Algo se alza en el Oeste
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Algo se alza en el Oeste
Algo se alza en el oeste
Iglesia de Cristo de Sacrestic Ville
Aún no había terminado la misa cuando Oneca entró en el templo. Le bastó un rápido vistazo para localizar al objetivo de su ira. Repantingado en un banco lateral desde el que podía observarse tanto al párroco como a buena parte de sus fieles, Wolfgang Rammsteiner estudiaba el desarrollo del “oficio divino” con un aire de condescendiente mofa. Ella no le veía la gracia a la situación y de buena gana se habría acercado a darle una bofetada de no haber sido por la necesidad de guardar las formas en los dominios de un aliado.
Permaneció de pie, junto a la puerta, donde la voz de Jacobo, “San Jacobo”, llegaba alta y clara desde el púlpito, acompañada de una cierta musicalidad. Oneca resistió el impulso de llevar una mano al amuleto que guardaba bajo la ropa. A pesar de los ojos vidriosos de los feligreses, una nunca sabía quién podía estar observando. Ciertamente, Wolfgang no parecía afectado en absoluto por la magia del autoproclamado Papa.
—Podéis ir en paz —sentenció éste finalmente y los fieles comenzaron la lenta evacuación del edificio.
Oneca se apartó de la puerta para dejarlos salir y apenas registró la entrada de Amir casi al final de la procesión. El informe del rastreador tendría que esperar.
—¡¿Se puede saber en qué estabas pensando para montar semejante número en la cena de la guardia?! —increpó a Wolfgang tan pronto como el portón se cerró por fin—. Tu cometido era observar y esperar mientras yo distraía la atención de la guardia sublevando a los mineros y Thorgoud…
—Sí, Akimara también estaba distrayendo la atención de la gente con su fiesta —interrumpió Wolfgang con un deje de aburrimiento en la voz. ¡Aburrimiento!
—Disculpa —dijo Oneca, incapaz de contener su irritación—, ¿la organización de un golpe de estado no te parece lo bastante entretenida? Igual prefieres que repitamos la chapuza de Vladimir en Lunargenta. ¿También te crees inmortal?
Un destello en la mirada carmesí le indicó que caminaba por una vía peligrosa, pero no se arredró. Debía dejar claro quién había orquestado todo esto, quién estaba al cargo. La voz de Wolfgang, sin embargo, no dejó traslucir el más leve rastro de irritación cuando habló.
—La teniente se estaba ganando las simpatías del público con su fiesta. Creía que la idea era mantener el descontento para asegurar que todo el pueblo se alzara… cuando dieras la señal.
—La idea era atraer la atención de Lunargenta para dividir sus fuerzas. De ahí los ataques en las costas de Verisar y las rebeliones en las minas. Lo que queremos es que den la orden de proteger su capital en lugar de reforzar las tropas de Sacrestic.
Un leve carraspeo a su espalda desvió la atención de Oneca hacia Amir. Apretando los puños para evitar dirigir su frustración hacia él, le hizo una señal de asentimiento.
—Las tropas del este se han retirado de vuelta a la Península —dijo el rastreador—. Los soldados acampados en torno a las vías del oeste vienen de camino.
—¡Excelente! —dijo Wolfgang con una irritante sonrisa en la cara—. Tu plan ha funcionado. Es un buen momento para tomar la ciudad y recibirlos con una sorpresa, ¿no crees?
—Debes saber que la condesa ha vuelto a la ciudad mientras estabas fuera —dijo Jacobo, que había permanecido pacientemente en silencio durante la discusión.
Oneca aún no tenía claro si el sacerdote era un genio manipulador o un fanático desquiciado, o un poco de ambos. Tampoco tenía claro si la mirada que cruzó con Wolfgang había sido casual o intencionada. ¿Se había equivocado dejando solos a esos dos?
—¿Movimientos? —preguntó, ignorando por el momento la “sugerencia” de Wolfgang.
—Se ha reunido con algunos ciudadanos destacados. No parecía muy contenta tras las reuniones.
Por supuesto que no. No tenía nada que ofrecer, después de todo.
—Bien, yo me encargo de Amanda. Estén atentos a mi señal. Cuando…
—¿Cuándo? —interrumpió Wolfgang una vez más, y su voz venía acompañada de un cierto ronroneo amenazador—. Sabes que no podemos retrasarnos más.
—Sé lo que estás haciendo —murmuró Oneca, apretando los puños de nuevo para evitar que sus manos buscaran la seguridad del amuleto oculto—, y no va a fun…
—Bueno, no podemos retrasarnos —dijo Amir—. Ya sabes, con Dragut atacando en el sur y los restos de la guardia de camino.
La sonrisa de Wolfgang duró apenas un instante, hasta puede que Oneca se la hubiera imaginado por completo. Pero le heló la sangre igualmente.
Fehu
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