelo- quise asegurarme que no era una ilusión por el sueño me refregué los ojos y terminé por enderezarme, alcancé a verlo bien antes de que se pusiera la capucha, era verde como las hojas de los arboles que son mi cuna casi todas las noches.
El esfuerzo que implicó enderezarme también consiguió desestabilizar mi posición, pocos segundos después que esto pasara terminé de hocico en el suelo produciendo un ruido sordo –agh por mis bigotes, no me caigo de la cama desde que tengo siete- dije sacudiéndome el polvo que se había quedado en mi ropa, el golpe me había hecho espabilar –Mmmm, lo siento. Quería decirte algo pero… - hice un gesto señalando mi cabeza –Me causó sorpresa eso, no es que quisiera espiarte… lo-lo lamento… ¿puedes hacerlo con el mío también?- pregunte emocionado –sería genial ¿haz visto un jaguar con pelo verde?- la idea me logró que mi cola comenzará a moverse.
Mirla que había quedado en el árbol ya que al parecer sus reflejos son mejores que los míos no tardó en llegar a mi lado, y no precisamente de la forma más convencional sino que saltó desde la copa de este para caer en mi cabeza, una carcajada dolorida correspondió su infantilidad –Ey tontita ¿Qué haces? Tenías que saltar desde allá ¿no podías bajar como un gato normal?- la tomé mirándola a los ojos y sentándome –Te pido disculpas nuevamente Morrigan- dije un poco más serio de lo que quería sonar, y por suerte fue así ya que me dio la oportunidad de introducir un tema que me quedó rondando –Notaste algo extraño en el señor Calhoun, al principio estaba como... ¡Wosssh!- dije eso último como una onomatopeya de energía y felicidad, con mis manos subí la comisuras de mi hocico formando una sonrisa felina un poco… extraña para enfatizar –Pero después… ¿tal vez dije algo malo? Que lo hizo cambiar, o tal vez fue demasiado hidromiel. Bueno sea lo que seee-ahhh - Bostecé, pero al acabar moví un poco desconcertado la cabeza -Mm... Ya olvidé que te iba a decir, supongo que no era importante tal ves mañana me puedas convertir en un gato verde, a mirla también debería quedarle bien- Esta última puso una cara de pavor que solo la hace cuando cree que le toca baño –Creo que subiré a mi cama de nuevo, duerme bien, mañana será genial sirenas y gatos verdes-.
Dendrei
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Demonios. La maldición había hecho de las suyas una vez más desde que se aferrase a su cuerpo como una lapa, y le había hecho perder el control de su personalidad por unos instantes. Había sido más tosco de lo que solía ser habitual en él.
Por fortuna la conversación no se descontroló, y su actitud quedó solapada gracias a que esas personas no lo conocían. Cualquier conocido se hubiera dado cuenta de su actitud cambiada, pero para la gente de ese pueblo, y los forasteros con los que hablaba, no dejaba de ser el talante propio de un hombre corriente.
Pocas personas tenían el saber estar del brujo. La amabilidad no era algo tan extendido como se pudiera imaginar, y más allá de los dueños de tabernas y establecimientos donde no hubiera más remedio que tratar bien al cliente, la gente no solía ser muy experta en el trato hacia el resto de personas. Por intentar decirlo de la manera más cortés posible, ya que para ser amable no había que ser especialmente ducho en la materia, bastaba con serlo.
Para tener una pizca de amabilidad sólo había que desear añadirla al caldero. Sólo había que desear serlo. Así de simple.
Por supuesto, había pueblos como aquel en el que se encontraba, que pese a estar lejos de grandes urbes, no se cerraban a los visitantes. Y siempre era agradable tropezarse con gente así. Pero en fin, lo importante es que tanto el hombre bestia como la chica no le dieron importancia a sus formas. Lo consideraron un mercenario que podía servirles para sus planes. Alguien que pudiera ayudarles a salir bien parados durante el trayecto, y cómo ese detalle parecía cumplirlo, no se molestaron porque fuera más o menos simpático.
- No, no me importa el dinero. Y seguro que el peligro no será excesivo-, comentó, retomando la conversación después de pensar en su anterior fría actitud. - Sólo echaremos un vistazo, mientras prosigo mi camino hacia el interior del territorio de los lobos. Será divertido, ya verá-, respondió, dibujando una sonrisa, y recuperando su habitual desparpajo.
No tenía motivos para pensar que sería un viaje peligro. La verdad, no creía que hubiera ninguna sirena. Para él sólo era un cuento que se habían engrandecido hasta convertirse en una historia real para aquellos pueblerinos, pero que distaba de la verdadera realidad.
Alguien confundiría una chica hermosa con una sirena, quizás una bruja, y a partir de había se había creado ese falso rumor.
- Me parece bien. Es mejor que partamos descansados. Nos veremos en este comedor al alba. Podremos desayunar algo antes de partir-, le dijo a la joven, marcando una nueva sonrisa en el rostro.
- Bien dicho, con el estómago lleno se viaja mucho mejor-, comentó el barquero.
- No le queda duda-, contestó, antes de romper a reír.
Una broma parecía ser un buen preludio para retomar el ambiente alegre que reinaba en la taberna, antes de haber caído en las redes del mal que se hacía hueco en su mano y en su alma. Más cruzó una mirada con la joven Morrigan, que resultó ser de lo más extraña. No sabría decir con exactitud por qué se había sentido así, pero era innegable que la chica se había alterado un poco, después de entrecruzar miradas por última vez.
De todos modos no comentó nada, y dejó que la chica partiera. Aunque por evidentes razones, que la joven se fuera no acabó con el misterio. Era inevitable preguntarse por qué Morrigan se había… ¿asustado? Tampoco sabría si ese era el adjetivo correcto, pero no podía negar que había sido un cruce de miradas de lo más singular.
- Hasta mañana, Dendrei-, respondió al hombre bestia, que también se marchaba. - El hidromiel se me habrá subido a la cabeza. Un motivo más para irnos al amanecer, y no esta misma noche-, mintió.
Su rareza era por el problema que tenía en la mano desde su batalla en el internado, no obstante, no era algo que fuera apropiado sacar a la luz. Ese problema sería mejor llevarlo en secreto.
- Espero no haberte molestado, ni a tu amigable compañera Mirla-, se despidió de ambos.
Esa maldición iba a ser un jodido problema. Parecía que a ninguno de los dos lo había molestado su repentina frialdad, pero era evidente que el felino sí se había dado cuenta del cambio. Tenía que controlar ese mal en cuanto pudiera. Debía ir a ver a Níniel en cuanto cumpliera su labor en el Este.
En fin. El daño ya estaba hecho, y por desgracia lo acompañaría durante bastante tiempo. Era una pesadilla hecha realidad, de la que no lograría despertarse con facilidad.
El brujo suspiró resignado en ese momento, y se terminó lo que le quedaba de hidromiel antes de levantarse.
- ¿Se encuentra bien amigo? - preguntó el hombre ques les llevaría por el lago.
- Oh, sí. Sólo es cansancio. Me temo que es hora de descansar-, sonrió. - Nos vemos mañana por la mañana.
El hombre se carcajeó como respuesta.
- Entiendo-, siguió riendo. - El hidromiel de estas tierras pega con fuerza. Mañana será un nuevo día-, se despidió del brujo, alzando su jarra.
Vincent no se giró para contestarle, simplemente alzó la mano por encima del hombro estando de espaldas, a modo de amistosa despedida, y se encaminó hacia la salida.
En cuanto atravesó el umbral de la entrada a la taberna, le recibió una brisa agradable, que estaba seguro que se convertiría en una noche más fría según pasase el tiempo. Una de esas noches que eran perfectas para pasear. Algo que le gustaba hacer mucho cuando estaba en casa. Nada como un paseo, tumbarse junto a un árbol y leer un poco, para al final regresar al hogar a descansar.
Era un deleite. Un deleite si estuviera de humor para realizar dicho paseo, pues la maldición que pesaba sobre él lo desanimaba profundamente. Cuando el mal no estaba haciendo de las suyas, cambiando su carácter, tenía que vivir con los problemas que le hubiera ocasionado, cómo había pasado hacía un momento.
Era desalentador. Tanto que en ese momento sólo quería echarse un rato y despertarse por la mañana con nuevas energía.
Por esa razón no se lo pensó mucho, y se encaminó hacia el hostal cercano a la taberna, donde había alquilado una habitación antes de ir a cenar y tomar unos tragos. Es más, tan cerca estaba de la posada, que no le llevó más que unos pasos alcanzar la puerta de entrada al edificio destinado al descanso de viajeros.
Era de madera, y no muy grande, ya que no era un pueblo con una gran afluencia de personas. Pero a él eso le importaba poco. Tenía una habitación con cama, y eso era lo único que le interesaba en esos momentos. Una cama parecía el paraíso ahora mismo. La cura de todos sus males. Caer rendido sobre ella era su único pensamiento, mientras lo acompañaba la soledad, y el sonido de sus botas sobre los tablones que conformaban las escaleras hacia el piso superior
Por fortuna la conversación no se descontroló, y su actitud quedó solapada gracias a que esas personas no lo conocían. Cualquier conocido se hubiera dado cuenta de su actitud cambiada, pero para la gente de ese pueblo, y los forasteros con los que hablaba, no dejaba de ser el talante propio de un hombre corriente.
Pocas personas tenían el saber estar del brujo. La amabilidad no era algo tan extendido como se pudiera imaginar, y más allá de los dueños de tabernas y establecimientos donde no hubiera más remedio que tratar bien al cliente, la gente no solía ser muy experta en el trato hacia el resto de personas. Por intentar decirlo de la manera más cortés posible, ya que para ser amable no había que ser especialmente ducho en la materia, bastaba con serlo.
Para tener una pizca de amabilidad sólo había que desear añadirla al caldero. Sólo había que desear serlo. Así de simple.
Por supuesto, había pueblos como aquel en el que se encontraba, que pese a estar lejos de grandes urbes, no se cerraban a los visitantes. Y siempre era agradable tropezarse con gente así. Pero en fin, lo importante es que tanto el hombre bestia como la chica no le dieron importancia a sus formas. Lo consideraron un mercenario que podía servirles para sus planes. Alguien que pudiera ayudarles a salir bien parados durante el trayecto, y cómo ese detalle parecía cumplirlo, no se molestaron porque fuera más o menos simpático.
- No, no me importa el dinero. Y seguro que el peligro no será excesivo-, comentó, retomando la conversación después de pensar en su anterior fría actitud. - Sólo echaremos un vistazo, mientras prosigo mi camino hacia el interior del territorio de los lobos. Será divertido, ya verá-, respondió, dibujando una sonrisa, y recuperando su habitual desparpajo.
No tenía motivos para pensar que sería un viaje peligro. La verdad, no creía que hubiera ninguna sirena. Para él sólo era un cuento que se habían engrandecido hasta convertirse en una historia real para aquellos pueblerinos, pero que distaba de la verdadera realidad.
Alguien confundiría una chica hermosa con una sirena, quizás una bruja, y a partir de había se había creado ese falso rumor.
- Me parece bien. Es mejor que partamos descansados. Nos veremos en este comedor al alba. Podremos desayunar algo antes de partir-, le dijo a la joven, marcando una nueva sonrisa en el rostro.
- Bien dicho, con el estómago lleno se viaja mucho mejor-, comentó el barquero.
- No le queda duda-, contestó, antes de romper a reír.
Una broma parecía ser un buen preludio para retomar el ambiente alegre que reinaba en la taberna, antes de haber caído en las redes del mal que se hacía hueco en su mano y en su alma. Más cruzó una mirada con la joven Morrigan, que resultó ser de lo más extraña. No sabría decir con exactitud por qué se había sentido así, pero era innegable que la chica se había alterado un poco, después de entrecruzar miradas por última vez.
De todos modos no comentó nada, y dejó que la chica partiera. Aunque por evidentes razones, que la joven se fuera no acabó con el misterio. Era inevitable preguntarse por qué Morrigan se había… ¿asustado? Tampoco sabría si ese era el adjetivo correcto, pero no podía negar que había sido un cruce de miradas de lo más singular.
- Hasta mañana, Dendrei-, respondió al hombre bestia, que también se marchaba. - El hidromiel se me habrá subido a la cabeza. Un motivo más para irnos al amanecer, y no esta misma noche-, mintió.
Su rareza era por el problema que tenía en la mano desde su batalla en el internado, no obstante, no era algo que fuera apropiado sacar a la luz. Ese problema sería mejor llevarlo en secreto.
- Espero no haberte molestado, ni a tu amigable compañera Mirla-, se despidió de ambos.
Esa maldición iba a ser un jodido problema. Parecía que a ninguno de los dos lo había molestado su repentina frialdad, pero era evidente que el felino sí se había dado cuenta del cambio. Tenía que controlar ese mal en cuanto pudiera. Debía ir a ver a Níniel en cuanto cumpliera su labor en el Este.
En fin. El daño ya estaba hecho, y por desgracia lo acompañaría durante bastante tiempo. Era una pesadilla hecha realidad, de la que no lograría despertarse con facilidad.
El brujo suspiró resignado en ese momento, y se terminó lo que le quedaba de hidromiel antes de levantarse.
- ¿Se encuentra bien amigo? - preguntó el hombre ques les llevaría por el lago.
- Oh, sí. Sólo es cansancio. Me temo que es hora de descansar-, sonrió. - Nos vemos mañana por la mañana.
El hombre se carcajeó como respuesta.
- Entiendo-, siguió riendo. - El hidromiel de estas tierras pega con fuerza. Mañana será un nuevo día-, se despidió del brujo, alzando su jarra.
Vincent no se giró para contestarle, simplemente alzó la mano por encima del hombro estando de espaldas, a modo de amistosa despedida, y se encaminó hacia la salida.
En cuanto atravesó el umbral de la entrada a la taberna, le recibió una brisa agradable, que estaba seguro que se convertiría en una noche más fría según pasase el tiempo. Una de esas noches que eran perfectas para pasear. Algo que le gustaba hacer mucho cuando estaba en casa. Nada como un paseo, tumbarse junto a un árbol y leer un poco, para al final regresar al hogar a descansar.
Era un deleite. Un deleite si estuviera de humor para realizar dicho paseo, pues la maldición que pesaba sobre él lo desanimaba profundamente. Cuando el mal no estaba haciendo de las suyas, cambiando su carácter, tenía que vivir con los problemas que le hubiera ocasionado, cómo había pasado hacía un momento.
Era desalentador. Tanto que en ese momento sólo quería echarse un rato y despertarse por la mañana con nuevas energía.
Por esa razón no se lo pensó mucho, y se encaminó hacia el hostal cercano a la taberna, donde había alquilado una habitación antes de ir a cenar y tomar unos tragos. Es más, tan cerca estaba de la posada, que no le llevó más que unos pasos alcanzar la puerta de entrada al edificio destinado al descanso de viajeros.
Era de madera, y no muy grande, ya que no era un pueblo con una gran afluencia de personas. Pero a él eso le importaba poco. Tenía una habitación con cama, y eso era lo único que le interesaba en esos momentos. Una cama parecía el paraíso ahora mismo. La cura de todos sus males. Caer rendido sobre ella era su único pensamiento, mientras lo acompañaba la soledad, y el sonido de sus botas sobre los tablones que conformaban las escaleras hacia el piso superior
Vincent Calhoun
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Off: Como quedamos nwn, revivamos este tema y saquemos a Vinc del apestoso pueblo \òwó/
Atravesaba un poco usual arrebato de mal humor, un día se enojó con un cliente de Tom que le hizo una broma de mal gusto, hizo un mohín y salió por la puerta para no volver. Fue muy literal, porque como siempre, terminó perdida y llegando a las ya conocidas, cercanías del pantano misterioso. Los licántropos de Ulmer poseían cierto sentido salvaje que le era difícil de comprender por la criada, tampoco se mezclaba con ellos porque eran reacios a admitir foráneos. Además, sus estilos de vida eran diametralmente opuestos. Sólo los usuales de Tom se dignaban a dirigirle la palabra y, aunque en la mayoría de los casos fuese para mantener un mínimo de conversación políticamente correcta, el otro tanto parecía decidido a, como ella lo veía “molestarla hasta que el enojo le saliera por los ojos”.
Llevaba dos días parando en la hostal de un pequeño pueblo que encontró por suerte y casualidad. El Señor, su Dios, apretaba la mano pero no quitaba la soga. Ella sabía que su total falta de sentido de dirección era un castigo y también una forma de expiar sus males. El problema con el que realmente se estaba enfrentando era, en efecto, uno de sus propios vicios, defectos… el orgullo. Pretendía salir de ese pueblo ese mismo día a como diera lugar. Tom tendría que estar echándola de menos y ese buen hombre no se merecía el feo que ella le había hecho. Algunas veces le era difícil mantener su propio temperamento a raya y vivir en un poblado tan apartado y distinto de las grandes ciudades a la que estaba acostumbrada, le jugaba una mala pasada a sus nervios. - Esto es una prueba a mi carácter. Respira Nuria, serás más profesional cuando domines tus avatares- se dijo a sí misma, viéndose obligada a volver al pueblo cuando se dio cuenta que, una vez más, no podía hallar el camino de regreso.
El posadero sonrió al verla regresar, la joven se estaba convirtiendo en una fuente de ingresos diaria. Nuria le pasó una moneda sin decir nada, estaba totalmente abatida, en su rostro podía leerse con claridad todo lo que estaba pasando por su mente. Recibió una llave acompañada de las palabras “La usual, que tenga buenas noches” asintió y comenzó a caminar por el pasillo. Cuando estuvo segura que nadie le estaba viendo, comenzó a revolverse el pelo con violencia y dar pasos fuertes. Sabía que no estaba siendo una buena cristiana, tenía que aceptar su destino con resignación, ella debía estar en ese pueblo porque era una señal. Le dio un golpe a la puerta que no estaba totalmente cerrada y comenzó a desvestirse, tirando la ropa con fuerza al suelo. No fue hasta que se había quedado con su ropa íntima, cuando se dio cuenta que habían pertenencias que no eran de ella.
Comenzó a mirar la habitación con detenimiento - Hm mmm… vaya, es la primera vez que ocurre algo así- se dijo, sintiendo que se le aflojaban las piernas por la vergüenza que sentía de sí misma. Observó unos momentos más el cuarto, era, exactamente igual al de ella, se asomó a la ventana y efectivamente, comprobó que el árbol frondoso que tanto apreciaba desde su propia pieza, estaba en otra perspectiva. Suspiró y comenzó a levantar su ropa. Si sus cálculos no estaban errados, estaba en el aposento contiguo. Ya era tarde… en esa ala del hostal no habían muchas personas “Podría echarme una carrera sin que nadie me vea” pensó para sí, la idea sonaba cada vez más coherente a medida que pasaba el tiempo. Así que, vestida con lo mínimo suficiente y con el resto de su ropa en brazos abrió la puerta y se lanzó al pasillo sólo para ser pescada infraganti. Su grito de sorpresa fue agudo y largo, probablemente había alertado a todo el piso, si no a gran parte del establecimiento.
Llevaba dos días parando en la hostal de un pequeño pueblo que encontró por suerte y casualidad. El Señor, su Dios, apretaba la mano pero no quitaba la soga. Ella sabía que su total falta de sentido de dirección era un castigo y también una forma de expiar sus males. El problema con el que realmente se estaba enfrentando era, en efecto, uno de sus propios vicios, defectos… el orgullo. Pretendía salir de ese pueblo ese mismo día a como diera lugar. Tom tendría que estar echándola de menos y ese buen hombre no se merecía el feo que ella le había hecho. Algunas veces le era difícil mantener su propio temperamento a raya y vivir en un poblado tan apartado y distinto de las grandes ciudades a la que estaba acostumbrada, le jugaba una mala pasada a sus nervios. - Esto es una prueba a mi carácter. Respira Nuria, serás más profesional cuando domines tus avatares- se dijo a sí misma, viéndose obligada a volver al pueblo cuando se dio cuenta que, una vez más, no podía hallar el camino de regreso.
El posadero sonrió al verla regresar, la joven se estaba convirtiendo en una fuente de ingresos diaria. Nuria le pasó una moneda sin decir nada, estaba totalmente abatida, en su rostro podía leerse con claridad todo lo que estaba pasando por su mente. Recibió una llave acompañada de las palabras “La usual, que tenga buenas noches” asintió y comenzó a caminar por el pasillo. Cuando estuvo segura que nadie le estaba viendo, comenzó a revolverse el pelo con violencia y dar pasos fuertes. Sabía que no estaba siendo una buena cristiana, tenía que aceptar su destino con resignación, ella debía estar en ese pueblo porque era una señal. Le dio un golpe a la puerta que no estaba totalmente cerrada y comenzó a desvestirse, tirando la ropa con fuerza al suelo. No fue hasta que se había quedado con su ropa íntima, cuando se dio cuenta que habían pertenencias que no eran de ella.
Comenzó a mirar la habitación con detenimiento - Hm mmm… vaya, es la primera vez que ocurre algo así- se dijo, sintiendo que se le aflojaban las piernas por la vergüenza que sentía de sí misma. Observó unos momentos más el cuarto, era, exactamente igual al de ella, se asomó a la ventana y efectivamente, comprobó que el árbol frondoso que tanto apreciaba desde su propia pieza, estaba en otra perspectiva. Suspiró y comenzó a levantar su ropa. Si sus cálculos no estaban errados, estaba en el aposento contiguo. Ya era tarde… en esa ala del hostal no habían muchas personas “Podría echarme una carrera sin que nadie me vea” pensó para sí, la idea sonaba cada vez más coherente a medida que pasaba el tiempo. Así que, vestida con lo mínimo suficiente y con el resto de su ropa en brazos abrió la puerta y se lanzó al pasillo sólo para ser pescada infraganti. Su grito de sorpresa fue agudo y largo, probablemente había alertado a todo el piso, si no a gran parte del establecimiento.
Nuria
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
Sentía como si su cuerpo pesara veinte kilos extra, por no decir que sentía que pesara el doble. Y aunque por unos instantes, fuera divertido jugar en su cabeza con la idea de que esta circunstancia se debía a una cena demasiado copiosa, la realidad debía imponerse a su sarcástica mente. No, la cena no tenía nada que ver con su estado, e incluso se atrevería decir que tampoco era por culpa del cansancio, o mejor dicho, que su pesadez no se debía exclusivamente a este motivo, pues no podía negar que en esos momentos la fatiga hacía mella en él.
No, no podía mentirse. Nunca había sido bueno mintiéndose a sí mismo, y debía admitir que ese peso que cargaba de más, se debía a una razón menos cotidiana. Aunque la palabra exacta debería ser corriente, ya que el verdadero problema es que una situación normal para cualquiera, como era un enfado o molestia ocasional, en su caso se volvía demasiado cotidiano y constante por la maldición que anidaba en su mano diestra; llegando incluso al extremo, ya mucho menos común, de cambiarle por completo la personalidad.
Su actual situación personal era una auténtica mierda, y sus cambios de carácter inundaban su pecho con inevitable angustia en cuánto cuando retomaba el control de su personalidad y de sus acciones. Cada toque del pincel del Vincent que no era, sobre las texturas del Vincent que había dibujado a lo largo de su vida, era como una puñalada en el pecho de su alma. He aquí, en este instante, cuando puedo decir que por fuerte que sea un hombre o una mujer, había ciertas cosas que hacían mella en su coraza. Nadie era de piedra, y él no era diferente al resto de los mortales en ese aspecto.
No saber cuándo volvería a cambiar de personalidad le afectaba, pese a que lo disimulara bastante bien. Siempre había sido bueno escondiendo sus verdaderas emociones, y más importante aún, sus pensamientos e intenciones. Una característica fruto de una infancia y juventud en la academia de magia, rodeado de amigos, compañeros y competidores por igual. Así era la educación en las islas, competitiva en extremo, a veces demasiado. En cualquier caso, infancias a parte, era imposible esconder, disimular, o conseguir el perdón por todos los desastres que por accidente iba ocasionando a su paso, y por ende, era tan difícil no angustiarse por ello como ocultar dicha angustia.
Fuera como fuese, su fatiga era tan real como el suelo que pisaba, y como el sonido de las pisadas que resonaron a su espalda. Un brujo mercenario podría estar cansado pero nunca dejaba de estar alerta, era lo primero que se aprendía en ese oficio, pues de otro modo no se vivía lo suficiente para ser la excepción del dicho.
Vincent se giró con rapidez, al tiempo que su mente se despejaba gracias a la inyección de adrenalina provocada por la alarma. En teoría no debía temer nada en aquel hostal, más nunca había que descartar cualquier lugar como peligroso, así pues, la mano del brujo se afianzó en la empuñadura de su espada con firmeza al tiempo que se volvía para observar el origen del ruido.
El acero no llegó a salir de su vaina, por más listo que estuviera para relucir en aquel mundano pasillo, ya que por esta vez no fue necesaria su intervención, que en tantas ocasiones salvara su vida en el pasado. En cambio, su mente pasó rápidamente de la alerta y las acciones necesarias ante un posible combate, a la extrañeza. No era para menos, la visión que contempló ante sus ojos, nada más girarse, fue tan inesperada como el grito que sucedió al cruce de miradas entre el hombre y la mujer. Aunque la verdad, entre usted y yo, a toro pasado Vincent no sabía porque no había esperado ese grito antes de suceder, ya que no podía ser más adecuado ante la situación en la que se encontraban.
- Por todos los dioses, señora, señorita, o lo que sea, cúbrase-, consiguió articular palabra, a la vez que hacía un movimiento con su mano menos hábil con la espada, para colocarla delante de sus ojos y taparse la visión de la fémina, y aflojaba la presión de su mano diestra sobre la empuñadura de su arma. - Es tarde, lo sé, pero no creo que ir desnuda por los pasillos sea buena idea.
Dijo esto último girando el rostro, y mirando hacia la madera de la pared, a la vez que daba un paso lateral para alejarse un poco de la dama. Pasada la primera impresión, la alerta por los pasos, y el susto por el posterior y repentino grito, Vinc había llegado a la conclusión que taparse la mirada con la mano era bien estúpido, y por ende, debía parecerlo.
Sería tarde, esa chica estaba loca por ir desnuda por ahí, pero aún así nuestro buen brujo prefería no parecer un tonto del copón.
El rubio ya no temía por su seguridad, no creía que esa joven quisiera hacerle daño por la reacción que esta había tenido, gritando y avergonzándose, más nunca era de más ser precavido. La razón para alejarse un paso de ella había sido una acción nacida de su prudencia, y no de su vergüenza. Con mayor distancia entre ellos, a la joven le sería más difícil atacarle si decidía hacerlo, pues sus pasos delatarían su intento de aproximación, y así corría menos peligro en el hipotético caso de que fuera una trampa.
- Imagino que esta situación debe tener una explicación, y no se lo va a creer, pero me gustaría escuchar esa historia-, rió, mostrándose distendido y amable, pero en todo momento manteniendo la vista alejada de la fémina. - Siempre y cuando sea una historia que pueda ser contada y escuchada-, dijo con una sonrisa dibujada en los labios, socarrón, pero con un tono amable que descartaba burla alguna hacia la mujer.
No, no podía mentirse. Nunca había sido bueno mintiéndose a sí mismo, y debía admitir que ese peso que cargaba de más, se debía a una razón menos cotidiana. Aunque la palabra exacta debería ser corriente, ya que el verdadero problema es que una situación normal para cualquiera, como era un enfado o molestia ocasional, en su caso se volvía demasiado cotidiano y constante por la maldición que anidaba en su mano diestra; llegando incluso al extremo, ya mucho menos común, de cambiarle por completo la personalidad.
Su actual situación personal era una auténtica mierda, y sus cambios de carácter inundaban su pecho con inevitable angustia en cuánto cuando retomaba el control de su personalidad y de sus acciones. Cada toque del pincel del Vincent que no era, sobre las texturas del Vincent que había dibujado a lo largo de su vida, era como una puñalada en el pecho de su alma. He aquí, en este instante, cuando puedo decir que por fuerte que sea un hombre o una mujer, había ciertas cosas que hacían mella en su coraza. Nadie era de piedra, y él no era diferente al resto de los mortales en ese aspecto.
No saber cuándo volvería a cambiar de personalidad le afectaba, pese a que lo disimulara bastante bien. Siempre había sido bueno escondiendo sus verdaderas emociones, y más importante aún, sus pensamientos e intenciones. Una característica fruto de una infancia y juventud en la academia de magia, rodeado de amigos, compañeros y competidores por igual. Así era la educación en las islas, competitiva en extremo, a veces demasiado. En cualquier caso, infancias a parte, era imposible esconder, disimular, o conseguir el perdón por todos los desastres que por accidente iba ocasionando a su paso, y por ende, era tan difícil no angustiarse por ello como ocultar dicha angustia.
Fuera como fuese, su fatiga era tan real como el suelo que pisaba, y como el sonido de las pisadas que resonaron a su espalda. Un brujo mercenario podría estar cansado pero nunca dejaba de estar alerta, era lo primero que se aprendía en ese oficio, pues de otro modo no se vivía lo suficiente para ser la excepción del dicho.
Vincent se giró con rapidez, al tiempo que su mente se despejaba gracias a la inyección de adrenalina provocada por la alarma. En teoría no debía temer nada en aquel hostal, más nunca había que descartar cualquier lugar como peligroso, así pues, la mano del brujo se afianzó en la empuñadura de su espada con firmeza al tiempo que se volvía para observar el origen del ruido.
El acero no llegó a salir de su vaina, por más listo que estuviera para relucir en aquel mundano pasillo, ya que por esta vez no fue necesaria su intervención, que en tantas ocasiones salvara su vida en el pasado. En cambio, su mente pasó rápidamente de la alerta y las acciones necesarias ante un posible combate, a la extrañeza. No era para menos, la visión que contempló ante sus ojos, nada más girarse, fue tan inesperada como el grito que sucedió al cruce de miradas entre el hombre y la mujer. Aunque la verdad, entre usted y yo, a toro pasado Vincent no sabía porque no había esperado ese grito antes de suceder, ya que no podía ser más adecuado ante la situación en la que se encontraban.
- Por todos los dioses, señora, señorita, o lo que sea, cúbrase-, consiguió articular palabra, a la vez que hacía un movimiento con su mano menos hábil con la espada, para colocarla delante de sus ojos y taparse la visión de la fémina, y aflojaba la presión de su mano diestra sobre la empuñadura de su arma. - Es tarde, lo sé, pero no creo que ir desnuda por los pasillos sea buena idea.
Dijo esto último girando el rostro, y mirando hacia la madera de la pared, a la vez que daba un paso lateral para alejarse un poco de la dama. Pasada la primera impresión, la alerta por los pasos, y el susto por el posterior y repentino grito, Vinc había llegado a la conclusión que taparse la mirada con la mano era bien estúpido, y por ende, debía parecerlo.
Sería tarde, esa chica estaba loca por ir desnuda por ahí, pero aún así nuestro buen brujo prefería no parecer un tonto del copón.
El rubio ya no temía por su seguridad, no creía que esa joven quisiera hacerle daño por la reacción que esta había tenido, gritando y avergonzándose, más nunca era de más ser precavido. La razón para alejarse un paso de ella había sido una acción nacida de su prudencia, y no de su vergüenza. Con mayor distancia entre ellos, a la joven le sería más difícil atacarle si decidía hacerlo, pues sus pasos delatarían su intento de aproximación, y así corría menos peligro en el hipotético caso de que fuera una trampa.
- Imagino que esta situación debe tener una explicación, y no se lo va a creer, pero me gustaría escuchar esa historia-, rió, mostrándose distendido y amable, pero en todo momento manteniendo la vista alejada de la fémina. - Siempre y cuando sea una historia que pueda ser contada y escuchada-, dijo con una sonrisa dibujada en los labios, socarrón, pero con un tono amable que descartaba burla alguna hacia la mujer.
Vincent Calhoun
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
La voz masculina y profunda denotaba madurez, Nuria abrió los ojos tímidamente, nerviosa y sin saber qué esperar. Frente a ella estaba un guerrero, un hombre que tenía que doblarle en edad, sus ojos estaban cubiertos, dándole el beneficio de mantener cierta modestia que la humana agradecía. Ella por su parte, se giró para darle la espalda y se puso rápidamente su vestido, tanto apuro tenía que la maniobra sencilla le tomó varios intentos fallidos. La joven intentaba disculparse de distintas formas al tiempo que buscaba cubrirse, pero no logró más que hacer sonidos que poblaban el espacio entre ambos. Su mente había dejado de procesar cuando pasó el tercer - hmm mmm- y varios - lo…s..- entre una infinidad de sonidos que más parecían los quejidos de pequeños roedores a una expresión coherente y humana.
Apretó el corsé entre sus manos y recogió las botas que había dejado en el suelo para echarse el vestido encima. La usualmente pálida joven, estaba al menos dos tonos más clara en la frente y tan colorada en las mejillas y el cuello, que sentía ardor. Se aclaró la garganta, hubiera querido salir corriendo, pero estaban casi en la puerta de su habitación; no llegaría muy lejos. La pared que separaba una habitación de otra, de pronto le parecía extremadamente delgada y pobre. Algo que no resistiría el embate de alguien tan grande como ese señor rubio, en caso de que no fuese tan gentil como estaba demostrando serlo. Nuria se obligó a respirar con tranquilidad varias veces, hasta que controló su arrebato. Entonces se alisó un poco la falda y se aclaró la garganta.
-Puede usted girarse, creo que estoy un poco más… presentable- su voz había iniciado en un hilo, pero poco a poco tomó más fuerza. -Lamento mucho este terrible inconveniente… como usted insinúa, hay una explicación…- así como su voz había subido varios octavos, de la misma forma bajaba hasta convertirse en poco más que un susurro. La joven estaba visiblemente concentrada en una mota de suciedad en la pared, como si fuese lo más interesante que hubiera visto en mucho tiempo. Puso un dedo sobre la forma y comenzó a jugar con ella, como si fuese una niña a la que habían reprendido porque había actuado mal. - ¿Asumo que esta habitación es suya?- preguntó escondiendo levemente su rostro, mientras señalaba el cuarto desde donde había salido.
- El caso es que me he equivocado de habitación… pensé en regresar así como estaba vestida, ya que esta otra es la mía- le miró, buscando sus ojos y algo de la misma comprensión que había visto anteriormente. -No había visto a nadie en esta ala, por lo que me apresuré a suponer...- iba tan rápido que las palabras eran poco menos que incomprensibles. - ¡Sólo quiero irme de aquí! Pero no encuentro una salida de este pantano del mal. Es como si algo me retuviera aquí…- Se encogió de hombros, pero sentía que el hombre no era exactamente tan amable como le había parecido al principio, o podía estar siendo paranoica. Dio un paso atrás y puso su llave en la cerradura, sólo por si acaso.
Apretó el corsé entre sus manos y recogió las botas que había dejado en el suelo para echarse el vestido encima. La usualmente pálida joven, estaba al menos dos tonos más clara en la frente y tan colorada en las mejillas y el cuello, que sentía ardor. Se aclaró la garganta, hubiera querido salir corriendo, pero estaban casi en la puerta de su habitación; no llegaría muy lejos. La pared que separaba una habitación de otra, de pronto le parecía extremadamente delgada y pobre. Algo que no resistiría el embate de alguien tan grande como ese señor rubio, en caso de que no fuese tan gentil como estaba demostrando serlo. Nuria se obligó a respirar con tranquilidad varias veces, hasta que controló su arrebato. Entonces se alisó un poco la falda y se aclaró la garganta.
-Puede usted girarse, creo que estoy un poco más… presentable- su voz había iniciado en un hilo, pero poco a poco tomó más fuerza. -Lamento mucho este terrible inconveniente… como usted insinúa, hay una explicación…- así como su voz había subido varios octavos, de la misma forma bajaba hasta convertirse en poco más que un susurro. La joven estaba visiblemente concentrada en una mota de suciedad en la pared, como si fuese lo más interesante que hubiera visto en mucho tiempo. Puso un dedo sobre la forma y comenzó a jugar con ella, como si fuese una niña a la que habían reprendido porque había actuado mal. - ¿Asumo que esta habitación es suya?- preguntó escondiendo levemente su rostro, mientras señalaba el cuarto desde donde había salido.
- El caso es que me he equivocado de habitación… pensé en regresar así como estaba vestida, ya que esta otra es la mía- le miró, buscando sus ojos y algo de la misma comprensión que había visto anteriormente. -No había visto a nadie en esta ala, por lo que me apresuré a suponer...- iba tan rápido que las palabras eran poco menos que incomprensibles. - ¡Sólo quiero irme de aquí! Pero no encuentro una salida de este pantano del mal. Es como si algo me retuviera aquí…- Se encogió de hombros, pero sentía que el hombre no era exactamente tan amable como le había parecido al principio, o podía estar siendo paranoica. Dio un paso atrás y puso su llave en la cerradura, sólo por si acaso.
Nuria
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Re: Vientos del Este {Libre} {2/4}
Una chica sola por los pasillos de un hostal no era nada del otro mundo, mucho menos una situación que se pudiera considerar extraña, ni siquiera en una noche tan avanzada como aquella. Poco importaba que fuese tan tarde, era del todo normal que una persona abandonara su cuarto en cualquier momento del día o la noche, pero que esa persona fuese en pelotas en un pasillo común para todos los clientes de la posada… Eso ya era harina de otro costal.
¡Eso no se veía todos los días! O noches, como era en este caso.
En cualquier caso, el brujo, después de ver a la mujer por primera vez, escuchar su grito, y de recibir el profundo impacto de la sorpresa acompañada con la confusión, que le supuso encontrarse en medio de aquella escena que bien parecía sacada de alguna comedia, se mostró decoroso con la joven. Hizo todo lo que estuvo en su mano para no ver ningún trazo del níveo cuerpo de la fémina, y en ese preciso instante, mientras pensaba sobre ello, no era capaz de entender el por qué.
Los dioses le habían puesto una hermosa visión en bandeja de plata… y él había rechazado verla.
A veces no era capaz de entenderse. Un acto tan estúpido sólo podía achacarse al cansancio, o quizás a un toque de inspiración, ya que la joven no tardó en dirigirle la palabra. Eso le hizo replantearse si de verdad era un imbécil, o si por contra era un genio. Teniendo en cuenta que estaba juzgándose a sí mismo, estaba claro que se trataba de un genio, ¿no creen?
Al fin y al cabo, la autoestima era un bien preciado, y el “bueno” de Vincent no pensaba desembarazarse de ella tan fácilmente. Hacía falta mucho más que un momento de estupidez para sentirse un idiota, menos aún cuando el destino había querido que su acción no fuera tan tonta.
- ¿Ya puedo girarme? - respondió a la joven, echando la vista por encima de su hombro para comprobar que era cierto. Lástima. - No, esa habitación no es mía. La mía está al final del pasillo-, confesó sin importancia, encogiéndose de hombros. - La verdad es que no importa. A lo hecho, pecho, no es así-, comentó amistoso, y dibujando una media sonrisa en el rostro, al mismo tiempo que se escoraba contra la madera de la pared, y apoyaba su hombro y su costado contra ella. - Seguro que existe una explicación de lo más simple, pero a estas alturas poco importa, y si me permite ser sincero, diría que antes estaba mucho más presentable. Tiene un bonito cuerpo que no debe temer lucir-, dijo como si tal cosa, en un tono que se podría calificar de broma, y ensanchando la sonrisa que mostraba en su rostro.
¿Era broma? La verdad es que no. Pero tampoco había que ponerse demasiado rudo y no ser educado sin razón aparente, y menos aún con una chica guapa. Que no se dijera que Vincent Calhoun no era un caballero.
- Ah entiendo. A veces pasan estas cosas. De repente te metes en un cuarto y resulta que no es el tuyo. Para cuando te das cuenta ya estás desnudo, y decides que “cobarde el último”. Una cosa lleva a la otra y aquí nos encontramos, ¿no es así? - comentó alegre, y esta vez en un verdadero tono de broma. - Bueno, como dije antes. No importa. Ya pasó y no voy a alarmarme por ver una chica… ya sabe. Tengo demasiados años para alarmarme por tal cosa-, se volvió a encoger de hombros, a la vez que se alejaba de la pared para dejar de apoyarse en ella.
Por un fugaz instante recordó la esbelta figura de Níniel, tan bella que dejaba al más frío de los hombres henchido de pasión con tan solo contemplarla. La cuestión es que pensar en su amada le hizo pensar en su maldición. ¿Su actual actitud se debía ella? No, seguro que no. Si solo bromeaba con la chica, y no llegaría más lejos que eso. Más el placer de reírse un poco y divertirse con la situación vivida instantes atrás, no se la quitaría nadie
Si parte de esa diversión era a costa de la chica…, pues bueno, había cosas peores en la vida. Lo que no te mataba te hacía más fuerte, y un desliz con la ropa no mataba a nadie.
- No se moleste con este viejo mercenario, pero hay que ponerle un poco de picante a la vida y divertirse un poco, ¿no le parece? -, se excusó malamente, pero de todos modos se quitó el guante de su mano izquierda y alargó el brazo para estrecharle la mano. Si ella lo encontraba oportuno, claro estaba. - Vincent Calhoun, para servirla-, comentó sonriente, sin bajar el brazo.
En otra época para servirla a conciencia, pero ahora hombre de una sola mujer del pueblo élfico, podría haber añadido, más creyó más oportuno no hacerlo. Ya había bromeado más que suficiente por esa noche, y estaba cansado. Era momento de retirarse a descansar.
Eso sí, después de preguntarle por las circunstancias que atrapaban a la mujer en aquel lugar. Debía ser franco, le había picado la curiosidad.
- ¿Y por qué no puede irse de aquí? ¿No es tan simple como desandar el camino que la trajo hasta aquí? -, comentó sin ánimo de ofender, aunque tampoco es que le importara que lo hiciera. - Bah, qué demonios, unas personas deseaban también seguir su camino fuera de este pueblo, y lo cierto es que yo también partiré pronto de este sitio, así que me ofrecí a ayudarles. Por un módico precio, claro está-, consideró pertinente decirlo, pues él no trabajaba gratis, pese a que en parte lo estuviera haciendo con esta gente. - El caso es que el precio es un mapa que tenía el hombre bestia, me vendrá bien ir con ellos para cruzar el pantano en menos tiempo, y a cambio tendrán la seguridad de un mercenario tan cabronazo como bueno haciendo su trabajo. Uno más o menos en la expedición…-, se encogió de hombros por tercera y última vez. - Si quiere venirse con nosotros, nos encontraremos a primera luz del día en la taberna de al lado, desayunaremos algo, y nos pondremos en marcha.
Dicho esto, giró sobre sus talones, y comenzó a caminar en la dirección de su habitación alquilada.
- Recuerde, a primera luz del día-, dijo tajante, mientras se marchaba. Sin voltearse, y sin dedicarle mirarla alguna, despidiéndose moviendo la mano diestra a la altura de su cabeza, justo por encima del hombro.
Dos mujeres, un hombre bestia, y un brujo. Debía de ser el comienzo de la nueva comedia burlesca en Lunargenta. Mandaba huevos, cómo acaba metido en esas cosas.
Ah sí, por no pedir un precio más alto por sus servicios. Eso era. Se lo apuntaría mentalmente para la próxima ocasión.
El Vincent molestón, con mala sangre, y tan pícaro como él solo podría ser, regresó. No se enfaden con el pobre, es sólo un incomprendido, en el fondo es buena gente (?)
¡Eso no se veía todos los días! O noches, como era en este caso.
En cualquier caso, el brujo, después de ver a la mujer por primera vez, escuchar su grito, y de recibir el profundo impacto de la sorpresa acompañada con la confusión, que le supuso encontrarse en medio de aquella escena que bien parecía sacada de alguna comedia, se mostró decoroso con la joven. Hizo todo lo que estuvo en su mano para no ver ningún trazo del níveo cuerpo de la fémina, y en ese preciso instante, mientras pensaba sobre ello, no era capaz de entender el por qué.
Los dioses le habían puesto una hermosa visión en bandeja de plata… y él había rechazado verla.
A veces no era capaz de entenderse. Un acto tan estúpido sólo podía achacarse al cansancio, o quizás a un toque de inspiración, ya que la joven no tardó en dirigirle la palabra. Eso le hizo replantearse si de verdad era un imbécil, o si por contra era un genio. Teniendo en cuenta que estaba juzgándose a sí mismo, estaba claro que se trataba de un genio, ¿no creen?
Al fin y al cabo, la autoestima era un bien preciado, y el “bueno” de Vincent no pensaba desembarazarse de ella tan fácilmente. Hacía falta mucho más que un momento de estupidez para sentirse un idiota, menos aún cuando el destino había querido que su acción no fuera tan tonta.
- ¿Ya puedo girarme? - respondió a la joven, echando la vista por encima de su hombro para comprobar que era cierto. Lástima. - No, esa habitación no es mía. La mía está al final del pasillo-, confesó sin importancia, encogiéndose de hombros. - La verdad es que no importa. A lo hecho, pecho, no es así-, comentó amistoso, y dibujando una media sonrisa en el rostro, al mismo tiempo que se escoraba contra la madera de la pared, y apoyaba su hombro y su costado contra ella. - Seguro que existe una explicación de lo más simple, pero a estas alturas poco importa, y si me permite ser sincero, diría que antes estaba mucho más presentable. Tiene un bonito cuerpo que no debe temer lucir-, dijo como si tal cosa, en un tono que se podría calificar de broma, y ensanchando la sonrisa que mostraba en su rostro.
¿Era broma? La verdad es que no. Pero tampoco había que ponerse demasiado rudo y no ser educado sin razón aparente, y menos aún con una chica guapa. Que no se dijera que Vincent Calhoun no era un caballero.
- Ah entiendo. A veces pasan estas cosas. De repente te metes en un cuarto y resulta que no es el tuyo. Para cuando te das cuenta ya estás desnudo, y decides que “cobarde el último”. Una cosa lleva a la otra y aquí nos encontramos, ¿no es así? - comentó alegre, y esta vez en un verdadero tono de broma. - Bueno, como dije antes. No importa. Ya pasó y no voy a alarmarme por ver una chica… ya sabe. Tengo demasiados años para alarmarme por tal cosa-, se volvió a encoger de hombros, a la vez que se alejaba de la pared para dejar de apoyarse en ella.
Por un fugaz instante recordó la esbelta figura de Níniel, tan bella que dejaba al más frío de los hombres henchido de pasión con tan solo contemplarla. La cuestión es que pensar en su amada le hizo pensar en su maldición. ¿Su actual actitud se debía ella? No, seguro que no. Si solo bromeaba con la chica, y no llegaría más lejos que eso. Más el placer de reírse un poco y divertirse con la situación vivida instantes atrás, no se la quitaría nadie
Si parte de esa diversión era a costa de la chica…, pues bueno, había cosas peores en la vida. Lo que no te mataba te hacía más fuerte, y un desliz con la ropa no mataba a nadie.
- No se moleste con este viejo mercenario, pero hay que ponerle un poco de picante a la vida y divertirse un poco, ¿no le parece? -, se excusó malamente, pero de todos modos se quitó el guante de su mano izquierda y alargó el brazo para estrecharle la mano. Si ella lo encontraba oportuno, claro estaba. - Vincent Calhoun, para servirla-, comentó sonriente, sin bajar el brazo.
En otra época para servirla a conciencia, pero ahora hombre de una sola mujer del pueblo élfico, podría haber añadido, más creyó más oportuno no hacerlo. Ya había bromeado más que suficiente por esa noche, y estaba cansado. Era momento de retirarse a descansar.
Eso sí, después de preguntarle por las circunstancias que atrapaban a la mujer en aquel lugar. Debía ser franco, le había picado la curiosidad.
- ¿Y por qué no puede irse de aquí? ¿No es tan simple como desandar el camino que la trajo hasta aquí? -, comentó sin ánimo de ofender, aunque tampoco es que le importara que lo hiciera. - Bah, qué demonios, unas personas deseaban también seguir su camino fuera de este pueblo, y lo cierto es que yo también partiré pronto de este sitio, así que me ofrecí a ayudarles. Por un módico precio, claro está-, consideró pertinente decirlo, pues él no trabajaba gratis, pese a que en parte lo estuviera haciendo con esta gente. - El caso es que el precio es un mapa que tenía el hombre bestia, me vendrá bien ir con ellos para cruzar el pantano en menos tiempo, y a cambio tendrán la seguridad de un mercenario tan cabronazo como bueno haciendo su trabajo. Uno más o menos en la expedición…-, se encogió de hombros por tercera y última vez. - Si quiere venirse con nosotros, nos encontraremos a primera luz del día en la taberna de al lado, desayunaremos algo, y nos pondremos en marcha.
Dicho esto, giró sobre sus talones, y comenzó a caminar en la dirección de su habitación alquilada.
- Recuerde, a primera luz del día-, dijo tajante, mientras se marchaba. Sin voltearse, y sin dedicarle mirarla alguna, despidiéndose moviendo la mano diestra a la altura de su cabeza, justo por encima del hombro.
Dos mujeres, un hombre bestia, y un brujo. Debía de ser el comienzo de la nueva comedia burlesca en Lunargenta. Mandaba huevos, cómo acaba metido en esas cosas.
Ah sí, por no pedir un precio más alto por sus servicios. Eso era. Se lo apuntaría mentalmente para la próxima ocasión.
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El Vincent molestón, con mala sangre, y tan pícaro como él solo podría ser, regresó. No se enfaden con el pobre, es sólo un incomprendido, en el fondo es buena gente (?)
Vincent Calhoun
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