Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
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Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
- Mírale… como nos observa desde su pérfida guarida de brujo pérfido… - aseveró la mujer, mirando al edificio del otro lado de la calle, donde desde el ventanal del mismo un hombre oteaba de vuelta semi oculto tras unas cortinas – ¿Qué planeas, brujo? ¿Cuáles son tus brujisticos planes para hoy? ¿Cómo vas a sabotearme? – añadió a continuación, cerrando los puños alrededor de las suaves cortinas bajo las que ella también estaba… intentando esconderse, de alguna manera. – Los dioses tendrían escalofríos al pensar que clase de ideas yacen bajo esa sonrisa perfecta y ese peinado arrebatador y esos ojos como… – continuó diciendo, endureciendo sus palabras y entrecerrando los ojos, tomando un tono de voz solo escuchado en pregoneros y lideres religiosos.
- ¿Puede usted atenderme o…? – Respondió Eltrant desde el mostrador, tamborileando con la mano derecha sobre el mismo, a lo que la elfa respondió chistándole sin apartar los ojos de la fachada contraria.
¿Estaba…? ¿Había parpadeado la mujer alguna vez en los últimos diez minutos?
Eltrant suspiró y se masajeó el entrecejo.
No estaba seguro de porqué había accedido a entrar en aquella tienda, aunque, a decir verdad, se la habían recomendado varios de sus clientes de la herrería; Buenas pociones a un precio aún mejor.
Llevaba, no obstante, unos diez minutos esperando a que le escuchasen.
Y no era el único, la tienda no estaba especialmente concurrida, pero una de las otras personas que estaba allí se había puesto a ojear las estanterías cansada de esperar. Era un señor bajito y orondo, con un curioso sombrero de copa que, al final, acabó colocándose junto a ella en la ventana.
- ¡Huy! ¡Pues sí que nos esta mirando! – apreció el buen hombre, como quien acababa de entender una clase teórica muy dificil, peinándose el bigotillo. - ¡Hola! – añadió entonces, moviendo la mano de modo cordial desde dónde estaba.
Al otro lado de la calle el dueño del otro local se ocultó tras las cortinas de prácticamente un salto, lo que hizo que la dueña de este se llevase ambas manos hasta la cara.
- ¡Sabe que lo sabemos! – dijo apartándose de la ventana. – Bueno, bueno. – Cerró las cortinas. – Que no cunda pánico. Relájate, Sylthia - inspiró hondo con los ojos cerrados. – Sólo tenemos que hacer como que nosotros no sabemos que lo sabemos. – Eltrant, que había dejado caer todo el peso de su cuerpo sobre el mostrador ladeó la cabeza y enarcó una ceja.
- Señora, la armadura pesa un poco y quiero volver a casa a quitármela. ¿Podríamos…? –
Le volvieron a chistar, el humano se cruzó de brazos intentando contener el tic que, poco a poco, sabia que se le iba a aparecer en el ojo. No hacía tanto que había vuelto a acceder a hacer trabajos de mercenario debido a la… falta de Aeros en primer lugar y al hecho de que así podía encontrar más información sobre Lyn en segundo.
Aunque, de momento, todos los trabajos que había aceptado desde que se había decidido por “volver” eran de nivel “se me ha escapado el gato, encuéntralo por favor”.
Igualmente seguía algo inseguro acerca de todo aquello, se le hacía difícil ponerlo en palabras. Era como si tuviese que mover losas de varias toneladas para algo tan simple como calzarse la armadura.
En cualquier caso, y dando por terminado el día, lo único que Eltrant quería hacer era abandonar la ciudad y llevarse su poción de vuelta a su taller ambulante cuanto antes, nada más.
- Tengo algo de prisa y... -
- Sí, sí… me he enterado la primera vez. – dijo la elfa finalmente, suspirando y volviendo a colocarse tras el mostrador. – Bienvenido a “Poci ‘¡OH!’ nes”, la única tienda de la ciudad que te dejará sorprendido por nuestra calidad y precios. Soy Sylthia, la dueña. – dijo ahora, convirtiéndose de pronto en una alquimista aparentemente “Normal”.
- Sí, verá… - rebuscó entre sus bolsillos hasta que encontró el papel en el que tenía apuntada la poción. - Quería una… -
El tintineo de la campanita de la puerta hizo que los presentes se girasen a ver al nuevo cliente y, aunque no llegaron a ver a nadie, ahora había una caja junto a la entrada. Era una simple caja de cartón con una flor dibujada en el reverso y una única frase:
- ¡QUE NADIE ABRA ESA CAJA! – grito la mujer, dando un manotazo sobre el mostrador. – Oh, bello y alevoso brujo con tus brujásticas argucias. ¡No caeré en tus viles trampas! – aseveró, zarandeando el puño cerrado frente a su cara.
La ¿guerra? entre "Poci ¡Oh! nes" y "El Secreto de Victorio" comienza (?)
Sylthia, dueña de "Poci ¡Oh! nes"
Victorio, dueño del "Secreto de Victorio"
Señor simpático con Bigote:
- ¿Puede usted atenderme o…? – Respondió Eltrant desde el mostrador, tamborileando con la mano derecha sobre el mismo, a lo que la elfa respondió chistándole sin apartar los ojos de la fachada contraria.
¿Estaba…? ¿Había parpadeado la mujer alguna vez en los últimos diez minutos?
Eltrant suspiró y se masajeó el entrecejo.
No estaba seguro de porqué había accedido a entrar en aquella tienda, aunque, a decir verdad, se la habían recomendado varios de sus clientes de la herrería; Buenas pociones a un precio aún mejor.
Llevaba, no obstante, unos diez minutos esperando a que le escuchasen.
Y no era el único, la tienda no estaba especialmente concurrida, pero una de las otras personas que estaba allí se había puesto a ojear las estanterías cansada de esperar. Era un señor bajito y orondo, con un curioso sombrero de copa que, al final, acabó colocándose junto a ella en la ventana.
- ¡Huy! ¡Pues sí que nos esta mirando! – apreció el buen hombre, como quien acababa de entender una clase teórica muy dificil, peinándose el bigotillo. - ¡Hola! – añadió entonces, moviendo la mano de modo cordial desde dónde estaba.
Al otro lado de la calle el dueño del otro local se ocultó tras las cortinas de prácticamente un salto, lo que hizo que la dueña de este se llevase ambas manos hasta la cara.
- ¡Sabe que lo sabemos! – dijo apartándose de la ventana. – Bueno, bueno. – Cerró las cortinas. – Que no cunda pánico. Relájate, Sylthia - inspiró hondo con los ojos cerrados. – Sólo tenemos que hacer como que nosotros no sabemos que lo sabemos. – Eltrant, que había dejado caer todo el peso de su cuerpo sobre el mostrador ladeó la cabeza y enarcó una ceja.
- Señora, la armadura pesa un poco y quiero volver a casa a quitármela. ¿Podríamos…? –
Le volvieron a chistar, el humano se cruzó de brazos intentando contener el tic que, poco a poco, sabia que se le iba a aparecer en el ojo. No hacía tanto que había vuelto a acceder a hacer trabajos de mercenario debido a la… falta de Aeros en primer lugar y al hecho de que así podía encontrar más información sobre Lyn en segundo.
Aunque, de momento, todos los trabajos que había aceptado desde que se había decidido por “volver” eran de nivel “se me ha escapado el gato, encuéntralo por favor”.
Igualmente seguía algo inseguro acerca de todo aquello, se le hacía difícil ponerlo en palabras. Era como si tuviese que mover losas de varias toneladas para algo tan simple como calzarse la armadura.
En cualquier caso, y dando por terminado el día, lo único que Eltrant quería hacer era abandonar la ciudad y llevarse su poción de vuelta a su taller ambulante cuanto antes, nada más.
- Tengo algo de prisa y... -
- Sí, sí… me he enterado la primera vez. – dijo la elfa finalmente, suspirando y volviendo a colocarse tras el mostrador. – Bienvenido a “Poci ‘¡OH!’ nes”, la única tienda de la ciudad que te dejará sorprendido por nuestra calidad y precios. Soy Sylthia, la dueña. – dijo ahora, convirtiéndose de pronto en una alquimista aparentemente “Normal”.
- Sí, verá… - rebuscó entre sus bolsillos hasta que encontró el papel en el que tenía apuntada la poción. - Quería una… -
El tintineo de la campanita de la puerta hizo que los presentes se girasen a ver al nuevo cliente y, aunque no llegaron a ver a nadie, ahora había una caja junto a la entrada. Era una simple caja de cartón con una flor dibujada en el reverso y una única frase:
“Regalo de tu Amigo <3 del ‘Secreto de Victorio’, disfrútalo.“
- ¡QUE NADIE ABRA ESA CAJA! – grito la mujer, dando un manotazo sobre el mostrador. – Oh, bello y alevoso brujo con tus brujásticas argucias. ¡No caeré en tus viles trampas! – aseveró, zarandeando el puño cerrado frente a su cara.
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Off:La ¿guerra? entre "Poci ¡Oh! nes" y "El Secreto de Victorio" comienza (?)
Sylthia, dueña de "Poci ¡Oh! nes"
- Sylthia:
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Victorio, dueño del "Secreto de Victorio"
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Eltrant Tale
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Los acontecimientos de la noche anterior... no debían repetirse. Nunca.
La bruja estaba pasado la peor de las etapas de su vida, el capítulo de su historia en el que no tenía poderes mágicos se estaba alargando más de lo que a ella le gustaba. Y ahora, Tina había olvidado dónde guardó el maldito guantelete del desgraciado de APP-Bel.
Todo porque a la canija se le ocurrió tomarse el contenido de aquel vial. No podía ser otro, tenía que ser el del líquido transparente con brillitos dorados. ¿Qué habrá pensado la chicadreja? ¿Que haría popó con escarcha? Lo único que logró fue olvidar todo, absolutamente todo lo que había pasado durante la semana. Algo que a Mina le habría causado gracia, de no ser porque la chicadreja había organizado la bodega y guardó ahí el guantelete -Por seguridad- había dicho.
Seguridad. ¡Segura estaba de que la despellejaría si ese aparato maldito no aparecía!
Y las memorias no regresarían si no le daba un antídoto y tenía que ser rápido, antes de que su efecto fuese inservible.
Ya había ido a Poci ‘¡OH!’ nes un par de veces, Sylthia, la dueña, era una elfa simpática, muy buena alquimista. Algo paranoica, sí, y con una extraña fijación con Victorio, el dueño de la tienda de en frente. Pero, vamos, todos tenemos nuestras cositas.
Abrió la puerta del local y, al entrar, se tropezó con una caja. Mina la miró ofendida por habérsele atravesado en el camino. -¿Por qué dejas tus cachivaches atravesados en cualquier lado?- se quejó y se agachó para recogerlo. -¡NO! ¡DETENTE!- gritó la elfa a todo pulmón, casi saltando por encima del mostrador.
Mina soltó la caja y dio un paso al costado, para alejarse de la pelogrosísima caja. Quiso reprocharle el haberla espantado de esa manera. Pero lo que vio, la dejó petrificada.
No podía creerlo. ¿Hacía cuanto no veía esa cara? Esa armadura. ¿Se la habrá quitado en algún momento?
-Por todos los dioses. ¿Qué te pasó Eltrant Tale?- la bruja estaba atónita -¡Estas muy viejo!- exclamó horrorizada.
Luego, despabiló y comenzó a mirar por todos lados, buscándola. Su corazón latía con fuerza. Avanzó hacia el mostrador, pero no había rastro de ella. -¿Y Lyn? ¿Dónde está?- Mina estaba que no cabía en si de la emoción, ¡vería a su vieja amiga!
La bruja estaba pasado la peor de las etapas de su vida, el capítulo de su historia en el que no tenía poderes mágicos se estaba alargando más de lo que a ella le gustaba. Y ahora, Tina había olvidado dónde guardó el maldito guantelete del desgraciado de APP-Bel.
Todo porque a la canija se le ocurrió tomarse el contenido de aquel vial. No podía ser otro, tenía que ser el del líquido transparente con brillitos dorados. ¿Qué habrá pensado la chicadreja? ¿Que haría popó con escarcha? Lo único que logró fue olvidar todo, absolutamente todo lo que había pasado durante la semana. Algo que a Mina le habría causado gracia, de no ser porque la chicadreja había organizado la bodega y guardó ahí el guantelete -Por seguridad- había dicho.
Seguridad. ¡Segura estaba de que la despellejaría si ese aparato maldito no aparecía!
Y las memorias no regresarían si no le daba un antídoto y tenía que ser rápido, antes de que su efecto fuese inservible.
Ya había ido a Poci ‘¡OH!’ nes un par de veces, Sylthia, la dueña, era una elfa simpática, muy buena alquimista. Algo paranoica, sí, y con una extraña fijación con Victorio, el dueño de la tienda de en frente. Pero, vamos, todos tenemos nuestras cositas.
Abrió la puerta del local y, al entrar, se tropezó con una caja. Mina la miró ofendida por habérsele atravesado en el camino. -¿Por qué dejas tus cachivaches atravesados en cualquier lado?- se quejó y se agachó para recogerlo. -¡NO! ¡DETENTE!- gritó la elfa a todo pulmón, casi saltando por encima del mostrador.
Mina soltó la caja y dio un paso al costado, para alejarse de la pelogrosísima caja. Quiso reprocharle el haberla espantado de esa manera. Pero lo que vio, la dejó petrificada.
No podía creerlo. ¿Hacía cuanto no veía esa cara? Esa armadura. ¿Se la habrá quitado en algún momento?
-Por todos los dioses. ¿Qué te pasó Eltrant Tale?- la bruja estaba atónita -¡Estas muy viejo!- exclamó horrorizada.
Luego, despabiló y comenzó a mirar por todos lados, buscándola. Su corazón latía con fuerza. Avanzó hacia el mostrador, pero no había rastro de ella. -¿Y Lyn? ¿Dónde está?- Mina estaba que no cabía en si de la emoción, ¡vería a su vieja amiga!
Mina Harker
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Seraphine se adentró en la tienda con su habitual sigilo, observando en un primer momento los estantes abarrotados de frascos y pócimas, cada uno etiquetado con nombres tan extraños como prometedores. Su atención, sin embargo, pronto se desvió al notar una escena peculiar desarrollándose al frente: una elfa de cabellera plateada, visiblemente absorta, miraba por la ventana con una concentración feroz, aferrada a las cortinas como si fuesen su última defensa ante un enemigo invisible.
Al principio, Seraphine se limitó a observar con una mezcla de curiosidad y cautela. La postura y las palabras de la elfa parecían una escena sacada de una comedia en vivo; murmuraba cosas como "planes brujísticos" y se refería al hombre del edificio de enfrente como si fuera una amenaza terrible. El intrépido tono que empleaba la dueña de la tienda la hacía sonar como si fuese protagonista de un melodrama, y el espectáculo logró arrancarle a Seraphine una ligera sonrisa.
La verdad es que… casi suena como una tragedia romántica. Qué dilema tan épico, Sylthia la alquimista y su gran rival al otro lado de la calle... Pero, ¿será él realmente una amenaza o solo un vecino fastidioso?
De pie entre frascos de esencias y pociones, Seraphine sintió cómo la escena adquiría un tono surrealista cuando el humano, Eltrant, comenzó a reclamar la atención de la elfa con un tono de impaciencia apenas disimulada. Tamborileaba los dedos sobre el mostrador, como si llevara horas esperando. Su armadura pesada y su aspecto endurecido parecían fuera de lugar en una tienda como aquella, donde los frascos brillaban en la penumbra y el aroma a hierbas envolvía el aire.
Observando de cerca la expresión de Eltrant, Seraphine notó un rastro de exasperación mezclado con algo parecido al agotamiento. Aparentemente, el hombre solo deseaba comprar una poción, pero Sylthia estaba demasiado ocupada en su batalla silenciosa con el misterioso vecino de enfrente como para atenderlo.
-Con tanta urgencia en la mirada, tal vez le hayan encomendado una misión de vida o muerte... Aunque parece que su mayor adversaria hoy será la paciencia- susurró, mientras miraba de reojo al hombre, cuya impaciencia le resultaba más entretenida que el contenido de los frascos.
De repente, la puerta de la tienda se abrió de golpe, haciendo sonar la campanilla, y Seraphine giró la cabeza con curiosidad para ver a la recién llegada. Era otra mujer de aspecto particular, que se adentró en el local como una tormenta, tropezándose de inmediato con una caja aparentemente colocada de manera descuidada cerca de la entrada. La sorpresa de la mujer al ver la caja fue tal que lanzó una mirada ofendida hacia el objeto, pero Sylthia reaccionó de inmediato, lanzando un grito tan dramático que Seraphine parpadeó sorprendida.
¿Acaso este será el misterioso regalo del brujo? "La caja de la perdición", sí, suena adecuado. Puede que deba apuntarme ese nombre para futuros relatos…
Sylthia, que ya estaba cerca del borde de la histeria, se lanzó prácticamente sobre el mostrador mientras la mujer retrocedía en reacción, sin saber muy bien si reír o mostrarse contrariada. La situación se tornaba cada vez más absurda, y Seraphine tuvo que esforzarse por mantener su expresión tranquila y su semblante serio.
Mientras la recién llegada escudriñaba con atención a Eltrant y lanzaba un exclamación asombrada sobre su envejecido aspecto, Seraphine sintió una oleada de curiosidad. La relación entre ellos parecía estar impregnada de un pasado complicado, y Mina ahora le observaba con una mezcla de incredulidad y ternura, como quien reencuentra a un amigo perdido hacía años.
Seraphine, sin poder contenerse, se acercó un poco más a los tres. Se hallaba justo detrás de un estante cargado de frascos cuando Mina comenzó a buscar a otra persona que, al parecer, acompañaba a Eltrant en sus recuerdos.
-¿Será Lyn, esa amiga que menciona? Es casi como si estuviera esperando encontrarla aquí, ¿pero quién es exactamente esta mujer tan intrigada?-.
Sylthia, mientras tanto, parecía haber recuperado momentáneamente la compostura y se colocó tras el mostrador, exhalando de forma exagerada como si se hubiese resignado a lidiar con el drama. En ese momento, Seraphine decidió retomar su interés inicial por las pociones, pero el ambiente en la tienda la mantenía en constante alerta.
¿Así es como funciona una tienda de alquimia en estos lares? He visto intrigas en cortes reales con menos giros que esta historia entre el alquimista, el guerrero, y la bruja…
Con la excusa de seguir inspeccionando el contenido de los estantes, Seraphine escuchaba sin disimulo, asombrada por la mezcla de relaciones pasadas y la hostilidad fingida entre Sylthia y su vecino, Victorio. Claramente, esta rivalidad iba mucho más allá de una simple competencia entre tiendas de alquimia.
Entonces, mientras giraba un frasco de esencia de verbena entre los dedos, Seraphine esbozó una sonrisa apenas perceptible.
-Quizás no logre comprar nada antes de que esto acabe… aunque, si me llevo una historia interesante, tal vez valga la pena la espera-
Oculta tras una estantería repleta de frascos de esencias y tónicos, su figura esbelta pasaba casi desapercibida, permitiéndole seguir la escena sin perturbar el flujo de la conversación. Allí, sus ojos recorrieron cada detalle: Sylthia parecía inquieta, lanzando miradas hacia la ventana con un leve destello de alarma; Eltrant, un hombre de apariencia robusta, mostraba signos de impaciencia apenas disimulada; y la recién llegada, Mina, parecía sumida en una mezcla de sorpresa y cautela mientras intentaba leer las intenciones del guerrero.
Seraphine deslizó los dedos sobre uno de los frascos de vidrio, deteniéndose al notar que contenía esencia de rosa. Ese aroma, suave y conocido, le trajo un recuerdo distante, uno que la transportaba a una mañana de su infancia junto a su madre, en un pequeño rincón donde preparaban perfumes y esencias. Recordar aquel instante la hizo sentirse extrañamente conectada con un pasado que a menudo parecía difuminarse entre sus años de disciplina y entrenamiento.
A veces los recuerdos surgen sin aviso, como viejos amigos que no se olvidan, pensó, devolviendo el frasco a su lugar mientras sus ojos retornaban a la conversación de los extraños.
La paciencia serena que caracterizaba a Seraphine le permitía observar sin juicio ni prisas, dejándose llevar solo por la curiosidad tranquila que despertaba en ella aquella escena tan singular. Los murmullos de Eltrant alcanzaron sus oídos, y de alguna manera, logró captar el peso de sus palabras; el tipo de tono que había escuchado en otros guerreros, endurecidos por las batallas o por vidas llenas de responsabilidades y deberes.
-Hay una historia en cada mirada de desconfianza y en cada frase contenida- pensó, con una leve empatía.
Sus pensamientos divagaron un momento hacia Sylthia, quien mantenía una atención casi obsesiva en la ventana, como si esperara o temiera que algo o alguien irrumpiera de un momento a otro. Seraphine se preguntó si aquella mujer de porte decidido realmente estaba en conflicto con algún rival o si el peso de una sospecha constante era, en su propia forma, una carga difícil de sostener. La tensión en el aire era tan densa que Seraphine sintió la extraña tentación de ofrecer alguna palabra de calma o alivio; sin embargo, no era el momento ni el lugar, y su tendencia natural era mantenerse en la sombra, observando desde la distancia.
Aun así, en su silencio percibía una riqueza que normalmente no hallaba en sus solitarias jornadas. Aunque hubiera podido irse en cualquier momento, su intuición le decía que quedarse un poco más podía darle respuestas o, al menos, una breve distracción de su propio viaje. Alentada por esa pequeña curiosidad, se permitió seguir allí, como una espectadora silenciosa, observando cada gesto y cada palabra como piezas de un puzzle que nadie le pedía resolver.
Todos cargamos nuestras propias batallas, a veces invisibles y otras demasiado evidentes. Quizás ellos solo buscan el equilibrio en medio del caos, como yo misma.
Con ese pensamiento, la figura de Seraphine se mantuvo en la penumbra de la tienda, paciente y serena, aguardando el desenlace de aquel inesperado encuentro que había capturado, sin proponérselo, su atención.
Al principio, Seraphine se limitó a observar con una mezcla de curiosidad y cautela. La postura y las palabras de la elfa parecían una escena sacada de una comedia en vivo; murmuraba cosas como "planes brujísticos" y se refería al hombre del edificio de enfrente como si fuera una amenaza terrible. El intrépido tono que empleaba la dueña de la tienda la hacía sonar como si fuese protagonista de un melodrama, y el espectáculo logró arrancarle a Seraphine una ligera sonrisa.
La verdad es que… casi suena como una tragedia romántica. Qué dilema tan épico, Sylthia la alquimista y su gran rival al otro lado de la calle... Pero, ¿será él realmente una amenaza o solo un vecino fastidioso?
De pie entre frascos de esencias y pociones, Seraphine sintió cómo la escena adquiría un tono surrealista cuando el humano, Eltrant, comenzó a reclamar la atención de la elfa con un tono de impaciencia apenas disimulada. Tamborileaba los dedos sobre el mostrador, como si llevara horas esperando. Su armadura pesada y su aspecto endurecido parecían fuera de lugar en una tienda como aquella, donde los frascos brillaban en la penumbra y el aroma a hierbas envolvía el aire.
Observando de cerca la expresión de Eltrant, Seraphine notó un rastro de exasperación mezclado con algo parecido al agotamiento. Aparentemente, el hombre solo deseaba comprar una poción, pero Sylthia estaba demasiado ocupada en su batalla silenciosa con el misterioso vecino de enfrente como para atenderlo.
-Con tanta urgencia en la mirada, tal vez le hayan encomendado una misión de vida o muerte... Aunque parece que su mayor adversaria hoy será la paciencia- susurró, mientras miraba de reojo al hombre, cuya impaciencia le resultaba más entretenida que el contenido de los frascos.
De repente, la puerta de la tienda se abrió de golpe, haciendo sonar la campanilla, y Seraphine giró la cabeza con curiosidad para ver a la recién llegada. Era otra mujer de aspecto particular, que se adentró en el local como una tormenta, tropezándose de inmediato con una caja aparentemente colocada de manera descuidada cerca de la entrada. La sorpresa de la mujer al ver la caja fue tal que lanzó una mirada ofendida hacia el objeto, pero Sylthia reaccionó de inmediato, lanzando un grito tan dramático que Seraphine parpadeó sorprendida.
¿Acaso este será el misterioso regalo del brujo? "La caja de la perdición", sí, suena adecuado. Puede que deba apuntarme ese nombre para futuros relatos…
Sylthia, que ya estaba cerca del borde de la histeria, se lanzó prácticamente sobre el mostrador mientras la mujer retrocedía en reacción, sin saber muy bien si reír o mostrarse contrariada. La situación se tornaba cada vez más absurda, y Seraphine tuvo que esforzarse por mantener su expresión tranquila y su semblante serio.
Mientras la recién llegada escudriñaba con atención a Eltrant y lanzaba un exclamación asombrada sobre su envejecido aspecto, Seraphine sintió una oleada de curiosidad. La relación entre ellos parecía estar impregnada de un pasado complicado, y Mina ahora le observaba con una mezcla de incredulidad y ternura, como quien reencuentra a un amigo perdido hacía años.
Seraphine, sin poder contenerse, se acercó un poco más a los tres. Se hallaba justo detrás de un estante cargado de frascos cuando Mina comenzó a buscar a otra persona que, al parecer, acompañaba a Eltrant en sus recuerdos.
-¿Será Lyn, esa amiga que menciona? Es casi como si estuviera esperando encontrarla aquí, ¿pero quién es exactamente esta mujer tan intrigada?-.
Sylthia, mientras tanto, parecía haber recuperado momentáneamente la compostura y se colocó tras el mostrador, exhalando de forma exagerada como si se hubiese resignado a lidiar con el drama. En ese momento, Seraphine decidió retomar su interés inicial por las pociones, pero el ambiente en la tienda la mantenía en constante alerta.
¿Así es como funciona una tienda de alquimia en estos lares? He visto intrigas en cortes reales con menos giros que esta historia entre el alquimista, el guerrero, y la bruja…
Con la excusa de seguir inspeccionando el contenido de los estantes, Seraphine escuchaba sin disimulo, asombrada por la mezcla de relaciones pasadas y la hostilidad fingida entre Sylthia y su vecino, Victorio. Claramente, esta rivalidad iba mucho más allá de una simple competencia entre tiendas de alquimia.
Entonces, mientras giraba un frasco de esencia de verbena entre los dedos, Seraphine esbozó una sonrisa apenas perceptible.
-Quizás no logre comprar nada antes de que esto acabe… aunque, si me llevo una historia interesante, tal vez valga la pena la espera-
Oculta tras una estantería repleta de frascos de esencias y tónicos, su figura esbelta pasaba casi desapercibida, permitiéndole seguir la escena sin perturbar el flujo de la conversación. Allí, sus ojos recorrieron cada detalle: Sylthia parecía inquieta, lanzando miradas hacia la ventana con un leve destello de alarma; Eltrant, un hombre de apariencia robusta, mostraba signos de impaciencia apenas disimulada; y la recién llegada, Mina, parecía sumida en una mezcla de sorpresa y cautela mientras intentaba leer las intenciones del guerrero.
Seraphine deslizó los dedos sobre uno de los frascos de vidrio, deteniéndose al notar que contenía esencia de rosa. Ese aroma, suave y conocido, le trajo un recuerdo distante, uno que la transportaba a una mañana de su infancia junto a su madre, en un pequeño rincón donde preparaban perfumes y esencias. Recordar aquel instante la hizo sentirse extrañamente conectada con un pasado que a menudo parecía difuminarse entre sus años de disciplina y entrenamiento.
A veces los recuerdos surgen sin aviso, como viejos amigos que no se olvidan, pensó, devolviendo el frasco a su lugar mientras sus ojos retornaban a la conversación de los extraños.
La paciencia serena que caracterizaba a Seraphine le permitía observar sin juicio ni prisas, dejándose llevar solo por la curiosidad tranquila que despertaba en ella aquella escena tan singular. Los murmullos de Eltrant alcanzaron sus oídos, y de alguna manera, logró captar el peso de sus palabras; el tipo de tono que había escuchado en otros guerreros, endurecidos por las batallas o por vidas llenas de responsabilidades y deberes.
-Hay una historia en cada mirada de desconfianza y en cada frase contenida- pensó, con una leve empatía.
Sus pensamientos divagaron un momento hacia Sylthia, quien mantenía una atención casi obsesiva en la ventana, como si esperara o temiera que algo o alguien irrumpiera de un momento a otro. Seraphine se preguntó si aquella mujer de porte decidido realmente estaba en conflicto con algún rival o si el peso de una sospecha constante era, en su propia forma, una carga difícil de sostener. La tensión en el aire era tan densa que Seraphine sintió la extraña tentación de ofrecer alguna palabra de calma o alivio; sin embargo, no era el momento ni el lugar, y su tendencia natural era mantenerse en la sombra, observando desde la distancia.
Aun así, en su silencio percibía una riqueza que normalmente no hallaba en sus solitarias jornadas. Aunque hubiera podido irse en cualquier momento, su intuición le decía que quedarse un poco más podía darle respuestas o, al menos, una breve distracción de su propio viaje. Alentada por esa pequeña curiosidad, se permitió seguir allí, como una espectadora silenciosa, observando cada gesto y cada palabra como piezas de un puzzle que nadie le pedía resolver.
Todos cargamos nuestras propias batallas, a veces invisibles y otras demasiado evidentes. Quizás ellos solo buscan el equilibrio en medio del caos, como yo misma.
Con ese pensamiento, la figura de Seraphine se mantuvo en la penumbra de la tienda, paciente y serena, aguardando el desenlace de aquel inesperado encuentro que había capturado, sin proponérselo, su atención.
Seraphine Valaryon
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Aburrida y falta de inspiración, esa era la descripción de mi estado en aquel momento. Caminaba por las calles de Lunargenta, en la zona comercial, no muy lejos de la posada Estrella donde me alojaba. Acababa de salir de casa de doña Elegilda y aquel encuentro había acabado con toda mi energía. Quería pasar a por mis pociones para el pelo. Sí, porque desde que Go'el me hubiera vuelto a hacer rubia en Ciudad Lagarto, cada poco tiempo debía de volver a tomar una poción cuyos componentes era incapaz de pronunciar. Cada vez duraban menos los efectos de la poción y el cabello oscilaba entre pelirrojo, rubio y rosa, en una mezcla antinatural de colores.
Me había recogido el pelo en un moño en lo alto de la cabeza, algunos mechones caían a los lados de la cara. El vestido blanco con flores moradas se ceñía en la parte de arriba con un corpiño marrón. El zurrón maltrecho de flecos marrón caía a un lado del cuerpo, y sobre los hombros una rebeca de lana del mismo morado que las flores. Mi sueldo en el teatro había sido fructífero, aunque mis compañeros habían decidido deshacer la compañía para volver a las tierras élficas, yo ya estaba preparando mi siguiente obra para venderla a alguna otra compañía ambulante. ¿La dama y el vagabundo con hombres-bestia o con licántropos? Demasiado ambicioso.
Mis pies me llevaron sin querer, hacia mi tienda de confianza, hacia El secreto de Victorio. Alguna vez había entrado a su tienda vecina, Poci ¡Oh! Nes, pero la poción de Victorio era mucho más efectiva que la de la elfa y me dejaba el pelo mucho más sedoso. Hubiera seguido mis pasos hasta la puerta, pero la reconocí. Esos andares seguros, firmes, ese pelo azabache. Mina.
Había compartido alguna aventura con ella, hacia la feria de verano fuera de la ciudad hacía un tiempo, antes de partir hacia Ciudad Lagarto, antes de ... Nagnu. Se me desbocó el pecho y levanté la mano para frenarla antes de que entrase, pero fue demasiado tarde.
Frente a ambas tiendas, dudé, parada entre ambas, me decanté por correr a saludar a Mina, pese a ser clientela desleal para la elfa.
-...Hola. -Saludé escueta al escuchar el barullo casi desde fuera.
Casi tropiezo con una caja en el suelo, pero cuando llegué hasta la bruja saludaba frenéticamente a un señor. Avergonzada porque ahora tendría que comprar algo si no quería escuchar la insoportable voz de la elfa, me llevé las manos detrás del cuerpo y paseé por los pasillos. Una figura femenina se dibujó en los pasillos, le dediqué una sonrisa amable y escudriñé con la vista el pasillo. Sin duda la elfa tenía los pasillos mucho mejor ordenados que Victorio.
-¡Una espía de la competencia! ¡La he visto comprar otras veces donde Victorio! -Gritó un señor con bigote levantando un dedo acusador hacia mí.
Instintivamente, levanté las manos y negué con la cabeza repetidamente.
-Las leyes del libre mercado de Verisar no me impiden comprar donde quiera. -Espeté enfadada.
Me había recogido el pelo en un moño en lo alto de la cabeza, algunos mechones caían a los lados de la cara. El vestido blanco con flores moradas se ceñía en la parte de arriba con un corpiño marrón. El zurrón maltrecho de flecos marrón caía a un lado del cuerpo, y sobre los hombros una rebeca de lana del mismo morado que las flores. Mi sueldo en el teatro había sido fructífero, aunque mis compañeros habían decidido deshacer la compañía para volver a las tierras élficas, yo ya estaba preparando mi siguiente obra para venderla a alguna otra compañía ambulante. ¿La dama y el vagabundo con hombres-bestia o con licántropos? Demasiado ambicioso.
Mis pies me llevaron sin querer, hacia mi tienda de confianza, hacia El secreto de Victorio. Alguna vez había entrado a su tienda vecina, Poci ¡Oh! Nes, pero la poción de Victorio era mucho más efectiva que la de la elfa y me dejaba el pelo mucho más sedoso. Hubiera seguido mis pasos hasta la puerta, pero la reconocí. Esos andares seguros, firmes, ese pelo azabache. Mina.
Había compartido alguna aventura con ella, hacia la feria de verano fuera de la ciudad hacía un tiempo, antes de partir hacia Ciudad Lagarto, antes de ... Nagnu. Se me desbocó el pecho y levanté la mano para frenarla antes de que entrase, pero fue demasiado tarde.
Frente a ambas tiendas, dudé, parada entre ambas, me decanté por correr a saludar a Mina, pese a ser clientela desleal para la elfa.
-...Hola. -Saludé escueta al escuchar el barullo casi desde fuera.
Casi tropiezo con una caja en el suelo, pero cuando llegué hasta la bruja saludaba frenéticamente a un señor. Avergonzada porque ahora tendría que comprar algo si no quería escuchar la insoportable voz de la elfa, me llevé las manos detrás del cuerpo y paseé por los pasillos. Una figura femenina se dibujó en los pasillos, le dediqué una sonrisa amable y escudriñé con la vista el pasillo. Sin duda la elfa tenía los pasillos mucho mejor ordenados que Victorio.
-¡Una espía de la competencia! ¡La he visto comprar otras veces donde Victorio! -Gritó un señor con bigote levantando un dedo acusador hacia mí.
Instintivamente, levanté las manos y negué con la cabeza repetidamente.
-Las leyes del libre mercado de Verisar no me impiden comprar donde quiera. -Espeté enfadada.
Merié Stiffen
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Se esperaba que pasasen muchas cosas aquel día.
Se esperaba que le tardasen en atender, se esperaba no tener dinero para cenar algo en la mejor taberna de la zona, se esperaba regresar al carromato que le hacía las veces de taller y casa encontrarse con algún ladrón de poca monta intentando entrar dentro.
¿Pero ver a Mina Harker?
Estaba muy lejos de cualquier que podía haber imaginado.
- ¿T-te acuerdas de…? – Una conocida sensación se apoderó de su pecho al oír su nombre, y el de Lyn brotar de los labios de la bruja. Le faltaba aire. – Pero eso no es… - No era posible, ya lo había experimentado antes, nadie le recordaba. No completamente.
Seguía maldito, e iba a continuar así mucho tiempo.
Le fallaron las piernas de golpe. Afortunadamente seguía en el mostrador y se sujetó a él antes de desplomarse contra el suelo, si bien no causo un estrepito enormísimo si que atrajo alguna mirada que otra.
- ¡Señor! – la dueña del local corrió hasta él, ayudándole a incorporarse. - ¿Se encuentra usted… bien? – La caja había pasado a segundo plano, al menos por el momento. – Llevar una armadura a su edad no parece ser una decisión pruden… -
- Estoy… bien. – gruñó - Y estoy en mis treinta. – añadió el castaño, aún con aquel agudo dolor en el pecho.
- ¡Oh! – Sylthia parpadeó varias veces, evidentemente sorprendida. – Vaya... tengo cremas para… eso. ¿Trabajas en una cantera o algo? – Señaló en la dirección general de la cara del mercenario, que se limitó a incorporarse hasta quedar completamente de pie sin responder. - Pero... ¿De verdad estas bien? – Inquirió a continuación, genuinamente preocupada. El humano asintió meramente y se masajeó la sien.
- Lo… siento. ¿Puedes prepararme la poción y ahora vuelvo? Necesito… aire. –
Dejó el papel sobre el mostrador, y se giró para encaminarse al exterior, justo cuando entraba otra persona al establecimiento quien, el señor del bigote, no tardó en tachar de ser un espía de la competencia.
- ¡Quieres los secretos de Sylthia! ¡Tus ojos lo dicen! – dijo acusador - ¡O quizás tú, niña! – dijo ahora apuntando hacia Mina.
- ¡Ajá! – La elfa señaló acusadoramente también a la recién llegada. - ¡Seguro que sabes algo sobre la argucia de la caja! – dando por sentado el tema de Eltrant, parecía que la alquimista estaba de nuevo centrada en su rivalidad con la competencia. - ¡PUES! – Sacó de detrás del mostrador una gigantesca poción del tamaño de una cabeza repleta de líquido verde y la zarandeó por encima de su propia cabeza. - ¡MIS FORMULAS SECRETAS NO PUEDE ROBARSE ASI COMO ASI! ¡PREPARAOS PERFIDOS CANALLAS! –
- Todos locos. – dijo el humano, sorteando la caja y pasando junto a Mina. – Perdona. – le dijo con algo de torpeza, incapaz de escoger bien las palabras.
Notó entonces, justo cuando estaba al lado de la puerta, a una persona a la que no había visto hasta el momento y, entre las estanterías, había escuchado perfectamente toda la conversación actual.
Parecía… entretenida.
No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, algo cansada, y levantó la mano derecha como saludo. Tras unos instantes de seguir escuchando como el señor del bigote y Sylthia seguían discutiendo acerca de la caja, la recién llegada, su posible capacidad de espía y, por encima de todo, lo pérfido y brujo que era el brujo de la acera de enfrente, Eltrant tomó la caja entre sus manos y salió al exterior.
- Arreglado. – dijo, dejando la caja en el suelo, entre las dos tiendas.
Inspiró profundamente, dejando que el aire de la tarde entrase en sus pulmones, aclarándole las ideas. La maldición seguía presente, que aparentase tener veinte años más de los que en realidad tenía lo decía.
¿Cómo le había reconocido Mina? ¿Estaba perdiendo fuerza la maldición? ¿Significaba eso que podía deshacerla?
Si lo pensaba fríamente, Eilidh, en parte, también había…
Entornó los ojos cuando, de nuevo, vio como el dueño del local de enfrente miraba entre las cortinas de su local. Esta vez, no a la tienda de Sylthia, sino a él, y a la caja que tenía a su lado.
Se cruzó de brazos.
¿Qué se suponía que…?
Entre tanto, el señor del bigote salió del interior haciendo aspavientos y su cara con una tonalidad tan rojiza que parecía un tomate del tamaño de un melón. Aparentemente, en los pocos minutos que llevaba fuera algo había ido a más en el interior del local.
- ¡Niñatos desagradecidos! ¡Si no se machacan entre ellos del todo tendré que hacer algo yo al final! –
Estaba diciendo algo, malhumorado. Aunque Eltrant no alcanzó a entender el qué. Estaba más preocupado porqué, incluso a través de las cortinas de “El Secreto de Victorio” podían verse luces de colores y…
- ¿Están… cantando? -
- ¡No! ¡¿Qué esta haciendo el viejales ese!? – protestó exasperado desde su escondite - ¡Ha sacado mi regalo a la calle! ¡¿Cómo voy a hacerle ver a…!? – Victorio dejó escapar un grito de frustración y volvió a cerrar las cortinas de su tienda, obviando a los clientes más cercanos.
Con las manos a la espalda, caminó de un lado a otro.
- ¡Como te odio elfa! ¡NO SABES CUANTO LO HAGO! – bramó, haciendo que se sobresaltasen los más cercanos. - ¡CHANG PÚ! – gritó, un pequeño hombre-bestia, un felino, salió de la trastienda.
- Sí, sí… ¿Qué quieres Vito? – dijo con el tono de voz de alguien terriblemente cansado, el cual iba a juego con la edad que aparentaba el gato. - ¿Mhm? ¿Ya te has declarado? – dijo, saltando al taburete que estaba tras el mostrador, lo suficientemente alto como para poder mirar al alquimista a la cara.
- ¿¡Que?! ¡N-no! ¡Vete a la trastienda otra vez anciano! ¡Odio a esa narcisista! - se aclaró la garganta e hizo como que los clientes no le miraban. – Quiero decir, un señor mayor ha sacado mi plan malvado al exterior. Recupéralo. – el gato suspiró profundamente.
- De verdad que no sé qué ves en… -
Victorio saltó sobre el mostrador sin mediar palabra alguna con su compañero.
Y empezó a cantar.
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Se acercó a los clientes según lo hacía. Les hizo bailar con él, los puños cerrados con pasión a ambos lados, miró por la ventana hacia la tienda de su rival y alargó la mano, casi como si pudiese tocarla.
Las velas se apagaban y se encendían, algunas cambiaron de color repentinamente. Se escuchaban melodías e instrumentos que nadie podía ver.
Y al cabo de unos minutos todo terminó. Como si tal cosa.
- Vito. – Chang Pú estaba ahora sentado en el taburete, bebiendo té. - ¿Has terminado de cantar? – El mencionado miró a su alrededor, algo confundido.
- ¿Qué... si he terminado de cantar? – el gato le dio un sorbito al té como toda respuesta. – No sé a qué te refi... - el felino levantó una zarpa para que el alquimista parase de hablar
- ¿Estabas trabajando en una cura para el oído? – El hombre frunció el ceño, pensativo, y asintió finalmente. - ¿Una poción que tenía como base suero de la verdad, hiervas alucinógenas y la de compartir sentidos? – Victorio volvió a asentir. - ¿Dónde está la poción ahora? – unos instantes en silencio hicieron que el alquimista se pusiese tan pálido que podían haberle confundido por un vampiro.
- Oh. – dijo. – Oh no. – añadió.
- Por cierto, me da que no has arreglado lo de que se evapore a temperatura ambiente. -
Off: La verdad es que no me esperaba volver el tema una pelicula Disney. (?)
¡Oh, mi rival en el amor!
Eres la reina de cada poción ~
Chang Pú:
Se esperaba que le tardasen en atender, se esperaba no tener dinero para cenar algo en la mejor taberna de la zona, se esperaba regresar al carromato que le hacía las veces de taller y casa encontrarse con algún ladrón de poca monta intentando entrar dentro.
¿Pero ver a Mina Harker?
Estaba muy lejos de cualquier que podía haber imaginado.
- ¿T-te acuerdas de…? – Una conocida sensación se apoderó de su pecho al oír su nombre, y el de Lyn brotar de los labios de la bruja. Le faltaba aire. – Pero eso no es… - No era posible, ya lo había experimentado antes, nadie le recordaba. No completamente.
Seguía maldito, e iba a continuar así mucho tiempo.
Le fallaron las piernas de golpe. Afortunadamente seguía en el mostrador y se sujetó a él antes de desplomarse contra el suelo, si bien no causo un estrepito enormísimo si que atrajo alguna mirada que otra.
- ¡Señor! – la dueña del local corrió hasta él, ayudándole a incorporarse. - ¿Se encuentra usted… bien? – La caja había pasado a segundo plano, al menos por el momento. – Llevar una armadura a su edad no parece ser una decisión pruden… -
- Estoy… bien. – gruñó - Y estoy en mis treinta. – añadió el castaño, aún con aquel agudo dolor en el pecho.
- ¡Oh! – Sylthia parpadeó varias veces, evidentemente sorprendida. – Vaya... tengo cremas para… eso. ¿Trabajas en una cantera o algo? – Señaló en la dirección general de la cara del mercenario, que se limitó a incorporarse hasta quedar completamente de pie sin responder. - Pero... ¿De verdad estas bien? – Inquirió a continuación, genuinamente preocupada. El humano asintió meramente y se masajeó la sien.
- Lo… siento. ¿Puedes prepararme la poción y ahora vuelvo? Necesito… aire. –
Dejó el papel sobre el mostrador, y se giró para encaminarse al exterior, justo cuando entraba otra persona al establecimiento quien, el señor del bigote, no tardó en tachar de ser un espía de la competencia.
- ¡Quieres los secretos de Sylthia! ¡Tus ojos lo dicen! – dijo acusador - ¡O quizás tú, niña! – dijo ahora apuntando hacia Mina.
- ¡Ajá! – La elfa señaló acusadoramente también a la recién llegada. - ¡Seguro que sabes algo sobre la argucia de la caja! – dando por sentado el tema de Eltrant, parecía que la alquimista estaba de nuevo centrada en su rivalidad con la competencia. - ¡PUES! – Sacó de detrás del mostrador una gigantesca poción del tamaño de una cabeza repleta de líquido verde y la zarandeó por encima de su propia cabeza. - ¡MIS FORMULAS SECRETAS NO PUEDE ROBARSE ASI COMO ASI! ¡PREPARAOS PERFIDOS CANALLAS! –
- Todos locos. – dijo el humano, sorteando la caja y pasando junto a Mina. – Perdona. – le dijo con algo de torpeza, incapaz de escoger bien las palabras.
Notó entonces, justo cuando estaba al lado de la puerta, a una persona a la que no había visto hasta el momento y, entre las estanterías, había escuchado perfectamente toda la conversación actual.
Parecía… entretenida.
No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, algo cansada, y levantó la mano derecha como saludo. Tras unos instantes de seguir escuchando como el señor del bigote y Sylthia seguían discutiendo acerca de la caja, la recién llegada, su posible capacidad de espía y, por encima de todo, lo pérfido y brujo que era el brujo de la acera de enfrente, Eltrant tomó la caja entre sus manos y salió al exterior.
- Arreglado. – dijo, dejando la caja en el suelo, entre las dos tiendas.
Inspiró profundamente, dejando que el aire de la tarde entrase en sus pulmones, aclarándole las ideas. La maldición seguía presente, que aparentase tener veinte años más de los que en realidad tenía lo decía.
¿Cómo le había reconocido Mina? ¿Estaba perdiendo fuerza la maldición? ¿Significaba eso que podía deshacerla?
Si lo pensaba fríamente, Eilidh, en parte, también había…
Entornó los ojos cuando, de nuevo, vio como el dueño del local de enfrente miraba entre las cortinas de su local. Esta vez, no a la tienda de Sylthia, sino a él, y a la caja que tenía a su lado.
Se cruzó de brazos.
¿Qué se suponía que…?
Entre tanto, el señor del bigote salió del interior haciendo aspavientos y su cara con una tonalidad tan rojiza que parecía un tomate del tamaño de un melón. Aparentemente, en los pocos minutos que llevaba fuera algo había ido a más en el interior del local.
- ¡Niñatos desagradecidos! ¡Si no se machacan entre ellos del todo tendré que hacer algo yo al final! –
Estaba diciendo algo, malhumorado. Aunque Eltrant no alcanzó a entender el qué. Estaba más preocupado porqué, incluso a través de las cortinas de “El Secreto de Victorio” podían verse luces de colores y…
- ¿Están… cantando? -
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- ¡No! ¡¿Qué esta haciendo el viejales ese!? – protestó exasperado desde su escondite - ¡Ha sacado mi regalo a la calle! ¡¿Cómo voy a hacerle ver a…!? – Victorio dejó escapar un grito de frustración y volvió a cerrar las cortinas de su tienda, obviando a los clientes más cercanos.
Con las manos a la espalda, caminó de un lado a otro.
- ¡Como te odio elfa! ¡NO SABES CUANTO LO HAGO! – bramó, haciendo que se sobresaltasen los más cercanos. - ¡CHANG PÚ! – gritó, un pequeño hombre-bestia, un felino, salió de la trastienda.
- Sí, sí… ¿Qué quieres Vito? – dijo con el tono de voz de alguien terriblemente cansado, el cual iba a juego con la edad que aparentaba el gato. - ¿Mhm? ¿Ya te has declarado? – dijo, saltando al taburete que estaba tras el mostrador, lo suficientemente alto como para poder mirar al alquimista a la cara.
- ¿¡Que?! ¡N-no! ¡Vete a la trastienda otra vez anciano! ¡Odio a esa narcisista! - se aclaró la garganta e hizo como que los clientes no le miraban. – Quiero decir, un señor mayor ha sacado mi plan malvado al exterior. Recupéralo. – el gato suspiró profundamente.
- De verdad que no sé qué ves en… -
Victorio saltó sobre el mostrador sin mediar palabra alguna con su compañero.
Y empezó a cantar.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Se acercó a los clientes según lo hacía. Les hizo bailar con él, los puños cerrados con pasión a ambos lados, miró por la ventana hacia la tienda de su rival y alargó la mano, casi como si pudiese tocarla.
Las velas se apagaban y se encendían, algunas cambiaron de color repentinamente. Se escuchaban melodías e instrumentos que nadie podía ver.
Y al cabo de unos minutos todo terminó. Como si tal cosa.
- Vito. – Chang Pú estaba ahora sentado en el taburete, bebiendo té. - ¿Has terminado de cantar? – El mencionado miró a su alrededor, algo confundido.
- ¿Qué... si he terminado de cantar? – el gato le dio un sorbito al té como toda respuesta. – No sé a qué te refi... - el felino levantó una zarpa para que el alquimista parase de hablar
- ¿Estabas trabajando en una cura para el oído? – El hombre frunció el ceño, pensativo, y asintió finalmente. - ¿Una poción que tenía como base suero de la verdad, hiervas alucinógenas y la de compartir sentidos? – Victorio volvió a asentir. - ¿Dónde está la poción ahora? – unos instantes en silencio hicieron que el alquimista se pusiese tan pálido que podían haberle confundido por un vampiro.
- Oh. – dijo. – Oh no. – añadió.
- Por cierto, me da que no has arreglado lo de que se evapore a temperatura ambiente. -
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Off: La verdad es que no me esperaba volver el tema una pelicula Disney. (?)
¡Oh, mi rival en el amor!
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Chang Pú:
- Chang Pú:
Eltrant Tale
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
La escena se desarrollaba con una intensidad que Seraphine solo podía calificar de absurda, como si un circo se hubiera instalado de improviso en aquel pequeño rincón del mundo. Personas yendo y viniendo, gestos exacerbados, exclamaciones y aspavientos; parecía que cada alma en el lugar competía por ser la más ruidosa y descontrolada. Seraphine contemplaba el espectáculo con una mezcla de incredulidad y desagrado. ¿Qué clase de locura ha invadido este lugar? A veces me pregunto cómo sobreviven en su propio caos...
El ruido y la teatralidad eran una especie de ataque a su paz, recordándole eventos sociales de su juventud, aquellos en los que la intriga y el espectáculo eran el plato fuerte. Aquello era un reflejo de todo lo que ella había preferido dejar atrás: el ruido, las máscaras, la exposición constante. A su alrededor, algunos personajes conocidos parecían estar atrapados en la misma maraña de excentricidades.
Allí estaba Vitorio, siempre amante de los excesos. Su postura era la de un espectador voraz, alguien que parecía estar disfrutando cada segundo de aquel caos. Su rostro, iluminado con una sonrisa amplia y burlona, transmitía un placer casi infantil, como el de un niño frente a su juguete nuevo. Para él, aquella escena era una oportunidad de presenciar el drama humano en su máxima expresión, algo que podía analizar y diseccionar para su propio disfrute.
A un lado se encontraba Chang Pú, quien contrastaba notablemente con la escena a su alrededor. Su actitud era tranquila y mesurada, como un ancla en medio de una tormenta. Seraphine no podía evitar notar la serenidad en sus ojos, aunque también vislumbraba un leve brillo de preocupación. Chang Pú era un estratega nato, y aquello debía resultarle no solo caótico sino potencialmente peligroso. Observaba a cada individuo como si evaluara sus intenciones, listo para actuar si la situación se tornaba realmente incontrolable.
Seraphine, cansada del descontrol, sintió cómo una chispa de frustración crecía en su interior. No era la primera vez que se veía atrapada en el medio de una escena que desbordaba de teatralidad, y aunque había aprendido a soportar estos espectáculos en silencio, el egoísmo inherente de aquella situación le resultaba insoportable. ¿Tanto les cuesta actuar con algo de discreción? Qué absurdo espectáculo... si quieren llamar la atención, les daré algo verdaderamente digno de ver.
Con una expresión apenas contenida de diversión irónica, decidió que, si estaba destinada a ser parte del espectáculo, al menos sería bajo sus propios términos. Sin que nadie se diera cuenta, hizo un pequeño gesto con la mano, canalizando su vínculo con el fuego. Su poder fluyó con una facilidad adquirida a través de años de práctica, y en cuestión de segundos, una diminuta figura de fuego comenzó a formarse entre sus dedos.
Era un colibrí, pequeño y resplandeciente, cuyas alas de fuego se movían con una gracia sorprendente. La criatura parpadeaba en tonos anaranjados y dorados, como si realmente tuviera vida propia. Seraphine dejó que el colibrí alzara el vuelo, guiándolo con un simple movimiento hacia una caja de madera abandonada entre las tiendas.
La criatura de fuego se aproximó a la caja, sus pequeñas alas batiendo a un ritmo constante, y con un último aleteo, se dejó caer sobre la superficie de la madera. En un instante, una chispa se extendió, y el colibrí desapareció en una explosión de pequeñas llamas que envolvieron la caja. El fuego comenzó a expandirse, devorando la madera con rapidez y creando una columna de humo que rápidamente atrajo la atención de todos los presentes.
Vitorio fue el primero en notar el incendio, sus ojos brillaban con un entusiasmo casi desbordante, como si aquella nueva distracción fuera la cúspide del entretenimiento que había esperado. Era claro que, para él, aquello era la sorpresa que culminaba el espectáculo, el elemento que le daba sentido a todo. Se volvió hacia Chang Pú, quien permanecía tan sereno como siempre, aunque Seraphine podía notar cómo sus ojos seguían cada detalle del fuego, calculando si necesitaría intervenir para evitar que el fuego se extendiera.
La multitud comenzó a murmurar, algunos retrocedieron con miedo, otros observaban el incendio con una mezcla de asombro y curiosidad. El caos inicial se convirtió en una especie de silencio expectante, roto solo por el crepitar de las llamas. Seraphine, sintiéndose satisfecha, dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro. Al menos ahora el espectáculo tendría un final digno, uno que seguramente nadie olvidaría.
El ruido y la teatralidad eran una especie de ataque a su paz, recordándole eventos sociales de su juventud, aquellos en los que la intriga y el espectáculo eran el plato fuerte. Aquello era un reflejo de todo lo que ella había preferido dejar atrás: el ruido, las máscaras, la exposición constante. A su alrededor, algunos personajes conocidos parecían estar atrapados en la misma maraña de excentricidades.
Allí estaba Vitorio, siempre amante de los excesos. Su postura era la de un espectador voraz, alguien que parecía estar disfrutando cada segundo de aquel caos. Su rostro, iluminado con una sonrisa amplia y burlona, transmitía un placer casi infantil, como el de un niño frente a su juguete nuevo. Para él, aquella escena era una oportunidad de presenciar el drama humano en su máxima expresión, algo que podía analizar y diseccionar para su propio disfrute.
A un lado se encontraba Chang Pú, quien contrastaba notablemente con la escena a su alrededor. Su actitud era tranquila y mesurada, como un ancla en medio de una tormenta. Seraphine no podía evitar notar la serenidad en sus ojos, aunque también vislumbraba un leve brillo de preocupación. Chang Pú era un estratega nato, y aquello debía resultarle no solo caótico sino potencialmente peligroso. Observaba a cada individuo como si evaluara sus intenciones, listo para actuar si la situación se tornaba realmente incontrolable.
Seraphine, cansada del descontrol, sintió cómo una chispa de frustración crecía en su interior. No era la primera vez que se veía atrapada en el medio de una escena que desbordaba de teatralidad, y aunque había aprendido a soportar estos espectáculos en silencio, el egoísmo inherente de aquella situación le resultaba insoportable. ¿Tanto les cuesta actuar con algo de discreción? Qué absurdo espectáculo... si quieren llamar la atención, les daré algo verdaderamente digno de ver.
Con una expresión apenas contenida de diversión irónica, decidió que, si estaba destinada a ser parte del espectáculo, al menos sería bajo sus propios términos. Sin que nadie se diera cuenta, hizo un pequeño gesto con la mano, canalizando su vínculo con el fuego. Su poder fluyó con una facilidad adquirida a través de años de práctica, y en cuestión de segundos, una diminuta figura de fuego comenzó a formarse entre sus dedos.
Era un colibrí, pequeño y resplandeciente, cuyas alas de fuego se movían con una gracia sorprendente. La criatura parpadeaba en tonos anaranjados y dorados, como si realmente tuviera vida propia. Seraphine dejó que el colibrí alzara el vuelo, guiándolo con un simple movimiento hacia una caja de madera abandonada entre las tiendas.
La criatura de fuego se aproximó a la caja, sus pequeñas alas batiendo a un ritmo constante, y con un último aleteo, se dejó caer sobre la superficie de la madera. En un instante, una chispa se extendió, y el colibrí desapareció en una explosión de pequeñas llamas que envolvieron la caja. El fuego comenzó a expandirse, devorando la madera con rapidez y creando una columna de humo que rápidamente atrajo la atención de todos los presentes.
Vitorio fue el primero en notar el incendio, sus ojos brillaban con un entusiasmo casi desbordante, como si aquella nueva distracción fuera la cúspide del entretenimiento que había esperado. Era claro que, para él, aquello era la sorpresa que culminaba el espectáculo, el elemento que le daba sentido a todo. Se volvió hacia Chang Pú, quien permanecía tan sereno como siempre, aunque Seraphine podía notar cómo sus ojos seguían cada detalle del fuego, calculando si necesitaría intervenir para evitar que el fuego se extendiera.
La multitud comenzó a murmurar, algunos retrocedieron con miedo, otros observaban el incendio con una mezcla de asombro y curiosidad. El caos inicial se convirtió en una especie de silencio expectante, roto solo por el crepitar de las llamas. Seraphine, sintiéndose satisfecha, dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro. Al menos ahora el espectáculo tendría un final digno, uno que seguramente nadie olvidaría.
Seraphine Valaryon
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
El semblante de Eltrant se desencajó como si hubiese recibido un golpe en el centro mismo de su ser. Como si le hubiesen arrebatado el aire de su pecho por completo. Palideció y sus piernas fallaron mientras la miraba horrorizado, peor que si le hubiese echado un hechizo de tortura. Mina lo vio prácticamente desplomarse frente a ella. -¿P-puede que me haya equivocado?- balbuceó, confundida.
Pero no, es que esa cara aunque arrugada, ese brillo en los ojos... esa armadura... Tenía grabado en su mente todo el embrollo de Cotplice. Dundarak... la muerte de Tino... Y Lyn. ¿Cómo podría olvidarla? No. Ella amaba mucho a esa vampiresa como para perderla en la neblina de la memoria.
Quiso acercarse al hombre, extenderle una mano, pero él la hizo a un lado. La situación le hizo dudar. Es que el Eltrant Tale que ella conocía era un hombre con piernas como troncos y un coraje estoico. Este, en cambio, era un viejito enclenque. -¿No es Eltrant? Es que... ¿quizás es su papá?- se decía mientras lo veía salir de la tienda, dejándola con el saludo en la boca. Es que no había pasado tanto tiempo. Uno o dos años, cuando mucho. Y en ese tiempo era imposible que la gente envejeciera tan de golpe. A menos que... ella también...
Le costó un segundo decidirse en seguirlo, necesitaba respuestas. Pero poco sabía la bruja que aquel sería un día de reencuentros.
Justo cuando Eltrant abrió la puerta para salir, entró una mujer de cabello rosado con un rostro muy familiar para la bruja. Se detuvo y la miró sonriente. -Pero qué tenemos aquí- dijo sonriendo. -¿Ves? Si no ha pasado nada de tiempo, tú sigues igual de hermosa. Yo también.- comentó aliviada.
Afuera, Eltrant dejaba caer la caja la que, en poco tiempo, comenzó a arder. -¡Miren! ¡MIREN! ¡Esa caja endemoniada estaba destinada a quemar mi tienda! ¡A atentar contra mi vida!- chilló Sylthia.
A Mina le preocupaban más las ramas de enredadera que brotaban de la espalda de Merie y subían hasta toparse con el techo de la tienda.
Pero no, es que esa cara aunque arrugada, ese brillo en los ojos... esa armadura... Tenía grabado en su mente todo el embrollo de Cotplice. Dundarak... la muerte de Tino... Y Lyn. ¿Cómo podría olvidarla? No. Ella amaba mucho a esa vampiresa como para perderla en la neblina de la memoria.
Quiso acercarse al hombre, extenderle una mano, pero él la hizo a un lado. La situación le hizo dudar. Es que el Eltrant Tale que ella conocía era un hombre con piernas como troncos y un coraje estoico. Este, en cambio, era un viejito enclenque. -¿No es Eltrant? Es que... ¿quizás es su papá?- se decía mientras lo veía salir de la tienda, dejándola con el saludo en la boca. Es que no había pasado tanto tiempo. Uno o dos años, cuando mucho. Y en ese tiempo era imposible que la gente envejeciera tan de golpe. A menos que... ella también...
Le costó un segundo decidirse en seguirlo, necesitaba respuestas. Pero poco sabía la bruja que aquel sería un día de reencuentros.
Justo cuando Eltrant abrió la puerta para salir, entró una mujer de cabello rosado con un rostro muy familiar para la bruja. Se detuvo y la miró sonriente. -Pero qué tenemos aquí- dijo sonriendo. -¿Ves? Si no ha pasado nada de tiempo, tú sigues igual de hermosa. Yo también.- comentó aliviada.
Afuera, Eltrant dejaba caer la caja la que, en poco tiempo, comenzó a arder. -¡Miren! ¡MIREN! ¡Esa caja endemoniada estaba destinada a quemar mi tienda! ¡A atentar contra mi vida!- chilló Sylthia.
A Mina le preocupaban más las ramas de enredadera que brotaban de la espalda de Merie y subían hasta toparse con el techo de la tienda.
Mina Harker
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Los ojos se me iban de un lado para otro, como si fuera un partido de tenis. No entendía casi nada de lo que estaba aconteciendo, casi me disponía a irme de la tienda cuando el hombre que hablaba con Mina salió con la caja. Unos minutos de silencio en los que una melodramática canción estaba siendo entonada al otro lado de la calle y de la cual tan solo llegaban susurros; y luego ¡Bum! Las luces anaranjadas tiñeron las cortinas de la tienda de pociones, alcancé a ver por la ventana una gran llamarada que salió del paquete.
Consternada, me acerqué a la puerta, donde me encontré de cara con Mina, que me había reconocido. Menos mal. Se me dibujó una amplia sonrisa en los labios, y estaba a punto de contestar cuando noté alto en la espalda, me recorría el cuerpo como un ratón, se me enredaba en las pantorrillas y en los muslos y me subía por la espalda, con un tacto aterciopelado las ramas se adherían a la ropa.
Llevé las manos a la espalda, pero no llegaba. Miré al suelo y allí estaban, redondas y grandes, semillas de algún tipo de planta que no sabría identificar ni en un millón de años. ¿Iba a morir atacada por una planta? Pronto llegaron al techo y se anclaron a las maderas, brotando pequeñas flores rosas de un perfume embriagador.
Hurgué en el zurrón y saqué la pluma, como si fuera el arma más mortífera del mundo, y lo clavé en la rama que me agarraba la cintura. Obviamente en vano.
-¡Quería matarme! ¡Esas plantas estaban en el paquete! -Gritó la elfa, desquiciada, señalando con contundencia la planta que me levantaba ligeramente del suelo.
Avanzó con rapidez hacia el interior de la tienda, rodeando absolutamente todo, el mostrador, las estanterías...
-¡Por favor! -Alcancé a gritar volviendo a hincar la pluma en una de las ramas. -¡Yo solo quería volver a ser rubia! -Espeté casi sollozando en mi lengua natal, el inglés, presa del pánico, las palabras en aerandiano se me tropezaban en la lengua.
Pese a todo, parecía una planta bastante inofensiva si no fuera porque me estaba cortando la circulación de los muslos y pronto tendría dificultades para respirar por la rama que me envolvía el abdomen por debajo del vestido.
Consternada, me acerqué a la puerta, donde me encontré de cara con Mina, que me había reconocido. Menos mal. Se me dibujó una amplia sonrisa en los labios, y estaba a punto de contestar cuando noté alto en la espalda, me recorría el cuerpo como un ratón, se me enredaba en las pantorrillas y en los muslos y me subía por la espalda, con un tacto aterciopelado las ramas se adherían a la ropa.
Llevé las manos a la espalda, pero no llegaba. Miré al suelo y allí estaban, redondas y grandes, semillas de algún tipo de planta que no sabría identificar ni en un millón de años. ¿Iba a morir atacada por una planta? Pronto llegaron al techo y se anclaron a las maderas, brotando pequeñas flores rosas de un perfume embriagador.
Hurgué en el zurrón y saqué la pluma, como si fuera el arma más mortífera del mundo, y lo clavé en la rama que me agarraba la cintura. Obviamente en vano.
-¡Quería matarme! ¡Esas plantas estaban en el paquete! -Gritó la elfa, desquiciada, señalando con contundencia la planta que me levantaba ligeramente del suelo.
Avanzó con rapidez hacia el interior de la tienda, rodeando absolutamente todo, el mostrador, las estanterías...
-¡Por favor! -Alcancé a gritar volviendo a hincar la pluma en una de las ramas. -¡Yo solo quería volver a ser rubia! -Espeté casi sollozando en mi lengua natal, el inglés, presa del pánico, las palabras en aerandiano se me tropezaban en la lengua.
Pese a todo, parecía una planta bastante inofensiva si no fuera porque me estaba cortando la circulación de los muslos y pronto tendría dificultades para respirar por la rama que me envolvía el abdomen por debajo del vestido.
Merié Stiffen
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
- ¡La madre que me…! – Eltrant saltó a un lado, intentando aparatarse de la caja que acababa de estallar en llamas sin previo aviso.
La humareda, principalmente blanca, pero con más de un centenar de colores en su interior se alzó sobre los tejados de los edificios de la zona y, poco a poco, aumento en tamaño hasta ocupar gran parte de la calle en la que se encontraba.
A su espalda, en el edificio de la elfa, las ventanas se rompían y gruesas enredaderas salían del interior, retorciéndose y escalando por la fachada del local.
¿Qué estaba pasando? Él solo quería una poción para poder dormir mejor.
¿Por qué nadie podía ser normal?
Tosió varias veces, inhalando aquel humo de aroma extrañamente dulce y corrió al interior del edificio de la elfa de nuevo, dónde supuso que podría avisar a alguien para que lidiara con aquel fuego mágico. Muy a su pesar, la cosa no iba muy bien allí tampoco.
Cualquiera de los presentes podría notar, de mirarle la cara, como sus pupilas se dilataban de pronto hasta alcanzar casi tres veces su tamaño original. Parpadeó varias veces, notándose extraño, como si flotase... inquietantemente tranquilo.
Incluso cuando una de las enredaderas trataba de agarrarse a sus tobillos.
Avanzó, de forma un tanto extraña, se sentía como si tuviese que ir ordenando una a una a todas sus extremidades que hiciesen lo que él quería. Un paso, y otro más, ahora la pierna izquierda… y aunque las enredaderas le intentaban detener, o más bien crecían a su alrededor, él ni las notaba.
Rompió todas las que tenía delante, incluso las que se enredaban alrededor de la ultima joven que se había internado en el lugar.
- Perdone… - intentó llamar la atención de la joven de pelo cenizo, también de Mina y de la otra muchacha con el pelo de un color… extrañamente intenso. ¿Era así antes de que hubiese entrado de vuelta al local? Todos los colores parecían brillar bastante más de lo que recordaba. – Podría alguien decirme si… - No importaba que hubiese captado la atención o no de los demás, Eltrant detuvo su frase a la mitad porque tenía cosas más importantes de las que preocuparse en aquel momento.
Había visto su propia mano izquierda, enfundada en el guantelete de color negro, frente a él.
Que mano tan firme tenía. ¿Por qué se preocupaba tanto por todo? ¿Y si la usase más para cerrar tratos? Podía cerrarla en torno a otras manos. Era una buena mano, su segunda mano favorita si le preguntaban, la derecha seguía teniendo preferencia mayormente, si le preguntaban.
- ¡ELTRANT TALE! –
Una voz resonó entonces en su cabeza. El humano miró a su alrededor rápidamente o eso le pareció, pues desde fuera estaba girando de forma extremadamente lenta, sobre sí mismo.
- ¡ESCUCHAME ELTRANT TALE! –
Lo vio, un ser de luz pura, una figura se alzaba frente a él. De facciones semi ocultas e indistinguibles, pero al mismo tiempo perfectamente reconocible. Le hablaba directamente a él.
- He venido a decirte... –
Eltrant tragó saliva, expectante.
- …que eres la “Ho” de la palabra “Hola” –
Mientras las enredaderas seguían abriéndose paso por el lugar y Eltrant miraba fijamente a una esquina vacía de la tienda de pociones, el humo de colores cambiantes se filtraba por las pequeñas hendiduras en las ventanas y en la puerta.
- ¡GUERRA QUÍMICA! – grito la elfa, haciéndose con otra gigantesca poción repleta de líquido azul y rompiéndola a sus pies.
¿Algún tipo de contramedida, quizás?
- Hoooooola -
Off:
La humareda, principalmente blanca, pero con más de un centenar de colores en su interior se alzó sobre los tejados de los edificios de la zona y, poco a poco, aumento en tamaño hasta ocupar gran parte de la calle en la que se encontraba.
A su espalda, en el edificio de la elfa, las ventanas se rompían y gruesas enredaderas salían del interior, retorciéndose y escalando por la fachada del local.
¿Qué estaba pasando? Él solo quería una poción para poder dormir mejor.
¿Por qué nadie podía ser normal?
Tosió varias veces, inhalando aquel humo de aroma extrañamente dulce y corrió al interior del edificio de la elfa de nuevo, dónde supuso que podría avisar a alguien para que lidiara con aquel fuego mágico. Muy a su pesar, la cosa no iba muy bien allí tampoco.
Cualquiera de los presentes podría notar, de mirarle la cara, como sus pupilas se dilataban de pronto hasta alcanzar casi tres veces su tamaño original. Parpadeó varias veces, notándose extraño, como si flotase... inquietantemente tranquilo.
Incluso cuando una de las enredaderas trataba de agarrarse a sus tobillos.
Avanzó, de forma un tanto extraña, se sentía como si tuviese que ir ordenando una a una a todas sus extremidades que hiciesen lo que él quería. Un paso, y otro más, ahora la pierna izquierda… y aunque las enredaderas le intentaban detener, o más bien crecían a su alrededor, él ni las notaba.
Rompió todas las que tenía delante, incluso las que se enredaban alrededor de la ultima joven que se había internado en el lugar.
- Perdone… - intentó llamar la atención de la joven de pelo cenizo, también de Mina y de la otra muchacha con el pelo de un color… extrañamente intenso. ¿Era así antes de que hubiese entrado de vuelta al local? Todos los colores parecían brillar bastante más de lo que recordaba. – Podría alguien decirme si… - No importaba que hubiese captado la atención o no de los demás, Eltrant detuvo su frase a la mitad porque tenía cosas más importantes de las que preocuparse en aquel momento.
Había visto su propia mano izquierda, enfundada en el guantelete de color negro, frente a él.
Que mano tan firme tenía. ¿Por qué se preocupaba tanto por todo? ¿Y si la usase más para cerrar tratos? Podía cerrarla en torno a otras manos. Era una buena mano, su segunda mano favorita si le preguntaban, la derecha seguía teniendo preferencia mayormente, si le preguntaban.
- ¡ELTRANT TALE! –
Una voz resonó entonces en su cabeza. El humano miró a su alrededor rápidamente o eso le pareció, pues desde fuera estaba girando de forma extremadamente lenta, sobre sí mismo.
- ¡ESCUCHAME ELTRANT TALE! –
Lo vio, un ser de luz pura, una figura se alzaba frente a él. De facciones semi ocultas e indistinguibles, pero al mismo tiempo perfectamente reconocible. Le hablaba directamente a él.
- He venido a decirte... –
Eltrant tragó saliva, expectante.
- …que eres la “Ho” de la palabra “Hola” –
Mientras las enredaderas seguían abriéndose paso por el lugar y Eltrant miraba fijamente a una esquina vacía de la tienda de pociones, el humo de colores cambiantes se filtraba por las pequeñas hendiduras en las ventanas y en la puerta.
- ¡GUERRA QUÍMICA! – grito la elfa, haciéndose con otra gigantesca poción repleta de líquido azul y rompiéndola a sus pies.
¿Algún tipo de contramedida, quizás?
- Hoooooola -
________________________________________________
Off:
- Dentro de la cabeza de Elt ahora mismo (?):
Eltrant Tale
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
La explosión de colores fue lo último que Seraphine esperaba ver al girarse. Las llamas que había invocado para quemar aquella caja parecían haber desencadenado una serie de eventos cada vez más absurdos: un denso humo blanco, con destellos de colores vibrantes, emergía ahora del edificio de la elfa y se elevaba lentamente, cubriendo los tejados y gran parte de la calle. Desde donde estaba, la humareda se arremolinaba, desatando chispas y luces que casi recordaban una tormenta mágica.
A su alrededor, la multitud reaccionaba en una mezcla de terror y fascinación. Un par de ventanas explotaron en el edificio de la elfa, y gruesas enredaderas se extendieron desde el interior, trepando con rapidez y retorciéndose como serpientes sobre la fachada.
¿Qué tipo de manicomio es este lugar? , pensó Seraphine, entre irritada y asombrada. Toda esta escena parecía sacada de una de esas historias fantasiosas que escuchaba en las tabernas, aunque ahora el caos era tan tangible como el humo que ascendía por la calle. Observó con atención la reacción de los presentes, especialmente de uno de los hombres que había salido corriendo del edificio tras toparse con la caja en llamas. Tenía una expresión ausente, desorientada, y avanzaba dando tumbos, como si cada paso requiriera un esfuerzo de coordinación. Con sus ojos dilatados, observaba sus propias manos como si las acabara de descubrir, moviendo los dedos lentamente en el aire con una fascinación absurda.
— Bien, quizá cuando termine de hablar con… su mano, logre darme alguna explicación. — murmuró para sí misma, divertida, aunque incapaz de comprender cómo había acabado él en semejante estado.
No queriendo perder más tiempo, se acercó al hombre y, manteniendo una expresión de paciencia, intentó captar su atención. Su voz era firme, aunque un tanto relajada, como si quisiera asegurarse de no empeorar su confusión.
— Disculpa... ¿necesitas ayuda o estás demasiado ocupado admirando tus propias habilidades? —
Mientras tanto en el otro lado de la calle, un hombre delgado y algo desaliñado también había inhalado el extraño humo, y su expresión cambiaba de miedo a confusión, y de ahí a un extraño tipo de fascinación. Miraba alrededor como si el mundo se hubiese transformado en un paisaje iridiscente. Sus ojos dilatados reflejaban los destellos de colores del humo, y comenzó a hablar solo, en un susurro, como si mantuviera una conversación privada con una presencia invisible.
—Tú... —murmuró en voz baja, clavando la mirada en el aire— tú eres... ¡Oh! ¡Eres tú, mi tatarabuela Dorotea! ¿Qué haces aquí? Yo sabía... ¡Sabía que algún día volverías a guiarme!
Haciendo un ademán al aire, se inclinó en una reverencia exagerada, su rostro completamente extasiado. Con voz ceremoniosa, añadió:
—¡Con razón hoy el aire sabe a menta y a gloria eterna! ¿Es... es el gran portal que me señalabas, abuela? —El hombre comenzó a caminar hacia una esquina desierta, sus movimientos torpes y titubeantes—. Estoy listo, ¡llévame! Oh… ¿Qué? ¿Soy… soy la “D” en la palabra “Destinado”?
De pronto, como si una revelación mayor lo atravesara, levantó los brazos en un gesto triunfal y proclamó:
—¡Ciudadanos de Lunargenta! ¡Es un honor para mí anunciar que, en efecto, soy la “D” en la palabra “Destinado”!
La multitud, ahora entre divertida y confusa, comenzó a rodearlo, algunos riendo, otros señalando el espectáculo. Él, no obstante, continuó caminando en círculos, murmurando palabras de bienvenida y despedida a figuras invisibles.
Al observar aquella escena, Seraphine no pudo contener una sonrisa divertida, aunque se sentía cada vez más fuera de lugar en medio de semejante espectáculo.
Mientras el humo continuaba arremolinándose por la calle, el hombre seguía parloteando al aire, inmerso en una realidad que solo él podía ver.
Seraphine soltó un suspiro, cruzándose de brazos mientras esperaba una respuesta más coherente. A su alrededor, el caos continuaba: las enredaderas escalaban con rapidez por el edificio, y el humo continuaba esparciéndose. Pero, de algún modo, ver al hombre en aquel trance extraño y con los ojos tan perdidos resultaba casi ridículo.
— Si me lo hubieran contado, no lo creería... — añadió con un suspiro, mientras el hombre, que parecía haber olvidado la situación y seguía observando sus manos, no daba señales de poder darle una respuesta.
Finalmente, tras otro intento fallido de comunicación con él, Seraphine decidió dar un par de pasos hacia atrás. Estaba claro que, por el momento, tendría que resolver este caos por su cuenta.
A su alrededor, la multitud reaccionaba en una mezcla de terror y fascinación. Un par de ventanas explotaron en el edificio de la elfa, y gruesas enredaderas se extendieron desde el interior, trepando con rapidez y retorciéndose como serpientes sobre la fachada.
¿Qué tipo de manicomio es este lugar? , pensó Seraphine, entre irritada y asombrada. Toda esta escena parecía sacada de una de esas historias fantasiosas que escuchaba en las tabernas, aunque ahora el caos era tan tangible como el humo que ascendía por la calle. Observó con atención la reacción de los presentes, especialmente de uno de los hombres que había salido corriendo del edificio tras toparse con la caja en llamas. Tenía una expresión ausente, desorientada, y avanzaba dando tumbos, como si cada paso requiriera un esfuerzo de coordinación. Con sus ojos dilatados, observaba sus propias manos como si las acabara de descubrir, moviendo los dedos lentamente en el aire con una fascinación absurda.
— Bien, quizá cuando termine de hablar con… su mano, logre darme alguna explicación. — murmuró para sí misma, divertida, aunque incapaz de comprender cómo había acabado él en semejante estado.
No queriendo perder más tiempo, se acercó al hombre y, manteniendo una expresión de paciencia, intentó captar su atención. Su voz era firme, aunque un tanto relajada, como si quisiera asegurarse de no empeorar su confusión.
— Disculpa... ¿necesitas ayuda o estás demasiado ocupado admirando tus propias habilidades? —
Mientras tanto en el otro lado de la calle, un hombre delgado y algo desaliñado también había inhalado el extraño humo, y su expresión cambiaba de miedo a confusión, y de ahí a un extraño tipo de fascinación. Miraba alrededor como si el mundo se hubiese transformado en un paisaje iridiscente. Sus ojos dilatados reflejaban los destellos de colores del humo, y comenzó a hablar solo, en un susurro, como si mantuviera una conversación privada con una presencia invisible.
—Tú... —murmuró en voz baja, clavando la mirada en el aire— tú eres... ¡Oh! ¡Eres tú, mi tatarabuela Dorotea! ¿Qué haces aquí? Yo sabía... ¡Sabía que algún día volverías a guiarme!
Haciendo un ademán al aire, se inclinó en una reverencia exagerada, su rostro completamente extasiado. Con voz ceremoniosa, añadió:
—¡Con razón hoy el aire sabe a menta y a gloria eterna! ¿Es... es el gran portal que me señalabas, abuela? —El hombre comenzó a caminar hacia una esquina desierta, sus movimientos torpes y titubeantes—. Estoy listo, ¡llévame! Oh… ¿Qué? ¿Soy… soy la “D” en la palabra “Destinado”?
De pronto, como si una revelación mayor lo atravesara, levantó los brazos en un gesto triunfal y proclamó:
—¡Ciudadanos de Lunargenta! ¡Es un honor para mí anunciar que, en efecto, soy la “D” en la palabra “Destinado”!
La multitud, ahora entre divertida y confusa, comenzó a rodearlo, algunos riendo, otros señalando el espectáculo. Él, no obstante, continuó caminando en círculos, murmurando palabras de bienvenida y despedida a figuras invisibles.
Al observar aquella escena, Seraphine no pudo contener una sonrisa divertida, aunque se sentía cada vez más fuera de lugar en medio de semejante espectáculo.
Mientras el humo continuaba arremolinándose por la calle, el hombre seguía parloteando al aire, inmerso en una realidad que solo él podía ver.
Seraphine soltó un suspiro, cruzándose de brazos mientras esperaba una respuesta más coherente. A su alrededor, el caos continuaba: las enredaderas escalaban con rapidez por el edificio, y el humo continuaba esparciéndose. Pero, de algún modo, ver al hombre en aquel trance extraño y con los ojos tan perdidos resultaba casi ridículo.
— Si me lo hubieran contado, no lo creería... — añadió con un suspiro, mientras el hombre, que parecía haber olvidado la situación y seguía observando sus manos, no daba señales de poder darle una respuesta.
Finalmente, tras otro intento fallido de comunicación con él, Seraphine decidió dar un par de pasos hacia atrás. Estaba claro que, por el momento, tendría que resolver este caos por su cuenta.
Seraphine Valaryon
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Re: Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Afuera, sobre la caja misteriosa que había aparecido en la tienda y que el hombre -quien Mina estaba segura que era Eltrant- había sacado, revoloteaba un pajarito bastante extraño... y llameante. -Eso no es normal- dijo para si, pero lo suficientemente alto como para que quienes estuvieran cerca de ella la escucharan. -¿Hay pajaritos de fuego en Lunargenta?- preguntó, esta vez en voz alta porque cuando lo vio posarse sobre la caja y esta comenzó a consumirse, pensó inmediatamente en lo pésimo que podría resultar aquello, pues no conocían el contenido de la caja y lo más seguro era que echarle fuego iba a tener feas consecuencias.
Ojo de loca, no se equivoca.
La caja estalló, rompiendo algunos vidrios de la tienda. Tras la conmoción, llegó inmediatamente el asombro; el humo que emanaba de la caja era tan natural como lo había sido el pajarito de fuego. Colores bailaban, como los de un caleidoscopio maravilloso, y su luz cubrió todo a su alrededor. Mina miraba sus manos y cuerpo cubierto de ellos y sonreía emocionada, sintiendo una embriagadora sensación de alegría y bienestar que... ¿cuándo se había sentido así antes? Le recordaba algo, pero no sabía qué era.
Alzó la mirada para ver a Marié alzada por unas ramas mágicas, bailando en el aire rodeada de preciosos elefantitos rosados.
La música contagiosa la invitaba a bailar también, así que comenzó a bambolearse al ritmo de esta. Para su sorpresa, las ramas también la alzaron, llevándola junto a Merié para bailar juntas. Merié cantaba una canción -¡qué hermosa voz tenía la pelirosada!- que Mina, no supo cómo pero, también conocía la letra.
La bruja cantaba alegremente y bailaba, moviendo sus piernas y brazos en el aire, sin notar cómo le costaba cada vez más respirar.
Uno de los elefantes que bailaba con Merié se salió de su formación y fue a bailar junto a ella -Mina...- le hablaba. Su voz se le hizo conocida. -Mina... presta atención- repetía, insistentemente, una y otra vez. -¡Sí! No puedo desafinar- le respondía la bruja -Mina... ¡Presta atención!- ordenaba.
Se le hacía cada vez más difícil respirar para cantar, el aire no entraba. -¡MINA! ¡PRESTA ATENCIÓN!-
Los colores perdían su brillo y se oscurecían, de hecho, todo a su alrededor se iba cubriendo de una capa monocromática a medida que el aire dejaba de entrar en sus pulmones; las ramas la habían atrapado, enrollándola por el torso y el cuello.
-¡MINA!-
Ojo de loca, no se equivoca.
La caja estalló, rompiendo algunos vidrios de la tienda. Tras la conmoción, llegó inmediatamente el asombro; el humo que emanaba de la caja era tan natural como lo había sido el pajarito de fuego. Colores bailaban, como los de un caleidoscopio maravilloso, y su luz cubrió todo a su alrededor. Mina miraba sus manos y cuerpo cubierto de ellos y sonreía emocionada, sintiendo una embriagadora sensación de alegría y bienestar que... ¿cuándo se había sentido así antes? Le recordaba algo, pero no sabía qué era.
Alzó la mirada para ver a Marié alzada por unas ramas mágicas, bailando en el aire rodeada de preciosos elefantitos rosados.
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La música contagiosa la invitaba a bailar también, así que comenzó a bambolearse al ritmo de esta. Para su sorpresa, las ramas también la alzaron, llevándola junto a Merié para bailar juntas. Merié cantaba una canción -¡qué hermosa voz tenía la pelirosada!- que Mina, no supo cómo pero, también conocía la letra.
¿Quién es?
¿Quién va?
Ya empiezan a desfilar
Vienen ya
Mira que saltos dan
Serán quizás
Parientes de Satanás
¿Quién va?
Ya empiezan a desfilar
Vienen ya
Mira que saltos dan
Serán quizás
Parientes de Satanás
La bruja cantaba alegremente y bailaba, moviendo sus piernas y brazos en el aire, sin notar cómo le costaba cada vez más respirar.
Ya están aquí
Entorno a la cama van
Al revés
No dejan de marchar
Terror me dan
Me quieren hacer volar
Entorno a la cama van
Al revés
No dejan de marchar
Terror me dan
Me quieren hacer volar
Uno de los elefantes que bailaba con Merié se salió de su formación y fue a bailar junto a ella -Mina...- le hablaba. Su voz se le hizo conocida. -Mina... presta atención- repetía, insistentemente, una y otra vez. -¡Sí! No puedo desafinar- le respondía la bruja -Mina... ¡Presta atención!- ordenaba.
¿Qué voy a hacer?
¿Hay que correr?
Ya no me vuelvo a embriagar
¿Hay que correr?
Ya no me vuelvo a embriagar
Se le hacía cada vez más difícil respirar para cantar, el aire no entraba. -¡MINA! ¡PRESTA ATENCIÓN!-
Dicen que al que se embriago
Se le presenta una visión
Son elefantes de color
Haciendo su aparición
Yo que al diablo desafié
Y que la cola le arranque
Los elefantes tricolor
Han hecho que pierda mi gran valor
Se le presenta una visión
Son elefantes de color
Haciendo su aparición
Yo que al diablo desafié
Y que la cola le arranque
Los elefantes tricolor
Han hecho que pierda mi gran valor
Los colores perdían su brillo y se oscurecían, de hecho, todo a su alrededor se iba cubriendo de una capa monocromática a medida que el aire dejaba de entrar en sus pulmones; las ramas la habían atrapado, enrollándola por el torso y el cuello.
-¡MINA!-
Ay que horror
Déjenme en paz
No puedo mas
Ya no mas
Ya se van
Las animas del terror
Las animas...
Las animas...
Las animas...
Déjenme en paz
No puedo mas
Ya no mas
Ya se van
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Las animas...
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