89. Una compañía hacia el caos [Privado]
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
La grava que cubría en camino crujió bajo sus pies, según se acercaba a los límites de la aldea de Glath. El humo se alzaba de los campos colindantes, aplacando el ya de por sí oscuro cielo que marcaba el inicio de la noche. El silencio reinaba a su alrededor, como un lamento a la muerte y destrucción, que habían dejado huellas más que visibles en la aldea. Tarek se preguntó cuánto tiempo más podría aguantar aquella aldea antes de desaparecer del mapa y cuantos de sus vecinos habría perecido ya, al amparo de una guerra cuyas razones le seguían siendo ajenas. Quizás los glathianos estaban condenados a desaparecer, como muchos otros pueblos antes que ellos, para convertirse en un susurrado recuerdo del pasado.
El líder de los Paica había parecido seguro de su victoria, tanto cuando lo habían enfrentado tras la muerte de Lauepar, como en su furtivo encuentro posterior. Sin embargo, su semblante había mudado ante la noticia del avanece del Gremio en su encarnizada lucha por recuperar la población. Había enviado al hombre-dragón, al tal Dorian, a comprobar que sus planes seguían en marcha y entonces… A lo lejos divisó la figura de Caimhe, en el mismo lugar en el que se habían encontrado a su llegada al pueblo. Igual que en aquella ocasión, miraba a su alrededor, quizás nerviosa, quizás con preocupación.
Tarek avanzó hasta ella, deteniéndose en el establo cercano, para dejar a su caballo. Un par de figuras se deslizaron cerca de ellos, hasta los montículos funerarios que se dispersaban fuera de los limites del pueblo. El elfo se preguntó si la ausencia del tal Dorian les habría dado valor para abandonar la “protección” del pueblo, tras la poco sutil amenaza de líder de los Paica. Probablemente el dragón había sido la única baza del vampiro para mantener a la gente dentro de los límites de la población. Pero, ¿cómo se habían enterado de la partida del guerrero de los Paica? Quizás, la urgencia de su misión lo había impelido a transformarse y surcar el cielo de Glath, privando a su líder de una de sus mayores ventajas.
- ¿Todo bien? –preguntó dirigiéndose a la vampiresa, antes de darse cuenta de que, cada vez que una pregunta abandonaba sus labios, la chica se veía impelida a contestar con la verdad.
Intentó no recabar demasiado en los detalles de lo que le estaba diciendo, a fin de no hacer más difícil la situación… o quizás simplemente para no sentirse culpable por no haberle contado a ella el peculiar efecto del colgante. En su favor, apenas habían tenido tiempo para hablar desde que habían llegado a Glath y, los pocos momentos en los que habían podido intercambiar pareceres, siempre habían estado rodeados de gente. No deseaba engañar a la vampiresa, pero tampoco exponer la escasa ventaja que Cornelius le había podido proporcionar al darle aquella joya maldita.
Caminaron sin hablar demasiado, hacia el centro del pueblo. La destrucción era patente en todas partes, aunque apenas parecía haber más desperfectos que la primera vez que habían recorrido aquel mismo camino. Quizás la batalla desencadenada por el Gremio, tras la tormentosa reunión, había sucedido en otro escenario. Recordó que el dracónido había evitado precisamente aquella área, pero quizás tras su paso, la contienda y la destrucción se habían movilizado a otra zona del pueblo.
Al igual que la primera vez, varias ventanas se abrieron y cerraron a su paso. A lo lejos distinguió una pequeña sombra escabulléndose entre las casas. Aparte de eso, ni una sola alma se cruzó con ellos en todo el camino hasta el centro de la aldea. Las barricadas seguían en el mismo lugar que la última vez que habían estado allí… al igual que las dos casas que habían ardido tras el ataque de los Paica y que, extrañamente, se encontraban en ese momento enteras y sin rastro de los efectos del fuego. El elfo las observó extrañado. El Gremio, por lo que había entendido a Caoimhe y a los miembros del mismo, era experto en el trabajo del metal y la piedra, no tanto en el de la madera. Además, dudaba que reconstruir dos pallozas fuese algo prioritario en medio de un conflicto armado que amenazaba con acabar con sus vidas y su libertad.
Detuvo entonces sus pasos, cuando una nueva idea cruzó, inesperadamente, a su mente.
- Los campos no estaban quemados –dijo, más para sí, que para su compañera- ¿Ese no es Lauepar?
Ante ellos, un grupo de artesanos del Gremio, encabezados por su no-tan-fallecido líder, se dirigía hacia ellos, blandiendo los grandes martillos de la forja. El peliblanco los observó estupefacto. ¿Se trataba todo aquello de una ilusión? ¿Acaso los glathianos pretendían engañar a los Paica con falsas verdades? ¿O eran los propios Paica los que habían jugado con las mentes de sus contrincantes? Quizás nunca habían apresado y ejecutado a Lauepar. En cualquier caso, la masa enfurecida se dirigía en aquel momento hacia ellos.
- ¿Están…? –no acabó la pregunta pues, como por inercia, dirigió su mirada a la izquierda, donde el ejército de mercenarios había ubicado la vez anterior a sus tiradores. Los mismos tiradores que en ese momento se preparaban para lanzar las primeras jabalinas incendiarias.
Sin embargo, la reacción del elfo debió llamar la atención de algunos miembros del Gremio, que dirigieron a su vez la mirada hacia los tejados aledaños. Un grito de “¡A CUBIERTO!” puso sobre aviso a los pocos despistados que todavía contemplaban a los dos extranjeros que habían llegado hasta el centro del pueblo. El grupo de artesanos se dispersó, al tiempo que hacían sonar algún tipo de mecanismo de alarma, por el que los habitantes de las casas más cercanas a las barricadas, abandonaron las viviendas para buscar refugio en otras más alejadas.
Las jabalinas cruzaron el cielo, como lo habían hecho en la ocasión anterior, pero impactaron sobre casas vacías. Mientras, los guerreros del Gemio se agruparon en formación al amparo de las barricadas. Un nuevo aviso y una orden de ataque, dieron inicio a un encarnizado combate entre los glathianos y un pequeño contingente de Paica.
Tarek observó todo aquello como si de una representación teatral se tratase. Llegó incluso a plantearse si su percepción no estaría demasiado alejada de la realidad. Al fin y al cabo, ¿cómo podían volver los muertos a la vida y reconstruirse casas en cuestión de horas? Además, aquella escena que discurría ante sus ojos, aunque con ligeros cambios, era exactamente igual a la que habían presenciado a su llegada a la aldea.
Una nueva jabalina incendiaria pasó cerca de ellos y, percatándose de que no estaban lo suficientemente lejos del peligro, tomó a la vampiresa por la muñeca y tiró de ella para alejarse de allí. Sin embargo, no tomó la misma ruta que en la ocasión anterior, si no que se internó en un callejón cercano.
- Dime que no estoy loco si te pregunto si ya ha pasado todo esto antes –se asomó a la calle principal, solo para ver que continuaba la contienda, al parecer en favor de los miembros del Gremio- Ese era Lauepar –afirmó, volviendo a mirar a la chica- Estaba muerto. Vimos su cadáver arrastrado por dos Paica, después de que el dragón arrasase los campos del pueblo –guardó silencio un segundo- Los campos no estaban quemados –afirmó, esa vez con más contundencia- Cuando nos encontramos hace un rato, estaban helados. Solo salía humo de las piras funerarias –la miró con expresión de incomprensión- ¿A dónde demonios hemos venido? –preguntó entonces.
La respuesta de la chica fue tan insatisfactoria como había esperado. Algo sucedía en aquel lugar y, de alguna manera, ellos se habían visto implicados.
- Espero que no se trate de algún tipo de artimaña para atraer clientes o visitantes, porque sinceramente, me parece de muy mal gusto –comentó, intentando buscar una respuesta sencilla a aquella inusitada situación.
Un nuevo grito cruzó el cielo. Parecía provenir de la zona ocupada por el Gremio y, pronto, volvió a repetirse, lo suficientemente cerca, como para que ambos pudiesen discernir el mensaje.
- ¡Han atrapado a Warham! –la voz del muchacho que los había confrontado, junto con el elfo herrero, pasó no muy lejos ellos, mientras se dirigía probablemente al lugar de la batalla.
- Te juro que, si esto es algún tipo de broma o treta de las gentes de Glath, voy a hacer arder este pueblo hasta sus cimientos –comentó el elfo con inusitada seriedad.
El estruendo de las alas de un dragón batiendo sobre ellos les hizo alzar la vista, solo para distinguir la oscura silueta de Dorian sobre ellos. La contienda en la plaza del pueblo se vio abocada abruptamente a su fin, cuando bajo un nuevo grito de “¡A CUBIERTO!”, todos los combatientes se internaron entre las casas del pueblo. Por algún extraño azar del destino, el propio Lauepar, junto con dos de sus artesanos-guerreros, acabaron en la misma callejuela que ellos.
- ¿Y vosotros quiénes sois? –preguntó con extrañeza, una vez hubo comprobado que el dragón había abandonado los límites de la aldea. Reparó entonces en Caoimhe- ¡Es una de ellos! –gritó, alzado su martillo.
Sus dos acompañantes imitaron su gento, amenazantes, dispuestos a avanzar contra ellos. Igual que en la ocasión anterior, el elfo se interpuso entre la vampiresa y los artesanos.
- Va a ser una noche larga… -murmuró para sí, antes de preguntar, con toda la intención de obtener una respuesta verdadera- ¿Qué está pasando en este maldito pueblo?
Entonces, los helados campos alrededor de Glath comenzaron a arder bajo las llamas del dragón.
El líder de los Paica había parecido seguro de su victoria, tanto cuando lo habían enfrentado tras la muerte de Lauepar, como en su furtivo encuentro posterior. Sin embargo, su semblante había mudado ante la noticia del avanece del Gremio en su encarnizada lucha por recuperar la población. Había enviado al hombre-dragón, al tal Dorian, a comprobar que sus planes seguían en marcha y entonces… A lo lejos divisó la figura de Caimhe, en el mismo lugar en el que se habían encontrado a su llegada al pueblo. Igual que en aquella ocasión, miraba a su alrededor, quizás nerviosa, quizás con preocupación.
Tarek avanzó hasta ella, deteniéndose en el establo cercano, para dejar a su caballo. Un par de figuras se deslizaron cerca de ellos, hasta los montículos funerarios que se dispersaban fuera de los limites del pueblo. El elfo se preguntó si la ausencia del tal Dorian les habría dado valor para abandonar la “protección” del pueblo, tras la poco sutil amenaza de líder de los Paica. Probablemente el dragón había sido la única baza del vampiro para mantener a la gente dentro de los límites de la población. Pero, ¿cómo se habían enterado de la partida del guerrero de los Paica? Quizás, la urgencia de su misión lo había impelido a transformarse y surcar el cielo de Glath, privando a su líder de una de sus mayores ventajas.
- ¿Todo bien? –preguntó dirigiéndose a la vampiresa, antes de darse cuenta de que, cada vez que una pregunta abandonaba sus labios, la chica se veía impelida a contestar con la verdad.
Intentó no recabar demasiado en los detalles de lo que le estaba diciendo, a fin de no hacer más difícil la situación… o quizás simplemente para no sentirse culpable por no haberle contado a ella el peculiar efecto del colgante. En su favor, apenas habían tenido tiempo para hablar desde que habían llegado a Glath y, los pocos momentos en los que habían podido intercambiar pareceres, siempre habían estado rodeados de gente. No deseaba engañar a la vampiresa, pero tampoco exponer la escasa ventaja que Cornelius le había podido proporcionar al darle aquella joya maldita.
Caminaron sin hablar demasiado, hacia el centro del pueblo. La destrucción era patente en todas partes, aunque apenas parecía haber más desperfectos que la primera vez que habían recorrido aquel mismo camino. Quizás la batalla desencadenada por el Gremio, tras la tormentosa reunión, había sucedido en otro escenario. Recordó que el dracónido había evitado precisamente aquella área, pero quizás tras su paso, la contienda y la destrucción se habían movilizado a otra zona del pueblo.
Al igual que la primera vez, varias ventanas se abrieron y cerraron a su paso. A lo lejos distinguió una pequeña sombra escabulléndose entre las casas. Aparte de eso, ni una sola alma se cruzó con ellos en todo el camino hasta el centro de la aldea. Las barricadas seguían en el mismo lugar que la última vez que habían estado allí… al igual que las dos casas que habían ardido tras el ataque de los Paica y que, extrañamente, se encontraban en ese momento enteras y sin rastro de los efectos del fuego. El elfo las observó extrañado. El Gremio, por lo que había entendido a Caoimhe y a los miembros del mismo, era experto en el trabajo del metal y la piedra, no tanto en el de la madera. Además, dudaba que reconstruir dos pallozas fuese algo prioritario en medio de un conflicto armado que amenazaba con acabar con sus vidas y su libertad.
Detuvo entonces sus pasos, cuando una nueva idea cruzó, inesperadamente, a su mente.
- Los campos no estaban quemados –dijo, más para sí, que para su compañera- ¿Ese no es Lauepar?
Ante ellos, un grupo de artesanos del Gremio, encabezados por su no-tan-fallecido líder, se dirigía hacia ellos, blandiendo los grandes martillos de la forja. El peliblanco los observó estupefacto. ¿Se trataba todo aquello de una ilusión? ¿Acaso los glathianos pretendían engañar a los Paica con falsas verdades? ¿O eran los propios Paica los que habían jugado con las mentes de sus contrincantes? Quizás nunca habían apresado y ejecutado a Lauepar. En cualquier caso, la masa enfurecida se dirigía en aquel momento hacia ellos.
- ¿Están…? –no acabó la pregunta pues, como por inercia, dirigió su mirada a la izquierda, donde el ejército de mercenarios había ubicado la vez anterior a sus tiradores. Los mismos tiradores que en ese momento se preparaban para lanzar las primeras jabalinas incendiarias.
Sin embargo, la reacción del elfo debió llamar la atención de algunos miembros del Gremio, que dirigieron a su vez la mirada hacia los tejados aledaños. Un grito de “¡A CUBIERTO!” puso sobre aviso a los pocos despistados que todavía contemplaban a los dos extranjeros que habían llegado hasta el centro del pueblo. El grupo de artesanos se dispersó, al tiempo que hacían sonar algún tipo de mecanismo de alarma, por el que los habitantes de las casas más cercanas a las barricadas, abandonaron las viviendas para buscar refugio en otras más alejadas.
Las jabalinas cruzaron el cielo, como lo habían hecho en la ocasión anterior, pero impactaron sobre casas vacías. Mientras, los guerreros del Gemio se agruparon en formación al amparo de las barricadas. Un nuevo aviso y una orden de ataque, dieron inicio a un encarnizado combate entre los glathianos y un pequeño contingente de Paica.
Tarek observó todo aquello como si de una representación teatral se tratase. Llegó incluso a plantearse si su percepción no estaría demasiado alejada de la realidad. Al fin y al cabo, ¿cómo podían volver los muertos a la vida y reconstruirse casas en cuestión de horas? Además, aquella escena que discurría ante sus ojos, aunque con ligeros cambios, era exactamente igual a la que habían presenciado a su llegada a la aldea.
Una nueva jabalina incendiaria pasó cerca de ellos y, percatándose de que no estaban lo suficientemente lejos del peligro, tomó a la vampiresa por la muñeca y tiró de ella para alejarse de allí. Sin embargo, no tomó la misma ruta que en la ocasión anterior, si no que se internó en un callejón cercano.
- Dime que no estoy loco si te pregunto si ya ha pasado todo esto antes –se asomó a la calle principal, solo para ver que continuaba la contienda, al parecer en favor de los miembros del Gremio- Ese era Lauepar –afirmó, volviendo a mirar a la chica- Estaba muerto. Vimos su cadáver arrastrado por dos Paica, después de que el dragón arrasase los campos del pueblo –guardó silencio un segundo- Los campos no estaban quemados –afirmó, esa vez con más contundencia- Cuando nos encontramos hace un rato, estaban helados. Solo salía humo de las piras funerarias –la miró con expresión de incomprensión- ¿A dónde demonios hemos venido? –preguntó entonces.
La respuesta de la chica fue tan insatisfactoria como había esperado. Algo sucedía en aquel lugar y, de alguna manera, ellos se habían visto implicados.
- Espero que no se trate de algún tipo de artimaña para atraer clientes o visitantes, porque sinceramente, me parece de muy mal gusto –comentó, intentando buscar una respuesta sencilla a aquella inusitada situación.
Un nuevo grito cruzó el cielo. Parecía provenir de la zona ocupada por el Gremio y, pronto, volvió a repetirse, lo suficientemente cerca, como para que ambos pudiesen discernir el mensaje.
- ¡Han atrapado a Warham! –la voz del muchacho que los había confrontado, junto con el elfo herrero, pasó no muy lejos ellos, mientras se dirigía probablemente al lugar de la batalla.
- Te juro que, si esto es algún tipo de broma o treta de las gentes de Glath, voy a hacer arder este pueblo hasta sus cimientos –comentó el elfo con inusitada seriedad.
El estruendo de las alas de un dragón batiendo sobre ellos les hizo alzar la vista, solo para distinguir la oscura silueta de Dorian sobre ellos. La contienda en la plaza del pueblo se vio abocada abruptamente a su fin, cuando bajo un nuevo grito de “¡A CUBIERTO!”, todos los combatientes se internaron entre las casas del pueblo. Por algún extraño azar del destino, el propio Lauepar, junto con dos de sus artesanos-guerreros, acabaron en la misma callejuela que ellos.
- ¿Y vosotros quiénes sois? –preguntó con extrañeza, una vez hubo comprobado que el dragón había abandonado los límites de la aldea. Reparó entonces en Caoimhe- ¡Es una de ellos! –gritó, alzado su martillo.
Sus dos acompañantes imitaron su gento, amenazantes, dispuestos a avanzar contra ellos. Igual que en la ocasión anterior, el elfo se interpuso entre la vampiresa y los artesanos.
- Va a ser una noche larga… -murmuró para sí, antes de preguntar, con toda la intención de obtener una respuesta verdadera- ¿Qué está pasando en este maldito pueblo?
Entonces, los helados campos alrededor de Glath comenzaron a arder bajo las llamas del dragón.
Tarek Inglorien
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
La muchedumbre que allí se agolpaba cesó su clamor en cuanto la bruja comenzó su obra de teatro. Como si de una aguja extremadamente fina se tratara sentí miles de punzadas que me erizaron la piel al instante. Ahora a la luz del día si pude reconocerla, un rostro como el suyoera sencillo de recordar, y aunque sabía de sobra que los muertos no volvían del otro lado del Velo aquello era una gran oportunidad para ganar algunas horas.
La sujeté justo a tiempo de evitar que se golpeara la cabeza. Aquella confusión hizo que las sacerdotisas tardaran un un instante en reaccionar, haciendolo por instinto y mostrando lo que deseaban callar. rocié el rostro de Amelia con unas gotas de agua de mi cantimplora. - ¡Dejad paso! Esta dama necesita descanso. - Grite mientras ayudaba a Amelia a reincorporarse y la acompañaba de vuelta a la taberna. Una vez allí la mujer parecía preocupada y casi corrió en ayuda de la bruja, pedí que le llevase agua caliente y mantas a la habitación y aproveche para llevarla hasta su habitación.
Aproveché ese momento para dirigirme directamente a ella y, si tenia buena memoria, supiera que la había reconocido. - Parece que nuestros caminos se cruzan de nuevo "Pregunta certera" - le susurré.
- Ya estoy aquí, toma abrígate bien maja, que te va a dar una pulmonía. Y tu márchate que la muchacha tiene que cambiarse. Madre de Dios si viene empapada. Vamos fuera. -
- Con todos los respetos, la dama puede cambiarse tras el biombo si es necesario y pocas cosas están al nivel de las dotes sanadoras de mi pueblo. A menos que ella quiera prescindir de mi, me quedaré. - Respondí a la posadera manteniéndome junto a la puerta de la habitación tratando de mostrar así mi respeto hacia la "pobre" Amelia. En cuanto la posadera cerró la puerta felicité a la bruja por aquella interpretación.
- No se qué te tare hasta aquí pero estoy seguro que podemos ayudarnos mutuamente. La sacerdotisa a la que has señalado estaba aterrada y ha huido al templo y otra te ha fulminado con la mirada. Si ellas saben algo de lo que está pasando aquí la primera es nuestra mejor baza para enterarnos. Voy al templo a por ella antes que intenten matarla. No se por qué pero creo que hablará contigo antes que conmigo. Si la encuentro intentaré traerla aquí. -
En cuanto tuve confirmación por parte de Amelia salí de la posada rumbo al templo. El descontento se extendía por el ambiente. Los llantos de madres ancianas por los hijos que han estado a punto de perder hoy ascendían al cielo en una súplica a los dioses porque mañana no llegara nunca, otros mas jóvenes trataban de alentar al resto para asaltar el templo y liberar a los suyos por la fuerza con el pretexto de "somos mas, no pueden matarnos a todos"
La situación parecía dirigirse a una velocidad vertiginosa hacia una revuelta popular que se cobraría varias vidas, quizá decenas. Fué entonces cuando mi vista captó movimiento en una distancia no tan lejana. Peirak corría colina abajo perseguida por los Kadosh. Hasta tres de estos guerreros la seguían ordenándole a gritos que se detuviera y amenazándola. Agotada, se colocó tras de mi suplicando ayuda y clemencia a los kadosh que desenvainaron sus armas al verme armado cuando estuvieron cerca.
La refriega que sucedió a continuación fué inevitable. Tan obsesionados estaban los kadosh con arrestar a la clériga que apenas dieron lugar a las palabras. Los aceros se mordieron y chillaron y en cuestión de minutos los kadosh estaban desarmados. Como mucho se llevarían alguna contusión o corte superficial de vuelta al templo además de su orgullo herido. Tomé a Peirak del brazo y me la llevé a la taberna a paso ligero .
- Debo decirles lo que ocurre. Tienen que saber lo que está pasando. Si Juthrin aún estuviera aqui...- Se lamentaba la muchacha. A regañadientes acabó aceptando ocultarse antes de entrar a la taberna. Los que allí se habían reunido había elevado aún mas si cabia su deseo beligerante y solo los dioses saben que le habrían hecho a la mujer si el alcohol y el embozo que la cubría no les hubiera impedido reconocerla.
Esperé en mi habitación a que Amelia regresara de lo que fuese que estuviera haciendo. Por mi parte intenté sacar la mayor cantidad de información que pude sin éxito. Peirak se sentó en la cama y se abrazó las piernas entre sollozos claramente superada por la situación. O era la mas débil de las cuatro o de verdad poseía un buen corazón. Movido por la compasión le ofrecí algo de agua que aceptó con un susurro.
- Tengo que enfrentarme a ellos. Rume necesita respuestas. - Dijo con una resolución mal fingida.
- Si sales allí van a lincharte. te ven como el enemigo y desean aplicaros a vos y al resto de eclesiásticos la misma justicia que aplican los kadosh a los suyos. -
Aquello la hizo pensar unos instantes. - Tal vez si consigo convencerles de que estoy con ellos...-
- Vuestra palabra no vale nada ahora mismo. tienen que ver ellos por si mismos que estáis en su mismo lado. Ahora solo podéis esperar al momento oportuno. -
- ¿Y si no llega nunca? si nombran a Merkland suma sacerdotisa... - No termino la frase antes de sufrir un escalofrío.
- ¿Por qué te perseguían esos guardias? -
La pregunta pilló a la joven por sorpresa. - Quieren culparme. Dicen que he robado el medallón de Juthrin. -
- ¿ Y es cierto? - La pregunta la dejó mirándome de hito en hito - Si quieres mi ayuda vas a necesitar convencerme de que te la mereces. tienes de tiempo hasta que llegue mi compañera. -
No sabía si Amelia iba si quiera a regresar a la taberna, pero esperaba que esto moviese algo en el interior de Peirak
La sujeté justo a tiempo de evitar que se golpeara la cabeza. Aquella confusión hizo que las sacerdotisas tardaran un un instante en reaccionar, haciendolo por instinto y mostrando lo que deseaban callar. rocié el rostro de Amelia con unas gotas de agua de mi cantimplora. - ¡Dejad paso! Esta dama necesita descanso. - Grite mientras ayudaba a Amelia a reincorporarse y la acompañaba de vuelta a la taberna. Una vez allí la mujer parecía preocupada y casi corrió en ayuda de la bruja, pedí que le llevase agua caliente y mantas a la habitación y aproveche para llevarla hasta su habitación.
Aproveché ese momento para dirigirme directamente a ella y, si tenia buena memoria, supiera que la había reconocido. - Parece que nuestros caminos se cruzan de nuevo "Pregunta certera" - le susurré.
- Ya estoy aquí, toma abrígate bien maja, que te va a dar una pulmonía. Y tu márchate que la muchacha tiene que cambiarse. Madre de Dios si viene empapada. Vamos fuera. -
- Con todos los respetos, la dama puede cambiarse tras el biombo si es necesario y pocas cosas están al nivel de las dotes sanadoras de mi pueblo. A menos que ella quiera prescindir de mi, me quedaré. - Respondí a la posadera manteniéndome junto a la puerta de la habitación tratando de mostrar así mi respeto hacia la "pobre" Amelia. En cuanto la posadera cerró la puerta felicité a la bruja por aquella interpretación.
- No se qué te tare hasta aquí pero estoy seguro que podemos ayudarnos mutuamente. La sacerdotisa a la que has señalado estaba aterrada y ha huido al templo y otra te ha fulminado con la mirada. Si ellas saben algo de lo que está pasando aquí la primera es nuestra mejor baza para enterarnos. Voy al templo a por ella antes que intenten matarla. No se por qué pero creo que hablará contigo antes que conmigo. Si la encuentro intentaré traerla aquí. -
En cuanto tuve confirmación por parte de Amelia salí de la posada rumbo al templo. El descontento se extendía por el ambiente. Los llantos de madres ancianas por los hijos que han estado a punto de perder hoy ascendían al cielo en una súplica a los dioses porque mañana no llegara nunca, otros mas jóvenes trataban de alentar al resto para asaltar el templo y liberar a los suyos por la fuerza con el pretexto de "somos mas, no pueden matarnos a todos"
La situación parecía dirigirse a una velocidad vertiginosa hacia una revuelta popular que se cobraría varias vidas, quizá decenas. Fué entonces cuando mi vista captó movimiento en una distancia no tan lejana. Peirak corría colina abajo perseguida por los Kadosh. Hasta tres de estos guerreros la seguían ordenándole a gritos que se detuviera y amenazándola. Agotada, se colocó tras de mi suplicando ayuda y clemencia a los kadosh que desenvainaron sus armas al verme armado cuando estuvieron cerca.
La refriega que sucedió a continuación fué inevitable. Tan obsesionados estaban los kadosh con arrestar a la clériga que apenas dieron lugar a las palabras. Los aceros se mordieron y chillaron y en cuestión de minutos los kadosh estaban desarmados. Como mucho se llevarían alguna contusión o corte superficial de vuelta al templo además de su orgullo herido. Tomé a Peirak del brazo y me la llevé a la taberna a paso ligero .
- Debo decirles lo que ocurre. Tienen que saber lo que está pasando. Si Juthrin aún estuviera aqui...- Se lamentaba la muchacha. A regañadientes acabó aceptando ocultarse antes de entrar a la taberna. Los que allí se habían reunido había elevado aún mas si cabia su deseo beligerante y solo los dioses saben que le habrían hecho a la mujer si el alcohol y el embozo que la cubría no les hubiera impedido reconocerla.
Esperé en mi habitación a que Amelia regresara de lo que fuese que estuviera haciendo. Por mi parte intenté sacar la mayor cantidad de información que pude sin éxito. Peirak se sentó en la cama y se abrazó las piernas entre sollozos claramente superada por la situación. O era la mas débil de las cuatro o de verdad poseía un buen corazón. Movido por la compasión le ofrecí algo de agua que aceptó con un susurro.
- Tengo que enfrentarme a ellos. Rume necesita respuestas. - Dijo con una resolución mal fingida.
- Si sales allí van a lincharte. te ven como el enemigo y desean aplicaros a vos y al resto de eclesiásticos la misma justicia que aplican los kadosh a los suyos. -
Aquello la hizo pensar unos instantes. - Tal vez si consigo convencerles de que estoy con ellos...-
- Vuestra palabra no vale nada ahora mismo. tienen que ver ellos por si mismos que estáis en su mismo lado. Ahora solo podéis esperar al momento oportuno. -
- ¿Y si no llega nunca? si nombran a Merkland suma sacerdotisa... - No termino la frase antes de sufrir un escalofrío.
- ¿Por qué te perseguían esos guardias? -
La pregunta pilló a la joven por sorpresa. - Quieren culparme. Dicen que he robado el medallón de Juthrin. -
- ¿ Y es cierto? - La pregunta la dejó mirándome de hito en hito - Si quieres mi ayuda vas a necesitar convencerme de que te la mereces. tienes de tiempo hasta que llegue mi compañera. -
No sabía si Amelia iba si quiera a regresar a la taberna, pero esperaba que esto moviese algo en el interior de Peirak
Última edición por Eleandris el Sáb Oct 07 2023, 03:29, editado 1 vez (Razón : Corregir ciertos errores en base a la cronología)
Eleandris
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Los kadosh no se la llevaron, después de todo. Fue el elfo.
Desechando oscuros recuerdos que amenazaban con hacerle revolverse ante el contacto del hombre, Valeria se obligó a representar su papel de damisela débil y desorientada mientras absorbía con inquietud cada murmuración que llegaba a sus oídos, cada imagen que la multitud le permitía atisbar. Al menos, no tendría que presenciar cómo ejecutaban a los niños. Por el momento.
Radeka se había adelantado para abrir la taberna, pero ellos no eran los únicos que tomaban esa dirección desde la plaza. Una vez en la habitación, el elfo fue tan amable de recordarle de qué se conocían antes de que la tabernera regresase con unas mantas.
Ante la discusión que se produjo a continuación, Valeria fingió un momento de vacilación en atención del proteccionista recato de la mujer, antes de acceder ante el argumento de la sanación élfica. Pareció que Radeka aún iba a discutir una vez más, pero la llegada de más clientes en la planta inferior terminó por convencerla de dejar a los extranjeros a su suerte.
Tan pronto como se quedaron solos, Valeria concentró las moléculas de agua que empapaban su ropa en la vasija que descansaba sobre la mesa(1). No había ninguna necesidad de volver su posición más vulnerable de lo necesario por más que ¿Ele… Eleandris? hablase de ayuda mutua.
—Era una posibilidad tirada a la desesperada, después de todo —dijo cuando el elfo le describió las reacciones de las sacerdotisas—. Al menos, retrasaron la ejecución.
Le sorprendió que el hombre hablase de hacerse con una de las sacerdotisas, en lugar de proponer un alocado asalto a la prisión del templo o una valiente huida de aquel pueblucho de mala muerte (bueno, quizá lo segundo no le sorprendió tanto, pero le habría encantado oírlo), pero debía admitir que en una cosa tenía razón: Necesitaban información sobre lo que estaba ocurriendo allí y la gente del templo.
El elfo se marchó y Valeria continuó su representación aceptando el baño caliente que le habían preparado, aunque permaneció sumergida apenas el tiempo justo para cumplir con el requisito. No sabía cómo pensaba Eleandris convencer a la sacerdotisa de que bajara del templo, dado el ambiente agitado que se oía en la sala principal de la taberna, y hasta llegó a plantearse marcharse del pueblo en aquel mismo momento.
Por desgracia, aquella no era opción sensata, dada la cercanía de la noche y todo lo que había oído acerca de las tensiones con las aldeas vecinas y esa supuesta banda de vampiros en las cercanías. Ojalá el elfo hubiera hablado de marcharse.
Mientras atravesaba el pasillo envuelta en sus cavilaciones, alguien la agarró desde atrás, tapándole la boca, y tiró de ella hacia el interior de una habitación contigua. El hombre la soltó el tiempo justo para cerrar la puerta tras de sí y, rápidamente, la empujó contra la pared y le tapó de nuevo la boca, mirándola de frente esta vez. Valeria reconoció el rostro hosco de Milto frente al suyo. Su mirada destilaba odio.
—Si gritas, te rajo, ¿entendido? —le dijo mostrándole una grasienta navaja con la mano libre. Ella abrió mucho los ojos y asintió y él apartó la mano antes de preguntar—: ¿Qué sabes de la muerte de Juthrin?
—¡Nada, lo juro! Ya estaba muerta cuando llegué a Rume.
—Te vieron preguntando por ella, hablaste de correspondencia. ¿Quién eres, qué te contó en esas cartas?
—¡N-nada! Solo hablábamos de teología. Tiene que creerme, yo no he hecho nada. Por favor, créame.
Con un toque de teatro y una pizca de magia, Valeria logró que un par de lágrimas surcaran sus mejillas, pero aquello pareció enfurecer a Milto más que ablandarlo.
—¿Y el numerito de la plaza? —preguntó con un gruñido.
—No-no sé de qué habla. ¡De verdad! Yo… en cuanto vi la sangre… solo me desmayé. ¡No sé nada más, se lo juro! No me haga daño, por favor, no sé nada, no diré nada, pero no me haga daño.
—No te creo una mierda, sois todas unas mentirosas. Pero esta vez, ninguna de vosotras va a arrebatarme lo que merezco.
El ligero cambio en la mirada del tabernero le indicó a Valeria que era hora de cambiar de escena. Concentró su éter en un fuerte empujón que envió al bruto contra la otra pared y su navaja rodando por el suelo(2). Milto se deslizó, aturdido, hasta quedar sentado de cualquier manera y ella tiró de él hasta dejarlo tumbado en el piso.
Después, sacó su propia daga de su funda oculta y se sentó a horcajadas sobre el hombre, aprisionando sus brazos con las piernas. No le apuntó al cuello, sin embargo, sino que, abriendo un rápido tajo en su camisa, separó la tela con su magia y apoyó la punta de la daga a la altura del corazón, justo debajo de un extraño tatuaje.
—Si gritas, te rajo, ¿entendido? —dijo cuando la mirada del hombre comenzaba a aclararse—. ¿Qué sabes de la muerte de Juthrin?
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OFF: (1) Segunda ronda con Control de Agua.
(2) Telequinesis mejorada, ahora puedo afectar también a seres vivos.
Desechando oscuros recuerdos que amenazaban con hacerle revolverse ante el contacto del hombre, Valeria se obligó a representar su papel de damisela débil y desorientada mientras absorbía con inquietud cada murmuración que llegaba a sus oídos, cada imagen que la multitud le permitía atisbar. Al menos, no tendría que presenciar cómo ejecutaban a los niños. Por el momento.
Radeka se había adelantado para abrir la taberna, pero ellos no eran los únicos que tomaban esa dirección desde la plaza. Una vez en la habitación, el elfo fue tan amable de recordarle de qué se conocían antes de que la tabernera regresase con unas mantas.
Ante la discusión que se produjo a continuación, Valeria fingió un momento de vacilación en atención del proteccionista recato de la mujer, antes de acceder ante el argumento de la sanación élfica. Pareció que Radeka aún iba a discutir una vez más, pero la llegada de más clientes en la planta inferior terminó por convencerla de dejar a los extranjeros a su suerte.
Tan pronto como se quedaron solos, Valeria concentró las moléculas de agua que empapaban su ropa en la vasija que descansaba sobre la mesa(1). No había ninguna necesidad de volver su posición más vulnerable de lo necesario por más que ¿Ele… Eleandris? hablase de ayuda mutua.
—Era una posibilidad tirada a la desesperada, después de todo —dijo cuando el elfo le describió las reacciones de las sacerdotisas—. Al menos, retrasaron la ejecución.
Le sorprendió que el hombre hablase de hacerse con una de las sacerdotisas, en lugar de proponer un alocado asalto a la prisión del templo o una valiente huida de aquel pueblucho de mala muerte (bueno, quizá lo segundo no le sorprendió tanto, pero le habría encantado oírlo), pero debía admitir que en una cosa tenía razón: Necesitaban información sobre lo que estaba ocurriendo allí y la gente del templo.
El elfo se marchó y Valeria continuó su representación aceptando el baño caliente que le habían preparado, aunque permaneció sumergida apenas el tiempo justo para cumplir con el requisito. No sabía cómo pensaba Eleandris convencer a la sacerdotisa de que bajara del templo, dado el ambiente agitado que se oía en la sala principal de la taberna, y hasta llegó a plantearse marcharse del pueblo en aquel mismo momento.
Por desgracia, aquella no era opción sensata, dada la cercanía de la noche y todo lo que había oído acerca de las tensiones con las aldeas vecinas y esa supuesta banda de vampiros en las cercanías. Ojalá el elfo hubiera hablado de marcharse.
Mientras atravesaba el pasillo envuelta en sus cavilaciones, alguien la agarró desde atrás, tapándole la boca, y tiró de ella hacia el interior de una habitación contigua. El hombre la soltó el tiempo justo para cerrar la puerta tras de sí y, rápidamente, la empujó contra la pared y le tapó de nuevo la boca, mirándola de frente esta vez. Valeria reconoció el rostro hosco de Milto frente al suyo. Su mirada destilaba odio.
—Si gritas, te rajo, ¿entendido? —le dijo mostrándole una grasienta navaja con la mano libre. Ella abrió mucho los ojos y asintió y él apartó la mano antes de preguntar—: ¿Qué sabes de la muerte de Juthrin?
—¡Nada, lo juro! Ya estaba muerta cuando llegué a Rume.
—Te vieron preguntando por ella, hablaste de correspondencia. ¿Quién eres, qué te contó en esas cartas?
—¡N-nada! Solo hablábamos de teología. Tiene que creerme, yo no he hecho nada. Por favor, créame.
Con un toque de teatro y una pizca de magia, Valeria logró que un par de lágrimas surcaran sus mejillas, pero aquello pareció enfurecer a Milto más que ablandarlo.
—¿Y el numerito de la plaza? —preguntó con un gruñido.
—No-no sé de qué habla. ¡De verdad! Yo… en cuanto vi la sangre… solo me desmayé. ¡No sé nada más, se lo juro! No me haga daño, por favor, no sé nada, no diré nada, pero no me haga daño.
—No te creo una mierda, sois todas unas mentirosas. Pero esta vez, ninguna de vosotras va a arrebatarme lo que merezco.
El ligero cambio en la mirada del tabernero le indicó a Valeria que era hora de cambiar de escena. Concentró su éter en un fuerte empujón que envió al bruto contra la otra pared y su navaja rodando por el suelo(2). Milto se deslizó, aturdido, hasta quedar sentado de cualquier manera y ella tiró de él hasta dejarlo tumbado en el piso.
Después, sacó su propia daga de su funda oculta y se sentó a horcajadas sobre el hombre, aprisionando sus brazos con las piernas. No le apuntó al cuello, sin embargo, sino que, abriendo un rápido tajo en su camisa, separó la tela con su magia y apoyó la punta de la daga a la altura del corazón, justo debajo de un extraño tatuaje.
—Si gritas, te rajo, ¿entendido? —dijo cuando la mirada del hombre comenzaba a aclararse—. ¿Qué sabes de la muerte de Juthrin?
- el tatuaje:
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OFF: (1) Segunda ronda con Control de Agua.
(2) Telequinesis mejorada, ahora puedo afectar también a seres vivos.
Última edición por Reike el Miér Nov 08 2023, 17:11, editado 3 veces (Razón : había olvidado la imagen del tatuaje, de hecho, había olvidado la palabra tatuaje xD)
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Glath en la oscuridad.
Si no hubiese sido porque era la segunda vez en un espacio temporal pequeño que contemplaba aquella imagen, Caoimhe podría haberse percatado que las luces en la zona del gremio parecía brillar con la misma intensidad que lo había hecho hacía horas a pesar de una considerable reducción del número de cuerpos que lo mantenía vivo.
Tarek caminaba hacia ella avanzando por la ladera que conformaba la pequeña colina a puertas de Glath. Caoimhe tenía la sensación de haber perdido la noción del tiempo y frente a ella la figura alta y esbelta de Tarek le recordaba de pronto que no estaba allí sola y pensó que quizás el chico estuviese igual de contrariado que ella misma.
No lo pareció de sobremanera y cuando de sus labios salió la voz suficiente como para preguntarle si todo iba bien, Caoimhe no pudo controlarse:
-No. Nada bien, Tengo hambre, hace frío y por algún estúpido motivo seguimos en este pueblo al borde de la nada... Pero todo está mejor ahora que no estoy sola..- dijo y compuso un gesto molesto mientras avanzaba al lado del chico. ¿Acaso había perdido la cordura? ¿Cuándo era la última vez que se había mostrado con tanta familiaridad ante alguien?. Tragó saliva. Tarek no parecía contrariado... pero al fin y al cabo tampoco es que la conociese lo suficiente como para saber que no era así de expresiva.
Tuvieron que avanzar unos dos o tres metros más para que la mirada contrariada del chico revelase la misma confusión que estaba azotando su mente: ¿Desde cuándo los efectos del fuego y la destrucción de la aldea se repara en minutos?
-Lo es...- dijo ante la confirmación a modo de palabras del chico- Y luce mucho mejor que la última vez que lo vimos... Tarek esto no me huele bien. ¿ Has notado algún éter distinto? ¿Quizás brujo?-continuó. El hecho de que ella misma no pudiese identificar éter debido a su naturaleza solía molestarla poco pues el resto de sus habilidades desvelaban la naturaleza de sus conocidos o interacciones sociales antes de que pudiese preocuparle. Sin embargo aquello era diferente.
Sus preocupaciones acerca de la naturaleza de aquel cambio en el ambiente quedaron minimizados a un segundo plano de manera radical. Unidos a Laeupar el ejercito del gremio mantenía la homogeneidad de la piel clara y velluda típica de la región de Glath. Para cuando Caoimhe entendió que estaba pasando, Tarek ya había comenzado a pronunciarlo.
-...Desnudos- confirmó la chica apartando su mirada al único lugar seguro que conocía y que se encontraba en el rostro de Tarek- Desgraciadamente...demasiado... desnudos, debo añadir. - e hizo un gesto de disgusto apretando su propia mano entendiendo que se estaban acercando a ellos sin remedio.
Y entonces entendió que de hecho había vivido aquello antes y ayudó a Tarek a refugiarse evitando las dos jabalinas lanzadas en la misma dirección que hacía apenas horas.
El elfo a su lado comenzó una verborrea de frases que confirmaba que su imagen mental de la situación era exactamente la misma. Parecía sin embargo... alterado. Lanzó una amenaza que quedó ahogada por la mano de Caoimhe agarrando ambos pómulos de su cara, forzándo a mirarla. En parte ayudándose a si misma con una excusa para que sus ojos no pudiesen alcanzar a ver nada más de lo que pudiese arrepentirse al segundo, en parte buscando la calma de los ojos color musgo del chico.
-Escúchame. Para- dijo, sus propios ojos muy abiertos debido a la urgencia de sus palabras. Escuchando las pisadas de alguien que se acercaba- Necesito que analices el éter a nuestro alrededor. Necesito saber si hay algo... distinto en el mismo... o algo que falte... necesito...- su voz quedó oculta por la del artesano del gremio desvelando su emplazamiento.
Caoime cerró los ojos de manera instintiva en el momento justo en el que el hombre velludo bajito y gordinflón avanzó por el lado izquierdo donde ambos se encontraban.
Ambos sabían qué estaba a punto de suceder, y aún así ninguno de los dos pudo evitar mirar al cielo de manera directa para ver como la oscuridad de la noche se fundía en el fuego del dragón Paica. La escena calco a la anterior. Los mismos movimientos regulares a medida que avanzaban hasta territorio enemigo.
Solo que esta vez Lauepar estaba vivo.... y que la figura que bajó del dragón no era un vampiro, ni un paica.
Sino Nousis Indirel.
Caoimhe compuso un gesto de asco y desagrado que ocluyó a la visión desnuda del cuerpo que tenía a unos metros a su lado.
Debía de haberlo imaginado...
Todo siempre es culpa de Nousis.
-
Si no hubiese sido porque era la segunda vez en un espacio temporal pequeño que contemplaba aquella imagen, Caoimhe podría haberse percatado que las luces en la zona del gremio parecía brillar con la misma intensidad que lo había hecho hacía horas a pesar de una considerable reducción del número de cuerpos que lo mantenía vivo.
Tarek caminaba hacia ella avanzando por la ladera que conformaba la pequeña colina a puertas de Glath. Caoimhe tenía la sensación de haber perdido la noción del tiempo y frente a ella la figura alta y esbelta de Tarek le recordaba de pronto que no estaba allí sola y pensó que quizás el chico estuviese igual de contrariado que ella misma.
No lo pareció de sobremanera y cuando de sus labios salió la voz suficiente como para preguntarle si todo iba bien, Caoimhe no pudo controlarse:
-No. Nada bien, Tengo hambre, hace frío y por algún estúpido motivo seguimos en este pueblo al borde de la nada... Pero todo está mejor ahora que no estoy sola..- dijo y compuso un gesto molesto mientras avanzaba al lado del chico. ¿Acaso había perdido la cordura? ¿Cuándo era la última vez que se había mostrado con tanta familiaridad ante alguien?. Tragó saliva. Tarek no parecía contrariado... pero al fin y al cabo tampoco es que la conociese lo suficiente como para saber que no era así de expresiva.
Tuvieron que avanzar unos dos o tres metros más para que la mirada contrariada del chico revelase la misma confusión que estaba azotando su mente: ¿Desde cuándo los efectos del fuego y la destrucción de la aldea se repara en minutos?
-Lo es...- dijo ante la confirmación a modo de palabras del chico- Y luce mucho mejor que la última vez que lo vimos... Tarek esto no me huele bien. ¿ Has notado algún éter distinto? ¿Quizás brujo?-continuó. El hecho de que ella misma no pudiese identificar éter debido a su naturaleza solía molestarla poco pues el resto de sus habilidades desvelaban la naturaleza de sus conocidos o interacciones sociales antes de que pudiese preocuparle. Sin embargo aquello era diferente.
Sus preocupaciones acerca de la naturaleza de aquel cambio en el ambiente quedaron minimizados a un segundo plano de manera radical. Unidos a Laeupar el ejercito del gremio mantenía la homogeneidad de la piel clara y velluda típica de la región de Glath. Para cuando Caoimhe entendió que estaba pasando, Tarek ya había comenzado a pronunciarlo.
-...Desnudos- confirmó la chica apartando su mirada al único lugar seguro que conocía y que se encontraba en el rostro de Tarek- Desgraciadamente...demasiado... desnudos, debo añadir. - e hizo un gesto de disgusto apretando su propia mano entendiendo que se estaban acercando a ellos sin remedio.
Y entonces entendió que de hecho había vivido aquello antes y ayudó a Tarek a refugiarse evitando las dos jabalinas lanzadas en la misma dirección que hacía apenas horas.
El elfo a su lado comenzó una verborrea de frases que confirmaba que su imagen mental de la situación era exactamente la misma. Parecía sin embargo... alterado. Lanzó una amenaza que quedó ahogada por la mano de Caoimhe agarrando ambos pómulos de su cara, forzándo a mirarla. En parte ayudándose a si misma con una excusa para que sus ojos no pudiesen alcanzar a ver nada más de lo que pudiese arrepentirse al segundo, en parte buscando la calma de los ojos color musgo del chico.
-Escúchame. Para- dijo, sus propios ojos muy abiertos debido a la urgencia de sus palabras. Escuchando las pisadas de alguien que se acercaba- Necesito que analices el éter a nuestro alrededor. Necesito saber si hay algo... distinto en el mismo... o algo que falte... necesito...- su voz quedó oculta por la del artesano del gremio desvelando su emplazamiento.
Caoime cerró los ojos de manera instintiva en el momento justo en el que el hombre velludo bajito y gordinflón avanzó por el lado izquierdo donde ambos se encontraban.
Ambos sabían qué estaba a punto de suceder, y aún así ninguno de los dos pudo evitar mirar al cielo de manera directa para ver como la oscuridad de la noche se fundía en el fuego del dragón Paica. La escena calco a la anterior. Los mismos movimientos regulares a medida que avanzaban hasta territorio enemigo.
Solo que esta vez Lauepar estaba vivo.... y que la figura que bajó del dragón no era un vampiro, ni un paica.
Sino Nousis Indirel.
Caoimhe compuso un gesto de asco y desagrado que ocluyó a la visión desnuda del cuerpo que tenía a unos metros a su lado.
Debía de haberlo imaginado...
Todo siempre es culpa de Nousis.
-
Caoimhe
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Estar de vuelta en Assu no le llevó demasiado tiempo, acompañada por los dos escoltas que, a pesar de cargar con arma y escudo, mantuvieron el ritmo ligero y ágil de la elfa. Hombres callados, que parecían tanto o más incómodos que ella, obligados por su señor a acompañarla, sin saber lo que encontrarían en destino. Tan sólo cuando ante sus ojos se alzó, ya cerca, el vallado de madera que rodeaba la ciudad se vieron obligados a intercambiar palabras. Aunque idear cómo entrar no suscitó mucho debate. Tratar de entrar como cualquier hijo de vecino quedaba descartado, resultando imposible cruzar los portones, ahora custodiados por más guardias que en su primera visita. Resultaba evidente que las circunstancias de la urbe habían cambiado, aunque se encontraban lejos de saber a razón de qué.
Todavía en las lindes del territorio, los dos mirzanos estudiaron la fortaleza que ahora representaba Assu, en busca de una zona donde la vigilancia fuese más fácil de evadir. Antes de abandonar los senderos, se permitieron un descanso para observar y estudiar los movimientos de los guardias que alcanzaban a ver desde allí, aventajada la elfa al optar por ganar altura desde los árboles. Sólo encontraron un par de puntos ciegos cercanos a ellos lo bastante bien posicionados para colarse entre ambos, pero debían ser rápidos en cruzar el tramo a descubierto del bosque.
Y el caso es que llegaron.
De todas las opciones resultantes al combinar el factor tiempo, que resultaba ser escaso, con las capacidades de aquellos tres, tan sólo una fue considerada la más probable de salir bien. Medio bien. Bueno, de salir. O de entrar, según se mirase. ja ja ja todo son risas hasta que. Los hombres de Túnnar levantaron a la elfa sobre el vallado, que impulsada por los escudos pudo alcanzar el borde y preparar la caída hacia el interior con agilidad. Ellos quedaban fuera, tratando de abrir un hueco entre las maderas mientras ella buscaba a Nipal en la ciudad. Pero dónde encontrarlo ya era otra cuestión.
Fue rápida en escabullirse entre los callejones traseros de las casas más cercanas al vallado y acomodándose la túnica para cubrirse cuanto más pudo, asomó el perfil de la cara por la esquina más descubierta a las calles interiores, lo justo para ver cómo lucían notablemente vacías de ciudadanos en contraste con las numerosas patrullas que rondaban por doquier. Cualquiera diría que aquella resultaba ser la ciudad que había dejado hacía menos de una jornada completa.
Y entonces lo vio.
Una figura, reflejada de soslayo en su visión periférica, se escabuhía por los callejones cercanos como ella lo había hecho hacía un momento, aunque en sentido contrario. Se aventuró a sobresalir un poco más para ampliar su visibilidad y afinó la vista hasta alcanzar a distinguir al heredero de la ciudad. No perdió más tiempo orillada, abandonando la callejuela para cruzar las vecinas hasta llegar al joven, abordándolo a su espalda. Nipal se giró alarmado, aunque su rostro se cubrió de asombro cuando se encontraron de frente.
—¿Qué ha ocurrido?— su pregunta y sus rasgos indicaban sin duda que su preocupación no era solo por la misión —¿Qué haces aquí?
—Podría preguntar lo mismo...— replicó mirando alrededor, sin dejar de estar atenta a los guardias, que parecían mantenerse lejos —Hay que irse, rápido.— tiró de su brazo para dirigirlo hacia la callejuela que les llevaba hasta la valla —Llegué hasta Mirza, entregué tu mensaje al tal Túnnar y quiere verte. Allí mismo. ¿Contento?— preguntó entonces, con ligera sorna, sin dejar de caminar.
—¿Túnnar quiere verme?— su extrañeza le hizo oponer cierta resistencia a la fuerza de la elfa —Has sido muy veloz…— pareció sorprendido —Pero has llegado a Assu en el peor momento. Iré contigo porque quedarme implicaría morir.— no la miró cuando dijo —Mi hermana ha matado a mi padre. La guerra parece inminente.
—Que tu... ¿Qué?— se detuvo en seco un momento para mirarlo perpleja y parpadeó, todavía desencajada —Yo, eh, lo... Lo siento.— miró una vez más a su alrededor —Esto es de locos...— masculló, antes de volver a mirarlo y carraspear, retomando el tema que los ocupaba —Dos hombres de Mirza me han... escoltado, obligadamente. Esperan al otro lado.— suspiró antes de añadir —Y Túnnar guardará mis armas hasta que vuelva. Como garantía. Todo un caballero... Psé.— chistó desganada, retomando la marcha. —Así que bueno, esto es lo que hay, principito.
Añadió la coletilla por inercia, sin desprecio, pero con cierto retintín, aunque tardó un par de segundos en darse cuenta de lo desacertada resultaba en un momento como aquel. Si algo podían tener todas las razas en común era el dolor por la pérdida. Se percató entonces de la mirada de Nipal, dolido, aunque pasivo. Se mordió la lengua, pero asumió que el tiempo de rigor para disculpar un comentario inconsciente había pasado.
—¿Qué espera Túnnar de mi? Assu pertenece a Iluna. Como rehén no valgo nada.
—Esa no es una información con la que él contase antes de irme.— apuntó, mirándolo de soslayo por encima del hombro —Dejé claro que el mensaje venía de ti y contigo quiere verse. Pero habló de otros, vagamente, asumo por sus palabras que superiores a él, posiblemente interesados en lo que sea que le hayas propuesto.— se encogió de hombros —Es todo cuanto sé.— Nipal se llevó los dedos de una mano al mentón, pensativo.
—¿Por encima de él? Mirza siempre fue un poco más poderosa que el resto de poblados de la región. ¿Estaría hablando de sus contactos en Dundarak? ¿Quiénes le convencieron para introducir la nueva moneda que destrozó todo?— se preguntó —Incluso calmándole, si Assu ataca, Mirza se defenderá y ambas quedarán devastadas. Y su población caerá en picado.
—No dio más detalles y de vuestros enlaces con el norte no tengo la más mínima noción, pero que Dundarak influye en Mirza te lo puedo asegurar. El despacho de ese hombre hablaba por sí solo.
Nipal mostraba muchas emociones en un mismo rostro. Decepción, temor, tristeza… Finalmente la hizo volverse para mirarla directamente.
—¿Qué harías tú si entre los tuyos ocurriera algo así? ¿Cómo intentarías salvarlos?
—Jah— soltó desganada y sarcástica —Los míos se matan entre sí.— masculló después con rencor. —Yo no soy guerrera, aunque sé luchar, supongo que no lo hago de no ser un último recurso o cuestión de supervivencia. Pero tampoco pienso que las decisiones se tomen en el campo de batalla. Eres noble, deberías saberlo. Las órdenes se dan de puertas para dentro.
—Mi hermana dio una orden, y Assu fue suya.— murmuró —O tal vez lo hizo ella misma. Parece que los dioses le dieron ese tipo de magia a propósito.— sonrió sin la menor alegría. —Entonces sólo puedo intentar convencer a Túnnar…— sus palabras dejaban claro que no creía tener opción alguna —Aunque en algo te equivocas. A veces no queda otro remedio que buscar cómo reaccionar cuando estás hasta la cintura en un río de sangre.
—¿Tu hermana maneja la magia?— cuestionó con clara desconfianza. Era evidente que él no desprendía poder alguno.
—Hielo.— respondió con un suspiro —Espada, esquirlas, telequinesis… Peligrosa.— resumió sin calidez en los ojos.
Detuvo entonces bruscamente sus pasos, junto a la valla por donde esperan los hombres de Mirza al otro lado, pero antes de hacer alusión alguna a la salida, se dirigió a él de frente.
—¿Qué es? ¿Bastarda o adoptada?— preguntó en tono replicante, cruzándose de brazos. —Una bruja entre humanos, no tiene otra explicación.— concluyó agitada, dejando que sus miedos aturdieran su razón.
—En realidad…— exhala, con visible incomodidad —Yo fui el adoptado en ese hogar.
El rostro de Aylizz se descompuso y pareció atragantarse con su propio silencio. Después de un segundo para asimilar la noticia, elevó la mirada por encima del vallado y suspiró, descruzando los brazos para posarlos sobre las caderas con dejadez
—Entonces tienes que salir de aquí sin perder más tiempo. Si esa a la que llamas hermana no tuvo reparo en matar o hacer matar a su propio padre... En fin, lo que no entiendo es cómo sigues vivo.— hablaba en tono conciliador, pese a sus delicadas palabras —Deberías saber que alguien me siguió hasta Mizra la primera vez. No llegué a saber quién, pero podía sentir su magia tras mis pasos.— hace un gesto de molestia —Tampoco entiendo por qué sigo viva, sabiendo lo que ocurría aquí mientras tanto... Así que bueno, tú decides si te presentas ante Túnnar o te alejas de esta vida tanto como sobrevivas ahí fuera. Pero aquí dentro... Bueno, yo no me quedaría, de ser tú.
—Mi familia murió luchando, ambos eran guerreros y en nuestro poblado todas las familias se conocen. Son lugares pequeños, como has visto. Iluna estaba triste tras la muerte de su madre y yo no tenía familia, el mebaragesi decidió entonces hacerse cargo de mí. Tras la primera semana… ella no volvió a llorar. Creo que vio mi llegada como un monumento de su padre a la debilidad de su hija. Siempre tuvo, desde entonces, una sonrisa en la cara.— sus ojos estaban inmersos en los recuerdos —Pero nunca la vi como en el tiempo desde que toda la región se hizo añicos. Escribía cartas sin cesar, comenzó a dominar a toda la milicia, se personaba mucho más ante los ciudadanos... Una única vez dejó Assu y regresó aún peor. Pero aún así, no puedo simplemente huir.— se encogió de hombros —Aunque parezca una estupidez.
Mientras él hablaba, ella buscó una piedra medianamente grande para golpear la madera y llamar la atención al otro lado. Aun así, no perdió detalle de las vivencias que compartía Nipal, llegando a notar cómo la compasión por el humano y su situación se abría paso.
—Mucho mejor. Porque dudo que sin tu presencia cumplan su palabra y devuelvan mis armas. Aunque dudo si lo harán de todas formas…— Enseguida se escucharon golpes de escudo como respuesta y la elfa sacudió la cabeza. No había cabida para sentimentalismos. —Vale. Si esos dos han hecho su trabajo, habrán ahuecado las picas, pero son demasiado profundas para tumbarlas del todo. Hazte a un lado y cuando veas un hueco por el que colarte, no te lo pienses demasiado.
Situándose frente a las maderas con la base más debilitada, se agachó hasta posar las palmas sobre el suelo. Le llevó unos minutos alcanzar las raíces de los árboles del otro lado del camino, en el bosque, pero de la maleza cercana serían las más fuertes y profundas. Las atrajo hacia ella, removiendo así la tierra bajo la superficie, haciendo tambalear los cimientos del vallado al cruzar por debajo. Entonces las hizo agitarse aún más, haciendo temblar la empalizada hasta tumbar varios maderos. Nipal siguió sus indicaciones y cruzó al otro lado en cuanto el primero cayó, apresuradose ella a seguirlo. No perdieron más tiempo en volver sobre sus pasos, no tomando descanso hasta que la noche asomó por el horizonte. Un rudimentario campamento les hizo de cobijo para pasar la noche y tan pronto como el alba se levantó, ellos retomaron la marcha.
Entrada la mañana, aunque todavía temprana, Mirza los recibió al final del sendero. El lugar estaba del todo militarizado, a pesar de verse a gente por las calles casi podía contarse un miliciano por cada dos ciudadanos. Acompañados por los dos escoltas, no tuvieron problema en acceder y recorrer sus calles hasta el mismo edificio donde fue recibida el día anterior. La elfa caminó sin perder detalle de lo que ocurría alrededor, allí también se habían exaltado los ánimos en su ausencia. Un grupo de soldados cercanos a la puerta del edificio principal llamó su atención, sus armaduras no parecían locales, aunque los blasones a los que servían habían sido retirados. Dos hombres y una mujer que lucían considerablemente mejor equipados que cualquiera de los milicianos de la ciudad. Refuerzos externos, asumió. Y aunque era pronto para sacar conclusiones, por lo que sabía, Dundarak podría ser su origen. Un escalofrío la invadió por un segundo, arropándola con una sensación abrumadora. Sentía que en cualquier momento podía explotar el caos, viéndose rodeada y engullida por él.
Aylizz Wendell
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Apenas terminaba de golpear la nieve la última gota de sangre que goteaba del cuchillo que sostenía la loba aún en su mano derecha, cuando sus ojos se posaron en una nueva figura. Se tensaron de nuevo todos los músculos de su cuerpo y el ambarino de sus ojos vibró a anaranjado. Leo, desde su posición, giró el cuerpo hasta descubrir al hombre que caminaba hacia ellos. No vestía como los mercenarios que yacían en el suelo; sin embargo, armado. La loba caminó hasta posicionarse junto a su compañero, apretando ligeramente el cuchillo entre los dedos. Altiva, Nana alzó ligeramente el mentón, desafío que no hizo falta llevar a cabo, pues el extraño enfundó la espada a una distancia prudencial.
Tras presentarse, desapareció a las puertas de aquellas ruinas. El silencio que precede a la tormenta, y lo evitó, lo saben los Dioses que hizo lo imposible para no mirarle a la cara porque sabía perfectamente qué palabras eran las que iban a salir de los labios de su amigo. Crujió la nieve a los pies de la loba cuando tras unos segundos, se decidió a dar un paso hacia el camino que les llevaría a bordear el poblado hasta su carruaje, si es que aún estaba allí para cuando volviesen. Pero los pies de Leo no se movieron, ensimismado por las enormes puertas del monumento, decoradas con motivos geométricos, se erigían imponentes un poco más allá de su posición. Le brillaban los ojos, Nana ya había visto esa cara muchas veces antes.
-No. -Negó rotunda con el ceño ligeramente fruncido, girando sus pasos hacia su amigo.
-Oh, Nana, por todos los Dioses, dame un momento. Te lo ruego. -Los pies de Leo se movieron sin dar cabida a una respuesta de la loba, que con resignación caminó tras él como una madre tras su cría. -Además, ese tal Nousis parece saber qué está pasando aquí. Todo lo que pase a este lado del continente sabes que tarde o temprano podría repercutir en Ulmer, nos vendría bien estar preparados para lo que venga.
La loba apretó los dientes y exhaló fuerte y a paso ligero se posicionó junto a su amigo en la puerta, tendiéndole el cuchillo para devolvérselo.
-Toma, te hará más falta a ti que a mí. Si nos capturan deshazte de él como sea, si la cosa se pone fea diremos que los fiambres de la puerta han sido cosa suya. -Ordenó justo antes de empujar las pesadas lajas de la puerta que chirriaron alertando de su entrada.
-Vaya. -Maravillado, Leo alzó la cabeza sobre el hombro de la loba observando lo que la luz de la puerta dejaba a la vista.
Unos metros más allá, una antorcha alumbraba de nuevo la silueta de Nousis. Los ojos de ambos lobos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la penumbra.
-Siempre es buen momento para visitar ruinas. -Bromeó Leo en voz suficientemente alta para que lo escuchase el elfo. -Los de la puerta nos querían robar, somos comerciantes de sal. -Explicó acercándose a las estatuas para estudiarlas con detenimiento. -Parece un estilo dracónico de primera era... -Asentía ante sus explicaciones. -Yo soy Leo y ella es Nana, por cierto. -Terminó por presentar a ambos.
La loba se mantuvo la última cuando las puertas se cerraron tras ellos, sus ojos brillaron de nuevo anaranjados a la luz de la antorcha pese a que esta fuese el único foco de luz de la estancia, las siluetas no tardaron en dibujarse gracias a su naturaleza animal.
-¿Qué está pasando en Mirza? -Preguntó sin rodeos la loba clavando la mirada en el elfo.
Tras mirar con curiosidad cómo Leo se paseaba por la sala como un niño pequeño en un puesto de juguetes, toqueteando todo, el elfo se dispuso a hablar.
-Según parece, alguien de la nobleza de Dundarak logró hacerse con casi todos los contratos para proveer a los comerciantes del lugar. Tras ello, impusieron una moneda a la región, y todo terminó por venirse abajo. Atando cabos, imagino que los mercaderes acabaron por no poder pagar, y quien esté detrás de todo busca asegurar ganancias de toda forma posible- Respondió con calma aunque con cierto resquemor en sus palabras.
Los ojos de la loba se entrecerraron ligeramente un par de segundos, analizando las palabras de su nuevo compañero. Aquello estaba mal, Ulmer era la ruta hacia el sur más rápida, pese a haber notado que los suministros aquel invierno eran escasos, jamás podría haber imaginado que aquello podría ser porque quizá estaban desviándose a una nueva ruta hacia el Oeste. Frunció el ceño y chascó la lengua disgustada.
-¿Y estos símbolos...? - A sus espaldas, Leo seguía ensimismado con las escrituras en dracónico, pasó la mano por la inscripción de la base de una de aquellas estatuas.
El techo resonó como si fuera a caer sobre ellos, Nana se llevó las manos a la cabeza, y apretó los dientes, aquel estrépito sonó más fuerte en sus oídos de lo que un humano normal pudiera haber captado. Una enorme placa de hierro cayó sobre la puerta, tapiándola completamente.
-Perfecto Leo. Perfecto. -Resopló tan fuerte que el polvo en suspensión salió volando hacia su amigo, que quedó inmóvil frente a la estatua. -Nousis, ¿No? Supongo que sabrás si hay otra salida. Leo, no toques nada más, por favor. -Añadió volteando de nuevo hacia el elfo, que ahora se erguía frente a ella con la espada en la mano, alerta.
-¿Te encuentras bien? -Preguntó, a lo que la loba asintió y le hizo un ademán con la mano para que les guiase hacia la siguiente sala. -Es la primera vez que estoy aquí. Solo hallé dos planos del lugar, antiguos y parcialmente desgastados. Pero sí, creo recordar que había otra salida. No importa las veces que me diga que no volveré a un subterráneo - masculló- Prácticamente nunca es buena idea.
La antorcha alumbraba el pasillo estrecho, por el que cabían los tres en fila de uno, habiendo dejado Nana pasar a Leo para no volver a repetir los sucesos anteriores.
-Tienes buen ojo para estas cosas- Rompió Nousis el silencio que se había creado por la tensión. - ¿De dónde venís?
Aún los oídos de Nana estaban resentidos por el estrépito, zumbaban ligeramente y tardó en reaccionar a la pregunta.
-Ulmer. -Leo, respondió, y desde su espalda pudo advertir la sonrisa orgullosa de su amigo tras el cumplido del elfo. -Las mejores sales, sin duda.
Demasiada información para el gusto de la loba, que caminaba tras ellos, algo más desconfiada que su acompañante. Pronto se dibujó la siguiente sala bajo la luz de la antorcha, un receptáculo pequeño, presidido por una tumba de tamaño considerable.
-Esperad, ¿No lo oléis? -La loba olisqueó ligeramente el aire del pasillo antes de que los pies del elfo pisaran la siguiente estancia. -... Este olor. -Susurró haciendo un esfuerzo para recordar dónde lo había olido antes. -¿Azufre? ... No... ¡Aceite de ballena! ¡Quietos! -Gritó desde su posición rezagada, llevando rápidamente la mano al brazo de Leo para frenarlo en seco.
- ¿Cómo...? - Las chispas de la antorcha del elfo prendieron la fina capa de aceite de ballena que cubría el suelo de la sala. -Maldita sea... -Le escucharon decir entre las llamas desde el pasillo. Pudieron advertir su silueta sobre una de las estatuas, justo a tiempo.
Las llamas tomaron una altura considerable, prendiendo incluso algunas de las antorchas de la sala, pero tardaron más bien poco en consumirse. Desde el pasillo pudieron advertir entonces la figura de bronce, posada en decúbito supino sosteniendo una enorme espada de un dorado intenso. Leo se atrevió a dar el primer paso cuando la grasa de ballena se consumió del todo dejando al descubierto la porosa piedra. Rozó la punta de la bota con el suelo, y al ver que esta no se deshacía posó el pie.
-Ya no quema, es seguro. -Afirmó posando ambos pies y pisando con fuerza el suelo como si de un baile se tratase.
Nana caminó tras él y se introdujo en la sala. Ciertamente maravillada, aquella capilla tenía toda clase de detalles lujosos que pasaban inadvertidos a simple vista, nada de joyas y ostentosidades, simplemente mármoles y hierros puros que revestían los muros y las estatuas.
-Nunca entenderé qué sentido tiene enterrarse con tantos lujos. -Dijo entre dientes paseando junto a la tumba. -Hay que devolver a la tierra lo que somos... -Susurró para ella misma, reafirmándose en una de las pocas creencias que compartía con su pueblo.
Leo miraba con detenimiento las estatuas, con las manos en la espalda, para no volver a caer en ninguna de las trampas que aguardaba el mausoleo.
-Los primeros caballeros dragón explotaron a la población humana para conseguir todos estos materiales, se han tardado siglos en conciliar ambas razas por este abuso de poder cuando los dragones desaparecieron del mapa. Los dominaban militarmente, no fue hasta finales de la Segunda Era cuando entraron en juego otras razas, que los caballeros dragón perdieron la hegemonía de Aerandir. -Explicó señalando los grabados de las paredes, que mostraban cómo se había erigido el templo.
Tras presentarse, desapareció a las puertas de aquellas ruinas. El silencio que precede a la tormenta, y lo evitó, lo saben los Dioses que hizo lo imposible para no mirarle a la cara porque sabía perfectamente qué palabras eran las que iban a salir de los labios de su amigo. Crujió la nieve a los pies de la loba cuando tras unos segundos, se decidió a dar un paso hacia el camino que les llevaría a bordear el poblado hasta su carruaje, si es que aún estaba allí para cuando volviesen. Pero los pies de Leo no se movieron, ensimismado por las enormes puertas del monumento, decoradas con motivos geométricos, se erigían imponentes un poco más allá de su posición. Le brillaban los ojos, Nana ya había visto esa cara muchas veces antes.
-No. -Negó rotunda con el ceño ligeramente fruncido, girando sus pasos hacia su amigo.
-Oh, Nana, por todos los Dioses, dame un momento. Te lo ruego. -Los pies de Leo se movieron sin dar cabida a una respuesta de la loba, que con resignación caminó tras él como una madre tras su cría. -Además, ese tal Nousis parece saber qué está pasando aquí. Todo lo que pase a este lado del continente sabes que tarde o temprano podría repercutir en Ulmer, nos vendría bien estar preparados para lo que venga.
La loba apretó los dientes y exhaló fuerte y a paso ligero se posicionó junto a su amigo en la puerta, tendiéndole el cuchillo para devolvérselo.
-Toma, te hará más falta a ti que a mí. Si nos capturan deshazte de él como sea, si la cosa se pone fea diremos que los fiambres de la puerta han sido cosa suya. -Ordenó justo antes de empujar las pesadas lajas de la puerta que chirriaron alertando de su entrada.
-Vaya. -Maravillado, Leo alzó la cabeza sobre el hombro de la loba observando lo que la luz de la puerta dejaba a la vista.
Unos metros más allá, una antorcha alumbraba de nuevo la silueta de Nousis. Los ojos de ambos lobos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la penumbra.
-Siempre es buen momento para visitar ruinas. -Bromeó Leo en voz suficientemente alta para que lo escuchase el elfo. -Los de la puerta nos querían robar, somos comerciantes de sal. -Explicó acercándose a las estatuas para estudiarlas con detenimiento. -Parece un estilo dracónico de primera era... -Asentía ante sus explicaciones. -Yo soy Leo y ella es Nana, por cierto. -Terminó por presentar a ambos.
La loba se mantuvo la última cuando las puertas se cerraron tras ellos, sus ojos brillaron de nuevo anaranjados a la luz de la antorcha pese a que esta fuese el único foco de luz de la estancia, las siluetas no tardaron en dibujarse gracias a su naturaleza animal.
-¿Qué está pasando en Mirza? -Preguntó sin rodeos la loba clavando la mirada en el elfo.
Tras mirar con curiosidad cómo Leo se paseaba por la sala como un niño pequeño en un puesto de juguetes, toqueteando todo, el elfo se dispuso a hablar.
-Según parece, alguien de la nobleza de Dundarak logró hacerse con casi todos los contratos para proveer a los comerciantes del lugar. Tras ello, impusieron una moneda a la región, y todo terminó por venirse abajo. Atando cabos, imagino que los mercaderes acabaron por no poder pagar, y quien esté detrás de todo busca asegurar ganancias de toda forma posible- Respondió con calma aunque con cierto resquemor en sus palabras.
Los ojos de la loba se entrecerraron ligeramente un par de segundos, analizando las palabras de su nuevo compañero. Aquello estaba mal, Ulmer era la ruta hacia el sur más rápida, pese a haber notado que los suministros aquel invierno eran escasos, jamás podría haber imaginado que aquello podría ser porque quizá estaban desviándose a una nueva ruta hacia el Oeste. Frunció el ceño y chascó la lengua disgustada.
-¿Y estos símbolos...? - A sus espaldas, Leo seguía ensimismado con las escrituras en dracónico, pasó la mano por la inscripción de la base de una de aquellas estatuas.
El techo resonó como si fuera a caer sobre ellos, Nana se llevó las manos a la cabeza, y apretó los dientes, aquel estrépito sonó más fuerte en sus oídos de lo que un humano normal pudiera haber captado. Una enorme placa de hierro cayó sobre la puerta, tapiándola completamente.
-Perfecto Leo. Perfecto. -Resopló tan fuerte que el polvo en suspensión salió volando hacia su amigo, que quedó inmóvil frente a la estatua. -Nousis, ¿No? Supongo que sabrás si hay otra salida. Leo, no toques nada más, por favor. -Añadió volteando de nuevo hacia el elfo, que ahora se erguía frente a ella con la espada en la mano, alerta.
-¿Te encuentras bien? -Preguntó, a lo que la loba asintió y le hizo un ademán con la mano para que les guiase hacia la siguiente sala. -Es la primera vez que estoy aquí. Solo hallé dos planos del lugar, antiguos y parcialmente desgastados. Pero sí, creo recordar que había otra salida. No importa las veces que me diga que no volveré a un subterráneo - masculló- Prácticamente nunca es buena idea.
La antorcha alumbraba el pasillo estrecho, por el que cabían los tres en fila de uno, habiendo dejado Nana pasar a Leo para no volver a repetir los sucesos anteriores.
-Tienes buen ojo para estas cosas- Rompió Nousis el silencio que se había creado por la tensión. - ¿De dónde venís?
Aún los oídos de Nana estaban resentidos por el estrépito, zumbaban ligeramente y tardó en reaccionar a la pregunta.
-Ulmer. -Leo, respondió, y desde su espalda pudo advertir la sonrisa orgullosa de su amigo tras el cumplido del elfo. -Las mejores sales, sin duda.
Demasiada información para el gusto de la loba, que caminaba tras ellos, algo más desconfiada que su acompañante. Pronto se dibujó la siguiente sala bajo la luz de la antorcha, un receptáculo pequeño, presidido por una tumba de tamaño considerable.
-Esperad, ¿No lo oléis? -La loba olisqueó ligeramente el aire del pasillo antes de que los pies del elfo pisaran la siguiente estancia. -... Este olor. -Susurró haciendo un esfuerzo para recordar dónde lo había olido antes. -¿Azufre? ... No... ¡Aceite de ballena! ¡Quietos! -Gritó desde su posición rezagada, llevando rápidamente la mano al brazo de Leo para frenarlo en seco.
- ¿Cómo...? - Las chispas de la antorcha del elfo prendieron la fina capa de aceite de ballena que cubría el suelo de la sala. -Maldita sea... -Le escucharon decir entre las llamas desde el pasillo. Pudieron advertir su silueta sobre una de las estatuas, justo a tiempo.
Las llamas tomaron una altura considerable, prendiendo incluso algunas de las antorchas de la sala, pero tardaron más bien poco en consumirse. Desde el pasillo pudieron advertir entonces la figura de bronce, posada en decúbito supino sosteniendo una enorme espada de un dorado intenso. Leo se atrevió a dar el primer paso cuando la grasa de ballena se consumió del todo dejando al descubierto la porosa piedra. Rozó la punta de la bota con el suelo, y al ver que esta no se deshacía posó el pie.
-Ya no quema, es seguro. -Afirmó posando ambos pies y pisando con fuerza el suelo como si de un baile se tratase.
Nana caminó tras él y se introdujo en la sala. Ciertamente maravillada, aquella capilla tenía toda clase de detalles lujosos que pasaban inadvertidos a simple vista, nada de joyas y ostentosidades, simplemente mármoles y hierros puros que revestían los muros y las estatuas.
-Nunca entenderé qué sentido tiene enterrarse con tantos lujos. -Dijo entre dientes paseando junto a la tumba. -Hay que devolver a la tierra lo que somos... -Susurró para ella misma, reafirmándose en una de las pocas creencias que compartía con su pueblo.
Leo miraba con detenimiento las estatuas, con las manos en la espalda, para no volver a caer en ninguna de las trampas que aguardaba el mausoleo.
-Los primeros caballeros dragón explotaron a la población humana para conseguir todos estos materiales, se han tardado siglos en conciliar ambas razas por este abuso de poder cuando los dragones desaparecieron del mapa. Los dominaban militarmente, no fue hasta finales de la Segunda Era cuando entraron en juego otras razas, que los caballeros dragón perdieron la hegemonía de Aerandir. -Explicó señalando los grabados de las paredes, que mostraban cómo se había erigido el templo.
Nana
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Observó. Hasta que los restos del fuego que se extendió por el puerto brillaban convertidos en rescoldos. El pánico inicial se fue diluyendo, hasta que solo quedaba resignación y llantos vagos por todo lo perdido.
En medio de aquel desastre, la mestiza aguardó.
El pitido de sus oídos había ido desapareciendo mientras las llamas se extinguían tras haberse propagado, y se levantó cuando creyó estar entera. Tambaleó un instante y se asentó bien sobre los pies, asegurándose de tener una buena coordinación sobre el cuerpo. Otto no había aparecido en la zona. Supuso que Iluna lo estaría protegiendo. Debería de buscar otra manera de llegar a él.
Se deslizó mientras la lluvia que había comenzado a caer como una caricia se acentuaba, llenando las calles de ceniza convertida en una masa de lodo oscuro. Había una evidente agitación, y parecía que todas las tropas que había en la ciudad estaban movilizadas. Tensó la mandíbula tratando de pensar cuáles serían los siguientes pasos.
Quizá salir de la ciudad era la opción más adecuada. Otto estaría bien protegido, y ella al final no disponía de información ni de aliados de los que tirar. La furia la cegaba, pensando en tenerlo tan cerca, tan a mano, y tener que dar un rodeo.
Ofuscada, cruzaba la plaza central en la que había adquirido los puestos en el mercadillo, cuando dos manos firmes le ciñeron cada uno de sus brazos.
- No te resistas ni hagas ruido - murmuró una voz masculina y madura sobre su cabeza. Pudo sentir con claridad la empuñadura de una espada clavándose con fuerza en su costado, y la mestiza no tuvo más remedio que dejarse guiar. Su mente funcionaba a toda velocidad mientras observaba custodiándola a miembros de lo que reconocía como guardias de Assu. Había visto aquellos uniformes la noche anterior, en su reunión con ella.
- No he encontrado a Nipal. Podéis decirle a Iluna que las cosas se han complicado - murmuró sin levantar la voz. La gente que estaba cerca no parecía notar como aquellos hombres la escoltaban arrestada.
- ¿Y quien nos dice que no colaborabas con él desgraciada? Bien sabes lo que has hecho, y lo que pagarás por ello -
Llegaron a una pequeña calle llena en su totalidad por soportales destinados a guarecer a la gente en días de lluvia o nieve. La obligaron a sentarse en un pequeño saliente de piedra que sobresalía de una de las fachadas a modo de banco. Los ojos azules se clavaron en el hombre de cabello oscuro que la había increpado, cuando los ojos de este se volvieron blancos. Cayó hacia delante al instante siguiente, dejando a la mestiza anonadada por aquello.
- ¿Donde está Nipal? - exigió con urgencia el hombre que hacía dos segundos había golpeado con fuerza la cabeza de su propio compañero. La contradicción de lo que estaban viendo sus ojos hubiese sido analizado de otra manera, de no ser porque la mente de Iori estaba en aquel momento centrada únicamente en una cosa.
- No lo he visto. Iluna tenía ganas de encontrarlo y me pidió que lo hiciese -
- Otra jodida mercenaria de la wicce - masculló.
- ¿Y por qué el puerto? - preguntó de nuevo el que de los tres, parecía que era el que mandaba, acallando a su compañero
Bueno, aquello quizá no había sido tan buena idea después de todo. Se había dejado arrastrar por una parte muy mala de ella.
- Eso no tenía nada que ver con el tema. Me prometió darme acceso a Otto, el mercader. Pero supe que no obtendría ayuda de ella. -
- Levanta - ordenó "ayudándola" con brusquedad - El tiempo no corre a favor - miró nervioso a todos lados - Ese comerciante se dirige a Rume. Llegará mañana. Es un aliado de Iluna, de modo parece que dices la verdad - los dos hombres que permanecían de pie intercambiaron un vistazo y el segundo asintió.
- Drozin te sacará de Assu. Cualquier golpe a esa asesina será bienvenido. Largaos - mandó una vez más
Iori no podía creer en su suerte. Sintió en ese momento, que quizá aunque avanzase sola, otro tipo de poder la acompañase en sus pasos. Auxiliándola en los momentos en los que todo parecía perdido. Quizá los Dioses se habían dado cuenta de su dolor.
- ¿Me ayudaréis a llegar a Otto? - preguntó con los ojos muy abiertos.
- No - cortó sin miramientos - Abandona ésta ciudad cuanto antes. El puerto era importante para Iluna, pero también para Assu. Eres peligrosa y no te quiero aquí -
Iori respondió únicamente con una suave sonrisa.
Drozin, nombre que concluyó le pertenecía al otro soldado caminó haciéndole un gesto rudo por la calle, recorriéndola en su longitud.
- Harías bien en cubrirte. Tu descripción ha sido dada al resto de la guardia y tus rasgos resultan demasiado llamativos - indicó con la misma voz.
La mestiza alzó la capucha de la capa que la cubría y se la colocó sobre el cabello. No miró atrás, ni dio las gracias cuando él la ayudó a salir por la puerta de la ciudad hasta la que la había conducido. Había más gente en camino, tras lo que había sido el incidente en el puerto.
Frotó con furia las manos bajo la tela y entornó los ojos mirando hacia el horizonte. Rume era la dirección.
En medio de aquel desastre, la mestiza aguardó.
El pitido de sus oídos había ido desapareciendo mientras las llamas se extinguían tras haberse propagado, y se levantó cuando creyó estar entera. Tambaleó un instante y se asentó bien sobre los pies, asegurándose de tener una buena coordinación sobre el cuerpo. Otto no había aparecido en la zona. Supuso que Iluna lo estaría protegiendo. Debería de buscar otra manera de llegar a él.
Se deslizó mientras la lluvia que había comenzado a caer como una caricia se acentuaba, llenando las calles de ceniza convertida en una masa de lodo oscuro. Había una evidente agitación, y parecía que todas las tropas que había en la ciudad estaban movilizadas. Tensó la mandíbula tratando de pensar cuáles serían los siguientes pasos.
Quizá salir de la ciudad era la opción más adecuada. Otto estaría bien protegido, y ella al final no disponía de información ni de aliados de los que tirar. La furia la cegaba, pensando en tenerlo tan cerca, tan a mano, y tener que dar un rodeo.
Ofuscada, cruzaba la plaza central en la que había adquirido los puestos en el mercadillo, cuando dos manos firmes le ciñeron cada uno de sus brazos.
- No te resistas ni hagas ruido - murmuró una voz masculina y madura sobre su cabeza. Pudo sentir con claridad la empuñadura de una espada clavándose con fuerza en su costado, y la mestiza no tuvo más remedio que dejarse guiar. Su mente funcionaba a toda velocidad mientras observaba custodiándola a miembros de lo que reconocía como guardias de Assu. Había visto aquellos uniformes la noche anterior, en su reunión con ella.
- No he encontrado a Nipal. Podéis decirle a Iluna que las cosas se han complicado - murmuró sin levantar la voz. La gente que estaba cerca no parecía notar como aquellos hombres la escoltaban arrestada.
- ¿Y quien nos dice que no colaborabas con él desgraciada? Bien sabes lo que has hecho, y lo que pagarás por ello -
Llegaron a una pequeña calle llena en su totalidad por soportales destinados a guarecer a la gente en días de lluvia o nieve. La obligaron a sentarse en un pequeño saliente de piedra que sobresalía de una de las fachadas a modo de banco. Los ojos azules se clavaron en el hombre de cabello oscuro que la había increpado, cuando los ojos de este se volvieron blancos. Cayó hacia delante al instante siguiente, dejando a la mestiza anonadada por aquello.
- ¿Donde está Nipal? - exigió con urgencia el hombre que hacía dos segundos había golpeado con fuerza la cabeza de su propio compañero. La contradicción de lo que estaban viendo sus ojos hubiese sido analizado de otra manera, de no ser porque la mente de Iori estaba en aquel momento centrada únicamente en una cosa.
- No lo he visto. Iluna tenía ganas de encontrarlo y me pidió que lo hiciese -
- Otra jodida mercenaria de la wicce - masculló.
- ¿Y por qué el puerto? - preguntó de nuevo el que de los tres, parecía que era el que mandaba, acallando a su compañero
Bueno, aquello quizá no había sido tan buena idea después de todo. Se había dejado arrastrar por una parte muy mala de ella.
- Eso no tenía nada que ver con el tema. Me prometió darme acceso a Otto, el mercader. Pero supe que no obtendría ayuda de ella. -
- Levanta - ordenó "ayudándola" con brusquedad - El tiempo no corre a favor - miró nervioso a todos lados - Ese comerciante se dirige a Rume. Llegará mañana. Es un aliado de Iluna, de modo parece que dices la verdad - los dos hombres que permanecían de pie intercambiaron un vistazo y el segundo asintió.
- Drozin te sacará de Assu. Cualquier golpe a esa asesina será bienvenido. Largaos - mandó una vez más
Iori no podía creer en su suerte. Sintió en ese momento, que quizá aunque avanzase sola, otro tipo de poder la acompañase en sus pasos. Auxiliándola en los momentos en los que todo parecía perdido. Quizá los Dioses se habían dado cuenta de su dolor.
- ¿Me ayudaréis a llegar a Otto? - preguntó con los ojos muy abiertos.
- No - cortó sin miramientos - Abandona ésta ciudad cuanto antes. El puerto era importante para Iluna, pero también para Assu. Eres peligrosa y no te quiero aquí -
Iori respondió únicamente con una suave sonrisa.
Drozin, nombre que concluyó le pertenecía al otro soldado caminó haciéndole un gesto rudo por la calle, recorriéndola en su longitud.
- Harías bien en cubrirte. Tu descripción ha sido dada al resto de la guardia y tus rasgos resultan demasiado llamativos - indicó con la misma voz.
La mestiza alzó la capucha de la capa que la cubría y se la colocó sobre el cabello. No miró atrás, ni dio las gracias cuando él la ayudó a salir por la puerta de la ciudad hasta la que la había conducido. Había más gente en camino, tras lo que había sido el incidente en el puerto.
Frotó con furia las manos bajo la tela y entornó los ojos mirando hacia el horizonte. Rume era la dirección.
Iori Li
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
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Una parte de sus pensamientos continuaron inmersos en enlazar los enunciados de los escritos que había estudiado con el yacimiento que tenía ante sí. Demasiado escasas eran las ocasiones en las que narraciones y realidad se solapaban de manera adecuada, y su esperanza, titilante, no iluminaba más que lo necesario para no caer en el pesimismo. Otra, interesada y recelosa, proseguía analizando el informe mental sobre sus acompañantes.
Ambas personalidades chocaban en claros aspectos, a tenor del mínimo lapso en el cual los había observado. El comentario arquitectónico de Leo sacó a la luz una sonrisa apreciativa en el elfo, acostumbrado a lidiar con la estupidez y la falta de cultura. Resultaba refrescante hallar a un erudito en un lugar tan apartado y decadente como esa amenazada comarca del noroeste.
El error de Leo apenas hizo mella en el espadachín. Su propia curiosidad había estado a punto de matarlo en más ocasiones de las que se permitía admitir. Suspiró con indulgencia, comprendiendo el entusiasmo sobre aquella parte de una cultura cuyos creadores hacía siglos o milenios que habían desaparecido. Un legado cuyo valor sólo apreciaban personas como ellos. Pero la preocupación con la que solía cargar en todo momento de su vida sí aumentó al encontrarse, una vez más, sin la salida más cercana en un entramado subterráneo. Miró al techo, y la ausencia de un derrumbe mayor calmó su mayor temor. Cámaras como esa nunca tenían efectivamente una sola salida.
Lo que Nana desconocía era, si Eghise acertaba una vez más, la segunda forma de escapar del lugar poseía unas complicaciones donde debían encerrar todo apresuramiento. Un segundo suspiro salió desde lo más profundo de sus pulmones. Cuántas veces se había prometido no volver a lugares como ese… y una y otra vez regresaba. Recordó algo molesto las palabras de Nilian al respecto, y las apartó de sí lo más pronto que pudo. Verbalizarlo ante la joven no ayudó en absoluto.
Por un momento, los pensamientos del hijo de Sandorai se desviaron hacia un rincón sobre el que no había reparado, explorando una idea descabellada. La destreza contra los guardias, un nombre que nunca había escuchado para cualquier otra mujer. La ausencia de éter sobre ellos. Ulmer. Sus ojos grises se desviaron un momento, traicionando su compostura, antes de volver al frente. ¿¡Ella?! ¿¿Esa muchacha??
Agarrándose a la parte más elevada de una de las estatuas, pasado el primer instante de temor a morir abrasado, admiró el olfato de la mujer que les había salvado de esa nueva trampa para incautos. Una nueva prueba, o tal vez solo estaba añadiendo pruebas a algo que deseaba reconocer. Demasiado joven para las historias que corrían por el continente, demasiado… normal. ¿Esa cortante y directa mujer encarnaba a la figura más prominente de la Raza Nueva? No podía tener razón en eso.
De modo que retornó a lo más acuciante. Los rescoldos del calor de la última trampa aún se sentían, resbalando incómodamente por cada uno de los presentes. No entraba en sus planes permanecer un minuto más de lo necesario en esa región olvidada, y guio a Nana y a Leo a la estancia donde sus recuerdos comenzaron a encajar con sus cansadas lecturas. Sintiendo el deseo de haber contemplado todo aquello en sus años de esplendor, sonrió con cierta tristeza, al ser testigo de tiempos que por siempre le estarían vetados. Un mero eco de quienes llegaron antes.
Escuchó con atención al muy instruido comerciante, sin mirarlo, caminando con lentitud, buscando…
Allí estaban.
Se detuvo y acarició una escena tallada de apenas dos palmos en la roca. Las parcas instrucciones de sus hallazgos respondieron para su alivio y una rápida luz corrió por entre las junturas de los sillares, hasta impactar con una de las estatuas. Un breve destello fue suficiente para desmoronarla, dando origen a otra sala de menor tamaño. El elfo asintió corroborando sus esperanzas. Repitió el proceso con la segunda talla, con idéntico resultado a unos seis pasos de la anterior.
-La buena noticia- comenzó explicando a sus acompañantes- es que la salida es real. El investigador al que pude estudiar sobre éstas ruinas de Mir-i-Zanû finaliza su descripción aludiendo a dos sencillos acertijos. Hasta ahora ha acertado. Resolverlos nos llevará a la última habitación- sus ojos grises pasaron de uno a otra- La mala, es que después de hacer lo que nos requiera ésta, no se abrirá hasta la luz del mediodía. Me temo que tendremos que pasar la noche aquí abajo.
Paseó entonces la vista. No, nunca se acostumbraría a aquello.
-Yo me ocuparé de ésta- señaló- es una mera sucesión de treinta reyes de Dundarak ordenados cronológicamente. La otra- frunció un instante el ceño, buscando recordar- buscaba la respuesta a dos preguntas. Eghise no dejó más que eso- se excusó, y con una breve sonrisa, se encaminó a su trabajo- Si me necesitáis, llamadme. Espero no tardar mucho si los nombres se encuentran legibles.
Prefirió no pensar qué podría ocurrir si llegaban a equivocarse. Sentimiento que se acentuó cuando una puerta pétrea se alzó para separarlo del resto del lugar. Maldijo para sí, antes de comenzar la tarea. No, nunca nada era sencillo en esos lugares perdidos.
[…]
Grolar, hijo del opositor a Túnnar asesinado, observó asqueado el cuerpo sin vida de una de las mineras. Sus ojos ya nunca volverían a mostrar orgullo alguno por los dos críos que dejaba en Mirza. Él la había conocido, sencilla y agradable, como a la gran mayoría de los habitantes de su pueblo. Por supuesto, era algo inevitable. Él no podía hacer nada contra lo que había llegado para quedarse, lo había asumido, interiorizado. Había deseado vengarse como buen hijo de su padre, hasta que la realidad lo golpeó como un potente mazazo. Túnnar gobernaba, y sus alianzas eran demasiado poderosas para que él pudiese contrariarlas. ¿Qué remedio le quedaba? Él también esperaba ver crecer a su descendencia, y oponerse le habría llevado al campo de estacas donde había terminado su padre.
Sin embargo, el último día transcurrido en la mina había resultado algo difícil de soportar.
Darúmer había sobrepasado los límites de su propia hipocresía, se dijo sombrío Grolar conteniendo una arcada cuando una de las capataces arrancaba el brazo después de transformarse en dragón a uno de los trabajadores insurrectos. Con una sonrisa, el dirigente de la explotación aún se atrevía a asegurar que todos serían liberados si mantenían un buen comportamiento y ayudaban a que Mirza volviese a predominar en la región gracias al oro. Un rostro alegre sobre un campo de sufrimiento. Y el hijo de Grithnan advertía las miradas de desprecio y odio en los ojos de los reos en las escasas ocasiones que descendía a aquel pequeño infierno. Riqueza, seguridad, protección. Había conseguido mucho apoyando al líder.
Pero saberse partícipe de todo cuanto ocurría le hacía sentir una incomodidad rayana en una naciente aversión por sí mismo.
[…]
Meryun nunca lo había creído posible. Sólo cuando su mirada aterrorizada fue testigo de los criminales actos de esos recién llegados fue consciente de que la mina ya no sólo era una cárcel. Se había convertido en un campo de exterminio.
Capitaneados por ese dragón que sobrevoló el lugar como un terrible presagio de calamidad, supervisaron el cargamento y transporte del precioso metal sin ahorrar castigo alguno a toda lentitud o error por parte de los pobres trabajadores.
A la noche, el olor a sangre era ya repugnante, mezclado con el sudor del trabajo y el miedo de los prisioneros. Quedos lamentos, laceraciones y golpes inmisericordes… Meryun leyó los rostros de los guardias, donde primaba un claro sentimiento de alerta. Por alguna razón, la prisa era esencial en todo cuanto estaba ocurriendo.
Un latigazo, al detenerse observando un instante de más, le hizo caer de rodillas, aullando de dolor. Había perdido la visión en el ojo derecho.
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Datos sobre Mirza
- Cuando Aylizz sale de la mansión de Túnnar, Nana, Leo y Nou escapan de las ruinas de Mir-i-Zanû
- Dorian, capitán dracónido antes ubicado en Glath, dirige los escarmientos a los mineros
- Al anochecer, una comitiva portando antorchas llegará a Mirza, con los blasones de la familia Nerfarein. Poderosa en la antigüedad, son ahora nobles caídos en desgracia que buscan aumentar su fortuna al precio que sea, a fin de volver a alcanzar poder en Dundarak. Unos cincuenta bien pertrechados. Un despliegue así sugiere una fuerte inversión económica.
- Los/as mineros/as están a punto de ebullición
AssuDesfile oscuro
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Assu había quedado prácticamente vacío. Y la hermosa sonrisa de Illuna Sigwaru, nueva dirigente de la segunda población más poderosa de la pequeña región, fue la vanguardia de los más de cien guerreros dispuestos a poner fin a la supremacía de Mirza.
O eso pensaban.
Un ataque preventivo, tal era la excusa que había circulado por las huestes de Assu, desde los labios de la maga de hielo a tenientes y comandantes. Ni un degradado Pariakan, antiguo líder de las tropas de la ciudad, osaba mostrar públicamente su desacuerdo con las mentiras de la mebaragesi. El fracaso en la captura de Nipal le había granjeado el deshonor, pero al menos, había conseguido salvar la vida. Por supuesto, no se hacía ilusión alguna. Si la batalla iba en pos de los deseos de la mujer, las celebraciones podían diezmar el respaldo que poseía el antiguo capitán, y sin duda, sería condenado a muerte. Con una sagaz visión, Illuna sólo había aplazado sus propios deseos, y Pariakan lo sabía.
Como una columna de fuego a causa de las antorchas, el ejército fue atravesando paso a paso la tierra que los separaba de sus ancestrales enemigos. La noche cubría intenciones, futuro y ocultaba el ansia de sangre que el amanecer prometía.
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Datos sobre Assu
- De alguna manera, Illuna Sigwaru ha logrado reunir unas tropas de unos 150 milicianos.
- Curiosamente, las tropas de Assu llegarán a las puertas de Mirza casi al mismo tiempo que la comitiva dracónida de la familia Nerfarein.
GlathHechicería supurante
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Sí… la sangre lo había intensificado, tergiversando de manera oscura y perversa aquello que únicamente había buscado protección. Demasiados inconvenientes, demasiadas víctimas. Era esa la obra que ella había podido escribir, dibujar un escudo en los recuerdos. Un engaño que en algún momento se cerraría y para lo que aún no había logrado hallar solución alguna. Tal vez, se dijo triste y casi derrotada, no existía. Tal vez Jawz ya habría vencido.
¿Qué habría pasado de no haber intervenido días atrás? Se atrevió a preguntarse. Sin duda, la guerra en Glath ya habría terminado, y el resultado jamás habría dejado lugar a dudas. La podredumbre de la corrupción se había infiltrado en más corazones que el de Riyeth, sólo ella tenía el poder para hacer algo en ese momento.
Miró al techo, embargada por el sentimiento de quien se sabe a un paso de la muerte. La cruel muerte de Hirmia, nunca había entrado en las variables de su hechizo. La aterradora “Synechis epanalepsis”. Algo había entrado en el campo de la magia, y había comenzado a desprender pedazos del bucle. Algo así podía matar no sólo a ella, sino a todos los implicados.
La figura de Dorian abandonando Glath fue la confirmación de que la hechicería estaba mutando. Como papel quemado cuyos pedazos se van desgajando del tronco principal, la solución se estaba transformando en un grave problema. La fjollkunig suspiró al aceptar que ya no estaba en su poder proteger lo que había deseado.
Ahora dependía de otros.
[...]
Y Caoimhe y Tarek no tardarían en llegar a la misma conclusión. Pues algo estaba fallando. Y una extraña vibración proveniente del colgante del elfo criado por Eithelen fue sentida por éste como una desagradable sacudida que llegó hasta su pecho, un inquietante espasmo que distorsionó por un instante el éter circundante.
Incluso la vampiresa, trocada su condición de sentir esa parte del mundo el día de su nuevo nacimiento, fue capaz una vez más de hallar los caminos de quienes transmitían o manipulaban aspectos de la magia. No era posible, no podía serlo, carecía de sentido. Pero estaba ocurriendo. Y ambos se vieron capaces de seguir un camino concreto, como si algo los llevase hacia...
No. De un coletazo, esa idea de perdió, como evaporada. Los herreros, a diferencia de la vez anterior, hicieron caso omiso al ataque que había iniciado la andadura de los forasteros en tierras glathias. Y atacaron con la misma fiereza de quienes ven a sus peores enemigos haciendo añicos los restos de su hogar. El instinto de Tarek y la autoprotección de Caoimhe derrotaron en pocos compases a los dos primeros, en cuyas miradas sólo observaron algo que no habría esperado: alivio. Justo antes de desaparecer.
El resto de los miembros del gremio, tras la muerte del segundo atacante, parecieron olvidarse por completo de ambos, volviendo a reaccionar del modo que de ellos se esperaba ante el ataque de los Paica. No obstante, el elfo y la vampiresa advirtieron que el éter que les impelía a seguir una dirección concreta se había acentuado. Con más, tal vez podrían resolver todo lo que estaba ocurriendo.
La figura de Nousis se acercó a ambos, y por algún estrambótico motivo, sin desenvainar la espada, los abrazó a ambos, antes de tomar la forma de Dhonara y derretirse con una horrible sonrisa.
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Datos sobre Glath
-Alguien ha lanzado el hechizo que imbuye el pueblo. Romperlo traerá cosas buenas y malas para los habitantes
-Las pautas para llegar a quien lo ha hecho no son complejas. Por supuesto, que Cao pueda sentir éter sólo será viable en Glath y hasta romper el maleficio.
RumeSumisión o rebelión
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Toda la bravuconería del segundo hijo de los Pueyrredón se vino abajo ante el cambio de escenario. Sin dar apenas crédito a lo que estaba ocurriendo, trató un momento de zafarse de la pequeña bruja, antes de entender, consternado, que efectivamente estaba en su poder. ¡No podía ser cierto! ¡¿Es que no le habían castigado lo suficiente?! La furia, la vergüenza se le atoraron en la garganta. ¡No merecía aquello! Radeka no atendía razones, debía de haberle ayudado para dejar ese pueblo de mala muerte. Y ahora, las malditas deudas... Nada en su vida había sido como debería. Apretó los dientes, odiando más a la mujer que tenía delante. Una más en la lista que le habían amargado la existencia. No, no lo merecía. ¿Por qué no podía tener lo mismo que todos los demás?
La daga a punto de penetrar su carne guió sus palabras, apartándolas de las mentiras que deseaba pronunciar.
-Juthrin tenía que morir- masculló enojado, con la vista lejos del rostro de Valeria Reike- Sus planes para Rume chocaban con los de gente mucho más importante. Gente que hará de ésta región algo mejor, fuera de casuchas y pobreza.
Esa idiota no sabía que la rueda ya se estaba moviendo. Si era lo bastante astuto para salir con vida, no tardaría en vengarse. De ella, de su hermana y de todos los de Rume.
[...]
Peirak estaba rota. Ese elfo la había salvado, sospechaba, de una muerte que harían aparentar como fortuita, del mismo modo que había ocurrido con la de la Suma Sacerdotisa. Pero dudaba sobre el precio que éste le pedía. Incluso con esa compañera, sólo eran dos. Cambiar Rume, devolverla al régimen previo a la muerte de Juthrin... ¿podría ser? Sonrió con tristeza, cuando cayó en la cuenta que nada tenía que perder. No tenía apoyos, ni aliados o familia en el pueblo. Todo se lo debía a ella. La misma a la que había asesinado.
-Yo... amaba a Juthrin- acertó a iniciar, ruborizándose ligeramente- Era un alma pura, bienintencionada, no como Merkland o Irleis. Rume con ella era un santuario de paz. Hasta que llegó ese hombre - su rostro se crispó por el odio- del martillo de guerra. Arveill. Él colocó a Tot`Zarak como líder de los kadosh, y el miedo sustituyó al respeto. La Suma Sacerdotisa lo mantenía a raya, y contaba con la adoración de los pueblerinos. Pero Tot empezó a cambiar a los kadosh poco a poco. Ya no queda ninguno de lo que eran realmente protectores del templo y guardianes de los habitantes. Son mercenarios de Dundarak. Se lo escuché decir a Irleis. También odian al pobre Güiz`Rmon, aunque desconozco el motivo. Juthrin lo crió desde que tenía meses. Merkland también lo desprecia, aunque él nunca deseó puesto alguno en el templo- sus ojos mostraron entonces una clara convicción- En las habitaciones de alguna de ellas tiene que encontrarse algo en su contra. Quizá asi los habitantes de Rume dejen de obedecer al templo- su faz se mostró pesadora tras esa idea- No es lo que yo habría querido, aunque parece el menor de los males.
Apenas había terminado de hablar, cuando una fanfarria musical anunció algo que aterró a Peirak.
-La nueva... suma sacerdotisa- musitó con palidez cadavérica.
[...]
Ese sonido. Con dificultad, Güiz`Rmon se levantó, con el cuerpo dolorido y parte de las pocas joyas, emblema de su lugar eclesiástico, rotas. En su joven vida nunca había recibido una paliza así, y lloró cuando fue incapaz de hacer otra cosa que sentarse. Rezó quedamente una plegaria, como la mujer a la que había considerado una hermana mayor le había enseñado con tanta paciencia y cariño.
Fuera quien fuera la elegida, no era ya Juthrin, y él no sabía qué hacer.
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Datos sobre Rume
- Milto sabe mucho más de lo que ha contando. Veremos que hará Reike con la información que pueda sacarle.
- Con una malévola rapidez, Merkland está siendo anunciada como Suma Sacerdotisa de Rume, y en breve será anunciado, protegida por casi todos los kadosh
- Otto llegará a Rume, si Iori no lo asesina por el camino (trama canon, depende de ella totalmente) Si no es así, se habrá ocultado en el templo, en una de las habitaciones. Encontraros -Iori, Ele, Reike- depende de si vosotras/o lo deseáis.
Nousis Indirel
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
El hombre estaba tan furioso que podría haber escupido espuma por la boca. «Perfecto», se dijo Valeria, «cuanto más colérico, más difícil le resultará mentir de forma convincente».
—Mírame a la cara cuando te hablo, cariño. Deja que vea esos lindos ojitos tuyos.
Los ojitos en cuestión chispearon de ira y dio la impresión de estar a punto de lanzarle un escupitajo a la cara, pero un minúsculo empujoncito con la punta de la daga le recordó quién tenía la sartén por el mango en esa ocasión.
—Dime, ¿quién es esa gente tan importante a la que estorbaba la sacerdotisa?
—No sabes nada —respondió Milto, tratando, en vano, de ocultar la ira y el miedo con un tono ufano—. Yo estoy protegido, no como ella. Fue tan tonta que no supo decir sí cuando era necesario. Habría sido mucho más de lo que fue. Pero no —añadió con una sonrisa cruel—, ella tenía que negarse. Murió por su estupidez, como te ocurrirá a ti si no te vas de aquí cuanto antes.
Valeria se abstuvo de mencionar que, de hecho, había pasado toda la mañana intentando marcharse de Rume. Sin éxito. En su lugar, alargó el silencio, invitando a Milto a seguir hablando. Al notar que la punta de la daga permanecía firmemente apoyada sobre su pecho, dispuesta a proseguir camino a través de su carne, el hombre dejó de lado su intento por preservar su orgullo y su rostro se liberó de toda expresión distinta del temor. Con los ojos fijos en el filo de la daga, prosiguió:
—¡Está bien! ¡Está bien! Tampoco estoy dispuesto a morir por ellos. Tienen muchos recursos, ni conociendo lo que yo sé podrías enfrentarlos.
Un leve brillo de arrogancia coloreó de nuevo los ojos de Milto. Valeria, por su parte, no tenía intención de enfrentarse a nadie. Solo quería saber dónde cuernos se había metido y cómo salir con vida de ahí. Aún así, dejó que el desgraciado asumiera lo que le diera la gana, con tal de que escupiera todo lo que sabía.
—Rume, Glath, Assu, Mirza… —prosiguió Milto—. Todo está relacionado. Él ha enviado, o contactado con personas bien situadas. Lo ha organizado todo y cada parte de la región caerá en sus manos. Incluso sin mí, la Sacerdotisa le entregará Rume.
—No te vendas tan barato, cariño —dijo Valeria, manteniendo la actitud relajada y familiar del inicio de su interrogatorio—, seguro que tú también tienes un papel importante en todo esto. Pero dime, ¿quién es él y qué sacerdotisa en concreto?
—Nuestro jefe. Quiere la zona y la va a conseguir. Si quieres saber más —barbotó el hombre—, busca la pequeña placa que tengo en la habitación.
Valeria sonrió ante la sugerencia como lo haría una madre con un chiquillo.
—Y, así, tú quedas libre para atacarme por la espalda. Qué travieso.
Un nuevo destello de odio contorsionó el gesto del hombre. Valeria repitió la pregunta, pero Milto solo apretó los labios mientras le lanzaba dardos con la mirada.
—¿Debería matarte y buscar la placa después?
—Si me matas, no tendrás más información.
—Cierto —dijo Valeria, alzando la daga, pero sin aflojar el agarre. Milto la miró con suspicacia—. Y, si te digo la verdad, no me hace ninguna gracia tener que mancharme de sangre justo después de darme un baño. Por otro lado, no tengo por qué hacerlo.
—¿No?
—No —Valeria rozó con su éter el mango de la daga(1) y amplió su sonrisa al percibir el sobresalto del hombre—. Ella puede encargarse.
Una copia exacta de Valeria, con daga incluida, imitó a la perfección la sonrisa de la primera. Arrodillándose junto a Milto, extendió la mano izquierda del hombre sobre el suelo separando el dedo meñique. La Valeria real se apresuró a taparle la boca para evitar que sus gritos alertaran a toda la posada. El corte fue rápido, el forcejeo del hombre duró un poco más.
—¡¡MMMFFMMMM!!
—Shhhh —susurró Valeria en su oído, apoyando sobre él la mayor parte de su peso—. Solo ha sido uno, aún te quedan otros veinte. Ya verás qué pronto se te pasa. Probemos otra vez, ¿de acuerdo?
Los ojos del hombre gritaban que haría lo que fuera con tal de que el cuchillo no volviese a trabajar. Valeria volvió a preguntar quién era ese gran jefe justo antes de despegar las manos de su boca.
—¡¡Jawz!! —se apresuró él a contestar—. ¡¡Jawz Nerfarein!! ¡Eres un demonio!
—Lo sé, cariño, gracias por notarlo —dijo ella regalándole una nueva sonrisa—. Así que ese tal Jawz quiere hacerse con el control de la región. Imagino que estará deshaciéndose de los líderes menos colaborativos y colocando a sus partidarios en el poder, no solo en Rume, sino en las otras aldeas, ¿no es así? Por cierto, ¿quién es la sacerdotisa elegida?
Resollando como si tratara de respirar con naturalidad a pesar de la seriedad de su herida, Milto respondió:
—Mer… Merkland…
—¿Ves? No ha sido tan difícil. Sigue así y será como si nada hubiera ocurrido.
—¡¿Qué más quieres de mí?!
—Ya me has contado que no hay nada que pueda hacer para coartar los planes de este tipo. Supongo que seréis unos cuantos por aquí, ¿no es cierto? ¿Cuántos en el pueblo?
Aquello devolvió una medida de orgullo al tipo, que soltó un escupitajo antes de responder remarcando las palabras, como si le hablase a alguien corto de entendederas:
—Todos. Los. Kadosh. Fuimos cambiándolos poco a poco.
Vaya.
Mierda.
Valeria ocultó el impacto que le había causado esa información limpiándose parsimoniosamente el escupitajo con la mano y, después, la mano en la camisa abierta de su prisionero. Había pensado que se trataría de una sacerdotisa, un par de guardias y, quizá, algún otro ciudadano, como Milto. Pero si habían sustituido a toda la guardia del templo, el plan de hacerse con la región debía de estar muy avanzado. Con razón el hombre se sentía tan seguro de su victoria incluso en tan lúgubres circunstancias.
Tras terminar de restregar la mano con la camisa del hombre, Valeria volvió a fijarse en el tatuaje. Aquel símbolo… No sabía lo que significaba, ciertamente no eran runas dracónicas, y tampoco parecía la clase de imagen que uno solía grabarse en la piel.
—Un tatuaje muy interesante —comentó. Milto pareció tensarse de repente—. ¿Ya lo tenías antes o tiene algo que ver con lo protegido que estás?
La vacilación del hombre le hizo pensar que se había acercado a la verdad. El hecho de que dudase tanto con algo así, después de haberle contado lo demás, le resultó enervante, pero se esforzó en mantener un semblante calmado hasta que el hombre habló:
—Así podemos reconocernos, asegurar que somos parte de lo que él ha construido para la región.
Aquello sonaba cada vez más a secta, pero Valeria se guardó de nuevo el temor para más tarde, esforzándose por mantener un tono suave al hablar.
—Así que ese Nerfarein ha venido a crear un hermoso paraíso en la región. Y supongo que los que lleváis el símbolo tatuado tendréis más privilegios que los que no, ¿me equivoco?
—Le ayudamos, porque sabemos que nos irá bien cuando se rehaga para sí todo el lugar.
—Entiendo.
—Entonces, ¿hemos acabado?
Valeria asintió distraídamente antes de añadir:
—Bueno, aún queda tu recompensa por arrastrarme hasta aquí a punta de cuchillo.
Con un rápido gesto a la Valeria ilusoria, se abalanzó de nuevo sobre Milto, tapándole la boca con fuerza. Él comenzó a sacudirse incluso antes de que el cuchillo penetrara en su vientre y volviera a salir, y a entrar, y a salir…
El hombre no podía saber que aquellas heridas no eran más que una ilusión, que desaparecerían sin dejar rastro en cuanto lo hiciera la otra Valeria. Él sentía el dolor como si fuera real. Tan real que, finalmente, no pudo soportarlo más y se desmayó.
—Busca esa placa —dijo la Valeria real mientras rasgaba con precipitación la camisa del hombre.
Tuvo que emplear una mezcla de fuerza física y mágica, pero en poco tiempo tenía a Milto atado, amordazado y contorsionado dentro de su propio armario. Valeria sacó la llave de la cerradura y la tiró a los pies del guiñapo que había pretendido amedrentarla antes de cerrar la puerta. En Beltrexus tenían sus propios medios para bloquear una cerradura(2).
Resultó que lo de la placa era cierto, después de todo. Valeria desconocía la mayoría de los nombres que aparecían en ella, pero conocía los suficientes para hacerse una idea de qué se trataba. Y aquello no hizo nada por acallar su temor. Debería largarse de allí. Pronto.
Paso a paso: tenía una cita con un elfo, después de todo. Uno con espada y armadura.
Se guardó la placa en el bolsillo y, tras asegurarse de que no se encontraría otra sorpresa en el pasillo, salió de la habitación junto con su gemela mágica. Repitió con la puerta de Milto el mismo proceso que con su armario(2). No esperaba que la muchacha, Tegra, se acercara por allí y era posible que Radeka se concentrase más en disfrutar de la paz de no tener a su hermano amargándole el día que en preguntarse dónde había ido. Esperaba que eso le diera unas cuantas horas, con suerte, uno o dos días, antes de que alguien lo encontrase.
La sala común seguía muy animada, quizá demasiado, después del espectáculo de la tarde, por lo que las dos Valerias no tuvieron ningún problema en atravesar el pasillo superior sin obstáculos inoportunos. Entraron sin llamar en la habitación del elfo al tiempo que una fanfarria musical se colaba desde el exterior y se encontraron de frente con la mirada alarmada de la sacerdotisa a la que había señalado apenas unas horas antes.
Mientras la Valeria ilusoria cerraba presurosa la puerta y se apoyaba en ella, atenta a cualquier sonido del exterior, la real barrió rápidamente el cuarto con la mirada. Tan pronto como localizó la jofaina y jarra de agua, se encaminó hacia allí, más que dispuesta a restregarse de manos y cara las babas del posadero.
—No os preocupéis por ella —dijo al notar la mirada vacilante de la sacerdotisa—. No sé cómo deshacer el hechizo, así que estará un rato por aquí, pero es temporal. Supongo que no eres Merkland, ¿verdad?
Un bufido airado de la sacerdotisa le confirmó lo que ya había imaginado mientras vertía el agua en la jofaina. Tuvo que ayudarse con su magia para ocultar que le temblaban las manos.
—¿Esta es tu compañera? —dijo la sacerdotisa—. ¿Qué está pasando aquí? En la plaza, ¿por qué…?
—Apartaste la mirada —interrumpió Valeria frotándose las manos con energía, tanto para limpiarlas como para tratar de recuperar el control de las mismas—. Cuando empezaron las ejecuciones. Podía ser culpa o compasión. Tenía prisa y aposté por culpa.
Hablaba apresuradamente, para evitar interrupciones, o quizá para que no le temblara la voz, aunque la mujer parecía demasiado anonadada para pronunciar una palabra. Se secó las manos con la misma precipitación y, sacando la placa de su bolsillo, la dejó caer sobre el regazo de la sacerdotisa.
—Es evidente que me equivoqué.
—¿Qué…? —comenzó la sacerdotisa tomando la placa, pero se interrumpió ella misma al observar su contenido—. ¿De dónde has sacado esto?
—Acabo de tener una edificante charla con uno de esos nombres. ¿Los reconoces?
—Algunos. Merkland, por supuesto, Arveill. Creo que la hija del mebaragesi de Assu se llama Illuna…
—Estoy segura de que es la misma Illuna. El tipo del centro, Nerfarein, quiere el control de toda la región. No solo Rume, también las aldeas de alrededor, Assu, Mirza y no sé qué más.
—Glath.
—Eso. Lo que ha pasado aquí con Juthrin y los kadosh está pasando también en las otras aldeas y todos esos tipos están compinchados. ¡Llevan hasta tatuajes para reconocerse!
En pocas palabras, puso a Eleandris y la sacerdotisa al corriente de lo que le había contado Milto. En vista de lo avanzado que parecía el plan del tal Nerfarein, había esperado que alguno sugiriese la sensata idea de salir volando de aquel villorrio antes de que las cosas se pusieran peor, pero la mujer parecía obsesionada con no sé qué medallón y que si probar la culpabilidad de Merkland y el maldito abraza árboles la animaba con ideas de buscar a los kadosh destituidos y levantar al pueblo para recuperar lo perdido.
El pueblo parecía bastante dispuesto a un levantamiento, a juzgar por los gritos que había oído en la taberna después de lo ocurrido en la plaza, pero poco tendrían que hacer contra soldados entrenados (y eso sin contar con lo que podía venirles de las otras tres aldeas). Pero entonces, la sacerdotisa mencionó algo de antiguos kadosh encarcelados entre los acusados del asesinato de Juthrin y el elfo salió con la loca idea del rescate. Valeria cruzó una mirada con su otro yo tratando de no pensar en los niños encarcelados.
—Está bien —dijo—. Por el sonido de esa música, parece que esperan que todo el pueblo se reúna para el anunciamiento.
—Imagino que habrá un gran desfile —murmuró algo mohína la sacerdotisa.
—No se me ocurre mejor momento para colarse en el templo.
Poco después, guiados por la sacerdotisa, las dos Valerias y el único Eleandris atravesaban, por senderos ocultos, los jardines que rodeaban el templo de Rume. En la oscuridad y el silencio reinante, solo una pequeña figura se interpuso en su camino.
—¿Güiz`Rmon? ¿Qu-qué te han hecho? —musitó la sacerdotisa.
Valeria rodeó a la mujer para examinar al sacerdote herido. Con cuidado, lo ayudaron a moverse hasta un rincón un poco más abrigado antes de que Valeria se dirigiera hacia los otros tres.
—Seguid adelante —les dijo mientras sacaba vendas y ungüentos—. Yo me ocupo de él(3).
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OFF: Resumiendo, agradable conversación con el simpático tabernero, seguida de agradable conversación con sacerdotisa desterrada y elfo heróico, seguida de excursión nocturna al templo y encuentro con gatito herido. La Reike ilusoria va con Ele.
(1) Habilidad de la daga de Eredin Tarmúnil: Creas una copia de ti misma que puede atacar a tus enemigos imitando tu estilo de combate. Aunque se trata de una ilusión, la persona a la que ataque sentirá sus heridas como si fueran reales; las heridas desaparecerán cuando lo haga la copia. Dura dos rondas o hasta que la copia sufra una herida mortal, lo que ocurra primero.
(2) Cierro las cerraduras, primero del armario y luego de la habitación de Milto, ayudándome con mi telequinesis y dejando dentro las llaves.
(3) Uso mi Kit Alquímico Superior para aplicar primeros auxilios en el pobre Güiz`Rmon.
—Mírame a la cara cuando te hablo, cariño. Deja que vea esos lindos ojitos tuyos.
Los ojitos en cuestión chispearon de ira y dio la impresión de estar a punto de lanzarle un escupitajo a la cara, pero un minúsculo empujoncito con la punta de la daga le recordó quién tenía la sartén por el mango en esa ocasión.
—Dime, ¿quién es esa gente tan importante a la que estorbaba la sacerdotisa?
—No sabes nada —respondió Milto, tratando, en vano, de ocultar la ira y el miedo con un tono ufano—. Yo estoy protegido, no como ella. Fue tan tonta que no supo decir sí cuando era necesario. Habría sido mucho más de lo que fue. Pero no —añadió con una sonrisa cruel—, ella tenía que negarse. Murió por su estupidez, como te ocurrirá a ti si no te vas de aquí cuanto antes.
Valeria se abstuvo de mencionar que, de hecho, había pasado toda la mañana intentando marcharse de Rume. Sin éxito. En su lugar, alargó el silencio, invitando a Milto a seguir hablando. Al notar que la punta de la daga permanecía firmemente apoyada sobre su pecho, dispuesta a proseguir camino a través de su carne, el hombre dejó de lado su intento por preservar su orgullo y su rostro se liberó de toda expresión distinta del temor. Con los ojos fijos en el filo de la daga, prosiguió:
—¡Está bien! ¡Está bien! Tampoco estoy dispuesto a morir por ellos. Tienen muchos recursos, ni conociendo lo que yo sé podrías enfrentarlos.
Un leve brillo de arrogancia coloreó de nuevo los ojos de Milto. Valeria, por su parte, no tenía intención de enfrentarse a nadie. Solo quería saber dónde cuernos se había metido y cómo salir con vida de ahí. Aún así, dejó que el desgraciado asumiera lo que le diera la gana, con tal de que escupiera todo lo que sabía.
—Rume, Glath, Assu, Mirza… —prosiguió Milto—. Todo está relacionado. Él ha enviado, o contactado con personas bien situadas. Lo ha organizado todo y cada parte de la región caerá en sus manos. Incluso sin mí, la Sacerdotisa le entregará Rume.
—No te vendas tan barato, cariño —dijo Valeria, manteniendo la actitud relajada y familiar del inicio de su interrogatorio—, seguro que tú también tienes un papel importante en todo esto. Pero dime, ¿quién es él y qué sacerdotisa en concreto?
—Nuestro jefe. Quiere la zona y la va a conseguir. Si quieres saber más —barbotó el hombre—, busca la pequeña placa que tengo en la habitación.
Valeria sonrió ante la sugerencia como lo haría una madre con un chiquillo.
—Y, así, tú quedas libre para atacarme por la espalda. Qué travieso.
Un nuevo destello de odio contorsionó el gesto del hombre. Valeria repitió la pregunta, pero Milto solo apretó los labios mientras le lanzaba dardos con la mirada.
—¿Debería matarte y buscar la placa después?
—Si me matas, no tendrás más información.
—Cierto —dijo Valeria, alzando la daga, pero sin aflojar el agarre. Milto la miró con suspicacia—. Y, si te digo la verdad, no me hace ninguna gracia tener que mancharme de sangre justo después de darme un baño. Por otro lado, no tengo por qué hacerlo.
—¿No?
—No —Valeria rozó con su éter el mango de la daga(1) y amplió su sonrisa al percibir el sobresalto del hombre—. Ella puede encargarse.
Una copia exacta de Valeria, con daga incluida, imitó a la perfección la sonrisa de la primera. Arrodillándose junto a Milto, extendió la mano izquierda del hombre sobre el suelo separando el dedo meñique. La Valeria real se apresuró a taparle la boca para evitar que sus gritos alertaran a toda la posada. El corte fue rápido, el forcejeo del hombre duró un poco más.
—¡¡MMMFFMMMM!!
—Shhhh —susurró Valeria en su oído, apoyando sobre él la mayor parte de su peso—. Solo ha sido uno, aún te quedan otros veinte. Ya verás qué pronto se te pasa. Probemos otra vez, ¿de acuerdo?
Los ojos del hombre gritaban que haría lo que fuera con tal de que el cuchillo no volviese a trabajar. Valeria volvió a preguntar quién era ese gran jefe justo antes de despegar las manos de su boca.
—¡¡Jawz!! —se apresuró él a contestar—. ¡¡Jawz Nerfarein!! ¡Eres un demonio!
—Lo sé, cariño, gracias por notarlo —dijo ella regalándole una nueva sonrisa—. Así que ese tal Jawz quiere hacerse con el control de la región. Imagino que estará deshaciéndose de los líderes menos colaborativos y colocando a sus partidarios en el poder, no solo en Rume, sino en las otras aldeas, ¿no es así? Por cierto, ¿quién es la sacerdotisa elegida?
Resollando como si tratara de respirar con naturalidad a pesar de la seriedad de su herida, Milto respondió:
—Mer… Merkland…
—¿Ves? No ha sido tan difícil. Sigue así y será como si nada hubiera ocurrido.
—¡¿Qué más quieres de mí?!
—Ya me has contado que no hay nada que pueda hacer para coartar los planes de este tipo. Supongo que seréis unos cuantos por aquí, ¿no es cierto? ¿Cuántos en el pueblo?
Aquello devolvió una medida de orgullo al tipo, que soltó un escupitajo antes de responder remarcando las palabras, como si le hablase a alguien corto de entendederas:
—Todos. Los. Kadosh. Fuimos cambiándolos poco a poco.
Vaya.
Mierda.
Valeria ocultó el impacto que le había causado esa información limpiándose parsimoniosamente el escupitajo con la mano y, después, la mano en la camisa abierta de su prisionero. Había pensado que se trataría de una sacerdotisa, un par de guardias y, quizá, algún otro ciudadano, como Milto. Pero si habían sustituido a toda la guardia del templo, el plan de hacerse con la región debía de estar muy avanzado. Con razón el hombre se sentía tan seguro de su victoria incluso en tan lúgubres circunstancias.
Tras terminar de restregar la mano con la camisa del hombre, Valeria volvió a fijarse en el tatuaje. Aquel símbolo… No sabía lo que significaba, ciertamente no eran runas dracónicas, y tampoco parecía la clase de imagen que uno solía grabarse en la piel.
—Un tatuaje muy interesante —comentó. Milto pareció tensarse de repente—. ¿Ya lo tenías antes o tiene algo que ver con lo protegido que estás?
La vacilación del hombre le hizo pensar que se había acercado a la verdad. El hecho de que dudase tanto con algo así, después de haberle contado lo demás, le resultó enervante, pero se esforzó en mantener un semblante calmado hasta que el hombre habló:
—Así podemos reconocernos, asegurar que somos parte de lo que él ha construido para la región.
Aquello sonaba cada vez más a secta, pero Valeria se guardó de nuevo el temor para más tarde, esforzándose por mantener un tono suave al hablar.
—Así que ese Nerfarein ha venido a crear un hermoso paraíso en la región. Y supongo que los que lleváis el símbolo tatuado tendréis más privilegios que los que no, ¿me equivoco?
—Le ayudamos, porque sabemos que nos irá bien cuando se rehaga para sí todo el lugar.
—Entiendo.
—Entonces, ¿hemos acabado?
Valeria asintió distraídamente antes de añadir:
—Bueno, aún queda tu recompensa por arrastrarme hasta aquí a punta de cuchillo.
Con un rápido gesto a la Valeria ilusoria, se abalanzó de nuevo sobre Milto, tapándole la boca con fuerza. Él comenzó a sacudirse incluso antes de que el cuchillo penetrara en su vientre y volviera a salir, y a entrar, y a salir…
El hombre no podía saber que aquellas heridas no eran más que una ilusión, que desaparecerían sin dejar rastro en cuanto lo hiciera la otra Valeria. Él sentía el dolor como si fuera real. Tan real que, finalmente, no pudo soportarlo más y se desmayó.
—Busca esa placa —dijo la Valeria real mientras rasgaba con precipitación la camisa del hombre.
Tuvo que emplear una mezcla de fuerza física y mágica, pero en poco tiempo tenía a Milto atado, amordazado y contorsionado dentro de su propio armario. Valeria sacó la llave de la cerradura y la tiró a los pies del guiñapo que había pretendido amedrentarla antes de cerrar la puerta. En Beltrexus tenían sus propios medios para bloquear una cerradura(2).
Resultó que lo de la placa era cierto, después de todo. Valeria desconocía la mayoría de los nombres que aparecían en ella, pero conocía los suficientes para hacerse una idea de qué se trataba. Y aquello no hizo nada por acallar su temor. Debería largarse de allí. Pronto.
- plaquita super secreta de Milto:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Paso a paso: tenía una cita con un elfo, después de todo. Uno con espada y armadura.
Se guardó la placa en el bolsillo y, tras asegurarse de que no se encontraría otra sorpresa en el pasillo, salió de la habitación junto con su gemela mágica. Repitió con la puerta de Milto el mismo proceso que con su armario(2). No esperaba que la muchacha, Tegra, se acercara por allí y era posible que Radeka se concentrase más en disfrutar de la paz de no tener a su hermano amargándole el día que en preguntarse dónde había ido. Esperaba que eso le diera unas cuantas horas, con suerte, uno o dos días, antes de que alguien lo encontrase.
La sala común seguía muy animada, quizá demasiado, después del espectáculo de la tarde, por lo que las dos Valerias no tuvieron ningún problema en atravesar el pasillo superior sin obstáculos inoportunos. Entraron sin llamar en la habitación del elfo al tiempo que una fanfarria musical se colaba desde el exterior y se encontraron de frente con la mirada alarmada de la sacerdotisa a la que había señalado apenas unas horas antes.
Mientras la Valeria ilusoria cerraba presurosa la puerta y se apoyaba en ella, atenta a cualquier sonido del exterior, la real barrió rápidamente el cuarto con la mirada. Tan pronto como localizó la jofaina y jarra de agua, se encaminó hacia allí, más que dispuesta a restregarse de manos y cara las babas del posadero.
—No os preocupéis por ella —dijo al notar la mirada vacilante de la sacerdotisa—. No sé cómo deshacer el hechizo, así que estará un rato por aquí, pero es temporal. Supongo que no eres Merkland, ¿verdad?
Un bufido airado de la sacerdotisa le confirmó lo que ya había imaginado mientras vertía el agua en la jofaina. Tuvo que ayudarse con su magia para ocultar que le temblaban las manos.
—¿Esta es tu compañera? —dijo la sacerdotisa—. ¿Qué está pasando aquí? En la plaza, ¿por qué…?
—Apartaste la mirada —interrumpió Valeria frotándose las manos con energía, tanto para limpiarlas como para tratar de recuperar el control de las mismas—. Cuando empezaron las ejecuciones. Podía ser culpa o compasión. Tenía prisa y aposté por culpa.
Hablaba apresuradamente, para evitar interrupciones, o quizá para que no le temblara la voz, aunque la mujer parecía demasiado anonadada para pronunciar una palabra. Se secó las manos con la misma precipitación y, sacando la placa de su bolsillo, la dejó caer sobre el regazo de la sacerdotisa.
—Es evidente que me equivoqué.
—¿Qué…? —comenzó la sacerdotisa tomando la placa, pero se interrumpió ella misma al observar su contenido—. ¿De dónde has sacado esto?
—Acabo de tener una edificante charla con uno de esos nombres. ¿Los reconoces?
—Algunos. Merkland, por supuesto, Arveill. Creo que la hija del mebaragesi de Assu se llama Illuna…
—Estoy segura de que es la misma Illuna. El tipo del centro, Nerfarein, quiere el control de toda la región. No solo Rume, también las aldeas de alrededor, Assu, Mirza y no sé qué más.
—Glath.
—Eso. Lo que ha pasado aquí con Juthrin y los kadosh está pasando también en las otras aldeas y todos esos tipos están compinchados. ¡Llevan hasta tatuajes para reconocerse!
En pocas palabras, puso a Eleandris y la sacerdotisa al corriente de lo que le había contado Milto. En vista de lo avanzado que parecía el plan del tal Nerfarein, había esperado que alguno sugiriese la sensata idea de salir volando de aquel villorrio antes de que las cosas se pusieran peor, pero la mujer parecía obsesionada con no sé qué medallón y que si probar la culpabilidad de Merkland y el maldito abraza árboles la animaba con ideas de buscar a los kadosh destituidos y levantar al pueblo para recuperar lo perdido.
El pueblo parecía bastante dispuesto a un levantamiento, a juzgar por los gritos que había oído en la taberna después de lo ocurrido en la plaza, pero poco tendrían que hacer contra soldados entrenados (y eso sin contar con lo que podía venirles de las otras tres aldeas). Pero entonces, la sacerdotisa mencionó algo de antiguos kadosh encarcelados entre los acusados del asesinato de Juthrin y el elfo salió con la loca idea del rescate. Valeria cruzó una mirada con su otro yo tratando de no pensar en los niños encarcelados.
—Está bien —dijo—. Por el sonido de esa música, parece que esperan que todo el pueblo se reúna para el anunciamiento.
—Imagino que habrá un gran desfile —murmuró algo mohína la sacerdotisa.
—No se me ocurre mejor momento para colarse en el templo.
Poco después, guiados por la sacerdotisa, las dos Valerias y el único Eleandris atravesaban, por senderos ocultos, los jardines que rodeaban el templo de Rume. En la oscuridad y el silencio reinante, solo una pequeña figura se interpuso en su camino.
—¿Güiz`Rmon? ¿Qu-qué te han hecho? —musitó la sacerdotisa.
Valeria rodeó a la mujer para examinar al sacerdote herido. Con cuidado, lo ayudaron a moverse hasta un rincón un poco más abrigado antes de que Valeria se dirigiera hacia los otros tres.
—Seguid adelante —les dijo mientras sacaba vendas y ungüentos—. Yo me ocupo de él(3).
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OFF: Resumiendo, agradable conversación con el simpático tabernero, seguida de agradable conversación con sacerdotisa desterrada y elfo heróico, seguida de excursión nocturna al templo y encuentro con gatito herido. La Reike ilusoria va con Ele.
(1) Habilidad de la daga de Eredin Tarmúnil: Creas una copia de ti misma que puede atacar a tus enemigos imitando tu estilo de combate. Aunque se trata de una ilusión, la persona a la que ataque sentirá sus heridas como si fueran reales; las heridas desaparecerán cuando lo haga la copia. Dura dos rondas o hasta que la copia sufra una herida mortal, lo que ocurra primero.
(2) Cierro las cerraduras, primero del armario y luego de la habitación de Milto, ayudándome con mi telequinesis y dejando dentro las llaves.
(3) Uso mi Kit Alquímico Superior para aplicar primeros auxilios en el pobre Güiz`Rmon.
Reike
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
La puerta abriéndose sin previo aviso me sobresaltó, haciendo que mi mano envolviera por instinto la empuñadura de mi espada antes incluso de llegar a distinguir la figura de Amelia. De las dos Amelias. Quedé sorprendido y saltando la vista de una a la otra hasta que la original explicó el fenómeno.
Mientras Peirak y Amelia hablaban noté en el comportamiento de la bruja un comportamiento distinto al que había tenido anteriormente, de lo que deduje que no habría sido sencillo conseguir esa información y que era algo que la mujer no acostumbraba a hacer. Fuera como fuese la información resultaba valiosa cuanto menos, y si todo aquello era cierto no se me ocurría como ninguno de los dirigentes puso remedio antes. Quizá sobrevaloraba a las gentes del norte.
- Si demostramos que Merkland es la asesina nadie la seguirá. - Proponía la joven e inocente sacerdotisa, en cuya cabeza no había atisbo alguno de pillería. - Si encontramos el colgante de Juthrin en su habitación ya está. -
- Encontrar el colgante sin más no asegura nada. Como mucho lograrías que esa prueba se vuelva en tu contra ¿O acaso piensas que Merkland no va defenderse? ¿Cómo habéis podido vos encontrar el medallón que nadie más ha podido? Necesitamos algo más. - Me volví entonces a mi compañera. - Decís que han ido cambiando a los Kadosh, lo que significa que no han tenido que matarlos. si aún siguen aquí y conseguimos que apoyen a Peirak, junto con el medallón... Me suena a un plan. -
de algún modo un otro, de forma totalmente inconsciente acababa en situaciones similares, aunque esta vez, ante la información de kadosh leales a Juthrin encerrados en las mazmorras, quizá no se alejase demasiado de mi objetivo todo aquello. Quizá fuese algún plan de Anar para probar mi valía.
La música que acompaña a todo espectáculo se filtraba se filtraba por las paredes hasta nuestros oídos, delatando que el tiempo de actuar estaba comenzando a agotarse.
- El desfile es un buen momento para exponer a Merkland si encontramos lo que necesitamos, solo debemos buscar una forma de llegar hasta el templo sin ser vistos. ¿Ideas?. -
- Yo puedo guiaros callejeando hasta y por el templo. -
- No perdamos tiempo. - Sentencié casi saltando de mi asiento directo a la puerta. Miré un instante a la Amelia original. ¿quizá estábamos confiando demasiado en la mozuela? Al menos el camino que ascendía hasta el templo por rutas alternativas y estrechas servían para pasar desapercibidos, aunque también para ser emboscados. No sucedió esto ultimo. En su lugar encontramos malherido al felino protegido de la antigua suma sacerdotisa, al que Amelia no dudo en ayudar.
- Me llevo a tu copia. solos pasaréis desapercibidos mas fácilmente. Buscadnos cuando él esté estable. Si sois quien creo que sois vuestra ayuda va a ser mas que bienvenida en lo que se nos avecina. - Me despedí de Amelia, quedando acompañado por su clon y la sacerdotisa.
El ascenso al templo así como entrar en el no fue difícil en absoluto. los pocos guardias que habían permanecido guardando el recinto simplemente no eran suficientes para mantenerlo bien vigilado, síntoma de que creían seguro el lugar. Con el camino hasta los aposentos de las sacerdotisas totalmente despejado nos infiltramos raudos como el viento en la habitación de la usurpadora. No hubo privacidad que quedara preservada de nuestro escrutinio, y sin embargo tampoco hubo fruto.
No estaba allí. Habíamos revisado cada cajón, cada hueco bajo los muebles y todo aquel recoveco que de forma natural o artificial se había generado en aquella pequeña sala sin éxito alguno. Con un golpe de desesperanza Peirak se sentó en la cama deshecha de su compañera religiosa con dos lagrimones recorriendo sus mejillas. La luz del atardecer se filtraba por la ventana en un tono rojizo que ensalzaba los relieves, dibujando en negro sus siluetas.
Un único ladrillo generaba una ligera sombra. Donde antes se encontraba el tocador el ladrillo quedaba oculto, y su relieve parecía ser natural si no fuese por el sol de la tarde. O Anar estaba conmigo o desde luego la suerte estaba de nuestro lado. Con cierta dificultad y ayudado de un cuchillo pudimos sacar ese ladrillo falso que se encontraba ahuecado recientemente, en su interior una pequeña caja que contenía el medallón.
Otras puertas se cerraban con un sonido amplificado por el tamaño del propio edificio. Los pasos de un solo individuo resonaban después por los pasillos y se dirigían directamente hacia nuestra posición. en un movimiento arriesgado le puse el medallón a Peirak y cerré la caja con la intención, quizá estúpida, de lograr engañar a quien quera que llegara.
Silencio. Quien se hubiera adentrado en el lugar se había esfumado. Desenvainé la espada con sumo cuidado y me acerqué despacio hasta la puerta de la habitación. Nada. Me llevé el dedo índice a los labios pidiendo silencio a la sacerdotisa antes de abrir con sigilo la puerta encontrándome un pasillo vacío en ambas direcciones.
Con el cofre ahora vacío bajo un brazo y con la espada en el otro avancé cerca de la pared con el paso ligero y en sigilo con la esperanza de llegar a las mazmorras sin ser detectado siendo todo ello en vano. Como si supiese exactamente qué iba a hacer, algo me envistió desde una de las esquinas del pasillo tirándonos a ambos al suelo. Busqué con la mirada el cofre e intenté apoderarme de el de nuevo siendo mi adversario quien lo alcanzaría primero.
Aquel hombre de pelo cano y barba en candado bien afeitada tenía un porte y aptitud físicas elevadas para alguien de su edad. las ropas, oscuras, estaban finamente manufacturadas. Algo no me encajaba para que fuese un simple ladrón. Los ojos plateados se cruzaron con los míos un instante antes de salir corriendo. Y yo tras él, aunque tras un par de quiebros acabé perdiéndolo de vista, incapaz de seguirle debido al peso de mi armadura. La muchacha, que no se había quedado tan atrás, miraba consternada. - ¿Y ahora qué? -
Nos dirigimos tan rápido como pudimos a las mazmorras, volviendo al sigilo varios metros antes de llegar a la entrada de las mismas. - Quedaos atrás. - Susurré.- Amelia, si vienen Kadosh por nuestra espalda avísame. - Y me acerqué sin prisa pero sin pausa hasta el objetivo. Tres guardias charlaban tranquilos, ociosos todos ellos y totalmente ajenos a lo ocurrido mas allá de las mazmorras. Dos jugando a las cartas, uno volviendo de la ronda. Este último ni si quiera supo desde donde lo hirieron. Me acerqué por la espalda y tapándole la boca para evitar que sus gritos alertaran a sus compañeros lo degollé cual cordero.
Los otros dos fueron un poco mas difíciles, pero tampoco en exceso. llamé a la puerta de madera con fuerza. Ambos guardias tomaron, mas por protocolo que por sospecha sus armas y abrieron. El primero cayó atravesado por mi espada sin previo aviso. el segundo, aún sorprendido opuso algo de resistencia, pero lo despaché en poco tiempo. Con los tres guardias fuera de la ecuación solo quedaba encontrar las llaves de las celdas y comenzar a liberar prisioneros.
Caminé por entre las celdas mientras Peirak abría las puertas. - Si alguno de vosotros ama a Rume, es el momento de luchar, hay que expulsar a la usurpadora Merkland. Asesina de Juthrin, quien ha vendido Rume a quienes han traído la ruina a la región. Es hora de restablecer el legado de vuestra verdadera suma sacerdotisa y expulsar a estos mercenarios de vuestro templo y vuestra villa. - 1
Revisé todas las celdas en busca del mercader que andaba buscando. allí se encontraban hacinados gentes de todas las edades y sexos, algunos con mejor o peor suerte a juzgar por sus huesos salidos y sus heridas abiertas típicas de procesos de tortura. El que Peirak reconoció como antiguo capitán de los Kadosh parecía haber recibido el peor trato. Múltiples contusiones adornaban su torso semidesnudo tras un saco raído y hecho jirones. Algunas heridas mas severas en lugares estratégicos para máximo dolor y menor riesgo a la vida se encontraban pobremente tratadas.
Utilicé el don de los míos 2 sobre el capitán, esperando que aquello no solo hiciera que recobrarse las fuerzas sino que espoleara a los indecisos a ayudarnos. Tras una visita a diminuta armería salíamos del templo abriéndonos paso por sobre los guardias que ya no podían ignorar lo que se estaba desatando desde las entrañas de lo que ellos debían guardar.
Mientras Peirak y Amelia hablaban noté en el comportamiento de la bruja un comportamiento distinto al que había tenido anteriormente, de lo que deduje que no habría sido sencillo conseguir esa información y que era algo que la mujer no acostumbraba a hacer. Fuera como fuese la información resultaba valiosa cuanto menos, y si todo aquello era cierto no se me ocurría como ninguno de los dirigentes puso remedio antes. Quizá sobrevaloraba a las gentes del norte.
- Si demostramos que Merkland es la asesina nadie la seguirá. - Proponía la joven e inocente sacerdotisa, en cuya cabeza no había atisbo alguno de pillería. - Si encontramos el colgante de Juthrin en su habitación ya está. -
- Encontrar el colgante sin más no asegura nada. Como mucho lograrías que esa prueba se vuelva en tu contra ¿O acaso piensas que Merkland no va defenderse? ¿Cómo habéis podido vos encontrar el medallón que nadie más ha podido? Necesitamos algo más. - Me volví entonces a mi compañera. - Decís que han ido cambiando a los Kadosh, lo que significa que no han tenido que matarlos. si aún siguen aquí y conseguimos que apoyen a Peirak, junto con el medallón... Me suena a un plan. -
de algún modo un otro, de forma totalmente inconsciente acababa en situaciones similares, aunque esta vez, ante la información de kadosh leales a Juthrin encerrados en las mazmorras, quizá no se alejase demasiado de mi objetivo todo aquello. Quizá fuese algún plan de Anar para probar mi valía.
La música que acompaña a todo espectáculo se filtraba se filtraba por las paredes hasta nuestros oídos, delatando que el tiempo de actuar estaba comenzando a agotarse.
- El desfile es un buen momento para exponer a Merkland si encontramos lo que necesitamos, solo debemos buscar una forma de llegar hasta el templo sin ser vistos. ¿Ideas?. -
- Yo puedo guiaros callejeando hasta y por el templo. -
- No perdamos tiempo. - Sentencié casi saltando de mi asiento directo a la puerta. Miré un instante a la Amelia original. ¿quizá estábamos confiando demasiado en la mozuela? Al menos el camino que ascendía hasta el templo por rutas alternativas y estrechas servían para pasar desapercibidos, aunque también para ser emboscados. No sucedió esto ultimo. En su lugar encontramos malherido al felino protegido de la antigua suma sacerdotisa, al que Amelia no dudo en ayudar.
- Me llevo a tu copia. solos pasaréis desapercibidos mas fácilmente. Buscadnos cuando él esté estable. Si sois quien creo que sois vuestra ayuda va a ser mas que bienvenida en lo que se nos avecina. - Me despedí de Amelia, quedando acompañado por su clon y la sacerdotisa.
El ascenso al templo así como entrar en el no fue difícil en absoluto. los pocos guardias que habían permanecido guardando el recinto simplemente no eran suficientes para mantenerlo bien vigilado, síntoma de que creían seguro el lugar. Con el camino hasta los aposentos de las sacerdotisas totalmente despejado nos infiltramos raudos como el viento en la habitación de la usurpadora. No hubo privacidad que quedara preservada de nuestro escrutinio, y sin embargo tampoco hubo fruto.
No estaba allí. Habíamos revisado cada cajón, cada hueco bajo los muebles y todo aquel recoveco que de forma natural o artificial se había generado en aquella pequeña sala sin éxito alguno. Con un golpe de desesperanza Peirak se sentó en la cama deshecha de su compañera religiosa con dos lagrimones recorriendo sus mejillas. La luz del atardecer se filtraba por la ventana en un tono rojizo que ensalzaba los relieves, dibujando en negro sus siluetas.
Un único ladrillo generaba una ligera sombra. Donde antes se encontraba el tocador el ladrillo quedaba oculto, y su relieve parecía ser natural si no fuese por el sol de la tarde. O Anar estaba conmigo o desde luego la suerte estaba de nuestro lado. Con cierta dificultad y ayudado de un cuchillo pudimos sacar ese ladrillo falso que se encontraba ahuecado recientemente, en su interior una pequeña caja que contenía el medallón.
Otras puertas se cerraban con un sonido amplificado por el tamaño del propio edificio. Los pasos de un solo individuo resonaban después por los pasillos y se dirigían directamente hacia nuestra posición. en un movimiento arriesgado le puse el medallón a Peirak y cerré la caja con la intención, quizá estúpida, de lograr engañar a quien quera que llegara.
Silencio. Quien se hubiera adentrado en el lugar se había esfumado. Desenvainé la espada con sumo cuidado y me acerqué despacio hasta la puerta de la habitación. Nada. Me llevé el dedo índice a los labios pidiendo silencio a la sacerdotisa antes de abrir con sigilo la puerta encontrándome un pasillo vacío en ambas direcciones.
Con el cofre ahora vacío bajo un brazo y con la espada en el otro avancé cerca de la pared con el paso ligero y en sigilo con la esperanza de llegar a las mazmorras sin ser detectado siendo todo ello en vano. Como si supiese exactamente qué iba a hacer, algo me envistió desde una de las esquinas del pasillo tirándonos a ambos al suelo. Busqué con la mirada el cofre e intenté apoderarme de el de nuevo siendo mi adversario quien lo alcanzaría primero.
- Desconocido no tan desconocido:
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Aquel hombre de pelo cano y barba en candado bien afeitada tenía un porte y aptitud físicas elevadas para alguien de su edad. las ropas, oscuras, estaban finamente manufacturadas. Algo no me encajaba para que fuese un simple ladrón. Los ojos plateados se cruzaron con los míos un instante antes de salir corriendo. Y yo tras él, aunque tras un par de quiebros acabé perdiéndolo de vista, incapaz de seguirle debido al peso de mi armadura. La muchacha, que no se había quedado tan atrás, miraba consternada. - ¿Y ahora qué? -
Nos dirigimos tan rápido como pudimos a las mazmorras, volviendo al sigilo varios metros antes de llegar a la entrada de las mismas. - Quedaos atrás. - Susurré.- Amelia, si vienen Kadosh por nuestra espalda avísame. - Y me acerqué sin prisa pero sin pausa hasta el objetivo. Tres guardias charlaban tranquilos, ociosos todos ellos y totalmente ajenos a lo ocurrido mas allá de las mazmorras. Dos jugando a las cartas, uno volviendo de la ronda. Este último ni si quiera supo desde donde lo hirieron. Me acerqué por la espalda y tapándole la boca para evitar que sus gritos alertaran a sus compañeros lo degollé cual cordero.
Los otros dos fueron un poco mas difíciles, pero tampoco en exceso. llamé a la puerta de madera con fuerza. Ambos guardias tomaron, mas por protocolo que por sospecha sus armas y abrieron. El primero cayó atravesado por mi espada sin previo aviso. el segundo, aún sorprendido opuso algo de resistencia, pero lo despaché en poco tiempo. Con los tres guardias fuera de la ecuación solo quedaba encontrar las llaves de las celdas y comenzar a liberar prisioneros.
Caminé por entre las celdas mientras Peirak abría las puertas. - Si alguno de vosotros ama a Rume, es el momento de luchar, hay que expulsar a la usurpadora Merkland. Asesina de Juthrin, quien ha vendido Rume a quienes han traído la ruina a la región. Es hora de restablecer el legado de vuestra verdadera suma sacerdotisa y expulsar a estos mercenarios de vuestro templo y vuestra villa. - 1
Revisé todas las celdas en busca del mercader que andaba buscando. allí se encontraban hacinados gentes de todas las edades y sexos, algunos con mejor o peor suerte a juzgar por sus huesos salidos y sus heridas abiertas típicas de procesos de tortura. El que Peirak reconoció como antiguo capitán de los Kadosh parecía haber recibido el peor trato. Múltiples contusiones adornaban su torso semidesnudo tras un saco raído y hecho jirones. Algunas heridas mas severas en lugares estratégicos para máximo dolor y menor riesgo a la vida se encontraban pobremente tratadas.
Utilicé el don de los míos 2 sobre el capitán, esperando que aquello no solo hiciera que recobrarse las fuerzas sino que espoleara a los indecisos a ayudarnos. Tras una visita a diminuta armería salíamos del templo abriéndonos paso por sobre los guardias que ya no podían ignorar lo que se estaba desatando desde las entrañas de lo que ellos debían guardar.
- Offroll:
- Iori. Es tu turno, salta al escenario:
Habilidades empleadas:
1: Luz de combate: [Mágico. 2 usos] Canaliza su vinculo con la Luz para inspirar a todo aquel que pueda verle generando valentía y deseo de lucha en si mismo y los aliados al alcance
2: Imposición de Manos: [Mágica, 1 uso] Puedo imponer mis manos sobre mí o alguien más y realizar una breve plegaria. La Luz sanará la herida más grave del beneficiado y le otorgará un escudo que absorbe daño moderado por una ronda
Eleandris
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
La nieve y el frío habían reducido su capacidad de sentir al mínimo.
Pero la rabia y el odio que anidaban en su corazón mantenían la llama viva. Una que ardía con suficiente fuego como para impulsarla a avanzar en medio de aquel tiempo gélido.
Iori caminaba con paso firme y constante por la senda que llevaba en dirección a Rume.
Sabía que estaba en el camino correcto. A Otto debía de estar custodiándolo una buena cantidad de soldados de Assu, a juzgar por las marcas visibles que dejaban en el suelo, y que tan fácil le estaban poniendo a Iori la tarea de seguirlo.
Calculaba entre doce y quince cabezas, además de las personas que pudieran ir en el carruaje que dejaba el eje de las ruedas tan marcado en la nieve. En él iría Otto, sin ninguna duda. Protegido del frío dentro mientras el resto de hombres se congelaban fuera.
Igual que le sucedía a ella.
Sonrió.
Aquella sensación de soledad en medio del camino, la mordía casi tan fuerte como el gélido tiempo que reinaba en la región. Sabía que cuando los últimos retales de claridad del día se disiparan ella debería de parar. No sería posible seguir huellas sobre el suelo a oscuras. Y sin embargo...
La sed por encontrar a aquel hombre la atormentaba, impulsándola a seguir caminando aunque fuese un riesgo para ella.
La luna brillaba de forma mortecina, y la nieve que cubría todo reflejaba con fuerza su claridad.
La mestiza no se detuvo.
Dudaba de poder hacerlo, siendo incapaz de notar sensibilidad en sus pies a aquellas alturas de la senda que la acercaba a él.
Tampoco sintió frío cuando una figura salió desde detrás de un árbol para caer sobre ella. La nieve la acogió, dejando que su cuerpo se hundiese en ella con el soldado apretándole la mano sobre la boca.
Una emboscada.
Otto tenía miedo. Tanto que iba dejando guardias atrás, como un pequeño goteo para asegurarse de que ella no llegaba a alcanzarlo.
Bajo la mano enguantada que le tapaba la boca y le impedía respirar con normalidad, la mestiza esbozó una sonrisa.
Recordó las lecciones de Zakath.
"Mantener la distancia será tu ventaja. Eres rápida y ágil. Pero no siempre será posible. En caso de entrar a un cuerpo a cuerpo, recuerda Iori, esto es como el sexo. Mejor cuanto más cerca. Aprieta, despista, y cuando tu enemigo piense que está ejerciendo un control absoluto sobre ti, sorpréndelo".
Clavarle la afilada hoja de la navaja en la axila, justo bajo la cota de malla fue sencillo en aquella posición. Con el soldado más preocupado por ahogarla que por defenderse de un posible ataque.
Lo escuchó gritar y aquel sonido marcó el siguiente punto a cortar.
De un tajo preciso, Iori aprovechó que él se había incorporado para clavar hasta la empuñadura la navaja en su cuello, justo bajo su oreja. Con firmeza, con la desesperación del que sabe que es matar o morir, la mestiza deslizó el arma hasta que llegó al otro lado, abriendo por completo la garganta de aquel desgraciado.
La sangre borboteó, dejando que ella notase por primera vez en el día algo caliente tocando su piel.
Se alejó sin intención de rematar, saquear o recrearse en la muerte de aquel hombre, mientras escuchaba tras ella sus últimos estertores. Sacudió la nieve de su cuerpo y trató de limpiar la sangre que había caído sobre su rostro.
No tenía importancia lo que acababa de suceder. Lo único que su mente podía pensar era en llegar hasta Otto. Tenía algo reservado especialmente para él en el bolsillo interior del abrigo que llevaba.
Antes de que amaneciese Iori tuvo que enfrentarse de una manera similar a otros tres guardias. Apostados en distintos tramos del camino, parecían esperar a que una chica de su descripción se dejase ver para atacar.
Estúpidos.
Contra todos juntos sabía que no habría tenido posibilidad. Pero Otto no parecía una persona especialmente inteligente en cuanto a experiencia de aquel tipo.
De uno en uno aprovechaba la superioridad de la que alardeaban ser poseedores para demostrarles que no se debía de juzgar nunca por las apariencias.
Hacía unas horas desde que había amanecido cuando una muchacha con aspecto frágil, manchada de sangre seca y pinta de no comer bien en semanas se internó a hurtadillas en Rume.
La actividad desordenada que se percibía por todas partes no captó su atención, ya que únicamente tenía mente para dar con el lugar en el que Otto se había refugiado. Imaginó que usaría su influencia para buscar un sitio bien protegido.
Así que posó sus ojos en los edificios que parecían más importantes de la ciudad, mientras se prometía que él no saldría con vida de allí.
Pero la rabia y el odio que anidaban en su corazón mantenían la llama viva. Una que ardía con suficiente fuego como para impulsarla a avanzar en medio de aquel tiempo gélido.
Iori caminaba con paso firme y constante por la senda que llevaba en dirección a Rume.
Sabía que estaba en el camino correcto. A Otto debía de estar custodiándolo una buena cantidad de soldados de Assu, a juzgar por las marcas visibles que dejaban en el suelo, y que tan fácil le estaban poniendo a Iori la tarea de seguirlo.
Calculaba entre doce y quince cabezas, además de las personas que pudieran ir en el carruaje que dejaba el eje de las ruedas tan marcado en la nieve. En él iría Otto, sin ninguna duda. Protegido del frío dentro mientras el resto de hombres se congelaban fuera.
Igual que le sucedía a ella.
Sonrió.
Aquella sensación de soledad en medio del camino, la mordía casi tan fuerte como el gélido tiempo que reinaba en la región. Sabía que cuando los últimos retales de claridad del día se disiparan ella debería de parar. No sería posible seguir huellas sobre el suelo a oscuras. Y sin embargo...
La sed por encontrar a aquel hombre la atormentaba, impulsándola a seguir caminando aunque fuese un riesgo para ella.
La luna brillaba de forma mortecina, y la nieve que cubría todo reflejaba con fuerza su claridad.
La mestiza no se detuvo.
Dudaba de poder hacerlo, siendo incapaz de notar sensibilidad en sus pies a aquellas alturas de la senda que la acercaba a él.
Tampoco sintió frío cuando una figura salió desde detrás de un árbol para caer sobre ella. La nieve la acogió, dejando que su cuerpo se hundiese en ella con el soldado apretándole la mano sobre la boca.
Una emboscada.
Otto tenía miedo. Tanto que iba dejando guardias atrás, como un pequeño goteo para asegurarse de que ella no llegaba a alcanzarlo.
Bajo la mano enguantada que le tapaba la boca y le impedía respirar con normalidad, la mestiza esbozó una sonrisa.
Recordó las lecciones de Zakath.
"Mantener la distancia será tu ventaja. Eres rápida y ágil. Pero no siempre será posible. En caso de entrar a un cuerpo a cuerpo, recuerda Iori, esto es como el sexo. Mejor cuanto más cerca. Aprieta, despista, y cuando tu enemigo piense que está ejerciendo un control absoluto sobre ti, sorpréndelo".
Clavarle la afilada hoja de la navaja en la axila, justo bajo la cota de malla fue sencillo en aquella posición. Con el soldado más preocupado por ahogarla que por defenderse de un posible ataque.
Lo escuchó gritar y aquel sonido marcó el siguiente punto a cortar.
De un tajo preciso, Iori aprovechó que él se había incorporado para clavar hasta la empuñadura la navaja en su cuello, justo bajo su oreja. Con firmeza, con la desesperación del que sabe que es matar o morir, la mestiza deslizó el arma hasta que llegó al otro lado, abriendo por completo la garganta de aquel desgraciado.
La sangre borboteó, dejando que ella notase por primera vez en el día algo caliente tocando su piel.
Se alejó sin intención de rematar, saquear o recrearse en la muerte de aquel hombre, mientras escuchaba tras ella sus últimos estertores. Sacudió la nieve de su cuerpo y trató de limpiar la sangre que había caído sobre su rostro.
No tenía importancia lo que acababa de suceder. Lo único que su mente podía pensar era en llegar hasta Otto. Tenía algo reservado especialmente para él en el bolsillo interior del abrigo que llevaba.
Antes de que amaneciese Iori tuvo que enfrentarse de una manera similar a otros tres guardias. Apostados en distintos tramos del camino, parecían esperar a que una chica de su descripción se dejase ver para atacar.
Estúpidos.
Contra todos juntos sabía que no habría tenido posibilidad. Pero Otto no parecía una persona especialmente inteligente en cuanto a experiencia de aquel tipo.
De uno en uno aprovechaba la superioridad de la que alardeaban ser poseedores para demostrarles que no se debía de juzgar nunca por las apariencias.
Hacía unas horas desde que había amanecido cuando una muchacha con aspecto frágil, manchada de sangre seca y pinta de no comer bien en semanas se internó a hurtadillas en Rume.
La actividad desordenada que se percibía por todas partes no captó su atención, ya que únicamente tenía mente para dar con el lugar en el que Otto se había refugiado. Imaginó que usaría su influencia para buscar un sitio bien protegido.
Así que posó sus ojos en los edificios que parecían más importantes de la ciudad, mientras se prometía que él no saldría con vida de allí.
Iori Li
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Los primeros 3 días fueron los peores. A partir de ellos, los siguientes sirvieron a Caoimhe y Tarek para aprender acerca de lo que se les venía encima.
En aquella ocasión, cada paso en balde atravesando la ambientación de Glath parecía tomar más y más por sorpresa a Tarek y Caoimhe quienes para entonces se habían convertido en meros espectadores de lo que parecía ser su propia vida. A ambos lados del camino que unía el lugar donde siempre se reencontraban y el clamor de la batalla, en esta ocasión una hierba púrpura hacía de manto continuado más allá del horizonte de lo que ya habían explorado.
-3...2...1- Caoimhe contó de manera desinteresada y en cuanto su voz se perdió en la oscuridad de la noche, dos proyectiles pasaron cerca de la cabeza de ambas figuras. El elfo y ella misma haciendo el mínimo esfuerzo para evitarlo.
-Debe haber alguna otra explicación, Tarek- Caoimhe agarró la mano que el chico le tendía para auparse sobre un pequeño saliente en uno de los muros que bordeaban la ciudad- Yo entiendo que quizás he tensado ciertos hilos que no debía en el pasado... pero no recuerdo que nadie me odiase tanto como para dejarme estancada día si y día también en... esto- abrió los brazos mostrando la visión del campo de batalla a su alrededor.
Ambos habían decidido en algún momento evitar la entrada principal a Glath tras los primeros dos días de molestas disputas que acababan siempre en lo mismo: Muerte y desctrucción alrededor de ambos: Cuerpos desnudos, o rojizos, o sin piernas, o todos mujeres o gigantes, barbudos con patas de palo e incluso copias idénticas a todas las personas que había conocido en algún momento, desperdigados a sus alrededores. Sin duda aquella había sido la peor de las 'repeticiones' O así era como habían comenzado a llamarlas.
La vampiresa había visto el gesto de Tarek pasar de sorpresa a decisión, navegando en los últimos días en un mar de frustración y se preguntaba como aún no se habían matado el uno al otro. Lo cierto es que para entonces y aunque no lo había compartido con el elfo, Caoimhe había jugueteado con la idea de matarlo en su sueños al menos tres veces en los dos últimos días.
No por el hecho de que fuese una compañía irritable. Más bien lo opuesto. Pero la sed estaba siendo bastante difícil de controlar en las últimas horas y no había animales salvajes con los que saciarla cerca del emplazamiento en el que los múltiples universos les llevaba día si y día también.
-Analicemos de nuevo...- Caoimhe giró su vista a Tarek, casi esperando un gesto que ocupase unos ojos en blanco por parte de su compañero: Habían dado mil vueltas a todas y cada una de las acciones que se repetían en aquel día: La muerte de la mayoría de los herreros, la llegada de los Paica en algún objeto alado ( Lo más impresionante había sido una esfinge con alas doradas) el intento de secuestro de ambos por parte de los últimos y bueno... aparte de las nimiedades en los cambios de escenario, personal y aderezzo en las reacciones, cada vez menos efusivas... todo era exactamente lo mismo.
Ambos habían tomado la decisión de acortar las acciones siendo simples espectadores en los últimos tres días, de ahí que ambos tomasen la ruta colindante a donde la acción repetida pasaba. Aparte de eso... tampoco nada había cambiado.
Bueno, algo sí. El éter.
Estaba en todas partes. Al principio Caoimhe creyó que la esencia misma de lo que sentía era fruto de una alteración más en lo que les rodeaba. Con el tiempo y tras discutirlo con su compañero se percató de que a eso se referían cuando hablaban de sentir el éter: La magia misma alrededor de sus manos y como cualquier acción novedosa: Caoimhe parecía sentirla con mucha más intensidad que su compañero.
Sin duda los primeros días aquello aderezó las horas llenas de nada en un juego al que ella había comenzado a llamar "Adivina quién' Tarek se enfocaba en alguien y ella tenía que intentar adivinar la raza y quizás la magia que los vinculaba.
Por supuesto ese juego se volvió aburrido bastante rápido y tras la novedad de aquella habilidad, la constatación de que justamente aquello hacía presente que algo andaba mal les había devuelto al humor seco en el que ambos se habían estado resguardando los últimos días.
-Yo se... yo se- dijo la chica antes incluso de que Tarek pudiese protestar acerca de las veces que les habían dado vueltas a todo- Pero... me ayuda a concentrarme- dijo y lo miró con ojos inquietos. Como si intentase explicarle sin palabras a qué se refería- Llegamos a la colina. Está lloviendo... tengo barro en mis zapatos.La consistencia del barro es normal. No hay huellas antes que las nuestras por lo que avanzamos por... ¡Oh! Tarek no hay huellas antes que las nuestras... quizás eso signifique algo. ¿Hemos estado borrando nuestras huellas? ¿Quizás alguien ya lo había hecho...? Estoy segura que uno de esos herreros tan sangrientos... violentos- dijo remendando su error rápidamente-
El chico la miro mientras cruzaba los brazos, como analizándola.
-¿Sabes que cuando tienes hambre repites las cosas más a menudo? Lo que no entiendo... tienes un banquete a tu disposición, sin consecuencias a largo plazo. Al fin y al cabo todos vuelven la siguiente noche- dijo de manera sensata.
Caoimhe evitó su mirada.La posibilidad de alimentarse de aquellas almas desgraciadas había estad surcando su cabeza más de lo habitual en las últimas horas. Y en algún mínimo momento sopesó el hecho de dejar ir sus instintos y tan solo... dejarse llevar. Como lo había hecho frente a Zagreus y perder así cualquier trazo de humanidad que le quedase también frente a Tarek.
No... no podía dejarse caer tan bajo.
-Pero si sigue dándote reparo siempre podemos ir junto a los Paica, ellos parecían bien pertrechados para este tipo de situaciones.- añadió.
Antes de corregir lo del reparo, destensó los hombros, dándose cuenta entonces de que de hecho era cierto. Casi notaba el rojizo de la sangre en la copa que con tanta insistencia le había ofrecido Arabaster.
-No... tienes que venir si no quieres- le dijo al chico. En las veces que ambos se habían aventurado en seguir el trazo de sus propias acciones la tensión en la actitud de Tarek se había hecho más densa en el momento en el que ambos habían estado rodeados por aquellos vampiros burlones. No le había contado el motivo, pero comenzaba a conocer a Tarek para entender lo suficiente sobre cuando no estaba cómodo en algún lugar.- Puedes quedarte explorando las acciones del escuadrón numero tres, como habíamos planeado hacer hoy. Ya sabes que el ente bajito nos parecía sospechoso. Estoy segura que cuando todos llevaban las gafas ridículas en forma de estrella las suyas eran algo más gruesas....
El chico la miró con la ceja alzada y caminó dirección al clamor de una batalla que casi estaba acabada.
Aquello zanjaba la cuestión y Caoimhe lo siguió.
La repetición fue calcada a la anterior: Muerte, desolación. Animal alado que trae a Paicas, ambos son captados y llevados a la choza de los vampiros.
El lugar oscuro y algo alejado de lo que sucedia fuera de aquella cabaña parecía ahora tan solo una película en la que el final estaba predeterminado. La chica recordó su enojo la primera vez que los llevaron hasta aquel lugar, y como había buscado la mano de Tarek más para insuflarse valor a si misma que para calmarlo. O quizás en partes iguales.
-... Bueno- dijo respondiendo al ofrecimiento de la copa de sangre. Tragó saliva notando la sed ahora más despierta que nunca agonizando en su garganta. La expresión del Paica cambió a un semblante risueño y Caoimhe se alejó lo más que pudo de Tarek dejándose llevar por la criatura dentro de ella de una manera sutil pero efusiva.
Aquello, por supuesto los volvió a poner en tensión: nunca hasta ahora había aceptado el ofrecimiento, por lo que aquella ramificación de la historia era desconocida: Frente a ella, unos Paica que en esta ocasiòn estaban vestidos de juglares en vivos colores verdes y amarillos abrieron la puerta a la sala contigua y los invitaron a entrar.
En el centro de la sala Arabaster conservaba su capa oscura de tercipelo negro, su expresión centrada y una sonrisa malévola que estaba dirigida a ambos mientras acercaba la copa a la chica.
Esta la tomó con las manos temblorosas y se giró hasta la esquina más apartada de ambos. Tras varios segundos sopesando su alternativa vació el contenido de aquel recipiente en su garganta. El dulce sabor a humano la invadió por completo. La calidez de la persona a la que aquella sangre pertenecía apoderándose de ella. Su demonio tomando control como no lo había hecho en mucho, mucho tiempo y recordándole lo fácil que sería si simplemente aceptase el sino que había sido trazado para ella.
Suspiró de manera sorda al notar la sed saciada de manera total por primera vez en mucho tiempo.
-¿Imagino que esta es vuestra... 3 vez?- la voz de Arabaster interrumpió su momento de gozo rapido.
Se giró sobre si misma y abriendo mucho los ojos buscó la mirada de Tarek y su cercanía, esperando un ataque inminente.
-¿Perdona?- dijo Caoimhe en tensión.
-La 3ra vez que os acercáis a esta cabaña. Lo cierto es que esperaba veros más por aquí... después de las dos primeraz veces me sorprendió que no estuvieses ni un mínimo tentada a tomar la sangre. Tanto que me he preguntado si de hecho eres digna de nuestra bendición desde la última vez que os vi salir de esta cabaña- dijo el hombre de manera distraída señalando fuera.
-Entonces tú... ¿tú tambien te repites?- dijo Caoimhe sin saber muy bien como llamarlo.
-Oh si... por supuesto... No estoy seguro desde hace cuánto exactamente... Pero estoy seguro de que todo se ha vuelto más... raro desde el momento exacto en el que decidísteis poner vuestros pies sobre Glath.- señaló a las vestiduras de los Paicas al otro lado de la puerta- Un ciclo infinito, así lo llamo... yo.
El hombre suspiró entre cansado y contenido.
-Hace tanto que no salgo del ciclo que he olvidado la última vez que me importó quién gana esta estúpida batalla. Te juro que si se acaba esto jamás volveré a poner mis pies sobre esta sucia ciudad de Glath- dijo el hombre y vertió otra copa ofreciéndosela a Caoimhe.
Esta la rechazó con sutileza.
-Y...¿ tan solo tú eres consciente de los.. ciclos?- dijo Caoimhe curiosa-
- Sin contar con la bruja de las montañas yo era el único que al parecer podía hacer algo más que morir en este estùpido bucle hasta que llegásteis...Pero tampoco me ilusionaría demasiado... la mujer está desquiciada. Es fácil salirse de una norma cuando nunca has encajado en ninguna.-
Caoimhe miró a Tarek de manera significativa, recordando las palabras de los herreros con respecto a la Fjollkunig.
-Gracias por... bueno gracias por su generosidad- dijo Caoimhe- Me temo que... tenemos muchas más cosas que hacer en este día infinito pero verdaderamente espero que...
El hombre sonrió de manera sosegada e inquisitiva. Fuera de la cabaña los gritos de 'POR GLATH" indicaban con exactitud lo que se les venía encima. Caoimhe guió a Tarek hasta el otro lado de la sala donde se encontraron con las figuras de los Paica juglares en actitud violenta. El fuego se apoderó de los campos morados cercanos a la cabaña y aquellos vampiros corrieron despavoridos intentando escapar del tumulto en el que se había convertido la derrota inminente.
-Nos vemos en breve- dijo la voz de Arabaster
Había llovido todo el día. El barro de la cuesta azul que ahora indicaba la entrada a Glath parecía un manto rodeando los árboles rosados. El cielo tan solo surcado por algún que otro conejo volador que interrumpía el inicio de la noche de nuevo.
-Creo que ambos sabemos a que vamos a dedicar nuestra sexta noche..- dijo Caoimhe en el momento exacto en el que un Tarek recién llegado a Glath se reunía al fin con ella por enésima vez.
En aquella ocasión, cada paso en balde atravesando la ambientación de Glath parecía tomar más y más por sorpresa a Tarek y Caoimhe quienes para entonces se habían convertido en meros espectadores de lo que parecía ser su propia vida. A ambos lados del camino que unía el lugar donde siempre se reencontraban y el clamor de la batalla, en esta ocasión una hierba púrpura hacía de manto continuado más allá del horizonte de lo que ya habían explorado.
-3...2...1- Caoimhe contó de manera desinteresada y en cuanto su voz se perdió en la oscuridad de la noche, dos proyectiles pasaron cerca de la cabeza de ambas figuras. El elfo y ella misma haciendo el mínimo esfuerzo para evitarlo.
-Debe haber alguna otra explicación, Tarek- Caoimhe agarró la mano que el chico le tendía para auparse sobre un pequeño saliente en uno de los muros que bordeaban la ciudad- Yo entiendo que quizás he tensado ciertos hilos que no debía en el pasado... pero no recuerdo que nadie me odiase tanto como para dejarme estancada día si y día también en... esto- abrió los brazos mostrando la visión del campo de batalla a su alrededor.
Ambos habían decidido en algún momento evitar la entrada principal a Glath tras los primeros dos días de molestas disputas que acababan siempre en lo mismo: Muerte y desctrucción alrededor de ambos: Cuerpos desnudos, o rojizos, o sin piernas, o todos mujeres o gigantes, barbudos con patas de palo e incluso copias idénticas a todas las personas que había conocido en algún momento, desperdigados a sus alrededores. Sin duda aquella había sido la peor de las 'repeticiones' O así era como habían comenzado a llamarlas.
La vampiresa había visto el gesto de Tarek pasar de sorpresa a decisión, navegando en los últimos días en un mar de frustración y se preguntaba como aún no se habían matado el uno al otro. Lo cierto es que para entonces y aunque no lo había compartido con el elfo, Caoimhe había jugueteado con la idea de matarlo en su sueños al menos tres veces en los dos últimos días.
No por el hecho de que fuese una compañía irritable. Más bien lo opuesto. Pero la sed estaba siendo bastante difícil de controlar en las últimas horas y no había animales salvajes con los que saciarla cerca del emplazamiento en el que los múltiples universos les llevaba día si y día también.
-Analicemos de nuevo...- Caoimhe giró su vista a Tarek, casi esperando un gesto que ocupase unos ojos en blanco por parte de su compañero: Habían dado mil vueltas a todas y cada una de las acciones que se repetían en aquel día: La muerte de la mayoría de los herreros, la llegada de los Paica en algún objeto alado ( Lo más impresionante había sido una esfinge con alas doradas) el intento de secuestro de ambos por parte de los últimos y bueno... aparte de las nimiedades en los cambios de escenario, personal y aderezzo en las reacciones, cada vez menos efusivas... todo era exactamente lo mismo.
Ambos habían tomado la decisión de acortar las acciones siendo simples espectadores en los últimos tres días, de ahí que ambos tomasen la ruta colindante a donde la acción repetida pasaba. Aparte de eso... tampoco nada había cambiado.
Bueno, algo sí. El éter.
Estaba en todas partes. Al principio Caoimhe creyó que la esencia misma de lo que sentía era fruto de una alteración más en lo que les rodeaba. Con el tiempo y tras discutirlo con su compañero se percató de que a eso se referían cuando hablaban de sentir el éter: La magia misma alrededor de sus manos y como cualquier acción novedosa: Caoimhe parecía sentirla con mucha más intensidad que su compañero.
Sin duda los primeros días aquello aderezó las horas llenas de nada en un juego al que ella había comenzado a llamar "Adivina quién' Tarek se enfocaba en alguien y ella tenía que intentar adivinar la raza y quizás la magia que los vinculaba.
Por supuesto ese juego se volvió aburrido bastante rápido y tras la novedad de aquella habilidad, la constatación de que justamente aquello hacía presente que algo andaba mal les había devuelto al humor seco en el que ambos se habían estado resguardando los últimos días.
-Yo se... yo se- dijo la chica antes incluso de que Tarek pudiese protestar acerca de las veces que les habían dado vueltas a todo- Pero... me ayuda a concentrarme- dijo y lo miró con ojos inquietos. Como si intentase explicarle sin palabras a qué se refería- Llegamos a la colina. Está lloviendo... tengo barro en mis zapatos.La consistencia del barro es normal. No hay huellas antes que las nuestras por lo que avanzamos por... ¡Oh! Tarek no hay huellas antes que las nuestras... quizás eso signifique algo. ¿Hemos estado borrando nuestras huellas? ¿Quizás alguien ya lo había hecho...? Estoy segura que uno de esos herreros tan sangrientos... violentos- dijo remendando su error rápidamente-
El chico la miro mientras cruzaba los brazos, como analizándola.
-¿Sabes que cuando tienes hambre repites las cosas más a menudo? Lo que no entiendo... tienes un banquete a tu disposición, sin consecuencias a largo plazo. Al fin y al cabo todos vuelven la siguiente noche- dijo de manera sensata.
Caoimhe evitó su mirada.La posibilidad de alimentarse de aquellas almas desgraciadas había estad surcando su cabeza más de lo habitual en las últimas horas. Y en algún mínimo momento sopesó el hecho de dejar ir sus instintos y tan solo... dejarse llevar. Como lo había hecho frente a Zagreus y perder así cualquier trazo de humanidad que le quedase también frente a Tarek.
No... no podía dejarse caer tan bajo.
-Pero si sigue dándote reparo siempre podemos ir junto a los Paica, ellos parecían bien pertrechados para este tipo de situaciones.- añadió.
Antes de corregir lo del reparo, destensó los hombros, dándose cuenta entonces de que de hecho era cierto. Casi notaba el rojizo de la sangre en la copa que con tanta insistencia le había ofrecido Arabaster.
-No... tienes que venir si no quieres- le dijo al chico. En las veces que ambos se habían aventurado en seguir el trazo de sus propias acciones la tensión en la actitud de Tarek se había hecho más densa en el momento en el que ambos habían estado rodeados por aquellos vampiros burlones. No le había contado el motivo, pero comenzaba a conocer a Tarek para entender lo suficiente sobre cuando no estaba cómodo en algún lugar.- Puedes quedarte explorando las acciones del escuadrón numero tres, como habíamos planeado hacer hoy. Ya sabes que el ente bajito nos parecía sospechoso. Estoy segura que cuando todos llevaban las gafas ridículas en forma de estrella las suyas eran algo más gruesas....
El chico la miró con la ceja alzada y caminó dirección al clamor de una batalla que casi estaba acabada.
Aquello zanjaba la cuestión y Caoimhe lo siguió.
La repetición fue calcada a la anterior: Muerte, desolación. Animal alado que trae a Paicas, ambos son captados y llevados a la choza de los vampiros.
El lugar oscuro y algo alejado de lo que sucedia fuera de aquella cabaña parecía ahora tan solo una película en la que el final estaba predeterminado. La chica recordó su enojo la primera vez que los llevaron hasta aquel lugar, y como había buscado la mano de Tarek más para insuflarse valor a si misma que para calmarlo. O quizás en partes iguales.
-... Bueno- dijo respondiendo al ofrecimiento de la copa de sangre. Tragó saliva notando la sed ahora más despierta que nunca agonizando en su garganta. La expresión del Paica cambió a un semblante risueño y Caoimhe se alejó lo más que pudo de Tarek dejándose llevar por la criatura dentro de ella de una manera sutil pero efusiva.
Aquello, por supuesto los volvió a poner en tensión: nunca hasta ahora había aceptado el ofrecimiento, por lo que aquella ramificación de la historia era desconocida: Frente a ella, unos Paica que en esta ocasiòn estaban vestidos de juglares en vivos colores verdes y amarillos abrieron la puerta a la sala contigua y los invitaron a entrar.
En el centro de la sala Arabaster conservaba su capa oscura de tercipelo negro, su expresión centrada y una sonrisa malévola que estaba dirigida a ambos mientras acercaba la copa a la chica.
Esta la tomó con las manos temblorosas y se giró hasta la esquina más apartada de ambos. Tras varios segundos sopesando su alternativa vació el contenido de aquel recipiente en su garganta. El dulce sabor a humano la invadió por completo. La calidez de la persona a la que aquella sangre pertenecía apoderándose de ella. Su demonio tomando control como no lo había hecho en mucho, mucho tiempo y recordándole lo fácil que sería si simplemente aceptase el sino que había sido trazado para ella.
Suspiró de manera sorda al notar la sed saciada de manera total por primera vez en mucho tiempo.
-¿Imagino que esta es vuestra... 3 vez?- la voz de Arabaster interrumpió su momento de gozo rapido.
Se giró sobre si misma y abriendo mucho los ojos buscó la mirada de Tarek y su cercanía, esperando un ataque inminente.
-¿Perdona?- dijo Caoimhe en tensión.
-La 3ra vez que os acercáis a esta cabaña. Lo cierto es que esperaba veros más por aquí... después de las dos primeraz veces me sorprendió que no estuvieses ni un mínimo tentada a tomar la sangre. Tanto que me he preguntado si de hecho eres digna de nuestra bendición desde la última vez que os vi salir de esta cabaña- dijo el hombre de manera distraída señalando fuera.
-Entonces tú... ¿tú tambien te repites?- dijo Caoimhe sin saber muy bien como llamarlo.
-Oh si... por supuesto... No estoy seguro desde hace cuánto exactamente... Pero estoy seguro de que todo se ha vuelto más... raro desde el momento exacto en el que decidísteis poner vuestros pies sobre Glath.- señaló a las vestiduras de los Paicas al otro lado de la puerta- Un ciclo infinito, así lo llamo... yo.
El hombre suspiró entre cansado y contenido.
-Hace tanto que no salgo del ciclo que he olvidado la última vez que me importó quién gana esta estúpida batalla. Te juro que si se acaba esto jamás volveré a poner mis pies sobre esta sucia ciudad de Glath- dijo el hombre y vertió otra copa ofreciéndosela a Caoimhe.
Esta la rechazó con sutileza.
-Y...¿ tan solo tú eres consciente de los.. ciclos?- dijo Caoimhe curiosa-
- Sin contar con la bruja de las montañas yo era el único que al parecer podía hacer algo más que morir en este estùpido bucle hasta que llegásteis...Pero tampoco me ilusionaría demasiado... la mujer está desquiciada. Es fácil salirse de una norma cuando nunca has encajado en ninguna.-
Caoimhe miró a Tarek de manera significativa, recordando las palabras de los herreros con respecto a la Fjollkunig.
-Gracias por... bueno gracias por su generosidad- dijo Caoimhe- Me temo que... tenemos muchas más cosas que hacer en este día infinito pero verdaderamente espero que...
El hombre sonrió de manera sosegada e inquisitiva. Fuera de la cabaña los gritos de 'POR GLATH" indicaban con exactitud lo que se les venía encima. Caoimhe guió a Tarek hasta el otro lado de la sala donde se encontraron con las figuras de los Paica juglares en actitud violenta. El fuego se apoderó de los campos morados cercanos a la cabaña y aquellos vampiros corrieron despavoridos intentando escapar del tumulto en el que se había convertido la derrota inminente.
-Nos vemos en breve- dijo la voz de Arabaster
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Había llovido todo el día. El barro de la cuesta azul que ahora indicaba la entrada a Glath parecía un manto rodeando los árboles rosados. El cielo tan solo surcado por algún que otro conejo volador que interrumpía el inicio de la noche de nuevo.
-Creo que ambos sabemos a que vamos a dedicar nuestra sexta noche..- dijo Caoimhe en el momento exacto en el que un Tarek recién llegado a Glath se reunía al fin con ella por enésima vez.
Caoimhe
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
El incremento en la seguridad del poblado era notorio. Patrullas y miradas desafiantes parecían aproximar un conflicto que aún no había llegado. Túnnar, a diferencia de la vez anterior, contaba con dos guardias fuertemente armados en la habitación, cuyos yelmos no dejaban resquicio alguno a contemplar en el rostro de ninguno. Y la mirada del dirigente se mostraba más dura, más segura. Algo sin duda había cambiado en el tiempo en que la elfa había pasado fuera…
—De modo... que éste es el heredero del mebaragesi de Assu...— cierta sorna invadió parte de sus palabras. Fundamentalmente una: heredero.
Nipal no dijo palabra alguna, evidenciando en sus bien formados rasgos un natural tempor que buscaba por todo medio esconder. Acostumbrado a recepciones y estar seguro de su lugar, esperó. Túnnar acentuó su sonrisa. Aylizz echó una mirada a Nipal, de reojo, pero mordió su lengua y se limitó a asentir. El señor de Mirza echó un vistazo a uno de sus hombres, quien salió de la estancia. Dos minutos en silencio transcurrieron hasta que regresó, junto a otros dos guerreros.
—Prendedlo.— ordenó con calma.
—Vine para buscar la paz.— aseguró Nipal, con el rostro empalidecido.
—Hay otros movimientos a tener en cuenta, joven.— comentó desdeñoso —Has hecho bien en traerlo, elfa.
El príncipe miró confundido a Aylizz, quien por su parte no parecía en absoluto sorprendida. Pese a haber mantenido una mínima esperanza en que aquel tipo cumpliría su palabra, que le había impulsado a llevar hasta el final sus comedidas acciones, ya desde el principio había asumido que se encontraba en la posición perdedora, por lo que únicamente debía decidir hasta cuando estaba dispuesta a mantener la cabeza gacha. Ella no le debía nada a ninguno de aquellos humanos, pero todavía tenía que recuperar lo que era suyo.
—¿Eh? ¿Qué? No. Nada de eso.— no dudó en interponerse entre los guardias y el joven, convencida de que una vez lo hubieran reprendido, nada le daría razón a ese mandamás para dar por terminado el asunto. Y seriamente dudaba qué planearía hacer con ella. —El trato era el chico por mis armas.
—¿Trato?— repitió Túnnar. Una sola mirada bastó para que sus hombres apartaran a la muchacha, violentamente, y comenzaran a arrastrar al heredero de Assu. —Tengo otros tratos que cumplir, bastante más importantes. ¿No querías tus armas? ¿No habías venido a eso? Tuyas son.— entonces señaló un cofre cerca de su escritorio, con un guardia al lado —Lo que ocurra con él no es de tu incumbencia. Vuelve a tu bosque, criatura.
Considerando que razón no le faltaba, aunque todavía contrariada por la disposición del pago acordado, siguió al príncipe con los ojos, con aparente indiferencia, mientras se acercaba al cofre. Realmente, la conciencia empezaba a reconcomerla, pues pese a que aquellas gentes y sus rencillas estuvieran lejos de su interés, realmente aquel joven no le había dado motivo alguno para dejarlo en la estacada. Aún así, no terminaba de confiar en que todo acabara bien para ella, por lo que se mantuvo alerta. Agachándose hacia el baúl, constató que el guardia no se movió ni un ápice, ni siquiera parecía mirarla, aunque no dudaba que estuviera prestando su más absoluta atención a cada movimiento. Se decidió a abrirlo y allí encontró sus armas, exceptuando las flechas. Una nimiedad a la que restarle importancia, dadas las circunstancias. Si verdaderamente estaban dispuestos a dejar que se marchara, sin más, ya podía preocuparse más adelante de reponerlas.
—Has hecho un gran servicio a Mirza... y a los míos.— empezó a hablar entonces Túnnar —Sólo requiero un servicio más de tí, que por supuesto pagaré en oro.— algo le hizo sonreír al mencionar aquella palabra. —No puedo prescindir de los míos, no en unos días. Y necesito una visión distinta de lo que está pasando. Luego podrás abandonar la región con mi agradecimiento. O quedarte y trabajar para mí.
Aylizz escuchó su oferta mientras comprobaba una a una las armas, antes de colocarlas en sus fundas, que había portado vacías todo este tiempo. Cuando terminó, esbozó una sonrisa de medio lado, con evidente sorna.
—¿Oro dices?— se separó un par de pasos del guardia que custodiaba el cofre para mirar un momento hacia el gobernante, antes de disponerse a dar la vuelta y enfilar la salida. —No sé con qué elfos acostumbrais a tratar, pero a mí eso no me interesa. Prefiero mi bosque.— replicó con el mismo tono en el que él le había mandado a paseo, poco antes.
—Si tal es tu elección, la aceptaré.— aseguró el pelirrojo —Despídete de Nipal.— sonrió después, dándose la vuelta hacia su escritorio —Serás la penúltima belleza que ese muchacho vea en vida.
Sin parar de caminar hacia la salida, arqueó una ceja con desagrado ante su comentario, aunque dejó escapar una falsa risa ligera como si nada. Podía ver fuera a los tres guardias, todavía con el príncipe inmovilizado, aunque dudaba si él podía escuchar desde el otro lado.
—Será un chico con suerte, dadas las circunstancias.— se limitó a contestar. No le convenía contrariar a aquel tipo. Al menos todavía. Antes de que él pudiera decir nada más, sin preguntar, cerró la puerta del despacho tras de sí al salir.
Caminó con parsimonia para cruzar la sala, únicamente dedicándole una mirada desganada al grupo. Definitivamente, no podía dejarlo allí. Caminó unos pasos más hacia la salida, pasando de largo, pero todavía se detuvo un instante antes de cruzar la puerta que daba a la calle. Dioses, cómo odiaba la sensación de no saber cuándo dejar de esperar el peligro acechando. Posiblemente la misma inquietud que solía provocar arranques poco premeditados, fruto de la imperiosa necesidad de sentir que tenía el control de la situación. En un rápido movimiento echó mano de los cuchillos, ocultos bajo la túnica, en sus costados, y se volvió hacia los dos que retenían a Nipal, propiciando un tajo a cada uno, en cuello y rostro. Ninguno mortal, ni siquiera profundos, pero lo bastante sorpresivos, dolorosos y acertados como para provocar que soltaran al joven y se llevaran las manos a las lesiones por las que la sangre comenzaba a brotar. Ante el shock del tercero, agarró de la pechera al heredero, echando a correr y obligándolo a hacerlo también.
—¡Corre, corre, vamos!— azuzó, echando una mirada de soslayo hacia atrás, por encima del hombro, para comprobar cómo el desconcierto todavía les daba tiempo.
Tuvieron cinco pasos de ventaja, hasta que el tercer guardia dio los gritos de alarma y la voz iracunda de Túnnar salió tras abrir la puerta nuevamente. Prácticamente toda la milicia de Mirza iría tras ellos, no sin antes ordenar cerrar el pueblo por completo. Con casi una veintena de perseguidores recorriendo las calles de la ciudad y otros tantos hombres acudiendo a prisa hacia los portones, en no más de media hora cualquier ciudadano podía darse por enterado de que había empezado la caza. Mientras tanto, Aylizz y Nipal buscaban entre los callejones más recónditos algún sótano o casa baja que se viera vacía o ruinosa, cualquier lugar olvidado en el que ocultarse.
—¿Por qué has actuado así?— preguntó él, sin dejar de correr —Por un momento creí que estabas de su parte, pero entiendo que lo has arriesgado todo…
—No mentí. El trato era traerte hasta aquí para recuperar mis armas, aunque tú mismo aceptaste venir. Y nada me hacía confiar en que al cruzar la puerta no hubiera nadie esperándome.— explicó asimismo, sin dejar de correr —Así que lo he arriesgado todo para asegurarme una oportunidad de huida.— entonces se permitió detenerse un momento para valorar hacia dónde continuar corriendo. Las voces de los milicianos se escuchaban algo más lejanas, pero todavía no lo bastante como para no ser pillados por sorpresa. Antes de echar a la carrera de nuevo, añadió —Y supongo que no era la recepción de parlamento que esperabas.
—Podías haberme dejado allí y salir sin contratiempos.— rebatió él.
—Liberaste a mi padre.— sentenció —Una vida por otra.
—Gracias de todos modos.— murmuró Nipal.
Al final de una calle algo más desahogada de edificios que las que dejaban atrás, se dejaban ver unas escaleras desgastadas y parcialmente rotas, por los siglos que parecían tener, que parecían descender por una cuesta de tierra pedregosa. Asumieron que habían llegado a los límites exteriores de los barrios más abandonados y ambos giraron la cabeza para mirarse, expectantes, al ver subir a un caminante solitario. Antes de tomar ninguna acción, la elfa agudizó mejor la vista y casi se le cortó la respiración cuando distinguió al elfo, con gesto resignado y más relajado de lo que Aylizz lo había visto en muchas otras ocasiones.
Desde Lunargenta no lo había vuelto a ver. Y lejos de preguntarse qué demonios le habrían traído a ese remoto lugar norteño, sólo se ahogó al pensar en que la descubriera en aquel entuerto. Pero cuando sus miradas se cruzaron en la media distancia, no dudó que aquellos ojos grises le habían reconocido.
Aylizz Wendell
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Las palabras de Caoimhe resonaron en su cabeza mientras paseaban, por enésima vez, por las mismas calles del pueblo. ¿Quién podría estar detrás de aquel inusitado vórtice temporal, que no hacía más que devolverlos al final del mismo día una y otra vez? Los sucesos se repetían, de forma más o menos similar. Habían detectado cambios en su entorno: colores, texturas, el aspecto de las gentes de Glath… pero al final del día siempre se sucedían los mismos acontecimientos: la lucha en la calle principal, el consejo reunido, los Paica asentados en el extremo opuesto de la población, el secuestro de alguna personalidad relevante de la villa y la llegada del dragón (o cualquier otra criatura de gran tamaño) para poner fin al conflicto. Un nuevo ataque daba inicio a la última etapa de la repetición y, de repente, todo volvía a ser como era la noche anterior. Sabía que se había granjeado importantes enemigos en los últimos meses de su vida, pero ninguno era ni remotamente tan poderoso como para ser el artífice de aquella inusitada locura temporal.
Se había percatado además de algo curioso: eran capaces de sentir hambre, pero no sentían cansancio. No había dormido ni un solo minuto desde su primera llegada a Glath, sin embargo, tras la segunda repetición de la noche había empezado a sentir el aguijón del hambre corroyendo su estómago. Los incesantes balbuceos de Caoimhe y la forma en que empezó a observar a la gente que la rodeaba, lo hicieron consciente de que no era el único asolado por aquella necesidad. Noche tras noche, la chica pareció omitir de forma consciente su deseo de alimentarse y, noche tras noche, el elfo fue consciente de cómo aquello había empezado a afectarla. Intuía que su “dieta” era algo que perturbaba a la chica. Lo había intuido ya durante su encuentro en el Árbol Madre, pero suficiente caos tenían ya a su alrededor como para permitir que la única persona cuerda con la que contaba en aquel lugar perdiese los estribos a causa del hambre. Los Paica era, por mucho que le pesase, su única solución en aquel momento.
Las extrañas vestiduras de los mercenarios no consiguieron aliviar, sin embargo, la sensación de agobio que le produjo volver a entrar en su guarida. Su mente lo retraía una y otra vez a los acontecimientos en Urd y al desagradable encuentro del que había salido con vida más por suerte que por destreza. Los mercenarios cumplieron sin embargo su cometido y Caoimhe pareció respirar con más tranquilidad, una vez el rojo líquido vital llegó a su estómago. Casualidades del destino, su vista a los mercenarios trajo consigo algo más que el alivio del hambre que sufría la vampiresa.
El manto blanco y esponjoso en el que se había convertido la grava bajo sus pies, sonó sin embargo pedregosa, como si solamente el aspecto de la misma hubiese cambiado. En su sexta noche en aquel particular infierno, vieron varios conejos volar, como si de grandes abejorros se tratase. Su número había ido en aumento, según la noche había ido avanzando. A su espalda escuchaban el estrépito de las “armas”, en el enésimo enfrentamiento que se producía en la calle principal de la población. La batalla acabaría como en todas las demás ocasiones, con algún miembro del gremio secuestrado y los Paica amenazando a los supervivientes con su destrucción. Por suerte (o por desgracia, dependía de cómo se viese) en esa ocasión el arsenal con el que contaban ambos bandos pasaba por una amplia variedad de herramientas y utillaje de cocina, donde el instrumento más peligroso parecía ser una cuchara de palo del tamaño de una pala pequeña. Sin duda, aquella batalla habría sido digna de ver.
- ¿Tú que crees? –le preguntó a la vampiresa, que subía junto a él la cuesta camino a la cabaña de la hechicera- Arabaster dijo que habíamos creado alguna especie de ruptura en el bucle con nuestra llegada. ¿Por qué no se produjo un suceso similar con su propia llegada?
Tras dar por finalizada la conversación el día anterior entre la vampiresa y el líder de los Paica, antes de abandonar la guarida de los mercenarios para ver morir otro día sin sentido, Tarek había tomado unos instantes para hacer una última pregunta al líder vampiro. Este les había indicado que se encontraba en las afueras de pueblo en las horas que había precedido a la primera repetición, razón por la cual consideraba que era el único capaz de recordar o asimilar los cambios que se producían al su alrededor. El resto de agentes en aquella historia repetían sin demasiado conocimiento, tanto de los cambios como de los acontecimientos, los mismos sucesos noche tras noche. Aquella circunstancia había marcado la diferencia para él y el elfo se preguntó cómo era posible que todavía no se hubiese vuelto loco.
El líder Paica, condicionado por las últimas órdenes dadas a sus hombres aquella fatídica noche original, había intentado encontrar el origen de aquel bucle temporal. Sus hombres de confianza habían peinado las calles de la aldea, mientras el resto de su gente se enfrentaba una vez más a los miembros de gremio, en una lucha que siempre acababa de la misma manera. Habían repetido aquella misma noche medio centenar de veces, pero jamás habían sido capaces de encontrar el origen de aquella anomalía. Extrañamente, sus intentos por alcanzar la cabaña de la hechicera habían sido igual de infructuosos.
- ¿Crees que nos espera? –preguntó entonces a la chica, recordando la petición de aquella niña humana, en la primera noche que habían pasado allí, y que tan alegremente habían rechazado- La niña del perro, nos dijo que la tal fijel… fjeilkuni… fjoliluni… ¿fjollkunig?… nos esperaba. Quizás fuese consciente de lo que significaba nuestra llegada a la aldea.
- mmm… si Arabaster no miente sobre ella … entonces no entiendo porque no ha venido a buscarnos ella misma teniendo en cuenta el tiempo que llevamos atrapados en este purgatorio -le dijo ella, apresurando el paso para seguir el ritmo de Tarek.
- Vete tú a saber –respondió el elfo, encogiéndose de hombros.
La cuesta por la que caminaban desembocó en un pequeño altillo, que daba paso a una cumbre secundaria, ligeramente más baja, que ocultaba parcialmente una casita de madera, de cuya chimenea salía una columna constante de humo. Tarek se preguntó si ese era su aspecto original o si su apariencia de casa de cuento era efecto de la misma maldición que parecía afectar al resto del pueblo. Había visto casas con la entrada en el tejado y las ventanas pegadas al suelo, casas elevadas sobre largos postes de madera y accesibles mediante tortuosas escaleras, casas pintadas de los más diversos colores… estaba claro que no había nada en ese lugar que pudiesen tachar de verdadero, a menos que lo hubiesen visto durante su primera noche en Glath.
- Mejor no te comas nada de lo que te ofrezca –comentó con ligereza, solo para darse cuenta de que lo acompañaba un vampiro- Aunque no creo que vayas a tener ese problema –añadió sin más, aproximándose a la casa.
Alzó la mano para golpear la puerta con los nudillos, pero esta se abrió de par en par, dejando a la vista un acogedor espacio interior y una anciana mujer de mirada penetrante
- Llegáis seis días tarde –les espetó, antes de apartarse para dejarlos pasar.
- Lo… ¿sentimos? –contestó el elfo con cautela. La mujer, como el líder de los Paica les había indicado, parecía ligeramente perturbada.
- Deberíais hacerlo –contestó en el mismo tono ácido- ¿Vais a pasar? –bramó finalmente, gesticulando hacia el interior de la casa- Quizás la noche se repita de forma eterna, pero no tendréis otra oportunidad de llegar hasta aquí una vez ocurra de nuevo lo que reinicia la jornada.
Tarek miró a Caoimhe un instante, antes de asentir y agacharse para cruzar el umbral de la puerta.
- Así que es un hechizo –confirmó más que preguntó.
- ¿Qué iba a ser, si no? –respondió la fjollkunig en tono seco- Esto no debería haber pasado. Nada de esto debería haber pasado –murmuró más para si que para sus invitados.
- ¿Lo habéis invocado vos? –preguntó entonces el elfo, con educación
- ¿Tú que crees? –le espetó ella en el mismo tono ácido.
- Que ser un poco más amable no va a mataros –le respondió el peliblanco, cruzándose de brazos.
Se mantuvieron la mirada unos instantes, antes de que la adivina suspirase con pesadez, dejando lo que tenía en las manos y sentándose en el borde de una mullida cama que se encontraba al fondo de la cabaña.
- Ni siquiera recuerdo cuantas noches han transcurrido ya, desde que invoqué las fuerzas de la diosa madre –murmuró en un tono más cordial. Parte de la locura que inundaba su mirada parecía haberse perdido junto a aquel cansado suspiro. Tarek se agachó frente a ella.
- Para nosotros han sido seis noches y, si lo que dice el líder de los Paica es real, algo ha cambiado con nuestra llegada.
- Los Paica… -masculló la mujer con desprecio- No, ellos no son los culpables. Aunque su presencia lo hizo más fácil.
- ¿Qué es lo que hizo más fácil? ¿Por qué habéis condenado a vuestro pueblo a… esto? –preguntó entonces el elfo, recordando el respeto con el que habían hablado de la adivina durante la reunión del gremio.
- No soy la primera fjollkunig de Glath –respondió la mujer, con un tono que implicaba que su historia iba a ser larga- No puedo ser la última. Ver el futuro es una condena –pasó su mirada del elfo a la vampiresa, antes de continuar- Por suerte nunca vivimos más que una vida ordinaria, la vida de un humano, corta y limitada. Otro se alza cuando hemos alcanzado el cénit de nuestra existencia, un pupilo, alguien a quien enseñar el arte de la adivinación antes de que la antigua fjollkunig sea reclamada por la muerte. No, mi hora aún no había llegado, pero tampoco la suya. Por eso siempre tienen un guardián. Somos parte de una tríada, un mismo ente dividido en tres cuerpos: la fuerza, la sabiduría y la inocencia. Ninguno pude vivir sin los otros dos. Por eso cuando la fjollkunig muere, otro pupilo se alza. Pero mi hora no ha llegado, todavía no. El statu quo debe ser protegido.
Los miró una vez más, como esperando que comprendiesen a qué se refería. El elfo la miró con gesto neutro. Sin duda era una historia apasionante, un milagro divino que se había instaurado en aquella remota región del norte, pero no entendía por qué se la contaba en aquel preciso momento.
- ¿Habéis invocado un bucle temporal en el pueblo para no morir? –le preguntó con cautela- ¿No deseáis que se alce otro pupilo?
La mujer lo miró directamente con cara de pocos amigos, antes de escupirle:
- Eres estúpido –respondió la mujer de sopetón, obligando al elfo a recordar que sus preguntas tenían respuestas mucho más certeras de lo que a veces desearía- No es tan difícil de entender –se alzó de la cama, recuperando el mal humor que había mostrado a su llegada- ¡No es tan difícil! –bramó de nuevo, mirándolo como si fuese estúpido- ¡Por el amor de la diosa!
- No van a pagaros más por poneros misteriosa –le respondió Tarek, cansado de los exabruptos- Si no queréis que lo arreglemos, no sé para que nos convocasteis la primera noche ni para que nos habéis permitido entrar hoy. Podemos salir por esa puerta y dejar que esta locura se desmorone todavía más.
La mujer los miró con fastidio, como si su presencia la molestase. Como si considerase una falta de respeto que no entendiesen sus palabras. Espero, como intentando darles tiempo para que reaccionasen a sus palabras. Pasados unos segundos, chacó la lengua con fastidio.
- Tenéis que salvar a Hirmia –dijo sin más, aunque al ver sus caras de incomprensión añadió- La niña, la que envié para que os dijese que deseaba veros. La que va con el perro, su guardián.
- ¿Eso es todo? –preguntó Tarek, lo que le valió otra furibunda mirada de la mujer.
- Pues claro que es todo. ¿Qué te esperabas, tener que enviar a un espíritu de vuelta al inframundo? Si Hirmia muere, se acabaron las fjollkunig de Glath y eso no va a pasar bajo mi guardia.
- Así que habéis condenado a todo el pueblo a repetir la misma noche eternamente, para evitar que se muera la niña.
- ¡Exacto! –respondió la mujer, como si fuese lo más evidente del mundo- Debéis encontrarla y evitar que muera.
- Supongo que no lo hacéis vos misma, porque no tenéis posibilidad de abandonar este lugar –comentó el elfo, lo que le valió otra mirada de desprecio.
- Estáis perdiendo el tiempo. Buscadla y salvadla. A cada noche que pase, todo será peor y arreglarlo se volverá más terrible.
Tarek miró a Caoimhe, antes de poner los ojos en blanco y dirigirse a la puerta. Se detuvo en cambio antes de abrirla.
- ¿Qué sucederá cuando rompamos la cadena de sucesos? –preguntó, mirando de nuevo a la hechicera, que trasteaba en su pequeña cocina.
- No volverá a repetirse la misma noche –respondió ella sin más.
- ¿Qué sucederá si no lo hacemos? –preguntó entonces. Ella lo miró, inexpresiva.
- Jamás saldréis de aquí. El hechizo de Glath os absorberá y pronto empezaréis a mutar como los demás.
Con un último asentimiento, el elfo se despidió de la mujer y salió de la caldeada vivienda, agradeciendo el frío de la noche. Notó los pasos de Caoimhe tras él y observó en el cielo como un gran animal alado (¿un dragón? ¿otra esfinge?) se alejaba volando hacia el amanecer, marcando el final de otra tortuosa noche.
Necesitaron otras dos noches más, plagadas de incongruencias y situaciones inverosímiles, antes de conseguir localizar el lugar donde moría la muchacha. La habían seguido en su séptima noche, esquivando los puntos conflictivos de la ciudad, la inundación que había sustituido a los incendios y la orquesta del pueblo que había decidido salir a la batalla haciendo sonar sus bombos y trompetas, solo para perder a la niña poco antes del amanecer. Los ladridos del enorme perro que la acompañaba fueron lo último que escucharon antes de volver a encontrarse en el camino de entrada de Glath por octava vez.
- Al menos ahora sabemos en qué zona del pueblo sucede –comentó el elfo caminando hacia el lugar en el que todo había acabado la noche anterior.
Sin embargo, su octava noche llegó a su fin, sin que consiguiesen localizar a la pequeña antes de que la matasen. Lo último que vieron fue la silueta de un hombre manchado de sangre, antes de que todo volviese a reiniciarse. La noche siguiente intentaron una estrategia diferente. Alertaron a la niña de su aciago destino, pero aquello solo despertó la ira del resto del pueblo, que los persiguió, obligándolos a refugiarse en la guarida de los Paica, para diversión y disfrute de su líder, Arabaster.
- Ya os dije que nos veríamos pronto –comentó esté con ironía.
La décima noche vigilaron el área que circundaba el callejón en el que la habían visto morir un par de días antes, atentos al más mínimo ruido que indicase la llegada de la niña o de su asesino. Tarek imploró a los dioses para que, dentro del caótico devenir de los acontecimientos que se sucedían en Glath, aquella muerte fuese siempre un punto estanco en el espacio. Por primera vez en meses, los dioses parecieron escuchar su súplica.
La niña apareció en el callejón, con expresión asustada, llamando en susurros al perro que siempre la acompañaba. ¿Qué habría sucedido? ¿Por qué no estaba con ella? El elfo recordó que la adivina había dicho que era su protector, su guardián. Unos pesados pasos se aproximaron entonces por su derecha y la niña, asustada, miró en aquella dirección. El hombre resoplaba, como si hubiese llegado hasta allí a la carrera.
-La fjollkunig podrá haber hablado, pero mi palabra es ley –pronunció, antes de alzar la espada en dirección a la muchacha. Un ladrido se dejó escuchar no muy lejos de allí.
Con destreza, el elfo aseguró la daga en su mano y la lanzó, clavándola directamente en el corazón del hombre, que se paralizó, aún con la espada en la mano, mirando el mango del cuchillo que asomaba en su pecho. Su mirada se enturbió y cayó de espaldas, inerte contra el húmedo suelo.
Todo había acabado. Tarek se deslizó entonces hasta el callejón, con la vampiresa siguiendo sus pasos. Habían roto la maldición, verían un nuevo amanecer (o al menos él haría, pues dudaba que Caoimhe deseara ver el sol). El perro de la niña llegó entonces corriendo por el callejón y se abalanzó sobre ella, agradecido de verla. La cristalina risa de Hirmia inundó el lugar, mientras se dejaba lamer la cara con felicidad. Se giró entonces hacia ellos, para agradecerles la ayuda, cuando un crujido se dejó oír y los tres alzaron la vista hacia el alero del tejado en el que Tarek y Caoimhe habían estado solo minutos antes.
La teja impactó directamente sobre la cabeza de la niña y el elfo se encontró, por undécima vez, de nuevo en el camino de entrada a Glath. Una maldición abandonó sus labios, mientras arrastraba los pies por el camino que lo llevaría a reunirse, otra noche más, con la vampiresa a la entrada del pueblo.
Se había percatado además de algo curioso: eran capaces de sentir hambre, pero no sentían cansancio. No había dormido ni un solo minuto desde su primera llegada a Glath, sin embargo, tras la segunda repetición de la noche había empezado a sentir el aguijón del hambre corroyendo su estómago. Los incesantes balbuceos de Caoimhe y la forma en que empezó a observar a la gente que la rodeaba, lo hicieron consciente de que no era el único asolado por aquella necesidad. Noche tras noche, la chica pareció omitir de forma consciente su deseo de alimentarse y, noche tras noche, el elfo fue consciente de cómo aquello había empezado a afectarla. Intuía que su “dieta” era algo que perturbaba a la chica. Lo había intuido ya durante su encuentro en el Árbol Madre, pero suficiente caos tenían ya a su alrededor como para permitir que la única persona cuerda con la que contaba en aquel lugar perdiese los estribos a causa del hambre. Los Paica era, por mucho que le pesase, su única solución en aquel momento.
Las extrañas vestiduras de los mercenarios no consiguieron aliviar, sin embargo, la sensación de agobio que le produjo volver a entrar en su guarida. Su mente lo retraía una y otra vez a los acontecimientos en Urd y al desagradable encuentro del que había salido con vida más por suerte que por destreza. Los mercenarios cumplieron sin embargo su cometido y Caoimhe pareció respirar con más tranquilidad, una vez el rojo líquido vital llegó a su estómago. Casualidades del destino, su vista a los mercenarios trajo consigo algo más que el alivio del hambre que sufría la vampiresa.
[…]
El manto blanco y esponjoso en el que se había convertido la grava bajo sus pies, sonó sin embargo pedregosa, como si solamente el aspecto de la misma hubiese cambiado. En su sexta noche en aquel particular infierno, vieron varios conejos volar, como si de grandes abejorros se tratase. Su número había ido en aumento, según la noche había ido avanzando. A su espalda escuchaban el estrépito de las “armas”, en el enésimo enfrentamiento que se producía en la calle principal de la población. La batalla acabaría como en todas las demás ocasiones, con algún miembro del gremio secuestrado y los Paica amenazando a los supervivientes con su destrucción. Por suerte (o por desgracia, dependía de cómo se viese) en esa ocasión el arsenal con el que contaban ambos bandos pasaba por una amplia variedad de herramientas y utillaje de cocina, donde el instrumento más peligroso parecía ser una cuchara de palo del tamaño de una pala pequeña. Sin duda, aquella batalla habría sido digna de ver.
- ¿Tú que crees? –le preguntó a la vampiresa, que subía junto a él la cuesta camino a la cabaña de la hechicera- Arabaster dijo que habíamos creado alguna especie de ruptura en el bucle con nuestra llegada. ¿Por qué no se produjo un suceso similar con su propia llegada?
Tras dar por finalizada la conversación el día anterior entre la vampiresa y el líder de los Paica, antes de abandonar la guarida de los mercenarios para ver morir otro día sin sentido, Tarek había tomado unos instantes para hacer una última pregunta al líder vampiro. Este les había indicado que se encontraba en las afueras de pueblo en las horas que había precedido a la primera repetición, razón por la cual consideraba que era el único capaz de recordar o asimilar los cambios que se producían al su alrededor. El resto de agentes en aquella historia repetían sin demasiado conocimiento, tanto de los cambios como de los acontecimientos, los mismos sucesos noche tras noche. Aquella circunstancia había marcado la diferencia para él y el elfo se preguntó cómo era posible que todavía no se hubiese vuelto loco.
El líder Paica, condicionado por las últimas órdenes dadas a sus hombres aquella fatídica noche original, había intentado encontrar el origen de aquel bucle temporal. Sus hombres de confianza habían peinado las calles de la aldea, mientras el resto de su gente se enfrentaba una vez más a los miembros de gremio, en una lucha que siempre acababa de la misma manera. Habían repetido aquella misma noche medio centenar de veces, pero jamás habían sido capaces de encontrar el origen de aquella anomalía. Extrañamente, sus intentos por alcanzar la cabaña de la hechicera habían sido igual de infructuosos.
- ¿Crees que nos espera? –preguntó entonces a la chica, recordando la petición de aquella niña humana, en la primera noche que habían pasado allí, y que tan alegremente habían rechazado- La niña del perro, nos dijo que la tal fijel… fjeilkuni… fjoliluni… ¿fjollkunig?… nos esperaba. Quizás fuese consciente de lo que significaba nuestra llegada a la aldea.
- mmm… si Arabaster no miente sobre ella … entonces no entiendo porque no ha venido a buscarnos ella misma teniendo en cuenta el tiempo que llevamos atrapados en este purgatorio -le dijo ella, apresurando el paso para seguir el ritmo de Tarek.
- Vete tú a saber –respondió el elfo, encogiéndose de hombros.
La cuesta por la que caminaban desembocó en un pequeño altillo, que daba paso a una cumbre secundaria, ligeramente más baja, que ocultaba parcialmente una casita de madera, de cuya chimenea salía una columna constante de humo. Tarek se preguntó si ese era su aspecto original o si su apariencia de casa de cuento era efecto de la misma maldición que parecía afectar al resto del pueblo. Había visto casas con la entrada en el tejado y las ventanas pegadas al suelo, casas elevadas sobre largos postes de madera y accesibles mediante tortuosas escaleras, casas pintadas de los más diversos colores… estaba claro que no había nada en ese lugar que pudiesen tachar de verdadero, a menos que lo hubiesen visto durante su primera noche en Glath.
- Mejor no te comas nada de lo que te ofrezca –comentó con ligereza, solo para darse cuenta de que lo acompañaba un vampiro- Aunque no creo que vayas a tener ese problema –añadió sin más, aproximándose a la casa.
Alzó la mano para golpear la puerta con los nudillos, pero esta se abrió de par en par, dejando a la vista un acogedor espacio interior y una anciana mujer de mirada penetrante
- Llegáis seis días tarde –les espetó, antes de apartarse para dejarlos pasar.
- Lo… ¿sentimos? –contestó el elfo con cautela. La mujer, como el líder de los Paica les había indicado, parecía ligeramente perturbada.
- Deberíais hacerlo –contestó en el mismo tono ácido- ¿Vais a pasar? –bramó finalmente, gesticulando hacia el interior de la casa- Quizás la noche se repita de forma eterna, pero no tendréis otra oportunidad de llegar hasta aquí una vez ocurra de nuevo lo que reinicia la jornada.
Tarek miró a Caoimhe un instante, antes de asentir y agacharse para cruzar el umbral de la puerta.
- Así que es un hechizo –confirmó más que preguntó.
- ¿Qué iba a ser, si no? –respondió la fjollkunig en tono seco- Esto no debería haber pasado. Nada de esto debería haber pasado –murmuró más para si que para sus invitados.
- ¿Lo habéis invocado vos? –preguntó entonces el elfo, con educación
- ¿Tú que crees? –le espetó ella en el mismo tono ácido.
- Que ser un poco más amable no va a mataros –le respondió el peliblanco, cruzándose de brazos.
Se mantuvieron la mirada unos instantes, antes de que la adivina suspirase con pesadez, dejando lo que tenía en las manos y sentándose en el borde de una mullida cama que se encontraba al fondo de la cabaña.
- Ni siquiera recuerdo cuantas noches han transcurrido ya, desde que invoqué las fuerzas de la diosa madre –murmuró en un tono más cordial. Parte de la locura que inundaba su mirada parecía haberse perdido junto a aquel cansado suspiro. Tarek se agachó frente a ella.
- Para nosotros han sido seis noches y, si lo que dice el líder de los Paica es real, algo ha cambiado con nuestra llegada.
- Los Paica… -masculló la mujer con desprecio- No, ellos no son los culpables. Aunque su presencia lo hizo más fácil.
- ¿Qué es lo que hizo más fácil? ¿Por qué habéis condenado a vuestro pueblo a… esto? –preguntó entonces el elfo, recordando el respeto con el que habían hablado de la adivina durante la reunión del gremio.
- No soy la primera fjollkunig de Glath –respondió la mujer, con un tono que implicaba que su historia iba a ser larga- No puedo ser la última. Ver el futuro es una condena –pasó su mirada del elfo a la vampiresa, antes de continuar- Por suerte nunca vivimos más que una vida ordinaria, la vida de un humano, corta y limitada. Otro se alza cuando hemos alcanzado el cénit de nuestra existencia, un pupilo, alguien a quien enseñar el arte de la adivinación antes de que la antigua fjollkunig sea reclamada por la muerte. No, mi hora aún no había llegado, pero tampoco la suya. Por eso siempre tienen un guardián. Somos parte de una tríada, un mismo ente dividido en tres cuerpos: la fuerza, la sabiduría y la inocencia. Ninguno pude vivir sin los otros dos. Por eso cuando la fjollkunig muere, otro pupilo se alza. Pero mi hora no ha llegado, todavía no. El statu quo debe ser protegido.
Los miró una vez más, como esperando que comprendiesen a qué se refería. El elfo la miró con gesto neutro. Sin duda era una historia apasionante, un milagro divino que se había instaurado en aquella remota región del norte, pero no entendía por qué se la contaba en aquel preciso momento.
- ¿Habéis invocado un bucle temporal en el pueblo para no morir? –le preguntó con cautela- ¿No deseáis que se alce otro pupilo?
La mujer lo miró directamente con cara de pocos amigos, antes de escupirle:
- Eres estúpido –respondió la mujer de sopetón, obligando al elfo a recordar que sus preguntas tenían respuestas mucho más certeras de lo que a veces desearía- No es tan difícil de entender –se alzó de la cama, recuperando el mal humor que había mostrado a su llegada- ¡No es tan difícil! –bramó de nuevo, mirándolo como si fuese estúpido- ¡Por el amor de la diosa!
- No van a pagaros más por poneros misteriosa –le respondió Tarek, cansado de los exabruptos- Si no queréis que lo arreglemos, no sé para que nos convocasteis la primera noche ni para que nos habéis permitido entrar hoy. Podemos salir por esa puerta y dejar que esta locura se desmorone todavía más.
La mujer los miró con fastidio, como si su presencia la molestase. Como si considerase una falta de respeto que no entendiesen sus palabras. Espero, como intentando darles tiempo para que reaccionasen a sus palabras. Pasados unos segundos, chacó la lengua con fastidio.
- Tenéis que salvar a Hirmia –dijo sin más, aunque al ver sus caras de incomprensión añadió- La niña, la que envié para que os dijese que deseaba veros. La que va con el perro, su guardián.
- ¿Eso es todo? –preguntó Tarek, lo que le valió otra furibunda mirada de la mujer.
- Pues claro que es todo. ¿Qué te esperabas, tener que enviar a un espíritu de vuelta al inframundo? Si Hirmia muere, se acabaron las fjollkunig de Glath y eso no va a pasar bajo mi guardia.
- Así que habéis condenado a todo el pueblo a repetir la misma noche eternamente, para evitar que se muera la niña.
- ¡Exacto! –respondió la mujer, como si fuese lo más evidente del mundo- Debéis encontrarla y evitar que muera.
- Supongo que no lo hacéis vos misma, porque no tenéis posibilidad de abandonar este lugar –comentó el elfo, lo que le valió otra mirada de desprecio.
- Estáis perdiendo el tiempo. Buscadla y salvadla. A cada noche que pase, todo será peor y arreglarlo se volverá más terrible.
Tarek miró a Caoimhe, antes de poner los ojos en blanco y dirigirse a la puerta. Se detuvo en cambio antes de abrirla.
- ¿Qué sucederá cuando rompamos la cadena de sucesos? –preguntó, mirando de nuevo a la hechicera, que trasteaba en su pequeña cocina.
- No volverá a repetirse la misma noche –respondió ella sin más.
- ¿Qué sucederá si no lo hacemos? –preguntó entonces. Ella lo miró, inexpresiva.
- Jamás saldréis de aquí. El hechizo de Glath os absorberá y pronto empezaréis a mutar como los demás.
Con un último asentimiento, el elfo se despidió de la mujer y salió de la caldeada vivienda, agradeciendo el frío de la noche. Notó los pasos de Caoimhe tras él y observó en el cielo como un gran animal alado (¿un dragón? ¿otra esfinge?) se alejaba volando hacia el amanecer, marcando el final de otra tortuosa noche.
[…]
Necesitaron otras dos noches más, plagadas de incongruencias y situaciones inverosímiles, antes de conseguir localizar el lugar donde moría la muchacha. La habían seguido en su séptima noche, esquivando los puntos conflictivos de la ciudad, la inundación que había sustituido a los incendios y la orquesta del pueblo que había decidido salir a la batalla haciendo sonar sus bombos y trompetas, solo para perder a la niña poco antes del amanecer. Los ladridos del enorme perro que la acompañaba fueron lo último que escucharon antes de volver a encontrarse en el camino de entrada de Glath por octava vez.
- Al menos ahora sabemos en qué zona del pueblo sucede –comentó el elfo caminando hacia el lugar en el que todo había acabado la noche anterior.
Sin embargo, su octava noche llegó a su fin, sin que consiguiesen localizar a la pequeña antes de que la matasen. Lo último que vieron fue la silueta de un hombre manchado de sangre, antes de que todo volviese a reiniciarse. La noche siguiente intentaron una estrategia diferente. Alertaron a la niña de su aciago destino, pero aquello solo despertó la ira del resto del pueblo, que los persiguió, obligándolos a refugiarse en la guarida de los Paica, para diversión y disfrute de su líder, Arabaster.
- Ya os dije que nos veríamos pronto –comentó esté con ironía.
La décima noche vigilaron el área que circundaba el callejón en el que la habían visto morir un par de días antes, atentos al más mínimo ruido que indicase la llegada de la niña o de su asesino. Tarek imploró a los dioses para que, dentro del caótico devenir de los acontecimientos que se sucedían en Glath, aquella muerte fuese siempre un punto estanco en el espacio. Por primera vez en meses, los dioses parecieron escuchar su súplica.
La niña apareció en el callejón, con expresión asustada, llamando en susurros al perro que siempre la acompañaba. ¿Qué habría sucedido? ¿Por qué no estaba con ella? El elfo recordó que la adivina había dicho que era su protector, su guardián. Unos pesados pasos se aproximaron entonces por su derecha y la niña, asustada, miró en aquella dirección. El hombre resoplaba, como si hubiese llegado hasta allí a la carrera.
-La fjollkunig podrá haber hablado, pero mi palabra es ley –pronunció, antes de alzar la espada en dirección a la muchacha. Un ladrido se dejó escuchar no muy lejos de allí.
Con destreza, el elfo aseguró la daga en su mano y la lanzó, clavándola directamente en el corazón del hombre, que se paralizó, aún con la espada en la mano, mirando el mango del cuchillo que asomaba en su pecho. Su mirada se enturbió y cayó de espaldas, inerte contra el húmedo suelo.
Todo había acabado. Tarek se deslizó entonces hasta el callejón, con la vampiresa siguiendo sus pasos. Habían roto la maldición, verían un nuevo amanecer (o al menos él haría, pues dudaba que Caoimhe deseara ver el sol). El perro de la niña llegó entonces corriendo por el callejón y se abalanzó sobre ella, agradecido de verla. La cristalina risa de Hirmia inundó el lugar, mientras se dejaba lamer la cara con felicidad. Se giró entonces hacia ellos, para agradecerles la ayuda, cuando un crujido se dejó oír y los tres alzaron la vista hacia el alero del tejado en el que Tarek y Caoimhe habían estado solo minutos antes.
La teja impactó directamente sobre la cabeza de la niña y el elfo se encontró, por undécima vez, de nuevo en el camino de entrada a Glath. Una maldición abandonó sus labios, mientras arrastraba los pies por el camino que lo llevaría a reunirse, otra noche más, con la vampiresa a la entrada del pueblo.
Tarek Inglorien
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
MirzaPreludio de desastres
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Fue una larga, larga noche. Solo, los más tétricos pensamientos poblaron cada resquicio de su mente. Palabras, ideas, susurros peligrosos y recuerdos que treparon por árboles podridos de miedos irracionales y temor a escenas vividas en un pretérito al borde de la muerte. Y no sólo de la suya. Durante largas horas sin el menor rastro de luz.
Por un momento, creyó haberse equivocado. Haber errado en la colocación de los nombres que le habían sido pedidos, y con una rodilla en tierra, ubicando los últimos, se levantó presuroso cuando la llama se apagó. A tientas, buscó alguna puerta, y el terror se atascó en su garganta, dando un vuelco al corazón al comprender que no había salida alguna. Sólo metros de roca maciza entre él y la superficie. La idea lo conmocionó, y eternos minutos fueron muriendo, hasta que consiguió convencerse de la única esperanza que allí podía mantener.
Las puertas se abrirían al amanecer. Y pocas ruinas había conocido sin trampas ante los errores.
Una extraña sonrisa afloró, invisible en la negrura, a los labios del elfo, quien tembló ligeramente. No haber muerto de inmediato era su única baza para salir de allí con vida.
De modo que se obligó a controlarse, y cerrando los ojos por mera inercia, apoyó la espalda contra la pared más cercana, buscó acompasar su respiración.
Despacio, se impuso a sí mismo. Despacio. Calma. Sólo sus exhalaciones resonaban con cada vez más suavidad en la cámara. Sólo sus exhalaciones.
Ojalá pudiera prometerse no volver nunca más a lugares como aquel. Algo que era incapaz de cumplir. Todo el mundo tenía sus sueños.
[…]
La puerta se piedra tronó, antes de que la muerte de la noche fue la llave para dejar al elfo paso franco a la superficie. Nousis Indirel se levantó, habiendo dormido pocas y cortas horas. Estaba solo. Nana y Leo no aparecían por lado alguno, y supuso que habían decidido partir solos. Por un momento, lo lamentó. Aquella extraña pareja había despertado su curiosidad.
No tuvo tiempo para más cavilaciones. Pues el sonido de cuernos de batalla hizo despertar cada gota de sangre de su cuerpo.
Y si aquello no había sido suficiente, el último paso de las ruinosas escaleras de Mir-i-Zanû lo llevaron a presencia de una imagen a la que no pudo dar crédito. ¿Qué demonios hacía allí?
¿Aylizz…? Se preguntó, con la incredulidad pintada en el rostro.
[…]
Más murieron con los siguientes cargamentos de oro. Impasible, Dorian escrutaba el esfuerzo sin el menor ápice de piedad. Las órdenes de Jawz eran para él lo único inquebrantable en el mundo en que ambos residían. Y no pensaba defraudarle.
Las cosas parecían marchar de la forma debida, y eso lo mantenía en una cautelosa tranquilidad. Habían logrado corromper a los adinerados de Mirza, alejado del poder a quienes se habían opuesto fervientemente a los planes de la nueva moneda, ya inservible al cumplir su propósito, y encarcelar a los elementos problemáticos de la población. Ese oro, el sufrimiento de los aldeanos, todo tenía un fin mayor y más noble: el resurgimiento de la familia Nerfarein, la misma que lo había salvado tantos años atrás.
Jawz necesitaba una fortuna, y él se la conseguiría. Nada le importaba que todos los habitantes del lugar quebrasen su espinazo. Nada. Toda la región tenía su valor bajo tierra, por su posición geográfica, o por otros recursos. Los nativos sólo permanecerían si resultaban útiles al plan último en Dundarak. O serían sacrificados.
-¿Qué ocurre?- preguntó bruscamente a la única de las capataces que no se encontraba junto a los trabajadores. Las otras dos parecían discutir junto a un reo tuerto, y a pesar de las amenazas de una de ellas, las voces iban en aumento, atrayendo la atención de un buen número de presos.
-Tratan de hacer entrar en razón a Meryuum. Uno de los alborotadores. Ha estado criticando a nuestro líder de Mirza, pero no es preocupante.
-Ejecutadlo de inmediato- ordenó Dorian con la vista clavada en el hombre.
-Pero… - protestó débilmente la dracónida.
-Deja arder una ascua y llegará a incendio. El miedo dobla la espalda más rápido que cualquier otro método. Mis órdenes son claras- la miró con una seriedad asesina- O tú irás primero.
Paralizada, Nirka Gridaveria no acertó a moverse. Y transformándose en dragón, Dorian lanzó una dentellada al cuello de su congénere, quien llevó las manos a la espantosa herida, cayendo al suelo con los ojos envueltos en un mar de pavor. Sin dedicarle un segundo más a su víctima, saltó de la elevación, planeando hasta aterrizar bruscamente entre las capataces y Meryuum, levantando el polvo del suelo de la mina.
-Este ha sido tu último error- dictó al prisionero volviendo a tomar forma humana, y con una rapidez diabólica, tomó el cuchillo que servía de arma junto al látigo a sus subordinadas y lo clavó sin ceremonia a la altura del estómago del pobre opositor.
Un bramido de odio se fue propagando por las gargantas desarmadas de todos los trabajadores que con el beneplácito de Túnnar, habían ido a parar a ese maldito lugar.
Grolar, hijo de Grithnan, sólo pudo murmurar para sí, sin apenas color en el rostro.
-Hemos condenado a Mirza…
[…]
No hubo descanso alguno, no en una noche tan importante.
A la grupa de su caballo, Illuna Sigwaru encabezaba orgullosa sus nutridas huestes. Llegarían con la primera luz del sol, y sólo confiaba en que cuanto había sido dispuesto en Mirza hubiese obrado para su grandiosa puesta en escena.
Mucho le había sido prometido desde la lejana Dundarak. Poco, para cuanto en verdad ambicionaba la hechicera de hielo. Había asesinado a su padre, un idiota incapaz de comprender que el futuro distaba de Assu. Fue ella la que sí atendió a las más lógicas razones.
La guerra era violencia y temor. La guerra implicaba obediencia. La guerra generaría la apertura de los cerrojos que escondían la posesión de toda la comarca ribereña al gran lago interior.
Y ella dejaría su modesto origen, gobernando el territorio desde el palacio prometido en la gran urbe del norte. Junto a él. Todos los demás eran prescindibles, ella sabía que no.
Alzó la mano, y los cuernos sonaron rompiendo al mismo tiempo que un amanecer que Mirza no olvidaría.
Pariakan contempló la empalizada de la población en lontananza, preguntándose cómo responderían los mirzaicos al ejército de Assu. Cuántas muertes provocaría la ambición de Illuna.
Sólo cuando la bella sonrisa de la princesa arengó a las tropas, entendió que ninguna cantidad de cadáveres le importaría jamás.
[...]
-Estamos alcanzando Mirza, mi señor- expuso el portador del estandarte de la casa Nerfarein de Dundarak. Jawz asintió, circunspecto. Por su mente pasaron las imágenes de todos y cada uno de sus subordinados. Gentes ávidas de gloria, poder o fortuna. Manipulables.
-Que partan los mensajeros a Assu, Rume y Glath- ordenó- Confío que todo esté dispuesto, pero pretendo asegurarme. Ésta región debe conducir a mi familia al lugar de donde nunca debió alejarse- sus ojos contemplaron el horizonte- Quiero respuestas inmediatas de la situación. Que todos acudan a la fortaleza en tres días, que fuercen los caballos. Tengo que darles las últimas instrucciones.
-¿Tarhunkriv?- inquirió su seguidor. Los ojos de Jawz no necesitaron de palabras para transmitir la respuesta- Así se hará mi señor- inclinó respetuosamente la cabeza.
-Tendré unas palabras con Túnnar antes de dirigirme allí. Parece que va demasiado despacio.
Semiabandonada, Tarhunkriv sería suficiente para pernoctar menos de una semana y organizarlo todo antes del paso final. Había traído consigo casi cincuenta guerreros, suficiente para que nadie en la región pudiese oponerse a él.
Unas docenas más morirían, calculó inexpresivo, antes de ganar casi un millar de siervos. Construiría un nuevo castillo con su sudor, en el medio de las cuatro poblaciones. Con marionetas en los puestos de poder, todo iría sobre ruedas.
Tocaba recoger los frutos de sus planes.
- Jawz Nerfarein:
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Datos sobre Mirza
- Las huestes de Illuna han llegado a Mirza.
- La población estará completamente militarizada en menos de una hora.
- Ayl y Nipal están siendo buscados intensamente. Huir parece imposible en principio aunque quien sabe... También hay otras opciones más drásticas.
- Cualquier cosa en la mina provocará una rebelión generalizada.
- A la noche, guerreros dracónidos bien entrenados llegarán junto a Jawz para poner de rodillas toda la región.
GlathCírculos rotos
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La marea del hechizo de la fjolkunnig oscilaba sin cesar, olas enormes de pesadumbre rompiendo en los mismos acantilados cuyas piedras eran los infelices que se habían visto envueltos en una protección desastrada. De las contadas rocas capaces de moverse, Tarek y Caoimhe prosiguieron. Una particular cruzada contra una muerte manifiesta. Cíclica. Perversa. Buscaban detener el viento alzando las manos.
Pero a veces, una tormenta se detiene al mismo tiempo que un niño cree tener el poder de hacerlo. Y se forma una casualidad fruto de la causalidad. ¿Estuvieron los dioses de su parte para hallar una salida? ¿La magia había llegado a un punto crítico?
La última muerte de Hirmia abrió las puertas a un cielo en llamas.
Ardiendo, docenas de aves de todo tamaño surgieron, volando entre chillidos de dolor. De pesadilla, eran sus rostros los de todos aquellos que habían muerto una y otra vez en cada uno de los sangrientos episodios que la pareja había pisado.
Cayeron en poniente, en un horizonte profanado por un lago oscuro y barbotante. Las casas de Glath habían desaparecido, y un ojo hórrido y gigantesco abrió su párpado en toda la extensión del suelo que alcanzaban a ver. Edificios torturados fueron erigiéndose en aquel páramo infernal, demasiado semejantes a una Beltrexus demoníaca para que Caoimhe no apreciase la tétrica referencia. Y un Árbol Madre retorcido, ennegrecido, daba de beber una negra savia a quienes, casi desnudos, se arracimaban para beber tal hediondez.
Y entre el elfo y la vampiresa, a todos conocían. Criaturas del pasado remoto y cercano, gentes con quienes habían compartido un día, un año, confianza o peligro.
Que huyeron con dificultad, delgados y enfermos, cuando el gran ojo parpadeó una sola vez, y de unas enormes lágrimas pestilentes se fue formando la figura de la pobre muchacha que tentas veces había perdido la vida.
-Todo es mío- escucharon una voz que parecía llenar toda la existencia, mientras la chiquilla permanecía en silencio- Jugaré por siempre. Un ciclo solo se cierra cuando otro comienza. Y vosotros tenéis demasiado a vuestras espaldas para poder abrir una puerta diferente. Yo soy- continuó- y yo seré. De hechizo a entidad. Dejadla aquí, y podréis abandonar mis dominios… padres.
Una última risa fue el preludio a la carrera de Hirmia, que se perdió en las terribles edificaciones de esa capital de Beltrexus distorsionada.
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Datos sobre Glath
- El hechizo ha hablado y ha dado una pista. Veremos qué hacéis con esa frase tan extraña... ¿Podréis salvar a Hirmia?
RumeVidas restantes
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Peirak apenas dio crédito a los actos que siguieron a la entrada de la bruja. ¿Por qué la ayudaban? ¿Por qué se preocupaban por lo estaba ocurriendo, por lo que estaba por ocurrir en Rume…? Los sermones de Juthrin bailaron en su memoria, su esperanza sobre la mayor parte de las criaturas del continente, la bondad intrínseca. La elección del bien sobre el mal si se daban las circunstancias adecuadas. ¿Le estaba ayudando el espíritu de su antigua superior en esos momentos donde todo parecía perdido? Nunca fue capaz de asegurarlo.
El elfo había sido capaz de liberar al lastimoso grupo que habían sido meses atrás los antiguos protectores del templo. Sin embargo, el ánimo de la sacerdotisa apenas se veía con fuerza para variar. Ella conocía a Tot´Zakash. Sus secuaces sin duda terminarían con la pequeña amenaza que suponían los extranjeros y sus nuevas fuerzas. Y Merkland gobernaría a su antojo Rume, sin la piedad y justicia que la última dirigente había mostrado.
Mas a su pesar, una pequeña llama de esperanza había nacido en su pecho, extendiéndose sin ser ayudada. Alzó una nueva plegaria por ella, por ellos, por su gente. Ahora todo estaba en manos de los dioses, se forzó a creer.
[…]
El cortejo de la nueva suma sacerdotisa, vestida con las prendas propias de su nueva posición, reunió a la totalidad de habitantes de Rume. Sólo los niños no habían nacido para asistir a la proclamación de Juthrin, pero todos los demás conocían ya los pasos que aseguraban la nueva cúspide del poblado, aquella que desde ese día dirigiría el templo y con éste, sus vidas.
El líder de los kadosh lucía impresionantemente amenazador, como si retase a toda criatura viviente a cuestionar el derecho de Merkland. Mas a pesar de que nadie se decidiese a enfrentar al mercenario y su guardia bien armada, las miradas de odio y congoja por cuanto habían llevado a cabo estaba presente en la mayor parte de los asistentes.
Sí, todo iba exactamente como la asesina de Juthrin había esperado. Con manifiesta envidia, Irleis y Fayna la habían ayudado a prepararse antes de retirarse en la primera y seca orden de la máxima autoridad de Rume. Una carcajada de prístina alegría llenó la estancia cuando estuvo a solas. Su predecesora no había sido lo bastante inteligente. Ella por el contrario había tenido en cuenta todo cuanto la rodeaba, los apoyos necesarios para alcanzar su sueño.
Todo era perfecto.
Y entonces cientos de cabezas se giraron hacia el Reposo de la Deidad. La escasa veintena de acólitas de las cuatro sacerdotisas principales estaba huyendo despavoridas. Con gritos de un profundo odio, pobremente armados con lo poco que habían podido encontrar, los prisioneros se lanzaban escaleras abajo hacia la comitiva de Merkland. Ésta no daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
Tot´Zakash colocó a la mitad de los suyos formando un muro de escudos. Esos heridos, desharrapados, se desharían como pan tierno tras su fútil intento. Sonrió. Su locura le vendría bien. Sus cruentas muertes servirían para que nadie volviera a desafiar a su nueva señora. Sólo lamentaba no haber podido dar muerte en su día él mismo a la maldita Juthrin.
[…]
Güiz´Rmon miró a Valeria Reike con sus grandes ojos y buscó componer una difícil sonrisa que no tardó en morir. Volvió a bajar la vista.
-Estoy solo… - murmuró. Las heridas recibidas por los golpes propinados eran menos dolorosas en el pequeño felino que el desamparo- Tengo miedo. Sin Ju -pronunció yu en un maullido lastimero- no hay sitio para mí aquí. Eres buena conmigo- musitó con un punto de extrañeza- ¿Qué puedo hacer?
La pregunta de un niño sin padres, sin seguridad. Una dedicación rota. Una plegaria sin respuesta.
[…]
A poca distancia del templo, Otto escuchó preocupado los cuernos de proclamación. La protección que Illuna le había brindado por mor de la pertenencia de ambos al mismo juego dominado por el Nerfarein se le antojaba escasa.
Alguien como él era necesario, se dijo. Todas sus acciones bajo su punto de vista habían ayudado a limpiar el mundo, a colocarlo bajo la pertenencia de quienes en verdad lo merecían. Sabía que él era uno de tales. Jawz le había prometido Mirza al pusilámine de Túnnar, Assu a Illuna y Rume a Merkland. Él controlaría el comercio con la capital dracónida después de la revitalización de la región. Se haría con una riqueza que sería la envidia de muchos nobles. Y encontraría una esposa, una mejor que… ella. Una que supiera escoger lo que era mejor para sí.
Unos hijos que heredarían un estatus, recordando toda su vida a quien se lo debían. Comenzaría un linaje.
Ese sueño lo llenó, antes de retomar las falseadas cuentas que debía presentarle a Jawz.
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Datos sobre Rume
- Rescatando a los prisioneros, la revuelta está servida. Buena parte de la población se unirá a los insurrectos. Pero Tot es una bestia y sus mercenarios muy diestros y mejor armados. Incluso superados en número, algo debe cambiar para que no sean aplastados por el séquito de Merkland.
- Otto tiene pocos guardias, pero si escapa y se une a los kadosh, matarlo será mucho más difícil.
- Güiz´Rmon ahora mismo está a merced de las palabras de Reike. Hará lo que la bruja diga, acosumbrado a seguir órdenes de quien tan bien le trataba.
Nousis Indirel
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Los cuernos de guerra comenzaban a escucharse levantando el alba, acompañando el inicio de la mañana, pero en las lejanías del nudo principal de la ciudad, tan sólo un grupo de alarmados ciudadanos pasaron corriendo por aquellas calles. Aunque ninguno les prestó atención, la elfa volvió el cuerpo para dificultar que pudieran reconocer sus facciones bajo la capucha y agudizó el oído para cerciorarse de que sus pasos se alejaban. Toda precaución resultaba ser poca llegado tal punto. Cuando volvió a fijar la mirada en las escaleras, se encontró con Nousis más cerca de lo que habría esperado, sin tiempo para pensar en buenas razones o medidas explicaciones.
—¿Qué haces aquí?— preguntó sorprendido, mirando unos segundos de más al humano, antes de volver toda su atención a ella.
—Estoy metida en un buen problema.— sentenció, notablemente agitada, mirándolo fijamente cuando volvió mirarla tras examinar al joven —Tengo que salir de aquí antes de que me lleven presa. O estalle la guerra entre los bárbaros. Lo que ocurra primero...— miró de soslayo a Nipal un momento —Los dos.
Esperó muchas respuestas distintas, todas cargadas de preguntas y reproches. Y sin embargo, se mostró sorprendida, a la par que contrariada, al contemplar cómo, sin decir palabra, se limitó a guiarlos por los pocos callejones cercanos que conocía y que le habían llevado a las puertas del templo subterráneo.
—¿Qué ha ocurrido?— urgió entonces, habiendo dado con un lugar más apartado y aparentemente oculto de miradas indiscretas —Y ¿quién es este?— Nipal los miró alternativamente, impaciente.
—Yo...— resopló —La verdad es que no sabría por dónde empezar.— se azuzó un poco el pelo, inquieta —Él es Nipal. Se suponía que era el heredero al trono del país vecino, pero...— chasqueó la lengua con desgana —Traiciones, conspiraciones, qué sé yo. Política de humanos.— suspiró —El caso es que me ayudó, lo ayudé a él. Acuerdo de intereses, vaya... Y aquí estamos.
—¿Cercano…? ¿Assu? Ya me explicaréis todo con más detalle cuando sea posible.— salió un momento al final del callejón y observó a ambos lados —Todo está siendo ocupado por milicianos, que imagino que os buscan a vosotros dos.— confirmó, pasando una mano del nacimiento del cabello a la nuca —Nos.— se incluyó directamente —Buscarán zona por zona. Las puertas estarán guarecidas y el templo del que he salido sólo tiene ya una única entrada, estaríamos atrapados…— hizo una pausa, pensativo.
Aylizz notaba como el pulso se le aceleraba a medida que Nousis enumeraba, uno por uno, los obstáculos que se encontrarían de querer huir. Cada vez se le hacía más difícil no cuestionar cada paso dado hasta el momento y cada decisión que había tomado. Y maldecía el momento en que había decidido implicarse más de lo necesario en aquel asunto, en favor de unos intereses que pudieran favorecerle en el futuro, en un futuro que quizá nunca se hubiera dado.
—Todo esto no puede ser sólo por nosotros... ¿No?— miró a Nipal, como si en él fuese a encontrar las respuestas que necesitaba.
—No puede ser.— corroboró el príncipe de Assu —Apenas…— pero el espadachín cortó al humano sin demasiado miramiento.
—Es quizá una locura, pero sólo veo un sitio donde ocultarnos.— suspiró —El hogar del regente de este poblado.
—Espera, ¿cómo dices?— se volvió entonces hacia el elfo, perpleja. Medio rió, entre nerviosa y sarcástica, como respuesta refleja. —Yo diría suicidio.— matizó. —¿Cómo puede ser eso lo mejor que se te ocurre? De allí... De allí salimos por patas, con apenas unos minutos de ventaja.
—Entonces con mayor razón. Si han salido a perseguiros, y por vosotros y otras razones están patrullando Mirza, infiltrarse debería ser relativamente sencillo. ¿Quién esperaría que nadie hiciera algo así?— preguntó de forma retórica —No quiero ponerte en peligro, pero los cuernos de guerra que sonaron... Lo que sea que pueda ocurrir, llegará en última instancia a la residencia del líder. Desde allí quizá podamos colarnos por alguna de las puertas cuando todo se calme un poco.
—Su...pongo que tiene sentido.— suspiró con el semblante serio, algo más serena. —Y de lo peor, seguro que encontramos con qué defendernos allí dentro. Bien... Vale.— se asomó hacia fuera del callejón —Sólo tenemos que llegar hasta allí…
*****
Siendo acertadas las predicciones del elfo, la inquietud que rodeaba las calles principales y el despliegue de la milicia por los barrios cercanos a las puertas de la ciudad dejaron huecos vacíos y ángulos muertos por los que evitar controles y registros. Y conforme más se acercaban al edificio principal, menos patrullas advertían. Túnnar parecía haber abandonado la base y con él, los guardias mejor preparados que había visto en Mirza, su escolta personal. Siendo así, tan sólos centinelas guardaban el cuartel.
Logrando colarse por el ventanuco del cuarto de letrinas, ocultos en el piso inferior, escucharon las fuertes voces que irrumpieron en el edificio, junto a las pisadas de dos o tres milicianos.
—¡ASSU ESTÁ A LAS PUERTAS! ¡ASSU VA A ATACAR!— gritaban subiendo las escaleras. Nousis, llevó a Nipal su mirada acusadora, obligándolo a defenderse.
—No tengo nada que ver. Mi hermana mató a mí padre y su ambición no tiene límites.
El elfo todavía espero antes de decir nada, posando entonces sus ojos en la elfa. Ella asintió y le hizo un gesto con la mano, para que lo deje estar, mientras con la otra se llevó la mano a la sien.
—Si, si, así es. Y para él habrá el mismo fin, así que no tiene nada que ganar con esto.— se quedó en silencio un momento, como si terminase de caer en algo —Lo cierto es que... Túnnar parecía esperar a tu hermana.— se dirigió a Nipal —Diría que te quería presentar con vida ante ella.— Aquello pareció dejar sin palabras al humano.
—¿Qué...? Pero… No pueden ser aliados. Túnnar siempre fue enemigo de Assu, de mi padre... Él empezó todo lo de...— entonces pareció ir cayendo en ciertas cosas y llevándose una mano al rostro, sonrió de frustración —Maldita sea. ¿Aliados? ¿Qué sentido tiene eso? ¿Qué hace entonces el ejército de Assu aquí?
—La verdad Nipal, no tengo idea. Pero tampoco me interesa en absoluto.— afirmó —Y la verdad, por lo que me parece de todo esto, no sé si a ti debería interesarte ya…— cuando las voces se hubieron disipado y las pisadas fuera de la estancia se escucharon lejanas, asomó la cabeza por la puerta entreabierta. —Y ahora, chico de noble cuna, dime una cosa. ¿Es cierto que os gusta llenar de pasadizos y entrelaces vuestras casas? Porque, de ser así...— señaló al otro lado del pasillo una puerta cerrada —Seguro que el despacho de un mandamás tendría más de una salida.
El chico la miró con extrañeza, pero lejos de responder a su pregunta, prefirió abordar la cuestión previa.
—¿Cómo podría no importarme el destino de los míos?— miró a ambos como si no comprendiese —¿Tan distintos sois los elfos? Sí, es casi imposible...— entonces avanzó un par de pasos y tomó con suavidad del brazo a Aylizz —Pero si queda una opción debo intentarlo. Mi hermana está aquí y es un peligro. Junto a Túnnar, los Dioses saben qué daño podrían hacer a los inocentes. ¿Quieres que huya?
Ella llevó la mirada hacia el brazo que Nipal mantenía agarrado y después lo miró a él, entrecerrando ligeramente los ojos, dubitativa.
—Haz lo que debas, desde donde creas conveniente. Pero asegúrate de aprovechar la ventaja que te he dado.— con la misma suavidad apartó el brazo, a pesar de que sus palabras sonaron secas. —En lo que a mí respecta, cuanto más lejos de aquí, mejor.— miró entonces a Nousis —Saldrás de aquí conmigo, ¿no?
—En otras circunstancias, es posible que hubiese ayudado a éstas personas. Sea lo que sea lo que realmente esté pasando, mi prioridad es ayudarte a salir de una pieza.— se explicó, con voz tranquila. Volviéndose a Nipal, añadió —Comprendo tus razones, pero es importante para mí.— al tiempo que señaló a la elfa un instante. —No te aconsejaré que huyas, aunque no parece que tus opciones sean más que escasas. Cada cual lucha por lo que cree.
Nipal, algo contrariado, frunció el ceño, digiriendo con dificultad lo dicho por ambos elfos.
—Comprendo.— se resignó el humano, algo contrariado y frunciendo el ceño. Habló sin mirarlos. —No es vuestra guerra. Nos separaremos, trataré de dar con Túnnar y apoyar a los míos.— terminó y tras el paso de dos milicianos que cruzaban el pasillo hacia la puerta principal, salió y tomó una escalera.
La elfa salió tras él hasta subir un par de escalones, sin terminar de bajar la guardia y mantener parte de su atención alrededor.
—¡Aguarda!— alzó un murmullo, sin terminar de hacer sonar su voz —Espera un momento y escucha.— prosiguió en voz baja, cuando él pareció escuchar —Dijiste que te faltaba gente en quien confiar. Piensa por un momento si tienes opciones aquí o te conviene una salida preventiva. Volver a donde puedas tener alguna oportunidad.— desciendió nuevamente los escalones para disponerse a seguir el plan de huida con Nousis —Esta es la última oferta. Ahora tenemos que irnos.— añadió, mirándolo de soslayo una última vez.
—¿Estás segura que quieres dejarle?— cuestionó con calma el mayor de ambos, sin juicio alguno en sus sílabas.
—Ya te lo dije. Era un acuerdo de intereses y está cumplido.— expuso evitando toda expresión emocional —No es nuestra guerra.— defendió como argumento final, antes de echar a andar por el pasillo.
—La idea— resumió él, evitando volver al tema previo —es esperar escondidos en alguna estancia hasta que podamos salir de Mirza. Si ambos líderes son aliados, no estallará batalla alguna.— aventuró con un levísimo matiz de duda —Si podemos evitarles unas horas, habrá más opciones de escapar.
—No parece haber más opciones. Pero, si por el momento podemos asumir que resultan ser aliados... ¿Cuánto podremos esperar hasta que la visita pase a término privado? Se reunirán aquí...— masculló sin terminar la frase, cuando escuchó los pasos descendiendo.
Apremió el paso y decidió probar con varias puertas que iba encontrando por el pasillo, hasta que una se abrió. Mira al elfo, después mira a dentro y al ver que no había nadie en el interior, entraron antes de que los guardias terminaran de bajar al piso inferior.
—Dudo que metan a todas las tropas de Assu en la población. Estallarían problemas.— sopesó —Aunque tienes razón. Hablarán aquí, parece lo más sensato. Quizá esperar no sea tan buena idea, pero somos fácilmente reconocibles. Huir espada en mano contra una treintena de humanos armados...— parecía un poco irritado, al no encontrar solución sin un riesgo excesivo.
—Como supusiste, hay poco movimiento aquí, en comparación con las calles. Y parece que los guardias están terminando de disponerse para la llegada de esa mujer...— aventuró —Quizá tengamos el tiempo justo para llegar al despacho y dar con una vía de escape. He estado antes ahí dentro, con Túnnar. Es un cuarto interior, cerrado, sólo una entrada.— indicó, remarcando lo último —Si fueras el gobernante de una gran ciudad, ¿te encerrarías en esa ratonera?
Una mirada apreciativa fue toda respuesta de Nousis a las palabras de Aylizz, junto a una media sonrisa estirando la comisura izquierda, antes de hablar.
—Vamos.— asintió.
Una vez en el despacho, tras dos pasillos sin guarnición, escucharon a una distancia considerable unos gritos de alarma. Sobresaltados al momento, aguardaron un instante sin hacer el menor ruido, ni el más mínimo movimiento. La elfa sentía que en cualquier momento podría atragantarse con su propio corazón, palpitando ya más fuera del pecho que dentro. Al cerciorarse de que las voces no tenían que ver con ellos, pues no percibieron que nadie se acercara, se apremiaron para buscar otra salida. Tras un primer vistazo superficial, Aylizz no dudó en clavar su mirada en el tapiz de la pared.
—Empecemos por descartar lo sencillo. Trampillas o falsas paredes. ¿Miras bajo la mesa?— apartó lo justo y necesario los obstáculos, hasta que alcanzó a situarse pegada al tabique, para levantar el mapa.
Nada. El telar no se movió ni un ápice, tampoco las pocas figurillas que tenía dispuestas encima. El elfo tampoco halló trampilla alguna. Escudriñó un poco más alrededor, pensando en posibilidades. Centrándose en el ambiente que lo envolvía, no sé notaba nada etéreo, más allá de magia residual, por la presencia de magos entre milicianos de Túnnar. Miró una vez más el mapa, concienzudamente. Estaba segura que era mucho más que un mural con el que deleitarse. Un pensamiento cobró sentido en su cabeza. ¿Y si probaba a mover las figuras? Una a una. Tras varios intentos sin respuesta, un mecanismo se activó cuando logró desencajar de su pieza el poste indicador de Dundarak.
Una pequeñez se abrió tras la pared, que dando gracias se podía cruzar, andando a gatas, en descenso al interior de una bóveda. Se miraron, comprendiendo que no había otra manera. Avanzaron sin pensarlo más y el tiempo se hizo lento, totalmente a oscuras, hasta dar con el final del túnel angosto, poco antes de llevar una hora soterrados. Y unos leves rayos de sol se filtraron en un punto dado. Apartando con dificultad unas piedras, Aylizz sacó la cabeza entre unos arbustos. Miró alrededor, tratando de ubicarse. Al frente se extendía un camino, hacia atrás se levantaba la empalizada. A lo lejos, al oeste, se veían unas pequeñas elevaciones. Y hacia el este, el camino que bordeaba el gran lago del continente.
—Estamos fuera de la ciudad.— indicó, haciéndole señas a su compañero, constatando que ningún peligro acechaba y podían salir.
—Tenías razón.— sonrió, antes de volver a la seriedad —Estamos en dirección opuesta a cualquier tierra de los nuestros,— recordó —pero dudo que nadie nos persiga. No con todo cuanto está ocurriendo.
—Bueno... Los míos deberían estar esperándome en la frontera sur de la estepa.— puntualizó, pensativa, al contemplar el paisaje alrededor y no ser capaz de alcanzar más que llanura alrededor —Vinimos hasta el norte para cazar. Mi padre y unos compañeros. Sin saberlo, nos metimos en los límites de Assu y lo apresaron. Acordé con Nipal que haría liberarlo si entregaba por él un mensaje a Túnnar. Cumplió, cumplí... Y después todo se complicó.— explicó, ahora con más detalle, lo que le había llevado hasta allí. —Debería guiarme por la orilla del lago...— añadió como un pensamiento en voz alta, mirando el horizonte. —Pero tardaría una eternidad...— después guardó silencio un momento y detuvo la mirada en el elfo. —¿Qué hacías tú en Mirza, por cierto?— entrecerró los ojos un momento, mirándolo pensativa, recordando las palabras que habían cruzado dentro de la casa, con Nipal —Antes parecías conocer estas tierras. Lo mínimo para saber qué las rodea... ¿Sabrías decir qué población queda cerca? Podría... Buscar transporte. Un caballo o una mula. Cualquier cosa...— comenzó a enumerar, como si planeara sobre la marcha sus siguientes pasos.
—Buscaba un objeto que según varios libros se encontraba aquí.— sacudió la cabeza —Nuevamente, nada.— contempló entonces el paisaje —Llevo viajando una década por el continente— sonrió con un punto de cariño —y he sondeado un sinfín de mapas. Hay pocos lugares en el mundo que no conozca al menos de oídas.— ajenas a la arrogancia, sus palabras sólo expresaban un mero hecho objetivo. Con el índice diestro, fue señalando ubicaciones al tiempo que explicaba —Por allí, al sur, como ya conoces, Assu. También al lado del gran lago. Al suroeste, la más cercana, Glath. No se encuentra lejos de Rume, otra población apenas a un día de marcha de ella. Son los lugares más próximos.
—Glath y Rume... ¿Cuál sería el tramo más sencillo?
—Glath se encuentra aproximadamente media jornada más cerca. El problema es la propia estepa.— entrecerró los ojos grises un momento —Bestias o asaltantes, yendo solos, sin monturas… Además del mismo frío en terreno llano.
—Sólo tenías que acompañarme fuera de la ciudad...— recordó cuando el elfo habló en plural, aunque sonrió. —Si tus búsquedas y andanzas te han traído tan lejos, entendería que quisieras continuar con ellas. Media jornada es plausible, puedo hacerlo sola. Las bestias no me preocupan, en principio. El frío es otro tema... Pero esta vez voy mejor preparada.— medio bromeó, recordando la visita anterior al norte. —No te sientas obligado a venir conmigo, de veras.— indicó, ahora con más contundencia —Pero si lo haces, no te negaré que se hará más sencillo.— añadió.
Nousis fue a comenzar a hablar, tras girarse a mirarla, pero no emitió palabra alguna. Unos segundos de silencio, tras fijar la vista en el suroeste una vez más, parecieron ser suficientes para que volviera a expresarse.
—Lo que me trajo aquí no existe. Era bastante probable, pero tenía que intentarlo. Volver al sur, a Sandorai, me parece lo más acertado ahora mismo. Tu ruta me coge de camino.— comentó, dándole en apariencia poca importancia —Sé que no me necesitas.— acompañó la afirmación de un gesto de la mano —Claro que sería más agradable una pequeña parte del viaje.
—En ese caso, diría que podemos empezar a caminar. Y acostumbrarnos cuanto antes...— rezongó, antes de iniciar la marcha. —Ah y Nousis,— se dio media vuelta, deteniéndose un momento. —Lo que le dijiste a Nipal... Tú también eres importante.— expuso, con una sonrisa cercana, aunque sin dramatismo alguno, únicamente expresando una realidad.
Después, se volvió de nuevo y comenzó la marcha por las llanuras nevadas.
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No se plantearon mirar atrás más que lo necesario para comprobar cuán lejos quedaba la ciudad a sus espaldas, ni tampoco aminoraron la marcha hasta que hubieron pateado los caminos al menos un par de horas. Podían agradecer, al menos, que en el cielo sólo se divisaran aves cubriendo los rayos del sol.
—Se suponía que sin los problemas que arrastro conmigo estaríais más tranquilos.— comentó Nou con una media sonrisa. —¿Qué has hecho desde nuestro último encuentro?— inquirió, evitando rememorarlo.
—¿Estaríamos?— cuestionó alzando una ceja. Después guardó silencio un momento antes de responder, echando la vista atrás. —Poca cosa, en realidad. La vida de la aldea es así, ya sabes.— se encogió de hombros, echándose el pelo hacia atrás. —¿Qué hay de ti? ¿Llevas desde entonces buscando tesoros?
—Como siempre.— sin incidir más en el plural anterior, suspiró levemente —Intento encontrar algo con un poder comparable a los objetos que perdí. Tal vez no exista nada como aquello, pero ésta vez parecía real.— se encogió de hombros —Iba a dejar ésta ensoñación, mas no pude resistirme.— una sonrisa de disculpa cruzó sus labios —La vida de la aldea...— repitió con un punto de sorna —y te metes en pleno conflicto regional. Entiendo.
La elfa no pudo evitar soltar una ligera risa, ciertamente divertida, ante el comentario cargado de ironía. Lo miró con complicidad y suspiró.
—Eso me pasa a menudo, cuando salgo de casa.— puntualizó —No entiendo por qué debería sorprenderte esta vez.
En la lontananza, se dejó adivinar una pequeña construcción de adobe, aunque nadie parecía custodiar su propiedad. Al divisarla, desvió ligeramente sus pasos.
—Podríamos tomarnos un respiro.— propuso, señalando la cabaña —Aún queda camino por delante y quién sabe cómo será.
Al acercarse, comprobaron que no contaba con candado o sistema de cierre alguno, a pesar de conformar un lugar idóneo para refugiarse en el interior. Pareciera un lugar dispuesto para el descanso de los pastores de la zona. Antes de entrar, el tejado de ramas y pajizal llamó su atención. Se aupó sobre algunas piedras salientes de la pared para llegar hasta la cubierta y alcanzó unas cuantas, las más sueltas, finas pero rígidas, y se las guardó bajo el brazo. Después buscó alguna más robusta, para prender una hoguera. Una vez dentro, sacó una piedra de prender del zurrón y encendió una fogata en el círculo de piedras preparado para ello, con la tierra ya ennegrecida y llena de carbón.
Cuando las llamas estuvieron bien prendidas, se quitó la túnica y la extendió en el suelo. Antes de sentarse, descolgó todas las correas, echando las armas enfundadas sobre la tela. Se quitó el carcaj de la espalda, vacío, con el arco bien enganchado, dejándolo cuidadosamente apoyado en la pared cercana. Y finalmente se acomodó junto a la hoguera y con uno de los cuchillos, comenzó a trabajar las ramas que había seleccionado con detalle, pelándolas con intención de dejarlas lo más lisas posibles. Lo único que aquel Túnnar no había tenido a bien devolverle habían sido las flechas y aún no sabría lo que podría acontecer antes de poder reabastecerse. Debía aprovechar todo cuanto el medio le daba y que pudiera pasar como repuesto en caso de extrema necesidad.
—Y entonces... ¿Qué planes tenías para tu vuelta? A menos que el viaje fuera con intención de sólo ida y mi aparición haya truncado todas tus intenciones.— comentó como si nada, buscando distraer la tarea con una amena conversación, esperando no centrarla en los conflictos que la perseguían.
Al tiempo que observaba la meticulosa laboriosidad de la muchacha, él también posó la espada en el suelo, quitándola del cinto. Asimismo, soltó todas las correas y se desvistió de la armadura.
—Llegué bordeando el lago, sin entrar en Assu. Por una vez, visto lo ocurrido con tu amigo, parece que tuve suerte. Mi idea era regresar por la misma ruta, de modo que ni siquiera estoy desviándome más allá de uno o dos días. Me gusta el frío.— su rostro compuso algo parecido a la añoranza, o sencillamente, a la tranquilidad —Todo parece ir más despacio, como si solo se moviera aquello de verdad importante.— volvió a observar a su compañera. —Espero que en Glath haya una posada, o algún lugar donde cobijarnos. Ha pasado un tiempo desde nuestro último viaje por éstas tierras.— recordó.
—¿De veras?— levantó la mirada de la madera, cuando admitió su gusto por el frío —A mí se me hace difícil soportarlo. Y tener que llevar tanta ropa de abrigo encima se me hace tan tedioso como inútil en muchos casos.
Aquellas palabras despertaron una de las pocas carcajadas que Aylizz le había escuchado nunca y lo observó reírse, divertida. Incluso podría decir que disfrutó de presenciar aquel momento. Resultaban pocos los que el elfo se deshacía de poses o formas forzadas, tratando con ella en la confianza de dirigirse a una igual, desatendiendo a las razones que él considerase tener para no abandonar el permanente estado de alerta y la rigidez que solía acompañarlo.
—Sí... Eso tiene sus problemas, no se te puede negar.— corroboró aún con restos de la risa prendidos en sus labios.
—La última vez que nos vimos hablaste de tus planes.— comentó entonces, mientras comenzaba a tallar la punta del rudimentario proyectil —¿Has avanzado en eso?— curioseó.
La pregunta devolvió la seriedad al elfo, a pesar de no ser aquello lo que pretendía, y pareció recrearse en el rostro de su amiga, como si buscase una respuesta. O un camino para responder.
—En cuanto regrese a Sandorai, voy a hacerme con una pequeña fortaleza.— reveló —La guerra ha empobrecido al clan Eyther, casi todos han abandonado nuestras fronteras y necesitan oro. Pretendía sacar algo más que un objeto de éste viaje…— le confió —Pero no es un gran problema. Casi tengo lo que necesito en Folnaien.
El rostro de la elfa se endureció un instante y quedó pensativa unos segundos. Su mente, por un instante, voló de vuelta hasta Mirza. Y en su cabeza, se presentó la imagen de Nipal. Después volvió a focalizar su atención en su tarea, como queriendo evitar pensar en otra cosa.
—Está visto que por todo el continente se hacen movimientos... Y nuestra gente, por decisión o por necesidad obligada, cada vez se encuentra más extendida. Pero desligada.— puntualizó. —Sandorai no puede verse más mermada.
—Exacto.— asintió el espadachín —Se está mermando, y debilitando. Han sido cien años de sufrimiento. No puedo quedarme de brazos cruzados.
—Y pensar que hay vestigios de nuestra historia más allá de todo bosque o camino de esta parte del mundo...— terminó de tallar el extremo de la rama y examinó la punta con detalle antes de pasar a la siguiente —Parece que se hayan olvidado.— suspiró, algo desalentada —Aunque no se puede culpar a nadie por dejarse llevar por la cotidianidad. El bosque se mantiene denso, a pesar de todo. Envuelve tan bien la vida en sus entrañas que...— dejó sin terminar la frase.
—¿Qué ocurre...?— le instó a continuar.
—No, nada. Es sólo que cuando estoy allí, a veces me abruma saber cuánto nos rodea y me faltan formas de salir y conocerlo todo. Y sin embargo... Nada de lo que hay fuera me ofrece tanto como sentirme en casa.— sonrió, aunque con cierta preocupación en el rostro —Espero no encontrar problemas en Glath. Y encontrar la forma de no demorar más mi regreso. No pude explicarle mucho a mi padre... Sólo pude convencerlo de que me quedaría para ayudar a los enfermos, como pago por su libertad. Pero no confío en que mantenga larga paciencia.
—También en mis viajes la última sensación acaba siendo la necesidad de volver.— sonrió —Espero que sea así.— comentó, referido a Glath —Con ambos pueblos de la parte este de la región en tales problemas ya hay demasiada gente sufriendo. Si los problemas se han extendido más...— sacudió la cabeza —Esperemos lo mejor.— paladeó un instante su propio razonamiento, antes de retomar lo mentado por la joven —No te negaré que me espolea la curiosidad el conocerle. A tu padre. Has hecho cosas importantes en medio continente. ¿Las conoce? Debería darle las gracias...— ladeó divertido los ojos, como si en verdad lo estuviese reflexionando.
—¿Y qué debería saber conocer exactamente?— cuestionó con sorna —¿Cuántas veces me las he visto canutas para salir con vida? La idea es que comprenda que soy independiente, no querría conseguir lo contrario.— detuvo su labor una vez más para mirarlo, cuando escuchó lo último —¿Las gracias por qué?— preguntó contrariada.
—Por tí.— volvió a reír —Lo has pasado mal, pero me has ayudado contra los trasgos de Ilvor, defendiendo Nytt Hus... Será por ocasiones. Por supuesto que eres independiente.— confirmó, mirando las llamas —Puede estar orgulloso.
Se sonrojó al escuchar aquello, aludiendo a la falta de costumbre por escuchar de sus labios tales reconocimientos, aunque en aquel momento fue incapaz de discernir si propiciar aquel encuentro le parecía una buena idea. Se paseó la mano por el pelo, colocandolo tras la oreja, esbozando media sonrisa, pero no dijo nada al respecto. Al contrario, desvió la conversación de su persona, por no saber cómo continuarla.
—¿Acaso en Folnaien conocen de tus hazañas?— se le ocurrió replicar, no tardando en comprender que no habría podido escoger peor tema a tratar, ni de haberlo intentado.
—Incluso en Folnaien hay quien me quiere muerto.— soltó directamente, sombrío, cambiando el ánimo totalmente.
—¿Qué?— ipso facto, dejó de tallar la flecha que tenía entre manos para mirarlo —¿Qué demonios Nousis? No conozco a nadie con tantas enemistades…— al terminar la frase, se le formó un nudo en la garganta al notar en su mirada cierto dolor.
—¿Nunca te lo conté...?— preguntó casi para sí —Ayudé a una vampiresa por no quebrar una promesa. Una de mis mejores amigas, de las capitanas más respetadas de nuestras tropas, perdió la vida por acompañarme. Sus familiares me creen responsable. En parte, no les falta razón.— terminó con el ceño fruncido.
Aylizz apretó los labios al escuchar el relato y por un momento, bajó la mirada, dudosa sobre qué decir. Y aunque desconocía si aquello había ocurrido antes o después de su encuentro a tres con Caoimhe, no pudo evitar sentirse irremediablemente culpable por haberle pedido que confiara en una maldita entonces.
—No... No lo sabía.— mencionó con la voz entrecortada, más solemne, mirándolo ahora de manera sutil. —Tiene que ser tortuoso hacer frente a algo así cada vez que vuelves.— retomó la flecha, terminando la segunda punta. Y estiró la mano hacia el suelo para tomar la última rama. —No sé lo que pasó pero... Me costaría creer que obligases a una amiga así a hacer alga que no quisiera. Y dudaría de cualquiera que dijera conocerte y creyera que no habrías dado tu vida para evitar su muerte, así que... Me es difícil pensar que seas responsable de algo así.— replicó, en tono conciliador, buscando prestar consuelo.
Nousis hizo un gesto como para restarle importancia, aunque la suave sonrisa de gratitud no se correspondía con lo que expresaba una mirada gris envuelta en un halo de tristeza.
—Yo le pedí ayuda, y ella acudió. Si, yo habría hecho lo mismo, pero fue ella quien murió, no yo. Eliminamos todo un nido, con dificultad, batalla a batalla, junto a otras dos engendros como ellos. Pude no contar con ella, esa fue mi decisión, mi parte de culpa. Pero la necesitaba. Fue hace unos meses...— calló unos segundos —Sé que a veces puedo proteger en exceso a quienes siento cerca de mí, que cada cual escoge su camino, que pueden ocurrir éstas cosas...— negó con lentitud —Gracias por tratar de hacerme sentir mejor.— dijo con la vista en ella —Pero si puedo evitar que vuelva a ocurrir, lo haré. Prefiero una discusión o un malentendido que una muerte. Fuera de mi clan, son muy pocas las personas por quienes me siento inclinado a darlo todo. No estoy dispuesto a perderlas.— esas últimas palabras surgieron sencillas, como si no contuviesen nada más importante que la elección de qué comer al día siguiente. Como si lo tuviera completamente asumido.
—Entonces no diré nada más sobre el tema.— afirmó, suavizando el rostro. —Porque también sé de primera mano que eres duro de sesera.— añadió en un reproche jocoso, dedicándole una mueca cuando él todavía la miraba. Replicando una mueca distinta, el elfo simuló una burla a sus palabras, pero tampoco dijo más.
Cuando Aylizz terminó con la última flecha, habiendo recuperado las fuerzas, retomaron la marcha. Su principal preocupación durante los tramos siguientes del camino no era otra que la de planificar cómo o dónde pasar la noche, considerando que continuando a pie, se verían obligados a pasarla a la intemperie. Aunque los Dioses no quisieron abandonarlos aquella vez, pues antes de cayese la tarde, toparon con una pequeña manada de caballos salvajes, en un pequeño claro de pasto que había podido abrirse camino entre la nieve. No fue difícil acercarse a ellos utilizando la runa del cuchillo y con buen tiento, lograron ganarse el favor de uno de los ejemplares jóvenes, sobre el que pudieron acortar lo que restaba de camino hasta Glath.
Por descontado, lo que se levantó ante sus ojos al alcanzar los alrededores de la ciudad no fue la escena que hubieran esperado. Ya en la temprana oscuridad de la noche, las llamas en la lejanía contrastaban, volviendo contraria la natural claridad nocturna, emanando ahora de la tierra hacia el cielo. Un reguero de cuerpos inertes señalaban el camino hasta la entrada de la urbe y la elfa se revolvió sobre sí misma cuando fijó la atención en tal realidad. Si aquellas resultaban ser costumbres de la zona, cada vez se le hacía más difícil encontrar algún ápice de hospitalidad en las gentes del norte. Mucho menos honorabilidad. Casi resultaba irónico que los humanos no mostraran humanidad… Aunque tras lo presenciado en una y otra ciudad norteña, no podía obviar los otros linajes dominantes.
Aylizz Wendell
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Siguió con la mirada recelosa al elfo hasta que desapareció de la sala, cruzada de brazos frente a las megalíticas estatuas que se cernían frente a ambos lobos. Colocadas en dos de las cuatro paredes de la sala medían, al menos, tres metros cada una. La loba paseó por la sala en silencio con los brazos cruzados, no tenía ni idea de quiénes eran aquellos señores ni qué habían hecho en su vida, pero si su nombre quedaba grabado en la historia de Aerandir esperaba no tener que ver su cara tallada en un trozo de mármol, no lo aguantaría. Por suerte Leo se había documentado lo suficiente antes del viaje, y habían cargado innumerables libros con historias aburridas de reyes y geografía del continente que, contra todo pronóstico, servirían para no morir de inanición encerrados en unas ruinas.
-... Los libros no sirven para nada, Leo, no los cargues. Los acabaremos usando para hacer fuego. -Pareció advertir el pensamiento de su compañera al imitarla con burla mientras pulsaba con fuerza un relieve. Una enorme figura de una mujer ataviada con una túnica larga sostenía un huevo en las manos. -Se suele decir que fue Mavërick el primer caballero dragón convertido, pero fue Byako, la sacerdotisa del templo de jade la primera en obtener el don del dragón. -Explicaba caminando hacia la siguiente estatua.
-El templo de jade... Já. -Nana sonrió de medio lado y se sentó sobre una columna partida, apoyó la cabeza en la palma y miró con desdén a su amigo.
-Sí, sé que robaste el huevo de jade y que no hace mucho tuviste que devolver para que no atacasen Ulmer los dragones. -Comentó sin girarse siquiera a verla, y pulsó otro bajo relieve que chirrió de la misma manera que el primero. -Por el blasón y el pañuelo en la mano debe de ser Mavërick, oficialmente, el primer caballero dragón. Solo faltan dos.
Nana resopló desde su posición, quedaban demasiadas horas hasta salir de allí y ya no aguantaba más a Leo. Chascó la lengua con fastidio y se retumbó en la base de aquella enorme columna partida. Crujió otro bajorrelieve, este bajo un dragón antropomorfo portando un libro sobre sus garras.
-Este es Nertharion, el primer ermitaño dragón, sirvió a los dragones toda su vida y le recompensaron con el don y desde aquel día jamás volvió a usar su forma humana. Fundó la orden de los ermitaños. Y este... Indudablemente es... -Tragó saliva y empujó con recelo la fría piedra. - Habak Urk.
La loba se incorporó casi de un salto. Pese a sus mofas sobre libros e historias, ella era la primera que se había pasado horas en la biblioteca de Lunargenta. No era demasiado grande, ni su armadura demasiado ostentosa, una larga trenza y ambos lados de la cabeza rapados.
-¿El primer vampiro? Lo recordaba sin pelo. -Bromeó arqueando una ceja y esbozando una media sonrisa jocosa.
-Debe de ser una representación de antes de la conversión, entiendo... -Leo se rascó la cabeza, dubitativo, y se acercó a la columna partida donde descansaba su amiga. -¿Te ha dado buena espina? El elfo digo. -Se apoyó en la columna y alzó la vista hacia Nana.
-No lo sé, no entiendo a los elfos, demasiado enigmáticos, demasiado viejos. Han visto demasiadas cosas y eso a veces te puede jugar malas pasadas. Se creen que lo saben todo. -Se encogió de hombros y frunció los labios. -Creo que sabía más de lo que nos ha dicho.
-Como todos...-Susurró Leo desviando la mirada al suelo. Nana le lanzó una piedra desde la altura. - ... Lo de las minas, las revueltas ¿Crees que Thorbald tiene algo que ver?
-Creo que está amasando fortuna aquí en el norte para sobornar a gente importante y seguir con sus investigaciones... Los últimos informes...
-Sé lo que dicen los últimos informes, Nana, solo quiero que me seas sincera y saber que no vamos como pollo sin cabeza porque eso es lo que exactamente parece que hacemos.
Nana frunció el gesto y puso los ojos en blanco. La obsesión con Thorbald y el contraataque de La Manada después de tantos años de silencio era algo que se comentaba en el gran salón más a menudo de lo que le gustaría.
-Llámalo intuición, Leo, u obsesión, me da igual. Pero sé que trama algo muy grande y que si espero sentada en mi trono de mentira jugando a juegos de intrigas políticas que no me interesan me voy a volver loca.
-¿Más?
-De verdad. -La loba clavó la vista en su amigo que se giró a verla y asintió con resignación.
La loba volvió a recostarse sobre la fría piedra y se hizo un ovillo tapándose con la capucha. Leo se subió de un salto a la improvisada cama y se tumbó boca arriba con las manos detrás de la cabeza. No dijo nada, no había nada más que decir. Al medio día partirían de nuevo hacia el norte a seguir recabando información.
En peores lugares habían dormido, al raso, perseguidos por bandidos e incluso borrachos encima de vidrios de botellas rotas, así que aquella dura cama improvisada de piedra era todo un lujo. Durmieron en vigilia, alertados por cualquier crujido de la roca. Retumbó incluso la columna donde descansaban cuando comenzó, les cegó la luz del exterior que entraba por la sala contigua. Nana le dio el último trago a la cantimplora de agua y se levantó a toda prisa. Leo bajó a tientas mientras se frotaba los ojos con ambas manos, cegado por la luz.
-En marcha. -Espetó la líder echando a andar hacia la salida, crujiéndose las vértebras del cuello.
-¿No esperamos a Nousis? -Preguntó Leo arreglándose la camisa y el abrigo.
-¿Al elfo? Seguramente sepa de otra salida y haya huido con lo que quiera que estuviera buscando aquí. -Se encogió de hombros y suspiró después de girarse hacia el pasillo por donde horas antes había desaparecido el asaltador de ruinas.
Leo se lavó la cara con la nieve recién caída aquella misma noche. Nana se intentó situar, por suerte las ruinas eran lo bastante profundas y habían adelantado lo suficiente para quedar relativamente cerca de su carromato, olisqueó disimuladamente el aire... No se avecinaba nada bueno. Leo se acercó a Nana y le puso el gorro de piel de conejo, debían mantener de nuevo su tapadera, aún estaban dentro de Mirza. Se giró para dedicarle la mejor de sus sonrisas fingidas, metiéndose de nuevo en el papel de esposa complaciente y echaron a andar cogidos del brazo a paso vivido. Evitaron las calles principales, pero al pasar por un callejón vieron a una enorme comitiva armada presidida por un enorme hombre pelirrojo, se dirigían hacia el mercado.
Instintivamente Leo tiró levemente del brazo de su compañera para seguir fisgando, pero Nana siguió sin girar el rostro hacia la calle a paso rápido. El sonido de las botas metálicas resonando contra el suelo a paso ligero les acompañó unas cuantas calles más, cuando por fin vislumbraron la puerta estaba flanqueada por cuatro guardias, dos a cada lado, con el mentón alto y grandes jabalinas. Pudo escuchar como la nuez de Leo se retraía al tragar saliva.
-Si la cosa se pone fea trasfórmate y huye, sabes que para mi solo serás una carga si hay que pelear. -Susurró Nana en un tono imperceptible para un humano normal.
Leo agachó la cabeza asintiendo con resignación y la volvió a alzar cuando llegaron a la puerta y las enormes lanzas les cerraron el paso.
-Nadie sale, nadie entra. -Alcanzaron a decir los guardias.
-Pero mi mujer... no se encuentra bien, necesita descansar, mirad, ahí está nuestro carro, necesita su medicina. -Leo señaló el carro en un claro a unos metros, el caballo pastaba tranquilamente el poco pasto verde que le quedaba en la bola de heno colgada de la parte trasera del carro.
Nana rezó porque estuviera atado al carro, no podían perder tiempo en la huida. Al fondo, como pequeñas hormigas se acercaban más huestes. Solo quedaba el camino empedrado del suroeste. Analizó la situación lo suficientemente rápido para hacerse la enferma, tosió y fingió que se desvanecía. Leo la cogió por las axilas y los guardas, nerviosos por lo que se avecinaba y sin demasiadas ganas de aguantar el numerito de la pareja, los dejaron pasar. Podían oler la libertad. Leo sostenía a Nana con un brazo por el hombro agarrado a la cintura.
-Pesas demasiado, si no te cogería en brazos. Ya sabes, por la actuación.
-Es que eres un flojo, más bien. -Añadió la loba con indiferencia.
Siquiera se cercioraron de que la cerradura estuviera forzada, si les habían robado eso era un problema del futuro porque lo primordial era huir. Leo ayudó a Nana a subir al banco de conducción y después de colocar a toda prisa al caballo, se posicionó a su lado con las riendas, las cuales atizó con fuerza. El caballo empezó a andar poco a poco, haciendo crujir la nieve bajo sus patas.
Hierro y sangre. Otra vez aquel olor le impregnaba las fosas nasales, aunque lejano, aún retumbaban en sus oídos el tintineo de las grebas y la punta metálica de las botas contra los adoquines. El sonido de la guerra.
-Tranquila, Ulmer nunca estará así. -Intentó tranquilizarla Leo.
-Eso tú no lo sabes.-Respondió con cierta amargura.
Alargó el brazo por dentro del carruaje lo suficiente para sacar el mapa con el que se habían estado guiando desde que salieron de Ulmer, y se lo entregó a Leo que lo sujetó con una mano.
-Parece que vamos dirección a ¿Glath? Menudos nombrecitos ponen estos norteños... -Añadió con cierto retintín.
Nana no dijo nada, se levantó del banco manteniendo la estabilidad pese al traqueteo y se agarró del techo de la caravana, pasó un pie al pequeño escalón frente a la puerta y la abrió, luego se columpió fuertemente para caer de un salto dentro. Ya no había sal. ¿Qué esperaban? Al menos les habían dejado el caballo.
-Haberme avisado y paraba, y subías como las personas. -Dijo Leo gritando desde la ventana del conductor abierta que quedaba a su espalda.
Nana se echó a reír, ¿Cuál era el plan? A quién quería engañar, nunca hubo uno. Se quitó las botas y las pesadas capas de ropa y se echó entre las mullidas pieles. Leo tomó uno de sus pesados libros de historia que sostuvo sobre su regazo todo el camino, leyendo con las riendas entre las manos.
Absorto en su lectura, casi la macabra escena le pasó desapercibida, el camino monótono en línea recta, sin bifurcaciones ni caminos secundarios, no se había dado siquiera cuenta de que nadie más cruzaba aquellos caminos desiertos. El olor a podredumbre la despertó, era denoche y le tocaba el turno de conducción.
-¡¿Qué es ese maldito olor?! -Gritó Nana desde la otra punta de la caravana, levantándose de la cama poniéndose las mallas de cuero marrón y la camisa ceñida por un corpiño negro de cuero en el que guardó una daga. Se acercó a toda prisa a la ventana mientras terminaba de vestirse. El paisaje era cuanto menos desolador, cabezas en picas, miembros desgarrados, cadáveres, montones de ellos se acinaban.
Leo frenó en seco el caballo y se tapó la boca con el cuello del abrigo. Realmente no se había dado ni cuenta. Nana salió del carruaje colocándose la capucha negra del abrigo de piel, tapándose la mitad de la cara con la bufanda. ¿Qué harían? Una caravana tan grande no podía ir campo a través. Leo la miraba de hito en hito, aún aterrorizado por la crueldad del paisaje.
-Viene alguien, a caballo. -Comentó al escuchar los cascos contra las piedras, en la espesura de la noche. Agarró la daga que escondía y la sujetó con fuerza bajo la amplia manga.
¿Amigos o enemigos?
-... Los libros no sirven para nada, Leo, no los cargues. Los acabaremos usando para hacer fuego. -Pareció advertir el pensamiento de su compañera al imitarla con burla mientras pulsaba con fuerza un relieve. Una enorme figura de una mujer ataviada con una túnica larga sostenía un huevo en las manos. -Se suele decir que fue Mavërick el primer caballero dragón convertido, pero fue Byako, la sacerdotisa del templo de jade la primera en obtener el don del dragón. -Explicaba caminando hacia la siguiente estatua.
-El templo de jade... Já. -Nana sonrió de medio lado y se sentó sobre una columna partida, apoyó la cabeza en la palma y miró con desdén a su amigo.
-Sí, sé que robaste el huevo de jade y que no hace mucho tuviste que devolver para que no atacasen Ulmer los dragones. -Comentó sin girarse siquiera a verla, y pulsó otro bajo relieve que chirrió de la misma manera que el primero. -Por el blasón y el pañuelo en la mano debe de ser Mavërick, oficialmente, el primer caballero dragón. Solo faltan dos.
Nana resopló desde su posición, quedaban demasiadas horas hasta salir de allí y ya no aguantaba más a Leo. Chascó la lengua con fastidio y se retumbó en la base de aquella enorme columna partida. Crujió otro bajorrelieve, este bajo un dragón antropomorfo portando un libro sobre sus garras.
-Este es Nertharion, el primer ermitaño dragón, sirvió a los dragones toda su vida y le recompensaron con el don y desde aquel día jamás volvió a usar su forma humana. Fundó la orden de los ermitaños. Y este... Indudablemente es... -Tragó saliva y empujó con recelo la fría piedra. - Habak Urk.
La loba se incorporó casi de un salto. Pese a sus mofas sobre libros e historias, ella era la primera que se había pasado horas en la biblioteca de Lunargenta. No era demasiado grande, ni su armadura demasiado ostentosa, una larga trenza y ambos lados de la cabeza rapados.
-¿El primer vampiro? Lo recordaba sin pelo. -Bromeó arqueando una ceja y esbozando una media sonrisa jocosa.
-Debe de ser una representación de antes de la conversión, entiendo... -Leo se rascó la cabeza, dubitativo, y se acercó a la columna partida donde descansaba su amiga. -¿Te ha dado buena espina? El elfo digo. -Se apoyó en la columna y alzó la vista hacia Nana.
-No lo sé, no entiendo a los elfos, demasiado enigmáticos, demasiado viejos. Han visto demasiadas cosas y eso a veces te puede jugar malas pasadas. Se creen que lo saben todo. -Se encogió de hombros y frunció los labios. -Creo que sabía más de lo que nos ha dicho.
-Como todos...-Susurró Leo desviando la mirada al suelo. Nana le lanzó una piedra desde la altura. - ... Lo de las minas, las revueltas ¿Crees que Thorbald tiene algo que ver?
-Creo que está amasando fortuna aquí en el norte para sobornar a gente importante y seguir con sus investigaciones... Los últimos informes...
-Sé lo que dicen los últimos informes, Nana, solo quiero que me seas sincera y saber que no vamos como pollo sin cabeza porque eso es lo que exactamente parece que hacemos.
Nana frunció el gesto y puso los ojos en blanco. La obsesión con Thorbald y el contraataque de La Manada después de tantos años de silencio era algo que se comentaba en el gran salón más a menudo de lo que le gustaría.
-Llámalo intuición, Leo, u obsesión, me da igual. Pero sé que trama algo muy grande y que si espero sentada en mi trono de mentira jugando a juegos de intrigas políticas que no me interesan me voy a volver loca.
-¿Más?
-De verdad. -La loba clavó la vista en su amigo que se giró a verla y asintió con resignación.
La loba volvió a recostarse sobre la fría piedra y se hizo un ovillo tapándose con la capucha. Leo se subió de un salto a la improvisada cama y se tumbó boca arriba con las manos detrás de la cabeza. No dijo nada, no había nada más que decir. Al medio día partirían de nuevo hacia el norte a seguir recabando información.
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En peores lugares habían dormido, al raso, perseguidos por bandidos e incluso borrachos encima de vidrios de botellas rotas, así que aquella dura cama improvisada de piedra era todo un lujo. Durmieron en vigilia, alertados por cualquier crujido de la roca. Retumbó incluso la columna donde descansaban cuando comenzó, les cegó la luz del exterior que entraba por la sala contigua. Nana le dio el último trago a la cantimplora de agua y se levantó a toda prisa. Leo bajó a tientas mientras se frotaba los ojos con ambas manos, cegado por la luz.
-En marcha. -Espetó la líder echando a andar hacia la salida, crujiéndose las vértebras del cuello.
-¿No esperamos a Nousis? -Preguntó Leo arreglándose la camisa y el abrigo.
-¿Al elfo? Seguramente sepa de otra salida y haya huido con lo que quiera que estuviera buscando aquí. -Se encogió de hombros y suspiró después de girarse hacia el pasillo por donde horas antes había desaparecido el asaltador de ruinas.
Leo se lavó la cara con la nieve recién caída aquella misma noche. Nana se intentó situar, por suerte las ruinas eran lo bastante profundas y habían adelantado lo suficiente para quedar relativamente cerca de su carromato, olisqueó disimuladamente el aire... No se avecinaba nada bueno. Leo se acercó a Nana y le puso el gorro de piel de conejo, debían mantener de nuevo su tapadera, aún estaban dentro de Mirza. Se giró para dedicarle la mejor de sus sonrisas fingidas, metiéndose de nuevo en el papel de esposa complaciente y echaron a andar cogidos del brazo a paso vivido. Evitaron las calles principales, pero al pasar por un callejón vieron a una enorme comitiva armada presidida por un enorme hombre pelirrojo, se dirigían hacia el mercado.
Instintivamente Leo tiró levemente del brazo de su compañera para seguir fisgando, pero Nana siguió sin girar el rostro hacia la calle a paso rápido. El sonido de las botas metálicas resonando contra el suelo a paso ligero les acompañó unas cuantas calles más, cuando por fin vislumbraron la puerta estaba flanqueada por cuatro guardias, dos a cada lado, con el mentón alto y grandes jabalinas. Pudo escuchar como la nuez de Leo se retraía al tragar saliva.
-Si la cosa se pone fea trasfórmate y huye, sabes que para mi solo serás una carga si hay que pelear. -Susurró Nana en un tono imperceptible para un humano normal.
Leo agachó la cabeza asintiendo con resignación y la volvió a alzar cuando llegaron a la puerta y las enormes lanzas les cerraron el paso.
-Nadie sale, nadie entra. -Alcanzaron a decir los guardias.
-Pero mi mujer... no se encuentra bien, necesita descansar, mirad, ahí está nuestro carro, necesita su medicina. -Leo señaló el carro en un claro a unos metros, el caballo pastaba tranquilamente el poco pasto verde que le quedaba en la bola de heno colgada de la parte trasera del carro.
Nana rezó porque estuviera atado al carro, no podían perder tiempo en la huida. Al fondo, como pequeñas hormigas se acercaban más huestes. Solo quedaba el camino empedrado del suroeste. Analizó la situación lo suficientemente rápido para hacerse la enferma, tosió y fingió que se desvanecía. Leo la cogió por las axilas y los guardas, nerviosos por lo que se avecinaba y sin demasiadas ganas de aguantar el numerito de la pareja, los dejaron pasar. Podían oler la libertad. Leo sostenía a Nana con un brazo por el hombro agarrado a la cintura.
-Pesas demasiado, si no te cogería en brazos. Ya sabes, por la actuación.
-Es que eres un flojo, más bien. -Añadió la loba con indiferencia.
Siquiera se cercioraron de que la cerradura estuviera forzada, si les habían robado eso era un problema del futuro porque lo primordial era huir. Leo ayudó a Nana a subir al banco de conducción y después de colocar a toda prisa al caballo, se posicionó a su lado con las riendas, las cuales atizó con fuerza. El caballo empezó a andar poco a poco, haciendo crujir la nieve bajo sus patas.
Hierro y sangre. Otra vez aquel olor le impregnaba las fosas nasales, aunque lejano, aún retumbaban en sus oídos el tintineo de las grebas y la punta metálica de las botas contra los adoquines. El sonido de la guerra.
-Tranquila, Ulmer nunca estará así. -Intentó tranquilizarla Leo.
-Eso tú no lo sabes.-Respondió con cierta amargura.
Alargó el brazo por dentro del carruaje lo suficiente para sacar el mapa con el que se habían estado guiando desde que salieron de Ulmer, y se lo entregó a Leo que lo sujetó con una mano.
-Parece que vamos dirección a ¿Glath? Menudos nombrecitos ponen estos norteños... -Añadió con cierto retintín.
Nana no dijo nada, se levantó del banco manteniendo la estabilidad pese al traqueteo y se agarró del techo de la caravana, pasó un pie al pequeño escalón frente a la puerta y la abrió, luego se columpió fuertemente para caer de un salto dentro. Ya no había sal. ¿Qué esperaban? Al menos les habían dejado el caballo.
-Haberme avisado y paraba, y subías como las personas. -Dijo Leo gritando desde la ventana del conductor abierta que quedaba a su espalda.
Nana se echó a reír, ¿Cuál era el plan? A quién quería engañar, nunca hubo uno. Se quitó las botas y las pesadas capas de ropa y se echó entre las mullidas pieles. Leo tomó uno de sus pesados libros de historia que sostuvo sobre su regazo todo el camino, leyendo con las riendas entre las manos.
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Absorto en su lectura, casi la macabra escena le pasó desapercibida, el camino monótono en línea recta, sin bifurcaciones ni caminos secundarios, no se había dado siquiera cuenta de que nadie más cruzaba aquellos caminos desiertos. El olor a podredumbre la despertó, era denoche y le tocaba el turno de conducción.
-¡¿Qué es ese maldito olor?! -Gritó Nana desde la otra punta de la caravana, levantándose de la cama poniéndose las mallas de cuero marrón y la camisa ceñida por un corpiño negro de cuero en el que guardó una daga. Se acercó a toda prisa a la ventana mientras terminaba de vestirse. El paisaje era cuanto menos desolador, cabezas en picas, miembros desgarrados, cadáveres, montones de ellos se acinaban.
Leo frenó en seco el caballo y se tapó la boca con el cuello del abrigo. Realmente no se había dado ni cuenta. Nana salió del carruaje colocándose la capucha negra del abrigo de piel, tapándose la mitad de la cara con la bufanda. ¿Qué harían? Una caravana tan grande no podía ir campo a través. Leo la miraba de hito en hito, aún aterrorizado por la crueldad del paisaje.
-Viene alguien, a caballo. -Comentó al escuchar los cascos contra las piedras, en la espesura de la noche. Agarró la daga que escondía y la sujetó con fuerza bajo la amplia manga.
¿Amigos o enemigos?
Nana
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Su undécimo despertar resultó agónico, como si hubiese estado a punto de ahogarse en un lago helado. El mundo a su alrededor, oscuro como lo había sido las diez veces anteriores, giró por un momento sobre él, mientras intentaba calmar el ritmo de su respiración. Al contrario que en otras ocasiones, donde se había visto caminando directamente hacia el pueblo, se encontraba tirado sobre la seca nieve que rodeaba las tumbas que se distribuían a ambos lados del camino.
Intentó recordar lo sucedido. Habían salvado a la niña, a Hirmia, pero en un último momento una teja se había precipitado de un tejado cercano, provocándole una desafortunada y absurda muerte. No habían conseguido romper el ciclo. Pero, ¿qué había sucedido después? Algo más había ocurrido, algo que su mente era incapaz de recordar. Intentarlo no hizo más que traerle dolor de cabeza y una extraña sensación de inquietud, que rozaba el miedo. Maldiciendo entre dientes, se dirigió hacia el lugar donde sabía que Caoimhe lo estaría esperando.
La expresión en el rostro de la chica, cuando posó los ojos sobre él, le confirmó que no era el único con recuerdos confusos. ¿En qué momento había comenzado a ser capaz de distinguir las expresiones de ella? Probablemente tras la quinta o sexta repetición de aquella infernal noche. ¿Cuánto tiempo real habría transcurrido desde su llegada? Si aquel hechizo funcionaba con cualquier otro bucle temporal, serían apenas horas. Pero para el elfo y la vampiresa, habrían pasado semanas. Largas noches en las que habían terminado por conocerse, después de sus dos frugales encuentros anteriores.
Abrió la boca para saludarla, pero algo tras ella captó su atención: una gran grieta, curva, atravesaba el cielo. Esta pareció combarse hacia la aldea de Glath, deformando el cielo. A su alrededor grises nubarrones se arremolinaban, anunciando una terrible tormenta. Entonces, la gran grieta se abrió, dando paso a un enorme ojo negro. El sonido de metal entrechocando les llegó desde la distancia.
- Por el amor de Isil –murmuró el elfo para si, ante tal visión.
Atraída quizás por el sonido de su voz, la enorme esfera posó su pupila sobre ellos. El negro pozo de oscuridad que ocupaba el centro del ojo le provocó escalofríos. Una cacofonía de sonidos invadió sus oídos, hasta tal punto que se vio obligado a cubrirse con las manos. Pero aun así no cesaron, pues no se encontraban en su entorno, si no en su propia mente. Un sinfín de imágenes se sucedieron ante sus ojos, rellenando el vacío que poco antes había sido incapaz de comprender: un cielo rojo sangre, un enorme ojo surgiendo de él, criaturas infernales surgiendo a su alrededor, una aldea sacada de un mundo de pesadilla… dos lágrimas negras como la brea, de las que había surgido una falsa Hirmia… una voz atronadora que había cruzado el cielo…
Atenazado otra vez por la falta de aire, intentó recuperar la compostura. La noche anterior, tras la muerte de la niña, se había desatado el infierno en aquel lugar. Habían sido minutos, quizás apenas segundos, antes de que todo volviera a reiniciarse. Aquel ojo, que ahora contemplaba de nuevo la aldea de Glath, se había manifestado. ¿Era acaso la causa de aquel bucle sin fin que vivían los habitantes de la aldea? Observando desde lo alto, como un marionetista dirigiendo los hilos a su antojo, cortando las vidas y los destinos a placer. ¿Qué diantres había conjurado la adivina? La perdición de la raza humana, jugar con fuerzas que eran superiores a ellos. Si aquel ente que observaba de los cielos era algún tipo de dios o simplemente una fuerza venida de otra realidad, era algo que no podía descifrar, pero estaba claro que mientras siguiese allí en el cielo ellos, al igual que el resto de Glath, estarían condenados revivir una y otra vez, aquella miserable noche.
- Hay que mantener a la niña con vida, a toda costa –dijo, observando fijamente a Caoimhe- A la de verdad –añadió, temiendo que lo que el ojo les había mostrado la noche anterior no fuese más que un preludio de lo que iban a encontrarse.
Con una última mirada de complicidad, ambos corrieron presurosos hacia la entrada de Glath. Aquella sería su última noche en aquel infierno, fuese cual fuese el desenlace de la misma.
La batalla había estallado ya en la plaza del pueblo cuando la alcanzaron. Los Paica y los miembros de gremio luchaban sin tregua y con una ferocidad inusitada, como si el ser que los observaba desde el cielo hubiese insuflado una mayor ira en ellos. Por primera vez en diez noches, llevaban las mismas ropas con las que los habían conocido por primera vez y portaban armas que no parecían salidas de una mala comedia. Las casas a su alrededor ardían, pero algo en ellas resultaba extraño… como si no fuesen pasto de las llamas, si no la razón de que estas existiesen. Como si se tratase de estructuras vivas, formadas a partir de fuego.
- Basta –la voz del elfo retumbo en la abarrotada plaza, atrayendo la atención de los combatientes, que lo miraron con expresión de desconcierto.
- ¿Quién demonios eres tú? – preguntó Warham, colocándose al frente de sus hombres- No es momento para visitas de forasteros.
- ¿Es que no veis lo que está sucediendo? –preguntó el elfo, con incredulidad y cierto enfado en la voz.
- Es un Paica. ¡Va con una de ellos! –la voz se elevó del centro de la plaza y muchas otras secundaron sus palabras, observando con abierta hostilidad a Caoimhe.
- No somos Paica –Tarek intentó calmar los ánimos, a sabiendas que sus palabras caerían en saco roto si los miembros del gremio los veían como el enemigo. El problema era que cada segundo que pasaba, sus posibilidades de rescatar a Hirmia disminuían.
Por su parte, el grupo de mercenarios los observaba con velado interés, aunque seguían con atención a los movimientos de sus contrincantes.
- Por el amor de Isil –murmuró para si- ¿Es que no veis el ojo gigante que hay en el cielo?
Como guiados por una mano invisible, los rostros de los glathianos y los Paica se giraron hacia el firmamento. Un sinfín de alaridos de terror sustituyó el clamor de la masa y varios de los presentes se desvanecieron ante la terrible visión sobre ellos. Otros optaron por correr hacia las casas cercanas, que se retorcieron ante ellos como criaturas salidas del averno. Un par de aldeanos se vieron entonces arrastrados hacia el interior de una de las viviendas que, como si de monstruos hambrientos se tratase, devoraron a sus víctimas con sordos crujidos que revolvieron el estómago del peliblanco.
- ¡Hechiceros! –en aquella ocasión fue un miembro de los Paica el primero en señalarlos.
- Calma –pidió el elfo, pero un nuevo clamor pidiendo su cabeza se alzó ante ellos. La masa de Paica y aldeanos avanzó furibunda hacia ellos.
- Es suficiente –la calmada voz de Arabaster rompió el iracundo avance de la enfurecida masa- ¿Qué habéis hecho?
Tarek observó un segundo a Caoimhe, antes de responder.
- Sabemos lo que provoca la repetición. Estuvimos a punto de acabar con ello anoche –el líder Paica asintió ausente, instándolo a seguir. Tarek se dirigió entonces a la población y a los mercenarios ante él- Cada noche la misma persona muere el Glath, de una u otra manera. Caoimhe y yo –señaló a la chica- llegamos hace once noches a este lugar. Desde entonces os hemos visto luchar todas y cada una de ellas, sin que la situación variase ni un ápice –murmullos de “mentira”, “no puede ser cierto” y “qué clase de magia es esta” se levantaron entre la multitud- Debemos evitar esa muerte, para romper el ciclo –señaló entonces el gran ojo en el cielo, que contemplaba impasible lo que sucedía bajo él- Anoche estuvimos a punto de conseguirlo. Pero entonces eso apareció en el cielo y lo que lo que vino tras él… no querréis vivir con ello.
- Es mentira. Si fuese cierto lo recordaríamos –la mujer que había hablado en el mitin del gremio se colocó junto a Warham, observándolos con desprecio- Lo sabríamos.
Numerosas voces se alzaron junto con la de ella, acusándolos de mentir, de aliarse con los Paica para destruir el pueblo. La masa avanzó de nuevo hacia ellos, amenazante.
- Es cierto –un joven elfo, el mismo con el que se había topado la primera noche, cuando se había anunciado el secuestro de Lauepar, caminó entre la multitud- Pensé que era el único que podía recordarlo. Intenté advertiros esa primera noche, pero supongo que ya era tarde hasta para vosotros –comentó con tristeza.
- Quizás no lo sea –respondió Tarek- Quizás podamos acabar con esto. Hay que salvar la niña, la del perro. Hirmia. Ella es la clave, la Fjollkunig lanzó el hechizo para salvarla, para salvaros a todos de esta guerra. Pero algo, más poderoso que ella, se ha apropiado de la aldea. Solo si Hirmia alcanza el amanecer con vida nos libraremos de esto –miró por un instante el ojo en el cielo, con las palabras de aquel infernal ente reverberando en su mente, antes de dirigirse de nuevo al pueblo- Creo que esta es nuestra última oportunidad.
El desconcierto se extendió entre los aldeanos, que observaron al elfo herrero con duda. Los mercenarios, que poco a poco se habían ido replegando tras su lider, lo observaban con la misma expresión.
- Los Paica os ayudarán, cueste lo que cueste –Arabaster se llevó una mano al pecho en señal de promesa. Sus hombres repitieron el gesto del lider, jurando asimismo su lealtad a la causa.
Los glathianos por su parte comenzaron a murmurar, cada vez más exaltados. Preocupados por lo que acababan de ver, pero incapaces de asumir los que estaban escuchando.
- ¿Das tu palabra de que es cierto? –preguntó Lauepar al elfo herrero, que asintió serio ante el lider del gremio. Se dirigió entonces a ellos- Contad con la ayuda del gremio. ¿Qué debemos hacer?
Un atronador chirrido inundó entonces la noche y el cielo parecío oscurecerse por un segundo. Docenas de aves de fuego sucaron los cielos, mientras la ciudad a su alrededor mutaba, hasta convertir las calles en ríos de lava y los edificios en perturbadas y corruptas versiones de otros lugares del continente. El gran ojo pareció abrise aún más y de su comisura cayeron dos oscuras gotas, que pronto tomaron la forma de la pequeña Hirmia. Una terrible sonrisa se extendió por el rostro de la falsa muchacha, antes de que saliese corriendo, perdiéndose entre las calles del pueblo. Figuras surgieron de entre las grietas del suelo, trayendo antiguos enemigos y amigos de nuevo a la vida. La atronadora voz que se había escuchado la noche anterior, repitió su perturbador mensaje de amenaza.
Una cabellera blanca, en la distancia, llamó la atención de Tarek, que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartar la vista de ella. Dirigiéndose de nuevo a los aldeanos y los mercenarios, intentó llamar a la calma.
- Hay que encontar a Hirmia –les dijo, gritando sobre el estruendo de la ciudad al descomponerse- A la de verdad. Es necesario que encontréis a la real. No quiero ni imaginarme lo que pasará si nos llevamos a la niña equivocada. Es vecina vuestra, seguro que podéis encontrar la forma de distinguirlas –recondando entonces la noche anterior, añadió, señalando a un individuo- Es él quién la mata, es la primera amenaza que tenemos que erradicar.
El hombre lo miro primero perplejo y después con furia, pero sus conciudadanos no tardar en abalanzarse sobre él, cuando hizo el primer amago de huir. El peliblanco se giró entonces hacia Arabaster y Lauepar, que parecían mantener una tensa conversación.
- Protegeremos a la niña, a toda costa –dijo el líder de los mercenaros.
- Juntos –añadió Laupear.
- Juntos –confirmó el Paica.
El elfo asintió, mientras mabos líderes organizaban a sus contingentes. El ojo en el cielo pareció mirarlos con furia por un segundo. Su sola visión resultaba terrorífica y, dado lo grande que era, dejar de verlo se tornaba imposible. El peliblanco se giró entonces hacia su compañera.
- Acabemos con esto.
Intentó recordar lo sucedido. Habían salvado a la niña, a Hirmia, pero en un último momento una teja se había precipitado de un tejado cercano, provocándole una desafortunada y absurda muerte. No habían conseguido romper el ciclo. Pero, ¿qué había sucedido después? Algo más había ocurrido, algo que su mente era incapaz de recordar. Intentarlo no hizo más que traerle dolor de cabeza y una extraña sensación de inquietud, que rozaba el miedo. Maldiciendo entre dientes, se dirigió hacia el lugar donde sabía que Caoimhe lo estaría esperando.
La expresión en el rostro de la chica, cuando posó los ojos sobre él, le confirmó que no era el único con recuerdos confusos. ¿En qué momento había comenzado a ser capaz de distinguir las expresiones de ella? Probablemente tras la quinta o sexta repetición de aquella infernal noche. ¿Cuánto tiempo real habría transcurrido desde su llegada? Si aquel hechizo funcionaba con cualquier otro bucle temporal, serían apenas horas. Pero para el elfo y la vampiresa, habrían pasado semanas. Largas noches en las que habían terminado por conocerse, después de sus dos frugales encuentros anteriores.
Abrió la boca para saludarla, pero algo tras ella captó su atención: una gran grieta, curva, atravesaba el cielo. Esta pareció combarse hacia la aldea de Glath, deformando el cielo. A su alrededor grises nubarrones se arremolinaban, anunciando una terrible tormenta. Entonces, la gran grieta se abrió, dando paso a un enorme ojo negro. El sonido de metal entrechocando les llegó desde la distancia.
- Por el amor de Isil –murmuró el elfo para si, ante tal visión.
Atraída quizás por el sonido de su voz, la enorme esfera posó su pupila sobre ellos. El negro pozo de oscuridad que ocupaba el centro del ojo le provocó escalofríos. Una cacofonía de sonidos invadió sus oídos, hasta tal punto que se vio obligado a cubrirse con las manos. Pero aun así no cesaron, pues no se encontraban en su entorno, si no en su propia mente. Un sinfín de imágenes se sucedieron ante sus ojos, rellenando el vacío que poco antes había sido incapaz de comprender: un cielo rojo sangre, un enorme ojo surgiendo de él, criaturas infernales surgiendo a su alrededor, una aldea sacada de un mundo de pesadilla… dos lágrimas negras como la brea, de las que había surgido una falsa Hirmia… una voz atronadora que había cruzado el cielo…
“Todo es mío. Jugaré por siempre. Un ciclo solo se cierra cuando otro comienza. Y vosotros tenéis demasiado a vuestras espaldas para poder abrir una puerta diferente. Yo soy y yo seré. De hechizo a entidad. Dejadla aquí, y podréis abandonar mis dominios… padres”
Atenazado otra vez por la falta de aire, intentó recuperar la compostura. La noche anterior, tras la muerte de la niña, se había desatado el infierno en aquel lugar. Habían sido minutos, quizás apenas segundos, antes de que todo volviera a reiniciarse. Aquel ojo, que ahora contemplaba de nuevo la aldea de Glath, se había manifestado. ¿Era acaso la causa de aquel bucle sin fin que vivían los habitantes de la aldea? Observando desde lo alto, como un marionetista dirigiendo los hilos a su antojo, cortando las vidas y los destinos a placer. ¿Qué diantres había conjurado la adivina? La perdición de la raza humana, jugar con fuerzas que eran superiores a ellos. Si aquel ente que observaba de los cielos era algún tipo de dios o simplemente una fuerza venida de otra realidad, era algo que no podía descifrar, pero estaba claro que mientras siguiese allí en el cielo ellos, al igual que el resto de Glath, estarían condenados revivir una y otra vez, aquella miserable noche.
- Hay que mantener a la niña con vida, a toda costa –dijo, observando fijamente a Caoimhe- A la de verdad –añadió, temiendo que lo que el ojo les había mostrado la noche anterior no fuese más que un preludio de lo que iban a encontrarse.
Con una última mirada de complicidad, ambos corrieron presurosos hacia la entrada de Glath. Aquella sería su última noche en aquel infierno, fuese cual fuese el desenlace de la misma.
[…]
La batalla había estallado ya en la plaza del pueblo cuando la alcanzaron. Los Paica y los miembros de gremio luchaban sin tregua y con una ferocidad inusitada, como si el ser que los observaba desde el cielo hubiese insuflado una mayor ira en ellos. Por primera vez en diez noches, llevaban las mismas ropas con las que los habían conocido por primera vez y portaban armas que no parecían salidas de una mala comedia. Las casas a su alrededor ardían, pero algo en ellas resultaba extraño… como si no fuesen pasto de las llamas, si no la razón de que estas existiesen. Como si se tratase de estructuras vivas, formadas a partir de fuego.
- Basta –la voz del elfo retumbo en la abarrotada plaza, atrayendo la atención de los combatientes, que lo miraron con expresión de desconcierto.
- ¿Quién demonios eres tú? – preguntó Warham, colocándose al frente de sus hombres- No es momento para visitas de forasteros.
- ¿Es que no veis lo que está sucediendo? –preguntó el elfo, con incredulidad y cierto enfado en la voz.
- Es un Paica. ¡Va con una de ellos! –la voz se elevó del centro de la plaza y muchas otras secundaron sus palabras, observando con abierta hostilidad a Caoimhe.
- No somos Paica –Tarek intentó calmar los ánimos, a sabiendas que sus palabras caerían en saco roto si los miembros del gremio los veían como el enemigo. El problema era que cada segundo que pasaba, sus posibilidades de rescatar a Hirmia disminuían.
Por su parte, el grupo de mercenarios los observaba con velado interés, aunque seguían con atención a los movimientos de sus contrincantes.
- Por el amor de Isil –murmuró para si- ¿Es que no veis el ojo gigante que hay en el cielo?
Como guiados por una mano invisible, los rostros de los glathianos y los Paica se giraron hacia el firmamento. Un sinfín de alaridos de terror sustituyó el clamor de la masa y varios de los presentes se desvanecieron ante la terrible visión sobre ellos. Otros optaron por correr hacia las casas cercanas, que se retorcieron ante ellos como criaturas salidas del averno. Un par de aldeanos se vieron entonces arrastrados hacia el interior de una de las viviendas que, como si de monstruos hambrientos se tratase, devoraron a sus víctimas con sordos crujidos que revolvieron el estómago del peliblanco.
- ¡Hechiceros! –en aquella ocasión fue un miembro de los Paica el primero en señalarlos.
- Calma –pidió el elfo, pero un nuevo clamor pidiendo su cabeza se alzó ante ellos. La masa de Paica y aldeanos avanzó furibunda hacia ellos.
- Es suficiente –la calmada voz de Arabaster rompió el iracundo avance de la enfurecida masa- ¿Qué habéis hecho?
Tarek observó un segundo a Caoimhe, antes de responder.
- Sabemos lo que provoca la repetición. Estuvimos a punto de acabar con ello anoche –el líder Paica asintió ausente, instándolo a seguir. Tarek se dirigió entonces a la población y a los mercenarios ante él- Cada noche la misma persona muere el Glath, de una u otra manera. Caoimhe y yo –señaló a la chica- llegamos hace once noches a este lugar. Desde entonces os hemos visto luchar todas y cada una de ellas, sin que la situación variase ni un ápice –murmullos de “mentira”, “no puede ser cierto” y “qué clase de magia es esta” se levantaron entre la multitud- Debemos evitar esa muerte, para romper el ciclo –señaló entonces el gran ojo en el cielo, que contemplaba impasible lo que sucedía bajo él- Anoche estuvimos a punto de conseguirlo. Pero entonces eso apareció en el cielo y lo que lo que vino tras él… no querréis vivir con ello.
- Es mentira. Si fuese cierto lo recordaríamos –la mujer que había hablado en el mitin del gremio se colocó junto a Warham, observándolos con desprecio- Lo sabríamos.
Numerosas voces se alzaron junto con la de ella, acusándolos de mentir, de aliarse con los Paica para destruir el pueblo. La masa avanzó de nuevo hacia ellos, amenazante.
- Es cierto –un joven elfo, el mismo con el que se había topado la primera noche, cuando se había anunciado el secuestro de Lauepar, caminó entre la multitud- Pensé que era el único que podía recordarlo. Intenté advertiros esa primera noche, pero supongo que ya era tarde hasta para vosotros –comentó con tristeza.
- Quizás no lo sea –respondió Tarek- Quizás podamos acabar con esto. Hay que salvar la niña, la del perro. Hirmia. Ella es la clave, la Fjollkunig lanzó el hechizo para salvarla, para salvaros a todos de esta guerra. Pero algo, más poderoso que ella, se ha apropiado de la aldea. Solo si Hirmia alcanza el amanecer con vida nos libraremos de esto –miró por un instante el ojo en el cielo, con las palabras de aquel infernal ente reverberando en su mente, antes de dirigirse de nuevo al pueblo- Creo que esta es nuestra última oportunidad.
El desconcierto se extendió entre los aldeanos, que observaron al elfo herrero con duda. Los mercenarios, que poco a poco se habían ido replegando tras su lider, lo observaban con la misma expresión.
- Los Paica os ayudarán, cueste lo que cueste –Arabaster se llevó una mano al pecho en señal de promesa. Sus hombres repitieron el gesto del lider, jurando asimismo su lealtad a la causa.
Los glathianos por su parte comenzaron a murmurar, cada vez más exaltados. Preocupados por lo que acababan de ver, pero incapaces de asumir los que estaban escuchando.
- ¿Das tu palabra de que es cierto? –preguntó Lauepar al elfo herrero, que asintió serio ante el lider del gremio. Se dirigió entonces a ellos- Contad con la ayuda del gremio. ¿Qué debemos hacer?
Un atronador chirrido inundó entonces la noche y el cielo parecío oscurecerse por un segundo. Docenas de aves de fuego sucaron los cielos, mientras la ciudad a su alrededor mutaba, hasta convertir las calles en ríos de lava y los edificios en perturbadas y corruptas versiones de otros lugares del continente. El gran ojo pareció abrise aún más y de su comisura cayeron dos oscuras gotas, que pronto tomaron la forma de la pequeña Hirmia. Una terrible sonrisa se extendió por el rostro de la falsa muchacha, antes de que saliese corriendo, perdiéndose entre las calles del pueblo. Figuras surgieron de entre las grietas del suelo, trayendo antiguos enemigos y amigos de nuevo a la vida. La atronadora voz que se había escuchado la noche anterior, repitió su perturbador mensaje de amenaza.
Una cabellera blanca, en la distancia, llamó la atención de Tarek, que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartar la vista de ella. Dirigiéndose de nuevo a los aldeanos y los mercenarios, intentó llamar a la calma.
- Hay que encontar a Hirmia –les dijo, gritando sobre el estruendo de la ciudad al descomponerse- A la de verdad. Es necesario que encontréis a la real. No quiero ni imaginarme lo que pasará si nos llevamos a la niña equivocada. Es vecina vuestra, seguro que podéis encontrar la forma de distinguirlas –recondando entonces la noche anterior, añadió, señalando a un individuo- Es él quién la mata, es la primera amenaza que tenemos que erradicar.
El hombre lo miro primero perplejo y después con furia, pero sus conciudadanos no tardar en abalanzarse sobre él, cuando hizo el primer amago de huir. El peliblanco se giró entonces hacia Arabaster y Lauepar, que parecían mantener una tensa conversación.
- Protegeremos a la niña, a toda costa –dijo el líder de los mercenaros.
- Juntos –añadió Laupear.
- Juntos –confirmó el Paica.
El elfo asintió, mientras mabos líderes organizaban a sus contingentes. El ojo en el cielo pareció mirarlos con furia por un segundo. Su sola visión resultaba terrorífica y, dado lo grande que era, dejar de verlo se tornaba imposible. El peliblanco se giró entonces hacia su compañera.
- Acabemos con esto.
Tarek Inglorien
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Aquella armería mostraba lo que era Rume en realidad. Pequeña y fría la estancia parecía casi abandonada, Los estantes aún sostenían las armas de sus antiguos usuarios, algunas aún afiladas y la mayoría acusando las muchas horas de práctica y pocas de batalla. El cuero de las armaduras, agrietado, y las cotas de malla mancilladas de herrumbre. Aún así aquellos aceros harían bien el trabajo que se requería de ellas.
- Recordad todo lo que esos bastardos os han robado. Es hora de pagarles con la misma moneda. -
Sacando fuerzas de flaqueza aquellos escuálidos prisioneros se equipaban con aquellas piezas, recuperando poco a poco el ánimo que habían perdido y volviendo a avivar los rescoldos de un fuego que algún día ardió en sus pechos. Sentía que alguno juzgaba mis palabras o mis motivaciones para ayudarles. Y no les culpaba, pues después de lo sufrido a mano de extranjeros la desconfianza era una respuesta esperable. Duda que quizás desapareciera en la lucha que se avecinaba.
El jolgorio egocéntrico de la comitiva se aproximaba al templo carente de toda alegría y sin embargo cargada con el peso del pueblo. pronto estarían en el lugar y combatir dentro de aquel lugar sagrado nos pondría en desventaja. Necesitaba que el pueblo viera a sus antiguos kadosh oponerse al nuevo orden establecido y exponer a la asesina, pues sin un pueblo que gobernar, de poco valdría su posición.
Toda guerra requiere de un propósito, héroes y símbolos. Esto no era una guerra al uso pero tenía similitudes, y podría aprovechar las mismas tácticas para dirigirlo todo a buen puerto. tenía el símbolo, que era aquel templo. Lugar desde donde se extiende el poder y donde ha de reinar la rectitud y el favor de los dioses. Tenía los héroes, aquellos prisioneros encarcelados injustamente que se habían liberado y lucharían contra los enemigos de Rume hasta las últimas consecuencias. Y tenía el propósito, el derrocamiento de una tirana. Sólo me faltaba ensamblarlo todo.
Una batalla a los pies del templo sería la forja adecuada para el fin que se estaba fraguando en aquella armería.
Con el clangor de las trompetas abrimos las puertas del templo y cargamos contra las comitivas. Algunos de los kadosh, inflamados por la emoción de la inminente batalla gritaron un potente "¡Por Rume!" que pronto se expandió por el campo de batalla. En el lado opuesto los mercenarios, mejor equipados, formaron al frente de la comitiva preparándose para recibir la carga de los prisioneros. Los gritos de miedo se alzaron pronto provocando la desbandada de varios de los aldeanos. otros tantos, al reconocer a los suyos cargando colina abajo dieron rienda suelta al odio que durante mucho tiempo se había gestado en su interior y que solo la impotencia les había hecho reprimir.
En apenas unos instantes la ceremonia de nombramiento se convirtió en una revuelta total. Los kadosh, bien adiestrados mantenían un combate, que, aunque incapaces de romper la línea de los mercenarios, si les obligaba a estos últimos a esforzarse para no sucumbir. Los ciudadanos, que se habían armado con herramientas, piedras, y cualquier otra cosa que tuvieron a mano no tenían tanta suerte y su sangre empapaba la tierra sacra.
Las órdenes se transmitían con rapidez por un lado y por el otro. los insultos se propagaban igual de rápido y los gritos de dolor y agonía rellenaban los espación huecos que el resto de voces dejaban, y aún así rodeados y superados en número, los mercenarios apenas cedían terreno, y aún menos compañeros.
Pronto la moral se desplomó, y los gritos de odio y de ánimo, se sustituyeron por desesperación y la mayoría de la turba empezaba a correr en la dirección opuesta al combate. La batalla estaba en un punto critico.
La copia de la bruja, que me había acompañado desde que salimos de la taberna se había mantenido a mi lado, impasible a su entorno, a la espera de una orden directa. Necesitaba darle un propósito a esta imagen para librarme de mi oponente y reconducir la batalla. era necesario un líder.
- ¡Ayúdame! - Grité a la falsa bruja, que de inmediato cargó contra el mercenario que me enfrentaba, para justo antes de consumar su ataque desvanecerse. Una pena que aquella proyección se hubiera agotado, pero al menos me dio la ventana para abatir al mercenario rival. Era el momento.
- ¡Volved a la batalla. Los dioses os reclaman para luchar por Rume y vengar a vuestra suma sacerdotisa. Expulsad a los invasores! -
Imbuí en mis palabras la resolución de Anar1 y busqué de entre los mercenarios a quien los lideraba con la intención de enfrentarle y abatirle. Ese sería el golpe definitivo. Pero antes tenía que llegar hasta él. Y fui a buscarlo.
- Recordad todo lo que esos bastardos os han robado. Es hora de pagarles con la misma moneda. -
Sacando fuerzas de flaqueza aquellos escuálidos prisioneros se equipaban con aquellas piezas, recuperando poco a poco el ánimo que habían perdido y volviendo a avivar los rescoldos de un fuego que algún día ardió en sus pechos. Sentía que alguno juzgaba mis palabras o mis motivaciones para ayudarles. Y no les culpaba, pues después de lo sufrido a mano de extranjeros la desconfianza era una respuesta esperable. Duda que quizás desapareciera en la lucha que se avecinaba.
El jolgorio egocéntrico de la comitiva se aproximaba al templo carente de toda alegría y sin embargo cargada con el peso del pueblo. pronto estarían en el lugar y combatir dentro de aquel lugar sagrado nos pondría en desventaja. Necesitaba que el pueblo viera a sus antiguos kadosh oponerse al nuevo orden establecido y exponer a la asesina, pues sin un pueblo que gobernar, de poco valdría su posición.
Toda guerra requiere de un propósito, héroes y símbolos. Esto no era una guerra al uso pero tenía similitudes, y podría aprovechar las mismas tácticas para dirigirlo todo a buen puerto. tenía el símbolo, que era aquel templo. Lugar desde donde se extiende el poder y donde ha de reinar la rectitud y el favor de los dioses. Tenía los héroes, aquellos prisioneros encarcelados injustamente que se habían liberado y lucharían contra los enemigos de Rume hasta las últimas consecuencias. Y tenía el propósito, el derrocamiento de una tirana. Sólo me faltaba ensamblarlo todo.
Una batalla a los pies del templo sería la forja adecuada para el fin que se estaba fraguando en aquella armería.
Con el clangor de las trompetas abrimos las puertas del templo y cargamos contra las comitivas. Algunos de los kadosh, inflamados por la emoción de la inminente batalla gritaron un potente "¡Por Rume!" que pronto se expandió por el campo de batalla. En el lado opuesto los mercenarios, mejor equipados, formaron al frente de la comitiva preparándose para recibir la carga de los prisioneros. Los gritos de miedo se alzaron pronto provocando la desbandada de varios de los aldeanos. otros tantos, al reconocer a los suyos cargando colina abajo dieron rienda suelta al odio que durante mucho tiempo se había gestado en su interior y que solo la impotencia les había hecho reprimir.
En apenas unos instantes la ceremonia de nombramiento se convirtió en una revuelta total. Los kadosh, bien adiestrados mantenían un combate, que, aunque incapaces de romper la línea de los mercenarios, si les obligaba a estos últimos a esforzarse para no sucumbir. Los ciudadanos, que se habían armado con herramientas, piedras, y cualquier otra cosa que tuvieron a mano no tenían tanta suerte y su sangre empapaba la tierra sacra.
Las órdenes se transmitían con rapidez por un lado y por el otro. los insultos se propagaban igual de rápido y los gritos de dolor y agonía rellenaban los espación huecos que el resto de voces dejaban, y aún así rodeados y superados en número, los mercenarios apenas cedían terreno, y aún menos compañeros.
Pronto la moral se desplomó, y los gritos de odio y de ánimo, se sustituyeron por desesperación y la mayoría de la turba empezaba a correr en la dirección opuesta al combate. La batalla estaba en un punto critico.
La copia de la bruja, que me había acompañado desde que salimos de la taberna se había mantenido a mi lado, impasible a su entorno, a la espera de una orden directa. Necesitaba darle un propósito a esta imagen para librarme de mi oponente y reconducir la batalla. era necesario un líder.
- ¡Ayúdame! - Grité a la falsa bruja, que de inmediato cargó contra el mercenario que me enfrentaba, para justo antes de consumar su ataque desvanecerse. Una pena que aquella proyección se hubiera agotado, pero al menos me dio la ventana para abatir al mercenario rival. Era el momento.
- ¡Volved a la batalla. Los dioses os reclaman para luchar por Rume y vengar a vuestra suma sacerdotisa. Expulsad a los invasores! -
Imbuí en mis palabras la resolución de Anar1 y busqué de entre los mercenarios a quien los lideraba con la intención de enfrentarle y abatirle. Ese sería el golpe definitivo. Pero antes tenía que llegar hasta él. Y fui a buscarlo.
- Offroll:
- 1: Luz de combate: [Mágico. 2 usos] Canaliza su vinculo con la Luz para inspirar a todo aquel que pueda verle generando valentía y deseo de lucha en si mismo y los aliados al alcance (2º uso)
Eleandris
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
La gracilidad de creer en la victoria inmediata camufló la fragilidad de la misma cuando Tarek y Caoimhe creyeron al fin, haber dado fin a aquel hechizo que los llevaba atrapando días.
El momento exacto en el que aquella teja acabó de nuevo con la vida de la niña, haciendo desaparecer cualquier posibilidad de escapatoria de nuevo del futuro inmediato de ambos, culminó con la serie repetida que Caoimhe ya conocía tan bien como su propia cabeza.
La figura de Tarek alzándose de nuevo en la misma ladera de aquella colina. Con el mismo gesto que lo hizo casi 10 noches antes pero la seriedad y la urgencia de alguien frustrado. Como ella misma. No pudo, sin embargo prestar demasiada atención a la sensación de derrota que había comenzado a instaurarse en su cabeza, pues sobre ella un orbe los miraba con demasiada familiaridad como para ignorarlo.
Tarek había actuado rápido. Su predisposición mostraba sin duda una naturaleza de líder que Caoimhe había pasado, quizás por alto en los últimos días. Aquí y allá el elfo hizo lo que sin duda ninguno de ambos bandos que llevaban luchando en aquella zona durante posiblemente décadas había conseguido hasta aquel momento: Aunar los esfuerzos en un mismo objetivo. Asegurarse que entendiesen que la guerra por las tierras quedaba en un lugar aislado de aquel momento.. Que el ciclo debía cerrarse y que para ello debían proteger a la niña.
Por su parte, Caoimhe no podía dejar de mirar aquel ojo. El ente le devolvía la atención con una suspicacia inmensa y las palabras que inundaron su mente, al igual que lo hicieron con la de Tarek se repetían una y otra vez. Por supuesto no solo las palabras era lo que la mantenían en aquel trance. Notó cono Tarek tiraba de ella hacia este y aquel lado mobilizando a los guerreros. Creando una estrategia única y factible para darles tiempo a encontrar a la niña.
La calidez de la mano del elfo a menudo presionada sobre la suya, como si ambos fuesen las dos únicas torres en pie en un tablero de ajedrez vacío de cualquier otra expectativa.
Y sin embargo ella no estaba allí. Posiblemente el shock de no haber logrado su cometido la noche anterior aún ahondaba en su cabeza: Había perdido en un plan perfectamente trazado. Había sido derrotada. De nuevo la enigmática frase de la voz hetérea en su cabeza. Y con ella, esta vez la visión de personas que conocía lo suficientemente bien como para pasar desapercibidas. Sus facciones al borde del colapso. La muerte acechándolas, y como si de un espejismo se tratase.. Ahora se encontraba en Beltrexus.¿Estaba paralizada? ¿Por qué no reaccionaba? ¿Iba a rendirse tan fácil? Se miró las manos, por algún motivo aún manchadas con la sangre de la niña a la que había visto fallecer en sus brazos el día anterior.
Tarek comenzaba a impacientarse. Lo sabía porque la tensión del agarre en su mano había pasado de ser a un gentil 'vamos' a un... 'Necesitamos movernos' Sobre todo cuando el cielo de aquella Beltrexus comenzó a arder. Y las calles se llenaron de aves incendiadas. Sus calles. Sus recuerdos.
Y el ojo en el cielo clavado en ella, y en todo lo que había construido hasta aquel momento. Y entonces fue como si algo hiciese 'click' en su cabeza. Paró el caminar en el que Tarek la tenía sumida y le instó a que le prestase atención. El elfo la miró de manera exhasperada pues estaban perdiendo el tiempo.
-No vamos a llegar muy lejos con esa cosa mirando nuestras cabeza- dijo señalando al ojo. Casi podía ver el gesto de confusión en la cara del elfo- Donde sea que vayamos. Donde quiera que estemos. Nos ve.-
Pausó sus palabras en un susurro premeditado y buscó en su pequeño bolso algo que puso en las manos de Tarek [1]. El elfo lo observó durante unos segundos y su expresión fue de alarma, entendiendo que Caoimhe le estaba pidiendo soltar la seguridad que le daba el agarre de sus manos. Romper el tandem que habían construido en aquellos días y...confiar.
-Necesito que la lance en el momento exacto. Estoy segura que no vas a tener problema encontrando algún utensilio que te ayude a acercarla lo más posible al ojo, al fin y al cabo esto es un campo de batalla. ¿Recuerdas cuantas veces hemos recorrido nuestros pasos estos últimos días?- El chico asintió y ladeó su cabeza unos segundos, contrariado- Pues entonces sabes exactamente el momento exacto en el que encontramos a Hirminia. Conoces el viento del este que movió mis rizos la segunda vez que atravesamos aquel bosque. Como mencionaste que era extraño como las sombras se formaban en el suelo siempre en la misma posición independientemente de los edificios. Como nuestros oídos se acostumbraron al estruendo de la caída de uno de los árboles camuflando el grito de la chica a manos de su propio tio. - Agarró la mano de Tarek presionando la 'estrella de sirio' entre sus dedos- Confío en que sepas exactamente cuando lanzarlas.
Tarek comenzó a entender y aquello se confirmó con un amago de negativa inminente. Caoimhe agarró su mentón con mirada severa.
-¿No entiendes? El ojo que nos mira también guía a la falsa Hirminia. Nos va a ser imposible tener ventaja con ese orbe sobre nosotros.-
El clamor de la batalla de los humanos y elfo contra el ojo silenció las palabras de Tarek y Caoimhe sintió como si aquello fuese una señal contextual para dejar de tratar de convencer al elfo, y simplemente, actuar.
-No dejes que te haga daño- le dijo mientras se alejaba del chico. Estaba segura que el ojo no iba a ser ajeno a las provocaciones de los humanos y tan solo le quedaba confiar en que su amigo se mantuviese a salvo de los que sea fuesen los ataque recíprocos que le lanzasen.- Ya sabes que no se muy bien como lidiar con la sangre- le guiñó un ojo y separó su agarre finalmente.
Tarek asintió, comprendiendo finalmente.
Se alejó de aquel lugar. Consciente de la visión perturbada de las calles de Beltrexus ante ella. La vampiresa había habitado aquellas calles con la fragilidad de un niño y aquello, como el propio ojo había dicho, era un juego. Caminó de manera frenética. Aquí y allá las risas de Hirminia o su falsa contraparte indicándole el camino que sabía debía escoger. Dos callejas más. Tres giros a la izquierda. La suave brisa moviendo sus cabellos: Estaba cerca.
Un último giro acelerado y allí estaban ellas.
Dos niñas idénticas. Ambas con la fragilidad misma de la porcelana en sus caras y la expresión sorprendida de quienes no entienden que está pasando.
-¿Has decidido finalmente seguirme?- Las voces de ambas niñas a la vez se alzaron de manera macabra insinuando que ninguna era consciente de que los días habían pasado. - Estoy segura de que la Fjollkunig se alegrará también de verte- De nuevo ambas voces reflejaron la misma gesticulación en las niñas.
Caoimhe sabía exactamente que era lo que iba a pasar en el siguiente segundo. Y su brazo se preparó para estacar de manera reaccionaria al hombre que apareció casi de la nada y que confundido ante la presencia de dos nińas no tardó mucho en perecer ante la hoja de Moonsoon.
Un intento de asesinato menos- pensó Caoimhe-
Pero tampoco tuvo mucho tiempo para analizarlo pues tuvo que apartar a ambas niñas del tejado cercano que la había matado la noche anterior. Aquello era ridiculo. Tenía que apresurarse. No sabía de qué otra manera el hechizo iba a intentar matar a Hirminia y estaba segura que no le quedaba mucho para que los efectos de la ayuda de Tarek fuesen inminente y necesita... tenía que saber quien era la real si no quería que la sangre de los inocentes de Glath y la suya propia siguiera esparciéndose por...
Sangre.
¿Como no lo había pensado antes? Al fin y al cabo todo en su vida se reducía a ello.
Se miró las manos [2] contenta por vez primera de que el rojizo propio de aquella sustancia aún tiñese parte de sus brazos y tan solo tuvo que concentrarse durante uno segundos. La información fluyendo de manera certera desde los poros de su piel hasta su torrente sanguíneo. Una idea macabra apoderándose de su mente. Su demonio tomando control de manera parcial... La propia Caoimhe limitando el nivel de daño que su talento podía hacerle a la portadora de la sangre con la que sus brazos estaban manchados. No tuvo que esforzarse mucho para saber exactamente a quién pertenecía aquella sangre y por lo tanto quien era tan solo producto de una lágrima oscura pues un pequeño grito de dolor salió tan solo de una de las niñas ante el efecto de su vínculo sangriento, como si alguien la hubiese pellizcado de manera parcial lo suficientemente fuerte como para hacerle daño
El sonido del árbol caído la alertó de que no tenía mucho que perder.
-No... No... espera... estás... estás segura... piensa bien por qué... porque quizás quizás-
El filo de la hoja de Moonsoon volvió de nuevo a acariciar carne fresca, deshaciendo el cuello de una niña cuya sangre, oscura como la gota de llanto de la que había sido criada se esparció en el suelo que ambas pisaban.
El alivio inundó sus pulmones pero sabía que no tenía tiempo que perder.
Un segundo más tarde, el cielo oscuro se Glath se iluminó de manera parcial. La luz inundando el pequeño bosque donde se encontraban la hizo pensar en Tarek y el corazón le latió de manera apresurada esperando que la estrella de sirio que acababa de lanzar hubiese realizado el objetivo de encandilar a aquel ojo en el cielo. [3] Aquello las liberaba pues de la visión perenne de lo que sea que fuese aquel hechizo. Aún así, la de ojos dispares decidió no correr riesgo alguno y adoptar su forma desatada Si los efectos de la luz de los artilugios que había prestado a Tarek no se prolongaba en el tiempo, al menos su apariencia totalmente distinta la camuflaría ante la familiaridad de visión del ojo.
La vampiresa agarró a la niña quien confundida intentó desquitarse durante un segundo. La acurrucó en sus brazos de manera que no pudiese escaparse. Notó como su pequeño corazoncito también latía fuerte bajo su pecho.
-Tranquila- dijo mientras se transformaba en su forma desatada, para poder camuflarse mejor entre las sombras y evitar también cualquier peligro que las acechase de manera directa- Ya casi estamos en casa- dijo
Y la voz de aquel ojo de nuevo resonó en su mente 'padres'
La Fjollkunig, por supuesto las estaba esperando como cada noche de manera religiosa. El perro había llegado antes que ellas y al notar las pisadas de la forma desatada de Caoimhe ladró de manera desorganizada pero moviendo su cola lleno de felicidad y movimiento.
-Pensé que iba a tener que esperar otra noche- dijo la mujer, agarrando a Hirminia de entre sus brazos y abrazándola ella misma, reflejando la eternidad que quizás había esperado para aquel abrazo. Acto seguido comenzó a recitar palabras ininteligibles de manera apresurada. El cuerpo de Hirminia relajándose y su vocecita infantil uniéndose a los cánticos que resonaban en los ladridos del perro.
-Una noche más en este laberinto y te juro que yo misma me hubiese vuelto. 'fjollkunig'- dijo a modo de broma de nuevo percatándose de que la única persona a la que quizás hubiese hecho reir aquel comentario se encontraba lejos de ella.
Tragó saliva, deseando que Tarek hubiese cumplido su promesa.
Off------
[1] Estrella de sirio
[Artilugio, Limitado, 1 Uso] Esfera que, al ser reventada (puede ser en la mano, no causa daño), libera por un instante una intensa luz, capaz de encandilar severamente a quienes la vean.
[2]Uso mi talento 'Castigo' donde Caoimhe maneja el éter en la sangre de los demás para dañarlos
[3]Maldición Desatada [Mágica, 2 usos de 2 turnos]: Mi maldición se vuelve más fuerte, haciendo que la oscuridad me posea. Luzco más siniestro, aterrando a los débiles. Mis ataques realizan daño mágico adicional y puedo ocultarme en las sombras con más facilidad.
El momento exacto en el que aquella teja acabó de nuevo con la vida de la niña, haciendo desaparecer cualquier posibilidad de escapatoria de nuevo del futuro inmediato de ambos, culminó con la serie repetida que Caoimhe ya conocía tan bien como su propia cabeza.
La figura de Tarek alzándose de nuevo en la misma ladera de aquella colina. Con el mismo gesto que lo hizo casi 10 noches antes pero la seriedad y la urgencia de alguien frustrado. Como ella misma. No pudo, sin embargo prestar demasiada atención a la sensación de derrota que había comenzado a instaurarse en su cabeza, pues sobre ella un orbe los miraba con demasiada familiaridad como para ignorarlo.
Tarek había actuado rápido. Su predisposición mostraba sin duda una naturaleza de líder que Caoimhe había pasado, quizás por alto en los últimos días. Aquí y allá el elfo hizo lo que sin duda ninguno de ambos bandos que llevaban luchando en aquella zona durante posiblemente décadas había conseguido hasta aquel momento: Aunar los esfuerzos en un mismo objetivo. Asegurarse que entendiesen que la guerra por las tierras quedaba en un lugar aislado de aquel momento.. Que el ciclo debía cerrarse y que para ello debían proteger a la niña.
Por su parte, Caoimhe no podía dejar de mirar aquel ojo. El ente le devolvía la atención con una suspicacia inmensa y las palabras que inundaron su mente, al igual que lo hicieron con la de Tarek se repetían una y otra vez. Por supuesto no solo las palabras era lo que la mantenían en aquel trance. Notó cono Tarek tiraba de ella hacia este y aquel lado mobilizando a los guerreros. Creando una estrategia única y factible para darles tiempo a encontrar a la niña.
La calidez de la mano del elfo a menudo presionada sobre la suya, como si ambos fuesen las dos únicas torres en pie en un tablero de ajedrez vacío de cualquier otra expectativa.
Y sin embargo ella no estaba allí. Posiblemente el shock de no haber logrado su cometido la noche anterior aún ahondaba en su cabeza: Había perdido en un plan perfectamente trazado. Había sido derrotada. De nuevo la enigmática frase de la voz hetérea en su cabeza. Y con ella, esta vez la visión de personas que conocía lo suficientemente bien como para pasar desapercibidas. Sus facciones al borde del colapso. La muerte acechándolas, y como si de un espejismo se tratase.. Ahora se encontraba en Beltrexus.¿Estaba paralizada? ¿Por qué no reaccionaba? ¿Iba a rendirse tan fácil? Se miró las manos, por algún motivo aún manchadas con la sangre de la niña a la que había visto fallecer en sus brazos el día anterior.
Tarek comenzaba a impacientarse. Lo sabía porque la tensión del agarre en su mano había pasado de ser a un gentil 'vamos' a un... 'Necesitamos movernos' Sobre todo cuando el cielo de aquella Beltrexus comenzó a arder. Y las calles se llenaron de aves incendiadas. Sus calles. Sus recuerdos.
Y el ojo en el cielo clavado en ella, y en todo lo que había construido hasta aquel momento. Y entonces fue como si algo hiciese 'click' en su cabeza. Paró el caminar en el que Tarek la tenía sumida y le instó a que le prestase atención. El elfo la miró de manera exhasperada pues estaban perdiendo el tiempo.
-No vamos a llegar muy lejos con esa cosa mirando nuestras cabeza- dijo señalando al ojo. Casi podía ver el gesto de confusión en la cara del elfo- Donde sea que vayamos. Donde quiera que estemos. Nos ve.-
Pausó sus palabras en un susurro premeditado y buscó en su pequeño bolso algo que puso en las manos de Tarek [1]. El elfo lo observó durante unos segundos y su expresión fue de alarma, entendiendo que Caoimhe le estaba pidiendo soltar la seguridad que le daba el agarre de sus manos. Romper el tandem que habían construido en aquellos días y...confiar.
-Necesito que la lance en el momento exacto. Estoy segura que no vas a tener problema encontrando algún utensilio que te ayude a acercarla lo más posible al ojo, al fin y al cabo esto es un campo de batalla. ¿Recuerdas cuantas veces hemos recorrido nuestros pasos estos últimos días?- El chico asintió y ladeó su cabeza unos segundos, contrariado- Pues entonces sabes exactamente el momento exacto en el que encontramos a Hirminia. Conoces el viento del este que movió mis rizos la segunda vez que atravesamos aquel bosque. Como mencionaste que era extraño como las sombras se formaban en el suelo siempre en la misma posición independientemente de los edificios. Como nuestros oídos se acostumbraron al estruendo de la caída de uno de los árboles camuflando el grito de la chica a manos de su propio tio. - Agarró la mano de Tarek presionando la 'estrella de sirio' entre sus dedos- Confío en que sepas exactamente cuando lanzarlas.
Tarek comenzó a entender y aquello se confirmó con un amago de negativa inminente. Caoimhe agarró su mentón con mirada severa.
-¿No entiendes? El ojo que nos mira también guía a la falsa Hirminia. Nos va a ser imposible tener ventaja con ese orbe sobre nosotros.-
El clamor de la batalla de los humanos y elfo contra el ojo silenció las palabras de Tarek y Caoimhe sintió como si aquello fuese una señal contextual para dejar de tratar de convencer al elfo, y simplemente, actuar.
-No dejes que te haga daño- le dijo mientras se alejaba del chico. Estaba segura que el ojo no iba a ser ajeno a las provocaciones de los humanos y tan solo le quedaba confiar en que su amigo se mantuviese a salvo de los que sea fuesen los ataque recíprocos que le lanzasen.- Ya sabes que no se muy bien como lidiar con la sangre- le guiñó un ojo y separó su agarre finalmente.
Tarek asintió, comprendiendo finalmente.
Se alejó de aquel lugar. Consciente de la visión perturbada de las calles de Beltrexus ante ella. La vampiresa había habitado aquellas calles con la fragilidad de un niño y aquello, como el propio ojo había dicho, era un juego. Caminó de manera frenética. Aquí y allá las risas de Hirminia o su falsa contraparte indicándole el camino que sabía debía escoger. Dos callejas más. Tres giros a la izquierda. La suave brisa moviendo sus cabellos: Estaba cerca.
Un último giro acelerado y allí estaban ellas.
Dos niñas idénticas. Ambas con la fragilidad misma de la porcelana en sus caras y la expresión sorprendida de quienes no entienden que está pasando.
-¿Has decidido finalmente seguirme?- Las voces de ambas niñas a la vez se alzaron de manera macabra insinuando que ninguna era consciente de que los días habían pasado. - Estoy segura de que la Fjollkunig se alegrará también de verte- De nuevo ambas voces reflejaron la misma gesticulación en las niñas.
Caoimhe sabía exactamente que era lo que iba a pasar en el siguiente segundo. Y su brazo se preparó para estacar de manera reaccionaria al hombre que apareció casi de la nada y que confundido ante la presencia de dos nińas no tardó mucho en perecer ante la hoja de Moonsoon.
Un intento de asesinato menos- pensó Caoimhe-
Pero tampoco tuvo mucho tiempo para analizarlo pues tuvo que apartar a ambas niñas del tejado cercano que la había matado la noche anterior. Aquello era ridiculo. Tenía que apresurarse. No sabía de qué otra manera el hechizo iba a intentar matar a Hirminia y estaba segura que no le quedaba mucho para que los efectos de la ayuda de Tarek fuesen inminente y necesita... tenía que saber quien era la real si no quería que la sangre de los inocentes de Glath y la suya propia siguiera esparciéndose por...
Sangre.
¿Como no lo había pensado antes? Al fin y al cabo todo en su vida se reducía a ello.
Se miró las manos [2] contenta por vez primera de que el rojizo propio de aquella sustancia aún tiñese parte de sus brazos y tan solo tuvo que concentrarse durante uno segundos. La información fluyendo de manera certera desde los poros de su piel hasta su torrente sanguíneo. Una idea macabra apoderándose de su mente. Su demonio tomando control de manera parcial... La propia Caoimhe limitando el nivel de daño que su talento podía hacerle a la portadora de la sangre con la que sus brazos estaban manchados. No tuvo que esforzarse mucho para saber exactamente a quién pertenecía aquella sangre y por lo tanto quien era tan solo producto de una lágrima oscura pues un pequeño grito de dolor salió tan solo de una de las niñas ante el efecto de su vínculo sangriento, como si alguien la hubiese pellizcado de manera parcial lo suficientemente fuerte como para hacerle daño
El sonido del árbol caído la alertó de que no tenía mucho que perder.
-No... No... espera... estás... estás segura... piensa bien por qué... porque quizás quizás-
El filo de la hoja de Moonsoon volvió de nuevo a acariciar carne fresca, deshaciendo el cuello de una niña cuya sangre, oscura como la gota de llanto de la que había sido criada se esparció en el suelo que ambas pisaban.
El alivio inundó sus pulmones pero sabía que no tenía tiempo que perder.
Un segundo más tarde, el cielo oscuro se Glath se iluminó de manera parcial. La luz inundando el pequeño bosque donde se encontraban la hizo pensar en Tarek y el corazón le latió de manera apresurada esperando que la estrella de sirio que acababa de lanzar hubiese realizado el objetivo de encandilar a aquel ojo en el cielo. [3] Aquello las liberaba pues de la visión perenne de lo que sea que fuese aquel hechizo. Aún así, la de ojos dispares decidió no correr riesgo alguno y adoptar su forma desatada Si los efectos de la luz de los artilugios que había prestado a Tarek no se prolongaba en el tiempo, al menos su apariencia totalmente distinta la camuflaría ante la familiaridad de visión del ojo.
La vampiresa agarró a la niña quien confundida intentó desquitarse durante un segundo. La acurrucó en sus brazos de manera que no pudiese escaparse. Notó como su pequeño corazoncito también latía fuerte bajo su pecho.
-Tranquila- dijo mientras se transformaba en su forma desatada, para poder camuflarse mejor entre las sombras y evitar también cualquier peligro que las acechase de manera directa- Ya casi estamos en casa- dijo
Y la voz de aquel ojo de nuevo resonó en su mente 'padres'
La Fjollkunig, por supuesto las estaba esperando como cada noche de manera religiosa. El perro había llegado antes que ellas y al notar las pisadas de la forma desatada de Caoimhe ladró de manera desorganizada pero moviendo su cola lleno de felicidad y movimiento.
-Pensé que iba a tener que esperar otra noche- dijo la mujer, agarrando a Hirminia de entre sus brazos y abrazándola ella misma, reflejando la eternidad que quizás había esperado para aquel abrazo. Acto seguido comenzó a recitar palabras ininteligibles de manera apresurada. El cuerpo de Hirminia relajándose y su vocecita infantil uniéndose a los cánticos que resonaban en los ladridos del perro.
-Una noche más en este laberinto y te juro que yo misma me hubiese vuelto. 'fjollkunig'- dijo a modo de broma de nuevo percatándose de que la única persona a la que quizás hubiese hecho reir aquel comentario se encontraba lejos de ella.
Tragó saliva, deseando que Tarek hubiese cumplido su promesa.
Off------
[1] Estrella de sirio
[Artilugio, Limitado, 1 Uso] Esfera que, al ser reventada (puede ser en la mano, no causa daño), libera por un instante una intensa luz, capaz de encandilar severamente a quienes la vean.
[2]Uso mi talento 'Castigo' donde Caoimhe maneja el éter en la sangre de los demás para dañarlos
[3]Maldición Desatada [Mágica, 2 usos de 2 turnos]: Mi maldición se vuelve más fuerte, haciendo que la oscuridad me posea. Luzco más siniestro, aterrando a los débiles. Mis ataques realizan daño mágico adicional y puedo ocultarme en las sombras con más facilidad.
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Valeria asintió distraídamente a las palabras de Eleandris, concentrada en las contusiones del joven sacerdote. No era fácil trabajar con todo ese pelo y lo cierto es que no tenía la menor idea de si los ungüentos que estaba usando funcionarían igual en alguien que era mitad animal. No había tenido muchas ocasiones de experimentar con los suyos en el pasado.
En cualquier caso, habría sido difícil hacerle más daño del que ya había recibido, así que se arriesgó con una poción concentrada que pareció funcionar como era esperable(1). Al menos, el sacerdote fue capaz de moverse por sí mismo a partir de entonces.
Pero si su cuerpo se recuperaba satisfactoriamente, dadas las circunstancias, no podía decirse lo mismo de su espíritu, a juzgar por su mirada de mascota desvalida. ¿Cómo podía recordarle tanto esa cara peluda a Zero? Él nunca se mostraba tan alicaído, con su eterna voluntad de hacer lo correcto, el muy ingenuo. Valeria casi podía imaginarse la cursilada que le respondería a Güiz’Rmon.
—Todo el mundo tiene miedo de algo —dijo, sin embargo—. Algunos lo esconden mejor.
—Los que me golpearon no parecían asustados —maulló alicaído el sacerdote.
—¿Y por qué iban a darte semejante paliza si no te tuvieran miedo?
—¿A mí?, ¿qué podría hacer yo?
—Te sorprendería lo que somos capaces de hacer cuando no nos queda más remedio.
—¿Crees que quien mató a Juthrin tenía miedo de ella?
Valeria se encogió de hombros y empezó a guardar los frascos y utensilios.
—Probablemente, pero no la mataron por eso.
—Entonces, ¿por qué? —preguntó Güiz’Rmon acercándole la tijera.
—Poder. La gente piensa que cuando tenga poder dejará de tener miedo. Solo que, entonces, tienen miedo de perder el poder y buscan aún más poder. Así que, sí, supongo que la mataron por miedo.
Aquella conversación se estaba poniendo inquietante, y más aún la mirada embelesada del gato, así que Valeria se apresuró a cerrar el bolso y levantarse.
—Vamos, Eleandris y tu compañera sacerdotisa están intentando rescatar a los prisioneros —dijo, y tuvo que apartar a un lado la imagen de los niños caminando hacia el patíbulo—. Imagino que algunos necesitarán atención médica. Y espiritual —añadió un instante después, tratando de hacer sentir útil al minino.
Valeria tuvo el tiempo justo de poner a Güiz’Rmon al tanto de sus descubrimientos antes de divisar a la enardecida comitiva. El elfo no solo había encontrado a los antiguos kadosh, sino que se las había arreglado para convencerlos de presentar batalla. Aquella misma noche.
Ella no se unió al grupo, sino que se dirigió directamente a la retaguardia, donde Perirak había organizado a los niños y aquellos que no estaban en condiciones de luchar. Sus habilidades estaban mejor empleados en ellos, de todas formas.
La tarea no le llevó mucho tiempo. Tras poco más de una noche en prisión, la mayoría estaban más asustados que otra cosa y aquello se le daría mejor a los sacerdotes, aunque las palabras que les oía susurrar no estaban funcionando con ella.
—¿A dónde vas? —preguntó Güiz’Rmon al verla dirigirse a la salida.
—Necesito saber cómo va la batalla —y si tengo que salir corriendo.
El sacerdote pareció debatir consigo mismo por un instante, antes de hablar de nuevo:
—Habría niños en la procesión, ancianos. ¿Qué les sucederá a ellos?
—Seguramente alguien los habrá apartado de la refriega.
Y ahí estaba, otra vez, esa mirada esperanzada, igualita que la de Zero. ¡Maldito mocoso!
—Lo comprobaré —dijo Valeria, maldiciéndose por dentro.
Para su sorpresa, Güiz’Rmon echó a andar detrás de ella.
—¿Ya se te pasó el miedo?
—No —respondió él—, pero alguien tiene que hacer algo.
El improvisado campo de batalla, si bien más reducido, resultaba tan caótico como cualquier otro de los que había presenciado. Sin embargo, era fácil entender que los soldados uniformados tenían las de ganar. ¿Cómo se había metido en semejante brete?
—Por allí —susurró el minino y señaló un callejón entre dos edificios bajos donde podían verse algunas figuras encogidas.
Al acercarse, comprobaron que ninguno tenía heridas importantes, pero todos estaban demasiado asustados para intentar una huída hacia el templo. Valeria ojeó los alrededores, en busca de algo a lo que agarrarse para hacerlos reaccionar y, entonces, un cambio en el movimiento de la masa de combatientes atrajo su atención. Los desorganizados aldeanos comprendían por fin su desventaja contra un grupo de guerreros entrenados y bien armados y habían empezado a salir corriendo. O a intentarlo.
—Están huyendo —murmuró la voz del sacerdote a su lado—. Entonces, todo esto no ha servido para nada.
Por su parte, Valeria, poco dispuesta a rendirse a las circunstancias, rebuscaba desesperadamente en su mente alguna forma de salir de semejante lío, mientras veía caer, ensartado por la espalda, a uno de los hombres que aquella misma mañana se había disculpado apenado por no poder llevarla hasta la orilla del lago.
—La muerte de Juthrin no ha servido para nada —continuaba lamentándose el minino.
Todo el pueblo la había visto canalizar el espíritu de Juthrin aquella misma tarde. ¿Tan poco tiempo hacía? Y vaya revuelo se había montado.
Una voz familiar se alzó entonces desde la colina, a medio camino del templo. Valeria miró hacia allí y sintió el cosquilleo que le avisaba del uso cercano de magia tan pronto como vio la figura del elfo. El primer rayo de sol de un frío amanecer eligió aquel momento para arrancarle un destello a su armadura mientras arengaba a los prisioneros y aldeanos.
Y estaba funcionando. Aquellos que podían empuñaban de nuevo las armas con orgullo y los que las habían dejado atrás, atacaban con lo que tenían a mano, o hasta con los puños. Ella misma había sacado la daga de su funda. Sabía que el ardor que sentía en aquel momento era tan falso como lo que había provocado ella en la plaza, pero no podía evitar sentirlo.
La plaza.
—¿Sabes escribir, Güiz’Rmon?
—Claro, Juthrin me enseñó todo lo que se espera de un sacerdote…
—Eso es, piensa en Juthrin.
Valeria sacó apresuradamente un fragmento de pergamino, un cálamo y un bote de tinta que plantó en las manos del minino(2).
—Debes describirla con todo detalle —le dijo y, a continuación, le explicó lo que quería que hiciera.
—Pero, ¿eso no es un engaño? Juthrin…
—Jutrhin no querría que Merkland y los suyos sometieran a los aldeanos como ya lo están haciendo. Necesitan un poco de ánimo, solo es un empujoncito. Y ¿quién mejor que tú para saber lo que la propia Juthrin diría si estuviera aquí?
Aunque no muy convencido, Güiz’Rmon asintió y mojó el cálamo en la tinta.
—¿Y tú qué harás? —preguntó antes de comenzar a escribir.
—Lo que pueda —respondió Valeria apretando el mango de la daga y aflojando la funda donde aguardaban los cuchillos arrojadizos.
No tardaron en mancharse de sangre, acribillando por la espalda a un soldado que había pretendido atacar, también por la espalda, a un tipo vestido con harapos que se enfrentaba con sorprendente habilidad contra otro de los kadosh uniformados(3).
Pero el objetivo de Valeria no era unirse a la lucha. Su objetivo estaba al otro lado, protegida por un grupo de soldados con los escudos y las lanzas apostados en círculo a su alrededor. Valeria respiró hondo un par de veces, preparándose para la tremenda estupidez que estaba a punto de acometer y, cuando la figura semitransparente de la antigua Suma Sacerdotisa apareció flotando entre los combatientes, envió la pequeña piedra en dirección al círculo, justo al lado de la nueva Suma Sacerdotisa.
—LA VILEZA DE LOS ASESINOS NO PREVALECERÁ —tronó entonces la que debía de ser la voz de Jutrhrin—. MIENTRAS VUESTROS CORAZONES SE MANTENGAN FIRMES…
Valeria ignoró el discurso y activó la runa(4).
Estaba junto a Merkland. A la sorpresa mayúscula reflejada en el rostro de la sacerdotisa se unió un odio visceral cuando Valeria la agarró con fuerza del brazo y apoyó el filo de la daga en su cuello.
—Ordena que depongan las armas o no vivirás para ver cumplidas las promesas de Nerfarein(5).
—Si me matas, moriréis todos —dijo Merkland.
Valeria se encogió de hombros con despreocupación y aumentó ligeramente la presión de la daga.
—Yo puedo salir de aquí del mismo modo que llegué a tu lado —mintió—. ¿Puedes hacer tú lo mismo?
La mirada de la sacerdotisa se dirigió elocuentemente a los combatientes. Valeria subió su apuesta.
—Es con Nerfarein con quien tengo una cuenta pendiente, no con ellos. Lamentablemente, mi "otro contacto" en el pueblo "perdió el fuelle" antes de darme toda la información que necesitaba, así que tenía que hacerte salir a ti. Tú verás: ¿das el alto para que podamos hablar o sigo tirando de lista?
—¿Y os iréis de aquí? —preguntó Merkland sin poder disimular cierto temblor en la voz—. ¿Me dejarás seguir dirigiendo Rume?
Valeria casi hubo de morderse la mejilla para no sonreír: la tenía.
—Me trae sin cuidado quién gobierne Rume —dijo con otro despreocupado encogimiento de hombros—, no tengo intención de quedarme por aquí más tiempo del estrictamente necesario.
—¡BAJAD LAS ARMAS! —ordenó la amenazada con voz estentórea—. ¡LA SUMA SACERDOTISA NO QUIERE SANGRE!
—A buenas horas —murmuró Valeria, sin poder evitar una sonrisa irónica ante tan evidente mentira.
Los soldados que la habían oído, aún atribulados por la imagen de Juthrin, que comenzaba a desvanecerse en una fuente de destellos que parecían bendecir al pueblo entero, se apresuraron a cumplir la orden, aunque los más cercanos dudaron al percatarse de la intrusa que se había colado inesperadamente en su círculo.
Otra voz se oyó claramente ante el descendiente fragor de la batalla, la de Peirak que, aún deshaciéndose en lágrimas en lo alto de la colina, fue capaz de articular:
—¡TÚ MATASTE A JUTHRIN! ¡NO TIENES DERECHO A LLAMARTE SUMA SACERDOTISA!
Aquello puso en alerta a los soldados, pero para cuando alzaron de nuevo las armas, habían perdido la poca ventaja que les quedaba ante unos aldeanos doblemente enardecidos: por la magia élfica y por su propia fé. La batalla había dado un nuevo giro y no tardaría en decidirse. Algunos de los kadosh se dieron cuenta enseguida y decidieron que lo mejor era estar bien lejos de allí cuando eso ocurriera. Otros trataron de llevarse por delante a tantos enemigos como pudieron, pero su fría disciplina no fue rival, en esta ocasión, para la apasionada multitud.
Pero Valeria no estaba en condiciones de admirar la voluntad de los aldeanos, pues los guardias que no se encontraban en inmediato peligro de ser avasallados por la turba se habían vuelto hacia ella.
—En fin —le dijo a Merkland sin aflojar su agarre, aunque con la vista fija en los soldados—, yo te habría dejado tranquilita en tu trono, pero parece que el pueblo ha hablado.
Uno de los guardias dio un paso hacia el centro y un pequeño cuchillo se alojó con fuerza en su garganta(3), haciendo que se derrumbara entre estertores. Los demás se lo pensaron mejor al ver otros tres de esos pequeñines flotando amenazadoramente alrededor de Valeria. Una pequeña asesina era una cosa, una pequeña bruja asesina era otra muy distinta.
La formación se rompió repentinamente, cuando el flanco que se enfrentaba a la masa enfurecida cedió. La mitad de los guardias soltaron las armas y alzaron los brazos, la otra mitad, soltó las armas y salió corriendo. El movimiento atrajo al grupo más enfurecido, que se lanzó en su persecución. El resto miró confundido a Valeria.
—Creo que las otras sacerdotisas querrán interrogarla —dijo ésta mientras reunía su éter por si tuviera que hacer uso de un escudo.
----------
OFF: Un poco de bonding con el gatito triste antes de meterme en la refriega iniciada por Eleandris. Reike se deja influir por la habilidad del elfo y acaba metida en tremendo embrollo. Se tira un farol y sale un poco mejor que el fiasco de la plaza de ejecuciones.
(1) Le doy una pocioncita de salud concentrada al gatito herido.
(2) SPOILER ALERT: Le doy a Güiz’Rmon mi Pergamino ilusorio para la escenita que se verá un poco más adelante en el post (que al final quedó un poco más en segundo plano de lo que tenía pensado inicialmente, pero una cosa es lo que una planea y luego está lo que surge cuando se pone a escribir): Al activarse deben escribirse instrucciones en él. El pergamino generará una ilusión sencilla basada en ellas por hasta 5 minutos, la que no puede superar el tamaño de una persona o un metro cúbico de masa
(3) Telequinesis, obviamente.
(4) Runa de Teleportación para trasladarme de aquí para allá.
(5) De aquí en adelante, hago abundante uso de mi pasiva de elocuencia.
En cualquier caso, habría sido difícil hacerle más daño del que ya había recibido, así que se arriesgó con una poción concentrada que pareció funcionar como era esperable(1). Al menos, el sacerdote fue capaz de moverse por sí mismo a partir de entonces.
Pero si su cuerpo se recuperaba satisfactoriamente, dadas las circunstancias, no podía decirse lo mismo de su espíritu, a juzgar por su mirada de mascota desvalida. ¿Cómo podía recordarle tanto esa cara peluda a Zero? Él nunca se mostraba tan alicaído, con su eterna voluntad de hacer lo correcto, el muy ingenuo. Valeria casi podía imaginarse la cursilada que le respondería a Güiz’Rmon.
—Todo el mundo tiene miedo de algo —dijo, sin embargo—. Algunos lo esconden mejor.
—Los que me golpearon no parecían asustados —maulló alicaído el sacerdote.
—¿Y por qué iban a darte semejante paliza si no te tuvieran miedo?
—¿A mí?, ¿qué podría hacer yo?
—Te sorprendería lo que somos capaces de hacer cuando no nos queda más remedio.
—¿Crees que quien mató a Juthrin tenía miedo de ella?
Valeria se encogió de hombros y empezó a guardar los frascos y utensilios.
—Probablemente, pero no la mataron por eso.
—Entonces, ¿por qué? —preguntó Güiz’Rmon acercándole la tijera.
—Poder. La gente piensa que cuando tenga poder dejará de tener miedo. Solo que, entonces, tienen miedo de perder el poder y buscan aún más poder. Así que, sí, supongo que la mataron por miedo.
Aquella conversación se estaba poniendo inquietante, y más aún la mirada embelesada del gato, así que Valeria se apresuró a cerrar el bolso y levantarse.
—Vamos, Eleandris y tu compañera sacerdotisa están intentando rescatar a los prisioneros —dijo, y tuvo que apartar a un lado la imagen de los niños caminando hacia el patíbulo—. Imagino que algunos necesitarán atención médica. Y espiritual —añadió un instante después, tratando de hacer sentir útil al minino.
Valeria tuvo el tiempo justo de poner a Güiz’Rmon al tanto de sus descubrimientos antes de divisar a la enardecida comitiva. El elfo no solo había encontrado a los antiguos kadosh, sino que se las había arreglado para convencerlos de presentar batalla. Aquella misma noche.
Ella no se unió al grupo, sino que se dirigió directamente a la retaguardia, donde Perirak había organizado a los niños y aquellos que no estaban en condiciones de luchar. Sus habilidades estaban mejor empleados en ellos, de todas formas.
La tarea no le llevó mucho tiempo. Tras poco más de una noche en prisión, la mayoría estaban más asustados que otra cosa y aquello se le daría mejor a los sacerdotes, aunque las palabras que les oía susurrar no estaban funcionando con ella.
—¿A dónde vas? —preguntó Güiz’Rmon al verla dirigirse a la salida.
—Necesito saber cómo va la batalla —y si tengo que salir corriendo.
El sacerdote pareció debatir consigo mismo por un instante, antes de hablar de nuevo:
—Habría niños en la procesión, ancianos. ¿Qué les sucederá a ellos?
—Seguramente alguien los habrá apartado de la refriega.
Y ahí estaba, otra vez, esa mirada esperanzada, igualita que la de Zero. ¡Maldito mocoso!
—Lo comprobaré —dijo Valeria, maldiciéndose por dentro.
Para su sorpresa, Güiz’Rmon echó a andar detrás de ella.
—¿Ya se te pasó el miedo?
—No —respondió él—, pero alguien tiene que hacer algo.
El improvisado campo de batalla, si bien más reducido, resultaba tan caótico como cualquier otro de los que había presenciado. Sin embargo, era fácil entender que los soldados uniformados tenían las de ganar. ¿Cómo se había metido en semejante brete?
—Por allí —susurró el minino y señaló un callejón entre dos edificios bajos donde podían verse algunas figuras encogidas.
Al acercarse, comprobaron que ninguno tenía heridas importantes, pero todos estaban demasiado asustados para intentar una huída hacia el templo. Valeria ojeó los alrededores, en busca de algo a lo que agarrarse para hacerlos reaccionar y, entonces, un cambio en el movimiento de la masa de combatientes atrajo su atención. Los desorganizados aldeanos comprendían por fin su desventaja contra un grupo de guerreros entrenados y bien armados y habían empezado a salir corriendo. O a intentarlo.
—Están huyendo —murmuró la voz del sacerdote a su lado—. Entonces, todo esto no ha servido para nada.
Por su parte, Valeria, poco dispuesta a rendirse a las circunstancias, rebuscaba desesperadamente en su mente alguna forma de salir de semejante lío, mientras veía caer, ensartado por la espalda, a uno de los hombres que aquella misma mañana se había disculpado apenado por no poder llevarla hasta la orilla del lago.
—La muerte de Juthrin no ha servido para nada —continuaba lamentándose el minino.
Todo el pueblo la había visto canalizar el espíritu de Juthrin aquella misma tarde. ¿Tan poco tiempo hacía? Y vaya revuelo se había montado.
Una voz familiar se alzó entonces desde la colina, a medio camino del templo. Valeria miró hacia allí y sintió el cosquilleo que le avisaba del uso cercano de magia tan pronto como vio la figura del elfo. El primer rayo de sol de un frío amanecer eligió aquel momento para arrancarle un destello a su armadura mientras arengaba a los prisioneros y aldeanos.
Y estaba funcionando. Aquellos que podían empuñaban de nuevo las armas con orgullo y los que las habían dejado atrás, atacaban con lo que tenían a mano, o hasta con los puños. Ella misma había sacado la daga de su funda. Sabía que el ardor que sentía en aquel momento era tan falso como lo que había provocado ella en la plaza, pero no podía evitar sentirlo.
La plaza.
—¿Sabes escribir, Güiz’Rmon?
—Claro, Juthrin me enseñó todo lo que se espera de un sacerdote…
—Eso es, piensa en Juthrin.
Valeria sacó apresuradamente un fragmento de pergamino, un cálamo y un bote de tinta que plantó en las manos del minino(2).
—Debes describirla con todo detalle —le dijo y, a continuación, le explicó lo que quería que hiciera.
—Pero, ¿eso no es un engaño? Juthrin…
—Jutrhin no querría que Merkland y los suyos sometieran a los aldeanos como ya lo están haciendo. Necesitan un poco de ánimo, solo es un empujoncito. Y ¿quién mejor que tú para saber lo que la propia Juthrin diría si estuviera aquí?
Aunque no muy convencido, Güiz’Rmon asintió y mojó el cálamo en la tinta.
—¿Y tú qué harás? —preguntó antes de comenzar a escribir.
—Lo que pueda —respondió Valeria apretando el mango de la daga y aflojando la funda donde aguardaban los cuchillos arrojadizos.
No tardaron en mancharse de sangre, acribillando por la espalda a un soldado que había pretendido atacar, también por la espalda, a un tipo vestido con harapos que se enfrentaba con sorprendente habilidad contra otro de los kadosh uniformados(3).
Pero el objetivo de Valeria no era unirse a la lucha. Su objetivo estaba al otro lado, protegida por un grupo de soldados con los escudos y las lanzas apostados en círculo a su alrededor. Valeria respiró hondo un par de veces, preparándose para la tremenda estupidez que estaba a punto de acometer y, cuando la figura semitransparente de la antigua Suma Sacerdotisa apareció flotando entre los combatientes, envió la pequeña piedra en dirección al círculo, justo al lado de la nueva Suma Sacerdotisa.
—LA VILEZA DE LOS ASESINOS NO PREVALECERÁ —tronó entonces la que debía de ser la voz de Jutrhrin—. MIENTRAS VUESTROS CORAZONES SE MANTENGAN FIRMES…
Valeria ignoró el discurso y activó la runa(4).
Estaba junto a Merkland. A la sorpresa mayúscula reflejada en el rostro de la sacerdotisa se unió un odio visceral cuando Valeria la agarró con fuerza del brazo y apoyó el filo de la daga en su cuello.
—Ordena que depongan las armas o no vivirás para ver cumplidas las promesas de Nerfarein(5).
—Si me matas, moriréis todos —dijo Merkland.
Valeria se encogió de hombros con despreocupación y aumentó ligeramente la presión de la daga.
—Yo puedo salir de aquí del mismo modo que llegué a tu lado —mintió—. ¿Puedes hacer tú lo mismo?
La mirada de la sacerdotisa se dirigió elocuentemente a los combatientes. Valeria subió su apuesta.
—Es con Nerfarein con quien tengo una cuenta pendiente, no con ellos. Lamentablemente, mi "otro contacto" en el pueblo "perdió el fuelle" antes de darme toda la información que necesitaba, así que tenía que hacerte salir a ti. Tú verás: ¿das el alto para que podamos hablar o sigo tirando de lista?
—¿Y os iréis de aquí? —preguntó Merkland sin poder disimular cierto temblor en la voz—. ¿Me dejarás seguir dirigiendo Rume?
Valeria casi hubo de morderse la mejilla para no sonreír: la tenía.
—Me trae sin cuidado quién gobierne Rume —dijo con otro despreocupado encogimiento de hombros—, no tengo intención de quedarme por aquí más tiempo del estrictamente necesario.
—¡BAJAD LAS ARMAS! —ordenó la amenazada con voz estentórea—. ¡LA SUMA SACERDOTISA NO QUIERE SANGRE!
—A buenas horas —murmuró Valeria, sin poder evitar una sonrisa irónica ante tan evidente mentira.
Los soldados que la habían oído, aún atribulados por la imagen de Juthrin, que comenzaba a desvanecerse en una fuente de destellos que parecían bendecir al pueblo entero, se apresuraron a cumplir la orden, aunque los más cercanos dudaron al percatarse de la intrusa que se había colado inesperadamente en su círculo.
Otra voz se oyó claramente ante el descendiente fragor de la batalla, la de Peirak que, aún deshaciéndose en lágrimas en lo alto de la colina, fue capaz de articular:
—¡TÚ MATASTE A JUTHRIN! ¡NO TIENES DERECHO A LLAMARTE SUMA SACERDOTISA!
Aquello puso en alerta a los soldados, pero para cuando alzaron de nuevo las armas, habían perdido la poca ventaja que les quedaba ante unos aldeanos doblemente enardecidos: por la magia élfica y por su propia fé. La batalla había dado un nuevo giro y no tardaría en decidirse. Algunos de los kadosh se dieron cuenta enseguida y decidieron que lo mejor era estar bien lejos de allí cuando eso ocurriera. Otros trataron de llevarse por delante a tantos enemigos como pudieron, pero su fría disciplina no fue rival, en esta ocasión, para la apasionada multitud.
Pero Valeria no estaba en condiciones de admirar la voluntad de los aldeanos, pues los guardias que no se encontraban en inmediato peligro de ser avasallados por la turba se habían vuelto hacia ella.
—En fin —le dijo a Merkland sin aflojar su agarre, aunque con la vista fija en los soldados—, yo te habría dejado tranquilita en tu trono, pero parece que el pueblo ha hablado.
Uno de los guardias dio un paso hacia el centro y un pequeño cuchillo se alojó con fuerza en su garganta(3), haciendo que se derrumbara entre estertores. Los demás se lo pensaron mejor al ver otros tres de esos pequeñines flotando amenazadoramente alrededor de Valeria. Una pequeña asesina era una cosa, una pequeña bruja asesina era otra muy distinta.
La formación se rompió repentinamente, cuando el flanco que se enfrentaba a la masa enfurecida cedió. La mitad de los guardias soltaron las armas y alzaron los brazos, la otra mitad, soltó las armas y salió corriendo. El movimiento atrajo al grupo más enfurecido, que se lanzó en su persecución. El resto miró confundido a Valeria.
—Creo que las otras sacerdotisas querrán interrogarla —dijo ésta mientras reunía su éter por si tuviera que hacer uso de un escudo.
----------
OFF: Un poco de bonding con el gatito triste antes de meterme en la refriega iniciada por Eleandris. Reike se deja influir por la habilidad del elfo y acaba metida en tremendo embrollo. Se tira un farol y sale un poco mejor que el fiasco de la plaza de ejecuciones.
(1) Le doy una pocioncita de salud concentrada al gatito herido.
(2) SPOILER ALERT: Le doy a Güiz’Rmon mi Pergamino ilusorio para la escenita que se verá un poco más adelante en el post (que al final quedó un poco más en segundo plano de lo que tenía pensado inicialmente, pero una cosa es lo que una planea y luego está lo que surge cuando se pone a escribir): Al activarse deben escribirse instrucciones en él. El pergamino generará una ilusión sencilla basada en ellas por hasta 5 minutos, la que no puede superar el tamaño de una persona o un metro cúbico de masa
(3) Telequinesis, obviamente.
(4) Runa de Teleportación para trasladarme de aquí para allá.
(5) De aquí en adelante, hago abundante uso de mi pasiva de elocuencia.
Reike
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
- Es tan pequeñita… - murmuró con voz dulce, hablándole a Eithelen. Este estiró un brazo para retirar una sección de la mantita que cubría a la niña y poder verle mejor el rosto
- Pequeña y perfecta - dijo él, con evidente cariño, acariciando el moflete del bebé. Le dedicó entonces a Ayla una sonrisa. Alzándose, se acercó más a la muchacha para darle un beso en la frente, antes de volver a tomar entre manos el pincel y la tinta que le permitirían acabar de grabar las runas en la pared - Cuando sea mayor, le enseñaré a dibujarlas - dijo, un poco ausente, mientras pasaba la mano sobre los primeros trazos, que ya se habían secado. Ayla lo dejó hacer en silencio.
- Reconozco tu nombre y el mío, pero ¿y el resto? – preguntó entonces, observando la pared. El bebé se estiró entre sus brazos, reclamando la atención de su madre, que se levantó para pasear suavemente, meciéndola consigo.
Eithelen las observó un instante, con cariño, antes de volverse de nuevo a la inscripción. Señalando las palabras, empezó a traducirlas.
- Estelüine, hija de Eithelen y Ayla – leyó - Solo me falta añadir la fecha de su nacimiento.-
Se dispuso a trazar las últimas runas, que después examinó con ojo crítico. Su hija, Estelüine, recibiría el amparo de la sangre del clan, como le correspondía. Aquella casa podía derruirse, pero la pared con las runas siempre permanecería, marcándola como un miembro de los Inglorien. Tomó entonces a la niña en brazos y la acunó, antes de hablarle con voz calmada.
- Estelüine – repitió - Nuestra “esperanza azul”. La prueba de que el mundo es algo más que odio y rencor… de que, aunque seamos diferentes, podemos conseguir cosas maravillosas juntos – tomó entonces la mano de Ayla y la alzó, observando el anillo que meses antes le había regalado - “El agua demasiado pura no tiene vida” – terminó, recitando en elfico la inscripción grabada en el alhaja.
Parpadeó cuando aquel recuerdo se extinguió, pudiendo llenar de nuevo sus pulmones de aire.
Estaba de rodillas, en la boca calle en la que había conseguido guarecerse antes de que el inminente fogonazo de dolor la postrara contra el suelo. Lo que se atisbaba como una plaza en tensión había terminando estallando en un conflicto que creó dos claros bandos entre el gentío. Mercenarios, mezclados con ancianos, e incluso niños. Aquello iba a ser una carnicería. Y aunque el olor a sangre llegaba tan claramente a ella como los gritos, a la mestiza no le pudo importar menos.
Se puso de pie, tambaleándose bajo el peso de su propia desgracia mientras enfilaba la vista hacia el horizonte de la ciudad.
Hasta que lo vio a él.
Recordaba con claridad la forma de su cuerpo tenido boca abajo en la alcoba en dónde lo había dejado durmiendo, pero era el conocimiento y los ojos del elfo lo único que le interesaba en aquel momento.
En el peor momento, a decir verdad. En medio de un combate tomando parte por... ¿Acaso importaba?
La mestiza esquivó un filo que se interpuso en su camino sin ir realmente dirigido a ella, y se deslizó entre fornidos combatientes que pocos ojos prestaban a una desarrapada sucia como ella. Extendió la mano a unos metros, ansiando el momento en el que sus manos ciñeran las telas del elfo.
Y sonrió cuando consiguió tirar de él, apartándolo un instante de lo que tenía entre manos.
- Necesito preguntarte algo - Saludó a Eleandris por primera vez en meses, mientras la batalla rugía alrededor de dónde estaban ellos.
- Pequeña y perfecta - dijo él, con evidente cariño, acariciando el moflete del bebé. Le dedicó entonces a Ayla una sonrisa. Alzándose, se acercó más a la muchacha para darle un beso en la frente, antes de volver a tomar entre manos el pincel y la tinta que le permitirían acabar de grabar las runas en la pared - Cuando sea mayor, le enseñaré a dibujarlas - dijo, un poco ausente, mientras pasaba la mano sobre los primeros trazos, que ya se habían secado. Ayla lo dejó hacer en silencio.
- Reconozco tu nombre y el mío, pero ¿y el resto? – preguntó entonces, observando la pared. El bebé se estiró entre sus brazos, reclamando la atención de su madre, que se levantó para pasear suavemente, meciéndola consigo.
Eithelen las observó un instante, con cariño, antes de volverse de nuevo a la inscripción. Señalando las palabras, empezó a traducirlas.
- Estelüine, hija de Eithelen y Ayla – leyó - Solo me falta añadir la fecha de su nacimiento.-
Se dispuso a trazar las últimas runas, que después examinó con ojo crítico. Su hija, Estelüine, recibiría el amparo de la sangre del clan, como le correspondía. Aquella casa podía derruirse, pero la pared con las runas siempre permanecería, marcándola como un miembro de los Inglorien. Tomó entonces a la niña en brazos y la acunó, antes de hablarle con voz calmada.
- Estelüine – repitió - Nuestra “esperanza azul”. La prueba de que el mundo es algo más que odio y rencor… de que, aunque seamos diferentes, podemos conseguir cosas maravillosas juntos – tomó entonces la mano de Ayla y la alzó, observando el anillo que meses antes le había regalado - “El agua demasiado pura no tiene vida” – terminó, recitando en elfico la inscripción grabada en el alhaja.
Parpadeó cuando aquel recuerdo se extinguió, pudiendo llenar de nuevo sus pulmones de aire.
Estaba de rodillas, en la boca calle en la que había conseguido guarecerse antes de que el inminente fogonazo de dolor la postrara contra el suelo. Lo que se atisbaba como una plaza en tensión había terminando estallando en un conflicto que creó dos claros bandos entre el gentío. Mercenarios, mezclados con ancianos, e incluso niños. Aquello iba a ser una carnicería. Y aunque el olor a sangre llegaba tan claramente a ella como los gritos, a la mestiza no le pudo importar menos.
Se puso de pie, tambaleándose bajo el peso de su propia desgracia mientras enfilaba la vista hacia el horizonte de la ciudad.
Hasta que lo vio a él.
Recordaba con claridad la forma de su cuerpo tenido boca abajo en la alcoba en dónde lo había dejado durmiendo, pero era el conocimiento y los ojos del elfo lo único que le interesaba en aquel momento.
En el peor momento, a decir verdad. En medio de un combate tomando parte por... ¿Acaso importaba?
La mestiza esquivó un filo que se interpuso en su camino sin ir realmente dirigido a ella, y se deslizó entre fornidos combatientes que pocos ojos prestaban a una desarrapada sucia como ella. Extendió la mano a unos metros, ansiando el momento en el que sus manos ciñeran las telas del elfo.
Y sonrió cuando consiguió tirar de él, apartándolo un instante de lo que tenía entre manos.
- Necesito preguntarte algo - Saludó a Eleandris por primera vez en meses, mientras la batalla rugía alrededor de dónde estaban ellos.
Iori Li
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
MirzaSusurros en la oscuridad
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Cruzando las piernas con cierta lentitud, Iluna colocó con parsimonia su mano izquierda sobre el muslo derecho, antes de posar la segunda sobre el dorso de la primera. Su mirada, hermosa y fría, acarició cada parte de la estancia desde la cual Túnnar regía la población de Mirza. O siendo más exacta, se permitió concretar, le permitían regirla.
Vulgar, sentenció. Tanto como carente de gusto.
Durante dos largos minutos, la gobernante de Assu optó por el silencio. Un ataque no verbal, complaciéndose en una incomodidad calculada, pues el pelirrojo trataba, fracaso tras fracaso, en intentar mostrar el mismo desinterés y calma que ella había llegado a dominar. Los ojos del hombre se posaban en ella una y otra vez. Ni el viaje al frente de sus tropas había hecho mella alguna en el conjunto que había escogido, ni en unos rasgos casi perfectos para cualquier criatura no privada de vista. La belleza no dejaba de ser un poder, sutil, pero tan peligroso como la magia si era usado de la mejor manera.
- Jawz no tardará en llegar – comentó el líder de Mirza, rompiendo un paréntesis que había llegado ya a resultarle insoportable. Iluna parpadeó con calma, antes de girar el cuello y dedicarle su atención como si en vez de su igual, Túnnar no fuese más que un mero solicitante. Éste apartó primero la mirada.
- ¿Has conseguido lo que él esperaba de tí?- preguntó la parricida con suavidad. Las pupilas del aludido se dirigieron velozmente hacia la derecha, antes de retornar a los lagos helados que lo observaban.
- Estará satisfecho- aseguró- El oro ya fluye, y quien se ha opuesto, está muerto o prisionero. No hay nada que temer en Mirza. Con los guerreros que has traído contigo, Jawz podrá partir al sur. Apuntalaremos a Merkland en su templo cuando sea elegida y Arabaster se habrá ocupado de la resistencia de Glath. Dudo siquiera que haya combate alguno. Nuestra recompensa está al alcance de la mano, Iluna- se permitió jactarse. Sin embargo, al pronunciar el nombre de la mujer, ésta captó inseguridad. Y sonrió.
- Tuviste suerte – apuntó ella, bebiendo un pequeño sorbo de una de las dos delicadas copas de plata de factura capitalina – Si no te hubiese ayudado, si mi guardia mercenaria no hubiese exterminado a tu oposición, éste lugar nunca habría sido tuyo. Tienes demasiados escrúpulos, Túnnar. Por eso Dorian y Arveill…
Por una vez, el líder pelirrojo se mostró irritado, y bufó, levantándose, mas sin acercarse a la princesa de hielo.
- Ya sé por qué están aquí, y no es justo – se defendió – Yo lo hubiera conseguido solo. Un poco más de tiempo, y Grithnan habría claudicado. Estoy seguro.
Iluna amplió su sonrisa.
- Pero no Jawz, ni yo, ni el resto de los nuestros- rebatió – Claro... que sigues siendo útil – reconoció con un sosiego insultante – aunque no seas capaz de ver las oportunidades, los cambios en los grandes planes.
- ¿Qué quieres decir? - la forma de hablar de la mujer le erizó el vello.
- Gobernaremos bajo la égida del noble dracónido- su dedo se deslizó por el borde la copa- Y quedarán para nosotros las migajas. Jawz necesita el oro, el ganado, los campos e incluso el trabajo de las cuatro poblaciones para sus ambiciones.
-¿Acaso… quieres la región para ti? – la sorpresa hizo palidecer a Túnnar- No puedes enfrentarte a él. Tú tienes una leva casi campesina, al igual que yo. A pesar de su número, la guardia personal de los Nerfarein masacraría tus fuerzas, incluso sumadas a la mías.
Iluna no llegó a responder. Sendos toques a la puerta maciza sirvieron de cortesía antes de una simple palabra del dirigente de Mirza. Ambos dirigieron su mirada al caballero que entró, altivo, con el emblema de los Nerfarein en el pecho de la armadura.
-Lord Jawz llegará al anochecer. Exige que todo esté dispuesto para ese momento. Se os convoca, junto a Arveill y Dorian, a un consejo entre éstas mismas paredes para recibir las últimas instrucciones. Tras ello, acudiréis junto a nuestro señor a la fortaleza de Tarhunkriv- Saludó parcamente – Debo continuar hasta Rume- terminó antes de abandonar la estancia.
Los señores de Mirza y Assu intercambiaron una breve mirada. Sin embargo, no tuvieron ocasión de actuar en modo alguno, antes de que uno de los guardias de Túnnar anunciase una nueva visita. Y nada más contemplar al recién llegado, el pelirrojo se levantó de su asiento, para acto seguido tratar de componer un semblante de altivez sin realmente llegar a conseguirlo. La vista de Iluna se tornó calculadora, desconfiada, nada más posarse en ese hombre, cuya armadura de escamas, abrigo de pieles y martillo de guerra resultaba imponente a pesar de no llegar por escaso margen a los seis pies de altura. Apoyándose en la pared, después de dar únicamente tres pasos, se fijaron en ese momento en una bolsa que llevaba en la mano, y que lanzó al escritorio. La gobernante de Assu contuvo un gesto de sorpresa, y el segundo subordinado de Jawz abrió la bolsa, para perder el poco color que aún le quedaba.
Pero Iluna se levantó. Conocía a la perfección aquella testa, y de la forma más cariñosa, sonrió a Arveill.
-Estaba cerca- explicó correspondiendo al gesto de la mujer- quedan pocos problemas y es mejor eliminarlos antes de que lord Nerfarein llegue. Siempre ha sido mi trabajo, desde que llegamos a ésta perdida y odiosa región, limpiar lo que no conseguís los cuatro elegidos. Mío… y de Dorian- pareció reconocer de mala gana.
-Todo está limpio- adujo Túnnar desde detrás de su mesa, tratando de mostrar valor- Mirza y Assu…
-¿No hay más problemas?- interrumpió Arveill- ¿Algo que deba saber?
Por la mente del pelirrojo pasó la imagen de la elfa rubia. Si no la había atrapado junto a desdichado Nipal, ya estaría rumbo a los bosques del sur. No era una preocupación. En el último rincón del continente, sin ayuda alguna, sin querer inmiscuirse. ¿Qué daño podía hacer? Carecía de sentido siquiera nombrarla, y desechó hacerlo.
-Sólo si el sur no ha cumplido- arguyó, con mayor confianza- los pueblos del norte están dominados.
Arveill amplió su sonrisa.
-Iré a las minas junto a Dorian. Volveremos al anochecer para dar juntos la bienvenida a nuestro señor.
_____________________
Datos sobre Mirza
-Entre las tropas de Iluna y Túnnar hay unos 300 milicianos en la zona.
-En pocas horas, llegará Jawz Nerfarein con parte de su guardia personal. Esa misma noche volverá a partir a la fortaleza de Tarhunkriv.
RumeElecciones
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Eleandris y Valeria Reike habían resultado la mano maestra que había frustrado sus ambiciones. La pequeña batalla había concluido, y un grito de victoria llenó gargantas y corazones de quienes se habían levantado contra la tiranía de un inconsciente Tot´Zarak y una Merkland que vio como el premio prometido por Jawz Nerfarein, y para lo que había asesinado a Juthrin, se evaporaba entre sus dedos. Un grito de desesperación y un llanto informe manaron de ella. Derrotada, perdida, creyó que su mente acabaría por romperse.
Por supuesto, el destino tenía otros planes y retenida por los adalides de su derrota, cantó para buscar salvar la vida. No estaba en situación de exigir, ni siquiera de pedir piedad. Si la dejaban a las manos de los aldeanos, no obtendría un mero juicio, sino una ejecución brutal. Ojos llorosos y gritos de dolor constituían una música que se deslizaba como serpiente, buscando un culpable. Una. Ella.
-Debéis abandonar Rume cuanto antes- urgió, arrodillada. Era la viva imagen de la capitulación en la fría estancia del templo. Sólo Peirak, Irleis y Fayna, además de Reike, Eleandris y Güiz´Rmon se encontraban presentes a su alrededor, como jueces de quienes la conmiseración había sido arrancada.
-Asesinaste a Juthrin, Mer- expuso Irleis, con una seriedad pétrea- no cabe ya duda alguna. Intentaste que los suyos matasen al pequeño. ¿Qué esperas ahora? Ni salvar la vida es algo a tener en cuenta. Los ciudadanos exigirán tu sangre, o perderemos la poca confianza que le queda al Templo.
Peirak no daba crédito a tales palabras.
-¿¡A quien le importa el Templo?!- chilló, señalando a la rebelde- ¡MATÓ A JUTHRIN! ¡Me da igual quien tome el mando, pero DEBE MORIR!
Merkland comenzó a llorar en silencio.
-Jawz Nerfarein no tardará en llegar a la región- explicó entre suaves gemidos de miedo y dolor- Todo cuando hice, cuando han hecho los dirigentes de Glath, Assu y Mirza, ha sido con el fin de entregar la región a esa familia de la capital, a nuestro benefactor, en bandeja de plata. Todo aldeano de la zona trabajará para él. Toda la riqueza será suya para optar a un cargo en el Consejo de Dundarak. Si Túnnar, Riyeth e Iluna han conseguido su parte, se limitará a tomar Rume por la fuerza. No lo habéis salvado- negó- sólo habéis pospuesto su sino de esclavos. Si muero, no cambiará nada. Arrasará a quienes se opongan, y pondrá otra persona a regir los destinos de los dominados. Sólo la muerte de Jawz podrá frenar sus planes. Y su guardia personal es demasiado para vosotros.
La sacerdotisa alzó los ojos enrojecidos, paseando la vista por los presentes, mostrando una última oleada de valor.
-Si me liberáis, juro que jamás volveré a pisar el norte. Si no podéis darme eso, os ruego por una muerte rápida, pese a cuanto he hecho.
Sus compañeras se miraron entre sí, indecisas. Sólo el pequeño Güiz´Rmon se acercó a ella, clavando sus grandes ojos en la mujer. Y su voz infantil resonó en la cámara.
-Yo no quiero decidir. Juth decía que el corazón inquieto no puede juzgar, y el mío odia ahora demasiado. Iré fuera- terminó mirando a Reike con una sonrisa triste- Pero la opinión que prevalezca será la correcta, no tengo dudas.
Y con tales palabras, caminó hasta salir del Templo.
_____________________
Datos sobre Rume
- La vida o muerte de Merkland está en vuestra manos. No habrá represalias decidáis lo que decidáis.
-Con lo que sabéis por ella, y Reike por lo que descubrió anteriormente, de vosotros/as depende continuar o no. Habéis liberado Rume ^^ ¿Abandonaréis al resto a su suerte...?
Nousis Indirel
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
En medio del caos, Iori solo tenía ojos para el elfo. Había captado su atención y se aferró a él con fuerza. La mirada de la mestiza evidenciaba la obsesión que la había conducido hasta allí. Eleandris la condujo a una zona más recogida, lejos de los filos inminentes de las armas pero no a salvo de la batalla que tenía lugar. Se dejó guiar con aparente docilidad, solo para apretar con más fuerza los dedos en los antebrazos del elfo.
¿Lo había conocido cuándo? En un ambiente más elegante y refinado que aquel. Una gran boda humana a la que él estaba invitado y ella había ido a trabajar como cocinera para ganar algunos aeros.
- Estoy buscando a un hombre. Cerca de los cincuenta años. Se llama Otto, es un mercader importante procedente de Lunargenta. ¿Has visto a alguien así en esta ciudad de mierda? - y en su pregunta dejó que la ansiedad que sentía se filtrase en la voz.
No había nada en la mestiza que recordase a la pícara campesina con la que el elfo había revuelto las sábanas.
- Otto. Ese nombre me suena. Creo que tiene algo que ver con lo que pasa aquí, pero sin mas datos de su físico... - el elfo miraba de tanto en cuando cómo seguía la batalla.
No estaba concentrado. No estaba concentrado.
El nombre le sonaba, pero la mente del elfo se encontraba más pendiente de lo que sucedía en la plaza que en ella. Y Iori no podía permitir aquello. Pensó que un golpe debajo del ombligo, un rodillazo en los testículos lo pondrían de rodillas. Tardaría en volver a articular palabra, pero haría que prestase atención a otra cosa que no fuese la batalla que tenía lugar a un lado de ellos.
Podría hacer que apretase los labios en un firme gesto de dolor. Hacerle pensar, por unos segundos en su vida, que hubiera sido mejor carecer de genitales con tal de no sentir el dolor que ella sabía que podía infringirle.
Los dedos que aferraban sus antebrazos se crisparon, y subieron en un gesto rápido, arañando por encima de la ropa hasta tomarle la cara con ambas manos sin ningún cuidado. Imaginar de manera irracional la furia con la que apuñalaría sus ingles, hasta convertir su carne en una masa sanguinolenta tiñó de un oscuro sadismo la locura presente en sus ojos.
- ¿¡DÓNDE!? - preguntó acuciante, con la ira emanando de su cuerpo.
El elfo lo vio. Debió de hacerlo, imaginó Iori, por su reacción. Vio el veneno que habitaba en ella. Se soltó de su agarre con un manotazo. Un gesto violento pero carente de la fuerza que hubiese hecho suspirar de placer a la morena.
- No se te ocurra volver a hacerlo. - clavó la mirada en los ojos de la mujer con bastante enfado en su rostro -En una tablilla, junto a otros nombres. Cuando acabe esto tendrás mi ayuda, al menos mientras la merezcas. - y sin esperar respuesta se giró encarándo sus pasos de vuelta a la batalla.
Iori lo miró un segundo, notando cómo la ira de no obtener información precisa la recorría. La llenaba haciendo que al instante siguiente ya no hubiese sitio en su mente para que anidase ningún pensamiento que tuviese que ver con Eleandris.
El elfo desapareció de su vida. Como todo lo que no tuviese que ver directamente con los miembros de la conjura que acabaron con sus padres.
Dio la espalda al camino que había seguido el rubio y avanzó de forma sinuosa hacia el lugar en el que parecía que se encontraba la parte céntrica de la pequeña localidad. El olor a sangre llegaba a ella con claridad, y su significado solo servía para acuciar las ganas que tenía de hacer correr por el suelo la de una persona en concreto.
Esperaba encontrar a Otto allí de una maldita vez por todas.
Con un golpe seco, rompió el tabique nasal de la chica, antes de golpearlo de nuevo de forma repetida, haciendo que el rostro de Ayla se colmase de sangre.
- ¡Te mataré! ¡Te mataré, Dhonara! ¡Juro que lo haré! -
- Es suficiente – concluyó la elfa, tras lo que pareció una eternidad, observando el rostro machacado de la humana.
El mundo alrededor de Eithelen se sumió en el silencio. Un silencio irreal, fruto de su propio dolor. Cálidas lágrimas recorrieron entonces sus mejillas, mientras veía caer nuevamente el destrozado cuerpo de Ayla al suelo. Sus dorados ojos, en medio del mutilado rostro parecieron buscar algo y, por un instante, la mirada de ambos volvió a encontrarse. Con un esfuerzo sobrehumano, el elfo le dedicó una cálida sonrisa, una de aquellas que solo ella había llegado a conocer, una última promesa de que aquello pronto llegaría a su fin y de que, fuese a donde fuese, volvería a encontrarla.
- No tienes energía ni para gritar, ¿verdad? – la voz de Dhonara le llegó lejana - Hemos llegado al final. Con esto vuestra aberración quedará purificada. ¿Qué...? – se interrumpió, al ver la expresión en el rostro del Inglorien. Ayla, en sus últimos segundos de vida, había sido capaz de girar el rostro en el suelo para fijar sus ojos en la figura de Eithelen.
A pesar del dolor. De la tortura. A pesar de haber jugado con su esperanza y su mente, la maldita humana sonreía. El cuidado autocontrol de la Ojosverdes tembló, haciendo que por un segundo sintiese que ella no era la que tenía el control de la situación.
- ¡Se acabó! – gruñó entonces con rabia.
Tomando el rostro de la chica, hundió sus pulgares en las cuencas oculares de Ayla, acabando con el último de sus sentidos. El grito que abandonó la boca de Eithelen fue tan desgarrador, que incluso sus captores miraron hacia un lado, mientras una sonrisa de triunfo se instalaba en la cara de la líder de los Ojosverdes.
El inerte cuerpo de Ayla se desplomó contra el suelo y Dhonara lo observó con satisfacción unos segundos, antes de limpiar sus manos cubiertas de sangre en la ropa de la muchacha. Eithelen contempló el rostro de su amada, irreconocible tras la tortura a la que había sido sometida. Un indescriptible dolor invadió su ser, pero fue incapaz de gritar para liberarlo. Estaba muerta. Había sufrido un indecible tormento y él había sido incapaz de hacer nada para detenerlo. Las lágrimas volvieron a surcar su rostro e, incapaz de seguir contemplado lo que le habían hecho a la mujer con la que había decidido compartir su vida, cerró los ojos, ahogándose en la pena y el dolor.
Dhonara volvió a hablar, pero ni siquiera se molestó en prestarle atención. Ya no importaba, ya nada lo hacía. Notó cómo lo liberaban de sus ataduras y lo obligaban a ponerse en pie. Entonces abrió los ojos y se encontró, cara a cara, con la pelirroja elfa. Se contemplaron mutuamente por unos segundos. Los ojos de ella destilaban desdén y desidia, mientras los de él se habían convertido en dos profundos pozos de frío odio.
- Dime Eithelen, ¿me matarías ahora si pudieses? – le preguntó con evidente tono de burla - Si mal no recuerdo, eras tú el que decía aquello de “los elfos, no matan a otros elfos” – volvió a sonreírle con ironía, antes de retroceder unos pasos - Así que cumpliré tu deseo. No será uno de los nuestros el que empuñe el arma que te segará la vida.-
Sacando la daga que había utilizado para torturar a Ayla, la tendió hacia Hans, que se encontraba a un par de pasos del inerte cuerpo de su prima. El humano la observó primero perplejo, pero entonces la determinación se instaló en su rostro y, avanzando hacia ellos, tomó el arma por la empuñadura y se enfrentó a Eithlen.
- Que se ponga de rodillas – exigió.
- No – fue la parca respuesta de Dhonara. El humano la observó confundido - Ninguno de los míos, por muy bajo que haya caído, morirá arrodillado ante un humano. Si por mi fuera, no sería tu mano la que acabaría con su vida, pero prometí no matarlo. -
Hans la observó, evidentemente atemorizado, antes de volver la vista de nuevo al peliblanco. El humano tragó saliva, nervioso, antes de decidirse. Rodeó entonces al elfo, para colocarse a su espalda y, agarrándolo del pelo al Iglorien, lo obligó a exponer el cuello.
Y en medio de aquella destrucción, en el sufrimiento de inocentes, los testigos mudos, necesarios en su participación para cometer aquella atrocidad. Los otros Ojosverdes dirigidos por Dhonara, y tras Hans, el único humano del grupo.
Otto.
El fogonazo del recuerdo la hizo llevarse la mano a la cabeza y trastabillar, haciendo necesario que apoyase las manos sobre un húmedo muro de piedra. Respiró con dificultad, sintiendo la presión de sus pulmones fruto de la ansiedad.
Tenía que dar con él si quería conservar un mínimo de cordura para poder completar su venganza. Alzó la vista, abrazándose con fuerza la cintura con los dos brazos, intentando regular los latidos de su corazón. Las escaleras de piedra de lo que parecía un templo se alzaban oscuras al frente.
Y en la puerta la mestiza pudo ver, sin ningún tipo de duda, a un soldado vestido con las ropas que usaban los militares en Assu.
El dolor se transformó en sonrisa en la expresión enajenada de la mestiza. De pronto, el aire entraba a raudales en ella, y el dolor nacido del recuerdo de la tortura a Ayla se disolvió, convirtiéndose en un eco lejano. Se irguió, echando los hombros bien hacia atrás y caminó pegando su figura al muro.
El soldado la vería cuando fuese demasiado tarde. Pero pensaba asegurarse de que fuese su cara lo último que viesen los ojos de Otto en aquel mundo.
¿Lo había conocido cuándo? En un ambiente más elegante y refinado que aquel. Una gran boda humana a la que él estaba invitado y ella había ido a trabajar como cocinera para ganar algunos aeros.
- Estoy buscando a un hombre. Cerca de los cincuenta años. Se llama Otto, es un mercader importante procedente de Lunargenta. ¿Has visto a alguien así en esta ciudad de mierda? - y en su pregunta dejó que la ansiedad que sentía se filtrase en la voz.
No había nada en la mestiza que recordase a la pícara campesina con la que el elfo había revuelto las sábanas.
- Otto. Ese nombre me suena. Creo que tiene algo que ver con lo que pasa aquí, pero sin mas datos de su físico... - el elfo miraba de tanto en cuando cómo seguía la batalla.
No estaba concentrado. No estaba concentrado.
El nombre le sonaba, pero la mente del elfo se encontraba más pendiente de lo que sucedía en la plaza que en ella. Y Iori no podía permitir aquello. Pensó que un golpe debajo del ombligo, un rodillazo en los testículos lo pondrían de rodillas. Tardaría en volver a articular palabra, pero haría que prestase atención a otra cosa que no fuese la batalla que tenía lugar a un lado de ellos.
Podría hacer que apretase los labios en un firme gesto de dolor. Hacerle pensar, por unos segundos en su vida, que hubiera sido mejor carecer de genitales con tal de no sentir el dolor que ella sabía que podía infringirle.
Los dedos que aferraban sus antebrazos se crisparon, y subieron en un gesto rápido, arañando por encima de la ropa hasta tomarle la cara con ambas manos sin ningún cuidado. Imaginar de manera irracional la furia con la que apuñalaría sus ingles, hasta convertir su carne en una masa sanguinolenta tiñó de un oscuro sadismo la locura presente en sus ojos.
- ¿¡DÓNDE!? - preguntó acuciante, con la ira emanando de su cuerpo.
El elfo lo vio. Debió de hacerlo, imaginó Iori, por su reacción. Vio el veneno que habitaba en ella. Se soltó de su agarre con un manotazo. Un gesto violento pero carente de la fuerza que hubiese hecho suspirar de placer a la morena.
- No se te ocurra volver a hacerlo. - clavó la mirada en los ojos de la mujer con bastante enfado en su rostro -En una tablilla, junto a otros nombres. Cuando acabe esto tendrás mi ayuda, al menos mientras la merezcas. - y sin esperar respuesta se giró encarándo sus pasos de vuelta a la batalla.
Iori lo miró un segundo, notando cómo la ira de no obtener información precisa la recorría. La llenaba haciendo que al instante siguiente ya no hubiese sitio en su mente para que anidase ningún pensamiento que tuviese que ver con Eleandris.
El elfo desapareció de su vida. Como todo lo que no tuviese que ver directamente con los miembros de la conjura que acabaron con sus padres.
Dio la espalda al camino que había seguido el rubio y avanzó de forma sinuosa hacia el lugar en el que parecía que se encontraba la parte céntrica de la pequeña localidad. El olor a sangre llegaba a ella con claridad, y su significado solo servía para acuciar las ganas que tenía de hacer correr por el suelo la de una persona en concreto.
Esperaba encontrar a Otto allí de una maldita vez por todas.
[...]
Con un golpe seco, rompió el tabique nasal de la chica, antes de golpearlo de nuevo de forma repetida, haciendo que el rostro de Ayla se colmase de sangre.
- ¡Te mataré! ¡Te mataré, Dhonara! ¡Juro que lo haré! -
- Es suficiente – concluyó la elfa, tras lo que pareció una eternidad, observando el rostro machacado de la humana.
El mundo alrededor de Eithelen se sumió en el silencio. Un silencio irreal, fruto de su propio dolor. Cálidas lágrimas recorrieron entonces sus mejillas, mientras veía caer nuevamente el destrozado cuerpo de Ayla al suelo. Sus dorados ojos, en medio del mutilado rostro parecieron buscar algo y, por un instante, la mirada de ambos volvió a encontrarse. Con un esfuerzo sobrehumano, el elfo le dedicó una cálida sonrisa, una de aquellas que solo ella había llegado a conocer, una última promesa de que aquello pronto llegaría a su fin y de que, fuese a donde fuese, volvería a encontrarla.
- No tienes energía ni para gritar, ¿verdad? – la voz de Dhonara le llegó lejana - Hemos llegado al final. Con esto vuestra aberración quedará purificada. ¿Qué...? – se interrumpió, al ver la expresión en el rostro del Inglorien. Ayla, en sus últimos segundos de vida, había sido capaz de girar el rostro en el suelo para fijar sus ojos en la figura de Eithelen.
A pesar del dolor. De la tortura. A pesar de haber jugado con su esperanza y su mente, la maldita humana sonreía. El cuidado autocontrol de la Ojosverdes tembló, haciendo que por un segundo sintiese que ella no era la que tenía el control de la situación.
- ¡Se acabó! – gruñó entonces con rabia.
Tomando el rostro de la chica, hundió sus pulgares en las cuencas oculares de Ayla, acabando con el último de sus sentidos. El grito que abandonó la boca de Eithelen fue tan desgarrador, que incluso sus captores miraron hacia un lado, mientras una sonrisa de triunfo se instalaba en la cara de la líder de los Ojosverdes.
El inerte cuerpo de Ayla se desplomó contra el suelo y Dhonara lo observó con satisfacción unos segundos, antes de limpiar sus manos cubiertas de sangre en la ropa de la muchacha. Eithelen contempló el rostro de su amada, irreconocible tras la tortura a la que había sido sometida. Un indescriptible dolor invadió su ser, pero fue incapaz de gritar para liberarlo. Estaba muerta. Había sufrido un indecible tormento y él había sido incapaz de hacer nada para detenerlo. Las lágrimas volvieron a surcar su rostro e, incapaz de seguir contemplado lo que le habían hecho a la mujer con la que había decidido compartir su vida, cerró los ojos, ahogándose en la pena y el dolor.
Dhonara volvió a hablar, pero ni siquiera se molestó en prestarle atención. Ya no importaba, ya nada lo hacía. Notó cómo lo liberaban de sus ataduras y lo obligaban a ponerse en pie. Entonces abrió los ojos y se encontró, cara a cara, con la pelirroja elfa. Se contemplaron mutuamente por unos segundos. Los ojos de ella destilaban desdén y desidia, mientras los de él se habían convertido en dos profundos pozos de frío odio.
- Dime Eithelen, ¿me matarías ahora si pudieses? – le preguntó con evidente tono de burla - Si mal no recuerdo, eras tú el que decía aquello de “los elfos, no matan a otros elfos” – volvió a sonreírle con ironía, antes de retroceder unos pasos - Así que cumpliré tu deseo. No será uno de los nuestros el que empuñe el arma que te segará la vida.-
Sacando la daga que había utilizado para torturar a Ayla, la tendió hacia Hans, que se encontraba a un par de pasos del inerte cuerpo de su prima. El humano la observó primero perplejo, pero entonces la determinación se instaló en su rostro y, avanzando hacia ellos, tomó el arma por la empuñadura y se enfrentó a Eithlen.
- Que se ponga de rodillas – exigió.
- No – fue la parca respuesta de Dhonara. El humano la observó confundido - Ninguno de los míos, por muy bajo que haya caído, morirá arrodillado ante un humano. Si por mi fuera, no sería tu mano la que acabaría con su vida, pero prometí no matarlo. -
Hans la observó, evidentemente atemorizado, antes de volver la vista de nuevo al peliblanco. El humano tragó saliva, nervioso, antes de decidirse. Rodeó entonces al elfo, para colocarse a su espalda y, agarrándolo del pelo al Iglorien, lo obligó a exponer el cuello.
Y en medio de aquella destrucción, en el sufrimiento de inocentes, los testigos mudos, necesarios en su participación para cometer aquella atrocidad. Los otros Ojosverdes dirigidos por Dhonara, y tras Hans, el único humano del grupo.
Otto.
El fogonazo del recuerdo la hizo llevarse la mano a la cabeza y trastabillar, haciendo necesario que apoyase las manos sobre un húmedo muro de piedra. Respiró con dificultad, sintiendo la presión de sus pulmones fruto de la ansiedad.
Tenía que dar con él si quería conservar un mínimo de cordura para poder completar su venganza. Alzó la vista, abrazándose con fuerza la cintura con los dos brazos, intentando regular los latidos de su corazón. Las escaleras de piedra de lo que parecía un templo se alzaban oscuras al frente.
Y en la puerta la mestiza pudo ver, sin ningún tipo de duda, a un soldado vestido con las ropas que usaban los militares en Assu.
El dolor se transformó en sonrisa en la expresión enajenada de la mestiza. De pronto, el aire entraba a raudales en ella, y el dolor nacido del recuerdo de la tortura a Ayla se disolvió, convirtiéndose en un eco lejano. Se irguió, echando los hombros bien hacia atrás y caminó pegando su figura al muro.
El soldado la vería cuando fuese demasiado tarde. Pero pensaba asegurarse de que fuese su cara lo último que viesen los ojos de Otto en aquel mundo.
Iori Li
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Re: 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
A Valeria le sorprendió un poco que la invitaran a la pequeña reunión-interrogatorio tras el enfrentamiento. Claro que, quizá, eso de capturar a la instigadora de todos los males sucedidos recientemente en Rume y obligarla a ordenar el cese del ataque le daba a una esa clase de influencia.
Solo que ella sabía que Merkland no era la instigadora de todo aquello, no realmente. Había alguien más arriba y, a pesar de la obcecación de las demás sacerdotisas, en especial Peirak, con el asesinato de Juthrin, la acusada se las arregló para transmitir el nombre que verdaderamente importaba. Cuatro villas servidas en bandeja de plata a una única persona, quien había prometido grandeza y poder bajo su mando a aquellos dispuestos a traicionar a sus vecinos.
Así que allí estaba, viendo sollozar, de impotencia a una y de rabia a otra, a dos mujeres adultas mientras sus compañeras se miraban indecisas ante la inesperada situación. ¿Y por qué Güiz’Rmon la había mirado a ella al mencionar eso de la decisión correcta?
—Si me permitís una pregunta… —habló para alejar de su mente cualquier especulación relativa al joven sacerdote.
Una de las sacerdotisas la invitó con un gesto a continuar y ella se dirigió a una resignada Merkland.
—Has mencionado varias veces eso de que Nerfarein llegará pronto. ¿De cuánto tiempo estamos hablando?, ¿un par de meses, un par de semanas…?
—¡Días, menos de una semana! —dijo la prisionera con un cansino toque de frustración—. Ya estaba de camino, por eso tuve que acelerar las cosas para…
—¡Te refieres a matar a Juthrin! —volvió a berrear Peirak.
Demasiado emocional. ¿No se suponía que sacerdotes y sacerdotisas entrenaban para mostrar una expresión calmada y ecuánime en todo momento? Perdían de vista la parte importante en todo aquello, la razón por la que el amigo de la posada había estado tan seguro de que ya no había nada que hacer.
Valeria dejó que Eleandris y las sacerdotisas siguieran discutiendo el destino de la acusada mientras sus pensamientos regresaban al hermano de la posadera. Aunque todos los presentes conocían la existencia de la placa de Milto a aquellas alturas, nadie había preguntado por su paradero. Puede que el hombre no fuera tan importante como se creía, después de todo, o quizá habían asumido que había tenido que matarlo para obtener la información y preferían ahorrarse los detalles. En cualquier caso, Valeria había aprendido hacía mucho que siempre era preferible guardarse cierta información mientras no resultase imprescindible transmitirla. Y quién sabía si el tipo aún resultaría útil.
En cuanto a Merkland, por lo que a ella le importaba, si la tipa era tan chapucera como para dejarse atrapar, se merecía el castigo que le impusieran. Aunque nadie parecía inclinado por una muerte rápida.
—Yo no la soltaría mientras ese Nerfarein ande por aquí, eso está claro —intervino Valeria cuando percibió una pausa en la conversación. Después, se aclaró la garganta para añadir—: Tal y como pintan las cosas, diría que hay algo en lo que tiene mucha razón: Solo la muerte de ese tipo va a parar sus planes.
«Y los ciudadanos van a exigir un culpable», fue lo que dejó en el aire, flotando en el silencio que siguió a sus palabras. Un resoplido entre frustrado y burlesco lo interrumpió y todas las miradas volvieron a posarse en Merkland.
—Solo su guardia personal reúne más soldados que adultos sanos quedan en Rume —dijo con voz cansada—. ¿Cómo vais a matarlo rodeado de su ejército?
Valeria dejó que el silencio macerase un poco más mientras se levantaba de su asiento y caminaba con calma hasta acuclillarse frente a la arrodillada sacerdotisa.
—No hace falta un ejército para matar a un hombre —dijo entonces—. O a una mujer, ¿no es cierto? Y ¿acaso tu guardia personal evitó que te apoyaran una daga en el cuello?
Mantuvo la mirada fija en los ojos de Merkland, principalmente para evitar mirar a las demás sacerdotisas. Debían llegar a la conclusión obvia por su cuenta, sin presiones. Al cabo de un momento, la ausencia de réplica clamaba como un repique de campanas. Cuando Valeria se levantó de nuevo, las demás sacerdotisas evitaron su mirada. Ninguna se atrevió a manifestar su acuerdo en voz alta, pero no era necesario.
—Partiré hoy mismo —dijo—. En cuanto haya hecho los preparativos. Creo saber cómo localizar a nuestro amigo.
Sin más preámbulos, se despidió de Eleandris con un asentimiento y abandonó la sala, apenas consciente de que, por primera vez en su vida, había aceptado un contrato para asesinar a un hombre. ¡Y ni siquiera había negociado el pago!
Evitó los jardines del templo, donde imaginó a Güiz’Rmon sosegando su corazón inquieto, y se dirigió a la posada por el camino más rápido. Una breve conversación con Radeka bastó para anunciarle su partida y agenciarse un lugar donde guardar los bultos más pesados, pues debía viajar sin impedimentos. Pero, cuando finalmente ascendió por la escalera del local, no se dirigió inmediatamente a su habitación, sino que atravesó de nuevo la puerta que había bloqueado mágicamente la noche anterior y volvió a cerrarla tras de sí.
Unos golpes ahogados por la madera del armario le revelaron que su amigo estaba despierto. Valeria abrió la puerta de un tirón y Milto Pueyrredón cayó al suelo hecho una bola, rodó sobre sí mismo para ver mejor a su rescatadora y abrió los ojos en una mueca que a la susodicha le recordó a un búfalo sufriendo una apoplejía.
—Alégrate, cariño —le dijo luciendo su más resplandeciente sonrisa—: ¡estás vivo! ¿Qué dices? No se te entiende nada con ese trapo en la boca. Muy bien, de acuerdo, te lo quito —añadió agachándose junto al hombre—. Pero, antes de que te emociones y salgas corriendo a abrazar a tus seres queridos, déjame decirte que anoche hubo una batalla en el pueblo y tus kadosh fueron derrotados. Con grandes bajas, eso sí, pero derrotados. La propia Merkland está arrodillada en el templo esperando su sentencia y si tú no has sido arrastrado allí todavía es porque nadie te considera lo bastante importante para pedir tu cabeza. Por ahora.
—Mientes —dijo el hombre con voz ronca cuando fue liberado de la mordaza.
—Echa un vistazo por ti mismo.
Valeria desligó sus piernas, pero no los brazos, lo ayudó a levantarse y lo acompañó a la ventana, desde donde la luz de la mañana iluminaba el campo de batalla de la noche anterior. El lamentable espectáculo no revelaba en sí mismo el vencedor del conflicto. Para eso, tendría que servir su propia presencia.
—Ahora mismo —susurró mientras el hombre contemplaba en silencio el traslado de cuerpos por el pueblo—, una palabra mía es lo único que te separa de la horca.
—¿Y qué te impide pronunciarla?
—¡Ah, un hombre de negocios! Justo como a mí me gustan.
Milto arrugó el gesto ante el comentario, pero Valeria no le dejó hablar.
—Vas a llevarme hasta Nerfarein.
—En tus sueños.
—No me rompas la ilusión, tengo muchas ganas de verlo.
—¿Es que quieres unirte a él ahora? —preguntó Milto con sorna.
—Algo así.
Milto le lanzó una mirada escrutadora.
—No pensarás que tienes alguna oportunidad contra él. Tiene…
—¿Un ejército a sus órdenes? —interrumpió Valeria, que ya se estaba cansando de tantas menciones al maldito ejército—. Eso es problema mío, ¿No crees? Venga, hombre, pensé que querrías estar cerca de él, dado que nadie más va a protegerte en Rume. Ah, ahora estás pensando en contactar con alguno de tus amiguitos de las villas cercanas. ¿Ves como sí querías venir? ¡Pues nos vamos! Recoge tus cosas.
Si a Radeka le sorprendió ver a su hermano partir con una clienta, se cuidó mucho de hacer comentario alguno. Por lo que Valeria había presenciado durante su estancia en Rume, quizá la mujer tuviera miedo de que, si abría la boca, no lograría librarse de él. La que sí se sorprendió fue la propia Valeria, al ver quién la esperaba dispuesto a embarcarse con ella en aquella estúpida misión.
—Te imaginaba inspirando a los hombres a defender su tierra hasta el último aliento —le dijo a Eleandris con una sonrisa amable.
Ya había caído la noche cuando llegaron a las cercanías de Glath, pero en lugar de la calurosa bienvenida que Milto llevaba prometiéndoles todo el viaje desde Rume, no encontraron más que el mismo silencio y soledad que les había acompañado toda la jornada.
—¿Seguro que no nos hemos perdido por el camino? —preguntó Valeria, temiendo que le fuera a tocar pasar la noche a la intemperie, turnándose para vigilar que Milto no les clavara una daga en las costillas al primer descuido—. Todo el paisaje es tan… invariable.
Y aún lo parecía más desde que el gris, cada vez más oscuro, había sustituido al blancuzco semihomogéneo de la estepa invernal. Sus palabras, sin embargo, parecieron funcionar como un conjuro que trajo ante los viajeros los primeros signos de civilización, si no de vida.
—N-no lo entiendo —musitó Milto, desconcertado—. Riyeth tendría que haber…
—Quieto ahí. ¿Estás insinuando que esto… —dijo Valeria señalando la destrucción a su alrededor—... es Glath?
El silencio de Milto fue más elocuente que todo un discurso.
—Adiós a la idea de un baño caliente y una cama blandita. Supongo que habrá que ir buscando un sitio para pasar la noche. A no ser que planees continuar la marcha —le dijo a Eleandris y, tras considerarlo un momento, añadió—: Mejor cuando dejemos atrás este lugar.
No hacía mucho que habían abandonado los restos de Glath cuando un resplandor a lo lejos los alertó de la presencia de un campamento. Esperando supervivientes que pudieran explicarles lo que había sucedido en la derruida villa, se encaminaron en su dirección pero, una vez allí, algo en el variopinto grupo gritaba “extranjeros” a ojos de Valeria.
—¿Te suena alguno? —preguntó a Milto entre dientes mientras se hacía el silencio en torno a la hoguera.
El mutismo obstinado del hombre colmó la paciencia de Valeria que, siguiendo un impulso, tiró de su brazo hasta colocarlo de cara a la luz.
—Buenas noches —dijo entonces a los acampados y, en un fluido movimiento, se volvió hacia su prisionero y le abrió capa, chaquetón y camisa para dejar su pecho tatuado al descubierto—. ¿Por casualidad alguno de los presentes tiene uno de estos?
Para su sorpresa, uno de los presentes dio, de hecho, un par de lentos pasos al frente, sonriendo sin la menor alegría.
—Milto… —dijo en un tono que entrañaba peligro por sí mismo—. ¿Qué haces aquí? Estabas tardando demasiado en resultar inútil.
El aludido apretó los dientes, aparentemente reacio a confrontar al tipo. Éste, con un rictus despectivo en el rostro, se subió la manga izquierda con parsimonia para mostrarle a Valeria el mismo extraño símbolo grabado en su antebrazo.
—Ya veo —murmuró ella—. Parece que lo de Glath tampoco salió de acuerdo al plan…
Para entonces, Eleandris había reconocido algunas caras entre los presentes y Valeria se fue retirando discretamente a un segundo plano mientras él conducía las explicaciones. En especial, al percibir la mirada asesina de un atractivo elfo de ojos grises. ¿Qué edad tendría? No parecía mayor que ella, pero los elfos vivían mucho, mucho más que un brujo, manteniendo una apariencia joven… Pero no, debía concentrarse en lo importante, estaban hablando de la situación de Assu y Mirza… Una salerosa mujer pasó a su lado ofreciendo vino y embutidos con una sonrisa.
—Sí, por favor —respondió Valeria sin pensar, y se bebió el vaso de un trago.
Mala idea, uno de los elfos tenía los ojos verdes. ¿Qué? No, eso no era lo importante. Lo importante era que los elfos no estaban bebiendo. Casi ninguno. Eleandris había salido sutilmente en su defensa, pero en semejante compañía, era preferible no descuidarse. Rechazó amablemente un segundo vaso a un hombre muy amable que recogió el que había vaciado y le tendió unas monedas en pago. Después se acercó al fuego y prestó atención a la conversación mientras se calentaba las manos. Sí, eso era lo importante. A su lado, Milto asentía complacido mientras el elfo de los ojos grises resumía a grandes rasgos la situación en la comarca:
—Mirza, Assu, Glath, Rume.
A Valeria no le pasó por alto el ostensible modo en que evitaba mirarla a ella y, curiosamente, también al elfo de ojos verdes. Por alguna razón, aquello lo hacía más interesante. «No, céntrate».
—De modo que todo está conectado —continuó el elfo—. Pero nada ha terminado. En Mirza un ejército de al menos dos centenares de efectivos está esperando algo.
—Te lo dije, demonio —bufó Milto a su lado, oscureciendo ligeramente las palabras del resto.
Su comentario llegó a oídos de la elfa, con quien Valeria estaba segura de haber tratado antes aunque, con la tensión del momento, no lograba recordar en qué contexto. La mujer no consiguió contener del todo una risita condescendiente antes de preguntar:
—¿A qué viene eso?
—Solo un apelativo cariñoso —respondió Valeria, acompañando sus palabras de la mejor de sus sonrisas.
Aceptó con agradecimiento algo de la comida que ofrecía amablemente (es decir, onerosamente) el comerciante de sal y se concentró de nuevo en la conversación.
—¿Qué líder? —preguntó, sombrío, el elfo de ojos grises.
—Jawz Nerfarein se llama —respondió Eleandris. Con su porte marcial y la armadura resplandeciendo a la luz cambiante de la hoguera, parecía un héroe de leyenda desgranando el plan de ataque para sus soldados—. Ha tejido un entramado que ha desestabilizado la región al completo. Al parecer, ni siquiera los aeros funcionan aquí pero desconozco el propósito final. Sea lo que sea, tenemos una lista de nombres y unas intenciones de control sobre esta zona, todo concentrado en ese hombre. —Todo un detalle, ese “tenemos”—. No sé si la destrucción de Glath estaba en los planes o si es el resultado de la oposición a todo esto. ¿Dices entonces que Mirza y Assu están enzarzados en un conflicto directo? ¿Sabes cuál es el motivo del problema?
—Hacerse rico a costa de otros, ¿cuál va a ser el propósito final? —murmuró Valeria a nadie en particular antes de dar otro bocado a su inesperada cena.
—Otro era el destino que aguardaba a Glath —dijo el hombre que había mostrado el tatuaje momentos antes. Parecía más dispuesto a colaborar de lo que lo estaba Milto—. Nuestras órdenes estaban encauzadas a generar el caos en la ciudad, subyugar a la población. Lo sucedido fue un infortunio en el que nos vimos envueltos sin pedirlo.
—Entonces… —empezó a balbucear Milto, impidiendo que a Valeria le llegaran las palabras de la elfa—, ¿Glath está fuera?
—¿Preocupado por Glath? —le dijo Valeria—. ¿O calculando el aumento de la tajada?
El hombre del tatuaje, que había oído el intercambio, se volvió hacia Milto y, con gesto de desagrado, casi escupió:
—Nada queda en Glath que pueda servir a la causa. Y nada me queda a mí que me haga sentir lealtad por nuestro señor. Por mí, que se pudra en el averno. Maldito sea el día en que aceptamos el cobro por luchar por su causa. Mis hombres han muerto todos en ese maldito agujero —añadió con un gesto en dirección a lo que había sido Glath.
Ante la actitud del hombre, mercenario, a juzgar por su porte y equipo, Valeria se volvió hacia Milto con cara de circunstancias. Éste parecía nervioso, aunque logró mantenerle la mirada.
—Aun sin Glath y sin los paica, Nerfarein tiene un ejército. ¿Qué tenéis vosotros? No podéis ganar.
El mercenario dio un resoplido y se alejó de la hoguera.
—Precisamente por esa forma de pensar, vosotros habéis fracasado —dijo Eleandris, con una sonrisa. Parecía cómodo en ese ambiente. Después se volvió hacia Valeria y añadió—: Si Dundarak está realmente detrás de todo esto, la falta de tiempo parece jugar más a nuestro favor que en contra.
—Que Nerfarein venga de Dundarak no implica necesariamente a toda la ciudad —le recordó Valeria—. Aunque estoy de acuerdo en que hay que darse prisa.
—Pero sí implica que no sabemos de quién fiarnos —respondió el elfo y, señalando a Milto, añadió—: Hemos dormido en la posada que regentaba él.
—Iban a ejecutar niños para seguir las órdenes de ese hombre. Yo tengo muy claro de quien fiarme.
Tras esa respuesta, algo más brusca de lo que había pretendido, Valeria se acercó a uno de los comerciantes de sal para pedirle otro vaso de vino. Lo estaba necesitando. El hombre le sirvió con premura y le ofreció algo más de comida que ella aceptó agradecida. Más calmada, tras un trago largo de vino, aunque más lento que el primero, se centró de nuevo en la conversación que estaba teniendo lugar en torno a la hoguera.
—Si ese Jawz ha perdido Rume y ha eliminado Glath —estaba diciendo el elfo de ojos grises—, y aún no se ha unido a las tropas de Mirza... Dundarak es viaje largo. —Parecía hablar más para sí mismo que para el resto—. Se le puede interceptar. —Y, con una sonrisa, se volvió hacia la elfa—. No puedo dejarlo así. Simplemente, no me es posible.
—Dudo que sepa aún lo de Rume —comentó entonces Valeria—, lo esperaban en unos días.
El elfo tensó la mandíbula, pero no dijo nada. Valeria ya se estaba haciendo a la idea de que el silencio sería, probablemente, lo más agradable que podía esperar del tipo. A su espalda, los comerciantes hablaban en voz baja con la elfa, parecían estar planeando un viaje al sur. Sin el de los ojos grises, por lo visto. Eleandris, por su parte, se disculpó educadamente con Valeria antes de lanzarse a conferenciar en élfico con el moreno.
Aquel fue el momento que el de los ojos verdes eligió para intervenir. Valeria, que había estado poniendo la oreja para ver cuánto era capaz de pillar de la conversación de los otros dos, casi dio un respingo al percatarse de su presencia. No podía distraerse así, no con un elfo manifiestamente hostil y otro de ojos verdes en las inmediaciones.
—Tú, humano —dijo el ojos verdes llamando a Milto, como quien se dirige a una bestia de carga—. ¿Cuáles son las intenciones del tal Nerfarein? ¿Dónde están sus efectivos? Y, lo más importante, ¿cómo se le puede detener?
Para sorpresa de Valeria, el aludido casi se atragantó con las palabras cuando le faltó el tiempo para responder:
—Lord Nerfarein busca restaurar la fortuna familiar con los recursos de toda ésta región, eso han dicho siempre Illuna y Arveill. Debíamos controlar la región, pero tiene su propia guardia que lo protege. Un séquito de unos cincuenta soldados bien entrenados. Si el ejército de Mirza y Assu ya está en el norte, en días estará allí.
—¿Así, tan fácil? —murmuró Valeria totalmente desconcertada—. ¿Y qué hay de lo de anoche? Yo que creía que teníamos algo especial.
Milto parecía tan sorprendido como ella, pero el elfo no le dio cuartel.
—Algún flanco débil debe tener —atacó—. ¿Qué sabes a ese respecto? ¿Cuáles son sus flaquezas?
—Es calculador, y no se fía ni de sus propios elegidos. Posee una fortaleza al norte de Mirza. Pero con esos soldados de Assu no tendréis nada que hacer.
—Y dale con los soldados —murmuró una vez más Valeria, que no se perdía detalle del intercambio.
—Los megalómanos nunca se fían ni de su sombra —fue el comentario del elfo, que se puso en pie, aparentemente, dando por terminado el interrogatorio—. Por eso suele ser fácil destronarlos. Solo tienes que crear caos. Voy a por más leña.
Y, con esas palabras finales, se alejó del fuego. Valeria lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la oscuridad, repasando mentalmente el intercambio para tratar de entender lo que acababa de pasar. Apenas fue consciente de la aparición de una enigmática mujer que debía de haber estado siguiendo la conversación desde el interior del carromato de los comerciantes de sal.
—Típico de humanos, hacernos creer parte de un tablero de ajedrez fingiendo que podemos encontrar sentido —dijo entre sorbo y sorbo de vino—. Aún no entiendo bien qué se os ha perdido en una guerra que está destinada a perder. ¿Acaso ganáis algo apoyando a tal o cual facción? Lo único que yo veo aquí es tres elfos convenciéndonos a unirnos a una guerra que no es nuestra. Sé que tú poco tienes que ver en esto —añadió dirigiéndose a la mujer elfa—. Los túneles de Sacrestic no son camino sencillo…
Ajena a las diferentes conversaciones que suscitó la intervención de la recién llegada, Valeria permaneció junto al fuego, meditando sobre la pregunta de la mujer. ¿Por qué cuernos se había metido en ese embrollo? Nadie le había pedido que se congelara el culo estepa arriba para matar a un hombre que nada le había hecho a ella. Se había ofrecido, así, sin más.
Incómoda con sus propios pensamientos y con el cariz que estaba tomando la conversación junto al fuego, dio un último trago de vino y, tras devolver el vaso al amable comerciante, se alejó por la dirección que se había marchado el elfo de ojos verdes. Le llevó un rato dar con él en la oscuridad que quedó tras apartarse de las llamas, pero tan pronto como lo halló, no perdió el tiempo en prolegómenos.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó a su espalda—. Que Milto te lo contara todo, así, sin más.
El hombre se volvió hacia ella y le respondió en el mismo estilo directo.
—El colgante que llevo al cuello obliga a la gente a decir la verdad cuando les pregunto algo. —Y, tras susurrar lo que parecía una maldición, añadió—: Lo cual, como puedes ver, también me afecta a mi.
Valeria guardó silencio durante un momento. Su mente se lanzó con avidez sobre aquella información, ansiosa por librarse de la necesidad de autorreflexión. Un colgante que obligaba a la gente a decir la verdad. Cuántas posibilidades tenía aquello.
—¿Funciona solo contigo o podría usarlo otra persona?
—Solo el portador tiene la capacidad de extraer la verdad —respondió el elfo con evidente reticencia—. Pero debe contestar a cualquiera que le pregunte.
—¿Me lo venderías? —disparó Valeria antes de que el hombre pudiera recuperarse.
La pregunta pareció desconcertarlo.
—No puedo quitármelo hasta la siguiente luna nueva —dijo finalmente—. Después estaré encantado de deshacerme de él.
«Apuesto a que sí», pensó Valeria, que no pudo evitar una maldición entre dientes.
—Muy tarde, me temo —le dijo—. Voy a matar a Jawz Nerfarein y una habilidad así me vendría muy bien para llegar hasta él a pesar de su maldito ejército. ¿Cómo puedo convencerte de que me acompañes?
El elfo, que parecía más molesto a cada momento, se cruzó de brazos antes de responder.
—Nada me ata a vuestra misión, excepto que yo mismo me dirijo al norte. Solo la amenaza de que le desveléis a los Ojosverdes dónde me encuentro y hacia dónde me dirijo me obligaría a seguiros.
Sorprendida por la mención a los Ojosverdes, Valeria abrió la boca con intención de preguntar qué podía tener el clan contra él. Pero se contuvo cuando el hombre añadió:
—Podrías dejar de hacerme preguntas, eso también ayudaría.
Valeria tragó saliva antes de continuar. ¿Realmente estaba a punto de hacer lo que estaba a punto de hacer? Sin duda, aquel colgante podía suponer una enorme ventaja en una misión suicida. Mejor no pararse a pensar qué se le había perdido a ella en una misión suicida.
—Nada de preguntas, entonces —dijo—. Bien, tampoco pretenderé que tengo contactos con esa gente tan… agradable, pero le haré saber a Eleandris ese dato, gracias.
Y estaba hecho, así de fácil. El momento quedó sellado con unos instantes de tenso silencio. Solo unos instantes, antes de que el hombre sonriera repentinamente.
—¿Qué asuntos te llevan a enfrentarte a Nerfarein? —disparó—. ¿Por qué tanto interés?
Valeria sintió entonces el poder del colgante en su propia carne. Sin mediar voluntad alguna por su parte, sus labios se abrieron para formular una respuesta que se había negado incluso a sí misma.
—Merece morir —soltó, como si de un maldito espíritu vengador se tratara—. La gente como él cree que puede pisotear a los demás porque no tienen quién los defienda. Pero a veces el débil no muere —añadió, sintiendo cómo se le aceleraba el pulso y las manos comenzaban a temblarle—. A veces, el débil se vuelve más fuerte y regresa para clavarle una daga entre las costillas. A él o a cualquiera como él.
Apretó los dientes, luchando por retener los pensamientos que comenzaban a acudir a su mente. No estaba dispuesta a descubrirse completamente ante ese hombre(1). Su boca, sin embargo, luchaba por rematar su respuesta. Valeria miró con furia al elfo. No era él quien la enojaba, no realmente, sino su propia sensación de impotencia.
—Merece morir —dijo finalmente.
Y, antes de que sus labios la traicionaran de nuevo, se dio la vuelta y regresó al campamento. Ni siquiera lo oyó caminar tras ella hasta que se encontró con varios pares de ojos mirando en su dirección y el sonido de la leña cayendo al suelo a su espalda. Eleandris alimentó el fuego con la madera recién recogida y Valeria se acercó a él, pretendiendo que era el frío lo que la tenía temblando.
—Tu amigo de Ojos Verdes se ha ofrecido a ayudar con Nerfarein —le dijo, lo bastante alto para que lo oyera el aludido.
—Admito que eso me anima un poco —respondió Eleandris—. Me estaba viendo solo tratando de resolver todo este asunto. Solo espero que el muchacho que busco esté bien.
Milto respondió al comentario con uno de sus bufidos despectivos.
—Milto también viene —añadió Valeria con la vista fija en las llamas, antes de que el hombre tuviera tiempo de mencionar el condenado ejército.
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OFF: (1) Reike tiene un rasgo y talento dedicados específicamente a su fuerza de voluntad, de ahí que me haya parecido oportuno rolear cómo se resiste conscientemente al poder del colgante (después de haber soltado lo importante xD)
Solo que ella sabía que Merkland no era la instigadora de todo aquello, no realmente. Había alguien más arriba y, a pesar de la obcecación de las demás sacerdotisas, en especial Peirak, con el asesinato de Juthrin, la acusada se las arregló para transmitir el nombre que verdaderamente importaba. Cuatro villas servidas en bandeja de plata a una única persona, quien había prometido grandeza y poder bajo su mando a aquellos dispuestos a traicionar a sus vecinos.
Así que allí estaba, viendo sollozar, de impotencia a una y de rabia a otra, a dos mujeres adultas mientras sus compañeras se miraban indecisas ante la inesperada situación. ¿Y por qué Güiz’Rmon la había mirado a ella al mencionar eso de la decisión correcta?
—Si me permitís una pregunta… —habló para alejar de su mente cualquier especulación relativa al joven sacerdote.
Una de las sacerdotisas la invitó con un gesto a continuar y ella se dirigió a una resignada Merkland.
—Has mencionado varias veces eso de que Nerfarein llegará pronto. ¿De cuánto tiempo estamos hablando?, ¿un par de meses, un par de semanas…?
—¡Días, menos de una semana! —dijo la prisionera con un cansino toque de frustración—. Ya estaba de camino, por eso tuve que acelerar las cosas para…
—¡Te refieres a matar a Juthrin! —volvió a berrear Peirak.
Demasiado emocional. ¿No se suponía que sacerdotes y sacerdotisas entrenaban para mostrar una expresión calmada y ecuánime en todo momento? Perdían de vista la parte importante en todo aquello, la razón por la que el amigo de la posada había estado tan seguro de que ya no había nada que hacer.
Valeria dejó que Eleandris y las sacerdotisas siguieran discutiendo el destino de la acusada mientras sus pensamientos regresaban al hermano de la posadera. Aunque todos los presentes conocían la existencia de la placa de Milto a aquellas alturas, nadie había preguntado por su paradero. Puede que el hombre no fuera tan importante como se creía, después de todo, o quizá habían asumido que había tenido que matarlo para obtener la información y preferían ahorrarse los detalles. En cualquier caso, Valeria había aprendido hacía mucho que siempre era preferible guardarse cierta información mientras no resultase imprescindible transmitirla. Y quién sabía si el tipo aún resultaría útil.
En cuanto a Merkland, por lo que a ella le importaba, si la tipa era tan chapucera como para dejarse atrapar, se merecía el castigo que le impusieran. Aunque nadie parecía inclinado por una muerte rápida.
—Yo no la soltaría mientras ese Nerfarein ande por aquí, eso está claro —intervino Valeria cuando percibió una pausa en la conversación. Después, se aclaró la garganta para añadir—: Tal y como pintan las cosas, diría que hay algo en lo que tiene mucha razón: Solo la muerte de ese tipo va a parar sus planes.
«Y los ciudadanos van a exigir un culpable», fue lo que dejó en el aire, flotando en el silencio que siguió a sus palabras. Un resoplido entre frustrado y burlesco lo interrumpió y todas las miradas volvieron a posarse en Merkland.
—Solo su guardia personal reúne más soldados que adultos sanos quedan en Rume —dijo con voz cansada—. ¿Cómo vais a matarlo rodeado de su ejército?
Valeria dejó que el silencio macerase un poco más mientras se levantaba de su asiento y caminaba con calma hasta acuclillarse frente a la arrodillada sacerdotisa.
—No hace falta un ejército para matar a un hombre —dijo entonces—. O a una mujer, ¿no es cierto? Y ¿acaso tu guardia personal evitó que te apoyaran una daga en el cuello?
Mantuvo la mirada fija en los ojos de Merkland, principalmente para evitar mirar a las demás sacerdotisas. Debían llegar a la conclusión obvia por su cuenta, sin presiones. Al cabo de un momento, la ausencia de réplica clamaba como un repique de campanas. Cuando Valeria se levantó de nuevo, las demás sacerdotisas evitaron su mirada. Ninguna se atrevió a manifestar su acuerdo en voz alta, pero no era necesario.
—Partiré hoy mismo —dijo—. En cuanto haya hecho los preparativos. Creo saber cómo localizar a nuestro amigo.
Sin más preámbulos, se despidió de Eleandris con un asentimiento y abandonó la sala, apenas consciente de que, por primera vez en su vida, había aceptado un contrato para asesinar a un hombre. ¡Y ni siquiera había negociado el pago!
Evitó los jardines del templo, donde imaginó a Güiz’Rmon sosegando su corazón inquieto, y se dirigió a la posada por el camino más rápido. Una breve conversación con Radeka bastó para anunciarle su partida y agenciarse un lugar donde guardar los bultos más pesados, pues debía viajar sin impedimentos. Pero, cuando finalmente ascendió por la escalera del local, no se dirigió inmediatamente a su habitación, sino que atravesó de nuevo la puerta que había bloqueado mágicamente la noche anterior y volvió a cerrarla tras de sí.
Unos golpes ahogados por la madera del armario le revelaron que su amigo estaba despierto. Valeria abrió la puerta de un tirón y Milto Pueyrredón cayó al suelo hecho una bola, rodó sobre sí mismo para ver mejor a su rescatadora y abrió los ojos en una mueca que a la susodicha le recordó a un búfalo sufriendo una apoplejía.
—Alégrate, cariño —le dijo luciendo su más resplandeciente sonrisa—: ¡estás vivo! ¿Qué dices? No se te entiende nada con ese trapo en la boca. Muy bien, de acuerdo, te lo quito —añadió agachándose junto al hombre—. Pero, antes de que te emociones y salgas corriendo a abrazar a tus seres queridos, déjame decirte que anoche hubo una batalla en el pueblo y tus kadosh fueron derrotados. Con grandes bajas, eso sí, pero derrotados. La propia Merkland está arrodillada en el templo esperando su sentencia y si tú no has sido arrastrado allí todavía es porque nadie te considera lo bastante importante para pedir tu cabeza. Por ahora.
—Mientes —dijo el hombre con voz ronca cuando fue liberado de la mordaza.
—Echa un vistazo por ti mismo.
Valeria desligó sus piernas, pero no los brazos, lo ayudó a levantarse y lo acompañó a la ventana, desde donde la luz de la mañana iluminaba el campo de batalla de la noche anterior. El lamentable espectáculo no revelaba en sí mismo el vencedor del conflicto. Para eso, tendría que servir su propia presencia.
—Ahora mismo —susurró mientras el hombre contemplaba en silencio el traslado de cuerpos por el pueblo—, una palabra mía es lo único que te separa de la horca.
—¿Y qué te impide pronunciarla?
—¡Ah, un hombre de negocios! Justo como a mí me gustan.
Milto arrugó el gesto ante el comentario, pero Valeria no le dejó hablar.
—Vas a llevarme hasta Nerfarein.
—En tus sueños.
—No me rompas la ilusión, tengo muchas ganas de verlo.
—¿Es que quieres unirte a él ahora? —preguntó Milto con sorna.
—Algo así.
Milto le lanzó una mirada escrutadora.
—No pensarás que tienes alguna oportunidad contra él. Tiene…
—¿Un ejército a sus órdenes? —interrumpió Valeria, que ya se estaba cansando de tantas menciones al maldito ejército—. Eso es problema mío, ¿No crees? Venga, hombre, pensé que querrías estar cerca de él, dado que nadie más va a protegerte en Rume. Ah, ahora estás pensando en contactar con alguno de tus amiguitos de las villas cercanas. ¿Ves como sí querías venir? ¡Pues nos vamos! Recoge tus cosas.
Si a Radeka le sorprendió ver a su hermano partir con una clienta, se cuidó mucho de hacer comentario alguno. Por lo que Valeria había presenciado durante su estancia en Rume, quizá la mujer tuviera miedo de que, si abría la boca, no lograría librarse de él. La que sí se sorprendió fue la propia Valeria, al ver quién la esperaba dispuesto a embarcarse con ella en aquella estúpida misión.
—Te imaginaba inspirando a los hombres a defender su tierra hasta el último aliento —le dijo a Eleandris con una sonrisa amable.
Ya había caído la noche cuando llegaron a las cercanías de Glath, pero en lugar de la calurosa bienvenida que Milto llevaba prometiéndoles todo el viaje desde Rume, no encontraron más que el mismo silencio y soledad que les había acompañado toda la jornada.
—¿Seguro que no nos hemos perdido por el camino? —preguntó Valeria, temiendo que le fuera a tocar pasar la noche a la intemperie, turnándose para vigilar que Milto no les clavara una daga en las costillas al primer descuido—. Todo el paisaje es tan… invariable.
Y aún lo parecía más desde que el gris, cada vez más oscuro, había sustituido al blancuzco semihomogéneo de la estepa invernal. Sus palabras, sin embargo, parecieron funcionar como un conjuro que trajo ante los viajeros los primeros signos de civilización, si no de vida.
—N-no lo entiendo —musitó Milto, desconcertado—. Riyeth tendría que haber…
—Quieto ahí. ¿Estás insinuando que esto… —dijo Valeria señalando la destrucción a su alrededor—... es Glath?
El silencio de Milto fue más elocuente que todo un discurso.
—Adiós a la idea de un baño caliente y una cama blandita. Supongo que habrá que ir buscando un sitio para pasar la noche. A no ser que planees continuar la marcha —le dijo a Eleandris y, tras considerarlo un momento, añadió—: Mejor cuando dejemos atrás este lugar.
No hacía mucho que habían abandonado los restos de Glath cuando un resplandor a lo lejos los alertó de la presencia de un campamento. Esperando supervivientes que pudieran explicarles lo que había sucedido en la derruida villa, se encaminaron en su dirección pero, una vez allí, algo en el variopinto grupo gritaba “extranjeros” a ojos de Valeria.
—¿Te suena alguno? —preguntó a Milto entre dientes mientras se hacía el silencio en torno a la hoguera.
El mutismo obstinado del hombre colmó la paciencia de Valeria que, siguiendo un impulso, tiró de su brazo hasta colocarlo de cara a la luz.
—Buenas noches —dijo entonces a los acampados y, en un fluido movimiento, se volvió hacia su prisionero y le abrió capa, chaquetón y camisa para dejar su pecho tatuado al descubierto—. ¿Por casualidad alguno de los presentes tiene uno de estos?
Para su sorpresa, uno de los presentes dio, de hecho, un par de lentos pasos al frente, sonriendo sin la menor alegría.
—Milto… —dijo en un tono que entrañaba peligro por sí mismo—. ¿Qué haces aquí? Estabas tardando demasiado en resultar inútil.
El aludido apretó los dientes, aparentemente reacio a confrontar al tipo. Éste, con un rictus despectivo en el rostro, se subió la manga izquierda con parsimonia para mostrarle a Valeria el mismo extraño símbolo grabado en su antebrazo.
—Ya veo —murmuró ella—. Parece que lo de Glath tampoco salió de acuerdo al plan…
Para entonces, Eleandris había reconocido algunas caras entre los presentes y Valeria se fue retirando discretamente a un segundo plano mientras él conducía las explicaciones. En especial, al percibir la mirada asesina de un atractivo elfo de ojos grises. ¿Qué edad tendría? No parecía mayor que ella, pero los elfos vivían mucho, mucho más que un brujo, manteniendo una apariencia joven… Pero no, debía concentrarse en lo importante, estaban hablando de la situación de Assu y Mirza… Una salerosa mujer pasó a su lado ofreciendo vino y embutidos con una sonrisa.
—Sí, por favor —respondió Valeria sin pensar, y se bebió el vaso de un trago.
Mala idea, uno de los elfos tenía los ojos verdes. ¿Qué? No, eso no era lo importante. Lo importante era que los elfos no estaban bebiendo. Casi ninguno. Eleandris había salido sutilmente en su defensa, pero en semejante compañía, era preferible no descuidarse. Rechazó amablemente un segundo vaso a un hombre muy amable que recogió el que había vaciado y le tendió unas monedas en pago. Después se acercó al fuego y prestó atención a la conversación mientras se calentaba las manos. Sí, eso era lo importante. A su lado, Milto asentía complacido mientras el elfo de los ojos grises resumía a grandes rasgos la situación en la comarca:
—Mirza, Assu, Glath, Rume.
A Valeria no le pasó por alto el ostensible modo en que evitaba mirarla a ella y, curiosamente, también al elfo de ojos verdes. Por alguna razón, aquello lo hacía más interesante. «No, céntrate».
—De modo que todo está conectado —continuó el elfo—. Pero nada ha terminado. En Mirza un ejército de al menos dos centenares de efectivos está esperando algo.
—Te lo dije, demonio —bufó Milto a su lado, oscureciendo ligeramente las palabras del resto.
Su comentario llegó a oídos de la elfa, con quien Valeria estaba segura de haber tratado antes aunque, con la tensión del momento, no lograba recordar en qué contexto. La mujer no consiguió contener del todo una risita condescendiente antes de preguntar:
—¿A qué viene eso?
—Solo un apelativo cariñoso —respondió Valeria, acompañando sus palabras de la mejor de sus sonrisas.
Aceptó con agradecimiento algo de la comida que ofrecía amablemente (es decir, onerosamente) el comerciante de sal y se concentró de nuevo en la conversación.
—¿Qué líder? —preguntó, sombrío, el elfo de ojos grises.
—Jawz Nerfarein se llama —respondió Eleandris. Con su porte marcial y la armadura resplandeciendo a la luz cambiante de la hoguera, parecía un héroe de leyenda desgranando el plan de ataque para sus soldados—. Ha tejido un entramado que ha desestabilizado la región al completo. Al parecer, ni siquiera los aeros funcionan aquí pero desconozco el propósito final. Sea lo que sea, tenemos una lista de nombres y unas intenciones de control sobre esta zona, todo concentrado en ese hombre. —Todo un detalle, ese “tenemos”—. No sé si la destrucción de Glath estaba en los planes o si es el resultado de la oposición a todo esto. ¿Dices entonces que Mirza y Assu están enzarzados en un conflicto directo? ¿Sabes cuál es el motivo del problema?
—Hacerse rico a costa de otros, ¿cuál va a ser el propósito final? —murmuró Valeria a nadie en particular antes de dar otro bocado a su inesperada cena.
—Otro era el destino que aguardaba a Glath —dijo el hombre que había mostrado el tatuaje momentos antes. Parecía más dispuesto a colaborar de lo que lo estaba Milto—. Nuestras órdenes estaban encauzadas a generar el caos en la ciudad, subyugar a la población. Lo sucedido fue un infortunio en el que nos vimos envueltos sin pedirlo.
—Entonces… —empezó a balbucear Milto, impidiendo que a Valeria le llegaran las palabras de la elfa—, ¿Glath está fuera?
—¿Preocupado por Glath? —le dijo Valeria—. ¿O calculando el aumento de la tajada?
El hombre del tatuaje, que había oído el intercambio, se volvió hacia Milto y, con gesto de desagrado, casi escupió:
—Nada queda en Glath que pueda servir a la causa. Y nada me queda a mí que me haga sentir lealtad por nuestro señor. Por mí, que se pudra en el averno. Maldito sea el día en que aceptamos el cobro por luchar por su causa. Mis hombres han muerto todos en ese maldito agujero —añadió con un gesto en dirección a lo que había sido Glath.
Ante la actitud del hombre, mercenario, a juzgar por su porte y equipo, Valeria se volvió hacia Milto con cara de circunstancias. Éste parecía nervioso, aunque logró mantenerle la mirada.
—Aun sin Glath y sin los paica, Nerfarein tiene un ejército. ¿Qué tenéis vosotros? No podéis ganar.
El mercenario dio un resoplido y se alejó de la hoguera.
—Precisamente por esa forma de pensar, vosotros habéis fracasado —dijo Eleandris, con una sonrisa. Parecía cómodo en ese ambiente. Después se volvió hacia Valeria y añadió—: Si Dundarak está realmente detrás de todo esto, la falta de tiempo parece jugar más a nuestro favor que en contra.
—Que Nerfarein venga de Dundarak no implica necesariamente a toda la ciudad —le recordó Valeria—. Aunque estoy de acuerdo en que hay que darse prisa.
—Pero sí implica que no sabemos de quién fiarnos —respondió el elfo y, señalando a Milto, añadió—: Hemos dormido en la posada que regentaba él.
—Iban a ejecutar niños para seguir las órdenes de ese hombre. Yo tengo muy claro de quien fiarme.
Tras esa respuesta, algo más brusca de lo que había pretendido, Valeria se acercó a uno de los comerciantes de sal para pedirle otro vaso de vino. Lo estaba necesitando. El hombre le sirvió con premura y le ofreció algo más de comida que ella aceptó agradecida. Más calmada, tras un trago largo de vino, aunque más lento que el primero, se centró de nuevo en la conversación que estaba teniendo lugar en torno a la hoguera.
—Si ese Jawz ha perdido Rume y ha eliminado Glath —estaba diciendo el elfo de ojos grises—, y aún no se ha unido a las tropas de Mirza... Dundarak es viaje largo. —Parecía hablar más para sí mismo que para el resto—. Se le puede interceptar. —Y, con una sonrisa, se volvió hacia la elfa—. No puedo dejarlo así. Simplemente, no me es posible.
—Dudo que sepa aún lo de Rume —comentó entonces Valeria—, lo esperaban en unos días.
El elfo tensó la mandíbula, pero no dijo nada. Valeria ya se estaba haciendo a la idea de que el silencio sería, probablemente, lo más agradable que podía esperar del tipo. A su espalda, los comerciantes hablaban en voz baja con la elfa, parecían estar planeando un viaje al sur. Sin el de los ojos grises, por lo visto. Eleandris, por su parte, se disculpó educadamente con Valeria antes de lanzarse a conferenciar en élfico con el moreno.
Aquel fue el momento que el de los ojos verdes eligió para intervenir. Valeria, que había estado poniendo la oreja para ver cuánto era capaz de pillar de la conversación de los otros dos, casi dio un respingo al percatarse de su presencia. No podía distraerse así, no con un elfo manifiestamente hostil y otro de ojos verdes en las inmediaciones.
—Tú, humano —dijo el ojos verdes llamando a Milto, como quien se dirige a una bestia de carga—. ¿Cuáles son las intenciones del tal Nerfarein? ¿Dónde están sus efectivos? Y, lo más importante, ¿cómo se le puede detener?
Para sorpresa de Valeria, el aludido casi se atragantó con las palabras cuando le faltó el tiempo para responder:
—Lord Nerfarein busca restaurar la fortuna familiar con los recursos de toda ésta región, eso han dicho siempre Illuna y Arveill. Debíamos controlar la región, pero tiene su propia guardia que lo protege. Un séquito de unos cincuenta soldados bien entrenados. Si el ejército de Mirza y Assu ya está en el norte, en días estará allí.
—¿Así, tan fácil? —murmuró Valeria totalmente desconcertada—. ¿Y qué hay de lo de anoche? Yo que creía que teníamos algo especial.
Milto parecía tan sorprendido como ella, pero el elfo no le dio cuartel.
—Algún flanco débil debe tener —atacó—. ¿Qué sabes a ese respecto? ¿Cuáles son sus flaquezas?
—Es calculador, y no se fía ni de sus propios elegidos. Posee una fortaleza al norte de Mirza. Pero con esos soldados de Assu no tendréis nada que hacer.
—Y dale con los soldados —murmuró una vez más Valeria, que no se perdía detalle del intercambio.
—Los megalómanos nunca se fían ni de su sombra —fue el comentario del elfo, que se puso en pie, aparentemente, dando por terminado el interrogatorio—. Por eso suele ser fácil destronarlos. Solo tienes que crear caos. Voy a por más leña.
Y, con esas palabras finales, se alejó del fuego. Valeria lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la oscuridad, repasando mentalmente el intercambio para tratar de entender lo que acababa de pasar. Apenas fue consciente de la aparición de una enigmática mujer que debía de haber estado siguiendo la conversación desde el interior del carromato de los comerciantes de sal.
—Típico de humanos, hacernos creer parte de un tablero de ajedrez fingiendo que podemos encontrar sentido —dijo entre sorbo y sorbo de vino—. Aún no entiendo bien qué se os ha perdido en una guerra que está destinada a perder. ¿Acaso ganáis algo apoyando a tal o cual facción? Lo único que yo veo aquí es tres elfos convenciéndonos a unirnos a una guerra que no es nuestra. Sé que tú poco tienes que ver en esto —añadió dirigiéndose a la mujer elfa—. Los túneles de Sacrestic no son camino sencillo…
Ajena a las diferentes conversaciones que suscitó la intervención de la recién llegada, Valeria permaneció junto al fuego, meditando sobre la pregunta de la mujer. ¿Por qué cuernos se había metido en ese embrollo? Nadie le había pedido que se congelara el culo estepa arriba para matar a un hombre que nada le había hecho a ella. Se había ofrecido, así, sin más.
Incómoda con sus propios pensamientos y con el cariz que estaba tomando la conversación junto al fuego, dio un último trago de vino y, tras devolver el vaso al amable comerciante, se alejó por la dirección que se había marchado el elfo de ojos verdes. Le llevó un rato dar con él en la oscuridad que quedó tras apartarse de las llamas, pero tan pronto como lo halló, no perdió el tiempo en prolegómenos.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó a su espalda—. Que Milto te lo contara todo, así, sin más.
El hombre se volvió hacia ella y le respondió en el mismo estilo directo.
—El colgante que llevo al cuello obliga a la gente a decir la verdad cuando les pregunto algo. —Y, tras susurrar lo que parecía una maldición, añadió—: Lo cual, como puedes ver, también me afecta a mi.
Valeria guardó silencio durante un momento. Su mente se lanzó con avidez sobre aquella información, ansiosa por librarse de la necesidad de autorreflexión. Un colgante que obligaba a la gente a decir la verdad. Cuántas posibilidades tenía aquello.
—¿Funciona solo contigo o podría usarlo otra persona?
—Solo el portador tiene la capacidad de extraer la verdad —respondió el elfo con evidente reticencia—. Pero debe contestar a cualquiera que le pregunte.
—¿Me lo venderías? —disparó Valeria antes de que el hombre pudiera recuperarse.
La pregunta pareció desconcertarlo.
—No puedo quitármelo hasta la siguiente luna nueva —dijo finalmente—. Después estaré encantado de deshacerme de él.
«Apuesto a que sí», pensó Valeria, que no pudo evitar una maldición entre dientes.
—Muy tarde, me temo —le dijo—. Voy a matar a Jawz Nerfarein y una habilidad así me vendría muy bien para llegar hasta él a pesar de su maldito ejército. ¿Cómo puedo convencerte de que me acompañes?
El elfo, que parecía más molesto a cada momento, se cruzó de brazos antes de responder.
—Nada me ata a vuestra misión, excepto que yo mismo me dirijo al norte. Solo la amenaza de que le desveléis a los Ojosverdes dónde me encuentro y hacia dónde me dirijo me obligaría a seguiros.
Sorprendida por la mención a los Ojosverdes, Valeria abrió la boca con intención de preguntar qué podía tener el clan contra él. Pero se contuvo cuando el hombre añadió:
—Podrías dejar de hacerme preguntas, eso también ayudaría.
Valeria tragó saliva antes de continuar. ¿Realmente estaba a punto de hacer lo que estaba a punto de hacer? Sin duda, aquel colgante podía suponer una enorme ventaja en una misión suicida. Mejor no pararse a pensar qué se le había perdido a ella en una misión suicida.
—Nada de preguntas, entonces —dijo—. Bien, tampoco pretenderé que tengo contactos con esa gente tan… agradable, pero le haré saber a Eleandris ese dato, gracias.
Y estaba hecho, así de fácil. El momento quedó sellado con unos instantes de tenso silencio. Solo unos instantes, antes de que el hombre sonriera repentinamente.
—¿Qué asuntos te llevan a enfrentarte a Nerfarein? —disparó—. ¿Por qué tanto interés?
Valeria sintió entonces el poder del colgante en su propia carne. Sin mediar voluntad alguna por su parte, sus labios se abrieron para formular una respuesta que se había negado incluso a sí misma.
—Merece morir —soltó, como si de un maldito espíritu vengador se tratara—. La gente como él cree que puede pisotear a los demás porque no tienen quién los defienda. Pero a veces el débil no muere —añadió, sintiendo cómo se le aceleraba el pulso y las manos comenzaban a temblarle—. A veces, el débil se vuelve más fuerte y regresa para clavarle una daga entre las costillas. A él o a cualquiera como él.
Apretó los dientes, luchando por retener los pensamientos que comenzaban a acudir a su mente. No estaba dispuesta a descubrirse completamente ante ese hombre(1). Su boca, sin embargo, luchaba por rematar su respuesta. Valeria miró con furia al elfo. No era él quien la enojaba, no realmente, sino su propia sensación de impotencia.
—Merece morir —dijo finalmente.
Y, antes de que sus labios la traicionaran de nuevo, se dio la vuelta y regresó al campamento. Ni siquiera lo oyó caminar tras ella hasta que se encontró con varios pares de ojos mirando en su dirección y el sonido de la leña cayendo al suelo a su espalda. Eleandris alimentó el fuego con la madera recién recogida y Valeria se acercó a él, pretendiendo que era el frío lo que la tenía temblando.
—Tu amigo de Ojos Verdes se ha ofrecido a ayudar con Nerfarein —le dijo, lo bastante alto para que lo oyera el aludido.
—Admito que eso me anima un poco —respondió Eleandris—. Me estaba viendo solo tratando de resolver todo este asunto. Solo espero que el muchacho que busco esté bien.
Milto respondió al comentario con uno de sus bufidos despectivos.
—Milto también viene —añadió Valeria con la vista fija en las llamas, antes de que el hombre tuviera tiempo de mencionar el condenado ejército.
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OFF: (1) Reike tiene un rasgo y talento dedicados específicamente a su fuerza de voluntad, de ahí que me haya parecido oportuno rolear cómo se resiste conscientemente al poder del colgante (después de haber soltado lo importante xD)
Reike
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