Caótica Viagra [Libre] [Noche] [Cerrado]

Ioulia era curtidora. Akanke era carpintera y Martica era alquimista. Las tres mujeres cruzaron el Tymer para hacer parte de la cosecha del Viagris, un árbol raro y muy codiciado por sus variadas propiedades. Akanke, además, tenía la importante misión de conseguir algunos esquejes del árbol para poder sembrarlos en los jardines del templo.

Junto a ellas, viajó un pequeño grupo de guardias compuesto por tres Ro'lisim -Gin Ho, Sun Yun y Won Lo- y dos licántropos del clan Glaðir Hestr -Otto y Fritz- para encargarse de la seguridad y cuidado de la Sacerdotisa. En total, eran ocho los habitantes del Templo de los Monos presentes aquel día en Viagra.

Habiendo llegado durante la tarde, la comitiva decidió establecer primero su campamento antes de mezclarse con los temporeros. Pero cuál sería su sorpresa al enterarse que estos ya habían arrasado con los árboles silvestres y prácticamente no quedaba nada más que cosechar. Ahora solo quedaban los árboles resguardados en fincas privadas a los cuales se les negaba el acceso.

La tensión crecía y, al llegar la noche, una pequeña turba se aglomeraba a las puertas de la finca de Viagris más grande de la villa. Por supuesto, gran parte de la comitiva del Templo también se había acercado también. Inicialmente solo observarían el desarrollo de los acontecimientos, pero todos sabían qué postura tomaría Akanke si algo llegase a ocurrir. Estaban preparados para intervenir en ese caso y defender los árboles.

Akanke, con su metro ochenta de estatura, piel oscura y abundante melena, era un ser llamativo cuya presencia solía destacar en las multitudes, pero en esa ocasión, debido a la agitación y que la atención de todos estaba en la interacción que se daba en la entrada de la finca, pasaba desapercibida y pudo avanzar, por un costado, hacia la entrada de esta para ponerse del lado de los viagrenses.

-Esto va a reventar pronto- comentó Ioulia consternada. -Obvio. Solo mira cómo empuñan sus hachas los que están al frente de los temporeros- respondió Otto y resopló. Todos, incluida Akanke, asintieron. -Mi Señora, sugiero que nos alejemos un poco- propuso Sun Yun, tratando de ser la voz de la razón y persuadirla de tomar algo de distancia. -Vea que estos son todos campesinos, no soldados. Si comienza una trifulca, dudo que ataquen a matar- añadió, tratando de alivianar la creciente preocupación de Akanke, quien la miró y negó con la cabeza -Aquí habiendo mucha desesperación- señaló ella -Pueblo defendiendo su tierra puede ser muy cruel. Hombre ansioso de dinero, mucho más cruel- explicó -Y siempre sufriendo la tierra- dijo con el gesto entristecido.

La Sacerdotisa golpeó suavemente el suelo con su bastón y todos sus acompañantes la miraron atentos. -Nosotros entrando a finca- dijo con seguridad -Quedando adentro junto con árboles- indicó a su gente. Se giró y avanzó hasta los portones, donde un par de guardias que sostenían sus armas en ristre se sobresaltaron al verlos. -Nosotros queriendo palabra con dueña- les dijo con voz firme. Los guardias se miraron confundidos y apuntaron sus armas hacia ella.

-Cuidado, no sean insensatos- intervino Fritz, posando una mano sobre el pomo de su espada -Ella es la Sacerdotisa Akanke, del Templo de los Monos, Heraldo de Ra´lios, Protectora de los Bosques del Este, Guardiana del clan Glaðir Hestr- les informó -Yo les aconsejo hacer caso y buscar a la dueña de la finca, pues nuestras intenciones son las de resguardar su tesoro natural- añadió, mirándolos con el ceño fruncido.

Aquellos hombres jamás habían escuchado de ese templo, ni del tal Ra'lios y mucho menos de aquel clan, pero sonaba pomposo e importante, además que Fritz era de esos hombres que metía miedo con su presencia. Los guardias se volvieron a mirar y uno asintió al otro, quien rápidamente se escabulló por una pequeña puerta.

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OFF: me gustaría mucho que Akanke entre a la finca, pero esa decisión la dejo en manos de Cohen porque no quiero pasar a llevar su trama.

Akanke, con un grupo de personas que parecían acompañarle, se abría paso en dirección a la entrada principal de la finca de El Cantoral. Desde la distancia, pudo observar cómo el grupo charlaba con los hombres que custodiaban la entrada al recinto cerrado.

Pero antes de que pudiera reaccionar, la tensa situación cruzó el límite. Uno de los temporeros forasteros había agredido a uno de los vecinos de Viagra, iniciándose la violencia. Los puños volaban veloces ya entre miembros de ambos bandos y el vampiro decidió apartarse del tumulto, ya que lo último que deseaba era recibir algún golpe en su esbelto rostro.

Se hizo a un lado, colocando su espalda contra la pared de piedra que daba a la finca de El Cantoral, mientras la disputa aumentaba, incrementándose cada vez más el número de personas implicadas en la lucha.

El vampiro estaba preparado para utilizar su magia de voz si era necesario. Se fue acercando sutilmente a la puerta principal de la finca, dónde la tensión aumentaba por momentos. Cuando el grupo de temporeros estaba dispuesto a asaltar e irrumpir en el interior de El Cantoral, las puertas de la finca se abrieron por completo y a través de ella, se vio la figura femenina de edad madura, que escoltada, se aproximaba al grupo.

La tensión se relajó en cuanto la presencia de la mujer fue percibida.

―Buenas noches ―dijo con voz serena, agria, con tono autoritario― ¿Vosotros sabéis que pretendéis entrar en una zona privada? ¿Lo sabéis? Pueden estar aquí fuera todo el tiempo que le de la gana. Están en su derecho, pero… dentro no…
―Pero…
―¿Usted no sabe que eso es una finca privada? ¡Eso es una finca privada! ¡Eso es el Cantoral! ―dijo, creando un molesto silencio en todos aquellos que la escuchaban, antes de señalar a un letrero dónde se veía claramente el nombre de la finca― ¿No lo leen? ¡El Cantoral! ¡Todo eso… es MI casa! ¡Ninguno de vosotros tiene derecho a pasar! ¡Son MIS árboles! ¡Así que retirénse! ¡Ahora! ¡No me vais a robar más! [1]

El silencio se hizo eterno. Los ciudadanos de Viagra estaban dispuestos a marcharse, pero temían que los forasteros, los temporeros, asaltaran la finca si lo hacían. La tensión volvía a aumentar en la entrada de El Cantoral.

Al ver que nadie osaba a retirarse, los cuatro hombres armados que acompañaban a la mujer se abrieron paso entre los ciudadanos de Viagra hacia el grupo hostil, espadas desenvainadas en mano, dispuestos a despejar la zona.

Mientras los primeros enfrentamientos se producían, vio cómo Akanke y el grupo que le acompañaba hablaban pacíficamente con la mujer en cuestión, mientras eran vigilados por dos guardias que se unieron desde el interior de la finca a la escolta de la mujer.

―¿Quién es esa Señora? ―le preguntó Cohen a uno de los temporeros que se apartaban del grupo, huyendo de la escolta personal de la dueña de la finca.
―La Magistrada. La Magistrada Isobel.


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En los últimos años, Eberus parece estar notando el peso de la edad. “Uno ya no es lo que era”, ha dicho en varias ocasiones, apenado, al lado de alguna bella dama que le acompañaba en el burdel de cualquier ciudad…

Aunque este problema no es frecuente, le causa frustración cuando ocurre. Y ha centrado sus últimas investigaciones alquímicas en la solución a su problema.

Por supuesto, no iba a preguntarle a nadie sobre ello, lo que le ha llevado a tardar unas cuantas semanas en llegar a encontrar información en las notas de un alquimista anónimo que pudiese servirle de ayuda.

Y aquí está: en Viagra, un pueblo del oeste al que ha acudido para ahondar en aquellos breves pero esperanzadores datos que podrían alegrar su llegada a la vejez.


El cartel de madera de la encrucijada apuntaba inconfundiblemente al lugar al que deseaba ir. El pueblo destacaba ya desde lejos por su belleza. - Parece el reflejo de una rojiza nube del alba en un charco de agua y barro - pensó el brujo inspirado, viendo que la flora de aquella zona presumía colores mucho más vistosos que el territorio que lo rodeaba en general. Tras días caminando por tierras así, agradeció este soplo de aire fresco.

Se encontró con varias personas en el camino que olían más a alquimista que un ramo de flores bañado en cerveza. - Parece que compartís mi pequeño problemilla, eh… - se dijo a sí mismo el Pícaro, aliviado porque seguramente, o al menos eso quería creer, no sería el único adulto en transición a viejo con esos problemas.

Cuando llegó al centro del pueblo, ya casi se había puesto el sol. Era increíble el paisaje que conformaban el cielo, las nubes y la vegetación del lugar. - ¿Dónde está la taberna? - preguntó con los modales que le caracterizaban a la primera señora que pudo. Llegaba la hora de beber una buena cerveza, comer un buen plato de caldo de cerdo y echarse a una cama.

Antes siquiera de pedir una cama, mientras cenaba, empezó a escuchar jaleo por la ventana junto a la que se había sentado a comer. No veía nada al asomarse, pues parecía que el ruido venía de unas pocas calles más allá, así que con el estómago lleno salió de la taberna con el objetivo de cotillear.

El jaleo le guió hacia una plaza grande. - Dioses, ¿pero qué clase de criaturas son esas, y qué hace ahí todo el mundo armando alboroto? - Escuchando las palabras que exclamaban algunos de los que estaban allí, cayó en la cuenta de que el bullicio se había formado a raíz de intereses opuestos en cuanto al Viagris. - Habrá que liarla un poco, entonces - pensó para sí.

Poco después, se apoyó en una pared frente a la finca y observó mejor la situación. Parecía que, literalmente, aquel árbol levantaba pasiones, pues hasta una batalla con armas se llegó a librar por él en aquella plaza.

El Pícaro necesitaba ver qué sucedía si empezaran a caer hojas de Viagris del cielo, pero el viento no era lo suficientemente fuerte como para hacerlas volar desde la finca hasta allí. Tendría que hacer uso, entonces, de sus trucos de mentalista para hacer realidad esa idea que en su cabeza sonaba como un arpa tocada por el mejor bardo de Aerandir.

Soltando breves y sutiles risas, comenzó a centrarse para finalmente generar unas pocas hojas falsas de Viagris por encima de la multitud que cayesen ondeando hacia ella. ¿Cómo reaccionarían cuando al extender sus manos para cogerlas se desvanecieran como el humo de una hoguera?

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Mientras Akanke y su séquito esperaban para hablar con la dueña del Cantoral, la tensa calma se rompió entre los ciudadanos de Viagra y los temporeros. Al comenzar la trifulca, Los Ro'lisim rodearon a Akanke y los licántropos desenvainaron sus armas; ellos tenían el deber de proteger a su sacerdotisa y no se involucrarían precipitadamente en la batalla, primero se asegurarían de salvaguardarla.

Pero la riña duró poco pues la aparición de Isobel Deluxe, dueña del Cantoral y máxima autoridad de la villa, calmó los ánimos, momentáneamente. La mujer era realmente imponente y eso agradó mucho a Akanke, quien, una vez la dama terminó de hablar, se le acercó. -Siendo la dueña con la que queriendo palabra- dijo ella, tomando por sorpresa a Isobel, quien se sobresaltó un poco pero en ningún momento perdió su altivez. La Magistrada miró con el ceño fruncido a Akanke, de pies a cabeza. -Lo que ella quiere decir- intervino Ioulia rápidamente -Es que estábamos esperándola para poder conversar con vos y ofreceros nuestro apoyo en el cuidado de sus árboles en lo que se resuelve el problema de los temporeros y el abuso al bosque- explicó. Viendo que a pesar de sus palabras, la Magistrada seguía luciendo confundida, volvió a hablar.

-Somos una comitiva que viene desde los bosques del este, allí está nuestra aldea y ella es nuestra líder, la Sacerdotisa Akanke- indicó -Hemos venido para conocer el Viagris y sus propiedades, estudiarlo para ver si es posible sembrarlo en nuestras tierras, pues nos gustaría mucho llevar más colores a nuestro hogar. Pero nos hemos encontrado con esta situación en la que los árboles de Viagris silvestres han sido rapiñados así que nuestro objetivo ha cambiado. Valoramos y cuidamos la naturaleza, sin ella morimos. Debemos respetarla y protegerla. Ésa es la enseñanza de nuestra Sacerdotisa y es esto lo que ella quiere decirle: que estamos dispuestos a ayudarle a salvaguardar los árboles que están en su propiedad- añadió.

La magistrada miró a cada uno de los miembros de la comitiva. Eran bastante variopintos pero no parecían temporeros ni aprovechadores, o con malas intenciones. Isobel tenía buen ojo para descifrar a la gente. -De acuerdo- dijo finalmente. -Acompáñenme, les mostraré mi hogar- dijo e hizo un gesto para que la siguieran.

Mientras Akanke y sus compañeros entraban al Cantoral, se reanudó la trifulca cuando los guardias de la Magistrada intentaban dispersar a los invasores.

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Tirada del 8 de septiembre.

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El pícaro intentaba disimular su hilarante disfrute con aquel espectáculo. Muchos empezaron a saltar impulsándose en los hombros de los otros para intentar atrapar unas hojas que acababan por desaparecer cuando sus manos las atravesaban. Al final no pudo contener la risa, y ocurrió lo que le atormentó aquella vez sobre mar abierto.

Comenzó a sentir un calor seco, muy intenso, como si hubiera comido numerosos pimientos picantes, y trató de refrescarse agitando sus ropajes con sus manos para liberar el calor. Acto seguido, un vapor como el del agua hirviendo comenzó a salir disparado por sus orejas, su boca y su nariz, atrayendo la atención de varias personas de aquella plaza.

- ¿Qué miráis? Malditos sean los sapos y las gaviotas... - farfullaba Eberus atropellado e increíblemente incómodo por las sensaciones que sentía y el ridículo provocado. - ¡Traedme agua, por los Dioses! - Aún no había logrado hallar una explicación lógica a aquello que le ocurría. Cada vez que se reía, le empezaba a ocurrir aquello. No tenía sentido que fuera una enfermedad, ni el efecto de un veneno, ni nada que se le ocurriera. Tampoco un hechizo del que él tuviera constancia... El brujo, ateo desde que tenía uso de razón, se comenzó a replantear con ello la existencia de los Dioses, pues todo comenzó cuando realizó un acto ofensivo hacia ellos en un templo.

Muchos reían a su alrededor, pues si no les interesaba demasiado la pelea en curso entre los temporeros y los Viagrenses, tenían por parte de Eberus otro espectáculo pero de comedia. Sólo una joven e inocente niña, preocupada por el señor humeante, acudió rápida al interior de un establecimiento para llevarle un balde lleno de agua.

- Toma, señor - le ofreció amablemente la niña, con cara de preocupación. - ¿Qué te pasa? ¿Estás malito?

- Malito mi saco escr... Perdón, joven, esto es increíblemente desagradable y me cabrea sobremanera. Gracias por el agua - le decía mientras se vertía el agua por encima. Luego salió de la plaza por una estrecha calle intentando perder las miradas de aquellos atónitos espectadores.

A sus espaldas, escuchó de nuevo la voz de la niña, cosa que le sobresaltó. - Yo quiero ser curandera, ¿sabes? Como mi papá.

- Pero niña, menudo susto. ¿Por qué me sigues? Si quieres aprender a curar, que te enseñe tu padre. Yo solo puedo enseñarte esto, mira - procedió a inclinarse hacia la niña para hacer levitar con telequinesis un pequeño colgante que llevaba puesto, aunque torpemente, pues aún sentía un abrasante calor y el vapor salía por los lugares mencionados de su rostro.

- ¿Qué? - exclamó sorprendida con los ojos como platos. - Señor, eres muy raro. Te sale humo de las orejas y haces volar cosas. ¿Eres bueno o eres malo? Porque pareces malo...

- Niña, soy lo que cada situación requiera que sea. Oye, gracias de nuevo por el agua, pero no puedes hacer nada más por mí. En unos minutos se me pasará. Y no le cuentes esto a tu padre, ni a tu madre... ni a nadie - Eberus prefería que nadie más se enterara de lo que le sucedía, ya que si alguien conociera la causa de su problema y fuese, en efecto, una maldición, seguramente correría la voz y no sería bienvenido en aquel pueblo, viendo también cortado su acceso a la planta que venía a buscar.

- De nada, señor... - La pequeña retrocedió extrañada y un poco asustada, y volvió a la plaza desapareciendo de la vista de Eberus.

Bajo la maldición: Furia de los Vanir:

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Los hechos se precipitaron. Akanke y el numeroso séquito que le acompañaba entró en el interior de la finca antes de que el vampiro llegara hasta ellos. La causa por la que no llegó a tiempo para saludar a la mujer bestia e intentar unirse al grupo fue el alboroto que se causó cuando lo que parecían ser unas hojas de Durem Erectus comenzaron a caer del cielo.

El mismo vampiro había alargado la mano para intentar hacerse con una. Tenía ganas de estudiar esas hojas y los efectos que podía sacar. Lo último que esperaba era que la hoja se difuminase en cuanto las yemas de sus dedos la rozaron.

El alboroto se incrementó y el duelo entre ambos grupos comenzó a radicalizarse. ¿Cómo podría entrar a su interior rápidamente y sin ser visto? Había perdido la mejor de sus oportunidades y dudaba mucho que conociera a alguien más allí que terminara teniendo el beneplácito de la Magistrada para entrar en la finca.

Quería preservar los pocos ejemplares que quedaban en el interior de aquellas murallas de piedra. Era su máxima prioridad. Pero quería ser de los pocos privilegiados que lograsen entrar… o colarse.

Viendo que la situación podía descontrolarse, el vampiro decidió tomar medidas. Tenía sus productos alquímicos a mano. Hacer un agujero en aquel muro le podría llevar tan sólo unos minutos, pero pensaba que no sería lo más seguro. En las posesiones de su bolsa, había varios elixires y pócimas que podían aliviar aquella situación.

Los temporeros y los vecinos de Viagra formaban ya una violenta masa frente a la entrada de la finca. Los protectores de la misma comenzaban a ceder terreno. Pronto, la puerta de El Cantoral cedería. Debía de hacer algo.

Improvisando, con su elixir de Pesadillas en la mano, lo terminó lanzando contra el principal grupo de personas que se concentraba en la puerta de la finca. El gas ennegrecido comenzó a expandirse entre la multitud, que terminó aspirándolo. En cuestión de segundos, la masa de gente allí congregada comenzó a luchar contra monstruos imaginarios. La mayoría de los vecinos y temporeros corrieron, alejándose de la entrada de la finca, despejando a los congregados allí, que huían despavoridos y aterrados. [1]

Tras el uso del elixir, se presentó junto a los soldados que custodiaban la puerta, que alucinados por lo que acababa de ocurrir, le miraron con curiosidad.

―¿Necesitan ayuda? Soy el hombre indicado… ―expresó el vampiro, sonriente, con cara pícara― Sólo quiero recoger las hojas de un solo árbol…


[1] - Pesadilla Embotellada (Veneno) (1 uso): Líquido grisáceo oscuro que parece gas atrapado. Al contacto con el aire se levanta una nube negra, que al ser aspirada causará alucinaciones de los temores más profundos de la persona por un turno.

Dejo a Eberus la elección de si se ve afectado por los efectos del Elixir de Pesadillas o no...

A continuación, tirada del 13º Aniversario del Foro, correspondiente al día 10 de Septiembre...

El miembro 'Cohen' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses

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Akanke sonrió contenta cuando la Magistrada Isobel le permitió entrar a su finca. Una vez dentro, tanto ella como sus compañeros quedaron maravillados con la belleza natural que albergaba El Cantoral. -Es un verdadero paraíso terrenal- comentó Ioulia, mirando el precioso jardín que se abría frente a ellos, iluminado por incontables faroles arcanos.

Nada parecía estar puesto al azar en el jardín del Cantoral; cada planta estaba ubicada estratégicamente ya fuese por diseño o para crear pequeños ecosistemas que potenciaba a las plantas. Así, una planta que repelía las mariquitas, estaba sembrada junto a otra que era el alimento preferido de esos pequeños insectos, o había rosales al pie de las vides, servían de indicador de plagas que pudiesen estar atacando la planta. Las que necesitaban abundante agua iban juntas y lejos estaban las que necesitaban menos, para poder mantener un regado parejo en ese sector. Todo estaba dispuesto de tal manera que demostraba un profundo conocimiento y respeto hacia las plantas.


La centáuride sintió profundo respeto y admiración por la Magistrada -Si no te conociera, creería que te enamoraste- bromeó Martica, codeando a Akanke. Sun Yun miró con desaprobación a la licántropa; la mujer mono no entendía y mucho menos aceptaba la confianza con que el clan de lobos trataban a su Sacerdotisa, prácticamente como si fueran iguales. -¿Qué?- exclamó Sun Yun -Mírale la cara y cómo mira a la Magistrada, si hasta le brillan los ojos- señaló Won Lo-Como cuando se queda mirando el horizonte en los atardeceres de colores- añadió, sonriendo. Sun Yun miró a Akanke y sí, miraba con extraña expresión a la señora Isobel, pero no dejaba de ser un atrevimiento el señalarlo.

Ya habían avanzado bastante dentro del Cantoral y se escuchaba lejana la trifulca a sus puertas, dando la impresión de que se habían calmado las aguas, pero de repente, el estrépito sonó con fuerza fuera de la finca, haciendo que todos, incluso la Magistrada, se voltearan. -Parece que la cosa empeoró- dijo Otto a Akanke. El griterío alcanzaba volúmenes preocupantes. -Habiendo que volver- ordenó la centáuride y corrió de vuelta hacia la entrada, seguida de su grupo y más guardias de la Magistrada.

Al salir, encontraron una batalla campal contra el portón principal. Los guardias del Cantoral estaban atrapados entre las puertas y la gente que empujaba con violencia para entrar. La comitiva del Templo estaba confundida, pues cuando entraron, la Magistrada había calmado los ánimos de la gente y logrado hacerlos marchar. Pero algo les hizo recobrar determinación y aumentar su agresividad.

Los licántropos se transformaron a sus formas cánidas y saltaron hacia la muchedumbre para espantarla. Algo similar hicieron los Ro'lisim, pues no atacaron sino que saltaron frente a las personas con los pelos del lomo y cola erizados para verse más grande, gritando y golpeando sus pechos y el suelo, chillando amenazadores y mostrando sus grandes colmillos. Akanke sintió algo de tristeza por no tener su cuerpo equino, pues con él podría pararse sobre sus patas traseras y levantar las delanteras, algo que siempre fue muy eficiente a la hora de alejar a quienes se le iban encima, por lo que tuvo que echar mano de su largo báculo¹ para apartar a varios que estaban por aplastar a los guardias.

La comitiva del Templo no lograba mucho avance con esa estrategia y parecía que tendrían que atacar con violencia, cuando todos quedaron paralizados. Ante Akanke se presentó un paisaje devastado por un terrible incendio, gigantes máquinas terranas arrasaban con todo a su paso y humanos con artefactos lanzallamas incineraban toda la vida que quedaba tras ellas. La mujer bestia lanzó un grito desgarrador y cayó de rodillas al suelo llorando.

-¡Akanke! ¡Akanke!- escuchaba a lo lejos la centáuride y sintió cómo unas manos frías le tomaban el rostro -¡Mírame!- gritó la voz, haciéndola regresar a la realidad -¡La Muerte! ¡La Muerte estando aquí!- repetía Akanke llorando -¡Fue una ilusión! Fue solo una pesadilla- le consolaba Ioulia, apretándola fuerte. Le tomó algo de tiempo a la mujer el recomponerse, pues la visión fue tan real que ella llegó a sentir el calor de las llamas en su rostro.

La multitud se dispersó, al parecer, ella no fue la única que tuvo visiones aterradoras y muchos huyeron despavoridos. -Mejor volvamos al Cantoral- dijo Sun Yun, ayudando a Akanke a incorporarse.

Los guardias los reconocieron en cuanto se acercaron a la entrada lateral, pero, antes de ingresar, Akanke reconoció a un hombre que estaba de pie frente a la principal. -Ese siendo Cohen- murmuró, mirándolo extrañada. -¡Eh! ¡Cohen! ¿Qué tú haciendo aquí?- le gritó, soltando a Sun Yun y yendo junto al vampiro que conoció meses atrás. -Qué bueno que vestido- bromeó mientras lo saludaba. -Si tú queriendo, entrando conmigo- dijo, sonriendo contenta de reencontrarse con él. De inmediato, su rostro se puso serio -Pero condición: siempre en mi lado, siempre cuidando Cantoral y naturaleza. Siempre juicioso con Magistrada. Respetando casa ajena- le advirtió. Ella conocía a Cohen y el muchacho le agradaba, pero no lo conocía lo suficiente como para quemarse por él.

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Resumen:
Akanke y su comitiva ingresan al Cantoral con la Magistrada pero como se arma pelotera afuera, salen a apoyar a los guardias hasta que ocurren las pesadillas. Tras esto, Akanke reconoce a Cohen y lo invita a entrar con ella.
¹Uso de la habilidad de nivel 0 Pichata [1 uso] Al tener sobre sí muchos contrincantes, o para abrirse camino en la batalla, Akanke lanza un golpe horizontal con la parte de hoz de su báculo que atraviesa al grupo de enemigos con la intención de tirarlos al suelo. El primero en recibir el golpe recibirá un daño más crítico que los demás.

Bajo la maldición: Furia de los Vanir:

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OFF: 1.- Utilizo la habilidad racial Superioridad Arcana: [Mágica, 1 uso] : Puedo disipar o prevenir los efectos de un hechizo o habilidad [Mágica] dirigida hacia mí. Si afecta a más objetivos, sólo prevengo aquellos sobre mí.

El fuerte sonido de los portones siendo trancados por dentro retumbó como una sentencia. El Cantoral se clausuraba hasta nuevo aviso, con la comitiva del Templo adentro. Y Cohen. Y un vagabundo. -¿Quién siendo este?- inquirió la bestial, mirando con desaprobación al viejucho que Cohen había escurrido dentro de la finca. Se sintió ofendida.

Llamó a Cohen y lo apartó un poco del grupo, necesitaba hablarle en privado -Yo diciendo que tú conmigo porque conociendo ti, pero él no conociendo lo y no conmigo. ¿Y si él quiere entrando a más gentes? ¿Controlando tú este vejito?- le increpó con expresión seria. La bestial no quería insultar ni ofender a la Magistrada. Mucho menos que ella creyera que se habían aprovechado de su gentileza. Si la Magistrada se llegase a sentir agraviada, los vetaría del Cantoral y no podrían llevarse los valiosos esquejes que habían ido a buscar, ni aprender a cultivar el árbol.

Pero Cohen le dio una respuesta firme, segura y en su expresión no había ni una pizca de duda. La centáuride exhaló lentamente y asintió. -Si tú confiando... yo confiando en tú- respondió. y no cuestionó más la presencia del viejecito con pinta de vagabundo que había entrado con el vampiro.

La Magistrada observó la comitiva y, como no, notó los dos rostros nuevos. Nada se le pasaba a esa majestuosa mujer. Sin embargo, no lo mencionó. -Bienvenidos al Cantoral- dijo e hizo un gesto con la mano para que la siguieran. -Espero puedan entender que todas las precauciones que pueda tomar son pocas, tomando en cuenta las circunstancias- comentó, explicando así la orden que había dado instantes atrás.

Liderados por Isobel, avanzaron por un amplio camino de loza de piedra, iluminada a cada lado por luces arcanas, hacia la casa grande. -¿Tiene alguna idea de qué harán para recuperar los árboles que han dañado?- preguntó Martica con preocupación. -Es hora de cenar, están todos invitados. Luego podremos hablar de botánica- dijo ella, volteando ligeramente el rostro, esbozando una sonrisa tranquila.

Aquel enorme felino sorprendió a Akanke y la hizo dar un paso atrás, sobresaltada, pero la mujer no se asustó; lo que llegó a su mente fue el recuerdo del hombre del norte, Sein. Él tenía rasgos de tigre de las nieves, una mezcla tan hermosa, que el impacto no se le pasaba. Cohen fue muy valiente al intentar cuidarla, eso también causó una gran impresión en ella. Primero, porque le causó curiosidad el que él creyera que ella necesitara ser defendida, y segundo, porque a pesar de lucir frágil -en comparación con ella- estuvo dispuesto a interponerse ante una bestia salvaje para protegerla. Acciones así son las que dejan marcas inolvidables en la bestial.

Ambos alcanzaron al grupo cuando llegaron a la casa de la Magistrada. Para satisfacción de Akanke, doña Isobel mandó al viejito a cosechar. Una fugaz expresión de gozo cruzó el rostro de la bestial cuando aquel enorme hombre se llevó al invitado de Cohen. En realidad, no tenía razones para sentir tanta desconfianza hacia él, no lo conocía y su amigo Cohen había confiado en él. Tampoco era por prejuicios, como los que al parecer tenía doña Isobel, pues a la bestial la apariencia de las personas no le influía. Simplemente, el viejito no le agradó y sintió alivio cuando ya no estuvo más cerca de ella.

Ingresó de las últimas al salón comedor, cuando sus compañeros ya estaban sentados. Para su sorpresa y agrado, doña Isobel le indicó que se sentara en el puesto a su diestra. -Akanke, me han dicho que vienen desde los reinos del este, de un Templo escondido entre los espesos bosques. Tú lideras esa comunidad, ¿cierto?- preguntó la Magistrada. -Le han informado bien- respondió Martica, quien estaba junto a Akanke. -Nuestra creciente comunidad tiene su corazón en el Templo de los Monos y...- continuó la licantropa, pero Isobel alzó una mano para detenerla -Yo he hablado a Akanke- indicó -No a sus vasallos- aclaró y volvió a posar su mirada en el rostro de la Sacerdotisa.

Akanke frunció el ceño. No entendió la palabra "vasallos", pero no le gustó el tono en que le habló a su amiga. -Yo no hablando mucho bonito- respondió ella -Martica sí hablando bonito, Martica podiendo hablar por mí- fue la respuesta de la bestial. Isobel sonrió y miró con algo de ternura a la bella mujer de ébano -Está bien que tengas alguien que pueda hablar en tu lugar... en las audiencias, al pueblo, a aquellos que sean inferiores a ti. Pero con aquellos que son tus pares, de tu mismo rango o superior, no. Con personas así tienes que hablar tú, aunque no te salga bonito. Eso no importa cuando eres una mujer poderosa, como tú- dijo con mucha seguridad.

Akanke se sintió confundida. ¿Mujer poderosa? No entendía lo que aquello significaba. La Magistrada se dio cuenta de inmediato de aquello. -Vaya, entonces no sabes lo que tienes, ni lo que eres, ni cuál es tu posición y lugar- dijo, algo sorprendida. Se detuvo a mirar a los que la acompañaban. -Pero ellos sí lo saben- añadió. -Interesante- comentó y sonrió nuevamente.

- Pues que creo que voy a comenzar a creer en los jodidos Dioses... - le contestó a Cohen, con su cabeza en un mar de dudas, pues comenzaba a ver como única explicación para su condición humeante que ésta había sido causada por algún ser superior, y ese razonamiento chocaba de bruces con su firme ateísmo.

Y, para colmo, justo después, una engreída anfitriona le había negado la entrada a su hogar de una manera bastante despectiva. - ¿Suciedad? Maldita hija de... habría que verte a ti las partes bajas, aquello sí que estará sucio - pensó, sintiendo cómo nacía en él un intenso rencor hacia aquella altiva mujer en segundos, mientras se limitaba a mirarla a los ojos con una profunda seriedad en su rostro. Pero eso no había sido todo: le había etiquetado como mendigo y le había ordenado recolectar hojas de Viagris. Estaba completamente seguro de que eso no quedaría así.

Si por algo se caracterizaba Eberus, era por matarlas callando. Entonces, cómo no, a la vez que caminaba hacia los árboles acompañado, o custodiado incluso, por aquel vasallo de la vil anfitriona, ya había comenzado a valorar opciones de venganza. Opciones como, por ejemplo, destrozar las plantas del jardín con telequinesis cuando el vasallo, de nombre Abel, no estuviera mirando, romper alguna ventana de su mansión con una piedra también lanzada con telequinesis, e incluso tratar de manipular a aquel hombre para que le viera como un señor entrañable e inocente, y poder así tener posibilidades de hacer planes más enrevesados.

Mientras los últimos restos de humo salían tímidamente por sus orificios faciales, comenzó a rebuscar por el suelo hojas en buen estado. - Toma - Abel le ofreció con frialdad un rudimentario balde de madera, haciéndolo chocar directamente con el pecho del brujo para que lo agarrara y se pusiera a recolectar. Eberus, tomó aire profundamente con cara de asco, ocultando su rostro con la capucha de su túnica, lo soltó y le contestó con falsedad en su tono amable y en sus palabras. - Gracias, amigo. Así me será más fácil recolectar, con la espalda como la tengo... - En ese momento, se sintió agradecido por aquella desesperante maldición humeante, pues por culpa de ella, o gracias a ella, sus ojos se veían llorosos por la irritación, y eso, pensaba, contribuía a adoptar el papel de señor inocuo.

- Bueno, tu nombre es Abel, ¿verdad?

- Recolecta, mendigo.

- Joder... no me lo va a poner fácil. Claro, hombre. Todo lo que sea posible para ganarme el favor de la señora.

Abel asintió con seriedad y continuó mirándole, con su postura erguida y las manos cruzadas frente a su cadera. No le dejaba mucho margen para cobrar su venganza, por lo que tendría que recurrir a sus trucos y su astucia. Notó que detrás de los muros del Cantoral, se seguía escuchando revuelta... - Seguro que alguno de esos alborotadores podría arrojar una piedra que impactara contra el vasallo de esa hija de una burra... - Y eso se dispuso a simular. Trató de localizar de reojo una piedra medio ligera que pudiera arrojarle con telequinesis por su espalda a Abel, y en cuanto la vio no dudó en hacerlo. - Fascinante árbol el Durem Erectus... Muy útil para... - y zas ⁽¹⁾. La piedra impactó contra el hombro de Abel, sorprendiéndolo y haciendo que desviara su mirada hacia el muro. Cosa que Eberus aprovechó para hacer volar otra piedra algo más grande de igual manera hacia una de las ventanas de la mansión, haciéndole ver al guardia que venía desde el otro lado del muro.

- ¡Controlad a esos energúmenos, por los Dioses! ¡Están lanzando piedras dentro! - gritó Abel con firmeza a los demás guardias que había asegurando el jardín. Eberus notó un sabor agridulce en esa jugada, pues veía que no iba a conseguir librarse de él, pero al menos ahora había menos guardias dentro del jardín de la mansión, y había conseguido romper una de las ventanas. No le iba del todo mal.

- Por las barbas de mi abuelo... Pero, ¿qué pretenden esos maleantes? - dijo con un verosímil tono de sorpresa e indignación.
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OFF: 1.- Uso de mi talento Telequinesis: Controlo con facilidad los elementos físicos que me rodean.

Bajo la maldición: Furia de los Vanir:

El brujo, algo frustrado, esbozaba un gesto de disgusto intentando cubrirse con su capucha. Parecía que ese tal Abel no le dejaría fácilmente fuera de su custodia. Mientras, ya había podido llenar el balde de madera con hojas de Viagris.

- Bien, suficiente - Abel se acercó, y con brusquedad agarró el balde lleno de hojas. - Acompáñame, rápido.

- Estupendo - contestó el brujo incorporándose, aprovechando seguidamente para exagerar el leve mareo que sufrió tras estar tanto tiempo agachado. - Oh, Dioses... Un momento - Se apoyó con su brazo en el noble tronco del árbol de Viagris. - La edad, amigo, discúlpame.

Su apariencia menuda junto con su medio-avanzada edad le habían servido en el pasado para hacerse pasar por un ser mucho más incapaz de lo que realmente es, y jugar con eso a su favor. El pícaro siempre estaba dispuesto a utilizar casi cualquier medio para salirse con la suya.

Abel no decía nada, pero le miraba con un sutil desprecio y gesticulaba denotando hastío. - Uf... Ya estoy bien, como nuevo - Y comenzó a andar.

Accedieron a la mansión y, al llegar al comedor, Abel se asomó con discreción para no interrumpir la cena de su señora. Sin embargo, se encontró con que Isobel había abandonado la mesa, y estaban solo Akanke y su gente allí. Abel accedió entonces al comedor sin reparo, seguido de Eberus. - ¿Dónde está la Magistrada? - preguntó Abel, el guardia, con firmeza y premura, portando aún el balde lleno de hojas con sus brazos. Y de él, una hoja se precipitó en un suave vaivén descendente hacia el suelo sin que Abel se diera cuenta.

- Vaya, hola de nuevo - saludó calmadamente Eberus a los comensales con las manos agarradas detrás de su cadera, mirando especialmente a Akanke, aún con cierto tedio por el desprecio anterior. - ¿Yo me puedo quedar aquí? Estoy hambriento, amigo...

- No.

Akanke y su comitiva se había puesto de pie con la intención de entrar a la casa y recorrerla completa; más que curiosidad, les movía la sospecha compartida de que algo no estaba del todo bien. Pero no pudieron comenzar, pues el asistente de la Magistrada entró con el viejecito que le daba mala espina a la Sacerdotisa.

Quedaron todos en tenso silencio, mirándose entre ellos. En aquel momento, cualquier movimiento en falso podría desatar una situación que ninguno de ellos quería, pero que sus instintos les decía que era inevitable. -Magistrada diciendo que esta nuestra casa- dijo Akanke, rompiendo el incómodo momento. Abel levantó una ceja -Entiendo- respondió, mirando a la mujer directamente a los ojos. -Pero nosotros creyendo que ya siendo mucha visita. Mejor partir.- añadió, comenzando a andar hacia el hombre, lentamente. El resto de sus acompañantes también avanzó, rodeándola. Abel dio un paso atrás, viéndose en desventaja numérica sabía que no era inteligente enfrentarse a un grupo numeroso.

Pero comenzó el griterío y la agitación. Entremedio, se escuchó claramente la orden de apresar a todos ellos. Abel hizo una media sonrisa y echó la mano sobre su arma, sintiéndose confiado en que pronto tendría refuerzos; solo tendría que retenerlos allí el tiempo suficiente. Pero Won Lo no le dio tiempo. El hombre mono, soldado Ro´lisim, saltó rápidamente sobre él, evitando que desenvainara y tumbándolo de un golpe. Los demás aprovecharon para salir corriendo hacia la muralla más cercana. El plan era saltarla y huir del lugar. Martica miró a Eberus -¡Si valora su vida, salga de aquí!- le gritó en medio de la carrera

Aquella distracción le permitió ver a Martica un par de macetas con pequeños brotes de Viagris. La licántropa se desvió para recogerlos. -¿Qué haces? ¡Por allá no es!- chilló Ioulia, frenando abruptamente para girar y correr tras su hermana. -¡No me voy sin los esquejes!- respondió saltando para esquivar a un guardia que se había lanzado a taclearla -¡Eres una imbécil Martica!- gritó Ioulia, a quien no le quedó otra más que transformarse en su forma de lobo para poder defenderla e intentar sacarla viva de allí.

La licantropa derrapó al llegar junto a las macetas y tomó una en cada brazo. Se incorporó rápido y comenzó a correr, huyendo de un par de guardias que iban a por ella. Cuando ya estaban por alcanzarla, ambos fueron golpeados, arrastrados por algo que les cayó desde los árboles -¡Deja eso y vámonos!- le ordenó Gin Lo, el otro Ro'lisim que había ido con ellos. -¿Te deschavetaste? ¡Vinimos por esto! No nos podemos ir con las manos vacías- respondió ella, aferrando las macetas con fuerza.

El hombre mono gruñó de desagrado mientras tomaba a Martica por la cintura. Trepó un árbol y pronto estuvieron sobre la muralla. Del otro lado estaban casi todos los demás. -¿y Ioulia?- preguntó Martica, una vez estuvo con el resto del grupo. Todos se miraron consternados -No puede ser- se quejó Otto, afirmando su arma con la clara intención de trepar el muro de vuelta a la mansión.

-No- le detuvo Won Lo -Nosotros somos más ágiles y podemos entrar y salir fácilmente de la mansión por los árboles, ustedes llévense a Akanke- -Y los esquejes- interrumpió Martica -...y los esquejes... a resguardo- indicó el Ro´lisim con firmeza.

Akanke no estuvo de acuerdo en que la apartaran de la acción, pero sabía que era el plan adecuado -Momento- les detuvo. Tomó su báculo con ambas manos -Laramt'ata¹- pronunció y su tótem brilló sobre los Ro'lisim -Ahora sí, yendo- dijo tras darle su bendición.

Ungidos, saltaron la muralla para rescatar a Ioulia.

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¹Laramt'ata [2 usos] Al pronunciar esa palabra, se activa la protección del tótem sobre el cuerpo de Akanke y los aliados que ella unja. Esta suerte de armadura mágica adicional, disminuye el daño por golpes, ayuda a la regulación térmica en caso de luchar en condiciones extremas y, de haberlos, mitiga los efectos de sustancias nocivas en el aire, por dos turnos.