89. Una compañía hacia el caos [Privado]
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89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Mirza
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Apenas se escuchaba sonido alguno en el poblado. Los comerciantes habían cerrado sus puertas durante la mayor parte del día, ofreciendo sus mercancías únicamente en cortas horas de la mañana. La milicia urbana, mercenarios contratados para mantener el orden a expensas de los impuestos que casi toda la población consideraba excesivos, protegía la zona del mercado, y la zona de los ciudadanos más pudientes. Urdine Gelgova, mujer bestia de tintes que indefectiblemente recordaban a un íbice, bufaba disgustada ante la enorme cantidad de género que sin vender se acumulaba en su almacén.
-Deberías llevarlo al templo- le recomendó una vez más su amiga Nirka Gridaveria, dracónida capataz de la pequeña mina de hierro cercana. La aludida negó con vehemencia.
-¿Para que puedan cobrarme en especie, ahora que nadie de fía de la moneda? Ni pensarlo- zanjó- Túnnar ya ha acaparado bastante a mi modo de ver.
Nirka miró alrededor, preocupada.
-No hables tan alto, por favor- le pidió, algo aliviada de que oídos poco amistosos no se encontrasen por las calles en esos momentos- Recuerda que…
-Si, si, quien podría olvidarlo. Aún me asombra que seas capaz de trabajar en ese lugar de muerte- pero ante el rostro de la dragona, herida por el comentario, levantó una mano, disculpándose antes con su propio semblante antes que con las palabras que eventualmente llegaron- Lo siento, aún… aún me cuesta aceptarlo. No soy capaz de cruzar la empalizada. Fue suficiente para mí ver una sola vez esos cuerpos…
-Túnnar aseguró a todos el mundo que no había tenido nada que ver- recordó Nirka. Urdine sacudió sus imponentes cuernos.
-¿Y misteriosamente todos los asesinados estaban en su contra? Se decía que el viejo Grithnan iba a tomar las riendas del pueblo. Él sí habría sido algo bueno para nosotros- suspiró- entendía las necesidades de los mercaderes, y se habría ocupado de las rutas a Dundarak. Como sea. Ahora está a la vista de todos, muerto junto a los demás.
Su amiga pareció incómoda. E inquieta. Por un momento, todo su rostro indicó que iba a pronunciar unas palabras que finalmente, no llegaron. Y tras ello, se alejó, regresando la mujer bestia a las preocupaciones que la atormentaban.
[…]
-Voy a matarlo mamá, te lo prometo.
El suspiro de la bruja indicaba que había escuchado aquello en demasiadas ocasiones. El odio había consumido a su hijo, y ella, devorada por la pena y la mala alimentación, era incapaz de contrarrestar los pensamientos de su vástago. El aire frío de la estepa entraba por los resquicios aún sin reparar de su pobre morada, semejante a tantas otras de la zona menos favorecida de Mirza.
-Eso no nos devolverá a tu padre ni a tu tío- salmodiaba ella en un tono que casi había perdido cualquier atisbo de emoción, como un cántico que repetía por obligación.
-No soy el único que piensa así- se jactó Doucro, hijo de Roccyn- me he unido a un grupo que salvará el pueblo. Mataremos a Túnnar por sus crímenes.
Roccyn tosió, limpiando con las manos violáceas a causa del agua fría la pequeña mesa de madera. Cualquier atisbo de optimismo la había abandonado. Sus ojos sólo contemplaban por la ventana la imposibilidad de sobrevivir más allá de unos meses. Su marido había invertido con esos banqueros llegados de Dundarak y lo habían perdido todo cuando la moneda dejó de tener valor. Una pesadilla alimentada con la propia muerte de su esposo, dejándolo en la indigencia. Flacos, macilentos.
-De la venganza no se come- murmuró de forma audible. Su hijo se encolerizó.
-¡No entiendes nada, maldita sea!- gritó, saliendo de la casucha, y su madre sintió cómo las lágrimas volvían a abrir los conocidos surcos de su rostro.
Assu
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Nyver Sigwaru, proveniente de una larga dinastía de mebaragesis de Assu, caminaba de un lado a otro en el salón principal de su residencia, donde habitualmente recibía las demandas o quejas de sus conciudadanos. No obstante, únicamente dos personas se hallaban entonces en su presencia. Sus hijos, Nipal e Iluna, que callados, esperaban las directrices paternas mostrando la deferencia debida a la máxima autoridad del emplazamiento. Su progenitor de comportaba como un gran rey, siempre había sido así, cuando el lugar apenas contaba con dos centenares de habitantes. Como si el hecho de que seis generaciones de su familia hubieran dirigido Assu le otorgase algún tipo de escalón superior. Nipal no podía evitar sentir vergüenza ajena ante la ostentación de éste, punto que en nada compartía su hermana.
-¡HAY QUE DESTRUIR MIRZA CUANTO ANTES!- declaró, y su descendiente miró hacia un lado de una manera harto disimulada. Los ojos de su melliza por el contrario brillaban de entusiasmo. Sintió de pronto como descendía la temperatura de la estancia de manera alarmante. Siempre ocurría de la misma manera cuando Iluna sentía que una matanza estaba próxima. Su emoción repugnaba a su hermano. Las armas de hielo que era capaz de crear resultaban aterradoras.
-Padre…- intentó mediar Nipal. La mirada de éste le mostró cuan destinado al fracaso estaba su intento.
-¡HAN OSADO SEMBRAR DE MUERTOS NUESTRA ÁREA DE INFLUENCIA! ¡NUESTRA GENTE SE HA EMPOBRECIDO POR SUS INTENTOS DE CREAR ESA BURDA MENTIRA, ESA CONFEDERACIÓN! ¡MERECEN LA HORCA!
-Sin duda, padre- corroboró Iluna, con un lento parpadeo. Sus ojos, de un azul extremadamente claro resultaban perturbadores.
-Rume o Glath podrían ponerse del lado de nuestros enemigos- aventuró con gran criterio el único miembro de la familia no llevado por la histeria de una guerra ilógica.
-Rume y Glath son escoria- rebatió el mebaragesi- una población tan devota como inútil, y unos cobardes cuya mayor ambición son sus estúpidas esculturas. No son una amenaza. Si derrotamos a Mirza, controlaremos toda la región, y vengaremos sus afrentas.
-Prepararé a nuestros soldados, padre- obedeció Iluna. Nipal, por su parte, salió de la residencia del líder de Assu cariacontecido, sopesando con desesperación como evitar la carnicería que se cernía sobre los suyos.
Glath
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Laeupar recogió su martillo, arrancándolo del cráneo del desafortunado Protector de quienes habían hecho de la historia un escudo que les permitía mirar a todos los demás desde unas alturas desde las que pronto caerían sin remedio. El herrero sonrió, comprobando como el ataque había resultado un éxito. Casi todos los enemigos habían muerto bajo las armas del Gremio, y los seguidores de los Paica no tardarían en tener que rendirse.
-¡Gran victoria!- exclamó Laeupar a uno de los elfos encargado de otra de las forjas del poblado. Este no correspondió a la sonrisa.
-Hemos perdido a otros tres- detalló- Han sido derrotados una y otra vez los últimos días, y continúan enviando tropas contra nosotros. Parece imposible que puedan comprar tantas espadas vendidas.
-Y que puedan encontrarlas- intervino otro humano, con gesto contrariado. Su mirada paseó por el campo alfombrado de cadáveres. Estamos lo bastante lejos de los grandes reinos y de las grandes rutas para ser un punto de concentración lógico.
-El oro se terminará por fuerza, y controlaremos Glath- desdeñó Laeupar- Los campesinos de las cercanías nos apoyan. También ellos están sufriendo la carestía por lo ocurrido en Mirza. Y necesitan nuestro acero.
Nadie respondió a eso. La lucha parecía necrosarse con cada nueva jornada.
[…]
Los labriegos del pueblo, cuyas fértiles tierras se encontraban en la parte oriental de un poblado que nunca había necesitado empalizadas. La cercanía del gran lago templaba las temperaturas nórdicas, permitiéndoles unas cosechas impropias de su latitud. Sin embargo, era la ganadería la actividad principal, y un grupo de niños brincaba y voceaba creyendo que ayudaban a los adultos a poner a buen recaudo a su mayor fuente de riqueza y alimento.
Pahuk, pastor cuyas canas mostraban una vida que ya había dado más pasos que los que restaban, pensaba sombrío en los sucesos que habían tenido lugar en el interior del pueblo viejo. Los campesinos de los alrededores habían decidido no tomar partido, adoptando una actitud que esperaban les evitase mayores problemas. Como bien había explicado Ortwin, los herreros siempre habían mirado únicamente por los suyos, y en los denominado Arrabales de la Siembra, conjunto de moradas labriegas, aún se recordaba el escarnio del desprecio de Detlev Hierropodrido hacia la familia de la joven que pretendía a su hijo. Nadie olvidaba algo así.
Era cierto, sopesaba con cuidado, que el nuevo impuesto haría a parte de los rurales perder cualquier posibilidad de ahorrar para lo que restaba de invierno.
Cerró la puerta del establo, antes de escuchar aterrorizado algo que le heló la sangre, instantes antes de dar la voz de alarma a todo aquel que pudo escucharle.
Ese fue el último día de la vida de Pahuk.
Rume
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El pequeño templo de Rume, una estructura alta y alargada, con varios niveles de tejados a dos aguas con un gran desnivel para evitar que el peso de la nieve rompiese las techumbres de la edificación, se había llenado esa tarde. Casi la totalidad de la población se había congregado para acudir al sepelio de la sacerdotisa Juthrin.
El asesinato de alguien tan querido había sumido en el horror a la inmensa mayoría de los residentes del pacífico lugar. La casta eclesiástica había hecho uso de sus kadosh, seglares que pagaban al templo a cambio de protección y guarecer sus cosechas, para tratar de buscar al criminal.
Nada lograron. O al menos, no lo esperado.
Pues Rume se fracturó. Por primera vez, parte de los ciudadanos volvieron la vista a los religiosos y no encontraron comprensión y amistad. Sólo odio, temor de perder los privilegios de los que habían gozado durante generaciones.
Incluso en la única taberna del pueblo, cuyo nombre no era otro que “Reposo de la deidad”, comenzaron a propagarse rumores que nadie se habría antes atrevido a pronunciar.
¿Juthrin planeaba esclavizar a toda la región? ¿Su asesino tenía algún vínculo con la banda de vampiros que se había establecido en las ruinas del oeste, a pocos días de la población, o eran éstos un castigo divino? ¿Era en verdad su asesino alguien enviado por Mirza o Assu y su loco gobernante? Las teorías más dispares llenaban las largas tardes en el Reposo.
Nadie estaba seguro. Todos tenían miedo. Algo iba a ocurrir.
Nousis Indirel
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
El aguanieve había inundado las frías calles de Ulmer en la estación del hielo así como los rumores que acallados por la helada de la noche, aún estaban presentes en los oídos de Nana. El gran salón estaba cerrado a cal y canto, una enorme hoguera coronaba el centro de la sala, a su lado la enorme mesa, también de madera maciza, reunía una vez más a los compañeros de Ulmer. El silencio era casi palpable, así como la tensión que se podía atisbar en cada gesto de los presentes.
-Puede que no sea verdad. -Se limitó a animar la más pequeña de los presentes, Hera.
-Claro, porque seguro que se han esfumado como por arte de magia, se han ido, se han muerto. -Respondió con sarcasmo su marido, Alec.
Rose se limitó a levantarse para seguir moviendo la olla de hierro que reposaba sobre la hoguera, burbujeante. Y el silencio se volvió a hacer presente en la mesa. Nana se mantenía inmóvil en uno de los extremos del banco en el que se aposentaban los cinco mientras el pequeño Sven dormía plácidamente junto a la hoguera abrazado a uno de sus muñecas de madera. Leo, la mente pensante de la mesa no paraba de garabatear cosas en su libreta, parecía absorto en sus creaciones y se limitaba a asentir cada vez que alguien le dirigía la palabra.
-Iré. -Sentenció por fin Nana, que deshizo el cruce de sus brazos para posarlos sobre la mesa, apoyando su peso sobre los codos. -Me da igual el plan, me da igual todo lo que vayáis a decir. Voy a ir; Sola. -Aquellas palabras no hicieron más que perpetuar el silencio que se había aferrado a la atmósfera.
El ruido del servicio de metal que estaba utilizando Rose para servir la cena cortó la tensión acumulada, como si la cena fuera a solucionar las cosas. Todos fueron pasando los platos uno a uno a los comensales más alejados de la hoguera, y una vez todos servidos, Rose se sentó a la mesa. Nadie excepto ella comenzó a comer. Con una actitud despreocupada teniendo en cuenta la personalidad maternalista de la bruja, todos se sorprendieron, pero no lo suficiente como para dejar de pensar en las tajantes palabras de su amiga y compañera. Leo cerró la libreta y sin comer, agarró la cuchara de metal, quedándose de nuevo absorto en ella. Alec y Hera miraban fijamente a Nana, que se dispuso a empezar a degustar aquella sopa.
-Rose, dile algo.
-No tiene sentido, yo ya sabía lo que iba a hacer desde el momento en el que me enteré de lo que podía estar pasando en el Norte. -Respondió Rose a Hera, sin dejar de comer.
-De aquí a la situación aproximada de los rumores hay como ¿Dos semanas de viaje? Eso sin contar inconvenientes como caminos helados, quedarnos aislados por la nieve, enfermedades... Podrían ser dos semanas y media de viaje en carro. -Se dignó a informar Leo, que hundió la cuchara en la sopa. -Sal. Necesitaremos sal, mucha sal. -Añadió antes de llevarse el cubierto a la boca.
-¿Necesitaremos? Creo que no me has entendido. -Bebió de su jarra un trago de vino especiado antes de seguir cenando.
-Sí, pero no es un plan factible. Lo mejor es que viajemos como una pareja de mercaderes de sal. La sal se puede usar para deshelar, nadie sospechará de un mercader y su mujer, porque no quieres levantar sospechas y ahuyentarlos, ¿Verdad?
Nana no dijo nada, su silencio dictaminó que el vencedor de aquella disputa era sin duda Leo que con una sonrisa triunfal empezó a cenar a toda prisa.
-Tengo el carro perfecto para este viaje, diseñado por mi. Estaba deseando usarlo.
Alec y Hera se miraron y se encogieron de hombros casi al unísono con resignación y empezaron a cenar. La cena transcurrió con normalidad, con la tensión en la que se había empezado, nadie se atrevía a confesar lo pésima idea que les parecía aquella aventura.
Dos días después habían conseguido amontonar en la despensa del gran salón diez sacos de sal y dos sacos de piedras de sal. Cargaron a escondidas el carro de Leo. Aquella noche húmeda calaba hasta los huesos, Nana esperaba pacientemente en la plaza junto al gran salón, con una bolsa llena de pieles, vestidos y otros trastos que Rose se había dedicado a recoger y a organizar porque "Si vas a ser la mujer de un mercader, tienes que aparentarlo. Con lujos pero que no se noten demasiado caros, tampoco queremos que os roben. Elegante pero cómoda". La loba negó con la cabeza sonriendo con desidia al recordar las palabras de su amiga pelirroja. El sonido de las ruedas golpeando contra las piedras del suelo la alertó. Entre la densa neblina apareció, un carro grande de madera, totalmente cubierto por un tejado a dos aguas. Leo parecía tan pequeño allí subido tirando de los dos caballos que lo remolcaban.
Casi de un salto Nana subió al carro, sin que llegasen a frenar los caballos. Lanzó el saco de ropa por la ventana que unía el interior del carro con el banco donde su amigo manejaba los mandos.
-¿Otra bolsa? Si Rose ya había cargado dos como esas. -Susurró Leo.
-Siempre podemos vender ropa en vez de sal. -Bromeó la loba tapándose con las pieles del banco. -Y tú me habías dicho que era un carro, no una maldita caravana casi del tamaño de la casa de Rose.
Nana se giró ligeramente para contemplar con más detalle el carro.
-Dormiremos una vez hayamos cruzado el paso al norte. Por la mañana haremos turnos para llevar la carreta y así acortaremos a la mitad el tiempo de viaje. -Explicó el inventor una vez hubieron cruzado la puerta de Ulmer. -Cuando nos acerquemos a rutas concurridas, haremos noche en los campamentos de mercaderes y actuaremos como si llevásemos un ritmo de viaje normal.
-Para recabar información y que nuestras prisas no llamen demasiado la atención. Entiendo. -Completó el plan la líder, colocándose las pieles por la cabeza para guarecerse del frío.
Cruzaron el paso al norte cuando el alba despuntaba, sintieron como el frío les golpeaba en la cara como jamás habían sentido en Ulmer, así como la tensión en cada músculo, expectantes al entrar en territorio ajeno. Poco a poco empezó a cambiar el paisaje, del verde al blanco, la nieve virgen crugía al pasar las ruedas por los caminos. El cansancio se hizo hueco entre la pareja de aventureros.
-Creo que es hora de parar a descansar. -Afirmó Leo antes de dar un largo bostezo y desperezarse en el banco sujetando las riendas con una mano.
-Podemos empezar a hacer turnos para dormir, yo no estoy cansada. -Respondió la morena quitándole de las manos las riendas a su compañero.
-Deberíamos cambiarnos la ropa, olemos a perro mojado y con lo que llevas pareces más una mendiga que la mujer de un mercader adinerado. -Leo miró a Nana de arriba abajo y se echó a reír.
Nana hizo parar a los caballos dejando la caravana a un lado del camino. Ató las riendas al banco y bajó de un salto sin decir nada de la carreta. Las botas se le hundieron en la nieve un palmo, pudo sentir el frío y la humedad en los dedos de los pies.
-A qué esperas para disfrazarte tú también, no quieras saber lo que pareces tú con esa ropa... -Añadió con acidez y se dispuso entrar a la caravana.
El interior era del mismo color que el exterior, caoba, las paredes minuciosamente decoradas con motivos vegetales con detalles dorados. Se dividía en dos estancias, la primera donde se amontonaba el género, los sacos de sal apilados frente a la puerta, dos sillas y una mesa redonda en una esquina frente a una chimenea de hierro forjado cuya chimenea compartía espacio entre ambas estancias. .La segunda estancia se separaba de la primera por unas lujosas cortinas de terciopelo azul marino, a juego con las mantas de la cama. Las botas de la loba resonaban en la madera al caminar despacio, observando cada detalle de la que iba a ser su casa en los próximos días. Leo se había tomado la molestia de ordenar la ropa en una pequeña cómoda junto a la gran cama que coronaba la caravana.
-No te preocupes, puedo dormir en el suelo si te incomoda dormir conmigo. Aunque a estas alturas... -El lobo se encogió de hombros y arqueó una ceja con sarcasmo.
-No me importa. -Se limitó a responder Nana.
Su mente estaba demasiado focalizada en aquello que iba a acontecer, como para caer en los sarcásticos juegos de su amigo. Cogió literalmente lo primero que encontró en los cajones, seleccionando tan solo la chaqueta al tacto. Todas estaban bordadas con diferentes símbolos, flores, simetrías, animales... Había casi una para cada día de la semana. Nana quedó asombrada por el despliegue de su amiga y seleccionó la más abrigada, con cuero de piel de zorro negro y bordados simétricos en dorado. Leo se acercó por su espalda y le colocó algo en la cabeza. Suave al tacto, blando y calentito; Un gorro de piel de conejo gris que no dudó ni un segundo en hundir hasta las orejas.
-Esto no es Ulmer, nos esperan días de un frío que no es de este mundo. Por lo menos no del nuestro. -Apuntó Leo ciñéndose el cinturón.
Miró a Nana y alzando ligeramente los brazos, giró sobre sus pies para enseñarle el atuendo. La loba sonrió ligeramente, acto que no pasó desapercibido por su amigo.
-Pareces un mercader. Sí. De vacas. -Bromeó Nana y se acercó a él para ponerle la capucha de la gabardina de piel imitando su broma. -Duerme, ya me encargo yo de los caballos. -Sentenció y corrió la cortina de terciopelo tras de si.
Así acontecieron varios días, tuvieron que cambiar el itinerario las veces suficientes para que el viaje de dos semanas fuera a alargarse varios días más. Los nervios de la loba iban en aumento, sin pueblos donde abastecerse ni guarecerse del frío invernal que les había consumido todas las reservas de leña de la caldera de la caravana. Nadie quería sal, nadie sabía nada de mercaderes en aquella zona.
-... ¡Has vuelto a mirar mal el mapa! -Gritó Leo desde dentro de la caravana. -¡Nana, nos hemos vuelto a perder! ¡Frena a los caballos!
La frenada en seco de los equinos hizo tambalear la caravana, cayendo Leo encima de los sacos de sal. Salió a toda prisa con el trozo de cuero en el que había copiado minuciosamente el mapa por él mismo para seguir unos caminos que no se podían intuír a penas en el suelo.
-Qué. -Espetó de mala gana la loba, quitándose el gorro y saliendo de las pieles que la cubrían hasta la nariz mientras manejaba los mandos. -No es mi culpa si tu mapa no se entiende, ni se ven los caminos, ni hay ningún poblado a al menos día y medio de viaje. Estamos enmedio de la nada.
Leo plantó el mapa encima del banco junto a Nana y se subió al carro. Suspiró con resignación varias veces y le señaló con ímpetu unas pequeñas casas dibujadas al oeste del mapa, al parecer cerca de su posición.
-Sigamos al Oeste, allí encontraremos gente. Al parecer es una zona bastante fértil y hay comunidades de granjeros a ese lado del río. La primera aldea que encontremos, buscaremos reabastecimiento, información y un sitio caliente para dormir. No podemos seguir así, Nana, y los caballos tampoco, tenemos que cambiarlos en una casa de postas.
Nana clavó la vista en el mapa, en las pequeñas casas dibujadas en el mapa y suspiró, ya no tenía energías para discutir porque en el fondo sabía que Leo tenía razón, no podían seguir así. El camino se les estaba haciendo más largo de lo que habían planeado y aún no tenían respuestas. Medio día en el que ambos estuvieron en silencio, con la vista perdida en la inmensidad de la nieve. Los ojos de Leo brillaron como nunca cuando a lo lejos se empezaron a dibujar las pequeñas casas de granjeros que precedían a una empalizada, más pequeña y rústica que la de Ulmer, similitud que Nana agradeció, pues pese al frío la sensación de estar volviendo a casa era tan reconfortante como falsa. La inmensidad del agua en la que se asentaba a sus orillas la aldea la hacía incluso más pequeña de lo que en realidad era.
Leo movía el mapa girándolo hacia un lado y hacia otro orientándolo con el sol que ahora brillaba en su cénit, concentrado, con el ceño fruncido, inquieto.
-Tiene que ser Mirza. O eso ponía en los mapas.
-Mirza. -Repitió Nana en voz baja con los sentidos alerta. -Hay mucho silencio para ser medio día. -Alertó y tiró de las riendas, frenando ligeramente a los caballos.
El burgo donde habitualmente debían apartar las caravanas de los comerciantes fuera de la empalizada estaba prácticamente vacío, tan solo algunas caravanas que parecían perennes desde hacía varias estaciones. Leo tomó las riendas, cuadrando perfectamente la caravana debajo de un pequeño tejado en aquel estacionamiento de caravanas.
-Tranquila, es lo normal en esta altura del continente, las rutas mercantiles son más fáciles en verano y en primavera. -Comentó Leo bajando del carro.
La nieve estaba lo suficientemente pisada para no hundirse, pero el reflejo del sol en la nieve aún quemaba los ojos y la piel. Nana imitó a Leo y bajó del banco, se estiró y caminó hacia la puerta principal de acceso a Mirza por su lado más oriental. El inventor puso alimento y agua a los caballos y alcanzó a Nana. Dos hombres grandes con un andar bastante característico se acercaron a la caravana, no sin antes dedicarles una mirada intensa y juiciosa a la pareja de lobos.
-Mercenarios. -Comentó Nana a Leo, quien se había puesto tenso tras su aparición. -Tan solo vienen a vigilar. Espero, no creo que les interesen los vestidos de Rose.
-¿Y la sal? -Preguntó Leo girando descaradamente la vista hacia la caravana.
-¡No se preocupen, la caravana está en buenas manos! -Gritó el más mayor de los mercenarios agitando la mano en el aire.
-Eso no lo pone en tus libros, ¿Eh? Relájate, se supone que vienes a comerciar, no te van a robar.
Leo se encogió de hombros con resignación y por fin entraron en el pueblo. Mirza era frío pero hogareño, se respiraba un ambiente rancio, tenso. Los lugareños se giraban a su paso, extrañados. Demasiada milicia, Nana podía incluso oler la grasa de las armas recién afiladas cada vez que uno de aquellos mercenarios paseaba cerca de ellos. Con los músculos en tensión la loba no dejaba pasar ningún detalle, mientras su compañero se fijaba en aspectos mucho más técnicos de construcción, fascinado por las robustas edificaciones del norte. Caminaron hasta el mercado, buscando un sitio donde poder comer algo contundente y descansar al menos una noche en un lugar caliente. Quién sabe qué se encontrarían allí.
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-Puede que no sea verdad. -Se limitó a animar la más pequeña de los presentes, Hera.
-Claro, porque seguro que se han esfumado como por arte de magia, se han ido, se han muerto. -Respondió con sarcasmo su marido, Alec.
Rose se limitó a levantarse para seguir moviendo la olla de hierro que reposaba sobre la hoguera, burbujeante. Y el silencio se volvió a hacer presente en la mesa. Nana se mantenía inmóvil en uno de los extremos del banco en el que se aposentaban los cinco mientras el pequeño Sven dormía plácidamente junto a la hoguera abrazado a uno de sus muñecas de madera. Leo, la mente pensante de la mesa no paraba de garabatear cosas en su libreta, parecía absorto en sus creaciones y se limitaba a asentir cada vez que alguien le dirigía la palabra.
-Iré. -Sentenció por fin Nana, que deshizo el cruce de sus brazos para posarlos sobre la mesa, apoyando su peso sobre los codos. -Me da igual el plan, me da igual todo lo que vayáis a decir. Voy a ir; Sola. -Aquellas palabras no hicieron más que perpetuar el silencio que se había aferrado a la atmósfera.
El ruido del servicio de metal que estaba utilizando Rose para servir la cena cortó la tensión acumulada, como si la cena fuera a solucionar las cosas. Todos fueron pasando los platos uno a uno a los comensales más alejados de la hoguera, y una vez todos servidos, Rose se sentó a la mesa. Nadie excepto ella comenzó a comer. Con una actitud despreocupada teniendo en cuenta la personalidad maternalista de la bruja, todos se sorprendieron, pero no lo suficiente como para dejar de pensar en las tajantes palabras de su amiga y compañera. Leo cerró la libreta y sin comer, agarró la cuchara de metal, quedándose de nuevo absorto en ella. Alec y Hera miraban fijamente a Nana, que se dispuso a empezar a degustar aquella sopa.
-Rose, dile algo.
-No tiene sentido, yo ya sabía lo que iba a hacer desde el momento en el que me enteré de lo que podía estar pasando en el Norte. -Respondió Rose a Hera, sin dejar de comer.
-De aquí a la situación aproximada de los rumores hay como ¿Dos semanas de viaje? Eso sin contar inconvenientes como caminos helados, quedarnos aislados por la nieve, enfermedades... Podrían ser dos semanas y media de viaje en carro. -Se dignó a informar Leo, que hundió la cuchara en la sopa. -Sal. Necesitaremos sal, mucha sal. -Añadió antes de llevarse el cubierto a la boca.
-¿Necesitaremos? Creo que no me has entendido. -Bebió de su jarra un trago de vino especiado antes de seguir cenando.
-Sí, pero no es un plan factible. Lo mejor es que viajemos como una pareja de mercaderes de sal. La sal se puede usar para deshelar, nadie sospechará de un mercader y su mujer, porque no quieres levantar sospechas y ahuyentarlos, ¿Verdad?
Nana no dijo nada, su silencio dictaminó que el vencedor de aquella disputa era sin duda Leo que con una sonrisa triunfal empezó a cenar a toda prisa.
-Tengo el carro perfecto para este viaje, diseñado por mi. Estaba deseando usarlo.
Alec y Hera se miraron y se encogieron de hombros casi al unísono con resignación y empezaron a cenar. La cena transcurrió con normalidad, con la tensión en la que se había empezado, nadie se atrevía a confesar lo pésima idea que les parecía aquella aventura.
Dos días después habían conseguido amontonar en la despensa del gran salón diez sacos de sal y dos sacos de piedras de sal. Cargaron a escondidas el carro de Leo. Aquella noche húmeda calaba hasta los huesos, Nana esperaba pacientemente en la plaza junto al gran salón, con una bolsa llena de pieles, vestidos y otros trastos que Rose se había dedicado a recoger y a organizar porque "Si vas a ser la mujer de un mercader, tienes que aparentarlo. Con lujos pero que no se noten demasiado caros, tampoco queremos que os roben. Elegante pero cómoda". La loba negó con la cabeza sonriendo con desidia al recordar las palabras de su amiga pelirroja. El sonido de las ruedas golpeando contra las piedras del suelo la alertó. Entre la densa neblina apareció, un carro grande de madera, totalmente cubierto por un tejado a dos aguas. Leo parecía tan pequeño allí subido tirando de los dos caballos que lo remolcaban.
Casi de un salto Nana subió al carro, sin que llegasen a frenar los caballos. Lanzó el saco de ropa por la ventana que unía el interior del carro con el banco donde su amigo manejaba los mandos.
-¿Otra bolsa? Si Rose ya había cargado dos como esas. -Susurró Leo.
-Siempre podemos vender ropa en vez de sal. -Bromeó la loba tapándose con las pieles del banco. -Y tú me habías dicho que era un carro, no una maldita caravana casi del tamaño de la casa de Rose.
Nana se giró ligeramente para contemplar con más detalle el carro.
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-Dormiremos una vez hayamos cruzado el paso al norte. Por la mañana haremos turnos para llevar la carreta y así acortaremos a la mitad el tiempo de viaje. -Explicó el inventor una vez hubieron cruzado la puerta de Ulmer. -Cuando nos acerquemos a rutas concurridas, haremos noche en los campamentos de mercaderes y actuaremos como si llevásemos un ritmo de viaje normal.
-Para recabar información y que nuestras prisas no llamen demasiado la atención. Entiendo. -Completó el plan la líder, colocándose las pieles por la cabeza para guarecerse del frío.
Cruzaron el paso al norte cuando el alba despuntaba, sintieron como el frío les golpeaba en la cara como jamás habían sentido en Ulmer, así como la tensión en cada músculo, expectantes al entrar en territorio ajeno. Poco a poco empezó a cambiar el paisaje, del verde al blanco, la nieve virgen crugía al pasar las ruedas por los caminos. El cansancio se hizo hueco entre la pareja de aventureros.
-Creo que es hora de parar a descansar. -Afirmó Leo antes de dar un largo bostezo y desperezarse en el banco sujetando las riendas con una mano.
-Podemos empezar a hacer turnos para dormir, yo no estoy cansada. -Respondió la morena quitándole de las manos las riendas a su compañero.
-Deberíamos cambiarnos la ropa, olemos a perro mojado y con lo que llevas pareces más una mendiga que la mujer de un mercader adinerado. -Leo miró a Nana de arriba abajo y se echó a reír.
Nana hizo parar a los caballos dejando la caravana a un lado del camino. Ató las riendas al banco y bajó de un salto sin decir nada de la carreta. Las botas se le hundieron en la nieve un palmo, pudo sentir el frío y la humedad en los dedos de los pies.
-A qué esperas para disfrazarte tú también, no quieras saber lo que pareces tú con esa ropa... -Añadió con acidez y se dispuso entrar a la caravana.
El interior era del mismo color que el exterior, caoba, las paredes minuciosamente decoradas con motivos vegetales con detalles dorados. Se dividía en dos estancias, la primera donde se amontonaba el género, los sacos de sal apilados frente a la puerta, dos sillas y una mesa redonda en una esquina frente a una chimenea de hierro forjado cuya chimenea compartía espacio entre ambas estancias. .La segunda estancia se separaba de la primera por unas lujosas cortinas de terciopelo azul marino, a juego con las mantas de la cama. Las botas de la loba resonaban en la madera al caminar despacio, observando cada detalle de la que iba a ser su casa en los próximos días. Leo se había tomado la molestia de ordenar la ropa en una pequeña cómoda junto a la gran cama que coronaba la caravana.
-No te preocupes, puedo dormir en el suelo si te incomoda dormir conmigo. Aunque a estas alturas... -El lobo se encogió de hombros y arqueó una ceja con sarcasmo.
-No me importa. -Se limitó a responder Nana.
Su mente estaba demasiado focalizada en aquello que iba a acontecer, como para caer en los sarcásticos juegos de su amigo. Cogió literalmente lo primero que encontró en los cajones, seleccionando tan solo la chaqueta al tacto. Todas estaban bordadas con diferentes símbolos, flores, simetrías, animales... Había casi una para cada día de la semana. Nana quedó asombrada por el despliegue de su amiga y seleccionó la más abrigada, con cuero de piel de zorro negro y bordados simétricos en dorado. Leo se acercó por su espalda y le colocó algo en la cabeza. Suave al tacto, blando y calentito; Un gorro de piel de conejo gris que no dudó ni un segundo en hundir hasta las orejas.
-Esto no es Ulmer, nos esperan días de un frío que no es de este mundo. Por lo menos no del nuestro. -Apuntó Leo ciñéndose el cinturón.
Miró a Nana y alzando ligeramente los brazos, giró sobre sus pies para enseñarle el atuendo. La loba sonrió ligeramente, acto que no pasó desapercibido por su amigo.
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-Pareces un mercader. Sí. De vacas. -Bromeó Nana y se acercó a él para ponerle la capucha de la gabardina de piel imitando su broma. -Duerme, ya me encargo yo de los caballos. -Sentenció y corrió la cortina de terciopelo tras de si.
Así acontecieron varios días, tuvieron que cambiar el itinerario las veces suficientes para que el viaje de dos semanas fuera a alargarse varios días más. Los nervios de la loba iban en aumento, sin pueblos donde abastecerse ni guarecerse del frío invernal que les había consumido todas las reservas de leña de la caldera de la caravana. Nadie quería sal, nadie sabía nada de mercaderes en aquella zona.
-... ¡Has vuelto a mirar mal el mapa! -Gritó Leo desde dentro de la caravana. -¡Nana, nos hemos vuelto a perder! ¡Frena a los caballos!
La frenada en seco de los equinos hizo tambalear la caravana, cayendo Leo encima de los sacos de sal. Salió a toda prisa con el trozo de cuero en el que había copiado minuciosamente el mapa por él mismo para seguir unos caminos que no se podían intuír a penas en el suelo.
-Qué. -Espetó de mala gana la loba, quitándose el gorro y saliendo de las pieles que la cubrían hasta la nariz mientras manejaba los mandos. -No es mi culpa si tu mapa no se entiende, ni se ven los caminos, ni hay ningún poblado a al menos día y medio de viaje. Estamos enmedio de la nada.
Leo plantó el mapa encima del banco junto a Nana y se subió al carro. Suspiró con resignación varias veces y le señaló con ímpetu unas pequeñas casas dibujadas al oeste del mapa, al parecer cerca de su posición.
-Sigamos al Oeste, allí encontraremos gente. Al parecer es una zona bastante fértil y hay comunidades de granjeros a ese lado del río. La primera aldea que encontremos, buscaremos reabastecimiento, información y un sitio caliente para dormir. No podemos seguir así, Nana, y los caballos tampoco, tenemos que cambiarlos en una casa de postas.
Nana clavó la vista en el mapa, en las pequeñas casas dibujadas en el mapa y suspiró, ya no tenía energías para discutir porque en el fondo sabía que Leo tenía razón, no podían seguir así. El camino se les estaba haciendo más largo de lo que habían planeado y aún no tenían respuestas. Medio día en el que ambos estuvieron en silencio, con la vista perdida en la inmensidad de la nieve. Los ojos de Leo brillaron como nunca cuando a lo lejos se empezaron a dibujar las pequeñas casas de granjeros que precedían a una empalizada, más pequeña y rústica que la de Ulmer, similitud que Nana agradeció, pues pese al frío la sensación de estar volviendo a casa era tan reconfortante como falsa. La inmensidad del agua en la que se asentaba a sus orillas la aldea la hacía incluso más pequeña de lo que en realidad era.
Leo movía el mapa girándolo hacia un lado y hacia otro orientándolo con el sol que ahora brillaba en su cénit, concentrado, con el ceño fruncido, inquieto.
-Tiene que ser Mirza. O eso ponía en los mapas.
-Mirza. -Repitió Nana en voz baja con los sentidos alerta. -Hay mucho silencio para ser medio día. -Alertó y tiró de las riendas, frenando ligeramente a los caballos.
El burgo donde habitualmente debían apartar las caravanas de los comerciantes fuera de la empalizada estaba prácticamente vacío, tan solo algunas caravanas que parecían perennes desde hacía varias estaciones. Leo tomó las riendas, cuadrando perfectamente la caravana debajo de un pequeño tejado en aquel estacionamiento de caravanas.
-Tranquila, es lo normal en esta altura del continente, las rutas mercantiles son más fáciles en verano y en primavera. -Comentó Leo bajando del carro.
La nieve estaba lo suficientemente pisada para no hundirse, pero el reflejo del sol en la nieve aún quemaba los ojos y la piel. Nana imitó a Leo y bajó del banco, se estiró y caminó hacia la puerta principal de acceso a Mirza por su lado más oriental. El inventor puso alimento y agua a los caballos y alcanzó a Nana. Dos hombres grandes con un andar bastante característico se acercaron a la caravana, no sin antes dedicarles una mirada intensa y juiciosa a la pareja de lobos.
-Mercenarios. -Comentó Nana a Leo, quien se había puesto tenso tras su aparición. -Tan solo vienen a vigilar. Espero, no creo que les interesen los vestidos de Rose.
-¿Y la sal? -Preguntó Leo girando descaradamente la vista hacia la caravana.
-¡No se preocupen, la caravana está en buenas manos! -Gritó el más mayor de los mercenarios agitando la mano en el aire.
-Eso no lo pone en tus libros, ¿Eh? Relájate, se supone que vienes a comerciar, no te van a robar.
Leo se encogió de hombros con resignación y por fin entraron en el pueblo. Mirza era frío pero hogareño, se respiraba un ambiente rancio, tenso. Los lugareños se giraban a su paso, extrañados. Demasiada milicia, Nana podía incluso oler la grasa de las armas recién afiladas cada vez que uno de aquellos mercenarios paseaba cerca de ellos. Con los músculos en tensión la loba no dejaba pasar ningún detalle, mientras su compañero se fijaba en aspectos mucho más técnicos de construcción, fascinado por las robustas edificaciones del norte. Caminaron hasta el mercado, buscando un sitio donde poder comer algo contundente y descansar al menos una noche en un lugar caliente. Quién sabe qué se encontrarían allí.
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Nana
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Aquel día la asamblea se desarrollaba con la rutinaria tranquilidad de todos los meses. Granjeros, artesanos y comerciantes exponían sus problemas y pleitos y dirimían con la moderación de los ancianos para que todo llegase a buen puerto. También se trataban otros asuntos mas cotidianos y al final se realizaban las peticiones a los ancianos, en busca de guía, consejo o soluciones.
- Hace dos semanas que no hemos recibido noticia alguna de nuestro hijo. - Con la angustia atenazándole el corazón el hombre tomaba la mano de su esposa en busca de apoyo y fuerzas para no derrumbarse allí mismo. - Partió a Dundarak por la ruta del oeste para comerciar en todas las capitales del continente antes de regresar. Siempre nos enviaba una o dos cartas a la semana pero...- Incapaz de continuar el, continuó ella con una voz que denotaba haber lamentado poco tiempo antes. - A nuestro hijo le ha pasado algo. Lo sé. Todos los que sois padres aquí habéis notado en vuestro pecho cuando algo no iba bien con vuestro hijo. Por favor, enviad a alguien que lo traiga de vuelta.-
Ambos padres continuaron insistiendo totalmente convencidos de que su hijo se encontraba en verdadero peligro a pesar de las múltiples opciones que le brindaron los ancianos con ánimo de calmar a la pareja. No fue hasta la lectura de la ultima carta recibida que el consejo no deliberó al respecto.
Esta vez la misión era relativamente sencilla. Encontrar al joven comerciante y traerlo de vuelta a priori no sería complejo dada la cantidad de información que tenía, pero si me llevaría mucho tiempo debido a la distancia. Tome mi mapa y planifiqué la ruta apoyándome en la totalidad de las cartas que detallaban el itinerario que el mercader iba siguiendo permitiéndome así no solo conocer su ruta sino también hallar la velocidad a la que la recorría, puesto que si quería alcanzarle debía llegar al ultimo punto donde se tuvo noticias de él en el menor tiempo posible y desde allí comenzar a buscarlo.
Debía viajar hasta las tierras esteparias al norte de los reinos del oeste y para ello había que remontar el Tymer. Por desgracia para mi, el río tenía secciones navegables separadas entre si por otras impracticables para las embarcaciones, algo que era bueno y malo al mismo tiempo ya que el viaje sería mas prolongado en el tiempo, pero los tramos que tuviese que recorrer a pie me permitirían reaprovisionarme en las diferentes aldeas que encontrara.
Sentado frente a mi escritorio, con el mapa totalmente marcado y las cartas esparcidas sobre la mesa pasé las notas al cuaderno de viaje. una tabla cuidadosamente cibujada en una de sus paginas ordenaba todas las localizaciones, fechas y tiempo transcurrido así como el tiempo desde la ultima carta escrita hasta entonces. Suspiré, apagué la vela y me preparé para viajar al día siguiente.
El viaje por Sandorai siempre me resultaba tranquilo y relajante. Aquel bosque me aportaba una sensación de familiaridad y sosiego que no lograba cualquier otra región del continente o las islas y la visión del Árbol Madre me resultaba imponente aún desde la distancia, agradeciendo a Ímbar por todo ello. La primera parte de la ascensión por el río casi la agradecí pues me eliminó gran parte del camino por Midgar, pues los vapores que aún desprendían me taladraban las fosas nasales, además que la mera existencia de ese bosque, del estado actual de ese bosque lo percibía como un sacrilegio a Ímbar.
Finalmente la última etapa del viaje iniciaría desde Sacrestic Ville. Lugar en el que termine de prepararme para las próximas latitudes y el camino por tierra. Pocas veces había viajado por aquel costado del contiente y a cada paso que daba mas seguro estaba del motivo pues durante varias jornadas el paisaje solo era superado en negatividad por los pantanos, y la arquitectura de la ciudad vampírica no ayudaba.
Cansado y harto de caminar por la niebla de la estepa, pude finalmente divisar en la distancia una alta estructura, y a sus pies una congregación de viviendas y otros edificios. Si había seguido bien el mapa los ultimos días había llegado por fin a Rume.
- Hace dos semanas que no hemos recibido noticia alguna de nuestro hijo. - Con la angustia atenazándole el corazón el hombre tomaba la mano de su esposa en busca de apoyo y fuerzas para no derrumbarse allí mismo. - Partió a Dundarak por la ruta del oeste para comerciar en todas las capitales del continente antes de regresar. Siempre nos enviaba una o dos cartas a la semana pero...- Incapaz de continuar el, continuó ella con una voz que denotaba haber lamentado poco tiempo antes. - A nuestro hijo le ha pasado algo. Lo sé. Todos los que sois padres aquí habéis notado en vuestro pecho cuando algo no iba bien con vuestro hijo. Por favor, enviad a alguien que lo traiga de vuelta.-
Ambos padres continuaron insistiendo totalmente convencidos de que su hijo se encontraba en verdadero peligro a pesar de las múltiples opciones que le brindaron los ancianos con ánimo de calmar a la pareja. No fue hasta la lectura de la ultima carta recibida que el consejo no deliberó al respecto.
Esta vez la misión era relativamente sencilla. Encontrar al joven comerciante y traerlo de vuelta a priori no sería complejo dada la cantidad de información que tenía, pero si me llevaría mucho tiempo debido a la distancia. Tome mi mapa y planifiqué la ruta apoyándome en la totalidad de las cartas que detallaban el itinerario que el mercader iba siguiendo permitiéndome así no solo conocer su ruta sino también hallar la velocidad a la que la recorría, puesto que si quería alcanzarle debía llegar al ultimo punto donde se tuvo noticias de él en el menor tiempo posible y desde allí comenzar a buscarlo.
Debía viajar hasta las tierras esteparias al norte de los reinos del oeste y para ello había que remontar el Tymer. Por desgracia para mi, el río tenía secciones navegables separadas entre si por otras impracticables para las embarcaciones, algo que era bueno y malo al mismo tiempo ya que el viaje sería mas prolongado en el tiempo, pero los tramos que tuviese que recorrer a pie me permitirían reaprovisionarme en las diferentes aldeas que encontrara.
Sentado frente a mi escritorio, con el mapa totalmente marcado y las cartas esparcidas sobre la mesa pasé las notas al cuaderno de viaje. una tabla cuidadosamente cibujada en una de sus paginas ordenaba todas las localizaciones, fechas y tiempo transcurrido así como el tiempo desde la ultima carta escrita hasta entonces. Suspiré, apagué la vela y me preparé para viajar al día siguiente.
El viaje por Sandorai siempre me resultaba tranquilo y relajante. Aquel bosque me aportaba una sensación de familiaridad y sosiego que no lograba cualquier otra región del continente o las islas y la visión del Árbol Madre me resultaba imponente aún desde la distancia, agradeciendo a Ímbar por todo ello. La primera parte de la ascensión por el río casi la agradecí pues me eliminó gran parte del camino por Midgar, pues los vapores que aún desprendían me taladraban las fosas nasales, además que la mera existencia de ese bosque, del estado actual de ese bosque lo percibía como un sacrilegio a Ímbar.
Finalmente la última etapa del viaje iniciaría desde Sacrestic Ville. Lugar en el que termine de prepararme para las próximas latitudes y el camino por tierra. Pocas veces había viajado por aquel costado del contiente y a cada paso que daba mas seguro estaba del motivo pues durante varias jornadas el paisaje solo era superado en negatividad por los pantanos, y la arquitectura de la ciudad vampírica no ayudaba.
Cansado y harto de caminar por la niebla de la estepa, pude finalmente divisar en la distancia una alta estructura, y a sus pies una congregación de viviendas y otros edificios. Si había seguido bien el mapa los ultimos días había llegado por fin a Rume.
- Inventario:
- Bolso del explorador: Contiene un saco de dormir liviano, 8 metros de cuerda, gancho de escalada, cantimplora, raciones de comida, hilo de pescar con anzuelo, trampa para conejos y una palanca tipo pata de cabra.
Armadura media pobre: [Armadura Media] hecha en base a cuero y refuerzos en malla u otros materiales resistentes, otorga equilibrio entre protección y movilidad. Hace algo de ruido al moverse. De calidad Pobre.
Espada bastarda [Calidad pobre]
Escudo [calidad normal]
Lanza [Calidad pobre]
Eleandris
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Accediendo desde la puerta sur, Iori pudo percibir cierto nerviosismo entre los mercaderes que cruzaban una de las dos puertas de entrada a Assu. Rodeada de campos de cultivo, las murallas protegían un núcleo urbano muy pequeño, similar a los centros comerciales más importantes de su contorna. Una ciudad en miniatura.
La mirada azul se entrecerró ante los rayos de Sol que incidían con fuerza sobre su cabeza ese día. Aunque el cielo estaba completamente despejado, el calor no terminaba de llegar. La nieve adornaba aquí y allí las piedras de Assu, y la mestiza se sacudió los restos que quedaban del camino recorrido sobre sus ropas. Esperaba encontrar allí alguna respuesta, y, con suerte, algo caliente con lo que llenar el estómago.
- Uy, ¡perdón! - una muchacha que portaba un cesto lleno de grelos chocó con su hombro al pasar por delante de uno de los puestos de la plaza. Era bonita, y miró a Iori con una sonrisa que, tardó apenas dos segundos en morir en su rostro. La mestiza respondió con un leve gruñido. Aquella reacción había sido las más común desde que había salido, hacía un par de semanas de aquel poblado élfico en dónde él la dejó.
La gente que la miraba, cambiaba la expresión de su rostro tras cruzar ojos con ella. Las expresiones se transmutaban, pasando a mostrar recelo, desconfianza o incluso, como en aquel caso, algo cercano al miedo.
Era consciente de que aquel cambio que se había obrado en ella era ya algo permanente. Como el hecho de que, desde que había emprendido ese viaje, dudaba poco en apropiarse de cosas que no eran suyas en el caso de necesitarlas. Nunca había robado comida, hasta esos últimos días. Jamás había tomado ropa sin pagar un precio a cambio, hasta entonces. No hubo duda en ella cuando hurtó aquel costillar de carne, o se llevó sin mediar palabra la gruesa capa con la que se abrigaba, del escaparate en el que la vio.
Iori había cambiado sus valores por completo. Ahora, en la cima de su escala se encontraba la palabra venganza, escrita por encima de todas las demás. Y en busca de ella, había indagado para encontrar información de aquellos humanos a los que ansiaba ver más que a nadie en el mundo.
Hans y Otto.
El primero, había sido el origen del camino que la había conducido a tirar del hilo. Camino que la llevó a descubrir la verdad sobre sus padres. Un tipo bien parecido, de unos 40 años y dedicado a los negocios comerciales. Con su descripción física y su fama como mercader conocido de la zona de Lunargenta, no le costó mucho obtener información de él.
El primo mayor de Ayla. El humano que la había traicionado, revelando su secreto y el de Eithelen a los Ojosverdes.
El segundo, era un simple acólito. Un burdo seguidor, que admiraba a Hans desde la juventud, hasta el punto de seguirlo en todas sus andanzas. Hasta el punto de secundarlo en la persecución, tortura y crudo asesinato de ambos amantes, sin ser capaz de sentir en su mente una pizca de compasión. Un ser miserable, tras el cual Iori había terminado entrando en Assu, siguiendo la pista de que se había dirigido allí, a la cabeza de una misión mercante organizada por su jefe, Hans.
Por el momento apenas había estado siguiendo sus huellas, pero la mestiza apretó los dientes, mientras en su mente pensaba con fiera decisión que solo era cuestión de tiempo. Únicamente tiempo, para que ellos pudieran experimentar en su propia piel qué se sentía cuando te arrancaban los ojos con los dedos.
- ¡Sedas! ¡Paños de sedas fabricadas con hilo de máxima calidad! Nuestros tejidos están fabricados para elaborar hermosos atuendos este invierno! - Una voz tan aguda que perforaba los oídos se hizo notar por encima del ruido del mercado. La mirada azul oteó desde su posición los puestos, tratando de ignorar al hombrecillo que cacareaba las bonazas de unas telas que, con seguridad, estarían ya comidas por la humedad en aquella época del año.
- Muchacha, sí, tú, tengo unas hermosas joyas llegadas recientemente que hacen juego con tus ojos - la voz de una mujer mayor sonó a su izquierda. La mestiza giró levemente el rostro, para mirarla con aquella expresión falta de vida. - Eh... bueno - pareció titubear, aunque, el hecho de que Iori se hubiera detenido a mirar pareció animarla a pelear por aquella posible venta. - Artesanía recién llegada de Lunargenta, la gran capital. ¡No encontrarás nada más exclusivo por esta región! - alardeó.
Y entonces, Iori sonrió.
Y la mujer retrocedió ligeramente, asustada por la cruel expresión que hizo surgir la vida en la cara de Iori. - ¿Lunargenta? Vaya... cuéntame más - incitó antes de deslizarse hasta el mostrador. Observó sin real interés los pendientes a los que la mujer había hecho referencia, teniendo que reconocer que quizá la vendedora sí que había tenido razón. El azul de aquellos pendientes lucía exactamente como el color de sus ojos.
Como los ojos de Eithelen.
La mirada azul se entrecerró ante los rayos de Sol que incidían con fuerza sobre su cabeza ese día. Aunque el cielo estaba completamente despejado, el calor no terminaba de llegar. La nieve adornaba aquí y allí las piedras de Assu, y la mestiza se sacudió los restos que quedaban del camino recorrido sobre sus ropas. Esperaba encontrar allí alguna respuesta, y, con suerte, algo caliente con lo que llenar el estómago.
- Uy, ¡perdón! - una muchacha que portaba un cesto lleno de grelos chocó con su hombro al pasar por delante de uno de los puestos de la plaza. Era bonita, y miró a Iori con una sonrisa que, tardó apenas dos segundos en morir en su rostro. La mestiza respondió con un leve gruñido. Aquella reacción había sido las más común desde que había salido, hacía un par de semanas de aquel poblado élfico en dónde él la dejó.
La gente que la miraba, cambiaba la expresión de su rostro tras cruzar ojos con ella. Las expresiones se transmutaban, pasando a mostrar recelo, desconfianza o incluso, como en aquel caso, algo cercano al miedo.
Era consciente de que aquel cambio que se había obrado en ella era ya algo permanente. Como el hecho de que, desde que había emprendido ese viaje, dudaba poco en apropiarse de cosas que no eran suyas en el caso de necesitarlas. Nunca había robado comida, hasta esos últimos días. Jamás había tomado ropa sin pagar un precio a cambio, hasta entonces. No hubo duda en ella cuando hurtó aquel costillar de carne, o se llevó sin mediar palabra la gruesa capa con la que se abrigaba, del escaparate en el que la vio.
Iori había cambiado sus valores por completo. Ahora, en la cima de su escala se encontraba la palabra venganza, escrita por encima de todas las demás. Y en busca de ella, había indagado para encontrar información de aquellos humanos a los que ansiaba ver más que a nadie en el mundo.
Hans y Otto.
El primero, había sido el origen del camino que la había conducido a tirar del hilo. Camino que la llevó a descubrir la verdad sobre sus padres. Un tipo bien parecido, de unos 40 años y dedicado a los negocios comerciales. Con su descripción física y su fama como mercader conocido de la zona de Lunargenta, no le costó mucho obtener información de él.
El primo mayor de Ayla. El humano que la había traicionado, revelando su secreto y el de Eithelen a los Ojosverdes.
El segundo, era un simple acólito. Un burdo seguidor, que admiraba a Hans desde la juventud, hasta el punto de seguirlo en todas sus andanzas. Hasta el punto de secundarlo en la persecución, tortura y crudo asesinato de ambos amantes, sin ser capaz de sentir en su mente una pizca de compasión. Un ser miserable, tras el cual Iori había terminado entrando en Assu, siguiendo la pista de que se había dirigido allí, a la cabeza de una misión mercante organizada por su jefe, Hans.
Por el momento apenas había estado siguiendo sus huellas, pero la mestiza apretó los dientes, mientras en su mente pensaba con fiera decisión que solo era cuestión de tiempo. Únicamente tiempo, para que ellos pudieran experimentar en su propia piel qué se sentía cuando te arrancaban los ojos con los dedos.
- ¡Sedas! ¡Paños de sedas fabricadas con hilo de máxima calidad! Nuestros tejidos están fabricados para elaborar hermosos atuendos este invierno! - Una voz tan aguda que perforaba los oídos se hizo notar por encima del ruido del mercado. La mirada azul oteó desde su posición los puestos, tratando de ignorar al hombrecillo que cacareaba las bonazas de unas telas que, con seguridad, estarían ya comidas por la humedad en aquella época del año.
- Muchacha, sí, tú, tengo unas hermosas joyas llegadas recientemente que hacen juego con tus ojos - la voz de una mujer mayor sonó a su izquierda. La mestiza giró levemente el rostro, para mirarla con aquella expresión falta de vida. - Eh... bueno - pareció titubear, aunque, el hecho de que Iori se hubiera detenido a mirar pareció animarla a pelear por aquella posible venta. - Artesanía recién llegada de Lunargenta, la gran capital. ¡No encontrarás nada más exclusivo por esta región! - alardeó.
Y entonces, Iori sonrió.
Y la mujer retrocedió ligeramente, asustada por la cruel expresión que hizo surgir la vida en la cara de Iori. - ¿Lunargenta? Vaya... cuéntame más - incitó antes de deslizarse hasta el mostrador. Observó sin real interés los pendientes a los que la mujer había hecho referencia, teniendo que reconocer que quizá la vendedora sí que había tenido razón. El azul de aquellos pendientes lucía exactamente como el color de sus ojos.
Como los ojos de Eithelen.
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Iori Li
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Definitivamente debía comenzar a estimar distancias de una manera más certera. No estaba segura de cuantas millas habia recorrido en los últimos dos meses, pero haciendo un calculo mental de manera apresurada estaba casi segura que si sumaba el dinero que había empleado en armar y alquilar los caballos que la llevaban de aquí a allá mas bien se hubiese podido comprar su propia montura.
Claro que, no había animal lo suficientemente enfermizo como para acostumbrarse a cabalgar siempre de noche. La poca o mucha suerte que había tenido en sus caminos en las tres últimas ocasiones había sin duda desaparecido en esta última: Seguía sin encontrar su colgante. Había tenido que pagar 200 aeros extra para cambiar de caballo a mitad de camino y por su fuese poco, el frío había amainado tan solo porque su lugar lo había ocupado una llovizna molesta y casi inapreciable que a menudo enlentecía el paso del caballo negro que ahora montaba.
Glath no fue dificil de reconocer, sin embargo.
La aldea, por llamarlo de alguna manera, estaba rodeada en su totalidad por campos de cultivo en distintos estados de trabajo. Caoimhe desconocía cualquier cosa relacionada con la siembra y recolección, por lo que no eran los campos en barbecho y el cereal lo que la había llamado a aquel lugar perdido en el espacio y el tiempo.
Hugo llevaba observándola dormirse entre las páginas de sus libros más mañanas que despierta durante las noches. Axel no paraba de quejarse de las veces que ordenaba y desordenaba la colección de tarritos de contenido rojizo de su alijo personal. Sin embargo, y lo que animo a ambos hombres bestia a buscar una solución al estado obsesivo y ansioso en el que su señora se veía envuelta día tras día fue el hecho de que dormia, andaba, comía, lloraba y hablaba tan solo de aquella piedra. De sus propiedades. De la manera exacta en la que usarla en su totalidad o de manera parcial. En una forma o en ninguna tan solo con el objetivo de que pudiese de nuevo vivir bajo el sol.
Caoimhe estaba segura que la mayor parte de os escritos de sus libros no eran mas que habladurías. Un sin fin de predicciones y guías practicas que no contaban con que el lector, de hecho, encontrase una piedra sol. y por supuesto con que hubiese si quiera alguien capaz de tratarla de la manera adecuada.
Y pues... aquí encaja la pieza del puzzle restante. Axel y Hugo ambos en una taberna. Ambos perdiendo estrepitosamente a las cartas. Tanto como para aguantar la charla de un desconocido sobre una guerra en Mirza. Y la resistencia de un tal gremio. Y el tal Leupar que lideraba el mejor Gremio de todo el continente. Y las habilidades de los artesanos de aquel gremio. Y el manejo de los herreros de cualquier material sobre la faz de la tierra y...
Creo que estaba claro.
Caoimhe no las tenía todas consigo cuando contactó con el tal Laeupar por carta. La pomposidad de sus palabras trasmitían en cada punto y coma lo ridículo que aquel hombre pensaba que era que una mujer si quiera entendiese de piedras. Y de metales.Y por supuesto que se aventurase si quiera a darle ideas sobre qué podría hacer con qué.
En resumen: Cuando Laeupar dejó de contestar sus cartas de manera abrupta a la vampiresa le quedó claro que tanto él como su gremio tan solo hablarían con alguien que tuviese un falo comparable al suyo.
Axel y Hugo se ofrecieron a hacerle entender el por qué debía ayudarla. Aquello aunque tentador parecía contraproducente teniendo en cuenta que el hombre no le debía nada y no había nada con lo que pudiese chantajearle. No... necesitaba algo más sutil.
Por desgracia no había encontrado a nadie lo suficientemente inteligente como para ser confiable y que estuviese dispuesto a trapichear con su pene. La alternativa, por supuesto era mucho más... tentadora.
Escribió a Tarek de manera tímida al principio. Nunca había contado con nadie al que confiarle ninguna porción ínfima de sus negocios. Ni siquiera Axel y Hugo.De hecho no había entrado en mucho detalles del por qué y el cómo. Para su sorpresa el chico aceptó al cuando. Aquello ciertamente no significaba que Tarek iba a convertirse a partir de ahora en su caballero de armadura brillante. De hecho, aún no estaba segura como iba a manejar aquel encuentro. Ni cuánto iba a dejar que el elfo se adentrase en sus asuntos.
Desmontó el caballo en el punto exacto en el que habían decidido reunirse, no muy lejos de una de las primeras casuchas que contenían los caballos y cabras justo antes de el terreno con calzada. Estiró sus piernas y se acomodó la capa de viaje. Cerciorándose varias veces de que seguía poseyendo su arma en uno de sus lados del cinturón y la piedra en si en el otro.
Su cabeza comenzó a deambular de aquí a allá en pensamientos desordenados que la llevaron a acicalarse el pelo asegurándose de que sus rizos amplios estuviesen perfectamente acomodados en su cara. Sacudirse el vestido del polvo del camino. Rociar sus dos muñecas con algo de perfume de almizcle.
Notó como una figura alta cortaba a ratos la lluvia molesta en el camino que ella misma había transitado hacía tan solo escasos minutos. Un nudo se posó en la parte alta de su estómago y entró un poco en pánico. ¿Y si le preguntaba el motivo exacto de sus negocios? ¿Y si no controlaba su sed? ¿Qué pasa si tan solo había venido para aprovecharse de ella y sacar tajada de lo que sea que creyese que iba a pagar por los servicios de Laeupar? Suspiró algo nerviosa. Al fin y al cabo tampoco conocía tanto a Tarek. Y ella solía trabajar en solitario.
Respiró hondo, calmándose.
Lo más importante, al menos para salvaguardar su vulnerabilidad era no dejar entrever cuán agradecida estaba de que hubiese aceptado ayudarla sin apenas ningún recelo.
Casi dos metros los separaban. ¿Cómo se saludaban entre si los elfos? ¿Esperaba que le diese la mano? ¿Un hola sería bastante? ¿Un abrazo? No recordaba la ultima vez que había abrazado a alguien.
Finalmente la figura de Tarek se acercó lo suficiente como para no poder evitar más el contacto visual. Caoimhe le sonrió de manera segura con las palabras serenas y minuciosamente planificadas en su mente.
-Tenía muchas ganas de verte. Estoy sumamente sorprendida de que hayas aceptado venir sin poner mucha pega. Me pregunto si es porque quieres robarme dinero. Verdaderamente creo que me gustaría darte un abrazo pero no estoy segura de tus normas morales y ciertamente tengo una muralla fría y distante que mantener-
Las palabras escaparon de su boca sin control. Caoimhe intentó parar tras la primera estrofa pensando casi con pánico cuando había planeado decir todo aquello y no todo lo contrario. ¿Qué demonios le había picado?Notaba como sus mejillas se encendían.y disimuló un poco el gesto moviendo las guías del caballo hacia un lado.
Una oveja baló a escasos metros de ambos.
Claro que, no había animal lo suficientemente enfermizo como para acostumbrarse a cabalgar siempre de noche. La poca o mucha suerte que había tenido en sus caminos en las tres últimas ocasiones había sin duda desaparecido en esta última: Seguía sin encontrar su colgante. Había tenido que pagar 200 aeros extra para cambiar de caballo a mitad de camino y por su fuese poco, el frío había amainado tan solo porque su lugar lo había ocupado una llovizna molesta y casi inapreciable que a menudo enlentecía el paso del caballo negro que ahora montaba.
Glath no fue dificil de reconocer, sin embargo.
La aldea, por llamarlo de alguna manera, estaba rodeada en su totalidad por campos de cultivo en distintos estados de trabajo. Caoimhe desconocía cualquier cosa relacionada con la siembra y recolección, por lo que no eran los campos en barbecho y el cereal lo que la había llamado a aquel lugar perdido en el espacio y el tiempo.
Hugo llevaba observándola dormirse entre las páginas de sus libros más mañanas que despierta durante las noches. Axel no paraba de quejarse de las veces que ordenaba y desordenaba la colección de tarritos de contenido rojizo de su alijo personal. Sin embargo, y lo que animo a ambos hombres bestia a buscar una solución al estado obsesivo y ansioso en el que su señora se veía envuelta día tras día fue el hecho de que dormia, andaba, comía, lloraba y hablaba tan solo de aquella piedra. De sus propiedades. De la manera exacta en la que usarla en su totalidad o de manera parcial. En una forma o en ninguna tan solo con el objetivo de que pudiese de nuevo vivir bajo el sol.
Caoimhe estaba segura que la mayor parte de os escritos de sus libros no eran mas que habladurías. Un sin fin de predicciones y guías practicas que no contaban con que el lector, de hecho, encontrase una piedra sol. y por supuesto con que hubiese si quiera alguien capaz de tratarla de la manera adecuada.
Y pues... aquí encaja la pieza del puzzle restante. Axel y Hugo ambos en una taberna. Ambos perdiendo estrepitosamente a las cartas. Tanto como para aguantar la charla de un desconocido sobre una guerra en Mirza. Y la resistencia de un tal gremio. Y el tal Leupar que lideraba el mejor Gremio de todo el continente. Y las habilidades de los artesanos de aquel gremio. Y el manejo de los herreros de cualquier material sobre la faz de la tierra y...
Creo que estaba claro.
Caoimhe no las tenía todas consigo cuando contactó con el tal Laeupar por carta. La pomposidad de sus palabras trasmitían en cada punto y coma lo ridículo que aquel hombre pensaba que era que una mujer si quiera entendiese de piedras. Y de metales.Y por supuesto que se aventurase si quiera a darle ideas sobre qué podría hacer con qué.
En resumen: Cuando Laeupar dejó de contestar sus cartas de manera abrupta a la vampiresa le quedó claro que tanto él como su gremio tan solo hablarían con alguien que tuviese un falo comparable al suyo.
Axel y Hugo se ofrecieron a hacerle entender el por qué debía ayudarla. Aquello aunque tentador parecía contraproducente teniendo en cuenta que el hombre no le debía nada y no había nada con lo que pudiese chantajearle. No... necesitaba algo más sutil.
Por desgracia no había encontrado a nadie lo suficientemente inteligente como para ser confiable y que estuviese dispuesto a trapichear con su pene. La alternativa, por supuesto era mucho más... tentadora.
Escribió a Tarek de manera tímida al principio. Nunca había contado con nadie al que confiarle ninguna porción ínfima de sus negocios. Ni siquiera Axel y Hugo.De hecho no había entrado en mucho detalles del por qué y el cómo. Para su sorpresa el chico aceptó al cuando. Aquello ciertamente no significaba que Tarek iba a convertirse a partir de ahora en su caballero de armadura brillante. De hecho, aún no estaba segura como iba a manejar aquel encuentro. Ni cuánto iba a dejar que el elfo se adentrase en sus asuntos.
Desmontó el caballo en el punto exacto en el que habían decidido reunirse, no muy lejos de una de las primeras casuchas que contenían los caballos y cabras justo antes de el terreno con calzada. Estiró sus piernas y se acomodó la capa de viaje. Cerciorándose varias veces de que seguía poseyendo su arma en uno de sus lados del cinturón y la piedra en si en el otro.
Su cabeza comenzó a deambular de aquí a allá en pensamientos desordenados que la llevaron a acicalarse el pelo asegurándose de que sus rizos amplios estuviesen perfectamente acomodados en su cara. Sacudirse el vestido del polvo del camino. Rociar sus dos muñecas con algo de perfume de almizcle.
Notó como una figura alta cortaba a ratos la lluvia molesta en el camino que ella misma había transitado hacía tan solo escasos minutos. Un nudo se posó en la parte alta de su estómago y entró un poco en pánico. ¿Y si le preguntaba el motivo exacto de sus negocios? ¿Y si no controlaba su sed? ¿Qué pasa si tan solo había venido para aprovecharse de ella y sacar tajada de lo que sea que creyese que iba a pagar por los servicios de Laeupar? Suspiró algo nerviosa. Al fin y al cabo tampoco conocía tanto a Tarek. Y ella solía trabajar en solitario.
Respiró hondo, calmándose.
Lo más importante, al menos para salvaguardar su vulnerabilidad era no dejar entrever cuán agradecida estaba de que hubiese aceptado ayudarla sin apenas ningún recelo.
Casi dos metros los separaban. ¿Cómo se saludaban entre si los elfos? ¿Esperaba que le diese la mano? ¿Un hola sería bastante? ¿Un abrazo? No recordaba la ultima vez que había abrazado a alguien.
Finalmente la figura de Tarek se acercó lo suficiente como para no poder evitar más el contacto visual. Caoimhe le sonrió de manera segura con las palabras serenas y minuciosamente planificadas en su mente.
-Tenía muchas ganas de verte. Estoy sumamente sorprendida de que hayas aceptado venir sin poner mucha pega. Me pregunto si es porque quieres robarme dinero. Verdaderamente creo que me gustaría darte un abrazo pero no estoy segura de tus normas morales y ciertamente tengo una muralla fría y distante que mantener-
Las palabras escaparon de su boca sin control. Caoimhe intentó parar tras la primera estrofa pensando casi con pánico cuando había planeado decir todo aquello y no todo lo contrario. ¿Qué demonios le había picado?Notaba como sus mejillas se encendían.y disimuló un poco el gesto moviendo las guías del caballo hacia un lado.
Una oveja baló a escasos metros de ambos.
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Caoimhe
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
El habitual bullicio en el interior de la pequeña cocina se vio interrumpido por un estrepitoso estruendo metálico al que, tras unos segundos de silencio, siguió un vocerío que podría haber despertado hasta a los muertos. Una segunda voz, más queda y evidentemente temerosa, se permitió responder a lo que a todas luces parecía una reprimenda, pero pronto se vio opacada por una nueva retahíla de gritos y bramidos.
-¡… y ni se te ocurra volver hasta que no brillen como espejos! –la puerta trasera de la cocina se abrió entonces, permitiéndole escuchar parte de la conversación. Un callado sollozo y nuevos sonidos metálicos llenaron entonces el silencio, antes de que el cocinero cerrase la puerta con un sonoro portazo.
- ¿Realmente es necesario que lo tortures cada vez que vengo?
- No le viene mal una reprimenda de vez en cuando. Además, los jóvenes son dados al chismorreo, es mejor que esté lejos mientras hablamos -el hombre observó entonces al joven elfo, mientras limpiaba un amplio cuchillo contra la tela de su delantal- No pensé que vendrías tan pronto.
- Me llamaste y he venido. Además, estaba por la zona.
Tarek se apartó entonces de la pared, en la que había estado apoyado esperando desde su llegada. Hacía años que conocía a Cornelius, el cocinero de aquel antro de mala muerte cerca de la frontera. La taberna, famosa por lo desabrido de sus platos, era uno de los principales puntos de reunión de la zona. La razón de ello era la estratégica posición del edificio, en una zona de confluencia entre las vías que se dirigían al norte y al este. Lugar de paso de comerciantes y contrabandistas, que en más de una ocasión habían pagado favores con productos de dudosa procedencia o carácter inusitado. Así, la taberna de Cornelius era famosa por acoger a toda la calaña que se movía por aquella área de Sandorai, pero también por servir desde el más horrendo licor hasta el vino más caro que podía catarse en el continente.
Cornelius había sido además uno de los amigos más cercanos de Eithelen. Compañeros de armas durante sus años de juventud, el elfo había cambiado su pesada alabarda por un cuchillo de trinchar mucho antes de que Tarek naciese, pero aquello no le había hecho perder el porte intimidante que siempre había tenido.
- Me alegra verte, muchacho –dedicándole una cálida sonrisa, tomó al elfo más joven por los hombros y le dio un sentido abrazo. Tras separase, lo miró atentamente unos segundos, como para cerciorarse de que se encontraba en perfecto estado- Han venido unos cuantos por aquí –comentó soltándolo- Se dirigían a alguna escaramuza cerca de Wulvufar. No mencionaron nada de lo sucedido.
- Probablemente quieran mantenerlo en secreto algún tiempo más. No les conviene parecer débiles ahora, no con todo Sandorai en contra.
- Aun así, parecían buscar algo. Hicieron preguntas –Tarek desvió la mirada hacia el bosque- Dijiste que pensabas ir al norte, quizás sea el momento de partir. No me malinterpretes, muchacho, me alegra verte por aquí y eres especialmente eficaz eliminando “ratas”. Pero me alegraría todavía más que siguieras vivo al menos otro invierno –tras unos segundos añadió- Las cosas se calmarán. Como tú has dicho, la situación no les es propicia y tú te asemejas demasiado a ellos como para estar a salvo, sin contar con que los propios Ojosverdes te buscan. Vete una temporada y, cuando todo esté más calmado, te lo haré saber.
- ¿Qué harás sin mí, si me voy? –preguntó el peliblanco en tono de broma.
- Vivir más tranquilo –contestó el hombre, señalándolo con el cuchillo- Además, ha llegado un mensaje para ti.
Tiró de las riendas para frenar el trote del caballo, dirigiéndolo posteriormente hacia el borde del camino. De frente, una caravana formada por media docena de carros, cargados de bienes de lo más variopinto, avanzaba lentamente. El conductor del primer carromato lo saludó con un gesto de la cabeza, que el elfo le devolvió. Parecían humanos, al igual que las últimas tres caravanas con las que se había cruzado, y parecían asustados. Todas ellas habían viajado de noche, al igual que el peliblanco, al amparo de la noche. Se movían en silencio y por su actitud quedaba claro que escapaban de algo.
Un par de noches antes, el carromato de una de las caravanas había perdido una rueda, produciendo un gran tumulto en medio del camino e impidiendo el paso por un par de horas. El elfo había esperado con inquietud, apartado del grupo, a que despejasen el sendero. Cuando había dejado la taberna de Cornelius se había planteado viajar al amparo del bosque, pero aquella área era todavía zona de influencia de los Ojosverdes por lo que, aunque utilizar los caminos resultase peligroso, recorrer los bosques lo sería todavía más. Abandonar aquella área lo antes posible, como había dicho el viejo elfo, era la elección más segura
La espera le valió, sin embargo, para enterarse de algunas inquietantes noticias: al parecer había estallado una batalla campal en los pueblos del este del Lago Heimadl. Un conflicto que había hecho que numerosos aldeanos de los alrededores decidiesen tomar sus pertenencias y viajar al sur, a un destino ignoto, pero más seguro que el lugar que dejaban a sus espaldas. Entre las poblaciones combatientes se encontraba Glath.
Detuvo finalmente el caballo para dejar pasar a un grupo especialmente numeroso que seguía al último de los carromatos. Distinguió algún elfo entre los humanos, caminando con el gesto alicaído y desesperado de aquellos sabedores de que lo han perdido todo. En cuanto el camino quedó libre, espoleó al caballo para retomar el trote.
Glath, el lugar donde Caoimhe lo había citado. La misiva de la vampiresa lo había tomado por sorpresa. Recordaba haberle dado la dirección de la taberna de Cornelius como lugar de contacto, pero no había esperado recibir un mensaje suyo tan pronto y, aún menos, una petición de ayuda. Su primer encuentro había sido poco amistoso y todavía recordaba cómo habían accedido al Árbol Madre y los acontecimientos que habían devenido tras aquello. Sin embargo, habían acabado por entablar una relación cordial y su separación había sido amistosa. Había acabado accediendo a su petición por insistencia del propio Cornelius, que lo definió como un “signo de los dioses”, alegando que debía salir de Sandorai y que aquella era una excusa tan buena como cualquier otra para iniciar su viaje al norte. Aunque lo que había terminado de convencerlo había sido una realidad mucho más dolorosa, que el viejo elfo le había echado en cara: Tarek estaba solo y contaba con pocos aliados, tener amigos en distintos puntos del continente lo ayudaría a sobrevivir.
Así pues, había partido desde la frontera, tomando prestado uno de los caballos del tabernero, tras enviar una respuesta afirmativa a la vampiresa. Dada la distancia que debía recorrer y la fecha en la que debía reunirse con ella, inició el viaje sin esperar contestación. Tras varios días de viaje, se encontraba a menos de una jornada de Glath y, además del tránsito nocturno de desplazados, el paisaje a su alrededor comenzó a mostrar signos de lo que allí había ocurrido.
El sol se había ocultado hacía un par de horas, cuando divisó en la lejanía las primeras casas de Glath. Aunque lo que supuso que era el humo de las chimeneas encendidas al anochecer, pronto se reveló como último vestigio de las moribundas piras funerarias que se extendían frente a la entrada del pueblo. Docenas de montículos de gris ceniza se esparcían de forma irregular por el terreno, mientras los afligidos familiares de los fallecidos buscaban fragmentos de huesos entre los restos de las piras para dar posteriormente sepultura a sus muertos.
Dado el número de piras y el estado de la población, Tarek supuso que la batalla que había asolado aquel lugar no debía haber ocurrido hacía mucho y que sus consecuencias, sin duda, habían sido devastadoras para la aldea.
Por respeto, desmontó del caballo y continuó la marcha a pie. Una fría llovizna comenzó a caer, junto con algún rayo lejano, anunciando la llegada de una tormenta y apagando por completo las ascuas candentes de las fogatas. Sin embargo, la gente que merodeaba entre los montículos permaneció indiferente a aquel cambio en el tiempo. Quizás sintiesen que la plomiza lluvia era una expresión más del dolor que sentían. Unos metros más adelante, reconoció la oscura figura de Caoimhe.
- Buenas noches –saludó al alcanzarla- Espero que no lleves mucho tiempo esperando. ¿Todo bien?
Su respuesta lo dejó levemente sorprendido, hasta que recordó el colgante. Justo antes de partir, Cornelius lo había hecho esperar en la parte trasera de la taberna y, tras gritarle a su pobre ayudante un par de órdenes más, había regresado con un colgante de cobre. Un peculiar artilugio que, como le explicó después, no permitiría a nadie mentir en presencia de Tarek. Por desgracia, eso incluía al propio Tarek.
<<- No creo que sea buena idea, Cornelius –había contestado el peliblanco ante su ofrecimiento.
- Piensa un poco, muchacho. Hay gente que quiere matarte y esos perturbados con los que te codeabas tienen contactos. Si alguien te ataca de frente o intenta engatusarte, esto –alzó el colgante- te ayudará a identificarlo.
- Y si me encuentro con un grupo de guardias por el camino, cantaré como un jilguero al amanecer –con cara de hastío, el elfo mayor le golpeó con un dedo en la frente.
- Pues sé más inteligente que ellos. El colgante te obliga a decir la verdad, no a hablar. Tú lo sabes, ellos no. Juega con esa ventaja. Mantén la boca cerrada si te preguntan o intenta decir lo menos posible –Tarek alargó la mano para tomarlo, pero el otro elfo retiró en el último momento el colgante- Una vez te lo pongas, no podrás quitártelo hasta pasados diez días, tiempo suficiente para llegar a Dundarak. Allí los Ojosverdes no tienen contactos –ante la cara de negación del peliblanco añadió- Los caminos son peligroso Tarek. Prefiero que vayas contando por ahí que de pequeño llorabas cuando se moría un pajarillo, a que algún acólito de los Ojosverdes se te acerque y te apuñale por la espalda.
Poniendo los ojos en blanco, el joven elfo tomó el colgante y, tras mirarlo una vez más sin demasiado convencimiento, se lo colgó del cuello.>>
Tuvo que contener la risa ante la expresión de terror de Coimhe y, por un instante, pensó que tal vez la idea de Cornelius no había sido tan mala.
- Yo también me alegro de verte –le contestó con una sonrisa, al tiempo que acomodaba al caballo en el improvisado establo.
__
AVISOS IMPORTANTES:
1. Se activa Bendición de Franqueza: Cualquier pregunta que realices te será respondida con absoluta sinceridad, pero cuidado al abrir la boca, pues tú tampoco podrás mentir. La bendición estará activa durante la totalidad del tema.
2. Aunque el avatar de Tarek tiene la cara y el lado izquierdo del cuerpo tatuados, en este momento de su historia NO tiene el tatuaje.
-¡… y ni se te ocurra volver hasta que no brillen como espejos! –la puerta trasera de la cocina se abrió entonces, permitiéndole escuchar parte de la conversación. Un callado sollozo y nuevos sonidos metálicos llenaron entonces el silencio, antes de que el cocinero cerrase la puerta con un sonoro portazo.
- ¿Realmente es necesario que lo tortures cada vez que vengo?
- No le viene mal una reprimenda de vez en cuando. Además, los jóvenes son dados al chismorreo, es mejor que esté lejos mientras hablamos -el hombre observó entonces al joven elfo, mientras limpiaba un amplio cuchillo contra la tela de su delantal- No pensé que vendrías tan pronto.
- Me llamaste y he venido. Además, estaba por la zona.
Tarek se apartó entonces de la pared, en la que había estado apoyado esperando desde su llegada. Hacía años que conocía a Cornelius, el cocinero de aquel antro de mala muerte cerca de la frontera. La taberna, famosa por lo desabrido de sus platos, era uno de los principales puntos de reunión de la zona. La razón de ello era la estratégica posición del edificio, en una zona de confluencia entre las vías que se dirigían al norte y al este. Lugar de paso de comerciantes y contrabandistas, que en más de una ocasión habían pagado favores con productos de dudosa procedencia o carácter inusitado. Así, la taberna de Cornelius era famosa por acoger a toda la calaña que se movía por aquella área de Sandorai, pero también por servir desde el más horrendo licor hasta el vino más caro que podía catarse en el continente.
Cornelius había sido además uno de los amigos más cercanos de Eithelen. Compañeros de armas durante sus años de juventud, el elfo había cambiado su pesada alabarda por un cuchillo de trinchar mucho antes de que Tarek naciese, pero aquello no le había hecho perder el porte intimidante que siempre había tenido.
- Me alegra verte, muchacho –dedicándole una cálida sonrisa, tomó al elfo más joven por los hombros y le dio un sentido abrazo. Tras separase, lo miró atentamente unos segundos, como para cerciorarse de que se encontraba en perfecto estado- Han venido unos cuantos por aquí –comentó soltándolo- Se dirigían a alguna escaramuza cerca de Wulvufar. No mencionaron nada de lo sucedido.
- Probablemente quieran mantenerlo en secreto algún tiempo más. No les conviene parecer débiles ahora, no con todo Sandorai en contra.
- Aun así, parecían buscar algo. Hicieron preguntas –Tarek desvió la mirada hacia el bosque- Dijiste que pensabas ir al norte, quizás sea el momento de partir. No me malinterpretes, muchacho, me alegra verte por aquí y eres especialmente eficaz eliminando “ratas”. Pero me alegraría todavía más que siguieras vivo al menos otro invierno –tras unos segundos añadió- Las cosas se calmarán. Como tú has dicho, la situación no les es propicia y tú te asemejas demasiado a ellos como para estar a salvo, sin contar con que los propios Ojosverdes te buscan. Vete una temporada y, cuando todo esté más calmado, te lo haré saber.
- ¿Qué harás sin mí, si me voy? –preguntó el peliblanco en tono de broma.
- Vivir más tranquilo –contestó el hombre, señalándolo con el cuchillo- Además, ha llegado un mensaje para ti.
[…]
Tiró de las riendas para frenar el trote del caballo, dirigiéndolo posteriormente hacia el borde del camino. De frente, una caravana formada por media docena de carros, cargados de bienes de lo más variopinto, avanzaba lentamente. El conductor del primer carromato lo saludó con un gesto de la cabeza, que el elfo le devolvió. Parecían humanos, al igual que las últimas tres caravanas con las que se había cruzado, y parecían asustados. Todas ellas habían viajado de noche, al igual que el peliblanco, al amparo de la noche. Se movían en silencio y por su actitud quedaba claro que escapaban de algo.
Un par de noches antes, el carromato de una de las caravanas había perdido una rueda, produciendo un gran tumulto en medio del camino e impidiendo el paso por un par de horas. El elfo había esperado con inquietud, apartado del grupo, a que despejasen el sendero. Cuando había dejado la taberna de Cornelius se había planteado viajar al amparo del bosque, pero aquella área era todavía zona de influencia de los Ojosverdes por lo que, aunque utilizar los caminos resultase peligroso, recorrer los bosques lo sería todavía más. Abandonar aquella área lo antes posible, como había dicho el viejo elfo, era la elección más segura
La espera le valió, sin embargo, para enterarse de algunas inquietantes noticias: al parecer había estallado una batalla campal en los pueblos del este del Lago Heimadl. Un conflicto que había hecho que numerosos aldeanos de los alrededores decidiesen tomar sus pertenencias y viajar al sur, a un destino ignoto, pero más seguro que el lugar que dejaban a sus espaldas. Entre las poblaciones combatientes se encontraba Glath.
Detuvo finalmente el caballo para dejar pasar a un grupo especialmente numeroso que seguía al último de los carromatos. Distinguió algún elfo entre los humanos, caminando con el gesto alicaído y desesperado de aquellos sabedores de que lo han perdido todo. En cuanto el camino quedó libre, espoleó al caballo para retomar el trote.
Glath, el lugar donde Caoimhe lo había citado. La misiva de la vampiresa lo había tomado por sorpresa. Recordaba haberle dado la dirección de la taberna de Cornelius como lugar de contacto, pero no había esperado recibir un mensaje suyo tan pronto y, aún menos, una petición de ayuda. Su primer encuentro había sido poco amistoso y todavía recordaba cómo habían accedido al Árbol Madre y los acontecimientos que habían devenido tras aquello. Sin embargo, habían acabado por entablar una relación cordial y su separación había sido amistosa. Había acabado accediendo a su petición por insistencia del propio Cornelius, que lo definió como un “signo de los dioses”, alegando que debía salir de Sandorai y que aquella era una excusa tan buena como cualquier otra para iniciar su viaje al norte. Aunque lo que había terminado de convencerlo había sido una realidad mucho más dolorosa, que el viejo elfo le había echado en cara: Tarek estaba solo y contaba con pocos aliados, tener amigos en distintos puntos del continente lo ayudaría a sobrevivir.
Así pues, había partido desde la frontera, tomando prestado uno de los caballos del tabernero, tras enviar una respuesta afirmativa a la vampiresa. Dada la distancia que debía recorrer y la fecha en la que debía reunirse con ella, inició el viaje sin esperar contestación. Tras varios días de viaje, se encontraba a menos de una jornada de Glath y, además del tránsito nocturno de desplazados, el paisaje a su alrededor comenzó a mostrar signos de lo que allí había ocurrido.
[…]
El sol se había ocultado hacía un par de horas, cuando divisó en la lejanía las primeras casas de Glath. Aunque lo que supuso que era el humo de las chimeneas encendidas al anochecer, pronto se reveló como último vestigio de las moribundas piras funerarias que se extendían frente a la entrada del pueblo. Docenas de montículos de gris ceniza se esparcían de forma irregular por el terreno, mientras los afligidos familiares de los fallecidos buscaban fragmentos de huesos entre los restos de las piras para dar posteriormente sepultura a sus muertos.
Dado el número de piras y el estado de la población, Tarek supuso que la batalla que había asolado aquel lugar no debía haber ocurrido hacía mucho y que sus consecuencias, sin duda, habían sido devastadoras para la aldea.
Por respeto, desmontó del caballo y continuó la marcha a pie. Una fría llovizna comenzó a caer, junto con algún rayo lejano, anunciando la llegada de una tormenta y apagando por completo las ascuas candentes de las fogatas. Sin embargo, la gente que merodeaba entre los montículos permaneció indiferente a aquel cambio en el tiempo. Quizás sintiesen que la plomiza lluvia era una expresión más del dolor que sentían. Unos metros más adelante, reconoció la oscura figura de Caoimhe.
- Buenas noches –saludó al alcanzarla- Espero que no lleves mucho tiempo esperando. ¿Todo bien?
Su respuesta lo dejó levemente sorprendido, hasta que recordó el colgante. Justo antes de partir, Cornelius lo había hecho esperar en la parte trasera de la taberna y, tras gritarle a su pobre ayudante un par de órdenes más, había regresado con un colgante de cobre. Un peculiar artilugio que, como le explicó después, no permitiría a nadie mentir en presencia de Tarek. Por desgracia, eso incluía al propio Tarek.
<<- No creo que sea buena idea, Cornelius –había contestado el peliblanco ante su ofrecimiento.
- Piensa un poco, muchacho. Hay gente que quiere matarte y esos perturbados con los que te codeabas tienen contactos. Si alguien te ataca de frente o intenta engatusarte, esto –alzó el colgante- te ayudará a identificarlo.
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- Y si me encuentro con un grupo de guardias por el camino, cantaré como un jilguero al amanecer –con cara de hastío, el elfo mayor le golpeó con un dedo en la frente.
- Pues sé más inteligente que ellos. El colgante te obliga a decir la verdad, no a hablar. Tú lo sabes, ellos no. Juega con esa ventaja. Mantén la boca cerrada si te preguntan o intenta decir lo menos posible –Tarek alargó la mano para tomarlo, pero el otro elfo retiró en el último momento el colgante- Una vez te lo pongas, no podrás quitártelo hasta pasados diez días, tiempo suficiente para llegar a Dundarak. Allí los Ojosverdes no tienen contactos –ante la cara de negación del peliblanco añadió- Los caminos son peligroso Tarek. Prefiero que vayas contando por ahí que de pequeño llorabas cuando se moría un pajarillo, a que algún acólito de los Ojosverdes se te acerque y te apuñale por la espalda.
Poniendo los ojos en blanco, el joven elfo tomó el colgante y, tras mirarlo una vez más sin demasiado convencimiento, se lo colgó del cuello.>>
Tuvo que contener la risa ante la expresión de terror de Coimhe y, por un instante, pensó que tal vez la idea de Cornelius no había sido tan mala.
- Yo también me alegro de verte –le contestó con una sonrisa, al tiempo que acomodaba al caballo en el improvisado establo.
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AVISOS IMPORTANTES:
1. Se activa Bendición de Franqueza: Cualquier pregunta que realices te será respondida con absoluta sinceridad, pero cuidado al abrir la boca, pues tú tampoco podrás mentir. La bendición estará activa durante la totalidad del tema.
2. Aunque el avatar de Tarek tiene la cara y el lado izquierdo del cuerpo tatuados, en este momento de su historia NO tiene el tatuaje.
Tarek Inglorien
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Radeka, así se hacía llamar la tabernera, una mujer de brazos fuertes, pecho generoso, mejillas sonrosadas y una frondosa mata de rizos entrecanos, acompañó personalmente a Valeria hasta una pequeña habitación en la planta superior del local. El Reposo de la deidad era un edificio robusto pero modesto y un tanto desgastado por el tiempo. En otra vida, debió ser una construcción imponente, el caserón de algún gran terrateniente, quizá. Pero de eso hacía ya mucho tiempo.
Radeka abrió la puerta de madera maciza con una llave que sacó de su delantal. Se atascó un poco y tuvo que darle un empellón con un hombro más acostumbrado al trabajo físico que los de Valeria.
—Es la humedad —dijo y le tendió la llave a su inquilina—. Mejorará con la chimenea encendida. No hemos tenido muchos visitantes en los últimos meses, ¿sabe? —añadió mientras cruzaba la habitación para, en contra de lo que pudieran sugerir sus palabras, abrir la pequeña ventana del fondo.
Penetró inmediatamente una corriente de aire helado que no tardó en llevarse consigo el olor a cerrado. La habitación se veía limpia, eso sí, y acogedora. Una cama robusta cubierta de pesadas pieles, un armario rescatado de un pasado más ilustre, una mesa, un par de sillas, una chimenea aún apagada y un buen montón de leña en un rincón.
Y un espejo de medio cuerpo que Valeria evitó mirar directamente.
—No es mucho —dijo Radeka en tono humilde—, pero es la mejor habitación que tenemos.
—Es perfecta —aseguró Valeria con una sonrisa.
Satisfecha con su respuesta, la tabernera respondió con otra de su cosecha antes de proseguir:
—Le diré a Tegra que suba a cerrar la ventana y encender la lumbre cuando haya terminado de preparar el baño. Servimos la cena en una hora.
—No tengo mucha hambre, en realidad.
—Haré que le traigan algo ligero entonces. ¿Puedo ayudarla con alguna otra cosa?
—Sí —dijo Valeria, que acababa de dejar la bolsa de viaje sobre la cama y ya tenía la mano a medio camino de la puerta del armario. La retiró de nuevo y se volvió hacia la tabernera—. ¿Podrían hacerle llegar un mensaje a la Sacerdotisa Mayor? Hace ya algunas semanas que me espera.
La sonrisa de Radeka decayó en ambos extremos y su mirada adoptó un tinte compasivo.
—¿La sacerdotisa Juthrin? —dijo—. ¿Es usted pariente…?
—Ni siquiera la conozco. Pero tenemos algunos intereses comunes. Solo nos hemos comunicado por correspondencia.
—Ah, bueno… Siento ser yo quien le de la noticia, pero la sacerdotisa falleció hace poco. El funeral será mañana por la tarde.
—¿Falleció? —dijo Valeria, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.
—Así es.
Silencio.
—Bueno —añadió Radeka al poco, retorciendo su delantal con las manos—, más bien la fallecieron, si entiende lo que quiero decir.
Valeria entendía.
—¿P-pero cómo… dónde… quién…? —logró articular.
¿En medio de la plaza, a la vista de todos, por alguien de sobra conocido?, fue lo que evitó añadir. El aire que entraba por la ventana comenzaba a helarle los huesos.
—Nadie lo sabe —respondió la tabernera—. Simplemente, la encontraron… ya sabe… —y añadió un gesto vago que pretendía imitar pobremente a un cadáver—. Como comprenderá, hay rumores de todo tipo: que si los vampiros del oeste, que si una disputa con el mebaragesi de Assu… Están los ánimos algo revueltos, sobre todo después de…
La mujer dudó un momento, visiblemente incómoda, y Valeria la interrogó con la mirada.
—Bueno, hace solo unos días, aparecieron unos cuerpos en el camino que lleva de Assu a Mirza, dos aldeas de por aquí, ¿sabe? Dicen que eran enemigos de Túnnar, el señor de Mirza. Ha habido más que malas palabras entre las dos aldeas en los últimos meses y ya sabe cómo son estas cosas, siempre acaban salpicando a los de alrededor.
Valeria asintió, esperando que la mujer dijera algo más, pero Radeka no tenía demasiadas ganas de hablar y enseguida se dirigió a la puerta aún abierta.
—Pensándolo bien —dijo Valeria antes de que la mujer tuviera tiempo de escabullirse—, cenaré en la sala principal.
La noche se había alargado más de lo inicialmente planeado, pero Valeria había tenido ocasión de escuchar varias versiones de los rumores que le había adelantado Radeka y un buen puñado más. Al día siguiente, con el espejo de medio cuerpo a buen recaudo detrás del pesado armario, justo después de que el sol alcanzara su cénit, se encaminó con los habitantes de Rume a lo alto de la colina, donde se erguía orgulloso el templo.
Desde un lateral, junto a la gruesa pared de piedra cubierta con tapices, observó el lugar abarrotado. Hacia delante, en el área más cercana a los oficiantes, se concentraban los sollozos y los rezos. En la parte de atrás, los susurros y las miradas ahora curiosas, ahora suspicaces. Valeria prestaba atención a ambos escenarios, analizando los rostros allí reunidos. ¿Qué estaba ocurriendo en aquel lugar? ¿Tendría algo que ver con… ellos?
Radeka abrió la puerta de madera maciza con una llave que sacó de su delantal. Se atascó un poco y tuvo que darle un empellón con un hombro más acostumbrado al trabajo físico que los de Valeria.
—Es la humedad —dijo y le tendió la llave a su inquilina—. Mejorará con la chimenea encendida. No hemos tenido muchos visitantes en los últimos meses, ¿sabe? —añadió mientras cruzaba la habitación para, en contra de lo que pudieran sugerir sus palabras, abrir la pequeña ventana del fondo.
Penetró inmediatamente una corriente de aire helado que no tardó en llevarse consigo el olor a cerrado. La habitación se veía limpia, eso sí, y acogedora. Una cama robusta cubierta de pesadas pieles, un armario rescatado de un pasado más ilustre, una mesa, un par de sillas, una chimenea aún apagada y un buen montón de leña en un rincón.
Y un espejo de medio cuerpo que Valeria evitó mirar directamente.
—No es mucho —dijo Radeka en tono humilde—, pero es la mejor habitación que tenemos.
—Es perfecta —aseguró Valeria con una sonrisa.
Satisfecha con su respuesta, la tabernera respondió con otra de su cosecha antes de proseguir:
—Le diré a Tegra que suba a cerrar la ventana y encender la lumbre cuando haya terminado de preparar el baño. Servimos la cena en una hora.
—No tengo mucha hambre, en realidad.
—Haré que le traigan algo ligero entonces. ¿Puedo ayudarla con alguna otra cosa?
—Sí —dijo Valeria, que acababa de dejar la bolsa de viaje sobre la cama y ya tenía la mano a medio camino de la puerta del armario. La retiró de nuevo y se volvió hacia la tabernera—. ¿Podrían hacerle llegar un mensaje a la Sacerdotisa Mayor? Hace ya algunas semanas que me espera.
La sonrisa de Radeka decayó en ambos extremos y su mirada adoptó un tinte compasivo.
—¿La sacerdotisa Juthrin? —dijo—. ¿Es usted pariente…?
—Ni siquiera la conozco. Pero tenemos algunos intereses comunes. Solo nos hemos comunicado por correspondencia.
—Ah, bueno… Siento ser yo quien le de la noticia, pero la sacerdotisa falleció hace poco. El funeral será mañana por la tarde.
—¿Falleció? —dijo Valeria, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.
—Así es.
Silencio.
—Bueno —añadió Radeka al poco, retorciendo su delantal con las manos—, más bien la fallecieron, si entiende lo que quiero decir.
Valeria entendía.
—¿P-pero cómo… dónde… quién…? —logró articular.
¿En medio de la plaza, a la vista de todos, por alguien de sobra conocido?, fue lo que evitó añadir. El aire que entraba por la ventana comenzaba a helarle los huesos.
—Nadie lo sabe —respondió la tabernera—. Simplemente, la encontraron… ya sabe… —y añadió un gesto vago que pretendía imitar pobremente a un cadáver—. Como comprenderá, hay rumores de todo tipo: que si los vampiros del oeste, que si una disputa con el mebaragesi de Assu… Están los ánimos algo revueltos, sobre todo después de…
La mujer dudó un momento, visiblemente incómoda, y Valeria la interrogó con la mirada.
—Bueno, hace solo unos días, aparecieron unos cuerpos en el camino que lleva de Assu a Mirza, dos aldeas de por aquí, ¿sabe? Dicen que eran enemigos de Túnnar, el señor de Mirza. Ha habido más que malas palabras entre las dos aldeas en los últimos meses y ya sabe cómo son estas cosas, siempre acaban salpicando a los de alrededor.
Valeria asintió, esperando que la mujer dijera algo más, pero Radeka no tenía demasiadas ganas de hablar y enseguida se dirigió a la puerta aún abierta.
—Pensándolo bien —dijo Valeria antes de que la mujer tuviera tiempo de escabullirse—, cenaré en la sala principal.
La noche se había alargado más de lo inicialmente planeado, pero Valeria había tenido ocasión de escuchar varias versiones de los rumores que le había adelantado Radeka y un buen puñado más. Al día siguiente, con el espejo de medio cuerpo a buen recaudo detrás del pesado armario, justo después de que el sol alcanzara su cénit, se encaminó con los habitantes de Rume a lo alto de la colina, donde se erguía orgulloso el templo.
Desde un lateral, junto a la gruesa pared de piedra cubierta con tapices, observó el lugar abarrotado. Hacia delante, en el área más cercana a los oficiantes, se concentraban los sollozos y los rezos. En la parte de atrás, los susurros y las miradas ahora curiosas, ahora suspicaces. Valeria prestaba atención a ambos escenarios, analizando los rostros allí reunidos. ¿Qué estaba ocurriendo en aquel lugar? ¿Tendría algo que ver con… ellos?
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Teruëll, Sandorai.
La rutina parecía haberse instaurado mínimamente en las vidas de ambos desde el regreso de Aylizz a casa y, a pesar de lo amenazante que solía resultar pensar en esa palabra, tras las vidas que ambos habían llevado los años recientes casi agradecían haber alcanzado cierta sensación de normalidad que intentaba imitar a la que un día hubo, pero que irremediablemente resultaba ser distinta. Que no peor, aunque considerarla mejor todavía resultaba una cuestión incierta. Diferente. La vida en la aldea ayudaba, a pesar de no ser la misma, tampoco se esforzaban por serlo. Y no era malo, en cierta medida podría considerarse un avance. Muchos habían regresado, encontrándose su pueblo maltrecho, pero en pie, porque otros se habían establecido en él buscando refugio. Todos estaban demasiado cansados para enfrentarse y ninguno se opuso a convivir. Bueno, quizá el decir convivencia era hablar de un ideal. Se toleraban. Había quien se entendía más, otros que rara vez ocultaban miradas de recelo, pero logrando hacer cada quien su vida. Y todos lo agradecían.
Divagaba con la mirada perdida mientras miraba sin ver por la ventana, apoyada sobre la encimera de la cocina con una taza de infusión en las manos, que para cuando volviera a la consciencia sería incapaz de beber y dejaría a medias, por no calentar de nuevo el agua. Así venían a ser los últimos días. No era hastío, sólo dispersión. En algún momento había pensado que dejar de avanzar en bucle alrededor de una idea obsesiva debía terminar y, aferrándose a lo que en aquel mismo momento consideró su gran momento de lucidez, había metido todo cuanto había recopilado en su búsqueda de lo imposible en una maleta y lo había guardado en lo más profundo del altillo. Por tanto, el espacio en su cabeza, forzado a despejarse, había sido ocupado por miles de pensamientos e ideas difusas que se hacían difíciles de ordenar. Resopló, mientras sus ojos se mantenían fijos en el rodar de una pelota que a los chiquillos de fuera se les había salido al camino. La idea de sentarse a leer, simplemente, resultaba cada vez más apetecible.
—Ah, estás aquí.
Parpadeó cuando la voz de su padre rompió el silencio, sin haber notado siquiera su presencia hasta el momento. Se volvió de medio lado, quedándose todavía sobre la encimera.
—¿Eh? Si, estaba…— miró la taza —Iba a fregar.
—Te hablaba desde la sala y ya había pensado que habías salido. ¡Pero mejor! Porque te estaba buscando. Vamos, ven.
Vlomir estaba animado, más de lo habitual, como no lo estaba hacía mucho. Lo miró con curiosidad y se terminó de dar la vuelta, siguiendo sus pasos cuando volvió a la habitación donde se hacía la mayor parte de la vida en el hogar. Sobre los sillones esperaban varias bolsas de viaje empacadas y las armas y artilugios de caza convenientemente envueltos. Sobre la mesita de centro, un montón de pergaminos y mapas junto a un estuche grande, largo, de madera añejada. Resopló de nuevo, ligeramente desencantada.
—Te vas de caza.— concluyó.
—Bueno, si. Pero no voy solo.— informó Vlomir, mientras ultimaba los preparativos.
—Vaya, eso sí me sorprende. ¿Ha sido idea tuya o has hecho caso a las tantas veces que te lo he sugerido?
—No le hables así a tu padre.— replicó serio, aunque sin tardar en recuperar el tono jovial. —Y para ser exactos, ha sido idea de Gorn.
—¿Gorn?
—Celegorn Arthulyn. Lo conocí tras la evacuación. Vive en las aldeas del norte, en los márgenes del pantano. Tiene contactos al otro lado del río, parece que muchos se han establecido en las tierras paralelas.
—¿Batida con amigos?— se quedó perpleja un instante, debido a la novedad —Pues… Bien, ¿no? Hacía ya tiempo…— quiso comentar algo más pero no encontró las palabras. Se aclaró la garganta. —Bueno y ¿cuánto estimas que estarás fuera?
—En realidad…— se quedó en silencio un momento, un instante que llegó a hacerse incómodo —Iba a sugerir que me acompañes.
—¿Eh? Yo. ¿Qué?— se le atragantó el silencio, aunque Vlomir hizo amago de reír para sí.
—Estoy tan sorprendido como tú de verme haciendo esta propuesta. Pero he estado dándole vueltas… Hasta que me ha parecido buena idea.
—Pero… Yo no sé cazar. Créeme, no.— afirmó rotundamente, cruzándose de brazos. —A menos que pretendas usarme como cebo…— murmuró con sorna.
Su padre no contestó, pero se acercó a la mesa y alcanzó el estuche. Dejó que terminara de mascullar antes de tenderlo delante de ella y abrir los cierres. Aylizz lo miró, pareciendo pedir permiso para abrirlo, aunque sin terminar de comprender el repentino acercamiento. Él asintió y levantó la tapa. Sus ojos se abrieron, desconcertados.
—Era de tu madre.
—¿Cómo? ¿Cuándo? Jamás la vi portar un arma.— se decidió finalmente a sacarlo del estuche y examinarlo con mayor detalle —Pues sí parece castigado…
—Dejó de usarlo cuando Nai llegó, pero lo hacía realmente bien. Llévalo, pruébate con él. Y si no te convence, pues, no sé… Disfruta del viaje.
Aylizz aceptó sus palabras como un buen consejo, aunque entrecerró los ojos mientras dejaba de nuevo el arco en su estuche, todavía confusa.
—Nunca me has llevado de caza más allá de las lindes de la aldea.
—Sí, bueno.— se quedó en silencio un momento y la miró pensativo. Hizo amago de añadir algo más, pero finalmente se encogió de hombros. —Voy a ver a Ferwin, a ver qué tiene en los establos. Si decides venir, tienes una hora para prepararte. Y coge ropa de abrigo.
Lo siguió con la mirada hasta que atravesó la puerta y entonces, llevó los ojos a la ventana. El invierno todavía se hacía presente y entonces se preguntó con qué clase de animales pretendían hacerse. Al menos osos no, supuso. Sopesó verdaderamente aceptar acompañarlo, considerándose un estorbo en algo como aquello, y dudaba si sería capaz de disfrutar de un viaje en tales circunstancias. Miró de nuevo el estuche.
—Maldita sea.
Espetó para sí, apretando los puños y chasqueando la lengua, como replicándose a sí misma. Acto seguido dejó a su espalda la sala y subió a su habitación.
Divagaba con la mirada perdida mientras miraba sin ver por la ventana, apoyada sobre la encimera de la cocina con una taza de infusión en las manos, que para cuando volviera a la consciencia sería incapaz de beber y dejaría a medias, por no calentar de nuevo el agua. Así venían a ser los últimos días. No era hastío, sólo dispersión. En algún momento había pensado que dejar de avanzar en bucle alrededor de una idea obsesiva debía terminar y, aferrándose a lo que en aquel mismo momento consideró su gran momento de lucidez, había metido todo cuanto había recopilado en su búsqueda de lo imposible en una maleta y lo había guardado en lo más profundo del altillo. Por tanto, el espacio en su cabeza, forzado a despejarse, había sido ocupado por miles de pensamientos e ideas difusas que se hacían difíciles de ordenar. Resopló, mientras sus ojos se mantenían fijos en el rodar de una pelota que a los chiquillos de fuera se les había salido al camino. La idea de sentarse a leer, simplemente, resultaba cada vez más apetecible.
—Ah, estás aquí.
Parpadeó cuando la voz de su padre rompió el silencio, sin haber notado siquiera su presencia hasta el momento. Se volvió de medio lado, quedándose todavía sobre la encimera.
—¿Eh? Si, estaba…— miró la taza —Iba a fregar.
—Te hablaba desde la sala y ya había pensado que habías salido. ¡Pero mejor! Porque te estaba buscando. Vamos, ven.
Vlomir estaba animado, más de lo habitual, como no lo estaba hacía mucho. Lo miró con curiosidad y se terminó de dar la vuelta, siguiendo sus pasos cuando volvió a la habitación donde se hacía la mayor parte de la vida en el hogar. Sobre los sillones esperaban varias bolsas de viaje empacadas y las armas y artilugios de caza convenientemente envueltos. Sobre la mesita de centro, un montón de pergaminos y mapas junto a un estuche grande, largo, de madera añejada. Resopló de nuevo, ligeramente desencantada.
—Te vas de caza.— concluyó.
—Bueno, si. Pero no voy solo.— informó Vlomir, mientras ultimaba los preparativos.
—Vaya, eso sí me sorprende. ¿Ha sido idea tuya o has hecho caso a las tantas veces que te lo he sugerido?
—No le hables así a tu padre.— replicó serio, aunque sin tardar en recuperar el tono jovial. —Y para ser exactos, ha sido idea de Gorn.
—¿Gorn?
—Celegorn Arthulyn. Lo conocí tras la evacuación. Vive en las aldeas del norte, en los márgenes del pantano. Tiene contactos al otro lado del río, parece que muchos se han establecido en las tierras paralelas.
—¿Batida con amigos?— se quedó perpleja un instante, debido a la novedad —Pues… Bien, ¿no? Hacía ya tiempo…— quiso comentar algo más pero no encontró las palabras. Se aclaró la garganta. —Bueno y ¿cuánto estimas que estarás fuera?
—En realidad…— se quedó en silencio un momento, un instante que llegó a hacerse incómodo —Iba a sugerir que me acompañes.
—¿Eh? Yo. ¿Qué?— se le atragantó el silencio, aunque Vlomir hizo amago de reír para sí.
—Estoy tan sorprendido como tú de verme haciendo esta propuesta. Pero he estado dándole vueltas… Hasta que me ha parecido buena idea.
—Pero… Yo no sé cazar. Créeme, no.— afirmó rotundamente, cruzándose de brazos. —A menos que pretendas usarme como cebo…— murmuró con sorna.
Su padre no contestó, pero se acercó a la mesa y alcanzó el estuche. Dejó que terminara de mascullar antes de tenderlo delante de ella y abrir los cierres. Aylizz lo miró, pareciendo pedir permiso para abrirlo, aunque sin terminar de comprender el repentino acercamiento. Él asintió y levantó la tapa. Sus ojos se abrieron, desconcertados.
—Era de tu madre.
—¿Cómo? ¿Cuándo? Jamás la vi portar un arma.— se decidió finalmente a sacarlo del estuche y examinarlo con mayor detalle —Pues sí parece castigado…
—Dejó de usarlo cuando Nai llegó, pero lo hacía realmente bien. Llévalo, pruébate con él. Y si no te convence, pues, no sé… Disfruta del viaje.
Aylizz aceptó sus palabras como un buen consejo, aunque entrecerró los ojos mientras dejaba de nuevo el arco en su estuche, todavía confusa.
—Nunca me has llevado de caza más allá de las lindes de la aldea.
—Sí, bueno.— se quedó en silencio un momento y la miró pensativo. Hizo amago de añadir algo más, pero finalmente se encogió de hombros. —Voy a ver a Ferwin, a ver qué tiene en los establos. Si decides venir, tienes una hora para prepararte. Y coge ropa de abrigo.
Lo siguió con la mirada hasta que atravesó la puerta y entonces, llevó los ojos a la ventana. El invierno todavía se hacía presente y entonces se preguntó con qué clase de animales pretendían hacerse. Al menos osos no, supuso. Sopesó verdaderamente aceptar acompañarlo, considerándose un estorbo en algo como aquello, y dudaba si sería capaz de disfrutar de un viaje en tales circunstancias. Miró de nuevo el estuche.
—Maldita sea.
Espetó para sí, apretando los puños y chasqueando la lengua, como replicándose a sí misma. Acto seguido dejó a su espalda la sala y subió a su habitación.
*****
Norte de Sandorai.
Oeste del Pantano Misterioso.
Oeste del Pantano Misterioso.
Llegaron cuando Anar se escondía en el horizonte. Celegorn los recibió en el núcleo de la aldea, una pequeña plaza arenosa con algunos adoquines que terminaban en un monolito de piedra en el que se había tallado lo que parecía ser un poema popular. El elfo se presentó alegre por darles la bienvenida, acompañado de dos elfas que lo seguían de cerca.
—¡Llegas según lo planeado, Vlomir! Empezaba a dudarlo.— rió socarrón, estrechandole un apretón de manos. Después se volvió hacia las féminas. —¿Recuerdas a mi hija? Mirabel. Ella es su prometida, Nasha.
—Si, claro, cómo no hacerlo. Suponía que nos acompañaría.— Vlomir asintió con la cabeza en señal de saludo a ambas.
—Tú debes ser Aylizz, es un placer. Al parecer, tu padre no confiaba en que te nos unieras.— interrumpió Mirabel alargando el brazo para agarrar las riendas de su caballo, mientras Nasha hacía lo propio con el de Vlomir —Espero que no hagamos que te arrepientas.— bromeó, antes de alejarse con la montura.
La elfa parpadeó un momento, abrumada por la familiaridad con la que parecían tratarse su padre, aquel elfo y su hija, que debían haber oído hablar de ella. Miró de soslayo a su padre y frunció el ceño. ¿Sobre qué, exactamente? Siendo niña no habían sido pocas las veces que había presumido de ella, algo que inexplicablemente le había ido resultando menos agradable conforme los años habían pasado. Vlomir se acercó y con un suave toque en la espalda la incitó a caminar tras sus anfitriones.
—¿Por eso me has invitado? ¿Porque tu amigo lleva a su hija? Qué quieres, ¿que juguemos juntas?— masculló entre dientes, en un reprochante murmullo.
—¿Habrías preferido una propuesta de mano a futuro?— se jactó con sorna.
—No, definitivamente no.— rezongó ella, cruzándose de brazos mientras avanzaba.
—Pues déjate de quejas. Son buena gente, relájate. Vamos, está noche hay que descansar.
Durmieron en un pequeño cuarto anexado a la parte trasera de la vivienda, con indicaciones de despertar al alba para ultimar la planificación del viaje antes de partir. De lo poco que hablaron durante la cena referido a la batida sólo había podido confirmar que no sería en las cercanías. Lo cierto es que no alargaron mucho la velada, ella no lo hizo al menos, retirándose a dormir tan pronto como terminó la cena. No llegó a escuchar a su padre entrar, pero eso no hizo que necesitara unos minutos más de sueño cuando éste la despertó de madrugada para ponerse en pie. Cómo. Cómo alguien podría hacer aquello por gusto. Se reunieron para desayunar en la misma mesa en la que habían cenado, solo que ahora estaba cubierta por dos mapas, uno del continente y otro de sólo una parte de él, escalado, con mayor detalle. La elfa lo reconoció al momento.
—Cabalgaremos hasta pasar las cuevas, cruzaremos por el Paso Heimdal y nos reuniremos al otro lado con Finrod. Será mejor eso que bordear los bosques de la orilla oeste…— explicó el cabeza de familia, paseando el dedo sobre los mapas, declinando en un gesto de preocupación al mentar la ruta occidental. —Los Zendemir conocen la zona más allá de los bosques y dónde establecer el campamento.
—Perdón… Entonces…— la elfa se acercó un poco más a la mesa, bajando la taza que hasta el momento había mantenido apoyada en el mentón —¿Es al norte donde vamos?— se ahuecó el pelo hacia atrás, en un gesto nervioso. —Es un… Viaje largo.
—En la estepa hay animales que no se encuentran en otros lugares, carne abundante y buena, y mejores pieles. Es tedioso pero traer productos como esos a casa, en estos tiempos… Es mejor aprovechar mientras podamos.— explicó Vlomir, con voz calmada, mirando de soslayo a su hija.
—La estepa…— repitió ella, en un murmullo. Se aclaró la voz en un carraspeo. —Eh, si, claro… Comprendo. Por eso lo de la ropa de abrigo.— añadió, forzando un tono más jocoso.
Terminadas las explicaciones, cada quien terminó de empacar sus cosas. Aylizz ojeaba por encima el mapa de ruta que había quedado sobre la mesa mientras esperaba, con la mirada distraída pero punteando una y otra vez sus dedos en un gesto inconscientemente nervioso, siendo sus pensamientos interrumpidos tras haber sido captada en aquella escena a sus espaldas.
—¿Qué te preocupa?— la voz de su padre sonó cercana, denotando auténtico interés más allá de la mal disimulada cautela que parecía ponerle a sus acercamientos desde que se habían reencontrado, pareciendo dudar en cómo tratar con ella después de años sin hacerlo.
—Nada, es sólo que… Esas tierras no me recuerdan nada bueno.— expuso solemne, clavando los ojos en las montañas dibujadas sobre el papel.
—¡¿Que has estado en los Reinos del Nor…— antes de terminar la frase, logró contener la exaltación que le produjo aquella escueta información, pasándose la mano alrededor de la boca tras repensar sus palabras —No creo que eso importe ahora, pero por los Dioses, Aylizz…— se contuvo de nuevo, tomando una respiración pausada —Está bien, mira, no es necesario que sigas con esto si no quieres.
—No, no… No hay problema. Fue hace algún tiempo y fue más allá, en la llanura, así que… Todo bien.— medio sonrió —Puede que tengamos que hablar más, ¿no? Tú pareces tener cosas que contar también...— desvió entonces la atención hacia los demás, que comenzaban a salir para cargar los caballos, señalándolos con el mentón mientras se colgaba la mochila al hombro.
—Y tanto que tienes, niña.— sentenció, frunciendo el ceño, antes de adelantarse y salir por la puerta masticando reniegos.
Aylizz medio rió. Niña era la manera recurrente que tenía de terminar las conversaciones cuando sabía que no podía rebatir los argumentos de la elfa, pero tampoco se permitía admitirlos. Quizá algunas cosas no habían cambiado tanto.
—¡Llegas según lo planeado, Vlomir! Empezaba a dudarlo.— rió socarrón, estrechandole un apretón de manos. Después se volvió hacia las féminas. —¿Recuerdas a mi hija? Mirabel. Ella es su prometida, Nasha.
—Si, claro, cómo no hacerlo. Suponía que nos acompañaría.— Vlomir asintió con la cabeza en señal de saludo a ambas.
—Tú debes ser Aylizz, es un placer. Al parecer, tu padre no confiaba en que te nos unieras.— interrumpió Mirabel alargando el brazo para agarrar las riendas de su caballo, mientras Nasha hacía lo propio con el de Vlomir —Espero que no hagamos que te arrepientas.— bromeó, antes de alejarse con la montura.
La elfa parpadeó un momento, abrumada por la familiaridad con la que parecían tratarse su padre, aquel elfo y su hija, que debían haber oído hablar de ella. Miró de soslayo a su padre y frunció el ceño. ¿Sobre qué, exactamente? Siendo niña no habían sido pocas las veces que había presumido de ella, algo que inexplicablemente le había ido resultando menos agradable conforme los años habían pasado. Vlomir se acercó y con un suave toque en la espalda la incitó a caminar tras sus anfitriones.
—¿Por eso me has invitado? ¿Porque tu amigo lleva a su hija? Qué quieres, ¿que juguemos juntas?— masculló entre dientes, en un reprochante murmullo.
—¿Habrías preferido una propuesta de mano a futuro?— se jactó con sorna.
—No, definitivamente no.— rezongó ella, cruzándose de brazos mientras avanzaba.
—Pues déjate de quejas. Son buena gente, relájate. Vamos, está noche hay que descansar.
Durmieron en un pequeño cuarto anexado a la parte trasera de la vivienda, con indicaciones de despertar al alba para ultimar la planificación del viaje antes de partir. De lo poco que hablaron durante la cena referido a la batida sólo había podido confirmar que no sería en las cercanías. Lo cierto es que no alargaron mucho la velada, ella no lo hizo al menos, retirándose a dormir tan pronto como terminó la cena. No llegó a escuchar a su padre entrar, pero eso no hizo que necesitara unos minutos más de sueño cuando éste la despertó de madrugada para ponerse en pie. Cómo. Cómo alguien podría hacer aquello por gusto. Se reunieron para desayunar en la misma mesa en la que habían cenado, solo que ahora estaba cubierta por dos mapas, uno del continente y otro de sólo una parte de él, escalado, con mayor detalle. La elfa lo reconoció al momento.
—Cabalgaremos hasta pasar las cuevas, cruzaremos por el Paso Heimdal y nos reuniremos al otro lado con Finrod. Será mejor eso que bordear los bosques de la orilla oeste…— explicó el cabeza de familia, paseando el dedo sobre los mapas, declinando en un gesto de preocupación al mentar la ruta occidental. —Los Zendemir conocen la zona más allá de los bosques y dónde establecer el campamento.
—Perdón… Entonces…— la elfa se acercó un poco más a la mesa, bajando la taza que hasta el momento había mantenido apoyada en el mentón —¿Es al norte donde vamos?— se ahuecó el pelo hacia atrás, en un gesto nervioso. —Es un… Viaje largo.
—En la estepa hay animales que no se encuentran en otros lugares, carne abundante y buena, y mejores pieles. Es tedioso pero traer productos como esos a casa, en estos tiempos… Es mejor aprovechar mientras podamos.— explicó Vlomir, con voz calmada, mirando de soslayo a su hija.
—La estepa…— repitió ella, en un murmullo. Se aclaró la voz en un carraspeo. —Eh, si, claro… Comprendo. Por eso lo de la ropa de abrigo.— añadió, forzando un tono más jocoso.
Terminadas las explicaciones, cada quien terminó de empacar sus cosas. Aylizz ojeaba por encima el mapa de ruta que había quedado sobre la mesa mientras esperaba, con la mirada distraída pero punteando una y otra vez sus dedos en un gesto inconscientemente nervioso, siendo sus pensamientos interrumpidos tras haber sido captada en aquella escena a sus espaldas.
—¿Qué te preocupa?— la voz de su padre sonó cercana, denotando auténtico interés más allá de la mal disimulada cautela que parecía ponerle a sus acercamientos desde que se habían reencontrado, pareciendo dudar en cómo tratar con ella después de años sin hacerlo.
—Nada, es sólo que… Esas tierras no me recuerdan nada bueno.— expuso solemne, clavando los ojos en las montañas dibujadas sobre el papel.
—¡¿Que has estado en los Reinos del Nor…— antes de terminar la frase, logró contener la exaltación que le produjo aquella escueta información, pasándose la mano alrededor de la boca tras repensar sus palabras —No creo que eso importe ahora, pero por los Dioses, Aylizz…— se contuvo de nuevo, tomando una respiración pausada —Está bien, mira, no es necesario que sigas con esto si no quieres.
—No, no… No hay problema. Fue hace algún tiempo y fue más allá, en la llanura, así que… Todo bien.— medio sonrió —Puede que tengamos que hablar más, ¿no? Tú pareces tener cosas que contar también...— desvió entonces la atención hacia los demás, que comenzaban a salir para cargar los caballos, señalándolos con el mentón mientras se colgaba la mochila al hombro.
—Y tanto que tienes, niña.— sentenció, frunciendo el ceño, antes de adelantarse y salir por la puerta masticando reniegos.
Aylizz medio rió. Niña era la manera recurrente que tenía de terminar las conversaciones cuando sabía que no podía rebatir los argumentos de la elfa, pero tampoco se permitía admitirlos. Quizá algunas cosas no habían cambiado tanto.
*****
Bosques fronterizos con la Estepa.
Alrededores del Lago Heimdal.
Alrededores del Lago Heimdal.
Después de un par de días de asentamiento, el campamento podía llegar a resultar acogedor en cierto modo. A los elfos del este se les había unido un trío que no pocas veces había presumido de sus andanzas en aquellas tierras y de otras más al oeste, en busca de piezas que pocos se habían atrevido a buscar. En sus palabras. Aunque en la práctica, si de alguno podría creerse alguna anécdota de caza fuera de la normalidad con la que las recibía después de las muchas que había escuchado en su vida, era de Eldar. Callado, con aparentes recuerdos en la piel de sus muchas batidas, era el hermano menor de Fin, como lo nombraban sus camaradas. Resultaba ser quien los había guiado hasta allí y quien mostraba mayor preferencia por la caza nocturna, siempre acompañado de su hijo Eru, un joven petulante que a criterio de la elfa debería bajarse varios peldaños del pedestal en el que creía estar subido, pero que mostraba conveniente habilidad para trampear el coto que habían establecido. Durante el día eran los demás quienes se ausentaban, permaneciendo la base siempre ocupada.
Hasta llegar a la estepa, Aylizz había tenido oportunidades varias para familiarizarse con el arco, aceptando el ofrecimiento de Mirabel a ser su instructora en los momentos de descanso. A pesar de ello, no había sido capaz de acertar ningún blanco en movimiento antes de abandonar la espesura de los bosques. Aun así, sus compañeras no parecían dispuestas a dejar que dedicara su tiempo a mantener encendido el fuego del campamento.
Vlomir y Celegorn se habían alejado aquella tarde, tratando de seguirle la pista a una manada de Vlashogs que avistaron en la lejanía mientras almorzaban. Las chicas, por su parte, se habían limitado a rondar los alrededores alentadas por una emocionada Nasha, que había oído hablar a nosequién de nosedonde sobre los Mul Od Raan y esperaba poder verlos de cerca. Ambos grupos habían acordado reunirse de nuevo para volver a la caída del sol, encargándose de cualquier forma de aprovisionar la cena para todos, sin embargo, las horas de luz comenzaban a ser limitadas y la elfa empezaba a impacientarse al no encontrarlos de vuelta más pronto que tarde.
—Ya no pueden tardar mucho. Se habrán venido arriba, viéndose libres de preocupaciones.— ironizó la pelirroja, señalando a sus compañeras y a ella misma —Todavía falta para el ocaso.— indicó, llevando la mirada al cielo —Podemos avanzar más al norte, un trecho al menos, a ver si damos con ellos. Si han tenido éxito habrán cargado los caballos y vendrán caminando.
Tomaron mayor distancia, siguiendo la ubicación del lago al este como referencia y terminando de salirse de los bosques. Aylizz miró al horizonte sobre el caballo, chasqueando la lengua y dejando escapar el aire entrecortado de una respiración nerviosa al contemplar las extensiones de manto blanco que se perdían en la lontananza. Se revolvió bajo su túnica, que la cubría como última capa de abrigo, con gesto de adecuarse las ropas para mantener el calor al sentir como un escalofrío se colaba por su espalda. De nuevo en el norte. Con mejor adecuación para soportar las condiciones que la primera vez, podría considerar que las vistas resultaban hasta bonitas, pero era incapaz de quitarse estremecimiento que provocaba en ella la plenitud inmaculada que las rodeaba.
—Aylizz, allí. Mira.— la llamada de atención de la morena sobresaltó su interior, llegando sus palabras con un tono de alerta que no le provocó ningún gusto —Podrían ser ellos…— planteó cuando alcanzaron a vislumbrar varias figuras en un cruce de caminos. Echando mano de un pequeño catalejo que guardaba en las alforjas, la elfa examinó mejor la lejanía —Lo son. Y los otros parecen… ¿Guardias? No sé. ¿Tú qué piensas?— cediendo el artilugio a la rubia, mantuvo los ojos clavados en lo que ocurría.
—Guardias, si, o algo parecido. ¿Qué hacen? Parece que les están dando el alto. Son… Humanos.— chasqueó la lengua —Parece haber problemas, quizá deberíamos…
—Eh, eh, ¿qué hacen? ¿Se los llevan?— interrumpió Nasha, al distinguir movimiento en el grupo.
—Si, no… No puede ser. No, no, no… ¿Por qué? Vamos Vlomir… No puede ser… Adar…— viendo cómo apresaban a los dos elfos, levantó el estoque para mirar más al norte, siguiendo los senderos que se dibujaban entre la nieve —Más allá parece levantarse una aldea, a orillas del lago. Pero está lejos… No… ¿Se los pueden llevar así?— devolvió el catalejo —Vamos, hay que ir tras ellos, podemos alcanzarlos.
—Espera, ¡espera! Y qué… ¿Qué hacemos? Nos llevarán también. Hay… Hay que avisar a Finrod, hay que…
—¿Y mientras tanto? No sabemos dónde van o qué harán con ellos. Ni a razón de qué…— azuzó el caballo —Volver vosotras en tal caso, yo no pienso esperar.
—Pero, ¡¿cómo?! No puedes irte sola… ¡Aylizz!
—¡Es mi padre! Podré arreglármelas si no perdéis más tiempo en pedir ayuda. O venís conmigo o me despedís aquí. No estoy dispuesta a confiar en que bárbaros norteños sean hospitalarios con aquellos que reprenden a kilómetros de sus tierras. Y no puedo perderlo otra vez…
—¿Otra… vez?— Mirabel suspiró, desviando entonces la mirada a su prometida —Nasha, yo iré con ella. No me mires así, no, también está mi padre. Vuelve al campamento, a prisa. Me llevo a Fix, te lo haré volar de vuelta con noticias en cuanto pueda.
Galoparon tan raudas como los equinos pudieron mantener las fuerzas en sus piernas, siguiendo los rastros de herraduras en los caminos, que parecían perderse tras las ligeras elevaciones de los prados nevados alrededor. Cuando el sol comenzaba a descender, habiendo perdido de su vista hacía rato a los captores, el levantamiento de Assu se dejó ver al final del camino.
_______________________________________________Hasta llegar a la estepa, Aylizz había tenido oportunidades varias para familiarizarse con el arco, aceptando el ofrecimiento de Mirabel a ser su instructora en los momentos de descanso. A pesar de ello, no había sido capaz de acertar ningún blanco en movimiento antes de abandonar la espesura de los bosques. Aun así, sus compañeras no parecían dispuestas a dejar que dedicara su tiempo a mantener encendido el fuego del campamento.
Vlomir y Celegorn se habían alejado aquella tarde, tratando de seguirle la pista a una manada de Vlashogs que avistaron en la lejanía mientras almorzaban. Las chicas, por su parte, se habían limitado a rondar los alrededores alentadas por una emocionada Nasha, que había oído hablar a nosequién de nosedonde sobre los Mul Od Raan y esperaba poder verlos de cerca. Ambos grupos habían acordado reunirse de nuevo para volver a la caída del sol, encargándose de cualquier forma de aprovisionar la cena para todos, sin embargo, las horas de luz comenzaban a ser limitadas y la elfa empezaba a impacientarse al no encontrarlos de vuelta más pronto que tarde.
—Ya no pueden tardar mucho. Se habrán venido arriba, viéndose libres de preocupaciones.— ironizó la pelirroja, señalando a sus compañeras y a ella misma —Todavía falta para el ocaso.— indicó, llevando la mirada al cielo —Podemos avanzar más al norte, un trecho al menos, a ver si damos con ellos. Si han tenido éxito habrán cargado los caballos y vendrán caminando.
Tomaron mayor distancia, siguiendo la ubicación del lago al este como referencia y terminando de salirse de los bosques. Aylizz miró al horizonte sobre el caballo, chasqueando la lengua y dejando escapar el aire entrecortado de una respiración nerviosa al contemplar las extensiones de manto blanco que se perdían en la lontananza. Se revolvió bajo su túnica, que la cubría como última capa de abrigo, con gesto de adecuarse las ropas para mantener el calor al sentir como un escalofrío se colaba por su espalda. De nuevo en el norte. Con mejor adecuación para soportar las condiciones que la primera vez, podría considerar que las vistas resultaban hasta bonitas, pero era incapaz de quitarse estremecimiento que provocaba en ella la plenitud inmaculada que las rodeaba.
—Aylizz, allí. Mira.— la llamada de atención de la morena sobresaltó su interior, llegando sus palabras con un tono de alerta que no le provocó ningún gusto —Podrían ser ellos…— planteó cuando alcanzaron a vislumbrar varias figuras en un cruce de caminos. Echando mano de un pequeño catalejo que guardaba en las alforjas, la elfa examinó mejor la lejanía —Lo son. Y los otros parecen… ¿Guardias? No sé. ¿Tú qué piensas?— cediendo el artilugio a la rubia, mantuvo los ojos clavados en lo que ocurría.
—Guardias, si, o algo parecido. ¿Qué hacen? Parece que les están dando el alto. Son… Humanos.— chasqueó la lengua —Parece haber problemas, quizá deberíamos…
—Eh, eh, ¿qué hacen? ¿Se los llevan?— interrumpió Nasha, al distinguir movimiento en el grupo.
—Si, no… No puede ser. No, no, no… ¿Por qué? Vamos Vlomir… No puede ser… Adar…— viendo cómo apresaban a los dos elfos, levantó el estoque para mirar más al norte, siguiendo los senderos que se dibujaban entre la nieve —Más allá parece levantarse una aldea, a orillas del lago. Pero está lejos… No… ¿Se los pueden llevar así?— devolvió el catalejo —Vamos, hay que ir tras ellos, podemos alcanzarlos.
—Espera, ¡espera! Y qué… ¿Qué hacemos? Nos llevarán también. Hay… Hay que avisar a Finrod, hay que…
—¿Y mientras tanto? No sabemos dónde van o qué harán con ellos. Ni a razón de qué…— azuzó el caballo —Volver vosotras en tal caso, yo no pienso esperar.
—Pero, ¡¿cómo?! No puedes irte sola… ¡Aylizz!
—¡Es mi padre! Podré arreglármelas si no perdéis más tiempo en pedir ayuda. O venís conmigo o me despedís aquí. No estoy dispuesta a confiar en que bárbaros norteños sean hospitalarios con aquellos que reprenden a kilómetros de sus tierras. Y no puedo perderlo otra vez…
—¿Otra… vez?— Mirabel suspiró, desviando entonces la mirada a su prometida —Nasha, yo iré con ella. No me mires así, no, también está mi padre. Vuelve al campamento, a prisa. Me llevo a Fix, te lo haré volar de vuelta con noticias en cuanto pueda.
Galoparon tan raudas como los equinos pudieron mantener las fuerzas en sus piernas, siguiendo los rastros de herraduras en los caminos, que parecían perderse tras las ligeras elevaciones de los prados nevados alrededor. Cuando el sol comenzaba a descender, habiendo perdido de su vista hacía rato a los captores, el levantamiento de Assu se dejó ver al final del camino.
- Cositas varias:
Primero que todo, el arco me lo saco de la manga para este tema croquetamente. La probadilla antes de pasar por los talleres, si tal caso. Digamos que me voy a basar en la buena vista de los elfos, en que Aylizz tiene puntería ya de base adquirida en el lanzamiento de cuchillos y que tiene nociones básicas de tiro con arco que no han servido para dar con un triste conejo pero eh, aquí hemos venido a jugar.
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Y aquí los PNJs que he considerado importante ilustrar por el momento, porque buscar a todos me estaba dando una pereza terrible.
# La descripción de Vlomir está [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] #
# Este es Celegorn #
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# Esta es Mirabel #
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# Esta es Nasha #
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Aylizz Wendell
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Mirza. Extraños errores
La cantera de hierro trabajaba a un ritmo lento pero continuo. Una veintena de criaturas vestidas con harapos picaban las dos vetas halladas al final de sendos túneles reforzados con vigas de madera, sufriendo profundamente cada vez con una mínima cantidad de tierra se colaba desde el techo entre los grandes maderos. El sonido de las herramientas y los vagones apenas era interrumpido por rápidas conversaciones. Ni los “correctivos”, ni la muerte de Coriandé, habían aún apagado la esperanza que Dárumer, encargado por Túnnar como máximo responsable de la extracción del metal, avivaba semana tras semana. Estaban allí por ser criminales, por haberse opuesto a la ley, pero acabarían por redimirse. En meses, a lo sumo, todos serían libres de retornar a Mirza, a su antigua vida.
Meryun ya no daba crédito a Dárumer ni a sus subordinados dracónidos. Se habían interrumpido las noticias que solían llegar diariamente del poblado, con la excusa de que la lentitud a la hora de obtener el mineral obraba en favor de Assu, perjudicando a Mirza en la segura batalla que estaba por llegar. Las sentencias de alargaron dos semanas. Meryun, habiendo criticado los impuestos, había sido condenado a veinte días en la mina. Ya habían transcurrido dos meses.
Todos los desgraciados, humanos, elfos, dracónidos, brujos o licántropos como él, se encontraban en las mismas condiciones, una única y triste igualdad reinaba en aquella miseria. Cuando el cuerno de aviso tocó, cada uno dejó sus enseres, reuniéndose en lo que el lobo llamaba el “pozo”, una excavación natural de unos treinta pasos de diámetro desde la cual partían los túneles al interior de la tierra. Contempló al responsable, a las tres capataces, dos de las cuales, Nirka y Hellni, nunca habían puesto una mano encima a ninguno de los trabajadores, y a los mercenarios que aburridos en la parte superior, ojeaban con desinterés. Tras posar la vista en el suelo, seguro que escucharía una vez más lo que habían repetido tantas desde que había sido llevado allí por la fuerza, sus ojos se abrieron y como tirada por una cuerda, su cabeza se alzó, sorprendida. ¿Qué hacía allí el hijo del viejo Grithnan? Su padre se había opuesto con todas sus fuerzas a Túnnar y a la nueva moneda que había traído la ruina al poblado y a la comarca.
-¡Amigos!- comenzó con un tono que adolecía de falta de experiencia a la hora de dirigirse a un público. Sus ojos se movían demasiado deprisa, y sus labios se entreabrieron un par de veces de manera débil- ¡Tengo buenas noticias! ¡En menos de una semana seréis todos liberados!
Los presentes se miraron unos a otros, incrédulos, antes de estallar en una algarabía de júbilo.
Meryun frunció el ceño, cuando Grolen, hijo de Grithnan, se alejó, volviendo a agarrar el pico.
[…]
La plaza mercantil de la población, de capa caída, apenas reunía treinta personas entre comerciantes poco esperanzados y compradores que únicamente adquirían artículos de primera necesidad. El trueque, por una ley de urgencia promulgada ese mismo día, entraba en acto criminal, así como el uso de la moneda común del continente. Nadie quería pagar en mírios, pues nadie les daba valor. Aquella extraña aleación carecía de confianza para mantener las transacciones, y Túnnar, gobernante de Mirza, de algún modo era incapaz de hacer frente a la realidad.
Tales eran los pensamientos de Doucro, hijo de Roccyn, cuando embozado junto a varios de sus camaradas, esperaba la salida del malvado gobernante de su gran vivienda. El joven había sido informado por un criado que el noble acudiría al establo del elfo Áriden y partiría a una jornada de caza. Era el momento. Todos ellos llevaban consigo dagas o hachas a una mano. Dos, además, habían conseguido espadas cortas y sencillos arcos. El señor del poblado estaba acabado.
Cuando tres mercenarios precedieron la figura coronada por el rojo cabello de su objetivo, los rebeldes se lanzaron con gritos e invectivas al asesinato en el corazón de su pequeña patria. Poseídos por la ciega ira de quienes estaban convencidos del honor y la razón de su objetivo, atacaron, terminando con dificultad con los protectores, perdiendo a varios de los miembros de la emboscada. La incomprensión tiñó el rostro de Doucro, al voltear al cadáver principal. No, aquel no era Túnnar. Y el terror reemplazó a su último sentimiento, cuando media docena de espadas vendidas aparecieron desde distintos puntos del mercado. La mayoría de los viandantes huyeron, y el muchacho castañeó los dientes, mirando por doquier un inexistente lugar para escapar.
Cansado, bolsa de viaje al hombro y espada al cinto, Nou Indirel arribó a aquella región con los pies doloridos del largo viaje. Habían pasado demasiadas cosas en los últimos meses, y a pocas, muy pocas, de ellas podía calificarlas como algo que le hubiera reportado algo más que sangre propia y ajena. Por ello, retomando el manuscrito propio que crecía con cada uno de sus viajes, regresó a la senda de sus rumores y leyendas, dirigiendo sus pasos hacia ese poblado que Eghishe Leodi aseguraba que había nacido como Mir I Zanû. Una referencia directa al supuesto tesoro que guardaba su emplazamiento: el escudo de uno de los héroes más importantes de las edades antiguas.
Casi quiso sonreir al vislumbrar el sosegado paisaje donde aparecía el lugar, tras semanas de trayecto. Se había alejado de guerras, clanes vampiros y trabajos donde su hoja apenas había descansado, jugándose la vida. Aquello resultaría sin duda, en comparación, un grato remanso de paz.
Assu. Odio y venganza
Nipal meditaba en sus aposentos. Con las manos tras la cabeza, no alcanzaba a dilucidar cómo echar por tierra los planes de su padre y su hermana. Convencido que la guerra terminaría por destruir Assu, tampoco se encontraba en su interior la vileza para apartar a aquel que había contribuido a darle la vida del poder. El capitán de la milicia assuria, el brujo Pariakan, era demasiado inteligente para estar a favor de la estupidez del mebaragesi, mas también para oponerse a la furia del regente.
Si el golpe de estado no era una opción, necesitaba conocer los planes inmediatos de los mirzaicos. ¿Pero cómo?
Illuna entró en su habitación, y la temperatura de la misma descendió bruscamente, para molestia del hijo del gobernador. Años atrás, disculpaba su comportamiento, sabedor lo difícil que le era controlar su poder. Ahora, la mujer era un pozo de ambición sin escrúpulos, y utilizaba todas las armas a su alcance para intimidar, manipular y amedrentar. Incluso en meras conversaciones. Incluso con su propia sangre.
-¿Qué quieres? Has ganado- habló Nipal sin levantarse del lecho. Deseaba que se fuera, claro que su hermana parecía no notar los sentimientos negativos hacia ella. O tal vez, meramente los ignoraba.
Delicadamente, ella se sentó en el borde de la cama, apartando con gracilidad su blanca capa, jugando con una de las mangas acampanadas de su vestido.
-¿No te cansas de estar siempre en el bando perdedor?- sus ojos cristalinos se enfocaron en él, quien sintió al instante la conocida sensación donde ella trataba de forzar sus pensamientos- La moneda, la guerra, el fútil intento de confederar la región… - sus palabras terminaron en una bella sonrisa- Eres mi hermano, Nipal. Tu deber es apoyarme.
-¿A ti, o a padre?- replicó él, sentándose- esa unión de la que te burlas habría traído paz y riqueza a toda la comarca, a las cuatro regiones.
Illuna ladeó la cabeza, como si no comprendiese tales palabras.
-Él y yo opinamos lo mismo, únicamente tú discrepas, hermano mío. Y ello podría resultar inconveniente si algún día padre faltase. La guerra se cobra vidas.
Enfundadas en una lengua que entonaba de hermosa manera, su fondo espantó al joven, quien se levantó de golpe, alejándose de la mujer. Ésta, como si enmarcase en súmmun de la modestia, bajó la cabeza, ocultando su sonrisa con el dorso de la mano. El calor de la estancia desapareció por completo cuando ella dio dos pasos hacia la puerta.
-Iré a pasar revista a nuestros guerreros- reveló. Eso sonó a Nipal como el disparo de una ballesta.
Pariakan recibió a su oficial en la casa-cuartel de la población. Los legajos que tenía ante sí no podían resultar más descorazonadores. Las arcas estaban vacías, y apenas quedaba dinero para pagar a la milicia una semana más. ¿Qué demonios ocurriría entonces?
-¿Qué ocurre?- inquirió sin levantar la vista.
-Hemos capturado a dos posibles espías elfos. Afirman proceder del sur, que su presencia responde tan sólo a encontrarse de paso. Parecen demasiado preocupados para resultar cierto. Tal vez hayan fracasado en una misión de infiltración señor.
-Encerradlos tras los barrotes del sótano. Más tarde los interrogaré.
Su subordinado se despidió antes de cumplir su cometido, y el capitán ni siquiera miró a ambos hijos de Sandorai cuando fueron conducidos al piso inferior.
Falta acuciante de dinero, y ahora guerra…
[…]
- Así es- se corroboró a si misma la mercader- Sólo unos pocos, muy pocos - enfatizo con una sonrisa y un dedo alzado- tenemos contactos para traer maravillas de la gran capital humana del sur. Y ¡Yo soy una! ¿Querrías joyas para realizar tu belleza? ¿Ornato para tu hogar? Vengas de donde vengas, puedo hacer que tus visitas queden asombradas de tu buen gusto.
La humana se inclinó, apreciendo las joyas de forma teatral delante de la mujer que solo buscaba vender. - Parecen de buena factura - ronroneó. - Pero ya sabes lo que se comenta en los caminos, la verdad que estoy preocupada al respecto - Se incorporó llevándose la mano a la mejilla en gesto compungido. - Una no sabe de quién puede fiarse hoy en día... y no hablo por ti que conste, pero algunos mercaderes de la capital... - frunció el entrecejo.
La comerciante miró a ambos lados, y se acercó un poco - Puedo jurarte por mi difunto marido que sólo me llega lo mejor. Yo misma lo reviso- se jactó- tengo muy buen ojo, la experiencia niña. Los caminos nunca son seguros, pero el oro y la plata sí, decía mi madre. Pronto mejorarán las cosas, y si vienen más compradores... todo ésto subirá de precio, hermosura. Es una ganga.
Iori asintió con gesto confiado, mostrándole una complicidad que podía hacer que la mujer se sintiese alentada a seguir. - Escuché que algunos proveedores de la capital distribuian material fraudulento por las comarcas, al no poder vender ese producto fácilmente en la ciudad. ¿Puedes garantizarme que el mercader es de confianza? Quiero decir, al fin y al cabo una joya debe su valor a la calidad de los materiales, no a la simple belleza de la composición - Acarició con la punta de los dedos los pendientes azules.
- Eres sabía para tu edad- arqueó una ceja- Otto está bien considerado en la lejana Lunargenta, y ha sido un regalo de los dioses. Llegó aquí cansado de la gran ciudad, y colocó su puesto, pero pronto nos fue ayudando a todos a traer mercancías mejores y más baratas. Lo de la nueva moneda- alejó una mosca invisible con el gesto de la mano- ... Él no tuvo la culpa seguro. También perdió dinero. Como ves- sonrió de nuevo - esto pronto será un gran centro comercial, más seguro que el palacio de Dundarak
Una chispa de locura brillo en la mirada que Iori tenía clavada en los pendientes. - ¿Otto? me suena ese nombre de mi tiempo en Lunargenta. ¿Será el mismo que recuerdo relacionado con un tal Hans? dicen de él que es de los mejores mercaderes de la ciudad
- Lo desconozco- se encogió la mujer de hombros- ¿Qué me dices? ¿Algo especial para adornarte? - no obstante, de pronto, dejó de lado su labia para la compraventa.
-Desde luego - iori sonrió echando mano del monedero. forcejeó con el cierre. Al fin y al cabo era la primera vez que lo abría. Lo habia tomado de las pertenencias de una caravana que se había encontrado en el camino. - los pendientes azules por favor –
- Aquí tienes- pareció aliviada- no dudes en volver a mi puesto, soy Dumnara. Lo que desees mientras estés en Assu, yo te lo conseguiré.
Glath. Dudas oscuras
Los campos de Glath, los mismo a quienes desde antaño los moradores de la zona denominaban Campos Glathios, habían ya perdido a buena parte de sus trabajadores. El ataque de esas… cosas, había resultado devastador para la moral de quienes no poseían casas de piedra, pensaba Hirmia, acariciando a su perro labrador. Aunque las habían rechazado, algunos habían decidido huir de la comarca con sus animales, hartos del miedo a las luchas intestinas y los extraños ataques exteriores.
La jovencita vio desde su privilegiada posición como dos forasteros se internaban en el pueblo. Su can ladró, exigiendo más caricias y ella le correspondió, ensimismada en cuanto estaba ocurriendo que no había tenido lugar desde que ella había nacido. Se levantó de la piedra.
-Cuida de las ovejas- ordenó firme al animal, que se había sentado comprendiendo el tono de la chiquilla- Tengo que ir a la cabaña de la fjollkunig. Puede tener nuevas instrucciones. No me mires así. A nuestro rebaño no le ha pasado nada ¿a que no? Ella sabrá que hacer.
Y corriendo, se dirigió presurosa al encuentro de la sabia.
Dividido entre el Hierro y la Villavieja, el poblado apenas mostraba vida alguna. Incluso con la falta de empalizada o muralla, las calles estaban llenas de barricadas creadas a partir de materiales de desecho, bancos rotos, trozos de madera inservibles y muebles destrozados. En la zona controlada por el Gremio, contaban incluso con trozos afilados de metal entre tales trincheras, disimulados para hacer el mayor daño posible.
Lauepar fabricaba una última hacha, golpeando el hierro para eliminar las peores ondulaciones. Aquello era muy distinto a intentar destrozar los huesos a un enemigo, y el herrero comprendió que su antiguo trabajo apenas le reportaba ya satisfacción alguna. No podía hacerlo, no cuando los Paica continuaban acosando con jabalinas y rápidos ataques a su gente. El comercio se había extinguido, y la comida que habían almacenado no duraría demasiado tiempo.
Apurado, alguien entró en su taller, cerrando de golpe al puerta.
-¿Warhan? ¿Qué ha pasado?- Lauepar bajó el martillo, recuperando una respiración acompasada.
- Dos de los Paica. Casi me atrapan por el pueblo viejo- resumió, acercándose a su amigo y sentándose en un sucio taburete.
El dueño del taller abrió más los ojos, iracundo.
-¿Estás loco? ¿Quieres que te maten o algo peor?
-Necesitamos información- se justificó, desafiante el hombre bestia con trazas de cuervo- Quizá no pueda volar, pero no pienso quedarme de brazos cruzados.
-Aún no comprendo cómo han conseguido contratar a una compañía como los Paica. Ni reuniendo las fortunas de la región deberían haber podido pagarlas.
El cuervo se encogió de hombros.
-Riyeth sabe que los protectores no pueden hacernos frente. Supongo que espera que nos dobleguemos por desgaste- terminó, levantándose- Me iré por la puerta del callejón, amigo. Atranca la principal, se están volviendo más osados.
Lauepar asintió, obedeciendo el consejo. Un último recuerdo volvió a él, la sonrisa del banquero de Dundarak, prometiendo toda aquella riqueza, la nueva calzada con el sur, su abrazo con el patriarca de los Kirneill. Todo, antes del desastre y el inicio de la guerra.
Rume. El ahogo de la razón
Al lado del sacro templo, las cuatro sacerdotisas que poseían la experiencia y méritos suficientes para suceder a Juthrin, tallaban en la roca las mágicas fórmulas que permitiesen su eterno descanso. Unas a otras se miraban, como saetas disfrazadas, confiando todas ellas que el resto del cónclave las eligiese para ocupar el puesto de honor que oficiosamente, dirigía Rume.
Ninguna tenía aquel puesto asegurado, sospechaba el acólito Güiz´Rmon. Sus escasos años no hacían mella alguna en una inteligencia despierta, fuera de lo común. No sólo en su propia raza, si no en cualquiera de las especies que habitaban el continente. Salmodiando con su voz blanca, el felino rodeó tres veces el sagrado edificio, sin dejar de pensar en la pérdida de Juthrin.
Una divertida mueca de ira crispó el rostro de la criatura. Que alguien pudiese creer culpable a su mentora de algo malo para la comunidad le resultaba ofensivo. Miró hacia abajo, donde se levantaban las casas de quienes no estaban tan cerca de las deidades, y el cachorro sintió un poco de lástima.
La familia Yusne se había sentado a la mesa. Seis personas, creyentes, hicieron libaciones a los dioses como cada día antes de la comida presidida por el astro rey. Partieron el pan, y Seig miró con cariño a uno de sus hijos, cuando la puerta de su vivienda se abrió de golpe, y cuatro kadosh del templo, armados con su característico kopesh, entraron sin invitación alguna, rodeando a los presentes, al tiempo que dos de ellos ponían patas arriba todo lo que contenía la pequeña morada. Aterrorizados, los tres pequeños se arremolinaron junto a su madre.
-¿Qué ocurre?- trató de alzar la voz Seig Yusne. Uno de los invasores, tomándolo por el hombro, lo obligó a tomar asiento.
-Habéis sido acusados de complicidad en el asesinato de la sacerdotisa Juthrin. Buscamos pruebas que corroboren vuestra traición.
-No encontraréis nada- soltó Erike la mujer de Seig, mirando con odio a los kadosh. Mas ambos palidecieron, cuando uno de los seglares a las órdenes del templo alzó una pulsera que todos y cada uno de los habitantes de Rume habían visto en la muñeca de la clériga.
-Culpables- declaró el líder de la tropa- Lleváoslos.
Salieron en procesión, pasando delante de la única taberna del poblado. Y si algo podía aumentar el miedo en Seig, fue contemplar cómo otros cuatro conocidos parecían haber sido inculpados de la misma manera. Trató de zafarse sin éxito, ante los desgarradores gritos de su mujer, y el llanto de sus retoños.
La cantera de hierro trabajaba a un ritmo lento pero continuo. Una veintena de criaturas vestidas con harapos picaban las dos vetas halladas al final de sendos túneles reforzados con vigas de madera, sufriendo profundamente cada vez con una mínima cantidad de tierra se colaba desde el techo entre los grandes maderos. El sonido de las herramientas y los vagones apenas era interrumpido por rápidas conversaciones. Ni los “correctivos”, ni la muerte de Coriandé, habían aún apagado la esperanza que Dárumer, encargado por Túnnar como máximo responsable de la extracción del metal, avivaba semana tras semana. Estaban allí por ser criminales, por haberse opuesto a la ley, pero acabarían por redimirse. En meses, a lo sumo, todos serían libres de retornar a Mirza, a su antigua vida.
Meryun ya no daba crédito a Dárumer ni a sus subordinados dracónidos. Se habían interrumpido las noticias que solían llegar diariamente del poblado, con la excusa de que la lentitud a la hora de obtener el mineral obraba en favor de Assu, perjudicando a Mirza en la segura batalla que estaba por llegar. Las sentencias de alargaron dos semanas. Meryun, habiendo criticado los impuestos, había sido condenado a veinte días en la mina. Ya habían transcurrido dos meses.
Todos los desgraciados, humanos, elfos, dracónidos, brujos o licántropos como él, se encontraban en las mismas condiciones, una única y triste igualdad reinaba en aquella miseria. Cuando el cuerno de aviso tocó, cada uno dejó sus enseres, reuniéndose en lo que el lobo llamaba el “pozo”, una excavación natural de unos treinta pasos de diámetro desde la cual partían los túneles al interior de la tierra. Contempló al responsable, a las tres capataces, dos de las cuales, Nirka y Hellni, nunca habían puesto una mano encima a ninguno de los trabajadores, y a los mercenarios que aburridos en la parte superior, ojeaban con desinterés. Tras posar la vista en el suelo, seguro que escucharía una vez más lo que habían repetido tantas desde que había sido llevado allí por la fuerza, sus ojos se abrieron y como tirada por una cuerda, su cabeza se alzó, sorprendida. ¿Qué hacía allí el hijo del viejo Grithnan? Su padre se había opuesto con todas sus fuerzas a Túnnar y a la nueva moneda que había traído la ruina al poblado y a la comarca.
-¡Amigos!- comenzó con un tono que adolecía de falta de experiencia a la hora de dirigirse a un público. Sus ojos se movían demasiado deprisa, y sus labios se entreabrieron un par de veces de manera débil- ¡Tengo buenas noticias! ¡En menos de una semana seréis todos liberados!
Los presentes se miraron unos a otros, incrédulos, antes de estallar en una algarabía de júbilo.
Meryun frunció el ceño, cuando Grolen, hijo de Grithnan, se alejó, volviendo a agarrar el pico.
[…]
La plaza mercantil de la población, de capa caída, apenas reunía treinta personas entre comerciantes poco esperanzados y compradores que únicamente adquirían artículos de primera necesidad. El trueque, por una ley de urgencia promulgada ese mismo día, entraba en acto criminal, así como el uso de la moneda común del continente. Nadie quería pagar en mírios, pues nadie les daba valor. Aquella extraña aleación carecía de confianza para mantener las transacciones, y Túnnar, gobernante de Mirza, de algún modo era incapaz de hacer frente a la realidad.
Tales eran los pensamientos de Doucro, hijo de Roccyn, cuando embozado junto a varios de sus camaradas, esperaba la salida del malvado gobernante de su gran vivienda. El joven había sido informado por un criado que el noble acudiría al establo del elfo Áriden y partiría a una jornada de caza. Era el momento. Todos ellos llevaban consigo dagas o hachas a una mano. Dos, además, habían conseguido espadas cortas y sencillos arcos. El señor del poblado estaba acabado.
Cuando tres mercenarios precedieron la figura coronada por el rojo cabello de su objetivo, los rebeldes se lanzaron con gritos e invectivas al asesinato en el corazón de su pequeña patria. Poseídos por la ciega ira de quienes estaban convencidos del honor y la razón de su objetivo, atacaron, terminando con dificultad con los protectores, perdiendo a varios de los miembros de la emboscada. La incomprensión tiñó el rostro de Doucro, al voltear al cadáver principal. No, aquel no era Túnnar. Y el terror reemplazó a su último sentimiento, cuando media docena de espadas vendidas aparecieron desde distintos puntos del mercado. La mayoría de los viandantes huyeron, y el muchacho castañeó los dientes, mirando por doquier un inexistente lugar para escapar.
[...]
Cansado, bolsa de viaje al hombro y espada al cinto, Nou Indirel arribó a aquella región con los pies doloridos del largo viaje. Habían pasado demasiadas cosas en los últimos meses, y a pocas, muy pocas, de ellas podía calificarlas como algo que le hubiera reportado algo más que sangre propia y ajena. Por ello, retomando el manuscrito propio que crecía con cada uno de sus viajes, regresó a la senda de sus rumores y leyendas, dirigiendo sus pasos hacia ese poblado que Eghishe Leodi aseguraba que había nacido como Mir I Zanû. Una referencia directa al supuesto tesoro que guardaba su emplazamiento: el escudo de uno de los héroes más importantes de las edades antiguas.
Casi quiso sonreir al vislumbrar el sosegado paisaje donde aparecía el lugar, tras semanas de trayecto. Se había alejado de guerras, clanes vampiros y trabajos donde su hoja apenas había descansado, jugándose la vida. Aquello resultaría sin duda, en comparación, un grato remanso de paz.
Assu. Odio y venganza
Nipal meditaba en sus aposentos. Con las manos tras la cabeza, no alcanzaba a dilucidar cómo echar por tierra los planes de su padre y su hermana. Convencido que la guerra terminaría por destruir Assu, tampoco se encontraba en su interior la vileza para apartar a aquel que había contribuido a darle la vida del poder. El capitán de la milicia assuria, el brujo Pariakan, era demasiado inteligente para estar a favor de la estupidez del mebaragesi, mas también para oponerse a la furia del regente.
Si el golpe de estado no era una opción, necesitaba conocer los planes inmediatos de los mirzaicos. ¿Pero cómo?
Illuna entró en su habitación, y la temperatura de la misma descendió bruscamente, para molestia del hijo del gobernador. Años atrás, disculpaba su comportamiento, sabedor lo difícil que le era controlar su poder. Ahora, la mujer era un pozo de ambición sin escrúpulos, y utilizaba todas las armas a su alcance para intimidar, manipular y amedrentar. Incluso en meras conversaciones. Incluso con su propia sangre.
-¿Qué quieres? Has ganado- habló Nipal sin levantarse del lecho. Deseaba que se fuera, claro que su hermana parecía no notar los sentimientos negativos hacia ella. O tal vez, meramente los ignoraba.
Delicadamente, ella se sentó en el borde de la cama, apartando con gracilidad su blanca capa, jugando con una de las mangas acampanadas de su vestido.
-¿No te cansas de estar siempre en el bando perdedor?- sus ojos cristalinos se enfocaron en él, quien sintió al instante la conocida sensación donde ella trataba de forzar sus pensamientos- La moneda, la guerra, el fútil intento de confederar la región… - sus palabras terminaron en una bella sonrisa- Eres mi hermano, Nipal. Tu deber es apoyarme.
-¿A ti, o a padre?- replicó él, sentándose- esa unión de la que te burlas habría traído paz y riqueza a toda la comarca, a las cuatro regiones.
Illuna ladeó la cabeza, como si no comprendiese tales palabras.
-Él y yo opinamos lo mismo, únicamente tú discrepas, hermano mío. Y ello podría resultar inconveniente si algún día padre faltase. La guerra se cobra vidas.
Enfundadas en una lengua que entonaba de hermosa manera, su fondo espantó al joven, quien se levantó de golpe, alejándose de la mujer. Ésta, como si enmarcase en súmmun de la modestia, bajó la cabeza, ocultando su sonrisa con el dorso de la mano. El calor de la estancia desapareció por completo cuando ella dio dos pasos hacia la puerta.
-Iré a pasar revista a nuestros guerreros- reveló. Eso sonó a Nipal como el disparo de una ballesta.
[…]
Pariakan recibió a su oficial en la casa-cuartel de la población. Los legajos que tenía ante sí no podían resultar más descorazonadores. Las arcas estaban vacías, y apenas quedaba dinero para pagar a la milicia una semana más. ¿Qué demonios ocurriría entonces?
-¿Qué ocurre?- inquirió sin levantar la vista.
-Hemos capturado a dos posibles espías elfos. Afirman proceder del sur, que su presencia responde tan sólo a encontrarse de paso. Parecen demasiado preocupados para resultar cierto. Tal vez hayan fracasado en una misión de infiltración señor.
-Encerradlos tras los barrotes del sótano. Más tarde los interrogaré.
Su subordinado se despidió antes de cumplir su cometido, y el capitán ni siquiera miró a ambos hijos de Sandorai cuando fueron conducidos al piso inferior.
Falta acuciante de dinero, y ahora guerra…
[…]
- Así es- se corroboró a si misma la mercader- Sólo unos pocos, muy pocos - enfatizo con una sonrisa y un dedo alzado- tenemos contactos para traer maravillas de la gran capital humana del sur. Y ¡Yo soy una! ¿Querrías joyas para realizar tu belleza? ¿Ornato para tu hogar? Vengas de donde vengas, puedo hacer que tus visitas queden asombradas de tu buen gusto.
La humana se inclinó, apreciendo las joyas de forma teatral delante de la mujer que solo buscaba vender. - Parecen de buena factura - ronroneó. - Pero ya sabes lo que se comenta en los caminos, la verdad que estoy preocupada al respecto - Se incorporó llevándose la mano a la mejilla en gesto compungido. - Una no sabe de quién puede fiarse hoy en día... y no hablo por ti que conste, pero algunos mercaderes de la capital... - frunció el entrecejo.
La comerciante miró a ambos lados, y se acercó un poco - Puedo jurarte por mi difunto marido que sólo me llega lo mejor. Yo misma lo reviso- se jactó- tengo muy buen ojo, la experiencia niña. Los caminos nunca son seguros, pero el oro y la plata sí, decía mi madre. Pronto mejorarán las cosas, y si vienen más compradores... todo ésto subirá de precio, hermosura. Es una ganga.
Iori asintió con gesto confiado, mostrándole una complicidad que podía hacer que la mujer se sintiese alentada a seguir. - Escuché que algunos proveedores de la capital distribuian material fraudulento por las comarcas, al no poder vender ese producto fácilmente en la ciudad. ¿Puedes garantizarme que el mercader es de confianza? Quiero decir, al fin y al cabo una joya debe su valor a la calidad de los materiales, no a la simple belleza de la composición - Acarició con la punta de los dedos los pendientes azules.
- Eres sabía para tu edad- arqueó una ceja- Otto está bien considerado en la lejana Lunargenta, y ha sido un regalo de los dioses. Llegó aquí cansado de la gran ciudad, y colocó su puesto, pero pronto nos fue ayudando a todos a traer mercancías mejores y más baratas. Lo de la nueva moneda- alejó una mosca invisible con el gesto de la mano- ... Él no tuvo la culpa seguro. También perdió dinero. Como ves- sonrió de nuevo - esto pronto será un gran centro comercial, más seguro que el palacio de Dundarak
Una chispa de locura brillo en la mirada que Iori tenía clavada en los pendientes. - ¿Otto? me suena ese nombre de mi tiempo en Lunargenta. ¿Será el mismo que recuerdo relacionado con un tal Hans? dicen de él que es de los mejores mercaderes de la ciudad
- Lo desconozco- se encogió la mujer de hombros- ¿Qué me dices? ¿Algo especial para adornarte? - no obstante, de pronto, dejó de lado su labia para la compraventa.
-Desde luego - iori sonrió echando mano del monedero. forcejeó con el cierre. Al fin y al cabo era la primera vez que lo abría. Lo habia tomado de las pertenencias de una caravana que se había encontrado en el camino. - los pendientes azules por favor –
- Aquí tienes- pareció aliviada- no dudes en volver a mi puesto, soy Dumnara. Lo que desees mientras estés en Assu, yo te lo conseguiré.
Glath. Dudas oscuras
Los campos de Glath, los mismo a quienes desde antaño los moradores de la zona denominaban Campos Glathios, habían ya perdido a buena parte de sus trabajadores. El ataque de esas… cosas, había resultado devastador para la moral de quienes no poseían casas de piedra, pensaba Hirmia, acariciando a su perro labrador. Aunque las habían rechazado, algunos habían decidido huir de la comarca con sus animales, hartos del miedo a las luchas intestinas y los extraños ataques exteriores.
La jovencita vio desde su privilegiada posición como dos forasteros se internaban en el pueblo. Su can ladró, exigiendo más caricias y ella le correspondió, ensimismada en cuanto estaba ocurriendo que no había tenido lugar desde que ella había nacido. Se levantó de la piedra.
-Cuida de las ovejas- ordenó firme al animal, que se había sentado comprendiendo el tono de la chiquilla- Tengo que ir a la cabaña de la fjollkunig. Puede tener nuevas instrucciones. No me mires así. A nuestro rebaño no le ha pasado nada ¿a que no? Ella sabrá que hacer.
Y corriendo, se dirigió presurosa al encuentro de la sabia.
[…]
Dividido entre el Hierro y la Villavieja, el poblado apenas mostraba vida alguna. Incluso con la falta de empalizada o muralla, las calles estaban llenas de barricadas creadas a partir de materiales de desecho, bancos rotos, trozos de madera inservibles y muebles destrozados. En la zona controlada por el Gremio, contaban incluso con trozos afilados de metal entre tales trincheras, disimulados para hacer el mayor daño posible.
Lauepar fabricaba una última hacha, golpeando el hierro para eliminar las peores ondulaciones. Aquello era muy distinto a intentar destrozar los huesos a un enemigo, y el herrero comprendió que su antiguo trabajo apenas le reportaba ya satisfacción alguna. No podía hacerlo, no cuando los Paica continuaban acosando con jabalinas y rápidos ataques a su gente. El comercio se había extinguido, y la comida que habían almacenado no duraría demasiado tiempo.
Apurado, alguien entró en su taller, cerrando de golpe al puerta.
-¿Warhan? ¿Qué ha pasado?- Lauepar bajó el martillo, recuperando una respiración acompasada.
- Dos de los Paica. Casi me atrapan por el pueblo viejo- resumió, acercándose a su amigo y sentándose en un sucio taburete.
El dueño del taller abrió más los ojos, iracundo.
-¿Estás loco? ¿Quieres que te maten o algo peor?
-Necesitamos información- se justificó, desafiante el hombre bestia con trazas de cuervo- Quizá no pueda volar, pero no pienso quedarme de brazos cruzados.
-Aún no comprendo cómo han conseguido contratar a una compañía como los Paica. Ni reuniendo las fortunas de la región deberían haber podido pagarlas.
El cuervo se encogió de hombros.
-Riyeth sabe que los protectores no pueden hacernos frente. Supongo que espera que nos dobleguemos por desgaste- terminó, levantándose- Me iré por la puerta del callejón, amigo. Atranca la principal, se están volviendo más osados.
Lauepar asintió, obedeciendo el consejo. Un último recuerdo volvió a él, la sonrisa del banquero de Dundarak, prometiendo toda aquella riqueza, la nueva calzada con el sur, su abrazo con el patriarca de los Kirneill. Todo, antes del desastre y el inicio de la guerra.
Rume. El ahogo de la razón
Al lado del sacro templo, las cuatro sacerdotisas que poseían la experiencia y méritos suficientes para suceder a Juthrin, tallaban en la roca las mágicas fórmulas que permitiesen su eterno descanso. Unas a otras se miraban, como saetas disfrazadas, confiando todas ellas que el resto del cónclave las eligiese para ocupar el puesto de honor que oficiosamente, dirigía Rume.
Ninguna tenía aquel puesto asegurado, sospechaba el acólito Güiz´Rmon. Sus escasos años no hacían mella alguna en una inteligencia despierta, fuera de lo común. No sólo en su propia raza, si no en cualquiera de las especies que habitaban el continente. Salmodiando con su voz blanca, el felino rodeó tres veces el sagrado edificio, sin dejar de pensar en la pérdida de Juthrin.
Una divertida mueca de ira crispó el rostro de la criatura. Que alguien pudiese creer culpable a su mentora de algo malo para la comunidad le resultaba ofensivo. Miró hacia abajo, donde se levantaban las casas de quienes no estaban tan cerca de las deidades, y el cachorro sintió un poco de lástima.
[…]
La familia Yusne se había sentado a la mesa. Seis personas, creyentes, hicieron libaciones a los dioses como cada día antes de la comida presidida por el astro rey. Partieron el pan, y Seig miró con cariño a uno de sus hijos, cuando la puerta de su vivienda se abrió de golpe, y cuatro kadosh del templo, armados con su característico kopesh, entraron sin invitación alguna, rodeando a los presentes, al tiempo que dos de ellos ponían patas arriba todo lo que contenía la pequeña morada. Aterrorizados, los tres pequeños se arremolinaron junto a su madre.
-¿Qué ocurre?- trató de alzar la voz Seig Yusne. Uno de los invasores, tomándolo por el hombro, lo obligó a tomar asiento.
-Habéis sido acusados de complicidad en el asesinato de la sacerdotisa Juthrin. Buscamos pruebas que corroboren vuestra traición.
-No encontraréis nada- soltó Erike la mujer de Seig, mirando con odio a los kadosh. Mas ambos palidecieron, cuando uno de los seglares a las órdenes del templo alzó una pulsera que todos y cada uno de los habitantes de Rume habían visto en la muñeca de la clériga.
-Culpables- declaró el líder de la tropa- Lleváoslos.
Salieron en procesión, pasando delante de la única taberna del poblado. Y si algo podía aumentar el miedo en Seig, fue contemplar cómo otros cuatro conocidos parecían haber sido inculpados de la misma manera. Trató de zafarse sin éxito, ante los desgarradores gritos de su mujer, y el llanto de sus retoños.
Nousis Indirel
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Encontraron un mercado casi vacío, triste. Incluso los colores vivos de un mercado común, teñido de telas rojas de las islas, violáceo de losvinos de exportación ahora parecían repartirse entre una escala de grises, incluso el flagante metal de las armas relucientes estaba sucio, opaco. Leo le ofreció el brazo para agarrarse a Nana, que aceptó en silencio la invitación enebrándose al hombro de su amigo.
-No deberíamos de haber parado aquí. -Susurró Leo sin dejar de finjir una sonrisa amable y confiada. -Nos van a robar hasta la ropa interior. -Comentario por el cual la loba apretó con fuerza el brazo en el que se apoyaba. -¿Qué? Es la verdad.
Nana tosió un par de veces y negó con resignación ignorando los comentarios de Leo. Cierto era que la loba podía incluso oler la tensión que desprendía el ambiente como una atmósfera cargada que era incluso difícil de atravesar por el filo más cortante. Sentía el acelerado pulso de Leo.
-Esque ni siquiera se acercan a ofrecernos cosas. -Volvió a reprocharle en voz baja con indignación.
A paso lento se acercaron a uno de los puestos que habían abiertos, una mujer de mediana edad con el cabello cubierto por un pañuelo negaba ligeramente con la cabeza, intentando disimular con una forzada sonrisa enseñando los dientes. No habló, hizo un ademán con la cabeza señalando sus preciosas telas colgadas de amplios mástiles junto a su puesto.
-Qué telas más bonitas para hacerle un vestido a mi mujer, ¿Aceptaría sal a cambio de estas preciosas telas? -Los ojos de la mujer se le salieron de las cuencas al escuchar tal ofrenda. Leo soltó de sopetón las telas y se alejó unos pasos, confundido. -No se preocupe, tenemos Aeros. -Y de nuevo el gesto de la mujer se descompuso, miró a ambos lados de la plaza, asegurándose de que nadie les escuchase y les hizo un ademán para que se acercasen al puesto.
Los pies de Nana se anclaron en el suelo, mientras que Leo, presa de la curiosidad la arrastró consigo hasta el puesto. La mujer se inclinó hacia la pareja y negó con la cabeza, asustada.
-Ehtá prohibido el truque y uzáh la moneda der continente. -Dijo la mujer en un susurro a penas inaudible para cualquier humano corriente.
Nana y Leo se miraron frunciendo el ceño, aún más confundidos, y devolvieron la mirada a la mujer, repitiendo el gesto.
-Entonces, ¿Cómo quieren que paguemos? ¿Con piedras? -Se dignó por fin a verbalizar la loba.
-No, porque técnicamente eso sería trueque. -Puntualizó su acompañante.
La mujer se llevó el índice a los labios, indicándoles que bajasen el volumen de la conversación. Atónitos por lo acontecido, se acercaron más aún al puesto para seguir hablando con la mujer que parecía algo más relajada.
-No, con mírios, eh' una moneda daquí, hesha con lo que zacan en lah' mina'. -La mujer doblaba telas como si estuviera trabajando mientras hablaba con ellos para no levantar sospechas. -Pero vale nah' fuera daquí, por eso no ze pueh' pagá con otra coza y por eso tampoco queremo' vende nah, vamo, que zha parao to'.
-Entiendo. -Leo seguia haciéndose el interesado en las telas como si de verdad las fuese a comprar. -Entonces, ¿Podría indicarnos algún sitio cercano con menos beligerancia para pasar la noche a mi esposa y a mi y poder comprar víveres para el camino? -Preguntó haciendo como si la pregunta fuera dedicada a las telas.
La mujer negó varias veces con la cabeza con resignación y angustia.
-Quisá Mirsa sea la ciuda' mah tranquila de la sona. -Comentó la señora con mucha tristeza.
Nana suspiró hondo, buscando un plan alternativo. Estaban casi sin víveres y necesitaban urgentemente comida para proseguir su viaje, pero parecía que no iba a ser fácil. Los gritos del gentío la alermó, al otro lado de la plaza se empezó a aglomerar gente. Rápidamente la mujer cerró las ventanas del establecimiento con sus telas, así como los demás puestos. Ahora estaban solos en mitad de la plaza.
-Huele a sangre. -Sentenció la loba mirando hacia el cúmulo de gente frente a la casa más grande de la plaza del mercado. -Menos mal que este era el pueblo más tranquilo de la zona. -Arqueó ligeramente una ceja y obligó a Leo a hacerse hacia atrás hasta quedar con la espalda cubierta por el puesto de telas.
Todos los guardias acudieron, Leo hizo un amago de acercaarse, pero Nana lo paró en seco, obligándole a volver a la seguridad que le brindaban las telas que aún colgaban de los mástiles.
-Tenemos que irnos cuanto antes, pero la salida del mercado está en esa dirección. -Comentó Nana analizando la situación oculta tras las telas. -No sé, piensa algo tú también, tú eres el ingeniero. -Reprochó la loba que tras haber contado el número de posibles atacantes, parecía bastante tranquila. -No me gustaría devolverle el vestido lleno de sangre a Rose, solo te pido eso. -Bromeó esbozando una sonrisa de medio lado que mostraba aquellos afilados colmillos.
Leo se giró sobre sus talones y golpeó varias veces el puesto de la señora de las telas.
-¡Déjenos entrar, por favor! Se está produciendo una masacare en la plaza. -Rogó Leo aporreando las maderas.
-Buena idea, haz más ruido a ver, que todavía no te han oído. -Nana rodó los ojos hasta ponerlos en blanco con un gesto de resignación y chascó la lengua, cogió a su amigio de la mano y corrió hacia la salida del mercado.
-No deberíamos de haber parado aquí. -Susurró Leo sin dejar de finjir una sonrisa amable y confiada. -Nos van a robar hasta la ropa interior. -Comentario por el cual la loba apretó con fuerza el brazo en el que se apoyaba. -¿Qué? Es la verdad.
Nana tosió un par de veces y negó con resignación ignorando los comentarios de Leo. Cierto era que la loba podía incluso oler la tensión que desprendía el ambiente como una atmósfera cargada que era incluso difícil de atravesar por el filo más cortante. Sentía el acelerado pulso de Leo.
-Esque ni siquiera se acercan a ofrecernos cosas. -Volvió a reprocharle en voz baja con indignación.
A paso lento se acercaron a uno de los puestos que habían abiertos, una mujer de mediana edad con el cabello cubierto por un pañuelo negaba ligeramente con la cabeza, intentando disimular con una forzada sonrisa enseñando los dientes. No habló, hizo un ademán con la cabeza señalando sus preciosas telas colgadas de amplios mástiles junto a su puesto.
-Qué telas más bonitas para hacerle un vestido a mi mujer, ¿Aceptaría sal a cambio de estas preciosas telas? -Los ojos de la mujer se le salieron de las cuencas al escuchar tal ofrenda. Leo soltó de sopetón las telas y se alejó unos pasos, confundido. -No se preocupe, tenemos Aeros. -Y de nuevo el gesto de la mujer se descompuso, miró a ambos lados de la plaza, asegurándose de que nadie les escuchase y les hizo un ademán para que se acercasen al puesto.
Los pies de Nana se anclaron en el suelo, mientras que Leo, presa de la curiosidad la arrastró consigo hasta el puesto. La mujer se inclinó hacia la pareja y negó con la cabeza, asustada.
-Ehtá prohibido el truque y uzáh la moneda der continente. -Dijo la mujer en un susurro a penas inaudible para cualquier humano corriente.
Nana y Leo se miraron frunciendo el ceño, aún más confundidos, y devolvieron la mirada a la mujer, repitiendo el gesto.
-Entonces, ¿Cómo quieren que paguemos? ¿Con piedras? -Se dignó por fin a verbalizar la loba.
-No, porque técnicamente eso sería trueque. -Puntualizó su acompañante.
La mujer se llevó el índice a los labios, indicándoles que bajasen el volumen de la conversación. Atónitos por lo acontecido, se acercaron más aún al puesto para seguir hablando con la mujer que parecía algo más relajada.
-No, con mírios, eh' una moneda daquí, hesha con lo que zacan en lah' mina'. -La mujer doblaba telas como si estuviera trabajando mientras hablaba con ellos para no levantar sospechas. -Pero vale nah' fuera daquí, por eso no ze pueh' pagá con otra coza y por eso tampoco queremo' vende nah, vamo, que zha parao to'.
-Entiendo. -Leo seguia haciéndose el interesado en las telas como si de verdad las fuese a comprar. -Entonces, ¿Podría indicarnos algún sitio cercano con menos beligerancia para pasar la noche a mi esposa y a mi y poder comprar víveres para el camino? -Preguntó haciendo como si la pregunta fuera dedicada a las telas.
La mujer negó varias veces con la cabeza con resignación y angustia.
-Quisá Mirsa sea la ciuda' mah tranquila de la sona. -Comentó la señora con mucha tristeza.
Nana suspiró hondo, buscando un plan alternativo. Estaban casi sin víveres y necesitaban urgentemente comida para proseguir su viaje, pero parecía que no iba a ser fácil. Los gritos del gentío la alermó, al otro lado de la plaza se empezó a aglomerar gente. Rápidamente la mujer cerró las ventanas del establecimiento con sus telas, así como los demás puestos. Ahora estaban solos en mitad de la plaza.
-Huele a sangre. -Sentenció la loba mirando hacia el cúmulo de gente frente a la casa más grande de la plaza del mercado. -Menos mal que este era el pueblo más tranquilo de la zona. -Arqueó ligeramente una ceja y obligó a Leo a hacerse hacia atrás hasta quedar con la espalda cubierta por el puesto de telas.
Todos los guardias acudieron, Leo hizo un amago de acercaarse, pero Nana lo paró en seco, obligándole a volver a la seguridad que le brindaban las telas que aún colgaban de los mástiles.
-Tenemos que irnos cuanto antes, pero la salida del mercado está en esa dirección. -Comentó Nana analizando la situación oculta tras las telas. -No sé, piensa algo tú también, tú eres el ingeniero. -Reprochó la loba que tras haber contado el número de posibles atacantes, parecía bastante tranquila. -No me gustaría devolverle el vestido lleno de sangre a Rose, solo te pido eso. -Bromeó esbozando una sonrisa de medio lado que mostraba aquellos afilados colmillos.
Leo se giró sobre sus talones y golpeó varias veces el puesto de la señora de las telas.
-¡Déjenos entrar, por favor! Se está produciendo una masacare en la plaza. -Rogó Leo aporreando las maderas.
-Buena idea, haz más ruido a ver, que todavía no te han oído. -Nana rodó los ojos hasta ponerlos en blanco con un gesto de resignación y chascó la lengua, cogió a su amigio de la mano y corrió hacia la salida del mercado.
Nana
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Rume era un pueblo perfectamente adaptado a las frías temperaturas de la estepa. Sus casas, construidas en piedra y madera sobresalían menos de lo habitual, estando parte de la vivienda construida excavando en la tierra. La nieve acumulada en los laterales de las calles se había endurecido ocultando la unión entre las venas y los órganos de Rume. La bajada de temperaturas propiciaba la conquista de la bruma de todo lugar que no había sido ocupado por el humo de las chimeneas que mezclado con su adversario solo era delatado por el hogareño olor de la madera ardiendo en la lumbre.
Atravesé aquella neblina arrebujado en la capa mientras el sol se acercaba peligrosamente al horizonte, en búsqueda de alguna posada u hospedaje que me diese cobijo para el frío de la noche y como punto de partida de mi investigación. Gracias a la doble planta pude distinguir la posada sobresaliendo por encima de la silueta general de la aldea solo superada por la esbelta figura del templo de Rume.
El ambiente frío también era silencioso. Las solitarias calles encauzaban el viento ululando como si de un fantasma se tratase. Aquél ambiente se acentuó cuando una de estas brisas hizo golpear una contraventana que no había sido debidamente cerrada, sobresaltándome y captando mi atención en la vivienda responsable que no mostraba signo alguno de ser habitada. las ventanas abiertas y la puerta desencajada eran claros indicativos de ello.
A aquella visión desolada se unieron otras siete viviendas mas en un estado similar durante el camino recorrido hasta la posada. ¿Dónde estaban aquellas familias? las casas estaban en buen estado salvo algún desperfecto propio de la inclemencia del tiempo y se me hacía extraño. Tuve que llamar dos veces a la puerta de la posada hasta que alguien en su interior optó por desbloquear las maderas y permitirme el acceso.
El interior del local estaba pobremente caldeado y tristemente vació. El posadero, quien parecía haber perdido toda esperanza de recibir visitantes no parecía alegrarse de un nuevo huésped. - Si has llegado hasta aquí por azar los dioses no te sonríen, y si lo has hecho por voluntad propia debes haberlos enfadado mucho. -
- Extraña bienvenida a vuestro único cliente. - Repliqué contrariado.
- y si los dioses me lo permiten, el último. Planeo marcharme pronto de este infierno y tu deberías hacer lo mismo forastero. - Me observó un instante de arriba a abajo. - Los mercenarios como tú no duran mucho por aquí. -
Alcé una ceja sorprendido de que el único posadero de Rume estuviese preparándose para irse. No había oído noticias en Sandorai de problemas en la estepa, ni siquiera en Sacrestic. ¿a qué infierno se refería?. - Contadme cual es la situación, posadero. las noticias no han transcendido la frontera.-
- ¡Ja! Tienes las orejas largas pero no te sirven de mucho, elfo. Mirza y Assu están en guerra, la nueva moneda ha desplomado la economía. no paran de llegar mercenarios que nadie sabe como pagan y para colmo la suma sacerdotisa ha sido asesinada después de mostrar su apoyo a Assu y a las familias de los ajusticiados en Mirza. además el trueque tampoco está permitido y los que han sido acusados de comerciar con trueque han desaparecido. -
Me disponía a responder cuando los gritos de una mujer rompieron la quietud del exterior. Tratando de ocultarme en el interior observé por la ventana como una familia era arrestada, incluyendo a los niños. A aquella penosa procesión se unieron hasta cuatro reos más, todos ellos varones adultos. - ¿Por qué se llevan también a los niños? -
- Aquí ya nadie es inocente. - Dijo antes de volverse hacia el interior del local. - Las habitaciones están en el piso superior, elige la que mas te guste. Y guárdate tus aeros, ya no sirven de nada. - sentenció mientras desaparecía tras la barra hacia donde estaba la cocina y presumiblemente también su dormitorio. A aquel hombre tenía que hacerle tantas preguntas.... pero le abordaría por la mañana.
Seguí al desfile con la mirada hasta que salieron de mi vista. En aquel momento pude ver por el rabillo del ojo como una sombra llegaba al exterior de la posada hasta la puerta que ahora se encontraba abierta. instintivamente llevé mi mano a la empuñadura de mi espada.
Atravesé aquella neblina arrebujado en la capa mientras el sol se acercaba peligrosamente al horizonte, en búsqueda de alguna posada u hospedaje que me diese cobijo para el frío de la noche y como punto de partida de mi investigación. Gracias a la doble planta pude distinguir la posada sobresaliendo por encima de la silueta general de la aldea solo superada por la esbelta figura del templo de Rume.
El ambiente frío también era silencioso. Las solitarias calles encauzaban el viento ululando como si de un fantasma se tratase. Aquél ambiente se acentuó cuando una de estas brisas hizo golpear una contraventana que no había sido debidamente cerrada, sobresaltándome y captando mi atención en la vivienda responsable que no mostraba signo alguno de ser habitada. las ventanas abiertas y la puerta desencajada eran claros indicativos de ello.
A aquella visión desolada se unieron otras siete viviendas mas en un estado similar durante el camino recorrido hasta la posada. ¿Dónde estaban aquellas familias? las casas estaban en buen estado salvo algún desperfecto propio de la inclemencia del tiempo y se me hacía extraño. Tuve que llamar dos veces a la puerta de la posada hasta que alguien en su interior optó por desbloquear las maderas y permitirme el acceso.
El interior del local estaba pobremente caldeado y tristemente vació. El posadero, quien parecía haber perdido toda esperanza de recibir visitantes no parecía alegrarse de un nuevo huésped. - Si has llegado hasta aquí por azar los dioses no te sonríen, y si lo has hecho por voluntad propia debes haberlos enfadado mucho. -
- Extraña bienvenida a vuestro único cliente. - Repliqué contrariado.
- y si los dioses me lo permiten, el último. Planeo marcharme pronto de este infierno y tu deberías hacer lo mismo forastero. - Me observó un instante de arriba a abajo. - Los mercenarios como tú no duran mucho por aquí. -
Alcé una ceja sorprendido de que el único posadero de Rume estuviese preparándose para irse. No había oído noticias en Sandorai de problemas en la estepa, ni siquiera en Sacrestic. ¿a qué infierno se refería?. - Contadme cual es la situación, posadero. las noticias no han transcendido la frontera.-
- ¡Ja! Tienes las orejas largas pero no te sirven de mucho, elfo. Mirza y Assu están en guerra, la nueva moneda ha desplomado la economía. no paran de llegar mercenarios que nadie sabe como pagan y para colmo la suma sacerdotisa ha sido asesinada después de mostrar su apoyo a Assu y a las familias de los ajusticiados en Mirza. además el trueque tampoco está permitido y los que han sido acusados de comerciar con trueque han desaparecido. -
Me disponía a responder cuando los gritos de una mujer rompieron la quietud del exterior. Tratando de ocultarme en el interior observé por la ventana como una familia era arrestada, incluyendo a los niños. A aquella penosa procesión se unieron hasta cuatro reos más, todos ellos varones adultos. - ¿Por qué se llevan también a los niños? -
- Aquí ya nadie es inocente. - Dijo antes de volverse hacia el interior del local. - Las habitaciones están en el piso superior, elige la que mas te guste. Y guárdate tus aeros, ya no sirven de nada. - sentenció mientras desaparecía tras la barra hacia donde estaba la cocina y presumiblemente también su dormitorio. A aquel hombre tenía que hacerle tantas preguntas.... pero le abordaría por la mañana.
Seguí al desfile con la mirada hasta que salieron de mi vista. En aquel momento pude ver por el rabillo del ojo como una sombra llegaba al exterior de la posada hasta la puerta que ahora se encontraba abierta. instintivamente llevé mi mano a la empuñadura de mi espada.
Eleandris
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Valeria nunca había asistido al funeral de una sacerdotisa. Resultó tan pío como se lo hubiera podido imaginar, a pesar del híbrido de ¿qué, gato? que dirigía los rezos. En cualquier caso, sonaba bastante articulado, aunque su rostro se empeñaba en articularse en expresiones un tanto extrañas.
Maldiciendo el frío de la estepa, Valeria siguió a la procesión que daba vueltas en torno al templo, más que nada, porque quedarse quieta habría sido peor. Pero, cuando por fin sellaron la tumba con las runas encargadas de guardar sus secretos, permaneció allí hasta que el último habitante de Rume inició el descenso de regreso al hogar.
Aunque aparentaban piedad y concentración, las cuatro sacerdotisas que habían estado tallando la piedra mientras los demás caminaban alrededor del templo se dirigían miradas de soslayo, con más insistencia, a medida que pasaban los minutos y el recinto se vaciaba de paisanos. Quizá una de ellas ocupara pronto el puesto de la difunta, se dijo Valeria.
Dio un paso hacia una de ellas, dispuesta a entablar conversación, pero aparentemente, los rezos habían llegado a su fin, pues en aquel momento, se dispersaron, seguidas cada una, asumió Valeria, de sus respectivos partidarios.
—No creo haber visto tu rostro antes por aquí, hija mía —ronroneó a su lado el sacerdote que dirigiera los rezos con lo que a Valeria le pareció que pretendía pasar por un tono de devoto paternalismo. Siempre le había resultado difícil leer a esos híbridos—. ¿Vienes en peregrinaje?
—En realidad, tenía un asunto que tratar con la Sacerdotisa Mayor.
—En tal caso, me temo que tendrás que esperar a que el Cónclave elija una nueva.
—Me refería a la Sacerdotisa Juthrin —aclaró Valeria volviendo la mirada hacia el sepulcro, que reflejaba un travieso rayo de sol que se resistía a entregarle la tarde por completo a la neblina que había ido trepando por la colina—. Era un asunto personal.
—¡Oh!, ¡oh!, vaya, yo…
—¡Qué pérdida tan lamentable!
—Desde luego. Y pensar que… ¡Ah! ¡Los ingratos y sus cuentos! —escupió el felino en un susurro colérico.
—¿Cómo fue? —atacó Valeria con voz entrecortada, antes de que el individuo tuviera tiempo de recuperar la compostura.
—Un asunto demasiado sórdido, hija mía. Es mejor dejar descansar en paz a los muertos.
—Los muertos ya descansan. Somos los vivos los que necesitamos la liberación de la verdad.
El peludo sacerdote suspiró con la mirada vuelta hacia el sepulcro y una especie de gemidito lastimero acudió a su garganta. Sus enormes ojos se humedecieron.
—Debía reunirme con ella como cada amanecer para las invocaciones matutinas, pero no acudió. Tampoco estaba en sus habitaciones, alguien lo había revuelto todo. Otro acólito la encontró poco después en el Altar Mayor. Fue… —su voz se quebró en otro gemido agudo. Valeria se obligó a pasarle un brazo por los hombros en actitud confortadora—. Gracias, hija —dijo él sorbiéndose los mocos y palmeándole la mano en agradecimiento. El contacto de la garra peluda envió un escalofrío por el brazo de Valeria que esperaba hubiera pasado desapercibido—. Fue muy desagradable, ¿sabes? Tuvimos que limpiar toda la sangre…
—Entonces, ¿fue una muerte violenta? —preguntó ella con un hilillo de voz, procurando sonar compungida.
—Digamos solo que hay una razón por la que el féretro permaneció cerrado durante la despedida.
Valeria descendió la colina con las últimas luces del atardecer dando vueltas a la información que había obtenido del sacerdote. Un crímen sangriento junto al altar al amparo de la noche… no encajaba con lo que había averiguado acerca de las criaturas de los espejos, que hasta anunciaban sus objetivos y ofrecían recompensas públicamente a los perpetradores. Quizá aquello era algo completamente distinto, después de todo.
Un extraño cortejo cruzaba la calle principal: un grupo de aldeanos iracundos escoltaba a otro grupo más pequeño con rostros asustados en dirección a la calle del templo. Desde las viviendas aledañas, los vecinos hacían un gran esfuerzo por aparentar que no observaban con avidez el paso de la comitiva.
Valeria tuvo que echarse a un lado para que la procesión no le pasara por encima. Le llamó la atención la presencia de niños llorosos entre los escoltados, pero el descenso del sol traía consigo otro en las temperaturas y, a aquellas alturas, la necesidad de una chimenea y un bocado caliente era muy superior a su curiosidad.
La puerta de la posada estaba abierta, lo que habría bastado para detener los pasos de Valeria sin necesidad de añadir la escasa luz que emanaba de la taberna y la ausencia del ruido esperado. ¿La gente no solía reunirse en sitios así después de un funeral?
Se estaba planteando seguir a la pequeña procesión de vuelta al templo cuando vio a Radeka aparecer resoplando desde una calle lateral.
—¡Entre, mujer! —dijo esta al ver a su inquilina—. No se quede ahí quieta con esta bruma y este frío, que le va a dar un… ¡Pero será cretino! —cortó con un exasperado susurro al divisar la sala vacía tras la puerta abierta—. ¡No puede una salir un momento sin que… hmpff! Pase, anda, pase —añadió dirigiéndose de nuevo a Valeria mientras cruzaba sin ceremonias el umbral del establecimiento, antes de volver a sus murmuraciones—. Ya me ha vuelto a espantar a la chiquilla el condenao. ¡TEGRA, LA CHIMENEA, QUE NOS VAMOS CON LOS DIOSES, NIÑA!
—¡Y-Ya voy! —se oyó desde el piso superior, seguido de un correteo de pasos.
Radeka cerró la puerta detrás de Valeria y dio un respingo al percatarse de una sombra que aguardaba junto a la ventana.
—Ay, perdón, no le había visto ahí —dijo recuperando el aplomo tan rápido como se le había escapado—. Supongo que viene a hospedarse y no a librarme de cierto patán desagradecido. ¡Ah! No me haga caso. Deje que sirva algo caliente y ya nos ocupamos del acomodo cuando nos quitemos este biruji de encima.
Tegra apareció por la escalera, con el cuerpo pegado a la pared opuesta a la puerta de la cocina justo cuando la dueña llegaba hasta allí.
—Lo siento, Radeka, es que se puso… —susurró al cruzarse con su patrona.
—Si, ya sé —respondió ésta en el mismo tono—, no tendría que haberte dejado sola con él. En fin, ponte a trabajar. Y prepara la habitación del fondo para el señor cuando acabes aquí.
La chica se puso a trabajar y Radeka se internó en la cocina echando humo por las orejas.
—¡Milto Basturo Pueyrredón! —sonó su grito amortiguado por la pared de piedra—. ¿Qué te tengo dicho? ¡Que dejes en paz a la niña y no me espantes a los clientes!
—¡Yo no he hecho nada! —respondió el tal Milto en tono airado, también un tanto amortiguado por la pared.
—¿Ah, no? ¿Y los paisanos que había dejado tomando junto a la chimenea?
—¡Se largaron cagando leches cuando los kadosh vinieron a por Kublei!
—¿Kublei también?
Valeria aprovechó el descenso en el volumen de la conversación y el aumento de luz y temperatura para acercarse a la chimenea con la excusa de quitarse el frío de encima. ¿Dónde había visto antes al viajero recién llegado? Se frotó las manos frente al fuego dejándole a él la iniciativa mientras hacía memoria. Tegra desapareció de nuevo escaleras arriba.
----------
OFF:
Acólito Güiz’Rmon: #00ffcc
Radeka Pueyrredón: #99cc00
Milto Basturo Pueyrredón: #ff0000
Tegra: #ffcc66
Maldiciendo el frío de la estepa, Valeria siguió a la procesión que daba vueltas en torno al templo, más que nada, porque quedarse quieta habría sido peor. Pero, cuando por fin sellaron la tumba con las runas encargadas de guardar sus secretos, permaneció allí hasta que el último habitante de Rume inició el descenso de regreso al hogar.
Aunque aparentaban piedad y concentración, las cuatro sacerdotisas que habían estado tallando la piedra mientras los demás caminaban alrededor del templo se dirigían miradas de soslayo, con más insistencia, a medida que pasaban los minutos y el recinto se vaciaba de paisanos. Quizá una de ellas ocupara pronto el puesto de la difunta, se dijo Valeria.
Dio un paso hacia una de ellas, dispuesta a entablar conversación, pero aparentemente, los rezos habían llegado a su fin, pues en aquel momento, se dispersaron, seguidas cada una, asumió Valeria, de sus respectivos partidarios.
—No creo haber visto tu rostro antes por aquí, hija mía —ronroneó a su lado el sacerdote que dirigiera los rezos con lo que a Valeria le pareció que pretendía pasar por un tono de devoto paternalismo. Siempre le había resultado difícil leer a esos híbridos—. ¿Vienes en peregrinaje?
—En realidad, tenía un asunto que tratar con la Sacerdotisa Mayor.
—En tal caso, me temo que tendrás que esperar a que el Cónclave elija una nueva.
—Me refería a la Sacerdotisa Juthrin —aclaró Valeria volviendo la mirada hacia el sepulcro, que reflejaba un travieso rayo de sol que se resistía a entregarle la tarde por completo a la neblina que había ido trepando por la colina—. Era un asunto personal.
—¡Oh!, ¡oh!, vaya, yo…
—¡Qué pérdida tan lamentable!
—Desde luego. Y pensar que… ¡Ah! ¡Los ingratos y sus cuentos! —escupió el felino en un susurro colérico.
—¿Cómo fue? —atacó Valeria con voz entrecortada, antes de que el individuo tuviera tiempo de recuperar la compostura.
—Un asunto demasiado sórdido, hija mía. Es mejor dejar descansar en paz a los muertos.
—Los muertos ya descansan. Somos los vivos los que necesitamos la liberación de la verdad.
El peludo sacerdote suspiró con la mirada vuelta hacia el sepulcro y una especie de gemidito lastimero acudió a su garganta. Sus enormes ojos se humedecieron.
—Debía reunirme con ella como cada amanecer para las invocaciones matutinas, pero no acudió. Tampoco estaba en sus habitaciones, alguien lo había revuelto todo. Otro acólito la encontró poco después en el Altar Mayor. Fue… —su voz se quebró en otro gemido agudo. Valeria se obligó a pasarle un brazo por los hombros en actitud confortadora—. Gracias, hija —dijo él sorbiéndose los mocos y palmeándole la mano en agradecimiento. El contacto de la garra peluda envió un escalofrío por el brazo de Valeria que esperaba hubiera pasado desapercibido—. Fue muy desagradable, ¿sabes? Tuvimos que limpiar toda la sangre…
—Entonces, ¿fue una muerte violenta? —preguntó ella con un hilillo de voz, procurando sonar compungida.
—Digamos solo que hay una razón por la que el féretro permaneció cerrado durante la despedida.
Valeria descendió la colina con las últimas luces del atardecer dando vueltas a la información que había obtenido del sacerdote. Un crímen sangriento junto al altar al amparo de la noche… no encajaba con lo que había averiguado acerca de las criaturas de los espejos, que hasta anunciaban sus objetivos y ofrecían recompensas públicamente a los perpetradores. Quizá aquello era algo completamente distinto, después de todo.
Un extraño cortejo cruzaba la calle principal: un grupo de aldeanos iracundos escoltaba a otro grupo más pequeño con rostros asustados en dirección a la calle del templo. Desde las viviendas aledañas, los vecinos hacían un gran esfuerzo por aparentar que no observaban con avidez el paso de la comitiva.
Valeria tuvo que echarse a un lado para que la procesión no le pasara por encima. Le llamó la atención la presencia de niños llorosos entre los escoltados, pero el descenso del sol traía consigo otro en las temperaturas y, a aquellas alturas, la necesidad de una chimenea y un bocado caliente era muy superior a su curiosidad.
La puerta de la posada estaba abierta, lo que habría bastado para detener los pasos de Valeria sin necesidad de añadir la escasa luz que emanaba de la taberna y la ausencia del ruido esperado. ¿La gente no solía reunirse en sitios así después de un funeral?
Se estaba planteando seguir a la pequeña procesión de vuelta al templo cuando vio a Radeka aparecer resoplando desde una calle lateral.
—¡Entre, mujer! —dijo esta al ver a su inquilina—. No se quede ahí quieta con esta bruma y este frío, que le va a dar un… ¡Pero será cretino! —cortó con un exasperado susurro al divisar la sala vacía tras la puerta abierta—. ¡No puede una salir un momento sin que… hmpff! Pase, anda, pase —añadió dirigiéndose de nuevo a Valeria mientras cruzaba sin ceremonias el umbral del establecimiento, antes de volver a sus murmuraciones—. Ya me ha vuelto a espantar a la chiquilla el condenao. ¡TEGRA, LA CHIMENEA, QUE NOS VAMOS CON LOS DIOSES, NIÑA!
—¡Y-Ya voy! —se oyó desde el piso superior, seguido de un correteo de pasos.
Radeka cerró la puerta detrás de Valeria y dio un respingo al percatarse de una sombra que aguardaba junto a la ventana.
—Ay, perdón, no le había visto ahí —dijo recuperando el aplomo tan rápido como se le había escapado—. Supongo que viene a hospedarse y no a librarme de cierto patán desagradecido. ¡Ah! No me haga caso. Deje que sirva algo caliente y ya nos ocupamos del acomodo cuando nos quitemos este biruji de encima.
Tegra apareció por la escalera, con el cuerpo pegado a la pared opuesta a la puerta de la cocina justo cuando la dueña llegaba hasta allí.
—Lo siento, Radeka, es que se puso… —susurró al cruzarse con su patrona.
—Si, ya sé —respondió ésta en el mismo tono—, no tendría que haberte dejado sola con él. En fin, ponte a trabajar. Y prepara la habitación del fondo para el señor cuando acabes aquí.
La chica se puso a trabajar y Radeka se internó en la cocina echando humo por las orejas.
—¡Milto Basturo Pueyrredón! —sonó su grito amortiguado por la pared de piedra—. ¿Qué te tengo dicho? ¡Que dejes en paz a la niña y no me espantes a los clientes!
—¡Yo no he hecho nada! —respondió el tal Milto en tono airado, también un tanto amortiguado por la pared.
—¿Ah, no? ¿Y los paisanos que había dejado tomando junto a la chimenea?
—¡Se largaron cagando leches cuando los kadosh vinieron a por Kublei!
—¿Kublei también?
Valeria aprovechó el descenso en el volumen de la conversación y el aumento de luz y temperatura para acercarse a la chimenea con la excusa de quitarse el frío de encima. ¿Dónde había visto antes al viajero recién llegado? Se frotó las manos frente al fuego dejándole a él la iniciativa mientras hacía memoria. Tegra desapareció de nuevo escaleras arriba.
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Radeka Pueyrredón: #99cc00
Milto Basturo Pueyrredón: #ff0000
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Glath estaba desierto. Apenas se escuchaba el ligero balar de alguna oveja o el inquieto movimiento de algún que otro cuadrúpedo en el interior de las cuadras. Parecía más el escenario de un terrible desastre que el de una pacífica aldea norteña. Un desastre que había segado numerosas vidas, habida cuenta del número de piras funerarias que habían dejado tras ellos. Las casas, muchas de ellas de madera con tejados de paja, presentaban signos de fuego y destrucción reciente. Otras, de piedra, parecían haber resistido mejor el embate de lo que allí pudiese haber sucedido.
Tarek, miró de reojo a la vampiresa, que caminaba a su lado con aparente decisión. Tras el efusivo saludo de ella, apenas habían intercambiado un par de palabras, antes de entrar en el pueblo. El elfo había estado tentado de preguntarle la razón de su misiva y qué era lo que los había llevado hasta allí, pero se había contenido. Debía hablar con cuidado, o la muchacha pensaría que la habían hechizado para decir la verdad y acabaría por entender que el peliblanco era el responsable de aquello. Teniendo en cuenta cómo se había desarrollado su “relación” durante la estancia en el Árbol Madre, dudaba que aquella información fuese recibida de forma sosegada. Al igual que él, Caoimhe parecía tener un carácter especialmente agresivo cuando sospechaba que su entorno podía estar volviéndose contra ella.
Un movimiento fugaz llamó su atención y vio cómo, no muy lejos de ellos, una figura se perdía entre las callejuelas cercanas. Alguien cerró las contras de una ventana con un golpe seco. El pueblo no estaba desierto, solo oculto. Consciente de ello, prestó atención a los ruidos de su entorno. Varias ventanas más se abrieron chirriantes a su paso, solo para cerrarse unos pocos segundos después. La noche había caído y, quizás, aquel paraje fuese peligroso. Dos forasteros caminando por las calles de una ciudad asediada no parecían ser precisamente una visita deseada… o al menos eso pensaba Tarek, hasta que vio las barricadas en el medio de pueblo.
- ¿Tú tenías constancia de esto? –preguntó a la vampiresa, sin pensarlo demasiado. Su sincera respuesta le hizo esbozar una ligera sonrisa. Aclarándose la garganta, como para quitar hierro al asunto añadió, cuidando de que sus palabras no sonasen a pregunta- Creo que sería… adecuado, que me comentases algo más sobre la razón que nos ha traído aquí. No es necesario que entres en detalles, pero estamos en un pueblo aparentemente en guerra. ¿Has venido a…? –cortó la pregunta en cuanto se dio cuenta de que la estaba realizando. Buscando nuevamente las palabras adecuadas, concluyó- Espero que tu intención no sea unirte a la batalla.
Un nuevo ruido le dio la excusa para desviar la cara de la atenta mirada de la chica. Respiró pesadamente un segundo. Aquella iba a ser una noche complicada. Sin embargo, no pudo continuar aquel hilo de pensamiento, pues aquel nuevo ruido se había convertido en una persona, que pronto se vio rodeada de al menos media docena más. Un grupo poco numeroso, pero que avanzaba hacia ellos de forma amenazante, como dejaban adivinar los pesados martillos que blandían. Martillos que no estaban hechos para la guerra, sino para la forja.
Sin embargo, el primer ataque llegó desde su espalda, cuando una larga jabalina impactó contra un edificio cercano, arrastrando tras de sí un haz de luz y prendiendo fuego a la seca paja que servía como cubierta. Apenas uno segundos después se dejaron oír gritos y balidos en el interior de la vivienda. La casa se consumía con celeridad, mientras el humo lo envolvía todo, probablemente asfixiando a aquellos que todavía se encontraban en su interior. Tarek recordó una imagen similar de su pasado reciente: un pueblo como cualquier otro, al oeste, una taberna, unos ojos asustados… un secreto que nunca había compartido.
El grupo armado con los martillos pareció dudar y el elfo pronto entendió por qué. Si derrumbaban una de las paredes de la casa, corrían el riesgo de que toda la estructura, afectada por el fuego, se viniese abajo. Finalmente, uno de ellos optó por romper las contras de una ventana, mientras otros rodeaban el edificio, probablemente para hacer lo mismo con una de las puertas.
Una segunda jabalina cruzó de nuevo el cielo, golpeando a uno de los miembros del equipo de rescate. Tras ella volaron al menos otras dos más, haciendo impacto en un segundo edificio, que empezó a arder, y no alcanzando a otro portador de martillo por apenas unos centímetros.
- Creo que deberíamos irnos –le dijo a Caohime, al ver el derrotero que aquello estaba tomando.
Los lanzadores de jabalinas, situados en el lado opuesto de las barricadas, se habían mantenido ocultos hasta ese momento, pero en cuanto el caos se desató en el lado enemigo el elfo pudo ver como sus sombras comenzaban a aproximarse. Sin esperar respuesta de la chica, la agarró por una muñeca y la hizo retroceder, antes de echarse a correr. Quizás no fuese la estrategia más prudente, pues llamaría la atención sobre ellos, pero el elfo contaba con que su guerra interna fuese más acuciante que la presencia de dos forasteros recién llegados.
El estrépito de una estructura al derrumbarse, lo hizo detenerse y girarse. El tejado de la primera de las viviendas había colapsado y varios miembros de lo que parecía una familia, lloraban a la sombra de edificios cercanos. Los portadores de los martillos, así como algunos habitantes del pueblo se afanaban por evitar que el fuego se extendiese por las casas cercanas, así como por desalojar la segunda vivienda incendiada.
Las altas llamas se reflejaban en los charcos del camino que poco antes habían tomado, mientras el humo comenzaba a encapotar una, hasta entonces, luminosa noche. El tejado de la segunda casa crujió bajo el fuego y Tarek, consciente de que quedarse allí era peligroso, le hizo un gesto a la vampiresa para continuar su camino.
- ¿Estás segura de que este era el pueblo al que teníamos que venir? –le preguntó, intentando que su voz se escuchase por encima del ruido.
Algunos metros más adelante, una figura los alcanzó. El peliblanco, en un acto reflejo, llevó la mano hasta la funda de su arma, pero el recién llegado pareció no darse cuenta.
- ¿Habéis visto a Lauepar? –les preguntó nervioso, mirando a su alrededor.
- No –contestó llanamente el peliblanco y el otro hombre, cuyas facciones delataban que era un elfo, los miró entonces con atención.
- ¿Quiénes sois vosotros? –inquirió.
- Forasteros –respondió Tarek, mordiéndose la lengua para no decir más. Como Cornelius le habían indicado, no podía mentir, pero si medir la extensión de lo que decía, siempre que se cuidase de ello.
- Es un mal momento para venir a Glath –les indicó- Estamos en guerra, como podéis ver. Será mejor que…
Una nueva jabalina surcó el aire y estuvo a punto de alcanzarles, de no ser por los reflejos de la vampiresa. Tarek la observó un momento, sorprendido de su habilidad. Pero un segundo proyectil surcó el cielo y el recién llegado echó a correr hacia unas casas cercanas. Sin una idea mejor de qué hacer, el peliblanco y su compañera lo siguieron.
Acababan de alcanzarlo cuando una nueva figura, algo más menuda, se cruzó con ellos. Sin dedicarles más que una mirada desconfiada, se dirigió al elfo local.
- Han capturado a Lauepar.
- ¿Cómo? –exclamó este- ¿Estás seguro Warham? –el joven asintió.
- Fui a hablar con él antes, pero después nos llegó avisó de un ataque. Insistió en que debía reunir un grupo proteger a las familias del lado de Hierro. Los Paica aprovecharon el tumulto para llevárselo.
El elfo maldijo, primero en idioma común y después en su propia lengua. Tarek lo observó con una ceja alzada. Pocas veces había escuchado a nadie decir lo que aquel individuo clamó, y había pasado suficiente tiempo en el Campamento sur como para escuchar improperios de todo tipo. Entonces ambos se giraron hacia ellos, con mirada inquisitiva.
- Es… -el joven abrió los ojos sorprendido y ligeramente atemorizado.
El elfo local se llevó las manos al cinturón, del que pendía un martillo de herrero, como los que había portado el grupo que habían visto avanzar hacia ellos. Tarek pronto comprendió que aquello que observaban con temor y desprecio tenía nombre propio, por lo que dando un paso al frente se colocó ante Caoimhe, escudando de alguna manera a la vampiresa.
- ¿Algún problema? –les preguntó y, por una vez en su vida, supo que la respuesta a esa pregunta no solo iba a ser cierta, sino mucho más sincera de lo que sus interlocutores habrían deseado.
Tarek, miró de reojo a la vampiresa, que caminaba a su lado con aparente decisión. Tras el efusivo saludo de ella, apenas habían intercambiado un par de palabras, antes de entrar en el pueblo. El elfo había estado tentado de preguntarle la razón de su misiva y qué era lo que los había llevado hasta allí, pero se había contenido. Debía hablar con cuidado, o la muchacha pensaría que la habían hechizado para decir la verdad y acabaría por entender que el peliblanco era el responsable de aquello. Teniendo en cuenta cómo se había desarrollado su “relación” durante la estancia en el Árbol Madre, dudaba que aquella información fuese recibida de forma sosegada. Al igual que él, Caoimhe parecía tener un carácter especialmente agresivo cuando sospechaba que su entorno podía estar volviéndose contra ella.
Un movimiento fugaz llamó su atención y vio cómo, no muy lejos de ellos, una figura se perdía entre las callejuelas cercanas. Alguien cerró las contras de una ventana con un golpe seco. El pueblo no estaba desierto, solo oculto. Consciente de ello, prestó atención a los ruidos de su entorno. Varias ventanas más se abrieron chirriantes a su paso, solo para cerrarse unos pocos segundos después. La noche había caído y, quizás, aquel paraje fuese peligroso. Dos forasteros caminando por las calles de una ciudad asediada no parecían ser precisamente una visita deseada… o al menos eso pensaba Tarek, hasta que vio las barricadas en el medio de pueblo.
- ¿Tú tenías constancia de esto? –preguntó a la vampiresa, sin pensarlo demasiado. Su sincera respuesta le hizo esbozar una ligera sonrisa. Aclarándose la garganta, como para quitar hierro al asunto añadió, cuidando de que sus palabras no sonasen a pregunta- Creo que sería… adecuado, que me comentases algo más sobre la razón que nos ha traído aquí. No es necesario que entres en detalles, pero estamos en un pueblo aparentemente en guerra. ¿Has venido a…? –cortó la pregunta en cuanto se dio cuenta de que la estaba realizando. Buscando nuevamente las palabras adecuadas, concluyó- Espero que tu intención no sea unirte a la batalla.
Un nuevo ruido le dio la excusa para desviar la cara de la atenta mirada de la chica. Respiró pesadamente un segundo. Aquella iba a ser una noche complicada. Sin embargo, no pudo continuar aquel hilo de pensamiento, pues aquel nuevo ruido se había convertido en una persona, que pronto se vio rodeada de al menos media docena más. Un grupo poco numeroso, pero que avanzaba hacia ellos de forma amenazante, como dejaban adivinar los pesados martillos que blandían. Martillos que no estaban hechos para la guerra, sino para la forja.
Sin embargo, el primer ataque llegó desde su espalda, cuando una larga jabalina impactó contra un edificio cercano, arrastrando tras de sí un haz de luz y prendiendo fuego a la seca paja que servía como cubierta. Apenas uno segundos después se dejaron oír gritos y balidos en el interior de la vivienda. La casa se consumía con celeridad, mientras el humo lo envolvía todo, probablemente asfixiando a aquellos que todavía se encontraban en su interior. Tarek recordó una imagen similar de su pasado reciente: un pueblo como cualquier otro, al oeste, una taberna, unos ojos asustados… un secreto que nunca había compartido.
El grupo armado con los martillos pareció dudar y el elfo pronto entendió por qué. Si derrumbaban una de las paredes de la casa, corrían el riesgo de que toda la estructura, afectada por el fuego, se viniese abajo. Finalmente, uno de ellos optó por romper las contras de una ventana, mientras otros rodeaban el edificio, probablemente para hacer lo mismo con una de las puertas.
Una segunda jabalina cruzó de nuevo el cielo, golpeando a uno de los miembros del equipo de rescate. Tras ella volaron al menos otras dos más, haciendo impacto en un segundo edificio, que empezó a arder, y no alcanzando a otro portador de martillo por apenas unos centímetros.
- Creo que deberíamos irnos –le dijo a Caohime, al ver el derrotero que aquello estaba tomando.
Los lanzadores de jabalinas, situados en el lado opuesto de las barricadas, se habían mantenido ocultos hasta ese momento, pero en cuanto el caos se desató en el lado enemigo el elfo pudo ver como sus sombras comenzaban a aproximarse. Sin esperar respuesta de la chica, la agarró por una muñeca y la hizo retroceder, antes de echarse a correr. Quizás no fuese la estrategia más prudente, pues llamaría la atención sobre ellos, pero el elfo contaba con que su guerra interna fuese más acuciante que la presencia de dos forasteros recién llegados.
El estrépito de una estructura al derrumbarse, lo hizo detenerse y girarse. El tejado de la primera de las viviendas había colapsado y varios miembros de lo que parecía una familia, lloraban a la sombra de edificios cercanos. Los portadores de los martillos, así como algunos habitantes del pueblo se afanaban por evitar que el fuego se extendiese por las casas cercanas, así como por desalojar la segunda vivienda incendiada.
Las altas llamas se reflejaban en los charcos del camino que poco antes habían tomado, mientras el humo comenzaba a encapotar una, hasta entonces, luminosa noche. El tejado de la segunda casa crujió bajo el fuego y Tarek, consciente de que quedarse allí era peligroso, le hizo un gesto a la vampiresa para continuar su camino.
- ¿Estás segura de que este era el pueblo al que teníamos que venir? –le preguntó, intentando que su voz se escuchase por encima del ruido.
Algunos metros más adelante, una figura los alcanzó. El peliblanco, en un acto reflejo, llevó la mano hasta la funda de su arma, pero el recién llegado pareció no darse cuenta.
- ¿Habéis visto a Lauepar? –les preguntó nervioso, mirando a su alrededor.
- No –contestó llanamente el peliblanco y el otro hombre, cuyas facciones delataban que era un elfo, los miró entonces con atención.
- ¿Quiénes sois vosotros? –inquirió.
- Forasteros –respondió Tarek, mordiéndose la lengua para no decir más. Como Cornelius le habían indicado, no podía mentir, pero si medir la extensión de lo que decía, siempre que se cuidase de ello.
- Es un mal momento para venir a Glath –les indicó- Estamos en guerra, como podéis ver. Será mejor que…
Una nueva jabalina surcó el aire y estuvo a punto de alcanzarles, de no ser por los reflejos de la vampiresa. Tarek la observó un momento, sorprendido de su habilidad. Pero un segundo proyectil surcó el cielo y el recién llegado echó a correr hacia unas casas cercanas. Sin una idea mejor de qué hacer, el peliblanco y su compañera lo siguieron.
Acababan de alcanzarlo cuando una nueva figura, algo más menuda, se cruzó con ellos. Sin dedicarles más que una mirada desconfiada, se dirigió al elfo local.
- Han capturado a Lauepar.
- ¿Cómo? –exclamó este- ¿Estás seguro Warham? –el joven asintió.
- Fui a hablar con él antes, pero después nos llegó avisó de un ataque. Insistió en que debía reunir un grupo proteger a las familias del lado de Hierro. Los Paica aprovecharon el tumulto para llevárselo.
El elfo maldijo, primero en idioma común y después en su propia lengua. Tarek lo observó con una ceja alzada. Pocas veces había escuchado a nadie decir lo que aquel individuo clamó, y había pasado suficiente tiempo en el Campamento sur como para escuchar improperios de todo tipo. Entonces ambos se giraron hacia ellos, con mirada inquisitiva.
- Es… -el joven abrió los ojos sorprendido y ligeramente atemorizado.
El elfo local se llevó las manos al cinturón, del que pendía un martillo de herrero, como los que había portado el grupo que habían visto avanzar hacia ellos. Tarek pronto comprendió que aquello que observaban con temor y desprecio tenía nombre propio, por lo que dando un paso al frente se colocó ante Caoimhe, escudando de alguna manera a la vampiresa.
- ¿Algún problema? –les preguntó y, por una vez en su vida, supo que la respuesta a esa pregunta no solo iba a ser cierta, sino mucho más sincera de lo que sus interlocutores habrían deseado.
Tarek Inglorien
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Jugueteando con los pendientes pagados con la cartera robada, la mestiza paseó sin prisa por el resto de puestos del mercado. Percibió un tono general extraño en el ambiente, y no supo identificar a qué se debía. Más allá de que todos los habitantes de Assu estuviesen igual de jodidos que ella debido al frío intenso que azotaba la región. ¿Estaría congelado también el lago? Dirigió la vista, alzando todo lo que pudo el cuello en dirección al pequeño puerto.
No alcanzó a ver las aguas, pero sí que pudo ver como lo que parecían ser guardias de la ciudad escoltaban a dos elfos apresados. Atravesaron pronto la plaza del mercado, desapareciendo de su vista y dejando leves murmullos a su paso.
- ¿Estarán implicados? Parecían guerreros... - le escuchó comentar a un hombre a su izquierda con voz preocupada.
- Mirza debe de estar desesperada si piensa que contratando a elfos lograrán su objetivo - atajó su interlocutora, con un evidente deje de orgullo en la voz. - Nyver los aplastará hagan lo que hagan -
No tenía ni idea de quién era ese tal Nyver, pero parecía claro que se había metido en una región en conflicto buscando el rastro de Otto. Se alejó de los lugareños cotillas, dirigiendo sus pasos hacia la zona portuaria. No importaba lo que sucediese allí ni a aquellas gentes. La mestiza solamente tenía un objetivo, y no lo iba a perder de vista. Notó el cambio de terreno, de la tierra húmeda y fría a las maderas carcomidas por el agua del lago que había en el muelle.
El aire gélido le cortó las mejillas cuando confirmó que, efectivamente, los extremos cercanos a tierra del lago estaban congelados. Enfundó las manos en la parte más profunda del abrigo y avanzó con cuidado, evitando resbalar en las finas capas de hielo. Había movimiento en la zona de los barcos, pero no parecía que fuese debido al mercadeo común. Demasiadas cotas de malla y demasiadas espadas.
Buscó con la mirada las banderas identificativas que colgaban tristemente de los mástiles ante la falta de viento. Desconocía el origen que marcaban la mayor parte de ellas. Pero como buena humana, sí que sabía identificar los las tierras de los humanos. Estaba casi al final de la pasarela cuando distinguió la bandera de Lunargenta. Aquel navío parecía perfecto para transportar mercancías, a juzgar por el tamaño que se adivinaba en el cuerpo principal de la nave.
Se recostó ligeramente contra uno de los muros que separaban el puerto del barrio aledaño y comenzó a rebuscar en su bolsa algo que no precisaba. Con aquella estúpida tapadera observó con velada atención los movimientos en aquella zona del muelle. Idas y venidas de marineros. Más soldados, Más marineros. Un gato.
Tras un tiempo que consideró prudencial, no identificó actividad relacionada con aquella nave. Por lo que dirigió de forma resuelta sus pasos hacia el enorme casco. Lo recorrió aproximándose a la rampa de acceso, que estaba montada pero carecía de vigilancia. No era el mejor plan de todos, ni estaba en las mejores condiciones para evaluar ventajas y riesgos. Simplemente puso un pie en la cubierta y se subió.
No había un alma, aunque todo estaba perfectamente colocado y listo para navegar. Pudo darse cuenta de que el barco parecía de reciente construcción, ya que las maderas y los acabados que veía apenas estaban dañados por los rigores de un mar que no perdonaba. Alguien con suficiente poder adquisitivo como para ser capaz de construir una nave como aquella para dedicarla al comercio.
No fue de dentro del navío, sino a su espalda, de dónde escuchó unas voces que se aproximaban a ella. Con un giro rápido, trató de amortiguar sus pasos sobre el suelo de madera y se deslizó de un salto detrás de una enorme malla de cuerdas dentro de la cual se veían varias cajas de considerable tamaño.
- No ha sido buena idea aventurarse aquí, en el mercado apenas están produciéndose ventas - se quejó una voz femenina que entró a la cubierta con rítmicos pasos cortos.
- Toda la mercancía de la bodega para nada. - Se lamentó otra voz, masculina. - El jefe me ha pedido que analice una posible ruta hacia el norte en la que podamos hacer escala para colocar los productos. No podemos volver a la capital con el barco lleno.
- Deberíamos de haber hecho caso a los rumores. La situación en esta zona lleva fraguándose si me apuras en los últimos años. Era cuestión de estar pendiente de las señales y saber leerlas - se lamentó de nuevo la mujer.
Iori alzó ligeramente la cabeza, observando por uno de los huecos entre las sogas trenzadas de la red para observar. La mujer tenía el cabello corto, cuerpo menudo y gesto enérgico en el rostro. El hombre a su lado parecía algo más joven. Era muy alto y de miembros delgados, y ambos vestían con ropas de abrigo de una evidente calidad en el paño.
- No será por no avisarlo. Pero se ha hecho demasiado orgulloso con los años. Me da la sensación de que cada vez está más obsesionado con agradar con cada expedición al Señor - apuntó chasqueando la lengua con molestia. - Esperemos que el último intento surta efecto. Por lo menos para descargar algunos productos - golpeó con el tacón el suelo, haciendo referencia a la carga que descansaba bajo los pies de ambos.
- No sé qué pensará el señor de esta ciudad de los productos de lujo que le ofrecemos. Creo que ahora mismo está más interesado en espadas y lanzas que en vajillas y objetos de orfebrería - indicó la mujer caminando por la cubierta. En dirección al lugar en el que Iori estaba parapetada. La mestiza sintió el peligro y caminó rodeando la enorme red, hasta que llegó al lado en el que se encontraba la barandilla del barco. Si continuaba en aquella posición, la verían cuando giraran tras la enorme pila de cajas detrás de la que se escondía. No lo dudó.
Se subió como un gato a la madera y se acuclilló para continuar oculta a la vista de ambos. El viento, subida a aquel lugar se notaba más fuerte y frío. Y un recuerdo lejano se movió como una serpiente debajo del agua en su mente. Un barco también. Unos ojos verdes rabiosos. Un golpe en la cabeza, y una caída hacia el agua...
Cerró con fuerza los dedos entre las sogas de la red, como mecanismo para evitar repetir la escena ella sola por un despiste.
- Marchó hace una hora junto con Gidda y Armin. No me cabe duda de que se esforzará al máximo para mostrarle al líder de esta ciudad cuanto necesita todo lo que Otto tiene para ofrecerle - los pasos, más pesados que los de la mujer siguieron el camino que ella había tomado, avanzando ambos hacia la proa enfrascado en su conversación.
Iori no precisaba escuchar nada más. O sí. Si realmente quería hacer las cosas bien y con cabeza. La información era poder. Y a fin de cuentas, posicionaba a quien la manejaba en un punto de partida más elevado. Cualquier persona con un mínimo de raciocinio lo entendería. Pero ella no disponía de aquella habilidad en ese momento.
Con los ojos brillando con un matiz de acerco en su azul, continuó avanzando por la baranda del barco hasta alejarse lo suficiente de ellos. Saltó desde aquella posición hasta el muelle, usando como colchón un entramado de mallas para pescar que estaban apiladas allí. No hizo ruido, y se levantó ágil. Pero en su apuro no contempló la posibilidad de ser vista por alguien.
- Eh tú - llamó una voz gutural. La mestiza giró el rostro y observó a un hombre de espalda muy ancha acercándose a ella. Portaba traje militar, aunque no supo identificar si pertenecía a la guardia de la pequeña ciudad o si se trataba de alguno de los soldados o mercenarios que llenaban en aquel momento el lugar. - ¿Que haces saltando del barco? - inquirió con un tono hosco, deteniéndose frente a ella.
Iori sonrió.
No alcanzó a ver las aguas, pero sí que pudo ver como lo que parecían ser guardias de la ciudad escoltaban a dos elfos apresados. Atravesaron pronto la plaza del mercado, desapareciendo de su vista y dejando leves murmullos a su paso.
- ¿Estarán implicados? Parecían guerreros... - le escuchó comentar a un hombre a su izquierda con voz preocupada.
- Mirza debe de estar desesperada si piensa que contratando a elfos lograrán su objetivo - atajó su interlocutora, con un evidente deje de orgullo en la voz. - Nyver los aplastará hagan lo que hagan -
No tenía ni idea de quién era ese tal Nyver, pero parecía claro que se había metido en una región en conflicto buscando el rastro de Otto. Se alejó de los lugareños cotillas, dirigiendo sus pasos hacia la zona portuaria. No importaba lo que sucediese allí ni a aquellas gentes. La mestiza solamente tenía un objetivo, y no lo iba a perder de vista. Notó el cambio de terreno, de la tierra húmeda y fría a las maderas carcomidas por el agua del lago que había en el muelle.
El aire gélido le cortó las mejillas cuando confirmó que, efectivamente, los extremos cercanos a tierra del lago estaban congelados. Enfundó las manos en la parte más profunda del abrigo y avanzó con cuidado, evitando resbalar en las finas capas de hielo. Había movimiento en la zona de los barcos, pero no parecía que fuese debido al mercadeo común. Demasiadas cotas de malla y demasiadas espadas.
Buscó con la mirada las banderas identificativas que colgaban tristemente de los mástiles ante la falta de viento. Desconocía el origen que marcaban la mayor parte de ellas. Pero como buena humana, sí que sabía identificar los las tierras de los humanos. Estaba casi al final de la pasarela cuando distinguió la bandera de Lunargenta. Aquel navío parecía perfecto para transportar mercancías, a juzgar por el tamaño que se adivinaba en el cuerpo principal de la nave.
Se recostó ligeramente contra uno de los muros que separaban el puerto del barrio aledaño y comenzó a rebuscar en su bolsa algo que no precisaba. Con aquella estúpida tapadera observó con velada atención los movimientos en aquella zona del muelle. Idas y venidas de marineros. Más soldados, Más marineros. Un gato.
Tras un tiempo que consideró prudencial, no identificó actividad relacionada con aquella nave. Por lo que dirigió de forma resuelta sus pasos hacia el enorme casco. Lo recorrió aproximándose a la rampa de acceso, que estaba montada pero carecía de vigilancia. No era el mejor plan de todos, ni estaba en las mejores condiciones para evaluar ventajas y riesgos. Simplemente puso un pie en la cubierta y se subió.
No había un alma, aunque todo estaba perfectamente colocado y listo para navegar. Pudo darse cuenta de que el barco parecía de reciente construcción, ya que las maderas y los acabados que veía apenas estaban dañados por los rigores de un mar que no perdonaba. Alguien con suficiente poder adquisitivo como para ser capaz de construir una nave como aquella para dedicarla al comercio.
No fue de dentro del navío, sino a su espalda, de dónde escuchó unas voces que se aproximaban a ella. Con un giro rápido, trató de amortiguar sus pasos sobre el suelo de madera y se deslizó de un salto detrás de una enorme malla de cuerdas dentro de la cual se veían varias cajas de considerable tamaño.
- No ha sido buena idea aventurarse aquí, en el mercado apenas están produciéndose ventas - se quejó una voz femenina que entró a la cubierta con rítmicos pasos cortos.
- Toda la mercancía de la bodega para nada. - Se lamentó otra voz, masculina. - El jefe me ha pedido que analice una posible ruta hacia el norte en la que podamos hacer escala para colocar los productos. No podemos volver a la capital con el barco lleno.
- Deberíamos de haber hecho caso a los rumores. La situación en esta zona lleva fraguándose si me apuras en los últimos años. Era cuestión de estar pendiente de las señales y saber leerlas - se lamentó de nuevo la mujer.
Iori alzó ligeramente la cabeza, observando por uno de los huecos entre las sogas trenzadas de la red para observar. La mujer tenía el cabello corto, cuerpo menudo y gesto enérgico en el rostro. El hombre a su lado parecía algo más joven. Era muy alto y de miembros delgados, y ambos vestían con ropas de abrigo de una evidente calidad en el paño.
- No será por no avisarlo. Pero se ha hecho demasiado orgulloso con los años. Me da la sensación de que cada vez está más obsesionado con agradar con cada expedición al Señor - apuntó chasqueando la lengua con molestia. - Esperemos que el último intento surta efecto. Por lo menos para descargar algunos productos - golpeó con el tacón el suelo, haciendo referencia a la carga que descansaba bajo los pies de ambos.
- No sé qué pensará el señor de esta ciudad de los productos de lujo que le ofrecemos. Creo que ahora mismo está más interesado en espadas y lanzas que en vajillas y objetos de orfebrería - indicó la mujer caminando por la cubierta. En dirección al lugar en el que Iori estaba parapetada. La mestiza sintió el peligro y caminó rodeando la enorme red, hasta que llegó al lado en el que se encontraba la barandilla del barco. Si continuaba en aquella posición, la verían cuando giraran tras la enorme pila de cajas detrás de la que se escondía. No lo dudó.
Se subió como un gato a la madera y se acuclilló para continuar oculta a la vista de ambos. El viento, subida a aquel lugar se notaba más fuerte y frío. Y un recuerdo lejano se movió como una serpiente debajo del agua en su mente. Un barco también. Unos ojos verdes rabiosos. Un golpe en la cabeza, y una caída hacia el agua...
Cerró con fuerza los dedos entre las sogas de la red, como mecanismo para evitar repetir la escena ella sola por un despiste.
- Marchó hace una hora junto con Gidda y Armin. No me cabe duda de que se esforzará al máximo para mostrarle al líder de esta ciudad cuanto necesita todo lo que Otto tiene para ofrecerle - los pasos, más pesados que los de la mujer siguieron el camino que ella había tomado, avanzando ambos hacia la proa enfrascado en su conversación.
Iori no precisaba escuchar nada más. O sí. Si realmente quería hacer las cosas bien y con cabeza. La información era poder. Y a fin de cuentas, posicionaba a quien la manejaba en un punto de partida más elevado. Cualquier persona con un mínimo de raciocinio lo entendería. Pero ella no disponía de aquella habilidad en ese momento.
Con los ojos brillando con un matiz de acerco en su azul, continuó avanzando por la baranda del barco hasta alejarse lo suficiente de ellos. Saltó desde aquella posición hasta el muelle, usando como colchón un entramado de mallas para pescar que estaban apiladas allí. No hizo ruido, y se levantó ágil. Pero en su apuro no contempló la posibilidad de ser vista por alguien.
- Eh tú - llamó una voz gutural. La mestiza giró el rostro y observó a un hombre de espalda muy ancha acercándose a ella. Portaba traje militar, aunque no supo identificar si pertenecía a la guardia de la pequeña ciudad o si se trataba de alguno de los soldados o mercenarios que llenaban en aquel momento el lugar. - ¿Que haces saltando del barco? - inquirió con un tono hosco, deteniéndose frente a ella.
Iori sonrió.
Iori Li
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Los adoquines que demarcaban el camino de entrada a Glath se apegotanaban de manera progresiva a la vez que los pasos de ambos, la vampiresa y el elfo lo atravesaban.
Un silencio extraño se había apoderado del camino: Caoimhe notaba como la figura de su compañero la seguía tan solo por la sombra que proyectaba cercana a la de sus propios pies y por el aroma personal a lluvia, madera y flor anís que de cuando en cuando emanaba del aura del elfo.
Se cercioró de que su respiración fuese de manera intercalada a la propia de Tarek: Se había alimentado hacía exactamente 5 días. Un puma de tamaño medio para ser exactos.
La chica se había esforzado en convencerse a si misma de que aquello mantendría su sed entretenida. Por supuesto su auto convencimiento se reducía de manera significativa con cada bocanada de aire mezclado con el éter de su acompañante.
De ahí su silencio.
La soledad de ambos entre las callejuelas duro poco, sin embargo: La visión de una figura oscura huyendo de la mínima luz que dejaba tras si la luna en aquella noche cerrada los puso a ambos en tensión.
La pregunta de Tarek rompió el silencio entre ambos al fin y Caoimhe la miro con los ojos muy abiertos. Sorprendida y extrañada.
-No.… no hasta este punto- dijo componiendo ahora un gesto de sospecha ¿Podía leer su mente?- Normalmente si me he... ya sabes... si estoy satisfecha suelo ser una humana con colmillos- sonrió- Sin embargo, no contaba con que pudiese ponerle nombre a tu esencia. No suele pasarme a menudo. Tengo alguna que otra teoría sobre por que a veces...
Caoimhe comenzó a horrorizarse de nuevo a medida que la verborrea de palabras se escapaba de sus labios. Tarek no estaba ciertamente hablando sobre lo que rondaba en su cabeza. ¿Que diablos le había picado? ¿Por qué tenía que compartir esos pensamientos?
El chico se apresuro a clarificar y durante algunos escasos segundos sus palabras parecían apaciguar su vergüenza .Sin embargo esta tan solo dio paso a la indignación de lo que su acompañante estaba dando a entender.
Su corazón se aceleró.
En el ultimo encuentro que tuvieron apenas si pudieron trazar las líneas que dibujaban las personalidades de ambos. Caoimhe se había desvelado como demonio ante el por razones ajenas a su control. De hecho, en aquel preciso momento casi podía imaginar lo que el chico pensaba de ella y en su mente, reflejando los pensamientos del elfo, o lo que Caoimhe creía que pensaba, la chica tejió la secuencia de imagines que le habían llevado a el a hacer aquella pregunta.
-Tranquilo. No te he llamado para que me acompañes a cazar aprovechando la situación- añadió. Lo dijo de manera fría y ajena, pero a la vez tintada de desolación: Como si el darse cuenta de que la había reducido a aquello la entristeciese.
Tampoco tuvieron mucho tiempo para interactuar entre ambos: Los sonidos ensordecidos por sus cuchicheos se habían hecho figuras y media docena de personas. Una jabalina surco el cielo esquivándolos tan solo por cuestión de azar.
Caoimhe miró a su alrededor. Había estado tan sumida en su propia mente que había pasado por alto el resto circunstancial de lo que los rodeaba: Se encontraban justo en el centro de unas barricadas improvisadas y claramente eran sin duda el objetivo más fácil para ambos bandos.
Por suerte para ella había elegido bien a su acompañante y este se apresuró a tirar de ella hacia un punto más o menos encubierto en el que no tardaron mucho de ser interceptados por alguien más.
-No hay artesanos mas expertos que los forjados en Glath- susurró Caoimhe a Tarek, reforzando el hecho de que era aquí donde la habían guiado sus fuentes, pero a la vez preguntándose si su decisión había sido la correcta en su mente- Créeme... No te hubiese pedido que me acompañases de saber donde nos metíamos.
Simplemente me hubiese arriesgado sola añadió la vocecita de su demonio dentro de ella.
Ambos, Tarek y Caoimhe tuvieron la misma reacción al se alcanzados la sombra ajena a ellos. La figura sin duda había visto días mejores y la mezcla de suciedad y sangre en sus ropajes daba una idea más o menos certera de cuánto llevaba aquel hombre en batalla. Su armadura de piel y piedra curtida era rudimentaria pero efectiva, aunque estaba descosida aquí y allá poniendo en riesgo buena parte de su cuerpo. Al acercarse, Caoimhe lo reconoció como un elfo y al compararlo con la jovialidad de su acompañante no pudo sino buscar la mano de Tarek de manera protectora.
Sus ojos estaban surcados por las ojeras propias del insomnio y el miedo y hablaba con una voz que casi no parecía querer salir de su cuerpo.
Tarek se apresuró a contestar de manera escueta a lo que el hombre preguntaba y la conversación capto la atención de vampiresa cuando el nombre de Lauepar se entremezclo entre sus palabras. No estaba segura de que fuese el momento idóneo para decírselo a Tarek... pero justo habían venido buscando a ese maestro artesano.
Trago saliva pensando como iba a explicarle aquello sin de nuevo alzar sospechas en su amigo. Después de aquella noche, no estaba segura de que Tarek fuese a querer ayudarla de nuevo.
Por algún motivo aquello le pareció irónicamente cómico y estaba casi segura de que en cuanto saliesen de la línea de fuego Tarek quizás esbozase una de sus sonrisas cuando le contase la ironía del asunto.
Una nueva figura despejó aquel pensamiento de su cabeza. El hombre traía noticia de Lauepar. Caoimhe observó a aquel desconocido: La ropa bajo la armadura daba la impresión de que había visto al menos 5 solsticios de invierno. Sus zapatos estaban gastados en lugares donde rozaban de manera paulatina con el suelo. Llevaba remangada en la cintura una cuerda para atar sus pantalones y cuando se concentro en algo mas que no fuese el olor a sangre seca y fresca, Caoimhe noto el olor inconfundible a fragua.
Sin embargo, la armadura estaba, quitando la parte sangrienta, reluciente. No había rasguños de batalla en su yelmo, y allí donde la hendidura indicaba choque, el metal se había hundido de manera grácil sin romperse. Su espada estaba adornada con una empuñadura roja y azul con el emblema del gremio unida por lazos. La hoja de esta era fina y perfectamente afilada a pesar de haber sin duda, acariciado bastantes cuellos..
Estaba sin duda en el lugar exacto. No dudaba que las manos que habían curtido aquellos enseres serian diestras en su piedra.
De pronto notó el cuerpo de Tarek frente a ella. Su cuello se había tensado y por primera vez desde que lo conocía un gesto desafiante se había apoderado de su ceño normarme sereno.
Las palabras que hasta ahora habían sido tan solo una conversación a su alrededor comenzó a tomar sentido y mas allá de la distracción que la armadura y los ropajes de aquellos dos elfos habían supuesto. La voz del elfo demacrado sonó dulce como si cantase una canción antigua, pero la reacción de Tarek le dio a entender que lejos de estar cantando a Isis, aquel elfo acababa de farfullar una calumnia lo suficientemente hiriente como para que su amigo se sintiese atacado. Caoimhe entendió justamente el problema al aquellos se referían. Y la reacción de su compañero tan solo fue una confirmación de dos cosas. Ninguna de ellas le era totalmente desconocida.
Su corazón latió rápido durante un segundo y sus ojos recorrieron de uno en uno los ojos del resto de los desconocidos. Esperando la respuesta exacta.
-Pues a decir verdad... todo esto es un problema- dijo el elfo que acababa de blasfemar señalando el campo de batalla en el que estaban sumidos- y justo lo que guardas tras de ti es es la causa de todo ello. Así que se inteligente y apártate ¿No ves que estamos en guerra?. Ningún demonio merece un enfrentamiento entre elfos.
Caoimhe tragó saliva intentando tragarse de una manera u otra el sentimiento de culpa que acababa de caer sobre su garganta y que se había convertido en una bola enorme.
Varias cosas pasaron a la vez en un mismo momento:
La primera era tan solo la consecuencia natural de algo que llevaba sucediendo varios minutos de manera imperceptible. Paulatina y que ensordeció las palabras de Warham incluso antes de que Tarek o la misma Caoimhe tuviesen oportunidad de hacerlo enmudecer.
El grito ahogado de un dragón que se aproximaba se había hecho paulatinamente más y más ruidoso a medida que su alarido de fuego consumía parte de la cosecha del bando al que los dos elfos pertenecían.
Las barricadas habían comenzado a arder creando columnas de fuego aquí y allá separando el punto central donde ambas figuras habían sido hasta hacia menos de 5 minutos el punto de diana fácil y en el que ahora parecían estar protegidos de aquel océano feroz por las tierras de barbecho.
La segunda fue el cese total de cualquier ataque por parte del bando de los Paica a los artesanos del gremio. Caoimhe pensó de manera ilusa que aquello no era mas que una reacción natural dada la desventaja real en la que se había sumido el bando de Lauepar. Nada más lejos de la realidad, sin embargo.
El silencio era una acción comedida a una orden sutil en forma de aparición.Un sequito de personas altas y palidas atravesaban el pasillo de luz y desorden que habia dejado atrás las brasas del dragon. A un lado de aquel séquito, sus propios hombres se mantenían silenciosos formando en el pasillo que componían sus barricadas. Al otro, el caos también silencioso que habia traido el ataque y los intentos de los miembros del gremio por salvaguardar lo poco o mucho que quedase tras apagar las brasas.
La vision de aquel carnaval macabra tan solo se vio enfatizado por el hecho de que tras sus pasos, se divisaban los surcos en paralelo, como si de unas ruedas o troncos siguieran su paso.
Lo único que la vampiresa tenia claro de aquella visión era que aquellos vampiros no trabajaban la tierra. Dudaba que la finesa de sus manos alguna vez hubiese tocado arado alguno.
El grupo se aproximo hasta quedar a unos dos metros de ellos. Caoimhe sumida en el desconcierto observó con curiosidad a aquel grupo de vampiros.
Parecían ser al menos diez. No mostraban el gesto maldito, y sediento al que estaba acostumbrada a ver sumido a sus iguales. La decadencia de la búsqueda continua de una presa no parecía haberse apoderado de sus facciones, y a pesar de estar pálidos tenían… un tinte brillante en sus mejillas. Como si la ponzoña de la enfermedad que los hacía ser vampiros no se mostrase en sus facciones.
No.
Aquellos vampiros tenían cuanta sangre pudiesen desear y ni una de las preocupaciones de conseguirla. También se percató de que no tenían la gracia del gremio pues sus armas aunque tintadas de la misma apariencia cara que sus ropajes, carecían del emblema presente en la armadura del elfo que, como ella y Tarek los observaba de manera cauta.
La vampiresa también tenia claro que fuera cual fuese el motivo de aquella guerra, la estaban ganando.
O eso es lo que daba entender la figura que maniataba a cadenas era el autor de los surcos en la arena tras los pasos vampiros.
Un elfo alto y fornido al que la batalla había dejado cicatrices en la cara y orejas. Su cabello, atado en lo que sin duda habría sido un dia una trenza compleja a un lado, ahora estaba enredado en una capa de sangre y tierra del camino. Sus ojos miraban más allá de los cuerpos que lo rodeaban sin apenas expresión alguna, y de su boca apenas escapaban alaridos inconexos y un surco de sangre fresca.
El que parecía ser el cabecilla de aquel grupo habló al fin con voz clara y clara mientras dos de los vampiros retenían a Warham y el elfo que lo acompañaba, ambos forcejeando para intentar ayudar al que, Caoimhe intuyó, era Lauepar. A ellos se le unió el dragón que causó el incendio vivo en los campos. Éste acababa de convertirse de nuevo en humano y la palidez de sus facciones dejo a Caoimhe sedienta de información acerca de la misma naturaleza del mismo. Un escalofrío recorrió su nuca y apartó la mirada cuando el chico encontró la suya.
-El juego se ha acabado- la voz del cabecilla vampiro interrumpió sus pensamientos- Habeis perdido a los suficientes como para saber quien es el vencedor de esta batalla. No queremos, sin embargo, acabar con todo lo que habéis construido durante todos estos años por lo que teneis 3 horas para apagar el fuego, reorganizaros y elegir un nuevo cabecilla- el vampiro sonrió de manera macabra al decir aquello mientras miraba a Lauepar- Estaré entonces encantado de dirigidos a todos y discutir las nuevas ordenes. Ya sabéis a que os arriesgáis si no seguís las este mandato. Aunque mis tropas están dispuestas a seguir en la batalla hasta que todas y cada una de vuestras armas hayan sido despojadas de manos que las empuñen…Pero preferiría que no fuese de esa manera…- el hombre pausó y sonrió a sus compinches- Al fin y al cabo toda sangre mágica derramada es… una pérdida-
Los vampiros se sumieron en una carcajada grupal que acabó de manera macabra a la misma vez.
El chico dragón volvió a mirar a Caoimhe para después analizar con la mirada a Tarek a quien Caoimhe había agarrado de la mano de manera impulsiva en el momento en el que el fuego se apoderó de los campos. Dispuesta a huir a pesar del incipiente sentimiento de curiosidad que despertaban aquellos vampiros.
Acto seguido se acercó al jefe vampiro y le dijo algo al oído.
El hombre se giró con gentileza y fijo su mirada también en ambos, paralizados por la situación.
-Sangre fresca- Caoimhe alcanzó a leer en sus labios a pesar de que no escapó sonido alguno de ellos.
Caoimhe
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Al contemplar la estampa que brindaban las afueras de la urbe entendieron que su guardia llegara tan lejos en sus rondas. Se habían cerrado todos los accesos secundarios, permitiendo únicamente tomar el camino principal hasta una entrada muy bien custodiada y desde la pequeña loma en la que se habían detenido alcanzaban a ver cómo más allá de los límites de la ciudad se extendía una exposición de cuerpos en descomposición, que continuaba hacia el norte y se perdía en la lontananza. La elfa se estremeció. Si aquella práctica resultaba ser una táctica disuasoria, o un aviso para cualquiera que se dejara caer por allí, definitivamente daba resultado. O lo habría hecho de no tener una motivación lo bastante intensa como para mirar para otro lado y obviar el escaso don de gentes de aquellos bárbaros. Paralelo a la cañada central se distinguía el río, a cuya orilla se había levantado el asentamiento y siguiendo el cauce con la mirada, llegó a divisar un pequeño puerto que se presentaba igualmente vigilado, a pesar de ser pocos los rezagados que aún cargaban o descargaban las embarcaciones.
—No veo cómo podremos entrar sin ser, como mínimo, interrogadas.— la preocupación resultaba patente en la voz de Mirabel.
—No falta mucho para que anochezca, podemos esperar y… No sé.— se pasó las manos por el pelo, peinándose hacia atrás y posandolas sobre la nuca, tratando de serenarse. —La única zona abierta en la muralla después del portón es la que termina en la bahía.— concluyó tras bordear la ciudad con la mirada.
—¿Colarnos por el puerto? Bueno… Sí creo que podríamos acercarnos por la ribera pero acercarnos tanto… Mira arriba. ¿Cuánto dirías que alcanzan a ver los vigías?
—No sé, ¿cuánto alcance tienen tus flechas?— respondió de vuelta con retórica y una sonrisa confiada.
—El mismo que las tuyas.— afirmó seria, para después dibujar una media sonrisa —Pero las mías dan en el blanco.— añadió, con algo más de humor.
*****
Entrada la noche, cuando el trajín de entrada y salida había cesado y las puertas de la ciudad quedaron cerradas, las elfas fueron cautelosas en atravesar la escasa foresta que se extendía en los terrenos exteriores. Llegado el momento, a escasos metros del río, esperaron entre los matorrales el cambio de guardia. Desde allí tenían tiro limpio, ellas los veían pero ellos no. Mirabel se preparó, mostrando ahora la seguridad que parecía haber perdido desde que habían alcanzado a ver la silueta de la urbe en el horizonte. Tomó su arco y apuntó con él, dándose unos minutos para estudiar la situación antes de escoger cuidadosamente dos flechas de entre las varias que portaba en su carcaj. La pelirroja había tenido muchas ocasiones para explicarle la utilidad de cada una de ellas, todas trabajadas y preparadas para conseguir un objetivo distinto. En aquella ocasión seleccionó dos perfectas para los ataques a larga distancia, ligeras y con tallas tan precisas en su manufactura que hacían seguir la trayectoria dejando que el viento las acariciase sin desviarlas. Apuntó de nuevo, esta vez con la flecha escogida.
—Si, estas servirán.— afirmó, tendiéndole la otra a la rubia.
—¿Tú crees? Es decir…— tomó la flecha, pero suspiró, llevando la mirada al puesto de vigilancia en lo alto de la torre sobre la orilla —A lo mejor podrías lanzar las dos, te he visto hacerlo. Puedo distraerlos, que se centren en mí o
—Aylizz, para un momento ¿quieres?— interrumpió, agarrándole del brazo —Haz la prueba. Apunta al saliente y dime cuántos adoquines hay sueltos.
—¿Eh? ¿Adoquines? Qué…— buscó el punto de referencia descrito, todavía sin estar convencida de que aquello fuese a dar resultado. —Ya los veo, hay tres huecos.
—Si alcanzas a ver eso con detalle, esta flecha llegará. Y ese tío no está bailando, le darás.— hizo una pausa y dirigió la mirada a las plumas que colgaban de la punta superior del arco —Tu madre era inteligente.
Aylizz, que continuaba apuntando y evaluando la tirada, casi se descompuso cuando su compañera hizo aquel comentario, sin siquiera saber a qué razón. Antes de que pudiera responder, la pelirroja señaló las plumas y sonrió.
—No son un simple adorno, sirven para leer el viento. Si sabía hacerlo, anticiparse al movimiento y afinar su tiro, no habría blanco que se librase.
—Espera, ¿qué has dicho?— algo más repuesta, miró las plumas cuando atendía a la explicación —¿Leer el viento?
Las copas de los árboles se levantaban sobre sus cabezas y las cubrían con un manto de ramas y hojas por el que apenas se dejaban ver los tintes azulados del cielo. Aun así, los rayos del sol se colaban por cada espacio, por mínimo que fuera, llegando a acariciar con calidez todo cuanto se encontrara a su alcance. Resultaba un momento apacible, tumbada sobre la hierba en aquel claro, si cerraba los ojos era capaz de distinguir todos los sonidos del bosque al mismo tiempo. La suavidad del viento, que se dejaba notar rezagado de cuándo en cuándo, acunaba las ramas haciéndolas rechinar, las hojas haciéndolas silbar y la luz bailar al tiempo, tratando de no ser completamente opacada. Y muy cerca, la respiración de Rinha acostada junto a ella, también con los ojos cerrados.
—¿Escuchas eso?— preguntó en un susurro.
—Ehm…— Aylizz cerró más fuerte los ojos, como si aquel gesto hiciera que su atención a los detalles sonoros aumentara —¿A los pájaros?
—No.— negó con la cabeza sin abrir los ojos —Algo más, presta atención.
—Otra cosa, ¿qué cosa?
—Shh.— Rinha puso su mano con suavidad sobre la cara de la pequeña haciéndola callar, no consiguiendo otra cosa que hacerla reír en su intento por mantener el silencio —Tú escucha.
Rezongó ceñuda un momento antes de volver a concentrarse en el entorno, sin llegar a distinguir nada distinto a la primera vez. Abrió ligeramente un ojo, comprobando que su madre se mantenía con ellos cerrados y echó un vistazo rápido a su alrededor, comprobando que fuera lo que fuese aquello que debía escuchar, no resultaba visible. Cerró los ojos de nuevo y resopló.
—No sé. ¿El agua del richuelo? No escucho nada.
—Riachuelo…— corrigió algo hastiada, como si no fuera aquella la primera vez que lo hacía. —Y no, algo más suave.
—¿Más suave cómo?— replicó la niña impaciente, sin terminar de comprender.
—El viento, Aylizz.— medio rió con resignación al presentir que la niña estaba a punto de encabritarse —Escucha el viento.
—¿El viento? Ah…— medio alzó una ceja con torpeza e incomprensión, pero obedeció. Por fin guardó silencio. Al menos lo hizo hasta que los retazos de la brisa acariciaron sus oídos y una risita nerviosa se escapó entre sus labios —Parece que susurra y me hace cosquillas.— se removió sobre la hierba un momento, danzarina, imitando el gesto involuntario de un escalofrío.
—Bien, eso está bien. Ahora abre los ojos, ¿quieres? Y sin dejar de prestarle atención a esas cosquillas, fíjate en los árboles, en cómo se mueven.
—Ajá, sí, ya veo cómo se mueven. Se remolinan, como mis cosquillas en la tripa.— rió de nuevo —Es como si tuviera hormiguitas que me pasean por dentro a la vez.
—Si, es una buena forma de explicarlo.— rió su madre también —Eso es leer el viento. Dedicándole tiempo, con paciencia, entenderás cómo fluye alrededor de ti, de todo. Y quién sabe si pudiera serte útil.
—¿Quién es Paciencia?
—¿Cómo que quién…? Ah, no, ¡no!— rió de nuevo —Paciencia no es alguien, es…— miró a la pequeña elfa, que ya había dejado de prestarle atención y jugaba a dibujar formas en el aire, siguiendo el movimiento del cielo de hojas. —Algo que ha dejado de interesarte.— concluyó, rascándose la frente para terminar suspirando. —No importa, ya lo entenderás.
Su mente se perdió en un repentino recuerdo, de esos que una olvida haber vivido. ¿Cómo no hacerlo? El paso del tiempo y la escasa capacidad de retención de cualquier infante no habían propiciado otra cosa. Pero ahí estaba, guardado, sepultado por otros tantos, dormido. Y aún así se había hecho paso hacia la consciencia en el momento oportuno. Colocó la flecha y levantó el arco, marcando en su pupila la punta opacando la visión del tejadillo en la torre. Miró un momento de soslayo a Mirabel, quién seguía los pasos del guardia que abandonaba su posición, esperando indicaciones.
—Espera… Un poco más…— indicó en un susurro. Ella mantuvo la tensión y la mirada clavada en el objetivo. —Preparada…— Aylizz respiró profundo y mantuvo el aire un instante —Ahora.— y soltó.
Las flechas cortaron el cielo, alcanzando sus objetivos antes de llegar a ser advertidas, haciendo que los dos cuerpos cayeran a plomo.
—¡Vamos! Antes de que alguien se de cuenta.
«¡¿De verdad le ha dado?!»
Terminaron de acortar la distancia hasta la orilla que quedaba cortada por el muro. Sin embargo, las formaciones rocosas que anclaban la torre bajo el agua sobresalían lo suficiente para cruzar al otro lado con algo de agilidad y la oscuridad de la noche, aún más notable entre las embarcaciones amarradas prestaron en auxilio necesario para terminar de ocultarse en los muelles. Encapuchadas y agazapadas tras los apilamientos de barriles y cajas de mercancías, las elfas trataron de adentrarse en el puerto, buscando las lindes de los edificios. Aylizz hizo frenar en seco la marcha a su compañera cuando al torcer una esquina abierta a la luz se topó con la espalda de un guardia a pocos metros. Hizo retroceder a Mirabel contra la pared a la vez que ella misma desandaba un par de pasos. Con la máxima cautela esta vez, acercó la cara al borde y asomo la cabeza lo justo para distinguir la figura del hombre echando a andar tras un callejón.
—Por aquí hay demasiada vigilancia… Hay que alejarse de la zona comercial.
Encapuchadas, se escabulleron por las calles más estrechas y menos concurridas, buscando siempre huecos en la pared o salientes traseros donde ocultarse, con la única intención de acercarse lo más posible al cuartel de la ciudad sin llegar a ser vistas. Habían asumido que allí mantendrían retenidos a los elfos. Una vez en los aledaños del corazón de la ciudad, no les fue difícil distinguir el puesto central de la guardia a un lado de la plaza, varios mostrencos conversaban de manera despreocupada en la puerta, todos ataviados con la armadura local y con las armas a punto, haciendo imposible encontrar la más mínima oportunidad para entrar. Sin embargo, desde aquel callejón eran capaces de advertir unos pequeños respiraderos con barrotes que se abrían en el muro lateral del edificio, al ras de la calzada. Aylizz frunció el ceño, renegando para sí. Se le hacía difícil mantener la compostura, ahora notaba el temblor en sus piernas al descargarse la tensión con la que habían dado cada paso. Se agachó, manteniendo unos momentos el cuerpo en cuclillas apoyado contra la pared trasera de aquella casa baja que las ocultaba.
—Y cómo vamos a llegar hasta ahí…— masculló entre dientes.
—Quizá nosotras no podamos…— concluyó la pelirroja, antes de mirar al cielo y dejar escapar de sus labios un agudo aunque sutil silbido. A los pocos minutos un cuervo se posó sobre su hombro. —Fix puede acercarse. Si están ahí, nos lo hará saber.
El pájaro sobrevoló la plaza sin que nadie reparase en su presencia, incluso se permitió revolotear un par de veces sobre las cabezas de los guardias, que simplemente se limitaron a azuzarlo hasta que se hizo a un lado. Se posó en el suelo, picoteó entre los adoquines del suelo con la normalidad que mostraría cualquier ave y al verse desapercibido, terminó de acercarse con pequeño saltitos hasta el ventanuco del calabozo. Las elfas no lo perdieron de vista y supieron entender el mensaje cuando el grajo aleteó eufórico, aunque sin terminar de echar el vuelo. En efecto, se encontraban allí abajo, aunque llegar a ellos se antojaba imposible. En un momento dado, Fix desapareció entre los barrotes y se introdujo en la celda, tardando unos cuantos interminables minutos en salir de nuevo al exterior y volver con ellas. A su encuentro, depositó a los pies de Mirabel un pedazo de papel desgastado que portaba en el pico.
Mañana en la horca.
No se explicaba un por qué, pero no precisaron de mayor información para entender lo que deparaba el día siguiente. Aylizz sintió cómo el pulso se le aceleraba y la respiración se le entrecortaba, notando cómo las cuencas de los ojos se le inundaban de rabia y desesperación. Se juró a sí misma que aquellos humanos pagarían su barbarie con la misma moneda si la ejecución llegaba a cometerse.
*****
Encontraron un tejado hueco en el que pasar la noche y desde el que tenían visión de la zona caliente de la urbe. Las patrullas no dejaban de rondar por las calles, aún siendo ya altas horas de madrugada y no quedando apenas almas en pena deambulando por las calles. Aylizz no se permitía apartar la mirada del cuartel, sin siquiera dejar que los ojos se le cerrasen más de lo que duraba un parpadeo, a pesar de los numerosos intentos de Mirabel por convencerla de que turnaran las guardias y se permitiera descansar. Se negaba una y otra vez, obcecada en idear alguna forma de liberarlos, por absurda o desesperada que resultara. De cuando en cuando el entumecimiento la obligaba a cambiar de posición el cuerpo, estirarlo y destensar, era entonces cuando aprovechaba para echar rápidos vistazos por otras de las aberturas entre los tablones de la pared y mantener el control espacial de lo que ocurría alrededor, habiendo fijado una especial atención a una ostentosa hacienda que se levantaba y resaltaba por encima de las demás, conveniente parcelada y custodiada por una guardia, distinta a la que había encontrado hasta el momento, a juzgar por la vestimenta. Era indiscutible que se trataba de una residencia principal, sino la de los mismos Señores de la ciudad. Resopló con hartazgo. Si había algo de la organización humana que le generaba mayor rechazo que su milicia, eran los nobles. Con la desgracia de haber caído en varias grandes ciudades de los hombres y en otras cuantas aldeas que de ellas dependían, no alcanzaba a comprender cómo aquellas gentes no se habían puesto hacía tiempo en pie de guerra contra sus propios mandatarios. Se respondió a sí misma al momento. ¿Cómo iban a hacerlo? Quién podría culparlos. Ocupados en tratar de sobrevivir con lo mínimo y cuando no, dedicando sus vidas a batallar en nombre de otros, por intereses ajenos. Humanos. Curiosa la cantidad de estupidez que cabía en una vida tan escasa.
Entretanto que divagaba, sus ojos percibieron entre las sombras a un grupo abandonado la vivienda por la calle trasera. Sin perder detalle de la posición que iban tomando en su caminar, extendió el brazo hasta alcanzar la bolsa de Mirabel y rebuscó en ella el catalejo. Pudiendo alcanzar entonces mayor detalle, distinguió cuatro hombres con el mismo uniforme que aquellos que vigilaban la entrada principal, escoltando a un quinto. No dudó al asumir que se trataría de algún miembro importante en la casa, quizá familia, quizá un ser de confianza, con intenciones de correrse una juerga clandestina. Aunque no lo bastante para acudir sin compañía. Chasqueó la lengua. Sí, los guardias eran un problema.
—¿Sabes?— se dirigió a Mirabel, sin dejar de seguir con la mirada el callejeo del grupo —Quizá tuvieras razón antes, con eso de conversar y llegar al entendimiento en lo que está claro que es un terrible y fatal malentendido.— expuso, parafraseando algunas de las palabras que la pelirroja había utilizado cuando discutían sus opciones —Sólo había que dar con la persona adecuada.
No quiso perder tiempo en explicaciones, únicamente le pidió que no se moviera de allí. Acordaron que esperaría hasta el alba a su regreso y de no ser así, enviaría el cuervo al campamento y seguiría el plan que hasta hacía un momento estaban dispuestas a seguir. Aylizz dejó su arco y su bolsa, precisaba ser ligera. Se colocó la capucha tan baja como pudo y subió el cuello de la bufanda hasta cubrir hasta la línea de los ojos, precisaba ser invisible. Ajustó la funda de los cuchillos hasta ajustarla al milímetro en sus costados, apretó los cierres de las botas y se descolgó del tejado para caminar, agazapada y con la mayor de las cautelas, sobre los muros y balcones de la urbe, acercándose al noble hasta que pudo seguirlo de cerca, desde la altura. Estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta y utilizarlo como moneda de cambio. Ya rozaba la empuñadura de la daga, dispuesta a saltar sobre él, cuando advirtió algo errático en las formas del hombre. Se detuvo un momento para pensar, estudiando con algo más de distancia sus movimientos. Parecía nervioso, alerta, movía de manera sutil la cabeza de un lado a otro y de cuando en cuando, desviaba ligeramente sus pasos haciendo cambiar la posición de aquellos que lo rodeaban. Aylizz sonrió. Él quería librarse de ellos y ella sólo tenía que esperar el momento. Un cervatillo desmadrado pastando en el bosque. Finalmente logró darles esquinazo en un callejón, convirtiéndose así en una presa condenada. Mientras el humano comprobaba que sus guardias no lo seguían, la elfa descendió por la pared hasta abordarlo por la espalda y colocando la daga en su cuello.
—¿Qu... quién eres...?— preguntó, respirando al ver que no iba a morir de manera inmediata.
—Quién yo sea no importa. Quién eres tú y lo que vas a hacer por mí, sí.— murmuró la elfa a su espalda, muy cerca, empujándolo hacia las sombras sin dejar de controlar las esquinas por las que pudiera aparecer su guardia buscándolo.
—¿Trabajas para ella...? ¿Por qué ahora? No tiene sentido…
—No.— apretó un poco más el cuello de la camisa hacia atrás para hacer que doblase un poco la espalda, colocando las rodillas bajo sus muslos para hacerlo caer en caso de resistencia —Mi turno. Eres importante aquí, salta a la vista, tienes poder. La pregunta es ¿el suficiente?
—¿Quién eres?— repitió más desconfiado, intentando mirar hacia atrás —Si no me conoces, eres extranjera. ¿Vienes de Mirza? ¿Glath?— preguntó, aparentemente descolocado —¿Qué quieres?
—La guardia tiene presos a dos de los míos. Es un error, pero puede corregirse sin derramar sangre.— planteó sin más rodeos —No soy de Mirza. Ni de Glath. Y desapareceré tan pronto como hagas que ellos sean libres.
—¿Tienes algo que ver con los elfos de Pariakan?— cuestionó astuto, deteniéndose. —Podemos ayudarnos, si lo deseas.
Ella entrecerró los ojos y guardó silencio un momento antes de aflojar el agarre y dejar que se estirara, sin terminar de apartar la daga de su cuello. Que pudiera suponer, sólo habría algo en lo que alguien como él pensara que una como ella podría ayudarlo. Apretó los labios y suspiró bajo la bufanda.
—Cómo.
—Soy el hijo del gobernador de Assu.— explicó entonces, tras darse la vuelta y quedar mirándola de frente. —Y necesito llevarle un mensaje al líder de Mirza. Muchos desean sumir la región en la guerra, necesito detenerlos. Pero carezco de aliados aquí. Si entregas mi mensaje, si puedes al menos hacerles dudar, hacer— puso énfasis en aquella parte, denotando clara preocupación —que entiendan que quiero evitar más muerte, conseguiré la liberación de los tuyos. Por mi sangre que sí.
Quedó verdaderamente impactada unos instantes. No había alcanzado a imaginar una condición como aquella, ni como la más remota. Hablaba de evitar una guerra, de enviar un mensaje de paz. Bajó la daga y lo miró con una clara expresión de duda. No podía aceptar algo así, entrometerse en conflictos ajenos que sin duda podrían costarles la vida. ¿Y con qué garantías de que esperarían a su regreso? Desvió la mirada un momento hacia donde, en la lejanía, estaba el cuartel y bajo la bufanda apretó los labios de nuevo, con rabia. ¿Pero qué alternativa tenía? Lo volvió a mirar de frente.
—Tu sangre me es absolutamente indiferente, no voy a fiarme de palabras al aire. Quieren colgarlos por la mañana, en la plaza. Yo no me voy a ningún sitio.
—Hagamos algo.— aventuró a proponer —Yo me fiaré de tí, te necesito tanto como tú a mí. Cuando los veas liberados, ¿accederás a lo que te he pedido? No me será fácil, pero lo conseguiré, si el premio es una vaga esperanza para los míos. Algo endeble es mejor que la alternativa.
Lo miró un instante, examinándolo con seriedad, reflexionando sus palabras. Verdaderamente se le veía buscando una oportunidad desesperada, pero dudaba con creces que ella pudiera dársela.
—No necesitamos que vuestra guerra nos salpique de ningún modo, ¿me comprendes? No queremos nada de vosotros, lo que pase, que pase lejos.— finalmente se descubrió la cara —Nada de vuestra situación me importa, pero esto son acuerdos de conveniencia. Cuando haya visto a los míos marchar libres y seguros, entonces y sólo entonces, responderé únicamente por y ante ti. La guardia, quienes quieran que sean tus allegados, tu padre el gobernante... Si cualquiera entorpece a los míos en su marcha, responderé.
El joven parpadeó cuando se mostró ante él, pero se recompuso rápidamente. Endureció un poco la expresión.
—No preocuparse por los demás, sea la raza que sea, y sólo mirar hacia dentro, únicamente provoca odios y guerras.— suspiró un momento —Tenemos un trato. Convenceré como sea a Pariakan y liberaré a los tuyos. Los haré acompañar por la puerta sur por gente de mi confianza. Pero ten cuidado.— advirtió —Si mi hermana se entera de algo de todo esto, moriréis todos…— calló un momento —Y quizá también yo. Es la principal instigadora del belicismo de Assu.
—Has dicho que careces de aliados.
—De importancia, sí.— torció el gesto —Mi padre y mi hermana tienen casi todo el poder aquí. Sólo puedo valerme de subterfugios, como pedir ayuda a quien ha colocado un arma apuntándome. Cancelar la ejecución de dos prisioneros que, por suerte, no revisten importancia para Assu es una cosa, derrotar las ambiciones de mi familia es otra muy distinta. Y mucho más compleja.
—hugh No veo muchas garantías en lo que a mí respecta.— asumió con sorna y volvió a llevar la mirada alrededor, sin bajar la guardia. —Y ahora qué.— inquirió levantando el mentón.
—Deberías irte.— aconsejó —Mañana volverás a ver a esos elfos. Encontrémonos en este mismo lugar cuando estén a salvo, te esperaré aquí después de eso y concretaremos lo que llevarás a cabo en Mirza. ¿Estamos de acuerdo...?— dejó de hablar un momento —Ya me conoces. ¿Cómo debo llamarte?
—No te conozco, hijo del gobernador. Llámame elfa, dudo que necesites más.— se colocó de nuevo el pañuelo —Nos veremos mañana entonces.
Se escabulló entre los callejones asumiendo las palabras de la elfa como una despedida y ella escaló de nuevo la fachada, volviendo al escondite del tejado.
Aylizz Wendell
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
MIRZA. Envoltorio de acero.
Como si el cielo hubiese esperado deliberadamente, el primer paso de las botas del elfo atravesando el dintel de la puerta de acceso al interior de Mirza se coordinó de la peor manera posible con el sonido de unas trompetas que le crisparon el rostro. Alzó la cabeza tras el ataque a sus tímpanos, permitiéndose unos segundos para estudiar lo que tuvo ante sí. Sus ojos apenas habían dibujado en su mente los principales aspectos de viviendas, comercios y otras estructuras, antes de verse arrastrados de forma ineludible hacia la explicación de la falta de centinelas en la entrada al poblado. Sin ser capaz de evitarlo, se llevó una mano al rostro. No podía ser posible.
A unos cien pasos, alcanzó a ver cómo lo que asemejaban a milicianos se sumergían en una pequeña batalla que incluso a su distancia, arrancaba las voces del acero. Giró el rostro a derecha e izquierda, mas todo comercio, toda morada, habían cerrado puertas y ventanas. Había llegado en el momento más inoportuno a un lugar donde esperaba escapar un tiempo de lo que ahora tenía ante sí. Sombrío, rememoró cada legua que había hollado desde el sur, lo que había dejado atrás y por qué.
Los gritos de los heridos y el chasquido de armas y escudos prosiguieron, añadiendo al polvo y la tierra de las calles y aroma dulzón de la sangre. Avanzó unos pasos, camuflando su silueta entre las mercancías de un puesto de pieles, sin perder de vista la contienda. Arqueó una ceja cuando una pareja pasó a cierta distancia de él, buscando alejarse de lo que estaba aconteciendo. El espadachín dedujo que la pugna debía por tanto de haber comenzado escaso tiempo antes. Sintió asomar una sonrisa sarcástica a la comisura izquierda de sus labios, y maldijo por segunda vez.
Al menos, hasta que unas secas órdenes hicieron de vanguardia al movimiento de un nuevo escuadrón de milicianos. Armados con lanzas y escudos de madera rectangulares, varios de ellos bloquearon la salida de Mirza, así como la del propio mercado. Nou, constatando como a la pareja le era impedido el abandonar el lugar, tomó camino por uno de los callejones adyacentes, sin comprender de dónde podrían haber llegado sin él advertirlos al cruzar las tierras cercanas. Escuchó, obviándola, la voz de uno de los protectores del poblado, apretando el paso. No tenía intención alguna de esperar a comprobar si esos nórdicos comprenderían que nada tenía que ver con lo sucedido. Por su experiencia, los vencedores tendían a buscar culpables vivos para rematar la gesta. Y él era extranjero, bien armado, y había llegado en el, se repitió, peor momento posible.
Alejándose de la plaza comercial, sintió un punto de lástima por aquellos desconocidos. No estaba en disposición de pelear contra casi veinte oponentes, echar por tierra lo que le había llevado hasta esa región del noroeste, para sumergirse en una situación de la cual carecía por completo de información. Quizá, se dijo, ni siquiera eran inocentes. No tenía forma de saberlo.
Cruzó una de las dos arterias principales, extrañado de la casi total ausencia de viandantes. No podía tratarse únicamente del espectáculo de sangre y muerte que el elfo había dejado atrás. El lugar parecía… roto. La falta de juegos infantiles, de lentas conversaciones de ancianos, del sonido del trabajo de los adultos. Tan solo una discreta mirada desde alguna ventana, una presencia que no tardaba apenas en tomar otro rumbo, una breve risa, muerta al cruzarse con él, le indicaban que Mirza aún respiraba.
Un solo nativo, ya a la vista del gigantesco lago, no perdía detalle de un paisaje que el recién llegado se le antojó inquietante. En contraste con la parte oriental, allí una neblina envolvía parte de los hogares y las estructuras del puerto. Nousis comprobó que, a diferencia de la plaza del mercado, los cimientos de piedra de las construcciones presentaban un mayor rastro de humedad. Prefirió no pensar en el frío del invierno en una comarca como aquella.
Ambos intercambiaron una mirada, y el elfo se colocó a su misma altura, sintiendo el descenso térmico con cada paso que lo acercaba a la masa líquida del centro continental. Ninguno rompió varios segundos el silencio, envueltos en pensamientos propios.
-Deberías irte- tales fueron las primeras palabras que le dirigió el desconocido. No había urgencia o desprecio en ellas. Únicamente la verbalización de un hecho evidente.
El aludido lo observó con mayor detenimiento. Un abrigo de pieles permitía advertir una armadura de escamas que cubría torso y brazos hasta los codos. A su lado, apoyado en el suelo por el cabezal tocando la pared más próxima, un martillo de guerra cuya parte posterior terminaba en un pico algo desgastado. Los ojos del elfo calcularon unos treinta años humanos a su inesperado consejero.
-¿Acaso va a ocurrir algo más?- preguntó en el mismo tono que había escuchado. Una compartida indiferencia. El mirzaico sonrió, encogiéndose de hombros.
-Son tiempos donde lo extraño es que nada ocurra. Apenas hay ya días tranquilos.
Por un momento, casi logró tomar el camino recto, lo que le había llevado allí. Sin embargo, fue incapaz. La necesidad de saber había comenzado a aguijonearle desde antes de cruzar la empalizada, aumentado con cada celosía atrancada. No era únicamente la curiosidad que le había llevado a devorar libros acerca del pasado en bibliotecas desde Árbol Madre hasta Dundarak. También en ésta ocasión revestía practicidad.
-Hay temor entre los tuyos – adujo Nou. No hubo apenas reacción alguna en el semblante del lugareño.
-Eso demuestra que son inteligentes- confirmó éste, tomando su martillo y colocándolo sobre su hombro- No te escudes tras las palabras elfo.
-¿Qué ha ocurrido? – preguntó entonces.
-Que la codicia les ha devuelto el golpe. Todos creyeron que caería oro como nieve en invierno. Ahora buscan la manera de sobrevivir, como sea. Los ánimos se han tornado peligrosos.
-¿Oro?- repitió el Indirel. El otro se encogió de hombros.
-La familia… Nenrain, Nerfain… una de esas de Dundarak con riqueza suficiente para construir una muralla con ella alrededor de Mirza. Ahora son los proveedores de todos los mercaderes de la zona, e impusieron su propia moneda -sonrió, peligroso- que ahora no vale nada. La gente no puede comprar, ni cambiar nada. Súmale a todo ello una guerra con Assu, y el pago de mercenarios para proteger al gobernante- sacudió el pantalón, antes de ponerse en camino- Mirza está al borde de la desaparición.
El extranjero comprendió que las cosas estaban en un estado mucho peor que lo que había imaginado por la reyerta del mercado. Pero no eran motivos suficientes para no tratar de alcanzar su objetivo.
-Busco las ruinas de Mir I Zânu- añadió, cuando el guerrero no había dado tres pasos en dirección opuesta. Se giró, de modo que el espadachín pudo comprobar una sonrisa divertida en la faz del extraño.
-Continúa por la calle tras de ti. Bajo el templo, no tiene pérdida si convences a los guardias- se alejó, perdiéndose en la neblina tras unas últimas palabras- Cuidado con los símbolos, elfo.
No obstante, Nou no podía conocer en ese instante el alcance de la advertencia.
ASSU. Proyectos peligrosos.
El centinela estaba fuera de combate, y la oscuridad había arropado a esa oriunda de Eiroás en busca de una venganza que quemaba sus entrañas. Ágil, decidida, casi resultaba un juego de niños perderse por callejones. ¿Habría visto esa figura encapuchada que se deslizaba como ella, inmersa en su propio objetivo? No parecía probable.
La morada del líder del poblado parecía bien protegida, con sus cuatro guerreros, hombres y mujeres, que no perdían detalle a la luz de las altas lámparas de aceite de los movimientos de cualquier intruso.
Y luego, estaba el frío. Antinatural.
Esa noche no pudo dormir.
Tanto como ocupaba su mente no permitió que el hijo de Nyver alcanzase la necesaria calma para, por fin, rendirse al sueño y afrontar la tarea que el nuevo día tenía preparada para él. Vuelta tras vuelta en el jergón, cansado e irritado por ello, se levantó, decidiendo acelerar los preparativos de su promesa unas horas. Quizá esa era la carga que forzaba su desvelo.
Abrigado con una mullida capa de piel, salió de la gran morada de su padre, atento en cada movimiento a la triste posibilidad del más que probable peligro que suponían su hermana y los seguidores de ésta. La oscuridad lo bañó en la realidad cotidiana, no por ello menos peligrosa, o sombría. Recuerdos de Iluna en la infancia, con aquella hermosa sonrisa infantil, lo asaltaron provocándole un dolor nacido de la pérdida. Aquella chiquilla ya no existía.
El frío aire nórdico lo saludó con ráfagas escalonadas, antes de acceder al interior del único cuartel que Assu poseía. Los dos centinelas se cuadraron ante Nipal, quien torció el gesto al no reconocerlos como algunos de los más cercanos al capitán. A esas alturas, cualquiera podía haber sido corrompido por el hielo de la princesa.
Pariakan alzó la vista cuando el hijo del líder entró en su despacho privado. Sabedor acerca de las escasas horas que tras la caída del sol dormía, en no pocas ocasiones se había acercado a conversar en esos momentos donde pocos ojos llegaban a observarlos.
-¿Qué ocurre?- lanzó el brujo. Conocía al muchacho desde que apenas había comenzado a hablar. Deducir sus intenciones carecía de secretos para él.
-Necesito un favor, dâyi- lo interpeló con el cariñoso apodo que le había regalado, aprendido de unos eruditos, maestros en arcaicas lenguas ya desaparecidas, que había pernoctado varias semanas en el poblado. Pariakan esperó, dejando la pluma a un lado. La relación de armamento podía esperar unos minutos.
-¿Podrías liberar a los elfos que han detenido hoy mismo? – aventuró. No fue una orden, ni siquiera disfrazada con candor. Algo capaz de ser rechazado. Nipal era consciente, mas engañar o maniobrar por su beneficio nunca habían estado entre sus habilidades. Era recto, pensó el capitán. Tal vez demasiado bueno para los tiempos que les había tocado vivir.
-¿Qué interés tienes en ello? – La cuestión nonata llegó con claridad a los oídos del heredero. Cauto, la necesidad de precaución resultaba imprescindible, y él lo comprendió. ¿Ocurre algo con tu hermana? Tal era la pregunta clave. Éste negó categóricamente.
-Favor por favor- explicó- es cuanto puedo decirte. No son espías, te doy mi palabra, dâyi. Y tal vez consiga así un aliado.
El militar arqueó una ceja.
-No voy a luchar contra ella. Conoces mi mente al respecto. Nunca bañaré de sangre Assu. Pero…
Pariakan alzó una mano.
-No digas más- pidió. Su voz contenía tristes matices. Deseaba ayudarlo, y al mismo tiempo, colocarse públicamente de su lado le haría perder su posición, reemplazado sin duda por alguien más belicoso y afín a Nyver e Iluna. Una garantía de masacre- No puedo conocer más detalles. Vete, y que nadie más te vea. Los liberaré por la mañana, pero ten cuidado con tus planes, muchacho. El frío llega a todas partes en éste lugar.
Serio, Nipal asintió.
-Gracias, capitán- se despidió, antes de regresar a la mansión.
Nervioso ante lo que se avecinaba, finalmente, no había dormido más que dos cortas horas. La pronta liberación de los elfos alegró su corazón, incrédulo de haber logrado que la primera parte de su plan se llevase a cabo sin contratiempo. Veloz, callejeó por el lugar donde había nacido, hasta detenerse en el sitio convenido con la mujer que lo había asaltado la noche anterior. Había confiado otras veces en los años precedentes, y en su mayor parte, sólo había obtenido traición, y las garras de su hermana oprimiendo de tal manera la voluntad de quienes esperaba aliados que éstos habían tornado de manera irremediable. La bella, no podía negar algo tan evidente, elfa por fortuna no parecía de esa clase. Nada la ataba a Assu, y eso resultaba perfecto.
Como un resorte, se tensó al ver su capa ondear al final del callejón, acercándose con cautela. Por primera vez, pudo contemplar casi cada rasgo de su rostro a plena luz, y sintió cierta vergüenza de que por unos brevísimos instantes, sus proyectos quedasen en un momentáneo segundo plano en las ideas que su mente fue tejiendo. Fue la mirada de la joven la que le hizo recordar la carta que él mismo había escrito, y que entonces llevaba en la mano.
-¿Y bien?- preguntó ella.
- Imagino que has visto que cumplo mi palabra- afirmó Nipal. Si estaba allí, no cabía duda, y se sintió estúpido por su propias palabras- ¿Estás dispuesta?
-Estoy aquí, ¿no?— replicó con desdén. —Ese lugar, Mizra. ¿Qué voy a encontrarme?
-Mirza- corrigíó él, mínimamente molesto por el tono de la elfa, lo que le devolvió a la realidad- Está dirigida por Túnnar. Fueron los primeros en adoptar la nueva moneda, y en hacer extraños tratos, según nuestros espías, con nobles de Dundarak. No hemos tenido noticias últimamente... más allá de la masacre de los opositores.
-Como sea- masculló la elfa —¿Es a Túnnar a quien debo dirigirme entonces?
- Sí- Y Nipal estuvo a punto de echarse atrás, de evitarle todo problema, inmiscuirse en unos problemas que con toda razón, ella había dicho la noche anterior que nada le interesaban- Tengo que detener la guerra que mi familia quiere llevar a cabo. Ojalá le convenzas.
-Comprendo.— aceptó, extendiendo la mano para recibir una carta cuyo contenido podría matarlos a ambos de llegar a manos equivocadas, pero en un último momento miró alrededor y con sutileza, fingió acomodarse la capucha bajada y demás bártulos invernales. —Para llegar primero tendré que salir de aquí.— sus ojos volvieron entonces a cruzarse —Me advertiste de tu hermana. ¿Debo preguntar?
El aludido miró muy incómodo hacia un lado.
- Iluna es peligrosa. Inteligente, manipuladora, ambiciosa. Si busca la guerra con Mirza es porque de alguna manera que no alcanzo a ver ya la cree ganada. Razón de más para entorpecer sus planes. Y... aunque sea mi hermana... – pese a todo, se sintió desleal con sus propias palabras- a veces creo que ni siquiera es capaz de sentir como la gente normal. Su frialdad...- no se sintió capaz de seguir- Vete ya. Y ten cuidado. Gracias, sea cual sea tu nombre.
-¿Cuál es el tuyo?— inquirió la extranjera, guardando el sobre bajo sus varias capas de abrigo.
- Nipal, hijo de Nyver- contestó, recreándose una vez más en el rostro de la hija de Sandorai.
Ésta entrecerró los ojos, antes de apartarlos un momento —Bien, Nipal... ¿Y qué me impediría faltar a mi palabra, desaparecer y alejarme de aquí para no volver jamás? — tanteó con ligera sorna, abrochando un par de botones que habían quedado sueltos. La pregunta sobresaltó al humano ligeramente. Pero no tenía nada más que ofrecer.
- Eres mi esperanza. No tengo otra. Sólo me queda confiar ¿Sabes? - sonrió con desgana- estoy desesperado.
Nunca estuvo seguro de aquello, sólo creyó atisbar algo de compasión en la mirada de la mujer.
¿Hacia dónde queda Mirza?— remarcó, con cierto reproche. La sonrisa del assurio iluminó su semblante, y le indicó el camino más rápido hacia la población ahora enemiga.
- Espero que sea un viaje corto, y pronto vuelvas con los tuyos. Gracias... "elfa" – pronunció, dándole la opción de conocer su auténtico nombre.
No ocurrió.
Nyver apenas había despertado. Sus dos guardias de confianza, dentro de sus aposentos, se mostraban como siempre altivos, hieráticos. El hombre sonrió, cuando enfocó a su hija con sus ojos cargados aún de sueño.
-Es hora padre- éste cerró los párpados, desperezándose, antes de ver como Iluna se apartaba el cabello de la nuca, algo que jamás le había visto hacer. Un extraño símbolo, tatuado donde el esbelto cuello se unía al cráneo, desagradó al líder de la población. Pero no le dio más importancia que aquella. Adoraba a su hija, y tendría sus motivos.
Fue su último pensamiento cuando docenas de esquirlas de hielo atravesaron su cuerpo ante los claros ojos azules de la princesa.
-Ahora yo soy Assu.
GLATH. La diplomacia de la espada
Que el poblado careciera de empalizada, a pesar de los ataques de animales salvajes en los inviernos de los últimos años, se revelaba ahora como un inesperado regalo en la guerra. La resistencia de los sucios traidores de las fraguas había sido asombrosa, no podía negarlo. Y costosa.
El aumento de los impuestos era algo inevitable, a pesar del escaso entendimiento de obreros y campesinos sobre tal eventualidad.
En nombre del futuro, él, Riyeth Kirneill y otros terratenientes, habían logrado un acuerdo que transformaría Glath. Más población, más riqueza, crecimiento. Únicamente el escollo de Lauepar y los suyos… malditos fuesen. Aún recordaba jornadas atrás la conversación que le salvó del desastre más absoluto. De la pérdida de todo cuanto tenía, de la derrota.
-Os ayudaremos- lo tranquilizó el aristócrata. Sus soldados dragón, magníficos, parecían capaces de vencer en aquella contienda de haberse inmiscuido. No era la idea de su benefactor.
-Pero… - manifestó su contrariedad Riyeth- Los Protectores, nuestra milicia, están siendo derrotada una y otra vez. Pronto sucumbiremos.
Los ojos de su invitado no mostraron alarma alguna. Continuó disfrutando con comedimiento de las viandas con las que había sido agasajado.
-He contratado a los Paica para vosotros- aseguró- Mañana esos herreros comprenderán que no pueden detener el progreso.
-¡¡PAICA!!- repitió anonadado el noble de menor rango entre ambos. El otro asintió sin demasiado sentimiento.
-Seremos ricos- prometió el hombre de Dundarak- Considera su contrato una inversión. Su devolución no os costará nada. Lo beneficios enterrarán este gasto. Además- sonrió- ¿no es mejor que no mueran los habitantes de Glath que están con nosotros, esa mayoría inteligente…? Perder mercenarios siempre se vende de mejor manera.
Los sonidos de diversos puntos de lucha en el poblado mutaron sus pensamientos de pasado a presente. Y sonrió.
El ambiente en la sede central del Gremio se había sumido en algo cercano a la depresión. La derrota en batalla, la captura de Lauepar y la renovación de las huestes enemigas había afectado brutalmente a la moral de los allí reunidos. Poco a poco, unos treinta herreros, sumados a una presencia de Caiomhe y Tarek que ni Warhan deseó criticar en esos momentos de pesadumbre, fueron tomando parte en un silencio semejante al de un funeral.
Nadie deseaba tomar la palabra. Los Paica parecían haber derrotado al Hierro. Tantas muertes, tanto sacrificio, Kirneill estaba a punto de cerrar el puño alrededor de Glath.
Todas las miradas se dirigieron a la entrada principal, cuando la pequeña Hirmia abrió sin dudar, y seguida de su perro, paseó la mirada a todos lados, buscando algo que no encontró. Frunció los labios, y como si se tratara de una presentación infantil, caminó hasta ubicarse en medio de la concurrencia.
-La fjollkunig ha predicido- su rostro compuso una mueca de desconcierto- Predichid… dijo que vais a perder. Lo vio hoy. Que si no os rendís os van a matar a todos- terminó mostrando auténtica pena. Uno de los herreros la tomó entre sus brazos y allí, la muchacha pareció menos asustada.
Los murmullos comenzaron con lamentos y diatribas, hasta ir escalando en intensidad.
-¡La sobrina de Faerdun siempre habla por la adivina!- recordó uno de los presentes- ¡Y hemos perdido a Lauepar! ¡Luché junto a vosotros, por lo que creíamos justo! ¡Pero nos han derrotado, y hasta la fjollkunig asegura que no hay opción alguna! ¡No quiero morir en una batalla perdida!
Otros mostraron similar disposición, hasta que Warhan rugió, con una ira que siempre había reservado para golpear el metal, y para combatir.
-¡DEJAOS DE SUPERSTICIONES! ¡POR LOS DIOSES, NO ESTOY DISPUESTO A VOLVER A SOMETERME A LOS CAPRICHOS DE LOS KIRNEILL, NO , NO, NO! ¡Nadie sabe cómo Glath puede pagar mercenarios, ni por qué ahora les ayudan los vampiros, pero -subió entonces el tono una vez más- ¿VAIS A DEJAR VUESTRA SUERTE EN MANOS DE UNA MUJER QUE NO PREDIJO ÉSTA GUERRA? ¿EN LA SUPUESTA PIEDAD DE RIYETH?
El ánimo de los herreros se inflamó, y la mayor parte de puso en pie. Eso eran lo que necesitaban en un momento tan crucial, donde era todo o nada.
-¡VAMOS! – soltó todo el aire de sus pulmones, cerrando los ojos al tiempo que ese grito inundaba la sede del Gremio- ¡ATAQUEMOS AHORA MISMO! ¡POR LAUEPAR, POR GLATH! ¡MUERTE!
Sus tres últimas palabras fueron coreadas por cada miembro de su pequeño ejército. Martillos, hachas, lanzas, escudos. La puerta se abrió, y como demonios, los herreros se agruparon en busca de los Paica, de los vampiros, de todo enemigo a su alcance. Sólo dos se desviaron para convocar a todo el barrio del Hierro a verter su sangre una vez más. Tal vez, una última vez.
No había salido aún todos, cuando la joven Hirmia contempló a Tarek y a Caiomhe. Acarició a su perro, antes de darles una sola indicación.
- La fjollkunig quiere veros.
RUME. Intrigas malévolas.
¡No era posible! La mujer se había afanado en buscar, una y otra vez por cada rincón del templo, por cada lugar que la maldita Juthrin había pasado, en sus lugares preferidos para orar y pasear. Nada.
Sabía que tenía que estar en algún lugar, y a su mente llegó la imagen del pequeño Güiz´Rmon. ¿Acaso…? No, se negó con vehemencia. El sucio gato era demasiado estúpido para serle confiado algo así. Criado toda su corta vida en el templo, jamás sospecharía de alguien que sirviese a la religión. Sería demasiado sencillo robarle algo en custodia. ¿Y alguna de las demás?
Con desesperación, se llevó las manos a la parte superior de la cabeza, enredando los dedos con el liso cabello. ¡Por los dioses, necesitaba esa alhaja! No había otra manera de demostrarle que ella debía ser su elegida en Rume. Merecía pertenecer.
El pueblo se había paralizado por miedo, amordazado por un silencio crispado. Un silencio que sólo las órdenes de los kadosh y las sacerdotisas se atrevían a romper.
Esa noche, bajo la protección de la luna, se llevaría a cabo el ordenamiento de la nueva exarca, pero las horas transcurrían lentas, y nadie se atrevía a preguntar quien estaba ordenando las arbitrarias detenciones que aterrorizaban Rume. El templo, en un solo día, se había transformado de una edificación de paz, de culto y recogimiento, a otra de opresión. Los viejos sacudían la cabeza, entristecidos. Y los adultos tapaban la boca a los niños, evitándoles señalar a aquellos vecinos que eran escoltados por la milicia templaria. Tras los Yusne, tres familias más, al completo, habían ido a parar a los sótanos del santuario. Nadie, salvo las religiosas y el cachorro de Juthrin, sabían qué había allí abajo. O cuantos prisioneros podía albergar. No se tenían recuerdos hasta ese fatídico día, de más de cuatro alborotadores al mismo tiempo.
Escalofriante.
Fayna, Irleis, Peirak y Merkland no apartaron la vista, cuando el kopesh de Tot´Zarak, el líder de los servidores del templo, abrió el estómago de Seig Yusne, después de dos horas donde entre gritos de dolor, nada reveló acerca del asesinato de la antigua alta sacerdotisa. Si bien Peirak apartó la mirada en el último momento, Irleis no expresó sentimiento alguno, hasta expulsar a Güiz´Rmon de los subterráneos. No era la única que deseaba apartar al felino de la orden de una maldita vez.
[…]
Todos fueron informados. Desde la taberna, hasta las casas las humildes.
En la plaza de Rume, los traidores recibirían el castigo reservado para sus terribles delitos. A media tarde, los kadosh terminarían de construir el patíbulo. La justicia de la Fe debía ser expeditiva.
Sólo una de las sacerdotisas estaba segura que todo aquello estaba mal. La voluntad de Juthrin estaba siendo pervertida.
Como si el cielo hubiese esperado deliberadamente, el primer paso de las botas del elfo atravesando el dintel de la puerta de acceso al interior de Mirza se coordinó de la peor manera posible con el sonido de unas trompetas que le crisparon el rostro. Alzó la cabeza tras el ataque a sus tímpanos, permitiéndose unos segundos para estudiar lo que tuvo ante sí. Sus ojos apenas habían dibujado en su mente los principales aspectos de viviendas, comercios y otras estructuras, antes de verse arrastrados de forma ineludible hacia la explicación de la falta de centinelas en la entrada al poblado. Sin ser capaz de evitarlo, se llevó una mano al rostro. No podía ser posible.
A unos cien pasos, alcanzó a ver cómo lo que asemejaban a milicianos se sumergían en una pequeña batalla que incluso a su distancia, arrancaba las voces del acero. Giró el rostro a derecha e izquierda, mas todo comercio, toda morada, habían cerrado puertas y ventanas. Había llegado en el momento más inoportuno a un lugar donde esperaba escapar un tiempo de lo que ahora tenía ante sí. Sombrío, rememoró cada legua que había hollado desde el sur, lo que había dejado atrás y por qué.
Los gritos de los heridos y el chasquido de armas y escudos prosiguieron, añadiendo al polvo y la tierra de las calles y aroma dulzón de la sangre. Avanzó unos pasos, camuflando su silueta entre las mercancías de un puesto de pieles, sin perder de vista la contienda. Arqueó una ceja cuando una pareja pasó a cierta distancia de él, buscando alejarse de lo que estaba aconteciendo. El espadachín dedujo que la pugna debía por tanto de haber comenzado escaso tiempo antes. Sintió asomar una sonrisa sarcástica a la comisura izquierda de sus labios, y maldijo por segunda vez.
Al menos, hasta que unas secas órdenes hicieron de vanguardia al movimiento de un nuevo escuadrón de milicianos. Armados con lanzas y escudos de madera rectangulares, varios de ellos bloquearon la salida de Mirza, así como la del propio mercado. Nou, constatando como a la pareja le era impedido el abandonar el lugar, tomó camino por uno de los callejones adyacentes, sin comprender de dónde podrían haber llegado sin él advertirlos al cruzar las tierras cercanas. Escuchó, obviándola, la voz de uno de los protectores del poblado, apretando el paso. No tenía intención alguna de esperar a comprobar si esos nórdicos comprenderían que nada tenía que ver con lo sucedido. Por su experiencia, los vencedores tendían a buscar culpables vivos para rematar la gesta. Y él era extranjero, bien armado, y había llegado en el, se repitió, peor momento posible.
Alejándose de la plaza comercial, sintió un punto de lástima por aquellos desconocidos. No estaba en disposición de pelear contra casi veinte oponentes, echar por tierra lo que le había llevado hasta esa región del noroeste, para sumergirse en una situación de la cual carecía por completo de información. Quizá, se dijo, ni siquiera eran inocentes. No tenía forma de saberlo.
Cruzó una de las dos arterias principales, extrañado de la casi total ausencia de viandantes. No podía tratarse únicamente del espectáculo de sangre y muerte que el elfo había dejado atrás. El lugar parecía… roto. La falta de juegos infantiles, de lentas conversaciones de ancianos, del sonido del trabajo de los adultos. Tan solo una discreta mirada desde alguna ventana, una presencia que no tardaba apenas en tomar otro rumbo, una breve risa, muerta al cruzarse con él, le indicaban que Mirza aún respiraba.
Un solo nativo, ya a la vista del gigantesco lago, no perdía detalle de un paisaje que el recién llegado se le antojó inquietante. En contraste con la parte oriental, allí una neblina envolvía parte de los hogares y las estructuras del puerto. Nousis comprobó que, a diferencia de la plaza del mercado, los cimientos de piedra de las construcciones presentaban un mayor rastro de humedad. Prefirió no pensar en el frío del invierno en una comarca como aquella.
Ambos intercambiaron una mirada, y el elfo se colocó a su misma altura, sintiendo el descenso térmico con cada paso que lo acercaba a la masa líquida del centro continental. Ninguno rompió varios segundos el silencio, envueltos en pensamientos propios.
-Deberías irte- tales fueron las primeras palabras que le dirigió el desconocido. No había urgencia o desprecio en ellas. Únicamente la verbalización de un hecho evidente.
El aludido lo observó con mayor detenimiento. Un abrigo de pieles permitía advertir una armadura de escamas que cubría torso y brazos hasta los codos. A su lado, apoyado en el suelo por el cabezal tocando la pared más próxima, un martillo de guerra cuya parte posterior terminaba en un pico algo desgastado. Los ojos del elfo calcularon unos treinta años humanos a su inesperado consejero.
-¿Acaso va a ocurrir algo más?- preguntó en el mismo tono que había escuchado. Una compartida indiferencia. El mirzaico sonrió, encogiéndose de hombros.
-Son tiempos donde lo extraño es que nada ocurra. Apenas hay ya días tranquilos.
Por un momento, casi logró tomar el camino recto, lo que le había llevado allí. Sin embargo, fue incapaz. La necesidad de saber había comenzado a aguijonearle desde antes de cruzar la empalizada, aumentado con cada celosía atrancada. No era únicamente la curiosidad que le había llevado a devorar libros acerca del pasado en bibliotecas desde Árbol Madre hasta Dundarak. También en ésta ocasión revestía practicidad.
-Hay temor entre los tuyos – adujo Nou. No hubo apenas reacción alguna en el semblante del lugareño.
-Eso demuestra que son inteligentes- confirmó éste, tomando su martillo y colocándolo sobre su hombro- No te escudes tras las palabras elfo.
-¿Qué ha ocurrido? – preguntó entonces.
-Que la codicia les ha devuelto el golpe. Todos creyeron que caería oro como nieve en invierno. Ahora buscan la manera de sobrevivir, como sea. Los ánimos se han tornado peligrosos.
-¿Oro?- repitió el Indirel. El otro se encogió de hombros.
-La familia… Nenrain, Nerfain… una de esas de Dundarak con riqueza suficiente para construir una muralla con ella alrededor de Mirza. Ahora son los proveedores de todos los mercaderes de la zona, e impusieron su propia moneda -sonrió, peligroso- que ahora no vale nada. La gente no puede comprar, ni cambiar nada. Súmale a todo ello una guerra con Assu, y el pago de mercenarios para proteger al gobernante- sacudió el pantalón, antes de ponerse en camino- Mirza está al borde de la desaparición.
El extranjero comprendió que las cosas estaban en un estado mucho peor que lo que había imaginado por la reyerta del mercado. Pero no eran motivos suficientes para no tratar de alcanzar su objetivo.
-Busco las ruinas de Mir I Zânu- añadió, cuando el guerrero no había dado tres pasos en dirección opuesta. Se giró, de modo que el espadachín pudo comprobar una sonrisa divertida en la faz del extraño.
-Continúa por la calle tras de ti. Bajo el templo, no tiene pérdida si convences a los guardias- se alejó, perdiéndose en la neblina tras unas últimas palabras- Cuidado con los símbolos, elfo.
No obstante, Nou no podía conocer en ese instante el alcance de la advertencia.
ASSU. Proyectos peligrosos.
El centinela estaba fuera de combate, y la oscuridad había arropado a esa oriunda de Eiroás en busca de una venganza que quemaba sus entrañas. Ágil, decidida, casi resultaba un juego de niños perderse por callejones. ¿Habría visto esa figura encapuchada que se deslizaba como ella, inmersa en su propio objetivo? No parecía probable.
La morada del líder del poblado parecía bien protegida, con sus cuatro guerreros, hombres y mujeres, que no perdían detalle a la luz de las altas lámparas de aceite de los movimientos de cualquier intruso.
Y luego, estaba el frío. Antinatural.
[…]
Esa noche no pudo dormir.
Tanto como ocupaba su mente no permitió que el hijo de Nyver alcanzase la necesaria calma para, por fin, rendirse al sueño y afrontar la tarea que el nuevo día tenía preparada para él. Vuelta tras vuelta en el jergón, cansado e irritado por ello, se levantó, decidiendo acelerar los preparativos de su promesa unas horas. Quizá esa era la carga que forzaba su desvelo.
Abrigado con una mullida capa de piel, salió de la gran morada de su padre, atento en cada movimiento a la triste posibilidad del más que probable peligro que suponían su hermana y los seguidores de ésta. La oscuridad lo bañó en la realidad cotidiana, no por ello menos peligrosa, o sombría. Recuerdos de Iluna en la infancia, con aquella hermosa sonrisa infantil, lo asaltaron provocándole un dolor nacido de la pérdida. Aquella chiquilla ya no existía.
El frío aire nórdico lo saludó con ráfagas escalonadas, antes de acceder al interior del único cuartel que Assu poseía. Los dos centinelas se cuadraron ante Nipal, quien torció el gesto al no reconocerlos como algunos de los más cercanos al capitán. A esas alturas, cualquiera podía haber sido corrompido por el hielo de la princesa.
Pariakan alzó la vista cuando el hijo del líder entró en su despacho privado. Sabedor acerca de las escasas horas que tras la caída del sol dormía, en no pocas ocasiones se había acercado a conversar en esos momentos donde pocos ojos llegaban a observarlos.
-¿Qué ocurre?- lanzó el brujo. Conocía al muchacho desde que apenas había comenzado a hablar. Deducir sus intenciones carecía de secretos para él.
-Necesito un favor, dâyi- lo interpeló con el cariñoso apodo que le había regalado, aprendido de unos eruditos, maestros en arcaicas lenguas ya desaparecidas, que había pernoctado varias semanas en el poblado. Pariakan esperó, dejando la pluma a un lado. La relación de armamento podía esperar unos minutos.
-¿Podrías liberar a los elfos que han detenido hoy mismo? – aventuró. No fue una orden, ni siquiera disfrazada con candor. Algo capaz de ser rechazado. Nipal era consciente, mas engañar o maniobrar por su beneficio nunca habían estado entre sus habilidades. Era recto, pensó el capitán. Tal vez demasiado bueno para los tiempos que les había tocado vivir.
-¿Qué interés tienes en ello? – La cuestión nonata llegó con claridad a los oídos del heredero. Cauto, la necesidad de precaución resultaba imprescindible, y él lo comprendió. ¿Ocurre algo con tu hermana? Tal era la pregunta clave. Éste negó categóricamente.
-Favor por favor- explicó- es cuanto puedo decirte. No son espías, te doy mi palabra, dâyi. Y tal vez consiga así un aliado.
El militar arqueó una ceja.
-No voy a luchar contra ella. Conoces mi mente al respecto. Nunca bañaré de sangre Assu. Pero…
Pariakan alzó una mano.
-No digas más- pidió. Su voz contenía tristes matices. Deseaba ayudarlo, y al mismo tiempo, colocarse públicamente de su lado le haría perder su posición, reemplazado sin duda por alguien más belicoso y afín a Nyver e Iluna. Una garantía de masacre- No puedo conocer más detalles. Vete, y que nadie más te vea. Los liberaré por la mañana, pero ten cuidado con tus planes, muchacho. El frío llega a todas partes en éste lugar.
Serio, Nipal asintió.
-Gracias, capitán- se despidió, antes de regresar a la mansión.
[…]
Nervioso ante lo que se avecinaba, finalmente, no había dormido más que dos cortas horas. La pronta liberación de los elfos alegró su corazón, incrédulo de haber logrado que la primera parte de su plan se llevase a cabo sin contratiempo. Veloz, callejeó por el lugar donde había nacido, hasta detenerse en el sitio convenido con la mujer que lo había asaltado la noche anterior. Había confiado otras veces en los años precedentes, y en su mayor parte, sólo había obtenido traición, y las garras de su hermana oprimiendo de tal manera la voluntad de quienes esperaba aliados que éstos habían tornado de manera irremediable. La bella, no podía negar algo tan evidente, elfa por fortuna no parecía de esa clase. Nada la ataba a Assu, y eso resultaba perfecto.
Como un resorte, se tensó al ver su capa ondear al final del callejón, acercándose con cautela. Por primera vez, pudo contemplar casi cada rasgo de su rostro a plena luz, y sintió cierta vergüenza de que por unos brevísimos instantes, sus proyectos quedasen en un momentáneo segundo plano en las ideas que su mente fue tejiendo. Fue la mirada de la joven la que le hizo recordar la carta que él mismo había escrito, y que entonces llevaba en la mano.
-¿Y bien?- preguntó ella.
- Imagino que has visto que cumplo mi palabra- afirmó Nipal. Si estaba allí, no cabía duda, y se sintió estúpido por su propias palabras- ¿Estás dispuesta?
-Estoy aquí, ¿no?— replicó con desdén. —Ese lugar, Mizra. ¿Qué voy a encontrarme?
-Mirza- corrigíó él, mínimamente molesto por el tono de la elfa, lo que le devolvió a la realidad- Está dirigida por Túnnar. Fueron los primeros en adoptar la nueva moneda, y en hacer extraños tratos, según nuestros espías, con nobles de Dundarak. No hemos tenido noticias últimamente... más allá de la masacre de los opositores.
-Como sea- masculló la elfa —¿Es a Túnnar a quien debo dirigirme entonces?
- Sí- Y Nipal estuvo a punto de echarse atrás, de evitarle todo problema, inmiscuirse en unos problemas que con toda razón, ella había dicho la noche anterior que nada le interesaban- Tengo que detener la guerra que mi familia quiere llevar a cabo. Ojalá le convenzas.
-Comprendo.— aceptó, extendiendo la mano para recibir una carta cuyo contenido podría matarlos a ambos de llegar a manos equivocadas, pero en un último momento miró alrededor y con sutileza, fingió acomodarse la capucha bajada y demás bártulos invernales. —Para llegar primero tendré que salir de aquí.— sus ojos volvieron entonces a cruzarse —Me advertiste de tu hermana. ¿Debo preguntar?
El aludido miró muy incómodo hacia un lado.
- Iluna es peligrosa. Inteligente, manipuladora, ambiciosa. Si busca la guerra con Mirza es porque de alguna manera que no alcanzo a ver ya la cree ganada. Razón de más para entorpecer sus planes. Y... aunque sea mi hermana... – pese a todo, se sintió desleal con sus propias palabras- a veces creo que ni siquiera es capaz de sentir como la gente normal. Su frialdad...- no se sintió capaz de seguir- Vete ya. Y ten cuidado. Gracias, sea cual sea tu nombre.
-¿Cuál es el tuyo?— inquirió la extranjera, guardando el sobre bajo sus varias capas de abrigo.
- Nipal, hijo de Nyver- contestó, recreándose una vez más en el rostro de la hija de Sandorai.
Ésta entrecerró los ojos, antes de apartarlos un momento —Bien, Nipal... ¿Y qué me impediría faltar a mi palabra, desaparecer y alejarme de aquí para no volver jamás? — tanteó con ligera sorna, abrochando un par de botones que habían quedado sueltos. La pregunta sobresaltó al humano ligeramente. Pero no tenía nada más que ofrecer.
- Eres mi esperanza. No tengo otra. Sólo me queda confiar ¿Sabes? - sonrió con desgana- estoy desesperado.
Nunca estuvo seguro de aquello, sólo creyó atisbar algo de compasión en la mirada de la mujer.
¿Hacia dónde queda Mirza?— remarcó, con cierto reproche. La sonrisa del assurio iluminó su semblante, y le indicó el camino más rápido hacia la población ahora enemiga.
- Espero que sea un viaje corto, y pronto vuelvas con los tuyos. Gracias... "elfa" – pronunció, dándole la opción de conocer su auténtico nombre.
No ocurrió.
- Nipal:
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[…]
Nyver apenas había despertado. Sus dos guardias de confianza, dentro de sus aposentos, se mostraban como siempre altivos, hieráticos. El hombre sonrió, cuando enfocó a su hija con sus ojos cargados aún de sueño.
-Es hora padre- éste cerró los párpados, desperezándose, antes de ver como Iluna se apartaba el cabello de la nuca, algo que jamás le había visto hacer. Un extraño símbolo, tatuado donde el esbelto cuello se unía al cráneo, desagradó al líder de la población. Pero no le dio más importancia que aquella. Adoraba a su hija, y tendría sus motivos.
Fue su último pensamiento cuando docenas de esquirlas de hielo atravesaron su cuerpo ante los claros ojos azules de la princesa.
-Ahora yo soy Assu.
- Iluna:
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GLATH. La diplomacia de la espada
Que el poblado careciera de empalizada, a pesar de los ataques de animales salvajes en los inviernos de los últimos años, se revelaba ahora como un inesperado regalo en la guerra. La resistencia de los sucios traidores de las fraguas había sido asombrosa, no podía negarlo. Y costosa.
El aumento de los impuestos era algo inevitable, a pesar del escaso entendimiento de obreros y campesinos sobre tal eventualidad.
En nombre del futuro, él, Riyeth Kirneill y otros terratenientes, habían logrado un acuerdo que transformaría Glath. Más población, más riqueza, crecimiento. Únicamente el escollo de Lauepar y los suyos… malditos fuesen. Aún recordaba jornadas atrás la conversación que le salvó del desastre más absoluto. De la pérdida de todo cuanto tenía, de la derrota.
-Os ayudaremos- lo tranquilizó el aristócrata. Sus soldados dragón, magníficos, parecían capaces de vencer en aquella contienda de haberse inmiscuido. No era la idea de su benefactor.
-Pero… - manifestó su contrariedad Riyeth- Los Protectores, nuestra milicia, están siendo derrotada una y otra vez. Pronto sucumbiremos.
Los ojos de su invitado no mostraron alarma alguna. Continuó disfrutando con comedimiento de las viandas con las que había sido agasajado.
-He contratado a los Paica para vosotros- aseguró- Mañana esos herreros comprenderán que no pueden detener el progreso.
-¡¡PAICA!!- repitió anonadado el noble de menor rango entre ambos. El otro asintió sin demasiado sentimiento.
-Seremos ricos- prometió el hombre de Dundarak- Considera su contrato una inversión. Su devolución no os costará nada. Lo beneficios enterrarán este gasto. Además- sonrió- ¿no es mejor que no mueran los habitantes de Glath que están con nosotros, esa mayoría inteligente…? Perder mercenarios siempre se vende de mejor manera.
Los sonidos de diversos puntos de lucha en el poblado mutaron sus pensamientos de pasado a presente. Y sonrió.
[…]
El ambiente en la sede central del Gremio se había sumido en algo cercano a la depresión. La derrota en batalla, la captura de Lauepar y la renovación de las huestes enemigas había afectado brutalmente a la moral de los allí reunidos. Poco a poco, unos treinta herreros, sumados a una presencia de Caiomhe y Tarek que ni Warhan deseó criticar en esos momentos de pesadumbre, fueron tomando parte en un silencio semejante al de un funeral.
Nadie deseaba tomar la palabra. Los Paica parecían haber derrotado al Hierro. Tantas muertes, tanto sacrificio, Kirneill estaba a punto de cerrar el puño alrededor de Glath.
Todas las miradas se dirigieron a la entrada principal, cuando la pequeña Hirmia abrió sin dudar, y seguida de su perro, paseó la mirada a todos lados, buscando algo que no encontró. Frunció los labios, y como si se tratara de una presentación infantil, caminó hasta ubicarse en medio de la concurrencia.
-La fjollkunig ha predicido- su rostro compuso una mueca de desconcierto- Predichid… dijo que vais a perder. Lo vio hoy. Que si no os rendís os van a matar a todos- terminó mostrando auténtica pena. Uno de los herreros la tomó entre sus brazos y allí, la muchacha pareció menos asustada.
Los murmullos comenzaron con lamentos y diatribas, hasta ir escalando en intensidad.
-¡La sobrina de Faerdun siempre habla por la adivina!- recordó uno de los presentes- ¡Y hemos perdido a Lauepar! ¡Luché junto a vosotros, por lo que creíamos justo! ¡Pero nos han derrotado, y hasta la fjollkunig asegura que no hay opción alguna! ¡No quiero morir en una batalla perdida!
Otros mostraron similar disposición, hasta que Warhan rugió, con una ira que siempre había reservado para golpear el metal, y para combatir.
-¡DEJAOS DE SUPERSTICIONES! ¡POR LOS DIOSES, NO ESTOY DISPUESTO A VOLVER A SOMETERME A LOS CAPRICHOS DE LOS KIRNEILL, NO , NO, NO! ¡Nadie sabe cómo Glath puede pagar mercenarios, ni por qué ahora les ayudan los vampiros, pero -subió entonces el tono una vez más- ¿VAIS A DEJAR VUESTRA SUERTE EN MANOS DE UNA MUJER QUE NO PREDIJO ÉSTA GUERRA? ¿EN LA SUPUESTA PIEDAD DE RIYETH?
El ánimo de los herreros se inflamó, y la mayor parte de puso en pie. Eso eran lo que necesitaban en un momento tan crucial, donde era todo o nada.
-¡VAMOS! – soltó todo el aire de sus pulmones, cerrando los ojos al tiempo que ese grito inundaba la sede del Gremio- ¡ATAQUEMOS AHORA MISMO! ¡POR LAUEPAR, POR GLATH! ¡MUERTE!
Sus tres últimas palabras fueron coreadas por cada miembro de su pequeño ejército. Martillos, hachas, lanzas, escudos. La puerta se abrió, y como demonios, los herreros se agruparon en busca de los Paica, de los vampiros, de todo enemigo a su alcance. Sólo dos se desviaron para convocar a todo el barrio del Hierro a verter su sangre una vez más. Tal vez, una última vez.
No había salido aún todos, cuando la joven Hirmia contempló a Tarek y a Caiomhe. Acarició a su perro, antes de darles una sola indicación.
- La fjollkunig quiere veros.
RUME. Intrigas malévolas.
¡No era posible! La mujer se había afanado en buscar, una y otra vez por cada rincón del templo, por cada lugar que la maldita Juthrin había pasado, en sus lugares preferidos para orar y pasear. Nada.
Sabía que tenía que estar en algún lugar, y a su mente llegó la imagen del pequeño Güiz´Rmon. ¿Acaso…? No, se negó con vehemencia. El sucio gato era demasiado estúpido para serle confiado algo así. Criado toda su corta vida en el templo, jamás sospecharía de alguien que sirviese a la religión. Sería demasiado sencillo robarle algo en custodia. ¿Y alguna de las demás?
Con desesperación, se llevó las manos a la parte superior de la cabeza, enredando los dedos con el liso cabello. ¡Por los dioses, necesitaba esa alhaja! No había otra manera de demostrarle que ella debía ser su elegida en Rume. Merecía pertenecer.
[…]
El pueblo se había paralizado por miedo, amordazado por un silencio crispado. Un silencio que sólo las órdenes de los kadosh y las sacerdotisas se atrevían a romper.
Esa noche, bajo la protección de la luna, se llevaría a cabo el ordenamiento de la nueva exarca, pero las horas transcurrían lentas, y nadie se atrevía a preguntar quien estaba ordenando las arbitrarias detenciones que aterrorizaban Rume. El templo, en un solo día, se había transformado de una edificación de paz, de culto y recogimiento, a otra de opresión. Los viejos sacudían la cabeza, entristecidos. Y los adultos tapaban la boca a los niños, evitándoles señalar a aquellos vecinos que eran escoltados por la milicia templaria. Tras los Yusne, tres familias más, al completo, habían ido a parar a los sótanos del santuario. Nadie, salvo las religiosas y el cachorro de Juthrin, sabían qué había allí abajo. O cuantos prisioneros podía albergar. No se tenían recuerdos hasta ese fatídico día, de más de cuatro alborotadores al mismo tiempo.
Escalofriante.
Fayna, Irleis, Peirak y Merkland no apartaron la vista, cuando el kopesh de Tot´Zarak, el líder de los servidores del templo, abrió el estómago de Seig Yusne, después de dos horas donde entre gritos de dolor, nada reveló acerca del asesinato de la antigua alta sacerdotisa. Si bien Peirak apartó la mirada en el último momento, Irleis no expresó sentimiento alguno, hasta expulsar a Güiz´Rmon de los subterráneos. No era la única que deseaba apartar al felino de la orden de una maldita vez.
- Sacerdotisa Fayna:
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- Sacerdotisa Irleis:
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- Sacerdotisa Merkland:
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- Sacerdotisa Peirak:
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[…]
Todos fueron informados. Desde la taberna, hasta las casas las humildes.
En la plaza de Rume, los traidores recibirían el castigo reservado para sus terribles delitos. A media tarde, los kadosh terminarían de construir el patíbulo. La justicia de la Fe debía ser expeditiva.
Sólo una de las sacerdotisas estaba segura que todo aquello estaba mal. La voluntad de Juthrin estaba siendo pervertida.
Nousis Indirel
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Hundió las manos en el pilón de agua tras romper la superficie congelada. La capa de hielo era fina y quebradiza y no opuso resistencia. Las frotó con fuerza, coloreándola de un suave rosa que se diluyó enseguida en el líquido. El frío aguijoneaba en sus dedos, haciendo que la sangre corriese con fuerza para mantener la temperatura corporal.
Como había corrido la de aquel guardia que la había interceptado.
No fue difícil. Parecía que el porcentaje de varones que tenían aquel tipo de debilidad era elevado. Iori jugó sus cartas. Una sonrisa inocente. Dejar caer el peso de su cuerpo sobre una pierna, resaltando las caderas. Toquetearse un mechón de pelo y apartar la mirada con un gesto tímido. Había usado aquella actuación para atraerlo, para guiarlo a un recodo tras una zona de carga del puerto. La rudeza con la que la trató al inicio se disolvió con cada paso que daban hacia la intimidad, lejos de ojos extraños.
La doblaba en corpulencia, pero, como todos, tenía las mismas zonas sensibles. Para llegar a ellas hacía falta cercanía, y la mestiza la consiguió aferrando sin miramientos su cinturón con ambas manos.
- Vaya, no tan rápido - sonrió colocando sus enormes manos sobre los hombros de Iori. - Aclárame una cosa, ¿Cuánto voy a tener que pagar por esto? - preguntó elevando las cejas. - Podemos hacer un acuerdo para convalidar tu trabajo por la multa del puerto - ofreció con una sonrisa.
Aquello no se lo esperaba. No imaginó que su abierto coqueteo haría que la confundiesen con una prostituta. Pero tampoco le importó. Los ojos de la chica se entrecerraron. Parecían divertidos. Pero en cambio, tealmente estaban impacientes.
- ¿Tratándose de ti? No te costará nada en absoluto - aseguró tocándole con la punta del dedo la nariz. Tiró más del cinturón por el que lo aferraba y rápida como un rayo, clavó hasta el fondo la rodilla en la entrepierna del guardia.
Lo vió abrir los ojos desorbitadamente, y la boca se descolgó sin poder evitar que la saliva cayese por la comisura de sus labios. Su mirada estaba nublada por el dolor, por lo que no se fijó en el brillo de la daga que Iori sacó de la parte de atrás de su ropa. Aprovechado que se encontraba agachado, doblado en dos, apoyó la hoja debajo de su oreja derecha. Con un rápido movimiento abrió la carne, hasta conectar con el tajo una línea sangrante hasta la otra oreja.
Con cada latido, el líquido salía con fruición, produciendo un sonido húmedo en el suelo de madera. La mestiza se giró, sin necesidad de comprobar por si misma cómo la vida se apagaba en los ojos del guardia. Ya había perdido demasiado tiempo allí.
Secó las manos en su ropa y las frotó con furia para elevar la temperatura durante todo el camino que tardó en recorrer la ciudad hasta su destino. Se detuvo, observando desde fuera el palacio en el que vivía el mebaragesi de Assu. Estaba a punto de desaparecer la poca luz que quedaba en el día, por lo que se precipitó hacia los guardias de la puerta. Por lo que había escuchado dentro de la gran nave, Otto se encontraba allí vendiendo su mercancía.
Imaginarlo cerca, próximo a ella hacía que una sensación febril se apoderase de su cuerpo. Una mezcla entre ansiedad y euforia que le ponía el estómago patas arriba.
- Tengo información importante que compartir. Llevadme hasta quién esté al mando - sonó decidida. Sonó autoritaria.
Entre sorprendidos y netamente asombrados, dos de los guardias custodiaron a Iori hasta el interior de palacio sin emitir una sola palabra. El silencio era casi total, y todo era semejante a caminar a lo largo de un túnel escarchado a pesar de las antorchas y la presencia de pieles y alfombras. Nada allí dentro resultaba cálido.
Sólo cuando llegaron a la altura de una de las puertas de la mansión, uno de ellos le hizo un claro gesto para que girase el picaporte y entrase. Debían de cobrar allí por cada palabra emitida, pensó Iori. Notó el frío en la superficie de metal y lo accionó, entrando sola a su interior. Sentada en un mullido sillón, una mujer de notable belleza y aire delicado miraba el cielo nocturno a la luz de dos lámparas que iluminaban la estancia, aunque la luz llegaba más tenue a la parte de la ventana.
Entró sin temor, incapaz de reconocer señales de peligro a su alrededor, y buscó con avidez dentro de la estancia. Miró a la mujer y saltó de ella a fijar su atención en cada rincón, con el corazón latiendo de anticipación. No estaba Otto por ningún lado, y eso la decepcionó visiblemente. Tendría que ir más despacio. Tomó aire profundamente y la miró.
- Buenas noches - saludó a la mujer de expresión gélida.
Iluna la observó con una tranquilidad que poca gente exhibía. Cuando pareció hacerse con una idea clara de la recién llegada, se levantó, con la gracia de quienes acostumbraban a ser centro de las miradas
- ¿Qué te ha traído a éstas horas al hogar del señor de la ciudad, extranjera? -
Aún cuando su apariencia parecía delicada, el timbre de su voz le resultó de alguna forma desagradable. Observó con atención sus movimientos. En otra época, hubiera apreciado la belleza en su cuerpo, la altanería en su mirada, la sensualidad de sus formas... en aquel momento, todo aquello no conseguía despertarla.
- Tengo entendido que un estafador se ha presentado aquí para venderos mercancía - sonó monocorde.
La hija del señor de Assu esbozó una media sonrisa que solo aparentaba dulzura. Se tomó una mano con la otra, y ambas mangas acampanadas se acompasaron
- No hay estafadores en Assu - comentó como si aquello le resultase curioso, o al menos, levemente sorprendente - ¿Has acudido a buscar a Otto Kriorin, el comerciante? Puedes presentar quejas cuando amanezca si deseas un juicio como parte agraviada. -
Entrecerró los ojos cuando escuchó el dato del apellido de Otto. La información quedó almacenada a fuego en su mente. Sin embargo, la súbita defensa en las palabras de la mujer afilaron la ira que la mestiza se afanaba por contener delante de ella. A fin de cuentas, Otto no estaba a la vista, y, quizá, ella le había ofrecido techo en el palacio, a juzgar por sus palabras.
- Otto no es habitante de Assu. - pronunció despacio. - Estoy aquí para arreglar un asunto pendiente con él. Me indicaron que vino a intentar vender su mercancía fraudulenta. He venido para preveniros y para encontrarme con él. -
- Creo que estás errada, extranjera. - La sonrisa de Iluna se ensanchó. - Otto es un buen amigo de Assu. Me temo que si decides buscar problemas aquí podrás pasar un tiempo en los calabozos del cuartel - casi pareció que su rostro mostró algo similar a una disculpa. Y a Iori no podía importarle menos. - Por supuesto... - se llevó el dedo índice al mentón - Si tanto deseas hallarlo... - su mirada pasó en medio segundo de la fragilidad y la inocencia a una dureza descarnada - ¿Matarías por ello? -
Los ojos azules brillaron al escuchar aquella palabra. Había pensado en ella más que en ninguna otra en las últimas semanas. Cada paso que daba lo hacía guiada por ella, a la sombra de su promesa de venganza. Y sin embargo, escucharla en otra boca trajo recuerdos. Instantes de dolor. La voz de Eithelen gritando. La agonía de Ayla... Se quedó en silencio, y algo en su mente se desequilibró. Ausente por unos segundos, clavó las uñas en la palma de las manos. Apenas un roce que no consiguió frenar la ola de dolor que la recorría por dentro.
Gimoteó. Hacía un tiempo desde su último ataque. Pero parecía que dentro de aquel frío palacio había encontrado la chispa adecuada para que todo comenzase a arder dentro de ella. Miró de forma frenética y se abalanzó acortando la distancia que la separaba de uno de los dos candiles que iluminaban vagamente la habitación. Rodeó con los dedos la llama, dejando que el fuego lamiese su piel. Fue tal la ansiedad con la que se cernió sobre ella, que la extinguió antes de que el daño fuese realmente grave. Jadeó, observando la inflamación causada por las quemaduras, mientras su respiración se hacía sonora. Otto. Tan cerca y tan inaccesible...
- Lo mataré, lo mataré, lo mataré - habló para sí.
La princesa no se amedrentó ante la reacción de la humana. Ladeando la cabeza, compuso un semblante de curiosidad templada. Amplió su sonrisa, iluminando tanto la estancia como hacían las luces artificiales. Dio un paso hacia la campesina.
- Encuentra a mi hermano - pidió, mudando su previa felicidad por preocupación - Temo que pueda buscar hacer daño a mi padre. Nada significa para ti, pero debo proteger Assu - explicó.
- Tu hermano - repitió, mirándola de nuevo, desorientada. Asintió con la cabeza. Aquello no le decía nada a Iori, pero si eran las instrucciones a seguir para poder ponerle la mano encima a Otto, lo haría sin cuestionar.
- No soy capaz de... - apartó la mirada - Nipal, mi hermano, quiere gobernar y mi padre está en contra de sus locuras. Esa tristeza será el precio de entregarte a Otto - aseguró - Salvarás a los míos, seas quien seas. -
Sonaba a mentira. La mestiza creyó leer los leves vestigios de la falsedad en su timbre. En su mirada y en sus gestos. Pero seguía dándole por completo igual. Una situación que clamaba injusticia, no era capaz de remover en ella un ápice de conciencia. Hacía tiempo hubiera sido distinto pero.. ¿Quién era ella ahora? Iluna no lo sabía. Y Iori tampoco.
- ¿Dónde lo busco? - parecía recompuesta, mientras las heridas de las quemaduras abiertas sangraban.
- Ojalá lo supiera - suspiró - Ha salido a conspirar, como suele hacer - transmití algo de temor al hablar, aunque Iori seguía pensando que era una actuación de primera - Pero mañana tras el amanecer búscalo por la ciudad. Mis soldados te ayudarán si lo necesitas. -
- ¿Apariencia? - fue su última pregunta. Y con ello, zanjó el trato entre ellas.
Tras aquello salió por donde había entrado, mirando con desconfianza a su alrededor. Imaginando que tras alguna de aquellas puertas podía encontrarse Otto, dispuesto a pasar la noche disfrutando de la hospitalidad de aquella gente.
El frío de la calle le sentó bien a sus manos, aunque Iori simplemente ignoró la queda llamada de dolor que le querían transmitir. La desoyó, dispuesta a coleccionar más cicatrices en el cuerpo y avanzó hacia la plaza principal. Tenía allí un modesto alojamiento. Lo que había podido pagar con todo lo que le quedaba de dinero. Al día siguiente procuraría robar alguna bolsa cuando surgiese la oportunidad.
Conservar y guardar para más adelante ya no formaba parte de sus prácticas.
Era tarde cuando se sentó en la mesa, pero pudo hacerse con un poco de carne curada, queso y pan. Masticó ignorando el sabor reseco de la dura miga, y bajó todo con tres grandes jarras de amarga cerveza. Justo lo que necesitaba para que el alcohol la tumbase nada más llegar a la habitación. Se dejó caer a plomo sobre el colchón y abrazó el sueño ebrio, agradeciendo que la arrastrase profundamente a la inconsciencia. A la mañana siguiente, se despertó con la sensación de haber tenido pesadillas. Unas en las que mezclaba un campo ardiendo y la aparición de un enorme dragón.
Se puso en marcha un rato después del romper la primera luz de la mañana, con la descripción y el nombre de Nipal presentes. Vagabundeó entre la gente, notando como el frío aquella mañana era peor que la anterior, atenta a escuchar cualquier atisbo de información que pudiera serle de utilidad. Las campanas de la ciudad sonaron al unísono cerca de la media mañana, y la mestiza se deslizó siguiendo al gentío que se fue a reunir en el gran espacio abierto de la plaza. Palmeó su abrigo para sacudirse la finas gotas de la llovizna bajo la que había amanecido Assu y escuchó. Abrió los ojos, incrédula, cuando fue Iluna la que anunció la muerte de su padre, el líder de la ciudad.
No se sorprendió tanto cuando culpó a su hermano Nipal.
Aunque aquel dato sí pareció contrariar a la masa de habitantes, que estallaron en gestos de sorpresa y gritos alterados. Aprovechó para deslizar la mano en el bolsillo del hombre alto que tenía a su derecha, cuando este alzó las manos a la cabeza. Extrajo sin que se diera cuenta la bolsita de cuero fino en el que imaginaba que tenía guardado el dinero (1*), y la deslizó al interior de su propia alforja.
Se giró, apretando el cuello de la capa entorno a ella para protegerse del frío y se alejó del lugar, mientras la gente tras ella parecía comenzar a perder los nervios.
No en cambio ella. Asumió que con aquello el trato con Iluna estaba roto. Otros encontrarían a Nipal antes que ella. Y la mestiza tenía demasiada prisa por dar con Otto. De forma clara, la idea apareció en su mente como si siempre hubiese estado allí. Sabía lo que debía de hacer. Se encaminó al puerto, camino del gran navío mercante al mando del cual estaba Otto. El mismo en el que se había colado el día anterior.
La cubierta estaba vacía de nuevo, por lo que subió sin dudar. Sin realmente mostrar ganas de evitar el conflicto si era descubierta. Aquello sería rápido.
Encontró unas escaleras de bajada y entró al interior del enorme armazón de madera. En la bodega de carga vio decenas de enormes cajas, quizá cientos, a juzgar por el enorme tamaño que tenía aquella zona de almacenamiento. Tomó un menudo candil que iluminaba la puerta, y recorrió con él en alto el interior de los pasillos formados por la disposición de los bienes que allí portaban. Sonrió con satisfacción cuando encontró la zona de los vinos.
No lo sabía a ciencia cierta, pero se sintió feliz al corroborar que, como había imaginado, uno de los preciados objetos con los que comerciaban era alcohol de supuesta calidad superior. Dejó a un lado la luz que portaba y abrió las cajas sin cuidado. Tomó algunas botellas y las tiró al suelo, procurando que esparcieran su líquido lo más posible. Rebuscó a conciencia, con rapidez, para hacer aquello con todas las botellas y barriles que allí se guardaban. El olor a alcohol había llegado a un nivel que resultaba nauseabundo, cuando Iori agarró la última botella en la mano.
Observó el estropicio y rebuscó entonces en su alforja. Extrajo una masa rojiza envuelta en papel, similar al barro (2*). La moldeó entre los dedos, mirándola con curiosidad y la pegó a la base de la botella que sostenía. La colocó sobre uno de los barriles que había vaciado y observó, tras unos segundos, como ambas superficies estaban perfectamente pegadas.
Era hora de probar a dónde iban las ratas cuando se quedaban sin casa.
Tomando de nuevo el candil, lo dejó caer a sus pies, cerca del barril sobre el cual había dejado la botella pegada con la arcilla. La llama se extendió trémula, y por un segundo pareció a punto de desaparecer. La madera y al alcohol resultaron lo inflamables que cabía esperar de ambas, y el fuego comenzó a crecer poco a poco.
Era hora de salir de allí. Desconocía cuánto tiempo tendría hasta que el calor llegase a la arcilla, pero no tenía ganas de quedarse a mirar en primera fila. Corrió escaleras arriba precipitadamente para, justo al salir a cubierta chocar contra alguien. Estuvo a punto de caer de espaldas, escaleras abajo, pero consiguió mantener el equilibrio. No así su atranco en el camino.
- ¿Eh? ¿Pero qué... Quién...? -
La mestiza esquivó al hombre que había visto el día anterior caminando en cubierta. Corrió hacia la salida y saltó literalmente, volando dos metros por el aire hasta aterrizar rodando sobre su espalda en el duro suelo del muelle.
- Ladrona, ¡¡LADRONA!! - escuchó aullar a sus espaldas.
No tuvo ni tiempo a dejar que la adrenalina de sus acciones se mezclase con la sangre que recorría su cuerpo. Iori se alejó hasta conseguir alcanzar el muro de piedra que rodeaba la entrada a los muelles, cuando una enorme explosión la proyectó hacia delante. Perdió por un segundo la conciencia, para recuperarla de golpe cuando su cara chocó contra el suelo. Los oídos pitaban de una forma incesante, mientras apenas era capaz de controlar la coordinación de su cuerpo. Se arrastró, sentándose de medio lado, volviendo la vista hacia la orilla del agua.
Y allí, frente a ella, observó como una gigantesca bola de fuego se alzaba, más alta que cualquiera de las edificaciones de Assu, envolviendo en toda su extensión la enorme nave mercante de Otto. Las llamas habían estallado desde el interior del gran casco, haciendo que mercancía y madera saliese desperdigada en todas direcciones. En forma de bolas ígneas, aterrizaron en los barcos cercanos.
La mirada azul se tiñó de rojo mientras observaba como el fuego que había engullido desde el primer instante la nave de Lunargenta, daba lugar a un gigantesco incendio que se extendió con rapidez por las naves del puerto.
La gente gritaba, pero sus oídos no le permitían todavía escuchar nada claro. Se movían entorno a ella, corriendo con urgencia y terror ante aquella devastación. Pero la mestiza no era capaz de moverse. Apenas sentía la sangre saliendo de sus oídos. La finas gotas de lluvia que habían caído como una caricia desde la mañana, transmutaron en ceniza. Allí sentada frente al puerto, observó, embelesada, la destrucción que había causado, olvidando por un segundo que aquello respondía al objetivo de hacer salir a Otto de donde fuese que estuviese.
Pero fue tan solo un segundo.
Su mente volvió a centrarse obsesivamente en él, mientras pensaba que el día había perdido parte de su intenso frío en aquellos momentos.
1* Habilidad de sigilo para proceder al hurto.
2* Arcilla intestinal [Consumible] (El mineral secreto): Una misteriosa y pegajosa masa que puede servir como un poderoso pegamento. Dos superficies unidas por esta sustancia permanecerán inseparablemente unidas por un turno. Pero cuidado, si se expone al fuego puede causar una poderosa explosión.
Como había corrido la de aquel guardia que la había interceptado.
No fue difícil. Parecía que el porcentaje de varones que tenían aquel tipo de debilidad era elevado. Iori jugó sus cartas. Una sonrisa inocente. Dejar caer el peso de su cuerpo sobre una pierna, resaltando las caderas. Toquetearse un mechón de pelo y apartar la mirada con un gesto tímido. Había usado aquella actuación para atraerlo, para guiarlo a un recodo tras una zona de carga del puerto. La rudeza con la que la trató al inicio se disolvió con cada paso que daban hacia la intimidad, lejos de ojos extraños.
La doblaba en corpulencia, pero, como todos, tenía las mismas zonas sensibles. Para llegar a ellas hacía falta cercanía, y la mestiza la consiguió aferrando sin miramientos su cinturón con ambas manos.
- Vaya, no tan rápido - sonrió colocando sus enormes manos sobre los hombros de Iori. - Aclárame una cosa, ¿Cuánto voy a tener que pagar por esto? - preguntó elevando las cejas. - Podemos hacer un acuerdo para convalidar tu trabajo por la multa del puerto - ofreció con una sonrisa.
Aquello no se lo esperaba. No imaginó que su abierto coqueteo haría que la confundiesen con una prostituta. Pero tampoco le importó. Los ojos de la chica se entrecerraron. Parecían divertidos. Pero en cambio, tealmente estaban impacientes.
- ¿Tratándose de ti? No te costará nada en absoluto - aseguró tocándole con la punta del dedo la nariz. Tiró más del cinturón por el que lo aferraba y rápida como un rayo, clavó hasta el fondo la rodilla en la entrepierna del guardia.
Lo vió abrir los ojos desorbitadamente, y la boca se descolgó sin poder evitar que la saliva cayese por la comisura de sus labios. Su mirada estaba nublada por el dolor, por lo que no se fijó en el brillo de la daga que Iori sacó de la parte de atrás de su ropa. Aprovechado que se encontraba agachado, doblado en dos, apoyó la hoja debajo de su oreja derecha. Con un rápido movimiento abrió la carne, hasta conectar con el tajo una línea sangrante hasta la otra oreja.
Con cada latido, el líquido salía con fruición, produciendo un sonido húmedo en el suelo de madera. La mestiza se giró, sin necesidad de comprobar por si misma cómo la vida se apagaba en los ojos del guardia. Ya había perdido demasiado tiempo allí.
Secó las manos en su ropa y las frotó con furia para elevar la temperatura durante todo el camino que tardó en recorrer la ciudad hasta su destino. Se detuvo, observando desde fuera el palacio en el que vivía el mebaragesi de Assu. Estaba a punto de desaparecer la poca luz que quedaba en el día, por lo que se precipitó hacia los guardias de la puerta. Por lo que había escuchado dentro de la gran nave, Otto se encontraba allí vendiendo su mercancía.
Imaginarlo cerca, próximo a ella hacía que una sensación febril se apoderase de su cuerpo. Una mezcla entre ansiedad y euforia que le ponía el estómago patas arriba.
- Tengo información importante que compartir. Llevadme hasta quién esté al mando - sonó decidida. Sonó autoritaria.
Entre sorprendidos y netamente asombrados, dos de los guardias custodiaron a Iori hasta el interior de palacio sin emitir una sola palabra. El silencio era casi total, y todo era semejante a caminar a lo largo de un túnel escarchado a pesar de las antorchas y la presencia de pieles y alfombras. Nada allí dentro resultaba cálido.
Sólo cuando llegaron a la altura de una de las puertas de la mansión, uno de ellos le hizo un claro gesto para que girase el picaporte y entrase. Debían de cobrar allí por cada palabra emitida, pensó Iori. Notó el frío en la superficie de metal y lo accionó, entrando sola a su interior. Sentada en un mullido sillón, una mujer de notable belleza y aire delicado miraba el cielo nocturno a la luz de dos lámparas que iluminaban la estancia, aunque la luz llegaba más tenue a la parte de la ventana.
Entró sin temor, incapaz de reconocer señales de peligro a su alrededor, y buscó con avidez dentro de la estancia. Miró a la mujer y saltó de ella a fijar su atención en cada rincón, con el corazón latiendo de anticipación. No estaba Otto por ningún lado, y eso la decepcionó visiblemente. Tendría que ir más despacio. Tomó aire profundamente y la miró.
- Buenas noches - saludó a la mujer de expresión gélida.
Iluna la observó con una tranquilidad que poca gente exhibía. Cuando pareció hacerse con una idea clara de la recién llegada, se levantó, con la gracia de quienes acostumbraban a ser centro de las miradas
- ¿Qué te ha traído a éstas horas al hogar del señor de la ciudad, extranjera? -
Aún cuando su apariencia parecía delicada, el timbre de su voz le resultó de alguna forma desagradable. Observó con atención sus movimientos. En otra época, hubiera apreciado la belleza en su cuerpo, la altanería en su mirada, la sensualidad de sus formas... en aquel momento, todo aquello no conseguía despertarla.
- Tengo entendido que un estafador se ha presentado aquí para venderos mercancía - sonó monocorde.
La hija del señor de Assu esbozó una media sonrisa que solo aparentaba dulzura. Se tomó una mano con la otra, y ambas mangas acampanadas se acompasaron
- No hay estafadores en Assu - comentó como si aquello le resultase curioso, o al menos, levemente sorprendente - ¿Has acudido a buscar a Otto Kriorin, el comerciante? Puedes presentar quejas cuando amanezca si deseas un juicio como parte agraviada. -
Entrecerró los ojos cuando escuchó el dato del apellido de Otto. La información quedó almacenada a fuego en su mente. Sin embargo, la súbita defensa en las palabras de la mujer afilaron la ira que la mestiza se afanaba por contener delante de ella. A fin de cuentas, Otto no estaba a la vista, y, quizá, ella le había ofrecido techo en el palacio, a juzgar por sus palabras.
- Otto no es habitante de Assu. - pronunció despacio. - Estoy aquí para arreglar un asunto pendiente con él. Me indicaron que vino a intentar vender su mercancía fraudulenta. He venido para preveniros y para encontrarme con él. -
- Creo que estás errada, extranjera. - La sonrisa de Iluna se ensanchó. - Otto es un buen amigo de Assu. Me temo que si decides buscar problemas aquí podrás pasar un tiempo en los calabozos del cuartel - casi pareció que su rostro mostró algo similar a una disculpa. Y a Iori no podía importarle menos. - Por supuesto... - se llevó el dedo índice al mentón - Si tanto deseas hallarlo... - su mirada pasó en medio segundo de la fragilidad y la inocencia a una dureza descarnada - ¿Matarías por ello? -
Los ojos azules brillaron al escuchar aquella palabra. Había pensado en ella más que en ninguna otra en las últimas semanas. Cada paso que daba lo hacía guiada por ella, a la sombra de su promesa de venganza. Y sin embargo, escucharla en otra boca trajo recuerdos. Instantes de dolor. La voz de Eithelen gritando. La agonía de Ayla... Se quedó en silencio, y algo en su mente se desequilibró. Ausente por unos segundos, clavó las uñas en la palma de las manos. Apenas un roce que no consiguió frenar la ola de dolor que la recorría por dentro.
Gimoteó. Hacía un tiempo desde su último ataque. Pero parecía que dentro de aquel frío palacio había encontrado la chispa adecuada para que todo comenzase a arder dentro de ella. Miró de forma frenética y se abalanzó acortando la distancia que la separaba de uno de los dos candiles que iluminaban vagamente la habitación. Rodeó con los dedos la llama, dejando que el fuego lamiese su piel. Fue tal la ansiedad con la que se cernió sobre ella, que la extinguió antes de que el daño fuese realmente grave. Jadeó, observando la inflamación causada por las quemaduras, mientras su respiración se hacía sonora. Otto. Tan cerca y tan inaccesible...
- Lo mataré, lo mataré, lo mataré - habló para sí.
La princesa no se amedrentó ante la reacción de la humana. Ladeando la cabeza, compuso un semblante de curiosidad templada. Amplió su sonrisa, iluminando tanto la estancia como hacían las luces artificiales. Dio un paso hacia la campesina.
- Encuentra a mi hermano - pidió, mudando su previa felicidad por preocupación - Temo que pueda buscar hacer daño a mi padre. Nada significa para ti, pero debo proteger Assu - explicó.
- Tu hermano - repitió, mirándola de nuevo, desorientada. Asintió con la cabeza. Aquello no le decía nada a Iori, pero si eran las instrucciones a seguir para poder ponerle la mano encima a Otto, lo haría sin cuestionar.
- No soy capaz de... - apartó la mirada - Nipal, mi hermano, quiere gobernar y mi padre está en contra de sus locuras. Esa tristeza será el precio de entregarte a Otto - aseguró - Salvarás a los míos, seas quien seas. -
Sonaba a mentira. La mestiza creyó leer los leves vestigios de la falsedad en su timbre. En su mirada y en sus gestos. Pero seguía dándole por completo igual. Una situación que clamaba injusticia, no era capaz de remover en ella un ápice de conciencia. Hacía tiempo hubiera sido distinto pero.. ¿Quién era ella ahora? Iluna no lo sabía. Y Iori tampoco.
- ¿Dónde lo busco? - parecía recompuesta, mientras las heridas de las quemaduras abiertas sangraban.
- Ojalá lo supiera - suspiró - Ha salido a conspirar, como suele hacer - transmití algo de temor al hablar, aunque Iori seguía pensando que era una actuación de primera - Pero mañana tras el amanecer búscalo por la ciudad. Mis soldados te ayudarán si lo necesitas. -
- ¿Apariencia? - fue su última pregunta. Y con ello, zanjó el trato entre ellas.
Tras aquello salió por donde había entrado, mirando con desconfianza a su alrededor. Imaginando que tras alguna de aquellas puertas podía encontrarse Otto, dispuesto a pasar la noche disfrutando de la hospitalidad de aquella gente.
El frío de la calle le sentó bien a sus manos, aunque Iori simplemente ignoró la queda llamada de dolor que le querían transmitir. La desoyó, dispuesta a coleccionar más cicatrices en el cuerpo y avanzó hacia la plaza principal. Tenía allí un modesto alojamiento. Lo que había podido pagar con todo lo que le quedaba de dinero. Al día siguiente procuraría robar alguna bolsa cuando surgiese la oportunidad.
Conservar y guardar para más adelante ya no formaba parte de sus prácticas.
Era tarde cuando se sentó en la mesa, pero pudo hacerse con un poco de carne curada, queso y pan. Masticó ignorando el sabor reseco de la dura miga, y bajó todo con tres grandes jarras de amarga cerveza. Justo lo que necesitaba para que el alcohol la tumbase nada más llegar a la habitación. Se dejó caer a plomo sobre el colchón y abrazó el sueño ebrio, agradeciendo que la arrastrase profundamente a la inconsciencia. A la mañana siguiente, se despertó con la sensación de haber tenido pesadillas. Unas en las que mezclaba un campo ardiendo y la aparición de un enorme dragón.
Se puso en marcha un rato después del romper la primera luz de la mañana, con la descripción y el nombre de Nipal presentes. Vagabundeó entre la gente, notando como el frío aquella mañana era peor que la anterior, atenta a escuchar cualquier atisbo de información que pudiera serle de utilidad. Las campanas de la ciudad sonaron al unísono cerca de la media mañana, y la mestiza se deslizó siguiendo al gentío que se fue a reunir en el gran espacio abierto de la plaza. Palmeó su abrigo para sacudirse la finas gotas de la llovizna bajo la que había amanecido Assu y escuchó. Abrió los ojos, incrédula, cuando fue Iluna la que anunció la muerte de su padre, el líder de la ciudad.
No se sorprendió tanto cuando culpó a su hermano Nipal.
Aunque aquel dato sí pareció contrariar a la masa de habitantes, que estallaron en gestos de sorpresa y gritos alterados. Aprovechó para deslizar la mano en el bolsillo del hombre alto que tenía a su derecha, cuando este alzó las manos a la cabeza. Extrajo sin que se diera cuenta la bolsita de cuero fino en el que imaginaba que tenía guardado el dinero (1*), y la deslizó al interior de su propia alforja.
Se giró, apretando el cuello de la capa entorno a ella para protegerse del frío y se alejó del lugar, mientras la gente tras ella parecía comenzar a perder los nervios.
No en cambio ella. Asumió que con aquello el trato con Iluna estaba roto. Otros encontrarían a Nipal antes que ella. Y la mestiza tenía demasiada prisa por dar con Otto. De forma clara, la idea apareció en su mente como si siempre hubiese estado allí. Sabía lo que debía de hacer. Se encaminó al puerto, camino del gran navío mercante al mando del cual estaba Otto. El mismo en el que se había colado el día anterior.
La cubierta estaba vacía de nuevo, por lo que subió sin dudar. Sin realmente mostrar ganas de evitar el conflicto si era descubierta. Aquello sería rápido.
Encontró unas escaleras de bajada y entró al interior del enorme armazón de madera. En la bodega de carga vio decenas de enormes cajas, quizá cientos, a juzgar por el enorme tamaño que tenía aquella zona de almacenamiento. Tomó un menudo candil que iluminaba la puerta, y recorrió con él en alto el interior de los pasillos formados por la disposición de los bienes que allí portaban. Sonrió con satisfacción cuando encontró la zona de los vinos.
No lo sabía a ciencia cierta, pero se sintió feliz al corroborar que, como había imaginado, uno de los preciados objetos con los que comerciaban era alcohol de supuesta calidad superior. Dejó a un lado la luz que portaba y abrió las cajas sin cuidado. Tomó algunas botellas y las tiró al suelo, procurando que esparcieran su líquido lo más posible. Rebuscó a conciencia, con rapidez, para hacer aquello con todas las botellas y barriles que allí se guardaban. El olor a alcohol había llegado a un nivel que resultaba nauseabundo, cuando Iori agarró la última botella en la mano.
Observó el estropicio y rebuscó entonces en su alforja. Extrajo una masa rojiza envuelta en papel, similar al barro (2*). La moldeó entre los dedos, mirándola con curiosidad y la pegó a la base de la botella que sostenía. La colocó sobre uno de los barriles que había vaciado y observó, tras unos segundos, como ambas superficies estaban perfectamente pegadas.
Era hora de probar a dónde iban las ratas cuando se quedaban sin casa.
Tomando de nuevo el candil, lo dejó caer a sus pies, cerca del barril sobre el cual había dejado la botella pegada con la arcilla. La llama se extendió trémula, y por un segundo pareció a punto de desaparecer. La madera y al alcohol resultaron lo inflamables que cabía esperar de ambas, y el fuego comenzó a crecer poco a poco.
Era hora de salir de allí. Desconocía cuánto tiempo tendría hasta que el calor llegase a la arcilla, pero no tenía ganas de quedarse a mirar en primera fila. Corrió escaleras arriba precipitadamente para, justo al salir a cubierta chocar contra alguien. Estuvo a punto de caer de espaldas, escaleras abajo, pero consiguió mantener el equilibrio. No así su atranco en el camino.
- ¿Eh? ¿Pero qué... Quién...? -
La mestiza esquivó al hombre que había visto el día anterior caminando en cubierta. Corrió hacia la salida y saltó literalmente, volando dos metros por el aire hasta aterrizar rodando sobre su espalda en el duro suelo del muelle.
- Ladrona, ¡¡LADRONA!! - escuchó aullar a sus espaldas.
No tuvo ni tiempo a dejar que la adrenalina de sus acciones se mezclase con la sangre que recorría su cuerpo. Iori se alejó hasta conseguir alcanzar el muro de piedra que rodeaba la entrada a los muelles, cuando una enorme explosión la proyectó hacia delante. Perdió por un segundo la conciencia, para recuperarla de golpe cuando su cara chocó contra el suelo. Los oídos pitaban de una forma incesante, mientras apenas era capaz de controlar la coordinación de su cuerpo. Se arrastró, sentándose de medio lado, volviendo la vista hacia la orilla del agua.
Y allí, frente a ella, observó como una gigantesca bola de fuego se alzaba, más alta que cualquiera de las edificaciones de Assu, envolviendo en toda su extensión la enorme nave mercante de Otto. Las llamas habían estallado desde el interior del gran casco, haciendo que mercancía y madera saliese desperdigada en todas direcciones. En forma de bolas ígneas, aterrizaron en los barcos cercanos.
La mirada azul se tiñó de rojo mientras observaba como el fuego que había engullido desde el primer instante la nave de Lunargenta, daba lugar a un gigantesco incendio que se extendió con rapidez por las naves del puerto.
La gente gritaba, pero sus oídos no le permitían todavía escuchar nada claro. Se movían entorno a ella, corriendo con urgencia y terror ante aquella devastación. Pero la mestiza no era capaz de moverse. Apenas sentía la sangre saliendo de sus oídos. La finas gotas de lluvia que habían caído como una caricia desde la mañana, transmutaron en ceniza. Allí sentada frente al puerto, observó, embelesada, la destrucción que había causado, olvidando por un segundo que aquello respondía al objetivo de hacer salir a Otto de donde fuese que estuviese.
Pero fue tan solo un segundo.
Su mente volvió a centrarse obsesivamente en él, mientras pensaba que el día había perdido parte de su intenso frío en aquellos momentos.
1* Habilidad de sigilo para proceder al hurto.
2* Arcilla intestinal [Consumible] (El mineral secreto): Una misteriosa y pegajosa masa que puede servir como un poderoso pegamento. Dos superficies unidas por esta sustancia permanecerán inseparablemente unidas por un turno. Pero cuidado, si se expone al fuego puede causar una poderosa explosión.
Iori Li
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Cualquiera en su lugar se habría alejado de todo asunto que tuviera que ver con las sociedades humanas una vez se hubiera cerciorado de que Nipal había cumplido su palabra. Aquella fue la primera intención de la elfa, de hecho, esperar hasta haberse alejado lo suficiente de Assu para desviarse de nuevo al sur y dejar todo aquello atrás. Sin embargo, el percatarse de que sus pasos eran vigilados muy de cerca, incluso más allá de los pastos dejados de la mano de gobernantes y labriegos, había condicionado en gran medida el cambiar de idea.
No llegó a saber de quién se trataba, aunque tuvo tiempo en el camino de idear sus propias hipótesis. Lo más lógico habría sido pensar que el mismo heredero había ordenado seguirla, comprobar que llevaba a cabo su cometido, no obstante, descartó aquella posibilidad desde el primer momento. Si se fiaba de sus palabras, debía asumir que nadie a su mano era digno de confianza para una tarea como aquella. Y si no lo era para enviar el mensaje, menos para compartir que otro alguien lo haría llegar y debía ser vigilado. Sería absurdo. Por otro lado, las advertencias sobre su propia hermana daban mayores motivos para pensar que, si no ella, alguien bajo su influencia ya había reparado en su presencia. Se estremeció un instante al pensar en otra posibilidad. ¿Y si no era ella la única a la que vigilaban? No podía estar segura de que los suyos hubieran llegado a la frontera sin más imprevistos, nada le garantizaba que no los hubieran seguido también, dispuestos a hacerles pagar si ella no cumplía con su cometido. Sacudió la cabeza, tratando de desechar los constructos de su imaginación, en cualquiera de los casos, no quiso hacer la mínima intención de descubrirlo o de pararse a preguntar, asumiendo que de todas formas, ya no tenía opciones para echarse atrás o desviarse del sendero, aunque sí mantuvo alerta todos sus sentidos, casi más centrados en lo que tenía a su espalda que en el camino al frente.
Finalmente, Mirza se alzó ante sus ojos con decadencia y muestras claras de no ser una ciudad que te diese la bienvenida al llegar. Había sido fácil dar con ella, tan sólo con seguir el camino marcado por la empalizada de cuerpos podridos al sol cualquiera podría haber dado con ella. Nunca había agradecido tanto a los Dioses por el gran don que suponía una visión privilegiada como entonces, pudiendo haberse alejado del oriundo olor que envolvía las cercanías de la grotesca señalización y seguir el rastro desde la lejanía prudente. Desconocía cuáles eran los problemas que protagonizaban los días en aquellos territorios pero podía imaginar su alcance si alguien estaba tan loco o tan desesperado como para enviar un mensaje de los que hablan más que las palabras, aunque sin utilizar ninguna.
Y ante tal personaje debía personarse.
Le hicieron falta pocas pistas para deducir que entrar en la ciudad no sería sencillo, menos aún de lo que había sido en Assu, y considerando que en esta ocasión no contaba con el apoyo de Mirabel, una incursión desapercibida no parecía factible. Enfilando el camino sin dejar de caminar, aunque ralentizando el paso conforme avanzaba, en un inutil intento por ganar tiempo y pensar, alcanzo a ver como varios de los guardias que rondaban las intermediaciones escoltaban a quienes trataban de dejar la urbe, de nuevo a sus adentros. Definitivamente, su comprensión no alcanzaba a la realidad. ¿Acaso resultaba más sencillo entrar que salir? No, tampoco daba esa sensación. ¿Entonces? ¿Mirza estaba sitiada? Llevó la mirada hacia atrás un instante, con sutileza. Estaba segura de que los ojos que mantenían su vigilancia sobre ella habían recorrido todo el camino tras sus pasos. Suspiro, considerando que de haber querido alguien evitar que entregase el mensaje, ya lo habría hecho. Al volver la vista al frente alcanzó a divisar la plaza tras las puertas de la ciudad, casi vacía y donde las pocas personas presentes se apresuraban a meterse en el hogar. Entendió el por qué cuando distinguió más cuerpos sin vida tendidos en las calles.
«Los humanos y sus malditas ciudades… ¿Cómo no voy a preferir el bosque? Ñeh, miralos. Si es que los animales parecen más civilizados…»
—Mirza está atendiendo sus asuntos. ¿De dónde vienes? ¿Qué buscas aquí?
Detuvo sus pasos cuando uno de los dos centinelas alzó la voz. Su tono indicaba sin error alguno que buscaría cualquier pretexto para engrilletarla. Ella levantó la cabeza y lo miró de frente, no sin dedicar un sutil análisis, de abajo a arriba. Un ligero escalofrío recorrió su espalda, fue un instante, incapaz de percibirse a ojos ajenos, sin embargo, lo sintió arrollador. Trató de mantener la serenidad, con la pose de quien tiene costumbre a tratar con figuras de autoridad. Si quedaba fuera, no sabía lo que tardaría quien -o quienes- andase tras ella en echarse encima. Pero si no escogía bien sus palabras, dudaba si llegaría a entrar viva.
—Traigo un mensaje desde Assu.— se limitó a informar.
Los dos guardias se miraron, atónitos, antes de mirarla de nuevo.
—¿Qué?
—¿Assu? ¿Quién eres, muchacha? ¿Acaso estás demente?
—Tan sólo una mensajera.— al notar cierto atisbo de curiosidad en sus preguntas, desvió la mirada un instante hacia la plaza tras el portón abierto, destensando la postura —Y se me ha ordenado entregarlo al líder de Mirza.
El amago de sonrisa desapareció del rostro del único que había llegado a casi exhibirlo.
—Llevas armas y dices venir de Assu. ¿No sabes dónde te encuentras? Podríamos ajusticiarte por espía.
—En Mirza.— fue incapaz de no contestar a la retórica pregunta, con sorna mal disimulada. A veces se le hacía verdaderamente difícil lidiar con la estupidez humana. —Pero he respondido al alto de la entrada sin causar problemas, he manifestado mis intenciones y lo más importante, puedes darlo por seguro, mis armas siguen enfundadas.— expuso serena, aunque se permitió añadir, con algo más de desdén —¿Cuántos espías has visto? psé— carraspeó la voz —Entonces, ¿al líder le llegarán noticias de que la tomasteis con la mensajera?
Si tenía que jugársela, debía ir con todo. Directo, rápido. Entrar y salir. Y definitivamente, escoltada sería la forma más rápida de llegar hasta el señor de Mirza. El otro torció el gesto.
—Hoy ha sido un buen día, muchos traidores se han dejado la vida por su estupidez. Si quieres ver a Túnnar, verás a Túnnar, pero las armas quedarán a nuestro cuidado antes de estar en su presencia.
—¿Estás seguro?— preguntó su compañero, con claro gesto de duda.
—¿Por qué no? Sólo es una. Y es posible que termine perdiendo la cabeza, sólo que un poco más tarde.
Casi le faltó soltar una carcajada, aunque apenas prestó atención a su actitud. A la elfa le parecía más factible aprovechar la inseguridad mostrada por el primero.
—¿Podría llevar las armas conmigo si os doy un adelanto? Es más por vuestra seguridad que por la mía propia, pero os garantizaría el saber que soy la única con un mensaje.
Y se ahuecó el pelo como si verdaderamente tuviera la ventaja en algo. Y quizá la habría tenido, si un tercero que haciendo la ronda tuvo a bien acercarse no hubiera interrumpido la negociación.
—¿Qué ocurre?— preguntó directamente cuando llegó, sin mostrar buen humor.
—Quiere ver a Túnnar, y dice que tiene un mensaje de Assu.
El recién llegado la miró directamente a la cara, sin hablar, unos incómodos segundos.
—Él decide.— aceptó, como si ella hubiese dejado de interesarle totalmente. —Ya sabéis...
—Si si…— asientió con un gesto el que no había hablado en un mayor lapso. Cuando el tercero se fue, volvió a tomar la palabra.
—A la entrada de la mansión deberás dejarlas.— advirtió, sin dar opción a otra cosa, y empezó a darle la espalda —Vamos. Espérame aqui.— pidió al otro antes de echar a andar.
Aylizz se limitó a asentir, todavía un poco confusa por la irrupción y siguió al guardia, asumiendo que al menos tendría el tiempo hasta la mansión para pensar qué hacer. Querría haber avisado de los verdaderos espías cuando su entrada se había visto amenazada, pero ahora creía mejor esperar. Ver hasta dónde podía llegar sin tener que ceder al pánico. Caminaba mientras miraba alrededor, viéndose sobrecogida por la tétrica escena. Los comercios estaban cerrados, las calles prácticamente vacías y sólo alguna mirada temerosa se dejaba ver desde las ventanas de los pisos superiores. Guardias con aspecto en ocasiones aburrido, otras desafiante, caminaban entre media docena de cadáveres espaciados, con la sangre detenida alrededor de los muertos. Aquello le hizo sentir que el corazón se le atragantaba, acelerando su pulso en un instante en el que pareció hacerse consciente de la realidad que albergaba tras los muros de la ciudad.
Los guerreros de Mirza acompañaron a la elfa hasta la construcción residencial más destacada de toda la urbe. Claro que palidecía en comparación a una residencia de nobles de Lunargenta. Dos centinelas, armados con lanza y espada y vestidos con protecciones medias, relevaron a quienes la acompañaban.
—Acompáñanos.— ordenó el más alto de los dos y cerraron el portón de la mansión, al no quedar ninguno de ellos en la entrada.
*****
Al llegar ante la presencia del gobernante, las armas le fueron requeridas, como ya había sido advertida. Suspiró. Si quería asegurar su vida, al menos unos minutos más, no tenía otra opción que resignarse. Sin apartar la mirada del Señor, con movimientos lentos descolgó el carcaj con el arco acoplado y se lo tendió a su escolta; recogiendo el bajo de la túnica, descolgó la daga de su cinturón y finalmente, entregó los cuchillos ocultos, acoplados en sus costados. Dedicó una última mirada al guardia que se llevó las pertenencias tan rápido como ella se despojó de la última, sin esperar siquiera a que nadie le diera la orden de hacerlo, desapareciendo por un estrecho pasillo que salía desde uno de los extremos irregulares de la sala. Los demás soldados volvieron a su posición, asegurando que le serían devueltas al terminar la entrevista.
Tras unos cinco segundos de observación, el magnatario hizo un gesto para que entrara a lo que podría hacer las veces de despacho. Caminó tras él, cautelosa, deteniéndose justo al traspasar la puerta desde la que se permitió observar el interior, mientras el hombre iniciaba el interrogatorio. La pared que presidía la estancia se presentaba casi cubierta al completo por un tapiz de Dundarak que representaba hasta los barrios de la ciudad. Ella nunca había puesto un pie en la capital del norte, pero el telar mostraba tal calidad de detalles que no le resultó difícil imaginarla. A su alrededor, estanterías con libros voluminosos sobre leyendas del norte y ya ocupando los demás rincones de la habitación, dos armaduras claramente antiguas en sus panoplias. Aparte de eso, la chimenea y la alfombra, un pequeño escritorio completaba la ornamentación.
—Soy Túnnar, líder de Mirza. ¿Cómo has conseguido que mis seguidores te traigan a mi presencia?
Sus palabras no denotaban hostilidad. Era un hombre de semblante apacible que atravesaba la media treintena, pelirrojo, de cuerpo algo entrenado o quizá meramente efectos del trabajo en la región, no destacaba por ello. Su mirada reflejaba un punto de cansancio, pero sobre todo alerta y curiosidad.
—Les dije que traigo un mensaje desde Assu, directamente dirigido a vos.— expuso, volviendo a fijar su atención en él.
—Assu...— suspiró —Hoy mismo han intentado matarme. Quién sabe si ellos han vuelto a estar detrás… Quieren destruirnos. ¿Por eso vienes? ¿Traes la declaración de guerra de ese demente?— Ella se encogió de hombros.
—Desconozco cuál es el mensaje en sí, sólo que lo hay. Está escrito en sobre sellado, lo llevo bajo la túnica. ¿Puedo?— señaló hacia el bolsillo interior, abriéndose un milímetro la túnica, no queriendo que pensara que llevaba un arma oculta.
Éste asintió y ni siquiera haizo ademán de acercarse a la única espada que había, situada a dos pasos de él. Sacó el sobre y se acercó hasta tendérselo, extendiendo el brazo, mientras de soslayo miraba el arma, que ahora ella también tenía a distancia de mano. Túnnar lo tomó, abriéndolo con un par de gestos parcos, y lo fue leyendo con creciente incredulidad. En un momento dado, advirtió que sus ojos retomaban la lectura desde el comienzo. Al terminar los volvió hacia ella.
—¿Esto es una broma? ¿Sabes qué contiene esto?— dijo, agitando la carta. La mensajera negó con la cabeza, fingiendo la más absoluta ignorancia.
—Sólo sé que viene directamente de la mano del heredero. Y debía entregárselo directamente a vos. ¿Deseáis que envíe algún mensaje de vuelta?— se aventuró a indagar. Túnnar la observó, no sin suspicacia.
—Nipal dice querer la paz. ¿Cómo pretende que crea algo así? Es el retoño del loco de Nyver, sin duda son iguales. Llevan años buscando la supremacía de la región y los problemas actuales les han espoleado. Tiene que ser una trampa.
Mientras el hombre divagaba, ella volvió a llevar la mirada a todo lo que llenaba la habitación, aunque escuchando con atención sus palabras. El único ventanuco por el que se colaba la luz del exterior se encontraba en altura, luciendo más como una vidriera decorativa que como una ventana al uso, pequeña, en la que ni siquiera se veían cerrojos. Cuando terminó de hablar, volvió a encogerse de hombros y se recolocó la túnica.
—Desconozco si lo es. Y si no he de enviar respuesta, considero que ha llegado el momento de irme. Mi trabajo aquí está hecho.— con intención de que su silencio fuera un punto y final, se transformó en una pausa. Si finalmente estallaba la guerra entre aquellos humanos, ¿qué le aseguraba que no se extendería hasta los territorios que los colindaban? —Aunque Nipal fue muy cauteloso al encomendar este envío. Incluso me pareció entender que su vida peligraba por hacerlo...— carraspeó la garganta —Pero lo cierto es que nada de esto es de mi incumbencia.
—¿De modo que es cierto, te lo dio él en persona?— se levantó y miró a través del cristal, sin soltar la carta —¿Temía algo dices...? Todo suena demasiado extraño.— sacudió la cabeza —Además ¿qué podría hacer él? Nyver no va a morir para resolver nuestros problemas. Ese joven no entiende todo lo que se arrastra en nuestr...— calló entonces, de repente. —Dime por qué has aceptado este trabajo.— Ella casi se sobresaltó cuando cambió de tema tan repentinamente.
—Estaba en el lugar equivocado, en un momento difícil. Era el trabajo o una condena.— se apresuró a responder, sin parecer pensárselo mucho. Túnnar endureció el gesto.
—Por desgracia, toda la región lo es hoy en día. Tienes la confianza de Nipal, parece, y ahora trabajarás para mí. Hay cosas que el muchacho ha comprendido aunque no su alcance, el momento de necesitar a gente forastera.
Dándose la vuelta, cerró la puerta, dejando entonces su espada está más cerca de la elfa que de él mismo. Aylizz se mantuvo cerca, incluso dio un par de sutiles pasos hacia delante para dejarla más a su espalda, pero al alcance, cuando él se alejó hacia la puerta.
—No me termina de quedar claro, aunque la duda se me plantea más por curiosidad que por interés...— comentó casual, con fingida inocencia. —¿Trabajar para vos en favor de Nipal? ¿Enviando mensajes? ¿Cuál sería mi cometido?— preguntó cómo creyendo tener la opción de elegir, aun a sabiendas que no era así.
—Si ese muchacho quiere lo que dice, tendrá que arriesgarse por ello. Irás a verle. Y si en dos días se presenta ante las puertas de Mirza, lo consideraré mi aliado. Y le ayudaré a tomar el poder en Assu. Si no, sabré que miente y que todo ha sido una estratagema de su padre. Puede venir con aquellos que considere fieles a él.
Ella abrió los ojos ligeramente, con gesto de sorpresa, y guardó silencio un momento. ¿De modo que le estaba dando la opción de regresar, sin más? No podía ser tan sencillo, a menos que ambos bandos estuvieran verdaderamente desesperados. ¿Tanto para procurar su bien a cambio de tan mínima intervención?
—Ajá... De acuerdo.— respondió al fin, todavía algo cautelosa. —Entonces, considero que debéis saber que alguien me ha seguido desde Assu, no sé quién, aunque estoy segura de que no ha sido cosa de Nipal. No me conviene tener a nadie esperando en la salida para cortarme el cuello, de igual modo que no le conviene a esta empresa.— señaló y después carraspeó un poco —Quise advertir a los guardias del portón, pero apenas me dejaron decir palabra.— y se encogió de hombros.
—Puedo proporcionarte un par de mis guerreros como escolta hasta las inmediaciones de Assu.— aceptó, como una obligación necesaria —Pero debes partir cuanto antes.— Ella asintió con la cabeza.
—¿Podéis hacer traer mis armas, pues?— Túnnar sonrió ante la pregunta.
—Ellos te protegerán. Tus cosas serán mi garantía de que volverás aquí.
Por supuesto. No podría haber creído que alguien que se escondía en un cuartucho, haciendo como ostentaba un poder digno de dirigir una ciudad, limitándose a decorar sus calles y alrededores con sangre que manchaba sus manos, a pesar de que su espada permaneciera inmaculada, igualmente apartada de la lucha, fuese a mostrar un mínimo de nobleza, caballerosidad, fidelidad o buena fe. Bueno, pues de perdidos al río. La elfa medio rió con sarcasmo y se ahuecó el pelo, desviando la mirada un instante para medir las distancias, llevando a la vez la otra mano a la espada tras ella. Acortó los pasos y encaró al gobernante, poniendo la espada entre ambos cuellos.
—Eso no puede ser.— expuso serena —La verdad es que no me costaría nada obtenerlas por mí misma, pero consideré que sería mejor acogido el ser cortés.— apretó un poco más el filo —No obstante, lo preguntaré otra vez. ¿Podéis hacer que traigan mis armas?
El semblante de Túnnar cambió y dio medio paso atrás, mostrando la sorpresa de quien no estaba acostumbrado a situaciones así.
—No sabes lo que estás haciendo elfa. Baja la espada y sigue mis instrucciones.— bajó la mirada a la espada y tragó saliva —Si me... Si me haces daño, no te perdonarán. Te cazarán antes de que dejes la región.
—Lo intentarán. Ellos o los otros, dará lo mismo, no creáis que no me resulta familiar. De modo que en este punto sólo puedo asegurar mi interés, que no es otro que seguir con vida. Puedo hacerlo cumpliendo lo acordado, sin ser una carga para vuestros hombres, con la seguridad de portar mis armas. O dejándoos aquí tendido y desaparecer, no sin antes recuperar mis armas a toda costa. Supongo que Assu ganaría de las dos formas, pero sólo de una lo hacéis vos.
Un rictus de temor ensombreció el rostro de Túnnar.
—¿Crees que me refiero a los míos? Yo gobierno Mirza porque ellos lo han dispuesto así, elfa. Si me matas, colocarán a otro que sirva a sus intereses. Y morirás, no lo dudes. Tienen recursos y espadas para hacerlo rápido y cruel. La idea de Nipal les gustará, por eso necesito que se lleve a cabo. Deja de apuntarme.— dijo sin quitar los ojos de la hoja. —Deja de apuntarme y haz lo que te digo. Un día a cambio de tus pertenencias.
Ella entrecerró los ojos, con desconfianza, aunque analizando sus palabras. ¿Ellos? De modo que aquel no era más que una marioneta. Chasqueó la lengua. No pretendía matarlo, tan sólo dejarlo fuera de juego, escabullirse y recuperar sus cosas. ¡Por los Dioses! Maldijo el momento en que había pensado que presentarse rendida iba a resultar mejor plan que perderse entre la gente hasta despistar a todos los ojos que había sobre su persona para volver a perderse en el bosque y olvidar todo aquello. Finalmente, respiró profundamente, aunque sin perder la fuerza con la que sostenía el arma.
—Si no recupero mis armas al volver, podéis estar seguro que lo pagaréis. Me da igual quién esté por encima de vos, o en las sombras. En lo que a mí respecta, sois el responsable.
—Tienes mi palabra.— aseguró, respirando más tranquilo.
La elfa terminó bajando el arma, dando por aceptado el trato. Pero ¿cuánto podía fiarse de su palabra?
Aylizz Wendell
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Las voces se filtraban amortiguadas por la puerta que continuaba aún sin cerrarse. ambas voces, femeninas, dialogaban una de forma mas cálida que la otra, invitándola a entrar. Pronto no quedó mas dudas sobre la identidad de la autóctona. no tanto así con la visitante. Alejé con disimulo la mano del arma y sonreí algo culpable por el sobresalto que le provoqué a la primera y le seguí un poco el chiste con cortesía.
una cuarta mujer, notablemente mas joven que la posadera se presentaba ahora acongojada desde el piso superior. presté atención a lo que hablaron entre ellas y no supe diferenciar a quien temía mas la joven. No obstante tenía un objetivo y no podía desviarme en ayudar a todo aquel con el que me cruzaba. No podía permitirme el lujo de ser una hermanita de la caridad.
Apenas unas verduras braseadas y presentadas en forma de brocheta conformarían aquella noche la cena, acompañadas de una jarra de hidromiel para combatir el frio del exterior en apoyo a la chimenea. Junto a la chimenea y a distancia prudencial de la viajera probé la comida tejiendo en mi cabeza la pregunta con la que intentaría abordar. al menos hasta acabar la comida y retirarme a descansar.
- Estoy buscando a un mercader. un elfo joven que debió llegar desde el sur por la carretera de Sacrestic Ville. Su carro está adornado en los ejes con un emblema... - Continué hasta describir todo lo relevante respecto al muchacho. - Las cosas están bastante tensas por el lugar. no es sitio donde hacer negocio y temo que se haya metido en problemas. -
Cuando la comida hubo terminado me despedí de todo aquel que estuviera presente en el lugar al momento de irme a la habitación a descansar. Aquel habitáculo era bastante austero, pero suficiente para descansar unas pocas jornadas. Carecía de ventana y solo podía verse el exterior por una claraboya situada en la pared norte . bloqueé como pude la puerta y dejé un cuchillo bajo la almohada en prevención pues la precaria situación de Rume me hacía sentir bastante inseguro, aún a pesar de la tal vez fingida hospitalidad de los regentes de aquel negocio.
Desde algún lugar los gritos de dolor y llantos se dejaban oir hasta la posada durante gran parte de la madrugada, solo amenizados por el silbido del viento, hasta cesar poco antes del amanecer.
Por la mañana el posadero no fue muy halagüeño con la información que me dijo. Si sabía de un comerciante que había pasado por la zona en las fechas aproximadas a mi desaparecido vecino, y tambien que fue apresado pero no fue capaz de darme mas detalles que ese. Concluí que si había posibilidad de que aquel comerciante fuese quien yo estaba buscando no me quedaba mas remedio que ir al templo. Al menos tenía un lugar por el que comenzar.
El templo denotaba ser el edificio mas importante del asentamiento y el amurallamiento exterior así lo confirmaba. Lo que otrora habría sido un postigo que siempre se mantenía abierto ahora era al contrario y la severa mirada de quien lo custodiaba servía de disuasión para intentar nada. Solo pude pasar cuando entregué las armas, como si de una fortaleza se tratase y aún así sentía una mirada clavada constantemente en mi nuca.
Ya en el interior de aquel monumento a los dioses los pasos llenaban la estancia y el aire traía como respuesta mi propia voz. La sensación, lejos de ser cálida como se esperaría en otros templos, se notaba mucho mas gélida e inmisericorde que la climatología en el exterior. De repente una zarpa se posaba con gentileza. Aquel felino antropomorfo se había acercado a mi sin hacer ni un solo ruido y hablo con la voz mustia.
- Las sacerdotisas están ocupadas ahora, hijo. Si buscas guía los dioses escuchan, y responden. pero últimamente nos tienen a todos confundidos.
- Busco guía, pero no de los dioses. no al menos esta vez. Busco a alguien. según me han dicho un comerciante fue arrestado en Rume. ¿sabéis algo al respecto, sacerdote?
- Últimamente arrestan a muchos. no recuerdo todas las caras. Tal vez tengas que ser mas específico hijo.
Tal como pidió, di la descripción del muchacho. - Podría buscarlo yo mism...
- No. - negó aquel, tajante. Casi al instante carraspeó y forzó una sonrisa amable en el hocico. - verás, desde el... incidente, el capitán kadosh está un poco susceptible. Me temo que tendrás que esperar hasta la ordenación de una nueva suma sacerdotisa.
Asentí dando por finalizada la charla pero al parecer mi interlocutor deseaba saber algo más. Nos presentamos mutuamente y tras ello pedí intimidad para poder rezar a los dioses por aquel muchacho que buscaba, algo a lo que Güiz'Rmon accedió con genuina amabilidad. Sin embargo algo en el no me inspiraba confianza. Quedé allí en silencio, de rodillas junto a uno de los púlpitos fingiendo rezar y asegurándome de estar totalmente solo antes de ponerme a investigar.
Tras una de las puertas unas voces apagadas conversaban mientras un traqueteo de cajones y otras partes de muebles alborotaban en el interior de la habitación. No pude escuchar gran cosa. solo palabras sueltas referente a un medallón, un nombre, Juthrin y algo sobre una ceremonia. de pronto el ruido cesó y me vi obligado a salir de allí.
Afuera los guardias hablaban relajados de la ceremonia de ordenación de aquel día y de como Güiz'Rmon sería quien la celebrase y nombrara a la sucesora de la suma sacerdotisa que habían enterrado apenas el día antes. ¿porqué cuando habló conmigo no me dijo cuándo sería la ordenación? ¿Y por qué no dejaban un periodo de luto antes de la ordenación de la nueva suma sacerdotisa? Todo aquello olía desde lejos a gato encerrado, y aquel gato antropomorfo se había mostrado hermético. demasiado incluso. Aún no veía conexión entre todos los acontecimientos, pero algo me decía que me estaba metiendo, sin comerlo ni beberlo, en algo mucho mas complicado y oscuro.
De todos modos decidí ir a la plaza donde estaban construyendo el cadalso. Las probabilidades eran bajas, pero nunca nulas. Si iban a ejecutar al pobre elfo, tal vez podría hacer algo por salvarle de aquello.
una cuarta mujer, notablemente mas joven que la posadera se presentaba ahora acongojada desde el piso superior. presté atención a lo que hablaron entre ellas y no supe diferenciar a quien temía mas la joven. No obstante tenía un objetivo y no podía desviarme en ayudar a todo aquel con el que me cruzaba. No podía permitirme el lujo de ser una hermanita de la caridad.
Apenas unas verduras braseadas y presentadas en forma de brocheta conformarían aquella noche la cena, acompañadas de una jarra de hidromiel para combatir el frio del exterior en apoyo a la chimenea. Junto a la chimenea y a distancia prudencial de la viajera probé la comida tejiendo en mi cabeza la pregunta con la que intentaría abordar. al menos hasta acabar la comida y retirarme a descansar.
- Estoy buscando a un mercader. un elfo joven que debió llegar desde el sur por la carretera de Sacrestic Ville. Su carro está adornado en los ejes con un emblema... - Continué hasta describir todo lo relevante respecto al muchacho. - Las cosas están bastante tensas por el lugar. no es sitio donde hacer negocio y temo que se haya metido en problemas. -
Cuando la comida hubo terminado me despedí de todo aquel que estuviera presente en el lugar al momento de irme a la habitación a descansar. Aquel habitáculo era bastante austero, pero suficiente para descansar unas pocas jornadas. Carecía de ventana y solo podía verse el exterior por una claraboya situada en la pared norte . bloqueé como pude la puerta y dejé un cuchillo bajo la almohada en prevención pues la precaria situación de Rume me hacía sentir bastante inseguro, aún a pesar de la tal vez fingida hospitalidad de los regentes de aquel negocio.
Desde algún lugar los gritos de dolor y llantos se dejaban oir hasta la posada durante gran parte de la madrugada, solo amenizados por el silbido del viento, hasta cesar poco antes del amanecer.
Por la mañana el posadero no fue muy halagüeño con la información que me dijo. Si sabía de un comerciante que había pasado por la zona en las fechas aproximadas a mi desaparecido vecino, y tambien que fue apresado pero no fue capaz de darme mas detalles que ese. Concluí que si había posibilidad de que aquel comerciante fuese quien yo estaba buscando no me quedaba mas remedio que ir al templo. Al menos tenía un lugar por el que comenzar.
El templo denotaba ser el edificio mas importante del asentamiento y el amurallamiento exterior así lo confirmaba. Lo que otrora habría sido un postigo que siempre se mantenía abierto ahora era al contrario y la severa mirada de quien lo custodiaba servía de disuasión para intentar nada. Solo pude pasar cuando entregué las armas, como si de una fortaleza se tratase y aún así sentía una mirada clavada constantemente en mi nuca.
Ya en el interior de aquel monumento a los dioses los pasos llenaban la estancia y el aire traía como respuesta mi propia voz. La sensación, lejos de ser cálida como se esperaría en otros templos, se notaba mucho mas gélida e inmisericorde que la climatología en el exterior. De repente una zarpa se posaba con gentileza. Aquel felino antropomorfo se había acercado a mi sin hacer ni un solo ruido y hablo con la voz mustia.
- Las sacerdotisas están ocupadas ahora, hijo. Si buscas guía los dioses escuchan, y responden. pero últimamente nos tienen a todos confundidos.
- Busco guía, pero no de los dioses. no al menos esta vez. Busco a alguien. según me han dicho un comerciante fue arrestado en Rume. ¿sabéis algo al respecto, sacerdote?
- Últimamente arrestan a muchos. no recuerdo todas las caras. Tal vez tengas que ser mas específico hijo.
Tal como pidió, di la descripción del muchacho. - Podría buscarlo yo mism...
- No. - negó aquel, tajante. Casi al instante carraspeó y forzó una sonrisa amable en el hocico. - verás, desde el... incidente, el capitán kadosh está un poco susceptible. Me temo que tendrás que esperar hasta la ordenación de una nueva suma sacerdotisa.
Asentí dando por finalizada la charla pero al parecer mi interlocutor deseaba saber algo más. Nos presentamos mutuamente y tras ello pedí intimidad para poder rezar a los dioses por aquel muchacho que buscaba, algo a lo que Güiz'Rmon accedió con genuina amabilidad. Sin embargo algo en el no me inspiraba confianza. Quedé allí en silencio, de rodillas junto a uno de los púlpitos fingiendo rezar y asegurándome de estar totalmente solo antes de ponerme a investigar.
Tras una de las puertas unas voces apagadas conversaban mientras un traqueteo de cajones y otras partes de muebles alborotaban en el interior de la habitación. No pude escuchar gran cosa. solo palabras sueltas referente a un medallón, un nombre, Juthrin y algo sobre una ceremonia. de pronto el ruido cesó y me vi obligado a salir de allí.
Afuera los guardias hablaban relajados de la ceremonia de ordenación de aquel día y de como Güiz'Rmon sería quien la celebrase y nombrara a la sucesora de la suma sacerdotisa que habían enterrado apenas el día antes. ¿porqué cuando habló conmigo no me dijo cuándo sería la ordenación? ¿Y por qué no dejaban un periodo de luto antes de la ordenación de la nueva suma sacerdotisa? Todo aquello olía desde lejos a gato encerrado, y aquel gato antropomorfo se había mostrado hermético. demasiado incluso. Aún no veía conexión entre todos los acontecimientos, pero algo me decía que me estaba metiendo, sin comerlo ni beberlo, en algo mucho mas complicado y oscuro.
De todos modos decidí ir a la plaza donde estaban construyendo el cadalso. Las probabilidades eran bajas, pero nunca nulas. Si iban a ejecutar al pobre elfo, tal vez podría hacer algo por salvarle de aquello.
Eleandris
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Si el elfo la había reconocido, no hizo ningún ademán que lo revelara. Tal vez lo confundía con otro. O quizá él tampoco quería ser reconocido. En cualquier caso, sus ojos eran azules.
«¡Oh, para ya de hacer eso! No estás remotamente cerca de su maldito bosque, ni aunque fuera un Ojosverdes tendría nada que decir de tu presencia aquí». Aquello no era del todo cierto, por supuesto. Valeria sabía que había elfos que aprovecharían cualquier oportunidad para librarse de cualquiera de su raza por puro principio. Por fortuna, nunca se había topado con ninguno de ellos fuera de Sandorai. En cualquier caso, no creía que fuera a dormir gran cosa aquella noche.
La cena fue un negocio solitario. Después de los acontecimientos de aquella tarde, los aldeanos habían decidido permanecer en sus casas y los dos únicos forasteros en el lugar parecían competir por ver quién de los dos mostraba menos incomodidad con la presencia del otro.
La chica, Tegra, fingía no ver las hoscas miradas que el tal Milto le dirigía a Radeka desde la barra mientras servía a los comensales (en mesas bien separadas, por supuesto) y, por su parte, Radeka fingía no ver éstas, ni las más incómodas que le dirigía la muchacha de tanto en tanto, mientras trataba de proporcionar una experiencia lo más acogedora posible a sus huéspedes.
Incluso con los meritorios intentos de animar la conversación de la dueña, el silencio fue el gran protagonista de la velada. Por ello, Valeria no tuvo que hacer esfuerzo alguno por enterarse cuando el otro comensal expresó los motivos de su visita a tan recóndito lugar.
¿Un elfo joven viajando hasta allí por la ruta del oeste? Debía de tener una gran confianza en la capacidad de los humanos para controlar la zona. O quizá su ejército se las había arreglado para ocultar al mundo la enorme magnitud de las pérdidas sustentadas en Edén. Valeria se estremeció al recordar la salvaje batalla, pero logró hacerlo pasar por efecto del frío de la noche y el sueño y se excusó con un bostezo.
Pasó la mañana y parte de la tarde buscando por el pueblo a alguien dispuesto a llevarla de vuelta al Lago, ya que la caravana con la que había viajado no volvería a pasar por allí en algunas semanas y, con la sacerdotisa muerta, ya nada la ataba a aquel lugar. Sin embargo, nadie parecía tener asuntos que atender en ninguna de las numerosas aldeas pesqueras de la zona y se mostraban reacios a realizar el viaje dado el clima actual en la zona, a pesar de que llegó a ofrecer el doble de lo que había pagado a la caravana en su día.
De camino a la posada, en busca de un poco de calor, se vio desviada hacia la plaza. Al parecer, los kadosh estaban reuniendo a todo el mundo para que presenciara su pantomima de administración de justicia. Por el amor de los malditos dioses, ¡habían sido detenidos la tarde anterior!
Valeria trató de escabullirse del lugar moviéndose entre los aldeanos como si supiera a dónde se dirigía, pero había uniformes por todas partes. Tratando de evitar a los guardias (un instinto que le había servido bien desde niña), acabó en el centro de la compungida muchedumbre, que se hizo a un lado en cuanto la comitiva de condenados comenzaron a llegar, dejándola a ella en primera fila para dar cuenta del penoso estado en que se encontraban los reos.
«Si solo ha pasado una noche», pensó horrorizada. Pero no fue hasta que vio llegar a los niños que empezaron a temblarle las piernas. ¿También ellos? Miró a su alrededor, escudriñando las reacciones de los aldeanos, pero todos bajaban la mirada ante aquello que consideraban inevitable. ¿Convencidos de su culpabilidad o demasiado atemorizados para enfrentarse a las autoridades del Templo?
Allí estaban, presidiendo el acontecimiento desde una tarima adyacente al patíbulo: las cuatro sacerdotisas que aspiraban al puesto de Juthrin y hasta el pío sacerdote que tan compungido se había mostrado la tarde anterior. ¿Cómo podían condonar semejante barbaridad?
El familiar cosquilleo hizo que Valeria devolviera su atención a los prisioneros(1). No lo habría mirado dos veces de no haberlo reconocido como usuario del éter pero, fijándose mejor, pudo reconocer las frescas cicatrices en las orejas, un trabajo grosero que le había dejado un par de muñones desagradables.
«Un elfo joven… en problemas».
Valeria buscó entre los rostros a su alrededor aquel porte marcial, el hombre que podría reconocer de un solo vistazo la farsa tras la locura que se disponía a acometer. Buscó sus ojos azules. «Mírame. Por favor, mírame. ¿Quieres salvar a tu amigo?». Dioses, esperaba que fuera su amigo(2). Y que tuviera el buen gusto de seguirle la corriente. O, al menos, de no delatar el pequeño detalle de su naturaleza.
Con un rápido movimiento, sacó el vial de un estrecho bolsillo en su cinto y se lo bebió de un trago(3). Al instante, percibió las moléculas de agua que flotaban en el frío y húmedo aire de la tarde. Las atrajo a su alrededor, las acarició, las multiplicó y las expulsó con fuerza en un arco expansivo que provocó un escalofrío general en la gente que la rodeaba. El quejido contenido de varias gargantas fue su señal para comenzar la representación(4).
—¡AAAAH! —gritó con su voz más profunda.
Se tambaleó y cayó de rodillas con los ojos en blanco mientras la gente a su alrededor se apartaba de ella de un brinco, lo que atrajo todas las miradas en su dirección.
Valeria gritó de nuevo, convirtiendo su alarido en una letanía, en su más pulido y rimbombante dracónico antiguo, que incluía algunas de las más devotas citas que la sacerdotisa Juthrin gustaba de incluir en su correspondencia. Las había memorizado más por la belleza de los caracteres que por su pío y cursi contenido, pero esperaba que aportaran credibilidad a su actuación.
Pronunciaba cada palabra alargando las pausas, como si tuviera dificultades para controlar su lengua y su boca, pero proyectando la voz, tal como Bhima le había enseñado, para que llegase hasta el último rincón de la plaza central de Rume. Una voz que hacía vibrar con un tono rasposo y discorde, como si llegara de algún lugar más allá de ella misma.
Cuando se hubo asegurado la atención de todos los presentes, se puso de pie con movimientos bruscos y tambaleantes, como si sus propios miembros le fueran ajenos, y se dirigió a su público, esta vez, imitando lo mejor que supo el acento local. Al menos, dentro de lo que permitía su hablar pausado y discorde.
—¡Los dioses se avergüenzan de esta blasfemia! ¡DEBERÍA DAROS VERGÜENZA!
Se dirigía a las sacras personalidades de la tribuna, deteniéndose por turnos para mantener la mirada de todos y cada uno de ellos.
—¡No permitiré que utiliceis mi nombre para cometer semejante atrocidad!
¡Ahí! Morena, melena lacia; había desviado la mirada. Solo por un instante. ¿Una muestra de piedad o…?(5)
No le sobraba el tiempo, los guardias habían comenzado a moverse en su dirección. «De perdidos, al río», se dijo, y se cuadró, señalando a la sacerdotisa con un dedo acusador.
—¡TÚ! —rugió. Avanzó un paso en su dirección y, otra vez—: ¡TÚ! —Otro paso—. ¡TÚ!
Obligando al miedo que se concentraba en su estómago a impulsar su diafragma, emitió un último alarido de dolor y se sacudió como si le estuvieran arrancando algo desde lo más profundo de sus entrañas.
Después, se desplomó inerte en el suelo.
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OFF: (1) Referencia a la pasiva racial Don Mágico.
(2) Dado que todo el pueblo está en la plaza para la ejecución y Eleandris habla en su post de intentar salvar a su amigo (si es que es su amigo), asumo que él también estará en la plaza.
(3) Utilizo mi Esencia Primordial de Agua: Quien beba del Elixir puede generar y controlar el elemento Agua como si fuera un brujo elementalista acorde a su nivel de personaje (pero sin técnicas avanzadas) por 2 rondas.
(4) A partir de aquí, estaré haciendo amplio uso de mi Carisma en general (nivel avanzado) y, en particular, de mi habilidad Elocuencia Irresistible: Mi vida en los bajos fondos, unida a mi formación académica me han dotado de una labia sin parangón. Mis mentiras y falacias tienen una mayor facilidad de pasar por verdades.
Me pongo también a merced de Eleandris.
(5) Me la juego con Peirak. Pelo liso y aparta la mirada… Si solo una sabe que esa barbaridad está mal, es porque sabe algo que las demás desconocen y creo que ese algo es que el asesino no está entre los condenados.
«¡Oh, para ya de hacer eso! No estás remotamente cerca de su maldito bosque, ni aunque fuera un Ojosverdes tendría nada que decir de tu presencia aquí». Aquello no era del todo cierto, por supuesto. Valeria sabía que había elfos que aprovecharían cualquier oportunidad para librarse de cualquiera de su raza por puro principio. Por fortuna, nunca se había topado con ninguno de ellos fuera de Sandorai. En cualquier caso, no creía que fuera a dormir gran cosa aquella noche.
La cena fue un negocio solitario. Después de los acontecimientos de aquella tarde, los aldeanos habían decidido permanecer en sus casas y los dos únicos forasteros en el lugar parecían competir por ver quién de los dos mostraba menos incomodidad con la presencia del otro.
La chica, Tegra, fingía no ver las hoscas miradas que el tal Milto le dirigía a Radeka desde la barra mientras servía a los comensales (en mesas bien separadas, por supuesto) y, por su parte, Radeka fingía no ver éstas, ni las más incómodas que le dirigía la muchacha de tanto en tanto, mientras trataba de proporcionar una experiencia lo más acogedora posible a sus huéspedes.
Incluso con los meritorios intentos de animar la conversación de la dueña, el silencio fue el gran protagonista de la velada. Por ello, Valeria no tuvo que hacer esfuerzo alguno por enterarse cuando el otro comensal expresó los motivos de su visita a tan recóndito lugar.
¿Un elfo joven viajando hasta allí por la ruta del oeste? Debía de tener una gran confianza en la capacidad de los humanos para controlar la zona. O quizá su ejército se las había arreglado para ocultar al mundo la enorme magnitud de las pérdidas sustentadas en Edén. Valeria se estremeció al recordar la salvaje batalla, pero logró hacerlo pasar por efecto del frío de la noche y el sueño y se excusó con un bostezo.
Pasó la mañana y parte de la tarde buscando por el pueblo a alguien dispuesto a llevarla de vuelta al Lago, ya que la caravana con la que había viajado no volvería a pasar por allí en algunas semanas y, con la sacerdotisa muerta, ya nada la ataba a aquel lugar. Sin embargo, nadie parecía tener asuntos que atender en ninguna de las numerosas aldeas pesqueras de la zona y se mostraban reacios a realizar el viaje dado el clima actual en la zona, a pesar de que llegó a ofrecer el doble de lo que había pagado a la caravana en su día.
De camino a la posada, en busca de un poco de calor, se vio desviada hacia la plaza. Al parecer, los kadosh estaban reuniendo a todo el mundo para que presenciara su pantomima de administración de justicia. Por el amor de los malditos dioses, ¡habían sido detenidos la tarde anterior!
Valeria trató de escabullirse del lugar moviéndose entre los aldeanos como si supiera a dónde se dirigía, pero había uniformes por todas partes. Tratando de evitar a los guardias (un instinto que le había servido bien desde niña), acabó en el centro de la compungida muchedumbre, que se hizo a un lado en cuanto la comitiva de condenados comenzaron a llegar, dejándola a ella en primera fila para dar cuenta del penoso estado en que se encontraban los reos.
«Si solo ha pasado una noche», pensó horrorizada. Pero no fue hasta que vio llegar a los niños que empezaron a temblarle las piernas. ¿También ellos? Miró a su alrededor, escudriñando las reacciones de los aldeanos, pero todos bajaban la mirada ante aquello que consideraban inevitable. ¿Convencidos de su culpabilidad o demasiado atemorizados para enfrentarse a las autoridades del Templo?
Allí estaban, presidiendo el acontecimiento desde una tarima adyacente al patíbulo: las cuatro sacerdotisas que aspiraban al puesto de Juthrin y hasta el pío sacerdote que tan compungido se había mostrado la tarde anterior. ¿Cómo podían condonar semejante barbaridad?
El familiar cosquilleo hizo que Valeria devolviera su atención a los prisioneros(1). No lo habría mirado dos veces de no haberlo reconocido como usuario del éter pero, fijándose mejor, pudo reconocer las frescas cicatrices en las orejas, un trabajo grosero que le había dejado un par de muñones desagradables.
«Un elfo joven… en problemas».
Valeria buscó entre los rostros a su alrededor aquel porte marcial, el hombre que podría reconocer de un solo vistazo la farsa tras la locura que se disponía a acometer. Buscó sus ojos azules. «Mírame. Por favor, mírame. ¿Quieres salvar a tu amigo?». Dioses, esperaba que fuera su amigo(2). Y que tuviera el buen gusto de seguirle la corriente. O, al menos, de no delatar el pequeño detalle de su naturaleza.
Con un rápido movimiento, sacó el vial de un estrecho bolsillo en su cinto y se lo bebió de un trago(3). Al instante, percibió las moléculas de agua que flotaban en el frío y húmedo aire de la tarde. Las atrajo a su alrededor, las acarició, las multiplicó y las expulsó con fuerza en un arco expansivo que provocó un escalofrío general en la gente que la rodeaba. El quejido contenido de varias gargantas fue su señal para comenzar la representación(4).
—¡AAAAH! —gritó con su voz más profunda.
Se tambaleó y cayó de rodillas con los ojos en blanco mientras la gente a su alrededor se apartaba de ella de un brinco, lo que atrajo todas las miradas en su dirección.
Valeria gritó de nuevo, convirtiendo su alarido en una letanía, en su más pulido y rimbombante dracónico antiguo, que incluía algunas de las más devotas citas que la sacerdotisa Juthrin gustaba de incluir en su correspondencia. Las había memorizado más por la belleza de los caracteres que por su pío y cursi contenido, pero esperaba que aportaran credibilidad a su actuación.
Pronunciaba cada palabra alargando las pausas, como si tuviera dificultades para controlar su lengua y su boca, pero proyectando la voz, tal como Bhima le había enseñado, para que llegase hasta el último rincón de la plaza central de Rume. Una voz que hacía vibrar con un tono rasposo y discorde, como si llegara de algún lugar más allá de ella misma.
Cuando se hubo asegurado la atención de todos los presentes, se puso de pie con movimientos bruscos y tambaleantes, como si sus propios miembros le fueran ajenos, y se dirigió a su público, esta vez, imitando lo mejor que supo el acento local. Al menos, dentro de lo que permitía su hablar pausado y discorde.
—¡Los dioses se avergüenzan de esta blasfemia! ¡DEBERÍA DAROS VERGÜENZA!
Se dirigía a las sacras personalidades de la tribuna, deteniéndose por turnos para mantener la mirada de todos y cada uno de ellos.
—¡No permitiré que utiliceis mi nombre para cometer semejante atrocidad!
¡Ahí! Morena, melena lacia; había desviado la mirada. Solo por un instante. ¿Una muestra de piedad o…?(5)
No le sobraba el tiempo, los guardias habían comenzado a moverse en su dirección. «De perdidos, al río», se dijo, y se cuadró, señalando a la sacerdotisa con un dedo acusador.
—¡TÚ! —rugió. Avanzó un paso en su dirección y, otra vez—: ¡TÚ! —Otro paso—. ¡TÚ!
Obligando al miedo que se concentraba en su estómago a impulsar su diafragma, emitió un último alarido de dolor y se sacudió como si le estuvieran arrancando algo desde lo más profundo de sus entrañas.
Después, se desplomó inerte en el suelo.
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OFF: (1) Referencia a la pasiva racial Don Mágico.
(2) Dado que todo el pueblo está en la plaza para la ejecución y Eleandris habla en su post de intentar salvar a su amigo (si es que es su amigo), asumo que él también estará en la plaza.
(3) Utilizo mi Esencia Primordial de Agua: Quien beba del Elixir puede generar y controlar el elemento Agua como si fuera un brujo elementalista acorde a su nivel de personaje (pero sin técnicas avanzadas) por 2 rondas.
(4) A partir de aquí, estaré haciendo amplio uso de mi Carisma en general (nivel avanzado) y, en particular, de mi habilidad Elocuencia Irresistible: Mi vida en los bajos fondos, unida a mi formación académica me han dotado de una labia sin parangón. Mis mentiras y falacias tienen una mayor facilidad de pasar por verdades.
Me pongo también a merced de Eleandris.
(5) Me la juego con Peirak. Pelo liso y aparta la mirada… Si solo una sabe que esa barbaridad está mal, es porque sabe algo que las demás desconocen y creo que ese algo es que el asesino no está entre los condenados.
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
El fuego había consumido varias casas del pueblo y un pequeño contingente de aldeanos todavía se afanaba en apagar las ascuas que el viento conseguía revivir. Glath se había sumido en un estático silencio, mezcla de duelo, dolor y desesperanza. Sabían que los Paica acechaban la población, pero Tarek dudaba que el enfrentamiento hubiese adquirido antes la dimensión de lo acaecido aquella noche. Los rostros de los glathianos así lo delataban.
- ¿Por qué crees que lo hicieron? –le preguntó a la vampiresa, que se encontraba sentada a su lado. En aquel momento estalló una enardecida contienda entre los miembros del Gremio, referente a las profecías de una dudosa profetisa. Ella lo miró confusa- ¿Por qué se marcharon? Quiero decir, pudieron llevarse al resto de los líderes del gremio y acabar con la revuelta –un humano sentado delante de ellos se giró, con expresión ofendida, quizás por sus palabras, quizás por osar alzar la voz en medio de un consejo. Tarek le dedicó un gesto bastante contundente sobre qué podía hacer con su ofensa- Y está claro que nosotros tampoco pasamos desapercibidos –añadió.
El hombre-dragón no les había sacado la vista de encima mientras que, el que parecía el líder del escuadrón de los Paica, les daba aquel peculiar ultimátum a los habitantes de Glath. Suponía que la naturaleza de Caoimhe los había delatado, aunque reconocía que él tampoco era un individuo que pasase fácilmente desapercibido. La chica le había comentado, de camino hasta allí, las palabras que habían intercambiado el Paica y el dragón tras mirarlos: “sangre fresca”. ¿Qué habían querido decir con aquello?
- Mmm no sabría decirte –respondió entonces Caoimhe, tras meditarlo unos instantes- Lo poco que conozco de los de mi clase es que el único vínculo al que verdaderamente nos ligamos es la sangre. Pocas veces la ajena. Siempre la nuestra propia. ¿Quizás nunca fue el objetivo principal acabar del todo con el gremio? Capaz y tienen un plan mayor.
Tarek reflexionó sobre aquello, mientras una de las herreras del Gremio alzaba la voz para pedir la guerra. Instaba a los restantes artesanos a alzar sus armas y acabar con los Paica… “o morir en el intento”, pensó el elfo. En cualquier caso, la razón que había llevado al ejército de vampiros a indultar a todos los presentes era algo que no descubrirían allí sentados, en medio de una lucha de poder en el corazón del Gremio. Aunque tampoco tenían nada mejor que hacer. El líder de los Paica había dejado bien claro que las puertas de la ciudad estaban cerradas y que, cualquiera que se atreviese a cruzar sus límites, ardería, como lo habían hecho los campos que alimentaban a aquellas gentes que ahora discutían por su supervivencia.
Al grito de “¡POR LAUEPAR, POR GLATH! ¡MUERTE!” el gremio se alzó, sediento de sangre y venganza, por su líder apresado y por sus vecinos caídos. Como una marea embravecida, dejaron el edificio, alzando sus armas e instando al resto de la población a unirse a ellos.
- Morirán todos –murmuró Tarek para si.
- Quizás –la voz de Warham se escuchó junto a ellos- ¿Vais a uniros a la batalla? –preguntó entonces.
El peliblanco lo miró sin expresión unos instantes, antes de responder.
- ¿Unirnos a la batalla? –repitió su pregunta y, sin molestarse en contener la lengua, le contestó- Hace menos de una hora queríais ejecutarla –señaló a Caoimhe- solo por existir y ahora nos preguntas si vamos a unirnos a la batalla.
- Pero habéis venido hasta aquí –alegó el elfo de Glath.
- Porque nos obligasteis –le recordó Tarek- Cuando los Paica se retiraron, no nos dejasteis muchas opciones.
- La fjollkunig quiere veros –una voz infantil interrumpió la discusión. Ante ellos se encontraba la enviada de la profetisa, que acariciaba con tranquilidad al gran perro que la acompañaba. Tarek miró a la vampiresa con expresión inquisitiva.
-La fjollkuing puede pedir cita entonces. Al parecer Warham tiene un plan mejor para ambos -Caoimhe estaba empezando a impacientarse, el peliblanco podía verlo en sus gestos. Entonces dirigió su mirada bicolor hacia él y algo en su expresión mudó.
- Danos unos minutos –le pidió a Warham, que se afanaba en acallar la furibunda réplica de la niña.
Se puso entonces en pie y, haciéndole un gesto a Caoimhe, se dirigió al exterior del edificio del Gremio. Los pasos de la vampiresa se dejaron oír tras él. En la lejanía el grito de “¡POR LAUEPAR, POR GLATH! ¡MUERTE!” coreado por los glathianos, resonaba en la noche. Al parecer los artesanos no pretendían que su ataque sorprendiese al enemigo, puesto que le estaban cantando sus intenciones directamente a la cara. Una muestra de temeridad… y de estupidez.
Caminó entre las casas, hasta encontrarse lo suficientemente lejos de la sede del Gremio y de los avispados oídos de su congénere.
- No es por meterte presión –le dijo entonces a la chica-, pero estaría bien saber por qué estamos aquí o al menos cuál es el bando que tenemos que apoyar, según tus planes. Hagamos lo que hagamos, me trae sin cuidado, pero agradecería saber a quién no debemos ofender. No es que la cosa vaya a acabar peor de lo que ya está para mí, pero me gustaría evitar una muerte dolorosa.
- Lo cierto es… que no lo sé –respondió ella, decaída- había venido aquí para buscar al mejor artesano en el arte de la piedra curtida. Necesito información acerca de un espécimen en particular al que se le atribuyen… -paró entonces de hablar, como meditando sus siguientes palabras- ciertas cualidades que me son útiles. Sin embargo, tenía poca información sobre él… y lo he visto morir frente a mis ojos. Tan solo espero que su conocimiento no haya muerto con él y aún quede alguien que pueda ayudarme.
- Quizás yo pueda ayudar con eso –ambos se giraron entonces para ver, ante ellos, la pálida efigie del hombre dragón. Este se encontraba apoyado, con indolencia, contra el muro de una casa cercana, jugando con una daga entre sus manos. Sus ojos centrados en la vampiresa- Existen pocas cosas que los Paica no sepan.
- Supongo que el dinero no es su única forma de cobro, ¿no? –preguntó Tarek, dirigiendo la mano derecha a la empuñadura de su arma.
- Evidentemente no–respondió de sopetón el dragón. La expresión extrañada de su rostro dejó claro al elfo que el colgante de Cornelius seguía haciendo efecto. El hombre lo miró entonces con los ojos entrecerrados- Yo que tú no seguiría por ese derrotero, elfo. Morirás antes de desenvainarla.
Caoimhe agarró entonces de manera disimulada a Tarek por el codo, intentando que se sosegase. Con cierta reticencia, el peliblanco soltó el arma y mostró ambas manos, en señal de tregua. Aunque su rostro delataba que estaba lejos de desear dicha tregua.
- Está claro que nuestra presencia aquí ha hecho que tambalee parte de tu plan. Así que estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo. Tan solo dinos… ¿de qué otra manera se supone que hemos de comprar nuestra vida?
El hombre volvió a mirarlos a ambos, deteniendo su mirada unos instantes en el punto donde la mano de la vampiresa asía el brazo del elfo. Les dedicó entonces una amplia sonrisa y, guardándose la daga en el cinturón, avanzó hasta encontrarse a unos pasos de ellos.
- Nuestro líder quiere hablar contigo –le respondió a Caoimhe- Este pude acompañarte, si quieres –añadió señalando con la cabeza a Tarek- Estoy seguro de que disfrutaremos de su… agradable compañía.
Caoimhe le dedicó una significativa mirada, antes de avanzar tras el hombre-dragón. Este se había girado sin esperar respuesta, sabiendo de antemano que ambos iban a seguirle. El peliblanco apretó lo puños, conteniendo la ira que aquel ser despertaba en él. Tras unos segundos, siguió sus pasos.
- Aún puedes marcharte, Tarek –la vampiresa había aminorado la marcha, permitiendo que el elfo se pusiese a su altura- Quizás si lo haces ahora aún puedas alcanzar el camino principal en unos… 20 minutos –antes de que pudiese responder, ella continuó- Tan solo lo digo porque no sería la primera vez que me adentro en la complejidad de los problemas…. no quiero guiarte hasta ellos sin no es estrictamente necesario.
- Tu nuevo amigo me asaría como a un conejo antes de que alcanzase la linde del bosque más cercano –respondió lacónicamente el elfo. El dragón los observó sobre su hombro, dedicándoles una sonrisa. Estaba claro que los elfos y los vampiros no eran los únicos con un oído privilegiado- Además, prometí acompañarte en lo que fuese que tuvieses que hacer aquí. Mi promesa sigue en pie.
El Paica alado se había tomado bastantes molestias en guiarlos a través de la noche, por parajes desiertos. Los ciudadanos de Glath, reunidos en algún punto de la población, seguían clamando la muerte de los Paica, pero Tarek dudó que el dragón se desviase de la ruta más rápida por esa razón. Algo le dijo que aquel “trato” que estaban a punto de ofrecerles, debía seguir oculto a los oídos y ojos de los desgraciados habitantes de aquel asediado lugar.
Observó de reojo a Caoimhe. Aparentaba tranquilidad y confianza, pero algo en ella delataba nerviosismo e incertidumbre. Ninguno de los dos sabía a dónde se dirigían y ambos eran conscientes de que no habían tenido ningún tipo de elección en aquella decisión.
- Hemos llegado –anunció su guía, mientras se detenía frente a un almacén situado en la parte opuesta de la ciudad. Tras dar un par de golpes a la puerta, susurró unas palabras y la madera que cerraba la entrada se abrió para ellos- Nos vemos dentro –les indicó con socarronería, antes de desparecer en la oscuridad que albergaba el edificio.
Ambos permanecieron unos segundos ante la puerta entornada, en cuyo interior suponían se concentraban los cabecillas del ejército de mercenarios. Tarek posó una mano sobre el hombro de la vampiresa, dándole un ligero apretón.
- No es por escurrir el bulto. Pero es a ti a quien esperan, quizás debas ir delante –indicó, antes de añadir- Estaré justo detrás de ti, prometido.
- Espero que seas consciente de que vamos directos a una trampa -anunció ella de manera despreocupada- Quizás lo mejor es que sí que te mantengas tras de mi –añadió, ates de guiñarle un ojo y atravesar la puerta. Con un último asentimiento, el elfo la siguió
La sala que se abrió ante ellos parecía cualquier cosa, menos un almacén. Una mesa, en la que se distinguían oscuras manchas de sangre, presidía el centro de la estancia. A su alrededor, un número indeterminado de guerreros flanqueaban lo que parecía un mapa de Glath.
- La has encontrado –la voz le resultó familiar y le bastó una mirada a su autor para saber que se trataba del vampiro que había dado el ultimátum a la ciudad.
- Tal y como me pediste –respondió hombre-dragón junto a la puerta.
- Acercaos – indicó entonces el hombre, que rodeó la mesa para colocarse frente a ellos.
Solo entonces Tarek se percató de la angustiante realidad. Caoimhe podía tener razón y habían caminado directos hacia una trampa. Pero lo que era peor es que habían entrado, voluntariamente, en un nido de vampiros. Las manchas sobre la mesa tomaron entonces un significado diferente para el elfo, que notó como un sudor frío empezaba a formarse sobre su piel. Su compañera compartía raza con aquellos mercenarios, pero él no. Imágenes de lo sucedido en Urd acudieron a su mente. Allí no contaría con la bendición del sol. Estaría muerto mucho antes de que este saliese por el horizonte.
- ¿Te encuentras bien, elfo? –susurró el dragón a su oído, mientras colocaba una mano sobre su hombro- Pareces un poco pálido –añadió. Alargó entonces la mano para tomar su arma- Esto será mejor que lo guarde yo, mientras estéis aquí -se dirigió entonces hacia Caoimhe, no sin antes susurrarle- Me fiare de que no serás tan estúpido como para usar esas dagas que llevas encima.
Procedió entonces a pedirle a la vampiresa que entregase sus armas.
- Mera formalidad –comentó el líder de los Paica- Me aseguraré de que Dorian os lo devuelva todo antes de que os marchéis -observó entonces a Caoimhe con mirada evaluadora- Podrías tener un lugar entre nosotros, si así lo desases –le comentó- Tu éter indica que tienes potencial y tu rostro que tienes hambre –chasqueando los dedos, indicó a uno de sus subalternos que le acerase a la mujer una copa de sangre.
Caoimhe repudió la copa con un gesto de su mano, pero Tarek apenas fue consciente de ello, sumido todavía en los recuerdos de lo acontecido durante la expedición a isla Tortuga. Entonces notó el frío roce de una mano contra la suya. Caoimhe, quizás consciente de su turbación, se había colocado nuevamente a su lado. El gesto de la chica denotaba seguridad, aún a pesar de ligero temblor que transmitía sus dedos. Haciendo acopio del poco temple que le quedaba, el elfo alzó la vista, para encarar a su interlocutor, que en ese momento era increpado por la vampiresa.
- Estoy segura de que no me habéis traído aquí tan solo para alimentarme. Como podéis imaginar mi tiempo es muy valioso, por lo que os agradecería si cortásemos las formalidades y fuésemos al grano. ¿Qué necesitáis de mí que no hayáis podido quitarme por la fuerza?
El líder de los Paica les dedicó una sonrisa, mientras en la lejanía seguían escuchándose los gritos de “¡POR LAUEPAR, POR GLATH! ¡MUERTE!” proferidos por los ciudadanos de Glath.
- ¿Por qué crees que lo hicieron? –le preguntó a la vampiresa, que se encontraba sentada a su lado. En aquel momento estalló una enardecida contienda entre los miembros del Gremio, referente a las profecías de una dudosa profetisa. Ella lo miró confusa- ¿Por qué se marcharon? Quiero decir, pudieron llevarse al resto de los líderes del gremio y acabar con la revuelta –un humano sentado delante de ellos se giró, con expresión ofendida, quizás por sus palabras, quizás por osar alzar la voz en medio de un consejo. Tarek le dedicó un gesto bastante contundente sobre qué podía hacer con su ofensa- Y está claro que nosotros tampoco pasamos desapercibidos –añadió.
El hombre-dragón no les había sacado la vista de encima mientras que, el que parecía el líder del escuadrón de los Paica, les daba aquel peculiar ultimátum a los habitantes de Glath. Suponía que la naturaleza de Caoimhe los había delatado, aunque reconocía que él tampoco era un individuo que pasase fácilmente desapercibido. La chica le había comentado, de camino hasta allí, las palabras que habían intercambiado el Paica y el dragón tras mirarlos: “sangre fresca”. ¿Qué habían querido decir con aquello?
- Mmm no sabría decirte –respondió entonces Caoimhe, tras meditarlo unos instantes- Lo poco que conozco de los de mi clase es que el único vínculo al que verdaderamente nos ligamos es la sangre. Pocas veces la ajena. Siempre la nuestra propia. ¿Quizás nunca fue el objetivo principal acabar del todo con el gremio? Capaz y tienen un plan mayor.
Tarek reflexionó sobre aquello, mientras una de las herreras del Gremio alzaba la voz para pedir la guerra. Instaba a los restantes artesanos a alzar sus armas y acabar con los Paica… “o morir en el intento”, pensó el elfo. En cualquier caso, la razón que había llevado al ejército de vampiros a indultar a todos los presentes era algo que no descubrirían allí sentados, en medio de una lucha de poder en el corazón del Gremio. Aunque tampoco tenían nada mejor que hacer. El líder de los Paica había dejado bien claro que las puertas de la ciudad estaban cerradas y que, cualquiera que se atreviese a cruzar sus límites, ardería, como lo habían hecho los campos que alimentaban a aquellas gentes que ahora discutían por su supervivencia.
Al grito de “¡POR LAUEPAR, POR GLATH! ¡MUERTE!” el gremio se alzó, sediento de sangre y venganza, por su líder apresado y por sus vecinos caídos. Como una marea embravecida, dejaron el edificio, alzando sus armas e instando al resto de la población a unirse a ellos.
- Morirán todos –murmuró Tarek para si.
- Quizás –la voz de Warham se escuchó junto a ellos- ¿Vais a uniros a la batalla? –preguntó entonces.
El peliblanco lo miró sin expresión unos instantes, antes de responder.
- ¿Unirnos a la batalla? –repitió su pregunta y, sin molestarse en contener la lengua, le contestó- Hace menos de una hora queríais ejecutarla –señaló a Caoimhe- solo por existir y ahora nos preguntas si vamos a unirnos a la batalla.
- Pero habéis venido hasta aquí –alegó el elfo de Glath.
- Porque nos obligasteis –le recordó Tarek- Cuando los Paica se retiraron, no nos dejasteis muchas opciones.
- La fjollkunig quiere veros –una voz infantil interrumpió la discusión. Ante ellos se encontraba la enviada de la profetisa, que acariciaba con tranquilidad al gran perro que la acompañaba. Tarek miró a la vampiresa con expresión inquisitiva.
-La fjollkuing puede pedir cita entonces. Al parecer Warham tiene un plan mejor para ambos -Caoimhe estaba empezando a impacientarse, el peliblanco podía verlo en sus gestos. Entonces dirigió su mirada bicolor hacia él y algo en su expresión mudó.
- Danos unos minutos –le pidió a Warham, que se afanaba en acallar la furibunda réplica de la niña.
Se puso entonces en pie y, haciéndole un gesto a Caoimhe, se dirigió al exterior del edificio del Gremio. Los pasos de la vampiresa se dejaron oír tras él. En la lejanía el grito de “¡POR LAUEPAR, POR GLATH! ¡MUERTE!” coreado por los glathianos, resonaba en la noche. Al parecer los artesanos no pretendían que su ataque sorprendiese al enemigo, puesto que le estaban cantando sus intenciones directamente a la cara. Una muestra de temeridad… y de estupidez.
Caminó entre las casas, hasta encontrarse lo suficientemente lejos de la sede del Gremio y de los avispados oídos de su congénere.
- No es por meterte presión –le dijo entonces a la chica-, pero estaría bien saber por qué estamos aquí o al menos cuál es el bando que tenemos que apoyar, según tus planes. Hagamos lo que hagamos, me trae sin cuidado, pero agradecería saber a quién no debemos ofender. No es que la cosa vaya a acabar peor de lo que ya está para mí, pero me gustaría evitar una muerte dolorosa.
- Lo cierto es… que no lo sé –respondió ella, decaída- había venido aquí para buscar al mejor artesano en el arte de la piedra curtida. Necesito información acerca de un espécimen en particular al que se le atribuyen… -paró entonces de hablar, como meditando sus siguientes palabras- ciertas cualidades que me son útiles. Sin embargo, tenía poca información sobre él… y lo he visto morir frente a mis ojos. Tan solo espero que su conocimiento no haya muerto con él y aún quede alguien que pueda ayudarme.
- Quizás yo pueda ayudar con eso –ambos se giraron entonces para ver, ante ellos, la pálida efigie del hombre dragón. Este se encontraba apoyado, con indolencia, contra el muro de una casa cercana, jugando con una daga entre sus manos. Sus ojos centrados en la vampiresa- Existen pocas cosas que los Paica no sepan.
- Supongo que el dinero no es su única forma de cobro, ¿no? –preguntó Tarek, dirigiendo la mano derecha a la empuñadura de su arma.
- Evidentemente no–respondió de sopetón el dragón. La expresión extrañada de su rostro dejó claro al elfo que el colgante de Cornelius seguía haciendo efecto. El hombre lo miró entonces con los ojos entrecerrados- Yo que tú no seguiría por ese derrotero, elfo. Morirás antes de desenvainarla.
Caoimhe agarró entonces de manera disimulada a Tarek por el codo, intentando que se sosegase. Con cierta reticencia, el peliblanco soltó el arma y mostró ambas manos, en señal de tregua. Aunque su rostro delataba que estaba lejos de desear dicha tregua.
- Está claro que nuestra presencia aquí ha hecho que tambalee parte de tu plan. Así que estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo. Tan solo dinos… ¿de qué otra manera se supone que hemos de comprar nuestra vida?
El hombre volvió a mirarlos a ambos, deteniendo su mirada unos instantes en el punto donde la mano de la vampiresa asía el brazo del elfo. Les dedicó entonces una amplia sonrisa y, guardándose la daga en el cinturón, avanzó hasta encontrarse a unos pasos de ellos.
- Nuestro líder quiere hablar contigo –le respondió a Caoimhe- Este pude acompañarte, si quieres –añadió señalando con la cabeza a Tarek- Estoy seguro de que disfrutaremos de su… agradable compañía.
Caoimhe le dedicó una significativa mirada, antes de avanzar tras el hombre-dragón. Este se había girado sin esperar respuesta, sabiendo de antemano que ambos iban a seguirle. El peliblanco apretó lo puños, conteniendo la ira que aquel ser despertaba en él. Tras unos segundos, siguió sus pasos.
- Aún puedes marcharte, Tarek –la vampiresa había aminorado la marcha, permitiendo que el elfo se pusiese a su altura- Quizás si lo haces ahora aún puedas alcanzar el camino principal en unos… 20 minutos –antes de que pudiese responder, ella continuó- Tan solo lo digo porque no sería la primera vez que me adentro en la complejidad de los problemas…. no quiero guiarte hasta ellos sin no es estrictamente necesario.
- Tu nuevo amigo me asaría como a un conejo antes de que alcanzase la linde del bosque más cercano –respondió lacónicamente el elfo. El dragón los observó sobre su hombro, dedicándoles una sonrisa. Estaba claro que los elfos y los vampiros no eran los únicos con un oído privilegiado- Además, prometí acompañarte en lo que fuese que tuvieses que hacer aquí. Mi promesa sigue en pie.
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El Paica alado se había tomado bastantes molestias en guiarlos a través de la noche, por parajes desiertos. Los ciudadanos de Glath, reunidos en algún punto de la población, seguían clamando la muerte de los Paica, pero Tarek dudó que el dragón se desviase de la ruta más rápida por esa razón. Algo le dijo que aquel “trato” que estaban a punto de ofrecerles, debía seguir oculto a los oídos y ojos de los desgraciados habitantes de aquel asediado lugar.
Observó de reojo a Caoimhe. Aparentaba tranquilidad y confianza, pero algo en ella delataba nerviosismo e incertidumbre. Ninguno de los dos sabía a dónde se dirigían y ambos eran conscientes de que no habían tenido ningún tipo de elección en aquella decisión.
- Hemos llegado –anunció su guía, mientras se detenía frente a un almacén situado en la parte opuesta de la ciudad. Tras dar un par de golpes a la puerta, susurró unas palabras y la madera que cerraba la entrada se abrió para ellos- Nos vemos dentro –les indicó con socarronería, antes de desparecer en la oscuridad que albergaba el edificio.
Ambos permanecieron unos segundos ante la puerta entornada, en cuyo interior suponían se concentraban los cabecillas del ejército de mercenarios. Tarek posó una mano sobre el hombro de la vampiresa, dándole un ligero apretón.
- No es por escurrir el bulto. Pero es a ti a quien esperan, quizás debas ir delante –indicó, antes de añadir- Estaré justo detrás de ti, prometido.
- Espero que seas consciente de que vamos directos a una trampa -anunció ella de manera despreocupada- Quizás lo mejor es que sí que te mantengas tras de mi –añadió, ates de guiñarle un ojo y atravesar la puerta. Con un último asentimiento, el elfo la siguió
La sala que se abrió ante ellos parecía cualquier cosa, menos un almacén. Una mesa, en la que se distinguían oscuras manchas de sangre, presidía el centro de la estancia. A su alrededor, un número indeterminado de guerreros flanqueaban lo que parecía un mapa de Glath.
- La has encontrado –la voz le resultó familiar y le bastó una mirada a su autor para saber que se trataba del vampiro que había dado el ultimátum a la ciudad.
- Tal y como me pediste –respondió hombre-dragón junto a la puerta.
- Acercaos – indicó entonces el hombre, que rodeó la mesa para colocarse frente a ellos.
Solo entonces Tarek se percató de la angustiante realidad. Caoimhe podía tener razón y habían caminado directos hacia una trampa. Pero lo que era peor es que habían entrado, voluntariamente, en un nido de vampiros. Las manchas sobre la mesa tomaron entonces un significado diferente para el elfo, que notó como un sudor frío empezaba a formarse sobre su piel. Su compañera compartía raza con aquellos mercenarios, pero él no. Imágenes de lo sucedido en Urd acudieron a su mente. Allí no contaría con la bendición del sol. Estaría muerto mucho antes de que este saliese por el horizonte.
- ¿Te encuentras bien, elfo? –susurró el dragón a su oído, mientras colocaba una mano sobre su hombro- Pareces un poco pálido –añadió. Alargó entonces la mano para tomar su arma- Esto será mejor que lo guarde yo, mientras estéis aquí -se dirigió entonces hacia Caoimhe, no sin antes susurrarle- Me fiare de que no serás tan estúpido como para usar esas dagas que llevas encima.
Procedió entonces a pedirle a la vampiresa que entregase sus armas.
- Mera formalidad –comentó el líder de los Paica- Me aseguraré de que Dorian os lo devuelva todo antes de que os marchéis -observó entonces a Caoimhe con mirada evaluadora- Podrías tener un lugar entre nosotros, si así lo desases –le comentó- Tu éter indica que tienes potencial y tu rostro que tienes hambre –chasqueando los dedos, indicó a uno de sus subalternos que le acerase a la mujer una copa de sangre.
Caoimhe repudió la copa con un gesto de su mano, pero Tarek apenas fue consciente de ello, sumido todavía en los recuerdos de lo acontecido durante la expedición a isla Tortuga. Entonces notó el frío roce de una mano contra la suya. Caoimhe, quizás consciente de su turbación, se había colocado nuevamente a su lado. El gesto de la chica denotaba seguridad, aún a pesar de ligero temblor que transmitía sus dedos. Haciendo acopio del poco temple que le quedaba, el elfo alzó la vista, para encarar a su interlocutor, que en ese momento era increpado por la vampiresa.
- Estoy segura de que no me habéis traído aquí tan solo para alimentarme. Como podéis imaginar mi tiempo es muy valioso, por lo que os agradecería si cortásemos las formalidades y fuésemos al grano. ¿Qué necesitáis de mí que no hayáis podido quitarme por la fuerza?
El líder de los Paica les dedicó una sonrisa, mientras en la lejanía seguían escuchándose los gritos de “¡POR LAUEPAR, POR GLATH! ¡MUERTE!” proferidos por los ciudadanos de Glath.
Tarek Inglorien
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Ninguna de las dos figuras esbeltas reparó mas de dos segundos en la expresión de la niña acompañada por el perro. Si lo hubiesen hecho, quizás, se hubiesen percatado del vacío de sus ojos en el momento justo en el que Caoimhe y Tarek minimizaron sus palabras y decidieron ignorarla caminando lejos de su propia figura.
Sus manos menudas parecieron estremecerse bajo el pelaje del perro que la acompañaba, cerrándose a la vez que su cuerpo se estremecía mientras la luz de sus ojos comenzaba a desaparecer. Su mente volando a cualquier otro lugar distinto de allí.
Cuando volvió en si, las figuras de Tarek y Caoimhe habían desaparecido de su vista y a la pequeña no le quedó nada más que hacer que recular sobre sus propios pasos y perderse entre el clamor de la batalla incipiente. Notó algunas manos sobre sus hombros a medida que regresaba en su camino, muchas de las cuales inspiraron la sensación momentánea de sentirse parte del grupo.
Pero Hirmia nunca había sido parte de aquellos humanos inestables. Su cuerpo el vaso de una trama mayor que ella misma el mero portador de una verdad absoluta que posiblemente tan solo ella conocía.
Ella, obviamente y la Fjollkunig. No estaba segura a partir de que momento había empezado a usar diversos pronombres de manera indistinta, pero para aquel entonces algo tan simple y a la vez complejo como que su cuerpo no era más suyo que el suelo que pisaba estaba engranado en su mente.
El animal junto a ella gruñó en el momento justo en el que dejaron a la multitud de camino a la cabaña a la que se dirigían. Hirmia acarició su hocico haciéndolo callar, pero su compañero no cesó en su acción, intensificando sus ladridos. La niña continuo el camino planeado a pesar de aquello aunque por algún motivo pareció enlentecerse en su ultimo tramo de bajada.
Una sombra que se convirtió en persona alcanzo a ambas figuras al final de la bajada. Aquello no pareció molestar a la menor por lo que ambos caminaron de manera paralela durante algunos minutos, en silencio codo a codo como si tuviesen el mismo objetivo en mente y aún así ambos despuntabas acciones distintas.
En algún momento lo suficientemente lejos del bullicio a medio camino de la cabaña el hombre desenvainó su espada y la posó dos pasos frente a los de Hirmia a modo de muro invisible en su caminar.
-¿Hasta dónde vas a llevarme?- dijo el hombre
La niña alzó la cabeza como si justo se hubiese dado cuenta que el hombre acababa de aparecer. No contestó sin embargo, tan solo lo observó de manera respetuosa.
¿Acaso no te lo había dejado lo suficientemente claro? La vieja bruja no nos conviene, no cuando estamos a punto de hacer de nuestro apellido una pieza principal en la batalla. ¿No quieres que tu tío gane honra, dinero y futuro para la familia? Niña ingrata… debí abandonarte en el mismo pozo estancado donde encontré el cuerpo de tu padre.
-La fjollkunig ha hablado, tio. Me sorprende que an no te hayan pillado los del gremio.- dijo la niña y su voz cambió de pronto a una profundal y Madura. Sus gestos incluso parecieron envejecerse- Tan solo un traidor buscaría el honor de la Victoria tras haber traicionado a su propia familia-
El hombre abrió mucho los ojos enfurecido.
-La fjollkunig podrá haber hablado… pero mi palabra… es…. Ley-
Todo pasó muy rápido. La espada que tendría que estar combatiendo enemigos del gremio se posó sobre el cuello de su sobrina en un corte limpio y preciso.
El reguero de sangre en las patas del animal inundó la estancia de la cabaña antes si quiera de que la Fjollkunig notase la presencia del perro.
-Lo se- dijo lavoz de la anciana, aún dando la espalda al animal, sumida en un caldero de agua opaca y burbujeante- Imagino que tendremos que prepararnos para lo peor.
Sus manos menudas parecieron estremecerse bajo el pelaje del perro que la acompañaba, cerrándose a la vez que su cuerpo se estremecía mientras la luz de sus ojos comenzaba a desaparecer. Su mente volando a cualquier otro lugar distinto de allí.
Cuando volvió en si, las figuras de Tarek y Caoimhe habían desaparecido de su vista y a la pequeña no le quedó nada más que hacer que recular sobre sus propios pasos y perderse entre el clamor de la batalla incipiente. Notó algunas manos sobre sus hombros a medida que regresaba en su camino, muchas de las cuales inspiraron la sensación momentánea de sentirse parte del grupo.
Pero Hirmia nunca había sido parte de aquellos humanos inestables. Su cuerpo el vaso de una trama mayor que ella misma el mero portador de una verdad absoluta que posiblemente tan solo ella conocía.
Ella, obviamente y la Fjollkunig. No estaba segura a partir de que momento había empezado a usar diversos pronombres de manera indistinta, pero para aquel entonces algo tan simple y a la vez complejo como que su cuerpo no era más suyo que el suelo que pisaba estaba engranado en su mente.
El animal junto a ella gruñó en el momento justo en el que dejaron a la multitud de camino a la cabaña a la que se dirigían. Hirmia acarició su hocico haciéndolo callar, pero su compañero no cesó en su acción, intensificando sus ladridos. La niña continuo el camino planeado a pesar de aquello aunque por algún motivo pareció enlentecerse en su ultimo tramo de bajada.
Una sombra que se convirtió en persona alcanzo a ambas figuras al final de la bajada. Aquello no pareció molestar a la menor por lo que ambos caminaron de manera paralela durante algunos minutos, en silencio codo a codo como si tuviesen el mismo objetivo en mente y aún así ambos despuntabas acciones distintas.
En algún momento lo suficientemente lejos del bullicio a medio camino de la cabaña el hombre desenvainó su espada y la posó dos pasos frente a los de Hirmia a modo de muro invisible en su caminar.
-¿Hasta dónde vas a llevarme?- dijo el hombre
La niña alzó la cabeza como si justo se hubiese dado cuenta que el hombre acababa de aparecer. No contestó sin embargo, tan solo lo observó de manera respetuosa.
¿Acaso no te lo había dejado lo suficientemente claro? La vieja bruja no nos conviene, no cuando estamos a punto de hacer de nuestro apellido una pieza principal en la batalla. ¿No quieres que tu tío gane honra, dinero y futuro para la familia? Niña ingrata… debí abandonarte en el mismo pozo estancado donde encontré el cuerpo de tu padre.
-La fjollkunig ha hablado, tio. Me sorprende que an no te hayan pillado los del gremio.- dijo la niña y su voz cambió de pronto a una profundal y Madura. Sus gestos incluso parecieron envejecerse- Tan solo un traidor buscaría el honor de la Victoria tras haber traicionado a su propia familia-
El hombre abrió mucho los ojos enfurecido.
-La fjollkunig podrá haber hablado… pero mi palabra… es…. Ley-
Todo pasó muy rápido. La espada que tendría que estar combatiendo enemigos del gremio se posó sobre el cuello de su sobrina en un corte limpio y preciso.
El reguero de sangre en las patas del animal inundó la estancia de la cabaña antes si quiera de que la Fjollkunig notase la presencia del perro.
-Lo se- dijo lavoz de la anciana, aún dando la espalda al animal, sumida en un caldero de agua opaca y burbujeante- Imagino que tendremos que prepararnos para lo peor.
Caoimhe
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Podía sentir la adrenalina quemándole las venas, cómo el amarillo de sus ojos se tornaba de un anaranjado salvaje sediento de sangre. Podía, claro que hubiera podido descuartizar cada miembro de aquellos guardias con sus mismos dientes, pero ese no era el plan. Leo la frenó en seco tirando de su brazo hacia él tras analizar la situación asombrosamente rápido. La abrazó cubriéndola entera con su cuerpo.
-Ya he visto esos ojos antes, contrólate. -Le susurró al oído. -Tengo un cuchillo en el cinto, cógelo. Aunque dudo que te haga falta. -Añadió alzando las manos en señal de paz a la vez que dos guardias se acercaban lentos pero decididos a la pareja.
Nana tomó aire y guardó el puñal entre los pliegues de las pieles que la cubrían y se abrazó a Leo, aferrándose al único plan que tenían, o al menos el único viable.
-Llora un poco o algo, mujer. -Volvió a susurrar antes de darle un beso en la cabeza.
Allí, conteniendo las ganas de hacer añicos cada trozo de aquellos guardias, hizo como que sollozaba en los brazos de su amigo, o mejor dicho, su marido.
-¡Por favor! Mi mujer tiene miedo, solo queremos seguir hacia el Norte, no tenemos nada que ver con esto. -Leo alzó aún más las manos para dejar al descubierto su cinto, el cual ya no llevaba armas. -¡Estamos desarmados! Lo juro por nuestros hijos. -Añadió llevando lentamente la mano al zurrón que colgaba de su cinto.
Los guardias se pararon a escasos metros de ambos, se miraron y rieron, uno de ellos dejó caer la punta de su espada sobre el suelo, arrastrándola con agresividad por el suelo para que chirriase el metal contra los adoquines del mercado. Aquel sonido sí que hizo estremecerse a la loba que había agudizado todos sus sentidos preparados para batalla. Mascullaron algo de nuevo riendo entre ellos.
-¿Tenéis dinero? Del de verdad. -Preguntó el más pequeño de los dos, aunque ataviados con aquel uniforme de cuero y rodeados de pieles con aquellos cascos no había rasgos definitorios para cada uno de ellos más que la estatura.
Leo asintió con la cabeza y sacó del zurrón un saquito de cuero que tintineó al caer al suelo delante de ellos. Nana se despegó ligeramente de su amigo para poder divisar cómo al otro extremo de la plaza se hacían más grandes los ríos de sangre. Sangre y nieve. El más fornido alzó la bolsa con la punta de la espada y la lanzó al aire un par de veces, evaluando el peso y las monedas de su interior. Chascó la lengua con decepción.
-¡Hay más en la carreta! -Gritó Leo.
Nana se mantenía inmóvil, con la respiración agitada, intentando controlar sus impulsos más viscerales.
-Sabes que se quieren quedar con el dinero y matarnos, ¿No?
-¡Pero está escondido! Si nos lleváis os podéis quedar con lo que queráis, y nosotros seguiremos nuestro viaje.
Ambos se miraron y asintieron sin decir nada, alzaron sus mandobles para colocarlos en posición defensiva y el más bajito hizo un ademán con la cabeza para que los siguieran. Leo la tomó de la mano y caminó delante de ella, haciendo lo que se esperaría de una pareja de rancio abolengo.
-Tu turno. -Dijo Leo a penas en un susurro ininteligible para el oído humano. -Cuando salgamos de la ciudad, no antes.
Nana asintió con la cabeza sin decir nada. Caminaron por los callejones en sentido contrario al de la puerta principal donde se encontraba su carreta, precedidos por aquellos guardias. Nana pudo analizarlos, armaduras de cuero relativamente fáciles de atravesar, espadas grandes pero melladas y de filo sin pulir, que no mataban al corte, sino al golpe. Adversarios en general mediocres y sin experiencia en un combate real en igualdad de condiciones. Sin darse cuenta se adelantó unos pasos a Leo ansiada por clavarles las garras, Leo le apretó la mano con fuerza para que relajase el paso. Se cruzaron con otros guardias de características parecidas que corrían de aquí para allá persiguiendo a los alborotadores. Cambiaron radicalmente el rumbo hacia el Sur de la ciudad. Leo analizaba en silencio cada una de las calles, miraba el cielo en busca de algún tipo de orientación que Nana nunca llegaría a entender. Por alguna extraña razón la puerta Sur se encontraba casi vacía, quizá las reyertas en el mercado se habían complicado lo suficiente para necesitar a todo el grueso de guardia. Nana apretó con fuerza el puñal que había escondido entre las pieles, cuando cruzasen la puerta era el momento.
-Venga, no os rezaguéis. -Espetó el guardia más grande, aligerando el paso.
Matarlos y quedarse el dinero para ellos, era el modus operandi de cualquier mercenario, pero si aquellos hombres no debían lealtad a aquel pueblo, ¿Quiénes eran? ¿Y por qué aquel pueblo alejado de la mano de todos los dioses no estaba bajo la jurisdicción de Dundarak? Aquellas preguntas pasaron por la mente de la loba, pero era Leo quien maquinaba intrigas políticas en su cabeza.
Pasaron por fin la puerta Sur, una puerta angosta para ser una puerta principal, a penas cabían de dos en dos. Leo apretaba la mano de Nana por fuerza, indicándole que aquel no era aún el momento preciso. Caminaron por la nieve por un burgo abandonado del poblado, casas medio derruidas tapaban lo que por su cúpula redondeada y los materiales de construcción empleados parecía un lugar de culto que aún se mantenía en pie entre nieve y escombros. La mano de Leo se aflojó. Y entonces.
A penas hubo tiempo de gritos, Nana se abalanzó por la espalda al guardia más alto, clavándole el cuchillo en la yugular *. La sangre salió a borbotones manchando la inmaculada nieve. A penas pudo levantar el mandoble el más pequeño de ambos, sorprendido por ser Nana quien encontró el acero, anteponiendo la capa de piel a modo de escudo y su brazo al mandoble lo repelió, haciéndole retroceder lo suficiente para abalanzarse sobre él y clavarle el puñal en la axila aprovechando la postura, directo al corazón. Se incorporó, llevándose la mano al brazo que había repelido el ataque, esbozó una pequeña mueca de molestia y se giró hacia Leo.
-Haberme dejado a mi el pequeño. -Bromeó Leo adelantándose hacia su amiga y agachándose junto a los cuerpos para examinarlos. -¿Crees que eran dragones?
-Es lo que se espera en este lado del mundo, ¿No? Vamos antes de que pase alguien por aquí y nos encuentre.
-¿No te da curiosidad qué pasa en este pueblo? -Leo alzó la cabeza hacia Nana, que miraba al frente, intentando ubicarse para llegar hasta la carreta.
-Para nada.
___________
*Rápida y letal: [1 turno] [2 usos] Mi agilidad me permite abalanzarme sobre mis presas a gran velocidad tras acecharlas y asestar el primer golpe incluso en mi forma antropomorfa.
-Ya he visto esos ojos antes, contrólate. -Le susurró al oído. -Tengo un cuchillo en el cinto, cógelo. Aunque dudo que te haga falta. -Añadió alzando las manos en señal de paz a la vez que dos guardias se acercaban lentos pero decididos a la pareja.
Nana tomó aire y guardó el puñal entre los pliegues de las pieles que la cubrían y se abrazó a Leo, aferrándose al único plan que tenían, o al menos el único viable.
-Llora un poco o algo, mujer. -Volvió a susurrar antes de darle un beso en la cabeza.
Allí, conteniendo las ganas de hacer añicos cada trozo de aquellos guardias, hizo como que sollozaba en los brazos de su amigo, o mejor dicho, su marido.
-¡Por favor! Mi mujer tiene miedo, solo queremos seguir hacia el Norte, no tenemos nada que ver con esto. -Leo alzó aún más las manos para dejar al descubierto su cinto, el cual ya no llevaba armas. -¡Estamos desarmados! Lo juro por nuestros hijos. -Añadió llevando lentamente la mano al zurrón que colgaba de su cinto.
Los guardias se pararon a escasos metros de ambos, se miraron y rieron, uno de ellos dejó caer la punta de su espada sobre el suelo, arrastrándola con agresividad por el suelo para que chirriase el metal contra los adoquines del mercado. Aquel sonido sí que hizo estremecerse a la loba que había agudizado todos sus sentidos preparados para batalla. Mascullaron algo de nuevo riendo entre ellos.
-¿Tenéis dinero? Del de verdad. -Preguntó el más pequeño de los dos, aunque ataviados con aquel uniforme de cuero y rodeados de pieles con aquellos cascos no había rasgos definitorios para cada uno de ellos más que la estatura.
Leo asintió con la cabeza y sacó del zurrón un saquito de cuero que tintineó al caer al suelo delante de ellos. Nana se despegó ligeramente de su amigo para poder divisar cómo al otro extremo de la plaza se hacían más grandes los ríos de sangre. Sangre y nieve. El más fornido alzó la bolsa con la punta de la espada y la lanzó al aire un par de veces, evaluando el peso y las monedas de su interior. Chascó la lengua con decepción.
-¡Hay más en la carreta! -Gritó Leo.
Nana se mantenía inmóvil, con la respiración agitada, intentando controlar sus impulsos más viscerales.
-Sabes que se quieren quedar con el dinero y matarnos, ¿No?
-¡Pero está escondido! Si nos lleváis os podéis quedar con lo que queráis, y nosotros seguiremos nuestro viaje.
Ambos se miraron y asintieron sin decir nada, alzaron sus mandobles para colocarlos en posición defensiva y el más bajito hizo un ademán con la cabeza para que los siguieran. Leo la tomó de la mano y caminó delante de ella, haciendo lo que se esperaría de una pareja de rancio abolengo.
-Tu turno. -Dijo Leo a penas en un susurro ininteligible para el oído humano. -Cuando salgamos de la ciudad, no antes.
Nana asintió con la cabeza sin decir nada. Caminaron por los callejones en sentido contrario al de la puerta principal donde se encontraba su carreta, precedidos por aquellos guardias. Nana pudo analizarlos, armaduras de cuero relativamente fáciles de atravesar, espadas grandes pero melladas y de filo sin pulir, que no mataban al corte, sino al golpe. Adversarios en general mediocres y sin experiencia en un combate real en igualdad de condiciones. Sin darse cuenta se adelantó unos pasos a Leo ansiada por clavarles las garras, Leo le apretó la mano con fuerza para que relajase el paso. Se cruzaron con otros guardias de características parecidas que corrían de aquí para allá persiguiendo a los alborotadores. Cambiaron radicalmente el rumbo hacia el Sur de la ciudad. Leo analizaba en silencio cada una de las calles, miraba el cielo en busca de algún tipo de orientación que Nana nunca llegaría a entender. Por alguna extraña razón la puerta Sur se encontraba casi vacía, quizá las reyertas en el mercado se habían complicado lo suficiente para necesitar a todo el grueso de guardia. Nana apretó con fuerza el puñal que había escondido entre las pieles, cuando cruzasen la puerta era el momento.
-Venga, no os rezaguéis. -Espetó el guardia más grande, aligerando el paso.
Matarlos y quedarse el dinero para ellos, era el modus operandi de cualquier mercenario, pero si aquellos hombres no debían lealtad a aquel pueblo, ¿Quiénes eran? ¿Y por qué aquel pueblo alejado de la mano de todos los dioses no estaba bajo la jurisdicción de Dundarak? Aquellas preguntas pasaron por la mente de la loba, pero era Leo quien maquinaba intrigas políticas en su cabeza.
Pasaron por fin la puerta Sur, una puerta angosta para ser una puerta principal, a penas cabían de dos en dos. Leo apretaba la mano de Nana por fuerza, indicándole que aquel no era aún el momento preciso. Caminaron por la nieve por un burgo abandonado del poblado, casas medio derruidas tapaban lo que por su cúpula redondeada y los materiales de construcción empleados parecía un lugar de culto que aún se mantenía en pie entre nieve y escombros. La mano de Leo se aflojó. Y entonces.
A penas hubo tiempo de gritos, Nana se abalanzó por la espalda al guardia más alto, clavándole el cuchillo en la yugular *. La sangre salió a borbotones manchando la inmaculada nieve. A penas pudo levantar el mandoble el más pequeño de ambos, sorprendido por ser Nana quien encontró el acero, anteponiendo la capa de piel a modo de escudo y su brazo al mandoble lo repelió, haciéndole retroceder lo suficiente para abalanzarse sobre él y clavarle el puñal en la axila aprovechando la postura, directo al corazón. Se incorporó, llevándose la mano al brazo que había repelido el ataque, esbozó una pequeña mueca de molestia y se giró hacia Leo.
-Haberme dejado a mi el pequeño. -Bromeó Leo adelantándose hacia su amiga y agachándose junto a los cuerpos para examinarlos. -¿Crees que eran dragones?
-Es lo que se espera en este lado del mundo, ¿No? Vamos antes de que pase alguien por aquí y nos encuentre.
-¿No te da curiosidad qué pasa en este pueblo? -Leo alzó la cabeza hacia Nana, que miraba al frente, intentando ubicarse para llegar hasta la carreta.
-Para nada.
___________
*Rápida y letal: [1 turno] [2 usos] Mi agilidad me permite abalanzarme sobre mis presas a gran velocidad tras acecharlas y asestar el primer golpe incluso en mi forma antropomorfa.
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
MirzaUn oro problemático.
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En las calles aledañas, la humedad que envolvía el puerto, a sentir del elfo, se reducía lo necesario para dejar de sentir que se entrelazaba con los huesos. No obstante, cerró la capa por delante, dejando sólo su rostro a merced del viento que saludaba tras cada nuevo recodo.
Cuanto estaba ocurriendo fue solapándose paso a paso con lo vivido aún más al oeste, en las costas del gran mar, un año atrás. Sonrió, tranquilo, al haber acudido solo en esa ocasión a los páramos septentrionales. La búsqueda de una sola persona había desembocado en una batalla. Ahora, tomaría el escudo, si Eghishe Leodi no había mentido o adornado sus escritos como tantos otros. Búsquedas de cientos de horas de lecturas antes de partir. Restaba comprobar el lugar indicado por el humano.
Aún se encontraba planteándose la manera de eludir a los guardias cuando atrapó su atención la única estructura arquitectónica que suponía un contraste con el resto de las edificaciones que había observado en Mirza. Una cúpula que, a pesar de su pequeño tamaño, no podía más que recordarle el estilo imperante en la urbe de Dundarak. Resultaba natural que la influencia del país de los dracónidos se extendiese por todo el norte en más ámbitos que el religioso, apreció.
Una breve calma, justo antes de desenvainar ante una escena que continuaba dejando a esa población inmersa en una racha de asesinatos brutal para el escaso tiempo desde que el elfo había cruzado sus puertas. Dos milicianos muertos, a los pies de una pareja cuya vestimenta resultaba incluso más adecuada que la suya propia para el clima nórdico. Ambos de cabello oscuro, ni el granate del espadachín, ni la sensación típica que irradiaban los demonios de las islas meridionales notaron punto alguno, por lo que Nou relajó mínimamente sus músculos. La mujer, no obstante, presentaba una llamativa tonalidad en sus ojos, tan distinta a la del Indirel como el oro de la plata.
Cayó entonces en la cuenta que ya les había visto poco antes. Eran quienes habían sido detenidos en la plaza cuando los guerrilleros del lugar la cerraron por mor de la pequeña escaramuza que había tenido lugar. Interiormente, se alegró de que hubiesen sido capaces de liberarse, y un gesto en su rostro indicó una valoración apreciativa ante la habilidad mostrada. Pues ninguno había sufrido un solo rasguño. Devolvió la espada a la vaina con calculada lentitud. Aunque no entraba en sus planes matar para conseguir la entrada al templo, no era menos cierto que le habían solventado el primer inconveniente. La prisa resolvió por él la interacción con aquellos desconocidos. Pronto habría abandonado Mirza y sus problemas.
-Nousis- se presentó con una ligera sonrisa, y comenzó a caminar en dirección al interior del templo- He venido por las ruinas de Mir-i-Zanû. Aunque podáis protegeros- su voz se fue debilitando al tiempo que sus pasos descendían, escogiendo el subterráneo de entre las dos sendas posibles, la segunda de las cuales, a la misma altura que la calle, llevaba al interior del propio y avejentado santuario- tened cuidado. Mirza está mucho peor de lo que ya parece.
Confiando que esa pareja atendiese a sus advertencias, el hijo de Sandorai se internó en los restos de una Antigüedad que, para él, siempre sumaba admiración y decepción a partes iguales. Pocos en el continente, sospechaba, se habían adentrado en tantas ocasiones como él en lugares con los cuales ya nadie poseía conexión alguna, más allá de investigaciones o, torció el gesto, infructuosos o exitosos saqueos.
A las puertas de la primera estancia, tomó de su bolsa de viaje los útiles necesarios y fruto de la experiencia, escaso fue el tiempo en el que la luz de una antorcha bañó el lugar. No había lugar a dudas, se dijo Nou con ánimo nublado. Estatuas rotas, desmadejadas por todo el perímetro. Columnas con filigranas ornamentales arrancadas. Nichos desiertos. Los lugareños habían tomado tiempo atrás todo lo de valor. Exhaló profundamente. ¿Tan largo viaje para una nueva decepción?
Ninguno de ellos sabía qué hacían allí. La búsqueda de otras vetas de hierro llevaba semanas resultando infructuosa, y los castigos físicos por la continua recogida de roca y más roca inservible crispaba el humor de Birakra. Nadie ya en el túnel tres se encontraba ileso de marcas de su látigo. Nadie en ese lugar creía una palabra de la liberación que les había sido prometida.
Algo llamó la atención del reo que picaba a la mayor profundidad. Dejó su herramienta a un lado, y con la yema de los dedos, esparció la oscura capa que la piedra rota a sus pies había dejado. No, aquello no era hierro.
Era oro.
___________________
Datos sobre Mirza:
- Túnnar ha puesto en alerta a todos los milicianos
- Los milicianos asesinados no tardarán apenas en ser encontrados
- El subterráneo tiene trampas. Hay zonas no saqueadas aún
- Al día siguiente, el primer carro con oro parte a Dundarak
Cuanto estaba ocurriendo fue solapándose paso a paso con lo vivido aún más al oeste, en las costas del gran mar, un año atrás. Sonrió, tranquilo, al haber acudido solo en esa ocasión a los páramos septentrionales. La búsqueda de una sola persona había desembocado en una batalla. Ahora, tomaría el escudo, si Eghishe Leodi no había mentido o adornado sus escritos como tantos otros. Búsquedas de cientos de horas de lecturas antes de partir. Restaba comprobar el lugar indicado por el humano.
Aún se encontraba planteándose la manera de eludir a los guardias cuando atrapó su atención la única estructura arquitectónica que suponía un contraste con el resto de las edificaciones que había observado en Mirza. Una cúpula que, a pesar de su pequeño tamaño, no podía más que recordarle el estilo imperante en la urbe de Dundarak. Resultaba natural que la influencia del país de los dracónidos se extendiese por todo el norte en más ámbitos que el religioso, apreció.
Una breve calma, justo antes de desenvainar ante una escena que continuaba dejando a esa población inmersa en una racha de asesinatos brutal para el escaso tiempo desde que el elfo había cruzado sus puertas. Dos milicianos muertos, a los pies de una pareja cuya vestimenta resultaba incluso más adecuada que la suya propia para el clima nórdico. Ambos de cabello oscuro, ni el granate del espadachín, ni la sensación típica que irradiaban los demonios de las islas meridionales notaron punto alguno, por lo que Nou relajó mínimamente sus músculos. La mujer, no obstante, presentaba una llamativa tonalidad en sus ojos, tan distinta a la del Indirel como el oro de la plata.
Cayó entonces en la cuenta que ya les había visto poco antes. Eran quienes habían sido detenidos en la plaza cuando los guerrilleros del lugar la cerraron por mor de la pequeña escaramuza que había tenido lugar. Interiormente, se alegró de que hubiesen sido capaces de liberarse, y un gesto en su rostro indicó una valoración apreciativa ante la habilidad mostrada. Pues ninguno había sufrido un solo rasguño. Devolvió la espada a la vaina con calculada lentitud. Aunque no entraba en sus planes matar para conseguir la entrada al templo, no era menos cierto que le habían solventado el primer inconveniente. La prisa resolvió por él la interacción con aquellos desconocidos. Pronto habría abandonado Mirza y sus problemas.
-Nousis- se presentó con una ligera sonrisa, y comenzó a caminar en dirección al interior del templo- He venido por las ruinas de Mir-i-Zanû. Aunque podáis protegeros- su voz se fue debilitando al tiempo que sus pasos descendían, escogiendo el subterráneo de entre las dos sendas posibles, la segunda de las cuales, a la misma altura que la calle, llevaba al interior del propio y avejentado santuario- tened cuidado. Mirza está mucho peor de lo que ya parece.
Confiando que esa pareja atendiese a sus advertencias, el hijo de Sandorai se internó en los restos de una Antigüedad que, para él, siempre sumaba admiración y decepción a partes iguales. Pocos en el continente, sospechaba, se habían adentrado en tantas ocasiones como él en lugares con los cuales ya nadie poseía conexión alguna, más allá de investigaciones o, torció el gesto, infructuosos o exitosos saqueos.
A las puertas de la primera estancia, tomó de su bolsa de viaje los útiles necesarios y fruto de la experiencia, escaso fue el tiempo en el que la luz de una antorcha bañó el lugar. No había lugar a dudas, se dijo Nou con ánimo nublado. Estatuas rotas, desmadejadas por todo el perímetro. Columnas con filigranas ornamentales arrancadas. Nichos desiertos. Los lugareños habían tomado tiempo atrás todo lo de valor. Exhaló profundamente. ¿Tan largo viaje para una nueva decepción?
[...]
Ninguno de ellos sabía qué hacían allí. La búsqueda de otras vetas de hierro llevaba semanas resultando infructuosa, y los castigos físicos por la continua recogida de roca y más roca inservible crispaba el humor de Birakra. Nadie ya en el túnel tres se encontraba ileso de marcas de su látigo. Nadie en ese lugar creía una palabra de la liberación que les había sido prometida.
Algo llamó la atención del reo que picaba a la mayor profundidad. Dejó su herramienta a un lado, y con la yema de los dedos, esparció la oscura capa que la piedra rota a sus pies había dejado. No, aquello no era hierro.
Era oro.
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Datos sobre Mirza:
- Túnnar ha puesto en alerta a todos los milicianos
- Los milicianos asesinados no tardarán apenas en ser encontrados
- El subterráneo tiene trampas. Hay zonas no saqueadas aún
- Al día siguiente, el primer carro con oro parte a Dundarak
AssuTambores de hielo
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Pocas veces en su vida había sufrido Iluna Sigwaru una furia como la que la consumió al ser despertada pocas y cortas horas tas haber conciliado el sueño esa noche. El pueblo de Assu había perdido a su mebaragesi, y la joven, asumiendo un cargo codiciado desde hacía cinco largos años, no dudaba que tomar el control de la ciudad no le llevaría más allá de unos días. Los más reivindicativos caerían bajo su helada belleza y cuando las huestes fuesen convocadas para apoyar a… los suyos… nadie osaría alzar la voz.
Pero el puerto había sufrido un atentado que había imposibilitado el transporte a través del lago de parte de las fuerzas de invasión. Nada más conocer cual de los navíos había sido completamente destruido, la nueva regente de Assu entrecerró los ojos, comprendiendo que unas de sus piezas había decidido jugar a su propia manera. Atenta, metódica, Iluna siempre había buscado la utilidad que cada criatura pudiese proporcionarle, hasta que era preciso desecharla, en el momento que su aportación resultaba menor que el peligro que conllevaba. Esa forastera la había desafiado y debía morir.
El líder de las milicias assurias, el capitán Pariakan, saludó con deferencia nada más entrar en los aposentos de la hija de su antiguo señor. Para él, la cuestión de la sucesión resultaba tan nítida como los cristales de la mujer que tenía ante sí. Unos que creía manchados de la sangre de su padre.
El vestido de la bruja arrastró por el suelo, tras ponerse en pie y con las manos escondidas bajo las mangas acampanadas de éste, se colocó a tres pasos de Pariakan. Una suave sonrisa se mantenía cincelada en los labios de la, hasta unas horas, princesa.
-Ésta misma noche- comenzó mirándolo sin apenas parpadear- Una humana, forastera, acudió a verme buscando a Otto Kriorin. Como ya sabrás, su barco ha resultado destruido por una explosión que ha dañado parte del puerto. Es una criminal peligrosa, que carece de empatía alguna. Ordena a nuestras tropas que la den caza como a un animal. Por el bien del pueblo, no puedo tener preferencia si es capturada viva o muerta.
El oficial asintió, mostrando un notable esfuerzo asesinando su propia reacción ante la mención a esa característica que tampoco observaba en la señora de Assu.
-¿Sabes donde se encuentra mi hermano, capitán…?- inquirió cambiando abruptamente la senda de la conversación. Una brevísima expresión de perplejidad tiñó los ojos de su subordinado, que ella captó al instante.
-Me temo que no, mebaragesi- negó con respeto- Ha dado esquinazo a aquellos que suelo enviar para vigilarle. Existen rumores de que ha abandonado la ciudad tras… lo ocurrido.
Iluna bajó su rostro hacia un lado.
-Comprendo… ¿Conoces tus obligaciones a partir de ahora, cierto, capitán?
-Lo capturaré para vos, mi señora- ella asintió complacida.
-Debemos sacar a Otto de Assu- añadió- Los envíos de Dundarak no tardarán en llegar, y si esa inoportuna extranjera terminase con él, sería inconveniente para lo que está por llegar. Asígnale el mejor escuadrón de que dispongamos, y envíalo con la sacerdotisa. Pronto se hará con Rume, y ella podrá protegerlo. Eso es todo- terminó, y el soldado comprendió que debía retirarse.
Cuando volvió a encontrarse sola con sus pensamientos, Iluna suspiró, lamentándose por no poder prescindir aún de Pariakan. Él no podía deponerla, su ascendiente sobre la tropa no era mayor a la lealtad de éstos a la familia gobernante. Pero ella tampoco tenía la fuerza suficiente para asesinar al maestro de su hermano Nipal. Si los suyos provocaban disturbios, el plan mayor podría venirse abajo. Y ella misma entonces estaría en peligro.
Lo vigilaría. Cuando la guerra con Mirza comenzase, una baja más sería perfectamente comprensible, se dijo, sonriendo.
Algo dentro de él se rompió, y el deseo de llorar anegó su interior, paralizándole antes de que la lógica lo impulsase a escapar. Muchas, muchas veces en los últimos tiempos había chocado contra las intenciones de su padre, mas siempre buscando hacerle comprender que trataba de llevar a los suyos por el camino menos peligroso. La proclamación de su hermana había dejado claro cómo su progenitor había perdido la vida. Siempre había tenido razón en temer a Iluna, se dijo, entristecido. Ya no podía salvar a Assu desde su propia tierra natal. Ella no tendría piedad por el último aspirante que podía disputarle la hegemonía.
Corrió con la presteza de quien sabe que un paso en falso en una sentencia de muerte. A través de los callejones, sorteó las avenidas principales, pero ella fue un paso por delante. Aún quedaban unos doscientos pasos para el portón más cercano, cuando fue avistado por un pequeño grupo de protectores de la ciudad, quienes dieron la alarma y comenzaron una persecución que eliminó la sangre del rostro del hijo del difunto Nyver.
______________________
Datos sobre Assu
- Toda la guardia urbana comenzará a buscar a Iori en menos de una hora
- Las puertas están cerradas. Nipal debe buscar su forma de escapar... o quien lo ayude.
- Otto Kriorin estará muy bien protegido, y se irá por la puerta opuesta a la que espera usar Nipal para escapar. Tal vez en Rume sea más fácil atraparlo.
Pero el puerto había sufrido un atentado que había imposibilitado el transporte a través del lago de parte de las fuerzas de invasión. Nada más conocer cual de los navíos había sido completamente destruido, la nueva regente de Assu entrecerró los ojos, comprendiendo que unas de sus piezas había decidido jugar a su propia manera. Atenta, metódica, Iluna siempre había buscado la utilidad que cada criatura pudiese proporcionarle, hasta que era preciso desecharla, en el momento que su aportación resultaba menor que el peligro que conllevaba. Esa forastera la había desafiado y debía morir.
El líder de las milicias assurias, el capitán Pariakan, saludó con deferencia nada más entrar en los aposentos de la hija de su antiguo señor. Para él, la cuestión de la sucesión resultaba tan nítida como los cristales de la mujer que tenía ante sí. Unos que creía manchados de la sangre de su padre.
El vestido de la bruja arrastró por el suelo, tras ponerse en pie y con las manos escondidas bajo las mangas acampanadas de éste, se colocó a tres pasos de Pariakan. Una suave sonrisa se mantenía cincelada en los labios de la, hasta unas horas, princesa.
-Ésta misma noche- comenzó mirándolo sin apenas parpadear- Una humana, forastera, acudió a verme buscando a Otto Kriorin. Como ya sabrás, su barco ha resultado destruido por una explosión que ha dañado parte del puerto. Es una criminal peligrosa, que carece de empatía alguna. Ordena a nuestras tropas que la den caza como a un animal. Por el bien del pueblo, no puedo tener preferencia si es capturada viva o muerta.
El oficial asintió, mostrando un notable esfuerzo asesinando su propia reacción ante la mención a esa característica que tampoco observaba en la señora de Assu.
-¿Sabes donde se encuentra mi hermano, capitán…?- inquirió cambiando abruptamente la senda de la conversación. Una brevísima expresión de perplejidad tiñó los ojos de su subordinado, que ella captó al instante.
-Me temo que no, mebaragesi- negó con respeto- Ha dado esquinazo a aquellos que suelo enviar para vigilarle. Existen rumores de que ha abandonado la ciudad tras… lo ocurrido.
Iluna bajó su rostro hacia un lado.
-Comprendo… ¿Conoces tus obligaciones a partir de ahora, cierto, capitán?
-Lo capturaré para vos, mi señora- ella asintió complacida.
-Debemos sacar a Otto de Assu- añadió- Los envíos de Dundarak no tardarán en llegar, y si esa inoportuna extranjera terminase con él, sería inconveniente para lo que está por llegar. Asígnale el mejor escuadrón de que dispongamos, y envíalo con la sacerdotisa. Pronto se hará con Rume, y ella podrá protegerlo. Eso es todo- terminó, y el soldado comprendió que debía retirarse.
Cuando volvió a encontrarse sola con sus pensamientos, Iluna suspiró, lamentándose por no poder prescindir aún de Pariakan. Él no podía deponerla, su ascendiente sobre la tropa no era mayor a la lealtad de éstos a la familia gobernante. Pero ella tampoco tenía la fuerza suficiente para asesinar al maestro de su hermano Nipal. Si los suyos provocaban disturbios, el plan mayor podría venirse abajo. Y ella misma entonces estaría en peligro.
Lo vigilaría. Cuando la guerra con Mirza comenzase, una baja más sería perfectamente comprensible, se dijo, sonriendo.
[…]
Algo dentro de él se rompió, y el deseo de llorar anegó su interior, paralizándole antes de que la lógica lo impulsase a escapar. Muchas, muchas veces en los últimos tiempos había chocado contra las intenciones de su padre, mas siempre buscando hacerle comprender que trataba de llevar a los suyos por el camino menos peligroso. La proclamación de su hermana había dejado claro cómo su progenitor había perdido la vida. Siempre había tenido razón en temer a Iluna, se dijo, entristecido. Ya no podía salvar a Assu desde su propia tierra natal. Ella no tendría piedad por el último aspirante que podía disputarle la hegemonía.
Corrió con la presteza de quien sabe que un paso en falso en una sentencia de muerte. A través de los callejones, sorteó las avenidas principales, pero ella fue un paso por delante. Aún quedaban unos doscientos pasos para el portón más cercano, cuando fue avistado por un pequeño grupo de protectores de la ciudad, quienes dieron la alarma y comenzaron una persecución que eliminó la sangre del rostro del hijo del difunto Nyver.
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Datos sobre Assu
- Toda la guardia urbana comenzará a buscar a Iori en menos de una hora
- Las puertas están cerradas. Nipal debe buscar su forma de escapar... o quien lo ayude.
- Otto Kriorin estará muy bien protegido, y se irá por la puerta opuesta a la que espera usar Nipal para escapar. Tal vez en Rume sea más fácil atraparlo.
GlathVictorias pírricas
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Dalmás nunca pudo explicárselo. En los cálculos del paica jamás había entrado la derrota. Habían combatido en otras guerras, siempre al servicio del mejor postor. Los nobles de Dundarak solían hacer uso de la compañía para sus batalla privadas, sabotear fuera de sus fronteras, o eliminar oponentes. Que treinta y cinco herreros sin organización alguna y más valor que sentido común les hubiesen puesto en fuga… era algo más que vergonzoso. Nadie pensó en esperar a los vampiros, que se habían llevado al líder del gremio del Hierro. Tenían superioridad numérica, y una experiencia en lucha callejera mucho mayor que sus oponentes.
Que ahora los cazaban como a ratas. Había visto como dos jabalinas traspasaban el cuerpo de uno de esos bastardos, y aún así, había alcanzado a dar un último golpe con su maza antes de caer de rodillas, negándose a morir sin llevarse a otro de sus compañeros por delante. ¿Por qué demonios luchaban? Se preguntaba Dalmás, empuñando sus espadas cortas. Sus tres azagayas, yacían en la oscuridad, tras la primera lluvia de lanzas con la que saludaron a esos incautos. Una infernal casualidad. Dos aciertos entre sesenta lanzamientos. Los dioses estaban protegiendo a los malditos glathios. Nunca vio algo similar, se dijo asustado, cuando un largo martillo de guerra empuñado por uno de esos herreros apareció al doblar la esquina. El paica se puso en guardia, confrontándolo, cuando sintió un dolor inenarrable tras un extraño sonido.
Su cráneo reventó por la parte posterior, y Dalmás murió, con los ojos abiertos, sin volver a ver nada más.
Varios vampiros levantaron la cabeza, y el propio Arabaster perdió momentáneamente el interés por la chiquilla morena y el elfo. Sangre, abundante. La gula ronroneó en sus entrañas. Había satisfecho su apetito horas atrás, pero aquel dispendio de violencia no podía dejarle indiferente. Por desgracia, sus órdenes habían sido claras. Impedir la toma de su parte de Glath, y proteger a Riyeth. La ofensiva corría del lado de los auténticos Paica. Su grupo estaba inclinado a la defensa, y al miedo. Por un momento, se irritó, cuestionando la tardanza de los mineros de Mirza. Deseaba dejar aquel páramo helado, pero las operaciones de habían ralentizado. Alguien no estaba cumpliendo su cometido, y creía sospechar de quien se trataba. Cuando llegase, todo debía estar dispuesto. Por ello los utilizaría.
-Dorian, comprueba que todo va como esperamos- pidió el vampiro al dracónido. Éste paseó la vista por Caoimhe y Tarek, antes de asentir.
-Estaré de vuelta en dos o tres días- aseguró, dejando las armas de los forasteros a uno de los vampiros de Arabaster. Éste asintió antes de retomar la palabra, con sus ojos de depredador sostenidos en los de la prestamista.
-De modo que habéis llegado a Glath buscando algo
Exaltados, los herreros clamaron victoria. Nunca antes habían visto huir a los Paica, y sus corazones de inflamaron, deseosos de completar la tarea, y asaltar el cuartel de las tropas mercenarias, así como la mansión de Riyeth. Era la hora, decían, era la hora, exclamaban cada vez más alto.
Pero uno entre ellos, uno de los cuatro trabajadores que primero se habían unido a Lauepar en el levantamiento contra los excesivos impuestos, alzó las manos, en un gesto de calma, buscando tranquilizar el ansia de sangre que comprendía sentían los suyos. Kaan elevó su voz:
-¡Hermanos! ¡Hemos logrado algo impensable!- las risas de júbilo acompañaron sus palabras- ¡PERO DEBEMOS REGRESAR AL HIERRO!
La faz de parte de quienes habían arriesgado su vida en ese campo de batalla de las calles de Glath mostró molestia, e incluso, desprecio. Gritos trataron de acallarse, sin éxito.
-¡No todos combatieron!- se justificó Kaan- ¡¿Queréis perder lo que hemos logrado?! ¡Hemos debilitado al enemigo, reagrupémonos, y levantemos nuevas defensas! ¡Podemos recuperarnos y atacar mañana, con la luz, si es nuestro deseo!
Sus argumentos hicieron que muchos entre los herreros se miraran entre sí. A pesar de varios, el sosiego del orador comenzaba a extinguir las llamas de la venganza. Todos miraron entonces a Wrahan, quien asintió. Ese fue el auténtico final de la batalla.
-Egel, Vinhes- ordenó- hacedle una visita a la fjollkunig y traedla al Hierro. Tengo algunas preguntas que hacerle- ambos partieron de inmediato. Y el resto, regresó.
_______________________
Datos sobre Glath
- Los Paica han perdido el factor de superioridad numérica
- A los herreros les quedan pocos días de víveres
- Dorian ha partido a Mirza
Que ahora los cazaban como a ratas. Había visto como dos jabalinas traspasaban el cuerpo de uno de esos bastardos, y aún así, había alcanzado a dar un último golpe con su maza antes de caer de rodillas, negándose a morir sin llevarse a otro de sus compañeros por delante. ¿Por qué demonios luchaban? Se preguntaba Dalmás, empuñando sus espadas cortas. Sus tres azagayas, yacían en la oscuridad, tras la primera lluvia de lanzas con la que saludaron a esos incautos. Una infernal casualidad. Dos aciertos entre sesenta lanzamientos. Los dioses estaban protegiendo a los malditos glathios. Nunca vio algo similar, se dijo asustado, cuando un largo martillo de guerra empuñado por uno de esos herreros apareció al doblar la esquina. El paica se puso en guardia, confrontándolo, cuando sintió un dolor inenarrable tras un extraño sonido.
Su cráneo reventó por la parte posterior, y Dalmás murió, con los ojos abiertos, sin volver a ver nada más.
[…]
Varios vampiros levantaron la cabeza, y el propio Arabaster perdió momentáneamente el interés por la chiquilla morena y el elfo. Sangre, abundante. La gula ronroneó en sus entrañas. Había satisfecho su apetito horas atrás, pero aquel dispendio de violencia no podía dejarle indiferente. Por desgracia, sus órdenes habían sido claras. Impedir la toma de su parte de Glath, y proteger a Riyeth. La ofensiva corría del lado de los auténticos Paica. Su grupo estaba inclinado a la defensa, y al miedo. Por un momento, se irritó, cuestionando la tardanza de los mineros de Mirza. Deseaba dejar aquel páramo helado, pero las operaciones de habían ralentizado. Alguien no estaba cumpliendo su cometido, y creía sospechar de quien se trataba. Cuando llegase, todo debía estar dispuesto. Por ello los utilizaría.
-Dorian, comprueba que todo va como esperamos- pidió el vampiro al dracónido. Éste paseó la vista por Caoimhe y Tarek, antes de asentir.
-Estaré de vuelta en dos o tres días- aseguró, dejando las armas de los forasteros a uno de los vampiros de Arabaster. Éste asintió antes de retomar la palabra, con sus ojos de depredador sostenidos en los de la prestamista.
-De modo que habéis llegado a Glath buscando algo
[...]
Exaltados, los herreros clamaron victoria. Nunca antes habían visto huir a los Paica, y sus corazones de inflamaron, deseosos de completar la tarea, y asaltar el cuartel de las tropas mercenarias, así como la mansión de Riyeth. Era la hora, decían, era la hora, exclamaban cada vez más alto.
Pero uno entre ellos, uno de los cuatro trabajadores que primero se habían unido a Lauepar en el levantamiento contra los excesivos impuestos, alzó las manos, en un gesto de calma, buscando tranquilizar el ansia de sangre que comprendía sentían los suyos. Kaan elevó su voz:
-¡Hermanos! ¡Hemos logrado algo impensable!- las risas de júbilo acompañaron sus palabras- ¡PERO DEBEMOS REGRESAR AL HIERRO!
La faz de parte de quienes habían arriesgado su vida en ese campo de batalla de las calles de Glath mostró molestia, e incluso, desprecio. Gritos trataron de acallarse, sin éxito.
-¡No todos combatieron!- se justificó Kaan- ¡¿Queréis perder lo que hemos logrado?! ¡Hemos debilitado al enemigo, reagrupémonos, y levantemos nuevas defensas! ¡Podemos recuperarnos y atacar mañana, con la luz, si es nuestro deseo!
Sus argumentos hicieron que muchos entre los herreros se miraran entre sí. A pesar de varios, el sosiego del orador comenzaba a extinguir las llamas de la venganza. Todos miraron entonces a Wrahan, quien asintió. Ese fue el auténtico final de la batalla.
-Egel, Vinhes- ordenó- hacedle una visita a la fjollkunig y traedla al Hierro. Tengo algunas preguntas que hacerle- ambos partieron de inmediato. Y el resto, regresó.
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Datos sobre Glath
- Los Paica han perdido el factor de superioridad numérica
- A los herreros les quedan pocos días de víveres
- Dorian ha partido a Mirza
RumeMáscaras rotas
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Como una onda de horror y consternación, el pueblo de Rume concentrado en torno a la plaza mostró la más variada colección de gestos conectados a la sorpresa y al temor. Niños, adultos, ancianos… todos y cada uno de los hombres y mujeres fueron incapaces de perder un solo detalle de las palabras y movimientos de esa extranjera. ¿Cómo hacerlo? ¿Quién no había conversado con Juthrin en algún momento de los últimos años? ¿Quién no reconocería sus palabras llegadas desde una tumba inmerecida? Todos, todos sabían que un espíritu atormentado podía lanzar maleficios, pudrir las cosechas, provocar enfermedades. ¿Qué no sería capaz una alta sacerdotisa? Una mujer de muy avanzada edad se llevó una mano al pecho, sentándose respirando con dificultad, antes de ser atendida por su hijo.
Pero nadie en toda la congregación tuvo más terror que Peirak, con los ojos cada vez más abiertos cuanto la forastera más se acercaba al lugar donde ella y sus compañeras se encontraban reunidas. Güiz´Rmon alzó la vista desde su pequeña estatura hacia la religiosa, netamente asombrado. Y cuando ésta echó a correr hacia el templo, Fayna, Irleis y Merkland la siguieron con mayor lentitud, tras unas vacilaciones que truncaron las ejecuciones que estaban previstas. Sólo la última contempló a Reike un único segundo, traicionada por un odio visceral, justo antes de que la bruja cayese al suelo fruto de su actuación.
Los kadosh, en número de trece, parecieron no saber qué hacer ante el abandono de las sacerdotisas. Con las miradas puestas en el templo, pasaron revista a los lugareños, quienes mostraban claros signos de miedo, pero también de desafío y furia. Tot´Zarak, su líder, limpió su extraña arma en el cuerpo de Seig Yusne, de un modo que únicamente indicaba aburrimiento.
-Lleváos a los demás de vuelta a los calabozos- ordenó- Ya continuaremos con los traidores mañana.
Los guerreros seglares al servicio del templo asintieron, arrastrando al resto de condenados de vuelta al santuario de Rume. No pocos de los habitantes del poblado gritaron entre la cólera y la imploración por los suyos, por sus vecinos, por piedad. Nada recibieron de los kadosh más allá de un silencio sepulcral.
Güiz´Rmon permaneció sentado en la tarima desde donde las religiosas habían presidido la ceremonia de castigo. Con su pequeño báculo descansando en sus patas inferiores, sus grandes ojos dejaban claro que no comprendía lo que estaba ocurriendo. Se levantó, acercándose a Tot´Zarak, retaguardia de la columna de los suyos que se dirigía hacia lo alto con los prisioneros.
Éste no le dio opción alguna siquiera a abrir sus fauces.
-Apártate, bestia- espetó con un desprecio abrumador- Tus días aquí están contados.
El aludido volvió a tomar su cayado con ambas manos, y bajó la cabeza, sin seguir a la comitiva. ¿Qué estaba pasando…? Se preguntó, apenado, dirigiendo sus pasos a los desnivelados jardines que rodeaban el templo.
En la parte más sagrada del santuario del poblado, protegido el perímetro por los kadosh, las cuatro sacerdotisas evidenciaban un nerviosismo que nunca había formado parte de sus cónclaves. Peirak se mordía una de las uñas de la mano izquierda, ante la mirada del resto de la clérigas. Sólo Irleis sonreía con suficiencia.
-No tiene sentido- proclamó la rubia Merkland, caminando por la estancia circular. En cuatro esbeltas columnas se sustentaba la parte final de los arcos que a su vez, daban ser a las pechinas que sujetaban un tejado abovedado en unas medidas que no superaban los veinte pasos de puerta a puerta de la construcción. Todo cuanto transmitía era belleza y paz.
-Juthrin está muerta- aseguró Fayna- todas lo hemos visto- su mirada dejó entrever un instante el horror del momento en que contemplaron el cadáver de su superior.
-¿Y qué ha pasado ahí?- preguntó Peirak- ¿¡Por qué yo?!- su angustia era palpable- ¡Yo siempre...
-Sí, sabemos cuando te gustaba lamerle las botas- desdeñó Merkland. Ambas llegaron a encararse, iracundas.
Irleis consiguió calmar las aguas con un sencillo recordatorio.
-Tenemos que escoger a la sucesora de Juthrin. Y después de lo ocurrido, los aldeanos no te aceptarán, Peirak.
Los ojos de ésta se mostraron estupefactos, y Fayna disimuló una sonrisa victoriosa. Peirak miró a cada una de sus compañeras, y no encontró el menor apoyo.
-Una de vosotras la mató- acusó en tono sibilante- No vais a manchar su legado, os lo prometo- amenazó antes de abandonar el santasanctorum.
_____________________
Datos sobre Rume
- Güiz´Rmon aparece golpeado a las afueras del templo, con su bastón roto
- Peirak deja el templo, seguida por varios kadosh
- Algunos pueblerinos en la taberna quieren exigir explicaciones, envalentonados por el alcohol, a las sacerdotisas en el propio templo.
Pero nadie en toda la congregación tuvo más terror que Peirak, con los ojos cada vez más abiertos cuanto la forastera más se acercaba al lugar donde ella y sus compañeras se encontraban reunidas. Güiz´Rmon alzó la vista desde su pequeña estatura hacia la religiosa, netamente asombrado. Y cuando ésta echó a correr hacia el templo, Fayna, Irleis y Merkland la siguieron con mayor lentitud, tras unas vacilaciones que truncaron las ejecuciones que estaban previstas. Sólo la última contempló a Reike un único segundo, traicionada por un odio visceral, justo antes de que la bruja cayese al suelo fruto de su actuación.
Los kadosh, en número de trece, parecieron no saber qué hacer ante el abandono de las sacerdotisas. Con las miradas puestas en el templo, pasaron revista a los lugareños, quienes mostraban claros signos de miedo, pero también de desafío y furia. Tot´Zarak, su líder, limpió su extraña arma en el cuerpo de Seig Yusne, de un modo que únicamente indicaba aburrimiento.
-Lleváos a los demás de vuelta a los calabozos- ordenó- Ya continuaremos con los traidores mañana.
Los guerreros seglares al servicio del templo asintieron, arrastrando al resto de condenados de vuelta al santuario de Rume. No pocos de los habitantes del poblado gritaron entre la cólera y la imploración por los suyos, por sus vecinos, por piedad. Nada recibieron de los kadosh más allá de un silencio sepulcral.
Güiz´Rmon permaneció sentado en la tarima desde donde las religiosas habían presidido la ceremonia de castigo. Con su pequeño báculo descansando en sus patas inferiores, sus grandes ojos dejaban claro que no comprendía lo que estaba ocurriendo. Se levantó, acercándose a Tot´Zarak, retaguardia de la columna de los suyos que se dirigía hacia lo alto con los prisioneros.
Éste no le dio opción alguna siquiera a abrir sus fauces.
-Apártate, bestia- espetó con un desprecio abrumador- Tus días aquí están contados.
El aludido volvió a tomar su cayado con ambas manos, y bajó la cabeza, sin seguir a la comitiva. ¿Qué estaba pasando…? Se preguntó, apenado, dirigiendo sus pasos a los desnivelados jardines que rodeaban el templo.
[...]
En la parte más sagrada del santuario del poblado, protegido el perímetro por los kadosh, las cuatro sacerdotisas evidenciaban un nerviosismo que nunca había formado parte de sus cónclaves. Peirak se mordía una de las uñas de la mano izquierda, ante la mirada del resto de la clérigas. Sólo Irleis sonreía con suficiencia.
-No tiene sentido- proclamó la rubia Merkland, caminando por la estancia circular. En cuatro esbeltas columnas se sustentaba la parte final de los arcos que a su vez, daban ser a las pechinas que sujetaban un tejado abovedado en unas medidas que no superaban los veinte pasos de puerta a puerta de la construcción. Todo cuanto transmitía era belleza y paz.
-Juthrin está muerta- aseguró Fayna- todas lo hemos visto- su mirada dejó entrever un instante el horror del momento en que contemplaron el cadáver de su superior.
-¿Y qué ha pasado ahí?- preguntó Peirak- ¿¡Por qué yo?!- su angustia era palpable- ¡Yo siempre...
-Sí, sabemos cuando te gustaba lamerle las botas- desdeñó Merkland. Ambas llegaron a encararse, iracundas.
Irleis consiguió calmar las aguas con un sencillo recordatorio.
-Tenemos que escoger a la sucesora de Juthrin. Y después de lo ocurrido, los aldeanos no te aceptarán, Peirak.
Los ojos de ésta se mostraron estupefactos, y Fayna disimuló una sonrisa victoriosa. Peirak miró a cada una de sus compañeras, y no encontró el menor apoyo.
-Una de vosotras la mató- acusó en tono sibilante- No vais a manchar su legado, os lo prometo- amenazó antes de abandonar el santasanctorum.
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Datos sobre Rume
- Güiz´Rmon aparece golpeado a las afueras del templo, con su bastón roto
- Peirak deja el templo, seguida por varios kadosh
- Algunos pueblerinos en la taberna quieren exigir explicaciones, envalentonados por el alcohol, a las sacerdotisas en el propio templo.
Nousis Indirel
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