Ecos del pasado [Mastereado]
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Ecos del pasado [Mastereado]
Miró con recelo la oscuridad de las nubes sobre sus cabezas, aunque desde que había amanecido el cielo no parecía decidirse sobre si descargar su furia o continuar expectante. La humana se arrebujó el chal azul que cubría sus hombros mientras clavaba los ojos en la nuca de Tarek. Era evidente que el elfo tenía prisa por llegar. Desde que habían dejado Eiroás atrás, se encargaba de recordarle a Iori la diferencia de alturas entre ambos. Sus zancadas eran ridículamente largas y ella tenía que acelerar el doble sus movimientos para poder seguirlo sin alejarse.
Suspiró moviendo la cabeza mientras volvía a fijar la vista en la superficie del mar. Se alzaba y lamía con cada movimiento la fina arena que cubría la basta extensión de playa que se afanaban por cruzar. Aunque hacía tres días desde que habían dejado atrás la aldea, ante aquel paisaje se sentía muy lejos de su hogar. Nada interfería con el sonido de las olas, y es que escasas habían sido las conversaciones entre su compañero y ella esos días. No se le ocurría una pareja más antagónica que ellos dos. Y aunque las ganas de matarlo que había sentido tan vívidas durante la aventura de Isla Tortuga se habían apaciguado en ella, era consciente de que el elfo no opinaba de la misma manera.
Únicamente toleraba su presencia debido a que, por algún motivo, la necesitaba.
Se giró para observar sobre el hombro un instante la silueta añorada de su hogar. Había regresado hacía una semana, y, de nuevo, sus pasos la arrastraban lejos del único lugar que anhelaba su corazón. Había descubierto la belleza en el amanecer tranquilo de una mañana en el campo gracias a dormir sobre el húmedo suelo de los bosques en sus viajes. Apreciaba más el poder llenarse de comida caliente el estómago, tras aburrirse de masticar carne seca durante semanas. Lo que le había parecido anodino a fuerza de costumbre, su vida en el campo, ahora se presentaba ante ella con la luz de aquello que es lo más deseable en el mundo.
Y volvía a alejarse de aquel lugar, por culpa de él. Centró la vista al frente mientras se fijaba en los movimientos precisos del elfo avanzando. Apretó los dientes, calculando mentalmente lo bien que cuadraría su mano si le daba una buena colleja en el cuello descubierto de Tarek, justo allí en donde terminaba su cabello. Sonrió de forma maliciosa imaginándose cómo hubiera encajado allí su palma, y desechó la idea antes de que esta se convirtiese en una tentación demasiado grande. - ¿Cuál es el plan de ruta? - inquirió sin hacer esfuerzos en ponerse a su lado. Le parecía bien que él caminase por delante, guiando el camino. - Vamos a la Playa de los Ancestros - respondió sin mirarla.
La Playa de los Ancestros. Iori hizo memoria de los mapas que había tenido ocasión de mirar. Recordaba el que había guardado con tanto cuidado, el que Nousis le había regalado en Lunargenta, y que había dejado en su habitación en la aldea. Si no estaba equivocada, se trataba de la costa más grande de todo el continente, en territorio de Sandorai. Pero, ¿por qué allí? - ¿Ese es el destino final? - inquirió.
- Si - guardó silencio un momento y siguió avanzando sin mirar atrás. Tuvo a bien añadir unas cuantas palabras - Hay un santuario allí... ellos nos darán respuestas - Pero en lugar de aclarar, cada contestación que le daba generaba más dudas en Iori. - ¿Ellos? - preguntó de nuevo. Entonces Tarek giró la cabeza, para regalarle una sórdida mirada enarcando ligeramente una ceja. - ¿A quien creías que íbamos a preguntárselo? ¿A una piedra? Solo los muertos conocen la respuesta a determinadas preguntas -
Muertos. Vale, aquello tenía que admitir que no se lo esperaba.
La humana se sobresaltó y se concentró en seguir avanzando para no quedarse atrás después de aquella respuesta. - ¿En serio? ¿Muertos? - aquello sonaba irreal. - Pensaba que habría algún tipo de sacerdotes allí... - se justificó intentando ver desde un punto lógico aquello que desconocía. El Ojosverdes se detuvo por completo entonces, y Iori estuvo a punto de tropezar contra él. La miró con una cara que decía "pobre aldeana ignorante", y aquel gesto la hizo apretar las manos con fuerza, intentando contener su molestia por la provocación - Pues claro que hay sacerdotisas. Cómo si no íbamos a... Déjalo. Lo verás cuando lleguemos - siguió caminando y murmuró algo para si. Pero Iori comprendió. O creyó hacerlo, dos de las palabras. Ignorancia y humanos.
No habían vuelto a compartir nada ese primer día, excepto el camino y la comida. Observó por el rabillo del ojo como Tarek comía, sin quejarse, los restos del asado que había preparado como parte de las provisiones para el viaje. Sabía que nunca le diría que estaba bueno, pero verlo masticar le dejaba claro que su comida satisfacía el paladar de tan insulso elfo. Dejaron a un lado las posadas del camino que se encontraron, dado que él se empeñó en encontrar cobijo y descanso en los duros suelos del bosque. Se resignó a reposar su cuerpo contra el incómodo terreno y así pasó el primer día.
A la mañana siguiente recogieron las señales que podían revelar su pernocta a cualquier ojo experto, y continuaron la marcha cruzando los campos sembrados en primavera para la cosecha que se esperaba aquel año. Según se acercaban a la zona rocosa de la costa, las aldehuelas y campesinos que se encontraban se iban reduciendo. Fue tras refrescar la cara en un pequeño arroyo cuando la humana atacó.
- Ese santuario del que hablas... ¿Qué esperas que haga yo allí? - inquirió mientras cruzaban un sembrado. Tarek pareció por un momento perdido en sus recuerdos y ella lo miró con curiosidad. No le apuró en su respuesta, y se encontraba mirando el vuelo de un par de cigüeñas cuando se escuchó de nuevo su voz. - Hay que entregar voluntariamente algo para poder escuchar sus voces. Tú tenías las cosas de Eithelen -
Si aquella era la condición, Iori hubiera preferido simplemente dárselo todo sin más, y que fuese Tarek el que realizase el camino hacia el santuario de los muertos parlantes. Asumió que de alguna forma, sería necesaria la intencionalidad con la que se presentaban los objetos, y que esa era la razón detrás de su petición. No estaba segura del motivo, pero sí estaba segura de que él nunca le hubiera pedido acompañarlo de no haber sido absolutamente necesario. - El anillo ya lo tienes, y si precisabas también este pedazo de capa no era necesario que yo te acompañara. - musitó caminando detrás de él.
- Por desgracia sí lo es - murmuró para si - Las cosas no son tan sencillas cuando hay fuerzas de la naturaleza implicadas - añadió más alto para que ella lo escuchase. - Y ese santuario, ¿Está muy concurrido? Imagino que entre los tuyos serán muchos los que acudan a hablar con los muertos - No aflojó el paso para contestar. - No tienes de qué preocuparte. Dudo que nos crucemos con nadie en esas tierras - tras unos instantes, añadió - Hablar con los muertos es arriesgado. Uno no siempre obtiene las respuestas que busca - pareció pensativo de nuevo.
- Recuerdo que Ayl me había dicho que era mejor que evitase entrar en tierras de Sandorai...- apuntó pensativa sabiendo que estaban cerca de la frontera. - ¿Cuál es tu opinión? - Se paró y se giró hacia ella. Señaló en dirección al Noroeste - Si te acercases a menos de doscientos metros de la frontera caerías muerta antes de saber siquiera que alguien había blandido su arma contra ti. Los Ojosverdes no quieren humanos en su territorio. Los elfos más al norte quizás fuesen algo más permisivos - retomó la marcha dándole la espalda. - La playa es parte de nuestro mundo, pero queda fuera de esos perímetros -
La humana se había detenido cuando él lo había hecho, impactada por la potencia de sus palabras. Los Ojosverdes: el clan de Tarek. Parpadeó y se lanzó a la carrera, para acortar rápido los metros que él le había sacado de ventaja. - ¿Por qué? Quiero decir... he escuchado en nuestros viajes sobre los Ojosverdes. Tú perteneces a ese grupo de elfos ¿me equivoco? Pero Eithelen no era de ese clan... - habló intentando colocar en el sitio correcto la información que había ido cayendo a cuenta gotas durante los viajes. - ¿Qué hace que ese grupo sea tan...? - dejó la pregunta en el aire.
Se frenó de nuevo en seco tras las palabras de la chica y la miró con intensidad. Iori se detuvo a su vez, y se contuvo para evitar dar un par de pasos hacia atrás. Súbitamente sintió que precisaba espacio, marcar distancia con él. Notaba el furor que recorría las venas de Tarek con solo mirarlo frente a ella. - No pronuncies su nombre - siseó. Tras unos instantes apartó la vista y siguió andando. Cuando estuvo algo más calmado, contestó a sus preguntas - Ahora son mi clan. Gracias a tu gente, los Inglorien dejaron de existir. Ellos fueron los únicos que entendieron... lo que eso significó para mí. Al contrario que el resto de elfos - se notaba la acritud en su voz - Ellos siempre han sido fieles a los ideales de nuestra raza. Los únicos que todavía protegen el bosque de la destrucción que provocan los aserraderos y comerciantes de Vulwufar.-
Nota mental: evitar conversación que tenga que ver con Eithelen en el futuro. Se retrasó un poco voluntariamente, dejando que la distancia entre ambos se incrementase mientras terminaban de dejar aquellos campos atrás. Eithelen lo había sido todo para él, y tras su desaparición, los Ojosverdes se habían convertido en el único hogar que había conocido. Frunció el ceño, sorprendida por la intensidad de sus sentimientos.
El guerrero elfo había muerto en principio hacía unos 25 años, y sin embargo, los sentimientos por él en Tarek estaban vivos y activos, de una forma que rozaba lo irracional. Iori no era capaz de entenderlo. Pero tenía que respetarlo. - Lo siento - musitó bajito, pero sabiendo que la había escuchado. Siguieron caminando el resto del día en silencio.
La línea de playa era absurdamente gigante. Se mantenían pegados al límite de los acantilados y su vista no había alcanzado todavía a ver en dónde se encontraba el final. Las nubes de tormenta que los habían acechado todo el día se habían terminando deshaciendo, para gran alegría de Iori. Con el atardecer rojizo proporcionando las últimas luces del día, habían decidido pasar la noche en un pequeño recodo rocoso que los podría proteger durante las horas de sueño.
Iori había comido un poco de la carne asada que les quedaba, ligeramente templada al calor del fuego con unos pedazos de pan. A pesar de la gran caminata del día no tenía un hambre voraz, y lo hizo más por disciplina personal que por ganas. Tenía los pies, descalzos, hundidos en la fina arena blanca, ahora fría según se acercaba la noche, y con su dedo dibujaba líneas aleatorias en la lisa superficie que tenía delante. Entre los trazos, repitió de manera mecánica uno que la llevaba acompañando desde hacía mucho tiempo.
Desde aquel día en la aldea abandonada de Mittenwald. En dónde se peleó por primera vez con Tarek. Y en dónde aquella inscripción extraña lo había dejado sin habla.
Los trazos que había memorizado del mohoso muro de la casa derruida, y que había distinguido entre las filigranas del tatuaje que cubría parte de la piel del elfo. Justo encima de su corazón. Aquello significaba algo que era superior al control que el Ojosverdes era capaz de tener sobre si mismo. En cuanto Tarek se había percatado de lo que ella escribía, apretó la mandíbula tenso. Iori notó su cambio de actitud de inmediato y fijó los ojos en él, al otro lado de la pequeña hoguera. Lo conocía lo suficiente como para saber que estaba intentando controlar la furia que sentía. Hizo un verdadero esfuerzo pero, tras unos instantes, sin poder soportarlo más, se levantó. - Voy a... Da igual - decidió que cualquier escusa sería absurda, así que se giró y se dirigió hacia la línea del mar, cerca de dónde rompían las olas.
Lo observó un rato, en la lejanía, y al calor del fuego, por primera vez atisbó a entender un poco el enorme conflicto personal con el que convivía Tarek cada día. Notó como algo en su interior se inclinaba por pura compasión a sentir simpatía por su drama personal. Pero duró poco. En cuanto se dio cuenta se levantó como un resorte. No podía concederle aquel tipo de debilidad a alguien que posponía el abrirle la garganta únicamente por el hecho de que la precisaba para hablar con los muertos.
Se acercó cruzando la distancia que los separaba sin hacer ruido, y se detuvo a unos metros de él. - Si me lo explicases, lo podría comprender. No quería molestarte pero, aunque no sé lo que significa, es lo único que me demuestra que entre tú y Mittenwald hay una conexión - nunca se había escuchado hablar con tanta delicadeza dirigiéndose a él, y el tono usado la sorprendió incluso a ella.
Como sorprendido pareció él al escucharla hablar a su espalda. Se giró parcialmente y la miró brevemente de reojo. Tardó en responder, un tiempo en el que lo único que se escuchó en la playa era el sonido del mar - Me importa más bien poco que lo entiendas o no - se notaba que todavía seguía tenso - Pero si no respondo a tus preguntas te marcharás. Así que aquí estoy, a punto de decirte algo a ti, una humana, que no le he dicho ni a mi propia gente - guardó silencio de nuevo durante unos instantes, hasta que, tras un suspiro resignado se obligó a hablar - Como ya te dije, es una lengua ancestral, diferente al élfico común. Nadie sabe por qué, pero nuestro clan era el único que podía hablarla - se toca la mejilla izquierda - Y grabarla. No son palabras comunes y no deben escribirse en vano. Por eso sé que el mensaje de aquella pared era verdad, aunque careciese de sentido... Supongo que quieres saber qué es lo que significan esas runas que transcribes incesantemente. -
Se había convencido de que le daba igual. Se había recordado muchas veces que, para ella, todo lo élfico podía irse al infierno. Pero ahora, hablando allí con él, notó un coletazo de anticipación ardiendo en el centro de su pecho. Quería saberlo todo. Y aunque Tarek dijese tener miedo de que ella decidiese marcharse, dejándolo sólo a él, en aquel instante la que tuvo miedo a perderlo fue ella. Guardó silencio dejando que sus ojos respondieran afirmativamente a la pregunta. Sentía que si abría la boca para hablar de nuevo él acabaría con todo.
Cerró un momento los ojos sopesando lo que iba a hacer. Se agachó sobre la arena húmeda de la orilla y escribió, por primera vez, aquellas palabras con su propia mano. A Iori le pareció hermosa la forma en la que la mano del elfo trazaba las gráciles líneas, aunque su cuerpo estuviese en tensión. - Estelüine - fue traduciendo las palabras según las marcaba en la arena - Hija de Eithelen y Aila - guardó de nuevo silencio mientras el mar barría sus pies y borraba parcialmente las palabras - Es... era una fórmula habitual para dar la bienvenida a los nuevos hijos del clan - con el dedo tachó la última palabra, apenas visible tras el paso del mar - Aila no es un nombre élfico. -
- Es humano - susurró entonces Iori. Ella lo sabía.
Cuando Tarek señaló las líneas que ponían "Eithelen", supo que ese era el significado de lo que ella había estado escribiendo en bucle. La palabra tatuada sobre su corazón en el pecho del elfo. Pero escuchar el siguiente nombre desconectó su cerebro, haciendo que sintiese como una extraña neblina ocupaba su mente. Miraba a Tarek sin verlo, mientras sus recuerdos viajaban meses atrás, al encuentro en la posada de Lunargenta de aquella pareja tan rara. Recordaba que se le habían echado encima al grito de Aila, y que Iori había tenido que insistir para convencerlos de que esa mujer y ella no eran la misma persona.
Trastabilló. La arena se movió bajo sus pies y la derribó, haciéndola caer al suelo. No notó el impacto del cuerpo mientras sus pupilas desenfocadas observaban el cielo oscurecido en lo alto. El elfo seguía ensimismado en sus pensamientos cuando notó como ella caía sentada a su lado. Se levantó con calma y miró el oscuro mar ante ellos - Como te dije, los muertos a veces dan respuestas que no queremos escuchar - Sus palabras se abrieron paso parcialmente hasta Iori, cuya mente se debatía en la dicotomía de paralizarse o comenzar a explotar. La dejó allí sentada y volvió hasta el pequeño fuego.
No fue capaz de contabilizar el tiempo. No fue tampoco capaz de moverse. La humana se mantuvo estática, sentada en la orilla mientras intentaba que el frío de la noche que mordía su piel, funcionase como otras veces. Distrayéndola de pensamientos que no estaba dispuesta a afrontar.
Suspiró moviendo la cabeza mientras volvía a fijar la vista en la superficie del mar. Se alzaba y lamía con cada movimiento la fina arena que cubría la basta extensión de playa que se afanaban por cruzar. Aunque hacía tres días desde que habían dejado atrás la aldea, ante aquel paisaje se sentía muy lejos de su hogar. Nada interfería con el sonido de las olas, y es que escasas habían sido las conversaciones entre su compañero y ella esos días. No se le ocurría una pareja más antagónica que ellos dos. Y aunque las ganas de matarlo que había sentido tan vívidas durante la aventura de Isla Tortuga se habían apaciguado en ella, era consciente de que el elfo no opinaba de la misma manera.
Únicamente toleraba su presencia debido a que, por algún motivo, la necesitaba.
[ ~ Primer día ~ ]
Se giró para observar sobre el hombro un instante la silueta añorada de su hogar. Había regresado hacía una semana, y, de nuevo, sus pasos la arrastraban lejos del único lugar que anhelaba su corazón. Había descubierto la belleza en el amanecer tranquilo de una mañana en el campo gracias a dormir sobre el húmedo suelo de los bosques en sus viajes. Apreciaba más el poder llenarse de comida caliente el estómago, tras aburrirse de masticar carne seca durante semanas. Lo que le había parecido anodino a fuerza de costumbre, su vida en el campo, ahora se presentaba ante ella con la luz de aquello que es lo más deseable en el mundo.
Y volvía a alejarse de aquel lugar, por culpa de él. Centró la vista al frente mientras se fijaba en los movimientos precisos del elfo avanzando. Apretó los dientes, calculando mentalmente lo bien que cuadraría su mano si le daba una buena colleja en el cuello descubierto de Tarek, justo allí en donde terminaba su cabello. Sonrió de forma maliciosa imaginándose cómo hubiera encajado allí su palma, y desechó la idea antes de que esta se convirtiese en una tentación demasiado grande. - ¿Cuál es el plan de ruta? - inquirió sin hacer esfuerzos en ponerse a su lado. Le parecía bien que él caminase por delante, guiando el camino. - Vamos a la Playa de los Ancestros - respondió sin mirarla.
La Playa de los Ancestros. Iori hizo memoria de los mapas que había tenido ocasión de mirar. Recordaba el que había guardado con tanto cuidado, el que Nousis le había regalado en Lunargenta, y que había dejado en su habitación en la aldea. Si no estaba equivocada, se trataba de la costa más grande de todo el continente, en territorio de Sandorai. Pero, ¿por qué allí? - ¿Ese es el destino final? - inquirió.
- Si - guardó silencio un momento y siguió avanzando sin mirar atrás. Tuvo a bien añadir unas cuantas palabras - Hay un santuario allí... ellos nos darán respuestas - Pero en lugar de aclarar, cada contestación que le daba generaba más dudas en Iori. - ¿Ellos? - preguntó de nuevo. Entonces Tarek giró la cabeza, para regalarle una sórdida mirada enarcando ligeramente una ceja. - ¿A quien creías que íbamos a preguntárselo? ¿A una piedra? Solo los muertos conocen la respuesta a determinadas preguntas -
Muertos. Vale, aquello tenía que admitir que no se lo esperaba.
La humana se sobresaltó y se concentró en seguir avanzando para no quedarse atrás después de aquella respuesta. - ¿En serio? ¿Muertos? - aquello sonaba irreal. - Pensaba que habría algún tipo de sacerdotes allí... - se justificó intentando ver desde un punto lógico aquello que desconocía. El Ojosverdes se detuvo por completo entonces, y Iori estuvo a punto de tropezar contra él. La miró con una cara que decía "pobre aldeana ignorante", y aquel gesto la hizo apretar las manos con fuerza, intentando contener su molestia por la provocación - Pues claro que hay sacerdotisas. Cómo si no íbamos a... Déjalo. Lo verás cuando lleguemos - siguió caminando y murmuró algo para si. Pero Iori comprendió. O creyó hacerlo, dos de las palabras. Ignorancia y humanos.
[...]
No habían vuelto a compartir nada ese primer día, excepto el camino y la comida. Observó por el rabillo del ojo como Tarek comía, sin quejarse, los restos del asado que había preparado como parte de las provisiones para el viaje. Sabía que nunca le diría que estaba bueno, pero verlo masticar le dejaba claro que su comida satisfacía el paladar de tan insulso elfo. Dejaron a un lado las posadas del camino que se encontraron, dado que él se empeñó en encontrar cobijo y descanso en los duros suelos del bosque. Se resignó a reposar su cuerpo contra el incómodo terreno y así pasó el primer día.
[ ~ Segundo día ~ ]
A la mañana siguiente recogieron las señales que podían revelar su pernocta a cualquier ojo experto, y continuaron la marcha cruzando los campos sembrados en primavera para la cosecha que se esperaba aquel año. Según se acercaban a la zona rocosa de la costa, las aldehuelas y campesinos que se encontraban se iban reduciendo. Fue tras refrescar la cara en un pequeño arroyo cuando la humana atacó.
- Ese santuario del que hablas... ¿Qué esperas que haga yo allí? - inquirió mientras cruzaban un sembrado. Tarek pareció por un momento perdido en sus recuerdos y ella lo miró con curiosidad. No le apuró en su respuesta, y se encontraba mirando el vuelo de un par de cigüeñas cuando se escuchó de nuevo su voz. - Hay que entregar voluntariamente algo para poder escuchar sus voces. Tú tenías las cosas de Eithelen -
Si aquella era la condición, Iori hubiera preferido simplemente dárselo todo sin más, y que fuese Tarek el que realizase el camino hacia el santuario de los muertos parlantes. Asumió que de alguna forma, sería necesaria la intencionalidad con la que se presentaban los objetos, y que esa era la razón detrás de su petición. No estaba segura del motivo, pero sí estaba segura de que él nunca le hubiera pedido acompañarlo de no haber sido absolutamente necesario. - El anillo ya lo tienes, y si precisabas también este pedazo de capa no era necesario que yo te acompañara. - musitó caminando detrás de él.
- Por desgracia sí lo es - murmuró para si - Las cosas no son tan sencillas cuando hay fuerzas de la naturaleza implicadas - añadió más alto para que ella lo escuchase. - Y ese santuario, ¿Está muy concurrido? Imagino que entre los tuyos serán muchos los que acudan a hablar con los muertos - No aflojó el paso para contestar. - No tienes de qué preocuparte. Dudo que nos crucemos con nadie en esas tierras - tras unos instantes, añadió - Hablar con los muertos es arriesgado. Uno no siempre obtiene las respuestas que busca - pareció pensativo de nuevo.
- Recuerdo que Ayl me había dicho que era mejor que evitase entrar en tierras de Sandorai...- apuntó pensativa sabiendo que estaban cerca de la frontera. - ¿Cuál es tu opinión? - Se paró y se giró hacia ella. Señaló en dirección al Noroeste - Si te acercases a menos de doscientos metros de la frontera caerías muerta antes de saber siquiera que alguien había blandido su arma contra ti. Los Ojosverdes no quieren humanos en su territorio. Los elfos más al norte quizás fuesen algo más permisivos - retomó la marcha dándole la espalda. - La playa es parte de nuestro mundo, pero queda fuera de esos perímetros -
La humana se había detenido cuando él lo había hecho, impactada por la potencia de sus palabras. Los Ojosverdes: el clan de Tarek. Parpadeó y se lanzó a la carrera, para acortar rápido los metros que él le había sacado de ventaja. - ¿Por qué? Quiero decir... he escuchado en nuestros viajes sobre los Ojosverdes. Tú perteneces a ese grupo de elfos ¿me equivoco? Pero Eithelen no era de ese clan... - habló intentando colocar en el sitio correcto la información que había ido cayendo a cuenta gotas durante los viajes. - ¿Qué hace que ese grupo sea tan...? - dejó la pregunta en el aire.
Se frenó de nuevo en seco tras las palabras de la chica y la miró con intensidad. Iori se detuvo a su vez, y se contuvo para evitar dar un par de pasos hacia atrás. Súbitamente sintió que precisaba espacio, marcar distancia con él. Notaba el furor que recorría las venas de Tarek con solo mirarlo frente a ella. - No pronuncies su nombre - siseó. Tras unos instantes apartó la vista y siguió andando. Cuando estuvo algo más calmado, contestó a sus preguntas - Ahora son mi clan. Gracias a tu gente, los Inglorien dejaron de existir. Ellos fueron los únicos que entendieron... lo que eso significó para mí. Al contrario que el resto de elfos - se notaba la acritud en su voz - Ellos siempre han sido fieles a los ideales de nuestra raza. Los únicos que todavía protegen el bosque de la destrucción que provocan los aserraderos y comerciantes de Vulwufar.-
Nota mental: evitar conversación que tenga que ver con Eithelen en el futuro. Se retrasó un poco voluntariamente, dejando que la distancia entre ambos se incrementase mientras terminaban de dejar aquellos campos atrás. Eithelen lo había sido todo para él, y tras su desaparición, los Ojosverdes se habían convertido en el único hogar que había conocido. Frunció el ceño, sorprendida por la intensidad de sus sentimientos.
El guerrero elfo había muerto en principio hacía unos 25 años, y sin embargo, los sentimientos por él en Tarek estaban vivos y activos, de una forma que rozaba lo irracional. Iori no era capaz de entenderlo. Pero tenía que respetarlo. - Lo siento - musitó bajito, pero sabiendo que la había escuchado. Siguieron caminando el resto del día en silencio.
[...]
La línea de playa era absurdamente gigante. Se mantenían pegados al límite de los acantilados y su vista no había alcanzado todavía a ver en dónde se encontraba el final. Las nubes de tormenta que los habían acechado todo el día se habían terminando deshaciendo, para gran alegría de Iori. Con el atardecer rojizo proporcionando las últimas luces del día, habían decidido pasar la noche en un pequeño recodo rocoso que los podría proteger durante las horas de sueño.
Iori había comido un poco de la carne asada que les quedaba, ligeramente templada al calor del fuego con unos pedazos de pan. A pesar de la gran caminata del día no tenía un hambre voraz, y lo hizo más por disciplina personal que por ganas. Tenía los pies, descalzos, hundidos en la fina arena blanca, ahora fría según se acercaba la noche, y con su dedo dibujaba líneas aleatorias en la lisa superficie que tenía delante. Entre los trazos, repitió de manera mecánica uno que la llevaba acompañando desde hacía mucho tiempo.
Desde aquel día en la aldea abandonada de Mittenwald. En dónde se peleó por primera vez con Tarek. Y en dónde aquella inscripción extraña lo había dejado sin habla.
Los trazos que había memorizado del mohoso muro de la casa derruida, y que había distinguido entre las filigranas del tatuaje que cubría parte de la piel del elfo. Justo encima de su corazón. Aquello significaba algo que era superior al control que el Ojosverdes era capaz de tener sobre si mismo. En cuanto Tarek se había percatado de lo que ella escribía, apretó la mandíbula tenso. Iori notó su cambio de actitud de inmediato y fijó los ojos en él, al otro lado de la pequeña hoguera. Lo conocía lo suficiente como para saber que estaba intentando controlar la furia que sentía. Hizo un verdadero esfuerzo pero, tras unos instantes, sin poder soportarlo más, se levantó. - Voy a... Da igual - decidió que cualquier escusa sería absurda, así que se giró y se dirigió hacia la línea del mar, cerca de dónde rompían las olas.
Lo observó un rato, en la lejanía, y al calor del fuego, por primera vez atisbó a entender un poco el enorme conflicto personal con el que convivía Tarek cada día. Notó como algo en su interior se inclinaba por pura compasión a sentir simpatía por su drama personal. Pero duró poco. En cuanto se dio cuenta se levantó como un resorte. No podía concederle aquel tipo de debilidad a alguien que posponía el abrirle la garganta únicamente por el hecho de que la precisaba para hablar con los muertos.
Se acercó cruzando la distancia que los separaba sin hacer ruido, y se detuvo a unos metros de él. - Si me lo explicases, lo podría comprender. No quería molestarte pero, aunque no sé lo que significa, es lo único que me demuestra que entre tú y Mittenwald hay una conexión - nunca se había escuchado hablar con tanta delicadeza dirigiéndose a él, y el tono usado la sorprendió incluso a ella.
Como sorprendido pareció él al escucharla hablar a su espalda. Se giró parcialmente y la miró brevemente de reojo. Tardó en responder, un tiempo en el que lo único que se escuchó en la playa era el sonido del mar - Me importa más bien poco que lo entiendas o no - se notaba que todavía seguía tenso - Pero si no respondo a tus preguntas te marcharás. Así que aquí estoy, a punto de decirte algo a ti, una humana, que no le he dicho ni a mi propia gente - guardó silencio de nuevo durante unos instantes, hasta que, tras un suspiro resignado se obligó a hablar - Como ya te dije, es una lengua ancestral, diferente al élfico común. Nadie sabe por qué, pero nuestro clan era el único que podía hablarla - se toca la mejilla izquierda - Y grabarla. No son palabras comunes y no deben escribirse en vano. Por eso sé que el mensaje de aquella pared era verdad, aunque careciese de sentido... Supongo que quieres saber qué es lo que significan esas runas que transcribes incesantemente. -
Se había convencido de que le daba igual. Se había recordado muchas veces que, para ella, todo lo élfico podía irse al infierno. Pero ahora, hablando allí con él, notó un coletazo de anticipación ardiendo en el centro de su pecho. Quería saberlo todo. Y aunque Tarek dijese tener miedo de que ella decidiese marcharse, dejándolo sólo a él, en aquel instante la que tuvo miedo a perderlo fue ella. Guardó silencio dejando que sus ojos respondieran afirmativamente a la pregunta. Sentía que si abría la boca para hablar de nuevo él acabaría con todo.
Cerró un momento los ojos sopesando lo que iba a hacer. Se agachó sobre la arena húmeda de la orilla y escribió, por primera vez, aquellas palabras con su propia mano. A Iori le pareció hermosa la forma en la que la mano del elfo trazaba las gráciles líneas, aunque su cuerpo estuviese en tensión. - Estelüine - fue traduciendo las palabras según las marcaba en la arena - Hija de Eithelen y Aila - guardó de nuevo silencio mientras el mar barría sus pies y borraba parcialmente las palabras - Es... era una fórmula habitual para dar la bienvenida a los nuevos hijos del clan - con el dedo tachó la última palabra, apenas visible tras el paso del mar - Aila no es un nombre élfico. -
- Es humano - susurró entonces Iori. Ella lo sabía.
Cuando Tarek señaló las líneas que ponían "Eithelen", supo que ese era el significado de lo que ella había estado escribiendo en bucle. La palabra tatuada sobre su corazón en el pecho del elfo. Pero escuchar el siguiente nombre desconectó su cerebro, haciendo que sintiese como una extraña neblina ocupaba su mente. Miraba a Tarek sin verlo, mientras sus recuerdos viajaban meses atrás, al encuentro en la posada de Lunargenta de aquella pareja tan rara. Recordaba que se le habían echado encima al grito de Aila, y que Iori había tenido que insistir para convencerlos de que esa mujer y ella no eran la misma persona.
Trastabilló. La arena se movió bajo sus pies y la derribó, haciéndola caer al suelo. No notó el impacto del cuerpo mientras sus pupilas desenfocadas observaban el cielo oscurecido en lo alto. El elfo seguía ensimismado en sus pensamientos cuando notó como ella caía sentada a su lado. Se levantó con calma y miró el oscuro mar ante ellos - Como te dije, los muertos a veces dan respuestas que no queremos escuchar - Sus palabras se abrieron paso parcialmente hasta Iori, cuya mente se debatía en la dicotomía de paralizarse o comenzar a explotar. La dejó allí sentada y volvió hasta el pequeño fuego.
No fue capaz de contabilizar el tiempo. No fue tampoco capaz de moverse. La humana se mantuvo estática, sentada en la orilla mientras intentaba que el frío de la noche que mordía su piel, funcionase como otras veces. Distrayéndola de pensamientos que no estaba dispuesta a afrontar.
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Iori Li
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Paso tras paso y hora tras hora habían ido alejándose de aquella aldea humana a la que había ido a buscarla. Los prados pronto dejaron espacio a los bosques, aunque Tarek se guardó de acercase a la linde de los mismos. Aquellos eran los terrenos de los Ojosverdes, los caminos y senderos su coto de caza; y si algo deseaba a toda costa el peliblanco era esquivar a los que hasta entonces habían sido sus hermanos. Por ello, en cuanto el frondoso Sandorai fue perceptible en el horizonte, viró hacia el sur. Soportaría encontrase con humanos –al fin y al cabo, ya lo acompañaba la más desesperante de todos ellos- si eso le aseguraba no cruzar su camino con el de su propia gente. Aún a pesar del desvío, solo tardaron tres días en alcanzar las blancas arenas que salvaguardaban el legado de sus ancestros.
Tres días en los que la humana, siempre un par de pasos tras él, había intentado entablar conversación… o quizás solo obtener las respuestas que toda persona plantearía en una situación como aquella. Intentó mantener la calma, recordarse a cada palabra que abandonaba sus labios que la necesitaba allí, que debía soportar aquello de forma estoica. Pero sus preguntas no hicieron más que redundar en los pensamientos y temores que su propia mente insistía en plantearle.
Hablar con los muertos… Si fuese tan sencillo, muchos otros lo habrían hecho. Pero los registros sobre lo que ellos iban a solicitar eran tan escasos como difíciles de obtener, y en todos se repetía la misma sentencia: aquello exigía un pago. <<¿Qué estás dispuesto a sacrificar para obtener lo que ya conoces...>> La voz del espectro volvió en varias ocasiones a su mente, entremezclándose con las preguntas de la chica. Mentiría si dijese que se sentía mal por ocultarle información. Dijese lo que dijese Nan´Kareis o incluso aquellos a los que iban a despertar del sueño eterno, ella no significaba nada… y a su vez significaba todo. Por ello, no pudo evitar el acceso de ira que lo invadió cuando la escuchó pronunciar el nombre de su padre. “Falta poco” se recordó, mientras de los labios de ella salía una tímida disculpa.
La hoguera despertaba extrañas sombras en la playa, en aquella noche sin luna, en la que quietud solamente era interrumpida por el sonido de las olas al romper contra la orilla. Mientras dejaba que la arena se escurriese entre los dedos de su mano, pensó que todavía podían avanzar un trecho más bajo la luz del sol a la mañana siguiente. Tomó otro puñado de arena, que dejó nuevamente escurrirse entre sus dedos. Debía dormir, al menos unas horas. Dirigió nuevamente la mirada a la orilla, donde la figura de la humana era apenas perceptible en el oscuro paisaje que la rodeaba. Seguía donde la había dejado, ante aquellas palabras que hacía tiempo que el mar debía haber borrado. Un nuevo puñado de arena se escurrió entre sus dedos.
- Pero al menos será una respuesta –murmuró para sí, aludiendo a las últimas palabras que le había dicho a la chica.
El elfo apenas había conseguido dormir un par de horas, cuando el sol se alzó por el horizonte. La humana, por su parte, había permanecido toda la noche sentada en el mismo lugar junto a la orilla. Tarek se preguntó si lo que le había dicho la noche anterior la había trastocado tanto que tendría que arrastrarla el resto del camino. Recordó la expresión de su cara cuando pronunció el último nombre de la inscripción de Mittenwald. Ella sabía algo. Se planteó por un segundo preguntarle al respecto, pero acabó por descartarlo. Miró la interminable extensión de playa ante él. Pronto tendría todas las respuestas.
Se dispuso a desmontar el improvisado campamento y se encontraba apagando con arena los rescoldos de la hoguera cuando ella, silenciosa, se aproximó para recoger sus pertenencias. El elfo la observó con disimulo, sopesando si tendría que obligarla a seguir o si lo haría por voluntad propia. Pero al igual que en su caso, la chica parecía haber decidido que las respuestas valían bien el precio a pagar. Quizás haber revelado aquello la noche anterior había jugado a su favor. Con un mudo gesto le indicó que debían retomar la marcha.
Caminaron durante algunas horas, en las que el paisaje poco a poco fue mudando, dejando a la vista formaciones de piedra y dunas poco naturales. Desperdigados por la arena podían contemplarse restos de útiles líticos y herramientas antiguas, que el mar probablemente había arrastrado o desenterrado en alguna violenta tormenta. No era la primera vez que el peliblanco pisaba aquel lugar. Hacía décadas, poco después de la pérdida de sus padres, Eithelen lo había llevado hasta allí. Aquel día había contemplado por primera vez la basta inmensidad del mar y había permanecido allí horas, simplemente observando como la marea y las olas dejaban su irregular marca en la orilla. El gran líder del clan Inglorien había obviado por un día sus quehaceres para preocuparse por nuevo huérfano de la familia. Pero no había sido solo una visita a la playa, había sido algo más, una lección de historia y de integridad.
Desvió la vista del mar para volver a dirigirla a la playa. Sumido en sus recuerdos, había detenido la marcha y notaba tras de sí la interrogante mirada de la humana. Eithelen… a su memoria acudieron nuevamente las palabras de Nan´Kareis y su propia afirmación en aquella especie de nada en la que los espectros los habían sumido. Cerró los ojos un segundo, antes de retomar la marcha, intentando apartar aquel torrente de pensamiento de su mente.
- ¿Fueron los elfos? –no habían cruzado palabra en todo el día, por lo que las palabras de la chica lo cogieron por sorpresa. Se giró levemente hacia ella con gesto de incomprensión, para ver que señalaba algo cerca de ellos- Estos restos…
El elfo dirigió la vista hacia el lugar indicado, donde una poco natural acumulación de piedras era claramente perceptible entre la arena.
<<¿Elfos antiguos?>> su propia voz, con un tono más infantil, retumbó en su mente.
<<Si, Tarek, elfos antiguos, que cruzaron el mar para llegar a estas tierras. Ellos se hermanaron con el bosque y los seres que lo habitaban. Así surgió Sandorai>> había explicado Eithelen aquel nuboso día <<A ellos les debemos lo que somos y de ellos heredamos nuestros ideales>>
“Los mismos que tu acabaste por romper” pensó el peliblanco con cierta amargura. Sacudió levemente la cabeza para apartar aquellas memorias de su mente.
- Si –respondió a la pregunta de la chica, buscando las palabras adecuadas para explicarlo- algo así. Son los vestigios que dejaron tras de sí nuestros antepasados, de ahí el nombre del lugar: "La playa de los ancestros". A veces incluso los encontramos a ellos… -pronunció las últimas palabras casi en un murmullo, sumiéndose de nuevo en sus recuerdos, donde un pequeño Tarek había encontrado una extraña piedra en la orilla, solo para percatarse, una vez estaba en sus manos, de que era un cráneo. Espantado lo había soltado y el mar, nuevamente, se la había llevado lejos. La risa de su padre resonó en sus oídos y el intentó volver a apartar la mente de aquellos recuerdos. No era momento de revivir el pasado, al menos no aquel pasado.
El silencio había vuelto a instaurarse entre ellos cuando la chica volvió a preguntar.
- ¿Los Inglorien se remontan a esa época?
El peliblanco alzó una ceja ante aquella pregunta, sin entender el interés que aquello podía tener para ella. Sopesó cual debía ser su respuesta. Decirle la verdad tampoco iba a cambiar nada, al fin y al cabo, era algo sabido por todos los que recibían formación en la historia del continente.
- No. Ninguno de los clanes es tan antiguo y a su vez todos lo son –entonces recordó que era una humana de una remota aldea que, probablemente, nunca había oído hablar de aquello- Los clanes se formaron después, cuando los distintos grupos reclamaron para si las tierras de Sandorai. Cuando nuestros antepasados pisaron por primera vez esta playa dudo que considerasen siquiera la posibilidad de separarse en clanes.
- ¿Los elfos no están tan unidos como en un origen? –su extraña conclusión hizo que el elfo se girase hacia ella con una expresión que claramente indicaba que la consideraba una inculta.
- Que vuestra raza siga anclada en un barbárico sistema social, no significa que resto no hayamos evolucionado –girándose, retomó la palabra- Os daríais cuenta de ello si vivierais más que unas pocas décadas -aquello dio por concluida da conversación.
Hacia la tarde, el elfo indicó que debían detener la marcha. Si la humana lo encontró extraño o precipitado, no lo hizo partícipe de ello. A partir de aquel punto la ruta debería continuar de noche, pues la gruta en la que se encontraba el santuario solo podía localizarse siguiendo las estrellas. Una indicación poco oportuna, por lo que había podido determinar el elfo, pues la cúpula celeste variaba según la época del año, por lo que las estrellas que guiaban el camino de los visitantes a la cueva también lo hacían. Quizás solo fuese otra forma de disuadir a los viajeros que no estaban preparados para lo que allí se ofrecía.
Dormitó unas horas a la sombra de los acantilados de roca que separaban la playa del bosque, hasta que frío del anochecer le indicó que él sol se había hundido en el horizonte y las estrellas comenzaban a brillar en el firmamento.
- Es hora de irse –indicó de forma escueta a la chica.
- ¿No vamos a acampar? –preguntó ella dubitativa- No parece muy seguro avanzar con tan poca luz -como respuesta, la miró serio, antes de señalar con un dedo hacia el cielo.
- Esa es la única luz que necesitamos para encontrar el camino –las estrellas eran claramente visibles en aquella noche sin luna. Ella entornó los ojos, como buscando su rostro.
- Espero que tus ojos estén preparados para el camino –murmuró con un tono que dejaba clara su reticencia a retomar el camino. Él evaluó la situación por un segundo.
- No hay nada con lo que puedas tropezare, excepto tus propios pies. Así que intenta no hacerlo –tomando sus cosas, se levantó para iniciar la marcha- Aunque odio tener que decirlo, no te alejes demasiado. No hay muchas posibilidades de que te pierdas, esto es una playa –señaló con un brazo a su alrededor- Pero preferiría no tener que desandar parte del camino. A partir de ahora, solo podremos avanzar de noche.
- Es una oferta tentadora –respondió ella su espalda, obligando al elfo a hacer uso de todo su autocontrol para no responder- Pero sé que odiaría que volvieses a encontrarme. Mejor seguir juntos y celebrar más adelante que nos perdamos de una vez y para siempre de vista –añadió ella con sorna, comenzando a caminar tras él.
- Un gran día que espero con ansias –confirmó él en el mismo tono de sorna.
Avanzaron sin mayores complicaciones, en la quietud de la noche, hasta que el sol surgió de nuevo por el horizonte y las estrellas, poco a poco, dejaron de ser visibles en el firmamento. A penas anunció el fin de la marcha, la humana tomó asiento y se dispuso a dormir. Tarek la observó un segundo, antes de dirigirse a la orilla, para pescar o recoger algo de marisco para la comida.
No sabía cuántas jornadas les restaban. Las indicaciones para llegar al santuario eran vagas y algunos incluso afirmaban que era la propia cueva la que te encontraba a ti. El elfo lo dudaba. Probablemente el cansancio y la incertidumbre te llevaban a preguntarte si debías abandonar y pocos metros más adelante se encontraba la entrada a la cueva. Tomó una piedra de la orilla, solo para ver que tenía gravadas unas runas sobre su superficie.
<<¿Por qué solo nosotros?>>
<<Nadie lo sabe o al menos no queda nadie que lo recuerde>> Eithelen corrigió los trazos que el peliblanco había dibujado sobre la arena <<Es nuestro legado>>
<<¿Lo trajeron ellos cuando vinieron aquí?>> había señalado los restos abandonados en la playa.
<<No lo sé. Pero si haces las preguntas correctas, quizás tu encuentres la respuesta>> él le había sonreído, con aquellos ojos azules que siempre transmitían alegría cuando lo hacía.
Notó unas gotas un su brazo y miró al cielo que, en aquel momento, había adquirido un tono grisáceo que anunciaba la llegada de un aguacero.
- Genial… -murmuró el elfo, volviendo al lugar donde había dejado a la humana- Va a llover –anunció, tomando sus cosas y dirigiéndose al acantilado que cerraba la playa por el norte. Con un poco de suerte, encontraría una cueva u oquedad donde refugiarse durante la lluvia.
Por desgracia, comenzó a llover antes de que pudiese hacerlo. Por suerte, la madera no se había mojado demasiado y pudieron improvisar una hoguera con la que secarse. El abrigo rocoso bajo el que se habían guarecido les proporcionó protección no solo contra la lluvia, sino también contra el viento y los rayos que la siguieron, que se alargaron durante el resto del día y gran parte de la noche, impidiendo su marcha.
Sumido de nuevo en sus pensamientos, no prestó atención a la chica, hasta que un ruido le hizo levantar la vista, encontrándose de frente con sus ojos. Unos ojos de color azul intenso, similares a los que había recordado apenas unas horas antes. Incapaz de soportarlo, el elfo desvió la mirada, centrándose en respirar y planteándose si caminar bajo el aguacero y perderse no sería una alternativa mejor a seguir allí sentado. Por suerte, no tuvo que volver a cruzar su mirada con la de ella pues, ignorante de lo que pasaba por la cabeza del peliblanco, la humana había decidido echarse a dormir.
Tres días en los que la humana, siempre un par de pasos tras él, había intentado entablar conversación… o quizás solo obtener las respuestas que toda persona plantearía en una situación como aquella. Intentó mantener la calma, recordarse a cada palabra que abandonaba sus labios que la necesitaba allí, que debía soportar aquello de forma estoica. Pero sus preguntas no hicieron más que redundar en los pensamientos y temores que su propia mente insistía en plantearle.
Hablar con los muertos… Si fuese tan sencillo, muchos otros lo habrían hecho. Pero los registros sobre lo que ellos iban a solicitar eran tan escasos como difíciles de obtener, y en todos se repetía la misma sentencia: aquello exigía un pago. <<¿Qué estás dispuesto a sacrificar para obtener lo que ya conoces...>> La voz del espectro volvió en varias ocasiones a su mente, entremezclándose con las preguntas de la chica. Mentiría si dijese que se sentía mal por ocultarle información. Dijese lo que dijese Nan´Kareis o incluso aquellos a los que iban a despertar del sueño eterno, ella no significaba nada… y a su vez significaba todo. Por ello, no pudo evitar el acceso de ira que lo invadió cuando la escuchó pronunciar el nombre de su padre. “Falta poco” se recordó, mientras de los labios de ella salía una tímida disculpa.
[…]
La hoguera despertaba extrañas sombras en la playa, en aquella noche sin luna, en la que quietud solamente era interrumpida por el sonido de las olas al romper contra la orilla. Mientras dejaba que la arena se escurriese entre los dedos de su mano, pensó que todavía podían avanzar un trecho más bajo la luz del sol a la mañana siguiente. Tomó otro puñado de arena, que dejó nuevamente escurrirse entre sus dedos. Debía dormir, al menos unas horas. Dirigió nuevamente la mirada a la orilla, donde la figura de la humana era apenas perceptible en el oscuro paisaje que la rodeaba. Seguía donde la había dejado, ante aquellas palabras que hacía tiempo que el mar debía haber borrado. Un nuevo puñado de arena se escurrió entre sus dedos.
- Pero al menos será una respuesta –murmuró para sí, aludiendo a las últimas palabras que le había dicho a la chica.
[…]
El elfo apenas había conseguido dormir un par de horas, cuando el sol se alzó por el horizonte. La humana, por su parte, había permanecido toda la noche sentada en el mismo lugar junto a la orilla. Tarek se preguntó si lo que le había dicho la noche anterior la había trastocado tanto que tendría que arrastrarla el resto del camino. Recordó la expresión de su cara cuando pronunció el último nombre de la inscripción de Mittenwald. Ella sabía algo. Se planteó por un segundo preguntarle al respecto, pero acabó por descartarlo. Miró la interminable extensión de playa ante él. Pronto tendría todas las respuestas.
Se dispuso a desmontar el improvisado campamento y se encontraba apagando con arena los rescoldos de la hoguera cuando ella, silenciosa, se aproximó para recoger sus pertenencias. El elfo la observó con disimulo, sopesando si tendría que obligarla a seguir o si lo haría por voluntad propia. Pero al igual que en su caso, la chica parecía haber decidido que las respuestas valían bien el precio a pagar. Quizás haber revelado aquello la noche anterior había jugado a su favor. Con un mudo gesto le indicó que debían retomar la marcha.
Caminaron durante algunas horas, en las que el paisaje poco a poco fue mudando, dejando a la vista formaciones de piedra y dunas poco naturales. Desperdigados por la arena podían contemplarse restos de útiles líticos y herramientas antiguas, que el mar probablemente había arrastrado o desenterrado en alguna violenta tormenta. No era la primera vez que el peliblanco pisaba aquel lugar. Hacía décadas, poco después de la pérdida de sus padres, Eithelen lo había llevado hasta allí. Aquel día había contemplado por primera vez la basta inmensidad del mar y había permanecido allí horas, simplemente observando como la marea y las olas dejaban su irregular marca en la orilla. El gran líder del clan Inglorien había obviado por un día sus quehaceres para preocuparse por nuevo huérfano de la familia. Pero no había sido solo una visita a la playa, había sido algo más, una lección de historia y de integridad.
Desvió la vista del mar para volver a dirigirla a la playa. Sumido en sus recuerdos, había detenido la marcha y notaba tras de sí la interrogante mirada de la humana. Eithelen… a su memoria acudieron nuevamente las palabras de Nan´Kareis y su propia afirmación en aquella especie de nada en la que los espectros los habían sumido. Cerró los ojos un segundo, antes de retomar la marcha, intentando apartar aquel torrente de pensamiento de su mente.
- ¿Fueron los elfos? –no habían cruzado palabra en todo el día, por lo que las palabras de la chica lo cogieron por sorpresa. Se giró levemente hacia ella con gesto de incomprensión, para ver que señalaba algo cerca de ellos- Estos restos…
El elfo dirigió la vista hacia el lugar indicado, donde una poco natural acumulación de piedras era claramente perceptible entre la arena.
<<¿Elfos antiguos?>> su propia voz, con un tono más infantil, retumbó en su mente.
<<Si, Tarek, elfos antiguos, que cruzaron el mar para llegar a estas tierras. Ellos se hermanaron con el bosque y los seres que lo habitaban. Así surgió Sandorai>> había explicado Eithelen aquel nuboso día <<A ellos les debemos lo que somos y de ellos heredamos nuestros ideales>>
“Los mismos que tu acabaste por romper” pensó el peliblanco con cierta amargura. Sacudió levemente la cabeza para apartar aquellas memorias de su mente.
- Si –respondió a la pregunta de la chica, buscando las palabras adecuadas para explicarlo- algo así. Son los vestigios que dejaron tras de sí nuestros antepasados, de ahí el nombre del lugar: "La playa de los ancestros". A veces incluso los encontramos a ellos… -pronunció las últimas palabras casi en un murmullo, sumiéndose de nuevo en sus recuerdos, donde un pequeño Tarek había encontrado una extraña piedra en la orilla, solo para percatarse, una vez estaba en sus manos, de que era un cráneo. Espantado lo había soltado y el mar, nuevamente, se la había llevado lejos. La risa de su padre resonó en sus oídos y el intentó volver a apartar la mente de aquellos recuerdos. No era momento de revivir el pasado, al menos no aquel pasado.
El silencio había vuelto a instaurarse entre ellos cuando la chica volvió a preguntar.
- ¿Los Inglorien se remontan a esa época?
El peliblanco alzó una ceja ante aquella pregunta, sin entender el interés que aquello podía tener para ella. Sopesó cual debía ser su respuesta. Decirle la verdad tampoco iba a cambiar nada, al fin y al cabo, era algo sabido por todos los que recibían formación en la historia del continente.
- No. Ninguno de los clanes es tan antiguo y a su vez todos lo son –entonces recordó que era una humana de una remota aldea que, probablemente, nunca había oído hablar de aquello- Los clanes se formaron después, cuando los distintos grupos reclamaron para si las tierras de Sandorai. Cuando nuestros antepasados pisaron por primera vez esta playa dudo que considerasen siquiera la posibilidad de separarse en clanes.
- ¿Los elfos no están tan unidos como en un origen? –su extraña conclusión hizo que el elfo se girase hacia ella con una expresión que claramente indicaba que la consideraba una inculta.
- Que vuestra raza siga anclada en un barbárico sistema social, no significa que resto no hayamos evolucionado –girándose, retomó la palabra- Os daríais cuenta de ello si vivierais más que unas pocas décadas -aquello dio por concluida da conversación.
[…]
Hacia la tarde, el elfo indicó que debían detener la marcha. Si la humana lo encontró extraño o precipitado, no lo hizo partícipe de ello. A partir de aquel punto la ruta debería continuar de noche, pues la gruta en la que se encontraba el santuario solo podía localizarse siguiendo las estrellas. Una indicación poco oportuna, por lo que había podido determinar el elfo, pues la cúpula celeste variaba según la época del año, por lo que las estrellas que guiaban el camino de los visitantes a la cueva también lo hacían. Quizás solo fuese otra forma de disuadir a los viajeros que no estaban preparados para lo que allí se ofrecía.
Dormitó unas horas a la sombra de los acantilados de roca que separaban la playa del bosque, hasta que frío del anochecer le indicó que él sol se había hundido en el horizonte y las estrellas comenzaban a brillar en el firmamento.
- Es hora de irse –indicó de forma escueta a la chica.
- ¿No vamos a acampar? –preguntó ella dubitativa- No parece muy seguro avanzar con tan poca luz -como respuesta, la miró serio, antes de señalar con un dedo hacia el cielo.
- Esa es la única luz que necesitamos para encontrar el camino –las estrellas eran claramente visibles en aquella noche sin luna. Ella entornó los ojos, como buscando su rostro.
- Espero que tus ojos estén preparados para el camino –murmuró con un tono que dejaba clara su reticencia a retomar el camino. Él evaluó la situación por un segundo.
- No hay nada con lo que puedas tropezare, excepto tus propios pies. Así que intenta no hacerlo –tomando sus cosas, se levantó para iniciar la marcha- Aunque odio tener que decirlo, no te alejes demasiado. No hay muchas posibilidades de que te pierdas, esto es una playa –señaló con un brazo a su alrededor- Pero preferiría no tener que desandar parte del camino. A partir de ahora, solo podremos avanzar de noche.
- Es una oferta tentadora –respondió ella su espalda, obligando al elfo a hacer uso de todo su autocontrol para no responder- Pero sé que odiaría que volvieses a encontrarme. Mejor seguir juntos y celebrar más adelante que nos perdamos de una vez y para siempre de vista –añadió ella con sorna, comenzando a caminar tras él.
- Un gran día que espero con ansias –confirmó él en el mismo tono de sorna.
Avanzaron sin mayores complicaciones, en la quietud de la noche, hasta que el sol surgió de nuevo por el horizonte y las estrellas, poco a poco, dejaron de ser visibles en el firmamento. A penas anunció el fin de la marcha, la humana tomó asiento y se dispuso a dormir. Tarek la observó un segundo, antes de dirigirse a la orilla, para pescar o recoger algo de marisco para la comida.
No sabía cuántas jornadas les restaban. Las indicaciones para llegar al santuario eran vagas y algunos incluso afirmaban que era la propia cueva la que te encontraba a ti. El elfo lo dudaba. Probablemente el cansancio y la incertidumbre te llevaban a preguntarte si debías abandonar y pocos metros más adelante se encontraba la entrada a la cueva. Tomó una piedra de la orilla, solo para ver que tenía gravadas unas runas sobre su superficie.
<<¿Por qué solo nosotros?>>
<<Nadie lo sabe o al menos no queda nadie que lo recuerde>> Eithelen corrigió los trazos que el peliblanco había dibujado sobre la arena <<Es nuestro legado>>
<<¿Lo trajeron ellos cuando vinieron aquí?>> había señalado los restos abandonados en la playa.
<<No lo sé. Pero si haces las preguntas correctas, quizás tu encuentres la respuesta>> él le había sonreído, con aquellos ojos azules que siempre transmitían alegría cuando lo hacía.
Notó unas gotas un su brazo y miró al cielo que, en aquel momento, había adquirido un tono grisáceo que anunciaba la llegada de un aguacero.
- Genial… -murmuró el elfo, volviendo al lugar donde había dejado a la humana- Va a llover –anunció, tomando sus cosas y dirigiéndose al acantilado que cerraba la playa por el norte. Con un poco de suerte, encontraría una cueva u oquedad donde refugiarse durante la lluvia.
Por desgracia, comenzó a llover antes de que pudiese hacerlo. Por suerte, la madera no se había mojado demasiado y pudieron improvisar una hoguera con la que secarse. El abrigo rocoso bajo el que se habían guarecido les proporcionó protección no solo contra la lluvia, sino también contra el viento y los rayos que la siguieron, que se alargaron durante el resto del día y gran parte de la noche, impidiendo su marcha.
Sumido de nuevo en sus pensamientos, no prestó atención a la chica, hasta que un ruido le hizo levantar la vista, encontrándose de frente con sus ojos. Unos ojos de color azul intenso, similares a los que había recordado apenas unas horas antes. Incapaz de soportarlo, el elfo desvió la mirada, centrándose en respirar y planteándose si caminar bajo el aguacero y perderse no sería una alternativa mejor a seguir allí sentado. Por suerte, no tuvo que volver a cruzar su mirada con la de ella pues, ignorante de lo que pasaba por la cabeza del peliblanco, la humana había decidido echarse a dormir.
Tarek Inglorien
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Quién hubiera imaginado que los dioses escogerían aquella noche para descargar sobre la costa sur de Sandorai una tormenta épica. Una broma cruel, visible gracias a la luz de los rayos que destellaban en la oscuridad. El viento arreció, manejando un mar embravecido que no deseaba mortal alguno cerca de sus aguas. Casi, podrían haber pensado esos dos pequeños seres, como si la naturaleza buscase que no continuasen el camino que se habían marcado.
A lo lejos, una pequeña barca luchaba con desesperación contra los elementos. Su apariencia, pesquera, indicaba lo escaso de su tripulación. Gritos y lamentos espoleados por el miedo recorrían la cubierta, hasta que el mástil quebró, llevándose a dos marineros al último sueño en lo profundo del océano. Un niño elfo, desafiando la tormenta, había recogido en una pequeña cesta unas tortugas que apenas habían roto el cascarón, dirigiéndose a marchas forzadas al agua a fin de salvarse. Alarmado por la lucha de los pescadores, gritó cuanto pudo, antes de perderse hacia el oeste corriendo como un gamo perseguido.
El bajel terminó por hundirse a media milla de la playa. Los embates de las olas se tragaron a dos tripulantes más, en un alarde de insultante superioridad sobre los seres vivos. Los restantes nadaron, llevando en su último esfuerzo la única esperanza de salvar la vida. Sólo la dirección en la que soplaba el viento les hizo lograr tal hazaña, llevándolos extenuados a la húmeda arena de la Playa de los Ancestros.
Cuatro humanos…
Apenas dieron crédito al, empapados y agotados, observar a los lejos una pequeña hendidura en los acantilados. Habían conseguido salvar las armas, y Jarya guió a los supervivientes, alejándose lo más posible de ese mar que había hecho trizas sus sueños. Eduviges, la más joven el grupo observó todo con los ojos muy abiertos afirmando sus veintitrés veranos. Nunca antes habían salido de su aldea más allá de unos cuantos días. Ni siquiera estaba segura de que los Elfos fuesen criaturas reales. No ocurría así con Illari y Antémer, cuyo tercer hermano habían muerto minutos atrás. La pena era demasiada para llorar, al tiempo que la rabia los invadía, maldiciendo contra todo lo existente.
[...]
-Qué atrevimiento... - no pudo sino sorprenderse uno de los miembros del grupo a cuyo cargo se encontraba esa parte de la frontera sur.
-No te equivoques- replicó el segundo, con gesto torcido, hablando en la misma lengua materna- se llama estupidez.
-Lo más probable- habló el tercero- es que el mar los haya alejado completamente de la ruta.
-O esperaban camuflarse con el vendaval- contraatacó aquel que observaba con peor rostro a los recién llegados desde lo alto de las rocas- Sigámosles. Es mejor asegurarnos.
________________
Off: Bienvenidos Iori y Tarek al inicio de este viaje. Habéis encontrado un lugar donde dormir, solo para comprender que los ¿problemas? apenas comienzan. Un grupo de humanos se acerca a vuestra posición, y la fuerza del viento quizá impida a alguien soñar ésta noche. De vosotros depende como tratéis a los recién llegados, que llegado al extremo, combatirán si es necesario para salvar la vida y conseguir refugio. Los elfos llegarán cuando haya amainado un poco la tormenta, una hora después, con bastante interés en conectar vuestra presencia con la llegada del barco.
Tenéis total libertad para resolver ambos asuntos. Por supuesto, todo tendrá consecuencias.
Suerte...
Última edición por Ger el Sáb Jul 23 2022, 10:56, editado 1 vez
Ger
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
La congoja la arrancó del sueño con los primeros silbidos de la tormenta. La humana se despertó, sudando, frente a la hoguera que Tarek había encendido en el abrigo rocoso. La orografía de la costa permitía que aquella hondanada en la pared los protegiera lo suficiente como para guarecerlos de la tormenta, pero el espectáculo de la naturaleza estaba teniendo escena frente a sus ojos.
Y sus oídos.
Apretó los dedos clavando las uñas dentro de las palmas de sus manos, mientras intentaba analizar la situación que la rodeaba para tener el control. El elfo que la guiaba desde hacía unas jornadas tenía el semblante ligeramente iluminado por la fogata. Esta se encontraba a salvo del viento, protegida por el abrigo rocoso al igual que ellos. La potencia del aire no los rozaba, solo lo escuchaban, pero era suficiente para alterar las constantes vitales de Iori.
Su corazón latía arrítmicamente, mientras las luces cegadoras de los múltiples relámpagos iluminaban la costa que tenían frente a ellos. La superficie del mar estaba muy picada, ondeando en múltiples formas a imitación de cualquier montaña que podías encontrar tierra a dentro. La lluvia caía con fuerza, golpeando la arena y creando hilillos de agua que descendían hasta mezclarse con el mar. Nada de esto era lo que atormentaba a Iori.
Era el viento, el terrible viento y su aullido lo que la ponía frenética. Se arrastró hasta el fondo, apenas un par de metros hasta la pared y pegó allí su frente. Trató de, como si fuese un ritual, absorber la fortaleza del acantilado que se alzaba orgulloso frente al mar. Trató de mimetizarse con la piedra y sentir que, por muy fuerte que soplase el aire, no sería capaz de moverla ni arrancarla de allí. Nada podría moverla...
... o nada podría salvarla. Cerró de nuevo los ojos y se vio a si misma siendo arrancada de allí. La sangre abandonó su rostro cuando se imaginó la sensación de sus pies dejando de tocar el suelo, y su cuerpo alzándose como un trapo al viento para ser retorcido implacablemente. Todas sus articulaciones crujirían en el aire, zarandeadas por una fuerza sobrenatural y, al final, la súbita calma supondría también el fin de su vida. Su cuerpo caería sin control hasta estrellarse contra la dura superficie del suelo y la impotencia de no poder evitarlo congelaría el último grito de vida en su garganta.
Jadeó.
Y se tapó con energía los oídos, mientras continuaba aovillada contra la pared del fondo y comenzaba a tararear. Lo hacía con la desesperación de quien busca concentrarse en el sonido que producía y dejar de lado el horrible bramido de la tempestad sobre ellos.
Jarya le agradeció a los Dioses que, tras el infierno al que acababan de sobrevivir, por lo menos contasen con un punto de luz para guiarlos a un lugar seguro. Corrieron mientras sus pies se hundían de manera profunda en la arena encharcada hasta la entrada del abrigo rocoso. Junto a la hoguera había una figura sentada, aunque fue al llegar a la boca de la misma cuando percibió un bulto aovillado al fondo de todo.
Miró con curiosidad, seguida de sus compañeros y calada hasta los huesos. - Hola - dijo castañeando los dientes mientras el agua goteaba de su cabello rubio - ¿Sería posible compartir vuestro fuego? - Lo preguntó por educación, pero después del naufragio, no pensaba alejarse del único punto que suponía un refugio en aquel momento para ellos. Dio un paso al frente decidida y se aproximó hacia la hoguera. Tarek se levantó nada más verlos y echó mano del arma - No sois bienvenidos aquí -
Los otros tres se hicieron notar a ambos lados de la chica, cerrando con sus cuerpos prácticamente de lado a lado la entrada del abrigo rocoso. La chica se armó de paciencia y lo intentó de nuevo, de otra manera. - Me llamo Jarya, acabamos de naufragar en la costa. Necesitamos protegernos de la tormenta y un poco de calor - Illari miró hacia el abrigo rocoso y centra su atención en el bulto que era Iori. Conteniendo el temblor de su cuerpo pareció reconocer algo en la melena castaña que cubría su rostro. Dio entonces unos pasos para acercarse hasta donde estaba ella.
El elfo avanzó un paso hacia ella, no para protegerla, si no para cortarles el paso - No me importa. Buscaos otro lugar. No sois bienvenidos aquí - reiteró, agarrando con más fuerza el mango del arma.
El chico se detuvo y miró a Tarek de mala gana. Era alto, de hombros anchos y cabello que no distaba muchos tonos del negro. Apretó la espada que portaba todavía en el cinturón en gesto de desafío. - ¿Iori? - inquirió alzando la voz por encima del vendaval. - ¿La conoces? - preguntó Eduviges, la más joven del grupo. Una muchacha de pelo corto castaño, y unas pecas apenas perceptibles con la poca luz existente. - Esta chica es de mi comarca, nos conocemos desde hace años - explicó con sencillez antes de mirar al elfo. - ¿Qué hace tan lejos de casa con un elfo como tú?-
Tarek entrecerró los ojos y lo miró con desagrado - Eso no es asunto tuyo. No está atada ¿no? Ha venido por voluntad propia -señaló la entrada de la covacha - Igual que vosotros os marchareis, ahora, por vuestra propia voluntad.-
Pero aquellas palabras no eran algo que los humanos estuvieran dispuestos a seguir. Fuera les esperaba la tormenta, el frío y la lluvia. Dentro podrían calentarse y, quizá, encontrar un poco de descanso en un sueño necesario, lejos del naufragio pero no de las pesadillas. Se miraron entre los cuatro y asintieron ante la decisión común tomada sin palabras. Los otros dos humanos tomaron posición a la entrada, Junto con Jarya e Illari, haciendo un frente común delante de Tarek. - No sé si eres consciente de tu posición elfo. Vamos a quedarnos aquí, y si tienes algo que decir en contra puedes comenzar tu mismo la pelea - aseguró Jarya con la voz decidida.
Tarek alzó una ceja y los miró con cierta sorna. Cambió el mango del arma de mano y desató la cadena, para dejar caer el peso al suelo. Su sonido al golpear contra la roca rompió el silencio tras aquellas palabras. - No vais a quedaros. Me ocuparé personalmente...-
El cambio de dirección de los cuatro pares de ojos hasta un punto indeterminado detrás de Tarek pudo haberlo puesto sobre aviso. Pero no se lo esperaba, y ella a fin de cuentas podía llegar a ser una humana ágil. Escuchar a alguien llamarla por su nombre había sido capaz de arrancarla parcialmente del terror en el que estaba sumergida. Se había incorporado y con un golpe preciso del canto de la mano impactó en la sien izquierda de Tarek, dejándolo inconsciente al momento.
El cuerpo del elfo cayó de forma pesada al suelo, y los humanos frente a ella esbozaron una sonrisa. Pensaron que Iori estaría de su lado. Que de alguna manera también la estaban ayudando a ella. No esperaban realmente lo que vino a continuación.
La humana se volvió a aovillar contra el suelo, y se agazapó sobre Tarek. Cerró los ojos con fuerza y comenzó a mecerse con suavidad rodeando con los brazos la cabeza del Inglorien. Apoyó la frente en su pectoral, de la misma manera que hacía unos segundos la había tenido pegada a la pared. Retomó entonces la letanía de aquella suave melodía tarareada, para intentar imponer aquel sonido al viento dentro de su cerebro.
- ¿Iori? Escucha Iori...- Illari se inclinó hacia ella y puso una mano sobre su hombro, intentando llamar de nuevo su atención. - Déjala Ill, no está bien de la cabeza - indicó entonces su hermano Antémer, ocupando el sitio en el que había estado Tarek sentado previamente, escurriendo todo lo que podía la ropa que llevaba puesta. El moreno observó un segundo más a Iori y se encogió de hombros, antes de retroceder un paso para acercarse a la hoguera.
Los cuatro, sentados y rodeando la hoguera, se concentraron entonces en silencio en intentar secar las ropas y alejar el frío de su piel. Ninguno habló de nuevo. Ninguno encontraba las palabras. Sería en el tenso silencio en medio de la tormenta, interrumpido solamente por el canturreo de Iori, en dónde deberían de lidiar con el horror al que acababan de sobrevivir.
Y sus oídos.
Apretó los dedos clavando las uñas dentro de las palmas de sus manos, mientras intentaba analizar la situación que la rodeaba para tener el control. El elfo que la guiaba desde hacía unas jornadas tenía el semblante ligeramente iluminado por la fogata. Esta se encontraba a salvo del viento, protegida por el abrigo rocoso al igual que ellos. La potencia del aire no los rozaba, solo lo escuchaban, pero era suficiente para alterar las constantes vitales de Iori.
Su corazón latía arrítmicamente, mientras las luces cegadoras de los múltiples relámpagos iluminaban la costa que tenían frente a ellos. La superficie del mar estaba muy picada, ondeando en múltiples formas a imitación de cualquier montaña que podías encontrar tierra a dentro. La lluvia caía con fuerza, golpeando la arena y creando hilillos de agua que descendían hasta mezclarse con el mar. Nada de esto era lo que atormentaba a Iori.
Era el viento, el terrible viento y su aullido lo que la ponía frenética. Se arrastró hasta el fondo, apenas un par de metros hasta la pared y pegó allí su frente. Trató de, como si fuese un ritual, absorber la fortaleza del acantilado que se alzaba orgulloso frente al mar. Trató de mimetizarse con la piedra y sentir que, por muy fuerte que soplase el aire, no sería capaz de moverla ni arrancarla de allí. Nada podría moverla...
... o nada podría salvarla. Cerró de nuevo los ojos y se vio a si misma siendo arrancada de allí. La sangre abandonó su rostro cuando se imaginó la sensación de sus pies dejando de tocar el suelo, y su cuerpo alzándose como un trapo al viento para ser retorcido implacablemente. Todas sus articulaciones crujirían en el aire, zarandeadas por una fuerza sobrenatural y, al final, la súbita calma supondría también el fin de su vida. Su cuerpo caería sin control hasta estrellarse contra la dura superficie del suelo y la impotencia de no poder evitarlo congelaría el último grito de vida en su garganta.
Jadeó.
Y se tapó con energía los oídos, mientras continuaba aovillada contra la pared del fondo y comenzaba a tararear. Lo hacía con la desesperación de quien busca concentrarse en el sonido que producía y dejar de lado el horrible bramido de la tempestad sobre ellos.
[...]
Jarya le agradeció a los Dioses que, tras el infierno al que acababan de sobrevivir, por lo menos contasen con un punto de luz para guiarlos a un lugar seguro. Corrieron mientras sus pies se hundían de manera profunda en la arena encharcada hasta la entrada del abrigo rocoso. Junto a la hoguera había una figura sentada, aunque fue al llegar a la boca de la misma cuando percibió un bulto aovillado al fondo de todo.
Miró con curiosidad, seguida de sus compañeros y calada hasta los huesos. - Hola - dijo castañeando los dientes mientras el agua goteaba de su cabello rubio - ¿Sería posible compartir vuestro fuego? - Lo preguntó por educación, pero después del naufragio, no pensaba alejarse del único punto que suponía un refugio en aquel momento para ellos. Dio un paso al frente decidida y se aproximó hacia la hoguera. Tarek se levantó nada más verlos y echó mano del arma - No sois bienvenidos aquí -
Los otros tres se hicieron notar a ambos lados de la chica, cerrando con sus cuerpos prácticamente de lado a lado la entrada del abrigo rocoso. La chica se armó de paciencia y lo intentó de nuevo, de otra manera. - Me llamo Jarya, acabamos de naufragar en la costa. Necesitamos protegernos de la tormenta y un poco de calor - Illari miró hacia el abrigo rocoso y centra su atención en el bulto que era Iori. Conteniendo el temblor de su cuerpo pareció reconocer algo en la melena castaña que cubría su rostro. Dio entonces unos pasos para acercarse hasta donde estaba ella.
El elfo avanzó un paso hacia ella, no para protegerla, si no para cortarles el paso - No me importa. Buscaos otro lugar. No sois bienvenidos aquí - reiteró, agarrando con más fuerza el mango del arma.
El chico se detuvo y miró a Tarek de mala gana. Era alto, de hombros anchos y cabello que no distaba muchos tonos del negro. Apretó la espada que portaba todavía en el cinturón en gesto de desafío. - ¿Iori? - inquirió alzando la voz por encima del vendaval. - ¿La conoces? - preguntó Eduviges, la más joven del grupo. Una muchacha de pelo corto castaño, y unas pecas apenas perceptibles con la poca luz existente. - Esta chica es de mi comarca, nos conocemos desde hace años - explicó con sencillez antes de mirar al elfo. - ¿Qué hace tan lejos de casa con un elfo como tú?-
Tarek entrecerró los ojos y lo miró con desagrado - Eso no es asunto tuyo. No está atada ¿no? Ha venido por voluntad propia -señaló la entrada de la covacha - Igual que vosotros os marchareis, ahora, por vuestra propia voluntad.-
Pero aquellas palabras no eran algo que los humanos estuvieran dispuestos a seguir. Fuera les esperaba la tormenta, el frío y la lluvia. Dentro podrían calentarse y, quizá, encontrar un poco de descanso en un sueño necesario, lejos del naufragio pero no de las pesadillas. Se miraron entre los cuatro y asintieron ante la decisión común tomada sin palabras. Los otros dos humanos tomaron posición a la entrada, Junto con Jarya e Illari, haciendo un frente común delante de Tarek. - No sé si eres consciente de tu posición elfo. Vamos a quedarnos aquí, y si tienes algo que decir en contra puedes comenzar tu mismo la pelea - aseguró Jarya con la voz decidida.
Tarek alzó una ceja y los miró con cierta sorna. Cambió el mango del arma de mano y desató la cadena, para dejar caer el peso al suelo. Su sonido al golpear contra la roca rompió el silencio tras aquellas palabras. - No vais a quedaros. Me ocuparé personalmente...-
El cambio de dirección de los cuatro pares de ojos hasta un punto indeterminado detrás de Tarek pudo haberlo puesto sobre aviso. Pero no se lo esperaba, y ella a fin de cuentas podía llegar a ser una humana ágil. Escuchar a alguien llamarla por su nombre había sido capaz de arrancarla parcialmente del terror en el que estaba sumergida. Se había incorporado y con un golpe preciso del canto de la mano impactó en la sien izquierda de Tarek, dejándolo inconsciente al momento.
El cuerpo del elfo cayó de forma pesada al suelo, y los humanos frente a ella esbozaron una sonrisa. Pensaron que Iori estaría de su lado. Que de alguna manera también la estaban ayudando a ella. No esperaban realmente lo que vino a continuación.
La humana se volvió a aovillar contra el suelo, y se agazapó sobre Tarek. Cerró los ojos con fuerza y comenzó a mecerse con suavidad rodeando con los brazos la cabeza del Inglorien. Apoyó la frente en su pectoral, de la misma manera que hacía unos segundos la había tenido pegada a la pared. Retomó entonces la letanía de aquella suave melodía tarareada, para intentar imponer aquel sonido al viento dentro de su cerebro.
- ¿Iori? Escucha Iori...- Illari se inclinó hacia ella y puso una mano sobre su hombro, intentando llamar de nuevo su atención. - Déjala Ill, no está bien de la cabeza - indicó entonces su hermano Antémer, ocupando el sitio en el que había estado Tarek sentado previamente, escurriendo todo lo que podía la ropa que llevaba puesta. El moreno observó un segundo más a Iori y se encogió de hombros, antes de retroceder un paso para acercarse a la hoguera.
Los cuatro, sentados y rodeando la hoguera, se concentraron entonces en silencio en intentar secar las ropas y alejar el frío de su piel. Ninguno habló de nuevo. Ninguno encontraba las palabras. Sería en el tenso silencio en medio de la tormenta, interrumpido solamente por el canturreo de Iori, en dónde deberían de lidiar con el horror al que acababan de sobrevivir.
Iori Li
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
La tormenta arreciaba fuera de aquel abrigo natural en el que habían conseguido guarecerse, una vez empezó el diluvio. Tarek observaba el fuego con expresión ausente, mientras la humana intentaba fundirse con las paredes de la cueva. El elfo recordó la travesía a isla Tortuga y cómo habían tenido que arrancarla de la cubierta para arrastrarla hasta la bodega, donde Aylizz la había atado a un camastro. De haber sabido que un poco de viento la hacía callar, hubiese elegido destinos más ventosos para sus ocasionales viajes fuera de los campamentos de los Ojosverdes.
Pensar en su clan le provocaba sentimientos enfrentados, por lo que prefirió cambiar su hilo de pensamiento a algo más productivo. Hizo oídos sordos a los quejidos que de vez en cuando abandonaban los labios de la chica, sobre todo cuando el viento se agitaba con más violencia. Sin embargo, tras varias horas se preguntó si no debería sentir algo de compasión por aquel patético ser, al fin y al cabo, él era la causa de que ella estuviese allí. Pero todo lo acaecido desde que Nan´Kareis le había indicado qué camino debía seguir, lo había sumido en una especie de letargo interior y, a menudo, se había sentido incapaz de definir lo que sentía. Era como si todo en su mente se hubiese pausado y solo la rabia y la ira fuesen capaces de traspasar aquella barrera.
El ruido provocado por la lluvia al golpear las rocas hizo que no se percatase de la llegada de los humanos hasta que estos estuvieron dentro del abrigo. Tampoco se lo esperaba, después de todo ¿quién iba a pasearse por aquella playa en medio de un aguacero?
No tuvo clemencia con ellos. No le importaba qué les había pasado, ni la razón de su llegada a la cueva. Pero lo que tenía claro es que no debían estar allí. Suficiente tenía con la humana que ya seguía sus pasos. Aunque, como era de esperar, los intrusos acabaron poniéndose a la defensiva. El elfo midió sus fuerzas. Eran demasiados para él, pero el espacio reducido de la cueva jugaría a su favor. Estaba dispuesto a luchar por aquel pequeño refugio en medio de la tormenta.
Pero no tuvo tiempo siquiera de blandir el arma en condiciones, cuando un golpe seco en su sien lo tumbó, sumiendo su consciencia en absoluta oscuridad.
Notó como algo le rozaba ligeramente la mejilla izquierda, por lo que giró la cara apartandose de aquella sensación que intentaba arrancarlo del sueño. Sin embargo, como sucede a menudo, una vez empezaba a despertarse, sus sentidos comenzaron a recibir las señales de todo aquello que lo rodeaba. Voces desconocidas se colaron entonces en los últimos retazos del sueño que todavía estaba teniendo.
- … seguir a un elfo? … te han quedado pequeños –aún presa del sueño, el peliblanco pensó que aquello no tenía sentido.
- … un favor. Volveré en cuanto termine… -aquella voz le resultó familiar, cercana, lo suficiente como para plantearse qué, quizás, aquella conversación ya no era fruto de su mente.
- ¿Llevas algo más de un año fuera verdad? Mucho se comentó tras que salieras de viaje. Que habías encontrado a una persona, que te habías quedado embarazada y te ibas a esconder… -definitivamente aquello ya no encajaba en el sueño que había estado teniendo. Abrió los ojos para ver sobre él el rostro de la humana, que se reía con cierta ironía al tiempo que contestaba a su interlocutor.
- Si claro, ambas cosas arto probables tratándose de mí
La mente del elfo tardó un instante en procesar qué era lo que estaba pasando, el mismo que ella necesitó para girar la cara hacia él y mirarlo desde lo alto. Los ojos de ambos se cruzaron y Tarek se sorprendió al ver, por primera vez de forma consciente, el color azul de los irises ajenos. Eran los ojos de Eithelen. El mismo color cerúleo que tanto había caracterizado al líder de los Inglorien y que era una de sus marcas familiares. El mismo color, pero en unos ojos y una expresión diferente. Tragando con dificultad, el elfo desvió la vista, solo para percatarse de que no estaban solos.
Entonces recordó lo que había sucedido. Con premura, se puso pie y un leve vahído le hizo trastabillar, al tiempo que se le nublaba la vista. Notaba un fuerte dolor en la sien, probablemente a causa del golpe que lo había dejado inconsciente la noche anterior. Porque estaba claro que ya no era de noche, habida cuenta de los rayos de sol que se reflejaban en la pared del abrigo y que indicaban que el amanecer ya hacía tiempo que había pasado. Además, la lluvia parecía haber cesado por completo.
Contempló a los indeseables huéspedes con cara de rencor, al tiempo que echaba la mano al lugar donde siempre colgaba su arma. Pero su mano no encontró el mango de la kusarigama y recordó haberla blandido la noche anterior tras la llegada de los intrusos. Cerro el puño con fuerza, en un intento de reprimir parte de la ira que lo invadió. Estaba en una cueva con cuatro humanos desconocidos, desarmado y desconocía hasta qué punto la quinta humana, aquella que lo había acompañado voluntariamente, se pondría de parte de sus congéneres si estallaba una pelea.
- ¿Dónde está? –no se molestó en aclarar a qué se refería, pues tenía claro que los humanos habían visto su gesto y en aquel momento lo miraban con suspicacia.
Uno de los humanos, aquel que lo había interpelado la noche anterior por la chica, propinó un leve puntapié a algo que se encontraba frente a él. Tarek dirigió la vista al objeto, sabiendo de antemano qué era lo que iba a ver. Se encontraba fuera de su alcance directo y, por muy cansados que parecieran, tenía claro que no llegaría al arma antes de que alguno de ellos les cortase el paso.
Observándolos todavía con desagrado, se dirigió a la chica, que en aquel momento miraba atenta y, quizás, algo tensa la escena que se desarrollaba ante ella.
- Nos vamos.
No podrían avanzar demasiado de día, no si querían encontrar la entrada al santuario. Cualquier paso que no guiasen las estrellas podrían llevarlos lejos de su objetivo y añadir más días a aquella fastidiosa travesía o incluso hacer que no encontrasen nunca el lugar. Pero lo que Tarek tenía claro era que no iba a quedarse allí, compartiendo espacio y fuego con aquellos seres. Además, la playa estaba vigilada y suficiente tendría con explicar por qué había permitido el paso de una humana, como para que lo encontrasen con todos aquellos individuos.
Por su parte la humana, haciendo gala de un poco más de cordura de la que habitualmente hacía muestra, se levantó con calma, como cerciorándose de que la tormenta había acabado. Los humanos la observaron con atención. Tras tomar sus pertenencias, se acercó a los pies del humano que tenía al lado y tomó con cuidado el arma del peliblanco. Este no pudo evitar apretar la mandíbula con rabia. Ningún humano había tocado nunca su arma, al menos que fuera para perecer bajo su filo.
- ¿Estás segura? –inquirió entonces el humano- No pareces muy contenta –ella se giró para observarlo, aún de pie ante él.
- Nos veremos pronto por la zona. Quizá en el mercado de Meis. Zakath está interesado en seguir vendiendo allí nuestros productos –fue su respuesta, antes de girarse, dando por finalizada la conversación. Con un par de pasos, se colocó al lado del peliblanco, indicando que estaba dispuesta a seguirlo.
Con una última mirada de odio, Tarek se giró para abandonar la cueva, pensando en los pasos que debían seguir para no perturbar su marcha, e intentando despejar su mente de la cada vez más acuciante idea de tomar el arma de las manos de la chica y acabar con la vida de aquellos desgraciados seres. La chica… le debía más de una explicación, pero ya se la pediría cuando recuperase su arma.
Pero se olvidó de todo aquello cuando su peor temor se materializó ante sus ojos. Al otro lado de la entrada de la cueva, tres elfos lo observaban con una mezcla de sorpresa y perplejidad. Dos de ellos poseedores de los brillantes ojos verdes que daban nombre al clan que hasta hacía algunas semanas lo había acogido. El color huyó de su rostro mientras se quedaba anclado en la entrada de la cueva y su mente comenzaba a imaginar los peores escenarios posibles en los que podría acabar aquel desafortunado encuentro.
- ¿Están contigo? –el tercer elfo, que parecía ajeno al clan Ojosverdes, fue el primero en hablar. Tarek, incapaz de articular una frase coherente, permaneció en silencio.
- Espera –uno de sus compañeros se acercó para observar al peliblanco más de cerca- Tu eres el chico de Dhonara. El de los Inglorien –su compañero Ojosverdes dio un paso al frente, como para intentar distinguir mejor los rasgos del peliblanco.
- ¿Estás seguro? –preguntó con suspicacia.
- Pues claro que lo estoy. A cuantos Ojosverdes has visto con el pelo blanco. Tiene que ser él –volvió a mirar a Tarek- Pero estabas desaparecido… -aquello le hizo reaccionar.
- ¿Desaparecido? No es que esté muy lejos de casa –contestó el peliblanco en un intento de quitar peso a aquel asunto.
- Nadie volvió a verte desde lo de Nytt Hus. Te están buscando.
Tarek sopesó aquellas palabras. No pocos habían sido testigos de cómo había abandonado su puesto en la batalla y se había adentrado en la ciudad de los herejes. Dhonara había sido informada y, aun así, aquellos dos miembros de su clan no habían intentado ejecutarlo nada más verlo. Algo no le cuadraba. Los Ojosverdes no aceptaban la traición. No deberían estar buscándolo, deberían estar ejecutándolo. Pero pensándolo en retrospectiva, la decisión de Gwynn durante la batalla tampoco había sido algo normal.
- ¿Están contigo? –preguntó el primer elfo, haciendo un gesto con la cabeza hacia la espalda de Tarek. El peliblanco se giró para ver a los cuatro humanos que, curiosos, intentaban ver algo a través de la entrada de la cueva.
- No –se giró serio hacia sus congéneres y, cambiando a su lengua materna, añadió- Llegaron anoche de la nada. Consiguieron dejarme inconsciente y acabo de despertarme desarmado –entonces recordó a la chica- Excepto ella –la señaló con la cabeza- Viene conmigo. Debo llevarla más al norte. No sé para qué la necesitan, no me han dicho nada.
Aquel que lo había reconocido lo miró de nuevo con suspicacia. Pasando después la mirada entre los humanos a su espalda.
- Nos encargaremos de ellos –fue su respuesta, también en élfico, mientras echaba mano de su arma.
- No –la rápida respuesta de Tarek los hizo volver a centrar su atención en él- Esta debe venir voluntariamente. Si los matáis ahora, huirá y no les servirá-los tres se giraron hacia él con gesto de incertidumbre- Dadme algo de tiempo. La alejaré de aquí para que no escuche los gritos. Podréis reuniros de nuevo con nosotros después de eso y explicarme eso de que me buscan –intentó esbozar una sonrisa tras sus últimas palabras, pero no tuvo claro si había resultado convincente.
Los tres elfos, aún con cara de sospechar algo, asintieron, dirigiéndose entonces a los humanos a su espalda. Girándose hacia la chica le indicó quedamente que debían irse.
- ¿Problemas? ¿Problemas para ellos? - inquirió en el mismo tono bajo que había usado el peliblanco. Este la observó con cara de circunstancias, antes de decidirse a hablar. Por una vez creyó que debía decirle la verdad
.
- Somos nosotros o ellos –agarrándola de un brazo la instó a salir de la cueva y apartarse de sus congéneres- No puedo sacarnos de esta de otra manera. Me están buscando y no para algo bueno. Si nos quedamos, me arrastrarán de vuelta a los campamentos y a ti te matarán –mirando una vez más a su espalda añadió- Quizás tengan una oportunidad contra ellos –las palabras sonaron falsas en su boca.
La expresión de pánico de la chica le indicó lo que iba a hacer antes de que se pusiesen en marcha. La vio alzar el bastón con el que habitualmente luchaba y evitó que golpease a uno de los elfos en la sien abrazándola por la espalda, cortando la amplitud de sus brazos. Los humanos, alarmados, se levantaron echando mano de sus propias armas. Tarek cerró un segundo los ojos, notándola forcejear, antes de apretarla más contra si y susurrarle al oído.
- Intenté que se fuesen ayer. Esto no es seguro para los humanos –consiguió retroceder un par de pasos con ella, antes de añadir- Lo siento, Iori, pero no hay otra forma. Ya los has avisado, ahora vámonos, por favor –el odio que habitualmente destilaban sus palabras cuando se dirigía a ella había mudado en aquella ocasión a algo parecido al pánico y la súplica. No fue consciente de que había pronunciado el nombre de la chica por primera vez desde que se conocían.
Ella pareció perder fuerza ante sus palabras y, aprovechando el tumulto que empezaba a formarse dentro de la cueva, la agarró de un brazo y se lanzó a la carrera para alejarse lo más posible de allí. Algunos metros más adelante, divisó un acceso desde la playa al bosque, en una zona en la que el acantilado perdía su altura. No era inteligente entrar en el bosque, pero sabía que los elfos de la guardia peinarían la playa y el acantilado hasta dar con ellos. Observó los árboles en la lejanía, conocía aquellos terrenos como la palma de su mano y no necesitaban adentrarse demasiado para encontrar un lugar seguro. Estuvo a punto de rezarle a sus dioses pidiendo ayuda, pero entonces recordó lo acaecido en Nytt Hus y tuvo claro que ninguno de ellos acudiría a su rescate.
Pensar en su clan le provocaba sentimientos enfrentados, por lo que prefirió cambiar su hilo de pensamiento a algo más productivo. Hizo oídos sordos a los quejidos que de vez en cuando abandonaban los labios de la chica, sobre todo cuando el viento se agitaba con más violencia. Sin embargo, tras varias horas se preguntó si no debería sentir algo de compasión por aquel patético ser, al fin y al cabo, él era la causa de que ella estuviese allí. Pero todo lo acaecido desde que Nan´Kareis le había indicado qué camino debía seguir, lo había sumido en una especie de letargo interior y, a menudo, se había sentido incapaz de definir lo que sentía. Era como si todo en su mente se hubiese pausado y solo la rabia y la ira fuesen capaces de traspasar aquella barrera.
El ruido provocado por la lluvia al golpear las rocas hizo que no se percatase de la llegada de los humanos hasta que estos estuvieron dentro del abrigo. Tampoco se lo esperaba, después de todo ¿quién iba a pasearse por aquella playa en medio de un aguacero?
No tuvo clemencia con ellos. No le importaba qué les había pasado, ni la razón de su llegada a la cueva. Pero lo que tenía claro es que no debían estar allí. Suficiente tenía con la humana que ya seguía sus pasos. Aunque, como era de esperar, los intrusos acabaron poniéndose a la defensiva. El elfo midió sus fuerzas. Eran demasiados para él, pero el espacio reducido de la cueva jugaría a su favor. Estaba dispuesto a luchar por aquel pequeño refugio en medio de la tormenta.
Pero no tuvo tiempo siquiera de blandir el arma en condiciones, cuando un golpe seco en su sien lo tumbó, sumiendo su consciencia en absoluta oscuridad.
[…]
Notó como algo le rozaba ligeramente la mejilla izquierda, por lo que giró la cara apartandose de aquella sensación que intentaba arrancarlo del sueño. Sin embargo, como sucede a menudo, una vez empezaba a despertarse, sus sentidos comenzaron a recibir las señales de todo aquello que lo rodeaba. Voces desconocidas se colaron entonces en los últimos retazos del sueño que todavía estaba teniendo.
- … seguir a un elfo? … te han quedado pequeños –aún presa del sueño, el peliblanco pensó que aquello no tenía sentido.
- … un favor. Volveré en cuanto termine… -aquella voz le resultó familiar, cercana, lo suficiente como para plantearse qué, quizás, aquella conversación ya no era fruto de su mente.
- ¿Llevas algo más de un año fuera verdad? Mucho se comentó tras que salieras de viaje. Que habías encontrado a una persona, que te habías quedado embarazada y te ibas a esconder… -definitivamente aquello ya no encajaba en el sueño que había estado teniendo. Abrió los ojos para ver sobre él el rostro de la humana, que se reía con cierta ironía al tiempo que contestaba a su interlocutor.
- Si claro, ambas cosas arto probables tratándose de mí
La mente del elfo tardó un instante en procesar qué era lo que estaba pasando, el mismo que ella necesitó para girar la cara hacia él y mirarlo desde lo alto. Los ojos de ambos se cruzaron y Tarek se sorprendió al ver, por primera vez de forma consciente, el color azul de los irises ajenos. Eran los ojos de Eithelen. El mismo color cerúleo que tanto había caracterizado al líder de los Inglorien y que era una de sus marcas familiares. El mismo color, pero en unos ojos y una expresión diferente. Tragando con dificultad, el elfo desvió la vista, solo para percatarse de que no estaban solos.
Entonces recordó lo que había sucedido. Con premura, se puso pie y un leve vahído le hizo trastabillar, al tiempo que se le nublaba la vista. Notaba un fuerte dolor en la sien, probablemente a causa del golpe que lo había dejado inconsciente la noche anterior. Porque estaba claro que ya no era de noche, habida cuenta de los rayos de sol que se reflejaban en la pared del abrigo y que indicaban que el amanecer ya hacía tiempo que había pasado. Además, la lluvia parecía haber cesado por completo.
Contempló a los indeseables huéspedes con cara de rencor, al tiempo que echaba la mano al lugar donde siempre colgaba su arma. Pero su mano no encontró el mango de la kusarigama y recordó haberla blandido la noche anterior tras la llegada de los intrusos. Cerro el puño con fuerza, en un intento de reprimir parte de la ira que lo invadió. Estaba en una cueva con cuatro humanos desconocidos, desarmado y desconocía hasta qué punto la quinta humana, aquella que lo había acompañado voluntariamente, se pondría de parte de sus congéneres si estallaba una pelea.
- ¿Dónde está? –no se molestó en aclarar a qué se refería, pues tenía claro que los humanos habían visto su gesto y en aquel momento lo miraban con suspicacia.
Uno de los humanos, aquel que lo había interpelado la noche anterior por la chica, propinó un leve puntapié a algo que se encontraba frente a él. Tarek dirigió la vista al objeto, sabiendo de antemano qué era lo que iba a ver. Se encontraba fuera de su alcance directo y, por muy cansados que parecieran, tenía claro que no llegaría al arma antes de que alguno de ellos les cortase el paso.
Observándolos todavía con desagrado, se dirigió a la chica, que en aquel momento miraba atenta y, quizás, algo tensa la escena que se desarrollaba ante ella.
- Nos vamos.
No podrían avanzar demasiado de día, no si querían encontrar la entrada al santuario. Cualquier paso que no guiasen las estrellas podrían llevarlos lejos de su objetivo y añadir más días a aquella fastidiosa travesía o incluso hacer que no encontrasen nunca el lugar. Pero lo que Tarek tenía claro era que no iba a quedarse allí, compartiendo espacio y fuego con aquellos seres. Además, la playa estaba vigilada y suficiente tendría con explicar por qué había permitido el paso de una humana, como para que lo encontrasen con todos aquellos individuos.
Por su parte la humana, haciendo gala de un poco más de cordura de la que habitualmente hacía muestra, se levantó con calma, como cerciorándose de que la tormenta había acabado. Los humanos la observaron con atención. Tras tomar sus pertenencias, se acercó a los pies del humano que tenía al lado y tomó con cuidado el arma del peliblanco. Este no pudo evitar apretar la mandíbula con rabia. Ningún humano había tocado nunca su arma, al menos que fuera para perecer bajo su filo.
- ¿Estás segura? –inquirió entonces el humano- No pareces muy contenta –ella se giró para observarlo, aún de pie ante él.
- Nos veremos pronto por la zona. Quizá en el mercado de Meis. Zakath está interesado en seguir vendiendo allí nuestros productos –fue su respuesta, antes de girarse, dando por finalizada la conversación. Con un par de pasos, se colocó al lado del peliblanco, indicando que estaba dispuesta a seguirlo.
Con una última mirada de odio, Tarek se giró para abandonar la cueva, pensando en los pasos que debían seguir para no perturbar su marcha, e intentando despejar su mente de la cada vez más acuciante idea de tomar el arma de las manos de la chica y acabar con la vida de aquellos desgraciados seres. La chica… le debía más de una explicación, pero ya se la pediría cuando recuperase su arma.
Pero se olvidó de todo aquello cuando su peor temor se materializó ante sus ojos. Al otro lado de la entrada de la cueva, tres elfos lo observaban con una mezcla de sorpresa y perplejidad. Dos de ellos poseedores de los brillantes ojos verdes que daban nombre al clan que hasta hacía algunas semanas lo había acogido. El color huyó de su rostro mientras se quedaba anclado en la entrada de la cueva y su mente comenzaba a imaginar los peores escenarios posibles en los que podría acabar aquel desafortunado encuentro.
- ¿Están contigo? –el tercer elfo, que parecía ajeno al clan Ojosverdes, fue el primero en hablar. Tarek, incapaz de articular una frase coherente, permaneció en silencio.
- Espera –uno de sus compañeros se acercó para observar al peliblanco más de cerca- Tu eres el chico de Dhonara. El de los Inglorien –su compañero Ojosverdes dio un paso al frente, como para intentar distinguir mejor los rasgos del peliblanco.
- ¿Estás seguro? –preguntó con suspicacia.
- Pues claro que lo estoy. A cuantos Ojosverdes has visto con el pelo blanco. Tiene que ser él –volvió a mirar a Tarek- Pero estabas desaparecido… -aquello le hizo reaccionar.
- ¿Desaparecido? No es que esté muy lejos de casa –contestó el peliblanco en un intento de quitar peso a aquel asunto.
- Nadie volvió a verte desde lo de Nytt Hus. Te están buscando.
Tarek sopesó aquellas palabras. No pocos habían sido testigos de cómo había abandonado su puesto en la batalla y se había adentrado en la ciudad de los herejes. Dhonara había sido informada y, aun así, aquellos dos miembros de su clan no habían intentado ejecutarlo nada más verlo. Algo no le cuadraba. Los Ojosverdes no aceptaban la traición. No deberían estar buscándolo, deberían estar ejecutándolo. Pero pensándolo en retrospectiva, la decisión de Gwynn durante la batalla tampoco había sido algo normal.
- ¿Están contigo? –preguntó el primer elfo, haciendo un gesto con la cabeza hacia la espalda de Tarek. El peliblanco se giró para ver a los cuatro humanos que, curiosos, intentaban ver algo a través de la entrada de la cueva.
- No –se giró serio hacia sus congéneres y, cambiando a su lengua materna, añadió- Llegaron anoche de la nada. Consiguieron dejarme inconsciente y acabo de despertarme desarmado –entonces recordó a la chica- Excepto ella –la señaló con la cabeza- Viene conmigo. Debo llevarla más al norte. No sé para qué la necesitan, no me han dicho nada.
Aquel que lo había reconocido lo miró de nuevo con suspicacia. Pasando después la mirada entre los humanos a su espalda.
- Nos encargaremos de ellos –fue su respuesta, también en élfico, mientras echaba mano de su arma.
- No –la rápida respuesta de Tarek los hizo volver a centrar su atención en él- Esta debe venir voluntariamente. Si los matáis ahora, huirá y no les servirá-los tres se giraron hacia él con gesto de incertidumbre- Dadme algo de tiempo. La alejaré de aquí para que no escuche los gritos. Podréis reuniros de nuevo con nosotros después de eso y explicarme eso de que me buscan –intentó esbozar una sonrisa tras sus últimas palabras, pero no tuvo claro si había resultado convincente.
Los tres elfos, aún con cara de sospechar algo, asintieron, dirigiéndose entonces a los humanos a su espalda. Girándose hacia la chica le indicó quedamente que debían irse.
- ¿Problemas? ¿Problemas para ellos? - inquirió en el mismo tono bajo que había usado el peliblanco. Este la observó con cara de circunstancias, antes de decidirse a hablar. Por una vez creyó que debía decirle la verdad
.
- Somos nosotros o ellos –agarrándola de un brazo la instó a salir de la cueva y apartarse de sus congéneres- No puedo sacarnos de esta de otra manera. Me están buscando y no para algo bueno. Si nos quedamos, me arrastrarán de vuelta a los campamentos y a ti te matarán –mirando una vez más a su espalda añadió- Quizás tengan una oportunidad contra ellos –las palabras sonaron falsas en su boca.
La expresión de pánico de la chica le indicó lo que iba a hacer antes de que se pusiesen en marcha. La vio alzar el bastón con el que habitualmente luchaba y evitó que golpease a uno de los elfos en la sien abrazándola por la espalda, cortando la amplitud de sus brazos. Los humanos, alarmados, se levantaron echando mano de sus propias armas. Tarek cerró un segundo los ojos, notándola forcejear, antes de apretarla más contra si y susurrarle al oído.
- Intenté que se fuesen ayer. Esto no es seguro para los humanos –consiguió retroceder un par de pasos con ella, antes de añadir- Lo siento, Iori, pero no hay otra forma. Ya los has avisado, ahora vámonos, por favor –el odio que habitualmente destilaban sus palabras cuando se dirigía a ella había mudado en aquella ocasión a algo parecido al pánico y la súplica. No fue consciente de que había pronunciado el nombre de la chica por primera vez desde que se conocían.
Ella pareció perder fuerza ante sus palabras y, aprovechando el tumulto que empezaba a formarse dentro de la cueva, la agarró de un brazo y se lanzó a la carrera para alejarse lo más posible de allí. Algunos metros más adelante, divisó un acceso desde la playa al bosque, en una zona en la que el acantilado perdía su altura. No era inteligente entrar en el bosque, pero sabía que los elfos de la guardia peinarían la playa y el acantilado hasta dar con ellos. Observó los árboles en la lejanía, conocía aquellos terrenos como la palma de su mano y no necesitaban adentrarse demasiado para encontrar un lugar seguro. Estuvo a punto de rezarle a sus dioses pidiendo ayuda, pero entonces recordó lo acaecido en Nytt Hus y tuvo claro que ninguno de ellos acudiría a su rescate.
Tarek Inglorien
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Los sonidos de la lucha que se desarrollaba en la cueva continuaron retumbándoles en lo oídos, a pesar de que la decisión de Tarek no contó, no pudo contar, con la suerte de una humana y el entrenamiento de los Ojos Verdes.
La ira de Illari y Antémer por la pérdida familiar y la decisión de hierro de Jarya lograron contener a los hijos de Sandorai que, con impresionante arrogancia, ordenaron a uno de los suyos que abandonase la lucha para dar caza al traidor. Allí existían demasiadas preguntas sin respuesta. El pasado no podía repetirse.
Eduviges, aterrorizada, esquivó con toda la fortuna del mundo el ataque de uno de los guerreros elfos, obedeciendo a Jarya, quien la instó a escapar. ¿Qué más podía hacer? Sus pocos años, a falta de dos para su segunda veintena, la habían hecho salir de su pequeño y monótono pueblo, viviendo dos breves trayectos en un mar que ahora deseaba no volver a ver nunca más. Sin saber qué rumbo tomar, siguió a distancia al enemigo. La ruta del lado contrario de la playa, impracticable para ella por un pequeño derrumbe del acantilado, sólo le dejaba una cruel opción.
Welrian se giró tras unos cincuenta pasos, acostumbrado a intuir cuando podría estar siendo seguido. Disparó casi con desgana, buscando incapacitar a la muchacha para que fuera encontrada por otra patrulla más adelante. Que la humana lograse esquivar el tiro hirió su orgullo, y se detuvo, apuntando ya directamente a Eduviges. Lástima pensó. Podría haber dado alcance al Inglorien y a la invasora. Tendría que retomar sus huellas tras matar a su objetivo.
- Eduviges:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Off:
Habéis intentado una buena solución para los dos dilemas que os han caído encima. Sin embargo, ahora tenéis que hacer frente a una nueva decisión. ¿Salvaréis a Eduviges? De ser así, tendréis que llevarla con vosotros... el próximo elfo que la encuentre sin duda no será benévolo. La lucha contra Welrian, si es que elegís esa opción, corre de vuestra cuenta totalmente.
Y un inconveniente añadido. El "lugar seguro" al que llegáis en primer lugar está ocupado por el cadáver de un elfo en el que no se observan rasgos del clan más fanático de Sandorai. No será el último que halléis, siempre en zonas abruptas, escondidas, casi con apariencia de maleficios, como si alguien desease vejar a tales muertos.
Podéis continuar, teniendo las indicaciones en cuenta, hacia el oculto templo de que esperáis respuestas...
Os leeré continuamente, para intervenir cuando sea necesario. Escribid ¿sin? miedo. Os avisaré cuando coloque nuevas trabas.
Buena suerte...
Ger
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Sabía que mirar hacia atrás no era algo que hiciese ningún tipo de animal. Cuando huyes, te concentras solamente en mirar hacia delante. Es lo más inteligente y lo que aumenta las posibilidades de éxito. Pero Iori no se consideraba inteligente en exceso. Por eso miró. Y debido a eso los vio. A un buen trecho de camino pero distinguibles, fue testigo de cómo uno de los elfos que parecía ir tras sus pasos, se detenía para disparar a la muchacha más joven.
Eduviges se había presentado en la conversación que habían compartido en la cueva, antes de que Tarek despertara en su regazo.
Y ver como el elfo se volvía para cargar otra flecha hacia la muchacha morena hizo que un extraño fuego la removiese por dentro. Tarek todavía la hacía avanzar, corriendo a paso ligero mientras la mantenía firmemente agarrada del brazo. Solamente tuvo que clavar los talones en el suelo y flexionar las piernas para oponer resistencia. Fue suficiente, y el elfo se detuvo en seco debido a su inesperada parada.
- Pero, ¿Qué haces? - inquirió con la perplejidad en sus ojos. - No voy a dejar que ese elfo la mate. - respondió únicamente Iori tirando de su agarre. Tarek miró la escena por encima de su hombro y negó con rotundidad con la cabeza. Tiró de ella, tratando de hacerla caminar de nuevo, pero Iori ancló con más fuerza los pies en la arena haciendo bajar su peso hasta quedar casi sentada. - No voy a dejarla, Tarek - advirtió la humana, estableciendo una lucha visual con la mirada verde del elfo.
Supo que no la iba a soltar. Por lo que tendría que buscar otro método. Giró con rapidez el bastón que sujetaba en la mano y de un golpe certero lo hundió en el abdomen de su compañero. No la soltó, pero el agarre se aflojó lo suficiente como para permitirle salir corriendo desandando sus pasos.
Tuvo que echar apresurarse de verdad ya que, el otro elfo también había deshecho el camino. Las flechas parecían no haber impactado en ella, y la calma del Ojosverdes se había agotado. Vio el cuerpo de ambos enzarzado en una pelea que mezclaba la poca paciencia por parte del elfo, con la desesperación por sobrevivir de la muchacha. Iori apuró el paso corriendo con largas zancadas en la incómoda superficie de la playa.
Cuando aproximó posiciones, el elfo, ajeno a su proximidad, se había conseguido situar sobre la muchacha. Presionaba con una daga reluciente hacia el cuello de Eduviges, mientras la joven chillaba y trataba de usar toda la fuerza de su cuerpo para evitar el mordisco mortal en su piel. Le abriría el cuello como a un cerdo en el día de la matanza, y era cuestión de segundos que el elfo hiciese valer su fuerza sobre ella. - ¡Tú! - gritó tratando de ganar tiempo mientras lo alcanzaba.
Funcionó. El elfo miró por encima del hombro al tiempo que Iori derrapaba lanzándose a él, con el bastón por delante a imitación de una lanza. [1] Si no hubiera esquivado, le hubiera atravesado con el extremo de madera el ojo. Pero fue rápido.
Rodó a un lado sobre la arena, y se volvió hacia ella en posición agazapada. Eduviges dejó de gritar, y se arrastró de espaldas, tratando de ganar distancia con ambos para poder recuperar una posición erguida frente a ellos. Iori dio un paso cortado a un lado, poniéndose justo entre la muchacha y el elfo en posición defensiva. - No sabía que unos seres de luz como vosotros os dedicabais a exterminar crías - dijo con una sonrisa que escondía detrás de los labios el miedo que sentía.
Aquel elfo era un guerrero. Era peligroso y todo en su apariencia y en su mirada lo dejaban claro. De edad incierta, Iori no tuvo que imaginar mucho como para saber que antes de que ella fuese capaz de ir al baño sola, él practicaba cómo bloquear y desarmar golpeando en puntos vitales. La miró sin burla, controlando la furia que cualquier otra persona en esa situación podría sentir. Esos eran los peores. Los que no perdían los nervios y mantenían el control. Los que eran seguros sobre si mismos sin necesidad de alardear. Solamente confiando en el simple hecho de que se sabían buenos en aquellas lides. Eficaces y silenciosos.
Alejó el funesto pensamiento de una derrota frente a él de su cabeza, y comenzó a bloquear los golpes certeros que él buscaba colar en su cuerpo con aquella brillante daga cuerpo a cuerpo. El bastón le permitía mantener cierta distancia de seguridad, pero el elfo era muy bueno, y ganaba centímetros en cada estocada.
Fue en medio de un giro cuando Iori vio que había dejado una apertura en su defensa. Una que él también vio. Apretó los labios anticipando el golpe que sabía que aprovecharía. Apenas fue un corte superficial, pero sintió el mordisco de la daga en su costado derecho. Fue entonces cuando una sombra se cernió sobre él arrastrándolo con un fortísimo golpe al suelo.
Tarek aterrizó sobre el elfo, haciéndolo rodar por la arena varios metros. El arco salió volando por los aires, mientras su compañero de viaje tomaba una posición de control inmovilizando el cuerpo del atacante contra el suelo. - ¿Qué te crees que estás haciendo con una humana? Precisamente aquí, este lugar es sagrado - escupió mirándolo mientras se lo sacaba de encima. Tarek se retiró, dejando que se incorporase y guardó distancia con él. - No es de tu incumbencia - le respondió él llanamente. - No deberías estar aquí. Dhonara te está buscando. O vienes por voluntad propia o me ocuparé personalmente de llevarte con ella - aseguró el elfo señalándolo directamente con la mano frente a él.
Tarek no tuvo tiempo de responder. Sus ojos se desenfocaron cuando observó como una flecha atravesaba con un sonido sordo de lado a lado la garganta del elfo. Su expresión se volvió brumosa mientras, de sus labios entreabiertos comenzaba a brotar la sangre profusamente.
Iori se giró y observó a Eduviges, unos metros más allá, temblando de arriba abajo con lágrimas en los ojos. - Por favor, por favor...- gimoteaba. Tarek se acercó al instante, y lo recogió antes de que cayese entre sus brazos. Iori observó algo parecido a compasión, en la forma en la que lo acunó contra él, mientras con expresión aterrorizada lo observaba morir entre extertores. Los sonidos de los pulmones bronco aspirando sangre cesaron en cuanto se terminó de ahogar, yaciendo entonces muerto.
- Yo solo pretendía, yo solo pretendía ayudar... yo no quería... no quería.... - continuó la chica intentando explicarte, mientras dejaba caer el arco a un lado de sus pies. Tarek levantó entonces la vista y la miró con furia mal contenida. No necesitó preguntar. Cualquiera que atentase contra un elfo, merecía la muerte a sus ojos. Iori miró con inquietud por encima del hombro, en dirección a la cueva en la que habían visto desaparecer a los otros dos elfos.
No tenían tiempo para ellos. Tenían que seguir adelante y salir de allí. Con Eduviges ahora.
- Él fue el primero en atacar - concluyó zanjando la responsabilidad de aquel hecho ante todos los presentes. Sacudió la ropa de arena y se acercó a la muchacha. - ¿Te encuentras herida? - la joven negó con la cabeza. - No, estoy bien, Jarya me dijo que huyese de allí - Bajó la mirada hacia el suelo, con las manos temblorosas aún. - ¿De dónde sacaste la flecha? - preguntó Iori observando ahora a Tarek, todavía agarrado al ya cadáver del elfo. - La noté bajo mis manos cuando caí al suelo - respondió la muchacha. - Pensé que podía usarla para parar la pelea. Tú en cambio sí que estás herida - farfulló con voz aún temblorosa señalando el torso de Iori.
La humana bajó la vista y se fijó en la tela ahora teñida por el color oscuro de su sangre. - Un rasguño - dijo sencillamente girándose hacia Tarek. - Bien, siguiente paso líder - preguntó con voz algo dura sin sentir aparentemente pena por el elfo que los había atacado.
Tarek dejó el cadáver en suelo con respeto. Le cerró los ojos y le colocó las manos sobre el abdomen. Susurró algo mientras lo hacía, aunque Iori no fue capaz de entenderlo. Cuando se giró hacia ellas ya de pie, miró a Iori y a la otra humana con evidente desagrado - ¿Vas a quedarte con ella? - le preguntó con voz dura.
Iori recordó la vez que se había encaprichado de una cría de lechuza que había encontrado en el bosque. Zakath le había hablado de forma parecida en aquella ocasión. - No, desde luego que no, mejor abrirle aquí y ahora la garganta - respondió cruzándose de brazos con sorna. Eduviges se encogió instantáneamente a su lado. La muchacha no estaba para captar inflexiones de ironía en la voz.
Él entrecerró los ojos ante el tono de sorna de ella - Haz lo que te venga en gana. Nunca debí decirte que vinieras. Todo esto ha sido absurdo - lo último lo susurró para si. Caminó hacia ellas y al pasar al lado de Iori, chocó su hombro contra ella. Fue al quedar de espaldas uno al otro cuando añadió - Buena suerte saliendo de territorio de los Ojosverdes. Si continúas junto a ella, te atraparán. Os cazarán por pura diversión - la miró por encima del hombro - Yo no pienso arriesgarme a caer por alguien como ella. Lo último que deseo es pasar por el tratamiento que me espera si vuelvo al Campamento sur. -
Iori apretó un poco los dientes al sentir el calambrazo en el corte que supuso su toque. - No voy a continuar solo con ella. Vamos a hacerlo juntas contigo - resolvió sin ver el problema que Tarek tenía en mente. - Y si te arrepientes ahora de haberme traído, te recuerdo el camino que has recorrido para que los dos nos encontremos aquí. No voy a dejar que te lamentes ahora de haberme metido en esto, elfo - dijo de forma cortante mientras lo toma del hombro para girarlo y mirarlo a los ojos.
- Bromeas, ¿no? Suficientes problemas tenemos ya, como para cargar con uno más - la miró furibundo, hasta que de repente cambió su cara de una forma instantánea. - Estás sangrando - dirigió la vista hacia el Ojosverdes muerto y volvió a centrarla en ella - ¿Cuándo te ha herido? - parecía preocupado.
Y aquello tratándose de él, sonó irreal. Iori lo miró anonadada, tratando de comprender algo que evidentemente se le estaba escapando. Sabía que en condiciones normales, Tarek habría celebrado que alguien separase su cabeza del tronco. Un pequeño corte en su costado parecía haberlo trastornado hasta el punto de ver inquietud mal disimulada en él.
Ah, si. Ya lo entendía. No podía olvidar que por algún motivo, ella era la llave para que el elfo obtuviese información de los ecos del pasado. La razón de tan extraño peregrinaje por tierras élficas.
Ella era una pieza, de momento, necesaria. Posteriormente, desechable.
Dio instintivamente un paso hacia atrás. - Cuando estaba peleando conmigo, justo antes de tu placaje - respondió escueta. - Se cerrará en nada - aseguró antes de girar el rostro hacia Eduviges. - Sé que no podemos seguir introduciéndola con nosotros en las profundidades del bosque, pero no podemos dejarla aquí abandonada sin ninguna indicación. Conoces estas tierras, sabes en dónde puede encontrar ayuda o un camino por el que regresar. Mírala, apenas es una niña. - alegó Iori señalando a la muchacha que se había quedado muda.
Fue entonces, cuando la vertical y la horizontal se confundieron para Iori. Algo se desconectó en su sentido del equilibrio y el cuerpo de la humana se inclinó hacia delante sin poder evitarlo.
Tarek la agarró antes de llegase al suelo y la alzó para ponerla de nuevo en pie con facilidad - Maldición - murmuró para si. Le levantó un poco el extremo de su blusa de lino para observar la herida y pudo ver en los bordes un resto de algo de color verdoso - Veneno - comentó, como confirmando sus sospechas.
La humana se mantenía en pie más por la inusitada fuerza que demostraba el elfo en sus fibrosos brazos, que por su propia energía. Sentía el cuerpo como a través de una bruma, y una sensación de sofocante calor. - ¿Veneno? - inquirió la otra humana tras ellos. - ¿En la daga con la que la atacó el elfo? - preguntó con voz urgente y aun parcialmente temblorosa. Rodeó a la pareja y se inclinó para observar la herida. El corte no era excesivamente profundo, y sangraba con poca abundancia, pero los bordes de la herida daban indicios de lo que Tarek decía. - Vaya, pensé que sería otro tipo de veneno más concreto - comentó sorprendida la chica frunciendo el ceño.
El elfo estuvo a punto de mandarla a tomar viento y decirle que se largase de una vez, pero cuando comentó lo del veneno, solo la miró con una ceja alzada - ¿Más concreto? - preguntó, repitiendo las últimas palabras de la chica. A su lado, Iori había comenzado a farfullar algo incomprensible - ¿Sabes como contrarrestarlo? -
Eduviges dirigió sus hermosos ojos hacia Tarek con una actitud más segura ahora. - Claro, es una reacción básica a un tipo de veneno común. Incluso un niño con los conocimientos necesarios podría prepararlo. Pensé que los elfos usarían substancias más específicas, difíciles de contrarrestar. - Se detuvo y miró hacia la zona arbolada que hacía frontera natural con la playa. - Seguro que en el interior de ese bosque puedo encontrar fácilmente plantas que sirvan como antídoto. No parece que la cantidad absorbida haya sido mucha, pero por algún motivo le está afectado muy rápido. -
La expresión del elfo fue claramente de indulgencia ante lo que consideró un comentario falto de conocimiento por parte de la muchacha - Llevo años matando con ese veneno y te aseguro que es tan efectivo como debe ser. Quizás existan sustancias más mortales, pero ningún asesino que se precie se la jugaría a llevarlas en su arma y herirse por error. ¿O acaso crees que somos inmunes a nuestros propios venenos? - la miró con evidente condescendencia, antes de negar con la cabeza - Si no llevase tanto tiempo fuera, yo mismo tendría el antídoto. Por desgracia tú pareces ser la única alternativa - señaló el bosque con la mano libre, indicándole que iniciase la marcha - Intenta no morirte antes de arreglar esto -
Eduviges lo miró parpadeando, mientras pensaba por primera vez en su vida sobre la conveniencia de que los venenos en las armas que usaban no fuesen fulminantes, como ella había calculado en un primer momento. Contar con unas horas de margen para asegurarse de poder tomar el antídoto en caso de resultar heridos con su propio ardid parecía tener más lógica según lo que él le explicaba.
Se acobardó un poco ante su actitud y asintió obediente antes de comenzar a caminar delante de él. - En el barco mi función era precisamente la de sanadora. Estoy en período de prácticas - explicó llenando el súbito silencio y dándose cuenta al instante de su error al intentar mantener una conversación. - ¿Puedes bien con ella? - preguntó mirando por encima del hombro.
- Qué suerte la mía - comentó él sarcástico ante la afirmación de que la chica estaba en prácticas. Iori escogió precisamente aquel momento para comenzar a tropezarse, avanzando con pasos torpes. - Al infierno - exclamó el elfo y se agachó para, no sin dificultad, cargarla sobre su espalda para llevarla a caballito. La cabeza de la chica cayó de forma lánguida sobre el hombro del elfo, y ahora él pudo escuchar claramente algo de lo que la llevaba escuchando farfullar desde hacía un rato.
- Y recuerda que para hacer chorizos, debes de vaciar bien las tripas de excrementos antes, luego déjalas en reposo sumergidas en abundante agua con sal y limón - La humana parecía tener una conversación interna con alguien a quién le estaba explicando técnicas avanzadas de cocina en una granja.
- Ten cuidado que no se le abra más la herida - le pidió con timidez Eduviges mientras se abrían paso por el interior del bosque, dejando atrás la playa. El terreno cambió de forma abrupta, como quien pisa suelo de madera y suelo de piedra en el centro de una gran ciudad. La vegetación era frondosa, y al poco de internarse pudieron ver claramente que las tupidas copas de los múltiples árboles apenas dejaban que los rayos del Sol, que hacía poco que había amanecido, iluminasen el suelo del bosque.
Tras unos minutos caminando la muchacha se detuvo y señaló el tronco de un gran árbol. Parte de sus raíces estaban desnudas y visibles sobre el suelo, formando huecos en los que podrían descansar. - Colócala ahí. No la muevas más de lo necesario, veo aquí lo que preciso - aseguró la chica, adquiriendo en su actitud la seguridad de quien se desenvuelve en una tarea en la que ya tiene práctica.
Iori estaba ya empapada en sudor, y sus ojos cristalinos se habían cerrado. Cuando Tarek la dejó aovillada contra el tronco del árbol, la humana pareció perder las ganas de hablar.
[1] Talento: ataque con armas (bastón)
Eduviges se había presentado en la conversación que habían compartido en la cueva, antes de que Tarek despertara en su regazo.
Y ver como el elfo se volvía para cargar otra flecha hacia la muchacha morena hizo que un extraño fuego la removiese por dentro. Tarek todavía la hacía avanzar, corriendo a paso ligero mientras la mantenía firmemente agarrada del brazo. Solamente tuvo que clavar los talones en el suelo y flexionar las piernas para oponer resistencia. Fue suficiente, y el elfo se detuvo en seco debido a su inesperada parada.
- Pero, ¿Qué haces? - inquirió con la perplejidad en sus ojos. - No voy a dejar que ese elfo la mate. - respondió únicamente Iori tirando de su agarre. Tarek miró la escena por encima de su hombro y negó con rotundidad con la cabeza. Tiró de ella, tratando de hacerla caminar de nuevo, pero Iori ancló con más fuerza los pies en la arena haciendo bajar su peso hasta quedar casi sentada. - No voy a dejarla, Tarek - advirtió la humana, estableciendo una lucha visual con la mirada verde del elfo.
Supo que no la iba a soltar. Por lo que tendría que buscar otro método. Giró con rapidez el bastón que sujetaba en la mano y de un golpe certero lo hundió en el abdomen de su compañero. No la soltó, pero el agarre se aflojó lo suficiente como para permitirle salir corriendo desandando sus pasos.
Tuvo que echar apresurarse de verdad ya que, el otro elfo también había deshecho el camino. Las flechas parecían no haber impactado en ella, y la calma del Ojosverdes se había agotado. Vio el cuerpo de ambos enzarzado en una pelea que mezclaba la poca paciencia por parte del elfo, con la desesperación por sobrevivir de la muchacha. Iori apuró el paso corriendo con largas zancadas en la incómoda superficie de la playa.
Cuando aproximó posiciones, el elfo, ajeno a su proximidad, se había conseguido situar sobre la muchacha. Presionaba con una daga reluciente hacia el cuello de Eduviges, mientras la joven chillaba y trataba de usar toda la fuerza de su cuerpo para evitar el mordisco mortal en su piel. Le abriría el cuello como a un cerdo en el día de la matanza, y era cuestión de segundos que el elfo hiciese valer su fuerza sobre ella. - ¡Tú! - gritó tratando de ganar tiempo mientras lo alcanzaba.
Funcionó. El elfo miró por encima del hombro al tiempo que Iori derrapaba lanzándose a él, con el bastón por delante a imitación de una lanza. [1] Si no hubiera esquivado, le hubiera atravesado con el extremo de madera el ojo. Pero fue rápido.
Rodó a un lado sobre la arena, y se volvió hacia ella en posición agazapada. Eduviges dejó de gritar, y se arrastró de espaldas, tratando de ganar distancia con ambos para poder recuperar una posición erguida frente a ellos. Iori dio un paso cortado a un lado, poniéndose justo entre la muchacha y el elfo en posición defensiva. - No sabía que unos seres de luz como vosotros os dedicabais a exterminar crías - dijo con una sonrisa que escondía detrás de los labios el miedo que sentía.
Aquel elfo era un guerrero. Era peligroso y todo en su apariencia y en su mirada lo dejaban claro. De edad incierta, Iori no tuvo que imaginar mucho como para saber que antes de que ella fuese capaz de ir al baño sola, él practicaba cómo bloquear y desarmar golpeando en puntos vitales. La miró sin burla, controlando la furia que cualquier otra persona en esa situación podría sentir. Esos eran los peores. Los que no perdían los nervios y mantenían el control. Los que eran seguros sobre si mismos sin necesidad de alardear. Solamente confiando en el simple hecho de que se sabían buenos en aquellas lides. Eficaces y silenciosos.
Alejó el funesto pensamiento de una derrota frente a él de su cabeza, y comenzó a bloquear los golpes certeros que él buscaba colar en su cuerpo con aquella brillante daga cuerpo a cuerpo. El bastón le permitía mantener cierta distancia de seguridad, pero el elfo era muy bueno, y ganaba centímetros en cada estocada.
Fue en medio de un giro cuando Iori vio que había dejado una apertura en su defensa. Una que él también vio. Apretó los labios anticipando el golpe que sabía que aprovecharía. Apenas fue un corte superficial, pero sintió el mordisco de la daga en su costado derecho. Fue entonces cuando una sombra se cernió sobre él arrastrándolo con un fortísimo golpe al suelo.
Tarek aterrizó sobre el elfo, haciéndolo rodar por la arena varios metros. El arco salió volando por los aires, mientras su compañero de viaje tomaba una posición de control inmovilizando el cuerpo del atacante contra el suelo. - ¿Qué te crees que estás haciendo con una humana? Precisamente aquí, este lugar es sagrado - escupió mirándolo mientras se lo sacaba de encima. Tarek se retiró, dejando que se incorporase y guardó distancia con él. - No es de tu incumbencia - le respondió él llanamente. - No deberías estar aquí. Dhonara te está buscando. O vienes por voluntad propia o me ocuparé personalmente de llevarte con ella - aseguró el elfo señalándolo directamente con la mano frente a él.
Tarek no tuvo tiempo de responder. Sus ojos se desenfocaron cuando observó como una flecha atravesaba con un sonido sordo de lado a lado la garganta del elfo. Su expresión se volvió brumosa mientras, de sus labios entreabiertos comenzaba a brotar la sangre profusamente.
Iori se giró y observó a Eduviges, unos metros más allá, temblando de arriba abajo con lágrimas en los ojos. - Por favor, por favor...- gimoteaba. Tarek se acercó al instante, y lo recogió antes de que cayese entre sus brazos. Iori observó algo parecido a compasión, en la forma en la que lo acunó contra él, mientras con expresión aterrorizada lo observaba morir entre extertores. Los sonidos de los pulmones bronco aspirando sangre cesaron en cuanto se terminó de ahogar, yaciendo entonces muerto.
- Yo solo pretendía, yo solo pretendía ayudar... yo no quería... no quería.... - continuó la chica intentando explicarte, mientras dejaba caer el arco a un lado de sus pies. Tarek levantó entonces la vista y la miró con furia mal contenida. No necesitó preguntar. Cualquiera que atentase contra un elfo, merecía la muerte a sus ojos. Iori miró con inquietud por encima del hombro, en dirección a la cueva en la que habían visto desaparecer a los otros dos elfos.
No tenían tiempo para ellos. Tenían que seguir adelante y salir de allí. Con Eduviges ahora.
- Él fue el primero en atacar - concluyó zanjando la responsabilidad de aquel hecho ante todos los presentes. Sacudió la ropa de arena y se acercó a la muchacha. - ¿Te encuentras herida? - la joven negó con la cabeza. - No, estoy bien, Jarya me dijo que huyese de allí - Bajó la mirada hacia el suelo, con las manos temblorosas aún. - ¿De dónde sacaste la flecha? - preguntó Iori observando ahora a Tarek, todavía agarrado al ya cadáver del elfo. - La noté bajo mis manos cuando caí al suelo - respondió la muchacha. - Pensé que podía usarla para parar la pelea. Tú en cambio sí que estás herida - farfulló con voz aún temblorosa señalando el torso de Iori.
La humana bajó la vista y se fijó en la tela ahora teñida por el color oscuro de su sangre. - Un rasguño - dijo sencillamente girándose hacia Tarek. - Bien, siguiente paso líder - preguntó con voz algo dura sin sentir aparentemente pena por el elfo que los había atacado.
Tarek dejó el cadáver en suelo con respeto. Le cerró los ojos y le colocó las manos sobre el abdomen. Susurró algo mientras lo hacía, aunque Iori no fue capaz de entenderlo. Cuando se giró hacia ellas ya de pie, miró a Iori y a la otra humana con evidente desagrado - ¿Vas a quedarte con ella? - le preguntó con voz dura.
Iori recordó la vez que se había encaprichado de una cría de lechuza que había encontrado en el bosque. Zakath le había hablado de forma parecida en aquella ocasión. - No, desde luego que no, mejor abrirle aquí y ahora la garganta - respondió cruzándose de brazos con sorna. Eduviges se encogió instantáneamente a su lado. La muchacha no estaba para captar inflexiones de ironía en la voz.
Él entrecerró los ojos ante el tono de sorna de ella - Haz lo que te venga en gana. Nunca debí decirte que vinieras. Todo esto ha sido absurdo - lo último lo susurró para si. Caminó hacia ellas y al pasar al lado de Iori, chocó su hombro contra ella. Fue al quedar de espaldas uno al otro cuando añadió - Buena suerte saliendo de territorio de los Ojosverdes. Si continúas junto a ella, te atraparán. Os cazarán por pura diversión - la miró por encima del hombro - Yo no pienso arriesgarme a caer por alguien como ella. Lo último que deseo es pasar por el tratamiento que me espera si vuelvo al Campamento sur. -
Iori apretó un poco los dientes al sentir el calambrazo en el corte que supuso su toque. - No voy a continuar solo con ella. Vamos a hacerlo juntas contigo - resolvió sin ver el problema que Tarek tenía en mente. - Y si te arrepientes ahora de haberme traído, te recuerdo el camino que has recorrido para que los dos nos encontremos aquí. No voy a dejar que te lamentes ahora de haberme metido en esto, elfo - dijo de forma cortante mientras lo toma del hombro para girarlo y mirarlo a los ojos.
- Bromeas, ¿no? Suficientes problemas tenemos ya, como para cargar con uno más - la miró furibundo, hasta que de repente cambió su cara de una forma instantánea. - Estás sangrando - dirigió la vista hacia el Ojosverdes muerto y volvió a centrarla en ella - ¿Cuándo te ha herido? - parecía preocupado.
Y aquello tratándose de él, sonó irreal. Iori lo miró anonadada, tratando de comprender algo que evidentemente se le estaba escapando. Sabía que en condiciones normales, Tarek habría celebrado que alguien separase su cabeza del tronco. Un pequeño corte en su costado parecía haberlo trastornado hasta el punto de ver inquietud mal disimulada en él.
Ah, si. Ya lo entendía. No podía olvidar que por algún motivo, ella era la llave para que el elfo obtuviese información de los ecos del pasado. La razón de tan extraño peregrinaje por tierras élficas.
Ella era una pieza, de momento, necesaria. Posteriormente, desechable.
Dio instintivamente un paso hacia atrás. - Cuando estaba peleando conmigo, justo antes de tu placaje - respondió escueta. - Se cerrará en nada - aseguró antes de girar el rostro hacia Eduviges. - Sé que no podemos seguir introduciéndola con nosotros en las profundidades del bosque, pero no podemos dejarla aquí abandonada sin ninguna indicación. Conoces estas tierras, sabes en dónde puede encontrar ayuda o un camino por el que regresar. Mírala, apenas es una niña. - alegó Iori señalando a la muchacha que se había quedado muda.
Fue entonces, cuando la vertical y la horizontal se confundieron para Iori. Algo se desconectó en su sentido del equilibrio y el cuerpo de la humana se inclinó hacia delante sin poder evitarlo.
Tarek la agarró antes de llegase al suelo y la alzó para ponerla de nuevo en pie con facilidad - Maldición - murmuró para si. Le levantó un poco el extremo de su blusa de lino para observar la herida y pudo ver en los bordes un resto de algo de color verdoso - Veneno - comentó, como confirmando sus sospechas.
La humana se mantenía en pie más por la inusitada fuerza que demostraba el elfo en sus fibrosos brazos, que por su propia energía. Sentía el cuerpo como a través de una bruma, y una sensación de sofocante calor. - ¿Veneno? - inquirió la otra humana tras ellos. - ¿En la daga con la que la atacó el elfo? - preguntó con voz urgente y aun parcialmente temblorosa. Rodeó a la pareja y se inclinó para observar la herida. El corte no era excesivamente profundo, y sangraba con poca abundancia, pero los bordes de la herida daban indicios de lo que Tarek decía. - Vaya, pensé que sería otro tipo de veneno más concreto - comentó sorprendida la chica frunciendo el ceño.
El elfo estuvo a punto de mandarla a tomar viento y decirle que se largase de una vez, pero cuando comentó lo del veneno, solo la miró con una ceja alzada - ¿Más concreto? - preguntó, repitiendo las últimas palabras de la chica. A su lado, Iori había comenzado a farfullar algo incomprensible - ¿Sabes como contrarrestarlo? -
Eduviges dirigió sus hermosos ojos hacia Tarek con una actitud más segura ahora. - Claro, es una reacción básica a un tipo de veneno común. Incluso un niño con los conocimientos necesarios podría prepararlo. Pensé que los elfos usarían substancias más específicas, difíciles de contrarrestar. - Se detuvo y miró hacia la zona arbolada que hacía frontera natural con la playa. - Seguro que en el interior de ese bosque puedo encontrar fácilmente plantas que sirvan como antídoto. No parece que la cantidad absorbida haya sido mucha, pero por algún motivo le está afectado muy rápido. -
La expresión del elfo fue claramente de indulgencia ante lo que consideró un comentario falto de conocimiento por parte de la muchacha - Llevo años matando con ese veneno y te aseguro que es tan efectivo como debe ser. Quizás existan sustancias más mortales, pero ningún asesino que se precie se la jugaría a llevarlas en su arma y herirse por error. ¿O acaso crees que somos inmunes a nuestros propios venenos? - la miró con evidente condescendencia, antes de negar con la cabeza - Si no llevase tanto tiempo fuera, yo mismo tendría el antídoto. Por desgracia tú pareces ser la única alternativa - señaló el bosque con la mano libre, indicándole que iniciase la marcha - Intenta no morirte antes de arreglar esto -
Eduviges lo miró parpadeando, mientras pensaba por primera vez en su vida sobre la conveniencia de que los venenos en las armas que usaban no fuesen fulminantes, como ella había calculado en un primer momento. Contar con unas horas de margen para asegurarse de poder tomar el antídoto en caso de resultar heridos con su propio ardid parecía tener más lógica según lo que él le explicaba.
Se acobardó un poco ante su actitud y asintió obediente antes de comenzar a caminar delante de él. - En el barco mi función era precisamente la de sanadora. Estoy en período de prácticas - explicó llenando el súbito silencio y dándose cuenta al instante de su error al intentar mantener una conversación. - ¿Puedes bien con ella? - preguntó mirando por encima del hombro.
- Qué suerte la mía - comentó él sarcástico ante la afirmación de que la chica estaba en prácticas. Iori escogió precisamente aquel momento para comenzar a tropezarse, avanzando con pasos torpes. - Al infierno - exclamó el elfo y se agachó para, no sin dificultad, cargarla sobre su espalda para llevarla a caballito. La cabeza de la chica cayó de forma lánguida sobre el hombro del elfo, y ahora él pudo escuchar claramente algo de lo que la llevaba escuchando farfullar desde hacía un rato.
- Y recuerda que para hacer chorizos, debes de vaciar bien las tripas de excrementos antes, luego déjalas en reposo sumergidas en abundante agua con sal y limón - La humana parecía tener una conversación interna con alguien a quién le estaba explicando técnicas avanzadas de cocina en una granja.
- Ten cuidado que no se le abra más la herida - le pidió con timidez Eduviges mientras se abrían paso por el interior del bosque, dejando atrás la playa. El terreno cambió de forma abrupta, como quien pisa suelo de madera y suelo de piedra en el centro de una gran ciudad. La vegetación era frondosa, y al poco de internarse pudieron ver claramente que las tupidas copas de los múltiples árboles apenas dejaban que los rayos del Sol, que hacía poco que había amanecido, iluminasen el suelo del bosque.
Tras unos minutos caminando la muchacha se detuvo y señaló el tronco de un gran árbol. Parte de sus raíces estaban desnudas y visibles sobre el suelo, formando huecos en los que podrían descansar. - Colócala ahí. No la muevas más de lo necesario, veo aquí lo que preciso - aseguró la chica, adquiriendo en su actitud la seguridad de quien se desenvuelve en una tarea en la que ya tiene práctica.
Iori estaba ya empapada en sudor, y sus ojos cristalinos se habían cerrado. Cuando Tarek la dejó aovillada contra el tronco del árbol, la humana pareció perder las ganas de hablar.
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Iori Li
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
La joven Eduviges se perdió entre los árboles cercanos, buscando entre las raíces de los mismos los ingredientes del bebedizo que eliminaría la toxina del cuerpo de la humana. Con un suspiro largamente contenido, Tarek dejó que su espalda se deslizase por el tronco del árbol, a cuyos pies había depositado el inerte cuerpo de la muchacha, que en aquel momento parecía dormir. Aquello le dio unos instantes para recapacitar sobre lo que había pasado.
Había sido estúpido. Todo lo que había hecho había sido una completa estupidez, desde ir a buscarla a aquel remoto pueblo hasta atacara por ella a un Ojosverdes. Bajó las manos para contemplarlas, pues en algún momento había acabado enterrando la cabeza entre las piernas, abrazándose a si mismo. La oscura sangre de su congénere se había secado sobre su piel y en aquel momento le recordaba el pavor en la mirada ajena cuando la desafortunada flecha había atravesado su cuello. Había visto morir a muchos. No era la primera vez que el antinatural brillo de aquellos ojos verdes se apagaba ante él, pero nunca, jamás, había sido culpable de ello.
La humana se removió a su lado, parecía que había comenzado a temblar. Con desgana, alargó el brazo para comprobar sus constantes. Eran irregulares, pero tampoco le extrañaba. El veneno que solían utilizar tenía aquel efecto. Hacía sufrir a la víctima, la hacía delirar. Se preguntó entonces en qué momento había cambiado de parecer. En qué momento había dejado de ser la persona que deseaba infringirle aquel sufrimiento, para convertirse en la que estaba preocupada por si no se salvaba. La respuesta le pareció clara: Nytt Hus. Ni siquiera la vaga esperanza que le había dado el espectro al indicarle el lugar donde seguir buscando había sido tan poderosa como para hacerlo romper con todo y acudir a aquel sagrado lugar con ella. No, había sido la destrucción de su propia gente, su sed de sangre y el constatar que, quizás, los rumores no iban tan desencaminados. Por ello, ahora la necesitaba viva, para llegar al templo, para conocer la verdad. Así había pasado de desear su muerte a implorar porque sobreviviese. No podía permitirse perder aquella pista. No otra vez. Al fin y al cabo, ya no le quedaba nada más a lo que asirse.
El grito de la muchacha reverberó en el bosque, haciendo que los pájaros de la zona se alzasen despavoridos. Tarek puso los ojos en blanco. Si no fuera peligro suficiente internarse en territorio de los Ojosverdes, encima la pequeña sabandija tenía que indicar dónde se encontraban. Con un último vistazo a la temblorosa figura de la humana, se apresuró entre los árboles, hasta localizar a la atemorizada Eduviges que corría en aquel momento en su dirección.
- ¡Está muerto! ¡Está muerto! -su estridente voz resonaba en el silencio del bosque.
Sin demasiada delicadeza y con mirada asesina, el peliblanco la tomó de un brazo, para girarla y taparle la boca con una mano, al tiempo que la arrastraba tras un árbol cercano.
- ¿Acaso quieres que nos maten? -le susurró al oído, sin dejar de mirar a su alrededor y, principalmente, a las copas de los árboles.
Las palabras parecieron tener un efecto inmediato en la chica, que se quedó quieta y callada en un instante. Tarek la notó relajarse entre sus brazos, adoptando una actitud más dócil. Girándola, se encaró de nuevo a ella.
- ¿Qué demonios pasa? –su tono de voz, aunque bajo, era firme. Ella señaló algo no lejos de su posición, el miedo patente en su rostro.
- Te aseguro que lo encontré así, no he tocado nada –explicó apresuradamente, buscando encontrar las palabras y mirándolo con reservas, temiendo probablemente que el elfo la culpase de lo sucedido.
Frunciendo el ceño, dirigió la vista hacia el lugar que ella señalaba, aunque la espesa vegetación apenas le dejó percibir el objeto del temor de la muchacha. Tendría que investigarlo más tarde, en aquel momento era más urgente que acabase el antídoto. El tiempo corría en su contra.
- ¿Tienes lo que necesitas? –preguntó, centrando de nuevo la vista en ella, haciendo que la chica diese un respingo y se tensase.
- Sí, sí, lo tengo todo -aseguró llevándose las manos a la ropa en donde, sin duda, escondía en bolsillos interiores las plantas precisas.
- Pues vuelve junto a ella y haz el antídoto. Como se muera, me encargaré personalmente de que lamentes las últimas horas que te quedarán de vida –como toda respuesta, ella asintió a trompicones, con cara de pavor. Con un ligero empujón, la encaminó en la dirección que debía seguir y ella desapareció entre la foresta sin decir una palabra más.
Cuando perdió de vista a la joven humana, giró en la dirección que esta había señalado, a fin de determinar qué era lo que la había puesto tan nerviosa. Pocos metros más adelante divisó el cuerpo de un elfo adulto tendido sobre la hierba, oculto bajo el hueco que dejaban las raíces de un gran árbol. Cómo había encontrado la chica el cadáver era algo que no podía entender, pero el estado en el que se encontraba lo instó a acercarse a observar, un poco mejor, a qué se enfrentaban. Sus ojos color miel desvelaron que no era un Ojosverdes, el clan más cercano a aquella zona del bosque, pero aparte de eso fue incapaz de determinar el origen del elfo. El autor de su muerte se había encargado de borrar cualquier rasgo identificativo del cuerpo, llenándolo de extrañas marcas, que recordaban a las dejadas por los maleficios. Su asesino había hecho su trabajo a conciencia, vejando el cuerpo hasta dejarlo en un estado que rallaba lo grotesco.
Murmurando una plegaria propia de su pueblo, Tarek le cerró los ojos, colocándole las manos sobre el pecho. Lamentó no poder hacer nada más por él, no poder asegurarse de que recibía el tratamiento mortuorio adecuado. Pero acercarse a cualquier elfo en sus actuales circunstancias sería un suicidio. Con una última disculpa susurrada a unos oídos que ya no podía oír, volvió junto a las humanas.
Eduviges apenas levantó la vista cuando se acercó a ellas, ocupada como estaba en mezclar, aplastar y exprimir los ingredientes del antídoto. Pero su expresión seria y taciturna debió ser suficiente para disuadirla de comentar o preguntar nada al respecto al muerto. Incapaz de mantenerse quieto e inquieto por lo que acababa de ver, decidió patrullar el entorno, para asegurarse de que ninguno de los elfos de la cueva los había seguido. Conocía la letalidad de su propia gente, por lo que dudaba que el resto de los humanos hubiesen sobrevivido a la reyerta.
No lejos de allí descubrió el cuerpo de una elfa, igualmente irreconocible, de ojos marrones, oculta a la sombra de un abrigo rocoso. Las marcas que mostraba eran similares a las del primer cadáver y Tarek, con creciente frustración, no pudo hacer más que repetir el ritual de cerrar los ojos de la difunta. Desconocía qué era lo que podía producir aquello, pero la cercanía de la isla de los brujos dejaba pocas dudas respecto a quienes eran los que podía estar haciéndolo. ¿O quizás era algún tipo de artimaña para iniciar una guerra? Sacudió la cabeza, al tiempo que se alejaba del cuerpo. Desde la batalla en la ciudad hereje, había empezado a ver conspiraciones en todas y cada una de las acciones de los Ojosverdes. Necesitaba saber la verdad, para poder enfrentarse de una vez a todo aquello.
A su regreso al árbol que hacía de campamento base, pudo ver como la joven marinera trataba de hacer beber a la humana algo de su cantimplora. Sobre su abdomen descubierto, un ungüento pardo se secaba, cubriendo la herida provocada por el arma del Ojosverdes.
- ¿Cuánto tardará en hacer efecto? –preguntó, con voz calmada- No podemos quedarnos aquí mucho más.
- No debería de tardar más de una hora en recuperar conciencia y ser capaz de moverse con normalidad, aunque no estará con sus sentidos más finos –fue el diagnóstico de la chica, mientras apoyaba la cabeza de la humana contra una de las raíces- Precisa beber mucho para poder eliminar las toxinas de su cuerpo. Pero… -pareció dudar, mientras observaba el rostro de la otra mujer, que en aquel momento mostraba una expresión más relajada- No estoy segura. Para el corte y la cantidad de veneno que pudo entrar en ella, ha reaccionado con mucha intensidad, creo que es la primera vez que algo así penetra en su torrente sanguíneo –añadió en un quedo murmullo, pensativa.
Una hora era demasiado tiempo, demasiado peligroso. Frustrado, no pudo evitar farfullar algo que sonó como "siempre tiene que complicar las cosas". Apoyándose en un tronco cercano, volvió a observar las copas de los árboles. Aquel era su flanco débil, pues era el punto fuerte del clan sureño. Podías escuchar a alguien que se acercaba por el suelo, pero los árboles ofrecían una protección y opciones de acercarse difíciles de predecir, de las que él mismo se había aprovechado en más de una situación.
Por ello, lo sorprendió escuchar ruidos procedentes del suelo, a algunos metros de allí. Parecían los vacilantes pasos de alguien que se abría paso de forma apresurada por el bosque, quizás huyendo de algo. Recordando los cadáveres, Tarek no pudo evitar ponerse en pie y, haciendo un gesto a Eduviges, que parecía dispuesta a preguntar qué sucedía, le indicó que guardase silencio y no se apartase de la humana. Con agilidad, se encaramó a un árbol cercano, para deslizarse entre las ramas hasta el origen del ruido. Bajo él, dos figuras se movían inquietas y de forma errática, enredándose en la vegetación del bosque. Poniendo los ojos en blanco y maldiciendo su suerte, descendió con ligereza del árbol.
Dos de los tres humanos que había llegado a la cueva junto a Eduviges lo observaron con sorpresa cuando sus pies tocaron el suelo. Aunque una fracción de segundo después, ambos habían desenvainado sus armas y las dirigían hacia él. El peliblanco los observó con hastío, planteándose volver al árbol y dejarlos vagar a su suerte. Aunque su llegada podía resultar en una ventaja, si con ello conseguía sacarse de encima a la joven curandera que la humana tan estúpidamente había decidido salvar.
Ambos presentaban un aspecto deplorable y, vistas sus caras largas, el elfo supuso bastante acertadamente que el miembro faltante había perecido en la reyerta. Jarya, si mal no recordaba el nombre de la líder, parecía más íntegra que su compañero, el joven que lo había increpado en la cueva al ver a la humana agazapada durante la tormenta.
- Vuestra... lo que sea... La cría está con nosotros –fue su parco comentario, antes de darse la vuelta y desandar el camino hasta el lugar en que había dejado a las dos humanas.
En silencio, cautos, siguieron sus pasos, hasta que divisaron en el pequeño claro, junto a las raíces del gran árbol, a la joven marinera, junto al cuerpo tembloroso de la humana.
- ¿Edi? –la sorpresa en la voz de la líder fue patente - ¡Por los Dioses! –por su parte la joven se levantó presurosa a abrazarlos a ambos.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó ella con voz alegre- ¿Dónde está...? –pero las palabras murieron en sus labios al ver la taciturna expresión de sus camaradas.
- Tenemos que alejarnos de esta tierra maldita... –susurró en respuesta el único hombre del grupo, apretando los dientes. Entornando la vista, miró por un momento a Tarek con una expresión cercana al odio, aunque poco después sus ojos se desviaron hacia la inerte humana tras él- ¿Qué le has hecho? -preguntó con voz dura.
El elfo, por su parte, se había acercado hasta la humana, para comprobar sus constantes, asegurándose de que el remedio de la joven aprendiz estaba surtiendo el efecto deseado. Al escuchar la acusatoria pregunta del muchacho, se giró para encararlo, alzándose entre él y la desmayada humana.
- Ni la mitad de lo que te haré a ti si no desapareces de mi vista.
- Se enfrentó al elfo que me atacó, ambos lo hicieron –la tímida voz de Eduviges impidió, momentáneamente, que el humano respondiese a su amenaza- Recibió un corte con veneno, pero ya la he tratado, se repondrá en poco tiempo – aseguró finalmente.
Jarya, consciente de la tensión que se estaba generando y de los peligros que entrañaba estar en aquel bosque, pareció optar por la negociación. Las secuelas del naufragio y la pérdida de uno de los suyos habían mellado el poco espíritu de lucha que podía haber albergado al entrar la noche anterior en la cueva.
- Nos marcharemos de aquí, te lo aseguro. Necesitamos encontrar una zona elevada en la línea de costa desde dónde otear el horizonte. Tras la tormenta otros barcos de nuestro puerto se acercarán buscando restos de naufragio. Es nuestra única posibilidad -admitió mirando con reservas al elfo, pero siendo sincera con él. Apartando la vista del furibundo humano, Tarek se encaró a ella, observándola durante unos interminables segundos con cara impasible.
- No saldréis vivos de aquí y aún menos si alguno de los elfos que se enfrentó a vosotros en la cueva ha sobrevivido. Si es así, a estas alturas estará informado a otros de lo sucedido -esperó un segundo a que sus palabras calasen en los humanos, antes de señalar hacia el suroeste- A unos cinco quilómetros en aquella dirección, el acantilado entra al mar. Es el punto más elevado de la zona. Si pretendéis ver un barco, ese será el único lugar desde el que podréis hacerlo.
- Comprendido. Gracias –fue la escueta respuesta de la líder, tras observarlo unos instantes, como determinando si debían o no fiarse de su palabra. Poniendo una mano en el hombro a cada uno de sus acompañantes, les indicó que debían partir- Nos vamos –Eduviges asintió como respuesta.
- ¿Y Iori qué? ella no pertenece a este lugar –fue la terca respuesta del humano, cuya cara mostraba disconformidad- Se encuentra en ese estado por tu culpa –añadió, señalando al elfo- No veo por qué deberíamos de dejarla aquí.
- Ella se queda –respondió escuetamente el elfo, observándolo con desdén.
Aquellas palabras parecieron enfadar aún más al chico, cuya cara dejó ver la rabia que sentía en aquel momento. Lanzando un bronco rugido, se abalanzó sobre el peliblanco, siendo detenido en un último momento por sus dos compañeras.
- ¡TÚ MALDITO! -gritó con la cara contraída y todo el cuerpo tenso haciendo fuerza en su dirección.
- ¡Déjalo! compórtate de una vez y contrólate –lo reprendió Jarya.
- No es buena idea gritar aquíiiiii -gimoteó Eduviges, probablemente recordando su aviso unas horas antes.
- Ella está aquí por su propia voluntad, ya te lo dijo antes. Sus asuntos no son nuestros asuntos –con voz calmada, Jarya intentó hacerlo entrar en razón, al tiempo que lo retenía con más fuerza.
En aquel momento Iori exhaló un profundo suspiro, y comenzó a moverse despacio, como despertando de su letargo.
- Deberías guardar fuerzas. Con esa herida no serás más que un incordio para tu... familia. Ahora, si lo que quieres es que acabe con tu sufrimiento rápido, no tienes más que pedirlo -el sarcasmo fue evidente en la voz del elfo, lo que provocó que el muchacho humano forcejeara con más ansias hacia él.
- ¡BASTA! –el grito de Jarya resonó seco en el bosque. Tirando una vez más del muchacho hacia atrás, se puso ante él, para propinarle un puñetazo, que lo hizo caer al suelo desorientado. El elfo no pudo más que sorprenderse por aquello- Conserva la mente fría, si quieres sobrevivir -el chico se abstuvo de responder, mirando furibundo al elfo.
- Vámonos –instó Eduviges, tratando de evitar que la situación se volviera a desbocar. Mirando a Tarek y la seminconsciente humana, señaló la cantimplora que había a su lado- Añadí diente de león dentro de la cantimplora que lleva ella. Es diurético y le ayudará a eliminar el veneno del organismo. Asegúrate que beba lo suficiente. Cuando la vacíe, rellénala hasta arriba y añade tres de estas dentro cada vez –cruzó rápidamente los metros que los separaban, para colocar en su mano unas flores amarillas- Suerte –indicó, dedicándole una tímida sonrisa.
- Intenta que no te maten –respondió él como despedida, tomando las flores y observando cómo se alejaban hacia el acantilado.
Tras él, la inconsicente humana comenzó a moverse, indicando que pronto despertaría del todo. El peliblanco se acercó a ella, sentándose a su lado e implorando a los dioses que se despertase pronto. Cada segundo que pasaban allí solo los exponía más, a los guardias, a los Ojosverdes y a lo que fuese que masacraba y mutilaba elfos. Entonces recordó Nytt Hus de nuevo y supo que implorar no serviría de nada.
Había sido estúpido. Todo lo que había hecho había sido una completa estupidez, desde ir a buscarla a aquel remoto pueblo hasta atacara por ella a un Ojosverdes. Bajó las manos para contemplarlas, pues en algún momento había acabado enterrando la cabeza entre las piernas, abrazándose a si mismo. La oscura sangre de su congénere se había secado sobre su piel y en aquel momento le recordaba el pavor en la mirada ajena cuando la desafortunada flecha había atravesado su cuello. Había visto morir a muchos. No era la primera vez que el antinatural brillo de aquellos ojos verdes se apagaba ante él, pero nunca, jamás, había sido culpable de ello.
La humana se removió a su lado, parecía que había comenzado a temblar. Con desgana, alargó el brazo para comprobar sus constantes. Eran irregulares, pero tampoco le extrañaba. El veneno que solían utilizar tenía aquel efecto. Hacía sufrir a la víctima, la hacía delirar. Se preguntó entonces en qué momento había cambiado de parecer. En qué momento había dejado de ser la persona que deseaba infringirle aquel sufrimiento, para convertirse en la que estaba preocupada por si no se salvaba. La respuesta le pareció clara: Nytt Hus. Ni siquiera la vaga esperanza que le había dado el espectro al indicarle el lugar donde seguir buscando había sido tan poderosa como para hacerlo romper con todo y acudir a aquel sagrado lugar con ella. No, había sido la destrucción de su propia gente, su sed de sangre y el constatar que, quizás, los rumores no iban tan desencaminados. Por ello, ahora la necesitaba viva, para llegar al templo, para conocer la verdad. Así había pasado de desear su muerte a implorar porque sobreviviese. No podía permitirse perder aquella pista. No otra vez. Al fin y al cabo, ya no le quedaba nada más a lo que asirse.
El grito de la muchacha reverberó en el bosque, haciendo que los pájaros de la zona se alzasen despavoridos. Tarek puso los ojos en blanco. Si no fuera peligro suficiente internarse en territorio de los Ojosverdes, encima la pequeña sabandija tenía que indicar dónde se encontraban. Con un último vistazo a la temblorosa figura de la humana, se apresuró entre los árboles, hasta localizar a la atemorizada Eduviges que corría en aquel momento en su dirección.
- ¡Está muerto! ¡Está muerto! -su estridente voz resonaba en el silencio del bosque.
Sin demasiada delicadeza y con mirada asesina, el peliblanco la tomó de un brazo, para girarla y taparle la boca con una mano, al tiempo que la arrastraba tras un árbol cercano.
- ¿Acaso quieres que nos maten? -le susurró al oído, sin dejar de mirar a su alrededor y, principalmente, a las copas de los árboles.
Las palabras parecieron tener un efecto inmediato en la chica, que se quedó quieta y callada en un instante. Tarek la notó relajarse entre sus brazos, adoptando una actitud más dócil. Girándola, se encaró de nuevo a ella.
- ¿Qué demonios pasa? –su tono de voz, aunque bajo, era firme. Ella señaló algo no lejos de su posición, el miedo patente en su rostro.
- Te aseguro que lo encontré así, no he tocado nada –explicó apresuradamente, buscando encontrar las palabras y mirándolo con reservas, temiendo probablemente que el elfo la culpase de lo sucedido.
Frunciendo el ceño, dirigió la vista hacia el lugar que ella señalaba, aunque la espesa vegetación apenas le dejó percibir el objeto del temor de la muchacha. Tendría que investigarlo más tarde, en aquel momento era más urgente que acabase el antídoto. El tiempo corría en su contra.
- ¿Tienes lo que necesitas? –preguntó, centrando de nuevo la vista en ella, haciendo que la chica diese un respingo y se tensase.
- Sí, sí, lo tengo todo -aseguró llevándose las manos a la ropa en donde, sin duda, escondía en bolsillos interiores las plantas precisas.
- Pues vuelve junto a ella y haz el antídoto. Como se muera, me encargaré personalmente de que lamentes las últimas horas que te quedarán de vida –como toda respuesta, ella asintió a trompicones, con cara de pavor. Con un ligero empujón, la encaminó en la dirección que debía seguir y ella desapareció entre la foresta sin decir una palabra más.
Cuando perdió de vista a la joven humana, giró en la dirección que esta había señalado, a fin de determinar qué era lo que la había puesto tan nerviosa. Pocos metros más adelante divisó el cuerpo de un elfo adulto tendido sobre la hierba, oculto bajo el hueco que dejaban las raíces de un gran árbol. Cómo había encontrado la chica el cadáver era algo que no podía entender, pero el estado en el que se encontraba lo instó a acercarse a observar, un poco mejor, a qué se enfrentaban. Sus ojos color miel desvelaron que no era un Ojosverdes, el clan más cercano a aquella zona del bosque, pero aparte de eso fue incapaz de determinar el origen del elfo. El autor de su muerte se había encargado de borrar cualquier rasgo identificativo del cuerpo, llenándolo de extrañas marcas, que recordaban a las dejadas por los maleficios. Su asesino había hecho su trabajo a conciencia, vejando el cuerpo hasta dejarlo en un estado que rallaba lo grotesco.
Murmurando una plegaria propia de su pueblo, Tarek le cerró los ojos, colocándole las manos sobre el pecho. Lamentó no poder hacer nada más por él, no poder asegurarse de que recibía el tratamiento mortuorio adecuado. Pero acercarse a cualquier elfo en sus actuales circunstancias sería un suicidio. Con una última disculpa susurrada a unos oídos que ya no podía oír, volvió junto a las humanas.
Eduviges apenas levantó la vista cuando se acercó a ellas, ocupada como estaba en mezclar, aplastar y exprimir los ingredientes del antídoto. Pero su expresión seria y taciturna debió ser suficiente para disuadirla de comentar o preguntar nada al respecto al muerto. Incapaz de mantenerse quieto e inquieto por lo que acababa de ver, decidió patrullar el entorno, para asegurarse de que ninguno de los elfos de la cueva los había seguido. Conocía la letalidad de su propia gente, por lo que dudaba que el resto de los humanos hubiesen sobrevivido a la reyerta.
No lejos de allí descubrió el cuerpo de una elfa, igualmente irreconocible, de ojos marrones, oculta a la sombra de un abrigo rocoso. Las marcas que mostraba eran similares a las del primer cadáver y Tarek, con creciente frustración, no pudo hacer más que repetir el ritual de cerrar los ojos de la difunta. Desconocía qué era lo que podía producir aquello, pero la cercanía de la isla de los brujos dejaba pocas dudas respecto a quienes eran los que podía estar haciéndolo. ¿O quizás era algún tipo de artimaña para iniciar una guerra? Sacudió la cabeza, al tiempo que se alejaba del cuerpo. Desde la batalla en la ciudad hereje, había empezado a ver conspiraciones en todas y cada una de las acciones de los Ojosverdes. Necesitaba saber la verdad, para poder enfrentarse de una vez a todo aquello.
A su regreso al árbol que hacía de campamento base, pudo ver como la joven marinera trataba de hacer beber a la humana algo de su cantimplora. Sobre su abdomen descubierto, un ungüento pardo se secaba, cubriendo la herida provocada por el arma del Ojosverdes.
- ¿Cuánto tardará en hacer efecto? –preguntó, con voz calmada- No podemos quedarnos aquí mucho más.
- No debería de tardar más de una hora en recuperar conciencia y ser capaz de moverse con normalidad, aunque no estará con sus sentidos más finos –fue el diagnóstico de la chica, mientras apoyaba la cabeza de la humana contra una de las raíces- Precisa beber mucho para poder eliminar las toxinas de su cuerpo. Pero… -pareció dudar, mientras observaba el rostro de la otra mujer, que en aquel momento mostraba una expresión más relajada- No estoy segura. Para el corte y la cantidad de veneno que pudo entrar en ella, ha reaccionado con mucha intensidad, creo que es la primera vez que algo así penetra en su torrente sanguíneo –añadió en un quedo murmullo, pensativa.
Una hora era demasiado tiempo, demasiado peligroso. Frustrado, no pudo evitar farfullar algo que sonó como "siempre tiene que complicar las cosas". Apoyándose en un tronco cercano, volvió a observar las copas de los árboles. Aquel era su flanco débil, pues era el punto fuerte del clan sureño. Podías escuchar a alguien que se acercaba por el suelo, pero los árboles ofrecían una protección y opciones de acercarse difíciles de predecir, de las que él mismo se había aprovechado en más de una situación.
Por ello, lo sorprendió escuchar ruidos procedentes del suelo, a algunos metros de allí. Parecían los vacilantes pasos de alguien que se abría paso de forma apresurada por el bosque, quizás huyendo de algo. Recordando los cadáveres, Tarek no pudo evitar ponerse en pie y, haciendo un gesto a Eduviges, que parecía dispuesta a preguntar qué sucedía, le indicó que guardase silencio y no se apartase de la humana. Con agilidad, se encaramó a un árbol cercano, para deslizarse entre las ramas hasta el origen del ruido. Bajo él, dos figuras se movían inquietas y de forma errática, enredándose en la vegetación del bosque. Poniendo los ojos en blanco y maldiciendo su suerte, descendió con ligereza del árbol.
Dos de los tres humanos que había llegado a la cueva junto a Eduviges lo observaron con sorpresa cuando sus pies tocaron el suelo. Aunque una fracción de segundo después, ambos habían desenvainado sus armas y las dirigían hacia él. El peliblanco los observó con hastío, planteándose volver al árbol y dejarlos vagar a su suerte. Aunque su llegada podía resultar en una ventaja, si con ello conseguía sacarse de encima a la joven curandera que la humana tan estúpidamente había decidido salvar.
Ambos presentaban un aspecto deplorable y, vistas sus caras largas, el elfo supuso bastante acertadamente que el miembro faltante había perecido en la reyerta. Jarya, si mal no recordaba el nombre de la líder, parecía más íntegra que su compañero, el joven que lo había increpado en la cueva al ver a la humana agazapada durante la tormenta.
- Vuestra... lo que sea... La cría está con nosotros –fue su parco comentario, antes de darse la vuelta y desandar el camino hasta el lugar en que había dejado a las dos humanas.
En silencio, cautos, siguieron sus pasos, hasta que divisaron en el pequeño claro, junto a las raíces del gran árbol, a la joven marinera, junto al cuerpo tembloroso de la humana.
- ¿Edi? –la sorpresa en la voz de la líder fue patente - ¡Por los Dioses! –por su parte la joven se levantó presurosa a abrazarlos a ambos.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó ella con voz alegre- ¿Dónde está...? –pero las palabras murieron en sus labios al ver la taciturna expresión de sus camaradas.
- Tenemos que alejarnos de esta tierra maldita... –susurró en respuesta el único hombre del grupo, apretando los dientes. Entornando la vista, miró por un momento a Tarek con una expresión cercana al odio, aunque poco después sus ojos se desviaron hacia la inerte humana tras él- ¿Qué le has hecho? -preguntó con voz dura.
El elfo, por su parte, se había acercado hasta la humana, para comprobar sus constantes, asegurándose de que el remedio de la joven aprendiz estaba surtiendo el efecto deseado. Al escuchar la acusatoria pregunta del muchacho, se giró para encararlo, alzándose entre él y la desmayada humana.
- Ni la mitad de lo que te haré a ti si no desapareces de mi vista.
- Se enfrentó al elfo que me atacó, ambos lo hicieron –la tímida voz de Eduviges impidió, momentáneamente, que el humano respondiese a su amenaza- Recibió un corte con veneno, pero ya la he tratado, se repondrá en poco tiempo – aseguró finalmente.
Jarya, consciente de la tensión que se estaba generando y de los peligros que entrañaba estar en aquel bosque, pareció optar por la negociación. Las secuelas del naufragio y la pérdida de uno de los suyos habían mellado el poco espíritu de lucha que podía haber albergado al entrar la noche anterior en la cueva.
- Nos marcharemos de aquí, te lo aseguro. Necesitamos encontrar una zona elevada en la línea de costa desde dónde otear el horizonte. Tras la tormenta otros barcos de nuestro puerto se acercarán buscando restos de naufragio. Es nuestra única posibilidad -admitió mirando con reservas al elfo, pero siendo sincera con él. Apartando la vista del furibundo humano, Tarek se encaró a ella, observándola durante unos interminables segundos con cara impasible.
- No saldréis vivos de aquí y aún menos si alguno de los elfos que se enfrentó a vosotros en la cueva ha sobrevivido. Si es así, a estas alturas estará informado a otros de lo sucedido -esperó un segundo a que sus palabras calasen en los humanos, antes de señalar hacia el suroeste- A unos cinco quilómetros en aquella dirección, el acantilado entra al mar. Es el punto más elevado de la zona. Si pretendéis ver un barco, ese será el único lugar desde el que podréis hacerlo.
- Comprendido. Gracias –fue la escueta respuesta de la líder, tras observarlo unos instantes, como determinando si debían o no fiarse de su palabra. Poniendo una mano en el hombro a cada uno de sus acompañantes, les indicó que debían partir- Nos vamos –Eduviges asintió como respuesta.
- ¿Y Iori qué? ella no pertenece a este lugar –fue la terca respuesta del humano, cuya cara mostraba disconformidad- Se encuentra en ese estado por tu culpa –añadió, señalando al elfo- No veo por qué deberíamos de dejarla aquí.
- Ella se queda –respondió escuetamente el elfo, observándolo con desdén.
Aquellas palabras parecieron enfadar aún más al chico, cuya cara dejó ver la rabia que sentía en aquel momento. Lanzando un bronco rugido, se abalanzó sobre el peliblanco, siendo detenido en un último momento por sus dos compañeras.
- ¡TÚ MALDITO! -gritó con la cara contraída y todo el cuerpo tenso haciendo fuerza en su dirección.
- ¡Déjalo! compórtate de una vez y contrólate –lo reprendió Jarya.
- No es buena idea gritar aquíiiiii -gimoteó Eduviges, probablemente recordando su aviso unas horas antes.
- Ella está aquí por su propia voluntad, ya te lo dijo antes. Sus asuntos no son nuestros asuntos –con voz calmada, Jarya intentó hacerlo entrar en razón, al tiempo que lo retenía con más fuerza.
En aquel momento Iori exhaló un profundo suspiro, y comenzó a moverse despacio, como despertando de su letargo.
- Deberías guardar fuerzas. Con esa herida no serás más que un incordio para tu... familia. Ahora, si lo que quieres es que acabe con tu sufrimiento rápido, no tienes más que pedirlo -el sarcasmo fue evidente en la voz del elfo, lo que provocó que el muchacho humano forcejeara con más ansias hacia él.
- ¡BASTA! –el grito de Jarya resonó seco en el bosque. Tirando una vez más del muchacho hacia atrás, se puso ante él, para propinarle un puñetazo, que lo hizo caer al suelo desorientado. El elfo no pudo más que sorprenderse por aquello- Conserva la mente fría, si quieres sobrevivir -el chico se abstuvo de responder, mirando furibundo al elfo.
- Vámonos –instó Eduviges, tratando de evitar que la situación se volviera a desbocar. Mirando a Tarek y la seminconsciente humana, señaló la cantimplora que había a su lado- Añadí diente de león dentro de la cantimplora que lleva ella. Es diurético y le ayudará a eliminar el veneno del organismo. Asegúrate que beba lo suficiente. Cuando la vacíe, rellénala hasta arriba y añade tres de estas dentro cada vez –cruzó rápidamente los metros que los separaban, para colocar en su mano unas flores amarillas- Suerte –indicó, dedicándole una tímida sonrisa.
- Intenta que no te maten –respondió él como despedida, tomando las flores y observando cómo se alejaban hacia el acantilado.
Tras él, la inconsicente humana comenzó a moverse, indicando que pronto despertaría del todo. El peliblanco se acercó a ella, sentándose a su lado e implorando a los dioses que se despertase pronto. Cada segundo que pasaban allí solo los exponía más, a los guardias, a los Ojosverdes y a lo que fuese que masacraba y mutilaba elfos. Entonces recordó Nytt Hus de nuevo y supo que implorar no serviría de nada.
Tarek Inglorien
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Los humanos se alejaron, y no cabía duda alguna que toda su corta vida recordarían su amargo periplo por las tierras del sur de los bosques de Sandorai. Si bien Jarya y Antémer apretaron el paso, nada más separarse del extraño elfo cuyo rostro se encontraba por entero aderezado de un claro desprecio por ellos y pese a ello, se ocupaba de Iori, Eduviges miró dos veces atrás con sus grandes ojos preocupados y entristecidos. Se preguntó qué destino esperaría a tan curiosa pareja, y deseó que sus pasos les llevasen a lugar seguro. Esperaba, algún día, contar a sus hijos la aventura en la cual le habían salvado la vida, y volver a verles.
Ajenos a los pensamientos de la muchacha, elfo y humana casi se asimilaron al bosque durante el tiempo en que la campesina tardó en recobrar buena parte del equilibrio perdido por el veneno. El viento ululaba de un modo que no invitaba a la menor relajación. Incluso el cromatismo tinto en verde de la foresta parecía transmitir hostilidad a los recién llegados. La misma naturaleza manifestaba que no deseaba su presencia.
O quizá, todo resultaba sólo fruto de una febril imaginación, consecuencia de cuanto ambos habían sufrido. Sólo los dioses podían estar seguros de la auténtica respuesta.
Adentrándose más y más a fin de poner tierra de por medio con los más que probables perseguidores, un tercer cadáver profanado les saludó en silencio, como dintel de un templo sereno que anuncia una nueva región aún inexplorada. Para la joven procedente de su ahora lejana aldea de Verisar, nada aún significaban las marcas que la elfa asesinada portaba en cada una de las hojas de su corona de laurel. Una ofrenda votiva… o un último escarnio. Fuera como fuese, Tarek Inglorien pudo leer aquel antiguo dialecto que pocos de entre los suyos eran ya capaces de descifrar, remanente de otros tiempos, otras gentes. Y de asuntos que el hijo de Eithelen estaba más cerca de lo que hubiera deseado de llegar a desentrañar.
“Nadie está libre del tormento de la realidad. Nadie puede escapar de su propia piel, de su propia sangre. Sólo yo comprendo una realidad que pocos se atreven a mirar a su rostro descarnado, terrible. No somos perfectos, no tenemos razón. La maldad no puede ser erradicada. No continuéis. Mi reino es pequeño, pero es justicia.
Volved al hogar y mentíos. Yo soy auténtico. Solo yo comprendo la realidad”
¿Qué pensaron los caminantes ante aquello? Quien podría decirlo…
La misión pesaba en la mente de ambos, y continuaron su particular búsqueda de la verdad de un pasado que, si bien no los esquivaba, germinaba esquirlas de dolor para servirles como pedazos de años remotos.
En la primera encrucijada tras el cadáver, tres caminos se abrieron ante Iori y Tarek, todos y cada uno bajo el ramaje y las copas de los árboles de esa región que casi llegaba a matar la luz de sol.
Y al comienzo de cada senda, un pequeño monolito de cuatro pies de altura, contenía un extraño mensaje. Si ayuda, una retorcida diversión, o meras palabras perdidas con el paso de los siglos, pocos podrían asegurarlo. Muy, muy pocos.
“Buscas el camino de todos que nadie llega a encontrar, sin conocer del todo tu senda”
“Anhelas terminar tu vagar, con el premio creído merecido”
“Defiendes que tus pasos son correctos, cuando tuya es la única mirada”
__________________________
Off: Vuestra búsqueda del santuario continúa complicándose. Debéis elegir uno de los tres caminos para continuar y cada cual tiene sus propias dificultades. Cuando os pongáis de acuerdo para ello, escribidme, y os comentaré la -mala- suerte que habéis escogido.
Por otra parte, Iori en apenas una hora, como prometió Eduviges, se repondrá casi por entero. Por desgracia, la muchacha no es una sanadora experta, y la curación ha tenido un extraño efecto secundario. Y es que la humana no será capaz de mentir en los próximos dos turnos.
Buena suerte…
Ger
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
El frío. Cuando la bruma de su mente le permitió formar un pensamiento claro, este vino marcado por el frío que sentía. La humana inspiró profundamente, probando hasta qué punto era capaz de llenar del todo sus pulmones. Su caja torácica se expandió, y al liberarlo lentamente por la nariz abrió los ojos.
La frondosidad de los árboles no permitían el paso de luz de manera clara, por lo que precisar el momento del día en el que se encontraban no fue posible para ella. El olor a verde era intenso, y la humedad se notaba en el aire y en la ropa que permanecía apoyada contra el suelo. La figura, sentada y ligeramente inclinada sobre si captó su atención. Tarek parecía aguardar, pero todo en la forma de sus músculos delataba que se encontraba en tensión.
En guardia. Analizando el entorno en el que se encontraban. Por algún motivo, saber que seguían juntos en aquello la hizo sentir segura, y esbozó una sonrisa mientras cerraba los dedos de sus manos, ateridos de frío.
Antes de hablar, pudo analizar bien las facciones de su compañero, de una forma que pocas veces había podido. La noche anterior, en la hoguera, las sombras y luces habían dotado de un halo misterioso sus rasgos, los cuales ahora, a la luz del día le parecían más suaves. Excepto por el tatuaje característico que le cubría la mitad del rostro, las líneas resultaban suaves, acentuadas por la inexistencia de vello facial. Imaginó que tendría la piel suave, y sacrificó el anhelo de querer acariciarlo antes de que cobrase forma propia en su mente.
Por mucha que fuese la belleza presente en su cara y en sus ojos, aquel era el mismo ser que la había lanzado por la borda del barco al regreso de Isla Tortuga.
Y sin embargo, el elfo que tenía delante, jugando de forma nerviosa con una pequeña ramita en sus manos, oteando el entorno de forma concentrada la había cuidado en aquel momento. El veneno de la herida en el costado había penetrado en ella. Lo sucedido en las últimas horas no estaba claro pero, era evidente que él se había asegurado de que Iori se encontrase bien. Y, por muchas que hubiesen sido sus peleas en el pasado, ninguna de ellas le restaba valor al cuidado que había tenido ahora por ella.
Aún siendo motivado por el más puro interés egoísta. Él la necesitaba.
- Gracias - dijo al cabo de unos largos momentos, tras analizarlo en silencio. El se giró de inmediato a mirarla, cuando escuchó su voz, y alzó una ceja. Iori pensó, por su vacilación, que estaba a punto de preguntar algo, pero se contuvo. - Tenemos que irnos - y se puso en pie.La humana asintió, y se levantó más lentamente que él. Repasó mentalmente sus músculos y el grado de respuesta de su movimiento físico para comprobar recuperación. No estaba al 100% pero podía ponerse en marcha con él.
Elfo marcó un ritmo vivo de avance, sin mirar hacia atrás un instante para asegurarse de cómo iba Iori. Avanzaron en silencio, recorriendo un paisaje que a ella le parecía todo el rato el mismo, mientras observaba con una leve sonrisa que, a pesar de todo, Tarek portaba con él las alforjas de ambos. - ¿Qué ha pasado mientras yo no estaba aquí? - preguntó hablando a la espalda de Tarek, siguiendo el camino que él marca sin cuestionarlo. Lo último que recordaba era estar en un grupo con dos personas, y al abrir los ojos solo encontró a una.
El tardó un poco en responder, y finalmente le sueltó de sopetón - Nada en especial. Nos pasamos un interminable número de horas expuestos a un ataque, que todavía espero que llegue de algún lado. Ah, y me deshice de la mocosa. - sonaba duro, pero Iori supo que no había violencia en el contenido de sus palabras. - ¿Cómo? - quiso saber.
Se paró en seco y se dio la vuelta. La miró impasible, clavando aquellos ojos verdes en ella y le respondió - La sacrifiqué a los espíritus del bosque a cambio de que me revelasen el camino a seguir - En ese instante Iori dudó, y supo que él estaba midiendo su reacción en las palabras que acababa de decir. - Sus amigos vinieron a buscarla. Bueno, dos de ellos, incluido tu enamorado, por si te preguntabas qué había sido de él - se giró y continuó andando.
¿Su enamorado? Se refería a Illari, evidentemente. Pero no comprendía el motivo tras el cual hacer esa asociación. Se escuchó una suave risa a sus espaldas. - Necesitáis poco los elfos para tratar a alguien de enamorado. Excepto que uséis esa palabra para referirse a una persona con la que tener sexo - meditó unos segundos antes de continuar. - La verdad que fue uno de los muchachos de la contorna con los que más presta acostarse. Es muy bueno, aunque excesivamente preocupado por el placer ajeno. Eso le resta descontrol al momento. Y es más divertido cuanto más salvaje el encuentro, a mi forma de ver - aseguró siguiéndole el ritmo de sus pasos ahora de forma animada. - ¿Cómo es el sexo entre los elfos? - lanzó la pregunta curiosa.
Hablar de esas cosas nunca había sido un problema para ella, pero se sorprendió de ser capaz de tratarlo tan abiertamente con alguien como Tarek. El elfo se frenó otra vez en seco y la miró con cara de absoluta incredulidad, antes de preguntar perplejo - ¿Qué? - como si no hubiese entendido la pregunta. Pero claro que la había entendido. Lo vio sacudir la cabeza y tras mirar de nuevo a su alrededor, para ver que nadie los siguiera, prosiguió el camino.
Había estado a punto de tropezar con él cuando la encaró, por lo que se detuvo a trompicones. - Quiero decir, desconozco si el sexo elfo con elfo es diferente. - Se explicó rehaciendo el camino cuando él avanzó. - Las veces que lo hice con Nousis lo disfruté, pero no veo diferencia en función de la raza en cuanto al desempeño en el tema - reflexionó. Siempre le había resultado fácil hablar de ello, pero en aquel momento las palabras fluían con demasiada facilidad. - En cualquier caso, simplemente aclarar que follar no es sinónimo de amar. Con lo cuál, él no es mi "enamorado" - resolvió con tranquilidad la humana como conclusión al hilo de sus pensamientos.
Él volvió a pararse, más tenso esta vez y la miró. - ¿En serio? - le preguntó mirándola como si fuese tonta - ¡Por el amor de Isil! - levantó los brazos como implorando al cielo y volvió a andar un par de pasos más. De repente se giró para mirarla de nuevo. Parecía bastante nervioso - ¿Te parece un tema de conversación adecuado, en estas circunstancias, el mencionar lo tuyo con Nousis? ¿Acaso no recuerdas lo que pasó después de aquello? - se dio la vuelta bufando y continuó andando, un poco más rápido que antes. Lo pudo escuchar mascullar en un idioma que no entendió, hasta que soltó algo que si resultó comprensible: "el veneno ha debido freírle el cerebro".
Lo que pasó después de aquello, debía de referirse a cuando se habían separado casi al final de la aventura en Isla Tortuga. Cuando Tarek se había percatado de que entre Nousis y ella había sucedido algo. Sí, aquella noche habían tenido sexo por primera vez en el bosque. Pero en posteriores encuentros habían repetido. Dándole forma a más fantasías y probando juegos nuevos.
Nunca lo había visto con una expresión tan, ¿escandalizada? La humana enarcó las cejas insegura, sin saber cómo tomarse aquello. - ¿Lo mío con Nousis? es sexo Tarek. Lo más natural del mundo. - Lo observó girarse de nuevo y se apuró por continuar caminando a su lado. - ¿Después de aquello? ¿Te refieres a la aventura de Isla Tortuga? Bueno, yo no estaba pensando en esa ocasión. Hace unas semanas nos volvimos a cruzar. Me ayudó a completar un trabajo en Ciudad Lagarto. He de decir que me ha sorprendido. Para la edad que tiene mostró una buena energía sexual. Es evidente que entre los vuestros los 88 años no corresponden a 88 años humanos. No me imagino a los abuelitos de mi comarca con esa vitalidad... - murmuró casi para si, antes de mirarlo con curiosidad, ignorando su comentario sobre el veneno. - ¿Por qué te incomoda hablar de sexo? -
Hizo amago de pararse otra vez, pero al final siguió andando - No hay nada natural en eso. Tú eres una humana y él un elfo - lo último lo dijo casi siseando, mirándola mientras sigue caminando - Y no me importa en absoluto en qué malgasta la vida que todavía conserva gracias a que yo - entonces si se detuvo para señalarse a si mismo - me enfrenté a mi propio clan para que conservase. Si quiere ir por ahí retozando con gente como tú, no es mi problema. No quiero saberlo - retomó la caminata y tras unos pasos añadió - Y haz el favor de no insultar la memoria de tu abuelo con imágenes grotescas. Por muy humano que sea, me compadezco de lo que ha tenido que pasar todos estos años aguantándote. -
Parpadeó, con evidente contrariedad antes de continuar avanzando tras él. - ¿Mi abuelo? - se rio entre dientes. - Si hubieras pasado un rato más con él, comprenderías en dónde aprendí a tratar este tema sin tapujos. Si fueses un poco más de su gusto, incluso lo hubieses podido experimentar por ti mismo. Al viejo Zakath siempre le gustaron hombretones grandes para poder jugar - su tono despreocupado reflejaba que ella no se sentía ni la mitad de incómoda que Tarek con aquel tema. - Pero creo que no entiendo a qué te refieres con enfrentarte a tu propio clan. - aventuró sin estar segura de si el elfo le respondería.
Pudo ver una expresión rara en la cara de Tarek, reflejando que en aquel momento estaba reflexionando sobre su encuentro con Zakath y lo que pudo haber visto de él. Sacudió la cabeza y las manos, como negando y continuó andando sin decir nada. Cuando ella mencionó lo del clan y se dio cuenta de su metedura de pata - No es de tu incumbencia. - respondió como un látigo.
Iori frunció el ceño, pero no se dio por vencido. - Creo que, un poco de sinceridad después de pedirme que viniese a jugarme aquí la vida no es pedir tanto Tarek. A fin de cuentas, estoy aquí por seguir tus pasos. A cambio, te ofrezco la misma sinceridad, si hay algo que me quieras preguntar - le propuso sin poder disimular su curiosidad. Ella no tenía nada que esconder. Y la curiosidad por su compañero de viaje aguijoneaba en ella desde que habían pasado la primera noche en la playa.
Pero Tarek estaba perdiendo la paciencia con ella. La humana podía verlo de forma palpable, a cada parada súbita que hacía el elfo para encararla y clavar los ojos en ellos. Por enésima vez, la miró de frente - Los asuntos que tenga o no con mi clan no son asunto tuyo, ni tienen nada que ver con esta "excursión" - hizo las comillas con las manos - No tengo ningún interés en saber de ti más de lo que ya sé. Pero si quieres irte, eres libre de desandar el camino - le señaló el camino por el que habían llegado hasta ahí y luego se cruzó de brazos.
Los ojos azules se clavaron en él, y el optimismo que reflejaba su cara en aquel momento se fue derritiendo hasta tornarse en un rictus más serio. - Dices que soy libre, pero realmente no tengo elección. Tengo que seguir a tu lado aunque no quiera. Llegados a este punto estoy perdida sin ti - reconoció haciendo una referencia clara a las circunstancias. Negarlo no tenía sentido. Y realmente, la única culpable de que se encontrase hasta el cuello dependiendo de él era únicamente suya. - No te preocupes, no te lo voy a preguntar de nuevo. - Se puso en marcha, pasando al lado de Tarek con calma, reiniciando el camino en la misma dirección que el elfo tenía marcada. - No sé cómo puedes vivir con tanto odio dentro de tu cuerpo - añadió sin provocación en la voz. Más bien una simple y sincera constatación de lo que la humana veía en él.
Le sonríe con sorna cuando ella mencionó lo de que no tiene opción y luego la observó más serio cuando retomó la marcha. Soltando un suspiro contenido, continuó él también el camino - Y yo no entiendo como puedes ser tan insufrible. Así que ya ves, ninguno de los dos entiende al otro... ni falta que hace - y volvió a tomar la delantera, para guiar el camino.
Varias leguas caminaron, sin dirigirse la palabra en esta ocasión. La humana perdida en sus pensamientos, mientras se deleitaba repasando sus últimas conversaciones de una forma casi perversa. Captó el hilo de duda, y terminó rompiendo la quietud del camino con su voz. - Estelüine - El nombre del supuesto bebé de Eithelen que aparecía en la inscripción de Mittenwald.
Lo miró por el rabillo del ojo, y Tarek hizo como que no la escuchaba o, quizá, no le estaba prestando realmente atención. Ella no se rindió. - ¿Qué significa? - Cuando él puso los ojos en blanco, la humana supo que la había escuchado desde el principio, pero había decidido ignorarla. - Esperanza Azul - contestó a secas. - ¿Es un nombre común entre los elfos? - continuó preguntando con sinceridad. - No, no lo creo - respondió tras reflexionar un instante.
Decidió que, aunque parcas respuestas, tenía que aprovechar que lo había conseguido sacar de su mutismo reciente. - ¿Y Tarek? ¿es un nombre común? - Los ojos verdes la observaron, con cara expresión de querer saber de qué iba el tema. - No, tampoco es común - reconoció. - ¿Qué significa? - volvió a disparar antes de que Tarek pudiese llegar a pensar que ella iba a dejar pasar el tema.
Los ojos verdes se volvieron a encontrar con los suyos, esta vez transmitiendo una clara sensación de sentirse cansado con aquel juego. - ¿Acaso importa? - pero antes que ella pudiera añadir nada respondió - Estrella de la mañana -
No se esperaba un significado como aquel.
- ¡Vaya! es más poético de lo que pensaba. - reconoció. - Pero parece un nombre optimista. Las estrellas guían el camino, la mañana es un nuevo comienzo. Todo cosas positivas. Yo no asociaría ese tipo de referencias contigo la verdad - dijo pensativa. La respuesta del elfo fue inmediata. - ¡Claro! Porque me conoces tanto, que eres capaz de saber lo que me pega y no que no - dijo con tono sarcástico.
- Conozco de ti lo que me muestras. - respondió directa encogiéndose de hombros. - Sé que somos como las cebollas, tenemos muchas capas. Pero yo solo puedo opinar sobre lo que veo. Imagino que con los tuyos serás de otra manera, y que con Eithelen serías completamente diferente - murmuró pensativa.
Ante esas últimas palabras se detuvo de golpe y se posicionó delante de ella para encararla de cerca. - Te dije que no volvieses a mencionar su nombre - se la quedó mirando un momento, antes de girarse y seguir andando. Iori volvió a respirar, dándose cuenta de que había contenido el aliento ante su actitud dura. El tema de Eithelen lo descontrolaba por completo. - Te muestro lo único que necesitas saber. -
Recobró la compostura cuando él creó separación entre ambos. Resopló y se frotó la nuca incómoda, antes de inspirar profundamente llenando los pulmones de aire. - ¿En dónde aprendiste a ser tan intransigente? - Preguntó siguiéndolo, dejando ahora que los separaran unos pasos de distancia. - Que los dioses me den paciencia - masculló, sin detenerse - ¿Dónde aprendiste tú a ser tan insoportable? - acabó por contestarle.
Aquello le hizo gracia.
- ¿Te lo parezco? - preguntó con tono casual y una sonrisa amplia en la boca, que Tarek no pudo ver. - Dime, si yo fuese una elfa pensarías lo mismo o se debe a que soy humana? - sabía de sobra que el racismo del elfo guiaba su criterio, pero le hacía la pregunta en voz alta para, de alguna manera, enfrentarlo a sus propias ideas. Lo vio sacudir la cabeza antes de contestar - Se debe a que eres un ser insoportable. El hecho de que seas humana solo lo hace peor - Ya, por supuesto que era eso.
Estaba a punto de replicar de forma mordaz, cuando algo cambió en él. Algo que estaba viendo, y que le tapaba con el cuerpo a la humana que avanzaba detrás de él. Alzó la mano en un claro gesto que transmitía dos ideas. Primera: silencio. Segunda: pararse.
La humana obedeció al momento, y cuando Tarek se deslizó, sin hacer ruido hacia delante fue cuando Iori pudo verlo mejor. El cadáver de un elfo tendido frente a ellos. Y no había nada natural en la forma en la que ese cuerpo yacía en el suelo. De forma instintiva miró a su alrededor, mientras Tarek centraba toda su atención en su congénere. En ese momento más que en las últimas horas, Iori sintió que una silenciosa amenaza se escondía detrás de la quietud de los árboles que los rodeaban.
Una que no respetaba a elfos en su propio territorio. Menos todavía lo haría con humanos.
La frondosidad de los árboles no permitían el paso de luz de manera clara, por lo que precisar el momento del día en el que se encontraban no fue posible para ella. El olor a verde era intenso, y la humedad se notaba en el aire y en la ropa que permanecía apoyada contra el suelo. La figura, sentada y ligeramente inclinada sobre si captó su atención. Tarek parecía aguardar, pero todo en la forma de sus músculos delataba que se encontraba en tensión.
En guardia. Analizando el entorno en el que se encontraban. Por algún motivo, saber que seguían juntos en aquello la hizo sentir segura, y esbozó una sonrisa mientras cerraba los dedos de sus manos, ateridos de frío.
Antes de hablar, pudo analizar bien las facciones de su compañero, de una forma que pocas veces había podido. La noche anterior, en la hoguera, las sombras y luces habían dotado de un halo misterioso sus rasgos, los cuales ahora, a la luz del día le parecían más suaves. Excepto por el tatuaje característico que le cubría la mitad del rostro, las líneas resultaban suaves, acentuadas por la inexistencia de vello facial. Imaginó que tendría la piel suave, y sacrificó el anhelo de querer acariciarlo antes de que cobrase forma propia en su mente.
Por mucha que fuese la belleza presente en su cara y en sus ojos, aquel era el mismo ser que la había lanzado por la borda del barco al regreso de Isla Tortuga.
Y sin embargo, el elfo que tenía delante, jugando de forma nerviosa con una pequeña ramita en sus manos, oteando el entorno de forma concentrada la había cuidado en aquel momento. El veneno de la herida en el costado había penetrado en ella. Lo sucedido en las últimas horas no estaba claro pero, era evidente que él se había asegurado de que Iori se encontrase bien. Y, por muchas que hubiesen sido sus peleas en el pasado, ninguna de ellas le restaba valor al cuidado que había tenido ahora por ella.
Aún siendo motivado por el más puro interés egoísta. Él la necesitaba.
- Gracias - dijo al cabo de unos largos momentos, tras analizarlo en silencio. El se giró de inmediato a mirarla, cuando escuchó su voz, y alzó una ceja. Iori pensó, por su vacilación, que estaba a punto de preguntar algo, pero se contuvo. - Tenemos que irnos - y se puso en pie.La humana asintió, y se levantó más lentamente que él. Repasó mentalmente sus músculos y el grado de respuesta de su movimiento físico para comprobar recuperación. No estaba al 100% pero podía ponerse en marcha con él.
Elfo marcó un ritmo vivo de avance, sin mirar hacia atrás un instante para asegurarse de cómo iba Iori. Avanzaron en silencio, recorriendo un paisaje que a ella le parecía todo el rato el mismo, mientras observaba con una leve sonrisa que, a pesar de todo, Tarek portaba con él las alforjas de ambos. - ¿Qué ha pasado mientras yo no estaba aquí? - preguntó hablando a la espalda de Tarek, siguiendo el camino que él marca sin cuestionarlo. Lo último que recordaba era estar en un grupo con dos personas, y al abrir los ojos solo encontró a una.
El tardó un poco en responder, y finalmente le sueltó de sopetón - Nada en especial. Nos pasamos un interminable número de horas expuestos a un ataque, que todavía espero que llegue de algún lado. Ah, y me deshice de la mocosa. - sonaba duro, pero Iori supo que no había violencia en el contenido de sus palabras. - ¿Cómo? - quiso saber.
Se paró en seco y se dio la vuelta. La miró impasible, clavando aquellos ojos verdes en ella y le respondió - La sacrifiqué a los espíritus del bosque a cambio de que me revelasen el camino a seguir - En ese instante Iori dudó, y supo que él estaba midiendo su reacción en las palabras que acababa de decir. - Sus amigos vinieron a buscarla. Bueno, dos de ellos, incluido tu enamorado, por si te preguntabas qué había sido de él - se giró y continuó andando.
¿Su enamorado? Se refería a Illari, evidentemente. Pero no comprendía el motivo tras el cual hacer esa asociación. Se escuchó una suave risa a sus espaldas. - Necesitáis poco los elfos para tratar a alguien de enamorado. Excepto que uséis esa palabra para referirse a una persona con la que tener sexo - meditó unos segundos antes de continuar. - La verdad que fue uno de los muchachos de la contorna con los que más presta acostarse. Es muy bueno, aunque excesivamente preocupado por el placer ajeno. Eso le resta descontrol al momento. Y es más divertido cuanto más salvaje el encuentro, a mi forma de ver - aseguró siguiéndole el ritmo de sus pasos ahora de forma animada. - ¿Cómo es el sexo entre los elfos? - lanzó la pregunta curiosa.
Hablar de esas cosas nunca había sido un problema para ella, pero se sorprendió de ser capaz de tratarlo tan abiertamente con alguien como Tarek. El elfo se frenó otra vez en seco y la miró con cara de absoluta incredulidad, antes de preguntar perplejo - ¿Qué? - como si no hubiese entendido la pregunta. Pero claro que la había entendido. Lo vio sacudir la cabeza y tras mirar de nuevo a su alrededor, para ver que nadie los siguiera, prosiguió el camino.
Había estado a punto de tropezar con él cuando la encaró, por lo que se detuvo a trompicones. - Quiero decir, desconozco si el sexo elfo con elfo es diferente. - Se explicó rehaciendo el camino cuando él avanzó. - Las veces que lo hice con Nousis lo disfruté, pero no veo diferencia en función de la raza en cuanto al desempeño en el tema - reflexionó. Siempre le había resultado fácil hablar de ello, pero en aquel momento las palabras fluían con demasiada facilidad. - En cualquier caso, simplemente aclarar que follar no es sinónimo de amar. Con lo cuál, él no es mi "enamorado" - resolvió con tranquilidad la humana como conclusión al hilo de sus pensamientos.
Él volvió a pararse, más tenso esta vez y la miró. - ¿En serio? - le preguntó mirándola como si fuese tonta - ¡Por el amor de Isil! - levantó los brazos como implorando al cielo y volvió a andar un par de pasos más. De repente se giró para mirarla de nuevo. Parecía bastante nervioso - ¿Te parece un tema de conversación adecuado, en estas circunstancias, el mencionar lo tuyo con Nousis? ¿Acaso no recuerdas lo que pasó después de aquello? - se dio la vuelta bufando y continuó andando, un poco más rápido que antes. Lo pudo escuchar mascullar en un idioma que no entendió, hasta que soltó algo que si resultó comprensible: "el veneno ha debido freírle el cerebro".
Lo que pasó después de aquello, debía de referirse a cuando se habían separado casi al final de la aventura en Isla Tortuga. Cuando Tarek se había percatado de que entre Nousis y ella había sucedido algo. Sí, aquella noche habían tenido sexo por primera vez en el bosque. Pero en posteriores encuentros habían repetido. Dándole forma a más fantasías y probando juegos nuevos.
Nunca lo había visto con una expresión tan, ¿escandalizada? La humana enarcó las cejas insegura, sin saber cómo tomarse aquello. - ¿Lo mío con Nousis? es sexo Tarek. Lo más natural del mundo. - Lo observó girarse de nuevo y se apuró por continuar caminando a su lado. - ¿Después de aquello? ¿Te refieres a la aventura de Isla Tortuga? Bueno, yo no estaba pensando en esa ocasión. Hace unas semanas nos volvimos a cruzar. Me ayudó a completar un trabajo en Ciudad Lagarto. He de decir que me ha sorprendido. Para la edad que tiene mostró una buena energía sexual. Es evidente que entre los vuestros los 88 años no corresponden a 88 años humanos. No me imagino a los abuelitos de mi comarca con esa vitalidad... - murmuró casi para si, antes de mirarlo con curiosidad, ignorando su comentario sobre el veneno. - ¿Por qué te incomoda hablar de sexo? -
Hizo amago de pararse otra vez, pero al final siguió andando - No hay nada natural en eso. Tú eres una humana y él un elfo - lo último lo dijo casi siseando, mirándola mientras sigue caminando - Y no me importa en absoluto en qué malgasta la vida que todavía conserva gracias a que yo - entonces si se detuvo para señalarse a si mismo - me enfrenté a mi propio clan para que conservase. Si quiere ir por ahí retozando con gente como tú, no es mi problema. No quiero saberlo - retomó la caminata y tras unos pasos añadió - Y haz el favor de no insultar la memoria de tu abuelo con imágenes grotescas. Por muy humano que sea, me compadezco de lo que ha tenido que pasar todos estos años aguantándote. -
Parpadeó, con evidente contrariedad antes de continuar avanzando tras él. - ¿Mi abuelo? - se rio entre dientes. - Si hubieras pasado un rato más con él, comprenderías en dónde aprendí a tratar este tema sin tapujos. Si fueses un poco más de su gusto, incluso lo hubieses podido experimentar por ti mismo. Al viejo Zakath siempre le gustaron hombretones grandes para poder jugar - su tono despreocupado reflejaba que ella no se sentía ni la mitad de incómoda que Tarek con aquel tema. - Pero creo que no entiendo a qué te refieres con enfrentarte a tu propio clan. - aventuró sin estar segura de si el elfo le respondería.
Pudo ver una expresión rara en la cara de Tarek, reflejando que en aquel momento estaba reflexionando sobre su encuentro con Zakath y lo que pudo haber visto de él. Sacudió la cabeza y las manos, como negando y continuó andando sin decir nada. Cuando ella mencionó lo del clan y se dio cuenta de su metedura de pata - No es de tu incumbencia. - respondió como un látigo.
Iori frunció el ceño, pero no se dio por vencido. - Creo que, un poco de sinceridad después de pedirme que viniese a jugarme aquí la vida no es pedir tanto Tarek. A fin de cuentas, estoy aquí por seguir tus pasos. A cambio, te ofrezco la misma sinceridad, si hay algo que me quieras preguntar - le propuso sin poder disimular su curiosidad. Ella no tenía nada que esconder. Y la curiosidad por su compañero de viaje aguijoneaba en ella desde que habían pasado la primera noche en la playa.
Pero Tarek estaba perdiendo la paciencia con ella. La humana podía verlo de forma palpable, a cada parada súbita que hacía el elfo para encararla y clavar los ojos en ellos. Por enésima vez, la miró de frente - Los asuntos que tenga o no con mi clan no son asunto tuyo, ni tienen nada que ver con esta "excursión" - hizo las comillas con las manos - No tengo ningún interés en saber de ti más de lo que ya sé. Pero si quieres irte, eres libre de desandar el camino - le señaló el camino por el que habían llegado hasta ahí y luego se cruzó de brazos.
Los ojos azules se clavaron en él, y el optimismo que reflejaba su cara en aquel momento se fue derritiendo hasta tornarse en un rictus más serio. - Dices que soy libre, pero realmente no tengo elección. Tengo que seguir a tu lado aunque no quiera. Llegados a este punto estoy perdida sin ti - reconoció haciendo una referencia clara a las circunstancias. Negarlo no tenía sentido. Y realmente, la única culpable de que se encontrase hasta el cuello dependiendo de él era únicamente suya. - No te preocupes, no te lo voy a preguntar de nuevo. - Se puso en marcha, pasando al lado de Tarek con calma, reiniciando el camino en la misma dirección que el elfo tenía marcada. - No sé cómo puedes vivir con tanto odio dentro de tu cuerpo - añadió sin provocación en la voz. Más bien una simple y sincera constatación de lo que la humana veía en él.
Le sonríe con sorna cuando ella mencionó lo de que no tiene opción y luego la observó más serio cuando retomó la marcha. Soltando un suspiro contenido, continuó él también el camino - Y yo no entiendo como puedes ser tan insufrible. Así que ya ves, ninguno de los dos entiende al otro... ni falta que hace - y volvió a tomar la delantera, para guiar el camino.
Varias leguas caminaron, sin dirigirse la palabra en esta ocasión. La humana perdida en sus pensamientos, mientras se deleitaba repasando sus últimas conversaciones de una forma casi perversa. Captó el hilo de duda, y terminó rompiendo la quietud del camino con su voz. - Estelüine - El nombre del supuesto bebé de Eithelen que aparecía en la inscripción de Mittenwald.
Lo miró por el rabillo del ojo, y Tarek hizo como que no la escuchaba o, quizá, no le estaba prestando realmente atención. Ella no se rindió. - ¿Qué significa? - Cuando él puso los ojos en blanco, la humana supo que la había escuchado desde el principio, pero había decidido ignorarla. - Esperanza Azul - contestó a secas. - ¿Es un nombre común entre los elfos? - continuó preguntando con sinceridad. - No, no lo creo - respondió tras reflexionar un instante.
Decidió que, aunque parcas respuestas, tenía que aprovechar que lo había conseguido sacar de su mutismo reciente. - ¿Y Tarek? ¿es un nombre común? - Los ojos verdes la observaron, con cara expresión de querer saber de qué iba el tema. - No, tampoco es común - reconoció. - ¿Qué significa? - volvió a disparar antes de que Tarek pudiese llegar a pensar que ella iba a dejar pasar el tema.
Los ojos verdes se volvieron a encontrar con los suyos, esta vez transmitiendo una clara sensación de sentirse cansado con aquel juego. - ¿Acaso importa? - pero antes que ella pudiera añadir nada respondió - Estrella de la mañana -
No se esperaba un significado como aquel.
- ¡Vaya! es más poético de lo que pensaba. - reconoció. - Pero parece un nombre optimista. Las estrellas guían el camino, la mañana es un nuevo comienzo. Todo cosas positivas. Yo no asociaría ese tipo de referencias contigo la verdad - dijo pensativa. La respuesta del elfo fue inmediata. - ¡Claro! Porque me conoces tanto, que eres capaz de saber lo que me pega y no que no - dijo con tono sarcástico.
- Conozco de ti lo que me muestras. - respondió directa encogiéndose de hombros. - Sé que somos como las cebollas, tenemos muchas capas. Pero yo solo puedo opinar sobre lo que veo. Imagino que con los tuyos serás de otra manera, y que con Eithelen serías completamente diferente - murmuró pensativa.
Ante esas últimas palabras se detuvo de golpe y se posicionó delante de ella para encararla de cerca. - Te dije que no volvieses a mencionar su nombre - se la quedó mirando un momento, antes de girarse y seguir andando. Iori volvió a respirar, dándose cuenta de que había contenido el aliento ante su actitud dura. El tema de Eithelen lo descontrolaba por completo. - Te muestro lo único que necesitas saber. -
Recobró la compostura cuando él creó separación entre ambos. Resopló y se frotó la nuca incómoda, antes de inspirar profundamente llenando los pulmones de aire. - ¿En dónde aprendiste a ser tan intransigente? - Preguntó siguiéndolo, dejando ahora que los separaran unos pasos de distancia. - Que los dioses me den paciencia - masculló, sin detenerse - ¿Dónde aprendiste tú a ser tan insoportable? - acabó por contestarle.
Aquello le hizo gracia.
- ¿Te lo parezco? - preguntó con tono casual y una sonrisa amplia en la boca, que Tarek no pudo ver. - Dime, si yo fuese una elfa pensarías lo mismo o se debe a que soy humana? - sabía de sobra que el racismo del elfo guiaba su criterio, pero le hacía la pregunta en voz alta para, de alguna manera, enfrentarlo a sus propias ideas. Lo vio sacudir la cabeza antes de contestar - Se debe a que eres un ser insoportable. El hecho de que seas humana solo lo hace peor - Ya, por supuesto que era eso.
Estaba a punto de replicar de forma mordaz, cuando algo cambió en él. Algo que estaba viendo, y que le tapaba con el cuerpo a la humana que avanzaba detrás de él. Alzó la mano en un claro gesto que transmitía dos ideas. Primera: silencio. Segunda: pararse.
La humana obedeció al momento, y cuando Tarek se deslizó, sin hacer ruido hacia delante fue cuando Iori pudo verlo mejor. El cadáver de un elfo tendido frente a ellos. Y no había nada natural en la forma en la que ese cuerpo yacía en el suelo. De forma instintiva miró a su alrededor, mientras Tarek centraba toda su atención en su congénere. En ese momento más que en las últimas horas, Iori sintió que una silenciosa amenaza se escondía detrás de la quietud de los árboles que los rodeaban.
Una que no respetaba a elfos en su propio territorio. Menos todavía lo haría con humanos.
Iori Li
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Aquel era el tercer cuerpo que se encontraban en un estado similar, pero aquello no hizo que el impacto de verlo fuese más ligero de soportar. Tarek se agachó al lado de la difunta elfa, para observar una vez más los indicios de aquella extraña y tortuosa muerte que le había devenido. ¿Qué era lo que asolaba aquella parte del bosque? Nunca había escuchado mencionar la existencia de tal desolación al sur de las tierras élficas… o quizás fuese algo reciente. Pero… ¿por qué ahora?
Se percató entonces de que la elfa portaba sobre sus dorados cabellos una elaborada corona de laurel. Extrañado por aquel cambio en la disposición del cuerpo, procedió a quitársela, observando el peculiar objeto entre sus manos. El color abandonó rápidamente su rostro cuando se dio cuenta de que, lo que había interpretado como intrincados dibujos, eran en cambio trazos de la ancestral lengua de su clan.
Susurró aquellas palabras mientras las leía y un escalofrío recorrió su espalda cuando aquellas crípticas sentencias tomaron forma en su mente. ¿Qué significaba aquello? ¿Iba el mensaje dirigido a ellos o quizás se habían cruzado en el camino de algo más grande, algo ajeno a su viaje? En cualquier caso, aquel mensaje no auguraba nada bueno.
Dejando de nuevo la corona sobre los inertes cabellos de la elfa, se levantó, aun dándole la espalda a la humana, que permanecía en silencio tras él. Sin una sola palabra hacia ella, retomó la marcha y, por primera vez en todo el viaje, su compañera pareció percatarse de su estado de ánimo, pues no articuló ni una sola palabra en su dirección durante el resto del recorrido.
Sus pasos los llevaron finalmente hasta una encrucijada, que dividía el camino en tres senderos, que se internaban serpenteantes en el bosque. Extrañamente, los tres parecían discurrir en la misma dirección. El elfo notó como se le erizaba el bello de los brazos. Aquel lugar exudaba algo extraño, antinatural. Tres grandes monolitos de piedra marcaban el acceso a cada uno de los caminos y, sobre ellos, pudo distinguir palabras grabadas en la lengua común.
El ruido de pisadas a su espalda, le hizo girarse, solo para encontrase de frente con la humana, que miraba el lugar con temeroso interés, quieta, a unos pasos de su posición. Tras ella, el camino que habían recorrido hasta allí parecía difuminarse y oscurecerse, como si la senda comenzase a perderse… Algo estaba sucediendo en aquel bosque y, quien quiera que fuese el causante, no deseaba que retrocediesen. Solo tenían un camino y deberían elegirlo entre los tres que se abrían ante ellos.
Cerrando los puños con fuerza, para contrarrestar el leve temblor que se había instalado en sus manos, se acercó con calma a los miliarios de piedra. Cada uno de ellos ofrecía un aviso diferente, todos ellos igual de crípticos y aciagos.
- Parece que el bosque no quiere que volvamos por donde hemos venido. ¿Qué dicen esas inscripciones? –preguntó la humana en voz baja, temerosa quizás de ser escuchada por oídos indiscretos.
Tarek se tomó un segundo antes de responder. ¿Qué era realmente lo que decían aquellos avisos? Las palabras estaban claras, pero los mensajes eran confusos. Señalando de derecha a izquierda, fue leyéndolos para ella.
- “Buscas el camino de todos que nadie llega a encontrar, sin conocer del todo tu senda”, “Anhelas terminar tu vagar, con el premio creído merecido”, “Defiendes que tus pasos son correctos, cuando tuya es la única mirada”. Veas como lo veas, ninguna augura nada bueno –comentó taciturno. Ella frunció el ceño un instante, antes de acercarse a las piedras, esperando quizás poder descubrir algo más en ellas.
- No sé si esas palabras aclaran algo en tu mente, pero por aquí es por donde hay mejor olor – aseguró ella señalando el camino a la derecha.
Tarek alzó una ceja con desconcierto. De todas las respuestas que ella podía haber dado, aquella no habría pasado ninca por su cabeza. Se planteó si, lo que fuese que la joven curandera le había dado, estaría afectando a su mente. Sin embargo, descartó sus próximas palabras antes de pronunciarlas. Las tres opciones ante ellos eran igual de inciertas. Así pues, señalando el camino, le indicó a la chica que tomase la delantera por aquel que había elegido.
Frondosos y oscuros árboles flanquearon su nuevo el sendero, que poco a poco empezó a estrecharse, cubriéndose de alta maleza. La luz del sol, que escasamente se filtraba entre las copas de los árboles, comenzó a mitigarse, anunciando la llegada del ocaso. Presa de la costumbre, el peliblanco miró a su alrededor, para intentar localizar un lugar en que fuese seguro acampar, sin embargo, sus ojos toparon con algo que su mente no había alcanzado a discernir hasta ese momento: ante ellos el camino se transformaba en un estrecho pasillo de piedra, cuyas lisas paredes se alzaban varios metros de altura.
Ambos se detuvieron, aunque la humana, curiosa, fue la primera en acercarse a la inesperada estructura, que revisó con cautela antes de dar un paso a su interior. Tarek la observó saltar un par de veces, como intentando encaramarse a uno de los muros, pero todos sus intentos fueron en vano y sus pies resbalaron por la lisa piedra nada más entrar en contacto con ella. Por su parte, el elfo, volvió a mirar el camino a su espalda que, nuevamente, pareció difuminarse y fundirse en la oscuridad, como ya había sucedido cuando habían llegado a la encrucijada.
- Creo que solo tenemos una opción –comentó con una calma que no sentía - Hay que seguir adelante -como toda respuesta, ella asintió, guardando silencio.
El pasillo de piedra se perdía algunos metros más adelante en una marcada curva, que los llevó serpenteando en distintas direcciones durante lo que pareció una eternidad. Ambos continuaron el camino en silencio pero, poco a poco, la incertidumbre y el hastío fueron haciendo mella en ellos, hasta que, la inevitable discusión, tuvo lugar.
- ¿Cómo construyen los elfos este tipo de lugares?
-Esto no es obra de los elfos –fue la seca respuesta de Tarek.
- ¿Del que está detrás de esos cadáveres de elfos muertos? – aventuró ella, haciendo que el peliblanco se detuviese para encararla.
- Esto.No.Es.Obra.De.Elfos –respondió, remarcando cada una de las palabras.
- Ya te escuché la primera vez –fue su queda respuesta, al tiempo que lo miraba desafiante- No estoy diciendo que sea un elfo el que ha matado a esos otros elfos –concluyó, colocando las manos en jarra sobre la cintura.
- ¡Oh! Bien. La señorita tiene una teoría. Por favor, comenta con el resto de los presentes tu aguda idea. ¿Qué es, según tú, lo que mata elfos y construye laberintos?
- Evidentemente no lo sé –el desafío desapareció entonces de su mirada- Por eso te he preguntado. No conozco estas tierras. ¿Dices que alguien ha sido capaz de construir este laberinto? ¿Así de un día para otro? -preguntó atónita, avanzando hasta una pared y volviendo a estudiar la superficie con la mano.
- ¿Qué te hace pensar que se haya construido de un día para otro? –preguntó él, tras tomarse unos segundos para serenarse. El comentario de la humana le resultaba peculiar.
- Era una forma de hablar, ya sabes –respondió ofuscada, separándose de la pared- Pero la cuestión es cómo salir de este lugar para continuar con el camino. Parece que está diseñado especialmente para confundir la mente de los que entran en él.
Cruzándose de brazos, el elfo miró hacia atrás, en la dirección por la que habían venido y, como ya había sucedido con anterioridad, el camino pareció difuminarse y fundirse en la oscuridad. Descruzando los brazos, soltó aire con evidente cansancio.
- Todas las paredes son iguales. Los caminos parecen cambiar en cuanto cruzamos una esquina. Quizás la única solución sea caminar de frente. Quizás no importe que camino cojamos, solo que sigamos andando. Dar la vuelta ya no parece ser una opción.
Retomaron recorrido con desánimo y, tras un tiempo, fue el elfo el que rompió de nuevo el silencio.
- Cuando fuiste a Mittenwald... ¿buscabas a tus padres? –le preguntó a la humana.
- No. Solamente estaba siguiendo una pista. –respondió ella, que seguía el sendero con una mano pegada a la pared- Una pareja en Lunargenta me confundió con una mujer llamada Ayla. Dijeron que se parecía mucho a mí, excepto por los ojos. Se supone que ella los tenía dorados. Mencionaron Mittenwald y me contaron la destrucción del lugar a manos de unos elfos. Imagino que Ojosverdes. Fui allí por curiosidad, y porque no tenía ningún otro hilo del que tirar para averiguar algo sobre el anillo.
- ¿Así que no tienes ni idea de quiénes eran? –preguntó él, tras observar un segundo el anillo. Bajando la mano comenzó a girarlo entorno al dedo en un gesto nervioso, como si la presencia de la alhaja pudiese de alguna manera ayudarlo a mantenerse sereno.
- ¿La pareja de Lunargenta? Él se llamana Hans... dijo ser primo de Ayla. Se encontraba el día del ataque vendiendo productos en otros lugares. Por eso se salvó parece ser... –entonces guardó silencio un instante antes de continuar- ¿Te refieres a mis padres? -inquirió insegura- Supongo que un par de humanos. La explicación más probable es que encontrase por accidente el anillo. O que lo hubiesen robado. Aunque no hay nada honrado en esa posibilidad. Prefiero no pensarlo. ¿Sabes? La mejor opción en mi imaginación es que hubiesen ayudado a tu padre de alguna manera, y él se lo hubiese regalado en señal de gratitud –una triste sonrisa se instaló en su rostro- Aunque imagino que Eithelen nunca se despegaría de una joya tan importante.
- No es algo que pudiesen arrancar de sus manos –respondió él tras unos minutos de silencio, volviendo a mirar el anillo- y jamás lo entregaría como pago por gratitud. Es el símbolo de nuestro clan –los ojos de ella se posaron entonces sobre la joya.
- Pues probablemente será la opción número 1. Se lo encontraron casualmente. Agradezco poder descartar la opción de que hubiese sido robado. Quienes fueran ellos o qué hicieran con su vida no me define a mí, pero... bueno ya sabes, a nadie le gusta saber que procede de una mala hierba.
Aquellas palabras dieron paso a un largo silencio que, nuevamente rompió el propio elfo.
- El trozo de tela que usas como chal es... era un trozo de su capa –soltó de sopetón. Ella, que había seguido contemplando el anillo, dirigió entonces la vista al rostro del peliblanco.
- ¿Ese viejo trozo de tela? Bueno, ciertamente la calidad del tejido es algo inusitado, pero ¿factura élfica? ¿Estás seguro? Claro que estás seguro...-murmuró finalmente para sí, desviando la vista hacia el camino que tenían delante- No tengo explicación para eso... excepto que el propio Eithelen hubiese dejado sus pertenencias escondidas y alguien las hubiera encontrado y les diera un mejor uso... –guardó silencio un instante, para después añadir- ¿Por qué me dices esto ahora?
- No importa... - contestó él, sin tono en la voz- Solo estaba divagando
Ella lo miró curiosa unos instantes, hasta que un sonido frente a ellos los alertó. Frenando el paso, la humana dejó que el elfo se le adelantase, solo para descubrir ante ellos un nuevo vestigio de la locura que se cernía sobre aquel lugar: un elfo, malherido, los miraba un par de metros más adelante, con una mano ensangrentada extendida hacia ellos, en mudo y agónico gesto de auxilio.
Se percató entonces de que la elfa portaba sobre sus dorados cabellos una elaborada corona de laurel. Extrañado por aquel cambio en la disposición del cuerpo, procedió a quitársela, observando el peculiar objeto entre sus manos. El color abandonó rápidamente su rostro cuando se dio cuenta de que, lo que había interpretado como intrincados dibujos, eran en cambio trazos de la ancestral lengua de su clan.
“Nadie está libre del tormento de la realidad. Nadie puede escapar de su propia piel, de su propia sangre. Sólo yo comprendo una realidad que pocos se atreven a mirar a su rostro descarnado, terrible. No somos perfectos, no tenemos razón. La maldad no puede ser erradicada. No continuéis. Mi reino es pequeño, pero es justicia.
Volved al hogar y mentíos. Yo soy auténtico. Solo yo comprendo la realidad”
Volved al hogar y mentíos. Yo soy auténtico. Solo yo comprendo la realidad”
Susurró aquellas palabras mientras las leía y un escalofrío recorrió su espalda cuando aquellas crípticas sentencias tomaron forma en su mente. ¿Qué significaba aquello? ¿Iba el mensaje dirigido a ellos o quizás se habían cruzado en el camino de algo más grande, algo ajeno a su viaje? En cualquier caso, aquel mensaje no auguraba nada bueno.
Dejando de nuevo la corona sobre los inertes cabellos de la elfa, se levantó, aun dándole la espalda a la humana, que permanecía en silencio tras él. Sin una sola palabra hacia ella, retomó la marcha y, por primera vez en todo el viaje, su compañera pareció percatarse de su estado de ánimo, pues no articuló ni una sola palabra en su dirección durante el resto del recorrido.
[…]
Sus pasos los llevaron finalmente hasta una encrucijada, que dividía el camino en tres senderos, que se internaban serpenteantes en el bosque. Extrañamente, los tres parecían discurrir en la misma dirección. El elfo notó como se le erizaba el bello de los brazos. Aquel lugar exudaba algo extraño, antinatural. Tres grandes monolitos de piedra marcaban el acceso a cada uno de los caminos y, sobre ellos, pudo distinguir palabras grabadas en la lengua común.
El ruido de pisadas a su espalda, le hizo girarse, solo para encontrase de frente con la humana, que miraba el lugar con temeroso interés, quieta, a unos pasos de su posición. Tras ella, el camino que habían recorrido hasta allí parecía difuminarse y oscurecerse, como si la senda comenzase a perderse… Algo estaba sucediendo en aquel bosque y, quien quiera que fuese el causante, no deseaba que retrocediesen. Solo tenían un camino y deberían elegirlo entre los tres que se abrían ante ellos.
Cerrando los puños con fuerza, para contrarrestar el leve temblor que se había instalado en sus manos, se acercó con calma a los miliarios de piedra. Cada uno de ellos ofrecía un aviso diferente, todos ellos igual de crípticos y aciagos.
- Parece que el bosque no quiere que volvamos por donde hemos venido. ¿Qué dicen esas inscripciones? –preguntó la humana en voz baja, temerosa quizás de ser escuchada por oídos indiscretos.
Tarek se tomó un segundo antes de responder. ¿Qué era realmente lo que decían aquellos avisos? Las palabras estaban claras, pero los mensajes eran confusos. Señalando de derecha a izquierda, fue leyéndolos para ella.
- “Buscas el camino de todos que nadie llega a encontrar, sin conocer del todo tu senda”, “Anhelas terminar tu vagar, con el premio creído merecido”, “Defiendes que tus pasos son correctos, cuando tuya es la única mirada”. Veas como lo veas, ninguna augura nada bueno –comentó taciturno. Ella frunció el ceño un instante, antes de acercarse a las piedras, esperando quizás poder descubrir algo más en ellas.
- No sé si esas palabras aclaran algo en tu mente, pero por aquí es por donde hay mejor olor – aseguró ella señalando el camino a la derecha.
Tarek alzó una ceja con desconcierto. De todas las respuestas que ella podía haber dado, aquella no habría pasado ninca por su cabeza. Se planteó si, lo que fuese que la joven curandera le había dado, estaría afectando a su mente. Sin embargo, descartó sus próximas palabras antes de pronunciarlas. Las tres opciones ante ellos eran igual de inciertas. Así pues, señalando el camino, le indicó a la chica que tomase la delantera por aquel que había elegido.
Frondosos y oscuros árboles flanquearon su nuevo el sendero, que poco a poco empezó a estrecharse, cubriéndose de alta maleza. La luz del sol, que escasamente se filtraba entre las copas de los árboles, comenzó a mitigarse, anunciando la llegada del ocaso. Presa de la costumbre, el peliblanco miró a su alrededor, para intentar localizar un lugar en que fuese seguro acampar, sin embargo, sus ojos toparon con algo que su mente no había alcanzado a discernir hasta ese momento: ante ellos el camino se transformaba en un estrecho pasillo de piedra, cuyas lisas paredes se alzaban varios metros de altura.
Ambos se detuvieron, aunque la humana, curiosa, fue la primera en acercarse a la inesperada estructura, que revisó con cautela antes de dar un paso a su interior. Tarek la observó saltar un par de veces, como intentando encaramarse a uno de los muros, pero todos sus intentos fueron en vano y sus pies resbalaron por la lisa piedra nada más entrar en contacto con ella. Por su parte, el elfo, volvió a mirar el camino a su espalda que, nuevamente, pareció difuminarse y fundirse en la oscuridad, como ya había sucedido cuando habían llegado a la encrucijada.
- Creo que solo tenemos una opción –comentó con una calma que no sentía - Hay que seguir adelante -como toda respuesta, ella asintió, guardando silencio.
El pasillo de piedra se perdía algunos metros más adelante en una marcada curva, que los llevó serpenteando en distintas direcciones durante lo que pareció una eternidad. Ambos continuaron el camino en silencio pero, poco a poco, la incertidumbre y el hastío fueron haciendo mella en ellos, hasta que, la inevitable discusión, tuvo lugar.
- ¿Cómo construyen los elfos este tipo de lugares?
-Esto no es obra de los elfos –fue la seca respuesta de Tarek.
- ¿Del que está detrás de esos cadáveres de elfos muertos? – aventuró ella, haciendo que el peliblanco se detuviese para encararla.
- Esto.No.Es.Obra.De.Elfos –respondió, remarcando cada una de las palabras.
- Ya te escuché la primera vez –fue su queda respuesta, al tiempo que lo miraba desafiante- No estoy diciendo que sea un elfo el que ha matado a esos otros elfos –concluyó, colocando las manos en jarra sobre la cintura.
- ¡Oh! Bien. La señorita tiene una teoría. Por favor, comenta con el resto de los presentes tu aguda idea. ¿Qué es, según tú, lo que mata elfos y construye laberintos?
- Evidentemente no lo sé –el desafío desapareció entonces de su mirada- Por eso te he preguntado. No conozco estas tierras. ¿Dices que alguien ha sido capaz de construir este laberinto? ¿Así de un día para otro? -preguntó atónita, avanzando hasta una pared y volviendo a estudiar la superficie con la mano.
- ¿Qué te hace pensar que se haya construido de un día para otro? –preguntó él, tras tomarse unos segundos para serenarse. El comentario de la humana le resultaba peculiar.
- Era una forma de hablar, ya sabes –respondió ofuscada, separándose de la pared- Pero la cuestión es cómo salir de este lugar para continuar con el camino. Parece que está diseñado especialmente para confundir la mente de los que entran en él.
Cruzándose de brazos, el elfo miró hacia atrás, en la dirección por la que habían venido y, como ya había sucedido con anterioridad, el camino pareció difuminarse y fundirse en la oscuridad. Descruzando los brazos, soltó aire con evidente cansancio.
- Todas las paredes son iguales. Los caminos parecen cambiar en cuanto cruzamos una esquina. Quizás la única solución sea caminar de frente. Quizás no importe que camino cojamos, solo que sigamos andando. Dar la vuelta ya no parece ser una opción.
Retomaron recorrido con desánimo y, tras un tiempo, fue el elfo el que rompió de nuevo el silencio.
- Cuando fuiste a Mittenwald... ¿buscabas a tus padres? –le preguntó a la humana.
- No. Solamente estaba siguiendo una pista. –respondió ella, que seguía el sendero con una mano pegada a la pared- Una pareja en Lunargenta me confundió con una mujer llamada Ayla. Dijeron que se parecía mucho a mí, excepto por los ojos. Se supone que ella los tenía dorados. Mencionaron Mittenwald y me contaron la destrucción del lugar a manos de unos elfos. Imagino que Ojosverdes. Fui allí por curiosidad, y porque no tenía ningún otro hilo del que tirar para averiguar algo sobre el anillo.
- ¿Así que no tienes ni idea de quiénes eran? –preguntó él, tras observar un segundo el anillo. Bajando la mano comenzó a girarlo entorno al dedo en un gesto nervioso, como si la presencia de la alhaja pudiese de alguna manera ayudarlo a mantenerse sereno.
- ¿La pareja de Lunargenta? Él se llamana Hans... dijo ser primo de Ayla. Se encontraba el día del ataque vendiendo productos en otros lugares. Por eso se salvó parece ser... –entonces guardó silencio un instante antes de continuar- ¿Te refieres a mis padres? -inquirió insegura- Supongo que un par de humanos. La explicación más probable es que encontrase por accidente el anillo. O que lo hubiesen robado. Aunque no hay nada honrado en esa posibilidad. Prefiero no pensarlo. ¿Sabes? La mejor opción en mi imaginación es que hubiesen ayudado a tu padre de alguna manera, y él se lo hubiese regalado en señal de gratitud –una triste sonrisa se instaló en su rostro- Aunque imagino que Eithelen nunca se despegaría de una joya tan importante.
- No es algo que pudiesen arrancar de sus manos –respondió él tras unos minutos de silencio, volviendo a mirar el anillo- y jamás lo entregaría como pago por gratitud. Es el símbolo de nuestro clan –los ojos de ella se posaron entonces sobre la joya.
- Pues probablemente será la opción número 1. Se lo encontraron casualmente. Agradezco poder descartar la opción de que hubiese sido robado. Quienes fueran ellos o qué hicieran con su vida no me define a mí, pero... bueno ya sabes, a nadie le gusta saber que procede de una mala hierba.
Aquellas palabras dieron paso a un largo silencio que, nuevamente rompió el propio elfo.
- El trozo de tela que usas como chal es... era un trozo de su capa –soltó de sopetón. Ella, que había seguido contemplando el anillo, dirigió entonces la vista al rostro del peliblanco.
- ¿Ese viejo trozo de tela? Bueno, ciertamente la calidad del tejido es algo inusitado, pero ¿factura élfica? ¿Estás seguro? Claro que estás seguro...-murmuró finalmente para sí, desviando la vista hacia el camino que tenían delante- No tengo explicación para eso... excepto que el propio Eithelen hubiese dejado sus pertenencias escondidas y alguien las hubiera encontrado y les diera un mejor uso... –guardó silencio un instante, para después añadir- ¿Por qué me dices esto ahora?
- No importa... - contestó él, sin tono en la voz- Solo estaba divagando
Ella lo miró curiosa unos instantes, hasta que un sonido frente a ellos los alertó. Frenando el paso, la humana dejó que el elfo se le adelantase, solo para descubrir ante ellos un nuevo vestigio de la locura que se cernía sobre aquel lugar: un elfo, malherido, los miraba un par de metros más adelante, con una mano ensangrentada extendida hacia ellos, en mudo y agónico gesto de auxilio.
Tarek Inglorien
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Incluso el aire parecía haber cambiado la densidad, y el verde que los rodeaba haberse opacado ante la visión lastimosa de aquel elfo herido. La mirada de la humana no podía analizar en condiciones su estado real, pero el aspecto casi penoso de la figura que yacía delante le hacía pensar en las hojas que habían caído en su aldea el pasado otoño. Tarek, delante de ella estaba petrificado. Y la humana se temió lo peor.
- ¿Lo conoces? - algo la continuaba empujando a hablar sin filtro. Sin analizar, simplemente soltando lo que pensaba. No era la mejor pregunta, en el caso de que fuese realmente un compañero o un amigo del Ojosverdes. Pero la posibilidad de autocensurarse simplemente no era algo que en ese momento se le ocurriera. - No - su respuesta fue escueta, y fue también lo que lo puso en marcha. Se movió sin hacer ruido con sus pasos hasta agacharse a la altura del elfo herido. La mirada clara del que permanecía en el suelo pareció encontrar cierto alivio cuando el peliblanco se arrodillo a su lado.
Iori imaginó que, si por lo que parecía estaba en sus últimos instantes, morir en compañía era preferible a yacer allí solo como había hecho hasta entonces. Tarek lo agarró de la mano, con un vigor que su congénere ya no tenía, y se inclinó hacia su cabeza. Supo que hablaban, y, en el perfil de su compañero de viaje pudo distinguir como, a lo que susurraban los débiles labios del otro elfo la reacción era volverlo pálido.
Eso hizo que un coleteo la hiciera sentir inquieta en su posición. Súbitamente, los metros de distancia que había dejado por delicadeza le parecieron demasiados, por lo que acortó su separación física con unos largos pasos. - ¿Tarek? - preguntó sin disimular la urgencia en su voz ante la reacción del joven.
El elfo no estaba teniendo una conversación coherente con él, en su lugar, estaba pronunciando una y otra vez una palabra de la que la humana desconocía el significado. Aquello era lo que había sumido a Tarek en aquella especie de trance que lo mantenía ajeno a la llamada de Iori. - ¿¡Tarek?! - volvió a pronunciar más alto.
- ¿Qué? - preguntó entonces el elfo, como si fuese la primera vez que la escuchaba. La mirada de suspicacia en los ojos azules dejó entrever que, comenzaba a dudar de que el elfo se encontrase en las mejores condiciones. En cambio, el aspecto del moribundo visto de cerca sacudió la compasión de la humana. - En mi comarca, en ocasiones, cuando un caballo se hiere de gravedad, se considera un último favor hacia él acabar con su dolor y no prolongar la agonía. ¿Crees que este elfo se encuentra en una situación similar? - inquirió hablando con una suavidad que denotaba la cautela con la que quería tratar aquel tema.
Contuvo el aliento un segundo mientras esperaba la impredecible respuesta de Tarek.
Y observó que, mientras miraba al elfo moribundo un instante asentia despacio. El otro elfo, con la mirada algo desenfocada, se aferró a la manga de Tarek y susurró de nuevo las mismas palabras incomprensibles. El peliblanco le respondió algo que Iori no entendió y la humana disimuló un suspiro. No solo había seguido a Tarek a un territorio que le era desconocido. El idioma que usaban la mayor parte de ellos la mantenía al margen de la mitad del viaje
- Quizás quieras mirar a otro lado - le dijo a ella en la lengua común y echa mano al cinturón, donde llevaba la daga. Iori retrocedió entonces unos pasos. No lo hizo por incapacidad de enfrentarse a la liberación de aquel elfo. Fue el sentimiento de que ambos necesitaban intimidad en aquello lo que la empujó. Imaginó, mientras el sonido de la hoja contra la carne le permitía saber qué era lo que pasaba a su espalda, lo difícil que le tenía que resultar a Tarek proceder con aquel acto de misericordia. E imaginó al mismo tiempo lo fácil que le resultaría si se tratase de hacer lo mismo con ella.
Apretó los dientes, tratando de que aquellos pensamientos no saboteasen el punto en el que se encontraban. Era demasiado tarde para darse cuenta de que se había ido de viaje con su demonio particular.
Se giró con premura y se apuró en hablar, para mantener con la conversación la cordialidad con él que amenazaba con abandonarla. - Ahora ya no sufre - murmuró sin acortar la distancia con el elfo. - ¿Sabes qué le ha pasado? pensaba que Sandorai era un lugar seguro para los elfos - afirmó con la sinceridad que la seguía impregnando, pero sin ser irrespetuosa.
- Hablaba de un... terror inconcebible - habló en un tono bajo y carente de emociones - Algo que lo mataba, pero lo mantenía a su vez con vida. Un sufrimiento perpetuo... - se miró la mano de la daga, manchada de sangre. La mirada de Iori se ensombreció, sin ser capaz de hacerse una idea de qué posibilidades había detrás de aquellas funestas palabras. - .... Será mejor que continuemos y terminemos esto cuanto antes - apuntó dándole una leve palmada en el hombro a Tarek. Y como muestra de su decisión, avanzó con paso rápido para liderar el camino de forma nerviosa.
Y torpe.
La rigidez de sus músculos la hacían caminar de una forma muy torpe. Eran reflejo de lo embotados que tenía en aquel momento los sentidos. Escuchó a Tarek ponerse en marcha tras ella y su cercanía azuzó sus movimientos, al punto de tener que contener las ganas que tenía de echar a correr. ¿A dónde? Estaba atrapada hasta el cuello en aquel lugar. Uno que parecía gritar peligro por todas partes, incluso a un elfo terrible como era Tarek a ojos de la morena.
Se mantuvieron en silencio, sin alejarse en ningún momento el uno del otro mientras avanzaban al paso que marcaba Iori.
Todos los días se había preguntado en qué momento había accedido a aquella locura. Si las ganas de creer en la promesa de respuestas a manos del elfo había sido tan seductora para ella, que se había mantenido en la postura de indiferencia hacia todo lo que fuese anterior al día presente. Poseída por aquella sinceridad que la impelía a hablar sin pensar, encontró con la misma claridad la respuesta en su cabeza.
Iori quería saber la verdad. Por eso estaba allí, sintiéndose más atrapada que en una celda cuya llave hubiese sido arrojada a un río.
Cuando el verdor y las piedras que los rodeaban comenzaron a hacerle sentir una ligera sensación de asfixia, se detuvo súbitamente, antes de inclinarse hacia el suelo. Una figura femenina yacía contra la pared del laberinto en el tramo delante de ellos. La belleza de su figura la dejó momentáneamente sin palabras, como pasaba con los elfos que había conocido hasta entonces, pero lo inerte que estaba parecía anticipar que a esas alturas era únicamente un hermoso cadáver. La humana apoyó la mano en su cuello con cautela. - Está viva…- susurró de forma audible hacia Tarek. Ante el contacto con la humana, la elfa alzó el rostro y abrió la boca, pronunciando unas palabras que Iori no comprendió. Miró hacia Tarek de forma interrogativa.
Tarek se acercó a ellas y se agachó al lado de la moribunda. Le preguntó algo con voz calmada y la elfa le respondió con evidente dolor. Aunque el élfico era un misterio para ella, comenzó a reconocer el patrón de los sonidos que usaban. Pero eso no le ayudaba a comprender el significado detrás de la bonita cadencia con la que pronunciaban su idioma.
La humana miró un segundo más antes de retirarse de junto ellos unos metros. Tenía la sensación de que, no solo el laberinto era repetitivo. Encontrarse de nuevo con un elfo herido de aquella manera frente a ellos la hacía revivir lo que había sucedido hacía unos instantes. Y supo que procederían en aquel caso de la misma triste manera.
Observó ligeramente por encima de su hombro en dirección a ellos, únicamente para constatar que Tarek estaba siguiendo los mismos pasos que antes. Mismas palabras, mismos gestos de pesar, misma daga... Apartó la mirada al tiempo que escuchó el característico sonido del filo entrando en el cuerpo de la elfa. Y en ese instante una puerta apareció, unas decenas de metros frente a ellos.
La mirada azul se abrió visiblemente ante la sorpresa de aquella especie de magia. - ¿Qué es lo que hicisteis? ¿Acaso invocasteis vosotros la puerta? - la incredulidad teñía de forma evidente su voz. Tarek permanecía acuclillado frente al cadáver. - No. Ni siquiera sabía que iba a aparecer. Solo dijo que la criatura nos esperaba al otro lado - Aquello sonó horriblemente mal a oídos de Iori. - ¿Criatura? - preguntó habiendo deseado no hacerlo.
- La causa de todo esto - siguió mirando la puerta - Nada es... real. Todo es parte de una retorcida ilusión y el precio por no superarla es ese - señaló el cadáver al tiempo que miró otra vez a la elfa muerta.
¿Nada era real?
Nada era real
¡Nada era real!
La palidez en el rostro de Iori ante aquella revelación se tornó a un rojo intenso cuando comprendió lo que implicaban las palabras del elfo. Aquel recorrido, el laberinto que los había atrapado, la sensación de ahogo... aquella construcción que había comenzado a poner contra las cuerdas su mente era una ilusión de pérfida magia élfica. Apretó los dientes y cerró los puños. Pero la sinceridad explotó en su boca sin poder contenerla. - ¡¿Que?! - su tono de voz comenzaba a dejar entrever el nerviosismo que sentía la humana. - No te entiendo Tarek, ni a ti ni a nada de lo que está sucediendo aquí - se encaminó hacia la puerta y se detuvo señalándola. - ¿Esta es la salida de este laberinto? -
La miró y asintió levemente - La salida... - sonrió amargamente - Es el final del camino, de eso que no te quepa duda. Aunque no será un final fácil. - Iori lo miró con una expresión desconcertada un instante, antes de mudar a una que mostraba enfado. - ¡Maldita sea Tarek! Quieres ser más claro! ¡Este lugar, tu idioma y vuestras criaturas son desconocidos para mí! - se dirigió hacia él caminando con paso rabioso. - ¿¿Quieres explicármelo de forma que pueda entender algo?? -
Las manos le hormiguearon. Tenía ganas de zarandearlo. De arrancar otra expresión diferente a aquella calculada insensibilidad que le transmitía. Lo consiguió. La mueca de él cambió por un momento y el odio que siempre le había mostrado pareció volver a flote. Aquello fue refrescante. De alguna manera la hizo aterrizar en algo conocido. Un comportamiento habitual que la llevó lejos, a otros lugares, con otras compañías que habían compartido.
No lo dejó sin embargo tomar el control de él. Tras unos segundos de lucha interna visible a ojos de la humana, cogió aire para tranquilizarse. Volvió a mirarla sin demasiada expresión en el rostro, antes de contestar - Yo tampoco tengo todas las respuestas. Esto - señaló alrededor - no debería estar aquí. No debería ser así. Este templo era un lugar sagrado, un remanso de paz y consuelo para los que quedaban atrás. No esta especie de... retorcido y macabro abismo, regado de sangre y muerte - pareció perder fuelle, como si todo el cansancio acumulado se le viniese encima
- No sé lo que hay al otro lado de la puerta. Lo único que me dijo fue que era la causa de todo esto, lo que creaba la ilusión que veíamos, lo que la había mantenido viva durante años en el borde de la muerte... y que si no lo derrotábamos, acabaríamos tomando su lugar. Me suplicó que acabase con su vida. Me imploraron que los matase... y me pidieron perdón por condenarnos a reemplazarlos.
- ¿Años? - escuchó su propia voz como si fuese la de otra persona. - No... no... déjalo... - No quería saber. No necesitaba saber.
Comprobó con claridad como, en aquel momento del viaje, tanto Tarek como ella estaban a punto de perder el control sobre sus actos. Se recordó a si misma que era lo menos inteligente, ya que, para poder salir de allí lo necesitaba de su lado. Ante el momento de evidente cansancio por parte del elfo, Iori no se sintió inclinada a consolarlo. En ella bullía una mezcla de asco y repugnancia hacia si misma por haberlo seguido a aquella locura, y rabia hacia él por haberla arrastrado. - ¿Remplazarlos? No pienso remplazar a esos elfos - zanjó con un tono que evidenciaba su creciente enfado. - Detrás de la puerta entonces, no sé a qué estamos esperando - bufó con el cuerpo tenso antes de encaminarse hacia allí.
Zancadas largas, extremidades preparadas y mente a punto de dejar salir todo el enfado que había en ella. Abrió la puerta y la cruzó sin esperar. O eso esperaba. Antes de poder hacerlo, él la agarró de un brazo - ¡Espera! - Iori se volvió con enfado y lo vio cerrar los ojos un segundo, antes de mirarla de nuevo - Esto es culpa mía. Yo iré delante - tiró un poco de ella, con cuidado, y se colocó ante la puerta. Iori lo dejó hacer por su incredulidad ante sus palabras, de pura sorpresa - Además, si identifico lo que va a atacarnos antes de que nos vea, quizás tengamos una oportunidad de salir de aquí con vida...- empujó la puerta y cruzó sin que Iori pudiese encontrar fallas en su razonamiento.
Y entonces, cuando Tarek puso un pie más allá todo desapareció.
El laberinto dentro del que estaban se esfumó como cenizas al viento, y el bosque se alzó de nuevo en torno a ellos. Pero en esta ocasión, el vívido verde dejó paso a un pasaje enfermo. Más oscuro, lleno de árboles retorcidos con aspecto sombrío. Y, frente a ellos, quieto al principio y camuflándose con el medio, algo de movió. Un árbol, de algo más de dos metros tallado como si fuese el voluptuoso cuerpo de una mujer se acercó a ellos.
La belleza presente en aquella estraña criatura no la golpeó, imponiéndose el horror en ella cuanto más la observaba. - ¿Qué se supone que es eso? - preguntó con un punto de miedo al observar semejante ser. - Un Spriggan -contestó el elfo, sin apartar los ojos de la criatura - No lo entiendo. No son criaturas violentas... a menos que se las ataque. -
Un nudoso y retorcido brazo se lanzó hacia ellos, lo que obligó a ambos jóvenes a apartarse con rapidez en diferentes direcciones para esquivar. - ¿Spriggan? - Repitió con un punto de histeria en la voz tras rodar sobre su espalda a un lado. - ¿Y eso que es exactamente? Además de un árbol que se mueve - la humana esperaba respuesta, pero la criatura no les dio tiempo a charlar. Se aproximó con inusitada agilidad a ella de nuevo y con su brazo barrió el suelo.
Con otro brinco ágil fintó a su izquierda, esquivando el golpe que sacudió la tierra de aquella criatura. (1) Vio a Tarek correr por detrás blandiendo su arma, y el Spriggan pareció verlo también, aunque se encontraba de espaldas a él. Con una larga zancada acortó en un segundo la distancia con el elfo y se avalanzó hacia Tarek, obligándolo a cambiar su ataque por un intento de defensa que lo hizo caer al suelo para evitar el impacto.
Iori observó con horror como el único salvoconducto que le permitía volver a casa a salvo, clavaba con desesperación el filo de su arma en un tronco grueso que apenas pareció sentir molestia por ello. - ¡Tarek! - gritó instintivamente corriendo hacia él con su bastón en la mano. Perfecto, seguro que golpeando a ese ser con un material de su misma naturaleza lo conseguiría derrotar.
No llegó a alcanzarlo. El grito de Iori centro de nuevo la atención en ella, pero no fue con su cuerpo con lo que la interceptó.
Iori no sabía que aquellos seres eran capaces de controlar las ramas y raíces de las plantas a su alrededor. Y, cuando una de las que había en el suelo se curvó para hacerla caer de imprevisto, un enorme brazo se cernió sobre ella para recogerla antes de ir contra el suelo. La humana jadeó cuando notó como su torso quedaba atrapado entre los nudosos dedos alargados como enormes garfios que poseía el Spriggan. - Joder - susurró notando como le costaba retener aire en los pulmones.
Su bastón cayó al suelo y sus pies fueron alzados, mientras la fuerza sobre ella se incrementaba dolorosamente. Se retorció mirando ahora frente a frente el rostro de madera carente de expresión. - Tareeeeeeeeeek... ¿Cómo se mata a uno de estos? - jadeó con una voz ahogada por la falta de aire. Sin mirar para él, pudo distinguir la urgencia en la voz del elfo. - Con fuego, pero como no te saques una antorcha del bolsillo no sé de que va a servirnos - apuntó todavía con ganas de ser irónico. Con ganas de darle una idea a Iori.
La humana abrió mucho los ojos y recordó entonces algo que siempre olvidaba. Algo que escondía su poder bajo la apariencia de una baratija inofensiva. El anillo incandescente de Beltaine. (2) El que poseía el poder de prender fuego al girarlo sobre su dedo tres veces. Jadeó con fuerza cuando escuchó las costillas crujir, y sin perder tiempo, usó su tacto para rozar el anillo y poder girarlo usando el pulgar. La joya brilló y, dirigiendo la magia hacia el tronco del Spriggan delante de ella, rogó para que el incendio fuese suficiente. El fuego prendió, y la criatura se congeló de sorpresa.
Lo que comenzó como un modesto foco de calor, encontró en la dura y seca corteza del ser el pasto perfecto para crecer al instante. El agarre de Iori se aflojó y esta se precipitó al suelo, cayendo agazapada como un gato sobre sus cuatro extremidades. El crepitar de la madera se intensificó, dejando que la humana notase el calor justo delante de la cara. Unos pasos se abalanzaron hacia ella, deteniéndose por completo al llegar a su lado. Tarek observaba, con los ojos muy abiertos como ardía el cuerpo de su enemigo frente a ellos.
- Gracias por darme la clave - musitó la humana sacudiéndose algo de la ceniza que flotaba hacia ellos, proveniente del espectáculo agónico del Spriggan.
Él no habló, pero pudo ver como Tarek asentía con la cabeza, incrédulo todavía por lo que acababa de pasar. Iori bajó la vista hacia el anillo y, constató con algo de pena que el leve brillo anaranjado que había hecho latir la joya hasta el momento había desaparecido. Sus usos se habían agotado para siempre.
(1) Habilidad de acrobacias para evitar el ataque del Spriggan.
(2) Origina un fuego a menos de 5 metros de distancia.
- ¿Lo conoces? - algo la continuaba empujando a hablar sin filtro. Sin analizar, simplemente soltando lo que pensaba. No era la mejor pregunta, en el caso de que fuese realmente un compañero o un amigo del Ojosverdes. Pero la posibilidad de autocensurarse simplemente no era algo que en ese momento se le ocurriera. - No - su respuesta fue escueta, y fue también lo que lo puso en marcha. Se movió sin hacer ruido con sus pasos hasta agacharse a la altura del elfo herido. La mirada clara del que permanecía en el suelo pareció encontrar cierto alivio cuando el peliblanco se arrodillo a su lado.
Iori imaginó que, si por lo que parecía estaba en sus últimos instantes, morir en compañía era preferible a yacer allí solo como había hecho hasta entonces. Tarek lo agarró de la mano, con un vigor que su congénere ya no tenía, y se inclinó hacia su cabeza. Supo que hablaban, y, en el perfil de su compañero de viaje pudo distinguir como, a lo que susurraban los débiles labios del otro elfo la reacción era volverlo pálido.
Eso hizo que un coleteo la hiciera sentir inquieta en su posición. Súbitamente, los metros de distancia que había dejado por delicadeza le parecieron demasiados, por lo que acortó su separación física con unos largos pasos. - ¿Tarek? - preguntó sin disimular la urgencia en su voz ante la reacción del joven.
El elfo no estaba teniendo una conversación coherente con él, en su lugar, estaba pronunciando una y otra vez una palabra de la que la humana desconocía el significado. Aquello era lo que había sumido a Tarek en aquella especie de trance que lo mantenía ajeno a la llamada de Iori. - ¿¡Tarek?! - volvió a pronunciar más alto.
- ¿Qué? - preguntó entonces el elfo, como si fuese la primera vez que la escuchaba. La mirada de suspicacia en los ojos azules dejó entrever que, comenzaba a dudar de que el elfo se encontrase en las mejores condiciones. En cambio, el aspecto del moribundo visto de cerca sacudió la compasión de la humana. - En mi comarca, en ocasiones, cuando un caballo se hiere de gravedad, se considera un último favor hacia él acabar con su dolor y no prolongar la agonía. ¿Crees que este elfo se encuentra en una situación similar? - inquirió hablando con una suavidad que denotaba la cautela con la que quería tratar aquel tema.
Contuvo el aliento un segundo mientras esperaba la impredecible respuesta de Tarek.
Y observó que, mientras miraba al elfo moribundo un instante asentia despacio. El otro elfo, con la mirada algo desenfocada, se aferró a la manga de Tarek y susurró de nuevo las mismas palabras incomprensibles. El peliblanco le respondió algo que Iori no entendió y la humana disimuló un suspiro. No solo había seguido a Tarek a un territorio que le era desconocido. El idioma que usaban la mayor parte de ellos la mantenía al margen de la mitad del viaje
- Quizás quieras mirar a otro lado - le dijo a ella en la lengua común y echa mano al cinturón, donde llevaba la daga. Iori retrocedió entonces unos pasos. No lo hizo por incapacidad de enfrentarse a la liberación de aquel elfo. Fue el sentimiento de que ambos necesitaban intimidad en aquello lo que la empujó. Imaginó, mientras el sonido de la hoja contra la carne le permitía saber qué era lo que pasaba a su espalda, lo difícil que le tenía que resultar a Tarek proceder con aquel acto de misericordia. E imaginó al mismo tiempo lo fácil que le resultaría si se tratase de hacer lo mismo con ella.
Apretó los dientes, tratando de que aquellos pensamientos no saboteasen el punto en el que se encontraban. Era demasiado tarde para darse cuenta de que se había ido de viaje con su demonio particular.
Se giró con premura y se apuró en hablar, para mantener con la conversación la cordialidad con él que amenazaba con abandonarla. - Ahora ya no sufre - murmuró sin acortar la distancia con el elfo. - ¿Sabes qué le ha pasado? pensaba que Sandorai era un lugar seguro para los elfos - afirmó con la sinceridad que la seguía impregnando, pero sin ser irrespetuosa.
- Hablaba de un... terror inconcebible - habló en un tono bajo y carente de emociones - Algo que lo mataba, pero lo mantenía a su vez con vida. Un sufrimiento perpetuo... - se miró la mano de la daga, manchada de sangre. La mirada de Iori se ensombreció, sin ser capaz de hacerse una idea de qué posibilidades había detrás de aquellas funestas palabras. - .... Será mejor que continuemos y terminemos esto cuanto antes - apuntó dándole una leve palmada en el hombro a Tarek. Y como muestra de su decisión, avanzó con paso rápido para liderar el camino de forma nerviosa.
Y torpe.
La rigidez de sus músculos la hacían caminar de una forma muy torpe. Eran reflejo de lo embotados que tenía en aquel momento los sentidos. Escuchó a Tarek ponerse en marcha tras ella y su cercanía azuzó sus movimientos, al punto de tener que contener las ganas que tenía de echar a correr. ¿A dónde? Estaba atrapada hasta el cuello en aquel lugar. Uno que parecía gritar peligro por todas partes, incluso a un elfo terrible como era Tarek a ojos de la morena.
Se mantuvieron en silencio, sin alejarse en ningún momento el uno del otro mientras avanzaban al paso que marcaba Iori.
Todos los días se había preguntado en qué momento había accedido a aquella locura. Si las ganas de creer en la promesa de respuestas a manos del elfo había sido tan seductora para ella, que se había mantenido en la postura de indiferencia hacia todo lo que fuese anterior al día presente. Poseída por aquella sinceridad que la impelía a hablar sin pensar, encontró con la misma claridad la respuesta en su cabeza.
Iori quería saber la verdad. Por eso estaba allí, sintiéndose más atrapada que en una celda cuya llave hubiese sido arrojada a un río.
Cuando el verdor y las piedras que los rodeaban comenzaron a hacerle sentir una ligera sensación de asfixia, se detuvo súbitamente, antes de inclinarse hacia el suelo. Una figura femenina yacía contra la pared del laberinto en el tramo delante de ellos. La belleza de su figura la dejó momentáneamente sin palabras, como pasaba con los elfos que había conocido hasta entonces, pero lo inerte que estaba parecía anticipar que a esas alturas era únicamente un hermoso cadáver. La humana apoyó la mano en su cuello con cautela. - Está viva…- susurró de forma audible hacia Tarek. Ante el contacto con la humana, la elfa alzó el rostro y abrió la boca, pronunciando unas palabras que Iori no comprendió. Miró hacia Tarek de forma interrogativa.
Tarek se acercó a ellas y se agachó al lado de la moribunda. Le preguntó algo con voz calmada y la elfa le respondió con evidente dolor. Aunque el élfico era un misterio para ella, comenzó a reconocer el patrón de los sonidos que usaban. Pero eso no le ayudaba a comprender el significado detrás de la bonita cadencia con la que pronunciaban su idioma.
La humana miró un segundo más antes de retirarse de junto ellos unos metros. Tenía la sensación de que, no solo el laberinto era repetitivo. Encontrarse de nuevo con un elfo herido de aquella manera frente a ellos la hacía revivir lo que había sucedido hacía unos instantes. Y supo que procederían en aquel caso de la misma triste manera.
Observó ligeramente por encima de su hombro en dirección a ellos, únicamente para constatar que Tarek estaba siguiendo los mismos pasos que antes. Mismas palabras, mismos gestos de pesar, misma daga... Apartó la mirada al tiempo que escuchó el característico sonido del filo entrando en el cuerpo de la elfa. Y en ese instante una puerta apareció, unas decenas de metros frente a ellos.
La mirada azul se abrió visiblemente ante la sorpresa de aquella especie de magia. - ¿Qué es lo que hicisteis? ¿Acaso invocasteis vosotros la puerta? - la incredulidad teñía de forma evidente su voz. Tarek permanecía acuclillado frente al cadáver. - No. Ni siquiera sabía que iba a aparecer. Solo dijo que la criatura nos esperaba al otro lado - Aquello sonó horriblemente mal a oídos de Iori. - ¿Criatura? - preguntó habiendo deseado no hacerlo.
- La causa de todo esto - siguió mirando la puerta - Nada es... real. Todo es parte de una retorcida ilusión y el precio por no superarla es ese - señaló el cadáver al tiempo que miró otra vez a la elfa muerta.
¿Nada era real?
Nada era real
¡Nada era real!
La palidez en el rostro de Iori ante aquella revelación se tornó a un rojo intenso cuando comprendió lo que implicaban las palabras del elfo. Aquel recorrido, el laberinto que los había atrapado, la sensación de ahogo... aquella construcción que había comenzado a poner contra las cuerdas su mente era una ilusión de pérfida magia élfica. Apretó los dientes y cerró los puños. Pero la sinceridad explotó en su boca sin poder contenerla. - ¡¿Que?! - su tono de voz comenzaba a dejar entrever el nerviosismo que sentía la humana. - No te entiendo Tarek, ni a ti ni a nada de lo que está sucediendo aquí - se encaminó hacia la puerta y se detuvo señalándola. - ¿Esta es la salida de este laberinto? -
La miró y asintió levemente - La salida... - sonrió amargamente - Es el final del camino, de eso que no te quepa duda. Aunque no será un final fácil. - Iori lo miró con una expresión desconcertada un instante, antes de mudar a una que mostraba enfado. - ¡Maldita sea Tarek! Quieres ser más claro! ¡Este lugar, tu idioma y vuestras criaturas son desconocidos para mí! - se dirigió hacia él caminando con paso rabioso. - ¿¿Quieres explicármelo de forma que pueda entender algo?? -
Las manos le hormiguearon. Tenía ganas de zarandearlo. De arrancar otra expresión diferente a aquella calculada insensibilidad que le transmitía. Lo consiguió. La mueca de él cambió por un momento y el odio que siempre le había mostrado pareció volver a flote. Aquello fue refrescante. De alguna manera la hizo aterrizar en algo conocido. Un comportamiento habitual que la llevó lejos, a otros lugares, con otras compañías que habían compartido.
No lo dejó sin embargo tomar el control de él. Tras unos segundos de lucha interna visible a ojos de la humana, cogió aire para tranquilizarse. Volvió a mirarla sin demasiada expresión en el rostro, antes de contestar - Yo tampoco tengo todas las respuestas. Esto - señaló alrededor - no debería estar aquí. No debería ser así. Este templo era un lugar sagrado, un remanso de paz y consuelo para los que quedaban atrás. No esta especie de... retorcido y macabro abismo, regado de sangre y muerte - pareció perder fuelle, como si todo el cansancio acumulado se le viniese encima
- No sé lo que hay al otro lado de la puerta. Lo único que me dijo fue que era la causa de todo esto, lo que creaba la ilusión que veíamos, lo que la había mantenido viva durante años en el borde de la muerte... y que si no lo derrotábamos, acabaríamos tomando su lugar. Me suplicó que acabase con su vida. Me imploraron que los matase... y me pidieron perdón por condenarnos a reemplazarlos.
- ¿Años? - escuchó su propia voz como si fuese la de otra persona. - No... no... déjalo... - No quería saber. No necesitaba saber.
Comprobó con claridad como, en aquel momento del viaje, tanto Tarek como ella estaban a punto de perder el control sobre sus actos. Se recordó a si misma que era lo menos inteligente, ya que, para poder salir de allí lo necesitaba de su lado. Ante el momento de evidente cansancio por parte del elfo, Iori no se sintió inclinada a consolarlo. En ella bullía una mezcla de asco y repugnancia hacia si misma por haberlo seguido a aquella locura, y rabia hacia él por haberla arrastrado. - ¿Remplazarlos? No pienso remplazar a esos elfos - zanjó con un tono que evidenciaba su creciente enfado. - Detrás de la puerta entonces, no sé a qué estamos esperando - bufó con el cuerpo tenso antes de encaminarse hacia allí.
Zancadas largas, extremidades preparadas y mente a punto de dejar salir todo el enfado que había en ella. Abrió la puerta y la cruzó sin esperar. O eso esperaba. Antes de poder hacerlo, él la agarró de un brazo - ¡Espera! - Iori se volvió con enfado y lo vio cerrar los ojos un segundo, antes de mirarla de nuevo - Esto es culpa mía. Yo iré delante - tiró un poco de ella, con cuidado, y se colocó ante la puerta. Iori lo dejó hacer por su incredulidad ante sus palabras, de pura sorpresa - Además, si identifico lo que va a atacarnos antes de que nos vea, quizás tengamos una oportunidad de salir de aquí con vida...- empujó la puerta y cruzó sin que Iori pudiese encontrar fallas en su razonamiento.
Y entonces, cuando Tarek puso un pie más allá todo desapareció.
El laberinto dentro del que estaban se esfumó como cenizas al viento, y el bosque se alzó de nuevo en torno a ellos. Pero en esta ocasión, el vívido verde dejó paso a un pasaje enfermo. Más oscuro, lleno de árboles retorcidos con aspecto sombrío. Y, frente a ellos, quieto al principio y camuflándose con el medio, algo de movió. Un árbol, de algo más de dos metros tallado como si fuese el voluptuoso cuerpo de una mujer se acercó a ellos.
La belleza presente en aquella estraña criatura no la golpeó, imponiéndose el horror en ella cuanto más la observaba. - ¿Qué se supone que es eso? - preguntó con un punto de miedo al observar semejante ser. - Un Spriggan -contestó el elfo, sin apartar los ojos de la criatura - No lo entiendo. No son criaturas violentas... a menos que se las ataque. -
Un nudoso y retorcido brazo se lanzó hacia ellos, lo que obligó a ambos jóvenes a apartarse con rapidez en diferentes direcciones para esquivar. - ¿Spriggan? - Repitió con un punto de histeria en la voz tras rodar sobre su espalda a un lado. - ¿Y eso que es exactamente? Además de un árbol que se mueve - la humana esperaba respuesta, pero la criatura no les dio tiempo a charlar. Se aproximó con inusitada agilidad a ella de nuevo y con su brazo barrió el suelo.
Con otro brinco ágil fintó a su izquierda, esquivando el golpe que sacudió la tierra de aquella criatura. (1) Vio a Tarek correr por detrás blandiendo su arma, y el Spriggan pareció verlo también, aunque se encontraba de espaldas a él. Con una larga zancada acortó en un segundo la distancia con el elfo y se avalanzó hacia Tarek, obligándolo a cambiar su ataque por un intento de defensa que lo hizo caer al suelo para evitar el impacto.
Iori observó con horror como el único salvoconducto que le permitía volver a casa a salvo, clavaba con desesperación el filo de su arma en un tronco grueso que apenas pareció sentir molestia por ello. - ¡Tarek! - gritó instintivamente corriendo hacia él con su bastón en la mano. Perfecto, seguro que golpeando a ese ser con un material de su misma naturaleza lo conseguiría derrotar.
No llegó a alcanzarlo. El grito de Iori centro de nuevo la atención en ella, pero no fue con su cuerpo con lo que la interceptó.
Iori no sabía que aquellos seres eran capaces de controlar las ramas y raíces de las plantas a su alrededor. Y, cuando una de las que había en el suelo se curvó para hacerla caer de imprevisto, un enorme brazo se cernió sobre ella para recogerla antes de ir contra el suelo. La humana jadeó cuando notó como su torso quedaba atrapado entre los nudosos dedos alargados como enormes garfios que poseía el Spriggan. - Joder - susurró notando como le costaba retener aire en los pulmones.
Su bastón cayó al suelo y sus pies fueron alzados, mientras la fuerza sobre ella se incrementaba dolorosamente. Se retorció mirando ahora frente a frente el rostro de madera carente de expresión. - Tareeeeeeeeeek... ¿Cómo se mata a uno de estos? - jadeó con una voz ahogada por la falta de aire. Sin mirar para él, pudo distinguir la urgencia en la voz del elfo. - Con fuego, pero como no te saques una antorcha del bolsillo no sé de que va a servirnos - apuntó todavía con ganas de ser irónico. Con ganas de darle una idea a Iori.
La humana abrió mucho los ojos y recordó entonces algo que siempre olvidaba. Algo que escondía su poder bajo la apariencia de una baratija inofensiva. El anillo incandescente de Beltaine. (2) El que poseía el poder de prender fuego al girarlo sobre su dedo tres veces. Jadeó con fuerza cuando escuchó las costillas crujir, y sin perder tiempo, usó su tacto para rozar el anillo y poder girarlo usando el pulgar. La joya brilló y, dirigiendo la magia hacia el tronco del Spriggan delante de ella, rogó para que el incendio fuese suficiente. El fuego prendió, y la criatura se congeló de sorpresa.
Lo que comenzó como un modesto foco de calor, encontró en la dura y seca corteza del ser el pasto perfecto para crecer al instante. El agarre de Iori se aflojó y esta se precipitó al suelo, cayendo agazapada como un gato sobre sus cuatro extremidades. El crepitar de la madera se intensificó, dejando que la humana notase el calor justo delante de la cara. Unos pasos se abalanzaron hacia ella, deteniéndose por completo al llegar a su lado. Tarek observaba, con los ojos muy abiertos como ardía el cuerpo de su enemigo frente a ellos.
- Gracias por darme la clave - musitó la humana sacudiéndose algo de la ceniza que flotaba hacia ellos, proveniente del espectáculo agónico del Spriggan.
Él no habló, pero pudo ver como Tarek asentía con la cabeza, incrédulo todavía por lo que acababa de pasar. Iori bajó la vista hacia el anillo y, constató con algo de pena que el leve brillo anaranjado que había hecho latir la joya hasta el momento había desaparecido. Sus usos se habían agotado para siempre.
(1) Habilidad de acrobacias para evitar el ataque del Spriggan.
(2) Origina un fuego a menos de 5 metros de distancia.
Iori Li
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
El candor del fuego acarició la piel de Tarek, mientras el Spriggan se consumía poco a poco, pasto de las llamas. Algo en la actitud de la criatura, quizás su impasividad ante el fuego que lo destruía o la falta de cualquier acción para paliarlo, le indicó al elfo que aquel era un destino cruel, aunque deseado, para aquel atormentado ente. Los elfos moribundos que habían precedido al guardián del bosque no habían sido los únicos condenados de aquel infesto y desolado lugar.
Todo en aquel paraje hablaba de dolor, de pérdida, de muerte… pero de una forma errónea. Aquel no era el lugar de paz, el remanso para los que permanecían tras la pérdida de un ser querido, el lugar al que acudir para encontrar consuelo y calma del habalab su pueblo. Aquello era una pesadilla, un infierno sobre la tierra. ¿Acaso se había equivocado de camino? ¿Estaban errados los textos del clan y todo lo que había leído no eran más que palabras vacías, promesas vanas basadas en una fantasía? No era posible que tantos se equivocasen y, aún menos, que si un lugar como aquel existía, no hubiesen llegado noticias del mismo hasta los oídos del corazón de Sandorai. De saberse la existencia de un purgatorio como aquel, no pocas habrían sido las voces que habrían llamado a la cautela y, sin duda, aquel macabro santuario, que se divisaba tras la flamígera figura del Spriggan, no era nuevo, parecía llevar allí unos cuantos cientos de años.
El templo se ubicaba en el interior de una cueva natural, cuya entrada había sido esculpida en intrincados y arcaicos motivos, que le conferían un aspecto majestuoso, armónico con su entorno. Hornacinas enmarcadas en altos arcos apuntados albergaban escenas de duelo, de comitivas funerarias y de sepelios, pero también de reencuentros, de consuelo y de tránsito. Tarek observó aquellas escenas con familiaridad, pues habían sido docenas los viajeros que habían alcanzado aquellos parajes y habían decidido plasmar las maravillas arquitectónicas del lugar en sus relatos. Pero lo que ninguno de ellos había mentado jamás, era que la entrada al santuario, a aquella oda a la vida y a la muerte, estuviese presidida por dos altos postes de madera, a los que habían atado dos cráneos y sendas columnas vertebrales. Como si aquellos a los que habían pertenecido hubiesen sido anclados a esas columnas para siempre, aún después de que el tiempo hubiese acabado por consumir su carne, en una burda y macabra metáfora a su función como guardianes eternos.
Ese era el lugar que habían buscado, no le cabía duda. Pero ese no era el lugar que deberían haber encontrado. Aquel pensamiento reverberó en la cabeza de Tarek, mientras iniciaba un cauto avance hacia la entrada al templo. A su lado, la humana se sacudió los rescoldos de ceniza y carbón que se habían adherido a su ropa, al tiempo que lanzaba una furibunda mirada al elfo. Sin embargo, este no le prestó atención, pues justo cuando enfilaba el camino, una figura atravesó el alto umbral del templo y se detuvo ante él, a la espera.
Apenas trescientos pasos los separaba de la entrada, pero tras recorrer el primer centenar el peliblanco consiguió identificar los rasgos del que, aparentemente, era el clérigo de aquel lugar: pelo blanco, ojos azules y runas surcándole la cara. Un Inglorien. Era sin duda mayor, aunque su edad, al igual que muchas otras cosas en él, parecía diluida. Su rostro esta surcado por una sonrisa extraña, que se ensanchó todavía más cuando Tarek se detuvo a unos pocos metros de él.
- Bienvenidos al santuario de Emlékezet –saludó, con una voz rasposa, que parecía que hacía años que no se usaba. Tarek tardó un segundo en darse cuenta de que había hablado en la lengua de su clan, un idioma que, desde la muerte de Eithelen, rara vez se había entonado en voz alta. Mirando fijamente al joven elfo, continuó- Hace décadas que no veo un rostro familiar. Tu presencia me llena de… satisfacción.
- Maese Emlékező, es un honor estar ante usted –saludó el peliblanco, con una leve inclinación- Agradecemos vuestra bienvenida y que hayáis venido personalmente a recibirnos.
Había algo en el clérigo, y Tarek era incapaz de discernir el qué, que le causa animadversión. Sin embargo, parecía ser el único capaz de ayudarles a seguir, a finalizar aquel periplo, por lo que intentó mantener un tono cordial. Pero sus palabras parecieron tener un efecto totalmente opuesto al que había pretendido, pues el anciano se retorció, como presa de un dolor indescriptible, que se reflejó d forma clara en su rostro.
- ¿Qué le has dicho? –la voz de la humana tras él, le hizo recordar que no había hecho aquel viaje solo.
- Solamente lo he saludado –le contesto, girándose hacia ella.
- Pues parece que no le ha gustado – murmuró la chica entre dientes, sin apartarse de Tarek.
- No muchos consiguen alcanzar las puertas del santuario, en los últimos tiempos. Me satisface que hayáis encontrado el camino hasta aquí –el clérigo volvió a mostrar aquella perturbadora sonrisa y, tras mirar un instante a Iori, añadió- Los dos.
- Es un camino difícil –le respondió Tarek- Plagado de contratiempos. No recuerdo que los viajeros mencionasen ninguno de ellos.
- Las cosas cambian, joven –respondió el hombre secamente.
- Eso veo –contestó el peliblanco y, adquiriendo un tono más cordial, preguntó- ¿Sois el único que permanece aquí?
- Lo soy. Aunque tenía compañía, una que vosotros amablemente os habéis encargado de quemar. ¿Quién fue el artificie? –ante el visible titubeo de Tarek, añadió, perdiendo momentáneamente la sonrisa- No me mientas, muchacho.
- Ella –respondió, el peliblanco, señalando a la humana. El clérigo volvió a sonreír, con aquella siniestra mueca, evaluando a la muchacha con ojo crítico.
- Es una pena –dijo, sacudiendo la cabeza con falsa consternación- Era una criatura extraordinaria. Un guardián insustituible. Tendré que buscarle un reemplazo.
- ¿Qué? –la voz de la humana volvió a alzarse tras él, acompañada de un claro bufido. Cuando ambos elfos se giraron a verla, ella cruzó los brazos, tensa.
- Es una mascota singular –comentó el hombre con apreciación- ¿Cuánto aprecio le tienes?
- No es una mascota –respondió el joven tenso- Y agradecería que dejase de insinuar lo que, claramente, está insinuando -el hombre volvió a retorcerse de dolor.
Parecía haber un patrón en su comportamiento, pero Tarek era incapaz de descubrir cuál.
- Para que habléis entre vosotros sin enterarme yo de nada supongo que no es preciso que yo esté aquí ¿no? –preguntó la chica, mirando al peliblanco, para a continuación sacudirse con desdén el hollín que todavía manchaba sus ropas.
- Hemos venido hasta aquí con el mismo propósito. Ambos hemos llegado hasta aquí y ambos nos iremos cuando esto acabe –sentenció con firmeza- No quiero faltaros al respeto y espero que vos, como maese de este santuario, podáis ayudarnos con nuestro trance –respondió en tono más calmado y amable.
El hombre volvió retorcerse y lo miró con una mueca de desagrado, que pronto desapareció para volver a dejar a la vista aquella forzada sonrisa. Tarek se giró entonces hacia la chica.
- Solo ha preguntado quién había acabado con su Spriggan. Parecía tenerle cierto.... –miró al otro elfo, que los observó atento. Parecía comprender la lengua común- cariño. Podrías... –entonces se acercó un poco más a la chica y, bajando el tono, añadió- Sospecho que entiende lo que dices, aunque creo que no habla tu idioma. Intenta ser más amable.
- ¿Suyo? ¡¿Ese bicho que creó la ilusión del laberinto es suyo?! ¿Esto es normal entre los elfos? –inquirió ella anonadada- Vaya mascota ¿eh? De qué se trataba, ¿una especie de prueba? ¿Pagar con la vida el llegar a este templo? –poniendo las manos en la cintura le dirigió una mirada furibunda al religioso. Después, le dirigió al joven elfo una fingida sonrisa y ladeó la cabeza- Sandorai es una fiesta. Me arrepiento de haber vivido tanto tiempo sin haberlo pisado antes.
- Disculpadnos un segundo –pidió con cortesía al sacerdote en su propia lengua. Este volvió a sacudirse de forma visible.
Agarrando a la humana de un brazo, la obligó a desandar un parte del camino, apartándolos de la atenta mirada del clérigo. Se dirigió entonces a ella en tono bajo, para evitar que sus palabras llegasen a los oídos del religioso.
- ¿Estás loca? ¿Acaso quieres que todo el infierno que hemos pasado no sirva para nada? El Spriggan era una prueba si y, si te soy sincero, no tengo claro que sea la última. Así que intenta.... no alterarlo.
Ella no se amilanó ante su cercanía y, con gesto rudo, tiró del brazo por el que la tenía agarrada para acercarlo aún más a ella. Sus ojos azules, de aquel color que no deberían haber tenido, se enfocaron en los suyos.
- Pues parece que le disgusta más lo que tú le dices que lo que yo le digo –siseó a tan solo unos centímetros de su cara –el elfo le aguantó la mirada unos segundos, antes de desviarla para observar como el clérigo los miraba con aquella siniestra sonrisa, atento a lo que hacían.
- Yo tampoco lo entiendo –le contestó, mirándola de nuevo, antes de retroceder un par de pasos para dirigirse de nuevo a la entrada del santuario- Quieres saber la verdad, al igual que yo. Esa –añadió, señalando la ornamentada entrada- es la única manera. No voy a obligarte.
Se giró para volver junto al religioso, no sin antes escuchar a la chica responder en voz alta.
- Como si tuviese elección. Bueno, pues terminemos con esto de una vez –sus pasos reverberaron tras los del elfo.
- ¿Algún problema, muchacho? –preguntó el clérigo en cuanto volvió a encontrarse ante él.
- Nada que deba preocuparos. Solo manteníamos un intercambio de opiniones. Espero que discul…. –el hombre lo interrumpió a media frase, sacudiendo la mano, para indicarle que dejase de hablar.
- Sabrás que hay un precio por lo que deseáis obtener.
- ¿Y cuál es? –preguntó Tarek
- Uno que estaréis dispuestos a pagar, algo que solo podéis entregar vosotros, algo que lamentaréis perder. Sabrás más cuando entres al templo –añadió, señalando el pórtico de entrada y respondiendo a la pregunta no formulada del joven- Tu pareces dispuesto a entregar lo que sea necesario por ese conocimiento, pero –señaló entonces a la chica- ¿Ella lo está? –Tarek lo miró unos segundos, antes de volverse hacia la humana.
- Pregunta si estás dispuesta a pagar el precio –tradujo el peliblanco.
- ¿Pagar? Pues ahora mismo me pilláis baja de fondos –respondió esta con frialdad- ¿No tienes tú suficiente para los dos?
Una extraña y herrumbrosa carcajada abandonó los labios del clérigo, que se rio durante unos segundos, antes de empezar a toser secamente, como si su garganta hubiese perdido la práctica de emitir aquel sonido. Aquello confirmó lo que Tarek sospechaba, el religioso entendía la lengua común. Lo observó incrédulo unos segundos, antes de volverse hacia la chica.
- No es un pago monetario. Me ha dicho que debemos dar algo que sólo podamos entregar nosotros. Algo que lamentaremos perder. He intentado que me diga algo más, pero dice que solo lo hará cuando entremos al templo.
- ¿Algo que lamentaremos? –ella enarcó una ceja, tomándose unos instantes para meditar, entonces en su boca se extendió una sonrisa maliciosa- Oh sí, claro, me daría una pena infinita perderte. Tenemos una relación tan especial... pero si es el precio a pagar imagino que no se puede hacer nada. Tendré que separarme de ti Tarek -murmuró con un exagerado dramatismo.
La miró unos segundos con expresión hastiada. Hasta en los momentos más críticos la humana no podía dejar ser insufrible. Poniendo los ojos en blanco, se giró para volver a mirar al sacerdote, que había dejado de reírse.
- Parece dispuesta –le contestó.
- Ya lo veo. La ignorancia… mi cualidad preferida. La avanzada de los valientes sin causa y la desgracia de los pobres sin rumbo.
- Por lo que decís, parecen ser muchos los… ignorantes que llegan hasta vuestras puertas.
- Decenas. Ignorantes y desesperados –añadió, dedicándole una sonrisa bastante reveladora- Puesto que estáis dispuestos a pagar, os doy la bienvenida al santuario de Emlékezet, pasad –indicó, dándoles paso con un gesto.
Tarek dirigió una rápida mirada a la chica, antes de seguir al religioso al interior del templo. La cueva, iluminada por la luz de la luna debía haber sido hermosa en algún momento, pero cuando los ojos de ambos se posaron sobre sus paredes, solo vieron más testimonios de horror y muerte. Todo el lugar exudaba un aura tenebrosa, maligna. Como si hubiese sido corrompido por el peor de los males.
Diversos esqueletos, en una disposición similar a los que habían visto en el exterior, colgaban de las paredes de la gruta. El resto de huesos, que habían perdido la conexión anatómica con la columna, habían sido usados para decorar distintos puntos de la cueva, generando nuevos mosaicos que cubrían las otrora hermosas escenas que decoraban las paredes del santuario. La luz de la luna se colaba por una oquedad en el techo de la caverna, que le confería el aspecto de un enorme ojo observante. Extrañamente emitía un resplandor rojizo o incluso morado, que de alguna manera oscurecía el ambiente. Bajo la apertura, un lago de cristalina agua, en cuyo centro se situaba un baldaquino de piedra, que parecía hacer las funciones de altar.
- ¿A qué se debe que la luna emita esa… refulgencia tan peculiar? –le preguntó al religioso, que con gestos apresurados les indicaba que lo siguiesen hasta el centro de la cueva. Sin embargo, ralentizó el paso para contestar al joven elfo.
- Habéis entrado en el reino de la muerte, muchacho. Aquí nada es como en el exterior y a su vez todo es igual. Un reflejo que solo puede verse por un calidoscopio que distorsiona la realidad –dirigiéndole otra de aquellas perturbadoras sonrisas, añadió- Una vez que entras, ya formas parte de ella, hasta que yo decida dar por concluido el ritual.
El peliblanco no respondió, aunque detuvo momentáneamente su avance. Un dulce aroma, demasiado dulce para ser agradable, surgía de unos incensarios colocados a intervalos irregulares por toda la cueva. De ellos emanaba además un espeso humo blanco que, extrañamente, se diluía en el aire poco después de abandonar los metálicos recipientes en los que se producía.
Observando la espalda del elfo anciano, que parecía especialmente excitado, decidió continuar. No parecían tener otra opción. La humana siguió sus pasos en silencio hasta ese mismo momento, cuando se acercó con cautela al peliblanco.
- Este lugar… a mis ojos parece más un templo de muerte que otra cosa. ¿Estás seguro de que este es el lugar que buscabas para obtener respuestas? -murmuró a su oído.
Tarek, un poco más pálido de lo habitual, asintió. Acaba de divisar algo que le resultaba familiar y que, sin embargo, no debería haber estado allí. Runas. Por todas partes. Se flageló mentalmente por no haberse dado cuenta antes. Aquel lugar estaba lleno de las mismas runas que decoraban su rostro y parte de su cuerpo. Pero algo volvía a estar mal. Las runas talladas habían sido repasadas, destruidas o repintadas, con algo que, Tarek no tenía muchas dudas, parecías ser sangre.
- Sois un Inglorien, ¿verdad? Este lugar… su magia. ¿Es obra de las runas del clan? –el clérigo no contestó- ¿Dónde están las sagradas sacerdotisas? –preguntó entonces- Os agradecería que me proporcionaseis respuestas –el hombre volvió a contraerse de dolor.
- Ya no están aquí –contestó secamente- Aunque nunca llegaron a irse –añadió con una turbia sonrisa.
Tarek miró a su alrededor, mientras recorrían el puente que los llevaba hasta la estructura que coronaba el centro de la caverna. Los esqueletos… Volvió la mirada hacia el anciano clérigo, que en ese momento se apresuraba hacia un sencillo atril sobre el que descansaba un ajado libro, junto a una de las columnas de la estructura. Lo acarició con reverencia. El peliblanco paseo la mirada por la estructura. En el centro se ubicaba una pila de piedra, que parecía recibir agua del mismo lago, a donde volvía una vez se derramaba.
Al contrario que el resto del santuario, aquella estructura no parecía haberse visto afectada por la destrucción y la corrupción que había asolado el resto de la caverna. Estaba extrañamente impoluta, quizás porque modificarla habría significado romper el vínculo que la unía con el mundo de la muerte. Sin embargo, de alguna manera, la depravación había tocado también aquel lugar, pues una pila de libros enmohecidos, similares al que acariciaba el clérigo en aquel momento, se encontraban apilados y destartalados en una esquina. De ellos surgía algo maligno, un éter revulsivo… desesperación.
- Ahora debéis entregar vuestro pago –Tarek dirigió la vista de nuevo al religioso, que los observa con una expresión hambrienta.
- Ya estamos en el santuario, ¿vais a decirnos ahora cuál es el coste del conocimiento que deseamos obtener? –preguntó el joven.
- Ya te lo he dicho, muchacho, algo vuestro, que solo podéis entregar vosotros, algo que lamentaréis perder –acarició una vez más el libro- Soy un coleccionista –continuó con aquella perturbadora sonrisa adornándole los labios- de cosas especiales.
- En los relatos sobre este lugar… las sacerdotisas pedían ofrendas, dádivas inofensivas. No parece ser lo que pedís vos.
- Las cosas han cambiado –espetó el religioso con expresión de hostilidad ante la nueva mención de las sacerdotisas- Ahora soy yo quien decide qué es lo que se entrega. Debo aumentar mi colección –indicó, señalando la pila de libros que descansaba al otro lado de la estructura- Pero si no estáis dispuestos a pagar el precio… ya te lo he dicho, una vez entras en el reino de la muerte… bueno, no puedo asegurar vuestro regreso a Sandorai.
- ¿No podéis o no queréis? –preguntó el peliblanco y el religioso se limitó a sonreírle, con una de aquellas perturbadoras muecas. Tras mantenerle la mirada unos segundos, se giró hacia la humana- Quiere que le entreguemos algo, algo nuestro –fijó de nuevo la vista en la pila de libros, intranquilo- Esto no tendría que ser así, lo... –se interrumpió a media frase. Había estado a punto de pedirle perdón a la chica, pero no tenía por qué hacerlo, ella había decidido acompañarlo. Sin embargo, una vocecilla en el fondo de su mente le dijo que nada de aquello habría pasado si él no hubiese ido a buscarla- No tenemos muchas opciones.
- ¿Algo nuestro? ¿Alguna pertenencia? ¿Lo que sea? –inquirió ella, llevando la mano a su alforja y mirando en el interior. Tarek la agarró de la muñeca para detenerla.
- No... nada de lo que tienes es "tuyo", excepto aquello que forma tu ser –girándose entonces hacia el clérigo, le preguntó- ¿Qué es lo que queréis?
El anciano le dedicó otra de aquellas sonrisas y, con parsimonia, señaló el rostro del joven elfo.
- De ti, quiero tu habilidad. El conocimiento para imbuir las runas –Tarek lo observó extrañado.
- Sois un Inglorien, como yo, ya tenéis esa capacidad. ¿Para qué queréis mi conocimiento? –el hombre le sonrió.
- Eso no es de tu incumbencia, muchacho –entonces se giró hacia Iori e indicó- De ella, quiero su szív.
- ¿Su szív? –preguntó el peliblanco cauto y el anciano le contestó con una simple afirmación, sin retirar su turbia mirada de la humana- Dice que quiere tu corazón... –tradujo Tarek a la chica- no tu corazón físico. Es... no hay una palabra en el idioma común para expresarlo. Quiere aquello que sientes.
- ¿Te refieres a los sentimientos o algo así? –preguntó ella, enarcando una ceja. Dirigió entonces su mirada al anciano y sonriéndole, añadió- Pues espero que le aproveche, no hay gran cosa en el mío –su voz despreocupada indicó al elfo que no sabía qué era aquello a lo que estaba renunciando- ¿Y tú? ¿Qué te ha pedido?
- No volverás a sentir nada. ¿Lo entiendes? –le preguntó él, en un desesperado intento de que, de alguna manera la chica decidiese oponerse y acabar con todo aquello- Nada –la miró fijamente, intentando que sus palabras calasen en ella. Pero la indiferencia de la humana tiró por la borda cualquier esperanza que pudiese haber albergado. Entonces se tocó rostro, justo donde el tatuaje surcaba su mejilla- Conocimiento –respondió parcamente. Mirando al elfo anciano, cuya expresión sardónica hablaba de oscuras promesas, añadió más para sí que para la chica- No va a dejar que nos marchemos si no se lo entregamos.
Obviando sus últimas palabras, la chica se acercó hacia él y estirándose, centró la mirada en las runas que decoraban el rostro del elfo.
- ¿Conocimiento…? –preguntó- No entiendo a qué te refieres… no sé por qué el tatuaje es tan especial para ti. Bueno, realmente no sé nada de ti. Es… -bajando la vista, siguió el recorrido de las runas, hasta que donde estas se perdían bajo la ropa- Hubiera estado bien llevarnos bien. Hubiera sido genial saber cómo sería ser tratada por ti como haces con Nousis o con Ayl, pero, al final Zakath me educó con una premisa –clavó aquellos intensos y inconcebibles ojos azules en él, con inusitada resolución- Quien pone el corazón en alguien, sin duda sufre - sus palabras hicieron eco en el silencioso templo- En mi modo de vida ya evito crear lazos con nadie. No será un gran cambio para mí ¿entiendes? –entonces esbozó una sonrisa, antes de girarse hacia el anciano- Le daré al fulano este lo que pide. Y tú no deberías ser tan amable conmigo, recuerda tu papel –añadió entonces con una extraña felicidad en la voz. Parecía extrañamente animada- ¿Tú estás listo?
Apartando la mirada de ella, observó de nuevo aquel lugar. Cuando Nan´Kareis le había dado aquella pista, la posibilidad de que pudiese conocer la verdad y había implicado la necesidad de arrastrar a aquella humana con él, solo había pensado en los inconvenientes que le acarrearía. Sin embargo, nunca había dudado de que, de ser necesario, la mataría para obtener respuestas. Su sangre era la clave, y bien podría desangrarse hasta morir… o al menos eso había pensado entonces. La realización de que todo aquello podía ser real y que algo de Eithelen, aunque fuese una cosa antinatural e insufrible, siguiese vivo… Trató de concentrarse. Ella tenía razón. No eran amigos, ni siquiera se soportaban. Había ido hasta allí por respuestas y no se iría sin ellas.
Cuando dirigió de nuevo la vista al sacerdote, este lo observaba con expectación.
- Entregaremos lo que nos pides –le dijo con expresión neutra.
Con una desagradable alegría, que torsionó aún más su rostro en una amplia sonrisa, señaló el libro, que acarició un segundo antes de abrir. Parecía encuadernado con algún tipo de piel, que retenía los restos de lo que, aparentemente, parecían runas. Tarek prefirió no pensar en aquello en ese momento. Acercándose se colocó al lado del anciano elfo.
- ¿Ya lo estás lamentando? –preguntó este con cierto sarcasmo. El joven apretó con fuerza la mandíbula, pero no le contestó- Extiende tu mano –le indicó, mientras tomaba un pincel de un pequeño recipiente que contenía un líquido oscuro como el carbón.
Agarrándolo con fuerza de la muñeca, dibujó una serie de runas en la palma del peliblanco. Tarek las identificó sin demasiado problema. Era una especie de contrato, un juramento de traspaso de aquello que habían prometido, de aquello que lamentarían perder. Entonces el hombre rebuscó en el libro, hasta que encontró una página amarillenta, sin nada escrito en ella.
- Pon la mano sobre la hoja. No dolerá –indicó con algo parecido a la pena.
Él lo hizo. En el momento en que su mano entró en contacto con el pergamino, este comenzó a oscurecerse. Largos hilos de aquella negra tinta se extendieron desde su mano hasta cubrir la hoja, que se volvió entonces de un tono morado rojizo opaco, aunque ligeramente cristalino. Las runas que había en su mano se grabaron entonces en la parte superior de la hoja, mientras su nombre aparecía reflejado en la parte inferior.
Dando un paso atrás, se observó la palma de la mano. Allí seguían grabadas las runas, aunque parecían ligeramente difuminadas.
- No será efectivo hasta que no terminemos el ritual –comentó el religioso, mirándolo de hito en hito, antes de dirigir la vista hacia la humana.
- Te toca –le dijo el peliblanco a la chica, con voz átona. Ella lo miró con intranquilidad.
- ¿Duele? –preguntó.
El peliblanco la observó unos segundos, antes de negar con la cabeza. Ella lo observó, antes de asentir y pasar a su lado para dirigirse al libro, sin embargo, se detuvo antes de llegar.
- Oye Tarek, ¿recuerdas que en Eiroas me dijiste que estarías en deuda conmigo? –soltó de forma abrupta. Tarek que había estado observando al sacerdote mientras escribía unas cuantas runas más en el libro, se volvió para mirarla.
- Lo recuerdo.
- Estuve pensando… -sonrió y guardó silencio.
- Podréis discutir eso más tarde –replicó con impaciencia el religioso. Movía las manos nervioso como si, de los dos pagos, el de la chica fuese la que más desease y temiese que ella no siguiera adelante.
- Tienes que darle la mano –le dijo entonces a la humana, mostrándole su propia palma, donde todavía eran visibles las runas.
No se molestó en preguntarle por la deuda. Fue lo que fuese, probablemente no vivirían lo suficiente como para que ella llegase a cobrárselo.
- ¿Esperar un poco te va a matar? –le espetó ella al anciano clérigo, mirándolo con expresión iracunda. Este masculló un par de maldiciones y amenazas. Tarek le pidió con amabilidad unos minutos más de paciencia. El hombre volvió a contraerse con espasmos. Volviéndose de nuevo hacia el peliblanco con un suspiro contrariado, la chica continuó- Bueno, déjalo, me lo cobraré más adelante. Una última cosa –sus ojos reflejaron entonces una seriedad inusitada- ¿Tú me odias ahora?
- ¿Acaso importa? -le preguntó él.
- Lo quiero saber –respondió ella lacónica
- No lo sé –respondió él al cabo de un instante. Ella pareció decepcionada.
- Finalicemos entonces con esto –sentenció, dirigiéndose hacia el anciano- ¿Aquí? -preguntó ofreciendo su mano.
Farfullando, el hombre la agarró de la muñeca y se dispuso a dibujar las runas que cerrarían su acuerdo. Señalando el libro, le indicó que la pusiese la mano sobre el pergamino. Ella, sin embargo, observó las marcas, antes de girarse de nuevo hacia el peliblanco y enseñársela.
- ¿Tú lo puedes leer? –él asintió.
- Es... una fórmula antigua, que determina el pago. Es difícil de traducir
- Bien –dijo ella, y se giró para aplastar la mano con fuerza sobre el libro, provocando que el atril se tambalease.
Al igual que había sucedido con Tarek, la página adquirió aquel tono morado rojizo y las runas de su mano se inscribieron en la parte superior del pergamino. Y al igual que había sucedido en el caso de Tarek, su nombre quedó reflejado en la sección inferior, sin embargo, no fue “Iori” lo que apareció escrito allí, sino una palabra élfica, una que ambos habían visto escrita antes en una pared de Mittenwald: “Estelüine”.
Apretando con fuerza la mandíbula, el peliblanco desvió la vista del tomo, El clérigo escribió un par de runas más, antes de cerrarlo con parsimonia. Entonces se dirigió hacia la pila de agua en el centro de la estructura, gesticulando para que lo siguiesen. La humana comenzó a caminar, pero, dándose cuenta de la inacción de peliblanco se detuvo.
- No pareces satisfecho de estar aquí al fin. Muchas noches de lucha para perder la resolución justo ahora, Tarek. Deberías de disfrutar el momento, sea lo que sea que venga –le dijo, quizás para animarlo, quizás para burlarse de él.
Sin dirigirle la palabra, la sobrepasó, para acercarse a la fuente de agua. Cuando ambos se colocaron frente a ella, en lados opuestos bajo órdenes del sacerdote, no pudo evitar mirarla fijamente. Había estado allí, todo el tiempo. Tomó sin mirar el cuenco de plata en forma de hoja que les tendía el clérigo. La había mirado a los ojos, con odio, cientos de veces, pero nunca los había “mirado”. El religioso pareció buscar algo a su alrededor… Y cuando había tenido el más ligero atisbo de la similitud de sus ojos con los de Eithelen, siempre había apartado ese pensamiento de su mente. El anciano elfo pareció encontrar lo que buscaba. Que aquello fuese cierto…
- ¿Qué? –le preguntó ella, con cierta hostilidad al darse cuenta de su mirada.
- Nada –contestó él con un tono más rudo de lo necesario.
Girándose, se concentró entonces en el clérigo, que lo miraba expectante.
- No os he oído, disculpad –le dijo. El hombre se contrajo una vez más de dolor.
- ¿Algo perturba tu mente, muchacho? –preguntó entonces con tono sardónico- No es momento para ocupar la mente en trivialidades. Necesito sangre de aquellos a los que deseéis permutar –lo observó un momento, antes de volver a sonreír, como si hubiese descubierto algo importante- Ella porta la sangre –dijo con convicción- Por eso la has traído.
Sacó entonces un cuchillo oxidado de su cinturón y observó a la chica con aquella expresión hambrienta que ya le había visto antes.
- Lo haré yo –dijo Tarek, sacando una daga limpia. El hombre lo miró con disgusto y farfulló un par de órdenes, indicándole lo que debían hacer- El agua nos permitirá adentrarnos en el pasado. Verlo y vivirlo –le explicó a Iori- Pero necesitamos una conexión. Solo alguien que porte la sangre del difunto puede invocarlo. Necesitamos tu sangre para ver los últimos momentos de Eithelen –su voz sonó átona en la silenciosa caverna. La chica frunció el ceño.
- Claro que si –contestó con retintín- Esa soy yo señor anciano. Pinche sin miedo –dijo, extendiendo el antebrazo con sarcasmo. Pero cuando este aproximó la oxidada hoja hacia ella, resopló, retirando con premura el brazo- Oh por favor, no deseo coger una enfermedad –tomando la daga de mano de Tarek se realizó ella misma un corte en el antebrazo, dejando que la sangre cayese sobre el agua en un suave goteo- ¿Es suficiente?
El anciano elfo, decepcionado, asintió. El agua de la pila se tornó entonces oscura y dejó de reflejar la luna sobre ellos.
- Los nombres –dijo entonces el religioso y añadió, ante la cara de incomprensión de Tarek- Los de aquellos en los que queréis permutar.
- Eithelen –respondió el joven- y Ayla –añadió, recordando el tercer nombre escrito en la pared de aquella ruinosa casa en Mittenwald.
El sacerdote hundió entonces un stilus en las oscuras aguas y las removió. El líquido seguía siendo cristalino, pero algo, parecido a humo negro, fluía en su interior. Con presteza, dibujo ambos nombres, moldeando aquella vaporosa sustancia, antes de darles nuevas indicaciones.
- Tenemos que beber –le dijo Tarek a Iori, mientras el humo se disipaba y el agua volvía a tomar aquel tono oscuro.
El elfo hundió la copa de plata en el agua, al igual que la chica. Se veía clara y cristalina, como la que inundaba el lago del cenote, pero algo se movía en ella. Con una última mirada al sacerdote, que los observaba con atención, procedió a beber.
No sabía a nada. No sucedió absolutamente nada. El religioso dijo algo y Tarek, al igual que Iori, se volvió para mirarlo. Entonces, tomando un pequeño incensario entre las manos sopló los restos de cenizas que contenía hacia sus rostros.
Tarek apenas tuvo tiempo de toser un par de veces, cuando notó que su cuerpo se tensaba y todo a su alrededor desaparecía.
El anciano elfo los observó con una sonrisa en los labios. Pobres incautos, pensó, ignorantes y desesperados. Los dos jóvenes permanecían de pie, a ambos lados de la pila de agua, tensos, con los ojos en blanco. Solo los gestos de sus rostros dejaban vislumbrar lo que debía estar pasando en sus mentes, en aquellos recuerdos robados a los muertos.
Aquel trance debería haber sido pacífico, las sacerdotisas se habían encargado siempre de que así fuese, pero él no. El conocimiento tenía un precio y si estaban tan desesperados por pagarlo, debían sufrir por ello. Miró con atención al chico. En cuanto pronunció el nombre del difunto supo que el viaje no iba a ser agradable… y luego estaba ella. Observó a la muchacha unos instantes, ¿una mestiza? En cualquier caso, no sobreviviría al viaje, no sería la misma cuando acabase.
Apartándose de ellos, se dirigió de nuevo al libro, que acarició con una perturbadora ternura. Hacía tanto que nadie había llegado allí. Podía haber dejado las puertas abiertas, pero aquello habría hecho que las noticias de lo que hacía llegasen a Sandorai. No, era mejor esperar a los que estaban lo suficientemente desesperados como para alcanzar aquel lugar. Siempre estaban dispuestos a pagar lo que les pedía. Siempre. Volvió a acariciar el libro.
- Y vosotras no pedíais nada a cambio –bufó con desdén- Pero ahora todo es diferente. Ya no sois vosotras las que tomáis las decisiones –perfiló los desdibujados trazos de tinta sobre la cubierta y sentó. Ahora solo quedaba observar como aquellos dos incautos descendían, poco a poco, hacia su infierno personal.
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Los diálogos en cursiva están hablados en el antiguo dialecto del clan Inglorien y por eso Iori no los entiende.
Todo en aquel paraje hablaba de dolor, de pérdida, de muerte… pero de una forma errónea. Aquel no era el lugar de paz, el remanso para los que permanecían tras la pérdida de un ser querido, el lugar al que acudir para encontrar consuelo y calma del habalab su pueblo. Aquello era una pesadilla, un infierno sobre la tierra. ¿Acaso se había equivocado de camino? ¿Estaban errados los textos del clan y todo lo que había leído no eran más que palabras vacías, promesas vanas basadas en una fantasía? No era posible que tantos se equivocasen y, aún menos, que si un lugar como aquel existía, no hubiesen llegado noticias del mismo hasta los oídos del corazón de Sandorai. De saberse la existencia de un purgatorio como aquel, no pocas habrían sido las voces que habrían llamado a la cautela y, sin duda, aquel macabro santuario, que se divisaba tras la flamígera figura del Spriggan, no era nuevo, parecía llevar allí unos cuantos cientos de años.
El templo se ubicaba en el interior de una cueva natural, cuya entrada había sido esculpida en intrincados y arcaicos motivos, que le conferían un aspecto majestuoso, armónico con su entorno. Hornacinas enmarcadas en altos arcos apuntados albergaban escenas de duelo, de comitivas funerarias y de sepelios, pero también de reencuentros, de consuelo y de tránsito. Tarek observó aquellas escenas con familiaridad, pues habían sido docenas los viajeros que habían alcanzado aquellos parajes y habían decidido plasmar las maravillas arquitectónicas del lugar en sus relatos. Pero lo que ninguno de ellos había mentado jamás, era que la entrada al santuario, a aquella oda a la vida y a la muerte, estuviese presidida por dos altos postes de madera, a los que habían atado dos cráneos y sendas columnas vertebrales. Como si aquellos a los que habían pertenecido hubiesen sido anclados a esas columnas para siempre, aún después de que el tiempo hubiese acabado por consumir su carne, en una burda y macabra metáfora a su función como guardianes eternos.
Ese era el lugar que habían buscado, no le cabía duda. Pero ese no era el lugar que deberían haber encontrado. Aquel pensamiento reverberó en la cabeza de Tarek, mientras iniciaba un cauto avance hacia la entrada al templo. A su lado, la humana se sacudió los rescoldos de ceniza y carbón que se habían adherido a su ropa, al tiempo que lanzaba una furibunda mirada al elfo. Sin embargo, este no le prestó atención, pues justo cuando enfilaba el camino, una figura atravesó el alto umbral del templo y se detuvo ante él, a la espera.
Apenas trescientos pasos los separaba de la entrada, pero tras recorrer el primer centenar el peliblanco consiguió identificar los rasgos del que, aparentemente, era el clérigo de aquel lugar: pelo blanco, ojos azules y runas surcándole la cara. Un Inglorien. Era sin duda mayor, aunque su edad, al igual que muchas otras cosas en él, parecía diluida. Su rostro esta surcado por una sonrisa extraña, que se ensanchó todavía más cuando Tarek se detuvo a unos pocos metros de él.
- Bienvenidos al santuario de Emlékezet –saludó, con una voz rasposa, que parecía que hacía años que no se usaba. Tarek tardó un segundo en darse cuenta de que había hablado en la lengua de su clan, un idioma que, desde la muerte de Eithelen, rara vez se había entonado en voz alta. Mirando fijamente al joven elfo, continuó- Hace décadas que no veo un rostro familiar. Tu presencia me llena de… satisfacción.
- Maese Emlékező, es un honor estar ante usted –saludó el peliblanco, con una leve inclinación- Agradecemos vuestra bienvenida y que hayáis venido personalmente a recibirnos.
Había algo en el clérigo, y Tarek era incapaz de discernir el qué, que le causa animadversión. Sin embargo, parecía ser el único capaz de ayudarles a seguir, a finalizar aquel periplo, por lo que intentó mantener un tono cordial. Pero sus palabras parecieron tener un efecto totalmente opuesto al que había pretendido, pues el anciano se retorció, como presa de un dolor indescriptible, que se reflejó d forma clara en su rostro.
- ¿Qué le has dicho? –la voz de la humana tras él, le hizo recordar que no había hecho aquel viaje solo.
- Solamente lo he saludado –le contesto, girándose hacia ella.
- Pues parece que no le ha gustado – murmuró la chica entre dientes, sin apartarse de Tarek.
- No muchos consiguen alcanzar las puertas del santuario, en los últimos tiempos. Me satisface que hayáis encontrado el camino hasta aquí –el clérigo volvió a mostrar aquella perturbadora sonrisa y, tras mirar un instante a Iori, añadió- Los dos.
- Es un camino difícil –le respondió Tarek- Plagado de contratiempos. No recuerdo que los viajeros mencionasen ninguno de ellos.
- Las cosas cambian, joven –respondió el hombre secamente.
- Eso veo –contestó el peliblanco y, adquiriendo un tono más cordial, preguntó- ¿Sois el único que permanece aquí?
- Lo soy. Aunque tenía compañía, una que vosotros amablemente os habéis encargado de quemar. ¿Quién fue el artificie? –ante el visible titubeo de Tarek, añadió, perdiendo momentáneamente la sonrisa- No me mientas, muchacho.
- Ella –respondió, el peliblanco, señalando a la humana. El clérigo volvió a sonreír, con aquella siniestra mueca, evaluando a la muchacha con ojo crítico.
- Es una pena –dijo, sacudiendo la cabeza con falsa consternación- Era una criatura extraordinaria. Un guardián insustituible. Tendré que buscarle un reemplazo.
- ¿Qué? –la voz de la humana volvió a alzarse tras él, acompañada de un claro bufido. Cuando ambos elfos se giraron a verla, ella cruzó los brazos, tensa.
- Es una mascota singular –comentó el hombre con apreciación- ¿Cuánto aprecio le tienes?
- No es una mascota –respondió el joven tenso- Y agradecería que dejase de insinuar lo que, claramente, está insinuando -el hombre volvió a retorcerse de dolor.
Parecía haber un patrón en su comportamiento, pero Tarek era incapaz de descubrir cuál.
- Para que habléis entre vosotros sin enterarme yo de nada supongo que no es preciso que yo esté aquí ¿no? –preguntó la chica, mirando al peliblanco, para a continuación sacudirse con desdén el hollín que todavía manchaba sus ropas.
- Hemos venido hasta aquí con el mismo propósito. Ambos hemos llegado hasta aquí y ambos nos iremos cuando esto acabe –sentenció con firmeza- No quiero faltaros al respeto y espero que vos, como maese de este santuario, podáis ayudarnos con nuestro trance –respondió en tono más calmado y amable.
El hombre volvió retorcerse y lo miró con una mueca de desagrado, que pronto desapareció para volver a dejar a la vista aquella forzada sonrisa. Tarek se giró entonces hacia la chica.
- Solo ha preguntado quién había acabado con su Spriggan. Parecía tenerle cierto.... –miró al otro elfo, que los observó atento. Parecía comprender la lengua común- cariño. Podrías... –entonces se acercó un poco más a la chica y, bajando el tono, añadió- Sospecho que entiende lo que dices, aunque creo que no habla tu idioma. Intenta ser más amable.
- ¿Suyo? ¡¿Ese bicho que creó la ilusión del laberinto es suyo?! ¿Esto es normal entre los elfos? –inquirió ella anonadada- Vaya mascota ¿eh? De qué se trataba, ¿una especie de prueba? ¿Pagar con la vida el llegar a este templo? –poniendo las manos en la cintura le dirigió una mirada furibunda al religioso. Después, le dirigió al joven elfo una fingida sonrisa y ladeó la cabeza- Sandorai es una fiesta. Me arrepiento de haber vivido tanto tiempo sin haberlo pisado antes.
- Disculpadnos un segundo –pidió con cortesía al sacerdote en su propia lengua. Este volvió a sacudirse de forma visible.
Agarrando a la humana de un brazo, la obligó a desandar un parte del camino, apartándolos de la atenta mirada del clérigo. Se dirigió entonces a ella en tono bajo, para evitar que sus palabras llegasen a los oídos del religioso.
- ¿Estás loca? ¿Acaso quieres que todo el infierno que hemos pasado no sirva para nada? El Spriggan era una prueba si y, si te soy sincero, no tengo claro que sea la última. Así que intenta.... no alterarlo.
Ella no se amilanó ante su cercanía y, con gesto rudo, tiró del brazo por el que la tenía agarrada para acercarlo aún más a ella. Sus ojos azules, de aquel color que no deberían haber tenido, se enfocaron en los suyos.
- Pues parece que le disgusta más lo que tú le dices que lo que yo le digo –siseó a tan solo unos centímetros de su cara –el elfo le aguantó la mirada unos segundos, antes de desviarla para observar como el clérigo los miraba con aquella siniestra sonrisa, atento a lo que hacían.
- Yo tampoco lo entiendo –le contestó, mirándola de nuevo, antes de retroceder un par de pasos para dirigirse de nuevo a la entrada del santuario- Quieres saber la verdad, al igual que yo. Esa –añadió, señalando la ornamentada entrada- es la única manera. No voy a obligarte.
Se giró para volver junto al religioso, no sin antes escuchar a la chica responder en voz alta.
- Como si tuviese elección. Bueno, pues terminemos con esto de una vez –sus pasos reverberaron tras los del elfo.
- ¿Algún problema, muchacho? –preguntó el clérigo en cuanto volvió a encontrarse ante él.
- Nada que deba preocuparos. Solo manteníamos un intercambio de opiniones. Espero que discul…. –el hombre lo interrumpió a media frase, sacudiendo la mano, para indicarle que dejase de hablar.
- Sabrás que hay un precio por lo que deseáis obtener.
- ¿Y cuál es? –preguntó Tarek
- Uno que estaréis dispuestos a pagar, algo que solo podéis entregar vosotros, algo que lamentaréis perder. Sabrás más cuando entres al templo –añadió, señalando el pórtico de entrada y respondiendo a la pregunta no formulada del joven- Tu pareces dispuesto a entregar lo que sea necesario por ese conocimiento, pero –señaló entonces a la chica- ¿Ella lo está? –Tarek lo miró unos segundos, antes de volverse hacia la humana.
- Pregunta si estás dispuesta a pagar el precio –tradujo el peliblanco.
- ¿Pagar? Pues ahora mismo me pilláis baja de fondos –respondió esta con frialdad- ¿No tienes tú suficiente para los dos?
Una extraña y herrumbrosa carcajada abandonó los labios del clérigo, que se rio durante unos segundos, antes de empezar a toser secamente, como si su garganta hubiese perdido la práctica de emitir aquel sonido. Aquello confirmó lo que Tarek sospechaba, el religioso entendía la lengua común. Lo observó incrédulo unos segundos, antes de volverse hacia la chica.
- No es un pago monetario. Me ha dicho que debemos dar algo que sólo podamos entregar nosotros. Algo que lamentaremos perder. He intentado que me diga algo más, pero dice que solo lo hará cuando entremos al templo.
- ¿Algo que lamentaremos? –ella enarcó una ceja, tomándose unos instantes para meditar, entonces en su boca se extendió una sonrisa maliciosa- Oh sí, claro, me daría una pena infinita perderte. Tenemos una relación tan especial... pero si es el precio a pagar imagino que no se puede hacer nada. Tendré que separarme de ti Tarek -murmuró con un exagerado dramatismo.
La miró unos segundos con expresión hastiada. Hasta en los momentos más críticos la humana no podía dejar ser insufrible. Poniendo los ojos en blanco, se giró para volver a mirar al sacerdote, que había dejado de reírse.
- Parece dispuesta –le contestó.
- Ya lo veo. La ignorancia… mi cualidad preferida. La avanzada de los valientes sin causa y la desgracia de los pobres sin rumbo.
- Por lo que decís, parecen ser muchos los… ignorantes que llegan hasta vuestras puertas.
- Decenas. Ignorantes y desesperados –añadió, dedicándole una sonrisa bastante reveladora- Puesto que estáis dispuestos a pagar, os doy la bienvenida al santuario de Emlékezet, pasad –indicó, dándoles paso con un gesto.
Tarek dirigió una rápida mirada a la chica, antes de seguir al religioso al interior del templo. La cueva, iluminada por la luz de la luna debía haber sido hermosa en algún momento, pero cuando los ojos de ambos se posaron sobre sus paredes, solo vieron más testimonios de horror y muerte. Todo el lugar exudaba un aura tenebrosa, maligna. Como si hubiese sido corrompido por el peor de los males.
Diversos esqueletos, en una disposición similar a los que habían visto en el exterior, colgaban de las paredes de la gruta. El resto de huesos, que habían perdido la conexión anatómica con la columna, habían sido usados para decorar distintos puntos de la cueva, generando nuevos mosaicos que cubrían las otrora hermosas escenas que decoraban las paredes del santuario. La luz de la luna se colaba por una oquedad en el techo de la caverna, que le confería el aspecto de un enorme ojo observante. Extrañamente emitía un resplandor rojizo o incluso morado, que de alguna manera oscurecía el ambiente. Bajo la apertura, un lago de cristalina agua, en cuyo centro se situaba un baldaquino de piedra, que parecía hacer las funciones de altar.
- ¿A qué se debe que la luna emita esa… refulgencia tan peculiar? –le preguntó al religioso, que con gestos apresurados les indicaba que lo siguiesen hasta el centro de la cueva. Sin embargo, ralentizó el paso para contestar al joven elfo.
- Habéis entrado en el reino de la muerte, muchacho. Aquí nada es como en el exterior y a su vez todo es igual. Un reflejo que solo puede verse por un calidoscopio que distorsiona la realidad –dirigiéndole otra de aquellas perturbadoras sonrisas, añadió- Una vez que entras, ya formas parte de ella, hasta que yo decida dar por concluido el ritual.
El peliblanco no respondió, aunque detuvo momentáneamente su avance. Un dulce aroma, demasiado dulce para ser agradable, surgía de unos incensarios colocados a intervalos irregulares por toda la cueva. De ellos emanaba además un espeso humo blanco que, extrañamente, se diluía en el aire poco después de abandonar los metálicos recipientes en los que se producía.
Observando la espalda del elfo anciano, que parecía especialmente excitado, decidió continuar. No parecían tener otra opción. La humana siguió sus pasos en silencio hasta ese mismo momento, cuando se acercó con cautela al peliblanco.
- Este lugar… a mis ojos parece más un templo de muerte que otra cosa. ¿Estás seguro de que este es el lugar que buscabas para obtener respuestas? -murmuró a su oído.
Tarek, un poco más pálido de lo habitual, asintió. Acaba de divisar algo que le resultaba familiar y que, sin embargo, no debería haber estado allí. Runas. Por todas partes. Se flageló mentalmente por no haberse dado cuenta antes. Aquel lugar estaba lleno de las mismas runas que decoraban su rostro y parte de su cuerpo. Pero algo volvía a estar mal. Las runas talladas habían sido repasadas, destruidas o repintadas, con algo que, Tarek no tenía muchas dudas, parecías ser sangre.
- Sois un Inglorien, ¿verdad? Este lugar… su magia. ¿Es obra de las runas del clan? –el clérigo no contestó- ¿Dónde están las sagradas sacerdotisas? –preguntó entonces- Os agradecería que me proporcionaseis respuestas –el hombre volvió a contraerse de dolor.
- Ya no están aquí –contestó secamente- Aunque nunca llegaron a irse –añadió con una turbia sonrisa.
Tarek miró a su alrededor, mientras recorrían el puente que los llevaba hasta la estructura que coronaba el centro de la caverna. Los esqueletos… Volvió la mirada hacia el anciano clérigo, que en ese momento se apresuraba hacia un sencillo atril sobre el que descansaba un ajado libro, junto a una de las columnas de la estructura. Lo acarició con reverencia. El peliblanco paseo la mirada por la estructura. En el centro se ubicaba una pila de piedra, que parecía recibir agua del mismo lago, a donde volvía una vez se derramaba.
Al contrario que el resto del santuario, aquella estructura no parecía haberse visto afectada por la destrucción y la corrupción que había asolado el resto de la caverna. Estaba extrañamente impoluta, quizás porque modificarla habría significado romper el vínculo que la unía con el mundo de la muerte. Sin embargo, de alguna manera, la depravación había tocado también aquel lugar, pues una pila de libros enmohecidos, similares al que acariciaba el clérigo en aquel momento, se encontraban apilados y destartalados en una esquina. De ellos surgía algo maligno, un éter revulsivo… desesperación.
- Ahora debéis entregar vuestro pago –Tarek dirigió la vista de nuevo al religioso, que los observa con una expresión hambrienta.
- Ya estamos en el santuario, ¿vais a decirnos ahora cuál es el coste del conocimiento que deseamos obtener? –preguntó el joven.
- Ya te lo he dicho, muchacho, algo vuestro, que solo podéis entregar vosotros, algo que lamentaréis perder –acarició una vez más el libro- Soy un coleccionista –continuó con aquella perturbadora sonrisa adornándole los labios- de cosas especiales.
- En los relatos sobre este lugar… las sacerdotisas pedían ofrendas, dádivas inofensivas. No parece ser lo que pedís vos.
- Las cosas han cambiado –espetó el religioso con expresión de hostilidad ante la nueva mención de las sacerdotisas- Ahora soy yo quien decide qué es lo que se entrega. Debo aumentar mi colección –indicó, señalando la pila de libros que descansaba al otro lado de la estructura- Pero si no estáis dispuestos a pagar el precio… ya te lo he dicho, una vez entras en el reino de la muerte… bueno, no puedo asegurar vuestro regreso a Sandorai.
- ¿No podéis o no queréis? –preguntó el peliblanco y el religioso se limitó a sonreírle, con una de aquellas perturbadoras muecas. Tras mantenerle la mirada unos segundos, se giró hacia la humana- Quiere que le entreguemos algo, algo nuestro –fijó de nuevo la vista en la pila de libros, intranquilo- Esto no tendría que ser así, lo... –se interrumpió a media frase. Había estado a punto de pedirle perdón a la chica, pero no tenía por qué hacerlo, ella había decidido acompañarlo. Sin embargo, una vocecilla en el fondo de su mente le dijo que nada de aquello habría pasado si él no hubiese ido a buscarla- No tenemos muchas opciones.
- ¿Algo nuestro? ¿Alguna pertenencia? ¿Lo que sea? –inquirió ella, llevando la mano a su alforja y mirando en el interior. Tarek la agarró de la muñeca para detenerla.
- No... nada de lo que tienes es "tuyo", excepto aquello que forma tu ser –girándose entonces hacia el clérigo, le preguntó- ¿Qué es lo que queréis?
El anciano le dedicó otra de aquellas sonrisas y, con parsimonia, señaló el rostro del joven elfo.
- De ti, quiero tu habilidad. El conocimiento para imbuir las runas –Tarek lo observó extrañado.
- Sois un Inglorien, como yo, ya tenéis esa capacidad. ¿Para qué queréis mi conocimiento? –el hombre le sonrió.
- Eso no es de tu incumbencia, muchacho –entonces se giró hacia Iori e indicó- De ella, quiero su szív.
- ¿Su szív? –preguntó el peliblanco cauto y el anciano le contestó con una simple afirmación, sin retirar su turbia mirada de la humana- Dice que quiere tu corazón... –tradujo Tarek a la chica- no tu corazón físico. Es... no hay una palabra en el idioma común para expresarlo. Quiere aquello que sientes.
- ¿Te refieres a los sentimientos o algo así? –preguntó ella, enarcando una ceja. Dirigió entonces su mirada al anciano y sonriéndole, añadió- Pues espero que le aproveche, no hay gran cosa en el mío –su voz despreocupada indicó al elfo que no sabía qué era aquello a lo que estaba renunciando- ¿Y tú? ¿Qué te ha pedido?
- No volverás a sentir nada. ¿Lo entiendes? –le preguntó él, en un desesperado intento de que, de alguna manera la chica decidiese oponerse y acabar con todo aquello- Nada –la miró fijamente, intentando que sus palabras calasen en ella. Pero la indiferencia de la humana tiró por la borda cualquier esperanza que pudiese haber albergado. Entonces se tocó rostro, justo donde el tatuaje surcaba su mejilla- Conocimiento –respondió parcamente. Mirando al elfo anciano, cuya expresión sardónica hablaba de oscuras promesas, añadió más para sí que para la chica- No va a dejar que nos marchemos si no se lo entregamos.
Obviando sus últimas palabras, la chica se acercó hacia él y estirándose, centró la mirada en las runas que decoraban el rostro del elfo.
- ¿Conocimiento…? –preguntó- No entiendo a qué te refieres… no sé por qué el tatuaje es tan especial para ti. Bueno, realmente no sé nada de ti. Es… -bajando la vista, siguió el recorrido de las runas, hasta que donde estas se perdían bajo la ropa- Hubiera estado bien llevarnos bien. Hubiera sido genial saber cómo sería ser tratada por ti como haces con Nousis o con Ayl, pero, al final Zakath me educó con una premisa –clavó aquellos intensos y inconcebibles ojos azules en él, con inusitada resolución- Quien pone el corazón en alguien, sin duda sufre - sus palabras hicieron eco en el silencioso templo- En mi modo de vida ya evito crear lazos con nadie. No será un gran cambio para mí ¿entiendes? –entonces esbozó una sonrisa, antes de girarse hacia el anciano- Le daré al fulano este lo que pide. Y tú no deberías ser tan amable conmigo, recuerda tu papel –añadió entonces con una extraña felicidad en la voz. Parecía extrañamente animada- ¿Tú estás listo?
Apartando la mirada de ella, observó de nuevo aquel lugar. Cuando Nan´Kareis le había dado aquella pista, la posibilidad de que pudiese conocer la verdad y había implicado la necesidad de arrastrar a aquella humana con él, solo había pensado en los inconvenientes que le acarrearía. Sin embargo, nunca había dudado de que, de ser necesario, la mataría para obtener respuestas. Su sangre era la clave, y bien podría desangrarse hasta morir… o al menos eso había pensado entonces. La realización de que todo aquello podía ser real y que algo de Eithelen, aunque fuese una cosa antinatural e insufrible, siguiese vivo… Trató de concentrarse. Ella tenía razón. No eran amigos, ni siquiera se soportaban. Había ido hasta allí por respuestas y no se iría sin ellas.
Cuando dirigió de nuevo la vista al sacerdote, este lo observaba con expectación.
- Entregaremos lo que nos pides –le dijo con expresión neutra.
Con una desagradable alegría, que torsionó aún más su rostro en una amplia sonrisa, señaló el libro, que acarició un segundo antes de abrir. Parecía encuadernado con algún tipo de piel, que retenía los restos de lo que, aparentemente, parecían runas. Tarek prefirió no pensar en aquello en ese momento. Acercándose se colocó al lado del anciano elfo.
- ¿Ya lo estás lamentando? –preguntó este con cierto sarcasmo. El joven apretó con fuerza la mandíbula, pero no le contestó- Extiende tu mano –le indicó, mientras tomaba un pincel de un pequeño recipiente que contenía un líquido oscuro como el carbón.
Agarrándolo con fuerza de la muñeca, dibujó una serie de runas en la palma del peliblanco. Tarek las identificó sin demasiado problema. Era una especie de contrato, un juramento de traspaso de aquello que habían prometido, de aquello que lamentarían perder. Entonces el hombre rebuscó en el libro, hasta que encontró una página amarillenta, sin nada escrito en ella.
- Pon la mano sobre la hoja. No dolerá –indicó con algo parecido a la pena.
Él lo hizo. En el momento en que su mano entró en contacto con el pergamino, este comenzó a oscurecerse. Largos hilos de aquella negra tinta se extendieron desde su mano hasta cubrir la hoja, que se volvió entonces de un tono morado rojizo opaco, aunque ligeramente cristalino. Las runas que había en su mano se grabaron entonces en la parte superior de la hoja, mientras su nombre aparecía reflejado en la parte inferior.
Dando un paso atrás, se observó la palma de la mano. Allí seguían grabadas las runas, aunque parecían ligeramente difuminadas.
- No será efectivo hasta que no terminemos el ritual –comentó el religioso, mirándolo de hito en hito, antes de dirigir la vista hacia la humana.
- Te toca –le dijo el peliblanco a la chica, con voz átona. Ella lo miró con intranquilidad.
- ¿Duele? –preguntó.
El peliblanco la observó unos segundos, antes de negar con la cabeza. Ella lo observó, antes de asentir y pasar a su lado para dirigirse al libro, sin embargo, se detuvo antes de llegar.
- Oye Tarek, ¿recuerdas que en Eiroas me dijiste que estarías en deuda conmigo? –soltó de forma abrupta. Tarek que había estado observando al sacerdote mientras escribía unas cuantas runas más en el libro, se volvió para mirarla.
- Lo recuerdo.
- Estuve pensando… -sonrió y guardó silencio.
- Podréis discutir eso más tarde –replicó con impaciencia el religioso. Movía las manos nervioso como si, de los dos pagos, el de la chica fuese la que más desease y temiese que ella no siguiera adelante.
- Tienes que darle la mano –le dijo entonces a la humana, mostrándole su propia palma, donde todavía eran visibles las runas.
No se molestó en preguntarle por la deuda. Fue lo que fuese, probablemente no vivirían lo suficiente como para que ella llegase a cobrárselo.
- ¿Esperar un poco te va a matar? –le espetó ella al anciano clérigo, mirándolo con expresión iracunda. Este masculló un par de maldiciones y amenazas. Tarek le pidió con amabilidad unos minutos más de paciencia. El hombre volvió a contraerse con espasmos. Volviéndose de nuevo hacia el peliblanco con un suspiro contrariado, la chica continuó- Bueno, déjalo, me lo cobraré más adelante. Una última cosa –sus ojos reflejaron entonces una seriedad inusitada- ¿Tú me odias ahora?
- ¿Acaso importa? -le preguntó él.
- Lo quiero saber –respondió ella lacónica
- No lo sé –respondió él al cabo de un instante. Ella pareció decepcionada.
- Finalicemos entonces con esto –sentenció, dirigiéndose hacia el anciano- ¿Aquí? -preguntó ofreciendo su mano.
Farfullando, el hombre la agarró de la muñeca y se dispuso a dibujar las runas que cerrarían su acuerdo. Señalando el libro, le indicó que la pusiese la mano sobre el pergamino. Ella, sin embargo, observó las marcas, antes de girarse de nuevo hacia el peliblanco y enseñársela.
- ¿Tú lo puedes leer? –él asintió.
- Es... una fórmula antigua, que determina el pago. Es difícil de traducir
- Bien –dijo ella, y se giró para aplastar la mano con fuerza sobre el libro, provocando que el atril se tambalease.
Al igual que había sucedido con Tarek, la página adquirió aquel tono morado rojizo y las runas de su mano se inscribieron en la parte superior del pergamino. Y al igual que había sucedido en el caso de Tarek, su nombre quedó reflejado en la sección inferior, sin embargo, no fue “Iori” lo que apareció escrito allí, sino una palabra élfica, una que ambos habían visto escrita antes en una pared de Mittenwald: “Estelüine”.
Apretando con fuerza la mandíbula, el peliblanco desvió la vista del tomo, El clérigo escribió un par de runas más, antes de cerrarlo con parsimonia. Entonces se dirigió hacia la pila de agua en el centro de la estructura, gesticulando para que lo siguiesen. La humana comenzó a caminar, pero, dándose cuenta de la inacción de peliblanco se detuvo.
- No pareces satisfecho de estar aquí al fin. Muchas noches de lucha para perder la resolución justo ahora, Tarek. Deberías de disfrutar el momento, sea lo que sea que venga –le dijo, quizás para animarlo, quizás para burlarse de él.
Sin dirigirle la palabra, la sobrepasó, para acercarse a la fuente de agua. Cuando ambos se colocaron frente a ella, en lados opuestos bajo órdenes del sacerdote, no pudo evitar mirarla fijamente. Había estado allí, todo el tiempo. Tomó sin mirar el cuenco de plata en forma de hoja que les tendía el clérigo. La había mirado a los ojos, con odio, cientos de veces, pero nunca los había “mirado”. El religioso pareció buscar algo a su alrededor… Y cuando había tenido el más ligero atisbo de la similitud de sus ojos con los de Eithelen, siempre había apartado ese pensamiento de su mente. El anciano elfo pareció encontrar lo que buscaba. Que aquello fuese cierto…
- ¿Qué? –le preguntó ella, con cierta hostilidad al darse cuenta de su mirada.
- Nada –contestó él con un tono más rudo de lo necesario.
Girándose, se concentró entonces en el clérigo, que lo miraba expectante.
- No os he oído, disculpad –le dijo. El hombre se contrajo una vez más de dolor.
- ¿Algo perturba tu mente, muchacho? –preguntó entonces con tono sardónico- No es momento para ocupar la mente en trivialidades. Necesito sangre de aquellos a los que deseéis permutar –lo observó un momento, antes de volver a sonreír, como si hubiese descubierto algo importante- Ella porta la sangre –dijo con convicción- Por eso la has traído.
Sacó entonces un cuchillo oxidado de su cinturón y observó a la chica con aquella expresión hambrienta que ya le había visto antes.
- Lo haré yo –dijo Tarek, sacando una daga limpia. El hombre lo miró con disgusto y farfulló un par de órdenes, indicándole lo que debían hacer- El agua nos permitirá adentrarnos en el pasado. Verlo y vivirlo –le explicó a Iori- Pero necesitamos una conexión. Solo alguien que porte la sangre del difunto puede invocarlo. Necesitamos tu sangre para ver los últimos momentos de Eithelen –su voz sonó átona en la silenciosa caverna. La chica frunció el ceño.
- Claro que si –contestó con retintín- Esa soy yo señor anciano. Pinche sin miedo –dijo, extendiendo el antebrazo con sarcasmo. Pero cuando este aproximó la oxidada hoja hacia ella, resopló, retirando con premura el brazo- Oh por favor, no deseo coger una enfermedad –tomando la daga de mano de Tarek se realizó ella misma un corte en el antebrazo, dejando que la sangre cayese sobre el agua en un suave goteo- ¿Es suficiente?
El anciano elfo, decepcionado, asintió. El agua de la pila se tornó entonces oscura y dejó de reflejar la luna sobre ellos.
- Los nombres –dijo entonces el religioso y añadió, ante la cara de incomprensión de Tarek- Los de aquellos en los que queréis permutar.
- Eithelen –respondió el joven- y Ayla –añadió, recordando el tercer nombre escrito en la pared de aquella ruinosa casa en Mittenwald.
El sacerdote hundió entonces un stilus en las oscuras aguas y las removió. El líquido seguía siendo cristalino, pero algo, parecido a humo negro, fluía en su interior. Con presteza, dibujo ambos nombres, moldeando aquella vaporosa sustancia, antes de darles nuevas indicaciones.
- Tenemos que beber –le dijo Tarek a Iori, mientras el humo se disipaba y el agua volvía a tomar aquel tono oscuro.
El elfo hundió la copa de plata en el agua, al igual que la chica. Se veía clara y cristalina, como la que inundaba el lago del cenote, pero algo se movía en ella. Con una última mirada al sacerdote, que los observaba con atención, procedió a beber.
No sabía a nada. No sucedió absolutamente nada. El religioso dijo algo y Tarek, al igual que Iori, se volvió para mirarlo. Entonces, tomando un pequeño incensario entre las manos sopló los restos de cenizas que contenía hacia sus rostros.
Tarek apenas tuvo tiempo de toser un par de veces, cuando notó que su cuerpo se tensaba y todo a su alrededor desaparecía.
[…]
El anciano elfo los observó con una sonrisa en los labios. Pobres incautos, pensó, ignorantes y desesperados. Los dos jóvenes permanecían de pie, a ambos lados de la pila de agua, tensos, con los ojos en blanco. Solo los gestos de sus rostros dejaban vislumbrar lo que debía estar pasando en sus mentes, en aquellos recuerdos robados a los muertos.
Aquel trance debería haber sido pacífico, las sacerdotisas se habían encargado siempre de que así fuese, pero él no. El conocimiento tenía un precio y si estaban tan desesperados por pagarlo, debían sufrir por ello. Miró con atención al chico. En cuanto pronunció el nombre del difunto supo que el viaje no iba a ser agradable… y luego estaba ella. Observó a la muchacha unos instantes, ¿una mestiza? En cualquier caso, no sobreviviría al viaje, no sería la misma cuando acabase.
Apartándose de ellos, se dirigió de nuevo al libro, que acarició con una perturbadora ternura. Hacía tanto que nadie había llegado allí. Podía haber dejado las puertas abiertas, pero aquello habría hecho que las noticias de lo que hacía llegasen a Sandorai. No, era mejor esperar a los que estaban lo suficientemente desesperados como para alcanzar aquel lugar. Siempre estaban dispuestos a pagar lo que les pedía. Siempre. Volvió a acariciar el libro.
- Y vosotras no pedíais nada a cambio –bufó con desdén- Pero ahora todo es diferente. Ya no sois vosotras las que tomáis las decisiones –perfiló los desdibujados trazos de tinta sobre la cubierta y sentó. Ahora solo quedaba observar como aquellos dos incautos descendían, poco a poco, hacia su infierno personal.
____
Los diálogos en cursiva están hablados en el antiguo dialecto del clan Inglorien y por eso Iori no los entiende.
Tarek Inglorien
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
El maldito sacerdote pensó que sería adecuado llenarlos de nuevo de cenizas, tras lo ocurrido con el Spriggan. La humana tosió con fuerza pero, el mundo cambió y sintió que perdía la conciencia. Aquel asombroso templo se desdibujó, y las sombras se alzaron desde el suelo, engullendo todo lo que la rodeaba, incluso a ella misma.
Sintió que despertaba de un sueño, cuando hizo el esfuerzo de abrir los ojos. Percibió entonces que podía ver todo como si fuese una espectadora, desde una esquina. Pero, al mismo tiempo, ella notaba que estaba ahora en la piel de una muchacha de amplia sonrisa. La vio desde esa posición de testigo mudo, como si su conciencia se pasease por la escena.
Era una versión mejorada de ella misma. Prácticamente idéntica en todo a Iori. Excepto los ojos. Los de la joven eran de un dulce dorado que llenaba su mirada de calidez.
La parte de su mente que le hacía sentir que estaba dentro de ella centró toda la atención de Iori en el camino que marcaban sus pasos.
Bajó caminando de forma ágil por el borde del manantial, llevando buen cuidado de no desperdigar el contenido de la pequeña cesta que llevaba al brazo. El agua nacía en un punto superior, y perfilando el desnivel del terreno se formaban diversas pozas a varias alturas, todas ellas conectadas por el fluir de la corriente. La joven pensó que tendría que hacer algo con lo que había visto arriba, de forma que centró su atención en buscar alguna rama de tamaño adecuado que la pudiera ayudar en su propósito.
Fue allí, en el prado que se extendía amplio en el nivel más bajo del río en donde lo vio por primera vez. Los ojos dorados reconocieron la figura de un jinete y su montura. El caballo se dejaba guiar dócil por una silueta masculina que, con forme se aproximó a la corriente del río la dejó momentáneamente asombrada.
Un elfo.
No había tenido la oportunidad de ver a muchos de esa raza en sus años de vida, a pesar de habitar en una zona fronteriza. Menos todavía, hacerlo en la quietud del bosque y encontrándose a solas. Lo observó con ciertas reservas, dándose entonces cuenta de que él la había visto a ella incluso antes, pero había optado por ignorarla.
Siguió su avance hasta la orilla del río, a unos cuantos metros de ella y vio como palmeaba el cuello del caballo con confianza. De cuerpo ancho y fornido, se adivinaba bajo su atuendo la musculatura de un guerrero experimentado. Sus ropas y armas visibles confirmaban esta idea. De altura considerable, no era esto lo que más lo hacía destacar a ojos de Ayla. Hombres grandes y fuertes los había a fin de cuentas en su aldea y en la contorna. Eran dos cosas las que, bajo su mirada, eran lo hacían absolutamente único: su cabello era de un blanco inmaculado, del color que solamente las primeras nieves del invierno son capaces de reflejar. Y sus ojos: que, aunque no se encontraron directamente con los de la humana, pudo ver con claridad que eran azules.
Pero no un azul común, uno que hubiese visto antes. Aquel tono era extraordinario. Intenso y profundo, le recordó al cielo en los días de verano, cuando está en su punto más alto.
Sin poder apartar la vista de aquel ser, que le había parecido tan hermoso, observó como hacía intentos por convencer al equino de que bebiese de aquella agua que bajaba por la pequeña ladera desde lo alto del manantial. Ayla enarcó las cejas, sorprendida. No pocas veces los animales daban muestras de un sentido más agudo que los de las personas.
El elfo desistió de sus intentos, y tomando su odre se arrodilló junto al agua. Tenía toda la intención de llenarlo, pero antes de hacerlo colocó las manos en forma de cuenco y las metió en el río. Iba a beber. Y Ayla no podía permitir aquello.
- No bebas de ese agua - dijo la humana alzando un poco la voz, para que la escuchase sin problema en la distancia que los separaba.
El elfo alzó aquella increíble mirada y la observó un segundo. Había un desdén palpable en él, y le mantuvo la mirada como hubiera hecho de tratarse de algún animal menor que hubiese cruzado delante de su campo de visión. Bajó la vista, ignorándola por completo e introdujo las manos profundamente dentro de la corriente de agua.
- ¿Estás sordo? - inquirió, girándose un poco más hacia él, dando unos pasos pero sin avanzar demasiado. - Tu caballo es más intuitivo que tú - añadió intentando bromear pero con tono de voz firme.
Separando las manos dejó caer el agua al río de nuevo. - Acaso este río es propiedad de los humanos? - le preguntó con desprecio y sin apenas dirigirle una mirada añadió - Los bosques no os pertenecen. Beberé de él tanto como desee - y volviendo a meter las manos en el agua, tomó un poco y se lo acercó a la boca.
Ayla puso una evidente cara de extrañeza ante el cuidado discurso que le dedicó el elfo. Se quedó momentáneamente paralizada por la belleza que había en la profundidad de su voz. Y debido a ello tardó unos segundos de más en reaccionar. Ante la proximidad de las manos del peliblanco a la boca, la humana reaccionó con urgencia y de forma impulsiva. Alzó la mano y lanzó con fuerza la pequeña cesta hacia él, pensando únicamente en evitar que bebiese.
Impactó de pleno en la nuca del elfo, y cayó al suelo tirando por el aire todo su contenido. Una buena cantidad de moras. - ¡No me escuchas! - gritó con enfado. Y consiguió su objetivo.
Las enormes manos del elfo se separaron, dejando caer de nuevo el agua. Este se levantó con una agilidad asombrosa, y volvió a mirarla fijamente al tiempo que llevaba la mano a la cintura, de donde desenfundó el puñal del cinturón.
- ¿Puedo saber cuál es tu problema? - preguntó de una forma que parecía cortés, pero era evidente que no. Alzó una ceja inquisitiva mientras, ahora sí, el elfo le mantenía la mirada.
La visión de la brillante hoja le recordó a Ayla dos cosas: ella carecía de un arma que usar para poder defenderse. Y se encontraba completamente sola, en presencia de un elfo con evidentes habilidades marciales al que había golpeado con una cesta. Dar un paso hacia atrás en aquel enfrentamiento podía ser fatal, si deseaba dormir aquella noche frente al calor del fuego del hogar. Se mantuvo estable en su posición.
- ¿Y el tuyo? te estoy diciendo que no bebas de ese agua y simplemente me estás ignorando - respondió sin amilanarse, mirando con decisión al elfo a pesar de la evidente diferencia entre ambos.
- ¿Y por qué, por el amor de Isil, debería hacerte caso? - preguntó, cruzándose de brazos.
- Quizá deberías de haber comenzado por la pregunta, antes de ser tan maleducado. ¿Todos los elfos son igual de insoportables que tú? - añadió evidentemente molesta. Alternó la vista entre el elfo y la cesta, insegura de si acercarse a recuperar por lo menos el objeto, aunque la recolecta que había estado haciendo esa mañana ya se hubiese malogrado por el suelo.
- Quizás deberías explicar las cosas en vez de dar órdenes - respondió él - A menos que, como aparenta, no tengas ninguna otra razón que no sea la de molestar. -
Ayla abrió la boca, atónita, y no encontró palabras para responder. Sus mejillas se volvieron rojas ante el choque de voluntades que ambos estaban manteniendo, hasta que el enfado la impulsó hacia delante. Caminó con paso decidido y dando largas zancadas hacia Eithelen, con los ojos dorados fijos en él. El elfo por su lado, se mantuvo firme en la misma posición, mientras ella se aproximaba a paso rápido. No estaba en sus planes amilanarse ante una humana, y decidió esperar allí para comprobar cuál sería su reacción.
La chica no apartó los ojos de él, cuando se inclinó a un metro escaso de su figura para tomar por el asa la pequeña cesta con la que lo había golpeado.
- Bebe todo lo que quieras - siseó con el desprecio brillando en sus ojos. Giró entonces hacia su izquierda, encaminándose hacia la arboleda que rodeaba el lado norte del pequeño acuífero.
El elfo mantuvo los ojos azules en ella hasta que la perdió de vista, y continuó observando hasta que sus oídos dejaron de percibir sus pasos en la lejanía. Solo entonces se agachó y tomó algunas de las moras que habían caído de la cesta. Aproximó la palma de la mano llena a su caballo y decidió remontar el río, por donde ella había venido.
Fue entonces, unos metros arriba, cuando pudo comprobar que, muerta ya, flotaba una serpiente de gran tamaño en la superficie. Tenía la boca abierta y, de los colmillos partidos se adivinaba el flujo del veneno del animal hacia la corriente de agua. El elfo guardó silencio mientras comprendía lo que acababa de suceder hacía unos instantes. Con la figura del elfo, de pie frente al agua, las sombras volvieron a elevarse y todo se fundió en negro.
Sin sentir control de su cuerpo ni del lugar en el que se encontraba, la mente de Iori se quedó aislada. Desconectada de aquella escena, de la que había sido testigo y parte, reflexionó sobre lo que acababa de presenciar. La humana, Ayla. Comprendía lo que le había dicho en su encuentro fortuito aquel señor, Hans, sobre el gran parecido entre ambas. Y, aún compartiendo rasgos físicos tan similares, había algo intangible que hacía que la humana de ojos dorados le pareciese, de muchas maneras, mejor que ella misma.
El elfo en cambio, Eithelen, la hizo sentir un escalofrío al verlo tan similar en sus maneras a Tarek. El cabello tenía exactamente el mismo tono blanco, pero los ojos azules... La congoja estrujó su corazón, en un pecho que en aquel momento no tenía. Continuó moviéndose como si fuese parte de la corriente del tiempo, en medio de la oscuridad, hasta que se volvió a hacer la luz.
Las fresas silvestres, sin duda eran las que mejor sabor tenían. A diferencia de otras especies domesticadas, que formaban parte del calendario agrario de la aldea, las fresas que crecían sin que interviniese la mano del hombre eran deliciosas. Aquella mañana se había despertado temprano, al romper el alba para, en silencio, deslizarse fuera de la casa en la que vivía con otros miembros de su familia para ir en busca de ellas.
La humana anudó detrás de la nuca un fino lazo blanco, que la ayudó a controlar su melena, mientras avanzaba por el pequeño camino de tierra que llevaba a los bosques en su lado oeste. El sol todavía no había asomado por el horizonte cuando se internó en los prados vacíos, dejando que el rocío de la mañana humedeciese el bajo de su falda.
Fue allí, tras recorrer unos metros cuando vio la primera. Y cuando sintió la certeza de que alguien miraba cerca. Ayla se había inclinado para tomar una pequeña fresa que crecía a ras del suelo de la planta, cuando alzó la cabeza y miró alrededor. Algo en el ambiente la puso alerta, y sintió que no estaba sola. Iori pudo notar en su propia piel la emoción de Ayla, el cómo también se le aceleraba el corazón ante una posible amenaza, y contuvo el aliento mientras continuaba observando la escena.
Silencio.
Únicamente el viento acariciando las hierbas en aquella fresca mañana de primavera. La joven volvió a agachar la cabeza, buscando con la mano entre los verdes brotes, cuando sintió de nuevo la sensación de que había alguien cerca. Levantó la cabeza con urgencia y entonces lo vio.
La melena blanca hubiera sido un buen camuflaje en otra época del año. En aquel momento, parado frente a ella al lado de un roble de hojas verdes, el elfo destacaba como la luna en una noche despejada. La sorpresa de Ayla fue la sorpresa de Iori, cuando los ojos azules le mantuvieron en silencio la mirada.
Hasta que notó el pinchazo en la mano.
Profirió un pequeño jadeo y apartó la vista del elfo, para retirar la mano con premura y mirar la zona que le molestaba. Una fina gota de sangre brotaba de la palma de la mano. Barrió con los ojos el suelo frente a ella y descubrió, mezclada entre la planta de la fresa, un tojo cargado de finas y puntiagudas espinas. Se llevó la pequeña herida a los labios y lamió la sangre. Cuando alzó los ojos para buscar al elfo, no encontró a nadie.
Miró a un lado y a otro, para asegurarse, pero todo allí era quietud. Cuando, al cabo de un rato regresaba hacia la aldea, los rayos de sol ya acariciaban el camino frente a sus pies. Y Ayla meditaba sobre si lo que había visto era real o tan solo su imaginación.
De nuevo, la sensación de haber sido expulsada de aquel instante, cuando algo tiró de su conciencia y todo se volvió negro. La humana no comprendía qué verdad era la que Tarek estaba buscando en aquellos recuerdos. La confrontación entre elfos y humanos. No tenía más misterio, y, por lo que había experimentado desde que había salido de su aldea, era una práctica extendida entre los habitantes de Sandorai.
La mirada del que, suponía, era Eithelen, le resultaba magnética, pero los sentimientos que la recorrían eran los de Ayla. Y aquella muchacha era un cúmulo entre dulzura, determinación y belleza que hacía germinar en Iori un fuerte sentimiento de admiración. ¿Quizá el elfo pensaba lo mismo? ¿Por eso la había buscado cerca de su aldea? Ayla había parecido sorprendida al verlo, incluso había dudado de que aquel encuentro fuese real. Iori en cambio pudo entrever que, en el rostro impasible de él, había un matiz de curiosidad manifiesta.
Su mente empezó a dar vueltas, cuando el mundo comenzó a resultar claro de nuevo.
El paisaje era diferente a la última visión. El cantar de las cigarras era casi ensordecedor mientras Ayla avanzaba por un camino de anchura considerable. Los senderos comarcales, con una extensión suficiente como para permitir el paso de dos carros en diferentes direcciones. Esas rutas estaban pensadas para conectar diferentes centros comerciales de importancia.
La humana de ojos dorados avanzaba con una sonrisa en los labios. A su lado, un burro de color gris y largas orejas tiraba de una desgastada carreta de madera. Dentro de ella, sacos llenos del trigo obtenido en la cosecha de esa primavera. Las lluvias y nieves de ese año habían obrado un milagro que no se veía todas las décadas. La producción prácticamente se había duplicado. En su aldea todas las familias celebraban, ya que con la cantidad obtenida estaba asegurado el pan del resto del año, y tenían de sobra para vender en los mercados de ciudades más grandes.
- Shhhhh - detuvo a su compañero de cuatro patas acariciándole la zona de las crines. - Vamos a descansar un poco Calixto - indicó la muchacha mientras lo conducía tirando suavemente de sus riendas debajo de un árbol a un lado del camino. El sol caía con muchísima intensidad, y en aquel punto del viaje la humana ya tenía las mejillas ligeramente quemadas.
Buscó en el morral que llevaba el animal colgado sobre la grupa y extrajo un pellejo que estaba ya mediado de agua. Faltaban un par de horas más hasta llegar a Celle, y debía de ser cuidadosa con la comida y bebida que le quedaban. Usó la justa para mojar los labios y la garganta, y se giró para guardar de nuevo el resto, cuando escuchó el sonido.
Pasos que se deslizaban pesados, haciendo crujir la tierra del suelo. Otros caminantes que, como ella, recorrían aquel tramo del camino. Otros que, como ella, estaban así de locos como para hacerlo bajo aquel sol abrasador de finales de primavera.
- ¿Estás sola? - preguntó una voz, con un punto de diversión en el tono.
Ayla se volvió a tiempo de ver a tres varones avanzando hacia ella. Vestían ropas típicas de trabajo y portaban pesados sacos de viaje a sus espaldas. Temporeros que se movian por la zona buscando faena durante la cosecha.
- Evidentemente no - respondió Ayla, dejándolos confundidos por un momento. Ella claro estaba, se refería a Calixto. Se giró a palmear el lomo del burro, y se agachó un segundo para comprobar el estado de su pata derecha.
- ¿Necesitas ayuda con eso? Parece una carga muy pesada para que una chica como tú la lleve - inquirió otro, avanzando hacia la muchacha.
Los otros dos hicieron lo mismo, desplegándose en su avance en forma de arco, como harían los lobos delante de una presa. O los ladrones vulgares frente a lo que deseaban hurtar. Ayla comprendió cuales eran sus intenciones, por la forma en la que sus miradas evaluaba el contenido que descansaba en el carromato a su espalda.
- Sola soy perfectamente capaz - les aseguró mientras fintaba a un lado lentamente, poniéndose delante de los sacos. Su mirada se entrecerró, y el gesto de su rostro se hizo más serio. - Deberíais de continuar con vuestro camino y buscar pronto un poco de sombra. El día de hoy es complicado -
- Para algunos más que para otros, preciosa - cortó el que faltaba por intervenir, mirándola con expresión aviesa.
Fue este último el que se aproximó extendiendo la mano hacia ella, y fue a él a quien le lanzó la piedra. La había recogido cuando se inclinó para observar la pata de Calixto, en previsión de que el encuentro se pudiese complicar. Su reacción tomó completamente por sorpresa al joven que veía en ella un robo fácil, y el pedrusco golpeó en su frente con precisión. Y lo hizo caer al suelo.
- ¡¿En qué estáis pensando?! - les gritó alzando todo lo que pudo la voz. - No vais a poner una mano encima del trabajo que no os pertenece - aseguró con voz fiera.
Iori notó que, la humana interiormente estaba asustada. Pero, en aquel momento de dificultad, había optado por hacerse fuerte y esconder su miedo. Mantenerse firme frente a los tres ladrones como única forma que veía en aquel momento para salir de allí de una pieza.
- ¡Serás desgraciada! - gritó uno acercándose a su compañero. El que había recibido el golpe parecía mareado, y el lugar del impacto sangraba de forma profusa, cubriéndole en parte la visión.
- ¿Quieres una para ti? - preguntó la humana agachándose y cogiendo otras dos, una en cada mano, y adquiriendo una posición defensiva, lista para lanzarlas.
Por un momento, la agresividad y el enfado de los jóvenes pareció quedarse congelado, en una actitud de evidente inseguridad. Se miraron entre ellos un instante, antes de que uno tomase una decisión.
- Lanzarás una, lanzarás dos, pero antes de que consigas recoger más, te voy a abrir más esa boca bonita que tienes - aseguró mientras sacaba una navaja de su bolsillo. - Por idiota perderás la mercancía y algo más -
Ayla calló, pero no apartó los ojos. Iori vio como ponía ojos que pretendían ser fieros, mientras trataba de disimular el leve temblor de sus piernas. La cosa pintaba muy mal, y no había ningún otro viajero a la vista. ¿Quizá debería de salir corriendo? Los sacos al final importaban menos que su vida. Pero... dejar a Calixto atrás... Alzó el brazo, apuntando con cuidado, sabiendo que ahora no contaba con el factor sorpresa. El chico de la navaja sonreía, pero, súbitamente su expresión confiada desapareció.
La humana permaneció tensa, con los ojos fijos en ellos mientras los tres parecían observarla con una nueva expresión. Aunque no exactamente.
Ella no se dio cuenta, pero la forma en la que la visión le estaba siendo ofrecida a Iori, le permitió distinguir, unas decenas de metros por detrás de la humana la figura del elfo. Permanecía quieto, a la sombra de un árbol que había en el prado a un lado del camino. En sus manos, un arco élfico con una flecha preparada para salir disparada en la dirección en la que ellos se encontraban.
- Vale... no... no queremos problemas - comenzó a balbucear uno, caminando hacia atrás sobre sus pasos.
- Ey... era todo una broma, ¿entiendes? perdona si te hemos molestado. - tiró del que todavía permanecía en el suelo, con la mano cubriendo la herida del golpe y lo obligó a levantarse.
Este último no añadió nada más, pero siguió en silencio a los otros dos, avanzando por el camino antes de comenzar a correr tras unos metros caminando de espaldas. Ayla no bajó los brazos hasta que sus siluetas se convirtieron en puntos pequeños en la lejanía.
El corazón le latía todavía a mil, y cuando soltó las piedras se abrazó al cuello de Calixto. El animal rebuznó sobre la cabeza de la humana, mientras esta alzaba una plegaria de gratitud a los dioses. Mientras tanto, la figura del elfo, que había permanecido en el mismo lugar con el arco hacia abajo, la observó unos instantes más antes de desaparecer entre la arboleda.
Cuando las sombras se alzaron Iori se relajó. No opuso resistencia, ya que era la tercera vez que pasaba por ese trance. Comprendió que, la magia de aquel templo, fuese como fuese que funcionaba, estaba moviéndose otra vez para mostrarles un nuevo recuerdo. ¿El criterio que seguía para seleccionarlos? Era un misterio, pero, lo que le estaba quedando claro es que, desde que se vieron, los caminos de esos dos estaban conectados.
Reflexionó sobre el motivo de que el elfo estuviese presente en la vida de Ayla sin hacerse notar. Esa forma, a hurtadillas de proceder podía venir motivada por el hecho de que miraba a la humana con desdén. Las palabras el día de su encuentro habían sido abiertamente racistas, y sin embargo, parecía no estar dispuesto a dejarla a su aire. ¿La había seguido durante el viaje que había hecho ella de camino a Celle? ¿Había sido un encuentro casual? No tenía forma de saberlo... y sin embargo, por su actitud, Iori creía ver en él el eco de un primigenio interés.
Notó el tirón otra vez, que la arrastraba para sacarla de las tinieblas. Para mostrarle otra cosa nueva.
Reconoció el lugar de inmediato. Era la zona del manantial en la que se habían conocido. A un lado del pequeño río, sentados sobre la hierba del prado. Los árboles vestían hojas de color amarillo y rojo, por lo que el otoño había comenzado. La luz de la tarde caía anaranjada, tiñendo de una miríada de tonos el cabello blanco de Eithelen, y haciendo que el dorado de la mirada de Ayla refulgiese.
- ¿Y tiene tus ojos? - preguntó con pura curiosidad trasluciéndose en su voz.
- ¿Mis ojos? - repitió él - No. Tiene los ojos de su madre, verdes como el bosque más profundo. Es poco habitual, normalmente los rasgos de nuestro clan son dominantes. -
Ayla lo miraba, sentados de forma muy próxima. Extendió una mano, llena de dulzura y perfiló con el índice la línea de las cejas que enmarcaba los ojos de Eithelen. Hacía poco que habían cruzado la barrera del contacto físico, y en sus charlas se sorprendían con la necesidad que sentían de compartir pequeñas caricias como aquella. Establecer ese contacto para sentir la conexión.
- No consigo visualizar unos ojos como los que describes. Seguro que son muy bonitos. Y seguro que brillan con el mismo candor que los tuyos cuando me hablas de él - sonrío. Eithelen le dedicó una sonrisa cariñosa y dejó que ella delinease sus rasgos
- Más bien con furia, cuando se frustra, pero en general con una compasión que solo le he conocido a su padre. Una combinación compleja. Pero no puedo culparlo. Los perdió cuando era muy pequeño - la tomó de la mano y su sonrisa de volvió algo triste. La frente de Ayla se frunció por la preocupación.
- ¿Algo va mal? - la mano de Eithelen era mucho más grande, pero la de la humana lo asió con más energía y decisión.
- No - se apresuró a asegurarle - Solo recordaba el pasado - le volvió a sonreír con cariño - Es un gran chico. -
- Me gustaría conocerlo, aunque es una lástima que esos ojos que tú tienes no tengan continuación - y el viento sopló sacudiendo el cabello de ambos. Las sonrisa se hicieron más profundas en ambos, y Iori pudo ver como ambos se inclinaban el uno hacia el otro. El corazón de Ayla explotaba en puro gozo mientras el de Iori lo hacía en pánico.
En aquella ocasión, pensó que había sido ella la que había salido del recuerdo, si es que eso era posible. Se quedó como espectadora ante el momento en el que parecía que se iban a besar, y el caos se impuso en la mente de Iori. ¿Qué demonios acababa de ver? ¿¡Qué había sucedido durante el verano con ellos!? No se esperaba aquel cambio de dirección. La tensión entre ambos había sido evidente en recuerdos previos. ¿Estar ahora manteniendo una conversación cómplice en un atardecer? Aquello era demasiado romántico para ella.
Pensó, de forma desordenada que el dueño de los ojos verdes del que hablaban debía de ser Tarek. Pensó que la relación entre ellos había mejorado a pasos agigantados en apenas unos meses. Y, también pensó, con temor, que quizá, durante todo aquel tiempo, lo que habían dicho los espíritus de Isla Tortuga, lo que Nousis se empeñaba en creer, pudiese ser verdad de alguna manera.
Recordó la fisionomía de Ayla, recordó el color de los ojos de Eithelen, y su mente se quedó bloqueada sin ser capaz de articular más pensamientos. ¿Sería realmente posible...?
Confundida a un nivel que se sentía paralizada, notó el inicio del siguiente recuerdo, sintiendo que ya no quería formar parte de aquello más tiempo. Pero, no tenía ni idea de qué podía hacer para pararlo.
De nuevo la zona del río en la que se habían conocido. Parecía que aquel lugar se había convertido en su lugar para quedar de forma habitual. Se encontraban en la parte superior, en una de las terrazas naturales que creaba pequeñas pozas en las que se acumulaba el agua. Ayla estaba sentada al borde de una, con la falda recogida y las piernas dentro del agua. Eithelen estaba sentado frente a ella, sobre una de las grandes piedras que sobresalían por encima del agua del río.
- ¿Vence al enemigo sin manchar la espada? - repitió mirando el anillo que él le había dado entre sus dedos.
- ¿Sabes qué significa? - le preguntó él entonces.
- La cultura élfica me es desconocida. Solo sé lo que tú me has mostrado. - su sonrisa era amplia mientras lo mira con los ojos dorados. - ¿Algo así como usar otras habilidades para evitar entrar en combate real? - aventuró.
- Durante años asumí que hablaba de la habilidad del guerrero, de ser eficaz - extendio el brazo para coger el anillo de entre las manos de la joven, y aprovechó para agarrársela - Ahora sé que me equivocaba. Pueden vencerse batallas blandiendo una espada, pero las guerras solo se conquistan cuando se usa la palabra, cuando la sangre no mancha la espada. -
La joya pasó de nuevo a las manos de su dueño, y hasta el viento pareció detenerse mientras el contacto entre ambos se alargaba en la estrecha distancia que los separaba. La humana miró hacia arriba, hacia la mirada azul del elfo.
- No es la fama que te atribuyen en la comarca. Tu habilidad como guerrero es conocida entre los míos a lo largo de generaciones - no había acusación en su voz. Solo una mirada limpia que no juzgaba.
- A veces uno debe equivocarse un centenar de veces para encontrar la verdad. Aunque a veces la verdad te encuentra a ti a la orilla de un río envenenado - y la mirada de Eithelen transmitió un sentimiento que, de nuevo, hizo latir el corazón de ambas aceleradamente, por razones muy diferentes. Ayla lo miró con los ojos fijos en él, y no pudo evitar un rubor evidente en las mejillas, aunque su expresión quería ser controlada.
- Qué tendrán los ríos... - murmuró antes de, con la mano que Eithelen le tenía agarrada, tirar con fuerza de ella y dejarse caer de espaldas al agua... con el elfo cayendo a su vez encima de ella dentro del río. Lo último que se escuchó antes de hundirse ambos en la corriente fue la risa femenina de ella en el aire.
Las sombras se alzaron, y Iori se entregó con necesidad a la calma que le ofrecían. Ver con sus ojos cómo el amor fluía y crecía entre ellos, solamente aumentaba una sensación de desazón que se traducía en asfixia para ella. Sentía que no era capaz de respirar todo el aire que precisaba, que sus pulmones estaban bloqueados a medida que la historia de los dos amantes iba poniendo piezas del puzzle sobre la mesa.
A esas alturas de la historia, era evidente a sus ojos la relación que la unía con ambos. Pero no quería creerlo. Se mantenía aferrada a la tabla de la negación, a pesar de que estaba siendo arrastrada a las rocas del acantilado. La marea de sus pensamientos la estaba arrastrando sin control, y la aproximaba hacia las afiladas rocas que la destrozarían.
No quería seguir. Sintió la necesidad de gritar.
Lo intentó pero, comprendió que mientras estuviese inmersa en aquel ritual no tenía control sobre su cuerpo. Únicamente podía controlar sus pensamientos mientras dejaba que las emociones de Ayla entraran en ella. Y en las últimas, el amor floreciente que sentía por Eithelen había sido confirmación y condena a un mismo tiempo.
Esta vez intentó resistirse, trató de evitar que las tinieblas en las que aguardaba se retirasen cuando el ambiente comenzó a cambiar. Pero la luz no terminó de llegar. Apenas tardó unos segundos en comprender que, el nuevo recuerdo tenía lugar durante la noche.
Corriendo con los pies descalzos, un oído humano no podría detectarla. No así el suyo. Y eso Ayla lo sabía. La humana corría como si fuese un ciervo, hacia el punto en el que habían acordado verse. Conocía bien el entorno de su aldea, por lo que la noche cerrada no suponía una gran dificultad para ella. Cuando distinguió su silueta se lanzó a sus brazos sin pensarlo, mientras la luminosidad de la fiesta, la luna y el sonido de la música se escuchaba lejano pero no imperceptible.
- ¡Qué ganas tenía de verte! - susurró enterrando la cara contra su cuello.
Eithelen, la había escuchado llegar, pues su oído, mucho más afinado que el de los humanos, había distinguido el leve roce de sus pies contra la hierba. Cuando ella se abrazó a él, no pudo más que apretarla contra si, aspirando el dulce aroma de la muchacha. Tras unos instantes, se separó de ella sonriéndole, para contemplarla
- Quizás no haya escogido un día certero. Parece que te estoy obligando a perderte algo importante - le dijo, escuchando de fondo los sonidos de la fiesta que discurría en el pueblo de Ayla.
La sonrisa de la muchacha refulgía mientras lo miraba, poniéndose de puntillas un instante para acariciarle el cabello y colocarlo tras sus orejas en punta. Iori se sorprendió al sentir que dentro de ella, bullía un amor si cabía más intenso que en el último recuerdo.
- ¿Bromeas? Estar contigo es lo que hace que esta noche merezca verdaderamente la pena - Iori supo que sus palabras eran absolutamente verdad. - Es la fiesta de la cosecha. Este año hemos conseguido más patatas y uvas de lo normal. Con el excedente podremos vender bastante. Incluso estaban hablando de organizar una caravana para llevar parte de la producción a Lunargenta o a Baslodia. - Las manos de la humana bajaron hasta la cintura de Eithelen, en dónde encontraron hueco para estrechar el abrazo. - Quizá me apunte. Nunca me he movido demasiado de la comarca. -
- Son caminos peligrosos. Deberíais ir con cuidado - dijo Eithelen algo más serio. Alzó una mano para acariciarle la mejilla - Los Ojosverdes no son amables con aquellos que se acercan a sus fronteras, menos aún si no son elfos -
Los ojos dorados brillaban con inusitada fuerza esa noche. - Lo se, recuerdo lo que me has contado. No te preocupes, evitamos avanzar cerca de la frontera - ladeó la cabeza, moviéndola inconscientemente siguiendo el compás de la música. - Nunca he ido a una ciudad humana grande... ¡la verdad es que me encantaría verlo con mis propios ojos! Al igual que conocer la Sandorai de la que me hablas, aunque sé que eso no va a ser posible - sonrió entre dientes, sin haber soltado un ápice el abrazo que los unía. El le sonrió, al ver la ilusión que parecía hacerle todo
- Entonces tendremos que celebrar la llegada de ese esperado momento - se separó de ella y le tendió la mano - Y todo lo importante se celebra con un baile. Por suerte, tus congéneres han tenido a bien proporcionarnos la música. - La humana lo observó, perpleja, tardando en reaccionar a la invitación del elfo.
- ¿Sabes? bailar no está entre mis habilidades más reseñables...- comenzó a decir como excusa mientras le mantenía la mirada para ver la posible decepción en su rostro. - No soy una buena pareja de baile - reconoció con un tono divertido en la voz. Eithelen no hizo caso a sus palabras y estiró el brazo para cogerla de la mano. Las colocó ambas juntas, unidas en alto y la miró.
- Por suerte para ti, yo soy excelente en ello - dijo con falso orgullo - Solo sígueme. -
Ayla se dejó guiar, quedándose por primera vez desde que se habían conocido sin nada que decir. Sus movimientos eran torpes e inseguros, pero con cada giro más confiaba en su pareja de baile. Ella estaba sonriendo, con la expresión viva en la cara y las mejillas calientes, dejando que la vergüenza por su falta de habilidad se diluyera saliendo de su corazón. El amor que transmitió aquella escena mareó a la Iori espectadora, que pensó que lo que estaba observando le producía una extraña mezcla entre desagrado sumo y... nostalgia.
Eithelen cambió sutilmente la mirada que le dirigía a la humana, pasando de ser todo calidez a adquirir un punto de cautela en los ojos. Giró acercándose a Ayla y le susurró al oído
- Alguien nos vigila - y aprovechando el siguiente movimiento del baile, la hizo girar y la colocó a su espalda, mientras desenvaina su daga mirando en la dirección de la presencia - ¿Quién eres? ¡Sal! - ordenó hacia el sitio donde sabía que había alguien escondido.
Los ojos de la humana se abrieron mucho, presa de la sorpresa, y se quedó congelada tras Eithelen, los segundos que un muchacho de pelo rubio y ojos claros, casi blancos salió de entre la maleza. Iori pudo sentir el miedo intenso que la recorrió. A ser descubierta. A suponer un problema para Eithelen. Pero al ver de quién se trataba el temor se disipó.
- ¿Hans? - sonó incrédula. - ¿Se puede saber qué haces aquí? - la humana salió de la posición en la que estaba con actitud de enfado en el cuerpo. - Es mi primo - explicó sin mirar a Eithelen, con la vista clavada con enfado en él.
- Primo segundo - precisó el muchacho. - Nuestras madres son primas - consideró necesario explicar, como si aquel dato fuese importante. Ayla suspiró, exasperada.
- ¿Qué haces aquí? - el humano extendió el brazo, con el par de zuecos de madera que solía vestir Ayla en las noches de fiesta.
- Los dejaste atrás y desapareciste - en su tono de voz había una acusación manifiesta. Ella consideró unos segundos qué decir.
- Hacen demasiado ruido. Prefería dejar un rato la fiesta sin que nadie lo notase - La mirada de Hans, hasta entonces fija en el rostro de Ayla se dirigió hacia el elfo, al que miró con cierta aprensión y respeto, y hacia su daga.
- Ya veo. ¿Es por él? Todas tus desapariciones en los últimos meses...- Ayla puso las manos en la cintura, intentando parecer más grande, como si su cuerpo fuese una barrera entre el humano y el elfo.
- Las únicas personas a las que le tendría que dar explicaciones de ello serían mis padres - La molestia de Ayla comenzaba a crecer ante lo que consideraba impertinencias por parte de su primo. Hans se apresuró a responder.
- Pero desde que ellos no están somos nosotros los que hemos tomado responsabilidad por ti, de cuidarte y mirar por tu bienestar - comenzó a argumentar. Aquello removió algo en la conciencia de la humana, haciendo que suavizase de nuevo su tono de voz.
- Oh Hans... - sonó entonces conciliadora - Lo sé, y sé que lo hacéis para cuidarme, pero esto es algo que me incumbe únicamente a mí... -
-... Y a mi - añadió Eithelen, mirando al humano con los ojos entrecerrados mientras se colocaba al lado de Ayla, hombro con hombro. Su expresión era fría, y Iori comprendió que, al igual que a ella le había quedado claro, el elfo también había podido notar los celos en la voz del humano. Hans miro a Eithelen con temor y con una dosis de rabia.
- Es un elfo - musitó por lo bajo hablando con Ayla.
- Me he dado cuenta - respondió la chica, volviendo a endurecer el tono ante la actitud de Hans.
- Ya sabes cómo son, qué se dice de ellos... - continuó.
- Ah sí, ¿Qué es lo que se dice? - lo instigó entonces Eithelen. Hans desvió los ojos hacia el elfo, nervioso, y su piel clara se coloreó de rojo de forma evidente, incluso con la poca luz.
- Intolerantes, violentos, brutos... - volvió a mirar a Ayla. - Asesinos. ¿Nunca le diste vueltas a la causa detrás de la desaparición de tus padres? ¡¿De verdad nunca lo pensaste?! - La humana se encogió para, al segundo siguiente volverse dura como el pedernal. Iori supo que aquellas palabras le habían dolido mucho más de lo que dejó ver. Y de forma proporcional, creció en ella el enfado. Hasta explotar a los pocos segundos sin haber sido capaz de masticar y tragar la rabia que sentía.
- ¡Ya basta! Muchos son los peligros que existen en los caminos, más allá de los elfos. ¿A qué viene esto ahora? ¿Estás bien de la cabeza? - la humana hablaba con un tono que evidenciaba a la par su dolor y su enfado.
Eithelen le puso una mano en el hombro, en señal de apoyo, tratando de aportarle la serenidad que había perdido con el último ataque del humano.
- Deberías irte - le dijo a Hans, con autoridad en la voz y guardó la daga. Con aquel simple gesto dio por finalizada la discusión.
- Lo haré. Con ella - acertó a decir con la voz todavía temblando un poco. La humana ladeó el cuerpo, en la dirección de la mano con la que Eithelen la estaba tocando. Era evidente su elección, por lo que el humano se apresuró a añadir. - Se lo contaré a todos, ¡Todos lo sabrán! - aseguró lanzando su último intento por convencerla.
Ayla se detuvo, y lo miró sintiéndose atrapada en aquel instante. Su mirada dorada buscó los ojos de Eithelen a su lado, tratando de encontrar una solución al respecto. Observar la mirada del elfo causó un impacto que estuvo a punto de hacerla temblar. Sabía la fama que tenían las relaciones entre ambos pueblos. En su aldea, en toda la contorna, se narraban episodios de conflicto constante de elfos con humanos. Dar a conocer que ella frecuentaba la compañía de uno podría traerle graves problemas al elfo.
Y aquella posibilidad hizo que su pecho se encogiese de dolor. Tenía que buscar una solución para el problema que suponía Hans. Pero por el momento no le quedaba otra que evitar el escándalo. Conocía a su primo y, sabía de sobra sobre su carácter caprichoso. Sería capaz de volver sobre sus pasos y delatar la relación de ambos en medio de la fiesta. Y aquello sería fatal. Cuando tomó la decisión, el rostro de Ayla se mostró duro, pero el brillo en sus ojos la delataba.
Eithelen la miraba con atención, y comprendiendo sin palabras, asintió levemente con la cabeza. Sin encontrar qué decir en aquel momento, Ayla se giró dándole la espalda al elfo para caminar hacia Hans. Iori pudo sentir como algo se deshacía en pedazos pequeños, a cada paso que Ayla daba alejándose de él. Los dos humanos desaparecieron, y el elfo permaneció inmóvil, con los pies anclados a la tierra.
Iori rogó para que aquello se detuviera. El dolor de aquella separación la dejaba sin aliento. Ella jamás había experimentado una emoción igual. El amor que Ayla sentía por Eithelen se movía ardiendo dentro de sus propias venas. Era un fuego que quemaba en su conciencia, que le hacía sentir ansiedad por la separación súbita que habían tenido que aceptar en la noche de fiesta malograda entre ambos.
Pensó, en Hans, y lo comparó con la versión madura que había conocido en Lunargenta. En el recuerdo que acababa de ver parecía llegar apenas a la veintena. En la ciudad le había dado la impresión de tratarse de un educado y bien formado burgués, de edad madura y modales finos. En la escena del bosque pensó que era un crio egoísta y entrometido.
Se preguntó entonces, si la verdad que se asomaba como una duda certera en la mente de Iori, también habría ocupado la mente de Hans cuando la vio en aquella posada. Si él también habría deducido que Ayla y ella estaban relacionadas, o si la similitud era fruto de la más pura coincidencia.
Estaba intentando decidir si merecía la pena o no ir en busca de Hans tras aquello, cuando las sombras volvieron a moverse de la forma ya familiar. Cuando volvieron a conectar con el siguiente recuerdo.
La cesta reposaba a su lado, rebosante de castañas. Las hojas de los árboles habían cambiado de color otra vez, siendo ahora de un marrón que anticipaba la próxima desnudez que tendrían las plantas, hasta la llegada de la siguiente primavera. Ayla permanecía sentada, abrazando las rodillas al pecho en medio de la alfombra de hojas que cubría el suelo.
Había regresado allí cada día. Había esperado por él. Lo había buscado y, reconoció con rabia que todo dependía de que Eithelen acudiese a ella. La humana no tenía forma de saber cómo contactar con él, sino era aguardando allí. Y eso hizo. Durante semanas tras lo acontecido la noche de la fiesta.
Pero el encuentro no se produjo. Los sentimientos de Ayla navegaban entre la frustración y la incomprensión. No entender el motivo tras el cual se encontraba la desaparición del elfo le quitaba el sueño por las noches. Fue por accidente, cuando percibió el día anterior el brillo blanco del cabello de un elfo, y su corazón se aceleró. Lo vio de refilón, cuando se había levantado súbitamente para marcharse, pero le llegó aquel instante para saber que no se trataba de Eithelen.
Esa mañana había estado atenta, y quiso pensar que si el día anterior había un Inglorien en la zona, en aquel momento podía estar sucediendo lo mismo.
- Sé que estás aquí por él - se lanzó a hablar en voz alta, manteniendo la vista fija al frente.
Iori pudo comprobar que, efectivamente, a decenas de metros, entre la maleza más densa, se escondía una figura. El elfo permaneció en silencio, sin moverse de su posición. Oteó a su alrededor para intentar discernir con quien hablaba la humana.
Ayla suspiró al cabo de un rato. Decidida a actuar como si supiese con certeza que estaba acompañada.
- ¿Esto es lo que él desea? ¿Simplemente desaparecer? - preguntó con un punto de decepción marcado en la voz.
El elfo permaneció sin moverse de su posición, y ahora que tenía claro que se dirigía a él pensó sin contestarle o no.
- Teme por tu seguridad - respondió finalmente.
El corazón de Ayla se sacudió, notando la alegría de no sentir que estaba loca. Sin embargo, el alivio de que el elfo le contestase quedó ensombrecido por el enfado que le causó la respuesta.
- ¿En serio? ¿Y en todos sus años de vida ha concluido que esa es la mejor forma de actuar? - soltó el cabello castaño de forma ofuscada y apretó con sus manos las rodillas. - Qué teme más, que siga viviendo en una aldea de humanos o que me apetezca explorar Sandorai? - apartó la vista con rabia y cubrió con sus manos el rostro ahora.
Sabía que lo que acababa de decir no tenía ningún sentido. Eithelen le había contado maravillas de su país, pero también la había formado sobre la situación actual de los elfos, principalmente los Ojosverdes con respecto a otras razas. Entrar allí sería buscar un suicidio asistido. Le había prometido a él que jamás se internaría sola en territorio de Sandorai. Y sin embargo... si era la única manera de conseguir verlo una vez más... apretó las manos en un puño.
Iori sintió lástima por el pobre elfo que la guardaba. Vio en su expresión que ante el comentario de Ayla estuvo a punto de colapsar al no saber cómo proceder.
- ¿Qué? - terminó por preguntar alarmado, al tiempo que salía de su escondite - ¡No puedes ir a Sandorai! Si esto se descubriese ambos estaríais en peligro. Eithelen... está intentando ser razonable. -
La muchacha se puso de pie, tirando el pequeño cesto de castañas con el movimiento. Sabía que estaba siendo injusta al hablar de aquella forma con el elfo, pero era su única posibilidad, y se estaba aferrando a ella con la desesperación de quien piensa que no existe nada más allá.
- Alabo su sapiencia y todo su buen criterio, pero es algo que él ha decidido sin importar mi forma de ver las cosas. Sin darme posibilidad de opinar - apretó las manos, siendo el vivo ejemplo de la frustración. Sabía que el esbelto elfo que tenía delante no era responsable, y sin embargo... - Eres el único nexo que comparto con él ahora mismo, por favor... yo... volveré a esta hora todos los días aquí... Lo esperaré. Si quiere que sea un adiós, que me lo diga mirándome a los ojos - la mirada dorada de Ayla era firme, mientras las lágrimas enturbiaban su visión.
Iori sintió que se sofocaba, cuando los sentimientos de Ayla explotaron como un caos en su mente en aquel momento.
El elfo la miró unos segundos antes de responder finalmente - Se lo haré saber - con una inclinación de cabeza se despidió antes de desaparecer de nuevo entre las sombras del bosque.
Cuando aquel recuerdo terminó, Iori no supo qué pensar. Parecía que en aquella ocasión la relación de ambos había terminado, pero la desazón de su corazón le hacía pensar que aquel no era el final. Pensaba, sinceramente, que lo mejor que le podía pasar a ambos era seguir caminos diferentes. Y por un instante, los ojos grises de Nousis relampaguearon en su imaginación. No, en absoluto era lo mismo. Ayla era una persona que respiraba amor, su interés por Eithelen había sido genuino y creciente.
No se podía establecer un paralelismo entre la relación que había tenido ella con Nousis. La suya nacía del compañerismo de las batallas compartidas y de una buena coordinación en la cama. No había cabida para ninguna otra situación.
Lo veía claro, y deseaba de corazón que la historia de Ayla hubiese continuado sin interferir con los elfos nunca más.
Aunque, en su fuero interno sabía que se equivocaba.
Sintió que despertaba de un sueño, cuando hizo el esfuerzo de abrir los ojos. Percibió entonces que podía ver todo como si fuese una espectadora, desde una esquina. Pero, al mismo tiempo, ella notaba que estaba ahora en la piel de una muchacha de amplia sonrisa. La vio desde esa posición de testigo mudo, como si su conciencia se pasease por la escena.
Era una versión mejorada de ella misma. Prácticamente idéntica en todo a Iori. Excepto los ojos. Los de la joven eran de un dulce dorado que llenaba su mirada de calidez.
La parte de su mente que le hacía sentir que estaba dentro de ella centró toda la atención de Iori en el camino que marcaban sus pasos.
1. Encuentro
Bajó caminando de forma ágil por el borde del manantial, llevando buen cuidado de no desperdigar el contenido de la pequeña cesta que llevaba al brazo. El agua nacía en un punto superior, y perfilando el desnivel del terreno se formaban diversas pozas a varias alturas, todas ellas conectadas por el fluir de la corriente. La joven pensó que tendría que hacer algo con lo que había visto arriba, de forma que centró su atención en buscar alguna rama de tamaño adecuado que la pudiera ayudar en su propósito.
Fue allí, en el prado que se extendía amplio en el nivel más bajo del río en donde lo vio por primera vez. Los ojos dorados reconocieron la figura de un jinete y su montura. El caballo se dejaba guiar dócil por una silueta masculina que, con forme se aproximó a la corriente del río la dejó momentáneamente asombrada.
Un elfo.
No había tenido la oportunidad de ver a muchos de esa raza en sus años de vida, a pesar de habitar en una zona fronteriza. Menos todavía, hacerlo en la quietud del bosque y encontrándose a solas. Lo observó con ciertas reservas, dándose entonces cuenta de que él la había visto a ella incluso antes, pero había optado por ignorarla.
Siguió su avance hasta la orilla del río, a unos cuantos metros de ella y vio como palmeaba el cuello del caballo con confianza. De cuerpo ancho y fornido, se adivinaba bajo su atuendo la musculatura de un guerrero experimentado. Sus ropas y armas visibles confirmaban esta idea. De altura considerable, no era esto lo que más lo hacía destacar a ojos de Ayla. Hombres grandes y fuertes los había a fin de cuentas en su aldea y en la contorna. Eran dos cosas las que, bajo su mirada, eran lo hacían absolutamente único: su cabello era de un blanco inmaculado, del color que solamente las primeras nieves del invierno son capaces de reflejar. Y sus ojos: que, aunque no se encontraron directamente con los de la humana, pudo ver con claridad que eran azules.
Pero no un azul común, uno que hubiese visto antes. Aquel tono era extraordinario. Intenso y profundo, le recordó al cielo en los días de verano, cuando está en su punto más alto.
Sin poder apartar la vista de aquel ser, que le había parecido tan hermoso, observó como hacía intentos por convencer al equino de que bebiese de aquella agua que bajaba por la pequeña ladera desde lo alto del manantial. Ayla enarcó las cejas, sorprendida. No pocas veces los animales daban muestras de un sentido más agudo que los de las personas.
El elfo desistió de sus intentos, y tomando su odre se arrodilló junto al agua. Tenía toda la intención de llenarlo, pero antes de hacerlo colocó las manos en forma de cuenco y las metió en el río. Iba a beber. Y Ayla no podía permitir aquello.
- No bebas de ese agua - dijo la humana alzando un poco la voz, para que la escuchase sin problema en la distancia que los separaba.
El elfo alzó aquella increíble mirada y la observó un segundo. Había un desdén palpable en él, y le mantuvo la mirada como hubiera hecho de tratarse de algún animal menor que hubiese cruzado delante de su campo de visión. Bajó la vista, ignorándola por completo e introdujo las manos profundamente dentro de la corriente de agua.
- ¿Estás sordo? - inquirió, girándose un poco más hacia él, dando unos pasos pero sin avanzar demasiado. - Tu caballo es más intuitivo que tú - añadió intentando bromear pero con tono de voz firme.
Separando las manos dejó caer el agua al río de nuevo. - Acaso este río es propiedad de los humanos? - le preguntó con desprecio y sin apenas dirigirle una mirada añadió - Los bosques no os pertenecen. Beberé de él tanto como desee - y volviendo a meter las manos en el agua, tomó un poco y se lo acercó a la boca.
Ayla puso una evidente cara de extrañeza ante el cuidado discurso que le dedicó el elfo. Se quedó momentáneamente paralizada por la belleza que había en la profundidad de su voz. Y debido a ello tardó unos segundos de más en reaccionar. Ante la proximidad de las manos del peliblanco a la boca, la humana reaccionó con urgencia y de forma impulsiva. Alzó la mano y lanzó con fuerza la pequeña cesta hacia él, pensando únicamente en evitar que bebiese.
Impactó de pleno en la nuca del elfo, y cayó al suelo tirando por el aire todo su contenido. Una buena cantidad de moras. - ¡No me escuchas! - gritó con enfado. Y consiguió su objetivo.
Las enormes manos del elfo se separaron, dejando caer de nuevo el agua. Este se levantó con una agilidad asombrosa, y volvió a mirarla fijamente al tiempo que llevaba la mano a la cintura, de donde desenfundó el puñal del cinturón.
- ¿Puedo saber cuál es tu problema? - preguntó de una forma que parecía cortés, pero era evidente que no. Alzó una ceja inquisitiva mientras, ahora sí, el elfo le mantenía la mirada.
La visión de la brillante hoja le recordó a Ayla dos cosas: ella carecía de un arma que usar para poder defenderse. Y se encontraba completamente sola, en presencia de un elfo con evidentes habilidades marciales al que había golpeado con una cesta. Dar un paso hacia atrás en aquel enfrentamiento podía ser fatal, si deseaba dormir aquella noche frente al calor del fuego del hogar. Se mantuvo estable en su posición.
- ¿Y el tuyo? te estoy diciendo que no bebas de ese agua y simplemente me estás ignorando - respondió sin amilanarse, mirando con decisión al elfo a pesar de la evidente diferencia entre ambos.
- ¿Y por qué, por el amor de Isil, debería hacerte caso? - preguntó, cruzándose de brazos.
- Quizá deberías de haber comenzado por la pregunta, antes de ser tan maleducado. ¿Todos los elfos son igual de insoportables que tú? - añadió evidentemente molesta. Alternó la vista entre el elfo y la cesta, insegura de si acercarse a recuperar por lo menos el objeto, aunque la recolecta que había estado haciendo esa mañana ya se hubiese malogrado por el suelo.
- Quizás deberías explicar las cosas en vez de dar órdenes - respondió él - A menos que, como aparenta, no tengas ninguna otra razón que no sea la de molestar. -
Ayla abrió la boca, atónita, y no encontró palabras para responder. Sus mejillas se volvieron rojas ante el choque de voluntades que ambos estaban manteniendo, hasta que el enfado la impulsó hacia delante. Caminó con paso decidido y dando largas zancadas hacia Eithelen, con los ojos dorados fijos en él. El elfo por su lado, se mantuvo firme en la misma posición, mientras ella se aproximaba a paso rápido. No estaba en sus planes amilanarse ante una humana, y decidió esperar allí para comprobar cuál sería su reacción.
La chica no apartó los ojos de él, cuando se inclinó a un metro escaso de su figura para tomar por el asa la pequeña cesta con la que lo había golpeado.
- Bebe todo lo que quieras - siseó con el desprecio brillando en sus ojos. Giró entonces hacia su izquierda, encaminándose hacia la arboleda que rodeaba el lado norte del pequeño acuífero.
El elfo mantuvo los ojos azules en ella hasta que la perdió de vista, y continuó observando hasta que sus oídos dejaron de percibir sus pasos en la lejanía. Solo entonces se agachó y tomó algunas de las moras que habían caído de la cesta. Aproximó la palma de la mano llena a su caballo y decidió remontar el río, por donde ella había venido.
Fue entonces, unos metros arriba, cuando pudo comprobar que, muerta ya, flotaba una serpiente de gran tamaño en la superficie. Tenía la boca abierta y, de los colmillos partidos se adivinaba el flujo del veneno del animal hacia la corriente de agua. El elfo guardó silencio mientras comprendía lo que acababa de suceder hacía unos instantes. Con la figura del elfo, de pie frente al agua, las sombras volvieron a elevarse y todo se fundió en negro.
[...]
Sin sentir control de su cuerpo ni del lugar en el que se encontraba, la mente de Iori se quedó aislada. Desconectada de aquella escena, de la que había sido testigo y parte, reflexionó sobre lo que acababa de presenciar. La humana, Ayla. Comprendía lo que le había dicho en su encuentro fortuito aquel señor, Hans, sobre el gran parecido entre ambas. Y, aún compartiendo rasgos físicos tan similares, había algo intangible que hacía que la humana de ojos dorados le pareciese, de muchas maneras, mejor que ella misma.
El elfo en cambio, Eithelen, la hizo sentir un escalofrío al verlo tan similar en sus maneras a Tarek. El cabello tenía exactamente el mismo tono blanco, pero los ojos azules... La congoja estrujó su corazón, en un pecho que en aquel momento no tenía. Continuó moviéndose como si fuese parte de la corriente del tiempo, en medio de la oscuridad, hasta que se volvió a hacer la luz.
2. Casualidades.
Las fresas silvestres, sin duda eran las que mejor sabor tenían. A diferencia de otras especies domesticadas, que formaban parte del calendario agrario de la aldea, las fresas que crecían sin que interviniese la mano del hombre eran deliciosas. Aquella mañana se había despertado temprano, al romper el alba para, en silencio, deslizarse fuera de la casa en la que vivía con otros miembros de su familia para ir en busca de ellas.
La humana anudó detrás de la nuca un fino lazo blanco, que la ayudó a controlar su melena, mientras avanzaba por el pequeño camino de tierra que llevaba a los bosques en su lado oeste. El sol todavía no había asomado por el horizonte cuando se internó en los prados vacíos, dejando que el rocío de la mañana humedeciese el bajo de su falda.
Fue allí, tras recorrer unos metros cuando vio la primera. Y cuando sintió la certeza de que alguien miraba cerca. Ayla se había inclinado para tomar una pequeña fresa que crecía a ras del suelo de la planta, cuando alzó la cabeza y miró alrededor. Algo en el ambiente la puso alerta, y sintió que no estaba sola. Iori pudo notar en su propia piel la emoción de Ayla, el cómo también se le aceleraba el corazón ante una posible amenaza, y contuvo el aliento mientras continuaba observando la escena.
Silencio.
Únicamente el viento acariciando las hierbas en aquella fresca mañana de primavera. La joven volvió a agachar la cabeza, buscando con la mano entre los verdes brotes, cuando sintió de nuevo la sensación de que había alguien cerca. Levantó la cabeza con urgencia y entonces lo vio.
La melena blanca hubiera sido un buen camuflaje en otra época del año. En aquel momento, parado frente a ella al lado de un roble de hojas verdes, el elfo destacaba como la luna en una noche despejada. La sorpresa de Ayla fue la sorpresa de Iori, cuando los ojos azules le mantuvieron en silencio la mirada.
Hasta que notó el pinchazo en la mano.
Profirió un pequeño jadeo y apartó la vista del elfo, para retirar la mano con premura y mirar la zona que le molestaba. Una fina gota de sangre brotaba de la palma de la mano. Barrió con los ojos el suelo frente a ella y descubrió, mezclada entre la planta de la fresa, un tojo cargado de finas y puntiagudas espinas. Se llevó la pequeña herida a los labios y lamió la sangre. Cuando alzó los ojos para buscar al elfo, no encontró a nadie.
Miró a un lado y a otro, para asegurarse, pero todo allí era quietud. Cuando, al cabo de un rato regresaba hacia la aldea, los rayos de sol ya acariciaban el camino frente a sus pies. Y Ayla meditaba sobre si lo que había visto era real o tan solo su imaginación.
[...]
De nuevo, la sensación de haber sido expulsada de aquel instante, cuando algo tiró de su conciencia y todo se volvió negro. La humana no comprendía qué verdad era la que Tarek estaba buscando en aquellos recuerdos. La confrontación entre elfos y humanos. No tenía más misterio, y, por lo que había experimentado desde que había salido de su aldea, era una práctica extendida entre los habitantes de Sandorai.
La mirada del que, suponía, era Eithelen, le resultaba magnética, pero los sentimientos que la recorrían eran los de Ayla. Y aquella muchacha era un cúmulo entre dulzura, determinación y belleza que hacía germinar en Iori un fuerte sentimiento de admiración. ¿Quizá el elfo pensaba lo mismo? ¿Por eso la había buscado cerca de su aldea? Ayla había parecido sorprendida al verlo, incluso había dudado de que aquel encuentro fuese real. Iori en cambio pudo entrever que, en el rostro impasible de él, había un matiz de curiosidad manifiesta.
Su mente empezó a dar vueltas, cuando el mundo comenzó a resultar claro de nuevo.
3. El ataque.
El paisaje era diferente a la última visión. El cantar de las cigarras era casi ensordecedor mientras Ayla avanzaba por un camino de anchura considerable. Los senderos comarcales, con una extensión suficiente como para permitir el paso de dos carros en diferentes direcciones. Esas rutas estaban pensadas para conectar diferentes centros comerciales de importancia.
La humana de ojos dorados avanzaba con una sonrisa en los labios. A su lado, un burro de color gris y largas orejas tiraba de una desgastada carreta de madera. Dentro de ella, sacos llenos del trigo obtenido en la cosecha de esa primavera. Las lluvias y nieves de ese año habían obrado un milagro que no se veía todas las décadas. La producción prácticamente se había duplicado. En su aldea todas las familias celebraban, ya que con la cantidad obtenida estaba asegurado el pan del resto del año, y tenían de sobra para vender en los mercados de ciudades más grandes.
- Shhhhh - detuvo a su compañero de cuatro patas acariciándole la zona de las crines. - Vamos a descansar un poco Calixto - indicó la muchacha mientras lo conducía tirando suavemente de sus riendas debajo de un árbol a un lado del camino. El sol caía con muchísima intensidad, y en aquel punto del viaje la humana ya tenía las mejillas ligeramente quemadas.
Buscó en el morral que llevaba el animal colgado sobre la grupa y extrajo un pellejo que estaba ya mediado de agua. Faltaban un par de horas más hasta llegar a Celle, y debía de ser cuidadosa con la comida y bebida que le quedaban. Usó la justa para mojar los labios y la garganta, y se giró para guardar de nuevo el resto, cuando escuchó el sonido.
Pasos que se deslizaban pesados, haciendo crujir la tierra del suelo. Otros caminantes que, como ella, recorrían aquel tramo del camino. Otros que, como ella, estaban así de locos como para hacerlo bajo aquel sol abrasador de finales de primavera.
- ¿Estás sola? - preguntó una voz, con un punto de diversión en el tono.
Ayla se volvió a tiempo de ver a tres varones avanzando hacia ella. Vestían ropas típicas de trabajo y portaban pesados sacos de viaje a sus espaldas. Temporeros que se movian por la zona buscando faena durante la cosecha.
- Evidentemente no - respondió Ayla, dejándolos confundidos por un momento. Ella claro estaba, se refería a Calixto. Se giró a palmear el lomo del burro, y se agachó un segundo para comprobar el estado de su pata derecha.
- ¿Necesitas ayuda con eso? Parece una carga muy pesada para que una chica como tú la lleve - inquirió otro, avanzando hacia la muchacha.
Los otros dos hicieron lo mismo, desplegándose en su avance en forma de arco, como harían los lobos delante de una presa. O los ladrones vulgares frente a lo que deseaban hurtar. Ayla comprendió cuales eran sus intenciones, por la forma en la que sus miradas evaluaba el contenido que descansaba en el carromato a su espalda.
- Sola soy perfectamente capaz - les aseguró mientras fintaba a un lado lentamente, poniéndose delante de los sacos. Su mirada se entrecerró, y el gesto de su rostro se hizo más serio. - Deberíais de continuar con vuestro camino y buscar pronto un poco de sombra. El día de hoy es complicado -
- Para algunos más que para otros, preciosa - cortó el que faltaba por intervenir, mirándola con expresión aviesa.
Fue este último el que se aproximó extendiendo la mano hacia ella, y fue a él a quien le lanzó la piedra. La había recogido cuando se inclinó para observar la pata de Calixto, en previsión de que el encuentro se pudiese complicar. Su reacción tomó completamente por sorpresa al joven que veía en ella un robo fácil, y el pedrusco golpeó en su frente con precisión. Y lo hizo caer al suelo.
- ¡¿En qué estáis pensando?! - les gritó alzando todo lo que pudo la voz. - No vais a poner una mano encima del trabajo que no os pertenece - aseguró con voz fiera.
Iori notó que, la humana interiormente estaba asustada. Pero, en aquel momento de dificultad, había optado por hacerse fuerte y esconder su miedo. Mantenerse firme frente a los tres ladrones como única forma que veía en aquel momento para salir de allí de una pieza.
- ¡Serás desgraciada! - gritó uno acercándose a su compañero. El que había recibido el golpe parecía mareado, y el lugar del impacto sangraba de forma profusa, cubriéndole en parte la visión.
- ¿Quieres una para ti? - preguntó la humana agachándose y cogiendo otras dos, una en cada mano, y adquiriendo una posición defensiva, lista para lanzarlas.
Por un momento, la agresividad y el enfado de los jóvenes pareció quedarse congelado, en una actitud de evidente inseguridad. Se miraron entre ellos un instante, antes de que uno tomase una decisión.
- Lanzarás una, lanzarás dos, pero antes de que consigas recoger más, te voy a abrir más esa boca bonita que tienes - aseguró mientras sacaba una navaja de su bolsillo. - Por idiota perderás la mercancía y algo más -
Ayla calló, pero no apartó los ojos. Iori vio como ponía ojos que pretendían ser fieros, mientras trataba de disimular el leve temblor de sus piernas. La cosa pintaba muy mal, y no había ningún otro viajero a la vista. ¿Quizá debería de salir corriendo? Los sacos al final importaban menos que su vida. Pero... dejar a Calixto atrás... Alzó el brazo, apuntando con cuidado, sabiendo que ahora no contaba con el factor sorpresa. El chico de la navaja sonreía, pero, súbitamente su expresión confiada desapareció.
La humana permaneció tensa, con los ojos fijos en ellos mientras los tres parecían observarla con una nueva expresión. Aunque no exactamente.
Ella no se dio cuenta, pero la forma en la que la visión le estaba siendo ofrecida a Iori, le permitió distinguir, unas decenas de metros por detrás de la humana la figura del elfo. Permanecía quieto, a la sombra de un árbol que había en el prado a un lado del camino. En sus manos, un arco élfico con una flecha preparada para salir disparada en la dirección en la que ellos se encontraban.
- Vale... no... no queremos problemas - comenzó a balbucear uno, caminando hacia atrás sobre sus pasos.
- Ey... era todo una broma, ¿entiendes? perdona si te hemos molestado. - tiró del que todavía permanecía en el suelo, con la mano cubriendo la herida del golpe y lo obligó a levantarse.
Este último no añadió nada más, pero siguió en silencio a los otros dos, avanzando por el camino antes de comenzar a correr tras unos metros caminando de espaldas. Ayla no bajó los brazos hasta que sus siluetas se convirtieron en puntos pequeños en la lejanía.
El corazón le latía todavía a mil, y cuando soltó las piedras se abrazó al cuello de Calixto. El animal rebuznó sobre la cabeza de la humana, mientras esta alzaba una plegaria de gratitud a los dioses. Mientras tanto, la figura del elfo, que había permanecido en el mismo lugar con el arco hacia abajo, la observó unos instantes más antes de desaparecer entre la arboleda.
[...]
Cuando las sombras se alzaron Iori se relajó. No opuso resistencia, ya que era la tercera vez que pasaba por ese trance. Comprendió que, la magia de aquel templo, fuese como fuese que funcionaba, estaba moviéndose otra vez para mostrarles un nuevo recuerdo. ¿El criterio que seguía para seleccionarlos? Era un misterio, pero, lo que le estaba quedando claro es que, desde que se vieron, los caminos de esos dos estaban conectados.
Reflexionó sobre el motivo de que el elfo estuviese presente en la vida de Ayla sin hacerse notar. Esa forma, a hurtadillas de proceder podía venir motivada por el hecho de que miraba a la humana con desdén. Las palabras el día de su encuentro habían sido abiertamente racistas, y sin embargo, parecía no estar dispuesto a dejarla a su aire. ¿La había seguido durante el viaje que había hecho ella de camino a Celle? ¿Había sido un encuentro casual? No tenía forma de saberlo... y sin embargo, por su actitud, Iori creía ver en él el eco de un primigenio interés.
Notó el tirón otra vez, que la arrastraba para sacarla de las tinieblas. Para mostrarle otra cosa nueva.
4. Cuéntame
Reconoció el lugar de inmediato. Era la zona del manantial en la que se habían conocido. A un lado del pequeño río, sentados sobre la hierba del prado. Los árboles vestían hojas de color amarillo y rojo, por lo que el otoño había comenzado. La luz de la tarde caía anaranjada, tiñendo de una miríada de tonos el cabello blanco de Eithelen, y haciendo que el dorado de la mirada de Ayla refulgiese.
- ¿Y tiene tus ojos? - preguntó con pura curiosidad trasluciéndose en su voz.
- ¿Mis ojos? - repitió él - No. Tiene los ojos de su madre, verdes como el bosque más profundo. Es poco habitual, normalmente los rasgos de nuestro clan son dominantes. -
Ayla lo miraba, sentados de forma muy próxima. Extendió una mano, llena de dulzura y perfiló con el índice la línea de las cejas que enmarcaba los ojos de Eithelen. Hacía poco que habían cruzado la barrera del contacto físico, y en sus charlas se sorprendían con la necesidad que sentían de compartir pequeñas caricias como aquella. Establecer ese contacto para sentir la conexión.
- No consigo visualizar unos ojos como los que describes. Seguro que son muy bonitos. Y seguro que brillan con el mismo candor que los tuyos cuando me hablas de él - sonrío. Eithelen le dedicó una sonrisa cariñosa y dejó que ella delinease sus rasgos
- Más bien con furia, cuando se frustra, pero en general con una compasión que solo le he conocido a su padre. Una combinación compleja. Pero no puedo culparlo. Los perdió cuando era muy pequeño - la tomó de la mano y su sonrisa de volvió algo triste. La frente de Ayla se frunció por la preocupación.
- ¿Algo va mal? - la mano de Eithelen era mucho más grande, pero la de la humana lo asió con más energía y decisión.
- No - se apresuró a asegurarle - Solo recordaba el pasado - le volvió a sonreír con cariño - Es un gran chico. -
- Me gustaría conocerlo, aunque es una lástima que esos ojos que tú tienes no tengan continuación - y el viento sopló sacudiendo el cabello de ambos. Las sonrisa se hicieron más profundas en ambos, y Iori pudo ver como ambos se inclinaban el uno hacia el otro. El corazón de Ayla explotaba en puro gozo mientras el de Iori lo hacía en pánico.
[...]
En aquella ocasión, pensó que había sido ella la que había salido del recuerdo, si es que eso era posible. Se quedó como espectadora ante el momento en el que parecía que se iban a besar, y el caos se impuso en la mente de Iori. ¿Qué demonios acababa de ver? ¿¡Qué había sucedido durante el verano con ellos!? No se esperaba aquel cambio de dirección. La tensión entre ambos había sido evidente en recuerdos previos. ¿Estar ahora manteniendo una conversación cómplice en un atardecer? Aquello era demasiado romántico para ella.
Pensó, de forma desordenada que el dueño de los ojos verdes del que hablaban debía de ser Tarek. Pensó que la relación entre ellos había mejorado a pasos agigantados en apenas unos meses. Y, también pensó, con temor, que quizá, durante todo aquel tiempo, lo que habían dicho los espíritus de Isla Tortuga, lo que Nousis se empeñaba en creer, pudiese ser verdad de alguna manera.
Recordó la fisionomía de Ayla, recordó el color de los ojos de Eithelen, y su mente se quedó bloqueada sin ser capaz de articular más pensamientos. ¿Sería realmente posible...?
Confundida a un nivel que se sentía paralizada, notó el inicio del siguiente recuerdo, sintiendo que ya no quería formar parte de aquello más tiempo. Pero, no tenía ni idea de qué podía hacer para pararlo.
5. El anillo.
De nuevo la zona del río en la que se habían conocido. Parecía que aquel lugar se había convertido en su lugar para quedar de forma habitual. Se encontraban en la parte superior, en una de las terrazas naturales que creaba pequeñas pozas en las que se acumulaba el agua. Ayla estaba sentada al borde de una, con la falda recogida y las piernas dentro del agua. Eithelen estaba sentado frente a ella, sobre una de las grandes piedras que sobresalían por encima del agua del río.
- ¿Vence al enemigo sin manchar la espada? - repitió mirando el anillo que él le había dado entre sus dedos.
- ¿Sabes qué significa? - le preguntó él entonces.
- La cultura élfica me es desconocida. Solo sé lo que tú me has mostrado. - su sonrisa era amplia mientras lo mira con los ojos dorados. - ¿Algo así como usar otras habilidades para evitar entrar en combate real? - aventuró.
- Durante años asumí que hablaba de la habilidad del guerrero, de ser eficaz - extendio el brazo para coger el anillo de entre las manos de la joven, y aprovechó para agarrársela - Ahora sé que me equivocaba. Pueden vencerse batallas blandiendo una espada, pero las guerras solo se conquistan cuando se usa la palabra, cuando la sangre no mancha la espada. -
La joya pasó de nuevo a las manos de su dueño, y hasta el viento pareció detenerse mientras el contacto entre ambos se alargaba en la estrecha distancia que los separaba. La humana miró hacia arriba, hacia la mirada azul del elfo.
- No es la fama que te atribuyen en la comarca. Tu habilidad como guerrero es conocida entre los míos a lo largo de generaciones - no había acusación en su voz. Solo una mirada limpia que no juzgaba.
- A veces uno debe equivocarse un centenar de veces para encontrar la verdad. Aunque a veces la verdad te encuentra a ti a la orilla de un río envenenado - y la mirada de Eithelen transmitió un sentimiento que, de nuevo, hizo latir el corazón de ambas aceleradamente, por razones muy diferentes. Ayla lo miró con los ojos fijos en él, y no pudo evitar un rubor evidente en las mejillas, aunque su expresión quería ser controlada.
- Qué tendrán los ríos... - murmuró antes de, con la mano que Eithelen le tenía agarrada, tirar con fuerza de ella y dejarse caer de espaldas al agua... con el elfo cayendo a su vez encima de ella dentro del río. Lo último que se escuchó antes de hundirse ambos en la corriente fue la risa femenina de ella en el aire.
[...]
Las sombras se alzaron, y Iori se entregó con necesidad a la calma que le ofrecían. Ver con sus ojos cómo el amor fluía y crecía entre ellos, solamente aumentaba una sensación de desazón que se traducía en asfixia para ella. Sentía que no era capaz de respirar todo el aire que precisaba, que sus pulmones estaban bloqueados a medida que la historia de los dos amantes iba poniendo piezas del puzzle sobre la mesa.
A esas alturas de la historia, era evidente a sus ojos la relación que la unía con ambos. Pero no quería creerlo. Se mantenía aferrada a la tabla de la negación, a pesar de que estaba siendo arrastrada a las rocas del acantilado. La marea de sus pensamientos la estaba arrastrando sin control, y la aproximaba hacia las afiladas rocas que la destrozarían.
No quería seguir. Sintió la necesidad de gritar.
Lo intentó pero, comprendió que mientras estuviese inmersa en aquel ritual no tenía control sobre su cuerpo. Únicamente podía controlar sus pensamientos mientras dejaba que las emociones de Ayla entraran en ella. Y en las últimas, el amor floreciente que sentía por Eithelen había sido confirmación y condena a un mismo tiempo.
Esta vez intentó resistirse, trató de evitar que las tinieblas en las que aguardaba se retirasen cuando el ambiente comenzó a cambiar. Pero la luz no terminó de llegar. Apenas tardó unos segundos en comprender que, el nuevo recuerdo tenía lugar durante la noche.
6. El baile.
Corriendo con los pies descalzos, un oído humano no podría detectarla. No así el suyo. Y eso Ayla lo sabía. La humana corría como si fuese un ciervo, hacia el punto en el que habían acordado verse. Conocía bien el entorno de su aldea, por lo que la noche cerrada no suponía una gran dificultad para ella. Cuando distinguió su silueta se lanzó a sus brazos sin pensarlo, mientras la luminosidad de la fiesta, la luna y el sonido de la música se escuchaba lejano pero no imperceptible.
- ¡Qué ganas tenía de verte! - susurró enterrando la cara contra su cuello.
Eithelen, la había escuchado llegar, pues su oído, mucho más afinado que el de los humanos, había distinguido el leve roce de sus pies contra la hierba. Cuando ella se abrazó a él, no pudo más que apretarla contra si, aspirando el dulce aroma de la muchacha. Tras unos instantes, se separó de ella sonriéndole, para contemplarla
- Quizás no haya escogido un día certero. Parece que te estoy obligando a perderte algo importante - le dijo, escuchando de fondo los sonidos de la fiesta que discurría en el pueblo de Ayla.
La sonrisa de la muchacha refulgía mientras lo miraba, poniéndose de puntillas un instante para acariciarle el cabello y colocarlo tras sus orejas en punta. Iori se sorprendió al sentir que dentro de ella, bullía un amor si cabía más intenso que en el último recuerdo.
- ¿Bromeas? Estar contigo es lo que hace que esta noche merezca verdaderamente la pena - Iori supo que sus palabras eran absolutamente verdad. - Es la fiesta de la cosecha. Este año hemos conseguido más patatas y uvas de lo normal. Con el excedente podremos vender bastante. Incluso estaban hablando de organizar una caravana para llevar parte de la producción a Lunargenta o a Baslodia. - Las manos de la humana bajaron hasta la cintura de Eithelen, en dónde encontraron hueco para estrechar el abrazo. - Quizá me apunte. Nunca me he movido demasiado de la comarca. -
- Son caminos peligrosos. Deberíais ir con cuidado - dijo Eithelen algo más serio. Alzó una mano para acariciarle la mejilla - Los Ojosverdes no son amables con aquellos que se acercan a sus fronteras, menos aún si no son elfos -
Los ojos dorados brillaban con inusitada fuerza esa noche. - Lo se, recuerdo lo que me has contado. No te preocupes, evitamos avanzar cerca de la frontera - ladeó la cabeza, moviéndola inconscientemente siguiendo el compás de la música. - Nunca he ido a una ciudad humana grande... ¡la verdad es que me encantaría verlo con mis propios ojos! Al igual que conocer la Sandorai de la que me hablas, aunque sé que eso no va a ser posible - sonrió entre dientes, sin haber soltado un ápice el abrazo que los unía. El le sonrió, al ver la ilusión que parecía hacerle todo
- Entonces tendremos que celebrar la llegada de ese esperado momento - se separó de ella y le tendió la mano - Y todo lo importante se celebra con un baile. Por suerte, tus congéneres han tenido a bien proporcionarnos la música. - La humana lo observó, perpleja, tardando en reaccionar a la invitación del elfo.
- ¿Sabes? bailar no está entre mis habilidades más reseñables...- comenzó a decir como excusa mientras le mantenía la mirada para ver la posible decepción en su rostro. - No soy una buena pareja de baile - reconoció con un tono divertido en la voz. Eithelen no hizo caso a sus palabras y estiró el brazo para cogerla de la mano. Las colocó ambas juntas, unidas en alto y la miró.
- Por suerte para ti, yo soy excelente en ello - dijo con falso orgullo - Solo sígueme. -
Ayla se dejó guiar, quedándose por primera vez desde que se habían conocido sin nada que decir. Sus movimientos eran torpes e inseguros, pero con cada giro más confiaba en su pareja de baile. Ella estaba sonriendo, con la expresión viva en la cara y las mejillas calientes, dejando que la vergüenza por su falta de habilidad se diluyera saliendo de su corazón. El amor que transmitió aquella escena mareó a la Iori espectadora, que pensó que lo que estaba observando le producía una extraña mezcla entre desagrado sumo y... nostalgia.
Eithelen cambió sutilmente la mirada que le dirigía a la humana, pasando de ser todo calidez a adquirir un punto de cautela en los ojos. Giró acercándose a Ayla y le susurró al oído
- Alguien nos vigila - y aprovechando el siguiente movimiento del baile, la hizo girar y la colocó a su espalda, mientras desenvaina su daga mirando en la dirección de la presencia - ¿Quién eres? ¡Sal! - ordenó hacia el sitio donde sabía que había alguien escondido.
Los ojos de la humana se abrieron mucho, presa de la sorpresa, y se quedó congelada tras Eithelen, los segundos que un muchacho de pelo rubio y ojos claros, casi blancos salió de entre la maleza. Iori pudo sentir el miedo intenso que la recorrió. A ser descubierta. A suponer un problema para Eithelen. Pero al ver de quién se trataba el temor se disipó.
- ¿Hans? - sonó incrédula. - ¿Se puede saber qué haces aquí? - la humana salió de la posición en la que estaba con actitud de enfado en el cuerpo. - Es mi primo - explicó sin mirar a Eithelen, con la vista clavada con enfado en él.
- Primo segundo - precisó el muchacho. - Nuestras madres son primas - consideró necesario explicar, como si aquel dato fuese importante. Ayla suspiró, exasperada.
- ¿Qué haces aquí? - el humano extendió el brazo, con el par de zuecos de madera que solía vestir Ayla en las noches de fiesta.
- Los dejaste atrás y desapareciste - en su tono de voz había una acusación manifiesta. Ella consideró unos segundos qué decir.
- Hacen demasiado ruido. Prefería dejar un rato la fiesta sin que nadie lo notase - La mirada de Hans, hasta entonces fija en el rostro de Ayla se dirigió hacia el elfo, al que miró con cierta aprensión y respeto, y hacia su daga.
- Ya veo. ¿Es por él? Todas tus desapariciones en los últimos meses...- Ayla puso las manos en la cintura, intentando parecer más grande, como si su cuerpo fuese una barrera entre el humano y el elfo.
- Las únicas personas a las que le tendría que dar explicaciones de ello serían mis padres - La molestia de Ayla comenzaba a crecer ante lo que consideraba impertinencias por parte de su primo. Hans se apresuró a responder.
- Pero desde que ellos no están somos nosotros los que hemos tomado responsabilidad por ti, de cuidarte y mirar por tu bienestar - comenzó a argumentar. Aquello removió algo en la conciencia de la humana, haciendo que suavizase de nuevo su tono de voz.
- Oh Hans... - sonó entonces conciliadora - Lo sé, y sé que lo hacéis para cuidarme, pero esto es algo que me incumbe únicamente a mí... -
-... Y a mi - añadió Eithelen, mirando al humano con los ojos entrecerrados mientras se colocaba al lado de Ayla, hombro con hombro. Su expresión era fría, y Iori comprendió que, al igual que a ella le había quedado claro, el elfo también había podido notar los celos en la voz del humano. Hans miro a Eithelen con temor y con una dosis de rabia.
- Es un elfo - musitó por lo bajo hablando con Ayla.
- Me he dado cuenta - respondió la chica, volviendo a endurecer el tono ante la actitud de Hans.
- Ya sabes cómo son, qué se dice de ellos... - continuó.
- Ah sí, ¿Qué es lo que se dice? - lo instigó entonces Eithelen. Hans desvió los ojos hacia el elfo, nervioso, y su piel clara se coloreó de rojo de forma evidente, incluso con la poca luz.
- Intolerantes, violentos, brutos... - volvió a mirar a Ayla. - Asesinos. ¿Nunca le diste vueltas a la causa detrás de la desaparición de tus padres? ¡¿De verdad nunca lo pensaste?! - La humana se encogió para, al segundo siguiente volverse dura como el pedernal. Iori supo que aquellas palabras le habían dolido mucho más de lo que dejó ver. Y de forma proporcional, creció en ella el enfado. Hasta explotar a los pocos segundos sin haber sido capaz de masticar y tragar la rabia que sentía.
- ¡Ya basta! Muchos son los peligros que existen en los caminos, más allá de los elfos. ¿A qué viene esto ahora? ¿Estás bien de la cabeza? - la humana hablaba con un tono que evidenciaba a la par su dolor y su enfado.
Eithelen le puso una mano en el hombro, en señal de apoyo, tratando de aportarle la serenidad que había perdido con el último ataque del humano.
- Deberías irte - le dijo a Hans, con autoridad en la voz y guardó la daga. Con aquel simple gesto dio por finalizada la discusión.
- Lo haré. Con ella - acertó a decir con la voz todavía temblando un poco. La humana ladeó el cuerpo, en la dirección de la mano con la que Eithelen la estaba tocando. Era evidente su elección, por lo que el humano se apresuró a añadir. - Se lo contaré a todos, ¡Todos lo sabrán! - aseguró lanzando su último intento por convencerla.
Ayla se detuvo, y lo miró sintiéndose atrapada en aquel instante. Su mirada dorada buscó los ojos de Eithelen a su lado, tratando de encontrar una solución al respecto. Observar la mirada del elfo causó un impacto que estuvo a punto de hacerla temblar. Sabía la fama que tenían las relaciones entre ambos pueblos. En su aldea, en toda la contorna, se narraban episodios de conflicto constante de elfos con humanos. Dar a conocer que ella frecuentaba la compañía de uno podría traerle graves problemas al elfo.
Y aquella posibilidad hizo que su pecho se encogiese de dolor. Tenía que buscar una solución para el problema que suponía Hans. Pero por el momento no le quedaba otra que evitar el escándalo. Conocía a su primo y, sabía de sobra sobre su carácter caprichoso. Sería capaz de volver sobre sus pasos y delatar la relación de ambos en medio de la fiesta. Y aquello sería fatal. Cuando tomó la decisión, el rostro de Ayla se mostró duro, pero el brillo en sus ojos la delataba.
Eithelen la miraba con atención, y comprendiendo sin palabras, asintió levemente con la cabeza. Sin encontrar qué decir en aquel momento, Ayla se giró dándole la espalda al elfo para caminar hacia Hans. Iori pudo sentir como algo se deshacía en pedazos pequeños, a cada paso que Ayla daba alejándose de él. Los dos humanos desaparecieron, y el elfo permaneció inmóvil, con los pies anclados a la tierra.
[...]
Iori rogó para que aquello se detuviera. El dolor de aquella separación la dejaba sin aliento. Ella jamás había experimentado una emoción igual. El amor que Ayla sentía por Eithelen se movía ardiendo dentro de sus propias venas. Era un fuego que quemaba en su conciencia, que le hacía sentir ansiedad por la separación súbita que habían tenido que aceptar en la noche de fiesta malograda entre ambos.
Pensó, en Hans, y lo comparó con la versión madura que había conocido en Lunargenta. En el recuerdo que acababa de ver parecía llegar apenas a la veintena. En la ciudad le había dado la impresión de tratarse de un educado y bien formado burgués, de edad madura y modales finos. En la escena del bosque pensó que era un crio egoísta y entrometido.
Se preguntó entonces, si la verdad que se asomaba como una duda certera en la mente de Iori, también habría ocupado la mente de Hans cuando la vio en aquella posada. Si él también habría deducido que Ayla y ella estaban relacionadas, o si la similitud era fruto de la más pura coincidencia.
Estaba intentando decidir si merecía la pena o no ir en busca de Hans tras aquello, cuando las sombras volvieron a moverse de la forma ya familiar. Cuando volvieron a conectar con el siguiente recuerdo.
7. Olvido.
La cesta reposaba a su lado, rebosante de castañas. Las hojas de los árboles habían cambiado de color otra vez, siendo ahora de un marrón que anticipaba la próxima desnudez que tendrían las plantas, hasta la llegada de la siguiente primavera. Ayla permanecía sentada, abrazando las rodillas al pecho en medio de la alfombra de hojas que cubría el suelo.
Había regresado allí cada día. Había esperado por él. Lo había buscado y, reconoció con rabia que todo dependía de que Eithelen acudiese a ella. La humana no tenía forma de saber cómo contactar con él, sino era aguardando allí. Y eso hizo. Durante semanas tras lo acontecido la noche de la fiesta.
Pero el encuentro no se produjo. Los sentimientos de Ayla navegaban entre la frustración y la incomprensión. No entender el motivo tras el cual se encontraba la desaparición del elfo le quitaba el sueño por las noches. Fue por accidente, cuando percibió el día anterior el brillo blanco del cabello de un elfo, y su corazón se aceleró. Lo vio de refilón, cuando se había levantado súbitamente para marcharse, pero le llegó aquel instante para saber que no se trataba de Eithelen.
Esa mañana había estado atenta, y quiso pensar que si el día anterior había un Inglorien en la zona, en aquel momento podía estar sucediendo lo mismo.
- Sé que estás aquí por él - se lanzó a hablar en voz alta, manteniendo la vista fija al frente.
Iori pudo comprobar que, efectivamente, a decenas de metros, entre la maleza más densa, se escondía una figura. El elfo permaneció en silencio, sin moverse de su posición. Oteó a su alrededor para intentar discernir con quien hablaba la humana.
Ayla suspiró al cabo de un rato. Decidida a actuar como si supiese con certeza que estaba acompañada.
- ¿Esto es lo que él desea? ¿Simplemente desaparecer? - preguntó con un punto de decepción marcado en la voz.
El elfo permaneció sin moverse de su posición, y ahora que tenía claro que se dirigía a él pensó sin contestarle o no.
- Teme por tu seguridad - respondió finalmente.
El corazón de Ayla se sacudió, notando la alegría de no sentir que estaba loca. Sin embargo, el alivio de que el elfo le contestase quedó ensombrecido por el enfado que le causó la respuesta.
- ¿En serio? ¿Y en todos sus años de vida ha concluido que esa es la mejor forma de actuar? - soltó el cabello castaño de forma ofuscada y apretó con sus manos las rodillas. - Qué teme más, que siga viviendo en una aldea de humanos o que me apetezca explorar Sandorai? - apartó la vista con rabia y cubrió con sus manos el rostro ahora.
Sabía que lo que acababa de decir no tenía ningún sentido. Eithelen le había contado maravillas de su país, pero también la había formado sobre la situación actual de los elfos, principalmente los Ojosverdes con respecto a otras razas. Entrar allí sería buscar un suicidio asistido. Le había prometido a él que jamás se internaría sola en territorio de Sandorai. Y sin embargo... si era la única manera de conseguir verlo una vez más... apretó las manos en un puño.
Iori sintió lástima por el pobre elfo que la guardaba. Vio en su expresión que ante el comentario de Ayla estuvo a punto de colapsar al no saber cómo proceder.
- ¿Qué? - terminó por preguntar alarmado, al tiempo que salía de su escondite - ¡No puedes ir a Sandorai! Si esto se descubriese ambos estaríais en peligro. Eithelen... está intentando ser razonable. -
La muchacha se puso de pie, tirando el pequeño cesto de castañas con el movimiento. Sabía que estaba siendo injusta al hablar de aquella forma con el elfo, pero era su única posibilidad, y se estaba aferrando a ella con la desesperación de quien piensa que no existe nada más allá.
- Alabo su sapiencia y todo su buen criterio, pero es algo que él ha decidido sin importar mi forma de ver las cosas. Sin darme posibilidad de opinar - apretó las manos, siendo el vivo ejemplo de la frustración. Sabía que el esbelto elfo que tenía delante no era responsable, y sin embargo... - Eres el único nexo que comparto con él ahora mismo, por favor... yo... volveré a esta hora todos los días aquí... Lo esperaré. Si quiere que sea un adiós, que me lo diga mirándome a los ojos - la mirada dorada de Ayla era firme, mientras las lágrimas enturbiaban su visión.
Iori sintió que se sofocaba, cuando los sentimientos de Ayla explotaron como un caos en su mente en aquel momento.
El elfo la miró unos segundos antes de responder finalmente - Se lo haré saber - con una inclinación de cabeza se despidió antes de desaparecer de nuevo entre las sombras del bosque.
[...]
Cuando aquel recuerdo terminó, Iori no supo qué pensar. Parecía que en aquella ocasión la relación de ambos había terminado, pero la desazón de su corazón le hacía pensar que aquel no era el final. Pensaba, sinceramente, que lo mejor que le podía pasar a ambos era seguir caminos diferentes. Y por un instante, los ojos grises de Nousis relampaguearon en su imaginación. No, en absoluto era lo mismo. Ayla era una persona que respiraba amor, su interés por Eithelen había sido genuino y creciente.
No se podía establecer un paralelismo entre la relación que había tenido ella con Nousis. La suya nacía del compañerismo de las batallas compartidas y de una buena coordinación en la cama. No había cabida para ninguna otra situación.
Lo veía claro, y deseaba de corazón que la historia de Ayla hubiese continuado sin interferir con los elfos nunca más.
Aunque, en su fuero interno sabía que se equivocaba.
Iori Li
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
La oscuridad y la sensación de vacío duraron apenas una milésima de segundo, pero Tarek agradeció ese pequeño paréntesis en la vorágine de recuerdos robados que estaba presenciando. Nuevamente el mundo a su alrededor pareció cobrar luz y, por un momento, tuvo la sensación de que llevaba allí de pie, esperando, desde hacía horas. Le costaba distinguir su propio ser del apabullante y constante estímulo que suponían lo sentimientos de Eithelen. Porque hacía tiempo que había asumido que aquello que percibía cuando miraba a la humana de ojos dorados no podía provenir de él, sino del líder de los Inglorien.
La caída en aquel mundo casi onírico había sido confusa. Su mente se había visto atrapada por algo que le era ajeno. Solamente con el paso de los recuerdos había terminado por comprender que se había forjado algún tipo de vínculo entre él y Eithelen, que el agua del templo había conseguido algo más que traer de nuevo a ellos los recuerdos del pasado. El joven elfo no solo era espectador de la desgracia de su progenitor, sino que la estaba viviendo en su propia piel a través de la azul mirada de Eithelen.
Los sentimientos del elfo mayor, como los que inundaban su mente en aquel momento, hicieron que Tarek se tensase. No era capaz de percibir su propio cuerpo en la cueva, pero sabía que en aquel momento debía reflejar de alguna manera aquella tensión provocada por la amalgama de sensacioness que habían comenzado a invadir de nuevo su conciencia. El joven se maravilló de la intensidad de las mismas, al tiempo que la semilla de la traición comenzaba a germinar el él. Recordaba aquel otoño, cuando las hojas habían comenzado a caer de los robles. Recordaba la marcha de Eithelen, su negativa a que Tarek lo acompañase… Siempre había pensado que el líder de los Iglorien había partido a la batalla, a un lugar peligroso en el que joven elfo no tenía cabida. Ahora veía que su oposición tenía más que ver con aquel heréticos secreto que les había ocultado a todos.
Su flujo de pensamiento se vio interrumpido entonces por la llegada de la mujer de ojos dorados y, aunque intentó resistirse, todo lo que el peliblanco era, pareció diluirse en pos del recuerdo.
Ayla caminaba sola por el bosque, balanceando con gracia una cesta de mimbre vacía. Dirigió sus pasos hacia la orilla del río en el que algunos meses antes se habían conocido. Eithelen, que llevaba horas esperando, la observó en silencio. Su primer impulso al verla había sido salir a su encuentro, pero algo, quizás un último resquicio de cordura, le hizo permanecer en el mismo sitio. La muchacha se afanaba en recoger, con delicadeza, algunas setas y él no pudo evitar contemplarla embelesado.
Sabía que volver había sido un error, no porque lo que sentía fuese perverso, sino por los problemas que podía acarrearle a ella… a ambos. Se había repetido lo mismo día tras día, mientras esperaba en aquel claro vacío, donde la había visto por última vez y donde ella deliberadamente lo había ignorado. Tras aquel efímero encuentro, había pasado semanas sin verla. Sin embargo, había acudido sin descanso a aquel lugar, incluso tras conocer que la muchacha había partido a Lunargenta, en una caravana de comerciantes. Eithelen se alegró por ella, pues sabía lo mucho que aquello la había ilusionado, pero cada día sin noticias de la muchacha se le había hecho interminable.
Por ello, cuando la vio aparecer entre los árboles, como si de una ilusión se tratase, todas las palabras que su mente había formado para aquel momento, se diluyeron como azúcar en el agua. Así como lo hizo la creciente preocupación que sentía por lo que estaba sucediendo al sur de Sandorai.
Acomodando el cabello tras una oreja, la muchacha dejó el cesto a un lado. Cortó una seta por la base del sombrero con una pequeña navaja, antes de alzarla hacia la luz del día y examinarla con ojo crítico. Eithelen la observó nuevamente embelesado (y el pequeño destello que suponía la conciencia de Tarek deseó arrancarse la piel, para poder sentir algo distinto a lo que el elfo mayor le transmitía en aquel momento).
Dando un paso al frente, el elfo se dejó ver y, con tono suave y calmado, llamó a la muchacha por su nombre.
- Ayla.
Ella se giró tranquila para mirarlo a la cara. Su rostro estaba sereno, demasiado. Eithelen era consciente de que estaba controlando su expresión, que mudó entonces en una tensa, aunque cordial, sonrisa.
- Eithelen –contestó ella con cierta frialdad.
Deteniendo un avance que no recordaba haber iniciado, el peliblanco la observó desde el centro del claro en el que se encontraban. “Quizás esto es lo mejor”, pensó. Él había sido demasiado cobarde para no acudir a ella cuando lo había llamado. Nuevamente la humana demostraba ser la que tenía más fortaleza de los dos. Quizás era el momento de poner fin a aquello, de volver cada uno a su vida, tranquila y sin riesgos. De dejar atrás aquel amor imposible y prohibido, de darle a ella la oportunidad de ser feliz entre los suyos. Esbozó una triste sonrisa por un instante, antes de mudar el rostro en una expresión más calma.
- Uno de los míos me comunicó que deseabas hablar conmigo y, puesto que no fue posible en nuestro último encuentro, aquí estoy.
Sacudiendo la tierra de la seta que acababa de cortar, la chica la colocó en la cesta junto a las demás.
- No te preocupes, comprendí tu respuesta. Quiero decir... Realmente nunca tuvo mucho sentido ¿verdad? Estaba llena de rabia por no entender qué había pasado, pero el tiempo y el viaje me ayudaron a comprender. No voy a ser un inconveniente para ti -le aseguró, usando una voz cordial pero falta de pasión- No tienes que preocuparte por mí, estoy bien -le aseguró, refiriéndose probablemente a la presencia de Ismil. Eithelen la observó alzando una ceja. Aquello carecía de sentido, a menos que…
- Es curioso que conozcas mi respuesta, cuando yo no conozco tu pregunta –le contestó, sin moverse del lugar en el que se había detenido, con las manos a la espalda. Había comenzado a comprender el porqué de la actitud de la muchacha. Ella lo observó unos instantes, descolocada.
- Desapareciste... Le pedí a ese elfo que te hiciese llegar mi mensaje y no viniste. Entendí que eso era en sí misma una respuesta –algo en su actitud cambió, como si la total seguridad que sentía hasta hacía un momento en sus conclusiones hubiese comenzado a agrietarse.
- Y asumiste que no quería venir -concluyó él la frase. Relajando la posición, se acercó un par de pasos más a ella- Las cosas han estado tensas en el sur –dijo entonces, serio- Los Ojosverdes... –se detuvo un instante, inseguro de si seguir hablando o no (Tarek notó su vacilación y, por un segundo, algo diferente pareció gestarse en la nube que eran los sentimientos de Eithelen, algo más feral, pero fue incapaz de definirlo, pues el elfo mayor lo cortó antes de que acabase por formarse)- no importa y tú no tenías porqué saberlo. Lamento no haber venido cuando me llamaste.
- Él dijo que temías por mi seguridad...-rebatió la muchacha, mirándolo confuso, pero sin retroceder. El asintió.
- Lo hago. Por más de una razón. Pero la más acuciante es que tu propio pueblo te desprecie o te ataque por... esto –añadió, señalándolos a ambos- Tampoco te negaré que temo lo que puedan hacer los míos -le dedicó otra de aquellas sonrisas que mostraban algo diferente a la felicidad- Espero que puedas tener una vida plena con alguien que te merezca y que no te obligue a vivir escondiendo lo que sientes. Te mereces algo mejor que esto –comentó y, con una respetuosa inclinación, se despidió de ella.
Retrocedió un par de pasos, sin darle la espalda, solo para poder empaparse una última vez de su imagen. Aquella sería la última vez que la vería, al menos guardaría aquel momento para siempre.
- Entonces eres tú el que no quiere respuestas –la voz de la chica sonó como un látigo en el silencio del claro, antes de que pudiese girarse para marcharse- Porque esa historia la has creado y decidido tú por los dos –lo observó con resentimiento- Nunca pensé que precisase estar con alguien para tener una vida plena, pero, de hacerlo, seré yo quien elija. Yo escogeré qué es lo que me merezco y qué no. Lo que deseo y lo que no. Y tú, estúpido elfo... –sus palabras se vieron interrumpidas cuando se mordió el labio, fruto del dolor. En su apasionado discurso había acabado por apretar la pequeña navaja hasta lacerarse la palma de una de las manos- Dioses...-murmuró, soltando la herramienta y cubriendo la herida con la tela de su falda.
Eithelen, que la había observado anonadado hasta aquel momento, se apresuró a acercarse a ella. Tomando con delicadeza la mano de la chica, impuso la suya sobre ella para curarla.
- Ahora ya puedes seguir diciéndole a este estúpido elfo lo que le ibas a decir –le bromeó entonces, mirándola a los ojos, sin soltarle la mano, y aguantando claramente la risa.
Ella no rehuyó su contacto, al contrario, acortó más la distancia, aferrándose a la mano del elfo. Clavaron la mirada uno en el otro por unos instantes, antes de que ella rompiese el silencio.
- Estúpido elfo... tú eres la persona a la que quiero. Nunca pensé sentir... nunca viví algo como esto. Nosotros...-titubeó antes de continuar, como si le costase encontrar las palabras- Sé que no es fácil... pero estoy dispuesta a correr cualquier riesgo. Nadie como tú merece más la pena –finalizó con resolución, antes de alzarse sobre la punta de los pies y besarlo.
De nuevo se encontraba en aquella oscura nada, en aquel vacío absoluto que, de alguna manera, aunque debería haberlo horrorizado, le traía calma y paz. Supo que lo que estaba por venir no sería más fácil de sobrellevar. El cambio de estaciones, los comentarios parciales de Eithelen… el final de aquella historia se aproximaba, pero Tarek temía a partes iguales lo que tardaría en llegar y el tener que enfrentarse a ello.
¿Cómo podía haber hecho aquello? El otoño de su reconciliación había sido el inicio del fin en el clan Inglorien. Sabhana, Iriel, Oriel… muchos habían muerto, otros habían desaparecido, algunos habían vuelto a quedarse huérfanos… Los miembros del clan habían comenzado a caer. Tarek siempre había supuesto que Eithelen se había desvivido por salvar a los suyos… que sus partidas se debían al temor de perder a alguien más. Pero no habían sido los Inglorien la causa de su ausencia, lo había sido aquella humana.
La oscuridad comenzó a clarear y, resignado, dejó que aquel infernal afecto volviera a apoderarse de él.
Hacía semanas que no se veían. Asuntos acuciantes lo habían mantenido ocupado en el sur. Los Ojosverdes había comenzado a forzar los límites de su territorio, invadiendo día a día un poco más los sagrados terrenos de los Inglorien. Eithelen temía por su gente. Nunca habían sido un clan numeroso y, con el paso de los meses, la ausencia de algunos de sus miembros se había hecho cada vez más patente.
Mittenwald, el pueblo en el que, según Ayla, había nacido su padre, los había acogido sin rechistar, sin preguntar. Los habitantes de aquel remoto lugar parecían acostumbrados al deambular de diferentes razas, a la existencia de parejas extrañas como la suya… o simplemente les preocupaban más sus problemas del día a día. Su relación hacía tiempo que había dejado de ser un secreto en aquellas tierras, pero nadie parecía inclinado a decir algo al respecto.
Eithelen se encaminó hacia la vivienda, que daba a un pequeño bosque de robles. Habían elegido aquella morada por estar apartada del resto de la población, pero también porque el bosque le ofrecía un acceso seguro, oculto a las miradas indiscretas. La noche caía cuando alcanzó la casa. El elfo abrió la puerta de la entrada, no sin antes volver la vista una vez más al bosque, para comprobar que nadie lo había seguido. Se internó en la vivienda y pronto vio a Ayla.
La humana se encontraba en la habitación principal, cerca del hogar. A su alrededor, en perfecto orden, se encontraban un telar y varios aperos básicos para trabajar en el campo y solventar los quehaceres cotidianos. La muchacha se encontraba de espaldas a la ventana, inclinada sobre el fuego, removiendo con una cuchara de madera lo que, a juzgar por el aroma, parecía jabón. La observó unos instantes desde el quicio de la puerta.
- ¿Marcharás pronto al mercado? -le preguntó, entrando finalmente en la estancia.
La humana se sobresaltó, dejó caer la cuchara de madera dentro de la olla y se giró para mirar al elfo, conteniendo la respiración por un segundo. Sin embargo, al momento sus ojos se derritieron al contemplarlo. Limpio sus manos con el paño que colgaba de su cinturón, antes de contestarle.
- No creo que me anime a ir por un tiempo. Odelia me ayudará, será ella quién lleve el jabón para venderlo -la sonrisa de ella brillaba, parecía radiante mientras lo observaba acercarse.
- ¿Acaso ha sucedido algo? ¿Te encuentras mal? -preguntó el peliblanco, con voz preocupada. Extendiendo las manos hacia ella, la ayudó a levantarse. Entonces se percató de algo que no había estado ahí la última vez que se habían visto. Tras unos segundos de titubeos solo fue capaz de preguntar- ¿Cómo...?
La cristalina risa de Ayla llenó la estancia de calidez. Estirando los brazos, rodeó el cuello del elfo para abrazarse a él.
- ¿De verdad me lo estás preguntando? -susurró a su oído con voz divertida.
- Si... quiero decir... no. ¿Cuándo...? Osea, cuántos.... –Eithelen la apartó de si un segundo para mirarla de nuevo, antes de volver a estrecharla entre sus brazos- ¿Desde cuándo?
- Hace cinco lunas de mi último sangrado -reveló ella, arrebujándose contra él y acariciando su espalda- Sé que no estaba en nuestros planes, pero… desde que lo sé me siento tan…-divagó buscando una palabra adecuada, sin éxito.
- Feliz -dijo él simplemente. Entonces la agarró con cariño del rostro y la besó.
Aquella vez la oscuridad no le trajo paz ni sosiego. Cuando cruzó el umbral del templo con la chica, cuando vio aquel maldito nombre escrito en runas en el ponzoñoso libro del clérigo, supo sin demasiadas dudas quién era aquella insufrible criatura. Pero ver la alegría con la que Eithelen había acogido la noticia… la falta de realismo de aquella situación. No podía comprenderlo. ¿Cómo había podido estar el líder del clan Inglorien tan ciego? Aquel bosquejo de familia feliz no era más que una utopía. Una falacia sin futuro y, sin embargo, lo único que había invadido la mente del hombre al conocer la noticia había sido felicidad… y un intenso amor hacia la humana de ojos dorados.
Tarek recordó los meses tras aquel último Yulé antes de la muerte del Inglorien. Siempre había estado serio, circunspecto. Las escasas veces en las que lo había visto, parecía perdido en sus pensamientos. Ahora el joven podía adivinar el porqué.
La humana estaba sentada junto al fuego. El invierno estaba cerca y el pequeño bulto que abrazaba contra el pecho precisaba de mucho calor. Tenía apenas cuatro semanas de vida. Ayla tarareaba una suave canción mientras la criatura dormitaba.
- Es tan pequeñita… -murmuro con voz dulce, hablándole a Eithelen. Este estiró un brazo para retirar una sección de la mantita que cubría a la niña y poder verle mejor el rosto
- Pequeña y perfecta -dijo él, con evidente cariño, acariciando el moflete del bebé. Le dedicó entonces a Ayla una sonrisa. Alzándose, se acercó más a muchacha para darle un beso en la frente, antes de volver a tomar entre manos el pincel y la tinta que le permitirían acabar de grabar las runas en la pared- Cuando sea mayor, le enseñaré a dibujarlas -dijo, un poco ausente, mientras pasaba la mano sobre los primeros trazos, que ya se habían secado. Ayla lo dejó hacer en silencio.
- Reconozco tu nombre y el mío, pero ¿y el resto? –preguntó entonces, observando la pared. El bebé se estiró entonces entre sus brazos, reclamando la atención de su madre, que se levantó para pasear suavemente, meciéndola consigo.
Eithelen las observó un instante, con cariño, antes de volverse de nuevo a la inscripción. Señalando las palabras, empezó a traducirlas.
- Estelüine, hija de Eithelen y Ayla –leyó- Solo me falta añadir la fecha de su nacimiento.
Se dispuso a trazar las últimas runas, que después examinó con ojo crítico. Su hija, Estelüine, recibiría el amparo de la sangre del clan, como le correspondía. Aquella casa podía derruirse, pero la pared con las runas siempre permanecería, marcándola como un miembro de los Inglorien. Tomó entonces a la niña en brazos y la acunó, antes de hablarle con voz calmada.
- Estelüine –repitió- Nuestra “esperanza azul”. La prueba de que el mundo es algo más que odio y rencor… de que, aunque seamos diferentes, podemos conseguir cosas maravillosas juntos –tomó entonces la mano de Ayla y la alzó, observando el anillo que meses antes le había regalado- “El agua demasiado pura no tiene peces” –terminó, recitando en elfico la inscripción grabada en el alhaja.
Lo último que registraron los ojos de Eithelen, y por lo tanto los de Tarek, antes de que todo volviese a desvanecerse fue la intensa mirada azul del bebé. Un color poco común entre su gente, pero un rasgo distintivo entre los Inglorien. Un atributo que jamás debería haber heredado, un trazo que no le pertenecía a alguien como ella.
La imagen de aquel mural recién pintado se intercaló con la de una pared entera en una casa semiderruida, en una aldea que había sido reclamada por la naturaleza. Las mismas palabras, la misma estancia, pero un vacío que hablaba de desolación y tragedia. Aquel había sido el primer aviso para el joven elfo de que, la información que poseía, no era más que un grano de arena en medio de un inmenso desierto. Un aviso que debería haber escuchado, que debería haberlo detenido. Ahora había pagado con su propio legado el conocimiento de algo que prefería no haber sabido nunca.
Se acercaba el final, Tarek lo sabía. Había notado la tensión y la inquietud en Eithelen cuando observaba a la niña. El elfo mayor había intentado apartar aquellos pensamientos, aquellas sensaciones, pero algo de ellas había acabado por filtrase hasta el joven. Si sus cálculos no eran erróneos, cuando Eithelen había muerto hacía casi tres años que aquella blasfema relación había comenzado y, si lo que le había contado el anciano abuelo de la chica en Eiroás era cierto, apenas restaban unos meses para el desenlace de aquella historia. Tres largos años de mentiras y secretos, de vivir dos vidas en el espacio de una. Tarek sintió como algo en su interior se resquebrajaba, algo que hacía tiempo que estaba mellado, pero que había mantenido viva una esperanza basada en una vil mentira.
Los sonidos del bosque fueron lo primero que acudió aquella vez a su encuentro y, poco a poco, volvió a sumergirse en otra de aquellas dolorosas memorias.
La última noche habían tenido suerte. Habían podido dormir en el establo de una pequeña granja que se encontraron en medio de una extensión enorme de trigo. Los propietarios observaron con reticencia a los dos adultos, sobre todo a Eithelen, cuando se percataron de su raza, pero la granjera se derritió cuando el pequeño bulto que en ese momento portaba el elfo entre sus brazos comenzó a hacer ruiditos y moverse. Con paja seca, mantas y compartiendo mesa y comida caliente con la pareja de campesinos y sus cuatro hijos adolescentes, la pareja había encontrado un poco de reposo. Con la energía recargada, continuaron a la mañana siguiente el camino, buscando entrar cuanto antes en territorio de Verisar. Ayla mantenía en aquel momento a la pequeña Estelüine en brazos, haciendo ruiditos con ella mientras avanzaban. Aunque llevaban dos meses escapando de Mittenwald, la humana no había dejado entrever aprensión o cansancio por la situación en la que se encontraban.
- No tardaran en salir sus primeros dientes -canturreó alzando al bebé sobre su cabeza.
- Si... -dijo Eithelen, ausente y claramente preocupado. Entonces suavizó la expresión y le sonrió- Es una buena noticia. Está creciendo muy rápido -miró a la pequeña con ternura- Debemos apresurarnos. Los caminos no son seguros.
Ayla bajó al bebé, que se había quedado mirando a su padre cuando este le había sonreído.
- Eith...-murmuró con voz suave y mirada dulce.
- Lo siento Ayla. Lo siento tantísimo. Todo esto, esta huida sin fin, es culpa mía –se disculpó nuevamente él, negando con la cabeza, abatido- Nunca debí dejar que esto pasase. Debería haber cuidado mejor de vosotras.
La humana se detuvo y, tomando de la mano al elfo, lo atrajo hacia ella, para hacerse a un lado del camino. Bajo la sombra de un árbol cercano, Ayla clavó los ojos en él.
- Eithelen –comenzó, haciendo que la mirase a los ojos. El bebé en sus brazos alzaba el rostro y miraba con las pupilas dilatadas las flores que brotaban de la rama más próxima a su cabeza. La muchacha le sonrió- Si quieres llorar, hazlo. Yo limpiaré tus lágrimas. Si sientes dolor en tu corazón está bien, yo te calmaré. Los que nos buscan son otros y no hay nada de malo en lo que hemos hecho -el bebé alzó las manos intentando alcanzar una flor- Eithelen –ella lo miró con intensidad- No importa la distancia que hubieras querido mantener entre nosotros, si hubieses levantado un muro, encontraría la forma de atravesarlo. Mi corazón no se va a mover sobre lo que siento por ti. Estamos atravesando ahora tiempos oscuros, pero no tienes que pensar en cosas innecesarias, no te cuestiones –dijo ella con sinceridad- Podrías poner un océano entre nosotros Eithelen, que no nos separará – aseguró entonces. El la observó unos instantes antes de responder.
- Creo que con los lloros de Estelüine tenemos lágrimas suficientes para lo que queda de día –intentó relajar la tensión, al tiempo que le dedicó una caricia al bebé- Si mi gente no fuese tan... Mi pueblo vive durante siglos y aun así es incapaz de cambiar. Temo el mundo al que hemos traído a nuestra hija, pero no lamento haberlo hecho. Nunca lo lamentaré.
La sonrisa en el rostro de la humana se hizo más amplia. Alzando la mano, agarró la rama la que el bebé estaba tratando de alcanzar y se la aproximó. La niña agarró con fuerza una de las flores, estrujándola en su pequeño puño.
- Todo irá bien –susurró finalmente la muchacha, antes de ponerse de puntillas buscando los labios del elfo.
Verisar… La última vez que lo habían visto con vida había sido allí, en la región de Verisar. Eithelen sabía que el final se acercaba. Algo en su mente le impelía a apartar aquel pensamiento, tener esperanza. Pero Tarek había podido sentir su frustración, su miedo, su pesar. Miles de pensamientos y sensaciones habían recorrido la mente del elfo mayor en aquel último recuerdo. Planes, opciones, subterfugios… cualquier cosa que le permitiese proteger a su familia y huir con ella lejos, a un lugar seguro. Pero, ¿quién los perseguía? El temor que había exudado Eithelen no se correspondía con lo que podría haberse esperado de un guerrero como él en una lucha contra un contingente humano. Había algo más. Un enemigo más peligroso.
Aquel no había sido su final, pues la primavera había florecido en aquel último recuerdo y la muerte del elfo no se había producido hasta el otoño. Seis meses, aquel era el tiempo que había trascurrido entre su última conversación, aquella que tantas veces lo había perseguido en sus pesadillas. La obstinada oposición del líder Inglorien a que lo acompañase, la orden final con la que había puesto fin a sus reclamaciones y le había hecho jurar que no abandonaría las tierras del clan. La aldea prácticamente vacía, desolada. Ismil, la mano derecha de Eithelen tras la muerte del padre biológico de Tarek, había regresado en un par de ocasiones durante aquel periodo de tiempo, pidiéndole paciencia, asegurándole que la gesta de Eithelen pronto llegaría a su fin. Que volvería a buscarlo. Pero aquello nunca había sucedido. Un consejero del Árbol Madre había sido el encargado de darle la noticia, de explicarle que todo había terminado, que volvía a estar solo.
Algo le dijo que el siguiente recuerdo, aquel que empezaba a formarse ya a su alrededor, marcaba el inicio del final del aquel periplo. La respuesta a años de incertidumbre, a la justa a la que había dedicado su vida. Lo primero que percibió fue el frío y, resignado, dejó que su conciencia se diluyese, una vez más, en la esencia de Eithelen.
La nevada había sorprendido a todos en aquella región. Siendo mediados de otoño, la nieve que había comenzado a caer, más en aquella zona cercana a la costa, no tenía explicación. Las gentes del lugar comentaban que era la otra cara de las buenas cosechas. Las producciones más altas en décadas daban paso a un frío casi gélido que había cubierto de blanco las tierras de la región. Ayla miró a Eithelen, que portaba al pequeño bebé, que estaba a punto de cumplir el año de vida.
- Debemos de tomar una decisión pensando en lo mejor para Estel -dijo con dulzura, acariciando el antebrazo del elfo, en el que reposaba la cabeza de su hija.
El elfo observaba a la pequeña con adoración, mientras la mecía para dormirla. La observó entre sus brazos, lo más frágil y preciado que poseía. Un suspiro cansado abandonó sus labios. Entonces dirigió su mirada a Ayla.
- Ojalá hubiese podido daros una vida mejor. Lo lamento, Ayla -cerró los ojos un instante, como para centrarse- Intentaré hablar con ellos. Quizá no sirva de nada, pero los alejaré de vosotras.
La humana alzó los ojos al cielo, acariciando la cabeza del bebé con suavidad.
- ¿Todavía con esas? -preguntó con un leve tono de reproche en la voz- Los dos hemos recorrido este camino porque hemos querido. Estoy aquí porque he deseado caminar a tu lado. Y eso es suficiente. Es lo único que importa -zanjó con la decisión de quien justifica que precisa oxígeno para respirar- Llegados a este punto, al confín del continente, yo también creo que no queda otra que hablar. Pero no irás solo -aseguró mirándolo a los ojos- En cambio, Estel... ellos no saben de su existencia... no me siento segura respecto a llevarla con nosotros. Tolerar nuestra relación ya será complicado, si saben de la existencia de una mestiza no sé cómo se lo tomarán -comentó con reparo, antes de hundir el rostro contra la cara de la niña.
Eithelen la observó atento, como hacía cada vez que ella hablaba. Había algo en la voz de la mujer que lo hechizaba. Aquella sentencia fulminante en su discurso le recordó el día en que se habían conocido.
- Iremos juntos, entonces -dijo. Observó como Ayla jugaba con la niña y, tras unos minutos, se la entregó- Enviaré un mensaje a Ismil. Si algo nos pasase... él se hará cargo de ella -acarició la frente de la niña, antes de abandonar el lugar para enviar la misiva a su lugarteniente.
Ayla permaneció con la niña, meciéndola hasta que se durmió. En su paseo, acabó ante la boca de una pequeña cueva. Poco profunda, parecía deshabitada. Allí la encontró el Inglorien a su regreso, pensativa.
- Parece una lobera en desuso –comentó ella, al notar su presencia.
Aquel retazo del pasado había sido efímero, pero su significado fue claro para el joven elfo. Aquel era el lugar donde habían dejado a Iori, donde el viejo soldado la había encontrado.
Se acercaba el desenlace de la historia. Tarek deseó y temió su llegada a partes iguales. Sin embargo, su estancia en el vacío pareció durar más de lo normal. Lo primero que notó fue dolor. No un dolor físico, sino algo diferente, una mezcla entre desesperación, angustia y desesperanza. Una sensación de ahogo que no había sentido hasta ese momento. Imágenes intermitentes, escenas de lo acaecido en las horas posteriores al último momento revivido, asaltaron su mente.
Vio a la humana entregando a Eithelen, con ojos llorosos, al bebé, antes de abandonar la cueva.
En la siguiente escena, el elfo envolvía a la niña en un retazo de su capa, mientras le susurraba algo en el antiguo idioma de su gente. Una promesa.
Un pequeño bulto azul removiéndose en el suelo de la caverna, mientras el elfo abandonaba el lugar, sin mirar atrás una última vez, incapaz de enfrentar la inevitabilidad de lo que estaba por suceder.
Desesperanza, mientras veía a la mujer que amaba recomponerse unos pasos más adelante, antes de girarse a él y dedicarle una sonrisa de ánimo.
Un abrazo que pretendía imbuir valor. Unas palabras vacías para insuflar coraje en un corazón destrozado.
Árboles a su alrededor. Un camino que, paso a paso, los acercaba al fin… desazón…
Un alto en el camino… un último beso…
La conciencia de Tarek gritó ante la apabullante sucesión de recuerdos y sensaciones. La poca cordura que le restaba, se preguntó si sus cuerdas vocales habrían emitido aquel mismo sonido desde su inerte cuerpo en el santuario. De repente, la vorágine de imágenes pareció detenerse, hasta dejarlo de nuevo en el bosque, su mano rodeada del cálido abrazo de otra, mientras se encaminaban a lo que sabía que era un acto desesperado. Hacia el fatídico momento de su muerte.
El silencio se había instaurado entre la pareja, que caminaba tomada de la mano, con una calma que ninguno de los dos sentía. Pequeños apretones de ánimo los ayudaron a seguir adelante, cuando la fortaleza de uno de los dos daba signos de flaquear. Recorrieron el mismo camino que los había llevado hasta la cueva, en dirección a la pequeña aldea que habían cruzado apenas unas horas antes. A su alrededor, el bosque parecía tranquilo, imperturbable.
Lo primero que notó fue el éter, emanando de al menos de un numero indeterminado de personas. Apretando la mano de Ayla, detuvo su avance, colocándose un paso por delante, en gesto defensivo. Entonces la vio. La elfa, salió de entre los árboles con gesto impasible, avanzando hasta quedar a unos metros de ellos. Le dedicó al Inglorien una enigmática sonrisa, que el elfo estuvo seguro de que no presagiaba nada bueno.
(“¿Dhonara?”, pensó Tarek con desconcierto)
- Dhonara… -dijo Eithelen con calma. Soltando la mano de Ayla, avanzó un paso… y un proyectil impactó de forma limpia y certera en su muslo.
Perdiendo el equilibrio por uno segundo, cayó con la rodilla al suelo, mirando alrededor, para identificar al arquero. En uno de los árboles cercanos, un humano recargaba una ballesta, antes de volver a apuntarle. Se maldijo por haber caído en la trampa. Dhonara y los suyos se habían expuesto intencionalmente, para que identificase su éter, haciéndole asumir que eran los únicos atacantes. Jamás habría imaginado que el clan más radical de Sandorai se aliaría con su enemigo natural para tenderle una emboscada.
Notó movimiento cerca de ellos y, tragándose el dolor, se levantó, daga en mano, para defender a Ayla. Otro elfo del clan Ojosverdes se había acercado a ella, con clara intención de apresarla, pero el peliblanco consiguió apartarlo de ella, antes de que llegase a tocarla. Un segundo individuo lo atacó entonces desde el flanco contrario, haciéndolo retroceder. Tras un par de ofensivas más, consiguió herir a uno de ellos, pero aquello no los hizo retroceder. Continuaron atacándolo insistentemente y, demasiado tarde, se percató que su intención había sido apartarlo de la humana.
- ¡Basta! –la voz de Dhonara tronó en medio del desolado bosque. Su mano izquierda cerrada en torno al cuello de Ayla, mientras con la derecha sacaba con parsimonia una daga de entre sus ropajes, para colocarla contra la yugular de la muchacha.
La Ojosverdes, que no había perdido aquella perturbadora sonrisa con la que los había recibido, lo miró entonces con malicia, sabiendo de antemano cual sería el siguiente movimiento del peliblanco. Consciente de que no tenía más opción que rendirse, Eithelen dejó caer la daga al mullido suelo del bosque, donde instantes después, dos elfos lo hicieron arrodillarse, tras retirar de su cuerpo todas las armas que portaba.
- Esperaba más de ti –comentó entonces Dhonara. El líder Inglorien le dirigió una mirada cargada de furia contenida- ¿De paseo por el bosque a estas horas? Creía que hacía semanas que nos habías detectado.
- Hemos venido a hablar –respondió entonces el peliblanco. La Ojosverdes se limitó a bufar ante aquella insólita respuesta- No tienes derecho a hacer esto, Dhonara.
- ¿Esto? Tú eres el que no tiene derecho a hacer esto, Eithelen. Precisamente tú –escupió las últimas palabras con evidente asco- Eras uno de nuestros mejores guerreros y has acabado cayendo en el nocivo influjo de... esto –añadió, haciendo referencia a Ayla, apretando el agarre sobre el cuello de la chica.
La humana, cuyo cuerpo dejaba entrever la tensión que sentía, entornó los ojos y apretó los dientes al notar la presión que la mano de la elfa ejercía sobre ella.
- Dejad que os expliquemos -murmuró con voz controlada, tratando de mostrarse cordial.
- Nadie ha pedido tu opinión, humana –escupió la elfa entre dientes, antes de apretar más su cuello y tirar de la muchacha hacia arriba, obligándola a apoyarse sobre las puntas de los pies.
- ¡Dhonara! -la voz de Eithelen tronó cuando pronunció el nombre de su congénere- Ya basta –añadió entonces, en un tono más calmado, aunque amenazante.
La risa de Dhonara inundó el bosque. El resto de elfos permaneció en cambio impasible. Los cuatro observaban la escena en silencio, aunque sin ocultar la repulsa que sentían por lo que el líder de los Inglorien había hecho.
- Tú ya no das las órdenes, Inglorien. ¿Qué vas a hacer, atacarnos a todos? Sabes que le partiría el cuello antes incluso de que llegases a levantarte -lo amenazó Dhonara.
Ayla jadeó entonces, incapaz de respirar. Con las manos palmeó el antebrazo de la elfa, aferrándose a ella, en un intento de aliviar la presión y permitir que el aire invadiese sus pulmones.
- Suéltala –pidió entonces el peliblanco, con claro tono de súplica- Esto es entre nosotros. No tienes por qué implicarla.
- Eso deberías haberlo pensado antes de arrastrar por el fango el honor de tu clan y de tu pueblo –respondió la elfa. Lo observó unos instantes más, antes de aligerar la presión sobre el cuello de la chica, permitiéndole volver a apoyar los pies en el suelo- ¿Qué te ha pasado, Eithelen? Eras uno de los grandes. No es que fueras mi compatriota preferido, admitámoslo, creo que te tenían en más estima de la que te merecías, pero eras un guerrero, uno de los buenos. ¿Cómo has acabado así?
La azul mirada del elfo se cruzó entonces con los dorados ojos de la humana. Vio surgir en ella una determinación que lo llenó de orgullo, pero también de espanto. Quería luchar. Eithelen negó con la cabeza, pidiéndole paciencia. Había convivido el tiempo suficiente con los Ojosverdes como para saber que no sería rival para ellos, menos aún para Dhonara. Acabaría muerta antes incluso de conseguir plantarle cara a la elfa. Tenía que haber una manera de arreglar aquello, pensó el elfo. Una forma de solucionarlo de forma civilizada o, al menos, de evitar que la chica muriese con él.
- Tomé una decisión, como muchos otros antes. Puedes estar más o menos de acuerdo con ella, pero al final solo me incumbe a mí –Dhonara abrió la boca para contestar, pero el elfo la interrumpió- Ni siquiera iba a seguir ostentando el liderazgo del clan. Supongo que ya lo sabes.
- El clan... -se mofó la elfa pelirroja, mirándolo con desdén- Un clan muerto. Por tu culpa. Estabas demasiado ocupado jugando con tu mascota, como para preocuparte de tu gente.
Una abrumadora rabia invadió entonces a Eithelen (y Tarek se sintió incapaz de gestionar aquella furia, aquel inhumano dolor que el elfo mayor le estaba transmitiendo). Un ansia asesina se apoderó de él. Intentó alzarse para abalanzarse sobre la elfa, pero sus captores volvieron a inmovilizarlo, golpeándolo en las heridas infringidas durante la lucha.
- ¿Acaso te he ofendido? -preguntó Dhonara con tono de burla.
- Sabes tan bien como yo que eso fue obra de los tuyos –escupió el elfo- El Consejo del Árbol Madre acabará por descubrirlo.
- ¿Y qué harán entonces? Ni siquiera se atreven a entrar en el Campamento por temor a nosotros. ¿Crees que van a defender el honor de un clan que no existe?
- Todavía queda Tarek –añadió entonces Eithelen.
- Tarek es un Ojosverdes. No temas por él, nos ocuparemos de que no vuelva a estar solo –le respondió ella, con una sonrisa socarrona
- ¿Por eso lo haces? -preguntó Eithelen con incredulidad- ¿Porque no quise entregarlo?
- Lo hago porque has traído la vergüenza a nuestro pueblo. Tu blasfemia debe ser castigada. Solo me molesta que tu condena no vaya a servir de ejemplo para otros. Pero eres demasiado conocido. No temas, Eithelen, le diremos a todos que moriste por culpa de los humanos. Al fin y al cabo, es cierto –se burló, apretando una vez más el cuello de Ayla, antes de lanzarla al suelo, a sus pies.
Con un par de gestos rápidos, indicó a los elfos que se encontraban tras ella que se acercasen. Entonces Eithelen distinguió una figura conocida entre ellos: Hans, el primo de Ayla. El humano observó a la chica nervioso, pero su expresión se tornó en una máscara de odio cuando dirigió sus ojos al elfo.
- Qué no se mueva –ordenó Dhonara a los elfos que mantenían inmovilizado a Eithelen- y que no aparte la vista.-la elfa rodeó entonces a la muchacha, como si de un depredador se tratase, evaluando a su presa con ojo crítico.
- ¿Qué vas a hacer? –Eithelen intentó mantener la voz calmada, pero la furia que sentía se dejó entrever en sus palabras.
- Lempë Urth –contestó la pelirroja, aún sin mirarlo.
Los dos elfos que habían escoltado a Hans, se dirigieron entonces hacia el líder de los Inglorien. Uno de ellos portaba una larga barra de hierro, que clavaron a espaldas del peliblanco, para posteriormente atarlo a ella con correas de cuero. Lempë Urth, las cinco muertes El peliblanco sabía que aquel era el peor castigo que el destino podía haberle deparado, pero se consoló al pensar que al menos sería él quién cargaría con el peso de la condena. Observó a Ayla, aún tirada en el suelo, mientras lo amarraban para evitar que se revolviese o los atacase durante el proceso.
Suplicaría por la vida de Ayla antes de que comenzasen. Quizás su muerte fuese suficiente para aplacar la ira de los Ojosverdes. Quizás…
- Deberías sentirte afortunado –dijo entonces Dhonara- Será la primera vez que se le aplique a un humano y tú vas a poder presenciarlo –la mirada que le dirigió al líder de los Inglorien estaba cargada de malicia. De nuevo, había asumido que lo que la pelirroja le mostraba era la realidad.
- No –murmuró con desesperación, dándose cuenta de su gran error. Había dejado que lo inmovilizasen, que lo privasen de cualquier opción de defenderla, pensando que sería él quién sufriría el castigo- Dhonara, por favor –suplicó entonces, despojado de cualquier rastro de orgullo- Yo soy quién ha cometido el crimen.
- Pero será ella quién pague por ello -contestó la elfa. Con un nuevo gesto, indicó a uno de los Ojosverdes que agarrase a Ayla, para ponerla de rodillas.
- Detente Dhonara –pidió de nuevo el peliblanco, mientas veía como la pelirroja se acercaba hasta Ayla.
- Primero el tacto –anunció, antes de cercenar una de las manos de la muchacha.
- ¡No! ¡Ayla! –los gritos de Eithelen, pronto se convirtieron aullidos de desesperación, mientras intentaba librarse de sus ataduras, sin conseguirlo.
Dhonara, por su parte, siguió con aquel cruel ritual, haciendo oídos sordos a los lamentos y amenazas del peliblanco. Le dedicó en cambio otra de aquellas crueles sonrisas cuando Hans, el primo de Ayla, procedió a cercenar la otra mano de la chica.
- ¡No puedes hacer esto! ¡Detente! –le reprochó el elfo, mientras los gritos de dolor de su amada reverberaban en el bosque- ¡Te mataré Dhonara! ¡Os mataré a todos!
Dhonara se acercó de nuevo a la chica, acercando la afilada daga a la cara de la misma tras obligarla, con ayuda de uno de sus esbirros, a abrir la boca.
- Segundo, el gusto –comentó con tranquilidad, antes de cortar con saña y lentitud la lengua de la muchacha.
Los gritos de dolor de Ayla se entremezclaron con los de Eithelen, que intentó forzar una vez más las correas que lo amarraban, sin obtener más resultado que el de descarnar sus propias muñecas. A pesar de ello no se rindió, esperando de alguna manera, encontrar una solución a aquello. Acabar con la pesadilla que se desarrollaba ante sus ojos y que lo hacía morir, poco a poco, mientras veía como mutilaban a su amada.
Palabras incongruentes abandonaron sus labios al ver el estado en que se encontraba la chica. La impotencia, el dolor de saberse incapaz de hacer nada, lo estaba volviendo loco. Entonces Dhonara se acercó a la muchacha y, arrodillándose ante ella, la tomó del rostro para susurrarle, con falso cariño, unas palabras.
- Usaremos tu dolor como pago por tu pecado. Como ofrenda para purificar la infame relación a la que arrastraste a uno de los mejores –le explicó, como se explica a un niño el castigo por contestar mal a uno de sus mayores. La elfa soltó entonces a la muchacha, que cayó hacia delante, semiinconsciente.
- Detén esto Dhonara –suplicó una última vez Eithelen- Por favor. Mátanos, si eso es lo que quieres, pero no continúes con esto.
La elfa lo miró con desidia, antes de golpear con el pie el costado de la chica y volver su atención hacia ella.
- No dejaré que te ausentes todavía. No hemos terminado –le dijo a la inconciente chica. Inclinándose sobre ella, la agarró del pelo, para obligarla a incorporarse - ¿Me oyes? –le preguntó, mientras uno de los elfos la ayudaba a poner a la humana de rodillas- Bueno, no por mucho tiempo –comentó con crueldad- Lempë Urth. ¿Sabes lo que significa en tu idioma? –le preguntó entonces- Cinco muertes. Es el nombre del castigo reservado a los peores traidores. Aquellos que no merecen ni el aire que respiran. Perderás los órganos de los cinco sentidos uno a uno, hasta que la muerte te llegue por las heridas sufridas. No suele tardar, aunque depende de la fortaleza de cada uno.
- ¡Dhonara! –la voz de Eithelen, rota por el dolor resonó de nuevo en el bosque.
- Claro que, este castigo debería de ser aplicado a ti, Eithelen –dijo entonces, dirigiéndose a él- Pero creo que haciéndoselo a ella tu sufrimiento es mayor. Y es a fin de cuentas el dolor, el fin último de esta condena –volvió entonces el rostro hacia la chica- Bien, ahora que ya sabes de qué se trata y por qué lo hacemos, podemos continuar con el siguiente paso –alzó una mano hacia uno de los dos elfos que la acompañaban y este se acercó a ella- Punzones - pidió. El joven le tendió unas finas puntas metálicas- Solo se necesitan siete centímetros para alcanzar el fondo del oído. Allí reside el tímpano, y cualquier herida en él se traduce en la pérdida de la audición para siempre -ilustró la elfa mientras tomaba el rostro de Ayla con una mano- ¿Ves? esta longitud es suficiente para perforarlo, sin que se alcance de modo alguno el cerebro. No queremos dañarlo ni saltarnos los pasos en el orden correcto ¿verdad? –añadió sonriéndole.
- ¡Te mataré Dhonara! –gritó Eithelen, debatiéndose de nuevo contra sus ataduras.
- Discúlpame, pero lo dudo -respondió la elfa con ironía, antes de perforarle los oídos a la muchacha. En su rostro se reflejó la satisfacción ante el dolor de la chica.
- ¡Dhonara! –gritó de nuevo con furia Eithelen, mientras veía a Ayla caer al suelo, desmadejada.
Maldijo a la elfa y a sus acompañantes en su propia lengua, jurando venganza y tormento para todos los implicados en aquella barbarie. Pero, nuevamente, Dhonara hizo oídos sordos a sus palabras.
- Debemos darnos prisa, no soportará mucho más -analizó la elfa con ojo clínico, observando a la muchacha- El olfato –dijo entonces, tomando de nuevo su daga. Con un golpe seco, rompió el tabique nasal de la chica, antes de golpearlo de nuevo de forma repetida, haciendo que el rostro de Ayla se colmase de sangre.
- ¡Te mataré! ¡Te mataré, Dhonara! ¡Juro que lo haré!
- Es suficiente –concluyó la elfa, tras lo que pareció una eternidad, observando el rostro machacado de la chica.
El mundo alrededor de Eithelen se sumió en el silencio. Un silencio irreal, fruto de su propio dolor. Cálidas lágrimas recorrieron entonces sus mejillas, mientras veía caer nuevamente el destrozado cuerpo de Ayla al suelo. Sus dorados ojos, en medio del mutilado rostro parecieron buscar algo y, por un instante, la mirada de ambos volvió a encontrarse. Con un esfuerzo sobrehumano, el elfo le dedicó una cálida sonrisa, una de aquellas que solo ella había llegado a conocer, una última promesa de que aquello pronto llegaría a su fin y de que, fuese a donde fuese, volvería a encontrarla.
- No tienes energía ni para gritar, ¿verdad? –la voz de Dhonara le llegó lejana- Hemos llegado al final. Con esto vuestra aberración quedará purificada. ¿Qué...? –se interrumpió, al ver la expresión en el rostro del Inglorien- ¡Se acabó! –gruñó entonces con rabia.
Tomando el rostro de la chica, hundió sus pulgares en las cuencas oculares de Ayla, acabando con el último de sus sentidos. El grito que abandonó la boca de Eithelen fue tan desgarrador, que incluso sus captores miraron hacia un lado, mientras una sonrisa de triunfo se instalaba en la cara de la líder de los Ojosverdes.
El inerte cuerpo de Ayla se desplomó contra el suelo y Dhonara lo observó con satisfacción unos segundos, antes de limpiar sus manos cubiertas de sangre en la ropa de la muchacha. Eithelen contempló el rostro de su amada, irreconocible tras la tortura a la que había sido sometida. Un indescriptible dolor invadió su ser, pero fue incapaz de gritar para liberarlo. Estaba muerta. Había sufrido un indecible tormento y él había sido incapaz de hacer nada para detenerlo. Las lágrimas volvieron a surcar su rostro e, incapaz de seguir contemplado lo que le habían hecho a la mujer con la que había decidido compartir su vida, cerró los ojos, ahogándose en la pena y el dolor.
Dhonara volvió a hablar, pero ni siquiera se molestó en prestarle atención. Ya no importaba, ya nada lo hacía. Notó cómo lo liberaban de sus ataduras y lo obligaban a ponerse en pie. Entonces abrió los ojos y se encontró, cara a cara, con la pelirroja elfa. Se contemplaron mutuamente por unos segundos. Los ojos de ella destilaban desdén y desidia, mientras los de él se habían convertido en dos profundos pozos de frío odio.
- Dime Eithelen, ¿me matarías ahora si pudieses? –le preguntó con evidente tono de burla- Si mal no recuerdo, eras tú el que decía aquello de “los elfos, no matan a otros elfos” –volvió a sonreírle con ironía, antes de retroceder unos pasos- Así que cumpliré tu deseo. No será uno de los nuestros el que empuñe el arma que te sesgará la vida.
Sacando la daga que había utilizado para torturar a Ayla, la tendió hacia Hans, que se encontraba a un par de pasos del inerte cuerpo de su prima. El humano la observó primero perplejo, pero entonces la determinación se instaló en su rostro y, avanzando hacia ellos, tomó el arma por la empuñadura y se enfrentó a Eithlen.
- Que se ponga de rodillas –exigió.
- No –fue la parca respuesta de Dhonara. El humano la observó confundido- Ninguno de los míos, por muy bajo que haya caído, morirá arrodillado ante un humano. Si por mi fuera, no sería tu mano la que acabaría con su vida, pero prometí no matarlo.
Hans la observó, evidentemente atemorizado, antes de volver la vista de nuevo al peliblanco. El humano tragó saliva, nervioso, antes de decidirse. Rodeó entonces al elfo, para colocarse a su espalda y, agarrándolo del pelo al Iglorien, lo obligó a exponer el cuello. El elfo, mientras tanto, no había apartado la vista de la pelirroja ni por un segundo.
- Algún día sabrá la verdad –le dijo con tono calmado.
- Lo hará –respondió ella, con seguridad- y entonces sabremos quién ha sido el mejor mentiroso.
La afilada daga élfica, forjada originalmente para proteger a su pueblo de los enemigos que lo asolaban, cercenó limpiamente el cuello de Eithelen. La cálida sangre fluyó de inmediato desde el corte, manchando la pechera de su túnica. Los elfos que habían agarrado hasta entonces al Inglorien, soltaron sus brazos y el peliblanco se llevó, de forma involuntaria las manos al cuello. Sintió un temor instintivo al notar como la vida huía de él y poco a poco el mundo a su alrededor comenzó a oscilar, a desdibujarse…
Extendió una mano hacia la pelirroja figura de Dhonara, pero esta se había girado, dándole la espalda y a su alrededor comenzaron a juntarse otras figuras, el resto de los Ojosverdes. Intentó hablar, pero de su garganta solo surgieron gorgoteos incomprensibles. Observó entonces la rojiza sangre que cubría su mano y notó como sus piernas comenzaban a ceder…
Tarek cayó de rodillas en el pequeño islote en el centro del santuario. Su entorno mudaba de forma constante, superponiendo imágenes del bosque de Verisar a los pétreos muros de la caverna. Su limpia mano parecía a veces manchada de sangre y comenzó a notar que se ahogaba, que era incapaz de respirar, como si la sangre hubiese comenzado a inundar sus pulmones.
El mundo a su alrededor pareció girar y su cuerpo se desmoronó contra la fría piedra que conformaba el suelo del santuario. Ante él, como si de fantasmas se tratase, vio a los Ojosverdes rodear el cuerpo de Ayla, a Dhonara dar órdenes, una figura que se movía no muy lejos de ellos… Notó segundo a segundo, cómo la vida se escapaba del cuerpo de Eithelen, mientras un único pensamiento invadía su mente: una cálida sonrisa, cuya felicidad se reflejaba en unos ojos intensamente dorados, que lo observan desde la orilla de un río.
Incapaz de distinguir entre la realidad y el recuerdo, estiró de nuevo la mano, como intentando agarrar aquel nuevo espectro que se formaba en su mente, pero tanto la sonrisa, como la figura de los elfos que habían ayudado a destruirla, acabaron por desaparecer, cuando el líder de los Ingloren exhaló su último suspiro.
Todo pareció quedar entonces en silencio y lo único que Tarek fue capaz de escuchar, fue su propia respiración. La marea de sentimientos, el dolor y el sufrimiento habían desaparecido y en su lugar se había instalado un plácido vacío. Sin embargo, aquella nueva calma no duró demasiado, pues lo que había identificado como un retazo del recuerdo, se aproximaban en aquel momento hacia él, con paso firme. La figura lo encontró, todavía tendido en el suelo, y lo siguiente que sintió fue el dolor producido un por un puño que impactó directamente contra su cara.
La caída en aquel mundo casi onírico había sido confusa. Su mente se había visto atrapada por algo que le era ajeno. Solamente con el paso de los recuerdos había terminado por comprender que se había forjado algún tipo de vínculo entre él y Eithelen, que el agua del templo había conseguido algo más que traer de nuevo a ellos los recuerdos del pasado. El joven elfo no solo era espectador de la desgracia de su progenitor, sino que la estaba viviendo en su propia piel a través de la azul mirada de Eithelen.
Los sentimientos del elfo mayor, como los que inundaban su mente en aquel momento, hicieron que Tarek se tensase. No era capaz de percibir su propio cuerpo en la cueva, pero sabía que en aquel momento debía reflejar de alguna manera aquella tensión provocada por la amalgama de sensacioness que habían comenzado a invadir de nuevo su conciencia. El joven se maravilló de la intensidad de las mismas, al tiempo que la semilla de la traición comenzaba a germinar el él. Recordaba aquel otoño, cuando las hojas habían comenzado a caer de los robles. Recordaba la marcha de Eithelen, su negativa a que Tarek lo acompañase… Siempre había pensado que el líder de los Iglorien había partido a la batalla, a un lugar peligroso en el que joven elfo no tenía cabida. Ahora veía que su oposición tenía más que ver con aquel heréticos secreto que les había ocultado a todos.
Su flujo de pensamiento se vio interrumpido entonces por la llegada de la mujer de ojos dorados y, aunque intentó resistirse, todo lo que el peliblanco era, pareció diluirse en pos del recuerdo.
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Ayla caminaba sola por el bosque, balanceando con gracia una cesta de mimbre vacía. Dirigió sus pasos hacia la orilla del río en el que algunos meses antes se habían conocido. Eithelen, que llevaba horas esperando, la observó en silencio. Su primer impulso al verla había sido salir a su encuentro, pero algo, quizás un último resquicio de cordura, le hizo permanecer en el mismo sitio. La muchacha se afanaba en recoger, con delicadeza, algunas setas y él no pudo evitar contemplarla embelesado.
Sabía que volver había sido un error, no porque lo que sentía fuese perverso, sino por los problemas que podía acarrearle a ella… a ambos. Se había repetido lo mismo día tras día, mientras esperaba en aquel claro vacío, donde la había visto por última vez y donde ella deliberadamente lo había ignorado. Tras aquel efímero encuentro, había pasado semanas sin verla. Sin embargo, había acudido sin descanso a aquel lugar, incluso tras conocer que la muchacha había partido a Lunargenta, en una caravana de comerciantes. Eithelen se alegró por ella, pues sabía lo mucho que aquello la había ilusionado, pero cada día sin noticias de la muchacha se le había hecho interminable.
Por ello, cuando la vio aparecer entre los árboles, como si de una ilusión se tratase, todas las palabras que su mente había formado para aquel momento, se diluyeron como azúcar en el agua. Así como lo hizo la creciente preocupación que sentía por lo que estaba sucediendo al sur de Sandorai.
Acomodando el cabello tras una oreja, la muchacha dejó el cesto a un lado. Cortó una seta por la base del sombrero con una pequeña navaja, antes de alzarla hacia la luz del día y examinarla con ojo crítico. Eithelen la observó nuevamente embelesado (y el pequeño destello que suponía la conciencia de Tarek deseó arrancarse la piel, para poder sentir algo distinto a lo que el elfo mayor le transmitía en aquel momento).
Dando un paso al frente, el elfo se dejó ver y, con tono suave y calmado, llamó a la muchacha por su nombre.
- Ayla.
Ella se giró tranquila para mirarlo a la cara. Su rostro estaba sereno, demasiado. Eithelen era consciente de que estaba controlando su expresión, que mudó entonces en una tensa, aunque cordial, sonrisa.
- Eithelen –contestó ella con cierta frialdad.
Deteniendo un avance que no recordaba haber iniciado, el peliblanco la observó desde el centro del claro en el que se encontraban. “Quizás esto es lo mejor”, pensó. Él había sido demasiado cobarde para no acudir a ella cuando lo había llamado. Nuevamente la humana demostraba ser la que tenía más fortaleza de los dos. Quizás era el momento de poner fin a aquello, de volver cada uno a su vida, tranquila y sin riesgos. De dejar atrás aquel amor imposible y prohibido, de darle a ella la oportunidad de ser feliz entre los suyos. Esbozó una triste sonrisa por un instante, antes de mudar el rostro en una expresión más calma.
- Uno de los míos me comunicó que deseabas hablar conmigo y, puesto que no fue posible en nuestro último encuentro, aquí estoy.
Sacudiendo la tierra de la seta que acababa de cortar, la chica la colocó en la cesta junto a las demás.
- No te preocupes, comprendí tu respuesta. Quiero decir... Realmente nunca tuvo mucho sentido ¿verdad? Estaba llena de rabia por no entender qué había pasado, pero el tiempo y el viaje me ayudaron a comprender. No voy a ser un inconveniente para ti -le aseguró, usando una voz cordial pero falta de pasión- No tienes que preocuparte por mí, estoy bien -le aseguró, refiriéndose probablemente a la presencia de Ismil. Eithelen la observó alzando una ceja. Aquello carecía de sentido, a menos que…
- Es curioso que conozcas mi respuesta, cuando yo no conozco tu pregunta –le contestó, sin moverse del lugar en el que se había detenido, con las manos a la espalda. Había comenzado a comprender el porqué de la actitud de la muchacha. Ella lo observó unos instantes, descolocada.
- Desapareciste... Le pedí a ese elfo que te hiciese llegar mi mensaje y no viniste. Entendí que eso era en sí misma una respuesta –algo en su actitud cambió, como si la total seguridad que sentía hasta hacía un momento en sus conclusiones hubiese comenzado a agrietarse.
- Y asumiste que no quería venir -concluyó él la frase. Relajando la posición, se acercó un par de pasos más a ella- Las cosas han estado tensas en el sur –dijo entonces, serio- Los Ojosverdes... –se detuvo un instante, inseguro de si seguir hablando o no (Tarek notó su vacilación y, por un segundo, algo diferente pareció gestarse en la nube que eran los sentimientos de Eithelen, algo más feral, pero fue incapaz de definirlo, pues el elfo mayor lo cortó antes de que acabase por formarse)- no importa y tú no tenías porqué saberlo. Lamento no haber venido cuando me llamaste.
- Él dijo que temías por mi seguridad...-rebatió la muchacha, mirándolo confuso, pero sin retroceder. El asintió.
- Lo hago. Por más de una razón. Pero la más acuciante es que tu propio pueblo te desprecie o te ataque por... esto –añadió, señalándolos a ambos- Tampoco te negaré que temo lo que puedan hacer los míos -le dedicó otra de aquellas sonrisas que mostraban algo diferente a la felicidad- Espero que puedas tener una vida plena con alguien que te merezca y que no te obligue a vivir escondiendo lo que sientes. Te mereces algo mejor que esto –comentó y, con una respetuosa inclinación, se despidió de ella.
Retrocedió un par de pasos, sin darle la espalda, solo para poder empaparse una última vez de su imagen. Aquella sería la última vez que la vería, al menos guardaría aquel momento para siempre.
- Entonces eres tú el que no quiere respuestas –la voz de la chica sonó como un látigo en el silencio del claro, antes de que pudiese girarse para marcharse- Porque esa historia la has creado y decidido tú por los dos –lo observó con resentimiento- Nunca pensé que precisase estar con alguien para tener una vida plena, pero, de hacerlo, seré yo quien elija. Yo escogeré qué es lo que me merezco y qué no. Lo que deseo y lo que no. Y tú, estúpido elfo... –sus palabras se vieron interrumpidas cuando se mordió el labio, fruto del dolor. En su apasionado discurso había acabado por apretar la pequeña navaja hasta lacerarse la palma de una de las manos- Dioses...-murmuró, soltando la herramienta y cubriendo la herida con la tela de su falda.
Eithelen, que la había observado anonadado hasta aquel momento, se apresuró a acercarse a ella. Tomando con delicadeza la mano de la chica, impuso la suya sobre ella para curarla.
- Ahora ya puedes seguir diciéndole a este estúpido elfo lo que le ibas a decir –le bromeó entonces, mirándola a los ojos, sin soltarle la mano, y aguantando claramente la risa.
Ella no rehuyó su contacto, al contrario, acortó más la distancia, aferrándose a la mano del elfo. Clavaron la mirada uno en el otro por unos instantes, antes de que ella rompiese el silencio.
- Estúpido elfo... tú eres la persona a la que quiero. Nunca pensé sentir... nunca viví algo como esto. Nosotros...-titubeó antes de continuar, como si le costase encontrar las palabras- Sé que no es fácil... pero estoy dispuesta a correr cualquier riesgo. Nadie como tú merece más la pena –finalizó con resolución, antes de alzarse sobre la punta de los pies y besarlo.
-x-
De nuevo se encontraba en aquella oscura nada, en aquel vacío absoluto que, de alguna manera, aunque debería haberlo horrorizado, le traía calma y paz. Supo que lo que estaba por venir no sería más fácil de sobrellevar. El cambio de estaciones, los comentarios parciales de Eithelen… el final de aquella historia se aproximaba, pero Tarek temía a partes iguales lo que tardaría en llegar y el tener que enfrentarse a ello.
¿Cómo podía haber hecho aquello? El otoño de su reconciliación había sido el inicio del fin en el clan Inglorien. Sabhana, Iriel, Oriel… muchos habían muerto, otros habían desaparecido, algunos habían vuelto a quedarse huérfanos… Los miembros del clan habían comenzado a caer. Tarek siempre había supuesto que Eithelen se había desvivido por salvar a los suyos… que sus partidas se debían al temor de perder a alguien más. Pero no habían sido los Inglorien la causa de su ausencia, lo había sido aquella humana.
La oscuridad comenzó a clarear y, resignado, dejó que aquel infernal afecto volviera a apoderarse de él.
-x-
Hacía semanas que no se veían. Asuntos acuciantes lo habían mantenido ocupado en el sur. Los Ojosverdes había comenzado a forzar los límites de su territorio, invadiendo día a día un poco más los sagrados terrenos de los Inglorien. Eithelen temía por su gente. Nunca habían sido un clan numeroso y, con el paso de los meses, la ausencia de algunos de sus miembros se había hecho cada vez más patente.
Mittenwald, el pueblo en el que, según Ayla, había nacido su padre, los había acogido sin rechistar, sin preguntar. Los habitantes de aquel remoto lugar parecían acostumbrados al deambular de diferentes razas, a la existencia de parejas extrañas como la suya… o simplemente les preocupaban más sus problemas del día a día. Su relación hacía tiempo que había dejado de ser un secreto en aquellas tierras, pero nadie parecía inclinado a decir algo al respecto.
Eithelen se encaminó hacia la vivienda, que daba a un pequeño bosque de robles. Habían elegido aquella morada por estar apartada del resto de la población, pero también porque el bosque le ofrecía un acceso seguro, oculto a las miradas indiscretas. La noche caía cuando alcanzó la casa. El elfo abrió la puerta de la entrada, no sin antes volver la vista una vez más al bosque, para comprobar que nadie lo había seguido. Se internó en la vivienda y pronto vio a Ayla.
La humana se encontraba en la habitación principal, cerca del hogar. A su alrededor, en perfecto orden, se encontraban un telar y varios aperos básicos para trabajar en el campo y solventar los quehaceres cotidianos. La muchacha se encontraba de espaldas a la ventana, inclinada sobre el fuego, removiendo con una cuchara de madera lo que, a juzgar por el aroma, parecía jabón. La observó unos instantes desde el quicio de la puerta.
- ¿Marcharás pronto al mercado? -le preguntó, entrando finalmente en la estancia.
La humana se sobresaltó, dejó caer la cuchara de madera dentro de la olla y se giró para mirar al elfo, conteniendo la respiración por un segundo. Sin embargo, al momento sus ojos se derritieron al contemplarlo. Limpio sus manos con el paño que colgaba de su cinturón, antes de contestarle.
- No creo que me anime a ir por un tiempo. Odelia me ayudará, será ella quién lleve el jabón para venderlo -la sonrisa de ella brillaba, parecía radiante mientras lo observaba acercarse.
- ¿Acaso ha sucedido algo? ¿Te encuentras mal? -preguntó el peliblanco, con voz preocupada. Extendiendo las manos hacia ella, la ayudó a levantarse. Entonces se percató de algo que no había estado ahí la última vez que se habían visto. Tras unos segundos de titubeos solo fue capaz de preguntar- ¿Cómo...?
La cristalina risa de Ayla llenó la estancia de calidez. Estirando los brazos, rodeó el cuello del elfo para abrazarse a él.
- ¿De verdad me lo estás preguntando? -susurró a su oído con voz divertida.
- Si... quiero decir... no. ¿Cuándo...? Osea, cuántos.... –Eithelen la apartó de si un segundo para mirarla de nuevo, antes de volver a estrecharla entre sus brazos- ¿Desde cuándo?
- Hace cinco lunas de mi último sangrado -reveló ella, arrebujándose contra él y acariciando su espalda- Sé que no estaba en nuestros planes, pero… desde que lo sé me siento tan…-divagó buscando una palabra adecuada, sin éxito.
- Feliz -dijo él simplemente. Entonces la agarró con cariño del rostro y la besó.
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Aquella vez la oscuridad no le trajo paz ni sosiego. Cuando cruzó el umbral del templo con la chica, cuando vio aquel maldito nombre escrito en runas en el ponzoñoso libro del clérigo, supo sin demasiadas dudas quién era aquella insufrible criatura. Pero ver la alegría con la que Eithelen había acogido la noticia… la falta de realismo de aquella situación. No podía comprenderlo. ¿Cómo había podido estar el líder del clan Inglorien tan ciego? Aquel bosquejo de familia feliz no era más que una utopía. Una falacia sin futuro y, sin embargo, lo único que había invadido la mente del hombre al conocer la noticia había sido felicidad… y un intenso amor hacia la humana de ojos dorados.
Tarek recordó los meses tras aquel último Yulé antes de la muerte del Inglorien. Siempre había estado serio, circunspecto. Las escasas veces en las que lo había visto, parecía perdido en sus pensamientos. Ahora el joven podía adivinar el porqué.
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La humana estaba sentada junto al fuego. El invierno estaba cerca y el pequeño bulto que abrazaba contra el pecho precisaba de mucho calor. Tenía apenas cuatro semanas de vida. Ayla tarareaba una suave canción mientras la criatura dormitaba.
- Es tan pequeñita… -murmuro con voz dulce, hablándole a Eithelen. Este estiró un brazo para retirar una sección de la mantita que cubría a la niña y poder verle mejor el rosto
- Pequeña y perfecta -dijo él, con evidente cariño, acariciando el moflete del bebé. Le dedicó entonces a Ayla una sonrisa. Alzándose, se acercó más a muchacha para darle un beso en la frente, antes de volver a tomar entre manos el pincel y la tinta que le permitirían acabar de grabar las runas en la pared- Cuando sea mayor, le enseñaré a dibujarlas -dijo, un poco ausente, mientras pasaba la mano sobre los primeros trazos, que ya se habían secado. Ayla lo dejó hacer en silencio.
- Reconozco tu nombre y el mío, pero ¿y el resto? –preguntó entonces, observando la pared. El bebé se estiró entonces entre sus brazos, reclamando la atención de su madre, que se levantó para pasear suavemente, meciéndola consigo.
Eithelen las observó un instante, con cariño, antes de volverse de nuevo a la inscripción. Señalando las palabras, empezó a traducirlas.
- Estelüine, hija de Eithelen y Ayla –leyó- Solo me falta añadir la fecha de su nacimiento.
Se dispuso a trazar las últimas runas, que después examinó con ojo crítico. Su hija, Estelüine, recibiría el amparo de la sangre del clan, como le correspondía. Aquella casa podía derruirse, pero la pared con las runas siempre permanecería, marcándola como un miembro de los Inglorien. Tomó entonces a la niña en brazos y la acunó, antes de hablarle con voz calmada.
- Estelüine –repitió- Nuestra “esperanza azul”. La prueba de que el mundo es algo más que odio y rencor… de que, aunque seamos diferentes, podemos conseguir cosas maravillosas juntos –tomó entonces la mano de Ayla y la alzó, observando el anillo que meses antes le había regalado- “El agua demasiado pura no tiene peces” –terminó, recitando en elfico la inscripción grabada en el alhaja.
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Lo último que registraron los ojos de Eithelen, y por lo tanto los de Tarek, antes de que todo volviese a desvanecerse fue la intensa mirada azul del bebé. Un color poco común entre su gente, pero un rasgo distintivo entre los Inglorien. Un atributo que jamás debería haber heredado, un trazo que no le pertenecía a alguien como ella.
La imagen de aquel mural recién pintado se intercaló con la de una pared entera en una casa semiderruida, en una aldea que había sido reclamada por la naturaleza. Las mismas palabras, la misma estancia, pero un vacío que hablaba de desolación y tragedia. Aquel había sido el primer aviso para el joven elfo de que, la información que poseía, no era más que un grano de arena en medio de un inmenso desierto. Un aviso que debería haber escuchado, que debería haberlo detenido. Ahora había pagado con su propio legado el conocimiento de algo que prefería no haber sabido nunca.
Se acercaba el final, Tarek lo sabía. Había notado la tensión y la inquietud en Eithelen cuando observaba a la niña. El elfo mayor había intentado apartar aquellos pensamientos, aquellas sensaciones, pero algo de ellas había acabado por filtrase hasta el joven. Si sus cálculos no eran erróneos, cuando Eithelen había muerto hacía casi tres años que aquella blasfema relación había comenzado y, si lo que le había contado el anciano abuelo de la chica en Eiroás era cierto, apenas restaban unos meses para el desenlace de aquella historia. Tres largos años de mentiras y secretos, de vivir dos vidas en el espacio de una. Tarek sintió como algo en su interior se resquebrajaba, algo que hacía tiempo que estaba mellado, pero que había mantenido viva una esperanza basada en una vil mentira.
Los sonidos del bosque fueron lo primero que acudió aquella vez a su encuentro y, poco a poco, volvió a sumergirse en otra de aquellas dolorosas memorias.
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La última noche habían tenido suerte. Habían podido dormir en el establo de una pequeña granja que se encontraron en medio de una extensión enorme de trigo. Los propietarios observaron con reticencia a los dos adultos, sobre todo a Eithelen, cuando se percataron de su raza, pero la granjera se derritió cuando el pequeño bulto que en ese momento portaba el elfo entre sus brazos comenzó a hacer ruiditos y moverse. Con paja seca, mantas y compartiendo mesa y comida caliente con la pareja de campesinos y sus cuatro hijos adolescentes, la pareja había encontrado un poco de reposo. Con la energía recargada, continuaron a la mañana siguiente el camino, buscando entrar cuanto antes en territorio de Verisar. Ayla mantenía en aquel momento a la pequeña Estelüine en brazos, haciendo ruiditos con ella mientras avanzaban. Aunque llevaban dos meses escapando de Mittenwald, la humana no había dejado entrever aprensión o cansancio por la situación en la que se encontraban.
- No tardaran en salir sus primeros dientes -canturreó alzando al bebé sobre su cabeza.
- Si... -dijo Eithelen, ausente y claramente preocupado. Entonces suavizó la expresión y le sonrió- Es una buena noticia. Está creciendo muy rápido -miró a la pequeña con ternura- Debemos apresurarnos. Los caminos no son seguros.
Ayla bajó al bebé, que se había quedado mirando a su padre cuando este le había sonreído.
- Eith...-murmuró con voz suave y mirada dulce.
- Lo siento Ayla. Lo siento tantísimo. Todo esto, esta huida sin fin, es culpa mía –se disculpó nuevamente él, negando con la cabeza, abatido- Nunca debí dejar que esto pasase. Debería haber cuidado mejor de vosotras.
La humana se detuvo y, tomando de la mano al elfo, lo atrajo hacia ella, para hacerse a un lado del camino. Bajo la sombra de un árbol cercano, Ayla clavó los ojos en él.
- Eithelen –comenzó, haciendo que la mirase a los ojos. El bebé en sus brazos alzaba el rostro y miraba con las pupilas dilatadas las flores que brotaban de la rama más próxima a su cabeza. La muchacha le sonrió- Si quieres llorar, hazlo. Yo limpiaré tus lágrimas. Si sientes dolor en tu corazón está bien, yo te calmaré. Los que nos buscan son otros y no hay nada de malo en lo que hemos hecho -el bebé alzó las manos intentando alcanzar una flor- Eithelen –ella lo miró con intensidad- No importa la distancia que hubieras querido mantener entre nosotros, si hubieses levantado un muro, encontraría la forma de atravesarlo. Mi corazón no se va a mover sobre lo que siento por ti. Estamos atravesando ahora tiempos oscuros, pero no tienes que pensar en cosas innecesarias, no te cuestiones –dijo ella con sinceridad- Podrías poner un océano entre nosotros Eithelen, que no nos separará – aseguró entonces. El la observó unos instantes antes de responder.
- Creo que con los lloros de Estelüine tenemos lágrimas suficientes para lo que queda de día –intentó relajar la tensión, al tiempo que le dedicó una caricia al bebé- Si mi gente no fuese tan... Mi pueblo vive durante siglos y aun así es incapaz de cambiar. Temo el mundo al que hemos traído a nuestra hija, pero no lamento haberlo hecho. Nunca lo lamentaré.
La sonrisa en el rostro de la humana se hizo más amplia. Alzando la mano, agarró la rama la que el bebé estaba tratando de alcanzar y se la aproximó. La niña agarró con fuerza una de las flores, estrujándola en su pequeño puño.
- Todo irá bien –susurró finalmente la muchacha, antes de ponerse de puntillas buscando los labios del elfo.
-x-
Verisar… La última vez que lo habían visto con vida había sido allí, en la región de Verisar. Eithelen sabía que el final se acercaba. Algo en su mente le impelía a apartar aquel pensamiento, tener esperanza. Pero Tarek había podido sentir su frustración, su miedo, su pesar. Miles de pensamientos y sensaciones habían recorrido la mente del elfo mayor en aquel último recuerdo. Planes, opciones, subterfugios… cualquier cosa que le permitiese proteger a su familia y huir con ella lejos, a un lugar seguro. Pero, ¿quién los perseguía? El temor que había exudado Eithelen no se correspondía con lo que podría haberse esperado de un guerrero como él en una lucha contra un contingente humano. Había algo más. Un enemigo más peligroso.
Aquel no había sido su final, pues la primavera había florecido en aquel último recuerdo y la muerte del elfo no se había producido hasta el otoño. Seis meses, aquel era el tiempo que había trascurrido entre su última conversación, aquella que tantas veces lo había perseguido en sus pesadillas. La obstinada oposición del líder Inglorien a que lo acompañase, la orden final con la que había puesto fin a sus reclamaciones y le había hecho jurar que no abandonaría las tierras del clan. La aldea prácticamente vacía, desolada. Ismil, la mano derecha de Eithelen tras la muerte del padre biológico de Tarek, había regresado en un par de ocasiones durante aquel periodo de tiempo, pidiéndole paciencia, asegurándole que la gesta de Eithelen pronto llegaría a su fin. Que volvería a buscarlo. Pero aquello nunca había sucedido. Un consejero del Árbol Madre había sido el encargado de darle la noticia, de explicarle que todo había terminado, que volvía a estar solo.
Algo le dijo que el siguiente recuerdo, aquel que empezaba a formarse ya a su alrededor, marcaba el inicio del final del aquel periplo. La respuesta a años de incertidumbre, a la justa a la que había dedicado su vida. Lo primero que percibió fue el frío y, resignado, dejó que su conciencia se diluyese, una vez más, en la esencia de Eithelen.
-x-
La nevada había sorprendido a todos en aquella región. Siendo mediados de otoño, la nieve que había comenzado a caer, más en aquella zona cercana a la costa, no tenía explicación. Las gentes del lugar comentaban que era la otra cara de las buenas cosechas. Las producciones más altas en décadas daban paso a un frío casi gélido que había cubierto de blanco las tierras de la región. Ayla miró a Eithelen, que portaba al pequeño bebé, que estaba a punto de cumplir el año de vida.
- Debemos de tomar una decisión pensando en lo mejor para Estel -dijo con dulzura, acariciando el antebrazo del elfo, en el que reposaba la cabeza de su hija.
El elfo observaba a la pequeña con adoración, mientras la mecía para dormirla. La observó entre sus brazos, lo más frágil y preciado que poseía. Un suspiro cansado abandonó sus labios. Entonces dirigió su mirada a Ayla.
- Ojalá hubiese podido daros una vida mejor. Lo lamento, Ayla -cerró los ojos un instante, como para centrarse- Intentaré hablar con ellos. Quizá no sirva de nada, pero los alejaré de vosotras.
La humana alzó los ojos al cielo, acariciando la cabeza del bebé con suavidad.
- ¿Todavía con esas? -preguntó con un leve tono de reproche en la voz- Los dos hemos recorrido este camino porque hemos querido. Estoy aquí porque he deseado caminar a tu lado. Y eso es suficiente. Es lo único que importa -zanjó con la decisión de quien justifica que precisa oxígeno para respirar- Llegados a este punto, al confín del continente, yo también creo que no queda otra que hablar. Pero no irás solo -aseguró mirándolo a los ojos- En cambio, Estel... ellos no saben de su existencia... no me siento segura respecto a llevarla con nosotros. Tolerar nuestra relación ya será complicado, si saben de la existencia de una mestiza no sé cómo se lo tomarán -comentó con reparo, antes de hundir el rostro contra la cara de la niña.
Eithelen la observó atento, como hacía cada vez que ella hablaba. Había algo en la voz de la mujer que lo hechizaba. Aquella sentencia fulminante en su discurso le recordó el día en que se habían conocido.
- Iremos juntos, entonces -dijo. Observó como Ayla jugaba con la niña y, tras unos minutos, se la entregó- Enviaré un mensaje a Ismil. Si algo nos pasase... él se hará cargo de ella -acarició la frente de la niña, antes de abandonar el lugar para enviar la misiva a su lugarteniente.
Ayla permaneció con la niña, meciéndola hasta que se durmió. En su paseo, acabó ante la boca de una pequeña cueva. Poco profunda, parecía deshabitada. Allí la encontró el Inglorien a su regreso, pensativa.
- Parece una lobera en desuso –comentó ella, al notar su presencia.
-x-
Aquel retazo del pasado había sido efímero, pero su significado fue claro para el joven elfo. Aquel era el lugar donde habían dejado a Iori, donde el viejo soldado la había encontrado.
Se acercaba el desenlace de la historia. Tarek deseó y temió su llegada a partes iguales. Sin embargo, su estancia en el vacío pareció durar más de lo normal. Lo primero que notó fue dolor. No un dolor físico, sino algo diferente, una mezcla entre desesperación, angustia y desesperanza. Una sensación de ahogo que no había sentido hasta ese momento. Imágenes intermitentes, escenas de lo acaecido en las horas posteriores al último momento revivido, asaltaron su mente.
Vio a la humana entregando a Eithelen, con ojos llorosos, al bebé, antes de abandonar la cueva.
En la siguiente escena, el elfo envolvía a la niña en un retazo de su capa, mientras le susurraba algo en el antiguo idioma de su gente. Una promesa.
Un pequeño bulto azul removiéndose en el suelo de la caverna, mientras el elfo abandonaba el lugar, sin mirar atrás una última vez, incapaz de enfrentar la inevitabilidad de lo que estaba por suceder.
Desesperanza, mientras veía a la mujer que amaba recomponerse unos pasos más adelante, antes de girarse a él y dedicarle una sonrisa de ánimo.
Un abrazo que pretendía imbuir valor. Unas palabras vacías para insuflar coraje en un corazón destrozado.
Árboles a su alrededor. Un camino que, paso a paso, los acercaba al fin… desazón…
Un alto en el camino… un último beso…
La conciencia de Tarek gritó ante la apabullante sucesión de recuerdos y sensaciones. La poca cordura que le restaba, se preguntó si sus cuerdas vocales habrían emitido aquel mismo sonido desde su inerte cuerpo en el santuario. De repente, la vorágine de imágenes pareció detenerse, hasta dejarlo de nuevo en el bosque, su mano rodeada del cálido abrazo de otra, mientras se encaminaban a lo que sabía que era un acto desesperado. Hacia el fatídico momento de su muerte.
-x-
El silencio se había instaurado entre la pareja, que caminaba tomada de la mano, con una calma que ninguno de los dos sentía. Pequeños apretones de ánimo los ayudaron a seguir adelante, cuando la fortaleza de uno de los dos daba signos de flaquear. Recorrieron el mismo camino que los había llevado hasta la cueva, en dirección a la pequeña aldea que habían cruzado apenas unas horas antes. A su alrededor, el bosque parecía tranquilo, imperturbable.
Lo primero que notó fue el éter, emanando de al menos de un numero indeterminado de personas. Apretando la mano de Ayla, detuvo su avance, colocándose un paso por delante, en gesto defensivo. Entonces la vio. La elfa, salió de entre los árboles con gesto impasible, avanzando hasta quedar a unos metros de ellos. Le dedicó al Inglorien una enigmática sonrisa, que el elfo estuvo seguro de que no presagiaba nada bueno.
(“¿Dhonara?”, pensó Tarek con desconcierto)
- Dhonara… -dijo Eithelen con calma. Soltando la mano de Ayla, avanzó un paso… y un proyectil impactó de forma limpia y certera en su muslo.
Perdiendo el equilibrio por uno segundo, cayó con la rodilla al suelo, mirando alrededor, para identificar al arquero. En uno de los árboles cercanos, un humano recargaba una ballesta, antes de volver a apuntarle. Se maldijo por haber caído en la trampa. Dhonara y los suyos se habían expuesto intencionalmente, para que identificase su éter, haciéndole asumir que eran los únicos atacantes. Jamás habría imaginado que el clan más radical de Sandorai se aliaría con su enemigo natural para tenderle una emboscada.
Notó movimiento cerca de ellos y, tragándose el dolor, se levantó, daga en mano, para defender a Ayla. Otro elfo del clan Ojosverdes se había acercado a ella, con clara intención de apresarla, pero el peliblanco consiguió apartarlo de ella, antes de que llegase a tocarla. Un segundo individuo lo atacó entonces desde el flanco contrario, haciéndolo retroceder. Tras un par de ofensivas más, consiguió herir a uno de ellos, pero aquello no los hizo retroceder. Continuaron atacándolo insistentemente y, demasiado tarde, se percató que su intención había sido apartarlo de la humana.
- ¡Basta! –la voz de Dhonara tronó en medio del desolado bosque. Su mano izquierda cerrada en torno al cuello de Ayla, mientras con la derecha sacaba con parsimonia una daga de entre sus ropajes, para colocarla contra la yugular de la muchacha.
La Ojosverdes, que no había perdido aquella perturbadora sonrisa con la que los había recibido, lo miró entonces con malicia, sabiendo de antemano cual sería el siguiente movimiento del peliblanco. Consciente de que no tenía más opción que rendirse, Eithelen dejó caer la daga al mullido suelo del bosque, donde instantes después, dos elfos lo hicieron arrodillarse, tras retirar de su cuerpo todas las armas que portaba.
- Esperaba más de ti –comentó entonces Dhonara. El líder Inglorien le dirigió una mirada cargada de furia contenida- ¿De paseo por el bosque a estas horas? Creía que hacía semanas que nos habías detectado.
- Hemos venido a hablar –respondió entonces el peliblanco. La Ojosverdes se limitó a bufar ante aquella insólita respuesta- No tienes derecho a hacer esto, Dhonara.
- ¿Esto? Tú eres el que no tiene derecho a hacer esto, Eithelen. Precisamente tú –escupió las últimas palabras con evidente asco- Eras uno de nuestros mejores guerreros y has acabado cayendo en el nocivo influjo de... esto –añadió, haciendo referencia a Ayla, apretando el agarre sobre el cuello de la chica.
La humana, cuyo cuerpo dejaba entrever la tensión que sentía, entornó los ojos y apretó los dientes al notar la presión que la mano de la elfa ejercía sobre ella.
- Dejad que os expliquemos -murmuró con voz controlada, tratando de mostrarse cordial.
- Nadie ha pedido tu opinión, humana –escupió la elfa entre dientes, antes de apretar más su cuello y tirar de la muchacha hacia arriba, obligándola a apoyarse sobre las puntas de los pies.
- ¡Dhonara! -la voz de Eithelen tronó cuando pronunció el nombre de su congénere- Ya basta –añadió entonces, en un tono más calmado, aunque amenazante.
La risa de Dhonara inundó el bosque. El resto de elfos permaneció en cambio impasible. Los cuatro observaban la escena en silencio, aunque sin ocultar la repulsa que sentían por lo que el líder de los Inglorien había hecho.
- Tú ya no das las órdenes, Inglorien. ¿Qué vas a hacer, atacarnos a todos? Sabes que le partiría el cuello antes incluso de que llegases a levantarte -lo amenazó Dhonara.
Ayla jadeó entonces, incapaz de respirar. Con las manos palmeó el antebrazo de la elfa, aferrándose a ella, en un intento de aliviar la presión y permitir que el aire invadiese sus pulmones.
- Suéltala –pidió entonces el peliblanco, con claro tono de súplica- Esto es entre nosotros. No tienes por qué implicarla.
- Eso deberías haberlo pensado antes de arrastrar por el fango el honor de tu clan y de tu pueblo –respondió la elfa. Lo observó unos instantes más, antes de aligerar la presión sobre el cuello de la chica, permitiéndole volver a apoyar los pies en el suelo- ¿Qué te ha pasado, Eithelen? Eras uno de los grandes. No es que fueras mi compatriota preferido, admitámoslo, creo que te tenían en más estima de la que te merecías, pero eras un guerrero, uno de los buenos. ¿Cómo has acabado así?
La azul mirada del elfo se cruzó entonces con los dorados ojos de la humana. Vio surgir en ella una determinación que lo llenó de orgullo, pero también de espanto. Quería luchar. Eithelen negó con la cabeza, pidiéndole paciencia. Había convivido el tiempo suficiente con los Ojosverdes como para saber que no sería rival para ellos, menos aún para Dhonara. Acabaría muerta antes incluso de conseguir plantarle cara a la elfa. Tenía que haber una manera de arreglar aquello, pensó el elfo. Una forma de solucionarlo de forma civilizada o, al menos, de evitar que la chica muriese con él.
- Tomé una decisión, como muchos otros antes. Puedes estar más o menos de acuerdo con ella, pero al final solo me incumbe a mí –Dhonara abrió la boca para contestar, pero el elfo la interrumpió- Ni siquiera iba a seguir ostentando el liderazgo del clan. Supongo que ya lo sabes.
- El clan... -se mofó la elfa pelirroja, mirándolo con desdén- Un clan muerto. Por tu culpa. Estabas demasiado ocupado jugando con tu mascota, como para preocuparte de tu gente.
Una abrumadora rabia invadió entonces a Eithelen (y Tarek se sintió incapaz de gestionar aquella furia, aquel inhumano dolor que el elfo mayor le estaba transmitiendo). Un ansia asesina se apoderó de él. Intentó alzarse para abalanzarse sobre la elfa, pero sus captores volvieron a inmovilizarlo, golpeándolo en las heridas infringidas durante la lucha.
- ¿Acaso te he ofendido? -preguntó Dhonara con tono de burla.
- Sabes tan bien como yo que eso fue obra de los tuyos –escupió el elfo- El Consejo del Árbol Madre acabará por descubrirlo.
- ¿Y qué harán entonces? Ni siquiera se atreven a entrar en el Campamento por temor a nosotros. ¿Crees que van a defender el honor de un clan que no existe?
- Todavía queda Tarek –añadió entonces Eithelen.
- Tarek es un Ojosverdes. No temas por él, nos ocuparemos de que no vuelva a estar solo –le respondió ella, con una sonrisa socarrona
- ¿Por eso lo haces? -preguntó Eithelen con incredulidad- ¿Porque no quise entregarlo?
- Lo hago porque has traído la vergüenza a nuestro pueblo. Tu blasfemia debe ser castigada. Solo me molesta que tu condena no vaya a servir de ejemplo para otros. Pero eres demasiado conocido. No temas, Eithelen, le diremos a todos que moriste por culpa de los humanos. Al fin y al cabo, es cierto –se burló, apretando una vez más el cuello de Ayla, antes de lanzarla al suelo, a sus pies.
Con un par de gestos rápidos, indicó a los elfos que se encontraban tras ella que se acercasen. Entonces Eithelen distinguió una figura conocida entre ellos: Hans, el primo de Ayla. El humano observó a la chica nervioso, pero su expresión se tornó en una máscara de odio cuando dirigió sus ojos al elfo.
- Qué no se mueva –ordenó Dhonara a los elfos que mantenían inmovilizado a Eithelen- y que no aparte la vista.-la elfa rodeó entonces a la muchacha, como si de un depredador se tratase, evaluando a su presa con ojo crítico.
- ¿Qué vas a hacer? –Eithelen intentó mantener la voz calmada, pero la furia que sentía se dejó entrever en sus palabras.
- Lempë Urth –contestó la pelirroja, aún sin mirarlo.
Los dos elfos que habían escoltado a Hans, se dirigieron entonces hacia el líder de los Inglorien. Uno de ellos portaba una larga barra de hierro, que clavaron a espaldas del peliblanco, para posteriormente atarlo a ella con correas de cuero. Lempë Urth, las cinco muertes El peliblanco sabía que aquel era el peor castigo que el destino podía haberle deparado, pero se consoló al pensar que al menos sería él quién cargaría con el peso de la condena. Observó a Ayla, aún tirada en el suelo, mientras lo amarraban para evitar que se revolviese o los atacase durante el proceso.
Suplicaría por la vida de Ayla antes de que comenzasen. Quizás su muerte fuese suficiente para aplacar la ira de los Ojosverdes. Quizás…
- Deberías sentirte afortunado –dijo entonces Dhonara- Será la primera vez que se le aplique a un humano y tú vas a poder presenciarlo –la mirada que le dirigió al líder de los Inglorien estaba cargada de malicia. De nuevo, había asumido que lo que la pelirroja le mostraba era la realidad.
- No –murmuró con desesperación, dándose cuenta de su gran error. Había dejado que lo inmovilizasen, que lo privasen de cualquier opción de defenderla, pensando que sería él quién sufriría el castigo- Dhonara, por favor –suplicó entonces, despojado de cualquier rastro de orgullo- Yo soy quién ha cometido el crimen.
- Pero será ella quién pague por ello -contestó la elfa. Con un nuevo gesto, indicó a uno de los Ojosverdes que agarrase a Ayla, para ponerla de rodillas.
- Detente Dhonara –pidió de nuevo el peliblanco, mientas veía como la pelirroja se acercaba hasta Ayla.
- Primero el tacto –anunció, antes de cercenar una de las manos de la muchacha.
- ¡No! ¡Ayla! –los gritos de Eithelen, pronto se convirtieron aullidos de desesperación, mientras intentaba librarse de sus ataduras, sin conseguirlo.
Dhonara, por su parte, siguió con aquel cruel ritual, haciendo oídos sordos a los lamentos y amenazas del peliblanco. Le dedicó en cambio otra de aquellas crueles sonrisas cuando Hans, el primo de Ayla, procedió a cercenar la otra mano de la chica.
- ¡No puedes hacer esto! ¡Detente! –le reprochó el elfo, mientras los gritos de dolor de su amada reverberaban en el bosque- ¡Te mataré Dhonara! ¡Os mataré a todos!
Dhonara se acercó de nuevo a la chica, acercando la afilada daga a la cara de la misma tras obligarla, con ayuda de uno de sus esbirros, a abrir la boca.
- Segundo, el gusto –comentó con tranquilidad, antes de cortar con saña y lentitud la lengua de la muchacha.
Los gritos de dolor de Ayla se entremezclaron con los de Eithelen, que intentó forzar una vez más las correas que lo amarraban, sin obtener más resultado que el de descarnar sus propias muñecas. A pesar de ello no se rindió, esperando de alguna manera, encontrar una solución a aquello. Acabar con la pesadilla que se desarrollaba ante sus ojos y que lo hacía morir, poco a poco, mientras veía como mutilaban a su amada.
Palabras incongruentes abandonaron sus labios al ver el estado en que se encontraba la chica. La impotencia, el dolor de saberse incapaz de hacer nada, lo estaba volviendo loco. Entonces Dhonara se acercó a la muchacha y, arrodillándose ante ella, la tomó del rostro para susurrarle, con falso cariño, unas palabras.
- Usaremos tu dolor como pago por tu pecado. Como ofrenda para purificar la infame relación a la que arrastraste a uno de los mejores –le explicó, como se explica a un niño el castigo por contestar mal a uno de sus mayores. La elfa soltó entonces a la muchacha, que cayó hacia delante, semiinconsciente.
- Detén esto Dhonara –suplicó una última vez Eithelen- Por favor. Mátanos, si eso es lo que quieres, pero no continúes con esto.
La elfa lo miró con desidia, antes de golpear con el pie el costado de la chica y volver su atención hacia ella.
- No dejaré que te ausentes todavía. No hemos terminado –le dijo a la inconciente chica. Inclinándose sobre ella, la agarró del pelo, para obligarla a incorporarse - ¿Me oyes? –le preguntó, mientras uno de los elfos la ayudaba a poner a la humana de rodillas- Bueno, no por mucho tiempo –comentó con crueldad- Lempë Urth. ¿Sabes lo que significa en tu idioma? –le preguntó entonces- Cinco muertes. Es el nombre del castigo reservado a los peores traidores. Aquellos que no merecen ni el aire que respiran. Perderás los órganos de los cinco sentidos uno a uno, hasta que la muerte te llegue por las heridas sufridas. No suele tardar, aunque depende de la fortaleza de cada uno.
- ¡Dhonara! –la voz de Eithelen, rota por el dolor resonó de nuevo en el bosque.
- Claro que, este castigo debería de ser aplicado a ti, Eithelen –dijo entonces, dirigiéndose a él- Pero creo que haciéndoselo a ella tu sufrimiento es mayor. Y es a fin de cuentas el dolor, el fin último de esta condena –volvió entonces el rostro hacia la chica- Bien, ahora que ya sabes de qué se trata y por qué lo hacemos, podemos continuar con el siguiente paso –alzó una mano hacia uno de los dos elfos que la acompañaban y este se acercó a ella- Punzones - pidió. El joven le tendió unas finas puntas metálicas- Solo se necesitan siete centímetros para alcanzar el fondo del oído. Allí reside el tímpano, y cualquier herida en él se traduce en la pérdida de la audición para siempre -ilustró la elfa mientras tomaba el rostro de Ayla con una mano- ¿Ves? esta longitud es suficiente para perforarlo, sin que se alcance de modo alguno el cerebro. No queremos dañarlo ni saltarnos los pasos en el orden correcto ¿verdad? –añadió sonriéndole.
- ¡Te mataré Dhonara! –gritó Eithelen, debatiéndose de nuevo contra sus ataduras.
- Discúlpame, pero lo dudo -respondió la elfa con ironía, antes de perforarle los oídos a la muchacha. En su rostro se reflejó la satisfacción ante el dolor de la chica.
- ¡Dhonara! –gritó de nuevo con furia Eithelen, mientras veía a Ayla caer al suelo, desmadejada.
Maldijo a la elfa y a sus acompañantes en su propia lengua, jurando venganza y tormento para todos los implicados en aquella barbarie. Pero, nuevamente, Dhonara hizo oídos sordos a sus palabras.
- Debemos darnos prisa, no soportará mucho más -analizó la elfa con ojo clínico, observando a la muchacha- El olfato –dijo entonces, tomando de nuevo su daga. Con un golpe seco, rompió el tabique nasal de la chica, antes de golpearlo de nuevo de forma repetida, haciendo que el rostro de Ayla se colmase de sangre.
- ¡Te mataré! ¡Te mataré, Dhonara! ¡Juro que lo haré!
- Es suficiente –concluyó la elfa, tras lo que pareció una eternidad, observando el rostro machacado de la chica.
El mundo alrededor de Eithelen se sumió en el silencio. Un silencio irreal, fruto de su propio dolor. Cálidas lágrimas recorrieron entonces sus mejillas, mientras veía caer nuevamente el destrozado cuerpo de Ayla al suelo. Sus dorados ojos, en medio del mutilado rostro parecieron buscar algo y, por un instante, la mirada de ambos volvió a encontrarse. Con un esfuerzo sobrehumano, el elfo le dedicó una cálida sonrisa, una de aquellas que solo ella había llegado a conocer, una última promesa de que aquello pronto llegaría a su fin y de que, fuese a donde fuese, volvería a encontrarla.
- No tienes energía ni para gritar, ¿verdad? –la voz de Dhonara le llegó lejana- Hemos llegado al final. Con esto vuestra aberración quedará purificada. ¿Qué...? –se interrumpió, al ver la expresión en el rostro del Inglorien- ¡Se acabó! –gruñó entonces con rabia.
Tomando el rostro de la chica, hundió sus pulgares en las cuencas oculares de Ayla, acabando con el último de sus sentidos. El grito que abandonó la boca de Eithelen fue tan desgarrador, que incluso sus captores miraron hacia un lado, mientras una sonrisa de triunfo se instalaba en la cara de la líder de los Ojosverdes.
El inerte cuerpo de Ayla se desplomó contra el suelo y Dhonara lo observó con satisfacción unos segundos, antes de limpiar sus manos cubiertas de sangre en la ropa de la muchacha. Eithelen contempló el rostro de su amada, irreconocible tras la tortura a la que había sido sometida. Un indescriptible dolor invadió su ser, pero fue incapaz de gritar para liberarlo. Estaba muerta. Había sufrido un indecible tormento y él había sido incapaz de hacer nada para detenerlo. Las lágrimas volvieron a surcar su rostro e, incapaz de seguir contemplado lo que le habían hecho a la mujer con la que había decidido compartir su vida, cerró los ojos, ahogándose en la pena y el dolor.
Dhonara volvió a hablar, pero ni siquiera se molestó en prestarle atención. Ya no importaba, ya nada lo hacía. Notó cómo lo liberaban de sus ataduras y lo obligaban a ponerse en pie. Entonces abrió los ojos y se encontró, cara a cara, con la pelirroja elfa. Se contemplaron mutuamente por unos segundos. Los ojos de ella destilaban desdén y desidia, mientras los de él se habían convertido en dos profundos pozos de frío odio.
- Dime Eithelen, ¿me matarías ahora si pudieses? –le preguntó con evidente tono de burla- Si mal no recuerdo, eras tú el que decía aquello de “los elfos, no matan a otros elfos” –volvió a sonreírle con ironía, antes de retroceder unos pasos- Así que cumpliré tu deseo. No será uno de los nuestros el que empuñe el arma que te sesgará la vida.
Sacando la daga que había utilizado para torturar a Ayla, la tendió hacia Hans, que se encontraba a un par de pasos del inerte cuerpo de su prima. El humano la observó primero perplejo, pero entonces la determinación se instaló en su rostro y, avanzando hacia ellos, tomó el arma por la empuñadura y se enfrentó a Eithlen.
- Que se ponga de rodillas –exigió.
- No –fue la parca respuesta de Dhonara. El humano la observó confundido- Ninguno de los míos, por muy bajo que haya caído, morirá arrodillado ante un humano. Si por mi fuera, no sería tu mano la que acabaría con su vida, pero prometí no matarlo.
Hans la observó, evidentemente atemorizado, antes de volver la vista de nuevo al peliblanco. El humano tragó saliva, nervioso, antes de decidirse. Rodeó entonces al elfo, para colocarse a su espalda y, agarrándolo del pelo al Iglorien, lo obligó a exponer el cuello. El elfo, mientras tanto, no había apartado la vista de la pelirroja ni por un segundo.
- Algún día sabrá la verdad –le dijo con tono calmado.
- Lo hará –respondió ella, con seguridad- y entonces sabremos quién ha sido el mejor mentiroso.
La afilada daga élfica, forjada originalmente para proteger a su pueblo de los enemigos que lo asolaban, cercenó limpiamente el cuello de Eithelen. La cálida sangre fluyó de inmediato desde el corte, manchando la pechera de su túnica. Los elfos que habían agarrado hasta entonces al Inglorien, soltaron sus brazos y el peliblanco se llevó, de forma involuntaria las manos al cuello. Sintió un temor instintivo al notar como la vida huía de él y poco a poco el mundo a su alrededor comenzó a oscilar, a desdibujarse…
Extendió una mano hacia la pelirroja figura de Dhonara, pero esta se había girado, dándole la espalda y a su alrededor comenzaron a juntarse otras figuras, el resto de los Ojosverdes. Intentó hablar, pero de su garganta solo surgieron gorgoteos incomprensibles. Observó entonces la rojiza sangre que cubría su mano y notó como sus piernas comenzaban a ceder…
-x-
Tarek cayó de rodillas en el pequeño islote en el centro del santuario. Su entorno mudaba de forma constante, superponiendo imágenes del bosque de Verisar a los pétreos muros de la caverna. Su limpia mano parecía a veces manchada de sangre y comenzó a notar que se ahogaba, que era incapaz de respirar, como si la sangre hubiese comenzado a inundar sus pulmones.
El mundo a su alrededor pareció girar y su cuerpo se desmoronó contra la fría piedra que conformaba el suelo del santuario. Ante él, como si de fantasmas se tratase, vio a los Ojosverdes rodear el cuerpo de Ayla, a Dhonara dar órdenes, una figura que se movía no muy lejos de ellos… Notó segundo a segundo, cómo la vida se escapaba del cuerpo de Eithelen, mientras un único pensamiento invadía su mente: una cálida sonrisa, cuya felicidad se reflejaba en unos ojos intensamente dorados, que lo observan desde la orilla de un río.
Incapaz de distinguir entre la realidad y el recuerdo, estiró de nuevo la mano, como intentando agarrar aquel nuevo espectro que se formaba en su mente, pero tanto la sonrisa, como la figura de los elfos que habían ayudado a destruirla, acabaron por desaparecer, cuando el líder de los Ingloren exhaló su último suspiro.
Todo pareció quedar entonces en silencio y lo único que Tarek fue capaz de escuchar, fue su propia respiración. La marea de sentimientos, el dolor y el sufrimiento habían desaparecido y en su lugar se había instalado un plácido vacío. Sin embargo, aquella nueva calma no duró demasiado, pues lo que había identificado como un retazo del recuerdo, se aproximaban en aquel momento hacia él, con paso firme. La figura lo encontró, todavía tendido en el suelo, y lo siguiente que sintió fue el dolor producido un por un puño que impactó directamente contra su cara.
Tarek Inglorien
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Cobró conciencia y cayó de espaldas. El golpe contra el suelo se escuchó amortiguado mientras le sacaba todo el aire de los pulmones. La mirada azul estaba clavada en el cielo nocturno que se veía, tachonado de estrellas, a través de la gran oquedad de la cueva. Presidiendo, de una forma tétrica, aquella luna violeta.
Podía verlo todo brillar sobre su cabeza. Pero el recuerdo del dolor cuando aquella elfa le destrozó los ojos la hería.
La humedad del aire se mezclaba con un aroma pútrido que había percibido desde que habían puesto el primer pie allí. Su nariz estaba intacta, pero Iori notaba de forma palpable cómo su estructura partida ardía, machacada en su cara.
Alzó una mano para tocarse el rostro, mientras el sonido del agua que rodeaba la pequeña isla en la que se encontraba el altar fluía con un murmullo quedo. Podía escucharlo sin problema. Aunque pensó sentir todavía la rigidez de los punzones atravesándole los oídos.
Tenía la boca seca. Arrastró la mano por su rostro limpio de forma pesada. Tragó saliva y notó la sangre que la inundaba. No, no era verdad. No estaba allí. Pero podía saborearla. Caliente, metálica, asfixiante...
Apoyó las manos en el suelo, notando la fría tierra en las palmas. Estaban allí, no se las habían cortado. Y ella sentía que aquello no era real. Que deberían de estar separadas, tiradas a sus pies de forma irrecuperable. Se incorporó muy despacio hasta quedar erguida, observando todo a su alrededor desde aquella nueva perspectiva.
De espaldas a la fuente, sus ojos febriles recorrieron el límite de la isla con el agua. Unos metros más allá, al lado de los múltiples volúmenes apilados en la zona estaba una figura. El clérigo que los había recibido, en un tiempo que se le antojaban años. Avanzó intentando controlar el temblor de su cuerpo.
Él la notó, y en su mirada de sorpresa inicial se pudo ver con claridad un punto de diversión, ante el aspecto que ella estaba mostrando. ¿Habló? Ella no lo escuchó. Lo vio mover los labios pero el pitido incesante de su sangre corriendo detrás de las orejas le dificultaba escuchar nada más que el constante latido de su corazón. Lo vio dejar el libro que estaba manoseando en el atril, dándole la espalda con desdén.
Con estupidez.
"La ignorancia, mi cualidad preferidad". Había sido él quien había dicho aquella frase. Pensó Iori mientras observaba su espalda desprotegida, antes de caer sobre él como una sombra.
Fue un acto visceral y su consecuencia puramente fortuita.
Lo golpeó con el puño en la cabeza desde atrás, lo que hizo que el sacerdote se encorvase como respuesta y se girase a ella con rapidez. El pie le falló, y se tambaleó. Otro golpe de Iori bajó con rapidez hacia él, y fue todo lo que precisó para que tropezase con una pila de libros.
Se golpeó cayendo al suelo, justo en el borde del terreno plano de la isla. Rodó por la minúscula pendiente que conducía al agua y entonces Iori sí que escuchó. Sus gritos. El sonido de su cabeza golpeándose contra una piedra. El chasquido del hueso al abrirse. Y finalmente la salpicadura del agua.
Observó como flotaba, boca abajo con suavidad, dejando una estela roja tras él sobre la superficie oscura.
La cueva cambió para pasar a ser bosque. Pero no uno en el que sentirse protegida o del que sacar alimento. Un bosque de dolor y muerte. Se abrazó el torso, notando que estaba viva y de una pieza. Pero sus sentidos no la engañaban cuando la hicieron sentir, de nuevo y todo a la vez, el terrible sufrimiento de aquella humana. De Ayla.
De su madre.
La consternación que suponía aquella revelación la golpeó tan fuerte, que le permitió cortar aquel súbito ataque de dolor. Después de todo, era verdad. Lo que se había negado a sopesar siquiera. Algo que no había tenido cabida en ella. Se sentía tan humana... tan alejada de los elfos... El rostro dulce de la muchacha de ojos dorados se perfiló. Mostrándose con los cientos de expresiones que le había visto componer. Pensó entonces en él.
Y apenas tuvo un segundo para visualizar su cabello y sus ojos, antes de que una aversión irracional la abatiese por completo. Él había sido la causa de la desgracia de Ayla. Y la mitad de lo que era ella.
Algo se desplomó a su espalda, y la mestiza ladeó la cabeza con inseguridad. Vio un cuerpo tendido, parcialmente cubierto por la fuente de la que había bebido. Caminó con paso torpe hasta él, y fue al verlo cuando recordó su existencia. Tarek. Estaba tendido, de lado. Parecía desorientado, y la miraba con fijeza mientras tenía la mano alzada hacia ella. Iori extendió la mano hacia Tarek. La palma abierta, como si quisiera ayudarlo a levantar. Pero no lo llegó a tocar.
Se dejó caer de rodillas frente al elfo. Más bien se derrumbó. Estaba allí por él. Había atravesado aquellos recuerdos del pasado porque él quería saber. La había necesitado. Ahora comprendía mejor que nunca la importancia de su sangre. La había ido a buscar a su aldea con ese propósito. Satisfacer la curiosidad sobre la muerte de Eithelen. Saber la verdad sobre el final del líder Inglorien.
Y condenarla a ella para el resto de los días que le quedasen por vivir.
¿Por qué lo había seguido? Cerró la misma mano que estuvo a punto de ofrecerle en un puño y golpeó con fuerza en su rostro. Notó como la piel del elfo cedía al impacto y una corriente de disgusto la recorrió a ella. Se detuvo en el acto y agachó la cabeza. No podía controlar la rigidez de su cuerpo. Estaba tan tensa que un leve temblor se manifestaba en todos sus movimientos.
Casi tuvo ganas de reír, cuando la respuesta a su pregunta se perfiló clara, en la soledad que nacía de un profundo arrepentimiento. Lo había seguido porque ella también deseaba saber. El anillo, la pareja de Lunargenta, Mittenwald, la inscripción en el muro, Isla Tortuga... Había sido un largo camino. Se había aferrado a sus rasgos humanos para negar la posibilidad. Para vivir ciega a lo que ahora se planteaba como una verdad imposible de soslayar. El saber quién era ella.
El elfo se giró lastimosamente, para quedar tendido boca arriba a su lado. Aquello hizo que la mestiza volviese a centrar en él su atención. Parecía que estaba apenas despertando de un sueño, mirando sin comprender el lugar en el que estaban. Algo comenzó a quemarse dentro. No sabía qué era lo que estaba consumiendo dentro de ella para alimentar aquel fuego, pero sí podía distinguir qué era lo que creaba. Iori estaba notando como algo parecido al delirio controlaba sus acciones.
- Ella - se escuchó decir. Pero no reconoció su voz.
Alzó la vista para mirarlo, al tiempo que los ojos verdes del elfo se centraban en ella. El golpe en su mandíbula había producido un fino corte que sangraba, pero parecía que él no era consciente de ello. Iori se inclinó despacio, para observarlo desde arriba. Su mano fría hizo contacto en la mejilla de Tarek. Acarició la piel cubierta con aquel intrincado tatuaje y deslizó los dedos hasta internarse en su pelo.
Aquel cabello era bonito. Y ella lo amaba tanto... Le gustaba mucho ver cómo se movía cuando él caminaba, y habían sido cientos las veces que se lo había colocado con mimo detrás de sus orejas afiladas. Tras aquel gesto solía venir una risa queda de ella. Un suspiro de él. Una mirada fugaz, seguida de un beso anhelado... Había cariño en su gesto, ternura en la forma en la que le acariciaba el cabello.
- Estaba tan llena de amor...- susurró, sintiendo suyos los sentimientos de Ayla.
Tarek, debajo de ella la observaba. Parecía desconcertado. Levantó despacio la mano para apoyarla en el antebrazo de Iori, y el contacto de sus dedos la arrancó de la ensoñación en la que revivía mejores momentos. Todo se desmoronó en ella cuando el tono de ojos del elfo sustituyó las dulces escenas por otras más cruentas. La mano que tocaba su pelo se paró, y Tarek pudo notar el suave mordisco de las uñas. El temblor de los hombros en la mestiza se incrementó, aunque luchaba constantemente contra ellos para mantener el control sobre sus movimientos.
- Vosotros...- Apretó la boca. Sus ojos se oscurecieron. Eran turbios. Mostraban demasiadas cosas diferentes. - Vosotros...- jadeó. Su mano desanduvo el camino, regresando a la mejilla del elfo. Lo que antes fue caricia, ahora era furia en forma de garras, que arañó la piel de Tarek recorriendo su tatuaje. Se detuvo en su barbilla, y lo tomó de ella con saña para enfocar sus ojos en los del elfo.
Su cabello era exactamente igual al de Eithelen. Al de Ismil. Al de, imaginaba, todos los Inglorien. Pero en aquella miraba había el mismo bosque que en la de los Ojosverdes. Decía ser hijo de Eithelen. Pero ella no veía nada más allá del cabello en común. Como un relámpago, todo el desprecio, el odio, las palabras hirientes que le había dedicado desde que se habían conocido se agolparon en su cabeza. Todas querían aflorar, sin imponerse ninguna. No fue capaz de fijar la atención de forma clara en alguna, pero pudo saborear el regusto que dejaba en su mente aquel caos.
La incomprensión ante el trato que él siempre le había dado, pareció aclararse en aquel instante.
- Dime Tarek, ¿Era esto lo que... querías? - hablaba como si estuviese agotada, después de pasar un día entero corriendo. Tarek había encontrado lo que había ido a buscar. Ella se quedaba con algo que realmente no habría querido saber. Y es que, si pudiera, sentía con toda seguridad que daría marcha atrás en el tiempo. Ella misma se arrojaría a la corriente de agua con tal de impedir que su cabeza registrase aquella información que la quemaba por dentro. Había sido testigo y protagonista al revivir la muerte de Ayla. Y aunque sin daño físico, aquello la había matado a ella también de alguna manera.
La mano de Tarek volvió a tocarla, cerrándose en esta ocasión sobre su muñeca, sin mucha fuerza. Ante su pregunta él solamente la miró, guardando silencio. ¿No tenía nada que decir? ¿Había él visto lo mismo? ¿Estaría satisfecho con ello? Con su agarre separó un centímetro los dedos de Iori de su mentón. La mestiza resopló. Había demasiados sentimientos fluctuando en ella. La muñeca por la que la tenía agarrada, dócil por un instante en la mano de Tarek, se volvió de hierro. Se soltó de él y lanzó un puño como un trueno contra su estómago, buscando hundirlo todo lo posible. Notó como el duro abdomen del chico cedió. Pero el grito que se escuchó fue de Iori. Se llevó las manos a la cabeza y se encogió sobre si misma.
- ¡No... No...! - La agonía de Ayla estuvo acompañada en todo momento de la voz de Eithelen. Los recuerdos de amor, los besos y abrazos se mezclaban con la sangre y el dolor. Con el sufrimiento nacido de ver destruido aquello que amas más que a tu vida. Y todo ello, aderezado del profundo miedo que sentían por lo que dejaban atrás. Por ella.
Había sido testigo de la felicidad que había supuesto su nacimiento para ellos. Las atenciones y los mimos. Las palabras dulces y las sonrisas. El menudo bebé, con los ojos de su padre, había estado colmado desde el inicio de todo el amor que ambos sentían por ella.
Iori había sido amada. Profunda y verdaderamente.
La angustia que supuso aquello para ella la ahogó, comprendiendo lentamente que su filosofía de vida, su forma de relacionarse con los demás, su mundo entero... no tenía nada que ver con lo que había recibido al nacer. No era una niña abandonada, una huérfana más. Una vida molesta a ojos de unos padres ausentes. Ellos la querían sin límites, y cada paso que habían dado desde que dejaran atrás Mittenwald, lo dieron guiados por el bienestar de la menuda criatura.
Las palabras de Eithelen resonaron de forma audible en su mente.
"Estelüine. Nuestra esperanza azul. La prueba de que el mundo es algo más que odio y rencor."
¿Eso era ella a sus ojos? ¿la evidencia de lo maravilloso que había sido el amor entre ellos? El mismo amor que los había condenado. Que los había hecho sufrir durante meses de huida, de padecer un tormento que convertía a la muerte en un dulce deseo de liberación.
Él había dicho que el mundo era algo más que odio y rencor. Pero la mestiza no era capaz de ver más allá de las negras aguas que suponían esos sentimientos. Se extendía, impulsados por su corazón dentro de ella. Como una ponzoña que destruía todo lo que había sido alguna vez. Perdiéndose a ella misma, incapaz de recordar otra forma de sentirse que no fuera aquella... Saberse querida hasta aquel extremo no era una bendición en absoluto. Era una losa que la aplastaba hasta cortar su respiración. Un agujero en su pecho que la hacía sentir incompleta. Un deseo acuciante que la hizo morir un poco, ante el hecho de que lo que más quería entonces en su vida, pertenecía al pasado. No existía en el mundo que ella habitaba.
Sola.
Más sola que nunca. Un desamparo que nunca se había planteado, y que ahora quebraba en mil astillas cada pequeña parte de su ser. Unos padres que la habían abrazado, calmado, besado, susurrado palabras de amor. Unos padres que le fueron arrebatados. Ahora sabía que nació teniéndolo todo. Y se lo habían quitado.
- Iori - la voz de Tarek sonó calmada frente a ella.
La mestiza alzó los ojos y lo miró. Tras el puñetazo se había deslizado poco a poco, sin ella percibirlo, tratando de alejarse de ella y conseguir distancia entre ambos. Lanzó la mano con la velocidad de una flecha y asió su tobillo sin medir la fuerza que usó. Veía sus formas pero no distinguía de manera nítida sus rasgos. Lo miraba sin ver, mientras aquel veneno seguía llegando a cada parte de su cuerpo. Corrompiendo. Transformando.
- Estel... - susurró la versión cariñosa de su verdadero nombre. La misma que había escuchado usar a sus padres cuando portaban al pequeño bulto que ella había sido, durante aquella penosa peregrinación en busca de una vida mejor. Una que les fue negada.
Ella. Era. Estelüine. Inglorien.
Pero en sus desesperación, desearía ser simplemente la hija de Ayla.
El dolor de la humana la azotó de nuevo, cuando su dulce rostro y su mirada viva se superpusieron a una cara desfigurada, cubierta de sangre. Tiró del elfo hacia ella mientras se subía a su cadera como haría un animal embistiendo. Sus brazos rígidos subieron y bajaron con la velocidad que imprimía el dolor que sentía ella misma en su piel. No importaba en dónde golpeaba. Solo necesitaba causar en él impacto para sentir que un ápice de alivio llegaba a ella mediante el dolor que causaba en él.
Pero apenas era suficiente. No había forma de controlar aquella agonía.
El cuerpo bajo ella había opuesto resistencia inicialmente. Pero no tardó en dejarse hacer. Casi parecía que el elfo asumiera aquello como una consecuencia natural. Una parte más del precio que habían pagado por el conocimiento. Lo agarró de las orejas y alzó su cabeza, para golpearla repetidamente contra el suelo antes de bajar con su boca hasta el hombro del elfo. Lo mordió, apretó hasta que saboreó la sangre a través de la ropa, y se volvió a incorporar. Cada puñetazo, cada arañazo, cada mordisco era un instante de respiro en su propio infierno. Pero ni todos ellos juntos eran suficientes para producir en ella verdadero alivio.
Se detuvo un segundo, cansada, observando la mancha de sangre y piel que era Tarek bajo ella.
No. No había distracción posible ante... la agonía de morir de aquella forma. Una y otra vez. Y era, especialmente, esa última sonrisa de Ayla, dulce en medio de la tortura, lo que disparaba en su mente el mayor de los sufrimientos. El saber que, a pesar de TODO, para la humana no había arrepentimiento en haber amado a Eithelen. En haberla tenido a ella.
Iori gritó, creando un eco prolongado en el casi desierto templo. Matar a aquel clérigo, acabar con la vida de Tarek no era consuelo para ella. Había visto quiénes habían participado en la cacería. Tenía sus caras, y un puñado de nombres. Era un comienzo. No tuvo que meditar sobre ello demasiado tiempo. Apenas unos segundos hasta tomar la decisión. La única posible que le quedaba. Ahora sería ella la cazadora.
Clavó las uñas en los antebrazos inertes de Tarek, observando de forma vacía su cuerpo. No había en ella ya fuerzas ni para dedicarle el odio o el desprecio que se merecía. Lo que él le había entregado a ella desde el principio, Iori se lo devolvería multiplicado. Pero la paliza había sido demasiado. E insuficiente para sentirse ella satisfecha.
Buscó en su cadera, el lugar en el que guardaba su daga. La desenfundó con presteza y la colocó en el cuello del elfo. Sin cuidado situó la punta en la tela, y de un movimiento certero abrió su ropa en dos mitades. Su torso quedó expuesto frente a ella. El tatuaje que tan orgullosamente portaba, que lo hacía destacar entre los de su propia especie se extendía por su piel bajando hasta la cadera. Colocó la palma de la mano en su pectoral, y descendió despacio, fijándose de forma ardorosa en las líneas intrincadas. Todas un misterio para ella, excepto una.
La había visto una vez, en el bosque en dónde acamparon en compañía de Nousis y Aylizz. Y la encontró de nuevo en esa ocasión. De todo lo allí escrito, Iori únicamente era capaz de reconocer la lectura de unos trazos.
"Eithelen".
Allí, justo encima del corazón de Tarek estaba escrito el nombre de su padre. El que él había amado tan intensamente. El que ella sentía que era el motivo de la muerte de Ayla. Algo que, en otras circunstancias hubiera sido suficiente para establecer una relación de hermandad entre cualquier persona, en ellos se traducía como una aversión manifiesta. Una repulsa y un odio que los había hecho chocar, hasta llegar a aquel punto.
La mirada azul observó, con una ira insatisfecha el cuerpo inerte del peliblanco. Se había ido demasiado pronto. Y mucho era lo que sentía que él todavía debía de pagarle. Acarició con el borde de los dedos las letras que componían el nombre de su padre, y permaneció allí quieta unos instantes. ¿Segundos? ¿Minutos?
Activada por un rayo, colocó de nuevo la daga. La fría punta metálica sobre su piel. Empujó hacia abajo hasta que salió sangre, y trazando una línea sobre él, recorrió su nombre desde el primero hasta el último trazo. La herida se abrió, manchando el pecho del elfo de sangre, mientras la mestiza observaba inclinándose hacia atrás su obra de arte. El nombre tachado todavía era legible, pero aquel simple acto había servido, de alguna manera, para producir cierto consuelo a su corazón.
¿Corazón?
Se incorporó, observando el cadáver de Tarek entre sus piernas desde su posición erguida. ¿Eso era lo que ella había entregado no? Algo que no significaba nada para ella. O eso había pensado.
Nada anhelaba más en su vida que poder recuperar aquellos días de su infancia. Sentir de forma consciente lo que era tener una madre y un padre. A Ayla y a Eithelen.
No era posible. Los muertos no volvían a la vida. El pasado no podía recuperarse.
Así que decidió centrarse en el segundo anhelo que la carcomía por dentro. Encargarse de los que estaban detrás de su asesinato. La furia la cegó por un momento, mezclada con un ataque de dolor que nacía del recuerdo. De la tortura de Ayla. Se quedó sin aliento, cegada por el suplicio que la esclavizaba. Se revolvió. Quiso sacudirse aquello de encima, y en medio del caos encontró algo que lo suavizó. Una sensación lacerante que la distrajo lo suficiente como para permitirle respirar. Y cerró con más fuerza la mano.
Estaba sosteniendo la daga por la hoja. Sus manos temblaban, y la sangre caía en profusas gotas, manchando el suelo. El metal mordió sus palmas, y cuando ella sintió que no era suficiente, apretó más. Aquello... la ayudó.
Cuando fue suficiente, abrió los dedos, dejando que la daga del elfo cayese al suelo, justo a su lado, y no le dedicó ni un segundo más a observar su semblante. Se giró, con decisión en su mente pero con pasos trémulos. Avanzó, tropezó y cayó. Y se volvió a levantar para volver a caer. Le costaba la coordinación, sentía que su cuerpo no era suyo por completo.
Algo tiraba de ella, instándola a volverse hacia él. Se detuvo, y miró por encima del hombro. Aquel cabello... No era el de Eithelen. Y él no era la persona a la que pertenecía su amor. Comprendió que aquellos eran los últimos rescoldos de los sentimientos de Ayla, y meneó la cabeza buscando desprenderse de ellos. Tardó un poco más, pero lo hizo.
Con algo más de fuerza ahora, avanzó, con la mente lejos de su cuerpo para salir de aquel horrible lugar. No recordó su bastón, ni la alforja que la había acompañado en sus viajes. Dejó todo, ya que nada más le importaba atrás. ¿Qué se hacía cuando el nudo estaba en el alma y no en la garganta? Pensó, melancólica. Dejó el templo atrás, y avanzó sin rumbo por aquel pútrido bosque. Sentía que se estaba muriendo, pero ¿Quién la creería? de todas formas, no había sangre ni heridas en ella.
Algo en ella gritó, una llamada de auxilio. Más desesperada que nunca antes. Nadie respondió. Y fue en ese día, cuando Iori se sintió más sola de lo que se había llegado a sentir en su vida. Se resistió un instante, pensando que aquello sería peor que la muerte. Que no deseaba aquella oscuridad. Una risa ¿lejana? Y entonces lo entendió. Ella había cambiado para siempre.
Tan fría que quemaba.
Tan rota que cortaba.
Podía verlo todo brillar sobre su cabeza. Pero el recuerdo del dolor cuando aquella elfa le destrozó los ojos la hería.
La humedad del aire se mezclaba con un aroma pútrido que había percibido desde que habían puesto el primer pie allí. Su nariz estaba intacta, pero Iori notaba de forma palpable cómo su estructura partida ardía, machacada en su cara.
Alzó una mano para tocarse el rostro, mientras el sonido del agua que rodeaba la pequeña isla en la que se encontraba el altar fluía con un murmullo quedo. Podía escucharlo sin problema. Aunque pensó sentir todavía la rigidez de los punzones atravesándole los oídos.
Tenía la boca seca. Arrastró la mano por su rostro limpio de forma pesada. Tragó saliva y notó la sangre que la inundaba. No, no era verdad. No estaba allí. Pero podía saborearla. Caliente, metálica, asfixiante...
Apoyó las manos en el suelo, notando la fría tierra en las palmas. Estaban allí, no se las habían cortado. Y ella sentía que aquello no era real. Que deberían de estar separadas, tiradas a sus pies de forma irrecuperable. Se incorporó muy despacio hasta quedar erguida, observando todo a su alrededor desde aquella nueva perspectiva.
De espaldas a la fuente, sus ojos febriles recorrieron el límite de la isla con el agua. Unos metros más allá, al lado de los múltiples volúmenes apilados en la zona estaba una figura. El clérigo que los había recibido, en un tiempo que se le antojaban años. Avanzó intentando controlar el temblor de su cuerpo.
Él la notó, y en su mirada de sorpresa inicial se pudo ver con claridad un punto de diversión, ante el aspecto que ella estaba mostrando. ¿Habló? Ella no lo escuchó. Lo vio mover los labios pero el pitido incesante de su sangre corriendo detrás de las orejas le dificultaba escuchar nada más que el constante latido de su corazón. Lo vio dejar el libro que estaba manoseando en el atril, dándole la espalda con desdén.
Con estupidez.
"La ignorancia, mi cualidad preferidad". Había sido él quien había dicho aquella frase. Pensó Iori mientras observaba su espalda desprotegida, antes de caer sobre él como una sombra.
Fue un acto visceral y su consecuencia puramente fortuita.
Lo golpeó con el puño en la cabeza desde atrás, lo que hizo que el sacerdote se encorvase como respuesta y se girase a ella con rapidez. El pie le falló, y se tambaleó. Otro golpe de Iori bajó con rapidez hacia él, y fue todo lo que precisó para que tropezase con una pila de libros.
Se golpeó cayendo al suelo, justo en el borde del terreno plano de la isla. Rodó por la minúscula pendiente que conducía al agua y entonces Iori sí que escuchó. Sus gritos. El sonido de su cabeza golpeándose contra una piedra. El chasquido del hueso al abrirse. Y finalmente la salpicadura del agua.
Observó como flotaba, boca abajo con suavidad, dejando una estela roja tras él sobre la superficie oscura.
La cueva cambió para pasar a ser bosque. Pero no uno en el que sentirse protegida o del que sacar alimento. Un bosque de dolor y muerte. Se abrazó el torso, notando que estaba viva y de una pieza. Pero sus sentidos no la engañaban cuando la hicieron sentir, de nuevo y todo a la vez, el terrible sufrimiento de aquella humana. De Ayla.
De su madre.
La consternación que suponía aquella revelación la golpeó tan fuerte, que le permitió cortar aquel súbito ataque de dolor. Después de todo, era verdad. Lo que se había negado a sopesar siquiera. Algo que no había tenido cabida en ella. Se sentía tan humana... tan alejada de los elfos... El rostro dulce de la muchacha de ojos dorados se perfiló. Mostrándose con los cientos de expresiones que le había visto componer. Pensó entonces en él.
Y apenas tuvo un segundo para visualizar su cabello y sus ojos, antes de que una aversión irracional la abatiese por completo. Él había sido la causa de la desgracia de Ayla. Y la mitad de lo que era ella.
Algo se desplomó a su espalda, y la mestiza ladeó la cabeza con inseguridad. Vio un cuerpo tendido, parcialmente cubierto por la fuente de la que había bebido. Caminó con paso torpe hasta él, y fue al verlo cuando recordó su existencia. Tarek. Estaba tendido, de lado. Parecía desorientado, y la miraba con fijeza mientras tenía la mano alzada hacia ella. Iori extendió la mano hacia Tarek. La palma abierta, como si quisiera ayudarlo a levantar. Pero no lo llegó a tocar.
Se dejó caer de rodillas frente al elfo. Más bien se derrumbó. Estaba allí por él. Había atravesado aquellos recuerdos del pasado porque él quería saber. La había necesitado. Ahora comprendía mejor que nunca la importancia de su sangre. La había ido a buscar a su aldea con ese propósito. Satisfacer la curiosidad sobre la muerte de Eithelen. Saber la verdad sobre el final del líder Inglorien.
Y condenarla a ella para el resto de los días que le quedasen por vivir.
¿Por qué lo había seguido? Cerró la misma mano que estuvo a punto de ofrecerle en un puño y golpeó con fuerza en su rostro. Notó como la piel del elfo cedía al impacto y una corriente de disgusto la recorrió a ella. Se detuvo en el acto y agachó la cabeza. No podía controlar la rigidez de su cuerpo. Estaba tan tensa que un leve temblor se manifestaba en todos sus movimientos.
Casi tuvo ganas de reír, cuando la respuesta a su pregunta se perfiló clara, en la soledad que nacía de un profundo arrepentimiento. Lo había seguido porque ella también deseaba saber. El anillo, la pareja de Lunargenta, Mittenwald, la inscripción en el muro, Isla Tortuga... Había sido un largo camino. Se había aferrado a sus rasgos humanos para negar la posibilidad. Para vivir ciega a lo que ahora se planteaba como una verdad imposible de soslayar. El saber quién era ella.
El elfo se giró lastimosamente, para quedar tendido boca arriba a su lado. Aquello hizo que la mestiza volviese a centrar en él su atención. Parecía que estaba apenas despertando de un sueño, mirando sin comprender el lugar en el que estaban. Algo comenzó a quemarse dentro. No sabía qué era lo que estaba consumiendo dentro de ella para alimentar aquel fuego, pero sí podía distinguir qué era lo que creaba. Iori estaba notando como algo parecido al delirio controlaba sus acciones.
- Ella - se escuchó decir. Pero no reconoció su voz.
Alzó la vista para mirarlo, al tiempo que los ojos verdes del elfo se centraban en ella. El golpe en su mandíbula había producido un fino corte que sangraba, pero parecía que él no era consciente de ello. Iori se inclinó despacio, para observarlo desde arriba. Su mano fría hizo contacto en la mejilla de Tarek. Acarició la piel cubierta con aquel intrincado tatuaje y deslizó los dedos hasta internarse en su pelo.
Aquel cabello era bonito. Y ella lo amaba tanto... Le gustaba mucho ver cómo se movía cuando él caminaba, y habían sido cientos las veces que se lo había colocado con mimo detrás de sus orejas afiladas. Tras aquel gesto solía venir una risa queda de ella. Un suspiro de él. Una mirada fugaz, seguida de un beso anhelado... Había cariño en su gesto, ternura en la forma en la que le acariciaba el cabello.
- Estaba tan llena de amor...- susurró, sintiendo suyos los sentimientos de Ayla.
Tarek, debajo de ella la observaba. Parecía desconcertado. Levantó despacio la mano para apoyarla en el antebrazo de Iori, y el contacto de sus dedos la arrancó de la ensoñación en la que revivía mejores momentos. Todo se desmoronó en ella cuando el tono de ojos del elfo sustituyó las dulces escenas por otras más cruentas. La mano que tocaba su pelo se paró, y Tarek pudo notar el suave mordisco de las uñas. El temblor de los hombros en la mestiza se incrementó, aunque luchaba constantemente contra ellos para mantener el control sobre sus movimientos.
- Vosotros...- Apretó la boca. Sus ojos se oscurecieron. Eran turbios. Mostraban demasiadas cosas diferentes. - Vosotros...- jadeó. Su mano desanduvo el camino, regresando a la mejilla del elfo. Lo que antes fue caricia, ahora era furia en forma de garras, que arañó la piel de Tarek recorriendo su tatuaje. Se detuvo en su barbilla, y lo tomó de ella con saña para enfocar sus ojos en los del elfo.
Su cabello era exactamente igual al de Eithelen. Al de Ismil. Al de, imaginaba, todos los Inglorien. Pero en aquella miraba había el mismo bosque que en la de los Ojosverdes. Decía ser hijo de Eithelen. Pero ella no veía nada más allá del cabello en común. Como un relámpago, todo el desprecio, el odio, las palabras hirientes que le había dedicado desde que se habían conocido se agolparon en su cabeza. Todas querían aflorar, sin imponerse ninguna. No fue capaz de fijar la atención de forma clara en alguna, pero pudo saborear el regusto que dejaba en su mente aquel caos.
La incomprensión ante el trato que él siempre le había dado, pareció aclararse en aquel instante.
- Dime Tarek, ¿Era esto lo que... querías? - hablaba como si estuviese agotada, después de pasar un día entero corriendo. Tarek había encontrado lo que había ido a buscar. Ella se quedaba con algo que realmente no habría querido saber. Y es que, si pudiera, sentía con toda seguridad que daría marcha atrás en el tiempo. Ella misma se arrojaría a la corriente de agua con tal de impedir que su cabeza registrase aquella información que la quemaba por dentro. Había sido testigo y protagonista al revivir la muerte de Ayla. Y aunque sin daño físico, aquello la había matado a ella también de alguna manera.
La mano de Tarek volvió a tocarla, cerrándose en esta ocasión sobre su muñeca, sin mucha fuerza. Ante su pregunta él solamente la miró, guardando silencio. ¿No tenía nada que decir? ¿Había él visto lo mismo? ¿Estaría satisfecho con ello? Con su agarre separó un centímetro los dedos de Iori de su mentón. La mestiza resopló. Había demasiados sentimientos fluctuando en ella. La muñeca por la que la tenía agarrada, dócil por un instante en la mano de Tarek, se volvió de hierro. Se soltó de él y lanzó un puño como un trueno contra su estómago, buscando hundirlo todo lo posible. Notó como el duro abdomen del chico cedió. Pero el grito que se escuchó fue de Iori. Se llevó las manos a la cabeza y se encogió sobre si misma.
- ¡No... No...! - La agonía de Ayla estuvo acompañada en todo momento de la voz de Eithelen. Los recuerdos de amor, los besos y abrazos se mezclaban con la sangre y el dolor. Con el sufrimiento nacido de ver destruido aquello que amas más que a tu vida. Y todo ello, aderezado del profundo miedo que sentían por lo que dejaban atrás. Por ella.
Había sido testigo de la felicidad que había supuesto su nacimiento para ellos. Las atenciones y los mimos. Las palabras dulces y las sonrisas. El menudo bebé, con los ojos de su padre, había estado colmado desde el inicio de todo el amor que ambos sentían por ella.
Iori había sido amada. Profunda y verdaderamente.
La angustia que supuso aquello para ella la ahogó, comprendiendo lentamente que su filosofía de vida, su forma de relacionarse con los demás, su mundo entero... no tenía nada que ver con lo que había recibido al nacer. No era una niña abandonada, una huérfana más. Una vida molesta a ojos de unos padres ausentes. Ellos la querían sin límites, y cada paso que habían dado desde que dejaran atrás Mittenwald, lo dieron guiados por el bienestar de la menuda criatura.
Las palabras de Eithelen resonaron de forma audible en su mente.
"Estelüine. Nuestra esperanza azul. La prueba de que el mundo es algo más que odio y rencor."
¿Eso era ella a sus ojos? ¿la evidencia de lo maravilloso que había sido el amor entre ellos? El mismo amor que los había condenado. Que los había hecho sufrir durante meses de huida, de padecer un tormento que convertía a la muerte en un dulce deseo de liberación.
Él había dicho que el mundo era algo más que odio y rencor. Pero la mestiza no era capaz de ver más allá de las negras aguas que suponían esos sentimientos. Se extendía, impulsados por su corazón dentro de ella. Como una ponzoña que destruía todo lo que había sido alguna vez. Perdiéndose a ella misma, incapaz de recordar otra forma de sentirse que no fuera aquella... Saberse querida hasta aquel extremo no era una bendición en absoluto. Era una losa que la aplastaba hasta cortar su respiración. Un agujero en su pecho que la hacía sentir incompleta. Un deseo acuciante que la hizo morir un poco, ante el hecho de que lo que más quería entonces en su vida, pertenecía al pasado. No existía en el mundo que ella habitaba.
Sola.
Más sola que nunca. Un desamparo que nunca se había planteado, y que ahora quebraba en mil astillas cada pequeña parte de su ser. Unos padres que la habían abrazado, calmado, besado, susurrado palabras de amor. Unos padres que le fueron arrebatados. Ahora sabía que nació teniéndolo todo. Y se lo habían quitado.
- Iori - la voz de Tarek sonó calmada frente a ella.
La mestiza alzó los ojos y lo miró. Tras el puñetazo se había deslizado poco a poco, sin ella percibirlo, tratando de alejarse de ella y conseguir distancia entre ambos. Lanzó la mano con la velocidad de una flecha y asió su tobillo sin medir la fuerza que usó. Veía sus formas pero no distinguía de manera nítida sus rasgos. Lo miraba sin ver, mientras aquel veneno seguía llegando a cada parte de su cuerpo. Corrompiendo. Transformando.
- Estel... - susurró la versión cariñosa de su verdadero nombre. La misma que había escuchado usar a sus padres cuando portaban al pequeño bulto que ella había sido, durante aquella penosa peregrinación en busca de una vida mejor. Una que les fue negada.
Ella. Era. Estelüine. Inglorien.
Pero en sus desesperación, desearía ser simplemente la hija de Ayla.
El dolor de la humana la azotó de nuevo, cuando su dulce rostro y su mirada viva se superpusieron a una cara desfigurada, cubierta de sangre. Tiró del elfo hacia ella mientras se subía a su cadera como haría un animal embistiendo. Sus brazos rígidos subieron y bajaron con la velocidad que imprimía el dolor que sentía ella misma en su piel. No importaba en dónde golpeaba. Solo necesitaba causar en él impacto para sentir que un ápice de alivio llegaba a ella mediante el dolor que causaba en él.
Pero apenas era suficiente. No había forma de controlar aquella agonía.
El cuerpo bajo ella había opuesto resistencia inicialmente. Pero no tardó en dejarse hacer. Casi parecía que el elfo asumiera aquello como una consecuencia natural. Una parte más del precio que habían pagado por el conocimiento. Lo agarró de las orejas y alzó su cabeza, para golpearla repetidamente contra el suelo antes de bajar con su boca hasta el hombro del elfo. Lo mordió, apretó hasta que saboreó la sangre a través de la ropa, y se volvió a incorporar. Cada puñetazo, cada arañazo, cada mordisco era un instante de respiro en su propio infierno. Pero ni todos ellos juntos eran suficientes para producir en ella verdadero alivio.
Se detuvo un segundo, cansada, observando la mancha de sangre y piel que era Tarek bajo ella.
No. No había distracción posible ante... la agonía de morir de aquella forma. Una y otra vez. Y era, especialmente, esa última sonrisa de Ayla, dulce en medio de la tortura, lo que disparaba en su mente el mayor de los sufrimientos. El saber que, a pesar de TODO, para la humana no había arrepentimiento en haber amado a Eithelen. En haberla tenido a ella.
Iori gritó, creando un eco prolongado en el casi desierto templo. Matar a aquel clérigo, acabar con la vida de Tarek no era consuelo para ella. Había visto quiénes habían participado en la cacería. Tenía sus caras, y un puñado de nombres. Era un comienzo. No tuvo que meditar sobre ello demasiado tiempo. Apenas unos segundos hasta tomar la decisión. La única posible que le quedaba. Ahora sería ella la cazadora.
Clavó las uñas en los antebrazos inertes de Tarek, observando de forma vacía su cuerpo. No había en ella ya fuerzas ni para dedicarle el odio o el desprecio que se merecía. Lo que él le había entregado a ella desde el principio, Iori se lo devolvería multiplicado. Pero la paliza había sido demasiado. E insuficiente para sentirse ella satisfecha.
Buscó en su cadera, el lugar en el que guardaba su daga. La desenfundó con presteza y la colocó en el cuello del elfo. Sin cuidado situó la punta en la tela, y de un movimiento certero abrió su ropa en dos mitades. Su torso quedó expuesto frente a ella. El tatuaje que tan orgullosamente portaba, que lo hacía destacar entre los de su propia especie se extendía por su piel bajando hasta la cadera. Colocó la palma de la mano en su pectoral, y descendió despacio, fijándose de forma ardorosa en las líneas intrincadas. Todas un misterio para ella, excepto una.
La había visto una vez, en el bosque en dónde acamparon en compañía de Nousis y Aylizz. Y la encontró de nuevo en esa ocasión. De todo lo allí escrito, Iori únicamente era capaz de reconocer la lectura de unos trazos.
"Eithelen".
Allí, justo encima del corazón de Tarek estaba escrito el nombre de su padre. El que él había amado tan intensamente. El que ella sentía que era el motivo de la muerte de Ayla. Algo que, en otras circunstancias hubiera sido suficiente para establecer una relación de hermandad entre cualquier persona, en ellos se traducía como una aversión manifiesta. Una repulsa y un odio que los había hecho chocar, hasta llegar a aquel punto.
La mirada azul observó, con una ira insatisfecha el cuerpo inerte del peliblanco. Se había ido demasiado pronto. Y mucho era lo que sentía que él todavía debía de pagarle. Acarició con el borde de los dedos las letras que componían el nombre de su padre, y permaneció allí quieta unos instantes. ¿Segundos? ¿Minutos?
Activada por un rayo, colocó de nuevo la daga. La fría punta metálica sobre su piel. Empujó hacia abajo hasta que salió sangre, y trazando una línea sobre él, recorrió su nombre desde el primero hasta el último trazo. La herida se abrió, manchando el pecho del elfo de sangre, mientras la mestiza observaba inclinándose hacia atrás su obra de arte. El nombre tachado todavía era legible, pero aquel simple acto había servido, de alguna manera, para producir cierto consuelo a su corazón.
¿Corazón?
Se incorporó, observando el cadáver de Tarek entre sus piernas desde su posición erguida. ¿Eso era lo que ella había entregado no? Algo que no significaba nada para ella. O eso había pensado.
Nada anhelaba más en su vida que poder recuperar aquellos días de su infancia. Sentir de forma consciente lo que era tener una madre y un padre. A Ayla y a Eithelen.
No era posible. Los muertos no volvían a la vida. El pasado no podía recuperarse.
Así que decidió centrarse en el segundo anhelo que la carcomía por dentro. Encargarse de los que estaban detrás de su asesinato. La furia la cegó por un momento, mezclada con un ataque de dolor que nacía del recuerdo. De la tortura de Ayla. Se quedó sin aliento, cegada por el suplicio que la esclavizaba. Se revolvió. Quiso sacudirse aquello de encima, y en medio del caos encontró algo que lo suavizó. Una sensación lacerante que la distrajo lo suficiente como para permitirle respirar. Y cerró con más fuerza la mano.
Estaba sosteniendo la daga por la hoja. Sus manos temblaban, y la sangre caía en profusas gotas, manchando el suelo. El metal mordió sus palmas, y cuando ella sintió que no era suficiente, apretó más. Aquello... la ayudó.
Cuando fue suficiente, abrió los dedos, dejando que la daga del elfo cayese al suelo, justo a su lado, y no le dedicó ni un segundo más a observar su semblante. Se giró, con decisión en su mente pero con pasos trémulos. Avanzó, tropezó y cayó. Y se volvió a levantar para volver a caer. Le costaba la coordinación, sentía que su cuerpo no era suyo por completo.
Algo tiraba de ella, instándola a volverse hacia él. Se detuvo, y miró por encima del hombro. Aquel cabello... No era el de Eithelen. Y él no era la persona a la que pertenecía su amor. Comprendió que aquellos eran los últimos rescoldos de los sentimientos de Ayla, y meneó la cabeza buscando desprenderse de ellos. Tardó un poco más, pero lo hizo.
Con algo más de fuerza ahora, avanzó, con la mente lejos de su cuerpo para salir de aquel horrible lugar. No recordó su bastón, ni la alforja que la había acompañado en sus viajes. Dejó todo, ya que nada más le importaba atrás. ¿Qué se hacía cuando el nudo estaba en el alma y no en la garganta? Pensó, melancólica. Dejó el templo atrás, y avanzó sin rumbo por aquel pútrido bosque. Sentía que se estaba muriendo, pero ¿Quién la creería? de todas formas, no había sangre ni heridas en ella.
Algo en ella gritó, una llamada de auxilio. Más desesperada que nunca antes. Nadie respondió. Y fue en ese día, cuando Iori se sintió más sola de lo que se había llegado a sentir en su vida. Se resistió un instante, pensando que aquello sería peor que la muerte. Que no deseaba aquella oscuridad. Una risa ¿lejana? Y entonces lo entendió. Ella había cambiado para siempre.
Tan fría que quemaba.
Tan rota que cortaba.
Iori Li
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Lo primero que notó al despertar fue el sabor metálico de la sangre en la boca. Lo siguiente fue el dolor. Aún con los ojos cerrados, escuchó atento a su alrededor, pero el silencio era total, hasta el punto de resultar opresivo. Giró la cabeza, para mirar el cielo a través del hueco de la caverna, y los músculos de su cuello, entumecidos por haber pasado horas en la misma postura, se resintieron. Entonces abrió los ojos, o al menos uno de ellos, pues la sangre se había secado sobre el otro, pegando sus párpados. Llevando la mano con pesadez hasta su cara tanteó la zona, siseando de dolor ante el contacto.
La humana debía haberle partido la ceja, pensó, pues al intentar mover esa parte del rostro notó como la herida se reabría. Dejó caer de nuevo el brazo, sin fuerzas. Sobre él, un cielo cegadoramente azul iluminaba el centro del cenote, dejando en penumbras el resto del santuario. Se preguntó cuánto tiempo habían pasado en trance, reviviendo aquel infierno, y cuánto hacía que la humana lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente. Recordaba que aquella extraña luna violácea todavía era visible en el firmamento, cuando había despertado del ritual. En ese momento, sin embargo, el cielo parecía anunciar la pronta llegada del mediodía.
Se incorporó con esfuerzo, notando todos y cada uno de los golpes que la chica le había propinado. Sentando, observó a su alrededor, en busca del clérigo, pero no lo vio por ninguna parte. Quizás se escondiese del día, como se escondía del resto del mundo en aquel funesto lugar. Un rápido análisis de si mismo le dejó claras dos cosas: que nunca había recibido una paliza similar y que la chica había cortado su túnica para dejar su pecho al descubierto. Un reguero de sangre seca descendía desde su pectoral izquierdo hacia el costado y, no lejos de él, divisó su propia daga, aquella que había usado ella para depositar su sangre en la pila de agua. Tarek se preguntó si había intentado apuñalarlo y, por alguna razón, se había retractado en el último momento.
Agarrándose el costado con una mano, se levantó con cierta dificultad. La sombra de violáceos moratones era ya visible en sus brazos y abdomen, allí donde le había propinado aquel primer puñetazo. No recordaba mucho más después de aquello, aunque lo suficiente para hacerse una idea del estado mental de la humana. Tras el golpe la chica pareció dudar, lo que le dio tiempo al joven elfo a separarse de ella. Sin embargo, había tardado solo unos segundos en volver a la carga y, tras recibir el cuarto o quinto puñetazo en la cara, había terminado por perder la conciencia. Contemplando los arañazos y golpes que adornaban sus brazos, estaba claro que aquello no la había detenido.
Sus músculos protestaron cuando se desembarazó de la túnica, antes de acercase con paso lastimero hasta el borde del pequeño islote en el que había tenido lugar el ritual. La fuente de la que habían bebido debía transformar el agua en algo más, probablemente gracias a las runas de los Inglorien. Sin embargo, el resto del lago parecía inocuo. El peliblanco se preguntó cuán grande sería la herejía, si usaba aquella agua para limpiar sus heridas. Entonces recordó las efigies a la entrada del santuario y todos los demás esqueletos que adornaban la cueva. Aquel lugar ya había sido contaminado, nada de su pureza restaba.
Se detuvo al borde del islote. El cadáver del clérigo flotaba cerca de la orilla, varios metros a su derecha, dejando pocas dudas sobre el destino del anciano elfo. Arrodillándose, llevó las manos hasta el agua y, evitando su propio reflejo en la superficie, se lavó la cara con cuidado. Tras varios minutos, consiguió retirar la suficiente sangre como para volver a abrir el otro ojo. Usando jirones de su propia túnica, limpió el resto de las heridas, sin prestarles demasiada atención. Se sorprendió al ver todavía el intrincado tatuaje que decoraba su brazo izquierdo, pero recordó entonces que el anciano clérigo le había dicho que su pago no comenzaría hasta después del ritual. Observándolo con más atención, vio que los contornos de las runas habían comenzado a desdibujarse. Aquella era su condena. El pago por conocer la verdad sobre la muerte de Eithelen.
Imágenes de lo vivido en la memoria del elfo mayor trataron de asolar su mente, pero consiguió apartarlas a tiempo. No era momento. No podía permitirse sucumbir a la maraña de sentimientos que subyacían sobre lo que acababa de descubrir. Volviendo a levantarse, se acercó hasta sus pertenencias, que había dejado abandonadas a la entrada del santuario. Allí recuperó de su bolsa una segunda túnica, que procedió, no sin dolor, a ponerse. El bastón de Iori y su bolsa captaron entonces su atención. Se había marchado sin ellas.
Regresó entonces al centro del santuario e, internándose en el agua, asió el cuerpo inerte del clérigo. Debía llevar horas flotando en aquel lago, pues los efectos del agua sobre su cadáver ya empezaban a ser visibles. Un golpe en su frente parecía haber sido la causa de la muerte. ¿Tendría la humana algo que ver? Lo arrastró hasta la isla, dejándolo boca arriba. Revisó los bolsillos de su túnica, encontrando apenas un par de baratijas y objetos sin valor, probablemente trofeos de sus audiencias anteriores. Sin embargo, un objeto le pareció especialmente perturbador: un par de ojos, de un vívido color azul, flotaban en el interior de un frasco. La etiqueta del mismo, amarillenta y desdibujada por el tiempo, permitía todavía leer los trazos de un nombre.
Con evidente aversión, arrastró el cuerpo del elfo por el puente, hasta el exterior del santuario. Aquel individuo había perturbado la paz de aquel lugar sagrado con su codicia y mal hacer, no merecía el honor de descansar en él por el resto de la eternidad. Dejando el cadáver a un lado, volvió a internarse en la cueva, desandando sus pasos hasta el islote.
El atril en el que habían entregado su pago estaba volcado y el libro en el que habían aparecido escritos sus nombres, se encontraba cerca. Tomándolo con cuidado lo abrió. “Los sonidos de su ser” leyó el peliblanco, “Athenail”. La breve frase y el nombre, escritos en letras del color de la sangre, destacaron en una página por lo demás vacía. El joven pasó varias páginas más, hasta que encontró una en la que las palabras aparecían acompañadas de algo más. Un intrincado diseño parecía coronar el centro de la hoja, sobre un fondo violáceo, como la luz emitida por aquella perturbadora luna. Ojeó algunas páginas más, encontrándose la mayor parte de ellas vacías. ¿Qué significaba aquello? Se detuvo cuando alcanzó su propio nombre. La página mostraba aquel inquietante tono y sobre ella comenzaba a dibujarse un patrón difícil de identificar. Pasando la hoja, observó que el de Iori era igual. “Esteluine”. Leyó el nombre una vez más e imágenes de Mittenwald volvieron a su mente. Como si de un susurro se tratase, la voz de Eithelen pronunciando aquel nombre resonó en su mente, trayendo consigo retazos de aquellas memorias que habían robado… Cerró el libro de golpe. No tenía tiempo para aquello.
Todavía con el volumen entre manos, volvió hasta la entrada de la cueva, dispuesto a irse. Sin embargo, cuando había guardado ya el tomo en su bolsa, se detuvo. Mirando hacia la luz que se colaba por la entrada de la cueva se preguntó dónde estaría la humana. Con suerte, a varias horas de distancia, abandonando los territorios de los elfos; pero si la fortuna le había sido adversa, estaría en manos de su gente… incluso muerta. Se recordó que no era su responsabilidad, que ella había ido hasta allí voluntariamente, que sus razones habían sido tan egoístas como las del peliblanco. Que ella misma había entregado sin dudar el pago por aquellas funestas memorias. Pero la imagen de Eithelen acunando a aquel bebé antes de dejarla en la lobera, el cristalino reflejo en aquella mirada azul tan similar a la del líder Inglorien, los sentimientos del elfo por aquella pequeña aberración… La odiaba más que nunca y, aun así, sabía que debía seguir sus pasos, evitar que corriese el mismo destino que sus padres.
Miró una vez más el santuario. Había ido hasta allí por respuestas y las había obtenido. Sin embargo, la paz que imaginaba sentir al saber la verdad, se había convertido en una daga en su costado. El dolor inundaba aquel lugar y, por un momento, se preguntó si no sería mejor permanecer allí. Alcanzar el santuario era prácticamente imposible y salir solo lo haría enfrentarse a la realidad, volver a aquel lugar que llevaba dos décadas considerando su hogar, para cometer un acto de traición que, probablemente, le costaría la vida. Porque si algo sabía con certeza, era que una vez saliese del santuario volvería al Campamento Sur y saldaría la deuda que tantos años atrás había contraído y grabado sobre su propia piel
Dejando la bolsa en la entrada, se acercó hasta la pared opuesta de la caverna. No podía irse aún. Su venganza, la búsqueda de la chica, todo podía esperar al menos unas horas más. Con esfuerzo, debido al dolor de los golpes, se encaramó a la roca, hasta alcanzar uno de aquellos maltrechos y mohosos esqueletos. Con ayuda de una daga, cortó sus ligaduras y dejó que los restos cayesen con cuidado al suelo. Repitió el mismo proceso con el resto de las efigies que decoraban las paredes del santuario y, poco a poco, las fue llevando hasta el exterior de la cueva. Allí liberó también los esqueletos empalados en los postes.
Los restos del Spriggan humeaban todavía a unos metros de allí y no le costó demasiado reavivar las llamas con ayuda de algunas ramas secas. Cuando el fuego se alzó de nuevo hacia el cielo, en medio de aquel desolado claro, depositó uno a uno los restos de lo que, no le quedaba duda, habían sido las sacerdotisas del santuario de Emlékezet. Cómo aquel individuo había terminado con ellas y cómo se había apoderado de lugar era algo que quizás nunca sabría, pero al menos les daría una despedida digna, purificadas de toda la crueldad y perversidad a la que el anciano elfo las había sometido. El fuego lamería sus restos, hasta dispersarlos en el aire, de vuelta al bosque. Él en cambio se pudriría, a las puertas de aquel sagrado lugar, pasto de los carroñeros y las plagas, sin recibir sepultura ni descanso.
Permaneció aún un tiempo ante la hoguera, mientras el fuego consumía los últimos restos del Spriggan y convertía en blancas cenizas los huesos de aquellas que habían lidiado con el dolor de la pérdida ajena, en aquel templo a la muerte. El sol comenzó a caer en el horizonte cuando el fuego dejó paso a las ascuas. Había llegado la hora de partir.
Tomando sus pertenencias, miró por última vez el santuario y, girándose hacia el bosque recorrió parte del camino que los había llevado hasta allí. Distinguió las huellas de la humana en el húmedo camino y siguió su rastro, hasta que este se internó en el bosque, perdiéndose entre la hojarasca y el musgo que cubría el espacio entre las raíces de los árboles. Se preguntó cómo iba a encontrarla y, sobre todo, si realmente deseaba hacerlo. Una parte de él esperaba que la muerte se hubiese cruzado en su camino, poniendo fin a toda aquella historia. Sin embargo, retazos de la vida familiar de Eithelen volvieron a su mente, recordándole que el elfo mayor había, de alguna manera, deseado a aquella niña. La sacaría de Sandorai, para ponerla a salvo, lejos de los Ojosverdes. Después se alejaría de ella todo lo que el basto continente le permitiese. Su deuda quedaría así saldada.
Caminó rumbo al norte, sin encontrar más rastro de la chica que unas fútiles y dispersas pisadas. Había dejado hacía horas los territorios de los Ojosverdes, cuando descubrió el último indicio de su paso por aquellas tierras. Continuó caminando, pero el peso de las horas arrastró consigo, poco a poco, la desesperación. Cada paso que lo alejaba del santuario, lo acercaba de nuevo a los terribles sucesos que habían presenciado durante el ritual. La voz de Eithelen, sus sentimientos por la humana, la desesperación al verse incapaz de detener la tortura, la agonía de la muerte… Notó que se ahogaba, pero se obligó a seguir. Debía encontrarla, debía arreglar lo que había hecho.
Sin embargo, tras horas sin ningún rastro, se detuvo, sopesando qué hacer. Seguir un sendero sin rumbo seguramente lo alejaría cada vez más de ella y las horas que transcurriesen lo acercarían cada vez más a aquella acuciante desesperación, a un odio ciego y corrosivo por todo lo que acababa de descubrir. En aquel estado no la encontraría nunca y acabaría por exponerse a si mismo en un territorio que hacía tiempo que había dejado de ser seguro para él. Debía buscar otra solución. Intentó recordar alguno de sus encuentros anteriores, discernir patrones de comportamiento que le ayudasen a encontrarla. Pero lo único que vino a su mente fue su ferral y vacía mirada antes de golpearlo. Aquella criatura ya no era la misma insufrible humana que le había puesto la corona de flores en la cabeza, sin saber que el peliblanco había estado a punto de matarla minutos más tarde.
Todos y cada uno de sus encuentros, excepto su llegada a Eiroás, habían sido casuales. En todos y cada uno de ellos había deseado su muerte y, de no ser por la fortuna o por la férrea mano de Nousis, habría acabado él mismo con su vida. Había estado a punto de conseguirlo en un par de ocasiones y se preguntó si, de haberlo logrado, habría podido seguir viviendo aquella mentira que lo había mantenido cuerdo desde la muerte del líder Inglorien. Pero aquello no era más que una esperanza utópica. Tarde o temprano habría acabado por descubrir la verdad y entonces se sabría culpable de matar a la única descendiente del que había sido su tutor durante años.
Miró el bosque a su alrededor. Jamás la encontraría, pero quizás él sí que podría hacerlo. Nousis la encontraría, siempre lo hacía. Por alguna extraña fatalidad, su destino parecía tan enlazado con el de la humana como el del propio Tarek. Con un nuevo objetivo en mente, reanudó la marcha, repitiéndose que encontraría la solución si llegaba hasta el asentamiento del clan Indirel. Caminó sin descanso la jornada que lo separaba de la aldea y, cada trecho recorrido, se le antojó una eternidad. No pasó mucho tiempo antes de que su mente comenzara a evocar, de nuevo, los pasajes de la vida de Eithelen, reviviendo una y otra vez el suplicio al que el elfo había sido sometido.
El pequeño alivio que sintió al alcanzar la aldea natal de Nousis pronto se disipó al descubrir que el elfo no se encontraba allí, sino a varias horas de viaje más al norte, en Folnaien. Por ello, cuando al fin divisó su efigie en la lejanía, toda aquella vorágine de sentimientos, propios y ajenos, pareció caer sobre él como una losa de piedra, asfixiándolo. Recorrió la distancia que lo separaba del otro elfo, sin apenas prestar atención a lo que lo rodeaba, sintiendo como la angustia se apoderaba de él. Una cruda y cruel desesperación, que lo hizo caer de rodillas ante el elfo mayor, antes de suplicar su ayuda.
____La humana debía haberle partido la ceja, pensó, pues al intentar mover esa parte del rostro notó como la herida se reabría. Dejó caer de nuevo el brazo, sin fuerzas. Sobre él, un cielo cegadoramente azul iluminaba el centro del cenote, dejando en penumbras el resto del santuario. Se preguntó cuánto tiempo habían pasado en trance, reviviendo aquel infierno, y cuánto hacía que la humana lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente. Recordaba que aquella extraña luna violácea todavía era visible en el firmamento, cuando había despertado del ritual. En ese momento, sin embargo, el cielo parecía anunciar la pronta llegada del mediodía.
Se incorporó con esfuerzo, notando todos y cada uno de los golpes que la chica le había propinado. Sentando, observó a su alrededor, en busca del clérigo, pero no lo vio por ninguna parte. Quizás se escondiese del día, como se escondía del resto del mundo en aquel funesto lugar. Un rápido análisis de si mismo le dejó claras dos cosas: que nunca había recibido una paliza similar y que la chica había cortado su túnica para dejar su pecho al descubierto. Un reguero de sangre seca descendía desde su pectoral izquierdo hacia el costado y, no lejos de él, divisó su propia daga, aquella que había usado ella para depositar su sangre en la pila de agua. Tarek se preguntó si había intentado apuñalarlo y, por alguna razón, se había retractado en el último momento.
Agarrándose el costado con una mano, se levantó con cierta dificultad. La sombra de violáceos moratones era ya visible en sus brazos y abdomen, allí donde le había propinado aquel primer puñetazo. No recordaba mucho más después de aquello, aunque lo suficiente para hacerse una idea del estado mental de la humana. Tras el golpe la chica pareció dudar, lo que le dio tiempo al joven elfo a separarse de ella. Sin embargo, había tardado solo unos segundos en volver a la carga y, tras recibir el cuarto o quinto puñetazo en la cara, había terminado por perder la conciencia. Contemplando los arañazos y golpes que adornaban sus brazos, estaba claro que aquello no la había detenido.
Sus músculos protestaron cuando se desembarazó de la túnica, antes de acercase con paso lastimero hasta el borde del pequeño islote en el que había tenido lugar el ritual. La fuente de la que habían bebido debía transformar el agua en algo más, probablemente gracias a las runas de los Inglorien. Sin embargo, el resto del lago parecía inocuo. El peliblanco se preguntó cuán grande sería la herejía, si usaba aquella agua para limpiar sus heridas. Entonces recordó las efigies a la entrada del santuario y todos los demás esqueletos que adornaban la cueva. Aquel lugar ya había sido contaminado, nada de su pureza restaba.
Se detuvo al borde del islote. El cadáver del clérigo flotaba cerca de la orilla, varios metros a su derecha, dejando pocas dudas sobre el destino del anciano elfo. Arrodillándose, llevó las manos hasta el agua y, evitando su propio reflejo en la superficie, se lavó la cara con cuidado. Tras varios minutos, consiguió retirar la suficiente sangre como para volver a abrir el otro ojo. Usando jirones de su propia túnica, limpió el resto de las heridas, sin prestarles demasiada atención. Se sorprendió al ver todavía el intrincado tatuaje que decoraba su brazo izquierdo, pero recordó entonces que el anciano clérigo le había dicho que su pago no comenzaría hasta después del ritual. Observándolo con más atención, vio que los contornos de las runas habían comenzado a desdibujarse. Aquella era su condena. El pago por conocer la verdad sobre la muerte de Eithelen.
Imágenes de lo vivido en la memoria del elfo mayor trataron de asolar su mente, pero consiguió apartarlas a tiempo. No era momento. No podía permitirse sucumbir a la maraña de sentimientos que subyacían sobre lo que acababa de descubrir. Volviendo a levantarse, se acercó hasta sus pertenencias, que había dejado abandonadas a la entrada del santuario. Allí recuperó de su bolsa una segunda túnica, que procedió, no sin dolor, a ponerse. El bastón de Iori y su bolsa captaron entonces su atención. Se había marchado sin ellas.
Regresó entonces al centro del santuario e, internándose en el agua, asió el cuerpo inerte del clérigo. Debía llevar horas flotando en aquel lago, pues los efectos del agua sobre su cadáver ya empezaban a ser visibles. Un golpe en su frente parecía haber sido la causa de la muerte. ¿Tendría la humana algo que ver? Lo arrastró hasta la isla, dejándolo boca arriba. Revisó los bolsillos de su túnica, encontrando apenas un par de baratijas y objetos sin valor, probablemente trofeos de sus audiencias anteriores. Sin embargo, un objeto le pareció especialmente perturbador: un par de ojos, de un vívido color azul, flotaban en el interior de un frasco. La etiqueta del mismo, amarillenta y desdibujada por el tiempo, permitía todavía leer los trazos de un nombre.
Con evidente aversión, arrastró el cuerpo del elfo por el puente, hasta el exterior del santuario. Aquel individuo había perturbado la paz de aquel lugar sagrado con su codicia y mal hacer, no merecía el honor de descansar en él por el resto de la eternidad. Dejando el cadáver a un lado, volvió a internarse en la cueva, desandando sus pasos hasta el islote.
El atril en el que habían entregado su pago estaba volcado y el libro en el que habían aparecido escritos sus nombres, se encontraba cerca. Tomándolo con cuidado lo abrió. “Los sonidos de su ser” leyó el peliblanco, “Athenail”. La breve frase y el nombre, escritos en letras del color de la sangre, destacaron en una página por lo demás vacía. El joven pasó varias páginas más, hasta que encontró una en la que las palabras aparecían acompañadas de algo más. Un intrincado diseño parecía coronar el centro de la hoja, sobre un fondo violáceo, como la luz emitida por aquella perturbadora luna. Ojeó algunas páginas más, encontrándose la mayor parte de ellas vacías. ¿Qué significaba aquello? Se detuvo cuando alcanzó su propio nombre. La página mostraba aquel inquietante tono y sobre ella comenzaba a dibujarse un patrón difícil de identificar. Pasando la hoja, observó que el de Iori era igual. “Esteluine”. Leyó el nombre una vez más e imágenes de Mittenwald volvieron a su mente. Como si de un susurro se tratase, la voz de Eithelen pronunciando aquel nombre resonó en su mente, trayendo consigo retazos de aquellas memorias que habían robado… Cerró el libro de golpe. No tenía tiempo para aquello.
Todavía con el volumen entre manos, volvió hasta la entrada de la cueva, dispuesto a irse. Sin embargo, cuando había guardado ya el tomo en su bolsa, se detuvo. Mirando hacia la luz que se colaba por la entrada de la cueva se preguntó dónde estaría la humana. Con suerte, a varias horas de distancia, abandonando los territorios de los elfos; pero si la fortuna le había sido adversa, estaría en manos de su gente… incluso muerta. Se recordó que no era su responsabilidad, que ella había ido hasta allí voluntariamente, que sus razones habían sido tan egoístas como las del peliblanco. Que ella misma había entregado sin dudar el pago por aquellas funestas memorias. Pero la imagen de Eithelen acunando a aquel bebé antes de dejarla en la lobera, el cristalino reflejo en aquella mirada azul tan similar a la del líder Inglorien, los sentimientos del elfo por aquella pequeña aberración… La odiaba más que nunca y, aun así, sabía que debía seguir sus pasos, evitar que corriese el mismo destino que sus padres.
Miró una vez más el santuario. Había ido hasta allí por respuestas y las había obtenido. Sin embargo, la paz que imaginaba sentir al saber la verdad, se había convertido en una daga en su costado. El dolor inundaba aquel lugar y, por un momento, se preguntó si no sería mejor permanecer allí. Alcanzar el santuario era prácticamente imposible y salir solo lo haría enfrentarse a la realidad, volver a aquel lugar que llevaba dos décadas considerando su hogar, para cometer un acto de traición que, probablemente, le costaría la vida. Porque si algo sabía con certeza, era que una vez saliese del santuario volvería al Campamento Sur y saldaría la deuda que tantos años atrás había contraído y grabado sobre su propia piel
Dejando la bolsa en la entrada, se acercó hasta la pared opuesta de la caverna. No podía irse aún. Su venganza, la búsqueda de la chica, todo podía esperar al menos unas horas más. Con esfuerzo, debido al dolor de los golpes, se encaramó a la roca, hasta alcanzar uno de aquellos maltrechos y mohosos esqueletos. Con ayuda de una daga, cortó sus ligaduras y dejó que los restos cayesen con cuidado al suelo. Repitió el mismo proceso con el resto de las efigies que decoraban las paredes del santuario y, poco a poco, las fue llevando hasta el exterior de la cueva. Allí liberó también los esqueletos empalados en los postes.
Los restos del Spriggan humeaban todavía a unos metros de allí y no le costó demasiado reavivar las llamas con ayuda de algunas ramas secas. Cuando el fuego se alzó de nuevo hacia el cielo, en medio de aquel desolado claro, depositó uno a uno los restos de lo que, no le quedaba duda, habían sido las sacerdotisas del santuario de Emlékezet. Cómo aquel individuo había terminado con ellas y cómo se había apoderado de lugar era algo que quizás nunca sabría, pero al menos les daría una despedida digna, purificadas de toda la crueldad y perversidad a la que el anciano elfo las había sometido. El fuego lamería sus restos, hasta dispersarlos en el aire, de vuelta al bosque. Él en cambio se pudriría, a las puertas de aquel sagrado lugar, pasto de los carroñeros y las plagas, sin recibir sepultura ni descanso.
Permaneció aún un tiempo ante la hoguera, mientras el fuego consumía los últimos restos del Spriggan y convertía en blancas cenizas los huesos de aquellas que habían lidiado con el dolor de la pérdida ajena, en aquel templo a la muerte. El sol comenzó a caer en el horizonte cuando el fuego dejó paso a las ascuas. Había llegado la hora de partir.
Tomando sus pertenencias, miró por última vez el santuario y, girándose hacia el bosque recorrió parte del camino que los había llevado hasta allí. Distinguió las huellas de la humana en el húmedo camino y siguió su rastro, hasta que este se internó en el bosque, perdiéndose entre la hojarasca y el musgo que cubría el espacio entre las raíces de los árboles. Se preguntó cómo iba a encontrarla y, sobre todo, si realmente deseaba hacerlo. Una parte de él esperaba que la muerte se hubiese cruzado en su camino, poniendo fin a toda aquella historia. Sin embargo, retazos de la vida familiar de Eithelen volvieron a su mente, recordándole que el elfo mayor había, de alguna manera, deseado a aquella niña. La sacaría de Sandorai, para ponerla a salvo, lejos de los Ojosverdes. Después se alejaría de ella todo lo que el basto continente le permitiese. Su deuda quedaría así saldada.
Caminó rumbo al norte, sin encontrar más rastro de la chica que unas fútiles y dispersas pisadas. Había dejado hacía horas los territorios de los Ojosverdes, cuando descubrió el último indicio de su paso por aquellas tierras. Continuó caminando, pero el peso de las horas arrastró consigo, poco a poco, la desesperación. Cada paso que lo alejaba del santuario, lo acercaba de nuevo a los terribles sucesos que habían presenciado durante el ritual. La voz de Eithelen, sus sentimientos por la humana, la desesperación al verse incapaz de detener la tortura, la agonía de la muerte… Notó que se ahogaba, pero se obligó a seguir. Debía encontrarla, debía arreglar lo que había hecho.
Sin embargo, tras horas sin ningún rastro, se detuvo, sopesando qué hacer. Seguir un sendero sin rumbo seguramente lo alejaría cada vez más de ella y las horas que transcurriesen lo acercarían cada vez más a aquella acuciante desesperación, a un odio ciego y corrosivo por todo lo que acababa de descubrir. En aquel estado no la encontraría nunca y acabaría por exponerse a si mismo en un territorio que hacía tiempo que había dejado de ser seguro para él. Debía buscar otra solución. Intentó recordar alguno de sus encuentros anteriores, discernir patrones de comportamiento que le ayudasen a encontrarla. Pero lo único que vino a su mente fue su ferral y vacía mirada antes de golpearlo. Aquella criatura ya no era la misma insufrible humana que le había puesto la corona de flores en la cabeza, sin saber que el peliblanco había estado a punto de matarla minutos más tarde.
Todos y cada uno de sus encuentros, excepto su llegada a Eiroás, habían sido casuales. En todos y cada uno de ellos había deseado su muerte y, de no ser por la fortuna o por la férrea mano de Nousis, habría acabado él mismo con su vida. Había estado a punto de conseguirlo en un par de ocasiones y se preguntó si, de haberlo logrado, habría podido seguir viviendo aquella mentira que lo había mantenido cuerdo desde la muerte del líder Inglorien. Pero aquello no era más que una esperanza utópica. Tarde o temprano habría acabado por descubrir la verdad y entonces se sabría culpable de matar a la única descendiente del que había sido su tutor durante años.
Miró el bosque a su alrededor. Jamás la encontraría, pero quizás él sí que podría hacerlo. Nousis la encontraría, siempre lo hacía. Por alguna extraña fatalidad, su destino parecía tan enlazado con el de la humana como el del propio Tarek. Con un nuevo objetivo en mente, reanudó la marcha, repitiéndose que encontraría la solución si llegaba hasta el asentamiento del clan Indirel. Caminó sin descanso la jornada que lo separaba de la aldea y, cada trecho recorrido, se le antojó una eternidad. No pasó mucho tiempo antes de que su mente comenzara a evocar, de nuevo, los pasajes de la vida de Eithelen, reviviendo una y otra vez el suplicio al que el elfo había sido sometido.
El pequeño alivio que sintió al alcanzar la aldea natal de Nousis pronto se disipó al descubrir que el elfo no se encontraba allí, sino a varias horas de viaje más al norte, en Folnaien. Por ello, cuando al fin divisó su efigie en la lejanía, toda aquella vorágine de sentimientos, propios y ajenos, pareció caer sobre él como una losa de piedra, asfixiándolo. Recorrió la distancia que lo separaba del otro elfo, sin apenas prestar atención a lo que lo rodeaba, sintiendo como la angustia se apoderaba de él. Una cruda y cruel desesperación, que lo hizo caer de rodillas ante el elfo mayor, antes de suplicar su ayuda.
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Tarek Inglorien
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Re: Ecos del pasado [Mastereado]
Ha sido un camino largo para ser un mastereado, pero desde luego ha merecido la pena.
Habéis creado una historia emotiva, entrelazada por el sufrimiento y el cambio de ambos personajes, con un protagonismo coral, sin desmerecer en modo alguno la manera de acoplar a la narrativa las indicaciones que os fueron dadas en mis intervenciones. Además, habéis profundizado en el lore de Sandorai con la descripción del templo, y conseguido que al leer cada paso del camino, sea sencillo empatizar, con Tarek y Iori, comprenderles e incluso, desear leer lo siguiente que tengáis a bien construir.
Por todo ello, es lógico premiaros con 10 px que os serán añadidos a vuestro perfiles. Claro que eso no es todo.
Tarek: Hueso santificado [Consumible] Por algún motivo que sólo los dioses conocen, un pedazo no mayor a la longitud de un dedo no ha sufrido daño alguno tras ser acariciado por las llamas. Puedes ver que ha sido imbuido de un éter extraño, que curará cualquier envenenamiento una única vez antes de desaparecer.
Iori: Astilla maldita [Consumible] En tan maléfico ambiente, un pequeño resto de la spriggan ha recibido un oscuro don. Clavarla en un enemigo (siempre que se trate de un PNJ) supondrá hacerle sufrir un recuerdo que por el que tú hayas pasado, con lo que estará inmovilizado hasta que lo haya experimentado.
Suerte en vuestros pasos.
Ger
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