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Mensaje  Fehu Jue 26 Sep - 20:41



Algo se quiebra en el oeste




Mansión Stocker, Sacrestic Ville


Mi querida Amanda, había empezado a pensar que nunca dejarías de darme largas.

Amanda Bradbury se tragó la sensación de repulsa que le producía Drol Stocker y aceptó los dos besos con que la saludó el anfitrión con una sonrisa tan amable como fue capaz de conjurar.

Te pido disculpas, Drol —dijo—. No intentaba evitarte, simplemente, he estado viajando todo este tiempo.

Aquello era cierto en su mayoría. Era cierto que había estado viajando y no es que hubiera estado evitando al vampiro expresamente. Pero, de alguna manera, siempre se las arreglaba para encontrar razones que justificaran la necesidad de estar en otro lugar.

Primero había sido la expedición, la necesidad de permanecer más tiempo en D’Orlind Ûr para afianzar la renovada alianza. Después, animada por la diversidad de gentes que habían acudido al llamado de los hombres-bestia, se le ocurrió que sería buena idea tratar de ampliar el marco de sus alianzas.

Bueno, aquello había sido un auténtico fracaso. Nadie, aparte de la gente de D’Orlind Ûr quería tener nada que ver con los infames conquistadores de Lunargenta. Al menos, una vez reconstruidas las principales infraestructuras de la antigua ciudad, sus nuevos aliados habían empezado ya a reunir voluntarios para la seguridad de Sacrestic Ville. Cualquier día los avistarían desde la Puerta del Alba. Al menos, eso esperaba Amanda, pues la situación en la ciudad se veía mucho más precaria que cuando se marchó.

Por desgracia, eso también significaba que no le quedaban excusas para postergar aquello que más la angustiaba: tener que lidiar con los representantes de las Casas asentadas en la ciudad.

Si algo había valorado Amanda de su matrimonio con Alessandro era no tener que verse envuelta en los juegos de poder de las jerarquías de la Sangre. Su apellido, es decir, el de su marido, le aportaba un estatus en la ciudad al margen de las reyertas de rango de una sociedad caduca a la que nunca había deseado pertenecer.

Y ahora, no le quedaba más remedio que ponerse al día a marchas forzadas. Drol era el primero, puesto él mismo la había invitado poco después de recuperar su morada.

Estarás cansada después de tanto viaje —dijo Drol mientras, con un elegante gesto, le ofrecía asiento en una cómoda butaca junto a la chimenea. Un antiguo retrato familiar adornaba la repisa, hacia donde se orientaban los asientos en aquella sala—. ¿Puedo ofrecerte algo de beber?

No quisiera ser una molestia. Un lugar cómodo donde sentarme un rato y una buena conversación son más que suficientes.

Por supuesto, será un placer escuchar alguna anécdota de tus viajes. Quién iba a decir que los mapas del viejo Alessandro acabarían teniendo algún uso.

A decir verdad —dijo Amanda mientras Drol tomaba asiento en otra butaca junto a la suya—, de lo que querría hablarte es más bien del motivo de dichos viajes.

¿La alianza con los bestiales? ¿O has encontrado a alguien más?

El corazón de Amanda se saltó un latido. No fue el hecho de que Drol supiera acerca de la alianza lo que la inquietó, sino el tono condescendiente, casi burlesco que había utilizado. El hombre observaba las llamas de la chimenea con aire casi ausente, pero en su rostro se dibujaba una media sonrisa que parecía evidenciar un conocimiento oculto.

Ya has hablado con Oneca —sentenció Amanda en voz baja, resignada.

Drol se deleitó un momento más con el vaivén y el chisporroteo de las llamas. Cuando se giró para mirar a Amanda a la cara, su sonrisa casi parecía triste.

Has estado demasiado tiempo fuera —dijo.

No puedes estar de acuerdo con ella. Ella nunca ha vivido aquí, no sabe lo que representa esta ciudad para los que sí lo hacemos. Solo intenta hacerse con un nicho más de poder para…

¿No es así como han funcionado siempre las cosas entre nosotros? —interrumpió Drol.

No en Sacrestic.

Puede que Sacrestic necesite un cambio. Un poco de disciplina no le hará daño.

No pienso permitir que…

¿Y cómo piensas impedirlo? —La mirada de Drol se tornó acerada, peligrosa y un destello de conocimiento brilló en sus ojos—. Ni siquiera eres líder de tu Casa.

Durante un instante, Amanda no supo qué decir. Muy pocos sabían que, por derecho de Sangre, ella misma pertenecía a una de las 12 Casas. Menos aún a cuál, pues siempre, desde su conversión, había usado el apellido de su marido. El tono de Drol, sin embargo, evidenciaba que ese conocimiento podía no ser un secreto por mucho tiempo.

Tampoco Oneca lo es —respondió, con cierta dificultad, pues notaba la boca seca.

No por falta de méritos, según tengo entendido.

La conversación no se extendió mucho más. La postura de Drol había quedado más que clara y, de todas formas, hacía demasiado calor en aquella sala con la maldita chimenea encendida. Cuando Amanda atravesó de nuevo las puertas de la mansión, la desazón se había asentado en su estómago. Oneca había aprovechado bien el tiempo mientras ella estaba fuera. ¿Le quedaría algún aliado en la ciudad?
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