Flechas negras [Libre][Cerrado]
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Flechas negras [Libre][Cerrado]
El día estaba nublado de tal forma que ningún rayo de sol atravesaba el espeso manto de nubes que encapotaba el cielo. Corría un viento fresco que auguraba lluvia en horas, o como muy tarde, días venideros.
Para encontrar a un bandido, lo mejor que se podía hacer era preguntar a otros de su misma calaña. Alward hizo muchas preguntas en Ciudad Lagarto, y con la ayuda de Oromë no fue difícil tener un camino que seguir para encontrar a Emmanuel, su mejor amigo ahora convertido en el justiciero que llaman Arquero Carmesí.
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Si seguía una ruta muy concreta, no muy lejos del camino principal que conecta Ulmer con Lunargenta, Alward daría con una cueva a orillas de un riachuelo. El lugar estaba bien protegido por la espesura de los árboles de la zona, además de por desniveles del terreno que hacían que ningún camino pasara por allí.
Desde lejos se podía ver la figura de un oso custodiando la cueva, lo que alertó a Alward y extrañó a partes iguales.
-Se suponía que era aquí...
-Quizás nos hayamos perdido.-Se encogió de hombros Katrina.
Alward se llevó una mano a la máscara para ajustársela y luego echó un rápido vistazo a su alrededor. Todo el lugar le parecía idéntico, aunque se hubiese pateado los Bosques del Este de arriba a abajo para encontrar el templo perdido de los Stellazios no era un explorador y sin una referencia o guía clara se sentía perdido.
Desde lejos se podía ver la figura de un oso custodiando la cueva, lo que alertó a Alward y extrañó a partes iguales.
-Se suponía que era aquí...
-Quizás nos hayamos perdido.-Se encogió de hombros Katrina.
Alward se llevó una mano a la máscara para ajustársela y luego echó un rápido vistazo a su alrededor. Todo el lugar le parecía idéntico, aunque se hubiese pateado los Bosques del Este de arriba a abajo para encontrar el templo perdido de los Stellazios no era un explorador y sin una referencia o guía clara se sentía perdido.
-No quiero pasarme otra semana deambulando por estos bosques...-Suspiró poniendo sus brazos en jarras.
La experiencia con su peregrinación le había supuesto un desgaste importante, aunque hubiesen pasado meses de aquello.
Katrina, por su parte, no quitaba la vista de aquella cueva. Algo le parecía inusual allí, tanto que se lo hizo saber a Alward.
-¿Por qué el oso no se mueve?
El comentario de la vampiresa hizo que Alward dejase a un lado sus propios pensamientos y volviera a dejar caer su atención sobre la cueva. Era cierto, aquella masa que parecía un oso no se había movido un solo paso desde que llegaron, siempre fija en la misma posición.
-No deberíamos tentar a la suerte.-Dijo dando un paso hacia adelante, claramente curioso.
-Puedo con esa bestia, si estás rápido...
El humano se volteó medio cuerpo para cruzar la mirada con su compañera. Sin decir una sola palabra más, ambos aceptaron la loca idea de acercarse a la cueva.
A medida que se acercaban, la masa parecía cada vez más un oso, pero la criatura seguía extrañamente inmóvil. Cuando se acercaron lo suficiente, pudieron ver que, en efecto, se trataba de un oso pardo adulto. Tenía las fauces abiertas, pero sus ojos carecían de vida. También se podía notar que una estaca de madera gruesa y que apenas era más grande que el animal lo empalaba por el vientre. Todo el lugar estaba limpio de sangre.
Desde fuera, la cueva parecía deshabitada.
El humano y la vampiresa volvieron a mirarse, y de nuevo con una sola mirada se entendieron; había que entrar.
Una vez que cruzaron el umbral que separaba la luz exterior de la oscuridad de la propia cueva, Alward, que iba por delante, con su andar activó una trampa acústica basada en un cordel que iba de extremo a extremo de la entrada de la cueva que hacía sonar campanillas colocadas en algún lugar que el humano no logró ver. El sonido rebotó en todas las paredes y piedras del lugar, acabando por adentrarse en un pasillo situado en lo más profundo.
Alward, apretando los dientes y maldiciendo en voz baja, soltó un suspiro frustrado. Katrina se cruzó de brazos y examinó el lugar, no parecía tener mucho más interés que la propia trampa. Las campanillas estaban situadas en hilera en el techo, su perfecta visión en la oscuridad la ayudó a adaptar mejor los ojos que a Alward.
Tras unos segundos parados y alerta, no ocurrió nada.
-¿Seguimos?
Alward asintió, poniendo toda su atención en el pasillo que daba continuación a aquella formación cavernosa natural.
La experiencia con su peregrinación le había supuesto un desgaste importante, aunque hubiesen pasado meses de aquello.
Katrina, por su parte, no quitaba la vista de aquella cueva. Algo le parecía inusual allí, tanto que se lo hizo saber a Alward.
-¿Por qué el oso no se mueve?
El comentario de la vampiresa hizo que Alward dejase a un lado sus propios pensamientos y volviera a dejar caer su atención sobre la cueva. Era cierto, aquella masa que parecía un oso no se había movido un solo paso desde que llegaron, siempre fija en la misma posición.
-No deberíamos tentar a la suerte.-Dijo dando un paso hacia adelante, claramente curioso.
-Puedo con esa bestia, si estás rápido...
El humano se volteó medio cuerpo para cruzar la mirada con su compañera. Sin decir una sola palabra más, ambos aceptaron la loca idea de acercarse a la cueva.
A medida que se acercaban, la masa parecía cada vez más un oso, pero la criatura seguía extrañamente inmóvil. Cuando se acercaron lo suficiente, pudieron ver que, en efecto, se trataba de un oso pardo adulto. Tenía las fauces abiertas, pero sus ojos carecían de vida. También se podía notar que una estaca de madera gruesa y que apenas era más grande que el animal lo empalaba por el vientre. Todo el lugar estaba limpio de sangre.
Desde fuera, la cueva parecía deshabitada.
El humano y la vampiresa volvieron a mirarse, y de nuevo con una sola mirada se entendieron; había que entrar.
Una vez que cruzaron el umbral que separaba la luz exterior de la oscuridad de la propia cueva, Alward, que iba por delante, con su andar activó una trampa acústica basada en un cordel que iba de extremo a extremo de la entrada de la cueva que hacía sonar campanillas colocadas en algún lugar que el humano no logró ver. El sonido rebotó en todas las paredes y piedras del lugar, acabando por adentrarse en un pasillo situado en lo más profundo.
Alward, apretando los dientes y maldiciendo en voz baja, soltó un suspiro frustrado. Katrina se cruzó de brazos y examinó el lugar, no parecía tener mucho más interés que la propia trampa. Las campanillas estaban situadas en hilera en el techo, su perfecta visión en la oscuridad la ayudó a adaptar mejor los ojos que a Alward.
Tras unos segundos parados y alerta, no ocurrió nada.
-¿Seguimos?
Alward asintió, poniendo toda su atención en el pasillo que daba continuación a aquella formación cavernosa natural.
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Theresa se presentó en el campamento de la Guardia un día más tarde que sus compañeros, pues debía levantar los cadáveres de la posada y dar explicaciones a la población local de lo ocurrido. La versión oficial de la Guardia le asumía toda la responsabilidad de lo ocurrido al Arquero Carmesí, e incluso sospechaban que existía la posibilidad de que no trabajase solo debido a la perfección y gravedad de la masacre.
Con una reverencia y honores presentados al capitán Maximiliano el Tuerto, responsable de ese pequeño grupo de Guardias que habían asignado a la captura del arquero, Theresa se dispuso a acomodarse y buscar un sitio donde comer. Pronto comenzarían los preparativos para la captura, y debía estar descansada y alimentada.
Quizás todo ese pequeño ejército montado para un solo hombre sonaba excesivo, pero ese asunto había molestado a gente importante; mercaderes y personalidades de la alta sociedad humana. Era lógico que quisieran quitárselo de en medio.
Cuando Theresa terminó de comer, se sentó en un tronco caído, de los tantos que habían repartidos por el campamento a modo de asiento junto a las tiendas o la zona común donde todos se reunían para recibir órdenes, información general o incluso comer. De una bolsa sacó una de las flechas negras que encontró en la posada donde ocurrió la masacre y se quedó analizándola por varios segundos. Luego, sacó otra flecha, esta vez roja, de otra de las incursiones del Arquero Carmesí. Ambas eran totalmente diferentes, no solo en color, sino en cuanto a diseño. La punta de la negra tenía los bordes acabados en arco para desgarrar aún más la carne y hacer un daño extra si intentaban sacarla, la roja sin embargo tenía la punta recta, hecha para lograr una mayor precisión en el impacto.
-¿Dos flechas distintas hechas para el mismo arquero?-Murmuró mientras analizaba ambas con dedicación.
____________________________________________________________________________Con una reverencia y honores presentados al capitán Maximiliano el Tuerto, responsable de ese pequeño grupo de Guardias que habían asignado a la captura del arquero, Theresa se dispuso a acomodarse y buscar un sitio donde comer. Pronto comenzarían los preparativos para la captura, y debía estar descansada y alimentada.
Quizás todo ese pequeño ejército montado para un solo hombre sonaba excesivo, pero ese asunto había molestado a gente importante; mercaderes y personalidades de la alta sociedad humana. Era lógico que quisieran quitárselo de en medio.
Cuando Theresa terminó de comer, se sentó en un tronco caído, de los tantos que habían repartidos por el campamento a modo de asiento junto a las tiendas o la zona común donde todos se reunían para recibir órdenes, información general o incluso comer. De una bolsa sacó una de las flechas negras que encontró en la posada donde ocurrió la masacre y se quedó analizándola por varios segundos. Luego, sacó otra flecha, esta vez roja, de otra de las incursiones del Arquero Carmesí. Ambas eran totalmente diferentes, no solo en color, sino en cuanto a diseño. La punta de la negra tenía los bordes acabados en arco para desgarrar aún más la carne y hacer un daño extra si intentaban sacarla, la roja sin embargo tenía la punta recta, hecha para lograr una mayor precisión en el impacto.
-¿Dos flechas distintas hechas para el mismo arquero?-Murmuró mientras analizaba ambas con dedicación.
Off:
¡Bienvenidos a la continuación de mi arco personal sobre el Arquero Carmesí! ^^. Solo quiero dar un pequeño apunte: tenéis total libertad, como siempre, para moveros a vuestro antojo y tirar de la creatividad que gustéis. Ya sabéis que en mis temas, la inventiva de todos es bien recibida.
Última edición por Alward Sevna el Mar Jul 02 2024, 20:39, editado 1 vez
Alward Sevna
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
El capitán aceptó mi participación en la captura de ese tal arquero rojo o cómo sea que lo llamasen. Irónicamente fuimos al bosque, no sabía si reírme o agradecerle al destino de poder jugar en casa. Evidentemente me negué en rotundo a descansar en el campamento que se habían improvisado los guardias y el resto del equipo, no me molesté en hablar con nadie y menos descansar cerca de ellos. No era buena idea, muchos humanos cerca de repente después de tanto tiempo, en tiendas de campaña, en el bosque... Solo estaban a una pesadilla mía de acabar mal si las cosas se descontrolaban. O simplemente hubiera bastado con que alguien interrumpiese mi sueño de forma inesperada para terminar de tener ideas para siempre. No, era mejor que durmiese arropado por la oscuridad y tranquilidad, aunque... No podía dormir, era imposible, no hacían más que hacer alboroto (Aunque para ellos debían de ser ruidos normales y corrientes de la vida mundana), tenían antorchas y por encima de todo estaba el olor de cada uno de ellos, inconscientemente me era imposible dejar de rebuscar entre sus olores por si podía encontrar un atisbo del olor de ella.
Lo sé, era una estupidez y no debería de hacerlo, pero igualmente me era imposible evitarlo, la más mínima posibilidad de encontrar cualquier tipo de conexión con ella o con lo que había pasado me bastaba para estar en vigilia y atento a cada ráfaga de viento. "Tsk, así no hay Dios que duerma" Pensé antes de entrar al campamento y darme un paseo. En realidad el lugar estaba bastante tranquilo, nadie me molestó ni me llamó la atención, debía ser que al verme hablar con el capitán y pasear cerca de él se habían hecho a la idea de que era algún tipo de cazarrecompensas y en cierto sentido... ¿Lo era? Bueno, no importa, por lo menos nadie interfería en mi comodidad.
Vi sentada a una mujer, una que había estado con el capitán tuerto con cara de perro "Jajajaja si él supiera" me reí para mi mismo mientras me acercaba sin hacer ruido por detrás de ella. No quería asustarla ni espiarla, simplemente pretendía sacar más información acerca de alguien que parecía dubitativo y sumido en sus pensares, y tenía literalmente algo entre manos. Me había despertado un poco de curiosidad, y bueno, si, digamos que eso contaría como espiar, pero no duraría mucho tiempo. Cuando estuve lo bastante cerca pude escucharla murmurar algo. Olía como a concentración y dudas, extraña combinación diría yo, si es que estaba en lo cierto claro.
-Las flechas que sujetas son de distintas personas. ¿Y no se supone que perseguimos a un acechador de carruajes con complejo de superhéroe? Lo que vimos en aquella posada era obra de alguien mucho más serio y visceral. ¿Tu capi sabe a dónde os manda y prefiere enmascarar la realidad o simplemente perdió las ganas de vivir y de pensar después del primer ojo? A lo mejor tiene un As bajo el parche, no lo sé.
Hablé despacio y sin levantar mucho la voz, no quería asustarla. Pretendía ser algo amable y cortés, dar mi punto de vista sobre lo que estaba observando e intercambiar información, pero mi querido sarcasmo no era algo que se pudiera esconder, era parte de mi forma natural de ser. Además, indirectamente también lo utilizaba para poner a prueba la perspicacia de las personas a las que me dirigía.
-Quiero decir... La recompensa es por coger al gamberro carmesí, si al final nos tenemos que enfrentar a sectarios encapuchados que invocan demonios a través de sacrificios o a un aquelarre de brujas arqueras no se si nos pagarán igual y estoy seguro de que sería una tarea mucho más difícil de lo que en principio se nos plantea.
Suspiré al terminar la frase y reflexione un poco yo mismo. Según lo que parece, todo indicaba a que al final muchos de los ahí presentes podrían no salir con vida, incluyéndome. A lo mejor me había precipitado con el encargo, tampoco quería servir de carnada para los planes de un vejestorio que espera recuperar su antigua gloria con el precio de la sangre de sus subordinados. Había todavía muchas incógnitas en el aire y ninguna de las posibles respuestas que me estaba formulando me llevaban a buen desenlace.
"Confía en tus instintos, utiliza tus sentidos, respira y cuando llegué la hora no dejes que la cabeza tome el control" Pensé para tranquilizarme, no quería ponerme nervioso antes de que todo comenzase.
Lo sé, era una estupidez y no debería de hacerlo, pero igualmente me era imposible evitarlo, la más mínima posibilidad de encontrar cualquier tipo de conexión con ella o con lo que había pasado me bastaba para estar en vigilia y atento a cada ráfaga de viento. "Tsk, así no hay Dios que duerma" Pensé antes de entrar al campamento y darme un paseo. En realidad el lugar estaba bastante tranquilo, nadie me molestó ni me llamó la atención, debía ser que al verme hablar con el capitán y pasear cerca de él se habían hecho a la idea de que era algún tipo de cazarrecompensas y en cierto sentido... ¿Lo era? Bueno, no importa, por lo menos nadie interfería en mi comodidad.
Vi sentada a una mujer, una que había estado con el capitán tuerto con cara de perro "Jajajaja si él supiera" me reí para mi mismo mientras me acercaba sin hacer ruido por detrás de ella. No quería asustarla ni espiarla, simplemente pretendía sacar más información acerca de alguien que parecía dubitativo y sumido en sus pensares, y tenía literalmente algo entre manos. Me había despertado un poco de curiosidad, y bueno, si, digamos que eso contaría como espiar, pero no duraría mucho tiempo. Cuando estuve lo bastante cerca pude escucharla murmurar algo. Olía como a concentración y dudas, extraña combinación diría yo, si es que estaba en lo cierto claro.
-Las flechas que sujetas son de distintas personas. ¿Y no se supone que perseguimos a un acechador de carruajes con complejo de superhéroe? Lo que vimos en aquella posada era obra de alguien mucho más serio y visceral. ¿Tu capi sabe a dónde os manda y prefiere enmascarar la realidad o simplemente perdió las ganas de vivir y de pensar después del primer ojo? A lo mejor tiene un As bajo el parche, no lo sé.
Hablé despacio y sin levantar mucho la voz, no quería asustarla. Pretendía ser algo amable y cortés, dar mi punto de vista sobre lo que estaba observando e intercambiar información, pero mi querido sarcasmo no era algo que se pudiera esconder, era parte de mi forma natural de ser. Además, indirectamente también lo utilizaba para poner a prueba la perspicacia de las personas a las que me dirigía.
-Quiero decir... La recompensa es por coger al gamberro carmesí, si al final nos tenemos que enfrentar a sectarios encapuchados que invocan demonios a través de sacrificios o a un aquelarre de brujas arqueras no se si nos pagarán igual y estoy seguro de que sería una tarea mucho más difícil de lo que en principio se nos plantea.
Suspiré al terminar la frase y reflexione un poco yo mismo. Según lo que parece, todo indicaba a que al final muchos de los ahí presentes podrían no salir con vida, incluyéndome. A lo mejor me había precipitado con el encargo, tampoco quería servir de carnada para los planes de un vejestorio que espera recuperar su antigua gloria con el precio de la sangre de sus subordinados. Había todavía muchas incógnitas en el aire y ninguna de las posibles respuestas que me estaba formulando me llevaban a buen desenlace.
"Confía en tus instintos, utiliza tus sentidos, respira y cuando llegué la hora no dejes que la cabeza tome el control" Pensé para tranquilizarme, no quería ponerme nervioso antes de que todo comenzase.
Ren Damaru
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Día 22 después de Oblivion
[ERROR CRÍTICO: BORRANDO DÍA 12]
Golosina caminaba tranquila por los bosques del Este. Su misión con el Señor Hitch había llegado a su fin una semana antes, cuándo su caravana había llegado hasta los límites de las tierras humanas y los caminos se habían vuelto ya seguros.
Tras presenciar aquellos impactantes acontecimientos, con lucha de hombres grillo incluída, la biocibernética decidió poner rumbo al sureste. Quizás era hora de volver a la Base de los Bio.
Quizás la División de Tácticas Especiales Biocibernéticas tendrían para ella alguna misión que llevar a cabo… ¿Cuándo fue la última vez que había visitado ese emplazamiento? Golosina no podía asegurarlo. Quizás era hora de volver allí.
Caminó en línea recta, con su cuello torcido ligeramente a la izquierda, variando su rumbo tan sólo si algún árbol entorpecía su camino. Unos minutos más tarde, llegó hasta un arroyo, dónde encontró a una niña asustadiza, de apenas seis años.
Al percatarse de su presencia, la chiquilla pareció asustarse en un primer momento. Fue entonces cuándo Golosina se dio cuenta de que sus ropas estaban enrojecidas y no tardó en comprender que la jovencilla había vivido quizás una dura historia.
―¡No te asustes, pequeña flor!
La niña parecía confundida, dudosa y tras unos segundos de incertidumbre, comenzó a correr en la dirección opuesta.
Golosina emprendió una rápida carrera tras ella, mientras abría aún más sus ojos que se negaban a parpadear, hasta lograr darle alcance.
―¡Suéltame!― dijo la pobre chiquilla asustada, moviéndose entre sus brazos, intentando soltarse de su firme agarre.
―Tranquila, mi flor, Golosina está aquí para ayudarla.
Y tras pronunciar esas palabras, sonrió de forma forzada y excéntrica provocando que la niña, al ver su extraña mueca, comenzara a llorar.
__________________________________________________
Han pasado sólo 7 días desde los acontecimientos del rol anterior, por lo que Golosina recordará los acontecimientos ocurridos en la caravana del Señor Hitch y también reconocerá a las personas que estaban allí presentes.
Rauko, este rol sigue siendo antes de nuestro posterior encuentro de gomejos
Golosina
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Y de alguna manera llegamos a Verisar, descubrí dónde estaba el lago de Frey, vencimos a un grupo de trasgos, enseñamos a unos aldeanos la maravillosa existencia de las biusas, Xana se dedicó usar su arma para causar heridas grotescas a diestra y siniestra que se borraban en minutos, obligándome entonces a finiquitar sus vidas de forma permanente. La vida de los trasgos, no la de los aldeanos. Debí contar esto con un mejor orden.
En cualquier caso, como buenos miembros del gremio de informantes, no nos enteramos de nada de lo que queríamos, es decir, del Arquero Carmesí. Fue por benevolencia de los dioses que a nuestros oídos llegaron las noticias de un grupo de soldados que decidieron darle caza, liderado por un tuerto al que era recomendable no quitarle el ojo de encima porque quedaría ciego.
Tras recompensar al chismoso que nos informó sobre ellos, y ver, con profunda indignación, que el ingrato no agradeció que la recompensa fuesen biusas, marchamos hacia donde sea que estuvieran los soldados. Esta vez no nos perdimos, continuamos dentro de los Bosques del Este.
Luego sí nos perdimos, pero al menos seguíamos en la misma región.
–¿Recuerdas aquella vez que mataste a todos los conejos de esta zona en un ritual macabro? –pregunté, casual, mientras avanzábamos con rumbo desconocido a través del paisaje devorado por la extensa y frondosa vegetación.
–Sí –contestó Xana, lacónica.
–Qué viejos tiempos en los que eras..., pues, bueno, practicante de magias raras.
–Sí.
–Todo lo contrario que ahora, que tienes magia de brillitos y de colores.
–Sí.
–Qué conversación tan emocionante –murmuré.
Justo entonces, salvándonos de continuar con una plática muerta, escuchamos lo que parecía ser el llanto de una niña. Xana fue la primera en correr en su dirección, pero yo no tardé en alcanzarla y dejarla atrás gracias a mi velocidad sobrehumana.
Entonces lo vi. Una escena perturbadora que podría reverberar en la mente de la niña durante las siguientes noches en forma de pesadillas. Por suerte, no era mi primera vez viendo a la causante de aquel macabro escenario.
–Ah, hola... –saludé, deteniéndome al percatarme de que no recordaba, si es que alguna vez lo supe, el nombre de la bio-cibernética de piel oscura–, querida compañera de aventuras –improvisé con una sonrisa. «¿Debería preguntarle su nombre?», cavilé mientras me acercaba a ellas. «No, sería embarazoso a estas alturas. Es mejor fingir que lo sé», decidí.
–¿Qué suce...? –llegó a decir Xana al aparecer, antes de deducir la verdad. Aliviada, enfundó su lanza y se acercó–. Tranquila, pequeña, estás a salvo –dijo con voz suave.
–Exacto, no le tengas miedo a esta mujer –añadí, refiriéndome a la bio-cibernética–. Quizás sea más alta que todos nosotros juntos y deba tener cuidado de no golpearse la cabeza con la luna, pero... –le hice un gesto a Xana– podría conseguirte estrellas del cielo. De hecho, seguro que tiene algunas en su cabeza que se ha llevado por el camino sin saber.
Me puse de puntillas y pasé una mano sobre la bio-cibernética. Xana, entendiendo, generó algunas diminutas bolitas de luz que quedaron pegadas a mi mano, la cual, entonces, le enseñé a la niña, maravillándola y matando su llanto.
–Estrellas del cielo –dije, teatral y alargando las palabras. Sacudí la mano sobre la niña, haciendo que las bolitas luminosas se derramaran sobre su cabello–. Estupendo, ¿no? –Ensanché mi sonrisa y reí entre dientes–. Así que ya ves, ella es un personaje estrella. –Miré a la bio-cibernética–. Deberías presentarte adecuadamente –le solicité–, para ganarte su confianza. –Y para que yo supiera su nombre.
Xana, con mal criterio para elegir las prioridades de la vida, se agachó al lado de la pequeña para examinar, con discreción, el estado físico de esta. Por el momento, prefirió guardarse las preguntas que suscitaba lo que veía.
En cualquier caso, como buenos miembros del gremio de informantes, no nos enteramos de nada de lo que queríamos, es decir, del Arquero Carmesí. Fue por benevolencia de los dioses que a nuestros oídos llegaron las noticias de un grupo de soldados que decidieron darle caza, liderado por un tuerto al que era recomendable no quitarle el ojo de encima porque quedaría ciego.
Tras recompensar al chismoso que nos informó sobre ellos, y ver, con profunda indignación, que el ingrato no agradeció que la recompensa fuesen biusas, marchamos hacia donde sea que estuvieran los soldados. Esta vez no nos perdimos, continuamos dentro de los Bosques del Este.
Luego sí nos perdimos, pero al menos seguíamos en la misma región.
–¿Recuerdas aquella vez que mataste a todos los conejos de esta zona en un ritual macabro? –pregunté, casual, mientras avanzábamos con rumbo desconocido a través del paisaje devorado por la extensa y frondosa vegetación.
–Sí –contestó Xana, lacónica.
–Qué viejos tiempos en los que eras..., pues, bueno, practicante de magias raras.
–Sí.
–Todo lo contrario que ahora, que tienes magia de brillitos y de colores.
–Sí.
–Qué conversación tan emocionante –murmuré.
Justo entonces, salvándonos de continuar con una plática muerta, escuchamos lo que parecía ser el llanto de una niña. Xana fue la primera en correr en su dirección, pero yo no tardé en alcanzarla y dejarla atrás gracias a mi velocidad sobrehumana.
Entonces lo vi. Una escena perturbadora que podría reverberar en la mente de la niña durante las siguientes noches en forma de pesadillas. Por suerte, no era mi primera vez viendo a la causante de aquel macabro escenario.
–Ah, hola... –saludé, deteniéndome al percatarme de que no recordaba, si es que alguna vez lo supe, el nombre de la bio-cibernética de piel oscura–, querida compañera de aventuras –improvisé con una sonrisa. «¿Debería preguntarle su nombre?», cavilé mientras me acercaba a ellas. «No, sería embarazoso a estas alturas. Es mejor fingir que lo sé», decidí.
–¿Qué suce...? –llegó a decir Xana al aparecer, antes de deducir la verdad. Aliviada, enfundó su lanza y se acercó–. Tranquila, pequeña, estás a salvo –dijo con voz suave.
–Exacto, no le tengas miedo a esta mujer –añadí, refiriéndome a la bio-cibernética–. Quizás sea más alta que todos nosotros juntos y deba tener cuidado de no golpearse la cabeza con la luna, pero... –le hice un gesto a Xana– podría conseguirte estrellas del cielo. De hecho, seguro que tiene algunas en su cabeza que se ha llevado por el camino sin saber.
Me puse de puntillas y pasé una mano sobre la bio-cibernética. Xana, entendiendo, generó algunas diminutas bolitas de luz que quedaron pegadas a mi mano, la cual, entonces, le enseñé a la niña, maravillándola y matando su llanto.
–Estrellas del cielo –dije, teatral y alargando las palabras. Sacudí la mano sobre la niña, haciendo que las bolitas luminosas se derramaran sobre su cabello–. Estupendo, ¿no? –Ensanché mi sonrisa y reí entre dientes–. Así que ya ves, ella es un personaje estrella. –Miré a la bio-cibernética–. Deberías presentarte adecuadamente –le solicité–, para ganarte su confianza. –Y para que yo supiera su nombre.
Xana, con mal criterio para elegir las prioridades de la vida, se agachó al lado de la pequeña para examinar, con discreción, el estado físico de esta. Por el momento, prefirió guardarse las preguntas que suscitaba lo que veía.
Rauko
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Theresa se sobresaltó ante una voz que no le era conocida, o al menos no habitual, puesto que con el paso de los segundos pudo reconocer al tipo que había entrado tan altivamente en la posada estando ella investigando el crimen.
-Cuida esa lengua, espada de alquiler.-Dijo mientras le dedicaba una mirada fría e impasible.
Aunque en ocasiones era bienvenida la ayuda externa, la mayoría de los Guardias no presentaba muy buena disposición a colaborar con mercenarios que solo se dejaban guiar por el oro y las posibles recompensas. La lealtad de estos individuos era discutible, y un cambio en las condiciones o un desacuerdo que se presentase de forma inesperada podía resultar fatal.
-El Arquero Carmesí es nuestra tarea.-Guardó las flechas.-Y esa debe ser tu única preocupación.-Guardó silencio durante unos instantes. Aquella situación era incómoda, y ella no hacía mucho por evitarlo. Lo miró de arriba a abajo, ¿Realmente aquel tipo era alguien capaz?-¿Cuáles son tus habilidades? Muchos cumplen el refrán que dice que por la boca muere el pez, y no quiero tenerte a mi lado en ningún enfrentamiento si es que eres de esos.
-Cuida esa lengua, espada de alquiler.-Dijo mientras le dedicaba una mirada fría e impasible.
Aunque en ocasiones era bienvenida la ayuda externa, la mayoría de los Guardias no presentaba muy buena disposición a colaborar con mercenarios que solo se dejaban guiar por el oro y las posibles recompensas. La lealtad de estos individuos era discutible, y un cambio en las condiciones o un desacuerdo que se presentase de forma inesperada podía resultar fatal.
-El Arquero Carmesí es nuestra tarea.-Guardó las flechas.-Y esa debe ser tu única preocupación.-Guardó silencio durante unos instantes. Aquella situación era incómoda, y ella no hacía mucho por evitarlo. Lo miró de arriba a abajo, ¿Realmente aquel tipo era alguien capaz?-¿Cuáles son tus habilidades? Muchos cumplen el refrán que dice que por la boca muere el pez, y no quiero tenerte a mi lado en ningún enfrentamiento si es que eres de esos.
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El silencio era dueño y señor de aquel angosto pasaje de roca en el que Alward tuvo que dejar paso a Katrina para que esta le guiase, ya que la oscuridad lo ocupaba todo y los ojos especializados de la vampiresa servían más que los suyos.
No duró mucho el caminar a ciegas, ya que pronto verían que una luz se abría paso entre la oscuridad más adelante.
Antorchas.
Alward y Katrina volvieron a cambiar posiciones sin decir una sola palabra y cuidando de no pisar demasiado fuerte para no alertar a quien sea que estuviese viviendo allí.
El angosto pasaje desembocaba en una habitación cavernosa mucho más amplia que la de la entrada. Allí habían numerosas cajas dispuestas de forma aleatoria por el lugar, además de algunas mantas, una mesa y un par de sillas. En cuanto Alward cruzó el umbral, por el rabillo del ojo pudo ver una flecha tensada a pocos metros de su sien.
-¿Quién va?
La voz ronca de debajo de aquella capucha roja fue difícilmente reconocible por Alward, pero no era distinta a la de su amigo Emmanuel. El enmascarado levantó las manos mostrando intenciones pacíficas, y Katrina cruzaba lentamente le umbral con la alerta suficiente por si la situación se complicaba.
El silencio cavernoso, esta vez más tenso, se volvió a apoderar del lugar. El arquero miró de arriba a abajo a Alward, y también a Katrina. Tras eso, bajó su arma y dejó que definitivamente la pareja entrase en la habitación.
Alward fue esta vez quien lo observó de arriba a abajo. Sus ropajes desde luego hacían buena referencia de su apodo, además de su arco y sus flechas. Katrina echó un vistazo más en profundidad a la estancia y pudo ver cómo en un lugar concreto de esta había montado todo un arsenal de flechas y demás armas arrojadizas que no superaban la longitud de una daga, todo tintado del mismo color: el rojo.
-¿Ahora te escondes detrás de una máscara?
-Y tú debajo de una capucha roja.
Ambos hombres se quedaron mirando el uno al otro impasibles, hasta que Alward se quitó la máscara y desdibujó su rostro serio al mostrar una media sonrisa que se convirtió en una completa en cuanto Emmanuel también la mostró.
-Siempre me gustó el rojo.-Dijo acercándose a su amigo mientras le daba la mano.
-Te queda bien.-Aceptó el saludo, luego se abrazaron.
No duró mucho el caminar a ciegas, ya que pronto verían que una luz se abría paso entre la oscuridad más adelante.
Antorchas.
Alward y Katrina volvieron a cambiar posiciones sin decir una sola palabra y cuidando de no pisar demasiado fuerte para no alertar a quien sea que estuviese viviendo allí.
El angosto pasaje desembocaba en una habitación cavernosa mucho más amplia que la de la entrada. Allí habían numerosas cajas dispuestas de forma aleatoria por el lugar, además de algunas mantas, una mesa y un par de sillas. En cuanto Alward cruzó el umbral, por el rabillo del ojo pudo ver una flecha tensada a pocos metros de su sien.
-¿Quién va?
La voz ronca de debajo de aquella capucha roja fue difícilmente reconocible por Alward, pero no era distinta a la de su amigo Emmanuel. El enmascarado levantó las manos mostrando intenciones pacíficas, y Katrina cruzaba lentamente le umbral con la alerta suficiente por si la situación se complicaba.
El silencio cavernoso, esta vez más tenso, se volvió a apoderar del lugar. El arquero miró de arriba a abajo a Alward, y también a Katrina. Tras eso, bajó su arma y dejó que definitivamente la pareja entrase en la habitación.
Alward fue esta vez quien lo observó de arriba a abajo. Sus ropajes desde luego hacían buena referencia de su apodo, además de su arco y sus flechas. Katrina echó un vistazo más en profundidad a la estancia y pudo ver cómo en un lugar concreto de esta había montado todo un arsenal de flechas y demás armas arrojadizas que no superaban la longitud de una daga, todo tintado del mismo color: el rojo.
-¿Ahora te escondes detrás de una máscara?
-Y tú debajo de una capucha roja.
Ambos hombres se quedaron mirando el uno al otro impasibles, hasta que Alward se quitó la máscara y desdibujó su rostro serio al mostrar una media sonrisa que se convirtió en una completa en cuanto Emmanuel también la mostró.
-Siempre me gustó el rojo.-Dijo acercándose a su amigo mientras le daba la mano.
-Te queda bien.-Aceptó el saludo, luego se abrazaron.
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La bruja había seguido el rastro por el bosque. No era difícil seguir a lo que parecía ser alguien joven y poco ducho en moverse por esos lares. Finalmente la encontró; una niña, y estaba sorprendentemente acompañada por dos elfos y una mujer de tez oscura extremadamente alta.
No tuvo problema en acercarse, aunque lo hizo despacio y con cautela para no generar hostilidad en aquellos que acompañaban a la niña.
-Hola.-Dijo en un hilillo de voz relajado y dulce, el cual era su tono característico.-Mi nombre es Eiko.
Acto seguido, la bruja sacó de entre sus pertenencias dos flechas rojas y se las mostró a los presentes, en especial a la niña.
-¿Sabrías decirme si viste a quien disparó esto?
La niña mostraba signos de haber estado, o al menos presenciado, algún tipo de enfrentamiento. Suponía que estaba en buen estado y no tendría heridas graves, ya que a los elfos se les solía dar bien tratar con dichos contratiempos.
-Han atacado un carromato cerca de aquí, en uno de los caminos principales.-Justificó así su presencia en el lugar.-Debió haber sido hace medio día, quizás ayer por la noche.-Lo cual resultaba extrañamente sorprendente que la niña hubiese sobrevivido ella sola vagando por el bosque.-He seguido el rastro de la que parece ser la única sobreviviente al ataque...-Una duda súbita apareció tanto en su rostro como en su voz.-...si es que no me he equivocado. Seguir un rastro en este bosque no es fácil, y tanta vegetación puede dar lugar a confusiones... pero, también es mucha coincidencia que una niña vague sola por el bosque.-Estas últimas palabras las dijo en voz alta pero parecían más bien un pensamiento que un diálogo.
-¿Te suenan de algo?-Volvió a mostrarle las flechas a la niña, esta vez acercándose a esta con la misma sutileza con la que había aparecido en el lugar e hincando una rodilla en el suelo para quedar a su altura.
No tuvo problema en acercarse, aunque lo hizo despacio y con cautela para no generar hostilidad en aquellos que acompañaban a la niña.
-Hola.-Dijo en un hilillo de voz relajado y dulce, el cual era su tono característico.-Mi nombre es Eiko.
Acto seguido, la bruja sacó de entre sus pertenencias dos flechas rojas y se las mostró a los presentes, en especial a la niña.
-¿Sabrías decirme si viste a quien disparó esto?
La niña mostraba signos de haber estado, o al menos presenciado, algún tipo de enfrentamiento. Suponía que estaba en buen estado y no tendría heridas graves, ya que a los elfos se les solía dar bien tratar con dichos contratiempos.
-Han atacado un carromato cerca de aquí, en uno de los caminos principales.-Justificó así su presencia en el lugar.-Debió haber sido hace medio día, quizás ayer por la noche.-Lo cual resultaba extrañamente sorprendente que la niña hubiese sobrevivido ella sola vagando por el bosque.-He seguido el rastro de la que parece ser la única sobreviviente al ataque...-Una duda súbita apareció tanto en su rostro como en su voz.-...si es que no me he equivocado. Seguir un rastro en este bosque no es fácil, y tanta vegetación puede dar lugar a confusiones... pero, también es mucha coincidencia que una niña vague sola por el bosque.-Estas últimas palabras las dijo en voz alta pero parecían más bien un pensamiento que un diálogo.
-¿Te suenan de algo?-Volvió a mostrarle las flechas a la niña, esta vez acercándose a esta con la misma sutileza con la que había aparecido en el lugar e hincando una rodilla en el suelo para quedar a su altura.
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Alward Sevna
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
- Off:
- Disculpar la demora
Evidentemente la mujer se sobresaltó, me había asegurado de no hacer mucho ruido, aunque en realidad creo que simplemente estaba demasiado enfrascada en sus pensamientos como para prestar atención a posibles invasores que se acercasen a ella. Su mirada cambió cuando me reconoció, ella también estuvo en la taberna. Sus ojos me indicaron hostilidad, no se fiaba de mi, eso me gustaba, no era de sensatos confiar en alguien con mi aparente vanidad. No tardó mucho en responder a mis frases con amenazantes palabras, aunque solo consiguió que en mi rostro se dibujase una juguetona sonrisa.
- Dejemos algo claro, no soy una espada de alquiler, repasa los acontecimientos, nadie me llamó, nadie me alquiló tampoco. Me presenté yo mismo y exigí mi puesto en esta contienda, tu capitán aceptó porque vio algo en mi, su ojo algo de experiencia tendrá, o a lo mejor solo planea usarme de carnada. El dinero está bien porque me puede ayudar en mis objetivos personales pero has de saber que no soy un mercenario, vine a por respuestas y mi nariz me indicó que vuestra campaña podría ser un buen sitio para empezar a buscar.
Hablé tranquila y claramente mientras mi mirada se enfocaba en el cielo nocturno
- Tengo muy buen olfato y me gusta dudar de todo y de todos, incluso de mi mismo así que no se si mis palabras, las cuáles podrían ser perfectamente llevadas por el viento, pudieran ser las más indicadas para describirme a mi mismo, pero te he observado, hueles a dudas y conoces bien al capitán, o eso parece, y los dos sabemos que aquí hay gato encerrado, por eso estabas meditando sobre la evidencia que claramente indican las flechas y el escenario que vimos en la posada.
Tomé un pequeño respiro mientras me decidía sobre que papel tomar en mis próximas palabras, tenía que ser un poco más frío y objetivo, esa mujer podría ser un aliado o un estorbo, no me convenía la segunda opción. Tenía que relajarme y no mostrar las excelencias de mi desconmensurado y atormentado Ego que luchaba por salir y alimentarse.
-Bien... es posible que tengamos que cubrirnos las espaldas y prefiero no tener que darme la vuelta si eres tu la que está detrás, te daré información sobre mi, aunque no es de mi agrado. Hace mucho, mucho tiempo, que no converso con alguien, pero la supervivencia es lo primero. Soy un licántropo solitario, nunca pertenecí a ningún clan y la primera vez que salí de los bosques para encontrar algo me topé con una joven, esa misma noche, después de acabar con algunos impresentables que la perseguían fuimos emboscados. ¿Mis habilidades? Lo próximo que recuerdo es que desperté bañado en sangre en el bosque otra vez. Han pasado dos años. Ayer fue la primera vez que salí de ellos. ¿Lo que pasó con ella? Todavía no lo sé y si descubro que lo que mi mente piensa sobre ello es cierto: me dejaré ejecutar, pero hasta entonces soy un fiel y fiero aliado mientras no me escuches aullar, aléjate si escuchas mi aullido. No poseo magia ni habilidades espectaculares pero puedo partir a un hombre en dos con mis manos.
Miré hacia otro lado, pensativo, antes de volver mi mirada hacia los iris de ella de forma indiscreta mientras mis ojos brillaban a la luz de la luna con un tono amarillento profundo, demostrando mi naturaleza. No pestañeé y observé atentamente su reacción.
- ¿Responde eso a tus preguntas, señorita curiosa?
Solté casi susurrando mientras ladeaba ligeramente la cabeza sin dejar de mirarla.
Ren Damaru
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Mientras intentaba tranquilizar a la niña, la presencia de dos nuevas personas en las cercanías le alertaron. Pero sus sistemas de alerta no llegaron a activarse al distinguir a los dos hermosos elfos que la habían acompañado durante toda la travesía de la caravana del Señor Hitch.
―Hermosos compañeros, que placer veros ―dijo, obviando la presencia de la niña ensangrentada durante unos segundos, para luego volver toda su atención a ella― Estoy intentando tranquilizar a esta pequeña flor.
Lo dijo abriendo los ojos tanto cómo si fueran a salírseles de sus cuencas. Pero finalmente fueron las palabras del hermoso Rauko, cuyo nombre recordaba a la perfección porque ella era una de esas personas que no olvidaba nada importante en esta existencia terrenal (?), quién demostró un mayor don de sociabilidad con los infantes.
Pero sobretodo fueron sus palabras sobre la capacidad de Golosina para capturar estrellas del cielo lo que realmente la impactó. ¿Realmente tenía ese poder?
No lo recordaba, pero sin duda, cuándo vio esas partículas luminosas brotar de ella hasta la mano del hermoso Rauko, en la mente de Golosina se inició un sistema de comprobación de capacidades asombroso, registrando aquella increíble nueva actividad. [1]
―Siempre supe que yo era un ser de luz ―expresó, convencida con su brillante personalidad.
Entonces, la hermosa Xana, cuyo nombre también recordaba, se acercó a la Pequeña Flor con interés.
Confiaba en la mujer y mientras examinaba a la chiquilla, quizás observando si tenía alguna herida que su magia élfica pudiera cuidar, un sonido a sus espaldas la puso en alerta.
Mientras procesaba toda la información, alzó la vista con la esperanza de ver nuevas estrellas rondando su cabeza, pero no lo consiguió.
¿Sería de nuevo el Hombre Grillo que volvía a hacer fechorías teñido de brillantes colores?
Golosina señaló en la dirección adecuada.
―Alguien se aleja corriendo por allí, hermosos compañeros. Parece que lleva prisa...
[1] Durante los próximos 10 días, hasta que Golosina consiga olvidarlo, creerá firmemente que es capaz de capturar estrellas del cielo, debido a su altura y a que es un ser de luz.
[2] Uso de mi habilidad Radar: [2 usos] Activo un radar que, por unos pocos segundos, me permite saber la ubicación exacta de cualquier objeto o criatura que emita calor en un radio de 100 metros. Primer Uso.
―Hermosos compañeros, que placer veros ―dijo, obviando la presencia de la niña ensangrentada durante unos segundos, para luego volver toda su atención a ella― Estoy intentando tranquilizar a esta pequeña flor.
Lo dijo abriendo los ojos tanto cómo si fueran a salírseles de sus cuencas. Pero finalmente fueron las palabras del hermoso Rauko, cuyo nombre recordaba a la perfección porque ella era una de esas personas que no olvidaba nada importante en esta existencia terrenal (?), quién demostró un mayor don de sociabilidad con los infantes.
Pero sobretodo fueron sus palabras sobre la capacidad de Golosina para capturar estrellas del cielo lo que realmente la impactó. ¿Realmente tenía ese poder?
No lo recordaba, pero sin duda, cuándo vio esas partículas luminosas brotar de ella hasta la mano del hermoso Rauko, en la mente de Golosina se inició un sistema de comprobación de capacidades asombroso, registrando aquella increíble nueva actividad. [1]
―Siempre supe que yo era un ser de luz ―expresó, convencida con su brillante personalidad.
Entonces, la hermosa Xana, cuyo nombre también recordaba, se acercó a la Pequeña Flor con interés.
Confiaba en la mujer y mientras examinaba a la chiquilla, quizás observando si tenía alguna herida que su magia élfica pudiera cuidar, un sonido a sus espaldas la puso en alerta.
[ALERTA: PRESENCIA DE SER VIVO DESCONOCIDO EN LA ZONA]
Mientras procesaba toda la información, alzó la vista con la esperanza de ver nuevas estrellas rondando su cabeza, pero no lo consiguió.
[ACTIVANDO RADAR]
¿Sería de nuevo el Hombre Grillo que volvía a hacer fechorías teñido de brillantes colores?
[RADAR: PRESENCIA HUMANOIDE SOSPECHOSA: 52,87 METROS, DIRECCIÓN SUROESTE. HUYENDO] [2]
Golosina señaló en la dirección adecuada.
―Alguien se aleja corriendo por allí, hermosos compañeros. Parece que lleva prisa...
_________________________________________________
[1] Durante los próximos 10 días, hasta que Golosina consiga olvidarlo, creerá firmemente que es capaz de capturar estrellas del cielo, debido a su altura y a que es un ser de luz.
[2] Uso de mi habilidad Radar: [2 usos] Activo un radar que, por unos pocos segundos, me permite saber la ubicación exacta de cualquier objeto o criatura que emita calor en un radio de 100 metros. Primer Uso.
Golosina
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Al parecer, fue una idea brillante, figurativa y literalmente, lo de las estrellas. Fuimos tan convincentes que hasta la propia bio-cibernética aprendió a actuar y se unió al acto.
Pero eso no duró demasiado. Antes de poder hacer mucho más, fuimos interrumpidos. Notamos la inesperada presencia de alguien, algo que nos puso en alerta. Cuando nos volteamos, encontramos a una mujer, aparentemente sola, desprendiendo una leve aura que delataba poder mágico. Nos saludó y habló con una actitud con la que esperaba no ser vista como una amenaza. Xana miró a la niña, examinando la reacción de esta al ver a la extraña, pero no halló signos de reconocimiento o de terror, y eso alivió a la elfa.
Antes de poder responderle a la extraña, que se presentó con el nombre de Eiko, esta nos mostró un par de flechas que pudimos reconocer. Esta vez sí hubo una reacción de la niña, primero de sorpresa y temor que la estremeció. Luego una sombra se asentó en sus ojos, su mirada se perdió por un momento y terminó atraída por las partículas de luz en su cabello, con el que empezó a juguetear, casi ausente.
–No sé si sea buena idea interrogarla ahora –comentó Xana, compadeciendo a la niña y, aunque fuese inconsciente de ello, también influenciada por su miedo a conocer una verdad que le desagradara sobre el Arquero Carmesí.
Entonces la niña balbuceó algo ininteligible, todavía concentrada en su cabello salpicado de estrellas. Sus manos adquirieron un ligero temblor.
–¿Qué dices, pequeña? –preguntó Xana, en voz baja y suave.
La respuesta pugnó en salir de la garganta de la niña. De pronto, las lágrimas se desbordaron.
–Fle-chas –logró articular apenas. Sus manos se aferraron a un par de luminosos mechones de cabello y cerró los ojos. Un instante después, se cubrió los ojos con esos mechones, como si buscara desesperadamente dejar de mirar algo que, quizás, solo existía como recuerdos que se negaban a morir–. Tenía flechas... Rojo, sa-sangre... –Sacudió la cabeza–. Pa me protegió. Pa... –Su voz se apagó y no dijo más.
Xana la abrazó, la apretó contra su pecho y le susurró palabras para calmarla, diciéndole que todo estaba bien y esas cosas.
–Supongo que... reconoció las flechas, quizás –comenté entonces, sin estar seguro de eso–. No lo sé. Pero... yo, al menos, sí reconozco esas flechas –añadí, mirando las susodichas–. Es difícil encontrar a alguien lo suficientemente ocioso para coleccionar flechas rojas en vez de usar las normales, así que estas, sin duda alguna, son del Arquero Carmín.
–Carmesí –corrigió Xana.
–Sí, Xana, eso dije: Carmen Sí –Sacudí una mano, restándole importancia al pequeño detalle–. En fin, lo vimos hace unas semanas. Nos pateó el trasero, intentó robarnos y huyó sin enseñarnos la cara. Todo un descarado. Aunque... esa vez no logró... «despachar» a nadie al otro lado.
–Esa caravana que fue atacada... –empezó Xana, dudando en continuar– ¿es de donde conseguiste esas flechas, Eiko? –inquirió.
Golosina nos alertó sobre la presencia de alguien más, alguien que, al parecer, huía sin que nadie le persiguiera.
La niña miró a Golosina enseguida y, casi al instante, ahogó un grito, se desprendió de Xana y corrió en la dirección opuesta a la señalada, dibujando una estela de partículas de luz tras de sí.
–¡Hey, espera! –exclamó Xana.
–Vaya, no está tan herida como creí –observé a la vez que acrecentaba mi éter, preparándome para correr potenciado.
–Creo que su ropa no tiene su sangre –dijo Xana con premura–; ella no está herida. –Dicho eso, fue tras ella.
«¿Y por qué esa cría tendría ese aspecto entonces?», me pregunté. Casi al instante lancé tal pensamiento al olvido para centrarme en lo que no se podía posponer.
–Iré a por el extraño huidizo. Sea quien sea, no podrá escapar de mí. –Miré a los que aún estaban conmigo y sonreí con suficiencia. Hasta usé un poco de magia para crear un pequeño destello en uno de mis dientes para... no sé, tener una sonrisa más vistosa. Entonces, sin más preámbulo, salí disparado en busca de la persona detectada.
La capacidad de pensar en las mejores y más brillantes ideas para escapar, escabullirse en las entrañas del bosque y desaparecer frente a cualquier ojo estaba presente en la mente muchos, pero no en la de aquel desconocido. Pronto pude discernir su silueta. Igual de pronto, descubrió mi presencia y aceleró el paso.
–¡No huyas, solo quiero hacer amigos! –exclamé a la vez que desenvainaba mi espada. Quizás eso fue contraproducente para persuadirlo, pero me pareció gracioso y me venció el instinto de idiotez–. ¡Déjate querer!
Viendo que, como era de esperarse, no se detendría, me lancé hacia él, propulsándome con magia, y lo atrapé con un abrazo de oso sabroso, aunque en una posición un tanto incómoda. Con lamentable aparatosidad, terminamos rodando, descendiendo por una pendiente y aterrizando en un lugar inesperadamente iluminado. Como todo un estoico, me quejé como un bebé por las insignificantes heridas recolectadas.
Entonces, aún en el suelo, miré hacia un lado y al fin noté al grupo de soldados y carpas repartidas por el lugar. Atraje sus miradas poco amistosas. Llevaron sus manos hacia sus armas.
–Ayu... da... –escuché que dijo, con quejidos intercalados, quien yo perseguía–. El... arquero.
Pero eso no duró demasiado. Antes de poder hacer mucho más, fuimos interrumpidos. Notamos la inesperada presencia de alguien, algo que nos puso en alerta. Cuando nos volteamos, encontramos a una mujer, aparentemente sola, desprendiendo una leve aura que delataba poder mágico. Nos saludó y habló con una actitud con la que esperaba no ser vista como una amenaza. Xana miró a la niña, examinando la reacción de esta al ver a la extraña, pero no halló signos de reconocimiento o de terror, y eso alivió a la elfa.
Antes de poder responderle a la extraña, que se presentó con el nombre de Eiko, esta nos mostró un par de flechas que pudimos reconocer. Esta vez sí hubo una reacción de la niña, primero de sorpresa y temor que la estremeció. Luego una sombra se asentó en sus ojos, su mirada se perdió por un momento y terminó atraída por las partículas de luz en su cabello, con el que empezó a juguetear, casi ausente.
–No sé si sea buena idea interrogarla ahora –comentó Xana, compadeciendo a la niña y, aunque fuese inconsciente de ello, también influenciada por su miedo a conocer una verdad que le desagradara sobre el Arquero Carmesí.
Entonces la niña balbuceó algo ininteligible, todavía concentrada en su cabello salpicado de estrellas. Sus manos adquirieron un ligero temblor.
–¿Qué dices, pequeña? –preguntó Xana, en voz baja y suave.
La respuesta pugnó en salir de la garganta de la niña. De pronto, las lágrimas se desbordaron.
–Fle-chas –logró articular apenas. Sus manos se aferraron a un par de luminosos mechones de cabello y cerró los ojos. Un instante después, se cubrió los ojos con esos mechones, como si buscara desesperadamente dejar de mirar algo que, quizás, solo existía como recuerdos que se negaban a morir–. Tenía flechas... Rojo, sa-sangre... –Sacudió la cabeza–. Pa me protegió. Pa... –Su voz se apagó y no dijo más.
Xana la abrazó, la apretó contra su pecho y le susurró palabras para calmarla, diciéndole que todo estaba bien y esas cosas.
–Supongo que... reconoció las flechas, quizás –comenté entonces, sin estar seguro de eso–. No lo sé. Pero... yo, al menos, sí reconozco esas flechas –añadí, mirando las susodichas–. Es difícil encontrar a alguien lo suficientemente ocioso para coleccionar flechas rojas en vez de usar las normales, así que estas, sin duda alguna, son del Arquero Carmín.
–Carmesí –corrigió Xana.
–Sí, Xana, eso dije: Carmen Sí –Sacudí una mano, restándole importancia al pequeño detalle–. En fin, lo vimos hace unas semanas. Nos pateó el trasero, intentó robarnos y huyó sin enseñarnos la cara. Todo un descarado. Aunque... esa vez no logró... «despachar» a nadie al otro lado.
–Esa caravana que fue atacada... –empezó Xana, dudando en continuar– ¿es de donde conseguiste esas flechas, Eiko? –inquirió.
Golosina nos alertó sobre la presencia de alguien más, alguien que, al parecer, huía sin que nadie le persiguiera.
La niña miró a Golosina enseguida y, casi al instante, ahogó un grito, se desprendió de Xana y corrió en la dirección opuesta a la señalada, dibujando una estela de partículas de luz tras de sí.
–¡Hey, espera! –exclamó Xana.
–Vaya, no está tan herida como creí –observé a la vez que acrecentaba mi éter, preparándome para correr potenciado.
–Creo que su ropa no tiene su sangre –dijo Xana con premura–; ella no está herida. –Dicho eso, fue tras ella.
«¿Y por qué esa cría tendría ese aspecto entonces?», me pregunté. Casi al instante lancé tal pensamiento al olvido para centrarme en lo que no se podía posponer.
–Iré a por el extraño huidizo. Sea quien sea, no podrá escapar de mí. –Miré a los que aún estaban conmigo y sonreí con suficiencia. Hasta usé un poco de magia para crear un pequeño destello en uno de mis dientes para... no sé, tener una sonrisa más vistosa. Entonces, sin más preámbulo, salí disparado en busca de la persona detectada.
La capacidad de pensar en las mejores y más brillantes ideas para escapar, escabullirse en las entrañas del bosque y desaparecer frente a cualquier ojo estaba presente en la mente muchos, pero no en la de aquel desconocido. Pronto pude discernir su silueta. Igual de pronto, descubrió mi presencia y aceleró el paso.
–¡No huyas, solo quiero hacer amigos! –exclamé a la vez que desenvainaba mi espada. Quizás eso fue contraproducente para persuadirlo, pero me pareció gracioso y me venció el instinto de idiotez–. ¡Déjate querer!
Viendo que, como era de esperarse, no se detendría, me lancé hacia él, propulsándome con magia, y lo atrapé con un abrazo de oso sabroso, aunque en una posición un tanto incómoda. Con lamentable aparatosidad, terminamos rodando, descendiendo por una pendiente y aterrizando en un lugar inesperadamente iluminado. Como todo un estoico, me quejé como un bebé por las insignificantes heridas recolectadas.
Entonces, aún en el suelo, miré hacia un lado y al fin noté al grupo de soldados y carpas repartidas por el lugar. Atraje sus miradas poco amistosas. Llevaron sus manos hacia sus armas.
–Ayu... da... –escuché que dijo, con quejidos intercalados, quien yo perseguía–. El... arquero.
Rauko
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Mientras el licántropo conocido como "Ren" explicaba los motivos de su presencia en esa contienda y daba contexto a su historia, Theresa lo observaba atentamente, siguiendo cada uno de sus movimientos y gestos con especial interés. La soldado llegó a la conclusión de que no se trataba de un mercenario común, y que quizás fuese un aliado mucho más valioso de lo que en un principio ella había considerado.
-La guerra llama a los más valientes, o a los más necios... ¿Qué tipo de persona serás tú?-Meditó unos segundos con los ojos cerrados, como si ella misma tratara de responder su propia pregunta. Tras eso, volvió a mirar al licántropo y sonrió.-Yo he enfrentado muchas batallas. Y no sé si en todas he estado en el bando correcto, pero lo que sí sé es que el capitán es un hombre de fiar y el mejor militar que he conocido en mi vida. Si estamos aquí es por algo, y si ha aceptado que estés aquí, también. Confío en ti.-Asintió sin mucho entusiasmo, pero expresando palabras sinceras.-Por cierto, mi soy Theresa Von Dan
-La guerra llama a los más valientes, o a los más necios... ¿Qué tipo de persona serás tú?-Meditó unos segundos con los ojos cerrados, como si ella misma tratara de responder su propia pregunta. Tras eso, volvió a mirar al licántropo y sonrió.-Yo he enfrentado muchas batallas. Y no sé si en todas he estado en el bando correcto, pero lo que sí sé es que el capitán es un hombre de fiar y el mejor militar que he conocido en mi vida. Si estamos aquí es por algo, y si ha aceptado que estés aquí, también. Confío en ti.-Asintió sin mucho entusiasmo, pero expresando palabras sinceras.-Por cierto, mi soy Theresa Von Dan
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Ante la sugerencia de la elfa, la cual consistía en que era mejor no forzar a la niña a que respondiera ninguna pregunta, Eiko la miró y asintió, convencida de la sensatez de sus palabras.
La bruja había recorrido un largo y arduo camino para intentar obtener alguna respuesta sobre su amigo Emmanuel, ahora conocido como el Arquero Carmesí. Todos los rumores inquietantes que corrían sobre él la atormentaban, y tras la partida de Lunargenta por parte de su amigo, temía que este se hubiese vuelto radical con su ideología.
Para su sorpresa, la niña balbuceó algunas palabras, de entra las que destacaba "Flechas".
Parecía que, efectivamente, la niña había tenido algún percance relacionado con un arquero, el color rojo y su propio... ¿Padre? Todo parecía encajar y, tras el escenario que Eiko había presenciado anteriormente, todo apuntaba a que el Arquero Carmesí estaba involucrado.
Aunque en su interior se sentía decepcionada por la triste revelación, Eiko mostró una mirada tierna hacia la joven, compadeciéndose de su dolor. Tras eso, asintió y se puso en pie. La niña empezó a estremecerse debido a sus recuerdos y la elfa la intentó calmar apretándola contra su pecho.
-Sí.-Respondió al elfo con una voz suave y compasiva. Nuevamente, asintió ante la confirmación que este dio sobre el origen de las flechas. Entre la decepción y la impotencia, las palabras divertidas del peliblanco se convirtieron en un refugio donde Eiko pudo resguardarse de tanta ansiedad. Incluso soltó una breve risilla, buscando aferrarse a una pizca de ligereza en medio de la tristeza.-Estas flechas las conseguí de una caravana.-Confirmó parcialmente la pregunta de la elfa.-Pero no de la que describís, ya que decís que eso ocurrió hace días, y yo no le echo más de una noche al escenario que me he encontrado. Y la niña me hace pensar también eso.-Agregó, desviando brevemente su mirada hacia la joven afectada antes de volverla hacia los elfos.
Repentinamente, la bio-cibernética alertó de la presencia de alguien más en los alrededores, a lo que la niña respondió alertándose en demasía y despegándose de la elfa para echar a correr sin una dirección concreta.
El elfo echó a correr también, pero no parecía perseguir a la niña, sino al extraño que la mujer de tez oscura había percibido.
Eiko se vio en una encrucijada mientras veía a la niña correr en desesperación. Su instinto le decía que debía seguir a la pequeña y descubrir qué la había asustado tanto, pero también sentía curiosidad por el misterioso extraño que el elfo estaba persiguiendo. Sin embargo, la preocupación por la niña superó su curiosidad y sin dudarlo, emprendió la carrera tras ella.
Los bosques eran espesos y oscuros, pero Eiko se dejó guiar por su intuición y los rastros que dejaba la niña en su huida. El corazón de la bruja latía con fuerza, preocupada por la niña y por lo que podrían encontrarse más adelante.
Mientras corría, Eiko notó que la niña se dirigía hacia un lugar específico, un claro en medio del bosque donde había un pequeño lago. La pequeña, con lágrimas en los ojos y la respiración agitada, se detuvo junto al lago, mirando hacia el horizonte con expresión de angustia.
-¡Espera!-Gritó Eiko, tratando de alcanzarla y detenerla.
Pero la niña parecía sumida en su propio mundo de miedos y recuerdos, sin prestar atención a las palabras de la bruja. Eiko finalmente llegó junto a ella, agotada por la carrera, y se arrodilló frente a la pequeña.
-Tranquila, estoy aquí para ayudarte.-Dijo Eiko en tono calmante-¿Qué es lo que te asusta tanto?
-El arquero... el arquero carmesí... nos atacó... a mí y a mi familia...-Sus palabras eran apenas audibles, pero Eiko pudo entender lo suficiente.
La bruja sintió una punzada en el corazón al escuchar el relato de la niña. Parecía que la caravana a la que ella había hecho referencia realmente había sido atacada por el temible Arquero Carmesí, y la niña había sido testigo de una tragedia que la había marcado para siempre.
-No temas, estarás a salvo ahora.-Dijo Eiko con dulzura, colocando una mano reconfortante en el hombro de la niña-¿Puedes decirme qué ocurrió exactamente?
La bruja había recorrido un largo y arduo camino para intentar obtener alguna respuesta sobre su amigo Emmanuel, ahora conocido como el Arquero Carmesí. Todos los rumores inquietantes que corrían sobre él la atormentaban, y tras la partida de Lunargenta por parte de su amigo, temía que este se hubiese vuelto radical con su ideología.
Para su sorpresa, la niña balbuceó algunas palabras, de entra las que destacaba "Flechas".
Parecía que, efectivamente, la niña había tenido algún percance relacionado con un arquero, el color rojo y su propio... ¿Padre? Todo parecía encajar y, tras el escenario que Eiko había presenciado anteriormente, todo apuntaba a que el Arquero Carmesí estaba involucrado.
Aunque en su interior se sentía decepcionada por la triste revelación, Eiko mostró una mirada tierna hacia la joven, compadeciéndose de su dolor. Tras eso, asintió y se puso en pie. La niña empezó a estremecerse debido a sus recuerdos y la elfa la intentó calmar apretándola contra su pecho.
-Sí.-Respondió al elfo con una voz suave y compasiva. Nuevamente, asintió ante la confirmación que este dio sobre el origen de las flechas. Entre la decepción y la impotencia, las palabras divertidas del peliblanco se convirtieron en un refugio donde Eiko pudo resguardarse de tanta ansiedad. Incluso soltó una breve risilla, buscando aferrarse a una pizca de ligereza en medio de la tristeza.-Estas flechas las conseguí de una caravana.-Confirmó parcialmente la pregunta de la elfa.-Pero no de la que describís, ya que decís que eso ocurrió hace días, y yo no le echo más de una noche al escenario que me he encontrado. Y la niña me hace pensar también eso.-Agregó, desviando brevemente su mirada hacia la joven afectada antes de volverla hacia los elfos.
Repentinamente, la bio-cibernética alertó de la presencia de alguien más en los alrededores, a lo que la niña respondió alertándose en demasía y despegándose de la elfa para echar a correr sin una dirección concreta.
El elfo echó a correr también, pero no parecía perseguir a la niña, sino al extraño que la mujer de tez oscura había percibido.
Eiko se vio en una encrucijada mientras veía a la niña correr en desesperación. Su instinto le decía que debía seguir a la pequeña y descubrir qué la había asustado tanto, pero también sentía curiosidad por el misterioso extraño que el elfo estaba persiguiendo. Sin embargo, la preocupación por la niña superó su curiosidad y sin dudarlo, emprendió la carrera tras ella.
Los bosques eran espesos y oscuros, pero Eiko se dejó guiar por su intuición y los rastros que dejaba la niña en su huida. El corazón de la bruja latía con fuerza, preocupada por la niña y por lo que podrían encontrarse más adelante.
Mientras corría, Eiko notó que la niña se dirigía hacia un lugar específico, un claro en medio del bosque donde había un pequeño lago. La pequeña, con lágrimas en los ojos y la respiración agitada, se detuvo junto al lago, mirando hacia el horizonte con expresión de angustia.
-¡Espera!-Gritó Eiko, tratando de alcanzarla y detenerla.
Pero la niña parecía sumida en su propio mundo de miedos y recuerdos, sin prestar atención a las palabras de la bruja. Eiko finalmente llegó junto a ella, agotada por la carrera, y se arrodilló frente a la pequeña.
-Tranquila, estoy aquí para ayudarte.-Dijo Eiko en tono calmante-¿Qué es lo que te asusta tanto?
-El arquero... el arquero carmesí... nos atacó... a mí y a mi familia...-Sus palabras eran apenas audibles, pero Eiko pudo entender lo suficiente.
La bruja sintió una punzada en el corazón al escuchar el relato de la niña. Parecía que la caravana a la que ella había hecho referencia realmente había sido atacada por el temible Arquero Carmesí, y la niña había sido testigo de una tragedia que la había marcado para siempre.
-No temas, estarás a salvo ahora.-Dijo Eiko con dulzura, colocando una mano reconfortante en el hombro de la niña-¿Puedes decirme qué ocurrió exactamente?
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-Emm, amigo, hace tanto tiempo que no sé nada de ti... ¿Por qué te has convertido en el Arquero Carmesí? ¿Qué te ha llevado a esto?-Preguntó Alward con voz suave pero firme.
El enmascarado tomó un momento antes de responder, parecía reflexionar sobre sus palabras. Luego, suspiró y dijo:
-Cuando dejé la ciudad y emprendí mi propio camino, me encontré con mucha injusticia en el mundo. Vi cómo los ricos oprimían a los más desfavorecidos, cómo los poderosos abusaban de su posición para enriquecerse aún más. Me di cuenta de que debía hacer algo al respecto, usar mis habilidades con el arco para equilibrar la balanza.
-¿Hacer de este mundo, un lugar mejor?-Sonrió débilmente.
-Algo así...-Compartió la sonrisa con su amigo, luego suspiró.-Con todo lo que pasó con las Sierpes, la muerte de Rischer y Mö... Me afectó, ¿Sabes? Y tú... Tú no estabas allí tampoco. No teníamos ningún líder, y me sentí más solo que nunca.
Alward apretó los puños, sintiéndose culpable. La tenue luz de las antorchas iluminaba las paredes rocosas de la caverna, creando sombras danzantes. El olor a tierra húmeda y musgo impregnaba el aire, mezclado con el aroma a madera y hierbas secas que Emmanuel utilizaba para mantener un fuego encendido.
Las palabras del arquero resonaban en la mente de Alward, quien lo miraba con admiración y respeto. Comprendía la lucha interna que había llevado a su amigo a convertirse en el Arquero Carmesí, ya que era la misma que lo había llevado a él a enfrentarse directamente a las Sierpes, e incluso la misma que lo había motivado a levantarse, hacer la peregrinación por las tumbas de los Stellazios y encontrar así la forma de acabar con la secta que tanto daño les había hecho.
-Lo siento por la parte que me corresponde.-Expresó Alward con sinceridad.
-No te preocupes. Tus motivos habrás tenido.-Respondió Emmanuel, reconociendo la honestidad en las palabras de su amigo.
Alward asintió. Era hora de ponerse al día con su amigo, y no dudó en dar todas y cada una de las explicaciones necesarias que no le dio en su debido momento. De brazos cruzados y bien atento a las palabras de su amigo, Emmanuel asintió cuando este terminó.
-¿Ves? No tenías por qué disculparte. Yo podría haberte ayudado si hubiera accedido a ayudarte cuando me lo pediste. Soy yo el que debe disculparse.
-No es necesario.-Negó con la cabeza.-Pero ahora sabes todo lo que ha pasado, y a qué nos enfrentamos.
-¿"Nos"?-Preguntó, lanzándole una mirada extrañada.-No creo que sea muy bueno para ti andar por ahí con un fugitivo. Me busca medio continente, y el otro medio me entregaría a cambio de la suma de dinero que hay por mi cabeza.
-Siempre puedes ocultarte, como yo.-Sugirió Alward.
Emmanuel miró a su alrededor, pensativo. Ocultarse no era una opción que le agradara, pero sabía que era necesario para mantenerse fuera del alcance de sus perseguidores. No quería poner en peligro a su amigo, pero la camaradería y el deseo de luchar por la justicia lo llevaban a considerar la posibilidad de formar equipo nuevamente.
-Mantenernos ocultos podría ser una opción, pero también podría limitar nuestra capacidad de ayudar a los más necesitados. Sin embargo, no puedo negar que la idea de luchar juntos nuevamente me atrae.-Confesó Emmanuel, con una mezcla de determinación y preocupación en su voz.
-Mientras estemos juntos, no importa cuán oscuro sea el camino que enfrentemos. Lucharemos por la justicia y protegeremos a aquellos que lo necesiten. Somos un equipo, Emmanuel, y juntos podemos enfrentar cualquier adversidad.-Aseguró Alward con convicción.
Emmanuel sonrió, agradecido por la lealtad y amistad de Alward.
-Tienes razón. Juntos somos más fuertes. Y si es por una causa justa, entonces no importa cuán alto sea el precio a pagar.-Declaró el Arquero Carmesí, sintiendo que, con la compañía de su amigo, había recuperado una parte importante de sí mismo.
El enmascarado tomó un momento antes de responder, parecía reflexionar sobre sus palabras. Luego, suspiró y dijo:
-Cuando dejé la ciudad y emprendí mi propio camino, me encontré con mucha injusticia en el mundo. Vi cómo los ricos oprimían a los más desfavorecidos, cómo los poderosos abusaban de su posición para enriquecerse aún más. Me di cuenta de que debía hacer algo al respecto, usar mis habilidades con el arco para equilibrar la balanza.
-¿Hacer de este mundo, un lugar mejor?-Sonrió débilmente.
-Algo así...-Compartió la sonrisa con su amigo, luego suspiró.-Con todo lo que pasó con las Sierpes, la muerte de Rischer y Mö... Me afectó, ¿Sabes? Y tú... Tú no estabas allí tampoco. No teníamos ningún líder, y me sentí más solo que nunca.
Alward apretó los puños, sintiéndose culpable. La tenue luz de las antorchas iluminaba las paredes rocosas de la caverna, creando sombras danzantes. El olor a tierra húmeda y musgo impregnaba el aire, mezclado con el aroma a madera y hierbas secas que Emmanuel utilizaba para mantener un fuego encendido.
Las palabras del arquero resonaban en la mente de Alward, quien lo miraba con admiración y respeto. Comprendía la lucha interna que había llevado a su amigo a convertirse en el Arquero Carmesí, ya que era la misma que lo había llevado a él a enfrentarse directamente a las Sierpes, e incluso la misma que lo había motivado a levantarse, hacer la peregrinación por las tumbas de los Stellazios y encontrar así la forma de acabar con la secta que tanto daño les había hecho.
-Lo siento por la parte que me corresponde.-Expresó Alward con sinceridad.
-No te preocupes. Tus motivos habrás tenido.-Respondió Emmanuel, reconociendo la honestidad en las palabras de su amigo.
Alward asintió. Era hora de ponerse al día con su amigo, y no dudó en dar todas y cada una de las explicaciones necesarias que no le dio en su debido momento. De brazos cruzados y bien atento a las palabras de su amigo, Emmanuel asintió cuando este terminó.
-¿Ves? No tenías por qué disculparte. Yo podría haberte ayudado si hubiera accedido a ayudarte cuando me lo pediste. Soy yo el que debe disculparse.
-No es necesario.-Negó con la cabeza.-Pero ahora sabes todo lo que ha pasado, y a qué nos enfrentamos.
-¿"Nos"?-Preguntó, lanzándole una mirada extrañada.-No creo que sea muy bueno para ti andar por ahí con un fugitivo. Me busca medio continente, y el otro medio me entregaría a cambio de la suma de dinero que hay por mi cabeza.
-Siempre puedes ocultarte, como yo.-Sugirió Alward.
Emmanuel miró a su alrededor, pensativo. Ocultarse no era una opción que le agradara, pero sabía que era necesario para mantenerse fuera del alcance de sus perseguidores. No quería poner en peligro a su amigo, pero la camaradería y el deseo de luchar por la justicia lo llevaban a considerar la posibilidad de formar equipo nuevamente.
-Mantenernos ocultos podría ser una opción, pero también podría limitar nuestra capacidad de ayudar a los más necesitados. Sin embargo, no puedo negar que la idea de luchar juntos nuevamente me atrae.-Confesó Emmanuel, con una mezcla de determinación y preocupación en su voz.
-Mientras estemos juntos, no importa cuán oscuro sea el camino que enfrentemos. Lucharemos por la justicia y protegeremos a aquellos que lo necesiten. Somos un equipo, Emmanuel, y juntos podemos enfrentar cualquier adversidad.-Aseguró Alward con convicción.
Emmanuel sonrió, agradecido por la lealtad y amistad de Alward.
-Tienes razón. Juntos somos más fuertes. Y si es por una causa justa, entonces no importa cuán alto sea el precio a pagar.-Declaró el Arquero Carmesí, sintiendo que, con la compañía de su amigo, había recuperado una parte importante de sí mismo.
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La tranquila armonía del campamento fue perturbada cuando dos hombres se vieron envueltos en una disputa. Uno de ellos era sin duda un elfo, ya que sus rasgos inconfundibles lo delataban. El otro, en cambio, parecía un hombre común y corriente, aunque su presencia denotaba una energía inquieta.
Theresa fue alertada por los ruidos inusuales que interrumpieron la monotonía a la que estaba acostumbrada. Los sonidos ordenados y rutinarios se vieron repentinamente interrumpidos por gritos alarmantes de "¡Intrusos!".
La guardia se despidió rápidamente de su compañero licántropo y acudió presurosa a averiguar qué ocurría. Su posición en el campamento la situaba como una autoridad, por lo que se aseguró de conocer los detalles de lo que estaba ocurriendo.
Al llegar al lugar de la disputa, observó a algunos de sus hombres con las armas desenvainadas, desconfiando de los forasteros y manteniendo una actitud tensa.
-Identificaos.-Demandó Theresa con firmeza, fijando su mirada en los dos hombres que eran el centro de atención.
Theresa fue alertada por los ruidos inusuales que interrumpieron la monotonía a la que estaba acostumbrada. Los sonidos ordenados y rutinarios se vieron repentinamente interrumpidos por gritos alarmantes de "¡Intrusos!".
La guardia se despidió rápidamente de su compañero licántropo y acudió presurosa a averiguar qué ocurría. Su posición en el campamento la situaba como una autoridad, por lo que se aseguró de conocer los detalles de lo que estaba ocurriendo.
Al llegar al lugar de la disputa, observó a algunos de sus hombres con las armas desenvainadas, desconfiando de los forasteros y manteniendo una actitud tensa.
-Identificaos.-Demandó Theresa con firmeza, fijando su mirada en los dos hombres que eran el centro de atención.
Alward Sevna
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Golosina observó cómo los hechos se precipitaban velozmente. La niña huía en una dirección opuesta a la que Rauko había seguido. Las otras dos mujeres seguían a la niña, posiblemente para no dejarla a solas con la otra, y Golosina se quedó allí mismo contemplando hacia una y otra dirección sin saber demasiado hacia qué lado acudir.
Tras unos segundos de indecisión, tomó rumbo en dirección a Rauko hasta lo que parecía ser un campamento. Su conocido elfo estaba en el suelo junto a otro hombre y Golosina se abrió paso entre los arbustos, delatando su presencia, segundos antes de que un grupo de hombres, liderados por una mujer, les exigiera identificarse.
―Soy Golosina. Agente de la División de Tácticas Especiales Biocibernéticas, Ser de Luz y Capturadora de Estrellas. El hermoso elfo que me acompaña es Rauko ―dijo, señalando al hombre con una de sus manos mientras sonreía, para luego mirar al desconocido― El otro sujeto no sabemos quién es. ¿Pueden ahora identificarse? Es de mala educación que un grupo de hombres apunten a una dama desarmada. ¿Es que vuestras madres no os enseñaron modales y las reglas básicas de una civil convivencia?
La biocibernética dio un paso adelante y se colocó frente a la mujer que lideraba aquel grupo de guerrilleros, interponiéndose entre Rauko y ellos.
―Verán… hemos encontrado a una niña asustada, una hermosa flor, ensangrentada en el bosque. No sabemos qué le ha ocurrido. ¿Habéis tenido algo que ver en el asunto? Porque si es así, debería tomar cartas en este asunto...
Golosina escrutó con la mirada a aquellas personas intentando captar algún indicio que le llevara a sospechar la implicación directa de cualquiera de ellos, pero no parecían saber nada del asunto.
―Hermoso Rauko, ¿te encuentras bien?
Tras ofrecerle su ayuda al elfo, ofreciéndole su fuerte brazo para que se lograra ponerse en pie, la mujer que parecía liderar al grupo le habló de sus verdaderas intenciones.
―Buscamos al Arquero Carmesí.
La biocibernética abrió aún más los ojos que nunca parpadeaban y torciendo su cuello a la izquierda, ladeó su cabeza por completo analizando las coincidencias de la vida.
―Sufrimos un ataque del arquero hará unos días. También el de dos hombres grillo en celo…
Tras ver la cara de incredulidad de la mayoría de los presentes, la biocibernética asintió, creyendo que aquel gesto afirmativo le daría mucha más credibilidad.
―La niña reconoció una de esas flechas y esa mujer parecía muy interesada en eso… la extraña que llegó en el último momento. ¿Acaso es ella parte de esta patrulla?
Tras unos segundos de indecisión, tomó rumbo en dirección a Rauko hasta lo que parecía ser un campamento. Su conocido elfo estaba en el suelo junto a otro hombre y Golosina se abrió paso entre los arbustos, delatando su presencia, segundos antes de que un grupo de hombres, liderados por una mujer, les exigiera identificarse.
―Soy Golosina. Agente de la División de Tácticas Especiales Biocibernéticas, Ser de Luz y Capturadora de Estrellas. El hermoso elfo que me acompaña es Rauko ―dijo, señalando al hombre con una de sus manos mientras sonreía, para luego mirar al desconocido― El otro sujeto no sabemos quién es. ¿Pueden ahora identificarse? Es de mala educación que un grupo de hombres apunten a una dama desarmada. ¿Es que vuestras madres no os enseñaron modales y las reglas básicas de una civil convivencia?
La biocibernética dio un paso adelante y se colocó frente a la mujer que lideraba aquel grupo de guerrilleros, interponiéndose entre Rauko y ellos.
―Verán… hemos encontrado a una niña asustada, una hermosa flor, ensangrentada en el bosque. No sabemos qué le ha ocurrido. ¿Habéis tenido algo que ver en el asunto? Porque si es así, debería tomar cartas en este asunto...
Golosina escrutó con la mirada a aquellas personas intentando captar algún indicio que le llevara a sospechar la implicación directa de cualquiera de ellos, pero no parecían saber nada del asunto.
―Hermoso Rauko, ¿te encuentras bien?
Tras ofrecerle su ayuda al elfo, ofreciéndole su fuerte brazo para que se lograra ponerse en pie, la mujer que parecía liderar al grupo le habló de sus verdaderas intenciones.
―Buscamos al Arquero Carmesí.
La biocibernética abrió aún más los ojos que nunca parpadeaban y torciendo su cuello a la izquierda, ladeó su cabeza por completo analizando las coincidencias de la vida.
―Sufrimos un ataque del arquero hará unos días. También el de dos hombres grillo en celo…
Tras ver la cara de incredulidad de la mayoría de los presentes, la biocibernética asintió, creyendo que aquel gesto afirmativo le daría mucha más credibilidad.
―La niña reconoció una de esas flechas y esa mujer parecía muy interesada en eso… la extraña que llegó en el último momento. ¿Acaso es ella parte de esta patrulla?
Golosina
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
No era la mejor de las maneras para presentarme frente a un grupo de guardias con mal carácter, pero al menos podría haber sido peor. Quizás. Pero, en cualquier caso, Golosina llegó al rescate, y blandió las palabras son suma elocuencia consiguiendo conducirnos, a una paulatina y agonizante velocidad, hacia una peor situación.
«¿Capturadora de estrellas? ¿Pero qué dices, señora?», gritaba mi voz interior, percatándome al fin de que la bio-cibernética, para mi horror, se había creído el cuento. Entonces me fue inevitable debatirme entre dos opciones: la primera, esperar, aferrándome a una fe sin fundamento, a que ella arreglaría todo si la dejaba continuar, pues, tal vez, yo me estaba precipitando en sacar conclusiones sensatas; la segunda, interrumpirla, de inmediato, con más que suficientes motivos de peso para desconfiar de su terrible juicio.
Salí de mi angustiante ensimismamiento en cuanto Golosina me ofreció su ayuda para levantarme.
–Ah, sí, creo que sí –le respondí. Apoyándome en su brazo, el cual gozaba de una firmeza inimaginable, me incorporé a su lado, listo para encarar de pie el trágico desenlace de su defensa.
Y ella continuó hablando, dejando más preguntas que respuestas.
«¿Grillos en celo? ¿Pero qué dices, señora?», grité, de nuevo, en mis pensamientos. No es como que yo no supiera lo que había ocurrido en aquella extraña noche con los grillos, así que no debía sorprenderme en ese punto, pero sonaba aún más disparatado cuando la propia Golosina lo contaba y fue imposible ser indiferente, especialmente cuando de sus palabras dependía el cómo responderían los guardias. Incluso el sujeto al que perseguí, que hasta entonces había estado sumido en el pavor, se vio perplejo ante semejante historia.
Los guardias intercambiaron miradas entre ellos antes de que uno se atreviera a hacernos una pregunta más que pertinente:
–¿Están borrachos?
–No, por desgracia –suspiré.
–¿Para ti es una desgracia no estar borracho? –inquirió, con ojos entornados, otro guardia.
–No, lo que quise decir es que…
–No nos vayamos por las ramas –cortó la guardia–. No sé quién sea la mujer de la que hablas, y mucho menos esa niña, pero uno de nosotros puede cuidar a la pequeña y llevarla a un lugar seguro. Y… ¿dices que fue atacada por el Arquero Carmesí? ¿Lo vio? ¿Cómo eran las flechas que reconoció? –Se acercó a Golosina y mostró dos flechas distintas, una roja y otra negra, mientras sus compañeros seguían alertas–. ¿Eran como alguna de estas?
–¡¿Es que nadie preguntará quién soy?! –protestó el sujeto al que perseguí.
–En realidad, ya lo preguntaron y jamás hablaste –señalé.
–Pues un sobreviviente, eso soy.
–¿También eras de la caravana que fue atacada? –pregunté con mayor interés.
Él asintió.
–¿Entonces lo viste? –inquirió la guardia. Le hizo un gesto alguien, y dos guardias se acercaron al sujeto para examinarlo, quizás en busca de heridas–. Al arquero, ¿lo viste?
–Que si lo vi, dice –soltó. De pronto se quejó de dolor–. ¡Oiga, ¿es que quieres rematarme o qué te pasa?! –dijo mirando a un guardia, el cual levantó ambas manos y se alejó un paso–. Apenas sobreviví al ataque del arquero –continuó, con la mirada puesta en la mujer que parecía tener la autoridad en el campamento–. Fue duro, la verdad que sí. Pero, como hombre que soy, no me dejé matar. Luchamos todos juntos contra ese infeliz que salió de la nada, pero, aunque casi vencimos a esa bestia, analicé fríamente lo que pasaba –se dio golpecitos en la sien con la punta del dedo índice de una mano– y lo que analicé es que igual nos iba a mandar al más allá, a pesar de todos nuestros esfuerzos. Así que me alejé discretamente. Me dolió mucho, de verdad que sí, pero no pude hacer nada por mis compañeros; esa gente ya estaba muerta, nada más que aún no les habían avisado. Así que escapé.
–¿Y la niña? –quise saber.
–¿Qué niña, chico? No conozco ninguna niña.
–Vale… –Para disimular mi desconfianza, lo miré con los ojos entrecerrados… Bueno, no intenté disimular–. ¿Y por qué huiste de nosotros?
Xana fue tras la niña, cuyo rastro fue sencillo de seguir. Eiko también fue con ella, y nadie más. Supuso que Golosina también persiguió a la presencia que detectó. Pero eso no debía importarle a Xana en ese momento, sino la niña.
Lo habitual era sentirse a gusto con la magia que aprendió a dominar, pero en esa ocasión lamentaba no haber aprendido a potenciarse con éter; sería menos difícil correr en el bosque… y no explotar caravanas. El lado positivo es que la niña tampoco estaba en mejor condición.
Cuando Xana la alcanzó, Eiko ya estaba con la pequeña. A pesar de las circunstancias, logró hacer que se atreviera a relatar el origen de su trauma.
–Papá y tíos iban a viajar –empezó, en voz baja, haciendo que Xana tuviera que acercarse más para poder escuchar. La niña no miraba a ningún sitio en específico–. No quiero a mi nueva mamá. Quería ir con papá. Me escondí en un carro –continuó, intercalando sus frases con una pausa en la que su respiración era profunda y lenta o se paraba–. Después… gritos –dijo con un hilo de voz. Se estremeció–. Papá discutía, no con tíos. No sé con quiénes. Yo escuché escondida. Un trato no se cumplió, creo, no sé. Pe-pelearon después –continuó, empezando a tartamudear–. Cu-cuando… cuando se acabaron los ruidos, salí. No hice ruido. Te-tenía miedo. Y alguien… alguien gritó: «Arquero Camesí». Y… y… otra vez ruidos de pelea.
Se restregó las manos en la cara para secarse las lágrimas, y se esparció la suciedad que ya tenía.
–Unos de mis tíos me vio –prosiguió–. Se veía muy mal. Me dijo que corriera. No entendí. Quería ver a papá. Él me gritó y me empujó, para que corriera. Yo no quería. Me agarré a él. Él estaba mojado y me manché. M-me… me… me pegó, me empujó y me gritó que corriera, que m-me comería el Arquero Carmesí. Tuve mucho miedo y corrí. Lejos, miré atrás. Vi… vi a ese… arquero. Y-yo corrí… más fuerte… muy lejos.
«¿Capturadora de estrellas? ¿Pero qué dices, señora?», gritaba mi voz interior, percatándome al fin de que la bio-cibernética, para mi horror, se había creído el cuento. Entonces me fue inevitable debatirme entre dos opciones: la primera, esperar, aferrándome a una fe sin fundamento, a que ella arreglaría todo si la dejaba continuar, pues, tal vez, yo me estaba precipitando en sacar conclusiones sensatas; la segunda, interrumpirla, de inmediato, con más que suficientes motivos de peso para desconfiar de su terrible juicio.
Salí de mi angustiante ensimismamiento en cuanto Golosina me ofreció su ayuda para levantarme.
–Ah, sí, creo que sí –le respondí. Apoyándome en su brazo, el cual gozaba de una firmeza inimaginable, me incorporé a su lado, listo para encarar de pie el trágico desenlace de su defensa.
Y ella continuó hablando, dejando más preguntas que respuestas.
«¿Grillos en celo? ¿Pero qué dices, señora?», grité, de nuevo, en mis pensamientos. No es como que yo no supiera lo que había ocurrido en aquella extraña noche con los grillos, así que no debía sorprenderme en ese punto, pero sonaba aún más disparatado cuando la propia Golosina lo contaba y fue imposible ser indiferente, especialmente cuando de sus palabras dependía el cómo responderían los guardias. Incluso el sujeto al que perseguí, que hasta entonces había estado sumido en el pavor, se vio perplejo ante semejante historia.
Los guardias intercambiaron miradas entre ellos antes de que uno se atreviera a hacernos una pregunta más que pertinente:
–¿Están borrachos?
–No, por desgracia –suspiré.
–¿Para ti es una desgracia no estar borracho? –inquirió, con ojos entornados, otro guardia.
–No, lo que quise decir es que…
–No nos vayamos por las ramas –cortó la guardia–. No sé quién sea la mujer de la que hablas, y mucho menos esa niña, pero uno de nosotros puede cuidar a la pequeña y llevarla a un lugar seguro. Y… ¿dices que fue atacada por el Arquero Carmesí? ¿Lo vio? ¿Cómo eran las flechas que reconoció? –Se acercó a Golosina y mostró dos flechas distintas, una roja y otra negra, mientras sus compañeros seguían alertas–. ¿Eran como alguna de estas?
–¡¿Es que nadie preguntará quién soy?! –protestó el sujeto al que perseguí.
–En realidad, ya lo preguntaron y jamás hablaste –señalé.
–Pues un sobreviviente, eso soy.
–¿También eras de la caravana que fue atacada? –pregunté con mayor interés.
Él asintió.
–¿Entonces lo viste? –inquirió la guardia. Le hizo un gesto alguien, y dos guardias se acercaron al sujeto para examinarlo, quizás en busca de heridas–. Al arquero, ¿lo viste?
–Que si lo vi, dice –soltó. De pronto se quejó de dolor–. ¡Oiga, ¿es que quieres rematarme o qué te pasa?! –dijo mirando a un guardia, el cual levantó ambas manos y se alejó un paso–. Apenas sobreviví al ataque del arquero –continuó, con la mirada puesta en la mujer que parecía tener la autoridad en el campamento–. Fue duro, la verdad que sí. Pero, como hombre que soy, no me dejé matar. Luchamos todos juntos contra ese infeliz que salió de la nada, pero, aunque casi vencimos a esa bestia, analicé fríamente lo que pasaba –se dio golpecitos en la sien con la punta del dedo índice de una mano– y lo que analicé es que igual nos iba a mandar al más allá, a pesar de todos nuestros esfuerzos. Así que me alejé discretamente. Me dolió mucho, de verdad que sí, pero no pude hacer nada por mis compañeros; esa gente ya estaba muerta, nada más que aún no les habían avisado. Así que escapé.
–¿Y la niña? –quise saber.
–¿Qué niña, chico? No conozco ninguna niña.
–Vale… –Para disimular mi desconfianza, lo miré con los ojos entrecerrados… Bueno, no intenté disimular–. ¿Y por qué huiste de nosotros?
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Xana fue tras la niña, cuyo rastro fue sencillo de seguir. Eiko también fue con ella, y nadie más. Supuso que Golosina también persiguió a la presencia que detectó. Pero eso no debía importarle a Xana en ese momento, sino la niña.
Lo habitual era sentirse a gusto con la magia que aprendió a dominar, pero en esa ocasión lamentaba no haber aprendido a potenciarse con éter; sería menos difícil correr en el bosque… y no explotar caravanas. El lado positivo es que la niña tampoco estaba en mejor condición.
Cuando Xana la alcanzó, Eiko ya estaba con la pequeña. A pesar de las circunstancias, logró hacer que se atreviera a relatar el origen de su trauma.
–Papá y tíos iban a viajar –empezó, en voz baja, haciendo que Xana tuviera que acercarse más para poder escuchar. La niña no miraba a ningún sitio en específico–. No quiero a mi nueva mamá. Quería ir con papá. Me escondí en un carro –continuó, intercalando sus frases con una pausa en la que su respiración era profunda y lenta o se paraba–. Después… gritos –dijo con un hilo de voz. Se estremeció–. Papá discutía, no con tíos. No sé con quiénes. Yo escuché escondida. Un trato no se cumplió, creo, no sé. Pe-pelearon después –continuó, empezando a tartamudear–. Cu-cuando… cuando se acabaron los ruidos, salí. No hice ruido. Te-tenía miedo. Y alguien… alguien gritó: «Arquero Camesí». Y… y… otra vez ruidos de pelea.
Se restregó las manos en la cara para secarse las lágrimas, y se esparció la suciedad que ya tenía.
–Unos de mis tíos me vio –prosiguió–. Se veía muy mal. Me dijo que corriera. No entendí. Quería ver a papá. Él me gritó y me empujó, para que corriera. Yo no quería. Me agarré a él. Él estaba mojado y me manché. M-me… me… me pegó, me empujó y me gritó que corriera, que m-me comería el Arquero Carmesí. Tuve mucho miedo y corrí. Lejos, miré atrás. Vi… vi a ese… arquero. Y-yo corrí… más fuerte… muy lejos.
Rauko
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
A causa de una extraña anomalía espacio temporal, Golosina no podía estar allí, pues había muerto días antes en el Campamento de los niños Engendros. Su cuerpo comenzó a desmaterializarse allí mismo, dividiéndose en innumerables partículas de éter ante la atenta mirada de todos los que la rodeaban. Los numerosos gases de colores de su organismo se extendieron en el aire, difuminándose en breves segundos cómo si nunca hubieran existido.
Golosina
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Theresa observó con atención al hombre mientras relataba su experiencia y explicaba sus acciones durante el ataque del Arquero Carmesí. La tensión en el aire era palpable mientras el resto de guardias escuchaban atentamente sus palabras.
El hombre parecía tratar de justificar su huida y la elección de salvarse a sí mismo. Los guardias intercambiaron miradas de desconfianza, pero también de comprensión, pues el miedo puede llevar a actos impulsivos y difíciles de entender en situaciones extremas.
Theresa frunció el ceño y cruzó los brazos, analizando las palabras del hombre. Luego, sus ojos se posaron en las flechas que ella misma sostenía, sumiéndose en profundos pensamientos. Finalmente, habló con voz firme y autoritaria antes de que el hombre pudiera responder a la pregunta del elfo.
-Entiendo que estuviste en una situación extremadamente peligrosa, y es natural que intentaras sobrevivir. Pero lo que nos preocupa es la diferencia entre las flechas rojas y las negras. ¿Puedes explicarnos por qué?
El hombre pareció sorprendido por la pregunta y vaciló antes de responder.
-La verdad, señora, no tengo ni idea.
Theresa asintió y luego dirigió una mirada a los demás guardias presentes, como buscando sus opiniones. Finalmente, suspiró y dijo:
-Esto no nos dice nada... Parece que estamos tratando con más de un individuo que actúa bajo el nombre del Arquero Carmesí. Es una situación complicada y necesitamos más información para entender lo que está sucediendo.-Dijo dirigiéndose al elfo. Acto seguido, se dirigió a sus hombres e hizo un gesto con la mano hacia el hombre que sobrevivió.-Lleváoslo. Dadle comida, agua y un sitio donde dormir.-Dicho eso, miró al hombre.-Tendrá que seguir respondiéndonos pregunta, mercader. Pero primero, descanse.
El hombre asintió, aparentemente resignado a su situación. Mientras tanto, Theresa se acercó al elfo.
-Por ahora, permanece aquí. No estás bajo arresto, pero tampoco puedes irte libremente. Necesitamos averiguar más sobre estos ataques y tu experiencia podría ser valiosa... Porque tienes experiencia, ¿Verdad?-Dijo al suponer que un elfo podría ser de utilidad para explorar los bosques en busca del arquero.-Quizás sea buena idea que te presentes ante el capitán.
El hombre parecía tratar de justificar su huida y la elección de salvarse a sí mismo. Los guardias intercambiaron miradas de desconfianza, pero también de comprensión, pues el miedo puede llevar a actos impulsivos y difíciles de entender en situaciones extremas.
Theresa frunció el ceño y cruzó los brazos, analizando las palabras del hombre. Luego, sus ojos se posaron en las flechas que ella misma sostenía, sumiéndose en profundos pensamientos. Finalmente, habló con voz firme y autoritaria antes de que el hombre pudiera responder a la pregunta del elfo.
-Entiendo que estuviste en una situación extremadamente peligrosa, y es natural que intentaras sobrevivir. Pero lo que nos preocupa es la diferencia entre las flechas rojas y las negras. ¿Puedes explicarnos por qué?
El hombre pareció sorprendido por la pregunta y vaciló antes de responder.
-La verdad, señora, no tengo ni idea.
Theresa asintió y luego dirigió una mirada a los demás guardias presentes, como buscando sus opiniones. Finalmente, suspiró y dijo:
-Esto no nos dice nada... Parece que estamos tratando con más de un individuo que actúa bajo el nombre del Arquero Carmesí. Es una situación complicada y necesitamos más información para entender lo que está sucediendo.-Dijo dirigiéndose al elfo. Acto seguido, se dirigió a sus hombres e hizo un gesto con la mano hacia el hombre que sobrevivió.-Lleváoslo. Dadle comida, agua y un sitio donde dormir.-Dicho eso, miró al hombre.-Tendrá que seguir respondiéndonos pregunta, mercader. Pero primero, descanse.
El hombre asintió, aparentemente resignado a su situación. Mientras tanto, Theresa se acercó al elfo.
-Por ahora, permanece aquí. No estás bajo arresto, pero tampoco puedes irte libremente. Necesitamos averiguar más sobre estos ataques y tu experiencia podría ser valiosa... Porque tienes experiencia, ¿Verdad?-Dijo al suponer que un elfo podría ser de utilidad para explorar los bosques en busca del arquero.-Quizás sea buena idea que te presentes ante el capitán.
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Eiko escuchó atentamente las palabras entrecortadas de la niña. Era un relato desgarrador, lleno de miedo y confusión. La niña había sido testigo de una confrontación violenta en la que su padre y tíos parecían estar involucrados, y todo había culminado en el fatídico nombre del Arquero Carmesí.
La bruja puso una mano suavemente en el hombro de la niña y le sonrió con ternura, tratando de transmitirle un sentido de seguridad en medio de la angustia que estaba sintiendo.
-Está bien, pequeña. Estás a salvo ahora.-Le aseguró Eiko con voz cálida.-No tienes que tener miedo aquí. ¿Puedes decirme si reconociste al Arquero Carmesí cuando lo viste? ¿Lo habías visto antes en alguna ocasión?
La niña parpadeó, sus ojos llenos de lágrimas se encontraron con la mirada de Eiko. Parecía estar luchando internamente antes de finalmente asentir con cautela.
-Vi a un hombre con un arco... un arco rojo. Llevaba una capa roja también.
"Emmanuel", dijo en su mente la bruja. Torció el gesto, no le estaba gustando hacia donde se estaba dirigiendo el relato.
Eiko apretó suavemente el hombro de la niña en un gesto reconfortante. Aunque la situación era dolorosa, finalmente estaban obteniendo información valiosa. La niña tenía conocimiento directo del Arquero y su apariencia.
-Muy bien, gracias por compartir eso con nosotras. Ahora estamos aquí para ayudarte y para asegurarnos de que estés a salvo.-Se puso en pie y le dedicó una sonrisa afable a la pequeña. Acto seguido, se dirigió a la elfa, con un tono antinaturalmente tranquilo.-Quizás deberíamos ver a dónde ha ido tu compañero.
La bruja puso una mano suavemente en el hombro de la niña y le sonrió con ternura, tratando de transmitirle un sentido de seguridad en medio de la angustia que estaba sintiendo.
-Está bien, pequeña. Estás a salvo ahora.-Le aseguró Eiko con voz cálida.-No tienes que tener miedo aquí. ¿Puedes decirme si reconociste al Arquero Carmesí cuando lo viste? ¿Lo habías visto antes en alguna ocasión?
La niña parpadeó, sus ojos llenos de lágrimas se encontraron con la mirada de Eiko. Parecía estar luchando internamente antes de finalmente asentir con cautela.
-Vi a un hombre con un arco... un arco rojo. Llevaba una capa roja también.
"Emmanuel", dijo en su mente la bruja. Torció el gesto, no le estaba gustando hacia donde se estaba dirigiendo el relato.
Eiko apretó suavemente el hombro de la niña en un gesto reconfortante. Aunque la situación era dolorosa, finalmente estaban obteniendo información valiosa. La niña tenía conocimiento directo del Arquero y su apariencia.
-Muy bien, gracias por compartir eso con nosotras. Ahora estamos aquí para ayudarte y para asegurarnos de que estés a salvo.-Se puso en pie y le dedicó una sonrisa afable a la pequeña. Acto seguido, se dirigió a la elfa, con un tono antinaturalmente tranquilo.-Quizás deberíamos ver a dónde ha ido tu compañero.
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El resplandor de las antorchas pintaba sombras danzantes en las paredes rocosas de la caverna mientras el aire se llenaba de historias, risas y secretos compartidos. Emmanuel, el Arquero Carmesí, comenzó a relatar su nueva vida desde el momento en que se separaron.
-Después de que partiste, Alward, vagué por todos los reinos humanos, siempre persiguiendo a aquellos que abusaban de su poder.-Comenzó Emmanuel, con su arco y flechas apoyados contra una de las patas de la mesa en la que se encontraban.Me encontré con pueblos oprimidos, aldeanos cuyas esperanzas habían sido aplastadas por los codiciosos. No podía quedarme quieto.
-La corrupción campa a sus anchas donde menos lo esperamos.-Determinó el Sevna, debido a que él mismo también se había encontrado con muchas injusticias en su camino.-Yo mismo quise destruir a las Sierpes desde dentro, pero me encontré con que no eran una mera secta de lunáticos, sino que ostentaban más poder e influencia de lo que parecía. La Guardia misma me dio por muerto sin hacer preguntas cuando desaparecí. Aunque bueno... casi.-Dijo llevándose una mano a la cicatriz del torso donde Erik Vacuum había ensartado su espada.
Katrina se acomodó en su asiento. Era complicado, debido a que las sillas eran demasiado duras, escuchando así atentamente mientras jugaba con un mechón de su cabello blanco.
-Entonces, te convertiste en una especie de justiciero itinerante-Proyectó su voz mágica con una sonrisa ladina.
Emmanuel pegó un respingo. No estaba acostumbrado, como Alward, a oír otra voz que no sea la suya en su cabeza.
-Exactamente.-Asintió el arquero.-Me gané el apodo del "Arquero Carmesí" debido a mis ropajes. Además, lo que quedaba siempre detrás de mí eran mis flechas rojas. Pero siempre fui precavido, evitando ser capturado por aquellos que querían verme colgado. Robo a los ricos para dárselo a los pobres, jamás ningún mercader o campesino humilde se las ha tenido que ver conmigo, eso lo juro.
Alward asintió en aprobación, admirando la determinación de su amigo.
-Es una causa noble, Emm. No puedo evitar sentir orgullo por lo que has logrado.
-Y yo por ti, Alward.-Respondió Emmanuel con una sonrisa.-Escuchar sobre tu búsqueda de los Stellazios y tratar de derrotar a las Sierpes... es asombroso. Cuéntame más en detalle sobre lo que has hecho todo este tiempo, no ha tenido que ser fácil.
Alward asintió, comenzando a detallar los desafíos que habían enfrentado. Describió la investigación, los peligros ocultos y la culminación de su lucha contra los líderes de la secta, así como la peregrinación que tuvo que hacer para dar finalmente con los Nacidos de las Estrellas. Katrina agregó su propia perspectiva, resaltando su papel de igual importancia y relevancia en el historia.
Emmanuel escuchaba atentamente, sus ojos brillaban con admiración.
-Realmente formáis un equipo formidable.-Comentó mientras los miraba a ambos.
-Pues ya verás cuando reúna a aquellos que me acompañarán en la lucha para defender el bien.-Sonrió, entusiasmado.
-Nuestro reencuentro es como un capítulo nuevo en esta historia que comenzamos juntos. Y esta vez, lucharemos juntos por una causa mayor.
-La Luz y la justicia siempre nos guiarán.-Afirmó Alward, su voz resonando con determinación.
La conversación continuó, los tres amigos compartiendo anécdotas de sus experiencias desde su separación. Hablaban de antiguos aliados y enemigos, intercambiaban chistes y relataban momentos de triunfo y adversidad. La caverna resonaba con su risa y conversación animada mientras el tiempo pasaba sin que nadie se diera cuenta.
-Después de que partiste, Alward, vagué por todos los reinos humanos, siempre persiguiendo a aquellos que abusaban de su poder.-Comenzó Emmanuel, con su arco y flechas apoyados contra una de las patas de la mesa en la que se encontraban.Me encontré con pueblos oprimidos, aldeanos cuyas esperanzas habían sido aplastadas por los codiciosos. No podía quedarme quieto.
-La corrupción campa a sus anchas donde menos lo esperamos.-Determinó el Sevna, debido a que él mismo también se había encontrado con muchas injusticias en su camino.-Yo mismo quise destruir a las Sierpes desde dentro, pero me encontré con que no eran una mera secta de lunáticos, sino que ostentaban más poder e influencia de lo que parecía. La Guardia misma me dio por muerto sin hacer preguntas cuando desaparecí. Aunque bueno... casi.-Dijo llevándose una mano a la cicatriz del torso donde Erik Vacuum había ensartado su espada.
Katrina se acomodó en su asiento. Era complicado, debido a que las sillas eran demasiado duras, escuchando así atentamente mientras jugaba con un mechón de su cabello blanco.
-Entonces, te convertiste en una especie de justiciero itinerante-Proyectó su voz mágica con una sonrisa ladina.
Emmanuel pegó un respingo. No estaba acostumbrado, como Alward, a oír otra voz que no sea la suya en su cabeza.
-Exactamente.-Asintió el arquero.-Me gané el apodo del "Arquero Carmesí" debido a mis ropajes. Además, lo que quedaba siempre detrás de mí eran mis flechas rojas. Pero siempre fui precavido, evitando ser capturado por aquellos que querían verme colgado. Robo a los ricos para dárselo a los pobres, jamás ningún mercader o campesino humilde se las ha tenido que ver conmigo, eso lo juro.
Alward asintió en aprobación, admirando la determinación de su amigo.
-Es una causa noble, Emm. No puedo evitar sentir orgullo por lo que has logrado.
-Y yo por ti, Alward.-Respondió Emmanuel con una sonrisa.-Escuchar sobre tu búsqueda de los Stellazios y tratar de derrotar a las Sierpes... es asombroso. Cuéntame más en detalle sobre lo que has hecho todo este tiempo, no ha tenido que ser fácil.
Alward asintió, comenzando a detallar los desafíos que habían enfrentado. Describió la investigación, los peligros ocultos y la culminación de su lucha contra los líderes de la secta, así como la peregrinación que tuvo que hacer para dar finalmente con los Nacidos de las Estrellas. Katrina agregó su propia perspectiva, resaltando su papel de igual importancia y relevancia en el historia.
Emmanuel escuchaba atentamente, sus ojos brillaban con admiración.
-Realmente formáis un equipo formidable.-Comentó mientras los miraba a ambos.
-Pues ya verás cuando reúna a aquellos que me acompañarán en la lucha para defender el bien.-Sonrió, entusiasmado.
-Nuestro reencuentro es como un capítulo nuevo en esta historia que comenzamos juntos. Y esta vez, lucharemos juntos por una causa mayor.
-La Luz y la justicia siempre nos guiarán.-Afirmó Alward, su voz resonando con determinación.
La conversación continuó, los tres amigos compartiendo anécdotas de sus experiencias desde su separación. Hablaban de antiguos aliados y enemigos, intercambiaban chistes y relataban momentos de triunfo y adversidad. La caverna resonaba con su risa y conversación animada mientras el tiempo pasaba sin que nadie se diera cuenta.
Alward Sevna
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La guardia continuó el interrogatorio, aunque no consiguió información sustancial para iluminar el velo del misterio en el que se escondía la verdad sobre las flechas de colores. Hice un mohín, con una leve decepción tiñendo mis pensamientos. «A este paso, jamás sabremos nada del o de los arqueros coloridos», pensé, y la pereza empezó surgir en mi cuerpo, pero fue interrumpido por las siguientes palabras dirigidas hacia mí por parte de la guardia jefaza.
–Ah, claro, sí –respondí, asintiendo con la cabeza–. Será un placer ayudar –agregué con una sonrisa leve, intentando ignorar la pregunta sobre si yo tenía experiencia, o, mejor dicho, ignorar el tono con la que preguntó. «Espera, ¿tengo experiencia rastreando en bosques?», me cuestioné de pronto, considerando que los constantes escenarios de mi vida eran las ciudades. «No importa, cuento con Xana», concluí.
Dejé que la jefaza me guiara hacia el lugar donde estaba su superior, el jefe jefazo.
La verdad fue una bofetada para Xana. Sus ingenuas ilusiones, edificadas por ella misma, se derrumbaron, y los escombros levantaron una polvorera de desilusión, pesar y enojo que nublaron su vista.
Volvió a sus sentidos en cuanto Eiko le habló, quien sugería reunirse con el resto del grupo. Xana, necesitando de un instante para reaccionar, asintió y, sin poder evitarlo, la sonrisa que mostró estaba empañada por la tristeza.
Mientras andaban por el camino devorado por el bosque, Xana se preguntaba si lo mejor habría sido dejar que su compañero, es decir, yo, hubiera asesinado al arquero en lugar de quererlo capturar vivo. La niña no habría vivido aquel infierno que, quizás, la perseguiría durante toda su vida en recuerdos indelebles.
«No», se dijo con rotundidad, «quizás haya alguna justificación. Solo conozco la perspectiva de la niña. Necesito más información». Con ello en mente, miró de soslayo a Eiko, con las palabras compitiendo en la cabeza de Xana para formar una pregunta apropiada.
–¿Puedo saber… –empezó, con algo de timidez y cautela–, por qué buscas al Arquero Carmesí?
–Mi nombre es Rauko, señor –me presenté, e hice una leve inclinación de cabeza.
Maximiliano el Tuerto, a quien, por economía de palabras, llamaré Maxi, permaneció con la misma pétrea expresión de estreñido. Quizás tener un único ojo era un gran motivo de amargura.
–¿De dónde eres? –inquirió, mostrando que no era una estatua sin vida.
–De todos lados y de ningún lugar.
–En otras palabras, no eres oriundo de Sandorái.
–Ah, no. Nací en Vulwulfar, crecí viajando y ahora vivo en un campo de Verisar.
–¿Cuánto tiempo has estado en bosques?
–Lo suficiente.
Su mirada permaneció fija en mí, escondiendo tras de sí un juicio sobre mi utilidad y una amenaza si me catalogaba como un chico sin lugar en su grupo de soldaditos.
La jefaza, entonces, decidió dar el resto de los detalles que aún no le había dado a Maxi sobre lo sucedido y sobre mi anterior encuentro con el Arquero Carmesí. Si funcionó o no para mejorar la opinión sobre mí de Maxi, él no lo mostró.
–En cualquier caso, vi cómo opera el arquero –dije, casando de juicios silenciosos–. Sabiendo dónde fue su último movimiento, puedo tener una buena idea de a dónde pudo dirigirse –argumenté, esperando estar en lo cierto–. Pero antes, me gustaría hablar con…
Y fuimos interrumpidos por un nuevo evento inesperado.
Xana y compañía fueron detenidas por un par de guardias cuando la vieron acercarse al campamento. Mientras la niña se refugiaba tras las piernas de Eiko, Xana se adelantó para aclarar la situación. Hechas las presentaciones, los guardias asociaron a la niña con lo que habían escuchado antes de mí y del extraño sobreviviente, y las guiaron al campamento.
–Ella no fue la única que sobrevivió –dijo un guardia mientras lideraba la marcha, y los ojos de la pequeña se abrieron, expectantes, nerviosa, esperanzada, debatiéndose entre llorar o correr hacia donde sea que estuviera aquel sobreviviente–. Tenemos con nosotros a un hombre que dice haber estado ahí.
Incluso Xana sintió una mezcla agridulce de emociones. «Al menos uno sobrevivió», se dijo, buscando algún consuelo en ello que aliviara su culpa autoimpuesta.
Entonces se hizo visible una carpa en cuyo interior comía un sujeto con el pecho cubierto apenas por un par de vendas que un médico le colocaba.
El guardia se hizo a un lado para que la niña viera al sobreviviente. El semblante del guardia, sin embargo, se ensombreció al ver que la pequeña, en lugar de ir hacia aquella carpa, seguía buscando con la mirada a alguien. El guardia miró a los ojos a Xana y luego a Eiko, examinando las reacciones de estas. Xana, mostrándose confusa, se encogió de hombros. El guardia volvió la vista a la niña.
–¿No reconoces a ese hombre? –inquirió a media voz, señalando al susodicho.
La niña negó con la cabeza en un primer instante. No parecía reconocerlo, hasta que él habló, quejándose de algo del médico. La niña perdió color en su tez, ahogó un grito, retrocedió, tropezó y cayó sentada.
–E-es… –balbuceó, y Xana, al instante, se acuclilló a su lado, preocupada, sin saber si abrazarla o esperar que hablara–. Él d-discutía con papá –gimoteó la niña, con un incipiente temblor en sus hombros–. Entonces… el arquero… Luego… el arquero… apareció.
–Ah, claro, sí –respondí, asintiendo con la cabeza–. Será un placer ayudar –agregué con una sonrisa leve, intentando ignorar la pregunta sobre si yo tenía experiencia, o, mejor dicho, ignorar el tono con la que preguntó. «Espera, ¿tengo experiencia rastreando en bosques?», me cuestioné de pronto, considerando que los constantes escenarios de mi vida eran las ciudades. «No importa, cuento con Xana», concluí.
Dejé que la jefaza me guiara hacia el lugar donde estaba su superior, el jefe jefazo.
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La verdad fue una bofetada para Xana. Sus ingenuas ilusiones, edificadas por ella misma, se derrumbaron, y los escombros levantaron una polvorera de desilusión, pesar y enojo que nublaron su vista.
Volvió a sus sentidos en cuanto Eiko le habló, quien sugería reunirse con el resto del grupo. Xana, necesitando de un instante para reaccionar, asintió y, sin poder evitarlo, la sonrisa que mostró estaba empañada por la tristeza.
Mientras andaban por el camino devorado por el bosque, Xana se preguntaba si lo mejor habría sido dejar que su compañero, es decir, yo, hubiera asesinado al arquero en lugar de quererlo capturar vivo. La niña no habría vivido aquel infierno que, quizás, la perseguiría durante toda su vida en recuerdos indelebles.
«No», se dijo con rotundidad, «quizás haya alguna justificación. Solo conozco la perspectiva de la niña. Necesito más información». Con ello en mente, miró de soslayo a Eiko, con las palabras compitiendo en la cabeza de Xana para formar una pregunta apropiada.
–¿Puedo saber… –empezó, con algo de timidez y cautela–, por qué buscas al Arquero Carmesí?
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–Mi nombre es Rauko, señor –me presenté, e hice una leve inclinación de cabeza.
Maximiliano el Tuerto, a quien, por economía de palabras, llamaré Maxi, permaneció con la misma pétrea expresión de estreñido. Quizás tener un único ojo era un gran motivo de amargura.
–¿De dónde eres? –inquirió, mostrando que no era una estatua sin vida.
–De todos lados y de ningún lugar.
–En otras palabras, no eres oriundo de Sandorái.
–Ah, no. Nací en Vulwulfar, crecí viajando y ahora vivo en un campo de Verisar.
–¿Cuánto tiempo has estado en bosques?
–Lo suficiente.
Su mirada permaneció fija en mí, escondiendo tras de sí un juicio sobre mi utilidad y una amenaza si me catalogaba como un chico sin lugar en su grupo de soldaditos.
La jefaza, entonces, decidió dar el resto de los detalles que aún no le había dado a Maxi sobre lo sucedido y sobre mi anterior encuentro con el Arquero Carmesí. Si funcionó o no para mejorar la opinión sobre mí de Maxi, él no lo mostró.
–En cualquier caso, vi cómo opera el arquero –dije, casando de juicios silenciosos–. Sabiendo dónde fue su último movimiento, puedo tener una buena idea de a dónde pudo dirigirse –argumenté, esperando estar en lo cierto–. Pero antes, me gustaría hablar con…
Y fuimos interrumpidos por un nuevo evento inesperado.
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Xana y compañía fueron detenidas por un par de guardias cuando la vieron acercarse al campamento. Mientras la niña se refugiaba tras las piernas de Eiko, Xana se adelantó para aclarar la situación. Hechas las presentaciones, los guardias asociaron a la niña con lo que habían escuchado antes de mí y del extraño sobreviviente, y las guiaron al campamento.
–Ella no fue la única que sobrevivió –dijo un guardia mientras lideraba la marcha, y los ojos de la pequeña se abrieron, expectantes, nerviosa, esperanzada, debatiéndose entre llorar o correr hacia donde sea que estuviera aquel sobreviviente–. Tenemos con nosotros a un hombre que dice haber estado ahí.
Incluso Xana sintió una mezcla agridulce de emociones. «Al menos uno sobrevivió», se dijo, buscando algún consuelo en ello que aliviara su culpa autoimpuesta.
Entonces se hizo visible una carpa en cuyo interior comía un sujeto con el pecho cubierto apenas por un par de vendas que un médico le colocaba.
El guardia se hizo a un lado para que la niña viera al sobreviviente. El semblante del guardia, sin embargo, se ensombreció al ver que la pequeña, en lugar de ir hacia aquella carpa, seguía buscando con la mirada a alguien. El guardia miró a los ojos a Xana y luego a Eiko, examinando las reacciones de estas. Xana, mostrándose confusa, se encogió de hombros. El guardia volvió la vista a la niña.
–¿No reconoces a ese hombre? –inquirió a media voz, señalando al susodicho.
La niña negó con la cabeza en un primer instante. No parecía reconocerlo, hasta que él habló, quejándose de algo del médico. La niña perdió color en su tez, ahogó un grito, retrocedió, tropezó y cayó sentada.
–E-es… –balbuceó, y Xana, al instante, se acuclilló a su lado, preocupada, sin saber si abrazarla o esperar que hablara–. Él d-discutía con papá –gimoteó la niña, con un incipiente temblor en sus hombros–. Entonces… el arquero… Luego… el arquero… apareció.
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Maximiliano el Tuerto emergió de su tienda con una determinación que enarbolaba como un estandarte. Su mirada, fija y penetrante, barría el campamento en busca de respuestas. Quienes habían llegado a su territorio eran un enigma, pero la urgencia eclipsaba cualquier incertidumbre. El tiempo, aliado esquivo, no estaba de su lado, y el misterio del Arquero Carmesí pesaba como una sombra alargada.
-Señor, tenemos testigos de lo ocurrido.-Se anticipó Theresa para poner en contexto a su superior.
El capitán miró con su único ojo tanto a Xana y Eiko como a los dos supervivientes de la caravana. Asintió y acto seguido empezó a otear más allá de ellos, como si esperase algún tipo de movimiento de sus propios hombres.
-¡Preparad los caballos!-Gritó, su voz resonando como un clarín que anunciaba la marcha..-Nos vamos.-Después, dirigió su atención a Theresa.Tú te quedarás aquí con ellos, al mando del campamento en mi ausencia.
-¿Usted también va, capitán?-Inquirió Theresa.
-Sí.-Afirmó con gravedad.-Es hora de que el Arquero pague por sus fechorías.
-¿Sin juicio?-Intervino Eiko, cuestionando la sed de venganza que guiaba al capitán.
Maximiliano el Tuerto la miró con un gesto imperturbable, sin ceder ante las preguntas. Silencioso, ignoró la interrogación de Eiko y se marchó, llevándose consigo al elfo peliblanco, la clave que supuestamente los conduciría al esquivo Arquero Carmesí.
-Intentará capturarlo para interrogarlo después. Aquí, seguimos las leyes.-Le dijo Theresa a Eiko para que estuviese tranquila, aunque no sabía bien por qué aquella extraña mujer mostraba una repentina preocupación por el arquero carmesí.-Síganme.-Ordenó a los cuatro.-Si tienen hambre o necesitan descansar, podemos darle cobijo.-Miró al hombre-...aunque en realidad tú ya te has puesto las botas.
-Yo tengo que marcharme.-Dijo Eiko rechazando la propuesta de Theresa.-No sirvo de nada aquí, y no soy testigo de nada.
-Por protocolo deberás quedarte aquí.-Detuvo una marcha que emprendió con la seguridad de que todos seguirían su orden.
-El arquero es inocente, confío en él.-Confesó en un susurro, compartiendo su convicción con la elfa. La última pregunta formulada por Xana se había quedado suspendida en el aire, sin respuesta, ahogada por la súbita aparición de Maximiliano el Tuerto. Aunque no contara con pruebas tangibles, y hacía muchos años que no veía a Emmanuel, algo en su corazón le aseguraba que no era el autor de aquellas atrocidades. No podía ser un asesino.
La bruja calló, aparentemente aceptando la orden impartida. No obstante, en cuanto la procesión se reanudó, un giro brusco en sus movimientos sorprendió a todos. Se volvió y echó a correr en dirección opuesta, sorteando a los confusos guardias que no anticipaban semejante reacción. En sus ojos resplandecía la determinación, la firme creencia en la inocencia del Arquero Carmesí la guiaba.
El corazón de Eiko latía con fuerza mientras corría por el campamento. El lugar estaba sumido en un revuelo causado por la partida de Maximiliano el Tuerto, además de por el desconcierto que la propia bruja estaba causando.
Eiko, sintiendo que el tiempo apremiaba, aprovechó la confusión circundante. Su magia telequinética, potenciada por la energía que flotaba en el aire, se manifestó con una fuerza renovada. Se enfocó en el entorno, buscando cualquier objeto a su alcance para utilizarlo como herramienta de distracción.
A su alrededor, el campamento estaba lleno de utensilios desordenados, provisiones mal apiladas y pertrechos militares. Eiko extendió sus manos, y como una danza coreografiada por la energía de sus pensamientos, los objetos empezaron a levitar y girar en el aire.
Cajas vacías se convirtieron en proyectiles errantes, confundiendo a los guardias y creando una pantalla de caos en su huida. Eiko, con movimientos precisos, hizo que las tiendas ondearan como banderas al viento, desorientando aún más a sus perseguidores.
En un momento de astucia, desvió su atención hacia los escudos de los guardias. Con un gesto imperceptible, los levantó del suelo, convirtiéndolos en una barrera flotante. Uno a uno, los escudos se dirigieron hacia los guardias, desarticulando sus formaciones y sembrando el desconcierto.
Eiko se movía con agilidad entre la maraña de objetos suspendidos en el aire, dejando a su paso una estela de incredulidad. Escudos que giraban como discos de energía a su alrededor la protegían de cualquier intento de captura, mientras que sus enemigos quedaban atónitos ante la demostración de poder.
Alcanzando la periferia del campamento, Eiko liberó una última ráfaga de telequinesis que despejó su camino. Se adentró en el bosque cercano, dejando atrás la escena de asombro y confusión que había creado. La habilidad de la bruja con la telequinesis había dejado una profunda impresión, y mientras se alejaba, su figura se desvaneció entre las sombras del bosque, escapando con gracia y misterio.
-Señor, tenemos testigos de lo ocurrido.-Se anticipó Theresa para poner en contexto a su superior.
El capitán miró con su único ojo tanto a Xana y Eiko como a los dos supervivientes de la caravana. Asintió y acto seguido empezó a otear más allá de ellos, como si esperase algún tipo de movimiento de sus propios hombres.
-¡Preparad los caballos!-Gritó, su voz resonando como un clarín que anunciaba la marcha..-Nos vamos.-Después, dirigió su atención a Theresa.Tú te quedarás aquí con ellos, al mando del campamento en mi ausencia.
-¿Usted también va, capitán?-Inquirió Theresa.
-Sí.-Afirmó con gravedad.-Es hora de que el Arquero pague por sus fechorías.
-¿Sin juicio?-Intervino Eiko, cuestionando la sed de venganza que guiaba al capitán.
Maximiliano el Tuerto la miró con un gesto imperturbable, sin ceder ante las preguntas. Silencioso, ignoró la interrogación de Eiko y se marchó, llevándose consigo al elfo peliblanco, la clave que supuestamente los conduciría al esquivo Arquero Carmesí.
-Intentará capturarlo para interrogarlo después. Aquí, seguimos las leyes.-Le dijo Theresa a Eiko para que estuviese tranquila, aunque no sabía bien por qué aquella extraña mujer mostraba una repentina preocupación por el arquero carmesí.-Síganme.-Ordenó a los cuatro.-Si tienen hambre o necesitan descansar, podemos darle cobijo.-Miró al hombre-...aunque en realidad tú ya te has puesto las botas.
-Yo tengo que marcharme.-Dijo Eiko rechazando la propuesta de Theresa.-No sirvo de nada aquí, y no soy testigo de nada.
-Por protocolo deberás quedarte aquí.-Detuvo una marcha que emprendió con la seguridad de que todos seguirían su orden.
-El arquero es inocente, confío en él.-Confesó en un susurro, compartiendo su convicción con la elfa. La última pregunta formulada por Xana se había quedado suspendida en el aire, sin respuesta, ahogada por la súbita aparición de Maximiliano el Tuerto. Aunque no contara con pruebas tangibles, y hacía muchos años que no veía a Emmanuel, algo en su corazón le aseguraba que no era el autor de aquellas atrocidades. No podía ser un asesino.
La bruja calló, aparentemente aceptando la orden impartida. No obstante, en cuanto la procesión se reanudó, un giro brusco en sus movimientos sorprendió a todos. Se volvió y echó a correr en dirección opuesta, sorteando a los confusos guardias que no anticipaban semejante reacción. En sus ojos resplandecía la determinación, la firme creencia en la inocencia del Arquero Carmesí la guiaba.
El corazón de Eiko latía con fuerza mientras corría por el campamento. El lugar estaba sumido en un revuelo causado por la partida de Maximiliano el Tuerto, además de por el desconcierto que la propia bruja estaba causando.
Eiko, sintiendo que el tiempo apremiaba, aprovechó la confusión circundante. Su magia telequinética, potenciada por la energía que flotaba en el aire, se manifestó con una fuerza renovada. Se enfocó en el entorno, buscando cualquier objeto a su alcance para utilizarlo como herramienta de distracción.
A su alrededor, el campamento estaba lleno de utensilios desordenados, provisiones mal apiladas y pertrechos militares. Eiko extendió sus manos, y como una danza coreografiada por la energía de sus pensamientos, los objetos empezaron a levitar y girar en el aire.
Cajas vacías se convirtieron en proyectiles errantes, confundiendo a los guardias y creando una pantalla de caos en su huida. Eiko, con movimientos precisos, hizo que las tiendas ondearan como banderas al viento, desorientando aún más a sus perseguidores.
En un momento de astucia, desvió su atención hacia los escudos de los guardias. Con un gesto imperceptible, los levantó del suelo, convirtiéndolos en una barrera flotante. Uno a uno, los escudos se dirigieron hacia los guardias, desarticulando sus formaciones y sembrando el desconcierto.
Eiko se movía con agilidad entre la maraña de objetos suspendidos en el aire, dejando a su paso una estela de incredulidad. Escudos que giraban como discos de energía a su alrededor la protegían de cualquier intento de captura, mientras que sus enemigos quedaban atónitos ante la demostración de poder.
Alcanzando la periferia del campamento, Eiko liberó una última ráfaga de telequinesis que despejó su camino. Se adentró en el bosque cercano, dejando atrás la escena de asombro y confusión que había creado. La habilidad de la bruja con la telequinesis había dejado una profunda impresión, y mientras se alejaba, su figura se desvaneció entre las sombras del bosque, escapando con gracia y misterio.
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De alguna manera terminé arrastrado a la búsqueda rodeado de soldados malhumorados y un tuerto que siempre vería las cosas más desde un lado que del otro. Nos dirigíamos, en caballos, hacia el último punto donde se presumía había atacado el arquero. Cuando llegáramos, yo debía demostrar la veracidad de mis palabras, como si no hubieran sido pronunciadas por una lengua víctima de la improvisación.
«Supongo que ya es demasiado tarde para decir que no tengo ni idea de nada», lamenté en silencio, con una sonrisa leve encadenada a una tensión nerviosa. «¿Y dónde demonios está Xana?».
Llegamos más pronto de lo que calculé. Como esperaba, o como debí haber esperado si hubiera pensado en aquello, el escenario de la batalla exhibía las ruinas de un negocio otrora prometedor. No me detuve a mirar donde habían caído los cadáveres, las flechas y los caballos. Miré alrededor, buscando los caminos, sopesando las posibilidades y recordando mi último encuentro con el arquero.
Un soldado desgarbado se situó a mi lado, sosteniendo un mapa desplegado en sus manos. Tenía los ojos entornados y cerca del mapa, sintiendo las dificultades de ojos humanos bajo el abrigo de la noche oscura.
–Estamos aquí –señaló, doblando el pergamino por un momento para tocar un punto con el pulgar–. Si planeaba hacerse con el carro, habría ido al pueblo más cercano, al noreste. Pero…
No había más camino que tomar, a menos que el arquero pudiera hacer que el carruaje soportara terrenos irregulares o atravesara árboles y montañas. Su otra opción era dirigirse a la villa en el sur, de donde habría partido el carruaje, pero habría sido detenido si lo veían a él en lugar de a los propietarios.
–Yo creo que aquí… –empecé, buscando algo coherente que decir para no parecer inútil.
Extendí una mano para señalar un lugar en concreto que me parecía un escondite viable para el arquero, considerando los datos que se tenían sobre sus recientes ataques en el área.
Mi caballo se sacudió levemente y mi dedo terminó en otro sitio del mapa donde no había nada. «¡No te deseo un mal, caballo, pero espero que nunca puedas comer biusas sino viusas!», pensé con la mandíbula tensa.
–Pero ahí no hay nada –comentó el soldado, como era de suponerse–. No, espera… ¡Sí, tiene sentido! No aparece en los mapas y mucho menos es frecuentado por criminales luego de la redada.
«¿Eh?», casi solté.
–Por supuesto –dije en cambio.
El tuerto se acercó en su caballo, al otro lado del soldado del mapa. Este se apresuró en indicarle a su superior sobre mi hipótesis.
–La Cueva del Trueque –asintió el tuerto–. Después de ocho años, volveré a ver ese maldito arroyo –murmuró con una ligera aspereza y una sombra fugaz surcando en su ojo. Luego fijó su mirada en mí, delante de pensamientos inescrutables.
Creí que me diría algo, y que eso no sería bueno para mí, pero se volvió hacia sus soldados y ordenó la marcha hacia nuestro nuevo destino. Los soldados más jóvenes obedecieron sin dudar; otros pocos, con más años pesando en sus carnes, tuvieron reacciones diversas, ninguna ligada a lo grato, antes de espolear a sus caballos.
«Creo que me estoy perdiendo de algo», pensé, sabiendo que era obvio, pero preferí desechar al olvido lo que entonces yo desconocía que era una vieja historia de sangre y acero, de traición y justicia y de secretos desgarradores y mentiras piadosas.
Seguí a los soldados, ignorante del futuro y del pasado de la tierra que pisaba y de los corazones que me acompañaban.
Y se fueron, sin despedirse y sin ofrecer oportunidades de diálogo. La decisión estaba tomada y el peso de las implicaciones golpearon el corazón de Xana. Contuvo la respiración mientras las palabras se deslizaban en sus oídos. Sus pensamientos se atropellaban siguiendo los problemas que parecían terminar en callejones sin salida.
El aire en sus pulmones se liberó en una inconsciente exhalación cuando Eiko reveló su convicción compartida sobre el Arquero Carmesí. «No soy la única», pensó, un consuelo efímero que pereció cuando la confusión asumió el dominio del momento.
Eiko emprendió una huida inesperada y, a su vez, una persecución detrás de lo que creía correcto. Fue el preludio de la cacofonía de voces, pasos de soldados y choques de metal, arrancados del descanso para sumirse al frenesí, donde Theresa se obligó a intentar asumir el mando para orquestar orden en esa sinfonía sin control.
Xana, aun en el centro del escenario caótico, era una mera espectadora sin presencia real en el guion.
Hasta que comprendió que también debía hacer su parte para que se escribiera el desenlace deseado para el héroe eclipsado por las mentiras de otros.
Se volvió hacia el testigo de la supuesta crueldad del arquero. Su corazón se saltó un latido al descubrir la ausencia del sujeto. Miró en derredor con premura, esfuerzo en vano. Chasqueó la lengua y se apresuró hacia el guardia más cercano.
–¿A dónde fue? –interpeló Xana, agarrándolo por un brazo, gatillando más confusión en su interlocutor–. El sobreviviente. ¿Dónde…?
Un escudo cayó a un par de metros, capturando la atención del soldado. Este se desembarazó de Xana y se unió a la captura de la bruja telequinética. Xana reculó apretando los labios y los puños. Sin detenerse, su mirada recorrió su entorno otra vez, cazando pistas y vestigios sobre la ubicación del sobreviviente.
Y se detuvo en la imagen de la niña, que se empequeñecía al alejarse en una carrera con rumbo al bosque a donde aún habitaba la paz.
Sin pensar, Xana dio un primer paso hacia la pequeña. Con el segundo, titubeó, con la prioridad carmesí refulgiendo en su mente. El tercero fue una fuerte pisada en la tierra, aplastando su egoísmo culposo, una renuncia frustrante, antes de lanzarse en la persecución.
Sorteó guardias, carpas y un par de escudos voladores antes de que se acabaran los obstáculos. La niña estaba a una docena de metros, huyendo de un terror que parecía hallarse cómodo en su frágil espíritu, en sus memorias perforadas por flechas rojas.
Una sombra apareció desde un lateral. Impulsada por su instinto, Xana creó dos resplandecientes esferas de luz en sus manos, listas para ser arrojadas. Pero la figura fue más rápida y se abalanzó sobre la niña. Esta chilló aterrada en los brazos de su captor, que se levantó con urgencia. Xana alzó las cejas al reconocerlo, y frunció el entrecejo al siguiente instante. El sujeto dio un respingo al percatarse de ella.
–¡Detente, elfa! –farfulló él, el sobreviviente, con muecas de dolor visitando su rostro con cada movimiento brusco de su rehén–. Será mejor que tú…
Toda palabra murió en su garganta cuando sus ojos vieron a Xana acercar las esferas de energía, una a la otra, en un movimiento veloz. Presintió que la elfa ante él tenía la magia para detenerlo sin dificultad.
Y tenía razón. Ella podía fusionar las dos diminutas estrellas para engendrar un destello escarlata, y que su víctima sintiera en la piel el toque abrasador del sol junto el choque contundente de un poder estelar.
Pero las esferas jamás se fusionaron; unos pocos centímetros le distanciaban de convertirse en nova. El temblor en las manos de Xana eran el único movimiento en el cuerpo de ella, paralizada por un temor reciente, por el recuerdo de un torrente de luz que prometía la victoria y que únicamente trajo destrucción y un llamado a la muerte que, por simple buena fortuna, esta funesta entidad rechazó.
El sobreviviente, sin comprender lo que sucedía en la atribulada mente de Xana, tomó la sensata decisión de reemprender una huida, hacia las sombras nocturnas del bosque, antes de que llegaran soldados, llevándose a la niña para usarla de escudo, para asesinarla donde pudiera hacerlo o para algún otro fin inmerecido para la pequeña.
Justo entonces, Theresa apareció.
–¿Qué sucede ahora? ¿Esos eran los dos que…? –exigió saber antes de notar la palidez en el rostro tatuado de la elfa–. ¿Estás bien?
Las esferas se redujeron a polvo de estrellas y fueron arrastradas por el viento. La mirada de Xana se perdía en el sendero tomado por los dos sobrevivientes. «¿Otra vez soy… una inútil?», pensó, con su alma escurriéndose hasta los pies. «No», negó, con la convicción sonando en su mente, y apretó los puños, aunque en ellos persistía un ligero temblor que delataban una inseguridad que no podría esfumarse tan rápido como sus esferas.
–El Arquero Carmesí… –logró decir, obligándose a hablar, a seguir adelante a pesar del miedo hacia sí misma–. No sé si piensas que es culpable o inocente, pero nuestra mejor pista para saber la verdad es ese infeliz que dice haber sobrevivido al arquero y que ahora ha huido. –Su mirada, ahora acerada, se fijó en los ojos de Theresa–. No hay tiempo que perder. ¡Debemos perseguirlo y salvar a la niña!
«Supongo que ya es demasiado tarde para decir que no tengo ni idea de nada», lamenté en silencio, con una sonrisa leve encadenada a una tensión nerviosa. «¿Y dónde demonios está Xana?».
Llegamos más pronto de lo que calculé. Como esperaba, o como debí haber esperado si hubiera pensado en aquello, el escenario de la batalla exhibía las ruinas de un negocio otrora prometedor. No me detuve a mirar donde habían caído los cadáveres, las flechas y los caballos. Miré alrededor, buscando los caminos, sopesando las posibilidades y recordando mi último encuentro con el arquero.
Un soldado desgarbado se situó a mi lado, sosteniendo un mapa desplegado en sus manos. Tenía los ojos entornados y cerca del mapa, sintiendo las dificultades de ojos humanos bajo el abrigo de la noche oscura.
–Estamos aquí –señaló, doblando el pergamino por un momento para tocar un punto con el pulgar–. Si planeaba hacerse con el carro, habría ido al pueblo más cercano, al noreste. Pero…
No había más camino que tomar, a menos que el arquero pudiera hacer que el carruaje soportara terrenos irregulares o atravesara árboles y montañas. Su otra opción era dirigirse a la villa en el sur, de donde habría partido el carruaje, pero habría sido detenido si lo veían a él en lugar de a los propietarios.
–Yo creo que aquí… –empecé, buscando algo coherente que decir para no parecer inútil.
Extendí una mano para señalar un lugar en concreto que me parecía un escondite viable para el arquero, considerando los datos que se tenían sobre sus recientes ataques en el área.
Mi caballo se sacudió levemente y mi dedo terminó en otro sitio del mapa donde no había nada. «¡No te deseo un mal, caballo, pero espero que nunca puedas comer biusas sino viusas!», pensé con la mandíbula tensa.
–Pero ahí no hay nada –comentó el soldado, como era de suponerse–. No, espera… ¡Sí, tiene sentido! No aparece en los mapas y mucho menos es frecuentado por criminales luego de la redada.
«¿Eh?», casi solté.
–Por supuesto –dije en cambio.
El tuerto se acercó en su caballo, al otro lado del soldado del mapa. Este se apresuró en indicarle a su superior sobre mi hipótesis.
–La Cueva del Trueque –asintió el tuerto–. Después de ocho años, volveré a ver ese maldito arroyo –murmuró con una ligera aspereza y una sombra fugaz surcando en su ojo. Luego fijó su mirada en mí, delante de pensamientos inescrutables.
Creí que me diría algo, y que eso no sería bueno para mí, pero se volvió hacia sus soldados y ordenó la marcha hacia nuestro nuevo destino. Los soldados más jóvenes obedecieron sin dudar; otros pocos, con más años pesando en sus carnes, tuvieron reacciones diversas, ninguna ligada a lo grato, antes de espolear a sus caballos.
«Creo que me estoy perdiendo de algo», pensé, sabiendo que era obvio, pero preferí desechar al olvido lo que entonces yo desconocía que era una vieja historia de sangre y acero, de traición y justicia y de secretos desgarradores y mentiras piadosas.
Seguí a los soldados, ignorante del futuro y del pasado de la tierra que pisaba y de los corazones que me acompañaban.
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Y se fueron, sin despedirse y sin ofrecer oportunidades de diálogo. La decisión estaba tomada y el peso de las implicaciones golpearon el corazón de Xana. Contuvo la respiración mientras las palabras se deslizaban en sus oídos. Sus pensamientos se atropellaban siguiendo los problemas que parecían terminar en callejones sin salida.
El aire en sus pulmones se liberó en una inconsciente exhalación cuando Eiko reveló su convicción compartida sobre el Arquero Carmesí. «No soy la única», pensó, un consuelo efímero que pereció cuando la confusión asumió el dominio del momento.
Eiko emprendió una huida inesperada y, a su vez, una persecución detrás de lo que creía correcto. Fue el preludio de la cacofonía de voces, pasos de soldados y choques de metal, arrancados del descanso para sumirse al frenesí, donde Theresa se obligó a intentar asumir el mando para orquestar orden en esa sinfonía sin control.
Xana, aun en el centro del escenario caótico, era una mera espectadora sin presencia real en el guion.
Hasta que comprendió que también debía hacer su parte para que se escribiera el desenlace deseado para el héroe eclipsado por las mentiras de otros.
Se volvió hacia el testigo de la supuesta crueldad del arquero. Su corazón se saltó un latido al descubrir la ausencia del sujeto. Miró en derredor con premura, esfuerzo en vano. Chasqueó la lengua y se apresuró hacia el guardia más cercano.
–¿A dónde fue? –interpeló Xana, agarrándolo por un brazo, gatillando más confusión en su interlocutor–. El sobreviviente. ¿Dónde…?
Un escudo cayó a un par de metros, capturando la atención del soldado. Este se desembarazó de Xana y se unió a la captura de la bruja telequinética. Xana reculó apretando los labios y los puños. Sin detenerse, su mirada recorrió su entorno otra vez, cazando pistas y vestigios sobre la ubicación del sobreviviente.
Y se detuvo en la imagen de la niña, que se empequeñecía al alejarse en una carrera con rumbo al bosque a donde aún habitaba la paz.
Sin pensar, Xana dio un primer paso hacia la pequeña. Con el segundo, titubeó, con la prioridad carmesí refulgiendo en su mente. El tercero fue una fuerte pisada en la tierra, aplastando su egoísmo culposo, una renuncia frustrante, antes de lanzarse en la persecución.
Sorteó guardias, carpas y un par de escudos voladores antes de que se acabaran los obstáculos. La niña estaba a una docena de metros, huyendo de un terror que parecía hallarse cómodo en su frágil espíritu, en sus memorias perforadas por flechas rojas.
Una sombra apareció desde un lateral. Impulsada por su instinto, Xana creó dos resplandecientes esferas de luz en sus manos, listas para ser arrojadas. Pero la figura fue más rápida y se abalanzó sobre la niña. Esta chilló aterrada en los brazos de su captor, que se levantó con urgencia. Xana alzó las cejas al reconocerlo, y frunció el entrecejo al siguiente instante. El sujeto dio un respingo al percatarse de ella.
–¡Detente, elfa! –farfulló él, el sobreviviente, con muecas de dolor visitando su rostro con cada movimiento brusco de su rehén–. Será mejor que tú…
Toda palabra murió en su garganta cuando sus ojos vieron a Xana acercar las esferas de energía, una a la otra, en un movimiento veloz. Presintió que la elfa ante él tenía la magia para detenerlo sin dificultad.
Y tenía razón. Ella podía fusionar las dos diminutas estrellas para engendrar un destello escarlata, y que su víctima sintiera en la piel el toque abrasador del sol junto el choque contundente de un poder estelar.
Pero las esferas jamás se fusionaron; unos pocos centímetros le distanciaban de convertirse en nova. El temblor en las manos de Xana eran el único movimiento en el cuerpo de ella, paralizada por un temor reciente, por el recuerdo de un torrente de luz que prometía la victoria y que únicamente trajo destrucción y un llamado a la muerte que, por simple buena fortuna, esta funesta entidad rechazó.
El sobreviviente, sin comprender lo que sucedía en la atribulada mente de Xana, tomó la sensata decisión de reemprender una huida, hacia las sombras nocturnas del bosque, antes de que llegaran soldados, llevándose a la niña para usarla de escudo, para asesinarla donde pudiera hacerlo o para algún otro fin inmerecido para la pequeña.
Justo entonces, Theresa apareció.
–¿Qué sucede ahora? ¿Esos eran los dos que…? –exigió saber antes de notar la palidez en el rostro tatuado de la elfa–. ¿Estás bien?
Las esferas se redujeron a polvo de estrellas y fueron arrastradas por el viento. La mirada de Xana se perdía en el sendero tomado por los dos sobrevivientes. «¿Otra vez soy… una inútil?», pensó, con su alma escurriéndose hasta los pies. «No», negó, con la convicción sonando en su mente, y apretó los puños, aunque en ellos persistía un ligero temblor que delataban una inseguridad que no podría esfumarse tan rápido como sus esferas.
–El Arquero Carmesí… –logró decir, obligándose a hablar, a seguir adelante a pesar del miedo hacia sí misma–. No sé si piensas que es culpable o inocente, pero nuestra mejor pista para saber la verdad es ese infeliz que dice haber sobrevivido al arquero y que ahora ha huido. –Su mirada, ahora acerada, se fijó en los ojos de Theresa–. No hay tiempo que perder. ¡Debemos perseguirlo y salvar a la niña!
Rauko
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Emmanuel emergió de la cueva, con Alward y Katrina siguiéndolo. El Sevna, su máscara ya ocultando su rostro y la capucha cubriéndole, estiró los músculos. El tiempo se les había escapado entre las palabras, y el día, que ya se perdía en la penumbra, dejaba paso a un anochecer sombrío bajo el mismo manto de nubes espesas que se había mostrado durante todo ese día. Un viento frío soplaba, trayendo consigo el inconfundible aroma de tierra húmeda que anticipaba la inminencia de la lluvia.
A su alrededor, el paisaje se perfilaba en sombras, con la entrada de la cueva apenas visible en la escasa luz de las antorchas. Emmanuel se volvió hacia Alward y Katrina, con el perfil marcado por las luces y sombras que danzaban entre las rocas desgastadas por el tiempo.
-No es seguro quedarse aquí mucho tiempo más.-La advertencia de Emmanuel cortó el silencio como un cuchillo.
Alward y Katrina lo miraron extrañados.
-¿Significa eso que te vienes con nosotros?
Si algo definía al arquero era su hermetismo al expresar lo que pasaba por su mente. Soltaba sus pensamientos con cuentagotas, siendo quizás el más callado y enigmático del grupo. Pero, cuando se permitía bromas, era el primero en arrancar sonrisas. Esa dualidad en la personalidad de Emmanuel lo hacía único y especial.
Pero no, no se refería a eso.
-Todo está en silencio.-Declaró volviéndose a voltear para mirar de cara al bosque.-La lluvia aún está lejos como para espantar a todos los animales.-Se bajó la capucha y escudriñó el paisaje con dificultad debido a la oscuridad reinante.
Antes de que Alward pudiera responder, Emmanuel levantó una mano, indicándoles, tanto a él como a la vampiresa, que guardaran silencio. La oscuridad del bosque parecía cobrar vida, y, en ese momento, comprendió por qué. Entre las sombras emergió una patrulla de soldados de la Guardia de Lunargenta, acechando su posición.
El refugio de Emmanuel, siempre tan seguro y alejado de miradas indiscretas, de repente estaba comprometido. Un destello de molestia cruzó el rostro del arquero; la Guardia nunca antes había logrado encontrarlo, y eso lo desconcertaba.
De entre los soldados, un hombre más alto y de figura imponente se adelantó para establecer contacto directo con el Arquero Carmesí. Era Maximiliano el Tuerto, capitán de aquel grupo encargado exclusivamente de dar caza a Emmanuel. Aunque este último no sabía que se había puesto tanto empeño en ello, ya que, aunque conocía su fama, le resultaba difícil asimilar que alguien estuviera dedicando tanto esfuerzo solo para capturarlo.
Maximiliano el Tuerto avanzó con confianza hacia Emmanuel, su armadura brillando débilmente a la luz de las antorchas que se reflejaban desde la entrada de la cueva. Su mirada, fija y penetrante, denotaba determinación. La tensión flotaba en el aire, como una espada desenvainada, lista para cortar.
Emmanuel, Alward y Katrina se mantuvieron en guardia. Las sombras del bosque danzaban a su alrededor, creando un escenario de incertidumbre.
-Arquero Carmesí, has sido escurridizo durante mucho tiempo. Pero hoy, la suerte ha decidido jugar a nuestro favor.-Dijo Maximiliano, su voz grave resonando entre los árboles.
Emmanuel no respondió de inmediato. Miró al capitán con una mezcla de desdén y resignación.
-¿Cómo habéis encontrado este lugar? No me creo que haya sido un golpe de suerte repentino.-Preguntó Emmanuel, su tono llevando consigo una dosis de sarcasmo.
Maximiliano sonrió, un gesto irónico que no llegaba a sus ojos.
-Lunargenta...-Se cortó, respiró hondo y recitificó.-No. TODOS, están cansados de tus fechorías. Ya no puedes esconderte para siempre. Has robado, estafado y burlado a la Guardia. Pero hoy, todo eso termina.
-¿Tanto interés por un ladrón?-Se cruzó de brazos, mostrando cierta chulería.
-Has cruzado la última línea.-Contestó Maximiliano.-Has matado. Eres un asesino.
-¿Qué...?-Preguntó con tono de sorpresa. Sus ojos estaban abiertos como platos, y su corazón dio un vuelco.-¡Yo no he matado a nadie!-Desvió por un momento su mirada hacia Alward y Katrina, quienes estaban igual de estupefactos que él.
-Las pruebas te incriminan directamente. Serás llevado ante la justicia, y espero que eso te lleve directo al patíbulo.
Esas fueron las últimas palabras del capitán antes de dar la orden para que capturasen al Arquero Carmesí y a sus acompañantes. Si tenía compañeros, eso daba explicación a mucha de las incógnitas y a muchos de los hechos ocurridos con este, ya que era muy difícil que un solo hombre armase todo aquello.
Antes de que los soldados pudieran acercarse, se escuchó un temblor antinatural en la tierra que puso a todos los presentes en alerta. De pronto, una pila de árboles arrancados de sus raíces empezaron a caer uno tras otro entre la distancia que separaba a Emmanuel y Maximiliano. Estos, tomados por sorpresa, tuvieron que dar varios pasos atrás para evitar que alguno de los troncos cayese encima suya o alguna rama que se deprendía de dichos árboles al caer impactase contra ellos.
El rostro de Maximiliano el Tuerto ante lo ocurrido era de rabia pura. Y antes de que pudiese reaccionar para dar otra orden, una figura sombría saltó del otro lado de los troncos impulsado por un gancho de mano. Tenía los mismos ropajes que Alward, al igual que su máscara y, por supuesto, usaba dos espadas que parecían refulgir en un sombrío fuego al igual que el resto del propio ser [1].
Dicho ser no se pensó en abalanzarse hacia Maximiliano imprimiendo una sucesión de golpes con sus dos espadas, a lo que el capitán de la Guardia no pudo hacer otra cosa que desenvainar su espada y defenderse a duras penas, llegando a sufrir un corte en su mejilla del que empezó a emanar una catarata de sangre.
Varios soldados fueron al auxilio de su capitán, pero la ferocidad del ser de sombras podía hacer frente incluso a la desventaja numérica. Aunque poco a poco acabarían por imponerse. Ese tiempo era crucial para que Emmanuel, Alward y Katrina pudiesen escapar.
Del otro lado de los troncos, una voz familiar tanto para el arquero como para el enmascarado pudo escucharse desde más allá de uno de los laterales de los troncos.
-¡Por aquí, seguidme!-Eiko les gritaba a sus amigos desde la linde del bosque, haciendo claros gestos de que la siguieran. Iba montada a caballo.
-¿Qué hace ella aquí?-Preguntó a Alward.-¿Ha venido contigo?-Preguntó estupefacto.
-¡No! ¿Pero qué más da? ¡Tenemos que irnos!-Contestó el enmascarado.
Cuando salieron de la protección momentánea que daba el muro de troncos, los guardias que divisaron al trío fueron directamente a por ellos a la carrera. El resto, junto a Maximiliano el Tuerto, se quedó batallando con la figura sombría de Alward, que no daba tregua a ninguno de ellos.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Katrina, en plena carrera, concentró palabras dentro de su mente. Las hizo rebotar en todos los rincones de su psique para que, al salir, estallasen como una bomba. Poco a poco, sus ojos iban adquiriendo un color rojizo, como si las propias palabras cargadas de un gran poder ensangrentasen sus iris. Cuando estuvo lista, giró el cuello de forma mecánica y rápida, ensanchando sus ojos, como si atravesase el alma de los soldados que salieron corriendo tras el trío.
-Vide Silentium [2].
La vampiresa proyectó su voz como una ola que llegó hasta sus objetivos, dejándolos paralizados y aterrorizados.
Finalmente llegaron hasta Eiko. El caballo tenía en las riendas símbolos y escudos pertenecientes a la Guardia, lo que hizo dudar a Emmanuel en un primer momento.
-¡Sube!-Le indicó al arquero.
Emmanuel, dudoso, miró a Alward, quien asintió y, sin pensárselo, se llevó algunos dedos a su boca para silbar y así hacer llegar hasta allí a su yegua.
El arquero subió, y Eiko tiró de las riendas para poner marcha a la huida, en dirección al corazón del bosque.
Epons, la montura de Alward, no tardó en llegar. Rápidamente se subieron a ella tanto el Sevna como Katrina. Siguieron al caballo de Eiko, que ante una situación desesperada, el huir hacia el bosque parecía ser una mejor salida que ser apresados por la Guardia acusados de asesinato.
A su alrededor, el paisaje se perfilaba en sombras, con la entrada de la cueva apenas visible en la escasa luz de las antorchas. Emmanuel se volvió hacia Alward y Katrina, con el perfil marcado por las luces y sombras que danzaban entre las rocas desgastadas por el tiempo.
-No es seguro quedarse aquí mucho tiempo más.-La advertencia de Emmanuel cortó el silencio como un cuchillo.
Alward y Katrina lo miraron extrañados.
-¿Significa eso que te vienes con nosotros?
Si algo definía al arquero era su hermetismo al expresar lo que pasaba por su mente. Soltaba sus pensamientos con cuentagotas, siendo quizás el más callado y enigmático del grupo. Pero, cuando se permitía bromas, era el primero en arrancar sonrisas. Esa dualidad en la personalidad de Emmanuel lo hacía único y especial.
Pero no, no se refería a eso.
-Todo está en silencio.-Declaró volviéndose a voltear para mirar de cara al bosque.-La lluvia aún está lejos como para espantar a todos los animales.-Se bajó la capucha y escudriñó el paisaje con dificultad debido a la oscuridad reinante.
Antes de que Alward pudiera responder, Emmanuel levantó una mano, indicándoles, tanto a él como a la vampiresa, que guardaran silencio. La oscuridad del bosque parecía cobrar vida, y, en ese momento, comprendió por qué. Entre las sombras emergió una patrulla de soldados de la Guardia de Lunargenta, acechando su posición.
El refugio de Emmanuel, siempre tan seguro y alejado de miradas indiscretas, de repente estaba comprometido. Un destello de molestia cruzó el rostro del arquero; la Guardia nunca antes había logrado encontrarlo, y eso lo desconcertaba.
De entre los soldados, un hombre más alto y de figura imponente se adelantó para establecer contacto directo con el Arquero Carmesí. Era Maximiliano el Tuerto, capitán de aquel grupo encargado exclusivamente de dar caza a Emmanuel. Aunque este último no sabía que se había puesto tanto empeño en ello, ya que, aunque conocía su fama, le resultaba difícil asimilar que alguien estuviera dedicando tanto esfuerzo solo para capturarlo.
Maximiliano el Tuerto avanzó con confianza hacia Emmanuel, su armadura brillando débilmente a la luz de las antorchas que se reflejaban desde la entrada de la cueva. Su mirada, fija y penetrante, denotaba determinación. La tensión flotaba en el aire, como una espada desenvainada, lista para cortar.
Emmanuel, Alward y Katrina se mantuvieron en guardia. Las sombras del bosque danzaban a su alrededor, creando un escenario de incertidumbre.
-Arquero Carmesí, has sido escurridizo durante mucho tiempo. Pero hoy, la suerte ha decidido jugar a nuestro favor.-Dijo Maximiliano, su voz grave resonando entre los árboles.
Emmanuel no respondió de inmediato. Miró al capitán con una mezcla de desdén y resignación.
-¿Cómo habéis encontrado este lugar? No me creo que haya sido un golpe de suerte repentino.-Preguntó Emmanuel, su tono llevando consigo una dosis de sarcasmo.
Maximiliano sonrió, un gesto irónico que no llegaba a sus ojos.
-Lunargenta...-Se cortó, respiró hondo y recitificó.-No. TODOS, están cansados de tus fechorías. Ya no puedes esconderte para siempre. Has robado, estafado y burlado a la Guardia. Pero hoy, todo eso termina.
-¿Tanto interés por un ladrón?-Se cruzó de brazos, mostrando cierta chulería.
-Has cruzado la última línea.-Contestó Maximiliano.-Has matado. Eres un asesino.
-¿Qué...?-Preguntó con tono de sorpresa. Sus ojos estaban abiertos como platos, y su corazón dio un vuelco.-¡Yo no he matado a nadie!-Desvió por un momento su mirada hacia Alward y Katrina, quienes estaban igual de estupefactos que él.
-Las pruebas te incriminan directamente. Serás llevado ante la justicia, y espero que eso te lleve directo al patíbulo.
- Acción-Reacción:
Esas fueron las últimas palabras del capitán antes de dar la orden para que capturasen al Arquero Carmesí y a sus acompañantes. Si tenía compañeros, eso daba explicación a mucha de las incógnitas y a muchos de los hechos ocurridos con este, ya que era muy difícil que un solo hombre armase todo aquello.
Antes de que los soldados pudieran acercarse, se escuchó un temblor antinatural en la tierra que puso a todos los presentes en alerta. De pronto, una pila de árboles arrancados de sus raíces empezaron a caer uno tras otro entre la distancia que separaba a Emmanuel y Maximiliano. Estos, tomados por sorpresa, tuvieron que dar varios pasos atrás para evitar que alguno de los troncos cayese encima suya o alguna rama que se deprendía de dichos árboles al caer impactase contra ellos.
El rostro de Maximiliano el Tuerto ante lo ocurrido era de rabia pura. Y antes de que pudiese reaccionar para dar otra orden, una figura sombría saltó del otro lado de los troncos impulsado por un gancho de mano. Tenía los mismos ropajes que Alward, al igual que su máscara y, por supuesto, usaba dos espadas que parecían refulgir en un sombrío fuego al igual que el resto del propio ser [1].
Dicho ser no se pensó en abalanzarse hacia Maximiliano imprimiendo una sucesión de golpes con sus dos espadas, a lo que el capitán de la Guardia no pudo hacer otra cosa que desenvainar su espada y defenderse a duras penas, llegando a sufrir un corte en su mejilla del que empezó a emanar una catarata de sangre.
Varios soldados fueron al auxilio de su capitán, pero la ferocidad del ser de sombras podía hacer frente incluso a la desventaja numérica. Aunque poco a poco acabarían por imponerse. Ese tiempo era crucial para que Emmanuel, Alward y Katrina pudiesen escapar.
Del otro lado de los troncos, una voz familiar tanto para el arquero como para el enmascarado pudo escucharse desde más allá de uno de los laterales de los troncos.
-¡Por aquí, seguidme!-Eiko les gritaba a sus amigos desde la linde del bosque, haciendo claros gestos de que la siguieran. Iba montada a caballo.
-¿Qué hace ella aquí?-Preguntó a Alward.-¿Ha venido contigo?-Preguntó estupefacto.
-¡No! ¿Pero qué más da? ¡Tenemos que irnos!-Contestó el enmascarado.
Cuando salieron de la protección momentánea que daba el muro de troncos, los guardias que divisaron al trío fueron directamente a por ellos a la carrera. El resto, junto a Maximiliano el Tuerto, se quedó batallando con la figura sombría de Alward, que no daba tregua a ninguno de ellos.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Katrina, en plena carrera, concentró palabras dentro de su mente. Las hizo rebotar en todos los rincones de su psique para que, al salir, estallasen como una bomba. Poco a poco, sus ojos iban adquiriendo un color rojizo, como si las propias palabras cargadas de un gran poder ensangrentasen sus iris. Cuando estuvo lista, giró el cuello de forma mecánica y rápida, ensanchando sus ojos, como si atravesase el alma de los soldados que salieron corriendo tras el trío.
-Vide Silentium [2].
La vampiresa proyectó su voz como una ola que llegó hasta sus objetivos, dejándolos paralizados y aterrorizados.
Finalmente llegaron hasta Eiko. El caballo tenía en las riendas símbolos y escudos pertenecientes a la Guardia, lo que hizo dudar a Emmanuel en un primer momento.
-¡Sube!-Le indicó al arquero.
Emmanuel, dudoso, miró a Alward, quien asintió y, sin pensárselo, se llevó algunos dedos a su boca para silbar y así hacer llegar hasta allí a su yegua.
El arquero subió, y Eiko tiró de las riendas para poner marcha a la huida, en dirección al corazón del bosque.
Epons, la montura de Alward, no tardó en llegar. Rápidamente se subieron a ella tanto el Sevna como Katrina. Siguieron al caballo de Eiko, que ante una situación desesperada, el huir hacia el bosque parecía ser una mejor salida que ser apresados por la Guardia acusados de asesinato.
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La densidad del bosque resonaba con el jadeo de la persecución. Theresa, con la experiencia de ser soldado de la Guardia, se lanzó tras el fugitivo con el poderío físico que ostentaba alguien de su estatus. Xana tenía intención de también ser parte de la persecución, pero el estado de ansiedad en el que la guardia dejó atrás a la elfa no era nada prometedor.
A medida que avanzaban, la maleza crujía bajo sus pies y las oscuridad del crepúsculo se cernía sobre los árboles. El fugitivo, que llevaba consigo a la niña como un macabro escudo humano, luchaba por encontrar terreno firme en el terreno irregular del bosque.
Theresa empuñaba su espada con determinación, y la distancia entre ella y el tipo sobreviviente se estrechaba cada vez más.
El fugitivo, jadeando y tropezando, se internó en una zona más densa del bosque. Theresa cerró la distancia con rapidez, sus habilidades físicas superiores marcaban la diferencia. La niña, asustada pero valiente, miraba por encima del hombro del captor, con los ojos llenos de lágrimas.
-¡DETENTE! ¡En nombre de la Guardia!-La voz de Theresa resonaba entre los árboles.
El fugitivo, desesperado, soltó a la niña, quien cayó al suelo con un grito ahogado. Sin embargo, antes de que Theresa pudiera cerrar la brecha, el fugitivo se giró, sacando una daga y enfrentándola.
La batalla fue breve pero intensa. Theresa esquivaba con maestría los intentos del fugitivo por herirla, y con un hábil movimiento de su espada, logró desarmarlo.
El fugitivo, derrotado y sin escapatoria, yacía en el suelo. Theresa, mirando con seriedad, le habló.
-¡Quiero respuestas!-Exigió la guardia.
La niña, rauda, se fue hacia la mujer y se escondió detrás suya, encogiéndose, como si de un escudo se tratara.
-Pregunta...-Escupió al suelo el fugitivo, con una entremezcla de rabia y desdén.
-¿Por qué has huido?
El tipo, en primera instancia, no respondió, se quedó mirándola desde su baja posición, como si estuviese retándola. Theresa le mantuvo la mirada, y el tipo al ver que quizás no tenía otra escapatoria para salvar su pellejo, suspiró.
-No sé nada de ese Arquero Carmesí.-Respondió.
-¿Y por qué huyes?-Volvió a insistir la mujer.
-Porque...-Soltó un esbozo de risa irónica.-No sé... Cuestión de supervivencia, supongo.
-Te he prometido protección.-Respondió Theresa, visiblemente cansada de las evasivas.
-Todo era un señuelo, ¿Vale?-Abrió los brazos en cruz, como si mostrara toda la sinceridad de su alma en ese momento.-Un tipo me contactó y me dijo que llevase a gente que me cayera mal a este sitio. La emboscada de un arquero acabaría con sus vidas, y yo me quitaría de en medio a competencia. Todos los que murieron eran esa competencia. Difundí un contrato falso de trabajo, un convoy tenía que partía de los reinos del sur tenía que llegar hasta Ulmer porque alguien se había establecido allí con mucho poder y dinero para comprar materiales que solo se fabrican en los reinos humanos. ¿Habéis estado alguna vez en tierras de licántropos? Je, no es como si vivieran muy civilizadamente. Son chozas de madera y paja, y tienen un sistema social bastante tribal. Todo aquel que se lo monte bien puede hacer un buen negocio si trae los materiales adecuados. Pero claro... los caminos no están muy bien protegidos, y además es caro transportar tan lejos cualquier tipo de mercancía. Además de que nadie se interesa por el cristal de Roilkat más allá de la frontera de los reinos del sur... jejeje.
-¿Y por qué se quería incriminar al Arquero Carmesí en esto?
-No lo sé.-Se encogió de hombros de forma dramática.-Simplemente vi el dinero fácil y una limpia de competencia bastante lucrosa.
-Ya veo.-Asintió.-¿Sabes que no vas a salir muy bien parado de esto, verdad?-Le apuntó con la punta de su espada y le hizo un gesto con la cabeza para que se levantara.-Andando. Tendrás que dar muchas más explicaciones.
A medida que avanzaban, la maleza crujía bajo sus pies y las oscuridad del crepúsculo se cernía sobre los árboles. El fugitivo, que llevaba consigo a la niña como un macabro escudo humano, luchaba por encontrar terreno firme en el terreno irregular del bosque.
Theresa empuñaba su espada con determinación, y la distancia entre ella y el tipo sobreviviente se estrechaba cada vez más.
El fugitivo, jadeando y tropezando, se internó en una zona más densa del bosque. Theresa cerró la distancia con rapidez, sus habilidades físicas superiores marcaban la diferencia. La niña, asustada pero valiente, miraba por encima del hombro del captor, con los ojos llenos de lágrimas.
-¡DETENTE! ¡En nombre de la Guardia!-La voz de Theresa resonaba entre los árboles.
El fugitivo, desesperado, soltó a la niña, quien cayó al suelo con un grito ahogado. Sin embargo, antes de que Theresa pudiera cerrar la brecha, el fugitivo se giró, sacando una daga y enfrentándola.
La batalla fue breve pero intensa. Theresa esquivaba con maestría los intentos del fugitivo por herirla, y con un hábil movimiento de su espada, logró desarmarlo.
El fugitivo, derrotado y sin escapatoria, yacía en el suelo. Theresa, mirando con seriedad, le habló.
-¡Quiero respuestas!-Exigió la guardia.
La niña, rauda, se fue hacia la mujer y se escondió detrás suya, encogiéndose, como si de un escudo se tratara.
-Pregunta...-Escupió al suelo el fugitivo, con una entremezcla de rabia y desdén.
-¿Por qué has huido?
El tipo, en primera instancia, no respondió, se quedó mirándola desde su baja posición, como si estuviese retándola. Theresa le mantuvo la mirada, y el tipo al ver que quizás no tenía otra escapatoria para salvar su pellejo, suspiró.
-No sé nada de ese Arquero Carmesí.-Respondió.
-¿Y por qué huyes?-Volvió a insistir la mujer.
-Porque...-Soltó un esbozo de risa irónica.-No sé... Cuestión de supervivencia, supongo.
-Te he prometido protección.-Respondió Theresa, visiblemente cansada de las evasivas.
-Todo era un señuelo, ¿Vale?-Abrió los brazos en cruz, como si mostrara toda la sinceridad de su alma en ese momento.-Un tipo me contactó y me dijo que llevase a gente que me cayera mal a este sitio. La emboscada de un arquero acabaría con sus vidas, y yo me quitaría de en medio a competencia. Todos los que murieron eran esa competencia. Difundí un contrato falso de trabajo, un convoy tenía que partía de los reinos del sur tenía que llegar hasta Ulmer porque alguien se había establecido allí con mucho poder y dinero para comprar materiales que solo se fabrican en los reinos humanos. ¿Habéis estado alguna vez en tierras de licántropos? Je, no es como si vivieran muy civilizadamente. Son chozas de madera y paja, y tienen un sistema social bastante tribal. Todo aquel que se lo monte bien puede hacer un buen negocio si trae los materiales adecuados. Pero claro... los caminos no están muy bien protegidos, y además es caro transportar tan lejos cualquier tipo de mercancía. Además de que nadie se interesa por el cristal de Roilkat más allá de la frontera de los reinos del sur... jejeje.
-¿Y por qué se quería incriminar al Arquero Carmesí en esto?
-No lo sé.-Se encogió de hombros de forma dramática.-Simplemente vi el dinero fácil y una limpia de competencia bastante lucrosa.
-Ya veo.-Asintió.-¿Sabes que no vas a salir muy bien parado de esto, verdad?-Le apuntó con la punta de su espada y le hizo un gesto con la cabeza para que se levantara.-Andando. Tendrás que dar muchas más explicaciones.
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Off:
-Objeto usado [1]: Galleta de humo --> El personaje deberá pensar en una orden coherente, al ser mordida, genera una silueta sombría del personaje para realizar acciones que intentarán, tanto como sea posible, cumplir la orden que haya pensado anteriormente. Esta silueta permanecerá hasta cumplir su objetivo o hasta que hayan pasado dos turnos, lo que ocurra primero.
-Habilidad usada [2]: Mirada del silencio [1 uso - Duración 1 turno] --> Una mirada silenciosa a los ojos de un objetivo es capaz de transmitirle tal terror que lo deja mudo y paralizado.
Alward Sevna
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
No estuve equivocado. O eso creían todos los que pensaron que mi indicación fue voluntaria y meditada. En cualquier caso, llegamos a donde se escondía el Arquero Carmesí. «Ha sido un día productivo», me dije, comiendo despreocupado una biusa mientras dejaba que el tuerto se hiciera cargo de la situación.
Esa despreocupación pereció ante la reacción de sorpresa del arquero. El último trozo de biusa en mi mano se detuvo antes de llegar a mi boca. Miré a los demás soldados, pero ninguno pareció advertir lo que yo. «Ojos de humanos», supuse; incluso siendo despistado, yo veía más que ellos.[1]
Devoré el resto de la biusa y dediqué mi atención a la escena que se desarrollaba ante mí, aunque manteniéndome a suficiente distancia para ser un mero espectador.
Reparé en la presencia de una pareja que conocía. «¿Entonces sí estaban encompinchados con el Flechitas Rojas?», cavilé, extrañado, mientras recordaba el papel que jugaron el enmascarado y la peliblanca muda en nuestro anterior encuentro. «No entiendo nada».
La tierra se estremeció, derrumbando los planes trazados y predicciones hechas. Me acuclillé enseguida en búsqueda de estabilidad, y mis ojos cazaron respuestas sobre lo que sucedía entre temblores, árboles cayendo, polvo alzándose y órdenes imposibles.
Todo aquello fue apenas el preludio para la aparición de un nuevo perpetrador de confusiones. La oscuridad engendró a una sombra, una negrura humanoide e indefinida cuyos bordes ondeaban en el viento. Un personaje desconocido, un aspecto conocido; un doble oscuro del enmascarado, una falsificación etérea y también un peligro real.
–Esto no será un trabajo sencillo –reconocí con un suspiro de resignación. Desenfundé mi doble espada Doppelsäbel, desencajé sus dos mitades,[2] disparé un haz de luz que luego serpenteó a donde le indiqué[3] y me apresuré hacia la batalla.
Varios soldados se abalanzaron sobre la sombra enmascarada, atacando con coordinación, siguiendo una estrategia que rápidamente fue destajada por las espadas sombrías. Incluso el tuerto sintió pronto en su rostro la superioridad de su enemigo.
Sobre todos ellos, me desplacé con un gran salto. La sombra alzó la mirada, encontrándome eclipsando la luna que atestiguaba el frenético encuentro de metal, sangre y magia.
Mi trayectoria trazó un descenso hacia él, con mis espadas encabezando el curso. La sombra dio un salto lateral. Viré en el aire, propulsándome con éter, tomándolo por sorpresa.[4] Apenas pudo cruzar sus espadas sobre su cabeza para bloquear las mías; el choque de metales disparó chispas de luz y sombras al viento.
Arrojé una patada potenciada con magia hacia su pecho, impeliéndolo.[5] Recuperó el equilibrio pronto y aprovechó el impulso para retroceder buscando distancia de mí y de los soldados que nos rodeaban al acecho de oportunidades.
A la vez, lancé al cielo una de mis espadas, ahora imbuida con mi magia,[6] y me preparé para atacar, aunque con mis pies fijados en el suelo.
La sombra notó un reflejo resplandeciente en sus armas sombrías. Con prisa, frenó, se dio media vuelta y arrojó una de sus espadas al rayo de luz, que se había trasladado oculto tras la barrera de cuerpos de soldados y que ahora se dirigía hacia él.
Acertó al proyectil y este estalló, pero a poca distancia, repeliendo la hoja oscura a un lado y a la sombra enmascarada hacia mí.
La sombra volvió a recuperar el equilibrio durante el impulso y blandió su otra espada en mi dirección, en un siniestro tajo horizontal.
Lo evadí agachándome. Y desaté mi poder en una erupción cegadora.[7]
Su cuerpo sombrío se alejó dos metros del suelo, su aura oscura revolviéndose con violencia.
Me erguí y alcé mi mano libre, convocando otro hechizo, un encantamiento de atracción.[8] El pecho de la sombra fue atravesado por la primera espada que lancé al aire. Después chasqueé los dedos y la energía contenida en la espada se liberó en una estruendosa explosión que, por un instante, pintó de blanco los alrededores y me bañó de una ola pesada y calorífica.[6]
Me aparté del lugar donde caería el enemigo. Y se me escapó un suspiro guiado por el alivio.
Un trabajo eficiente, lo suficientemente rápido para no perder a los…
La sombra se levantó del suelo y dibujó una media luna negra que apagó mi visión.
Retrocedí, atormentado por el dolor que se convirtió en lo único existente para mí. Gracias al instinto, mi propio éter inundó mi rostro y borró el dolor, regenerando y uniendo carne y más.[9]
Mi visión regresó. Me encontraba sentado en el suelo, con la mitad de mi rostro empapado de lo que supuse sería sangre. «¿Me había dejado doblemente tuerto?», cavilé, pasmado. «Eso no importa. ¿Qué pasa con esa cosa?». Miré a la sombra enmascarada, que se había enfrascado en una nueva batalla con los demás soldados que, por suerte, acudieron a mi rescate.
En ese momento, tenían mayor control de la batalla, dada las circunstancias en que les dejé al enemigo, y se enfocaron en inmovilizarlo.
Aun así, ¿acaso aquella sombra era inmortal? ¿O…?
Busqué a la pandilla del Arquero Carmesí. Vi a un grupo de soldados paralizados y, más allá de ellos, la pandilla se alejaba con preocupante velocidad.
«¿Qué debo hacer?», me pregunté con urgencia. «Piensa, Rauko, piensa».
Observé la escena en la que estaba, evaluando el estado de los demás. Unos paralizados, otros ocupados con la sombra… El arquero escaparía.
Chasqueé la lengua, me reincorporé y, sin detenerme a pensar, emprendí una carrera, espoleando mi poder y el hechizo de mis botas para acelerar mis pasos, para ir más rápido que cualquier humano.[10] «¡No es suficiente!». Me catapulté con una explosión de éter, volviéndome, por un momento, un borrón a través de la espesura del bosque.[4] Unos segundos después, al reunir más energía, volví a hacerlo. Y seguí repitiendo aquello, incesante, dibujando una estela de luz tras de mí e imprimiendo huellas refulgentes con mis botas.
Xana intentó seguirle el ritmo a los demás, pero sus pasos carecían de la velocidad necesaria; su propia desconfianza hacia sí misma la ralentizaban. «Patética, patética, ¡patética!», se repetía, castigándose por su debilidad. Aun así, logró alcanzarlos. Sus ojos se humedecieron de alivio. «La niña está a salvo», ese pensamiento fue su consuelo. «Pero no gracias a mí». Tragó saliva y se obligó a sonreír; apenas dibujó una mueca.
Theresa inició un interrogatorio que despertó el interés de Xana. Esta, con la respiración profunda y lenta en contraste con su corazón agitado por las expectativas y las dudas, dedicó toda su atención a lo que podía escuchar.
La verdad fue liberadora; sus pesadas y angustiantes dudas sobre el arquero se deslizaron de su mente. Esta vez su sonrisa, aunque lánguida, fue genuina.
La sonrisa murió con el sonido de la tos.
Xana miró con atención, alerta, y se horrorizó al ver espuma salir de entre los labios del sobreviviente. Se apresuró hacia él.
–¡No te mueras! –rogó. Ignoró la reacción defensiva de Theresa y el incipiente llanto de la niña. Colocó las manos sobre el pecho del sujeto–. No te mueras, por favor.
Lo imbuyó con su magia. Sus manos y el pecho del hombre adquirieron luminosidad. Él sintió la calidez abrazándolo, llenándolo y acobardando a la muerte. Pero la esperanza fue fugaz en su mirada y su corazón; fue reemplazada por el dolor y el terror.
–Tienes que ayudarme –balbuceó él–. ¡Tienes que ayudarme! –Se aferró a las muñecas de Xana, con tal fuerza que empezó a lastimarla.
–Lo haré, lo haré, ¡lo haré! –respondió Xana, para él y para ella misma, mientras ignoraba el dolor en sus muñecas.
–¡No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir! –repetía el sujeto en un mantra de desesperación y lamento–. Ese infeliz… ¡Quiere silenciarme…! –Sus palabras se interrumpieron ante un ataque de tos.
–¿Él? –inquirió Theresa, que se concentró en la cuestión a pesar de los nervios y la perplejidad que la invadían–. ¿Te refieres a quien te contrató? –Sus palabras se desvanecieron en los oídos del hombre que solo escuchaba su propio dolor–. ¡Contesta!
La niña no pudo contener el torbellino de emociones que la situación engendró y su llanto se desató. Xana tragó saliva y se esforzó en su hechizo de sanación, aunque sabía que no podía eliminar venenos. Solo podía ralentizar el daño interno, pero no bastaría. Nunca bastaría. Y esa verdad ineludible torturaba a Xana.
–¡Algunos de sus hombres… están en la guardia! Yo vi a…
Él se dobló y cayó sobre Xana, estremeciéndose sin control. La elfa perdió el equilibrio y se fue hacia atrás. Su cabeza sintió una dura bienvenida del suelo. El hechizo se perdió en el aturdimiento. La niña chilló. Theresa gruñó y movió al hombre, colocándolo a un lado boca arriba. Pero este dejó de moverse, sus ojos vueltos blancos y su boca sepultada bajo espuma y sangre.
El viento aulló en la oscuridad funesta de la escena, acompañado apenas por los sollozos de la niña.
Los segundos transcurrieron y las preguntas se multiplicaron, divergiendo y convergiendo en diferentes teorías, ninguna agradable.
–El Arquero Carmesí… –dijo Xana por fin, un susurro provisto de la calma del agotamiento tras la tormenta– no estará a salvo con la guardia –sentenció. Se reincorporó, aunque no sin esfuerzo.
Theresa tensó la mandíbula mientras sopesaba sus opciones y las implicaciones de cada una.
–Yo misma iré a por el Arquero Carmesí –aseguró Xana, con una mirada sombría con un diminuto destello de rabia y remordimiento. «No debo dudar otra vez; debo actuar», se dijo–. Por favor, cuida a la niña.
–Yo iré contigo –repuso Theresa agarrando a Xana por un brazo–. Debo informarle al capitán cuanto antes o temo que cometerá un error irreparable.
–No sé si podamos confiar en nadie más.
–Confío en él –dijo con convicción, fijando su mirada en los ojos de Xana–. Y él confía en mí. –Se apartó de Xana y se dirigió hacia la niña–. ¿Cómo los alcanzaremos? –le preguntó a la elfa.
–Tú, confiando en mí. Yo… –miró al cielo– haciendo una locura como las de mi compañero.
Le entregó una piedra mágica a Theresa. La runa en la piedra se iluminó y Xana la tomó de vuelta.[11]
–Cuando la niña esté en un lugar seguro, piensa en mí y en ir a mi lado –explicó la elfa.
Luego creó dos orbes de luz y las arrojó al cielo a gran velocidad, hasta que desde el suelo se veían solamente como dos luceros más en el cielo astrífero.[12] Entonces Xana desapareció y en su lugar apareció una de esas dos estrellas.[13]
Xana sintió el viento feroz golpeándola sin tregua mientras que ella descendía desde una gran altura. Se giró en el aire para contemplar mejor el mundo que se extendía bajo ella. Agudizó su mirada y buscó cualquier rastro de vida.[14]
Fue entonces cuando vio un árbol cayendo y la presencia de éter arremolinándose en la creación de luz y oscuridad.[15]
Lanzó la otra estrella hacia esa dirección. Antes de que el suelo le diera otra dura bienvenida a Xana, el proyectil llegó a su destino e intercambiaron lugares con un destello.[13]
Esa despreocupación pereció ante la reacción de sorpresa del arquero. El último trozo de biusa en mi mano se detuvo antes de llegar a mi boca. Miré a los demás soldados, pero ninguno pareció advertir lo que yo. «Ojos de humanos», supuse; incluso siendo despistado, yo veía más que ellos.[1]
Devoré el resto de la biusa y dediqué mi atención a la escena que se desarrollaba ante mí, aunque manteniéndome a suficiente distancia para ser un mero espectador.
Reparé en la presencia de una pareja que conocía. «¿Entonces sí estaban encompinchados con el Flechitas Rojas?», cavilé, extrañado, mientras recordaba el papel que jugaron el enmascarado y la peliblanca muda en nuestro anterior encuentro. «No entiendo nada».
La tierra se estremeció, derrumbando los planes trazados y predicciones hechas. Me acuclillé enseguida en búsqueda de estabilidad, y mis ojos cazaron respuestas sobre lo que sucedía entre temblores, árboles cayendo, polvo alzándose y órdenes imposibles.
Todo aquello fue apenas el preludio para la aparición de un nuevo perpetrador de confusiones. La oscuridad engendró a una sombra, una negrura humanoide e indefinida cuyos bordes ondeaban en el viento. Un personaje desconocido, un aspecto conocido; un doble oscuro del enmascarado, una falsificación etérea y también un peligro real.
–Esto no será un trabajo sencillo –reconocí con un suspiro de resignación. Desenfundé mi doble espada Doppelsäbel, desencajé sus dos mitades,[2] disparé un haz de luz que luego serpenteó a donde le indiqué[3] y me apresuré hacia la batalla.
Varios soldados se abalanzaron sobre la sombra enmascarada, atacando con coordinación, siguiendo una estrategia que rápidamente fue destajada por las espadas sombrías. Incluso el tuerto sintió pronto en su rostro la superioridad de su enemigo.
Sobre todos ellos, me desplacé con un gran salto. La sombra alzó la mirada, encontrándome eclipsando la luna que atestiguaba el frenético encuentro de metal, sangre y magia.
Mi trayectoria trazó un descenso hacia él, con mis espadas encabezando el curso. La sombra dio un salto lateral. Viré en el aire, propulsándome con éter, tomándolo por sorpresa.[4] Apenas pudo cruzar sus espadas sobre su cabeza para bloquear las mías; el choque de metales disparó chispas de luz y sombras al viento.
Arrojé una patada potenciada con magia hacia su pecho, impeliéndolo.[5] Recuperó el equilibrio pronto y aprovechó el impulso para retroceder buscando distancia de mí y de los soldados que nos rodeaban al acecho de oportunidades.
A la vez, lancé al cielo una de mis espadas, ahora imbuida con mi magia,[6] y me preparé para atacar, aunque con mis pies fijados en el suelo.
La sombra notó un reflejo resplandeciente en sus armas sombrías. Con prisa, frenó, se dio media vuelta y arrojó una de sus espadas al rayo de luz, que se había trasladado oculto tras la barrera de cuerpos de soldados y que ahora se dirigía hacia él.
Acertó al proyectil y este estalló, pero a poca distancia, repeliendo la hoja oscura a un lado y a la sombra enmascarada hacia mí.
La sombra volvió a recuperar el equilibrio durante el impulso y blandió su otra espada en mi dirección, en un siniestro tajo horizontal.
Lo evadí agachándome. Y desaté mi poder en una erupción cegadora.[7]
Su cuerpo sombrío se alejó dos metros del suelo, su aura oscura revolviéndose con violencia.
Me erguí y alcé mi mano libre, convocando otro hechizo, un encantamiento de atracción.[8] El pecho de la sombra fue atravesado por la primera espada que lancé al aire. Después chasqueé los dedos y la energía contenida en la espada se liberó en una estruendosa explosión que, por un instante, pintó de blanco los alrededores y me bañó de una ola pesada y calorífica.[6]
Me aparté del lugar donde caería el enemigo. Y se me escapó un suspiro guiado por el alivio.
Un trabajo eficiente, lo suficientemente rápido para no perder a los…
La sombra se levantó del suelo y dibujó una media luna negra que apagó mi visión.
Retrocedí, atormentado por el dolor que se convirtió en lo único existente para mí. Gracias al instinto, mi propio éter inundó mi rostro y borró el dolor, regenerando y uniendo carne y más.[9]
Mi visión regresó. Me encontraba sentado en el suelo, con la mitad de mi rostro empapado de lo que supuse sería sangre. «¿Me había dejado doblemente tuerto?», cavilé, pasmado. «Eso no importa. ¿Qué pasa con esa cosa?». Miré a la sombra enmascarada, que se había enfrascado en una nueva batalla con los demás soldados que, por suerte, acudieron a mi rescate.
En ese momento, tenían mayor control de la batalla, dada las circunstancias en que les dejé al enemigo, y se enfocaron en inmovilizarlo.
Aun así, ¿acaso aquella sombra era inmortal? ¿O…?
Busqué a la pandilla del Arquero Carmesí. Vi a un grupo de soldados paralizados y, más allá de ellos, la pandilla se alejaba con preocupante velocidad.
«¿Qué debo hacer?», me pregunté con urgencia. «Piensa, Rauko, piensa».
Observé la escena en la que estaba, evaluando el estado de los demás. Unos paralizados, otros ocupados con la sombra… El arquero escaparía.
Chasqueé la lengua, me reincorporé y, sin detenerme a pensar, emprendí una carrera, espoleando mi poder y el hechizo de mis botas para acelerar mis pasos, para ir más rápido que cualquier humano.[10] «¡No es suficiente!». Me catapulté con una explosión de éter, volviéndome, por un momento, un borrón a través de la espesura del bosque.[4] Unos segundos después, al reunir más energía, volví a hacerlo. Y seguí repitiendo aquello, incesante, dibujando una estela de luz tras de mí e imprimiendo huellas refulgentes con mis botas.
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Xana intentó seguirle el ritmo a los demás, pero sus pasos carecían de la velocidad necesaria; su propia desconfianza hacia sí misma la ralentizaban. «Patética, patética, ¡patética!», se repetía, castigándose por su debilidad. Aun así, logró alcanzarlos. Sus ojos se humedecieron de alivio. «La niña está a salvo», ese pensamiento fue su consuelo. «Pero no gracias a mí». Tragó saliva y se obligó a sonreír; apenas dibujó una mueca.
Theresa inició un interrogatorio que despertó el interés de Xana. Esta, con la respiración profunda y lenta en contraste con su corazón agitado por las expectativas y las dudas, dedicó toda su atención a lo que podía escuchar.
La verdad fue liberadora; sus pesadas y angustiantes dudas sobre el arquero se deslizaron de su mente. Esta vez su sonrisa, aunque lánguida, fue genuina.
La sonrisa murió con el sonido de la tos.
Xana miró con atención, alerta, y se horrorizó al ver espuma salir de entre los labios del sobreviviente. Se apresuró hacia él.
–¡No te mueras! –rogó. Ignoró la reacción defensiva de Theresa y el incipiente llanto de la niña. Colocó las manos sobre el pecho del sujeto–. No te mueras, por favor.
Lo imbuyó con su magia. Sus manos y el pecho del hombre adquirieron luminosidad. Él sintió la calidez abrazándolo, llenándolo y acobardando a la muerte. Pero la esperanza fue fugaz en su mirada y su corazón; fue reemplazada por el dolor y el terror.
–Tienes que ayudarme –balbuceó él–. ¡Tienes que ayudarme! –Se aferró a las muñecas de Xana, con tal fuerza que empezó a lastimarla.
–Lo haré, lo haré, ¡lo haré! –respondió Xana, para él y para ella misma, mientras ignoraba el dolor en sus muñecas.
–¡No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir! –repetía el sujeto en un mantra de desesperación y lamento–. Ese infeliz… ¡Quiere silenciarme…! –Sus palabras se interrumpieron ante un ataque de tos.
–¿Él? –inquirió Theresa, que se concentró en la cuestión a pesar de los nervios y la perplejidad que la invadían–. ¿Te refieres a quien te contrató? –Sus palabras se desvanecieron en los oídos del hombre que solo escuchaba su propio dolor–. ¡Contesta!
La niña no pudo contener el torbellino de emociones que la situación engendró y su llanto se desató. Xana tragó saliva y se esforzó en su hechizo de sanación, aunque sabía que no podía eliminar venenos. Solo podía ralentizar el daño interno, pero no bastaría. Nunca bastaría. Y esa verdad ineludible torturaba a Xana.
–¡Algunos de sus hombres… están en la guardia! Yo vi a…
Él se dobló y cayó sobre Xana, estremeciéndose sin control. La elfa perdió el equilibrio y se fue hacia atrás. Su cabeza sintió una dura bienvenida del suelo. El hechizo se perdió en el aturdimiento. La niña chilló. Theresa gruñó y movió al hombre, colocándolo a un lado boca arriba. Pero este dejó de moverse, sus ojos vueltos blancos y su boca sepultada bajo espuma y sangre.
El viento aulló en la oscuridad funesta de la escena, acompañado apenas por los sollozos de la niña.
Los segundos transcurrieron y las preguntas se multiplicaron, divergiendo y convergiendo en diferentes teorías, ninguna agradable.
–El Arquero Carmesí… –dijo Xana por fin, un susurro provisto de la calma del agotamiento tras la tormenta– no estará a salvo con la guardia –sentenció. Se reincorporó, aunque no sin esfuerzo.
Theresa tensó la mandíbula mientras sopesaba sus opciones y las implicaciones de cada una.
–Yo misma iré a por el Arquero Carmesí –aseguró Xana, con una mirada sombría con un diminuto destello de rabia y remordimiento. «No debo dudar otra vez; debo actuar», se dijo–. Por favor, cuida a la niña.
–Yo iré contigo –repuso Theresa agarrando a Xana por un brazo–. Debo informarle al capitán cuanto antes o temo que cometerá un error irreparable.
–No sé si podamos confiar en nadie más.
–Confío en él –dijo con convicción, fijando su mirada en los ojos de Xana–. Y él confía en mí. –Se apartó de Xana y se dirigió hacia la niña–. ¿Cómo los alcanzaremos? –le preguntó a la elfa.
–Tú, confiando en mí. Yo… –miró al cielo– haciendo una locura como las de mi compañero.
Le entregó una piedra mágica a Theresa. La runa en la piedra se iluminó y Xana la tomó de vuelta.[11]
–Cuando la niña esté en un lugar seguro, piensa en mí y en ir a mi lado –explicó la elfa.
Luego creó dos orbes de luz y las arrojó al cielo a gran velocidad, hasta que desde el suelo se veían solamente como dos luceros más en el cielo astrífero.[12] Entonces Xana desapareció y en su lugar apareció una de esas dos estrellas.[13]
Xana sintió el viento feroz golpeándola sin tregua mientras que ella descendía desde una gran altura. Se giró en el aire para contemplar mejor el mundo que se extendía bajo ella. Agudizó su mirada y buscó cualquier rastro de vida.[14]
Fue entonces cuando vio un árbol cayendo y la presencia de éter arremolinándose en la creación de luz y oscuridad.[15]
Lanzó la otra estrella hacia esa dirección. Antes de que el suelo le diera otra dura bienvenida a Xana, el proyectil llegó a su destino e intercambiaron lugares con un destello.[13]
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
[1] Habi racial꞉ Ojos de elfo, para ver bien de lejitos aun con poca luz.
[2] Arma꞉ Doppelsäbel, espada con doble cuchilla que puede separarse en dos.
[3] Habi lvl 0꞉ Saeta refulgente (1/2), para lanzar un rayito de luz teledirigido.
[4] Habi pasiva lvl 4꞉ Vuelo fúlgido, para dar saltitos en el aire.
[5] Rasgo avanzado lvl 8꞉ Fuerza sobrehumana.
[6] Habi lvl 2꞉ Toque luminiscente (1/2), para cargar de energía explosiva algún objeto.
[7] Habi lvl 1꞉ Choque centelleante (1/2), para lanzar una onda de choque brillante.
[8] Encantamiento de Doppelsäbel꞉ Bendición de Thor, para que la espada vuele sola hacia Rauko.
[9] Habi racial꞉ Imposición de manos (1/1), para sanarse.
[10] Rasgo avanzado lvl 4 y botas de upelero, para velocidad sobrehumana por habis y por las botas.
[11] Limitado꞉ Runa de teleportación (1/1), para que Theresa se teletransporte a donde esté la runa, si quiere y le apetece.
[12] Habi lvl 1꞉ Luceros duales (1/2), para crear dos estrellitas azules teledirigidas.
[13] Habi lvl 3꞉ Permuta sidérea (2/2), para intercambiar posiciones con una de sus estrellitas, dos veces.
[14] Habi racial꞉ Ojos de elfo, para ver bien de lejitos aun con poca luz.
[15] Habi racial꞉ Don mágico, para detectar el éter.
[2] Arma꞉ Doppelsäbel, espada con doble cuchilla que puede separarse en dos.
[3] Habi lvl 0꞉ Saeta refulgente (1/2), para lanzar un rayito de luz teledirigido.
[4] Habi pasiva lvl 4꞉ Vuelo fúlgido, para dar saltitos en el aire.
[5] Rasgo avanzado lvl 8꞉ Fuerza sobrehumana.
[6] Habi lvl 2꞉ Toque luminiscente (1/2), para cargar de energía explosiva algún objeto.
[7] Habi lvl 1꞉ Choque centelleante (1/2), para lanzar una onda de choque brillante.
[8] Encantamiento de Doppelsäbel꞉ Bendición de Thor, para que la espada vuele sola hacia Rauko.
[9] Habi racial꞉ Imposición de manos (1/1), para sanarse.
[10] Rasgo avanzado lvl 4 y botas de upelero, para velocidad sobrehumana por habis y por las botas.
[11] Limitado꞉ Runa de teleportación (1/1), para que Theresa se teletransporte a donde esté la runa, si quiere y le apetece.
[12] Habi lvl 1꞉ Luceros duales (1/2), para crear dos estrellitas azules teledirigidas.
[13] Habi lvl 3꞉ Permuta sidérea (2/2), para intercambiar posiciones con una de sus estrellitas, dos veces.
[14] Habi racial꞉ Ojos de elfo, para ver bien de lejitos aun con poca luz.
[15] Habi racial꞉ Don mágico, para detectar el éter.
Rauko
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
La desenfrenada huida de los dos equinos parecía un borrón en medio del espeso bosque, dejando tras de sí una estela de hojas y ramas agitadas por la velocidad. Katrina se mantenía firmemente aferrada a la espalda de Alward, mientras que Emmanuel hacía lo propio con Eiko. Cada jinete enfrentaba el desafío de la carrera desenfrenada.
En medio del caos de la carrera, el intercambio de palabras resonaba tenso y urgente.
-¡¿Qué estás haciendo aquí?!-Gritó el arquero hacia Eiko, su voz luchaba por ser escuchada sobre el estruendo del viento.
-¡Podría preguntarte lo mismo!-Respondió la bruja. Sus ojos escudriñaron tanto al enmascarado como a Katrina, antes de posarse en la figura de la yegua que le seguía el paso.-Katrina, Epons... ¿Alward?
El Sevna asintió con determinación, su rostro enmascarado mostraba una seriedad implacable bajo el brillo de sus ojos ocultos. La bruja, compungida, no supo muy bien qué decir a continuación, abrumada por la repentina revelación.
Pero antes de que pudieran intercambiar más palabras, un cambio en la atmósfera alertó a Eiko. La bruja sintió el éter vibrar en una resonancia desconocida, una presencia poderosa y ominosa que se aproximaba a una velocidad vertiginosa, superando con creces la velocidad de sus caballos exhaustos.
-¡Nos siguen!-Advirtió a sus amigos, su voz era tersa y urgente.
Todos, menos la bruja, volvieron la vista hacia atrás. Al principio, no vieron más que la oscuridad del bosque, pero conforme agudizaban la mirada, pudieron distinguir un borrón en la distancia, una forma etérea que se acercaba rápidamente hacia ellos. ¿Era un emisario de la Guardia, o algo aún más oscuro y siniestro?
-Nos va a alcanzar.-Dijo Alward con una determinación palpable en su voz mientras devolvía la mirada al frente. Tras maquinar múltiples soluciones en su cabeza, finalmente chasqueó la lengua y apretó los dientes, decidido.-¡Katrina, agarra las riendas!
-¿¡Qué!?-Respondió sorprendida la vampiresa, que obedeció al enmascarado con cierta reticencia, más por instinto que por convicción.
Alward desenganchó su gancho de su cinto y lo preparó para su uso. El mecanismo era sencillo; solo tenía que liberar el seguro y el cabezal del gancho se descolgaría, listo para su acción. Con determinación, alzó la mirada hacia las copas de los árboles, las cuales intentaban tapar un cielo que cada vez se oscurecía más. Calculando con precisión, apuntó hacia una rama gruesa que se vislumbraba a pocos metros de distancia en su carrera, esperando que fuera lo suficientemente robusta para enganchar el cabezal del gancho [1].
-Cuidado.-Advirtió a Katrina, desprendiéndose de cualquier posible sujeción por parte de la vampiresa para elevarse sobre las cabezas de todos en dirección a la rama, trazando una trayectoria curva a modo de columpio. Mantuvo un firme agarre en el gancho mientras giraba alrededor de la rama, esperando impactar directamente en la presencia que los perseguía.
Y así lo hizo. Alward impactó con fuerza sus rodillas en la espalda de la poderosa figura, lo que la detuvo en su carrera mientras ambos rodaban hacia adelante debido a la inercia que llevaba el Sevna.
El enmascarado reaccionó con la rapidez que lo caracterizaba, poniéndose en pie de un salto y desenvainando sus dos espadas con un movimiento fluido.
Al observar más de cerca, pudo distinguir que la presencia era el elfo peliblanco de oscuros ropajes que había encontrado en la caravana del señor Hitch, cuando descubrieron la verdadera identidad del Arquero Carmesí, Emmanuel. Reconoció en él a un individuo de recursos, pero nunca habría imaginado que alguien pudiera correr a la velocidad que sus propios ojos habían presenciado. Esta revelación lo mantuvo alerta y marcó una distancia mental mientras consideraba sus opciones. Si ese elfo estaba allí, significaba que estaba tras Emmanuel y, por lo tanto, era un enemigo. Con decisión, se lanzó hacia él con agresividad.
Alward buscó atravesar en un momento la defensa del elfo con un tajo rápido y certero de su espada diestra. Pero la defensa fue férrea y el arma de su oponente se encontró con la suya en un choque metálico. Alward aprovechó el momento para lanzar una serie de ataques rápidos y precisos con ambas armas, buscando desequilibrar a su oponente.
A medida que el combate avanzaba, Alward intercambiaba golpes y contraataques con una velocidad increíble, cada uno buscando una apertura en la defensa del elfo.
El sudor comenzaba a perlarse en la frente de Alward mientras se esforzaba por mantenerse al ritmo de su hábil oponente. Cada movimiento era calculado, cada golpe medido con precisión milimétrica. A pesar de la intensidad del combate, Alward mantenía la mente clara y concentrada, buscando cualquier oportunidad para ganar la ventaja sobre su oponente.
El sonido del acero chocando resonaba en el aire, acompañado por el ritmo rápido y frenético de sus movimientos. Ambos luchadores estaban completamente inmersos en la batalla, cada uno determinado a salir victorioso.
De repente, el sonido de cascos de caballos y sus relinchos resonó en el aire, acompañado por el silbido de una flecha que se dirigía hacia el elfo pálido.
Alward se apartó de su contrincante, asegurándose de tener una distancia segura, para luego girarse y averiguar la procedencia de la flecha. Lo que más temía en ese momento se había hecho realidad: sus amigos habían regresado por él.
-¿Qué hacéis aquí?-Preguntó con cierto tono de molestia.
-No vamos a dejarte tirado.-Dijo Emmanuel, bajándose del caballo de un salto, mientras mantenía su arco tenso apuntando hacia el elfo.
-Ese no es nuestro estilo, Al-Añadió Eiko, bajándose también del caballo. Luego, con una concentración impresionante, levantó las manos y provocó que diversos pedruscos de los alrededores se alzaran, flotando sobre su cabeza en un radio de aproximadamente medio metro.
-No es el estilo de los Stellazios.-Dijo Katrina proyectando su voz mágica a todos los presentes. Aún estaba montada encima de Epons, mientras miraba con una sonrisa de soslayo hacia el enmascarado.
Alward sonrió de medio lado bajo su máscara. Eran muy predecibles, al igual que él.
-Tened cuidado, es fuerte.-Dijo poniéndose nuevamente en guardia.
En medio del caos de la carrera, el intercambio de palabras resonaba tenso y urgente.
-¡¿Qué estás haciendo aquí?!-Gritó el arquero hacia Eiko, su voz luchaba por ser escuchada sobre el estruendo del viento.
-¡Podría preguntarte lo mismo!-Respondió la bruja. Sus ojos escudriñaron tanto al enmascarado como a Katrina, antes de posarse en la figura de la yegua que le seguía el paso.-Katrina, Epons... ¿Alward?
El Sevna asintió con determinación, su rostro enmascarado mostraba una seriedad implacable bajo el brillo de sus ojos ocultos. La bruja, compungida, no supo muy bien qué decir a continuación, abrumada por la repentina revelación.
Pero antes de que pudieran intercambiar más palabras, un cambio en la atmósfera alertó a Eiko. La bruja sintió el éter vibrar en una resonancia desconocida, una presencia poderosa y ominosa que se aproximaba a una velocidad vertiginosa, superando con creces la velocidad de sus caballos exhaustos.
-¡Nos siguen!-Advirtió a sus amigos, su voz era tersa y urgente.
Todos, menos la bruja, volvieron la vista hacia atrás. Al principio, no vieron más que la oscuridad del bosque, pero conforme agudizaban la mirada, pudieron distinguir un borrón en la distancia, una forma etérea que se acercaba rápidamente hacia ellos. ¿Era un emisario de la Guardia, o algo aún más oscuro y siniestro?
-Nos va a alcanzar.-Dijo Alward con una determinación palpable en su voz mientras devolvía la mirada al frente. Tras maquinar múltiples soluciones en su cabeza, finalmente chasqueó la lengua y apretó los dientes, decidido.-¡Katrina, agarra las riendas!
-¿¡Qué!?-Respondió sorprendida la vampiresa, que obedeció al enmascarado con cierta reticencia, más por instinto que por convicción.
Alward desenganchó su gancho de su cinto y lo preparó para su uso. El mecanismo era sencillo; solo tenía que liberar el seguro y el cabezal del gancho se descolgaría, listo para su acción. Con determinación, alzó la mirada hacia las copas de los árboles, las cuales intentaban tapar un cielo que cada vez se oscurecía más. Calculando con precisión, apuntó hacia una rama gruesa que se vislumbraba a pocos metros de distancia en su carrera, esperando que fuera lo suficientemente robusta para enganchar el cabezal del gancho [1].
-Cuidado.-Advirtió a Katrina, desprendiéndose de cualquier posible sujeción por parte de la vampiresa para elevarse sobre las cabezas de todos en dirección a la rama, trazando una trayectoria curva a modo de columpio. Mantuvo un firme agarre en el gancho mientras giraba alrededor de la rama, esperando impactar directamente en la presencia que los perseguía.
- Alward vs Rauko:
Y así lo hizo. Alward impactó con fuerza sus rodillas en la espalda de la poderosa figura, lo que la detuvo en su carrera mientras ambos rodaban hacia adelante debido a la inercia que llevaba el Sevna.
El enmascarado reaccionó con la rapidez que lo caracterizaba, poniéndose en pie de un salto y desenvainando sus dos espadas con un movimiento fluido.
Al observar más de cerca, pudo distinguir que la presencia era el elfo peliblanco de oscuros ropajes que había encontrado en la caravana del señor Hitch, cuando descubrieron la verdadera identidad del Arquero Carmesí, Emmanuel. Reconoció en él a un individuo de recursos, pero nunca habría imaginado que alguien pudiera correr a la velocidad que sus propios ojos habían presenciado. Esta revelación lo mantuvo alerta y marcó una distancia mental mientras consideraba sus opciones. Si ese elfo estaba allí, significaba que estaba tras Emmanuel y, por lo tanto, era un enemigo. Con decisión, se lanzó hacia él con agresividad.
Alward buscó atravesar en un momento la defensa del elfo con un tajo rápido y certero de su espada diestra. Pero la defensa fue férrea y el arma de su oponente se encontró con la suya en un choque metálico. Alward aprovechó el momento para lanzar una serie de ataques rápidos y precisos con ambas armas, buscando desequilibrar a su oponente.
A medida que el combate avanzaba, Alward intercambiaba golpes y contraataques con una velocidad increíble, cada uno buscando una apertura en la defensa del elfo.
El sudor comenzaba a perlarse en la frente de Alward mientras se esforzaba por mantenerse al ritmo de su hábil oponente. Cada movimiento era calculado, cada golpe medido con precisión milimétrica. A pesar de la intensidad del combate, Alward mantenía la mente clara y concentrada, buscando cualquier oportunidad para ganar la ventaja sobre su oponente.
El sonido del acero chocando resonaba en el aire, acompañado por el ritmo rápido y frenético de sus movimientos. Ambos luchadores estaban completamente inmersos en la batalla, cada uno determinado a salir victorioso.
De repente, el sonido de cascos de caballos y sus relinchos resonó en el aire, acompañado por el silbido de una flecha que se dirigía hacia el elfo pálido.
Alward se apartó de su contrincante, asegurándose de tener una distancia segura, para luego girarse y averiguar la procedencia de la flecha. Lo que más temía en ese momento se había hecho realidad: sus amigos habían regresado por él.
-¿Qué hacéis aquí?-Preguntó con cierto tono de molestia.
-No vamos a dejarte tirado.-Dijo Emmanuel, bajándose del caballo de un salto, mientras mantenía su arco tenso apuntando hacia el elfo.
-Ese no es nuestro estilo, Al-Añadió Eiko, bajándose también del caballo. Luego, con una concentración impresionante, levantó las manos y provocó que diversos pedruscos de los alrededores se alzaran, flotando sobre su cabeza en un radio de aproximadamente medio metro.
-No es el estilo de los Stellazios.-Dijo Katrina proyectando su voz mágica a todos los presentes. Aún estaba montada encima de Epons, mientras miraba con una sonrisa de soslayo hacia el enmascarado.
Alward sonrió de medio lado bajo su máscara. Eran muy predecibles, al igual que él.
-Tened cuidado, es fuerte.-Dijo poniéndose nuevamente en guardia.
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Off;
-Habilidad usada [1] --> Jinete [Pasiva]: Diestro en el arte de montar a caballo, es capaz de manejar armas con total soltura mientras cabalga una montura.
Alward Sevna
Honorable
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Nivel de PJ : : 5
Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
La carrera fue truncada con un golpe inesperado. Y vaya que dolió, tanto aquel contundente golpe en la espalda como la posterior sucesión de aparatosos giros en la tierra cruelmente adornada de piedras y raíces. Si la magia no hubiera estado inyectada en cada hueso y músculo de mi cuerpo, aquello habría significado el final de mi aventura de aquella noche.
Pese al dolor en la espalda que se irradiaba incluso hacia las costillas y órganos internos, me levanté con la celeridad provista por mi magia. Adopté una postura de combate, no pasando desapercibido que aquel individuo de acrobacias suicidas también se había levantado con rapidez y, además, era idéntico a la criatura sombría con la que luché antes, aunque menos sombrío, pero quizás igual o más peligroso.
«Si me encargo de este chico mascarita, ¿su copia desaparecerá?», cavilé, sin apartar la mirada de él, atento a cada mínimo movimiento, a cada gesto que fuese el preludio de su siguiente arremetida. Pero su máscara era un problema; al ocultar su rostro, también cubría cualquier expresión que delatara sus maquinaciones. «Como si no hubiera sido suficiente con enfrentar a su copia», me quejé internamente.
Entonces atacó, sin intercambio de palabras y sin vacilación. No necesité ver su rostro para conocer su determinación mediante sus espadas.
«Entonces así será, ¿eh?», comprendí, y le correspondí convirtiéndome en su compañero en aquel baile de acero y voluntades enfrentadas.
La música era el incesante choque de los metales. Los pasos de baile eran nuestras técnicas pulidas por las adversidades acumuladas durante años de sudor, lágrimas y sangre. El resplandor lunar que se filtraba entre la copa de los árboles, las chipas que se desprendían en el frenético encuentro de nuestros aceros, así como el fulgor que cubría mi piel eran la iluminación en la pista de baile.
Yo era mejor que mi adversario. O eso parecía. Aun así, él era lo suficientemente bueno para que yo no pudiera aprovechar alguna efímera abertura en su defensa, y de alguna manera ninguno de mis golpes lo impelía ni le desequilibraba, como si golpeara a una montaña.
No obstante, ¿por cuánto tiempo podría seguirme el ritmo? Su máscara también me impedía ver cuánto esfuerzo imprimía él en el combate. ¿Debía esperar que se agotara para vencerlo con facilidad y tener aún fuerzas para ir a por el arquero? ¿O debía usar todo contra él para evitar el riesgo de me derrotara en un descuido?
Aquellas cavilaciones cayeron en tierra estéril.
Más por instinto que por decisión, me propulsé hacia atrás, evadiendo la saeta de su compañero. Miré de soslayo y chasqueé la lengua. «La pandilla entera regresó», lamenté antes de percatarme de algo más. «Oh, esto es bueno. El señor flechas rojas no aprovechará para huir de mí». Eso me brindó un leve alivio.
Entonces exhibieron una muestra de camaradería que, a pesar de mi peliaguda situación, me sorprendió. «Rauko, concéntrate o terminarás mal», me reprendí.
Observé a mis enemigos, analizando brevemente a cada uno.
Exhalé un largo suspiro.
—Cometieron un error al volver —siseé.
Y mi éter calentó y enturbió abruptamente el aire circundante, mis ojos resplandecieron como fuego que danzaba entre el verde tóxico y el azul celeste, y mis pupilas se contrajeron como las de un depredador.[1]
La lluvia de piedras fue lo primero en caer en mi dirección. Volví a entregarme a la velocidad, acelerando al instante hacia fuera del camino.[2] Corrí entre los árboles, los cuales recibieron el estruendoso diluvio pétreo.
Escuché el disparo de un arco. Expulsé éter al frente para frenar en seco tras un árbol. La flecha cayó en la tierra, delante de mí. Escuché un chasquido de dedos y la flecha liberó un destello.
Cerrar los ojos no fue suficiente para proteger mi vista de una dolorosa ceguera. Apreté los dientes, conteniendo una maldición. Y agudicé mis oídos.
Tres corrían para rodearme. Por el peso delatado en sus pisadas, supe quiénes eran; ninguno era la peliblanca. Me interné aún más en el bosque, lejos de ella. Tropecé más de un par de veces y mi magia fue lo único que protegió a mi equilibrio.
El espadachín fue el primero en alcanzarme. El sonido de sus pasos, el silbido de una espada y nuestra experiencia previa guiaron mi contraataque preventivo,[3] esta vez con éter adicional imbuido en mis músculos.
El choque metálico reverberó en la noche y chispas incandescentes y eléctricas iluminaron el bosque. El enmascarado no retrocedió, pero su brazo se estremeció y aflojó el agarre de su arma que ahora zumbaba. Yo sí retrocedí, invadido por una descarga eléctrica que tensó brevemente mi brazo con la espada.
El arquero preparó su arco. Salté en diagonal para situarme en un sitio seguro, es decir, donde el enmascarado estuviera entre el arquero y yo.
Aun así, el arquero disparó.
«¡Está loco!», apenas llegué a pensar antes de sentir la terrible perforación en mi brazo izquierdo y soltar un alarido breve. ¡Me había alcanzado la flecha! Pero ¿cómo?
Finalmente, mi visión fue reconociendo las siluetas en la noche. Justo a tiempo para ver al enmascarado reanudar su arremetida, ahora con su otra espada también envuelta en fuego arcano.
Apreté los dientes y drené la energía de mi brazo izquierdo para redistribuirla en el resto de mi cuerpo, fortaleciéndome y acelerándome a costa de mayor dolor. Y, con una postura nueva, con mi lateral derecho al frente, respondí con mi propia sucesión de tajos resplandecientes mientras me esforzaba en esquivar las lenguas de fuego y el metal de su espada encantada con electricidad.
El arquero se preparó para disparar de nuevo. Esta vez distinguí el éter de la bruja dirigirse en su dirección. «Flechas guiadas con telequinesis», deduje.[4]
Di un gran salto hacia atrás para tener un mayor margen para reaccionar. Entonces vi no una, sino tres flechas surcar distintas trayectorias curvas conmigo como blanco.
Mi carne y mis huesos se fundieron en el éter y mi cuerpo se convirtió en luz y magia, en un espectro luminoso.[5] Las flechas me atravesaron sin lastimarme, y la que estaba aún en mi brazo izquierdo cayó a la tierra.
Pero una de las tres flechas no se clavó en ningún lugar, sino que estalló, liberando una expansiva nube de gas que me envolvió en un momento.
«¿Y ahora qué?», me pregunté, más alerta que antes. «¿Piensan escapar ahora?».
Entonces reparé en que, a diferencia de sus figuras difusas en la niebla, mi cuerpo se distinguía con claridad; brillaba, y ellos no.
Alcé vuelo, aprovechando los pocos segundos que podía mantenerme en ese estado, pero no alcancé a salir de la nube antes de verme obligado a recuperar mi forma original.
Escuché enseguida otro disparo del arquero, aprovechando que sería imposible que le esquivara en pleno aire. Pero sí pude esquivarlo dando un gran salto impulsado solo con éter.[6]
Me giré en el aire para aterrizar en la rama de un árbol y poder ejecutar mi siguiente movimiento. Pero la rama se desprendió antes de recibirme y se disparó hacia mí.
Respondí disparándole una saeta de luz sólida.[7]
Justo entonces noté otras ramas dirigirse hacia mí desde los lados.
Cambié el curso de mi haz de luz, haciéndolo regresar y que me impactara. Contuve la fuerza de su explosión para que solo me empujara, alejándome así de la trayectoria de las ramas.
Aterricé rodando por el suelo y me reincorporé con agilidad, nuevamente listo para continuar defendiéndome, para encarar al enmascarado que ya se abalanzaba para finiquitarme.
«Realmente son un equipo sorprendente», tuve que reconocer, «como alguna vez lo fue…».
Destellos de reminiscencias asaltaron mis pensamientos, recuerdos de un clan extinto, de personas que no pude proteger por mi debilidad.
Dentro de la densa nube de gas, clavé la mirada en la silueta más cercana, el enmascarado.
—Basta de juegos —sentencié en un gruñido, y le entregué energía a mi diadema.
El gas, los árboles, la tierra y todo el bosque desapareció, reemplazados por un nuevo mundo, un paisaje infernal de piedras ardientes, ríos de lava y volcanes exhalando aliento negro. Un escenario donde el enmascarado y yo, los únicos seres vivos en aquel lugar, tendrían un último baile en aquella noche, sin que nadie nos interrumpiera de nuevo.[8]
No, basta de bailes.
¡Lo aplastaría de una vez por todas!
Sin intercambio de palabras y sin vacilación, me disparé hacia él, como una estocada centelleante, como un relámpago mortal, con mi mente deshaciéndose de pensamientos y fundiéndose en el combate mismo, en un instante fugaz que en mi percepción acelerada se dilató hacia la eternidad.[9]
Las posibilidades se abrieron ante mí, un caleidoscopio de estrategias autoexcluyentes que convergían en un mismo objetivo letal.
Superando al viento, al sonido y al tiempo mismo, blandí mi espada, rompiendo los límites físicos. Con mis músculos recargados con un poder abrumador, mi espada trazó un fulgurante y veloz arco horizontal. Y luego uno vertical, tan rápido que parecieron ocurrir a la vez…
No, no fue así exactamente.
No lo comprendí entonces, pero realmente ambos ataques sucedieron al mismo tiempo. Dos futuros se fusionaron en un único presente imposible.[10]
El enmascarado, gracias a sus reflejos extraordinarios, consiguió la hazaña de interceptar ambos ataques con sus dos espadas. Pero mi fuerza taumatúrgica y la gran descarga de éter aturdidor, que desaté en el colosal y resplandeciente impacto doble, le superaron y el suelo rocoso le recibió cuando sus piernas cedieron.[11]
Sin descanso, di un gran salto potenciado. Al llegar al cénit del impulso, salté de nuevo con magia.[6] Y al llegar a la altura máxima, activé otro hechizo, la invocación de una criatura ancestral.
Un torbellino gélido nació bajo mis pies y se solidificó tomando la forma de un dragón de hielo.[12]
Lo usé de soporte para dar otro gran salto y, en el contacto, mis pies le imbuyeron de mi éter.[13]
Entonces el mundo infernal se esfumó en un instante.
El bosque nocturno regresó.
Y el arquero y la bruja vieron el entorno iluminarse y enfriarse. Alzaron sus miradas y encontraron a un dragón de hielo y magia de luz, que cargaba el destino de una explosión fría, y que caía como una lanza divina.
Cuatro orbes celestes de magia y poder estelar emergieron de entre los árboles y colisionaron entre ellas mismas bajo el dragón. El choque engendró un cegador destello escarlata, una diminuta nova con la fuerza para enfrentar a la imitación de un viejo dios y con la benevolencia para no herir a nadie ni a nada más.[14]
El dragón de hielo se deshizo desatando de su interior una explosiva tormenta congelante y lucífera. La nova roja colisionó con ella en un cataclismo fugaz para proteger a aquellos en tierra.
Y ambos poderes desaparecieron contrarrestados entre sí.
El bosque se silenció tras aquello. El lugar se llenó de corrientes de aire gélidas y cálidas que serpenteaban entre partículas de luz y copos de nieve.
Aterricé y quedé de cuclillas, saliendo del trance solo para sumergirme en la confusión del desenlace.
—¿Por qué los protegiste, Xana? —inquirí, notando el creciente agotamiento, el entumecimiento en mis piernas y el dolor aún presente en mis heridas.
—Porque el Arquero Carmesí es inocente —reveló, saliendo de entre los árboles, con sus manos trémulas que contrastaban con su mirada acerada. Como si también se hubiera percatado de eso, apretó los puños— y no quiero ver morir a nadie más.
Pese al dolor en la espalda que se irradiaba incluso hacia las costillas y órganos internos, me levanté con la celeridad provista por mi magia. Adopté una postura de combate, no pasando desapercibido que aquel individuo de acrobacias suicidas también se había levantado con rapidez y, además, era idéntico a la criatura sombría con la que luché antes, aunque menos sombrío, pero quizás igual o más peligroso.
«Si me encargo de este chico mascarita, ¿su copia desaparecerá?», cavilé, sin apartar la mirada de él, atento a cada mínimo movimiento, a cada gesto que fuese el preludio de su siguiente arremetida. Pero su máscara era un problema; al ocultar su rostro, también cubría cualquier expresión que delatara sus maquinaciones. «Como si no hubiera sido suficiente con enfrentar a su copia», me quejé internamente.
Entonces atacó, sin intercambio de palabras y sin vacilación. No necesité ver su rostro para conocer su determinación mediante sus espadas.
«Entonces así será, ¿eh?», comprendí, y le correspondí convirtiéndome en su compañero en aquel baile de acero y voluntades enfrentadas.
La música era el incesante choque de los metales. Los pasos de baile eran nuestras técnicas pulidas por las adversidades acumuladas durante años de sudor, lágrimas y sangre. El resplandor lunar que se filtraba entre la copa de los árboles, las chipas que se desprendían en el frenético encuentro de nuestros aceros, así como el fulgor que cubría mi piel eran la iluminación en la pista de baile.
Yo era mejor que mi adversario. O eso parecía. Aun así, él era lo suficientemente bueno para que yo no pudiera aprovechar alguna efímera abertura en su defensa, y de alguna manera ninguno de mis golpes lo impelía ni le desequilibraba, como si golpeara a una montaña.
No obstante, ¿por cuánto tiempo podría seguirme el ritmo? Su máscara también me impedía ver cuánto esfuerzo imprimía él en el combate. ¿Debía esperar que se agotara para vencerlo con facilidad y tener aún fuerzas para ir a por el arquero? ¿O debía usar todo contra él para evitar el riesgo de me derrotara en un descuido?
Aquellas cavilaciones cayeron en tierra estéril.
Más por instinto que por decisión, me propulsé hacia atrás, evadiendo la saeta de su compañero. Miré de soslayo y chasqueé la lengua. «La pandilla entera regresó», lamenté antes de percatarme de algo más. «Oh, esto es bueno. El señor flechas rojas no aprovechará para huir de mí». Eso me brindó un leve alivio.
Entonces exhibieron una muestra de camaradería que, a pesar de mi peliaguda situación, me sorprendió. «Rauko, concéntrate o terminarás mal», me reprendí.
- BGM opcional:
Observé a mis enemigos, analizando brevemente a cada uno.
Exhalé un largo suspiro.
—Cometieron un error al volver —siseé.
Y mi éter calentó y enturbió abruptamente el aire circundante, mis ojos resplandecieron como fuego que danzaba entre el verde tóxico y el azul celeste, y mis pupilas se contrajeron como las de un depredador.[1]
La lluvia de piedras fue lo primero en caer en mi dirección. Volví a entregarme a la velocidad, acelerando al instante hacia fuera del camino.[2] Corrí entre los árboles, los cuales recibieron el estruendoso diluvio pétreo.
Escuché el disparo de un arco. Expulsé éter al frente para frenar en seco tras un árbol. La flecha cayó en la tierra, delante de mí. Escuché un chasquido de dedos y la flecha liberó un destello.
Cerrar los ojos no fue suficiente para proteger mi vista de una dolorosa ceguera. Apreté los dientes, conteniendo una maldición. Y agudicé mis oídos.
Tres corrían para rodearme. Por el peso delatado en sus pisadas, supe quiénes eran; ninguno era la peliblanca. Me interné aún más en el bosque, lejos de ella. Tropecé más de un par de veces y mi magia fue lo único que protegió a mi equilibrio.
El espadachín fue el primero en alcanzarme. El sonido de sus pasos, el silbido de una espada y nuestra experiencia previa guiaron mi contraataque preventivo,[3] esta vez con éter adicional imbuido en mis músculos.
El choque metálico reverberó en la noche y chispas incandescentes y eléctricas iluminaron el bosque. El enmascarado no retrocedió, pero su brazo se estremeció y aflojó el agarre de su arma que ahora zumbaba. Yo sí retrocedí, invadido por una descarga eléctrica que tensó brevemente mi brazo con la espada.
El arquero preparó su arco. Salté en diagonal para situarme en un sitio seguro, es decir, donde el enmascarado estuviera entre el arquero y yo.
Aun así, el arquero disparó.
«¡Está loco!», apenas llegué a pensar antes de sentir la terrible perforación en mi brazo izquierdo y soltar un alarido breve. ¡Me había alcanzado la flecha! Pero ¿cómo?
Finalmente, mi visión fue reconociendo las siluetas en la noche. Justo a tiempo para ver al enmascarado reanudar su arremetida, ahora con su otra espada también envuelta en fuego arcano.
Apreté los dientes y drené la energía de mi brazo izquierdo para redistribuirla en el resto de mi cuerpo, fortaleciéndome y acelerándome a costa de mayor dolor. Y, con una postura nueva, con mi lateral derecho al frente, respondí con mi propia sucesión de tajos resplandecientes mientras me esforzaba en esquivar las lenguas de fuego y el metal de su espada encantada con electricidad.
El arquero se preparó para disparar de nuevo. Esta vez distinguí el éter de la bruja dirigirse en su dirección. «Flechas guiadas con telequinesis», deduje.[4]
Di un gran salto hacia atrás para tener un mayor margen para reaccionar. Entonces vi no una, sino tres flechas surcar distintas trayectorias curvas conmigo como blanco.
Mi carne y mis huesos se fundieron en el éter y mi cuerpo se convirtió en luz y magia, en un espectro luminoso.[5] Las flechas me atravesaron sin lastimarme, y la que estaba aún en mi brazo izquierdo cayó a la tierra.
Pero una de las tres flechas no se clavó en ningún lugar, sino que estalló, liberando una expansiva nube de gas que me envolvió en un momento.
«¿Y ahora qué?», me pregunté, más alerta que antes. «¿Piensan escapar ahora?».
Entonces reparé en que, a diferencia de sus figuras difusas en la niebla, mi cuerpo se distinguía con claridad; brillaba, y ellos no.
Alcé vuelo, aprovechando los pocos segundos que podía mantenerme en ese estado, pero no alcancé a salir de la nube antes de verme obligado a recuperar mi forma original.
Escuché enseguida otro disparo del arquero, aprovechando que sería imposible que le esquivara en pleno aire. Pero sí pude esquivarlo dando un gran salto impulsado solo con éter.[6]
Me giré en el aire para aterrizar en la rama de un árbol y poder ejecutar mi siguiente movimiento. Pero la rama se desprendió antes de recibirme y se disparó hacia mí.
Respondí disparándole una saeta de luz sólida.[7]
Justo entonces noté otras ramas dirigirse hacia mí desde los lados.
Cambié el curso de mi haz de luz, haciéndolo regresar y que me impactara. Contuve la fuerza de su explosión para que solo me empujara, alejándome así de la trayectoria de las ramas.
Aterricé rodando por el suelo y me reincorporé con agilidad, nuevamente listo para continuar defendiéndome, para encarar al enmascarado que ya se abalanzaba para finiquitarme.
«Realmente son un equipo sorprendente», tuve que reconocer, «como alguna vez lo fue…».
Destellos de reminiscencias asaltaron mis pensamientos, recuerdos de un clan extinto, de personas que no pude proteger por mi debilidad.
Dentro de la densa nube de gas, clavé la mirada en la silueta más cercana, el enmascarado.
—Basta de juegos —sentencié en un gruñido, y le entregué energía a mi diadema.
El gas, los árboles, la tierra y todo el bosque desapareció, reemplazados por un nuevo mundo, un paisaje infernal de piedras ardientes, ríos de lava y volcanes exhalando aliento negro. Un escenario donde el enmascarado y yo, los únicos seres vivos en aquel lugar, tendrían un último baile en aquella noche, sin que nadie nos interrumpiera de nuevo.[8]
No, basta de bailes.
¡Lo aplastaría de una vez por todas!
Sin intercambio de palabras y sin vacilación, me disparé hacia él, como una estocada centelleante, como un relámpago mortal, con mi mente deshaciéndose de pensamientos y fundiéndose en el combate mismo, en un instante fugaz que en mi percepción acelerada se dilató hacia la eternidad.[9]
Las posibilidades se abrieron ante mí, un caleidoscopio de estrategias autoexcluyentes que convergían en un mismo objetivo letal.
Superando al viento, al sonido y al tiempo mismo, blandí mi espada, rompiendo los límites físicos. Con mis músculos recargados con un poder abrumador, mi espada trazó un fulgurante y veloz arco horizontal. Y luego uno vertical, tan rápido que parecieron ocurrir a la vez…
No, no fue así exactamente.
No lo comprendí entonces, pero realmente ambos ataques sucedieron al mismo tiempo. Dos futuros se fusionaron en un único presente imposible.[10]
El enmascarado, gracias a sus reflejos extraordinarios, consiguió la hazaña de interceptar ambos ataques con sus dos espadas. Pero mi fuerza taumatúrgica y la gran descarga de éter aturdidor, que desaté en el colosal y resplandeciente impacto doble, le superaron y el suelo rocoso le recibió cuando sus piernas cedieron.[11]
Sin descanso, di un gran salto potenciado. Al llegar al cénit del impulso, salté de nuevo con magia.[6] Y al llegar a la altura máxima, activé otro hechizo, la invocación de una criatura ancestral.
Un torbellino gélido nació bajo mis pies y se solidificó tomando la forma de un dragón de hielo.[12]
Lo usé de soporte para dar otro gran salto y, en el contacto, mis pies le imbuyeron de mi éter.[13]
Entonces el mundo infernal se esfumó en un instante.
El bosque nocturno regresó.
Y el arquero y la bruja vieron el entorno iluminarse y enfriarse. Alzaron sus miradas y encontraron a un dragón de hielo y magia de luz, que cargaba el destino de una explosión fría, y que caía como una lanza divina.
Cuatro orbes celestes de magia y poder estelar emergieron de entre los árboles y colisionaron entre ellas mismas bajo el dragón. El choque engendró un cegador destello escarlata, una diminuta nova con la fuerza para enfrentar a la imitación de un viejo dios y con la benevolencia para no herir a nadie ni a nada más.[14]
El dragón de hielo se deshizo desatando de su interior una explosiva tormenta congelante y lucífera. La nova roja colisionó con ella en un cataclismo fugaz para proteger a aquellos en tierra.
Y ambos poderes desaparecieron contrarrestados entre sí.
El bosque se silenció tras aquello. El lugar se llenó de corrientes de aire gélidas y cálidas que serpenteaban entre partículas de luz y copos de nieve.
Aterricé y quedé de cuclillas, saliendo del trance solo para sumergirme en la confusión del desenlace.
—¿Por qué los protegiste, Xana? —inquirí, notando el creciente agotamiento, el entumecimiento en mis piernas y el dolor aún presente en mis heridas.
—Porque el Arquero Carmesí es inocente —reveló, saliendo de entre los árboles, con sus manos trémulas que contrastaban con su mirada acerada. Como si también se hubiera percatado de eso, apretó los puños— y no quiero ver morir a nadie más.
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
[1] Parafernalia a la hora de activar todos los rasgos mágicos de Rauko y de la estética de su maldición.
[2] Accesorio꞉ Botas de upelero, para ser más rapidito y dar saltitos más altitos.
[3] Habi pasiva lvl 8꞉ Presciencia luciente, para aprovechar la experiencia y los reflejos para predecir, contraatacar y evadir ataques con mayor facilidad.
[4] Habi pasiva racial꞉ Don mágico, para detectar el éter.
[5] Habi nvl 3꞉ Ente esplendente (1/2), para ser intangible y volar por unos segundos.
[6] Habi pasiva nvl 4꞉ Vuelo fúlgido, para dar saltitos mágicos, aun en el aire.
[7] Habi lvl 0꞉ Saeta refulgente (2/2), para lanzar un rayito de luz teledirigido, pero esta vez con menor poder para no morir.
[8] Habi legendaria de la Diadema del Duelista (1/1), para desterrar temporalmente a Rauko y a Alward a una realidad alternativa. De sus tres opciones, elegí el mundo volcánico.
[9] Habi nvl 5꞉ Impulso destellante (1/2), para hacer un dash rapidísimo y muy vistoso.
[10] Habis nvl 7 y 9꞉ Tajo lucífero, para realizar un tajo poderoso a una velocidad extrema, y Heterodoxia coruscante, para difuminarse y duplicarse brevemente y así convertir un ataque con espada en dos mágicos.
[11] Habi nvl 1꞉ Choque centelleante (2/2), para lanzar una luminosa onda de choque que puede aturdir brevemente. No gasta su uso al emplearse junto con Impulso destellante.
[12] Habi épica de la espada Retniw (1/1), para invocar a un dragoncito de hielo kamikaze.
[13] Habi lvl 2꞉ Toque luminiscente (2/2), para convertir al dragoncito en uno explosivo y más vistoso.
[14] Habi nvl 5 de Xana꞉ Idilio de estrellas (2/2), para crear dos estrellas que se fusionan para desatar una explosión roja que no lastima a terceros. Esta vez, se emplearon los dos usos para tener doble potencia.
[2] Accesorio꞉ Botas de upelero, para ser más rapidito y dar saltitos más altitos.
[3] Habi pasiva lvl 8꞉ Presciencia luciente, para aprovechar la experiencia y los reflejos para predecir, contraatacar y evadir ataques con mayor facilidad.
[4] Habi pasiva racial꞉ Don mágico, para detectar el éter.
[5] Habi nvl 3꞉ Ente esplendente (1/2), para ser intangible y volar por unos segundos.
[6] Habi pasiva nvl 4꞉ Vuelo fúlgido, para dar saltitos mágicos, aun en el aire.
[7] Habi lvl 0꞉ Saeta refulgente (2/2), para lanzar un rayito de luz teledirigido, pero esta vez con menor poder para no morir.
[8] Habi legendaria de la Diadema del Duelista (1/1), para desterrar temporalmente a Rauko y a Alward a una realidad alternativa. De sus tres opciones, elegí el mundo volcánico.
[9] Habi nvl 5꞉ Impulso destellante (1/2), para hacer un dash rapidísimo y muy vistoso.
[10] Habis nvl 7 y 9꞉ Tajo lucífero, para realizar un tajo poderoso a una velocidad extrema, y Heterodoxia coruscante, para difuminarse y duplicarse brevemente y así convertir un ataque con espada en dos mágicos.
[11] Habi nvl 1꞉ Choque centelleante (2/2), para lanzar una luminosa onda de choque que puede aturdir brevemente. No gasta su uso al emplearse junto con Impulso destellante.
[12] Habi épica de la espada Retniw (1/1), para invocar a un dragoncito de hielo kamikaze.
[13] Habi lvl 2꞉ Toque luminiscente (2/2), para convertir al dragoncito en uno explosivo y más vistoso.
[14] Habi nvl 5 de Xana꞉ Idilio de estrellas (2/2), para crear dos estrellas que se fusionan para desatar una explosión roja que no lastima a terceros. Esta vez, se emplearon los dos usos para tener doble potencia.
Rauko
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Dos poderosas fuerzas colisionaron, sacudiendo la tierra, el aire y hasta el éter mismo. Tras el estruendo, una luz deslumbrante inundó aquella parte del bosque, seguida de un silencio ominoso. Cuando la visión se despejó para Alward, vislumbró una figura recortada contra la luz desde su posición en el suelo. Era Emmanuel, extendiéndole una mano para ayudarlo a levantarse. Junto a él, se encontraba Eiko, con su espada corta desenvainada, protegiendo a sus compañeros del elfo peliblanco, ahora acompañado por otra elfa de cabello oscuro, alta y esbelta.
Alward la conocía, era compañera del elfo. Aunque para sorpresa de todos, los ayudó a ellos en vez de a su compañero.
Las espadas de Alward reposaban en el suelo, y el enmascarado se inclinó para recogerlas.
-¿A qué viene todo esto?-Preguntó Alward, su tono cargado de desconfianza.
-Tranquilos, no es hostil.-La voz de Katrina se proyectó a todos los presentes. Ella, al igual que la elfa, emergió de entre la arboleda, de las sombras mismas para juntarse con su grupo.
-Dejadnos marchar.-El arquero tomó una flecha de su carcaj y la tensó en su arco, apuntando hacia los dos elfos.-No tiene por qué haber heridos.
De repente, se escucharon más movimientos en el bosque, acercándose hacia ellos. El contingente de la Guardia que los había descubierto previamente regresaba, aunque en un número reducido debido al caos causado anteriormente por el derrumbe de troncos, la súbita aparición de la sombra de Alward y la magia de la voz de Katrina, que dejaron a varios heridos tanto física como mentalmente.
Emmanuel encontró más objetivos para apuntar, mientras que Eiko comenzó a conjurar éter a su alrededor, evaluando qué objetos podría levantar para utilizar como defensa o ataque. Alward, por su parte, adoptó una postura de combate tensa y lista para actuar. Mientras tanto, Katrina permaneció imperturbable, como una piedra en medio de un torrente de agua.
Maximiliano el Tuerto se abrió paso entre sus hombres y mujeres. Con un tono austero y serio, su único ojo se posó únicamente en Emmanuel
-Aquí se acaba el juego-El capitán de la Guardia habló con firmeza, su mano reposaba pacientemente sobre la empuñadura de su espada.-La banda del Arquero Carmesí debe de rendirse, no hay escapatoria.-Sentenció. El cansancio se reflejaba en su mirada, y perlas de sudor adornaban su rostro. Había sido una lucha ardua liberarse de la sombra de Alward, pero entre todos lo habían logrado.
De repente, un halo luminoso apareció junto a los dos elfos. Tanto los miembros de la Guardia como Alward y sus compañeros se mantuvieron alerta ante esta nueva presencia. La figura de Theresa se materializó gracias a la runa de teletransporte. Al percatarse de su entorno y de las personas que la rodeaban, quiso intervenir con premura.
-¡El Arquero Carmesí es...!
Y, en un instante en el que mil cosas pasan en un solo segundo, Katrina percibió una presencia cercana. Era una sensación familiar, algo que había experimentado en el pasado. No podía ignorar ese tipo de presencia; hacían que su pecho se congestionara y un escalofrío recorriera su espina dorsal, dejándola incómoda e inquieta. Los percibía como si de un perro rastreador se tratara. Levantó la mirada y, entre las gruesas ramas de los árboles cercanos, pudo distinguir una figura con ropajes oscuros apuntando directamente hacia Theresa con un arco. Los ojos de Katrina se abrieron de par en par, y por instinto su cerebro procesó toda la información en menos de un décima de segundo. La vampiresa proyectó su voz hacia Eiko, cargada de urgencia y penetrando en su mente de forma agresiva, casi ordenándole actuar más que alertándole del peligro.
-¡Arriba!
La bruja arrancó una piedra afilada del suelo y la lanzó contra la rama del árbol, justo en la dirección que Katrina le había indicado. La figura acechante saltó y se desvaneció entre las sombras con una agilidad impresionante.
Ante esto, los guardias se tensaron aún más, listos para lanzarse sobre Alward y su grupo con solo una orden de Maximiliano el Tuerto.
-Otra vez...-Murmuró Theresa casi pensando en voz alta.-¡Es inocente!-Gritó, sin dudarlo.-¡El Arquero Carmesí es inocente!-Inquirió, desenvainando su espada por inercia.
Maximiliano el Tuerto frunció el ceño, confundido. De repente, una flecha silbó desde otra rama diferente a la que Eiko había lanzado la piedra, dirigiéndose directamente hacia el capitán de la Guardia. Sin embargo, Emmanuel actuó con rapidez y experiencia, observando la flecha en el aire con una vista privilegiada similar a la de un águila. Con un gesto limpio y entrenado, disparó la flecha que había estado tensando todo ese tiempo. Maximiliano se cubrió la cara instintivamente, pero para su sorpresa, la trayectoria del proyectil estaba desviada y no se dirigía hacia él, sino hacia la flecha que, sin él saberlo, había sido disparada contra él: una flecha negra, diseñada para desgarrar la carne y causar el mayor daño posible. La flecha carmesí, en cambio, hecha para impactar contra sus objetivos de la manera más limpia y precisa posible, con su intervención, desvió la trayectoria de su homóloga, haciendo que ambas flechas cayeran unos metros más allá de la posición del capitán.
De repente, Katrina sintió la presencia de nuevo, pero esta vez más fuerte y mucho más cerca. Estaba justo detrás de ella. Antes de que pudiera reaccionar, ya era demasiado tarde. Lo único que la vampiresa pudo hacer fue girarse para encontrarse cara a cara con la siniestra figura de un hombre encapuchado que la sujetó del cuello, levantándola varios centímetros del suelo.
Alward intentó reaccionar, pero tres soldados de la Guardia se abalanzaron sobre él, obligándolo a enfrentarse a ellos. Eiko levantó varias piedras del suelo, pero pronto se le echaron también encima soldados a los que tuvo que hacer frente, ya que si la golpeaban perdía el vínculo de éter que la unía a los objetos que quería mover con su telequinesis.
-¡Capitán!-Gritó Theresa-¡Debe confiar en mí!-Le imploró.
Maximiliano vaciló, y entonces la mitad de sus hombres se lanzaron contra el grupo de Alward.
Emmanuel logró liberarse de los soldados que lo rodeaban a base de golpearlos con su arco. En un momento de oportunidad, sacó una flecha de su carcaj y la disparó hacia el arquero oscuro. Antes de que la flecha carmesí pudiera alcanzarlo, el arquero oscuro, con una hábil maniobra, interceptó el proyectil con su mano libre y luego miró directamente a Emmanuel. Ante esta mirada desafiante, Emmanuel decidió apartarse de los guardias que lo rodeaban y correr hacia su adversario. En su camino, tuvo que esquivar varios ataques; uno en particular intentó cortar su avance limpiamente, atravesando el aire a media altura, justo por encima de su cadera. Emmanuel se vio obligado a ponerse de rodillas y deslizarse bajo el tajo, sintiendo la hoja de la espada enemiga rozando su rostro. La hierba húmeda facilitó su movimiento, y finalmente pudo incorporarse por completo para continuar su carrera hacia el arquero oscuro.
Cuando Emmanuel estuvo a poco más de un metro de su enemigo, se lanzó hacia él con la intención de golpearlo con su arco. El arquero oscuro soltó a Katrina y la flecha carmesí, protegiéndose del golpe de Emmanuel al interponer su propio arco negro. El impacto de ambos arcos, uno negro y otro carmesí, hizo que Maximiliano despertara de su obnubilación.
-¡Deteneos!-Rugió con una orden. Sin embargo, los que ya estaban atacando no se detuvieron; solo aquellos que se habían quedado parados miraron hacia su capitán, confundidos por la situación.
-¡Capitán, hay traidores!-Advirtió Theresa, tensando su posición al ver que dos soldados de la Guardia se preparaban para atacarla.
-¡¿En mi Compañía?!-Dijo, molesto, desenvainando su espada al ver que tres de sus hombres se disponían a enfrentarse a él.-¡Malditos polluelos pusilánimes! ¿A quién servís?-Gritó, lanzándose al combate contra los desertores. Los soldados que aún le eran leales siguieron su ejemplo.-¡Debemos nuestra lealtad a Lunargenta, al rey y a la humanidad!-Exclamó mientras combatía contra los traidores.-¡MALDITA SEA!-Rugió, lleno de indignación.
Aturdida, Katrina se deslizó entre las sombras del bosque en busca de refugio para recobrar el aliento. Alward observó cómo su compañera se resguardaba, lo que le permitió enfocarse completamente en enfrentar a los desertores de la Guardia.
Mientras tanto, los dos arqueros continuaban su duelo cuerpo a cuerpo, alternando entre golpes directos y esquivas rápidas. En ocasiones, se separaban lo suficiente como para intercambiar algunos disparos de flecha, desafiando la habilidad del otro con sus experiencias en combate.
En una de esas secuencias de golpes, el arquero oscuro tomó ventaja, apartando a Emmanuel de un empujón para sacar una flecha de su carcaj y clavársela con sus propias manos en el muslo del arquero. Emmanuel, con una rodilla en el suelo tras el traspiés, estaba indefenso. Sin embargo, un gesto de Eiko detuvo el ataque del arquero oscuro. Con furia, la bruja apuntó sus manos hacia la flecha del arquero, impidiendo que avanzara hacia su objetivo. Alward, que al igual que Eiko había derrotado de forma no letal a los que se interpusieron en su camino, se acercaba decidido al arquero oscuro, quien, al verlo, soltó la flecha. Eiko la hizo girar en el aire y la lanzó contra el arquero oscuro, quien intentó esquivarla pero recibió el impacto en el hombro, retrocediendo. Alward se abalanzó con un tajo vertical, pero el arquero oscuro demostró una agilidad asombrosa y esquivó el ataque con una voltereta lateral, sorprendiendo a todos los presentes.
-Es alguien a temer...-Dijo Emmanuel, incorporándose de nuevo.
El arquero, con destreza, retiró su propia flecha del hombro, procurando no causar más daño del necesario al evitar que los bordes desgarraran aún más la carne. Acto seguido, la dejó caer al suelo, manchada con su propia sangre.
Los tres Stellazios se alinearon en horizontal, con Eiko empuñando su espada corta mientras varias pequeñas piedras y ramas afiladas flotaban en la palma de su mano, formando un enjambre de proyectiles. Alward, con determinación, se preparó para lanzarse hacia el arquero oscuro. Por su parte, Emmanuel extrajo una flecha de su carcaj y la colocó en la cuerda de su arco, listo para tensarla y disparar.
Alward la conocía, era compañera del elfo. Aunque para sorpresa de todos, los ayudó a ellos en vez de a su compañero.
Las espadas de Alward reposaban en el suelo, y el enmascarado se inclinó para recogerlas.
-¿A qué viene todo esto?-Preguntó Alward, su tono cargado de desconfianza.
-Tranquilos, no es hostil.-La voz de Katrina se proyectó a todos los presentes. Ella, al igual que la elfa, emergió de entre la arboleda, de las sombras mismas para juntarse con su grupo.
-Dejadnos marchar.-El arquero tomó una flecha de su carcaj y la tensó en su arco, apuntando hacia los dos elfos.-No tiene por qué haber heridos.
De repente, se escucharon más movimientos en el bosque, acercándose hacia ellos. El contingente de la Guardia que los había descubierto previamente regresaba, aunque en un número reducido debido al caos causado anteriormente por el derrumbe de troncos, la súbita aparición de la sombra de Alward y la magia de la voz de Katrina, que dejaron a varios heridos tanto física como mentalmente.
Emmanuel encontró más objetivos para apuntar, mientras que Eiko comenzó a conjurar éter a su alrededor, evaluando qué objetos podría levantar para utilizar como defensa o ataque. Alward, por su parte, adoptó una postura de combate tensa y lista para actuar. Mientras tanto, Katrina permaneció imperturbable, como una piedra en medio de un torrente de agua.
Maximiliano el Tuerto se abrió paso entre sus hombres y mujeres. Con un tono austero y serio, su único ojo se posó únicamente en Emmanuel
-Aquí se acaba el juego-El capitán de la Guardia habló con firmeza, su mano reposaba pacientemente sobre la empuñadura de su espada.-La banda del Arquero Carmesí debe de rendirse, no hay escapatoria.-Sentenció. El cansancio se reflejaba en su mirada, y perlas de sudor adornaban su rostro. Había sido una lucha ardua liberarse de la sombra de Alward, pero entre todos lo habían logrado.
De repente, un halo luminoso apareció junto a los dos elfos. Tanto los miembros de la Guardia como Alward y sus compañeros se mantuvieron alerta ante esta nueva presencia. La figura de Theresa se materializó gracias a la runa de teletransporte. Al percatarse de su entorno y de las personas que la rodeaban, quiso intervenir con premura.
-¡El Arquero Carmesí es...!
Y, en un instante en el que mil cosas pasan en un solo segundo, Katrina percibió una presencia cercana. Era una sensación familiar, algo que había experimentado en el pasado. No podía ignorar ese tipo de presencia; hacían que su pecho se congestionara y un escalofrío recorriera su espina dorsal, dejándola incómoda e inquieta. Los percibía como si de un perro rastreador se tratara. Levantó la mirada y, entre las gruesas ramas de los árboles cercanos, pudo distinguir una figura con ropajes oscuros apuntando directamente hacia Theresa con un arco. Los ojos de Katrina se abrieron de par en par, y por instinto su cerebro procesó toda la información en menos de un décima de segundo. La vampiresa proyectó su voz hacia Eiko, cargada de urgencia y penetrando en su mente de forma agresiva, casi ordenándole actuar más que alertándole del peligro.
-¡Arriba!
La bruja arrancó una piedra afilada del suelo y la lanzó contra la rama del árbol, justo en la dirección que Katrina le había indicado. La figura acechante saltó y se desvaneció entre las sombras con una agilidad impresionante.
Ante esto, los guardias se tensaron aún más, listos para lanzarse sobre Alward y su grupo con solo una orden de Maximiliano el Tuerto.
- Emmanuel's Theme:
-Otra vez...-Murmuró Theresa casi pensando en voz alta.-¡Es inocente!-Gritó, sin dudarlo.-¡El Arquero Carmesí es inocente!-Inquirió, desenvainando su espada por inercia.
Maximiliano el Tuerto frunció el ceño, confundido. De repente, una flecha silbó desde otra rama diferente a la que Eiko había lanzado la piedra, dirigiéndose directamente hacia el capitán de la Guardia. Sin embargo, Emmanuel actuó con rapidez y experiencia, observando la flecha en el aire con una vista privilegiada similar a la de un águila. Con un gesto limpio y entrenado, disparó la flecha que había estado tensando todo ese tiempo. Maximiliano se cubrió la cara instintivamente, pero para su sorpresa, la trayectoria del proyectil estaba desviada y no se dirigía hacia él, sino hacia la flecha que, sin él saberlo, había sido disparada contra él: una flecha negra, diseñada para desgarrar la carne y causar el mayor daño posible. La flecha carmesí, en cambio, hecha para impactar contra sus objetivos de la manera más limpia y precisa posible, con su intervención, desvió la trayectoria de su homóloga, haciendo que ambas flechas cayeran unos metros más allá de la posición del capitán.
De repente, Katrina sintió la presencia de nuevo, pero esta vez más fuerte y mucho más cerca. Estaba justo detrás de ella. Antes de que pudiera reaccionar, ya era demasiado tarde. Lo único que la vampiresa pudo hacer fue girarse para encontrarse cara a cara con la siniestra figura de un hombre encapuchado que la sujetó del cuello, levantándola varios centímetros del suelo.
Alward intentó reaccionar, pero tres soldados de la Guardia se abalanzaron sobre él, obligándolo a enfrentarse a ellos. Eiko levantó varias piedras del suelo, pero pronto se le echaron también encima soldados a los que tuvo que hacer frente, ya que si la golpeaban perdía el vínculo de éter que la unía a los objetos que quería mover con su telequinesis.
-¡Capitán!-Gritó Theresa-¡Debe confiar en mí!-Le imploró.
Maximiliano vaciló, y entonces la mitad de sus hombres se lanzaron contra el grupo de Alward.
Emmanuel logró liberarse de los soldados que lo rodeaban a base de golpearlos con su arco. En un momento de oportunidad, sacó una flecha de su carcaj y la disparó hacia el arquero oscuro. Antes de que la flecha carmesí pudiera alcanzarlo, el arquero oscuro, con una hábil maniobra, interceptó el proyectil con su mano libre y luego miró directamente a Emmanuel. Ante esta mirada desafiante, Emmanuel decidió apartarse de los guardias que lo rodeaban y correr hacia su adversario. En su camino, tuvo que esquivar varios ataques; uno en particular intentó cortar su avance limpiamente, atravesando el aire a media altura, justo por encima de su cadera. Emmanuel se vio obligado a ponerse de rodillas y deslizarse bajo el tajo, sintiendo la hoja de la espada enemiga rozando su rostro. La hierba húmeda facilitó su movimiento, y finalmente pudo incorporarse por completo para continuar su carrera hacia el arquero oscuro.
Cuando Emmanuel estuvo a poco más de un metro de su enemigo, se lanzó hacia él con la intención de golpearlo con su arco. El arquero oscuro soltó a Katrina y la flecha carmesí, protegiéndose del golpe de Emmanuel al interponer su propio arco negro. El impacto de ambos arcos, uno negro y otro carmesí, hizo que Maximiliano despertara de su obnubilación.
-¡Deteneos!-Rugió con una orden. Sin embargo, los que ya estaban atacando no se detuvieron; solo aquellos que se habían quedado parados miraron hacia su capitán, confundidos por la situación.
-¡Capitán, hay traidores!-Advirtió Theresa, tensando su posición al ver que dos soldados de la Guardia se preparaban para atacarla.
-¡¿En mi Compañía?!-Dijo, molesto, desenvainando su espada al ver que tres de sus hombres se disponían a enfrentarse a él.-¡Malditos polluelos pusilánimes! ¿A quién servís?-Gritó, lanzándose al combate contra los desertores. Los soldados que aún le eran leales siguieron su ejemplo.-¡Debemos nuestra lealtad a Lunargenta, al rey y a la humanidad!-Exclamó mientras combatía contra los traidores.-¡MALDITA SEA!-Rugió, lleno de indignación.
Aturdida, Katrina se deslizó entre las sombras del bosque en busca de refugio para recobrar el aliento. Alward observó cómo su compañera se resguardaba, lo que le permitió enfocarse completamente en enfrentar a los desertores de la Guardia.
Mientras tanto, los dos arqueros continuaban su duelo cuerpo a cuerpo, alternando entre golpes directos y esquivas rápidas. En ocasiones, se separaban lo suficiente como para intercambiar algunos disparos de flecha, desafiando la habilidad del otro con sus experiencias en combate.
En una de esas secuencias de golpes, el arquero oscuro tomó ventaja, apartando a Emmanuel de un empujón para sacar una flecha de su carcaj y clavársela con sus propias manos en el muslo del arquero. Emmanuel, con una rodilla en el suelo tras el traspiés, estaba indefenso. Sin embargo, un gesto de Eiko detuvo el ataque del arquero oscuro. Con furia, la bruja apuntó sus manos hacia la flecha del arquero, impidiendo que avanzara hacia su objetivo. Alward, que al igual que Eiko había derrotado de forma no letal a los que se interpusieron en su camino, se acercaba decidido al arquero oscuro, quien, al verlo, soltó la flecha. Eiko la hizo girar en el aire y la lanzó contra el arquero oscuro, quien intentó esquivarla pero recibió el impacto en el hombro, retrocediendo. Alward se abalanzó con un tajo vertical, pero el arquero oscuro demostró una agilidad asombrosa y esquivó el ataque con una voltereta lateral, sorprendiendo a todos los presentes.
-Es alguien a temer...-Dijo Emmanuel, incorporándose de nuevo.
El arquero, con destreza, retiró su propia flecha del hombro, procurando no causar más daño del necesario al evitar que los bordes desgarraran aún más la carne. Acto seguido, la dejó caer al suelo, manchada con su propia sangre.
Los tres Stellazios se alinearon en horizontal, con Eiko empuñando su espada corta mientras varias pequeñas piedras y ramas afiladas flotaban en la palma de su mano, formando un enjambre de proyectiles. Alward, con determinación, se preparó para lanzarse hacia el arquero oscuro. Por su parte, Emmanuel extrajo una flecha de su carcaj y la colocó en la cuerda de su arco, listo para tensarla y disparar.
Alward Sevna
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Xana me tendió una mano y me ayudó a levantarme. Sostenerme sobre mis propios pies resultó menos sencillo de lo que esperé; el innecesariamente vistoso despliegue de poder anterior me había agotado. Tomé una bocanada de aire y canalicé mi éter para fortalecer mis piernas.
—¿Cómo sabes que es inocente? —le pregunté, en un susurro, a Xana.
—Es una larga historia —contestó con el mismo tono—, pero debes confiar en mí. —Volvió la mirada hacia el personaje al que tanto había deseado conocer—. Es inocente.
Aquel personaje, sin embargo, tensó su arco y lo apuntó hacia nosotros. Pidió que los dejáramos marchar, algo sencillo, pero a lo que yo, después de todo el esfuerzo invertido, quería negarme, aunque mi razón me decía que simplemente accediera para poder irme a descansar.
Xana quiso responderle, pero aquel encuentro fue interrumpido por los humanos. Finalmente habían logrado alcanzarnos, pese a todos los obstáculos que nos habían obsequiado el arquero y su pandilla.
Gruñí y me puse en guardia. Xana empuñó su lanza y el éter a su alrededor se tornó denso y más cálido, listo para ser la cuna de más proyectiles astríferos.
—Supongo que ellos no saben de esa larga historia, ¿no? —le dije a Xana, y ella respondió con un asentimiento de cabeza. Suspiré—. Maravilloso —murmuré con desgana.
Como era de esperarse, la situación pronto escaló de nuevo hacia el conflicto. Aun cuando una guardia apareció de la nada e intentó dialogar con Maximiliano, nada impidió que la violencia resurgiera y tomara el dominio de la escena.
Un arquero oscuro había aparecido. Traidores se revelaron entre los guardias. Alianzas se deshicieron y se formaron. La justicia se tornó difusa y la supervivencia ganó prioridad entre el nuevo choque de espadas, lluvia de flechas y ráfagas de magia.
—¡Xana, ¿qué quieres que haga?! —pregunté con urgencia, con mi mirada viajando con rapidez por todo el escenario.
Ella tragó saliva y apretó su agarre en su lanza mientras también intentaba observarlo todo, identificar a los aliados y a los enemigos, a los justos y a los traidores, y convocaba gran parte de su concentración para conjurar una diminuta partícula de luz roja sobre cada cabeza de los malvados. Entonces sus ojos se detuvieron en mi brazo herido.
—Yo me encargo —musitó antes de que su mirada se encontrara con la mía.
Distinguí, en el fondo de sus ojos, un atisbo de duda. Aun así…
—Adelante. Acabarás con esto más rápido que yo —dije sonriendo con confianza.
Ella se permitió sonreír, primero con alivio, luego con malicia, y asintió.
Esa fue la señal para alejarme hacia un sitio seguro donde tratar mis heridas y observar.
Xana, entonces, respiró profundo y alzó su lanza. Un torbellino de partículas de luz se formó a su alrededor y ascendió hacia más allá de la copa de los árboles. El cielo nocturno fue eclipsado por el manto de estrellas de Xana.[1]
—Si no se detienen ahora, ustedes, que dieron la espalda al honor —empezó Xana, atrayendo la atención de varios guardias—, ¡sentirán la furia de miles de soles! —rugió.
La insensatez de los traidores no les permitió comprender la gravedad de aquella amenaza. Continuaron con sus arremetidas en una batalla donde la victoria jamás les sonreiría.
Entonces inició el cataclismo. Todas las estrellas conjuradas en el cielo se precipitaron hacia la tierra, convertidas en una lluvia lucífera, ardiente y estridente que buscaba solo a los anteriormente marcados por Xana, a los traidores.
Xana avanzó bajo la tormenta estelar, sin que ningún proyectil de luz se atreviera a tocarla.[2] Ella miraba a los traidores, que intentaban protegerse o buscar alguna escapatoria, presas del terror y de la confusión y del dolor. El metal de sus armaduras destellaba al recibir cada gota explosiva, pero nada protegía sus articulaciones; en estas zonas, la tela se deshacía y la carne conocía el ardor inclemente.
—¡Que el miedo no os congele! —rugió Maximiliano, su voz estridente no permitiendo ser opacada por la tormenta estelar, dirigiéndose a sus camaradas leales invadidos por la perplejidad—. La hechicera está de nuestro lado. ¡Así que levantad vuestras espadas y demostrad que son dignos de ser llamados guardias de Lunargenta!
Predicando con el ejemplo, avanzó raudo bajo la lluvia de estrellas, demostrando que estas no lo alcanzaban, y redujo a un desafortunado enemigo, el primero de otros tantos en su despliegue de ferocidad y experiencia en batalla.
El resto, entonces, vociferaron un grito de guerra y se unieron a la refriega.
Algunos traidores lograron actuar con adecuada rapidez y astucia y se resguardaron bajo sus escudos, bajo los cuerpos de compañeros incapacitados o detrás de los árboles fuera del campo de visión de Xana.
La lluvia momentánea con el peso de una eternidad acabó. Xana, enseguida, se abalanzó sobre el traidor más cercano.
Este, aterrado, antepuso su escudo que aún humeaba por lo que tuvo que resistir. Sintió el choque de la lanza de Xana una, dos, cuatro, siete, catorce y veinte veces sin tregua, hasta que notó el gran peso de su escudo superar su propia fuerza.
Cayó de rodillas, incapaz de levantar la protección que ahora estaba cubierta de piedras.[3] Lo que sí levantó fue la mirada, apenas un instante antes de ver el resplandor de una estrella conjurada y luego la oscuridad de la inconsciencia.
Otros tres aprovecharon la distracción para rodear a la elfa y atacarla desde distintas direcciones.
Xana disparó una estrella hacia el rostro de uno de ellos. Este, sin detenerse, se cubrió con su escudo y aceleró sus pasos para embestir a la elfa, ignorante de la segunda estrella que ella luego le lanzó a los pies.
El guardia pisó la esfera luminosa, resbaló y se fue hacia adelante. Al instante, Xana lo rodeó con un grácil giro y aprovechó el movimiento para golpearle la cabeza con la lanza y redirigirlo hacia un segundo guardia. Ambos sujetos colisionaron, cayeron uno sobre otro y Xana atravesó el cráneo de ambos con la lanza, enviándolos temporalmente al mundo de los muertos.[4]
El tercero, tras titubear un instante, reanudó su propio ataque. Xana retrocedió de un salto y escuchó los pasos de un cuarto venir a por la espalda.
Materializó otro orbe de luz y, con la lanza, lo bateó hacia adelante. El proyectil se encontró con el escudo del tercer guardia y rebotó al frente. Xana se apartó con un veloz paso lateral como tenía planeado y el orbe terminó estallando en la cara del incauto cuarto guardia, quien no pudo hacer más que caer aturdido.
Xana hizo un barrido con su lanza, buscando los tobillos del tercer guardia. Este se alejó con un salto y volvió a abalanzarse sobre Xana.
Ella bloqueó los tajos enemigos con su lanza, cada golpe sacudiendo sus huesos, cada impacto creando una capa de rocas sobre la espada rival.
Xana esperó el momento en que aquella arma sería tan pesada que el guardia no podría levantarla. No contó con que él aprovecharía aquello y la fuerza centrífuga para lanzar un golpe giratorio poderoso.
Ella interpuso su lanza, pero no fue suficiente para detener el espadazo contundente. Fue impelida hacia un lado y rodó un par de metros por el suelo. Cuando logró mirar de nuevo al guardia, este ya estaba sobre ella, dejando caer la espada en un golpe mortal.
Mis alertas se activaron y decidí intervenir enseguida, aniquilar con brutalidad y sin misericordia a aquel infeliz antes de que fuese tarde.
Pero algo más apareció. El obsequio de una mujer misteriosa cuya vida estaba ligada a criaturas felinas devoradoras de almas. La retribución por un acto altruista realizado mucho tiempo atrás.
Un gato negro de éter y sueños se materializó y emergió de uno de los bolsillos de Xana.[5]
El guardia no pude preverlo y recibió los arañazos del gato mágico.
Xana aprovechó la distracción para rodar hacia un lado y, clavando una rodilla en el suelo, blandir su lanza en una estocada ascendente que atravesó un costado del guardia, infligiéndole una herida letal que con otra arma sería permanente.
Xana, recomponiéndose tras ver al oponente caer creyéndose muerto y luego al gato despedirse con un maullido y esfumarse en el aire, escuchó los pasos de alguien más acercándose. Al ver de reojo de quién se trataba, Xana se permitió relajarse.
—¿Estás bien? —logró articular Theresa entre jadeos y le ofreció una mano a Xana para ayudarla a ponerse en pie.
—Sí —exhaló Xana y esbozó una sonrisa débil. Tomó la mano y se levantó, no sin hacer alguna mueca de dolor—. Sobreviviré, al menos —añadió tocándose el costado donde había recibido el golpe.
Entonces pudo notar que los guardias leales, o quienes esperaba que fueran ellos, ya habían triunfado y se aseguraban de que los traidores no pudieran escapar. Por suerte para Xana, parecía que no se sufrió bajas en ningún bando. Ninguna baja real, al menos.
Ganó una batalla sin que nadie tuviera que morir.
Lo hizo mejor que en la batalla en la Isla Volcánica y que en el anterior encuentro con el Arquero Carmesí.
«Lo logré», se dijo, sintiéndose desbordada por el alivio y la felicidad. «De verdad, lo logré», se repitió, y sus ojos se humedecieron, aunque sabía que la escala de la batalla no era tal para emocionarte tanto.
Pero aún había un asunto por resolver.
Se restregó los ojos y buscó con la mirada a la pandilla del Arquero Carmesí y al siniestro enemigo, esperando que el primer grupo se hubiera hecho con la victoria, pero decidida a intervenir si hacía falta; aún rebosaba bastante poder en su cuerpo, listo para desatarse bajo la voluntad de la conjuradora de estrellas.
—¿Cómo sabes que es inocente? —le pregunté, en un susurro, a Xana.
—Es una larga historia —contestó con el mismo tono—, pero debes confiar en mí. —Volvió la mirada hacia el personaje al que tanto había deseado conocer—. Es inocente.
Aquel personaje, sin embargo, tensó su arco y lo apuntó hacia nosotros. Pidió que los dejáramos marchar, algo sencillo, pero a lo que yo, después de todo el esfuerzo invertido, quería negarme, aunque mi razón me decía que simplemente accediera para poder irme a descansar.
Xana quiso responderle, pero aquel encuentro fue interrumpido por los humanos. Finalmente habían logrado alcanzarnos, pese a todos los obstáculos que nos habían obsequiado el arquero y su pandilla.
Gruñí y me puse en guardia. Xana empuñó su lanza y el éter a su alrededor se tornó denso y más cálido, listo para ser la cuna de más proyectiles astríferos.
—Supongo que ellos no saben de esa larga historia, ¿no? —le dije a Xana, y ella respondió con un asentimiento de cabeza. Suspiré—. Maravilloso —murmuré con desgana.
Como era de esperarse, la situación pronto escaló de nuevo hacia el conflicto. Aun cuando una guardia apareció de la nada e intentó dialogar con Maximiliano, nada impidió que la violencia resurgiera y tomara el dominio de la escena.
Un arquero oscuro había aparecido. Traidores se revelaron entre los guardias. Alianzas se deshicieron y se formaron. La justicia se tornó difusa y la supervivencia ganó prioridad entre el nuevo choque de espadas, lluvia de flechas y ráfagas de magia.
—¡Xana, ¿qué quieres que haga?! —pregunté con urgencia, con mi mirada viajando con rapidez por todo el escenario.
Ella tragó saliva y apretó su agarre en su lanza mientras también intentaba observarlo todo, identificar a los aliados y a los enemigos, a los justos y a los traidores, y convocaba gran parte de su concentración para conjurar una diminuta partícula de luz roja sobre cada cabeza de los malvados. Entonces sus ojos se detuvieron en mi brazo herido.
—Yo me encargo —musitó antes de que su mirada se encontrara con la mía.
Distinguí, en el fondo de sus ojos, un atisbo de duda. Aun así…
—Adelante. Acabarás con esto más rápido que yo —dije sonriendo con confianza.
Ella se permitió sonreír, primero con alivio, luego con malicia, y asintió.
Esa fue la señal para alejarme hacia un sitio seguro donde tratar mis heridas y observar.
- BGM opcional:
Xana, entonces, respiró profundo y alzó su lanza. Un torbellino de partículas de luz se formó a su alrededor y ascendió hacia más allá de la copa de los árboles. El cielo nocturno fue eclipsado por el manto de estrellas de Xana.[1]
—Si no se detienen ahora, ustedes, que dieron la espalda al honor —empezó Xana, atrayendo la atención de varios guardias—, ¡sentirán la furia de miles de soles! —rugió.
La insensatez de los traidores no les permitió comprender la gravedad de aquella amenaza. Continuaron con sus arremetidas en una batalla donde la victoria jamás les sonreiría.
Entonces inició el cataclismo. Todas las estrellas conjuradas en el cielo se precipitaron hacia la tierra, convertidas en una lluvia lucífera, ardiente y estridente que buscaba solo a los anteriormente marcados por Xana, a los traidores.
Xana avanzó bajo la tormenta estelar, sin que ningún proyectil de luz se atreviera a tocarla.[2] Ella miraba a los traidores, que intentaban protegerse o buscar alguna escapatoria, presas del terror y de la confusión y del dolor. El metal de sus armaduras destellaba al recibir cada gota explosiva, pero nada protegía sus articulaciones; en estas zonas, la tela se deshacía y la carne conocía el ardor inclemente.
—¡Que el miedo no os congele! —rugió Maximiliano, su voz estridente no permitiendo ser opacada por la tormenta estelar, dirigiéndose a sus camaradas leales invadidos por la perplejidad—. La hechicera está de nuestro lado. ¡Así que levantad vuestras espadas y demostrad que son dignos de ser llamados guardias de Lunargenta!
Predicando con el ejemplo, avanzó raudo bajo la lluvia de estrellas, demostrando que estas no lo alcanzaban, y redujo a un desafortunado enemigo, el primero de otros tantos en su despliegue de ferocidad y experiencia en batalla.
El resto, entonces, vociferaron un grito de guerra y se unieron a la refriega.
Algunos traidores lograron actuar con adecuada rapidez y astucia y se resguardaron bajo sus escudos, bajo los cuerpos de compañeros incapacitados o detrás de los árboles fuera del campo de visión de Xana.
La lluvia momentánea con el peso de una eternidad acabó. Xana, enseguida, se abalanzó sobre el traidor más cercano.
Este, aterrado, antepuso su escudo que aún humeaba por lo que tuvo que resistir. Sintió el choque de la lanza de Xana una, dos, cuatro, siete, catorce y veinte veces sin tregua, hasta que notó el gran peso de su escudo superar su propia fuerza.
Cayó de rodillas, incapaz de levantar la protección que ahora estaba cubierta de piedras.[3] Lo que sí levantó fue la mirada, apenas un instante antes de ver el resplandor de una estrella conjurada y luego la oscuridad de la inconsciencia.
Otros tres aprovecharon la distracción para rodear a la elfa y atacarla desde distintas direcciones.
Xana disparó una estrella hacia el rostro de uno de ellos. Este, sin detenerse, se cubrió con su escudo y aceleró sus pasos para embestir a la elfa, ignorante de la segunda estrella que ella luego le lanzó a los pies.
El guardia pisó la esfera luminosa, resbaló y se fue hacia adelante. Al instante, Xana lo rodeó con un grácil giro y aprovechó el movimiento para golpearle la cabeza con la lanza y redirigirlo hacia un segundo guardia. Ambos sujetos colisionaron, cayeron uno sobre otro y Xana atravesó el cráneo de ambos con la lanza, enviándolos temporalmente al mundo de los muertos.[4]
El tercero, tras titubear un instante, reanudó su propio ataque. Xana retrocedió de un salto y escuchó los pasos de un cuarto venir a por la espalda.
Materializó otro orbe de luz y, con la lanza, lo bateó hacia adelante. El proyectil se encontró con el escudo del tercer guardia y rebotó al frente. Xana se apartó con un veloz paso lateral como tenía planeado y el orbe terminó estallando en la cara del incauto cuarto guardia, quien no pudo hacer más que caer aturdido.
Xana hizo un barrido con su lanza, buscando los tobillos del tercer guardia. Este se alejó con un salto y volvió a abalanzarse sobre Xana.
Ella bloqueó los tajos enemigos con su lanza, cada golpe sacudiendo sus huesos, cada impacto creando una capa de rocas sobre la espada rival.
Xana esperó el momento en que aquella arma sería tan pesada que el guardia no podría levantarla. No contó con que él aprovecharía aquello y la fuerza centrífuga para lanzar un golpe giratorio poderoso.
Ella interpuso su lanza, pero no fue suficiente para detener el espadazo contundente. Fue impelida hacia un lado y rodó un par de metros por el suelo. Cuando logró mirar de nuevo al guardia, este ya estaba sobre ella, dejando caer la espada en un golpe mortal.
Mis alertas se activaron y decidí intervenir enseguida, aniquilar con brutalidad y sin misericordia a aquel infeliz antes de que fuese tarde.
Pero algo más apareció. El obsequio de una mujer misteriosa cuya vida estaba ligada a criaturas felinas devoradoras de almas. La retribución por un acto altruista realizado mucho tiempo atrás.
Un gato negro de éter y sueños se materializó y emergió de uno de los bolsillos de Xana.[5]
El guardia no pude preverlo y recibió los arañazos del gato mágico.
Xana aprovechó la distracción para rodar hacia un lado y, clavando una rodilla en el suelo, blandir su lanza en una estocada ascendente que atravesó un costado del guardia, infligiéndole una herida letal que con otra arma sería permanente.
Xana, recomponiéndose tras ver al oponente caer creyéndose muerto y luego al gato despedirse con un maullido y esfumarse en el aire, escuchó los pasos de alguien más acercándose. Al ver de reojo de quién se trataba, Xana se permitió relajarse.
—¿Estás bien? —logró articular Theresa entre jadeos y le ofreció una mano a Xana para ayudarla a ponerse en pie.
—Sí —exhaló Xana y esbozó una sonrisa débil. Tomó la mano y se levantó, no sin hacer alguna mueca de dolor—. Sobreviviré, al menos —añadió tocándose el costado donde había recibido el golpe.
Entonces pudo notar que los guardias leales, o quienes esperaba que fueran ellos, ya habían triunfado y se aseguraban de que los traidores no pudieran escapar. Por suerte para Xana, parecía que no se sufrió bajas en ningún bando. Ninguna baja real, al menos.
Ganó una batalla sin que nadie tuviera que morir.
Lo hizo mejor que en la batalla en la Isla Volcánica y que en el anterior encuentro con el Arquero Carmesí.
«Lo logré», se dijo, sintiéndose desbordada por el alivio y la felicidad. «De verdad, lo logré», se repitió, y sus ojos se humedecieron, aunque sabía que la escala de la batalla no era tal para emocionarte tanto.
Pero aún había un asunto por resolver.
Se restregó los ojos y buscó con la mirada a la pandilla del Arquero Carmesí y al siniestro enemigo, esperando que el primer grupo se hubiera hecho con la victoria, pero decidida a intervenir si hacía falta; aún rebosaba bastante poder en su cuerpo, listo para desatarse bajo la voluntad de la conjuradora de estrellas.
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
[1] Habi de Xana nvl 6꞉ Polvo estelar (1/1), para conjurar centenas de partículas de luz explosivas y crear una bonita lluvia de estrellas.
[2] Rasgo nvl 4 de Xana꞉ Puede hacer sus estrellas intangibles o sólidas a voluntad.
[3] Encantamiento plus de Wehmut꞉ Castigo de piedra, para petrificar objetos con cada golpe, haciéndolos pesados.
[4] Encantamiento base de Wehmut꞉ Castigo, para infligir heridas no permanentes y así no matar a nadie.
[5] Consumible꞉ Gato de bolsillo (1/1), para invocar un gato mágico (Cait sìth) que se lanza como kamizake y luego desaparece. Realmente no hace daño, pero distrae.
[2] Rasgo nvl 4 de Xana꞉ Puede hacer sus estrellas intangibles o sólidas a voluntad.
[3] Encantamiento plus de Wehmut꞉ Castigo de piedra, para petrificar objetos con cada golpe, haciéndolos pesados.
[4] Encantamiento base de Wehmut꞉ Castigo, para infligir heridas no permanentes y así no matar a nadie.
[5] Consumible꞉ Gato de bolsillo (1/1), para invocar un gato mágico (Cait sìth) que se lanza como kamizake y luego desaparece. Realmente no hace daño, pero distrae.
Rauko
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Antes de que Alward y su grupo pudieran lanzar una nueva ofensiva, el arquero oscuro observó a los caídos sublevados. Con un gesto rápido y calculado, hizo que el trío adoptara una postura defensiva, esperando un ataque inminente. Sin embargo, en lugar de avanzar, el arquero enemigo lanzó una bomba de humo al suelo. La explosión llenó el lugar con una nube espesa y negra, cegando a todos los presentes.
El humo se extendió como un manto oscuro, envolviendo árboles y arbustos, sofocando la luz del sol que se filtraba entre las hojas. Durante unos tensos momentos, la visibilidad fue nula. Los sonidos del bosque quedaron amortiguados, y los corazones latieron con fuerza, en un ritmo que parecía sincronizado con la incertidumbre.
Cuando el humo finalmente comenzó a disiparse, se reveló un escenario vacío. El arquero oscuro había desaparecido. Alward, Eiko y Emmanuel miraron a su alrededor con cautela, esperando que el enemigo resurgiera de entre las sombras de los árboles.
La voz de Katrina rompió el silencio, emergiendo de entre la foresta con la gracia de una sombra.
-Ya se ha ido.-Anunció, su tono calmado, aunque cargado con una certeza que no admitía dudas.
Eiko frunció el ceño, su desconfianza aún palpable. Sus ojos seguían recorriendo el entorno, sin bajar la guardia.
-¿Estás segura?-Preguntó, sus palabras casi un susurro cargado de inquietud.
La vampiresa de cabellos blancos asintió.
-Hay ciertas personas con las que comparto un vínculo. Y las siento.-Explicó con una voz que revelaba una rara mezcla de timidez y firmeza.-Ya no está.-Aseguró de nuevo, esta vez con más convicción.
El grupo, aunque todavía en alerta, comenzó a relajarse lentamente. La tensión del momento se desvanecía, dejando tras de sí un aire de alivio.
Alward fue el primero en envainar sus armas, seguido por Emmanuel y Eiko. Uno a uno, todos los miembros de la Guardia hicieron lo mismo, aunque algunos aún mostraban signos de desconfianza hacia el Arquero Carmesí. Emmanuel, sin embargo, avanzó con determinación hacia la elfa que se había puesto de su lado desde el principio, bajo la atenta mirada de los soldados.
-Gracias por todo.-Dijo Emmanuel, con una mezcla de honestidad y austeridad en su voz. Luego se volvió hacia Theresa, manteniendo el mismo tono.-A ti también, gracias.
Theresa asintió, devolviendo el gesto de amabilidad, aunque su rostro permanecía impasible y sereno, característico de su naturaleza.
-Hice lo que debía hacerse.-Respondió con una firmeza tranquila.
Alward se acercó a Katrina, sus ojos fijos en ella desde detrás de su máscara. Durante un momento, no dijo nada, simplemente observándola. La vampiresa le devolvió la mirada, algo incómoda bajo su escrutinio.
-¿Estás bien?-Preguntó finalmente Alward.
Katrina asintió, proyectando su voz mágica únicamente a Alward para que nadie más pudiera escuchar.
-No ha sido nada del otro mundo.-Dijo, restándole importancia a su enfrentamiento con el arquero oscuro.
Eiko se acercó también, mirando a Alward con curiosidad.
-¿Al...?
La bruja fue interrumpida por un gesto de Alward, quien se llevó su dedo índice a donde estaría su boca tras la máscara, indicándole que guardara silencio ante la presencia de los Guardias.
-Te lo explicaré todo, pero luego.
-Debiste haber escrito o algo.-Dijo Eiko, tímidamente molesta. Sin embargo, en un instante, se abalanzó hacia el enmascarado, envolviéndolo en un abrazo reconfortante. Alward, tomado por sorpresa, correspondió al gesto por inercia, permitiéndose disfrutar brevemente del calor y el afecto de un ser querido.
Katrina, al ver eso, sonrió suavemente, sus ojos brillando con una mezcla de alivio y felicidad. A su alrededor, el bosque parecía respirar de nuevo, uniendo susurros de hojas y cantos de aves en una sinfonía que prometía nuevos comienzos y esperanzas renovadas.
Emmanuel también se unió al grupo, pero antes de que pudiera decir nada, Maximiliano el Tuerto se acercó. Su presencia imponente captó la atención de todos, y un silencio tenso se apoderó del ambiente.
-Soy inocente.-Dijo el Arquero Carmesí, a la defensiva.
-De asesinato.-Asintió el capitán de la Guardia.-Pero no de robo.
Emmanuel apretó los labios, queriendo objetar, pero sabía que el veterano militar tenía razón. Apretó los puños, cansado de luchar contra una justicia que parecía siempre tenerlo en el punto de mira. Theresa se mantuvo al margen, consciente de que la autoridad en ese momento era Maximiliano.
El militar veterano escrutó a todos y cada uno de los presentes, incluyendo a los dos elfos que se encontraban más apartados. No comprendía del todo qué había ocurrido con ese otro arquero ni por qué parecía haberse librado una disputa fuera de su comprensión, que involucraba directamente al elfo que los había ayudado y a su acompañante.
Finalmente, el capitán soltó una exhalación profunda por la nariz.
-No estarás libre de condena, arquero. Pero esta vez por haber ayudado a la Guardia y haber salvado la vida de un militar de alto rango, te dejaré marchar. No habrá segundas oportunidades.-Dijo manteniendo una mirada firma e inquisitiva hacia el arquero de color rojo.
Emmanuel relajó el gesto, al igual que Alward y los demás. Theresa, por su parte, esbozó una sonrisa de satisfacción ante el veredicto de su superior.
-Te recomiendo que andes lejos de las ciudades, pues llevará algún tiempo poder exculparte.-Añadió el capitán con una mirada severa.
Maximiliano lanzó una última mirada al grupo y a los dos elfos antes de voltearse. Acto seguido, ordenó a sus hombres ponerse a trabajar, apresando a los traidores y preparándose para marchar al campamento. La misión allí había concluido, y cuanto antes regresasen a Lunargenta, mejor.
-Al final ha salido bien.-Dijo Alward, colocando una mano sobre el hombro de su amigo.
-Tengo un arte natural para librarme de los problemas.-Respondió Emmanuel con una sonrisa de soslayo.
Alward emitió una corta risa, contagiando a Emmanuel con su buen humor.
-Será mejor que nosotros nos pongamos en marcha también. Hay mucho que hacer.-Sentenció el Sevna.
Acto seguido, Alward se dirigió hacia los dos elfos que habían ayudado con el asunto del arquero y la traición de algunos miembros de la Guardia.
-Gracias por ayudar.-Le dijo a la elfa.-Y supongo que a ti te debo las gracias por no haberme matado.-bromeó con cierta ironía mientras se dirigía al elfo.-Supongo que todo ha sido un gran malentendido. Si nos volvemos a ver, quizás podemos volver a medir nuestras fuerzas.-Continuó, llevándose las manos a la cintura en forma de jarra y mostrando una sonrisa afable bajo su máscara, visible en la expresión de sus ojos.-Pero sin trucos de magia.-Puntualizó entre bromas.
El humo se extendió como un manto oscuro, envolviendo árboles y arbustos, sofocando la luz del sol que se filtraba entre las hojas. Durante unos tensos momentos, la visibilidad fue nula. Los sonidos del bosque quedaron amortiguados, y los corazones latieron con fuerza, en un ritmo que parecía sincronizado con la incertidumbre.
Cuando el humo finalmente comenzó a disiparse, se reveló un escenario vacío. El arquero oscuro había desaparecido. Alward, Eiko y Emmanuel miraron a su alrededor con cautela, esperando que el enemigo resurgiera de entre las sombras de los árboles.
La voz de Katrina rompió el silencio, emergiendo de entre la foresta con la gracia de una sombra.
-Ya se ha ido.-Anunció, su tono calmado, aunque cargado con una certeza que no admitía dudas.
Eiko frunció el ceño, su desconfianza aún palpable. Sus ojos seguían recorriendo el entorno, sin bajar la guardia.
-¿Estás segura?-Preguntó, sus palabras casi un susurro cargado de inquietud.
La vampiresa de cabellos blancos asintió.
-Hay ciertas personas con las que comparto un vínculo. Y las siento.-Explicó con una voz que revelaba una rara mezcla de timidez y firmeza.-Ya no está.-Aseguró de nuevo, esta vez con más convicción.
El grupo, aunque todavía en alerta, comenzó a relajarse lentamente. La tensión del momento se desvanecía, dejando tras de sí un aire de alivio.
Alward fue el primero en envainar sus armas, seguido por Emmanuel y Eiko. Uno a uno, todos los miembros de la Guardia hicieron lo mismo, aunque algunos aún mostraban signos de desconfianza hacia el Arquero Carmesí. Emmanuel, sin embargo, avanzó con determinación hacia la elfa que se había puesto de su lado desde el principio, bajo la atenta mirada de los soldados.
-Gracias por todo.-Dijo Emmanuel, con una mezcla de honestidad y austeridad en su voz. Luego se volvió hacia Theresa, manteniendo el mismo tono.-A ti también, gracias.
Theresa asintió, devolviendo el gesto de amabilidad, aunque su rostro permanecía impasible y sereno, característico de su naturaleza.
-Hice lo que debía hacerse.-Respondió con una firmeza tranquila.
Alward se acercó a Katrina, sus ojos fijos en ella desde detrás de su máscara. Durante un momento, no dijo nada, simplemente observándola. La vampiresa le devolvió la mirada, algo incómoda bajo su escrutinio.
-¿Estás bien?-Preguntó finalmente Alward.
Katrina asintió, proyectando su voz mágica únicamente a Alward para que nadie más pudiera escuchar.
-No ha sido nada del otro mundo.-Dijo, restándole importancia a su enfrentamiento con el arquero oscuro.
Eiko se acercó también, mirando a Alward con curiosidad.
-¿Al...?
La bruja fue interrumpida por un gesto de Alward, quien se llevó su dedo índice a donde estaría su boca tras la máscara, indicándole que guardara silencio ante la presencia de los Guardias.
-Te lo explicaré todo, pero luego.
-Debiste haber escrito o algo.-Dijo Eiko, tímidamente molesta. Sin embargo, en un instante, se abalanzó hacia el enmascarado, envolviéndolo en un abrazo reconfortante. Alward, tomado por sorpresa, correspondió al gesto por inercia, permitiéndose disfrutar brevemente del calor y el afecto de un ser querido.
Katrina, al ver eso, sonrió suavemente, sus ojos brillando con una mezcla de alivio y felicidad. A su alrededor, el bosque parecía respirar de nuevo, uniendo susurros de hojas y cantos de aves en una sinfonía que prometía nuevos comienzos y esperanzas renovadas.
Emmanuel también se unió al grupo, pero antes de que pudiera decir nada, Maximiliano el Tuerto se acercó. Su presencia imponente captó la atención de todos, y un silencio tenso se apoderó del ambiente.
-Soy inocente.-Dijo el Arquero Carmesí, a la defensiva.
-De asesinato.-Asintió el capitán de la Guardia.-Pero no de robo.
Emmanuel apretó los labios, queriendo objetar, pero sabía que el veterano militar tenía razón. Apretó los puños, cansado de luchar contra una justicia que parecía siempre tenerlo en el punto de mira. Theresa se mantuvo al margen, consciente de que la autoridad en ese momento era Maximiliano.
El militar veterano escrutó a todos y cada uno de los presentes, incluyendo a los dos elfos que se encontraban más apartados. No comprendía del todo qué había ocurrido con ese otro arquero ni por qué parecía haberse librado una disputa fuera de su comprensión, que involucraba directamente al elfo que los había ayudado y a su acompañante.
Finalmente, el capitán soltó una exhalación profunda por la nariz.
-No estarás libre de condena, arquero. Pero esta vez por haber ayudado a la Guardia y haber salvado la vida de un militar de alto rango, te dejaré marchar. No habrá segundas oportunidades.-Dijo manteniendo una mirada firma e inquisitiva hacia el arquero de color rojo.
Emmanuel relajó el gesto, al igual que Alward y los demás. Theresa, por su parte, esbozó una sonrisa de satisfacción ante el veredicto de su superior.
-Te recomiendo que andes lejos de las ciudades, pues llevará algún tiempo poder exculparte.-Añadió el capitán con una mirada severa.
Maximiliano lanzó una última mirada al grupo y a los dos elfos antes de voltearse. Acto seguido, ordenó a sus hombres ponerse a trabajar, apresando a los traidores y preparándose para marchar al campamento. La misión allí había concluido, y cuanto antes regresasen a Lunargenta, mejor.
-Al final ha salido bien.-Dijo Alward, colocando una mano sobre el hombro de su amigo.
-Tengo un arte natural para librarme de los problemas.-Respondió Emmanuel con una sonrisa de soslayo.
Alward emitió una corta risa, contagiando a Emmanuel con su buen humor.
-Será mejor que nosotros nos pongamos en marcha también. Hay mucho que hacer.-Sentenció el Sevna.
Acto seguido, Alward se dirigió hacia los dos elfos que habían ayudado con el asunto del arquero y la traición de algunos miembros de la Guardia.
-Gracias por ayudar.-Le dijo a la elfa.-Y supongo que a ti te debo las gracias por no haberme matado.-bromeó con cierta ironía mientras se dirigía al elfo.-Supongo que todo ha sido un gran malentendido. Si nos volvemos a ver, quizás podemos volver a medir nuestras fuerzas.-Continuó, llevándose las manos a la cintura en forma de jarra y mostrando una sonrisa afable bajo su máscara, visible en la expresión de sus ojos.-Pero sin trucos de magia.-Puntualizó entre bromas.
Alward Sevna
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Re: Flechas negras [Libre][Cerrado]
Y nos vendió humo. El arquero oscuro optó por escapar lanzando una bomba de humo en lugar de encarar a sus enemigos. Una decisión sabia, considerando que entre sus enemigos estaba Xana.
No obstante, había algo que no me permitía rendirme ante el encanto de la calma y de la satisfacción de la victoria. Mientras Xana había luchado, mi atención se había desviado cada pocos instantes hacia el enfrentamiento del oscuro contra la pandilla del arquero.
Él, fuera quien fuera, era un guerrero formidable. De habernos enfrentado en aquel momento, podría haberme eliminado. Pero no aprovechó mi momento de debilidad. Quizás su objetivo no era asesinarnos. Quizás ya había cumplido su objetivo. O quizás yo lo sobreestimaba intentando encontrar el sentido en el caótico entramado de conspiraciones, traiciones, engaños, usurpaciones de identidad y asesinatos alrededor de la figura del Arquero Carmesí.
«Bueno, que se preocupe el yo del futuro», me dije con un encogimiento de hombros, aunque una pizca de preocupación y curiosidad se negaría a ser sepultada bajo la calma. «¡Que se preocupe el yo del futuro, dije!», me repetí, como si eso ayudara.
Pero fue el propio Arquero Carmesí el que logró despejar aquella cuestión de mi mente. Él se acercó a Xana y, finalmente, inició una primera conversación civilizada entre ambos, dos personajes infantiles que amaban jugar a los héroes.
Una sonrisa se asomó en mis labios, una sonrisa risueña, nacida de ver cumplida la misión personal de mi compañera.
Ella, por otro lado, había estado sumida en la frustración nacida del insatisfecho deseo de atrapar al arquero oscuro que había osado causar tantos problemas. Pero también se olvidó de ello cuando escuchó las palabras de agradecimiento de aquel que tanto había buscado.
Sin saber qué decir, observó el rostro del héroe de los pobres, memorizando sus facciones y el tono de la voz, borrando toda duda sobre la nobleza de este y sobre el valor de todo el esfuerzo en la búsqueda de la verdad.
«Sí, el héroe es real», concluyó, y sonrió con una dulce mezcla de afabilidad y satisfacción. Entonces asintió con la cabeza, siendo esa su respuesta para el Arquero Carmesí.
Ciertamente, esperé más que eso en su encuentro.
Pero luego llegó el momento que no podía posponerse más꞉ el encuentro entre el arquero y el tuerto.
Tras un momento de tensión, el desenlace tuvo lugar a favor de la tregua, un obsequio intangible, algo dotado de sentido aun en medio de todo lo sucedido.
Xana suspiró aliviada.
—Tenías razón al confiar en el capitán Maximiliano —le concedió a Theresa.
Esta miró de soslayo a Xana, aun con la sonrisa de satisfacción en sus labios, y le dio una palmada al hombro de la elfa en un gesto de camaradería antes de dedicarse a ayudar a sus compañeros.
Aún había mucho que hacer. Aunque la verdad sobre el arquero había salido a la luz, aún se ocultaban en la oscuridad de lo desconocido la profundidad de las traiciones y sus implicaciones. Completar la misión solo significó acabar la noche con otra larga lista de tareas por cumplir.
Todos se prepararon para marcharse, cada bando con rumbos propios. Xana observaba a los carmesistas, preguntándose qué harían después de lo ocurrido.
Entonces el enmascarado nos ofreció algunas palabras de despedida. Nuevamente, Xana respondió con una inclinación de cabeza, esta vez con brevedad. Y yo me permití sonreír, aunque con cierta incomodidad y vergüenza por rememorar mis acciones bélicas guiadas por el desconocimiento. Luego, sin embargo, alcé una ceja, sorprendido por la propuesta de una revancha, y mi sonrisa fue dotada de genuinidad y después de malicia.
—Un duelo amistoso —resumí—, acepto. —Ensanché mi sonrisa—. Nada mejor que una pelea para limar asperezas. Pero, eso sí, para la próxima intenta no parecer tan sospechoso, ¿vale? Ya vimos que es malo para la salud. —Reí entre dientes.
—Para la próxima —intervino Xana dándome una palmada en la espalda— tampoco exageres usando todo tu arsenal que no usas ni contra los que sí son malos y peligrosos —añadió, medio en broma, medio en serio.
—Bueno, tú tampoco te quedes atrás para la próxima. Ya ves que estando solo hago locuras.
—Vale, lo tendré en cuenta. —Miró al enmascarado—. Y tú también, no dejes que el Arquero Carmesí haga locuras por su cuenta, ¿eh?, que no siempre estaré ahí para darle un tirón de orejas a los elfos salvajes que se les aparezcan.
Finalmente, llegó el momento en que los caminos se separaron. Pensé que Xana elegiría tener alguna conversación con el arquero sobre sus aficiones en común, pero luego me dijo que no siempre se necesitaban las palabras para conocer a alguien. «Vaya respuesta, le gusta hacerse la interesante a veces», fue lo que pensé entonces.
No obstante, ciertamente no teníamos tiempo para pláticas amistosas. La guardia se iba, y la semilla de la curiosidad y la incertidumbre aún brotaba dentro de mi mente. Xana y yo partimos con ellos de vuelta a Lunargenta, esperando saber más sobre la mente detrás del plan de inculpar al Arquero Carmesí.
No obstante, había algo que no me permitía rendirme ante el encanto de la calma y de la satisfacción de la victoria. Mientras Xana había luchado, mi atención se había desviado cada pocos instantes hacia el enfrentamiento del oscuro contra la pandilla del arquero.
Él, fuera quien fuera, era un guerrero formidable. De habernos enfrentado en aquel momento, podría haberme eliminado. Pero no aprovechó mi momento de debilidad. Quizás su objetivo no era asesinarnos. Quizás ya había cumplido su objetivo. O quizás yo lo sobreestimaba intentando encontrar el sentido en el caótico entramado de conspiraciones, traiciones, engaños, usurpaciones de identidad y asesinatos alrededor de la figura del Arquero Carmesí.
«Bueno, que se preocupe el yo del futuro», me dije con un encogimiento de hombros, aunque una pizca de preocupación y curiosidad se negaría a ser sepultada bajo la calma. «¡Que se preocupe el yo del futuro, dije!», me repetí, como si eso ayudara.
Pero fue el propio Arquero Carmesí el que logró despejar aquella cuestión de mi mente. Él se acercó a Xana y, finalmente, inició una primera conversación civilizada entre ambos, dos personajes infantiles que amaban jugar a los héroes.
Una sonrisa se asomó en mis labios, una sonrisa risueña, nacida de ver cumplida la misión personal de mi compañera.
Ella, por otro lado, había estado sumida en la frustración nacida del insatisfecho deseo de atrapar al arquero oscuro que había osado causar tantos problemas. Pero también se olvidó de ello cuando escuchó las palabras de agradecimiento de aquel que tanto había buscado.
Sin saber qué decir, observó el rostro del héroe de los pobres, memorizando sus facciones y el tono de la voz, borrando toda duda sobre la nobleza de este y sobre el valor de todo el esfuerzo en la búsqueda de la verdad.
«Sí, el héroe es real», concluyó, y sonrió con una dulce mezcla de afabilidad y satisfacción. Entonces asintió con la cabeza, siendo esa su respuesta para el Arquero Carmesí.
Ciertamente, esperé más que eso en su encuentro.
Pero luego llegó el momento que no podía posponerse más꞉ el encuentro entre el arquero y el tuerto.
Tras un momento de tensión, el desenlace tuvo lugar a favor de la tregua, un obsequio intangible, algo dotado de sentido aun en medio de todo lo sucedido.
Xana suspiró aliviada.
—Tenías razón al confiar en el capitán Maximiliano —le concedió a Theresa.
Esta miró de soslayo a Xana, aun con la sonrisa de satisfacción en sus labios, y le dio una palmada al hombro de la elfa en un gesto de camaradería antes de dedicarse a ayudar a sus compañeros.
Aún había mucho que hacer. Aunque la verdad sobre el arquero había salido a la luz, aún se ocultaban en la oscuridad de lo desconocido la profundidad de las traiciones y sus implicaciones. Completar la misión solo significó acabar la noche con otra larga lista de tareas por cumplir.
Todos se prepararon para marcharse, cada bando con rumbos propios. Xana observaba a los carmesistas, preguntándose qué harían después de lo ocurrido.
Entonces el enmascarado nos ofreció algunas palabras de despedida. Nuevamente, Xana respondió con una inclinación de cabeza, esta vez con brevedad. Y yo me permití sonreír, aunque con cierta incomodidad y vergüenza por rememorar mis acciones bélicas guiadas por el desconocimiento. Luego, sin embargo, alcé una ceja, sorprendido por la propuesta de una revancha, y mi sonrisa fue dotada de genuinidad y después de malicia.
—Un duelo amistoso —resumí—, acepto. —Ensanché mi sonrisa—. Nada mejor que una pelea para limar asperezas. Pero, eso sí, para la próxima intenta no parecer tan sospechoso, ¿vale? Ya vimos que es malo para la salud. —Reí entre dientes.
—Para la próxima —intervino Xana dándome una palmada en la espalda— tampoco exageres usando todo tu arsenal que no usas ni contra los que sí son malos y peligrosos —añadió, medio en broma, medio en serio.
—Bueno, tú tampoco te quedes atrás para la próxima. Ya ves que estando solo hago locuras.
—Vale, lo tendré en cuenta. —Miró al enmascarado—. Y tú también, no dejes que el Arquero Carmesí haga locuras por su cuenta, ¿eh?, que no siempre estaré ahí para darle un tirón de orejas a los elfos salvajes que se les aparezcan.
Finalmente, llegó el momento en que los caminos se separaron. Pensé que Xana elegiría tener alguna conversación con el arquero sobre sus aficiones en común, pero luego me dijo que no siempre se necesitaban las palabras para conocer a alguien. «Vaya respuesta, le gusta hacerse la interesante a veces», fue lo que pensé entonces.
No obstante, ciertamente no teníamos tiempo para pláticas amistosas. La guardia se iba, y la semilla de la curiosidad y la incertidumbre aún brotaba dentro de mi mente. Xana y yo partimos con ellos de vuelta a Lunargenta, esperando saber más sobre la mente detrás del plan de inculpar al Arquero Carmesí.
Rauko
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